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Spanish Pages [358]
Traducción de Julieta Barba y Silvia Jawerbaum
LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
richard hoggart
v v y i siglo veintiuno
editores
grupo editorial siglo veintiuno siglo xxi editores, méxico
siglo xxi editores, argentina
CERRO DEL AGUA 2 4 8 , ROMERO DE TERREROS
GUATEMALA 4 8 2 4 , C 1425B U P
0 4 3 1 0 MÉXICO, D.F.
BUENOS AIRES, ARGENTINA
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ALMAGRO 3 8
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2 8 0 1 0 MADRID, ESPAÑA
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H oggart, R ichard La c u ltu ra o b rera en la sociedad de masas.- I a ed.- B uenos Aires: Siglo V eintiuno Editores, 2 0 13 . 368 p.; 16 x 23 c m * (Antropológicas / / dirigida p o r A lejandro Grim son) T raducido por: Ju lieta B arba y Silvia Jaw erbaum / / ISBN 978 - 987 - 629 - 299-3 1 . Sociología. I. Barba, Ju lieta, trad. II. Jaw erbaum , Silvia, trad. III. T ítulo CDD 301
T ítulo original: The Uses of Literacy: Aspecls o f Working-class Life, wilh Special Reference io Publications and Entertainmenls, by C hatto 8c W indus © 19 5 7 , R ichard H oggart © 2013 , Siglo V eintiuno E ditores S.A. D iseño.de cubierta: P eter Tjebbes ISBN 9 78 - 987 - 629 - 299-3 Im preso en Artes Gráficas Delsur / / Alm irante Solier 2450, Avellaneda en el m es de mayo de 2013 H echo el depósito q u e m arca la ley 1 1.7 2 3 Im preso en A rgentina / / M ade in A rgentina
Indice
Presentación
9
Simón Hoggart Introducción Lynsey Hanley
13
Agradecim ientos
31
Prefacio
33
Nota del autor sobre el texto
35
PARTE I UN ORDEN “MÁS ANTIGUO”
1. ¿Quiénes integran “la clase trabajadora”?
Cuestiones de enfoque U n esbozo de definición 2. Paisaje con figuras: un escenario
U na tradición oral: resistencia y adaptación. U n m odo de vida form al “No hay n ada como la p ropia casa” La m adre El padre El barrio 3. “Ellos” y “nosotros”
“Ellos”: respeto p o r uno mismo “Nosotros”: lo m ejor y lo peor “Tomarse la vida como viene”: “vivir y dejar vivir”
41
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6 LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
4. El mundo “real” de la gente
Lo personal y lo concreto “Religión prim aria” Ilustraciones del arte popular: Peg’s Paper 5. La vida plena
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121 129 136 149
La inmediatez, el presente, la alegría: el destino y la suerte “La aspidistra más grande del m u n d o ”: incursiones en el “barroco” Ejemplos del arte popular: el canto en los clubes
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PARTE 11 DAR LUGAR A LO NUEVO
6. Destemplar los resortes de la acción
Introducción Tolerancia y libertad “Todo el m undo lo hace” y “Toda la b anda está aquí”: sentido de pertenencia al grupo e igualitarismo dem ocrático El vivir en el presente y el “progreso” Indiferencia: “personalización” y “fragm entación”
183
183 188
191 202 207
y. Invitación al m undo del algodón de azúcar: el nuevo arte de masas Los productores El proceso ilustrado: (i) sem anarios para la familia El proceso ilustrado: (ii) canciones populares comerciales Las consecuencias 8. El nuevo arte de masas: sexo en envases atractivos
Los chicos de la rocola Las revistas “picantes” Novelas de sexo y violencia
217
218 222 232 241 255
255 259 265
9. Resortes destemplados: nota sobre un escepticismo sin tensión
281
Del escepticismo al cinismo Algunas figuras alegóricas
281 290
ÍNDICE 7
10. Resortes destemplados: nota sobre los desarraigados
y los angustiados El alum no becado El lugar de la cultura: nostalgia p o r los ideales
297 297 310
Conclusión Resistencia
323 323
Bibliografía
353
Entrevista a Richard Hoggart
361
por Beatriz Sarlo
Presentación Simón Hoggart, 2009*
L a cultura obrera en la sociedad de masas se publicó p o r prim era vez en m arzo de 1957. En ese m om ento, los H oggart vivíamos en Rochester, Nueva York, d o n d e mi padre h abía ido p o r u n año a com pletar un p ro g ram a d e intercam bio de la U niversidad de H ull, d o n d e enseña ba literatu ra inglesa. Dios sabe qué pensarían los estadounidenses de esa ciudad leg en d aria sobre el H um ber, d o n d e el racionam iento aún no había q u ed ad o atrás, el olor a pescado a veces se sentía en toda la ciudad y los sitios d o n d e habían caído las bom bas p arecía que quedarían vacíos para siem pre. La experiencia de viajar en la dirección contraria generó en m í u n am or p erm an en te p o r los Estados U nidos, su calidez, su energía, su belleza, y, para u n n iño de 10 años com o yo ten ía en ese entonces, su com ida. Mi padre percibía el sueldo dé G ran Bretaña, que en los Estados U nidos era prácticam ente nada, p ero incluso con el poco dinero con q ue con tab an él y m i m adre se las in g en iaron p ara llevarnos a mis herm anos y a m í a reco rrer el país, al m enos la costa Este: W ashing ton, Virginia, las m ontañas A dirondack, Nueva York, Nueva Inglaterra, e incluso llegam os a C anadá. Nos trasladábam os a todas partes en u n viejo De Soto bicolor, u n o de los últimos autos estadounidenses con form a de renacuajo y n o de ataúd. Para nuestra sorpresa, allí los autos tenían ra dio. Elvis h ab ía surgido hacía poco y m i m am á decía q ue después de un tiem po nad ie lo recordaría. Hace más de tres décadas que Elvis m urió y ella todavía sigue viva. Mi pad re h ab ía dejado el m anuscrito de La cultura obrera en la sociedad de masas en C hatto & Windus, en Londres. La publicación no fue un proceso sencillo ni estuvo exenta de problem as. U na de las secciones más recordadas del libro es la que critica la literatu ra barata y la prensa sensacionalista, ilustrada con ejem plos y acom pañada p o r com entarios peyorativos. C hatto contrató a u n abogado que le advirtió qué la sección
* P erio d ista d e The Guardian, es el hijo de R ichard H oggart.
ÍO LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
podía d ar lugar al inicio de acciones legales. Se habló de dem andas por un m illón de libras esterlinas, u n a sum a que, si hoy es m ucho dinero, en ese entonces era u n a enorm idad. Lejos de elim inar la sección entera, mi padre pensó que la única m an era de solucionar el problem a era m aqui llar lo que había escrito. No le llevó m ucho tiem po y hasta disfrutaba con la tarea. En especial, le divertía inventar títulos p ara las novelas de sexo y violencia. U no de ellos, Death Cab for Cutie [Taxi de la m uerte para u n a chica], tuvo una vida que trascendió el libro de mi padre, pues un integrante del grupo de rock Bonzo Dog Doo-Dah Band, que debe haber leído el libro, com puso u n a canción con ese m ism o título. Tam bién hay u n a escena curiosa en la película de los Beatles Gira mágica y misteriosa, en la que el grupo in terp reta la canción en u n sórdido cabaret. (Derek Taylor, quien fuera agente de prensa de los Beatles, hoy fallecido, me com entó que George H arrison había sido u n adm irador de la obra de m i padre.) Años más tarde, u n grupo estadounidense de la costa Oeste deb e h aber escuchado la canción y eligió el título com o nom bre p ara su banda. Los D eath Cab for Cutie fueron m uy exitosos, y mi propio hijo, que tam bién se llam a Ri chard H oggart, es u n o de sus adm iradores. La transm isión generacional tiene estas ironías. Regresamos a Inglaterra eri el Empress ofBritain en el verano de 1957. (El año an terior habíam os viajado a A m érica en el Queen Elizabeth; y ese fue el últim o año en q ue la cantidad de viajeros que cruzaron el Atlántico en barco superó la de las personas que viajaron en avión.) Nos encontra mos con que La cultura obrera en la sociedad de masas se había convertido en u n éxito editorial. (A los dos meses de su lanzam iento iba ya p o r la tercera reim presión.) Para las personas de cierto.tipo y de cierta clase social, el libro era de lectura obligatoria. U no de sus adm iradores fue Tony W arren, el creador de Coronation Street, que más tarde le dijo a m i padre que, gracias a su libro, él se había dado cuenta de que era posible escribir u n a buena telenovela con per sonajes de la clase trabajadora. De hecho, la vida de la clase trabajadora estaba prácticam ente ausente de la televisión, salvo p o r los habitantes del East E nd londinense y su acento típico o los soldados originarios del N or te, o los escasos docum entales en los que entrevistados de Clase m edia expresan su preocupación p o r las condiciones de vida de los pobres. Y a W..H. Auden, sobre quien m i padre escribió su p rim er ensayo, le gustó m ucho el libro y le envió u n a carta muy extensa. Mi padre em pezó a aparecer en program as de televisión, algo que hoy en día no significa m ucho, ya que casi todo el m undo aparece en alguno.
PRESENTACIÓN
II
En esa época, sin em bargo, estar en la televisión era motivo de orgullo y entusiasm o, incluso cuando eran m uchos los que todavía no tenían un aparato en su casa. R ecuerdo que nuestros vecinos se apiñaban en nuestra sala para verlo aparecer en la pantalla hablando de educación en algún program a vespertino de dom ingo. Esto llevó directam ente al siguiente gran m om ento: eljuicio p o r la p u blicación de El amante de Lady Chatterley, en 1960. Alien Lañe, el fundador de Penguin, se había entusiasm ado con La cultura obrera en la sociedad de masas y lo había publicado en form ato de bolsillo. Pensó que mi padre sería u n b uen testigo en elju icio , pues tenía cosas en com ún con D. H. Lawrence y, aunque era académ ico, no vivía en una torre de marfil. Mi padre, que estaba interesado en e lju ic io , advirtió que m uchos testigos se habían dejado in tim idar p o r las intervenciones de Mervyn GriffithsJones, el representante de la fiscalía, y se propuso no caer en la misma tram pa. Todavía hoy se recuerda su intercam bio con el fiscal sobre la aplicación de la palabra “p u ritan a” p ara definir la novela; “sí, y tam bién em ocionante y tiern a”, añadió. Y u n o de los m om entos más evocados fue cuando Griffiths-Jones protestó: “¿Reverenciar? ¿Reverenciar cuánto pesan las bolas de u n h om bre?”. El aporte de mi p adre fue im portante, quizás haya sido crucial, aunque el resultado haya estado decidido de antem ano, cuándo el fiscal se diri:.gió p o r prim era vez al ju ra d o . Después supe p o r el hijo de Griffiths-Jones qújé él siem pre p reparaba sus alegatos con sumo cuidado. Pero com o era evidente que lo estaba haciendo tan bien, pensó que podía arriesgar u n a p reg u n ta im provisada y allí fue cu ando lanzó la famosa y fatídica frase ¿Ustedes q u errían que sus esposas o criadas leyeran este libro?” Desde Penguin le p idieron a mi p ad re que escribiera la introducción a la prim era edición “legal” del libro y su nom bre aún aparece en el ja rro de té de P enguin que conm em ora la publicación de la novela. Recibió sólo 50 libras p o r el encargo, hecho algo irritante si se considera que se vendieron tres millones de ejem plares, si bien, com o solíamos decirle, nadie com praba el libro p o r la introducción. A ún hoy se sigue hablando de ese juicio. H ace algunos años, la BBC produjo otra película sobre el caso, con guión de A ndrew Davies; naturalm ente, el guionista consi deró que el filme no tenía tanto sexo com o debería, así que agregó un rom ance en tre dos m iem bros del ju ra d o . El papel de mi padre lo inter p retó David T ennant, con las patillas que caracterizaban a su personaje en Doctor WJio. La cultura, obrera en la sociedad de masas siguió vendiéndose m ucho en u n a edición tras otra. A m í me sorp ren d e el hecho de que a veces lo cita
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gente que jam ás lo h a leído, y q ue cree que es poco más que una glori ficación de la vida de la clase trabajadora y u n intento p o r denigrar las virtudes de la “clase m ed ia”. De hecho, nuestros padres tenían de esas virtudes a m ontones: eran m uy trabajadores, leales a la familia y más prudentes que ahorrativos. Algunas personas lo asocian con los exám e nes para ingresar a la universidad, y esos libros, no im porta sin son de Shakespeare o de Dickens, rara vez se olvidan del estigma. Pero siendo hijos de R ichard H oggart, mis herm anos y yo hem os perdi do la cuenta de la cantidad de personas -jubilados, gente de clase m edia, innum erables estudiantes, trabajadores de los m edios y hasta legisladores y m inistros- que se nos han acercado para decirnos que el libro no sólo reflejaba su h istoria sino que h ab ía echado luz sobre sus propias vidas.
Introducción Lynsey Hanley, 2009*
La cultura obrera en la sociedad de masas es u n o de los pocos li bros fundam entales sobre la sociedad británica que se h an publicado en los últim os cincuenta años. Está en tre los prim eros libros que lee todo el que tiene u n interés genuino p o r las clases sociales p ara tratar de com p re n d e r p o r qué esta nación igualitaria en apariencia, con u n servicio de salud pública abierto y un a educación subsidiada, favorece u n a rígida división entre clases sociales,njue se transm ite de generación en genera ción. Escritores, profesores y académ icos citan todo el tiem po el libro, considerado com o u n a fuente inagotable de consulta y un repositorio de la m em oria de los hom bres -y las m u jeres- inteligentes del público general, para quienes ha sido escrito; personas que en él vieron refleja dos sobre el papel p o r prim era vez sus intereses y experiencias. D ebería ser u n a reliquia: n in g ú n lector que sea dos generaciones más joven que H oggart d ebería sentirse identificado con las descripciones de cóm o era crecer y vivir en u n en to rn o de clase trabajadora en la década de 1930. Sin em bargo, a pesar ele las transform aciones sociales y económ icas que han tenido lugar desde la publicación del libro en 1957, hay miles de lectores que siguen viendo escenas de su vida e n los párrafos del texto. Las condiciones m ateriales de la m ayor parte de la clase trabajadora h an m ejorado n otablem ente en tre los días de la infancia de Hoggart, en los años treinta, y los últim os años de la década de 1950, cuando, de acuerdo con H arold M acmillan, se po d ía decir que los británicos “nunca habían estado tan b ie n ”. Pero m ientras que esas condiciones h an ido m e jo ra n d o con el tiem po -m ejores sueldos, m enos horas de trabajo, bienes más accesibles-, la falta sistemática de equilibrio en tre la form a en que los productores de cultura ven la cultura de la clase trabajadora (es basu ra, p ero eso es lo que les gusta) y la form a en que la ven los consum idores
* A utora de Eslales: an Intímale Hislary, y co lab o rad o ra en diversas publicaciones, com o The Guardian, Daily Telegraph, New Slalesman, Prospecl y Times Lilerary Supplement, e n tre otras. Investigadora en L ancaster University.
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(es basura, pero es lo q ue nos ofrecen) no se h a modificado. Con gran visión de futuro, H oggart habla de la depredación cultural que tendría lugar si se m an ten ían esas falsas divisiones, que se increm entarían en los años cincuenta con la accesibilidad de los medios de comunicación “masi va”. Dadas las m ejoras e n la educación, la salud y los ingresos de la mayo ría a lo largo del siglo XX, hoy deberíam os estar más cerca que nunca de la “sociedad sin clases”, pero esto no es así; m uchas cosas deberían hab er cam biado y eso no ha ocurrido, y m uchas de las razones de esta inercia aparecen m encionadas en este libro. Esta o b ra describe con sensibilidad y precisión la vida de la clase tra bajadora e n tre las décadas de 1930 y 1950 en los centros urbanos del no rte de Inglaterra, e n particular, Leeds, H ull y Sheffield, y otras ciuda des similares que v ieron crecer barriadas con hileras de casas adosadas construidas p a ra alojar a los obreros con sus familias a m ediados del siglo XIX. El texto es a la vez u n ensayo personal y un estudio novelístico de personajes y de su en to rn o , un docurñento antropológico de gran* valor y u n a convincente exposición de las heridas que recibió la sociedad debido a la negación colectiva a valorar a todos sus m iem bros de m anera igualitaria. Ubica al hogar, con la sofocante chim enea y la asfixiante proxi m idad de los m iem bros de la familia, en el centro de la vida de la mayor parte de la clase trabajadora y destaca la im portancia del elem ento local y fam iliar en la form ación de u n a visión del m undo que se opone a la idea m arxista abstracta del obrero com o agente de la historia y poco más, aparte de eso. De acuerdo con H oggart, en cambio, “las personas de la clase trabajadora rara vez se interesan p o r las teorías o los m ovim ientos”: si u n a idea no está ligada a lo real, “lo concreto y lo personal”, es muy difícil que sea atractiva p ara aquellos a los que se pretende motivar con esa idea. No se trata d e u n libro escrito para agradar a la nueva izquierda de los años cincuenta ni a los activistas obreros que nunca habían visto a ningún o brero en su vida -a l m enos, al obrero m edio, no com prom etido políticam ente, y no al o b rero excepcional al estilo d e ju d e el O scu ro - Si, aparte del trabajo, que definía el lugar de las personas de la clase traba jadora, su vida tran scu rría en -y p a ra - la esfera doméstica, ¿cuándo iban a hacer la revolución? Al ubicar el h o g ar e n el centro del retrato, H oggart desecha los su puestos de los elitistas culturales que preferían no considerar en sus textos y análisis otras form as artísticas que las que aparecían en T h ird Program m e (hoy, Radio 3), porque pensaban que no eran lo suficien tem ente valiosas. Al estudiar la im portancia de las postales picaras, las m eriendas sustanciosas, las cenas de pescado y papas fritas y las revistas
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fem eninas en el contexto de “la vida p len a”, H oggart dignificó ese m u n do no expuesto sin ser condescendiente. Los m odos en que la clase tra bajadora creaba form as de vivir la vida eran “infantiles” y “aparatosos” en su inm ediatez, p ero p o r esa razón estaban lejos de la “corrupción” y las “pretensiones”. Ju n to a colegas como Raymond Williams y Edward (E. P.) Thom pson, H oggart contribuyó a establecer u n foro académico para el estudio de la literatura y la sociedad atravesando los límites entre clases, un espacio en el que se form aron las bases de la disciplina que luego se denom inó “estudios culturales”. Además de m ostrarse sensible, en su trabajo H oggart m uestra su eno jo, su honestidad y su preocupación, que no llega a ser tem or, p o r el' p oder de destrucción del cam bio social veitiginoso. La época en la que se escribió este libro era un m om ento de transición entre la austeridad obligada del racionam iento de la posguerra y la jovialidad exultante de la abundancia de fines de la década de 1950. H oggart veía el crecim iento del p o d e r adquisitivo de las masas desde u na doble perspectiva: com o algo que liberaría a los desposeídos y que, no obstante, al mismo tiem po y' de,m anera no tan visible en el corto plazo, podría quitarles lo que poseían. Vio dónde podían surgir nuevas divisiones de clase, basadas en nociones de gusto y- receptividad a cierto tipo de estrategias osadas y sim plificadas d e jo s estudiosos del m ercado, y no tanto en el m ero p o d er económ ico; se dio cuenta de que, lejos de qu ed ar desterrado, el esnobism p pod ía institucionalizarse p o r obra de productos culturales populares talfes com o revistas, diarios sensacionalistas, la radio y la televisión, que no tenían entre sus propósitos expandir las nuevas m entes alfabetizadas sino m an ten er los gustos existentes. La voz corporativa de los nuevos (productores “sin clase” era más disonante debido a que el lugar de po der que ocupaban ellos com o guardianes culturales los convertía, p o r ♦definición, en u n a nueva clase dom inante no aristocrática de posguerra. Aun así, él creía en la sensatez y la resistencia de la clase trabajadora, y en su capacidad de tom ar lo que quisieran de lo nuevo que se les ofre cía, y rechazar lo que no les gustaba. En los años sesenta, el académ ico canadiense Marshall M cLuhan apuntaba que el p o d er de los medios de com unicación radica en su form a y no en el contenido; la obra de H oggart añade que esto asigna u na mayor responsabilidad a los productores cultu rales en el ejercicio íntegro y honesto de ese poder. En u n principio, el libro iba a llevar p o r título “Los abusos de la cul tura”, y aunque H oggart se decidió p o r el título definitivo porque era “m enos insolente”, en el contenido queda claro que el autor considera que “abuso” es el térm ino adecuado para lo que describe. H oggart se re
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serva los ataques más decididos para lo que él denom ina el “publicista de m asas”, u na especie de “fábrica de h acer chorizos” publicitaria y editorial cuyo propósito es producir la sensación de que “toda la banda está aquí”, com o u n instru cto r de ojos saltones de las colonias de vacaciones Butlins, y al m ismo tiem po ofrecer “tentaciones [...] [que] apuntan a la gratifi cación del yo y a lo que p u e d e denom inarse un ‘individualismo grupal h ed o n ista’”. C uanto más num eroso es el público que crea u n publicista de masas para sus superficialidades sin personalidad, m ayor es su ganan cia. H oggart vislum bró el surgim iento de u n a industrialización cultural en la q ue la clase trabajadora - q u e ya h ab ía sido despojada de gran parte de su h eren cia cultural ju n to con la m a te ria l- está en algún sentido más abierta que otros grupos a los peores efectos de los ataques de los com unicado res. [...] E ncontrar el cam ino en sem ejante laberinto [de indulgencias] no es ta rea sencilla, sobre todo p o rq u e los artífices del entretenim iento son propensos a ahuyentar el pensam iento subversivo de que afuera p u ed e hab er otros territorios, m enos bulliciosos. La cultura obrera en la sociedad de masas es u n a convincente refutación de la fuerza avasallante del posm odernism o o, para usar el térm ino que prefiere H oggart, el relativismo. El au to r vio con m ucha claridad lo que la “persuasión” de las personas “sinceras” p o d ía ser en realidad en la cul tura de los m edios de com unicación de masas: un llam ado fuerte, tenso y chillón para volvernos ciegos y sordos fren te a la dificultad de la verdafl. Para H oggart, los publicistas de masas de los años cincuenta -figuras que p re te n d e n llegar al corazón del hom bre-m asa de O rtega y G asset- son más insistentes, más eficaces y [...] sus canales están más centra lizados y son más integrales que antes; [...] se está creando u na cultura de masas; [...] los resabios de lo que fue al m enos en p arte u n a cultu ra u rb a n a “de la g en te” están desapareciendo. Esa cultura u rb a n a adoptó la form a visible de los vínculos estrechos, aun que inform ales, en tre vecinos, que se fo ijaban en los clubes de compras, alm acenes de barrio, excursiones, bibliotecas públicas y, de m anera más intangible, en u n conjunto de principios com partidos acerca de lo que está “b ie n ”, lo que es “n atu ral” y lo que es “b u en o ” en la vida. De hecho, esos principios se volvían tangibles sólo cuando se los transgredía. A pe
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sar de la pobreza relativa generalizada, hacer d inero p o r el solo hecho de hacer dinero se consideraba u n a p érd id a de tiem po, y ser “am bicioso”, en el trabajo o e n el bingo, era u n signo del deseo egoísta de ro m p er filas y hacer sentir a los dem ás que eran inferiores. Al escribir com o u n indi viduo que, más que ro m p er filas, las pasó p o r alto a lo largo de su vida, H oggart advierte que la solidaridad puede d ar lugar al conform ism o, u n a característica que las publicaciones y los productos que se diseñan teniendo a las “masas” en m ente explotan sin piedad. Antes de abocarse a la escritura del libro, proceso que llevó a cabo en tre 1952 y 1956, H oggart había experim entado u n ascenso social ver tiginoso, desde su nacim iento en u n barrio hum ilde de casas adosadas de Leeds y pasando, gracias a distintas becas, p o r la escuela secundaria y la universidad, hasta dedicarse a la actividad académica. Antes de 1952 enseñó literatura, principalm ente a estudiantes de la clase trabajadora que asistían a clases vespertinas coordinadas p o r la U niversidad de Hull en ciudades tan alejadas com o Goole, en East Yorkshire, y Grimsby, en Lincolnshire. En A Sort of Clowning, el segundo volum en de su autobio grafía, H oggart revela que el proceso de escritura de La cultura obrera en la sociedad de masas fue lento y, p o r m om entos, tortuoso: “Era u n gran pájaro en u n nido em ocional que ya estaba lleno, y yo a veces odiaba su voracidad y que diera p o r sentado que h abía que alim entarlo a él pri m e ro ”. Pero su com pulsión in terio r coincidía con la fuerza del cam bio exterior. Como sentía que su form ación lo había liberado y a la vez lo había dejado a la deriva, sus ideas sobre la cultura de la clase trabajado ra en pleno proceso de cam bio no sólo despertaban su curiosidad, sino que eran relevantes para él en el plano personal. A H oggart lo habían criado su m adre, u n a viuda hum ilde que falleció cuando él tenía 8 años, y su abuela; p o r instinto, le satisfacía que la clase trabajadora se h u b iera librado de las constantes “caídas” p o r debajo de la línea de pobreza: “Mi abuela y mi m adre h abrían tenido m uchas m enos preocupaciones en la vida si hubiesen sacado adelante a la fam ilia a m ediados del siglo XX”. Así y todo, las preocupaciones ten ían válvulas de escape p o r las que se expresaban el m iedo y el ham bre; u n a vida sin preocupaciones, si bien es más desahogada, a veces hace desestim ar esas válvulas o sim plem ente ig norarlas. Lo que p reocupaba a H oggart eran las “invitaciones al m undo del algodón de azúcar” de los publicitarios y los productores de nuevas form as de entreten im ien to “sin distinción de clases” -lite ra tu ra com er cial, revistas fem eninas, m úsica p o p -, que a p artir de la década de 1950 am enazaban con arrancar de raíz el entram ado cultural tejido p o r la clase trabajadora a lo largo de décadas de vida d u ra en com ún y reem
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LA CU LT U R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
plazarlo por otra cosa. H oggart era consciente de que la cultura de los barrios de casas adosadas com o el que había conocido de chico estaba p o r desaparecer, y q ue en esos barrios se levantarían edificios totalm ente distintos, con nuevas com odidades al alcance de la m ano. El a u to r capta esa cultura en las actitudes, el habla (no sólo el acento, sino el efecto en la voz de cierto estilo de vida) y la vestim enta, a través de su com pulsión a observar las consecuencias de los factores sociales externos en la vida de los individuos. Para ser tan preciso en las observaciones, es necesario alejarse del su je to de estudio, p e ro n o tanto com o p ara ser incapaz de ponerse en su lugar. H oggart salió del barrio hum ilde de las afueras de Leeds donde se crió, gracias a u n a beca para seguir los estudios secundarios en Cockburn, u n colegio de la ciudad. R ecuerda cóm o se sentía en el lúgubre tranvía de H unslet a Leeds, vestido con su uniform e de colegio elegante, cuando la respetabilidad en H unslet n o llegaba a abarcar a esa clase de estudiantes. Vio lo que se estaba p erd ien d o en el mismo m om ento en que se p erd ía y m ostró la form a en que se desarrollaba el proceso y las razones p o r las cuales se desarrollaba con tanta facilidad. La tan espera da culm inación de las condiciones opresivas que soportaba la mayoría de los pobres en G ran B retaña no trajo consigo una sociedad sin clases. “Suele decirse que en la actualidad en Inglaterra no hay clase trabajado ra, que h u b o u n a ‘revolución sin derram am iento de sangre”’, com enta H oggart al inicio del libro, antes de sum ergirse en el relato de las formas, tanto conscientes com o inconscientes, en las que la clase trabajadora po dría te n e r más probabilidades que otros grupos sociales de reaccionar ante los nuevos incentivos con una mezcla de escepticismo, “indiferen cia” y u n exceso de confuso entusiasm o. El resultado podía ser que la cla se se m anifestara de otros modos, com o de hecho ha ocurrido, en lugar de desaparecer. En parte, esto se debe a que los “publicistas de masas”, y en p articular los p roductores de televisión, siguen siendo individuos que p erten ecen a grupos privilegiados y que h an estudiado en las univer sidades más prestigiosas, pero creen, y así se lo dicen a todo el m undo, que p ro d u cen en treten im ien to “sin distinción de clase”. Está tam bién el hecho de que el esnobism o m uta en m anos de quienes están en m ejor posición para cam biar a su antojo las reglas del “b u e n ” y el “m al” gusto. “Con cada nueva década, nos apresuram os a decir que hemos enterrado las clases sociales”, escribió H oggart años más tarde, en la introducción a El camino de Wigan Pier> de Orwell, y cada nueva década que lo abrimos com probam os que “el féretro está vacío”. N ada ha cambiado.
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Si bien con esto H oggart puede p arecer más m oralista que interesado en evitar las injusticias, al escribir el libro notó que tenía la tendencia a juzgar los gustos culturales de la clase trabajadora según él mismo los aprobara o no: “C onstantem ente m e descubría oponiéndom e a u na p re sión in tern a que me llevaba a valorar más lo antiguo que lo nuevo y a condenar lo nuevo más de lo que mis conocim ientos m e perm itían ju s tificar”. No obstante, sus tem ores -q u e no se presentan como tales sino com o advertencias carentes de prejuicios de alguien cuya profesión le perm itía estar en contacto p erm an en te con estudiantes de clase trabaja d ora que buscaban “co m p ren d er y criticar” los cambios en su form a de vida en el m om ento en que estos o c u rría n - estaban bien fundados. U no p o dría retru car que todas las generaciones tem en que sus herederos p ierdan los bienes culturales adquiridos con tanto esfuerzo. Lo que hace que La cultura obrera en la sociedad de masas sea u n docum ento fundam en tal es el m odo en que anticipa la connivencia en tre un grupo dom inante que es cóm plice sin q uererlo en lo institucional y u n a cínica industria del marketing masivo que está dispuesta a idiotizarnos a todos. La persuasión de tos argum entos de H oggart y la facilidad con que se advierte su tono sutil y burlón radican en la com binación de títulos sugestivos y la división del ensayo en dos partes. La prim era, “U n orden ‘más antiguo'”’, es u n a presentación directa de los valores de la clase tra bajadora tal com o se los experim entaba -y en cierta m edida todavía se los experim en ta-, y sus capítulos llevan títulos tales como “‘Ellos’ y ‘no sotros’”, “El m undo ‘re a l’ de la g en te” o “La vida p lena”. “Otras personas p u e d en vivir u n a vida de ‘ganar y gastar’ o u n a ‘vida literaria’, o u n a ‘vida espiritual’ o u n a ‘vida equilibrada’, si es que existe algo así”, escribe H oggart, sugiriendo que el equilibrio entre vida y trabajo ya era u n tema recurren te hace cincuenta años en las conversaciones de las personas de clase m edia. “Si querem os captu rar algo de la esencia de la vida de la clase trabajadora en u n a frase, debem os decir que es la ‘vida densa y concreta’, u n a vida cuyo acento está en lo íntim o, lo sensorial, el detalle y . lo personal”. Es u n a de las pocas com paraciones directas entre los puntos focales de la vida de la clase m edia y la de la clase trabajadora; una de las características más estim ulantes del libro es la m arginalización deli berada de lo que es im portante para los que tienen dinero, educación y poder. Lo que le im p o rta a la clase trabajadora, asegura Hoggart, son las relaciones d entro del grupo y no tanto en tre los que perten ecen al grupo y los de fuera. Para todos los de fuera -m édicos, asistentes sociales, policías y quienes en general tienen el p o d e r de dem oler sentim ientos con u n a m irada de d e sp re c io - se em plea el térm in o polivalente “ellos”.
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Mientras escribía lo que luego sería la segunda parte del libro, titulada “Dar lugar a lo nuevo”, e n la que se ocupa de los cambios en la cultura de la clase trabajadora a p a rtir de la Segunda G uerra M undial, H oggart se dio cuenta de q ue debía enm arcar su desconfianza de los “publicistas de masas” y de su influencia en la vida de la clase trabajadora en el contexto histórico y social. Más tarde escribió que había em pezado “con la idea de producir u n a especie de guía o m anual sobre aspectos de la cultura popular: diarios, revistas, novelas rom ánticas o violentas, canciones po pulares... pero en m odos que n o h abía im aginado cuando com encé a escribir”. Así, hizo suya u n a frase de W. H. A uden, el poeta sobre el que H oggart había escrito su p rim er libro a principios de la década de 1950: “Para captar la idiosincrasia de u n a sociedad, al igual que para evaluar el carácter de u n individuo, los docum entos, las estadísticas y las m edi ciones ‘objetivas’ no p u e d e n com petir con la m irada intuitiva personal”. N inguna de las dos partes de La cultura obrera en la sociedad de masas ha dejado de im presionar tanto a quienes leen el libro p o r prim era como p o r décim a vez, en p arte p o r la deliciosa franqueza del autor acerca de la experiencia de h ab er crecido en el seno dé u n a clase social y haber pasado a otra. La sección “El alum no becado”, escribe H oggart en A Sort of Clowning, motivó a escribirm e a más personas de todo tipo, incluidos em pleados públicos y adm inistrativos de distinta je ra rq u ía -e x p re sando sentim ientos personales o u n a sensación de alivio (“¡Así que no soy el único que se sintió así!”) - que n in guna otra cosa que yo haya escrito. Está asimismo el e n to rn o social particular que describe, el de la clase trabajadora respetable, u n grupo cuyos gustos amplios y presupuestos diversos qu ed an expuestos en el lujo que p u ed en perm itirse: el salmón en lata. A veces, el lecto r siente que está leyendo a un Proust de la clase trabajadora, alguien q ue escribe con am or y respeto sobre su propia cul tura formativa. E n H unslet, los dom ingos “a las seis de la tarde, en la pila de basura del fo n d o ya h abía u n a capa superior com puesta de latas vacías de salmón y fru ta ”, com en ta H oggart. El salm ón y los duraznos de los años trein ta se siguieron consum iendo en los o ch en ta e incluso después, aunque en m i casa a veces tocaba jam ón. U na característica p ro p ia del libro es el sentido del “respeto p o r uno m ism o”, frase a la que H oggart vuelve u n a y otra vez en la prim era parte,
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que se genera y m antiene den tro del sector m enos precario y con m enos necesidades de la clase trabajadora. Sin respeto p o r u n o mismo, asegura Hoggart, uno está expuesto a la denigración y la explotación de quienes ven u n a o p o rtu n id ad en la vulnerabilidad ajena. T am bién m enciona el “orgullo h e rid o ”, u n aspecto de la tendencia de la clase trabajadora a referirse com o “ellos” a cualquiera que no es com o “nosotros”, pero tam bién del grado razonable de satisfacción - o al m enos de falta de re n c o rque a u n integrante de la clase trabajadora “respetable” le provoca su propia situación. H oggart m enciona, p o r ejem plo, la disposición de los hom bres a reco rrer varios kilóm etros con u n a carretilla para llevar a su casa u na vieja m esa o cualquier otro artículo que h u b ieran encontrado en la otra p u n ta de la ciudad. El lector no siente que el au to r se p ro p o n g a d ar su p ro p ia versión de los hechos sino que quiere transm itir con claridad lo que ve. En una rese ña se lo definía com o “el Jo h n Ruskin de hoy” y, de hecho, él suele citar la famosa m áxim a de Ruskin: “Lo más grande que u n alm a hum ana p ue de hacer en este m u ndo es ver algo y decir lo que ha visto de un m odo claro”. Su ensayo tam bién se íyusta a la descripción de la b u en a prosa que hace Orwell: “es com o el cristal de u n a v entana”. H oggart aprendió de los mejores, pero se expresa con voz propia, com o si cantara un him no. No es m elodram ático com o Orwell, que n o pod ría h ab er descrito la suciedad incrustada en las arrugas de u n am a de casa de m ediana edad sin d ar la im presión de que esa visión le provocaba náuseas. No obstante, H oggart no está m enos seguro de lo que ve ni de su capacidad para ex presar su im portancia. Su obra es u n ejem plo de lo que el crítico Lionel Trilling considera “la obligación m oral de ser in telig en te”. O tra de las virtudes más vitales de H oggart es su honestidad respecto del lugar central del placer sensual en la vida de la clase trabajadora: el sexo donde y cuando se puede, el fuego intenso en el hogar, la com ida sabrosa. No trata de ocultar ni de disim ular sus propias simpatías; en cambio, escribe con calidez de las necesidades cotidianas: Los viejos dichos que se refieren a acontecim ientos tales como nacim ientos, bodas, relaciones sexuales, hijos o m uertes son muy frecuentes. Sobre el sexo: “N adie n o ta si falta u n a porción de u n a to rta que no está e n te ra ” [...]; “N adie m ira la repisa de la chim enea cuando atiza el fuego”. Así y todo, advierte: “C ada clase tiene sus propias form as de crueldad y sordidez; las de la clase trab ajad o ra son a veces de u n a vulgaridad
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tan d eg radante com o innecesaria”. La ten dencia a tom ar el sexo com o algo “n a tu ra l” es algo que H oggart tem e que p u eda convertirse en u n objeto q u e se v ende envuelto “en envases atractivos” a la ju v e n tu d de la clase trabajad o ra e n busca de u n a liberación exenta del contrapeso de la responsabilidad. U na de las secciones más adm iradas del libro es aquella en la que el au to r im ita la je rg a de los títulos y los diálogos provocativos de la ficción pasatista estadounidense de baja calidad, que se le o currió cu an d o en la edito rial C hatto le co m entaron que, para el abogado, “el libro e ra el más peligroso, e n térm inos jurídicos, que h u b iera leído ja m á s”. Las frases inventadas parecen tan reales que es difícil distinguirlas de los títulos verdaderos: “El asesino usaba nylon”, “A las m ujeres n o les gustan las cadenas” o “Taxi de la m u erte para u n a chica” se e n c u e n tra n en tre la lista de títulos desopilantes inventados p o r H oggart. (El últim o, “Death Cab for Cutie” en el original, es tam bién el no m b re de u n a b a n d a de rock esta d o u n id en se). El au to r reconoce que la m ayoría d e los m uchachos van detrás del sexo, p ero advierte que sería sim plificar dem asiado las cosas p ro p o n e r que la lectura de esa clase de literatu ra que com bina el sexo y el crim en estim ula la violencia en tre los jóvenes; el p u n to principal es que esa caracterización bidim ensional de personajes degradados sugiere “una desesperada h u id a etern a de la p e rso n a lid a d ”. Los dichos y frases que a H oggart le resultan familiares m e recuerdan los que yo m ism a oía en las afueras de B irm ingham , cincuenta años después de que él fuera niño: “No te olvidas la cabeza porque la tienes pegada” se le decía a u n chico al que le costaba concentrarse; “D ar vueltas al m onte W rekin”, en referencia a un viaje largo o a tratar de conseguir u n a paleta de cordero lo suficientem ente grande para que alcance para todos en la com ida del dom ingo; “C haucito”, p o r “H asta luego”. No sé si un chico de Birm ingham hoy en día sabe qué es o d ónde está el W rekin. En la actualidad es com ún n o tar que las vocales largas y las oclusivas glotales del sudeste de In g laterra se h a n filtrado en el habla de los jóvenes de todo el país; m enos com ún es observar que lo que se dice ha perdido su sentido local, porq u e, com o dice H oggart, el cambio es lento, y nuestro ser consciente n o va a la mism a velocidad que el inconsciente. Así, u n o se descubre p ro n u n cian d o ciertas consonantes como los londinenses o usando el “com o” típico de los californianos sin darse cuenta. T anto hoy com o en la época de H oggart, el vocabulario es u n indica d o r claro de la clase a la que p ertenece el hablante, incluso más, quizá, que el acento. Q uienes no h an tenido la o p o rtunidad de ap ren d er u n
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vocabulario am plio y diverso ya no usan los aforismos de sus abuelos, sino u n a jerg a televisiva que tom an de telenovelas, letras de canciones y frases huecas que leen en las tapas de las revistas. U no es un “tesoro” para otra persona; alguien abandona a su pareja y le dice que “no hay otra persona” y que “necesita su espacio”. Las palabras se tom an del estante como un producto barato en u na tienda. A un así, la lengua inglesa con tinúa siendo elástica y plástica, de m odo que refleja las distintas circuns tancias y absorbe las contribuciones de quienes tienen algo que aportar. U no puede ap ren d er más sobre las posibilidades del lenguaje de una conversación en tre u n grupo de jóvenes en un autobús en Londres que escuchando Radio 4 u n a sem ana entera. U na de las secciones destacadas del libro es la descripción del estilo “m ontaña rusa” de los cantantes de m ediados de siglo que actuaban en los clubes frecuentados p o r los hom bres de la clase trabajadora. H oggart disfruta tratando de im itar la form a en que esos intérpretes estiraban las vocales para expresar “la necesidad de destacar cada m ilím etro de senti m iento 'd en tro del ritm o ”: T ú eres para nliií la ú nica m ujeeer ninguna otraaa com parte mis sueñooos [pausa, con trinos que toca el pianista antes de hacer un reco rrido com pleto p o r el teclado] Algunos d ira a á n ... Los cantantes de los clubes no h an desaparecido del todo, pero su su pervivencia en los térm inos en que los describe H oggart depende de la supervivencia de los locales, que, com o los pubs de barrio, están desapa reciendo a u n a velocidad similar a la de la contracción de la industria británica. (Las bebidas alcohólicas nu n ca h an estado tan baratas en los superm ercados ni las heladeras domésticas han sido tan grandes.) Esto no quiere decir que el deseo de los cantantes de m anifestar sentim ientos en el plano rítm ico no haya en contrado otro canal expresivo. En las fies tas familiares y los karaokes, que se celebran en salones y en las salas del prim er piso de los pubs más grandes, suele hab er alguna hered era de los cantantes de los antiguos clubes. Se trata de u n a m ujer joven o de m e diana edad, con u n p einado y u n m aquillaje inm aculados, que con una m ano sostiene el m icrófono como si fuese u na taza de porcelana y con la otra acom paña las octavas com o si quisiera sacarle sonido al aire. Ha aprendido esos m ovim ientos -a sí com o el estilo melismático con el que
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prolonga las vocales a lo largo de u n a sucesión de n o ta s- de cantantes melódicas norteam ericanas com o M ariah Carey, W hitney H ouston o Céline Dion. La popu larid ad de sus épicas canciones de am ores perdidos, rotos y recuperados se refleja en los program as televisivos de búsqueda de talentos com o The X Factor, cuyos participantes se enfrentan sem ana a sem ana a u n ju ra d o que le p o n e n o ta a la supuesta originalidad en la form a de in te rp re ta r los temas. H oggart invertiría gran parte de su tiem po en hablar públicam ente del papel de los m edios en el contexto de la “cultura de masas”. En el año 2002 escribió u n ensayo -c o n esa m ezcla de hostilidad y elegancia en el razonam iento que lo caracteriza- en el que expresa su enfado ante el nom bram iento del nuevo d irector de la BBC, Gavyn Davies, quien ha bía declarado que la program ación no bajaría el nivel ni se tendrían en cuenta nociones com o las de “alta” y “baja” cultura en la producción de contenidos. La BBC acababa de lanzar dos canales digitales, uno de los cuales (BBC Four) pasaba docum entales serios y program as sobre arte que anterio rm en te cubría BBC Two, m ientras que el otro (BBC T hree), dirigido a u n público joven, p o n ía al aire program as de periodism o de in vestigación social y comedias burdas. “Caviar para los esnobs y basura para las masas”, dice H oggart, y añade: “La calidad es o debería ser indivisible, y el mismo criterio tendría que aplicarse a todos los program as, fueran estos ‘serios’ o ‘pasatistas’”. Ese es, en esencia, el mensaje de Hoggart, y lo que motiva su enfado. En el libro A Class Act, publicado unos años antes, en 1997, Andrew Adonis y Stephen Pollard dedicaron u n capítulo al papel de la BBC en la co n tin u id ad de las “variedades de distinción social”, y yo creo que esas distinciones se h an vuelto más pronunciadas en la últim a década. En la misma línea de los escritos de H oggart, Adonis y Pollard afirman: “A hora la BBC ya n o levanta la voz: su m isión es darle al público lo que quiere p ara participar de la com petencia com ercial y pro teg er la base de su financiam iento: el im puesto que pagan los propietarios de televisores”. Pocos de los que m iran, p o r ejem plo, u n docum ental sobre persecucio nes policiales o u n a de las populares y trem endam ente insulsas com e dias que BBC O ne p o n e al aire e n horario central estarían dispuestos a celebrar el resultado de esa m isión. BBC Four acapara lo m ejor de los contenidos de la corporación, au n q u e a veces perm ite que BBC Two retransm ita después algunos de sus program as; miles, y no millones, de personas los ven p o r prim era vez, y aún m enos televidentes se sienten con d erech o a ver u n canal tan “fin o ”.
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No todos son, o quieren ser, finos. En el centro de La cultura obrera en la sociedad de masas se encuentra la voluntad de hacer hincapié e n que no to das las personas de la clase trabajadora se suben a u n a escalera para trepar al piso siguiente; para H oggart, lo más probable es que tem an caer al piso inferior. La seguridad que proporciona u n sueldo, aportado p o r el jefe de familia, da cobijo a toda una familia bajo su ala protectora. U n am a de casa a la que le sobra u n chelín p o r sem ana siente que está “bastante conten ta” con sus obligaciones y sus circunstancias, y tam bién con el m undo en general. Del mismo modo, el tiem po ahorrado p o r no tener que justificar cada penique ni trabajar horas de más perm ite hacer planes, p ero no para com prar u n a casa, como se les aconseja hoy a las “familias trabajadoras” que no se han subido al “tren de la casa pro p ia”, sino quizá para costear los estudios secundarios de al m enos uno de los hijos, o para que el “más inteligente” siga estudiando después de los 16 años. En la actualidad se prom ueve que los hijos de las familias con mayores ingresos dentro de la clase trabajadora vayan a la “facu”, aunque la onda expansiva de la educa ción superior tiende principalm ente a absorber a los jóvenes de clase me dia que en el pasado habrían em pezado a trabajar en la em presa del padre o como em pleados administrativos en alguna oficina a los 16 o 18 años. El increm ento en el ingreso a la universidad - a cualquier universidad, aun que más probablem ente a u n instituto terciario local que adquirió estatus universitario no hace m ucho tiem p o - de chicos de 18 años de los sectores más pobres de la sociedad es de alrededor de 1 % p o r año. ¿Quiénes in tegran hoy en día la clase trabajadora? E ntre los profesionales en relación de depen d en cia se h a puesto de m oda decir que el térm ino abarca a “todo el que trabaja para ganarse el sustento”, pero el concepto es erróneo. Las opciones y las o p ortunidades -y, con ellas, la salud y la longevidad- todavía au m entan de m an era exponencial con el estatus so cial, motivo p o r el cual la sociedad británica continúa respondiendo a la división en tre “nosotros” y “ellos”. Lo que “ellos” tienen a su disposición, y que a los dem ás se les niega, es u n a sensación de p e rten e cer al ám bito de lo nacional y lo público y, al m ism o tiem po, a lo dom éstico y lo local, de ten e r u n a voz que será escuchada, de ser capaces de dar explicaciones a alguien que les daría vuelta la cara si n o se explicaran correctam ente. Son “ellos”, los cultos, los que se asignan sus propias prerrogativas, quie nes ejercen el derecho a crear y transm itir esa voz “sin clase” que para H oggart era tan afectada. P rueba de su autoridad es que no tenga que definir su estatus: se sabe que ha luchado y que, en com paración, ya no tiene que preocuparse p o r d ó n d e está parado.
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U n a oración, dicha casi al pasar, llama la atención del lector actual. “El vandalism o y el desorden público, p o r cuya causa los policías em pezaron a patru llar en pareja e n m uchos barrios de distintas ciudades, práctica m e n te han desaparecido”, escribía H oggart en 1957. En la actualidad, u n v iernes o un sábado a la noche los policías n o recorren de a dos el centro de la s ciudades sino que van de a m uchos, en un vehículo escoltado por una am bulancia para ate n d e r a los heridos en peleas de borrachos, m ien tras grupos de “pastores callejeros” se acercan a los que no reaccionan de ta n to que h an tom ado y les p reguntan si beben porque están felices o p o rq u e son desgraciados. Agobiados p o r las presiones para las cuales una educación deficiente no los ha preparado, m uchos hom bres britá nicos y -ah o ra que tienen la libertad económ ica y social para h a ce rlo tam bién m ujeres reaccionan liberándose de su yugo de m anera violenta. Sale n dispuestos a “d o p arse”, “qu ed ar dados vuelta”, “ponerse d u ro s”, a lleg ar a situaciones de peligro debido a las drogas o al cruce con otros com o ellos. U n sábado a la noche en las calles de cualquier ciudad, la;' g en te no se divierte; está tan decidida a salir a rom per todo que, si un m arciano viniera a observarnos, pensaría que estamos en guerra. Q u e d a la sospecha, expresada hoy con la misma vehem encia que em p le a b a H oggart hace décadas, de que la cultura de masas, producida p o r un p eq u eñ o grupo de personas y consum ida p o r m uchos, acaba con la diversidad. El capitalism o se ha apropiado de la idea de “diversidad” y se la devuelve a los individuos que viven y rep resentan la cultura en lugar de construiría com o u n a especie de bolsa de caram elos variados. La “diver sid ad ” se ofrece com o u n com ponente estilístico y no com o el verdadero indicador de “la vida p le n a ”. Sin em bargo, tal com o asegura el novelista y biógrafo D. J. Taylor, “aún es posible vivir u na parte sustancial de la vida más allá del ám bito idiotizante de la cultura de masas, u n a cultura cuyo principal m érito, p o d ría decirse, es que nos roba el sentido d e quiénes som os”. En su libro, H oggart se p ro p o n e decirle al lector que lo rico está d e n tro y no fu era de uno. Personas con gran p o d er de persuasión se pro p o n en borrar lo que sabem os de nosotros para p o d er o b ten er beneficios de lo que aún no hem os explorado. No los dejem os hacer eso. Disfrute mos de las cosas más valiosas, si es que podem os llegar a ellas atravesando la m area de latas de an an á de 2 peniques, pero no nos olvidemos de nuestra capacidad de p ro d u cir nuestra p ro p ia riqueza. H oggart pro m u e ve la confianza en u n o mism o no tanto en el plano económ ico com o en el cultural y observa que no hay m ucha ganancia neta cuando la llegada de nuevos bienes culturales anula los antiguos.
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Cuando revela ese concepto es com o si dijera: “Alguna vez hablamos el mismo idiom a y ahora no es así, lo que implica que en cierta form a ya no podrem os com partir nuestras ideas”. La p érd id a reverbera a lo largo de la página. El siente que p ertenece p o r com pleto a ese m undo, que form a parte de la gente cuya cultura está estudiando, y considera sus características con la em patia de alguien que la conoce desde dentro. Pero hay algo que lo hace quedarse, no sin cierta angustia, suspendido en los m árgenes y escribir sobre sus experiencias cuando pocos -sean de dentro o de fu e ra - sienten la necesidad de hacerlo. La movilidad social que H oggart vivió desde den tro le enseña cóm o escribir acerca de jóve nes universitarios que provienen de la clase trabajadora, para quienes “la prueba de su verdadera educación está en la capacidad que tengan, a los 25 años, de sonreírle con franqueza a su padre, de respetar a su herm ana m enor en su frivolidad y a su h erm ano no tan brillante”. En parte, esto se debe a que el b u e n m anejo del lenguaje, producto de la curiosidad y la educación, parece desterrar el sentim entalism o de la experiencia. Aquel que haga bailar el lenguaje a su ritm o en lugar de ten e r que bailar, o saltar, al ritm o im puesto p o r el lenguaje, va cam ino a la libertad. Ya no está a m erced de los acontecim ientos p orque, si no es capaz de d eterm in ar su curso, al m enos p o d rá controlar las consecuen cias. No sólo.se en fren ta a “ellos” sino que adem ás tiene al “nosotros”, a su p ro p ia gente, que lo m antiene a raya. No es que la presión del “nosotros” lo inmovilice, sino que le indica cóm o adaptarse al entorno. Si el individuo que se siente diferente apren d e a in co rporar las dos m i tades de su experiencia en u n todo integrado, no necesitará parecerse al resto. Para las personas de la clase trabajadora, buscar la com odidad -re sp e c to de la fam ilia, la com ida, el barrio o la re c re ac ió n - es u n a m an era de disfrutar de ciertos aspectos de u n a vida injustam ente difícil. Para la clase m edia, la com odidad es u n a form a de in co rp o rar m ejoras a un nido que ya es confortable y seguro. D ecir que alguien tiene u n a “vida acom o d ad a” q uiere d ecir que vive sin preocupaciones inm ediatas, lejos de las garras de los prestam istas. N u n ca decim os que los pobres llevan u na “vida desaco m o d ad a”, p o rq u e sabem os que ser p obre es p o r n a tu raleza incóm odo. Pero las com odidades externas tienen un lím ite. En u n m o m en to dado, las personas curiosas dejan de encontrarlas cóm o das, y entonces buscan otras form as de lograr la paz interior. C uando H oggart describe la casa típica de u n a familia de clase trabajadora, con su revoltijo y su enérgica actividad, d o n d e parece im posible crear el
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espacio tran q u ilo y o rd e n a d o que u n chico que h a obtenido u n a beca necesita p a ra estudiar, re c u e rd a su infancia, llena de pérdidas y presio nes, y tam bién proyecta u n fu tu ro en el q ue la televisión se convierte en el in terlo cu to r del hogar. Sólo el conocim iento de u n o m ismo otorga la capacidad de resistirse a la oferta de las personas que p re te n d e n saber qué es lo m ejor para uno. La transform ación, la fortaleza, el diálogo: esas son las cosas que nos perm iten m a n te n e r n uestra posición, participar en igualdad de condi ciones con los otros y fo ijar nuestra pro p ia vida en circunstancias que no hem os elegido. Si no nos conocem os a nosotros mismos, dice H oggart, algunos van a in te n ta r que seamos com o a ellos les conviene. Sobre todo, H oggart espera que suija u n a verdadera dem ocracia, en la cual los indivi duos p u ed an reaccionar librem ente ante lo que viven y lo que ven, y sean capaces de particip ar en u n debate p erm an en te que nos incluya a todos, no sólo a los que tien en más oportunidades de usar el m icrófono de los medios masivos de com unicación. A unque este es un libro que se ocupa de los aspectos colectivos de u n grupo económ ico y social definido en térm inos am plios, la clase trabajadora del norte de Inglaterra, su espí ritu prese m i y prom ueve la posibilidad de expresión individual. En este sentido, La cultura obrera en la sociedad de masas es un llam ado a las armas típicam ente inglés, tan vigente hoy como lo h a sido siempre.
A Mary, con amor
Agradecimientos
Q uisiera expresar m i h o n d a gratitud a los amigos y colegas que m e han ofrecido su valiosa y desinteresada ayuda du ran te el proceso de escritura de este ensayo. De más está decir que los errores que pudiera co n te n e r el libro son responsabilidad exclusivamente mía: A. Atkinson, H. L. Beales, A. Briggs, J. M. Cam eron, D. G. Charlton, J. F. C. Harrison, F. D. Klingender, G. E. T. Mayfield, R. Nettel, S. G. Raybould, R. Shaw, A. Shonfield, E. J. Tinsley, mi herm ano Tom y mi esposa. Asimismo, p o r su enorm e ayuda, me siento en deuda con mis asistentes E. Claytón, M. Downs, J. Graves, F. Nicholson, V. W aterhouse, J. W oodhead y N. Young. E ntre las varías bibliotecas d o n d e he consultado m aterial, quiero m en cionar e n especial a la Biblioteca Pública de Hull, cuyo personal siem pre m e ha dem ostrado su excelente disposición. Agradezco tam bién a todos los autores y editores cuyas obras he cita do. Las fuentes figuran en las notas y en la bibliografía. Si he om itido alguna, pido disculpas a las personas afectadas; con gusto m e ocuparé de salvar el erro r en futuras ediciones.
Prefacio
Este libro aborda el tem a de los cambios en la cultura de la cla se trabajadora durante los últimos treinta o cuarenta años, en particular los cambios alentados p o r las publicaciones de masas. Pienso que los re sultados habrían sido similares si hubiese analizado otras formas de en tretenim iento, en especial el cine y la radio comercial, para ilustrar mis conceptos. Me inclino a creer que m uchas veces los libros sobre cultura popular pierden p arte de su fuerza porq u e no dejan bien en claro a qué se refie ren con “la g en te”, o no relacionan adecuadam ente los aspectos p u n tu a les analizados con la vida de “la g e n te ” e n general ni con sus actitudes frente al entreten im ien to que se les ofrece. P o r esa razón, he tratado de describir el en to rn o y, siem pre q ue m e fue posible, de prop o rcio n ar las relaciones y las actitudes características de la clase trabajadora. En la presentación del p an o ram a general, el libro está basado p rin cipalm ente en m i experiencia personal y, p o r lo tanto, no p reten d e ser un estudio sociológico de carácter científico. G eneralizar a partir de la experiencia entraña ciertos riesgos; p o r ello he incluido, d onde lo con sideré necesario (en especial en las notas), algunos conceptos aportados po r sociólogos que m atizaran o d ieran sustento teórico a mis puntos de vista. T am bién he incluido unos pocos ejem plos en los que otros autores con u n a experiencia similar a la m ía tien en opiniones diferentes sobre los mismos fenóm enos. En las páginas siguientes se observan dos tipos de escritura: u n a com o la que acabo de describir y u n análisis literario específico de las publica ciones populares. A prim era vista, puecle p arecer extraño que las dos for mas convivan en u n mismo texto, y el cam bio de enfoque en la segunda m itad es, p o r cierto, abrupto, p ero espero que los lectores encu en tren , al igual que yo, que cada u n a de las partes echa luz sobre la otra. Al escribir este ensayo, he pensado que mi público estaría constitui do p o r “personas com unes”, “lectores inteligentes no especializados” de cualquier clase social. Con esto no quiero decir que haya tratado de
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adoptar ningún tono de voz en particular o que haya evitado los térm i nos técnicos y sólo haya m encionado las alusiones más obvias. Por el contrario, m e propuse escribir con la m ayor claridad posible según mis conocim ientos del tema, y usé térm inos técnicos y alusiones todas las veces que consideré que eran pertin en tes y enriquecedores. El “lector inteligente no especializado” es u n a figura elusiva, y la popularización, u n proceso peligroso; pero me parece que quienes sentimos que escribir para esa clase de público es una necesidad im periosa debem os seguir tra tando de llegar a él. O curre que u n o de los rasgos más notables y om ino sos ele la situación cultural actual es la división entre el lenguaje técnico de los especialistas y el nivel extrao rd in ariam ente bajo de los órganos de com unicación de masas. R. I-I.
Universidad de Hull, 1952-1956
Nota del autor sobre el texto
O R ALID AD*
El problem a que tuve que resolver fue cóm o acercarm e al so nido del habla de la clase trabajadora u rb a n a sin confundir al lector ni crear u n aire de extrañeza. La transcripción fonética habría tenido la prim era de las desventajas señaladas, y copiar el dialecto, la segunda. Por ello, he recurrido a formas ortográficas que se aproxim an a los sonidos y deberían ser captadas de inm ediato. Así, you aparece como y, aunque probablem ente u n a transcripción más próxim a al sonido debería h aber sido ye o yü. H e usado yer cuando la palabra siguiente comienza con vo cal. U na vez más, en el habla de la clase trabajadora, / se pronuncia ce, como el sonido inicial de apple. Ah tiene la desventaja de que recuerda la form a de h ablar del sur de los Estados U nidos, pero es u na form a m enos confusa que cey más adecuada que I. H e elim inado casi todas las instancias de h, y algunos lectores dirán que no todos los integi'antes de la clase trabajadora no la pronuncian. No obstante, casi todos la om iten, p o r lo que es más adecuado quitarla que incluirla. Aquí, al igual que con you y I, he sido deliberadam ente inconstante y a veces utilicé las formas norm ales.
DATOS SOBRE LECTORES
Salvo que indique lo contrario, todos los datos sobre lectores, tanto en el texto com o en las notas, están tom ados de las tablas publicadas en el Hulton Reculership Swvey. El Hulton Readership Suwey (HRS) hace u n a división socioeconóm ica en cinco grupos. Los com piladores (1955) tienen especial cuidado en
* Si bien las aclaraciones del autor en este apartado se refieren a la lengua inglesa, aportan inform ación sustancial sobre los problem as de transcripción de la oralidad que se planteó y los criterios que definió para resolverlos. [N. de E.]
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señalar que “la división es más social que económ ica. Sin em bargo, como hay cierta correlación en tre la clase social y el nivel de ingresos, decidi mos p ro p o rcio n ar los siguientes datos generales de los rangos de ingre sos típicos de u n je fe de familia de cada clase”. Los grupos son: A. Ricos: 4% de los entrevistados (probablem ente más de 1300 libras anuales). B. Clase m edia: 8 % de los entrevistados (probablem ente entre 800 y 1300 libras anuales). C. Clase m edia baja: 17% de los entrevistados (probablem ente en tre 450 y 800 libras anuales). D. Clase trabajadora: 64% de los entrevistados (probablem ente en tre 250 y 450 libras a n u a le s).. E. Pobres: 7% de los entrevistados (probablem ente m enos de 250 libras anuales). La división p ro p o rcio n a sólo u na idea m uy general de los tipos de lec tores que constituyen el objeto de estudio del presente ensayo, en par ticular los grupos D y E, que abarcan a la clase trabajadora y a m uchos m iem bros de la clase m ed ia baja, según los térm inos que he em pleado. Sin em bargo, sólo he recurrido a estadísticas com o evidencia secundaria de apoyo, p o r lo que esos datos tien en cierto valor. La distinción e n tre circulación (ventas reales) y lectores (cantidad real estim ada de personas que leen las publicaciones) debería quedar clara en el texto. Algunos expertos consideran que 3,5 personas leen cada n ú m ero vendido de u n a publicación, y otros creen que el núm ero se acerca más a 2,5. Las cifras proporcionadas en el H R S son una estim ación de la cantidad real de lectores mayores de 16 años; la población calculada para ese grupo es de 37 m illones.
ESTU DIO DE DERBY
He usado esta denom inación, tanto en el texto com o en las notas, para referirm e a The Communication of Ideas, ele C auter y Downham. En el Estudio de Derby la población se com pone de: • Clase alta: 3% • Clase m edia: 25% • Clase trabajadora: 72%
Los hom bres de esta era de realism o crítico, llevados p o r la estupidez de masas y la tiranía de masas, han alzado su voz contra el ho m b re com ún hasta el p u n to de p e rd e r el contacto directo con él. [...] Y quizás -e s extraño que sea yo q u ien deb a hacer esta observación- no han dejado u n a huella más p ro fu n d a e n su pueblo p o rq u e no lo h a n querido lo suficiente. L U D W IG LEW ISO H N
Y una advertencia contra la visión rom ántica: La sangre que corre p o r mis venas es sangre de cam pesino, y nadie p u ed e sorp ren d erm e con las virtudes del cam pesinado. ANTÓN CHÉJO V
PARTE I
Un orden “más antiguo”
i . ¿Quiénes integran “la clase trabajadora”?
CUESTIONES DE ENFOQUE
Suele decirse que en la actualidad en Inglaterra no hay clase trabajadora, que hubo u n a “revolución sin derram am iento de sangre” que h a reducido tanto las diferencias sociales que la mayor parte de no sotros vive en u n a m eseta casi plana: la m eseta de las clases m edia y m edia bíya. En mi opinión, esa afirm ación es verdadera, dentro de ciertos con textos, y no quiero subestim ar el alcance ni el valor de los m uchos cam bios sociales que h an ocurrido recientem ente. Para reconsiderar cómo afectan esos cambios a la clase trabajadora en particular, es preciso volver a leer algún estudio social o unas pocas novelas de principios de siglo. Es probable que nos so rp ren d a cuánto h a progresado la clase trabajadora, cuánto más p o d e r y cuántos bienes h a adquirido, y especialm ente has ta qué p u n to h a dejado de sentirse p arte de “las capas inferiores” que tienen otras clases p o r encim a de la suya, superiores, según se en tiende h ab itualm ente este térm ino. Algo de esto sigue vigente, pero en m ucho m en o r grado. A pesar de los cambios, las actitudes se m odifican más lentam ente de lo que advertimos, tal com o m e p ro pongo dem ostrar en la p rim era p arte de este ensayo. Las actitudes cam bian poco a poco, pero evidentem ente hay u n a gran cantidad de fuerzas com plejas que generan cambios. La segunda m itad del libro trata de los m odos e n que se está o p erando u na transform ación hacia u n a sociedad “sin clases” desde el p u nto de vista cultural. Será necesario definir más específicam ente a qué m e refiero con “la cla se trabajadora”, pero las dificultades que im plica definir este térm ino son menos problem áticas que las que surgen de evitar el rom anticism o que tienta a quienes abordan el tem a de “los obreros” o de “la gente com ún”. Esas tendencias rom ánticas m erecen ser tratadas en prim er lugar, pues aum entan el riesgo de exagerar las admirables cualidades de la cultura anterior de la clase trabajadora y su actual decadencia. Los dos tipos de
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exageraciones tienden a reforzarse m utuam ente, y así el contraste parece mayor. Podemos d u d ar de la calidad de vida de la clase trabajadora actual, y en especial de la velocidad con la que parece deteriorarse. Pero algunas de las tentaciones que la hacen más vulnerable prosperaron sólo porque sus miembros lograron apelar a actitudes establecidas que no eran del todo encomiables; y a pesar de que los males contem poráneos que llaman especialmente la atención de un observador externo no pueden soslayar se, sus consecuencias no son siem pre tan significativas como podría suge rir un diagnóstico realizado desde afuera, aunque más no sea porque la clase trabajadora aún conserva p a rte de las antiguas resistencias internas. Sin duda, esas exageraciones suelen nutrirse de u na gran adm iración p o r el potencial de la clase trabajadora y la pena que inspira su situación. Relacionada con este aspecto está la esperanza excesiva de los intelectua les de clase m edia con u na gran conciencia social. Algunos de ellos han visto d urante m ucho tiem po en cada obrero a una especie de Félix H olt o Jude el Oscuro. Quizá esto se deba a que la mayoría de los obreros que h an conocido perten ecen a u n grupo autoconform ado poco frecuente, o bien, en determ inadas situaciones, se trata de hom bres y m ujeres jóve nes en cursos universitarios de verano, individuos excepcionales a los que las circunstancias de su nacim iento despojaron de la herencia intelectual que m erecen y q ue han hecho grandes esfuerzos para ganársela. Son ex cepcionales en el sentido de que su naturaleza no es la típica de los inte grantes de la clase trabajadora; su m era presencia en cursos de verano, en reuniones de sociedades eruditas y ciclos de conferencias se debe a que se apartan del en to rn o en el que se m ueven, sin una gran tensión aparente, la mayoría de sus pares. Serían excepcionales en cualquier clase social. No revelan tanto características de su clase com o de sí mismos. De la p en a - “Q ué bien estarían si. . al elogio - “Qué buenos que son p o rq u e ...”- , hay todo u n abanico de m itos bucólicos y actitudes apro batorias al estilo de la C om adre de Bath. La clase trabajadora goza, bá sicam ente, de muy bu en a salud -se g ú n la visión bucólica-, m ejor que la salud de las otras clases; está en bru to , sin pulir, pero es u n diam ante al fin; es dura, pero vale su peso en oro; no tiene refinam iento ni aspiracio nes intelectuales, p ero sí tiene los pies en la tierra; es capaz de reírse con ganas; es franca y solidaria. La clase trabajadora tiene, asimismo, u n a for m a de h ab lar ingeniosa y m ordaz, p ero jam ás carente de sentido com ún. Las exageraciones varían en intensidad, desde el énfasis m oderado que algunos grandes novelistas p o n e n e n los aspectos pintorescos de la vida de la clase trabajadora hasta las trilladas fantasías de algunos escritores populares contem poráneos. ¿Cuántos de los grandes escritores ingleses
¿QUIÉNES INTEGRAN “ LA CLASE TRABAJADORA” ? 4 3
no han exagerado, al m enos u n a pizca, en la descripción de aspectos picarescos de la vida de la clase trabajadora? George Eliot lo hace, por más brillantes que sean sus observaciones acerca de los trabajadores, y el sesgo es aún más evidente en Hardy. Entre los escritores de nuestro tiem po, en el que tanto ab u n d a la m anipulación consciente, hay novelis tas populares q ue halagan con condescendencia a los hom bres de a pie, con sus gorras planas y sus vocales laxas, sus desabridas esposas con sus um brales impecables. B uen tópico, y divertido, además. Hasta un autor tan austero y en apariencia poco rom ántico com o George Orwell n'unca perdió la costum bre de observar a la clase trabajadora a través del velo de los espectáculos de variedades eduardianos. Este tipo de actitudes abun da en el estilo cam pechano de los colum nistas del diario del domingo, los periodistas que siem pre citan con adm iración el últim o com entario agudo de “A lf’, un conocido suyo del bar. En mi opinión, es necesario rechazar estos enfoques con m ucha vehem encia, porque hay algo de ver dad en lo que expresan y es u n a pena que esa verdad se exagere como nota de color. A veces es conveniente tom ar con cautela las interpretaciones de los historiadores del movim iento obrero. El tem a es fascinante y emotivo; hay m ucho m aterial valioso sobre las aspiraciones sociales y políticas de la clase trabajadora. No obstante, no es extraño que se lleve al lector a creer que las historias p erten ecen a la clase trabajadora cuando en realidad son principalm ente historias de las actividades -y de sus útiles consecuencias para casi todos los m iem bros de la clase- de u n a minoría. Probablem ente los autores no p reten d an más que eso, y los objetivos son im portantes en sí mismos. Pero a veces, cuando leo esos libros, tengo la im presión de que sus autores sobrevaloran el lugar de la actividad política en la vida de los trabajadores y que no siem pre tienen u na idea adecuada de las bases de esa vida. La perspectiva de un historiador m arxista de clase m edia reproduce con frecuencia algo de cada u n o de los errores m encionados. El autor se com padece del trabajador traicionado y desvalorizado, cuyas fallas consi dera q ue son la consecuencia del sistema agobiante que lo dom ina. Ad m ira los resabios del noble salvaje y siente nostalgia po r aquellos tipos de arte “m ejores que todos los dem ás”, las artesanías rurales o el arte urbano v erdaderam ente popular, y expresa u n a atracción particular p o r los re tazos de esas form as artísticas que piensa que detecta en el presente. Se com padece y adm ira “el costado Ju d e el O scuro” de los trabajadores. Pol lo general, hay u n a mezcla de com pasión y condescendencia más allá de toda apariencia de realidad.
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Es en algunas novelas, después de todo, donde se aprecia una idea de la calidad de vida de la clase trabajadora -H ijosy amantes, de D. H. Lawrence, entre ellas- más acabada que en ciertas obras de ficción de mayor p o p u laridad o más conscientem ente proletarias. A su m anera, lo mismo logran algunos de los estudios sociológicos sobre la vida de los trabajadores que se han escrito en los últimos veinte años. Esos libros producen la mis ma im presión com pleja y claustrofóbica que la vida de los trabajadores puede dejar en u n observador que quiere conocerla en sus aspectos más concretos. Me refiero a la im presión de estar inm erso en u n bosque inter m inable con sus más m ínim os detalles, distinto y similar a la, vez; u n a gran masa de rostros, hábitos y actos sin dem asiada im portancia aparente. La im presión es correcta y errada al mismo tiem po, pues señala la expansiva, m ultitudinaria e infinitam ente detallada naturaleza de la vida de la clase trabajadora y el sentido - a veces deprim ente p ara alguien que no perte nece a ella- de u n a inm ensa uniform idad, de ser siem pre parte de u n a m ultitud enorm e y bulliciosa, cuyos m iem bros son todos parecidos hasta en los aspectos más im portantes o personales. Pienso que la im presión es errónea si nos lleva a crearnos u n a im agen de la clase trabajadora sólo a partir de los datos estadísticos provistos p o r algunos de esos trabajos so ciológicos, com o la cantidad de personas que hacen tal cosa y las que no hacen tal otra o el porcentaje que dice creer en Dios o piensa que el am or libre “está bien a su m an era”. U n estudio sociológico puede servir o no, pero está claro que tenem os que ver más allá de las costumbres y las afir maciones, y tratar de co m p ren d er qué significan (quizá quieran decir lo contrario de lo que parece) e identificar las distintas presiones emotivas que hay detrás de las frases idiomaticas y los rituales. U n au to r que p erte n e c e a la clase trabajadora ten d rá sus propias ten taciones p ara equivocarse, que serán algo distintas pero no m enos erró neas que las de u n escritor de o tra clase social. Yo soy m iem bro de la clase trabajadora y m e siento cerca y lejos de ella al m ismo tiempo. Dentxo de algunos años, supongo que esta relación dual no m e resultará tan clara, p ero seguram ente afectará lo que diga. Q uizá m e ayude a proporcioñar u n a visión m ás exacta de la vida de la clase trabajadora desde la experiencia personal y a evitar algunos de los riesgos de interpretación errónea que p u ed e te n e r u n a perso n a ajena a mi clase. Pero la p erten e n cia tam bién trae aparejados sus propios peligros. Creo que los cambios que presento en la seg u n d a p arte de este ensayo p o d rían llevar a la clase trabajadora a p erd er, culturalm ente, m ucho de lo que era valioso y a ganar m enos de lo q u e su nueva situación d eb ería h aber perm itido. En la m edida en que p u ed o ser objetivo, eso es lo que pienso. Aun así, duran
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te la escritura tuve que resistirm e constan tem en te a u n a fuerte presión in tern a p ara que lo antiguo se viera m u ch o más adm irable y lo nuevo más condenable que lo que el estudio consciente de la evidencia me perm itía justificar. Es probable que cierta nostalgia estuviera tiñendo de antem ano la evidencia. H ice cuanto p u d e para elim inar el efecto. En las dos partes del libro he descubierto en m í u n a tendencia -p o r que el tem a form a p arte de mis orígenes y de mi vida- a criticar sin argum entos los rasgos que no apruebo en la clase trabajadora. Esa ten dencia se relaciona con la im periosa necesidad de en terrar los propios fantasmas; en el p e o r de los casos, a veces es ten tad o r m enospreciar la clase a la que uno p ertenece p o r la am bigüedad de la postura personal ante ella. Por otro lado, he observado u n a tendencia a sobrevalorar las características que apruebo en la clase trabajadora y, p o r lo tanto, a caer en el sentim entalism o, en u n a visión rom ántica ele mis orígenes, como si inconscientem ente le dijera a m i interlocutor: “¿Lo ve? A pesar de todo, esa infancia es m ejor que la suya”. El auto r debe h acer frente a esos peligros d u ra n te la escritura, m ien tras in ten ta descubrir qué es lo que en realidad tiene para decir. Creo que es muy poco probable que tenga éxito en la em presa. Los lectores, en cambio, están en u n a posición más ventajosa, com o los que escuchan las palabras de Marlow en El corazón de las tinieblas, de Conrad: “P or cier to, aquí ustedes ven más que yo. Me ven a m í”. El lector ve lo que el au to r ha querido decir y tam bién, p o r el tono o el énfasis inconsciente, entre otras cosas, conoce al ho m bre que h a escrito el texto.
UN ESBOZO DE DEFINICION
Cuando tuve que decidir quiénes conform arían “la clase trabajadora” para los fines de este ensayo, mi problem a, según mi percepción, era el siguien te: las publicaciones populares de las cuales recopilé la mayor parte del material no tienen influencia sólo en los grupos de la clase trabajadora que conozco bien; de hecho, com o tienden a ser publicaciones “sin clase”, las afectan a todas. Pero para analizar cómo afectan esas publicaciones las actitudes y para evitar la vaguedad que suele acom pañar a los comentarios sobre “la gente com ún”, era necesario definir un objeto acotado. Así, tomé a un grupo bastante hom ogéneo dentro de la clase trabajadora y traté de evocar la atmósfera o la calidad de sus vidas m ediante la descripción del en
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torno y las actitudes. En este contexto puede apreciarse cómo las ideas m u cho más difundidas de las publicaciones masivas se vinculan con actitudes com únm ente aceptadas, cómo modifican esas actitudes y cómo encuentran resistencia. A m enos que esté equivocado, las actitudes que describo en la prim era parte son com unes a m uchos otros grupos que form an parte de “la gente com ún” y otorgan mayor relevancia al análisis. En particular, muchas de las actitudes que presento como pertenecientes a la “clase traba jad o ra” pueden atribuirse también a lo que suele denominarse “clase media baja”. No sé cóm o puede evitarse este solapamiento, y espero que el lector sienta, como yo, que esto no invalida mis principales argumentos. El contexto y la evidencia respecto de las actitudes se basan en mi ex periencia personal en u n a zona u rb an a del n o rte de Inglaterra, en una infancia transcurrida e n las décadas de 1920 y 1930, y en u n contacto posterior casi continuo, au n q u e diferente. Los m iem bros de la clase trabajadora, com o ya lo he expresado, quizá no se sientan p arte de u n grupo “in ferio r”, com o era el caso una o dos generaciones atrás. No obstante, los grupos que tengo en m ente aún conservan en gran m edida u n a sensación de pertenencia a un grupo propio, sin que esto im plique necesariam ente que se sientan inferiores u orgullosos; p erciben que son “clase trabajadora” por las cosas que admi ran o que rechazan, en térm inos de “p erten en cia”. La distinción no tiene u n alcance am plio, p ero es im portante; quizá p u ed an añadirse otras, sin que ninguna sea definitiva, aunque cada u na de ellas contribuya a que la definición tenga la exactitud necesaria. La “clase trabajadora” descripta en este libro vive en distritos como H unslet (Leeds), Ancoats (M anchester), Brightside y Attercliffe (Sheffield) y cerca de Hessle y H olderness Road (H ull). Mi contacto más fluido se establece con quienes residen en las largas hileras de casas api ñadas y hum eantes de Leeds. T ien en sus zonas reconocibles dentro de la ciudad. E n casi todas las ciudades, los estilos de construcción de sus viviendas son muy característicos: e n algunos lugares los fondos de las casas com parten u n a m edianera; en otros, hay hileras de casas con patios colindantes en el fondo. N orm alm ente las casas son alquiladas. Cada vez hay más personas de clase trabajadora que se m udan a viviendas de cons trucción reciente, pero no m e parece que hasta ahora esto afecte mis principales puntos de vista sobre sus actitudes. La mayoría de los trabajadores que residen en esas zonas son asala riados que cobran p o r sem ana y casi todos tienen u n a única fuente de ingresos. Algunos trabajan p o r su cuenta; p or ejem plo, tienen u na tienda cuyos clientes perten ecen , culturalm ente, a su mismo grupo, o prestan
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u n servicio a la com unidad rem endando zapatos, cortando el pelo, ven diendo productos de alm acén o ropa usada, o arreglando bicicletas. Es difícil distinguir a unos trabajadores de otros p o r la cantidad de dinero que ganan, pues las variaciones son enorm es; por ejem plo, la mayoría de los obreros m etalúrgicos, que son definitivam ente integrantes de la clase trabajadora, ganan más que m uchos docentes, que no lo son. Pero podríam os afirm ar que para la m ayoría de las familias que describo aquí, u n ingreso principal de 9 o 10 libras semanales, tom ando como base el valor de la m o neda en 1954, sería lo norm al. La mayoría fue educada en lo que hoy se denom ina “escuela secun daria m o derna”, pero que todavía se conoce como escuela “elem ental”. En cuanto a su ocupación, norm alm ente son obreros, calificados o no, o artesanos, y quizá se han form ado como aprendices. En este colectivo de límites amplios se incluyen peones yjornaleros, trabajadores de transpor te público o privado, hom bres y mujeres jóvenes con trabajos rutinarios en fábricas, y trabajadores calificados, desde plom eros hasta obreros que realizan tareas complejas en el ám bito de la industria pesada. Los capata ces tam bién form an parte del grupo, pero los em pleados de oficina y de grandes tiendas, aunque pu ed en vivir en los mismos barrios que los an teriores, suelen ser considerados com o m iem bros de la clase m edia baja. Como este es u n ensayo sobre cam bio cultural, mi criterio principal de definición serán aquellos rasgos m enos tangibles de la vida de la clase trabajadora. El habla es u n elem ento muy revelador, en particular las fra ses de uso corriente. Las m aneras de hablar, el uso de dialectos, acentos y entonaciones urbanos revelan más aún. Está la voz cascada pero cálida em itida a través de dientes postizos de tam año muy parejo de algunas mujeres de más de 40 años. Los com ediantes im itan esa form a de hablar para representar u n alm a que, sin ilusiones ni quejas, está donde debe hallarse. Está tam bién la voz ronca que he oído tantas veces, y sólo en los barrios del tipo de los que he m encionado, en tre las m ujeres más toscas de la clase trabajadora; u n a voz que las clases trabajadoras más “respeta bles” consideran “co m ú n ”. L am entáblem ente, mi conocim iento de las cuestiones lingüísticas no alcanza para realizar u n análisis más profundo de las m aneras de hablar. La producción en masa de ro p a ha reducido las diferencias inmediatas entre clases, pero no tanto com o m uchos creen. U na m ultitud que sale de los cines del centro un sábado a la noche puede p arecer uniform e a prim era vista, p ero bastará la m irada de u n experto -u n a m ujer de clase m edia o u n hom bre que presten atención a la vestim enta- para catalogar sin dificultades a las personas que los rodean.
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Entre los miles de otros elem entos de la vida diaria que, com o veremos más adelante, ayudan a distinguir la vida característica de la clase traba jad o ra, se en cu en tran el hábito de com prar en cuotas o el hecho de que desde siem pre casi todos los trabajadores han solicitado certificados al m édico local para justificar faltas en el trabajo. Definir a la clase trabajadora grosso m odo no significa que haya que olvidar las m últiples diferencias, los tonos sutiles y las distinciones de clase entre sus m iem bros. Los habitantes de u n a zona d eterm inada p er ciben los diversos grados de prestigio de las distintas calles. Y d entro de cada calle hay com plejas diferencias de nivel entre las casas: esta vivienda es m ejor p o rq u e la cocina está separada o al fondo, tiene patio y el alqui ler cuesta 9 peniques más p o r sem ana. Hay diferencias de grado entre los habitantes: a esta familia le va bien p o rq u e el m arido es obrero calificado y en la obra están tom ando gente; la m ujer sabe adm inistrar el dinero y es b u en a am a de casa, m ientras que la de enfrente, en cam bio, es muy pe rezosa; estos h a n vivido en H unslet d u ran te generaciones y perten ecen a la aristocracia del barrio. H asta cierto p u n to , tam bién hay u n a je ra rq u ía de especialización en todos los grupos .1 Se sabe que ese h om bre tiene algo de “académ ico” y en su casa hay tom os de enciclopedias que nos presta cuando necesita mos consultar algo; otro es b u en o escribiendo y suele ayudar a los demás a llenar form ularios; aquel otro es particularm ente “habilidoso”, sabe trabajar la m adera y el m etal, y rep ara cualquier desperfecto; esa m ujer es u n a excelente costurera y la llam an para ocasiones especiales. Se trata de servicios com unitarios antes que servicios profesionales, aunque algu nos de los trabajadores tengan u n em pleo en el que se dedican a la misma tarea d urante el día. Ese tipo de especialización, sin em bargo, parecía estar desapareciendo en los grandes distritos obreros de las ciudades ya
1 El p ro feso r Asa Briggs, q u e conoce de cerca los p eq u eñ o s centros u rb an o s de W est R iding, m e hizo n o ta r ese aspecto. Yo m e inclino a p en sar qu e la vida - ele la clase trab ajad o ra p u ed e te n e r m ás dignidad en esas poblaciones que en las gran d es ciudades. M uchos trabajadores, hom bres y m ujeres, son artesanos calificados d e n tro de u n sector (norm alm en te, d e n tro d e la industria textil). Las colinas ap arecen com o telón de fo n d o de las calles y las casas d e piedra, y los lazos con el pasado ru ral son m ás fuertes. Es m enos p robable, en mi o p in ió n , q u e exista la sensación de q u e form an parte de u n g ran cu erp o de trabajadores de varias industrias pesadas socialm ente diferenciado. El profesor Briggs cree que la clase trabajadora d e esas zonas se m u d a m ás que la de las ciudades. Quizás esto se d eb a a que no ab u n d a la sensación de que finalm ente h an “e n c o n tra d o su lu g ar”, com o o cu rre con las personas de los grandes barrios o b rero s de las ciudades.
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cuando yo era niño. U n amigo que conoce bien los distritos obreros más reducidos de West Riding (Keighley, Bingley y Heckmondwike, p o r ejem plo) piensa que allí todavía se conserva. Así y todo, se pueden hacer generalizaciones acerca de las actitudes sin que esto suponga que absolutam ente todos los integrantes de la clase tra bajadora crean o hagan tal o cual cosa en relación con el trabajo, el casa m iento o la religión. (Quizá deba añadir aquí que m i experiencia proviene de zonas m ayorm ente protestantes.) Con las generalizaciones que apare cen en este libro quiero representar las cosas que los m iem bros de la clase trabajadora suponen que debe creerse o hacerse en relación con ciertos temas. Escribo principalm ente sobre la mayoría que tom a la vida tal como viene; sobre algunos dirigentes sindicales que, cuando se quejan de la falta de interés en su movimiento, se refieren a “la gran masa apática”; sobre lo que los compositores de canciones llaman, a m odo de cum plido, “la gente del pueblo”; sobre lo que la clase trabajadora describe, con más sobriedad, como “el hom bre de la calle”. D entro de esa mayoría existe, p o r supuesto, un amplio abanico de actitudes, pero aun así hay u n núcleo que represen ta a una gran cantidad de personas. Por ese motivo, en este libro dejo de lado a las m inorías d en tro de la clase trabajadora que tienen un interés particular, o un interés en la polí tica o la religión, o que buscan m ejorar su situación. Y no lo hago porque subestime su valor, sino porq u e los publicistas de masas no se dirigen principalm ente a los grupos de personas con esas características. Tam po co me ocupo en especial de las distintas actitudes, p orque mi intención no es realizar u n análisis com pleto de la vida de la clase trabajadora sino hacer hincapié en aquellos elem entos explotados (como suelo decir) p o r los publicistas de masas. Así, determ inados tipos de individuos -los que se respetan a sí mismos, los que in ten tan progresar, entre otros-, si bien tie nen su espacio, no reciben la misma atención que otros, com o los toleran tes o los que insisten en la necesidad de pasarlo bien m ientras se pueda. La división bastante rigurosa que establezco entre actitudes “más anti guas” y “más nuevas” responde a u n a intención de claridad y n o implica u na sucesión cronológica estricta. Evidentem ente, u n elem ento tan sutil como la actitud no puede atribuirse a toda u n a generación o u n a década. Algunos rasgos de las que se denom inan actitudes “más antiguas” han exis tido durante m ucho tiempo; form an parte de la vida de “la gente com ún” de cualquier generación de casi todos los lugares del m undo. Algunos han sobrevivido con pocos cambios tras pasar de la Inglaterra rural a la urbana; otros se h an visto especialmente afectados p o r los embates de la urbaniza
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ción. Así y todo, yo he buscado evidencias de las actitudes antiguas en los recuerdos de mi niñez, transcurrida hace unos veinte años, porque tuve la oportunidad de verlas con mis propios ojos en su máximo esplendor en la generación que era adulta cuando yo era niño. Era una generación que creció en un en to rn o urbano, en m edio de muchas dificultades, pero que no conoció durante su ju v en tu d el ataque de la prensa masiva tal como la conocem os hoy en día, de los m edios inalámbricos y la televisión, y de los ubicuos cines baratos, entre otros. Pero está claro que las actitudes “más antiguas” no existen únicam ente en los adultos y los mayores, sino que tam bién constituyen u n telón de fondo en la vida de la generación más jo ven. El interrogante que planteo a lo largo de este ensayo es cuánto tiem po más continuarán siendo tan rotundas como lo son en la actualidad y cómo se están m odificando. Del mismo m odo, gran p arte de los nuevos atractivos y de las actitudes a las que dan lugar se observaba en esa generación anterior e incluso antes. Por cierto, las tres ideas cuya utilización erró n ea refuerza esos atractivos tienen u n a larga historia en E uropa. Mi idea no es que en Inglaterra u n a generación antes había u na cultura urbana perteneciente “a la gen te” y que hoy sólo existe u na cultura urb an a de masas. En cambio, propongo que los publicistas de masas son más insistentes, más eficaces y que sus canales están más centralizados y son más integrales que antes; que se está creando una cultura de masas; que los resabios de lo que fue al m enos en p arte una cultura urbana “de la g ente” están desapareciendo y que la nueva cultura de masas es, e n m uchos sentidos, m enos saludable que la cultura, a veces más rústica, a la que reem plaza. La distinción entí'e las actitudes “antiguas” y “nuevas”, entonces, si bien no es tajante, parece sólida y, p o r lo tanto, útil. En particular, debe te n e r la suficiente solidez para dejar en claro desde el principio que cuando m e refiero a las actitudes “más antiguas” no invoco con nostalgia u na tradición pastoral para arrem eter contra el presen te .2 Se pu ed e o b te n e r u n trasfondo cronológico más claro si se piensa en la historia de u n a familia, y aq u í la m ía es un b uen ejem plo. P or lo
2 A lgunos autores ofrecen un p a n o ram a de nuestro tiem po m ucho m ás n eg ro de lo que es en realidad, ex ag eran d o los placeres de la vida de los pobres previa a la Revolución Industrial. The English Poor in the Eighleenlh Cenluty, de D orothy M arshall, es bastan te revelado r en este aspecto. Después de estu d ia r los diarios de algunos hab itan tes de las zonas rurales del siglo XVIII, L eo n ard W oolf describe sintéticam ente su vida co tid ian a com o de “trabajo du ro , m ucha tristeza y ruidosa b ru ta lid a d ” (Afler the Deluge, vol. I, p. 152). T am bién tenía características m ás “atractivas”, p o r supuesto.
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general, se piensa que el p atró n principal del futuro desarrollo de la urbanización de Inglaterra; estuvo bien definido desde 1830, aproxim a dam ente.3 Mi familia llegó algo tarde a este proceso. Mi abuela se casó con u n prim o cuya familia en ese tiem po vivía en el cam po, en u na aldea a pocos kilóm etros de Leeds. En la década de 1870, mi abuela y su joven m arido se m u d aro n a la parte sur de la ciudad en expansión para que él trabajara en la acería. Ella se dedicó a cuidar a su familia -tuvo diez hi jos, algunos de los cuales se “p e rd ie ro n ”- en el vasto distrito de ladrillos de H unslet. En todo el no rte y el centro de Inglaterra sucedía algo"simi lar: las aldeas p erd ían a sus habitantes jóvenes y las ciudades teñían el paisaje con viviendas baratas. Los barrios obreros no tenían suficientes instalaciones sanitarias, educativas ni sociales; sus calles, mal,iluminadas y sin los servicios de limpieza adecuados, se llenaban de familias cuya form a de vida conservaba costum bres típicas del campo. Muchos m o rían jóvenes (la placa recordatoria de la epidem ia de cólera aún estaba en los terrenos del ferrocarril p o r los que yo pasaba a diario para ir al colegio); la tuberculosis se llevó a m uchos. Mi abuela fue testigo de todo esto y tam bién vivió la Prim era Guerra M undial y casi alcanzó a vivir la Segunda; aprendió a vivir en la ciudad. Sin em bargo, cada parte de su cuerpo y m uchas de sus actitudes delata ban su origen rural. Su casa, que todavía alquilaba por 9 chelines por sem ana en 1939, nunca fue u n a vivienda ciento p o r ciento urbana. Del techo de la antecocina colgaban atados de hierba puesta a secar, envuel tos en papel de diario; siem pre había a m ano u n pote de grasa de ganso, por si alguien tenía “el pecho tom ado”. E n la vitalidad de su alma, en el vigor de su form a de hablar, en su h u m o r cam pesino, había una fuerza que sus hijos no h ered aro n y p o r la cual a veces sentían u na especie de aprensión sofisticada y urbanizada. Mi abuela tenía un acento que so naba a antiguo, aunque ella no se daba cuenta; usaba cientos de dichos populares; tenía u n m ontón de am uletos y rem edios caseros a los que recurría en casos de em ergencia. A veces, cuando nacía algún hijo extram atrim onial en el barrio, ella recordaba con u n a sonrisa la anécdota de un escándalo en u n distrito obrero (de Sheffielcl, creo recordar, clonde
3 M iddlesbrough es un b uen ejem plo del crecim iento u rb an o en el siglo XIX. En 1821 era u n a aldea de 40 habitantes; hacia 1841 la población ascendía a 5500; en 1861 había crecido hasta los 19 000; en 1881, a 56 000 y en 1901 la població n era de 91 000. La causa de tal crecim iento no fue sim plem ente !a llegada de inm igrantes rurales; la población total crecía rápidam ente. En 1861 era d e 20 m illones, m ás del doble que en 1801.
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vivió d u ran te algunos añ o s), don d e las relaciones sexuales detrás del púlpito de la capilla se h ab ían vuelto costum bre. Sólo había ido, y muy de vez en cuando, a u n a escuela p rim aria de chicas. C uando yo estaba en sexto grado, ella leía m uchos de mis libros, y sin anteojos. R ecuerdo es pecialm ente cóm o reaccionó cuando leyó a D. H. Lawrence, que le gustó m ucho y n o la escandalizó, pero respecto de las escenas sexuales decía: “Mucho albo ro to y p u ro blablá”. Mi abuela p e rten ecía a la p rim era g eneración de la familia que vivía en la ciudad y, p o r lo tanto, era sólo en p arte u n a persona urbana. La segunda generación, la ele sus hijos, creció en u n en to rn o u rbano en la época d e la tercera Ley de Reform a, las distintas leyes de educación, varias leyes de vivienda, de fábricas y de salud pública, la guerra de los Bóers y la P rim era G u erra M undial, en la q ue llegaron a luchar los hijos m enores. Los varones fu ero n a u n a escuela con “in tern ad o ” y posterior m ente a trab ajar a la acería o, los q ue ten ían inclinaciones p o r las tareas administrativas, se em p learo n en puestos más refinados, com o el dé ayu dante en la v erdulería o el de v e n d ed o r de tienda, aunque esta ocupa ción se co nsideraba casi u n paso a u n a clase superior. Las hijas m ujeres fueron absorbidas u n a tras otra p o r la población de modistas, u n grupo siem pre e n expansión debido a su constante recam bio; esas m uchachas fueron y siguen siendo el pilar del p red o m in io de Leeds com o centro productivo en la in d u stria de las p ren d as de confección.' Esa generación - la de mis padres y mis tío s- conservó algunas costum bres rurales, au n q u e con un toque de nostalgia, de veneración p o r sus pa dres, que “en definitiva, sabían lo que es b u en o ”; no era algo que estuvie ra en la sangre sino en el recuerdo, algo que lam entaban que se estuviera perdiendo, p o r lo que se aferraban a ello de u n m odo casi consciente. Pero sobre todo, perten ecían al nuevo m u n d o urbano y, en ese sentido, su actitud hacia los padres era, a m enudo, burlona. Ese m undo tenía m u cho que ofrecer: ropa más variada y más barata, alimentos más variados y más baratos, carne congelada a unos pocos peniques el kilo, ananá en lata que costaba muy poco, alim entos envasados muy baratos, pescado con papas fritas a la vuelta de la esquina. El m u ndo nuevo ofrecía transpor te accesible gracias a los nuevos tranvías y m edicam entos envasados p o r laboratorios ,4 que se vendían en las tiendas del barrio.
4 Hoy e n día, alg u n o s ya se e n c u e n tra n tan arraigados en el im aginario de la clase trab ajad o ra que no se los ve com o m arcas, sino com o rem edios naturales.
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Esa segunda generación tenía m enos hijos y, según su propio relato, sentía la presión de la organización de la vida urbana: estaban conten tos porque “el m uchacho tenía más oportu n id ad es”, p ero em pezaban a preocuparse p o r si le d arían o no la beca. “El m uch ach o ” representaba a mi prim o, su h erm ana, mis herm anos y yo. Nosotros fuimos desde el principio habitantes de la ciudad, con sus tranvías y autobuses, su com pleja red de servicios sociales, sus cadenas de tiendas y sus cines, las ex cursiones a la playa. Para nosotros, el cam po no era, después de todo, nuestro lugar; ni siquiera es el lugar d onde h abían crecido tan saludables nuestros padres. Es u n telón de fondo que a veces recordam os, u n lugar que en ocasiones visitamos.
2. Paisaje con figuras: un escenario
¿Cuáles son las raíces que p re n d e n ...? s. e l i o t , “La tierra b aldía”
t.
UN A TRADICIÓN ORAL: RESISTENCIA Y ADAPTACIÓ N. UN MODO DE V ID A FORMAL
M ucho se ha escrito sobre la influencia de los “medios de co m unicación masivos”, en la clase trabajadora. Pero si escuchamos hablar a los trabajadores en la casa y en el trabajo, probablem ente no nos sor p ren d a tanto la evidencia de cincuenta años de prensa y cine popular com o el poco efecto que estos h a n tenido en el habla cotidiana, la m edi da en que los trabajadores aún se n u tren de la tradición oral y local en el habla y en los supuestos para ios que el habla es u n a guía. Esa tradición se está debilitando, p o r cierto, p ero si hem os de co m p ren d er la situación actual de la clase trabajadora, n o podem os declarar m uerta la tradición cuando todavía sigue viva. Los ejemplos que transcribo a continuación han sido recopilados en un lapso deliberadam ente breve, en la sala de espera de un consultorio de pe diatría pintado en tonos pastel y con muebles de caño. U n grupo de madres desaliñadas y sin gracia esperaban con sus hijos y conversaban fluidamente sobre sus costumbres. En tres minutos, dos mujeres dijeron lo siguiente: “Se lo ve bien igual” (sobre u n niño bien nutrido). “Lo que natura no da Salam anca no presta” (sobre la inteligen cia que se necesita para ap ro b ar el exam en de obtención de u n a b eca). “¿A que no hay mejores despertadores?” (sobre los niños que se despiertan tem prano). “El que se acuesta con n iñ o s ...”. “Es que donde hay ham bre no hay pan d u ro ”.
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LA CULTURA O BRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
Al poco tiem po, en u n a tien d a que era el p u n to de reunión m atinal de unas amas de casa, escuché: “Me m iró m al”. “No estamos tan forrados com o antes; no tenem os suficiente tela” (sobre la escasez de c a rn e ). “¿Oíste lo del director? Perdió la chaveta”. “Hoy m e tiré el ropero encima; hasta tengo puesta una falsa blusa” (frase referida a u n a blusa con pechera y botones sin ojales). Los viejos dichos que se refieren a acontecim ientos tales com o nacim ien tos, bodas, relaciones sexuales, hijos o m uertes son muy frecuentes. So bre el sexo: “Nadie n o ta si falta u n a porción de u n a torta que no está e n te ra ” (sobre las costum bres sexuales de algunas damas ligeras). “Nadie m ira la repisa de la chim enea cuando atiza el fuego” (una m u jer no necesita ser bella para que las relaciones sexuales con ella sean placenteras). “Me viene b ien u n a bu en a com ida de vez en cu a n d o ” (com entario sobre u n a m ujer cuyo atractivo físico es muy evidente). “Si cuidas a tu m arido, te d u rará toda la vida” (sobre sexo y tareas dom ésticas p ara u n a esposa jo v en que está enferm a y sé siente a p e n a d a ). “No vale la p e n a abrir el h orno para h o rn ear u n solo p a n ” (una m adre de m ed ian a ed ad a u n a jo v en em barazada de su prim er hijo que dice que estaría conform e con ten er u n solo niño). La mayoría de esas frases son lo que queda de una tradición oral muy ro busta. El uso de la palabra “falsa”, por ejemplo, indica un sentido m oral que tiñe los sucesos de la vida cotidiana. No tengo tanta evidencia que pruebe que esas frases están siendo novedosas. D urante la última guerra, los solda dos acuñaron unas pocas frases, pero casi ninguna se ha conservado en el habla corriente. Cada tanto surge alguna de cierto program a de radio muy popular y se pone en boga durante u n tiempo; por ejemplo, “¿Me oyes, mami?” o “¡Sí, claro, pibe!”.* Por lo demás, los trabajadores más jóvenes se * En inglés, las frases son “Canyer 'ear me, Mullieñ" y “Righl, MunkeyF. L a p rim e ra p e rte n e c e a u n a canción q u e can tab a u n fam oso can tan te inglés de
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las arreglan con unos pocos epítetos que incorporan al conjunto de viejas frases que han adoptado com o propias. Las cosas que más les gustan son “bárbaras” y las que m enos, “horribles”; lo que adm iran es “grandioso” y, un término más m oderno, “súper” (aunque este último es un epíteto m enos característico de una clase en particular). En las personas de m ediana edad, y con más fuerza de lo que creem os tam bién en los jóvenes, persisten las viejas form as de habla. Y 110 persis ten como u n condim ento sino com o u n elem ento formal: las frases se usan com o fichas “clic, clic, clic”. Si sólo prestam os atención al tono, lle garemos a la conclusión d e que se usan únicam ente p o r decir algo, que son frases hechas sin contenido y que no se vinculan con la form a en que se vive; se usan y, en cierto m odo, no tienen conexión con el contexto. Si prestam os atención sólo al tem a -la aceptación ele la m uerte, las brom as respecto del m atrim onio y su consentim iento, el aprovecham iento de lo que se tien e-, tendrem os u n panoram a de cóm o las viejas actitudes, simples y saludables, se conservan intactas. La verdad está en m edio de dos extremos: la persistencia de las viejas formas de habla no indica que las antiguas tradiciones se conserven de u n m odo vital, sino que no están del todo m uertas. Se vuelve a ellas, se recurre a ellas com o u n cam po de referencia fijo y bastante fiable en u n m undo que resulta difícil de com prender. Los aforismos se em plean como u n a suerte de elem ento tranquilizador: “En fin, no hay m al que p o r bien no venga” y u n conjunto de variantes de la frase. No d eb ería sorprendernos (y en el nivel en que esa form a de habla tiene su efecto no es, de n in g u n a m anera, paradójico) que esas frases se contradigan en tre sí m uchas veces, que en u n a conver sación más o m enos extensa se usen para p ro b ar opiniones opuestas. No se usan como elem entos de u n discurso intelectual. Lo mismo puede decirse de las supersticiones y los mitos. El m undo de la experiencia está catalogado en su totalidad en dos grandes categorías: las cosas que se vinculan con la buen a fo rtu n a y las que se relacionan con la mala suerte. Esa división se aplica de m anera autom ática en la vida diaria. Ponerse los zapatos sobre la mesa, pasar p o r debíyo de una esca lera, derram ar sal, p o n e r ciertas flores den tro de la casa, quem ar “cosas verdes”, llevar hojas de m uérdago a la casa antes de Navidad, rom per un
las décadas d e 1930 y 1940. La segunda, al cóm ico británico Al Read, q u ien la em p leab a siem pre en su p o p u la r pro g ram a d e radio de las décadas de 1950 y 1960. [N. de T .j
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espejo, dar u n cuchillo sin recibir u n a m o neda a cambio o p o n er los cu biertos cruzados sobre la mesa son acciones que traen mala suerte, pero que se cruce u n gato negro,* ponerse las medias al revés, que un hom bre de piel oscura en tre en la casa delante de uno en Navidad o Año Nuevo o tocar m ad era si se h a tentado a la suerte son signos de buena fortuna. El novio no debe ver a la novia el día de la boda antes de la cerem onia y ella debe usar -y de hecho, u sa- algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo azul. Q ue u n bebé llore en su bautism o significa buena suerte. El día que nace u n niño, quienes lo ven sueltan u n conjunto de rimas del tipo de “Con u n hoyuelo en la barbilla, recogerás el dinero en carretilla”. Los sueños tam bién son im portantes, no porq u e revelen cosas del pasado ni porque rep resen ten alguna angustia escondida, sino porque p redicen cosas y n o rm alm ente significan lo contrario de lo que aparentan: llorar en sueños rep resen ta algo placentero, pero hay que llorar de verdad, despertarse con lágrimas en los ojos, y no sólo soñar que se llora. ' Las supersticiones y la salud van de la m ano. “No creo en los m édicos” es u n a frase bastante frecuente. Existen cientos de dichos antiguos y ex presiones m odernas, casi todas apócrifas, que confirm an la creencia. Mi generación es quizá la últim a a la que h a n tratado con azufre y melaza para curar la m ayoría de los males infantiles, pero la receta no h a que dado en el olvido. O tros tratam ientos son más extraños. Sé de dos expe rim entos urbanos recientes con pelo de caballo y carne para elim inar verrugas: la carne se ata con el pelo de caballo y se entierra; la verruga se debilita y con el tiem po se cae. H ace unos años, en algunas fábricas de ropa de Leeds corrió el ru m o r de que lavarse con orina era bueno para la piel. Aún se piensa q ue la debilidad de ciertos niños se debe a que tienen el pelo largo y grueso, pues el cabello crece a expensas del cuerpo. T o das las actividades, p o r m ínimas que sean, están asociadas a una serie de creencias; así, ciertas m ujeres siem pre van a las reuniones 5 donde ju e g a n a los naipes con u n a m oneda del año en que nacieron; algunas m arcan los tantos con lápiz rojo y otras no se p o n en zapatos negros. La m ayoría de esos mitos son muy antiguos; algunos están de sapareciendo, y ocasionalm ente nacen otros nuevos. Son notables, en paiticular, los que tienen que ver con las grandes figuras de u n m undo íyeno. En el folclore más elem ental de la clase trabajadora, al revés de
* En In g laterra, el gato negro es un sím bolo de b u e n a suerte. [N. de T .] 5 C ostum bres d e las reuniones de m ujeres que ju e g a n a los naipes, relatadas p o r u n h o m b re que fue m aestro de cerem onias en tres mil reuniones (Reválle, 2 de octubre de 1953).
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lo que ocurre con el hum or, se tiende a en g ran d ecer a las figuras y no a em pequeñecerlas. Se cuentan historias fabulosas sobre cómo m urió tal estrella de cine (trató de adelgazar p erm aneciendo dentro de la helade ra y m urió congelada) o acerca de cóm o vive tal princesa. Se dice que Stalin se hacía “p o n e r inyecciones” para vivir hasta los 150 años. El proceso a veces funciona al revés: se dice que “ellos” p in ch an intencionalm ente uno de cada diez preservativos y tam bién que “ellos” le echan brom uro al té de los soldados para debilitar su deseo sexual. Algunos de los mitos m encionados, sobre todo los relacionados con la buena y la mala suerte, tam bién form an parte de las creencias de otras clases sociales. ¿Qué características acom pañan esos mitos en la clase tra bajadora? Las afirmaciones van precedidas de “Dicen q u e ...”. No se las analiza, pero en ocasiones la gente se m ofa de ellas porque son “cosas de vieja”. No obstante, todos se cuidan bien de seguirlas al pie de la letra. Se dice que “son todas supersticiones” y se las critica en artículos de revistas populares, pero la tradición oral las recoge y las perpetúa. Los jóvenes las repiten tal com o lo hacían los mayores. ¿Existe alguna revista leída p or la clase trabajadora que no traiga el horóscopo? Los cambios ocurren muy lentam ente y las personas no advierten la incoherencia: creen y no creen al mismo tiempo. C ontinúan repitiendo las antiguas fórmulas y observan do sus prohibiciones y permisos: la tradición oral sigue siendo muy fuerte. Así ocurre en m uchas otras áreas de la vida de las personas de la clase trabajadora. El m u n d o de las parejas de m ediana edad tiene muchas ca racterísticas eduardianas. Las salas de sus hogares han cambiado poco desde la época en que las am ueblaron p o r prim era vez o desde que las hered aro n de sus padres, salvo p o r el agregado de algún adorno m enor o u na silla. A las parejas jóvenes les gusta co m p rar todo nuevo cuando “sientan cabeza” y los vendedores de las m ueblerías se esfuerzan por p e r suadirlas de que com pren en cuotas más m uebles de los que necesitan. Pero aunque digan que los m uebles son m o dernos y aunque estén he chos con m ateriales nuevos, deben ten er las mismas características que los de una sala “de u n hogar de verdad”, com o la de los abuelos. Lo m ism o pu ed e decirse de la vajilla, de los parques de atracciones y de las canciones populares. No se trata sólo de u n a form a de resistencia pasiva sino de algo que, aunque no esté com pletam ente articulado, es positivo. La clase trabaja dora tiene u n a capacidad natural para adaptarse a los cambios asimilan do lo que le gusta de lo nuevo y pasando p o r alto el resto.
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Vivir com o clase trab ajad o ra im plica p e rte n e c e r a u n a cultura o m ni presente, u n a c u ltu ra que tiene u n a form a y u n estilo com o los que se atribuyen a la clase alta. U n trab ajad o r n o sabría seguir las reglas de u n a cen a de siete platos y u n h o m b re de clase m edia alta en u n a re u n ió n de personas de clase trab ajad o ra se vería extraño en su form a de conversar (en el ritm o de la conversación, no sólo en el tem a o en el vocabulario), de gesticular o de h acer el p ed id o al cam arero y de apoyar el vaso en la m esa. Pensem os en algunas rutinas de la clase tra bajadora a lre d e d o r de la vestim enta: la ro p a de dom ingo, la “ro p a p a ra salir” para q u e los n iños estren en e n Pentecostés cuando van de visita a casa de los p arien tes q ue les regalan d in ero , o el intricado sistem a de renovación del g u ard arro p as m ed ian te la venta p u e rta a puerta. Pense mos tam bién en la elaboración de form alidades, desde el sim ple “pasar el d ía ” hasta “u n a m u estra de re sp e to ” a u n vecino fallecido com o el quedarse de pie en las puertas del cem en terio d u ran te el funeral, o los rituales de los “Buffs” y los “O d d Fellows”. O en la costum bre, que lleva ya más de cin c u e n ta años, de enviar postales desde la playa. La m ayor parte del año, los m iem bros decentes de la clase trabajadora no verían con b uenos ojos recib ir u n a de esas postales, p ero en época de vacacio nes “se p e rm ite n ” enviar algunas a los amigos: taijetas que m uestran suegras gordas y policías gordos, hom bres escuálidos con esposas de caderas p ro m in en tes, botellas de cerveza y bacinillas p o r todos lados, con la e te rn a can tilen a de h u m o r b arato y estilo invariable. Así, m uchas de las nuevas actitudes no afectan dem asiado a la clase trabajadora. Sus integ ran tes se ven m enos influidos de lo que cabría esperar con sólo co nsiderar la en o rm e m edida en que son objeto de esos abordajes. Quizás haya algo de verdad profética en las discusio nes sobre “la gran m asa anónim a con sus reacciones com pletam ente apáticas”. P ero hasta ahora, los m iem bros de la clase trabajadora no se ven tan afectados com o sugiere la frase, p o rq u e en gran m edida “no están”; viven e n otro lado, intuitivam ente, p o r costum bre, verbalm ente, alim entándose de m itos, aforismos y rituales. Eso los salva de algunas de las peores consecuencias de las actitudes actuales. Al mismo tiem po, en otro sentido, los convierte en sujetos más fáciles de abordar. H an sido afectados p o r las condiciones de la m o d ern id ad sólo en aquellos aspec tos en los q ue las tradiciones más antiguas los h icieron muy abiertos e indefensos.
PAISAJE CON FIGURAS: UN ESCENARIO 6 l
“no
h a y n a d a c o m o l a p r o p ia c a sa ”
Cuanto más de cerca observamos la vida de la clase trabajadora, más tra tamos de llegar a lo más profu n d o de sus actitudes y es más probable que. parezca que esa p rofundidad tiene que ver con lo personal, lo concreto, lo local: está e n carnada en la idea de, en p rim er lugar, la familia y, en se gundo lugar, el barrio. Esto sigue siendo así, aunque haya m uchas cosas que o p eren en contra, y en parte ju stam en te p o r eso mismo. En las revistas dirigidas a m uchachas y amas de casa de clase trabajado ra, es muy frecuente el uso de la palabra “p ecad o ”. La palabra no aparece en publicaciones más elevadas, salvo en obras de autores particularm en te interesados en que sus lectores recu erd en “la condición m etafísica del hom bre”. En cam bio, las revistas para la clase trabajadora no em plean la palabra “p ecad o ” en u n sentido metafísico; 110 aluden a la caída del hom bre en el sentido bíblico ni a las obligaciones para con Dios. “Pecado” es que u n h om bre deje em barazada a u n a chica y no se case con ella; que una m uchacha perm ita que la dejen em barazada, que se “m eta en p ro blemas” (el aborto rara vez aparece n om brado como solución y n u nca se lo aprueba); “p ecad o ” es que la m ujer o el h om bre casados se arriesguen a p erd er a su m arido o a su m ujer p o r salir con otros; ‘‘pecado” es arrui nar el m atrim onio de o tra pareja. “P ecado” es todo acto en contra de la idea del hogar y la familia, en contra del sentido de la im portancia de “conservar la u n ió n en el h o g ar”. M ientras que casi todo lo dem ás se rige por norm as externas, resulta azaroso y prob ab lem en te golpee cuando menos se lo espera, la casa es u n lugar pro p io y real; la m ejor form a de bienvenida sigue siendo: “Siéntase com o en su casa”. Las personas de la clase trabajadora siem pre rechazaron la idea de “term inar en u n asilo” p o r m uchas razones, y u n a de las principales es la inalienable cualidad de la vicia en el hogar. U na viuda “se m atará tra bajando” com o em pleada dom éstica antes que aceptar que sus hijos ter m inen en un orfanato, au nque sea bueno. C uando la viuda m uere, los parientes, algunos'de los cuales quizá no hayan hecho nada p o r ella en vida y tam poco tienen entonces dem asiado interés en cuidar de sus hijos, se rep arten a los niños. Mi m adre quedó viuda con tres hijos de 1, 3 y 5 años, y cuando m urió, después de cinco años de trabajo duro, recuerdo que u n a tía que venía de lejos y a la que yo n o conocía dijo que “los orfa natos de hoy en día son distintos”. N adie le hizo caso, así que los tres nos fuimos con distintos familiares, todos más pobres que esa tía. La insistencia en la privacidad del hog ar surge de este sentim iento, reforzado p o r la conciencia de que, aunque los vecinos son de “la m ism a
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LA CULTU RA OBRERA EN LA S O C IE D A D DE M A S A S
clase” y colaboran en los m om entos difíciles, siem pre están listos para el chism e y muchas veces para los com entarios m alintencionados. “¿Qué van a pen sar los vecinos?”: p o r lo general, piensan que dos y dos son cin co ; “no tien en la intención de h e rir” con sus com entarios, pero a veces p u ed en ser excesivamente crueles. Si bien son capaces de “escuchar todo lo que o cu rre” a través de la estrecha pared m edianera, u n o puede cerrar la p u erta de entradá, “vivir su p ro p ia vida” y no “sacar los trapitos al sol”, es decir, com partirlo todo con los m iem bros de la familia, incluidos los hij os casados y sus propias familias, que viven en las inm ediaciones, y con alg'unos amigos que suelen visitar la casa. U no quiere te n er buenos veci nos, pero u n buen vecino no tiene p o r qué en trar en la casa del otro, y si ad o p ta esa costum bre, hay que “p o n erle lím ites”. Las cortinas de encaje a m edia altura no deján pasar la m ayor parte de la poca luz solar que llega a la ventana, pero d eterm inan la privacidad. El alféizar de las ventanas y el um bral de la p u erta desgastados de tanto cepillarlos con polvo limpia d o r indican que en la casa vive u n a familia “d ecente” que sabe que hay q u e hacer limpieza general de la casa una vez p o r semana. E n el interior, la aspidistra ya n o está; la han reem plazado el joven cam pesino com iendo cerezas y la n iñ a con gesto tím ido tocándose la falda, o la joven coni som brero que lleva dos perros de raza Borzoi o un alsaciano. Objetos m odernos adquiridos en un local de una cadena de tiendas, m al enchapados y con m anchas de barniz, sustituyen a la vie j a caoba. E ntran en Ja casa jaulas para pájaros y latas m ulticolores para g u ardar galletas. No se trata solam ente de tener lo mismo que los Jones; esos objetos están al servicio de los valores domésticos en su m áxim a expresión. Así, m uchas casas prefabricadas ahora ostentan vidrios de co lores ensam blados con plom o provistos p o r los dueños. E n las casas más antiguas, las repisas de las ventanas brindan la oportunidad de añadir algo ele color en el exterior en m acetas con frondosas plantas de mas tuerzo o hasta con llamativos geranios. R ecordando los años que com partí la sala de estar con mi familia, diría que una b u en a sala debe p ro p o rcio n ar tres cosas: sociabilidad, calidez y m ucha b u ena comida. La sala es el corazón de la vida familiar, y por ello las visitas de clase m edia en cu en tran algo viciado el am biente. No es un centro social sino u n centro familiar; allí no se reciben visitas, tam poco en la habitación del frente, cuando la hay. No hay nada que se parezca al concepto de “recibir” que tiene la clase media. La vida social de la esposa, fuera de la relación con sus familiares más directos, se desarrolla en la zona do nde se cuelga la ropa, en la tienda de la esquina, ocasionalm ente en casa de parientes que no viven muy lejos y, quizás alguna que otra vez,
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en el pub o en el club, cuando acom paña al marido. Él va al pub, al club, al trabajo y a los partidos de fútbol. Los amigos que tiene en esos lugares probablem ente no conozcan su casa p o r dentro, ya que nunca “cruzaron el um bral”. La chim enea está reservada a la familia, la que vive en la casa y los parientes que viven cerca, y a los que “significan algo para nosotros” y van a charlar o a pasar el rato. G ran parte del tiem po libre de un hom bre y de su esposa transcurre frente a la chim enea; “quedarse en casa” es una de las actividades de ocio más com unes. El espacio está abarrotado de objetos; es com o una m adriguera alejada del m undo exterior. No suena el teléfono y es raro que alguien golpee a la pu erta por la noche. Pero el grupo, si bien es reducido, no tiene in-' timidad; se trata de u n gi'upo gregario en el que se com parte la mayoría de las cosas, incluida la personalidad: “nuestra m am á”, “nuestro p ap á”, “nuestra Alice” son las formas de tratam iento más comunes. Estar solo, pensar en soledad o leer en silencio no son actividades muy corrientes. Están la radio o la televisión,cosas que se hacen cada tanto o fragm en tos de conversaciones interm itentes (rara vez una conversación larga); la plancha golpea contra la mesa, el perro se rasca o bosteza y el gato m aúlla para que lo dejen salir ;7 el niño se seca con la toalla familiar cerca de los leños que crujen o lee en voz baja la carta que el herm ano que está en el ejército envió para toda la familia, y que se hallaba en la repisa ele la chim enea detrás de la foto de la b o d a de la herm ana; la niña em pieza a lloriquear porque h a estado m ucho tiem po despierta; el loro parlotea. En algunas de las casas esta unidad se materializa en la confección de una alfombra de retazos. Se preparan retazos de ropa vieja, ordenados por color, y se los pega en u n trozo de arpillera. Los diseños son sencillos y tradi cionales; por lo general, contienen u n círculo o un rom bo central y el resto queda en azul m arino liso (salvo en los bordes) o ese azul grisáceo que se produce con la mezcla de materiales de m ala calidad; a la mayoría nos hace recordar el color de las mantas del ejército. La nueva alfombra reemplazará a la realizada hace m ucho tiem po y habrá costado poco más que el precio de la arpillera, a menos que se decida incluir un centro más alegre y no haya
6 Antes d e que llegaran la rad io y la televisión, los ju eg o s de naipes eran muy
p o pulares en los hogares, y el ju e g o más com ún era el bridge. D espués de que la costum bre se h u b iera p erd id o en gran m edida, el solitario seguía ten ien d o adeptos. U n a de mis tías lo se g u ía ju g a n d o m ucho en la década de 1930. 7 Según el H liS 1955, los p erro s son m ás com unes en la clase alta que en las clases m edia y baja, p e ro la clase baja (grupos D y E) tiene en p ro p o rció n más gatos qu e las otras.
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suficiente color. En ese caso, para com prar recortes de -p o r ejem plo- color rojo, se necesita alrededor de u n a corona po r kilogramo. ¿A alguien le parece extraño que los hijos que se casan tarden unos años en ab an d o n ar la chim enea de la casa m aterna? M ientras se lo p e r m iten las necesidades de sus propios hijos, y ese m om ento llega m ucho después de lo que u n a b u en a m adre creería razonable, los hijos con sus propios hijos irán de visita a la casa m atern a p o r las noches. Los yernos van directam ente después del trabajo y cenan allí, d onde lo están es perando con la m esa servida, y d o n d e tam bién com en los abuelos, que viven en la casa (au n q u e la m ayoría de los ancianos no aceptan la idea de “dejar el h o g ar” y sólo lo ab an d o n an cuando no queda más rem edio; en cam bio, p refieren q u e los m ás jóvenes vayan a su casa con sus hijo s). El calor, estar “a gusto com o u n a pulga en u n p erro ”, es lo más im por tante. Setenta años de carbón barato hicieron que la mayor parte de la gente lo usara en cantidades industriales, en com paración con el consumo en otros países. U na b u en a am a de casa sabe que debe “m antener u n bu en fuego” y probablem ente preste más atención a eso que a com prar ropa interior abrigada. Es que el fuego se com parte y está a la vista de todos. “U na bu en a m esa” tiene similar im portancia, y la frase se refiere a u n a mesa llena de com ida y no tanto a u n a mesa con alimentos de u na dieta equilibrada. Por eso, m uchas familias com pran m enos leche de la que de berían y la ensalada n o es muy popular. Relacionado con est'e tem a aparece un conjunto de actitudes, algunas basadas en la sensatez y otras, en mitos. La “com ida casera” siem pre es la mejor; la com ida de los restaurantes casi siempre está adulterada. Las pequeñas confiterías saben muy bien que les irá m ejor en el negocio si p o n en en la vidriera un cartel que diga “Panes y tortas caseras”, frase que en cierta m edida 110 falta a la verdad, aunque los hornos eléctricos hayan sustituido a los antiguos aparatos de cocina de la casa familiar, en cuyo frente funcionaba el negocio. La desconfianza que generan los restaurantes se ve reforzada por el hecho de que rara vez hay dinero para com er en u n o de ellos, si bien las cantinas baratas de los luga res de trabajo provocan la misma resistencia. El m arido se queja de que la comida de la cantina “es sosa” y la esposa le “prepara una vianda”, es decir, unos sándwiches con “algo sabroso”, y la com ida principal para la noche. “Algo sabroso” es u n a frase clave en la alimentación: algo sólido, sustan cioso y con sabor bien definido. El sabor se increm enta con el uso indiscri m inado ele salsas y encurtidos, en especial salsa de tom ate y mostaza con pepinillos en vinagre. R ecuerdo que en sus prósperos prim eros años de casados, mis parientes siem pre p reparaban algo frito a la tarde: chuletas, filetes, hígado, papas. P or el contrario, los jubilados, con m enos recursos,
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a veces preparaban algo que parecía u n a com ida apetitosa disolviendo un cubo de caldo Oxo en agua que luego acom pañaban con pan. Desde que su precio es accesible, la carne se h a vuelto u n alimento básico y las amas de casa de la clase trabajadora que han pasado m om entos de necesidad conocen los cortes de carne más baratos, nutritivos y, a la vez, sabrosos. El acento que se pone en el sabor se ve claram ente en la necesidad de servir “algo con el té” los fines de sem ana, si no todos los días. Hay u na enorm e variedad de platos preferidos, p o r lo general, productos derivados de la carne, como morcilla, patas de cerdo o de ternera, hígado, callos, salchi cha boloñesa, pato, intestinos de cerdo (y, en ocasiones especiales, pastel de cerclo, un plato muy popular) ,8 y los platos de mar, como langostino, huevas, arenque ahum ado o mejillones. En mi casa, la mayor parte de la semana comíamos platos sencillos: para el desayuno norm alm ente había pan untado con grasa de carne asada; en la cena se servía u n buen guiso; a la hora del té, comíamos algo apetitoso, pero nada costaba más que unas monedas. Las comidas del fin de sem ana eran más elaboradas, como las de todos, con excepción de los m uy pobres, y el té de los domingos era lo máximo. A las seis de la tarde, en la pila de basura del fondo ya había u na capa superior com puesta de latas vacías de salm ón9 y fruta. El ananá era la fruta preferida porque, en esa época en que el precio de la fruta enlata da era sum am ente barato -seg ú n nos parece ahora-, costaba unos pocos peniques (cuenta la leyenda que, en realidad, era nabo saborizado). Los duraznos y los damascos eran más caros y sólo se com praban en ocasiones especiales, como cum pleaños o visitas inesperadas de familiares que vivían en otra localidad. El salmón era delicioso, en especial los filetes rojos; aún hoy pienso que son más “sabrosos” que el salmón fresco. D urante los años en que escaseaba la carne,'los nuevos productos de carne enlatada gozaban de gran aceptación. Sé de u n a casa donde vive una familia de cinco personas en la que com pran siem pre u na lata de 2 kilogramos de p an de carne, y u n yerno que suele com er allí no consum e carne fresca, sino sólo carne enlatada Spam, fría o frita. No es u n a co mida barata, no más barata que el ja m ó n cocido o el pescado con papas fritas, que siguen siendo populares.
8 U n am igo m ío h ace poco escuchó a u n a m u jer de clase trabajadora en u n a rotisería decirle co n orgullo al m arido: “¡Ay, cóm o te gusta el pastel d e cerdo!, ¿eh?”. 9 A veces parecía q u e este alim en to era u n a extravagancia: “A hora le sirven salm ó n ” era la frase e m p lead a para d a r a e n te n d e r que u n p re te n d ie n te era acep tad o p o r los pad res de la chica.
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La insistencia en la comida sólida y rica es fácil de observar: “Panza llena, corazón contento”. Los que trabajan duro tienen que com er m ucha canti dad de alimento, con alto contenido proteico y lo más sabroso posible. Sin duda, las consecuencias son m enos admirables que el propósito. Cuando era niño, mis tíos y tías, de entre 30 y 40 años, todos parecían tener dentadu ra postiza. ¿Se debía sólo a la falta de cuidado? (también tenían callos por usar zapatos incóm odos). Pero asimismo recuerdo que un tema recurrente d e conversación era la constipación y la acidez estomacal: comprábamos bicarbonato de sodio con la mism a frecuencia con la que comprábamos leña. Quizá se trate de mi imaginación, pero me llama la atención la dife rencia entre las personas gordas de distintas clases sociales; por ejemplo, u na m ujer adulta de la clase trabajadora y un hom bre de negocios de buena posición económica. La m ujer tiene la piel blanca y sin brillo; el hom bre es corpulento y lusü'oso; ella me hace pensar en litros de té, kilos de pan y pescado con papas fritas; él, en la carne que sirven en hoteles de estación. Podría seguir hasta el infinito recordando detalles que caracterizan esa clase de vida doméstica: el olor a agua caliente, bicarbonato y albóndigas de carne del día en qué se lavaba la ropa, o el olor de la ropa secándosejunto al fuego; y los domingos, el olor al Nexos of the World mezclado con olor a carne asada; la lectura de artículos de viejos periódicos en el baño; las inter minables tardes de domingo, aliviadas p o r visitas ocasionales a familiares, o al cementerio, cuyas puertas están flanqueadas por puestos de flores y talleres de lápidas costosas. Como cualquier otra vida con un núcleo firme, la vida de la clase trabajadora tiene una base sólida y genera un sentim iento fuerte entre sus integrantes. En los pequeños grabados en m adera o en las taijetas decoradas y los pañuelos bordados que aún hoy se venden en ferias y puestos de playa, se sigue poniendo “Hogar, dulce hogar” y “Hogar, el lugar donde más refunfuñam os y donde m ejor nos tratan”. Como ya he m encionado, la descripción realizada hasta aquí y las sec ciones que aparecen más abajo en este mismo capítulo se n u tren en gran p arte de recuerdos de hace veinte años. No m e explayo sobre el mayor p o d er adquisitivo ele la clase trabajadora ni, p o r ejem plo, sobre el ahorro de trabajo que significa para las amas de casa ten er electrodom ésticos. Eso se debe, principalm ente, a que m uchos suponem os que las conse cuencias de esos cambios en nuestras actitudes son mayores de lo que son. Por eso, pienso que es im portante destacar prim ero cuánto del m o delo básico de la vida de la clase trabajadora se conserva tal com o ha sido d urante m uchos años. En varios aspectos, es una b u en a vida, basada en el cariño y el espíritu de grupo, donde el individuo q ueda en segundo plano. Es elaborada y
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desordenada a unque sobria, y no es ordinaria, ni presum ida, ni antojadi za ni “dem asiado fem enina”. El padre form a parte de la vida interna de la casa, no es alguien que pasa la mayor parte del tiem po lejos ganando dinero p a ra m a n te n e r a la fam ilia. La m adre es el cen tro de la activi dad en el hogar; siem pre está m uy o cu p ad a y sus p ensam ientos suelen girar en to rn o a la vida de la sala fam iliar (el d o rm ito rio no es más que un lugar p a ra d o r m ir ) . Su “ú n ica asp iració n ”, com o ella suele d e cir,' es que sus hijas e hijos “encu en tren p ro n to u n b uen chico o chica para form ar su propio h ogar”. Aunque parezca confuso y descontrolado, se puede distinguir un mo delo, que no es consciente ni sofisticado, pero que se nutre de la idea de para qué sirve u n hogar. Com parem os ese m odelo con el de salones pú blicos com o los de un café o un p equeño hotel m oderno, con las paredes pintadas en varios colores hostiles de pintura al tem ple, rayas de colores chocantes, horrendos y fríos picaportes de plástico, apliques de ilumina ción recargados e inútiles, mesas de m etal que no son atractivas y cuya pintura de colores brillantes está toda rayada: u n conjunto de baratijas de mal' gusto. Los materiales no necesariam ente producen ese efecto, pero cuando los usan personas que h an dejado de lado su idea de con ju n to y n o tienen afecto p o r los nuevos m ateriales, la falla se nota. En las casas, los nuévos objetos se integran a u n conjunto que se conform a ins tintivam ente a posteriori. Hay u n a invasión de la antigua tradición, aquí y en m uchas otras áreas. Pero el profu n d o sentido de la im portancia del hogar asegura la len titu d del cambio. El rechazo de varias generaciones al principal destructor de hogares, el alcohol, ayudó a la form ación de una fuerte resistencia a nuevos destructores potenciales.
LA MADRE
Conozco sus m anos hum ildes, restregadas y estropeadas / [...] ese m onum ental / argum ento del gesto, la voz áspera. d y l a n t h o m a s , “Después clel funeral (en m em oria de A n n Jo n e s)” Escribir sobre las m adres de la clase trabajadora implica correr riesgos particulares. Sabemos, aunque sólo sea p o r la profusión de novelas pu blicadas d u ran te los años treinta (una época tan afecta a docum entar la vida cotidiana), que la m adre ocupa un lugar privilegiado en la mayoría
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de los relatos de infancia. Los hom bres quizá no se ocupan tanto de ella, pero com pran adornos con la leyenda “Sin m adre no hay h o g ar” y, años después de que ella “se h a id o ”, siguen hablando de “mi vieja”. Es adm irable el lugar que ocupa la m adre en la familia. Pienso en u na m ujer de m ediana edad, p lenam ente consolidada como am a de casa, re conocida com o tal. E n ese m om ento de su vida, ella es el eje del hogar, ya que este ocupa la m ayor parte de su m undo. Es ella, y no tanto el padre, quien m antiene u n id a a la familia; ella le escribe, no sin dificultades, al hijo que está cum pliendo el servicio m ilitar o a la hija que trabaja en otra ciudad. M antiene el contacto con los parientes que viven cerca: abuelos, herm anos, h erm anas y prim os; a veces, va de visita a la casa de alguno de ellos o a lo de algún vecino y se qu ed a charlando u na hora. Deja el m u n do ex terior de la política, e incluso de las “noticias”, a su m arido; no sabe m ucho del trabajo de él; los amigos que tiene son los de su m arido, pues desde que se casó h a dejado de ver a sus propias amistades. Si bien esta descripción es muy burda, es necesaria para dar u n a iclea de la naturaleza cerrada, corta de miras, ele la vida de la m ayoría ele las m adres de la clase trabajadora. La presión es tan grande que, en las m u jeres con problem as o que carecen de im aginación, puecle ciar lugar a un m u n d o vuelto sobre sí mism o en el cual no ingresa nad a que no se vincule con la familia. Es u na vida clura, en la que se supone que la m adre está dedicada “a lo suyo” clesde que se levanta hasta que se acuesta. Sus actividades consisten en cocinar, rem en d ar, fregar, lavar, cuidar a los hijos, hacer las com pras y satisfacer los deseos del m arido. Todavía hoy continúa siendo u n a vicia dura, si bien ayuda te n e r una aspiradora o un lavarropas, y aun así, en los barrios obreros hay más polvo que lim piar que en los barrios más prósperos. Las cortinas casi n u n ca conservan “u n buen color”, aunque el lavado se haga con extracto de blanco; la zona ele la chim enea necesita una lim pieza más profunda. El hum o y el hollín de las fábricas y las líneas ele ferrocarril cercanas se m eten en la casa, y la mayoría de las m ujeres “no soporta la idea de que triunfe la suciedad”. Parte del tiem po libre se ocupa zurciendo o rem endando, rara vez cosiendo ro p a nueva para los niños. Pocas m adres, ni siquiera las que trabajaron antes en u n a fábrica de ropa, conocen tocio el proceso de confección de u n a p renda. Además, las m áquinas de coser son caras y las familias de la clase trabajadora no p u e d e n com prarlas, ni siquiera en cuotas, p orque suelen adquirir bienes que co ntenten a toda la familia. La ropa de confección no cuesta m ucho dinero y es bonita. La ro p a del m arido se estropea en el trabajo, así que la tarea de aplicar rem iendos no
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acaba n un ca y se com bina con la de com prar nuevas prendas que d u ran poco, porque lo barato sale caro. En parte p o rq u e el m arido está en el trabajo p ero tam bién porque se espera que sea la m ujer la que se ocupe de tales m enesteres, es la m adre la que pasa el tiem po en lugares públicos, com o la sala del médico, para esperar que le d en “u n frasco”; en el hospital, p a ra acom pañar al hyo que tiene u n p roblem a en los ojos; en las dependencias municipales, para averiguar p o r el pago de la factura de la luz. Todo se vuelve más difícil porq u e en la m ayoría de los casos, o al m e nos así h a sido hasta hace unos años, no sobra el dinero, sino que alcanza para “lo ju s to ”; la sum a para gastos de la casa asciende a u n penique, aproxim adam ente. Ceñirse a ese ajustado presupuesto requiere u n a considerable habilidad, que no abunda, pero hay que ingeniárselas para que la familia no tenga problem as financieros. U n a esposa sabe desde el m om ento en que se casa que tendrá que “ingeniárselas” para llegar a fin de mes. Hace unos años, Rowntree observó q ue hay u n período entre la crianza de los hijos y la jubilación d u ran te el cual todo es más fácil. Pero antes hay años de “in g en io ” y “escasez”.10 H e no tad o que las esposas más felices eran aquellas cuyos m aridos p ercibían unos pocos chelines más que lo que ganaban en prom edio los hom bres de la cuadra pero que en otros aspectos tenían u n a vida igual a la del resto. Si un hom bre fuera generoso y le diera a su m ujer uno o dos chelines más, ella no tendría que cuidarse tanto ni h acer tantas cuentas; la com p ra de u n a lam parita o de un equipo de boy scout o el arreglo de u n p a r de zapatos no serían m o tivo de preocupación. E n parte p orque el din ero no abundaba y en parte porque las amas de casa m uchas veces no se daban cuenta del problem a en el que se m etían asum iendo deudas, algunas m ujeres ideaban planes a los que se atenían con patética obstinación. Conozco a u na m ujer que gasta ocho libras p o r sem ana en el alm acén y hoy, en los buenos tiempos, puede pagarlos sem analm ente, pero 110 logra quitarse de encim a las cos tumbres de la década de 1930 y nu n ca salda la deuda; está más contenta con el sistema de estar siem pre debiendo algo que con abonar todo al contado. En la casa de m i abuela no vivíamos “de la caridad” pero, al igual que tantos conocidos, siem pre estábamos “cortos de d in ero ”. En aque llos años, todos los viernes a la tarde yo hacía cola para pagar el alma
10 R ow ntree d istingue tres m om entos de p o b reza en la vida de la clase trabajadora: la infancia, el p erío d o d u ra n te el cual se cría a los hijos y, p o r últim o, la ép o ca en q u e los hijos se h a n casado y el p ad re ya está ju b ilad o .
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cén; la cuenta sem anal ascendía a unos 15 o 20 chelines, y siem pre nos quedaba algo pendiente. De adolescente, yo sentía envidia por los que p odían pagar todo alegrem ente, u n a horrible vergüenza p o r ten er que rep etir todas las semanas “dice mi abuela que seguirá debiéndole 5 cheli nes y q ue se los va a pagar la sem ana p róxim a”. Años después, una m ujer acum uló poco a poco u n a deuda de cerca de u n a libra en la carnicería y luego, de pronto, se dio cuenta de lo m ucho que debía. No tenía form a de conseguir u n a libra, así que dejó de co m prar carne, pero su familia todavía tenía cuenta con ese carnicero, así que le debe haber resultado difícil sobrevivir al invierno de 1952, cuando la carne escaseaba. El car nicero, p o r su parte, habría querido que ella fuese a verlo y proponerle u n arreglo, pero sabía que la m ujer no pasaría p o r el local. Cualquier com erciante podría prop o rcio n ar ejem plos parecidos. El pleno em pleo y el Estado de Bienestar han m odificado en gran m edida esta situación, pero no tanto com o p odría pensarse; las antiguas costum bres persisten. Por lo general, el ama de casa debe arreglárselas sola en este ajustado sistema de finanzas semanales. Por eso existe una fuerte com petencia entre pequeños com erciantes p o r rebajar u n penique o racionar la m er cadería; esas pequeñas cosas son las que deciden u na com pra. Dos peni ques p o r m edio kilogram o de carne quizá parezcan poco, pero p u ed en hacer tam balear los planes de la sem ana, lo mism o que equipar al niño para la colonia de vacaciones o a la niña para el concierto de la escue la dom inical o com prar un regalo para u n prim o que se casa. Siempre están los clubes de com pra o las m ercerías y tiendas de adornos, que, aunque no acepten cheques de agentes de préstam o, son más económ i cos que las grandes tiendas del cen tro y p erm iten que los clientes lleven lo que com pran p o r u n p equeño adelanto. Casi nunca la m ercadería es tan b u en a com o la que cuesta un chelín más: los objetos son ordinarios y se rom pen, la capa de crom ado es delgada y desaparece al poco tiempo. A cudir a clubes de com pra o cambistas de cheques se convierte en un hábito y los agentes locales de préstam o suelen persuadir a sus clientes de “m an ten er la cuenta abierta” d e m an era continua, de m odo que en m uchos casos se va más dinero p o r sem ana que la cantidad de la que se dispone. El ciclo no se in terru m p e nunca: si la familia necesita gastar más, norm alm ente la m adre restringe los gastos, econom iza en com ida o en ropa. La vida avanza Remana a sem ana y la probabilidad de ah o rrar una suma para “casos de em ergencia” es muy baja. Algunos p onen u n a lata en la repisa de la chim enea d o n d e guardan lo que ahorran para las va caciones, pero no es lo más frecuente. N adie tiene cuenta bancada ni
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cobra cuando está enferm o, salvo el pago del Servicio Nacional de Salud y quizás el de algún club, pero se trata de m ontos mínimos. Todavía se ven amas de casa haciendo cola en las oficinas de correo a las nueve me nos cuarto todos los m artes para cobrar la asignación familiar. Si “echan a p ap á” la familia p uede pasar penurias. La antigua costum bre de cuidar m ucho a los que traen el p an a la casa, en especial con la com ida,11 con tinúa vigente, así como el acento que se pone en la necesidad de que todos “tiren para el mismo lado”; de lo contrario, el barco corre el riesgo de hundirse pronto. U na m ujer es muy feliz si puede “arreglárselas” o “seguir adelante”, si puede contar con un poco de dinero para gastos extra al final de la semana. En este aspecto, com o en otros de la vida dom éstica, la m ujer es la responsable; el m arido está fuera, ganándose la vida. AI llegar a casa, él quiere com er y estar tranquilo. Supongo que esto explica por qué, según lo veo yo, se espera que la m ujer sea la que se ocupe de los m étodos anti conceptivos que em plea la pareja. La mayoría ele las familias no católicas de clase trabajadora aceptan la práctica de cuidarse para no tener hijos com o algo norm al, p ero a los m aridos y a las m ujeres les da vergüenza acudir a los hospitales d o n d e b rindan inform ación sobre m étodos anti conceptivos, a m enos que los guíe la desesperación. La timidez del mari do y la idea de que la m ujer es la que tiene la obligación de ocuparse del tem a llevan a que él espere que sea ella q uien se encargue, porque él “no tiene tiem po para esas cosas”. La m ujer no sabe nada de anticonceptivos antes de casarse, y los consejos que le han dado las chicas mayores que ella o las m ujeres casadas en el trabajo o en el barrio difieren enorm e m ente en tre sí. Debe aceptar p ro n to alguno de esos consejos para que no lleguen más hijos que los deseados. Y eso no garantiza que su conoci m iento no se limite al coitus interruptus, el óvulo vaginal o el preservativo. Los hom bres tienden a rechazar los preservativos porque “uno siente m enos placer”; a ellas les da vergüenza pedirlos en la farmacia, lo mismo que com prar óvulos; adem ás los dos productos son caros, de m odo que el m étodo más com ún es p robablem ente el coitus interruptus. No obstante, el em pleo de cualquiera de esos m étodos requiere una estricta disciplina, u n a com petencia de la que carecen m uchas amas de casa. Alguna que otra vez se olvidan de usarlos, o “se dejan llevar”, o el preservativo es de mala calidad y se rom pe, o los m aridos las requieren
11 M uchas m ujeres les dejan su p ro p ia porción de carne y panceta a los m aridos p o rq u e a ellos "les gusta m ucho la ca rn e ”.
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inoportu n am en te después de u n a noche en el club. Entonces, es bastan te frecuente que después del p rim er o el segundo hijo, los que siguen sean “hijos no deseados”. Me aventuraría a decir que en la clase m edia baja, los “hijos no deseados” son los que nacen cuando los padres tienen alrededor de 40 años. H an tenido dos o tres hijos entre los 20 y los 30 y pico, y después, d u ra n te varios años, el m étodo anticonceptivo funcionó bien. Quizás al llegar a los 40 se sienten a salvo y em piezan a cuidarse menos. Con la clase trabajadora, el p atrón es algo diferente: a m enos que se practique u n aborto, la m ujer tiene a su p rim er hijo no deseado un año o dos después de te n e r a los prim eros dos niños. Se lo acepta “con filosofía”; después de todo, “¿para qué se casa u no?”. Es u n a aceptación “con filosofía” p ero co n poco sentim entalism o: “los chicos son un p ro blem a”, dan m ucho trabajo y cuantos más se tienen, m enos dinero hay para gastar. Pero, a p esar de todo, los padres los consienten y les están encim a a todos p o r igual. Está claro que u n a m adre de la clase trabajadora envejece pronto, que a los 30, después de h a b e r tenido dos o tres hijos, hab rá perdido gran parte de sus encantos y que en tre los 35 y los 40 ya ha perdido las formas y tiene la figura que la familia reconoce com o la de “la vieja”. H a salido al m u ndo antes que las m uchachas de otras clases sociales; sus prim eras salidas con chicos las tuvo a los 16 y su prim era relación seria fue a los 18. Para esa época, ya usaba toda clase de m aquillaje barato: lápiz de labios, perfum es, polvo y crem as. C ontinuó con esa sim ple ru tin a cosmética du rante un tiem po después de casarse, p ero luego la interrum pió; sólo la retom aba en alguna ocasión especial, con u n m aquillaje tosco y recarga do que en u n rostro descuidado parece p in tu ra de payaso, u n aspecto que algunas personas tom an com o pru eb a de la ordinariez de la gente de la clase o b rera cu an d o la ven duran te las vacaciones. A los 45 o. 50 años em piezan los achaques; en los peores m om entos se suele decir que “se está p o n ien d o vieja”. A parecen el reum atism o y un dolor de espalda q ue se debe a u n prolapso que la m ujer h a tenido durante veinte años sin saberlo. El gran tem or, un tém a recurrente en todas las conversaciones, es el tum or, considerado com o u n gran orga nismo canceroso, o la “p ie d ra ”, im aginada com o un guijarro enorm e. R ecuerdo que u n a vez vi a u n a m adre de m ediana edad con u na bolsa de las com pras pasando p o r la feria de H unslet Feast un viernes, con gesto de p reocupación y dolor. Se detuvo en el puesto de la herboristería atraída p o r lo que decía u n a m ujer inm ensa, ridicula y ordinaria en su opulencia. D udó un o s instantes hasta que se acercó y contó cuál era su problem a. P o r seis chelines le vendieron u n a bolsa con unos cristales...
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“No im porta lo que le digan los m édicos, querida. Disuelva uno de estos en un vaso de agua caliente dos veces al día y verá cóm o se le disuelve la piedra. No se le volverá a form ar nunca más. Se le irá cuando vaya al baño, querida.” No hay m ucho tiem po p ara ir al consultorio; cuando u n a m ujer se siente mal, a veces va p ara que le d en u n frasco de m edicina, p ero nor m alm ente el tiem po de espera o la sensación de estar m olestando al mé dico (y la falta de convicción de que él pu ed a ser de m u ch a ayuda) hacen que la mayoría de las veces la m ujer desista de ir. Con frecuencia, prueba con tónicos que le recom iendan. La m ayoría de los m édicos de los ba rrios obreros saben que rio hay m ucho que p u ed an hacer. Las m ujeres de m ediana edad n o se cuidan com o debieran, trabajan m uchas horas, no saben relajarse, no d u erm en lo suficiente ni siguen u n a dieta ba lanceada. Esperan te n e r que seguir siem pre adelante, haciéndolo todo bien, m uchas veces confundidas porq u e las exigencias son complejas y de alguna m an era hay que cum plir. E n el fondo, el am a de casa sabe -si bien no lo piensa co n scien tem en te- que, si “le pasa algo” al m arido, ella deberá arreglárselas sola, trabajar com o em pleada de lim pieza para que le alcance el d inero de la pensión. D urante los años en que mi m adre estuvo a cargo de m í y de mis dos herm anos, no gozaba de la salud suficiente p ara trabajar fu era de la casa, ya que padecía u n a afección bronquial aguda. Con gran habilidad, hacía que los veintitantos chelines que o btenía de “los G uardianes” le alcanza ran para toda la sem ana (parte de ese dinero se lo daban en form a de cupones que se cam biaban p o r productos en determ inados alm acenes). Nadie lo diría, pero m i m adre había sido u n a chica alegre, según creo; pero u n a b u en a parte de su jovialidad se había perdido. N o la conmovía la actitud de las personas ante su situación; aunque aceptaba de buena gana un abrigo o u n p a r de zapatos viejos, n o le agradecía a nadie por la pena ni p o r la adm iración que sentían p o r ella; n o ten ía un a visión sentimentalista de su condición y n u n ca simuló h acer o tra cosa que so portarla y seguir adelante. La lucha continua anulaba cualquier probabi lidad de disfrutar de la vida, y tres hijos pequeños que siem pre querían más com ida y diversión que lo que mi m adre po d ía p agar no eran una com pañía gratificante, salvo en contadas ocasiones. Se daba el gusto de fumar cigarrillos W oodbine a escondidas, p ara que “ellos” no la vieran. Mi herm ano estaba e n tren ad o para esconder el paqu ete de cigarrillos de 2 peniques en un cajón sin decir nad a cuando regresaba de la tienda y había llegado de improviso u n a visita a la casa. La p eq u eñ a casa olía a hu medad y estaba infestada de cucarachas; la letrina exterio r se convertía
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e n un lodazal en los días de lluvia. La com ida no era variada, pero m u c h o más nutritiva que la que h abrían ofrecido otras m ujeres en la misma situación. Mi m adre tenía la firm eza y la astucia necesarias para negarse a todos nuestros pedidos de té con pescado y papas fritas, y no bebíamos m ás que chocolate. U n día tras otro, nos s e m a guisos con vegetales de poco valor nutritivo. R ecuerdo que alguien nos trajo (yo tendría unos 6 años en ese m om ento) u n a p eq u eñ a caja de galletas surtidas y me acuer d o de cóm o nos deslum bró el regalo. Para la m erienda, a veces comía m os pan u n tad o con leche condensada. La asignación semanal era de u n penique para toda la familia, p o r lo que a cada uno nos tocaba el tu m o cada tres semanas. Mi m adre siem pre nos pedía que com práram os algo para com partir, y norm alm ente nos quejábam os. Teníam os la ropa arreglada y debidam ente rem en d ad a todo el año, y para Pentecostés nos com prábam os ropa nueva; el últim o conjunto que recuerdo haber reci bido fueron u n p a r de trajes de m arin ero que venían con u n silbato para m i herm ano y p ara mí. En u na o portunidad, mi m adre, que recién había cobrado, se dio un gusto, tal vez para recordar los que se daba antes: una o dos fe tas de ja m ó n cocido o unos langostinos. Nos quedam os m irándola como go rriones esperando que nos cayeran las migas, rodeándola m ientras ella tom aba su m erienda, hasta que nos gritó y nos asustó; estaba enfadada d e verdad. No tuvimos recom pensa p o r el susto; no quería darnos nada y n o había posibilidad de ser generosa en la dádiva. Finalm ente, algo nos dio, pero advertim os que nos habíam os m etido en algo que no com pren díamos del todo. El que acabo de relatar es u n caso extrem o, pexo no está apartado de la tradición. Es necesario deshacerse de la idea de que las personas (hom bres y m ujeres) que viven ese tipo de vida tienen algo de héroes. No es fácil, y si las arrugas en la cara de u na m ujer mayor de la clase tra bajadora suelen ser sum am ente expresivas, adquirirlas es duro. Tenem os que in te n ta r no añadirle más encan to a ese rostro; tiene su refinam iento sin n inguna luz artificial. Casi siem pre es u n a cara rugosa, y las arrugas, cuando se las observa de cerca, tien en suciedad; las m anos son u na es pecie de garras huesudas cubiertas de u n a piel muy marcada, donde la suciedad tam bién está incrustada tras años de lavar a m ano con agua fría. En la cara aparecen dos líneas m uy m arcadas que van desde la nariz hasta los labios apretados; son la m uestra de años de “hacer cuentas”. Muchas m ujeres mayores de la clase trabajadora tienen u n gesto habitual que revela algo de los años de su vida hasta ese m om ento. D. H. Lawrence lo observa en su m adre: el gesto característico de m i abuela consistía en
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tam borilear los dedos en el apoyabrazos de su sillón, un tamborileo que acom pañaba un pensam iento que le daba vueltas todo el tiempo en la ca beza; había pasado m uchos años tratando de que el poco dinero con que contaba alcanzara para todo. Otras m ujeres pasan la m ano suavemente p or el apoyabrazos, com o tratando de suavizarlo todo para que las cosas funcionen; otras tienen u n gesto en la boca o u n balanceo constante. No se puede hablar de gestos neuróticos ni de signos de miedo; son gestos que acom pañan los cálculos continuos. En la actualidad, cuando oigo a alguien h ablar de “p en a” y “pobreza”, me suenan a palabras arcaicas que hay que reservar para ocasiones es peciales. Para mi abuela, eran palabras corrientes ju n to con “cuidado” y “dificultad”, y se em pleaban con tanta frecuencia y con el mismo valor con que m uchas personas que conozco dicen hoy “fastidio” e “incom odi d ad”. C uando mi abuela decía que alguien “se sacaba el pan de la boca” no tenía la intención de sonar trágica ni de hablar en sentido figurativo; hablaba desde u na tradición continua y todavía relevante, y cuando pro nunciaba esas palabras, había en ellas algo de la cualidad elem ental de la antigua poesía anglosajona: “Puedo cantar u n canto auténtico sobre mí [...] que en los días de trabajo d u ro pasé m om entos difíciles, que llevo una p en a am arga en el p ech o ”.12 Así es la vida de u n a m adre de la clase trabajadora. Igual que el mari do, se da algún gusto ocasionalm ente. Su m ayor placer es, como observa el doctor Zweig,13 “que alguien la atienda”; pu ed e ser que las hijas y el padre se ocupen de la casa p o r u n día o ir de excursión, que le sirvan una com ida como Dios m anda de vez en cuando o, sim plem ente, que el m arido la lleve al cine. Pero en general se dedica a trabajar hasta que es abuela, y entonces la llam an para que ayude con los nietos. Algunas m ujeres se tom an muy en serio su papel y hacen de su vida un ritual riguroso y de su trabajo, u n símbolo de gravoso honor; otras son holgazanas, pero p ara la mayoría la vida es, én m ayor o m enor grado, una etern a rutina olvidable de dedicación a la familia que desdibuja el orgullo y la autoestim a. En el fondo, está el orgullo de saber cuántas cosas d ep en d en de ellas, que to rn a irrelevante cualquier atisbo de- autocom pasión. Así, hasta la m enos atractiva y p ro m etedora de las chicas llega a la m adurez en su hogar rodeada de la familia, sabiendo que está
12 P oem a anglosajón, tom ado de The Seafarer, Everym an, 1926. 13 V. F. Zweig, Women’s Life and Labour, The Brilish Worker, y Labour, Life and Poverly. La o b ra d el d octor Zweig h a sido u n a referencia para toda esta sección.
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donde debe estar y, a pesar de todos los problem as, está contenta. El m a rido pu ed e ser el “je fe ” de la familia, p ero ella no es un felpudo; los dos aprecian el valor y la virtud de la m ujer siem pre que ella sea u n a “buena m adre”. El am a de casa rezongona sigue siendo u no de los principales villanos del arte popular. Pero cabe pregu n tarse en qué m edida se transm ite todo esto a las ado lescentes que pasean a la noche p o r la calle. Parece que ellas llenan el espacio que m edia en tre term in ar el colegio y casarse yendo al cine tres veces p o r sem ana a ver “com edias musicales” y “comedias rom ánticas” o historias de am or im aginarias y yendo a bailar a Palais, Mecca, Locarno o los clubes.14 P o r lo general, el trabajo no tiene m ucho que ver con su personalidad; las chicas no tienen m ucho interés en com prom eterse con nada; no les interesan las actividades sindicales ni las domésticas. ¿Puede ser que la m ayoría de ellas sean irresponsables, descuidadas y vacías? Me ocuparé de esos temas en capítulos posteriores. A hora quiero po ner el acento en otro aspecto, en la razón p o r la cual las cosas no siem pre son tan malas com o parecen a p rim era vista. A esas m uchachas, la eta pa flo rid a les d u ra poco, sólo algunos años d u ra n te los cuales tie n en pocas responsab ilid ad es y algo de d in e ro p a ra gastar. S o rp ren d e, en vista de q u e las circunstancias n o son favorables, la alta p ro p o rció n de jó v en es que realizan actividades al aire libre. Para la m ayoría, lo que tan co n v en ien te e insistentem ente hay en oferta es suficiente: las actividades en espacios cerrados. A ellas les aburre su trabajo y hay m u chos que saben cóm o hacerles gastar el dinero. Son propensas a vivir en la burb u ja de la fantasía adolescente. T odo lo que quieren hacer parece urbano y trivial; n o sería fácil captar su atención durante m ucho tiem po desde fu era de la burbuja. Así y todo, no es m uy com ún que las chicas se rebelen contra la familia, aunque la casa p a te rn a no les genere n ad a especial. La casa fam iliar está “b ien ” (adverbio que indica que u n o acepta algo que no lo entusiasm a).
14 Los bailes d e salón son el se g u n d o g ran e n tre te n im ie n to n acio n al después d el cine. H ay e n tre 450 y 500 salones de baile y m uchas otras salas qu e se u san p a ra o tro s fines ad em ás d e los bailes. C ada añ o van unos doscientos m illo n es d e p ersonas a los bailes y gastan cerca de 25 m illones d e libras (u n c u a rto d e lo q u e se gasta en ir al c in e). El rango de edades es de 17 a 25 añ o s (d atos tom ados de “Saturclay N ight a t th e Palais”, Economisl, 14 d e fe b re ro d e 1953. El a u to r observa p a rtic u la rm e n te el to n o “re sp e ta b le ” d e la m ay o ría d e los salones y el in terés g e n u in o de los bailarines en su actividad).
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U no vive allí; norm alm ente no piensa en irse o si puede salir de noche. Pero me parece que la vida alegre -y lo es en m uchos sentidos- de las adolescentes no está considerada com o algo “real”, como la vida de ver dad. Las chicas la disfrutan sin arrepentirse; rara vez afecta la idea de que, después de todo, el verdadero asunto de la vida es casarse y form ar una familia. P or cierto, es la vida en u n sentido que no se tuvo en el cole gio; en esa época se aprende m ucho sobre lo real, sobre lo que significa vivir, p o r m edio de los chismes y de las charlas en tre com pañeras de trabajo; uno se divierte. Pero la vida real, dejando de lado la diversión, es el m atrim onio: para hom bres y m ujeres, esa es la principal línea divi soria de la vida de u n a persona de la clase trabajadora, y no el hecho de cambiar de trabajo o m udarse a otra ciudad o ir a la universidad o tener un oficio. La b oda m arca el fin de la libertad tem poraria p ara u n a m ujer y el inicio de u n a vida en la que lo norm al será “freg ar”. Para la mayoría, todo esto es algo natural; el p eríodo de libertad es u n a especie de vuelo de m ariposa, vertiginoso m ientras dura, p ero breve. “A hora voy a sentar cabeza”, la frase que d i c e n las c h i c a s C u a n d o h a n e n c o n t r a d o a u n hom bre para casarse, encierra u n profu n d o significado. Después de la boda, la m ujer recu rre a sus raíces más antiguas. A ún le quedan m uchas lecciones difíciles p o r a p re n d e r y varias situaciones incóm odas antes de sentar cabeza. Las m ujeres más despreocupadas se resisten a ap ren d er, siguen fu m an d o y yendo al cine, así que no se ocupan de los hijos com o deberían . M uchas ad o p tan u n ritm o que las retro trae a u n tiem po a n te rio r a las m elodías bailables y las películas. Basta con observar la form a en que u n a m u ch ach a que d eb ería ten er un espantoso sentido del estilo - e n vista de la m ed id a en que su gusto se ve alim entado p o r lo llamativo y lo trivial- im p o n e, en cada objeto individualm ente desagradable que adquiere, el sentido de lo que es im portante p a ra recrear el am biente de u n a sala de estar. Basta con observar cóm o cuida a u n bebé, y no m e refiero a cuestiones de higiene ni a asuntos triviales, sino a cóm o lo alza en sus brazos o lo coloca en una tina de b añ o ju n to al fuego. N orm alm ente, la joven h a tenido p ráctica antes de term in ar el co legio, ayudando con la lim pieza de la casa, cuidando a los herm anos m enores o paseando a su p ro p io bebé o al de la vecina. No es m ucha práctica, y después de seis o siete años de ju e rg a continua, so rp ren d e que retom e el hilo com o si nada h u b ie ra pasado en el m edio. Eso se debe a que ese hilo n u n ca se cortó, sólo qued ó oculto p o r un tiem po. Las esposas jóvenes que siguen trab ajan d o hasta que nace su p rim er hijo o incluso después, en caso de c o n ta r con u n a abuela que lo cuide
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o d e u n a guard ería d o n d e dejarlo, no se rebelan co n tra las exigencias d el m atrim onio sino que p ro lo n g an , p o r u n período que saben que es breve, el tiem po en el que les q u e d a d in ero para gastar en pequeños lujos: ja m ó n cocido a 2 chelines el cuarto o pescado con papas fritas dos o tres veces p o r sem ana. Es b u e n o m ientras dura. La mayoría de las chicas de la clase trabajadora no sufre m ucho por la libertad perdida; n u n ca pen saro n que sería p a ra siem pre. Según las norm as de las clases “ed u cad as”, es decir, de acuerdo con los consejos publicados en los libros m od ernos para padres, las jóvenes d e la clase trabajadora m alcrían a sus hijos. Form a parte de u n a antigua tradición de la clase trabajad o ra el co n sen tir a los niños y a los jóvenes hasta q u e se casan. A los bebés los colm an de atenciones; no los dejan llorar, les dan de com er hasta h artarlo s y luego les sum inistran unos dudosos rem edios de 6 pen iq u es la caja; les dan el chupete, m uchas veces em bebido en alm íbar; los m ecen co n tin u am en te en sus m agní ficos cochecitos; no los d ejan solos ni la m adre, ni el padre cuando llega del trabajo, ni los abuelos, y d ejan que se q u e d en despiertos hasta muy tarde. Años después, au n q u e a veces se espera que las niñas ayu d en u n poco en la casa y a algunos niños se les perm ite trabajar com o rep artid o res de diarios, lo llam ativo, en vista de lo ocupada que está la m adre y de que en la casa no sobra el d in ero , es que les pid en que no trabajen m ucho y que el d in ero q u e consigan en su tiem po libre se lo q u e d e n ellos.15 ¿Cada cuánto se b a ñ a n los niños? ¿Con qué frecuencia les co m p ran regalos carísimos; p o r ejem plo, bicicletas extraordinarias y cochecitos gigantes? Los padres n o esp eran q ue los hijos hagan aportes para m a n te n e r la casa, ni en trabajo ni en dinero. Casi todo lo que sabe u n a chica de clase trabajadora sobre llevar adelante u n a casa lo asimila inconscientem ente; Es p robable q ue u n a jo v en “gane buen d in e ro ” y gen ere m uchos gastos, p ero casi seguro el d inero que deja en la casa n o alcanza para cu b rir esos gastos. Si eso es ser egoísta, los padres p e r d o n a n y alientan ese egoísm o, pues p iensan que las chicas ya tendrán todo el resto de su vida para vivir d e o tra m an era y que hay que dejarlas que “lo pasen b ie u m ientras p u e d e n ”, p o rq u e después de todo, “sólo se es jo v e n una vez’L
15 Observación del d o cto r Zweig en Women’x Life and Labour.
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EL PA D RE
Igual que a su m ujer, a un hom bre de la clase trabajadora casi siempre lo reconozco p o r el físico. Suele ser de baja estatura y de tez oscura, con la cara arrugada y am arillenta después de los 30. La estructura huesuda de la cara y el cuello se aprecia con claridad; tiene u n aire a perro de caza. Por lo general, estos rasgos físicos se ad quieren en laju v en tu d y q u e d a n , para toda la vida. Por eso, p o r decirlo superficialm ente, si yo o alguno de mis colegas con familia de clase trabajadora nos pusiéram os la g o rra y el pañuelo que usa la gente elegante o si nos desabrocháram os el prim er botón de la camisa, la form a en que nos quedan el pañuelo y la gorra o la estructura de las escápulas nos h arían parecer obreros en su día libre y no hom bres deportivos de clase m edia. El p u n to de partida para en ten d er la posición del p adre de clase traba jad o ra en su hogar es que él es el patrón, el “jefe de la casa”. Así lo indica la tradición y ni él ni su esposa quieren cambiarla. D elante de otras per sonas, la m ujer se refiere a su m arido com o “el señor W.” o “e lje fe ”. Eso no quiere decir que él sea el amo o que siem pre se haga lo que él quiere. M uchos m aridos están bien dispuestos a ayudar y a ser “considerados” y “buenos esposos”. Los que se m uestran holgazanes o insensibles suelen ser bastante .egoístas y hasta brutos. En cualquier caso, es probable que se los trate con deferencia porque son los que aportan la m ayor parte de los ingresos y los que más trabajan, au n q u e hoy en día esto no sea del todo cierto. El hom bre sigue siendo el principal contacto con ese m undo exterior que aporta el dinero para la casa. Muchas veces hay una especie de rudeza en sus modales que una mu je r de clase m edia no toleraría. U na esposa dirá que está muy preocupada porque hay algún problem a y “eljefe va a ponerse loco” cuando llegue; el marido la puede “levantar en peso” con malos modales o incluso le puede “poner una m ano encima” si ha tom ado uii par de cervezas al salir del tra bajo. O las mujeres de m ediana edad le preguntarán a una más joven: “¿Te trata bien, no?”, cuando lo que en realidad quieren saber es si el marido ejerce violencia psicológica o física, o si sale todas las noches y la deja sola, o si “es comprensivo” cuando a ella no le alcanza el dinero de la casa. Esto implica, en parte, una crudeza rústica en las relaciones personales y en la forma de expresarse que no significa necesariamente falta de afecto, ni de samparo hacia la esposa. El hom bre gruñón sabe defender a la esposa; tiene algo de gallo que cuida el gallinero. Por consiguiente, los muchachos rudos despiertan admiración; el gesto de desaprobación ante ellos encierra tanto admiración como preocupación: “es u n hom bre de verdad”, dicen de él.
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De un m arido, entonces, no se espera que ayude en la casa. Si lo hace, la esposa se p o n e contenta, p ero si no, ella n o le guarda rencor. “AI fin y al cabo”, casi todo el trabajo de la casa le corresponde hacerlo a ella. “Ese no es trabajo p a ra u n h o m b re ”, dice la m ujer, y no lo deja hacer m ucho, p o r tem or a que piensen que es afem inado. El mayor elogio para este tipo de m arido sería: “Es m uy b u eno en la casa. Como un a m ujer”. Si ayuda m ucho parece que se está ocupando de obligaciones que le co rresponden a ella; las tareas de la casa no se com parten. Cuando él decide ayudar a lavar la ropa o cuidar al niño, lo hace por que de verdad quiere ayudar. E n m uchos casos, la esposa no sólo “ni sueña” que él la ayude a lavar, sino que piensa que 110 p u ed e “ponerse a lavar cuando él está e n casa”. N orm alm ente, el secado de la ropa es un problem a, en especial en días de lluvia, p o rq u e se necesita u n sistema complejo que consiste en colgar las prendas húm edas alrededor del fue go en u n ten d ed ero portátil, y quitarlas y m eterlas en u n canasto o una tina de zinc cuando el m arido q uiere “ver el fuego”. Hay m uchos m aridos que consideran que el tem a del dinero de la casa es algo co m p artid o ,16 así que dejan el sobre con el pago sem anal para que sus m ujeres dispongan de él. Pero según m i experiencia, en la mayo ría de los casos, el sobre es del hom bre, que le da un a sum a fija p o r sema na a su esposa para los gastos de la casa. En m uchas familias, la m ujer ni siquiera sabe cuánto gana el m arido. Eso no quiere decir que él la trate mal. “Sí, m e cu id a” o “Me trata b ie n ”, dice la esposa para d ar a e n ten d er que el m arido le da suficiente din ero pero que es él quien lo adminis tra. De esta sum a fija, la m ujer debe sacar p ara reem plazar la vajilla y el mobiliario que se ro m p en . Los m aridos más considerados aceptan que les pidan más y ap o rtan algo del siguiente pago de horas extra. Muchas veces, lo que le toca a la m ujer de esas horas extra no le llega de m anera sencilla. A veces, ella siente que no es capaz de hablar de problem as de dinero con el m arido ni de temas tales com o si es posible m an d ar al hijo a la escuela secundaria. Se discutirá el asunto y, en especial, si hay que .decidir si el chico p u e d e co n tin u ar con sus estudios secundarios después de los 16 .años, p e ro en este caso no hab rá u n a conversación con preci siones sobre m edios y recursos económ icos ni sobre recortes de gastos o reducción de actividades de ocio.
16 Esto es d istin to incluso en otras partes del n o rte de Inglaterra; p o r ejem plo, el caso d e m uchas m ujeres casadas que trabajan en la in d u stria textil en L ancashire.
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Si el m arido recibe u n subsidio p o r desem pleo -y los mismos supues tos se aplican si está enferm o o no tiene suerte o carece de aspiraciones-, él y la esposa dan p o r sentado que él debe te n e r din ero para gastar. Es u n a cuestión de am or propio, pues “u n ho m b re no p u ed e no ten er dine ro en el bolsillo”; se sentiría m enos hom bre, d ep en d ien te de la esposa e inferior a ella, y esa situación n o es norm al. El debe ten er dinero para los cigarrillos y la cerveza,17 incluso p ara alguna apuesta. La cantidad de di nero que gastan p o r sem ana, aun los hom bres desempleaclos, le parece ría excesiva, p o r ejem plo, a un profesional de clase m edia. En prom edio, un hom bre suele com prar 15 cigarrillos baratos p o r día, que le insum en alrededor de 13 chelines p o r sem ana. U n h o m b re que cobra el subsidio por desem pleo dispone de u n a libra para sus gastos semanales. Los ci garrillos y la cerveza, según su criterio, son p arte de su vida; sin ellos, la vida no sería vida. Casi no hay otros intereses más im portantes que los desplacen o p o r los que valga la p en a ren u n ciar a ellos. Es, pienso, la idea de que se trata de elem entos básicos lo que hace que m uchas familias, incluso aquellas en las que el padre tiene u n b uen trabajo y dispone de bastante dinero p ara sus gastos, conserven las viejas costum bres según las cuales la esposa com pra u n a p arte de los cigarrillos p ara el m arido con dinero asignado para los gastos de la casa. He notado que las chicas son m uy m im adas p o r los padres, p ero que, en especial cuando dejan la escuela, deben ocuparse más de las tareas domésticas que lo que se espera de sus herm anos varones. Los m ucha chos no tardan e n in co rp o rar el concepto de que “p a ra los hom bres es distinto”, que se afianza a m edida que crecen. C uando u n joven term ina la escuela, esa idea ya se ha fortalecido y él se siente p o r prim era vez cerca de su pad re y sabe que su padre está dispuesto a acercarse a él, porque ahora los dos com parten el m u ndo real del trabajo y los placeres masculinos.
17 El H RS 1955 confirm a lo que sugiere la observación: los cigarrillos son la form a m ás p o p u la r de tabaco en tre la clase trabajadora. El 68% ele los ho m b res de esta clase fum a cigarrillos y sólo el 17% fu m a en pipa. La p ro p o rció n d e fum adores de cigarrillos es algo más elevada que en otras clases. El gasto en tabaco parece bastante u n ifo rm e en todas las clases; en general, esto se explica p o r la m ayor p ro p o rció n de gasto en tabaco de la clase trab ajad o ra respecto de sus ingresos. El inform e sobre gastos de consum idores en el R eino U nido (véanse las notas del capítulo 3) indica que, a m ed id a q u e dism inuyó el gasto en bebida, au m en tó en tabaco (cigarrillos en especial) en todas las clases sociales.
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Aún hoy esta situación es bastante com ún, pero se interpreta como q u e el m arido es egoísta y delega en la esposa la resolución de los problem as. La idea fu ndam ental es que el hom bre es el amo y señor de la casa. Algunas frases que expresan esta idea, y no son las que se oyen con m e nos frecuencia, p o d rían sonar muy injustas p a ra las mujeres. Con todo, hay muchos hom bres que son considerados y están dispuestos a ayudar, q u e pasan gran p arte de su tiem po libre con la familia, dedicándose a arreglar cosas en la casa. Aun así, la idea es que el padre ocupa una po sición especial. Hay cosas difíciles y de hom bres, como cortar leña, que sólo él p uede hacer; hay otras que hace sin que se trastoque el orden es tablecido, com o irse al trabajo sin que nadie le prepare las cosas o lle varle una taza de té a la m ujer a la cam a ocasionalm ente. En algunos m aridos jóvenes se observan signos de un cambio llamativo e n la actitud general. Las mujeres ejercen presión para que ocurra ese cambio y sus maridos están dispuestos a m odificar las costumbres hereda das de sus padres. En este asunto, com o en otros, las mejoras en la educa ción prom ueven u n lento aunque am plio cambio de actitud entre los que es tán dispuestos a aceptarlo. En particular, ciertas parejas de esposos reci b en la influencia del ejemplo de los m aridos jóvenes profesionales, de clase m edia baja, que han aprendido, en especial desde la guerra, a ayudar a sus mujeres porque ya no pu ed en contratar em pleadas domésticas. Hay hom bres, de clase ti'abaj adora que lavan la ropa si sus esposas trabajan fuera de la casa, o se ocupan del bebé si salen tem prano del trabajo y no están muy cansados. Pero m uchas esposas regresan del trabajo tan cansadas como sus maridos y “se p o n e n ” a hacer las tareas del hogar sin ayuda de nadie. Y no muchos maridos de clase trabajadora aceptan em pujar el cochecito del bebé cuando van p o r la calle, porque aún se cree que es una actividad “de blandos”, idea con la que la mayoría de las m ujeres está de acuerdo. Si una m ujer tiene u n deseo consciente, probablem ente no sea el de u n m arido que haga ese tipo de tareas sino u n o que respete las viejas costumbres; un “b u en m arido” en el sentido más antiguo, un hom bre “firm e” y “trabajador”, que no la deje de p ro n to en la pobreza, que con serve su trabajo si em piezan los despidos, que lleve siem pre el dinero a la casa y que sea generoso a la hora de com partir el aguinaldo. En el plano em ocional, el m ejor aporte del hom bre es estar dispues to a negociar sin p o r ello volverse blando o “afem inado”, a vivir según el principio de que u n m atrim onio feliz es u n “toma y daca”. U na gran mayoría de los m aridos de clase trabajadora respeta ese principio: hay muchos chistes sobre el m atrim onio p ero n inguno en contra de él. No se sienten hostigados p o r las ambivalencias de las personas con mayor grado
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de conciencia, que están tan horrorizadas por la idea de poder term inar como burgueses autocom placientes al igual que sus padres, que les lleva años darse cuenta de que les gusta la vida de casados, y hasta disfrutan con las necesidades y los deberes cotidianos. Los hom bres y las mujeres de la clase trabajadora todavía creen que casarse es lo norm al y lo “correcto”, y que hay que casarse más cerca de los 20 que de los 30 años. Lo que un hom bre gana a los 21 es, probablem ente, lo mismo que gana a los 50; es posible que el joven se case con u n a m uchacha de su misma clase y entre los dos busquen u na “casa que sea de los dos” donde vivir su vida privada.
EL BARRIO
La casa p u ed e ser privada, pero la p u erta de en trad a da a la sala de estar. Y cuando u n o cruza el um bral o lo usa para sentarse en una tarde de verano, pasa a form ar parte de la vida barrial. Para q uien viene^de afuera, estos distritos proletarios son deprim entes; calle tras calle con casas regulares y uniform es cortadas por un aburri do trazado de pasajes, callejuelas y callejones; ordinarias, sórdidas y con estructuras tem porarias que se eternizan; u n a variación en tonos de gris donde el verde y el azul del cielo están ausentes; los colores son más oscuros q ue en el norte y el oeste de la ciudad, más que en las “mejores zonas”. Los ladrillos y la m adera de las casas son los más económicos; la carpintería de m adera se pinta muy de tanto en tanto. Quienes tienen ca sas para alquilar no se preocupan tanto p o r m a n te n er el valor de la pro piedad com o quienes viven en sus propias casas. El parque o el espacio verde más cercano está bastante lejos, pero los terrenos están salpicados de parches de tierra en la que no crece nada y hay u n lote sin qonstruir a un p a r de kilóm etros al que le dicen “el baldío”.18 N om bre evocador: es un terren o desocupado de algo más de dos hectáreas, rodeado de obras y pubs m ugrientos, con un gran urinario de ladrillo rojo en el linde. Las casas están encajadas en los oscuros y deprimidos pasajes que discurren entre gigantescas fábricas y sus construcciones anexas, “las barracas de una in dustria”, como las denom inan los Hammond. Los ti enes de carga corren por terraplenes que están al mismo nivel que muchas de las ventanas de los dor
18 Mis baldíos eran H unslet y H olbeck, en Leeds. C reo que hoy los dos han sido renovados con tierra, arbustos y flores.
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mitorios y transportan los productos fabricados por los obreros hacia Sudáfrica, Nigeria o Australia. Los viaductos se entrelazan con vías férreas y canales; las plantas de producción de gas encuentran u n hueco entre todas esas in fraestructuras, y entre todo ello se ubican los pubsy\d& poco elegantes capillas metodistas. El color verde avanza por donde puede -casi por todas partes- en parches raquíticos. El pasto, cubierto de hollín, crece entre el em pedrado; acederas y ortigas, perseverantes e insolentes, em ergen en medio de los obje tos tirados en los basurales sin inmutarse p or la presencia de “caca de perro”, paquetes de cigarrillos o ceniza; saúcos, ligustros y adelfillas se adueñan del espacio cercado detrás de las piscinas municipales. Durante el día y la noche, los ruidos y los olores de la zona -sirenas de fábricas, frenes que cambian de vías, el vaho de las plantas de gas- indican que la vida está compuesta de turnos y horarios que cumplir. Los ñiños no están bien alimentados ni ade cuadam ente vestidos y se nota que les vendría bien pasar más tiempo al sol. Para los lugareños, esos son sus pequeños m undos, todos tan hom ogé neos y bien definidos com o u n poblado. Más abajo, en el camino que lleva a la ciudad, los autos de los jefes se alejan rugiendo a las cinco de la tarde hacia sus casas de cam po a 15 kilómetros de distancia en dirección a las co linas; los hom bres vuelven a casa. Todos conocen muy bien el barrio en el que viven: se m eten m ecánicam ente en u n callejón p o r aquí o pasan por un lavadero público p o r allá. C onocen el barrio como un conjunto de zo nas tribales. Pitt es, sin duda, u n a de nuestras calles, peró Prince Consort no nos p ertenece porq u e está más allá del límite, en otro distrito. En mi zona de Leeds yo conocía a la perfección, cuando tenía 10 años -a l igual que todos los que vivían allí en esa época-, la situación de cada u na de las calles de alrededor y tam bién dónde u n a zona se transform aba en otra. Las peleás de bandas eran peleas tribales entre calles o grupos de calles. Del mismo m odo, todos nos conocíamos; sabíamos todo acerca de los demás: que tal familia tiene u n hijo que “se tomó el buque” o emigró; que esa otra gente tiene u n a hija que cometió u n error en la vida o una que se casó con alguien de otra zona y a la que le va bien; que ese señor mayor que vive solo y cobra u n a jubilación com pra en la carnicería y fuma u na mezcla de tabacos de 6 peniques; que aquella señora es una vieja maniática que lim pia a fondo los antepechos de las ventanas y los escalones de la entrada dos veces p o r sem ana,19 arrodillada sobre u n trapo viejo y lavá los ladrillos del
19 Hay d iferencias interesantes en este hábito e n tre las distintas ciudades. Las m ujeres d e la zona sur de Leeds usan polvo de lim pieza am arillo y creo que las de S heffield usan polvo blanco.
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frente hasta la altura de los hombros; que esa otrajoven tuvo un hijo negro hace u n tiempo, después de la visita anual del ciixo; que al hijo bobo de esa mujer se le pueden encargar recados; que aquella señora mayor está siem pre dispuesta a pasar u n rato con un inválido “p o r consideración”; que ese hom bre es muy bueno en su trabajo y, como le va bien, puede llevar a la fa milia de vacaciones una semana a Blackpool todos los años y fue el primero del barrio en com prar u n televisor; que esa familia tiene lugares reservados en el teatro Empire y el hijo toma más helado que el resto de sus amigos y recibe regalos más caros en Navidad y para su cumpleaños. Son costum bres de u n a vida que se d esarrolla én u n a zona pequeña, en la que todo qued a cerca. Las casas, según he com entado, dan a la calle; la calle en sí, com parada con la de las afueras de la ciudad o con las de las nuevas urbanizaciones, es estrecha; las casas de veredas-opues tas están separadas sólo p o r el em p ed rad o , lo m ism o que los negocios. Para las cosas que se com pran con m enos frecuencia, u n o p u ede ca m in ar dos o tres cuadras hasta las tiendas que están en la calle p o r do n d e pasa el tranvía o ir hasta el cen tro de la ciudad, p ero las com pras diarias se h ac e n ahí mismo; en casi todas las cuadras hay u n a tienda, un alm acén de ram os generales o u n a casa de avisos clasificados. La vidriera de esas casas es u n a colección de papeletas; si a la n o c h e queda la luz en cendida, los chicos se re ú n e n allí; los p eq ueños anuncios de 6 peniques p o r sem ana en la p a re d dan form a a u n a especie de m ercado local rep leto de artículos “en m uy b u e n estad o ” o “V endo b a ra to ” o “Casi nuevo”. “Zapatos clásicos, casi nuevos, 1 0 /-”, “A brigo de iweecl (va rón, p ara 14 años), 1 2 /6 y diván de 90 cm (£12 dé costo), £4. Dirigirse después de las 7”. El alm acenero, cuyo local es el “club” de las amas de casa, com o en la m ayoría de los distritos, no progresa a m enos que respete las cos tum bres del barrio. Los com erciantes que recién se instalan cuelgan en la p ared del fondo un cartel de esos que confeccionan los talleres gráficos del barrio: “A quí no se fía”, p ero no pasa m ucho tiem po antes de que deb an em pezar a d ar crédito. M uchas m ujeres recu erd an cuán dispuestos a ayudar estaban los alm aceneros en tiem pos de la depresión económ ica; ellos sabían que a sus d ie n ta s n o les alcanzaba el dinero para saldar la d eu d a sem anal y que quizá te n d ría n que esperar meses para cobrar, p ero si no les daba crédito las p e rd ía n com o dien tas, en tonces no les quedaba más rem edio que esperar si no querían bajar la cortina definitivam ente. A brían incluso el dom ingo p o r la m añana, uno de los días más concurridos; si n o estaba abierto, los clientes golpeaban la p u e rta de la casa.
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El alm acenero puede ser honesto o em plear toda suerte de triquiñue las, pero la relación con sus clientes es distinta de la que m antienen los com erciantes en los barrios de clase m edia. Allí, el dueño de u n com er c io se siente inferior a sus dientas; incluso cuando tiene más dinero que m uchas d e ellas, se com porta com o si fuese su em pleado y las trata de “se ñ o ra ”. En los barrios obreros, el com erciante es uno más, aunque sus ingresos superen la m edia de los sueldos de los demás residentes locales. E n esos casos, com o él com parte los gustos y las costumbres del resto, es el que tuvo suerte, el que “está m ejo r”; vive en el mismo tipo de casa, m anda a sus hijos a la mism a escuela, se viste de m anera similar, pero tien e más d inero para ah o rrar o darse algunos gustos. A menos que le asignen u n a vivienda m unicipal, un hom bre de clase trabajadora sigue viviendo en su barrio toda la vida; quizá hasta viva en la casa cuyas “llaves le d iero n ” el día antes de su boda. A los trabajadores no calificados no les gusta m udarse; a los calificados, m enos, porque es p ro bable que tengan experiencia en u n sector que ofrece puestos de trabajo e n la zona donde viven o en u n barrio al que llegan fácilm ente en tran vía. Es im probable que u n obrero sea el único que sepa hacer su trabajo e n el barrio. Quizá cambie de trabajo antes que de lugar de residencia, ya q u e siente que está más ligado a su barrio que a su trabajo. Quizá tenga u n a prim a m aestra' se haya casado con u na chica de N ottingham y se haya ido a vivir allí; quizá tenga u n h erm an o que conoció a u na chica en Escocia d u ran te la guerra y se la haya traído a vivir a su distrito. Pero p o r lo general, la familia vive cerca y “siem p re” h a vivido cerca: en Navidad todos van a tom ar el té a la casa de la abuela. A pesar de las grandes transform aciones que hubo en los m edios de transporte en los últim os cincuenta años, el obrero no viaja m ucho.20 A lgún desplazam iento en autobús su burbano, viajes para acom pañar a su equipo de fútbol o quizá para las vacaciones de verano;21 tam bién un traslado en tren para asistir al funeral o a la boda de algún pariente que vive a unos 50 kilóm etros. Antes de casarse quizás haya ido a E uropa o en bicicleta a otras partes de Inglaterra; es probable que haya recorrido bastante m ientras cúm plía con el servicio militar. Pero una vez que se
20 El E studio de Derby (p. 113) lo confirm a. E n tre los entrevistados, 1 de cada 4 personas de !a clase m edia había salido de Derby en 1952, pero d e n tro de la clase trabajadora la p ro p o rció n e ra d e 1 de cada 10 (se excluyen los viajes de u n o o dos días). 21 Con los parientes, p o rq u e es m ás b arato y m ás co h eren te con la costum bre de com partirlo todo con la fam ilia.
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casa, descontando las ocasiones m encionadas, la velocidad y la distancia que recorre no difieren m ucho de las que po d ría haber recorrido hace treinta años. Para él, el auto no acorta distancias, los trenes no son más rápidos que hace tres cuartos de siglo. Es cierto que, si tiene que viajar, norm alm ente va en autobús, pero el asunto es que no suele ir m ucho más lejos que 2 o 3 kilómetros. La calidad de la vida cotidiana de un hom bre de clase trabajadora queda clara en la form a en que recorre m edia ciudad arrastrando u n a carretilla, transportando una mesa usada que com pró p o r poco dinero a u n conocido de un conocido. T arda horas en com pletar el recorrido, p ero a él le parece norm al. Nos recuerda a Tess d ’Urberville, que va de u n valle a otro, pero a ella le parece que recorre distintos países. El contraste no es tan m arcado, pero el obrero en esa circunstancia está más cerca de Tess que del abogado que viaja 10 kiló metros para ju g a r al golf. Para m uchos m iem bros de la clase obrera, el viaje en autobús para visitar a unos parientes que viven a cierta distancia dentro del condado es un verdadero trastorno. Las experiencias en el transporte público suelen ser agotadoras. Si un hom bre debe viajar para ir al trabajo, p robablem ente lo haga en un tren colm ado de pasajeros que tam bién van a trabajar; del mismo modo, si va a ver u n partido de fútbol, el tranvía que lo lleva va repleto. Si la esposa va a hacer las compras a la ciudad, seguro que viaja a una hora en la que m uchos vecinos tam bién tienen tiem po p ara hacerlo, es decir, el sábado a la tarde. Si va a la playa con la familia, viaja en tren el mismo día feriado en que lo hace todo el m undo. Para los hom bres de la clase trabajadora, el transporte sólo es tranquilo los días en que no van a trabajar porque están enferm os y los dem ás están trabajando. T odo gira en torno de grupos de calles conocidas, y sus vidas com uni tarias activas y complejas. Me refiero, p o r ejem plo, a la gran cantidad de transacciones financieras en tre familias, a los cobradores de compañías de seguros, a los vendedores de ropa, a los clubes de ahorro, a las rifas y sorteos.2- A u n conocido que viene en su bicicleta con un viejo im per m eable y que se acuerda de p reg u n tar p o r el reum a de la dueña de casa le pagan 6 peniques p o r sem ana, a la m ujer que vive tres casas más allá le dan 1 chelín p o r sem ana p o r una lám para crom ada que aparecía en un colorido catálogo, o u n “ch eq u e” p o r un conjunto de prendas para algún
22 U n a d e las costum bres consistía en recolectar d in ero en tre todos, y u n a vez p o r sem ana se elegía a u n o p o r sorteo que se llevaba todo lo recaudado (“La p ró x im a m e toca a m í”).
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m iem bro de la familia. El plan de pago del cheque se gestiona en un a oficina en la ciudad, o a 70 kilóm etros de distancia. Lo único que saben los vecinos es que la que se ocupa es la señora Jackson, que ha vivido en el barrio d u ran te años y “habla muy bien de la adm inistración”. Tam bién están las organizaciones de tipo m asónico exclusivas para hom bres, com o la O rd e n Real y A ntediluviana de Búfalos y la O rden Indep en d ien te de Individuos Selectos, con sus com plicados sistemas de obligaciones y pagos. Existen m uchos eventos organizados p o r diversas asociaciones p ara m ujeres que se reú n en a ju g a r a las cartas, en especial mujeres de más de 35 años, cuyos hijos ya se p u ed en q u edar solos en la casa o cuyos m aridos m u riero n y las dejaron solas. Se sientan muy con tentas, charlan y disfrutan del m om ento, con la ilusión de ganar un pre mio. Siem pre está la m u jer m uy perceptiva a la que sólo le interesa ganar, que im pone u n ritm o incóm odo y regaña a sus com pañeras si piensa que juegan mal. Al regresar a casa, alguna dirá “¿Viste la de vestido azul? Era muy viva. Yo voy para estar con gente y m e g u sta ju g a r... No soporto a es tas tan vivas”. Hay fiestas de la C oronación y la Victoria en cada calle. U n pueblo en tero p u ed e te n e r u n a fiesta de la C oronación y arreglárselas para actuar com o u n a unidad. En las ciudades, la asam blea del condado organiza festivales en los parques y las personas de la clase trabajadora acuden au n q u e no sientan que les p ertenecen; p o d rán ser eventos muy dem ocráticos p ero n o son actos verdaderam ente com unitarios, porque para serlo, e n las ciudades las actividades se organizan p o r cuadras. Adoptem os p o r u n m o m en to la m irada del niño que m encionam os an teriorm ente. T iene unos 11 años y va a la tienda a buscar su revista del sábado, Wizard o Hotspur. En el trayecto, pasa p o r u na tienda en la que el dueñ o no rezonga p o rq u e le piden unos pocos peniques de caram e los; ve al p ad re de u n amigo fum ando en m angas de camisa después del últim o tu rn o antes del fin de semana; repara en u n a cerca de m adera es tropeada en la que viven arañas a las que se p u ed e fastidiar, y en el local de venta de bebidas alcohólicas donde suena u n tim bre cada vez que sale un cliente después de com prar u n a ja rrita de vinagre. Hay variedad de luces que el niño reconoce: el sol que a la tarde llega hasta las ventanas de la planta baja, el gris neblinoso de noviem bre sobre el tejado y la chim enea, las noches brum osas de m arzo cuando los m u chachos se re ú n e n bajo la luz am arillenta de la lám para de gas abollada y con rayones. Los olores que percibe son los de la cerveza y los cigarrillos W oodbine que em an an los hom bres el sábado a la noche, el del polvo y la crem a baratos que usan sus herm anas mayores, el del pescado con
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papas fritas,23 el del alm idón de las prendas reservadas p a ra ponerse en Pentecostés y el p en etran te olor a orina de perros, gatos y hom bres. La escena más interesante es la que com bina ruido, luz y olores, entre las 11 y las 12 de u n a m añ an a soleada de dom ingo, cuando las puertas están abiertas y los um brales, ocupados. El arom a a carn e asada sale de casi todas las casas; las ondas de las radios se m ezclan unas con otras y se oyen conversaciones, risas y discusiones. Pero en ese m om ento, las discusiones no son muchas; lo que prevalece es u na sensación de b u en hum or, diver sión y ganas de disfrutar de un rico alm uerzo. Hace unos pocos años, el niño habría visto las pianolas o pianos calle jeros, que eran alquilados p o r día p o r los viejos dueños de los almace nes de la ciudad p a ra en tre te n e r a las amas de casa antes de que en la radio pu d ieran sintonizarse estaciones com o L ight P rogram m e y Radio Luxem burgo. Las pianolas tenían u n a form a de sonar incierta en apa riencia, con u n a sucesión de notas en cascada d en tro de u n a serie regu lar de grandes oscilaciones melódicas; todas las m elodías se convertían en un conjunto de trinos y trém olos, de flirteos atrevidos y gorgoteos, con u n a cadencia dinám ica al final de cada m ovim iento. Si hoy tocan cualquier versión de “Valencia” o “I left my h e a rt in Avalon”, no puedo evitar oírla con un dejo de m elancolía, como sonaba en las pianolas. Hoy esos instrum entos ya no están, pero los calesiteros y los ropavejeros hacen sus anuncios a voz en cuello. Además, el chico tiene algunos gustos extraños; no se inclina tanto por los caramelos com unes ni losjugos de fruta, ni los m aníes ni las bolitas de anís, sino p o r u n a fórm ula secreta que los chicos van transm itiendo de generación en generación: u n a barrita de regaliz o canela que se com pra en la farm acia p o r 1 penique, 2 peniques de acacia, u n a porción de pa pas fritas “con trocitos crocantes, p o r favor”, bien condim entadas con sal y vinagre y servidas en papel de diario p o r el que se pasa la lengua cuan do se acaban las papas. Com er estas cosas cuando u n o va cam inando por la calle a la n oche es u na delicia. Tam bién hay vida anim al en el barrio: u n a m ultitud de mascotas, de las cuales los más interesantes son los perros de “raza p e rro ”, aunque los gatos los superan en núm ero. Los estorninos ocupan los edificios públi-
23 U n am igo m ío tenía problem as en la casa c u an d o e ra a dolescente y u n a vez le dijo a su p ro feso r de francés que no sabía si valía la p e n a vivir. El profesor, u n juclío p o b re de M anchester, le respondió: “D éjam e se n tir el o lo r de p escado co n papas fritas y vinagre y m e convencerás de qu e la vida m erece la p en a, com o le o cu rre al Fausto de G oethe con los cantos de Pascua”.
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eos de la ciudad, pero los gorriones son los pájaros que más abundan en el barrio, y las palom as a veces tom an el em pedrado por asalto; los rato nes andan p o r los m ontículos de basura y las vaquitas de San A ntonio se aparecen en los descuidados jard in es del fondo de las casas; al fondo del patio p u ed e haber u n cajón de naranjas d onde se crían conejos o una hilera de jaulas con cotorras. Además, están los acontecim ientos especiales, como un funeral o u na boda en la calle, u n a chim enea que se incendia, el caballo del carbonero que se tropieza cuando se hielan los adoquines, un intento de suicidio con el gas de la cocina, u n a pelea fam iliar que se oye casi hasta la esqui na. Lo que más le gusta al n iño es ju g a r en la calle, con el poste de luz que hace las veces de árbol de u n p arque im aginario. E ntre los 5 y los 13 años, los chicos ju e g a n con otros de su mismo sexo. Los juegos cam bian a m edida que avanza el año, según los productos que se consiguen en cada estación (por ejem plo, conkers) * o a m edida que los chicos intuiti vam ente van m odificando su ritmo. En una época del año, todos jueg an a las bolitas, dispuestas siguiendo u n rango de prestigio que varía según la edad del d u eño y la potencia ganadora de cada una; de pronto las bolitas desaparecen y a todos les da p o r ju g a r con cerbatanas. En ocasio nes, se p one de m oda u n a diversión nueva, com o el yo-yo de los años 30, pero las. m odas d u ran poco. Los juegos norm alm ente no requieren otro adm inículo que u n palito o u n a pelota; los niños usan el material que tienen a m ano: los postes de luz, las losas y los frentes de las casas. Los aros de pelota al cesto y los dardos ya no se usan y los baleros no son muy populares, p ero el béisbol callejero, la m ancha, la rayuela m arcada en las baldosas y u n gran nú m ero de ju eg o s que requieren correr alrededor de los postes de luz o e n tra r y salir corriendo de espacios cerrados, como en el ju eg o de indios y vaqueros, aún tienen vigencia. A las chicas les gusta saltar a la soga y, en especial, les encanta ir disfrazadas por la calle con ropa vieja de su m adre con encaje y puntilla, ju g an d o a que están en u n a boda. E n el patio del fondo, u n p ar de m uchachos arm a un carro con unas tablas de m adera y las ruedas de u n a vieja carrerilla y luego va a toda velocidad p o r la vereda o el asfalto, accionando el freno de m ano cuando se acerca a la ruta del tranvía. Las canciones con rim a que acom pañan los juegos siempre están vi gentes: “A la ro n d a de San Miguel, el que se ríe se va al cuartel”, “Punto y
* Conkers es u n ju e g o infantil en el que se ata u n a castaña a u n a cuerda y, m oviéndola, se in ten ta ro m p e r la del con trario . [N. d e T.]
PAISA JE C O N FIGURAS; UN ESCEN A RIO Q 1
coma, el que no se escondió se em brom a”, “Al D on Pirulero”, “A la lata, al latero, a la hija del chocolatero”. T am bién hay canciones para ocasio nes especiales como las elecciones (“Juntos, jun to s, ju n to s podem os”); para la noche del 5 de noviem bre, cuando se encienden fogatas, o para la Navidad, cuando se cantan villancicos casa p o r casa: En el portal de Belén hay un arca chiquitita donde se viste el Señor para salir de visita. Y también: We wish you a meny Gilísimas, xoe wish you a meny Chñsimas, We xoish you a meny Christrnas, and a happy Nexo Year. En el caso de las “excursiones”, esas recreaciones que im plican gastar unas.m onedas e irse de la casa, la secuencia viene determ inada exclusiva m ente por las estaciones del año. Los destinos p u ed en ser un arroyuelo cercano donde se pescan espinosos y percas, un bosque donde se reco gen frutos,, pasando la iglesia de arcos en pu n ta, u n cam po cercano con plantas de ruibarbo o nabo donde tam bién es posible cazar pájaros. Los chicos que le p u ed en ped ir unas m onedas a la m adre van a la piscina m u nicipal o viajan en tranvía a u n a parte alejada de la ciudad, donde dicen que el parque infantil es muy bueno; allí pasan todo el día y com en unos sándwiches y com parten u n a gaseosa. En otoño se p u eden pasar días enteros m irando cóm o organizan el “festival” y tratando de descubrir qué ocurrirá allí. Así se van sucediendo los días y las semanas, m uchas veces aburridos y grises, pero matizados con todo tipo de sucesos. Existe un ritm o, pero es el del m undo de los juegos, en el que las estaciones y los graneles festi vales religiosos son sólo secundarios. Los viernes están reservados para ir de compras con la m adre a la calle com ercial, que es puro bullicio, entre los saludos de los conocidos y el traqueteo de los tranvías que no dejan de pasar. Llega el fin de sem ana con las fotos del sábado o un concierto en la capilla y una cena en el centro parroquial; huevos con panceta para el desayuno del dom ingo y la gran m erien d a del dom ingo p o r la tarde. D urante el año vienen el m artes de los panqueques, el día de las eleccio nes -q u e siem pre es feriado-, las roscas de Pascuas, el “festival” de otoño, la noche de las diabluras y todas las semanas en las que se recaudan
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fondos para la noche de las fogatas. Ese día se enciende u n a especie de gran fuego urbano, con casi n ad a de m adera sacada de árboles y m ucho de sillas y colchones viejos que alguien ha podido cam biar últim am ente cuando le tocó el tu rn o del club de com pras o un sofá que h a sido reem plazado p o r u n o más m oderno gracias a la com pra en cuotas. Al ritm o de los fuegos artificiales, la g ente p one a asar papas en los bordes de la fogata. Como esa vida constituye u n a totalidad que colma las expectativas a to das las edades, p ara u n a p ersona de la clase trabajadora m ayor de 25 años es difícil m udarse a un barrio de características distintas, o incluso a otro barrio del m ism o tipo. Son conocidas las dificultades de los traba jadores p ara establecerse en las nuevas viviendas municipales. N orm al m ente, la m ayoría no acepta las actividades grupales organizadas, salvo las que conoce desde p eq u eñ o y en las que h a participado públicam ente si las necesidades com unes y la recreación de u n barrio densam ente po blado así lo requerían. En los parajes de ladrillo y cem ento, al principio se sienten m uy expuestos y desprotegidos; sufren de agorafobia; sienten que no p e rten ecen al nuevo sitio, que está “lejos de to d o ”, de su familia y de los com erciantes que conocen de toda la vida; no cuidan el ja rd ín , salvo que se hayan acostum brado a usar el huerto, y no es lo mas usual; quisieran m o n tar gallineros y se com pran perros y gatos. * La im agen más conm ovedora de esa idea de hogar y de barrio es la de los hom bres m ayores que p u eb lan las salas de lectura de las bibliote cas públicas.,,!4 Son personas solas que ya no trabajan, con hijos adultos que se h a n ido de la casa familiar, viudos o que tienen a su esposa en ferma. Los más afortunados siguen viviendo en su antigua casa o en la de uno de sus hijos; algunos se las arreglan con u na jubilación y viven en u n a residencia o en u n a habitación de u n apartam ento en u n distrito pasado de m oda. Los que se q u e d a n en el barrio se sienten perdidos sobre todo en los días de sem ana, cuando la calle está ocupada sólo
24 Las salas de lectu ra de las bibliotecas públicas eran lugares m u ch o más tristes en los años treinta. E n tre otros, los que iban a leer los periódicos -em p lead o s, vendedores y algunos profesionales que no ten ían trab ajo tam bién iban allí a com er sus bocadillos y a an o tar datos en sus cuadernos. El in fo rm e d e Sargaison Growing Oíd in Common Lodgings es m uy valioso en este aspecto. C on respecto a los ancianos en las bibliotecas públicas de Belfast, la au to ra co m e n ta que “algunos de los hom bres de m ás ed ad aprovechaban p ara secarse las m edias en los caños de la calefacción, p ero eso estaba p ro h ib id o , y si los descubrían, el castigo era el frío de la calle”.
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por niños y unas pocas amas de casa, atareadas p ero gentiles. Los m e nos frecuen tan las estaciones de tren d o n d e se en cu en tran con locos y vagabundos. O tros acuden todos los días a la biblioteca, d o n d e no hace frío y hay lugar para sentarse. La im agen recu erd a a esos estuarios ocul tos a los que llegan los sedim entos fluviales, que p erm an ecen allí com o un m o ntó n de basura: palos, trozos de papel, hojas m architas, cajas de fósforos... La biblioteca tiene el aspecto de u n asilo de ancianos de los antiguos, algunos de los cuales todavía existen; los som bríos periódicos están abiertos en mesas dispuestas a lo largo de las paredes, bien sujetos con barras de m ad era y con las páginas de deportes cuidadosam ente pegadas para desalentar, las apuestas; las revistas están sobre escritorios de roble oscuro ilum inados p o r lám paras de pantallas color verde, con un haz de luz tan estrecho que la sala qu ed a en penum bras p o r encim a de la altura del codo. La sem ioscuridad ayuda a suavizar la insistencia de las notas en blanco y negro, todas con leyendas imperativas que anuncian prohibiciones y que se alternan con los periódicos en las paredes. En u n a sala de lectura que conozco hay ocho m andam ientos en carteles que varían en tam año, desde uno de 23 centím etros de largo p o r 10 de altura que reza s i l e n c i o hasta otro que dice n o s e a d m i t e e l i n g r e s o d e p e r s o n a s c o n m a t e r ia l
DE LECTURA EN ESTA SALA Y LOS LECTORES DEBEN LIM ITA RSE A CON
l a s p u b l i c a c i o n e s d i s p o n i b l e s e n e l l a . Los carteles varían en tono, desde la o rd en tajante a la prohibición sutil. Después de un rato, el am biente es tan deprim ente que u n o em pieza a pensar que p r o h i b i d o h a b l a r e n v o z a l t a es u na señal de afecto en m edio ele u n clima for mal, u n a m an era de m ostrar com prensión p o r el hecho de que tantos asistentes al lugar n o tienen con quién hablar. La biblioteca es el refugio particular ele los que no tienen un lugar, ele los que sobran, de los que tien en las mejillas hundidas, los ojos vidriosos y la m irada gastada y algo triste. U n excéntrico absorto en los rituales de sus obsesiones se sienta en tre u n solterón, que vive en la casa de su herm ana casada p orque a ella le viene bien la pensión que recibe él p o r haber peleado en la guerra, y u n viudo en trad o en años que vive en u na residencia sin pretensiones o en u n a casa que huele siem pre a té viejo y fritura. Salen a la calle después ele lavarse con agua fría, p onerse una camiseta y enroscarse u n a bufanda alred ed o r del cuello. Antes ele en trar a la biblioteca cam inan u n rato, observan a la gente p o r la calle, gente que está ocupada haciendo cosas, que p erten ece a algún lugar. Si el ban co de la plaza está muy frío, van a la sala de lectura en busca de calor. Algunos prefieren artículos de tem ática religiosa, que n un ca falta en sus
SULTAR
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lecturas; otros -furtivos y tem erosos de que los descubran, o hábiles, au daces y descarados- im aginan cóm o ganar en las apuestas o farfullan co sas m ientras com en u n sándwich. Hay quienes sólo ojean las publicacio nes o m iran fijam ente u n a página d u ran te diez m inutos sin leer; algunos se sientan y m iran u n p u n to fijo m ientras se hurgan la nariz. Todos están e n los m árgenes de la vida, viéndose a diario pero sin tener ningún tipo d e contacto. Reducidos a un m anojo de ropas, unas pocas necesidades prim arias y u n a falta persistente, h an sido desconectados del único tipo d e vida de la que alguna vez.participaron, en la que desem peñaron u n papel que aceptaron de m anera inconsciente; no conocen el arte de las relaciones sociales. Suele hab er alguno que llega a este refugio de los desposeídos como si fuese un club conservador y él, u n viejo concejal. D eteriorado pero de senvuelto, se dirige hacia su silla p referida saludando y sonriendo com o si alguien le prestara atención. Niega lo evidente con la mayor frescura y cree que es feliz. La mayoría im agina u n a vida ideal frente a la chim enea, com iendo m ucho, con u n a esposa que escuche con atención, con dinero p ara com prar cigarrillos y cerveza, y una “posición”. No es de sorpren d e r q ue el em pleado de la biblioteca les inspire deferencia; algunos han p erd id o el respeto p o r ellos mismos y no se perm iten siquiera sentirse m olestos p o r él ni tratarlo con arrogancia.
3- “Ellos” y “nosotros”
“e l l o s” :
r e s p e t o p o r u n o m is m o
Es probable que la fuerza de la mayoría de los grupos esté re lacionada con la exclusividad, con la idea de que hay personas que están fuera del “nosotros”. ¿Cómo se m anifiesta esta característica en la clase trabajadora? A nteriorm ente, he m encionado la im portancia del hogar y del barrio, y propuse que esa im portancia proviene en parte de la idea de que el m undo exterior es extraño, y con frecuencia hostil; que tiene casi -todas las cartas ganadoras en la m ano y que es difícil relacionarse con él en sus propios términos. Para em plear u n a palabra frecuente en boca de las personas de la clase trabajadora, m e referiré a los de ese otro m undo com o “ellos”. “Ellos” es u n a figura coral en térm inos teatrales, el personaje principal en las formas urbanas m odernas de la relación entre el cam pesino y el propietario de la tierra. El m u ndo de “ellos” es el de los jefes, sean estos individuos del ám bito privado o, como suele ser el caso más corriente en la actualidad, los em pleados públicos. “Ellos” pueden ser, según la ocasión, cualquier persona cuya clase social no sea la de los pocos individuos a los que la clase trabajadora reconoce com o tales. Un médico que m uestre dedicación p o r los pacientes no será uno de “ellos” en tanto médico; en cambio, en tanto seres sociales, él y su esposa sí se rán “ellos”. U n cura será uno de “ellos” o no según cóm o se comporte. Form an parte del grupo de “ellos” los policías y los em pleados públicos, los em pleados m unicipales com o el m aestro, el portero del colegio, “la C orporación”, el ju ez del distrito. El asistente social, el hom bre de “los G uardianes” y el em pleado de la bolsa de trabajo en algún tiem po fueron figuras notables. En especial para los más pobres, esos personajes consti tuyen u n grupo difuso p ero num eroso y con p o d er que tiene influencia en su vida en casi todos los aspectos: el m u n d o se divide entre “ellos” y “nosotros”. “Ellos” son los que están “en la cim a”, los “de arriba”, los que reparten “las ayudas sociales”, los que nos convocan para ir a la guerra, los que nos
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m ultan, los que nos hicieron dividir la familia en la década de 1930 para evitar la reducción en la asignación fam iliar, los que “controlan nuestra vida”, los que “no son de fiar”, “hablan con u n a papa en la boca”, “son inescrupulosos”, “n u n c a te dicen n ad a” (por ejem plo, con referencia a un familiar q ue está in tern ad o en el hospital), “te m eten entre rejas”, “te aplastan si p u e d e n ”, “te d an órden es”, “form an grupos cerrados” y “te tratan com o b asu ra”. Las autoridades h a n tenido tratos bastante violentos en Inglaterra, en particular d u ra n te la prim era m itad del siglo XIX. Pero, en general, y en nuestro siglo especialm ente, el concepto de “ellos” para la clase trabaja dora no im plica violencia ni m altrato. No es el mismo “ellos” del prole tariado en ciertas regiones europeas, de la policía secreta, la brutalidad en plena luz del día y la desaparición de personas. Aun así, existe, no sin motivo, el sentim iento entre los integrantes de la clase trabajadora de que están en desventaja, que la ley suele no estar de su lado y que las sentencias p o r delitos m enores son más duras contra ellos que contra los demás. Levantar apuestas en la calle es riesgoso, p ero hacer operaciones por m edio de u n “agente de bolsa” no lo es tanto. Si se em borrachan para festejar algo, lo hacen en el pub\ entonces es más probable que se los lleven a ellos y no al que bebe en su pro p ia casa. Su relación con la policía no es igual que la de la clase m edia. Suele ser u na bu ena relación, pero sea esta b u e n a o m ala los m iem bros de clase trabajadora sienten que los policías los están observando; son representantes de la autoridad que los vigilan y n o servidores públicos cuya tarea consiste en ayudarlos y protegerlos. C onocen de cerca a la policía y saben del acoso y la corrup ción que a veces tam bién form an p arte de sus filas. D urante años se ha oído decir: “Ay, la policía siem pre se ocupa de ella misma. Se cuidan las espaldas unos a otros cueste lo que cueste y los jueces siem pre les creen ”. Son frases q ue todavía se oyen. La actitud hacia “ellos”, igual que hacia la policía, no es tanto de mie do como de desconfianza m ezclada con escepticismo respecto de lo que “ellos” hacen p o r u n o y cóm o lo com plican todo - d e m anera innecesa ria, en ap arien cia- cuando tratan de o rd e n a r la vida de las personas si hay algo que los afecta. Las personas de la clase trabajadora tienen años ele experiencia e n esperas en la agencia de em pleo, la sala del m édico y el hospital. Se desquitan culpando a los especialistas, con o sin razón, si algo sale mal: “Yo n o h ab ría perdido a mi bebé si el doctor hubiera sabi do lo que h acía”. Sospechan que no les prestan los servicios públicos con tanta eficiencia y rapidez com o a los que llam an p o r teléfono o envían notas.
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 9 7
La clase trabajadora tiene contacto con los em pleados públicos de m e nor jerarquía, con los niveles más bajos de las profesiones de uniform e y pensión. Igual que con la policía, para otras clases estas personas son servidores públicos; en cam bio, para la clase trabajadora son parte de “ellos”, gente en la que n o se p u ed e confiar, aunque sean amables y bien predispuestos. Los em pleados públicos que sí son desatentos despliegan ante las personas de clase trabajadora toda la insolencia de que son capa ces, esa brusquedad del personal de baja categoría al que le gusta “mandonear”. Por eso, los integrantes de la clase trabajadora duelan cuando les ofrecen ser capataces o suboficiales de las fuerzas ele seguridad. Si aceptan, pasarán a ser u n o de “ellos”. Algunos em pleados de bajo rango están en u n a posición ambigua. Son implacables con la clase trabajadora porque quieren diferenciarse claram ente de ella y porque, en el fondo, saben que están m uy cerca y no quieren retroceder. Su deferencia con los de la clase m edia quizás esconda cierto resentim iento; lés gustaría ser uno de ellos pero saben que no lo son. Por todo esto, las m ujeres de la clase trabajadora suelen pasarlo mal y en general son más condescendientes que sus m aridos con los em plea dos públicos. Los hom bres son más proclives a pro testar y con frecuencia la protesta tom a la form a de la “vulgaridad”. Si los provocan, son capaces de “partirle la cara a ese tipo si no deja ele h ablar pavadas”. Quizá pocas cosas ilustren m ejor la división en tre “ellos” y “nosotros” que los tribunales del norte del país.-5 Casi siem pre tienen un aire p ro vinciano de puritanism o y disciplina, rígido y anticuado, desde el olor a desinfectante que ya se huele en la entrada, p asando p o r los baños con los carteles “ d a m a s ” y “ c a b a l l e r o s ” hasta el en o rm e estrado de m adera de pino ilum inado p o r la luz que en tra po r ventanas altas y estrechas. Los policías p u ed en ponerse nerviosos ante la m irada de sus superiores, pero a los ojos ele las personas de la clase trabajadora, en la sala del tribunal los agentes son los desafiantes asistentes -m ás am enazadores en su pro pio terreno y sin el casco- de esa autoridad anó n im a sim bolizada p o r el estrado. El secretario del ju e z es u n hom bre que “hace p e rd e r el tiem po a la gente”; los personajes sentados en el estrado p arecen m irarlo tocio desde un m u ndo distante, con la seguridad y la sensación ele im portancia de la clase m edia. C uando presencio juicios, m uchas veces adm iro la for ma en que los jueces obtienen u n a visión realm ente h u m ana de los casos
25 Parte del mate.rial em pleado p ara escribir esta sección lo he tom ado y m odificado de u n ensayo qu e escribí p ara Trilnme (4 d e o ctubre de 1946).
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a pesar de la actitud cohibida y evasiva de los testigos de la clase trabaja dora. Los m agistrados deben sacar el m áxim o partido de los testimonios, porque las personas de la clase trabajadora implicadas en las causas no se dan cuenta de m ucho más que del vasto aparato de autoridad que en cierta form a se h a apropiado de ellas y que no logran com prender. A todas esas actitudes frente a “ellos” hay que añadir u na o dos más de m e n o r im portancia. En prim er lugar, la personalidad al estilo de Orlick,2e la actitud de “nunca fui un caballero, ¿sabe?”, el rechazo cerril de todo lo que está p o r encim a de la propia capacidad de respuesta, en virtud del cual se desbaratan intentos dignos de utilizar la autoridad y se los m enosprecia ju n to con el resto. O las artim añas que acom pañan a algunas formas de deferencia p o r parte de personas de la clase trabaja dora, los evidentes “engaños” a alguien de otra clase que van ju n to a la costum bre de decir “señor” sabiendo -se g ú n se manifiesta en la obvie dad de la p ráctica- que todo es u n ju eg o de desprecio, que u n o puede confiar en que, com o a la clase m edia no le gustan los escándalos, se la puede engañar fácilm ente. O la actitud que aum enta con la dism inución del respeto p o r u n o m ismo y que acaba en u n a serie de “ellos tienen obli gaciones”. Com o los antiguos reyes, “ellos tienen la obligación” de hacer llover cuando hace falta agua y son los culpables si llueve cuando no es necesario; después de todo, “ellos están para eso”. “Ellos" tienen que cuidarnos cuando tenem os algún problem a, deben “ocuparse de que no ocurran cosas de ese estilo”, de “frenarlas”. Es muy m arcado el contraste con la actitud m ucho más frecuente que lleva a la clase trabajadora a re currir a “ellos” sólo cuando es estrictam ente necesario. Si las cosas salen mal, hay que aguantar: no hay que caer en m anos de la autoridad, y si no queda otro rem edio que buscar ayuda, sólo hay que confiar “en los nuestros”. Las distinciones “e llo s/n o so tro s” m e p arec en más evidentes en las p er sonas mayores de 35 años, en quienes rec u e rd an el desem pleo de la d écada de 1930 y todos los “ellos” de ese tiem po. Los más jóvenes, in cluso si no tien en actividad sindical, viven una atm ósfera distinta de la q ue expe rim en taron sus padres; al m enos, u n a atm ósfera con una tem p eratu ra em ocional diferente. En el fondo, la división sigue vigente y es tan ab ru p ta com o antes. Los jó venes suelen ser m enos hostiles, despectivos y tem erosos respecto del m u n d o de los jefes, pero tam poco
26 Me refiero al personaje de Grandes esperanzas, de Dickens.
“e l l o s ” y “n o s o t r o s ” 9 9
son deferentes con ellos. No siem pre esto es así p o rq u e sean mejores que sus padres en su relación con ese m u n d o ni po rq u e se hayan re conciliado con el gran m u n d o exterior, algo de lo que sus progenitores no fuero n capaces; sim plem ente no lo tien en en cuenta o desestim an su im portancia; h an ingresado p len am en te en su p ropio m undo, que ah ora está provisto de elem entos más gratificantes y entretenidos que los que conocieron sus padres. C uando están fren te al m undo de los dem ás, como ocurre m uchas veces después de casarse, hacen todo lo posible para seguir pasándolo p o r alto o re c u rre n a actitudes similares a las de sus mayores. ¿Q ué p ro p o rció n de m adres de la clase trabaja dora aprovecha todos los servicios que ofrece u n centro de atención infantil? Conozco algunas que “ni siquiera pasan cerca” de esos centros ni para beberse el ju g o de n aranja que les sirven p o rq u e desconfían de todo lo que provenga de las autoridades y p refieren ir directam ente a la farm acia, au n q u e resulte más caro. Detrás de todo esto está el problem a del que hoy somos plenam ente conscientes: se espera que todos tengan una doble m irada, para sus obli gaciones com o individuo y para los deberes de ciudadano que vive en de mocracia. La mayoría de nosotros, hasta los más o m enos intelectuales, considera que la relación en tre los dos m undos no es algo sencillo. Las personas de la clase trabajadora, tan arraigadas al ám bito de lo domésti co, lo personal y lo local, y con poca capacidad para el pensam iento más abstracto, son m enos proclives a p o n e r los dos m undos uno ju n to al otro. Se sienten incóm odas cuando piensan en eso; no es fácil de representar ese segundo m u n d o más com plejo, porque es m uy vasto y está muy lejos. Si intentan com prenderlo, suelen recu rrir a la simplificación: entonces siguen diciendo, com o sus abuelos, “no sé adonde irem os a p arar”. Hay u n a salida tradicional más positiva en la relación entre la clase tra bajadora y la autoridad. Me refiero al arte de la ridiculización, de tocarle las narices, de bajarle los hum os a la autoridad. El policía a veces es un problem a; otras, es blanco de canciones satíricas. Mi im presión es que la reacción es m enos intensa de lo que solía ser. Sin duda, el cambio se debe en parte a que la clase trabajadora tiene u n a m ejor posición en la sociedad. T am bién puede ser u n a expresión de cóm o desestima la im portancia de los otros -alg o que hem os m encionado anteriorm ente-, de una sensación de “llevarse bien así com o están”; a “ellos” no les pedimos nada y no tenem os nin g ú n resentim iento. Esa actitud se potencia con la gran cantidad de diversión a la que hoy se tiene acceso, formas de entre tenim iento que hacen a los consum idores m enos propensos a la irónica y vehem ente protesta contenida en la ridiculización.
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Las viejas costum bres sobreviven en cierta m edida en las fuerzas de seguridad, donde la división en tre “ellos” y “nosotros” sigue siendo clara y formal. La mayoría de las canciones satíricas que se oyen en ese ám bito se cantan desde hace cu aren ta años com o m ínim o. R ecuerdo canciones como “Me fui, me fui, ten ía u n b u e n trabajo cuando me fui”, “Cuando se acabe esta pu ta g u e rra ” o “Yo n o quiero ser soldado”. Más que vigor, lo que se aprecia es una clara dignidad en esa reacción ante las presiones del m u n d o exterior, que adopta la form a de la insistencia en “conservar el respeto p o r uno m ism o”. Y en el m om ento en que esa idea del respeto y la confianza por u n o mismo vienen a la m ente, em piezan a florecer conceptos vinculados con ella: la “respetabilidad” en prim er lu gar, que se difunde hacia afuera y hacia arriba, partiendo de formas silen ciosas, pasando p o r el orgullo de u n obrero calificado, hasta la integridad de quienes no tienen prácticam ente nada salvo su voluntad de no perm itir que las circunstancias los hundan. En el centro de todo esto está la deci sión de aferrarse a aquello que es motivo de orgullo en un m undo que pone tantos palos en la rueda, aferrarse al m enos al “respeto p o r uno mis m o”. “Al m enos, tengo respeto p o r m í mism o”; el derecho a p o d er decir eso, aunque se diga p o r lo bajo, com pensa muchas cosas. Está latente todo el tiem po en el odio p o r tener que “ir a la parroquia”, en la pena de tener que arreglárselas con el salario percibido durante la licencia p o r enferm e dad, en las altas cuotas del seguro para no tener que ser enterrado en la parroquia, en el ahorro y el culto a la limpieza.'Existe, según .creo, entre algunos autores que escriben sobre la clase trabajadora, una tendencia a pensar en todos los que tienen el ahorro y la limpieza entre sus objetivos como im itadores de la clase media.baja, como traidores a su propia clase, ansiosos p o r clejar de perten ecer a ella. En el sentido inverso, a los que no hacen ese esfuerzo se los suele considerar como más honestos y m enos serviles. Pero la limpieza, el ahorro y el respeto por u n o mismo provie nen ele la preocupación por no caer o sucum bir ante las circunstancias del entorno y no p o r el deseo de ascender; y entre los que no tom an en cuenta este criterio, los espíritus desenfadados, generosos y despreocupa dos son m uchos m enos que los descuidados y los holgazanes cuyas casas y costum bres reflejan su falta ele autocontrol. Hasta la presión para que los hijos progresen y el respeto p o r el valor ele “leer libros” no surge tanto del cleseo de perten ecer a o tra clase p o r esnobismo. En cambio, tiene que ver con el deseo de quitarse de encim a muchos de los problem as que padecen los que m enos tienen, sólo p o r ser pobres: “He visto a aquel al que han golpeado, a aquel al que h an golpeado: has de p o n er tu corazón en los
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libros. He observado al que ha roto las cadenas del trabajo forzado. Obser va: nada supera a los libros”. “Qué delgada es la línea que nos separa y qué bajas las probabilidades de cruzarla”, de m an ten er el barco a flote y ser capaz de “m irar a la gente a la cara”. Es im portante, entonces, ten er el sentido de independencia que se fun d a en el respeto p o r u n o mismo, p o rq u e es algo de lo que nadie nos puede despojar. La gente dice: “Me deslom é trabajando toda la vida” o ‘Yo no le debo nad a a n ad ie”. Tam poco son dueños de nada, salvo unos pocos m uebles, p ero nun ca han esperado más. De ahí que se m antengan todo tipo de rarezas, en especial entre los que ahora superan los 50 años. Conozco varias familias que eligen m an ten er el viejo sistema de m edid o r con inserción de m onedas p ara el sum inistro de electrici dad. Pagan más y m uchas veces se qued an sin luz p orque nadie en la casa cuenta con u n a m oneda, a pesar de que tienen suficiente dinero para abonar las facturas trim estrales. Pero no soportan la idea ele tener una deuda p en d ien te d u ran te más ele u n a sem ana. (Los “préstam os” de los clubes de ropa y la cuenta del alm acén p erten ecen a otra categoría, porque no son deudas pendientes con “ellos”.) T am bién aquí se debe buscar el origen de la tendencia a aferrarse, por más dificultades que se tengan, a esas “pequeñas cosas” que evocan una época en la que ellos tenían gustos propios y la libertad para expresarse a su m anera. Sin duda, esas cosas hoy están m ejor estructuradas, pero cuando yo era niño, en nuestra zona nos im pactó la torpeza del agente del Comité de G uardianes que le sugirió a u n a m ujer m ayor que, dado que vivía de la caridad, tenía que vender u n a fina tetera que no usaba pero que tenía expuesta en su casa. “Im agínese”, exclam aban todos, y no era necesario agregar nada. Todos sabían que ese h om bre era culpable desuna insensible afrenta a la dignidad h u m a n a ... “Ay, no hay razón en la necesidad [...] No des a la naturaleza m ás ele lo que ella necesita, / la vida de u n hom bre no vale más que la de u n a bestia”.* 27 Es posible e n te n d e r p o r qué los m iem bros de la clase trabajadora no se m uestran m uy “abiertos” con los trabajadores sociales, contestan con evasivas y están más dispuestos a dar respuestas destinadas a eludir que a dar explicaciones. Detrás de la frase “Me lo guardo para m í” quizá se
* Las versiones en castellano de las citas literales coi-responden a Ju lieta B arba y Silvia Jawerbaum . [N. de E.] 27 W. Shakespeare, El rey Lear, II, IV, 265-268.
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esconda el orgullo herido. No es fácil creer que alguien de otra clase que está de visita pued a imaginarse todos los detalles de las dificultades de la persona a la que va a ver, pues ella se ocupará de “no enseñar lo que le pasa”, de protegerse contra la caridad. Todavía im porta “tener un oficio”, y no sólo p orque hasta hace poco tiempo u n trabajador calificado casi siem pre ganaba más. El obrero ca lificado p u ed e decir con más convicción que es “tan bueno como cual quiera”. No corre el peligro de ser de los prim eros que despiden en el trabajo; le q uedan resabios del orgullo del oficio. Quizá no piense seria mente en irse, pero en el fondo sabe que tiene la libertad de recoger sus herram ientas y m archarse cuando quiera. Los padres que se preocupan por “darles lo m ejor” a sus hijos todavía tratan de que los acepten com o aprendices en el taller.
“n o so t r o s” :
lo m ejo r y l o p e o r
En todos los análisis de las actitudes de la clase trabajadora se hace hinca pié en el sentido de grupo, ese sentim iento de ser no tanto u n individuo con “u n a form a de hacer las cosas” sino u n integrante de un grupo en el que todos son, y seguirán siendo, más o m enos iguales. No em pleo la palabra “com unidad” en este contexto p orque tiene u n a connotación fa vorable dem asiado simplista y p u ed e conducir a subestim ar las tensiones y las sanciones d entro de los grupos de la clase trabajadora. Sin duda, las personas de esta clase tienen un fuerte sentido de perte nencia a u n grupo y eso lleva im plícito el supuesto de que es im portan te ser am able, cooperar, ser b u e n vecino. “Todos estamos en el mismo barco”, “no vale la pen a discutir” porque “la unión hace la fuerza”. Esta actitud es evidente en los m ovim ientos del siglo pasado, en los cientos de asociaciones “de amigos” y en los lemas de los sindicatos: la Amalgamada Sociedad de Ingenieros, con “U nidos y Laboriosos”; la Comisión del Sin dicato N acional de Em pleados y Trabajadores del Gas,28 con su lem a de finales de la década de 1890, “A m or, U nidad y L ealtad”. El “A m or” al que hace referencia este últim o evoca el trasfondo cristiano del cual tom ó su fuerza el sentido de unión.
28 V. Will T h o rn e, My Lije's Ballles, L ondres, Newnes, 1925.
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La tradición en la que se basan estos grupos fraternos, en mi opinión, adquiere su fuerza inicialm ente de la evidencia siempre presente, en las condiciones de apiñada intim idad y privacidad de la vida, ele que todos estamos, de hecho, en u na misma posición. Es muy probable que uno esté cerca de la gente con la que, p o r ejem plo, com parte una pileta en el patio común. La palabra “je fe ”, que todavía es la form a más com ún de dirigirse al interlocutor que pertenece a la m ism a clase, una palabra que usan l'os conductores de autobús o de tranvía y los comerciantes, se dice autom á ticam ente, pero indica algo. D ecir de alguien que es amable o uñ buen vecino es un halago. A u n club se lo aprecia porque es un “lugar donde se puede sociabilizar”; el principal motivo para recom endar un alojamiento o una pensión en la costa es que son “acogedores”, algo que im porta más que el hecho de que estén llenos de gente; lo mismo vale para u na iglesia. “‘N uestra’ Elsie se casó en la Iglesia de Todos los Santos”, dicen respecto del tem plo que eligieron entre varios de la zona y que no es el que les coi'respondería p o r su domicilio, “es u n a iglesia muy bonita y acogedo ra”. Los com entarios sobre una fiesta de Navidad en la sede del sindicato term inan con: “H a sido una herm osa noche, con m ucha arm onía entre todos”. Ser buenos vecinos no consiste solam ente en “ser honestos entre nosotros”, sino tam bién en ser “am ables” o en estar “siempre dispuestos a hacer favores”. Si los habitantes de u n a zona nueva no dem uestran ser buenos vecinos, el recién llegado dirá que “no se adapta”. La sensación de calidez de u n grupo ejerce u n a gran fuerza ele atrac ción que las personas echan de m enos cuando dejan de pertenecer a la clase trabajadora, en térm inos financieros y probablem ente tam bién geo gráficos. H e observado que los hom bres que se foijaron una posición con su propio esfuerzo y que hoy viven en chalés -alm aceneros a los que les ha ido bien y son propietarios de una peq u eñ a cadena ele tiendas o contratis tas que han crecido hasta levantar complejos de casas adosadas- disfrutan yendo al estadio a ver partidos de fútbol y codeándose con la m ultitud. Van en coche y usan chaquetas de tweed de H arris que son prueba de su progreso, pero m uchos todavía van al sector popular en lugar de sentarse en la platea. Creo que disfrutan volviendo a vivir el am biente cam pecha no de la gente com ún, como lo hacen los oficiales de m arina que van a tomar algo a la barra del local de baile destinada a los soldados rasos. La clase trabajadora no tiene dem asiada conciencia de la existencia de ese sentido de com unidad; está a años luz del “unidos en la lucha” de algunos de los movimientos sociales con fines definidos. No cim ienta su fortaleza - e n realidad, la fortaleza es an terio r y más elem ental- en la idea de la necesidad de hacer algo p o r m ejorar la situación de los demás
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que dio origen a m ovim ientos com o el cooperativismo; en cambio, su conciencia surge de la certeza, alim entada p o r la convivencia, de que uno es inexorablem ente parte de u n grupo, de la calidez y la seguridad que otorga esa certeza, de la ausencia de cambios en el grupo y de la necesidad de “re c u rrir a u n vecino” porque, con frecuencia, los servicios no se p u e d e n pagar. Em erge de la sensación de que la vida es d u ra y que a “los nuestros” les suele “tocar la p eo r p a rte”. En la mayoría de las personas, n o se traduce en u n a sensación consciente de form ar parte del “m ovim iento o b re ro ”: las cooperativas n o están tan asociadas a la vida de la m ayoría de los integrantes de la clase trabajadora com o los quioscos o bares que atienden a los vecinos de la cuadra. La actitud encuentra su expresión en u n gran nú m ero de frases: “Tienes que com partir, y en p ar tes iguales”, “Nos tenem os que ayudar en tre nosotros”, “Hay que ayudar al que tiene dificultades”, “T enem os que tirar para el mismo lado”, “O nos salvamos todos o nos hun d im o s”. Pero, en general, son frases que se p ro n u n cian en ocasiones especiales, en reuniones o fiestas. La solidaridad se ve reforzada p o r el hecho de que no hay lugar para las grandes am biciones.29 A p artir de los 11 años, cuando los estudiantes pasan a la escuela m edia, el resto em pieza a m irar cada vez más hacia afuera, hacia la vida real que em pieza a los 15, a la vida com partida con los adultos que, d u ran te los prim eros tiempos después de la prim aria, serán la fuerza educativa con m ayor presencia que conozcan. C uando los jóvenes se incorp o ran al m u n d o del trabajo, la mayoría no piensa en hacer carrera o en el progreso laboral. Los trabajos se distribuyen en el plano horizontal, no en el vertical; la vida no es com parable con una escalera y el trabsyo no es el principal interés. Todavía se respeta al buen trabajador, pero el obrero de al lado no es com petencia, ni real ni imaginaria. P o r esa razón, es com prensible que un joven escuche alguna vez este consejo: “¿Q uién te apura? No le serruches el piso a nad ie”. Las personas de la clase trabajadora tienen varios defectos en sus actitudes respecto del trabajo, pero n o son los típicos defectos de las personas “am biciosas” y “con em p u je” ni los de “los tipos de la ciudad que llevan la son risa del triu n fad o r p in tad a en la cara”; naclie confía en los “entusiastas”. *H agan lo que hagan los trabajadores, sus horizontes son bastante li mitados; ele todos moclos, se apresuran a decir que el dinero no hace la felicidad, y que el poder, tam poco. Las cosas “reales” son los valores hum anos y de la convivencia: el hogar y el cariño de la familia, la amistad
29 O bservación del d o cto r Zweig.
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y la posibilidad de “pasarlo b ien ”. “El d in ero n o es im portante”, dicen, “no tiene sentido vivir para txabajar”. Las canciones de la clase trabajado ra hablan de am or, amigos, u n lindo hogar; siem pre m encionan que el dinero no es im portante. Con todo, hay excepciones: están aquellos que representan la m anera de pensar que satirizaba M atthew A m old:30 “R ecuerda siem pre, querido Dan, no pares hasta llegar a je fe ”. E ntre los más ávidam ente respetables, esto se expresa en la form a en que estim ulan a los chicos a “seguir ade lante”, a pasar de grado, a cuidar la “caligrafía”, p o rq ue a los jefes les agrada que sus subordinados tengan “linda letra”. Y tam bién está el hom brecito con ojos de lince al que los dem ás consideran con indulgencia un obcecado que “n o deja escapar ni u n céntim o”. A cepta trabajar horas extra por la n oche y los fines de sem ana, y está siem pre preocupado por ganar un dinero extra m ientras sus com pañeros se divierten. Esas perso nas por lo general n o progresan ni llegan a form ar parte de u na clase so cial superior, sino que, inquietas, dan vueltas siem pre en el mismo lugar, acum ulando las cosas insignificantes que están a su alcance. La actitud hacia los solteros pi-obablem ente dem uestre más que nin guna otra cosa el alcance de la tolerancia para establecer las excepciones dentro del grupo. El soltero ocasional de u n barrio suele vivir con su m adre viuda o con la fam ilia de la h erm an a casada. A ese hom bre soltero se lo ve todas las noches en el mismo rin có n del pub o el bar, pues tiene costumbres fijas. Quizá su tim idez haya tenido algo que ver en su soltería; en cierto m odo, es u n ave solitaria, pero n o se p u e d e decir que esté solo. Los vecinos lo respetan. Nadie cree que sea u n libertino ni u n D o n ju á n en potencia. Probablem ente pasa p o r el tío inofensivo de edad indeter m inada que siem pre “tiene buenos m odos”, es “m uy callado” y es bueno con la m adre y la herm ana. A veces, la actitud hacia los solteros esconde cierta malicia; la gente cree que Fulano de tal n o se ha casado porque le da miedo el contacto físico con las m ujeres. Pero n orm alm ente esa idea no va a acom pañada de desdén; tam poco las personas piensan que un soltero sea egoísta, hom osexual o antisocial. Algunos hom bres -se pien sa- nacen solteros y son u n com ponente más del barrio. La m inoría que adquiere conciencia de las lim itaciones de sti clase y se interesa p o r estudiar algo -p a ra “h acer algo p o r su clase” o para “progre sar como individuos”- genera sentim ientos encontrados. El respeto p o r el “estudioso” (el m édico o el párroco) no ha desaparecido por completo.
30 M. A rnold, Culture and Anarchy, L ondres, Smith, E ider & Co., 1869, capítulo 2.
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R ecuerdo que, al poco tiem po de o btener u n a beca, estaba sentado en i i n club ju n to a u n m inero soltero de m ediana edad. C uando pagó su trag-o de ro n y leche caliente, apartó m edia corona del vuelto y me la dio. Yo traté de rechazarla: “Q uédatela. Para tus estudios”, m e dijo. “Soy como cualquier m inero. Lo que gano me lo gasto”. Por o tro lado, hay quienes desconfían de los libros. ¿Qué les pasa a los que estudian? ¿Están mejor a h o ra que son oficinistas o maestros? ¿Son m ás felices? Los padres que n o perm iten que sus hijos sigan estudiando (algunos todavía se oponen) n o siempre piensan en el hecho de que ten d rán que m antenerlos duran t e un tiem po sino que dudan, aunque no lo m anifiesten con claridad, del valor de la educación. Esa d uda adquiere parte de su fuerza del sentido d e grupo: el grupo trata de conservarse tal cual es y de im pedir que sus m iem bros cam bien, se vayan o sean distintos. C om o ya he dicho, el grupo opera contra la idea de cambio. Es más: im p o n e a sus m iem bros u n a intensa presión, a veces dem asiado fuerte, para asegurarse de que todos se ajusten a las costum bres establecidas. A los q u e no lo hacen p o r causa de los estudios o de alguna otra razón, a veces se los tolera, y no quiero decir que haya u n a gran hostilidad autom ática an te las deserciones o las costum bres diferentes. De hecho, una de las cualidades destacadas de los grupos de clase trabajadora es la tolerancia e n algunos aspectos, pero esa tolerancia funciona sólo si se siguen respe tando los principios generales de la clase. El g rupo se conform a p o r cercanía. D u rante años sigue consideran d o que alguien q¡ue viene de u n a localidad que está a 50 kilóm etros d e distancia “n o es de los n u estro s”. H e visto grupos que son crueles (y tam bién am ables) d u ran te m ucho tiem po, si b ien de m anera in consciente e insensible, con la esposa nacida en o tro pueblo. El grupo m uestra, con frecuencia con cierta actitud m an ip u lad o ra, u n a crueldad poco original que p u ed e causar m ucho dolor. “¿Q ué h ab rá querido d ecir con eso?”, “Q ue no se sepa” o “No hay q u e decirles to d o ” son frases m uy com unes. Im p o rta el qué dirán igual q u e en cualquier otro contexto, quizá más aún, en cierto m odo. Las personas de la clase tra bajado x'a ven a los dem ás y ellos mismos son vistos de una m anera que conduce, debido a la estrechez de miras, a u n a in te rp re ta ció n errónea, y casi siem pre en desm edro del sujeto, de lo que h ac en los vecinos. De u n a m ujer de la clase trabajadora se dice que “no hace n ad a ” en el lugar d o n d e lim pia todo el día, y cuando la llevan a la casa a la noche pide que la dejen a u n p a r de cuadras, p o rq u e ¿qué dirán los vecinos si la ven llegar con un hom bre?
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Al grupo no le agradan los ataques provenientes de sus propios miem bros. Es casi desconocido el impulso competitivo de parecerse a los Jones, pero es fuerte la presión po r quedarse en el nivel inferior de los Atkins. De ahí el uso corriente de frases, que luego aprovecharon los publicistas, que apelan a lo com ún, al prom edio: “Todo hom bre que se precie h aría... “No es natural”, “Me gusta porque es siempre el mism o”. Para pertenecer al grupo hay que esforzarse p o r “No querer cambiar al o tro ” y para no ser aceptado basta con actuar distinto, lo que implica una crítica a la conduc ta del resto; el que transgrede los tabúes pierde el favor de los demás. “El pensam iento grupal existe, claro. Si uno piensa igual que el vecino, está todo en orden, pero si no, si, p o r ejemplo, te ven entrar con un libro [al lugar de trabajo] o cosas así, te ven com o un bicho raro y no es fácil”.31 Todas las clases exigen que sus m iem bros se ajusten a las propias nor mas en cierta m edida. Y es necesario destacar esto p o rque se suele afir m ar que sólo la clase m edia y la clase alta se fijan en estas cosas y que la clase trabajadora, no. Salirse d e las ideas del grupo, “hacerse el refinado”, “darse aires”, “pa recer más de lo que u n o es”, “actuar com o si fuera distinguido”, “ser estirado”, “despreciar a los dem ás”, “creerse u n a señora” son conductas que no caen bien. Al verdadero “co p etu d o ” se lo ve com o un personaje divertido, igual que hace cincuenta años, y el “caballero genuino” (el que se dirige a u n o “igual que com o hablo yo en este m o m en to ”) se lo adm ira aunque, obviam ente, sea u n o de “ellos”. N inguno de ellos provo ca un sentim iento tan fuerte com o el que genera aquel que se da aires de “gran señ o r” p orque piensa que esos aires son superiores a los de la clase trabajadora. “¿Qué es lo que m enos te gusta?”, quiere saber W ilfred Pic kles. “Los que se la dan de distinguidos”. Aplausos. “¡Muy bien! Y dime ¿qué es lo que más te gusta?” “Los que son com o nosotros”. Más aplausos. “...Ym uy cierto. Dale el d in e ro ”. Sean cuales hayan sido sus orígenes, Gracie Fields y W ilfred Pickles hoy no p erten ecerían a la clase trabajadora, p ero los dos aún son acep tados p orque siguen siéndolo en espíritu y han conquistado a las “clases adineradas” con su astucia y sus actitudes típicas de la clase trabajadora. “En el Sur q u ieren m ucho a W ilfred Pickles”, es decir, lo quieren quienes no p erten ecen a esa clase, y los trabajadores están orgullosos de que sus valores, los de los poco refinados, los rústicos, sean apreciados p o r otras
31 Palabras d e un o b rero , en Reaveley y W innington, Democracy and Indushy, p. 60.
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clases sociales. Sus “com ediantes” h an conquistado los reductos más ele gantes; “les deseam os la m ejor de las suertes”. Con frecuencia oímos decir que la clase trabajadora inglesa es amable, más am able que la de cualquier otro país, y más que en los tiem pos de nuestros padres y abuelos. Sin duda, hoy hay m enos brutalidad en las zonas urbanas que hace cincuenta años; ha habido u na dism inución de los elem entos salvajes y bruscos que a veces hacían que la calle fuese u n lugar para evitar, en especial p o r la no ch e y duran te los fines de semana. El vandalismo y el deso rd en público, p o r cuya causa los policías em peza ron a patru llar e n pareja e n m uchos barrios de distintas ciudades, prácti cam ente h an desaparecido. Ya casi n o se oyen noticias, salvo en contadas excepciones, de peleas a golpes de p u ñ o en la calle, a botellazos en el bar, de bandas que acosan a chicas en predios feriales o de tipos que se em borrachan com o bestias. L am entar la desaparición de tales situaciones im plicaría caer en un anacronism o tonto y engañoso, igual que creer que el hecho ele que esa clase de episodios haya dism inuido quiere decir que la clase trabajadora perdió una p arte de su costado divertido y que la gentileza es n ad a más que u n a form a de pasividad. Pero esa m ism a generación que era b urda y salvaje tam bién sabía ser gentil. Pienso u n a vez más en m i abuela, que vio m uchas brutalidades que hoy im pactarían a las m ujeres dé casi todas las clases sociales y que, adem ás, era bastante ruda. Pero ella, igual que m u chas m ujeres de su generación, tenía u n a gentileza y u na fina capacidad para diferenciar dignas de adm iración. Quizá la gentileza que nos llama la atención n o sea u n a característica nueva, sino u n antiguo rasgo que se torna más visible p o rq u e hoy tiene más espacio p ara m anifestarse. Debe haberse desarrollado d u ran te generaciones; es el resultado de u n pro ceso de varios siglos en los cuales las personas se llevaban bastante bien, no sufrían la persistente violencia de los que tenían más p o d e r que ellas y sentían -a u n q u e tuviesen problem as serios- que la ley era pareja para todos y que la au to rid ad n o estaba en m anos de corruptos incorregibles. No he olvidado lo que vivieron las personas durante la gran ham bruna de 1§40; recu erd o a los siervos rusos y sé de la actitud de los italianos ante los em pleados públicos, que aún hoy sigue vigente. T odo ello ha dado origen a u n a razonable y callada suposición de que la violencia es el últim o recurso. Si hago hincapié en la ordinariez y la insensibilidad que pueblan la vida de la clase trabajadora n o es p o rq u e quiera decir que otras clases no tienen sus propios m odos de tosquedad ni p o rq u e quiera negar lo que
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suele afirmarse de la gentileza, sino p o rq u e intento recu p erar el equili brio que hem os perdido en los últim os veinte años. La evidencia debe buscarse con sum o cuidado y no tiene que incluir hábitos que son consi derados ordinarios desde la perspectiva de otras clases sociales. Visto así, el habla y los modales de la clase trabajadora son más abruptos y carecen de las frases conciliatorias32 de otros grupos. Los argum entos suelen ex ponerse con tanta rudeza que u n extraño p o d ría pensar que la conver sación, en el p eo r de los casos, term inará en pelea y, en el m ejor de los casos, la relación entre los protagonistas de la discusión se acabará para siempre. Creo que incluso hoy, si n o quiero que se m e m alinterprete, tengo que m odificar la costum bre de discutir “sin suavizar” mis m odales, de usar frases breves y punzantes que vayan directo al grano pero con las que no tengo la intención de h erir a nadie. Ni las frases ni el ritm o del habla de la clase trabajadora tienen la relajada calidad que, en distintos niveles, caracteriza a otras clases. El habla ele los trabajadores respeta más sus em ociones del m om ento: la exasperación ele las peleas o la alegría que expresan las amas de casa hablando a los gritos cuando van de ex cursión a la costa, unos m odales que causan turbación en los pasajeros que están sentados en los jard in es de los hoteles. Existe la arrogancia, sin duda, de “llam ar a las cosas p o r su n o m b re ” que lleva a algunas personas a reforzar los elem entos más rudos de su vocabulario cuando conversan con gente que no es de su pro p ia clase. Pero la clase trabajadora, sean cuales fueren los cambios que haya su frido su vida, sigue estando con los pies más cerca ele la tierra que la mayoría de la gente. Sobre la suciedad p erm an en te y las dificultades de la vida dom éstica ya me he explayado; h ab ría que reco rd ar tam bién que las condiciones físicas de la vida laboral de los hom bres, y tam bién de algunas m ujeres, se caracterizan p o r los ruidos, la m ugre y los olores. Sabemos de esas condiciones, p ero refrescam os la m em oria cada vez que pasamos p o r u n a de esas profundas cavernas de Leeds donde los m oto res m artillean y resuenan sin cesar y las chispas salen volando p o r gran des portones detrás de los cuales los trabajadores aparecen cubiertos de suciedad, m anipulando piezas de m etal caliente, o cuando atravesamos el extenso distrito de H ull que parece sum ergido bajo u n a nube de olor a pescado que se filtra desde las cocinas de las casas apiñadas. El trabajo pesado, duro y agotador está ahí a la espera de que lo realicen las personas
32 El e p íteto p erten ece a T. H. Pear. Véase Voice and Personalily.
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d e la clase trabajadora. Este tipo de en to rn o laboral no favorece una conversación de tonos m edidos y cuidados. En consecuencia, las peleas que form an p arte de la vida de cualquier b arrio o b rero y de m uchas familias de la clase trabajadora suelen mal in terpretarse. Es com prensible que, en los barrios con calles estrechas en la s que las casas adosadas están separadas p o r m edianeras delgadas, las discusiones no pu ed an ser algo privado, salvo que los que están peleando hablen e n voz muy baja. Pero, p o r cierto, nadie lo hace, así que las discu siones se convierten en uno de los intereses del barrio. Los niños, cuan d o se en teran de que “tal y tal se están p elean d o en la otra cuadra”, se ju n ta n y se acercan a la escena todo lo posible. Y si la pelea d ura m ucho tiem po o es tan ruidosa que colm a la paciencia de los vecinos, siempre h a y alguien que golpea la m edianera con el p u ñ o o bien el fondo de la chim en ea con un palo. Sería inadecuado concluir a p artir de lo que he com entado sobre esas peleas q u e las personas de la clase trabajadora son peleadoras por natura leza o que pasan todo el tiem po discutiendo. Algunas peleas son penosas y desagradables, y hay familias que discuten continuam ente, algo que las vuelve m enos respetables ante los ojos de los demás. Muchas familias, quizá la mayoría, pelean de vez en cuando. N ada de esto es un a deshonra p a ra el barrio. Se acepta que de tanto en tanto haya discusiones -e n tre esposos, sobre cuánto gasta el m arido en bebida o por “otra m ujer”, o e n tre las m ujeres de la casa, por quién hace las tareas dom ésticas- que se transform an súbitam ente en u n estruendo d e proporciones bélicas. En m i experiencia, las peleas sobre la b ebida son las más frecuentes y las que provoca la existencia de “otra m ujer” (u h o m bre) son las menos comunes. Haré aq u í una digresión acerca de este últim o aspecto: los rom ances, al m enos p o r lo que yo sé, son típicos del ho m b re de alrededor de 40 años, u n h om bre cuyo aspecto es u n poco m ás cuidado que el de sus conocidos, pero que desem peña el mism o tipo de trabajo que ellos. Su esposa h a perdido el atractivo físico y él busca algo fuera del m atrim o nio. La m ujer con la que sale es m uy p ro bable que tam bién esté casada y que tenga la m isma edad que la esposa, y a los ojos de un extraño, no es más atractiva que ella. Podrían ser conocidos que se reú n en a b eber algo en u n lugar que suelen frecuentar. La esposa pronto se entera del rom ance y m onta u n escándalo (recuerdo más de una pelea de mayores proporciones, tem prano y p o r la calle, con paliza de la m ujer al m arido in clu id a). El caso más extraño de todos es q ue las dos mujeres se hagan amigas y establezcan u n a relación que el vínculo del m arido con ambas n o sólo n o im pide, sino que parece alim entar.
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La m ayoría de las discusiones que tuve o p o rtu n id ad de presenciar no eran vistas com o algo escandaloso. Eran peleas que tenían lugar en zonas sórdidas, peleas de borrachos entre hom bres o, peor, entre hom bres y m ujeres o, aún peor, entre mujeres. Esas situaciones sí eran impensables en u n barrio obrero. R ecuerdo asimismo que en nuestro barrio los suicidios eran algo no del todo infrecuente. Cada tanto, uno se enteraba de que tal persona “acabó con su vida” o que “metió la cabeza en el h o rn o ”, pues aspirar gas del h o rn o era la form a más com ún de quitarse la vida. No sé si el ■ suicidio era más frecuente en el tipo de colectivos con los que yo estaba familiarizado que en grupos de la clase m edia. No éran sucesos de fre cuencia m ensual ni siquiera semestral y además, no todos, los intentos eran exitosos, p ero sí ocurrían con la regularidad necesaria como para considerarlos parte del p anoram a de la vida de la clase trabajadora. En esta clase, el suicidio no podía ocultarse, del mismo m odo que no era posible esconder u n a discusión; todos se en terab an de inm ediato. El he cho que deseo destacar es que el suicidio no era visto com o una cuestión personal, que afeGtaba sólo a la familia im plicada, sino como algo que estaba vinculado a las condiciones de la vida cotidiana. A veces, la causa era que la m uchácha “se m etió en problem as” y p o r distintos motivos no toleró la situación. En m uchas ocasiones, quienes apoyaban la cabeza sobre u n a alm ohada en la p u erta abierta del h o rn o sentían que la vida se había vuelto intolerable; estaban enferm os y el tratam iento no surtía el efecto deseado; se habían quedado sin trabajo; estaban tapados de deudas. Esto sucedía no hace tanto tiem po. El hecho de que el suicidio fuera algo aceptado -c o n pena, pero sin culpar al que se quitaba la vidacom o p arte del o rden de la existencia m uestra lo d u ra y elem ental que podía ser la vida. ¿Acaso este panoram a sirve para explicar, p o r ejem plo, la form a en que m uchos trabajadores hablan cuando no hay m ujeres presentes? En parte, quizá sí, pero en esto hay que te n e r cuidado ele no caer en justi ficaciones. George Orwell, al no tar que los obreros em plean con natu ralidad malas palabras para referirse a las funciones naturales, dice que son obscenas pero no inm orales. Sin em bargo, hay grados y clases de obscenidad, y esas conversaciones son con frecuencia obscenas y nada más, obscenas p o rq u e sí, de m anera sosa, repetitiva y tosca. Y hay clases de inm oralidad; hay hom bres que usan malas palabras para hablar de sexo, que al principio se usan com o u n a form a de liberar tensiones tras u na alusión a un espectáculo de cabaré o a publicaciones eróticas. Pero usan esas palabras tan indiscrim inadam ente y hablan tanto de sexo que
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revelan u n a sensibilidad indiferente. Basta con escuchar una conversa ción acerca de sus aventuras y planes sexuales p a ra sentirse agobiado p o r su aburrida anim alidad, p o r la sim ilitud con la vida sexual de u n p erro en celo. Es u n a cualidad que tiene que ver tanto con la falta de sensibi lidad en las relaciones com o con la falta de hipocresía. Cada clase tiene sus propias form as de crueldad y sordidez; las de la clase trabajadora son a veces de u n a vulgaridad tan degradante com o innecesaria.
“TOMARSE LA V ID A COMO V IEN E” : “ V IV IR Y DEJAR V IV IR ”
He hablado de u n m u n d o y u n a vida cuyas características generales son casi predecibles: p a ra el hom bre, u n trabajo que probablem ente no sea interesante; para la m ujer, m uchos años de te n e r que “arreglárselas con lo que hay”; para la mayoría, la falta de esperanza en que algo puede o, m ejor dicho, d eb ería cam biar en su form a de vida. En general -to d o s p arecen d ecir-, no se espera que seamos nosotros los que hacem os girar el m undo; n uestra form a de vida es poco esplen dorosa y n o se caracteriza p o r u n heroísm o espectacular; nuestras tra gedias n o tien en n ad a de teatral o poético. Al m enos, esa es la clase de visión que el m u n d o nos invita a tener: realizar el trabajo más pesado y fijar la vista en un horizonte cercano. C uando las personas sienten que no p u e d e n controlar algunos aspec tos de u n a situación, el sentim iento no necesariam ente está teñido de desesperanza, desilusión o resentim iento, sino que se lo tom a com o un hecho n atu ral y se ad o p tan actitudes frente a esa situación que p erm iten vivir com o se p u e d e bajo su som bra, u n a vida sin el peso perm anente de la circunstancia m ás general. M ediante estas actitudes se apartan los ele m entos principales de la situación y se los coloca en el reino de las leyes naturales, de lo que viene dado, la casi im placable m ateria de que está hecha la vida. Tales actitudes, que en su form a más cruda podrían d en o m inarse fatalismo o sim ple aceptación, están norm alm ente por debajo del nivel trágico. Se trata de aceptar lo que no se puede elegir. Pero en algunas de sus form as, esas actitudes no carecen de dignidad. En el nivel más bajo, está la aceptación de que la vida es dura, que no hay n ada que h acer más que tom ársela com o viene y no em peorar las co sas: “Será lo que deb a ser”, “Te guste o no, hay que aguantársela”, “Así son las cosas”, “No hay que nadar contra la co rrien te”, “Lo que no se puede arreglar se debe so p o rtar”, “Hay que tom ar la vida como viene”. Varias de
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esas frases encierran u n a nota de oscuro fatalismo: “La vida siempre es así para la gente como nosotros”, pero el tono som brío aparece en pocas de esas expresiones; la m ayoría transm ite paciencia y alegría: “Hay que tom ar la vida com o viene”, sí, pero tam bién: “Hay que seguir adelante lo m ejor que uno p u ed a”, “H abrá que aguantarse”, “C uanto m enos hables de eso, más rápido lo olvidarás”, “Esto va a ser igual d en tro de cien años”, “Estas cosas son pruebas del destino” (en esta frase, com o en muchas otras, es evidente la relación con la creencias religiosas), “Siempre que llovió, p aró”, “De lo que hay no falta n ad a”, “Cosas peores se han visto”, “De esperanzas tam bién se vive”. Todo se relaciona con las idas y vueltas de la vida, con lo fácil y lo difícil: “No vale la p en a quejarse”, “Hay que hacer lo m ejor que uno pued a y seguir adelante”, “No te detengas”. Se puede esperar un a sorpresa, u n a buena noticia imprevista, pero no tanto, porque hay que seguir y “ganarse la vida”, “cum plir con la parte que nos toca”, “forjar el p ropio destino” y “buscar un a solución” para “estar bien”, como los soldados cuando encuentran u n refugio en territorio hostil. Esto no se parece al optim ism o de las personas a las que nada parece afectar, sino al estoicismo de los que no esperan nada, de los que se tom an la vida com o viene. T. S. Eliot observa que el estoicismo puede pa recerse a la aiTogancia, a la falta de hum ildad ante Dios, pero el estoicis mo de la clase trabajadora es quizá u n a form a de autodefensa contra la presión de hum illarse frente a los hom bres. Es p robable que no se p ueda hacer m ucho frente a las dificultades de la vida, p ero algo se puede. U n ama de casa de la clase trabajadora a la que d u ran te u n tiem po le sobra un chelín p o r sem ana para gastar en casos de em ergencia puede afirm ar que está “bastante co n ten ta”, y el adverbio no m odifica al adjetivo sino que lo transform a en absoluto. Respecto de la tolerancia, de “vivir y dejar vivir”, direm os que nace tanto de la caridad, debido a que todos com parten la misma situación, como de la falta de idealismo que genera esa mism a situación. La falta de esperanza da lugar a cierta im perm eabilidad respecto de las cuestiones morales; después de todo, no es bueno hacerse problem as; con los que hay, ya es suficiente: “D aría cualquier cosa p o r estar tran q uilo”. La tole rancia se da la m ano con el conservadurism o y el conform ism o, de los que ya hem os hablado; es raro que choquen. P o r el contrario, coexisten, se recurre a ellos en m om entos distintos y con propósitos diferentes, y las personas saben p o r instinto qué actitud es relevante en cada ocasión. Lejos de contraponerse, se potencian. El acento en la tolerancia surge principalm ente de u n sentido de grupo en el que im pera la ausencia de esperanza, fanatismo e idealismo y de una
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aceptación básica p o r parte de la mayoría de las condiciones generales de lat vida. Los integrantes de la clase trabajadora p o r lo general sospechan d*e los principios frente a las cuestiones prácticas (en los que tienen más recursos expresivos, esta actitud puede adoptar un exagerado “realismo” qxie, en realidad, es una exaltación de sí mismos que esconde una perso nalidad reacia a la profundización: “Sigamos adelante con el trabajo. Toda esta teoría no lleva a ninguna p arte”). La mayoría supone que uno miente antes que creer que los lastimará o desilusionará; uno puede contradecir u n principio, pero eso está en otro plano, m ientras que las personas están aq u í y ahora. Tienes que llevarte bien con ellos, “codearte” con ellos y “ocuparte de tus propios asuntos” com o esperas que los demás se ocupen d e los suyos. La vida nunca es perfecta; hay que evitar los extremos, porqxie la mayoría de las cosas están bien “hasta un cierto p u n to ” o “si uno n o va demasiado lejos” y, después de todo, “todo depende”. U no puede ten er opiniones, pero nunca hay que tratar de imponérselas a los demás. L as opiniones nunca im portan demasiado, pero la gente sí; no se debe ju zg ar p o r reglas sino por hechos, ni por credos sino p o r carácter. “No se puede cam biar la naturaleza h u m an a”, “En la variedad está el gusto”; hay q u e “aceptar a la gente tal cual es”, “En todas partes hay cosas buenas y co sas malas”, “Los hom bres son iguales en todas partes”, “Un hom bre es un hom bre en cualquier lado” y “Todos tienen derecho a vivir”. Todas esas creencias son coherentes con la falta de patriotismo, con la desconfianza de lo público y de lo oficial. El “m iedo a la libertad” quizá haya acercado a la clase m edia al autoritarism o, pero a la clase trabajadora la afecta de otra forma. Todavía sienten en el fondo que la vida pública y generalizada es incorrecta. El internacionalism o rudim entario puede con vivir con el antisemitismo o con el rechazo a la Iglesia Católica (represen tante del autoritarism o en su “p eo r” fo rm a), pero esa intolerancia sale a la luz sólo ocasionalm ente, y los dos m undos no suelen encontrarse. Sabemos que la presión que se ejerce sobre las personas para que se com porten com o el resto se expresa en u n a intricada red, si no de ideas, d e prejuicios que buscan im p o n er u n conjunto de norm as rígidas y que se fundam entan en los resabios de puritanism o que alguna vez afectó considerablem ente a la clase trabajadora y que todavía rige con bastan te fuerza la vida de u n a gran cantidad de personas. Para la mayoría, el puritanism o, apoyándose en la dureza de la vida de la clase trabajadora, sigue teniendo hoy cierta influencia y sobrevive en cierta m edida entre los más tolerantes. Esto se observa en su actitud ante la bebida y, con m ayor claridad, an te el sexo.
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Por 1111 lado, la bebida se acepta com o parte de la vida norm al, o al me nos, de la vida norm al del hom bre, como se acepta el cigarrillo. “Todo hom bre necesita su vaso de cerveza”, que lo ayuda a darle u n sentido a la vida, porque si u n o no puede darse ciertos gustos, ¿para qué vive? Es “natu ral” que un hom bre beba cerveza. Las m ujeres de hoy beben más que lo que bebían las m ujeres de la generación de sus m adres; hasta mi adolescencia, la m ujer que pedía u n trago de ginebra con vermú era poco m enos que u n a prostituta. Pero aun así, después del nacim iento de los hijos, las m ujeres beben menos, sólo los fines de semana. La cantidad de cerveza que pu ed e b eb er un hom bre sin d ar lugar a la desaprobación d epen d e de las circunstancias; la escala de perm isos tiene u n a gradación muy fina. De u n viudo se espera que beba más que el resto, porque sin esposa, su casa no es u n lugar am able al que quiera volver. U na pareja sin hijos puede beber, porque con ello no les quita el pan de la boca a los hijos, y u na casa sin hijos 110 es muy acogedora. U n padre con familia d ebería beb er “con m oderación”, es decir, tiene que saber cuándo dete nerse, y debe “proveer el sustento”. En determ inadas ocasiones -festiva les, celebraciones, partidos im portantes, excursiones- todos están auto rizados a beber bastante. Es com prensible que ciertas situaciones lleven a beber. En general, hay u n doble énfasis: en el derecho a beber y en el darse cuenta de que si la bebida “se ap odera de u n o ” se puede llegar a la ruina (una ruina casi literal, dada la necesidad de venderlo todo para com prar b eb id a). Está claro que fue esta relación con la bebida lo que dio sustento al m ovim iento anticonsum o de alcohol d u ran te el siglo pasado y la prim era década, o poco más, del presente siglo. Era fácil n o tar cóm o hasta en las familias d o nde n u n ca había faltado para com er ni m ucho menos, pronto no les alcanzaba para lo m ínim o si el “dem onio de la bebida” se instalaba en la casa. Económ icam ente, u n hogar de clase trabajadora siem pre ha sido, y aún es, una balsa en el m ar de la sociedad. Así, el Movimiento por la Tem perancia tuvo m ucha influencia hasta la década de 1930 como m ínim o, cuando tuve que firm ar dos veces, con diferencia ele un año, una declaración en la que afirm aba que en mi casa nadie bebía. En esa época yo tenía entre 10 y 12 años y firm é con el resto de mis com pañeros de la escuela dom inical. Creíamos que la bebida podía p o n er en riesgo nuestro lugar en la fiesta de Pentecostés. Yo tenía u n tío alcohólico, el úl timo de u n linaje que se rem ontaba hasta la década de 1870, y casi todos tenían u n pariente así. P or esa época ya no cantábam os canciones como “Por favor, no le d en más de beber a mi p a d re ” o “No salgas esta noche, papá” o “Padre, querido padre, ven a casa a h o ra” o -m i preferid a- “Mi
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bebida es el agua p u ra ” (que decía más o m enos así: “Q uerido Dick, pronto sabrías / si vivieras en Jack so n ’s Row / que el agua p u ra es mi bebida / que el agua p u ra es m i b ebida / del arroyito traída”). Sólo com o u n a diversión las escuchábam os cantar a nuestros mayores, que a su vez las habían apren d id o de niños, y nos dábam os cuenta del propósito de sus versos. Sabíamos que b eb er en exceso, incluso el equivalente a 3 che lines más p o r sem ana de lo que u n a fam ilia podía gastar, era sinónim o de pobreza en el corto plazo, m alh u m o r que crecía hasta convertirse en estallido, ropa cada vez más d eteriorada, m adres desesperadas, trabajos perdidos, peleas y discusiones cada vez más violentas. “Gracias a Dios, nunca le dio p o r b e b e r”, suelen decir las mujeres. Hoy en día ya no hay tanta violencia ligada al alcohol, y adem ás, se bebe m enos en general;33 pero la bebida sigue siendo el riesgo principal p ara u n m arido de clase trabajadora. B eber está “b ie n ”, es “n atu ral”, pero con m oderación. U na vez que se pasa el límite, que varía según el tipo de familia, sobreviene el desastre. Sin em bargo, son pocos los hom bres que no beben absoluta m ente nada; la m ayoría de las personas de la clase trabajadora no querría que los hom bres n o bebieran, au n q u e el alcohol sea peligroso. U n amigo m ío que vivía cerca de casa era hijo único y creo que no tenía padre; su m adre era m odista pero él estaba siem pre bien vestido y le da ban más dinero que a los dem ás niños. Iba al cine dos vecés por sem ana y se com praba papas fritas. De adolescente supe que la m adre era una pros tituta del centro de la ciudad. Necesitaba más dinero para criar al hijo que lo que podía ganar com o m odista (creo que el m arido la había dejado). Además, ella estaba siem pre p reocupada p o r que el hijo no “sufriera” por “no ten er p ad re” y la form a de asegurarse eso era que el chico tuviera su perioridad financiera respecto de sus com pañeros, algo que entre los chi cos es m uy im portante. M ucho de lo que ya hem os dicho sirve para tratar de en ten d er p o r qué la m u jer toleraba vender su cuerpo; a m í m e interesa señalar que, salvo los que decían que ella “arruinaba la reputación de la cuadra”, nadie la condenaba p o r eso. La mayoría de los vecinos la saluda
33 El cam bio en los hábitos del consum o de alcohol o cu rrió en 1900. A n terio rm en te se b eb ía cada vez más, p ero luego la costum bre em pezó a decaer. D esde principios de la década de 1930, el consum o ele alcohol p o r p erso n a h a sido m en o s de la m itad de lo que era en 1900 (véanse P rest y Adams, Consumers’Expendüure in the (Jniled Kingdom, 1900-1919; lleporlof llie Commissioners o f Cusloms andExcise, 1951-2 [Cm d. 8727] y The Brexuers’ Almanach, 1953, p. 89).
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ba y le hablaba aunque 110 tuvieran trato con prostitutas y la simple idea de recurrir a los servicios de u n a los horrorizara. “Después de todo, tiene que ganarse la vida”, decían; la gente en ten d ía lo presionada que se sen tía con la situación y com prendía que a algunas m ujeres 110 les quedaba otra salida. Nadie “le daba vuelta la cara” p o r eso, y si bien más de una vez escuché juicios de valor sobre la conducta desvergonzada y prom iscua de los demás, a esta m ujer en particular la dejaban en paz, según recuerdo. Unos años después, a la m adre de m i amigo se le unió la hija m en o r de una familia de seis hijos cuyo padre se h abía ocupado de criarlos después del fallecim iento de la esposa. Vivían cerca de la m ujer a la que acabo de aludir y la gente hacía com entarios sobre ellos. Pero lo que provocaba las críticas era que el padre no vestía ni alim entaba a los hijos com o los veci nos creían que debía o que podía y no que u n a de las hijas se prostituía. Tiem po después, trabajé com o em pleado en u n a em presa de trans porte de larga distancia, reem plazando a u n joven que vivía a u n p ar de cuadras de mi casa. Uñas cuatro veces p o r noche llegaban cam iones con acoplado desde Newcastle, dejaban la carga y quizás alguna prostituta que habían encontrado en la carretera, cargaban nueva m ercadería y partían hacia Londres. El resto de la noche yo estaba solo en el depósito de una calle secundaria del centro de la ciudad, con la única com pañía de policías, guardias y alguna que otra prostituta. C uando em pecé a tra bajar allí, el em pleado que m e dejó el puesto m e com entó que a veces, después de las once y m edia, iba a verlo u na p rostituta llam ada Irene a la que le gustaba com partir u n a taza d e té con él. Era u n a b u e n a chica y, a veces, si no estaba muy cansada, le “hacia u n favor” en la cam ioneta del fondo. Yo la vi solam ente u n a vez, y en esa ocasión m e habló casi todo el tiem po de que le dolían los pies. No le daba im portancia a su ocupación; hablaba com o si su trabajo fuese igual de aburrido que el de una vendedora en u n a papelería. Creo que mi aspecto de estudiante la hacía sentir incóm oda, porq u e n o m e ofreció n ad a y no volvió hasta que yo dejé de trabajar en el depósito. Al tiem po, cuando iba de noche a la ciudad, la vi varias veces m irando las vidrieras de los negocios elegantes. La pobre d ebía ten er clientes en tre los jóvenes que venían de m ejores barrios, viajantes de com ercio, estudiantes que q u erían p ro b a r su hom bría, vendedores arruinados, obreros con dinero y varios vasos de cerveza en la cabeza o trabajadores que van de u n a ciudad a otra en busca de la gran o p o rtu n id ad laboral, pero yo n u n ca la vi con ninguno. R ecuerdo que me habló de lo bonita que era u n a herm an a suya que trabajaba en el m undo del espectáculo: “Es preciosa”. M uchas chicas bonitas de la clase trabajadora eran coristas en com pañías de teatro de revistas.
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Si m enciono estos casos, no lo hago con la intención de sugerir que las personas de la clase trabajadora son más licenciosas que las de las dem ás clases; d u d o que lo sean. Pero los temas sexuales siem pre parecen estar m ás a flor de piel en la clase trabajadora, y la experiencia sexual probablem ente se(adquiere antes y con m ayor facilidad que en otros gru pos sociales. La proxim idad a la superficie va acom pañada, como suelen señalar los trabajádores sociales, de u n a gran timidez en relación con ciertos aspectos de la vida sexual:34 hablar “racionalm ente” de sexo, ser visto desnudo o hasta desnudarse para el acto sexual, o adoptar conduc tas sexuales sofisticadas. Ni siquiera hoy los padres de la clase trabajadora hablan de sexo con sus hijos. Saben que lo que tengan que ap ren d er lo ap re n d e rán en el barrio. No es que dejen el tem a de lado porque saben que los chicos de la cuadra se o cuparán de brin d ar la inform ación ne cesaria; de hecho, se m olestan si escuchan a sus hijos hablar de cosas “ sucias”. No abordan el tema, pienso, en parte porque no son buenos m aestros ni se sienten cóm odos hablando deliberadam ente de un tema serio, así que op tan p o r que el conocim iento llegue sin planificación, p o r m edio de aforismos y proverbios, y en p arte tam bién p o r la vergüen za que produce llevar el sexo a u n nivel consciente o “racional”. Y esto se aplica tanto al hom bre que, en el contexto propicio, habla de sexo ab iertam ente con sus amigos com o a su “bienhablada” esposa. Pero a p artir de los 10 años, los niños, y en especial los varones, apren d en de los chicos más grandes en tre su grupo de amigos, y después, en el trabajo. Para los chicos, el acento está, inevitablem ente, en la diversión que e n tra ñ a n las experiencias sexuales y en sus excitantes y terribles pe ligros, y en particular duran te las prim eras etapas, en los placeres y los peligros de la m asturbación. Para m uchos, la m asturbación pronto deja paso a la experiencia heterosexual. E videntem ente es aquí donde el m o delo d e vida sexual de u n chico de la clase trabajadora se diferencia más del de u n chico que va a u n a escuela de élite, que vive hasta los 18 años en u n a com unidad de varones solam ente. Desde los 13 años en adelante, losjóvenes de la clase trabajadora hablan de sus aventuras sexuales, de lo p ro n to que tal o cual chica se deja “tocar” o “se acuesta”. H acia los 18, los que q u ieren ya tien en u n a experiencia sexual considerable. U n grupo de albañiles para quienes trabajé d u ran te unas vacaciones siendo estudiante se e n te ra ro n u n día de que yo era virgen y a partir de ese m om ento em pezaron a tratarme, sin dejar de ser amables, como menos que un hom bre,
34 El Inform e Kinsey c o rro b o ra am pliam ente esta característica.
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com o una especie de m onje abocado a los libros. Todos aseguraban que lo hacían “todo el tiem po”, pero creo que exageraban. Los hom bres ca sados participaban de las conversaciones sobre sexo y se quejaban de la libertad p erdida, pero lo tom aban como algo norm al. ¿Cómo se puede resum ir la actitud de esos hom bres hacia sus expe riencias sexuales irreguláres? Quizá d ebería agregar aquí que hay m u chos hom bres, desde ya, a quienes no se aplica lo dicho anteriorm ente. Casi no sienten culpa ni creen que sea pecado nada relacionado con el sexo; el sexo significa m ucho para ellos, p ero no porque en el fondose sientan perdidos en una gran masa urbana. Eso sería atribuirles las actitudes de otras clases de personas. No se p erm iten las bravuconadas inm orales sobre las que tanto se ha dicho respecto del com portam ien to de algunos grupos durante la década de 1920. Sin em bargo, sienten vagam ente que el “descubrim iento científico” ha legitim ado las cosas y que, con los anticonceptivos baratos, todo es más fácil. No son salvajes sin m oral que se divierten en los bajos fondos de unas islas Marquesas que Melville n u n c a conoció. T om an su vida sexual con naturalidad, sin ser versiones urbanizadas de la visión bucólica de las “m anzanas m aduras” de T. F. Powys, ni versiones contem poráneas de los grandes moralistas del pasado. En ¿iertos aspectos, la actitud de estos hom bres hacia la pro m iscuidad viene de lejos, pero para ellos es algo clandestino. En muchos casos, la actividad prom iscua cesa con el casam iento y no afecta la rela ción m atrim onial. Mi im presión, aunque en esto quizás esté com etiendo un erro r por exceso de rom anticism o, es que las chicas carecen de ese tipo de expe riencia sexual prom iscua esporádica. Los nom bres de las chicas que es tán siem pre dispuestas surgen u n a y otra vez; a las fáciles, todo el m undo las conoce. Por supuesto, ellas tienen m ucho más que perder: corren el riesgo de que “les llenen la cocina de h u m o ”. P ara m í, lo so rp re n d e n te es que tantas chicas salgan indem nes, que conserven la ign o ran cia de todo lo relacio n ad o con el sexo y que sean im perm eables a la atm ósfera que lo ro d ea, u n a actitud típica de u na jo v en de la clase m edia de m ediados del siglo XIX. Es maravilloso cóm o, sin rastros de m ojigatería o resistencia, m uchas de esas chicas atraviesan el inhóspito paraje de las p ro p u estas sexuales de los m ucha chos del b arrio y de las charlas sobre sexo en el trabajo, y se cruzan con el jo v e n con el que se van a casar sin huellas psicológicas ni físicas de ese trayecto. La luz q ue las guía es la convicción, y no la especula ción, de q u e se casarán algún día, de que se “g u ardan para el hom bre de su vida”.
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Según lo q ue yo he visto, la m ayoría de las m uchachas no van de hom bre en h om bre, ad quiriendo retazos de experiencia en cada relación, sino que, desde m uy chicas, su objetivo es conseguir novio y casarse jó venes. A unque a p artir de los 15 años algunas se “m eten en problem as”, son la excepción. M uchas tienen algo de experiencia sexual antes de casarse, p ero p o r lo general la ad q u ieren con el hom bre que será su marido, así q ue la prom iscuidad no las alcanza. Eso no quiere decir que estén protegidas: a p a rtir de los 16 se las ve com o adultas; conocen al chico del que se en am o ran y se p o n e n de novias. Probablem ente no se pan nad a de sexo. T ien en una actitud rom ántica hacia la relación; él las presiona p o rq u e no tiene sentido esperar hasta el día ele la boda y ellas ceden. Quizás él tom e precauciones; pero m uchos hom bres no lo hacen, bien p o rq u e n o están preparados o p o rq u e son inexpertos. Si la m ujer queda em barazada, se adelanta la boda, p ero la chica no siente que está en falta. Creo que la mayoría de las chicas que no llegan vírgenes al m atrim onio p ie rd e n la virginidad con m uchachos a los que quieren de verdad, cu an d o las circunstancias lo perm iten, y no pasando de m ano en m ano “p o r divertirse”. Por lo general, cuando la relación “va en serio”, se espera que los dos sean fieles, y, a decir verdad, la infidelidad es poco com ún. Las chicas no se consideran malas p o r anticipar la boda. Siguen un a tradición que las acercará a las actitudes y los hábitos de sus m adres y lás convertirá en amas de casa “decen tes”. Hasta que eso ocurra, p u ed en perm itirse ten er relaciones sexuales p o rq u e “no le hago m al a nadie. Es algo natural, ¿no es así?”
4* El mundo “real” de la gente
LO PERSO N AL Y LO CONCRETO
A ferrarse a un m undo dividido radicalm ente entre “nosotros” y “ellos” form a parte, en cierto m odo, de u n a p ro p ied ad m ás general de la visión de la m ayoría de las personas de la clase trabajadora. Para recon ciliarse con el m u ndo de “ellos”, al final de cuentas, hay que considerar todo tipo de cuestiones políticas y sociales, y así se trasciende la esfera de la política y la filosofía social hasta alcanzar la metafísica. La form a en que nos param os frente a “ellos” (sean quienes fueren) es, en últim a instancia, la form a en que abordam os todo lo que no es visible ni form a parte de nuestro universo local. La división que hace la clase trabajadora entre “nosotros” y “ellos” es, en este aspecto, u n síntom a de su dificultad para plantear cuestiones abstractas o generales. Los m iem bros de esta clase no están acostum brados a m anejarse en el ámbito de las ideas o el análisis. Los que tien en talento para ese tipo de actividades h an cruzado los límites de su clase, cada vez con más fre cuencia en los últim os cuarenta años. Más im p o rtan te que esos motivos es el hecho de que la mayoría de la gente, cualquiera sea su clase social, no tiene interés p o r las ideas generales, y en la clase trabajadora esa m a yoría -co m o no tiene grandes intereses, com o ganar dinero, ni se siente atraída p o r actividades intelectuales vinculadas a su trab ajo - adhiere a las tradiciones de su grupo; unas tradiciones personales y lócales. Respecto de la política, p o r lo tanto, se h acen eco de u n realism o limi tado que les clice que, según su visión, “no hay fu tu ro ” para ellos en ese ámbito. D irán que “la política nunca le hizo bien a n ad ie” y se basan en supuestos más aceptados, pero generalizan dem asiado. Desde luego, hay excepciones y tam bién hay ocasiones en las que las preocupaciones p o líticas adquieren m ayor intensidad. Sin em bargo, en general, la mayoría de las personas de la clase trabajadora no se interesan ni p o r la política ni por la metafísica. Para ellos, las cosas im portantes de la vida están en otro sitio. P uede p arecer que tienen opiniones sobre temas generales com o la
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religión o la política, pero norm alm ente son u n puñado de frases hechas que han escuchado y repiten sin pensar y que encierran generalizacio nes, prejuicios y verdades a medias, elevadas p o r formas epigramáticas a la condición de máximas. Como he com entado antes, norm alm ente esas frases se contradicen en tre sí, no pasan p o r un tamiz intelectual. Son frases hechas de efecto hipnótico que suenan com o verdades reveladas irrefutables: “Son puro blablá. No trabajaron nunca en su vida”. “Está claro: todos los políticos son unos sinvergüenzas”. “No hay productos tan buenos com o los ingleses”. “El progreso siem pre avanza”. “Los estadounidenses son todos unos fanfarrones”. “Al final lo británico siem pre es lo m ejor”. “Inglaterra es el país más im portante del m u n d o ”. “A los ricos no los juzgan con las mismas leyes”. “Son todos la m ism a basura” (referida a partidos políticos). Estas son algunas de los cientos de frases similares que se han repetido sin hacer ningún tipo de reflexión duran te décadas. Los que afirman que Gran Bretaña es su perior no lo h acen en n o m bre del patriotism o en sen tido estricto; expresan u n a creencia h ered ad a de superioridad nacional. A unque se repite constantem ente, en especial durante los últimos años, que ha habido u n cam bio en la posición que ocupa Inglaterra en el m un do, la mayor parte de los m iem bros de la clase trabajadora todavía no lo lia advertido. T am poco p arecen ser conscientes de los enorm es cambios que h an ocurrido en las relaciones espacio-tem porales en los últimos veinte años. La reacción a la constante dem anda de que desarrollaran u na “doble m irada” no ha sido u n a adaptación, sino una defensa contra esa dem anda. Lo que se pu ed e adaptar, traducir a sus propios términos, se adapta y se traduce* y lo que no, se pasa p o r alto, y el espacio vacío se llena con la m áxim a correspondiente. O tras clases sociales tienen sus propias válvulas de escape, es decir, no es que sólo la clase trabajadora tenga este problem a o sea la única que lo evada. La clase trabajadora es asediada p o r u na enorm e cantidad de abstrac ciones. Se le pide que resp o n d a a “las necesidades del Estado” y a “las necesidades de la sociedad”, que conozca lo que se requiere para ser “un buen ciudadano” y que n o olvide “el bien co m ú n ”. En la mayoría de los casos, las exigencias no q uieren decir nada; son pu ro palabrerío. Para la clase trabajadora, esos llamados a cum plir con el deber, a hacer sacrificios
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y a realizar esfuerzos individuales no tienen la m en o r im portancia. Sus integrantes son la base de la sociedad y lo saben; norm alm ente siguen adelante con su propio estilo de vida. Sienten que cuando el m undo más am plio, la sociedad, el m u n d o de “ellos” necesita a la m asa del pueblo, entonces se les dice qué tienen que hacer y adonde tienen que ir. En otras circunstancias, el m undo local y concreto es lo que se puede enten der, m anejar, y en lo que se pu ed e confiar: adaptados a las necesidades locales de los valles don d e todo se puede alcanzar cam inando, nu n ca han puesto la m irada en el espacio infinito.35 A m edida que el m undo exterior se vuelve más y más racional, la familia y el barrio se perciben, con m ayor claridad que en el pasado, como algo real y reconocible. Sería difícil sobreestim ar la centralización de la vida m o dern a pero, p o r otro lado, es fácil sobreestim ar la sensación de anoni m ato que afecta a la mayoría de los individuos. El hogar está construido a la som bra de abstracciones gigantes; en el in terio r de la casa, uno no necesita prestar más atención a las fuerzas externas que la que presta el tejón en su m adriguera. Es u n alivio, com o siem pre, y quizá más que un alivio, estar con la gente que u n o conoce, cruzarse con “uno de los nuestros”. O tras personas pu ed en vivir u n a vida de “ganar y gastar” o una “vida literaria”, o u n a “vida espiritual” o u n a “vida equilibrada”, si es que existe algo así. Si querem os capturar algo de la esencia de la vida de la clase trabajadora en u na frase, debem os decir que es la “vida densa y concre ta”, u n a vida cuyo acento está en lo íntim o, lo sensorial, el detalle y lo personal. Esto se aplica, sin duda, a los grupos de clase trabajadora de cualquier lugar del m undo. R ecuerdo a u n soldado inglés de baja esta tura y poco atractivo que se hizo amigo de u n a estrella rutilante de la ópera italiana. Al poco tiem po ya cenaba con la familia todas las noches y adquirió un am plio conocim iento de los platos más tradicionales de la región. Ella era u n a chica de clase trabajadora que tuvo la suerte de nacer con u n a voz privilegiada. El se integró a la familia de la joven como si siem pre hubiese form ado parte de su munclo, lo que en realidad era así, pues se sentía más a gusto allí que en su rancho de oficiales. Con esto quiero rem arcar u n a vez más que hay que ser cuidadoso con el estudio
35 W. H. A uden, “In praise of L im estone”, Nonas, F aber and Faber, 1952.
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de los cambios que trajo aparejados la intensa urbanización en las acti tudes de la clase trabajadora. La familia italiana estaba integrada en su gran mayoría p o r cam pesinos y el inglés era, en m uchos aspectos, u n tipo com pletam ente urbano. La conversación q u e m an tien en co n tin u am en te p o r encim a del ruido de las m áquinas las m uchachas que realizan trabajos rutinarios en las fá bricas es tan local, tan personal y tan íntim a que prom ueve la form ación de grupos cerrados y cohesivos. Casi siem pre es elem ental, algo rústica y muchas veces generosa; sus temas principales son los grandes temas de la vida: el m atrim onio, los hijos, las relaciones hum anas, el sexo. Algo parecido se p u ed e d ecir de los grupos de hom bres en el trabajo. To dos h acen lo m ism o que h acen siem pre las personas de su clase, estén donde estén, in d e p e n d ie n te m e n te de lo poco p ro m eted o ra que p u eda parecer su situación; todos resp o n d en a u n fu erte y tradicional im pulso de hacer que la vida sea intensam ente h um ana, de hum anizar la vida a pesar de todo y así transform arla en algo no sólo tolerable sino intere sante de verdad. En cierta m edida, esto se aplica a todas las personas de todas las clases sociales, p ero es u n a actitud que se intensifica en las de la clase trabajad o ra p o r la naturaleza de sus vidas. Las personas de la clase trabajadora ra ra vez se interesan p o r las teorías o los m ovim ien tos. N orm alm ente no conciben sus vidas com o ú n a línea ascendente en térm inos de estatus o de bienestar económ ico. Su principal interés son las personas; tien en la fascinación del novelista p o r la conducta indivi dual y las relaciones, au n q u e no llegan a p ro d u c ir clasificaciones. Sólo im po rtan las conductas y las relaciones en sí mismas. “¿No es rara?”, “¡Qué extraño que diga algo así!”, “¿Qué crees q ue quiso decir?”. Hasta la anécdota más nim ia se relata con dram atism o, con u n m o n tó n de preguntas retóricas, ejem plos com plem entarios, pausas prolongadas y cambios en el tono de la voz. No obstante, a su m anera, las personas de la clase trabajadora son due ñas ele u n a gran sensatez a la h ora de sacar conclusiones sobre las cosas. C onstantem ente ju zg an a los dem ás, p ero sus juicios no se basan en con ceptos que tom an de u n a fuente externa sino en el supuesto de que hay unos pocas cualidades sólidas, im portantes y deseables, que se plasman en frases del tipo de “Cada u n o es com o es” o “Puedes fiarte de él; no es de los que dicen u n a cosa y hacen o tra ”. Se trata de cualidades que tienen que ver con la generosidad y el b u en corazón, con la franqueza y la transparencia. D entro de ciertos ámbitos, esta intuición para ju zg ar está bien de sarrollada. Sea que ju z g u e n individuos o relaciones, las personas de la
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clase trabajadora con frecuencia hacen com entarios agudos y concisos. H an desarrollado la cualidad casi p o r com pleto “en la práctica” y no m ediante la lectura. T ienen b uen ojo para las caras y b uen oído para las voces; ojos y oídos que aveces son más transparentes y precisos que los de una persona que filtra sus percepciones a través de la lectura y el debate. Les gusta evaluar a los dem ás p o r lo que ven y escuchan: “No m e cae bien; tiene voz de falsa” o “Te atraviesa con la m irad a”, que quiere decir que esa persona te reduce a u n objeto cuando te m ira, que no tom a en cuenta valores como la franqueza o la amabilidad. He m atizado deliberadam ente la afirm ación sobre la capacidad ele la clase trabajadora p araju zg ar intuitivam ente. Al h acer esa afirm ación, uno cori'e el riesgo de resucitar el fantasm a del b uen salvaje, el simple y puro hijo del trabajo, dotado de órganos de discernim iento precisos (m ucho m enos viciados y corrom pidos que los ele las personas más sofisticadas que se dedican a pensar). La clase trabajadora es capaz de form ar juicios impresionistas muy acertados en ciertas situaciones; fuera de ellas, o si se los engaña con los recursos correctos, son niños de pecho. “La caída de los inocentes” po d ría ser u n b u en título para las actividades en las que las personas de la clase trabajadora, en particular, son objeto de engaño simplemente porque se apela a ellos en su costado vulnerable, es decir, porque el que los engaña adopta u n a actitud personal, am able y cam pechana. Esto es evidente en miles de. publicidades dirigidas a la clase trabajadora, en editoriales ele algunos diarios y revistas para este m ismo público, en el tono de los astrólogos populares. H asta en los clubes de com pra m enos prestigiosos saben que la relación com ercial p u ed e ser m uy fructífera si tiñen los pasos de u n a venta de u n tono fuertem ente personal, y lo mismo vale para los vendedores de baratijas a dom icilio. E n este sentido, las m ueblerías más ostentosas revisten un enorm e interés, en particular debido a u n a paradoja aparente. A p rim era vista, esas tiendas son las de p eor gusto en tre todas las variedades de tiendas m odernas. Los valores de la decoración están ausentes: no hay líneas de diseño, los colores son disonantes, exhiben todo lo nuevo sim plem ente p o rq u e es nuevo. Con viven tubos de luz fluorescente con candelabros baratos; el plástico, la m adera y el cristal están todos mezclados; los letreros son u n a sucesión de luz, brillo y color. Poco tiene que ver tocio esto con un am biente ho gareño. Tam poco los hom bres que ostentan u n a elegancia superficial y p erm anecen de pie detrás ele la en trad a aiTeglándose todo el tiem po los puños de la camisa o el n u d o de la corbata se p arecen a “nosotros”. No tienen que parecerse. Con u n prolijo traje de confección, unos zapatos baratos p ero bien lustrados, el pelo engom inado y u n a sonrisa perm a-
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mente, están allí (com o los vendedores de autos, igualm ente tensos pero m ás llamativos) p a ra representar u n ethos. El cliente compra, además de lo s muebles, u n au ra de educación y elegancia. Si eso fuera todo, este tipo de tiendas no ten d ría éxito entre las per sonas de la clase trabajadora; serían im pactantes para ellas pero no las anim arían a com prar. Pero aunque los vendedores son, claro está, muy elegantes y “sum am ente educados”, y con insistencia se refieren a todas las amas de casa jóvenes com o “estim ada señ o ra”, en realidad, tam bién so n -y ahí está la clave de su eficacia- “siem pre muy amables”. En cierto sentido, casi todos los com erciantes buscan agradar a los clientes, pero aq u í no se trata solam ente de un gesto de deferencia y amabilidad. Es un u so consistente y eficaz de u n trato personal y dom éstico, trato que resul ta aún más efectivo porque no se espera que provenga de unos caballeros ta n elegantes. Los dueños de las m ueblerías saben que las personas de la clase trabajadora se deslum bran ante la exuberancia y el esplendor, y se sienten atraídas y turbadas al m ismo tiem po. Los vendedores usan expresiones coloquiales pero más refinadas; no dicen “Ah, sí” com o los vendedores de feria, sino “E ntiendo perfectam ente lo que desea, seño r a ” o “U na pareja parecida a ustedes consultó por el mismo artículo la sem ana pasada”, y em plean el tono com prensivo del hijo al que le ha ido b ien en la vida y se ha cultivado. No es tan deliberado y consciente como parece sugerir mi descripción, ni algo tan nuevo ni exclusivo de este tipo d e tiendas. Pero es en ellas -lo s establecim ientos grandes y llamativos destinados a clientes de la clase trab ajad o ra- donde se especializan en esta clase de trato.| Sus encargados conocen la atracción y la turbación q u e siente la clase trabajadora hacia los suburbios residenciales y cómo acceder a ella p o r meclio de térm inos am ables y cálidos. La clase trabaja d o ra se aferra a lo personal p orque es lo que com prende; aquí, esa parte d el m undo exterio r que está en busca de su dinero es una especie de caballo de Troya. Esta actitud general se pu ed e ilustrar tam bién con dos instituciones - e l deporte profesional y la m o n a rq u ía -36 que, aunque proceden del m u ndo exterior, atraen a la clase trabajadora en gran m edida po rq u e se traducen fácilm ente al lenguaje de lo concreto y lo personal. En el trabajo, el d ep o rte y el sexo constituyen los dos temas principales de conversación. Los diarios populares del dom ingo se leen tanto por las
36 A gradezco ál d o cto r Zweig y al pro feso r Asa Briggs p o r los datos q u e m e han p ro p o rcio n ad o .
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crónicas deportivas com o p o r las noticias policiales más destacadas de la semana. Las conversaciones sobre deportes com ienzan por las figuras de portivas, a quienes se hace referencia por el n o m b re de pila y el apellido: “Jim M otson”, “A rthur Jones” y “Will T hom pson”. Tam bién se comentan cuestiones técnicas del juego y muchas veces en las charlas se hace alarde de u n a m em oria extraordinaria con la m ención de datos de partidos ju g a dos varios años antes. Los hom bres hablan de individuos que conocen,al m enos en tanto grandes figuras en el cam po de ju ego, en situaciones en las que despliegan cualidades respetables y adm iradas. Su postura no es la de “vmis sana in corpore sano”. U n extracto com o el siguiente, tomado de un libro de consejos para jóvenes, sería totalm ente ajeno a su muncló, y no sólo porque son espectadores en lugar de participantes: “Piense que su cuerpo es u n a m áquina -m u c h o más maravillosa que cualquier m áquina construida p o r el h o m b re - y verá q ue pu ede encontrar m últi ples placeres en lim piarlo, echarle com bustible, lubricarlo y ponerlo a prueba o hacerlo co rrer”.37 Los m iem bros de la clase trabajadora que son am antes del deporte adm iran las cualidades del cazador, el lu ch ad o r y el tem erario, la ex hibición de músculos y de fuerza, de velocidad y coraje, de habilidad e ingenio. Los grandes boxeadores, futbolistas y corredores rápidam ente adquieren' el estatus de héroes, equivalentes m odernos modificados de los héroes de las sagas clásicas que com binaban el talento físico natural con u n a gran dedicación y astucia. Me p reg u n to si esto sirve para explicar la desconfianza por los árbitros; al menos, la que dom ina los partidos de la liga de rugby. No me refiero solam ente a las acusaciones, cuando las cosas van mal, de que el árbitro está con “los otros”. Se trata de la idea muy com ún de que el árbitro es una especie de director o corrector de escuela dom inical que va co rriendo p o r el cam po de ju eg o con sus pantalones cortos y su chaqueta, hablando sin p arar y soplando el silbato. No-es más que un sentim iento vago e inconsciente y norm alm ente no g en era más reacciones que los gritos del estilo de “¡Déjalo en paz, referí!” o “¡Dale una oportunidad!”, pero está muy extendido. En las zonas donde se ju eg a la liga de rugby en particular, el equipo local es u n elem ento muy im portante para la vida colectiva. Se habla de los jugadores com o de “nuestros m uchachos” y m uchos son del barrio,
37 R. M. N. Tisdall, The YoungAlhkle, citado en HarolcI Stovin, ToUrn, Ihe Exploilnlion o/'Youlh, p. 55.
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fornidos ex m ineros o corpulentos obreros m etalúrgicos. R ecuerdo al equipo H unslet, cuando ganó la copa en W embley hace m uchos años y se paseó desde la estación hasta el barrio a b ordo de u n autobús. Fue de pub en pub p o r las calles más im portantes del barrio, donde le servían copas gratis, seguido p o r u n a m ultitud de m uchachos dispuestos a que darse despiertos m ucho más de lo habitual, sólo p o r la alegría de ver de cerca a los cam peones. Debido a la presión publicitaria que hoy rod ea a la m onarquía, no es tan fácil saber qué sentim ientos p roduce en la clase trabajadora. Sabemos que los m iem bros de esta clase no son particularm ente patriotas. Tie nen características de insularidad y sienten aversión p o r lo francés y lo estadounidense, pero si se los consulta, dirán que la clase trabajadora es igual en cualquier lu g ar del m undo. Siguen siendo antimilitaristas; el re cuerdo del pasado, de los herm anos que se inco rporaban al ejército p o r no ten er trabajo o para escaparse d e algún problem a, y cuya baja costaba m ucho esfuerzo y dinero, apenas em pezaba a diluirse cuando se im puso el servicio m ilitar, y a p artir de ese m om ento y durante diecisiete años siem pre h u b o algún in teg ran te ele la familia en las Fuerzas Armadas. La aristocracia tam poco tiene m ucha presencia en la vida de la clase trab¿y adora. Ya no tiene p o d e r p ara inspirar anim adversión, aunque a algunas m ujeres todavía les atrae su esnobismo. Pero eri general, y en particular para los hom bres, la clase alta no ju e g a ningún papel en sus vidas. La m ayoría dirá, cuando lee sobre las actividades de la clase alta -actividades tradicionales y n o las de lo que quedaba de la bohem ia de los años 20, que conservaba u n cierto interés-: “No tengo tiem po para tocio eso”. ¿Y la m onarquía? Repito, com o institución, no le prestan m ucha aten ción; p o r principio, no están a favor de la realeza. Tam poco le guardan rencor; sólo la ignoran, y si les despierta algún tipo de interés, es u n interés p o r lo personal. Com o son “personalistas” y les gustan las anéc dotas, les atraen más algunos personajes de la familia real que los m enos pintorescos m iem bros clel parlam ento. No m e refiero al p erío d o en el que algunas chicas, durante su ado lescencia, creen que la familia real posee un glamour sem ejante al de las estrellas de cine, ni a las dem ostraciones de fervor que en ocasiones es peciales despliegan las m ultitudes en Londres. Pienso, en cambio, en las m ujeres de provincias mayores de 25 años. Los hom bres no tienen inte rés en la familia real o m uestran u n a cierta hostilidad hacia ella, pues les recuerda el m undo de los desfiles y las prácticas de instrucción militar. Las
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m ujeres de la clase trabajadora tam bién, en cierto m odo, hablan, de la familia real com o p o d rían hacerlo sobre cualquier m iem bro de la noble za. Las figuras m onárquicas tienen que pasar m ucho tiem po estrechando manos y llevando a cabo otras actividades protocolares p or el estilo, pero están bien cuidados, no tienen problem as de dinero com o nosotros, no tienen que ocuparse de los niños cuando están cansados y disponen de criados que les hacen todo. T odo esto se m anifiesta com o reacción ante los superficiales com unicados de p ren sa o las notas que relatan que la princesa A zurce todos los calcetines de su m arido, o que la princesa B se ocupa ella misma de criar al peq u eñ o p ríncipe E. C uando leen este tipo de cosas, las m ujeres suelen m anifestar su desconfianza con un “¡Sí, claro!” Al mism o tiem po, separan a la familia real de sus consejeros, de los funcionarios del gobierno y del resto de la aristocracia. Esta capacidad de pensar e n los m iem bros de la fam ilia real en tanto individuos atrapa dos en u n a enorm e m aquinaria m anipulada p o r “ellos”, de considerarlos como personas a las que no les resulta sencillo ten er una “verdadera vida fam iliar” es lo que lleva a m uchas m ujeres de la clase trabajadora a sentir sim patía p o r la realeza y a interesarse p o r sus actividades más “hogareñas”, la mism a sim patía que sienten las m ujeres de otras clases so ciales. Suelen decir: “Es u na tarea ingrata; sienten la m ism a presión que nosotros”. T am bién sienten p e n a p o r todo lo que se espera de la reina; creen que tanto ella com o su m arido se m erecen lo m ejor: “Es u na buen a mujer”. O tros m iem bros de la familia real son vistos com ó personajes de novela: “D icen que es cruel”, “Se dice que tiene u n a vida de perro s”, “Le gusta divertirse”. Así, quieren que las revistas les cu en ten todos los deta lles de la vida dom éstica de la familia real, lo que u n poem a sobre la reina madre publicado en la revista Silver Star llam a las “costum bres hogareñas e íntimas”.38
“r e l i g i ó n p r i m a r i a ”
En unas pocas zonas, u n a gran proporción de la clase trabajadora aún acude a servicios religiosos celebrados en iglesias o capillas. Y u na m ul titud de sectas m enores florecen más allí que e n otros sitios, en salas
38 Silver Slar, 27 d e mayo de 1953.
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evangelistas de diversa envergadura que funcionan en antiguas tiendas a lo largo del recorrido de las líneas del tranvía. Existen distintas formas d e espiritismo que atraen, com o es de esperar, a las viudas de m ediana edad. M uchas veces, esas sectas cuentan entre sus fieles con personas que tam bién pertenecen a la iglesia anglicana o a una de las otras grandes agrupaciones protestantes. Así pues, al m enos u n m iem bro de la mayoría de las familias -quizá u n a tía o una prim a soltera, si no u n o de los p a d re s- acude regularm ente a la iglesia. La iglesia o la capilla son, en cierto sentido, parte de la vida del barrio. La gente dice “nuestra capilla”, y m uchos de los que no suelen ir a la iglesia piensan que los eventos que tienen lugar allí son de interés para el barrio, así que asisten a u n servicio que celebra algún aniversario, o a u n a feria o concierto, o al inicio de la procesión de Pentecostés o la representación del nacim iento de Jesús en Navidad. Yo mismo he oído decir q ue “ni en el T eatro Real hay espectáculos tan buenos”. Así y todo, en mi opinión, hasta ese lim itado sentido de pertenencia está desapareciendo en la mayoría de los distritos que conozco. Hoy en día, pocos van a la iglesia desde que ya no rige la im posición de los pa dres de que los hijos acudan a la escuela dom inical, salvo en las grandes ocasiones familiares. En ciertos lugares, uno de los signos evidentes de que los jóvenes han llegado a la adultez, además de los pantalones largos en los varones y el m aquillaje en las chicas, es la libertad para dejar de asistir a la escuela dom inical y para leer el Neius of the World en la casa,39 com o hace el padre. Pocos individuos de la clase trabajadora re to m a n a la iglesia al dejar atrás la adolescencia. C uando se cortan los viejos lazos, es im probable que pu ed an volver a anudarse. Si bien los adultos no suelen asistir a ningún espacio de culto con re gularidad, no son deliberadam ente anticlericales. Su actitud hacia el pá rroco tiene algo de cinismo; él está del lado del patrón. Pero ese cinismo casi siem pre va acom pañado de buen h u m o r y no esconde n inguna hos tilidad.40 “Si te gusta, puede ser u n a ocupación divertida”, dicen, “Que
39 En "Periodicals an d A dolescent Girls”, L. Femvick confirm a que esto todavía se estila. El Estudio de Derby (p. 53) revela q u e el 63% de los niños de 4 a 10 años y el 56% de los que tienen en tre 11 y 15 años acu d en a la escuela dom inical en esa ciudad. La asistencia de los adultos a la iglesia y la capilla es m u ch o m e n o r (au n q u e el 98% de los adultos asegura p e rte n e c e r a u n a organización religiosa). 40 En English lÁJe and Leisure, R ow ntree y Lavers llegan a la conclusión contraria. Me p re g u n to si se d ebe a que el foco está puesto en qué se dice en lu g ar de cóm o se dice.
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les vaya bien”. T ienen la idea de que todos somos “el mismo perro con distinto collar” y que si tuviéramos la oportunidad, haríam os lo mismo que ellos. De todos modos, celebran el m atrim onio y se hacen en terrar e n la iglesia o la capilla y bautizan a sus hijos, a quienes luego envían a la escuela dominical. ¿Por qué lo hacen? ¿Por seguir al rebaño? ¿Para sen tirse seguros? Y cuando rezan en u n rincón, ¿lo hacen p o r m iedo o fes u n resurgim iento de la superstición que siem pre h a estado latente en su interior? En parte, es de esa m anera, pero los motivos no se agotan ahí. Ju n to con otras clases sociales, cada u n a a su m odo, la clase trabajadora se ha visto afectada p o r ideas que parecen haberse despojado de los con ceptos religiosos. Su experiencia parece sugerir que las profesiones de fe no funcionan en la vida “real” y que p o r lo general sirven para no ver la cruda realidad. A un así, al acudir a las instituciones religiosas en los m om entos trascendentes de la vida o e n épocas de crisis personal, la gen te no lo hace movida p o r la necesidad de asegurarse la salvación; en el fondo, son creyentes a su m anera. Esto se aplica, al m enos, a las personas de m ediana edad, en quienes pienso al hacer esta descripción. En prim er lugar, creen que la vida tiene u n propósito. La vida tiene un significado; debe tenerlo. N adie se m olesta en describirlo ni se ocupa de profundizar en cuestiones tan abstractas com o la naturaleza de ese propósito o sus implicancias, pero es evidente que es así. “Estamos aquí por algo” o “Si no hubiera u n propósito, no estaríamos aquí”, dicen. Y el hecho de que haya u n propósito im plica que debe existir un Dios. Ad hieren a lo que G. K. C hesterton d enom inaba “las torpes certezas de la existencia” y R einhold N iebuhr, la “religión p rim aria”. Del mismo modo, se aferran a lo que George Orwell d enom inaba “esas cosas [como el libre albedrío y la existencia del individúo] que sabemos que existen aunque todos los argum entos parezcan p ro b ar lo con trario ”. T am bién creen en la vida después de la m uerte o “la otra vida”. En este sentido, tienen lo que R einhold N iebuhr d enom ina “el optim ism o básico de toda vida hum ana activa y saludable”. En la sección necrológica de los diarios, la frase “la otra vida” aparece con m ucha frecuencia y el nuevo estado suele estar asociado con la idea de la liberación del duro trabajo de “aquí abajo” y el advenim iento de u n a existencia más fácil y más feliz. Leemos que goza de u n “grato alivio”, u na “b endita liberación”, “una existencia m ejor” y, tam bién, que se ha ido “antes que nosotros” o “nos ha preced id o ”. Los familiares que publican avisos fúnebres eligen el con tenido en tre las frases de unas tarjetas que les ofrecen en las oficinas de los periódicos y que parecen ser otro ejem plo de una práctica comercial
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puesta al servicio clel sentim entalism o, pero la selección de las frases se adapta a la d em an d a de los clientes, respeta ciertas pautas y no es simple m ente u n a m uestra de sentim entalism o o p roducto de un m ero hábito. Las m adres de la clase trabajadora tienden a considerar el paraíso como un lugar de consuelo y com o u na form a de recom pensa. No tienen muy en cuenta el castigo p o r los pecados com etidos, pues su clase ya ha padecido bastante en este m undo. No siem pre h an hecho lo correcto, pero hay que ten er en cu en ta su situación: sólo piden y esperan “justicia”. Para esas m adres, la vida en el paraíso sería com o u n a recreación del costado más feliz de la vida familiar, con Dios com o u na extensión de su propio pad re (si fue u n “b u en p a d re ”), un padre con m ayor capacidad para resolver problem as, sin la presión de poderes ajenos a la familia que no puede controlar. El cielo será, sobre todas las cosas, el lugar donde “todo se resuelve”, d o n d e uno en cu en tra consuelo. T odo resultará más fácil allí; hab rá tiem po para sentarse y descansar. Los que “se han porta do m al” recibirán u n castigo m oderado y los que se van p o d rán reunirse con los que h an p artid o antes, a quienes echan de m enos, com o la alegre herm ana m en o r que m urió de tuberculosis o el hijo brillante pero débil que “nos dejó” cu ando tenía 19 años. Ese es el m otivo p o r el cual se le da tan ta im p o rtancia a te n e r u n fune ral “com o Dios m a n d a ”, u n “e n tie rro d ig n o ”, a “despedir al difunto de la m ejor m a n e ra ”, y se desestim a la crem ación p o rq u e “'no es n a tu ra l”. El costo de u n b u e n e n tie rro o del traje n eg ro p a ra el funeral de un fam iliar está cub ierto p o r u n seguro oneroso, que en las familias más precavidas se c o n tra ta desde que u n o nace. Yo m ism o sigo pagando un peniq u e sem anal p o r el seguro p a ra m i e n tierro , que m i m adre contra tó cuando yo era u n beb é y q ue cu b rirá sólo 15 libras del costo total. A veces, los seguros fu n cio n an com o u n a caja de ah o rro , y la m uerte de u n fam iliar es u n a o p o rtu n id a d que se aprovecha para renovar el guardarropa. D etrás de todo fu n eral “d ecen te” está el deseo de ocultar las m iserias y, en cam bio, m o strar a los vecinos el orgullo que m erece yn evento público de esa naturaleza. T am bién está la creencia de que ni el m u erto ni quien es lo aco m p añ an en su fu n eral d eb en usar ropa raída com o la que h a n usado toda la vida. El día del en tie rro es -d ic h o sin iro n ía - com o u n dom in g o de Pentecostés, el más trascendente de todos. Al igual que tantas m ujeres de edad de la clase trabajadora, mi abu ela g uardaba u n esp lén d id o vestido y unas sábanas p ara el día de su m uerte, y en sus últim os días nos reco rd ab a casi a diario d ónde los tenía. P ero esta p articu lar costum bre seguram ente e ra u n a especie de vestigio de su o rigen rural.
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Del mismo m odo, la costum bre de servir u n a b u en a com ida en los fu nerales, de “enterrarlo bien com ido” no es u n a m era excusa para gastar en com ida el dinero del seguro. Es la form a en que deben hacerse las co sas, sin privarse de nada, en u na de las raras ocasiones en las que se reúne toda la familia. A veces pareciera que, p o r cómo se anim a el am biente a la h ora del té y p o r el interm inable intercam bio de chismes, los funerales no son más que reuniones familiares en las que, d u ran te u n a comida, todos se p o n en al tanto de los últim os acontecim ientos. Es cierto que hay chimentos, com o los hay en u n a boda, y tam bién es cierto lo de la comida pantagruélica y lo de la gran cantidad de invitados, pero aunque las ca racterísticas superficiales de u n funeral son bastante similares a las de una fiesta de casam iento, esas sim ilitudes son el aspecto m enos im portante. Guando deciden casarse p o r iglesia o celebrar u n servicio religioso para u n pariente difunto, las personas de la clase trabajadora responden a creencias en las que no piensan dem asiado p ero que aun así están presentes en su vida. Se aferran a esas creencias, que no son otra cosa que algunas de las doctrinas cristianas esenciales, p ero no las analizan. Tam poco piensan que tengan gran relevancia para la vida cotidiana, que es algo com pletam ente distinto, u n asunto difícil que no tiene nada de ideal. Si uno trata de “vivir com o m an d a la religión”, p ro n to se da cuenta de que no tiene sentido, que es “u n a misión inú til”. Todos saben muy bien que ni ellos ni los dem ás se com portan com o debieran, pero con eso quieren decir que están en falta con otras personas, pues el concep to de pecado, del pecado original, les resulta com pletam ente ajeno. Si algún m iem bro de su en to rn o se aferra con fervor al dogm a religioso, pronto dirán de él que “se agarró u n a m anía religiosa” y lo verán como un m aniático inofensivo, casi u n loco. A veces, aunque no siem pre, la persona está loca, pero la gente no hace distinciones. Las personas re ligiosas que se dedican a plasm ar sus creencias en actos éticos son más aceptadas. El Ejército de Salvación les resulta atractivo a quienes están “un poco tocados”; p ero “hacen cosas buen as” con sus planes de ayuda social y p o r eso se los respeta. La revista de la organización, War Cry, aún se vende en los pubs. Cuando piensa en el cristianism o, la clase trabajadora ve u n sistema ético; lo que im porta es la m oral, no la metafísica.41 La frase “No creo
41 El pro feso r Asa Briggs, cuya experiencia es sim ilar a la m ía en m uchos sentidos, estim a q u e esta p o d ría ser u n a generalización a p artir de mi lim itada experiencia. Según él, mis conclusiones no coinciden con lo que él h a vivido.
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eai el cristianism o” m uchas veces significa “No estoy de acuerdo con el cristianism o” o “No adhiero al cristianism o”, y el motivo está casi siempre relacionado con la ética. No obstante, se sostiene la idea de que el cristia nism o es la m ejor form a de ética. Sin tem or a e n tra r e n contradicciones, d irán que la ciencia ha pasado a ocupar el lugar de la religión, pero que todos debem os tratar de “vivir según las enseñanzas de Jesús”. En cierta form a, aceptan todo lo que la ciencia tiene para decir sobre el universo, p ero con razón rechazan la idea de que el científico no tiene responsabi lidad m oral sobre la aplicación de sus descubrim ientos. No me refiero al hecho de que en m om entos de terro r -com o ante el p o d er de la bom ba atóm ica, p o r ejem p lo - se espera que se castigue a los científicos, sino a la form a en que, cualquiera sea el hallazgo y el prestigio o los poderes casi mágicos que parecen poseer los científicos, las personas de la clase trabajadora insisten en supo n er que existe u na responsabilidad m oral di recta en el hech o del descubrim iento científico en sí y en cóm o se aplica. Ese sentido del ,deber m oral es lo que en tien d en p o r cristianismo, tal com o lo he m encionado anteriorm ente. El cristianism o es la moral; la gente em plea com únm ente la frase que ya he citado, “las enseñanzas de Jesús”, cuando s e ;expresa a favor de la religión. Jesús fue u na persona que dio el ejem plo de cóm o se debe vivir; es cierto que nadie podría vivir así hoy, pero el ejém plo está ahí, a la vista. Se suele hablar del “cristianis m o práctico”. El acento está siem pre puesto en lo que se debe hacer, en el esfuerzo p o r hacer lo correcto com o personas; personas que no com prenden para qué sirve el dogm a pero sí que deben llevarse bien con los demás, saber vivir en com unidad, ap ren d er a cooperar, a d ar y recibir. La idea que subyace al trato que se da a los demás no es tanto que somos todos hijos de Dios (aunque, en ¡parte, la noción está a h í), sino que todos “estamos ju n tos en el mismo biarco”. Al igual que Ida, la cam arera de Brighton Rock, de Graham Greene, ho piensa m ucho en el pecado y la gracia ni en el bien y el mal, pero están seguros de que hay u n a diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. ^Creo que entiendo las limitaciones de esa postura, pero no pienso que eso sea tan lam entable como lo juzga Greene; en tales cir cunstancias, podrían haber adoptado actitudes m ucho menos admirables. A lrededor ele la idea general de qué significa la religión en tanto guía para lo que clebetnos h acer p o r el prójim o o com o repositorio de las nor mas de convivencia, se agrupan unas cuantas frases. Si les preguntam os a distintas personas de la clase trabajadora qué en tien d en p o r religión, es
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probable que respondan, sin pensarlo pero no p o r eso sin sentirlo, con alguna de estas frases:42 “H acer el b ie n ”. “T e n e r buena conducta”. “Ayudar al que lo necesita”. “Ser am able”. “No hacer a los dem ás lo que no te gusta que te hagan a ti”. “Estamos en este m u n d o para ayudam os los unos a los otros”. “Ayudar al vecino”. “D istinguir en tre lo que está bien y lo que está m al”. “Vivir u na vida digna”. He ahí el motivo principal p o r el cual se inscribe a los niños en la escuela dom inical. Las razones secundarias son bien conocidas: que los padres quieren reservarse u n a tarde del fin de sem ana para estar solos, m om en to que se extiende cuando se ord en a a los hijos que vayan a dar un paseo al salir de la escuela y que no regresen antes de la ho ra del té, o que la m adre h a estado cocinando toda la m añana y está cansada, o que el pa dre quiere dorm ir la siesta después de leer el diario del domingo. Pero tam bién está la idea de que la escuela dom inical es una b u ena influencia y evita q ue los chicos “vayan p o r mal cam ino”. Es evidente que el crecim iento de las capillas tiene m ucho que ver con esa misma tendencia ética, que así como las iglesias estaban asocia das con el privilegio, con la clase alta y con el ritual, las capillas tenían pastores que no habían estudiado en O xford y predicadores laicos que muchas veces eran hom bres para los que la religión era una estructura moralizaclora con los pies en la tierra. Ellos eran “de los nuestros”, po seían lo q ue sus seguidores llam aban “el don de la palabra” y los escépti cos consideraban “el d o n de la ch arlatanería”. Ni los predicadores ni los fieles ten ían tiem po para los rituales ni para las “form alidades”; la deco ración d eb ía ser sencilla y discreta, lo mismo que el servicio religioso y la relación en tre el m inistro y su grey. La llam a de todo esto se ha apagado hace tiem po, pero en m uchas personas ele la clase trab¿y adora todavía hoy se enciende alguna chispa del antiguo fuego. De vez en cuando les
42 H e tom ado algunos ejem plos de Puzzled People, publicado p o r Mass O bservation.
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gusta referirse al carácter siniestro de la Iglesia Católica, u na cualidad que tiene relación, según piensan, con “el incienso, las velas y todo eso”. “Tanto rezar no es bueno” (si bien algunas personas mayores, en especial las mujeres, siguen rezando todos los días aunque no vayan a la iglesia). Uno puede estar tan cerca de Dios p o r su cuenta como los que siempre “andan detrás” del vicario. No hay u na única m anera de ser un buen cris tiano, así que no es im prescindible ir a la capilla. ‘Yo soy tan buen cristiano como tú aunque no vaya a la iglesia”, dicen algnnos. Y otros, invirtiendo la perspectiva afirman: “Eres tan malo com o yo aunque vayas a la iglesia”. Se sospecha del que va con regularidad, porque puede ser menos virtuoso que el que no va nunca. Los que van y son conocidos en la iglesia bien pueden ser unos hipócritas, mientras que el hom bre que no hace alarde de su re ligiosidad pero hace lo m ejor que puede quizás esté más cerca de ser un buen cristiano. Después de todo, hacer todo lo que podem os para tener un a vida d ig n a ... de eso se trata ser u n b uen cristiano, en realidad. Hay que d a r lo m ejor de uno sin olvidar el “m undo real”, el del trabajo y las deudas. La vida consiste en hacer lo m ejor que uno p u ed e en este m undo, en “arreglárselas” de la m ejor m anera posible; uno p u ede ate sorar las “enseñanzas de Jesús” en el fondo de su corazón y adm irarlas, p ero a la h o ra de vivir la vida real, b u en o , “ya sabes”. En todo caso, los “temas p ro fu n d o s” no parecen h ab er tenido grandes consecuencias en quienes h a n tenido el tiem po, el d inero y el deseo de ocuparse de ellos. La mayoría de las personas de la clase trabajadora, entonces, no m uestra signos ni de fanatismo ni de idealismo; tiene sus principios, pero no es afec ta a expresarlos de m anera abstracta. Por lo general, tiene u n enfoque em pírico; es decididam ente pragmática. Es u n a actitud que no proviene tanto de las exigencias de la conveniencia com o de la sensación de proxim idad de los horizontes personales y de la insensatez de esperar demasiado, me nos que m enos p o r practicar la religión. “Me gustan los ü'atos justos” puede parecer una guía inadecuada para vivir en el cosmos y suena pretenciosa, pero si la pronuncia con honestidad u n hom bre de m ediana edad que ha . tenido una vida difícil, representa un im portante triunfo ante la adversidad.
ILUSTRACIONES DEL ARTE PO PU LA R : PEG’s PAPER
El interés excesivo en los más m ínim os detalles de la condición hum ana es el principal ind icad o r para co m p ren d er el arte de la clase trabajadora. En p rim er lugar, se trata de u n a “exposición” y no tanto u na “explora
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ción”; u n a presentación de lo que ya se conoce. Parte del supuesto de que la vida es fascinante en sí misma. El arte debe ocuparse de la vida hu m ana reconocible y com ienza p o r lo fotográfico, aunque luego se vuelva fantástico; debe sustentarse en unas pocas norm as m orales simples p ero firmes. A hí radica lo que resulta atractivo, lo íntim o y absolutam ente dom és tico, de Thovison’s Weekly News.43 Es eso, y no el esnobism o vicario, lo que hace que los radioteatros con personajes y situaciones típicos de la clase m edia sean tan escuchados p o r la clase trabajadora, pues reflejan los h e chos de la vida cotidiana. Es eso lo que p erm ite asegurarse que la p resen tación de las noticias de los diarios más populares pertenezca al reino de la im aginación o la escritura de ficción sin pretensiones. Los periódicos preferidos de la clase trabajadora, los diarios sensacionalistas del dom in go que traen chim entos para leer en el día libre de la sem ana,44 recogen aplicadam ente todo el m aterial q ue en cu en tran a lo largo y a lo ancho de las Islas Británicas, p ara el deleite de casi todos los adultos de clase traba jadora. Es verdad que el interés p o r las noticias o p o r la ficción se incre m enta gracias al elem ento sensacionalista -u n a chica “com ún” se tropie za con un h om bre que resulta ser u n a estrella de cine; u na viucla joven y atractiva m ata a sus dos m aridos con arsénico y los en tierra en el sótano-, y es fácil p ensar p o r qué gran parte de la literatu ra p opular em plea los mismos recursos. Antes que nada, h abría que pensar en la descripción fotográfica de los pequeños detalles; el in g red ien te obligatorio 110 es la evasión de la vida cotidiana sino, p o r el contrario, la aceptación de que la vida cotidiana tiene u n interés intrínseco. El acento se pone prim ero en lo hum ano, en el detalle, con o sin el condim ento del crim en, el sexo o el esplendor. De R ougem ont se refiere a los m illones (si bien él habla en particular de la clase m edia) que “respiran [...] u n aire rom ántico en cuya brum a la pasión aparece com o la p ru eb a m áxim a”.45 Como veremos más adelante, en la literatu ra que consum e la clase trabajadora tam bién hay elem entos que respaldan esa idea, p ero no es lo más destacado de
43 S egún el H R S 1955, los lectores del periódico son clases A-B: 1 de 55, apro x im ad am en te,clase C: 1 de 19, ap ro x im ad am en te; clases D-E: 1 de 13, ap ro x im ad am en te. 44 Son m uy p o p u lares e n tre otras clases tam bién, p e ro la clase trabajadora, en co m p aració n co n la clase m edia, prefiere el ejem p lar del dom ingo antes que los d el resto d e la sem ana (véase el H R S). 45 D e R o ugem ont, Passion and Sociely.
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la.s publicaciones típicas de la clase trabajadora que siguen existiendo. La pasión n o es más interesante que la rutina de la vida doméstica. Algunos program as de la BBC d an p rueba de ello. Basta con obser v a r la p o p u larid ad no sólo de los program as “fam iliares” como Family Favourites (“para los buenos vecinos”) o las series con familias com o pro tagonistas y program as especiales com o Mrs. Dale’s Diany, The Archers, The Huggetts, The Davisons, The Grove Family o The Hargreaves, sino tam bién de los program as dom ésticos realm ente com unes que se parecen a los pe riódicos antiguos y están com puestos m uchas veces p o r u na cantidad de elem entos vinculados entre sí sólo p o r el hecho de que todos giran alre d ed o r de las vidas com unes de gente com ún. Pienso en program as como Have a Go, de W ilfred Pickles, o Doxun Your Way, de R ichard Dimbleby. No tien en u n form ato particular, no ofrecen el “a rte ” ni el entretenim iento d e los program as musicales; sim plem ente “presentan gente para la gen t e ” y el público disfruta con eso. Del mismo m odo, hay program as que todavía recu rren a la tradición del personaje cómico de los musicales q u e m uestran la vida de la clase trabajadora, com o Over the Garden Wall, d e N orm an Evans, y los insuperables núm eros de Al Read. Para ten er éxi to no hace falta que el program a sea artístico; sólo con ser u n program a com ún p ara la familia despierta el interés del público. Como ya he com entado, se suele pensar que ciertas revistas - p o r ejem plo, las que leen m ayorm ente las m ujeres de la clase trabajadora,40 las revistas “tipo Peg’s Paper y esas”- ofrecen poco más que p u ra fantasía y sensacionalismo. Pero eso no es tan así; en cierta m edida, las revistas más auténticas dirigidas a la clase trabajadora son preferibles a las del estilo más m oderno. P u ed en ser crudas, pero son más que eso: evocan u n sen-
46 La m ayoría de las cifras del total de lectores d e esas revistas son cantidades aproxim adas publicadas en el H liS 1953. Lectoras de clase trabajadora Tolal de lectoras estimado Título 700 000 750 000 Red Lelter 620 000 Silver Slar 650 000 560 000 Luchy Star 600 000 530 000 Red Star Weekly 570 000 530 000 Glamour 570 000 350 000 Sin datos p a ra grupos A, Secrels B y C. Pocas lectoras, 320 000 ídem O racle 350 000 ídem Family Star Las cifras de la últim a co lu m n a c o rre sp o n d en a los grupos D-E del HRS, o sea, el 71% de la población. D eduzco que la co n cen tració n es m ayor en la clase trab ajad o ra tal com o la he definido.
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tido de la textura de la vida en el público al que apuntan. Me referiré a ellas com o “las viejas revistas” porque conservan la tradición de Peg’s Pape)-y reflejan las antiguas formas de vida de la clase trabajadora.47 De hecho, la m ayoría de estas revistas se publican, con sus títulos actuales, desde hace diez o veinte años. Casi todas están producidas p o r u n a de estas tres grandes empresas:48 A m algam ated Press, Newnes G roup y Thom son an d Leng. Pero los auto res y los dibujantes p arecen conocer bien las vidas y las actitudés de sus lectores. Cabe preguntarse si los editores tom an m aterial del exterior en form a fragm entada y poco sistemática, com o hacían en un tiempo los fabricantes de medias de N ottingham . La m ayor parte del m aterial es convencional, es decir, refleja las actitudes de los lectores, pero esas actitudes no son ridiculas com o uno p o d ría pensar. En com paración con estas publicaciones, algunas de las más nuevas son com o un hijo inteli gente y sagaz con u n p u ñ ad o de opiniones m odernas ju n to a una m adre anticuada, sentim ental y supersticiosa. Las viejas revistas se reconocen fácilm ente por el papel: un papel pren sa de textura rústica que a veces desprende un olor a hum edad y a m oho que me recuerda a las viejas revistas de historietas que leía ele niño. Se las reconoce tam bién p o r la diagram ación y los contados tipos de letra, y por las tapas, que son banales y con unos pocos colores llamativos: casi siem pre predom ina el negro y el azul, el rojo y el amarillo intensos, con pocos matices. N orm alm ente cuestan 3 peniques y sus títulos son: Secrets, Red Star
47 T odas son sem anarios que en el m o m en to de publicación del presente ensayo habían llegado a p u b licar la can tid ad de nú m ero s que figuran a contin u ació n : Secrets, 950; Red Star Weekly, 1100; Mirarle, 970; Silver Star, 600; Oracle, 1050; Lacky Star, 680. 48 Newness publica Lucliy Star, Silver Stary Glamour. A m algam ated Press -co n o cid a com o H arm sw orth Bros. L td. hasta p oco después de principios de siglo, la m ayor editorial especializada en revistas y periódicos e n tre las que no tienen sede en L o n d res- publica Red Star Weekly y Secrets. D. C. T h o m son, g eren te general de T h o m so n ’s, falleció el 12 de octu b re de 1954 a los 93 años de edad en D undee. Parecía u n H arm sw orth provinciano q u e supo ap rovechar las o p o rtu n id a d es de la educación com ún para todos los ciudadanos. Su p ad re fue un naviero que adquirió el Courier de D undee en 1884 y le asignó a D. C. T hom son la responsabilidad de dirigirlo. A partir d e ese m o m ento, el joven em pezó a co m p rar otras publicaciones, hasta que llegó a co n tro lar u n a de las m ayores em presas editoras de periódicos de G ran B retaña. D irigió m atutinos y vespertinos escoceses, revistas fem eninas e historietas para niños (Beano y Dandy, con u n a circulación de 1,25 m illones cad a u n a), en tre otras publicaciones diversas. (La m ayor parte de la inform ación está tom ada de un obituario aparecido en Manchesler Guardian, 13 de o ctu b re de 1954.)
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Weekly, Lucky Star (que ah o ra incluye Peg’s Paper), The Miníele, The Oracle, Glamour, RedLettery SilverStar. Claram ente, están dirigidas a adolescentes y jóvenes casadas -d o s de cada tres lectoras de Red Letter tienen m enos de 35 añ o s- pero tam bién incluyen algunos artículos para m ujeres mayores. Las revistas tienen u n público de en tre 350 000 y 750 000 personas, y la mayoría, de más de 500 000. Puede haber superposición de lectoras, pero el núm ero total es eno rm e, y casi todas son de la clase trabajadora. En cuanto a la diagram ación, la mayoría de las revistas se parecen en tre sí. T ienen m uchas publicidades pequeñas y de poco valor en la con tratapa y las últim as páginas de texto, pero no en las prim eras. Después de la p o rtad a en colores, la prim era página está casi toda dedicada a algún tem a destacado, o a la principal publicación p o r entregas, o a la “extensa novela d ram ática” de la sem ana, que com ienza ahí mismo. Los avisos, que se rep iten en todas las revistas, cu b ren u n a reducida gama de productos. Los de algunos cosméticos todavía recu rren a un estilo aris tocrático, em pleando fotografías de damas de la nobleza vestidas como para ir a u n a fiesta. Las enferm edades a las que aluden los avisos de marcas de rem edios se repiten tanto que cualquiera que saque conclu siones apresuradas d irá que la clase trabajadora en G ran B retaña sufre de constipación y “condición nerviosa” congénitas. Hay m uchos avisos que ofrecen curas p a ra problem as que son la causa de que en las fiestas nunca saquen a bailar a las m uchachas que los padecen.' Los “consejos de los científicos” son m o n ed a corriente, lo m ism o que las “predicciones de las gitanas”. A veces se anuncian rem edios esotéricos de la India: “La señora Jo h n so n ap ren d ió hace m uchos años esta fórm ula secreta de u na niñera india en Bombay. A p artir de entonces, m uchos miles de personas han tenido motivos ele alegría p o r haber confiado en este sistema”. Para las m ujeres casadas están las publicidades de ja b ó n de lavar, las píldoras para el dolor de cabeza y el ja ra b e de higos de C alifornia que tom an los niños. Pero, en general, las revistas se dirigen a m ujeres casadas jóve nes que desean parecerse a las solteras y todavía se m aquillan o usan un determ inado cham pú. Las em presas que ven d en productos p o r catálo go publican avisos de zapatos con plataform a, ropa interior ele nailon, supongo que para las jóvenes, y corsés para las mayores. Para todas las lectoras, pero en especial para las recién casadas, a las que no les sobra m ucho dinero, se publican avisos que las invitan a form ar parte de los equipos de vendedoras de los num erosos clubes de crédito, m ayorm ente de M anchester, p a ra la com pra de ropa u otros productos. Los clubes ofrecen a sus agentes dos chelines p o r cada libra que venden, un enorm e catálogo y u n an o tad o r gratis.
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La m ayor parte de las páginas de texto están ocupadas por relatos con linos pocos artículos ocasionales intercalados. No se tratan temas políti cos, sociales ni artísticos. T am poco aparecen notas acerca de esos temas en los diarios populares que presum en de ocuparse ele la actualidad ni en las revistas fem eninas que tienen acercam ientos ocasionales a la “cul tu ra”. A bundan, en cambio, los consejos de belleza, n orm alm ente aus piciados p o r estrellas de cine, y los que se refieren al m anejo del hogar; m edia página está dedicada a los consejos prácticos que da u n a “tía” o una enferm era que ayudan a las lectoras a resolver problem as persona les y que se suelen tom ar a risa aunque, en realidad, son muy sensatos. No quiero decir, aunque sea cierto, que esos consejos nunca tengan un cierto tufillo m oral, pero en el tono general se aprecia la sensatez y la practicidad, y cuando surge un problem a cuya resolución trasciende la com petencia del redactor, este aconseja a las lectoras que acudan al m é dico o a u n especialista. Además, las revistas con tien en u n a sección dedi cada al horóscopo. En cada n úm ero hay novelas p o r entregas, el relato largo de la sem ana y cuentos de u n a página. En los dos prim eros suele haber desenlaces inesperados, com o que al final el joven era rico o que la m uchacha gana un concurso de belleza a pesar de que ella siem pre se consideró a sí mis m a com o u n a chica igual a todas. En especial, estas sorpresas son típicas de las novelas p o r entregas, que cleben ten er elem entos “dram áticos” y una acum ulación de acontecim ientos imprevistos que se develan cada semana. Así aparecen las denom inadas “bajas pasiones” y los asesinatos. Hay hom bres apuestos y desinhibidos que se llam an, p o r ejem plo, Rafe. Pero m ucho más interesantes, porq u e son de tem er, son las “zorras fas cinantes”, las Jezabel, com o las no m b ran e n los anuncios. Son m ujeres que se establecen en ciudades de provincia y ocultan su “horrible pasa do” o un “trem endo secreto” que quedó en el lugar d o n d e vivían antes, a cientos de kilóm etros de distancia; se deshacen ele las jóvenes bonitas por las cuales el h om bre que les interesa se siente atraído am arrándolas, m etiéndolas en u n baúl que suben a u n bote y que luego arrojan al agua, o transform ando u n a pava eléctrica en u n arm a m ortal: “Parecía inofen siva, pero su presencia resultó u n a m aldición”, “El mismísimo diablo la disfrazó de angelito in o cen te”. La crítica más severa a este tipo de literatu ra es h a rto conocida y no es mi in ten ció n tom arla a la ligera. Se aplica, debem os recordar, a la literatu ra p o p u lar dirigida a todas las clases sociales. C uando se ha dicho que m uchos de esos relatos alim entan el m o rb o de los lectores, ¿cabe agregar algo? ¿Se los p u e d e distinguir de la te n d en cia general de
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este tipo de literatu ra popular? Denis de R ougem ont observa que estos relatos,49 en especial cuando han sido escritos para u n público de clase m edia, p re se n ta n un desenlace dual, pues a pesar de que los malos n u n ca triu n fan en los hechos, sí hay un triunfo em ocional; cuando el tem a gira en to rn o del am or adúltero, la traición em ocional es inevita ble. En estos textos, “las cadenas del am or no se p u e d en ro m p e r e [im plican] la su p erio rid ad ‘espiritual’ de la am ante respecto de la esposa”. D e R ougem ont añade: “Por lo tanto, la institución del m atrim onio sale m al parada, au n q u e eso no .tenga im portancia, ya que la clase m edia (especialm ente en E uropa) sabe bien que esa institución ya no se cons truye sobre la m oral o la religión, sino sobre cim ientos económ icos”. El autor tam b ién destaca la fascinación p o r el tem a del a m o r/m u e rte , ele acuerdo con el cual u n a relación adú ltera sólo pued e resolverse m ed ian te la m uerte. Existe u n a diferencia entre esa form a de tratar los temas en la litera tu ra y la m ayoría de los “em ocionantes” relatos de las revistas “más anti guas”. No parece haber traición em ocional de los supuestos explícitos; la intensidad aparece porque el villano con sus actitudes seductoras va e n contra de algunas cosas que siguen siendo im portantes, de lo bueno d e la vida m atrim onial p o r encim a de las relaciones individuales dom i nadas p o r la pasión, Aquí no aparece el tem a del a m o r/m u e rte , porque así se aniquilaría el tem a positivo y real del am or en el m atrim onio. El malvado, al invitar a u n a relación adúltera, es interesante no tanto por que disfruta de m an era vicaria de u n a relación que, aunque prohibida, es deseada, sino porque ataca, para escándalo de los lectores, lo que de verdad im porta. Es u n a especie de cuco y 110 un héroe disfrazado. No triunfa em ocionalm ente com o lo hace en la literatura más sofisticada que describe De Rougem ont; esta es, en realidad, u n a literatura despoja da de to d a com plejidad. Los relato s a los q u e m e refiero d ifieren aú n más claram en te de m uchas d e las versiones posterio res de la h isto ria de sexo y violencia, la historia que se p ublica p o r en treg as en algunos diarios d el d o m in go. En ellos, el a u to r in te n ta -m ie n tra s se com ete u n a violación u o tro acto de v io le n c ia - u n a p rovocación m o d e ra d a y luego envuel ve el re la to con u n a m o ralin a superficial. La distancia es aú n m ayor respecto de las novelitas baratas de sexo y violencia. No hay escenas de sexo y las descripciones no provocan excitación; creo q u e es no
49 De R ougem ont, pp. 236-239.
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sólo p o rq u e las m ujeres no reaccio n an an te ese tipo de estím ulos del m ism o m o d o q ue los hom b res sino, en p articu lar, p o rq u e las historias p e rte n e c e n a m u n d o s d iferentes. Los cu en to s de las revistas dirigidas a las m ujeres de la clase trab ajad o ra n o p e rte n e c e n al mundo...cle la clase m ed ia ni al de los más m o d ern o s diarios del dom ingo, ni al de las novelas breves más recientes, y m enos aún al m edio en el cual las relaciones ilegítim as se ven com o “d ivertidas”, “g en iales” y “progresis tas”. Si u n a chica p ie rd e su virginidad o u n a esposa com ete ad u lterio dicen: “Y así caí esa n o c h e ” o “C om etí un grave p e c a d o ”. Si bien lasfrases in tro d u c e n u n a cuota de em oción, la sensación de caída y p e cado tam b ién es m uy real. Después de leer m uchos relatos parecidos, la principal im presión que queda es la de u na extraordinaria fidelidad a la vida de los lectores en las detalladas descripciones. La abundancia de detalles es la misma en un cuento de u na página que en una novela p o r entregas o en un cuento largo; todos parecen ser detalladas transcripciones de incidentes m eno res, tristes o divertidos, ele la vida cotidiana. Las historias de las novelas por .entregas a veces se desarrollan en el distinguido m undo de las que aún hoy se conocen com o “las mansiones de Inglaterra” y otras veces giran en torno a'la figura de un rajá o u n jeq u e, pero lo más frecuente es que su m u n d o sea el de los lectores, con u n a im presionante precisión en la descripción de detalles. M uchos de los delitos com etidos en esas his torias tam bién son los típicos de ese m undo; así se genera angustia, por ejemplo, cuando hay sospechas de que la señora T hom pson ha robado artículos en la tienda. Abro la Silver Stary en la prim era página la novela Letters of Shame com ienza así: Stella Kaye descorrió el pestillo del p o rtó n de la casa ubicada en el n úm ero 15, se abrió la puerta y apareció la m adre agitando los brazos. —¿Por qué llegas tan tarde? —suspiró— . ¿Te acordaste de las salchichas? ¡Ay, hija! Stella m iró el rostro exaltado y el delantal con flores de la m adre. ¡Visitas! ¡Y ella que lo único que quería era soltarles la noticia! T en d ría que esperar.50
50 Silver Star, 27 de mayo de 1953.
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Un nú m ero típico de Secrets trae com o poem a de la sem ana “La salida de m am á”,51 que habla de la salida sem anal al cine de m am á y papá: “Es lunes a la noche y en el n ú m ero 3, m am á y papá beben rápido su té. Papá casi no ha concluido y m am á grita: ‘¡Vamos, Fred! ¿Aún no lo has bebido?’”. U n cuento en las últimas páginas del Ora ele,52 “El regreso del h é ro e ”, com ienza así: “La mayoría de las m ujeres que com praban en el alm acén ele la calle R o p er’s estaban bastante cansadas de oír hablar clel hijo de la señora Bolsom, p ero no p o d ían decirle nada p o rque ella era muy am a ble. Siem pre estaba dispuesta en casos de em ergencia”. U n típico cuento breve de Lucky Star'’3 em pieza diciendo “Lilian West m iró el reloj de la pared de la cocina. -¡D ios m ío -p e n s ó -, qué rápido estoy term inando las tareas de la casa estos días!” L uego pasa a describir su decisión de dejar solos a sus hijos casados para n o m olestarlos y su alegría al descubrir que aún la necesitan. “Mary era u n a m uchacha com ún que tenía u n trabajo com ún en u n a fábrica” es la prim era frase de otro cuento y u na m ues tra de cóm o se inician casi todos los relatos publicados en este tipo de revistas. Las ilustraciones contribuyen a crear la atm ósfera deseada. Algunas de las revistas más recientes publican fotos espontáneas, en las que los sujetos no posan. Las más antiguas todavía usan dibujos en blanco y ne gro e n u n estilo poco elaborado. En particular en las publicaciones más m odernas se ven ilustraciones en blanco y negro de estilo complejo; sin em bargo, las tiras cómicas que aparecen en los diarios locales, obra ele un dibujante local, p arecen dibujos de hace treinta años. Lo mismo ocu rre con las ilustraciones de los relatos de las viejas revistas (la ilustración principal de la novela p o r entregas o clel relato largo com pleto pu ed en ser u n a excepción); no son elegantes y los detalles están desprovistos de todo rom anticism o. Las chicas suelen ser bonitas (a m enos que la idea que se quiera transm itir sea que hasta las m uchachas m enos agraciadas consiguen un b u en m arido) p ero su belleza no es glamorosa; son lindas en la form a en que u n a chica de la clase trabajadora es linda. Llevan fal da, blusa y pulóver o el vestido de las ocasiones especiales. La chim enea de la fábrica se eleva en una esquina del dibujo y la hilera de casas con
51 Secrets, 13 d e ju n io de 1953. 52 Oracle, 27 d e septiem bre de 1952. 53 Lucky Star, “T h e D ream ", 18 de m ayo de 1953.
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farolas a intervalos regulares se extiende detrás; luego se ven los autobu ses y las bicicletas, el salón de baile o el cine del barrio. Los detalles reconocibles del e n to rn o de los lectores p u ed en funcio n ar com o el preludio de u n a excursión a u n a historia en la que se cum plen los deseos y que m uestra todo lo que pu ed e pasarle a u n a persona que vive en ese m undo. Algunas veces los protagonistas progresan social m ente y así los lectores se en teran de lo b u en o que sería form ar parte de los grupos que viven en casas m ejores que las suyas. Pero norm alm ente, lo que sucede en los textos es lo que p u ed e sucederle a cualquiera, y el am biente es el que la m ayoría de los lectores reconoce como propio. U n análisis de las historias perm ite e n te n d e r la crítica a las “reacciones prefabricadas” de las que hacen uso,54 cada una presentada con las frases hechas de rigor. Al leer la descripción de un juicio, la gente está “m u d a” y los rostros “tensos”; el estrem ecim iento les corre p o r la espalda; el p ro tagonista se m uestra im p ertérrito y dirige u n a “m irada de p ied ra” a sus captores; su novia tiene “el corazón en u n p u ñ o ” y “el suspenso flota en el aire”. ¿Qué indican esas frases? ¿Que los autores recu rren a los clisés que el público quiere leer y que no exploran la experiencia ni la plasm an p o r m edio del lenguaje? En efecto. Pero esas son - r e p ito - prim eras aproxi maciones; u n p anoram a de lo conocido. Es im probable que los lectores de este tipo de narraciones lea textos literarios más serios, pero hay cosas peores, en especial en estos días. Si consideram os los relatos que estamos analizando com o presentaciones fieles au n q u e dram atizadas de u n a vida cuyas formas y valores son conocidos, sería más útil p reguntarnos cuáles son los valores que representan. No sirve de n ad a reírse de ellos; es nece sario que nos dem os cuenta, en p rim e r lugar, de que a pesar de su len guaje trillado describen u n a form a de vida consolidada y relevante para los lectores. Lo mismo puede afirm arse de las frases que figuran en las taijetas de cum pleaños y las postales navideñas,55 que la gente elige con m ucho cuidado p o r sus frases “am orosas” y “genuinas”. El m undo que presentan esos relatos es lim itado y sim ple, basado en unos pocos valores tradicionales aceptados. Por lo general, es u n m u n d o infantil y aparatoso en el que las em ociones se expresan co n gran efusividad. Los recursos em pleados son eficaces en u n am biente que n o es corrupto ni preten cioso. Se usan palabras atrevidas que los autores serios que escriben para
54 P ro n to se advierte que la división que suele h acerse en tre alta, m ed ia y baja c u ltu ra n o es de m ucha utilidad y p u e d e resu ltar engañosa. 55 A quí tam bién se aprecia el estilo nuevo, más ingenioso tanto en las leyendas com o en las ilustraciones.
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público más sofisticado ten d rían dificultad para usar y que muchos otros escritores tam poco usarían p o r tem or a las críticas. A parecen tér m inos com o “p ecad o ”, “vergüenza”, “culpa” o “m al” con toda la fuerza ele su significado. El principal p u n to de referencia es la noción de que el m atrim onio y el hogar, construidos sobre la base del am or, la fidelidad y la alegría, son el verdadero objetivo en la vida de u n a m ujer. Si una chica “p e c a ” -y esto refuerza lo que m encioné anteriorm ente acerca del costado ético ele las creencias religiosas de la clase trabajadora-, no co m ete u n “pecado contra sí m ism a”, com o piensan m uchos autores, ni ha fracasado más allá ele lo h um ano y lo social, sino que ha m alogrado sus op ortunidades de casarse y form ar u n a buena familia. U no de los finales más com unes de este tipo de novelas p o r entregas es que la m uchacha se reen cu en tre con el hom bre responsable del hecho pecam inoso y se case co n él, o que en cu en tre otro que, aunque lo sabe todo acerca del pasado d e ella, decida casarse y convertirse en padre del niño y los quiera a los dos. Se obseiva la desconfianza p o r “la o tra ”, lajezabel, la destine tora de hogares, la m ujer que se p ro p o n e ro m p er u n m atrim onio o un noviazgo ajeno. A u n hom bre que se fija en otras m ujeres se le da la oportunidad ele redim irse si se m ete con una m ujer casada, pero recibe un trato más in d u lg en te que el que se da a u na m ujer de vida disipada. C ontra este telón dé fondo, al que está indisolublem ente ligado, apare ce el elem ento excitante, osado y liberador del relato. En mi opinión, ese elem ento no constituye una tentación para los lectores, que ni piensan en im itarlo ni sueñan con él de u n m odo lascivo. Entre ese elem ento y la vida d e los lectores existe la misma relación que entre u n barrilete y el suelo firme desde el que se lo rem onta. La tram a de la vida cotidiana se entreteje en el m aterial narrativo ele las novelas y los cuentos de todas las revistas. Constituye la base de los principales valores e ideas en los que se sustentan: 1111
No te dejes arru in ar el día p orq u e u n amigo te h a abandonado. No puedes recordar todo lo que Dios te ha quitado. La vida es dem asiado corta para estar enfadado o a p e n a d o ... La vida está hecha de esas pequeñas cosas en las que no rep aram o s.. ,56
56 Silver Star, T I de mayo de 1953.
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Básicam ente este es el m undo de Ellen W ood (East Lynne, Danesbury House, Mrs. Halliburton ’s Troubles), Florence L. Barclay ( The Rosaiy vendió un m illón de ejem plares), Marie Corelli {The sorroius ofSatan, u n clásico de la época de mis tías),57 Silas K. H ocking (Ivy, HerBenny, hisfathet), Annie S. Swan (A divided house), Ruth Lam b (A wilful toará, Not quite a lady, Only a girl wife, Thoughtful Joe and hoto he gained his ñame) y de m uchos otros autores cuyas obras eran publicadas norm alm ente p o r la Sociedad de Publicaciones Religiosas y entregadas como prem ios en los cursos avan zados de la escuela dominical. Ese m u n d o hoy en día está siendo despla zado p o r el de las revistas más m odernas. Quizá en Escocia siga vigente: Todavía se publica el sem anario simple pero atractivo People’s Friend. Otra publicación similar salía en Sheffield hasta hace unos años, creo, Weekly Telegraph. Algunas de las viejas revistas in ten tan sobrevivir copiando el glamour de las más nuevas, que m uchas veces no son más que u n a forma am pulosa de las anteriores. Apasionantes novelas p o r entregas se anun cian en carteles publicitarios con ilustraciones que conservan el estilo conocido y añaden el nuevo recurso del prim er plano. Pese a esos esfuerzos, algunas de las revistas nuevas, de gran circula ción, con tin ú an creciendo. En m uchos aspectos, rep resen tan las mismas actitudes que las" viejas, aunque se dirigen a u n público dem asiado am plio como- para identificarse con u n a clase social determ inada. La pre sentación de estas publicaciones es más cuidada, e incluyen más artículos especializados en cuestiones domésticas. Hay cierta grosería de las revis tas viejas cuya desaparición no ha de lam entarse. No me he explayado sobre esa característica, porque mi intención es m ostrar los aspectos más agradables de la relación con la vida de la clase trabajadora. La sofistica ción de las nuevas revistas con frecuencia se extiende a sus actitudes, y el cam bio n o siem pre es para m ejor. La elegancia puede convertirse en superficialidad; se pone el acento en el prestigio que da el dinero (se suelen publicar los salarios o las ganancias entre paréntesis detrás de los nom bres de las personas), en la fascinación que despiertan personali dades com o las sonrientes esposas de los m agnates de la industria o las estrellas de cine o de radio; se m uestra u n a cierta coquetería doméstica y un estilo esnob y extravagante. Las revistas ilustradas son muy populares entre las jóvenes que quie ren estar a la m oda y no p arecer anticuadas. Las viejas revistas quizá se
57 Al igual que The Deemsler, novela de H all Caine publicada unos años antes, en 1887.
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propongan parecerse a las m odernas, pero eso cuesta m ucho dinero y todavía tienen u n público num eroso que les perm ite generar beneficios, aunque m an ten g an sus características de siem pre. C uando eso deje de ser así, d eb erán in co rp o rar cambios radicales que les perm itan acercarse a los nuevos m odelos, o se en fren tarán a la inevitable desaparición.
5» La vida plena
Existe u n único sentido en todo lo que atañe a nuestra clase - u n a vez que el p a n y el pago de las obligaciones están aseg u rad o s- y ese sentido es vivir. m á x i m o g o r k i , un trabajador en Tomas Gordeiev
LA INM EDIATEZ, EL P R ESEN T E, LA ALEG RÍA: EL DESTINO Y LA SUERTE
De lo concreto y personal a lo inm ediato, el presente y la ale gría. El énfasis en la necesidad de “estar alegre” proviene, com o ya lie mos visto, de la idea de que la vida es d u ra y poco gratificante. No ahon dar en esta idea im plicaría quedarse en lo trivial. Las personas de la clase trabajadora son sentim entales, pero sü alegría se n u tre principalm ente de cualidades que poco tienen que ver con lo sentim ental. Descreen de los conductores de los grandes batallones y ju zg an sus pretensiones con un h u m o r escéptico; después de todo, “los conocem os b ie n ”. Sin p er der el hum or, se reservan la opinión acerca de los líderes y su grandilo cuencia: “Eso no m e lo creo”, dicen sin m anifestarse abiertam ente contra tales personajes. Suelen ver el m u n d o con h u m o r, u n h u m o r que con frecuencia pone ese m undo en ridículo. La alegría se basa en un incon formismo carente de sentim entalism o y en la necesidad de estar anim a dos. Los ayuda a seguir adelante con cierta dignidad. A veces, del mismo m odo que la elevación del sentido del h u m o r a la categoría ele virtud prim ordial puede hacerlo con cualquiera, los vuelve insensibles a lo que sucede en el m undo. En cambio, los hace sensatos, fiables, previsibles, prácticos y estables en m om entos de crisis, y todas estas cualidades p u e den convertirse en defectos si n o están contrarrestadas p o r sus opuestos. Hoy en día, com o siem pre, m uchas personas de la clase trabajadora son ahorrativas. Pero, p o r lo general, la inm ediatez y el vivir el presente son características de la vida de la clase trabajadora que están más reía-
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cionadas con disfrutar los placeres en el m om ento que con prom over la planificación de objetivos futuros o asociados a algún ideal. “La vida no e s un lecho de rosas”, adm iten, pero “m añana ya verem os”; en ese sen tido, la clase trabajadora siem pre ha hecho gala de u n existencialismo e n el que no se p ierde el sentido del hum or. Incluso de aquellos que em plean más tiem po que el usual p reocupándose p o r cóm o “saldrán 1as cosas” se pued e decir que su vida está m ucho más enfocada sobre el presente inm ediato que en otras clases sociales. Las m ujeres salen con sus carteras a las 4.30 de la tarde para com prar algo para acom pañar el té. En la alacena no hay m ucho, y lo que hay es p a ra ocasiones especiales. Pero ten er sólo lo esencial no es un indicador d e pobreza, ni de indolencia ni de m ala m em oria, sino que form a parte d e las características básicas de la vida; p or lo general, com pran los pro ductos de a uno. El sueldo ingresa cada sem ana y se va en u n a semana. N o hay acciones, bonos, valores, propiedades ni m ercancías. Del que ob tiene unos pocos cientos ele libras de u na sola vez se dice que es “rico”. Las libretas de pagos que se guardan detrás de algún adorno se m arcan todas las semanas y se usan para “liquidar d eudas”, por ejemplo, para p agar gastos ya realizados en ropa o en el alquiler de la sem ana anterior. E l ahorro o el pago p o r anticipado se usan p a ra fines específicos, como e l seguro de vida o de enferm edad, o son adelantos de corto plazo si se trata de gastos recurrentes como los de Navidad o las vacaciones. Sigue siendo bastante usual la desconfianza en el ah orro en general, porque “m añana te puede pisar u n au to ” y entonces, “¿de qué te habrá servido ser tan am arrete?”; En ese com entario se evidencian las verdaderas ra zones de la desconfianza y la tendencia a gastar el dinero de inm ediato. Si las personas no gastaran nada y vivieran cuidando el dinero, podrían a h o rra r u n a p eq u eñ a suma. Podrían, pero no es seguro; además para ello se requeriría más disciplina de la que vale la p en a tener y significa ría consum ir lo ju sto y o b ten er muy poco a cam bio; “así no vale la pena vivir”. Esa costum bre sirve p ara explicar dos aspectos relacionados con el gas to de dinero que las otras clases sociales no co m p ren d en del todo. En p rim er lugar, la form a en la que la clase trabajadora gasta en “lujo” lo q ue le queda después de cubrir sus necesidades inmediatas. Esto ocurre aunque haya en la casa más dinero del que h a habido en años o del que hab rá den tro de unos meses. En segundo lugar, en tre los hábitos m one tarios que exasperan o sorp ren d en a los de otras clases se encuentra el ord en de prioridades que establece la clase trabajadora para los productos en los que invierte sus ingresos.
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Así pues, el reem plazo de artículos p a ra el h o g ar está por debajo del lugar que ocupa e n la lista de prioridades de la clase m edia. Las sábanas están gastadas y zurcidas y las toallas son escasas. El motivo no es la falta de din ero sino que en lugar de toallas, con los centavos que sobran la gente p refiere com prar u n bonito m arco para la fotografía que está sobre el ap arad o r o un ad o rn o nuevo. “U n a b u e n a m esa” consiste en servir com idas con carne, en especial p ara el h o m b re de la casa.. Se trata de u n a costum bre bastante extendida, tenga el m arido un trabajo pesado o no. C onozco a varios hom bres de la clase trabajadora que se m olestarían si llegaran a la casa y vieran que sólo tienen un bife en el plato en lugar de dos, y si hay ja m ó n cocido, la p o rció n esperada es de 100 gramos. Los “placeres”, com o fum ar o b eber, tam bién ocupan un lugar prioritario. Son u n a parte central de la vida y no algo que la gente se perm ite disfrutar después de h ab er cubierto otras necesidades básicas. La im portancia de cada elem ento en este m odelo de conducta económ ica d e p e n d e de cada familia, pero el o rd e n de prioridades por lo general se conserva. Pasan los días y las semanas; las estaciones del año cam bian al ritm o de los grandes festivales y de eventos especiales com o u n a boda, un viaje en autobús de larga distancia, un funeral o la final de un torneo. Para esas ocasiones suele h ab er algún tipo de planificación: com pra en cuotas de regalos y extras en el club de crédito para Navidad, quizá la com pra an ticipada de la x'Opa para Pentecostés y luego, en algunos casos, el ahorro para las vacaciones. Pero el rasgo saliente es la falta de planificación; los problem as y los placeres se enfrentan a m edida que surgen, y los planes son principalm ente de corto plazo. E n cuanto a los com prom isos sociales, los días y las sem anas tam poco se planifican. N adie hace anotaciones en u n a agencia y pocas veces se envían o reciben m uchas cartas. Si u n in teg ran te de la familia vive en otra ciudad, escribe, con m u ch o esfuerzo, u n a carta p o r sem ana, los dom ingos. Los p arientes o los amigos íntim os q ue se han m udado a otra localidad sólo m an d an u n a postal p ara Navidad, a m enos que haya alguna celebración especial en la familia. Pero cuando vuelven a vivir a su lugar de origen, la relación se reto m a com o si n u n ca se hubiese interru m p id o . Y si p o r casualidad se e n c u e n tra n dos antiguos vecinos en el centro de la ciudad, te n d rá n chismes p ara contarse como cuando vivían cerca. Las pocas personas de confianza que van de visita a u na casa 110 acos tum bran a arreglar la cita con antelación. U na visita muy frecuente dirá al
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retirarse “Nos vemos el m artes”, pero eso no quiere decir que se com pro meta a volver ese día, sino que an tes de ese día seguro que no p odrá pasar. La llegada de parientes o amigos es tan previsible como el m ovimiento de los planetas. Todas esas costum bres son elem en to s q u e co ntribuyen a que el con cepto de la vida q u e tien e la clase tra b a ja d o ra se vea desde ciertas perspectivas com o u n a especie de h e d o n ism o en el que la vida es, p o r lo general, acep tab le en ta n to y e n c u an to las grandes p re o cu p acio n es (las deudas, la b eb id a, las e n fe rm e d ad e s) se m an te n g an alejadas y siem pre q ue haya m a rg e n p a ra “pasarlo b ie n ”. P ero es u n hed o n ism o m o d erad o que se n u tre de la id e a m uy arraig ad a de que las grandes recom pensas n o lleg arán n u n ca. A p rim e ra vista, la frase “¿Para qué preo cu p arse?” p arece p ro d u c to de la trivialidad, p ero sólo los que saben que van a te n e r m uchas p re o c u p a c io n es p u e d e n p ro n u n c ia rla muy fre c u e n te m e n te . Lo m ism o o c u rre co n otras frases del m ism o tenor: “Hay que m ira r el lado positivo”, “N o dejes de so n re ír”, “U n poco de diversión n o le h ace m al a n a d ie ”, “La vida sin diversión no tiene s e n tid o ”, “A provecha cad a día com o si fu era el ú ltim o ”, “N o se rem os ricos p e ro d isfrutam os de la vida”. P o r el contrario, la tacañ ería es vista con m alos ojos: “No so p o rto a los avaros” o “Es más agarrado que m u g re de ta ló n ”. Así, el ho m b re jovial, ingenioso y gracioso goza de gran aceptación. Hace chistes en el trabajo y así el tiem po se pasa más rápido: “Te hace re ír”, “Es m uy cóm ico’’. O vende cosas en el m ercado y todos saben que es un em bustero, p ero “nos hace re ír m u ch o ”. Es el hom bre de m ediana edad, fornido, rech o n ch o y de cara re d o n d a que lleva en la m ano un balón de cerveza e n las tiras cómicas y las postales. Es el verdadero héroe de la clase trabajadora; el héro e alegre, n o el rom ántico. No es u n m u chacho buenm ozo, sino un tipo de unos 40 años que ha recibido golpes en la vida y sabe cóm o esquivarlos. A la clase trabajadora siem pre le han gustado los cómicos, com o lo indican los grandes protagonistas de los espectáculos de variedades. Se inclina p o r los hom bres de tez blanca, típica de los irlandeses, con u n h u m o r disparatado, y p o r las m ujeres de sinhibidas y vulgares, com o Nellie Wallace. Algunos de los tipos más rústicos aún sobreviven. Hace poco com pré en H ull u n periódico titulado Billy’s Weekly Liar (20a edición), que se pu blica en u n a ciudad de la otra p u n ta del país. Es un resabio del mismo m undo de las postales cómicas. En esta publicación aparecen unos avisos clasificados en brom a que dicen:
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Prefabricada de lujo U 11 verdadero hogar. Camas con elástico, amplias habitaciones (sólo hay que vaciarlas u n a vez p o r sem ana). Hermosas sábanas y m antas... O este otro: s e n e c e s i t a : Voluntario para nuestro laboratorio de investigación sobre laxantes. Trabajo relajado, se hace sentado. Prem io por productividad.
Y u n a supuesta publicidad de detergente: ¡Restos de suciedad, m anchas, colores, botones y la ropa en su conjunto desaparecerán! U sted se so rp ren d erá con el arom a a heno recién co rtad o ... que acaba de atravesar el tracto digestivo de u n caballo. El lem a del diario es: “¡Sonría, carajo, sonría!”. “Ríete y el m undo se reirá contigo”: la frase de Ella W heeler Wilcox se h a reproducido en las paredes de innum erables salas de hogares ele la clase trabajadora. Quizá las palabras ad o p ten u n sentido diferente del que quiso darles su autora, pero de todos m odos representan u n conjun to de actitudes que siguen teniendo vigencia. A las personas de la clase trabajadora, com o se sabe, les gusta apostar.58 ¿Las apuestas son u n a reacción a te n e r que “tom ar las cosas como vie n e n ”, a darse cuenta de que con esfuerzo no logran dem asiado, a q u erer obtener d inero rápidam ente, a librarse de un trabajo tedioso, a tratar de ganar dinero con el m en o r esfuerzo? En las form as de apuestas para las que se precisa cierto talento tam bién hay, com o lo h a n sugerido algunos autores, placer generado p o r u n a de las pocas m aneras de expresión personal que tiene la clase trabajadora. El h o m b re q ue tiene un “siste m a” p a ra las apuestas deportivas o las carreras se gan a el respeto de los
58 Los datos publicados en el Reporl o f llie Royal Gom m ission 011 Betl.ing, L otteries an d G am ing (A péndice II, p. 150, tabla 6) indican qu e el po rcen taje de hom bres de la clase trab ajad o ra qu e hacen apuestas deportivas es m ayor qu e en otras clases, lo cual no quiere d ecir que, en pro m ed io , ap u esten m ás dinero.
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dem ás, aunque los resultados de su “sistema” no se hayan com probado. Lo adm iran com o a los futbolistas, porq u e “hace de su m étodo una cien cia”. Y detrás de todas las formas de apuestas, requieran o no cierto talen to, está la em oción de aprovechar u n a oportunidad en la que el acento no está puesto tanto en el hecho de ganar sino en la “diversión” previa, e n el intento. Hago hincapié en este aspecto porque creo que muchas veces se piensa que las personas de la clase trabajadora se encuentran más involucradas em ocionalm ente en las apuestas de lo que están en rea lidad. Por supuesto que hay casos especiales, pero p o r lo general eljuego ocasional 110 tiene dem asiada im portancia (aunque en los últimos veinte años las apuestas deportivas se hacen al m enos u n a vez por sem ana). A partir de las estadísticas es fácil concluir que todas las semanas un deseo neurótico p o r gan ar las apuestas se apodera de casi todas las familias de la clase trabajadora, que el miércoles p o r la noche la mesa del com edor, cubierta de papeles, es el centro de u na actividad febril y el resto de la sem ana está dedicado a fantasear qué se hará con todo el dinero ganado, que el sábado reina la depresión y p ro n to renace la esperanza en la pro babilidad de ganar la sem ana siguiente. H abría que te n e r muy en cuenta la antigua creencia en el destino que ya hem os m encionado - u n a creencia que persiste en la sección del ho róscopo que se publica hasta en los diarios más m odernos-, en las adivi nas de las grandes ferias y en las m áquinas de la fortuna de las localidades costeras, en las m ujeres que leen la palm a de la m ano o las hojas en la taza de té en cualquier barrio, en el Dream Almanac de Foulsham, en los num erosos anuncios de tréboles de cuatro hojas y en el hada de Cornualles Jo an the Wacl y su p rom etido, Jaclc O ’Lantern. La p ru eb a de que la gente cree en el destino está en las cifras de ven tas y en la vigencia del Oíd Moore’s Almanac, que afirm a tener u na “venta anual de tres m illones” de ejem plares y u n a historia que se extiende “des de 1699 hasta 1956”. La p o rtad a cabalística, que anuncia y exhibe “je ro glíficos proféticos”, parece no h ab er cam biado m ucho desde el prim er n úm ero, aunque en la actualidad incluye un aviso de los pronósticos de apuestas del fútbol. En su interior, la revista trae predicciones según el día de la sem ana o el cum pleaños en.letra pequeña, además de horósco pos de personalidades com o la del p residente Eisenhower. En este ám bito, la palabra recu rren te, que aparece con m ucha fre cuencia, es “su erte”. La gente cree en la suerte y la admira. “Hay quienes nacen con estrella y quienes nacen estrellados”; la suerte es u n a caracte rística congénita, com o ser inteligente o ten er buena vista. Hay cosas que traen b u en a suerte, claro está, com o cruzarse con u n gato negro o tener
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el cabello oscuro, y la suerte va y viene en form a cíclica. Aun así, la idea es que la suerte es algo con lo que u n o nace: “M ejor nacer con suerte que con d in e ro ”, dicen cuando alguien gana u n prem io en una rifa y “Claro, tiene su erte”, es decir, posee la cualidad. Incluso los que no han nacido con “b u en a estrella” a veces tienen “suerte de p rincipiante”, o una “ra cha” de b u en a fortuna. Frases similares se escuchan en todos los estratos sociales, p ero no con tanta frecuencia ni con el mismo significado. Para la clase trabajadora, la suerte es tan im portante com o la perseverancia, la inteligencia o la belleza; es un atributo que se debe aceptar. Las personas saben adm irar las otras cualidades, pero le dan m ucha im portancia a la m era probabilidad,de que alguien tenga la suerte de su lado. La expli cación pu ed e buscarse en el hecho de que cuando uno tiene una vida tan lim itada en el plano m aterial, tiende a esperar un golpe de suerte re pentino. Pero además, existe una creencia en lo sobrenatural que tiene siglos de antigüedad, según la cual se considera a la suerte no como una recom pensa provisoria en concepto de adelanto de otras retribuciones futuras, sino como algo que añade interés a la vida. Píe ahí el motivo de la p opularidad de las apuestas. En los bolsillos y las carteras de todos hay una gran variedad de cupones de rifas y sorteos, bi lletes de lote ría-y boletos del hipódrom o. Las apuestas se organizan para cualquier acontecim iento y se espera que casi todos participen. Se acepta que algún “raro ” las objete p o r razones m orales, pero es una aceptación basada en la tolerancia y 110 en la com prensión del p unto de vista ajeno. Desde luego, porque su opinión no es la de todo el m undo. Cuando los organizadores de u n a rifa o un sorteo le dicen al que se opone “¿Por qué no pruebas? Es divertido” o “Vamos, aním ate”, evidencian un aspecto tan im portante para ellos com o lo es el que la otra persona objeta. Ahora bien, si sospechan que el rechazo a participar es producto de la tacañe ría, dirán “Tiene m iedo de p e rd e r d in e ro ”. U na publicidad de u n a casa de apuestas que, p or el estilo de la ilus tración y la decoración, evidentem ente apunta a la clase trabajadora, m uestra a u n hom bre joven despreciado p o r unas chicas que se suben a los autos de otros hom bres. En los cuadros siguientes, se puede ver al hom bre, que parece un p obre becario que rechaza los placeres de la vida y pasa todo el día estudiando y trabajando, llenando cupones de apuestas en su casa. En el cuarto dibujo, después de ganar varios miles de libras, el joven aparece conduciendo un veloz auto deportivo acom pañado de una de las chicas del prim er dibujo, m ientras íos otros jóvenes van cam inan do con gesto am argado p o r la vereda. No niego que con algunos clientes potenciales ese tipo de estrategia publicitaria pueda ser eficaz, pero para
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la mayoría, el m ensaje es irrelevante. Es u n anuncio que describe una sociedad m aterialista que p o n e el acento en el dinero. Sin em bargo, es probable que las nuevas características del ju e g o -regularidad, centrali zación, grandes prem ios, expansión gracias a la enorm e presión publi citaria- vayan m odificando poco a poco la actitud. No tengo ninguna experiencia p ersonal de las consecuencias que tiene para u na persona ganar m ucho d in ero en el ju e g o ni de cóm o reaccionan los vecinos del ganador. Hoy en día, para la mayor parte de la gente que conozco, ju g a r es todavía com o “tirarse u n lance”, u n a o p o rtu n id ad para p robar suerte. “Sería lin d o ” o “estaría b ien ” ganar algo; “Lo últim o que se pierde es la esperanza”. Con el prem io se p o d rían com prar o h acer cosas que de otro m odo serían im pensables, com o irse de vacaciones, o com prar u n lavarropas o abrir u n local p ara la hija soltera. Sería como probar un poco del lujo soñado, p ero eso no significa que la gente se desespere cada sem ana p o r recibir u n golpe de suerte.
“la
a s p id is t r a m á s g r a n d e d e l m u n d o
”:
in c u r s io n e s
EN EL “ BARRO CO ” 59
La buena vida no consiste sim plem ente en “tom arse las cosas como vie n e n ” o “h acer lo m ejor que se p u e d a ”, sino en tratar de conseguir ese ingrediente “ex tra” que se necesita para vivir u n a vida con mayúsculas. La mayoría ele las personas de la clase trabajadora no trata de ascender ni está disconform e con su vida, sólo quiere te n e r u n poco de dinero extra para p o d er ciarse algunos gustos. Y esto se sabe desde chico. Como ya he com entado, a los niños ele la clase trabajadora que ganan algo de dinero no se les pide que colaboren con los gastos de la casa. Ese dinero se lo quedan ellos. A los adultos no es com ún que les sobre y, si sobra algo, es poco y sólo alcanza p a ra com prar pescado con papas fritas un día de semana, p o r ejem plo. Pero esas pequeñas cosas le dan a la vida un poco de gracia y alegría; se sale de la ru tin a im puesta, la de fichar la taijeta en el trabajo, las com idas e n familia, la lim pieza de la casa o las reparacio nes dom ésticas. C om o la ru tin a laboral no adm ite m uchas variaciones y casi siem pre viene d ad a desde afuera, la actitud fren te a los actos libres y privados ad q u iere u n cariz especial.
59 H e to m ad o p restado el térm in o de English Popular Art, de L am bert y Marx.
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Por eso, “U n poco de diversión no le hace m al a n ad ie”, “U na vez que salgo me voy a divertir”, “La vida hay que vivirla”, “Hay que divertirse como Dios m an d a”. En todas esas frases, que aú n hoy se siguen diciendo, hay una n o ta que n u n ca se h a apagado en la vida de la clase trabajado ra inglesa clesde la Com adre de Bath, que resu en a en los bufones de Shakespeare, en D oña Prisas y en la criada de Julieta, en Molí Flanders y en los espectáculos de variedades del siglo XIX. H a perdido algunos de sus antiguos ecos pero conserva más de su estridencia primitiva y m un dana de lo que se cree. El m ejor ejem plo que se me ocurre de la supervivencia del antiguo espí ritu es una em pleada dom éstica que conocí a finales de los años cuarenta. Parecía salida de la canción “Knees up, M other Brown”. Y su atuendo, ad quirido en u n local de venta de ropa de segunda m anó. Usaba u n a blusa y una falda m ugrientas y encima, u n a vieja capa im perm eable del ejército por cuyo orificio salía u na cabeza que bien p o d ría haber pertenecido a una de las brujas de Macbeth. Debía ten er entre 40 y 50 años, así que 110 se puede decir que la edad no se le notara en la cara, p ero tam poco era vieja ni se la veía “decrépita”. Estaba algo arrugada pero no dem acrada. Era evidente que había trabajado m ucho y que 110 se había ocupado de su as pecto; m ostraba las marcas que dejan la improvisación, la obstinación, la lucha solitaria y las bravuconadas. T enía un defecto en el ojo izquierdo y el labio inferior caído de un lado, lo que le daba un aire altanero. Pero se trataba de u n a altanería contam inada p o r el m alhum or, incluso cuando estaba contenta. El pelo, de color castaño arratonado, le caía en m echo nes desordenados debajo de u n viejo som brero de fieltro encasquetado de cualquier m anera en la cabeza y sujetado al cabello con una hebilla grande, que tenía la cabeza de un negrito tallada en un extrem o, recuer do de un día en la costa, supongo. Los zapatos estaban descosidos, viejos y muy sucios. Las medias de hilo se le caían form ando círculos debajo de la rodilla. T enía la voz chillona, p roducto de años ele discusiones y de hablar a los gritos. La m ujer no era viuda, com o todos suponían; el m arido esta ba internado en un hospital psiquiátrico desde hacía años y ella se ocupó de m anten er a la familia todo ese tiem po. Su vida de casada com enzó con tres días de licencia que pasó en su propia casa y term inó cinco o seis años después, cuando “se lo llevaron”. En resum en, la m ujer de 40 y pico de años tenía que arreglárselas ella sola con cinco hijos; cuatro, en realidad, porque el de 18 estaba en el ejército. U na de las hijas tenía 14, era “bri llante” y había obtenido una beca escolar; el chico ele 10 se parecía a la madre; la niñ a de 7 años padecía de varias enferm edades congénitas y la de 4 estaba siem pre pálida y continuam ente resfriada.
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Todos los hijos iban siem pre en fila detrás de la m adre y se los veía contentos, com o a ella. La m ujer tenía el carácter de un perro callejero; lo digo sin ánim o de m enospreciarla. Siem pre luchó por sus hijos que, au n q u e muchas veces le hacían p erd er los estribos, nun ca la habían de cepcionado. No tenía la intención de d ar lástima ni de ser com placiente; 110 era muy cuidadosa en ciertos aspectos que afectaban a los hijos y se resistía a preocuparse o a tomarse la vida dem asiado en serio. A las personas para las que trabajaba les pedía que “no les dijeran nada a los G uardianes”, y cuando recibía algo de regalo, las m uestras de gratitud 110 eran la reacción que la caracterizaba. Si alguien le daba un vestido o algún alim ento, lo aceptaba con u n “gracias” a secas. Sin duda, a m enudo sentía que se conform aría con ten er sólo algo de lo que les sobraba a sus em pleadores, pero era obvio que no les envidiaba la form a de vida. Las jóvenes amas de casa de la clase m edia p ara las que trabajaba con m ucho entusiasm o aunque con cierta torpeza p ro n to se dieron cuenta de que la afectación social y los gestos condescendientes estaban fuera de lugar. La verdad era que la m ujer tenía u n a vida más plena que la de muchas amas de casa para las que trabajaba. Si tenía u n día libre, no dudaba en ir con toda su prole a la ciudad balnearia más próxim a, que no le quedaba muy lejos, p ara pasar u n día en treten id o que siem pre term inaba con pescado y papas fritas p ara todos. Quizá mi descripción sea u n a visión rom ántica de la criada que, desde luego, no represen ta a la m ayoría pero tiene algunas de las cualidades de los individuos de la clase trabajadora que p reten d o destacar de forma algo exagerada, com o en u n a caricatura; p o r ejem plo, la capacidad de no dejar que nada los altere y aceptar o rechazar las cosas como son y a su m anera, o el entusiasm o que p o n en en sus actividades de ocio y recrea ción, au n en las circunstancias más desfavorables. Esta actitud ante la vida requ iere que las actividades vinculadas con el ocio —las artes decorativas, las canciones, lo que está fuera de la ru tin a tengan u n a extravagancia expansiva y m uy elaborada, “rococó”. Asimis mo, requiere lo que podría denom inarse (sin la intención de establecer relación alguna con el período histórico) un estilo “barroco”, tal como ilustran M argaret L am bert y Enicl Marx. Se inclina por la cornucopia, p or todo lo que sea generoso y expansivo, que sugiera esplendor y ri queza p o r m edio de la abundancia y el exceso de color. Admira a O rien te p o rq u e es sinónim o de exotism o y sofisticación. Los perfum es deben provenir de O rieíite; d u ran te años en las capillas se han organizado ba zares en lugar de ferias de artesanías (vaya com o ejem plo este cartel que
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he visto hace poco tiem po: “Banda de la Liga de la B uena Esperanza de Hull. Fiesta del I o de mayo. A m bientación oriental. Miss Primavera: Sheila Pugm ire”). Al igual que los teatros, los cines adoptan la m oda de los nom bres con evocaciones orientales, y en general sugieren u n esplendor que pu ed e ser asiático o europeo, pero jam ás m odesto. Los porteros de los cines y los teatros parecen generales de Ruritania; las fachadas del Plaza, el Palace, el Alham bra, el Re gal, el Embassy o el Rex rivalizaban a lo largo ele la calle principal. La opulencia de los relatos que publican las revistas populares muchas veces está en sintonía con estas cualidades; los magnates orientales son muy admirados. Retom o aquí un aspecto que me interesa exam inar con mayor pro fundidad. En el interior ele la casa, sobre los m uebles, hay infinidad de objetos cuyo principal encanto es el color estridente y la sugerencia de esplendor. Las formas más antiguas rozan lo grotesco y las nuevas pare cen versiones degradadas, p ero la tradición se m antiene. El em papelado tenía u n cartel que decía “N ovedad” en la tienda clónele fue adquirido, pero el estam pado y los colores son tan llamativos com o los antiguos. Las vasijas de siem pre y los caracoles decorados ya no se ven tanto sobre las chim eneas, y sólo unas pocas parejas jóvenes com pran alfombras hechas con hebras ele u na gran variedad de colores chillones, pero los reem plazos no son m enos estridentes. No es difícil adivinar que en cuanto term inaran de com prar todos los m uebles funcionales que precisaban, los m atrim onios ele la clase trabajadora se volcarían a adquirir muebles decorativos lustrosos y muy ornam entados que se venden en tiendas con carteles de n eó n .60 Como he m encionado anteriorm ente, ya no se ven los exuberantes m acetones con aspidistras que, cuando se debilitaban, eran tratadas con aspirina y té diluido. Pero las herederas de estas plantas, que se ubicaban frente a la ventana, se expresan con el mismo lenguaje em ocional y las flores del cantero exterior son las que proporcionan “un poco de co lo r”. Las baratijas de plástico y las teteras con form a de cabaña com binan m uy bien con las carpetitas y los visillos de encíye, los tapetes tejidos al crochet, las tarjetas labradas de cum pleaños y ele Navidad, las canastas de m im bre de colores para hacer las com pras y las masitas para el té con form as y colores curiosos.
60 Los objetos decorativos brillantes provenientes de Francia eran muy apreciados. Siem pre había alguien en el barrio que se dedicaba a hacer m uebles artesanales en su tiem po libre. C reo que las m ueblerías que venden m uebles m o d ern o s aún más brillantes les ro b aro n la clientela.
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Muchos de los antiguos pasatiem pos de la clase trabajadora son de una naturaleza similar. C uando se hacen m anualidades, los objetos no tienen po r qué ser de colores com binados ni de diseños coherentes; lo que im porta es la ornam entación en sí. En realidad, los objetos con elem entos más elaborados rep resen tan abundancia y, cuando esos elem entos apa recen repetidos varias veces e n el mismo objeto, son indicadores de un gran talento. N orm alm ente, la g ente no tiene m ucha idea del potencial que ofrece cada m aterial ni piensa en el propósito de los objetos. Pense mos en el elem ento grotesco de los adornos de porcelana calada, la sede del Parlam ento h ech a con fósforos, las agarraderas de tela con apliques, los juegos de té y los accesorios p ara p ó q u e r que se suelen regalar para Navidad. En la vía pública, y sobre todo en las zonas más transitadas de las ciuda des, el siglo XX ha dejado marcas de su esülo más despojado, en especial en las oficinas de correos, las cabinas telefónicas, las paradas de autobús. Pero en las zonas com erciales y de ocio de la clase trabajadora persiste el antiguo lenguaje -c o n estilo actualizado-; p o r ejemplo, en las grandes m ueblerías, en los súper cines, y en la d ecoiación de las vidrieras de las tiendas de ro p a económ ica. Las ciudades tienen un a zona céntrica para la clase trabajadora y u n a p ara la clase m edia. Geográficam ente están unidas, se superp o n en , tienen elem entos en com ún, p ero cada u n a con su atm ósfera particular. El centro pertenece a todos los grupos y cada uno tom a lo que desea para d ar form a al suyo: calles preferidas, tiendas populares (Wooley’s -W oolw orth’s - es la elegida p o r la clase trabajado ra), paradas de tranvía, zonas clel m ercado, lugares de entretenim iento y confiierías p ara tom ar el té. En la zona p ropia de la clase trabajadora, en las calles de em pedrado desparejo en las que hasta hace poco no en trab an los coches, el m undo sigue igual que hace cincuenta años. Es u n m undo desordenado, con fuso y barroco, pero de u n barroco descolorido. Las vidrieras m uestran u na m araña indiscrim inada de baratijas; el m ostrador y todo lo que ten ga una superficie plana están llenos de taijetas de m edicam entos. Las fachadas exhiben u n a m ultitud de pequeños anuncios de colores. Hay cientos ele anuncios en distintos estados de conservación, y algunos tie nen varias docenas de otros anuncios pegados encima. En las ciudades d o n d e siguen funcionando los tranvías, estos parecen adecuarse más a los barrios de la clase trabajadora que a los distritos “residenciales”. Con sus inverosímiles formas al estilo de Em m ett, sus ruidos extraordinarios, que cuando pasan dos coches ju n to s recuerdan
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el barullo de u n parque de diversiones, el conjunto de pequeños anuncios que em papelan él interior y las maravillosas hileras dobles de luces que van encendidas p o r la noche, los tranvías son el m edio de transporte que m ejo r rep resen ta a la clase trabajadora; son las góndolas del pueblo.. Todo eso funciona com o el telón de fo n d o de los actos concretos de la vida barroca. La m ayoría de los lugares de recreación de la clase tra bajadora suelen ser masivos y m ultitudinarios. Todos quieren divertirse al mismo tiem po, porque las sirenas de las fábricas suenan todas a la misma hora. Así funcionan tam bién las ocasiones especiales - u n a boda, una com edia navideña, una feria, u n a excursión en autobús-, en las que además se supone que deb en desplegarse u n brillo y u n esplendor in usuales. En la m ayoría de los casamientos, las familias tratan de rep ro ducir el esplendor asociado con la p ercepción de cónio vive la clase alta. El en o m ie pastel de bodas está “b ie n ”, p ero el vestido blanco y el velo muy elaborados son simples im itaciones de algo que, de ser auténtico, costaría u n ojo de la cara. Las damas de h o n o r se visten todas iguales, con pulseras delicadas, guantes largos de m alla abierta y grandes capelinas, todo d e u n a calidad dudosa. Las bebidas co rren librem ente y las hay de todo tipo, en especial, oporto. Las ferias, al igual que los m uebles, m uestran signos de u n a m oder nidad deliberada. Los caballos de garbosa figura h an desaparecido,61 al igual que los fantásticos órganos m ecánicos. Todos los años se sum an nuevos sistemas de m egafonía, más grandes y más potentes, adem ás de luces de colores al m ejor estilo Coney Island. Pero aquí tam bién los n u e vos materiales se adaptan a las viejas exigencias de m ucha elaboración y exóticas com binaciones de colores, sonidos y movimientos. Las mismas características se aplican a las instalaciones de los cam pam entos de vera no; cuando se observa en detalle el in terio r de las salas de uso com ún, se ven las vigas de hierro y las rugosidades del techo, pero p ara llegar a verlas hay que atravesar con la m irada un m o n tó n de árboles artificia les, un entram ado de símil m adera y unos deslum brantes candelabros colgantes. La costum bre más elocuente de todas es la del viaje en micro. Y es que las excursiones en m icro son m uy populares en tre las personas de la clase trabajadora y se han convertido en u n a de sus típicas actividades de ocio. Algunos hasta h acen d e esas excursiones de u n día sus vacaciones, yendo
61 P ero ah o ra se han puesto de m oda com o a d o rn o s de época.
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erada vez a u n lugar distinto. Aún hoy, en los micros se suelen escuchar cramitos com o este: Me encanta disfrutar a la orilla del mar. L o s autobuses, que a veces p e rten ecen a un a im portante flota de vehícu1 os urbanos (aunque en la m ayoría de los casos son propiedad de pe qu eñ o s operadores locales), son com o los súper cines de la carretera. Si p e rte n e c e n a u n a p eq u eñ a firm a que se especializa en excursiones para pasajeros de la clase trabajadora, tienen tapizados ostentosos, detalles crom ados en exceso, banderines en el techo, nom bres de fantasía y lle g a n encendida la radio a todo volumen. Todos los días durante el verano, 1 as rutas que aband o n an las grandes ciudades están pobladas de esa clase «de vehículos que van ru m b o a la costa, casi siem pre llenos de pasajeros, p u es el viaje es perfecto p ara las m adres que buscan un breve descanso e n compañía, m ujeres de m ediana edad vestidas con sus m ejores atu en d o s que desean ir a u n pub, u n club o a cam inar. Las m ujeres se p o n en los ruleros la noche anterior, se calzan el corsé «que guardan p ara los días especiales, se engalanan con un vestido de flores y zapatos a la m oda. R ecuerdo que u n año, siguiendo la m oda y salvo que el calor fuese insoportable, las m ujeres se ponían botas cortas d e esas que tienen detalles en piel en la parte del tobillo pero no están forradas. Se echan encim a toda la colección de accesorios que confieren a la m ujer de la clase trabajadora, cuando se “p one las galas”, un aire d e saturación y exceso: cosas en el cuello, algún a joya a la que le tienen especial cariño, com o u n broche o u n cam afeo en el m edio del pecho, y ^ula cartera con hebilla a presión;. Para llegar a la costa, los autobuses atraviesan páramos, pasan frente a los bares que se levantan a la vera de la carretera y que m iran con des precio a los pasajeros de esos vehículos y se detienen en aquel local en el que el chofer sabe que sirven b uen café con tostadas o quizá u n desayuno completo con huevos revueltos y panceta. Al llegar a destino, todos com en u n alm uerzo ab u n d an te y después se dividen en grupos, p ero raram en te se separan dem asiado, p o rq u e van a la zona de la ciudad y al trozo de playa en el que se sienten a gusto. E n S carborough no pisan la zona n o rte p o rq u e es la que le co rresponde a la clase m ed ia baja, que va allí a pasar u na o dos sem anas y alquila habitaciones en los cientos de casitas de color rojo. La elegan cia ed u ard ian a de carácter poco vivaz de la parte sur -d o n d e no hay
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playa sino u n m ar que sirve de espléndido m arco a la explanada y la zona verde de los acantilad o s- se la dejan a los profesionales m aduros, hom bres de negocios de W est R iding q ue ganan bien y llegan en sus Rovers. Bajan p o r W estborough hacia el p u erto , d o n d e los judíos que vienen desde Leeds para pasar el verano con cam ionetas llenas de ba ratijas se disputan el espacio con los bares de paredes azulejadas como las de u n baño, que sirven pescado con papas fritas (“Pescado, papas fritas, té, p an con m anteca: 3: P ro h ib id o ingresar con com éstibles”). Aquí tam bién reina la m ism a acum ulación, el m ism o desorden, sólo que e n u n grado m ayor al q ue están acostum brados a ver los viajeros, en las zonas com erciales de sus lugares de origen. Dan u n paseo m irando vidrieras, luego tom an algo fresco y se d e tien en a saborear un helado o unos caram elos de m enta; se ríen m ucho, p o r ejem plo, de la señora Jo h n so n luch an d o con los rem os y con el vestido sujeto en el elástico de los calzones, de la señora H en d erso n , que dice que el cam arero gus ta de ella, o de cualquier cosa en la fila p ara e n tra r al baño. Tam bién hay tiem po para com prar regalos p ara la familia, tom ar u n a suculenta m erien d a y deten erse otra vez a to m ar algo d u ra n te el viaje de regreso. Si van hom bres a la excursión, y m ás aún si es u n a excursión exclusiva m en te de hom bres, hay varias paradas y u n a o dos cajas llenas de bote llas de cerveza en la parte trasera del vehículo. Se d e tie n e n a m itad de cam ino, bajan a orinar, h acen alboroto y gastan ruidosas brom as acerca de la capacidad de sus vejigas. El co n d u c to r sabe qué esperan de él los pasajeros m ientras lleva al alegre y am igable g rupo de vuelta a casa. A cam bio, recibe u n a b u en a p ro p in a que u n o de los paszyeros recolecta d u ra n te la últim a parte del viaje. En esas ocasiones todos se divierten, se tom an un recreo. Es un recreo breve p ero bueno, porque la vida en general es aburrida y m onótona. A veces, la gente necesita h acer algo distinto, aunque las finanzas no lo aconsejen. Esos m om entos de recreación evocan la bonanza y el esplen dor: los autobuses son “coches de lujo”, las excursiones son “fabulosas”, las representaciones teatrales son “grandes espectáculos”; frases como “muy m o d e rn o ” o “hacerlo a lo g ra n d e ” (donde “a lo grande” quiere decir con el estilo que fantasiosam ente se atribuye a la vida cotidiana de los q ue tienen dinero) apun tan a lo mismo. No creo que esto sea lo que De R ougem ont describe com o “u n a vaga inclinación p o r los ambientes de los ricos y las aventuras exóticas”, sino el puro disfrute de lo que fu gazm ente parecería ser el am biente de los ricos, que se disfruta aún más precisam ente porque se sabe que es fugaz, sin que haya u na inclinación
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hacia ello. No es tanto una expresión de deseo p o r lo m aterial y las pose siones com o la afirm ación elem ental, alegórica y breve de u n a vida m ejor y más plena. Las características son básicas y concretas, pero revelan u na actitud m ucho m enos m aterial. Otras clases h an cam biado m ucho la expresión de sus gustos d u ran te los últimos cin cu en ta años pero, en general, no h a sido así para la clase trabajadora. La sim plicidad escandinava no le resulta atractiva;62 le im presiona el aire diplom ático del estilo más formal, sencillo pero bueno y robusto de ciertas formas de decoración m oderna, aunque lo consideran algo frío y serio. De todos los estilos actuales preferidos por la clase m edia, el que más se acerca al ethos de la clase trabajadora es el de la escenografía de las comedias de salón que representan la vida de quienes viven en las afueras, don d e ab u n d an los tapizados floreados y los adornos de m etal brillante. Pero el que les resulta más caro es el de la próspera clase m edia del siglo XIX, el de la riqueza que se m anifiesta en la profusión de adornos, en las líneas curvas y las tallas, en los diseños llamativos: u n a mélange cuya coherencia viene dada p o r u n a abundancia elaborada y dinám ica.
EJEMPLOS DEL A R T E PO PU LA R : EL CANTO EN LOS CLUBES
Algunas características de las canciones y la form a de cantar de la clase trabajadora ilustran m ejor que n inguna o tra expresión los lazos con las antiguas tradiciones y la capacidad para asim ilar y m odificar el m aterial nuevo según sus propios gustos. Podría referirm e ahora a las grandes orquestas o las bandas de m úsica p opular, a los festivales y los concursos, que se h an celebrado d u ran te más de u n siglo. Hoy en día no es tan sen cillo lograr la co n tin u id ad de esas costum bres, pero aun así siguen exis tiendo unos ciento cincuenta mil músicos que form an parte de orquestas y bandas en todo el país; y en el noroeste, en especial en Lancashire, hay más dé doscientos grupos musicales. T am bién po d ría m encionar las . fantásticas agrupaciones corales de W est Ricling o quizá la tradición de los oratorios en las iglesias, que aún sigue viva. En las semanas anteriores
62 Los m u eb les de estilo “co n te m p o rá n e o ” q u e se venden en las tiendas p ara la clase trab ajad o ra han sufrido g ran d es cam bios. C onservan las líneas “c o n te m p o rá n e a s” p e ro son elaborados, av ece s exagerados en sus características “co n tem p o rán eas”.
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a la Navidad, no íbam os a la escuela dom inical que funcionaba en la capilla m etodista sino que nos llevaban a engrosar las filas del coro que cantaba en u n a de las obras preferidas, El Mesías. Los dom ingos, cuando term inaba la escuela religiosa y volvíamos a casa a la h o ra del té, leíamos u n cartel en la sobria p ared de ladrillos del edificio de la iglesia wesleyana, que estaba a tres cuadras de distancia y que decía que ellos tam bién iban a volver a in terp retar El Mesías; asimismo, nos enterábam os de que, para variar ese año, los m etodistas al otro lado del terren o baldío iban a representar Judas Macabeo. Las congregaciones religiosas contrataban a algún profesional para in te rp re ta r a los personajes principales, a veces a u n costo considerable. Y todas se disputaban la participación de u n trompetista que era famoso en to d a la ciudad p o r sus magníficos obbligatos. Pero lo más im portante de la obra era el coro, form ado p o r los fieles de cada capilla, que se disponían en filas encabezadas p o r m ujeres de porte generoso y hom bres im ponentes, según mi visión de niño; en conjunto, rugían el “Aleluya” con u n a seguridad y una po ten cia que revelaba años de experiencia en el canto a viva voz. R ecuerdo que, u na vez, los niños de la escuela dom inical que form ábam os el in quieto coro que se ubicaba al fondo no podíam os p arar de reím os de u n h o m b re de alrededor de ochenta años, que cantaba com o u n p atriarca inspirado, tan posesiona do que cantó u n p ar de “aleluyas” de más con u n a voz que debe haber se oído incluso fuera del recinto, lo que lo hizo sentir muy incóm odo y avergonzado. Con los años, m uchos de mis com pañeros siguieron la misma tradición cantora. Todavía hoy creo que sería posible encontrar m edio cen ten ar de personas en cualquier grupo de la clase trabajadora de H unslet que p o d rían cantar conm igo el “Aleluya”. De todos modos, es la música popular no religiosa la que representa el gusto de la clase trabajadora m ucho m ejor que las bandas y los coros de los oratorios. No m e refiero al jazz y las distintas variantes q ue surgieron en los últimos treinta años. Pienso, en cambio, aunque n inguno de los ejemplos que proporciono en este capítulo es u n m ero inventario de los elem en tos que me interesa caracterizar, en el tipo de pieza que se publicaba en cancioneros como los que venden en algunas librerías63 o en W oolworth’s (McGlennon’s Record Song-Book: 90th Edition, The Magazine of Song Hits: The Corred Lyúcs ofThirty Songs; The H it Parade, One Hundred Songsfrom Lawrence
63 Son, quizá, las versiones m odernas de las “canciones largas” que se an u n ciab an y se vendían p o r la calle al grito d e “1 p e n iq u e las 3 yardas” en la é p o ca victoriana.
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Wright). En esos libritos figuran las letras, sin la música, de entre veinte y cíen canciones viejas y nuevas, todas mezcladas. “Abide with m e ” puede venir antes de u n a canción m oderna cuya letra habla de Inglaterra; des pués está “Bird in a gilded cage” y a continuación una canción rom ántica moderna o u n a sobre los niños de C haring Cross Road o de los Estados Unidos, como “I saw Mummy kissing Santa Claus”. Pienso tam bién en las cosas que se escuchaban en Workers’ Playtime y Works’ Wonders, aunque no en los interm inables, aburridos y azucarados programas dirigidos a los tra bajadores, que no surgen de ellos sino de u n m undo de productos hechos para ellos. En particular, me refiero a las canciones que se interpretan en pubsy clubes y, más concretam ente, a la costum bre de cantar en los clubes, porque acerca del hábito de cantar en grupo en los pubs ya se ha escrito bastante,64 y es difícil distinguir nuestras reacciones auténticas de las que pretenden generar los anuncios de cerveza. Al día de hoy no hay estudios de las costum bres de los hom bres de la clase trabajadora que se reúnen en clubes que dem uestren la autenticidad de la figura legendaria del hom bre bueno, honesto y sensato que va a beber u n a cerveza.65. R egenteados de form a ind ep en d iente, aunque afiliados a la U nión de Clubes e Institutos de Trabajadores, los clubes surgieron hace casi cien años con el objetivo de p ro p o rcio n ar diversión y algo de educación a los hom bres de la clase trabajadora, de ofrecerles u n lugar para conversar, leer y ap ren d er. El aspecto educativo sigue vigente, pero sólo en lo for mal. Asimismo, se gestionan algunos planes de consum o y residencias para personas convalecientes. Para la clase trabajadora cum plen las fun ciones de clubes y pubs a la vez. A los obreros les gusta ir a los clubes más de lo que se cree. Hoy e n día existen más de tres mil clubes de este tipo, que cu en tan con más de dos m illones de asociados, de los cuales unos doscientos m il son m ujeres. La cuota anual es de 10 chelines y el control lo ejerce u n a com isión electiva, m ientras que la gestión del día a día está en m anos de u n em pleado de tiem po com pleto. Los socios están orgullo sos de que sus clubes no tengan “fines de lucro”.
64 H ab ía u n p ro g ram a d e la BBC q u e se llam aba Club Nighl, 65 Los au to res del E studio de Derby (pp. 63 y 72) observan que p o r cada 4 cines hay 3 de esos clubes en todo el país. Calculan que la cantidad d e socios equivale a 1 de cada 7 trabajadores. C reo que la p ro p o rció n es m u ch o mayor en las zonas que son objeto de m i análisis en este ensayo. Hay m iem bros de otras clases en esos clubes, p ero en los distritos estudiados, constituyen una p e q u e ñ a m inoría.
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Los trabajadores van al club a beber, y p o r lo general allí la cerveza les cuesta m enos que en u n pub. Pero ese no es el único atractivo, porque suelen pasar u n b uen rato, en especial los días de sem ana, y sin gastar m ucho. Charlan con los amigos, ju eg an a arrojar dardos o al billar, a las cartas o al dom inó; a veces les toca el prem io de u n a rifa; beben un balón o un p o rró n de cerveza. N aturalm ente, los fines de sem ana beben más y se respira u n aire de jovialidad; todos “la pasan b ien ”. El establecimiento contrata músicos para los fines de sem ana, y en especial al recital del dom ingo van com o invitadas las esposas de m uchos socios; para ellas, el . am biente del club es “muy agradable”. La mayoría de los socios son hom bres casados de más de 25 años; casi todos parecen mayores. No estoy seguro de que esto quiera decir que los clubes están perdiendo el atractivo para la generación más joven; quizá signifique que siem pre han sido el lugar de reunión de hom bres no tan jóvenes que ya han pasado la época del noviazgo y los prim eros años del matrimonio. Muchos son socios y algunos Van siem pre, pero los que tienen entre 18 y 25 años “andan detrás de las chicas” y consideran que el club, aunque váyan de vez en cuando, es algo anticuado. D urante los primeros años de casados, en especial antes de que nazcan los hijos o si la esposa tra baja, la pareja suele ir al cine, u n a costum bre que se conserva de la época del noviazgo y uno de los placeres de nuestros tiempos para los jóvenes que disponen de algo de dinero para gastar en actividades de ocio. Por el contrario, el club les parece u n poco aburrido; m uchos clubes situados en los barrios más antiguos funcionan en edificios deteriorados y el interior no está tan cuidado com o el de la mayoría de los pxibs. Para el m om ento en que la pareja tiene que enfrentarse con la parte más dura de la vida de casados, el m arido ya ha adquirido la costum bre de ir al club bastante seguido. Quizá sigan yendo los dos al cine, pero con m enor frecuencia, y pronto se parecen a los demás m atrim onios de su edad. A doptan, con muy pocos cambios, las tradiciones de las personas de su entorno que tienen la misma edad. Pese a los cambios, después de unos pocos años de casados, la mayoría sienta cabeza, aunque en la actualidad esa prim era etapa se extiende en algunos casos a unos pocos años más; aun así, norm alm ente tarde o tem prano llega el m om ento de asentarse siguiendo la tradición. Los espectáculos del fin de sem ana varían en tre núm eros m enores y otros que se prom ocionan com o teatro de variedades. Conservan las formas de épocas pasadas; hoy se presentan cantantes rom ánticos (de ciertos tipos), pero en general las actuaciones conservan un aire de los tiempos de los espectáculos de variedades con características circenses. Hay todo un m undo de artistas semiprofesionales, hom bres y mujeres
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que aum entan sus ingresos habituales actuando en clubes; van de u n o a otro establecim iento de la ciudad cuando se vuelven conocidos y, si son buenos, arm an u n circuito en las ciudades industriales en u n radio de 50 kilómetros. U n anuncio típico diría: Freddy Eames (Sheffield) Bill Wilson (D oncaster) Y el regreso de la p o p u lar Eileen Jo h n so n (Leeds)
barítono piano soprano
En los núm eros artísticos a veces aparecen com ediantes o ventrílocuos, pero lo más im portante es el canto, tanto de artistas individuales como de grupos. Además de las estrellas que cobran p o r los conciertos y, en espe cial en las veladas de “V enga a can tar”, están los que cantan bien pero que en lugar de cobrar tom an gratis las cervezas que les paga el club o algún socio. La mayoría de los clubes tienen u n o o dos socios que cantan bien y están dispuestos a colaborar para que los concurrentes se diviertan. Si no tienen a alguien que sepa tocar el piano, siem pre encuentran u n a per sona que quiera tocar toda la noche p o r algo de dinero y unas copas. La música no se detiene casi nunca; u n a m elodía se funde con la siguiente. El pianista toca de oído y raram ente se equivoca cuando in terp reta una canción popular. D urante la actuación, continúan la charla y las risas, los gritos ocasionales y el ruid o de los vasos, con la m elodía del piano como música de fondo. A veces alguien se p o n e de pie y se dirige al piano, probablem ente p o r ped id o de sus amigos. Se oye la voz de los cam areros que dicen e n voz alta “¿Qué se va a servir?”. De p ro nto todos callan, m iran hacia donde está el p ian o y el cantante in terp reta su prim er tema. La m an era de can tar es tradicional y tiene unas características bien es tablecidas.66 D ebe transm itir em ociones p ero n o ser dem asiado personal ni melosa; tiene que sugerir u n a em oción p ro fu n d a (por la traición de un.am or, p o r ejem plo) p ero sin llegar a ser sentim ental. Con los cantan tes rom ánticos, y en especial con los exponentes más m odernos que in terp retan estilos provenientes de los Estados U nidos, uno se sum erge en
66 Esta característica está relacionada em ocionalm ente con el "cantante callejero ” que describe W. H . Davies en The Aulobiography o f a Super-Tramp, cap ítu lo 23 (L ondres, Fifield, 1908) (citado con autorización de H. M. Davies). El “can tan te callejero” aconseja: "Alarga m ucho las notas graves y aco rta las agudas, que son m ás difíciles, com o si te cliera u n espasm o”. A gradezco la refe ren cia a R. N ettel.
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el m undo de la pesadilla íntim a; los cantantes de los clubes transm iten emociones sobre experiencias personales que todos viven y com parten en cierta m anera. La form a de can tar es, entonces, más abierta. Tam poco es exactam ente el estilo de la artista que se expresa con gestos y tiene que darlo todo en “Jealousy”, con todos los focos puestos en ella. El estilo es emotivo p ero las circunstancias - e l salón enorm e, las hileras con cientos de p erso n as- requ ieren u n a representación algo superficial, u n a simplificación que adopta la form a d e u n a pincelada de em ociones cari caturizadas. Así, en los grandes espacios públicos adonde acude la clase trabajadora p ara divertirse, los cantantes desarrollan u n estilo con carac terísticas de “m o n tañ a rusa”: la voz sube y baja en u n a am plitud enorm e para cantar los versos de u n ex u b eran te viaje emotivo. Algo de todo eso se percibe en el estilo de los cantantes de clubes y pubs, p ero reducido - a una escala.m enor, más dom éstica; es la “m o n tañ a rusa” adaptada para su uso en salas de u n tam año m oderado. Todas las frases emotivas se alargan; es el equivalente verbal de la fabricación de pirulines, en la que se estira la m asa dulce y pegajosa hasta que alcanza u na longitud sorpren dente y luego se la corta; hay u n a pausa al final de cada frase sentim ental, antes de la intensidad exagerada que preced e la siguiente. El efecto se potencia co n el tono nasal, que es m enos m arcado que en los cantantes románticos. La característica más reconocible es la prolongación de la última sílaba de las palabras más significativas desde el p u n to de vista emocional, particularidad que, según creo, tiene que ver, p o r un lado, con la necesidad de destacar cada m ilím etro de sentim iento d en tro del ritmo y, p o r el otro, con el deseo de reforzar el p atrón de la declaración emocional. El resultado es algo así: T ú eres p ara miií la única m ujeeer nin gu n a otraaa com parte mis sueñooos [pausa, con trinos que toca el pianista antes de hacer un recorrido com pleto p o r el teclado] Algunos diraaán... Y cuando llega el estribillo, com o es u n canto que denom ino “abierto”, todos se sum an sin preocuparse p o r cóm o cantan. A unque el sentim ien to se desvanezca en poco tiem po, cuando com parten ese m om ento m usi cal, todos disfrutan de la calidez h u m an a y se sienten herm anados. El pianista se rige inconscientem ente p o r consideraciones similares. Como los asistentes p u ed en p edirle bises y le p o n e n los vasos de cerveza sobre la tapa del piano todas las veces que él quiere, debe conocer a
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la perfección el lenguaje interpretativo. Eso no sólo im plica que tiene que cono cer las canciones q ue los presentes esperan que in terp rete y saber cóm o tocarlas, sino tam bién que debe estar al corriente de qué canciones están de m oda y, lo que es más im portante aún, cóm o tocarlas, respetando las partes principales y transm utándolas para adaptarlas al lenguaje propio. C uando se h a com pletado la transm utación, lo nuevo y lo antiguo conviven en arm onía. Si bien lo nuevo constituye un aporte, se integra en u n todo unificado em ocionalm ente del que form an par te canciones de los últimos cincuenta años. El pianista tiene que saber cómo transm utar todas las m elodías en u n a serie de intervalos melódicos simples, en un p atró n de ritm os sentim entales bien m arcados, y tam bién tiene que saber cómo sostener las notas largas, cóm o integrar los trinos al final de cada sección (y d a r el pie para que el cantante pase a la siguiente nota), cuándo pisar los pedales d e aproxim ación y de resonan cia, no com o lo exige la p artitu ra original sino como lo requiere la carga em ocional del m om ento; debe p o d er elim inar las sutilezas y producir un pulso fuerte bien definido. Yo percibo, si bien no tengo suficientes conocim ientos musicales para estar seguro, que la form a de tocar tiene m ucho en com ún con el vals antiguo: m etafóricam ente, es el pulso de “un b u e n lam en to ”, de un sentim iento cálido e íntim o, de intensa nos talgia. Según creo, el estilo h a recibido la influencia, a veces sutil, a veces potente, del jazz de la década de 1920; no podría afirm ar si los estilos posteriores h a n tenido algún im pacto. E n u na p rim era aproxim ación, puede p arecer que el sxuing h a ejercido alguna influencia, pero no es así. Los patrones em ocionales del sxuing son parecidos a los estilos más antiguos provenientes del vals. De hecho, el swing h a sido adaptado y asimilado; u na canción m o d ern a de sxuing y u na m elodía antigua de vals conviven perfectam ente. El estilo que se oye en los pubs más nuevos es una excepción; estos establecim ientos p o n e n música de “estilo m oder no ” p a ra atraer a las parejas jóvenes. No obstante, en m uchos lugares sigue vigente el estilo tradicional casi sin alteraciones. H ace unos meses, escuché a un pianista ciego en u n pub de u n a ciudad industrial de West Riding. Desde su rincón tocó, literalm ente durante horas sin parar, un acom pañam iento para los m ejores sonidos del bar. Cada tanto, estiraba la m an o hacia el lugar don d e sabía que le habían puesto su vaso. Pasaba de las canciones de hace setenta años a los grandes éxitos de las últimas com edias musicales estadounidenses sin solución de continuidad. Sin duda, disfrutaba tocando, p ero no era u n individualista, un intérprete individual; era, en cambio, u n participante -respetado e im p o rta n te- de una actividad grupal. Detrás de la escena se vislumbraba el perfil de va
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rias generaciones de músicos y cantantes populares del pasado; y el cie go, silencioso más allá de su piano, q ue tocaba la música que sabía que todos esperaban, aportaba a la experiencia, a pesar del barniz m oderno de parte del entorno, u n toque emotivo y arquetípico. La canción po p u lar u rbana conoció sus m ejores años entre 1880 y 1910,67 cuando a las grandes estrellas del teatro de variedades las adm iraban tan to los chicos de los m andados com o los condes, y todos entonaban sus canciones. M uchas personas que no p erten ecen a la clase trabajadorahoy las recu erd an , aunque com o algo pintoresco. Suelen afectar la voz para que se asemeje a las voces de otra época y sienten que participan en un interesante divertim ento que es a la vez arcaico, cómico, y nostálgico. Algunos de esos temas se siguen can tan d o en. los clubes sin el tono picaresco o afectado. Todos saben que están pasadas de m oda, pero así surge la reflexión de que “no hay com o las viejas canciones para m elo días bonitas”, lo cual es verdad. T am bién es cierto, y esto vale para cual quier época, que u n p u ñado de com posiciones peí-dura y m uchas otras pasan sin p en a ni gloria. Hay, asimismo, mezcladas con ellas, canciones del mismo p erío d o provenientes de los Estados U nidos (como “Fll take you hom e again, K athleen” o “Beautiful d ream er”, de Stephen Foster), temas de la P rim era G uerra M undial y de los años 20. Las que se cantan en las noches son, en su mayoría, de los últim os veinte años (adaptadas al lenguaje vigente) y unas cuantas m elodías más antiguas. Las canciones más antiguas se p u ed en dividir fácilmente en dos grupos principales: las p rofundam ente emotivas y las burlonas y divertidas. Las que parecen te n e r mayor vigencia en la actualidad son las de la prim era categoría. Son canciones que todavía afectan a la mayoría de quienes las escuchan; a las m ujeres las conm ueven hasta las lágrimas; baladas senti m entales (de distintas épocas), tales com o “If you were the only girl in the w orld”, “Honeysuckle and the b ee”, “Silver threads am ong the golcl”, “W hen your h a ir has tu rn ed to silver”, “For oíd tim es’ sake”, “Dear oíd país”, “Little dolly daydream ”, “Bird in a gilded cage”, “Just a song at twilight”, “Lily o f L aguna”, “Roses o f Picardy”, “Danny boy”, “No rose in all the w orld”, “My oíd D utch”, “T h e m in e r’s dream of h om e”, “You m ade me love you” o “If those lips could only speak”:68
67 H e to m ad o algunos datos de They Were Singing, de C hristopher Pullíng. 68 Francis, Day y H u n ter, Ltd.
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Si esos labios hablaran si esos ojos m e m iraran si realm ente estuvieran esas largas trenzas doradas. Si p u d iera tom arte de la m ano com o cuando tom aste m i nom bre, p ero n o es sino u n bello retrato en u n herm oso m arco dorado. Las canciones picaras y alegres son las que canta la clase trabajadora cuando se rehúsa a deprim irse sólo p o r p erten ecer a esa clase, cuando quiere expresar a voz en cuello su confianza en sí misma. A esta cate goría p erten ecen las graciosas canciones de tem ática donjuanesca como “Helio, helio, w ho’s your lady-friend?” (“No es la chica con la que te vi en B r i g h t o n . “Wh o were you with last night?” (“Ay, ay, ay, m e sorprende tu conduct a. . “Put m e am ong the girls” (“H azme el favor...”) y “H old your h a n d out, you naughty boy”. Y tam bién viejos temas rústicos y trilla dos como “Two lovely black eyes”, ‘T m o ne o f the ruins that Cromwell knocked ab o u t a b it”, “W here did you get th at hat?”, “My oíd m an said ‘Foller the van’”, “Any oíd iro n ”, “My little bottom drawer” y “O h, Oh, A ntonio”. T am bién hay canciones tontas, que son simples excusas para la diversión en grupo com o “Ta-ra-ra-boom-de-ay”, ‘Yes, we have no ba nanas”, “Félix” y “Horsy, keep your tail u p ”. D urante los últimos veinte o treinta años, a este grupo se h an añadido “I ’ve gotsixpence”, “Roll o ut the barrel”, “T he L am beth walk”, “Run, rabbit, r u n ” (de la Segunda Guerra M undial), “Mairzy doats” y la canción de “B unch of coconuts”. Así, m uchas personas de la clase trabajadora todavía cantan algunas de las canciones que entonaban sus abuelos. No saben las anteriores, pues los temas más antiguos pertenecen a los años de apogeo de los grandes cen tros musicales urbanos. No se sentirían a gusto cantando “My Bonnie lies over the o cean ” o ‘Jo h n n y ’s so long at the fair” y dejan “Little brown ju g ” y “T heré is a tavern in die town” p ara los niños exploradores y los estudi antes. R ecuerdo cóm o se heló el am biente en u n bar, como si dos policías de civil h u bieran quedado al descubierto, cuando un conocido mío, después de pagarle u n a copa al tipo que h abía cantado “Broken-hearted clown”, lo invitó a tocar “C lem entine” para que todos lo acompañáramos. Con el paso de los años, algunas canciones se han perdido, pero m u chas siguen form ando parte del repertorio. La distribución de temas an tiguos y m o dernos varía. En algunos lugares se oye decir que les gusta
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escuchar “u n a canción de las viejas de vez en cu an d o ”. En otros lugares, esas com posiciones constituyen u n cuarto del total de temas que se can tan en u n a noche. Pero aunque las canciones más m odernas son casi siempre m ayoría en todos lados, cada u n a de ellas tiene que cum plir con ciertos requisitos m elódicos y emotivos. Los dos elem entos van de la m ano, pero yo diría que la m elodía, la m úsica, es ¡la más difícil de encontrar: hay cientos con letras apropiadas, p ero sólo se adoptan las que tienen u n a m elodía pegadiza. Si se cum p len las dos condiciones, la m étrica p u ed e ser, o tal vez debe ser, de lo más simple. , Las canciones que no cum plen con los requisitos no tienen éxito, inde pendientem ente de la insistente prom oción de Tin Pan Alley. A veces, la publicidad y la distribución a gran escala garantizan que una canción que de otro m odo pasaría inadvertida despierte interés durante u n a o dos se manas, pero cuando se reduce la presión prom ocional, ¿i las condiciones del m ercado n o son favorables, desaparece. Los grandes iacontecim ientos públicos, com o u n a guerra o u n a coronación real, despiertan la producti vidad febril de los autores, que tratan de co m p o n er canciones alusivas; los cancioneros de la época de la guerra están repletos de temas que destilan orgullo patriótico, que h an sido olvidadas y cuyos autores querrían haber compuesto algo similar a “T h e re ’ll always be an E ngland”. Los aconteci mientos m enos im portantes invitan a cantar canciones ligeras, superfi ciales y festivas. Al abrir cualquier cancionero de los últimos diez años, descubrimos com posiciones olvidadas, que aluden a la conscripción o a los cruces peatonales. Nacieron destinadas a m orir; no tenían la m elodía ni el sentim iento popular necesario para te n e r éxito. En los Estados U nidos se com ponen canciones con títulos tales como “They n eed ed a song-bird in H eaven, so G od took Caruso away” y “T h e re ’s a new star in H eaven tonight” (que alude a la m uerte de Ro dolfo V alentino). No sé qué suerte h a n corrido allí, pero en Inglaterra parece que n o tuvieron m ucha trascendencia en tre la cláse trabajadora. Yo diría que la causa va más allá de u n a m elodía inadecuada; se trata de la falta de em oción suficiente. La form a de expresión em ocional no es inusual; “Sonny boy”, u n a canción estadounidense que füe muy popular en Inglaterra, habla de unos ángeles que se llevan a u n chico porque se sienten solos. Pero Sonny no es u n chico e n particular; es u n niño sim bólico que está en la mism a situación que aquel que hace unos años ro gaba “Please, Mr. C onductor, d o n ’t p u t m e off the train ” o el que gritaba “How m uch is th a t doggie in the window?” (al m enos los ingleses creen que es un chico el que habla, aunque la letra com pleta parece indicar que es un adulto que se dirige a C alifornia).
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DEn el m om ento en que escribo el presente ensayo, “How m uch is tfaat doggie in the window?” y “Oh, my Papa” (adaptada de u na opereta suiza e in terp retad a con u n lastim ero solo de trom peta) son las últimas cancio n e s que en traro n en el canon. Se suman a sobrevivientes de los últimos veinte o treinta años tales com o “Shepherd of the hills”, “U nderneath t h e arches”, “H om e on th e range”, “W e’ll m eet again”, “Brolcen-hearted clown”, “I ’m dream ing o f a w hite Christmas”, “Jealousy”, “W hen you pla yee! the organ an d I sang the rosary”, “My sister and P’, “Love’s last word is spolcen, chérí’ (la m elodía y las emociones son tan afines a los gustos d e la clase trabajadora que no hay conflicto de nacionalidad), “Music, M aestro, please”, “D inner for one, please Jam es” (en las dos últimas, la m elodía y los sentim ientos vencen la diferencia de clases), “Souvenirs”, “A u f W iedersehen”, “Wish m e luck as you wave m e good-bye”, “Cheating h e art” (un cantante de la época que grabó una versión de este tem a se volvió muy p o p u lar porque, según creo, com binaba los elem entos crudos d e l estilo “m o n tañ a rusa” y las formas íntimas del estilo rom ántico) y “Pa p e r dolí”. La p rim era vez que escuché “Paper dolí”,69 fue en la apasionada versión de u n cantante rom ántico muy famoso en los Estados Unidos. Parecía difícil que pudiera te n e r éxito en el norte de Inglaterra, pero d o s o tres años más tarde, u n aficionado local la cantó en un pub de Hull e n una adaptación m uy bonita. En la versión estadounidense, los versos “Q uisiera ten er u n a m uñeca que mía fuera / y no u n a chica de verdad c o n la que nada tuviera” salían a gran velocidad y de form a contundente, y e n la palabra final bajaba el volum en y las vocales se alargaban indefini dam ente. En Yorkshire, la canción era más lenta, el ritm o se aceleraba y se lentificaba, y la palabra “chica” se adaptaba a la term inación prolongada d e la últim a sílaba, práctica estándar de la región. “I ’m sending a letter to Santa Claus”, que a veces cantaba Gracie Fields, es un ejem plo de la clase de tem a que en cuentra p ro n to su lugar y lo con serva. La m elodía respeta la tradición, igual que la letra, y en los clubes el pianista se regodea en los trinos de los compases que preceden a las partes más sentim entales. Está claro que esas canciones funcionan den tro de u n conjunto defini d o de convenciones. Podríam os dejar de lado las más evidentes del am biente en el que se in terp retan , porque son conocidas. Más im portantes son los clichés de los m ovim ientos melódicos, com o los que anticipan q u e se aproxim a u n a p arte sum am ente triste en un tem a que habla de
69 P e te r M aurice M usic Co., Ltd.
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un am or que se fue, o la sucesión de notas que suenan de un a determ i n ad a m anera en tre dos versos, y que brin d a u n indicio claro, incluso para quien en tra en el club en ese m om ento y escucha solam ente esas notas, de que la canción trata sobre la niñez. Las cualidades m encionadas ilustran más que la pobreza imaginativa de los autores que com ponen m ecánicam ente; ilustran una característica del público parecida a la de las historias que publican Secrets y Glarnour que ya hemos analizado. Las canciones son absolutam ente convencionales; su propósito es brindarle al oyente u n abanico conocido de emociones de la m anera más directa posible; no son creaciones, sino más bien estructuras de signos convencionales para los campos emotivos que presentan. Las me táforas, lejos de toda com plejidad, constituyen u n a m oneda fija y objetiva de poco valor nom inal pero reconocible en su propio territorio. No rega lan la sutileza y la m adurez que se aprecia en algunas canciones isabelinas. Pero, aunque el público campesino de hace siglos fuera capaz de reaccio nes más sofisticadas, ¿acaso no es tam bién notable que.a la clase trabajado ra de hoy, después de cien años de vida dura y hasta desagradable en las ciudades, le gusten tanto temas que, aunque simples, son, de todos modos, admirables? “After the ball is over” es u n a composición melodramática; ni siquiera es de creación popular como las baladas, sino u na canción comer cial adoptada p o r la gente; la adaptación a su propio lenguaje la convierte en u n tem a m ucho m enos in trascendente de lo que p o d ría hab er sido. Los temas son convencionales tam bién y sus fuentes se encuentran en el amor, la familia y la amistad. El am or como un sentim iento cálido y perso nal, u n a com pensación p o r la falta de bienes materiales, que sigue adelan te a pesar de los problemas; el “am or verdadero” como u n bien más valioso que el dinero o que la profusión de amantes (“Bird in a gilded cage” es un claro ejemplo). Existe un fuerte interés p o r la traición en el amor, el am or perdido p o r los celos, la persona abandonada por un am ante desleal (“Broken-hearted clown”, “Love’s last word is spoken, chérT, “Jealousy” y la casi “clásica” “O n with the motley”, de I Pagliacci) . Acerca de la fuerza de la familia como tem a (‘T il take you hom e again, K athleen”, “H om e”:70 ‘Y aunque la suerte se vaya / dulces sueños me traerán de vuelta [...] a casa) no hay nada que agregar. Relacionada con este tema está la figura de la m adre (“Silver threads am ong the gold”, “She’s an old-fashioned m other”, “T hat old-fashioned m o th er o f m ine”, “She’s my m other dear”), sentada en la casa como la personificación de todo lo que significan el hogar y la
70 Ibíd.
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familia, o aun m uerta, cuidando con afecto a sus seres queridos. De ahí pasamos a las canciones sobre el hijo que se fue al extranjero o que está lejos de casa, sobre huérfanos o chicos en situaciones que causan ternura (“My sister and I”, “I’m sending a letter to Santa Claus”) . Las canciones que tratan el tem a de la am istad hablan de las relaciones en tre vecinos, la lealtad, la conservación del vínculo a pesar del transcur so del tiem po, que im plica que la amistad, com o el am or, vale más que el dinero o la fama. “C om rades”,71 u n a canción muy popular du ran te la guerra anglo-bóer, se sigue cantando: C om pañeros, com pañeros, desde que éram os pequeños com partíam os las penas y tam bién nuestros sueños. C om pañeros al d ejar atrás la infancia, fieles y leales hasta en la distancia. C uando el peligro acecha, cuando todo es demasiado, mi q uerido co m pañero está siem pre a mi lado. Del mismo ten o r son “F or oíd tim e’s sake”, “D ear oíd país” y (dedicada a la esposa que adem ás es u n a com pañera) “My oíd D utch”. De la amistad com o el tesoro más valioso a la necesidad de ser feliz y estar alegre aun que uno sea p obre hay u n solo paso, com o en la canción relativam ente nueva “Spread a little happiness as you go by”. Además están todas las canciones del segundo gran grupo, las de letras picaras y absurdas.. Pero la m ayoría son sentim entales y, en especial, tristes y nostálgicas. “Es extraño el p o d e r que tiene la m úsica b arata” le dice A m anda a Eliot en Vidas privadas, de N oel Coward,72 y, de hecho, es así, no sólo para la clase trabajadora. No obstante, algunas m elodías son encantadoras y si no se las distorsiona dem asiado cuando se las interpreta, p u e d en ser tan emotivas com o las arias de u n a ó p era italiana. Como en ella, las cancio nes contienen una. carga em ocional lim itada y contundente, sin sutilezas; pero activan los resortes de la emotividad. No sería ju sto descartarlas porque son, com o afirm a Cecil Sharp,73 “simientes tóxicas, la corrupta música callejera de corte vulgar”. Son vulgares, eso no se p u ed e negar, pero no suelen ser auténticas. H ablan de sentim ientos genéricos, pero
71 Francis, Day y H u n ter, Ltd. 72 Acto I. T o m é la idea de They Were Singing. 73 Véase C. S harp, English Folksong. Some Conclusions. D efiendo las canciones d e la desestim ación tajante q u e hace Sharp, p ero no creo que resistan u n a co m p aración co n las canciones populares rurales.
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tienden a ser francas y expresivas. La m oral en la q ue se sustentan no revela m aldad ni u n a actitud calculadora ni “am plia”; sólo se da la m ano con u na cultura más antigua y generosa. No son cínicas ni neuróticas, sino que se perm iten m ostrar las em ociones y no se avergüenzan de ellas ni p reten d en exhibir u n a inteligencia sofisticada. Creo que esa puede ser una de las razones p o r las que tantas canciones del pasado todavía siguen vigentes: provienen de u n a época en la que era más fácil dejar fluir los sentimientos. Es esa u nidad de expresión em ocional lo que otorga u na gran libertad de m ovim iento en tre distintos tipos de canciones.74 Así, las composicio nes religiosas - o las que así se co n sid eran - son populares, y u n cantante puede pasar de u n a canción de am or a u n a de tem ática religiosa y luego a una “clásica”, sin que nadie, incluido él mismo, advierta la incongruen cia. La atm ósfera emotiva prop o rcio n a la hom ogeneidad. Se podría de nom inar a este fenóm eno el “cam bio Gracie Fields”, po rq u e la señora Fields es el dxponente más notable; pasa de u n a canción cóm ica de ba rrio a u n a “clásica” o u n a “clásica religiosa” com o “T he lost ch o rd ” (“Sen tado u n día frente al órgano / harto de todo y angustiado”) o “Bless this hou se”75 (que expone el vínculo en tre la familia y Dios: “Bendice esta casa, te rogamos, Señor / que esté segura noche y día con tu am or [...] Bendice la llam a de nuestro hogar / que com o u n a plegaria parece em anar”). Y luego canta “T he holy city” o “Ave M aría” o “T he L o rd ’s prayer”. En la categoría religiosa se incluye tam bién “O h, for the wings of a dove”, que tiene u n a versión m uy p o p u lar in terp retad a p o r un niño, “All thro u g h the n ight”, “T he oíd rugged cross”, y el him no que p erten e ce más que ningún otro a la clase trabajadora, “A bide with m e”, que se canta en partidos de fútbol y otros eventos públicos, y que m uchas amas de casa piden que se cante en su funeral; m i m adre, p o r ejem plo, y mi abuela tam bién, años después. Para ellas la letra ten ía u n enorm e peso simbólico: Dios com o el padre, el cielo com o el hogar, y la m uerte com o el fin de la larga jo rn a d a de trabajo que h abía sido su vida. Esa es la clase de música de la que u n a persona de m i familia com enta que “te hace q u erer renunciar a todo tu d in ero ” (adm irable ingenio de la clase trabajadora: nunca tuvo dinero para gastar). Pero en ese mismo grupo pondría “Danny boy”, las pocas m elodías de Tchaikovsky que había
74 Los com ediantes de variedades hacían algo parecido: cu an d o cerraban u n n ú m ero con u n m o nólogo serio, qu e siem pre era bien recibido p o r el público. 75 De H elen Taylor (con perm iso de la au to ra), Boosey a n d Hawkes, Ltd.
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escuchado y quizá hasta “Now is the h o u r”, u n a canción secular que se can ta con u n a gran dosis de sentim iento casi religioso.76A diferencia de otros tipos de canciones, las religiosas producen un a sensación vaga pero firme d-e lo elevado, lo sagrado. Con todo, esto es sólo u n agregado a la sensación general que com parten con todas las otras canciones sentimentales po pulares, las que hacen brotar lágrimas de los ojos; todas están atravesadas p o r el mismo tipo de emoción. No es nada difícil com prender por qué las orquestas de cuerdas de las películas y los enorm es coros angelicales que cantan en la parte superior de las bóvedas de las iglesias “Fll walk beside you”, ‘Y ou’ll never walk alone”, “I believe”, “My friend” o “Fm walking beh ind” tienen tanta aceptación, ni p o r qué la cám ara de eco, que da la idea d e algo que está fuera de este m undo y a la vez de la intim idad del canto en la ducha que nos hace pensar que tenem os buena voz, está tan extendida. D el mismo m odo, es evidente el motivo p o r el cual la “íntim a arm onía”, con su propuesta d e unidad y amistad, es tan popular y po r qué los estilos d e canto m odernos más pegajosos son los sucesores naturales de aquello a lo que m e he referido como “fabricación de pirulines” emocional. La tradición de ca¡nto más antigua se está debilitando, sin duda, pero hoy en día no es sim plem ente el rem anente de u n a forma previa, sino que en cierta m edida se renueva y toma activamente lo que necesita de las nuevas canciones. ¿En qué sentido se p uede decir que la clase trabajadora acepta o “cree” e n ese tipo de canciones? Quizá yo haya descrito aquí u n a entrega de masiado emotiva, u n a creencia absoluta y directa en lo que transm ite la letra y u n a com unidad que se siente u n id a p o r las lágrimas que corren p o r las mejillas de todos. Una visión sem ejante sería dem asiado simplista. En u n sentido, es ver d ad que la gente se tom a en serio las canciones, si con eso querem os decir que n o las ridiculiza ni las ve com o algo pintoresco de otra época. Todos, disfrutan de las buenas canciones com o “If those lips could only speak” de la mism a form a en que las disfrutaban nuestros abuelos; quizá sientan algo de nostalgia porque el tem a habla de u n tiem po en el que estaban perm itidas las em ociones en todo lo vinculado con el am or y la
76 Las versiones de C |ara B utt d e este tipo d e canciones solían ser muy p opulares. H ace ya m uchos años que no escucho grabaciones de su voz pero, según recu erd o , era u n a co n tralto de p articu lar riqueza, y ese carácter denso y atercio p elad o es lo que agradaba al público de clase trabajadora.
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familia. En el fondo, es algo parecido a lo que provoca una dam a o un caballero de cierta edad de quienes se dice “Ay, hoy ya no se ve gente así”. Por otra parte, la entrega a esas canciones, la creencia en ellas, no es sin reservas. Subsiste a sabiendas de que estas canciones, sean viejas o nuevas, son “m uy sentim entales”, lo que se expresa en la tensión que se hace evidente a la hora de desacreditar canciones emotivas. En ciertas canciones cómicas se exageran deliberadam ente las em ociones que nor m alm ente se aceptan. “T here was I, waiting at the ch u rc h ” es un ejemplo, y “I never cried so m uch in all my life” es otro. O tras canciones similares describen, con los movimientos em ocionales de costum bre, la familia y la esposa que h an quedado atrás, y el últim o verso revela que el m arido se fue po r su p ropia voluntad y no tiene la m en o r intención de regresar al hogar. Pero los límites están definidos intuitivam ente: un a vez escuché a un joven cantar su propia parodia de u n a canción popular sentim ental, y el público no sólo no se rió sino que sintió, sin dem ostrarlo abierta m ente, que el m uchacho había caído en el mal gusto. En realidad, estuvo más ordinario que vulgar; en lugar de reírse con afecto de las emociones, las destruyó. “Un corazón que siente” puede ser tierno y sentim ental, pero no debe ridiculizarse. La m ayoría de las canciones expresan el “corazón que si ente” en la m elodía, los versos y la m anera en la que se cantan. Llegan al alm a de la gente; transm iten valores que a todos les gusta cultivar. La vida ah í afuera, la vida los lunes a la m añana, puede ser muy depri m ente. M ientras tanto, esos sentim ientos están bien, en la percepción de la gente, “cuando u n o se los tom a en serio”. En el m om ento, las cancio nes dan ánim o y reconfortan y, sin duda, los sentim ientos que transm iten perm anecen en algún rincón de la m em oria m ientras transcurre la rutina poco sentim ental de los días de la semana.
PARTE II
Dar lugar a lo nuevo
6. Destemplar los resortes de la acción
De este m odo, puede llegar a establecerse u n a especie de , m aterialism o virtuoso en el m undo, que no corrom pería sino que debilitaría el espíritu y destem plaría sigilosam ente los resortes de la acción. d e t o c q u e v i l l e , La democracia en América, libro II, segunda parte, capítulo 11
INTRODUCCIÓN
En los capítulos precedentes m ostré cómo algunos elem entos antiguos persisten en la vida de la clase trabajadora. E n mi opinión, el rasgo más interesante es cóm o sobreviven las actitudes antiguas, para bien y para mal, pese a todas las nuevas formas de dirigirse a la clase trabaja dora. Basta con recordar u n a vez más el enorm e éxito de W ilfred Pickles. Su estilo es dem asiado “o rdinario”, dem asiado “to d o sjuntos”, “diamantes en bruto pero corazones de o ro ” para mi gusto. Consiente a la clase tra bajadora del norte, haciéndose eco de sus ideas de que nadie es mejor que ellos en m ateria de respuestas mordaces o de sólida sabiduría de la calle. G ran parte del éxito de Pickles, sin embargo, tiene que ver con el hecho de que su program a, Have a Go, constituye un foro en el que los oyentes pu ed en expresar y ensalzar los valores que todavía adm iran. Esos valores son, u n a vez más, simples y acotados pero, a pesar de la pedantería que el program a parecería estimular, tienen im portancia para quienes los aprueban. “H acer tratos honestos”, “ser buen vecino”, “m irar el lado po sitivo de las cosas”, “ser franco”, “dar u n a m ano”, “no quedarse estancado y seguir adelante”, “ser leal”: todos estos ideales son bastante más saluda bles que los valores comerciales (soberbia, ambición, ser más que los co nocidos, la ostentación com o fin en sí mismo, el consumo ostentoso) que se invita a la clase trabajadora a adoptar hoy en día. Y su persistencia no es m eram ente form al ni está sólo en la cabeza de quienes adhieren a ellos.
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Me dedicaré ah o ra a analizar algunos rasgos de la vida contem poránea que parecen alen tar a la clase trabajadora a ad o p tar nuevas actitudes o a m odificar las viejas. C entrarse en los efectos probables de ciertos cam bios en las publicaciones y las formas de entreten im iento implica, p o r su puesto, aislar sólo u n segm ento d en tro de u n en tram ado vasto y com ple jo de cambios sociales, políticos y económ icos. Todos ellos contribuyen a m odificar actitudes; algunos, sin duda, p ara bien. H aré hincapié en los aspectos indeseables del cam bio, pues estos p arecen ser más evidentes e im portantes en m i cam po de estudio. Sin em bargo, será necesario reco rd ar u n a y o tra vez (y yo la traeré a colación cuando sea p ertin en te) la evidencia de la prim era parte, por cuanto las que se d en o m in an actitudes “más antiguas” y las que exami naré a continuación p u e d e n en contrarse al mismo tiem po en las mismas personas. Los cam bios de actitud avanzan muy lentam ente a través de aspectos distintos de la vida social. Se in co rp o ran a las actitudes existen tes y, en u n p rim er m om ento, parecen ser sólo formas rem ozadas de esas actitudes “más antiguas”. Así, los individuos p u ed en vivir den tro de más de u n “clima intelectu al” sin conflicto. A unque la naturaleza del “viejo o rd e n ” pu ed e ser más evidente para los individuos de m ediana edad, la atracción de lo nuevo tam bién les llega. Y, p o r el contrario, un joven que, a prim era vista, parece típico de la segunda m itad del siglo ten d rá acti tudes que recu erd en a su bisabuelo. De ello se sigue que el éxito de las ideas contem poráneas más convincentes depen d e de la m edida en que estas consiguen identificarse con actitudes “más antiguas”. Antes de analizar en detalle algunos rasgos característicos de la vida mo derna, puede ser útil seleccionar unos pocos elem entos del “clima intelec tual” y preguntarse cuán vinculados p u ed en estar (o parecer) con ideas bien establecidas y a m en u d o valiosas. ¿Qué relación puede existir entre la vieja “tolerancia” y las formas contem poráneas del concepto de “libertad”, entre el viejo sentim iento de p ertenencia a un grupo y el igualitarismo de mocrático m oderno o (por más paradójico que resulte en principio) entre el viejo sentido de la necesidad de vivir en el présente y la nueva voluntad de “progreso”? ¿En qué sentido la “tolerancia” puede ser útil a las activida des-de los prom otores de los nuevos entretenim ientos? ¿De qué m anera el escepticismo y el inconform ism o p u ed en convertirse en sus propios bo rrosos fantasmas? ¿Puede el concepto de “pasarlo bien mientras se p ueda” porque la vida es d u ra p rep arar el cam ino para u n blando hedonism o de masas? ¿Puede el sentido de grupo convertirse en u n conformismo enga ñosam ente atractivo y arrogante? ¿Puede u n a mayor conciencia de estos valores tradicionales transform arse en u n a autoadulación destructiva? La
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investigación, según se verá más adelante, tendrá como foco lo que podría denom inarse “invitaciones a la autocom placencia”. Tam bién se analizará la tendencia a u na especie de cinismo. Con el cinismo se xelaciona un sen timiento de pérdida que afecta a u n a pequeña m inoría. Sin embargo, se trata de una m inoría im portante, p o r lo que dedicaré parte del análisis a ese sentim iento, en particular en relación con los “desarraigados”. En algunos aspectos, los tres conceptos estrecham ente relacionados de li bertad, igualdad y progreso todavía alim entan las ideas de u na mayoría, sean o no miem bros de la clase trabajadora, en térm inos que serían más compatibles con la opinión intelectual de mediados del siglo XIX que con la del siglo XX. ¿Cuál es, p o r ejemplo, la naturaleza del atractivo de la idea de progreso para la clase trabajadora hoy en día? Más allá de la situación de otras clases sociales, gran parte de la experiencia de la clase trabajadora, en especial durante los últimos cincuenta años, garantiza que la noción de progreso siga siendo innegablem ente válida. El progreso como supuesto se relaciona fácilmente con el pragm atism o y la esperanza tradicionales de la clase trabajadora. Más específicam ente, las consecuencias del progreso social, político y m aterial se hicieron evidentes a ella después que a la clase media. Sólo en la segunda m itad del siglo XIX y los prim eros años del XX las consecuencias de esos cambios golpearon a la p u erta de los hogares de clase trabajadora, con la am pliación del sufragio, la posibilidad de acce d er a m uchas más com odidades matei'iales de las que se habían conocido hasta el m om ento, los resultados de las leyes de educación y m uchos otros avances. En las décadas siguientes se vio u n a m ejora genuina e im portante en el nivel de vida de la clase trabajadora. Mi abuela y m i m adre habrían tenido m uchas m enos preocupaciones en la vida si hubiesen sacado ade lante a la familia a m ediados del siglo XX. D urante toda su vida necesita ron, ni más ni menos, que más bienes y servicios básicos de los que tenían. Al pensar en ellas, m e parece que asociar la actitud de la clase trabajadora en relación con el progreso con u n a form a de materialismo, como hacen algunos estudiosos, es restarle valor. Los trabajadores querían esos bienes y servicios no po r codicia, movidos p o r el deseo de p o n e r sus manos en los productos deslum brantes de u n a sociedad tecnológica, sino porque la fal ta de esos bienes y servicios hacía muy difícil que se p udiera llevar una vida “decente”; sin ellos la vida era u n a lucha dura y constante para “m antener la cabeza fuera del agua”, tanto en el plano espiritual com o en el económi co. Así, con u n lugar m ejor para asearse y u n equipam iento más adecuado, habría sido posible m an ten er la higiene familiar, tal como indicaban las normas del “decoro”. Ya no se oye hablar del h ed o r de u na m uchedum bre
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d e clase trabajadora. El progreso real era posible y constituía un objetivo p o r el que valía la pena luchar. Por eso, la idea de progreso todavía está presente en el habla com ún form al de la clase trabajadora. La prensa popular, sin em bargo, se en cargó de llevar el concepto más allá de todo lím ite razonable. Por una cantidad de motivos obvios, la noción de progreso siem pre h a sido (y, presum iblem ente, siem pre será) adecuada p ara los propósitos del en tre tenim iento popular. Las presiones de la vida com ercial actual, compleja y abarrotada, h acen que esa noción se am plíe hasta convertirse en un anhelo d e “p rogreso” sin límites. “El tiem po no detiene su m arch a”, dice la voz im paciente y em ociona d a del crítico de cine, y el redoblar de los tam bores y el estridente sonido d e las trom petas d a cuenta de lo b u eno que es eso e n sí mismo. “Que el gran m u n d o gire siem pre en las tintineantes ruedas del cam bio”, grita el redactor de anuncios en la cum bre de la inspiración, utilizando la m etáfora de Tennyson para expresar el clim a que con frecuencia desea invocar. Los editorialistas de la p rensa p o p u lar se regodean con horizon tes lejanos, nuevos am aneceres, anchas avenidas, movimientos de avance (progreso y abundancia) y m iradas hacia el futuro. Una época se ve afectada, según se ha dicho alguna vez, no por las ideas d e un pensador original sino p o r lo que se extrae de esas ideas una vez que han sido tamizadas p o r mecanismos simplificadores y distorsionadores como esos. R ecuerdo haber leído este concepto p o r prim era vez en un ensayo sobre la influencia de las ideas de Maquiavelo en la Inglaterra isabelina. Tal vez se aplique incluso m ejor al m undo de hoy, donde el público ge neral es m ucho más num eroso que los intelectuales y recibe constantem en te información de algún tipo. No obstante, es im portante recordar que, en la m edida en que las ideas afectan a la clase trabajadora, no la afectan como ideas, n o se reciben ni analizan en el plano intelectual. Esto es cierto inclu so en u n a época en la que se supone que todos tenemos “opiniones”. Las ideas se adoptan com o etiquetas recibidas (“Dicen que todo es relativo hoy en día”, “Dicen que todo tiene que ver con las glándulas”) y se conservan cuando resultan tan reconfortantes como las etiquetas antiguas (“Bueno, todo es cuestión de suerte”, “Bueno, lo que tenga que ser será”) . Las ideas que más usan los periodistas de la prensa popular son las que contribuyen a que la audiencia sea receptiva a su p unto de vista. Cada una de las tres ideas que trato en este capítulo ha contribuido en gran m edida, en sus aspectos legítimos, a la introducción de mejoras muy necesarias en la situación de la clase trabajadora. Como apunté antes, esas mejoras eran deseadas y esperadas no sólo p o r razones materiales. Resulta irónico
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que, en el presente, esas ideas, usadas indebidam ente, sirvan para tentar a un a clase trabajadora, em ancipada en lo físico y lo m aterial, a adoptar un p u n to de vista materialista. Las tentaciones, en especial tal com o aparecen en las publicaciones de masas, ap u n tan a la gratificación del yo y a lo que puede denom inarse u n “individualism o grupal hedonista”. No quiero decir con esto que esa tendencia sea com pletam ente nueva. Esas fuerzas no tendrían éxito si no fuésem os todos proclives a p referir el cam ino fácil al difícil, y-los semiargum entos simplistas que justifican la debilidad a los hechos concretos que sacuden y resultan ofensivos antes que estim ulantes. Sin em bargo, la sociedad contem p o rán ea h a desarrollado con una habilidad notable las técnicas de m utua com placencia y. la satisfacción a partir de lo “com ún y co rrien te”. Con la abolición de los m andatos tradicionales o, según la creencia popular, su irrelevancia, los com unica do res, con sus grandes y nuevas m áquinas de persuasión, han ocupado el terren o cedido y encontrado clientes en todas las clases sociales. Esto es m uy im p o rtan te. Ju lien B enda hace u n a advertencia en ese sentido: H ablam os del mal gusto de nuestra sociedad “dem ocrática”. Con ello nos referim os a u n a sociedad en la que los gustos son los de la gente o, al menos, los que esperam os que tenga la gente (es decir, indiferencia a valores intelectuales, religión de la em o ció n ). Con ello no pretendem os anatem izar ni canonizar n in g ú n régim en político en particular. De b uen grado podría mos decir, con esa m ujer del siglo XVIII: “D enom ino ‘g en te’ a todos aquellos que tienen pensam ientos ordinarios y abyectos: la corte está llena de ese tipo de individuos”.77 Bien p o d ría ser, sin em bargo, que la clase trabajadora esté en algún sen tido más abierta que otros grupos a los peores efectos de los ataques de los com unicado res. Q uienes hoy en día, después de la b u en a criba del sistema educativo, realizan el grueso del trabajo que no es intrínseca m ente interesante y que exige el m ínim o esfuerzo crítico e intelectual gozan de m ayor libertad política y económ ica que en el pasado. Tienen más d inero para gastar y hay más gente capaz de asegurar su bienestar provocando la m ínim a reacción posible. En m uchos aspectos de la vida,
77 Ju lie n Benda, Belphégor. essai sur l ’esthétique de la presente sociélé[ranf.aise, citado en W yndham Lewis, Time and Western Man, pp. 292-293.
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la producción masiva h a sido beneficiosa; culturalm ente, lo malo p ro d u cido en m asa dificulta el reconocim iento de lo bueno. “Las necesidades básicas”, las penurias más acuciantes de la vida de los trabajadores en buena m edida se h an m origerado. La clase trabajadora tiene más liber tad, pero es la libertad d e u n a ho g u era de vanidades en la que se ofrecen indulgencias a voz en cuello. E n co n trar el cam ino en sem ejante laberin to no es tarea sencilla, sobre todo p o rq u e los artífices del entretenim ien to son propensos a ahuyentar el p ensam iento subversivo de que afuera puede hab er otros territorios, m enos bulliciosos. Sin em bargo, en m uchos sentidos significativos, esas tendencias en cuentran cierta resistencia. E n aspectos de la vida privada, las personas todavía p u e d e n re c u rrir a lincam ientos del pasado, y esa posibilidad afec ta la form a en que reaccionan ante las m últiples voces que les llegan desde fuera. E n los capítulos siguientes, tom o de otros autores expresio nes de alarm a anteriores a la mía, algunas de hace más de un siglo. El consuelo que b rin d an p u ed e prestarse a exageraciones, y sería erróneo y peligroso concluir que nin g u n a de esas voces externas hace eco en el interior y que, entonces, m i argum ento principal es débil. No obstante, las advertencias del pasado im piden q ue nos apresurem os a ver la ru ina y, al m enos en parte, nos dan aliento, pues nos recu erdan que, com o en todas las clases sociales las personas pasan la m ayor parte de su vida esta bleciendo el m ínim o contacto con las fuerzas debilitantes del exterior, el proceso de debilitam iento es m ucho más lento de lo que p o d ría ser.
TOLERANCIA Y LIBE R TA D
D ado que, p o r consiguiente, es inevitable para la gran mayo ría de los hom bres, si no p ara todos, el te n er varias opiniones, sin pruebas fehacientes de su verdad, [...] convendría, pienso yo, a todos los hom bres m a n te n e r la paz y los oficios com unes de h u m an id ad y amistad en la diversidad de opiniones. [...] Bien haríam os en tener p ied ad de n uestra ignorancia m utua, y en p ro p o n ern o s elim inarla p o r todos los m edios gentiles y justos de inform ación, en lu g ar de tratar mal a los demás, de ... considerarlos obstinados y perversos, porque no renuncian a sus propias opiniones p ara ad o p tar las nuestras. JO H N l o c k e , Ensayo sobre el entendimiento humano, libro IV, capítulo 16, sección 4
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La tolerancia no es lo contrario de la intolerancia sino u na imitación falsa de ella. Las dos son form as de despotismo. U na se arroga el derecho de im p ed ir la libertad de conciencia; la otra, el de concederla. t h o m a s p a i n e , Derechos del hombre, p arte I
Sería útil recordar, en prim er lugar, el conjunto de actitudes en el que se incluyen la tolerancia despojada de idealismo, el pragmatismo, el tom ar la vida com o viene, el hum anism o bien intencionado y el desagrado por las objeciones basadas en principios (y no p o r motivos claros y “hum anos”). Se supone que hay cosas que ninguna persona decente haría, y es bastante fácil saber cuáles son. C uando se juzga más allá de esas actitudes, aparece •la sospecha de “m oraliria” (que, claram ente, puede tener un costado sa ludable) y se pasa a u n conveniente registro m enos claro: “Hay que vivir y dejar vivir”; todo está bien “en su ju sta m edida”; “No im porta lo que uno crea si actúa de corazón”; “Sería aburrido q ue todos pensáram os igual”.78 El argum ento es que el concepto de la libertad individual sin límites, tal com o se transm ite a la clase trabajadora p o r canales cada vez más su perficiales, confluye con la noción más antigua de tolerancia, la absorbe y la lleva cada vez más lejos. No m e refiero al sentido de libertad social que tiene la clase trabajadora hoy en día, a esa sensación que se traduce en la ausencia de creencias sólidas en la im portancia de la aristocracia y en la negación de las jóvenes de clase trabajadora a em plearse en el servicio dom éstico, incluso sabiendo q ue las condiciones de trabajo son a veces más ventajosas que en las fábricas. N o me refiero a la sensación justificada de mayor libertad política y económ ica, aunque esta últim a está relacionada con lo que tengo en m ente. Pienso más bien en cóm o se transm ite el concepto de libertad, en la idea confusa pero firm e de que los viejos m andatos p o r fin h an dejado de existir, de que la “ciencia” ha reem plazado a la religión, de que la psicología justifica la “apertu ra m ental” en su grado máximo. Los com unicadores populares refuerzan, en u n tono sensiblero, la vieja frase de que “después de todo, es h u m a n o ” con la idea de que “los cien tíficos nos d icen” que “las inhibiciones están m al”. Siempre fue reconfor tante pensar que lo que es naturalm ente libre tam bién es naturalm ente
78 A lgunas de estas frases m e vinieron a la m e n te con la lectura de Puzzlecl People, d e Mass O bservation, pp. 83-84.
ig o
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bueno; ahora sabemos que es así. De ahí a transform ar la libertad en jus tificativo hay un solo paso. Siem pre es “libertad de algo”; nunca “libertad p a ra algo”. La libertad com o un b ien en sí mismo, no la base para vivir de acuerdo con otros parám etros. Es fácil im aginar cómo se difunden estas ideas en u na clase social que n u n ca antes se había sentido libre; es fácil co m p ren d er la resistencia con la que h an de toparse quienes afirm en q u e la libertad no es u n absoluto, que no es el “ser” sino la “base para s e r”. Esa actitud beneficia los intereses de los órganos del entretenim iento d e masas. Así, el concepto de libertad se am plía hasta que se convierte en la libertad de no ser nad a y, por cierto, de cuestionar cualquier cosa. El ho m b re tiene la libertad de no elegir pero, si utiliza su libertad para elegir y apartarse de la mayoría, será tildado de “cerrado”, “prejuicioso”, “dogm ático”, “in to leran te”, “en tro m etid o ” y “antidem ocrático”. Nadie despierta tanto recelo com o aquel que insiste en “hacer com paraciones”; ese tipo es un aguafiestas. La pren sa popular, pese a haber convertido la pseudopolém ica en su especialidad, detesta las controversias genuinas, pues estas alienan (dividen y separan) a su público, es decir, sus clientes. Lo que surge, entonces, no es la afirm ación de la libertad de ser apolí tico, ni su simple uso para salirse, com o respuesta a la confusión y el aba tim iento, de los gritos y las generalidades que asedian a todo el m undo hoy en día. Es, en cam bio, u n a p ro fu n d a negación a com prom eterse más allá del reducido terren o conocido de la vida. “Todo vale” está relacio n ad o con “vivir y d ejar vivir”, p ero lleva la idea aún más lejos; la m ente abierta se transform a en u n abismo gigantesco. De este m odo, la toleran cia no es una actitud caritativa fren te a las fragilidades hum anas y las di ficultades de la vida cotidiana sino u n a debilidad, u na pérdida incesante d e la voluntad de decidir e n cuestiones que trascienden el ám bito de lo inm ediato y lo tangible. Basta con escuchar los viejos apotegm as sobre la tolerancia y observar que vienen acom pañados de otros nuevos, inspira dos no tanto en la com pasión com o en la negación a adm itir que puede juzgarse a cualquier p ersona p o r cualquier cosa, donde “cualquier p er so n a” quiere decir “todos”, incluidos nosotros. “Todo el m undo tiene d erecho a ten er u n a o p in ió n ” es u n a frase que puede revelar fortaleza o debilidad. Sin em bargo, cuando aparece siem pre rodeada de invoca ciones a la “ap ertu ra m en tal” y la “am plitud de m iras” (apertura p o r la apertu ra misma y am plitud para n o provocar situaciones incóm odas por el hecho de no estar de acuerdo con alguien), como ocurre hoy en día, ya se sabe dónde está puesto el acento. La tolerancia de los hom bres q ue son fuertes y están preparados para ponerla en práctica cuando sea
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necesario es u na tolerancia que tiene sentido. La tolerancia de quienes tienen músculos fláccidos y espíritus holgazanes no es más que un “a mí no m e toques”, disfrazado de acuerdo m editado. La verdadera tolerancia es fruto de la fuerza, la creencia, la percepción de que la verdad es un con cepto difícil y el respeto p o r los demás. La nueva tolerancia es un signó de debilidad y de pereza, de m iedo y recelo frente a los desafíos. En esa situación, se acepta casi cualquier cosa sin objeciones. Pense mos en el rum bo adoptado p o r la prensa sensacionalista. A veces, las noticias publicadas causan estupor. “Hoy en día hay gente que es capaz de cualquier cosa”, se dice con u n a risita nerviosa. La frase no es conde natoria sino que, p o r el contrario, habilita y acepta cualquier cosa que se haga. Es u na de las frases que m uestran la parálisis de la voluntad moral que afecta a m uchas personas, consecuencia de la idea de que la libertad no debe ser blanco de ataques jam ás. Detrás de ella vienen: “Después de todo, no le hace daño a n ad ie”, “¿No haría uno lo mismo en su lugar?”, “El ho m b re tiene que vivir”, “Bueno, le da dinero, ¿o no?”, “Bueno, es gracioso, después de to d o ” y “¿Qué esperabas? De algo tienen que vivir”. “Todo en su ju sta m edida” se transform a en “Está todo bien, siempre que u n o tenga tiem po y ganas”. “No im porta lo que u n o crea si actúa de corazón” va acom pañado de “No im porta lo que u n o haga sino cóm o lo h ace”, u n a m áxim a m ucho más provocativa. Las viejas expresiones de tolerancia coexisten con otras nuevas, de apariencia similar; las nuevas producen la devaluación de las viejas, y ju n ta s se convierten en la más cara ritual de la negación colectiva a adm itir que la libertad tiene conse cuencias. T odo vale y todo vale lo mismo.
“t o d o
el m undo lo h a c e ” y
“t o d a
l a b a n d a e st á a q u í”:
SENTIDO DE PERTENENCIA A L GRUPO E IGUALITARISM O DEMOCRÁTICO
H em os visto que el fuerte sentido de p ertenencia al grupo de la clase trabajadora, puede expresarse com o la exigencia de actuar de acuerdo con él. El grupo propo rcio n a u n en to rn o cálido y cordial; ofrece muchas cosas para que la vida sea más placentera y más fácil de m anejar. Pero tam bién despliega u n a serie de m étodos duros con quienes se burlan de sus valores desde adentro. En mi opinión, ese sentido de la im portancia del grupo, el predom inio de la idea de que p erten ecer al grupo es lo correcto, se asocia con un igualitarismo dem ocrático em ergente al que cada vez con más frecuencia
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está subordinado. Ese igualitarism o constituye la base para las activida des de los com unicadores realm ente populares. Es cierto que existe un a fuerte presión, ejercida especialm ente p o r los redactores publicitarios, para vender en todas las clases las ram ificaciones del individualismo que m antienen vivo el negocio de la publicidad, con el acento puesto sobre todo en la “superación p erso n al”, la necesidad de “seguir avanzando” y en la im portancia de “estar b ien d espierto”. No obstante, no hay dem a siada evidencia de q ue ese tipo de presiones en cuentre eco en la clase trabajadora. A veces, a los redactores se les m ezclan los papeles y acaban produciendo textos destinados al grueso de la clase trabajadora (y no a la m inoría afectada p o r esas ideas) que apelan a supuestos más carac terísticos de oti'as clases. Pero, en térm inos generales, los mensajes son extrem adam ente precisos. Sus autores ya h an tenido práctica suficiente y fueron ad quiriendo seguridad con los años. Señalar este fen ó m en o hoy en día no im plica descubrir, como si fuera algo nuevo en la n aturaleza h um ana, que a todos nos gusta sentir alguna vez (y a m uchos de nosotros, todo el tiem po) que giramos en la misma dirección en q u e gira el m u n d o , que nuestras acciones se apoyan en el consenso general.79 T am poco im plica olvidar la respetable tradición del concepto de igualdad en E uropa O ccidental. Pero ese deseo com ún, reforzado p o r u n igualitarism o desbocado, h a sido bastardeado con el fin de conm over y persu ad ir en las revistas y los periódicos destinados a atraer a la clase trabajadora alfabetizada d u ran te los últim os sesenta o setenta años. De allí surge la consabida p atrañ a del “hom bre com ún”, que presenta formas cada vez m ás elaboradas: u n a adulación grotesca y peligrosa en la que se ensalza al h o m b re en su versión más com ún y más corriente. “Confía en la g e n te ”: todos somos iguales; todos tenem os voto. “Nadie es m ejor que n a d ie ”; “La voz del pueblo es la voz de Dios” (para utilizar un dicho de otras épocas). Así, de acuerdo con los publicistas, las acti tudes de u na p erso n a son tan buenas com o las de cualquier otra, pero
79 D ibdin, p o r ejem plo, c u an d o se refiere a la p ren sa de su época (fines del siglo X V III), h ab la de “u n a especie de caballeros niveladores" (el destacado m e p e rte n e c e ) y tam bién de los p recursores de n u estro sensacionalism o artificial, q u e escriben “rim bom bantes descripciones de nim iedades que o cu p an to d o u n p árra fo ”. En realidad, la p ren sa p o p u la r h a sido siem pre fiél a sí m ism a a lo largo de los siglos; lo q u e cam bia es el ritm o. A gradezco esta referen cia a R. N ettel, q u e m e perm itió el acceso a un m anuscrito in éd ito de M usical Toar, ele C harles D ib d in (pu b licad o p o r'G ales, del Shéffiéld Iiegisíer,'' en 1788).
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quienes com parten la opin ió n de la m ayoría son m ejores que los pocos individuos que piensan p o r fuera del grupo. Los periódicos populares, que se identifican con “la g en te”, publican encuestas y cuestionarios so bre distintos temas con las respuestas de los lectores, y así convierten el recuento de individuos en u n sustituto de la opinión. Detrás de todo esto se apela a u n p rincipio radical que siem pre ha sido central para la clase trabajadora. D etrás de la frase “Yo no soy m ejor que tú ” se oye el eco de la afirm ación de u n a in d ep en d encia de espíritu que se sustenta en esa igualdad de base, que no tolera las falsas expresiones de superioridad y que en cu en tra apoyo en la sospecha de que, pese a “toda esa cháchara sobre la dem ocracia”, “la gente co m ú n ” no le im porta a nadie, “no tiene p esó”. Sin em bargo, ‘Yo no soy m ejor que tú ” puede pasar de transm itir la idea de respeto p o r u n o m ism o a q u erer decir, en u n registro más brusco, “T ú n o eres m ejor que yo”, el grito de guerra del ignorante que 110 tolera el m e n o r desafío ni los ejem plos incóm odos. La frase puede expresar la p etulante negación a aceptar cualquier tipo de diferencia, tanto intelectual com o de carácter. U na de sus form as se ilus tra en los nuevos concursos de algunas publicaciones populares, en los que el proceso para llegar a la respuesta correcta sólo p u ede ser fruto del azar.80 T oda posibilidad de usar la cabeza o esforzarse queda descartada. De hecho, en form atos más elaborados, todos los participantes obtienen u n prem io. Todo el m u ndo gana. Los aranceles que pagan los “com peti dores” para registrarse en el concurso alcanzan p ara cubrir los costos del prem io que reciben, y así nadie se siente inferior. Cualquier cosa está bien si la gente así lo cree. El “hom bre de a p ie” se siente grande p o rq u e todo se reduce a su m edida. Sus reacciones, los límites de su m irada, son los límites a secas. Así, cuando un escritor no llega al público en u n a prim era lectura, la culpa es suya, n u nca del lec tor. El concepto de literatura como com unicación directa es el que p re dom ina; no hay nexos interm edios. El escritor no recrea su experiencia con palabras en las que el lecto r deba buscar u n a interpretación acorde a la com plejidad de dicha experiencia en lugar de relacionarse de ma nera directa con el autor. P o r lo tanto, la literatura com pleja (es decir, la literatura que exige u n esfuerzo, u n a búsqueda) queda anulada; la b u en a escritura no pu ed e ser po p u lar en la sociedad contem poránea, y la literatura popular n o p u ed e dar g enuina cuenta de la experiencia.
80 Lo mismo puede observarse en algunos programas de preguntas y respuestas de la radio.
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“Son ustedes, los ciudadanos com unes y corrientes, y no los m iem bros d e l gabinete de m inistros quienes deciden los destinos del país”. Algo d e cierto hay en ello, pero la exageración perm anente lo transform a en u n a m entira. En las historietas, los relatos de las revistas, las colum nas de chismes, el héroe es el hom bre de a pie: “Sim plem ente Jo e”, com o dice el título de u na canción. Jo e es el h om bre que no es valiente ni bello ni talentoso pero que sin em bargo es muy querido, no a pesar de esas características sino precisam ente p o r ellas. “Te q u iero”, dice la chica en la última estrofa, y le revela a u n joven totalm ente abrum ado que tenía consigo la respuesta a la p regunta del millón sin saberlo, “porque eres com ún y c o rrien te”. En clos revistas fem eninas leídas una detrás de la o tra encontré tres relatos con una vuelta de tuerca inesperada al estilo de O . H enry en los que, en el últim o párrafo, se ofrecía la feliz revelación d e que el protagonista; lejos de ser “inteligente” o “pensante”, al fin y al cabo era u na perso n a com ún con u n a vida norm al. Los dom ingos, es pecialm ente, periodistas con seudónim os convenientem ente populares publican colum nas en las que se m uestran francam ente orgullosos de hablar en no m b re del sentido com ún del hom bre com ún, que es prefe rible a las sutilezas de los intelectuales, que “tienen conceptos”. Estamos inculcando u n sentido no de dignidad de la persona sino de u n a nueva aristocracia: el régim en m onstruoso de lo más elem ental. Parte del éxito de las radionovelas entre las mujeres de clase trabajadora y también de otras clases se debe a la atención consum ada que dedican a esta actitud, a la rem arcada y constante presentación de lo perfectam ente com ún y corriente. En las tiras cómicas podem os ver al hom bre com ún preocupado duran te días p o r la suerte de su hija en el concurso culinario de la escuela. A quí el criterio de base es el opuesto exacto de la máxima d e Keats: “decora cada pliegue con o ro ”. Para tener éxito, para no asustar o confundir o alejar al público, los historietistas deben hacer el ejercicio diario de estirar lo que no tiene im portancia, lo insignificante. En las viñetas, el hom bre com ún ya no le baja los hum os al jefe señalando algo tontb o rascándose u n a oreja y luego haciendo en silencio el trabajo que tanto esfuerzo les ha costado a hom bres más im portantes; eso puede ser arte cómico y, p o r tanto, serio. A hora se ríe del jefe por motivos tontos, o afirm a que él es m ejor sim plem ente porque es u n “tipo com ún”. Y sus logros son siem pre pequeñeces; pero a la larga siem pre resulta vencedor, pues los valores del h om bre com ún siem pre triunfan “en este com plicado munclo en que nos toca vivir”. El igualitarismo dem ocrático, m en u d a paradoja, requiere la continuidad de la división entre “ellos” y “nosotros” en algunas de sus peores versiones.
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Cada vez más, los sem anarios invitan a los lectores a enviar sus propios escritos para publicarlos. Es más barato y, sin duda, el público los disfru ta. Las historias tienen que ser divertidas o peculiares: “Lo conquistó con sus pastelitos”; pero siem pre tienen que ser anécdotas que “podrían ha berle ocurrido a cualquiera”. A lim entan el sentim iento de cam aradería, la idea de que somos todos hom bres com unes y corrientes pero, aun así, “sabemos vivir la vida”. Tal com o se suele señalar, cuando en la prensa popular se describe a alguien im portante, se evita m arcar las diferencias entre ese personaje y la “gente co m ú n ”. El im pulso en el que se basa esa actitud es bueno. Los lectores quieren ver que, para quienes están a cargó de organizarles la vida, “el factor h u m a n o ” es im portante. La actitud es tal vez más saluda ble que la de m an ten er a las figuras públicas com o seres distantes de ori gen divino. Como suele ocurrir, el p roblem a aquí es de grado, de cómo una actitud que p u ed e ser valiosa cuando está en relación con otras que la m atizan se transform a en u n a debilidad cuando se la aísla y refuerza. En los Estados U nidos, de acuerdo con un ex rector de Harvard, las úni cas diferencias innatas reconocidas son las habilidades deportivas. En Inglaterra aún no se ha llegado tan lejos, au n q u e ya se da por supuesto que la capacidad intelectual no vale dem asiado. T oda m uchacha rica es, en el fondo, u n a pob re m uchachita cuyo único anhelo es form ar una familia com o cualquiera de nosotros. Todo m agnate, general o político de nuestro partido no es sino un señor de su casa, con su pipa, su sillón frente al fuego y su en trad a para el partido de fútbol, donde “se ju n ta con todos nosotros”. Para decirlo en palabras de Dewey: Adm iram os a los hom bres más exitosos n o p o r la energía impla cable y egoísta con. la que se m ueven sino p o rq u e les encantan las flores, los niños y los perros, o p o rq u e son amables con los mayores.81 Para quienes o cupan puestos im portantes en la sociedad pero son fi guras anónim as, ni siquiera es necesario buscar motivos de admiración poco im portantes. Todos los funcionarios son unos haraganes retrógra dos que se pasan el día tom ando té. Me vienen a la m ente los versos de Auden com o contrapeso, sobre aquellos que se ocupan de
81 Dewey, InAividiialism, Oíd and Ñau, L ondres, G. A lien and Unwin Ltd., 1931, p. 17.
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está subordinado. Ese igualitarism o constituye la base para las activida des de los com unicado res realm ente populares. Es cierto que existe u na fuerte presión, ejercida especialm ente p o r los redactores publicitarios, para vender en todas las clases las ram ificaciones del individualismo que m an tien en vivo el negocio de la publicidad, con el acento puesto sobre todo en la “superación p ersonal”, la necesidad de “seguir avanzando” y en la im portancia de “estar bien d esp ierto ”. No obstante, no hay dem a siada evidencia de que ese tipo de presiones encuentre eco en la clase trabajadora. A veces, a los redactores se les m ezclan los papeles y acaban produciendo textos destinados al grueso de la clase trabajadora (y no a la m inoría afectada p o r esas ideas) que apelan a supuestos más carac terísticos de otras clases. Pero, en térm inos generales, los mensajes son extrem adam ente precisos. Sus autores ya han tenido práctica suficiente y fueron adq u irien d o seguridad con los años. Señalar este fenó m en o hoy en día n o im plica descubrir, com o si fuera algo nuevo en la naturaleza h um ana, que a todos nos gusta sentir alguna vez (y a m uchos de nosotros, todo el tiem po) que giramos en la misma dirección en que gira el m undo, que nuestras acciones se apoyan en el consenso general.79 T am poco im plica olvidar la respetable tradición del concepto de igualdad en E uropa O ccidental. Pero ese deseo com ún, reforzado p o r u n igualitarism o desbocado, h a sido bastardeado con el fin de conm over y p ersuadir en las revistas y los periódicos destinados a atraer a la clase trabajadora alfabetizada d u ran te los últimos sesenta o setenta años. De allí surge la consabida p atrañ a del “h om bre com ún”, que presenta formas cada vez más elaboradas: u n a adulación grotesca y peligrosa en la que se ensalza al h o m b re en su versión más com ún y más corriente. “Confía en la g e n te ”: todos somos iguales; todos tenem os voto. “Nadie es m ejor que n ad ie”; “La voz del pu eb lo es la voz de Dios” (para utilizar un dicho de otras épocas). Así, de acuerdo con los publicistas, las acti tudes de u n a p erso n a son tan buenas com o las de cualquier otra, pero
79 D ibdin, p o r ejem plo, cu an d o se refiere a la p ren sa d e su época (fines del siglo X VIII), h ab la de “u n a especie de caballeros niveladores’ (el destacado m e p e rte n e c e ) y tam bién de los precursores de n u estro sensacionalism o artificial, q u e esci'iben “rim b o m b an tes descripciones de nim iedades que o cu p an tocio u n p árra fo ”. En realidad, la p ren sa p o p u lar ha sido siem pre fiel a sí m ism a a lo largo de los siglos; lo q u e cam bia es el ritm o. A gradezco esta referen cia a R. N ettel, q u e m e p erm itió el acceso a un m anuscrito in éd ito de M usical Tour, de C harles D ib d in (p u b licad o p o r Gales, del Shéfjiélcl Regisíer,'' en 1788).
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quienes com parten la opinión de la m ayoría son m ejores que los pocos individuos que piensan p o r fuera del grupo. Los periódicos populares, que se identifican con “la g en te”, publican encuestas y cuestionarios so bre distintos temas con las respuestas de los lectores, y así convierten el recuento de individuos en un sustituto de la opinión. Detrás de todo esto se apela a u n principio radical que siem pre ha sido central p a ra la clase trabajadora. D etrás de la frase “Yo no soy m ejor que tú ” se oye el eco de la afirm ación de u n a in d ep en d en cia de espíritu que se sustenta en esa igualdad de base, que n o tolera las falsas expresiones de superioridad y que en cu en tra apoyo en la sospecha de que, pese a “toda esa cháchara sobre la dem ocracia”, “la gente co m ún” no le im porta a nadie, “n o tiene peso”. Sin em bargo, ‘Yo n o soy m ejor que tú ” puede pasar de transm itir la idea de respeto p o r u n o m ismo a q u erer decir, en u n registro más brusco, “Tú no eres m ejor que yo”, el grito de guerra del ignorante que no tolera el m en o r desafío ni los ejem plos incóm odos. La frase pued e expresar la p etulante negación a aceptar cualquier tipo de diferencia, tanto intelectual com o de carácter. U na de sus formas se ilus tra en los nuevos concursos de algunas publicaciones populares, en los que el proceso para llegar a la respuesta correcta sólo puede ser fruto del azar.80 T oda posibilidad de usar la cabeza o esforzarse queda descartada. De hecho, en form atos más elaborados, todos los participantes obtienen un prem io. T odo el m undo gana. Los aranceles que pagan los “com peti dores” para registrarse en el concurso alcanzan para cubrir los costos del prem io que reciben, y así nadie se siente inferior. Cualquier cosa está bien si la g ente así lo cree. El “hom bre de a p ie” se siente g rande porq u e todo se red u ce a su m edida. Sus reacciones, los límites de su m irada, son los límites a secas. Así, cuando u n escritor no llega al público en u n a p rim era lectura, la culpa es suya, n u nca del lec tor. El concepto de literatura com o com unicación directa es el que p re dom ina; no hay nexos interm edios. El escritor no recrea su experiencia con palabras en las que el lector d eb a buscar u n a interpretación acorde a la com plejidad de d ith a experiencia en lugar de relacionarse de ma nera directa con el autor. P or lo tanto, la literatu ra com pleja (es decir, la literatura que exige u n esfuerzo, u n a búsqueda) queda anulada; la buena escritura no puede ser p o p u lar en la sociedad contem poránea, y la literatu ra po p u lar no puede d ar g en u in a cuenta de la experiencia.
80 Lo mismo puede observarse en algunos programas de preguntas y respuestas de la radio.
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“Son ustedes, los ciudadanos com unes y corrientes, y no los m iem bros d e l gabinete de ministros quienes deciden los destinos del país”. Algo d e cierto hay en ello, pero la exageración perm anente lo transform a en u n a m entira. En las historietas, los relatos de las revistas, las colum nas de chismes, el héroe es el hom bre de a pie: “Sim plem ente Jo e ”, como dice el título de una canción. Jo e es el hom bre que no es valiente ni bello n i talentoso pero que sin em bargo es muy querido, n o a pesar de esas características sino precisam ente p o r ellas. “Te quiero”, dice la chica en la última estrofa, y le revela a u n joven totalm ente abrum ado que tenía consigo la respuesta a la p reg u n ta del m illón sin saberlo, “porque eres com ún y co rrien te”. En dos revistas fem eninas leídas u na detrás de la otra encontré tres relatos con una vuelta de tuerca inesperada al estilo de O . H enry en los que, en el últim o párrafo, se ofrecía la feliz revelación d e que el pi'oiagonista, lejos de ser “inteligente” o “p en san te”, al fin y al cabo era u na perso n a com ún con u na vida normal. Los dom ingos, es pecialm ente, periodistas con seudónim os convenientem ente populares publican colum nas en las que se m uestran francam ente orgullosos de h ablar en nom bre del sentido com ún del hom bre com ún, que es prefe rible a las sutilezas de los intelectuales, que “tienen conceptos”. Estamos inculcando un sentjido no de dignidad de la persona sino de u na nueva aristocracia: el régim en m onstruoso de lo más elem ental. Parte del éxito de las radionovelas entre las mujeres de clase trabajadora y tam bién de otras clases se debe a la atención consum ada que dedican a esta actitud, a la rem arcada y constante presentación de lo perfectam ente com ún y corriente. En las tiras cómicas podemos ver al hom bre com ún preocupado durante días p o r la suerte de su hija en el concurso culinario de la escuela. Aquí el criterio de base es el opuesto exacto de la máxima ele Keats: “decora cada pliegue con oro”. Para tener éxito, para no asustar o confundir o alejar al público, los historietistas deben hacer el ejercicio diario de estirar lo que no tiene im portancia, lo insignificante. En las viñetas, el h om bre com ún ya no le baja los hum os al jefe señalando algo tonto o rascándose u n a oreja y luego haciendo en silencio el trabajo que tanto esfuerzo les h a costado a hom bres más im portantes; eso p u e d e ser arte cómico y, p o r tanto, serio. A hora se ríe del jefe por motivos tontos, o afirm a que él es m ejor sim plem ente porque es u n “tipo co m ú n ”. Y sus logros son siem pre pequeñeces; p ero a la larga siem pre resulta vencedor, pues los valores del hom bre com ún siem pre triunfan “en este com plicado m u n d o en que nos toca vivir”. El igualitarismo dem ocrático, m en u d a paradoja, requiere la continuidad de la división entre “ellos” y “nosotros” en algunas de sus peores versiones.
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C ada vez más, los sem anarios invitan a los lectores a enviar sus propios escritos para publicarlos. Es más barato y, sin duda, el público los disfru ta. Las historias tienen que ser divertidas o peculiares: “Lo conquistó con sus pastelitos”; pero siem pre tienen que ser anécdotas que “podrían ha berle ocurrido a cualquiera”. A lim entan el sentim iento de cam aradería, la id ea de que somos todos hom bres com unes y corrientes pero, aun así, “sabemos vivir la vida”. Tal com o se suele señalar, cuando en la prensa p o p ular se. describe a alguien im portante, se evita m arcar las diferencias entre ese personaje y la “gente co m ú n ”. El impulso en el que se basa esa actitud es bueno. Los lectores quieren ver que, para quienes están a cargo de organizarlés la vida, “el factor h u m an o ” es im portante. La actitud es tal vez más saluda ble que la de m an ten er a las figuras públicas com o seres distantes de ori gen divino. Como suele ocurrir, el p roblem a aquí es de grado, de cómo u na actitud que puede ser valiosa cuando está en relación con otras que la m atizan se transform a en u na debilidad cuando se la aísla y refuerza. En los Estados Unidos, de acuerdo con u n ex rector de Harvard, las úni cas- diferencias innatas reconocidas son las habilidades deportivas. En Inglaterra aún no se ha llegado tan lejos, aunque ya se da p o r supuesto que la capacidad intelectual no vale demasiado. T oda m uchacha rica es, en el fondo, una pobre m uchachita cuyo único anhelo es form ar una fam ilia com o cualquiera de nosotros. T odo m agnate, general o político de nuestro partido no es sino un señor de su casa, con su pipa, su sillón fren te al fuego y su entrada para el partido de fútbol, donde “se ju n ta con todos nosotros”. Para decirlo en palabras de Dewey: A dm iram os a los hom bres más exitosos no p o r la energía impla cable y egoísta con la que se m ueven sino p o rque les encantan las flores, los niños y los perros, o porq u e son amables con los m ayores.81 Para quienes ocupan puestos im portantes en la sociedad pero son fi guras anónim as, ni siquiera es necesario buscar motivos de admiración poco im portantes. Todos los funcionarios son unos haraganes retrógra dos que se pasan el día tom ando té. Me vienen a la m ente los versos de A uden com o contrapeso, sobre aquellos que se ocupan de
81 Dewey, / ndividvalism, Oíd and New, L ondres, G. Alien and Unwin Ltd p .1 7 .
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[...] problem as q ue n in g u n a sonrisa / pu ede disolver. [...] / [Inadvertidos para] los débiles, / los distraídos, que buscan / a alguien a quien echarle la culpa. [... ]82 El “odio a los intelectuales”, u n odio movido p o r el m iedo a la crítica implícita, no es u n a actitud com ún en la clase trabajadora. Sin em bargo, la glorificación del “ho m b re co m ú n ” constituye u n terren o fértil para la caza de brujas intelectuales, virus que la p rensa po p u lar preten d e inocu lar en sus lectores. M ientras escribo esta sección, ojeo u n ejem plar de un diario y en cu en tro u n a colum na de opinión en la que se hace referencia a u n en cu en tro casual con unos “m uchachos barbudos con veleidades de artistas”. T engo la im presión de que este tipo de ataques 110 ha tenido m ucho éxito hasta el m om ento. En térm inos generales, la clase trabaja dora no está interesada en los artistas o los intelectuales; saben que exis ten p ero los ven com o rarezas cuyos cam inos muy pocas veces se cruzan con los suyos, com o los de los franceses, que com en caracoles. Mientras tanto, algunos periodistas, a quienes les desagrada todo lo que sea inte lectual o serio, siguen utilizando sus colum nas p ara disparar su antipatía o su m iedo. La publicación del inform e anual del Consejo Británico es la excusa perfecta p a ra u n a diatriba contra el gasto del dinero público en los ejercicios intelectuales de unos flojos. U n caso de hom osexualidad puede usarse com o plataform a de lanzam iento de u n ataque contra la degradación m oral del m u n d o bohem io. El arte m o derno sólo aparece m encionado cuando alguien h a dado motivos para lanzar diatribas en contra de los raros. El Consejo de las Artes es un “negocio” de u n pu ñado de “m ariquitas” que desprecian las diversiones del inglés com ún; y la BBC no es m u ch o m ejor. U n docente de extensión universitaria es un “tipo b ien in ten cio n ad o ” p e ro aburrido, y sus alum nos son unos m u chachos y chicas pecosos “que no tienen sangre en las venas”. Cualquier persona que in ten te sugerir que se perm ite d u d ar de las formas de diver sión co ntem poráneas o los supuestos del entretenim iento de masas es un aguafiestas y un cascarrabias. De ah í el tono agresivo que adoptan m uchos columnistas y autores de artículos de opinión en defensa clel hom bre com ún y del entretenim ien to sin pretensiones intelectuales, el esnobism o al revés de los críticos de cine que dicen ser “hom bres de la calle, com unes y corrientes”, que sólo p re te n d e n divertirse y les d ejan a otros los análisis intelectuales, o el
82 W. H. A u d en , “T h e M anagers”, Nones, L ondres, Fáber, 1952.
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esnobism o p o p u lar de quienes contestan preguntas del público en los m uchos program as radiales de consultas con expertos. En estos progra mas, el deseo dem ocrático de o b ten er inform ación general y fragm en taria se une a u n cierto respeto reverencial no exento de recelo frente a quienes tienen el saber. Ese resentim iento inspira cierta satisfacción en las peleas en tre especialistas; en esos m om entos, los program as em anan lo que G ilbert H arding ha definido com o “los olores elem entales de la plaza de toros y el foso del oso”.83 En mi opinión, es posible d etectar este proceso de nivelación hacia abíyo incluso en tre los mismos colum nistas de la p rensa popular. Hasta hace algunos años, p o r más que afectaran el estilo del hom bre cam pe chano, los colum nistas solían ser hom bres de m iras más amplias que las de sus lectores. U ltim am ente, sin em bargo, han surgido algunos cuyos te mas (y, con frecuencia, tam bién el estilo) reflejan sólo lo insignificante. En com paración con ellos, “C assandra”, del Daily Mirror, es un personaje lleno de vida, cultura e inteligencia; su escritura refleja la idea de que, si bien no todos podem os ser rápidos de m en te ni te n er la energía ne cesaria p ara dedicarnos a los distintos cam pos del conocim iento (y, por supuesto, no p o r eso somos peores personas), estas son características que valen la p en a y sobre las que p u ed en decirse cosas m uy interesantes. Algunos de los nuevos periodistas ad h ieren al postulado categórico de que el nivel más bajo de respuesta e interés es la actitud de rigor. Son hom bres que hablan de “las opiniones de los autores consagrados” y de “los clásicos” com o si fueran de otro m u n d o , los encargados de pro p o r cionar el elem ento ordinario a m illones de lecturas de distintos periódi cos. Son los amigos del “ho m b re co m ú n ”, los anim adores de “la mayoría com pacta”, los que en m iendan los defectos de los argum entos y liman las asperezas del pensam iento m ediante la evasión y la ridiculización. Burlándose de todo tipo de autoridad allí d o n d e la encuentren, apelan a la sensación de inferioridad y el desasosiego soterrados de los lectores. Sí bien no es fácil d ar ejem plos conocidos, siem pre se pued e m encionar a algún director o directora de escuela de W arrington, Derby o Yeovil, cuya decisión acerca del uniform e escolar o cuyas declaraciones sobre “las nuevas generaciones” p u ed en ser objeto de crítica en todo el país, en nom bre de los padres libres y biem pensantes de la nación.
83 G ilbert H ard in g, A longM y Line.
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Como buenos ejem plares de la radio H om e Service que somos, tenem os que estar bien entre nosotros. Porque ese es el sello distintivo de n uestro program a, la calidez de la gente com ún. No es para nosotros el brillo p erm anente, ni los espíritus ele vados de Light Program m e; no son para nosotros los valores estéticos y los puntillosos acentos de T h ird Program m e. Entre las estridentes voces populares y las ceceantes lenguas de los intelectuales hay u n terreno p ara quienes están en el m edio; y ustedes y yo, con nuestro lenguaje llano, somos los indicados para ocu p ar ese espacio. Podem os estar muy bien ju n to s allí. Podem os charlar sobre el pastel de arándanos, que para m í es el m ejor pastel del m undo, sea cual sea el nom bre de la fruta en los distintos lugares.84 La cita previa ilustra la escritura de clase m edia, pero es dem asiado ju gosa para no incluirla. N aturalm ente, el tono es distinto del de quienes escriben para la clase trabajadora. Detrás de este pasaje, com o de los que van dirigidos a la clase trabajadora, hay que ver u n a alusión - e n el lla m am iento a todos los hom bres equilibrados y biem pensantes- a un ideal valioso y todavía vigente: el del hom bre íntegro que puede ser serio sin ser solem ne y divertido sin ser grosero, que respeta las tradiciones de su hogar y de su país y que se afirm a en la honestidad y el sentido com ún. Pero en m uchos casos, ese ideal se h a devaluado, se h a convertido en u na especie de trato condescendiente, a veces despreciativo, del lector y u na invocación “p ara que los tontos form en un círculo”.85 U na y otra vez, los escritores populares deb en aclararles a sus lectores (y a sí mismos) que son “absolutam ente honestos”. Insisten en que “no se pu ed e en g añ ar a la gente co m ú n ” y en q ue “hay que creer en la ca pacidad de u n o com o escritor”. M ientras afirm an esto, se refieren con frecuencia a la “infidelidad del público” y adm iten que “la m ultitud sigue al rebaño”. Todas las características que, p ara bien o para mal (en el pasaje que transcribí arriba, Dewey m enciona sólo lo negativo), hacen del hom bre extraordinario u n ser fuera de lo com ún deb en p o r fuerza reducirse a un conjunto m anejable de rarezas. Todos los profesores son distraídos
84 J. B. Priesdey en un pro g ram a de H om e Service, ju n io de 1951, reproducido en The Lislener. 85 W. S hakespeare, Como gustéis, II, v. 60.
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o incom petentes; todos los científicos son locos y usan anteojos; hay que convertirlos en seres mitológicos para que p u ed an form ar parte del m un do tal com o se lo conoce. De hecho, la rareza o la idiosincrasia es una de las pocas formas aceptadas de la individualidad o la excepción. El hom bre que com parte n uestra visión del m undo p ero tiene ciertas manías reem plaza a aquel que tiene u n carácter verdaderam ente excepcional. Así, si bien los columnistas de la prensa p opular escriben en nom bre de los lectores, tam bién les hacen saber que ellos son tipos quisquillosos o, al m enos, peculiares; p o r eso m uchos de ellos se explayan innecesaria m ente sobre sus características personales. Para m uchos de los miembros de la clase trabajadora, y tam bién para otras personas, el típico m iem bro extrovertido del equipo en un p rogram a radial de preguntas y respues tas representa tanto al “tipo m acan u d o ” del estilo más antiguo como a la nueva figura alegórica, el “héro e idiosincrásico”.81’ Esta actitud se ve reforzada p o r la adm iración excesiva p o r la “lib ertad” en u na sociedad que es cada vez m enos libre. Retribuim os generosam ente al hom bre que expresa nuestra sensación de inferioridad y desencanto con violentas diatribras im presas contra lo que odiamos. C uanto más idiosincrásicas son sus opiniones (sin que haya cuestionam iento alguno a los valores en los que se sostienen), más seguros podrem os estar de que el hom bre (y, en form a vicaria, tam bién nosotros) tiene la libertad de “decir lo que pensam os”. E videntem ente, aquí “no se trata ele lo que uno haga, sino de cómo lo haga”; no se trata de lo que uno diga, sino de cómo lo diga. Qué inadecuada p ara u n a dem ocracia política es la actitud del aves truz. Subestim a a los enem igos e induce una cierta ceguera frente a algu nas de las peligrosas realidades de la lucha p o r el poder. En algunos paí ses, donde se dan otros factores que contribuyen a la em ergencia de la figura del líder, esa reducción de lo extraordinario ayuda a consolidarla. El hom bre de p o d er desarrolla sus planes en territorios que el hom bre común no puede ni im aginar; m ientras tanto, él hom bre com ún mira las típicas postales en las que el h om bre de p o d er le sonríe a u na anciana
86 C om o figura alegórica, este personaje parece re p re se n ta r dos papeles principales fren te a su publico: a) El “tipo m a c an u d o ” en versión m oderna, es decir, el h éroe idiosincrásico, extrovertido y m ordaz; b) el “tipo honesto” que co m p arte los valores de su público, que detesta las patrañas y la afectación de la oficialidad, de instintos generosos y b u en corazón. La in teresan te au tobiografía de G ilbert m uestra o tro aspecto de este perfil. Allí el au to r se refiere a lo que d en o m in a “la superficialidad y la farsa de esa vida” y su falta de sentido, a la m em oria a corto plazo del público y a la fama inflada artificialm ente de los personajes de la radio.
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cam pesina o acuna al bebé rollizo de u n trabajador m etalúrgico o se ríe en u n espectáculo de variedades de tipo popular. P or otro lado, esa actitud alim enta el desinterés p o r todas aquellas características valiosas que h a n se ra d o p ara alcanzar u na posición social ventajosa. Se m enosprecia el valor de la capacidad intelectual, el coraje de tom ar decisiones im populares sin sentim entalism os, la autodisciplina. La palabra “disciplina”, p o r ejem plo, casi no se utiliza en la p rensa popu lar, salvo en sentido peyorativo, cuando se asocia con “decirle a la gente lo que tiene que h acer”, las Fuerzas Armadas, o “tom ar el p e lo ”, caso en el cual se la rechaza de plano. Es de su p o n er que quienes se h a n prepa rado para te n e r estas características n o sienten la falta de adm iración del público, algo q ue n o es para lam entar. Lo que sí es para lam entar es el efecto autocom placiente que tiene esta actitud en quienes la encarnan. Estos son los cóm odos peligros de la falta de razonam iento, en especial en u n a dem ocracia. Como en m uchos otros aspectos, la clase trabajadora parece te n e r actitudes diferentes en la vida pública y en el ám bito priva do. En el trabajo, e n el m u n d o conocido, todavía se reconoce el valor de los rasgos de personalidad adm irables de “u n b uen je fe ”; y norm alm ente p o r “buen je f e ” n o se en tien d e u n o que sea indulgente sino u n o que “tie ne la cabeza en su sitio” y que “cuando dice sí, es sí y cuando dice no, es n o ”. En el ám bito local, todavía se aprecia y adm ira a los “tipos buenos”, a los espíritus independientes, confiables o devotos. Fuera de allí, nos espera u n m ar turbio e indiferenciado en el que los rasgos fundam en tales, los pozos peligrosos y las boyas h an sido borrados. Todo lo que se necesita p ara salir a flote, se dice, es “te n e r b uen corazón”, u n sentido del h u m o r que nos im pida convertirnos en aguafiestas y nos provoque risa frente a cada cosa que se salga de lo habitual, y el sentido de “hasta d ó n d e llegar”, fundam ental p a ra cualquier persona decente y razonable. Hay u n a canción de los niños exploradores que, si bien es p ro p ia de ellos, com parte el tono de los colum nistas de la prensa popular: M irará siem pre adelante, sin m iedo a los obstáculos, vino, m ujeres e intelectuales, no se d e te n d rá y seguirá hasta el final; siem pre con u n a sonrisa [ ...] .87
87 C itado en Stovin, Tolem: Ihe Exploüalion ofYoulh, p. 139.
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El segundo verso es realm ente magnífico; fortaleza frente a la adversidad y la alegría siem pre a m ano p ara vencer a la G orgona artística. Por todos estos medios, el hecho de p o d er “disfrutar de coincidir con la opinión general”, de sentirse p arte del rebaño, es la excusa para una abso luta falta de sensibilidad; u n a insensibilidad que se nutre de su propio or gullo, la hybris del “tipo com ún”. Más aún, los m iem bros de la clase traba ja d o ra p u ed en sentirse más tentados a ad o p tar estas actitudes porque, si bien tradicionalm ente se h an sentido cóm odos con la convergencia con el grupo y están dispuestos a aceptar la visión com partida, hay m ucho de la vida pública que n o en tienden. C uando u n o participa de u n a actividad de masas, p o r más m ecánica que esta sea, hay algo reconfortante en la sensación de que uno está con los demás. H e escuchado a m uchas p er sonas decir que el motivo p o r el que siguen u n d eterm inado program a popular de radio no es que este sea e n treten id o sino que así tienen “algo de que h ab lar” con los com pañeros de trabajo. Los publicistas tocan esta fibra cuando p reg u n tan cosas como: “C uando todos estén hablando del gran partid o que darem os p o r televisión, ¿usted piensa quedarse calla do?”. No se trata sólo de “hacer lo que h acen los Jo n es”; se trata tam bién de form ar parte de u n grupo. E scuchar las voces de miles de trabajadores que cantan “If you were the only girl in th e w orld” p o r la radio pued e hacer que los radioescuchas solitarios se sientan arropados p o r la idea de que todas las radios de la calle están em itiendo lo mismo, y eso crea u n a suerte de com unión. La oscuridad de u n cine puede pro p o rcio n ar un a sensación de calidez y bienestar si se piensa que la segunda persona a la que se p reten d e engatusar, a la que se invita a reír, a la que se hala ga no es u n individuo sino u n a segunda p erso n a com puesta de m uchos hom bres y m ujeres com unes y corrientes: pececitos que n ad an en u na piscina climatizada. Lo mism o p u e d e decirse de quienes noche tras no che se sientan a m irar televisión sin la m en o r exigencia respecto de los contenidos. Todo es aceptable porque, tanto com o el valor intrínseco de u n program a, im porta el hech o de que u n o form a parte de un grupo mayor que ve el m u n d o (un m u n d o de acontecim ientos y personajes) desplegarse delante de sus ojos. E n mi opinión, estas tendencias p u ed en contribuir a crear u n grupo cultural casi tan grande com o la sum a de todos los dem ás grupos. Pero sería u n grupo sólo en el sentido de que sus m iem bros com parten la pasividad. Para la m ayoría de sus integrantes, el trabajo es u n a zona gris y aburrid a y no hay lugar para la am bición. Pero, cuando llé g a la n oche, m uertos de los ojos para abajo, se conectan a la Diosa Madre. P u ed en pasarse el día g u sta n d o tuercas de televisores, p ero a la noche se sientan frente a u n o de ellos. Los ojos registran p ero
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no em iten estímulos liém osos que conecten con el corazón y el cerebro; sólo conectan con u n a sensación de placer com partido, de placer por com partir un objeto que los u n e y no p o r el objeto en sí.
EL VIV IR EN EL PRESENTE Y EL “ PROGRESO”
C uando el gusto p o r las gratificaciones m ateriales en uno de estos pueblos se extiende más rápido que la educación y la experiencia de las instituciones libres, llega un m om ento en que los hom bres se dejan llevar y pierden todo autocontrol ante las nuevas posesiones que están a p unto de obtener. d e t o c q u e v i l l e , La democracia en América, libro II, segunda parte, capítulo 14 Las naciones aristocráticas son p o r naturaleza proclives a res tringir el espacio de lo perfectible en el hom bre; las naciones dem ocráticas tienden a expandirlo más allá de lo abarcable. d e t o c q u e v i l l e , La democracia en América, libro II, p rim era parte, capítulo 8
No es difícil advertir que la sensación de la necesidad de vivir en el pre sente y po r el presente, el co n ced er u n enorm e valor a la necesidad de “pasarlo bien”, p u ed e estar al servicio de las gratificaciones más amplias a las que se apela con tanta frecuencia hoy en día. Mi opinión en este p unto es que la m ayoría de las personas están sometidas a un. bom bardeo constante y cada vez más intenso de invitaciones a aceptar que lo que sucede conviene siem pre y cuando goce de aceptación masiva y pueda calificarse de entreten id o . Esto está relacionado con la idea más antigua de que “hay que divertirse m ientras se p u ed a ”. A ello se agrega u n tercer elem ento: el del “progreso”. El “progreso” alienta a vivir en el presente y ren eg ar del pasado, pero el p resente se disfruta sólo p orque es el pre sente y sólo m ientras sea el presente, lo último, y no el pasado, que ya ha quedado atrás; así, con la llegada de cada nuevo “p re se n te ” se des cartan los presentes anteriores. El “p ro g re so ” sostiene u n a perspectiva infinita de “tiem pos cada vez m ejores”: televisión en color, televisión con olores y sabores, televisión táctil. N orm alm ente em pieza con el
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“pro g reso ” m aterial p ero no se detiene allí: inexorablem ente va más allá de los objetos, haciendo uso de unas analogías bastante dudosas. H e puntualizado ya que, al igual que el concepto de libertad ilimita da, la noción de progreso ilim itado sobrevive gracias a los publicistas populares,88 sin que se haya visto afectada p or los acontecim ientos de los últimos cincuenta años; en este sentido, los publicistas no tienen nada de modernos, sino que com parten el clima de la Exposición Universal ele 1851. Ser progresista, “un adelan tad o ”, “m oderno como el m añana”, sigue siendo u n objetivo deseable en sí mismo. La últim a frase, citada de u n a publicidad estadounidense, nos recuerda que la aceptación del “progreso”, como de m uchas otras nociones analizadas aquí, tiene tanto que ver con el cine estadounidense com o con los publicistas británicos. Según creo, la característica más notoria de la actitud de la clase traba ja d o ra respecto de los Estados U nidos no es la sospecha, aunque suele estar presente, ni el recelo que provoca el tono “autoritario”, sino una gran disposición a aceptar lo que venga de allí. Esto surge de la creencia de que, en m ateria de m o dernidad, los estadounidenses tienen “un par de cosas que enseñarnos”. En la m edida en que la m odernidad se consi dera im portante, Estados U nidos es el n úm ero uno; y, de hecho, se hace que la m o d ern id ad parezca im portante. Esta tram a de ideas particular se ve reforzada, en especial en el caso de la clase trabajadora, p o r la ausencia básica de u n a conciencia del pasado. La escuela n o h a dejado en los m iem bros de esta clase un panoram a his tórico ni el concepto de tradición y continuidad.89 Esto es m enos cierto en las generaciones más jóvenes, pues m ucho se ha hecho en los últimos veinte años p ara m ejorar ese cam po de la enseñanza. No quiero criticar los esfuerzos de los docentes, que disponen de poco tiem po, y a muchos de los niños (con el bagaje qué he descrito y las limitadas aptitudes in telectuales con las que cuentan) las lecciones suelen “entrarles por un oído y salirles p o r el o tro ”. E n consecuencia, m uchas personas, si bien poseen u n a cantidad considerable de inform ación inconexa, carecen de la n oción de proceso histórico o ideológico. Casi n u nca se rem ontan
88 Sobrevive y d eslum bra en m uchos niveles, y con frecuencia se m uestra com o adm iración del p o d e r y parece fortalecerse con las inseguridades de los escritores. Eso se hace evidente en el tono de las biografías de m uchos m agnates co n tem p o rán eo s, p o r ejem plo, Lord N orthcliffe. 89 Sin em bargo, m uchas veces el en fo q u e revela un gusto del progreso p o r el progreso m ism o; p o r ejem plo, en tem as de ciencias sociales tales com o “El tran sp o rte a través d e los años” y otros similares: “Cada día, y en todos los asp ecto s...”.
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a u n pasado más rem oto que el de sus abuelos; más allá de ese territorio, parece rein ar la oscuridad, y de ella em ergen a veces hechos aislados, sin orden ni concierto: Guy Fawkes y la C onspiración de la Pólvora, la Revo lución Francesa, Jam es Wolfe y su victoria e n Q uebec, el rey Alfredo y las tortas que se q uem aron. Con u n equipam iento intelectual o cultural muy pobre y poco en tren am ien to en la com paración razonada de opiniones enfrentadas a la luz de los juicios existentes, las ideas se form an según los prim eros apotegm as com partidos qúe vienen a la m ente. En función de la situación del grupo, se decide si esos aforismos contribuyen a llevar un a vida norm al o, p o r el contrario, constituyen u n obstáculo. Del mismo m odo, n o pu ed e h ab er u n sentido real del futuro. El fu turo com o transm isión de generación en generación en u n a familia se detiene en los nietos, tal vez en los bisnietos; después de ellos, reina u na vez más la oscuridad, quizá condim entada con im ágenes de rascacielos, luces de n eó n y naves espaciales. Con u n a m en talidad de este tipo, se es particularm ente vulnerable a la tentación de vivir en un presente con tinuo. C uando se cede a la tentación, se corre el riesgo de vivir en una situación en la que se p ierde la n oción del tiem po; sin em bargo, el tiem po lo dom ina todo, pues el p resen te está siem pre cam biando, aunque cambia sin sentido, com o las piezas de u n caleidoscopio que no form an ninguna figura. Se d a p o r sentado que cada novedad es m ejor que sus antecesoras p o r el sólo hecho de venir después de ellas; todo cambio es u n cam bio p ara m ejor si se da en o rd en cronológico. Newman anticipa esa situación para la que se p redispone a m uchas personas que p o r la no che m iran el últim o espectáculo visual, el más grande y más actualizado: Ven imágenes de grandes ciudades y regiones salvajes; recorren los mercados o las islas del Sur; obseivan las ruinas de Pompeya o las cumbres de los Andes; y n ada de lo que encuentran los im pulsa hacia delante o los retrotrae al pasado, nada se conecta con una idea más allá del objeto en sí. No hay evolución ni relaciones; nada tiene historia ni constituye una prom esa. Cada cosa es in dependiente de las demás, viene y se va, com o las escenas de un . espectáculo que dejan al espectador exactam ente donde estaba.90
• 90 N ew m an, The Iclea o f a Universily, discurso VI, C. F. H arro ld (ed .), Londres, L ongm ans, G reen & Co., 1947, p. 120. N ew m an se refiere aq u í a la vida de los m arin ero s p a ra distinguir e n tre “adquisición” y “filosofía”. Llegué a este texto gracias a u n a lectu ra de la conferencia d e J. L. H am m o n d en m em oria de H o b h o u se, “T h e Growth o f C om m on E njoym ent”.
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Como el m undo está en constante cambio y el futuro supera automática m ente al pasado y es preferible a este, el pasado es u n a rareza objeto de burla. Ser “anticuado” es estar condenado. Hay excepciones en este sentido: algunas cosas del pasado, que nos hablan de antiguos valores, son pintores cas y bonitas. Las madres “de la vieja escuela” saben qué es lo que realmente im porta y son objeto de adm iración p o r ello. Con ellas se asocian algunos objetos tradicionales aceptados, como la cerámica inglesa. Los caramelos de m enta son ricos porque se preparan a la antigua y los herbolarios son muy buenos para los remedios caseros tradicionales. “Mi viejo era severo, pero odiaba las m entiras”, dicen en la clase trabajadora; o “Mi vieja siempre decía: ‘Lo que está bien está bien y lo que está mal está m al’ y, a la corta o a la lar ga, siempre es así”. El uso de estas frases indica, en mi opinión, una valiosa resistencia a los aspectos más superficiales de la m odernidad. Sin em bargo, para m uchos, en especial p ara los jóvenes, casi todo lo antiguo es cada vez más acartonado y ridículo. Es u n a actitud que va más allá de m irar al futuro, de la im paciencia con que se reacciona ante la lentitud y el atraso de los mayores, que es característica de la juventud en cualquier época. Todas las generaciones anteriores a la nuestra han sido ignorantes, anticuadas y pacatas; nuestros antepasados eran lerdos, sosos y cursis. “Está pasado de m o d a” y “No está a la m oda” son frases que se utilizan para co n d en ar al ostracismo prendas de vestir, formas de conducta, estilos de baile y actitudes m orales (“ideas que quedaron atrás”, “creencias en las que ya nadie cree”). Estar “a la m oda” o tener “lo últim o” es te n e r lo mejor. “Es nuevo, es diferen te”: p o r lo tanto, será mejor; y el futuro lo sei'á aún más. Con esta actitud se relaciona el culto a la juven tu d . Si lo nuevo es lo m ejor, entonces los jóvenes son más afortunados que los viejos; ser joven es ser m oderno, estar a la m oda, dirigir la m irada a u n futuro cargado de más m odernidad. Los periodistas se dirigen especialm ente a “las genera ciones más jóvenes [...], que se m ueven a toda velocidad [...], están lle nas de vida [...], deseosas de m irar al futuro [...], de m irar hacia delante [...], son vigorosas [...], indep en d ien tes además, constituyen u n valioso m ercado potencial p a ra los años venideros. Quienes publicitan productos para los adolescentes utilizan la misma esti=ategia; ju n to con u n a m itología m en o r p ero creciente, im portada de los Estados U nidos y adaptada al gusto británico. Es la m itología de la “b an d a” adolescente, cuyos m iem bros son am antes del jive y el boogiewoogie pero sanos y honestos, vestidos con pulóveres de cuello redondo y pantalones sueltos, llenos de alegría y entusiasm o, el polo opuesto de la m o noton ía y el polvo de los años.
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Esta especie de barbarie reluciente ha tenido éxito aquí, y cuando el éxito se da en la clase trabajadora, probablem ente se basa en la capaci d a d de aferrarse a lo más antiguo y más sólido: “Sólo se es joven una vez; disfruta m ientras p u ed as”. La inexperiencia se apoya en el pragm atism o m ás tradicional y más sobrio, y lo degrada. Rodeados de u n a gran canti d a d de bienes m ateriales diseñados para ser útiles y entretener, cada vez m ás variados y más ingeniosos, pero sin conciencia de que esos bienes s o n el resultado (y, m uchas veces, el resultado trivial) de u n conocim ien to y una capacidad adquiridos a paso de horm iga a lo largo de los siglos, rodeados, de hecho, de m uchas más cosas al alcance de la m ano que cual quiera de las generaciones precedentes, es casi inevitable que los indivi duos se sientan tentados a tom arlo todo tal com o se les presenta y usarlo com o si fu eran niños en u n cuento de hadas, con juguetes colgando de lo s árboles y golosinas al costado del camino. El peso de la persuasión fom enta el hábito y, después de todo, “¿Por qué no?” Por todos esos m edios se fom enta la m entalidad de rebaño. Q uien no se suma al rebaño es objeto de burla y desprecio, y se elim ina la responsa bilidad personal p o r la tom a de decisiones. Así, el rebaño de bárbaros en el país de las maravillas se mueve inexorablem ente hacia delante. No va a ningún sitio; sólo avanza p o r el avance mismo. Por allí delante están los científicos (“Es novedoso; es ciencia”) dirigiendo la m archa. “Las nacio n es dem ocráticas no atribuyen m ucha im portancia a lo que ha sido, pero están obsesionadas p o r lo que ha de ser”, escribe De Tocqueville.91 “Los redactores publicitarios deben h acer hincapié en el lado más placentero d e lo que prom ocionan; siem pre tienen que tratar de com placer a los lectores”, dice el especialista en publicidad. “Lo bueno está p o r llegar”, cantan las ovejas del rebaño. Por fortuna, el éxito clel “progreso” es todavía muy limitado. La persis tente, au n qu e contenida, desconfianza p o r la ciencia se h a visto fortale cida por los recientes descubrim ientos del dañ o que es capaz de hacer. A veces, la objeción va dirigida contra lo que se supone es u n mal m anejo d e algún aspecto concreto del progreso, o contra su velocidad excesiva. E n ese sentido, la aceptación de fondo no se ve afectada. La idea sigue siendo q ue está bien avanzar, pero que “ellos” deberían tener cuidado con el exceso ele velocidad. ; Sin em bargo, con la m ism a frecuencia se oyen com entarios que den o tan una desconfianza más pro fu n d a p o r el “progreso”, u n a desconfianza
91 D e Tocqueville, La democracia en América, libro II, segunda parte, capítulo 17.
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respecto de los valores que supone el “progreso”: “Las cosas son más vis tosas hoy, pero no son tan resistentes como las de antes”, dicen algunos. O u na objeción más im portante aún: “¡Cuántos inventos nuevos! Pero ¿adonde vamos a ir a parar con ellos?”.
INDIFERENCIA: “ PERSONALIZACIÓ N” Y “ FRAGM ENTACIÓN”
•
Si la tolerancia es positiva, si ten er las mismas opiniones que el grupo es positivo, si “disfrutar de la vida m ientras se p u e d e ” és positivo; si, además, todos los hom bres son iguales y libres, y la vida cambia y. avanza perm a nentem ente, entonces lo que sigue es u n a p érdida de sentido del orden, de los valores y de los límites. Si lo que es bueno es lo último de u na in term inable serie y lo que responde a los deseos de la mayoría, entonces la cantidad reem plaza a la calidad y así llegamos a un m undo de m ons truosa y m ai'eante indiferenciación. Esa falta de diferenciación puede llevar, como señalaba M atthew A rnold hace un siglo, a la “indiferencia”, a un flujo constante de cosas que no se distinguen unas ele otras y que no tienen ningún valor, a u n m undo en el que toda actividad se vacía de sentido al qued ar reducida a un recuento de cabezas. En mi opinión, el gusto actual por la “sinceridad” com o fin en sí mis mo es u n a reacción que surge de esa actitud, u n recogim iento frente al vacío que se ve am enazado. Esto m e recu erd a la antigua solidaridad de la clase trabajadora y su recelo ante las abstracciones (“No im porta lo que u n o haga si se lo hace de corazón”). Hoy en día, esa actitud es cada vez más frecuente, precisam ente p orque proporciona una cierta m edida en u n m u n d o en el que es muy difícil encontrar parám etros. “Bueno, después de todo, tuvo buena intención, y eso es lo que cuenta” puede convertirse en u n a form a de encubrir la falta de confianza en la capacidad de tom ar decisiones morales. Está claro que la sinceridad no es suficiente, pero tiene que alcanzar en u n m undo en el que no parece haber n inguna o tra cosa. De allí p arten otras formas de evasión más generales, tal como se re fleja en el uso cada vez más com ún ele frases como “Después de todo, es lógico”, “B ueno, no le hago mal a naclie” o “Hace bien, dicen”. O las formas de evasión plasmadas en el lenguaje que evidencian un tono peyorativo para toda form a de “ortodoxia” o “au toridad”, o que transfor m an las apuestas en “inversiones”: p o d ría escribirse u na historia social de las ideas basada en cambios léxicos com o estos. Todo es “cuestión
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de gustos” y “Sobre gustos n o hay nad a escrito”. H abitualm ente hay u na cláusula adicional que indica la existencia de algún lím ite exterior difu so pero acordado - ”Y te digo: yo no estoy de acuerdo c o n ...”- , y de allí surge la sensación reconfortante de que, después de todo, hay u n orden en alguna parte. Si eso se trasladara a problem as prácticos de la vida cotidiana, el im pacto sería trem endo; sin em bargo, en la vida diaria y el ámbito personal todavía tienen vigencia los m andatos más antiguos. No obstante, n in g u n a escisión de este tipo es saludable n i puede m antenerse en el tiem po. La situación se agrava p o r el h echo de qüe, si bien se percibe a la au toridad com o algo injustificable, es posible apoyarse en ella. El uso de frases del estilo de “Alguien tiene que hacer algo al respecto”, “Nos tie nen que sacar de esta”, “T ienen que h acer esto con el sistema de salud y aquello otro con la educación” se en tien d en m ejor en el contexto anali zado en este capítulo. R ápidam ente nos ponem os en u na posición en la que nos recostam os con la boca abierta y nos dejamos alim entar p o r un tubo, p o rq u e es nuestro derecho, con los ingredientes de u n cuerno de la abundancia sin fondo m anipulados p o r u n “ellos” anónim o. Sería más esperanzador si el rechazo a la autoridad fuera más activo, si im plicara un deseo de ponerse ele pie y no d ep en d er de nadie. Sin em bargo, con fre cuencia se trata de u n alejam iento resentido de la idea de autoridad, que coexiste con el supuesto de que, pese a ello, algo o alguien nos proveerá el sustento desde fuera. El efecto de estas dos actitudes com binadas será la apatía y la falta de respuesta a las interpelaciones que provienen de fuera del ám bito dom éstico y personal. Avanzamos hacia el m undo de lo que Alex Com fort denom inó “obedientes” irresponsables; sería m ejor si hubiera más “desobedientes responsables”. Así, au m en tan las apelaciones al conform ism o. “Sólo hay que conec tar”, dice E. M. Forster en referencia al conflicto entre las dem andas del yo in te rio r y el m u n d o exterior. “Sólo hay que conform arse”, susurra la voz que prevalece hoy en día. En cualquier caso, n ad a im porta dem asia do, p ero la m ayoría no se equivoca y hay que seguir al rebaño. Basta con creer lo que cree el resto; creer otra cosa es u n a especie de pecado con tra las leyes de la vida. Si de todos m odos no hay valores, no hay norm as de las que desviarse, la única obligación es m antenerse en el centro de la ruta que recorre la m ultitud. “Diez m illones de personas (o trece millo nes de lectores o radioescuchas) no p u e d e n estar equivocados”. Así con tin ú a y se acrecienta el “destem plam iento de los resortes de la acción”. Así va desapareciendo la sensación de conflicto de la vida y, con ella, todo gusto genuino p o r los retos que presenta. La fuerza
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del placer real, incluso del que se ofrece en form a tan masiva, tam bién decae. “Pasarlo b ie n ” puede convertirse en u n objetivo tan im portante que anula todas las otras posibilidades; sin em bargo, cuando se lo con sigue, se transform a en rutina. El argum ento más co n tu n d en te contra el entreten im ien to de masas de la sociedad co ntem poránea no es la de gradación del gusto (la degradación p u ed e ser u n proceso vivo y activo) sino la sobreexcitación y el posterior em botam iento, con la consiguiente aniquilación; no “corrom pe” sino que “debilita”, para usar los térm inos de De Tocqueville. Mata el nervio y, sin em bargo, confunde al público y lo convence de que no está en condiciones de levantar la vista y decir: “Pero, vamos, ¡eso es cartón p in tad o !”. Todavía no hem os llegado a ese estado, p ero avanzamos en esa dirección. La sobreexcitación y posterior aniquilación de la capacidad d e respuesta queda bien ilustrada en dos de las principales características de la escri tura de las publicaciones populares: la “personalización” y la “fragm enta ción”. Las dos p u ed en advertirse tanto en las publicaciones más antiguas com o en las del nuevo estilo, p ero las diferencias, la enorm e pericia ad quirida en la presentación y la m anipulación, son notables. Si pongo bajo sospecha el sesgo m arcadam ente personal de los escri tos de la prensa po p u lar contem p o rán ea no es porque acabe de descu b rir con desagrado el interés que tien en casi todos los seres hum anos en “las buenas historias con contenido h u m a n o ”. H asta la expresión “Un b uen asesinato es atrap an te” tiene p o r lo m enos un siglo, y todo el arco de publicaciones de baja literatura ab u n d a en descripciones de m uertes, ejecuciones y confesiones de condenados al cadalso. “Después de todo, nada supera u n a m uerte espeluznante”, com enta un vendedor de perió dicos de gran form ato e im presos de canciones con relatos de noticias. A lo que m e refiero es a un abuso de lo personal, tan excesivo que m erece otra denom inación, u n n om bre que n o tenga las connotaciones positivas de frases com o “interesado en lo íntim o y lo personal” o “am ante de las buenas historias”. Se requiere u n o de esos horribles verbos o sustantivos de cuño reciente, com o “personalización”. Es fácil advertir que el nivel inusitado de “personalización” de los perió dicos dirigidos especialm ente a la clase trabajadora se relaciona no sólo con el interés del ser hum ano p o r los detalles de la vida privada de otras personas sino tam bién con el peculiar apego de sus m iem bros a lo con creto, la crudeza em ocional y lo com prensible, lo local y lo particular. En esa esfera siem pre han podido responder, m uchas veces con inteligencia y sabiduría. Los periódicos populares más antiguos lo sabían, y com enza
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ro n el proceso -q u e hoy está tan avanzado- de extender lo personal más allá de los límites de lo razonable. Quizá se haya extendido no sólo en respuesta a la dinám ica in tern a de la vida de la prensa, que obliga a estar tocio el tiem po haciendo algo para superar al vecino, sino tam bién por q u e el cleseo de lo personal entre los lectores se ve reforzado por las cir cunstancias actuales. He clicho anteriorm ente que la clase trabajadora no p u ed e n o tener conciencia, en u n grado nunca visto antes, de los aspectos más amplios y públicos de la vida social. Los trabajadores saben que existe u n ám bito en el que, sin eluda, desem peñan un papel, pero que a m enu cio no logran com prender. N aturalm ente, tratan de en ten d er esa vida ex terior a la luz de la vida personal y local en la que actúan, conocen, su fren y adm iran. En esas circunstancias, el anhelo de u na confirm ación de q ue los valores de lo personal y lo local cuentan, de que los sentim ientos q ue se aprecian y se en tien d en como “norm ales” son com unes a todos, se vuelve más fuerte. Los alegra que una voz de ese m undo exterior Ies hable con su acento. Muchos políticos lo saben, como lo saben también los periodistas que escriben artículos sobre la familia real. Los dueños de los cam pam entos de veraneo lo saben; sus establecimientos son grandes y chabacanos, los anim adores están siem pre listos para agrupar a los ve raneantes como si fueran com pinches y las puertas de los baños tienen carteles indicadores que dicen “Ellas” y “Ellos”. Los prom otores de las apuestas en el fútbol lo saben, e im itan a los jugadores a unirse a “la bancla”, “el círculo”!0 “el g ru p o ”. Los conductores de program as de varie dades de la radio y las estrellas televisivas de program as que ahondan en u n a falsa intim idad lo saben. T am bién lo saben los operadores de radio y los productores de program as con panelistas. Lo saben los locutores de anuncios, que transm iten desde “Su radio amiga, XXX” y presentan pro gramas con títulos com o “La opción del barrio” o “Diversión entre ami gos”. R ecuerdo a una joven o p erad a con tuberculosis en un hospital de Yorkshire que no daba abasto, que se em ocionó cuando el o p erador pasó en la radio su canción favorita, “U na canción para ti”. Desde entonces, en su arm ario estaba la foto autografíada del operador. ¡Qué sentido de perten en cia tan poco genuino este que se ofrece al público en u n a época tan públicam ente gregaria! Sería m ejor el anonim ato: así uno se sentiría im pulsado a hacer algo útil para m ejorar las cosas. Sin em bargo, sería erró n eo pasar p o r alto la fuerza de este deseo. Las p reguntas que se hace la gente son buenas: “¿Cuál es la relación entre esto y los problem as de la vida cotidiana, tal com o se nos presentan?”. Las presiones de las publicaciones com erciales y el desm oronam iento de casi tocios los m andatos, excepto el de ser libres (“Darle al público lo que
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p id e”), h an conseguido que la voluntad de dar respuestas en los térm i nos que quiere la gente se lleve a u n extrem o tal que esas respuestas se dan don d e no son pertinentes, d o n d e es peligroso pensar que lo son. No se sabe más de Shepilov p orque a uno le cuenten que garabatea caballos cuando d a u n a conferencia; sólo se evaden los problem as reales. A m edi da que la técnica de la “personalización” se torna más refinada cada año, los buenos instintos se distorsionan y se usan para simplificar demasiado las cosas, engañar y deform ar peligrosam ente la realidad. Nos sumergi mos cada vez más en el sueño de u n m u n d o desm esuradam ente íntim o en el que no sólo un gato pued e m irar al rey sino que el rey es en verdad un gato, y los poderosos no dejan de ser, en el fondo, personas com unes y corrientes. U n m undo tan com plejo que incluso quienes tienen la tarea de mover los engranajes más im portantes n o p u ed en aspirar a conocer más que u n a parte de él, se reduce a un “Mira tú ” controlable y espurio cuando el periódico llega al um bral de la casa. Movimientos extraños se p roducen en países detrás de la Cortina de Hierro; u n a colonia em pieza a ponerse nerviosa; los Estados Unidos han emitido u n nuevo com unicado sobre el uso de la bom ba atómica. Estas noticias ocupan u n lugar p ro m in en te en los periódicos sólo si pueden personalizarse como puede personalizarse la historia de un párroco bas tante peculiar de Halifax. Si no es posible personalizarlas, pasan a un segundo plano y ceden los titulares a otro tipo de historias: “Me hicieron u na cam a”, dice el viudo Sube a la m ontaña con vestido de fiesta Mary no estará presente cuando llegue e l d í a Vicario pierde la chaveta y cuen ta todo Asiste a la conferencia con su gato Tres sacerdotes hacen guardia para proteger la alcancía de la iglesia Va al trabajo en patines “He visto de todo” Por si eso no fuera suficientem ente personal, se agrega un “basta de pava das” de corte cada vez más popular, u n llam ar “al pan pan y al vino, vino”: Estos tipos tendrían que m andarse a m udar Con la música a otra parte, amigos Basta de hablar del estúpido reglam ento ¡Term ínela, señor Thom pson!
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¡A abrir los ojos, maridos! Esto es todo, amigos Esto es lo que los partidarios del nuevo estilo llam an “periodism o fres co”, “atrevido”. N orm alm ente, la frescura y el atrevim iento de este tipo de textos están al nivel del m uchacho que hace burla al policía cuando este se da vuelta, y a u n a distancia prudencial, p a ra deleite de sus amigos. El corolario del éxito de la “personalización” es u n a constante y consi derable simplificación. El lector debe sentirse en intim idad con el sueño que se le presenta; si tiene que h acer u n esfuerzo para evaluar el peso de una palabra, analizar u n m atiz o seguir u n a estructura gram atical m íni m am ente com pleja, el sueño se desvanece.. Com o estos son rasgos de la expresión de tem as com plejos, el resultado es que las historias persona les que se desarrollan en u n lenguíye simple tam bién se conciben con simpleza en los planos em ocional e intelectual. Lo im portante es que el “lector m edio” (que, p a ra el publicista que busca u n éxito masivo de ven tas, tiene que ser u n a figura hipotética hecha de tres o cuatro respuestas clave llevadas al extrem o de la simplificación) n u n ca se sienta excluido. Las revistas pasan del relato breve al "m icrorrelato”, el “cuento de 60 segundos” cuya principal característica no es la brevedad sino la pericia con la que se desarrollan. Como n ad a debe im pedir que fluyan, no hay nada de lo que el lecto r p u ed a asirse, nada real que tengan para decir acerca del m un d o . Si se leen veinte o trein ta de esos relatos, uno detrás del otro, se term ina ten ien d o la sensación de que nos han atiborrado no sólo de vueltas de tu erca fraudulentas sino del peso de u n a vida en un m undo de m arionetas, vacío e insustancial. Así, la prensa p o p u lar se ha vuelto aún más fragm entaria en la presenta ción de lo que se ha de leer, y lo que se h a de leer se ha visto gradualm en te reem plazado p o r lo que se ha de ver. Las “tiras” cómicas se extienden como el sarpullido; de la parte inferior de la últim a página pasan a las páginas interiores y hasta ocupan u n a página propia, y luego aparecen aquí y allá, en todas partes. Si bien tiene que haber alguna guía verbal de la acción, el contenido descriptivo se m antiene al mínimo: el objetivo es asegurarse de que toda la inform ación de contexto necesaria esté conteni da en el diálogo que figura en los globos concedidos a los personajes. Los motivos, sin duda, son los mismos que impulsan a los novelistas populares a evitar las descripciones generales y a pasar al diálogo cuanto antes. En el diálogo, los personajes nos hablan directam ente; en las descripciones, tenemos que luchar, solos, con las palabras impresas en el papel.
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En su nivel m ás bajo, todo esto se ilustra con las ventas en Inglaterra de las series de libros de historietas que vienen de los Estados Unidos o im itan su estilo.92 En ellas, página tras página, señoritas de curvas gene rosas venidas de M arte salen de sus naves espaciales y, am antes de delin cuentes, p arten a toda velocidad en rugientes autom óviles. Q uien haya visto lo que leen los soldados o sepa de la p o p u larid ad de las historie tas estadounidenses o británicas (con los ejem plares más rudim entarios para niños com o reem plazo cuando no hay acceso a los materiales más picantes) sabe a qué m e refiero. El proceso continúa, sobre todo para una bu en a cantidad de adolescentes; u n a recepción visual pasiva de arte de masas diseñado para u n a ed ad m ental m uy corta. Es posible afirm ar con justicia que estamos en la época de las “opinio nes” sobre todo; que, au n q u e son pocos los que se tom an el trabajo de tratar de e n te n d e r cabalm ente u n asunto, son m uchos los que suponen que sus opiniones sobre cualquier tem a te n d rá n peso y que la mayoría de los temas p u ed en , o deb erían poder, explicarse en térm inos sencillos a una m ente poco desarrollada u holgazana. Lo im po rtante es estar al día con lo que dijo Kruschev ayer o lo que hizo T ito hoy. El Levin de Tolstoi sabía de eso,93 p ero hoy es m ucho más frecuente: “¿Por qué le interesa la separación de Polonia?... No había n ad a que decir al respecto. Era interesante p o r el simple hecho de que había ‘ap arecido’”. No obstante, el ten er opinión p ara todo n o es un. defecto que caracterice de m odo significativo a la clase trabajadora; quizá su falta de interés p o r los temas generales im pide la form ación de “o piniones”. Sin em bargo, el patrón de sus intereses y las fuerzas que o p eran en estos tiem pos invitan a los trabajadores a disfrutar de la “fragm entación”, a deleitarse con u n a dieta invariable de pastillas informativas, hechos inconexos y deshilvanados, cada uno con su p e q u e ñ a dosis de “h u m a n id a d ”. O a escuchar progra mas de radio (cuyo n ú m ero parece h ab er aum en tad o después de la gue rra) que, aunque incluyen algo de inform ación al paso, tienen como principal característica el avanzar p o r rachas cortas, con el ruido y el bullicio de personalidades que se exhiben en breves intervalos.94 La m a yoría de ellos n o son sino variantes de juegos que consisten en desnudar
92 El m ejo r análisis de los libros de historietas estadounidenses se e n c u e n tra en The Seduclion o f Ihe Innocent, de F redric W ertham . 93 A n a Karenina, capítulo 28. 94 N o o b stante, tam bién parece h ab er h ab id o u n in crem en to en la cantidad de p ro g ram as qu e con gracia y sin aspavientos respetan las tradiciones inglesas; p o r ejem plo, los de Eric Barker, Jo h n n y M orris y Al Read.
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u n a personalidad consciente de sí misma o discutir p o r el m ero hecho de hacerlo (“Bueno, al m enos fue estimulante"). A juzgar p o r lo anterior, la tendencia a la lectura no va en aum ento sino que, por el contrario, se m antiene en el nivel de las oraciones de siete palabras y los vocablos de dos sílabas, tres como máximo. El proceso no es nuevo; la mayoría de las revistas que ofrecen fragmentos para leer tiene entre cuarenta y sesenta años. Cada una cuenta con su propio estilo: una es para la toda la familia, otra es deportiva, otra recoge hechos “curiosos” de la historia, la geografía o la antropología, una cuarta se centra en el elemento visual. Todas tienen en común el supuesto de que sus lectores son de vuelo bajo. Todas ofrecen material predigerido para no aburrir o cansar al lector, para no exigirle esfuerzos en establecer relaciones o comparaciones. Tienen que poder leerse de m odo sencillo o, m ejor aún, despreocupado. No puede haber secuencias conectadas de ningún tipo; todo es igual de interesante si la presentación es breve, inconexa y “sabrosa”. U na lluvia de anécdotas indiferenciaclas moja l¡a cabeza del lector: nace una gallina con dos cabezas en Bolton (Lancashire); se suicida un político; una madre da a luz a trillizos p o r tercera vez en Edm onton (Alberta, C anadá); los lemmings tienen costumbres de lo más furiosas; una ráfaga de viento hace volar por los aires a u n ciclista en Sunderland. Son periódicos que no se leen: se miran. Los redactores publicitarios conocen y p erp etran el mismo estilo: Sólo se pu ed e aspirar a captar la atención del lector durante un m inuto. Hay que asegurarse de que le llegue el mensaje en ese tiem po. Diseñarlo de m an era tal que todos los elem entos guíen la m irada p o r el cam ino deseado, sin obstáculos. M ante nerse en pequeños grupos de letras y de palabras. No es posible captar más de cinco o seis a la vez. Las unidades más largas le desagracian. Y lo perdem os. Cuando no queda otro rem edio y hay que usar u n a palabra más larga, el periodista recurre a u n a llam ada y u na explicación “com pinche”: “es decir, XXXX, com o le decimos nosotros”. “Breve, inconexo y sabroso”: lo tercero se sigue de los dos prim eros. En una dieta invariable de entrem eses, n ingún plato puede ser m enos fuerte o picante que los que lo anteceden. La búsqueda del “sabor” ha ido más lejos que nunca. Sweeney Todd y María Marten tenían un sensacionalismo con cuerpo, algo en que fundar el sensacionalismo, y po r eso
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han sido del gusto del público d urante tantos años.9:1 Hoy es necesario enco n trar decenas de nuevas sensaciones cada día. Entonces, hay que esforzarse todo el tiem po, hacer magia para hacer pasar por jugoso bife lo que en verdad no es más que puro hueso, inflar y distorsionar per m an en tem en te para que lo pequeño se vea enorm e; la fotografía de un ratón enfocado desde abajo hace que su som bra en la p ared provoque el h o rro r de los lectores. Este tipo de m aterial está tan lejos de M aña Marten' com o el m elodram a Victoriano de Macbeth. Cuando quienes se ganan la vida produciendo m aterial como el descri to en esta sección se sienten atacados, su proceso ele defensa esclarece y confirm a el análisis precedente de los supuestos que guían sus esfuerzos. Caen en u n a torm enta de autojustificaciones, utilizando sólo los argum en tos que saben que ten d rán eco en su público (su pertinencia es algo que no recibe demasiada consideración). Acusan, a quienes los acusan, de ser “reaccionarios” y “represores”; han sugerido que con la libertad no alcan za. Tam bién acusan a sus acusadores de esnobs; quizá hayan querido decir que no todos los hom bres son buenos p o r naturaleza. Cuando les sirve, m encionan la edad de sus atacantes: “el señor B, de 72 años” o “el señor C, de 65”; la dem ocracia es joven y mira al futuro; está claro que se trata de unos viejos carcamanes. Envían la acusación cruzada de que sus acusado res preten d er ser “más papistas que el Papa”, de que son petulantes y “unos hipócritas”. El razonam iento parece ser el siguiente: 1) el único valor que im porta es la libertad; 2) u n a m ente abierta es la única línea a seguir; pero, 3) esta gente ha sugerido que algunos usos de la libertad p ueden ser erró neos, han adoptado u n a línea moral; por lo tanto, 4) son unos hipócritas, esconden algo; quieren la libertad para ellos, pero no para los demás. Es la otra cara de la m oneda de la “sinceridad”. Si se acepta la libertad absoluta y no se adopta ninguna “línea” en particular, se reciben elogios porque, aunque uno vaya dando palos de ciego, “al m enos es sincero”. En el mo m ento en que se p ro p o n e alguna regla, cae sobre uno el peso del oprobio por haber com etido el p eo r pecado, de acuerdo con los nuevos m anda mientos: la “hipocresía”. Todos los defensores de esta línea de pensam ien to utilizan los mismos ropajes, el tono franco “de tú a tú ” (después de todo, la m ejor defensa es que tú nos lees, y el público británico nunca leería algo que fuera malo o depravado). La últim a carta que tienen en la manga es
95 Jo h n L añe p ublica u n a edición en The-Bodley Hend, con reim presiones que llegan hasta 1946.
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una variante del “no im porta lo que u n o haga, sino cómo lo haga”. En un m undo de libertad sin límites, lo que hacem os no im porta, siempre que lo hagamos bien. Lo más im portante es no ser aburrido.96 “Hacemos todo lo que podem os p o r no aburrir con ningún tem a”; pretendem os no ser pe dantes nunca y siem pre ser entretenidos. Objetivo loable, si no fuese por las presiones de las publicaciones de masas m encionadas anteriorm ente y el corrim iento de principios más im portantes. En las circunstancias ac tuales, ese objetivo es la justificación para provocar u na risa, o dar “sabor” a una noticia, a cualquier costo. “T odo p o r u n a sonrisa”; no im porta si hay que distorsionar u n relato, o si hay que ju g a r con las palabras o las emociones: al m enos n o somos aburridos; nadie puede acusarnos de ser “pesados”. Y, a la larga, con el éxito se p erd o n a todo. Basándom e en la frecuencia con que aparecen en los editoriales de la prensa p opular, he confeccionado u n a lista de epítetos que describen las virtudes y los defectos en el nuevo canon. Sobre los defectos: farisaico, tim orato, gris, am biguo, esnob, rebuscado, retorcido, convencional, hipócrita, pesado, pedante, m entiroso, form al y, po r supuesto, aburrido. Son los catorce pecados capitales de la vieja guardia; y se parecen bastan te entre sí. Sobre las virtudes: nuevo, diferente, no ortodoxo, franco, fresco, directo, despier to, vivaz, enérgico, brioso, vivido, alegre, sano, em prendedor, lleno de vida, audaz, travieso, abierto, valiente, juvenil, sincero. El fundam ento parece ser el código de los alum nos contra los maestros, la franqueza in m ad u ra de u n jo v en im berbe.
96 Las p ublicidades d e los periódicos “serios” tam bién recu rren a estas estrategias, a las q u e a m e n u d o agregan cierto esnobism o cultural; nos dicen, p o r ejem plo, qu e tenem os q u e sentirnos orgullosos de que nos vean leyendo u n p erió d ico q u e es a la vez serio e inteligente.
7- Invitación al mundo del algodón de azúcar: el nuevo arte de masas
U na m ultitud de causas, desconocidas en tiem pos pretéritos, está actuando ah o ra con sus fuerzas com binadas para con fu n d ir la capacidad discrim inatoria de la m ente, y procuran do dejarla incapacitada p ara todo esfuerzo voluntario, para reducirla a u n estado de salvaje estupor, w. w o r d s w o r t h , Baladas líricas M uchos in ten tarán proporcionarles a las masas, como se refieren a ellas, alim ento intelectual prep arado y adaptado de la m an era que creen adecuada. M. a r n o l d , Cultura y anarquía ¡Ay, el día en que leí u n lib ro !
Algún día lo volveré a hacer. C anción d e “ s c h n o z z l e ” d u r a n t e Los pondrem os a trabajar, p ero en las horas libres les orga nizarem os la vida com o si fuera u n ju eg o de niños [...]. ¡Ah, y les perm itirem os tam bién el pecado; son tan débiles e im potentes! ¡Y nos am arán com o niños p o r consentirles pecar! Les direm os que todo pecado será redim ido si fue com etido con nuestra aprobación. Les perm itirem os pecar, porque los amamos [...]. Y n o te n d rá n secreto alguno para nosotros. Nos ex p ondrán las dudas más secretas de su conciencia, y nosotros decidirem os en todo y p o r todo, y ellos acatarán de b u en grado nuestras sentencias, pues les ah o rrará la enorm e angustia y la terrible agonía que les pro d u ce actualm ente tom ar sus propias decisiones. f . d o s t o i e v s k i , Los hermanos Karamazov
21 8 LA CU LTU RA OBRERA EN LÁ SOCIEDAD DE MASAS LOS PRODUCTORES
Atribuyo mi éxito a que le doy al público lo que el público quiere. No soy un esnob. M Ú SICO POPULA R
C uando pensam os en las características extraordinarias de la literatura m o d ern a ele entreten im ien to solemos com eter dos errores en los aspectos que destacamos. La asociamos con muy pocos nom bres y establecem os un paralelism o con unos pocos autores contem poráneos serios (a falta de un calificativo m ejor) cuyas obras aparecen en las reseñas semanales. Y pensam os que los autores adoptan respecto de su obra u na actitud m eram ente com ercial y cínica. Los escritores populares sum am ente exitosos y las graneles librerías comerciales son figuras im ponentes y fascinantes. Podem os im aginar a las secretarias y las m ecanógrafas, los grabadores, los “fantasm as” periféricos, las gacetillas ele prensa, la frase “prohibida su reproducción total o parcial”, la com pleja y eficiente fábrica de palabras de ensueño en u na antigua casa situada en algún lugar del sur del país, clesde donde parte la últim a fantasía o astuta pieza de halagos del m aestro rum bo a las editoriales de revistas semanales, al m ercado estadounidense y a otros territorios lejanos. Pero in d ep en d ien tem en te de cuán m ecanizada esté su organización, tocias esas personas no pu ed en ser responsables del vasto conjunto de la literatura popular. En Inglaterra se publican aproxim adam ente 18 000 libros al año, la m ayoría de los cuales son novelas de entreten im ien to . ¿Qué decir ele los libros de en cuadernación rústica que publican editoriales de las que casi nadie ha oído hablar, que pueblan de colores chillones las vidrieras ele los nuevos quioscos de revistas y libros de las estaciones ele tren? Son libros escritos p o r autores que, probablem ente usando distintos seudónim os, publican e n tre cuatro y diez libros p o r año, y cobran p o r m illar de palabras. El m ercado es bastante competitivo, y los que triunfan -e s decir, los que ganan lo suficiente para vivir sin llegar a ser conocidos a nivel n acio n al- deben in tu ir lo que quiere el público. Así, uno de esos triunfadores clice que dos de sus principios son no incluir nunca en sus escritos “descripciones aburridas” (creo que se supone que toda descripción ele más de dos líneas lo es) y asegurarse de que haya diálogo en la prim era página. E ntre los escritores que ofrecen lo que se espera de ellos y ganan bastante dinero, uno, que ha conservado muy bien su nom bre en secreto, afirma:
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En las naciones dem ocráticas, un escritor puede presum ir de que, aun cobrando poco, gozará de u n a m agra reputación pero ten d rá una gran fortuna. Para ello, no necesita ser adm irado; basta con que al público le guste lo que escribe. La cantidad cada vez mayor de lectores y su continua búsqueda de algo nuevo aseguran la venta de libros que nadie estima dem asiado.97 N adie los estima dem asiado, pero “estim ar” es un verbo valorativo; en cambio, que a la gente le gusten, com o observa De Tocqueville, es la p ru eb a de fuego. Esos escritores son com petentes y no cabe duela de que recu rren a ciertas tácticas p ara pro d u cir, de m an era consciente, lo que el público quiere leer. Pero pen sar que m ezclan a conciencia los ingredientes en las p ro p o rcio n es adecuadas para o b te n e r un p ro ducto exitoso implica, en tre otras cosas, sobreestim ar a la m ayoría de ellos en el plano intelec tual. Después de leer unas cuantas novelas baratas, no es fácil sostener que el m u n d o que m uestran está construido d eliberadam ente desde el exterior. Escribir así de m an era tan consistente e infalible según lo q ue espera el lecto r n o p u ed e ser un artificio intelectual y, m enos aún, la creación de u n a m ente del calibre de las que dan form a a esas obras que están escritas p o r personas que poseen algunas cualidades diferen tes de las de sus lectores, pero que tienen los mismos valores que ellos. Si “cada cu ltu ra vive d e n tro de su p ro p io su eñ o ”,-18 ellos com parten el sueño com ún de su cultura. P u ed en pub licar m ucho d u ran te varios años, salteándose las etapas en las que u n escritor serio desarrolla su e x p erien cia y m odifica su form a de expresión, p o rq u e escriben de m a n e ra sem iautom ática. Lo m ism o se aplica a gran parte de la prensa po pular. Las biografías de este tipo de periodistas destacan la im portancia de u n a “percep ció n intuitiva del perfil de los lectores”,99 una “creencia en sí m ism o” y u n a “absoluta h o n e stid a d ”.. Pero h ab lar de “h o n estid ad ” es tan útil com o h ab lar de “cinism o to tal”. C iertam ente, un a u to r pue de n o ser u n m an ip u lad o r consciente y aun así te n er ojo para saber
97 D e Tocqueville, libro 1, segunda p arte, capítulo 14. 98 Lewis M umf'ord. 99 R .J. M inney co m en ta sobre J. S. Elias, el que am asó fortunas para O d h am s Press: “Sabía instintivam ente qué les gustaba, po rq u e era lo m ism o qu e le gustaba a él” (V iscount Southw ood, p. 245). A. P. Ryan, b iógrafo de H arm sw orth, m enciona esta idea varias veces, p o r ejem plo, en " [H arm sw orth] creía en sí m ism o” o “No había ni un ápice de piedad en él ni n in g ú n signo de fervor m oral o intelectual”.
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qué es lo que esp era el público. A nivel consciente, según se desprende de la lectura de lite ra tu ra po p u lar, se p u e d e e n c o n tra r tanto cinismo en estado p u ro com o vocación de servicio de autores que esperan con vertirse en la voz de “la g e n te ”. Pero con m ayor frecuencia, lo que se aprecia es u n a m ezcla insostenible en el p lan o lógico p e ro tolerable en la práctica de am bas características. Las palabras de la cubierta de Lord Northcliffe, de A. P. Ryan, p resen tan a N orthcliffe com o u n a “extraña m ezcla de entu siasm o y m alicia, sin cerid ad y cínica m a n ip u lac ió n ”.100 De los cantantes más populares n o p u ed e afirm arse que les falte honestidad. El lem a de Betty Driver es “T odos tenem os u n a canción en el corazón”. Sin duela, Vera Lynn sabe m uy bien en qué elem entos debe apoyarse p ara ad q u irir su efecto característico, es decir, el patrón em ocional sim ple pero eficaz, las complejas alternancias de énfasis y el extraordinario co n tro l de las vocales con lós que otorga el sentim iento necesario a la interp retació n . Y eso es lo que el público quiere oír en canciones que evocan u n a clase especial de m undo im aginario que les pertenece. El m u n d o im aginario de V era Lynn tam bién es, creo, un m u ndo que ella habita natu ralm en te cuando canta. Quienes la describen están en lo cierto cuando hablan de “la resonante sinceridad de su famosa voz”; V era Lynn canta, com o se h a dicho alguna vez, como u na joven o b re ra que in te rp re ta p ara sí misma. Detrás de la exageración que se observa en el siguiente pasaje se esconde u n a verdad similar: U na vez asistí a. u n a reu n ió n creativa en la que se discutió el guión de u n a de las películas de Oíd Mother Riley. Puedo asegurar ante quienes desprecian el cinismo com ercial de esa exitosa saga que la sala rebosaba de euforia creativa. Los em presarios no pod ían evitar llo rar de risa m ientras discutían cuántas veces la señora Riley se tropezaría bajando las escaleras o se caería al agua.101 Supuestam ente, casi todos los escritores de ficción, cualquiera sea la cla se social dé su público, co m parten el m u n d o de fantasía de sus lectores. Se convierten en escritores y no en lectores p o rq u e p u ed en dar cuerpo
100 Véanse los dichos d e algunos novelistas populares en Q. D. Leavis, Ficlion and Ihe Reading Public. 101 L. D u n n in g , “Film N otes”, The European, n° 1, m arzo de 1953.
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a esas fantasías en la form a de cuentos y personajes, y porque m anejan la lengua con fluidez. No tienen la m ism a actitud ante el lenguaje que un escritor creativo q ue trata de d ar form a a unas palabras que transm i tirán la peculiaridad de su experiencia, p ero sí tienen fluidez, “labia” y facilidad p ara usar los miles de frases hechas que p o n en a los personajes en movim iento en el tan convencionalizado escenario de la imaginación de sus lectores. P o n en en palabras los sueños del público y los dotan de mayor intensidad, m uchas veces con considerable habilidad técnica. La relación con sus lectores, según he notado, es más directa que la del literato. No crean u n objeto en sí m ismo, sino que actúan com o pintores de aquello q ue está detrás de los deseos de los lectores p ero que, debido a la incapacidad im aginativa de estos, no tiene u n hábitat local ni un nom bre. R ecuerdo a u n a joven del in terio r del país que antes de cum plir los 21 años ya había escrito unos diez libros. H abía em pezado a los 15 y luego, según sus propias palabras, “m e salían solos”. O tra autora había publicado cientos de libros en rústica e n los que ab u n daban el suspenso y los crím enes. Llevaba u n a vida tranquila con su m arido en las afueras de Londres. C uando le p reg u n tab an cóm o hacía p ara escribir, decía “me siento d u ran te horas frente a la m áquina d e escribir”,102 y añadía que su ambición era escribir “u n libro serio, espiritual, que p erd u re en el tiem po; uno con tapa d u ra ”. Algunos observadores críticos se ven tentados a vei; en toda esta litera tura popular, en especial en sus formas contem poráneas, u na suerte de plan elaborado p o r “las autoridades”, u n a m an era astuta de m antener anestesiada a la clase trabajadora. Pero m uchos de los qué dan lo m ejor en ese cam po -y lo hacen “sinceram ente”- son ellos mismos individuos de origen obrero que h an estudiado gracias al sistem a de becas, m ucha chos listos y dinám icos que h an logrado “avanzar” p o rque tienen “labia” y conocen a su gente com o sólo se la p u ed e conocer si se es uno de ellos. Si hubiera algún plan, se trataría de u n o sum am ente ingenioso: “Ellos” h an convencido sin dificultad a algunas de las m entes más brillantes de la clase trabajadora para que debiliten a su p ro p ia gente, p o r dinero o p o r razones que h an analizado de la form a más inadecuada. Esos jóve nes siem pre destacan en sus m em orias que “form an parte del pueblo, com parten sus risas y sus penas, son gente com ún, y cuando escriben im aginan que están redactando u n a carta p a ra su fam ilia”.
102 “H er hobby’s m u rd er”, PidurePosl, 24 de en ero de 1948. Los libros de esta escritora n o son com o los relatos de sexo y violencia descriptos en el capítulo 8. -
2 2 2 LA CULTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS
La ironía inconsciente que se esconde detrás de todo esto no es fácil d e sostener, en especial cuando pensam os en las enorm es organizacio n e s comerciales a las que sirve com o justificación genuina. Además, suele h a b e r un tono ganador, u na determ inación detrás de los clisés, hasta que recordam os las m aneras poco halagüeñas y sentim entales de las personas d e la clase trabajadora que hablaban para y en nom bre de las aspiracio n es de su gente hace cincuenta años.
E L PROCESO ILUSTRADO: ( i) SEMANARIOS P A R A LA FAM ILIA
[Ellos] les quitaron el p a n de la boca a los educacionistas y a los ciudadanos celosos que creían que un a dem ocracia letra da clebía ser sobria en sus gustos. A. p. r y a n , Lord Norlhdiffe H e propuesto que el proceso p o r el cual los diarios populares se esfuer zan cada vez más p o r captar y re te n e r a su público, por conquistarlo a cualquier costo, es el resultado de las presiones comerciales y del ethos com partido entre el lector y el autor. La com petencia es tan amplia que los diarios, las revistas y los libros en rústica de corte popular no nece sariam ente se lim itan a u n estilo fijo. Algunos h an sobrevivido casi sin cambios, pero para la m ayoría de las editoriales la batalla por conservar los prim eros puestos no se ab an d o n a n u n c a.103 U na revista determ inada p uede ser la más vendida d u ran te u n mes p orque u n editor inteligente descubre u n nuevo ángulo en las antiguas posturas, pero los editores saben q ue si no lo reem plazan con otro más nuevo, sus com petidores lo harán prim ero y serán estos los que tom en la delantera. Así continúa el arduo ritm o y el público se enfren ta a novedosas y raras sutilezas: ob tenem os entonces bastante más q ue “la prensa que nos m erecem os”. Y es que el proceso se retroalim enta; entonces me parece inevitable que
103 News oflhe World es el diario con m ayor can tid ad de lectores. A ctualm ente alcanza los 16 o 17 m illones, casi la m itad de la población. P or grupos, los lectores son, apro x im ad am en te: A-B, 1 de cada 7,5; C, 1 de cada 3, y D-E, 1 de cada 2 (en los grupos D-E, es leído en sim ilares prop o rcio n es p o r hom bres y m ujeres en todos los grupos etarios). A efectos com parativos, los lectores de Einpire News son 1 de cada 9,5 en to d a la población, aproxim adam ente; en los grupos A-B son 1 de cada 30, en el grupo C, 1 de cada 14, y en los grupos D-E, 1 de cada 8 ( HR S 1955).
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la mayoría de nuestros diarios populares hayan em peorado durante los últimos quince o veinte años en com paración con cóm o habían sido en los cincuenta años anteriores, que hayan desestim ado o destruido en for m a implícita actitudes valiosas más decidida y eficazm ente en los últimos veinte de sus setenta y tantos años de vida que en sus prim eros cincuenta. Sin duda, seis años de guerra fueron decisivos para que el proceso se acelerara. Concluida la guerra, todos los diarios populares supieron que a la tregua artificial no le quedaba m ucho tiem po. Los más ambiciosos usaron bien sus tanques y se p rep araro n para u na cruenta lucha por la distribución de casi todo el público lector británico entre unas pocas potencias editoriales. El período del servicio m ilitar es la oportunidad perfecta para que el proceso siga su curso: los hom bres jóvenes, aburri dos pero incapaces -salvo honrosas excepciones- ele iniciar por su cuen ta actividades lectoras relacionadas o derivadas, constituyen un terreno fértil para las ventas en lo inm ediato y para la creación de hábitos que condicionarán las lecturas en el futuro. Pienso en varias m aneras de ilustrar este cambio; p o r ejem plo, realizar un análisis comparativo del estilo y las m aneras del centenario Netos of the World y de los de alguno de los diarios de dom ingo más modernos. Nexos of the World es la única publicación que conozco que ha podido conservar u n a posición prom in en te d entro de todas las clases sociales (lo leen uno de cada dos adultos en el país) gracias a que no ha variado sustancialm ente a lo largo del tiem po. Ha tenido algunas m odificaciones, en particular en el estilo de las fotografías y las ilustraciones, pero en general sigue aplicando las mismas fórmulas, y en la actualidad ejerce atracción en m uchas personas com o un diario “de época”. Tam bién se podría hacer una com paración entre los dos estilos de las publicaciones con contenido erótico: las que m uestran u n erotism o nistico y las que coquetean con lo m ejor de ambos m undos. Estas últimas, que son las más com unes hoy en día, proveen u n narcótico del sexo, pero siempre con un rápido repaso p relim inar a la moral: No tendrían que hab er publicado esa historia (com pleta y con fotos). Sabemos que los ciudadanos decentes objetarán, igual que nosotros, los hábitos de ciertos diarios: “El Sunday. .. deci dió que, en defensa de la m ayoría de los ciudadanos respeta bles, debía exponernos a esta historia maligna. El prim ero de los tres relatos ilustrados y publicados sin censura sobre esta abom inable depravación aparecerá la próxim a semana. Reserve ya su ejem plar”.
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La doble m oral suele ser u n a característica de las publicaciones que no están dirigidas especialm ente a la clase trabajadora. Pero la costum bre se extiende inevitablem ente, en especial en algunos de los diarios dom ini cales más m odernos y en los que p arecen más indefinidos y que, p o r lo tanto, se adaptan m ejor a los nuevos estilos y formas. Tam bién aquí p o d ría m en cio n ar los cambios en la política que algunos semanarios han im plem entado d u ran te los últimos años, aunque no sean exactam ente los favoritos de la clase trabajadora como para m erecer u na atención especial. Los cambios en la form a parecen haber ocurrido con frecuencia, con alguna dism inución en el tratam iento de temas sociales, salvo algún artículo sensacionalista sobre u n “mal social” o u n intento p or retornar a las formas originales. Del m ism o m odo, es ilu m in ad o r el cam ino adoptado p o r algunos dia rios, en especial en los últim os diez años. U n proceso similar se observa en la form a en que las nuevas revistas fem eninas ilustradas le quitan pú blico de clase trabajadora a las revistas m enos elegantes que m encioné anteriorm ente. El m ayor éxito lo tien en con las mujeres m ásjóvenes, que se creen más listas y buscan ser más inteligentes que sus m adres, algo que es fácil de co m prender. M uchas veces, esto quiere decir que las publi caciones presentan u n a visión de la vida de la clase trabajadora igual de bonita que la de la clase m edia:1"4 “Las maravillas que puedes hacer con un trozo de tela de tapicería”, “Cóm o redecoré mi dorm itorio”, “N ue vas creaciones en taijetas de cum pleaños”, “Cuando no está film ando, ella vive en u n am plio au n q u e m odesto departam ento en Kensington. Cuando an d a p o r la casa, usa u n a vieja bata; no tiene delantal”. Para ac tualizarse, los diarios más anticuados recu rren a biografías ilustradas de famosas actrices de cine. La naturaleza de esos cambios se aprecia m ejor en la evolución de las im ágenes de m ujeres con po ca ropa, fotos de chicas pin-up, en In glaterra en los últim os quince años. Ese tipo de fotos eran, y aún son, la decoración estándar de los dorm itorios de los cuarteles y las cabinas de los cam iones, p ero hoy en día, nos guste o no, están p o r todos lados. Son el rasgo visual más llamativo de la cultura de masas de m ediados del siglo XX; estamos en u n a dem ocracia cuyos trabajadores cam bian sus
.. 104 Se p o d ría re sp o n d e r a esto d icien d o que en la literatura p o p u la r h a sido así d u ran te m u c h o tiem po; p o r ejem plo, en los libros de Ellen W ood. Lo q u e deseo d estacar a q u í es q u e la visión de la vida d e la clase m ed ia que se m u estra hoy en d ía está más asociada con las posesiones y el lustre que en lia-si Lynne.
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derechos básicos p o r u n aluvión de im ágenes de chicas atractivas. Las an tiguas ilustraciones eran bastante simples; se trataba de fotos en las que destacaban las piernas de la m uchacha que a veces usaba traje de baño, y todavía se las ve en las revistas o los diarios más viejos. En la actualidad, pocos las im prim en porque p arecen anticuadas; es que ya estamos en u na época de chicas en tecnicolor y e n tres dim ensiones. C ualquier fotó grafo que se especialice en este tipo de im ágenes sabe que debe producir fotos que coqueteen con las leyes de la indecencia y que sean altam ente sugerentes. Algo difícil de regular, sim plem ente porq u e no d ep en d e de m asiado de qué p orción del cuerpo qu ed a expuesta sino que su fuerte es la sugestión: u n cruce de piernas o la inclinación de un hom bro o la yux taposición de la m odelo y algún objeto que de otra form a sería inocente. El fotógrafo se recuesta y tom a la foto desde abajo o desde arriba, o ella se sube a u n a escalera o m ira al in terio r de u n dorm itorio o lleva u n a vela en la m ano y tiene u n a m irada tímida. U na im agen “tiene algo” porque m uestra más del escote que lo habitual; u n a ropa así fotografiada hace un uso muy sugerente de la p arte baja de la espalda. Todas las semanas hay que darles a los lectores algo “m ejo r” que la sem ana anterior y “m e jo r ” que lo que les d an los com petidores; la astucia reflejada en el ángulo de la tom a, que p one el acento en los pezones debajo de u n tejido opaco o el uso del nailon casi transparente que perm ite que se vea la areola (el nailon ha sido de gran ayuda para los fotógrafos de tapas de revistas: “U n trozo de nailon hace m ilagros”). D edicarse a la fotografía debe ser u n a de las ocupaciones más can sadoras, dad a la com petencia p ara p ro p o rcio n ar las diez im ágenes de gran form ato con chicas pin-up que el nuevo tipo de periódico requiere cada sem ana; es cansadora p a ra el fotógrafo, que debe confiar en su p re sentim iento de cuál de la d e cen a de tom as o cupará la p rim era página del diario; es tam bién cansadora para las tantas m odelos y bailarinas “de curvas pron u n ciad as” que o b tien en p ro m o ció n y din ero extra conge lándose du ran te horas en poses imposibles. A veces surge algún m odelo h om bre p a ra que disfruten las m ujeres, p ero las revistas más exitosas no suelen q u ed ar tan desfasadas biológicam ente. Y todas las im ágenes d eb en ir acom pañadas de u n pie de foto de u n a banalidad y u n ingenio insoportables: “curvas peligrosas”, “alim ento para las fieras”, “bom ba erótica” o “cam ión con acoplado”. Los redactores co rren el riesgo de desarrollar u n tic que no les p erm ita p a ra r de crear frases que llam en la atención. Están tam bién las revistas pu ram en te eróticas, como el nuevo conjun to de pequeñas publicaciones m ensuales pobladas de fotografías que se
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venden a u n chelín y vienen con decenas de bailarinas, actrices de cine y modelos. Se las presenta con las frases ingeniosas de rigor, rodeadas p o r l a parafernalia de la in dustria del en tretenim iento. Las revistas publican i mágenes atrevidas de b u en a calidad que van un poco más allá de las que se atreven a publicar la m ayoría de los diarios, y para ello utilizan papel ilustración. Además de fotos, hay unas pocas “historias divertidas” para adolescentes y u n p ar de simples cuentos de fantasmas. Cualquiera de los cam bios que he m encionado podrían estudiarse e n profundidad, p ero me parece más útil com entar los que han expe rim entado los sem anarios p ara to d a la familia, que sirven para ilustrar tanto las presiones que soportan las revistas más antiguas debido a la aparición de otras más m odernas com o las reacciones ante esas p re siones. Algunas de las revistas antiguas todavía no se h an m odificado profunclám ente, pero casi n in g u n a ha podido evitar introducir algún p eq u eñ o cam bio, com o la publicación de chicas en poses sugerentes o historietas o la reducción de la cantidad de artículos de tem ática dom és tica en favor de otros que p o n e n el acento en los aspectos domésticos del m u ndo de las figuras públicas o exageran inadecuadam ente la vida cotidiana del h om bre de la calle. La m ayoría de las revistas ha pasado en los últimos años p o r u n proceso de renovación. Las que todavía in te n tan seguir siendo sem anarios para la familia tienen que buscar nuevas m aneras de colonización y p o r eso se p ro p o n e n ser las más amigables y originales e n tre las revistas “h o g areñ as” de bajo costo. Otras quizá pre tendan a tra e r lectores algo curiosos, p ero h an decidido que sólo lo con seguirán dirigiéndose a la clase m ed ia baja o a la clase meclia en lugar de la clase trabajadora. La m ayoría de las publicaciones de este tipo son extrem adam ente fragm entarias. T raen recuadros con curiosidades repartidos p o r tocia la revista y con títulos en letras negras tan sugestivos como: ¡Un helado de 400 libras! Extorsionaclor alcoholizado pasa a m ejor vida Pierde abrigo p o r m irar m ujeres bellas Se trata de inform ación diversa, sin n in g u n a coherencia. No obstante, a veces se vislumbra, en especial en las referencias a curiosidades dentro del cam po de la historia, la geografía, la literatura o la ciencia, una piz ca de calidad. A unque los artículos están destinados a satisfacer u na cu riosidad vana, se originan en el entusiasm o p o r el conocim iento. Nadie puede reírse de lo que tal vez sería el com ienzo de una curiosidad inte
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lectual genuina, p o r más torpe que parezca. Para la clase trabajadora de principios de siglo, instruida desde hacía poco tiem po, este tipo de cosas indicaría u n respeto y u na fascinación p o r todo u n m undo de inform a ción que se abría ante sus ojos. En el m ejor de los casos, tal actitud puede equivaler a p u ro amor. C uando se expresa principalm ente en la clase de artículos expuestos, prom ueve, en cam bio, una curiosidad trivial que probablem ente sea un obstáculo en el cam ino al verdadero conocimi'ento. Al com entar sobre los cambios en u na de las antiguas revistas para la familia, A. P. Ryan observa u n a evolución similar a la que describo aquí:' La im portancia de esta primitiva— [...] es que en gran parte se ocupa de temas serios y de las personas, aunque el form ato sea el de anécdotas triviales. El alejam iento de la antigua cultura fue u n proceso gradual.105 La m ayoría de los chistes ele las antiguas revistas sigue la tradición de las postales con personajes com o el escocés que cuida su dinero, la sue gra gorda, el borracho gracioso y la pareja joven que está en el salón y es in terru m p id a p o r u na frase graciosa pron u n ciada por el padre que entra en pijama. En general, las revistas están del lado del padre, pues los editores identifican a sus lectores con el jefe del hogar de unos 30 años o más y su esposa. Suelen ofrecer m aterial p ara hom bres que participan en num erosos concursos de periódicos, pero naturalm ente, tam bién in cluyen artículos para otros m iem bros de la familia. P o r lo general, la im presión y el form ato son los mismos desde hace décadas. Hay u n a página dedicada a las cartas de lectores, que tratan temas tan diversos como las mascotas en los edificios de departam entos, la p erm an en te en el cabello de las niñas, y los “delincuentes juveniles” (nada de psicología; lo que vale es el castigo co rporal). Con frecuen cia, estas revistas familiares tienen u n a página de historietas, recuadros en blanco y negro con dos o tres líneas escritas debajo. El estilo de las ilustraciones, tanto de las historietas com o de los cuentos, suele ser de carácter dom éstico y más viejo que la ruda. Los cuentos son narraciones com unes sobre gente com ún, iguales a los que aparecían en las antiguas revistas fem eninas. Hay decenas de anuncios y los “espacios de 5 centí m etros para ofertas”, es decir, grandes bloques ilustrados con artículos que se envían p o r correo: instrum entos musicales, excedentes de mantas
105 A. P. Ryan, Lord Northdi/fe, p. 50.
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y binoculares p ertenecientes al gobierno, curiosidades para el hogar. Los anuncios más frecuentes m an tien en su form a tradicional: “el anillo de tus sueños”, u n corsé que se pide p o r correo o u n a alfom bra de telar que se com pra d irectam ente en la fábrica, decenas de m edicam entos, libros de editoriales desconocidas -so b re rem edios hogareños, la m archa de la historia, la enciclopedia que todos los niños deberían te n e r- a bajo precio y muy com pletos, ofertas de los clubes de venta de ropa a personas que estén interesadas en ganar dinero en el tiem po libre con u na acti vidad “bonita e in teresan te”. P o r últim o, las revistas contienen consejos para el hogar, la m ayoría de ellos, de sentido com ún. Sin em bargo, e n casi todas las revistas ele este tipo se sabe muy bien que se corre el riesgo de ser pesado y de que el público no com pre las publicaciones p o rq u e han dejado de ser espontáneas. Los editores se esfuerzan m ucho p o r in co rp o rar nuevas form as, pero estas todavía convi ven con las antiguas, n o las reem plazan. M uchas veces aum entan la can tidad de fotos ele.mujeres con poca ropa y hasta las p o n en en la tapa. Las historietas a la vieja usanza conviven con algunas más m odernas sobre infracciones de conductores de autos veloces o aventuras en avión, todas con alguna ru b ia d espam panante y u n detective o u n piloto de m an díbula p ro m in en te, dibujados en el nuevo estilo inspirado en las tiras estadounidenses, que son tan distintas de las antiguas versiones inglesas como u n b ar m o d e rn o cliñere de las viejas tiendas que sirven pescado con papas fritas. Las revistas tam b ién ofrecen los últim os chim en tos sobre cine y radio y las últim as noticias sobre la televisión. P o r sobre todo está la sensacio nal historia p o r entregas o el relato biográfico. La presión del tiem po hace que las entregas no se p ro lo n g u e n más que un mes, así que cada tres o cuatro sem anas las revistas y los quioscos de diarios p o n e n carteles que anuncian las próxim as historias de “dram a y pasión”. Pero en esas historias, el único rasgo verdad eram en te sofisticado es la presentación visual, que no siem pre es tan sofisticada. A seguran que son conm ovedo ras au n q u e, en realidad, son insípidas com paradas con lo que se p u ede en co n trar en cu alq u ier novela breve de sexo y violencia. No obstante, la publicidad p re te n d e tener-form ato m o d ern o . Todos los carteles y cada entrega c o n tie n e n ilustraciones que son “genuinas fotografías de la vida real”. Pero en el fondo, la m ayoría de las revistas conserva el espíritu ele siem pre, y sus lectores, au n q u e atraídos p o r los pecados de la carne, siguen ten ien d o u n carácter .provinciano y básico. U n cartel anuncia, p o r ejem plo, u n a nueva novela p o r entregas con títulos tales com o La vida con mi amante del desierto y m uestra la im agen de u n a bonita actriz
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de vodevil con facciones típicam ente inglesas originaria de Scunthorpe, con ropa in terio r de seda b o rd ad a que le p ro d u ce cierta incom odidad. Si uno no le m irara la cara, la pose rep resen taría lo que los clientes del City Palace o f Varieties de Leeds consideran u n a m uchacha realm ente atractiva, en lugar de la en cen d id a sexualidad de u n a bailarina árabe. Unas sem anas después h ab rá otro relato con u n título parecido a La ley del pagano, ilustrado p o r la foto de u n a bella m uchacha cautiva de u na band a salvaje. “T íren m e a los p e rro s... m á te n m e ”, grita, “No m e entregaré jam ás”. ¡Pura barbarie! La cara y el precioso pelo castaño y ondeado p arecen los de u n a chica que sonríe desde los libritos con m o delos de tejidos. Está claro que cuando deja de posar, la jo v e n m odelo esconde el poco atractivo traje de baño debajo del abrigo tejido que le costó barato y la falda de m o d a que consiguió a m itad de precio en la liquidación de C&A. No es seguro que la m ayoría de las revistas más antiguas puedan con servar siquiera ese rasgo de dom esticidad en su osadía. Algunos intentos recientes, tanto en el fondo com o en la form a, p ru eb an que es casi im posible debido al ritm o im puesto p o r los antiguos sem anarios que h an adoptado con m ayor convicción las nuevas costum bres, así com o por al gunas de las nuevas publicaciones. Las revistas de este tipo presum en de “m odernas” y “visionarias” y se esfuerzan p o r atraer a u n público joven. Se diferencian de las revistas a la vieja usanza p o r ten er u n a mayor p ro porción de anuncios de técnicas para que los jóvenes sean más fuertes o más altos. M uchas notas -so b re las curiosidades del noviazgo o de los p ri m eros años de la vida de casados- están dirigidas a lectores de m enos de 30 años, pero en general, las revistas p re te n d e n ser de interés para toda la familia. La m ayoría trae artículos sobre m o d a fem enina y masculina, guías de centros de recreación, concursos p ara personas con intereses diversos, los típicos anuncios para la fam ilia y la sección de la enferm era o la herm an a mayor que responde a las consultas de los lectores con la misma sensatez que despliegan sus colegas en las revistas fem eninas de form ato más anticuado. Las nuevas publicaciones son, en realidad, revistas para la familia, con un público am plio y variado. Sería erró n eo pen sar que son com o “diarios exclusivos para h om bres” con u n form ato especial. Esas revistas p o r lo general las lee uno de cada cuatro o cinco adultos, y su distribución en las clases sociales es sim ilar a la de las viejas revistas para la familia, pero tienen el doble o el triple de lectores. Además, u n a publicación m oderna tiene la m ism a pro p o rció n de lectores d en tro de cada grupo etario que cualquiera de las antiguas, y la pro p o rció n de m ujeres de todas las eda
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des es tan alta com o en las revistas del viejo estilo, es decir, casi igual a la proporción de hom bres. Las nuevas revistas p ara la familia h an llevado a las viejas a luchar con uñas y dientes p o r la supervivencia, porque son sus com petidoras y hered eras directas. El hecho de que no siem pre reconoz camos que esto es así p u ed e deberse a que nos resistimos a adm itir que las recién llegadas, con su dudoso atuendo, ya han accedido al trono. Matthew A rnold observó que las publicaciones populares siem pre tie n e n u n a buena dosis de “instintos generosos” y en ello reflejan el carác te r de sus lectores. Las publicaciones m odernas com binan su sensacionalismo con un radicalism o fácil; su tono general es socialm ente (aunque vagam ente) progresista y, p o r supuesto, moralista. A veces contienen u n a sección religiosa o un p o em a en prosa en clave ética parecido a los que aparecen en las revistas más antiguas. Pero ese tipo de cosas, en m i opinión, esconde tendencias inconfesadas más im portantes; hasta los tan com unes ataques a los “trucos”p u ed en ser tam bién “trucos”.l(W La m oralidad declarada con cu erd a con las actitudes de la clase trabajadora, pero si hay qué dejarla de lado p o r u n a risa, entonces es probable que se lo haga. La única cualidad consolidada es el quijotismo, u n a caracte rística ele quienes norm alm en te se dice que son, de todos m odos, como “la m anzana p o d rid a ”. Se aprecia u n paralelism o en el uso de elem entos m orales p o r p arte de ciertos anunciantes. En el contenido textual, las revistas más nuevas son tan superficiales com o las viejas. Están hechas de fragm entos de inform ación en form a de notas breves sobre personajes históricos, chicos guapos o curiosida des de distintos rincones del m undo, y todas las notas parecen iguales a las de las revistas del pasado. Pero u n a m irada más atenta revela que en la transición hacia nuevos estilos, las publicaciones se ad en tran en u n m u ndo más estrecho. Las revistas a la vieja usanza iban en busca de lo curioso y lo so rp ren d en te; las nuevas, en cambio, p onen el acento sólo en lo so rp ren d en te, en los crím enes, el sexo y lo sobrenatural. Por cierto, el antiguo interés e n lo sobrenatural continúa vigente igual que antes aunque cam bie la form a de presentarlo. Si se publica u na noticia es porq u e se le p u ed e en c o n tra r alguna veta relacionada con el sexo o lo sorprendente. D ebe h ab er m uchas fotos, en especial de chicas bonitas. El foco está puesto, entonces, más en lo extraordinario que en lo curioso, o m ejor dicho, los principios que sostienen ese m undo son tan reducidos
106 U na “línea" in telig en te o un artificio hab itu alm en te em pleado p ara ab rir un texto.
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que parece que sólo lo que sorprende -e n especial, en alguno de los tres aspectos m encionados- despierta curiosidad. Así, hasta los tenias insosla yables que no son sorprendentes en sí mismos precisan un poco de “con dim ento”, más de lo que en algunos diarios se consideraría razonable: Le gusta c a n ta r... con poca ropa Miles de hom bres se pelean p o r u n a m ujer El m ayordom o que golpea a la duquesa A ella le gusta... picante Está claro que los diarios populares siempre han estado bajo la presión de tener que ser ingeniosos e interesantes. Pero en los últimos cincuen ta años, su m undo se ha vuelto cada vez más competitivo. Y durante los últimos treinta años, la radio se ha adueñado de la presentación de las primicias. Los diarios serios inform an lo que ya sabemos, se explayan con comentarios o proporcionan contexto; los más populares se centran en los sustitutos que causan sorpresa. La com paración del diseño de una revista antigua con el de una nueva confirm a esta idea. Las nuevas no tienen más que inteligencia y dinamismo. Suelen utilizar, como lo hacen los publi citarios, una tipografía m ucho más variada que la que em plean las más antiguas; las tiras cómicas y los chistes (casi siem pre muy graciosos cuando dejan de lado el tan trillado tema de las discusiones entre esposos) poseen un estilo nuevo más sofisticado. Los titulares, que en lugar de tipografía normal em plean fuentes impactantes, adquieren gran importancia. Tanto en su aspecto com o en el tratam iento del m aterial de siempre, las nuevas publicaciones son más sutiles que las revistas que les dieron origen; son revistas realm ente m odernas, de mediados del siglo XX. A un así, pienso que la evolución es sólo técnica; los editores de las nue vas revistas saben muy b ien cóm o descubrir nuevas formas para disfrutar de los viejos placeres y parecer osados en la m an era de presentarlos. En tren de com paraciones, las publicaciones m odernas parecen tragos sofis ticados y las antiguas, u n a cerveza ligera; la conclusión a la que llegamos es que las prim eras son m enos saludables que las segundas. En general, reem plazan las miras más amplias de la curiosidad p o r la sorpresa más li m itada y el sensacionalism o en el plano sexual. Lo que es peor, el interés p o r el.sexo está p rincipalm ente “en la cabeza” y en la vista, p o r lo que es algo rem oto y vicario. A este interés se lo suele ver com o ingenioso e inte ligente pero, en realidad, es desapasionado y se reduce a un abanico muy acotado de reacciones; el ingenio que esconde la pobreza emocional no implica u n a evolución respecto de la vieja revista para toda la familia. Los
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defensores del estilo más m o d ern o a m en u d o se refieren con térm inos jactanciosos y m o ralm ente autocom placientes al m aterial más antiguo que las nuevas publicaciones h a n desplazado; no tienen ningún motivo para hacerlo.
EL PROCESO ILUSTRAD O: ( i l ) CANCIONES POPU LA R ES COMERCIALES
Las canciones populares n o m uestran de m an era tan directa el im pacto de la organización com ercial m o d ern a com o las publicaciones popula res. Quizá sea así po rq u e la produ cció n de canciones populares no tiene el alcance necesario p a ra g e n e ra r u n a actividad com ercial a gran escala. H ubo centralización, com o lo sabe todo el que h a oído hablar de Tin Pan Alley, de m odo q ue hoy en día el control de casi toda la producción y la distribución de m úsica se realiza en Londres. Es muy raro que indivi duos de la clase trabajadora se d ed iq u en a escribir canciones, ni siquiera para que se las in terp rete d en tro de su entorno. Los poetas urbanos que vendían sus escritos e n las calles de las grandes ciudades h a n desapareci do en la últim a etapa del rem ado de E duardo VII o poco después. Este poem a fue escrito con motivo del fallecim iento del m onarca: La voluntad de Dios hem os de obedecer; a nuestro re y -¡q u é tristeza!ha llam ado ju n to a El. G ran amigo de n u estra nación, poderoso m on arca y valiente protector. [...]
Q ué dolor más g rande para Inglaterra que aho ra su p a d re descanse bajo tierra; [.■•]
Su gran trabajo p o r n uestra nación, consolidando la paz, garantizando la unión, siem pre en ello desde q ue asumió, h a ahorrado al país m ucho más que u n m illón.107
107 El texto com pleto aparece en The Oxford Booh ofLisht Verse, com pilado p o r W. H. A uden, OUP, 1938..
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No todas las com posiciones tenían tanto encanto: A rth u r M orrison se ñala que las “confesiones” de los asesinos en el m inuto antes de la horca siem pre tenían el mismo tenor. A prended de m i aciago destino, la triste verdad debo admitir: u n espantoso crim en he com etido, p o r el que estoy c o n d en ad o a m o rir.108 Pero las palabras de los versos no p o d rían ser más banales que las utili zadas en lo que p o d ría en ten d erse com o u n vestigio de la misma tradi ción. Me refiero a la costum bre, que aú n está vigente e n tre los niños y los adolescentes de la clase trabajadora, de p onerle letra a u n a m elodía conocida para contar los detalles del últim o asesinato. Los crím enes del d o cto r Buck R uxton fu e ro n la fu en te de inspiración de estas canciones: M anchas rojas en la alfom bra m anchas rojas en el escalón... (con la música de “R ed sails in the sunset” [Velas rojas en la ta rd e ]). Y tam bién: C uando seas grande y n o tengas sangre ten d ré que cortarte en m uchas p artes... (con la música de “W hen I grow too oíd to d ream ” [Cuando sea dem asiado grande para so ñ a r]). A veces, los adultos inventan chistes sobre asuntos tales com o el juicio a Christie, llevado a cabo en 1953, que generó frases com o “am or de alace n a ” o “¡Siete m ujeres en la casa y n in g u n a es capaz de p rep arar un té!”, que sirven com o ejem plo del to n o habitual de las frases. Los cantantes que com p o n ían sus propios temas o tenían u n com po sitor que colaboraba con ellos d u ran te años ya no existen. Sin em bar go, las personas de la clase trabajadora siguen queriendo ser capaces de identificar sus canciones favoritas con d eterm inados cantantes, y las
108 E n TheHole in Ihe Wall, 1902.
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firmas de música satisfacen ese deseo: esta es de V era Lynn, esta otra es de Frankie Laine y tal otra de Gracie Fields. Los autores de letras contem poráneos conocen las preferencias musi cales de la clase trabajadora; p robablem ente algunos sean gente com ún y corriente que envía sus letras desde el in terio r del país. Pero aunque las canciones aún ilustran en gran m edida la vida de la clase trabajadora, en mi opinión, no son tan descriptivas com o hace cincuenta años. Las nuevas canciones nos dicen algo acerca de las actitudes de la clase, pero esas actitudes 110 gozan del alivio personal que proporciona un a intim i dad genuina. Al estudiar los cambios en las canciones, m e encuentro con el proble ma de que m uchas de las más antiguas me recu erd an mi niñez y adoles cencia, y m e siento tentado a decir lo p rim ero que m e viene a la m ente, es decir, que esos temas son m ucho m ejores que la m ayoría de los que se han escrito en los últim os veinte años. Está claro que vuelco en esas viejas canciones mis propias em ociones sin orden ni concierto (como lo hacen losjóvenes de hoy con las canciones con las que se identifican). En cierta m edida, lo mismo ocurre cuando analizo ciertos aspectos de los textos, pero m e resulta más difícil ad o p tar u n a perspectiva más objetiva con las canciones que con los libros y las revistas. Las canciones perm anecen en una zona más p ro fu n d a bajo la piel de las em ociones que los relatos. O quizás el p roblem a radica en que n o cuento con el bagaje crítico nece sario p ara analizar piezas musicales, u n conocim iento que sí tengo para abordar el estudio de la palabra escrita. Es necesario hacer esa salvedad, que po n e de manifiesto la naturaleza elusiva y com pleja de todo análisis de los cambios sufridos p o r la canción popular. Por ello, m e lim ito a unos pocos rasgos en los que los cambios son m uy evidentes y en los que es posible reducir lo suficiente el efecto de reacciones más subjetivas. No m e interesa el seguim iento de los rasgos formales de la canción p o p u lar u rb an a durante el últim o siglo, el alto nivel d e estilización, los m odelos em ocionales simples, el uso restringido del lenguaje y el poco refinam iento de la versificación. Tam poco quiero decir que todas las canciones de hace cuarenta o cincuenta años fueran muy buenas en lo que a form a y contenido se refiere ni me olvido de que siem pre qu ed an en nuestra m em oria las m ejores canciones de un conjunto mayor de temas intrascendentes. Como he com entado anteriorm ente, las malas canciones se pueden transm utar y los versos m uy banales se p u ed e n im buir de em ociones va liosas tanto en la im ente de u n individuo que canta “para sí” como en
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la voz de u n cantante que canta frente al público. Esto vale tanto para algunas canciones m odernas com o para “Bii'd in a gilded cage”. Y hay cantantes populares contem poráneos cuyas actuaciones son tan entrete nidas y adm irables, en sus más variados estilos, como las de las estrellas de hace cincuenta años. No obstante, h u b o cambios en la form a de inter p retar las canciones que parecen estar relacionados particularm ente con las tendencias centralizadoras de la sociedad m oderna. La variedad de canciones alegres y optimistas no es nueva ni carece de valor. Las canciones de este tipo se apoyan en la idea de que 'la vida' es du ra p ero que no hay que descorazonarse (“¿Estamos tristes? ¡No!”). Es preciso estar bien, com o todos los demás: “Estamos ju n to s en esto”. Hoy se siguen com poniendo canciones que tienen este mismo espíritu y algunas son muy bonitas y pegadizas. Pero con frecuencia, el tono en que se las canta sugiere que su carácter alegre y el sentido de pertenencia al grupo que las caracteriza se convierten en u n a satisfacción autocomplaciente. El tono ha cam biado a “Lo que im porta es que estés contento” o “Es tonto pero divertido”. H abía u n personaje llam ado M ona Lott en el program a Itrna que siem pre repetía con voz de ultratum ba “Es tan alegre que m e m antiene viva”, pero según el carácter de las canciones, la frase debería ser “Es tan com ún que m e p o n e co n ten ta”, pronunciada con voz frívola y alegre. La verdadera insatisfacción, con uno mismo o con las condiciones externas de la pro p ia vida, parecería no sólo anticuada sino fuera de lugar, com o si u n o paseara p o r u n parque en un bello día de verano con Kafka en el bolsillo, cara de sufrim iento y u n a risa hueca de vez en cuando. Los textos no son de utilidad cuando lo que se intenta analizar es la m anera en que se interpretan, pero el cam bio que me interesa se observa com parando el estilo usual de interp retació n de canciones como esta: A unque estés agobiado sigue ad elan te,109 en la que se aprecia algo de la vieja actitud de soportarlo todo con re signación, sin el simulacro de que no hay nada que soportar puesto que todos estamos felices y contentos ju n to s, con la habitual pobreza de ex presión de algunas de las canciones más m odernas que nos invitan sim plem ente a “so ñ ar” o a “d esear” cuando estamos en problemas.
109 “T h e en d o f the ro a d ”, Francis, Day y H u n ter, Ltd.
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Un ejem plo más claro de la explotación del vínculo entre la “buena amistad” y la alegría es el aire insípido y hueco de ciertas bandas musi cales com erciales que se prom ocionan com o divertidas y que tocan can ciones com o “Why does everybody cali m e Big H ead?”, pronunciando el final de la frase con u n golpe de percusión m o nótono y fuerte. Marie Lloyd y las cantantes d e su época cantaban p ara la clase trabajadora rién dose de sí mismas, de sus rarezas y sus problem as. En el nuevo estilo, las melodías n o rm alm en te p ierd en vigor existencial en favor de un resonar colectivo que sugiere u n acercam iento al grupo com o un escape de la personalidad y las elecciones individuales.110 La esencia de la particulari dad del individuo y el sentido positivo del g rupo están ausentes. La frase “para q ué p reo cu p arse” puede interpretarse com o la expresión de u na alegría teñida de cierto estoicismo ante las circunstancias o como u n a afirm ación evasiva de que no vale la p en a preocuparse p o r nada (en tanto y en cuanto u n o esté con el rebaño) que se hace pasar p o r jovia lidad: todo d ep en d e del tono. En la actualidad, la “cara” festiva de esas canciones, com o el “ho m b re co m ú n ” de la prensa, es casi siem pre un hom brecito h ueco que se aferra a su máscara. Ya no son muy frecuentes el m odo y el ritm o de “Any oíd iron” y “My oíd m an said ‘Foller the van’”. Tam poco u n o se topa muy seguido con la actitud ligeram ente irónica frente al am or que era tan com ún hace veinte o treinta años en canciones como “Why did she fall for the leader o f the band?”, “A in’t she sweet?” o “T h a t’s my weakness now”, o incluso en “I can’t give you añything b u t love, baby”,111 don d e las palabras (“Las pulseras de brillantes no se com pran en W oolworth, n e n a ”) y la exageración del lam ento sugerían u n a suerte de ridiculización de u no mismo. Este tipo de temas todavía se escuchan, y recientem ente h a habido unos pocos ejem plos interesantes; entre, ellos, “Dummy song”, que habla de u n joven que con m ucho entusiasm o rechaza a u n a novia y se inclina p o r u na m uñeca sumisa fabricada con materiales de desecho, la “pata de la m esa” y elem en tos p o r el estilo. U n éspíritu similar todavía está vivo en algunos programas de radio destinados a la clase trabajadora. Pero tengo la impresión de que los mejores ejemplos casi siempre provienen de los Estados Unidos en la actualidad. Tal es el caso de “They cali m e the Rock of Gibraltar”, que suele tocarse con bastante brío. Las canciones satíricas con tono ridículo toman su vitalidad del hecho de perten ecer a u n a clase que se perm ite
110 Hay excepciones, en especial en el re p e rto rio de la b a n d a de Billy C otton. 111 L aw rence W rig h t Music Co., Ltd.
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reírse, d entro de ciertos límites, de su propia form a de vida. U na com binación así no se logra fácilmente en las condiciones de producción e interpretación actuales. En los estilos de canto descritos predom ina la sensación de form ar parte de u n grupo. A parentem ente, ha habido una evolución similar en la ac tuación pública de estilos más personales. Lo que he denom inado estilo “m ontaña rusa” o “m ontaña rusa adaptada” se ha convertido en un estilo puram ente “interior”. Es u n a m anera personal que llega hasta la claustro fobia en algunos cantantes rom ánticos de éxito, y en su versión más íntim a y sentida, tam bién en algunas mujeres, que cantan con voz quejosa, acom pañadas de u n a orquesta en program as radiales nocturnos. Son maneras que, naturalm ente, tienen m ucho en com ún con el estilo “m ontaña rusa”, pero, como m uchas otras formas contem poráneas de entretenim iento, son iguales sólo en cierta medida; iguales, pero “reblandecidas”. En el es tilo antiguo, el canto era personal y público o com unitario a la vez. Las emociones personales eran aceptadas de corazón y percibidas como co m unes a todos. En el estilo más nuevo hay u n gran efecto público, y el uso de la cám ara de eco amplifica esta característica en mayor m edida que lo que puede lograrse en u n a sala de espectáculos de variedades; asimismo, hay u na intim idad forzada, como un p rim er plano en u na pantalla inm en sa. El cantante llega a millones de personas, pero simula estar cantando sólo “para ti”, lo cual implica una devaluación de la em oción personal com partida con el grupo, típica del estilo “m ontaña rusa”. Muchas veces, la p retendida em oción personal es m ucho más desproporcionada y ha perdido la aprobación del grupo. Pienso que pu ed e ser el equivalente en la canción de la creciente “personalización” de la prensa popular. En las actitudes básicas no hay u n cam bio notable; la diferencia está en lo que po d ría denom inarse la actitud hacia las actitudes. Las antiguas -e l hom bre com ún, la amabilidad, la alegría, el hogar, el amor, etc.- aún están vigentes, pero ahora de u n m odo cada vez más consciente. Así, al igual que la interpretación, se están “reb lan d eciendo”; están adquirien do u n sentim entalism o rom ántico respecto de u no mismo. Mi interés, entonces, no radica tanto en los supuestos sino en los sentim ientos hacia ellos. Sólo es posible ten er u n conocim iento acabado de esto escuchando las canciones, porq u e m ucho depende del tono, el énfasis y la repetición. Aun así, aquí se p u ed e h acer u n a referencia más p articular que en el caso de los estilos de canciones. El acento en las virtudes del h om bre com ún, visto com o más “real”, más astuto y honesto que los demás, que se observa cada vez con mayor
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intensidad aquí y e n todas partes, revela u n a form a de esnobismo. Todos lo s hombres son igualm ente buenos, pero la gente com ún es más buena q u e el resto, com o diría, palabras más, palabras m enos, George Orwell. L o verdaderam ente im portante, se dice, es ser amable, ser “u n o de ios nuestros”. Se trata de u n a relación de buena vecindad que se esparce hasta generar un débil e indefinido lazo com unitario que surge de u n acuerdo general según el cual todos estarán orgullosos de ser débiles en co njunto; son amables p o rq u e sienten orgullo de ser iguales com o los guisantes de u na mism a vaina, com o gallinas que hablan de la bonita atm ósfera del gallinero. E n ese am biente, nos invitan a cantar “Come in, neighbotir!” o “A in’t it grand to have good neighbours?” (hay que em plear la palabra “vecino” p o rq u e tiene connotaciones positivas). El h o g ar se vuelve más im portante que nunca, un refugio débil pero acoge d o r, con u n gran felpudo en la p u erta que da u na calurosa bienvenida a todas las buenas personas que atraviesan el um bral. Sin duda, a algún com erciante p ro n to se le ocurrirá fabricar felpudos que digan “Sólo ami g o s” o “Pasen, chicos y chicas”, p o rq u e ser amigo es la única condición req u erid a para e n tra r a las casas a las que se alude en cientos de cancio n es de este tipo. El siguiente paso lógico en esta secuencia de actitudes -sé u n a persona com ún; sé amigable; sé alegre, p ero sé todo esto de u n a m anera vacíaconsiste en ad o p tar otra serie de actitudes que podríam os asociar con u n a salida de em ergencia para los m om entos en que se cuelan las frías aguas de la vicia, cuando u n o corre el peligro de darse cuenta de que a pesar de ten er los pases grupales correctos no le “va tan bien”, es m enos com o persona de lo que d eb ería ser, y es, ahora en un sentido inquie tante, poca cosa. A veces, sentirse así puede ser inevitable y valioso. Pero si se escucha a los autores de canciones, el sentim iento se desvanece y c o n el tiem po desaparece p o r com pleto. La anestesia se proporciona de dos maneras vinculadas en tre sí. En prim er lugar, aunque pued a parecer q u e no estamos h aciendo nad a con nuestra vida, aí m enos (“¿Eres libre, n o ?”) se puede sim ular, so ñ ar y seguir pidiendo deseos. En segundo lu gar, si em pezam os a sentirnos incóm odos, podem os ahuyentar la sensa ción pensando en que el am or todo lo puede. Podríam os p o n e r en d u d a la existencia de algo que valga la pena en el m undo exterior; podiíam os ser “p ru d en tes” con respecto a la inclina ción a creer en u n a cosa o en otra; podríam os descubrir que somos inca paces de enfrentarnos a ese m u n d o exterior. Pero siem pre está el am or com o un refugio am able, u n a pócim a que b o rra las preocupaciones; el am or que anida e n u na canción m elosa y sentim ental. “Más a gusto que
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un arbusto”, se solía decir; hoy en día las canciones hablan de los “niditos” y el tono tiene u n p ro fu n d o trasfondo de autocom pasión oculta. Además, si no hay valores fu era del presente y lo local, si “la religión está pasada de m o d a”, entonces para quienes el sentido de la vida es esencialm ente algo personal, el am or puede expandirse para llenar el vacío, puede no sólo estar relacionado con la religión (como en las an tiguas canciones) sino tam bién funcionar com o un sustituto de esta. El am or puede ser el fin de todas las cosas, y después de la unión en el am or no hay sino u n a vaga sensación de estar flotando en el aire, de am aneceres eternos, de cuerdas cuyo sonido evoca u n a actitud positiva frente al universo, com o en esas películas rom ánticas que term inan, con el clásico p rim er plano de u n a pareja abrazada, un gran coro cantando “O al ti tu d o ” o los protagonistas p ro n u n cian d o la frase “Siem pre te ama ré ”. A m or “p ara siem pre”, que desafía el tiem po, las preocupaciones y la depresión; am or p o r el am or mismo, com o el de un pareja de canarios en u n a ja u la de oro. No es casualidad que u n a de las m etáforas más frecuentes en este tipo de canciones sea la de los “tortolitos”. El am or es etern o y sobrevive a todos los acontecim ientos de la vida y a los astros tam bién. De ahí al em pleo de u n lenguaje casi religioso para cantarle al am or, hay u n solo paso. Es verdad que en la poesía am orosa ese tipo de recursos no es nada nuevo: los autores de sonetos de la época isabelina, p o r ejemplo, recu rrían a estas y otras m etáforas. Pero viajar tan atrás en el tiem po no tiene m ucho sentido; hay que h acer com paraciones y análisis con elementos más m odernos y pertinentes. Ya hem os visto que en las canciones populares entre la clase trabajado ra es muy fácil pasar, sin solución de continuidad, del am or doméstico y la amistad al am or divino y el paraíso. Así, el terreno ya estaba prepa rado para la extrapolación. Pero tenem os que darnos cuenta de que, en efecto, hay una extrapolación del hogar-familia-amor-amistad a Nuestro Señor en el Cielo, y que los valores asociados con N uestro Señor en el Cielo se asemejan a los de la familia, de m odo que no se percibe una incongruencia en el pasaje de u n ám bito al otro; de allí a la idea de que el am or ha reem plazado a la religión, y en p articular la idea del amor en la que sólo cuenta la pareja puede reu n ir todos los atributos del sen tim iento religioso en sí m ism o y p o r sí mismo: no hay nada fuera de él. A continuación llegan los coros celestiales cantando a viva voz contra un fondo vacío que representa el espacio infinito; las m elodías se expanden hasta algo vagam ente h aendeliano gracias a la profusión de cuerdas que resuenan, cam panas que repican y la voz del solista que em ite un sonido
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bien definido en el estilo esperado. Para las.canciones de am or inter pretadas a la m an era religiosa, los dos estilos principales p arecen ser la “elevación celestial” y la “A m ante del Universo” en las m ujeres, lo que sugiere u n espíritu angelical e intensam ente fem enino al m ism o tiempo; y en los hom bres, lo que p o d ría denom inarse el strangulato,112 u n a form a particularm ente grave en la que la voz sale desde el fondo de la garganta y evoca a u n ho m b re fuerte, m usculoso o apasionado, em bargado por u na em oción cercana a lo divino. Desde la ú ltim a g u erra h a habido u n ren acer de canciones que a pri m era vista p o d ría n p a re c e r claram ente religiosas. No obstante, esas can ciones no m u estran u n alejam iento de la p ostura extrem a m encionada en el párrafo an terio r, d o n d e la religión fue reem plazada p o r el rom an ce. Son u n a ex tensión po sterio r de esa tendencia. P or la form a en que se presen tan , es evidente que Dios h a vuelto com o la pareja del mayor rom ance de todos. Esas canciones están aún más alejadas de las anti guas, en las q ue can tar sobre religión equivalía a expresar un sentim ien to p o r los valores del h o g ar y la relación en tre buenos vecinos. Estas son canciones de a m o r encubiertas, canciones de am or más “elevadas” a p artir del con cep to de que hay u n a relación cercana de “tortolitos”, p ero con Dios. Si todo esto q ue describo aquí fuese u n a guía para c o m p re n d e r cóm o viven y actú an hoy la clase trabajadora y otras clases, las cosas pa recerían h a b e r alcanzado u n estado calam itoso. Las tendencias son de plorables y, sin d u d a, tien en consecuencias cada vez más visibles. Pero la gente no tien e p o r q u é can tar o escuchar estas canciones; m uchos, de hecho, n o lo h acen. Q uienes sí las escuchan con frecuencia piensan que los temas son m ejores de lo que en realidad son. La situación de la canción p o p u la r ayuda a c o m p re n d e r m ejor a las publicaciones más m odernas. Y nos re c u e rd a adem ás que, au n q u e las publicaciones lle gan a u n público m ás n u m ero so y de u n m odo más sistem ático qu e las canciones, la g en te las in te rp re ta a su m odo. Incluso en esta esfera, los lectores se ven m u ch o m enos afectados que lo que las cifras de venta p arecerían indicar.
112 A m ed iad o s d e los años cin cu en ta esta form a de canto e ra m uy co m ú n en versiones d e “Som e E n ch an ted E vening”.
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LAS CONSECUENCIAS
¿Cómo podríam os resum ir los probables efectos de las publicaciones de mayor circulación, los diarios, los periódicos del dom ingo y las revistas populares? ¿Puede el consum o incesante e invariable de este tipo de lec turas ten er consecuencias generalizadas y penetrantes? En prim er lugar, p u ed e h ab er u n efecto de desconexión generado por el m aterial de lectura que apela sólo a las em ociones y la fantasía -in d e pendien tem en te de cuán triviales sean esas em ociones-, que está lejos de toda noción seria de responsabilidad y com prom iso. Según se desprende del m aterial que describim os anteriorm ente, las em ociones y la fantasía tienen cada vez más peso, pero sus form as son débiles y vacías. Pensemos en las antiguas páginas con noticias sobre ejecuciones o incluso en Pólice News\ los nuevos son más sofisticados, m enos im pactantes a prim era vista, pero en el fondo los dos tipos están íntim am ente ligados a las mismas características. El sensacionalism o hoy se viste de traje y corbata, y está lleno de “tretas” sociales suaves y persuasivas; todo “pasa p o r la cabeza” y no hay lugar para el h u m o r que surge de las entrañas ni para sentim ien tos de corazón. Hay críticas frecuentes a nuestros “diarios em papados de sexo”, a los que se les atiibuye más vida de la que tienen. La palabra “em papados” sugiere u n peso, u n cuerpo, p ero los diarios no tienen su ficiente cuerpo p ara em paparlo de nada. T odo se h a vuelto vicario: lite ratu ra de hojaldre sin relleno, incesante explotación de u n lustre super ficial. N ada se dice directam ente, ni siquiera el pronóstico del tiem po. En lugar de “Hoy lloverá” se dice “Amigo, hoy po n te el im perm eable”. M uchas veces, hasta el sensacionalism o es p u ra apariencia. Así, un titular com o “Miles de hom bres se pelean p o r u n a m ujer” (representativo de u na b u en a cantidad de titulares) encabeza u n a no ta sobre apicultura. Es como m irar p o r el ojo de la cerrad u ra sin que haya nada del otro lado; no obstante, el lenguaje com ercial es alucinante: Y es que n uestra capacidad de fascinación no se estim ula con cosas grandiosas y sensacionales, aunque eso es lo que la sensi bilidad adorm ecida necesita para vivir u na especie de experien cia artificial de fascinación.113
113 J. Pieper, L eisure, th e Basis o f C ulture, p. 131.
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Considerem os a las chicas pin-up de las revistas más m odernas: a prim era vista p arecen m uy sugerentes, y en cierta form a lo son. Sin em bargo, tie n e n algo de artificial;114 les han quitado el com ponente sexual, no tienen sino una extraña clase de sensualidad. H abitan regiones tan estilizadas, tan pasteurizadas, que la cualidad física real está ausente, pero tienen una perfección lejana e irreal en su form a p articular de sensualidad. Todo se reduce a u n conjunto lim itado de sugerencias visuales. ¿Podríamos im a ginar que esas criaturas envueltas com o para regalo huelan a almizcle, q u e estén despeinadas, que tengan im perfecciones en la piel, que no se hayan depilado, q ue tengan gotas de transpiración sobre el labio supe rior? U biquém oslas ju n to a u n a bailarina de Degas y lo irreal saltará a la vista. ¿H arán que aum ente la inm oralidad sexual entre los jóvenes? Me cuesta pen sar q ue haya u n a relación con la actividad heterosexual. Tal vez estim ulen la m asturbación, porque de u n a m anera simbólica quizá prom uevan este tipo de reacción sexual herm ética. La mism a cualidad artificial aparece con frecuencia en la “gran fran queza” de la que se enorgullece la prensa popular. En gran parte, se parece a d ar puñetazos en el aire, un tira y afloja elegante, u n a velada dem ostración de poder. De vez en cuando hay un ataque genuino, pero con tra algo seguro y cte poca im portancia. Más com únm ente, los ene migos son hom bres de paja, falsas Doñas Rosas como “gente convencio n a l”, o si los ataques se dirigen a personas reales -com o a un arzobispo, para elogiar p o r contraste al “hom bre co m ú n ” en su falta de hipocresía-, cuando se los exam ina se com prueba que son sólo fintas. Hay excepcio nes, pero p o r lo general las “reveladoras” primicias no im pactan a nadie y los “ataques directo s” no provocan heridas. La objeción a la simplificación y la “fragm entación” tiene u n funda m ento similar. N o se trata de lam entarse p o r lo bajo de que pese a que ah o ra somos u n a sociedad alfabetizada pocos leen, p o r ejem plo, a T. S. Eliot. La objeción que puede hacerse es más acotada y específica. Des pués de todo, es m uy probable que haya habido una m ejora en el están d a r general, en la calidad de la lectura, en los últimos cincuenta años; m ucho se ha h ech o para tratar de que así fuera. Y ciertos datos indican que, en efecto, h a n ocurrido mejoras. Sin em bargo, cuando observamos el increm ento p roporcional que ha tenido la influencia de las publica ciones simplificadas y fragm entarias d u ran te ese mismo período y su im-
114 Si no es artificial, es p ro b ab le que sea indirecto, com o en la lucha libre y las carreras au tom o vi Iísticas.
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posibilidad de superar en calidad ni siquiera u n ápice a las publicaciones de hace cincuenta años, es dudoso que pu ed a afirmarse que ha habido una m ejora g eneral en la calidad de la lectura. En realidad, parece como si a una gran cantidad de gente se la m antuviera en un nivel terrible m ente básico en lo que respecta a sus lecturas. En la actualidad, las pu blicaciones populares prop o rcio n an un m aterial de peor calidad de lo que necesita cualquier lector, pero en ese sentido están en sintonía con su naturaleza en cuanto publicaciones masivas. Las tiendas que tienen como objetivo o b ten er ingresos rápidam ente au n q ue con escaso m a rg e n . de beneficios atraen a su enorm e clientela fabricando, por ejemplo, ca misas más baratas que la com petencia; lim itan la variedad de estilos sólo a los más populares. Si nos gustan esos estilos, les com prarem os la cami sa, que, p o r lo demás, es buena. La prensa masiva p opular debe limitarse a reflejar los gustos y las actitudes más populares, y en estas cuestiones poco tangibles no existen las com pensaciones que sí están en la com pra de la camisa. Q uedam os igualados en la autocom placencia, y como las norm as no son fáciles de descubrir o de respetar, no siem pre la recono cemos com o tal. Así, pocas personas tienen más de u n a velocidad de lectura. La dispo nibilidad de m aterial diseñado para leer a m áxim a velocidad es mayor que la necesaria, y esa velocidad no sirve para la mayoría de lo que vale la pen a leer. Del mismo m odo, la b u rd a caracterización de personajes en las obras de ficción populares to rn a a los lectores m enos dispuestos a tolerar los matices, la falta de certeza aparente en los perfiles, las suti lezas o la falta de pinceladas definidas necesarias para un análisis de las características más sutiles de los personajes. Esto no quiere decir que uno vaya a lam entar que los lectores no estén dispuestos a discernir la situación de S trether en Los embajadores, de H enry James; lo “com ún” tam bién es com plejo, no hay personas sencillas. Las oraciones breves, con pocas subordinadas relativas, los adjetivos simples asociados a cada sustantivo, la falta de textura y de p ro fu n d id a d ... em plear esta clase de escritura para describir a los personajes es com o construir u na casa con fósforos usados. Lam entablem ente, no se p u ed en citar ejemplos reales de publicacio nes populares m odernas, pero son fáciles de encontrar. Hasta cierto punto están m ejor escritos que los relatos de las viejas revistas y suelen reflejar más la vida real, o u na clase de vida m enos rica en experiencia. Algunas de las objeciones tam bién se aplican a los relatos de las viejas publicaciones. Pero la escritura más m o d ern a suele m ostrar una super ficialidad im p ertin en te y u n a sim pleza que la identifican como escritura
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popular de m ediados de siglo XX. En mi opinión, la p eor característica es la confianza im p ru d en te con la que p resenta la visión que describo, a la que atribuye una validez universal. La form a que adopta ese tipo de escritura es más o m enos así: Eramos sólo dos los que proveníam os de L o n gton’s Mili en el cam pam ento de verano de Kosy, a m enos que contáram os tam bién a M abel Arkwright. Pero norm alm ente no la incluíamos. Además de la cara llena de pecas, Mabel tenía aspecto de búho; siem pre estaba co n la cabeza m etida en algún libro y forzando la vista. De todos m odos, J u n e y yo sabíamos que nos íbamos a divertir m uchísim o en cuanto llegamos allí... tres salones de baile, dos zonas p a ra tom ar sol y decenas de b ares... ¡más que perfecto! Además, p o r si to d o eso fuera poco, ¡ahí estaba ese bom bón! ¡Qué físico! La com binación perfecta de M arión B rando y H um phrey Bogart! En fin, que todos estábamos dispuestos a pasarlo bien cuando viene u n a que p arece D orothy Tem ple. T en ía el cabello castaño claro -e lla decía q ue era rubio d o ra d o - y el aspecto de la “chica linda que será la esposa perfecta”. Así que sabíamos que se venía u n a guerra sin cuartel... [...] ¿T enía la cara roja? Sí, p o d ría decirse que sí. Lo últim o que supim os de ella es que se había ido a cam inar, con Mabel y u n libro. ¿Perdón? Ah, ¿qué pasó con el buenm ozo de M arión B rando y H um phrey Bogart? Bien, disculpa. La cita de East, Lynne q ue transcribo a continuación es en cierta form a m enos dinám ica que gran parte de lo que se escribe en la actualidad; recurre con m u ch a facilidad a u n a especié de oratoria. Pero lo que me interesa m uchísim o es h acer la com paración con lo que no puedo sino denom inar - a riesgo de sonar dem asiado so lem n e- el tono m oral, mos trar las diferencias en la actitud ante la vida y las relaciones hum anas que hay en los dos extractos: Las lágrim as corrían p o r el rostro de la señora H aré. Era u na m añ an a clara que sucedía a la torm enta de nieve, tan clara que el cielo estaba azul y el sol brillaba, pero la nieve se acum ulaba en el suelo. La señ o ra H aré estaba sentada en su sillón, disfru-
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tando de la claridad, y el señor Carlyle estaba de pie ju n to a ella. Las lágrimas de alegría y de tristeza no se distinguían unas de otras: de tristeza p o r saber que en algún m o m e n to debería se pararse de B árbara y de alegría po rq u e se quedaría con alguien que la m erecía, el señor Carlyle. —Archibald, ella h a sido muy feliz aquí. ¿Cree que en su casa tam bién lo será? —T rataré de que así sea p o r todos los medios. — ¿Siempre será am able con ella?, ¿la cuidará? — Con todo mi corazón y mi alma. Mi querida señora, pensé que m e conocía bien com o para que dude usted tanto de mí. — ¿Dudar de usted? De ninguna m anera; confío plenam ente en usted, Archibald. Si todos los hom bres del m undo estuvie ran a los pies de Bárbara, yo rezaría para que ella lo eligiera a usted .115 Como p ru eb a de la riqueza de la textura que u n b u en escritor le p ro p o r ciona a u n a descripción aparen tem en te simple de u n personaje, transcri bo aquí la que hace George Eliot de u n párroco anglicano de pueblo, un tipo social p o r el que la au to ra no siente dem asiada simpatía: Por otra parte, debo adm itir, puesto que guardo u n a parcia lidad afectuosa p o r la m em oria del párroco, que no era ven gativo -y debo reco n o cer que ciertos filántropos lo son-, que no era intolerante -a u n q u e se com enta que algunos teólogos que ostentan u n a gran vocación no están com pletam ente li bres de tam aña im perfección-, que si bien es probable que no h ub iera aceptado inm olarse p o r n in g u n a causa pública y que estaba poco dispuesto a d o n a r todos sus bienes para d ar de co m er a los pobres, tenía esa g enerosidad que a veces les faltaba a m uchos ilustres virtuosos: era com prensivo a la h ora de juzgar los defectos ajenos y no solía p ensar m al de nadie. Era uno de esos hom bres que no abundan, de quienes sólo apreciam os sus mayores virtudes cuando los vemos más allá de la vida pública, cuando nos m etem os en sus casas y escucham os la voz con que les hablan a los más jóvenes y los más viejos frente a la chim e nea, cuando los vemos ocuparse con gran dedicación de las ne-
115 E. W ood, E astL ynne (1861), capítulo 18.
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cesidades cotidianas de quienes conviven con ellos, que tom an su generosidad com o algo natural y no com o motivo para un panegírico.116 C o n el m aterial nuevo, term inam os arribando a ú n a región donde nunca sucede n ad a real, a u n lim bo d o n d e las reacciones son autom áticas y a nxeclias. Cada vez más se apela a la curiosidad “trivial y vacía”, pero cada v ez m enos se recurre a la fibra de la vida. Y para los lectores quizá ese efecto sea el p eo r de todos. Es im posible disfrutar activa y positivamente d e esta m anera; no hay nada que les interese de verdad, que los haga reaccionar. Como al lector no se le exige nada, tam poco se le da nada. N os encontram os en u n a pálida p en u m b ra em ocional d o nde no hay lu g a r para la sorpresa, el im pacto o el sobresalto; no existen los desafíos ni n ad a que provoque alegría o genere tristeza; no hay esplendor ni desgra cia, sino sólo el goteo incesante de un líquido insulso a base de leche y agua que se em plea p ara paliar el ham bre y que niega la satisfacción que p ro p o rcio n a u n a com ida sustanciosa. Como he m encionado an terio rm en te, la d ieta n u n c a varía para un g ran n ú m ero de personas, que casi n u n ca leen otra cosa. Las publica ciones masivas d eb en tratar de asegurarse de que los consum idores no q u ieran le e r o tra cosa; entonces tien en que ajustar las clavijas para que la gran estru ctu ra de¡ la que fo rm an p arte no co rra peligro ele desm oro narse. La lectu ra p o p u lar está m uy centralizada; u n a en o rm e cantidad d e gente tiene sólo unas pocas publicaciones para elegir. Este país es m uy p e q u eñ o y bastante poblado; hoy en día, el m ism o objeto puede llegar a casi todos al mismo tiem po. El precio que se paga p o r esto e n el ám bito de la lectu ra p o p u la r es que u n p e q u eñ o grupo de pu blicaciones poco satisfactorias y de im aginación estrecha im pone u n a u n ifo rm id ad considerable. Esas publicaciones tienen que m a n te n e r a sus lectores en u n nivel de aceptación pasiva, pai'a que en lugar de p re g u n ta r acep ten satisfechos lo q ue se les ofrece y no estén interesados e n ningún cam bio. No se d eb en cuestionar los principios sino en un nivel superficial. Pese al “progresism o” y la “in d e p e n d e n c ia ” de los que presum e, la p ren sa p o p u la r es u n a de las principales fuerzas conser vadoras d e la vida pública actual: su naturaleza le exige prom over el conservadurism o y el conform ism o.
116 G. Eliot, Adam Bede, libro I, capítulo 5.
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Si hasta ahora esas características no han tenido consecuencias más nocivas para la calidad de vida de las personas, eso se debe a la capacidad -u n o de los tópicos recurrentes del presente ensayo- de vivir sin pro blemas en com partim entos, separando la vida familiar de la vida fuera del hogar, la vida “real” de la del en treten im ien to . La clase trabajadora siem pre, o al m enos a lo largo de varias generaciones, ha considerado que el arte es algo que se disfruta pero que sirve para desconectar, que no tiene relación con cuestiones de la vida cotidiana. El arte es margi nal, “divertido”: “Sirve para desenchufar la m e n te ”, “Te hace olvidar de ti mismo”, “Es como u n recreo; algo distinto” (el subrayado es m ío). Mientras disfruta del arte, uno puede entregarse e identificarse con él, pero en el fondo sabe que no es algo “real”; la vida “real” pasa p or otro lado. El arte p u ed e “hacerte olvidar de ti m ism o”, pero la form a de la frase sugiere que en el in terior existe u n yo “real” con el que el arte no dialoga, sólo reflexiona de m anera convencional sobre ciertos principios acordados. El arte es para usarlo-, de ahí que sea muy com ún el hábito, en especial entre las m ujeres, de echar u n a m irada a las prim eras páginas de un re lato para ver cóm o em pieza, si hay diálogo, y luego leer la últim a página para com probar que tiene u n final feliz. La lectura no es para generar interrogantes molestos. Sin em bargo, visto así, el final feliz aparece como una gratificación exagerada. Para la clase trabajadora, el final feliz, com o he com entado anteriorm ente, tiene que ver con la clase de final que sus integrantes p u ed en observar en su en to rn o , en el hogar y la familia; en un a vicia en la que todo “ha salido b ie n ”, en la que los n ubarrones han desaparecido. Saben que la vida no es exactam ente así y no esperan que lo sea en un futuro im aginario, pero dicen que es “lindo p en sar” en una vida así; y esa actitud a veces me parece que tiene que ver con una especie de visión o u n pantallazo de otro orden. Se suele creer, entonces, que la lectura afecta más a la clase trabajado ra de lo que lo hace en realidad; p o r ejem plo, que la gente adopta sin pensarlo los nom bres de personajes de novelas o películas. Es verdad que si u n nom bre no es dem asiado raro, lo usan. Pero es la fuerza del con form ism o lo que lleva a que d eterm inado nom bre se vuelva muy popular rápidam ente y no la influencia de la novela en la que aparece el nom bre en cuestión. Según u n inform e del Registro Civil de T ottenham , en una época, a u n a de cada cinco niñas la inscribían con el nom bre “D oreen”. Pero la mayoría de las esposas de la clase trabajadora, si bien leen un relato detrás de otro en las revistas, se ríen de las vecinas raras que se sienten tan identificadas con esas narraciones que les ponen “Dawn” o
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“Apríl” a sus hijas. E n gran parte, la risa se debe a que ven que la m ujer ha llevado los cuentos a la vida real y a que el nom bre es cómico o algo simple. Esta actitud general, ju n to con la “tolerancia”, ayuda a e n te n d e r por qué la clase trabajadora no objeta ni siquiera los aspectos más extrem os de las publicaciones q u e consum e. La im agen de u n a m adre que peina canas hojeando u n o de esos sem anarios con elem entos visuales muy lla mativos pu ed e p arecer extraña, p ero es bastante com ún. Pero, p o r su puesto, ella sólo m ira las secciones que le interesan: las chicas atractivas con ropas sugerentes, bueno, las “tolera”, no le m olestan: “Las po n en para los m uchachos, ya sabes”. Del mismo m odo, las formas más m oder nas de publicidad no afectan dem asiado a las personas, que se acercan a ellas de u n m odo oblicuo. Tales actitudes p u e d e n ser u n esterilizador contra las infecciones, pero quizá sean peligrosas, en especial en la actualidad. E n el nuevo entorno, el arte no es sim plem ente u n a vía de escape tem porario o u n a form a de “diversión”: tam bién es, desde el p unto de vista de la clase trabajadora, una ju g a d a comercial; en el fondo, es u n a actividad que genera dinero. A hora más que n u n ca es muy difícil siquiera pensar en que un escritor trabaje no p o r din ero sino p o r motivos m ucho m enos mercantilistas. “U n buen libro es el elem ento vital de u n espíritu su perior”, decía Milton. Si la o b ra de u n b u en escritor co ntem poráneo llegara a la m ayoría de los adultos, no sólo les resultaría difícil co m prender su enfoque de la vida sino que adem ás su p o n d rían que el autor, al igual que todos los demás, aunque de u n m odo extraño y aburrido que no term inan de entender, “se está ganando la vida” y “sólo escribe para hacer d in e ro ”. La enorm e cantidad de escritores comerciales talentosos asegura que la m ayoría de las personas perm anezca en u n nivel de lectura en el cual pueda reaccionar sólo ante lo tosco e impreciso, lo' esperable, lo prim i tivo, lo sum am ente pintoresco; y ante todo esto, com o ante casi todo lo artístico, la m ayoría adopta u n a actitud de alegre cinismo. En general, m uchos sólo leen las obras más populares. ¿Para qué leer otra cosa si la escritura-es lo que ellos creen q ue es? ¿Por qué habrían de profundizar en lo que leen? Todos los m iem bros de la familia leen alguna de las publica'ciones m odernas (y p robablem ente aclaren: “Sólo leo los chistes”); el pad re com pra u n a de las viejas revistas p ara la familia; la m adre, u na revista fem enina de las viejas y u n a de las más nuevas; la hija com pra otra de las revistas ilustradas y los hijos leen u n diario p o pular todos los días, una novela policial p o r sem ana y dos o tres diarios del dom ingo, que com parten con toda la familia. Si nos dejamos llevar p o r la evidencia,
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la situación parece no te n e r rem edio: sensacionalismo, fragm entación, simplificación extrem a, falta de realidad; parafraseando a D. H. Lawrence, “n u n ca u n a lectura í'eal, ni siquiera b u e n a ”. Lo so rp rendente es hasta qué p u n to la vida fam iliar continúa su pro p io cam ino, cuán poco se ven afectados su ritm o y sus valores p o r la catarata de papel picado que la literatura po p u lar hace caer en el hogar. No obstante, la lectura favorece la división en dos del m undo, que ya he señalado. Todos saben que la intención de influenciarlos está pre sente, p ero restringen las consecuencias atribuyendo la m ayoría de los intentos de persuasión al m u n d o de “ellos”: “Ah, sí, hoy en día ellos po nen [o dicen] cualquier cosa en los diarios” o “Bueno, p ero no es más que u n libro”. El público com pra m illones de diarios, y los editores, en épocas de elecciones, tratan de convencer a sus lectores de que voten lo que ellos quieren. A m enos que com pre uno de los diarios populares con cierta orientación en particular, la gente vota sin tom ar muy en serio las recom endaciones de la prensa y, com o no les atribuye m ala intención a los editores, sigue co m prando los mismos diarios. Los lectores dan por sentado que casi nad a de lo que publica la prensa es sincero, que los dia rios “sólo quieren tu d inero - o tu v o to -”. Los diarios les resultan fáciles de leer y divertidos e n el tratam iento de los temas que están preparados para leer. Saben que las em presas de la industria editoiial no “persiguen el bien com ún p ero au n así les deseo b u en a su erte”; m ientras tanto, ob tienen de ellas el entreten im ien to que necesitan. Recordem os los principales argum entos de este capítulo y el anterior, pues el segundo ilustra el prim ero. El proceso de reblandecim iento del tratam iento de los temas más generales es continuo y se va ampliando: las nuevas formas co n tien en u na cantidad de tonos de voz “dem ocráti cos” y se las adopta p o r la necesidad de p ro p o rcio n ar alegría y brillo a cualquier costo; los principios básicos son el igualitarism o im prudente, la libertad, la tolerancia, el progreso, el hedonism o y el culto a la juven tud. Por libertad se entien d e “perm iso para ofrecer lo que asegure ma yores ventas”; tolerancia es sinónim o de “ausencia de norm as” más allá de aquellas que, de tan vagas y trilladas, se red u cen p o r com pleto a una form ulación ritual, vacía, y carecen de utilidad práctica; la defensa de cualquier valor es u n a instancia de autoritarism o e hipocresía. En cualquiera de los diarios más populares se p u e d e n ver ejemplos de lo que he descrito; el siguiente artículo ficticio es fiel en form a y conteni do al m aterial que se ofrece a los lectores:
2g O
LA CU LTURA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE MASAS
NO LOGRO EN TEN D ER
¡Otra vez, chicos! ¿Y ahora quién es? El arzobispo de Pontyholoth (foto de un arzobispo de unos 60 años que usa polainas, al que tom aron p o r sorpresa, de m odo que parece la versión cómica de un obispo torpe). El otro día habló en la secle de la Liga de Mujeres Cristianas (prom edio de eclad: 62) sobre q u é h a c e r e n e l t i e m p o l i b r e . Bueno, b u e n o ... ¿Te gusta m irar un poco de tele después de u n largo día ele trabajo? ... No deberías, ele acuerdo con el arzobispo soltero. ... “D em asiada gente acepta pasivam ente sus actividades recreativas, y eso no es co rrecto”, sostiene el arzobispo. ¿Te gusta apostar en las carreras? ...L o siento, amigo, no deberías, de acuerdo con el arzobispo de 60 años. ... “Sería m ejor que pensáram os más en la libertad que les otorgam os a esos negocios en la vida de nuestra nación”. CARAMBA, SEGURO QUE SE ARMA UNA D ISCU SIÓ N
¿Quién hubiera pensado que en 1956 un líder cristiano olvidaría los principios fundam entales de la democracia? Quizá no seamos muy profundos, p ero siem pre supimos que los líderes cristianos deben ser u n a fuente de inspiración p o r poseer la virtud de la t o l e r a n c i a . Probablem ente hayamos entendido mal, porque también pensam os que los líderes cristianos defendían la l i b e r t a d y la IGUALDAD.
Pero quizá esas ideas se apliquen sólo para el arzobispo y sus pares. De todos m odos, espero que alguna de las preocupadas integrantes de la Liga ele Mujeres Cristianas se haya hecho oír p o r el prelado y le haya recordado estos principios. . . . Y q u e a l g u i e n h a y a m u r m u r a d o a l g o a c e r c a d e lo s p e l i g r o s de ser
r e a c c io n a r io
,
f a l s o , h ip ó c r it a y a u t o c o m p l a c ie n t e
PARA LOS LÍDERES CRISTIANOS.
... Y que alguien le haya sugerido al arzobispo que debería reunirse más con la gente común y que le vendría bien en ten d er m ejor el sentido común del hom bre de la calle. Si esto no o c u rrió ... NO LOGRO EN TEN D ER
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Todos hem os de recordar, todos los días y cada vez más, que, en rigor de verdad, no existe el tal “hom bre com ún”. Si no lo tenem os en cuenta, dejarem os que las decisiones personales se diluyan en nuestra obediente identificación dem ocrática con u n a figura hipotética cuyo principal be neficio lo disfrutan los que nos quieren engañar. Debemos conocer las características básicas de la naturaleza de las publicaciones populares ,117 es decir, que son productos de grandes corporaciones, que no se enm ar can den tro la historia de la prensa p ropiam ente dicha, ni de los asuntos de interés público, ni de la política, sino del en tretenim iento, que el uso que hacen de la “op in ió n ” es en gran m edida m anipulación irracional con fines de en tretenim iento, que cuando uno de esos diarios dice “Pro porcionam os datos... in creíb les...”, no está haciendo u n a declaración de intenciones sino utilizando u n a fórm ula com o la del proveedor de entretenim iento, del estilo de “No tengo ningún as en la m anga”. A finales del siglo pasado, William Morris se lam entaba de la falta de un arte po p u lar y tenía la esperanza de que resurgiera: El arte po p u lar no tendrá la o p o rtu n id ad de vivir una vida salu dable, ni de vivir siquiera, hasta que hagamos desaparecer esta terrible brecha en tre ricos y pobres. Y continúa diciendo que si esa b rech a se cerrara podría term inar con la fatal división de los hom bres en clases cultivadas y clases de gradadas que el com ercio com petitivo alim enta y favorece. La b recha entre ricos y pobres aún no se ha cerrado ni en la m edida ni en la form a en que habría deseado Morris. Pero se ha hecho bastante para lograrlo; las actividades del com ercio competitivo pueden hacer mucho m enos q ue antes para m antenerla abierta. ¿Se ha reducido la brecha en tre las clases “cultivadas” y las “degradadas”? ¿Nos hem os acercado al arte popular que deseaba Morris?
117 “Se h an convertido en grandes em presas industriales guiadas por su necesidad de o b ten er ganancias sobre el enorm e volum en de capital invertido e interesadas principalm ente en el éxito com ercial”, com enta Francis Williams en Press, Parliament. and People (p. 146). Añade que, p o r ser esta una generalización, 110 es cierta para todos los casos. Más adelante afirma: “Los diarios de circulación masiva están, en prim er lugar, para en treten er” (p. 161).
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Hemos tom ado el cam ino que conduce al arte de masas; m illones de personas leen todos los días y todas las semanas el mismo diario y algunas otras publicaciones. Para com pletar ese camino, el arte debe controlar el gusto y m antenerlo en el nivel más bajo, algo que está logrando con gran eficacia. El com ercio competitivo h a cam biado de estrategia y ah ora es el defensor de aquellas clases “degradadas”, porque hoy en día, a esas clases, si se sum an todos los peniques que gastan en diarios y revistas, vale la p en a defenderlas. Y los nuevos defensores de la clase trabajadora deben m ante nerla un id a y conservarla en el nivel de sus instintos más autocom placientes. Im pedidos de contribuir a la “degradación” de las masas económ ica m ente, los procesos lógicos del com ercio competitivo, favorecidos desde afuera p o r el clima general de la época y asistidos desde adentro p o r la falta de dirección, las dudas y la incertidum bre de la clase trabajadora respecto de su pro p ia libertad (y sostenidos p o r ciertos autores, algunos de los cuales eran antiguos integrantes de la clase trabajadora), aseguran las condiciones para que se produzca el robo cultural a esta clase. Como esos procesos no descansan jam ás, la sumisión, la presión constante que no perm ite m irar hacia afuera ni hacia arriba, se transform a en algo posi tivo, en u na nueva form a de som etim iento mayor, u n som etim iento que prom ete ser más fuerte que el anterior, porque las cadenas de la subordi nación cultural son más fáciles de llevar y más difíciles de cortar que las de la subordinación económ ica. “Nos traiciona la falsedad que surge desde el interior”, las debilidades propias y la doble m oral de los diarios p opula res, su capacidad de expresar nuestros principios m orales habituales pero ele u n a m an era que debilita el código m oral que evocan, su costum bre de decir lo correcto p o r los motivos equivocados. He tratado aquí, pxincipalmente, la evolución de las características de las publicaciones popúlales que están dirigidas a la clase trabajadora en parti cular. Vale la pena recordar que la tendencia es clara no sólo en las publi caciones más m odernas sino en algunas -ciertos diarios, en especial- que com enzaron intentando ser serias a la vez que populares y que todavía no están p lenam ente identificadas con los estilos más recientes. El relato de al gunos periodistas que h an trabajado en esos diarios de la presión constante para" que se viera el “brillo” en sus artículos a expensas de características más sobiias, confirm a lo que indica la observación a lo largo de los años .118
118 En Viscoun!, Soulhtvood, R. J. M inney d a el p u n to de vista del fallecido d irecto r ejecutivo de O d h am s Press, J. S. Elias, quien en ese m om ento, según Francis
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Más im portante aún: los argum entos generales se aplican del mismo m odo, aunque el contexto histórico sea algo diferente, a las publicaciones dirigidas a los num erosos lectores de clase m edia y clase m edia baja. La clase trabajadora y la clase m edia suelen com partir lecturas, y la división de clases se vuelve m enos clara a m edida que aum enta la circulación. Los diarios popúlales - a diferencia de lo que se conoce norm alm ente como diarios “serios”- que están escritos específicam ente para la clase m edia están influenciados p o r las mismas tendencias culturales que las que afec tan a los diarios populares dirigidos principalm ente a la clase trabajadora. Los unos son tan triviales y tan trivializantes com o los otros. Personalm en te, encuentro los destinados a la clase m edia más desagradables que los de la clase trabajadora. T ienden a poseer u n a petulancia intelectual, un chauvinismo y u n esnobismo espiritual, y u n brillo de cóctel que hacen que su atmósfera se vuelva particularm ente sofocante.
Williams, te n ía la convicción d e que h ab ía qu e “H acerlos sonreír. D arles alegría. Las noticias ya son bastante d ep rim en tes de p o r sí” (p. 287).
8. El nuevo arte de masas: sexo en envases atractivos'
LOS CHICOS DE LA R O G O LA 119
Esta dieta regular, cada vez más extendida, casi sin variaciones, de sensaciones sin com prom iso probablem ente convierta a quienes la consum en en personas m enos capaces de reaccionar de form a abierta y responsable ante los acontecim ientos de la vida y cause una sensación p ro fu n d a de falta de propósito de la existencia fuera del lim itado abani co de unos pocos apetitos inm ediatos. Las almas que hayan tenido po cas oportunidades de abrirse a otros m undos quedarán encerradas en sí mismas, observando con “extraños y oscuros ojos como ventanas” un m u n d o que, p o r lo general, es una fantasm agoría de espectáculos pa sajeros y estímulos vicarios. Si hoy en día no es esta la situación en que se en cu en tran m uchas más personas de clase trabajadora, eso se debe principalm ente a la capacidad de resistencia del espíritu hum ano, una resistencia que surge de la sensación, que no suele explicitarse, de que hay otras cosas que im portan y deben respetarse. No obstante, puede resultar útil centrarse aquí en algunos de esos as pectos de la vida en Inglaterra en los cuales el proceso cultural que he descrito en los últimos dos capítulos tiene u n im pacto más contundente. D eberíam os ver en ellos la condición que ya podría haberse alcanzado, de no ser p o r las resistencias a las que he apuntado repetidam ente. Un ejem plo claro lo constituyen las lecturas de los jóvenes que se encuen tran cum pliendo con el servicio militar. D urante dos años, no hacen otra cosa que aburrirse y contar los días que faltan para volver a sus puestos de trabajo. Son adolescentes que tienen dinero para gastar. Los han apar tado del im portante efecto estabilizador de la casa, que perciben sin ser conscientes de su existencia, de la re d de relaciones familiares y quizá
119 La C ám ara de C om ercio la define com o “fonógrafo que funciona con m o n edas”.
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tam bién de la sensación, en su lugar de trabajo, de form ar parte de una organización que tiene u n a tradición en su especialidad. En consecuen cia, están abiertos a los efectos ele u n tipo de lectura -fragm entada, que apela a las sensaciones- a la que acceden con m ucha facilidad. Según mi experiencia, los únicos libros de tapa d u ra que leen m uchos jóvenes son los escritos p o r los más famosos autores de novelas policiales. Aparte de ese género literario en particular, leen historietas, novelas cortas de rufianes, revistas de divulgación científica y de hechos policiales, revistas de estilo más actual, revistas/periódicos y periódicos ilustrados .120 Afor tunadam ente, el servicio m ilitar sólo tiene u n a duración de dos años; después, los m uchachos se van a su casa y vuelven a trabajar. Siguen le yendo ese tipo de m aterial, p ero p ro n to se convierten en hom bres con obligaciones y m ayores exigencias en lo que respecta a tiem po y dinero, y seguram ente con probabilidades de adop tar los viejos ritm os del bax'rio y escapar de los peores efectos de lo que pu ed e ser u na insípida existencia herm afrodita (una vez u n soldado m e dijo: “La vida es u na paja [m astur bación] p erm an en te d en tro de u n o ”) desconectada de la sensación de estar persiguiendo u n objetivo personal trascendente. Sé que hay excep ciones y que se está h aciendo bastante para que las cosas m ejoren, pero, dado el trasfondo q u e he m ostrado en los capítulos precedentes, para m uchos ese es el am b ien te que pred o m in a d u ran te el servicio militar. Quizá lo que m ejor describe la tendencia general en este sentido son los hábitos de lectura d e los chicos de la rocola, es decir, los que pasan la tarde escuchando música de u n a m áquina de discos instalada en un pequeño bar con m ínim a ilum inación. Tam bién hay otros grupos de personas que leen los libros y las revistas que com ento en este capítulo -algunos hom bres y mujeres casados, quizás, en particular los que perciben.la vida de casados como algo desgastado, los “viejos verdes”, o algunos escolares-, pero consi dero más oportuno referirm e a los que, noche ü'as noche, van a esos bares. y son los típicos lectores de los diarios populares de estilo más m oderno. Como en los restaurantes que describí en u n capítulo anterior, en los pequeños bares suburbanos se advierte a prim era vista, en la m oderna de coración de dudoso gusto, una llamativa ostentación, una descomposición estética tan absoluta que, en com paración, la decoración de las salas de estar de las casas hum ildes donde viven los clientes parece expresar u na
120 Es fácil e n c o n tra r evidencia circunstancial. Sé de u n a escuela secundaria en la q u e los alu m n o s se intercam bian las revistas en el patio.
EL NUEVO AR TE DE M ASAS: SEXO EN ENVASES ATRACTIVO S 2 5 7
tradición arm oniosa y civilizada, similar a la de u n hogar tradicional del siglo XVIII. No me refiero a los bares que son, en realidad, restaurantes de comida rápida donde se puede com er de m anera más veloz que en un res taurante con servicio de mesa, sino a la clase de bares - d e los que hay uno en todas las ciudades del norte de Inglaterra con más de 15 000 habitan tes, aproxim adam ente- que se han transform ado en lugares de reunión de u na gran cantidad de jóvenes. Las m uchachas van a algunos de estos bares, pero la mayoría de quienes los frecuentan son chicos de entre 15 y 20 años que usan chaqueta ligera con hom breras, corbatas estampadas y un aire de típico joven estadounidense. La mayoría no puede pagarse un batido de leche tras otro, así que beben té durante un p a r de horas m ien tras insertan una m oneda tras otra en el tocadiscos mecánico; este es el verdadero motivo p o r el que acuden al bar. En todo m om ento hay dispo nible u n a docena de discos; basta con tocar u n botón num erado para que suene el tem a deseado, que se elige de un a lista. La em presa que ofrece las máquinas en alquiler cambia los discos cada quince días; casi todos son de origen estadounidense; la mayoría de los temas son cantados y los estilos de interpretación son más m odernos que los que pasan norm alm ente en radio Light Program m e, de la BBC. Algunas de las m elodías son pegadizas y todas han sido modificadas para adaptarlas al tipo de ritm o que es más popular en la actualidad; se usa m ucho el efecto de reverberación que se obtiene en las grabaciones con cám ara de eco. Los intérpretes son hábiles y precisos, y la m áquina de discos suena a u n volum en que podría llenar perfectam ente u n gran salón de baile y que, p o r tanto, excede las nece sidades sonoras de u n bar reconvertido de la calle principal. Los jóvenes siguen el ritm o m oviendo u n hom bro o m iran, em ulando al melancólico H um phrey Bogart, a través de las sillas de caño de metal. En com paración con los pubs de barrio, los bares a los que hago refe rencia aquí representan u n a form a debilitada de distracción, una especie de m ateria en descom posición m ezclada con el olor de la leche hervida. Muchos clientes -c o m o lo sugieren la ropa, el p einado y los gestos- viven en u n m undo m ítico com puesto p o r unos pocos elem entos sencillos que, según creen, rep ro d u cen el estilo de vida estadounidense. Conform an u n grupo deprim en te que de n in g u n a m anera represen ta a la mayor parte de la clase trabajadora; quizá m uchos de ellos son m enos inteligentes que la m edia y están, entonces, más expuestos a las tendencias debilitadoras actuales. No tienen objetivos, ni ambiciones, ni protección ni creencias. Son los equivalentes m od ern os de los m ucha chos jorn alero s de m ediados del siglo XIX que describe Samuel Butler y están en la misma situación m iserable que ellos:
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Una fila de m uchachos jo rn alero s impasibles, apáticos, ausen tes, desgarbados, poco atractivos, sin vida... U na raza parecida a los cam pesinos franceses prerrevolucionarios descritos por Carlyle que no resulta agradable describir; u na raza que ha sido reem plazada .1-1 Para algunos de estos jóvenes, no hay lugar ni siquiera para la vida sexual esporádica de m uchos de sus contem poráneos, pues para ello se reque riría u n mayor control de la p ropia personalidad y más encuentros con otras personalidades de lo que son capaces de abarcar. De la escuela no se han llevado casi nada que los acerque a las realidades d e la vida adulta tal como se la experim enta después de los 15. La mayoría d e ellos trabaja en puestos para los que no se necesita demasiado talento personal, que no son interesantes, ni prom ueven el desarrollo de valores personales, ni les exigen pon er nada de sí. El trabajo se ejecuta día a día y fuera de eso todo es diversión, pasarlo bien; tienen tiempo libre y algo de dinero en el bolsillo. Están atrapados entre los engranajes de la tecnocra cia y la dem ocracia; la sociedad les da u na libertad casi ilimitada para las sensaciones, pero les pide poco a cambio: trabajo m anual y u na fracción d e su cerebro durante cuarenta horas p o r semana. El resto está abierto a los proveedores de entretenim iento y a su eficiente aparato de produc ción de masas. Los clubes y los institutos para la juventud y los centros deportivos no los atraen com o a m uchos de su generación; y por medio d e los procesos inevitables de la evolución del entretenim iento comercial, los empresarios se aseguran de que su atractivo peculiar se m antenga y se fortalezca. Es probable que las responsabilidades de la vida de casados va yan cam biando gradualm ente a estos jóvenes, que, mientras tanto, no tie nen otras obligaciones ni m ucho sentido de la responsabilidad hacia ellos mismos ni hacia otras personas. En cierto sentido desafortunado, son los nuevos trabajadores; si a partir de la lectura de la más reciente literatura de entretenim iento de la clase trabajadora uno pudiera imaginar quiénes son sus lectores ideales, serían precisam ente ellos. Es cierto que, como ya he sugerido, no son típicos, p ero son las figuras que ciertas poderosas fuerzas contem poráneas tienden a generar: los siervos domesticados y sin rum bo de u na clase que vive en un en to rn o mecanizado. Si, en apariencia, com prenden principalm ente a los m enos inteligentes o provienen de fa milias sujetas a tensiones especiales, eso se debe probablem ente a la fuerza
121 S. B utler, El deslino de la.carne, 1903, capítulo 14.
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de una fibra m oral que la mayoría de los proveedores de bienes culturales para la clase trabajadora contribuye a desnaturalizar. El bárbaro hedonista pero pasivo que viaja por 3 peniques en u n autobús de 50 caballos de fuerza para ir al cine a ver una película de 5 millones de dólares por 1,8 peniques no es sólo una rareza social, es un signo.
LAS REVISTAS “ PIC A N T ES”
¿Qué se espera que lean esos hom bres, adem ás de la prensa diaria, el periódico del dom ingo y las revistas o diarios más sensacionalistas? La biblioteca pública no los atrae; tam poco las bibliotecas populares cuya función principal es acum ular m aterial de ficción en estantes con rótulos tales com o “Policial”, “Suspenso”, “M isterio”, “V aqueros”, “Románticas” o “A m or”, y del cual las bibliotecas públicas n u n ca tienen ejemplares su ficientes. Para descubrir qué consum en estos lectores hay que acercarse a las'tiendas de textos usados que están presentes en todos los distritos comerciales que visita la clase trabajadora. La vidriera está abarrotada de libros en rústica en diversos estados de desintegración, pues las tiendas ofrecen u n sistema de com praventa (que norm alm ente es caro, pues los libros nuevos cuestan 2 chelines y cuando cam bian de dueño valen 6 pe niques). El m aterial puede clasificarse en tres grandes grupos: policiales, ciencia ficción y novelitas eróticas. U n día, al estudiar la vidriera de u n a de esas tiendas de segunda mano, observé las siguientes características de esos tres grupos, aunque las revis tas no estaban repartidas en secciones, sino que se exhibían en el consi derable desorden habitual.
POLICIALES
El rasgo saliente de este grupo, dado que la m ayoría de las novelas de este género proviene de los Estados U nidos y se publica desde que co m enzaron a alzarse voces contra las revistas que parecían glorificar el delito, es que “el crim en no paga”. Las publicaciones suelen llevar leyen das tales com o “Apoyamos la causa que persigue la reducción del delito”. Ind ep en d ien tem en te de las profesiones de los personajes, el interés está centrado en el pandillero o en los detectives, que, si bien tienen tem pe ram ento de pandillero, están del lado de la ley. Los títulos son parecidos a estos:
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Superdetective Historias del cuartel policial A uténtico detective Crim en ilim itado Historias policiales increíbles
Casos crim inales del FBI Casos policiales im pactantes Investigación secreta Las m ejores historias de detectives La escena del crim en
El form ato se repite: papel com ún, im presión burda, cubierta ilustrada; lógicam ente hay m uchos “escritores fantasm a” e intercam bio ele material.
CIEN CIA FIC C IÓ N
En este grupo los títulos varían en tre “Ciencia”, “Ciencia espacial” y “Ca rreteras del espacio”, reforzados p o r adjetivos com o “asom broso”, “in creíble”, “fu tu ro ”, “ex trao rd in ario ”, “fantástico”, “súper”, “em ocionante” o “au tén tico ”. El m aterial de este grupo tam bién se publica en papel com ún y con cubierta ilustrada. Es el tipo de ciencia ficción que se escribía antes de que temas similares fuesen tratados seriam ente en revistas literarias y que no se h a visto afectado p o r esa jerarquización. La form a y las situaciones que se n arran aq u í son sum am ente limitadas. En la mayoría de los relatos hay u n a m u chacha jov en y atractiva que usa ro p a que un diseñador de vestuario de u n espectáculo de variedades sin pretensiones p o d ría con siderar “futurista”. El atu en d o consiste en u n a falda blanca plisada muy corta y u n a blusa ajustada con algún toque contem poráneo. Se trata de ropa sexy con cierres, en lugar del conjunto tradicional de falda y blusa; fornicación vicaria (sin e n tra r en detalles) en u n a nave espacial que se traslada de M arte a Venus. Sobre el tercer grupo, las novelitas eróticas, m e explayaré más adelante. Los tres grupos cubren casi todo el m aterial, aparte de la prensa, de la tienda que m e detuve a observar y de otras del mismo estilo. Las publi caciones más antiguas sobre “V aqueros” y “B oxeadores”, que estaban de mpcla hace veinte años, hoy ocupan u n lugar m arginal. Las revistas ele este tipo p arecen ser p articu larm ente populares, se gún creo, e n tre los adolescentes de inteligencia lim itada y otros jóve nes que, p o r u n a u o tra razón, no h a n p rogresado o no se sienten a gusto consigo mism os. La pu b licid ad es casi siem pre “co m pensatoria”. Quizás este sea el m o m en to de h acer u n a digresión para tratar b re vem ente el tem a de la p u b licid ad co m pensatoria más elem ental, que
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aparece co n stan tem en te en las revistas com o las que nos ocu p an y en u n a en o rm e can tid ad de periódicos. En su form a más simple, la publicidad de este tipo apela a la inferio ridad física, in ten ta persuadir al lector p ara que deje de fum ar y así m e jo re la vista, la m ente, tenga u n pulso más firme: “A um enta tu estatuía”, “Increm en ta tu masa m uscular”, “¿Por qué seguir siendo un alfeñique?”, “Vitalidad energizante para ti”, “Ellos participaron en m i curso y su cuer po ahora es fuerte y musculoso. T ú tam bién puedes ser uno de ellos”, asegura u n hom bre con unos m úsculos enorm es. De ahí a los anuncios de calm antes o los que apelan al com plejo de inferioridad del lector, hay u n solo paso: ¿Sufres de los nervios, tienes sentim iento de inferioridad, fal ta de confianza, tartam udez, inestabilidad, eres indeciso y de m asiado hum ilde? Entonces te falta la base fundam ental para adaptarte a tu en to rn o debido a u n a f a l l a s u b c o n s c i e n t e d e ORIG EN NERVIOSO.
A prende a g enerar impulsos p o s i t i v o s y a alejar los n e g a t i v o s . Construye u n a personalidad s e g u r a y d o m i n a n t e . O tros anuncios son incluso más fuertes: ¡n o
se pu ed e c r eer !
¿No piensas que hasta ah o ra no has explotado tu inm enso po tencial de desarrollo? ¿ q u i e r e s c a m b i a r ? [aquí aparece u n a ilustración de u n a figura m asculina con rayos de fuerza vital que em ergen de su cu erp o ]. Déjalo fluir y contrólalo gracias a nuestro increíble sistema. ¡u s a la totalidad de tu a s o m b r o s o p o t e n c i a l o c u l t o ! Este li bro p u ed e CAMBIAR t u v i d a . Con frecuencia, la misma em presa usa la form a básica (¿Sufres de los nervios?) y la más positiva, d o nde no se hace tanto hincapié en la falta de adaptación, pero aun así se supone que a u n o le gustaría tener más amigos y ejercer influencia en u n m ayor nú m ero de personas. Para descu b rir cóm o hacerlo hay que gastar 2 libras, p o r decir u n a cifra, en un libro sobre “el secreto de la personalidad exitosa”. Con regularidad se publican libros con más y m ejores prom esas, títulos más dinámicos y precios igual de altos:
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¿La vida te da lo que t ú quieres y m ereces? ¿Deseas seguir vi viendo una vida infructuosa y carente de objetivos, cargada de timidez y temor? ¿No? Entonces aquí está lo que buscas. Con nuestra solución ganarás dinero, tendrás más p o d er y fama, y gozarás de la estima de todos [un extraño eco del final de la vigesimotercera conferencia de Freud, sobre el artista com o un soñador que “alcanza - p o r m edio de su fantasía- lo que antes solamente lograba en su fantasía: h o nor, p o d er y el am or de las m ujeres”. Y lo que es más extraño, el acorde final resuena como un débil eco egocéntrico de Bacon y “el fin últim o del saber” para la gloria del C read o r y el alivio de la condición del h om bre ].122 1
Volvamos a las revistas. Existen varios periódicos “picantes ”,'23 “atrevi d o s ” o revistas sem anales o m ensuales con ingredientes eróticos que, claram ente, ladran más de lo que m uerden. Se com pran en cualquier quiosco de revistas, no sólo en tiendas de com praventa, y algunas se ven d e n muy bien. No he e n co n trad o cifras de distribución p o r clase, pero en tie n d o que son populares e n tre los hom bres de clase trabajadora y clase m edia baja.
122 La referencia a Bacon m erece u n a cita m ás larga d eb id o a la relevancia para el presente capítulo y los capítulos 9 y 11: “P ero el m ayor e rro r d e todo el resto es la equivocación o la confusión del fin últim o del conocim iento, pues los hom bres han a d q u irid o u n deseo d e a p re n d e r y de conocer, a veces deb id o a u n a curiosidad n atu ral y a u n apetito inquisitivo, otras veces p ara d istraer sus m entes con la variedad y el deleite, a veces en busca de gloria y reputación, y otras veces p ara lograr la victoria de la inteligencia y la contradicción, la m ayoría de las veces p ara o b te n e r lu cro p o r la profesión, y pocas veces p o r el deseo sin c ero d e o frecer u n a explicación verdadera d el don de la razón para beneficio y uso de los hom bres: com o si en el conocim iento se buscara un sillón en el q u e d a r descanso al espíritu curioso e inquieto, o u n a terraza d o n d e la m en te e rra b u n d a y voluble p u ed a pasear y gozar de bonitas vistas, o u n a to rre altiva sobre la cual p u ed a alzarse el espíritu orgulloso, o un fu e rte o lu g ar elevado para la lu ch a y el com bate, o un a tien d a p ara ganancia o venta y no un rico alm acén p ara la gloria del C reador y el alivio de la c o n d ició n del h o m b re. P ero lo que en verdad dignificaría y exaltaría el co n o cim ien to sería q u e la co ntem plación y la acción estuvieran más ín tim a y estrech a m e n te ensam bladas y unidas de lo que han estado". Francis B acon, The Advancemenl of Leam ing (1605), libro I, sección V, 11, p p . 34-35 en la edición inglesa d e Everym an. 123 T am bién hay “revistas p ican tes” para la clase profesional.
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En prim er lugar, contienen chistes, m uchos ele ellos con dibujos, que po n e n el acento en las indirectas sexuales obvias, limitadas y de un gusto algo dudoso. N orm alm ente tam bién traen palabras cruzadas, u n a página dedicada a los deportes, el horóscopo y cuentos brevísimos. P or la diagram ación y las ilustraciones, los cuentos p u ed en parecer eróticos, pero en el fondo son tan sosos com o los de las revistas fem eninas más mo dernas. El n arrad o r suele ser u n joven que está casado desde hace poco, tiem po o que, a ju zg ar po r la am abilidad con la que trata a las chicas, está a p u n to de sentar cabeza con u na b u en a m uchacha. En la actualidad, a veces tam bién aparece u n a fotonovela cuyas pro tagonistas usan ropa escotada. Además, hay m uchos dibujos de distinto tam año con chistes debajo. La m ayoría de estas publicaciones tiene la pretensión de mostrarse inteligente y m oderna, aunque en general el diseño no es más logrado que el de algunas revistas para toda la fami lia. H acen u n a declaración de m o d ern id ad y sofisticación gracias a la colaboración de artistas que cultivan un estilo m oderno. Las páginas no ostentan, entonces, la línea h ogareña más tranquila de los artistas que di señaban las revistas antiguas sino la de los ingleses que reciben influencia de los Estados Unidos, en particular, de A lberto Vargas. Tiene que haber fotos de m odelos pin-up y, a falta de u n a profusión de fotos en color y de algunos de los elem entos más caros con los que cuentan las revistas de la com petencia, la mayoría parece q u erer asegurarse de que sus fotos sean tan osadas com o sea posible y que las m odelos realm ente parezcan salirse de la página para llegar al lector. Todas las revistas son eróticam ente indecorosas, muy atrevidas a sa biendas, algo lanzadas, al m enos en las ilustraciones. Pero evidentem en te para verlas así, es necesario su p o n er la existencia de ciertos valores que están siendo transgredidos. Esas publicaciones tienen poco de au téntico o excitante; después de todo, p erten ecen al mismo m undo que las antiguas revistas fem eninas. La objeción principal no es al contenido erótico sino, com o suele o currir con los nuevos tipos de revistas, a la tri vialidad: apelan a lo excitante con m ucha facilidad y con un a evidencia m ínim a y poco genuina. Hay otras revistas dirigidas en particular a la clase trabajadora que, en par te p o r su carácter local y específico, difieren dé m anera considerable de las que describí hasta ahora. N inguna de ellas parece tener una vida prolon gada, pero las nuevas que siguen la misma línea aparecen inm ediatam ente después de que la policía clausura las antecesoras. Normalmente, salen una vez por mes y se venden por 6 peniques. Me ocuparé aquí de analizar
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algunas que se publican en el norte, pero hay otras similares en el sur. Las revistas de mayor éxito circulan, según tengo entendido, desde Manchester hasta H ull y desde M iddlesbrough hasta N ottingham . Al m enos u na al canzó las cien mil copias p o r núm ero, lo que significa que tenía no menos de 330 mil lectores. Esa revista en particular la leían principalm ente los miembros de la clase trabajadora del noreste urbano de Inglaterra. La com posición de cada nú m ero de u n a revista de este tipo es muy simple: u n a n o ta breve sobre deportes, algo sobre cine, u n cuento breví simo (que p re te n d e ser erótico p ero que en realidad es p u ra espum a) y unos pocos anuncios (de am uletos de la suerte y artículos p o r el estilo). El resto del espacio está dedicado a los chistes, im presos sin aditam entos en doble colum na, y a los dibujos, que ilustran los chistes o están allí por derecho propio, p o rq u e son sugerentes. No hay demasiadas fotos de m o delos, quizá -s u p o n g o - p o rq u e serían muy caras. En cam bio, las revistas tienden a usar para sus ilustraciones más im portantes, las que reem pla zan a las chicas pin-up de las revistas más sofisticadas, dibujos que parecen haber sido realizados originalm ente a lápiz, con m ucho som breado, y luego fotografiados. El resultado es muy parecido a las fotografías de modelos pin-up. Im agino que los dibujos fotografiados tienen otra venta ja, y es que el artista, que n orm alm ente em plea el lenguaje de Vargas, se perm ite resaltar las partes del cuerpo de las chicas que piensa que harán que la ilustración sea todavía más sugerente que u n a fotografía norm al de una m odelo pin-up. U na de estas revistas tenía la costum bre de dar realce a los pezones que se m arcaban bajo el vestido. Del mismo m odo, los pechos p u e d e n m ostrarse más p rom inentes y separados. En general, las revistas de este tipo pertenecen al munclo de las postales más subidas de tono; com parten el mismo tono vulgar y la visión estrecha de las posibles situaciones que p u ed en ser blanco para el hum or: los tra seros, la “delantera”, la ropa interioi', los ombligos, los pechos (y, recien tem ente, los corpiños con relleno, la últim a novedad en todas las revistas humorísticas en las que el sexo ocupa u n lugar protagónico). Quizá sean un poco más crudas que las postales. Y digo esto sin aludir a cosas tales como los pezones resaltados y las curvas generosas. El elem ento más crudo de estas revistas suele ser el dibujo de las caras de las chicas, en especial eii las ilustraciones de mayor tam año, cuyas características no he visto en ninguna postal. La expresión de la cara es de u n a vulgaridad muy direc ta. No creo estar refiriéndom e a lo que u n espíritu m ucho más generoso reconocería com o “u n gusto áspero pero m undano, con u n toque chauceriano”. Se trata, en cambio, de u n a vulgaridad de una falsa sofisticación y una rudeza urb an a deliberada que sólo u n a visión rom ántica absurda
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podría confundir con o tra cosa. Pienso que estas revistas retienen a los lec tores gracias a la sugerencia peculiar de sus fotografías de dibujos y a cierta calidad reconocible en las caras y los elem entos que m uestran. Abro un núm ero en u n dibujo a doble página de u n a chica en shorts, con u n escoté pronunciadísim o, andando en bicicleta en grupo, com o lo hacen tantas chicas de las ciudades del norte durante los fines de semana. La m uchacha tiene la inconfundible cara de la que, dentro de u n grupo de jóvenes de clase trabajadora, “sabe de qué se trata”. En este sentido muy restringido, en el limitado realismo de la expresión, estas revistas pertenecen a la clase trabajadora m ucho más que las revistas “picantes” de distribución nacional y, en esta cuestión, que la prensa p opular m oderna.
NOVELAS DE SEXO Y VIOLENCIA
Yo destacaría el hecho simbólico de que abandonam os las declaraciones form ales de am or en el m ismo m om ento en que dejam os que las guerras estallen sin que declarem os la guerra. Estamos reto rn an d o a los tiem pos de secuestros y violaciones, aunque sin el ritual q ue h a ro deado ese tipo de violencia en la Polinesia. d e r o u g e m o n t , Passion and society, p. 244 Las novelas breves de sexo y violencia se com pran en las tiendas de revis tas y en algunos quioscos de las estaciones d e tre n .124 N orm alm ente, las am ontonan todas ju n ta s en u n rincón, debajo de las tiras de aspirinas y los bolígrafos. Están los diarios, los sem anarios, la pila desordenada de revistas de artesanías y pasatiem pos, los libros de Penguin y Pelican, y después, las novelas en las que el sexo es el in g red iente principal; entre todas, estas publicaciones p in tan un p an o ram a de algunos de los aspec tos principales d e n uestra cultura. La presencia constante de libros que giran en torno al sexo indica, según creo, que los p a s te ro s de tren que “no quieren que los vean e n tra r” en u n a tienda de revistas de segunda m ano ni se p erm iten llevar ese tipo de libros a la casa p u ed en usar estas
124 P arte d el m aterial que aparece en esta sección se publicó, en fo rm a d iferen te, en u n artículo q u e escribí p ara Tribune (“T h e Bookstall”, 29 de o ctu b re d e 1948). Los lectores de “Raffles y Miss B landish”, de G eorge Orwell (CriticalEssays, Secker, 1946.), n o tarán a q u í la influencia de este autor.
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lecturas du ran te el viaje com o u na válvula de escape. Pero los límites se corren con tanta velocidad que, en los últim os cinco o seis años, m uchas librerías em pezaron a v ender este tipo de textos, que ya están dejando de form ar parte de las lecturas furtivas. Estas novelas cortas n o son las únicas que pu ed en considerarse un signo social. Son sólo u n o de los elem entos -e n mi opinión, el más n o torio- de u n a tendencia general. Productos similares son los relatos por entregas de sexo y violencia que publica cierta prensa más sofisticada. Creo que esos diarios em pezaron publicando p o r entregas u n a selección de las últimas novelas de sexo y violencia originarias de los Estados Unidos. Pero quizás la práctica no era muy adecuada o precisaba u n arduo trabajo de edición o era muy costosa. Sea cual fuere el motivo, no pasó m ucho tiempo hasta que esos relatos por entregas em pezaron a escribirse especialmente, en lo posible con u n a escena erótica y una ilustración sugerente en cada mimero. Si u na entrega no se prestaba para tener una ilustración, la heroína (casi siempre u n a Molí Flanders del siglo XX educada en la ética conserva dora burguesa p o r la h eroína de m ediana edad de u n a radionovela) podía aparecer m irando decididam ente al futuro al levantarse por la mañana. Aquí tam bién se podría seguir la evolución del detective como personaje desde los prim eros cuentos de Edgar Wallace hasta las novelas actuales de rufianes más pro to tipie as. El más m oderno suele ser un tipo duro que se diferencia de los rufianes a los que se enfrenta principalm ente en que por casualidad se en cuentra en la vereda de enfrente y en que despliega en los m om entos adecuados el tipo de com portam ientos livianos en boga: sus modales, su brutalidad, sus códigos sexuales y su actitud en general son las de un delincuente exhibicionista. Para p o d er apreciar m ejor las características de las novelas cortas de aventuras y sexo (norm alm ente se las conoce com o “ficción de rufia nes”), h abría que com pararlas con las más antiguas. De adolescente, cuando quería leer u n libro “pican te”, yo ten ía a m i disposición novelas escritas p o r autores con nom bres claram ente franceses, como Pierre Laforgue, p o r inventar alguno del estilo. Por los libros atribuidos a cada autor y las similitudes en tre ellos, parece probable que haya habido m u chos “escritores fantasm a”. Así com o las agencias de autos tienen asigna das patentes, quizá 1las editoriales tuvieran algunos nom bres reservados que asociaban a los textos que encajaban con el m odelo. Esas historias tenían, y aún hoy tienen -h a c e pocas sem anas com pré algunos libros de 1947- papel com ún, con tipografía incierta y u n dibujo en color en la portada. T anto en la p o rtad a com o en el resto del libro, la atmósfera es más ed u ardiana que de m ediados de siglo. Desde los nom bres de los
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autores se establece el tono, que expresa u n a falta de decoro que suele asociarse con la im agen de “la alegre París”. Las chicas de la portada in variablem ente copian la m oda de hace treinta o cuarenta años; acompa ñan títulos com o Alegría robada, Bendiciones peligrosas o Noches apasionadas. Son frágiles y lánguidas víctimas tum badas sobre la cam a de hom bres apuestos de tez m o ren a que usan bata (y se llam an, p o r ejemplo, Raoul). Parece u n a escena de n iñera picara, de sexo de boudoir, suave como un gato doméstico: con m ucho encaje y labios listos para besar, y todo se difum ina ante el m en o r signo de u n a posible falta de decoro. Desde mediados de la década de 1930, este conjunto de textos viene siendo reem plazado p o r novelas eróticas de un nuevo estilo proveniente de los Estados Unidos. Bien p odrían haber surgido tras la publicación de libros como El cartero llama dos veces (1934), de Jam es M. Cain ,125 y tienen similitudes con la o bra de Mickey Spillane, u n escritor estadounidense más reciente. No obstante, los orígenes son más amplios y más profundos. En el papel, la tipografía y las portadas ilustradas, las nuevas novelas son parecidas a las viejas y se venden a 1,6 peniques o 2 chelines, igual que las anteriores. En lo demás, las diferencias son notables. En prim er lugar, los relatos más m odernos tienen títulos concisos y repetitivos; casi todos formados p o r una oración o u n a frase com pleta similares a las siguientes: Cariño, bébelo caliente La dam a tom a u n baño A las m ujeres no les gustan las cadenas No m e tientes, preciosa Nena, aquí tienes tu cadáver Taxi de la m uerte para u n a chica A punta más abajo, ángel . A la señora le gusta la bebida Cariño, las armas no responden El asesino usaba nailon (al igual que a los fotógrafos de m ode los pin-up, a estos autores les encanta el n a ilo n ). H erm osa, las curvas m atan Las tumbas n o hablan Señoi'ita, hace frío ahí abajo
125 Véase tam b ién Serenata (1937). Cain m erece u n a atención literaria mayor q u e estos au tores que h an recibido su influencia.
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Los autores suelen ser estadounidenses o seudoestadounidenses, como las tiendas de camisas de C haring Cross Road. La mayoría tiene apellidos “duros” y nom bres al estilo de H ank, Al, Babe, Brad o Butch. Dos autores denunciados p o r escribir libros de este tipo declararon ante el tribunal que los seudónim os los elegían los editores. Varias firmas publican los libros, la m ayoría en Londres; ap aren tem en te com pran los derechos en los Estados U nidos y tam bién co n tratan escritores ingleses. En com paración con las chicas que aparecen en las portadas, las de Pierre Laforgue son señoras de su casa. En estos libros, las im ágenes fe m eninas son las hijas exuberantes p ero descam adas de aquellas de Var gas que d ecoraban las paredes de los dorm itorios de los soldados desde Kirlcwall hasta Kuala L um pur. Las blusas están desarregladas tras el for cejeo d u ran te el últim o in ten to de violación; en lugar de u n cigarrillo, las chicas tien en en la m ano u n a pistola hum eante; dejan la boca de labios carnosos entreabierta; tienen “de d ó n d e agarrarse” y “todo lo que tienen que te n e r”, es decir, caderas generosas, pezones prom inentes y “pechos voluminosos”. El epíteto preferido p o r los autores es “sexacional”: no sabemos qué le h arían a u n a dam a de Pierre Laforgue. Sin duda, las novelas son violentas, porq u e giran alrededor del sexo violento, un tipo de sexo que sólo es excitante cuando es sádico. La vio lencia debe estar presente todo el tiem po; entre hom bres se retuercen los brazos, se clavan navajas, se pegan con palos de goma: “T enía u n a herida en la mejilla que parecía u n a boca que sangraba sin cesar”. C uando un hom bre y u n a m ujer están ju n to s, en el aire denso se respira violencia; los gritos h u elen a alcohol; los abrazos se cierran con m ordidas de las dos partes (la cantidad norm al parece ser de dos contactos sexuales violentos en cada novela y algunas escenas de peleas entre hom bres); las lenguas se m ueven con furia y las uñas dejan m arcas indelebles en los cuerpos: “Sus caderas se m ovían com o si tuviese u n m o to r dentro [... ] se alejaba y luego ronroneaba com o u n gatito cuando la atraía nuevam ente hacia m í”. La literatura de aventuras y sexo h a existido d urante siglos; pensem os en ciertos aspectos de El viajero desafortunado, de N ashe ,126 o en MolíFlanders,
126 P o r ejem plo, en D iam ante, la esposa de Castaldo: “U n a jo v e n de cara red o n d a , cejas oscuras, fren te ancha, boca p e q u e ñ a y nariz fina, tan r e c h o n c h a en toda su an ato m ía com o un chorlito, la piel tan suave y tersa com o la d e un cisne; m e hace bien recordarla. T en ía el a n d a r d e u n ave sobre el suelo, dejaba ver su ab d o m en de fo rm a mEyestuosa corno un avestruz. C on ojos a n g u rrien to s clavados en la tierra, y a veces m ira n d o fijo con d esd én hacia el costado”. O en la violación de H eraclide: “L a tom ó del cuello d e co lo r m arfil y la zaran d eó com o u n m astín h ab ría zaran d ead o a un
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de Defoe. T am bién h a habido literatura en la que abunda la violencia y, en p eq u eñ a escala y para u n público reducido, literatura con escenas sadomasoquistas. Pero esta form a nueva es diferente. No está producida para u n grupo pequeño y perverso, com o el que consum ía la obra del M arqués de Sade. Tiene u n a llegada más am plia dentro de su propio público. Difiere del sexo y la violencia de Nashe y Defoe en su caracte rística inherente: es violenta y sexual, pero de u n m odo claustrofóbico y herm ético. Además, y en esto hay u n contraste m uy notorio con los textos de Pierre Laforgue, las historias suceden en u n m u n d o en el que los valores m orales se h an tornado irrelevantes. Los libros de Laforgue suelen llevar títulos como estos: ¿Debería perdonarla?, Pago vergonzoso, Belleza perdida, Virgen impura, Besos comprados o Retribución. Títulos así serían im pensables para las novelas más m odernas, pues las nociones de “p e rd ó n ”, “vergüenza”, “retribució n ”, “im pureza”, “p érd id a” o “pago” no tienen cabida dentro de su órbita moral. En la lista de las cincuenta y cinco obras de cierto autor, enco n tré sólo u n título que contenía u n a referencia de contenido moral. En u n a novela de la escuela de Laforgue, u n joven elegante, que tiene u n a aventura con u n a chica sin com prom iso que se h a quedado a pasar la noche en su casa, escribe u n poem a. Es u n a poesía de pobres versos georgianos. Sin em bargo, ni los hom bres ni las m ujeres que aparecen en los libros posteriores h a n tenido contacto alguno con la poesía, excepto quizá cuando eran el te rro r de los m aestros durante unos pocos e improductivos años en la escuela; y sus autores hacen que los personajes m encionen la poesía con la m ism a liviandad con que los hacen acudir a u n club juvenil o a u n cam pam ento de verano. Si en u n libro de Laforgue hay un en cu en tro entre u n hom bre y u n a m ujer que se gustan, la descripción puede ser algo parecido a:
osezno, ju ra n d o y rep itie n d o que le co rtaría la g arganta si se negaba. [...] La em p u jó h acia atrás y, com o un h o m b re q u e tom a u n árbol p o r las ram as y lo tum ba, com o se trata a u n tra id o r al que llevan a rastras al cadalso, la arrastró p o r to d a la h abitación su jetán d o la de las suaves trenzas despeinadas, le apoyó el b ru tal pie en el niveo p ech o d esn u d o y le o rd e n ó q u e se en treg ara si q u ería c o n tin u ar respirando. [...] A brió los dedos p ara soltar la cabellera y en el m ism o in stante le am arró los brazos; ella se resistió, luchó, p e ro todo fue en vano. [...] Sobre el d u ro cam astro la arrojó y, em p lean d o la rodilla co m o u n a lanza de m etal, abrió las dos hojas del p o rtó n de su castidad” (T hom as N ashe, The UnJ’o rlunale Travdler [1594], Jo h n L eh m an n [com p.], L ondres, M orrison an d Gibb,1948, pp. 61 y 88-89).
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El pecho del h om bre palpitaba contra el de ella m ientras él la abrazaba con fuerza. Los ojos de la m ujer eran p u ra llama. En ese m om ento, ella irradiaba u n a intensa fem ineidad. —Eres sólo mía, querida. ¡Cómo te amo! -m u rm u ró . Ella dio un gem ido que era la expresión de un éxtasis com pleto, y luego u n prolongado suspiro de felicidad; excitada, lo apretó contra su cuerpo. Sus brazos tibios lo rodearon con más fuerza. No había dudas, ni vergüenza, ni arrepentim iento en su alma m ientras lo guiaba al d o rm ito rio ... Se aprecia u n rom anticism o pesado, lleno de lugares comunes, pero es así como se atraen y se en cu en tran las parejas cuando tienen sexo: Así q ue ella no era más que u n a niña, ¿no? Y yo era un irrespon sable y un tonto. ¿Y qué? De p ro n to estuvo muy cerca de mí, con su cuerpo tem blando bajo el vestido ceñido. Sentí todas sus líneas y sus curvas. ¡Cuán ta presión p u e d e 'h aber en u n abrazo, herm ano! ¿Por qué las lágrimas de u n a chica saben tan bien? Em pecé a desabrocharle el vestido con furia, pero mi torpe za aum entaba ju n to con la excitación. Ella me ayudaba entre gemidos y gritos apasionados. Y luego... lo hicimos como u n a pareja de anim ales salvajes. Si una pareja tiene u n en cuentro sexual sin am or en u n a novela de Laforgue (ella lo hace p o r dinero o p o r algún motivo él la dom ina), suele h ab er u n vago indicio de que algo terrible está por suceder: “T engo que ir __tengo que ir”, se decía a sí misma una y otra vez. Las palabras resonaban en su cabeza form ando u n torbellino. “Hoy. ..a la s 10... en el Regal [el nom bre de un h o tel]. Y luego. ..” “Y luego”, sin duda, ella habrá de sucum bir ante los abrazos de un em presario teatral inescrupuloso. Pero ese es el final de un capítulo, y cuan do la reencontram os han pasado seis meses, el m arido está p o r llegar a la casa y descubrir su infidelidad. Si el autor de una novela com o las de Laforgue decide ir más allá, escribirá, para antes de los puntos suspen sivos, u n a escena en la que ella se desnuda: “Corrió el riltimo velo de m odestia que le q u ed ab a”. Las novelas más m odernas no term inan allí,
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p ero si lo hiciesen usarían otras frases. Y es que si el lector no cree que haya conductas im propias, entonces la frase “velo de m odestia” no tiene n ing ú n sentido; “no existe tal cosa” com o la m odestia. Entonces, cuando u n h om bre y u na m ujer de los m odernos tienen un encuentro sexual en el que no hay sentim ientos amorosos, se acercan como contrincantes: Creo que ella sabía qué m e pasaba m ientras frotaba sus rodillas * com o se restriega un gato contra el pantalón. —¿Me lo vas a pedir am ablem ente y m e rogarás que te disculpe p o r la pelea que tuvimos? —p reg u n tó ella, con u na especie de ronroneo. Caramba, parece que algunas dam as no conocen las reglas... — Oyeme bien. En mi m odo de tratar a las m ujeres no hay lugar para pedir “p e rd ó n ” o “por favor” — le respondí. Sonrió y se reclinó aún más, con sus pechos todavía erguidos después de la contienda. Yo sentía que la sangre me em pezaba a latir en la cabeza. ’—Aquí tienes, nena. Y nada ele p e rd e r tiem po con juegos pre vios ni palabritas al oído. Ella se quedó inmóvil; yo me acerqué y le arranqué el vestido. Después le quité las enaguas, que se abrieron en dos dando un chasquido. Creyó que con la resistencia pasiva me derrotaría, así que perm aneció rígida. A hora era mi turno, y esta vez había en sus ojos u n a mezcla de tem or y excitación. Seguía sin moverse, lo que no m e facilitaba las cosas. Dando u n latigazo en el aire m e quité el cinturón y le até los brazos a la cabecera ele la cama. La besé con fuerza; ella m e m ordió hasta que m e brotó sangre de los labios. Para ese entonces, yo ya me sentía u n anim al salvaje. Ella em itía quejidos de frenética pasión. — ¡Suéltame; destrózame! — exclamaba. Y yo la desti'océ, con ella así, atada. Como se puede apreciar, el estilo es el de u n Hemingway degradado, el de u n animal urbano, un simio urbano peludo que se maneja con un voca bulario sum am ente acotado. Frases com o “una especie de” se usan m ucho para conservar la rudeza cuando el autor le hace decir al narrador cosas dem asiado “literarias” o “suaves”. “Preguntó ella, con una especie de ron ro n e o ” o “había en sus ojos u n a mezcla de tem or y excitación” no podrían pronunciarse sin introducirlas con u n a frase de este tipo. El simio peludo
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también expresa la excitación o el h o rro r de la experiencia valiéndose de litotes: “ella: no estaba m uy vestida, precisam ente” o “después de que los muchachos hicieron su trabajo, él no se veía m uy agraciado”. En m uchos héroes rudos contem poráneos de ficción de todos los ni veles hay u n a veta de sentim entalism o soterrado que sale a la luz sólo en ocasiones. En estas situaciones, la frase que revela tal característica es “Quizá yo sea u n cerdo (un ser d e sp re c ia b le/to sco /d u ro )... pero no soy ese tipo de h o m b re ”. Así, u n narrad o r p u ed e pelearse o fornicar du rante quince capítulos. P robablem ente esté buscando a su chica, porque muchos protagonistas de estos relatos invierten su tiem po buscando a su amada, a la que han secuestrado. Finalm ente la encuentra y golpea sin piedad a los captores. Pero ya es tarde, pues ella ha m uerto de un disparo en el abdom en m ientras era utilizada com o.escudo hum ano. O quizá esté viva pero revele que h a estado enam orada de u n tonto que no vale nada. El narrad o r lo acepta: hay cosas contra las que u n hom bre no lucha, her mano. A hora atraviesa u n a situación difícil; n o tiene dinero ni esperanzas de en co n trar u n trabajo en la ciudad donde se encuentra; un a vez más, está solo y sin ataduras. En este m om ento, a veces aparece lo que debe ser e l equivalente m o d e r n o d e l vagabundo de los m e l o d r a m a s V ic to r ia n o s . N orm alm ente, los chicos malos tienen una asistente un poco hueca, o ligera de cascos, u n a “acom pañante” que h a seguido a los captores a su guarida contra su voluntad y ha quedado liberada -y p erd id a - tras la ma sacre. La historia concluye más o m enos así: N unca sé cuándo estoy fuera de peligro; así soy yo. T raté de res catarla, pero , b u e n o ,,n o lo logré [esto debe ser el equivalente del llanto con ten id o del malvado cuando oye la voz del niño huérfano en las novelas victorianas]. Sabía que estaba a punto de h acer otra pro p u esta absurda. —Está bien —dije— , hay lugar en el a u to ... y dos no gastan m ucho'm ás que u n o ... Eso sí, sólo p o r unos d ías... — [-...] Muy bien. No m e agradezcas. Es m i form a de ser, nada más. • Entran los dos en el auto y se dirigen al estado vecino. Mi im presión, que no he podido ilustrar en el texto (los ejemplos que doy los he inventa do), es que los más famosos entre todos estos autores son m ucho mejores como escritores que sus antecesores, afirm ación que puede parecer difícil de entender, p ero creo que la explicación se relaciona con la falta de referencia m oral que h e observado. P o r supuesto, aparece cierta alusión
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moral en el hecho dé que al final los “sinvergüenzas” son derrotados, por ejemplo. No obstante, no form a parte de la textura del relato y, de hecho, está im plícitam ente negada. Los escritores al estilo de Laforgue en realidad perten ecen al mismo m undo que los de las antiguas revistas fem eninas o, com o los escritores que publican en las revistas “picantes”, desobedecen los m andatos de ese m undo en la mism a m edida en que los de las revistas fem eninas los respetan obedientem ente. De todos modos, los dos reconocen la existencia de tales m andatos. Lo em ocionante pro viene de la desobediencia. Así com o los autores de las revistas femeninas deben señalar las situaciones morales típicas p o r m edio de los lugares co m unes de lo m oral, los escritores de la escuela de Laforgue deben señalar las situaciones inm orales típicas p o r m edio de los lugares com unes de lo inm oral. No es más que u n a tibia situación excitante que surge de la re lación con u n código aceptado. Así, los relatos p u ed en ser, y casi siempre son, totalm ente chatos, pues surgen de p resionar las teclas conocidas para producir el necesario ju eg o de relaciones en tre lo m oral y lo inmoral. En cam bio, el objetivo de los escritores m o dernos consiste en lograr que sus lectores sientan la violencia en carne propia. No p u eden recu rrir al inventario de em ociones formales que no respetan los códigos de conducta, pues estos no existen; tienen que estim ular directam ente los sentidos de los lectores. Así, aunque con lim itaciones, se en cuentran en un a situación que se acerca más a la del escritor verdaderam ente creativo respecto de su m aterial que a la de los escritores del tipo de Laforgue o de los autores de historias de am or de las revistas fem eninas o de los de cuentos indecentes de las revistas “picantes”. Los autores de relatos de rufianes deben asegurarse de expresar la excitación con eficacia: De p ronto, Fatsy hundió con fuerza la rodilla en la entrepierna de H erb. Este agachó la cabeza, que se en contró con el enorm e p uño de Fatsy. Los nudillos pulverizaron el hueso e hicieron es tallar la carne. H erb escupió algunos dientes y cayó al piso. La sangre le salía a borbotones y Fatsy le pegó en el estóm ago con la p u n ta m etálica del zapato. Luego -sólo p o r c ap rich o - Fatsy saltó sobre el desastre en que se h ab ía con v ertid o la cara de H erb. Este tipo de relato tiene u n efecto real; p e rc u te los nervios de los lec tores. P ero el efecto es restringido: a m e d id a q ue se aleja de las situa ciones que lo m otivan, cae en la b analidad. U n a u to r explica cóm o disfruta de la “vida a través” de las peleas y los en c u e n tro s sexuales sobre los que escribe, en térm inos que su g ieren q ue está hablando
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d e un asu n to b astante privado. Esto p arece dejar al descubierto el efecto lim itado au n q u e in n eg ab le de estas novelas y de los pasajes de m o n stru o sa eficacia, p o r d a r u n ejem plo, de cierto relato en el que el n arrad o r m a n tie n e u n a batalla sexual con u n a nin fó m an a obesa, sucia y sudorosa. El efecto posible de este tipo de relatos, así com o lo lim itado y lo banal, puede verse haciendo u n a com paración de u n a típica novela de rufianes c o n Santuario, de William Faulkner. Publicada en 1931, Santuario presen ta características que p u ed en h ab er sido tom adas como m odelo por los prim eros escritores del nuevo estilo al que m e refiero. A continuación incluyo u n a escena que bien p o d ría p erten ecer a la clase de relatos que n os ocupa y luego, u n pasaje de la novela de Faulkner: Y todo el tiem po Liz perm aneció sentada ju n to al fuego, como un loro viejo que está cam biando las plumas. Sus ojos parecían perdidos en círculos de abultada grasa con bordes rojos. Las mejillas estaban surcadas p o r líneas en las que el polvo claro se h ab ía incrustado y oscurecido. Usaba las medias enrolladas hasta las rodillas, y las rodillas eran blancas como masa sin hor near. T enía puesto u n viejo vestido de encaje p ú rp u ra que caía holgado sobre su cuerpo sin curvas. Sus manos parecían dos trozos de carne en proceso de descomposición. —Es h o ra de ocuparm e de Molony — dijo p o r fin Lefty. Arrojó la colilla del cigarrillo y regresó al poste al que estaba atado Molony, que se había recuperado bastante del golpe que le h ab ían dado en el cuello a la altura de la carótida cuando se desplom ó al desmayarse. A hora estaba pálido, con la cara defor m ada p o r el pánico y los ojos salidos de las órbitas, como los de un conejo acogotado. —No m e puedes h acer esto, Lefty — reclam ó. Lefty se le acercó y le enseñó el cuchillo; después le hizo ver cóm o se lo apoyaba en el estóm ago. Ejerció con el arm a una presión suave pero firme, com o la de u n carnicero que corta un trozo de carne. A ún se sonreía m ientras m iraba a Molony fijo a los ojos cuando este soltó u na sucesión de gritos y se dejó caer. Lefty se rió con desprecio, retiró el cuchillo y lo limpió con cuidado. —A hora le llegó el tu rn o a la dama. La m uchacha tem blaba con espasmos provocados por el te rror; las oleadas de pánico y dolor se sucedían unas a otras.
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E ntretanto, Butch le había cruzado la cara con la m ano abierta y cada tanto alzaba la rodilla como si fuese a golpearla en la entrepierna. En ese m om ento, el vestido se le había abierto hasta la altura del vientre y tenía la enagua m anchada y h echa jirones. Sus pechos casi desnudos subían y bajaban; Lefty, sentado ju n to a la cocina, la observaba p o r el rabillo del ojo y cada tanto escu pía deliberadam ente sobre las brasas. U n m om ento después, com enzaron a apoderarse de ella rojas oleadas de dolor, pero poco antes de desplom arse vio que Lefty, con u n a nueva y terri ble m irada, se ponía de pie... A gonizante, la m uchacha emitió algunos sonidos entrecortados; las piernas le tem blaban. En una escena del mismo ten o r de Santuario, Popeye lleva a Tem ple al burdel de la señorita Reba, para esconderla: Bebía cerveza, resollando den tro del jarro ; la otra m ano, llena de anillos con diam antes amarillos grandes com o guijarros, se perdía entre el lujurioso oleaje de su pecho. [...] Apenas en traro n en la casa, em pezó a hablarle a Tem ple del asma que padecía, m ientras subía con dificultad la escalera, apoyando con fuerza los pies enfundados en pantuflas ele fiel tro, con u n rosario de m adera en u n a m ano y el ja rro de cerveza en la otra. Acababa de llegar de la iglesia; tenía puesto un ves tido de seda negra y u n som brero salvajem ente lleno de flores; la parte inferior del ja rro estaba aún congelada p o r el frío del líquido en su interior. Se movía con pesadez, arrastrando pri m ero un grueso muslo y luego el otro, m ientras los dos perros le obstaculizaban el paso, y hablaba sin parar p o r encim a del hom bro con voz áspera, vencida, m aternal. —Popeye sabía que no podía llevarte a ningún otro sitio salvo a mi casa. H ace años que se lo vengo diciendo, ¿cuánto hace que te insisto para que te consigas una chica, cariño? Es lo que yo digo: un m uchacho no puede vivir sin u na chica más d e... —Jadeando, se puso a insultar a los perros que jugu eteab an bajo sus pies; se detenía p ara empujarlos y quitarlos del m edio— . ¡Fuera de acá! Abajo! —exclamó, blandiendo el rosario. Los perros le mostra ron los dientes y lanzaron u n ladrido agudo, y ella se apoyó en la pared destilando un suave arom a a cerveza, con la m ano en el pe cho, la boca abierta y los ojos fijos en un punto, con una mirada
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triste y de tem or de todo lo que respira m ientras ella trataba de respirar, levantando el jarro de cerveza en la penum bra y produ ciendo u n reflejo de brillo suave como de plata vieja. El angosto hueco de la escalera giraba sobre sí mismo en u n a sucesión de escalones m ezquinos. La luz, que atravesaba la gruesa cortina que cubría la p u erta principal y las persianas de las ventanas ubicadas al final de cada tram o de escalones, tenía u n a cualidad cansina, gastada; m ortecina, exhausta: u n cansan cio dilatado com o el agua estancada, corrupta bajo la luz del sol y los ruidos vivaces de la claridad y el día. Se percibía u n olor funerario a com ida estropeada, con cierto tufo a alcohol, y e n su ignorancia, Tem ple creía percibir a su alrededor la p ro m iscuidad fantasm agórica de ro p a íntim a, de susurros discretos de carne m ustia y atacada e invulnerable detrás de cada pu erta silenciosa ju n to a la que pasaban. Detrás, a sus pies y en tre los de la señorita Reba, los p erros escarbaban en los destellos de cerveza, haciendo u n m id o seco con las uñas en las tiras m etáli cas que sujetaban la alfom bra a los escalones .127 Las novelas de rufianes están escritas en u n a prosa m uerta, llena de com paraciones trilladas, pobres im itaciones de diálogos recios típicam en te estadounidenses y descripciones fotográficas en las que los matices brillan p o r su ausencia. Avanzan a tram os interm itentes, jad eantes, que acom pañan u n a im aginación p o b re y m onótona. Así y todo, poseen algo de vida en ciertas partes. C uando se describen escenas en las que alguien inflige dolo r a otro, a veces rozan las fibras nerviosas. E 11 esos m om entos, avanzan con u n a fuerza cruda, creando u n contexto sádico; las im ágenes se apartan del lugar com ún y se apropian de las em ociones. Se enfrentan con el objeto y se sum ergen en lós detalles del dolor. En esas situaciones, tienen la vida de u n a historieta cruel y ofrecen u n retrato de la experien cia asim étrico y en dos dim ensiones. Santuario es, confiesa el propio Faulkner, u n a novela m ediocre escrita por dinero; n o obstante, en ella se observan las marcas de un escritor creativo serio y desinteresado. Está prod u cid a p o r u n talento de percep ciones amplias y complejas, que selecciona elem entos visuales, olfativos y auditivos, y los entrelaza en u n a escena de cierta com plejidad que surge de la atm ósfera sórdida, grotesca y tam bién patética del lugar, la figura
127 W illiam F aulkner, Santuario (1931), capítulo 18.
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recargada y casi cómica de la señorita Reba y el terro r de la chica arras trada escaleras arriba p o r el h om bre, ju n to con la rara cualidad m aternal de la m adam a. Faulkner ve, huele, oye y reacciona ante la experiencia. Y su lenguaje se expande y se contrae de m odo de satisfacer los re quisitos de la situación em ocional; las palabras y las im ágenes cobran vida a m edida que exploran la naturaleza del cuadro que pintan. Los ritm os y los períodos progresan y se com plejizan al in ten tar sugerir su com plejidad. Entonces, cam biando la m etáfora, la prosa adquiere una textura más poten te, u n mayor cuerpo que en las novelas de rufianes. El extracto de la novela de Faulkner h a tenido que recu rrir a esa textura para ofrecer la im agen de u n a escena más amplia. El n a rra d o r ve más allá de la violación. El h o rro r es real; más aún p orque en la escena está im plícito u n m u n d o exterior d o n d e existe la cordura, d onde brilla el sol. Esa sensación otorga u n a perspectiva m oral a toda la escena. Vemos el h o rro r tal com o es, sin com entarios m orales, p ero lo vemos p o r lo que es sólo p o r la presencia de esa sensación más amplia, que lo abarca y rodea todo el tiem po, de que existe u n o rd en exterior. En la ficción de rufianes n o se conoce la existencia de u n escenario más amplio, sólo se introduce al lector en el m u ndo del ataque callejero, la cam a desordenada y sucia, el auto cerrado del asesino, las cuchilladas en el depósito ju n to al río. Los elem entos en sí generan sensaciones en el lector; no hay salida; no existe otra cosa; no hay horizonte ni cielo. El m undo, la conciencia, el propósito del hom bre se red u cen a eso: el h o rro r cerrado y opresivo. No resulta sencillo obtener cifras reales de ventas, pero hay inform ación suficiente para d ar u na idea que se ajusta bastante a la realidad. Los edi tores se llenan la boca con los núm eros; dicen que de cierto libro han vendido m edio m illón de ejemplares. Com o este tipo de novelas pasa de m ano en m ano, entre conocidos o a través de las tiendas de usados, el total de lectores del libro en cuestión probablem ente n o baje de los dos millones. O tra editorial asegura h ab er vendido más de trescientos mil ejem plares de tal otro libro. U n solo autor (o varios que firm an con el mismo nom bre) ha escrito en seis años más de cincuenta títulos, que entre todos h an vendido cerca de diez millones de ejemplares. De las novelas de u n determ inado escritor se vendieron más de seis m illones en tres años. O tro autor vendió cerca de cien mil ejemplares de cada uno de sus libros y, según se com enta, term ina u n o cada cinco semanas, con lo cual vende en total u n m illón de ejem plares p o r año. Y existen m uchos autores y editoriales de este tipo.
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C om encé este capítulo refiriéndom e principalm ente a los chicos de la roe ola, tom ándolos com o figuras representativas de los niveles más ele m entales de lectura pasatista en tre los adolescentes de los centros u rba nos. A ellos se les sum an, según creo, algunas parejas y un gran núm ero de soldados que, más incluso que otros grupos, se prestan los libros entre ellos. En u n juicio que involucró a los editores de algunos de estos tex tos se dijo que había cada vez más d em an d a en las fuerzas armadas. No p u ed o asegurar que la d em anda esté aum entando, pero la experiencia indica que ya existe u n a gran dem an d a de este tipo de libros en tre los soldados. Es cierto que hay otros lectores de todas las edades, p ero esos tres grupos que he m encionado parecen form ar el principal núcleo de los lectores de este tipo de novelas m enores. U n o podría verse tentado a relacionar la lectura de estos libros con la delincuencia, pero hasta d o n d e sé, nadie h a logrado dem ostrar la exis tencia de ese vínculo. Y en mi opinión, cuando trato de valorar la natu ra leza del p o d er que ejerce esta clase de literatura, la consecuencia parece dirigirse a la interioridad de los lectores, en quienes genera fantasías y no tan to acciones. De hecho, este tipo de literatura podría ser la form a más avanzada hasta ahora de u n g rupo más general de textos que proporcio n a n sensaciones sin com prom iso. N o obstante, hay u n a gran diferencia entre esas publicaciones y las que he calificado de “artificiales” en lo que concierne a las sensaciones. Aquí, estas son clara y crudam ente reales. Me pregunto si la apariencia casi subterránea de este tipo de escritura se debe en parte al apetito in consciente de m uchos lectores p o r unas sensaciones m enos artificiales de las que ofrecen las publicaciones de m ayor difusión. En este sentido, esas novelas pod rían relacionarse con las revistas locales “atrevidas” a cuyas cualidades “reales” m e he referido anteriorm ente. Los dos tipos de productos p u ed en constituir la respuesta a u na reacción inconsciente contra el carácter artificial de tanto sensacionalismo de masas, aunque esa no es su característica más saliente. Más im portante aún, parece probable que la ficción barata que tiene al sexo como ingrediente principal se haya desarrollado de la m anera expues ta en parte porque en nuestras grandes ciudades ha crecido la población, y además porque es más difícil que las personas encuentren un nim bo en ellas. ¿Es posible negar" el paralelismo entre esta evolución de la lectura popular y otros cambios sociales más generales que se observan con preocu pación en la actualidad? Desde esta perspectiva, hay u n vínculo evidente; el “Spike” de estos relatos es el prim o tonto del “K” de Kafka. Es la literatura popular del m undo vacío de la megalópolis. Está relacionada, en su sen ti-
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do subyacente de gran vacío en el que podría haber algún propósito, con elementos de la escritura de Ernest Hemingway .128Adiós a las armas termina cuando H enry se va del hospital en el que ha m uerto Catherine :129 — No puede pasar — dijo u n a de las enferm eras. — Sí, puedo —repliqué. —Todavía no puede pasar. — Salga — dije— , y la otra tam bién. Pero después de lograr que se fueran y de cerrar la pu erta y apa gar la luz, las cosas no m ejoraron. Fue com o despedirse, de una estatua. Después de u n rato, salí y me fui del hospital, y regresé al hotel cam inando bajo la lluvia. U na novela de rufianes típica tam bién suele term inar con el narrador que deja atrás el cadáver de su amada: Cuando vi que Fan estaba m u erta y fría, m e fui. Spilcey repetía lo mismo u na y otra vez, pero lo único que yo sabía era que había u n gran vacío en mi interior. Em pecé a cam inar. Anduve bastante en la n oche fría. Al final, Spikey m e alcanzó. —Vamos, amigo —dijo— , somos m uchos los que vamos a lo de Mike. Las chicas se van a p o n e r contentas de verte. No le respondí. Quizá ni siquiera lo había oído. Sólo sabía que quería seguir cam inando, cam inando solo en la noche. Si bien en los dos libros el vacío del final tiene que ver con la m uerte, simboliza tam bién un vacío mayor, más om nipresente. De hecho, las chi cas son tan im portantes p o rq u é p arecen hab er sido lo único significativo en u n m u ndo que no propo rcio n a sino desencanto. Las semejanzas en el tono son sorprendentes en la m ayoría de los casos. D ebería añadir, quizá, que los efectos de estos dos pasajes finales no son tan similares com o pareciera en la com paración que realizo aquí. Los determ ina todo lo que h a ocurrido en el transcurso de cada novela. Las semejanzas son reveladoras, pero el m undo de Hemingway, evidentem ente, es mucho más m aduro que el de los autores de novelas de rufianes.
128 Pienso que existen sem ejanzas con cierta litera tu ra francesa contem poránea, en especial con aquellas novelas cuyo protagonista, un hom bre de clase m edia desclasado, elige u n a vida de acción violenta y sin propósito. 129 E rn est Hemingway, Adiós a las armas, 1929, capítulo 41.
2 8 0 LA CU LTU RA OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS
En el m u n d o de la ficción de rufianes no pu ed e haber final feliz ni un final que im plique en realidad un com ienzo o u n intento de los perso najes por reiniciar su vida en el mismo sitio y h acer lo que p u ed an para construir la ciudad. O b ien todo term ina en la chatura vacía que h e ilus trado o bien da la im presión tem poraria de que la vida vuelve a com en zar arriba de u n auto veloz que se aleja rugiendo p o r un a autopista (los personajes n o suelen te n e r raíces, ni hogar, ni trabajo p erm anente). Las ruedas del coche giran a gran velocidad sobre el pavim ento, las exigen cias de la ciudad q u ed an atrás; lo que se le exige al personaje tam bién se queda allí, o al m enos u n o tiene esa esperanza. El personaje se dirige al Oeste, a u n m u n d o en el que aún p u ed en cum plirse los sueños de la in fancia. No es que lo crea de verdad, pero aun así sigue adelante; se trata de la idea del progreso que se traduce en u n a desesperada h u ida eterna de la personalidad. El siguiente pasaje ilustra b ien este concepto: Entonces abandonam os la ciudad y tomamos la autopista rum bo a la próxim a. Ya estaba harto de ese lugar y el campo m e agrada ba, con el sol en el cielo. Mantuve el acelerador del Chevrolet, que rugía sobre el pavimento, clavado en 130. Seguí así durante no sé cuántas horas -ldlóm etro tras kilóm etro- sin rum bo fijo. El narrad o r huye de la m egalópolis, aunque en u n producto de la megalópolis, u n a m áq u in a que consum e la vida de las personas. Volverá a hacer lo mismo; más adelante hay otra ciudad que es igual que todas las demás. Y después o tra huida, y así sucesivam ente hasta que la m uerte re pentina p o n g a fin a la historia. Esto m e hace pen sar en el final de Sensatez y sentimientos, escrita hace ciento cincuenta años: E ntre B arton y D elaford fluía esa com unicación constante dic tada n atu ralm en te p o r el afecto familiar; y en tre los m éritos y las alegrías de E linor y M arianne no era el de m en o r im portan cia el h ech o de que, aun siendo herm anas y viviendo cerca u n a ele la otra, p o d ían vivir sin desacuerdos en tre ellas y sin provo car frialdad en tre sus maridos.
9. Resortes destemplados: nota sobre un escepticismo sin tensión
Percibo que hem os destruido a esos seres independientes que eran capaces de enfrentarse a la tiranía en solitario: [...] el ho m b re p o b re conserva los prejuicios de sus antepasados sin la fe, y su ignorancia sin las virtudes; h a adoptado la doctrina del pro p io interés com o regla p a ra sus acciones. d e t o c q u e v i l l e , Democracia en América, Prefacio a la prim era parte
DEL ESCEPTICISMO AL CINISMO
Utilizo la palabra “cinism o” com o u n a etiqueta general para u n conjunto de actitudes más positivas que las descritas en los dos capí tulos anteriores. Las actitudes “cínicas” n o tien en que ver con la acepta ción, sino principalm ente con una autoprotección activa. Me he referido a ellas al pasar en varias ocasiones, pero es necesario dedicarles especial atención, sobre todo p o rq u e con frecuencia son blanco de ataques p o r parte de ciertas clases de oradores (presidentes de asambleas religiosas, directores de escuela) y esos ataques revelan u n a dificultad para com p ren d e r su naturaleza. Todos hem os visto alguna vez esos inform es de reuniones en los que se lam enta la “actitud de indiferencia y abulia de las nuevas generaciones”. ¿Es esa actitud característica de la clase trabaja dora actual? ¿De qué m odo y p o r qué? Creo que, en u n sentido, es posible afirm ar que ese espíritu afecta a m uchos integrantes de la clase trabajadora, si bien no es propio de ella. Probablem ente florece en el mismo clima que alim enta la indulgencia. R etom ando los p untos de conexión establecidos en u n capítulo anterior, el igualitarism o dem ocrático puede llevar a sospechar de toda autoridad y de toda responsabilidad; la noción de u n progreso inalterado puede d ar lugar a la m entalidad de ir con el rebaño. Pero, a veces, el rebaño parece dirigirse rum bo a peligros más complejos. Se sigue al rebaño pero
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LA CU LTU R A OBRERA EN LA SOCIEDAD DE M ASAS
c o n cierto recelo. Sigue habiendo progreso, pero se cree y no se cree en él a la vez. Sigue habiendo libertad, p ero la sensación de libertad ilim itada p o r la libertad misma puede tener resultados negativos en las personas. La frase “todo vale” puede sonar festiva, pero tam bién puede s e r una pose verbal inspirada por el m iedo. Lo más probable es que lo q u e siga sea la indiferencia, con su propia form a de tiranía. Si todo vale lo mismo, nada vale dem asiado. En el fondo, hay un vacío y una falta de sentido que se reflejan en frases com o “¿Para qué?” o “¿A quién le im por ta? ” . Macla parece “h acer u na diferencia”. Sin em bargo, detrás de las formas m odernas ele este aparente cinismo es posible ver vestigios del antiguo inconform ism o, del escepticismo res pecto de las declaraciones públicas y paternalistas de buenas intenciones. En este sentido más saludable, la popular frase “Eso no me lo trago” está asociada co n el espíritu tradicional de “No m e conform o con esto” (si b ie n esta frase nu n ca fue característica ele la clase trabajadora). La burla cínica co n tem p o rán ea está relacionada con el arte cómico ridiculizante m ás antiguo. La negación a aceptar los valores que se ofrecen en la esfera pública tiene una antigua raíz pragm ática y despojada de idealismo. La negación a adm itir cualquier motivo de crítica es u na distorsión de la antigua renuencia a inclinarse frente a la pom pa y la oficialidad. Así, en el com ienzo de Graneles esperanzas (para elegir uno de varios cientos de ejem plos), Pip y jo e esperan autom áticam ente que los hom bres del rey Jo rg e no atrapen a los prisioneros que han huido de los barcos. E n sus usos más m odernos, la frase “Eso no me lo trago” puecle ser una negación ro tu n d a a “tragarse” nad a.131’ La form a más antigua, “No me conform o con esto”, con frecuencia era u n a declaración en positivo de la negación a aceptar los parám etros oficiales, por cuanto se oponían a otros a los que los individuos adherían y que se consideraban superiores. La nueva actitud suele ser u n a negación a aceptar cualquier valor, porque tocio valor es sospechoso. “No estoy de acuerdo” se transform a en “Son to cias tonterías”, dónele se refleja la burla a todos los principios y el deseo de acabar con ellos. La ridiculización divertida se transform a en u na cáustica negación a creer en nada. El antiautoritarism o ya no es u n inconform is m o alim entado p o r u n sentido del valor de la vida individual y personal sino una negación a aceptar la idea misma de autoridad: “No me van a tratar com o a u n p e rro ” pasa a ser “No m e voy a dejar m angonear por n a d ie ”, y aquí, com o en todo, el tono im p orta tanto com o las palabras.
130 Lewis Way afirm a algo parecido en M an ’s Quesl for Sigtiificance.
R E SO R T E S DESTEMPLADOS: N OTA SOBRE UN ESCEPTICISM O SIN TENSIÓN 2 8 3
Como puede verse, no estoy sugiriendo q-ue estas actitudes sean nue vas. De hecho, m uchas de las frases utilizadas están vigentes desde hace siglos. ‘Ya estoy a bordo, Jack, sube la escalera” es u n a frase com ún desde hace al m enos m edio siglo; y wide boy, en el sentido de un pequeño esta fador o vividor, tiene u n p rim er uso registrado en 1887 .131 Lo que quiero decir es que el uso de esas frases se ha extendido en los últim os años, com o u n a arm adura protectora contra u n m undo que 'es en gran m edida sospechoso, pese a los avances evidentes; un a arm adura detrás de la cual quienes la usan se caracterizan p o r la confusióñ an tes' que p o r la autocom placencia. D onde las raíces dom ésticas o personales son débiles o h an sido arrancadas p o r la fuerza, esas actitudes pueden llevar fácilm ente a u n clim a de “estafa” moral. En mi opinión, esas actitudes todavía se em plean en la actualidad para el contacto con el m u n d o exterior, con aquellos que no form an parte del “nosotros”. U na vez más, volvemos a la doble m irada. La dificultad para “conectar” aum enta; en u na época en la que tanto se espera de los hom bres com o ciudadanos, los m anantiales que d eben n u trir esa esfera de sü vida están infectados desde su nacim iento. “El hom bre-m asa”, dice O rtega y Gasset, “carece sim plem ente de m oral”. Sin em bargo, eso es cierto sólo cuando se aplica al “hom bre-m asa” en cuanto hombre-masa, en cuanto “h om bre co m ú n ”; no se aplica al ho m bre como individuo, quien vive u n a vida que tiene algún sentido reconocible para él. Y que continúa deseando establecer conexiones entre los dos tipos de vida. Así, el m iem bro de u n equipo de la BBC que aporta e n un debate sobre “las dificultades del p resen te” (una vez que h a n hablado los especialistas en política y econom ía) la idea de que lo que se necesita es un “cambio de actitud” se en cu en tra con un caluroso aplauso espontáneo del público. H a tocado la fibra sum ergida del anhelo de reglas de conducta “claras y sencillas”, vinculadas con el espíritu religioso, y aplicables tanto a la vida pública com o al ám bito privado. Sin em bargo, com o todos sabemos, es frecuente encontrarse con la creencia de que en público “todo vale” (a veces reforzada por una espe cie de deseo de rev ancha); el concepto según el cual los individuos se perm iten algún engaño en su trato con el m u n d o exterior, mientras que en el ám bito local son gente honesta; la tradición de “velar por la propia g e n te ”, que a m e n u d o im plica e n g a ñ a r a los que no p e rte n ec en al círcu lo ín tim o, a aquellos p a ra los q ue se trabaja, para m ostrar lealtad
131 Fecha del Shorler Oxford Knglish Diclionary.
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al grupo que se conoce personalm ente. N o se hacen chanchullos a los com pañeros, pero se “trinca” lo que se p u e d a de la em presa o el Estado. No se engaña a un vecino, pero está perm itido “cu rrar” a u n cliente de clase m edia. R ecuerdo a u n a jo v en am a de casa de clase trabajadora a la que la Legión Británica le ofreció pagarle la m udanza. El encargado del servicio, d u eñ o de u n carro tirado p o r u n caballo, le propuso cobrar u n poco más y rep artir la diferencia. Así se hizo, y es probable que el hom bre em pleara el truco habitualm ente. T am bién es probable que m uchos de los clientes se dejaran convencer sin dem asiada resistencia, y no p o r ello dejaban de ser personas honradas, como el am a de casa que yo conocía. En ello se hacía valer la m irada hacia lo público, lo de “fuera”; la Legión Británica era un en te tan anónim o com o los G uardianes, y era norm al p reten d er sacarles lo que fu era posible. No hacerlo era u n a actitud de “blandos” y negarse p o d ía h acer pasar u n mal m om ento al hom bre de carne y hueso que se había m ostrado tan solícito. Sería tonto adoptar una postura co n d enato ria respecto de esas actitudes. T odo el m undo las tiene a diario. Y otras p o r el estilo aparecen camufladas en frases com o “un engaño tranquilo” o “u n engaño sin importancia”. Esto form a parte de las actitudes de la clase trabajadora en cualquier época. Después de todo, sienten, es lo que les hacen a ellos, que tienen muy poco p ara vender o intercam biar, todo el tiempo. Pero en la actua lidad esto parece verse reforzado p o r la sospecha de que afuera no hay principios en que confiar y que sería tonto pensar de otro m odo. Más aún, el aparente cinism o es, en parte, u n a inhibición protectora, una defensa contra los ataques .132 En la era de la m egafonía, el “hom bre com ú n ” (en especial d u ra n te las guerras, p ero cada vez más en tiempos de paz tam bién) está p erm an en tem en te expuesto a los tonos m ultitudi narios de la exhortación y la invocación: el m otivador “¿Qué te puede hacer?”, el tono p resum ido y condescendiente del em pleado público, todas las voces que co nstantem ente lo engañan, le venden, le “tom an el pelo”. “¿Sufre usted d e ...? ”, “¿Por qué debería usted co m er,..?”, “¿Con quistador o conquistado: a qué categoría p erten ece usted?”, “¿Tiene usted u n ...? ”, “Se so rp ren d erá usted', “Usted tam bién puede ten er u n ...”, “Hay un ... para usted’, “¿Sabía usieclq u e ...? ”, “¿Qué habría hecho usted?”. Si el “hom bre co m ú n ” n o h u b iera en contrado u n a form a de defenderse de
132 A. P. Ryan coincide con mi cronología d el cam bio en térm inos generales. S egún sus datos, la expresión "No se p u e d e cre e r todo lo q u e se publica en los p erió d ico s” se volvió habitual a partir d e la P rim era G u e rra M undial ( Lord Norlhclijfa, p. 140).
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sem ejante bom bardeo, se sentiría tan acosado com o u n único botones en un gran hotel. No se deja en g añ ar dem asiado; tiene algo de concien cia respecto de lo que le cuesta ju zg ar y actuar en consecuencia, y una conciencia bastante más aguda de que los mensajes se dirigen a él, de que p reten d en “hacerle el c u en to ”. H a sospechado de las “palabras bo nitas” duran te m uchas generaciones. H a visto lo que se esconde detrás de m uchas de las formas de apelar a él y está siem pre en guardia contra quienes p reten d en “engatusarlo”. Hoy en día, el “hom bre co m ú n ” se ve salpicado p o r las incesantes vo ces que llegan desde fuera, invitado todo el tiem po a sentir esto, aquello y lo de más allá, a reaccionar frente a esto otro, a h acer esto, a creer en aquello; y, com o respuesta, retrocede, a m en u d o decide no sentir nin guna de esas cosas, ni los horro res ni las glorias. Se im perm eabiliza ante todo eso. Crea u n a pátina de resistencia, u n a piel gruesa y elástica que lo protege de prestar atención. C uando las voces, en especial las ele la prensa, realm ente tienen algo im portante que decirle, él responde con la sonrisa de siem pre y sigue leyendo las historietas. Le han dicho que ve nía el lobo demasiadas veces. Confía en el servicio de noticias de la BBC, au nque sospecha de él p o r ser, en últim a instancia, la voz de la burocra cia, y está convencido de que, sea com o sea, es aburrido. Con respecto a los periódicos, la reacción es u n cinismo m oderado y tranquilo: “Ay, sí, se lee de todo en los periódicos.” “Todo lo que p o n en en los periódicos es p u ro verso.” “Los diarios están llenos de m entiras.” “Los diarios son p u ra prop ag an d a política.” C uando yo era pequeño, la generación m ayor de clase la trabajadora solía decir: “Pero salió en la p ren sa”, com o evidencia de que algo era cierto. Hoy en día, parece que ya nadie usa esa frase. Los periódicos se siguen leyendo, en especial la sección de política, siem pre y cuando m an tengan el tono personal y hum ano. En la m ente de los lectores, en temas que apelan a alguna form a de creencia auténtica, resuena el eco ele u na incredulidad infinita. Interesan los detalles de la vida de las estrellas de cine, sobre tocio si se trata de la vida privada, pero si se espera que el lector de verdad crea que fulana de tal está felizm ente casada... en fin, esboza un a sonrisa y sigue leyendo. C uando fue lo del capitán Carlsen y el Flying Enterprise, en el m om ento en que el órgano ele propaganda esta tal estaba abocado a sacar la m áxim a ventaja del asunto, escuché a varios grupos de personas de la clase trabajadora com entar el tema. Nadie se
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veía afectado p o r las incesantes exclam aciones de que nos encontrába m os frente a u n heroísm o de un o rd en superior. No es que tuvieran du das razonables sobre la naturaleza de la hazaña, sino que, sim plem ente, com o si fuera un gesto autom ático, daban p o r sentado que no era since ra , que el negocio ju g ab a su papel en todo eso y que la prensa form aba p a rte de la trama. No había ira o rabia; sólo el supuesto dem oledor de siem pre. La clase trabajadora tiende a tom ar los placeres que vienen del ex terior m ientras internam ente m uestra poco respeto por el m edio que se los proporciona; no d uda én aceptar el entretenim iento que viene de ese m edio, p ero no son “ningunos tontos” com o para creer en él. A la luz ele la situación descrita en los dos capítulos anteriores, la reacción es no sólo com prensible sino tam bién saludable e n su origen. E n el m u n d o laboral, el m undo de losjefes, p o r lo general se acepta que el dinero m anda y que todos buscan u n beneficio económ ico. La clase trabajadora está a nivel del suelo en la selva económ ica; no tiene acceso a las estafas ni los sacrificios de alto nivel, p ero ve cóm o opera el indivi dualism o en u n a dem ocracia basada en el dinero en miles de pequeñas acciones. C uando líay interm ediarios entre e ljefe y el cliente, de ellos se espera que aprendan a “sacar tajada”. El “chanchullo”, el timo parecen ser lo norm al cuando uno “p rogresa”, según lo que se observa en la prác tica. Es triste ver a u n trabajador co ntratado con un jefe que actúa sólo com o ejecutivo y saca la tajada habitual. El em pleado p u ede hacer su tra bajo honestam ente, pero cuando habla de él, para m ostrar que conoce el m undo en el que se mueve, se m uestra com o u n cínico y un tim ador en p eq u eñ a escala. Hay un abismo en tre la m oral que profesa en público y la realidad. Si está cerca de la m ediana edad, recordará los años treinta y pensará en cómo eran despedidos los trabajadores para que el barco del jefe se m antuviera a flote. Está seguro de que, a la larga, la conexión con el din ero gana: “el d inero h ab la”. Son m uchas las expresiones que definen esa actitud: “T o d o es hacer d in ero .” “T o d o es dineí'o, dinero y más d in ero .” “T o d o el m undo busca su pro p io beneficio.” “De lo que se trata es de hacer d in ero .” “A la larga, cada uno cuida su p ropia quintita.” “Cada u n o amasa su fo rtu n a.” “En el fondo, lo único que im p o rta es el d in e ro /la econom ía.” “Todos están en el tongo.”
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“N adie te regala nada.” “Acá hay gato en cerrad o .” En m edio de todo esto, “La honestidad es la m ejor política” parece una frase dem odé, com o la técnica utilizada p ara grabarla en la cabecera de la cama. El que no es tonto “m u e rd e ” don d e puede: “Es u n a form a de ganarse la vida, ¿o no?” “Haces bien en aprovecharte. En definitiva, todos van a tratar de aprovecharse de ti.” “¿Por qué m e voy a preocupar?” “No im porta [si algo sale m al], no m e pagan para pensar.” “Ya te van a encajar el m u erto .” Si escuchamos hablar a trabajadores y decir estas frases día tras día, podría mos llegar a la conclusión de que su cinismo es absoluto. No obstante, el discurso es en parte formulaico o simbólico; indica que quienes usan esas expresiones distinguen la paja del trigo, que no se hacen ilusiones respec to de la verdadera naturaleza del m undo de la industria. Lo mismo ocurre con las actitudes respecto de la esfera pública u ofi cial de la vida. O con el alegre cinismo respecto de la iglesia al que me referí en u n capítulo an terior (“B uen trabajo si uno se lo puede conse guir”; “Increíble p o r lo que te pagan hoy en d ía”). Algo análogo sucede con las actitudes hacia la política y los políticos, aunque aquí hay una veta más mordaz. En general se cree que los políticos: “Son todos unos ch an tas/u n o s sinvergüenzas.” “Sólo se p reocupan p o r lo suyo.” “Llevan agua a su propio m olino.” “Buscan su propio beneficio.” “Son puro blablá.” “Es u n político de p u ra cepa” se oye decir en referencia a alguien que “habla m ucho y hace poco” y que “es de u n a clase que no hace nada por la gente como nosotros”. U na vez más, m uchas de estas expresiones son muy antiguas y muy características de la clase trabajadora; pero hoy en día se las dice con más frecuencia y con la absoluta certeza de que siem pre es lo mismo, en todos los órdenes de la vida. En tiem pos de guerra, nu n ca ha sido fácil inculcar en el grueso de la clase trabajadora un sentim iento de anim adversión por el otro bando;
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la presencia de “ellos” es m uy evidente: sería tonto esperar del “hom bre com ú n ” que reaccionara como R u p ert Brooke cuando lo llam an a filas. Va p o rq u e n o le qu ed a otro rem edio, p o rq u e “T arde o tem prano, ellos siem pre te a tra p a n ”, “Las tienen todas con ellos”. Hoy en día, la idea casi universal acerca del servicio m ilitar, tanto en tiempos de guerra como en la paz, es que todo tiene u n cierto tufillo extraño, que “yo” estoy aquí sólo p orque n o tuve la o p o rtu n id ad de “zafar” com o otros. Aquí más que en n in g ú n otro lado p u ed e verse la com plicada tram a de actitudes dignas y razonables ju n to con las form as más nuevas y más taimadas. El asunto es tan enrevesado, tan anónim o que se dice “Sobrevivo hasta que pueda volver a casa; y después, si te he visto, n o m e acuerdo: cierra la pu erta y déjanos a m í y a mi fam ilia én paz”, ‘Yo lucho n o p o r m i país sino p o r mi fam ilia” o “¿Por qué estoy aquí? Bueno, p o rq u e soy u n tonto y dejé que me atrap aran ”, “¿Yo? Yo soy u n pelele. Dejé que me agarraran” o “No puedo h acer nada. Sería u n gil si lo intentara; no haría más que traerm e problem as”. “Estamos aquí todos ju n to s ” significa que los han atrapado a todos. El servicio m ilitar se sostiene no m ediante la disciplina ni gracias al espíritu de cuerpo, ni p o r lo ilum inadores que son los debates sobre los temas de actualidad, sino p o r la m ultitud de pequeñas células interconectadas de relaciones personales que los hom bres se crean den tro de la gran estru ctu ra im personal. Son esas relaciones personales, más que ningún otro factor, las que p u ed en h acer m edianam ente soportable el aburrim iento al que me referí en el capítulo anterior. En el fondo, n ad a en este m u n d o pu ed e conm over al “hom bre co m ú n ” en cuanto “ho m b re com ún”. Es infinitam ente reservado; ofrece u na resistencia silenciosa tan fuerte que corre el riesgo de convertirse en una m u erte espiritual, u n a len ta parálisis de la voluntad moral. M ucho hem os oído h ab lar de la credulidad de la clase trabajadora, y hem os visto en este ensayo que no falta evidencia de ella. Pero la desilusión actual es un estado igual de peligroso, u n estado que, p o r lo demás, está presente tam bién en las otras clases (algo que es necesario repetir hasta el cansan cio). Fuera del ám bito de la vida privada, no hay nada en lo que se crea de m an era consciente; los m anantiales del consenso se h an secado. O, lo que es p e o r aún, se cree en la reducción y la destrucción de las cosas sin que haya valores positivos para sostener: si se parte del supuesto de que la. m ayoría de las cosas está en venta, es fácil aceptar todo lo negativo y difícil ced er al elogio y la adm iración. Algunas de las influencias más fuertes de la sociedad contem p o rán ea tienden a producir u na genera ción experta en destruir con excusas, aislada de la idea de que puede llegar a existir algún motivo de entusiasm o sincero o u na buena acción
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desinteresada, u n a generación que sospecha sistem áticam ente de todo lo que no sea p o rtad o r del desánim o o claram ente responda a u n interés; su lem a es la frase endeble y negativa “¿Y qué?” La situación se agrava con el hecho de que, para m uchas personas, las lecturas que hacen cuando term inan el colegio ofrecen u n a im agen del m undo en la que, si bien se conservan las reglas m orales locales y provincianas, hay poco espacio p ara acciones o principios más generales. Basta con ver la im agen acotada, la visión selectiva de la vida m o derna y de la luz que guía las vidas de los hom bres, que m uestran m uchas publi caciones populares. En lo que concierne a los lectores, el m undo de las ideas o las expresiones artísticas, del sacrificio individual, de la disciplina para conseguir algo es casi inexistente. ¿Cuántos lectores saben quién es A lbert Schweitzer, a excepción de los que h a n leído algo sobre él en la prensa, en las raras oportunidades en que “es noticia”? Es más fácil des preciar gran p arte de la experiencia h u m an a cuando el m aterial que uno lee es pro d u cto de u n a selección tan corta de miras. Como refuerzo de esta situación está la reticencia a adoptar una pos tura, a tom arse a u n o mismo en serio, la pereza frente a la indignación m oral y, p o r si esto fuera poco, el grito de “D éjenm e en paz. Ustedes no son mejores que yo” del hom bre honrad o y desencantado. La situación es peor en el m undo exterior que den tro de la com unidad en el ámbito local, pero incluso en el exterior los efectos son limitados gracias a la ca pacidad de actuar, a la “h o ra de la verdad”, de acuerdo con alguna fórm u la o aforismo de los viejos. A la larga, hay cosas que no se hacen y punto, aunque n o sea posible darles u n a justificación explícita. Como sustituto de u n sentido positivo de p o r qué se hacen o n o se hacen (o p o r qué de berían hacerse), esta actitud es bastante pobre. En su m áxim a expresión, adopta la form a de la declaración desde el banquillo de los acusados del sospechoso de asesinato juzgado hace tres o cuatro años: “Bueno, no ten go u na m oral muy estricta, pero no soy un asesino”. Hay cosas que no se hacen, com o m atar a alguien, pero la p rim era parte, “no tengo una m oral muy estricta”, no es u n reconocim iento ele las propias debilidades sino una afirmación de pertenencia a la gran m ayoría sin ilusiones: “no soy un bicho raro ”. En su form a abreviada, com o aparece en la actualidad para la mayoría, esta red de actitudes perm ite seguir adelante, en general con m ucha confusión, pero la mayor parte del tiem po tam bién con la certeza de que, en las cuestiones im portantes y cuando se hace necesario, se pue de “distinguir lo que está bien y lo que está m al”. Todas estas actitudes se retroalim entan, con lo que p ro d u c en un efec to analgésico en otras áreas. P ueden transform arse en otra form a ele
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autocom placencia, de desconexión. Se produce entonces una pérdida de la tensión m oral, una especie de entrega a un m undo que no tiene un sentido últim o y a u n a vida acorde a la falta de exigencias internas. “Muy b ie n ”, dice uno de los m aridos de T h u rb e r con un cierto grado de satisfacción p o r saber p o r fin dón d e está parado, “estás desilusionada; yo también: todos estamos desilusionados”. T odo está contam inado, inclui do yo; todo el m undo está al acecho, tratando de conseguir lo que sea, así que podem os dejar de lado las frases grandilocuentes. El que trata de vivir de acuerdo con sus principios es u n tonto; “hoy en día no se puede ser u n buen cristiano; te pasan p o r encim a”; la frase “nobles ideales” no se usa más que en tono de burla. Los ideales p u ed en ser un signo de un espíritu desinteresado, pero son im practicables; n o se los puede conci liar con la d u ra realidad. Si alguien parece tratar de vivir de acuerdo con sus principios, será un tonto o u n mojigato; hay que m irar hacia abajo: seguro tiene pies de barro. Si no es tonto ni habla como un mojigato, y aún así insiste en que hay cosas que valen más que otras, es probable que sea u n hipócrita, ya que no hay justificación para u n a actitud así. Debe ser alguna “fanfarro n ad a” que todavía no “acabam os de en te n d er”. Todo esto hace que la situación sea más difícil para el “tipo raro ” que tiene algún com portam iento extraño (las reglas de conducta, los libros que lee, la música que le gusta); poco a poco lo dejarán solo: “no tiene nada de m alo, pero es ra ro ”. La actitud a lo O rlick y el estilo Sweeney (“Des pojado de su ropa el esqueleto, no hay más que esto”) se sum an a la des esperanza y la incertidum bre del m undo contem poráneo y generan una sensación de vacío, u n agujero que se defiende con la misma vehem encia que un principio elevado. Esta p odría ser la situación general si el cam bio se profundizara en el sentido analizado. En la actualidad, la actitud más habitual es un “d esencanto” lim itado y con frecuencia llevado con alegría, que n o deja de ser interesante.
ALGUNAS FIGURAS ALEGÓRICAS
En esta sección haré foco en la im agen del hom bre ordinario pero hon rado, acosado y equipado con u n a coraza desconcertante de actitudes y lugares com unes muy poco estim ulantes. ¿Será posible hacerlo evocando una persona que, al m enos en este aspecto, representa a m uchos otros, un hom bre de su tiempo? El conscripto al que m e referí anteriorm ente no nos servirá aquí de ejem plo, pues su condición suele ser en parte
RESO RTES D ESTEM PL A D O S-. N O TA SOBRE U N E S C E PT IC ISM O SIN T E N SIÓ N 2 Q 1
tem poraria; tam poco serviría u n técnico m en o r sin raíces, form ado en algún instituto tecnológico para ser útil a la era tecnocrática; algunas de sus actitudes son producto de una form a particular de no pertenencia a ningún ord en social tradicional. En cambio, elegiré a un trabajador ca lificado, plom ero o pintor, o un hom bre que arregla electrodomésticos: uno de esos tipos que exasperan a las amas de casa de clase m edia por su falta de interés en el trabajo que han venido a hacer; u n hom bre que avanza en sus tareas p ero no m uestra entusiasm o p o r ellas, y que proba blem ente deja todo sucio cuando term ina. Quizá con esa actitud el hom bre reacciona ante la situación con más m adurez de la que se advierte a prim era vista. Sabe hacer su trabajo y no necesita esforzarse dem asiado; no precisa más conocim ientos que los que ha ido adquiriendo con la práctica. Después de un tiem po, es lógico que pierda el interés; hace las mismas diez o doce tareas casi todos los días. Va de casa en casa, siguiendo la lista que le pasó la secretaría del local para el que trabaja. Esbozaría u n a sonrisa si le hablaran de “servicio a la com unidad”: “Sí, pero no es gran cosa”, diría. Trabaja para una pequeña em presa p o r u n salario fijo, con pequeñas variaciones según un sistema de bonificaciones. La em presa está a cargo de dos hom bres y tiene cuatro empleados: él, otros dos técnicos y una secretaria que lleva adelante el local. Sabe que los jefes “sacan tajada”; sabe que él negocio les deja más que a él, y casi sin riesgos; sabe que tienen m uchas preocupaciones y no son más felices que él. En lo que a él respecta, no le interesa tener una vida tan llena de preocupaciones, ni siquiera p o r el d inero extra; tam po co le gustaría ten er más responsabilidades. Lo único que quiere es tener algo de dinero para darse los gustos. Podría ganar más, com o algunos de sus colegas, si se “m atara” trabajando p o r su cuenta y en negro por la noche y los fines de sem ana. Pero, “¿qué saco de eso?”, se pregunta. “U na vida así no tiene gracia”. No es ambicioso, pero tam poco tiene ojo para ver las oportunidades. No responde a los m ensajes dirigidos a quien quiere progresar en la vida y sospecha de casi tocios los otros mensajes. P or supuesto, tam bién hay hom bres irresponsables y vagos que tra bajan mal a causa de esa indolencia rayana en lo dañino, que se tom an revancha así y dejando todo hecho u n desastre. Pero nuestro trabajador no es vago ni tonto p o r naturaleza; si hubiera nacido en u na familia de clase m edia, habría sido, con su capacidad natural, u n com erciante o un profesional autónom o cuando m enos correcto. No está am argado y to davía le produce orgullo h acer “un trabajo aceptable”. El adjetivo indica que el trabajo no es u n a obra m aestra (eso lo reserva para lo que hace en su casa o para algún pasatiem po) pero tam poco es una chapucería. Y
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no elude sus responsabilidades p o rq u e “ya que hay que trabajar, m ejor hacer u n trabajo aceptable”. No tiene ganas ni ve la necesidad de rendirles pleitesía a los clientes para que le den u n a taza de té o u n a propina, aunque algunos de sus com pañeros lo hacen. No hace las cosas alas apuradas sino que trabaja a ritm o “constante”; y u n a vez más, el adjetivo es im portante. No se dem ora a propósito, pero tam poco en tien d e p o r qué debería “dejar la piel” en u n trabajo p ara u n a m ujer que tiene más com odidades que su propia esposa o para que sus jefes disfruten de los beneficios. A los ojos de la d u e ñ a de casa, que va de u n lado a otro haciendo la limpieza, ocupándose de diez cosas a la vez que son su responsabilidad, ele su p ro p ied ad y de su interés, el hom bre parece estar trabajando a m edia m áquina; lo cierto es que nadie se mueve más rápido que un am a de casa orgullosa de su hogar. Está tentada de decirle que es un holga zán y que no colabora, p o r no decir u n grosero. El, p o r su parte, puede dedicarle u n a m irada algo irónica. Ya h a aceptado, no sin reservas, sus posibilidades laborales. No pide dem asiado y, a cambio, brincia un servi cio decente ya que no entusiasta. H eredó el inconform ism o y el carácter in d ep en d ien te de su abuelo, con las modificaciones introducidas p o r el siglo XX. En su casa, n o es muy distinto ele com o era su abuelo en las cuestiones fundam entales. En 1879, William Morris describe una situa ción bastante parecid a con m ucha más elocuencia. Lo que m e interesa destacar es que, si bien las condiciones de vida de la clase trabajadora han m ejorado m ucho desde el texto de Morris, hay algunos rasgos im portantes en la sociedad co n tem p o rán ea que im pulsan a los m iem bros de dicha clase a conservar esas actitudes sin modificarlas un ápice: Es cierto, y muy triste, que si hoy en día uno necesita realizar tareas de ja rd in e ría , carpintería, albañilería, tintorería, tejido, h e rre ría o ele cualquier otro oficio, podrá llamarse afortunado si e n cu en tra a alguien que las haga com o corresponde. E n cam bio, a cada paso se topará con gente que elucle sus responsabilidádes y no respeta los derechos ele los demás; sin em bargo, no en tien d o cóm o se puede h acer que el “trabajador británico” cargue con todo el peso de la culpa, ni siquiera con la mayor p arte de esta. Duelo que sea posible arrastrar a tocia u na masa ele seres hum anos a realizar tareas en las que no en cuentran esperanza o placer alguno sin que p reten d an rehuirlas; de he cho, siem pre se las ha reh u id o en circunstancias similares. Por otra parte, sé q ue hay hom bres tan rectos que, pese al fastidio
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y la falta de esperanza, realizan sus tareas con dignidad. Esos hom bres son la sal de la tierra .133 El aparente cinismo de u n ho m b re com o el que he presentado es m ucho más leve que el de mi segunda figura alegórica: el estafador de poca m o n ta que pu ed e encontrarse en todas las clases sociales. Pese a las diferen cias, las actitudes de am bos tipos resp o n d en a lo mismo. El estafador es u na figura más positiva, u n a especie de personaje ambicioso a la inversa, que m ed ra en el desorden. En el caso de los estafadores que se m ueven dentro de la clase trabajadora, algunas de las expresiones favoritas son: “Estoy en el tem a.” “Soy un tipo vivo/un tipo d e sp ie rto /u n tipo listo.” “No nací ayer.” “Sé cóm o m overm e.” “No soy n ingún gil.” “A m í no m e engatusan.” “Me las sé todas.” “Soy u n tipo a stu to /n o soy n in g ú n to n to .” “Sé cómo o b ten er lo m ío.” “A m í no m e agarran.” “Es u n ju eg o de niños.” “A m í no m e vengan con esas.” “¿Desde c u á n d o ...?” Es posible que esta actitud sea más com ún en tre la g eneración de m enos de treinta que en los más grandes, pues estos últim os recu erd an los años treinta y la guerra, el sacrificio, la cooperación, la ayuda en tre vecinos. Las dos décadas siguientes no h a n dado m argen para el redescubrim ien to de esos valores. N aturalm ente, cada clase tiene sus propios modismos, dado que toco aquí una fibra presente en todas las capas de la sociedad y en u na gran cantidad de complejas formas. U na de las versiones de clase m edia más elaboradas de “Me las sé todas” es ‘Yo soy realista, q u erido”. Tam bién está el equivalente de clase m edia del “tipo alegre”, el que es “ajito de .toda
133 “T h e a r t o f th e p eo p le ”, conferencia de 1879, incluida en Hopea and Fearsfor Art, p. 44, vol. X X II de Colkcled Works o f Williain Morris, L ondres, L ongm ans, G reen & Co., 1914. A gradezco al fallecido F. D. K lingender p o r la referencia a este pasíye.
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salsa”, el que “se p rende en todas” cuando hay recom pensa, el “buen tipo” ¿que “está ad en tro ”, y así hasta los representantes del “perfil acosador” del poem a de A uden (“Obsérvalo, cualquier día, en sus poses despreocupa d a s ”): seguro de sí mismo, con sus pequeños gestos delatores. Todos ellos com parten los rasgos de u n a cultura, desde el hom bre que hace lo que pued e vendiendo p u erta a puerta linóleo de mala calidad en barrios de clase trabajadora hasta la m ultitud de corredores y “prom otores” m enti rosos y los grandes especuladores. Está la danza social elaborada y dolorosa de quienes viven, en cualquier nivel, de vender en público su personalidad. De noche, cuando no están trabajando, frecuentan bares sobre todo de hom bres, con un aspecto com puesto p o r u n a mezcla de elem entos del cínico blindado y el niño per dido. Para ilustrarlo, se me ocurre u n ejem plo de clase m edia baja. Para vestirse, el hom bre elige u n estilo deportivo, con algunos toques de caba llero de ciudad, que evoca el atuendo de un gallardo capitán de artillería sin uniforme o el de un person^ye ele un cuento de Somerset Maugham. T rata de entablar una conversación refinada con la camarera, le ofrece u n a ginebra con verm ut o un oporto con lim ón e intenta dejar atrás la cacería de comisiones de ventas a la que se dedica durante el día. Se lo ve enérgico y bien afeitado, con un bigote finito que parece dibujado con un lápiz; sus modales son los de “cómo ganar amigos y tener influencia en las personas”, al m enos durante el día. Su sonrisa prefabricada no abar ca la mirada. Cuando está en el bar, habla con frases interrum pidas por risas sinceras que retum ban en el recinto, con las que rocía a quienes lo acom pañan para hacerlos participar. Para reforzar sus palabras utiliza una dosis de palmaditas en sus propios muslos y e n los hom bros de los demás. Tam bién hay una buena proporción de movimientos de cabeza, guiños, insinuaciones, jerg a de bar y vocabulario técnico del m undo comercial en p eq ueña escala al que pertenece. Cuando se le cae la máscara, es posible en ten d er p o r qué no le gusta el silencio, ni e n su entorno ni en sí mismo; debajo, los ojos suplican y los labios apretados m uestran infelicidad. El rebaño que se form a en los bares es lo más cercano al sentido de p ertenencia a un grupo que experim enta este tipo de gente. Puede servir para dar ánim o a los vendedores callejeros, los am bulantes y los más prós peros q ue tienen gom ina en las orejas, un vago olor a perfum e y un aire d e complicados tratos de com praventa de fabulosos enseres. Ante u na mi rada superficial, rodeados del esplendor aparente de jóvenes de parran da, p u ed en parecer los descendientes directos de los dandis eduardianos. Y lo son, pero los tiempos han cambiado; el suelo que pisan se tambalea. Los bares proporcionan alivio, porque allí n o hay que adoptar las poses
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burguesas: pu ed en volver a la otra actitud que conocen, el cinismo de quien está “de vuelta de to d o ”. Sería extraordinariam ente ilum inador, y tam bién excepcionalmente difícil, enco n trar relaciones entre estas actitudes y las de sectores más inte lectuales a lo largo de las últimas tres décadas, los vínculos entre el “Me im porta u n com ino” de las clases populares, el “Todo vale” de los jóvenes lis tos y las posturas intelectuales predom inantes. En mi opinión, hay aveces, en este últim o sector, un cierto placer en el ju eg o de un a “complicidad” inconexa, en soplarse la espum a de la cerveza intelectual unos a otros, en • la gimnasia sueca de u na m ente formada, en algunas de las formas en las que funciona la curiosidad intelectual sin ataduras. A veces hay un temor a lo em ocional disfrazado de rechazo al sentim entalismo, una sospecha extrem a de cualquier conversación acerca de “propósitos y valores”, una tendencia a evadir esas cuestiones embarazosas m ediante la técnica de un rem ate ingenioso y oblicuo. Con frecuencia hay tam bién una indiferen cia ante la autoridad, no sólo la autoridad que viene de los demás sino tam bién la que a veces se requiere de uno, como puede verse en algunos directores de escuela con los grados superiores o los cursos nocturnos, algunos docentes de la escuela para adultos y algunos profesores universi tarios en los seminarios. Tomados p o r u na form a borrosa de igualitarismo, atorm entados p o r la duda y la falta de certezas respecto de sí mismos, sin creer en nada ni p o d er h onrar a nadie: así no es posible pararse en tierra firm e ni defender nada. Aparece entonces la tentación de reemplazar la autoridad p o r el espíritu de “todos ju n to s” cuando la posición en que nos encontram os nos exige que al m enos tengamos algo para evocar. “Los maestros h an leído a Lytton Strachey y a los niños les hace mal a los dientes”, dice T. S. Eliot. A los maestros tam bién les hace mal a los dientes. Esas actitudes p ueden ser, p o r tanto, expresión de cierta hones tidad y dignidad. Pero tam bién pu ed en ser un regodeo m ordaz en la p ro p ia condición. “El sadismo intelectual ”1'54 tiene sus recom pensas, la afirm ación crítica es m ucho m enos vulnerable al ataque que la absorción creativa; hay algo divertido y seguro en decir continuam ente: “Se te nota la m e n tira /A tu credo se le ven las arrugas”. Existe u n a gran cantidad de paralelism os y variantes de todo esto en la literatu ra de la época, a todo nivel; p o r ejem plo, en Hemingway, Somerset M augham , Huxley, Evelyn W augh, P. H. Newby (véase el personaje principal de Marinar Dances) , H enry G reen (por ejem plo, en Back), Peter
134 El térm in o es de R ichard Livingstone.
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Cheyney, H a n k ja n s o n y, más recientem ente, en la presentación de Jim Dixon en La suerte deJim, de Kingsley Amis. Ju n to aquí a todos estos escri tores sin n in g u n a im plicación despectiva. El grado de desinterés es varia ble y sólo p u ed e m edirse leyendo las obras, p ero todas son ilum inadoras respecto del elem en to destructivo. En los ejem plos que acabo de d ar m e h e ido alejando deliberadam en te de la clase trabajadora. Es necesario, p o r últim o, precisar u n poco más la naturaleza de su cinismo. En m i opinión, para la m ayoría de los m iem bros de la clase trabajadora, el cinism o n o tiene que ver con “sacar tajada” sino con el vacío existencial. Sin em bargo, ese vacío, como ya he explicado, constituye el caldo de cultivo p ara la autocom placencia. La mayoría se ha visto afectada p o r los nuevos rum bos, hasta cierto p unto se h an desilusionado y hoy “son víctimas de la falta de sentido”. En casi todos ellos ha h ech o m ella la tim idez en las creencias. La negación a “ce d er” p o r m iedo que se aprovechen de u n o implica, en últim a instancia, la aceptación de u n m u ndo plano, ru d o y desabrido. M ientras tanto, el hogar sigue siendo u n refugio; la vida continúa en el ámbito local sin verse demasiado afectada; u n oficio puede ser un espa cio privado: en la esfera pública, m uchas personas de la clase trabajadora se sienten dism inuidas y se refugian en u n cinismo herido pero también, muchas veces, indulgente. D ada su naturaleza, es difícil encontrar expre siones acabadas de las principales actitudes que provengan de la clase tra bajadora en sí. Pero este pasaje de un ex alum no de u na escuela de élite de segunda línea venido a m enos representa en gran m edida la experiencia de la clase trabajadora de su generación tanto com o la de su propia clase: Los discursos de los moralistas están muy bien [...] pero [...] pasar de. la escuela a la m aldita g uerra no era precisam ente lo que tenía en m ente. La m itad del tiem po, m uerto de miedo; la o tra m itad, aburridísim o, sin n ad a que hacer más que ir a la cam a con u n a m uchacha bonita. Luego, otra vez a la vida civil, in ten tan d o ven d er estas m áquinas y cam inando quince kilóme tros p o r día p ara que unas m ujeres gordas me cierren la puerta en la cara .135
135 T o m ad o d e u n estudio sociológico.
ío . Resortes destemplados: nota sobre los desarraigados y los angustiados
Escribe, p o r favor, la h istoria de cóm o u n joven, hijo de u n siervo, que h a sido m an d ad ero en u n a tienda, m onaguillo, estudiante secundario, licenciado universitario, educado p a ra resp etar el rango y besar la m an o del cura, p ara doble garse ante las ideas de los otros, p a ra ag rad ecer cada m en dru g o de p an, que h a sido g olpeado más de u n a vez, que h a teñ id o que d a r clases a n d an d o sin galochas de acá para allá, que h a luchado, to rtu rad o anim ales, que se h a acostum bra do a cen ar en casa de gente aco m o d ad a y sabe qué es “estar bien con Dios y con el d iab lo ”, no p o r necesidad sino p o r la consciencia de su p ro p ia insignificancia; en fin, cuenta cóm o ese jo v en se deshace p oco a p oco del esclavo que hay en él y cóm o u n a m añ an a se d esp ierta y ya n o siente co rrer p o r sus venas la sangre de u n esclavo sino la de u n auténtico ser h u m ano. a n t ó n c h é j o v , C arta a A. S. Sourvorin, 7 de enero de 1889 “Pero recu erd a su educación, la época en la que fue joven”, observó Arkadi. “¿Educación?”, in terru m p ió Bazárov. “Los hom bres deben educarse a sí mismos, com o lo he hecho yo, po r ejem p lo ... Y con respecto a la época, ¿por qué habría de d e p e n d e r de ella? Yo diría que ella deb e d e p e n d er de mí. No, mi querido, ¡todo eso son patrañas, falta dé carácter!”. i v á n t u r g u é n i e v , Padres e hijos, capítulo 7
EL ALUMNO BECADO
Por m i parte, siento pen a p o r él. En el m ejor de los casos, es u n a posición difícil: ser lo que se dice u n eradito y no disfrutarlo; estar presente en el gran espectáculo de la vida y
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no librarse nunca de u n a personalidad insignificante, ham brien ta e indecisa. g e o r g e e l i o t , Midcllemarch, libro 3, capítulo 29 No es fácil escribir este capítulo, aunque es necesario hacerlo. Al igual que en los pi'ecedentes, en este agrupo tendencias que tienen relación entre sí, pero aquí el peligro de hacer dem asiado hincapié en ciertas cuestiones es especialm ente agudo. Los tres capítulos anteriores giraban en torn o a actitudes que desde cierto p u n to de vista podrían verse com o representativas de u n tipo de equilibrio. Pero a los más afec tados p o r las actitudes que analizo en este capítulo -los desarraigados y los angustiados- se los reconoce p o r su falta de equilibrio, su indecisión. T ienden a desaprobar la autoindulgencia de m uchas personas de su cla se; son tan cínicos com o casi todos los dem ás pero, en su caso, en lugar de obtener beneficios o volverse más indulgentes p o r ello, ven aum enta da su falta de propósito en la vida. En cierta m edida, tienen la sensación de pérd id a que padecen algu nos integrantes de todos los grupos, au n que en ellos es mayor justam en te porque se en cu en tran desarraigados de su propia clase en el plano emocional, con frecuencia movidos p o r u n a inteligencia crítica o una im aginación superiores, cualidades que a veces los llevan a un a inusual conciencia de sí mismos ante su p ro p ia situación (y le facilitan la tarea a quien esté dispuesto a dram atizar su angustia). Asimismo, puede haber u n desarraigo físico de su clase a través del sistema de becas. A muchos los afecta, au n q u e sólo a unos pocos los afecta m ucho; en u n extrem o están los psicóticos y, en el otro, personas que en apariencia llevan u n a’ vida norm al pero que en el fondo conservan cierto desasosiego. En prim er lugar, conviene analizar la naturaleza del desarraigo que ex perim entan algunos alum nos becados. Me refiero a los jóvenes que du rante algunos años, quizá m uchos, tienen la sensación de no pertenecer a ningún grupo. Todos sabemos que m uchos encuentran el equilibrio en su nueva situación. Están los expertos y los especialistas “desclasados”, que ingresan en sus propios círculos después de que la larga escalera de las becas los eleva hasta el doctorado. Hay individuos brillantes que se convierten en buenos adm inistradores y funcionarios, y se sienten como en casa en su nueva situación. Otros, no necesariam ente tan talentosos, alcanzan u na especie de equilibrio que no se debe a una pasividad ni a u n a falta de conciencia; están cóm odos en su nuevo grupo sin adoptar ni ostentar n inguna de sus banderas protectoras y m antienen u n a relación
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natural con sus parientes de clase trabajadora, que no se caracteriza por la condescendencia sino p o r el respeto. Casi todos los chicos de la clase trabajadora que transitan el cam ino de la educación superior gracias al sistema de becas experim entan roces con su en to rno durante la adoles cencia. Se en cu en tran en el pun to de fricción de dos culturas; la prueba de su verdadera educación está en la capacidad que tengan, a los 25 años, de so n reñ ie con franqueza a su padre, de respetar a su herm ana m en o r en su frivolidad y a su herm ano no tan brillante. En este capítulo, m e ocuparé de los jóvenes para los cuales el desarraigo es pafticularm ente problem ático, no porque subestime los beneficios que otorga esta opción ni porque quiera destacar los rasgos más deprim entes de la vida m oderna, sino porq u e las dificultades que d eb en enfrentar algunos in dividuos ilustran con claridad el tem a más am plio del cambio cultural. Como el ganado al que trasladan a otros cam pos, ante una gran sequía reaccionan antes que los nativos del lugar. A veces m e inclino a creer que el p ro b lem a de la adaptación indivi dual es m uy difícil p ara los chicos de clase trabajadora que no tienen dem asiado talento, sólo el suficiente p ara destacarse entre sus pares p e ro no el necesario p a ra llegar m ucho más lejos. No quiero decir que exista u n a correlación en tre la inteligencia y la falta de desasosiego; los intelectuales tien en sus propios problem as, p ero esa clase de angustia m uchas veces parece afligir más a los que se h an alejado u n trecho de su cultu ra original pero n o h an in co rp o rad o aú n el soporte intelectual que los acerca al g rupo de profesionales y especialistas “desclasados”. E n cierto sentido, es verdad que u n o n u n c a llega a ser “desclasado”, y es interesante ver cóm o a veces esto sale a la superficie (en especial en la actualidad, cu an d o hay tantos antiguos in tegrantes de la clase trabajad o ra en sectores jerárq u ico s de la sociedad): en un toque de inseguridad, que con frecuencia se m anifiesta com o u n a preocupación excesiva p o r establecer su au to rid ad p o r p a rte de u n profesor que de cualquier m odo te n d ría las características requeridas para ejercer su profesión; en la actitud cam p ech an a de u n ejecutivo im portante, o en la ten d en cia al vértigo que d elata la in certid u m b re latente en el inte rio r de u n p eriodista exitoso. Pero principalm ente m e interesan los que, a pesar de tener conciencia de sí, no se conocen lo suficiente y, p o r lo tanto, están insatisfechos, du dan de ellos mismos; los carcom e la incertidum bre. Aveces, siendo inte ligentes, les falta voluntad, pues “se necesita voluntad para atravesar esta tierra baldía”. Quizá con mayor frecuencia, aunque tengan más voluntad que la mayoría, no les alcanza para aliviar las complejas tensiones que
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traen aparejadas el desarraigo, los problem as particulares del entorno familiar y la incertidum bre p ro p ia de la época. Al dejar atrás la niñez para e n tra r en la adolescencia y luego en la edad adulta, esta clase de n iñ o tiende a alejarse poco a poco de la vida com ún de su grupo. Pronto lo ven com o alguien diferente, y m e refiero a una distinción que hacen n o los m aestros de la escuela sino los m iem bros de su familia. “Tiene cacu m en ” o “Es b rillante” son frases que el chico oye todo el tiem po y, en parte, el tono refleja orgullo y adm iración. En cierta form a, sus padres lo alejan tanto com o su talento, que lo mueve a separarse del grupo. Pero a los padres los motiva algo más que la adm i ración: “T iene cacu m en ”, sí, y esperan que el chico siga el cam ino que se abre ante él. Pero tam bién p u ed e hab er u n m atiz lim itante en el tono con el que p ro n u n cian la frase: la personalidad tiene más peso. Aun así, que destaquen su inteligencia es u n indicador del orgullo que sienten y es casi u n a marca; el jo v en está destinado a otro m u n d o y a un tipo de trabajo distinto. T en d rá que estar cada vez más solo si ha de continuar por ese sen dero. T en d rá que enfrentarse, p robablem ente de m an era inconsciente, al ethos del hogar, al carácter profu n d am en te gregario de la familia de clase trabajadora. Com o todo gira en torno a la sala de estar, el chico seguram ente no tiene u n a habitación para él; los dorm itorios son fríos y poco acogedores, y calentar los cuartos o la sala del frente, si es que hay u n a en la casa, es m uy caro, requiere u n salto im aginativo que escapa a la tradición y que la m ayoría de las familias no p u ed e dar. Lo que hay es un rincón en la mesa; en la otra p u n ta, la m adre plancha con la radio encendida, alguien canta o el p ad re no deja de decir lo prim ero que se le ocurre. Como puede, el m uchacho tiene que aislarse m entalm ente para p o d e r estudiar. En verano, las cosas son más fáciles, pues la tem peratura en las habitaciones es la adecuada p ara hacer la tarea, pero, según en tiendo, pocos aprovechan esa opción. Y es que el chico (hasta que avanza más en sus estudios) form'a p arte de ambos m undos, el de la familia y el de la escuela. Es sum am ente respetuoso de los m andatos del m undo de la escuela, pero en el plan o em ocional su deseo es continuar dentro del círgulo fam iliar.131’ Entonces, el p rim er gran paso lo da cuando opta p o r incorporarse a otro grupo o aislarse, cuando tiene que resistirse á la naturaleza ho-
156 Sobre las dificultades del e n to rn o fam iliar, véase M inisterio de E ducación, Early Leaving, p p . 19 y 36.
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gareña característica de la vida de la clase trabajadora. Esto es cierto, y quizá m uy especialm ente, si el joven se cría en u n h o g ar feliz, porque las familias felices suelen ser las más gregarias. Pronto siente el peso de la soledad, el estím ulo a centrarse en sí mismo, lo cual pued e dificultar su incorporación p osterior a otro g ru p o .137 En la escuela prim aria, ya a los 8 años, el chico es diferente en cierta m edida, aunque quizá no sea así si su escuela está en u n a zona en la que todos los años adm iten alred ed o r de veinte chicos e n el sistema de becas p a ra el bachillerato. Pero p robablem ente viva en u n a zona donde pred o m in an los alum nos cuyas familias son de clase trabajadora y vaya a u n a escuela en la que sólo obtien en becas u n p ar de ellos cada año. La situación está cam biando con el aum ento de la cantidad ele becas que se otorgan, pero la adaptación h u m an a n u n ca es tan abrupta com o los cambios adm inistrativos .138 Asimismo, es probable que el joven tenga que separarse del grupo de chicos de la cuadra y ya no sea m iem bro pleno de la b an d a que todas las tardes se reú n e en la esquina, porque tiene que h acer la tarea. Pero esos son los grupos de m uchachos en los que h an crecido otros chicos de su generación, y alejarse de ellos se relaciona em ocionalm ente con otro aspecto de su situación familiar: aho ra pasa más tiem po con las mujeres que con los hom bres de la casa. Esto es así incluso en familias en las que el padre n o es de los hom bres que no leen o que piensan que la lectura “es cosa de m ujeres”. El m uchacho pasa gran parte de su tiem po en el centro físico de la casa, don d e p red o m in a el alm a fem enina, y allí avanza en silencio con sus deberes m ientras la m adre se dedica a las tareas do mésticas y el padre o bien no ha regresado del trabajo o bien se ha ido a beb er u n a cerveza con sus com pañeros. El pad re y los herm anos no están en casa sino fuera, en el m u n d o masculino; el chico, en cambio, ocupa un lugar en el m undo fem enino. Quizás esta situación explique en parte p o r qué m uchos autores de la clase trabajadora, cuando escriben sobre su niñez, p o n en a las m ujeres en u n lugar p re p o n d e ran te y amable. En ocasiones puede h ab er fi'icción, cuando se p reg u n tan si el chico “se la cree” o cuando él se resiste a separarse de la familia p ara realizar alguna de las raras tareas que se esperan.de u n varón. Pero e n general predom i
137 Sobre el aislam iento de los niños becados de clase trab ajadora, id., p. 32, 138 Véase m ás ad elante “R esum en de las tendencias actuales de la cultura de m asas” y la publicación de Political an d E conom ic P lan n in g , “B ackground of th e University S tu d en t”, Planning, vol. XX, n° 373, 8 d e noviem bre de 1954, sobre el au m en to de estudiantes de la clase trab ajad o ra en las universidades.
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n a una atm ósfera íntim a, acogedora y gentil. Con un oído, el joven escu c h a a las m ujeres hablar de sus preocupaciones, penurias y esperanzas, y a veces les cuenta cóm o le va en la escuela o qué dijo el maestro. Quienes lo rodean suelen ser comprensivos con él au n q u e no lo com prendan; él sabe que los demás no entienden, pero aun así los hace participar de. sus cosas: le gustaría p o d e r u n ir los dos m undos. En la descripción simplifico dem asiado y hago hincapié en la ruptu ra; en cada caso hab rá distintos matices. Pero al exponer el aislamiento e n su form a más extrem a, ofrezco un resum en de las situaciones más com unes. Ese chico se en cu en tra entre dos m undos, el de la escuela y el de la casa, que tienen pocos puntos en com ún. U na vez que ingresa a la escuela secundaria, aprende p ro n to a h acer uso de un par de acentos diferentes, e incluso in terp reta dos personajes y m antiene dos sistemas d e valores. Pensem os, p o r ejem plo, en el m aterial de lectura: en su casa hay un m o n tó n de revistas que él tam bién lee pero que jam ás m enciona e n el colegio y que parecen no p erten ecer al m undo en el que ha ingre sado desde que cu rsa el bachillerato; en la escuela se leen y se com entan libros que jam ás m enciona frente a su familia. C uando lleva esos libros a su casa, n o los p o n e ju n to con los que leen sus familiares, que, p o r otra p arte, a veces ni siquiera existen o son muy pocos; los que trae del cole gio parecen herram ientas de otro campo. Es probable que el joven, en especial hoy en día, logre evitar las peo res dificultades inm ediatas: el estigm a de la ropa barata, de no p oder costearse las excursiones organizadas p o r el colegio, de los padres que van a la representación teatral de la escuela y cuyo aspecto de personas trabajadoras lo avergüenza. Pero com o estudiante de bachillerato, está ansioso p o r hacer las cosas bien, p o r ser aceptado, p o r llam ar la aten ción debido a su inteligencia, com o ocurría en la escuela prim aria. La inteligencia es la m o n ed a de cam bio que le h a valido para pagarse el trayecto elegido y, a m edida que pasa el tiem po, es la m oneda que cobra más im portancia. T iende a sobreestim ar a sus m aestros, pues son los que atienden las ventanillas del nuevo m u n d o dónele la m oneda corriente es la inteligencia. En su m undo familiar, el p ad re sigue siendo el padre; en el otro, el padre casi no tiene cabida, de m odo que tiende a colocar al m aestro en ese lugar. Así, au n q u e la familia lo presione muy poco, probablem ente él se exija más de lo necesario. H asta d o n d e le alcanza la vista, ve la vida como una sucesión de saltos con vallas en los que estas últimas son las becas que se obtienen apren d ien d o a acum ular y adm inistrar la nueva m oneda. T iende a darles a los exám enes m ayor im portancia de la que tienen y a
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acum ular conocim ientos y opiniones ajenas. D escubre una técnica de aprendizaje aparente que consiste en acum ular datos en lugar de hacer uso de ellos. A prende a recibir una educación puram ente erudita, com prom etien d o sólo u n a pequeña parte de su personalidad y u n a limitada zona de su ser. Empieza a ver la vida com o u n a escalera, una prueba per m anente que devuelve algunos elogios y m uchas recom endaciones en cada escalón. Se torna experto en in co rp o rar y producir; sus com peten cias varían, pero rara vez van acom pañadas de u n entusiasm o genuino. Pocas veces siente como propia la realidad del conocim iento, de las ideas y la im aginación de otros; es raro que descubra a un autor p o r propia iniciativa. En esta época de su vida, reacciona sólo cuando los hechos guardan u na relación directa con el sistema formativo. Se parece a un caballo con anteojeras; a veces sus profesores, que han seguido el mismo trayecto que él y difícilm ente se hayan quitado sus propias anteojeras, lo en tre n a n y lo alaban en la m edida en que se ajusta a ese sistema. Si bien en el fondo hay u n a p otente m irada realista, despojada de idealismos y de concesiones, esa es su form a principal de iniciativa; es probable que de otras, formas - u n a m ente inquieta, el vuelo de la im aginación, la va lentía de rechazar ciertas “líneas” aunque sean las aceptadas oficialmen te - tenga poco, y el sistema educativo tam poco las estimula. No se trata de un problem a nuevo: H erb ert S pencer lo m encionó hace cincuenta años y aún sigue vigente: Los sistemas educativos establecidos, cualquiera sea su campo de estudio, son fundam entalm ente perversos. Estimulan la re ceptividad sumisa en lugar de la actividad independiente,139 No se p one tanto el acento en la acción, en la voluntad y la decisión per sonales; hay m ucho que recordar p ara la m áquina intelectual superior a la m edia que h a guiado al joven hasta el bachillerato. Y como el “bu en ” chico, el estudiante al que le va bien es aquel que con su pasividad cons ciente satisface las exigencias de su nuevo ento rn o , gradualm ente pierde espontaneidad y adquiere la fiabilidad req u erid a para aprobar los exá m enes. No puede dejar de considerar nada ni a nadie; parece destinado a ser u n em pleado correcto, confiable y aburrido. H a tenido siem pre te m or de “todo lo que m erece obediencia”. A principios del siglo XIX, Ha-
139 H. Spencer, A n A ulobiography, N ueva York, D. A ppleton, 1904, i; reim presión d e Watts, 1926, p. 2 3 8 /
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zlitt hizo u n a observación más extensa y apasionada sobre las tendencias de la sociedad de su época, que de todos m odos tiene cierta relevancia para la sociedad actual: Los hom bres n o se convierten en lo que p o r naturaleza están destinados a ser sino en lo que la sociedad hace de ellos. A los sentim ientos generosos y las elevadas inclinaciones del alma se los encoge, p o r decirlo de alguna m anera, se los chamusca, se los retu erce con violencia y am puta, para que encajemos en n u estra relación con el m u n d o , algo parecido a lo que hacen los m endigos con sus hijos cuando los m utilan para que enca je n en su fu tu ra situación en la vida .140 El chico q ue h a o btenido u n a beca p ierde p arte de la flexibilidad y la vitalidad que tienen sus prim os, que siguen ju g a n d o en la calle .141 H ace unos años, cu ando h abía u n hijo más listo que los demás en u n a familia de clase trabajadora, su inteligencia se desarrollaba en la ju n g la de los barrios pobres, d o n d e el cerebro tenía que aliarse con la energía y la iniciativa. A hora, ese chico casi no ju e g a e n la calle, no trabaja repartien do periódicos; su iniciación sexual p robablem ente se retrasa. Pierde un poco de la fortaleza y la despreocupación, la viveza para aprovechar las oportunidades, la jovialidad y la osadía de los que se crían en la esquina; pero tam poco adq u iere la confianza inconsciente de m uchos estudiantes de clase m edia. Lo h an en tren ad o com o a caballos de circo, aunque para ganar becas .142 En consecuencia, cuando llega al final de la serie de etapas estable cidas, cu an d o finalm ente sale al m u n d o d e objetos tangibles y difíciles de m anejar, de seres hum anos esquivos y desconcertantes, se encuentra con escaso ím petu. La correa de distribución está floja, desconectada de la ú nica m áq u in a que ha hecho fu n cio n ar hasta ahora, la m áquina de ap ro b ar exám enes. Le resulta com plicado optar p o r una dirección
140 E n T . H o lcroft, The Life of Tilomas Hokroft, co n tin u ad o p o r W illiam H azlitt, ed. E lbridge Colby, L ondres, C onstable, 1925, vol. II, p. 82. 141 P ienso q u e el contraste es m ás n o to rio en las niñas; basta con co m p arar u n a estu d ia n te m o d e rn a d e escuela m ed ia d e 14 o 15 años con u n a chica de la m ism a ed ad d el bachillerato. 142 El estu d io de F. D. K lingender sobre los estudiantes de la U niversidad de H ull, Sludenls in a Q um ging World 1951-2, indica q u e esta situación está cam b ian d o . D e los encuestados, 58% de los hom bres y 26% de las m ujeres m an ifestaron h a b e r h ech o algún trabajo e n su tiem po libre.
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en u n m u n d o en el que no hay más profesores que com placer, ni una m anzana caram elizada al final de cada etapa, ni u n certificado, ni un lugar en los prim eros puestos del m u n d o de las evaluaciones. No está a gusto en u n a sociedad que le p resenta u n p an o ram a desordenado, que es enorm e y crece continuam ente, que es ilim itada, desordenada y sin calefacción central, u n a sociedad en la cual las m anzanas caramelizadas no las reciben los que más se esfuerzan, n i siquiera los más inteligentes, u n a sociedad en la que inquietantes im ponderables com o la “persona lidad”, la “su erte”, la “capacidad para socializar” y el “descaro” pueden inclinar la balanza. Su situación es p eo r p orque la form ación previa lo ha entrenado para atribuir dem asiada im portancia a los logros con notas y certificados. En este m undo, el éxito reconocible tam bién im p o rta m ucho, pero no se lo distribuye de acuerdo con el sistema al que el jo v en está acostum brado. El estaría más feliz si triunfar le im p o rtara m enos, si pudiera resolver el m isterio de los valores del éxito en el m u n d o nuevo. Pero los valores son m uy similares a los del colegio; p ara rechazarlos, prim ero debería escaparse de la prisión in tern a en la que lo en cerraro n las estrictas reglas para ten er éxito en la escuela. No está dispuesto a aceptar el criterio del m undo, es decir, avanzar a cualquier precio (si bien es m uy consciente de la im portancia del dine ro). No obstante, tiene todo lo necesario p ara sortear los obstáculos, de m odo que sólo sueña con progresar, aunque no exactam ente com o lo dicta el m undo. No tiene las com odidades p ara aceptar sin más los valo res del m u n d o exterior ni las recom pensas de ser u n crítico convencido de esos valores. Se h a alejado de sus oxigenes “hum ildes” y quizá se aleje aún más. Si lo hace, seguram ente en el fondo se sentirá agobiado p o r el peso de saber hasta d ó n d e ha llegado, p o r el tem or y la vergüenza de la posibilidad de retroceder. Y esto aum enta su incapacidad de estar en paz consigo mismo. A veces, el trabajo que consigue sólo au m enta esa ligera sensa ción de que se en cu en tra aún sobre la escalera, d o n d e está descontento y orgulloso al mismo tiem po y, dada la naturaleza de su situación, casi siem pre es incapaz de saltar, de ab an d o n ar la carrera: Pálido, desarreglado, algo nervioso, había avanzado de pues to en puesto en la oficina de seguros con la disposición de un h om bre que está p o r ser despedido. [.,.] La inteligencia le sir vió solam ente para esforzarse más en la escuela prim aria que quienes no eran tan inteligentes com o él. P o r la noche seguía
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escuchando el coro malicioso diciéndole que era el favorito del maestro. [...] La inteligencia, como un calor abrasador, había transform ado en u n desierto el m undo que lo rodeaba y, a tra vés de la arena, en el espejismo ocasional veía a los malditos grupos ju g an d o , riéndose y sin pensar disfrutando de la ternu ra, la com pasión y la com pañía de! am or .143 La c ita es u n a dram atización exagerada que no se aplica a todos, ni si q u ie ra a la mayoría, pero que en cierta m edida afecta a muchos. Con c iern e, asimismo, a u n grupo más extendido, al cual m e referiré aquí, fo n n a d o por los que en cierta form a se plantean interrogantes respecto de la sociedad y que, p o r este motivo, aunque nunca hayan cursado el ba chillerato, están “en tre dos m undos, u n o m uerto y el otro sin fuerza para n a c e r”. Son “las caras privadas en lugares públicos” de la clase trabajado ra, los “oficiales am ables” de Koesder; son algunos, aunque no todos, de los q u e se p ro p o n en progresar. P ueden realizar cualquier tipo de tareas, d esde trabajos m anuales hasta la docencia, pero según mi propia expe riencia, suelen o cupar puestos com o em pleados administrativos o maes tros de escuela prim aria, en especial en establecim ientos de ciudades im portantes. Con frecuencia, la perseverancia enfocada en el progreso personal se m anifiesta en la necesidad de parecerse a los m iem bros de la clase media, aunque esa actitud no im plica una traición política sino que está más cerca de u n idealismo equivocado. El tip o de persona que describo aquí ahora no pertenece a ninguna clase -y ya hemos visto que esa es su p rim era gran p érd id a-, ni siquiera a lo que recibe la vaga denom inación de “intelectualidad sin clase”. No puede en frentarse a la clase de la que proviene, pues com o los lazos naturales han desaparecido, encontrarse cara a cara con la clase trabajadora implicaría enfrentarse a sí mismo, algo para lo que no está preparado. A veces se avergüenza de sus orígenes; h a ap ren d id o a ser “u n nariz parada”, a com portarse con m odales más refinados. M uchas veces no está conform e con su aspecto físico, porq u e revela de dón d e proviene; se siente inseguro o se enfada cuando advierte que tanto su apariencia como los modales o cientos de hábitos en el habla p u ed en delatarlo. Tiende a endilgar su pro p io sentido de inadecuación al grupo que le dio origen y se cubre con u n m anto de actitudes defensivas. Así, a veces m uestra u n orgullo poco
143 G. G reene, Campo de batalla, capítulo 2, acerca de C onrad Drover.
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convincente p o r su torpeza en cuestiones prácticas: “Los intelectuales n u nca son buenos en los trabajos m anuales”. Pero en el fondo sabe que su pretensión de com pensación p o r poseer herram ientas más sofistica das, de ser capaz de m anejar el “saber de los libros”, se apoya sobre una base poco firme. T rata de leer todos los libros pertinentes, pero estos no le proporcionan el p o d er discursivo ni el control de la experiencia que necesita. En ese terreno se siente tan torpe com o en el de las herramien-^ tas del artesano. . Ya no tiene retorno; una parte de él no quiere regresar al am biente dom éstico, que m uchas veces es bastante cerrado, y otra parte echa en falta la p ertenencia perdida; “ansia enco n trar u n Paraíso Sin N om bre en el que jam ás ha estado”. La nostalgia es muy intensa y am bigua, porque el individuo va “en busca de su evasiva esencia y al mismo tiem po tiene m iedo de encontrarla”. Desea regresar, pero cree que ha superado a su clase; siente el peso de saber cuál es su situación y la del grupo de su anti guo entorno, lo que entonces le im pide disfrutar de las cosas simples que agradan a su padre y a su m adre. Y ese es sólo u n o de los aspectos que lo arrastran a dram atizar su situación. Si trata de ser “com pinche” con personas de la clase trabajadora, de m ostrar que es uno de ellos, “se le n ota a la legua”. Ellos se sienten más incóm odos con él que con personas de otras clases, sociales, porque con esas otras personas están preparados para establecer relaciones formales, ya sea con franqueza o com o parte de u n ju eg o de ironías; saben “dón de está parado cada u n o ”. Pero en el caso de él, de inm ediato detectan la am bigüedad de sus actitudes, notan que no pertenece a su grupo ni a uno de los grupos con los que están acostum brados a desarrollar un ju eg o de relaciones jerárquicas; el diferente sigue siendo el diferente. H a abandonado su clase, al m enos en espíritu, siendo un extraño en cierta forma; pero tam bién es u n extraño en otras clases, en cuyo am biente se siente tenso y abrum ado. A veces, la clase trabajadora y la clase m edia p u ed en reírse juntas. El no se ríe m ucho, sólo esboza una sonrisa reprim ida. Casi siem pre se siente incóm odo con personas de la clase me dia p orq u e una parte de sí no adm ite que lo acepten; desconfía de ellas y las desprecia un poco. En este y en m uchos otros aspectos se encuentra escindido. Con una m itad adm ira lo que ve en ellas: elju e g o de la inteli gencia, la am plitud de miras, la elegancia. Le gustaría ser un ciudadano de ese m undo brillante, próspero, divertido, rodeado de libros y opinio nes sobre literatura, en el que habita la exitosa e inteligente clase media, que él m ira desde la p u erta o siente como extraño durante sus breves visitas, m ientras se p reg u n ta si tiene las uñas sucias. Con la otra mitad,
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desarrolla u n a acrim onia ante ese m u n d o y desprecia su conform ism o, la im portancia q ue allí se les da a las cuestiones sociales, las reuniones in telectuales, los hijos delicados que estudian en O xford y las pretensiones culturales al estilo de la señora M iniver o la señora Ramsey. Está siempre listo para señalar todo lo que p u e d a ser tom ado com o pretencioso o fantasioso, lo que le perm ita decir que esa gente no sabe lo que es la vida. Va del desdén a la aspiración a ser com o ellos. R ecuerda al Charles Tansley de A l faro, de Virginia W oolf, p ero quizá sea m enos inteligente. W oolf vuelve a él u n a y otra vez, con m enos com prensión de la que uno po d ría esperar; lo m ira desde la perspectiva de u n espectador culto de clase media: un trabajador autodidacta, y todos sabemos lo pesados que son, lo egoístas, insistentes, toscos, chocantes y, en últim a instancia, repulsivos .144 Y más adelante: Me recu erd a siem pre a aquel pueril in tern o de colegio, sagaz y talentoso, p ero tan egocéntrico y egoísta que pierde la cabe za y se to m a estrafalario, afectado, gruñón, m alhum orado, que logra que las personas benevolentes sientan p en a p o r él y que los severos se m olesten; y u n o espera que m adure y deje de ser así .145 No tiene las recom pensas de u n artesano; tam poco el consuelo de la fe religiosa, ni el sentido de com unidad que esta implica ni las norm as internas que la religión le ayudaría a adoptar. No posee el em puje del hom bre de negocios, de un com erciante que sale a ganarse la vida, de u n em presario o u n resuelto ven d ed o r de su pro p ia personalidad. Es tenaz en lo que atañe al progreso personal, pero carece de la energía y el entu siasmo que caracterizaban a su tío hace cu arenta años o a los que, como el señor.Lewisham , trabajaban du ram en te enseñando en la escuela téc nica y leían a Shaw y a Wells. En su afán de progreso y su necesidad de adquirir conocim iento no hay dem asiada alegría ni espíritu de aventura; los textos que lee son los del p rim er Huxley y quizá los de Kafka. Es triste
144 V. W oolf, A W rikr’s Diary-, L ondres, H ogarth, 1953, p. 4-7. 145 íd ., p. 49.
RESORTES DESTEM PLADOS: NOTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 0 9
y solitario; le resulta difícil establecer contacto hasta con otros en su mis m a condición: “Con voz apagada se llam an a través del agua más fría”. Se vuelca hacia adentro porque, en el fondo, le da m iedo en co n trar lo que busca; es probable que su educación y experiencia le hayan hecho tener m iedo de tom ar decisiones y de asum ir com prom isos. P odría decirse de él lo que Toynbee dice del “genio creativo”: Él mismo se p o n d rá fuera de ju eg o en su cam po de acción, y perd ien d o la fuerza de actuar, perdei'á la voluntad de vivir.146 Pero él 110 es u n “genio creativo”. Es lo bastante inteligente com o para alejarse de su clase m entalm ente, pero no está capacitado ni m ental ni em ocionalm ente para superar los problem as relacionados con ese aleja m iento. Se le niega hasta la “consolación de la filosofía”, el ánim o que al m enos en parte p o d ría o b ten er evaluando su situación. Si adquiere un cierto nivel cultural, le resulta difícil convivir con ello con la facilidad de quienes no h an tenido que esforzarse tanto para alcanzarlo y no han atravesado el largo cam ino de la explotación de la inteligencia: Te h an dotado de u n don que se le niega a la gente com ún: tienes talento [...], el talento te distingue. [...] Sólo tienes un • defecto. Tu posición frágil, tu am argura, tu m alestar estomacal, todos p ro ced en de lo mismo: de tu extraordinaria falta de edu cación. Te ruego que m e perdones p ero ventas magis arnicitiae. [...] Ya ves, la vida tiene sus convenciones. Para sentirte cóm o do entre personas inteligentes, para no sentirte extraño y 110 ser abrum ado p o r ellas, debes ten er cierto grado de educación. [...] El talento te h a in troducido en ese círculo, perteneces a él, pero [...] te estás alejando y te debates en tre los cultos y los que están de prestado, vis-á-vis.ui A unque no pertenece a la “m inoría creativa”, tam poco form a parte de la “mayoría no creativa”; form a parte de la m inoría no creativa pero insegu ra d e sí misma que tiene que orientarse sola. T iene grandes aspiraciones pero no las herram ientas suficientes ni el tem ple necesario para cum plir
146 A. J. T oynbee, A Sludy ofHislory, p arte III, capítulo 11, co m p en d io de volúm enes I-VI de D. C. Somervell, O xford University Press, 1946. 147 A. Chéjov, C arta a su h erm an o Nicolás, The Life and LeUers oj'A. Tchekov, Moscú, 1886, p. 80.
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las. Sería más feliz si fuera capaz de reconocer sus propias limitaciones, si aprendiera a no sobrestim ar sus posibilidades, si se resignara no tanto a ser “to n to ” sino a lo que en realidad es: u n a persona m oderadam en te talentosa, Pero sus orígenes, su ethos y probablem ente sus cualidades naturales no le facilitan esa revelación, y entonces no deja de sentirse hostigado p o r “la discrepancia en tre la altura de sus pretensiones y la bajeza de sus actos ”.148
EL LUGAR D E LA CULTURA: NOSTALGIA PO R LOS IDEALES
[...] p o rq u e todos hem os perdido el hábito de vivir, porque todos cojeamos, unos más y otros m enos. El funcionario mediocx'e de Memorias del subsuelo, de DOSTOIEVSKI Está claro que los cursos para m ejorar capacidades intelectuales y cultu rales que analizaré en esta sección no están dirigidos sólo a los “becarios.” que acabo de describir. Presum iblem ente están diseñados para atraer al mayor nú m ero posible de personas que, p o r distintos motivos y circuns tancias, piensan que les falta algo y esperan que u n a mayor capacitación com pense esa deficiencia. Hay m uchos que buscan cultivarse sin esperar más de lo que la educación puede d ar y q ue asocian su propósito con las realidades de la vida social y personal, p ero a esas personas me referiré en el próxim o capítulo. El abanico de com pensaciones intelectuales es amplio y variado, y no creo que en esta sección pueda evitar m overm e entre datos de distintos niveles culturales. Péro en las incertidum bres y aspiraciones que descri bo, los tipos de personalidades a las que hago referencia parecen fusio narse. En el grado más elem ental están los anuncios que no se alejan de masiado de aquellos qúe apelan a u n vago recurso psicológico y que he ejemplificado en capítulos anteriores. En el otro extrem o, se encuentran los productos dirigidos a quienes p re te n d en ubicarse a la vanguardia de la escena cultural. E ntre ambos hay, por ejem plo, anuncios que parecen no ten er casi n in g u n a relación con el deseo de adquirir cultura pero sí
148 W. T ro tter, InsLvncts of llieHerd in Peace and War, L ondres, T. Fisher Unwin, 1923, p. 67.
RESORTES D ESTEM PLA DO S: NO TA SO B R E LOS DESARRAIGADOS g i l
con la necesidad más práctica de progreso laboral. No obstante, el tono de los anuncios sugiere que no atraerán lectores tan prácticos o decidi dos a conseguir sus objetivos sino personas que en cierta m edida están insatisfechas. T rabajaban en la mism a sección, pero las tareas rutinarias eran dem asiado poco p ara Bill, ¿ y t ú ? ¿Eres e x i t o s o com o Bill W atson o u n f r a c a s a d o como Jim Simpson? [Aquí suelen p o n e r dos fotografías con imáge nes opuestas: u n a m uestra a u n joven alegre y la otra, a uno contrariado.] Bill com enzó a prepararse con el m étodo XXX. A hora es supervisor de planta y Progresa Rápidamente. Este otro ejem plo es más directo: Libros Sin Costo. - Somos uno de los Principales Proveedores de Cursos Actualiza dos p o r Correspondencia. [El uso de las mayúsculas en estos anuncios recuerda las ofertas a voz en cuello de los vendedores de feria] .Estos valiosos libros son i m p r e s c i n d i b l e s para t i . En ellos en contrarás u n a descripción detallada de todos los cursos, sean Técnicos, de A dm inistración o de Supervisión, ¿ c u á l e s e l tuyo
?
De aquí pasamos directam ente a la ayuda psicológica general, los anun cios que ofrecen el secreto para lograr una expresión fluida, el habla de un “individuo culto y seguro de sí”. “Con la Enciclopedia M oderna de las Ideas llegarás a D om inar el Idiom a”: Q uienes h an desarrollado el don del habla son personas im por tantes que gozan de los beneficios del éxito. C uando te pidan que des u n discurso [probablem ente esto no quiere decir que a la m ayoría de las personas que leen este anuncio les vayan a ped ir que den ningún discurso] tu interven ción será resuelta y fluida. El costo de todo esto es de tan sólo 30 chelines. El siguiente es otro ejemplo:
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¿Eres c o r t o p a r a h a b l a r ? ¿Te g u s t a r í a h a b l a r c o m o l o s q u e s a b e n ? Las m ejores recom pensas de la vida p u ed en ser tuyas aunque no hayas tenido la suerte de ir a la Universidad. PALABRAS - PALABRAS - PALABRAS
La Prosperidad y el R econocim iento d e p e n d e n de tu del l e n g u a j e en todos los órdenes de la vida.
d o m in io
Tam bién hay varias versiones elem entales del tesauro de Roget, que av e ces se publican en u n form ato sencillo, quizá parecido al de u n libro de predicciones o u n diagram a sobre “Cómo cuidar el ja rd ín cada sem ana del a ñ o ”; así, si uno busca un p a r de sinónim os p ara la palabra “herm o so”, basta con seguir dos o tres pasos y ahí aparece el térm ino deseado. El Diagrama Universal del Vocabulario: Cam biará su vida U na llave m ágica que le abrirá las puertas de u n a existencia m ás rica y positiva, y le h ará dejar atrás esa oscura ru tin a a la que está habituado. u s t e d p u ed e ser persuasivo... locuaz... p o d eroso... y todo con u n a fluidez y u n a belleza inusitadas e insospechadas. Progreso, Fam a y el Estatus Social que usted anhela p u ed en ser suyos YA. Se so rp ren d erá y ten d rá más confianza en usted mismo de un m odo sum am ente fácil. EL SECRETO PARA E SC R IB IR Y HABLAR BIEN e s t á e n SUS MANOS.
Quienes aspiran a te n e r cultura general o alcanzar la condición de artista pued en elegir uno de los tantos cursos de redacción en oferta. “¿Cree u s t e d que p u ed e llegar a ser escritor? Si su respuesta es afirmativa, en víenos este form u lario ”: ¿Sus* amigos le sugieren “Deberías escribir ú n a novela” cada vez que usted les cu en ta u n a anécdota? ¿Le d icen cuánto les gusta recibir cartas suyas? M uchas personas con talento p a ra escribir n u n ca ap renden las técnicas p ara hacerlo y p ierd en la o p o rtu n id ad de o b ten er la fam a y el d inero que m erecen. Existen adem ás las com pletas guías de cultura general:
RESORTES DESTEMPLADOS: N OTA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 1 3
Música - Arte - Literatura A hora tiene a su disposición el más com pleto m anual para acce d e r a un a gloriosa perspectiva de la Cultura. UNA O PO RTU NIDA D ÚNICA QUE NO VOLVERÁ A REPETIR SE.
Una enorm e cantidad de personas famosas reconocen su gran utilidad. Cada ejem plo va acom pañado de u n a clara y com pleta descrip ción de sus rasgos artísticos. Con este libro tendrá acceso a las obras de arte más im portantes del m undo. Gracias a esta guía p o d rá h acer interesantes com entarios cuan do la conversación gire en torn o a c u e s t i o n e s d e l i n t e l e c t o . El precio probable para u n a publicación e n tres tom os es de 6 guineas, p ero en él tam bién va incluido u n libro con u n título del estilo de “Guía de frases eficaces y metáforas adecuadas indispensable para todo el que desee expresarse de m anera fluida e in teresan te”. Si advierte este tipo de an u n cio s sólo ocasio n alm ente, u n obser vador p o d ría su p o n e r que están dirigidos a u n a p e q u e ñ a fran ja de la població n . Sin em bargo, al observarlos re g u la rm en te, q u e d a claro “tal y com o se su ceden unos a otros, varios en cada n ú m ero de m u chas revistas distintas, y algunos de to d a u n a p á g in a ” que el público objetivo es más n u m ero so que lo q u e la m ayoría de nosotros p o d ría su p o n er. E n la página de p u b licid ad clel n ú m e ro de un sem anario “se rio ” de la sem ana en que escribo esta sección hay once anuncios. T res de ellos n o son relevantes; dos son casos que se e n c u e n tra n en el lím ite (u n o p ro m o cio n a el ap ren d izaje de u n a len g u a ex tran jera m e d ian te libros de frases y el o tro es u n a conv o cato ria oficial para u n tipo p a rtic u la r de p ro feso r especializado); los seis restantes se ajustan al tipo de p u b licid ad que m e in teresa p a ra m i análisis: u n curso p o r c o rresp o n d e n c ia cuyo m é to d o abre las p u e rta s de cu alq u ier carrera, u n curso p a ra d o m in ar el inglés, o tro de escritu ra creativa p a ra ganar d in e ro , etc. Según el espacio que o c u p a n en la página, de u n total de cu atro colum nas, u n a n o es relevante, tres cuartos están en el lím ite y dos y u n cuarto c o rre sp o n d e n al tipo de an u n cio d e m i interés. U na pu b licació n m ensual “seria” trae o cho páginas de anuncios. Las p u b li cidades de este tipo ocu p an el equivalente a dos páginas com pletas, es decir, u n cu arto del espacio total, con cursos p a ra la práctica de escri tu ra creativa o el d esarrollo de com petencias verbales en u n lu gar más
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p ro m in e n te , en co m p aració n con los cursos técnicos o vocacionales, q u e el que o cu p an en el sem an ario “serio ”.149 N o dispongo de evidencia estadística de la cantidad de lectores a la q u e llegan esas publicidades. Por cierto, su publicación d eb e ser cara y seguram ente no serían tan com unes si no llegaran efectivamente a m u ch as personas. Es muy probable que, para el com prador, los productos q u e se prom ocional! resulten bastante caros, y creo que en la mayoría de los casos son m enos eficaces que la educación pública para adultos. Sin em bargo, n o parece probable que la educación para adultos sea atrac tiva para esa clase de estudiantes. Sin duda, algunos responden a estos anuncios sabiendo que ten d rán que esforzarse m ucho para alcanzar los ten tadores objetivos prom etidos. Pero, p o r el tono de la publicidad, para la m ayoría el “llam ado del estudio” o de “la cultura” es sólo alegórico. La oferta, según parece, co m prende u n m étodo que con mágica rapidez ayuda a b o rra r u na sensación de inferioridad no dicha. Está claro que los anuncios de este tipo de los sem anarios o los m ensuarios “serios” no están dirigidos exclusivamente a lectores de la clase trabajadora o la clase m ed ia baja, pero estos constituyen su objetivo principal y, según distintos estudios, logran llegar a un a gran cantidad de personas d en tro de ese pú blico; anuncios similares aparecen norm alm ente en revistas específicas p a ra la clase trabajadora. La d em an d a de cursojs del tipo que he ilustrado aquí es sólo una de las m aneras en las que se p one de m anifiesto el deseo de ciertas personas de incorporarse a unja vida culta. Podríam os advertir el mismo deseo explorando las tendencias actuales de lectura. P or ejemplo, la lectura de publicaciones culturales que en cierta form a es inadecuada, basada en expectativas dem asiado fuertes y dem asiado vagas. En mi opinión, el in terés por las publicaciones serias es m ucho más com ún de lo que se pien sa. Suele h a b e r una línea continua en tre las propuestas para apren d er form as “dinám icas de o ral iciad y escritura” y ciertas formas de p erten en cia a una “intelectualidad de segunda línea”, o entre un interés obsesivo y, con frecuencia, bastante extraño en u n a especie de panacea para curar
149 P o r si esas p ro p o rcio n es no c o rre sp o n d ieran a u n a sem ana típica, tam bién estudié la página de anuncios de la m ism a publicación de la sem ana en q u e revisé el p re se n te capítulo: tres colum nas y un cuarto, con siete avisos, o cu padas con publicidades del tipo descrito. Los tres cuartos restantes, con d o s anuncios qu e se en c u e n tra n en el lím ite.
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los males del m undo (por m edio de u n m étodo) y u n a tendencia colosal a tener opiniones sobre todo. Para algunos, la hoy desaparecida John O ’L ondon ’s Weekly obviamen te satisfacía u na necesidad profunda, más aún, según creo, de lo que la pro p ia publicación podía asegurar. O tros están orgullosos de leer a J. B. Priestley y a escritores similares, p orque son “autores serios, con m ensaje4'. Algunos h an aprendido que Priestley es u n escritor ”cle m edio pelo” y lo m encionan con un dejo de desprecio. T ienden a leer literatura que presenta grandes dosis de ironía y angustia: W augh, Huxley, Kafka y Greene. T ienen la colección de escritos de Eliot publicada por Penguin, así com o otros libros de Penguin y Pelican; com praban Penguin New Writing y ahora están suscritos a Encounter. A unque p o r m edio de reseñas o artículos breves, saben algo de Frazer y de Marx; probablem ente tengan u n ejem plar de la edición de Pelican de Psicopatología de la vida cotidiana. A veces escuchan charlas que pasan en T h ird Program m e tituladas, por ejem plo, “El culto del mal en la literatura con tem p o ránea”. Algunos tienen una precaria participación en varios m undos cuasi intelectuales. En esos casos, creen en la “libertad” y se o ponen al “au toritarism o”; saben de la existencia del Consejo Nacional de las Liber tades Civiles y leen New Statesman and Nalion. C onocen los argum entos en contra de la postura de Alfred M unnings frente al arte m oderno, en especial frente a la obra de Picasso. C onocen los argum entos sobre el efecto degradante de la prensa p o p u lar y la corrupción de la publici dad. Ese tipo de análisis les resulta placentero, y el placer proporcionado puede convertirse fácilm ente en u n a suerte de nihilism o masoquista. Se desconciertan más de lo razonable cuando se topan con una oposición “reaccionaria”, porque en ese caso se ven obligados a resolver en el afue ra problem as no resueltos d en tro de su p ropia personalidad. Todavía disfrutan, aunque los avergüence, de ciertos placeres que su costado consciente y culto censura p o r inadecuados. Sienten que com parten la “tierra baldía”, la “angustia” de los intelectuales, p ero en realidad se en cu en tran en u n a tierra baldía diferente. H abiten la tierra que habiten, sobrestim an la satisfacción de los intelectuales. Muy pocos adquieren lustre, y necesitan d ar opiniones gratuitas sobre todos los temas, lo que, com o ya he com entado, es u n a form a ligeram en te más intelectual de la “fragm entación”. Disfrutan dando opiniones, casi siem pre ajenas, y em itiendo juicios al instante sobre cualquier cosa: la bom ba atómica, “el lugar de la m u jer”, el arte m oderno, la agricultura en G ran Bretaña, la p en a capital, “el problem a de la superpoblación”. Su educación los ayuda a tom ar o asimilar una gran cantidad de tópicos de
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los que no se apropian, a “ten er o piniones” de segunda, tercera o cuarta m ano; los im pulsa a desarrollar u n a m irada superficial. Sabemos bien que esto se puede transform ar en prom iscuidad intelectual; y la situación de los que anhelan este tipo de conocim iento p ero carecen del bagaje o la form ación necesarios para desarrollar las ideas o cultivar la im agina ción es p articularm ente desafortunada. Se aferran a u n pu ñ ad o de ideas que no co m p ren d en del todo, p ero en general se sienten confundidos. Leen las reseñas con más facilidad que los libros reseñados y term inan adoptándolas com o sustitutos. Divagan p o r el superpoblado, sorpren dente y tantas veces engañoso m undo de las ideas com o los chicos en su prim era visita a la casa em brujada de u n p arque de diversiones: no quieren irse, están ansiosos p o r verlo y enten d erlo todo, p o r tener u n a repuesta para tocio y p o r pasarlo bien, pero en el fondo, les d a m iedo. En cierta m edida, h an perd id o el contacto con u n a form a de vida y no h a n logrado ad q u irir aquella a la que aspiran. La pérd id a es m ayor que la ganancia. Las casas de algunos de los que alcanzan u n equilibrio aparente dicen m ucho sobre los dueños. N orm alm ente no exhiben la falta de estilo y el deso rd en de la casa fam iliar ni tienen u n a decoración llamativa similar. P o r lo general, se n ota que los dueños copian los estilos que “hay que te n e r”, del mismo m odo que eligen sus estilos favoritos en literatura; decid en la decoración según la necesidad de ser cultural m ente “personas gratas” y tienen cuidado de que sus casas no generen la sensación “sofocante” típica de los hogares de la clase trabajadora ni parezcan “acogedoras” com o las de la clase m edia. La decoración h a sido pensada con cuidado, y el aspecto es más im portante que la funcionali dad. Estas personas com eten u n e rro r que h an copiado de la burguesía y la clase trabajadora respetable, y es que los adornos llamativos y el estam pado de las cortinas m iran hacia el exterior en lugar de hacia el interior de la vivienda. Los am bientes son iguales a los de otros miles de casas de quienes buscaban recibirse de cultos al m ismo tiem po, y así la mayo ría tiene un aire público y anónim o, com o el de los m uebles sencillos y sin ornam entos de la posguerra. En el diseño se inclinan p o r el efecto, por alcanzar el nivel de los Koestler. Hay muy poco de desorden salu dable, de idiosincrasia natural, de elección según el gusto personal. No hay liada vulgar, a m enos que cierta vulgaridad particular se ponga de moda. Pocas cosas se eligen p o rq u e realm ente les gustan a quienes viven en la casa, objetos com o aquel florero “llamativo” que la tía encontraba “herm oso de veras”. La casa no posee nada auténtico, p orque no llega a form ar p arte de la realidad de la vida. En cambio, indica u n a escisión de la experiencia y, más im p o rtan te aún, expresa u n deseo.
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El análisis realizado en los párrafos anteriores es deliberadam ente selectivo; p one de relieve u n a situación que, si bien afecta sólo a u na p eq u eñ a m inoría, aclara algunos otros aspectos más generales de este ensayo. Como m uchos de los detalles acerca de los hábitos de lectura y otras costum bres, los he tom ado de mi propia experiencia, soy conscien te de la tensión en tre el deseo de describir mis propias debilidades y la voluntad de justificarlas. Quizá, en general, p red o m ine el prim ero. En consecuencia, parece que esa tensión es algo más fuerte en ciertas par tes, lo que po d ría im plicar que las personas con las características que he expuesto son algo ridiculas, si no deshonestas: Conocía tan bien a esa clase de personas... sus aspiraciones, su falta de honestidad intelectual, su fam iliaridad con las tapas de los libros .150 Hay algo de verdad en ello, pero es dem asiado duro, inflexible; más ade cuado sería pensar: “Q ué patético”, de no ser p o rq u e al pronunciar la frase queda en evidencia u n a condescendencia injustificable. Las perso nas así suelen ser muy intensas, es verdad. Sus ansias p o r acum ular cul tu ra a veces van acom pañadas de u n aire de severidad y falta de hum or, p ero nadie es tan severo com o sugieren los publicistas populares cuando se m ofan del afán de superación personal. Sin em bargo, esa actitud m e rece respeto; en u n a época en que es tan fácil caer en u n a arrogante falta de cultura, algunos conservan un am or idealista p o r “las cuestiones del intelecto”. Detrás de las expresiones m enos felices de esa actitud suele h ab er cierto idealism o o, m ejor dicho, u n a nostalgia p o r los ideales. Ese tipo de personas se apoya con tanta fe en la cultura precisam ente poi que la sobrevalora e incluso porque ve en ella u n sustituto de la creencia religiosa, que ya no considera u n a opción viable. La religión le genera desconfianza, lo mismo que el dinero y la “clase”. La cultura es u n signo de bondad desinteresada, de la inteligencia y la im aginación em pleadas p ara alcanzar la libertad y el equilibrio. Detrás ele las raras m aneras que tiene de esforzarse, está el anhelo de la supuesta libertad, del pocler, del control de sí mismo que tiene el hom bre “realm ente culto”. Q uizá se tra te de u n a falsa ilusión, pues espera más de la cultura de lo que esta puede dar, pero es u n a ilusión que bien vale la p en a tener.
150 E. M. Forster, Howard’s End, A rnold, 1910.
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E n este aspecto, la época tiene su influencia en los individuos con esas características, al igual que en aquellos que dan a sus inseguridades una form a más definida. Es muy fácil en co n trar justificaciones en el “espíritu enferm o de nuestro tiem p o ” y, en cualquier caso, la frase ya tiene más de cié n años; pero en p arte ellos son los “extraños” de Matthew Arnold, un siglo después y enfrentados a un viento más frío: Pero en cada clase nace u n a cierta cantidad de seres inclinados a conocer lo m ejo r de sí mismos, con u na tendencia a ver las co sas com o son, a ro m p er las cadenas que los atan a las m áquinas, a h acer que prevalezcan la razón y la voluntad de Dios, a perse guir, en u n a palabra, la perfección y esa inclinación tiende a se pararlos de su clase y hace que su característica distintiva sea su humanidad. En general, la vida para estos seres no es sencilla .151 La fuerza interior, que A rnold no define, nunca sonó dem asiado convin cente, p ero la cita contiene u n a verdad im portante que sigue teniendo vigencia aú n hoy. Algunos “extraños” de este siglo se sum aron en los años treinta al P artido C om unista o a la U nión por la Paz o al Círculo de L ectores de Izquierda o al Movimiento C om unitario o al Partido de Crédito Social. P or lo general, iban en pos de una m eta, algo que es m ás difícil de e n c o n tra r en los años cincuenta, aunque la voluntad sea la misma. D esean “h acer algo” pero se sienten frustrados por la diver sidad y la m agnitud de los problem as que, según perciben, acechan a su alrededor; p o r la sensación de que, aunqúe la expectativa parece ser que tengan conocim iento de m uchas cosas y d en opiniones sobre temas que deben p reo cu p ar a todo b uen ciudadano dem ocrático, no hay nada que pu ed an h acer p ara solucionar ninguno de los problem as sobre los que em iten juicios. En ju d e el Oscuro, H ardy clice de Ju d e que “Salvo su alma, nada lo guía”, pero la luz del alma de los Ju d e actuales es pálida y titilante, pues las dudas que albergan respecto de su p ropia capacidad para tom ar decisiones firmes los vuelven inseguros. El mismo efecto tie ne la m ultitud de voces contradictorias, todas bien inform adas, seguras y persuasivas, las voces que dicen “Sí, pero todo depende ” o “Esos son sólo datos estadísticos y no se puede confiar e n las estadísticas” o “Es nada más que lenguaje eimotivo”. Los intim ida la extrem a dificultad p ara . decidir cuáles son las acciones m oralm ente correctas. Y lo p eo r de todo
151 M. A rnold, Cnllure and Anarchy, capítulo 3.
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es la destrucción de su pro p ia confianza debido al tem or oculto de que los interrogantes fundam entales (¿Es esto bueno? ¿Es esto correcto?), que a pesar de las dudas no pu ed en dejar de hacerse, no tengan ningún sentido. Las últimas señales claras com ienzan a desaparecer en la niebla de una relatividad infinita: ¿de verdad actúan siguiendo unos principios o es sólo u n a apariencia? ¿Nos están tom ando el pelo? ¿Se engañan a sí mismos? ¿Será que necesitan vitaminas? “Los m ejores carecen de toda convicción”; estaríam os en presencia de la tragedia de los bienintencio nados si no fuera p orque la naturaleza de la situación no adm ite actitu des trágicas “de las que, en cualquier caso, los actores sospecharían” y que raram ente les perm ite alcanzar la fuerza que requiere la tragedia; N orm alm ente no se salen de zonas en las que “todo está p o r debajo del nivel de la tragedia, excepto el apasionado egoísmo del que sufre ”.152 Se quedan con una honestidad letal y sin vuelo que m uchas veces se manifiesta a m edias a través de u n a tím ida ironía dirigida a sí mismos. Así y todo, sigue siendo honestidad, y en su rostro más com ún se aprecia la incertidum bre de un niño en com pañía de u n extrañó. Es indecisa; no espera n in g u n a fuente de entusiasm o y, sin em bargo, se lam enta de que no la haya. Detrás de la timidez suele haber u n coraje m oral sumiso. Está oculto porque este tipo de personas aprendió que si lo deja salir se arriesga a ser objeto ele burla. La búsqueda de-alguna creencia, aun que disfrazada, y su constante fracaso puede inhibirlo em ocionalm ente durante años. O cubre con un m anto de cinismo su deseo de creer en algo, u n cinismo que adopta u na form a distinta del que afecta a muchas personas de la clase trabajadora -a u n q u e se relaciona con este- y que es más profundo. Aquí el cinismo se fortalece con la carga de conocim iento adquirido inadecuadam ente. Si se h u bieran apropiado de ese conoci m iento, quizás el efecto no habría sido tan debilitante. H an tom ado sólo lo necesario de las ciencias sociales, la antropología, la sociología o la psicología social, para p ro p o rcio n ar u n com entario con connotaciones negativas en la m ayoría de los casos. “¿Y qué m e dices de los polinesios?” ha tom ado la posta de aquella p regunta clave: “¿Y qué me dices de los rusos?”. Jueg an a en co n trar el talón de Aquiles a todo sin el bagaje in telectual que p o d ría esperarse de alguien que está siem pre listo para desacreditarlo todo, y se rep rim en debido a la constante sospecha de que todo ya lia sido descubierto. Son los pobres niños ricos de un m undo con exceso de inform ación popularizada y fragm entada, y m ucho menos
152 G. Eliot, Middlemarch, libro 4, capítulo 42, sobre C asaubon.
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capaces de en co n trar relaciones d en tro de esa inform ación. Sin em bar go, puede h a b e r u n a especie de placer al sentir que son un cruce entre Kingsley M artin y Tiresias, y en cierto m odo es posible disfrutar destapan do ollas con G raham G reene. Dado q ue el cinismo es, en realidad, u n a nostalgia de creer en algo, se advierte u n interés peculiar, no carente de envidia, por observar a otros hom bres que están en el cam ino tortuoso y tenso de la búsqueda de u n a creencia. A la vez, existe la etern a sospecha del engaño; los demás p u ed en ser unos hipócritas; com o m ínim o hay u n resentim iento, porque parece que no h u b iera posibilidades de una acción positiva y afirmativa: “Sólo existen las diversas envidias, / todas ellas tristes”. U nos pocos en cu en tran u n a cara pública apropiada: “No engaño a nadie. No le quiero ‘v en d er’ n ad a a nadie. Pueclo hacer cosas mejores que lam entarm e en público”. En la mayoría, ciertos rasgos faciales dicen m ucho: la fren te arrugada, el ceño fruncido, las ojeras y, en especial, la boca, cuyo labio inferior no cae, laxo, sólo p orque el superior lo sujeta firm em ente. La p arte superior de la boca p roporciona u n frente para disim ular las am arguras más profundas y d ar u n a im agen ele estoicismo y tolerancia a la pérdida. Esa es la expresión más com ún que, com o casi todas las dem ás, revela algo de autocom pasión y autoindulgencia. Con la presión de todo esto dentro, con las eternas dudas dando vueltas en la cabeza, es fácil verse a u n o mismo com o la versión del solitario héroe byroniano. Desde el R enacim iento, desde Robinson Crusoe, desde Rous seau, h an surgido diversas form as de individualismo rom ántico y, en cier ta m edida, esta es u n a más, que m uchas veces se derrum ba en lo que a respeto p o r u n o m ism o se refiere. Estos rom ánticos insatisfechos, si bien se en cu en tran urgidos p o r la necesidad de em p ren d er el viaje, rara vez sueltan am arras po rq u e ni siquiera tienen la convicción de que el viaje sea realm ente necesario. En cam bio, se convierten en el am argado que “p ro m e tía ” p ero n u n ca llegó a nacía. Bajo el cinismo ap aren te y la autocom pasión se sienten perdidos, sin propósito y con la voluntad debilitada. A veces creo que la situación es más difícil cuando tien en en tre veinte y treinta años, p o rque ese es el m om ento de la vicia e n que la búsqueda, casi siem pre infructuosa, de satisfacciones en el cam po cultural e intelectual es más intensa. N or m alm ente esto cam bia después de los prim eros años de casados, pero al principio, d u ran te u n año o dos, les parece que cayeron en u n a tram pa, com o si p o r haberse casado fueran culpables de padecer u n a debilidad burguesa y, p e o r aún, piensan que se dejaron atrapar y traicionaron su pro p ia libertad. Del m odo en que lo tom an, el clima de la época les hace
RESORTES DESTEMPLADOS: N O TA SOBRE LOS DESARRAIGADOS 3 2 1
bastante daño, p o rq u e les im pide entregarse al m atrim onio sin conside rables dificultades em ocionales. Con esto no m e refiero a las dificultades inevitables que aparecen d u ran te las prim eras etapas de la vida en pare ja, sino a ap ren d er que es posible reconciliarse con las em ociones más profundas sin necesidad de negarlas ni llevarlas flam eando com o una bandera; ha llegado el m om ento en que d eben darse cuenta de que no hay nad a malo en tratar de ser u n b u e n m arido y u n buen padre, que uno p u ed e ser auténtico allí com o en cualquier otro aspecto de la vida. La mayoría de los hom bres, en especial d urante los prim eros años de la vida adulta, tiene u n a sensación de conciencia herida; “están en pe num bras, entre sombras de m uerte [...], aherrojados en la aflicción y entre cadenas ”.153 Sus raíces fu ero n arrancadas para analizarlas con de m asiada frecuencia; se han convertido en huérfanos y vagabundos espiri tuales e intelectuales. Los interrogantes siguen apareciendo y, ju n to con ellos, los tem ores de en co n trar las respuestas: Preferim os la ruina al cambio. Preferim os la m uerte en el terro r a subirnos a la Cruz del m om ento y ver m orir nuestras ilusiones .134 El idealism o soterrado y la indecisión e tern a se ocupan de que no re cojan los beneficios; en u n sentido fundam ental, les im porta, quieren hacer lo correcto. En m uchos sentidos, son insignificantes, indulgentes y lastimeros, pei'o la conciencia de sí mismos, con todas sus variantes, tie ne su atractivo y sus méritos. Muchos h a n resistido algunas de las peores drogas; defienden algo. Y m ientras la sociedad avanza hacia el peligro de reducir a la mayor parte de la población a u n a condición de pasividad re ceptiva obediente, pegada al televisor, a las fotos de m odelos pin-up y a la pantalla del cine, los pocos que resisten ,155 que se hacen cuestionam ientos profundos, tienen u n valor especial. En u n sentido fundam ental, sus interrogantes nos afectan a todos, p o rq u e tienen que ver con la im por-
153 Libro de los salmos, 107, 10. 154 W. H. Auclen, The Age o/Anxiely, L ondres, F ab er a n d Faber, 1948. 155 ¿C uántos son los “pocos”? Del p rim e r n ú m e ro de London Magazinese v endieron 30 000 ejem plares. Pienso q u e u n a gran p ro p o rció n d e los c o m p rad o res eran personas de este tipo. E n el H liS 1954 se in d ica que unos 30 000 h o m b res solteros m enores d e 35 años de los grupos D-E leen The Lislemr.
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ta n d a de las raíces, las raíces inconscientes, para todos nosotros com o individuos; tienen que ver con las tendencias principales de la sociedad actual, que llevan a la centralización y a u n a especie de dilución de las clases; y tienen que ver con la relación entre las cuestiones culturales e intelectuales y las creencias en torno a las cuales los hom bres tratan de construir su vida. Los individuos que se cuestionan estas cosas están por eso entre los tentáculos, aunque ahora m agullados, más sensibles de la sociedad. El cuerpo principal no los tom a en cuenta, pero los síntomas q u e m uestran nos representan a todos en cierta m edida. En la actuali dad, la conclusión del obispo Wilson es tan válida com o hace cien años: La cantidad de personas que necesitan despertar es m ucho ma yor que la de los que necesitan consuelo .156
156 Citado en M. A rnold, Culture and Anarchy, capítulo 3.
Conclusión
Pensando en la m agnitud del mal generalizado, debería sentirm e abatido p o r u n a deshonrosa m eláncolía, si no fuera por la p rofunda im presión que tengo de que existen ciertas cualidades inherentes e indestructibles en la m ente hum ana. w i l l i a m w o r d s w o r t H j Prólogo a Baladas líricas ... U no sin dudas diría que el ataque había term inado, pero la criatura no m oría. e d w i n m u i r , “El com bate”, en El laberinto RESISTENCIA
Hasta ahora no m e he explayado sobre los cambios sociales po sitivos de los últimos cincuenta años, pues m e he centrado en los peligros culturales que anidan en ellos. Desde luego, es imposible no alegrarse p o r el hech o de que la mayor parte de la clase trabajadora esté en una m ejor situación, que sus condiciones de vida hayan m ejorado, que tenga u n m ayor acceso a la salud, u n a mayor cantidad de bienes de consumo, más oportunidades educativas y otras cosas p o r el estilo. Lo que he ilus trado en los capítulos precedentes es que, a m enos que mi diagnóstico no sea correcto, los cambios culturales concom itantes no siem pre son para m ejor; de hecho, en m uchos aspectos im portantes, son para peor. Tam poco m e he referido a la influencia de la “m inoría con conciencia social” d en tro de la clase trabajadora, pues me detuve en la descripción de las actitudes de la mayoría. Sin em bargo, no p retendo subestimar el efecto de la “m inoría con conciencia social”, ni quiero decir que esa mi n o ría ya no esté presente hoy en día. Y com o esa m inoría ha tenido y es probable (aunque no seguro) que siga teniendo u n a influencia en el grupo totalm ente desproporcionada respecto del núm ero de individuos que la conform an, es im portante decir algo sobre ella. Me refiero a per
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sonas que se dedican a actividades sindicales voluntarias y a quienes se procuran educación p ara adultos, p o r ejem plo, en los cursos de la Aso ciación de Educación para los Trabajadores. U n a de las ventajas visibles de la situación actual es que los m iem bros de la clase trabzyadora con este tipo de intereses tienen m uchas más posibilidades de dedicarse a ellos que en el pasado. D urante el últim o siglo, este tipo de personas ha participado activa m ente -m uchas veces haciendo grandes sacrificios- en el desarrollo del sindicalismo cu an d o este aún estaba en pañales, ha contribuido a la representación o b rera en el Parlam ento, h a establecido conexiones con el M ovimiento Cooperativista y ha sido u n pilar de las parroquias. Son hom bres com o los que convocaron el congreso de la Asociación Reform ista P arlam entaria del Partido de los T rabajadores de Leeds en la década de 1860, con el fin de evaluar la conform ación de un organis mo nacional p ara llevar a cabo u n a cruzada p o r la reform a de ciertos sectores de la industria. H om bres que colaboraron con la Federación Socialclemócrata d e H enry H yndm an en la década de 1880 y con el Parti do Laborista In d ep en d ien te en la de 1890. H om bres que contribuyeron al establecim iento del Comité de R epresentación de los Trabajadores a principios del siglo XX, y con ello sentaron las bases de lo que sería el Partido Laborista. D urante décadas se alinearon tras dirigentes como Tom M ann, Ben Tillett, Keir H ardie o G eorge Lansbury. Muchos de ellos realizan u n a labor política y sindical muy valiosa en la actualidad, e in ter vienen en las num erosas formas nuevas de relación entre los trabajado res y la p atro n al .Ir’7 D urante la segu n d a m itad del siglo XIX, sus lecturas eran amplias, sólidas e inspiradoras. Leían libro tras libro de Morris y Ruskin. Leían Progreso y pobreza, de H enry George (1881) y Merrie England, de R obert Blatchford (1894). De Merrie England se vendieron más de un m illón de ejemplares, la m ayoría de ellos a 1 penique; de Progreso y pobreza se ven dieron 60 000 ejem plares en cuatro años. Se suscribían a The Clarion, el sem anario de Blatchford, en la década de 1890, y participaban en la dirección del club Clarion de ciclismo o el Clarion Cenicienta, que ayu daba a los niños pobres. Algunos de ellos, ju n to con m uchos otros cu yos intereses no e ra n estrictam ente políticos, ingresaban en sociedades
157 El libro Generalion in Revoll, de M argaret M cCarthy, es un b u en relato auto b io g ráfico de este tipo de personas y de su actividad d u ran te los años veinte y trein ta, en particular en L ancashire.
CONCLUSIÓN 3 2 5
de socorro m utuo o institutos de m ecánica ,158 o asistían a los cursos de extensión universitaria o participaban de alguna de las otras formas de educación p ara adultos. C om praban los volúm enes de la Biblioteca Uni versal de Morley y otras colecciones baratas. In teg raban el conjunto de 13 000 com pradores de los prim eros dos volúm enes de la Historia ele In glaterra, de Macaulay ,159y el de 26 000 del tercero. Algunos años después, leían a Shaw y estaban en tre los lectores de los dos m illones de ejempla res vendidos de las obras de H. G. Wells Esquema de la historia, universal (1920), La ciencia de la vida (1931, escrito c o n j. S. Huxley y G. P. Wells) y El trabajo, la riqueza y la felicidad de la humanidad (1932). A partir de 1929, com praban las ediciones de 1 chelín de la B iblioteca de Pensadores de W atts.lt>() Para algunos de ellos, el establecim iento de los servicios educa tivos de las Fuerzas A liñadas d u ran te la S egunda G uerra M undial tenía u n propósito y u n sentido. H acen b u en uso de las bibliotecas públicas y son frecuentes, atentos y críticos radioescuchas de T hird Programme. T ienen el hábito de com prar ejem plares de Pelican, y h an ayudado a un au tor de Penguin a llegar al millón de ejem plares con diez ele sus títulos. H an contribuido al aum ento de ventas de los diarios y periódicos “serios” y a la expansión de la educación para adultos o de tiem po parcial organi zada p o r instituciones n o gubernam entales, universidades y autoridades educativas locales d u ran te la p o sguerra .161 En Inglaterra y Gales hay hoy actualm ente alred ed o r de 150 000 p er sonas que participan de los cursos de educación liberal, no ocupacional, en disciplinas hum anísticas, p reparados p o r organism os no guber nam entales y departam en to s de extensión universitaria; representan a u n o de cada 200 m iem bros de la población a d u lta .11’2 La Asociación de E ducación p ara los T rabajadores tiene alred ed o r de 90 000 alumnos; el m ayor grupo (16 000 alum nos), más allá d el de aquellos que se ocu p an de tareas del h ogar y enferm ería, está constituido p o r trabajadores
158 En 1861 había m ás de mil institutos en Inglaterra, que acogían a unos 200 000 alum nos. 159 Las cifras de ventas están tom adas de David T h o m p so n , England in llie Nineleenlh Cenlury, 1815-1914. 160 L a colección lleva vendidos más de tres m illones de ejem plares. E ntiendo q u e hay u n a d e m a n d a cada vez m ayor de este tipo de libros en las colonias británicas q u e p ro p u g n a n el autogobierno. 161 En 1952, en G ran B retaña, alre d e d o r de u n o d e cada 45 m iem bros de la p oblación asistía a algún tipo de curso no o cu p acio n al (no necesariam ente d e m aterias d e las llam adas “liberales”) (E studio de Derby, pp. 34-37). 162 Cifras tom adas de The Organisalion andFinance o f A dull Educalion (“Inform e Ashby”), p. 14 (rep ro d u cid as con perm iso d e la editorial).
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m anuales. La cantidad total no es m uy grande, p ero h a aum entado sig nificativam ente desde antes de la guerra, y es casi seguro que seguirá au m en tan d o si se destina más dinero a estas actividades. Sin em bargo, es probable que siga creciendo al m ism o ritm o, sin saltos cuantitativos im portantes. Los problem as de fondo que afectan a la Asociación po d rían deducirse de lo planteado en los capítulos precedentes. Ellos son: la necesidad de au m en tar la p roporción de estudiantes que optan por u n a form ación universitaria más larga y profunda, y la necesidad de con tar con u n a m ayor p roporción de estudiantes de clase trabajadora. Hoy p o r hoy, las presiones sociales y los deseos personales de adquirir edu cación p o r cu en ta p ropia no son en absoluto acuciantes ni evidentes. Los p roductos de los publicistas populares se ofrecen con m ucha más vehem encia que en los comienzos de la educación liberal para adultos, hace más de m edio siglo. La dificultad ya no h a de hallarse en las ca rencias m ateriales de la clase trabajadora sino en la oferta excesiva de m ateriales de u n solo tipo. En bu en a m edida, las barreras económ icas de la enseñanza h an sido derribadas, p ero todavía queda u n a batalla p o r librar, c o n tra los miles ele voces de sirena que ofrecen productos banales y artificiales. La Asociación de E ducación p a ra los Trabajadores tiene la obligación de pen sar todo el tiem po nuevas formas de llegar a los estudiantes de la clase trabajadora carentes de form ación previa. Pero u n o de sus ingredientes fundam entales debe ser la disciplina que b rin d a a los estudiantes, opuesta a la trivialización, la fragm entación y la ab u n d an cia de opiniones fáciles que caracterizan a las producciones del en treten im ien to popular. La posibilidad ele in teresar a la cantidad más n um erosa de m iem bros de la clase trabajadora que no se siente particu larm ente atraíd a p o r la actividad intelectual q u e d a fuera del alcance de la A sociación en su estructura actual. H em os visto que los com unicadores populares p rete n d en alentar a la clase trabajadora a subestim ar a la “m inoría con conciencia social”,1,13 pues su sola presencia, su alejam iento de la dieta establecida y su búsque
163 Se m e o cu rre n dos ejem plos recientes para ilustrarlo: a) no hace m ucho se negó a u n estudiante de la Asociación de E ducación p ara los T rabajadores la concesión de un peq u eñ o estipendio p ara estu d ia r litera tu ra en un curso d e verano p o rq u e la com isión educativa del sindicato co rresp o n d ien te consideró que el tem a no era relevante p ara los intereses sindicales; b) la p ro p u e sta de u n curso de filosofía p ara estibadores q u e había d espertado interés e n tre los posibles alum nos de la zona fue rechazada p o r el organism o co rre sp o n d ien te con sede en L ondres p o rq u e “el tem a no será de ayuda para los estibadores”.
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da de alim entos más nutritivos son u na am enaza tácita para los propios com unicadores. El estudiante curioso y concienzudo de clase trabajado ra es u na presa fácil: las personas que insisten en adquirir conocim iento contra viento y m area (ya se trate de adversidades materiales o contrarie dades m enos tangibles) pu ed en parecer aburridas y dem asiado preocu padas. En m i opinión, nunca está de más destacar la im portancia de este tipo ele personas para la sociedad, personas dispuestas a dedicarse al es tudio, m uchas veces luego de toda una jo rn a d a de trabajo y en condicio nes inapropiadas, inspiradas por la idea (a veces disfrazada de otra cosa) del p o d er y la virtud del conocim iento. Es u n a v erdadera pena, entonces, que se ofrezca tan poco del tipo de m aterial que necesitan esas personas. Lo que quiero decir con esto es que se necesitan más periódicos que no sean populares en ninguno de los sentidos de la p o pularidad analizados; que sean, en cam bio, in teligentes y profundos, y que sin em bargo p artan de u n a base que a los lectores les resulte familiar. El tem a es com plejo y, si lo traigo a colación aquí, es p o rq u e g u ard a relación directa con m uchos de los temas tra tados. La “m in o ría con conciencia social” que va en busca de cultura y bagaje intelectual hoy acaba leyendo periódicos que tienen los mismos defectos que los cientos de publicaciones populares, aunque adoptan otras form as, a veces más sutiles (uso espurio del concepto de “libertad”, “opiniones” sobre todo en lugar de “fragm entación”, un a especie de ci nism o que ad o p ta la form a de u n a cierta “com plicidad”); o diarios que satisfacen los deseos de quienes están ávidos p o r consum ir los productos culturales de m oda, equivalente cultural del interés p o r la vestim enta al que responden las revistas de m oda más elegantes; o publicaciones cuyo tono es dem asiado oblicuo pai'a todos, salvo p ara una pequ eñ a fracción de lectores. U na cierta cantidad de lecturas “prestigiosas” de periódicos serios es, p o r u n lado, inevitable y, p o r el otro, no es algo para lam en tar autom áticam ente: p u ed e ser u n escalón en la escalera que lleve a una lectura con discernim iento. Si se da en exceso, sin em bargo, como creo que o curre en la actualidad, es probable que alguna necesidad esté q u ed an d o sin cubrir, que se esté desperdiciando una oportunidad va liosa. Me p reg u n to en qué m edida esta carencia es p roducto de la falta de com prensión de la situación de la m in o ría intelectual dentro de la gente com ún; hasta qué p u n to m uchos de quienes se dedican a la difu sión de ideas co m p ren d en la urgencia y la utilidad de las necesidades de esa m inoría que recu rre a ellos en busca de ayuda. In ten tar resolver este p roblem a p u e d e llevar a m uchas posturas equivocadas; 110 es fácil en co n trar u n a plataform a aceptable sin caer en ocasiones en la moji
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gatería o la solem nidad. No obstante, la situación actual no invita a la satisfacción .164 A riesgo de p arecer u n rep artid o r de prem ios y castigos, debería agre gar que los m iem bros del “grupo salvador”, en su participación directa en la acción social com o p arte del “m ovim iento de los trabajadores”, no suelen estar preparados ad ecuadam ente para reconsiderar sus objetivos. Al referirm e a su labor de reform a social, hice hincapié en el hecho de que no actuaban movidos p o r la adquisición de bienes m ateriales sino p o r la necesidad de satisfacer deseos superiores en la clase trabajadora, satisfacción que se conseguiría más fácilm ente u n a vez resueltas algunas dificultades m ateriales. Hoy en día es fundam ental que esta m inoría re considere su posición, en tien d a que las ideas p o r las que lucharon sus predecesores co rren peligro, que las m ejoras m ateriales p u ed en usarse para p red isp o n er al cuerpo de la clase trabajadora a aceptar u n a form a m ezquina de m aterialism o com o filosofía social. Si la m inoría activa si gue perm itiéndose pensar exclusivam ente en objetivos políticos y eco nóm icos inm ediatos, la ju g a d a cultural se hará a sus espaldas. En ciertos aspectos, el pro b lem a es más grave que aquellos a los que debieron hacer frente las generaciones anteriores. Es más difícil im aginar los peligros del d eterioro espiritual. Son peligros más difíciles de com batir, como fantasmas en el aire sin u n a entidad corpórea que inspire coraje y deci sión. Las consecuencias las disfrutan precisam ente aquellos que u n o cree que reciben los efectos adversos. Es más fácil p ara unos pocos generar m ejoras en las condiciones m ateriales de la vida de m uchos que desper tar a esos m uchos del estado hipnótico que p ro d ucen las satisfacciones em ocionales inm aduras. A las personas que están en esta situación se les debe en señar de algún m odo a proporcionarse su p ropia ayuda. Pese a la gran im portancia de la “m in o ría con conciencia social”, sería erró n eo cerrar con u n análisis de su situación u n libro dedicado princi palm ente el estudio de las actitudes de la mayoría. Ya he indicado que la m adurez a la que pu ed e llegar la m ayoría no se nu tre necesariam ente de u na educación su perior ni se expresa en la esfera política. Tam bién es im portante reco rd ar la resistencia a las nuevas formas que se en cuentra
164 Hay alg u n o s datos alentadores: p o r ejem plo, m uchas de las características de The Lislener, o el h ech o de que varios de los sem anarios y diarios dom inicales d e calidad aceptable ten g an u n o o dos redactores cuyo en fo q u e es de un a ad m irab le p e rtin en cia p ara las necesidades q u e he descrito, o algunos p ro g ram as de radio y televisión sobre tem as sociales o políticos.
CONCLUSIÓN 3 2 9
en la m ayoría de las personas, u n a resistencia pro p ia que se expresa, com o siem pre, en térm inos personales y concretos. Es necesario destacar la fuerza con la que se aferran a gran p arte dé lo que tiene valor en las actitudes “más antiguas”, y asimilan y adap tan gran parte de lo que és nuevo y p uede, a p rim era vista, p arecer perjudicial. Después de todo, siem pre se corre el riesgo de exagerar en los ensayos de este tipo. Está el peligro de ir alejándose poco a poco de la percepción cotidiana de la variedad y la com plejidad de la naturaleza hum ana. En este caso en particular, tal com o m encioné al com ienzo, está el peligro de no con ced er im portancia suficiente a la m itigación de las influencias del o rd e n más antiguo, de pasar p o r alto los aspectos m enos admirables de ese o rd en y los más encom iables del nuevo. Al analizar las publicacio nes populares, tendem os a asignarles autom áticam ente, dada su enorm e cantidad, u n lugar p ro m in en te en el p an o ram a general de la experiencia hum ana, más pro m in en te del que en realidad ocupan. En las áreas en las que hacen sentir su efecto con más intensidad, ese efecto es dañino; en ciertos aspectos más generales de la experiencia tam bién p u e d en tener efectos adversos, pero allí son más lentos, pues otras fuerzas los contie n e n y neutralizan u n a y otra vez. La vida de las personas no es tan pobre en el plano de la im aginación com o parecería indicar la literatura que leen. Lo sabemos p o r experiencia. La m ayor parte del entretenim iento p o p u lar contem poráneo favorece la m olicie; no obstante, en buen a m e dida, la vida guarda escasa relación con él. Están las guerras y el m iedo a la guerra; está el m u ndo del trabajo, de las relaciones, de las lealtades y las tensiones; las obligaciones del h o g ar y la adm inistración del dinero; los lazos y las exigencias del barrio; la en ferm edad y el cansancio, y el nacim iento y la m uerte; hay todo u n m u n d o de recreación en el ám bito local. P o r eso he intentado h acer u n a descripción m eticulosa de la vida cotidiana de la clase trabajadora en la p rim era parte de este libro: para que el análisis detallado de las publicaciones de la segunda p arte queda se enm arcado en u n paisaje de tierra firm e y rocas y agua. Así, en la vida de las personas de la clase trabajadora todavía hay m u cho de u n a form a de vida h o n ra d a que transcurre d en tro del cam po de lo local, lo personal y lo com unitario. Está p resente en las formas del lenguaje y de la cultura (en los clubes de trabajadores, los estilos de las canciones, las bandas musicales, las revistas más viejas, los juegos de grupos más pequeños com o los dardos o el dom inó), y en las actitu des que se expresan en la vida diaria. El m atrim onio y el h ogar siguen ten ien d o u n papel central, más im p o rtan te de lo que solemos creer. El concepto de tolerancia p u ed e deform arse hasta convertirse en falta de
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discernim iento, p ero todavía es útil en m uchos aspectos, pues funciona más como u n a form a de caridad que com o u na debilidad. El acento en lo p erso n al p uede m al i n te rp r e tars e , p ero todavía p u e d e proporcionar u n a tensión interesante y muy necesaria cuando la vida se torna pública y uniform e. El escepticismo y el inconform ism o p u ed en distorsionarse hasta transform arse en cinismo, p ero tam bién adoptan formas útiles, en especial en relación con la gran capacidad de la clase trabajadora de ig n o rar en silencio, de m ostrarse afectada sólo en apariencia, de dejar que todo le “resbale”. Otras características del mismo estilo perm iten percibir, y con frecuencia rechazar, la negación de la vida en quienes p arecen te n e r buenas intenciones y en los que sólo actúan p o r interés; p erm iten advertir, incluso en cuestiones en las que rein a la confusión, la falta d e vitalidad conocida y adm irada. Con ellas va tam bién la capa cidad de absorber lo que se quiere y dejar que el resto siga su curso, sin com prom eterse en lo p ro fu n d o , y de seguir aferrado al tim ón de la ética q u e obliga a presentar los nuevos m ateriales con un barniz m o ral, p o r m ás que este sea superficial. Y tam bién la capacidad de seguir “a g u a n ta n d o ”, no p o r pasividad sino p o rq u e ese es el p u n to de partida, la expectativa de que es m ucho lo que hay que soportar en la vida y su corolario, que hay que so portarlo con alegría. La alegría tam bién se m enosprecia, se convierte en u n a som bra acom plejada de sí misma, p ero en algún sentido, es p o rta d o ra de energía. El p o d e r de p ro ducir com ediantes com o N orm an W isdom es p ru e b a de ello. T am bién lo es la ridiculización joco sa que surge com o respuesta a ofertas que van muy p o r delante del gusto de la época; p o r ejem plo, la risa que provocan los guiones o los tonos de voz de ciertos anuncios publicitarios y noticieros de cine. T odas estas actitudes se fu n d an en u n fuerte sentido del respe to p o r u n o mismo, que, en m uchos casos, no es sino o tra form a de los todavía ingentes recursos m orales de la clase trabajadora. En resum en, esos recursos perm iten ig n o rar m uchas cosas y hacer que m uchas otras parezcan m ejores de lo que son, seguir in tro d u cien d o la propia visión en lo que p o d ría no m erecerla, com o se ha hecho d u ra n te décadas en relatos y canciones com erciales. Así, la clase trabajadora se ve m ucho m enos afectada de lo que p o d ría estar. La p reg u n ta del millón, claro está, es cu án to más du rarán las reservas de ese capital m oral, y si se las está renovando adecuadam ente. A un así, debem os te n e r cuidado y no subestim ar sus efectos en el presente. El párrafo precedente po d ría p arecer dem asiado optim ista si pusiéra mos el foco sólo en los más jóvenes. Luego recordam os cuántas personas de la clase trabajadora vuelven a las viejas actitudes después de los años
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de rara libertad de la adolescencia, el noviazgo y los prim eros años del m atrim onio; cuántas de las invitaciones al cambio más triviales se descar tan, aunque algunas de las nuevas m aneras acom pañen a cada genera ción hasta la m adurez. En u n m om ento estuve tentado de creer, por oír la frase m uy a m enudo en tre mis tías cuarentonas, que toda m ujer de la clase trabajadora de en tre 40 y 50 años decía aquello de “Cada día me pa rezco más a m i m adre en mis ideas”. H abía cierta adulación en aquellas palabras, y a veces la frase se utilizaba com o justificativa de la estupidez y la falta de esfuerzo para pensar p o r cuenta propia. Sin em bargo, indica ba tam bién la fuerza de las actitudes antiguas y, en térm inos generales, frente a las voces que hoy se elevan, resulta positiva. E 11 gran m edida, pese a tanto entreten im ien to em paquetado y tanta producción enlatada, la voluntad de expresarse librem ente y p o r uno mismo haciendo o rep aran d o cosas sigue existiendo. El “hacer peque ños arreglos en la casa” sigue teniendo m ucha vigencia, incluso cuando el m arido n o es muy “d u c h o ” en ese ru b ro .165 En parte, se espera de él que haga esos trabajos p o rq u e no hay d inero o no se tiene el hábito de llam ar a u n profesional, un carpintero, u n plom ero o un pintor. Pero tam bién p orque esos trabajos form an p arte de la vida en el hogar; papá p u ed e no ser de los que fabrican sus propias alfombras o los juguetes de los chicos, pero es probable que arregle u n a canilla o cambie la cadena de la bicicleta del hijo. Sobre todo en invierno, m uchos buenos esposos se entretien en haciendo trabajitos de ese tipo p o r la tarde. De ahí al h om bre habilidoso p ara los arreglos de la casa y los oficios y pasatiem pos p ropiam ente dichos hay u n paso. Los m ostradores de los quioscos de periódicos p ara la clase trabajadora están llenos de lo que en la je rg a suele denom inarse “publicaciones de pasatiem pos”. Las hay de todo tipo: Noticias para el Pescador, Aves ele Jaula, Fanáticos de las Aves, Pequeños Agricultores, Jardinería para Todos, Mecánica Práctica, Carpinteros a la Obra, En Dos Ruedas... En total, existen alrededor de 250 revistas dedi cadas a deportes, pasatiem pos y en tretenim iento. Dos son sobre peces, siete sobre anim ales domésticos y aves de jaula, u n a sobre cam panología, diez sobre distintos aspectos de la pesca, varias de ciclismo y de perros, y más de veinte sobre pasatiem pos y artesanías en general. U na gran can
165 El considerable au m en to en la disponibilidad de m ateriales y herram ientas d e “hágalo usted m ism o” de los últim os años, fruto del perfeccionam iento de las técnicas y la m ayor centralización, parece h a b e r llegado principalm ente a los ho m b res de clase m edia baja y a los trabajadores calificados, p ero no a la m ayoría de los trabajadores.
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tidad de ellas está dirigida a la clase trabajadora, o a lectores de clase tra bajadora y clase m edia baja. En esas actividades, tal como suele señalarse, los trabajadores expresan sus gustos personales y actúan voluntariam en te, con total libertad. El trabajo suele ser poco exigente y em brutecedor; en cambio, en la in teg rid ad y devoción con que se dedican a estos oficios, p o r más curiosos que sean, p u ed en llegar a ser especialistas. Tam bién debe m encionarse aquí la persistencia de la afición p o r la horticultura, que se practica en canteros colocados en el alféizar de la ventana o en el patio del fondo, que suele estar muy cuidado, o en los huertos ubicados detrás de las vallas de la calle principal, al costado de las vías del tren o en franjas de tierra de unos 250 m etros cuadrados que se alquilan a precios nom inales de acuerdo con la Ley de A rrendam iento de 1922 (“T odo ciudadano que desee y esté, en condiciones de practicar la horticultura e n u n terren o de arren d am ien to ten drá derecho a que se le provea d e u n o ”) . C om o ya he explicado, cuando se m udan a u n nuevo complejo, las familias de clase trabajadora suelen no utilizar el ja rd ín pri vado; están acostum bradas a los p equeños y sucios terrenos encajonados p o r las moles de cem ento de los edificios, y se sienten abrum adas frente a tierras vírgenes de m ayores dim ensiones que los huertos de arrenda m iento, y lim itadas p o r la interm inable sucesión de parcelas vírgenes, igualm ente salvajes y vacías. Es cierto que el interés p o r la horticultura nunca afectó más que a u n a m in o ría y que los huertos, así com o la pesca, van perd ien d o adeptos. A un así, hay todavía u n m illón y m edio de h uer tos cultivados en el país .11’6 Por otro lado, el interés p o r los animales y las aves no sólo sobrevive sino que e n algunos rubros va en aum ento. Los galgos y los galgos ingleses son perros que van p e rd ien d o popularidad, excepto en unas pocas zonas m ineras en las que se los cría con fines comerciales; los canarios tam poco gozan del beneplácito de las familias de la clase trabajadora, pero otras aves, en particular las cotorritas, sí. El Estudio de H ulton indica que las aves son mascotas más populares en la clase trabajadora que en otras. En Gran B retaña hay alred ed o r de m edio m illón de colom bófilos ,167 perte
166 Véase el HRS, 1952, p. 42. 167 E n tre los clubes d e colom bófilos se e n c u e n tra n la U nión N acional de Criadores de Palom as M ensajeras y el Club Aviario Nacional; hay tam bién u n a asociación escocesa, u n a galesa y u n a del n o rte de Inglaterra. La revista The RacingPigeon tiene unas ventas netas de 43 500 ejem plares (fuente: Adverlisers’ Annual, de 1956). La colom bofilia representa unos ingresos de 2 000 000 de libras al año en G ran Bretaña. El ed ito r de The RacingPigeon m e com entó que de u n m an u al de instrucciones se vendieron alred ed o r de 110 000 ejem plares
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necientes a unos mil clubes, que habitualm ente tienen su secle en el pub de la zona. Los m iem bros pagan u n a cuota anual de alrededor de 1 libra, más 1 chelín p o r cada palom a que llevan a concurso. Son los dueños de las palomas m ensajeras que los guardias ferroviarios liberan al final de los andenes los sábados; con la gorra puesta, u n ojo apuntando al cielo y u n cronóm etro en la m ano, esperan que sus aves vuelvan dulcem ente al anochecer. Gran parte de lo dicho aquí puede tom arse com o indicio no de respues tas positivas sino de m era resistencia. Sin em bargo, tam bién hay una sorpren d en te cantidad y variedad de actividades com unitarias entre los jóvenes, organizadas p o r grupos que van más allá de la banda de la esqui na: clubes y asociaciones de jóvenes, asociaciones cristianas de m ucha chos o de chicas, centros com unitarios, centros deportivos y sociedades de adeptos a u n d eterm inado pasatiem po, clubes de fútbol, rugby o cric ket (algunos de ellos barriales, sin apoyo oficial) y divisiones locales de estos y otros deportes. M uchas de esas actividades están financiadas por “ellos”, pero no sobrevivirían si no despertaran u n entusiasm o intenso y genuino en la clase trabajadora. A ellas podem os sum ar otras que no cuentan con apoyo oficial, com o las excursiones en autobús, ejem plo no table de adaptación espontánea a la vida en la ciudad. O podem os pen sar en la form a en que la clase trabajadora de la ciudad utiliza los baños públicos. Basta con ir después de las cuatro de la tarde durante el año escolar o u n sábado. H uelen a p roductos quím icos, son trem endam ente angulosos y resbaladizos, y en los bordes se observa u n a cierta suciedad. Pero fen ellos resuena el bullicio de los niños de la clase trabajadora, que se em pujan y se zam bullen, y están azules ele frío p o rque casi todos ellos se quedan dem asiado tiempo. Tam bién está la gran p o pularidad de la que todavía gozan las excur siones al cam po, en especial d u ran te los festivales de primavera. En la década de 1930, la actividad favorita era el excursionism o, que, si bien en mi opinión era más característico de la clase meclia baja, tam bién atraía a los trabajadores, que exploraban los valles, las colinas y las llanuras, p o r suerte n o tan alejados de los centros urbanos en los que habitaban. Si las cam inatas no son del tocio típicas de la clase trabajadora, sí lo son
(algunos detalles están tom ados de E dgar Ainsw orth, “T h e W inged Fancy”, Pidiere Pos!, 21 de noviem bre de 1953).
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las bicicletas.168 U n signo de la llegada de la adolescencia es el permiso de los padres para adquirir u n a bicicleta m ediante el sistema de com pra a plazos, pagándola con parte del estipendio sem anal. Luego se sale los fines de sem ana, con algún amigo que tam bién tenga una bici, o con esos grupos heterogéneos que atraviesan la ciudad cada dom ingo y llegan h asta la term inal del tranvía. A m uchos jóvenes les gusta “quedarse en el sobre” los dom ingos p o r la m añana, pero m uchos otros salen a andar en bicicleta. La cantidad de m iem bros de los dos clubes de ciclismo más im portantes no constituye u n indicio real de la cantidad de personas que a n d a n en bicicleta, pero sí de los que se tom an en serio el ciclismo: son u n o s 250 000. Q uienes buscan com pañía, ejercicio y u n a “linda salida” se asocian al Club de Cicloturism o (o a sus equivalentes locales), m ientras q u e quienes prefieren la com petición p erten ecen a la U nión Nacional ele Ciclismo, con sus cuadros, ruedas y sillines especiales, y su botella de alum inio p ara el agua colgando del m anubrio ergonóm ico. Los socios de la U nión Nacional rara vez saben si u n a ruta pasa p o r u n a ciudad o por u n parque nacional, pues no les interesa hacer turismo. Los cicloturistas, p o r su parte, van charlando o se detienen a ju g a r a la pelota, sin prestar atención al paisaje o a los m onum entos antiguos que se les presentan. T am bién ellos obtien en lo que están buscando: com pañía, ejercicio in tenso y aire fresco. Los dos clubes fueron fundados en 1878; desde en tonces, el ciclismo se h a vuelto muy p opular en tre los m iem bros de la clase trabajadora. Su popularidad es evidencia im p ortante de que la clase trabajadora u rb an a pu ed e reaccionar positivam ente ante las circunstan cias clel en to rn o y aprovechar los beneficios de la producción en masa. Quizá todo esto sea de poco peso al po nerlo en la balanza con las fuerzas descritas anterio rm en te, pero considero que, de todos modos, es im portante. La clase trabajadora ha sobrevivido al cam bio de un entorno ru ral a u n paisaje u rb an o sin convertirse en un triste lum pem proletariado; en el últim o m edio siglo ha pasado p o r otros cambios igual de peli grosos, y tam bién h a sobrevivido. Pensando en todo lo que ha soportado, m e viene a la m ente u n a cita de El rey Lear. “Lo adm irable es que hayan podfdo so portar tan largo tiem po”. Ante el ejem plo más sorprendente ele todo lo que h a “ag uantado” y todo lo que se ha dicho aquí sobre
168 De acu erd o con el ÍIR S 1952-55, ha hab id o u n p e q u e ñ o descenso en la p o p u larid ad del ciclismo en todas las clases sociales en los últim os años. Los ho m b res de los grupos D-E siguen siendo los principales usuarios de bicicletas de todas las clases (40% ); las m ujeres d e los grupos D-E usan la bicicleta con u n a frecuencia un poco m e n o r q u e las de otras clases.
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las form as positivas en las que ha reaccionado ante cada nuevo reto, se advierte u n a vez más que no se trata de m era resistencia sino de una for taleza positiva. Lo adm irable no es todo lo que queda, sino tocio lo que nace con cada nueva generación.
RESUMEN D E LAS TENDENCIAS ACTUALES DE LA CU LTU RA DE MASAS
La resistencia de los individuos y los grupos locales es saludable e im por tante. Sin em bargo, hacer dem asiado hincapié en ella podría ser otraform a de autoindulgencia democrática: dejar de lado todo indicio de presiones cada vez más peligrosas m ediante la referencia a la sensatez innata del hom bre, señalar que las personas persisten en el. hábito de te ner vidas que de ningún m odo exhiben el desarraigo y la superficialidad a los que las invitan las nuevas influencias, y d educir de ello que siempre será así, que “la naturaleza h u m an a siem pre prevalecerá”, que podemos “confiar en la honestidad de la gente com ún”, que salvará a los hom bres de los efectos negativos, que la resistencia de la naturaleza hum ana ga rantizará que “el ser hum ano siem pre sea h u m a n o ”. Q ueda p o r resum ir aquí la dirección general en que parece estar de sarrollándose actualm ente la cultura de masas. Como en el resto de este ensayo, tom aré los ejemplos principalm ente de las publicaciones. No obstante, con las m odificaciones pertinentes en lo referente a los de talles, las conclusiones po d rían aplicarse tam bién a las tendencias que se observan en el cine, la radio y la televisión (en particular, los medios com erciales), y tam bién en la publicidad de gran escala. Especialm ente d u ran te las últimas décadas, ha aum entado de form a no table el consum o de m uchos productos destinados al entretenim iento ;11’9 dicho aum ento es absoluto y no sólo proporcional al crecim iento de la población. En parte era inevitable, dados él aum ento de la capacidad técnica para proveer en tretenim iento en gran escala y la mayor disponi bilidad de dinero en una gran parte de la población. El aum ento en sí
169 En el país, en 1952, la asistencia prom edio al cine para la población en .su c o n ju n to era de 27 veces, un prom edio m ayor que el de los Estados Unidos. El gasto en cine en el m ism o añ o fue de a lred ed o r de 3 chelines p o r sem ana p o r cada fam ilia del país. En la actualidad hay u nos 4600 cines en Gran B retaña. El g rupo que va al cine con más frecuencia es el com puesto por m iem bros de la clase trabajadora de en tre 16 y 24 años (véase Estudio de Derby, pp. 121-123).
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no tiene p o r qué ser condenable; había espacio para que ocurriera. Sin em bargo, en cierta m edida, sus proporciones parecen estar determ ina das no p o r la satisfacción de necesidades que no estaban cubiertas sino p o r los más influyentes ejercicios de persuasión de quienes ofrecen el entretenim iento. Así, en el últim o siglo, la cantidad total de publicaciones de todo tipo en G ran B retaña h a pasado de unas m il a unas cinco m il .170 Desde luego, era ele esperar que h u b iera u n aum ento significativo en u n siglo en el que u n a nación con m uchos habitantes atravesó procesos de alfabetiza ción e industrialización. Sin em bargo, la m ayor parte de ese crecim iento se debe al aum ento relativam ente reciente de la cantidad de periódicos y revistas. Para acotar el cam bio a u n a de las últim as décadas: la tirada total de los diarios nacionales y provinciales se increm entó en un 50% entre 1937 y 1947.171 En el mism o p eríodo, la tirada de los diarios del dom ingo casi se duplicó. En 1938, las revistas y los periódicos alcanzaban u n a tira da de alred ed o r de 26 millones de ejem plares; en 1952 debía de habei; más de 40 m illones .172 E ntre 1947 y 1952, los periódicos m atutinos de circulación nacional elevaron su tirada en m edio millón de ejem plares y los dom inicales, en dos m illones y m ed io .173 Hoy en día se im prim en dos ejem plares de periódicos p o r cada h ogar en el país .174 De acuerdo con el Estudio ele H uí ton de 1953, parece ser que dos de cada tres adultos bri tánicos leen más de un periódico los dom ingos y más de uno cada cuatro
170 Estudio d e Derby, p. 164. 171 Diarios n acionales y provinciales: de 17 800 000 a 28 503 000. Diarios dom inicales: de 15 500 000 a 29 300 000 (cifras tom adas de Royal Com m ission 011 the Press, Reporl 1947-1949, pp. 5-6, reproducidas con p erm iso d e la e d ito ria l). P a n e de este a u m en to se explica p o r las condiciones d e la p o sg u erra. Sin em bargo, la g u e rra term in ó hace m ás de diez años y la can tid ad total, de lectores no h a boyado significativam ente. 172 Political an d E conom ic P lanning, Planning, vol. XXI, 11“ 384. 173 Diarios n acionales m atutinos: de 15 600 000 a 16 100 000. Las ediciones dom inicales creciero n hasta alcanzar los 31 700 000 ejem plares en 1952. E studio d e Derby, tabla 51, p. 168. Los au to res del estudio co m en tan (p. 163): “Incluso d an d o m arg en al a u m en to de precios, se com pró m ás m aterial d e lectu ra en 1952 q u e en 1948 (año en qu e el gasto fue exactam ente el d o b le del de diez años a n te s )”. En g eneral, pareciera q u e la tasa de crecim ien to de la década de 1937 a 1947 no co n tin u ó en el p erío d o co m p ren d id o e n tre 1947 y 1955. A un así, y tam bién en térm inos generales, se m antuvieron los altos niveles de 1947 (Political an d E conom ic P lanning, o b .c it., n° 388). 174 E studio d e Derby, p. 166. Dos de cada tres adultos leen m ás de un periódico el d om ingo: d ato m en cio n ad o en el E studio de Derby, p.170.
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leen tres o más. El cálculo de ejem plares de diarios im presos p o r cada m il habitantes es superior en el R eino U nido al de cualquier otro país .175 H a habido u n crecim iento sim ultáneo de lo que he denom inado “publi caciones serias”, así com o h a aum entado la cantidad de lectores interesa dos en los m ateriales más serios en general. La producción editorial en el Reino U nido supera la de cualquier o tro país del m u n d o .17fi U na gran cantidad es de libros de ficción, p ero en los últim os años h a habido tam bién u n aum ento considerable en los títulos técnicos y educativos. Todos conocem os el éxito que h an tenido las colecciones de Pelican y Penguin desde los años treinta. T am bién se h an m ultiplicado los préstam os en las bibliotecas públicas, sobre todo en los últim os 25 años .177 En la encuesta Gallup de 1950, el 55% de los encuestados afirm ó que estaba leyendo u n libro en ese m o m en to ;178 se trata de u n porcentaje más alto que el de países com o los Estados U nidos o Suecia, p o r ejem plo. Por último, tam bién ha habido u n aum ento, en las ventas de periódicos de calidad aceptable .179
175 Cálculo ap ro x im ado de diarios cada m il habitantes: R eino U nido, 611; Suecia, 490; Estados U nidos, 353; Francia, 239; Italia, 107; A rgentina, 100; México, 48; T u rq u ía, 32. F uente: The Daily Press, U nesco. 176 En 1953, se e d ita r o n m ás de 18 000 títu lo s e n el país, m ie n tra s q u e en los E stados U n id o s, co n u n a p o b la c ió n tres veces m ayor, el to tal fue ele 12 000. D eb ería ag regar aq u í que n u estro país tiene u n a im portante in dustria e x p o rta d o ra de libros, y que n o todos los publicados en u n añ o son títulos nuevos. Así, de los libros editados en 1953, a lred ed o r de 12 750 eran títulos nuevos. (En los Estados U nidos, esa cifra fue d e 9000.) U no de cada cinco de los títulos nuevos publicados en In g laterra era u n a o b ra de Ficción. Cifras tom adas del E studio de Derby, p p . 182-183 y de U nesco, Basic Facls and Figures. 177 D urante 1952 y 1953, se p restaro n siete libros p e r cápita; en 1939, el total h ab ía sido de cinco. Según el E studio d e Derby, en Derby, u n a de cada seis personas d e la clase trabajadora o con estudios prim arios y u n a de cada cu atro personas de clase m ed ia o con ed u cació n se cu n d aria o su p e rio r sacan u n libro p o r sem ana de la biblioteca (pp. 165 y 198). R especto de la com pra d e libros, incluidas las colecciones en rústica, la cifra p ro b ab lem en te se ubica en tre los 125 y los 190 m illones de volúm enes p o r año. E studio de Derby, p. 185. 178 Citado en el Estudio de Derby, p. 184. En el m ism o estudio (p. 190), un tercio de los entrevistados m anifestaron que estaban leyendo un libro en ese m om ento. U n a en cuesta realizada p o r Mass O bservation e n T o tten h a m para el Instituto B ritánico de O p in ió n P ública arrojó resultados m uy sim ilares a los de la en cu esta de G allup m en cio n ad a en el texto. 179 En la m ayoría de los casos, el au m en to no ha ten id o co n tin u id ad . En realidad, h u b o un crecim iento d u ra n te algunos años después de la guerra, seguido d e u n a leve caída o d e u n a m eseta. En cu alquier caso, en la m ayoría
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Si bien los datos acerca de la lectura de m ateriales con más sustancia son alentadores, es necesario señalar algunos matices. ¿Qué proporción de los préstam os de las bibliotecas públicas corresponde a libros de fic ción barata o de esa clase de no ficción que en realidad resulta ficción con el agregado de ser “como la vida m ism a”? No es posible responder esta p reg u n ta con datos estadísticos, pues im plica distinciones valora tivas. El Estudio de Derby indica que la ficción de una 11 otra clase repre senta en tre el 75 y el 80% de los libros que se prestan en las bibliotecas públicas ;180y, según creo, la mayoría de los bibliotecarios dirían que gran parte de esa ficción es de u n a calidad bastante dudosa. No hay ningún m érito en el hábito de leer en sí mismo; p o r más com unes y corrientes que sean los temas y la presentación, p u ed e convertirse en tal adicción, tal apartam iento de la vida real, com o la lectura de literatura más ocasio nal del tipo de la que describí a lo largo de este libro. Las bibliotecas pri vadas d eb en de prestar entre 150 y 200 m illones de volúm enes al a ñ o .181 De los libros prestados p o r las dos bibliotecas más grandes, alrededor del 90% es ficción; para los volúm enes de las bibliotecas de entre 2 y 4 peni ques, el porcentaje se eleva a casi el 100%. En las bibliotecas públicas, los préstam os com prendidos den tro de la categoría “historia, biografía, via je s ” constituyen el grupo más num eroso de no ficción, y probablem ente representan en tre u n cuarto y u n tercio del total. Tam bién en este caso, creo, m uchos bibliotecarios considerarían que las publicaciones tienen escaso valor. Sería posible seguir agregando matices de este tipo durante un largo rato. Los m enciono con el propósito no de restarles valor a los
de los periódicos "cíe calidad" se observa u n in crem en to en com paración con las tiradas d e antes o in m ed iatam en te después de la guerra. Véase W adsw orth, Neiuspaper Circiilcúions. Las siguientes cifras de ABC están tom adas d e Neiuspaper Press Direclory p a ra el a ñ o 1955: The OhsemerbSA 752; The Times, 220 834; New Stalesman, 70 598; The Sunday Times, 577 869, cifras de au d ito ría, no de ABC; The Speclalor, 38 353. Ejem plos de crecim iento en los últim os años: The Mandiesler Guardian m ostró u n au m en to de 127 083 en 1953 y de 146 146 en 1955; The Lislener duplicó las ventas desde la guerra; la cifra de ABC p a ra The Obtener p ara el p erío d o co m p ren d id o e n tre en ero y ju n io de 1956 es 601 402. Revistas literarias: A m ediados de 1954, lincounter ten ía u n a tirada de alre d e d o r de 15 000 ejem plares y London Ma.gax.ine, que h ab ía em pezado más o m en os en la m ism a época, sum aba unos 18 000 (fuente: The Observer, 18 d e ju lio de 1954). P ara m ediados d e 1956, la tira d a de am bas revistas h a b ía ex p erim en tad o u n a caída considerable, y se an u n ció que London Magazine estaba a p u n to de p e rd e r el apoyo financiero q u e recibía. 180 E studio de Derby, pp. 186-187. 181 Ib id., p. 185.
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avances genuinos en m ateria ele lecturas serias, sino de asegurarm e de que esos avances no se consideren más im portantes de lo que en realidad son. Parece ser que u n a p eq u eñ a p ro p o rció n de buenos lectores está apro vechando las oportunidades que se le p resen tan y que su núm ero va en au m en to ,182 pero que el grueso de la población no sólo no se ve afectado p o r esos cambios sino que adem ás está som etido a tendencias muy distintas. Las probabilidades de que au m ente significativamente la cantidad de lectores de m aterial serio son bajas, en parte porque la lec tura seria y la lectura p o p u lar suelen atraer a distintos tipos de personas (volveré a esto más adelante), y en p arte tam bién porque el macizo blo que de lectores populares está som etido a o tro tipo de presiones. Hay m ovim ientos tendientes a agrandar y m ejorar la m inoría; pero los m o vimientos destinados a fortalecer el control de la gran m ayoría por un p u ñ ad o de publicaciones populares d om inantes son m ucho más fuertes y exitosos. En capítulos anteriores he descrito en detalle la lucha constante de las publicaciones realm ente populares para crecer y aum entar las ventas. Pa rece que la tirada m ínim a para que un periódico de circulación nacional sea económ icam ente viable aum enta año a año, com o si el éxito de uno elevara el m ínim o p ara todos. H ace ya más de diez años, en 1946, Francis Williams consideraba que: Para existir, u n periódico de circulación nacional en Gran Bre taña debe asegurarse u na tirada com o m ínim o de un millón y m edio de ejemplares, preferiblem ente más de dos m illones (lo que significa que debe atraer regularm ente a entre cinco millo nes y u n cuarto y siete millones de lectoi'es ) .183 U na consecuencia de este proceso parece ser la creciente centralización o concentración de las lecturas pop u lares,1M que avanza a la misma ve
182 Los datos del Estudio de Derby p erm iten sostener esta visión; en el estudio se h ab la más de u n a vez de “u n a im p o rtan te m in o ría de buenos lectores de libros”. Creo que si suprim iéram os aquellos lectores que sólo leen m aterial pasatista, nos quedaríam os con “u n a m in o ría” a secas. 183 F. W illiams, Press, Parliamenl and People, p. 175. 184 La centralización en periódicos de circulación nacional, en contraposición con las publicaciones regionales, se advierte con más claridad en las ediciones m atutinas y dom inicales. En los diarios vespertinos, las ediciones
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locidad que el crecim iento de la lectura concreta de publicaciones. En pocas palabras, parece que estamos leyendo u n a m ayor cantidad de pe riódicos, p e ro que esos periódicos son más parecidos entre sí. Pese a que la circulación de la p ren sa diaria h a crecido m ucho, la cantidad total de periódicos publicados en el país h a dism inuido en los últimos treinta años .185 E n casi todas las form as de publicaciones populares actuales, un a cantidad red u cid a de órganos de prensa obtiene enorm es ventas; eso provoca u n a ab ru p ta caída en la tirada de todos los demás órganos del tipo en cuestión. En el caso típico, la cantidad de publicaciones del gru po inferior será m ayor que la de publicaciones en el grupo superior; no obstante, las ventas totales de los segundos su p erarán las de los prim eros tomados en conjunto. Así, para dar u n ejem plo, dos publicaciones de un mismo tipo acaparan más de la m itad de las ventas del rubro, y el resto se divide en tre seis u ocho publicaciones. P o r lo que puede observarse, el proceso aú n n o se h a agotado; unos pocos órganos van adquiriendo progresivam ente u n a po rció n m ayor que n u n c a de la cantidad total de lectores en su cam po. Este proceso to rn a irrelevante la cuestión del au m ento de publicaciones “de calidad” frente al m ayor consum o y la mayor centralización de u n p u ñ ad o de grandes publicaciones. De vez en cuan do se anuncia, con cierta falta de honestidad, que u n a publicación “de calidad” h a au m en tad o su tirada en u n 15% en u n año, m ientras que nin guna publicación p o p u lar crece más del 3 o 4% anual. Pero, claro está,
reg io n ales conservan gran p arte de su presencia. M uchos lectores h abrán n o tad o qu e u n a de las consecuencias de la te n d e n c ia actual es el d eterio ro d e la p re n sa provincial. Con los co ntenidos q u e c o m p ran a otros m edios p re te n d e n im itar los brillos de la p ren sa nacional, con el aderezo de algunas noticias locales p o co atractivas. Ese tipo de periódicos com bina los vicios de la p re n sa p o p u la r p ro d u cid a en L ondres con u n o s contenidos sosos de cuño p ro p io . P ara m ás detalles sobre la centralización de la prensa, véase Royal C om m ission on th e Press, ob. cit.; Kayser, One Week’s News; y W adsworth, Neiuspaper Circulaliom. 185 En el R ein o U nido, tenem os 122 diarios p a ra 51 m illones de habitantes; E stados U nidos, 1 865 p a ra 157 m illones; Suecia, 160 p ara 7 m illones; Suiza, 127 p ara 5 m illones; M éxico, 162 p a ra 27 m illones; A rgentina, 140 p a ra 18 m illones; T u rq u ía, 116 p ara 22 m illones; F rancia, 151 p ara 42,5 m illones; Italia, 107 p a ra 47 m illones. F uente: The Daily Press, U nesco. La can tid ad total d e periódicos distintos publicados e n la actualidad aq u í es m e n o r qu e la de otras naciones alfabetizadas, en la m ayoría de los casos en térm in o s p ro p o rcio n ales y en algunos, en térm in o s absolutos La distribución d e c o n ten id o s a otros m edios p o d rá neu tralizar la fuerza de algunas d isparidades, p e ro no alcanza p ara invalidar el concepto. La reducción en la diversidad d e periódicos no es, claro está, privativa del R eino U nido: en los Estados U nidos, la cantidad total se redujo en u n tercio en tre 1909 y 1954.
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con u n a tirada tan grande com o la de los periódicos más famosos, no hay dem asiado m argen para u n gran crecim iento. Sum ados, los porcentajes de crecim iento anual recientes de los dos m ejores ejem plos de un mismo tipo de publicación “de calidad”, que expresados en térm inos porcentua les parecían considerables, equivalían sólo a u n tercio del increm ento en las ventas de u n a única publicación p o p u lar del m ism o rubro registrado para el m ismo período. El caso es representativo: el avance de la prensa “seria” es im portante, pero no com pensa la concentración cada vez ma yor que se observa en la prensa popular. En realidad, quienes tienen dificultad p ara conservar su lugar no son las publicaciones “de calidad” sino los periódicos y revistas populares que inten tan preservar u n estilo más sobrio en la inform ación, los com enta rios y el diseño. El Consejo G eneral de la Prensa m enciona este aspecto, p ero atribuye el peso de la responsabilidad al “p úblico”; en este sentido, com o en todos los demás, el Consejo parece estar más dispuesto a se ñ alar la responsabilidad de los lectores p o r los cam bios cuantitativos y cualitativos que experim enta la prensa q ue a analizar la responsabilidad de esta últim a en ellos: Como indicio de la tendencia del gusto del público en un m er cado libre y altam ente competitivo, es significativo que p o r cada ejem plar sum ado p o r The Daily Telegraph d u ran te el últim o año, los periódicos populares h an sum ado tres. Más aún, el aum en to de ventas de estos últim os se ha visto contrarrestado p o r las pérdidas totales de Daily Mail, Daily Heraldy Netos Chronicle. Daily Express se h a m antenido estable .186 C uando las posibilidades de expansión de las publicaciones existentes se reducen, es inevitable que las empresas editoriales de masas se vuelquen a otras publicaciones. El surgim iento de ediciones juveniles de algunos diarios populares en 1954 era el siguiente paso lógico, aunque el experi m ento parece h ab er fracasado. Es de su p o n er q ue se esperaba que esas ediciones sirvieran para crear u n nuevo segm ento de expansión y tam bién p ara prep arar a los lectores para el posterior traspaso a las versiones p ara adultos.
186 G eneral C ouncil o f the Press, The Press and ihePeople, p p . 12-13. El inform e ag reg a q u e los periódicos serios todavía re p re se n ta n sólo un 3% de las ventas totales en dom ingo.
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P ese al aum ento de ventas de algunas de las publicaciones más serias, p a re c e haber indicios de que la mayor concentración de la prensa popu lar dificulta la existencia de los periódicos de m en o r tirada, a m enos que estos cuenten con lectores dispuestos a pagar bien por ellos o consigan un suibsidio. Las dos publicaciones culturales más recientes, Encounter y London Magazine, cuentan con algún tipo de apoyo económ ico; en el caso de la segunda, la financiación proviene de la editorial que publica Daily Mirror. Antes sostuve q u e la concentración eleva el m ínim o de produc ción para q ue u n a publicación sea rentable. Así, u n a publicación puede te n e r dificultades financieras au n q u e m antenga su tirada. El cierre de John O ’L ondon’s Weekly e n 1954, año en que, según se dijo, n o había sufri do pérdidas en la cantidad de lectores, ilustra el proceso a la perfección. A um ento significativo en térm inos absolutos de la cantidad de material producido, m ayor concentración ele los órganos que ofrecen ese material y crecientes dificultades para las publicaciones minoritarias: esas parecen ser las características principales de la evolución actual de las publicacio nes y el en tretenim iento popular. ¿Cuáles p odrían ser las consecuencias, descritas con igual brevedad? Es evidente que los lectores de los periódicos más populares no per tenecen sólo a la clase trabajadora; sin em bargo, es probable que los de esta clase constituyan la mayoría, aunque más no sea p o r el hecho de que son m ayoría en la población. Sin duda, las editoriales saben que el m ayor grupo e n particular al que deb en dirigirse es el que com prende a los tres cuartos de la población cuyos m iem bros term inan su educación a los 15 años. E n relación con eso, p u ed e ser útil agregar algo acerca de un tem a m encionado an teriorm ente: u n a de las posibles consecuencias del sistema de becas. La relación en tre la m inoría intelectual de la clase trabajadora y la clase e n su conjunto es u n tem a dem asiado complicado, del q ue sólo esbozaré aquí unos conceptos tentativos. Desde luego, es fundam ental n o co n fu n d ir a la m inoría intelectual con la m inoría con conciencia social: la inteligencia no necesariam ente va acom pañada de conciencia social ni todos los que reciben los beneficios de la educación superior se ap artan física o em ocionalm ente de su clase. Sin em bargo, la m inoría intelectual, q ue tuvo u n a notable influencia durante la segunda m itad del siglo XIX, solía perm an ecer entre la clase trabajadora durante más tiem po antes que ahora. Sus m iem bros eran los elem entos que pro ducían la ferm entación social en los grupos de clase trabajadora y par ticipaban activam ente del “m ovim iento de los trabajadores” que, como ya he dicho, contribuyeron a m ejorar considerablem ente la situación
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m aterial y la posición social de todas las personas de la clase trabajadora. El hecho de que p udieran introducir m ejoras en las condiciones de vida de los trabajadores se debe en parte a que eran de los pocos que estaban capacitados p ara enfrentarse a los patrones de otras clases utilizando las mismas armas que ellos: las del intelecto. Hoy en día, m uchos de ellos son elegidos a los 11 años y transformados p o r el proceso educativo en m iem bros de otras clases. En la actualidad, alrededor de u n o de cada cinco niños de todas las clases sociales hace el bachillerato .187 El en to rn o familiar de algunos niños de clase m edia o m edia baja hace que sea más fácil para ellos o b ten er las becas; y algunos niños de familias de clase trabajadora no utilizan las becas o dejan el ba chillerato antes de term inar p o r problem as económ icos .188Así y todo, yo era el más p obre de mi clase e iba a la escuela con otro que era casi tan pobre como yo y con algunos otros que estaban en u n a situación similar; hoy las ayudas son superiores, las familias de clase trabajadora suelen estar en m ejor situación y la educación todavía goza de prestigio en mu chos sectores de esa clase. P or eso, m e parece u n a trem enda exageración decir de “los m uchachos más valiosos de la clase trabajadora” -com o ha dicho el vicerrector de Ruskin C ollege- que “la m ayoría todavía está so m etida a presiones económ icas y debe buscar una fuente de ingreso para sum ar a la econom ía fam iliar lo antes posible”.189'D e los jóvenes que ha cen el bachillerato, no todos ab andonan su clase de origen, pero sí lo hace bu en a p arte de ellos. Los exám enes al term inar la escuela prim aria pu eden ser un poco con fusos en m uchos aspectos, pero son relativamente eficaces en la selección de niños con capacidad intelectual. En consecuencia, ¿no tienen probabi lidades de hacer que la clase trabajadora pierda algunos de sus tentáculos críticos que hace unos años se habrían quedado entre sus miembros? No es de m ucha ayuda llegar a la conclusión de que esto no es sino u na prue
187 Véase W. P. A lexander, The Organisalitm o f Secondaty Eduealion: A Ctmmenlnty, L ondres, C ouncils a n d E ducation Press L td., y Jo a n T ho m p so n , Secondmy Eduealion Survey: an Analysis of LEA Developinent Plans fo r Secondmy Eduealion, Fabián Society Research Series, n" 148, L ondres, Gollancz, 1952. 188 “En resu m en, a pesar de los cam bios sociales y educativos de los últim os años, las o p o rtu n id a d es de estudiar el bachillerato au m en tan con el nivel social”, A. H. Halsey y L. G ardner, “S election for S ccondarv E ducation and A chievem ent in F o u r G ram m ar Schools”, Brilish Journal ofSociology, vol. IV, n° 1, m arzo d e 1953, pp. 60-75 (véase tam bién M inisterio de Educación, Early Leaving) . 189 C arta a The Obsewer, 6 de ju n io de 1954.
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ba de que debem os dejar de hablar y pensar en términos de “clases”, de que hoy en día cada quien hace el trabajo para el que está capacitado y que el hijo inteligente de u n a familia pobre ocupará su posición en el sector de la sociedad dem ocrática en el que sea de mayor utilidad. Pocas personas lam entarían que los hijos inteligentes de familias de clase trabajadora hoy tengan mejores oportunidades de conseguir empleos acordes a su capaci dad. Pero incluso si suprim imos la etiqueta de “clase trabajadora”, sigue habiendo un gran cuerpo de personas que debe hacerlos trabajos más m e cánicos y menos interesantes de la sociedad. Tiene cierta im portancia que entre ellos haya m enos m entes críticas que en décadas pasadas, p o r cuanto esto ocurre en u n a época en que m uchos que van tras el dinero y la acepta ción de los trabajadores se dirigen a ellos constantem ente en los términos a los que son más receptivos y están más expuestos, con materiales que tienen grandes probabilidades de ten er u n efecto debilitante. Debido a la interacción de estos dos im portantes factores en la vida contem poránea, con el tiem po llegarem os a la form ación de u n nuevo sistema de castas tan férreo com o el antiguo sistema de clases .190 Tal com o afirm é an terio rm en te, sería erró n eo considerar la lucha cul tural que tiene lugar en la actualidad com o u n enfrentam iento directo entre lo que rep resen tan The Times, p o r p o n e r u n ejem plo, y los diarios ilustrados. P reten d er que la m ayoría lea The Times es p re te n d e r que el ser hum ano tenga o tra constitución, y sería caer en u n a form a de esnobismo intelectual. La capacidad de leer u n sem anario decente no es condición sine qua n o n de la b u e n a vida. Parece poco probable p ara cualquier épo ca, y ciertam ente im pensable p ara los años que conocem os y llegaremos a conocer quienes estamos aquí hoy, que la mayoría de las personas de cualquier clase tenga fuertes inclinaciones intelectuales. Hay otras for mas de te n e r u n a vida auténtica. La principal objeción a las formas de entreten im ien to p o p u lar más banales no es que evitan que los lectores puedan apreciar la alta cultura sino que les dificultan a quienes están interesados en la actividad intelectual la tarea de alcanzar u n a sabiduría propia. Por consiguiente, el h echo de que los cambios de la sociedad inglesa de los últimos cincuenta años han aum entado las oportunidades de acceder
190 D espués de escribir este p árra fo busqué u n concepto sim ilar en la in tro d u cció n d e Social Mobilily in Brilain (pp. 25-27). El profesor Glass observa que allí expresa o p in io n es personales “de tipo valorativo”.
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a la educación superior para quienes estén dispuestos a aprovecharlas es u n pobre contrapeso frente a la mayor banalización en las producciones culturales destinadas a la mayoría, que es consecuencia de ciertos cambios convergentes. En general, los lectores de los periódicos o revistas popu lares m odernos no leerán nunca u n diario “serio”, p ero antes solían leer semanarios que en algunos aspectos eran mejores que el m aterial que leen hoy. Los nuevos estilos de publicaciones populares son malos 110 porque sean pobres sustitutos de The Times, sino porque constituyen imitaciones sin vida de lo que preten d en ser, porque constituyen meras extensiones pálidas e ingeniosas pero insustanciales incluso del sensacionalismo del siglo XIX, por no hablar del abismo que los separa de la prosa sensacionalista pero vigorosa de los escritores populares de la época isabelina. Se los puede acusar (a ellos y a todo aquello de lo que son ejemplo: la amabilidad superficial de m uchos program as televisivos, las películas populares, m u chos de los program as de la radio comercial) n o de no ser intelectuales, sino de no ser genuinam ente concretos y personales .191 La vitalidad, el tipo de reacción, el arraigo en u n a sabiduría y u n a m adurez que el arte popular y no intelectual es capaz de expresar son tan valiosos a su m odo como los del arte p ara intelectuales. Estas producciones, en cambio, no contribuyen a la consolidación del arte p opular sino que, p o r el contrario, le ponen un freno. Alejan al público de la sabiduría que se deriva de la capacidad de discernim iento interna y senúda para la percepción de las personas y las actitudes frente a la experiencia. Es más fácil arrancar las antiguas raíces que reemplazarlas con algo de calidad similar. Los publicistas populares no se cansan de decirle a su público que no hay que avergonzarse de 110 ser intelectuales, que ellos tienen sus propias formas de m adurez. El enun ciado es cierto, pero pasa a ser falso en boca de esa gente, precisam ente p o r el m odo en que lo dicen, es decir, porque su m odo de llegar al público distorsiona severamente el concepto. Todas las tendencias de las publicaciones populares analizadas se en cu en tran tam bién en algunas de las producciones ele radio y televisión
191 “La com p etencia cada vez m ás feroz d e la radio y la televisión está afectando las características de la p re n sa ” (G eneral C ouncil o f th e Press, ob. cit., p. 9). P ensando en la p o p u larid ad del cine, la radio, la televisión y las historietas, a veces m e siento inclinado a arriesgar la co n jetu ra d e que, c u an d o term ine el siglo XX, el im pacto de la p alab ra escrita en la m ayor p a rte de la población h ab rá sido un in terlu d io fugaz e insignificante, que p ara en to n ces la cu ltu ra en gran m edida oral y local que p red o m in ab a en la se g u n d a m itad del siglo XIX h ab rá sido reem plazada p o r u n a nueva cu ltu ra oral, a u n q u e tam bién visual y pública a g ran escala.
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(en particular, en los program as com erciales), y a veces hasta son más n o to ria s aquí. Está el recurso a las viejas formas de la decencia, en p ro gram as con títulos com o Para un corazón que siente, están los nuevos aspec tos, el acento puesto en el interés p o r lo m aterial y lo novedoso: “Para un corazón que siente: en este p rogram a puedes ganar m ucho d in ero ”. Está la p o te n te com binación m o d ern a de ambas cosas, en program as en los que los problem as íntim os y personales se ex ponen ante miles de televidentes o radioescuchas y la persona que los protagoniza “gana” dinero por su p a rtid pación. Está el espíritu de ban d a p o p u lar de algunos program as que pasan música grabada, en los que jóvenes locutores acom pañan los temas con palabrería seudoam istosa y en cuya estructura se presupone que lo que le gusta a la m ayoría es lo m ejor, y lo demás son aberraciones de los “cerebritos”. Los defensores de este tipo de program as recurren siem p re a los mismos argum entos: que son “de buen gusto”, “para la gente co m ú n ”, que reflejan “las penas y las alegrías de la vida cotidiana”, y tam b ién que son “novedosos”, “fascinantes”, “sorprendentes”, “fabulo sos”, q u e “transm iten entusiasm o” y que entreg an “generosos prem ios”. La mayor parte del entretenim iento de masas es, en definitiva, lo que D. H. Lawrence denom inaba la “antivida”. Son productos que ostentan un a brillantez viciada, repletos de ideas inadecuadas y evasivas morales. Recor demos algunos ejemplos: invitan a una visión del m undo en la que el pro greso se concibe com o procuración de posesiones materiales; la igualdad, como nivelación m oral, y la libertad, como terreno apto para el placer sin fin y sin responsabilidades. Son producciones que pertenecen a un m undo vicario, de espectadores: no ofrecen nada que pueda llegar al cerebro o al corazón. Contribuyen a la evaporación de las formas más positivas, más plenas y más cooperativas de la diversión, en las que se gana m ucho dando m ucho. Son insoportablem ente pretenciosas y le hacen el juego al deseo de quienes quieren tenerlas todas consigo, hacer lo que quieren sin acep tar las consecuencias. U na cantidad de esos productos llega a la inmensa m ayoría de la población a diai'io, con u n efecto generalizado y uniform e. El en treten im ien to p o p u lar a p u n ta más a la uniform idád que al anoni mato. Como ya he indicado, la clase trabajadora no suele experim entar la sensación de anonim ato que quienes la observan desde fuera podrían atribuirle. T am poco creo que tenga u n a sensación de uniform idad dem a siado fuerte; sin em bargo, todo el tiem po se le ofrecen invitaciones a u n a hom ogeneidad inconsciente. Si todavía no se h a advertido el carácter hueco de esa uniform idad, es p o rq u e se expresa en form a de invitación a participar de u n a especie de cam aradería, si bien es u n a cam aradería
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centralizada y gigante. Muchas personas reaccionan positivamente ante esa invitación p orque parece te n e r m ucho en com ún con las actitudes más antiguas de la clase trabajadora. El resultado es un alto grado de aceptación pasiva, u n a aceptación que m uchas veces es sólo aparente y todavía tiene sus reservas, pero que constituye la base pai'a ramificacio nes más peligrosas. Desde este p u n to de vista, a veces parece que el tipo de hom bre com ún que está surgiendo es el que opera, con dos o tres gesr tos sencillos, u n a m aquinaria muy compleja, y que guarda en u n armario con calefacción u n ejem plar de la últim a novela de sexo y violencia—con títulos caractei'ísticos com o Algitnas señoritas no se desvisten tan rápido-, que lee en los intervalos que le deja su p rogram a de radio “am igo”. El hecho de que el analfabetism o, m edido de acuerdo con los m étodos habituales, haya sido erradicado sólo m arca el inicio de problem as más difíciles de resolver. Se necesita u n a nueva palabra para describir la reac ción que provocan los m ateriales populares estudiados en este ensayo, u na palabra que refleje el cam bio social que se aprovecha de la alfabeti zación básica de la población. T odo esto debe analizarse con urgencia, p o r cuanto el fenóm eno está en pleno desarrollo y avanza a pasos agigan tados. El análisis de los cambios que h an experim entado las publicacio nes populares duran te los últim os trein ta o cuarenta años debería haber dejado al descubierto el dudoso tipo de vida que- prom ueven esos pro ductos, el enorm e p o d er de difusión que han adquirido y la rapidez con que se repro d u cen . El invento de la televisión es sólo u n escalón más en la escalera de la producción de en tretenim ie 11to popular; el proceso no parece te n e r m iras de detenerse si se deja que los acontecim ientos sigan su curso d en tro del m ercado. El Consejo G eneral de la Prensa lam enta lo que d en o m in a u n a “condena desm esurada” de la prensa popular, y sobre la situación general agrega: Para m an te n e r la tirada de la que d ep en d e su existencia, los pe riódicos se ven obligados a recu rrir a los aderezos que le gustan a su público y a com petir a cada m inuto con otras publicacio nes que se dirigen a un público similar [...]. Con m illones de com pradores poco cultivados en nuestro territorio, lo que sin m ojigatería puede denom inarse “prensa vulgar” tiene un lugar p ropio e im p o rtan te .192
192 Ibíd., p. 5.
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U na generalización tan rim bom bante, que funciona en parte com o justi ficación del proceso analizado en este libro, sin d uda m erece el califica tivo de “apología desm esurada”. A lo largo del p resen te ensayo no he dejado de m ostrar cóm o las nuevas fuerzas adaptan y m odifican elem entos de u n a cultura de la clase traba ja d o ra anterior, con características bastante definidas. Por cierto, algo si m ilar puede observarse en la cultura de las otras clases, dado que las n u e vas producciones se dirigen a otros públicos adem ás de los trabajadores. Esto echa luz sobre el p reten d id o surgim iento de u n a sociedad sin clases que cuestioné al com ienzo .193 A hora es posible ver que, al m enos en un sentido, somos u n a sociedad sin clases: la gran m ayoría de la población está siendo reag ru p ad a en u na única clase. La abolición de las clases se da en el plano cultural. En este sentido, las nuevas revistas fem eninas no hacen distinción, m ientras que las viejas publicaciones iban destinadas a grupos sociales específicos. Para llegar a u n público tan grande como el que precisan, las publicaciones de masas no p u ed en sino cruzar los límites que separan las distintas clases sociales. P or supuesto, m uchas de ellas resultan p articularm ente atractivas p ara la “gente com ún” (los trabajadores y la clase m edia baja). Esto no se debe a que se dirigen al público objetivo com o lo hacían las publicaciones de la clase trabajadora de décadas anteriores ni a que los productores com parten las ideas de mocráticas más halagadoras, sino a q ue ese público conform a la m ayoría de sus potenciales lectores; a que, si bien les gustaría llegar a otro tipo de público, están obligados a tom ar a este g ra p o com o base para sus ventas. Desde cierto p u n to de vista, la antigua división en clases sociales toda vía tiene vigencia. Es posible decir que el nuevo público de masas está form ado básicam ente p o r el total de 20 m illones de adultos que leen los diarios más populares, y luego señalar que, sin em bargo, esos diarios son diferentes en algunos aspectos, que p u e d e n pensarse en u n sentido am plio com o publicaciones p ara la clase trabajadora o para la clase m edia o m edia baja. Si bien esto es cierto, sólo sirve para subrayar la tendencia general. Antes de la guerra, podía hablarse en térm inos razonables de unos seis u ocho periódicos populares que estaban en u n mismo nivel en cuanto a su eficacia. Si continúa la tend en cia actual, pro n to debere
193 Es d e su p o n e r q u e el gran grupo cen tral q u e los publicistas tienen en la m ira se c o rre sp o n d e, a g randes rasgos, con los den o m in ad o s grupos D-E en el HRS, a los q u e a veces se agrega C. Los g rupos D-E constituyen el 71% de la población; con el agregado de C, sum an.el 88%.
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mos hablar de dos o tres. La concentración h a avanzado m ucho, pero se ha detenido en la única división social que im porta en la actualidad: la división entre la clase trabajadora y la clase m edia. Sin em bargo, al leer estos periódicos qu ed a claro que las diferencias son en b u ena m edida superficiales, sobre todo divergencias e n el tono y en las “características”. Sin duda, son diferencias que im p o rtan a los lectores; en lo referente a los efectos, im portan m enos que las sim ilitudes, que el hecho de que las form as de la cultura que cada periódico representa, las ideas que lo fundam entan y que prom ueve, son en esencia las mismas. La clase sin distinción de clases que está surgiendo será u n a com binación de estos dos públicos; actualm ente se apoya en u n a distinción que pierde sentido año tras año. M uchos factores contribuyen a esa pérdida. A los que ya hem os m encionado podem os agregar otra form a de interacción posible entre la m ejora de las condiciones m ateriales y la p érd id a cultural: pro bablem ente, es más fácil integrar a la clase trabajadora en un a clase sin características culturales definidas cuando h a n desaparecido las presio nes económ icas que hacen que tengan im portancia la p ertenencia y la lealtad a los grupos conocidos. No hay d u d a d e que m uchas de las viejas barreras que separan las clases sociales d eb en ser derribadas. Pero, en la actualidad, la cultura de clase más antigua, m ás restringida pero tam bién más auténtica, está desapareciendo p a ra d ar lugar a la opinión de masas, los productos del ocio de masas y las reacciones em ocionales generali zadas. Poco a poco, el m undo de los cantantes de barrio cede terreno ante el avance de la típica m úsica p a ra bailar que pasan en la radio, los cantantes melódicos, los espectáculos d e variedades televisivos y la radio comércial. El tipo uniform e nacional que la p ren sa popular contribuye a foijar se inscribe a su vez den tro del tipo uniform e internacional que presentan las películas de Hollywood. Las viejas form as de la cultura de clase corren el riesgo de verse reem plazadas p o r u na cultura sin clases -o , com o la describí anteriorm ente, “sin ro stro ”- em pobrecida. No es posible sino lam entar la pérdida. Para finalizar, quisiera agregar que, d u ran te la escritura de este ensayo, ha quedado claro (espero que tam bién para el lector) que el análisis alcanzaba tam bién a cuestiones más com plejas que las que abordé en for m a directa; p o r ejem plo, cuestiones filosóficas. Son temas que no estoy capacitado para tratar en profundidad. Para trabajar mi propia parcela, me pareció adecuado d ar p o r sentadas ciertas ideas generales, las sufi cientes para utilizar térm inos com o “d e c e n te ”, “aceptable”, “saludable”, “serio”, “valioso”, “p o b re ”, “debilitante”, “superficial” o “banal” sin nece
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sidad de definirlos más allá de su ilustración en el texto. Lo que presento aquí e s una visión personal de algunas de las tendencias que observo en la situación cultural actual, tom ando com o base tanto mi experien cia personal com o mis intereses académicos; esa visión sólo puede ser una contribución a u n debate más amplio, u n diagnóstico personal que ofrezco para su som etim iento a u n exam en riguroso. T am bién surgen m uchos interrogantes más específicos, relacionados con la acción directa en la situación actual; por ejem plo, preguntas sobre el alcance y la naturaleza de la intervención oficial aceptable en m ate ria cultural en u n Estado dem ocrático. Esas preguntas no son fáciles de responder, y tal vez la única respuesta posible sea de tipo pragm ático, c u a n d o llega el m om ento de tom ar decisiones concretas (por ejem plo, en el caso de la televisión com ercial). Sin em bargo, puede ser de utilidad in c lu ir un par d e com entarios acerca de las actitudes generales frente a esos interrogantes en la actualidad. En m i opinión, m uchas de las personas que conocen algo del proce so descrito aquí tienen excesiva tolerancia con él. Muchos piensan que “co n o cen todos los argum entos sobre la degradación de la cultura” y se lo tom an co n dem asiada tranquilidad. A veces adm iten que tienen la placentera habilidad ele hacer incursiones ocasionales p o r los barrios bajos d e la cultura, que de vez en cuando disfrutan de leer tal revista o ver tal program a. Me p reg u n to con cuánta frecuencia esa tranquilidad proviene del hecho de que, aunque conozcan todos los argum entos, no están realm ente familiarizados con el material, no tienen un conoci m ien to profundo y sistemático del entretenim iento de masas que llega a los hogares d e la m ayoría de las personas día tras día. Así sí es posible vivir e n una especie de to rre de marfil, sin ten er verdadera conciencia de la m agnitud d el asedio e n los ah'ededores. Com o ya he adm itido, d efin ir los límites de la libertad en cada caso particular es sum am ente difícil. Pero m uchos de nosotros estamos tan preocupados p o r los avances del autoritarism o que dejamos de lado el problem a de la definición. M ientras tanto, la libertad respecto de la in tervención oficial de q ue se goza en sociedades com o la nuestra, sum ada a la tolerancia q u e alegrem ente m anifestam os todos nosotros, parece po sibilitar el desarrollo de la cultura en u n sentido peligroso, tan peligroso com o lo que nos escandaliza de las sociedades totalitarias. Creo que lo m ejor para concluir este libro es añadir una observación sobre la naturaleza p articularm ente personal de la crisis que hem os anali zado. Esto se ilustra de m an era clara y concisa en el com entario repetido con frecuencia de que, si bien los trabajadores siguen siendo explotados,
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al m enos ahora se busca su consentim iento. Las presiones del entorno y el p o d er de persuasión son im portantes pero no irresistibles, y abundan los ejemplos de libertad de acción. En m uchos aspectos, la clase trabaja d o ra da su consentim iento con m ucha facilidad, pero eso se debe a que cree que en realidad está dando su aprobación a ciertas ideas fundam en tales que tradicionalm ente h an estado asociadas con el perfeccionam ien to del espíritu y de la sociedad. Esas ideas tienen u n origen m oral, y ese aspecto no está m uerto todavía. El igualitarism o dem ocrático tiene uno d e sus fundam entos en la idea de que todos somos iguales en un sentido m ucho más valioso; la libertad sin límites debe m ucho a la idea de que debem os hacernos cargo de las decisiones que tom am os y el cam ino que elegimos; la aparente falta de valores de u na m ente abierta se relaciona e n parte con el rechazo al fanatism o, la negación a dejar que el corazón (“el corazón que siente”) “se convierta en p ied ra”. Las elecciones, enton ces, deberían estar más claras hoy que hace unos años, pues se parte de u n campo más am plio y con m enos obstáculos m ateriales. Todo eso es muy alentador. Y podría ser que u n a cierta distorsión ele im agen fuera inevitable en esta etapa del desarrollo de una dem ocracia cada vez más centralizada y com petente desde el p u n to de vista tecnoló gico, que no obstante p reten d e seguir siendo una sociedad libre y “abier ta”. El problem a, sin em bargo, es serio y urgente; ¿cómo hacer que esa libertad continúe teniendo sentido m ientras el proceso de centralización y desarrollo tecnológico sigue su curso? Se trata de un reto muy compli cado porque, incluso fren te a la pérdida de b u en a parte de la libertad individual, la nueva gran clase sin distinción de clases no lo sabría: sus m iem bros seguirían pensando que son libres y recibiendo el mensaje de que, en efecto, lo son.
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— Usted ha descripto su actividad como la de un hombre que — voy a citarlo— “combina la enseñanza de la literatura con un interés en el cambio cultu ral”. ¿Cuál sería la extensión, naturaleza y necesidad de esta combinación? Empecé como profesor de literatura y luego mi interés fue dirigiéndose cada vez más hacia sus conexiones culturales. Al mismo tiempo, no me satisfacían las que se establecían en los cursos normales, tradicionales, sobre literatura. Cada vez que enfrento un texto, me planteo un conjunto de preguntas que no son las que se refieren necesariam ente a ediciones, precio, editores, mercado, sino más bien las de este tipo: si u n hom bre escribe una novela, ¿qué tonos de voz usa y qué nos dicen estos sobre el público que él presupone? ¿Cuál es el conjunto de ideas y creencias que com portan sus metáforas o sus caracterizaciones? ¿Cuáles son sus presupuestos sobre la naturaleza de la sociedad y la form a del m undo que habita? ¿Qué estructura del m undo subyace a todo esto? Me parece que, si se plantean cuestiones de esta clase a los novelistas m odernos - a Greene, a Lawrence-, se puede llegar a conocer muchísimo sobre la visión del m undo que proyectan en sus lectores, y la que tratan de presentarles, las cosas que ignoran y que son tan importantes como las que incluyen. Todo esto surge de sus tonos de voz, de sus omisiones, de sus metáforas, tanto como de lo que se expone conscientemente. N unca estuve demasiado interesado p o r lo que puede llamarse la “m ecánica estética” de la literatura. Sí m e interesa la forma en que los hom bres com unican su sentido del m undo y sus valores. Y allí está la explicación del pasaje, del deslizamiento que usted señala. — Conectado con esto, usted ha tenido una larga y fructífera experiencia en la enseñanza de literatura de adultos.194 A partir de ella, me gustaría que expli
194 De 1946 a 1959, H oggart en señ ó litera tu ra en el D epartam ento de Educación de la U niversidad de H ull. Su ex p erien cia es recogida en varios de sus ensayos d e Sealdng lo each olher (1970).
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cara de qué maneras la literatura puede ser comprendida fuera de los círculos académicos. Mi experiencia en la enseñanza de adultos, en G ran Bretaña, m e indi ca que u n n ú m ero m ucho mayor de personas del que habitualm ente suponem os tiene disposición para la apreciación literaria. Tendem os a pensar que sólo los universitarios o quienes h an recibido u n a educación superior gustan realm ente de la literatura. Si se aborda la educación de adultos a p artir de esta presunción, se llega a ella con la actitud de cortar todo en p equeñas porciones, en pedacitos, com o u na m adre que alim en ta a su hijo. Y p o r lo tanto, se es condescendiente. O tra posibilidad al en fren tar a u n grupo de adultos de origen obrero es ofrecerle solam ente la literatura que, desde el p unto de vista del p ro fesor, es adecuada a lo que él supone que es la experiencia del grupo; e inevitablem ente se la subestim a y se les proporciona literatura de se gundo orden. Se p ro p o n en , m uchas veces, libros sobre lo que se supone que es la experiencia de la com unidad obrera y, por lo general, obras de dudosa calidad. Siem pre m e negué a esta actitud. Creí y creo que si uno se acerca a estos grupos de la m anera adecuada, son capaces de u n a com prensión m u ch o más rica que la que se les adjudicó en u n prim er m om ento; más aún, que p u ed en llegar a ser más sensibles y perceptivos que sus profesores. Si todo esto es cierto y si tam bién es cierto que la m ejor literatura es la más p en etran te de la experiencia hum ana, sea cual sea la clase de d onde provenga o el lector que la aborde, sólo la m ejor literatura es la apro piada para esta enseñanza de adultos de origen obrero. Por lo demás, tienen derech o a ella. P or lo tanto, si se trata de la novela del siglo XIX, en vez de buscar obras de segundo o rden con de temas y situaciones obreras, voy d irectam ente a Dickens, porq u e además, Dickens p ro p o r ciona u n a perspectiva más rica de la vida de su época y de la vida social que las novelas de “clase ob rera”, precisam ente p o r él hecho de que es u n novelista excelente. La m ejor p rueba, en mi opinión, p ara una clase de literatura de este tipo es que las personas se enfrenLen con los m ejores textos y los más difíciles de toda la literatura inglesa: Rey Lear, p o r ejem plo, con toda probabilidad la obra más com plicada de Shakespeare. U na pauta de que las cosas iban bien era que los estudiantes acordaran, en p rim er lugar, estudiar Rey Lear. Y en segundo lugar si, al hacerlo, íbamos cada vez más despacio, sacando cada vez más cosas de su texto. En tercer lugar, si las intervenciones y las disertaciones escritas de los estudiantes indicaban
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que se había dem itologizado el tema, que se lo había arrancado de las comillas del estudio académico. Y al term inar con ese entrecom illado, aparecían cosas inesperadas, porque la experiencia de esos adultos es rad icalm en te nueva y d iferen te de la de los estu d iantes universitarios. — En uno de sus ensayos usted define el arte como una forma de exigente compromi so, que— creo— presupone lo social. También usted ha afirmado que la literatura “ilumina a la sociedad”. Ambas proposiciones son, en mi opinión, correlativas. La pregunta seria sobre cuáles son las modalidades en las que la literatura se compro mete e ilumina lo social. De todas las m aneras posibles. Me he p reguntado m uchas veces p o r qué u n hom bre se p one a escribir. Creo que básicam ente porque quiere lle gar a e n te n d e r sus propias experiencias y, sólo en u n segundo m om ento, para com unicar a otros su texto. Puede parecer que lo que se escribe es, en apariencia, no social, pero siem pre revela m ucho sobre lo que se pien sa y las nociones que se tienen sobre la sociedad. D. H.-Lawrence dijo -y la frase m e parece maravillosa-: “No confíes en el narrad o r, confía en lo n arrad o ”. Si u n escritor afirm a que escribió su libro para m ostrar tal o cual aspecto de la sociedad o de la vida, no hay que creerle necesariam ente, porq u e su novela p u ed e revelar más de lo que él cree o sabe. Y lo que revela pu ed e estar en contradicción con lo que piensa que está revelando. Le daré u n ejemplo: G raham Greene, un caso m uy interesante. Conscientemente, G reene es u n creyente, y consciente mente cree en la salvación. Pero, en realidad, en sus novelas (y creo que él estaría de acuerdo con esto), lo que aparece más fuertem ente que el sen tim iento de u n a salvación posible es el de u n a condena: tiene un sentido m ucho más poderoso del h o rro r y del mal que de la salvación. “No confíes en el narrador, confía en lo n arrad o ”. ¿Y qué es lo narrado? El sentido de la experiencia personal, familiar, la presión de la política, el sentido de u n a nacionalidad. Aun cuando parece que se escribe sobre lo más trivial, se mezcla con lo social* hasta un grado que es im prescindible captar. Y pienso en o tro ejemplo: u n excelente crítico estadounidense, Jam es Agee, m uerto aún joven. Escribió u n a novela que, no me cabe la m en o r duda, surgió de la absoluta necesidad de escribirla. Se llama Muerte en la familia, y trata sobre u n viajante de com ercio que, al volver a su casa, se m ata en u n accidente carretero, y toda la novela consiste en la reacción de la familia. La im presión principal, particularm ente em o cionante, es que Agee dijo: bueno, así es un im pacto de este tipo. En un sentido, es u n a novela extrem adam ente personal y cerrada. Pero en otro,
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si se la lee con cuidado, prestando oído a sus tonos, a todos sus detalles (no sólo a los más evidentes), a todos los presupuestos sobre el valor de la familia, a todas las expectativas, y a la desdicha al enfrentar la m uerte, se captan experiencias sociales y culturales profundas. Y en este sentido, nin g u n a novela p u e d e dejar de ser im po rtan te desde la perspectiva de su ubicación frente a lo social. — E n uno de sus ensayos de Speaking to each o ther, “Una cuestión de tono”, usted realiza un trabajo de análisis textual que resulta en una relación entre for mas y valores. ¿Podría explicitar ahora esa misma relación ? No estoy espontáneam ente inclinado hacia u n interés p o r la form a, y en este aspecto debo vigilarme con m ucho cuidado porque tiendo a no con siderarla con la d ebida atención. Y cuando pienso ál respecto, debo em pezar diciendo: la literatura no es sociología, no es u n m ero com entario sobre la naturaleza de la vida ni de la sociedad, sino que tiene que ver con la form a. La cuestión form al es sin d uda u n a de las más arduas, pero hay que com enzar recalcando que u n poem a es u n poem a y no otra cosa; que es,, precisam ente, u n a forma. W. H. A uden decía (y creo que estoy de acuerdo con él) que la literatu ra y el arte en g eneral surgen de u n deseo hum ano de construir formas, libres, gratuitas, construidas p o r sí mismas, y que existen y se justifican p o r p ro p io derecho. Pero además, la literatura es palabras, y las palabras tienen significados que extienden sus raíces hacia la sociedad. P or eso A uden llegó a esta definición que me parece espléndida: “Todas las artes son juegos, p ero la literatura es sobre todo u n juego de conocim iento”. Y A uden continuaba: si nos acercamos a la literatura para encararla sólo com o ju eg o , perderem os seguram ente el conocim iento. Se empieza, en efecto, con cuestiones que se relacionan con la forma. La segunda p re g u n ta -q u e es muy difícil de contestar- sería la siguiente: ¿existe alguna com patibilidad inh eren te en tre la form a y el significado, el ju eg o y el conocim iento? ¿Existe u n a form a adecuada que sea realm ente inevitable? Solíamos decir que sí. R ecuerdo u n a frase de T. S. Eliot en la que explicaba que el poem a era com o u n a ja rra sobre cuya superficie em pujaba com o u n gas, com o u n líquido, la experiencia, y de esta presión surgía la form a del poem a. Es u n a frase herm osa, pero no estoy seguro de que. sea verdadera. Antes yo afirm aba que ciertas cosas no podían decirse en cierto tipo d e verso, que no po d ía escribirse una tragedia en verso jocoso. Pero he encontrado pruebas de lo contrario: Thomas Hardy, por ejemplo, no p o rq u e fuera un poeta extrem adam ente audaz, sinó porque
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era, posiblem ente, u n poco a la antigua, escribió algunos de sus poemas más trágicos en estilos que, considerados exteriorm ente, habrían provo cado u n com entario más o m enos así: “Pero usted no p uede escribir sobre esto de esta m an era”. Su form a es increíblem ente banal, pero, a través de alguna curiosa alquimia, la banalidad enaltece el sentido trágico. La tra dición inglesa, p o r lo demás, no está dem asiado interesada en cuestiones formales (como lo está la francesa, p o r ejem plo). A unque exista Joyce en esa tradición, que significó la ru p tu ra absoluta de los límites de la novela, ru p tu ra que surgió de u n a necesidad de m anejo in terno de su material, más que de una presión formal. Por otra parte, cada vez que escribo, descubro que m e estoy intere sando progresivam ente en los problem as de la form a. Y le diré p o r qué: la form a más fácil y al mismo tiem po más difícil es aquella en la que nada se ha heredado; en mi opinión, es más fácil escribir u n a novela que algunos de los ensayos que yo mismo he escrito. Si se escribe un libro como The Uses ofLiteracy, donde yo realm ente dije: “M iren, debo exponerm e a m í mismo, quiero hablarle a usted y quiero que usted sea consciente de los tonos de m i voz, no quiero recu rrir a tonos aceptados”, si se hace preci sam ente esto, uno se convierte en algo desnudo y vulnerable. Porque al mismo tiem po que se rechazan los com prom isos formales, se rechazan sus defensas. En este m om ento estoy encarando mi autobiografía, y mi tiem po está más y más dedicado a cuestiones formales: quiero preguntar m e cuál ha sido la form a de mi vida, cuáles son sus presiones recurrentes, cuál la form a de mis odios, mis am ores y mis m iedos y cuánto de todo esto habla de m í y cuánto de la sociedad; cuáles son los puntos de mi vida más reveladores, p o r qué vuelvo u n a y otra vez sobre tal m etáfora... — Su obra, o parte de ella, está constituida por e?tsayos que desafían los mismos límites del género y de su tipo de exposición. En la edición francesa de T he Uses o f Literacy, fean-Claude Passeron cree necesario decir que el libro es muy difícil de clasificar en la literatura antropológica o en la de sociología cultural. Afimia que la primera parte puede describirse como “estudio de costumbres”, y la segunda, como “un ejercicio de método”. Pienso que tiene razón al suponer su actividad, en esa obra, como etnológica. Quiero conocer su punto de vista sobre este tema. Le voy a contar u n a historia. Mi p rim er libro fue sobre W. H. Auden. Y no era u n mal libro. Tuve suerte ele p o d e r escribirlo siendo yo tan joven. Me fue posible porq u e em pecé a hacerlo inm ediatam ente después de la guerra y los departam entos universitarios de inglés estaban atravesando una situación especial. Me gané cierta agradable reputación y com encé
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a ser considerado como alguien que podía m erecer algunos ascensos. Pero entonces decidí que quería escribir un libro cuyo tipo no existía en inglés: u n libro sobre algunos aspectos de la cultura de masas usando, com o dice Passeron, los m étodos de la crítica literaria y analizando m ate rial que la gente de los departam entos de literatura no discutía jamás. C uando lo com encé, sentí progresivam ente u n a creciente insatisfacción con sus presupuestos y con su form a. U no de estos presupuestos es que la literatura de masas dice m ucho sobre la gente que la consum e. Pero la gente que la consum ía era mi gente, la gente de m i propia familia. Me fui convenciendo así de que no pu ed e hablarse de literatura de masas sin hablar de la gente que la consum e y el m undo en que ella vive. Por eso la prim era m itad de The Uses of Literacy se convirtió, entre otras cosas, en u n redescubrim iento de mi propio pasado. De esta form a, com encé a escribir u n libro sobre cultura de masas y term iné escribiendo sobre el cambio cultural, la vida obrera. P o r eso es u n libro heterogéneo, que parece no p e rte n e c er a nin g u n a parte. Se m e aconsejó que no lo publicara, que arruinaría mi carrera como profesor. Lo p ubliqué pero, a decir verdad, con la d uda rodeándolo. El libro sobrevivió y, con u n a o dos excepciones, los antropólogos y los so ciólogos lo recogieron con hospitalidad. Passeron me habló de su intro ducción a la edición francesa y de sus objetivos en ella: en el cam po de la política académ ica, lo que Passeron quiere es que los antropólogos y los sociólogos franceses tom en conciencia del fenóm eno concreto que les p resen ta este libro. Passeron piensa que ningún francés p o d ría haberlo escrito y cree q ue es necesario dar u n a batalla sobre lo concreto en las ciencias sociales. En París m e en co n tré u n día con Lévi-Strauss, quien me dijo: “U sted es más antropólogo q ue yo”. Y creo que si m i vida em pezara de nuevo, sería an tro p ó lo g o ...