La tragedia de nuestro tiempo : la destrucción de la sociedad y la naturaleza por el capital 8416421692, 9788416421695


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Índice
Prólogo. Cartografiando el sinsentido, por Luis Enrique Alonso
Introducción
Parte I: Un capitalismo que se apaga
Capítulo 1. El atasco del capital productivo y sus consecuencias
1.1 La dilución del trabajo asalariado
1.2 Acentuación del despotismo de las relaciones laborales
1.3. Redefinición de la composición del Trabajo y de la relación Capital-Trabajo
Capítulo 2. Una forma parasitaria (y ficticia) de huir de la crisis: el capital a interés
Capítulo 3. Una forma mafiosa (y suicida) de huir de la crisis: la apropiación de la riqueza social o autofagocitación
Capítulo 4. El paroxismo de la subsunción real del Trabajo al Capital: eso que llaman «capitalismo cognitivo»
4.1. La invaluable contribución de las infotecnologías
4.2. El impedimento del Común
Capítulo 5. Explotación Amplia y Desposesión generalizada: enfermedades oportunistas de la degeneración que terminan agravándola
5.1. La naturaleza social abstracta
5.2. La expropiación del tiempo concreto de vida
Parte II: No hay economía sin sociedad el difícil camino de la reconstrucción social
Sección Primera. No hay economía sin sociedad
Capítulo 1. La inviabilidad de la sociedad
Sección Segunda. El difícil camino de la reconstrucción social. Consideraciones políticas
Capítulo 2. La materialidad de la conciencia
2.1. La debilidad de las estructuras
Capítulo 3. La permanencia de la hegemonía
3.1. Clase dirigente y metabolismo capitalista. Hegemonía para la dominación
3.2. Hegemonía para la emancipación
3.3. Sobre los sujetos de la hegemonía
Parte III: Ni economía ni sociedad existen fuera de la naturaleza la reconstrucción del medio socionatural: de la naturaleza social abstracta a la sociedad-naturaleza concreta
Introducción
Capítulo 1. El medio socionatural
Capítulo 2. El negavalor
Capítulo 3. Final. La reconstrucción del medio social se co-implica con el proceso de rehacer el medio natural. Las reapropiaciones ineludibles
Apéndice
Algunas consideraciones sobre el valor, la agencia del capital y las posibilidades de transformación social
1. Las condiciones impersonales de dominación
2. Las condiciones agenciales de dominación
3. Para pensar la transformación social. Los sujetos
4. Para pensar la transformación social. Los planos
5. Para pensar la transformación social. Las vías
Bibliografía citada
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La tragedia de nuestro tiempo : la destrucción de la sociedad y la naturaleza por el capital
 8416421692, 9788416421695

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LA TRAGEDIA DE NUESTRO TIEMPO LA DESTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD Y LA NATURALEZA POR EL CAPITAL Análisis de la fase actual del capitalismo

ANDRÉS PIQUERAS

PRÓLOGO DE LUIS ENRIQUE ALONSO

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La tragedia de nuestro tiempo : La destrucción de la sociedad y la naturaleza por el capital / Andrés Piqueras ; prólogo de Luis Enrique Alonso. — Barcelona : Anthropos Editorial, 2017 XII p. 194 p. ; 24 cm. (Cuadernos A. Temas de Innovación Social ; 49) Bibliografía p. 179-191 ISBN 978-84-16421-69-5 1. Sociología del trabajo 2. Economía política 3. Sistemas y estructuras económicas 4. Historia social 5. Naturaleza - Aspectos económicos y sociales I. Alonso, Luis Enrique, pról. II. Título III. Colección

Primera edición: 2017 © Andrés Piqueras Infante, 2017 © Anthropos Editorial. Nariño, S.L., 2017 Edita: Anthropos Editorial. Barcelona www.anthropos-editorial.com ISBN: 978-84-16421-69-5 Depósito legal: B. 22.740-2017 Diseño, realización y coordinación: Anthropos Editorial (Nariño, S.L.), Barcelona. Tel.: (+34) 93 697 22 96 Impresión: Lavel Industria Gráfica, S.A., Madrid Impreso en España - Printed in Spain Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia. com; 917021970/932720447).

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A Isabel. Por todo.

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Prólogo

Cartografiando el sinsentido

Vender mercancía, para vender mercancías, para vender mercancías… Acumular capital, para acumular capital, para acumular capital… En esos bucles de sinsentido se cifra la organización de la vida social bajo el capitalismo. En tal jaula seguimos encerrados. JORGE RIECHMANN, 2017

Es paradójico que después de que hayamos sufrido una crisis de proporciones gigantescas que ha producido costes sociales enormes, las políticas económicas hegemónicas no hayan variado un ápice su interpretación sobre el sistema económico y la eficiencia de los mercados desregulados y el «más de lo mismo» haya sido el discurso oficial de todas las instituciones, formales e informales, del capitalismo actual. Hemos ido viviendo así los desgarradores efectos de un conjunto de recetas tan simples como agresivas contra el tejido social. El llamado neoliberalismo ha seguido desplegando sus estrategias convertido en santo y seña intelectual de nuestro tiempo, aunque haya demostrado que sus prácticas encierran a las sociedades occidentales en callejones sin salida y bloqueos cíclicos cada vez más recurrentes, de tal manera que en el colmo de la parálisis de la razón política la forma de tratar de atajar la crisis ha sido utilizando, mínimamente corregidas, las rutinas cognitivas que habían provocado el colapso. La financiarización del último desarrollo capitalista ha generado todo tipo de burbujas, exuberancias y conductas especulativas depredadoras, mientras que el recurso permanente a la tecnología se ha convertido además del principal factor de legitimación de todas las prácticas capitalistas, en el único vector admitido por el pensamiento único liberal, de cambio social, de tal forma que se considera que la tecnología progresa por una fuerza neutral y positiva (sin intereses incrustados) y a la sociedad no le queda más remedio que adaptarse a sus designios, que no son otros que el de la máxima rentabilidad capitalista. Este hipercapitalismo mutante —la brillante conceptualización es del propio Andrés Piqueras—, ha actuado como un agresivo sistema de desposesión de recursos sociales y naturales, absorbidos y concentrados en la esfera del capital. Si el primer paso de esta desposesión radical fue privatizar las formas de capital público constituidas en la era keynesiana, el paso siguiente ha sido construir un sistema de apropiación de la riqueza social y natural en el que la subordinación absoluta del trabajo al capital y de la naturaleza a la producción mercantil se ha generalizado, mundializado y, además, convertido en economía moral y regulador ideológico general de la vida de la población universal. IX

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Andrés Piqueras nos entrega con este libro una caja de herramientas bien calibradas para analizar la actual fase de desarrollo capitalista. Detrás de lo que parecen simples medidas coyunturales, actuaciones políticas defensivas o propuestas «naturales» para mantener en marcha el orden capitalista, Piqueras descubre una lógica implacable de ataque a la sociedad y a la naturaleza por parte de un capital cada vez más voraz pero, a la vez, más necesitado de socavar con mayor intensidad sus bases de acumulación y, por tanto, de supervivencia. Por mucho que quieran presentarnos los economistas estándar, los políticos convencionales o los medios de comunicación dominantes, la idea de que el capitalismo además de ser la única opción social posible tiene en su eje constitutivo una racionalidad esencial, que coyunturalmente se extravía y produce estampidas y bloqueos (con víctimas, eso sí), pero que vuelve pronto a su rendimiento con unas cuantas medicinas amargas (austeridad, control del déficit, bajada de salarios, recortes sobre derechos sociales, etc.); en el fascinante libro que el lector tiene en sus manos se nos muestra con feroz contundencia que las lógicas subterráneas de la acumulación del capital no tienen buenas noticias a medio y largo plazo para nuestra convivencia social y menos aún nuestro contexto medioambiental. Piqueras desmonta con cuidado de relojero los mitos construidos a lo largo del ciclo neoliberal y de la larga crisis financiera de nuestro siglo. Siguiendo la estela de sus libros anteriores, del que este más que una continuación es una superación, el autor nos lleva por lo económico, lo social y lo natural de una manera entrelazada y articulada, encontrando sus puntos de contradicción pero también de articulación; frente a los ejercicios de ortodoxia académica, volcada a producir microartículos reproductivos y anodinos que dominan nuestra práctica académica (papers alimenticios y sin alma con la única misión de producir currículums máximamente adaptados a la ideología dominante de las clases académicas, dominantes); nos encontramos aquí con la esforzada tarea de pensar y exponer toda una obra crítica, coherente, ambiciosa en su objeto de conocimiento y completa en su misión de realizar un análisis no convencional de las dinámicas que arman un modo de producción capitalista, a la vez que su modo de regulación institucional, generado tras el ciclo neoliberal. Nada de superficial hay en este libro, su enfoque es justamente el contrario, observar que tras las dinámicas supuestamente más novedosas (o engañosas) del capitalismo «cognitivo» actual con su alta propensión a disfrazar sus resultados bajo todo tipo de recursos semánticos en torno a la idea de una «nueva economía» que deja atrás las contradicciones, conflictos y costes sociales menos presentables de la sociedad industrial clásica, en realidad lo que nos encontramos es una intensificación y profundización del modo de producción capitalista y sus temibles resultados proyectados sobre la población, la vida y la naturaleza. El enfoque de Piqueras en este libro es de un rigor analítico y una sistematicidad en la construcción de su objeto de conocimiento que le da una precisión casi cristalográfica. Pocas veces puede encontrar el lector un desmontaje tan clarificador de las estructuras de dominación del capitalismo tardío en todas sus dimensiones y, a la vez, una indagación tan aguda sobre los actores sociales que toman la dimensión de sujeto en el conflicto social contemporáneo. Agencia y sistema, actores y estructuras, acciones y efectos objetivos se entretejen en las explicaciones del libro ofreX

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ciendo un panorama totalizador —que no totalitario, como tantas veces nos encontramos en el debate intelectual contemporáneo— del funcionamiento de la etapa actual del capitalismo, que lejos de ser superación o discontinuidad del capitalismo clásico es, precisamente, su profundización y expresión más genuina (por destructiva y depredadora). La implacable lógica que estructura toda la obra va desplegando un análisis pormenorizado del capitalismo desde la destrucción de las fases colectivas del proceso de trabajo hasta la desposesión de la vida misma, de la fantasmagórica del capitalismo cognitivo a la privación (y privatización) del Común. Igualmente se abre una parte monográfica sobre el sistemático ataque de la economía a la sociedad en términos de las bases sociales del conflicto, las confrontaciones ideológicas y la construcción de los discursos hegemónicos y sus agentes activos. Se introduce, asimismo, la naturaleza en el marco de la explicación de las nuevas dinámicas del modo de producción capitalista; aquí la originalidad de las aportaciones es en algún momento deslumbrante, nos hace encontramos con la argumentación de lo socionatural como una unidad concreta indisoluble e históricamente articulada (frente a una idea de naturaleza abstracta y desconectada que preside el relato convencional). La idea del negavalor como efecto perverso pero imprescindible para la producción tal y como se realiza en su forma actual que, sin embargo, destruye las fuentes de posibilidad y renovación del valor futura. Hay también una potente reflexión sobre la reapropiación conjunta y revaloración de lo social y lo natural como estrategia imprescindible de oposición de un universo de sentido social y popular a las lógicas de la expansión y profundización mercantil cada vez más descontextualizadas. La reflexión final en la que se articulan los conceptos más estructurales con las posibilidades de cambio y transformación social, desde la hegemonía, la plasticidad y capacidad de agencia de la dominación hasta las posibilidades alternativas de los movimientos sociales. La enorme trayectoria de Andrés Piqueras en el estudio de los movimientos sociales se vuelve aquí una reflexión estratégica —que no está exenta de todo el rigor analítico que atraviesa la obra en su conjunto— sobre los sujetos, políticas y posibilidades de transformación social. Que el lector ponga buena atención a estas páginas porque pocas veces encontrará un texto tan lejos de la nostalgia de los planteamientos teóricos y políticos en los que la izquierda tradicional se había socializado (y que hoy resultan tan imposibles como ineficaces), como de cualquier idealismo de la nueva política o del lenguaje que en los últimos años hemos abrazado con cierto entusiasmo —biopolítica, empoderamiento, multitudes, etc.—, pero que hay que poner en práctica siempre en un marco de especificaciones objetivas en que se desenvuelve el conflicto social en esta era del capitalismo. En fin, frente a las naderías postmodernas, tan fascinadas por los pequeños relatos como legitimadoras del orden neoliberal dominante, o los más interesantes, pero igualmente paralizantes a nivel social, estudios culturales contemporáneos (desplegados luego en todos los marcos académicos y disciplinarios posibles), Andrés Piqueras emprende aquí un análisis no solo cultural como no es habitual, sino económico, político y social de la gran onda expansiva del capitalismo neoliberal (y de sus crisis y contradicciones), onda que se ha convertido igualmente en un metarrelato totalitario y en muchos momentos monstruoso de justificación para la XI

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destrucción de las bases colectivas y naturales de la vida misma. El esfuerzo que ha hecho el autor para desmontar estos metarrelatos neoliberales a base de un programa de investigación que es capaz de poner en evidencia sus lógicas más ocultas merece ser leído con atención, además de ser un inmenso placer intelectual es una buena guía sobre los obstáculos, pero también las posibilidades de una acción política transformadora. No es poca cosa encontrar un mapa trazado con tanta pulcritud y precisión de nuestra condición contemporánea, de los bucles de sinsentido en que habitamos y de los que nos urge encontrar salidas. LUIS ENRIQUE ALONSO

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Introducción

He intentado en las páginas que siguen proporcionar algunos datos, elementos de análisis y reflexión sobre la fase actual del capitalismo, ese sistema que, sin precedente histórico, ha logrado unir a su suerte la de la humanidad entera. Vivimos, como el título del libro indica, un momento trágico, de extrema gravedad, en el que sin apenas darnos cuenta estamos presenciando probablemente el paso de un modo de producción a otro (u otros), todo un profundo cambio civilizatorio e incluso la desestabilización de las propias posibilidades de mantenernos en nuestro hábitat. Este tránsito en el que nos lo jugamos todo, un interregno en términos gramscianos, podría ser visto como un «horizonte de sucesos» para las leyes de la física, «un período de gran inseguridad en el que las cadenas habituales de causa y efecto ya no están en vigor y, acontecimientos inesperados, peligrosos y grotescamente anormales pueden ocurrir en cualquier momento» (Streeck, 2017: s/n). Sin embargo, en el ámbito de lo social no hay tal punto de indeterminación y de derrumbe de leyes. No todo es posible, y lo probable en realidad se reduce a un relativamente corto abanico de opciones. Las nuevas maneras como se (des)articulan las sociedades, como se reestructuran los poderes, como se redefinen las relaciones sociales, las nuevas formas de ser sujetos (en ambos sentidos del término) o de intervenir en la regulación de la vida en común (eso que se llama «Política»), no son aleatorias, sino que acompañan a la metamorfosis de un modelo de regulación-dominación social que ya no sirve al nuevo régimen de (des-)acumulación que ha iniciado el capitalismo histórico. Partiendo de estas consideraciones, resulta alarmante la falta de respuestas científicas proporcionales al dramático decurso que arrastra este modo de producción, y la aún mayor carencia de previsión de sus momentos de explosión (crisis) por parte de las diversas vertientes más o menos ortodoxas o dominantes de la ciencia social. Solo el materialismo histórico-dialéctico, sobre todo cuanto más abierto ha estado a la epistemología ecologista, ha sido capaz de ofrecer claves estructurales de análisis y tendencias verosímiles del capitalismo realmente existente. Pero desde que Mandel (1979, 1986) realizara el estudio de lo que llamó «capitalismo tardío», pocos análisis de fase rigurosos y de vasto alcance se han hecho, subsumida la ciencia social crítica, como los agentes sociales, en el magma hegemónico del «capitalismo triunfante» de los años noventa, que parecía haber llegado al «fin de la historia» para perpetuarse indefinidamente en un (bajo toda lógica absurdo) crecimiento sin fin (irónicamente, la caída de la URSS fue un acelerador de la degeneración capitalista, porque propició el abandono del «sistema inmunitario» que las luchas de clase proporcionan a todo sistema, y especialmente al capitalista, al obligarle a entrar en cierta razonabilidad y a hacer concesiones que a la postre le salvan de sí mismo —de su voracidad destructora— durante un cierto mayor tiempo). 1

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Los trabajos de Amin (2003a, 2003b) sobre el «capitalismo senil» serían de esas pocas excepciones, aunque las dimensiones de su estudio al respecto no son comparables con las que realizara previamente sobre la dimensión imperial del capitalismo maduro industrial. En el presente, la polémica sacude al propio marxismo sobre si el capitalismo se halla en su fase terminal o si es capaz de seguir su proceso de acumulación más o menos sin cesar mientras no intervenga alguna forma de acción política o agentes «sepultureros» del mismo. Por ello, y delante del desconcierto social que los profundos cambios en el régimen de (des)acumulación (de un capitalismo cada vez más «ficticio») y en el modo de regulación social (las estructuras de dominación del capitalismo industrial se diluyen en esta nueva mutación capitalista o estadio pre-postcapitalista) están desatando en el conjunto de sociedades, estoy convencido de que se hace cada vez más necesaria la realización de estudios colectivos, programas amplios de investigación sobre la actual fase de este sistema histórico que, como tal, está sujeto a caducidad. Fueron compañeros de militancia los que me propusieron comenzar a colaborar con ese esfuerzo, y ahí nace uno de los motivos de esta obra. Desde el Observatorio Internacional de la Crisis (OIC), bajo el impulso y buen hacer de su director Wim Dierckxsens, llevamos años trabajando sobre la fase actual del capitalismo, sus tendencias y posibilidades. La conclusión a la que hemos llegado da lugar a la tesis que atraviesa este libro, y es que este sistema histórico ha alcanzado su fase degenerativa. Eso quiere decir que las «estructuras sociales de acumulación» están dando paso, en realidad, a unas «estructuras de des-acumulación» que entrañan la dilución de todos los mecanismos de constitución de sociedad que el capitalismo industrial-fosilista había logrado erigir. Estas estructuras de (des-)acumulación que mantienen un (cada vez más escaso) crecimiento dopado, con cada vez menor reproducción ampliada del capital, bien pueden ser la antesala del final de este modo de producción, una de las últimas mutaciones del mismo antes de su tendencial disolución en otro (o de su sustitución por otro u otros modos de producción). Es por eso que en un análisis de la fase presente del capitalismo haya que ver también las posibilidades de un nuevo modo de producción, automatizado, como sustituto de este ya probablemente caduco, en un medio caracterizado por la disolución de la sociedad y la succión devoradora de la naturaleza. ¿Cuánto tiempo puede pasar sin que ni una ni otra reaccionen ante su destrucción? En el caso de la sociedad es más difícil saberlo por todo lo que supone la indeterminación y maleabilidad de un factor tan inestable como la conciencia. En cambio, por lo que respecta a la naturaleza ya estamos viendo algunas de las formas más dramáticas en que se está dando esa reacción. Por ejemplo, el cambio climático, que se acompaña de una acelerada destrucción del valor, como se verá en la tercera parte del libro. Libro que, aunque firmado individuamente, es fruto de un esfuerzo colectivo, y especialmente deudor de los trabajos de Paulo Nakatani y Reinaldo Carcanholo (este último, desafortunadamente para la ciencia y para nosotros, ya fallecido), algunos de cuyos resultados cito en la bibliografía. Los errores, omisiones o defectos no son atribuibles a ninguno de mis compañeros, pero sí las posibles virtudes que pueda tener. Como toda obra, es fruto del aprendizaje de años y de la enseñanza de muchas personas, del «intelectual colectivo» que fueron movimientos, organizacio2

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nes sociales, acción sindical, partidos alternativos... Es imposible indicar todas y cada una de las fuentes de las que bebe un autor. He citado las que venían más al caso en unos u otros pasajes, las que más directamente se vinculan al texto. Pero de la que no puedo dejar de hacer una mención especial es de la de mi compañero y amigo Alberto Rabilotta, sin el que, y no es ninguna exageración, este libro no hubiera visto la luz. Él, sin saberlo, me animó, me proporcionó alimento intelectual, me sedujo para escribirlo. Aunque le nombro a menudo en el texto, no alcanzo a hacer justicia de su impronta en el mismo, pues algunas de las líneas maestras que lo recorren las hemos discutido juntos. De nuevo, no es responsable de ninguna de las carencias que pueda tener el libro. Anticipo que no fue pretensión mía hacer un análisis integral ni concluyente de fase, sino aportar un conjunto aceptablemente sistemático de datos y propuestas teóricas en orden a patentizar tendencias. Son trazos, orientaciones, sendas de estudio encaminados a contribuir con, y a animar esos análisis colectivos y densos que tanto necesitamos. Tengo que agradecer, en ese empeño compartido, a los compañeros y colegas que me han prestado sus trabajos aún sin publicar, sus comentarios, sus indicaciones. Les cito en su momento. Las auto-citas, por su parte, no pretenden indicar la mejor referencia, sino que obedecen sobre todo a la necesidad de ahorrar espacio y no repetir argumentos y bibliografía al respecto de lo que se trata en el texto, y que ya di en otros trabajos. Siguiendo con los agradecimientos, tengo que agradecer a Teresa su apoyo con los gráficos. Su ayuda en general. Ser ella. A Luis Enrique Alonso todo mi agradecimiento por su entrañable manera de apoyar este esfuerzo. Por depositar parte de su enorme bagaje en prologar este libro. Por su amistad. Y, en un momento tan delicado para las editoriales, no puedo dejar de agradecer a Anthropos que haya vuelto a confiar en mí, atreviéndose con un libro como este. Espero, en alguna medida, no haber defraudado tantos ánimos puestos en mí. A las personas que resultan perjudicadas, golpeadas, abatidas, desmoronadas por este capitalismo global, va dedicado este libro. Con el empeño de ser, algún día, una fuerza.

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PARTE I UN CAPITALISMO QUE SE APAGA

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Capítulo 1

El atasco del capital productivo y sus consecuencias

A final de los años sesenta del siglo XX y muy especialmente a partir de la quiebra económico-energética de 1973, se evidenciaría en las formaciones sociales centrales el cierre del modelo de crecimiento fordista-keynesiano, ligado a lo que se llamó el «capitalismo organizado», que primó la opción reformista o «socialdemócrata» en las relaciones entre el Capital y el Trabajo. Quiebra que iniciaría una Crisis de Larga Duración, de la que a pesar de ciertos repuntes y altibajos, el capitalismo histórico ha sido hasta hoy incapaz de escapar. Más bien al contrario, parece hundirse cada vez más en ella. Explican esa quiebra ciertas razones estructurales que a la postre no han hecho sino agudizarse, pero que suelen estar ausentes en las explicaciones institucionales de la crisis, y marcan los que se han considerado como límites «externo» e interno del capitalismo, aunque aquí trataré a ambos como endógenos del mismo (e incluso pondré en duda en la parte tercera del libro el sentido de esa dicotomía, de ahí el entrecomillado). 1) Límite endógeno «externo» del capitalismo Este modo de producción está vinculado necesariamente al crecimiento exponencial. El crecimiento capitalista está basado a su vez en la reinversión del capital excedente de cada momento. La demanda efectiva para ese capital excedente está sustentada, simplificadamente, en el consumo de la población más el consumo personal de la clase capitalista, más la demanda generada por la expansión de la producción futura, que conlleva la reinversión capitalista. Para que el capitalismo funcione hay que conseguir oportunidades de reinversión rentable para una parte del excedente producido. Al menos para el 3 % aproximadamente, si nos atenemos a la tasa de crecimiento medio del capitalismo histórico. Pero esto se va haciendo crecientemente difícil según aumenta exponencialmente el excedente y a la vez se agota el espacio de expansión y los recursos. Así, si en 1950 esa expansión suponía reinvertir con esperanzas de rentabilidad unos 150.000 millones de dólares, y en 1973 ya eran unos 420 millardos de dólares, encontrar oportunidades rentables de inversión global para 1,6 billones de dólares en 2009 (con unos 56,2 billones en dólares corrientes de Producto Mundial Bruto) era tarea mucho más difícil. Hoy estamos frente a la necesidad de procurar oportunidades rentables de inversión a algo más de 2 billones de dólares.1 1. Pueden seguirse estas referencias con mayor detalle en Maddison (2002), y después de él en Harvey (2012 y 2014).

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Las preguntas acuden de inmediato. ¿Qué espacios quedan en la economía global para nuevas reubicaciones espaciales que permitan absorber el capital excedente? ¿Qué nuevas líneas de producción podrían protagonizar una nueva expansión de ese tamaño? Y lo que es más importante, ¿qué recursos energéticos y sumideros podrían asumir ese crecimiento?; o formulando de otra forma esta última pregunta, ¿de dónde sale y cómo se mantiene la fe en un crecimiento indefinido, exponencial, en un mundo de recursos en declive y con sumideros (tierra, agua y aire) al borde de su capacidad de absorción? Una respuesta elemental, que evite entrar en más profundidades, es la que nos lleva al resultado lógico en un mundo finito: cuanto más se crece más difícil es seguir creciendo. Sobre todo si el crecimiento tiende a ser exponencial. A través de esta conclusión se revela el que puede ser un básico punto de fractura o de bifurcación sistémica, pues un capitalismo sin crecimiento es un oxímoron. 2) Límite endógeno interno del capitalismo Para crecer continuamente el capitalismo precisa desarrollar también de forma continua las fuerzas productivas, lo que ha conducido históricamente hasta hoy a un desarrollo tecnológico que lleva de la manufactura a la mecanización, de esta a la automatización y finalmente a la robotización de los procesos productivos. Esto quiere decir que el desarrollo capitalista comporta una tendencial mayor utilización de (e innovación en) tecnologías intensivas en capital, o lo que es lo mismo, una menor utilización de fuerza de trabajo por unidad de capital invertido. Dicho de otra forma, el capitalismo presenta una tendencia a reducir el trabajo vivo en la producción directa (lo que de paso conduce a reestructurar permanentemente las orientaciones profesionales y las cualificaciones de la fuerza de trabajo en función del desarrollo tecnológico). Circunstancia que lleva implícito un crónico proceso de sobreacumulación de capital invertido por unidad de valor que se es capaz de generar. ¿Qué significa esto? Que según aumenta el peso relativo del capital fijo (maquinaria) sobre el variable (seres humanos) en la composición orgánica del capital, puede aumentarse la productividad, pero menor valor (y por tanto ganancia) se es capaz de generar en proporción. Esto es, al reducirse relativamente la fuerza de trabajo en un determinado proceso productivo, se reduce también la masa de valor representada por ella (en cuanto que plusvalor, porque este solo se extrae de los seres humanos), con lo que cada vez queda menos margen para que los aumentos de la productividad repercutan en la elevación de la tasa de plusvalía.2 Por eso, la carrera 2. Para aumentar el plusvalor de forma absoluta (más horas de trabajo humano abstracto puestas a producir) se necesita incorporar más trabajo humano contratado o alargar el tiempo de trabajo del que ya está contratado (pero este último tiene unos claros límites fisiológicos y naturales, además de políticos —luchas de clase—). Para aumentar el plusvalor de forma relativa se precisa incrementar la productividad y con ello la eficiencia del trabajo contratado. La productividad, entonces, ahorra trabajo humano, dando como resultado una flagrante contradicción: tiende a reducir el valor (es muy recomendable seguir el Apéndice para mayor explicación y referencias bibliográficas). Aunque fundamental esta no es la única causa de las crisis periódicas, pues en la economía capitalista «la influencia negativa del cambio técnico sobre la rentabilidad

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ascendente de la productividad ve crecientemente obstruido su camino para conseguir una ganancia extraordinaria, que es el objetivo básico de la inversión capitalista. O lo que es lo mismo, llega un momento en que los caminos de la productividad y de la ganancia dejan de ir paralelos e incluso pueden entrar en contradicción. Con la actual revolución científico-técnica aplicada a la producción (Richta, 1967) el tiempo de trabajo socialmente necesario se reduce al límite, por lo que cada vez el trabajo inmediato humano guarda menos relación con la producción de riqueza, y con ello se da una creciente pérdida de valor en las nuevas fuerzas que animan la producción y generan la riqueza material e inmaterial. «El valor se hace más anacrónico en términos del potencial de producción de riqueza [...] de las fuerzas productivas a las que da origen» (Postone, 2006: 270). Desde ahora podemos empezar a calibrar las enormes consecuencias de ello en un modo de producción que se basa precisamente en la producción de valor (riqueza abstracta) antes que en la de riqueza material y social, como es el capitalista. En el agravamiento de este límite interno interviene, pues, la propia competencia capitalista. El histórico proceso de tecnificación comporta una escala cada vez mayor de la batalla en torno al I+D, la cual deviene cada vez más onerosa, dado que la rápida caducidad tecnológica no permite la satisfactoria amortización del capital invertido. Para poder sobrevivir en la competencia, las empresas acortan la vida media útil del capital fijo (esencialmente edificios y maquinaria) que emplean para poder obtener así la tecnología punta del momento. La tendencia anterior ha dado un enorme impulso al capital productivo en la posguerra así como a los inventos tecnológicos. Sin embargo, hacia fines de los años sesenta y principios de los setenta del siglo XX la sustitución tecnológica llegó al límite posible para aumentar la tasa de ganancia en las formaciones sociales centrales del Sistema Mundial capitalista. Desde entonces, la vida media útil del capital fijo se ha reducido tanto que el menor valor que se transfiere al producto o al servicio a través de la tecnología (al reducirse el tiempo socialmente necesario de producción), y que se expresa normalmente también en menor costo tecnológico y por tanto en mayor «competitividad», llega un punto en que no compensa la reducción del costo laboral que se da al emplear esa nueva tecnología. La enorme velocidad de reemplazo tecnológico se torna un estorbo para aumentar la tasa de ganancia: no da tiempo a amortizar la inversión en nueva maquinaria. Entorpeciéndose la propia relación de producción vigente.3 se combina siempre, en mayor o menor medida, con dificultades de realización originadas por la competencia y el crecimiento anárquico de la producción» (Nieto, 2015: 248), que pueden dar lugar a desequilibrios entre ramas y a sobreproducción, entre otras deficiencias. Sin embargo, la sobreacumulación es a la postre la enfermedad crónica del capitalismo, de la que no puede escapar, la que marca a la larga su tendencia estructural no solo a entrar en crisis sino también a su decadencia. 3. Las máquinas no generan valor, son «trabajo muerto» (valor pasado), que ya ha sido realizado por quienes las hicieron para que funcionaran de una determinada manera (las máquinas no trabajan, «funcionan»). Al funcionar, transfieren parte de su valor (del trabajo humano depositado en ellas para hacerlas posibles) a la mercancía, hasta que con el uso puedan transferirlo todo (y por tanto también amortizarse). Solo el trabajo humano, cada vez que se pone en acción, genera un valor nuevo (ver Apéndice). Orio Giarini y Henri Loubergé (1979), de la Universidad de Ginebra, fueron quizá los pioneros en el capitalismo central en lanzar la advertencia sobre los

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De estos procesos se deriva una tendencia cada vez más difícil de ocultar, y que traza el límite interno del desarrollo capitalista: la caída de la tasa media de ganancia. Ella está en la base de sus recurrentes crisis, «enfermedad crónica» de este Sistema, como se ha dicho (único que entra en crisis por abundancia en vez de por escasez).4 Las grandes depresiones comienzan cuando esa tendencia se concreta en un descenso de la masa de ganancia. Es decir, cuando la masa total de valor producido es menor que el capital total puesto en juego. La masa de ganancia, en el fondo, rendimientos decrecientes de la tecnología. Sin embargo, tal toque de atención no caló hasta que la evidencia fue abrumadora. Así, como singular ejemplo hay que señalar a Japón, para quien acortar la vida media útil de la tecnología era política oficial en los años setenta. La meta fue alcanzar una posición de vanguardia en materia tecnológica. El país efectivamente llegó a ser campeón mundial en reemplazar capital fijo ‘viejo’ por otro más ‘moderno’. Durante los años ochenta Japón fue considerado ‘el milagro económico’que iba a conquistar el mundo. La realidad, sin embargo, fue que la tasa de ganancia bajó aún más de prisa que en el resto de formaciones sociales centrales, dejando al país en una recesión de la cuál aún hoy no ha salido. El Estado japonés ha buscado inyectar dinero a la economía, endeudándose a lo interno como ningún otro y acumula actualmente una deuda soberana mayor que cualquier otra potencia económica. Existía la esperanza que tarde o temprano llegara un nuevo ciclo económico, pero Japón sufre una recesión tras otra y la recuperación no llega. Poco a poco entran en esa espiral el resto de economías centrales y pronto también lo harán las emergentes, como ha empezado a mostrar ya China (ver para más detalles sobre esto, Dierckxsens, 2016). 4. La tendencia decreciente de la tasa de ganancia ha sido, sin embargo, combatida históricamente mediante diversos mecanismos: abaratamiento del capital constante, inversión exterior para expandir mercados, así como diferentes desplazamientos del capital (por ejemplo el desplazamiento espacial, consistente en invertir en los lugares en los que todavía no se ha dado una sobreacumulación de capital, normalmente las formaciones periféricas del Sistema). También ha servido como contratendencia la derivada de lo que acaba de señalarse en el texto: el acortamiento en la velocidad de rotación del capital, así como la conquista de cotas de mercado (desplazando a, o deshaciéndose de, la competencia), que se traduce en quiebras, absorciones y, a veces, fusiones de empresas. Estos procesos dan, entre otros resultados, una generalizada pérdida de competencia del mediano y pequeño capital, y una pugna con perdedores también entre los grandes. Lo que se traduce por una creciente y enorme concentración del capital (que puede establecer precios de monopolio, por encima del valor de las mercancías). La caída tendencial de la tasa de ganancia tiene una contrarréplica histórica también en el aumento de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo. Hoy, la tendencialmente menor población activa ocupada que queda en proporción a la población activa total, tendrá más posibilidades de sufrir un incremento extensivo e intensivo de la explotación laboral para intentar compensar la pérdida de fuentes de plusvalía (seres humanos) en los procesos productivos. Lo vemos un poco más adelante. No debe olvidarse tampoco una solución drástica de última hora para evitar la sobreacumulación: la desvalorización del capital mediante su destrucción masiva. Este es territorio de la Guerra sobre el que luego volveré también. Tantos mecanismos contratendenciales han hecho dudar de la existencia real de esa tendencia, incluso a bastantes autores autodenominados marxistas. No obstante, todo este conjunto de procesos fue efectivo para contrarrestar parcialmente la caída de la masa de ganancia, pero no para invertir la tendencia (ver una clara ilustración de ello en Maito, 2013, dos de cuyos gráficos he incorporado a continuación); esta finalmente se manifiesta con fuerza ante el desarrollo de las fuerzas productivas y especialmente de la revolución científico-técnica actual. La gravedad del momento presente, además, es que todas las medidas contratendenciales, que no pueden actuar de manera indefinida, están llegando a su límite, como vamos a ver en este libro. Lo cual es lógico si tenemos en cuenta que la escasez de valor tiende a hacerse mayor según cada ciclo económico se supera con un creciente nivel de productividad.

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traduce una crisis del valor como plusvalor, cuya procura es la razón de ser de la economía capitalista.5 Hasta ahora los capitalistas individuales han sorteado ese problema fundamentalmente produciendo más mercancías que aunque contengan menos valor cada una (menos tiempo de trabajo abstracto humano, socialmente necesario), al aumentar su número (con la elevación de la productividad) pueden compensar esa pérdida de valor incluso con creces. Además, pueden abaratar su precio y así desplazar a la competencia. Es decir, la pérdida de valor asociada a la productividad se ha resuelto hasta ahora vendiendo más mercancías más baratas y expandiendo en consecuencia permanentemente el mercado (aunque con menos competidores); lo que requiere a la vez de una cierta «socialización» del poder adquisitivo de la población y la consecuente erección de sociedad (de ciertos tipos de sociedades estables, o si se prefiere el lenguaje baumaniano, «sólidas»). Es lo que consiguió el fordismo durante un breve período de tiempo. Pero esta solución solo funciona «en cuanto las inversiones para el desarrollo de nuevos productos y para la ampliación superan en medida suficiente las inversiones destinadas al desarrollo de nuevos procedimientos y a la racionalización» (Kurz, 2009: 40). Para ello la única condición es que el aumento de la productividad (con la consiguiente tendencia al descenso de empleos y del valor), sea menor que la ampliación de los mercados internos y externos que ella posibilita. En un determinado nivel del desarrollo tecnológico la expansión del mercado ha ido acompañada a su vez de nuevas posibilidades de incorporación de fuerza de trabajo a los procesos productivos, con lo que se garantizaba de nuevo la reproducción del valor, en lo que parecía un ciclo virtuoso indestructible. Sin embargo, sobrepasado un cierto límite de desarrollo de las fuerzas productivas, con la revolución científico-técnica actual, la eliminación de fuerza de trabajo supera las posibilidades de expansión del capital (que debería producir y vender mercancías tendiendo a infinito según el valor va tendiendo a cero). «Frente a mercados relativamente saturados, nuevos saltos en el crecimiento de la productividad tienen el efecto inverso, esto es, superan la ampliación de los mercados de trabajo y de mercancías por ellos proporcionada» (Kurz, 2009: 41). Hoy el mercado ya se ha hecho planetario y no puede agrandarse ni por asomo al ritmo al que aumenta la productividad con la automatización de los procesos productivos. Al incrementarse exponencialmente la 5. «El capital es indiferente al valor de las mercancías que produce, puesto que lo que le interesa es solo el plusvalor del cual el valor es portador y siempre y cuando lo pueda concretar como ganancia. Además, en la medida en que el plusvalor crece con el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social, el valor decrece en razón del mismo movimiento, dándose un mismo proceso que disminuye el valor de las mercancías y aumenta el plusvalor que contiene» (Marx, 1981: 275-276). El valor total decrece con el aumento de la productividad en cuanto que el tiempo socialmente necesario de producción se reduce. Pero esto no preocupa a los capitalistas individuales mientras puedan generar menos porciones de valor pero repartirse más plusvalor. El problema para el capital en general es que la tendencia del valor (tiempo socialmente necesario) a ir cada vez a menos, se puede contrarrestar solo hasta un cierto punto con un cada vez mayor plusvalor (tiempo excedente, que cada trabajador emplea solo para beneficio del capital), al haber menos trabajo humano implicado. Si se sustituye a seres humanos por máquinas, al final simplemente no queda trabajo excedente. De esta elemental contradicción arrancan los males de la economía capitalista y sus recurrentes crisis.

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composición orgánica del capital (capital fijo o máquinas sobre capital variable o seres humanos), incluso las nuevas posibles expansiones del mercado no conllevan una incorporación paralela de fuerza de trabajo, dados los altísimos niveles de productividad alcanzados. Es decir, el ritmo de crecimiento del trabajo productivo desde el punto de vista de valorización del capital, no se compagina con el nivel de crecimiento de la productividad. Y por tanto, la tasa de ganancia (vinculada necesariamente a la cantidad de valor incorporada en cada proceso productivo) desciende a un ritmo tal que arrastra a la masa de ganancia global (la masa global de valor comienza a decaer). Además, si con ello se deja a más parte de la población sin empleo, y por tanto con una marcada tendencia a su pauperización, como veremos enseguida, más difícilmente podrá siquiera expandirse en alguna medida el mercado. El frenético ritmo de la competencia tecnológica capitalista actual termina de rematar el ciclo, al hacer que la velocidad de disminución de la masa de valor sea mayor. Incluyo a continuación una representación gráfica sobre la evolución de la tasa media de ganancia a escala mundial, desde 1950.

GRÁFICO 1. Tasa de ganancia mundial (media simple) %

Edad de Oro Edad Neoliberal

Crisis

Crisis/Depresión

FUENTE: Roberts (2015b).

Si nos fijamos solo en las formaciones sociales centrales (Gráfico 2), y aunque los datos pueden variar algo según las mediciones y fuentes de referencia, hay bastantes coincidencias en que el descenso ha sido más significativo aún. Lo cual se corresponde con el mayor desarrollo tecnológico alcanzado en ellas. La exportación de capitales a las formaciones periféricas solo contraactúa la tendencia pasajeramente, pues según se concentran las inversiones productivas en algunas de aquellas formaciones («emergentes») las hace ir llegando también a su nivel de sobreacumulación, como ya le está ocurriendo a China (más adelante veremos los procesos de desindustrialización a que conducen estos y otros factores en las restantes formaciones periféricas). 12

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GRÁFICO 2. Tasa de ganancia media en los países centrales (1869-2010)

FUENTE: Maito (2013).

Hasta el presente, sin embargo, ha sido la tasa de ganancia de esas formaciones «emergentes» la que ha salvado las cuentas del capitalismo mundial, como vemos en el gráfico siguiente.

GRÁFICO 3. Tasa de ganancia mundial. Media simple (TG), ponderada con China (TG-Ch), ponderada excluyendo China (TG-sCh) y desviación estándar de la media simple (Desv., eje der.) (1955-2010)

___ TG ___ TG-Ch (con China) ...... TG-sCh (sin China)

___ Desv. (eje der.)

FUENTE: Maito (2013).

Esta es la dramática paradoja de la economía capitalista, que entraña una tendencia a la caída de la rentabilidad a medida que aumenta la productividad. Podría decirse también, en consecuencia, que el aumento de la productividad puede llegar a estrangular la producción. 13

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De hecho, al darse una generalizada pérdida de rentabilidad de las inversiones capitalistas, desciende lógicamente la inversión en la esfera productiva y con ella la tasa de acumulación de capital y la tasa de innovación técnica. Los datos del Banco Mundial hablan claramente del descenso del stock de capital acumulado en el mundo, desde el comienzo de la decadencia expansiva fordistakeynesiana.

GRÁFICO 4. Formación bruta de capital (% del PIB). Mundo, 1970-2015

FUENTE: Banco Mundial. http://datos.bancomundial.org/indicador/NE.GDI.TOTL.ZS?end=2014&start=1983

Ese descenso resulta mucho más pronunciado en las economías capitalistas centrales, como se ejemplifica para los casos de Japón y Alemania (ver Gráficos 5 y 6).6 Caída que no se explica solamente por la disminución de inversión de capital fijo que entrañan las nuevas tecnologías más inmateriales.7 Más bien los procesos descritos están interconectados y las razones de peso de la disminución de la tasa bruta de capital fijo (TBCF) nos remiten de nuevo al descenso de rentabilidad. Así lo expresa Michael Roberts (2015a): En 1980, un año antes de la introducción de la computadora personal moderna, el crecimiento anual de la PTF [Productividad Total de los Factores] de los Estados Unidos fue del 1,2 % (promedio de 5 años). En 2014, la PTF de los EE.UU. era todavía solo el 1,2 %. Por lo tanto, 34 años de avances tecnológicos revolucionarios en Internet y 6. Hay que mencionar aquí la singular excepción que representa EE.UU., debido a su papel de hegemón mundial, que le permite financiar con el capital del resto del mundo su inversión en tecnología punta, a pesar de la caída de la tasa de ganancia. De todas formas, también en este país la Formación Bruta de Capital era menor de partida que en las otras principales economías centrales, y descendió drásticamente a partir de 2005, de algo más de 23 % del PIB a alrededor de 17 % en 2009, sin haber recuperado en la actualidad los porcentajes previos a esa caída. 7. Según el Citi Global Perspectives & Solutions (GPS) de la Universidad de Oxford, tomando un índice de precios 100 para 1985, en 2015 los precios encadenados del hardware estaban alrededor de 70, mientras que los del software se aproximaban a 0.

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las TIC no han dado lugar a ningún aumento de la productividad en los Estados Unidos. Los datos muestran claramente que, por tanto, el avance tecnológico en el sector de Internet y de las TIC por sí solos no producen aumentos de la productividad. [...] El crecimiento de la productividad sigue dependiendo de que la inversión de capital sea suficientemente grande. Y eso depende de la rentabilidad de la inversión.8

GRÁFICO 5. Formación bruta de capital (% del PIB). Japón, 1970-2015

FUENTE: Banco Mundial. http://datos.bancomundial.org/indicador/NE.GDI.TOTL.ZS?end=2014&start=1983

GRÁFICO 6. Formación bruta de capital (% del PIB). Alemania, 1970-2015

FUENTE: Banco Mundial. http://datos.bancomundial.org/indicador/NE.GDI.TOTL.ZS?end=2014&start=1983

8. Abundantes datos para EE.UU. sobre la caída de ese indicador discutible pero en boga en la teoría económica, la PTF (que mide la velocidad a la que crece la producción en relación con el incremento de trabajo e insumos de capital incorporados), pueden encontrarse en Cardarelli y Lusinyan (2015).

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Por eso, la consecuencia inmediata de la desaceleración en la inversión de capital es el descenso de la productividad del trabajo. Según el Conference Board (2106) (que reúne a 1.200 corporaciones públicas y privadas de sesenta países), el crecimiento de la productividad laboral global, medida como la variación media de la producción (PIB) por persona empleada, se mantuvo estancado en el 2,1 % en 2014, y no dio señales de recuperarse hasta su promedio anterior a la crisis que era del 2,6 % (1999-2006). Señala ese organismo especialmente un debilitamiento dramático del crecimiento de la productividad en EE.UU. y Japón, una desaceleración de la productividad a largo plazo en China, un colapso casi total de la productividad en América Latina, y un debilitamiento sustancial en Rusia. Robert Gordon (2016), en su monumental y cada vez más citada obra sobre el auge y caída del crecimiento estadounidense, no hace sino confirmar con creces estos datos. El desarrollo central de su trabajo muestra que los grandes cambios en los estándares de vida en EE.UU. se produjeron con la II Revolución Industrial y la expansión de sus efectos, entre 1870 y 1970; consiguiéndose el pico de los mismos en los años cuarenta del siglo XX. El PIB más que se dobló entre 1930 y 1950. Mientras que la tasa de incremento de la productividad (producto por hora) creció en Estados Unidos a un ritmo del 2,82 % anual en el período que se extiende entre 1920 y 1970, lo hizo a un ritmo bastante más reducido del 1,62 % en el período comprendido entre los años 1970 y 2014. Si se toma en cuenta la Productividad Total de los Factores (PTF) en Estados Unidos esta tasa se incrementó después de 1970 en apenas un tercio de lo que lo hizo entre 1920 y 1970 (el crecimiento de la PTF en el medio siglo que va de 1920 a 1970 fue más rápido que ningún período anterior y mucho más rápido que ninguno posterior hasta hoy). El crecimiento de la productividad con la actual revolución industrial ha sido significativamente menor y ha estado concentrado en la explosión del fenómeno internet (y sus navegadores web, dispositivos de búsqueda y comercio on-line), entre los años 1996 y 2004. De hecho, la década que va de 2004 a 2014 ha registrado el menor incremento en productividad de toda la historia de EE.UU. Los datos del Conference Board (2016) también lo atestiguan, dando para la productividad norteamericana un declive desde el 1,2 % en 2013 hasta 0,7 % en 2014, mientras que en 2015 la productividad por trabajador la situaba en el 0,7 % y la productividad por hora trabajada en el 0,3 %. Además, las previsiones son que el crecimiento en las dos próximas décadas sea del mismo calibre, pero con estándares de vida marcadamente descendente para las grandes mayorías.9 9. La obra de Gordon se basa en las tendencias a largo plazo de los estándares de vida, no en las fluctuaciones cíclicas de los negocios, aunque reconoce que puede haber una interacción entre unas y otras. Y alude a los siguientes «vientos en contra» para una recuperación de la productividad: bajo crecimiento poblacional, decadencia educativa, creciente desigualdad del ingreso y creciente participación de la deuda federal en el PIB. Aunque Gordon no alcanza a entender las categorías del valor que subyacen a sus constataciones empíricas, es de interés seguir su obra para registrar las evidencias del auge y declive de la productividad y el crecimiento económico en EE.UU. Por su parte, el Citi Global Perspectives & Solutions (GPS) indica cómo el crecimiento de la productividad del trabajo para las economías de capitalismo avanzado se redujo del 4 % entre 1965-1975, al 2 % entre 1975-2005, y al 1 % entre 2005-2014; señalando que el aprovechamiento de las innovaciones tecnológicas ha alcanzado hoy por hoy su pico, pues las más recientes tienen mucha menos repercusión en la productividad que las precedentes (2016: 61-67).

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Tales datos son congruentes con los que proporciona Brenner (2009) en su investigación sobre el auge y declive de la economía mundial: la productividad del trabajo cayó de 8,6 en 1961-1970 a 1,9 en 2001-2005 en Japón; de 4,2 a 0,9 en la República Federal de Alemania; de 5,1 a 0,8 en Euro-12 para las mismas fechas, descendiendo sin excepción en todas las décadas. Por su parte, el Financial Times publica a través de su experto en finanzas y macroeconomía, Gavyn Davies, que la productividad agregada de los países del G7 marca una tendencia declinante, contrayendo su ritmo de crecimiento hasta 2,5 % durante la década de los setenta si se la compara con un valor cercano al 4 % alcanzado durante la década de los años sesenta, y llegando posteriormente a rozar el 1 % durante la década de los 2000 (ver Gráfico 7).

GRÁFICO 7. Crecimiento de la productividad del trabajo (% centrado en el movimento medio de 5 años)

___ Reino Unido ___ Japón ___ Europa ___ EE.UU. ___ x Canadá

Agregado

FUENTE: http://blogs.ft.com/gavyndavies/ 30.10.16. FT Alphaville.

Roberts (2015a) muestra también una correlación interesante entre inversión y productividad. Advierte que la única fase en la que la eficiencia económica se incrementó drásticamente en Estados Unidos durante los treinta y cuatro años de la revolución de internet y las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), se produjo luego de un salto sorprendente en la inversión de capital en el área. La productividad comienza a tomar impulso a partir del año 1997, esto es tres años después del inicio de un fuerte incremento de la inversión que comenzó en 1994 y que correspondió mayormente al sector TIC. A partir de ese momento se verifica una relación en la que por cada punto de aumento de la inversión en el PIB, la productividad se incrementa en 0,86 puntos, y 0,89 puntos cuatro años más tarde. La productividad por hora llega a alcanzar una tasa de crecimiento del 3,6 % en 2003 representando el valor más alto en medio siglo. Justamente el descenso de la inversión —que se recupera luego de un fuerte bajón en 2001—, comenzó en 2005: no casualmente el mismo momento en el que la productividad retornaba a los bajos parámetros del período.10 10. Es lo que se conoce como paradoja de la productividad del trabajo: una mayor innovación tecnológica no acarrea un proporcional aumento de la productividad. Referencias sobre todos

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Hasta ahora el descenso de la tasa de ganancia anejo al desarrollo de la maquinaria no fue tan problemático, debido, como se ha indicado páginas atrás, a la constante puesta en juego de capitales cada vez más considerables y a la apertura de mercados internos (mediante la opción socialdemócrata y la consecuente generación de «clases medias») tanto como externos (proceso de globalización), que han venido haciendo aumentar la masa total de ganancia a pesar de la caída de la tasa media (hasta la fecha además las crisis se encargaban de «limpiar» de capital obsoleto la producción y poner en marcha un nuevo capital que debido a su rentabilidad se multiplicaba en un corto plazo). Sin embargo, la imposibilidad material de aumentar mercados proporcionalmente al ritmo de la productividad de la revolución científico-técnica («Cuarta Revolución Industrial»), no deja posibilidades de perpetuar ese proceso (tanto más cuanto que se expulsa a crecientes masas de población de la relación salarial). Tanto es así que a lo que asistimos en las últimas décadas es a una desinversión productiva. Circunstancia que se correlaciona con que las nuevas tecnologías hayan detenido buena parte de su papel en el crecimiento y lo que es peor para la acumulación capitalista, también en la ganancia (lo cual pone en evidencia las proclamas de la economía ortodoxa que antes del nuevo estallido de la Crisis de Larga Duración defendían a las TIC como impulsoras indefinidas de crecimiento). Como en un camino circular o círculo vicioso, el descenso sostenido de la productividad está vinculado a la desinversión que responde a la crisis, que a su vez estaba motivada por un exceso de inversión en maquinaria-tecnología (trabajo muerto) en relación al trabajo humano (trabajo vivo) empleado en cada unidad de producción. Sin embargo, hay también una paradoja en todo ello, pues ese descenso de la inversión ha resultado una provisional vía de compensación de la caída de la tasa de ganancia, a través del pequeño freno que significa para la pérdida del peso del trabajo vivo.11 Estos datos se compadecen con el hecho de que para intentar frenar la sobreacumulación de capital y la consecuente caída de la tasa de ganancia, se vuelva a alargar en la actualidad la vida media de la tecnología en las formaciones centraestos puntos pueden encontrarse desarrolladas en Bach (2016a y 2016b). Ver también BBVA (2010), e incluso los serios obstáculos con que se encuentra la economía ortodoxa para vincular TIC y productividad antes incluso del último estallido de la crisis, cuando creyó haber encontrado el «fin de la paradoja», en Billón, Lera y Ortiz (2007). 11. Esto está implicado en la contradictoria dinámica capitalista, que por un lado tiene que eliminar trabajo vivo de los procesos productivos con el desarrollo de la tecnología, pero por otro está forzada a incorporar nuevo trabajo vivo para mantener la plusvalía y la ganancia. De ahí la relevancia de las reservas de población fuera de la relación salarial capitalista o indirectamente vinculada a ella, listas para ser incorporadas a la misma a conveniencia (además de ser complementarias para esa relación salarial, como luego veremos). Marx lo explica claramente en los Grundrisse, y en concreto la contradicción aparece sintetizada en la siguiente frase (1972a: 303304): «Para poner plustrabajo, el capital, pues, debe poner continuamente trabajo necesario; tiene que acrecentar este (o sea los días de trabajo simultáneos) para poder aumentar el excedente; pero asimismo debe eliminar aquel trabajo en cuanto necesario, para ponerlo como plustrabajo». Es decir, que en el capitalismo, el trabajo excedente (la plusvalía) se vuelve condición imprescindible del trabajo necesario. Recientemente Fischbach (2012) ha realizado un interesante estudio al respecto. Ver también el importante esfuerzo que a partir de estas claves ha llevado a cabo Arrizabalo para explicar el cortocircuito capitalista a escala mundial (2014).

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les,12 circunstancia ayudada por las dinámicas de deslocalización en boga (gran parte de las inversiones en nueva tecnología se hacen extra-fronteras). Lo cual concuerda, a su vez, con que probablemente estemos en el momento más bajo en innovación tecnológica desde la Primera Revolución Industrial, con rendimientos decrecientes en eficiencia.13 Los recursos energéticos, materiales, intelectuales y financieros crecen exponencialmente conforme avanza el conocimiento y, además, deben sostenerse durante períodos más dilatados de tiempo para obtener frutos. Por ejemplo, en 1897 Thompson descubrió el electrón en su laboratorio. Al principio del siglo XXI la investigación sobre el bosón de Higgs requiere de un túnel bajo tierra de 27 km, miles de imanes superconductores a menos de 2 K (es decir, cerca del cero absoluto) y el trabajo de unos/as 10.000 científicos/as [Fernández Durán y González Reyes, 2014: 172].

De ahí que en la actualidad las inversiones se orienten cada vez más a aumentar la rotación del capital fijo antes que hacia la expansión de plantas industriales. De hecho, la adopción de nueva tecnología comenzó su descenso en Europa y Japón durante los años noventa del siglo XX. La implicación de todo ello es que la contribución del capital industrial al crecimiento económico en las economías de capitalismo avanzado va disminuyendo sustancialmente, como verificaremos más tarde. También, y más importante aún, es que el actual potencial de desarrollo de las fuerzas productivas se ve seriamente obstaculizado o disminuido por la propia lógica del funcionamiento capitalista, dado que en este modo de producción la inversión y la producción dependen de la rentabilidad del capital, no del avance tecnológico en sí, ni mucho menos del bienestar colectivo. Y a la clase capitalista se le hace cada vez más difícil re-vincular la inversión con la producción en forma rentable14 (lo cual no impide que la automa12. Así, por ejemplo, Sonders (2014) estima que la vida media del capital fijo (maquinaria y edificios) de las corporaciones estadounidenses en 1960 era de 21,3 años. Y alcanzó su mínimo de 18,7 años en 1981, para luego subir a 22,5 años en 2012, superando la vida media alcanzada en los años sesenta. 13. Entre 1950 y 1970 la mejora de la eficiencia tecnológica en distintos procesos fue del 2-4 % anual. En las décadas de los setenta y ochenta descendió al 1 % anual, y en las dos siguientes ha caído al 0,5 % (Fernández Durán y González Reyes, 2014: 173). La inversión declinante en tecnología a causa de la falta de rentabilidad tiene su correlato en la incapacidad de las nuevas tecnologías de lograr una revolución productiva que dispare el crecimiento y la rentabilidad, con lo cual la cuestión se vuelve circular. Se ha apuntado, como dije, en descargo de las nuevas «infotecnologías», al abaratamiento de los elementos de tecnología informática que crecientemente integran el capital fijo, como fundamento del bajo volumen de inversión en cuestiones porcentuales del PIB, precisamente por su mayor baratura. La cual, al mismo tiempo, serviría para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia derivada de la sobreacumulación de capital. Pero esto no explica que estas tecnologías no sean capaces de iniciar un nuevo ciclo de acumulación, cuya razón profunda puede estar precisamente en la liviandad de ese capital fijo y la fácil accesibilidad al mismo. Ver otra explicación complementaria en la nota a pie a continuación. 14. Barry Eichengreen (2015), economista estadounidense dedicado al análisis del sistema financiero y monetario internacional, y antiguo consejero del FMI, argumenta que la productividad potencial de la robótica y el genoma humano colocan a la humanidad frente a la posibilidad de una nueva revolución tecnológica, pero que está siendo malbaratada por los problemas en que se halla la economía capitalista. Sostiene que el estancamiento de la producción y la productividad

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tización siga su curso, aunque a menor ritmo del potencial). Circunstancia que aumenta la posibilidad de desembocar en un ciclo recesivo de larga duración y muy difícil salida. De hecho, la tendencia manifiesta hoy por hoy es que una economía cada vez más dominada por la automatización y la robótica implique, bajo las relaciones sociales de producción capitalistas, crisis más intensas y una monumental concentración de la riqueza, en lugar de superabundancia y prosperidad. Es más, el conjunto de factores descritos en este apartado permite aventurar la hipótesis de que estemos asistiendo al fin de la era de las crisis cíclicas del capitalismo, y entrando en su edad degenerativa, al mostrarse este cada vez más incapaz de provocar un nuevo ciclo de acumulación.15 Lo cual no excluye la posibilidad de algún repunte a través de la combinación de las tecnologías futuristas hoy en desarrollo y la exportación de capital a algunas áreas del mundo para la explotación de mano de obra muy barata o donde todavía no se haya dado la sobreacumulación de capital. También puede haber una irrupción de nuevas burbujas en torno a algún ámbito o recurso que adquiera especiales ventajas comparativas durante un determinado período. Sin embargo, ello no abolirá la tendencia intrínseca de esas nuevas tecnologías hacia la eliminación de empleos y a reproducir en un lapso todavía total debe buscarse en la incapacidad del capital de absorber y generalizar nuevos adelantos técnicos (de lo que tiene gran responsabilidad la propia desinversión en infraestructura, educación y formación) y no en la escasez de inventos potencialmente revolucionarios. Esto lleva a una espiral viciosa de desinversión y por tanto al deterioro de la acumulación ampliada del capital, que pone en peligro el funcionamiento del propio sistema. 15. Está hipótesis se irá reforzando a lo largo del texto según atendamos a algunos otros factores de vital importancia, entre otros ineludibles, los energéticos. Por el momento señalaré que solo grandes shocks combinados como las dos Guerras Mundiales del siglo XX, la Revolución rusa de 1917 y la crisis de los años treinta, establecieron —como excepción histórica— un límite a la acumulación excesiva de los patrimonios y por tanto a la desigualdad, estimulando durante algunas décadas un crecimiento extraordinario de la inversión y del PIB junto con la creación de las «nuevas clases medias». En la actualidad, el capitalismo necesitaría un gran cataclismo destructivo para reiniciar un nuevo ciclo. Solo un crac sin precedentes podría restablecer la dinámica habitual de las Grandes Crisis: depuración de ingentes capitales no competitivos e improductivos para reemprender un nuevo ciclo de crecimiento. ¿Pero cómo realizar eso en la era nuclear, cómo deshacerse de todo un exceso de capital mundial no competitivo, manteniendo además unos mínimos de gobernabilidad social? Por no hablar de eliminar las monstruosas cifras de capital a interés —buena parte ficticio— que circulan hoy por el mundo (como veremos en el siguiente capítulo). Más bien parece que la era schumpeteriana del capitalismo, en la que este se podía permitir el lujo de una recurrente «destrucción creativa», esté dando paso a una era degenerativa de «creación destructiva» (Rabilotta y Agnaieff, 2016), en la que las fuerzas destructivas van ganando más y más terreno a las productivas. No es de extrañar que se perciba en los economistas ortodoxos una sensación de añoranza de las «bondades» de la Guerra como revitalizadora de la economía e iniciadora de nuevos ciclos de acumulación (Bach, 2016a). De hecho, la Guerra se está intentando utilizar en la medida de lo posible, para prolongar o preservar ganancias, para estirar rentas sobre recursos o ventajas comparativas, para frenar en suma el derrumbe económico, pero sin contrapartida en la acumulación ampliada de capital (para ello necesitarían liberar capacidad instalada, eliminar capitales, destrozar fuerza productiva, generar condiciones de miseria generalizada que redujera al límite el poder social de negociación de la fuerza de trabajo mundial y por tanto su precio; todo ello a gran escala. Es decir, lo que las grandes crisis capitalistas pero en una dimensión verdaderamente ampliada, acelerada y hoy ya universal). Responsables parciales de esa impotencia son las propias limitaciones del arsenal armamentístico actual (demasiado mortal como para usarlo abiertamente) (ver nota 1 del Capítulo 3).

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más breve los problemas de sobreacumulación. Por lo que los períodos de repunte económico, de darse, tenderán, con toda probabilidad, a ser más cortos, convulsos, descompensados y limitados. Todo ello entraña dramáticas consecuencias para la población. En los próximos apartados me ocupo de algunas de ellas. 1.1. La dilución del trabajo asalariado Vamos a fijarnos, precisamente, dentro del entramado degenerativo descrito, en lo que significa para la sociedad la tendencia estructural a la eliminación del empleo a que aboca el decurso capitalista, conforme este sistema socioeconómico pasó de la producción física a la mecánica y de la mecanización de los procesos productivos a la automatización y robotización de los mismos. Pues por más que esa automatización haya sido frenada por factores tanto políticos (correlación de fuerzas Capital/Trabajo, como veremos en la segunda parte de esta obra), como económicos (para combatir la caída de la tasa de ganancia), la reproducción ampliada del capital que es la razón de ser del modo de producción capitalista, y la competencia inherente a tal objetivo, conllevan que el proceso, aunque más lentamente, siga su curso. Hasta ahora la lógica del pensamiento económico ortodoxo nos indicaba que el desarrollo tecnológico eliminaba trabajo en los campos en que se implantaba, pero que tal proceso no generaba pérdida de empleos sino un desplazamiento de los mismos, dado que la tendencia a la cualificación cada vez mayor de la fuerza de trabajo se correspondía con la creación de nuevas profesiones o tareas productivas. Así se abrió camino la tesis de la «sociedad postindustrial», de Touraine, Galbraith, Bell, Toffler y otros. Sin embargo, esta tesis pudo ser válida hasta cierto punto16 para la Primera Edad de las Máquinas, en que la relación entre seres humanos y máquinas estaba más o menos sujeta a una razón de complementariedad. Esto es, aquellas permitían a los seres humanos desligar el esfuerzo físico de sus habilidades, para poder desarrollar nuevos ámbitos de producción intelectual, al tiempo que las máquinas quedaban bajo el control humano. La Segunda Edad de las Máquinas, sin embargo, implica que estas sustituyan también las capacidades intelectuales humanas. El ya famoso informe de Frei & Osborne (2013) sobre este asunto prevé dos próximas ondas de automatización. La primera ola tiene que ver con trabajos rutinarios o susceptibles de rutinarización. Trabajos en transporte, ocupaciones logísticas, administrativas y de oficina en general. La automatización y robotización se expanden además por las ocupaciones relacionadas con las ventas (cajeros, em16. En realidad, una buena parte de los empleos se «desplazaron» gracias a la terciarización económica expresada en forma de servicios sociales, es decir, por mor de la redistribución de la plusvalía que acompañó a la construcción del Estado Social, el cual a su vez es resultado de las luchas de clase seculares Capital/Trabajo; en gran medida una conquista histórica de este último, posibilitada por la desconexión soviética con el orden capitalista y el (relativo) equilibrio mundial de fuerzas. Conquista que, paradójicamente, a su vez salvó al capitalismo de sí mismo, permitiéndole un nuevo ciclo de acumulación gracias al aumento de la redistribución y la consecuente alza de la demanda.

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pleados de contabilidad y alquiler, así como televendedores), el trabajo de prefabricados y de construcción en general (el mercado para robots personales y de hogar está creciendo alrededor de un 20 % anual). La segunda ola, sin embargo, estará centrada en sobrepasar el cuello de botella de la ingeniería relacionada con la creatividad y la inteligencia artificial (serán quizás los últimos reductos ante la computarización los trabajos relacionados con las artes, la creatividad, la percepción social, la asistencia y cuidado de terceras personas, la dirección y management que requieran conectividad social, alta capacidad de interpretación y de comunicación). Por su parte, el informe del Bank of America Merrill Lynch (2015) destaca ocho sectores estratégicos donde los robots tendrán un efecto económico revolucionario: inteligencia artificial; defensa e industria aeroespacial; transportes; finanzas; salud; producción industrial; servicios domésticos y minería. El informe señala también que la llamada inteligencia artificial, es decir, la robótica en su aspecto más teórico (informática, matemática y lógica) relacionada con el internet de las cosas crecerá en un 36 % hasta 2020, gracias a empresas líderes como Apple, Facebook, Google, Hitachi o IBM. A ello habría que añadir los revolucionarios efectos de una agricultura robótica (robots para la siembra, la cosecha, la calibración, el almacenamiento, drones para monitorear, regar, sulfatar...), que se separará cada vez más de la relación naturaleza - ser humano que ha mantenido a la humanidad por más de 10.000 años. En su informe de 2013, el McKinsey Global Institute indicaba doce tecnologías con un potencial «disruptivo» para la economía de aquí a 2025: el internet móvil, la automatización del trabajo del conocimiento, el internet de las cosas, la tecnología de nube, la robótica avanzada, la genómica de última generación, vehículos autónomos y casi-autónomos, almacenamiento energético, impresión 3D, materiales avanzados, exploración y recuperación avanzada de gas y petróleo y la energía renovable.17 Por su parte, el informe del Foro Económico Mundial presentado en Davos en 2016, señala que una mayor automatización y aplicación de la inteligencia artificial en los lugares de trabajo dará lugar a la pérdida de 7,1 millones de empleos en los próximos cinco años en las quince principales economías, al tiempo que ayudará a crear solo dos millones de nuevos puestos de trabajo durante el mismo período (detalles en Roberts, 2016). 17. Todo indica que esta edad de las máquinas no es comparable a la que inauguró la máquina de vapor (una incursión a fondo sobre estos puntos en Brynjolfsson y McAfee, 2014; Rabilotta y Agnaïeff, 2016). Eso quiere decir que muy pronto máquinas podrán diseñar puentes y caminos, proyectar edificios y programas de intervención de cualquier tipo. Máquinas podrán escanear nuestro cuerpo y darnos un diagnóstico y tratamiento mucho más rápida y certeramente que cualquier ser humano. Es decir, podrán desplazar a las personas en cada vez más ámbitos (por más que, como se dijo, los diferentes informes suelan reconocer «cuellos de botella de la automatización» por lo que respecta a los ámbitos de creatividad, relacionales y de interpretación, entre otros). En suma, es previsible que por primera vez asistamos al hecho de que el avance tecnológicocientífico no abra nuevas posibilidades de acumulación ni de proliferación de nuevos empleos con mayor demanda de cualificación. Más bien la extendida y profunda automatización en curso y las ciencias y tecnologías emergentes que la acompañan, son más y más susceptibles de entrar en contradicción con el mundo del empleo y, por tanto, con la relación salarial y la subsecuente plusvalía que, recordémoslo, son elementos constituyentes insustituibles del modo de producción capitalista.

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La automatización que combina los avances en microelectrónica, informática, biogenética, nanotecnología, inteligencia artificial, neurociencia y robótica (Cuarta Revolución Industrial), promoverá cada vez más la delegación de los ámbitos de creación, inteligencia, conocimiento, así como los sistemas de supervisión y control productivos a las propias máquinas («inteligentes»), capaces de desarrollar mejores registros que los humanos en todos estos campos. Hasta ahora incluso en ciertas partes de la cadena de producción automatizadas la necesidad de trabajadores especializados, aunque solo sea para el control de calidad, no ha desaparecido, por lo que en esas cadenas donde funcionan las máquinas-herramientas de última generación, o sea automatizadas total o parcialmente, todavía hay una parte de trabajo humano. Sin embargo, cada vez más las máquinas-herramientas están dotadas de niveles de «inteligencia» proporcionados por la informática y pueden llegar a ser altamente sofisticadas, como es el caso de las impresoras 3D, lo que ya entra en la esfera de lo que pueden llamarse «robots». Así, la automatización que reinó durante los treinta años finales del siglo XX (19702000) no es igual que la «robotización» en curso, porque las máquinas que están siendo desarrolladas a partir de ahora incorporan la informática («cerebro»), sistemas ópticos y sensores muy sofisticados («ojos y sensibilidad») y disponen de «brazos» y «manos con dedos sensibles», lo que las hace entrar en la categoría de una automatización que prácticamente se desprende de la asistencia humana.18 Una nueva generación de software con capacidades de «aprendizaje profundo» está en ciernes. Se trata de programas diseñados para tomar o proponer decisiones a partir del análisis semiautomático de grandes conjuntos de datos, como los capturados en millones de interacciones con clientes o los recogidos por los sensores ubicuos del Internet de las cosas.19 El camino de la innovación tecnológica basado en el aprendizaje de las máquinas (automatización) y en la automovilidad y capacidad sensorial de las máquinas (robótica), puede entrar así en una espiral parabólica. El reciente informe citado del Bank of America Merrill Lynch (2015) apunta a que los robots podrán hacer el 45 % del total del trabajo de manufactura en 2025, ahorrando nueve mil millones de dólares en costos laborales. En muchos tipos de trabajo se está llegando ya a un punto de inflexión, en el que es 15 % más barato emplear robots que seres huma18. En Japón hace tiempo que hay dos denominaciones para las fábricas automatizadas: sin luz (trabajan en la oscuridad porque los robots no necesitan luz) y con luz, donde hay personal de supervisión (agradezco a Alberto Rabilotta tanto sus apuntes al respecto como que me llamara la atención sobre estos puntos). 19. «Programas de este tipo guían el movimiento autónomo de coches y robots; ganan a los campeones de ajedrez o Go; reconocen y clasifican imágenes, incluyendo los rostros en nuestra colección de fotos, pero también reconocen patologías en imágenes médicas; proponen recomendaciones de compra en Amazon, actúan como asistentes personales en teléfonos móviles; pueden suplantar a algún personal de atención al cliente; producen notas de prensa o reseñas deportivas; generan ilustraciones o componen música al estilo de... Según los expertos, en un tiempo más o menos cercano los autómatas podrán absorber cantidades ingentes de nueva información, autoprogramarse y razonar en modos que superen las capacidades de los especialistas en actividades de todo tipo, incluyendo la ingeniería, la medicina o la investigación. Y podrán hacerlo cada segundo de cada día de la semana, sin descansos, ni vacaciones, ni negociaciones salariales, ni convenios laborales» (Ruiz de Querol, 2016).

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nos. El desplazamiento es ya evidente en cada vez más sectores, aunque como es obvio, los que tienen más posibilidad de evitar la automatización son los más vinculados a la creatividad y a la originalidad. Recientemente el ya citado informe del City GPS (2016) señaló que en los próximos 10-15 años la computarización y la automatización podrían hacer desaparecer alrededor del 47 % de las 702 ocupaciones que analizó (ofreciendo también un repertorio de aquellas actividades que podrían estar más afectadas). Ciertamente esto no quiere decir ni que todos esos empleos vayan a desaparecer del todo ni que la automatización esté tan asegurada. De hecho, el propio City GPS advierte que ningún empleo de su lista desaparecerá totalmente. Algunos perderán la mayor parte de la fuerza de trabajo, mientras que otros solo una pequeña parte de ella. De momento, para el futuro cercano, lo previsible es que los robots no puedan sustituir totalmente a los humanos en la mayoría de los campos. Los robots son imbatibles en las grandes series, la reproductibilidad, las altas cadencias y en los esfuerzos tanto intensos como continuados. Pero las personas seguimos siendo más fiables en términos de percepción, comprensión, decisión, planificación, memorización de resultados obtenidos y mejoramiento de los mismos, así como en la auditoría de lo hecho, en general. Lo que quiere decir que más bien, en muchos casos, humanos y robots en adelante tendrán que cooperar (Measson, 2014), aunque tal circunstancia no contradice la tendencia hacia la eliminación de empleos, dado que se necesitarán menos humanos para trabajar en la mayor parte de los campos profesionales. Lo que podemos constatar hasta el presente es que se ha dado una creciente sustitución de los trabajos más rutinarios y repetitivos, y que ya empezaron a caer también los trabajos de cualificación intermedia (Gráfico 8).

GRÁFICO 8. Coeficientes anuales estimados de empleo para diferentes tipos de cualificaciones 0.005 0 0.005 0.01

1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 ◆ ◆ ◆



-0.025 -0.02 -0.025 0.03 -0.035







Empleo de baja cualificación

◆ ◆ ◆

Empleo de cualificación media Empleo de alta cualificación

-0.04











-0.045 FUENTE: Rodrik (2015), a partir del World Input-Output Database, con datos de cuarenta países de Asia, África, América y Europa.

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Las tendencias proyectadas por estos estudios indican que en las próximas décadas, ya veremos en qué proporción, la sustitución afectará también a los altamente cualificados. Lo curioso, hoy por hoy, es que si bien hay un descenso generalizado de empleos en todos los niveles, el saldo neto entre puestos de trabajo creados y destruidos es claramente perjudicial para los empleos de mediana cualificación. De ahí que en los últimos años la proporción de empleos de baja cualificación y los altamente cualificados aumentó con relación a los de cualificación intermedia, que se han visto los más perjudicados en términos proporcionales. Esto tiene su explicación en que, paradójicamente, en la mayoría de las economías centrales los empleos de baja cualificación aumentaron para compensar el proceso de sobreacumulación, dado el rápido abaratamiento de la fuerza de trabajo, pero subieron sobre todo en proporción los empleos mejor remunerados (Gráfico 9).

GRÁFICO 9. Cambio en las proporciones de empleo en ocupaciones de bajos, medios y altos salarios en 16 países de la UE, 1993-2010 Salario bajo Salario medio Salario alto

FUENTE: Autor (2015: 9), sobre un estudio basado en el censo de población IPUMS (1920-2010), American Community Survey.

Sin embargo, poco a poco entramos también en un proceso de pérdida de empleos de alta cualificación, según las computadoras y la robótica se hacen cargo de más tareas analíticas e incluso de las de toma de decisiones (como muestra Carr —2014a y 2014b— que está sucediendo ya en EE.UU.); lo cual está llevando a una dinámica de pérdida de cualificación punta entre la altamente formada fuerza de trabajo, paralela a la subocupación de la misma (con la consiguiente presión a la baja en toda la escalera profesional). A partir de ahora lo más probable es que esa tendencia se acentúe. Previsiblemente, por tanto, solo un número cada vez más reducido de trabajadores podrá acceder a las categorías altas de empleo. Para la mayoría quedarán trabajos manuales en la baja escala o bien, simplemente, la pérdida del empleo (o 25

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la extrema vulnerabilidad del mismo: con períodos cada vez más cortos de contratación y en condiciones laborales y salariales peores). Lo que quiere decir que probablemente en el futuro cercano se extremará el empleo en las dos puntas de la escala (de muy alta cualificación y de muy baja), en detrimento de los niveles medios.20 Para calibrar unas u otras posibilidades de sustitución y para determinar la extensión de la automatización, un factor clave radica en el propio precio de la fuerza de trabajo. Lo que hace que en muchos lugares y en muchos empleos continúen estando seres humanos empleados no es que las máquinas robóticas o automatizadas no puedan hacer su trabajo, sino que hasta el presente los humanos lo pueden hacer más barato (de hecho, la ratio costo/función útil es todavía, en conjunto, favorable al trabajo vivo, por lo que quedan campos y ámbitos empresariales que se resisten a la automatización). De ahí que si muchos empleos rutinarios se eliminan a cuenta de la automatización, la explotación intensiva de la mano de obra en trabajos que no precisan de cualificación es todavía también un factor de empleo contrarrestante de la sobreacumulación, al que se recurre tanto a escala interna como a través del offshoring. Sin embargo, con la rápida caída de los precios de la automatización, es previsible que esa circunstancia no se mantenga mucho tiempo o lo haga en menor escala para cada vez más ámbitos del mercado laboral (de hecho la automatización irrumpe con fuerza también en sectores y países donde el precio de la fuerza de trabajo es sumamente bajo). Lo que es posible anticipar para el futuro más inmediato es que la probable propensión a la contención en la inversión tecnológica en ciertas ramas de actividad —tanto en orden a evitar la sobreacumulación (falta de rentabilidad), como debido al rápido y drástico abaratamiento de la fuerza de trabajo—, podrá ser combinada con una selectiva y elitista inversión en tecnologías y en las citadas ciencias emergentes (nanotecnología, inteligencia artificial, robótica, neurociencia...), las cuales, no lo olvidemos, son aún más ahorradoras de trabajo. Obviamente, no debe perderse de vista en todos estos análisis prospectivos que la creciente probabilidad de automatización futura, o incluso la exageración de la misma, pueden servir también como amenazas para disciplinar a la fuerza de trabajo, para obligarla a aceptar peores condiciones laborales y salariales. Pues tanto la posibilidad material como la mera expectativa de automatizar procesos económicos juega en contra de su poder social de negociación, no solo por factores objetivos, en el primer caso, sino por condiciones subjetivas, en el segundo. Más allá del determinismo tecnológico, la tendencia y las posibilidades materiales de la aplicación del desarrollo de la automatización en los procesos productivos actúa en pri20. Estamos ante fuerzas contradictorias, por un lado se abarata la mayor parte de la fuerza de trabajo debido a la automatización, y ese mismo abaratamiento desincentiva mayor automatización, al tiempo que en lo inmediato se crean pequeños nichos de alta cualificación bien remunerada pareja al desarrollo científico-técnico. Quizá estas tendencias contradictorias hacen que quienes más han estudiado el proceso desde el punto de vista estrictamente económico no terminen de ofrecer proyecciones convincentes. Así por ejemplo, Acemoglu y Restrepo (2016) ofrecen datos ambiguos, poco concluyentes, sobre perspectivas de robotización, y la correlación entre robótica, pérdida de empleos, aumento de la desigualdad salarial y polarización social en el mercado laboral estadounidense, que si bien en lo cercano muestran como marcadamente negativas, entienden que con el tiempo «se autocorregirán».

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mera instancia inevitablemente en favor del poder del Capital (en mayúsculas, como capitalista colectivo).21 Igual lo hicieron las tecnologías de la información y la comunicación para llevar a cabo la deslocalización productiva, emprender la globalización, conseguir un único ejército de reserva mundial y así desbaratar el poder social de negociación de la fuerza de trabajo en casi cualquier lugar. La tendencia actual es que a falta de una correlación de fuerzas sociales que haga bajar significativamente el tiempo de trabajo y por tanto generalice un reparto del mismo con condiciones no degradadas, se dé una erosión de la relación contractual salarial, esto es, un declive del empleo.22 Hasta ahora la combatividad social había logrado que la multiplicación por 13,6 de la productividad horaria del trabajo a lo largo del siglo XX en las formaciones sociales de capitalismo maduro, fuera acompañada de una reducción del 44 % del tiempo de trabajo, con la posibilidad que tal correlación ha entrañado de repartir un empleo con garantías (circunstancia que evitó una enorme subida del paro). La intrínseca debilidad del Trabajo (en mayúsculas, como «conjunto de personas que tienen que vivir de su trabajo dependiente» —ver Apéndice—) en la actualidad dificulta la repetición de esos procesos, con la consiguiente acentuación de la tendencia a la eliminación de empleos, que ya es patente. Lo cual no lleva implicada, necesariamente, una supresión proporcional del trabajo humano, como veremos más tarde. Lo que está en vías de desaparición es el trabajo asalariado a tiempo completo y con garantía de larga duración, «como base principal para construir la propia vida, una identidad social, un futuro personal» (Gorz, 2008b). De hecho, lo que se está dando por el momento es un «reparto del empleo degradado», que se traduce en una multiplicación de fuerza de trabajo para los mismos puestos laborales, con pérdida del salario y del tiempo completo, amén de las condiciones laborales asociadas a la seguridad en el empleo.23 21. En un segundo momento, cuando empieza a bajar la tasa de ganancia, las cosas se complican, aunque ese hecho de por sí no equilibra las fuerzas sociales. Sí en cambio abre posibilidades objetivas para ello el tiempo social disponible que la automatización permite, y que es susceptible de conllevar una presión hacia otras relaciones sociales de producción (por más que bajo las actuales se traduzca en el descuartizamiento de la relación salarial), como se verá a lo largo de este texto. 22. Ya estamos viendo cómo en cada vez más formaciones sociales se necesita un mayor incremento del PIB para asegurar la creación de empleos (lo que sustenta también la tendencia a que en cada recesión capitalista se eliminen más empleos de los que en el magro remonte posterior se puedan recuperar). Fijémonos en una de las conclusiones del informe del BBVA, de 5 octubre de 2015, Observatorio Económico de EE.UU.: «Como hemos observado en las últimas décadas, las innovaciones de la RI nº 3 [Investigación en Inteligencia] han propiciado que los trabajos sean más transferibles y más transitorios a nivel mundial (“economía gig”). El nuevo capital también requiere menos mano de obra que el viejo capital. Además, las nuevas tecnologías precisan más trabajadores altamente cualificados y menos trabajadores de baja cualificación. La combinación de todos los efectos de la RI nº 3 originará mayor integración global, menor porcentaje de productividad procedente de la mano de obra, menor tasa de participación de la población activa y mayor desigualdad de los ingresos entre las personas». 23. Así por ejemplo, España contaba al acabar 2016 con 374.500 ocupados más, según la EPA, de los que había en el cuarto trimestre de 2011. Pero eso no significa que haya más trabajo. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) las horas trabajadas en España al finalizar el año 2015

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Pero aun así, se hace cada vez más evidente la pérdida de capacidad del modo de producción capitalista de acompañar el crecimiento de la población activa con proporcionales incrementos de la asalarización, o dicho de otra manera, el sistema pierde capacidad de asalariar. Inocultable, pues la tasa mundial de desempleo va en aumento desde los años setenta hasta la actualidad. Veamos, entre 1980 y 2007 la fuerza de trabajo mundial creció un 63 %, de 1.900 millones a 3.100 millones de personas. Pues bien, si consideramos dentro de ella la población desempleada, la empleada o auto-empleada de forma altamente vulnerable y la inactiva en edad laboral, sumaban unos 2.400 millones de personas, 70 % más que la población ocupada regularmente (Foster, McChesney y Jonna, 2011 —quienes advierten que en ese enorme ejército de reserva mundial no se cuenta la creciente población que está sometida a relación salarial de forma parcial o discontinua—). Según un estudio de la OIT (2012), en 2008 (cuando todavía la crisis actual no había ahondado los estragos en los mercados laborales) más de la mitad de la fuerza de trabajo mundial estaba desempleada. En el reciente nuevo informe de la OIT, de mayo de 2015, esta organización indica que el empleo asalariado afecta solo a la mitad del empleo en el mundo y no concierne nada más que al 20 % de la población trabajadora en regiones como África subsahariana y Asia del Sur. Dice el informe que las formas de empleo «que no devienen de la relación tradicional empleador-asalariado están en alza» (OIT, 2015: 3).24 También se señala que menos de un 45 % de la fuerza de trabajo que está asalariada detenta un empleo permanente a tiempo completo, y que esa proporción tiende claramente a decaer en lo venidero. Ya en 2008 advertía que incluso en las economías centrales el empleo asalariado «no estándar» se había convertido en el rasgo predominante de los mercados de trabajo. Realizo a continuación (ver Gráfico 10) una representación gráfica aproximada de las proporciones descritas, con el fin de facilitar la visibilidad del fenómeno. Puede verse que probablemente solo en torno al 10 % de la población activa mundial está vinculada a la relación salarial mediante un empleo «permanente» a tiempo completo (entrecomillo la designación de permanente para indicar la poca firmeza que la misma tiene en la actualidad). Podemos ahora calibrar lo enunciado al principio de este capítulo sobre la importancia de la pérdida de fuerza de trabajo productiva en la valorización del capital debido al enorme incremento de la productividad (con la automatización-robotización), y su repercusión en la caída de la masa global de valor. Este hecho va a hacer que cobren auge de nuevo tanto la explotación extensiva de la fuerza de trabajo (alargamiento de la jornada laboral), como otras formas complementarias de explotación no salariales o no totalmente salariales. ascendían a 31.428 millones, 1.359 millones de horas menos de las que se registraron aquel primer año. Cuando estallaron las burbujas financieras, se trabajaban en España más de 36.518 millones de horas, pero hoy se trabajan 4.436 millones de horas menos. Si el crecimiento del empleo está aumentando más que el número de horas trabajadas es porque se está produciendo un reparto del empleo degradado o basura. 24. Dentro de estas incluye: a) empleo temporal; b) arreglos contractuales que implican múltiples partes; c) relaciones de empleo ambiguas; d) empleos a tiempo parcial (para una explicación de las mismas ver OIT, 2015: 33).

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GRÁFICO 10. Población activa mundial

FUENTE: elaboración propia a partir de los estudios citados de la OIT (2012 y 2015) y de Foster, McChesney y Jonna (2011). Los porcentajes son meramente aproximativos, dado que el gráfico tiene un cometido más heurístico que de exactitud.

Hay que señalar que en el capitalismo siempre fue imprescindible la combinación del trabajo asalariado con el no asalariado (entraremos en detalle en los Capítulos 4 y 5). Las diferentes formas «contractuales» recién indicadas reflejan la gran extensión e importancia actual del trabajo subalterno no asalariado, parcialmente asalariado u ocasionalmente asalariado (volveré sobre ello al final de este capítulo para explicarlo con más detenimiento). Igual hemos de entender desde esta perspectiva la crónica «incapacidad» de extender la relación salarial a buena parte del mundo periférico capitalista, donde la subsunción real del trabajo al capital ha quedado incompleta y donde múltiples formas de trabajo no asalariado, el trabajo impagado y las reservas de población lista para convertirse en fuerza de trabajo25 han venido cumpliendo un papel imprescindible para el capitalismo. A ella se suma en la actualidad el debilitamiento de la capacidad de asalarización en las formaciones centrales del Sistema Mundial26 (véase, por ejemplo, Gráfico 11 para EE.UU.), y muy especialmente de la asa25. Proceso que fue llamado por De Gaudemar (1979) de «movilidad absoluta» (he realizado un desarrollo de este concepto para las migraciones capitalistas en Piqueras, 2011). Por otra parte, siguiendo a Moulier Boutang (2006), al trabajo fuera de la relación capitalista, o con una relación indirecta a la misma o recién incorporado a ella pero sin el conjunto de atribuciones de la ciudadanía laboral o social, le llamaremos en este texto «Trabajo exógeno» (ver Apéndice y Capítulo 5). 26. De hecho, gracias a algunas economías llamadas «emergentes», esa capacidad se ha invertido. El crecimiento del empleo en general se estanca en una tasa de 1,4 % anual desde 2011 a escala mundial, mientras que en las formaciones centrales la media es de 0,1 %. No hay que explicar la

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larización que garantice la reproducción de la fuerza de trabajo, como enseguida vamos a ver.

GRÁFICO 11. Evolución de la creación de empleo en EE.UU. Crecimiento del empleo por década, 1940 a 2010 PORCENTAJE DE VARIACIÓN EN NÓMINAS DE EMPLEOS NO AGRÍCOLAS

Año en década

Del 38 % de incremento en la creación de empleo en la década de los cuarenta, se pasó al 24 % en los cincuenta; 31 % en los sesenta; 27 % en los setenta; 20 % en los ochenta; 20 % en los noventa; 0 % en la primera década de los 2000. FUENTE: Goldstein (2011).

Pero con toda probabilidad el indicador más grave de decadencia en esta cuestión es el de la incapacidad de asalariar a las nuevas generaciones. Al acabar 2009 había 81 millones de jóvenes desempleados entre los que se contaban como población activa (entre 15 y 24 años), en el mundo. La población entre 16 y 24 años en busca de empleo tenía porcentajes de desempleo por encima del 50 % en países del norte de África y del sur de Europa.27 En general, tiene tres veces más posibilidades de estar desempleada que la población adulta (OIT, 2012). Eso quiere decir, ni más ni menos, que el capitalismo abandona a las nuevas generaciones a su suerte; se desentiende de ellas. En estos momentos pasan a constituir algo así como una provisión mundial de reserva del propio ejército de reserva (por eso mismo, tienen cada vez menos posibilidades de ser utilizadas regularmente como fuerza de trabajo); constituyen el segmento más proletarizado y precarizado de aquella, convirtiendo a la juventud en una infraclase. Pero al hacer esto, el capital precariza su propio futuro: las generaciones convertidas en bolsas de reserva del batallón de reserva de hoy no permiten sostener la sociedad futura. importancia que esto tiene para el empobrecimiento de la fuerza de trabajo o, dicho en otros términos, reducción de la masa salarial mundial, que solo en la UE fue de 485.000 millones de dólares en 2013. En España, a finales de 2016 la remuneración total de los asalariados había caído en algo más de 48.097 millones de euros respecto del comienzo de la crisis (El Confidencial, http://www. elconfidencial.com/economia/2016-12-28/empleo-espanoles-horas-trabajadas_1309790/). 27. Datos en Goldstein (2011), quien cita fuentes de la OIT y el New York Times (de 11/08/10). Dice este autor que ni la suma de factores como la rebaja de los salarios, la enorme intervención financiera estatal, el militarismo, la guerra y la ocupación de enclaves energéticos han conseguido sacar a la economía estadounidense «del estado de estagnación, crisis y permanente desempleo masivo en que se encuentra» (2011: 14).

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Indisociablemente unido a los procesos descritos se da la pérdida del valor del salario como satisfactor de necesidades; su dilución como elemento de integración social, de garantía contra la dependencia (familiar o social) e incluso contra la pobreza. De los cerca de 40 millones de estadounidenses que perdieron el empleo en la recesión de 2007-2009, solo uno de cada cuatro ha conseguido volver a niveles previos de sueldo, después de cinco años. Pero además, las personas que han sido afectadas por ese impacto del desempleo «tienen menos probabilidades de poseer una casa; experimentan más problemas psicológicos; y sus hijos tienen peores resultados en la escuela. Son las llamadas “cicatrices salariales”» (Roberts, 2016b: 4). Lo que quiere decir que con el nuevo estallido de la Larga Crisis actual solo se recuperan empleos en la medida en que se degrada el mercado laboral. El objetivo último de esa degradación es intentar mantener la tasa de ganancia a través del abaratamiento del precio de la fuerza de trabajo, acentuar el disciplinamiento de la misma y aumentar su sobre-explotación. A diferencia de otras etapas históricas y otros modelos de producción que se han dado en el capitalismo, en lugares y tiempos concretos, en que la acumulación del capital daba lugar a una dinámica expansiva de productividad, beneficios y, aunque menos intensamente, de los salarios y el consumo, el relanzamiento de la etapa de la globalización post-crisis se da con una continuidad de la devastación brutal del empleo. Así pues, esta nueva etapa va a suponer la ruptura —casi— definitiva con las formas de expansión del capital que alineaban las mejoras de productividad con las mejoras de los salarios y condiciones de trabajo, que se habían dado en el modelo fordista y que habían sido ampliamente desmanteladas por el neoliberalismo [Taifa, 2016].28

Por eso, los procesos hasta aquí descritos no pueden sino conducir a una brutalización de los mercados laborales. Si tenemos en cuenta, además, que el empleo es el principal distribuidor de la riqueza total de una formación social, su decadencia acarreará también un acentuado crecimiento de la desigualdad. La precarización laboral repercutirá seriamente a su vez en la falta de capacidad de auto-reproducción de la fuerza de trabajo, eso que llaman «pobreza». 1.2. Acentuación del despotismo de las relaciones laborales La automatización en curso afecta negativamente a la organización de la fuerza de trabajo, reforzando por contra el poder y control de la supervisión, haciendo más y más fácil la monitorización de la actividad laboral y socavando al mismo tiempo las posibilidades de solidaridad entre la población trabajadora. 28. Buena parte de la reducción de empleo no se justifica por la falta de actividad. El mismo informe del grupo Taifa señala que por ejemplo, en España, entre 2007 y 2014, el empleo disminuyó el 15,8 %, mientras que el valor añadido bruto se redujo tan solo el 7,5 %. Esto significa un incremento de la productividad del 9,8 %. Este desequilibrio entre la intensidad de la reducción del empleo y del valor añadido se ha dado principalmente en la industria, las actividades de la construcción e inmobiliarias y en algunos servicios (comercio, reparación de vehículos, transporte, almacenamiento, hostelería, artísticos, entretenimiento y otros).

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Lo más probable es que el despotismo patronal aumente según se debilitan las formas organizativas del Trabajo, crece el ya de por sí ingente ejército laboral de reserva mundial y se obstaculiza, por otra parte, la fluida consecución de la ganancia. Como queda dicho, intrínseco a las relaciones sociales de producción capitalistas (que hacen que una exigua minoría tenga la propiedad y el control de la práctica totalidad de las máquinas), es que la automatización (y sus correlatos de decadencia de la tasa de ganancia y de eliminación de empleos en diferentes ámbitos de la producción y lugares del sistema capitalista) conlleve como acompañante inseparable la sobreexplotación de la fuerza de trabajo que permanece en otros ámbitos y lugares de la producción capitalista mundial.29 Lo que supone una variada gama de dispositivos de extracción de plusvalía absoluta (formas de explotación pre-tayloristas), combinadas con otras tayloristas y neo-tayloristas, y todas ellas correlacionadas con una vinculación altamente inestable, fragmentada o parcial a la relación salarial, o incluso con modalidades de trabajo fuera de la misma, dado que el tiempo de trabajo empieza de nuevo a desligarse paulatinamente del tiempo de empleo para más capas de la población trabajadora. Es decir que la caída de la tasa de ganancia cada vez más también conduce a incrementar y extender la explotación fuera de la relación salarial (en lo que más adelante caracterizaré como Ámbito Amplio de la Explotación), así como a exacerbar la Apropiación por parte del Capital del conjunto de actividades humanas y extra-humanas (Capítulo 5). Sin embargo, el aumento de la explotación laboral es un signo evidente de fallo sistémico más que señal de vitalidad, por cuanto si es cierto que la tasa de ganancia aumenta cuando lo hace la tasa de explotación, este hecho puede ocultar una disminución de la producción de valor como plusvalor por unidad de capital invertido, aunque procure una mayor asignación del valor a favor del capital (más plusvalía). Pero solo la producción de plusvalía (no su reparto) por unidad de capital invertido, denota el estado de salud de la economía capitalista. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad, el sistema es cada vez menos capaz de producir plusvalía por unidad de capital invertido, un hecho oculto por una creciente tasa de explotación, pero revelado si la tasa de explotación se mantiene constante. El aumento de la tasa de ganancia con una tasa variable de explo29. «Ley» ya anunciada por Marx en los Grundrisse: «El tiempo de trabajo como medida de la riqueza pone la riqueza misma como fundada sobre la pobreza y al disposable time como existente en y en virtud de la antítesis con el tiempo de plustrabajo, o bien pone todo el tiempo de un individuo como tiempo de trabajo y consiguientemente lo degrada a mero trabajador, lo subsume en el trabajo» (1972b: 596). Por eso, si el desarrollo tecnológico acorta el tiempo socialmente necesario para la producción, esto no se traduce en más tiempo libre proporcional, sino ante todo en la expulsión de seres humanos de los procesos productivos, y en el sobre-trabajo (sobreexplotación) de los que todavía permanecen en ellos. «La maquinaria más desarrollada, pues, compele actualmente al obrero a trabajar más tiempo que el que trabaja el salvaje o que el que trabajaría el mismo obrero con las herramientas más sencillas y toscas» (ibídem; en ambas citas cursivas en el original). Esto tiene su traducción incluso para el creciente «trabajo inmaterial» del capitalismo actual. No es de extrañar que hoy la jornada de trabajo se alargue más allí precisamente donde el contenido inmaterial de la prestación laboral es mayor. Smith (2016) explica pormenorizadamente en qué consiste hoy la sobre-explotación así como su expansión a escala mundial, que deja a más y más fuerza de trabajo por debajo de su valor. También especifica la tendencia a la disparidad de salarios tanto intra como interestatalmente.

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tación desde mediados de la década de 1980 en adelante no denota una mejora de la economía, sino su deterioro. [...] La torta disminuye, mientras que aumenta la parte que se apropia el capital [Carchedi, 2017: 6].

Las secuelas para la población de que sea la tasa de explotación la que palie la pérdida de valor de la economía capitalista, son, como puede fácilmente esperarse, terribles. Para empezar, la precariedad laboral resultante es del todo patente en aspectos como: a) la temporalidad laboral (en torno al 14,8 % en la media Comunitaria europea; 26,2 % en el último trimestre de 2015 en España, según CaixaBank Research);30 b) la importancia de las modalidades de trabajo sin relación contractual y a menudo tampoco salarial;31 c) la creciente extensión de la figura de los «falsos autónomos»;32 d) la 30. El Economista, 28/03/15, en http://www.eleconomista.es/economia/noticias/7448503/03/16/ La-temporalidad-laboral-de-Espana-casi-duplica-la-del-promedio-de-la-UE.html 31. Por su propia condición son condiciones laborales difíciles de cuantificar. Sin embargo, en diferentes estudios cualitativos sobre el empleo es fácil encontrarse con respuestas de las personas entrevistadas que aluden a formas de trabajo no reconocidas mediante un contrato, a menudo sin ni siquiera sueldo. Esto último ocurre ante todo, como es lógico, con la población joven. Así por ejemplo, en un estudio cualitativo sobre Juventud y Crisis que desarrollamos en la provincia de Castellón (Impacte de la crisi en la transició a la vida adulta. Estratègies d’emancipació de la generació perduda a Castelló), encontramos con frecuencia que las personas jóvenes entrevistadas reconocían que desarrollaban, o en algún momento de su vida habían desarrollado trabajos con contrato no remunerados o miserablemente retribuidos. Testimonios como los que aquí reproduzco fueron, como digo, frecuentes: «Sin seguridad en nada [...] O sea, no tienes una seguridad de que luego vaya a haber una remuneración». «Seis meses sin remuneración, con otras personas, entre las cuales nos encontrábamos compitiendo, porque luego de ahí íbamos a quedar uno. Seis meses sin remuneración [...] por las mañanas de 8 a 2 [...] te lo venden como que te van a formar». «Con el conformismo de los trabajos, por ejemplo, tienes que conformarte que te paguen tres euros y medio la hora, por ejemplo [...] ahora mismo si dices que no a algo hay cien detrás de ti que van a decir que sí, incluso por dos euros van a trabajar la hora [...] la juventud de ahora, ahora mismo se tiene que conformar con lo poco que le dan». Hay una síntesis de esta investigación en Alcañiz, Piqueras y Lloría (2014). Por su parte, la revista Fortune afirmaba con aplomo en sus páginas que «quienes trabajan gratis tienen más ambición, más hambre que aquellos que perciben un salario. Y además son más creativos» (en Expansión, http://www.expansion.com/2011/04/21/empleo/desarrollo-de-carrera/1303385156.html). Con ello la revista no hacía sino intentar otorgar carta de legitimación a una tendencia que va cobrando fuerza: cada vez más gente está dispuesta a trabajar sin sueldo. 32. «Curiosamente», de acuerdo con la OCDE, la tasa de trabajadores por cuenta propia es mayor en aquellos países con menores niveles de ingreso per cápita. Los países que han tenido un fuerte Estado Social, como los escandinavos, son los que menos porcentajes de autónomos registran respecto de la población ocupada (6,5 % en Noruega, por ejemplo). España se sitúa en un nivel intermedio, con un 17,9 %, frente al 35,9 % de Turquía, el 33 % de México o el superior al 52 % en Colombia. A 35,4 ascendía el porcentaje en Grecia, en 2014, con su particular crisis (todos los otros datos son para 2013; ver OCDE, 2016). Asimismo, la figura del TRADE (Trabajador Autónomo Económicamente Dependiente), intenta recoger la realidad de la condición de «autónomo» como fuerza de trabajo externalizada de las empresas, que deja de estar en sus nóminas, y por tanto en sus gastos de seguridad social, pero que sigue trabajando para ellas en cuanto que «autónoma», es decir, bajo su propio riesgo y coste (en España puede haber cerca de 270.000 personas bajo esta condición, aunque la Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos reconoce 191.300). Recordemos que esa figura individualiza las relaciones laborales, al quedar fuera de la negociación colectiva. Estrictamente, además, en ella no se incluyen a los «falsos autónomos», entre quienes oficialmente se reconoce que lo son al menos a aquellos que trabajan para una empresa en condiciones normales pero bajo un contrato mercantil.

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enorme dimensión de la economía sumergida (alrededor de un cuarto del PIB español, por ejemplo); e) las peores condiciones laborales en relación a aspectos como los bajos salarios, el desajuste entre la formación adquirida y el puesto de trabajo desempeñado, la prolongación de la jornada laboral (a menudo sin compensación económica)33 y la flexibilidad horaria, así como la elevada incidencia de la siniestralidad laboral; f) el menor acceso a la protección social; y g) una tutela colectiva debilitada por el recorte de los derechos protegidos por las normas internacionales de trabajo, incluidas la libertad sindical, la negociación colectiva y la protección contra el acoso y la discriminación.34 Toda esta economía política de la inseguridad y el miedo laboral (Bourdieu, 1999, 2001; Beck, 2002), coinciden en la disminución del valor de la fuerza de trabajo (pauperización). De hecho, la sobre-explotación tiene su extensión en la expropiación del fondo de consumo de la clase trabajadora, para traspasarlo al fondo de acumulación del capital. Eso quiere decir que el valor de aquella queda por debajo del de las mercancías necesarias para mantenerla viva (a pesar de que ella misma hace descender el valor de estas últimas a través de la actual revolución científicotécnica) (Marini, 1978, 2008). Circunstancias que, entre otras muchas dramáticas consecuencias, redundan en la reducción de su poder social de negociación, en su hipersubsunción al capital. Las condiciones laborales se deterioran tanto (la condición laboral se hace tan mísera) que la fuerza de trabajo queda cada vez más imposibilitada de organizar la protesta contra su situación (ni participación en huelgas ni sindicación, por ejemplo, están al alcance de cada vez más parte del salariado, como los indicadores al respecto muestran claramente a partir sobre todo de los años noventa del siglo XX —Piqueras, 2014a, cap. 5.3—). Más bien la población asalariada queda en condiciones de hacer de ejército de reserva de sí misma: contratada y despedida a discreción, abordará cada nueva relación laboral con un listón reivindicativo más bajo, con un mayor nivel de aceptación laboral. Dicho de otra forma, ya no es la población desempleada la única que ejerce una presión a la baja sobre los salarios, sino que es cada vez mayor la presión que ejerce al respecto la propia población empleada. Así por ejemplo, Brenner apuntaba que en EE.UU. «más de la tercera parte de los trabajadores, aunque actualmente tengan 33. Por ejemplo, incluso antes del último estallido de la Crisis de Larga Duración los asalariados a tiempo completo en España, según Eurostat, trabajaban un promedio de 8,5 horas extra a la semana, de las cuales 4,7 horas no eran pagadas (lo que quiere decir que más del 10 % de la jornada laboral regular acordada por convenio se le regala a la patronal) (ver para los datos citados aquí, Schweiger y Rodríguez, 2007). Si hablamos de la temporalidad o en general precariedad laboral del mercado de trabajo español, esta afectaba en 2009 al 30 % de los empleos de baja cualificación y al 23 % de los trabajos que requieren una formación superior. 34. Ver para el caso de España los recientes informes de Foessa (2014) o CC.OO. (2014). El International Social Survey Programme tiene abundantes referencias sobre la degradación del trabajo en Europa. Una selección de las mismas en Santos (2012). Esa precariedad laboral tiene también una traducción dramática en forma de «accidentes laborales». Según datos presentados por UGT y CC.OO. en RTVE (en http://www.rtve.es/noticias/20160427/mas-diez-trabajadores-fa llecen-cada-semana-espana-accidente-laboral/1346000.shtml), en 2015 fallecieron 608 empleados en 1.200.000 siniestros laborales en España (1,7 al día). En la UE-28 esa cifra se eleva a 10 trabajadores fallecidos al día. En ambos casos la subcontratación y, en general, la precariedad laboral, están detrás de esos resultados (Eurostat, 2016).

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un empleo, constituyen un enorme “ejército de reserva de empleados mal pagados”, que junto a los desempleados ejercen una poderosa presión a la baja sobre los salarios» (2009: 433). Esto solo es posible, como he dicho, si los salarios se deprimen por debajo del valor de reproducción de la fuerza de trabajo, que es lo que se ha llamado pobreza salarial, que significa que la asalarización pierde más y más su garantía contra la pobreza, lo que extiende de nuevo también en las formaciones centrales la condición de los working poor (trabajadores pobres), propia de la primera industrialización (Piqueras, 2014a).35 Con todo lo dicho, la clásica connotación que introducía el concepto de lumpenproletariado va perdiendo significado, al generalizarse las características que le eran propias. Como hemos visto, el desarrollo tecnológico hace a los seres humanos cada vez más innecesarios o superfluos para los procesos productivos. Cuando, además, la tecnología se hace la forma universal de la producción material, circunscribe una cultura entera, proyecta una totalidad histórica, una Sociedad de Una Dimensión,36 en la que la que se llega al paroxismo de la desposesión de los desposeídos: se les desposee también de su fuerza de trabajo como elemento requerido por el capital (lo único que podrían vender para sobrevivir). Y ya se sabe que en el capitalismo lo que no es fuente de plusvalía no tiene valor. Por eso, la ansiedad por no caer en el pelotón de los desechados obliga a una constante puesta al día del yo, un denuedo diario por adquirir destrezas, conocimientos o preparación que se escapen al radio de acción de la automatización, como objetivos móviles que quedan obsoletos nada más adquiridos. Eso significa poner la vida en permanente disponibilidad para la explotación, no importa si una creciente parte del trabajo que se realiza en el ámbito laboral no sea remunerado. 35. Esa tendencia estaba ya instalada antes del estallido de la crisis de 2007-2008, y no ha hecho más que extremarse con ella. Así por ejemplo, la pobreza salarial fue persistente en la UE entre el final del siglo XX y principio del XXI. Si en torno al 3,6 % de la población de la UE eran working poor, y el 10 % de la población europea vivía en hogares asalariados pobres (Medialdea y Álvarez, 2005, recogen algunos de los datos proporcionados entonces), después esas condiciones de pobreza salarial aumentaron. En España 6,58 millones de ocupados obtenían unos ingresos inferiores al salario mínimo interprofesional (SMI) anual en 2015. Si se incluyen las prestaciones económicas, como el desempleo u otras ayudas dinerarias, la cifra baja hasta los 5,6 millones, pero aun así eso significa que casi una de cada tres personas que trabajaron ese año (el 31 %) lo hicieron por unos ingresos inferiores al SMI anual. Lo que habla mucho del que he señalado antes como «reparto del empleo degradado», pues esas cifras no podrían entenderse sin referencia al empleo basura que a veces es de tan solo unos días; o, en general, a la sustitución de empleos estables por empleo parcial o temporal. Guerrero (2000a) ofrece un buen análisis y datos sobre la pauperización obrera en el caso español, extrapolable a otras formaciones centrales. Sobre el deterioro de la condición salarial en general son ya clásicos los trabajos de Alonso (1999, 2007). También los de Antunes (1999, 2005). No puedo dejar de reproducir en línea con lo expresado, unas palabras que me impresionaron: «La pobreza degrada y destruye, moral, social y biológicamente al más grande milagro cósmico: la vida humana. La existencia de la pobreza es una aberración de la vida social, un signo evidente del mal funcionamiento de la sociedad» (Boltvinik, 2012: 28). 36. Parafraseando a Marcuse (1968), Garland (2016) se refiere con este término a una sociedad en la que los vínculos sociales han sido severamente reducidos y la mayor parte de los seres humanos hechos redundantes.

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Aquí hay que contar no solo el trabajo que las personas llevan a cabo sin pago (horas extras no pagadas, mucho del tiempo trabajado a través de contratos en formación, trabajo de becarios, etc.), sino el que realizan para valorizarse a sí mismas en el mercado laboral o para asistir a entrevistas, desplazarse en busca de oportunidades, conectarse, estar al tanto de las últimas tendencias, conseguir una «buena presencia», «estar en forma»...37 Hay una creciente obsesión por la auto-valorización, consecuente con un mercado que desvaloriza continuamente la formación adquirida, que deja obsoletas a toda velocidad las aptitudes y habilidades, lo que puede describirse como obsolescencia programada del currículum. Lo cual puede entenderse como la otra cara de la curriculización de la vida o el intento de traducir todo lo que se hace en términos de currículum profesional (esto es, traducido a posibilidad de extracción de valor), ante la acuciante angustia de perder valor como seres humanos.38 Lo que lleva también a hacer del cuerpo un campo de batalla, para que refleje (como dicen los ‘bourdieanos’) el mayor «capital social» y «cultural» posible (Moreno, 2016). Esto, que entraña en sí mismo una «precariedad subjetiva», hace que lo que antes se veía como dominación se experimente ahora bajo la forma de procesos objetivos frente a los que no hay alternativa (vincularemos tal fenómeno con la cuestión de la hegemonía en la segunda parte del libro). La sobre-explotación, unida a la conectividad permanente, la disponibilidad y la curriculización del tiempo de vida, tienen por tanto otras secuelas, pues obstaculizan la participación vecinal, comunitaria, social y política, y muy a menudo también distorsionan o entorpecen las relaciones íntimas, de pareja, familiares y amicales de la fuerza de trabajo. Aislada o volcada a la supervivencia diaria en el mundo laboral, trabajando por veces sin empleo e incluso sin salario, desconectada de la comunidad, se ve fácilmente abocada a la individuación de su vida y de su poder de negociación, así como a la desconexión política (lo que a menudo entraña un analfabetismo político proclive a redundar a su vez en la negatividad de los otros procesos). El significado de todo ello ha sido puesto de relieve en una amplísima bibliografía descriptiva del deterioro laboral, que si ya apareció con el inicio de la nueva era liberal 37. Estas circunstancias han sido descritas por Martin y Prieto (2015: 19) como «empleo precario y desempleo activo», que tienen que ver con la amplia combinación de formas de empleo y de explotación que hoy tiene lugar por doquier. Conectada, por otra parte, con los procesos anteriormente descritos, está la que viene llamándose «economía gig»: todo lo que puedas hacer (producir) a través de diferentes actividades en un determinado tiempo contratado es lo que se te paga, y nada más que eso. Es decir, deja de pagarse por tiempo, para hacerlo por resultados tangibles. Esto tendrá unas consecuencias dramáticas para el tiempo de vida de las personas, como veremos en el último apartado del Capítulo 5. Dentro de estas nuevas formas de trabajo sin verdadera relación de empleo, se extiende también no solo el trabajar sin cobrar, sino incluso pagar por trabajar, ya sea a través de subvenciones estatales que destinan a ello el dinero del conjunto de la sociedad, ya sea directamente por quienes se contratan, que tienen que pagarse las «prácticas», los medios de transporte y los gastos derivados de la contratación, entre otros. El súmmum de todo ello consiste en que sea la fuerza de trabajo la que ponga los medios de producción (repartidores, servicios de taxi como Uber, profesionales de las nuevas tecnologías, la comunicación audiovisual...). 38. Estas ansiedades, que requieren de una permanente hiperactividad centrada en el yo curriculado, son trasmitidas desde bien pronto: hoy nuestra infancia emplea su «tiempo libre» en todo tipo de actividades curriculares que sus padres y madres se encargan de disponer y planear para ella.

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ha eclosionado en la última década. Así por ejemplo Sennett (2007, 2013) nos habla de la decadencia de los vínculos laborales y sociales que llevan a la «corrosión del carácter». Standing (2103) vincula la condición de un proletariado cada vez más precarizado («precariado») a distintos tipos de intervenciones agresivas contra el Trabajo puestas en acción en los mercados laborales: flexibilidad numérica y funcional, inseguridad del mercado laboral, inseguridad en el empleo, inseguridad en el puesto de trabajo, inseguridad en el trabajo, inseguridad en la reproducción de la habilidades, inseguridad de ingresos, inseguridad en la representación, flexibilidad del sistema salarial —directo e indirecto—, y desempleo precario... Sin embargo, a diferencia de lo que sostiene este autor y otras interpretaciones neo-funcionalistas, post-neoliberales y postmarxistas tan en boga, la precariedad no es una condición o una categoría laboral y al mismo tiempo un nuevo sujeto social, distinto del «proletariado» o el «salariado», sino una tendencia estructural a la que el conjunto de la fuerza de trabajo se ve sometida por el capital (Sotelo, 2012 y 2017), especialmente si este ve obstruidas sus posibilidades de generar valor. Forma parte, como luego veremos, de la reproletarización de una población que había logrado «desproletarizarse» en parte a través de los servicios sociales conquistados en forma de derechos y seguridad colectiva (social). Lo que ahora se define como «desempleo estructural» no es sino una permanente incapacidad de emplear a la fuerza de trabajo y una creciente inseguridad laboral, camufladas a menudo de contratación basura, asalarización esporádica, vinculación laboral parcial, autoempleo o «emprendedurismo», que tienden a extender aquella condición de precariedad al conjunto del Trabajo. Lo cual va acompañado por tanto de inseguridad de ingresos, de dificultad creciente de acceso a la vivienda, de pérdida de capacidad de adquisición de bienes de consumo y de deterioro de la propia reproducción como fuerza de trabajo para la mayor parte de la sociedad. Es decir, lleva aneja la decadencia de todo lo relacionado con la seguridad social. La entrada, por contra, en una era de inseguridad colectiva. Se trabaja con miedo y por miedo. Se vive con miedo. Con ello, la ciudadanía a través del empleo, la «ciudadanía industrial» propia del capitalismo «regulado-keynesiano», se deshace. 1.3. Redefinición de la composición del Trabajo y de la relación Capital-Trabajo A partir de lo desarrollado hasta aquí, y especialmente de la necesidad para el Capital de intentar compensar el descenso en el valor con el aumento del plusvalor, podemos resumir algunas de las claves más importantes de las relaciones Capital/ Trabajo y de la composición de clase del Trabajo en la actualidad: 1. La desposesión generalizada e intensificada de medios de vida o medios de producción de la población a escala mundial, así como el desmantelamiento de las redes estatales de redistribución y protección, conllevan un continuo proceso de proletarización en la mayor parte de las formaciones periféricas (con escasas excepciones como han sido temporalmente los países «bolivarianos» en América, o las ya clásicas y parciales china, norcoreana y vietnamita, entre otras pocas), al que 37

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se suma en las últimas décadas una dinámica de re-proletarización acelerada en las formaciones centrales (con crecientes procesos de exogeneización de poblaciones —ver nota 25 supra—). Esta última dinámica es contraria a la parcial des-proletarización que se emprendió con el «capitalismo social» (dicho «keynesiano») y corre pareja a la heteroclitud de formas de explotación y desposesión desplegadas, así como a la dilución de los mecanismos que posibilitaban la seguridad colectiva o seguridad social. La estratificación y fragmentación del trabajo se intensifica con la creciente internacionalización del capital. Tales procesos son acordes con la fragmentación y proliferación de expresiones subjetivas de conciencia y acrecientan las dificultades de identificación colectiva y de identidad en el ámbito de la formación de sujetos sociales. También multiplican los obstáculos en la erección de proyectos unitarios. 2. La clase obrera es una facción cada vez más pequeña del salariado en las formaciones centrales y no deja de ser minoritaria en el conjunto del Sistema Mundial, a pesar de haber aumentado su número en el mundo. El empleo industrial no ha cesado de decaer en las formaciones de capitalismo avanzado desde las décadas centrales del siglo XX. Véase el caso de EE.UU. en el gráfico siguiente:

GRÁFICO 12. Distribución de la fuerza de trabajo por sectores en EE.UU., 1840-2010 Industria

Servicios

Porcentaje de fuerza de trabajo

Agricultura

Década

FUENTE: Johnston (2012).

Por su parte, en Alemania la contribución del sector industrial al PIB bajó de 51 % en 1970 a 30 % en 2016, a pesar de la importancia relativa de la industria alemana (ingeniería mecánica, los equipamientos eléctricos y electrónicos, el sector automotriz y los productos químicos). La población ocupada en la industria en 2016 era del 28,3 % de la población activa (PA), según el indicador económico del 38

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Banco Santander (https://es.santandertrade.com/analizar-mercados/alemania/poli tica-y-economia). En el conjunto de la UE, la PA ocupada en la industria pasó del 26 % en 2001, al 21,9 % en 2014, y en la zona euro del 26 al 21,2 %. En España la bajada fue mucho más significativa para esos mismos años, del 29,3 % al 17,7 %, según datos de l’Institut d’Estadistica de Catalunya (que marca del 39,2 % al 24,4 % la caída de la PA ocupada en la industria en el caso catalán). Para el conjunto de las formaciones centrales puede hablarse, en suma, de una «transformación sistémica de la relación Capital-Trabajo», con una drástica reducción de fuerza de trabajo industrial, debido a la combinación de avances en la automatización, la informática y las telecomunicaciones, procesos que comienzan en los años sesenta del siglo XX y se despliegan totalmente en los noventa. También a causa de la transnacionalización de las operaciones de producción, que comienza también en los sesenta y específicamente donde la competencia era más feroz entre las potencias capitalistas: en el sector automotriz (se inicia con las maquiladoras y ensambladoras en México y se amplía a otras ramas industriales en Taiwán, Corea del Sur y, décadas más tarde, en China y otras economías hasta entonces periféricas). Esa transnacionalización de la producción se ha llevado a cabo especialmente en los sectores en los que la clase obrera había obtenido los mejores salarios y condiciones laborales.39 Sin embargo, la dinámica de ‘desempleo industrial’ se terminaría contagiando al resto del mundo. 39. La deslocalización o transnacionalización productiva tuvo como primer blanco aquellos procesos de la elaboración de mercancías caracterizados por ser trabajo-intensivos, conduciendo en muchos casos a descomponer el proceso de producción de una mercancía en muchos procesos parciales, cada uno de ellos llevado a cabo de forma autónoma por una unidad productiva, en muchos casos a cientos o miles de kilómetros de distancia uno de otro. La clave de esa transnacionalización productiva (hoy conocida más como outsourcing) es que las empresas matrices de las economías centrales (especialmente de EE.UU.) mantengan su monopolio científico-tecnológico, conservando los nichos más importantes y de mayor valor agregado de los diferentes sectores, especializándose las economías dependientes en la escala inferior, proporcionando mano de obra y recursos baratos. Esto permite tanto rebajar los costos de producción de las empresas matrices, como en general, bajar los salarios en las formaciones sociales centrales. En ellas se compensa la baja salarial importando bienes de consumo baratos para la población (lo que después sería complementado con la instalación de negocios de bienes de consumo ultra-baratos por parte de las economías periféricas en las formaciones centrales. En ello se especializó sobre todo China). Pero hay que tener en cuenta también que la «ocupación de los mercados» es tanto o más importante que los salarios o precios de producción. Así por ejemplo, Apple, Microsoft..., venden caro no por los costos de producción, sino por la posición monopolista que alcanzaron en los nichos que dominan. De esta manera, las empresas adquieren mayores perspectivas (y mayor valor de sus activos), en función de su capacidad de extraer rentas (en lo que se han especializado también las farmacéuticas), mediante el monopolio que ejercen gracias a sus patentes. Por eso buena parte de las inversiones hoy van dirigidas a buscar posiciones de monopolio —para poder extraer una renta mediante la capacidad de fijar precios y controlar los mercados—. Aquí se incluye asimismo la compra de servicios públicos, con la subsecuente extracción de renta mediante la posterior tarificación de esos servicios (Rabilotta, 2016). Todas estas dinámicas han sido objeto de la línea de investigación de las cadenas de valor, imprescindible para un entendimiento del valor a escala sistémica.

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Con la excepción del sureste asiático, las formaciones sociales periféricas han experimentado también un descenso de la aportación industrial al PIB tanto en empleo como en valor añadido, desde los años ochenta del siglo XX. Las normas de liberalización del comercio internacional impuestas sobre ellas, les han hecho convertirse en importadoras netas de productos industriales, revirtiendo sus tímidas políticas de sustitución de importaciones. Digamos que han «importado la desindustrialización» de las economías centrales, dado que resultan expuestas a la tendencia de precios a la baja de las mercancías industriales (el precio de esas mercancías desciende según aumenta la productividad, esto es, más unidades de un producto por unidad de tiempo hace descender el precio relativo de ese producto —ver Gráfico 13—). De esta forma, las economías periféricas se ven abocadas a bajar los precios industriales para competir, desincentivando tanto la inversión como el empleo en este sector, dado que su productividad no justifica esos precios (ni siquiera contando con el menor precio de su mano de obra).40 Es decir, que el papel que juega el desarrollo tecnológico hacia la desindustrialización en las economías centrales, lo desempeñan la liberalización comercial y la globalización en las periféricas (debido a que el valor de las mercancías tiene como referencia el mercado global capitalista, y no cada unidad estatal).

Deflactor de precios relativos de las manufacturas

GRÁFICO 13. Deflación relativa de las mercancías industriales (EE.UU., Reino Unido, Corea del Sur y México)

EE.UU.

Corea del Sur ............ México

Reino Unido

FUENTE: Rodrik (2015).

Finalmente, en definitiva, la producción industrial se va concentrando en muy pocos países (sobre todo en el sureste asiático), aquellos que por unas u otras razones presentan unas claras y sólidas ventajas comparativas. Pero en cuanto que el valor en una economía globalizada viene determinado por las tecnologías puntas de cada rama (eso es lo que significa que el valor esté mundializado), incluso las 40. Tomando como referencia estudios del Banco Mundial, Bu (2004) señala cómo llega la depreciación del capital fijo y de la PTF también a las formaciones periféricas, a través del seguimiento de esos factores en siete de ellas de diferentes continentes. Analiza igualmente las implicaciones para la volatilidad de la acumulación de capital y el crecimiento en ellas.

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formaciones sociales emergentes a duras penas contribuyen a aumentar el valor total que la economía capitalista es capaz de producir. Aprovechan el excedente monetario de su balanza de pagos para subvencionar buena parte de empleos poco productivos en ese sentido, y que con gran probabilidad no podrán ser mantenidos por mucho tiempo. Entre 1980 y 2007 la fuerza de trabajo mundial creció un 63 %, de 1.900 millones a 3.100 millones de personas. Para 2009 solo el 22,7 % de la población activa ocupada lo estaba en la industria, según CIA World Factbook, de 30 de junio de 2015. 3. El salariado, a su vez, cede terreno frente a otras expresiones del proletariado en la mayor parte del mundo, ya también en las formaciones centrales. Recalquemos algunos datos apuntados en el apartado 1.1. de este capítulo. La OIT (2015) indica que el empleo asalariado afecta solo a la mitad del empleo en el mundo y no concierne nada más que al 20 % de la población trabajadora en regiones como África subsahariana y Asia del Sur. Además, menos de un 45 % de la fuerza de trabajo que está ocupada detenta un empleo permanente a tiempo completo. Esto indica una tendencia a la decadencia del salariado en favor de otras formas de proletariado, en cuanto que población total o parcialmente desposeída de medios de producción propios y subsumida real o formalmente (en alguna de las múltiples expresiones de esta última posibilidad) al capital: trabajo no asalariado que a menudo se desenvuelve como trabajo impago o semi-impago, y que por lo general no ha sido incorporado, al menos plenamente, a los procesos de integración laboral o ciudadana. Su proporción no deja de crecer dentro de la clase trabajadora.41 Al mismo tiempo, se amplía el trabajo impagado del propio salariado (que realiza cada vez más horas sin cobrar), al incrementarse la tasa de explotación y el tiempo que se regala al Capital, así como la autoexplotación y explotación a través de formas cooperativas y sociales de trabajo («trabajo autónomo auto-organizado» que viene a suplir la falta de empleo y la retirada del Estado en la protección social). Lo que quiere decir que la proletarización se acompaña cada vez menos de asalarización, proliferando las formas de explotación no salarial y de autoexplotación dependiente (tanto autoempleo individual como «cooperativo»). 4. Este conjunto de circunstancias redundan en un acelerado aumento y extensión de la precariedad, paralelo al descenso en la protección de las personas empleadas. También inciden en la expansión de formas de trabajo gratuito (cívico, en prácticas, voluntario...). Congruentemente, la gestión de la fuerza de trabajo por el Capital se hace más despótica, al tiempo que se extiende el consumo productivo de la misma en forma de sobre-explotación extensiva e intensiva, y también en su condición de fuente o suministro de conocimientos y experiencias a las máquinas 41. Las múltiples formas de ese proletariado, sea asalariado o no, o incluso impagado, son designadas por Van der Linden (2008) como subaltern workers, que aquí podríamos traducir por «trabajo subalterno» (algunas de cuyas expresiones estudia en su obra). Por mi parte yo le vengo dando el nombre de Trabajo (ver Apéndice y Piqueras 2011a y 2014a, para explicación de este concepto). El cual a la postre entiendo que puede ser identificado incluso con el de clase trabajadora, siempre y cuando ampliemos nuestra perspectiva de ella más allá del salario, en función de las consideraciones aludidas aquí y en los textos que acabo de citar.

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automatizadas o bio-robóticas (que incorporan más y más eficazmente el saber colectivo del trabajo vivo). Ese consumo productivo se realiza crecientemente a costa de la relación salarial, al desvincularse cada vez más de esta y abarcar más y más ámbitos de la vida de los individuos. Dicho de otra manera, se hace del conjunto de relaciones sociales una fuente de ganancia más allá de la producción de servicios o mercancías a través del trabajo abstracto (mediado por el salario). Lo que significa a la vez, en definitiva, un suministro de tiempo que produce valor a través de una cada vez más débil mediación salarial, y el aprovechamiento de una masa de trabajo social que no produce valor pero que permite estirar «ficticiamente» la ganancia, como se verá más tarde. El capitalismo siempre ha combinado formas de explotación y de control laboral, pero manteniendo como eje central de su razón de ser el trabajo abstracto expresado a través de la relación salarial (la cual, eso sí, fue complementada por las restantes): solo así se expresa su ley del valor que le diferencia de otros modos de producción y de la explotación que le es característica a cada cual. Por eso, si comienza a invertirse la relación y se multiplican otras fuentes de explotación y ganancia, ¿no es síntoma de que algo profundo está ocurriendo bajo nuestros pies?, ¿estamos ante expresiones de crecimiento genuinamente capitalistas? Volveremos sobre ello más adelante. Me centraré ahora en las vías que el Capital ha emprendido para intentar escapar de la crisis.

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Capítulo 2

Una forma parasitaria (y ficticia) de huir de la crisis: el capital a interés

Frente a los atolladeros descritos el capitalismo emprendió una dinámica altamente peligrosa a medio plazo, la única no obstante que le quedaba en el inmediato: volcarse hacia el capital en su forma dinero (la más dúctil y maleable de las formas del capital).1 Lo haría, además, en favor de su versión más especulativoparasitaria, más ficticia, la que le permite una potencial ausencia de límites para la creación y multiplicación del dinero, circunstancia que le posibilitará a su vez crecer de forma exponencial y aparentemente inmune a las crisis del capital productivo. Creándose, además, a sí mismo la ilusión de poder evitar al factor trabajo.2 1. Las tres formas del capital son: capital-monetario o capital-dinero, capital-productivo y capital-mercancía. Las tres formas son imprescindibles en el capitalismo, pero para que este funcione «capitalistamente», como capital industrial, requiere de la subordinación del capital monetario y el capital mercancía al capital-productivo. La autonomización del capital monetario lleva al capital a interés, la del capital-mercancía al capital mercantil, pero ninguno de ellos es capaz de hacer modo de producción capitalista sin el capital productivo. 2. Esta fase de financiarización de la economía y de la sociedad ha sido necesaria para crear dinero sin respaldo, pero capaz de insuflar vida artificial a la economía capitalista. Para hacerla posible se lleva a cabo la concatenación de un conjunto de factores y medidas: la eliminación de controles al flujo mundial de capital; la transnacionalización del capital; la reconstrucción del nexo Estado-finanzas por medio de la cual los Estados se obligan con los mercados financieros pudiendo pasar así la deuda privada a la sociedad; la desregulación a escala nacional e internacional de las operaciones financieras; el reposicionamiento del aparato de Estado en contra de las medidas de seguridad social y, en general, de la distribución; la recomposición del poder de clase (lucha intra-Capital o inter-capitalista que conduce a menudo a un recambio de élites y a una concentración del poder de clase en cada vez élites más exiguas, las más vinculadas el capital global, especialmente el vinculado a las finanzas); el fomento del desempleo y, cuando procede, la desindustrialización (la deslocalización); la acentuación de la competencia en torno a cambios tecnológico-organizativos en los procesos productivos; cambios en el aparato ideológico-conceptual; formas individualistas de enfrentar la subsistencia; expresiones acentuadas del crecimiento por apalancamiento, etc. Por eso mismo el salario fue empleado también para la compra de activos, consiguiéndose de esta guisa un ingente trasvase de los mismos a todo tipo de instituciones y artilugios financieros. Lo cual refleja el cambio en las formas predominantes de obtención del beneficio financiero: de formas intensivas basadas en altos tipos de interés, se ha pasado a formas más extensivas sustentadas en una penetración creciente de las dinámicas financieras en el tejido social (Midnight Collectives, 2009) y en operaciones financieras basadas en el apalancamiento masivo, erigiendo a este como importante impulsor del crecimiento. A esto le llamamos también financiarización de la sociedad (ver más adelante en este capítulo). Pronto enfrentaremos dos consecuencias

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Ante la caída del valor, el crédito se transformó de elemento productor coadyuvante de la producción de plusvalía, en su sustituto (Kurz, 2016).3 Sentándose así las bases para generar un abismo entre el dinero y el trabajo social, lo cual a la postre resulta letal para el propio sistema. Es decir, que en su intento de «huida» del mundo productivo el Capital ha emprendido una salida ficticia, que encierra muy graves contradicciones para el funcionamiento capitalista y su viabilidad a corto plazo. De hecho, la llamada «financiarización de la economía» es resultado de la exacerbación del capital a interés más allá de su contribución a la economía productiva, en su versión más especulativo-parasitaria. Una cosa es que los mercados financieros hayan tenido que «liberarse» de ciertas regulaciones keynesianas y crecer para acoplarse a la dimensión mundializada de la economía capitalista y a la falta de inversión privada provocada por la caída del valor,4 y otra el paroxismo alcanzado en la actualidad por la versión especulativo-parasitaria del capital a interés que los sustenta. Vemos esto con un poco más de detalle a continuación. En el proceso de circulación y rotación del capital, tras producir valor como plusvalor el capital productivo tiene que pasarle el testigo al capital mercantil. Una vez vendida la mercancía el capitalista productivo «cede» parte de la plusvalía traducida en beneficio al que facilitó el trasporte y la venta (capitalista mercantil), y también al que le prestó para producir (capitalista a interés). Pero otra parte de la ganancia va a una nueva inversión (además de otros destinos que no hacen a este texto). dramáticas asociadas a esa financiarización social: la de la crisis de las pensiones de jubilación y la de la deuda estudiantil en las formaciones sociales en las que el capital a interés es el que posibilita el acceso a la educación superior (por ejemplo, EE.UU. y Gran Bretaña). Ambas sacudirán al conjunto de la sociedad. 3. El préstamo es dinero generado en la producción que se adelanta para generar más riqueza (se hace capital). El crédito, en cambio, es una asignación hecha sobre una esperada generación de plusvalía futura (de trabajo productivo futuro). Es dinero que se hace deuda. De forma poco lógica, al generalizarse la bajada de la tasa de ganancia en el presente el Capital apuesta cada vez más por una futura (e improbable) explotación satisfactoria del trabajo; esa es toda la ilusión que mantiene el crédito, que se dispara en cuanto que deuda privada, en detrimento del préstamo. Para poder mantener el consumo ante el descenso del empleo y de los salarios, se ha pasado en pocos años de presentar todo tipo de dificultades para obtener crédito, a expandirlo mediante la «tarjeta de crédito» sin más requisitos que tener fondos en una cuenta bancaria; y más tarde al «crédito hipotecario» y después al «crédito a discreción» para todo tipo de compras, facilitándoselo incluso a sectores de la población sin empleo, sin ingresos y sin acciones (los que en EE.UU. fueron bautizados como NINJA: No Income, No Jobs, No Assets). Las consecuencias de ello deberían haber sido fácilmente previsibles. 4. Como he señalado antes, el protagonismo del capital a interés, incluso en sus dimensiones ficticias que enseguida vamos a ver, fue necesario para poder aportar capital a una economía con cada vez menos posibilidades de generar valor y por tanto carente de inversión (Macías [2017] explica bien cómo se dio todo ese proceso y también su extralimitación). Con el tiempo, la exacerbación financiera aneja a esta dinámica ha contribuido al proceso de oligopolización de las empresas productivas y comerciales, al ir requiriéndose cada vez más medios para competir. Por eso, si la deriva hacia las finanzas lleva a sustraer una parte del capital de los procesos de automatización, tal dinámica no se deja notar tanto en las empresas punta, las más automatizadas. Circunstancia que por un lado hace que se diluya en parte la contrarresta de la sobreacumulación debida a la financiarización, aunque por otro, en cambio, no detiene la acentuación de la concentración de capital que favorece la propia financiarización.

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Sin embargo, cuando el normal funcionamiento del capital productivo se entorpece de manera sostenida (cae prolongadamente la rentabilidad), el resultado obvio es un substancial incremento del capital-dinero inactivo, que no se reinvierte en producción. Las sumas que se van acumulando de esta forma están listas para entrar en el ámbito de la especulación (y no para prestarse como capital a interés, dado que ya no es tan requerido como tal, al atascarse la dinámica productiva). Tengamos en cuenta que el capital a interés se apropia de una parte del excedente de valor que genera el capital productivo, pero no es un ente parasitario en cuanto que contribuye a que el capital productivo pueda realizar esa función. Ahora bien, los problemas en esa relación comienzan cuando el capital a interés deviene capital ficticio y se desvincula de la producción. El capital a interés entraña en sí mismo una expresión ilusoria, que es dar a entender que el dinero genera dinero por sí mismo, sin que medie el trabajo humano en ello. Es bien sabido que el capitalismo trasmutó la tradicional relación M-D-M’ (mercancía-dinero-mercancía), por la D-M-D’ (dinero-mercancía-dinero). La perversión de esa relación se corresponde con la ilusión albergada por la clase capitalista en cuanto a poder suprimir el paso por la producción y venta de mercancías, para hacer que el dinero se reproduzca por sí mismo, D-D’, sin mediar trabajo en ello. En las etapas de degeneración financiero-especulativa como la actual la perversión de esa relación se lleva hasta el paroxismo, multiplicando las secuencias de dinero que no responden a ninguna riqueza real: D’-D’’-D’’’-D’’’’ (así hasta que un potente estallido de la «burbuja» pone las cosas en su sitio). Si llega a aceptarse la ilusión de que el dinero puede reproducirse a sí mismo sin mediación del trabajo, se puede entonces creer también en el fenómeno contrario, que toda renta monetaria deviene de un capital. Digamos que esta expresión ilusoria viene marcada por un rendimiento regular de cualquier suma de dinero depositada a interés. Esto no entraña mayor problema, más allá de cómo pueda afectar a la conciencia social. Sin embargo, el capital a interés («ilusorio» —dado que mantiene la ilusión de multiplicarse por sí mismo de forma indefinida—) deviene ficticio cuando el derecho a tal remuneración o rendimiento del interés o deuda contraída viene representado por un título comercializable, con posibilidad de ser vendido a terceros. Es decir, cuando comienza a comercializarse un capital que es deuda y que en realidad no existe (esta es la base de su ficción, que después las finanzas complejizarán sobremanera).5 Esa venta y su posterior reventa, genera todo el ciclo de ficción del capital a interés. Una deuda puede ser así revendida muchas veces. Con ello se realiza en apariencia el máximo sueño («ilusorio») del Capital: auto-reproducirse más allá del trabajo humano y de los valores de uso, 5. Aquí entra también la emisión de moneda que la Banca realiza a través del crédito. Hemos de tener en cuenta que cuanto más difícil es la obtención de valor por parte del capital productivo, menos inversión productiva suscitará y más títulos financieros se necesitan para mantenerle a flote; tanto es así que a la postre el capital ficticio termina asumiendo el protagonismo de la dinámica económica de un capitalismo en degeneración, como de inmediato explico en el texto. Sobre la definición y explicación pormenorizada del concepto de capital ficticio, sus expresiones más importantes y su enorme sobredimensión actual, pueden consultarse Carcanholo y Nakatani (2000 y 2015), Marques y Nakatani (2009), Carcanholo (2009 y 2011).

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más allá de la riqueza material y más allá de las bases energéticas o naturales que posibilitan esta última. Dimensiones absurdas de capital ficticio van de la mano del incremento explosivo de cualquiera de sus formas o de la combinación de varias de ellas o de todas al mismo tiempo (las cuales vulgarmente se han llamado «burbujas», y tienden a hacerse más y más grandes). Ello genera una extrema distorsión en el sistema de crédito. Las ingentes sumas de capital ficticio que se van acumulando6 dejan de tener relación proporcional con la producción, para alimentarse a sí mismas de forma creciente, desligándose también crecientemente de la riqueza real, por lo que el capital ficticio se hace más y más parasitario, esto es, especulativo parasitario. Esto significa a la postre que una mayor fracción del capital, en general, se hace rentista y que una mayor parte de ese capital rentista es ficticio.7 Lo cual entraña doble gravedad para la salud de cualquier economía. La lógica del proceso es aplastante, por irracionales que sean sus resultados. Si, como hemos visto en el anterior capítulo, la inversión es débil porque la tasa media de ganancia se ha contraído, mientras que las ganancias financieras están en alza, esto hace que se «financiarice» el sector empresarial, convirtiéndose cada vez más en prestamista de la economía en vez de en productor de nuevo valor. La contraparte de este proceso se traduce en déficits estatales y financieros de los hogares o, dicho de otro modo, en deuda.8 El crecimiento de los altos patrimonios privados y la sociedad de rentistas —que viven de la diferencia entre el rendimiento del capital y la inversión no productiva—, resultan factores que se desarrollan a la par, obteniéndose un generalizado endeudamiento en todos los ámbitos, incluso el de los propios prestamistas (que prestan a partir de sus propias deudas). Empresas, familias, Bancos y financieras cargan con déficits crónicos, en la mayoría de los casos impagables, como no podría ser de otra forma a tenor de aquellas premisas. 6. El Bank for International Settlements en su Quarterly Review de junio de 2011, reportaba haber recibido datos bancarios hasta diciembre de 2010 por un total de 601 billones de dólares en derivados emitidos, lo que suponía más de diez veces el PIB mundial. Otras fuentes estiman, sin embargo, ese monto de capital ficticio en torno a treinta veces la riqueza mundial «real». En cualquier caso, en 2012 el Banco de Basilea confirmaba que el monto total de derivados financieros superaba los 720 billones de dólares, lo que suponía un crecimiento de un 20 % en poco más de un año. Solo las transacciones sobre productos derivados en 2010 alcanzaron los 1.400 billones de dólares (Dierckxsens y Jarquín, 2012: 77-79). De los cuatro billones de dólares a que ascienden las operaciones realizadas cada día en el mercado mundial de divisas, alrededor del 95 % no tiene relación con la compra de bienes y servicios, lo que indica que las monedas nacionales se han convertido también en un instrumento financiero especulativo de primer orden (Palazuelos, 2015: 159 y 161). 7. Por lo que el capital a interés ficticio especulativo dominará también a las otras formas de rentismo, que en consecuencia perderán importancia económica y relevancia social. Con ello aumenta más y más la dependencia de la circulación de formas ficticias de capital y de las construcciones fetichistas del valor centradas en la forma dinero y en el sistema de crédito. 8. Al desbaratarse la capacidad de consumo de más y más sectores de la fuerza de trabajo, se tuvo que activar la bomba de relojería del crédito, con lo que se disparó también el mecanismo de pobreza por endeudamiento: comprar a crédito en el presente significa hipotecar el salario futuro, una parte del cual estará destinada al pago de la deuda contraída ahora. Esto a medio plazo disminuye drásticamente el poder adquisitivo de la población.

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Ese endeudamiento masivo además resultó una trampa. Multiplicó un capital a costa de unas deudas que se confiaba iban a ser devueltas, el cual además se acrecentaba ficticiamente especulando en las finanzas. Cuando empezaron los impagos en masa, les siguieron las quiebras también masivas, desinflando la ilusión del dinero que se reproduce a sí mismo D’-D’’-D’’’-D’’’’ (pero no antes de provocar quiebras y sustanciales pérdidas de quienes quedaron presos de esa fetichización). Mas ese desinflamiento no detiene la infección económica, sino que al contrario, con él se termina de extender el proceso de financiarización al conjunto social, ya que las deudas del mundo empresarial son afrontadas por los Estados, es decir, por la sociedad en su conjunto.9 Lo que redunda en la desposesión y empobrecimiento de esta, a través de toda una batería de mecanismos financieros de extracción de la riqueza colectiva. Pero además, conlleva una grave conversión, la del capital-dinero en simple dinero que a menudo se recicla como capital ficticio (por ejemplo el dinero que las empresas depositan en los Bancos como ahorro, estos lo convierten en emisión de deuda y títulos que pasan al circuito financiero y terminan a menudo convertidos en capital ficticio en lugar de hacer su función de capitaldinero para invertir en la producción).10 En suma, la economía se sostiene en virtud de una colosal montaña de deudas, siempre creciente, de instituciones, empresas, Bancos, familias, gobiernos regionales y Estados. La deuda global aumenta para poder sostener el crecimiento dopado o irreal del capital globalizado (lo que arrastra de paso a una batalla por la devaluación de monedas como forma de rebajar aquella deuda), y asumió especialmente la forma de una división de funciones entre países superavitarios y deficitarios. Unos compran con dinero de ingresos futuros mercancías cuya producción por los otros fue financiada a través del recurso a rendimientos futuros. [...] Este constructo de una coyuntura de déficit global tiene dos ejes principales: uno mayor, el circuito de déficit del pacífico, entre China / Asia Oriental y los Estados Unidos, y otro menor, en Europa, entre Alemania y el resto de la Unión Europea, o mejor dicho, de la Zona Euro [Kurz, 2016: 5].

El crecimiento a crédito (a cuenta del futuro) no nos puede hacer perder de vista que se trata de un crecimiento sin acumulación de capital, es decir, en su mayor parte sin vinculación con la economía productiva, y por lo mismo abocado a un 9. Así, programas de eliminación de gastos sociales (salud, educación, vivienda, seguridad social, infraestructuras de bienestar...), es decir, de desmontaje del Estado Social, se emprenden por doquier, para canalizar recursos hacia el ámbito financiero (para la satisfacción casi siempre de deudas privadas). Hay que considerar también, previamente, que la financiarización económica ha contribuido a la realización y ensamblaje coherente de todo el conjunto de dinámicas destructoras de la vinculación laboral formal y, en conjunto, de la integración socio-laboral, como veremos más abajo. También al exponencial incremento de la desigualdad (Piqueras, 2014b, Piqueras y de la Cruz, 2015). 10. La función de la banca se resume cada vez más en sostener la tasa de ganancia del capital a través de la creación de dinero-deuda. Se trata de un sistema «disipativo», potencialmente desestabilizador, en el que la creación masiva de deuda bancaria implica el surgimiento de un poder adquisitivo no existente. Se estima que el 97 % del dinero es creado por la banca privada a través de la generación de préstamos (Apilánez, 2016).

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estallido recesivo cada vez más gigantesco y también generalizado. Y es que la fuga hacia la creación de capital ficticio a partir del crédito ha podido aumentar temporalmente la ganancia ficticia a escala global, pero tarde o temprano la multiplicación de capital ficticio llega a sus límites de desacoplamiento con la riqueza real, haciéndose más y más tóxico.11 La conclusión evidente es que en tanto que la inversión no logre revincularse a la economía real al no realizarse la rentabilidad, la tendencia es que la crisis se haga sistémica y se manifieste a escala global. De esta manera, lo que comenzó como una «solución» necesaria frente a las distorsiones del capitalismo (en realidad como un aplazamiento de la crisis del valor), al permitir «inventarse de la nada» fuentes de inversión para la producción, se ha convertido en uno de sus principales problemas, al persistir la caída del valor (y con ella la rentabilidad capitalista). Esa caída provoca un freno de la riqueza real que es aún más notorio si lo proporcionamos a la enorme capacidad productiva de la revolución científico-técnica que, paradójicamente, no lo olvidemos, ha sido sustentada en los últimos treinta años por el capital a interés ficticio. Entonces, si cada vez más parte de los capitales se derivan hacia la especulación en detrimento de la creación de «riqueza material», quiere decir que asistimos a un proceso de desmaterialización de la riqueza que es contrario al que contribuyó a constituir el capitalismo. En el origen de este modo de producción el valor se materializaba (cosificaba) en dinero y en mercancías; en cambio ahora se desmaterializa en promesas de dinero (títulos). En papeles. La desmaterialización de la riqueza tiene su contraparte en la desustancialización del dinero, que es resultado, en suma, de su creciente desvinculación del trabajo. Esto lleva a medio plazo a la propia desvalorización del dinero y a la pérdida paulatina de su función esencial, como medio de conservación del valor (Kurz, 2009). Por contra, el capital especulativo parasitario (en adelante C.E.P.), sobre todo en su dimensión «ficticia», se «materializa» más y más en cuanto que agente capaz de dominio económico y político. Un «agente» que subordina al capital productivo (ante la creciente incapacidad de este de seguir creando valor), somete a la sociedad y (des)construye a su imagen la naturaleza. Atendemos a estos procesos uno a uno: 1) El C.E.P. trastoca profundamente el mundo de las empresas industriales El C.E.P. (y las entidades financieras que sustentan y encarnan la reproducción de un capital de esta índole) promueve al menos tres tipos de medidas de reestructuración de las empresas no financieras: a) la refocalización empresarial hacia nuevas áreas de inversión o hacia la creación de nuevos tipos de empresas, donde quedan seriamente perjudicadas las actividades empresariales que exigen procesos de 11. Este capital es ficticio a escala global, pero es a la vez real al nivel individual, dado que exige remuneraciones que al menos en parte son reales, y de hecho cada vez más a menudo se efectúan a través de la riqueza colectiva (es decir, la riqueza de las sociedades se utiliza como pago de la especulación ficticia, según acabo de señalar más arriba). Por eso individualmente siempre hay quien gana con ello. Carcanholo y Nakatani (2015) lo explican con detalle.

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maduración más largos, en favor de las que minimizan los períodos de inversión; b) la informalización, subcontratación y deslocalización empresarial; y c) las fusiones y adquisiciones empresariales (Álvarez y Luengo, 2011). «Los inversores financieros penalizan a aquellas empresas que no desarrollan este tipo de operaciones y premian con aumentos en el valor accionarial aquellas que sí lo hacen, en la medida que consideran que estas estrategias constituyen factores determinantes de la rentabilidad en el medio plazo» (Álvarez, 2012: 170). Las entidades y agentes financieros penetran el mundo industrial. Así, las sociedades de inversión creadas ad hoc (fondos de inversión, capital riesgo, fondos soberanos, fondos de pensiones, fondos de grandes fortunas), «con la complicidad del sistema bancario y de seguros, mueven y destinan importantes volúmenes de capital a adquirir las acciones de empresas rentables (o a prestar dinero con tasas de retorno escandalosamente altas, vía ingeniería financiera, como son, por ejemplo, los préstamos participativos)» (Albarracín y Gutiérrez, 2012: 358).12 También llevan a cabo compras apalancadas o financiadas con deudas, a partir de las cuales si una de aquellas sociedades de inversión se hace accionista principal, «succiona los recursos del activo, trocea la entidad y pone a la venta las partes más rentables, cerrando las que lo son menos, sin dejar de trasladar las deudas [...] a la propia empresa adquirida» (ibídem). Además, las grandes empresas que producen bienes durables (como es sobre todo el caso de la industria automovilística —GM, Chrysler Ford...—), tienen sus propias entidades financieras para dar crédito a los compradores, y es en esas divisiones donde se registran las «ganancias» que compensan la falta de beneficios o las pérdidas en la producción (que en su caso, también son paliadas con dinero público). Esto quiere decir que cada vez más el capital se utiliza como préstamo, por lo que los beneficios van siendo sustituidos por los intereses. Los accionistas de las sociedades de inversión extraen el excedente vía interés, no mediante el beneficio. Lo que implica que el valor (en cuanto que plusvalor) queda más y más en manos de accionistas y rentistas, contribuyendo a que una parte creciente del excedente deje de reincorporarse a la inversión productiva, ya sea en mantenimiento, expansión o innovación tecnológica de esa producción. Hay aquí, como ya Marx (1980) señaló, un claro proceso de inversión de lo que supuso el proceso de constitución del capitalismo. La perversión financiera lleva a establecer la parte de los beneficios que corresponden al capital productivo en función de la tasa de interés fijada antes de comenzar el propio proceso de producción y no al revés. Nakatani (2016) lo explica como sigue: La tasa de interés surge con el capital portador de interés, una masa de riqueza en la forma de dinero que un capitalista presta a otro capitalista que irá a ponerla en circulación como capital industrial, o sea, en el ciclo D - M - D’. La primera determinación en la tasa de interés se da en el reparto de la plusvalía entre el beneficio industrial y el interés del capital monetario. Mas, a continuación y como extensión de ese proceso, 12. Préstamos participativos son los que conceden los socios (que a menudo son otras empresas) a sus empresas o filiales, en lugar de aportarlos como recursos propios.

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gradualmente se va generando una inversión del mismo, en la cual la tasa de interés que sería determinada ex-post tras la conclusión del ciclo D - M - D’, pasa a ser determinada ex-ante y el interés, que inicialmente aparecía como resultado posterior a la apropiación del beneficio industrial, pasa a ser determinado previamente, antes del inicio del ciclo del capital industrial [...] De esta manera, la ganancia del negocio empresarial no se vería entonces como el resultado de la explotación de la fuerza de trabajo, y el capitalista productivo parecería también un trabajador que es remunerado por su trabajo en la organización de la producción.13

Esta inversión de la relación beneficio-interés no ha hecho sino agravarse en las últimas décadas junto a todo el resto de procesos descritos dentro de la financiarización. De hecho, los cambios técnicos que atravesaron la década de los noventa, con innovaciones en informática, biotecnología y nuevos materiales, no modificaron positivamente el curso de los acontecimientos sino que acentuaron sus peores características. Por ejemplo, la principal aplicación de la informática se produjo en el área del parasitismo financiero. Todo ello se hacía congruente con el hecho de que al disminuir la tasa de ganancia en el mundo productivo, esta iba quedando exponencialmente alejada de la enorme dimensión de las rentas financieras, haciendo imposible que bajo estas condiciones ningún plusvalor en la producción alcance a competir con las altas tasas de valorización que exigen las finanzas. Lo cual ha hecho distraer todavía más y más capital productivo hacia su forma dineraria especulativa, agravando el círculo vicioso. 2) El C.E.P. somete a la sociedad Este proceso de subordinación (y lento suicidio) del capital productivo, refuerza a la vez el sometimiento de la sociedad, pues las políticas financieras aplicadas al mundo industrial tienen repercusiones catastróficas en los mercados laborales, acentuando las tendencias vistas en el primer capítulo. Además, la financiarización de la economía tiene su correlato en la financiarización de la sociedad a través de todo el entramado de endeudamiento. Así, las rentas financieras derivadas de la revalorización creciente de los bienes de inversión (o «activos») hacia los que se canalizó el ahorro, fueron hasta la manifestación de la crisis en 2007, sustituto, para variadas capas de la población asalariada, de la aseguración colectiva. La seguridad social, que fue objetivo y resultado de las luchas seculares del Trabajo y que conformó el núcleo duro de la mutación reformista que permitió la sobrevivencia de la acumulación capitalista durante buena parte del siglo XX (Piqueras, 2014a), iba siendo así sustituida por mecanismos de seguro individual (lo que se llamó «keynesianismo del precio de activos»). Todo ello iría indisociablemente unido a la entelequia del individualismo propietario como convención financiera dominante. De la mano de estos procesos ha tenido lugar una profunda modificación de los modos de pertenencia y acceso a los derechos respecto de los de la sociedad industrial clásica, en la que el trabajo era el principal medio de afiliación social y en la 13. Traducción propia del borrador que gentilmente me ha facilitado mi compañero Paulo antes de su publicación.

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que existía un consenso respecto al reconocimiento de la valía de la actividad laboral (e incluso en alguna medida, de su dignidad), que se constituía en la principal fuente de riqueza social y de oportunidades de vida de la absoluta mayor parte de la población. El Estado Social se constituyó en torno a la protección de esa relación laboral y de la procura de la integración disciplinada de la fuerza de trabajo implicada en ella. Por contra, la creciente expulsión de fuerza de trabajo de los procesos productivos, la financiarización de las economías familiares, los ataques desde diferentes fuentes al salario y la dilución de la propia relación salarial, consiguieron quebrar buena parte del entramado de la sociedad del trabajo. Pero si para diversos sectores de la población asalariada la prestación laboral fue sustituida de alguna manera por la propiedad en «activos» como fuente de renta, el trabajo-empleo se hizo cada vez más también un medio destinado a la compra de activos, consiguiéndose de esta guisa un ingente trasvase de los salarios a todo tipo de instituciones y artilugios financieros (López y Rodríguez, 2010). Los resultados de los procesos descritos se muestran bastante concluyentes. A medida que la desigualdad del ingreso se acentúa, el sector más rico de la población (la clase capitalista financiera sobre todo) le presta a la clase trabajadora, cuyo apalancamiento aumenta en función de la disminución de su salario real. Las rentas financieras de aquellos primeros, por su parte, ascienden exponencialmente, dentro de una dinámica que podríamos llamar de apalancamiento de la desigualdad. Esto es reflejo del cambio en las formas predominantes de obtención del beneficio financiero: de formas intensivas basadas en altos tipos de interés, se ha pasado a formas más extensivas sustentadas en una penetración creciente de las dinámicas financieras en el tejido social (Midnight Collectives, 2009) y en operaciones financieras basadas en el apalancamiento masivo. La financiarización puede verse también, por tanto, como un conjunto de reglas sociales tendentes a homogeneizar los comportamientos de los individuos, como una forma de «biopoder» que facilita la subsunción de la circulación y reproducción social dentro del proceso de valorización (Lucarelli, 2009), «que incrusta la existencia y los proyectos biográficos de las personas en las normas básicas de la valorización de los capitales privados» (Alonso y Fernández, 2014: 81). Una forma, en suma, de colonización interna de la fuerza de trabajo. Por ello, se constituye en un mecanismo vital no solo de dilución de la conflictividad inherente al salario y, en conjunto, como ya se dijo, de «huir» de las relaciones laborales, sino, mucho más aún, de buscar la complicidad del Trabajo. 3) El C.E.P. «hace» su particular naturaleza El auge del capital especulativo parasitario (la financiarización en su conjunto) arrastra una profunda huella natural. Es decir, tiene amplias y perdurables repercusiones en la modelación social de la naturaleza. Para entender esto tengamos en cuenta que la generación de una ingente cantidad de deuda requiere de una premisa insoslayable, que habrá suficiente crecimiento en el futuro para devolver la deuda contraída en el presente (lo que requiere, 51

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por otra parte, privarse de una parte creciente de lo obtenido en cada presente para satisfacer el endeudamiento del pasado). De cara a hacerlo posible, se necesita «crecer» a toda costa, circunstancia que conlleva un permanente impulso social para acrecentar los rendimientos del trabajo humano (pago y no pago), así como de los procesos naturales. Lo que conduce a la extenuación de uno y a la depredación de los otros. De nuevo: se esquilma el presente (la actual riqueza humana y extrahumana) para satisfacer el pasado (las deudas), pero también el futuro (la continua generación de nuevas deudas). Una espiral sin fin que hipoteca las posibilidades de la continuidad social. Efectivamente, si por un lado el funcionamiento económico depende cada vez más del endeudamiento masivo de instituciones, empresas y familias, por otra parte ese mismo proceso de endeudamiento hace que la cantidad de intereses totales que se deben mundialmente cada año crezca de manera exponencial. Contradictoriamente, por un lado, la obligación de servir esos intereses (engorde de la deuda) retrae más recursos de la economía productiva, lo que obliga a seguir creciendo con un cada vez mayor apalancamiento.14 Por otra parte, si se quieren financiar los intereses mediante el crecimiento de la economía real, este crecimiento se ve forzado a seguir una progresión geométrica, lo cual como vimos es claramente improbable a corto plazo e imposible a medio término. Como puede fácilmente comprenderse, el exponencial aumento de deudas y la necesidad de crecimiento (y explotación) subsecuente resultan pronto inviables, fuera de toda lógica. De hecho, la imposibilidad en términos energéticos planetarios de acompañar al crecimiento global del Sistema es ya evidente. Bien mirado, u observando en profundidad, la cada vez mayor escasez de recursos y energía subyace también, junto a la incapacidad de generar valor, a las repetidas explosiones de la enfermedad financiera del capitalismo degenerativo. Toda la pirámide de deudas acumuladas sobre deudas, toda la espiral especulativa del mundo actual, se basa a su vez, como acabo de decir, en que en el futuro habrá suficiente crecimiento como para que aquellas, con sus intereses, sean devueltas. Pero ¿cuánto crecimiento haría falta para ajustar la colosal exposición a la deuda de nuestros sistemas financieros, bancarios y de inversión?; ¿cuánta energía se requeriría para equilibrar una 14. Kurz es uno de los autores recientes que mejor ha explicado estos procesos: «Se fue tornando cada vez más imposible, igualmente para los mayores capitales individuales, refinanciar suficientemente solo con base en las ganancias que eran el retorno de períodos de producción anteriores [...] Existe, por tanto, una enorme diferencia entre la refinanciación del capital por el recurso predominante a una producción de plusvalía ya realizada en el pasado (por ejemplo, bajo la forma de reservas), por un lado, y por el recurso predominante a una producción de plusvalía futura, todavía ni siquiera iniciada y mucho menos realizada bajo la forma del crédito, por otro. [...] Incluso cuando el capital global se va expandiendo alegremente y la masa absoluta de plusvalía crece, se va creando un desfase temporal creciente entre la producción de plusvalía prevista y la que realmente se consigue. El capitalismo comenzó a gastar su propio futuro» (Kurz, 2013: 6-7). Ver también Kurz (2009) y Guerrero (2000b). Hay que señalar, además, que la tremenda distancia entre salarios reales y los requerimientos monetarios en intereses, provoca una crónica escasez de demanda de mercancías, la cual frena constantemente la subida de precios en la economía real. El capital productivo se queda más y más rezagado frente a la monstruosa suma de capital dirigido hacia la rentabilidad financiera, a menudo en su forma simple, como dinero.

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deuda y acompasar un «capital ficticio» generado en torno a ella que como vimos puede superar cuanto menos más de quince veces el PIB mundial?15 En suma, la exigencia al presente para el pago de las deudas del pasado y del futuro, conlleva una acentuación de la explotación humana y de la naturaleza, que aboca a la destrucción acelerada de los soportes de la vida natural y social. Es decir, el C.E.P. no solo requiere de trabajo barato, sino también de una «naturaleza barata», tratada a la vez como fuente (de energía y recursos) y como vertedero (de desechos), según se verá en el Capítulo 5 y en la Parte III del libro. Lo cual, no podemos pasarlo por alto, conduce a un círculo vicioso, pues socava las bases para reproducir una economía productiva capaz de generar suficiente riqueza para cubrir esas deudas, dada la extenuación de los recursos físicos y energéticos, pero también el empobrecimiento de los recursos sociales (incluyendo las propias posibilidades de formación-educación de la fuerza de trabajo), y con ello, en general, el entorpecimiento del desarrollo de las fuerzas productivas. Al consumir su futuro con un crecimiento basado en deudas, la obstaculización del ciclo adquiere una dimensión que se traslada cada vez más al presente. Estamos hablando, a la postre, de los límites de la propia economía capitalista fundamentada en el continuo crecimiento del valor, que se correlaciona con los límites energéticos de la salida financiera o huida hacia el futuro; e indican que la caída de las posibilidades de seguir disponiendo de un «excedente ecológico» está también íntimamente ligada a la contracción de las oportunidades rentables para invertir en la economía real. Es por ello que se multiplica el capital-dinero que no vuelve al ciclo del capital productivo y que, a falta de brutales cataclismos, ya no tendrá oportunidades de volver porque no tiene contrapartida en el valor y porque no hay recursos energéticos capaces de ajustar la brecha entre el capital-dinero, a interés, y el capital productivo de la llamada «economía real» (trataré más detenidamente esto en la tercera parte del libro). En breve, el deterioro de la «economía realreal» (energía, recursos) termina impidiendo incluso el propio crecimiento de la «economía real» (capital-productivo), desbaratando cualquier ilusión de crecimiento indefinido de la «economía ficticia» (autonomización financiera). Ante la imposibilidad de ese ajuste, esta última queda encajonada en su expresión más parasitaria (como CEP), de forma sostenida aunque crecientemente inestable (proclive a generar cada vez más grandes cataclismos económico-ecológicos). Esta dinámica hace del parasitismo hoy el componente hegemónico del sistema capitalista mundial (que por supuesto incluye también la hipertrofia militar, la narco-economía y el consumo suntuario de las élites globales, entre otras de sus excrecencias).16 15. Hay unas fundamentadas consideraciones sobre todo esto en Heinberg (2014). Respecto de la inviabilidad del crecimiento global del sistema capitalista a causa de los límites ecológicos existe una tan amplia como imprescindible bibliografía, alguna de la cual veremos en la última parte del libro. 16. Se trata de un fenómeno originado hace casi medio siglo pero que en el siglo XXI se manifiesta como una mutación integral del sistema, como la transformación, dentro de sus núcleos centrales, de su dinámica productiva en otra parasitaria. Eso significa también, en términos sociales, que mientras desde las esferas institucionales se predica la retórica del valor, del esfuerzo, del emprendedurismo y, en general, del trabajo, la realidad muestra que las grandes fortunas se amasan «mientras sus propietarios se echan la siesta», que fue el clásico reproche de

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Y si se dispara la dimensión rentista del capitalismo, se acrecienta exponencialmente también su condición ilusoria, es decir, inviable. Recordamos en este punto, que el capitalismo se desenvolvió como medio de producción frente al rentismo tardofeudal.17 Obstaculizadas hoy en gran medida sus vías de rentabilidad industrial, deriva más y más recursos hacia el rentismo especulativo, el cual se convierte en un «huésped» dañino que agrava la salud del anfitrión.18 Es el proceso inverso al de la constitución histórica del capitalismo: en el presente cada vez más capital vuelve a la forma dinero.

los fisiócratas y de la economía clásica (Smith, Ricardo...) al rentismo heredado de la economía feudal contra el que tenía que imponerse la economía productiva capitalista (ver nota siguiente). Indicador inocultable de la actual decadencia de este modo de producción. 17. Ese rentismo estaba expresado por medio de la renta de la tierra y del interés. El capitalismo tuvo que sobreponerse a ambos, además de luchar secularmente contra las poblaciones, que entre otros objetivos intentaban evitar su propia conversión en «fuerza de trabajo». El parasitismo financiero (que comprende a un tiempo la renta y el interés) ayuda hoy al capital productivo a aplastar la oposición del factor Trabajo, pero al tiempo le va minando por dentro. ¿Se sobrepone, por tanto, el rentismo a los otros agentes? Si así fuera, la pregunta es ¿para dar lugar a qué? Pues hay que considerar que cuando el capitalismo tuvo sus momentos de despegue a mitad del siglo XIX y en los «Treinta Gloriosos» del XX, es cuando el capital industrial más contrarrestó al capital rentista, de tal manera que la dinámica de crecimiento llegó a estar asociada con el «suicidio del rentista» por Keynes. No hay posibilidades de viabilidad a medio plazo, en cambio, para un capitalismo bajo estas marcadas características especulativo-rentísticas (donde el capital-productivo va quedando marginado). 18. Hudson (2015) lo apunta como el huésped que mata al anfitrión, pero de ese título se deduce que este autor, como otros connotados marxistas (Chesnais, Husson, Duménil, Lévi...), no conceden tanta importancia en sus textos al proceso subyacente que fuerza la financiarización y que mina desde la raíz la base de reproducción capitalista: la pérdida de rentabilidad productiva unida a la automatización. Esto es, la nueva y persistente materialización de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia debida a la pérdida de capacidad de generar valor.

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Capítulo 3

Una forma mafiosa (y suicida) de huir de la crisis: la apropiación de la riqueza social o autofagocitación

La creciente incapacidad para alzar la tasa media de ganancia impide el ciclo de inversiones y acumulación que mantendría un funcionamiento «sano», industrial, de la economía capitalista. La financiarización, como hemos visto, además de un elemento de disciplinamiento y conformación del mundo social, no es sino un desesperado intento de mantener ficticiamente esas ganancias. Pero también es una maniobra para intentar compensar la impotencia de generar nueva riqueza, mediante la apropiación, a través de múltiples dispositivos, de la riqueza social ya generada y acumulada durante generaciones. También de la riqueza dada o natural. No hay nada nuevo en ello (tan solo cambian algunas de las formas y la intensidad y extensión en que se produce). Es sabido que el capitalismo basa su devenir en la desposesión o proletarización de los seres humanos, es decir, en eliminar la propiedad básica: la que permite vivir sin tener que trabajar para otros, la propiedad de medios de vida o de producción. Esa propiedad (la única que permite verdadera autonomía) se la reserva para sí la clase capitalista, una infinitesimal parte de la población. Tal desposesión masiva fue paliada en parte a través de las luchas históricas que condujeron a la consecución de un Estado Social que proveía de los medios de cobertura de las necesidades básicas, en forma de servicios sociales. En la actualidad, sin embargo, la retracción de esos servicios o la remercantilización de los satisfactores de necesidades sociales, re-proletariza a las poblaciones. La otra cara de ello es la apropiación privada del conjunto de riqueza social. Pero si nos detenemos a examinar este hecho, nos percatamos de que no es en el fondo sino un proceso de autofagocitación, consistente en devorar la propia riqueza que fue previamente creada y que a la postre ha posibilitado el funcionamiento de la economía. Este proceso se corresponde con una nueva preeminencia de la «acumulación por extracción», como en el capitalismo originario, pero con connotaciones sustancialmente diferentes en cuanto que hoy se lleva a cabo en un proceso inverso: de la subsunción real a la subsunción formal del trabajo al capital, propio del momento terminal de este último. Por eso las formas de crecimiento vuelven a estar directamente implicadas con la desposesión (Harvey, 2007) o el «despojo universal» (Vega Cantor, 2006). Entre otros puntos que ilustran la autofagocitación y desposesión general de la sociedad, vale la pena mencionar al menos los siguientes: 55

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• Privatización de la riqueza social y cultural acumulada a través de generaciones. Afecta, entre otros aspectos, a los servicios públicos (sanidad, educación, transporte, comunicaciones, etc.); infraestructuras (red viaria, instalaciones...); energía y patrimonio construido. • Privatización del patrimonio natural (mercantilización de la naturaleza en todas sus formas). • Apropiación de tierras. Eliminación de propiedades comunales o colectivas y consiguientes desplazamientos de poblaciones campesinas (sustitución de agricultura campesina o familiar por agroindustrias; intensificación de la desaparición de formas de producción y consumo no capitalistas). • Mercantilización de los recursos genéticos y negocio con las fuentes de la vida (tráfico de órganos, de animales, plantas...). • Derechos de propiedad intelectual o patentes sobre recursos ajenos. • Empresarización y/o privatización de instituciones públicas (como las Universidades e incluso la Administración). • Apropiación militar directa de los recursos y materias primas más codiciados. Empleo de la guerra como medio de desposesión y como instrumento económico.1 Acompaña a ello todo un conjunto de técnicas financieras de desposesión: • Promociones fraudulentas de títulos. • Destrucción deliberada de activos mediante la inflación y a través de fusiones y absorciones. 1. Siempre que la pérdida de una dinámica de riqueza llega a un cierto punto la élite dominante trata de postergar su caída utilizando al máximo su último recurso: la fuerza militar. La Guerra Total, que ha sido también bautizada como de «cuarta generación», se hace la modalidad de guerra del capitalismo degenerativo. Coherentemente con las formas de metamorfosis del capital hacia el capital a interés de carácter especulativo y ficticio, la guerra actual requiere de un enemigo difuso, sin concretar, y puede darse en cualquier lugar, en cualquier momento. Está desatada y librada de forma permanente, sin necesidad de declaración alguna. La destrucción de territorios, la promoción bélica del desorden, la conversión de países en ruinas, no solo busca la apropiación de recursos energéticos o de cualquier tipo, así como resultados geoestratégicos, sino además hacer de la devastación una forma de ganancia: la destrucción del espacio y de las infraestructuras proporciona nuevas oportunidades de reinversión de los capitales excedentes, de otra manera ociosos, y permite el desligamiento de nuevas olas expansivas de la especulación. Al ritmo de las ofensivas especulativas, rentistas y des-poseedoras de recursos y bienes comunes, los poderosos, sus ejércitos y sus cuerpos armados se reservan la potestad de atacar y destruir a discreción (la humanidad entera o cualquiera de sus partes puede ser el objetivo) y el campo de batalla es todo el planeta: desde los territorios abiertos a los vagones de metro, una sala de concierto o una cabina de avión, ciudades y países enteros, infraestructuras energéticas, Bolsas y monedas, alimentos y operaciones financieras (recordamos que las finanzas son también hoy otra forma de hacer la guerra, de destrozar Estados y territorios, de adueñarse de la riqueza de las poblaciones ), todo forma parte de la guerra total [hay ya cada vez más textos al respecto de esta nueva modalidad de guerra, citaré dos recientes: Muñoz (2014), tomando como referencia la larga guerra de Colombia, y Jiménez (2016)]. Pero a pesar de todo, hoy por hoy la guerra de cuarta generación no puede ser utilizada como elemento de renovación de la economía capitalista y como iniciador de un nuevo ciclo de acumulación, debido a las propias dimensiones destructivas del poder armamentístico actual (nuclear) (ver la nota 15 del Capítulo 1).

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• Endeudamiento generalizado (por encima de la capacidad de pago) que genera un disciplinamiento de las sociedades así como formas modernas de servidumbre por deudas. • Desposesión de activos mediante la manipulación del crédito y las cotizaciones (p.ej., el saqueo de los fondos de pensiones) • Ofensiva especulativa de los fondos de riesgo (hedge funds), etc. • Apropiación de los bienes hipotecados. Puntos relacionados, en definitiva, con la ya mencionada conversión del dineromercancía y del potencial capital-dinero proveniente del ahorro, en capital ficticio susceptible de especulación, de apropiación o de desvalorización. Pero también, al mismo tiempo un entramado de contra-reformas fiscales es puesto en marcha para ahondar en la desposesión. Entre otras: a) drástica reducción de aportes patronales a la seguridad social; b) medidas de tributación regresiva que incluye la «ingeniería financiera» para que las rentas, los intereses y beneficios del gran capital esquiven la tributación;2 c) subvención del empresariado a través de los impuestos del Trabajo, con los que se rescata también al capital obsoleto y al propio capital especulativo parasitario. A lo cual se suma también la desposesión del ahorro mediante los intereses negativos: la proyección a futuro es que las instituciones bancario-financieras cobren crecientemente a los ciudadanos por sus ahorros.3 Es con todo este conjunto de dispositivos desplegados en diferentes órdenes que se ha posibilitado una vía de crecimiento desligada de la acumulación de capital. El «Estado-privado» (en cuanto que centrado en el favorecimiento exclusivo del Capital) puede permitirse dar a la automatización en curso vías de escape momentáneas frente a la disminución de la plusvalía, a través de exacciones fiscales e inyecciones de dinero público al gran empresariado, que se beneficia además de la multiplicación del dinero fiat y del capital ficticio. Aquí radica el (escaso) crecimiento dopado (a la postre también «ficticio») del capitalismo en su fase de degeneración. E implica que el más pobre crecimiento de sus núcleos centrales sea debido, en gran medida, al proceso de autofagocitación o colonización interna. Esto es, a su apropiación de la riqueza social generada como consecuencia del antagonismo histórico Capital/Trabajo, y que ha forjado la evolución de los Comunes como conjunto de recursos, relaciones, bienes y servicios a

2. En un intento de pálida compensación de esa renuncia a tributar de las grandes fortunas, los Estados suben la presión fiscal sobre el salariado y el ámbito del trabajo «autónomo», aun a pesar de la caída del peso de los salarios (que vimos en el primer capítulo). Sobre la ingeniería fraudulenta del gran capital, Ovejero (2014); allí puede encontrarse más bibliografía al respecto. 3. Además, para impedir que la población retire los ahorros de la Banca hay una clara intención de ir eliminando el dinero «cash» (el dinero que circula es tan «ficticio» que no merece ni lo que cuesta su emisión en papel o en moneda), en favor del dinero de plástico y, en general, virtual. Con ello, otrosí, se logra la apropiación parcial de toda compraventa por parte de instituciones bancarias, financieras y de crédito en general, además del permanente control de los seres humanos a través de lo que consumen, que es registrado en y por los circuitos del dinero virtual, circuitos que pueden ser cortados y dejar a cualquier persona sin posibilidad de adquirir nada en absoluto.

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disposición del conjunto de la sociedad (bienes públicos materiales e inmateriales). La tan mediática «corrupción» no es en realidad sino un epifenómeno de toda esta trama de Despojo social. Eso sí, la autofagocitación se sigue complementando con la desposesión de la riqueza social y natural de terceros países a través de la deuda y de la colonización financiera (con compras, anexiones y quiebras de empresas de todo tipo), cuando no mediante la implantación militar directa. Dinámicas que vienen a abundar en los lazos de dominación y explotación propios de la colonización histórica. EE.UU. como potencia hegemónica del capitalismo mundial y velador último de su funcionamiento, se encargaría de establecer el entramado jurídico-institucional de tal despojo universal. De hecho, su ambicioso proyecto de construcción del capitalismo global a imagen del propio, estaría imbricado en esa suerte de «Open Door» (Panitch y Gindin, 2015) hacia afuera (en lo que sería una expansión imperial por derrame o anegación). Ese proyecto iba a emprenderse a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial para trasladar la jurisprudencia norteamericana al resto del planeta, y con ella después su conjunto de dispositivos y medidas de Desposesión, que pasarían a blindarse a través de toda clase de Acuerdos y Tratados de comercio e inversiones.4 En los años noventa se terminaría de crear un sistema legal supranacional que iba despojando de «soberanía nacional» a los Estados y de «soberanía popular» a sus sociedades, por vía de aquellos Tratados y Acuerdos. La extraterritorialidad de las leyes estadounidenses para consagrar el poder absoluto del capital sobre los Estados, conseguía así, de facto, la abolición del sistema internacional basado en el principio de soberanía de los Estados nacionales heredado de Westfalia. Este último se sacrificaba al objetivo de proteger todas las formas de propiedad privada del gran capital, especialmente las rentistas. Tal infraestructura de Desposesión precisaba también de la erección de una nueva política monetaria internacional (anti-inflacionista y anti-deficitaria, para salvaguardar las deudas de los acreedores). Pero aquí de nuevo salta una contradicción que viene a visibilizar aún más la actual condición degenerativa del capitalismo. La plusvalía extraída en las economías estatales a partir del empleo de la fuerza de trabajo, tiene como contrapartida los salarios de la población trabajadora empleada, los cuales revierten en consumo. Se trata de un mecanismo de integración de las poblaciones y de generación de base social; una distribución de la riqueza por medio del empleo que asegura al mismo tiempo la realización de la ganancia mediante 4. Así, un aspecto importante de lo que significan Acuerdos como el TTIP (UE-EE.UU.), es que están creando un «derecho internacional» informal que en realidad está basado en las leyes y la jurisprudencia de EE.UU. (porque ningún Tratado o Acuerdo con este país puede contradecir las leyes o el Congreso de EE.UU., ni este acepta decisión alguna de cualquier organismo multinacional que le contravenga). Es decir, que todos los Tratados firmados por este país institucionalizan de jure la aplicación extraterritorial de las leyes de EE.UU. La «liberalización comercial» (OMC y Tratados de libre comercio) potencia esa operación a escala mundial, que como no podía ser de otra forma, resultaba altamente simbiótica con la militarización de las relaciones internacionales, de cara a acelerar la apropiación de recursos mundiales y el control agresivo de mercados. Es por eso que hoy la Guerra se perfila también cada vez más como una forma privilegiada de acumulación (ver nota 1 supra).

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el consumo y con ello la reproducción ampliada del capital. En cambio, la renta diferencial proveniente de las operaciones en el exterior, de las dinámicas parasitarias y de saqueo de recursos y de la especulación, termina en su mayor parte acrecentando la concentración de riqueza en manos de los grandes capitales, especialmente de su rama parasitario-especulativa, banca pasiva, accionistas... Lo que quiere decir que aquella renta no revierte en el ciclo económico productivo y de consumo de masas (salarios, impuestos, obras, empresas...), entorpeciendo por tanto el funcionamiento del ciclo capitalista. La tríada automatización-«financiarización»-desposesión está minando, por tanto, no solo las formas de sociedad heredadas del capitalismo maduro «regulado», sino la propia sociedad. En el capitalismo industrial fue necesario ir construyendo sociedad para permitir aglomeraciones poblacionales capaces de mantener altos niveles de producción y consumo. La automatización y la financiarización van desligando la economía cada vez más del mundo del trabajo, es decir de la población. La destrucción de la sociedad deviene, entonces, un «daño colateral» o consecuencia prácticamente inevitable, como veremos en la segunda parte de esta obra. Para las élites el reformismo y las regulaciones sociales de la era industrial no solo se hacen menos necesarios, sino también menos viables. Por eso, y por la dinámica intrínseca de crecimiento sin acumulación que desarrolla el capitalismo degenerativo, las dinámicas de desposesión y destrucción social tienden necesariamente a exacerbarse. El Capital pone sus ojos ahora también en la vertiente más inmaterial de los Comunes, la que tiene que ver con la comunicación, las relaciones e interacciones humanas, las formas y vías de construir las posibilidades de vida de los seres humanos. Para poder apropiarse de este conjunto de creaciones y «haceres» humanos es que se emprende un renovado y amplio abanico de procesos de desposesión que a su vez se inter-penetran con nuevas formas de consumo y gestión de la fuerza de trabajo, a cuyo resultado combinado se le ha dado en llamar «capitalismo cognitivo».

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Capítulo 4

El paroxismo de la subsunción real del Trabajo al Capital: eso que llaman «capitalismo cognitivo»

La teorización sobre un supuesto «capitalismo cognitivo» se emprendió por sociólogos adscritos a la línea teórica de Antonio Negri (Vercellone, Fumagalli, Marazzi, Lucarelli...). El argumento principal es el siguiente, si la riqueza social tanto material como relacional, creativa, comunicativa o interactiva que producen los seres humanos en sociedad, tiende a expandirse con el desarrollo de las fuerzas productivas, hoy ese desarrollo requiere y promueve altos niveles de socialización de la producción, de la distribución, del intercambio y hasta del propio consumo, por lo que cada vez más partes de la sociedad tienen que entrar en contacto y experimentar ciertos niveles de colaboración para posibilitar todos esos procesos. Tales circunstancias conllevan una diseminación de las habilidades, técnicas y conocimientos, comunicaciones, interacciones e informaciones entre los seres humanos, o lo que se ha llamado también un enriquecido general intellect, que alberga cada vez más potencia productiva y directiva.1 Para apoyar esta argumentación se recurre a los célebres pasajes de Marx sobre las máquinas en los Grundrisse, donde anunciaba que las condiciones del proceso de la vida social misma podrían caer bajo el control del general intellect y ser transformadas de acuerdo con él, que deviene una fuerza de producción directa. 1. Husson (2003) ha sintetizado bien las supuestas características que se atribuyen al «capitalismo cognitivo»: papel creciente de lo inmaterial así como de la información e internet y, en general, de las NTIC (nuevas tecnologías de información y de comunicación); «virtualización» de la economía; captación por la empresa y el mercado de la innovación social; invalidación del modelo clásico («smithiano») de división del trabajo; retroacción entre consumo y producción; disolución de las líneas divisorias entre capital y trabajo homogéneo o entre cualificados y no cualificados; ascenso de la sociedad de red; decadencia del paradigma «energético y entrópico» en la producción de riquezas; papel dominante de las economías de aprendizaje en la competencia; importancia de los saberes implícitos no codificables e irreductibles al del maquinismo; globalización de la performance; especificidad del bien información en cuanto a su uso y a su apropiación; generalización del fenómeno de externalidades. A renglón seguido se pregunta el propio autor si este conjunto heteróclito de tendencias define un nuevo paradigma coherente, si estas nuevas formas de organización van a volverse hegemónicas, o se trata de transformaciones que se articulan con formas más clásicas de trabajo. En realidad, «lo cognitivo», defenderé aquí, está combinado en todo el planeta con formas pre-tayloristas, tayloristas y neo-tayloristas de trabajo, que hoy por hoy dominan el panorama laboral. Enseguida lo vemos.

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Los poderes de la producción social no son solo producidos en forma de conocimiento, sino también como inmediatos órganos de la práctica social, del proceso de la vida real. A raíz de estos presupuestos teóricos los autores hacen hincapié en la pérdida de importancia del valor, pero no debido al proceso de sobreacumulación en el que se sumerge la automatización, sino por cuestiones de medición, dado que para ellos en una economía inmaterial apenas puede medirse lo que se produce.2 Por eso, insisten, la creación de riqueza es cada vez más difícil de medirse en términos monetarios, como cada vez más complicado es separar el «saber vivo» individual como parte del colectivo, y convertir uno y otro en «capital humano». Hay, a mi juicio, un elemento teórico fundamental que es erróneo en los planteamientos de esta corriente sobre el trabajo inmaterial y la cuantificación del trabajo. Atribuye el límite de la teoría de Marx al hecho de enfocar el tiempo como fuente del valor, lo cual para el cognitivismo era propio de una fase capitalista (industrial) en que el valor podía ser reducido a una medida de tiempo. Para estos autores, en cambio, en el «biocapitalismo» actual la actividad de la multitud constituye tiempo más allá de toda medida, mediante la «laborización» de toda actividad social. Al atribuir a Marx una desconsideración del trabajo inmaterial, desconocen que Marx lo que señaló al respecto es que el trabajo inmaterial era poco significativo en el capitalismo industrial de su tiempo, pero que sí podía generar valor en cuanto que se realizara como trabajo asalariado (independientemente por tanto de su condición de material o inmaterial). Por contra, el error de base de los «cognitivistas» es caer presa del «fetichismo del valor», es decir, pensar que el valor existe por encima de las relaciones sociales de producción capitalistas, como si fuera ahistórico, un producto inherente al trabajo, en todas las formas de producción y sociedades, haciendo eterna así la particular forma que adquieren las mercancías en la producción capitalista. Pero el valor no es tanto una medida del tiempo de trabajo sino una relación social que hace del trabajo de los seres humanos algo abstracto e intercambiable por dinero (para que lo que se produce sea mensurable en la venta), independientemente de su condición material o inmaterial y cuya relación de intercambio no está mediada por el tiempo físico requerido para su producción, sino por el abstracto («el socialmente necesario»). Es por ello que el esfuerzo de la clase capitalista va encaminado a continuar traduciendo todo trabajo «cognitivo» en expresión dineraria. Además, la reducción del tiempo requerido para la producción de mercancías aumenta el tiempo necesitado para la producción de valor, clave que está en la base de la crisis del valor. En el marxismo autonomista la contradicción entre el tiempo de producción y el de valorización es obviada en virtud de la oposición entre 2. Otro autor ajeno a su corriente, como Gorz (2008a), señalaría que la bajada del precio de los productos materiales y el aumento artificial del valor de cambio de los inmateriales descalifica más y más los instrumentos de medida económica. De nuevo Husson (2007: s/n) interviene para puntualizar: «La tesis del pasaje del valor trabajo al “valor saber” debe ser rechazada por las razones siguientes: el valor saber no existe dentro del campo de las relaciones sociales capitalistas; el capitalismo integra el saber de los trabajadores a su poderío productivo, como siempre ha hecho; la ley del valor continua en juego, con una brutalidad y una extensión renovadas “gracias” a la mercantilización mundializada; es el fundamento de una crisis sistémica sin precedente, y no la apertura de una nueva fase» (traducción propia).

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trabajo material e inmaterial, y a la postre la crisis del valor reducida a una crisis de cuantificación o medida. Por eso es imprescindible distinguir la explotación del trabajo como una medida cuantificable existente en cualquier sociedad de clases, con la explotación del trabajo mediante un proceso de valorización, que es propia de la sociedad capitalista, y que puede llevarse a cabo tanto como trabajo material cuanto que inmaterial, y cuantificarse, por arbitrario que sea, en la ganancia. Es decir, el valor no está en el objeto sino en el trabajo abstracto, que no deja de ser una relación social que subordina a los seres humanos y los cosifica como piezas («capital humano») de la reproducción ampliada del capital.3 La mejor puesta en duda de las elaboraciones del «negrismo» y de los cognitivistas es la que ofrece un análisis empírico de la realidad social. De hecho, lo que está llevando a cabo el Capital en estos momentos, porque resulta vital para él, es la apropiación del potencial colectivo de las sociedades que acompaña al extraordinario desarrollo que han experimentado las fuerzas productivas, obstruyendo su proceso de autonomización. Se mueve también en este terreno, por ello, en una contradicción permanente, a la que ya aludió Marx: El capital mismo es la contradicción en proceso [...] Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor [Marx, 1972b: 594]. 3. Estas reflexiones y una perspicaz crítica de las formulaciones «autonomistas» pueden encontrarse en Nguyen (2015). También una fundada crítica al cuestionamiento que esa corriente hace del valor, en Smith (2013) y Pitts (2016). Además de todas estas consideraciones, habría al menos que advertir que en realidad la actividad inmaterial es incorporada a la valorización de las mercancías como «trabajo productivo», en cuanto que sin aquella no habría posibilidad de venta de las mismas. Al menos una cierta medida de tal actividad está en el precio final que adquieren las mercancías, sean materiales o inmateriales. Por otra parte, el trabajo productivo no solo está en el trabajo abstracto en la Esfera Estricta de la Producción, sino en todo aquel que se realiza en la Esfera de la Circulación para poder convertir la plusvalía en ganancia. El trabajo inmaterial, como el de las Industrias Creativas (publicidad, etiquetado y marcas, diseño gráfico, etc.), crea además valores de uso en los consumidores: identidad, confianza, símbolos identificadores, estatus, etc., que se miden al incorporarse al precio de la mercancía. Así por ejemplo, pagamos más por unas zapatillas con «marca» que por otras con igual valor de uso pero sin valor simbólico. Esta puesta en cuestión de las tradicionales diferencias entre «productivo» e «improductivo» en función de las Industrias Creativas, ha sido profundamente desarrollada por Pitts (2015). Obviamente, todo esto está relacionado con la distinción clásica de productivo o no en relación al valor. Si consideramos algo como productivo o no productivo en función de su contenido (producción de valores de uso), la cuestión es otra. Entonces señalaríamos como trabajo productivo al que genera satisfactores para las necesidades humanas, independientemente de su realización como mercancía vendida. Y al revés, sería «improductivo» a pesar de que realice la ganancia, el trabajo que no está destinado a la satisfacción de necesidades del conjunto social. Véase la diferenciación de larga data que establecemos en el Observatorio Internacional de la Crisis, entre el trabajo productivo por su forma y por su contenido (por ejemplo, Dierckxsens, 1998; también Carcanholo, 2015). Desde esta aproximación, la distinción entre esferas de la producción y la circulación pierde su importancia.

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La contradicción en proceso que es el capital tiene diversas expresiones inherentes a su propio movimiento (que iremos viendo en las restantes partes del libro), y se muestra aquí en que por un lado desata las condiciones materiales para el florecimiento del general intellect y por otro socava y reprime permanentemente su manifestación real (las históricas condiciones abiertas por su propio dinamismo), tanto a través de su organización social y productiva, como mediante las formas de gestión y consumo de la fuerza de trabajo que despliega.4 En realidad, como vimos, el capitalismo es hoy un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas debido a la escasa rentabilidad. Sus dinámicas de desposesión, de gestión de la fuerza de trabajo (a través de relaciones subordinadas a la valorización) y de consumo de la misma (en forma de sobre-explotación y «explotación difusa»), provocan el menoscabo de la formación e información, entorpecen ese general intellect y obstaculizan la libre difusión de saberes y creaciones en lo que se ha llamado una socialización negativa del capital. Pues no hay que perder de vista que la regulación capitalista potencia las condiciones de privatización (por tanto, de no universalización) de una rigurosa formación de la fuerza de trabajo, así como las del cuidado y protección de la misma (reducidas cada vez más al ámbito privado de la familia). La propia acentuación en curso de la desigualdad es un tremendo freno al desarrollo del intellect colectivo, tanto como del crecimiento económico en general. Además, bajo las relaciones sociales de producción capitalistas el general intellect ha estado contradictoriamente puesto contra la emancipación del Trabajo. Para entenderlo hemos de tener en cuenta que los poderes del capital, incluyendo los del que queda denominado como «capital fijo», no son sino la forma fetichizada de los poderes del trabajo social colectivo, que incorpora las experiencias y saberes de generaciones; también la forma sistematizada de conocimiento que se deposita como «ciencia». Pero esa incorporación fue hecha de forma progresiva, implicando una dimensión creciente de la subsunción real del trabajo al capital. Así, a través de la cooperación productiva los conocimientos y experiencias de los productores inmediatos fueron incorporados al proceso general de trabajo, dándose una primera división del tiempo de trabajo mediante la especialización. Con la maquinización 4. El desarrollo y expansión del general intellect continua estando sumamente debilitado. Y ese debilitamiento tiene claras constataciones. Por ejemplo, la encuesta del CIS de junio de 2016 indica que en España casi el 40 % de la población no ha leído un libro en el último año (CIS, 2016). Por su parte, la VII Encuesta de Percepción Social de la Ciencia (https://www.fecyt.es/es/ noticia/la-imagen-de-la-ciencia-entre-los-ciudadanos-mejora-en-los-ultimos-dos-anos-un-122), presentada en abril de 2015 por la secretaria de Estado de I+D+i, muestra que en torno al 25 % de la población española cree que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra. Chocantes datos, entre muchos otros, para los fervientes creyentes de que el libre florecimiento de un generalizado y pujante intellect se puede conseguir en el capitalismo (y más aún en su momento degenerativo). No hay nada más que ver el secuestro del trabajo universitario que las agencias privadas de evaluación llevan a cabo: solo se valora lo que se publica en revistas privadas inaccesibles a la sociedad (prevalencia de un valor de cambio que deja cada vez más ridículo el valor de uso de la academia y de la ciencia en general). Macías y Alonso (2015) proporcionan buenas reflexiones sobre cómo, en contra de lo que proponen los cognitivistas, el desarrollo libre y generalizado del conocimiento no deviene de los modelos de gestión y gobernanza capitalistas, sino que requiere emprender relaciones sociales alternativas.

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son los conocimientos y experiencias generales de la sociedad los que resultan incorporados a la producción (la capacidad del conjunto social, expresada como maquinaria, se va a poner a producir a expensas de la capacidad de cada individuo, que se convierte en mero servidor de la máquina, lo que lleva a la mutilación de sus facultades). Es por eso que aumenta la autovalorización del capital al tiempo que disminuye el valor de la fuerza de trabajo como mercancía. Entonces, con el maquinismo la subsunción real deja de producirse de una forma inmediata, para hacerse de forma mediada: como aplicación tecnológica de la ciencia. Y con el desarrollo de la industria a gran escala las fuerzas productivas de la sociedad ya no expresan de manera alienada tan solo el conocimiento y la experiencia del colectivo laboral, sino el conocimiento y la experiencia colectiva acumulada previamente por la humanidad entera (general intellect). En la actual revolución científico-técnica el proceso de trabajo queda cada vez más dependiente del proceso de valorización por medio del acelerado avance de la tecnología. El general intellect (objetivado en máquinas autómatas o robóticas), lejos de ser la fuente de liberación que anhelan los cognitivistas, hace más y más prescindibles a los seres humanos en los procesos de trabajo (para más detalles de lo expuesto ver Macías, 2017). Por eso la polémica se desata en torno a la misma concepción de este capitalismo como (distintivamente) «cognitivo»,5 y en definitiva, sobre la capacidad del capitalismo de desarrollar las potencialidades sociales en cuanto que general intellect (a diferencia de los «cognitivistas», Marx solo contemplaba esa posibilidad con la superación de este modo de producción, en el camino hacia el comunismo).6 5. Probablemente, la denominación de «cognitivo» comenzó a utilizarse en los pasados años setenta y ochenta, en Canadá y Estados Unidos (bajo nombres como «la sociedad del saber», «la economía del conocimiento», etc.), y sirvió para canalizar importantes fondos públicos hacia la formación de programadores, técnicos en informática, genetistas, microbiólogos, programas de formación de técnicos, especialistas, ingenieros, etc. Sin embargo, quienes más se beneficiaron fueron las empresas monopólicas del sector militar y civil ¿Por qué fueron beneficiadas? Porque la formación masiva financiada por los contribuyentes introdujo una progresiva y constante cantidad de «materia gris» —mano de obra cualificada— en el mercado laboral, disminuyendo los salarios y bajando las condiciones laborales a medida que se creaba ese «batallón» de reserva. Y una vez conseguido y rebajados los salarios y condiciones laborales también de la fuerza de trabajo cualificada, las élites empresariales le piden a los gobiernos que corten el gasto en investigación superior, o que la mantengan como «investigación aplicada» (laboratorios universitarios al servicio de empresas en las ramas de la ID militar y farmacéutica, por ejemplo) (Rabilotta, 2016). Apropiándose privadamente, cada vez más, del conocimiento científico. En la actualidad, sin embargo, el Capital parece haber encontrado otros nichos «cognitivos» hacia los que dirigir los esfuerzos tanto de las inversiones como de la preparación de la fuerza de trabajo. Así por ejemplo, la automatización del trabajo intelectual, la tecnología de nubes, la robótica avanzada, nueva generación de ingeniería genómica, materiales avanzados, el internet móvil, entre otros (véase, por ejemplo, lo apuntado al respecto por el McKinsey Global Institute, 2013). 6. Bien es verdad que Marx señaló que el capitalismo producía las «condiciones objetivas» de socialización de la producción y por tanto de cooperación entre los productores, pero nunca se le ocurrió decir que la realización de esa potencialidad se pudiese desarrollar en el propio capitalismo. De hecho este aborta cualquier posibilidad de que sea así. La organización de la producción y la tecnología que se ponen aquí en funcionamiento están destinadas al disciplinamiento del trabajo vivo y a su división competitiva, para que su «cooperación» se vea atravesada siempre por la competencia (en un estado de «coopetición» permanente, que elimine «hasta la apariencia de que los trabajadores puedan constituir un “trabajador colectivo” del general intellect» [Laval y Dardot, 2015: 233]).

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Lo que sí podemos acordar con los cognitivistas, en conexión con lo apuntado en este y en el anterior capítulo, es que el capitalismo actual, en pendiente degenerativa como he intentado mostrar, lleva en sus entrañas al menos dos dinámicas entrelazadas que no pueden pasarse por alto: 1. Un parasitismo sobre la riqueza social acumulada hasta ahora (lo que no deja de ser a la postre sino un proceso de autofagocitación, como se dijo). Así por ejemplo, patentar el conocimiento significa vivir de una renta monopólica sobre el mismo. Es una forma parasitaria y temporal de realizar una renta improductiva, que en su generalización se hace indicativa de la fase senil de un sistema socioeconómico.7 Esto conlleva muy especialmente la apropiación del trabajo colectivo que se plasma como conocimiento (tanto si es sistematizado o no en forma de ciencia), en algo así como trabajo universal, y que se acumula infinitamente a través de generaciones, configurando un stock (de conocimiento) gratuito que interviene crecientemente en la producción (stock que es apropiado de forma privada por el Capital) (Martins, 2009). Al hacerlo así se materializa el saber colectivo-universal en «trabajo muerto» privatizado, el cual tiende a desvalorizar a la fuerza de trabajo al ser sustituida por ese «trabajo muerto» convertido en medios de producción y tecnología, que a su vez se fetichizan como agentes autónomos de la producción y de la vida social. 2. Una creciente tendencia del capital a desplazar beneficio fuera de la producción (en la que tiene atascado su normal funcionamiento), hacia la esfera de la circulación-reproducción, para intentar apropiarse de todo el conjunto de actividades humanas que sostienen la Vida en común (las que hacen sociedad), y que hasta ahora quedaban fuera del valor capitalista o al menos solo indirectamente afectadas por el mismo. Esto es, el capitalismo degenerativo actual tiende tanto a poner el general intellect existente a su servicio como a adueñarse de todo el ciclo de la vida de los seres humanos. El proceso de creación de valor no se limita ya a la jornada laboral que genera plustrabajo, sino que se corresponde con la parte del arco de la vida necesario para generar conocimiento codificado y, por lo tanto, conocimiento social, que es luego expropiado por y en el proceso de acumulación [Fumagalli, 2010: 274]. 7. A mediano plazo la política de patentes no garantiza una tendencia al realce de la tasa de ganancia. Cada vez más patentes suelen no tener aplicación alguna en el ámbito productivo (en tanto que los costos de Investigación y Desarrollo se incrementen sin encadenarse con el ámbito productivo, estas inversiones se tornan improductivas). Con ello cada vez más costos de Investigación y Desarrollo han de ser transferidos al producto o servicio generado, acentuando la tendencial caída de la tasa de ganancia global. Las innovaciones y la economía de conocimiento pueden desarrollarse más en las formaciones sociales centrales que las subsidian, pero las innovaciones aplicables al proceso productivo suelen llevarse a cabo cada vez más en los lugares donde se encuentran las plantas productivas, es decir en los países emergentes y en primer lugar China, hasta que se den allí también los procesos de sobreacumulación. La renta monopólica sobre el conocimiento, entonces, tampoco tendrá un carácter duradero (ver Dierckxsens, 2016).

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Pero tampoco esto es nuevo. Parece que ya también lo tenía anunciado Marx: El capital pone la producción de la riqueza misma y por ende el desarrollo universal de las fuerzas productivas, el trastocamiento constante de sus supuestos vigentes, como supuesto de su reproducción. El valor no excluye ningún valor de uso, y por tanto no incluye ningún tipo particular de consumo, etc., de circulación, etc., como condición absoluta; asimismo, cualquier grado de desarrollo de las fuerzas productivas sociales, de la circulación del saber, no se le aparece más que como barrera que se afana por superar. Su supuesto mismo —el valor— está puesto como producto, no como supuesto superior que se cierne sobre la producción [1972b: 440].

De esta forma, además de los desplazamientos espaciales y espacio-temporales con los que el Capital busca paliar la caída de la tasa media de ganancia, este realiza un desplazamiento entre esferas dentro del «mundo de la vida», promoviendo el solapamiento entre «lo productivo» y «lo reproductivo», que se daban hasta cierto punto separados en el capitalismo industrial-fordista-fosilista. Es decir, que en términos del mercado laboral «lo cognitivo» del capitalismo no sería sino una forma de «externalización» de los procesos de producción (de crowsourcing) al conjunto de la Vida, lo que implica también la puesta en valor de las poblaciones (reconvertidas en multitudes) y de sus formas de vivir, relacionarse, comunicarse, dotarse de «inteligencia colectiva», etc. La cuestión central es que esa potencia, el conjunto de potencialidades humanas, es hoy, precisamente, objetivo clave del Capital, en un capitalismo que exacerba sus rasgos «biopolíticos» en todos los ámbitos de la vida, físicos y biológicos, neurológicos, sentimentales, relacionales, mucho más allá de la clásica esfera de la producción. El «capitalismo cognitivo» vendría a ser la expresión más acabada de biopolítica hasta la fecha8 (o la prolongación de esta también como bioeconomía). El desesperado intento, en definitiva, de estirar la ley del valor ante su decadencia. La consecuencia es clara: en el momento mismo en que las condiciones objetivas para la socialización y auto-organización de la producción se hacen más sólidas, cuando según los propios cognitivistas se da lugar a una sociedad objetivamente cada vez más capaz de administrarse por sí misma, es cuando el comando del capital hace de la sociedad en su conjunto un espacio totalizable, cuando su permanente prospección de fuentes de renta acumulada «pone la Vida (y la muerte) a generar riqueza». Por eso, más que una forma de acumulación por desposesión de lo que se trata es de una «producción continua de las condiciones sociales, culturales, políticas y subjetivas de ampliación y acumulación del capital, [...] una acumulación por subordinación ampliada y profundizada de todos los elementos de la vida de la población» (Laval y Dardot, 2015: 155). El objetivo es la captación de la totalidad de los aspectos de la subjetividad humana, para convertirla en ganancia. 8. Eso quiere decir que la regulación y el control de los comportamientos, de cualquier comportamiento humano, se acentúan cada vez más (fase paroxística de la biopolítica). La práctica totalidad de los mismos pasa a ser objeto de disposiciones gubernamentales, administrativas y policíaco-judiciales.

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En realidad fue siempre así, hoy solo cambian la intensidad y las maneras de cumplir esa meta que lo condiciona todo en lo social, y que a la vez se hace más alcanzable a través del desarrollo de las infotecnologías. 4.1. La invaluable contribución de las infotecnologías Con el ascenso y difusión social de las infotecnologías ya no se trata de poder conectarse y comunicarse a través de ellas, sino más bien al contrario, son ellas las que nos conectan (nos arrastran a encenderlas) para que a través de la interacción en la red se pueda disponer de un intelecto común. Y así, a través de ellas, quienes tienen su control, tengan también acceso al «cerebro social». Los dispositivos de comunicación e información son en realidad instrumentos para conectar cerebros entre sí y extraer el máximo de sus rendimientos. Los seres humanos pasan cada vez más datos, incluso los íntimos, a través de esos dispositivos; ofrecen su vida prácticamente fotografiada paso a paso; proporcionan claves de cuanto de valor pueden tener. Generan y trasmiten ideas, vínculos, producciones simbólicas, proyectos, diseños, resuelven problemas a través de la red que les conecta. Sus formas de consumo se hacen cada vez más «productivas» (o dicho de otra forma, consumo y producción pierden diferenciación). Por eso, si es cierto que la hiperactividad vinculada a las infotecnologías suscita la posibilidad de un enjambre colectivo que potencia las posibilidades individuales —la puesta en escena de una «multitud inteligente» (Rheingold, 2004)—, tal potencial en realidad es con mucha frecuencia no solo apropiado y puesto a producir ganancia, sino que se utiliza inversamente como vía de subordinación cognitiva e ideológica. Las infotecnologías se han convertido en parte consustancial de nuestra identidad, nuestros seres digitales, los cuales regalamos a la red. Sin embargo, la red los convierte en mercancías (empresas como Facebook, con unos 945 millones de usuarios, son precursoras en el cercamiento —enclosures— y la venta de seres digitales) (Aschoff, 2016).9 En suma, consiguen de las personas no solo máxima 9. Un proyecto llevado a cabo por investigadores de la Universidad Carlos III de Madrid informa cómo Facebook se enriquece «por acciones tan simples como pasar por ciertos enlaces o hacer clic en ellos». Una aplicación diseñada por los investigadores, Facebook Data Valuable Tool, permite saber cómo lo hace y cuánto la plataforma ha ganado con nosotros en un día (en www.pressdigital.es [http://bit.ly/2sLWSKy]). Por su parte, la proliferación de un software con capacidades de aprendizaje profundo, que apunté en el primer capítulo, permite desarrollar programas diseñados para tomar o proponer decisiones a partir del análisis semiautomático de grandes conjuntos de datos, como los capturados en millones de interacciones con clientes o los recogidos por la red. Como es lógico, y también lo advierte Aschoff, el acceso a las redes sociales y la conectividad digital a través de smartphones ocultan sin duda elementos liberadores. Dice la autora, en concreto, que esos aparatos pueden ayudar a luchar contra la anomia, a promover cierto sentido de conciencia ambiental y, al mismo tiempo, facilitar la generación y conservación de relaciones reales entre las personas. Una conexión compartida a través de seres digitales puede asimismo alimentar la resistencia a la jerarquía de poder existente, cuyos mecanismos internos aíslan y silencian a los individuos. Pero esto no viene dado por las infotecnologías en sí mismas. Esas potencialidades requieren concretarse mediante actuaciones conscientes tendentes hacia ello. Y no es

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disponibilidad sino también máxima trasparencia (ofrecemos todo lo que somos a través de ellas). Contundentes palabras las de Berardi (2003: 17) al respecto: En realidad la finalidad oculta de la producción de software es el cableado de la mente humana en un continuo reticular cibernético destinado a estructurar los flujos de información digital a través del sistema nervioso de todas las instituciones clave de la vida contemporánea. Microsoft debe ser entonces considerada como una memoria virtual global escalable y lista para ser instalada. Un ciberpanóptico inserto en los circuitos de carne de la subjetividad humana.

Todo lo que somos y hacemos, todos los espacios en los que nos movemos, todo cuanto utilizamos está llamado a conectarse entre sí: cuerpos, mentes, ilusiones, anhelos, domicilios, vehículos, ambientes urbanos y profesionales... nuestra vida entera pasa a estar «acompañada» por algoritmos (Sadin, 2016). Las infotecnologías facilitan también los modelos de empleo basados en la «fuerza laboral contingente», así como en la autoexplotación; permiten la evaluación del tiempo real de cada cadencia, que puede estar controlada, planificada y dirigida igualmente por algoritmos. Lo que lleva a vincular al Capital y al Trabajo sin los costos fijos y la inversión (material y emocional) propios de las relaciones de trabajo tradicionales. Se afianza así la tendencia a la indivisibilidad del uso del tiempo. El capitalismo actual no solo mantiene a los seres humanos en una disponibilidad permanente, «trabajando» para poder tener un empleo o trabajando mucho más allá de las horas vendidas en el empleo, sino que busca que todo lo que hagan para vivir se transforme en generación de nuevo valor o en aprovechamiento del ya creado. Mientras que el tiempo de trabajo se va separando del tiempo asalariado (tiempo de empleo), el tiempo de vida va quedando crecientemente empotrado en el tiempo de trabajo. La «interconectividad ininterrumpida» de la población es no solo una vía de disponibilidad y de extracción de ganancia permanente, sino también una forma de subordinación y adición, de ser dependiente. Gracias al papel protagónico de la tecnología en la producción, hoy se está en mejores condiciones de realizar la (hiper)subsunción real del trabajo al capital y el Capital alberga una creciente capacidad de apropiarse del conocimiento social acumulado. Además, al estar las fuerzas productivas menos determinadas por el trabajo vivo y más por el trabajo muerto (objetivado), impiden el desarrollo potencial de las personas, degradan el propio trabajo humano, y no al revés, ya que si desciende la masa de valor (reducción del tiempo socialmente necesario de producción y consecuente pérdida de seres humanos de los procesos productivos), hay que aumentar a toda costa el plusvalor de la fuerza de trabajo que queda ocupada. Por eso hoy el general intellect lejos de ser una fuente de emancipación, es un pilar imprescindible de acumulación, o bien de extracción del valor. Genera mayor entrega —explotafácil, pues el diseño tecnológico está pensado para que el «mundo de la vida» funcione a semejanza del de la producción, para que se vincule al valor y facilitar por tanto una subjetividad alienada, como veremos en la segunda parte. La red, además, tiene dueños, a pesar de las apariencias (ver, si no, Morozov, 2011 y 2012).

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ción cualitativa—10 de un trabajo intelectual que cuanto más rinde más proclive es a hacerse vulnerable (y redundante). La máxima expresión al respecto la proporciona la llamada «inteligencia artificial», que tiende a reducir a cero el valor, y por tanto a desechar el trabajo vivo. 4.2. El impedimento del Común De lo visto hasta aquí se infiere que el entramado de Bienes Inmateriales no se hace realmente «Común», sino que tiende también a ser constituido como mercancía. Para sacar provecho de esos «bienes» el Capital necesita generar escasez, igual que hizo siempre con los medios de vida de la población a través de su apropiación privada. Lo lleva a cabo en este caso a través de todo un conjunto de dispositivos que afectan a la propiedad y la distribución (patentes, copyrights, activos financieros...), que restringen la libre circulación de las creaciones, de las cooperaciones, del conocimiento. Como quiera que al mismo tiempo que se realiza esa escasez se pergeña un entramado de disposiciones privatizadoras de la educación, del cuidado y de la formación en general de la fuerza de trabajo, a la postre se obstaculiza el enriquecimiento del conocimiento desde el punto de vista de su generalización social y creación colectiva, al frenarse la posibilidad de compartir el mismo, así como su difusión y multiplicación. Es cierto que muchos de estos elementos relacionales, comunicacionales, de protección y afecto, etc., no son sino «mercancías artificiales» o «ficticias» (Polany, 1989), no en tanto ninguna característica intrínseca a ellos (como sostienen los cognitivistas), sino en cuanto que por lo general no contienen trabajo abstracto en su realización y de su venta no se deriva tampoco trabajo abstracto alguno creador de valor. Son mayoritariamente aprovechados para capturar el menguante valor que se genera a través del trabajo productivo abstracto, pero no para producir valor por sí mismos:11 incorporan e implican trabajo gratis que se convierte en beneficio mediante el propio hecho de consumir o al consumirse a sí mismo. La cuestión está en determinar si realmente su conversión en mercancías es provisional e incompleta, y calibrar las posibilidades de que se puedan conseguir como «Común». Pues tampoco hay nada ontológico en la existencia de unos bienes, relaciones o procesos como «comunes» y otros no. Siempre dependen de las luchas por hacerlos tales.12 El Común es una construcción política, una forma instituyente de autogobierno, lo que quiere decir que no es un «bien» dado, sino que se consigue 10. Es la que se realiza no solo como extracción de tiempo en forma de plusvalor, sino con la aceptación, complicidad y entrega (subjetivas) del Trabajo. 11. Por el contrario, como ya se ha dicho más arriba, el marxismo autonomista y los teóricos del «capitalismo cognitivo» parecen ver, al menos esa lectura se desprende de sus textos, una capacidad ontológica casi demiúrgica del valor, como sustancia capaz de insertarse en cualquier forma de vida y que está presente en todo lo que haga la sociedad convertida en multitud. Lo que suscita la gran contradicción para ellos no es la ausencia de valor motivada por el deterioro del trabajo abstracto, sino la creciente dificultad de medición del mismo. 12. Si le damos un sentido ontológico a cualquier «común», lo transformamos en algo pasivo, heredado, y por tanto susceptible de apropiación privada, aunque sea «privada colectiva», convirtiéndose en algo exclusivo para un determinado «nosotros» y excluyente para los demás. Una forma conservadora de lo Común, como algo dado, solo para un determinado nosotros.

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o se construye por medio de las luchas colectivas. Por eso está fundado en la codecisión y la co-actividad (y de ahí que desde el activismo social se prefiera hablar de procomún para denotar el carácter a la vez de lucha y de compromiso o responsabilidad de cada quien con el colectivo que persigue tal objetivo y cuya consecución al mismo tiempo le constituye). Es decir, requiere de, y potencia a la vez, el autogobierno. Al mismo tiempo y por ello mismo, los sujetos colectivos se construyen en la praxis compartida como praxis instituyente de los comunes.13 Una condición juega a favor de esos procesos instituyentes del Común, cuanto menor es la capacidad del capital de garantizar la reproducción de la población en general, las mercancías que son más necesarias para la Vida experimentan una tensión más fuerte hacia su reconversión por la sociedad en valores de uso. Al menos esa circunstancia puede venir favorecida por el hecho de que en el «capitalismo cognitivo», y en esto sí aciertan sus teóricos a mi juicio, la parcial ligazón positiva entre valor y riqueza, entre producción mercantil y satisfacción de las necesidades, se rompe. Lo que significa que, como apunta Vercellone (2014), la ley del valor sobrevive actualmente como una especie de envoltorio vaciado de aquello que Marx consideraba la función progresiva del capital, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas como instrumento de lucha contra la escasez, que ha permitido ejercer de poderoso factor legitimador del capitalismo. En este contexto el antagonismo entre Capital y Trabajo adquiere también otra vertiente determinante entre las relaciones e instituciones del Común (que van más allá de lo público, que provienen de las luchas por conseguir elementos colectivos de vida y que además con frecuencia están en la base de una economía supuestamente apoyada cada vez más sobre el conocimiento) y la lógica de expropiación de un capitalismo con connotaciones crecientemente parasitarias, en el que el beneficio se confunde cada vez más con la renta, al quedar más y más ajeno a los procesos de producción (lo que acarreará igualmente notorias consecuencias de cara al conflicto social y sus formas de expresarse).14 13. Coincido en esto con Laval y Dardot (2015), quienes realizan una detallada puesta al día histórica de la construcción teórica y práctica del Común, sus variantes y posibilidades (con amplia crítica bibliográfica al respecto). El problema de estos autores es que tras realizar una insultante revisión (tan a la moda actual) de las luchas históricas que condujeron a los intentos de ruptura con el capitalismo y su consecución de lo social como el espacio común más exitoso hasta la actualidad, tras descartar también que del capitalismo pueda surgir una colectivización de los medios de producción, no ofrecen ninguna explicación o vía concreta de cómo se podría superar este modo de producción en el terreno práctico, más allá de una propuesta normativa para la construcción del Común. Después de criticar a Negri por su voluntarismo (y por creer que el capitalismo permite la creación de sujetos superadores de su propia subordinación-fetichización), en el fondo hacen surgir los Comunes de una especie de potencia spinoziana sin precisión de sujetos («todo está abierto a quien quiera lanzarse a la tarea»), ni responsabilidades o concreciones políticas («tal ejercicio, en este caso, es completamente libre y a nada compromete a quienes a él se entregan») (2015: 516, para ambas citas). 14. Advertencias sobre el combate del Capital contra el Común, pero también sobre los posibles tintes conservadores de este último, así como sobre las distintas posibilidades y ámbitos en que se puede instituir o bien desbaratar lo Común, pueden encontrarse en Rendueles (2013) y Rendueles y Subirats (2016). En otra dimensión de la posibilidad de reconversión de las mercancías del Común, como se viene repitiendo por diferentes autores, el aparato tecno-productivo actual permite en potencia

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Por eso, más que motor de una nueva etapa todas las evidencias indican que lo «cognitivo» del capitalismo se muestra más y más como expresión de la decadencia de este modo de producción, que intensifica la procura de sustitución de la obstruida consecución de ganancia por el incremento de la explotación y la extracción de rentas a través de cualquier medio. Manifestación de su pulsión inherente por hacer del intencionalmente llamado «capital social» (de la subjetividad individual y colectiva), un beneficio privado, extrayendo rentas de las dinámicas de colaboración de las personas. Un capitalismo que, en suma, se hace decididamente extractivo o parasitario del valor, en vez de generador del mismo. Pero no es solo que sea indicador de decadencia, es que es también acentuador de la misma, porque al poner precio a relaciones humanas que no entrañan valor (en cuanto que no contienen tiempo abstracto de producción), ni que en su mayoría se vayan a hacer servir en la consecución de valor, sobredimensionándolas como «mercancías ficticias», separa cada vez más el beneficio en forma de dinero de la masa total de valor generada en la sociedad, aumentando exponencialmente la riqueza ilusoria (así como la ficticia, cuando además se tituliza en el mundo financiero como si tuviera valor), y con ella las posibilidades de explosión sistémica. Como anticipara Gorz (2003), «el capitalismo cognitivo es la contradicción del capitalismo». Las mutaciones tecnológicas actuales son reveladoras en ese sentido y muestran que este modo de producción ha alcanzado en su desarrollo de las fuerzas productivas una frontera tal, que una vez pasada, «no puede aprovechar plenamente sus potencialidades más que superándose hacia otra economía».

producir más fácilmente valores de uso fuera del control del mercado. Mantener el control de los nuevos medios de producción para que sigan siendo fuente de ganancia rentista (parasitaria) resulta por eso también de suma importancia para el Capital.

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Capítulo 5

Explotación Amplia y Desposesión generalizada: enfermedades oportunistas de la degeneración que terminan agravándola

La profunda y persistente contradicción del valor que padece el capitalismo actual conlleva una pugna sin cuartel entre los capitales por adueñarse de la menguante masa de valor que se genera. Pugna que favorece la apropiación de porciones crecientes de la masa global de valor por parte de los capitalistas que disponen de las tecnologías más potentes, o bien por aquellos que se han especializado precisamente en el rentismo especulativo del mundo financiero. En uno y otro caso «la digitalización representa una tecnología muy eficaz para el desarrollo de un capitalismo basado en la concentración extrema de los ingresos en una minoría opulenta, que hoy día constituye la única versión posible del capitalismo, en la medida que los niveles de productividad alcanzados impiden que el crecimiento del tamaño del mercado compense la menor incorporación de valor en cada mercancía particular. Ante esta situación, la única manera de acumular capital a escala individual es apropiándose del valor producido en otras empresas» (Macías, 2017: 53). Pero con ello no se amplía la masa global de valor, es decir, no se lleva a cabo una generalizada reproducción ampliada de capital. Lo que sirve al nivel individual no funciona para el capital en su conjunto. La traducción de estos procesos es que el que ha constituido históricamente la base de la acumulación capitalista, el ámbito productivo reducido o Ámbito Estricto de la Explotación (el de la extracción de plusvalor a costa del trabajo abstracto que se expresa a través de una relación salarial o para-salarial —esta última asociada a alguna forma de pago a cuenta—: donde se realiza el «trabajo productivo» en cuanto generador de valor), recrudece su dependencia e interacción con el Ámbito Amplio de la Explotación (el del beneficio extraído a través del trabajo no asalarizado —a menudo impagado— que los seres humanos despliegan para la garantía y preservación de la vida común). Por un lado, en el Ámbito Estricto aumentan, como ya vimos, tanto la explotación como la auto-explotación. El emprendedurismo, las cooperativas laborales y en general el «trabajo autónomo», en especial el organizado colectivamente, se instauran como modalidades tanto de nueva gestión de la fuerza de trabajo como de explotación del trabajo autónomo organizado: segmentos enteros de la cadena de valor se derivan hacia la auto-organización productiva (Rodríguez y Gámez, 2016). Por su parte, en el Ámbito Amplio se lleva a cabo una «explotación difusa» que permite a través de la Apropiación mercantil de cada vez más partes del conjunto de 73

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actividades humanas que posibilitan y reproducen la Vida, la apropiación también de más partes de la masa total de valor generada. Esto es, los capitalistas que se van apropiando de la trama del mundo de la vida y la mercantilizan, se quedan con una proporción de los salarios (que es la parte del valor generado que se devuelve a la fuerza de trabajo); y también con parte del valor como plusvalor obtenido por otros capitalistas (que también tienen que pagar por las nuevas «mercancías»). Es decir, capitalistas particulares se apropian de una mayor parte del valor total generado, realizando algo así como una «cosecha del valor» (Hanlon, 2014). Para ello se valen de una enorme cantidad de trabajo gratis realizado por la sociedad.1 Se da así una acentuada tendencia a que la Esfera de la Explotación se amplíe a más y más ámbitos de la sociosfera y de la ecosfera. La Esfera de la Explotación, a través de esa extensión a su Ámbito Amplio, se solapa crecientemente, además, con la Esfera de la Desposesión, como resultado de la Apropiación para la acumulación capitalista de lo que históricamente fue conseguido como Común, tanto «material» como social e inmaterial.2 El solapamiento entre esas esferas quiere decir que la explotación sin salario que se realiza de las 1. Por ejemplo, antes las acciones de mutua ayuda, de cooperación o de solidaridad humanas, se hacían sin más, como forma de apoyo mutuo y sostenimiento social. Hoy la «economía cooperativa», que muchos se empeñan en ver como superadora del capitalismo por sí misma, tiene precio. Se paga por compartir coche (antes era gratis a través del «auto-stop») o casa (los alojamientos solidarios o al menos por mera hospitalidad no demandaban dinero alguno), por decirnos cosas (hoy la comunicación directa sin que haya máquinas por medio escasea en favor de la comunicación por la que hay que pagar)... Del conjunto de acciones y relaciones humanas se extrae una renta (hasta por el ejercicio físico: ya se ha lanzado un fitcoin que se intercambia por latidos del corazón en la práctica de ejercicio) que infla el capital rentista-parasitario. Capital que ofrece todo ello («nos ofrece») al capital productivo o al mercantil como posible fuente de ganancia si paga por tener acceso a esas redes (apropiándose de cada vez mayor parte de la cada vez menor tarta del valor). Algunas advertencias sobre los peligros de la «economía colaborativa» pueden encontrarse en Morozov (2014 y 2015) y Martínez (2016). 2. Los commons son los bienes y servicios que se producen, gestionan y utilizan en común, y requieren de una intervención política para convertirlos en tales, dado que más allá de las condiciones biológicas que permiten la vida ninguna condición «natural» o «social» es Común intrínsecamente. Estuvieron en la base de las luchas que acompañaron en Europa a la larga transición del feudalismo al capitalismo. Luchas por la conservación o por la reapropiación de los medios de vida (tierras, medios de producción, bosques, aguas...), es decir por la democratización del acceso a los recursos (naturales y comunitarios) y, en consecuencia, como colofón indisociable de ellas, la lucha por dejar de ser mercancía, esto es, fuerza de trabajo (condición que quiere decir que los seres humanos están obligados a asalariarse y trabajar para otros al haber sido desposeídos de sus medios de vida). La lucha por los Comunes y por reconstruir formas de relación comunitarias fue, pues, el gran eje vertebrador de esas luchas de clase en aquella larga transición al capitalismo, como nos ha detallado tan bien Linebaugh (2013). Parte esencial, por tanto, del movimiento comunista de la Humanidad. Con el tiempo, la pérdida de los vínculos primarios (comunitarios, vecinales, de mutua ayuda...), fue siendo paliada por la ardua construcción de vínculos secundarios o políticos (agrupaciones laborales, cooperativas, sindicatos...) (Castel, 1997). El objetivo de la reapropiación democrática de los Comunes comenzó a incorporar también los Recursos Sociales que se iban conquistando y construyendo colectivamente a lo largo del tiempo, según se fueron desarrollando igualmente las fuerzas productivas: Salud, Educación, Conocimiento, Protección mutua, Afecto, Alimentos, Cuidados..., en una permanente pugna por el logro de la seguridad colectiva.

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personas, relaciones, creaciones y actividades humanas dedicadas al sostenimiento, preservación y reproducción de la Vida, va acompañada de la Desposesión para el bien común de esas relaciones, creaciones y actividades (que hasta ahora no entrañaban contrapartida monetaria). La Desposesión penetra también cada vez más el mundo productivo clásico, al empobrecer la condición salarial, y dejarla sin vínculos de protección o seguridad social. Trabajar asalariadamente cada vez libra menos de ser pobre, ahora de nuevo también en las formaciones centrales del capitalismo (como vimos en el primer capítulo). Entonces, si el Trabajo ha establecido a través de sus luchas de clase formas sociales e institucionales para combatir el movimiento (la acumulación) del capital y desproletarizarse parcialmente a través de protecciones sociales, deshacer esas formas con miras a garantizar la reproducción ampliada sin limitaciones, es la manera en que se ha dicho que se despliegan hoy los procesos de «acumulación originaria» emprendidos por el Capital.3 Es, en realidad, la forma en que se da la reproletarización de las poblaciones, a través de la «hipersubsunción» del trabajo al capital, como oxígeno o muleta de un moribundo valor, o incluso como medida de crecimiento que sustituya en parte al valor. Por eso, en todo caso, tendríamos que hablar de un intento de «acumulación postrera» más que «originaria». Si bien, muy probablemente de lo que se trate en realidad es de una desacumulación terminal del capital, que impele a que se busquen cualesquiera posibles vías de crecimiento y lucro fuera del valor o mediante la «cosecha del valor» ya generado.4 La Desposesión a gran escala, en cualquier caso, se erige de nuevo en parte primordial de la acumulación capitalista. Explotación (generación de valor o de las posibilidades de que se genere valor) y Desposesión (apropiación del valor o de las posibles fuentes del mismo) por parte del Capital, se entrelazan e imbrican tan profusa como complejamente, en una aparente simbiosis de ganancia y dominio (aunque veremos en lo que resta del libro que finalmente se hacen contradictorias). 3. Así dice De Angelis (2012), por ejemplo, pero en realidad no se trata ya de una «acumulación originaria» (por eso entrecomillo el término), en cuanto que entonces era sustituta, y precursora, de la subsunción real del trabajo al capital, que todavía no se había conseguido. La «hipersubsunción real» actual se realiza en gran parte a través del trabajo gratis de mayores capas de la población, sin generación de valor. Solo puede conducir, por tanto, a un proceso contrario al del origen del capitalismo (des-acumulación) y más pronto que tarde al paso también inverso de la subsunción real a la formal. El régimen neoliberal-financiarizado no es sino testimonio de que estamos en el momento en que las Estructuras Sociales de Acumulación (Piqueras, 2104a) pierden la razón de su nombre, para orientarse solamente al mantenimiento de cierto crecimiento apalancado. 4. Es en ello realmente en lo que está especializada la clase capitalista actual. Sin embargo, las tecnologías de la revolución científico-técnica que se aplican con esos fines son todavía más ahorradoras de trabajo humano, por lo que con el tiempo agudizan tanto la pérdida de valor como la penuria de la población, reproduciendo a mayor escala la contradicción básica del capitalismo. El desolador contraste entre la abundancia material y la pauperización de las poblaciones tiene todas las posibilidades de ir en aumento (estamos ya formando parte de sociedades crecientemente empobrecidas, rodeadas de todo lujo de dispositivos técnicos).

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Represento en la figura siguiente algunos de los contenidos expuestos:

FIGURA 1. Esferas en la acumulación de Capital

FUENTE: elaboración propia.

Para poder entender mejor este empotramiento se ha de tener en cuenta que la condición estructural del tiempo de trabajo socialmente necesario es el socialmente necesario trabajo impagado o, en general, el no retribuido mediante salario (Moore, 2014a; en adelante, para abreviar lo designaré como «trabajo no pago» o «impago»). El que se realiza para sostener la Vida: cuidados, crianza, protección, atenciones de proximidad..., y que generalmente desempeñan las mujeres. Pero cuentan también aquí todas las actividades de cooperación, apoyo mutuo, etc., sin las cuales la sociedad no existiría, amén de la amplia gama de formas de trabajo que no pasan por la relación salarial (Van der Linden, 2008). Trabajo, por tanto, que no se transforma directamente en valor, pero que permite (sine qua non) que otros generen valor; que es productivo desde el punto de vista del contenido, pues permite la vida y la calidad de vida (ver nota 3 del Capítulo 4). Es decir, que la explotación del salariado requiere imprescindiblemente de la apropiación y explotación del trabajo humano no asalariado. La total asalarización de una población resultaría inviable en términos de coste capitalista, por eso este modo de producción precisa que subsistan remanentes de población no asalarizada e incluso no (totalmente) proletarizada, tanto para preservarla en cuanto que ejército de reserva externo a la relación capitalista, como para que pueda contribuir al mantenimiento del salariado mediante su trabajo no pago, y paliar el costo de reproducción de la población que fue convertida en fuerza de trabajo.5 De ahí que las relaciones sociales de producción capitalista, que han hecho de su centro el trabajo 5. A la población asalarizada se le puede pagar tan poco porque se sabe que las mujeres proveerán gratuitamente la parte más importante de su cuidado. A la generación joven de hoy se la puede pagar la miseria que se le paga en el mercado laboral porque se cuenta con que su grupo doméstico cuide de su mantenimiento, a menudo también a través del trabajo (femenino) gratuito. A la población etnificada y a menudo considerada como «extranjera» incluso en su propia tierra, no se la paga ni para sobrevivir porque se entiende que sus comunidades sociales suplirán con su trabajo impago la carencia del salario. Etcétera. Meillassoux (1961, 1979) lo explicó con maestría en el caso de África, y especialmente en la Sudáfrica del apartheid.

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abstracto, asalariado, recreen permanentemente para sustentar al mismo el trabajo no asalariado, a menudo impagado. Pero la sobre-explotación y la sobre-desposesión abocan no sólo al Trabajo pago sino también al no pago a la extenuación (como veremos con más detalle en las Partes II y III del libro). Con ello se pone en peligro la propia subsistencia del Trabajo no pago y, en consecuencia, las estructuras reproductivas de la sociedad capitalista. Por tanto también, la propia viabilidad del salariado. La Desposesión ha formado históricamente un todo vital en la dinámica de acumulación capitalista, interpenetrándose con la Explotación. Pero la clave es que hoy los procesos de Desposesión están comenzando a trastocar la relación de prevalencia entre ambas esferas. Mientras la dinámica de acumulación se mantuvo con vigor, y la relación de trabajo abstracto (asalariado) crecía sobre el trabajo concreto, había margen para ciertos Comunes que servían de amortiguación de los procesos de proletarización (o desposesión de medios de vida) en las formaciones socio-estatales periféricas, igual que los «Comunes sociales» (servicios) anejos al Estado Social cumplían ese papel en las formaciones centrales. En la actualidad se da una inversión de esos procesos, y el capital «devora» en todos lados los Comunes, proletarizando o reproletarizando más población, que además realiza cada vez más trabajo no pago (en una dinámica de exogeneización del Trabajo que explico enseguida). Según se vio en el Capítulo 3, la erección del Estado Social en las formaciones socio-estatales centrales fue de la mano de todo un conjunto de mecanismos reguladores orientados a la integración de la población (desarrollo de la opción reformista —Piqueras, 2014a—), a través de diferentes medidas de protección y participación de la misma en el ámbito social y político. Se desarrolló con ello la cuestión social y la ciudadanía, al tiempo que se daba un relativo y parcial proceso de desproletarización (protección frente a desempleo, vejez, enfermedad, atención asegurada, derecho al empleo, vivienda protegida por el Estado, enseñanza casi gratuita...). Estas medidas tendieron a «fidelizar» la fuerza de trabajo respecto al orden capitalista y permitieron construir la nación estatal. El Trabajo que ha venido siendo integrado o «fidelizado» a través de la opción reformista es Trabajo endógeno o endogeneizado. En cambio, el Trabajo que es incorporado al nexo capitalista (de unas relaciones precapitalistas a las capitalistas, a través de la proletarización), pero sin todos esos vínculos de integración, es Trabajo exógeno (Moulier-Boutang, 2006) y puede incorporarse tanto al Ámbito Estricto como al Ámbito Amplio de la Explotación. Este último Ámbito ha estado integrado históricamente por las mujeres en todas las formaciones sociales capitalistas —en donde en su mayoría están hoy solo parcialmente endogeneizadas—, así como por otras partes de la población más vulnerable (jóvenes y viejos, campesinos, colectivos etnificados o racificados, segmentos de población marginales...). También es Trabajo exógeno aquel que se importa del exterior sin que le atañan las condiciones del Trabajo endogeneizado (se establece entonces la desigualdad que acompaña a la distinción entre Trabajo autóctono o «nacional» y Trabajo heteróctono o «extranjero» en cuanto que «fuerza de trabajo inmigrante»). El Trabajo endógeno y exógeno ya subsumido realmente al nexo capitalista, compone el Trabajo interno de cada formación social. Mientras que el que todavía se basa en relaciones sociales de producción no capitalistas o ha sido incorporado solo 77

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formalmente a ellas, es Trabajo externo. Este es fundamental para el Ámbito Amplio de la explotación, que se nutre también del trabajo interno exógeno. Tanto el Trabajo interno exógeno como el Trabajo externo son susceptibles de constituir enormes bolsas de ejército laboral de reserva. El segundo puede incorporarse mediante una movilidad absoluta, resultante del paso del nexo no capitalista al capitalista (con su consiguiente conversión en mercancía fuerza de trabajo); el primero mediante una movilidad relativa, como adaptación a los cambiantes requerimientos de organización de los procesos de trabajo, y en función de la propia movilidad del capital entre ramas, entre sectores de actividad o entre lugares (Piqueras, 2011b). Ambos pueden quedar fácilmente también en situación de trabajo no pago. Esto explica la permanente necesidad que muestra el capitalismo de establecer contextos de colonización tanto internos como externos a su dimensión estatal. También de combinar la explotación salarial con otras formas de explotación. Es por eso que la consecución de un Trabajo endógeno, afectado por el conjunto de dispositivos y regulaciones sociolaborales de integración, nunca ha sido universal para el total de la población de una formación social, dada la mencionada crónica necesidad para el Capital de establecer sectores de la fuerza de trabajo exógenos.

FIGURA 2. Esferas de la acumulación de Capital

FUENTE: elaboración propia. El Trabajo interno de reserva corresponde al ejército laboral de reserva ya incorporado a la relación capitalista (haya sido endogeneizado o no —si bien principalmente es exógeno o exogeneizado—). El Trabajo externo de reserva se corresponde con las reservas de población que todavía mantienen un vínculo económico fundamental pre-capitalista o no capitalista, pero que han sido subordinadas al modo de producción capitalista. El Trabajo externo disminuye para aumentar aceleradamente el interno (sobre todo exógeno), más cuanto que la automatización de los procesos productivos se extiende también a las economías periféricas, especialmente a las señaladas como «emergentes» [a China e India, por ejemplo, cada vez les cuesta más conseguir empleo para sus ingentes masas de población activa (ver al respecto Patnaik, 2015)]. Dentro del Trabajo interno, el Trabajo exógeno o exogeneizado puede ser explotado tanto en al Ámbito Estricto como en el Ámbito Amplio de la Explotación. ACLARACIONES: 1. Para el Trabajo endógeno el término de «Explotación sin Desposesión» se refiere solo a la Desposesión de condiciones de integración social; la Desposesión histórica total o parcial de medios de producción se da por entendida para el Trabajo en general. 2. Igualmente, el concepto de «Desposesión sin Explotación» se refiere únicamente a la extracción directa de plusvalía por lo que toca a la segunda parte del enunciado.

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En el momento actual hay una creciente población que va siendo exogeneizada: aquella endógena que pasa a perder las atribuciones de una ciudadanía completa (social y laboral), siendo re-proletarizada en sentido amplio. Esto supone una vuelta de tuerca en la desposesión de los desposeídos, que cuando quedan como sobrantes del mercado laboral resultan despojados incluso de la posibilidad de valerse de su fuerza de trabajo (Garland, 2016). En función de lo dicho, recordemos y ampliemos la Figura 1 en una nueva representación como se muestra en la Figura 2 (ver supra). 5.1. La naturaleza social abstracta Pero la consecución del plusvalor mediante el trabajo abstracto precisa también del abanico de actividades y recursos de la ecosfera que, en su entrelazamiento, permiten la reproducción de la Vida en su conjunto, y por ende de la propia fuerza de trabajo. El «trabajo social abstracto» tiene su complemento en la «naturaleza social abstracta»: un profundo reordenamiento de la naturaleza con miras a permitir la acumulación de capital y el desenvolvimiento de sus fetichizadas relaciones sociales de producción (Makki y Geisler, 2011). También puede entenderse como el conjunto de procesos a través de los cuales el Capital identifica, cuantifica, mide y codifica las naturalezas humanas y extra-humanas para ponerlas al servicio de su acumulación (Moore, 2014b: 12), la mayoría de cuyos costos no se pagan, en lo que constituye una Apropiación por parte del Capital de las actividades extra-humanas, sin compensación (sin reposición de sus capacidades). Lo que quiere decir que la generación de valor como plusvalor en el sistema capitalista se apoya crecientemente tanto en el trabajo impago como en los costos naturales impagos. Cuanto más trabajo y procesos naturales impagos, menos pagado resulta el trabajo asalariado, y mayor plusvalía (absoluta en primer lugar) se puede extraer de él. Es decir, que no se puede pensar la acumulación de capital sin la construcción de una naturaleza social abstracta,6 permitiendo la apropiación del trabajo no remunerado con miras a compensar también la pérdida de explotación de capital variable o «capital humano» (debido a los procesos de automatización). Estas circunstancias hacen imprescindible la consideración de los procesos ecológicos en la producción de valor, añadiendo un concepto biopolítico de lo Común que lleva a aflorar a la conciencia el hecho de que los bienes para la Vida son componentes de un ecosistema, al igual que los bienes humanos y las interacciones sociales y biosociales que les corresponden (Teran, 2015).7 Se trata de un concepto ecológico 6. La Desposesión de la naturaleza concreta es fundamental en esta dinámica, dado que forma parte de las luchas por hacer de ella una «naturaleza abstracta» incardinada en la lógica de acumulación del capital, en lugar de parte substancial de los Comunes (ver Figura 1). 7. Shapiro (2014) lo explica a través del laxo y quizá incluso algo amorfo concepto de cultural fix, que para él comprende aquellas condiciones sociales y culturales involucradas en la reproducción de las relaciones e identidades de clase de largo recorrido; es decir, procesos ideológicos y hegemónicos que legitiman la reproducción a largo plazo de unas determinadas relaciones sociales de producción. Así, mientras que el cultural fix naturaliza las transiciones concretas

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cualitativo para la reproducción de la Vida y que tiene asimismo en cuenta el conjunto de energías de las que disponen los seres humanos, así como las energías que despliegan y consumen en la enorme variedad de actividades que realizan para la procura de su subsistencia (Lohmann y Hildyard, 2014) y buen vivir. Esto hace sin sentido la distinción entre modo de producción y ecosfera: el capitalismo está empotrado en ella al tiempo que él produce una determinada naturaleza histórica, que cambia con cada fase del mismo. Me permito una secuencia de citas de Moore (2016-2017) al respecto, porque difícilmente puede explicarse mejor esta imbricación: Las relaciones de valor están históricamente basadas en sucesivas configuraciones de trabajo y naturaleza abstracta. Aquellas configuraciones pueden ser llamadas naturalezas históricas. Cada naturaleza histórica, coproducida por la ley del valor, habilita la explotación renovada de la mano de obra y la apropiación renovada de la actividad vital como trabajo no remunerado. La apropiación del trabajo no remunerado debe superar la explotación de la mano de obra, de lo contrario los Four Cheaps [trabajo, alimentos, energía y materias primas] no pueden recuperarse, como tampoco la prosperidad capitalista. La naturaleza social abstracta se refiere a estos procesos que extienden, a través de nuevas formas de praxis simbólica y formación cognitiva, las fronteras de la acumulación —acumulación por capitalización y, especialmente, acumulación por apropiación— [2016-2017: 165].

Unas páginas antes Moore había señalado: El valor es cifrado simultáneamente a través de la explotación de la fuerza de trabajo en la producción de mercancías y a través de la apropiación de las capacidades de la naturaleza de crear vida como trabajo no remunerado. Esta doble codificación del valor es, por lo tanto, una dialéctica de valor / no valor. Este último, no valor, es «producido» a través de la zona de la apropiación: la condición para el valor como zona de explotación [...] El capitalismo histórico ha sido capaz de resolver sus recurrentes crisis porque las agencias territoriales y capitalistas han podido extender la zona de apropiación más rápido que la zona de explotación [20162017: 150 y 151].

entre el poder, el capital y la naturaleza, la «naturaleza social abstracta» hace esas transiciones posibles. Shapiro lleva más lejos la fuerza explicativa del concepto de cultural fix o «arreglo cultural», al vincularlo a otro concepto, el de «fuerza de trabajo fija» (la contraparte del capital fijo), que divide en «fuerza de trabajo fija absoluta» (todo el flujo de materia que el Trabajo necesita pero que el Capital no proporciona para asegurar la supervivencia: comida, vestido, refugio, atenciones y cuidados, educación...) y «fuerza de trabajo fija relativa» (todo lo que da forma a la subjetividad del Trabajo). Estos puntos han sido sintetizados y analizados por Hartley (2015), como preparación a un estudio más amplio sobre ello. Agradezco al autor su amable facilitación del borrador. Por otra parte, una traducción concreta de los presupuestos expresados en el texto puede encontrarse en los estudios precursores e innovadores de Hribal sobre la conversión de los animales en «clase trabajadora» con la primera revolución industrial. También sobre la «agencialidad» animal expresada en diferentes formas de resistencia. Ver una compilación en Hribal (2014).

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Y más adelante: El valor, por tanto, no es una forma económica con consecuencias sistémicas. Sino más bien, una relación sistémica con una expresión «económica» fundamental —trabajo social abstracto—. [...] El unificar estos dos momentos convoca a un modo de investigación que una el circuito del capital con la apropiación de la vida; y esto requiere un marco de ecología-mundo para interpretar la historia del capitalismo y las gravitaciones contingentes y fluctuantes del valor de la naturaleza, el poder y el capital [2016-2017: 165 y166].

De esta manera se explica la correlación entre la baja composición del valor del trabajo en la actualidad y una también baja composición del valor de los alimentos, la energía y las materias primas. Así por ejemplo, un valor bajo de una mercancía representa una cantidad relativamente baja de trabajo humano promedio —trabajo social abstracto— en el producto promedio, y una contribución del trabajo no remunerado relativamente mayor, así como de actividades extra-humanas no contabilizadas como costes. Para ello, y al igual que la explotación de trabajo abstracto requiere de reservas de trabajo concreto no totalmente desposeído, la naturaleza social abstracta barata precisa de «espacios vacíos» de los que apropiarse continuamente para posibilitar y expandir la acumulación capitalista. Es decir, entraña la renovada designación y construcción socio-imaginaria de terrea nulli, una permanente dinámica de creación de espacios «de nadie», mercantilizados o listos para convertirse en mercancía, a través de inmensas redes de instituciones bancarias, entramados financieros, conglomerados empresariales, agencias de información y políticas de Estado.8 En adelante, sin embargo, «debido a que las oportunidades para la acumulación por apropiación se contraen, esperaríamos ver un profundo cambio desde las fijaciones espaciales a las temporales, moviéndose de la apropiación del espacio a la colonización del tiempo: la mayor fuerza de la financiarización neoliberal» (Moore, 2016-2017: 168).9 De hecho, una y otra dimensión han estado empo8. Makki y Geisler (2011) señalan que históricamente estas dinámicas se llevaron a cabo mediante ceremonias de requerimiento de sumisión (imperio colonial español), derechos de descubrimiento y comercio (imperios portugués y holandés), o la citada determinación de terra nullis (imperio británico), erigiendo nuevas cosmografías de poder. En la actualidad, en cambio, la separación formal entre economía y política permite que el poder se desligue de la apropiación directa del espacio, mediante la construcción del «espacio abstracto» como mercancía. Por eso hoy el Estado asume una nueva gestión del territorio de cara a su valorización especulativa (haciendo entrar en la dinámica de acumulación principal los circuitos que otrora fueran secundarios en la acumulación de capital: el suelo y la vivienda —y las consiguientes hipotecas, claro está—). Lo que significa a fin de cuentas la depredación del espacio como hábitat. 9. «¿Qué sucede cuando todo espacio del territorio planetario ha sido sometido al poder de la economía capitalista y todo objeto de la vida cotidiana ha sido transformado en mercancía? Durante algún tiempo la conquista del espacio exterior fue considerada la dirección de desarrollo de una nueva aventura de expansión capitalista. Después, por motivos difíciles de descifrar, esa dirección de desarrollo fue interrumpida, o al menos perdió impulso, y en la actualidad

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tradas en el decurso capitalista: con el tiempo abstracto llegaría el espacio abstracto. Se trata de cuál de ellas va a hacer pivotar la acumulación capitalista en cada fase. 5.2. La desposesión del tiempo concreto de vida El tiempo como dimensión esencial de las relaciones de poder ha estado trazado en el decurso del modo de producción capitalista a través de una tensión permanente. Se presenta como sustancia colectiva del valor y a la vez como elemento cada vez más central del antagonismo. Dentro del proceso histórico de producción del espacio, del tiempo y de la naturaleza por el capital, se encuentra el proceso de convertir los tiempos de los seres humanos y de la naturaleza en tiempo abstracto. Reducir el tiempo de vida a tiempo de acumulación (poniendo en valor el ciclo vital de los individuos). Dinámica que traza una contradictoria relación entre la producción del tiempo del capital y la reproducción del tiempo de vida, que deviene un antagonismo ya sea latente o explícito.10 Como quiera que los tiempos de rotación del capital (entre la producción y la venta) se ven forzados a acelerarse con el objetivo de tender a cero, es decir, a la inmediatez, para paliar la caída de la tasa de ganancia, el capitalista debe extraer el máximo rendimiento del tiempo comprado. Ya no solo se trata de evitar a toda costa los tiempos muertos (fordismo-taylorismo), ni siquiera de no tener trabajo contratado que no esté rindiendo al máximo (toyotismo). El objetivo del capitalismo actual es una disponibilidad permanente de la fuerza de trabajo cómo y cuándo se requiera, así como una multifuncionalidad de la misma en cada instante; pero sin que esa disponibilidad de tiempo sea traducida necesariamente en relación contractual y ni siquiera en salario (esta es la base de la llamada «economía la dirección de expansión y desarrollo parece orientarse hacia la conquista del espacio interior, del mundo interior, el espacio de la mente, del alma: el espacio temporal. La colonización del tiempo ha sido un objetivo fundamental del desarrollo del capitalismo durante la edad moderna: la mutación antropológica que el capitalismo ha producido en la mente humana y en la vida cotidiana ha sido sobre todo una transformación de la percepción del tiempo. Pero en la actualidad algo nuevo está sucediendo: el tiempo se ha convertido en el principal campo de batalla. Tiempo-mente, cibertiempo» (Berardi, 2003: 39). 10. Hay un proyecto de investigación internacional que ha reunido a investigadores del CNRS francés, la Université Libre de Bruxelles y la Universidad Complutense y la UNED españolas sobre las luchas por el tiempo, vinculadas muy especialmente a la razón de género. Puede verse al respecto Prieto, Ramos y Callejo (2008). Más recientemente Martín y Prieto (2015) se refieren a una «sociedad incesante», en la que los ritmos de producción y circulación no se detienen nunca. Importante también sobre la clave del tiempo en la explotación capitalista es el trabajo de Postone (2006) (aunque este autor no llega a ver la dimensión interna de la pérdida del valor como límite absoluto del capitalismo, sino que sitúa su crisis fundamental en una «creciente tensión socio-estructural y cultural entre la forma existente de mediación social, y su correspondiente estructura del trabajo, y otras posibilidades generadas por esa misma forma» —2007: 166—; es decir, para Postone la contradicción del capital que abre más perspectivas es entre lo que es y lo que podría ser —lo discuto en la Parte II y en el Apéndice—).

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gig», paroxismo de la inculcación a entregarse compulsivamente a las dinámicas de valorización del capital). Pero esos denuedos tienen sus límites. Las veinticuatro horas del día y la vida entera de los individuos no pueden ser puestas en valor como plusvalor. La extenuación de los seres humanos «comodificados» como «fuerza de trabajo» resulta a la larga un obstáculo insalvable. La extenuación (como forma de sobreexplotación) adquiere muchas formas: hundimiento psicológico; substancial bajada de defensas que hace proliferar nuevas y viejas enfermedades multiplicando entre otras, el cáncer; decline de los embarazos («huelga de vientres») y de la propia fertilidad; abatimiento colectivo; pérdida de rendimiento, etc. Lleva en definitiva, junto a los destrozos físicos y mentales de la fuerza de trabajo, a la imposibilidad de que esta siga generando incesantemente un flujo de energía para el capital (Moore, 2015). La extenuación llega también al Ámbito Amplio de la Explotación, el del Trabajo no pago o semipago. La permanente y ampliada capitalización de los procesos de reproducción y sostenimiento de la vida, reduce las posibilidades de seguir aumentando el contrapeso del trabajo no pago y de otras formas de trabajo para el abaratamiento del trabajo asalariado. Además, como acabamos de ver, las aportaciones del Trabajo no pago o semipago a la acumulación capitalista encuentran también sus límites en la extenuación y en la extensión de la Desposesión más allá de la capacidad de reproducción (por su parte, la Apropiación de las actividades no humanas y de los bienes que proporciona la naturaleza tiene un obstáculo insalvable en el agotamiento de los mismos). La carrera por la apropiación del tiempo para el capital, la hiper-velocidad del capitalismo, se traduce en pobreza de tiempo para las personas. Unas porque cada vez tienen que vender más parte de su tiempo de vida para realizar trabajo abstracto, otras (sobre todo mujeres) porque (además) su tiempo de vida está cada vez más destinado a sostener al trabajo abstracto, viéndose forzadas a romper su ciclo vital para subordinar también el propio tiempo de vida a la acumulación de capital.11 Las mujeres no tienen igual acceso al «tiempo libre», ni al de la participación socio-política, porque disponen de menos tiempo propio. En cambio son facilitadoras de tiempo para otras personas, «productoras de tiempo» ajeno.12

11. Tengamos en cuenta que mientras que el tiempo asalariado es lineal y viene marcado por el reloj, el tiempo no pago de la reproducción social está basado en ritmos y patrones recurrentes de actividades que son a menudo cíclicas, basadas en la propia actividad más que en el reloj y dotadas de significado propio Moore (2015: 229). El último eslabón en la batalla por la sustracción del tiempo radica en subordinar el tiempo de la Naturaleza al del capital. No solo dominarla en su dimensión físico-espacial, sino también temporal, para además de hacer de ella una naturaleza abstracta, convertida en mercancía, conseguir unificar sus ritmos con los del trabajo generador de plusvalía. Los adelantos y atrasos de hora que sufrimos cada año son parte de esa manipulación del tiempo. 12. Hay una amplia bibliografía feminista al respecto, combinada con la explicación de la transferencia de trabajo desde el ámbito doméstico hacia la acumulación de capital. Ver por ejemplo, Legarreta (2014).

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De nuevo entramos así en el terreno de la contradicción. La progresiva y más sofisticada introducción de maquinaria en los procesos productivos comporta intrínsecamente la generación de mayor tiempo disponible al ir reduciendo el trabajo socialmente necesario y con él, el trabajo abstracto humano, al mínimo. Pero la caída de la tasa de ganancia derivada de esos procesos suscita indefectiblemente a la vez la reacción de la clase capitalista para aumentar el trabajo excedente (el que se realiza solo para generar plusvalía), es decir, la explotación de quienes no son desechados de los procesos de producción. Y lo hace cada vez más a través del «trabajo flexible», que se acompaña necesariamente de un tiempo terciarizado (también «flexible»), más factible gracias a los dispositivos info-tecnológicos. Esto requiere, ya se ha dicho, ni más ni menos que poner la entera vida humana a disposición del Capital (supeditación al máximo del trabajo concreto —esto es, del tiempo concreto de vida—), por raquítica que sea a la postre la utilización efectiva de esa disponibilidad como trabajo abstracto (asalariado). En suma, la potencialidad del tiempo libre que proporcionan la automatización (posibilidad objetiva de una creciente liberación del trabajo), se traduce bajo las relaciones sociales de producción capitalistas, en un mayor impulso para el Capital hacia la dominación del tiempo de la sociedad. Para frenar las revolucionarias consecuencias del tiempo disponible. En un momento en que el desarrollo tecnológico va permitiendo en los núcleos capitalistas avanzados una creciente superfluidad del (tiempo de) trabajo humano, el actual capitalismo degenerativo convierte esta circunstancia en una galopante superfluidad de los seres humanos; una humanidad excedente, que sobra para la extracción de plusvalor (compaginada con una sobre-explotación de quienes siguen bajo la relación salarial). Las personas mercantilizadas como fuerza de trabajo y cosificadas como capital variable o «capital humano», pierden valor a consecuencia del enorme incremento de la productividad. Su sustituibilidad, su pérdida de valor como mercancía, se traduce primero en pérdida de precio expresada en la bajada de los salarios (que disminuyen también porque el tiempo socialmente necesario para producir las mercancías que necesitan para mantenerse vivos en condiciones socialmente normales se abarata con el aumento de la productividad). En segundo término, la sustituibilidad conduce a una irrelevancia de los seres humanos, expresada en pérdida de valoración personal y pérdida de reconocimiento social (estatus anulado). La generalizada desvalorización de las personas lleva a su pauperización psicológica y a la desmoralización y subalternización de las sociedades, que ingenua y caóticamente se intenta contrarrestar mediante la pugna individual por «ser alguien», por no caer en el sin-valor, como vimos en el primer capítulo. La subsunción de la mente arrastra consecuencias identificables desde el inicio del nuevo ciclo financiero-neoliberalizado del capitalismo, y entraña daños más perversos con el actual proceso de valorización capitalista, el cual desata una presión competitiva, aceleración de los estímulos y estrés de atención constante que provoca un a duras penas reparable deterioro del ambiente mental. Un ambiente psicopatógeno que acompaña a la auto-explotación y la sobre-explotación humana en todos los ámbitos. 84

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El dramático aumento de los problemas de salud mental en las sociedades de capitalismo avanzado, que se dispara justamente desde los años ochenta, es fiel testigo de todo ello.13 Así se expresa un profesional de la salud mental: Por lo que sabemos de los efectos en la salud mental de la población de la gran crisis económica iniciada en 2008 han sido devastadores. El sufrimiento psíquico y los diversos problemas de salud mental son bastante considerables en cuanto a cuadros ansiosos depresivos de carácter reactivo, trastornos del sueño, graves sentimientos de culpa, conflictos familiares, violencia, problemas asociados al abuso del alcohol, más riesgos de padecer trastornos ansiosos depresivos y también un aumento de las muertes por suicidio. [...] Hay pocas dudas dentro de la comunidad académica y profesional que el sufrimiento psíquico y los síntomas de malestar mental han empeorado y aumentado con la crisis y las políticas de austeridad desarrolladas por muchos gobiernos. [...] Hay que recordar aquí que hay una mayor 13. Según la OMS, en la actualidad, la depresión es la principal causa de discapacidad en todo el mundo (con más de 350 millones de personas padeciéndola). Según la OCDE, las enfermedades mentales, como la depresión, cuestan a los países miembros hasta un 4 % del PIB. En los últimos cuarenta y cinco años, las tasas de suicidio aumentaron en un 60 % al nivel mundial (consultar en http://chequeado.com/el-explicador/suicidios-cual-es-la-tasa-por-pais/). Ya antes del nuevo estallido de la Larga Crisis que comenzó en los años setenta, casi 58.000 personas se suicidaban en la Unión Europea cada año. En 2007 más del 90 % de los casos de suicidios se producían en personas con antecedentes de algún tipo de enfermedad mental, especialmente depresión. La franja de edad predominante está entre los 20 y los 40 años (El País, http://elpais. com/diario/2007/05/01/salud/1177970402_850215.html). De la siguiente manera describe la relación entre la dilución social y el deterioro individual el psiquiatra y psicoanalista coordinador del Observatorio de Salud Mental de Cataluña: «La cohesión social ha ido disminuyendo en Europa a lo largo de las últimas décadas. Hemos entrado a un modelo social muy individualista, donde cada sujeto busca prosperar por su cuenta y donde, si acude a otros, es para prosperar más, pero no solidariamente. Lo que vemos en la clínica es que en este tiempo la vivencia de la soledad ha ido incrementándose considerablemente» (Josep Moya, en diálogo con Infobae. http:// www.infobae.com/2014/02/15/1543904-por-que-los-europeos-se-suicidan-mas-que-los-latinoame ricanos/). En 2010, una de cada 10 personas en Europa había tomado antidepresivos, según el Instituto para el Estudio del Trabajo en Bonn. Más de 10.000 personas se suicidaron en Alemania en 2014, una cada 54 minutos, con 15 a 20 intentos por cada suicidio consumado (https:// www.frnd.de/zahlen-fakten/). Mientras que en EE.UU., el 11 % de las personas mayores de doce años toman antidepresivos, de acuerdo con los Centros para el Control de Enfermedades. Es recomendable consultar el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE.UU. (HHS) para seguir allí el agudo aumento de los problemas de salud mental. España, una formación social en la que se suicidan casi 4.000 personas al año (3.910 en 2014), es decir, casi once personas por día (http://ep00.epimg.net/descargables/2016/03/3093cb925d83a1db7c43220f2077171b11.pdf), es donde el consumo de benzodiacepinas, familia de medicamentos de los somníferos y los ansiolíticos, es de los más elevados de Europa y por tanto, del mundo (cuatro veces más que en Alemania o el Reino Unido e incluso superior al de Estados Unidos, según la Organización de Consumidores y Usuarios, OCU (https://www.ocu.org/salud/medicamentos/noticias/demasiadosansioliticos). Además, su consumo ha aumentado en un 57 % en doce años y no ha dejado de crecer durante ese tiempo. El Banco de Grecia hizo una evaluación de la salud de la población griega, en un informe publicado en junio de 2016. Las cifras son contundentes: el 13 % de la población está excluida de cualquier tipo de atención médica; el 11,5 % no puede comprar las medicinas prescritas; un 24 % tiene problemas de salud crónicos. Los suicidios, las depresiones, las enfermedades mentales registraron incrementos exponenciales. Esta población ya no será explotable.

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incidencia de peor salud mental en los países con más desigualdades en la distribución de la riqueza y en los que tienen sistemas débiles de protección social. [...] La magnitud de la emergencia social y el aumento de las desigualdades sociales derivadas de la crisis y las medidas de austeridad en cuanto a pobreza, paro y otras problemáticas sociales han generado unos graves problemas de salud mental en los individuos y en las familias que ya están teniendo repercusiones y consecuencias para los empleadores y los gobiernos, como resultado de la disminución de la productividad en el trabajo, aumento de las incapacidades, disminución de la participación laboral, ingresos fiscales perdidos y aumento de los gastos de salud y bienestar [Raventós, 2016].

De los procesos descritos resultan sociedades débiles, enfermas, tanto en un sentido interindividual (extenuación personal y espirales depresivas parcialmente contenidas a través de fármacos),14 como funcional, de viabilidad, pues son más susceptibles de resquebrajarse, al estar basadas, contradictoriamente, en individualidades. Esto se corresponde con el hecho de que la extenuación física y mental acaba con la explotabilidad de los seres humanos, y termina también, por tanto, dando al traste con la posibilidad de mantener un beneficio extractivo. O dicho de otra manera, la sobreexplotación (cuando la fuerza de trabajo queda por debajo de su propio valor y se la extenúa) no puede mantenerse nada más que durante un cierto tiempo como dinámica general de acumulación. No puede ser de otra forma, las sociedades erigidas sobre la pulsión individual resultan frágiles en su propia constitución contradictoria (a partir del individuo). La tendencia es que entre sus miembros prime el asilamiento entre sí, cuando no la competencia y la desconfianza mutua por encima de la cooperación o el proyecto común. Sin unos mínimos de «apoyo mutuo» (solidaridad) y de reconocimiento mutuo (igualdad), las sociedades humanas se hacen altamente inestables y a corto plazo poco viables. Máxime, en la actualidad, si el Estado deja de paliar esas circunstancias mediante su papel redistribuidor y de valedor de última instancia de la reproducción social (valga decir, al menos, de la reproducción de su fuerza de trabajo). Consecuentemente, todo este conjunto de dinámicas y metamorfosis confluye en un mismo punto: la destrucción social. Pero, entonces, la economía del capital pierde su elemento de posibilidad, su base y fuente de existencia, pues a la postre 14. Si el capitalismo industrial necesitó de la importación de productos energéticos para sus obreros mal alimentados (azúcar, café, té, cacao...), el capitalismo degenerativo precisa de toda una batería de drogas para mantener a la población del «capitalismo cognitivo» flexiblemente explotable. Proporciona a la población fármacos, píldoras y drogas antiguas y nuevas, de diseño, unas legales y otras no, no ya solo para seguir produciendo, sino para que sea capaz de levantarse cada mañana y mantenerse en «estado de disponibilidad permanente», dispuesta a «funcionar» a cualquier costo, sea asalariadamente o no. Uno de los grandes retos del capitalismo degenerativo pasa por intentar compensar su inexorable pérdida de legitimidad y la extenuación de los individuos mediante el mantenimiento de una subjetividad drogada, «zombi» (Díaz y Meloni, 2016). Solo así puede seguir extrayendo colaboración de ellos, solo así puede pasar desapercibida su propia debilidad y la decadencia de sus élites. Solo así puede quedar inadvertida su deriva tanato, destructiva.

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ninguna economía puede existir devorando el propio cuerpo que le permite vivir: la sociedad. Y si las sociedades se fragilizan y desmoronan, ¿cuán dinámico o duradero puede ser el modo de producción que crece a partir de ellas? Digámoslo de otra manera, si un organismo, sea físico o social, se autofagocita indefinidamente, termina matándose.

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PARTE II NO HAY ECONOMÍA SIN SOCIEDAD EL DIFÍCIL CAMINO DE LA RECONSTRUCCIÓN SOCIAL

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SECCIÓN PRIMERA NO HAY ECONOMÍA SIN SOCIEDAD

En la primera parte de este libro he atendido al límite interno del capitalismo trazado por la sobreacumulación de capital o pérdida de capacidad de generar valor y la consiguiente tendencia a la caída de la masa de ganancia. También me he aproximado a un límite del mismo anejo a aquel primero: la destrucción del cuerpo social que le sostiene. Dejando por el momento de lado otro límite adjunto marcado por los acuciantes eslabones ecológicos (tanto de recursos como de sumideros) que constriñen las posibilidades de existencia del capitalismo, las preguntas surgen irrefrenables ante el conjunto de circunstancias descritas hasta aquí: ¿es viable un capitalismo con un funcionamiento cada vez más «ficticio», con una consecución menguante de ganancia y con el consumo condenado a medio plazo?, ¿puede una «acumulación extractiva», por desposesión, tener algo más que un recorrido corto en un modo de producción que se dice «capitalista» y que por tanto debe funcionar fundamentalmente a través del beneficio extraído del trabajo abstracto en cuanto que plustrabajo y la consiguiente reproducción ampliada del capital?1 Las respuestas no pueden ser otras: sin creación de valor como plusvalor, sin acumulación de capital, no hay capitalismo. Por eso los procesos que se están dando hoy en el modo de producción capitalista tienen muchas probabilidades de ser indicadores de un proceso de larga duración, un gran cambio histórico, que está en marcha desde hace tiempo. Muestran cada vez más patentemente el carácter degenerativo de este modo de producción. De hecho, la financiarización, el «capitalismo cognitivo», la exacerbación de la Explotación amplia y la Desposesión generalizada no son sino parte de unas estructuras sociales que difícilmente pueden ser ya tildadas de acumulativas, sino que más bien se esfuerzan en conseguir un crecimiento extractivo, por autofagocitación, pues el menguante crecimiento se da con cada vez menor acumula1. Si nos fijamos bien, cualquier capital no es sino trabajo no pagado («plustrabajo» que se expresa como «plusvalía»): la reproducción ampliada de capital depende de la capacidad de producir valor como plusvalor. De momento, el «capitalismo realmente existente», que no es ya el conocido «capitalismo industrial», es tan viable para los rentistas como lo fue el capital mercantil, porque siguen aprovechándose del menguante plustrabajo extraído y convirtiéndolo en dinero. Solo que el dinero en este caso deja de tener la misma función que tenía cuando el circuito se completaba dentro de la sociedad industrial, para crear consumo, realizar el capital, recrear el círculo virtuoso y construir sociedad, con todo lo injusta que podía ser. Y en eso es interesante la observación de Marx sobre el dinero fuera del ciclo industrial, como destructivo socialmente. En cambio, lo consideraba constructivo socialmente cuando operaba como parte del ciclo industrial, como todavía lo hace en las formaciones periféricas emergentes, en China y algunas otras formaciones sociales, de momento.

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ción de capital. Un desesperado esfuerzo, en definitiva, de salvar a la economía desde la política, a pesar de todas las apariencias en contra que parecen indicar que la política se pone a los pies de la economía: esta última no podría funcionar ni un instante sin todo el arsenal de dispositivos políticos, técnicos, jurídicos y socio-culturales (y militares) que el capital despliega para mantenerla artificialmente asistida. ¿Pero qué recorrido histórico puede tener ese denuedo? Y una pregunta que puede ser también de suma importancia, ¿podrían aquellos indicadores de degeneración ser a la vez indicios de un nuevo metabolismo socioeconómico embrionario (¿un nuevo modo de producción?) que se esté gestando en su seno? ¿Podría tratarse de un proto-modo automatizado cuyas primeras formas se han ido abriendo camino en el seno del sistema capitalista desde hace algunas décadas, al menos en las partes centrales y emergentes del mismo?2 Hay procesos estructurales que se orientan hacia la auto-disolución del capitalismo, y por tanto permiten la posibilidad efectiva o material de su relevo. Entre los más importantes: a) la progresiva eliminación de la relación salarial y del valor; b) un gigantesco proceso de concentración monopólica que prácticamente ha acabado con la economía de mercado y con la propiedad de las grandes mayorías; c) unas élites desconectistas que viven de rentas fuera del contacto con el mundo del trabajo y que por tanto han perdido cualquier hipotética función histórica; d) el desmoronamiento de las sociedades que le sustentan. Si realmente nos encontramos en una tesitura caracterizada por estos procesos, muy probablemente nos hallemos también en un momento de bifurcación histórica. Y no es improbable que la clase capitalista se esté reconstituyendo para convertirse en un poder social independiente de la plusvalía, que se mantendría y multiplicaría sin intercambio directo con el trabajo en la esfera de la producción, para ejercer una dominación sin necesidad de explotación productiva.3 Mas al romper con el valor como plusvalor esa clase ya no sería capitalista. Acudo aquí de nuevo a otras repetidamente citadas palabras de Marx en los Grundrisse, hablando de la fase culminante del desarrollo capitalista, que anticipaban este desenlace:4 2. De todas formas, de la misma manera que el capitalismo no fue un fenómeno general sino particular de ciertas sociedades europeas (donde se fue abriendo camino de forma diferente y con desfase histórico en las entrañas del orden feudal), y particularmente de Inglaterra debido a una especial combinación de circunstancias sociohistóricas (Hobsbawm, 2009), es probable que esas nuevas relaciones sociales de un hipotético naciente modo de producción solo se desenvolvieran al principio en algunas formaciones sociales, que tendrían que ser aquellas que más hubieran desarrollado las fuerzas productivas en ese sentido. En el presente, los niveles de desarrollo de las fuerzas productivas son tan dispares a escala mundial, que solo neciamente se podría hablar de un mismo patrón de cambio. Como sucedió a lo largo de la historia, hoy también la convivencia de modos y formas de producción en distintas fases y grados de imbricación podrá tener numerosas expresiones en el planeta. 3. En un medio de producción automatizado podría mantenerse, eso sí, la explotación particular de los seres humanos, a través de servicios personales (atenciones, cuidados, sexo, administración, gestión, asesoramiento, recreo, formación, diversión, espectáculo, «afectos», competición lúdica...). Además de algunos nichos para la investigación, interpretación y creación, entre pocos otros. 4. En los Grundrisse, su libro de pruebas, su taller de ideas, Marx comprimió la trayectoria del capitalismo desde sus inicios hasta la automatización. Algo que no pudo desarrollar más

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En la medida, sin embargo, en que la gran industria se desarrolla, la creación de la riqueza efectiva se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo y del cuanto de trabajo empleados, que del poder de los agentes puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, poder que a su vez [...] no guarda relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta su producción, sino que depende más bien del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología, o de la aplicación de esta ciencia a la producción [...] El robo del tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparada con la base recién desarrollada, creada por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en forma directa ha dejado de ser la fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio [de ser la medida] del valor de uso. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio [Marx, 1972b: 592-594].

A falta de una socialización de los medios de producción (de las máquinas automatizadas y robóticas), la clase dominante se convertiría exclusivamente en clase propietaria, controladora y por tanto beneficiaria del funcionamiento de las máquinas. La automatización bio-robotizada sería capaz de generar bienes que no necesitasen ser vendidos, sino solo poseídos y utilizados para acumular recursos y poder.5 Bajo unas relaciones sociales de producción clasistas esto, obviamente, significaría el fin de las sociedades. Volviendo al presente inmediato y contrastable, ¿qué nos está indicando, de momento, la preeminencia del capital a interés sobre las otras formas de capital? Del mismo modo que en su momento el protagonismo del capital productivo-industrial sobre el capital mercantil y el capital a interés acabó con la economía de subsistencia no-capitalista y con las relaciones feudales, la actual pérdida de importancia del tarde en El Capital. Por proceder de forma mucho más lenta y rigurosa en su obra cumbre, no pudo completar en ella el análisis histórico del capitalismo. [Hay quien sostiene que el propio Marx decidió «esconder» los Grundrisse, por estar avanzados a su tiempo: el recién estrenado capitalismo industrial (paso de la manufactura a la mecanización, muy lejos todavía del proceso de automatización)]. Digamos que en los Grundrisse hay una crítica del presente a partir de sus posibilidades latentes de realización futura, parte esta última que no fue abordada en El Capital. Agradezco a Alberto Rabilotta los debates con él en este sentido, inspiradores de todas estas líneas introductorias, así como las del primer capítulo de esta Parte II. Ver también Rabilotta y Agnaïeff (2016). 5. Como acabo de señalar un poco más arriba, la acumulación de recursos podría ser compaginada con la explotación particular de los seres humanos, a través de servicios personales, pero eso implicaría una inversión de la dinámica preferente de explotación-dominación, para sustituirla por una secuencia en la que la dominación prima sobre la explotación, a semejanza de la de los modos de producción pre-capitalistas. En ellos se explotaba para acumular bienes y poder, que son objetivos en sí mismos, y no intermediarios para explotar y así acumular capital, que es el intrínseco leitmotiv capitalista (ver una ilustración de esto en Terray, 1978). Cuestión aparte, en la que entraremos en la tercera parte del libro, es cuántas posibilidades de duración a medio plazo tendría ese nuevo modo de producción, en términos energéticos. Hoy por hoy el Capital busca casi desesperadamente una fuente de energía ilimitada a efectos prácticos. La energía oscura, la energía del espacio vacío, la fusión fría, la fisión, están entre las principales candidatas a ello en las investigaciones en curso. Pero el hecho de que pudieran aprovecharse esas energías, como si no, no impediría que el tiempo histórico del capitalismo se agotara. Si se aprovechasen porque serían prácticamente incompatibles con el empleo humano en la era de la robótica bioautónoma. Si no, porque se acaban irremediablemente las posibilidades infraestructurales (energéticas) de un modo de producción necesitado de perpetuo crecimiento.

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capital productivo industrial no va a dejar de tener repercusiones en la forma capitalista en cuanto forma general de reproducción (Kurz, 2009). Cuando hablamos de modo de producción capitalista debemos tener en mente esa interrelación entre un sistema generador de plusvalía a través del trabajo abstracto productor de mercancías, con su ciclo preciso de acumulación [capital monetario - capital productivo - capital mercancía - nuevo y acrecentado capital monetario], y la sociedad, que es la «tierra» sobre la cual puede crecer o no. El modo de producción capitalista-industrial sigue ahí, pero en la medida en que incorpora los avances de la automatización, la robótica, la inteligencia artificial, la informática y las telecomunicaciones, va disolviendo el núcleo de la sociedad industrial basado en la relación Capital-Trabajo productora de valor (Rabilotta, 2016). Congruentemente con ello, el Capital ha comenzado a desmontar todo el entramado institucional y, en general, social, que hacía posible la integración y fidelización del Trabajo. La «sociedad sólida», como la nombró Bauman (1999), con clases bien definidas del capitalismo industrial, que en el campo de la ciudadanía política defendían sus intereses de clase, deja paso a una «sociedad liquida» compuesta de individuos vulnerables, sin ciudadanía o con una ciudadanía muy menguada, y responsables de sí mismos en cuanto que abandonados a su suerte, cada uno separado del resto.6 Dentro de ese proceso se incluye el propio relevo de poder entre las élites, que se está dando vía la financiarización de las economías y las sociedades (siendo esta, como se dijo, un síntoma de la degeneración capitalista antes que su causa). Pero tengamos en cuenta que la preeminencia de las finanzas desligadas de la producción (que a la postre significa crecer sin acumulación de capital), puede mantenerse solo brevemente, mientras dura la transición y a costa de una indecible inestabilidad política y social, y consecuentemente también militar. No sabemos todavía si un modo de producción automatizado basado en relaciones de clase en que se mantuviera la apropiación privada de las máquinas robotizadas por una estricta minoría podría expandirse planetariamente, destruyendo sociedades e incluso aniquilando poblaciones (¿sobre qué forma de organización de la población humana podría sustentarse?, ¿qué papel y posibilidades tendría la mayor parte de la humanidad?). De hecho, podría venir a ser algo así como la versión «decrecientista» de las élites: ellas podrían mantenerse por más tiempo con menos recursos planetarios (casi) solo para ellas, reduciendo en total el gasto energético debido a que la mayor parte de la humanidad se haría sobrante 6. Fue la primera ministra Margaret Thatcher quien se encargó de trasladar a la población de manera breve y clara este proceso, cuando dijo que «eso que llamamos sociedad, no existe como tal, lo único que existen son individuos que deben arreglárselas por sí solos porque no hay alternativa» a este sistema. Hoy sociedades enteras están comenzando a fracturarse dramáticamente o incluso a entrar en implosión a consecuencia de la renovada prevalencia de la dinámica extractiva y de desposesión del capitalismo (con la apropiación del valor generado ganando terreno a la generación nueva del mismo), y también como resultado de la desechabilidad humana a escala planetaria, motivada por todos los procesos descritos en la primera parte de este libro (Bauman, 2005). Véase el caso de Asia occidental y central, así como casi toda la franja norte y central de África, por dar dos ejemplos regionales amplios, donde esos procesos se combinan con la Guerra como forma de acumulación y de (des)regulación social.

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(dejaría de existir). El escenario sería un mundo con muchos menos humanos, con energías relativamente «limpias» para el servicio de muy pocos (al menos mientras esos pocos fueran capaces de controlar a los androides y demás ‘máquinas inteligentes’). Pero más allá de ese hipotético futuro, algo sí es evidente, y es que el modo de producción capitalista se auto-aniquila al acabar con sus elementos constituyentes, y muy especialmente al destruir la sociedad.

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Capítulo 1

La inviabilidad de la sociedad

Nous sommes donc parvenus au point où pour ouvrir un champ nouveau à l’expansion du capital [...] il faudrait détruire —en termes humains— des sociétés entières. SAMIR AMIN, 2003a

Mi tesis es que podemos contemplar los procesos que hemos ido describiendo hasta aquí como síntomas de una enfermedad terminal. Un modo de producción en que están en peligro sus tres categorías fundamentales, el trabajo asalariado, el valor y el capital (Gorz, 2008b), y que en escala creciente se mantiene a costa de apropiarse de más riqueza de la que es capaz de generar ex novo, tiene lógicamente sus días contados a corto término. Pero podríamos apuntar una razón clave fuera de la argumentación estrictamente económica: sin sociedad no hay economía. Ningún modo de producción puede subsistir socavando su base social. Efectivamente, un determinado orden económico solo tiene sentido y es viable en la medida en que corresponde de alguna manera a la formación social que construye, con todas sus contradicciones, y que le sostiene. El parcial re-encastre de la economía en la sociedad, una vez que fueron separadas en el modo de producción capitalista (Polanyi, 1989), ha sido lo que permitió la construcción de la «civilización industrial» en los núcleos centrales del sistema capitalista, y su mermada extensión hacia las periferias del mismo. La extracción de plusvalía y el sistema de propiedad privada fueron viables porque, a pesar de la desposesión y la explotación, a través del trabajo asalariado se otorgaba la posibilidad del consumo obrero y de su (relativo) acceso a bienes y recursos, así como una cierta redistribución del excedente para cimentar la cohesión social, con lo que la sociedad se fue expandiendo en diferentes términos. Para Marx el capital cumple al menos dos funciones esenciales, para él mismo y para la sociedad, al explotar la fuerza de trabajo asalariada: contrata al trabajador y le devuelve una parte del valor que ha producido en forma de salario, además de extraer plusvalía que si es realizada se convierte en nuevo (mayor) capital para expandir las operaciones capitalistas. El salario posibilita puntos de consumo que crean la demanda para absorber los productos fabricados por los capitalistas: realiza al capital. Esta «función social» del capital implica crear sociedad mediante el mantenimiento y la generación de empleos en los períodos de auge y 97

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ciertas garantías de reproducción de la fuerza de trabajo. Todo ese ciclo es sustentado a la vez por el Estado.1 El sistema es posible y viable en tanto exista ese «ciclo virtuoso» (reformista) al menos en sus formaciones centrales, por más que la globalización o extensión planetaria de esa suerte de «simbiosis antagónica» del Capital y el Trabajo resultara imposible por ser contradictoria con las propias dinámicas de un sistema basado en la competencia, la concentración y la centralización del capital, y que necesitaba para mantener aquella base reformista, dinámicas internas y externas de colonización. Es decir, que el capitalismo ha tenido siempre que destruir comunidades y sociedades por doquier para crear sociedad en determinados núcleos. La gravedad del momento es que el capitalismo devora la sociedad de sus propios núcleos centrales (de ahí el concepto de autocolonización o autofagocitación),2 viviendo más y más de la riqueza que fue creada previamente. Fijémonos, por ejemplo, en que el divorcio entre economía y sociedad está comenzando a minar la propia construcción nacional a partir de la que se había erigido el capitalismo industrial. Siendo el Estado la entidad rectora de la acumulación capitalista, la sociedad industrial se construyó sobre el modelo de nación que aquel impuso (Piqueras, 2004, 2007). En el siglo XIX el Estado contenía solo las misiones de administración y policía y tenía que hacer frente a las «dos naciones»: una reducida minoría de inmensamente ricos y una inmensa mayoría de pobres: el proletariado. La burguesía desde el principio tuvo muy clara la división de la sociedad en esas «dos naciones» (la nación de los poseedores y la del proletariado, identificado 1. A partir de la Segunda Guerra Mundial la penetración capilar del capital en la totalidad social obligó al Estado a asumir la responsabilidad de la logística y la infraestructura de gastos de tal proceso. «“La ley de la cuota creciente del Estado sobre el producto interno”, enunciada por Adolph Wagner a mitad del siglo XIX, cobraba plena vigencia a través del crónico y ascendente endeudamiento estatal. En un nivel elevado de cientifización y de intensificación del capital, los gastos generales y las condiciones infraestructurales del proceso de creación de valor empiezan a ahogar la propia creación de valor, lo que se hace evidente en una paradójica inversión de la relación entre Estado y sociedad: ya no es la sociedad la que nutre al Estado, para que este se encargue de los “asuntos generales”, sino que por el contrario es el Estado el que debe alimentar a la sociedad con el “capital ficticio”, para que esta pueda mantenerse en su forma vuelta obsoleta del sistema productor de mercancías» (Kurz, 2009: 30). Este autor nos dice que las dos formas de dependencia del crédito, la del capital privado y la del Estado, se entrelazarán en delante de forma inseparable (paradójicamente, ese mismo movimiento y entrelazamiento a la larga hará perder al Estado el control de la política económica y financiera). 2. En la actualidad el capitalismo pierde su «función progresista histórica», su labor positiva en la creación de sociedad. Amin (2003a: 103) lo expresa así: «Lo potencial y lo real entran en conflicto. La dominación del capital sobre el trabajo extrae su legitimación histórica del hecho que el progreso exigía una acumulación creciente. Este ya no es el caso, la nueva revolución tecnológica permite la producción de más riqueza con menos trabajo y menos capital a la vez. Las condiciones para que otro modo de organización de la producción suceda al capitalismo están desde ahora realmente reunidas. El capitalismo está objetivamente caduco. Mas dentro del mundo del capitalismo real el trabajo no puede ponerse en obra por él mismo, sino por el capital que le domina y en la medida en que le sale a cuenta, es decir, en la medida en que la inversión es rentable. Este funcionamiento, por tanto, al excluir del empleo a una proporción creciente de trabajadores potenciales (privándoles entonces de cualquier ingreso), condena al sistema productivo a contraerse o al menos a no desenvolverse más que a un ritmo de crecimiento largamente inferior a aquel que la revolución tecnológica permitiría sin él» (traducción propia).

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como «masa de “parias”», «chusma», «escoria», «canalla», es decir, gente desposeída que para sobrevivir tiene que trabajar para otros —sin conseguirlo siempre—). La construcción «nacional»-estatal no podía realizarse sin la integración de esa «nación de segunda», imbuyéndola de un sentimiento y espíritu «nacional» moderno del que carecía. El Estado necesitaba crear la nación, pero no podía suscitar el nacionalismo de la población sin integrarla de alguna manera. Y aquí el socialismo (el otro gran movimiento de masas del siglo XIX), paradójicamente, vino en su ayuda, pues las luchas de la población movidas por ese objetivo fueron consiguiendo arrebatar concesiones al Estado en forma de protección social. Es decir, logró forzar las conquistas que deparaban esa integración. Con ello el nacionalismo podía ir cuajando entre la población. Con las mejoras en la protección y atención públicas las «dos naciones» pudieron comenzar a verse como una. Pero solo cuando se fue encauzando la cuestión social, y con ella el proceso de endogeneización o integración de la fuerza de trabajo, el nacionalismo que la burguesía necesitaba para sostener su proyecto estatal se hizo factible. Las condiciones de mejora hicieron que el Trabajo endogeneizado («nacional» y masculino), pudiera empezar a reconocerse como parte integrante de ese Estado, que paulatinamente se fue queriendo a sí mismo y a la población que incorporaba, como una nación. El capitalismo regulado, «keynesiano» (con la desproletarización que aseguraban los servicios sociales), terminó de llevar a cabo esa integración o endogeneización del Trabajo, y por consiguiente también la «nacionalización» del mismo (Piqueras, 2014a). La clase cedía frente a la homogeneidad identitaria que proponía la nación. Por eso durante la fase keynesiana las potencialidades de la automatización se frenaron en aras de ese proceso de integración, que se necesitaba con más urgencia dada la existencia de un enemigo sistémico que además hacía cundir una economía social sin precedentes: la Unión Soviética. Durante la llamada «Guerra Fría» y hasta la desaparición de la URSS, las respuestas de la clase capitalista y los gobernantes estadounidenses a las crisis estructurales que comenzaron en los años setenta fueron las de desviar la aplicación de las nuevas tecnologías hacia la industria militar y ampliar el acceso de la población al crédito, para así mantener en cierta medida los niveles de empleo y consumo, lo cual fungió a la vez como «escaparate de abundancia del capitalismo» frente a la relativa escasez en los países de transición al socialismo.3 Al mismo tiempo, se prefirió emprender la deslocalización productiva. Fue 3. David Graeber (2012) recuerda que la «futurología» de Alvin Toffler y George Gilder de los años sesenta hasta los ochenta del siglo XX (y mucho antes de ellos Albert Einstein y Norbert Wiener ya habían advertido al respecto), alertaba de que el desempleo por la automatización llevaría a levantamientos sociales, y que la conclusión de la clase dominante sería la de «guiar el desarrollo tecnológico en direcciones que no desafiaran las estructuras de autoridad existentes»; algo que gobernantes y «capitanes de la industria» ya habían pensado. De hecho, las posibilidades disruptivas de la automatización fueron discutidas en los años cincuenta-sesenta del siglo XX, en los ámbitos de poder industrial y político de EE.UU. «The Automation Jobless» fue el título que se le dio en el TIME de 24 de febrero de 1961: lo que preocupaba no era que la automatización sustituyera trabajo humano sino de que no fuera capaz de crear igual cantidad de nuevos puestos de trabajo. La preocupación era tan grande que el presidente Lyndon B. Johnson, promovió en 1964 la creación de una Comisión Nacional sobre «Tecnología, Automatización y

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decisión de los gobernantes industriales no financiar la investigación en fábricas de robots que todos anticipaban en los sesenta, y en su lugar relocalizar sus fábricas para utilizar intensivamente la mano de obra en China y otras formaciones sociales periféricas Graeber (2012).4 Desaparecida la amenaza soviética en 1991, fue más fácil entonces dar rienda suelta al binomio financiarización-automatización. El capitalismo retornó a líneas de desarrollo tecnológico más acorde con sus imperativos de «libre mercado».5 Así se inauguró una nueva expansión del capitalismo estadounidense a través de las tecnologías informáticas y de comunicación, que a su vez realizaron la difusión de la automatización y la robótica por buena parte del mundo. Más tarde, los estallidos de la crisis en 2000-2001 y 2007-2008, que aceleraron la recesión y la pérdida de empleos al tiempo que frenaban el expansionismo bursátil, ralentizaron de nuevo la dinámica de automatización, siquiera que parcialmente.6 Progreso Económico». La Comisión se tomó en serio la posible disrupción tecnológica, hasta el punto que recomendó, entre otras medidas de corte distributivo, «un ingreso mínimo garantizado para cada familia», utilizando al Estado como empleador de última instancia. Hace tiempo que el Capital tiene pensada la «renta básica» como un (pobre) paliativo a la Des-sociedad. Pero también en la Unión Soviética la cuestión se trató seriamente. En concreto el 8 y 9 de febrero de 1955 el Soviet Supremo de la URSS anticipaba, con un informe de Bulganin, que la marcha inexorable de la automatización podía suponer la auto-aniquilación del capitalismo. Una de las figuras punteras que analizó lo que se desarrollaba con la automatización fue Radovan Richta. Entre algunas de sus más importantes conclusiones estaba la de que la automatización no era una nueva etapa de la mecanización, sino una «fuerza revolucionaria» capaz de trastocar toda la estructura social y ser la impulsora de un nuevo modo de producción (de hecho a través de la automatización él veía abiertas las posibilidades objetivas del socialismo), pues toda forma específica de fuerza productiva impone una cierta estructura correspondiente a la vida social. Solo las relaciones sociales de producción capitalistas estaban impidiendo ese paso revolucionario (ver por ejemplo, Richta [1967 y 1972], y Naville [1965]). Sin embargo, en esos momentos la velocidad de la automatización fue frenada en aras de mantener el modelo industrial de pleno empleo, y con él la integración-fidelidad de las poblaciones, habida cuenta del equilibrio sistémico de fuerzas que existía con el mundo soviético. También por miedo a las propias consecuencias «revolucionarias» de la automatización. Todos los debates y preocupaciones suscitados por la automatización fueron también aplazados y sustraídos a la opinión pública por más de treinta años. [Tales cuestiones geopolíticas no pueden ser entendidas por los autores de la «nueva crítica del valor», para quienes las luchas de clase no tienen ningún papel en la evolución capitalista y, participando de la cosmovisión dominante, el mundo soviético solo fue «dictadura» —ver apartado 1 del Apéndice, nota 3—]. 4. Este autor señala también que: «una razón por la cual [en EE.UU.] no tenemos fábricas de robots es porque alrededor del 95 por ciento de los fondos para la investigación en robótica han sido canalizados a través del Pentágono, que está más interesado en desarrollar drones sin pilotos que en automatizar fábricas de papel» (Graeber, 2012: s/n) (traducción propia). 5. Aunque en concreto, el viraje hacia la investigación en las tecnologías de la informática y las telecomunicaciones no fue tanto una reorientación motivada por aquellos imperativos, cuanto parte de un objetivo de vigilancia, disciplina laboral y control social. Eso significaría que el Capital veía factible combinar a partir de entonces la humillación tecnológica de la Unión Soviética con una victoria en la guerra de clases a escala global, vista simultáneamente como la imposición absoluta del dominio militar estadounidense en el mundo y al nivel doméstico la completa desbandada de los movimientos sociales. 6. Esos «pinchazos» hicieron resurgir en EE.UU. el debate sobre la automatización en una economía capitalista, el cual se ha manifestado en una creciente producción de análisis y estudios.

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Pero la ingeniería sociopolítica que se desata contra la sociedad es inexplicable sin esa revolución en las formas de producir que posibilitan el comienzo de la fractura de la relación Capital-Trabajo propia de la era keynesiana en las formaciones del capitalismo central. Finalmente, la acelerada sustitución de trabajo vivo (seres humanos) por trabajo muerto (máquinas) con la automatización y robotización, ahondaría en el proceso de «desconexión de la economía», y de la clase capitalista, respecto de la sociedad. Ese proceso de «desconexión» tiene dramáticas consecuencias para la población mundial. Uno de los numerosos indicadores que inciden en ello es el del aumento sostenido a lo largo de los últimos lustros de la tasa de participación de las rentas del capital en el PIB, a expensas de una continuada disminución de las rentas del trabajo. En su informe sobre la participación de los salarios en el producto nacional, la OIT señalaba en 2012 que en dieciséis economías de capitalismo avanzado la participación salarial media decayó del 75 % del producto nacional a mediados de los años setenta, al 65 % en los años justo anteriores a la crisis de los años 2000, volviendo a decaer a partir de 2009. En otras 16 economías «en desarrollo» o «emergentes» estudiadas, el informe señala que esa participación media de los salarios cayó del 62 % del PIB en los primeros años noventa, al 58 % justo antes de la actual crisis (OIT, 2012). Si consideramos que el empleo-salario es en nuestras sociedades la principal fuente de distribución de la riqueza, podemos imaginarnos las repercusiones que su carencia o la creciente reducción del salario conllevan para la desigualdad social, traducida por una apabullante concentración de la riqueza en una exigua élite social.7 Oxfam publicaba el 20 de enero de 2014 un informe que desglosaba cómo había crecido el porcentaje de participación en la renta del 1 % más rico de la población en veinticuatro de los veintiséis países que tienen registrados estos datos (The World Top Incomes Database). A escala global señalaba que el 10 % 7. Al dispararse la desigualdad se ha dado también una auténtica explosión de los estudios sobre la misma. Ha destacado, entre otros, el de Piketty (2013), por haber tenido el don de la «oportunidad» de hacer aparecer su voluminoso trabajo en el momento justo. Su mérito ha sido llamar de nuevo la atención sobre el incesante proceso de aumento de la desigualdad, tanto a escala estatal como mundial. Fundado en quince años de investigaciones por un equipo internacional sobre tres siglos de desigualdades en veinte países. Más allá de su error en identificar los elementos explicativos profundos de los procesos que describe y, en consecuencia, las inviables recetas reformistas que prescribe como soluciones, es interesante aprovechar de esta investigación la constatación documentada de la tendencia a la desigualdad de las formaciones sociales capitalistas [que el autor ve expresado por el crecimiento permanentemente mayor de las tasas de rendimiento del capital (en forma de beneficios, dividendos, intereses, alquileres y otros ingresos anuales) frente a la tasa de crecimiento nacional (incremento anual del ingreso y de la producción)]. Así, la desigualdad de los rendimientos del capital en función del nivel inicial de fortuna ha ido creciendo exponencialmente. Por ejemplo, si el milil superior de población se ha beneficiado de un crecimiento de su patrimonio de 6 % por año, mientras que la progresión del patrimonio medio mundial no ha crecido sino en un 2 % anual, esto implica que en treinta años la participación de esa milésima de población más rica sobre el total del capital del planeta se habrá más que triplicado, detentando más del 60 % del patrimonio mundial. Lo cual es difícil de imaginar no solo sin violentas reacciones políticas, sino incluso que esa tendencia se realice compatiblemente con las instituciones actuales de las formaciones sociales centrales y con su revestimiento democrático. Algunas consideraciones y detalles más en Piqueras y de la Cruz (2015).

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más rico del planeta poseía el 86 % de los recursos, mientras que el 1 % acaparaba cada vez más cerca de la mitad de la riqueza mundial (Oxfam, 2014). Apenas un año después por primera vez en la historia de la humanidad, el 1 % de la población acaparaba más del 50 % de los activos mundiales (Credit Suisse, 2015; Oxfam, 2016).8 Uno de los investigadores que más ha incidido sobre este asunto, Milanovic (2006), además de recalcar esa monstruosa progresión desigualitaria, tras seguir un minucioso método de ponderación concluye indicando la extendida y a todas luces peligrosa pérdida de importancia de las clases medias a escala mundial: en el año 1998, bastante antes de la aparición del actual estallido de la Crisis (que no era a la sazón ni concebida por la economía ortodoxa), solo el 6,7 % de las personas del mundo percibían ingresos que las situaban entre la clase media mundial (2006: 171). Junto al desmoronamiento de las «clases medias», lo que nos muestran sin lugar a dudas estos datos es que todas las clases sociales que dependen del empleo, del salario o de remuneraciones provenientes de la masa global de ingresos por el trabajo, están siendo afectadas, y pauperizadas. Hecho que, a su vez, tiene profundas consecuencias sobre el consumo y por tanto sobre las propias posibilidades del beneficio capitalista. ¿Hasta qué grado, entonces, y hasta cuándo tamaña desigualdad se puede compatibilizar con las instituciones del capitalismo industrial regulado?9 ¿Es viable una mínima cohesión social con esa desigualdad? Las respuestas son negativas para ambas preguntas. Y las élites han comenzado a prepararse para los nuevos escenarios. Veamos. El atasco del capital productivo ha permitido a los detentadores del capital a interés, el principal beneficiario pasajero de esta desconstrucción social, adquirir mayor protagonismo dentro de la clase capitalista y por tanto en la dirección sistémica. Con el mismo se dispara igualmente el proceso de concentración oligopólica que asfixia cualquier desarrollo de «libre» competencia capitalista, y que da lugar a una oligarquía «global», la cual constituye una clase rentista también global, sin compromisos nacionales ni sociales, dado que, como hemos visto, alberga la ilusión de pensar que su ganancia está desvinculada del factor trabajo o, en definitiva, de la sociedad. Presa del fetichismo del dinero, cree o al menos actúa (dado que ya no tiene otro agarre para crecer) como si pudiera seguir incrementando indefinidamente ese ciclo ilusorio-ficticio de expansión del dinero a través del dinero, sin considerar la creación de valor, esto es, más allá de la economía productiva y por supuesto de la matriz ecológica que sustenta en última instancia toda posibilidad de generación de riqueza (y sí en cambio interviene destruyendo más y más riqueza social y 8. Desglosadas estas proporciones, en 2015, arrojaban los siguientes resultados: el 0,7 % de la población acaparaba el 45,2 % de la riqueza mundial, el 7,4 % un poco menos del 40 % (y el 21 % el 12,5 %); mientras que el 71 % de la humanidad solo dispone del 1 % de la riqueza total, en términos personales. 9. Streeck (2014a, 2014b) lo pone seriamente en cuestión, vinculando con datos desigualdad, falta de crecimiento y endeudamiento generalizado como males que pueden acabar con el capitalismo (lástima que este autor no parezca estar especialmente interesado en la crisis del valor que subyace a ellos). Para él, la financiarización no sería sino una forma de «comprar tiempo» para un organismo moribundo.

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natural). Esa oligarquía parasitaria actúa por tanto como si pudiera seguir enriqueciéndose indefinidamente sin contrapartidas sociales: ni empleo ni redistribución ni seguridad para las poblaciones. Por lo que se «desconecta» cada vez más de estas y provoca «des-sociedad».10 ¿En qué consiste esa «desconexión»? La acumulación de las ganancias que se repatrían de la deslocalización y de las rentas financieras (que son potencialmente capital, pero solamente realizable cuando hay inversiones reales para la producción y se genera el ciclo completo) no se reinvierten en producción-salarios ni se redistribuyen en forma de servicios (pues además de las exacciones fiscales, apenas se declara una minúscula parte de aquellas ganancias, dado que la contabilidad se subdivide en subcontrataciones, filiales, etc., y por si fuera poco, la mayor parte van a parar a esas nuevas territorialidades donde se deslocaliza el poder, los mal llamados «paraísos fiscales»). Es decir, esas ganancias se atesoran o se destinan a la especulación, sirviendo para agrandar el fetiche del dinero que hace dinero por sí mismo. La repatriación de la plusvalía, de las ganancias y de la renta, irá a aumentar aún más los ya enormes auto-salarios de las élites bancario-financieras y del CEO, a la especulación bursátil, a circuitos financieros, y solo muy marginalmente al mantenimiento de la sociedad. En concordancia con ello, esa oligarquía global va también desmontando las vías democráticas de regulación social y de integración social que el capitalismo industrial pudo permitirse: pergeña Tratados y organismos supraestatales de Desposesión (estableciendo normas globales de obligado cumplimiento por encima de los Parlamentos nacionales),11 socava la relación salarial, reordena el Estado para 10. De «secesión de los ricos» ha sido bautizada esta dinámica por Ariño y Romero (2016), aunque los autores están muy lejos de calibrar ni la dimensión del fenómeno ni la profundidad de sus causas. Hay que tener en cuenta que tal «secesión» es posible por la «desconexión» previa de las finanzas respecto de la economía productiva (debido, no lo olvidemos, a la creciente incapacidad de esta de generar valor) y, en general, por la separación de la economía respecto de la sociedad. Con lo cual «los ricos» no tienen razones para volver atrás en el proceso, más bien se esfuerzan por provocar una realidad en la que no tengan que depender del Trabajo ni mezclarse en ningún momento con el mismo (a través de la economía especulativo-parasitaria financiera y sus dinámicas de desposesión, han llegado a creérselo, mientras probablemente preparan el camino a una economía automatizada para al menos algunos territorios del planeta). Es difícil proponer soluciones reformistas a partir de procesos con el calado sistémico que aquí se está mostrando. Siempre, en los períodos en que prima la opción financiera rentista (Arrighi, 1999), más si se acompañan de una fase de globalización —en que se exportan capitales más que productos—, asistimos a esta «desconexión» de la economía con la sociedad (como ya apuntaron Hobson y Polanyi). Las finanzas asumen una posición dominante; la renta (que a la postre no significa sino extracción o desposesión de la riqueza colectiva) pasa a ser el denominador común y la sociedad comienza a «disolverse» por el desempleo y la competencia con los bajos salarios del exterior... Hasta ahora este proceso ha sido parcialmente compensado porque al menos de forma temporal se rehace sociedad en los núcleos emergentes de la economía capitalista (especialmente en China, donde la vía de transición al socialismo preservó siempre la sociedad). La cuestión es hasta cuándo podrán hacerlo. Cuando se ha llegado a un nivel de profundidad y de metástasis tan grande como la actual, lo más probable es que solo pueda ser contrarrestado con otra «Gran Transformación» (Polanyi, 1989), la construcción de otro u otros órdenes sociales y económicos. 11. Solty (2013) ha detallado bien estos procesos.

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ponerlo totalmente a su servicio, deja de financiar el ámbito de lo social renunciando a pagar impuestos, desarticula y/o coopta las principales expresiones organizativas del trabajo industrial (sindicatos y partidos), desmonta la ciudadanía para atomizar a la sociedad en procesos de marcada individuación, y lanza una ofensiva en los ámbitos superiores de los sistemas educativos (Powell Memorandum, 1971) para preparar nuevas élites intelectuales alineadas completamente con sus procedimientos y cosmovisión.12 No hay que afinar mucho para darse cuenta de que todo esto conduce al desmoronamiento social. Una sociedad solo es viable a partir de ciertos requisitos,13 por debajo de los cuales no tiene posibilidad. De ahí que el conjunto de los procesos y circunstancias hasta aquí descritos termina taponando las posibilidades de reproducción del propio capitalismo.14 En atención a lo expresado en la Parte I del libro, podríamos decir que llega un momento en que la Apropiación-Desposesión entra en flagrante contradicción con la Explotación. Pues a medio plazo la «extracción» de riqueza por sobre la «creación» de la misma termina siendo incompatible con este modo de producción. 12. Es un proceso que comienza sobre todo a partir de los años setenta del siglo XX, en el momento en que los avances de la automatización que venían de las décadas precedentes comienzan a manifestarse de manera inocultable, y se dispara el ciclo de luchas sociales, sindicales y políticas en los EE.UU. y Europa. Se da en adelante la ofensiva ideológica por imponer una visión no clasista de la sociedad de masas y para reforzar el individualismo ya floreciente con los «derechos individuales», esos que hacia el fin de los años setenta permiten avanzar en el desmantelamiento de los derechos sociales. En los años ochenta se emprenden las primeras medidas «neoliberales» (primeros acuerdos de “libre comercio”, Consenso de Washington, políticas de austeridad, incorporación de restricciones sociales en las constituciones. De ahí se sigue muy rápidamente el ajuste constitucional a los requerimientos de EE.UU. (que deviene el país de referencia en esta ofensiva), y la liquidación de la soberanía nacional (Rabilotta, 2017). 13. Porter y Stern (2016), siguiendo la tradición teórica de larga data al respecto, identifican esos requisitos con progreso social, que definen como «la capacidad de una sociedad para atender las necesidades básicas de sus ciudadanos, determinar los componentes básicos que capacitan a los ciudadanos y comunidades para lograr y mantener la calidad de sus vidas y para crear las condiciones para que todos los individuos alcancen sus potencialidades». Y ofrecen los siguientes indicadores de ese progreso: a) las necesidades humanas básicas (índice de progreso social, nutrición y atención médica básica, agua y saneamiento, vivienda o abrigo y seguridad personal); b) los fundamentos del bienestar (acceso al conocimiento básico, acceso a la información y las comunicaciones, salud y bienestar y calidad ambiental); c) las oportunidades (libertad y elección personal, acceso a la educación avanzada, tolerancia e inclusión, y derechos personales). Téngase en cuenta, por otra parte, que en las fases de «prosperidad económica» la desigualdad y la fragmentación de la sociedad son aparentemente tolerables porque la acumulación causa relativamente pocas víctimas en la propia sociedad (formaciones socio-estatales como la española han mostrado que un porcentaje del 20 % de pobreza puede digerirse sin sobresaltos en tiempos de «bonanza»). Pero las cosas empiezan a cambiar cuando capas más acomodadas del Trabajo perciben en sus propias carnes la decadencia, cuando esta se hace evidente para los estratos medios y, en definitiva, para las grandes mayorías (Gombeaud y Décaillot, 2000). 14. En contra de lo que parecen apuntar algunos autores, ni la desposesión ni la desigualdad están en el origen del atolladero capitalista, pues son intrínsecas a este. Lo que han hecho hoy ha sido dispararse una y otra mediante los mecanismos de huida de la producción. Ellas potencian, eso sí, el atasco capitalista y, de seguir acentuándose, terminarán por impedir su funcionamiento.

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Por eso el punto fundamental del análisis del capitalismo actual radica en los cambios en su interrelación con la sociedad, que en definitiva están minando tanto el capitalismo industrial como la geografía política, esto es, la «nación» y el Estado como los núcleos territoriales de regulación y acumulación, que eran vitales en términos de protección de la economía y de la construcción social, así como, por tanto, del propio modo de producción capitalista.15

15. La vindicación nostálgica de ese pasado no tiene grandes posibilidades de viabilidad, no porque vaya necesariamente a desaparecer el Estado, sino porque pertenecer a un Estado deja de garantizar derechos y condiciones de vida. Es, además, la evolución capitalista la que socava la «nación» estatal, como hemos visto. De ahí, y por contraposición, se nutre la ilusión en la «nación étnica-estatal» como valedora de esos derechos y de la reconstrucción social. Esta lleva a cabo la prédica de la cohesión social a través de la supuesta igualdad cultural («de sangre» finalmente [Piqueras, 1996]). A fin de cuentas, el desmoronamiento social está provocando dos grandes «escapadas» sociales, una hacia la «nación estatal» para blindar el «bienestar» solo a los nacionales; otra que precisamente reniega de ella al no posibilitar ya ese bienestar, y pasa al refugio «étnico-nacional» como último reducto ante la hecatombe social del «Estado-nación».

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SECCIÓN SEGUNDA EL DIFÍCIL CAMINO DE LA RECONSTRUCCIÓN SOCIAL CONSIDERACIONES POLÍTICAS

A lo largo del capitalismo histórico ha habido distintas formas de enfrentar o resolver sus momentos de obstrucción económica: 1. La crisis, que ‘limpia’ al menos una parte de lo disfuncional y permite la continuidad sistémica sin cambios estructurales. 2. El salto hacia adelante, por el que se modifican las estructuras para emprender un nuevo modelo de crecimiento (este paso va adjunto a las Grandes Crisis). 3. La ruptura con el Sistema de algunas de sus partes (revoluciones). Pero además de estas posibilidades es difícil obviar que en la historia se ha dado reiteradamente una cuarta posibilidad cuando un Sistema llega a una situación de potencialidades decrecientes, de involución de sus fuerzas productivas y de acelerada destrucción de sus sociedades y de su hábitat. Entra entonces en una espiral de colapso [implosión] y todo su orden civilizatorio se desmorona (Fernández Durán y González Reyes, 2014). A tenor de lo visto en los anteriores capítulos, la actual crisis capitalista se ha cronificado y muestra escasos síntomas de resolución de los problemas de la ganancia y la acumulación. El salto adelante en estas circunstancias no puede producirse, máxime teniendo en cuenta la ausencia de motor para un nuevo ciclo expansivo (Piqueras, 2014a). La viabilidad del sistema se ve seriamente comprometida, además, por la escasez vital de recursos y el grave deterioro de sumideros (destrucción de la riqueza natural). A ello se suma con creciente importancia el arruinamiento de las sociedades que le sustentan. En atención a estas consideraciones, todo indica que las dos formas más probables en que desemboque la presente Crisis de Larga Duración del modo de producción capitalista sean la implosión y/o la ruptura. 1. La «implosión» (una vez llegado a su punto de extenuación) o colapso global Hoy por hoy, la acentuación de las contradicciones del capitalismo llevan a una obstaculización de las fuerzas productivas y a una amplia generación de las destructivas. Mientras, han comenzado a incubarse en sus entrañas nuevas formas de producir («nuevas formas de vida social»), que van «intercambiando dotación genética» con el capitalismo, y que entre otras posibilidades podrían preparar la gestación de un nuevo modo de producción (automatizado), dado que el capitalismo no podrá existir sin riqueza abstracta (valor), ni sus correlatos de asalarización, plusvalía, reinversión productiva y consumo.

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2. La «revolución». Hay dos vertientes posibles de esta: a) Revolución pasiva (Gramsci, 1980) o de «recambio», en que la clase dominante, o al menos un sector de la misma, emprende por su cuenta el cambio en el modo de dominación e incluso en caso extremo podría decantarse por propulsar un nuevo orden socioeconómico ante el callejón sin salida a que ha llegado el capitalismo. Se complementa con el proceso de implosión del antiguo orden.1 b) Revolución propiamente dicha. El devenir del sistema genera unas concretas condiciones socio-históricas que dan lugar de forma tendencial a los agentes sociales que impulsarán transformaciones no reversibles hacia otras formas de vida, otros tipos de sociedad. Lo que requiere necesariamente de amplias y profundas transformaciones sociales.2 Polanyi (2008) hablaba de un «doble movimiento» consustancial a la evolución del capitalismo. De un lado el movimiento histórico del capital, el cual para él no tiene un límite inherente, y por tanto amenaza la existencia misma tanto de la naturaleza como de la sociedad. Del otro está el instinto de supervivencia de las sociedades para defenderse, y por consiguiente su tendencia a crear dispositivos (asociativos, sociales, institucionales) de protección.3 Tales dispositivos son los que a lo largo de la historia han introducido frenos a la racionalidad destructora del capital. Por eso, antes de llegar al previsible horizonte de colapso (y/o a que se complete la probable «revolución pasiva» de las élites), cabría preguntarse por las posibilidades de una ruptura intencional de las poblaciones de cara a una nueva Gran Transformación, esto es, una radical transformación de las bases económicas, sociales y culturales, que permita la reconstrucción de la sociedad a partir del protagonismo de elementos sistémicos de razonabilidad social y ecológica. A ello voy a dedicar las páginas que siguen.

1. Modonesi (2016) hace algunas precisiones actualizadas de este concepto gramsciano para el presente contexto latinoamericano. 2. Como es habitual en las bifurcaciones históricas, se abre una tercera posibilidad que resulta de la combinación de las otras dos. La implosión es susceptible de conducir a una extendida barbarización social combinada con formaciones sociopolíticas altamente jerarquizadas, con profusión de mafias y violencia social. Todo ello compatible con ciertos enclaves de automatización. Pero también, por contra, puede provocar la «desconexión» de partes organizadas de la población en torno al autoconsumo, la subsistencia y la recuperación de formas comunitarias, horizontales, con recursos y medios de producción colectivizados, que promueva la autogestión y el autogobierno... en distintos lugares del planeta. 3. Además está el feed-back físico-social negativo con el que «reacciona» la naturaleza, y que condiciona en adelante cualquier desarrollo estructural del orden económico (será cuestión de la Parte III del libro).

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Capítulo 2

La materialidad de la conciencia

La apelación de Althusser (1973) a la causalidad inmanente o estructural fue su forma de aprehender a Marx para expresar la dialéctica entre lo que heurísticamente se ha convenido en llamar «estructuras» y «supraestructuras», y defiende que también en el ámbito de las sociedades las causas solo tienen razón de ser a través de sus efectos. Todo factor estructural, toda estructura, existe como entrelazamiento de elementos, a los que explica y al mismo tiempo la posibilitan a ella. Es decir, la estructura sería una causa que se actualiza en su efecto. Por lo que vale también decir que una «causa inmanente» es aquella cuyo efecto la integra, pudiendo asimismo modificarla. La «supra-estructura», las ideas y la producción de conciencia, por consiguiente, no son meras «emanaciones» de las estructuras, sino también sus condiciones constitutivas, que permiten su reproducción. Aquí radica la materialidad de la subjetividad. Pensar la subjetividad como causa y efecto conlleva reconocer que la conciencia puede exceder las condiciones de reproducción del modo de producción en que se halla, que puede violentarlo desde dentro, cuando se generalizan las condiciones de su desacoplamiento. Esto conduce a pensar un acercamiento entre el estructuralismo y el humanismo-autonomismo: los poderes existen, pueden ser aplastantes, pero no inmutables. Son más bien inestables (más cuanto más complejo es el modo de producción), y proporcionan un marco de posibilidad solo pasajero. La producción y también la «productividad» del poder está expuesta a la interacción antagónica y aleatoria de tendencias y contratendencias (en la dialéctica social siempre están conectadas), de acciones y reacciones, produciendo permanentemente efectos no intencionales. Por eso Marx (1972a) señalaba a los modos de producción pre-capitalistas más como modos de reproducción (y por tanto sobre todo de sujeción): reproducen sus condiciones objetivas y subjetivas. Mientras que el capitalismo sería el primer modo de producción estricto, pues es el único que debe al mismo tiempo reproducir y revolucionar sus condiciones de existencia.1 1. Como dije, en los modos pre-capitalistas se explota para acumular bienes y poder, que son objetivos en sí mismos, y no como instrumentos para explotar y así acumular ampliadamente, que es el intrínseco leitmotiv capitalista (Terray, 1978). Esto separa la reproducción como un fin en sí mismo, propia de los primeros, con la producción de condiciones «revolucionarias» que socavan permanentemente las bases de dominación. Sobre los puntos hasta aquí expuestos en este apartado hay un buen trabajo de Read (2016), que cito en varias ocasiones en el texto. Por supuesto, buena parte de ese sustrato teórico es deudor de Althusser (1967, 1973, entre otros).

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De ahí que de forma inherente los procesos de subjetivación y, en general, la dimensión antagonista en el capitalismo sean potencialmente más disruptivos. El capital convierte a los seres humanos en proletarios, pero al tiempo los ha reunido hasta hoy en un proceso universal de «cooperación» de la producción, potenciando sin quererlo su fuerza colectiva. «Con la masa de obreros simultáneamente utilizados crece su resistencia y, con esta, necesariamente, la presión del capital para doblegar esa resistencia» [Marx]. El capital se encuentra cara a cara con una colectividad y una subjetividad creadas por él, pero irreductible a sus necesidades [Read, 2016: 148].

La Explotación Amplia propia de la fase «cognitiva» capitalista, conlleva una multiplicación de la interconexión de subjetividades que dispara a la vez su potencialidad disruptiva. Cuanto más el capital profundiza en la subsunción real, más «socializa» la producción al conjunto de la sociedad, y por tanto, más potencialmente disruptiva se hace la subjetividad. Su poder generativo se dispara junto al crecimiento cuantitativo y cualitativo de su fuerza productiva.2 Al enfatizar continuamente la participación activa del trabajo vivo y de las redes de cooperación, el capital comienza un proceso que no puede necesariamente limitar o controlar [Read, 2016: 233].

Pues si es cierto el primado de las relaciones sociales de producción sobre las fuerzas productivas, también lo es la decisiva influencia de las relaciones sociales antagónicas sobre las de dominación, aunque las primeras se expresen sobre todo de forma latente.3 Podría decirse que ambas se mantienen en un continuo bucle de retroalimentación inestable, siempre tendente a desencadenar procesos emergentes. Por eso, el Capital se ve forzado a enfrentar un antagonismo colectivo permanentemente extendido y a redoblar, en consecuencia, las estrategias, las formas y las tecnologías de producción de subjetividad subordinada. Tiene que desarrollar siempre nuevas «fuerzas jerárquicas de mando sobre y por encima de las fuerzas inmanentes de cooperación» (Negri, 2003), cambiantes modos de regulación, pero también una constante innovación tecnológica que facilite a la vez la subordinación y la explotación efectiva. Se podría escribir, arrancando del año 1830, toda una historia de los inventos creados, como otras tantas armas del capital contra las revueltas obreras [Marx, 1981: 387].

Pero igualmente puede forzar el freno tecnológico (como hemos visto que ha sucedido al menos desde los años sesenta hasta los ochenta del siglo XX), cuando la 2. Con la acentuación de la subsunción real («capitalismo cognitivo») la subjetividad social deja de ser algo externo a la producción, que tiene que asegurarse desde fuera (en cuanto que reproducción social), para pasar a ser parte de la producción, incorporada directamente a los procesos productivos que se han extendido al Ámbito Amplio de la Explotación, incluso como «capital fijo» productora de valor. 3. Como resistencias implícitas a la explotación y la dominación (ver Apéndice). Así es cuanto menos en el capitalismo. Esta fue la gran apuesta práxica de Tronti (2001), de la que devino el autonomismo negrista.

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correlación de fuerzas a escala estatal e interestatal no le aconseja dar pasos demasiado rápidos hacia el empobrecimiento laboral y salarial del Trabajo. Además, la «cooperación» productiva ha tenido que ser contrarrestada permanentemente a través de la jerarquización y el despotismo en las relaciones de la empresa capitalista, así como mediante la cada vez más acentuada y multiplicada división social del trabajo. Haciendo asimismo de la competitividad condición de la vinculación a la relación salarial. Convirtiéndola, pues, en un medio de vida. Ya vimos también que en esta última fase el aprovechamiento del general intellect es un proceso que excede con creces la «cooperación» del Trabajo, para realizar la completud de su subsunción real al capital, consiguiendo que la subjetividad sea más y más productiva. De hecho, en contra de las apariencias, el trabajo cuanto más «intelectual» más proclive es a que su subjetividad sea totalmente entregada al capital (Lukács, 1985), constituyendo un campo de energías nuevas para la valorización del mismo. Con ello, según se indicó en el Capítulo 5 de la Parte I, la productividad trasciende el Ámbito Estricto de la Producción y la persecución de la ganancia hace cada vez más de la reproducción, la circulación o el consumo, como ya anticipara Marx, espacios de valorización o de apropiación del valor. En suma, la tendencia «objetiva» a la «cooperación» en el ámbito laboral que genera el modo de producción capitalista, es combatida mediante las formas de gestión y consumo del Trabajo que llevan a su individualización competitiva tanto en la esfera productiva como en la social o reproductiva y, en general, a su hipersubsunción a través de los dispositivos de sujeción y técnicas de subalternización y dopaje de la subjetividad, amén del propio papel disciplinante que desempeñan las metamorfoseadas dinámicas de obtención de valor como plusvalor y de succión del valor social. Sí es cierto, sin embargo, que como rebote se da un permanente desplazamiento del antagonismo de una a otra dimensión, al haber siempre un hiato entre sujeción y subjetivación (Read, 2016), la dilución de las clases del capitalismo industrial clásico, la recombinación de nuevas y viejas formas de subordinación, la multiplicación y al tiempo la difuminación de la propia relación de clase, han dejado una profunda orfandad de sujetos colectivos de amplio alcance en torno a la relación antagonista. Para que el conjunto de categorías agenciales que se desprenden de los múltiples procesos actuales de obtención y apropiación del valor puedan tener siquiera alguna forma de plasmación colectiva con alguna potencialidad efectiva, resulta imprescindible una emancipación de la conciencia (que hoy queda lejana). Por lo que la subjetividad se erige en una lucha cada vez más central, la primera lucha del Común. Uno de los grandes retos de la ciencia social actual es poder precisar de alguna manera bajo qué circunstancias y cómo la población profundamente incorporada a la fase de subsunción real del Trabajo al Capital, puede volverse antagónica de forma explícita. Pensar en una agencia humana antagonista cuando, como argumentaba Fredric Jameson (1996), las últimas reservas de trascendencia, la naturaleza y el inconsciente, han sido completamente mercantilizadas y explotadas. En ese reto resulta imprescindible, además, calibrar cuáles son sus posibilidades de transformación. Para ello, obvio, se precisa conocer la interacción de la agencia humana antagónica con las circunstancias inherentes al movimiento del valor en las que se desenvuelve, pues «la acción social misma está estructurada por, e inscri111

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ta en, las formas sociales históricamente específicas de la mercancía y el capital» (Postone, 2007: 189). Si un elemento juega hoy a favor de la transformación social es precisamente la profunda debilidad de las estructuras capitalistas. 2.1. La debilidad de las estructuras El «momento histórico objetivo» en el que nos situamos puede caracterizarse como de debilidad de las estructuras, resultante de la profunda contradicción que significa que la enorme potencialidad de desarrollo de las fuerzas productivas, tenga que estar filtrada por el menguante cedazo del valor. A partir de ella, una ristra de contradicciones estructurales se derivan en cadena: • Entre acumulación y regulación. Al necesitar la acumulación de formas cada vez más despóticas de gestión de los mercados de trabajo y más forzadas por lo que respecta a la extracción del valor (debido por una parte la creciente inmaterialidad y accesibilidad de lo producido y por otra la acentuada «cooperación» de la producción), se debilitan las posibilidades de regulación social «democrática». • Entre valorización (en cuanto que extracción de plusvalía) y realización de la plusvalía en forma de ganancia. La escasa recuperación del beneficio en la producción se ha hecho a costa de una sobreexplotación y empobrecimiento del Trabajo y por tanto de una exacerbada depresión de la demanda. • Entre el valor ficticio generado por el entramado mundial financiero-especulativo y el beneficio empresarial, que se obstruye respondiendo a un estancamiento de la rentabilidad (lo que hace que la débil marcha del crecimiento se dé sin proporcional acumulación de capital). El endeudamiento como forma predominante de crecimiento actual no tiene contrapartida ni productiva ni energética para posibilitar que una hipotética acumulación futura pueda satisfacer ese endeudamiento. • Entre el valor capitalista y la riqueza social y natural, pues aquel depende cada vez más de la destrucción de estas. • Entre el desarrollo de las fuerzas productivas (la automatización) y las bases de sustentación del capitalismo: valor, trabajo asalariado, plusvalía, ganancia..., que resultan crecientemente deterioradas. Estas últimas contradicciones están inscritas también en la creciente tensión entre lo que el capitalismo potencialmente permitiría: la socialización de la producción, la transformación de la estructura del trabajo y la desaparición del valor como relación de mediación de la vida social, así como el generalizado aumento del tiempo disponible... y su permanente abortamiento de esas potencialidades. Este modo 112

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de producción castra constantemente las propias potencialidades que alberga de superarse en favor de la sociedad. Por eso, [...] el que el capitalismo esté caracterizado por una dinámica inmanente, ni conduce automáticamente a otra sociedad fundamentalmente diferente ni genera las instituciones, organizaciones y mecanismos (como el proceso de producción) que en su forma existente, constituyen la base para tal sociedad. Al contrario, esta dinámica genera la posibilidad de otra organización de la vida social, al tiempo que impide que dicha posibilidad se realice [Postone, 2007: 185].

Es decir, que los cambios ni son inmanentes al modo de producción capitalista, ni tampoco contingentes o ajenos a él. Las contradicciones señaladas son la substancia de la crisis cronificada del capitalismo; evidencian la decadencia mórbida de su metabolismo. Pero el camino al que conduzcan, si bien no es arbitrario (el futuro no está escrito, pero no puede darse cualquier futuro), tampoco está impreso necesariamente en el movimiento del capital. La gran incertidumbre dialéctica es que la agencia humana, constituida a partir de ese movimiento, interviene también en su posible modificación. En la actualidad, el complejo institucional y de dominación capitalista se adapta a la agudización de las contradicciones mencionadas a través de formas unilaterales, crecientemente autoritarias, de «regulación social». Del lado opuesto, ese que podríamos llamar «momento de debilidad de las estructuras», no se acompaña de una fortaleza antagonista. Más bien la hegemonía del Capital parece todavía fuertemente asentada a pesar de las tendencias estructurales a su debilitamiento. Circunstancia que obstaculiza sobremanera la creación de sujetos colectivos altersistémicos. Hay que dejar algún espacio, por eso mismo, para considerar la dialéctica entre hegemonía y contrahegemonía (las que llamaré «hegemonía para la dominación» y «hegemonía para la emancipación»).

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Capítulo 3

La permanencia de la hegemonía

3.1. Clase dirigente y metabolismo capitalista. Hegemonía para la dominación En el modo de producción capitalista las condiciones de dominación son también las condiciones de reproducción del propio capital. Forman la garantía de valorización de los capitales individuales como «capital social» en conjunto y ponen en juego la totalidad de los aspectos y elementos de la realidad social, de la praxis social. Así, los medios socializados de producción (infraestructuras colectivas, avances científicos...); aspectos de la reproducción de la fuerza de trabajo no directamente asegurados por la circulación mercantil (establecimiento de un determinado tipo de relaciones familiares, de género e intergeneracionales coherentes con esa reproducción; producción y reproducción del espacio-tiempo doméstico; sistema educativo; sistemas colectivos de cohesión social, etc.); el espacio social que requiere la circulación del capital (las redes de transporte y comunicaciones, los procesos de urbanización, la particular disposición del territorio para facilitar en lo posible la movilidad tanto del capital social como del trabajo social, de una rama de producción a otra, de una región a otra; etc.); las normas jurídicas para garantizar tanto la plusvalía como la ganancia (derecho laboral; derecho mercantil, penal...) y las instituciones encargadas de velar por su aplicación; la unificación político-administrativa del territorio y homogeneización de las condiciones de vida (normas sociales y culturales) al interior de una formación socioespacial; la construcción de un medio físico o natural acorde con los principios de funcionamiento económico y social, entre otras condiciones inmediatas y transmediatas.1 Todo ello constituye el metabolismo del modo de producción capitalista, que adquiere la forma de la ley del valor y se sustenta sobre el trabajo social abstracto, la naturaleza social abstracta y el tiempo social abstracto [la coproducción de la naturaleza y el capital], y «secreta» por sí mismo determinadas maneras de entender y de explicar el mundo, como una ideología empotrada, desprendida de la inmediatez de la cotidianidad que se experimenta o, dicho a la inversa, de la experiencia cotidiana. Ese «metabolismo» puede sufrir cambios o evolucionar según los distintos 1. Para un desarrollo de unas y otras, Piqueras (2011a), y mi deuda con Bihr (2006). Este capítulo se complementa con el Apéndice (sobre todo sus apartados 3, 4 y 5), por lo que recomiendo especialmente su consulta.

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modelos de crecimiento que se den en cada fase capitalista (promoviendo distintas maneras de hacer sociedad, tiempo y naturaleza), pero sus elementos estructurales básicos permanecen.2 Y ellos generan formas específicas de entender las relaciones humanas y las relaciones de los seres humanos con la vida; implican, de hecho, determinados tipos de seres humanos; también, por tanto, determinada racionalidad social, así como específicas formas de subjetividad. Trazan las posibilidades de hegemonía de ciertos tipos de pensamiento, filosofías e ideologías (expresadas en las distintas facetas de lo que se conoce como supraestructura social). Conforman el sentido común. De aquí proviene la dimensión más empotrada o material de la hegemonía, que resulta de su profundo enraizamiento en un metabolismo sistémico y de su interpenetración con la cultura que le es propia (aunque siempre lo haga de forma inestable, en función de los propios cambios metabólicos). Efectivamente, cuando un modo de producción queda establecido, lleva consigo profundas raíces culturales, todo un entramado civilizatorio-cultural-psicológico que impregna la concepción del mundo de los seres humanos, y que naturaliza el propio modo de producción.3 Da lugar a un poso de conciencia, de subjetividad, de cultura propia, que no se deja modificar por una revolución política. Me parece que ahí es donde radica el sentido más profundo del concepto gramsciano de subalternidad (por más que, ciertamente, Gramsci no sustantivara el adjetivo «subalterno»), como expresión de la experiencia y de la condición subjetiva de una población subordinada, sujeta a unas específicas relaciones de dominación que también son sociales, culturales e ideológicas en general. La dominación se condensa así como la contraparte estructural de la explotación. Las que el autor sardo llamaría «clases subalternas» (1986a) tienen precisamente como distintivo la heterogeneidad, la disgregación, el carácter episódico de su actuar y una débil y provisional tendencia hacia la unificación (desagregación). En cambio las clases dominantes capitalistas realizan su unidad histórica en el Estado. Y el principio de su hegemonía radica en incorporar «orgánicamente» a los dominados, llevando a cabo el «Estado ampliado», esto es, la suma de la ‘sociedad 2. El tiempo abstracto (dedicado a la producción de valor como plusvalor), el espacio abstracto (reconfiguración permanente de la naturaleza para el beneficio) y la sociedad alienada (subordinada a la forma mercancía y al trabajo abstracto) son elementos básicos del orden capitalista, pero puede haber diferente intensidad en cómo se dimensiona el tiempo (aumento o descenso en la velocidad de rotación del capital, por ejemplo), la naturaleza (su mayor o menor abstracción como mercancía) y la sociedad (mayor o menor legitimidad del Poder que puede corresponderse con una mayor o menor trasparencia de sus fundamentos). 3. Todo orden social es susceptible de generar dosis de antagonismo y fidelidad combinados, en función del carácter de la explotación y de las posibilidades de ofrecer calidad de vida a la sociedad en la que se basa. Salvo situaciones límite lo normal es que la mayor parte de la sociedad vea sus oportunidades de vida ancladas a ese orden, por lo que no solo no buscan su destrucción, sino que la temen. E incluso si contempla la posibilidad de la caída de un conjunto de relaciones de dominación, no es fácil que rompa con sus bases civilizacionales, con el «metabolismo» a través del cual concibe el mundo y contempla lo que es cierto y lo que posible. En la medida en que la sociedad entera se encuentra subordinada al capital, la fuerza de trabajo percibe sus oportunidades de vida vinculadas a las de quienes la contratan, como así es ciertamente en más de un aspecto dentro del modo de producción capitalista.

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política’ y la ‘sociedad civil’. Por eso para Gramsci solo cuando la población dominada deviene Estado (en cuanto que sociedad política con su entramado institucional), es decir, cuando ha hecho la revolución política, puede empezar a dejar de ser subalterna. Las clases subalternas, por definición, no están unificadas y no pueden unificarse hasta que no puedan convertirse en Estado [...] [1999: 180].

Pero aun así, recalca Gramsci, ni siquiera inmediatamente. Queda todo el pasaje social y cultural que se arrastra durante generaciones. Si ese pasaje no se realiza, las posibilidades de que la revolución política se estanque o incluso se pudra, aumentan notablemente. Por eso ha sido tan relativamente fácil y rápida la involución al capitalismo de las experiencias históricas revolucionarias que iniciaron la transición al socialismo en el siglo XX. Efectivamente, modificar del lado de la población subordinada las condiciones metabólicas de un determinado orden social, el tejido de poderes que sustentan el Poder de clase (con mayúsculas), requiere transformaciones sociales y culturales de larga duración y calado. Generacionales. Razón por la cual también las luchas anti-capitalistas han compartido y comparten buena parte de la dotación metabólica, ideacional, subjetiva y cultural del capitalismo (que no es solo un modo de producción sino que inauguró todo un sistema civilizatorio). Tampoco hay que olvidar, a diferencia de lo que hacen los análisis post-estructuralistas y post-modernos en general —los cuales suelen descuidar o diluir como uno más el Poder que mantiene y al mismo tiempo es mantenido por ese metabolismo—, que las estructuras de dominación están mediadas por la ley del valor del capital y expresadas en un difuso pero eficiente dominio de clase (el del Capital), que precisamente por tener esa organicidad difusa, va mucho más allá de las instituciones rectoras visibles, para hacer un determinado orden social. Es en congruencia con ello que para erigirse en dominante, una clase que accede al comando del conjunto de la sociedad, ha de interpenetrarse con las fuentes metabólicas de Poder, tejiendo a partir de ellas un (renovado) metabolismo de Poder. Esa clase se hace dirigente si además construye una total e integral concepción del mundo y una práctica organización integral de la sociedad, si establece para el resto de la sociedad una coherencia entre las versiones supraestructurales del mundo (cosmovisión) y las estructuras del orden económico-social imperante, legitimando su dominación. Consigue así una redefinición de la historicidad de los sucesos y la construcción de un proyecto histórico propio. Esto pasa por des-figurar las bases de su propia dominación y por diluir en la conciencia del resto de la sociedad las contradicciones de la existencia social. También por la erección de un entramado de aparatos de gobierno, gestión, control y administración, como la forma en que la dominación socioeconómica se traduce en poder político. Este entramado lleva empotrada su propia intelectualidad, en cuanto que forma de pensamiento organizada y sistematizada de interpretación del mundo en la que se especializa un determinado sector social dentro de la división social del trabajo imperante en el modo de producción. Por eso, la «intelectualidad» empotrada en un 117

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determinado orden social, sea «orgánica» o no a la clase o alianzas de clase que lo rigen, no necesita mostrarse partidista. Puede figurar como «imparcial» (a menudo, cuando no es «orgánica» esa es la expresión que la actividad que despliega adquiere en su conciencia), dado que sus elaboraciones teórico-ideológicas, el conjunto de sus (fundamentadas) opiniones, son congruentes con el metabolismo social, con el «sentido común». Es por eso que a la vez refuerzan uno y otro. En otras palabras, aquella intelectualidad emite «juicios gástricos» para ayudar al proceso de digestión ideológica del metabolismo social (Gramsci, en Thomas, 2010). Una vez conseguida con un cierto grado de efectividad la conexión del metabolismo económico y social con las formas ideacionales y subjetivas de la sociedad y del ser-en-sociedad, el conjunto de procesos y dispositivos de Poder y dominación que son congruentes con un determinado modo de producción se hacen hegemónicos. El resultado del Poder de clase aplicado a un particular metabolismo sistémico, más que una «práctica autoritaria» de la hegemonía, que nos dirían Laclau y Mouffe (2011), deberíamos llamarle hegemonía de o para la dominación. Por el contrario, cuando se pretende construir una hegemonía para la transformación social, lo que se busca es precisamente poner en evidencia o traslucir las bases de la dominación, entorpecer la reproducción de las mismas (de cara a hacer aquella inviable y sustituirla así por un nuevo orden social). Si además esa transformación está encaminada a la emancipación de la sociedad, la hegemonía debe estar construida y orientada a impedir nuevas coagulaciones de Poder. Por eso en la visión gramsciana, una «intelectualidad alternativa», para serlo, debe trazar un programa sistemático de su propia visión y posición, es decir, debe ser metarreflexiva: tener en cuenta las coordenadas sociohistóricas de su propia existencia y de su propia elaboración teórico-ideológica. La hegemonía para la emancipación está obligada a ello. 3.2. Hegemonía para la emancipación La lucha por la hegemonía es la pugna de las distintas fracciones de la sociedad por concretar su proyecto social (de clase) en términos capaces de proveer una dirección al conjunto de la sociedad; por establecer una trama de iniciativas y prácticas institucionalizadas en diferente rango que coagulen en un proyecto integral. Tener objetivos de transformación social, especialmente cuando se trata de procesos rupturistas totales (revolucionarios), que buscan el paso de un modo de producción a otro, implica afectar todo el conjunto de procesos, dinámicas y condiciones estructurales, alterar todo el metabolismo social. Aquí radica el sentido profundo de la Política con mayúsculas, y de hacer Política en grande: como dinámica de construcción del consenso o de la legitimidad, pero también como forma de dirimir el conflicto o establecer el antagonismo entre las clases y sectores sociales, en la pugna por uno u otro tipo de estructuras sociales. En cambio, la política con minúsculas es la que se desenvuelve y compite solo en el ámbito de las instituciones donde se condesa el poder de clase, sin cuestionar o afectar apenas al metabolismo que lo sustenta. Está empotrada en (y acepta en gran medida) ese metabolismo. 118

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Los procesos de lucha tendentes a revertir o eliminar relaciones de explotación, desigualdad y subordinación, expresadas en forma de apropiación, usurpación, discriminación, exclusión o dominación, entre otras, son procesos de emancipación. Las luchas por la emancipación estarán presentes siempre, dado que el universal perfecto de armonía social es inalcanzable.4 En cualquier proceso de emancipación colectiva es imprescindible la consecución y reinvención permanente de la autonomía, entendida a la vez como proceso que se construye en el propio antagonismo (que se manifiesta en forma de lucha social), y como condición y correa del propio antagonismo hacia la emancipación. Una primera definición técnica o «aséptica» del concepto de autonomía es la que proporciona la cibernética, y está relacionada con la apertura de mayores posibilidades de acción eficiente de los seres humanos en cualquier dominio considerado problemático para ellos mismos (Von Foerster, 1991). De ahí deviene su ligazón con la emancipación, pues así aumentan también sus posibilidades de construcción y/u obtención de satisfactores personales y sociales. Es decir, que autonomía y emancipación son siempre procesos, ni absolutos ni irreversibles, que se refuerzan mutuamente. La autonomía se erige como el único antídoto intrínseco contra las tentaciones dirigistas y la posible nueva formación de capas dominantes. Ahora bien, si la autonomía no puede plantearse como un absoluto, tampoco en el ámbito social puede concebirse exclusivamente como evolución propia, en una psicologización del concepto, sino como un proceso que implica siempre expresiones colectivas y que está en relación con toda una trama de procesos y relaciones de fuerza y poder. Es decir, la autonomía se co-implica con dinámicas estructurales y conquistas sociales que posibilitan el logro del propio valor como personas (autovaloración o valor de la propia vida). Entonces autonomía se equipara a autodeterminación y esta a autogestión o si se prefiere, autogobierno, en cuanto que proceso de independización social que permite y es reforzado a la vez por la conversión procesual de los individuos en sujetos colectivos, con la consiguiente construcción de independencia subjetiva. La autonomía surge y se forja en el cruce entre relaciones de poder, con sus correspondientes conflictos y/o antagonismos expresados en luchas, y la construcción de sujetos, como manifestación de la propia fuerza y de la capacidad de autodeterminación (Modonesi, 2010). Es por eso que de la mano del autor al que acabo de tomar en referencia, podemos abordar ahora una definición más «política» de autonomía: 4. En el camino sin meta final de llegada de la emancipación, la equivalencia de luchas y sujetos es imprescindible. Aquí hay que seguir a Laclau cuando dice que la equivalencia presupone en sí misma diferencia, pero al mismo tiempo aquella primera solo existe en el acto de subvertir el carácter diferencial en orden a identificar y unir a los diferentes agentes sociales. El espacio político popular se constituye en aquellas situaciones en las que, a través de una cadena de equivalencias democráticas, se levanta una lógica política que funde las diferentes luchas. Para eso antes debe haber una política de reconocimiento de unas por otras, que respete el campo social y de acción de cada una y que aproveche el potencial emancipador contenido en cada una de ellas. La democracia requiere, pues, la permanente expansión de cadenas de equivalencia (Laclau, 2005; Laclau y Mouffe, 2011).

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La autonomía designaría la creación de ámbitos auto-regulados por el sujeto, por medio de la construcción de nuevas relaciones sociales empezando por las que surgen del nacimiento mismo de una «disposición a actuar» como subjetividad para sí —en el pasaje entre espontaneidad y conciencia— en los márgenes exteriores de la estructura de dominación, tiendan o no al establecimiento de un nuevo orden social a partir de la generalización de la autorregulación y del poder hacer como formato de las relaciones sociales [2010: 165].5

Solo la autonomía de amplias capas de la sociedad puede poner trabas e incluso revertir la tendencia a que cualquier construcción hegemónica se transforme en un mero mecanismo de recreación de poderes y reproducción de élites. Pues la autonomía sin democracia participativa co-responsable en todos los niveles donde se hace la sociedad y la Política, empezando por las posibilidades de sustentación y la consecuente determinación de la detentación de los medios de producción, no es posible. Porque la hegemonía emancipadora, en cuanto que praxis («filosofía de la praxis»), es una especie de pedagogía dialéctica que presupone la participación activa y masiva de la propia población en la forja de su devenir. Porque la formación de instituciones democráticas en cuanto que favorecedoras de las grandes mayorías, requieren de la participación de esas mayorías en ellas. Es decir, de un consenso activo, de la participación democrática de la sociedad convertida en sujeto activo (Thomas, 2010). Por eso, desplegar al unísono autonomía y hegemonía, complementar luchas intersticiales (aquellas que crecen dentro del propio metabolismo con vocación de superarlo por anegación, desde dentro) y luchas rupturistas con el orden dado (buscan un punto de ruptura para comenzar un orden nuevo), deviene imprescindible.6 Porque sin la construcción de una contra-hegemonía social frente al Capital, se reducen enormemente las posibilidades de que se extiendan a las amplias mayorías los procesos intersticiales alternativos. Y porque sin realización autónoma cotidiana por parte de cada vez más amplias capas de población de la nueva sociedad que se quiere construir, la hegemonía para la emancipación es más fácil que decaiga en una nueva hegemonía para la dominación, generando nuevas clases o sectores de población dominantes. 5. Sobre las distintas corrientes interpretativas de la autonomía en política, e incluso dentro del propio marxismo, así como su articulación diacrónica con los conceptos de subalternidad y antagonismo (con sus respectivos correlatos, «poder hacer», «poder sobre» y «poder contra»), vale la pena seguir la obra citada de este autor. Modonesi defiende la permanente coexistencia de las tres dimensiones [subalternidad, antagonismo, autonomía], por más que una pueda erigirse en un momento dado en sobredeterminante de las demás (de lo que se trata, entonces, es de realizar un análisis del peso de cada una de ellas en cada realidad y momento concretos). También sostiene la imposibilidad de la perfecta equivalencia entre las tres, e incluso la «diasincronía» entre ellas, sujetas a flujos y reflujos de su preponderancia, que finalmente hacen del antagonismo el elemento más constante (lo que ha caracterizado precisamente a la epistemología marxista). 6. Eso implica también combinar continuamente Movimiento con Organización, complementar las vías estratégica-hegemonista y pragmática-autonomista (me permito indicar de nuevo que es del todo conveniente consultar el Apéndice para los puntos tratados en este capítulo, y en particular, para la explicación de unas y otras luchas, los apartados 3, 4 y 5). De forma que se pueda hacer de la hegemonía una construcción autonomista, es decir, emancipatoria, y que la autonomía devenga en sí un quehacer hegemónico.

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En breve. Sin sujetos autónomos, sin una sociedad movilizada, sin fuerza social que oponer al Capital, no es viable una hegemonía para la emancipación, ni por consiguiente la transformación estructural desde la sociedad subordinada. Recapitulemos y reconsideremos entonces la hegemonía para la emancipación, con miras a dotarla de un contenido más rico. La construcción de hegemonía por parte de los subordinados podemos entenderla, con Laclau y Mouffe (2011), como un todo orgánico y relacional que hace confluir con alguna estabilidad en torno a ciertos principios articulatorios básicos a los sujetos provenientes de las distintas luchas emancipatorias en pos de la autonomía y de proyectos sociales alternativos. Confeccionando elementos de coherencia entre unidades de otra forma separadas. Hegemonía para la emancipación implica, por tanto, construir un nuevo «sentido común» que dote de una nueva identidad a los distintos sujetos autónomos, pero sin eliminar la originaria. Una identidad común (por ejemplo, como pueblo, clase, género, descolonizadores...) que levante su propia visión del mundo, su propia lógica en la que desarrollar todo un metabolismo social diferente, multiplicando así la potencialidad emancipadora de las gentes. Una hegemonía emancipadora tiene que clarificar el presente de la acción fragmentadora, mistificadora y oscurecedora del pasado; de la dominación de clase que se perpetúa en la destrucción de los vínculos entre producción y Vida, para identificar las relaciones de fuerza que subyacen a los procesos sociales, en orden a asir intelectual y prácticamente su historicidad. Y además de ello, erigir una nueva e integral concepción del mundo y una integral práctica organizativa de la sociedad (Thomas, 2010) que dificulte la coagulación de nuevos poderes. Esto va co-implicado con la articulación de sujetos, construcción de nuevas identidades, levantamiento de prácticas teóricamente fundadas, y de visiones del mundo que se refuerzan con esas prácticas; «poniendo la teoría a trabajar» y haciendo que la acción sea informada. Conlleva patentizar que la realidad que experimentamos está constituida por relaciones sociales de producción y por relaciones con la naturaleza que no son «naturales», sino construidas desde unas fuentes de Poder que son identificadas y transparentadas. La genialidad de Gramsci en este sentido fue manifiesta. Para él las supraestructuras no son sino expresiones agonísticas que compiten para erigirse en la forma esencial de apariencia del sustrato material de la sociedad, es decir de contenidos sociales, históricos, que en sí son contradictorios, cambiantes, ambiguos, y permanentemente sujetos a interpretación. Por eso sostenía Gramsci que construir un proyecto hegemónico coherente supone ensamblar el conjunto de supraestructuras en la estructura económica, en un «bloque histórico»,7 para llegar a ser conscientes de las determinaciones y antagonismos en el mundo de la producción. Transformando así la subalternidad y la pasividad en una relación directiva con el mundo. Pero, ¿quién es más susceptible de formar un «bloque histórico», entendido como alianza de clases o sectores sociales, para aunar estructuras y supraestructuras en un proyecto común? ¿Qué es lo que hace que las «cadenas de equivalencia» aludi7. Sobre la importancia clave del concepto de Bloque Histórico en Gramsci, ver Portelli (1977). Para más detalles sobre su visión de las supraestructuras, ver Apéndice.

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das den lugar a sujetos colectivos con capacidad transformadora a gran escala y proyecto de sociedad propio? 3.3. Sobre los sujetos de la hegemonía La hegemonía emancipadora permite que el conjunto disperso de intereses corporativos e individualizados en la conciencia, confinados en el terreno de la «sociedad civil», se articulen en alguna forma de identidad que pueda ejercer tanto una fuerza social como un poder político. Una identidad que integre el conjunto de identidades de lucha devenidas de las distintas relaciones de explotación, dominación y exclusión. El problema por resolver, el cual ha constituido parte del meollo que ha venido sacudiendo los debates de las últimas décadas entre el «post-marxismo» y el marxismo, radica en precisar quiénes son los sujetos que tienen más posibilidades de ejercer la hegemonía, valga decir, de articular las luchas en un proyecto altersistémico. Tal cuestión, en última instancia, está vinculada a la de la prevalencia de factores estructurales sobre los agenciales, o viceversa. Por ejemplo, si las estructuras dependen de la hegemonía, como interpreto que defienden Laclau y Mouffe, concediendo un poder casi demiúrgico a la conciencia;8 o si más bien, siguiendo la línea del materialismo dialéctico que defiendo, las pugnas por la hegemonía se dan dentro de un suelo infraestructural y un edificio estructural dados, que están en relación dialéctica con la acción social de los seres humanos y también con sus interpretaciones, por lo que son constituidas por ellas pero a la vez ejercen una enorme presión sobre los individuos («La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos» [Marx, 1985: 31]).9 Partiendo de esta última posición teórica, no se puede dar cualquier tipo de hegemonía, tampoco cualquiera tiene las mismas posibilidades de ejercerla. Puede convenirse con Laclau y Mouffe (2011) y Laclau (2005), que para que cualquier lucha devenga determinante en uno u otro momento histórico, debe ser 8. Para estos autores todo es en última instancia una cuestión discursiva. Los condicionamientos infraestructurales (físicos, energéticos, biológicos, etc.) y estructurales (económicos, institucionales, etc.) son desconsiderados en pro de lo discursivo, lo intersubjetivo. El «discurso» se convierte en la auténtica estructura. Según ellos las posiciones de sujeto están siempre dentro de una estructura discursiva (2011: 156). Nada más. El resto no cuenta. La genealogía del propio discurso, de qué raíces materiales se nutre, o siquiera cómo se hace viable, tampoco. Por eso para ellos cualquier discurso tiene las mismas posibilidades de hacerse hegemónico. Toda pugna política parece resumirse, entonces, en una cuestión de «ingenio». Si a la postre esto fuera así, quien tuviera razón entre Laclau y Mouffe y yo no sería una cuestión de razón operativamente plausible sino de capacidad de convencimiento. La posibilidad de la ciencia queda así negada (la ciencia no interacciona con una realidad «dada», la re-construye en esa interacción, pero los resultados de la misma están obligados a ser operativos de cara a los problemas humanos. En ese sentido, no es una forma de pensamiento más). 9. El hambre, la muerte, el calor, las montañas, la tierra y las mareas, por ejemplo, existen aunque no exista nadie que las interprete y aunque para nosotros no puedan existir «neutramente», sin interpretación (pueden ser otra cosa diferente a como nosotros las vemos, pero son).

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capaz de articular las distintas visibilidades antagónicas y conflictivas en un espacio político unificado.10 Papel imprescindible en ello lo tiene la ideología como (re)construcción de la realidad, como generadora de referentes cognoscitivo-emotivos, de interpretaciones del mundo, a través de la que antagonismos y conflictos cobran una especial realidad no solo en cuanto que se «identifican» y se crea por tanto conciencia de los mismos, sino también en la medida en que se les da una proyección resolutiva en forma de proyecto social alternativo. Este paso es imprescindible para transformar a los subordinados en sujetos. A la postre, por tanto, toda lucha es indefectiblemente ideológica, cultural en sentido antropológico. De acuerdo también en que esa articulación adquiere expresiones organizadas integradoras, no predeterminadas, sino que van cobrando vida en función de las propias luchas y las cambiantes correlaciones de fuerzas en cada momento histórico. Lo que obliga a su vez a una recomposición constante de la hegemonía. Pero donde no se puede seguir a Laclau y Mouffe es en la contingencia de quien ejerce la hegemonía. Justamente la gran virtud de Gramsci es la que esos autores criticaron, precisar que hay sujetos transformadores clave en cada modo de producción o en cada fase del mismo: los que afectan su relación de clase fundamental (ver Capítulo 1 y Apéndice). En el caso concreto del capitalismo lo ha sido hasta hoy la de extracción de plusvalía del trabajo abstracto productor de mercancías (Gramsci, 1980). Ese es el combustible elemental que mueve este modo de producción, por más que imprescindiblemente, para mantener esa relación fundamental, necesite del trabajo no pago así como de otras formas de explotación (y en general del conjunto de acciones humanas y extrahumanas de las que se apropia). El trabajo impago (la apropiación de la vida humana y del resto de la naturaleza) es imprescindible para la explotación del trabajo abstracto, pero no constituye la dinámica idiosincrásica del capitalismo que le diferencia de otros modos de producción, aunque no pueda vivir sin ella. Cuando el capitalismo se hizo hegemónico y emprendió un acelerado proceso de desarrollo de las fuerzas productivas, con una dinámica «saludable» de acumulación basada en la realización del valor a través del plusvalor obtenido del trabajo productor de mercancías (trabajo abstracto), las luchas y resistencias de los seres humanos en el Ámbito Amplio de la Explotación y en la Esfera de la Desposesión quedaron subsumidas en la dinámica fundamental del plusvalor a partir del trabajo abstracto. Precisamente su carácter subsumido se ha correspon10. Tengamos en cuenta que los procesos revolucionarios habidos en la historia nunca (o casi nunca) respondieron a una sola vertiente de las luchas de clase, ni a una sola clave de antagonismo y/o conflicto: las luchas de clase combinaron elementos fundamentales y subsumidos (ver Apéndice), y se unieron a menudo a «lo nacional» o/y a demandas políticas que implicaron diferentes alianzas y enfrentamientos entre clases, por ejemplo (amplia documentación sobre ello en Losurdo, 2014). Saber congeniar y, en su caso, precipitar las diferentes líneas de fractura en las que intervienen unos u otros sectores de población y agentes sociales, ha sido siempre una de las columnas de la hegemonía, la cual precisa de un proyecto frente al que someter a prueba constantemente la realidad. Esto permite visibilizar situaciones y condiciones de vida y, por tanto, asentar tomas de postura y acción. Para que la hegemonía actúe en favor de la emancipación debe, por tanto, apoyarse también necesariamente en otra columna: la de la participación continuamente ampliada y renovada de los seres humanos en lo Común, la cual se retroalimenta con su enriquecimiento de conciencia (y empoderamiento) social. Estos son a su vez, los pilares de su autonomía ideológica.

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dido con su relativa «invisibilidad», lo que ha favorecido que en la práctica no fueran articuladoras de antagonismos integrales formadores de sujetos colectivos altersistémicos. Por eso he sostenido que tendrán más oportunidades de llevar a cabo la hegemonía los sujetos que en cada momento hayan conseguido reunir las partes frontales del antagonismo,11 incorporando otras luchas en plano de equivalencia, en la construcción de un bloque social (que podemos llamar bloque histórico en la medida que albergue proyecto social propio). Por eso, igualmente, y volviendo al punto de partida, los sujetos que protagonizan las luchas de clase fundamentales son a la postre necesarios para la transformación de un modo de producción, por más que no lo sean para otro tipo de transformaciones o luchas, o al menos no sean suficientes por sí mismos. Así, por ejemplo, las luchas en torno a la relación de explotación generadora de valor no son suficientes para acabar con todas las manifestaciones de Desposesión, ni con la Explotación Amplia del trabajo impago prioritariamente expresada a través del patriarcado, que es un sistema de dominación-explotación que se empotra en el capitalismo, como en otros modos de producción, pero al tiempo le trasciende, le puede sobrevivir. Pero por eso mismo, cualquier lucha transformadora en cualquier otro campo de antagonismo dentro del modo de producción capitalista, ha de incorporar la emancipación de la ley del valor. De lo contrario no habrá roto el núcleo fundamental del metabolismo social de Explotación y Poder. Las relaciones de clase y los distintos agrupamientos «objetivos» que puedan generar, no se desligan de los posicionamientos subjetivos, pero estos tampoco existen ajenos a aquellas. Los propios procesos de desclasamiento que hoy se padecen requieren de fuertes estructuras de clase y de una virulenta ofensiva de clase desde arriba. Por eso, a diferencia de Laclau (1996, 2005), es pertinente distinguir entre procesos populares, construidos desde los propios sujetos de emancipación y por tanto congruentes con una mayor autonomía de los mismos, y procesos populistas, en los que la heteronomía (o construcción externa a esos sujetos) es la nota dominante. Pertinente, digo, aunque solo fuere para poder prever hacia dónde nos llevan unas u otras construcciones hegemónicas. Porque de lo contrario por populista podemos entender cualquier proceso social en que estén implicados sujetos colectivos, sea subordinadamente o no y promuevan lo que promuevan o hagan lo que hagan (Almeyra, 2009). Y es que el contexto de la acción social, como el de la producción, no es contingente, no se da solo en función de significados subjetivos que se otorgan en cada situación concreta por unos u otros individuos o sectores sociales. No se trata de ver quién puede lograr la «hegemonía» de sus intereses particulares. Los antagonismos básicos del capitalismo no son solo un problema de discurso, véase de semiótica o de «nominación». La diferente potencialidad de cada lucha y forma organizativa 11. Esos sujetos no están dados per se, no son esenciales, sino constituidos en torno al antagonismo a través de prácticas y elaboraciones ideológico-discursivas [ver Apéndice] (que se hicieron relativamente exitosas porque tenían más posibilidades de serlo a través de su dialéctica material con las condiciones infraestructurales y estructurales). Para una reciente aproximación a esta cuestión centrada en el momento actual de la UE, Noguera (2017).

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radica en que sea más o menos adecuada para enfrentar unas u otras fracturas sociales. Pero su mayor o menor importancia no solo viene referida por cada campo de lucha, sino que radica a la vez en el espectro que abarca (aplíquese esto de cara a la transformación sistémica).12 Porque la paradoja de toda intervención social es doble, pues las condiciones estructurales (valga decir, la realidad) existen más acá del pensamiento y de las subjetividades, pero al tiempo no cobran vida para los seres humanos más allá de sus interpretaciones culturales e ideológicas. Esto quiere decir que estas últimas, y el pensamiento en general, no pueden operar por su cuenta, fuera de la realidad estructurante, aunque al mismo tiempo esta resulta estructurada por aquellas en una dialéctica sin fin. Puede decirse de otra manera, las subjetividades y construcciones culturales e ideológicas humanas son creativas o generativas, pero no arbitrarias. Esto es, construyen a partir de los materiales de la realidad en la que interactúan y que condiciona sus vidas y sus propias posibilidades culturales e ideológicas. Por eso en el sistema capitalista los sujetos protagónicos en la articulación de luchas en torno al levantamiento de antagonismos de amplio alcance y alternativas altersistémicas, han tenido muchas más posibilidades de provenir hasta hoy y desde el comienzo de la subsunción real del Trabajo al capital con la Segunda Revolución Industrial, del trabajo abstracto, asalariado. No fue ninguna contingencia discursiva que se diera así. En el capitalismo regulado maduro, «social», en las formaciones centrales del mismo, esas luchas se integraron mayoritariamente como luchas de clase cuantitativas,13 y al quedar los «sujetos obreros» endogeneizados (fidelizados al Sistema) ningún nuevo sujeto pudo ser el eje de una cadena de equivalencias anticapitalista, pues el capitalismo todavía funcionaba fundamentalmente a través de la extracción de plusvalía del trabajo abstracto, con el salario como relación central. Los Nuevos Movimientos Sociales (NMS) no afectaron el núcleo duro del Sistema, la obtención del valor, aunque contribuyeron a profundizar su opción reformista-distributiva (hasta que a la postre fueron engullidos por él) (Piqueras, 2002). En el actual capitalismo senil, degenerativo, sin embargo, eso puede estar empezando a cambiar. Cuando las dinámicas de Apropiación de la naturaleza abstracta y del Común, así como la Explotación Amplia del Trabajo, comienzan a tener cada vez más relevancia en relación al trabajo abstracto, se da un suelo «objetivo» para el surgimiento de nuevos sujetos fundamentales.14 12. De cara a transformar un modo de producción las luchas serán tanto más potentes y eficaces en tanto más sean capaces no solo de «articular» otras luchas de los distintos ámbitos o campos sociales, sino de incorporarlas como luchas propias. Es decir, las luchas devienen más fuertes en tanto hacen a las otras luchas parte integrante de sí mismas y al tiempo las integran (solo así la transformación del modo de producción puede conducir a una transformación en favor de las grandes mayorías, como apuntaba líneas atrás). 13. Cuando en el capitalismo keynesiano se integró a la clase obrera a través de reformas redistributivas, prevalecieron las luchas de clase cuantitativas, en torno al reparto de la plusvalía obtenida y, en general, a la mayor o menor redistribución del valor, abandonándose poco a poco las luchas de clase cualitativas, que ponen en cuestión la misma explotación. 14. Recordemos aquí de paso que en la realización (cotidiana) de formas de producción alternativas cobra protagonismo el Trabajo exogeneizado; explotado sin asalarización y ampliamente desposeído. También en la reproducción social.

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La actual degeneración que padece el capitalismo provoca una heteroclitud de formas de explotación no salarial y una gran variedad de vías de Desposesión. Como hemos visto, el conjunto de dispositivos de Explotación y Desposesión expande, en una reversión a los orígenes del capitalismo, la relación Capital/Trabajo desde el Ámbito Estricto de la Explotación hacia un Ámbito Amplio de la Explotación, que se solapa y complementa con la Esfera de la Desposesión. Es decir, que Explotación y Desposesión se imbrican también acelerada y profundamente. Eso quiere decir que en esta fase de transición resultan también cada vez más fundamentales los sujetos que intervienen en esas luchas en el Ámbito Amplio de la Explotación. Su condición se hace cada vez más frontal, dejando de ser la contracara de la relación del trabajo abstracto, para pasar a ser cada vez más primordial fuente de posibilitación del valor. Porque, en un capitalismo que involuciona a sus orígenes, las luchas por la reproducción como seres humanos es cada vez más vital, dado que el capital cubre cada vez menos esa necesidad. Por tanto esas luchas se dan cada vez más por fuera de la relación salarial, pero resultan más decisivas en cuanto que más «metabólicas» del sistema, dado que, a diferencia del capitalismo originario, la reproducción de la fuerza de trabajo está cada vez más sujeta a la ley del valor, más mercantilizada. Así pues, la relación salarial se descompone como elemento central de la relación de clase; lo que quiere decir que las luchas de clase fundamentales tienden a expandirse, se podría decir que a «socializarse», por todo el entramado de explotación amplia y generalizada desposesión que genera el capitalismo terminal. Hasta ahora se enfrentaba la paradoja de que por un lado las luchas de clase fundamentales de cara a sobrepasar el modo de producción capitalista son las que afectan la relación de clase fundamental, la de extracción de plusvalía mediante el trabajo abstracto. Pero por otra parte, la clase trabajadora endógena, que fue integrada o fidelizada a través de la opción reformista, no ha presentado por eso mismo desde entonces un interés inmediato en la transformación sistémica. En cambio, hasta el presente, el Trabajo exógeno o exogeneizado que permanece en el Ámbito de Explotación ya sea Estricto o Amplio, ha presentado por lo general una amplia gama de acciones de lucha que permanecen frecuentemente desconectadas cuando no inconexas entre sí, a menudo sin proyección transmediata, sin articulación de amplio espectro y, por tanto, sin proyecto universalizador. Sus luchas han quedado, por consiguiente, confinadas por lo general en la inmediatez de las respectivas condiciones particulares.15 En la actualidad, con la reproletarización del trabajo asalariado (exogeneización de más y más capas del Trabajo), y la expansión del eje de centralidad de las luchas, las posibilidades de confluencia de unas y otras luchas se agrandan en el plano objetivo. También por tanto, despegan tímidamente en ese mismo plano las 15. Es un Trabajo que ha sido en gran medida desligado de vínculos de clase, heteronomizado, atomizado. Por eso también la gran ofensiva del Capital en esta coyuntura de transición consiste en desclasar el conjunto de manifestaciones antagónicas, para amalgamarlas como masas o multitudes, impidiendo ver su condición común de Trabajo subalterno y entorpeciendo que adquieran estabilidad organizativa y claridad programática. Las multitudes tienden más a reaccionar (inmediatez) que a accionar colectivamente (largo plazo).

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oportunidades de generar cadenas de equivalencia para la gestación de sujetos colectivos de amplio alcance. Es decir, que la otra cara de la «socialización del antagonismo» es que acrecienta, siquiera que «objetivamente», las posibilidades de construcción de hegemonía a partir de diferentes sujetos antagónicos en su decurso a la autonomía.16 La decadencia del modo de producción capitalista suscita la mayor relevancia de otros antagonismos que acompañan a esta coyuntura histórica de transición según se diluyen los elementos constitutivos de este modo de producción, por más que hoy por hoy sigan siendo centrales las luchas en torno a la producción directa de valor como plusvalor, todavía la razón de ser sistémica. El que así sea facilita aún que las manifestaciones epifenoménicas de las categorías del valor en las que se desenvuelven los individuos se traduzcan en la conciencia social por formas identitarias, «estilos de vida», subjetividades y mentalidades que se referencian a sí mismas, sin poner en consideración el entramado estructural del que parten. El (decadente) metabolismo capitalista sigue ejerciendo una presión de varias atmósferas sobre la conciencia social y el imaginario colectivo. La hegemonía del Capital permanece firmemente enraizada en el cuerpo social, a pesar de las contradicciones que empiezan a ponerla en peligro.17 De cómo se resuelva la tensión entre la debilidad de las estructuras y la hegemonía dependerán en buena medida las plasmaciones que adquieran los posibles futuros postcapitalistas, y por tanto, el porvenir de la propia humanidad.

16. Esta potencialidad ya está adquiriendo acta de realidad en las formas de constitucionalismo social que han emprendido países como Bolivia o Ecuador (Noguera, 2017). Dudo de que Laclau alcanzara a ver el trasfondo teórico de esto cuando formuló la «contingencia» de la hegemonía (un error teórico que involuntariamente, sin embargo, le acercó al momento actual, por más que de forma confusa). 17. Ver en el Apéndice, además, los enormes obstáculos a superar en distintos planos donde interaccionan los sujetos (vertical, transversal y espacial). Así como las escasas posibilidades de una vía contra-hegemónica en estos momentos.

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PARTE III NI ECONOMÍA NI SOCIEDAD EXISTEN FUERA DE LA NATURALEZA LA RECONSTRUCCIÓN DEL MEDIO SOCIONATURAL: DE LA NATURALEZA SOCIAL ABSTRACTA A LA SOCIEDAD-NATURALEZA CONCRETA

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La producción capitalista solo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el ser humano. KARL MARX, El Capital

He intentado mostrar hasta aquí, en primer lugar, que el modo de producción capitalista está en una pendiente degenerativa de la que tiene muy difícil escapatoria. Y como quiera que un modo de producción degenerativo cada vez más difícilmente puede proporcionar desarrollo de las fuerzas productivas, sus posibilidades de elevar la calidad de vida de las grandes mayorías van quedando también agotadas. Si cada vez tiene más difícil producir valor, el capital va dejando de generar riqueza para pasar a devorar riqueza. En segundo lugar, que la sociedad es el medio en que se sustenta la economía. Por lo que una «economía» no tiene lugar si en vez de mantener la sociedad la destruye. Entonces deja de existir la economía. Todos los cálculos de un supuesto automatismo en la reproducción ampliada del capital que no cuenten con esta premisa, la de la sociedad como cuerpo que sostiene la economía, no son más que castillos en el aire. Pero a la vez la sociedad, y por tanto la economía, no pueden darse fuera del medio natural, del que son parte. Esas partes no son separables. De manera que eso que llamamos «naturaleza» no es algo externo a lo que acudimos para extraer energía y verter desechos, sino que interacciona con nuestros procesos socioeconómicos, siendo permanentemente construida por ellos a la vez que los condiciona substancialmente. Es decir, economía, sociedad y naturaleza se co-hacen continuamente, mediante infinidad de procesos complejos que no son de causa-efecto, sino de retroalimentaciones que incluyen resultados emergentes no previstos, y donde los efectos y causas se solapan entre sí, en una combinación sin fin de acciones y reacciones humanas y extrahumanas. En esta última sección del libro trataré de mostrar lo que es obvio, pero que tan a menudo se obvia, que un modo de producción está inserto en un medio socionatural, del que depende pero al que al mismo tiempo modela. Mas lo importante no es decirlo, sino atenerse teóricamente a las consecuencias de lo que eso significa. Y ellas nos dicen que ni la sociedad ni la naturaleza son «límites externos» del capital, sino que su modelación y forma de existencia está inserta en su dinámica intrínseca; su destrucción forma parte también, por tanto, de sus límites internos (está empotrada en ellos). Vamos pues a destinar esta tercera parte a la especial interrelación entre el medio socionatural y el modo de producción capitalista, y a calibrar cómo este mina sus posibilidades de reproducción al destruir también sus bases infraestructurales, «naturales». 131

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Capítulo 1

El medio socionatural

Ya vimos que un capitalismo en rápida degeneración ha encontrado en la Apropiación-Desposesión una pasajera forma de paliar la caída de la tasa de ganancia en la esfera productiva estricta. Esto ha significado hasta hoy poner bajo la ley del valor al conjunto de elementos que posibilitan la reproducción de la Vida, lo que conlleva una intensificación de las relaciones mercantiles en la esfera de la reproducción y la tendencia a la conversión en beneficio privado de cuanto hacen los seres humanos en común. Si consideramos además que la relación entre trabajo asalariado y todas las formas de trabajo no asalariado (y cada vez más no pago), va aumentando la importancia de estas últimas, tenemos que cada vez más trabajo humano no pago y cada vez más desgaste de la Vida natural se necesitan para mantener el trabajo pago, así como el más escaso crecimiento sin acumulación, debido a la imparable pérdida del valor. En suma, como se vio en el Capítulo 5 de la Parte I del libro, Trabajo humano barato y no pagado y naturaleza barata y no pagada, son en última instancia, las recetas recurrentes de las salidas del capital de sus crisis, al permitir incrementar la producción y expandir (concentradamente) el mercado. Por lo que hace al abaratamiento del trabajo humano, el proyecto neoliberalfinanciarizado emprendió una ofensiva en cinco ámbitos:1 1. Realización de una «economía de la inseguridad laboral y social» que pasa por la represión salarial y la precariedad en todo lo relacionado con el empleo. En términos más amplios, una re-proletarización total que se ceba especialmente en las nuevas generaciones. Se hace de la «juventud» un ejército de reserva cada vez mayor y más rebajado. Y se hace de la «juventud» una categoría social (una clase edataria, Bourdieu, 2002) cada vez más amplia, incluyendo a más y más población bajo sus premisas de precariedad. 2. Procura de una «factoría global» que resulta de una deslocalización productiva en busca de trabajo aún más barato, siempre más barato. Proceso del que se puede derivar a la larga una nivelación a la baja del precio de la fuerza de trabajo, según categorías de la misma, en el capitalismo mundial, que se corresponde con una tendencia (también a largo plazo) a la equiparación de las tasas de explotación. 1. He modificado algunas de las referencias que proporciona Moore al respecto (2015: 236237). Añadiendo también algunos contenidos a las mismas.

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3. Conseguimiento de un gran enclosure global que a través de la liberalización de los mercados, la financiarización económica y los Programas de Ajuste Estructural, desposeyó (proletarizó) a cientos de millones de personas en todo el mundo, destrozando numerosas formas de producción no capitalistas, con sus correspondientes culturas e identidades, y proporcionando una ingente nueva fuerza de trabajo, ultrabarata, para incrementar el ejército laboral de reserva. La proletarización neoliberal-financiera puede ser vista, en este sentido, como una «acumulación originaria» a escala ya totalmente planetaria, con el resultado de una nueva y masiva movilidad absoluta de los seres humanos, que pasan de habitar relaciones sociales no capitalistas (o solo formalmente capitalistas) a estar formal o realmente subsumidos a ellas al convertirse en «fuerza de trabajo» (De Gaudemar, 1979, ver también el Capítulo 1 de la Parte I). 4. Generación de un amplísimo y variado proletariado femenino, listo tanto para engrosar el ejército mundial de reserva como, en general, el trabajo exógeno interno y externo, partiendo sobre todo de su condición de trabajo no pago subsumido en las relaciones sociales capitalistas de producción. 5. Instauración de un nuevo régimen mundial de subconsumo (como resultado de la represión salarial y la reproletarización en los centros, a las que en las periferias se añade, además, una creciente destrucción de las redes de protección social y mutua-ayuda), que también abarata el precio de la fuerza de trabajo (por más que obstaculice la realización de la plusvalía a través de la venta). Pero para poder llevar a cabo la completitud del proceso de abaratamiento del Trabajo se necesitó combinarlo con un régimen de «naturaleza barata» (abaratamiento de los insumos de la ecosfera): alimentos, materias primas y energía. Durante toda la fase keynesiana de despegue del capitalismo, con una regulación reformista de la relación Capital/Trabajo en sus centros y un Trabajo barato en sus periferias, se mantuvo un precio muy bajo de la naturaleza. Todavía se consiguió que no ascendiera demasiado en la fase «neoliberal». Pero a partir de principios del nuevo siglo cada vez es más difícil contener la reacción de la naturaleza contra su abaratamiento (escasez o agotamiento de recursos, catástrofes naturales, fenómenos ecológicos emergentes, reacciones en cadena...). Los precios del níquel, el cromo, el cobre y el zinc, entre otras materias, se disparan a partir de 2003, para bajar parcialmente solo con el desinflamiento de la demanda provocado por el repunte de la crisis, a partir de 2007-2008, acompañado de un intento político desesperado de abaratar de nuevo la naturaleza en el momento en que se agotan sus reservas. Y es desesperado porque solo se podría mantener una energía barata si la porción de trabajo no remunerado —en este caso «trabajo» geológico— aumentara en relación al capital necesario para producirlo, lo que es cada vez más improbable. En el Gráfico 14 de la página siguiente veremos la tendencia de las materias primas desde finales de los años cuarenta del siglo XX. No es casual que el encarecimiento de la naturaleza coincida con la decadencia de la acumulación capitalista. De hecho, el crecimiento en este modo de producción siempre ha estado relacionado con una mayor disposición y uso de energía y con el tratamiento de esta como si fuera inagotable y por tanto, y sobre todo, «barata». Veámoslo a continuación en el Gráfico 15. 134

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GRÁFICO 14. Evolución del precio de las materias primas - CRB BLS Spot Index (1967=100) (Cierre mensual) enero 1947 – mayo 2014

Valor del índice

FUENTE: Commodity Research Bureau.

GRÁFICO 15. Evolución del PIB mundial y del consumo mundial de energía PIB mundial nóminal Consumo mundial de energía primaria

Cuatrillones Btu

Billones de dólares

FUENTE: Heinberg (2014),* en base a datos de la Administración para la información sobre la energía de EE.UU y Fondo Monetario Internacional.

El autor de este último gráfico nos proporciona referencias de cómo el precio de los alimentos ha estado estrechamente vinculado al precio del petróleo. Un petróleo barato ha significado alimentos baratos (y por tanto fuerza de trabajo barata). Mien* La british thermal unit, de símbolo BTU o BTu, es una unidad de energía. En la mayor parte de los ámbitos de la técnica y la física ha sido sustituida por el julio que es la unidad correspondiente del Sistema Internacional de Unidades. Una BTU equivale aproximadamente a 257 calorías. 1055,056 julios. 12.000 BTU/h = 1 tonelada de refrigeración = 3000 frigorías/h.

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tras que los picos de subida del petróleo han significado una subida proporcional de los precios de los alimentos. Desde 2003 suben también uno y otros. A pesar de las intervenciones políticas y geoestratégicas para abaratarlos, que durante un breve lapsus han logrado revertir parcialmente el proceso, la tendencia lógica sería la de un drástico y continuado aumento del precio del petróleo si no se descubren nuevas reservas de fácil acceso, lo que es bastante improbable. La única manera de evitarlo es que este combustible fósil empiece a dejarse de lado de manera abrupta y generalizada en favor de otras fuentes energéticas. Ver también en el Gráfico siguiente la relación entre PIB per cápita y consumo de energía per cápita para algunos países seleccionados, donde se nos muestra la enorme dependencia de la energía para mantener «bienestar social» dentro de los parámetros capitalistas.

PIB per cápita (2000 – USD)

GRÁFICO 16. PIB per cápita vs. consumo energético per cápita para cinco países de alto desarrollo (1980-2005)

Consumo energético per cápita (GJ) Estados Unidos

China

Japón

Países Bajos

Corea del Sur

Fuente: Hall y Klitgaard (2012).

Al menos las últimas crisis sistémicas del capitalismo han estado asociadas de forma directa al encarecimiento de las energías fósiles y muy particularmente del petróleo. En el Gráfico 17 de la siguiente página se ilustra el caso de EE.UU. El reformismo social (la «opción reformista» del capitalismo), vinculado a lo que se conoció como «Estado del Bienestar», se retroalimentó con el crecimiento económico asociado al crecimiento de la tasa media de ganancia, y con ella de la masa de ganancia, capaz a su vez de posibilitar un aceptable consumo de masas y por tanto la apertura de nuevas posibilidades de asalarización de la población y con ello de consecución del valor (Piqueras, 2014a). Pero ese círculo virtuoso de crecimiento solo podía mantenerse gracias a una abundante disposición de energía «barata». Por eso han sido las formaciones socio-estatales con mayor crecimiento económico las que han tenido mayor acceso a la energía barata y han consumido más energía; solo así pudieron desarrollar alguna forma de Estado redistributivo (con las flagrantes excepciones de EE.UU. y las petro136

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Dólares/barril

GRÁFICO 17. Recesiones estadounidenses y precio del petróleo

Año

Recesión EE.UU.

— Precio actual, dólares/barril — Precio de inflación adjuntado (dólares 2011)

Fuente: Hall y Klitgaard (2012).

monarquías de la península arábiga, donde debido a la ausencia de factores políticos favorables para ello, no tuvieron que hacerlo a pesar de reunir las condiciones energéticas). La otra cara de esa relación es que toda fuente de energía no convertida en mercancía pasara a no ser valorada, y por tanto todas las acciones de la naturaleza implicadas en la transfusión de energía a los procesos humanos fueron desconsideradas (y no cuantificadas en forma de precio). Sin embargo, todo indica que también estamos llegando al límite de las posibilidades de la «naturaleza barata». Las reacciones de la naturaleza contra su abstracción mercantil son ya inocultables, e irán en aumento según se acreciente la necesidad de Apropiación para paliar la caída del valor. Téngase en cuenta que, como vimos en el Capítulo 5 de la Parte I, el superávit ecológico indica una ratio de baja capitalización y alta Apropiación, necesario para recobrar al menos en parte la dinámica de acumulación, frente a los atascos de la misma (Moore, 2016-2017). Pero la permanencia de la Apropiación de la naturaleza abstracta y de los bienes sociales, y la acentuación de la explotación del trabajo no asalariado y no pago, con un cada vez menor peso del trabajo abstracto, no dejan de indicar una anomalía en la acumulación capitalista; una forma camuflada de «bancarrota» (Woodhause, 2003), que está escondiendo a la postre la des-acumulación terminal de capital. De hecho, el límite que preocupa al capitalismo es el tope de la Desposesión-Apropiación: el momento en que la contribución del trabajo no remunerado se hace mayor que el trabajo abstracto social —capital— utilizado. A la postre otra razón subyacente de la caída del valor. En consecuencia, la deriva del capital productivo hacia la especulación parasitaria no solo conforma las relaciones sociales de producción capitalistas, como vimos en la primera parte del libro, sino que «construye» un determinado medio natural, adecuado para la maximización de la extracción y convertido a la vez en un enorme sumidero de desechos. Es decir, la financiarización acrecienta la construcción de 137

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un medio inviable. Multiplica la velocidad en que se hace imposible mantener ni sociedad ni naturaleza (medio socionatural). Disparando, como en seguida veremos, las cadenas de valor negativo en el mismo, o lo que puede llamarse también la entropía de la ecosfera. En suma, en la particular forma de «hacer» naturaleza por parte del capital, la destrucción de valor o la generación de valor negativo (negavalor), comienza a tener más importancia que la consecución de valor. Lo vemos a continuación.

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Capítulo 2

El negavalor

El carácter autoexpansivo del valor depende, lo acabamos de ver, del aumento exponencial del volumen de material destinado a la producción sin un aumento correspondiente en el trabajo abstracto implicado en dicha producción. Pero ya no hay más fronteras a expandir dentro de los límites del planeta ni más posibilidades de mantener una «naturaleza barata». El pico de apropiación posible de la riqueza natural (de una naturaleza-supermercado en la que se va a coger todo de forma fácil y barata) es ya evidente para los principales recursos (ver Gráficos 18 y 19).1 El escenario es aún más preocupante cuando se combinan las variables población, recursos, alimentos, producción industrial y contaminación. La multiplica-

GRÁFICO 18. Cuenta regresiva de los minerales extraídos en el siglo XX Bt*, Mtep

Petróleo - 2008 Carbón - 2060

Gas natural - 2023

Hierro - 2068 Aluminio - 2057

Cobre - 2024

FUENTE: Dierckxens (2011), siguiendo las investigaciones de Antonio Valero.

1. Con el cambio de milenio se tiende, en general, a hacer patente el «precio» de la naturaleza (sube con notoriedad el de las materias primas, como acabamos de ver en el Gráfico 14). Por eso una de las grandes obsesiones del Capital global en la actualidad consiste en sostener precios políticos de las mismas (especialmente de las que ya no tienen largo recorrido, como el petróleo); es decir abaratarlas artificialmente, aun a costa de su pico de extracción o apropiación.

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GRÁFICO 19 Estado del mundo

Producción industrial Recursos

Alimentos

Contaminación 1900

2000

2100

FUENTE: Heinberg (2014).*

ción por más de siete y medio de la población humana desde los albores del capitalismo, la producción de alimentos capaz de mantener esa masa de población, la enorme disposición de energía que ha permitido incrementar el trabajo sobre la naturaleza a escala macro-industrial y la de transportar a miles de millones de personas diariamente de forma automotriz, ha sido posible sobre todo por la disponibilidad de petróleo. Mas esta, como la de otros recursos vitales, ya no se dará más. Pero es que además el pico de apropiación tiene adversas consecuencias en la tasa de retorno energético (TRE), que decrece. La TRE se mide por el cociente entre la energía que se obtiene y la energía directa e indirecta empleada en obtenerla (medidas en unidades térmicas, julios). Es ciertamente difícil de calcular y tiene numerosos inconvenientes a la hora de tomar las referencias, por lo que varían también con bastante margen los resultados.2 Sin embargo, hay algunas tendencias básicas ineludibles derivadas de este factor. Así, Hall, Balogh y Murphy (2009) han señalado que el mínimo de mantenimiento de nuestra civilización, por lo que se refiere únicamente al transporte y sistemas relacionados, sería de 3:1.3 Si bien, nuestra * Hay una extensa bibliografía sobre el fin de las energías fósiles (alguna la cito a continuación). Cerrando estas páginas acaba de aparecer un libro que llama la atención al respecto, Morales (2017), aunque carente de consideraciones teóricas. Y también el de Casal (2017), destinado a señalar las carencias de las distintas izquierdas sobre el colapso energético y el forzado decrecimiento, así como a proponer articulaciones programáticas; muchos de cuyos puntos pueden encontrarse en el llamamiento de Riechmann (2015) que terminó convirtiéndose en el Manifiesto «Última llamada» (https://ultimallamadamanifiesto.wordpress.com/el-manifiesto/). 2. Ver, por ejemplo, consideraciones sobre el tema en De Castro (2012). 3. Una tasa de retorno de 3:1 significa que un tercio de todos los esfuerzas de la sociedad deben destinarse solo a conseguir energía. Queda energía para poco más. Las tasas de retorno energético de una sociedad agraria han sido de 5 a 1. Para mantener una sociedad en la que los niños no trabajen se requiere que la TRE sea de 7 a 1. Para enviarlos a la escuela, de 9, o 10, a 1. Para mantener servicios generalizados de sanidad, de 12 a 1. Para mantener especialización profesional y enseñanza de Arte, Cultura, Ciencias Sociales, así como una amplia información

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actual «sociedad postindustrial» o «de la información», que además del sector primario y del transporte tiene industrias manufactureras, servicios educativos y sanitarios, teatros y televisión e internet, etc., necesita una ratio mínima aproximada de 14 a 1. La información en sí misma tiene un costo económico para ser producida, que como vimos sigue hoy por hoy determinado por la ley del valor; pero conlleva además un altísimo costo energético en términos de la TRE que una civilización tiene que lograr para mantener una información generalizada y un elevado general intellect (nada hay tan costoso energéticamente como la información generalizada de la sociedad —por eso la tecnología de la información-comunicación no pudo dispararse hasta la segunda mitad del siglo XX, tras haberse alcanzado la TRE más alta—). Todo lo cual redunda en el descrédito de una «sociedad de la información» sostenida, no digamos ya de un «capitalismo cognitivo». Véase a continuación cómo ha disminuido la TRE de la oferta energética de EE.UU.

GRÁFICO 20. Diagrama de globos de la oferta energética de EE.UU., incluyendo la TRE Petróleo doméstico 1930

100:1 90:1

70:1

Carbón

TRE

60:1 50:1

Leña

Total fotosíntesis

80:1

Hidroeléctrica

40:1

Petróleo importado 1970

30:1 20:1

Eólica Nuclear

10:1

USA todas las fuentes 2005

Petróleo doméstico 1970

Gas Petróleo natural doméstico 2005

Petróleo importado 2005 ¿TRE mínima requerida?

Biodiesel, arenas

0:1 0

10

20

30

70

80

90

100

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Energía (mil billones de Btus por año) FUENTE: Heinberg (2014).

social, aproximadamente de 14 a 1. El conjunto del presente derroche individual de energía solo puede mantenerse con una tasa mínima de 20 a 1, la cual no es factible por mucho más tiempo con los actuales recursos energéticos. Para estos datos y su justificación, la principal fuente teórica está en Hall y Klitgaard (2012). También pueden consultarse, además de la obra citada en el texto, Lambert, Hall y Balogh (2013) y Lambert, Hall, Balogh, Gupta y Arnold (2014). Agradezco a Ernest García su valiosa orientación en este campo, sobre cuyas posibles incorrecciones no tiene ninguna responsabilidad. Para una relación entre la energía y lo que los autores llaman «modo de uso de los recursos», así como los tipos de metabolismo entre sociedad y resto de naturaleza, González de Molina y Toledo (2011).

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Incluso el individualismo, que es enormemente derrochador de recursos, así como, en general, las formas de vida anejas al capitalismo, se harán pronto insostenibles. Si damos por bueno el dato de que actualmente la TRE está en unos 20:1 (Gráfico 20) y que disminuye a un ritmo del 4 % anual, podemos calcular sin grandes dificultades cuándo llegaríamos a hacer inviable todo lo relacionado con la sociedad de la comunicación y la información, y cuándo alcanzaríamos el fatídico límite de 3:1 en el que ya no se pueda materialmente mantener nada del modo de vida industrial capitalista. A este último horizonte se llegaría hacia 2065 (Barba, 2014).4 Aunque, obviamente, esta prospección es mera proyección matemática y no tiene en cuenta factores sociopolíticos, ni las negativas espirales exponenciales de población-recursos-energía-alimentos que tenderían a acortar sin duda el plazo, de mantenerse los mismos medios social y natural que, recordemos, se co-hacen uno al otro. Porque no es solo que cada vez sean mayores los costos de extracción de energía, y que la TER descienda. No hay que quedarse únicamente en los costos económicoenergéticos en su acepción de inputs-outputs. También hay que añadir los costos en cuanto que consecuencias: contaminación de sumideros (tierra, agua, aire, atmósfera),5 multiplicación de tóxicos dañinos para la vida, esquilmación-espolio de recursos y de las fuentes de reposición de los mismos, provocación de nuevas formas adversas de vida para la producción (plagas, «malas hierbas», contaminantes naturales, reacciones bioquímicas dañinas...), que suponen un peligro fehaciente para las posibilidades y nutrientes del propio valor capitalista. Es lo que se ha llamado «valor negativo» (negavalor) en cuanto que destruye las fuentes de posibilidad y renovación del valor, obstaculiza seguir reproduciéndolo y a la postre le hace entrar en una espiral descendente (el negavalor, en resumidas cuentas, «corroe» el valor; le niega). Así por ejemplo, la agricultura capitalista ha pasado de contribuir a la acumulación de capital, reduciendo los costos de la fuerza de trabajo y disparando la alimentación barata, a minar incluso las condiciones de medio plazo necesarias para renovar la acumulación (insumos químicos, pesticidas que tienen cada vez más efectos negativos sobre la vida, desertificación de tierras, plagas más resistentes, etc.). La realidad del calentamiento global socava las propias fuentes de la vida, trastocando todos los factores de posibilidad de la agricultura. Se perfila ya como la más potente amenaza en el futuro inmediato y la más palpable muestra de negavalor. Dentro de las distintas formas en que este se puede manifestar hay que considerar también la escasez de agua, la erosión de la capa arable y la disminución de la 4. El propio autor hace observar un fenómeno preocupante, y es que, a pesar de los aumentos exponenciales en la inversión para mejorar la tecnología, que ha sido del 7 % anual en las últimas dos décadas, no mejora proporcionalmente la eficiencia, sino que incluso parece disminuir el ritmo de su aumento en los últimos años. «Esta diferencia entre el esfuerzo que se dedica a I+D y lo que se obtiene como fruto lo que nos está diciendo es que la carrera por la eficiencia que mantenemos con la Geología se está perdiendo, y que solo conseguimos mantener los modestos aumentos sobre el 1 % con incrementos mucho mayores de la inversión» (Barba, 2016: s/n). También Hall y Klitgaard (2012: 376), señalan que desde 1984 no ha habido mejora en la eficiencia en que la energía se traduce en PIB. 5. Diversos organismos internacionales calculan más de tres millones de muertes anuales en el mundo por causa de la contaminación. Más de 30.000 en España (por encima de 10 veces las muertes por accidentes de tráfico).

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fertilidad del suelo, el límite de tierras cultivables, la disminución de la variedad de semillas, el alto requerimiento de inputs para producir alimentos y el propio aumento de los inputs de los combustibles fósiles, entre numerosos otros factores. De forma generalizada, los cambios biosféricos penetran las relaciones de reproducción globales con un inusual poder y notoriedad, generando una proliferación de actividades naturales, de vida y de energía que son hostiles a que se siga extrayendo valor a través de la naturaleza, y por tanto a la reproducción del capital (Hall y Klitgaard, 2012). Esto quiere decir que si en un principio la velocidad de dominio humano de la naturaleza extra-humana era mayor que la reacción de esta, llegados a un punto de Apropiación la velocidad de reacción de la naturaleza extra-humana supera a las actividades de dominio y control de ella ideadas por el capitalismo. En breve podremos estar pasando de la multiplicación desenfrenada del plusvalor al disparadero del negavalor. Entonces, igual que la incorporación técnica en los procesos productivos ha conducido a la sobre-acumulación de capital, las dinámicas de Apropiación llevan también cada vez más evidentemente a la sobre-destrucción natural6 (se agudizan también las contradicciones entre la naturaleza como fuente y naturaleza como sumidero). Como poco en lo inmediato eso dará lugar con toda probabilidad a una situación de sub-producción, tan propia y caracterizadora de las crisis de las economías pre-capitalistas. También es de esperar que frente a la oposición de la naturaleza a dejar de ser construida como naturaleza abstracta barata, el Capital derivará en principio más esfuerzos hacia el aumento de la explotación humana. De facto, como ya vimos, la situación de múltiple atolladero en que se encuentra el sistema está dando auge a una potenciación, aceleración y multiplicación de las dinámicas de Explotación y Desposesión, para lo que se tienen que acentuar también las de Dominación (¿aun a costa de la Hegemonía?). Unas y otras abocan a la proliferación de políticas de dolor o de muerte (llevando más lejos el sentido de las tanatopolíticas de Mbembe, 2003). Se hace cada vez más patente que la Dominación se expresa a través de una regulación social unilateral por parte del capital, conducente a una paulatina y extendida imposición de «sutiles» formas de «estados de excepción» (Davidson, 2016) en los que las sociedades se van instalando (habituándose, entre otras muchas acciones y dispositivos, a la presencia del ejército en sus calles, a disposiciones excepcionales justificadas por la «seguridad», a la sucesión de contra-reformas políticas, suspensión cautelar de derechos y libertades, estados de alerta... que hacen pensar en una forma de «golpe de estado oligárquico» mundial para ir imponiendo poco a poco un modo de regulación más despótico). Formas combinadas con «estados de exclusión» y «estados de asedio» (Mbembe, 2003), pues en última instancia se hace más probable que la degeneración capitalista lleve a la eugenesia de amplias capas 6. No creo que haga falta insistir en el peligro que ello encierra. González de Molina y Toledo (2011: 323), nos advierten que «las sociedades logran permanecer y evitar su colapso solamente si logran desactivar los efectos de los intercambios económicos desiguales sobre los intercambios con la naturaleza»; es decir, si no trasladan su desigualdad interna a una desigualdad exponencial entre lo que toman de, y devuelven a la naturaleza.

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de la población mundial. Las también llamadas «necropolíticas» del tanatocapitalismo o capitalismo terminal, incluyen por supuesto la Guerra como forma de regulación social global y como elemento de la pugna intercapitalista por el dominio mundial. La Guerra, en lo inmediato, se erige asimismo cada vez más en medio económico general, como se vio en el Capítulo 1 del libro (ver nota 15; asimismo, notas 1 y 4 del Capítulo 3 de la Parte I), con unas implicaciones e importancia de mucho mayor calado que la de la sola Apropiación de recursos y energía.7 Estas tenebrosas medidas, así como, en definitiva, el «escanear y valorar» el medio natural hasta sus últimas consecuencias, la lucha por producir cada vez más instrumentos financieros exóticos, la sobre-explotación del trabajo tanto pago como impago, la generación productiva de la subjetividad y del general intellect, pueden leerse también como esfuerzos para trascender los problemas de un capitalismo que se ha adentrado en un territorio desconocido: el terreno posterior a la creación satisfactoria de valor y al pico de la apropiación que equivale a decir el fin de la «naturaleza barata». La contradicción es tal que el renqueante proceso de acumulación de capital está ya generando crecientes barrearas directas e inmediatas a la reproducción del propio capital. Así, en cuanto que se agota la Naturaleza Barata del capital (comida, energía y materias primas baratas), se obstruye a la vez el mantenimiento del trabajo asalariado a bajo costo y se pone en peligro toda la trama del trabajo no pago para la producción y reproducción. La conclusión más importante que podemos extraer de todo ello que el medio natural que se co-hace con el medio social no es en realidad un límite externo del sistema, sino que forma parte de los límites del propio sistema.8 Por eso, y por contra, al diluir tanto el valor como el plusvalor, el negavalor hace también más viables otras relaciones sociales de producción. Lo que es una barrera para el capital puede ser origen del propio cuestionamiento del valor, que es la base sine qua non del capitalismo. Esto solo puede entenderse si dejamos de percibir la relación capitalismo/naturaleza como algo que aquel le hace a esta, algo que actúa sobre ella; para comenzar a concebir cómo uno y otra se co-producen, como una «ecología-mundo» (en términos de Moore) que desarrolla el entramado de la vida (dentro del cual, como unas piezas más, se encuentran las sociedades y sus economías). En este sentido y en cualquier caso, es previsible que a medio plazo se acrecienten las luchas del Trabajo contra la Desposesión y la Explotación, según las contra7. «Imperialismo petrolífero» lo ha llamado Altvater (2012). Pero fijémonos en la contradicción de que con la Guerra se hacen más caras las fuentes de energía potencialmente más «baratas» que van quedando, en cuanto que aquella es tanto energética como económicamente costosísima (el que cada vez más la costeen los propios invadidos, no invalida esa consideración para el cómputo global de la humanidad). 8. Al principio de este libro había señalado entrecomilladamente al crecimiento exponencial como límite «externo» al sistema. Ahora podemos entender mejor, desde una perspectiva más integral, su carácter endógeno, dejando de lado la dicotomía externos-internos para los límites de este modo de producción cuando se trata de la naturaleza y la economía, respectivamente. Pocos fenómenos (y límites) fuera de los cosmológicos, podrían ser catalogados verdaderamente como «exógenos» a este sistema social planetario.

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dicciones entre la dinámica capitalista del valor y la construcción del trabajo barato y la naturaleza barata se agudicen. Bajo estas tendencias es más probable que la Hegemonía se vea asimismo decisivamente afectada. Si la humanidad va a tener algún éxito en su lucha por la supervivencia, tendrá que emprender de nuevo necesariamente la producción de valores de uso materiales e inmateriales. Con ellos podrán expandirse también las ideas que contrarresten la hegemonía del valor y de la mercancía capitalistas. Si los productos y servicios se ven forzados a hacerse colectivos, el consumo también se hará más colectivo. Esto no dejará de afectar a las formas de conciencia. El negavalor solo puede ser contrarrestado con un valor de uso social avanzado (Campanario, 2011), que permita aplicar al Común el desarrollo tecnológico, para lo que la propia tecnología, una tecnología diferente, diseñada para cooperar y realizar las potencialidades humanas y para interaccionar equilibradamente con el medio físico, ha de ser parte del Común. Entonces, si su principal utilidad no es generar valor sino bienes de uso, otro posible tipo de automatización e incluso de robótica pasarían de ser obstáculos para la tasa de ganancia, a fuentes de riqueza social. Asimismo, dejarían de ser responsables del incremento del desempleo, para convertirse en vehículos de proporción de tiempo «libre» a los seres humanos; de tiempo para la Vida.

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Capítulo 3 | Final

La reconstrucción del medio social se co-implica con el proceso de rehacer el medio natural. Las reapropiaciones ineludibles

La construcción histórica de un medio natural abstracto por parte del modo de producción capitalista termina por hacer de aquel un elemento clave del desmoronamiento del propio capitalismo. En adelante, frente a estos límites civilizacionales cualquier opción no catastrófica para las sociedades humanas pasa necesariamente por la planificación y la cohesión social, lo que requiere de relativamente altos niveles de igualdad y de una construcción colectiva de la naturaleza como Común. Solo así se puede reconstituir la sociedad. Y de esta manera reconstruir también la naturaleza, de cara a permitir el mantenimiento de la Vida (también la vida humana). Ese camino transcurre al menos por los siguientes pasos: 1) Recuperación de la propiedad individual y colectiva Frente a la supraestructura ideológica capitalista, que predica que el capitalismo lleva implícita la defensa de la propiedad, este sistema socioeconómico en realidad acaba con la más elemental de las propiedades, la que posibilita vivir, pues despoja de los medios de producción o medios de vida a la absoluta mayor parte de la sociedad (obligándola a tener que trabajar para otros para poder subsistir). Solo para una estricta minoría de la población preserva el capitalismo la propiedad que posibilita la también más elemental de las autonomías: la de no tener que trabajar dependientemente para nadie. La propiedad individual de medios de vida no está reñida con el Común, pero sí la propiedad privada (base de toda la civilización capitalista). Esta última, en cuanto que apropiación particular se opone a la posibilidad de que los demás puedan disponer de un bien, que se considera «propio».1 Se enfrenta al derecho a la vida del 1. La consideración pasiva de los Bienes Comunes como algo dado y apropiable privadamente por uno u otro colectivo (ver nota 12 y, en general, apartado 4.2 del Capítulo 4 de la Parte I), entra dentro de esa consideración. Por otra parte, desde el feminismo se ha señalado cómo incluso algunas posturas feministas han interiorizado esa ideología de la propiedad privada por lo que se refiere al propio cuerpo, como una mercancía privada más de la que resultamos ser titulares, en vez de primar la consideración y co-responsabilidad social del hecho de ser persona. Se refuerza también con aquella consideración la idea de que el cuerpo es una «cosa». Y cuando alguien es propietario «privado» de algo quiere decir que puede hacer lo que quiera con su propiedad (sin co-responsabilidad social, sin reconocimiento de quiénes somos o cómo hemos llegado a ser),

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resto de personas y desemboca frecuentemente en la explotación del trabajo ajeno (si privatizo los medios de vida para mí, el que los demás vivan depende en gran medida de que yo les dé trabajo o no). Es por tanto un derecho antisocial, destruye sociedad, para crear individuos en competencia, que no compatibilizan sus usos de propiedad. Solo lo Común crea colectividad, sociedad. Esa fue siempre la premisa y base de la «economía moral». Usos comunes e individuales fueron compatibles en anteriores modos de producción. Cada propietario individual tenía su parte tanto de los recursos naturales (del pasto, del terreno y del bosque, por ejemplo) como de los sociales o instrumentos de producción (herramientas, dispositivos técnicos...). Por eso compatibilizaba el uso y cuidado común de unos y otros. De la misma manera la propiedad pública devino un complemento de la propiedad individual y no algo opuesto a ella. El restablecimiento de la propiedad individual (en oposición a la propiedad privada) se vuelve, entonces, compatible con la propiedad social, colectiva, con el Común o con lo Común (Bensaïd, 2015). La compatibilización de lo individual con lo colectivo tiene su expresión de conciencia en el hecho de entender que solo podemos realizarnos en cuanto que individualidades si se realiza el Todo (socioesfera y ecosfera) en que estamos inmersos. Esto deviene inexorablemente de la conectividad de nuestra individualidad al Todo. Estas dos premisas llevan emparejada, por necesidad, la lógica del mantenimiento del Común por sobre el de la competencia individual y la apropiación privada del mismo (Weber, 2012). 2) Consecución del valor como seres humanos, fuera del valor de cambio capitalista (que nos había confinado a la condición de «fuerza de trabajo») es parte sine qua non de la lucha por el Común; porque las personas mismas somos la substancia del Común Pero los medios de producción que ha desarrollado el capitalismo a lo largo de la historia (desde la mecanización a la automatización actual) no son neutros. Están vinculados a la lógica del valor. Trazan una constitución y acumulación alienada de conocimientos y experiencias generales de la sociedad que es apropiada por el Capital. Están diseñados para apropiarse también de las facultades corporales y cognitivas de los seres humanos. Por eso no es suficiente con apropiarse de las máquinas. Es imprescindible romper con la racionalidad tecnológica orientada al valor como plusvalor que instauró el capital como elemento vital de su metabolismo, y levantar otros tipos de tecnología. Salirse de la relación del valor capitalista quiere decir, además, aspirar a la autovaloración como personas, dado que el capital pretende extraer el valor de nuestra vida: en cuanto que más y más parte de ella está destinada al valor de cambio, nuestra vida va quedando sin valor de uso (léase, «valor humano» o «valor social»). Por ello, para emprender un proceso de autovaloración, los seres humanos estamos incluso prostituirse o dejarse abusar. Se extrema así la interiorización de la ideología liberal que predica una «libertad» de elección o decisión donde hay profundas estructuras de coacción y desigualdad que impiden la autonomía, y que asume que «todo se puede comprar y vender» en cuanto que propiedades privadas (ver al respecto De Miguel y D’Atri, 2016).

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obligados a adueñarnos de nuestra propia vida, saliéndonos de la ley del valor del capital. Ese es nuestro principal activo Común, pues tengamos en cuenta que los Comunes no son solo recursos, relaciones y elementos de vida, también son una concepción compartida de la realidad que puede desafiar la aparentemente imparable tendencia hacia la Desposesión y la corporización o conversión del trabajo concreto en trabajo abstracto (Mattei, 2012). Los seres humanos liberados de la condición de mercancía («fuerza de trabajo»), emancipados de la cosificación (como «capital variable»), somos el eslabón fundamental de nuestros Comunes.2 La lucha contra el capitalismo no es la lucha por la liberación de la fuerza de trabajo, sino más bien la lucha por la liberación del trabajo abstracto [Krisis Group, 1999].

Por eso, la lucha por el Común como Reapropiación de la las relaciones sociales y naturales que permiten la Vida, como posesión que compatibiliza la propiedad individual con la colectiva de los medios de vida, resulta cada vez más determinante para las posibilidades de crear sociedad, frente a su destrucción por las multiplicadas formas de Explotación y Desposesión capitalistas. 3) Conquista del tiempo La reconstrucción de las relaciones humanas y extrahumanas que posibilitan y enriquecen la Vida requiere en consecuencia, también, de la (re)apropiación del propio tiempo de vida, no solo porque lo vendimos en buena parte al asalariarnos, sino porque el capital tiende intrínsecamente a mercantilizar (y alienar) el tiempo social y natural y a convertir los tiempos concretos de las vidas humanas en un continuum de tiempo abstracto, tiempo-mercancía listo para ser valorizado. Por eso, como quiera que las relaciones sociales de producción son también relaciones sociales temporales, las luchas sociales tienden a entrañar conflictos entre el tiempo abstracto y los tiempos concretos de las vidas de las personas.3 Como vimos en la Parte I, el tiempo se presenta como sustancia colectiva del valor y a la vez como elemento cada vez más central del antagonismo. Frente a la pobreza de tiempo a la que el capitalismo aboca a los seres humanos, el «tiempo cooperativizado» se constituye como forma de ser sujetos contra el capital. Tiene (de momento) un aliado invaluable en el intrínseco carácter revolucionario del tiempo disponible que la automatización permite a la Humanidad, como hace más de siglo y medio anticipara Karl Marx.

2. No olvidemos aquí lo que señala Federici (2012: 7), «Si la lucha por los Comunes va a tener algún sentido ese es la construcción de nosotras como un sujeto común». 3. Martineau (2015) detalla bien esta cuestión.

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APÉNDICE

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Algunas consideraciones sobre el valor, la agencia del capital y las posibilidades de transformación social

1. Las condiciones impersonales de dominación En el capitalismo la objetivación de sus relaciones sociales adquiere una abstracción especial, aparentemente ajena a las relaciones de clase y a los poderes que estas instituyen, dado que las relaciones entre seres humanos están mediadas por la forma mercancía. La cual está constituida por el trabajo humano abstracto (el empleado en el tiempo socialmente necesario de su producción para el intercambio generalizado a través del dinero).1 La mercancía, y por tanto la sociedad capitalista, está directamente vinculada al valor en vez de a la riqueza material, como forma de riqueza que se media a sí misma.2 Por eso lo importante en el capitalismo no es la generación de riqueza en cuanto que productos o bienes satisfactores de necesidades, sino la obtención incesante y ampliada de valor. Pero tampoco como valor en sí 1. El dinero se convierte en el capitalismo en una mercancía universal que se separa de todas las otras para hacerse medida de todas ellas en función del valor depositado en las mismas (ver nota 2 a continuación). Ese valor no está contenido por el trabajo concreto que haya requerido cada mercancía, sino por el trabajo abstracto (ver nota 3). La ley del valor, la equiparación de los productos en el mercado como mercancías, «convierte las horas reales invertidas en cada caso en cantidades diferentes de trabajo abstracto. De ahí que resulte imposible establecer comparaciones directas entre trabajos concretos» (el de un zapatero y el de una médica, por ejemplo). Por eso «el valor de cambio —una relación social entre productores que adopta la forma de una relación entre cosas— es la única forma de existencia del valor» (las dos citas de Nieto, 2015: 56), el cual no tiene ninguna característica intrínseca previa al intercambio. 2. Los valores de uso se fueron sometiendo al valor con la creación de un equivalente general, estable y permanente: el dinero (el dinero existe mucho antes del capitalismo pero sin esas características juntas). Siendo la riqueza mercantil a la vez unidad de valor de uso y de valor, según avanzan las relaciones sociales de producción capitalistas mayor preponderancia tendrá el valor (aprovechamiento del trabajo ajeno) sobre el valor de uso (la riqueza real). Con ello se inaugura una época de dominio del valor en la sociedad (aunque por momentos, sobre todo en la fase de expansión del sistema, valor y riqueza real puedan coincidir en diferentes proporciones). Cuando el capitalismo se establece como modo de producción dominante, el valor se convierte en valorcapital (o simplemente capital), listo para valorizarse a sí mismo a través del trabajo humano abstracto (que implica también explotación del trabajo humano concreto), como medio de producción del que se beneficia la clase capitalista al no pagar todo aquel trabajo depositado en cada mercancía que vende. Eso significa que el valor conquista la posición de categoría autónoma, con vida propia, deviniendo plusvalor (acumulación ampliada de capital): esa es la substanciación del valor. Mercancía y valor están en la base del fetichismo de la sociedad capitalista, y por tanto de su carácter alienado intrínseco (Carcanholo, 2015). Si el capital, por otra parte, en definitiva solo es trabajo no pagado, puede inferirse fácilmente en qué está basada una sociedad que se llama a sí misma «capitalista».

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mismo, sino en cuanto que plusvalor. El valor como plusvalor es la medida al cambio con otras mercancías de la plusvalía extraída en cada una de ellas (el tiempo de trabajo humano abstracto3 empleado para producirlas y que no ha sido pagado: el plustrabajo o trabajo de más). 3. El «trabajo abstracto» indica la abstracción de las diferencias cualitativas de los trabajos concretos que producen valores de uso, para reducirlos todos a un trabajo intercambiable, representativo del conjunto de la sociedad. Es resultado del intercambio general, que toma en cuenta el tiempo socialmente necesario para su producción en función del desarrollo de las fuerzas productivas de cada momento. Con miras a un mayor desarrollo, para el que aquí no hay espacio, del concepto de valor, además de la fuente originaria (Marx, 1981), ver del equipo del que formo parte, Carcanholo (2009, 2011, 2015). De gran interés seguir la escuela alemana de «la nueva lectura de Marx», y en concreto Heinrich (2008a y 2008b). Enfrentada a esta escuela está «la nueva crítica del valor», algunos de cuyos representantes formaron el Grupo Krisis. De su fundador, Kurz, ya he citado algunas obras en el texto; ver también Jappe, Kurz y Ortlieb (2014), Jappe, Maiso y Rojo (2015), Macías (2017). Entre los grandes problemas de esta última corriente teórica es que desconsidera totalmente el factor agencial humano, dejando la lucha de clases reducida a un elemento más de la fetichización de la mercancía. Niega la posibilidad de erigirse en sujetos a las personas que habitan la sociedad capitalista (o cualquier otra anterior). En realidad para ellos toda la historia de la humanidad está caracterizada por la fetichización de un tipo u otro (de la naturaleza, del tótem, de la mercancía...). De ahí su propuesta dicotómica, su absolutismo programático del todo o nada, que proclama a la postre lo que tanto parecen criticar, una suerte de evolucionismo milenarista: solo al romper con el valor la humanidad entera podrá ser protagonista (sujeto) de su propia historia, y entonces advendrá el reino de los cielos en la tierra. Hasta ahora solo ha habido y hay oscuridad y subordinación. No se admiten gradaciones ni transiciones. Para estos autores el único sujeto que existe hoy es la mercancía. El auténtico enemigo es ella, además del resto de categorías del valor (trabajo abstracto, dinero, democracia, Estado...). Desconocen al Capital como sujeto coordinado o lo obvian. Cualquier lucha por mejorar dentro del sistema es mera recreación de lo mismo, pérdida de tiempo. Por eso la menosprecian y desmotivan el emprenderla. Lo cual es coherente con su entendimiento del capitalismo como un automatismo que nada más se explica a través de las evoluciones del valor, que serán finalmente las que le den fin (solo desde esa anulación de los procesos de lucha y de la necesaria transición en la superación del valor, pueden concebir y homogeneizar las experiencias de ruptura del siglo XX con las simplistas expresiones de «capitalismo burocrático» o «dictaduras estalinistas», sin más, como parte de la modernidad capitalista). Otra de sus importantes contradicciones teóricas es proponer a la teoría como único sujeto capaz de enfrentar al valor, pero en cuanto que esta no se puede desarrollar por sí misma (¿o sí?) se supone que servirá para generar sujetos de carne y hueso que venzan a aquel (¿o serán dos producciones humanas, la teoría y la mercancía, las que se enfrenten en un mundo sin sujetos, donde lo fantasmagórico y las sombras de la caverna de Platón son los agentes reales, mientras que los seres humanos son creaciones de los fetiches [«las sombras»]?). A pesar de esta incoherencia y de otras insensateces teóricas y políticas que han sido magnificadas por los seguidores de Kurz (quien fue algo más prudente en este sentido), su análisis del valor es ciertamente «valioso», y a mi juicio el más acertado para explicar la fase histórica en la que nos hallamos. Coincidente en gran parte con el mismo, pero distante en el terreno político está el análisis que realiza Nieto (2015). Contrariamente a aquellos autores su postura, inserta en la línea de Guerrero (1997, 2000a, 2004), ve al capitalismo como un modo de producción capaz de reproducirse indefinidamente (ya que no le reconoce límites internos), a falta de una intervención política del Trabajo (aquí puede incluirse también a Astarita —2011—, que por alguna razón se empeña en no ver el declive del valor que arrastra el capitalismo, ni que sin sociedad las reglas de la economía no funcionan). Si habláramos de una superación no catastrófica del capitalismo, la Política sería a todas luces necesaria para ello, pero no para el fin del capitalismo: este puede implosionar dejando un gigantesco remolino de destrucción, y dar paso también a auténticas distopías.

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Así pues el valor (en su devenir como plusvalor) es la forma determinante de la riqueza capitalista, que por un lado busca acrecentarse incesantemente más allá de las necesidades sociales (a menudo en contradicción con ellas), y por otro, es a la vez una mediación social que somete a su lógica las vidas humanas, la vida social y el conjunto de la Vida. Por eso, si este modo de producción permite en su fase de auge un elevado desarrollo de las fuerzas productivas y el valor puede coexistir con la construcción de cierta riqueza social, llega un punto en que entra en contradicción con ella. Pues la necesidad del crecimiento constante del valor (riqueza abstracta) se tiene que satisfacer aun a costa de la riqueza real o material (esto es, social y natural), sin las cuales no puede subsistir. El capital es prisionero a la larga de esa contradicción. En otros modos de producción la riqueza es ante todo riqueza material, y se distribuye por relaciones de fuerza y poder externas a la dinámica económica. En el capitalismo estas relaciones también actúan, pero complementariamente, dentro de los márgenes marcados por el propio proceso de reproducción del capital, esto es, del valor puesto a valorizarse a sí mismo. El movimiento del capital como valor, su propio devenir, actúa en el sentido de apropiarse del conjunto de las condiciones sociales de existencia que le han precedido, para ponerlas al servicio de su reproducción, al tiempo que crea nuevas condiciones con el mismo objetivo. Esto significa su apropiación del conjunto de la praxis social. Esto es, la forma en que se expresa el valor adquiere «vida propia», mientras que los seres humanos se cosifican en cuanto «capital variable» y se convierten en mercancía como «fuerza de trabajo». De ahí la importancia del fetichismo en la teoría marxista, que da profundidad al carácter alienado y alienante de la sociedad capitalista, no en un sentido «absoluto», como si fuera el negativo de una supuesta naturaleza humana des-alienada, sino en cuanto que el valor es no solo forma de producción sino igualmente de reproducción social. El valor es también conciencia. Por eso la amplitud, densidad y persistencia del metabolismo capitalista4 (según analizo en la Sección segunda de la Parte II del libro y especialmente en su Capítulo 3). Pero como se explica en el texto, a un tiempo que desarrolla el valor, el capitalismo suscita creciente e insalvablemente sus propias contradicciones (de manera mucho más virulenta y permanente que los modos de producción que le han precedido, dada la característica y escala de su reproducción ampliada del valor a costa de los medios físico y social en los que subsiste). Por eso desata periódicamente sus crisis de acumulación y sus crisis sociales, y aboca al antagonismo permanente (latente o explícito) a la parte de la humanidad que va siendo convertida en Trabajo (desposeída de otros medios de vida que no sea su propia fuerza de trabajo). Veamos por qué. El capital no solamente es Explotación del trabajo ajeno, necesariamente para ello es también Poder para controlar el hacer de otros: su produc4. Sin entender y analizar estas raíces de nuestra sociedad, a duras penas se podrá hacer epistemología social. Y sin esa epistemología radical (que va a las raíces) cualquier teoría tendrá más posibilidades de mostrarse como mero epifenómeno del valor. [Las Universidades hoy, lejos de la teoría y aún más separadas de la epistemología, están sobre todo ocupadas en la competencia curricular subordinada de un profesorado cada vez más precarizado, cuya «producción» es escamoteada a la sociedad, mediante formas privadas de apropiación editorial y empresarial].

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ción, su trabajo, y también su vida. Además el capital es Alienación al dividir en los individuos su tiempo de vida y tiempo de trabajo (como parte, este último, de su tiempo de vida que no pueden dedicar a ellos mismos, sino a otros: quienes compran su tiempo). Lo que quiere decir que una gran parte de su vida no les pertenece, es enajenada de sí mismos. Proceso más grave si consideramos la centralidad del tiempo de trabajo en el tiempo de vida de cada individuo, que crecientemente pivota en torno a aquel y se subordina a su lógica. Es decir, el tiempo concreto de los individuos viene mediado socialmente por el tiempo abstracto (como marco dentro del cual ocurren eventos y acciones); tiempo abstracto que en el sistema capitalista está constituido fundamentalmente por el valor. Este último se ha expresado predominantemente hasta ahora en forma de relación salarial: a la vez como actividad productiva y como relación socialmente mediatizadora (tanto de la conciencia como de la acción de los individuos) (Postone, 2007). El capital es pues Poder para disolver el potencial de emancipación de los seres humanos, para evitar el trabajo libre, en cooperación (como parte de la vida de las personas dedicada a sí mismas) y convertir el trabajo concreto en trabajo mercancía (en la única mercancía que genera valor al usarla). Convierte por eso mismo también a las personas en trabajo abstracto, sin existencia aparente. El Trabajo en principio es siempre resistencia a ese Poder. Al menos resistencia pasiva, latente, más o menos inconsciente, para no estar (tan) sometido, para no tener controlada por otros (tanta parte de) la vida propia, para no trabajar (tantas horas) para el capital, o para no hacerlo en las condiciones impuestas, etc. Estas resistencias son las que dan lugar, desde el punto de vista de la clase capitalista, a los «escamoteos», «negligencias», «desórdenes», «perezas», «absentismos», «mal trabajo», «libertinajes», «vagancia», «ingratitudes» o «infidelidades», etc. Suelen expresarse como lucha de clase cuantitativa (por un mejor reparto de la plusvalía, menor explotación, mejores condiciones de trabajo, etc.). De hecho la realización del trabajo, esto es, la conversión de la mercancía fuerza de trabajo (la capacidad de tener seres humanos a disposición para trabajar, mediante el control de los medios de producción y de sus oportunidades de vida) en trabajo efectivo (el hecho de que esos seres humanos gasten verdaderamente su tiempo y energías en lo encomendado por quien se los compra), supone una fricción constante. Para la clase capitalista implica la superación continua de una resistencia, y en cuanto que puede, evita al factor trabajo (aunque con ello contradiga su razón de ser). Por eso la buena marcha del capital conlleva también permanentemente la necesidad de controlar los procesos de producción y reproducción de las relaciones de clase, garantizar la subordinación de los subordinados. 2. Las condiciones agenciales de dominación Tal necesidad requiere de una agencialidad política, de una personificación que vele por el mantenimiento de las relaciones sociales del capital, o lo que es lo mismo, por la perpetuación del capital como relación social. O sea, precisa de un sujeto al menos relativamente coordinado. A esa parte agencial implicada de forma directa en la reproducción ampliada del capital (ya se trate de personas físicas, jurídicas, 156

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institucionales o colectivas) la llamaremos Capital, con mayúscula.5 En ella se encuadran los propietarios privados de los medios de vida de la sociedad, impelidos a una perenne competencia entre sí en torno a la tasa de ganancia, pero en la fundamental coaligados para la obtención de la plusvalía, es decir, contra el Trabajo. Trabajo, con mayúsculas comprende a quienes no detentan capital ni medios de producción (al menos no suficientes como para depender de sí mismos para vivir) y por tanto tienen que enajenar su fuerza de trabajo de sí mismos para ponerla al servicio de otros, o bien autoexplotarse, como único o principal medio de garantizar su subsistencia. Abandonan, generalmente a cambio de una remuneración o de una ganancia subordinada, todo derecho sobre el producto de su trabajo; dependen para trabajar —esto es, para poderse procurar la vida— de las decisiones de quienes tienen los medios de producción en gran escala.6 Igualmente, incluimos aquí a quienes se encargan de posibilitar y reproducir la Vida y son objeto de multivariadas formas de explotación al margen del salario (las mujeres, por ejemplo, en cuanto que categoría sociológica; poblaciones colonizadas, marginadas, pueblos ancestrales, poblaciones de reserva, población migrante, etc.). Hablamos así de Trabajo asalariado, Trabajo generizado, Trabajo etnificado, migrante, generacional, colonizado, etc. Con el concepto de Trabajo no se trata de simplificar la heterogeneidad de las clases subalternas o del conjunto de la población, ni aparentar una similitud de sus condiciones de vida, ni mucho menos, sino de dar un sentido terminológico universal a lo que pueden compartir de subordinación y explotación (o de explotabilidad, en cuanto que ya han padecido un proceso parcial o total de proletarización y dependen directa o indirectamente de terceros para conseguir su sustento). Al utilizarlo pretendo también recalcar que en la incierta fase de transición en la que estamos inmersos, las clases se enmarañan y atienden a claves distintas a las del capitalismo industrial clásico, la relación de clase o explotación capitalista se ensancha y puede hacerse más difusa, pero sus condiciones básicas permanecen y trazan la vida de las personas. El hecho de que unos seres humanos se apropian de parte o de la totalidad del hacer y de lo hecho por otros (quienes son expropiados de su hacer y de lo hecho, ya sea mediante la fuerza explícita y directa, la servidumbre aceptada o mediante un 5. Con tal denominación hago referencia, por tanto, a quienes viven de explotar el trabajo ajeno sin tener que autoexplotarse a sí mismos, principales beneficiarios del sistema capitalista y por tanto interesados en sustentarlo y reproducirlo. Solo son personificación del capital quienes pueden dedicar todo su tiempo a la organización y al control del proceso de producción y/o de circulación y/o de reproducción capitalista (es decir, no aquellos que pueden emplear a algunas personas pero tienen que trabajar también para asegurarse el sustento). 6. Sigo en buena medida aquí a Boltanski y Chiapello (2002). Hago uso de este concepto no para fijar a los seres humanos como «Trabajo», sino para destacar, precisamente, que el capitalismo nos ha convertido en eso, en mercancía fuerza de trabajo, sea o no utilizada como tal. Pero de lo que se trata es de dejar de ser «Trabajo» y recuperar la enorme variedad de facetas y de potencialidades que forman parte de cada ser humano. Para ello, sin embargo, es imprescindible partir del conocimiento de nuestra condición actual. Sobre la fragmentación interna del Trabajo y la ausencia de cualquier asunción ontológica de interés y de identidad común, Piqueras (2011a y 2015). No hay sujetos colectivos que devengan necesarios a partir de la condición de Trabajo. La Política resulta imprescindible para ello.

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salario, por ejemplo), se define como relación de clase. Es decir, que ella se da cuando entre unos y otros seres humanos media un proceso de explotación. La relación de clase es pues una relación de explotación en este sentido amplio. Implica un antagonismo básico: el bienestar de unos depende de algún grado de expropiación de otros, de usurpar y por tanto menguar sus oportunidades de vida.7 Esto es, de mantener la escasez (relativa o absoluta) de los demás. En el modo de producción capitalista la relación de clase se expresa fundamentalmente por medio del trabajo abstracto productor de valor y la consiguiente cosificación humana. De ahí resulta la plusvalía (el valor como plusvalor) que los más (el Trabajo) generan para beneficio de unos pocos (el Capital). Esta es la vertiente vertical de aquella relación. La más importante. Esto quiere decir que en cada modo de producción el proceso de clase puede presentar un carácter fundamental o bien uno subsumido, sin que tales términos aludan a ninguna prevalencia ontológica de uno sobre otro, ni a ningún orden de importancia per se. Con el primero se quiere hacer referencia a la producción-apropiación del plustrabajo o de sus productos (que en el capitalismo se desarrolla idiosincrásicamente a través del trabajo abstracto), mientras que el segundo alude a la distribución de lo que ha sido producido y apropiado, así como al conjunto de explotaciones que permiten el trabajo abstracto. En el capitalismo histórico, que desarrolló exponencialmente las fuerzas productivas a través de su condición industrial, el carácter fundamental de la relación de clase ha estado basado en la relación salarial, aunque precise de muchas otras formas de explotación para sostenerla. Es decir, en este modo de producción la relación de clase ubica a los individuos en distintos grados y campos entre explotadores y explotados, pero los define a un tiempo respecto de la relación de clase fundamental: entre quienes proporcionan y quienes extraen plusvalía en la consecución del valor a través del trabajo abstracto. Para ello genera o aprovecha una amplia gama de formas de explotación que no están conectadas directamente al valor, pero que permiten la realización de esa relación de clase fundamental. La relación de clase conlleva una dimensión horizontal, interna al propio Capital, en torno a cuotas de explotación y por tanto subordinación de unos explotadores respecto a otros. Da como resultado que unos capitales eliminen de la competencia a otros, los menos «competitivos» (cuya menor productividad les relega por debajo de la media de la tasa de ganancia que se consigue en una determinada sociedad). Se produce, en consecuencia, una tendencial dinámica de concentración y centralización del capital (es en esta pugna donde se incluyen las relaciones intraclase del Capital a gran escala, las geoestratégicas). Esa dimensión horizontal se da también entre el Trabajo a través del diferente acceso de unas u otras personas que integran este lado del binomio de clase a los recursos, a los medios e instrumentos de producción de pequeña escala o a la posi7. Las oportunidades de vida hacen referencia al diferente acceso a los recursos, prestigio y poder que tienen los seres humanos dentro de una determinada sociedad (Wright, 1995 y 1998). Condicionando, por tanto, la capacidad de acción y decisión de unas u otras personas y, en conjunto, sus posibilidades de autonomía. Lo que quiere decir, entonces, que la relación de clase no conlleva solo extracción de plustrabajo o de la totalidad del trabajo: es también siempre dominación, control de la vida ajena (del tiempo de vida de otros). Negación de la autonomía humana.

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ción dentro de una división social del trabajo dada. Todo lo cual determina unas relaciones de privilegio estructurales o acaparación de oportunidades de vida entre el Trabajo. Las relaciones de privilegio que obedecen a los patrones de género y étnicos son las que están hoy más fuertemente arraigadas al presentar una base sociohistórica naturalizada. Sin embargo, hay otras relaciones de privilegio estructurales que pueden devenir de las diferentes posiciones en los procesos productivos o de la distinta inserción en los mismos: a) bien por posesión de cualificaciones que otros no tienen; b) bien por formar parte del engranaje directivo o supervisor en esos procesos (Wright, 1995). Todas estas diferencias atañen horizontalmente a la relación Trabajo/Trabajo, atravesando y segmentando al conjunto de la población. En todo ser humano se reproduce el desgarro vertical (Capital/Trabajo) y el transversal (generización, etnificación), como parte del horizontal (Capital/Capital o Trabajo/Trabajo), siguiendo estas divisiones o infinitas otras.8 Es decir, todo ser humano es un sitio de diferentes posiciones de clase, albergando en sí un germen de transformación y a su vez de perpetuación de las fracturas de clase en sus variadas expresiones.9 El que unas identificaciones u otras primen no es tanto una cuestión de «verdadera» o «falsa» conciencia (tampoco hay absolutos de transparencia u ocultación de las situaciones sociales, sino gradación), como de hegemonía social. Pero la hegemonía, por su parte, no es un proceso estocástico, ni siquiera de mera capacidad humana. Sus condiciones de viabilidad están enraizadas en los procesos estructurales de los que emana y a los que conforma. El gran «éxito» del Capital es que ha supeditado todas las demás líneas de fractura de los seres humanos a su dinámica de explotación (de extracción de valor) (Poulantzas, 1987), que por eso se ha constituido en hegemónica, sustentadora de todo un sistema social hoy planetario. No es ninguna contingencia que sea así. Deviene de su posición de Poder en el metabolismo sistémico que conforma el capital; se empotra con él: por eso el Poder del Capital se retroalimenta con el metabolismo del capital-valor. Lo cual va indeciblemente más allá del poder institucional o gubernamental (ver Capítulo 3 de la Parte II del libro). 8. Hay tensiones y fracturas sociales en las que no se fija la Política o la Ciencia, por parecer menores o pasar más desapercibidas (o estar en estado latente). Otras porque simplemente permanecen «invisibles» para una determinada época. No obstante, aquí asumimos que en este momento histórico todas contribuyen a configurar la forma del valor propia de la sociedad capitalista. 9. Cada antagonismo de clase no forma una «clase». La clase social fue una construcción teórica que se realizó para designar la población que quedaba a un lado y otro de la relación Capital/Trabajo según la detentación o no de los medios de producción de una sociedad. La «lucha de clases» es una metáfora de las luchas de clase que seres humanos concretos realizan con más o menos conciencia explícita, para perpetuar, trascender o buscar una mejor posición dentro de esa relación. [Por eso no hay que perder de vista que las clases no son sujetos, o al menos en principio no lo son, son una conceptualización]. La idea y el concepto de lucha da a entender el reconocimiento de que en un medio social caracterizado por la apropiación estructural de recursos y en general, oportunidades de vida, de unos por otros, hay que combatir políticamente (esto es, estructuralmente, colectivamente) para posibilitarse esas oportunidades de vida. Para más detalles Piqueras (2002 y 2014a).

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Tal situación de privilegio le permite difuminar la relación de clase vertical Capital/Trabajo, multiplicando y visibilizando, en cambio, las diferencias horizontales Trabajo/Trabajo (de estatus, género, identitarias, de «estilos», etc.). Por eso mismo el paso del antagonismo estructural a una dimensión agencial no es algo dado per se. Para que las resistencias o luchas latentes se tornen proyectivas, manifiestas (conscientes y orientadas a la raíz de los procesos), para que puedan constituir un desafío global al mismo hecho de la explotación (y hacerse lucha de clase cualitativa), para que se elimine o se supedite en cada ser humano cada vez más la parte que reproduce unos u otros privilegios horizontales de clase, han tenido que darse parciales transformaciones del Trabajo como objeto de explotación, al Trabajo como sujeto de desalienación (que intenta recuperar la totalidad de su tiempo de vida para sí, necesariamente como parte de un tiempo colectivo también emancipado). Y ese paso en principio resulta contradictorio: ¿cómo de unas estructurales condiciones de Alienación puede advenir la desalienación?, ¿cómo el proletariado y el salariado, que son encarnaciones del valor, creaciones del modo de producción capitalista, pueden a un tiempo ser sus superadores? Explicar ese hipotético salto permitiría resolver los debates sobre si el propio capitalismo genera sus sujetos sepultureros, sus propias condiciones de superación, o si su caída, como la de cualquier otro modo de producción, no puede venir desde las clases subalternas de su interior. Puntos estos que a mi juicio nadie aún ha logrado concluir científicamente.10 Cuanto menos, para dar respuesta a estas cuestiones deberíamos descartar el hecho de que el capitalismo abra el camino al socialismo a través de una hipotética «socialización» de la producción, pues como ya se vio en el texto, la tendencial «socialización» de la producción queda subsumida en la disciplina del valor capitalista, que aborta permanentemente esa potencialidad mediante los dispositivos y las tecnologías de división social del trabajo, subordinación, supervisión y control que aplica. 10. Creo que esta es la patata caliente que nos dejó Marx de herencia: si son las condiciones de existencia las que determinan la conciencia, ¿cómo es posible que la conciencia se emancipe en condiciones de alienación y subordinación social? ¿Y cómo se resuelve el embrollo («dialéctico») que el autor alemán nos dejó en la Tercera Tesis sobre Feuerbach? (en Marx, 1974: 666): «La doctrina materialista de que los seres humanos son producto de las circunstancias y de la educación [...] olvida que son los seres humanos quienes cambian las circunstancias [...] La coincidencia del cambio de circunstancias y de la actividad humana puede concebirse y entenderse racionalmente, únicamente como praxis revolucionaria» (cito aquí la versión incluida en La ideología alemana). Si, finalmente, nos dice Marx, tanto para engendrar en masa una conciencia que supere el modo de producción capitalista, «como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los seres humanos, que solo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución», ¿de dónde sale la posibilidad de esa transformación revolucionaria? Lenin lo puso fácil: del partido comunista (la teoría sobre las vanguardias abundaría sobre ello a partir de ahí). Pero la historia ha mostrado que la transformación de un modo de producción por sus clases subordinadas no es en absoluto sencilla ni práctica ni teóricamente. Incluso ni a través de revoluciones políticas de gran calado se ha conseguido por ahora el punto de ebullición social transcendente de un modo de producción. Mientras queden siquiera los rescoldos de las categorías del valor el capital sigue vivo (sea en estado más o menos larvario o más o menos activo). De ahí que a la postre una ciencia social radical socializada sea tan necesaria para acompañar un posible proceso de transcendencia (es decir, sea tan vital en estos momentos para la humanidad).

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En cambio, lo que sí desata son profundos procesos estructurales que se orientan hacia su auto-disolución, y por tanto a la facilitación de su relevo:11 a) Un gigantesco proceso de concentración monopólica que prácticamente ha acabado con la economía de mercado y con la propiedad de las grandes mayorías, lo que hace que al menos la nacionalización o «expropiación de los expropiadores» resulte más sencilla económicamente (que no políticamente): solo unos pocos capitalistas acaparan cada vez más medios de producción y riqueza material. b) La progresiva eliminación de la relación salarial y del valor, que significa que las potencialidades de la producción atentan cada vez más contra las relaciones sociales de producción capitalistas y en concreto con el hecho de que los seres humanos sigan siendo mercancía «fuerza de trabajo». c) Unas sobre-hinchadas élites parasitarias, que viven de rentas fuera del mundo del trabajo (en sus islas privadas —ya sea tierra adentro o mar adentro—, que vienen a ser el equivalente a los castillos medievales), y que por tanto están cada vez más desconectadas de la sociedad. Su desaparición, en consecuencia, deja de entrañar cualquier tipo de pérdida para el conjunto social. d) El gran aumento de las posibilidades de planificación de la economía que permite la tecnología actual (que haría mucho más sencillo todo el proceso de transición). Es por todo ello que en el momento de transición actual resulta aún más imprescindible estudiar en profundidad al menos (¡al menos!) las posibilidades y vías de formación de sujetos sociales, así como su relación con las transformaciones estructurales o de gran calado. Aquí dedico solo unas breves líneas a ello, sobre todo referidas a la probabilidad de existencia de sujetos subalternos antagónicos, así como sobre las vías y planos en los que podría o tendría que darse su intervención de cara a la transformación sistémica.12 Pero no entraré en el análisis de la que podría ser su efectiva potencia transformadora de todo un modo de producción. Una tarea para la que creo se requeriría de mayor avance científico. 3. Para pensar la transformación social. Los sujetos Cuando hablamos de las posibilidades de (re)constituir sociedad, cuando aludimos a la transformación social desde un punto de vista agencial, estamos apuntando de una u otra manera a la activación de fuerzas sociales. Para que haya transformación en este sentido, es necesario que partes importantes de la sociedad se movilicen. La movilización puede tener motivos inmediatos, y lo más común es que las poblaciones implicadas realicen intervenciones con grados precarios de conocimien11. Se revisan aquí los vistos en la introducción a la Sección primera de la Parte II del libro (ver también la explicación de la «contradicción en proceso» que supone el movimiento del capital, en el capítulo 2.1. de esa segunda parte). 12. Los apartados que siguen de este Apéndice se complementan con el Capítulo 3 de la Parte II del libro.

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to de su situación estructural así como de la estructura de posibilidades en que se lleva a cabo su acción (de hecho, la movilización puede fácilmente heteronomizarse, esto es, ser «activada» desde distintas esferas de poder). De cualquier manera, esas intervenciones siempre tienen efectos sociales (activos y reactivos), es decir, producen cambios. Pero las transformaciones, a diferencia de los cambios, son de calado más hondo y duradero y requieren por tanto de procesos más conscientes, que se libran entre sujetos que se reconocen con proyectos sociales distintos cuando no antagónicos. Conllevan cuanto menos ciertas alteraciones sistémicas, que pueden afectar bien al modo de regulación, bien al régimen de acumulación, o incluso a ambos. La transformación es más probable en la medida en que la acción colectiva esté más informada, en cuanto que quienes participan en ella (o al menos las partes dirigentes de la misma) sean más conscientes de los determinantes estructurales, así como de la «estructura de oportunidades política» en que se enmarca.13 Eso quiere decir que los agentes sociales devienen más sujetos y la agencialidad conflictiva tiene más posibilidades de pasar a ser antagónica o política. Expliquémoslo de otra manera, los diferentes agentes sociales devienen sujetos en mayor o menor dimensión cuanto más o menos sean capaces de construir una visión del mundo que se corresponda plausiblemente con las bases de condición material en que viven. Son más sujetos cuando aumenta en ellos la comprensión de las coordenadas estructurales e históricas que les han constituido y que determinan su situación, y actúan con mayor eficiencia para la transformación de las mismas (detección e intervención en las causas de su sujeción, que conlleva un accionar en pos de la transformación de al menos parte del orden existente). Lo que implica entrar conscientemente en la dimensión política. Son, pues, sujetos que se saben sujetados, y que analizan sus sujeciones para modificarlas o eliminarlas al menos parcialmente. Por eso están en mejores condiciones de (re)apropiarse de su vida. Esto precisa necesariamente del paso de los intereses inmediatos, limitados («egoístas-pasionales»), individuales, «economicistas», a intereses imbricados en las estructuras («ético-políticos»), transmediatos, con posibilidad de universalizarse. Por eso su condición pasa a ser de sujetos políticos. Y estos necesariamente son colectivos, como en seguida pasamos a ver. Podríamos utilizar el concepto de reflexividad para denotar el proceso de despegue de los individuos y sus organizaciones respecto a sus condicionamientos estructurales. No solo de medios respecto a fines, sino la posibilidad de replantear el marco desde el que se hace el cálculo. Es decir, que mientras la racionalidad actúa dentro de unas coordenadas que acepta como dadas, y en ese sentido no es crítica, la reflexividad replantea el punto de partida, permite abrir la posibilidad de establecer otras coordenadas (por más que partan del marco de referencia dado, cuyo 13. Circunstancia que se co-implica con un proceso de construcción de sus propias coordenadas sociales, su propia concepción del mundo (emancipada de la de la clase dominante). La definición hace a lo definido, las definiciones y representaciones que tenemos del mundo se cohacen con el mundo, por eso mismo no son caprichosas y tienen más posibilidades de «modificar el mundo» para el conjunto social, esto es, de alzarse como hegemónicas, aquellas que tienen mejor sustento material, no solo en cuanto a suelo estructural sino en cuanto a vías de incidencia en el mismo.

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constreñimiento, en ese sentido, es insalvable). Sin embargo, cuando tratamos con estructuras de poder puede que el clásico concepto de conciencia política precise mucho mejor la relación indicada. Para Gramsci la conciencia política es la primera fase para una ulterior y progresiva autoconciencia, en la que la teoría y la práctica se unifican finalmente. La conciencia política definida como praxis política se diferencia de la acción política que se realiza con poca reflexividad. Pero se distancia también del mero conocimiento político, que no conlleva necesariamente una intervención sobre lo conocido. Freire (1970 y 1990) lo explicaba a través del término «conciencia transitiva crítica», mediante la que lo real es visto como un proceso en construcción, según dispares intereses de unos y otros sectores sociales. Y requiere de una concienciación: un reconocimiento del mundo no como «dado» sino como en proceso. La concienciación, pues, como una conciencia en acción, conlleva insertarse crítica y comprometidamente en una realidad concreta; para intervenir conscientemente en ella;14 para transcender la conciencia empotrada («verbal», la llamaba Gramsci) en la cosmovisión dominante.15 Es decir, requiere romper al menos parcialmente con las emanaciones epifenoménicas de los procesos capitalistas de producción del valor, que generan identidades, formas de conciencia, estatus y posiciones sociales determinados. Ello obliga a pensarnos y a pensar nuestro propio pensamiento, como resultado del proceso histórico desarrollado anterior a nosotros, como producto de un sinfín de circunstancias sociales (una «totalidad concreta», en términos materialista-dialécticos). Lo que viene a ser la filosofía de la praxis gramsciana, como saber surgido de la acción y sobre la acción. Se traduce en una concepción del mundo (una ideología) crítica, frente a las concepciones del mundo (o ideologías) empotradas en el orden imperante. 14. Cualquier proceso de concienciación está vinculado a la ideología. Esta es el modo a través del cual la conciencia se percibe y se realiza, dándonos una determinada forma de entender el mundo. Es la vía mediante la que opera la subjetividad; explica cómo la objetividad se subjetiviza. 15. Según Gramsci (1986), la conciencia tiene una parte explícita o «verbal», que recoge aunque sea fragmentadamente, los nutrientes de la cosmovisión dominante, y que en el individuo común tiende a entrar en contradicción al menos parcial con la parte implícita o «práctica» de la conciencia, la que resulta de su cotidianidad por la supervivencia. La contradicción entre la dureza de la realidad de las vidas del salariado y del precariado, por ejemplo, y la visión del mundo impregnada en el orden social capitalista, es susceptible de visibilizar al menos parte de las contradicciones de la ideología dominante. Las superestructuras son presentadas entonces como un «conjunto complejo, contradictorio y discorde», reflejo del sistema de relaciones sociales de producción y de las contradicciones que operan en la estructura. La conciencia explícita o verbal de los seres humanos no constituye un cuerpo coherente e integrado de proposiciones sobre el mundo, sino que se aproxima al campo de las mentalidades. En cambio, unas determinadas relaciones sociales de producción «secretan» más fácilmente unas plasmaciones ideológicas que otras, por eso Gramsci (1986) decía que hay ideologías que resultan «necesarias» a una cierta estructura social: son ideologías orgánicas y, en la medida en que son «históricamente necesarias», forman el terreno en que los seres humanos se mueven, adquieren o no conciencia de su posición, y son movidos o no a la lucha. Por eso, insisto, consideró las superestructuras como «realidades operantes», contrapuestas, dotadas de eficacia propia. Por mi parte, a esas expresiones ideológicas les he dado el nombre de ideologías empotradas (Piqueras, 1999); «empíricas» las decía Lukács (1985).

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Aquí radica la dimensión política de lo humano, la que entiende la Política (con mayúsculas) como aquello que constituye al ser social, la que establece el entramado de condiciones que marcan la vida en común (tanto para la dominación y explotación como por el contrario, para hacer posible la convivencia, la comunidad o la sociedad). Es por tanto, la que eleva al ser humano al umbral de lo colectivo (no solo a participar en la gestión y dirección de lo común, sino a entretejer sus acciones, intereses y oportunidades de vida en responsabilidad y en referencia a los demás que forman comunidad o sociedad); la que da mayor proyección a su vida social. Sin ella la persona queda amputada (individualizada, compelida a asistir pasivamente a los acontecimientos, y por tanto marcadamente impotente frente a los «hechos sociales»).16 Por el contrario, el sujeto tiene trazado su camino hacia su devenir como sujeto colectivo, precisamente para poder incidir de alguna manera en sus condicionamientos sociales. Ahora bien, ese paso no viene dado per se. La agregación no se puede dar por descontada a partir de situaciones similares o supuestos intereses objetivos comunes de una suma de individuos. Ni siquiera a través de la concienciación. Cada individuo es un sitio conformado por numerosas interpelaciones de diferentes campos sociales en los que participa, de sus distintas posiciones en ellos, y no hay una clave de necesidad absoluta para que asuma unas u otras identificaciones. De hecho, uno de los grandes problemas que podemos constatar en ese sentido es que la heterogeneidad de las formas de gestión y de consumo productivo de la fuerza de trabajo habidas en la madurez del capitalismo histórico, facilitó la tarea de seccionar la población en categorías sociales, subdivididas según cualificaciones, jerarquías laborales, orígenes o estatus, entre otras (que la ciencia ortodoxa, en cuanto que una categoría institucional más en que se expresa el valor como forma de conciencia, se empeñó en potenciar como «estilos de vida», diferenciaciones identitarias, de estatus... sin sustento explicativo estructural). Lo que ha contribuido a generar formas de accionar predominantemente basadas en intereses inmediatos, y por tanto sin proyección colectiva amplia de largo alcance, congruentemente con la degradación de lo social. El «constructivismo» teórico viene señalando desde hace tiempo que para que unos «intereses» cualesquiera puedan suscitar posibilidades de acción colectiva en el plano social, tiene que darse un proceso de identificación, o lo que es lo mismo, de creación de identidad común, que dé lugar a una interpretación conjunta de tales intereses. Esto conlleva compartir una creación de sentido sobre el mundo, que interprete la propia posición en el mismo. Cuando los sujetos colectivos buscan transformar esa posición o situación, tienen que identificar o compartir en algún grado las causas de la misma. A partir de ahí se identifican también las relaciones o sujetos que obstaculizan esa resolución transfor16. Por eso el Capital se esfuerza por desposeer también de la Política a las clases subalternas, intentando reducirla solo a los aspectos institucionales implicados en la gestión y administración social (una política disminuida, en minúsculas). La Desposesión de la Política conlleva que el Capital profesionalice crecientemente también la política institucional para sí mismo o sus intermediarios. La sobre-explotación en el ámbito laboral y la explotación difusa en el mundo de la vida, termina de sustraer las posibilidades reales de que la sociedad intervenga en esa política.

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madora; cuando se trata de antagonismos hablamos de los sujetos a enfrentar para ese fin. En cualquier caso, tal proceso siempre entraña un establecimiento de límites, los cuales se realizan tanto hacia dentro (implica una selección de los intereses que priman y cohesionan), como hacia afuera (comporta siempre una función de exclusión). Esos límites conllevan asimismo un ámbito temporal: se da un proceso de «proyección» por el cual se seleccionan los intereses más allá de un plazo inmediato.17 En esto consiste la identidad colectiva. La cual es siempre también una cuestión de hegemonía (como veremos en seguida). Y una y otra se interpenetran con la ideología. Por eso, cualquier lucha social es también, imprescindiblemente, una lucha y toma de postura ideológicas. Hay, pues, una inexcusable relación dialéctica: conciencia-identidad-ideología, que se va a engarzar con la hegemonía. Toda identidad es ideológica y por tanto, política. Pero algunas se han erigido a partir de un proceso de específica concienciación de ello, de su carácter político, más allá de las identificaciones inmediatas que vienen dadas por las diferentes divisiones del trabajo, o que están empotradas en un determinado metabolismo social. Así, al hacerse políticas las identidades sexuales (como identidades inmediatas, dadas) pueden advenir identidades de género (transmediatas); las de estatus o posición social, identidades de clase; las identidades étnicas, identidades de pueblo, por ejemplo. A su vez la conciencia política refuerza la posibilidad de construir colectividad. La conciencia política trastoca las identidades de cada individuo y abre las posibilidades de agregados (sujetos colectivos), todo lo imaginados que se quiera, pero operativos e intervinientes en el plano estructural (es decir, con más potencialidad de transformar al menos parcialmente las estructuras de manera consciente). Y esto es así, entre otras razones, por la dinámica que arrastran esos procesos: la reelaboración de imaginarios y utopías que orientan la acción común (y modifican las individuales). Toda nueva identidad, todo nuevo sujeto parte de una situación histórica, la reinterpreta y se orienta a lo deseable e imaginable. Configura una instancia cuya función simbólica identifica lo vivido, lo pensado y lo pensable. Esto supone un paso cualitativo de la conciencia colectiva inmediata, grupal, a la conciencia transmediata, extra-grupal. Se hace posible la solidaridad: la asunción de, o identificación con las posiciones estructurales de otros no conocidos (lo cual trasciende la clásica división de la solidaridad entre «mecánica» y «orgánica»). Se puede pasar así de la conciencia de comunidad (implica una vinculación inmediata entre ser y conciencia) a las comunidades de conciencia (relación transmediata, en la que la conciencia también hace cada vez más al ser) (Piqueras, 2004). La formación de sujetos contiene, entonces, un bucle de retroalimentación que se pergeña a través de los siguientes pasos que no son lineales, sino recursivos, dialécticos:

17. Puede consultarse aquí y en otros puntos de este apartado, Moscoso (1992). Desarrollo del tema en Piqueras (1997).

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Formación de intereses – Construcción de identidades – Establecimiento de límites – Posibilidad de agregación – Generación de colectivos – Potencialidad de reconstrucción imaginaria de la realidad – Comunidades de conciencia – Fuerza social – Potencialidad real de (re)construcción de la realidad.

4. Para pensar la transformación social. Los planos Atajar la presente disgregación social y usurpación de oportunidades de vida entre el propio Trabajo es vital para la capacidad de transformación social de la población subalterna, y ello requiere intervenir políticamente al unísono al menos en tres planos: I) vertical, II) transversal y III) espacial. I. Plano vertical En estos momentos la composición técnica del Trabajo se ve cogida entre dos tendencias aparentemente contradictorias pero a la postre complementarias, la del desarrollo «cognitivo» en ciertos núcleos socio-productivos y ámbitos del capital, y la del aumento de la plusvalía absoluta o descualificación de amplias masas de población proletarizada, que se compagina con la expulsión de la relación salarial y el entorpecimiento de la incorporación a la formación-educación de crecientes sectores sociales.18 La primera tendencia nos indica que tendrá un papel importante en la decantación de fuerzas sociales la inclinación política de la «fuerza de trabajo cognitiva», la más cualificada; su aproximación o no al resto del Trabajo. A este respecto dos consideraciones. Primera. En cuanto que la supervisión resulta más y más asalarizada, es decir, más ajena a la propia clase capitalista, que deroga esas funciones en asalariados (haciendo que la condición de aquella sea cada vez más parasitaria), estos junto con los técnicos, trabajadores del conocimiento, expertos, etc., han apuntado hasta hoy a erigirse en las nuevas clases me18. Si bien los procesos de complicidad de las poblaciones, anejos al capitalismo financierocognitivo (la consecución de un homo neoliberalus) tienden a ser revertidos por la acentuación de la Desposesión (sin contrapartida social), la lumpenización resultante no es por sí misma germen de sujetos antagónicos. De las formas más brutales de explotación, prevalecientes hoy por hoy en el actual capitalismo mundial, no surgen necesariamente estos. Resolver el desafío entre los procesos de cognición y de brutalización laboral, conlleva el peligro de reproducir aristocracias cualificadas del Trabajo, una nueva clase dirigente [un encuadramiento «que se autoproclama el “representante” de los asalariados y tiende, mediante su práctica, a constituirse en clase» (Bidet y Duménil, 2007: 231)]. Eso puede reeditar alianzas entre pequeñas burguesías y «clases medias obreras». También el paso a una usurpación de oportunidades de vida a través de la desigualdad de cualificaciones, que podría llevar incluso a la formación de un estrato dominante en la sociedad post-capitalista (Wright, 1994, lo detalla bien al describir las formas de explotación en el «estatismo» y la que todavía permanecería probablemente en el socialismo —la de cualificaciones—).

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dias, para las que probablemente se tiene reservada, y ostentarán, una suerte de hegemonía delegada, en cuanto que la clase capitalista delega en ella una parte importante de su entramado de dominación. Segunda. La consecuencia lógica de lo anterior es que la inclinación de estas «aristocracias del salariado» en favor del conjunto del Trabajo resulta bastante difícil. Sin embargo, su condición crecientemente inestable abre el campo de posibilidades. La implosión de la que fue llamada «nueva economía», que precarizó substancialmente también a aquella fuerza de trabajo cognitiva, agravó su posición. Los procesos de automatización actuales pueden hacerla incluso redundante en gran medida (convertida en «cognotariado», queda asimismo asaz vulnerable a los movimientos del capital).19 En cualquier caso, como quiera que tienden a ser dominantes los procesos de pauperización de la fuerza de trabajo (la segunda de las tendencias descritas más arriba), esto es, a prevalecer la explotación absoluta de la misma tanto como su vinculación precaria u ocasional a la relación salarial, según ya vimos, estos procesos marcarán crecientemente las composiciones técnica y política del Trabajo.20 Su creciente exogeneización o desenganche de la relación salarial estable y de las condiciones de seguridad social, le hace proclive a suscitar otro tipo de coagulaciones organizativas, e incluso a traer la recuperación de formas políticas precedentes, de masas. Por eso, cualquier proyecto de transformación sistémico está forzado a disminuir y coaligar las divisiones entre el Trabajo endógeno y el creciente Trabajo exógeno o exogeneizado. También entre las diferentes segmentaciones de estatus al interior de la población que vive de su salario o de su autoexplotación. Es decir, debe tender a eliminar la usurpación de oportunidades de vida entre el Trabajo. En ese sentido, resulta estratégico conseguir que el salariado cualificado se identifique como Trabajo. 19. Bologna (2006) hace un buen repaso analítico y crítico a la composición de esa fuerza de trabajo, así como a su situación actual. Habría que señalar en general cómo la misma derivó desde su condición de «intelectuales» (cuando fueron susceptibles de ser ganados para las batallas de la emancipación social) a la de «tecnócratas» (decantados claramente del lado del Capital). En cambio hoy ha devenido en «cognitariado»: técnicos, trabajadores del conocimiento... Su situación ambigua e inestable les devuelve a una situación menos definida dentro del terreno de las luchas sociales. Máxime si tenemos en cuenta que, como se indica en el capítulo primero del libro, si durante parte de las décadas inmediatamente anterior y posterior al último cambio de milenio hubo un vaciamiento de empleos de mediana cualificación (lo que afectó por tanto sobre todo a las clases medias), en la actualidad estamos inmersos en un rápido proceso de pérdida de empleos de alta cualificación, según las computadoras y la robótica se hacen cargo de más tareas analíticas e incluso de las de toma de decisiones (como muestra Carr [2014a y 2014b] que está sucediendo ya en EE.UU.). Lo cual está llevando a una dinámica de pérdida de cualificación punta entre la altamente formada fuerza de trabajo, paralela a la subocupación de la misma (con la consiguiente presión a la baja en toda la escalera profesional). Todos estos procesos y tendencias se insertan o forman parte de la dinámica de automatización capitalista y puede trastocar las alianzas de clase. 20. En cualquier caso, el Trabajo tendría siempre que plantear una lucha en dos vertientes: una alianza con los cuadros frente al Capital y al tiempo una lucha de clase en el seno de la propia alianza, para evitar la formación de una nueva clase dominante-dirigente, combatiendo su preeminencia y dominio. La lucha desde el principio contra esa tendencia es la única posibilidad de esquivarla.

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II. Plano transversal En la transformación social para la emancipación (ver Sección segunda de la Parte II del texto) es imprescindible conseguir la confluencia de las diferentes identidades formadas antes del capitalismo (étnicas, por ejemplo), las que han irrumpido históricamente de las fracturas o usurpación de oportunidades de vida al interior del propio Trabajo (como las de género), y las identidades de clase formadas a través de la explotación salarial o para-salarial, con miras a conseguir un reforzamiento mutuo de esas luchas. Al combatir las relaciones de privilegio «innatas» que jerarquizan y trazan relaciones de usurpación de oportunidades vida entre el Trabajo, cobra mucho más cuerpo la posibilidad de generar sujetos colectivos multitudinarios y una amplia fuerza social desde su seno. Ya dijimos que no hay salariado [trabajo pago] sin trabajo impago (dado que la totalidad de los costos de reproducción y mantenimiento de la vida serían inasumibles salarialmente). El trabajo impago ha estado históricamente generizado (adjudicado a las mujeres), y es por eso que del impedimento de emancipación femenina depende básicamente la estructura de explotación capitalista. Lo cual compele, por contra, «objetivamente», a engarzar las luchas en la esfera de la reproducción-circulación en las luchas en la esfera de la producción, dado que ambas «esferas» en la realidad forman un todo único, sin separación. Es decir, se trata de buscar la confluencia de los sujetos, formas organizativas y luchas tendentes a surgir en el Ámbito Amplio de la Explotación y en la Esfera de la Desposesión (en torno a la conquista y ampliación del Común, provenientes de los sectores de población exogeneizados, «desenganchados» de la relación salarial —el proletariado más precario, el trabajo impago, etc.—), con los y las que se dan en el Ámbito Estricto de la Explotación (donde, recordemos, puede haber tanto Trabajo endógeno como exógeno o exogeneizado —ver Capítulo 5 de la Parte I del libro, Figura 2— y donde las luchas en torno a la plusvalía pueden complementarse también con la persecución de Comunes). De las luchas contra la Desposesión, por la conservación o (re-)Apropiación de la Vida y de los procesos y fuentes que la hacen posible y preservan, surgen formas políticas comunitarias, movimientistas, que comienzan a aprehender la connotación biopolítica de lo Común, la cual resulta de y resalta al tiempo el carácter biocéntrico de cualquier proyecto emancipatorio: [...] biocéntrico por estar centrado en la Vida, en el más amplio sentido de la palabra (no solo vida humana), sin por esto borrar al ser humano. Esta idea invita a preguntarse, ¿dónde está la riqueza?, ¿dónde está la energía?, ¿dónde se produce el valor? [Teran, 2015].

Esas luchas albergan, según se dijo, mayores posibilidades de intersectarse con las del Ámbito Estricto de la Explotación en cuanto que en el capitalismo actual este se solapa más y más con la Esfera de la Desposesión. Aumenta también, así, el suelo objetivo de las posibilidades de levantar formas soberanistas en el terreno social y económico, tanto como de reactualizar, por ejemplo, formas consejistas de organización socio-política. Precisamente por su amplia condición exogeneizada, las mujeres (el Trabajo generizado femenino) son susceptibles de adquirir protagonismo en todo ello. 168

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Cualquier intervención sociopolítica que busque la transformación, tendrá que tener en cuenta el solapamiento de estas esferas y sujetos, y la fusión de todas en la Política con mayúsculas. III. Plano espacial El devenir-mundo del capital conlleva intrínsecamente dos dinámicas: la de clase a escala estatal —retroalimentada con la división social del trabajo—, y la imperialista (a escala interestatal, de sometimiento y explotación de unas formaciones sociales sobre otras) —que se refuerza mutuamente con la división internacional del trabajo—.21 Subyace aquí una contradicción global que está integrada por diferentes contradicciones: la que se da entre capitalistas centrales (casi siempre imperialistas) y sectores ampliamente mayoritarios del Capital de las áreas subordinadas o periféricas; la existente entre el Capital central y sus asalariados directos del área subordinada; la del Capital central y prácticamente todas las clases sociales del área subor21. Tradicionalmente, en los países de capitalismo temprano o avanzado la división internacional del trabajo agudiza su tendencia a incrementar la fracción del trabajo social orientada a la producción de mercancías industriales de tecnología punta y a disminuir la fracción del trabajo social orientada a las actividades de poco valor añadido. Su producción industrial (avanzada) abastece a los países de capitalismo posterior o retrasado y estos cubren buena parte de las necesidades del mercado interno de aquellos de productos agrícolas y de materias primas. La clase capitalista de los países de capitalismo temprano ha sido la propietaria exclusiva o casiexclusiva del gran capital industrial y después de las industrias emergentes de punta, del empleo de trabajo potenciado con mayor productividad, de las condiciones de mayor creación de plusvalor relativo y acumulación, de la producción de mercancías en expansión, y ha estado por tanto en general al comando de la reproducción ampliada. La clase capitalista de los países de capitalismo retrasado tuvo, por ello, cerrado el camino a la gran industria y después al de las tecnologías punta. Sus posibilidades de inversión productiva, de acumulación, se limitan a las actividades que la división internacional del trabajo establece. [Solamente la URSS, y después China, precisamente por sus respectivos procesos de «desconexión» con el Sistema Mundial capitalista y su división internacional del trabajo, pudieron emprender vías de desarrollo tecnológico y producción intensiva en capital. Un desarrollo autocentrado que permitió un enorme despegue de sus economías con respecto a su situación de partida, sin parangón en el mundo]. La aludida división internacional del trabajo ha conllevado una transferencia de valor como plusvalor de las formaciones periféricas a las centrales del Sistema Mundial capitalista, al menos hasta que se formó un único mercado capitalista. Tales procesos han sido convenientemente explicados y profundizados por la línea teórica que sentó el concepto de imperialismo, para basarse posteriormente en el intercambio desigual (esfera de la circulación), y de ahí fue afinando el análisis hacia la teorización de la dependencia (CEPAL). En los años setenta del siglo XX coagularía en la teoría del Sistema Mundial (Wallerstein, Frank, Amin...), también más atenta a la esfera de la circulación. Sin embargo, desde entonces se han elaborado vías de análisis que vuelven a priorizar la esfera de la producción, con un desarrollo cada vez más completo de la teoría del imperialismo (ver, por ejemplo, Emmanuel, 1969; Pereira, 1985; Marini, 1978 y 1985). Y en esa línea se inserta la teoría del nuevo imperialismo (Smith, 2016), que se propone definir las implicaciones que tiene el desarrollo de las Cadenas Globales de Valor (CGV) en una economía global, tanto a través de la inversión extranjera directa realizada por las empresas transnacionales (ETN) en el resto del mundo (relocalización que es definida como «interna»), como mediante proveedores «al alcance de la mano» entre las ETN y sus proveedores (relocalización externa).

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dinada que soportan la división internacional del trabajo y los límites de la reproducción dependiente. Es una contradicción que alinea de un lado, por sus intereses objetivos, a prácticamente todas las clases sociales del área subordinada, con la sola excepción de la oligarquía que ha fusionado sus intereses con los del capital imperialista... [Pereira, 1985: 191-192].

Tal circunstancia puede explicarse a través de las pugnas en torno al valor mundializado (Amin, 2012) o conjunto total de la riqueza creada en el mundo, según sintetizo en el Cuadro a continuación:

CUADRO 1. La pugna por el valor mundializado: principales agentes 1. La burguesía imperialista que domina el Sistema Mundial. Principal beneficiaria del plustrabajo (generador de plusvalía) a escala planetaria. 2. Burguesías periféricas, subordinadas, que se benefician en proporciones diferentes y cambiantes, de parte de ese plustrabajo mundial. 3. El Trabajo asalariado endogeneizado de las formaciones centrales. Se beneficia de la «renta imperialista» o parte de la plusvalía total (generada tanto a escala estatal como global) de la que se apropian las burguesías centrales y que le es redistribuida a aquel (en forma de un salario real relativamente paralelo a la productividad del trabajo y con su reproducción en gran medida a cargo del Estado). 4. El Trabajo exogeneizado (generizado, inmigrante, jovenizado...) de las formaciones centrales, a menudo no asalarizado y a cuya costa se realiza también la redistribución tanto de la plusvalía global como de la local (de las que se benefician, por ello mismo, en mucha menor medida). 5. El Trabajo asalariado de las formaciones periféricas. Sometido a sobreexplotación (que implica una alta desconexión entre el precio de la fuerza de trabajo y su productividad),* gracias a la cual se extrae parte de la «renta imperialista» que posibilita la opción reformista o redistributiva en los centros. 6. El Trabajo exogeneizado no asalariado de las periferias. Con similares características que en las formaciones centrales, pero mucho más acusadas. A menudo sometido a formas no-capitalistas de explotación y a veces a doble explotación, con formas precapitalistas y capitalistas [en diferentes grados de subsunción formal]. Su explotación se convierte indirectamente tanto en plusvalía rentista de las clases capitalistas periféricas como centrales. Ha constituido históricamente también un Trabajo externo de reserva (un ejército de reserva externo como fuente aparentemente inagotable de suministro de nueva fuerza de trabajo al sistema capitalista —«trabajo vivo» con el que suplir la sustitución de seres humanos por «trabajo muerto» o maquinaria dentro de la economía capitalista, posibilitando así nuevas fuentes de plusvalía extensiva que contrarrestan la tendencia a la caída de la tasa de ganancia aneja a la mecanización-automatización—). 7. Las clases explotadoras de los modos no capitalistas organizadas en torno al plusvalor capitalista mundial, del que extraen su renta (minera, de tierras o cualesquiera otros recursos). FUENTE: Amin (2012). El conjunto de las luchas de unos u otros de estos agentes determinan, entre otros muchos factores, los precios de los intercambios centros-periferias (mediante los que se distribuye la plusvalía mundial) y la cambiante división internacional del trabajo; el muy diferente precio de la fuerza de trabajo mundial; las rentas devenidas por los recursos naturales y energéticos; las tasas de plusvalía mundial en los centros y en las periferias; el trabajo extra extraído a través de relaciones no capitalistas. También las posibilidades y dificultades de alianza de clases o segmentos de clase a escala planetaria.

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Para entender cómo se solapan los tres planos descritos es importante atender a las imbricaciones que se dan entre las propias formas de constituir al Trabajo. Repito aquí parte de lo apuntado en el Capítulo 5 de la Parte I del texto. El Trabajo que ha venido siendo integrado o «fidelizado» a través de la apertura reformista del capitalismo central, es Trabajo endógeno o endogeneizado. En cambio, el Trabajo que es incorporado al nexo capitalista (de unas relaciones precapitalistas a las capitalistas, a través de la proletarización), pero sin todos esos vínculos de integración, es Trabajo exógeno (Moulier-Boutang, 2006). También es Trabajo exógeno aquel que se importa del exterior sin que le atañan las condiciones del Trabajo endogeneizado (se establece, entonces, la desigualdad que acompaña a la distinción entre Trabajo autóctono o «nacional» y Trabajo heteróctono o «extranjero» en cuanto que «fuerza de trabajo inmigrante»). El Trabajo endógeno y exógeno ya subsumido realmente al nexo capitalista, compone el Trabajo interno de cada formación social. Mientras que el que todavía se basa en relaciones sociales de producción no capitalistas o ha sido incorporado solo formalmente a ellas, es Trabajo externo. Tanto el Trabajo interno exógeno como el Trabajo externo son susceptibles de constituir enormes bolsas de ejército laboral de reserva. El segundo puede incorporarse mediante una movilidad absoluta, resultan* Hoy la sobre-explotación conduce a la generalización de la pérdida de la capacidad de reproducción de la fuerza de trabajo. O lo que es lo mismo, su precio está cada vez más por debajo de su valor (Marini, 1978; Martins, 2000; Sotelo, 2012). Ello es posible debido a la falta de seguridad social, alto desempleo estructural, regímenes laborales y políticos represivos que procuran en general una condición de desamparo de la fuerza de trabajo. Reforzada esta por los impedimentos mundiales a la libre movilidad de la mano de obra y los férreos controles a la migración de seres humanos. De hecho, entre las particularidades del «mercado mundial capitalista» destaca que en él, en realidad, no se produce una movilidad total de mercancías (como tampoco el capital se distribuye «libremente» en todas partes del mundo con independencia del origen estatal de sus dueños). Pero lo que resulta verdaderamente determinante en este peculiar mercado es que no existe movilidad «libre» de la fuerza de trabajo. Esto significa que mientras que en una economía estatal todos los productores compran a precios uniformes sus insumos, incluida la fuerza de trabajo, en el mercado mundial esto no se cumple porque no hay movilidad libre de este factor, lo cual, junto a otras razones y consecuencias, permite que ni las tasas de plusvalía ni las tasas de ganancia se uniformicen a escala mundial, sino que estén fragmentadas estatalmente. Efectivamente, si en un país hay productores que producen más ineficientemente (con menos productividad) sus precios no serían competitivos y se verían pronto sancionados por el mercado. En cambio en el mercado mundial pueden incluso llegar a tener mayores tasas de ganancia dado que podrán aprovecharse, entre otros factores, del menor costo de la fuerza de trabajo, pues no existe un precio global de la misma (para profundizar en los detalles económicos de esto, así como en sus consecuencias en la desigualdad y explotación entre países, ver Valle, 2000). La no libre circulación de fuerza de trabajo es básica para mantener diferentes precios de la misma (incluso a igual productividad su precio sería menor en las periferias, debido al menor costo de su reproducción, el enorme ejército de reserva tanto interno como externo, y el tipo de explotación extensiva y sobre-explotación propio de aquellas [Martins, 2000]). También es factor que explica la histórica preocupación del Capital por controlar a su conveniencia la importación y exportación de esa especial «mercancía» en unos u otros mercados laborales locales o regionales (para más detalles sobre esto, Piqueras, 2011b). Sin embargo, ninguna de estas circunstancias conlleva que los capitales menos avanzados puedan quedarse con más valor o generar más valor, dado que este se determina de forma global por el capital más eficiente, y por tanto la posibilidad de ganancia en las relaciones reales de intercambio cae del lado de las formaciones sociales y entidades empresariales que han dominado hasta hoy la división internacional del trabajo.

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te del paso del nexo no capitalista al capitalista (con su consiguiente conversión en mercancía fuerza de trabajo); el primero mediante una movilidad relativa, como adaptación a los cambiantes requerimientos de organización de los procesos de trabajo, y en función de la propia movilidad del capital entre ramas, entre sectores de actividad o entre lugares (Piqueras, 2011b). Ambos son susceptibles de quedar también en situación de trabajo no pago. Expreso una representación simplificada de todo ello en la Figura 3.

FIGURA 3

FUENTE: elaboración propia. Las flechas en negro indican el sentido principal en que fluye la plusvalía. Las flechas discontinuas marcan la redistribución de una parte de la misma hacia el Trabajo interno (sobre todo al Trabajo endógeno). Las flechas en gris son las que muestran el sentido de los flujos migratorios mayoritarios. El Trabajo endógeno es muy pequeño en las formaciones periféricas. No hay o es insignificante el Trabajo externo en las formaciones centrales. En ellas se ha dado un mayor equilibrio entre el Trabajo exógeno o exogeneizado y el endógeno durante la fase keynesiana, aunque la tendencia actual es al permanente crecimiento del Trabajo exogeneizado.

Así pues, de las sociedades periféricas se extrae una doble plusvalía: una que va destinada a las burguesías locales o Capital periférico, y otra extra que se llevan las burguesías imperiales o Capital central. Las luchas de buena parte de las poblaciones de las formaciones sociales periféricas por sacudirse la dominación imperialista (con la división internacional del trabajo que le es aneja y su consecuente doble plusvalía) no han sido por lo general coincidentes con las luchas de clase a escala interna, al reproducir la relación de clase en su interior durante y después de su lucha, dejando intactas las fuentes del valor y del plusvalor internas. Esto es así porque esas luchas se dieron como pueblo (multiétnico y multinacional, si se quiere, y también policlasista), o sea, como (parte de la) población que ha adquirido conciencia de la subordinación imperialista y actúa para superarla, pero dentro del marco de las relaciones sociales de producción capitalistas internas. Esta clave antiimperialista ha sido prioritaria en las formaciones periféricas frente a las contradic172

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ciones de clase, y lo más probable es que permanecerá así mientras no se descomponga la división internacional del trabajo, la cual está comandada desde las formaciones centrales. Sin embargo, combinar las luchas contra esas dos dinámicas resulta imprescindible para una transformación a escala sistémica. El plano espacial puede parecer lejano para los asuntos de la hegemonía interna en los límites de un Estado. Pero cualquier intervención social hacia la emancipación debe afectar en algún momento el plano espacial o división internacional del trabajo, porque de lo contrario no podrá eliminar las bases de exogeneización de la fuerza de trabajo ni el diferente precio de la misma, con la subsecuente importación y exportación internacional de mano de obra que contribuye a su vez al deterioro global del poder social de negociación, y por tanto de las condiciones laborales y sociales del conjunto de la población en cada Estado una vez que se ha constituido un mercado global de fuerza de trabajo y una única fuerza de trabajo global.22 5. Para pensar la transformación social. Las vías Las tres grandes líneas maestras de intervención para la transformación sociopolítica que han tenido lugar a lo largo del capitalismo histórico podrían sintetizarse como: a) simbióticas (pretenden la transformación aprovechando la propia institucionalidad capitalista —que puede, sin embargo, reforzarse con ello—: están relacionadas con las vías socialdemócratas); b) intersticiales (en cuanto que actúan en los espacios contradictorios y grietas del sistema, generando formas de acción y organización al menos parcialmente no subsumidas en las relaciones del orden capitalista: en el texto se han identificado con las luchas por los Comunes); c) rupturistas (que promueven un proceso inmediato de desconexión sociopolítica a través de la destrucción del Poder constituido, y que pueden o no incluir la transición a través del Estado). 22. Hay que considerar en este orden de cosas, que la izquierda en general tiene más difícil articular las fracturas de la globalización de forma sumatoria de cara a la emancipación, dado que la resolución de unas y otras de aquellas fracturas conlleva tomas de posición que a menudo confrontan entre sí. Así por ejemplo, la posición «de izquierdas» en la fractura social o de clase (perdedores versus ganadores) debería ser clara en favor de los primeros y ganarse así su apoyo. Pero le sería más difícil ganar conciencias en la fractura étnica que enfrenta a menudo perdedores entre sí en torno a la construcción de identidades, especialmente cuando esas identidades oponen «lo autóctono» o «nacional» a lo «extranjero», y por tanto quién tiene derecho o no a la ciudadanía. De nuevo el dilema está servido cuando se intenta articular la fractura social y la étnica con la nacional (entendida como fractura entre comunidades con diferentes fidelidades respecto al Estado). Para la derecha siempre fue más fácil solucionar esos dilemas porque apela directamente a los sentimientos de quienes se pueden sentir ganadores en cada relación. Así favorece y ensalza la distinción étnica (que puede hacer paliar la derrota de unos perdedores a costa de otros más débiles) y la nacional (que suma perdedores y ganadores de la fractura social contra otros nacionales, a costa de desvanecer las dinámicas de desigualdad internas).

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La clave del momento actual es que permite de nuevo congeniar las luchas intersticiales y rupturistas frente a la decadencia de las posibilidades de las estrategias simbióticas.23 Todo indica, de hecho, que estas son las dos grandes vías que tenemos por delante en un capitalismo degenerativo (con menguante capacidad de reformarse a sí mismo). 1) Las vías u opciones intersticiales pueden ser llamadas también «pragmáticas» o autonomistas. Proponen construir alternatividad a partir y a través del ejemplo de la acción, construyendo ideología a través de la práctica (mediante el despliegue congruente de la Vida por subsistir en condiciones aceptables según el propio desarrollo de las fuerzas productivas y sociales). Buscan ir saliéndose «suavemente» del Sistema, por desvinculación con el mismo. Su guía base siempre fue la suma de fuerzas por contagio y la transformación por práctica alternativa. Estas vías son propias de buena parte de las versiones anarquistas y también de muchos movimientos vinculados al ecologismo y a diferentes tipos de naturismos e integrismos centrados en las esferas micro y mesosociales. No buscan la hegemonía, no intentan, al menos declarativamente, imponer sus modos de hacer. Sus prácticas son una suerte de preparación subterránea, con poca visibilidad pública, para la creación de espacios más autónomos, rehuyendo el enfrentamiento directo con las estructuras de poder. Es la que ha sido llamada, a la postre, una «política nocturna» (López Petit, 2009). Esta vía intersticial... [...] se centraría más en las retaguardias que en las vanguardias, pues son las que tienen capacidad de escuchar y cuidar los procesos [...] [Representa] una forma de presión indirecta, cotidiana y difusa, más que una insurrección concentrada y simultánea. [De manera que en caso de éxito], cuando finalmente eclosione el movimiento, gran parte del cambio social ya estará hecho [antes de que caigan las viejas estructuras] [Fernández Durán y González, 2014: 326].

Para entender la potencialidad de esta vía hay que tener en cuenta que en los intersticios del metabolismo capitalista también la Vida se garantiza, se reproduce y se enriquece a través de formas «subterráneas», a menudo complementarias, pero también a veces discordantes respecto a aquel. Aquí se cuentan las miríadas de acciones, relaciones y procesos que los seres humanos llevan a cabo para posibilitar y garantizarse la Vida mutuamente, los trabajos de cuidados, de mutuo apoyo, de colaboración, de atención, de compartimiento, de afecto, de solidaridad, sin los cuales nadie podría sobrevivir. Todo eso en el capitalismo forma parte del trabajo impago, y ha sido resumido también como «economía del don»,24 basada en la cooperación que integra la pulsión empática (solidaria) y la capacidad de entrega, el sentido de reciprocidad que tenemos como especie y que nos ha permitido sobrevivir como tal. 23. Creo que buena parte del desarrollo de este texto justifica esta última aseveración. Para una discusión teórica sobre unas y otras vías, sus problemas y opciones, Wright (2014). 24. Todas las personas para poder sobrevivir hemos tenido que recibir protección, cuidados y manutención de otras personas, que nos proporcionaron todo ello como un «don», un regalo (ver al respecto, Eisenstein, 2011).

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Por eso, la potenciación y organización de formas de vida con distintos grados de alternatividad o auto-marginalidad respecto del metabolismo capitalista (las topías)25 son imprescindibles para emprender cualquier tipo de transformación. De aquí surgen las alternativas intersticiales. Buscan articular los sujetos que quedan fuera de las relaciones directas de «comodificación» del capital, no integrados directamente en sus procesos de valor pero contribuyentes al mismo a través de su trabajo impago. No tanto para integrarlos al valor (a través del salario), sino precisamente para ir sacando del valor al conjunto del Trabajo. Pero sin articulación entre ellas, sin proyección común que las haga capaces de sumar acciones en forma de fuerza social de mayorías, para enfrentar el entramado metabólico de la explotación y la dominación, así como el conjunto de poderes y coagulaciones de clase, socializados e institucionalizados, esas vías pierden consistencia y potencialidad. Pierden por tanto y sobre todo, universalidad. Hemos de tener en cuenta, por otra parte, que es propia de la subalternidad social la inhabilidad de producir representaciones o explicaciones coherentes del mundo, de la realidad que se habita, porque las personas tienden a incorporar la visión fragmentada y amorfa de la vida que reciben de la clase dirigente, por veces no solo incoherente sino contradictoria. Es por eso que para un proyecto de transformación sistémica se precisa la hegemonía como elemento cultural-ideológico, político-práctico y teórico-programático26 de aglutinamiento y proyección y a la vez como fuerza que oponer al Capital (para arrebatarle su carácter de clase dirigente, es decir, su legitimidad, su autoridad —de manera que si domina ya no dirija a la sociedad, por lo que su dominación se haga cada vez más visible, más rechazada—). 2) Las vías u opciones rupturistas trazan una vía hegemonista, de corte estratégico, y apuntan a una coaligación o alianza de posiciones de clase dentro del Traba25. «Topía»: lo que ya se hace, lo que ya está aquí. Tenemos aquí no solo bienes gestionados de forma comunitaria, sino la construcción de las propias comunidades (en torno a los recursos necesarios para la vida). Se aprende lo público no como lo que pertenece al Estado (o bien como un espacio vacío que no es de nadie), sino como el ámbito que los seres humanos generan al hacer su propia vida y los bienes que son necesarios para ella (sobre esto ver Linebaugh, 2013). Hay ya toda una constelación de ejemplos en marcha que, conscientemente o no, son heredados del llamado «socialismo utópico» (que impregnó asimismo gran parte de la socialdemocracia decimonónica) y del cooperativismo, e inspirados también en buena medida por el anarquismo desarrollado en el siglo XIX: cooperativas de consumo, cooperativas de producción, cooperativas de crédito, de enseñanza, de prensa...; monedas comunitarias, monedas sociales, «Bancos de tiempo», autogestión de bienes comunes, asociaciones de apoyo mutuo, etc. (García Jané [2012] hace un buen esfuerzo por presentar ese conjunto de alternativas en la senda del postcapitalismo). Son topías o embriones de una posible nueva sociedad en la vieja, formas ya existentes de autogestión que pueden preparar otra sociedad que (todavía) no está aquí (u-topía) pero a la que hacen más posible con su existencia. El peligro para ellas radica, no obstante, en que la obturación del valor en el ámbito productivo estricto del capitalismo degenerativo, está motivando que el Capital extienda las dinámicas de apropiación del valor al conjunto del mundo de la vida, por lo que hay una fuerte tendencia a que sean engullidas o, en su defecto, queden más y más marginales. 26. La integración de elementos prácticos y teóricos que incrementan no solo la consistencia lógica sino la capacidad de actuar.

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jo, bajo algún tipo de liderazgo legitimado, tendente hacia una u otra versión de Frente o Bloque. Buscan la alianza interna del conjunto de la población subordinada para derrocar el orden social dado y comenzar uno nuevo. Su guía base histórica ha sido la suma de fuerzas por organización y arrastre (liderazgo) y la transformación por revolución. Son imprescindibles para enfrentar un orden determinado de forma alter-sistémica, pero necesitan complementarse con las opciones autonomistas para no reproducir poderes. Hoy, con la combinación de degeneración de las estructuras y pérdida de aglutinantes y referentes alter-sistémicos que se corresponden con el fuerte arraigo de la hegemonía del Capital, así como las enormes dificultades para la articulación de los distintos campos de desigualdad, las vías rupturistas-hegemónicas tienen pocas posibilidades de imponerse en el futuro inmediato.27 Sería algo más probable, en todo caso, que en adelante se desarrollaran vías intersticiales-autonomistas entre los escombros de la civilización industrial-capitalista, no principalmente en cuanto resultado de un éxito propio «de contagio», ni porque estén potenciadas por el propio capitalismo (como tanto se empeñan hoy los autores cognitivistas en proclamar), sino porque la decadencia capitalista anulará a este modo de producción en cuanto que proveedor de posibilidades de vida a cada vez más mayorías de la humanidad. Pero en ese hipotético caso, tales formas autogestionarias de vida tendrían que buscar sus posibilidades de existencia en los márgenes de la barbarie social que la implosión de un sistema social planetario sin recambio contra-hegemónico originaría. 27. No es solo que el capitalismo no tenga modelo social alternativo contrapuesto para las grandes mayorías de la humanidad. Es que no se concibe en el imaginario colectivo mayoritario nada fuera de la civilización industrial-fosilista. Esto permite la persistencia de la hegemonía del Capital que queda impregnada en su metabolismo. La consecución de su revigorización ideológica fue posibilitada por el monopolio de los dispositivos de socialización formal y un control mediático sin precedentes reforzado por los procesos de oligopolización de los media. Tal dominio de los medios de socialización y de difusión masivos se unió a la pérdida de referente alternativo (fin de la URSS y su equiparación al «fin del comunismo») y a la cooptación y represión de buena parte de las estructuras sindicales y políticas del Trabajo para posibilitar la también derrota ideológica de sus expresiones combativas. Lo que quiere decir que la desarticulación de las manifestaciones más conscientes y organizadas del Trabajo características de la etapa «fordistakeynesiana» de acumulación capitalista, se dio en los órdenes social, militar y político, pero igualmente en el cultural e ideológico. El resultado más decisivo fue la profunda crisis de credibilidad en la posibilidad de transformar la sociedad capitalista, a la cual se sumaba la aceptación generalizada de la integración o colaboración subordinada con la acumulación de capital, que ya prevalecía en las formaciones centrales durante el esplendor keynesiano (para más detalle sobre ello, Salazar, 2003). Recuperar la vía rupturista al socialismo-comunismo requiere un tiempo que el capital degenerativo no tiene visos de conceder: el colosal remolino que genere su hundimiento tiene muchas más posibilidades de expandir y radicalizar la barbarie que ha comenzado a provocar ya en la mayor parte del planeta. No obstante, también es muy probable que con el tiempo, para poder sobrevivir, la humanidad o al menos algunas partes de ella encuentren nuevos caminos, reinventando formas de cooperación, socialización de los recursos e igualdad. Toda la elaboración ideológico-teórica y las realizaciones sociales y políticas llevadas a cabo por el movimiento comunista de la humanidad serán para ello de gran ayuda (Piqueras, 2015). Esta idea-fuerza ya está impresa en el código de memoria de la especie y puede ayudarla decisivamente de nuevo en el futuro próximo.

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No obstante, cualquier resolución teórica al respecto no puede hacerse sin el oportuno seguimiento de la evolución de la dialéctica entre agencias y estructuras (físico-sociales). Aquí hay que sopesar la gran osadía que supuso el movimiento comunista de la humanidad, que por primera vez en la historia de la especie se propuso la transformación de un orden socio-económico para dotarse planificadamente de un nuevo modo de producción (sin explotación). Tarea titánica que entraña una alta improbabilidad: por mucho que se esfuerce la conciencia (de algunas partes de la sociedad) una vez hecha agencia humana, poco puede contra un modo de producción mientras este no haya agotado sus posibilidades objetivas.28 Pero por sí misma puede al menos ayudar a modificar ciertas condiciones que precipiten otros cambios, que a su vez conduzcan a otros resultados diferentes de los que el decurso «automático», por otra parte imposible, de un modo de producción llevaría por sí mismo. Téngase en cuenta que las condiciones infraestructurales, estructurales y supraestructurales están profundamente imbricadas y los cambios en cualquiera de las partes son susceptibles de provocar reacciones en cadena en las restantes. Marx, de forma paradójica consigo mismo, ya indicó que solo cuando un modo de producción ha agotado el conjunto de sus potencialidades está listo para ser relevado por otro. La tesis que atraviesa este libro es que hemos llegado con toda probabilidad a ese momento. Pero sin relevo favorable para las grandes mayorías a la vista. En estas circunstancias, la fase de descomposición del sistema no tiene porqué ser corta, especialmente mientras queden nichos de plusvalor y de energía barata que palien la acelerada disminución del valor. Su defunción no se dará, ya lo estamos viendo, como un derrumbe instantáneo o colapso súbito. Su marcada trayectoria de decadencia podría tener incluso pequeños repuntes (cada vez más) pasajeros y convivir durante un indefinido lapsus (hasta donde las fuentes de energía lo permitan), con la irrupción en distintos ámbitos espaciales de un (proto-)modo de producción automatizado (en el que, recordemos, bajo relaciones sociales de producción clasistas la mayor parte de seres humanos muy probablemente serán redundantes). Pero lo que sí parece fuera de toda duda es que sin intervención humana que lo supere fuera de la ley del valor, hacia formas o modos de vida capaces de conseguir cohesión social y equilibrio socio-natural, la agonía del modo de producción capitalista entrañará cada vez mayores dosis de sufrimiento, penuria y muerte para la humanidad. 28. Las luchas que se han dado a lo largo de la historia de las formaciones sociales desigualitarias pudieron lograr en algunos casos importantes avances sociales, pero nunca consiguieron salir del marco de las relaciones sociales de producción de un determinado modo de producción (al contrario, por lo general, las luchas de los oprimidos constituyen una suerte de «sistema inmunitario» dentro de toda sociedad de clases, pues los logros de aquellas protegen a esta de su autodestrucción). Este solo dio paso a otro cuando agotó sus posibilidades materiales (bases ecológicas, potencialidad de desarrollo de fuerzas productivas, contradicciones internas insalvables...) o cuando fue rebasado en la potencialidad tecno-económica por un nuevo modo de producción. En el siglo XX el movimiento comunista, incorporando el desarrollo científico, dio un paso de gigante al menos en la desconexión parcial con el modo de producción capitalista. Pero este gozaba aún de gran dinamismo y vitalidad, y su expansión mundial terminó arrinconando a las parciales experiencias desconectistas. Hoy, sin embargo, ya no estamos en esa tesitura, lo que quiere decir que las posibilidades «objetivas» de superación del capitalismo se agrandan enormemente. [¿Hay una izquierda marxista capaz de estar a la altura de tamaño desafío?].

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Índice

PRÓLOGO. Cartografiando el sinsentido, por Luis Enrique Alonso .............................

IX

INTRODUCCIÓN .............................................................................................................

1

PARTE I UN CAPITALISMO QUE SE APAGA CAPÍTULO 1. El atasco del capital productivo y sus consecuencias ............................ 1.1 La dilución del trabajo asalariado ................................................................... 1.2 Acentuación del despotismo de las relaciones laborales ................................ 1.3. Redefinición de la composición del Trabajo y de la relación Capital-Trabajo ................................................................................................. CAPÍTULO 2. Una forma parasitaria (y ficticia) de huir de la crisis: el capital a interés ................................................................................................................. CAPÍTULO 3. Una forma mafiosa (y suicida) de huir de la crisis: la apropiación de la riqueza social o autofagocitación ................................................................. CAPÍTULO 4. El paroxismo de la subsunción real del Trabajo al Capital: eso que llaman «capitalismo cognitivo» ............................................................................ 4.1. La invaluable contribución de las infotecnologías ........................................ 4.2. El impedimento del Común ........................................................................... CAPÍTULO 5. Explotación Amplia y Desposesión generalizada: enfermedades oportunistas de la degeneración que terminan agravándola ................................ 5.1. La naturaleza social abstracta ........................................................................ 5.2. La expropiación del tiempo concreto de vida ................................................

7 21 31 37 43 55 61 68 70 73 79 82

PARTE II NO HAY ECONOMÍA SIN SOCIEDAD EL DIFÍCIL CAMINO DE LA RECONSTRUCCIÓN SOCIAL

SECCIÓN PRIMERA. No hay economía sin sociedad ..................................................... CAPÍTULO 1. La inviabilidad de la sociedad ................................................................

91 97

SECCIÓN SEGUNDA. El difícil camino de la reconstrucción social. Consideraciones políticas ...................................................................................... CAPÍTULO 2. La materialidad de la conciencia ............................................................ 2.1. La debilidad de las estructuras ....................................................................... CAPÍTULO 3. La permanencia de la hegemonía ........................................................... 3.1. Clase dirigente y metabolismo capitalista. Hegemonía para la dominación .... 3.2. Hegemonía para la emancipación ................................................................. 3.3. Sobre los sujetos de la hegemonía .................................................................

107 109 112 115 115 118 122

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PARTE III NI ECONOMÍA NI SOCIEDAD EXISTEN FUERA DE LA NATURALEZA LA RECONSTRUCCIÓN DEL MEDIO SOCIONATURAL: DE LA NATURALEZA SOCIAL ABSTRACTA A LA SOCIEDAD-NATURALEZA CONCRETA

Introducción ................................................................................................................ CAPÍTULO 1. El medio socionatural ............................................................................. CAPÍTULO 2. El negavalor ............................................................................................. CAPÍTULO 3. Final. La reconstrucción del medio social se co-implica con el proceso de rehacer el medio natural. Las reapropiaciones ineludibles .............................

131 133 139 147

APÉNDICE Algunas consideraciones sobre el valor, la agencia del capital y las posibilidades de transformación social ........................................................ 1. Las condiciones impersonales de dominación ................................................. 2. Las condiciones agenciales de dominación ...................................................... 3. Para pensar la transformación social. Los sujetos ............................................ 4. Para pensar la transformación social. Los planos ............................................ 5. Para pensar la transformación social. Las vías .................................................

153 153 156 161 166 173

BIBLIOGRAFÍA CITADA ...................................................................................................

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