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Spanish Pages 264 [260] Year 2014
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Ernesto Salas Tovar (coord. científico) Rui Mataloto Victorino Mayoral Herrera Conceição Roque (eds.)
ANEJOS DE
AESPA LXX
LA GESTACIÓN DE LOS PAISAJES RURALES ENTRE LA PROTOHISTORIA Y EL PERÍODO ROMANO Formas de asentamiento y procesos de implantación
ARCHIVO ESPAÑOL DE
ARQVEOLOGÍA
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ANEJOS DE AESPA
Director: Francisco Pina Polo, Universidad de Zaragoza, España. Secretario: Carlos Jesús Morán Sánchez, Instituto de Arqueología, CSIC-Gobierno de Extremadura, Mérida, España. Comité Editorial: José Beltrán Fortes, Universidad de Sevilla, España; Manuel Bendala, Universidad Autónoma de Madrid, España; Rui Manuel Sobral Centeno, Universidade do Porto, Portugal; Adolfo J. Domínguez Monedero, Universidad Autónoma, Madrid, España; Sonia Gutiérrez Lloret, Universidad de Alicante, España; Pedro Mateos, Instituto de Arqueología, CSIC-Gobierno de Extremadura, Mérida, España; Manuel Molinos, Universidad de Jaén, España; Ángel Morillo, Universidad Complutense, Madrid, España; Ricardo Olmos Romera, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; Almudena Orejas, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; Isabel Rodà de Llanza, Universidad Autónoma de Barcelona, España; Inés Sastre Prats, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; Ángel Ventura Villanueva, Universidad de Córdoba, España. Consejo Asesor: Luis Caballero Zoreda, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; María Paz García-Bellido, Instituto de Historia, CSIC, España; Juan Manuel Abascal, Universidad de Alicante, España; Filippo Coarelli, Universitá degli Studi di Perugia, Italia; Pierre Gros, Université Aix-Marseille, Francia; Simon Keay, University of Southampton, Reino Unido; Pilar León, Universidad de Sevilla, España; Giuliano Volpe, Universitá degli Studi di Foggia, Italia; Carmen García Merino, Universidad de Valladolid, España; Javier Arce, Université Lille, Francia; Michel Amandry, Bibliothèque Nationale de France, París, Francia; Xavier Aquilué, Museu d'Arqueologia de Catalunya, Empúries, España; Pietro Brogiolo, Università di Padova, Italia; Francisco Burillo, Universidad de Zaragoza, España; Monique ClavelLévêque, Université Franche-Comté, Besançon, Francia; Teresa Chapa, Universidad Complutense de Madrid, España; Carlos Fabião, Universidade de Lisboa, Portugal; Carmen Fernández Ochoa, Universidad Autónoma de Madrid, España; Pierre Moret, Universidad de Toulouse, Francia; Sebastián Ramallo, Universidad de Murcia, España; Domingo Plácido, Universidad Complutense de Madrid, España; Thomas Schattner, Instituto Arqueológico Alemán, Madrid, España; Armin Stylow, München Universität, Alemania.
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ERNESTO SALAS TOVAR (coord. científico)
RUI MATALOTO VICTORINO MAYORAL HERRERA CONCEIÇÃO ROQUE (eds.)
LA GESTACIÓN DE LOS PAISAJES RURALES ENTRE LA PROTOHISTORIA Y EL PERÍODO ROMANO FORMAS DE ASENTAMIENTO Y PROCESOS DE IMPLANTACIÓN (Reunión científica, Redondo-Alandroal, 24-25 mayo, 2012).
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS INSTITUTO DE ARQUEOLOGÍA
MÉRIDA, 2014
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Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por ningún medio ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones. Este volumen es el resultado de la reunión científica Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II, celebrada en Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal) los días 24 y 25 mayo de 2012. Imagen de cubierta: conjunto artefactual da necrópole da Herdade das Casas (Redondo). Imagen de contracubierta: vista oeste a partir do Caladinho (superior); vista aérea del yacimiento de can Tacó ―Montmeló, Barcelona― en fase de excavación (inferior izquierda); Castejón de las Merchanas ―Don Benito, Badajoz― (inferior derecha).
Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es EDITORIAL CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])
GOBIERNO DE EXTREMADURA Consejería de Empleo, Empresa e Innovación
© CSIC © Ernesto Salas Tovar (coord. científico), Rui Mataloto, Victorino Mayoral Herrera y Conceição Roque (eds.), y de cada texto, su autor.
e-NIPO: 723-14-078-5 e-ISBN: 978-84-00-09814-8
Imprenta: Artes Gráficas Rejas, Mérida
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SUMARIO
PRESENTACIÓN / APRESENTAÇÃO Rui Mataloto, Victorino Mayoral y Conceição Roque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 «… e dahí desceo a dar-lhe batalha…»: a ocupação pré-romana e a romanização da região da Serra d’Ossa (Alentejo Central, Portugal) Rui Mataloto, Victorino Mayoral y Conceição Roque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 O Castelinho dos Mouros (Alcoutim): um edifício republicano do Baixo Guadiana, no período de fundação da Lusitânia romana Alexandra Gradim, Gerald Grabherr, Barbara Kainrath y Félix Teichner . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 El Castejón de las Merchanas (Don Benito, Badajoz): un recinto fortificado tardorrepublicano entre La Serena y la Vega del Guadiana Victorino Mayoral Herrera, Juan José Pulido Royo, Sabah Walid Sbeinati, Sebastián Celestino Pérez, Macarena Bustamante Álvarez, Antonio Pizzo y Luis Sevillano Perea . . . . . . . . . . . . . . . . 65 Geofísica y fotogrametría. Técnicas no intrusivas para el conocimiento de yacimientos arqueológicos en la Serena Pau de Soto Cañamares y Pedro Ortiz Coder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89 Pozo Sevilla (Alcázar de San Juan, Ciudad Real): una casa-torre en La Mancha Jorge Morín de Pablos, Rui Roberto de Almeida, Rafael Barroso Cabrera, Antxoca Martínez Velasco y Sandra Azcárraga Cámara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 Monte dos Castelinhos-Vila Franca de Xira: um sítio singular para o estudo da romanização do vale do tejo João Pimenta y Henrique Mendes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125 Nertobriga Concordia Iulia. El paisaje de un enclave romanizador entre los célticos de la Beturia Luis Berrocal-Rangel, José Luis de la Barrera Antón, Rafael Caso Amador y Víctor Manuel Rodero Olivares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143 El territorio de Medellín en época republicana. Análisis espacial y unas preliminares deducciones históricas Francisco Javier Heras Mora, Victorino Mayoral Herrera, Luis Sevillano Perea y Ernesto Salas Tovar . . . . . . 171 La presencia romana en el NE de la Provincia Citerior durante el siglo II a.C. Aproximación arqueológica a partir de los yacimientos de Can Tacó (Montmeló, Barcelona) y Puig Castellar (Biosca, Lleida) Esther Rodrigo, Cèsar Carreras, Joaquim Pera y Josep Guitart . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191 Estrategias de implantación militar romana en el noreste de la Citerior 120-90 a.n.e. Jordi Principal y Toni Ñaco del Hoyo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211 Modelos de arquitectura militar e implantación territorial de los campamentos republicanos en Hispania Ángel Morillo Cerdán y Andrés M.ª Adroher Auroux. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
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Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Reunión científica. Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal), 24-25 mayo, 2012.
LA GESTACIÓN DE LOS PAISAJES RURALES ENTRE LA PROTOHISTORIA Y EL PERÍODO ROMANO. FORMAS DE ASENTAMIENTO Y PROCESOS DE IMPLANTACIÓN
El estudio de la transición entre la protohistoria y el período romano en la Península Ibérica es un campo de actividad científica que siempre ha atraído con fuerza la atención de los investigadores a ambos lados de la frontera hispano-portuguesa. Cada vez somos más conscientes de la complejidad de los procesos de índole cultural, social y económica que quedan englobados dentro de esta etapa histórica. Es asimismo patente el carácter heterogéneo de este fenómeno, en virtud de la diversidad de escenarios territoriales y situaciones de partida en el encuentro entre las comunidades locales y los romanos. Sin lugar a dudas, una de las vías más fructíferas para avanzar en la compresión de estos procesos es a través de un análisis a escala amplia, orientado a la caracterización de las decisiones locacionales, pautas de asentamiento y esquemas de articulación del territorio. El incentivo por profundizar en estas cuestiones va multiplicando el número de casos de estudio, así como diversificando los planteamientos teóricos y las líneas de innovación metodológica para abordarlos. Este incremento de la información dispersa ha sido el acicate para la celebración, de manera intermitente, de diversos encuentros, esenciales para buscar puntos de contacto y confrontar visiones desde diferentes espacios y perspectivas (Morillo, Cadiou y Hourcade 2003, Moret y Chapa, coords., 2004). En estas reuniones se puso de manifiesto la necesidad de un análisis de más amplio espectro para comprender los procesos de integración de estos asentamientos en la dinámica de creación del mundo provincial romano. Más recientemente, y como fruto de la colaboración científica a ambos lados de la frontera portuguesa, la reunión científica celebrada
en Badajoz en 2008, (Mayoral y Celestino, coords., 2010), se había centrado en los avances extraordinarios que había conocido en los últimos años la investigación sobre estos temas en el suroeste peninsular. Siguiendo esta estela, los trabajos que se ofrecen en el presente volumen son resultado de una reunión científica concebida como intento de dar continuidad a la iniciativa de Badajoz, y que se celebró en la población alentejana de Redondo en mayo de 2012, bajo el título Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Se trata de una serie de contribuciones que abarcan un extenso ámbito geográfico, desde el valle del Tajo hasta las comarcas catalanas de la Layetania interior, pasando por la desembocadura del Guadiana, las altiplanicies de Granada o la llanura manchega. Es igualmente dilatado el arco cronológico de los casos considerados, abarcando la mayor parte del siglo II a.C. y llegando hasta los tiempos de Augusto. Es, en su conjunto, una muestra representativa del debate actual sobre las formas de ocupación ligadas al proceso de implantación romana en la Península Ibérica. A la hora de identificar un elemento que aglutina este elenco de trabajos, es precisamente la diversidad de soluciones identificadas en el marco de un mismo fenómeno histórico una de las enseñanzas. Este común leitmotiv nos introduce en un problema de aún muy deficiente comprensión, como es el de la caracterización de los tipos de asentamientos ligados a la estrategia de control territorial. Empezando por el suroeste peninsular, el trabajo de Mataloto y otros nos introduce en la secuencia de ocupación de la Serra d’Ossa, un espacio geográfico clave en la configuración del territorio actual-
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mente ocupado por la región portuguesa del Alentejo, para contextualizar el conocimiento sobre la transformación de las formas de poblamiento provocada por la paulatina injerencia romana. El análisis de casos como el de Evoramonte, Monte da Nora o Rocha da Mina, nos lleva a la consideración de la existencia de una amplia red de asentamientos, cuya diversidad funcional remite a contextos similares de conquista como el del NE Peninsular, del que más adelante hablaremos. No obstante en el caso lusitano este entramado se fecharía en una etapa más tardía, durante los últimos decenios del siglo I a.C., y como antecedente inmediato del surgimiento de puntos clave del entramado urbano como la colonia Liberalitas Iulia Ebora. Un elemento central en este panorama es la caracterización de los denominados fortines, ejemplificados por el caso de Caladinho, objeto de intensos trabajos cuyas primeras conclusiones se ofrecen aquí. De hecho, las denominadas fortificaciones y recintos ciclópeos constituyen sin duda uno de los elementos centrales del debate sobre la tipología y funcionalidad de los asentamientos ligados al proceso de establecimiento romano. También en el actual Portugal, pero más al sur, contamos con nuevos trabajos de documentación en el sitio del Castelinho dos Mouros (Alcoutim). Junto con una detallada descripción del conjunto, este trabajo plantea la posibilidad de que nos encontremos ante un caso temprano (entre el final del siglo II y el inicio del I a.C.) en la introducción de esta categoría de pequeños enclaves fortificados. Como es sabido, el fenómeno de las fortificaciones ciclópeas se expande más allá de las divisiones políticas actuales, de manera que otra de las zonas en las que puede documentarse con gran intensidad es la Extremadura española. En ese contexto encuadramos la presentación de los últimos trabajos desarrollados en la Serena, en la actual provincia de Badajoz. En primer lugar se ofrece un avance preliminar de las excavaciones realizadas en el Castejón de las Merchanas (Don Benito, Badajoz). A una caracterización de sus estructuras defensivas, técnica constructiva y contexto territorial, podemos añadir por primera vez para este tipo de fortificaciones de altura en la zona, una contrastación estratigráfica de su construcción, uso y destrucción violenta en una etapa de transición entre los siglos II y I a.C. Además la capacidad que en este caso se tuvo de obtener una lectura horizontal de los depósitos arqueológicos, abre la posibilidad de iniciar una comprensión a escala microespacial de estos asentamientos, carac-
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terizando las actividades de mantenimiento y los procesos productivos y de consumo que tienen lugar en su interior. Esta es una vía esencial para definir la personalidad social y económica de los grupos humanos que los construyeron y habitaron. Por otro lado, aunando el trabajo de Merchanas con el de otras fortificaciones ciclópeas de La Serena, hemos querido ofrecer unos primeros resultados de la experimentación con nuevos métodos de registro de carácter no destructivo: la aplicación de la fotogrametría y la prospección geofísica. El primero de ellos se ha mostrado versátil y fructífero para la producción de modelos tridimensionales de la compleja microtopografía de este tipo de enclaves. El segundo, con todas las dificultades que ofrecen estas localizaciones, ha servido para definir mejor algunos aspectos de su organización interna. El uso combinado de estos recursos pone de manifiesto el potencial para obtener una documentación extensiva de alta resolución, abarcando series amplias de casos. Un último ejemplo de pequeños asentamientos fortificados nos lleva a las llanuras de la mancha. El caso de Pozo Sevilla (Alcázar de San Juan), parece reunir por la cronología de sus materiales y la tipología de sus estructuras las condiciones para ser definido como un punto de control de época tardo-republicana. La excavación en área, fruto de una intervención preventiva, permite definir una buena parte de su planta, que los autores relacionan con conjuntos en los que las funciones de vigilancia se complementan con la explotación y colonización del territorio circundante. En resumidas cuentas, como ponen de manifiesto esta serie de trabajos, los empeños actuales se centran en definir mejor los contextos arqueológicos, fijar conceptos, afinar cronologías, y acotar la variedad arquitectónica y funcional de un creciente número de casos conocidos. Son esfuerzos, en suma, para ver a este tipo de enclaves en su correcta dimensión, superando estereotipos y falsas dicotomías. Junto con esta diversidad de pequeños asentamientos dispersos por el territorio, un segundo elemento articulador en las contribuciones de esta monografía es el papel de grandes núcleos de población en el proceso de conformación de la red de ciudades entre la República tardía y el período augusteo. Por lo que respecta al occidente peninsular se ha favorecido el análisis de esta cuestión a través de estudios de caso, como el sitio del Monte Castelinhos (Vila Franca de Xira) en el contexto del Tajo inferior. Estamos aquí ante un asentamiento de grandes proporciones (unas diez hectáreas), localizado
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en un punto estratégico para el control de la red de comunicaciones. Su ocupación, fechada en torno a la mitad del siglo I a.C. ofrece un ejemplo de cómo desde el registro arqueológico resulta en ocasiones problemático definir el carácter “castrense” de un sitio, con interpretaciones que oscilan entre una población local romanizada hacia la calificación de verdaderos campamentos militares. Volveremos sobre esta cuestión en el cierre de esta introducción. Mirando más hacia el sur, tenemos la satisfacción de poder mostrar aquí los recientes resultados de nuevos trabajos en el gran asentamiento de Nertobriga, en la antigua Beturia Celtica. La reactivación de las excavaciones ha permitido ampliar notablemente el conocimiento sobre este sitio. Berrocal, de la Barrera y Caso analizan en detalle el carácter del mismo como verdadero lugar central en la cuenca del Ardila, ilustrando el proceso de transformación de un enclave republicano en un núcleo urbano altoimperial dotado de un foro. De nuevo aparece aquí un tema recurrente en el conjunto del libro como es la fundación de ciudades como punto de apoyo en una reestructuración del territorio. En este caso la argumentación se ve reforzada con un cuidadoso análisis de las pautas de accesibilidad y visibilidad de Nertobriga, que ayudan a entender los motivos del mantenimiento de una ubicación que comparte algunos rasgos señalados con las formas de hábitat indígena. Finalmente, en este segundo bloque del libro incluimos un trabajo centrado en otro importante asentamiento ligado al proceso de romanización en el suroeste peninsular como es Medellín. En este caso, una revisión del estado actual de los conocimientos sobre el poblamiento de época republicana en la zona, se suma a los resultados recientes de trabajos de prospección intensiva, para plantear algunos interrogantes sobre ideas tradicionalmente asumidas sobre el desarrollo de este proceso histórico. Se pone de manifiesto aquí la dificultad de cruzar las lecturas de las fuentes clásicas con los resultados de los trabajos arqueológicos, resultando en una lectura mucho más rica y compleja de la realidad. En tercer lugar, los trabajos de Carreras et alii y Principal y Ñaco tienen como común denominador la valoración del papel fundamental del elemento militar y de la configuración de las rutas de penetración de los ejércitos romanos a través del entramado viario. Ambas contribuciones se centran en la presentación de resultados recientes de intervenciones en una serie de asentamientos fechados entre la segunda mitad del siglo II y los inicios del I a.C., y
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localizados en diversas comarcas de la actual Cataluña. Ofrecen por tanto un interesante contrapunto a los otros contextos peninsulares revisados en capítulos anteriores. El análisis interno de estos sitios permite definir funcionalidades diversas, dentro de una finalidad común de asegurar el control del territorio. Así, se propone la coexistencia de puestos avanzados de vigilancia con bases logísticas lejos de los escenarios bélicos, y en los que se produciría una convivencia entre la población local y los contingentes itálico-romanos. De nuevo este problema, el de la identidad de los actores involucrados en el cambio histórico, remite con insistencia al conjunto de las demás aportaciones que componen el libro. Para concluir, hemos seleccionado como cierre de esta monografía la aportación de Ángel Morillo y Andrés Adroher, dada la amplitud del análisis crítico y comparativo que ofrece. El elemento central de sus tesis es sumamente pertinente como recapitulación sobre una amplia serie de temas comunes tratados en el conjunto de la obra, y de hecho pone sobre la mesa problemas esenciales del proceso de interpretación arqueológica. Tomando como referencia un nutrido grupo de casos a través de toda la Península, se somete a prueba el permanente conflicto entre los modelos canónicos, que marcan las pautas sobre cómo habrían de ser los asentamientos militares ligados al proceso de la conquista romana, y la realidad empírica con la que topamos en el terreno. Esto atañe en primer lugar a la definición de modelos arquitectónicos o a las técnicas y materiales de construcción. Poner las cosas en su justa medida conlleva un ejercicio de rigor en la utilización de términos y conceptos, muy especialmente cuando se trata de amoldar al registro material las categorías empleadas por los autores clásicos. Pero además este ejercicio crítico nos alerta sobre los riesgos de otras deformaciones que de manera inconsciente introducimos en nuestras interpretaciones. Se trata por ejemplo de las dicotomías aberrantes que creamos cuando intentamos definir la naturaleza de los asentamientos y sus moradores. Más allá de las campañas militares y los movimientos estratégicos, en estos lugares hemos de estar preparados para encontrar una mayor fluidez de identidades y funcionalidades, y dejar a un lado las contraposiciones monolíticas entre lo civil y lo militar, lo defensivo y lo monumental, lo indígena y lo foráneo etc. Es quizás el gran tema de fondo que guió el espíritu del encuentro de Redondo, una llamada de atención contra las visiones sesgadas del proceso histórico de la conquista del territorio peninsular.
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Como es bien sabido este fue largo y causó, a menudo, un avance lento, vacilante y variado en la instalación del poder de Roma, lo que se traduce efectivamente en la actual imposibilidad de reconocer una manera única de actuar sobre el territorio. Sin embargo, creemos que después de las Guerras lusitanas y celtibéricas se inicia el desarrollo de un nuevo proceso de asentamiento e integración de los territorios bajo la égida de Roma. La inestabilidad de la propia República impidió un claro avance de estos nuevos modelos en todo el territorio peninsular, al menos hasta el final de las guerras Sertorianas. Será entonces cuando parece desarrollarse un nuevo impulso a esta consolidación de la presencia del poder de Roma, debilitado por sus luchas internas. Sin embargo, y en particular en el occidente peninsular, César sería la figura central en este proceso, principalmente después del último episodio de la Guerra Civil, ya en la segunda mitad del siglo. Es concretamente durante el segundo cuarto del siglo I a.C cuando se inicia una dinámica de transformación que va a terminar con la formación de lo que puede denominarse como el Mundo Provincial romano,
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con un sistema de ocupación y explotación del territorio estructurado entre el campo y la ciudad, como una clara expresión de su romanidad. Creemos que debemos seguir trillando este camino, tratando de entender la relación entre las formas más tempranas de la ocupación romana de la tierra y la fundación de las ciudades, un proceso que dio lugar a la profunda transformación del territorio y la creación de un nuevo paisaje humano. Una última palabra de agradecimiento a todos a los que desde el Instituto de Arqueología de Mérida, Municipalidad de Redondo y de Alandroal, en particular sus presidentes, hicieran posible el agradable encuentro científico en el Alentejo, fomentando un debate fructífero. Un agradecimiento especial es para el arquitecto António Victorino, Herdade da Defezinha, que nos acogió de un modo fantástico en su monte, donde realmente se vivió el paisaje de la romanización, subiendo, o no, al fortín de Caladinho.
Rui Mataloto, Victorino Mayoral y Conceição Roque Redondo, 4 de diciembre de 2013
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Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Reunión científica. Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal), 24-25 mayo, 2012.
A FORMAÇÃO DAS PAISAGENS RURAIS ENTRE A PROTOHISTÓRIA E O PERÍODO ROMANO. FORMAS DE POVOAMENTO E PROCESSOS DE IMPLANTAÇÃO
O estudo da transição entre a proto-história e o período romano na Península Ibérica é um campo da actividade científica que sempre atraiu bastante a atenção dos investigadores de ambos os lados da fronteira hispano-portuguesa. Cada vez somos mais conscientes da complexidade dos processos de índole cultural, social e económica que estão englobados dentro desta etapa histórica. Fica igualmente patente o carácter heterogéneo do fenómeno, em virtude da diversidade de cenários territoriais e situações de partida no encontro entre as comunidades indígenas e os romanos. Sem dúvida que uma das vias mais fecundas para o avanço da compreensão desses processos será através de uma análise em larga escala, orientada à caracterização das estratégias de povoamento, padrões de assentamento e esquemas de articulação do território. O incentivo para aprofundar estas questões vai multiplicando o número de casos de estudo, bem como a diversificação das abordagens teóricas e linhas de inovação metodológica para resolvê-los. Este aumento na informação dispersa tem sido o incentivo para a realização, de forma intermitente, de várias reuniões, essenciais para encontrar pontos de contacto e confrontar visões e espaços desde diferentes perspectivas (Morillo, Cadiou e Hourcade 2003, Moret e Chapa, coords., 2004). Nestes encontros destacou-se a necessidade de uma análise de mais amplo espectro para compreender os processos de integração destas instalações na dinâmica de criação do mundo provincial romano. Mais recentemente, e como resultado da colaboração científica entre ambos os lados da fronteira portuguesa, a reunião científica de Badajoz em 2008 (Mayoral e Celestino,
coords., 2010) centrou-se nos avanços extraordinários que investigação sobre estas questões havia conhecido nos últimos anos no sudoeste peninsular. Seguindo essa linha, os trabalhos presentes neste volume, em parte, um reflexo de uma encontro concebido como uma tentativa de dar continuidade à iniciativa de Badajoz, e que se celebrou nas localidades alentejanas de Redondo e Alandroal em Maio de 2012, sob o titulo de As paisagens agrários da romanização, arquitectura y explotação do território II. As diversas contribuições cobrem uma vasta área geográfica, desde o vale do Tejo até às regiões catalãs da Layetania interior, passando pela foz do Guadiana, o altiplano de Granada ou planícies manchegas. É igualmente amplo o espectro cronológico abarcado, cobrindo a maior parte do séc. II a.C., chegando até à época de Augusto. O presente volume constitui no seu conjunto, cremos, uma amostra representativa do actual debate sobre as formas de ocupação ligadas ao processo de implantação romana na Península Ibérica. No momento de assinalarmos o elemento que aglutina este elenco de trabalhos regista-se precisamente a diversidade de soluções identificadas no âmbito do mesmo fenómeno histórico. Este leitmotiv comum introduz-nos num problema ainda muito mal compreendido, como é a caracterização dos tipos de assentamentos ligados à estratégia de controlo territorial. Começando pelo Sudoeste peninsular, o trabalho de Mataloto et alii introduz-nos na sequência de ocupação da Serra d’Ossa, um espaço geográfico chave na configuração do território que hoje ocupa a região do Alentejo Central português, de modo a
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contextualizar o conhecimento sobre a transformação das formas povoamento causada pela gradual ingerência romana. A análise de casos como Evoramonte, Monte Nora ou Rocha da Mina, leva-nos à consideração da existência de uma ampla rede de assentamentos cuja diversidade funcional remete para contextos similares do Noroeste Peninsular durante o processo de conquista, de que falaremos em seguida. Não obstante, na futura região lusitana este enquadrar-se-ia num momento posterior, durante as últimas décadas do século I a.C. e como antecedente imediato da instalação de pontos-chave do entramado urbano, como a fundação Liberalitas Iulia Ebora. Um elemento central neste cenário é a caracterização dos chamados fortins, exemplificadas pelo caso do Caladinho, objecto de intenso trabalho, cujas primeiras conclusões são aqui avançadas. De facto, as designadas fortificações e recintos ciclópicos constituem, sem dúvida, um dos elementos centrais do debate sobre a tipologia e função dos assentamentos ligados ao processo de instalação romana. Também no território actualmente português, mas mais ao sul, contamos com novos trabalhos no Castelinho dos Mouros (Alcoutim). A par de uma descrição detalhada de todo o conjunto, este trabalho levanta a possibilidade de nos encontrarmos ante um caso precoce (entre o final do séc. II e o início I a.C.) da introdução desta categoria de pequenos enclaves fortificados na região. Como é sabido, o fenómeno das fortificações ciclópicas alarga-se para além das divisões políticas atuais, de modo que uma outra zona onde se tem vindo a documentar com grande intensidade é a Extremadura espanhola. É neste contexto que enquadramos a apresentação dos últimos trabalhos desenvolvidos em La Serena, na actual província de Badajoz. Em primeiro lugar expõe-se uma abordagem preliminar das escavações no Castejón de Merchanas (Don Benito, Badajoz). A uma caracterização das suas estruturas defensivas, técnicas de construção e do contexto territorial, podemos acrescentar, pela primeira vez para este tipo de fortificações de altura nesta área, uma sequência estratigráfica da sua construção, utilização e destruição violenta, na transição entre o séc. II e o I a.C. Neste caso, além da obtenção de uma leitura horizontal dos depósitos arqueológicos, surgiu a possibilidade de iniciar uma compreensão microespacial destes assentamentos, caracterizando as actividades de manutenção e de produção e processos de consumo que ocorrem em seu interior. Esta é uma via essencial para definir o carácter social e económico dos grupos humanos
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que o habitaram e construíram. Por outro lado, conciliando o trabalho de Merchanas com o de outras fortificações ciclópicas de La Serena, considerou-se oportuno apresentar alguns resultados iniciais da experimentação de novos métodos de registo de carácter não-destrutivo: a aplicação da fotogrametria e a prospecção geofísica. O primeiro de estes métodos mostrou-se versátil e fecundo para produzir modelos tridimensionais da micro-topografia complexa destes sítios. A segunda, com todas as dificuldades que oferecem esses locais, serviu para definir melhor certos aspectos da sua organização interna. A utilização combinada destes métodos põe de manifesto o potencial para uma extensa documentação de alta resolução, cobrindo uma grande série de casos Um último exemplo de pequenos assentamentos fortificados leva-nos para as planícies de La Mancha. O caso de Pozo Sevilla (Alcázar de San Juan) parece reunir, dada a cronología dos seus materiais e a tipologías das suas estruturas, as condições para ser definido como um ponto de control de época tardo republicana. A escavação em área, resultante de uma intervenção preventiva, permite definir grande parte da sua planta, que os seus autores relacionam com conjuntos em que as funções de vigilância são complementadas pela exploração e colonização do território circundante. Em suma, como fica patente por esta série de artigos, os esforços atuais se concentram-se em definir melhor os contextos arqueológicos, definir conceitos, afinar cronologias, e registar a diversidade arquitectónica e funcional de um número crescente de casos conhecidos. Estes esforços são, então, vocacionados para ver este tipo de assentamentos na sua correcta dimensão, superando estereótipos e falsas dicotomias. Junto com esta diversidade de pequenas instalações espalhadas por todo o território, um segundo elemento articulador nas contribuições para esta monografia é o papel dos grandes centros populacionais no processo de formação da rede de cidades entre a República tardia e o período de Augusto. Em relação ao Ocidente peninsular favoreceu-se a análise desta questão através de estudos de caso, como o sítio de Monte dos Castelinhos (Vila Franca de Xira), no contexto do estuário do Tejo. Estamos aqui perante um assentamento de grandes dimensões (circa dez hectares), localizada em um ponto estratégico para o controlo da rede de comunicações. A sua ocupação, datada em torno aos meados do século I a.C. fornece um exemplo de como, a partir do registo arqueológico, é por vezes problemático definir o carácter «castrense» de um sítio, com interpretações
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que oscilam entre uma população local romanizada até à qualificação de verdadeiros acampamentos militares. Voltaremos a esta questão no final desta introdução. Olhando mais para o sul, temos a satisfação de podermos mostrar aqui os resultados recentes da intervenção no grande assentamento de Nertóbriga, na antiga Beturia Céltica. A reactivação das escavações permitiu ampliar bastante o conhecimento sobre este sítio. Berrocal, de la Barreira e Caso discutem em detalhe o carácter do sítio como verdadeiro lugar central na bacia do Ardila, ilustrando a transformação de um enclave republicano numa cidade alto imperial dotada de um fórum. Mais uma vez, surge aquí um tema recorrente ao longo do libro, a fundação de cidades como um ponto de apoio na reestruturação do território. Neste caso, o argumento é reforçado com uma análise cuidadosa dos padrões de acessibilidade e visibilidade de Nertóbriga, que ajudam a compreender as razões para a manutenção de uma instalação que compartilha algumas características marcantes das formas de povoamento indígena. Finalmente, nesta segunda parte do livro, incluímos um trabalho centrado em outro importante sítio ligado ao processo de romanização no Sudoeste peninsular, como é Medellín. Neste caso, uma revisão do estado actual dos conhecimentos sobre o povoamento de época republicana nesta zona, acrescida dos resultados recentes de trabalhos de prospecção intensiva, permite levantar algumas questões sobre os pressupostos tradicionais relativos ao desenvolvimento deste processo histórico. Põe-se aqui de manifesto a dificuldade de cruzar os dados das fontes clássicas com os resultados do trabalho arqueológico, resultando numa leitura muito mais rica e mais complexa da realidade. Em terceiro lugar, o trabalho de Carreras et alii e Principal e Ñaco têm como denominador comum a valorização do papel fundamental do elemento militar e da configuração das vias de penetração dos exércitos romanos, através do entramado viário. Ambas contribuições centram-se na apresentação de resultados recentes de intervenções em diversos assentamentos da segunda metade do séc. II e início do séc. I a.C. localizados em diferentes regiões da actual Catalunha. Estes trabalhos oferecem, portanto, um interessante contraponto aos restantes contextos peninsulares, apresentados nos capítulos anteriores. A análise interna destes sítios para definir múltiplas funcionalidades dentro do propósito comum de assegurar o controlo do território. Assim, propõe-se
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a coexistência de postos de vigilância avançados com bases logísticas, longe dos cenários bélicos, nos quais se produziria a convivência entre as populações indígenas e os contingentes romano-itálicos. Uma vez mais surge o problema da identidade dos actores envolvidos na mudança histórica, que remete para todas as outras contribuições que compõem o livro. Por último, seleccionámos para terminar esta monografia a contribuição de Angel Morillo e Andrés Adroher, dada a amplitude da análise crítica e comparativa oferecida. O elemento central da sua proposta é sumamente pertinente como recapitulação de uma ampla gama de temas comuns ao todo da obra, pondo, de facto, sobre a mesa problemas essenciais do processo de interpretação arqueológica. Tomando como referencia um grande número de casos em toda a península, põe-se à prova o permanente conflito entre os modelos canónicos, que marcam as pautas sobre como deviam ser os assentamentos militares ligados ao processo de conquista romana, e a realidade empírica documentada no terreno. Este facto relaciona-se principalmente com a definição de modelos arquitectónicos ou com as técnicas e materiais de construção. Colocar as coisas na justa medida implica um exercício de rigor no uso de termos e conceitos, muito especialmente quando se trata de moldar o registo material às categorias utilizadas pelos autores clássicos. Este exercício crítico alerta-nos ainda para os riscos de outras deformações que, de modo, inconsciente introduzimos nas nossas interpretações. Tratase, por exemplo, de uma dicotomias aberrantes que criamos quando tentamos definir a natureza dos assentamentos e seus habitantes. Para além das campanhas militares e dos movimentos estratégicos, temos que estar preparados para encontrar uma maior fluidez das identidades e funcionalidades, e deixar de lado a oposição monolítica entre civis e militares, o defensivo e o monumental, o indígena e o foráneo, etc. Este é, talvez, o grande tema que orientou o espírito da reunião em terras alentejanas, tentando ser uma advertência contra as visões preconceituosas do processo histórico da conquista do território peninsular. Como é bem sabido, este foi longo, causando, com frequência, um avanço lento, titubeante e variado na instalação do poder de Roma, o que se traduz de modo evidente na actual incapacidade de reconhecer uma forma única forma de actuar sobre o território. No entanto, acreditamos que, após as Guerras Lusitanas e Celtibéricas, se inicia um novo pro-
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cesso de ocupação e integração dos territórios sob a égide de Roma. A instabilidade da própria República impediu um claro avanço destes novos modelos em todo o território peninsular, pelo menos até ao fim das guerras Sertorianas. Após estas parece dar-se um novo impulso para a consolidação da presença do poder de Roma, debilitado pelas lutas internas. No entanto, e em particular no Ocidente peninsular, César seria a figura central neste processo, especialmente depois do último episódio da Guerra Civil, entrada já a segunda metade do século I a.C. É concretamente durante o segundo quarto deste século quando se inicia dinâmica de transformação, que vai terminar com a formação do que pode denominar-se como o Mundo Provincial Romano, com um sistema de ocupação e exploração do território estruturado entre o campo e a cidade, como uma expressão clara da sua romanidade. Acreditamos que devemos continuar a trilhar este caminho, tentando entender a rela-
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ção entre as primeiras formas de ocupação romana da terra e a fundação de cidades, um processo que levou à profunda transformação do território e à criação de uma nova paisagem humana. Uma última palavra de agradecimento a todos aqueles que, do Instituto de Arqueologia de Mérida, Município de Redondo e Alandroal, particularmente na pessoa dos seus Presidentes, tornaram possível o agradável encontro científico no Alentejo, fomentando um debate frutífero. Um agradecimento especial vai para o arquitecto António Victorino, Herdade da Defezinha, que nos acolheu de um modo fantástico no seu monte, onde se viveu, realmente, a paisagem romanização, subindo, ou não, ao fortim do Caladinho.
Rui Mataloto, Victorino Mayoral e Conceição Roque Redondo, 4 de diciembre de 2013
Figura 1. Los participantes del encuentro «Los paisajes rurales de la romanización: fortines y ocupación del territorio», celebrado en Redondo y Alandroal (Alentejo) en mayo de 2012.
BIBLIOGRAFÍA / BIBLIOGRAFIA MAYORAL HERRERA, V. Y CELESTINO PÉREZ, S. (eds.) 2010: Los paisajes rurales de la romanización: arquitectura y explotación del territorio: contribuciones presentadas en la reunión científica celebrada en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz, 27 y 28 de octubre de 2008, Instituto de Arqueología-La Ergástula, Madrid. MORET, P. Y CHAPA BRUNET, M. T. (eds.) 2004: Torres, atalayas y casas fortificadas: explotación y control del
territorio en Hispania (s. III a.C.- s. I d.C.), Universidad de Jaén, Jaén. MORILLO, Á. 2003: «Los establecimientos militares temporales: conquista y defensa del territorio en la Hispania republicana» A. Morillo, F. Cadiou y D. Hourcade (eds.) Defensa y territorio en Hispania. De los Escipiones a Augusto. (Espacios urbanos y rurales, municipales y provinciales). Coloquio celebrado en la Casa de Velázquez, 19-20 de marzo de 2001), Casa de Velázquez -Universidad de León, León-Madrid, 41-81.
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Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Reunión científica. Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal), 24-25 mayo, 2012.
«… E DAHÍ DESCEO A DAR-LHE BATALHA…»:1 A OCUPAÇÃO PRÉ-ROMANA E A ROMANIZAÇÃO DA REGIÃO DA SERRA D’OSSA (ALENTEJO CENTRAL, PORTUGAL) Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar. António Machado «Proverbios y cantares XXIX» Campos de Castilla
Rui MATALOTO, Município de Redondo, Câmara Municipal de Redondo; Joey WILLIAMS, New York State University at Buffalo; Conceição ROQUE, Câmara Municipal de Alandroal
Resumo: Pretende-se com este trabalho lançar uma perspectiva sobre o processo de conquista e instalação do Mundo Provincial romano na região da serra d’Ossa, perspectivado a partir dos trabalhos que temos vindo a desenvolver no sítio de origem indígena, a Rocha da Mina, e do fortim romano do Caladinho. Summary: The aim of this work was to launch a perspective on the process of conquest and installation of Provincial Roman World in the region of Serra d’Ossa, envisaged from the works we have been developing at the site of indigenous origin, the Rocha da Mina, and the Roman fort of Caladinho. Palavras-chave: Pré-romano, conquista, fortim. Key words: Prerroman, conquest, fortress.
1. A SERRA, A PLANÍCIE E OS RIOS: ENQUADRAMENTO GEOGRÁFICO A região da serra d’Ossa (RSO), tal como aqui a vamos tratar, resulta de uma criação geográfica assumidamente artificial, centrada na serra, mas que se tem vindo a enraizar enquanto área de enquadramen1 Excerto da Crónica dos Eremitas da Serra d’Ossa, onde se relata os feitos de Viriato, aquartelado no Monte Vénus, associado ao alto de São Gens da serra d’Ossa (Frei Henrique de Santo António 1745: 82).
to e análise das dinâmicas de povoamento da serra d’Ossa (Calado 2001; Mataloto 2010). Assim, a região da serra d’Ossa tomada aqui como base de análise é a mesma que Manuel Calado definiu e plasmou no seu trabalho de 1995, integrando regiões naturais e paisagens diversas que têm como ponto de união a sua proximidade com a serra, que se assume como verdadeiro eixo estruturante da Paisagem e da transitabilidade inter-regional. No contexto do Alentejo Central a serra d’Ossa desempenha um importante papel na estruturação do território ao representar o festo entre as duas mais
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importantes bacias hidrográficas do Alentejo Central, condicionando, então, transitabilidades e a própria disponibilidade de água. Por outro lado, a massa xistosa da serra d’Ossa assume-se como a verdadeira transição entre paisagens distintas, reveladoras de distintas geologias e pedologias. Cremos que a diversidade geológica gerará a diversidade paisagística ainda hoje reconhecível na região, que condicionará, efectivamente, a própria estrutura do povoamento ao longo do tempo. A RSO é marcada, em primeiro lugar, pela própria serra, que se estrutura essencialmente em três grandes linhas de cumeada, de sentido aproximadamente WNW-ESE, que se elevam cerca de 400m sobre a paisagem envolvente (Fig. 1). De encostas veementes de xisto, mas fácil trânsito, possibilita o controlo da transitabilidade regional, quer através das diversas portelas N-S, quer através dos caminhos naturais que se desenvolvem no seu sopé. As paisagens declivosas e abruptas do xisto prolongamse para nascente até ao Guadiana, outro dos elementos estruturantes na região, para onde confluem as ribeiras que se desenvolvem para Oriente, fomentando a interligação entre ambos. Para Sul e Poente desenvolvem-se as planícies graníticas, de leve ondular, caminhos fáceis e solos relativamente férteis, apenas entrecortadas por
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pequenas cumeadas de xisto que encaminham, por vezes, a transitabilidade. Para Norte surge-nos o Maciço Calcário onde, da severidade e pobreza do próprio maciço, emerge uma enorme riqueza de água e solos férteis no seu sopé, criando patamares amplos de fácil transitabilidade, favorecendo as ligações ao longo da margem norte de serra. Esta posição chave na transitabilidade, em particular no eixo Este-Oeste, acaba por ficar plasmada no desenvolvimento da própria via romana de ligação de L.I. Ebora a Augusta Emerita, que atravessa este território pelo lado oeste, aproveitando parte do festo e contornando o maciço calcário, já a Norte. Pelo lado Sul da serra deveria ter-se desenvolvido uma outra via de circulação de época romana, marcada no concelho de Évora por miliários (Bilou 2005: 61), seguindo no concelho do Redondo o traçado aproveitado depois pelo velho caminho medieval, que margina a serra e se dirige para a região dos mármores e para as proximidades do Guadiana (Fig. 2). A região da serra d’Ossa, pelo seu papel de conexão entre territórios e paisagens tão díspares, resulta, segundo cremos, num interessante ponto de análise das dinâmicas populacionais dos finais do Iº milénio a.C. no território centro alentejano.
Figura 1. A região da Serra d’Ossa e o povoamento do final do Iº milénio a.C.
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2. A OCUPAÇÃO PRÉ-ROMANA E OS SINAIS DA CONQUISTA A ocupação pré-romana na envolvente da serra d’Ossa encontra-se ainda pouco documentada, apesar de ter conhecido múltiplos trabalhos de escavação, que nunca passaram de acções pontuais, com publicações bastante parcelares. Os dados disponíveis são, então, principalmente resultantes de intensos trabalhos de prospecção e sondagens pontuais, algumas com mais de 20 anos, enquanto outras resultam de trabalhos que um de nós tem vindo a desenvolver nos últimos anos. Todavia, apesar da sua escassez e limitações, apresentam-nos uma realidade diversa, com ritmos próprios, infelizmente ainda longe de dilucidados em pormenor. Na RSO conhecemos um conjunto de povoados aparentemente fortificados que deverão ter acompanhado grande parte da diacronia da segunda metade do Iº milénio a.C., em torno dos quais se deverá ter estruturado o território, ainda que não seja simples, nem linear, como veremos, descortinar qual o verdadeiro papel coordenador destes centros. Os grandes núcleos de ocupação conhecidos são o Castelão de Rio de Moinhos (Borba) (Calado e Rocha 1997), Monte do Outeiro (Calado e Mataloto 2001), Castelo Velho do Lucefécit (Alandroal) (Calado 1993) (Fig. 1), ambos objecto de intervenções pontuais, e o povoado da Granja (Estremoz) (Calado e Rocha 1997). Para além destes temos vindo a recolher informação sobre a grande instalação desta época documentada em Evoramonte, a qual levanta, como veremos, questões muito particulares. Estas ocupações, ainda que tenham tido, todas elas, a sua biografia específica, deverão ter sido contemporâneas, mesmo que parcialmente. Para além destas, que parecem desenvolver diversas similitudes entre si, registou-se a presença de uma extensa ocupação numa das mais altas cumeadas da serra, onde situa o designado Castelo Velho da Serra d’Ossa, conhecido nos últimos anos apenas por povoado do Castelo (Calado e Rocha 1997; Calado e Mataloto 2001; Mataloto, Alves e Carvalho 2007). As pequenas ocupações, de cariz rural, são escassas e muito mal documentadas na área e cronologia aqui em análise. Contudo, os escassos dados disponíveis demonstram uma realidade diversa e complexa, como veremos. Em geral, cremos que o povoamento pré-romano da região da serra d’Ossa, genericamente desenvolvido entre os sécs. IV e meados do II a.C., foi em
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grande medida contemporâneo entre si, faltandonos, ainda, dados que permitam tecer ritmos mais precisos no tempo. As ocupações aparentemente fortificadas, como o Castelão de Rio de Moinho, Castelo Velho do Lucefécit, Monte do Outeiro ou o povoado da Granja, a par do caso de Evoramonte, dispersam-se de um modo aparentemente pouco estruturado pelo território, situando-se principalmente junto à zona central da área de estudo (Fig. 1). Algo que fica, de algum modo, patente é adjacência a caminhos naturais, realçando-se Evoramonte, situada justamente sobre aquele que virá a ser a via romana de ligação à capital da futura Lusitânia. Por outro lado, também o Castelão de Rio de Moinhos e o Monte do Outeiro, o primeiro situado no festo das duas grandes bacias, junto à base do Maciço Calcário, e o segundo nas estribações da serra, pelo lado Sul, controlam claramente caminho naturais que permitem franquear a área montanhosa, a Norte e Sul, respectivamente. O povoado da Granja, localizado na margem do Maciço Calcário implanta-se, mais uma vez, junto de um importante caminho natural de ligação a noroeste, e nas imediações do outro que virá a ser aproveitado pela via romana, a nascente. A implantação do Castelo Velho do Lucefécit é mais complexa de explicitar, ao implantar-se sobre um pequeno esporão rochoso, sem visibilidade envolvente, adjacente ao final de um tramo onde a Ribeira do Lucefécit corre bastante encaixada. Todavia, talvez seja o facto de se encontrar entre duas realidades distintas, a depressão de Terena a sudeste, e o tramo mais encaixado da ribeira a montante, que justifique a longa tradição de ocupação que manteve, com ocupações no Calcolítico, na Idade do Bronze, Idade do Ferro e no período islâmico. O distanciamento dos povoados de maior dimensão face ao rio Guadiana, tal como acontece em todo o Alentejo Central, deixa entrever uma realidade onde este eixo natural não desempenhava um papel estruturante na paisagem, ao invés da própria serra, na envolvente da qual vemos alguma concentração. Efectivamente, a rudeza do contexto natural onde se estrutura o vale encaixado do Guadiana no Alentejo Central torna a sua envolvente imediata um território relativamente marginal, e certamente com baixa densidade populacional, como os dados das intervenções de minimização de Alqueva deixaram patente (Calado et alii 2007). No que diz respeito às ocupações fortificadas, ou com condições naturais de defesa, foram objecto de intervenções arqueológicas o Castelão de Rio de
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Figura 2. Cerâmica decorada com matrizes de Evoramonte.
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Moinhos, o Castelo Velho do Lucefécit e, mais recentemente, Evoramonte, com intensidade e resultados distintos. O Castelão de Rio de Moinhos foi objecto de duas pequenas campanhas de escavação que se centraram na realização de duas sondagens em profundidade sobre a linha de fortificação, a qual apresentava mais de 3 m de altura. Os resultados foram parcialmente publicados (Calado e Rocha 1997), revelandonos um conjunto artefactual caracterizado pelo domínio das produções a torno oxidantes, frequentemente pintadas em bandas vermelhas violáceas, por vezes bícromas (vermelho e negro ou branco e negro), em particular nos estratos mais profundos, e raras matrizes estampilhadas. A ocupação romana republicana não foi documentada com clareza, ainda que um pequeno fragmento de campaniense deixe entrever que tenha chegado ao período da conquista. O Castelo Velho do Lucefécit foi objecto de uma curta intervenção, também parcialmente publicada (Calado 1993: 63-64). A escavação desenvolveu-se sobre o talude Nascente, permitindo documentar uma sequência de fases de ocupação e fortificação, sendo a realidade de período islâmico a melhor preservada, estando os vestígios sidéricos largamente revolvidos pela ocupação posterior. Todavia, foi possível verificar a presença de um conjunto artefactual dominado por formas a torno, usualmente de grande dimensão, estando as grandes matrizes estampilhadas bem representadas. Uma vez mais não foi possível documentar uma clara ocupação tardo-republicana, contudo, Manuel Heleno, num dos seus cadernos de apontamentos referente ao Redondo aponta o achamento neste local de um elemento metálico de arreios de cavalo, de clara cronologia tardo-republicana, com paralelos em Vaiamonte e Veiros (Fabião 1998: Fig. 88-4 e 238), Capote (Alonso Sanchez 1991: 262) e Cáceres El Viejo (Ulbert 1984: tf 19), que poderá estar a atestar a passagem, ou permanência, no local de um destacamento militar. Em Evoramonte, um de nós (R.M.) tem vindo a desenvolver escavações arqueológicas em colaboração com a Dr.ª Catarina Alves. Os trabalhos têm-se centrado numa área de cerca de 100 m 2 , sobre um talude da encosta sudeste. As cinco campanhas realizadas até ao momento permitiram documentar uma ocupação tardia dentro da Idade do Ferro, provavelmente do séc. II a.C. O conjunto artefactual é dominado por grandes recipientes de armazenagem, por vezes fracturados em conexão. A par destes registase a presença de uma variada baixela composta por formas a torno e manuais. A decoração cerâmica é
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escassa, mas dominada pela presença de pequenas estampilhas (Fig. 2) apostas em formas fechadas de pastas depuradas. Trata-se de pequenos motivos, palmetas e pequenos reticulados, num caso associados a um cordão plástico inciso, para além de um outro em cartela com duplo «S», apostos sobre cerâmica cinzenta fina. Estes motivos integram-se claramente nas presenças da designada fase Tardia de Berrocal-Rangel, já dentro do séc. II a.C., ou mesmo na Final (Berrocal 1992: 113), com múltiplos paralelos um pouco por todo o interior do sudoeste peninsular, quer em sítios de clara raiz indígena, como Vaiamonte (Fabião 1998), quer mesmo de origem romana republicana como o Castelo da Lousa (Berrocal 1992: 119). As grandes matrizes estão ausentes da estratigrafia sidérica, ainda que representadas nas recolhas de superfície e em estratos de cronologia mais recente, com um motivo triangular reticulado, aposto perimetralmente no bojo, que, sem ter paralelos directos conhecidos na região, apresenta claras similitudes com alguns recolhidos em áreas limítrofes, caso de La Ermita de Belén (Rodríguez Díaz 1991: 52). Este motivo, e outro de matriz circular reticulada, inserese claramente dentro das gramáticas do tipo reticulado ou «escutiformes», muito típicas da Fase II, ou Plena, de Berrocal Rangel, (1992: 102), que parece caracterizar os séc. IV-III a.C. do interior do Sudoeste peninsular, indiciando a ocupação durante esta fase. Contudo, na área de intervenção, os dados obtidos apontam apenas para uma ocupação tardia dentro da Idade do Ferro, dotada essencialmente de estruturas em materiais perecíveis. A presença de materiais de importação tardo-republicanos é escassa, e essencialmente em níveis revolvidos de ocupações posteriores, resumindo-se a escassos fragmentos de cerâmica campaniense do «círculo da B», e raros fragmentos de ânforas itálicas, entre os quais vários bocais de Dressel 1 e um de Greco-itálica da Campânia (Mataloto 2010: 70). Foi ainda recolhido um numisma de Dipo, infelizmente em estratos medievais, para além de dois outros publicados anteriormente, um de Salacia (Vasconcelos 1918: 80) e outro de Sekaisa (Costa e Liberato 2007: 638), deixando entrever um local claramente integrado na circulação monetária dos finais da República. Por último, importa ainda realçar a presença de diversas glans latericia (Vasconcelos 1918: 78) para além de outra, presumivelmente em chumbo (Costa e Liberato 2007: 638), as quais poderão indiciar a passagem pelo local de elementos militares romanos.
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Tendo por base essencialmente as fontes clássicas tem-se avançado a possibilidade de se localizar em Evoramonte o núcleo urbano de Dipo (Alarcão 1988: 98; 2002; Guerra 2010: 90) proposta que, se parece ser bastante atraente, não deixa de ter as suas fragilidades (Fabião 1998: vol, I, 55). A possibilidade de se tratar de Dipo traria esta região para o palco de um dos primeiros recontros das Guerras Lusitanas ou das campanhas sertorianas da Guerra Civil, ajudando a compreender todo o envolvimento deste território no processo de conquista e romanização que lhe sucedeu. Os dados recolhidos sobre a ocupação tardorepublicana em Evoramonte são, todavia, bastante escassos; no entanto, não deixam de suscitar alguns comentários. Em primeiro lugar, resulta necessário assinalar que o período tardo-republicano não é um bloco homogéneo e linear, estando marcado por diversas descontinuidades e processos bastante amplos e complexos, derivados do próprio processo de conquista. Assim, cremos ser significativo assinalar a total ausência das produções anfóricas romanas de origem peninsular, que parecem dominar os conjuntos a partir de meados do séc. I a.C., notando-se a presença de uma ânfora greco-itálica, muito pouco documentada no interior do território actualmente português, a par de alguns bordos de Dressel 1, o que poderá indiciar algum destaque do local entre os meados e os finais do séc. II a.C., em detrimento da sua ocupação durante os decénios finais da República. Este quadro parece começar a ajustar-se ao processo histórico de Dipo patente nas fontes clássicas, tal como foi traçado recentemente (Almagro et alii 2009: 96). Sendo referida em fontes que se reportam a momentos relativamente antigos, caso de Tito Lívio (39,30) que a designa de procul no contexto de recontros decorridos ainda na primeira metade do séc. II a.C., ou Salústio (Hist. I, 111) que lhe chama valida urbem, no contexto das Guerras Sertorianas, esta cidade desaparece, contudo, de fontes posteriores, já dos finais do séc. I a.C., como por Estrabão ou Plínio, No entanto, Dipo, ou Dipone, não desapareceu, mantendo-se ainda tardiamente no Itinerário de Antonino (It. Ant. 418.3), como uma mansio no itinerário entre Ebora e Emerita, já do séc. III d.C. Uma vez mais, este facto seria facilmente justificado na Arqueologia de Evoramonte pelos escassos materiais romanos imperiais recolhidos na intervenção que temos levado a efeito. Neste sentido, e ainda que tenhamos plena consciência da fragilidade dos dados arqueológicos, cre-
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mos que existe uma forte possibilidade de a ocupação sidérica e tardo-republicana de Evoramonte corresponder à Dipo das fontes clássicas, com argumentos muito mais sólidos que os apresentados para a proposta mais recente (Almagro et alii 2009). Em todo o caso, este facto não alteraria substancialmente as leituras efectuadas com base no registo arqueológico, podendo, todavia, auxiliar a compreender melhor outras ocupações, como a detectada no Castelo Velho da Serra d’Ossa. Localizado num dos topos da serra d’Ossa, domina a vastidão da planície centro alentejana e controla importantes caminhos de transitabilidade natural, que permitem vencer as distâncias entre os estuários do Tejo e Sado e as planuras do interior extremenho. O Castelo Velho da Serra d’Ossa é uma ampla ocupação de mais de 14 ha, dispersa ao longo de uma extensa e destacada linha de cumeada, que engloba o segundo ponto mais alto da serra d’Ossa, passível de ser registada numa extensão aproximada de mais de 1,5 km. O conhecimento do local resulta, essencialmente, de intensas recolhas de superfície favorecidas pela fortíssima afectação que o sítio conheceu na sequência do processo de eucaliptização da serra d’Ossa desde os anos 60. Do vasto conjunto artefactual sobressaem dois momentos de ocupação, detectáveis em igual extensão, correspondentes a uma instalação do final da Idade do Bronze e uma outra tardia dentro da Idade do Ferro (Calado e Mataloto 2001). O extenso conjunto cerâmico integrável na Idade do Ferro é esmagadoramente composto por grandes recipientes de armazenagem, de bordo exvertido e perfil sinuoso, sendo as formas de consumo individual muito raras (Mataloto et alii 2007). A decoração cerâmica está efectivamente ausente. Numa perspectiva geral, o conjunto integra-se nas tipologias disponíveis para o sudoeste peninsular, em particular nos tipos tardios da Fase III de Berrocal (1992), evidenciando bastantes semelhanças com os tipos documentados em Evoramonte. Deste modo, e dada a total ausência de materiais romanos de importação, os quais estão claramente representados na região ao longo da diacronia tardorepublicana, cremos que a ocupação acabará por se centrar dentro do séc. II a.C. Atendendo, então, a esta provável cronologia, à sua implantação num dos cerros mais destacados da serra d’Ossa, demonstrando particulares cuidados com a defensabilidade ou às características relativamente peculiares dos conjuntos cerâmicos, com forte componente de armazenagem, é difícil dissociar esta ocupação da conjuntu-
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Figura 3. Conjunto artefactual da necrópole da Herdade das Casas.
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ra bélica que dominou este século, durante o qual se efectiva o processo de conquista. A ocupação rural, implantada em áreas aplanadas sem condições naturais de defesa, encontra-se bastante mal documentada na região, tendo apenas uma destas instalações sido objecto de escavação, a Malhada das Mimosas (Fig. 1). As restantes são apenas conhecidas por dados de superfície ou intuídas a partir das necrópoles, como a da Herdade das Casas (Redondo) ou a da Cardeira (Alandroal). Ainda que os dados sejam bastante escassos, não deixam de ser significativos. Na necrópole da Herdade das Casas, situada numa pequena lomba da margem direita da ribeira das Casas, na margem Sul da serra d’Ossa, documentou-se o rito de cremação, com deposição em urna dos restos cremados (Fig. 3). Esta necrópole, em estudo por um de nós (R.M.), foi intervencionada no início dos anos 80 por Caetano Beirão e Jorge Pinho Monteiro, sem que tenha conhecido qualquer publicação extensa, resumindo-se o conhecido aos dados avançados por L. Berrocal (1992) e na Carta Arqueológica de Redondo (Calado e Mataloto 2001). A partir do conjunto cerâmico, composto por diversas urnas de perfil em S, pintada em bandas num caso, diversas tijelas, unguentários, entre outros, e metálico, nomeadamente uma espada La Téne, diversos punhais e espada de antenas, uma falcata, dois soliferra e várias fíbulas anulares hispânicas, pode-se atribuir uma cronologia centrada nos séc. IV-III a.C., devendo tratar-se de uma pequena necrópole associada a um núcleo de ocupação rural. Na margem oposta da ribeira, numa zona de leve pendente junto da linha de água documentou-se o que parece ser a ocupação correspondente, estando actualmente sob uma ocupação romana aparentemente mais extensa. No caso da Herdade da Cardeira, os dados são bastante mais escassos na justa medida em que foi objecto de uma acção bastante mais pontual (Fabião 1998), não tendo sido documentada qualquer ocupação aparentemente coeva nas imediações. A análise possível a partir dos materiais recolhidos, uma ponta de lança longa e uma falcata, parecem remeter a ocupação para um momento impreciso dentro do séc. IV a.C. (Fabião 1998: 391). Estas deverão corresponder a ocupações de fundo rural que, todavia, estariam associadas a elementos socialmente destacados, dotados de relevantes panóplias guerreiras, sendo claro que o campo se apresentaria em termos sociais bastante mais complexo que uma primeira aproximação faria supor. No mesmo sentido parecem apontar os dados da Malhada das Mimosas (Calado et alii 2007; Matalo-
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to 2010). Este sítio, com uma cronologia difícil de precisar, mas certamente enquadrada entre o séc. II e inícios do I a.C., parece corresponder a uma forma distinta de agregação humana. Ao invés de uma pequena ocupação rural de fundo familiar, como a documentada em momentos anteriores neste território, caso da Herdade da Sapatoa (Mataloto 2004), parece tratar-se de uma forma de organização maior, de fundo aparentemente comunitário, delimitada por um fosso de perfil em V e planta semicircular (Calado et alii 2007; Mataloto 2010: 66). A área intervencionada, apesar de extensa, foi relativamente reduzida em profundidade, tendo permitido registar diversas fases de ocupação, sem ficarem patentes claras diferenças no conjunto artefactual. O fosso acabou por ser colmatado num dado momento, continuando o sítio a ser ocupado, conhecendo mesmo uma eventual expansão, dada a sobreposição daquele por novas construções. Deverá estar associado a esta fase um forno cerâmico documentado na extremidade do sítio, que revela já técnicas de cozedura relativamente avançadas, não apenas pela presença de duas câmaras, mas pelo facto da câmara inferior estar dotada de chaminés laterais, que permitiam cozeduras muito mais limpas e melhor oxidação das mesmas. Sobre esta ocupação desenvolveu-se uma outra, na qual se documentaram escassos materiais tardo-republicanos (rara cerâmica campaniense do círculo da B) que parece desenvolver-se em ruptura com a anterior, utilizando inclusivamente matériaprima de construção distinta. Associada a esta fase encontravam-se diversos indícios de práticas metalúrgicas e grandes valas abertas no subsolo. Nos últimos anos, na margem sul da serra d’Ossa, temos vindo a documentar diversas pequenas instalações em meio rural de época tardo-republicana, caso das ocupações da Quinta do Freixo (Calado e Mataloto 2001: 35), onde se recolheu cerâmica campaniense e uma asa de uma ânfora Dressel 1, da Vidigueira, onde se registou também a presença de cerâmica campaniense do círculo da B e ânforas Haltern 70 e ovóides lusitanas, ou ainda o sítio da Fonte Velha, junto ao Lucefécit, com alguns fragmentos de ânforas de produção bética. Estes escassos indícios parecem, então, documentar que a ocupação do campo se manteve, ou mesmo desenvolveu, em período tardo-republicano, indiciando uma continuidade de uso e exploração do território. Assim, nas vésperas da instalação efectiva do Mundo provincial romano, o campo não se encontrava vazio, mas sim em exploração, podendo o movimento de apropriação e condicionamento do territó-
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rio para a exploração segundo novas normas emanadas pelo poder de Roma traduzir-se em novos episódios de instabilidade. Por outro lado, será sempre conveniente continuar a reforçar que Varrão (R.R., I. 16.2) deixa bastante claro como o Ocidente peninsular, em meados do séc. I a.C., constituía ainda um território bastante inseguro. Numa perspectiva geral, cremos que o processo de conquista deixou profundas marcas na estruturação do povoamento e do território. As grandes ocupações parecem não ter sobrevivido, em grande medida, ao processo de reorganização do povoamento efectuado entre os sécs. II e inícios do séc. I a.C. De facto, os escassos dados recolhidos indiciam que terão perdido, pelo menos, grande parte da relevância que tiveram, eventualmente em detrimento de outras formas de ocupação, como a rural, que parecem sair reforçadas com o abandono do grandes povoados, a partir de meados do séc. I a.C.
3. O FINAL DA REPÚBLICA E A NOVA ESTRUTURAÇÃO DO TERRITÓRIO Em meados do séc. I a.C. assiste-se, no território em análise, à instalação de um conjunto de ocupações sem paralelos nos povoados anteriores, que virão transformar profundamente a paisagem durante um curto espaço de tempo, desaparecendo em seguida, ou sendo transformadas em estruturas romanas de fundo produtivo. Se, por um lado, vemos surgir uma diversidade de novas instalações de fundo claramente romano, como os fortins, por outro, aproveitando momentos muito particulares de instabilidade, vemos surgir e desaparecer o povoado da Rocha da Mina, que terá desenvolvido particularidades muito próprias que lhe permitiram existir num espaço de tempo certamente muito curto. Em trabalho anterior, tivemos já a oportunidade de assinalar o processo gradual de apropriação efectiva do território a que se assiste a partir de meados do séc. I a.C., essencialmente sob a iniciativa do poder de Roma (Mataloto 2010: 76). De facto, cremos que o período que medeia entre os episódios sertorianos da Guerra Civil e a ascensão de Augusto é determinante para o conhecimento da própria Lusitânia, no seio da Ulterior. A este facto deve associarse, principalmente, a figura de César e o seu exercício de cargos públicos nesta província, justamente nesta fase (61-60 a.C.). Na realidade, apenas a consolidação e estabilização do território a Sul do Tejo
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permitiria assegurar a conquista e pacificação da região entre Tejo e Douro, posição que César assume com determinação (Guerra 2010: 91), e o demonstra a instalação do aquartelamento militar da Lomba do Canho (Nunes, Fabião e Guerra 1988). Não esqueçamos que, apenas quarenta anos antes, em 104 a.C., como nos recorda o Bronze de Alcântara (López Melero et alii 1984), se pacificava a linha do Tejo no território extremenho. Contudo, e como bem assinala C. Fabião (1998: 264), o episódio sertoriano da Guerra Civil ter-se-á traduzido num profundo revés do domínio romano sobre estes territórios, impondo a sua reocupação sobre novos moldes. Efectivamente, o modo como nos últimos anos se tem vindo a reconstruir o processo evolutivo do conteúdo geográfico da designação «Lusitânia» (Pérez Vilatela 2000 a e b; Guerra 2010; Moret 2010) demonstra, quanto a nós, o quanto este território era mal conhecido. Terá sido, então, a mão de César a dar um impulso determinante no conhecimento, fixação e construção da futura província da Lusitânia (Pérez Vilatela 2000b: 80; Guerra 2010: 90), que ficará plasmado no epíteto Iulia que receberão muitas das cidades fundadas por acção do Imperador Augusto na província da Lusitânia. Não será, então, ao acaso que esta província será criada por este último em 27 a.C., certamente baseado num levantamento alargado, provavelmente iniciado ainda sob os auspícios de César, a que não seriam, todavia, alheios os conhecimentos de dois dos maiores geógrafos romanos de então, Posidónio e Varrão, curiosamente ambos partidários de Pompeio (Pérez Vilatela 2000b: 80). De facto, é necessário lembrar, igualmente, que um dos argumentos para manter a recém criada província da Lusitânia sob a égide do Imperador foi justamente o facto de não se encontrar totalmente pacificada, em particular num momento em que a região para além do Douro ainda se encontrava nela integrada (Pérez Vilatela 2000b: 81). Aliás, o modo titubeante como as fronteiras foram sendo redefinidas entre a sua fundação e a vinda de Agripa (19 a.C.) demonstra o quanto o conhecimento do território se estava a consolidar. Todo este processo se irá traduzir, na região da Serra d’Ossa, como já se referiu, na instalação de uma verdadeira rede de ocupações de índole variada, que terá por objectivo, como proposto por um de nós (Mataloto 2002), a criação de condições favoráveis para a instalação do Mundo provincial romano. Estas ocupações, designadas aqui de fortins (Fig. 1), teriam como função primordial conhecer e controlar o território, criando pequenas bases logísticas para o
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que seria a grande reconstrução da paisagem, através da organização e distribuição de terrenos agrícolas e do traçado de vias. Efectivamente, como fica cada vez mais patente na região catalã, onde os processos se desenrolam em momento claramente anterior, derivado do próprio historial da conquista, a criação de postos logísticos e de controlo foi essencial para assentar toda uma nova ordenação do território, de que as vias eram a marca fulcral e seminal (Ñaco e Principal 2012). Este processo, na região da serra d’Ossa, parece arrancar justamente em meados do séc. I a.C., sendo a instalação do Monte da Nora (Teichner 2008; Teichner e Schierl 2009) um ponto fulcral nesta estratégia, ao implantar-se uma ocupação de características castrenses junto da confluência de duas das mais importantes vias de ligação do principal porto do Ocidente peninsular (Alarcão 2006), Olisipo, ao interior do território extremenho onde, pouco depois, se viria a fundar a capital provincial. O Monte da Nora deveria desempenhar, seguramente, um papel logístico e de controlo bastante relevante para a segurança e, mesmo, construção da via, tal como se propôs na região catalã para sítios como Les Camp de Lloses ou Monteró (Ñaco e Principal 2012; Ferrer et alii 2009). Não deixa de ser bastante relevante que, no estremo de uma destas vias de ligação ao litoral se funde, justamente nesta cronologia, o acampamento romano do Alto do Cacos (Pimenta et alii 2012) defronte da recém fundada Praesidium Iulium Scallabis, em 61 a.C., e feita colónia pouco depois (Faria 1999: 43). Se a fundação castrense desta cidade pode ser questionada (Cadiou 2008: 312; Cadiou e Navarro Caballero 2010: 279), já a função do Alto dos Cacos, em face do que se conhece, nos parece mais complexa de afastar, podendo mesmo justificar a designação da colónia (Faria 1999: 43; Alarcão 1988: 26). A instalação do Monte da Nora, cremos, faria parte de um provável programa mais vasto de instalação de importantes unidades de fundo militar em pontos estratégicos do Sul do actual território nacional, com vista ao controlo, conhecimento e apoio à eventual circulação dos exércitos, em meados do séc. I a.C. Muito próximo da região que estamos a tratar, funda-se, em cronologia muito semelhante, o Castelo da Lousa que, apesar das resistências apresentadas às suas funções militares (Alarcão et alii 2010, p. 31), não deixou de entregar diverso militaria, indicador da presença de uma guarnição militar, a qual deveria ser, igualmente, entendida mais de um ponto de vista logístico, que de um ponto de vista
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estritamente militar ostensivo, como, aliás, estes últimos autores também sugerem (Alarcão et alii 2010: 31). Neste sentido, é plausível que o Castelo da Lousa venha, de algum modo, substituir um outro sítio com claros indícios de presença militar situado escassos 8 km a Sul, no Castelo das Juntas. Neste local, intervencionado no âmbito do plano de minimização de Alqueva, documentou-se uma ocupação tardo-republicana, dotada de um forte dispositivo defensivo e um grande celeiro de armazenagem de cereais em posição central destacada (Albergaria e Melro 2000). A presença militar vem confirmada por um conjunto bastante alargado de projécteis de funda em chumbo documentado no local.2 Atendendo às suas características fortificadas, à presença militar e à sua posição de claro controlo da transitabilidade através do Alentejo Central para a baixa Andaluzia, pela serra de Aracena, parece-nos, uma vez mais, ponto relevante no apoio logístico e de movimentação de tropas através deste território, cuja passagem fica bem marcada no contexto da Guerra Civil, no seu episódio sertoriano, pelos projécteis de funda com a marca justamente de Q. Sertorio documentados na Peña de San Sixto em Encinasola (Pérez Macías 1997). Regressando à região da Serra d’Ossa, cremos que o momento subsequente à fundação desta rede de novas instalações de fundo militar, mas não estritamente bélico, representada aqui pelo Monte da Nora, será acompanhado pela disseminação progressiva de um conjunto de fortins que irá preparar e conhecer o território que, em 27 a.C., conhecerá a fundação de uma nova urbe, Liberalitas Iulia Ebora. Efectivamente, cremos que este processo se deverá desenrolar essencialmente depois de findos os episódios peninsulares das guerras civis, num momento em que, como já se afirmou, se estava a esboçar a criação da nova província, cujos contornos foram estabelecidos de modo um tanto titubeante. Todavia, praticamente dentro da região da serra d’Ossa, na outra margem do Guadiana, existem indícios da presença militar numa destas ocupações de tipo fortim. No fortim de El Pico (Cheles), na margem esquerda do Guadiana, junto da foz da ribeira do Lucefécit, que liga a serra ao grande rio do Sul, documentou-se um importante conjunto edificado, com urbanismo ortogonal, delimitado por claras linhas defensivas, fundado algures entre os últimos anos da República e os inícios do Império, onde a presença de militaria
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Materiais em estudo por Rui Mataloto e João Pimenta.
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se encontra documentada por uma bala de catapulta em ferro (Aldana et alii 2003). Nos últimos anos temos vindo a intervencionar na região da Serra d’Ossa duas ocupações que se enquadram justamente entre meados do séc. I a.C. e a viragem da era, evidenciando-nos os últimos redutos de fundo indígena e as primeiras fundações de índole romana. As ocupações da Rocha da Mina e o fortim do Caladinho/Castelo da Defezinha corporizam, então, o processo de profunda transformação das redes de povoamento sofrido neste momento, e que antecederá a implantação do novo Mundo provincial romano.
3.1. ROCHA DA MINA O sítio arqueológico da Rocha da Mina foi identificado em 1993, no âmbito da Carta Arqueológica do Alandroal (Calado 1993: 59), e classificado então como santuário e integrado cronologicamente na Idade do Ferro. O local distinguia-se pela presença de uma escadaria, constituída por quatro degraus, e de vários pavimentos talhados na rocha.
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Encontra-se actualmente em escavação por dois de nós (R.M e C.R.), tendo já sido objecto de duas curtas campanhas. A Rocha da Mina implanta-se num apertado meandro da Ribeira do Lucefécit, numa área onde a esta corre numa paisagem bastante enrugada, surgindo-nos, então, totalmente dissimulada no fundo do vale (Fig. 4), sendo quase imperceptível à vista até muito próximo onde, depois, se impõe pela grandeza dos destacados afloramentos rochosos que a delimitam. Aqui, a ribeira descreve um círculo quase perfeito, fechado por uma linha abrupta de afloramentos que a liga de margem a margem, isolando a área ocupada da restante encosta, separação que parece ter sido, ainda, reforçada através da criação de um fosso, que aproveitaria clivagens existentes. A ocupação distribui-se por duas áreas distintas. Uma, superior, que poderíamos apelidar de plataforma rupestre, por resultar do desmonte e adaptação das cristas xistosas para utilização diversa, onde se implanta a já citada escadaria e o conjunto entalhado que dá origem à interpretação do santuário, na zona mais elevada, e que estaria rodeada por outras construções, perceptíveis pela presença de múltiplos
Figura 4. Vista geral, de nordeste, da localização da Rocha da Mina, junto à Ribeira de Lucefécit.
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entalhes. A segunda plataforma, mais baixa, enquadra-se numa estreita faixa aplanada entre esta última e uma pequena crista existente no meandro (Fig. 5). No geral, a área ocupada deverá rondar 0,5 ha, que deveriam estar intensamente edificados, dada a multiplicidade de construções ainda visíveis, por vezes em áreas bastante declivosas, junto de veementes escarpas xistosas. Este facto resulta da vontade expressa de manter a ocupação numa área restrita em torno das escarpas rochosas, na justa medida em que não existem constrangimentos de espaço na área do meandro situada para Nascente da área edificada. Os trabalhos levados a efeito até ao momento abrangeram parcialmente ambas as plataformas, sem que tenhamos noFigura 5. Planta geral da Rocha da Mina (2012). tado diferenças sensíveis nos conjuntos artefactuais recolhiacompanhada por produções forâneas, de melhor dos. A área intervencionada no topo foi relativamenqualidade, nomeadamente cerâmica comum da bétite restrita, focando-se no espaço do «santuário» ca, ânforas e cerâmica campaniense, com pastas cla(poço e área adjacente à escadaria). Na plataforma ras, afins das produções calenas (Fig. 6). inferior os trabalhos, ainda que limitados, abrangeA esmagadora maioria encontra-se largamente ram uma área com cerca de 150 m2, no limite Nasfragmentada, sendo o conjunto dominado por forcente da área ocupada. A intervenção, ainda numa mas fechadas, com bordo extrovertido de perfil em fase bastante inicial, permitiu, no entanto, atendendo «S», de média e grande dimensão, provavelmente à magra estratigrafia, registar a presença de um conrelacionadas com a armazenagem. Em geral, as junto edificado adossado ao limite do povoado, que peças encontram-se lisas ou, quando apresentam se encontrava delimitado por um espesso muro, que decoração, esta é, em geral, pouco complexa, incisa integrava parcialmente as cristas de afloramento ou canelada, com motivos simples, como ondulaexistentes. O conjunto edificado surge-nos bastante ções, ou algo mais complexo, como alguns reticulaorgânico, composto por 5 compartimentos e um cordos. Em diversos casos documentámos a presença redor de interligação, para além de um amplo espaço de grafitos pré-cozedura em letras latinas, geralmennão construído, eventualmente coberto por um te apostos no bojo em posição visível, eventualmenalpendre em materiais perecíveis, adossado ao muro te com algum significado antroponímico associado de delimitação, na metade Sul da área intervencionaou ao produtor ou ao detentor do recipiente. Estes da (Fig. 5). A construção, em xisto de origem local e parecem, claramente, indiciar a presença de alguma argamassada com terra argilosa, não apresenta granliteracia. de qualidade, estando a planta longe dos modelos de O conjunto ânfórico é bastante escasso, ainda ortogonalidade que se vinham impondo com a conque seja possível documentar uma certa variedade quista romana. de proveniências, dentro da Ulterior, quer zona cosO conjunto artefactual recolhido nesta primeira teira meridional quer do Guadalquivir, estando as campanha é reduzido, sendo largamente dominado primeiras produções da Ulterior ocidental igualmenpor cerâmica, de manufactura local, pontualmente
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te documentadas (Fig. 6); as ânforas de origem itálica estão, até ao momento, completamente ausentes. Foi possível registar um pequeno fragmento de bordo do que parece ser uma ânfora Ovóide 6, contentor oleário (Fig. 6, em baixo à esquerda) caracterizador das exportações deste produto a partir da bacia do Guadalquivir, em meados do séc. I a.C., conhecendo outros desenvolvimentos em período augustano (García Vargas et alii 2011, p. 228). Será de evidenciar a presença de um recipiente anfórico fracturado em conexão, de difícil determinação, por falta do bordo, e por se encontrar bastante fragmentado. A sua área de produção encontra-se, com alguma segurança, na bacia do Guadalquivir, ao apresentar uma pasta bastante rica em elementos não plásticos de quartzo angulosos. Apenas um elemento ligeiramente caracterizador se pode mencionar, a presença de um pequeno bico fundeiro oco, para além de um corpo estreito e colo não muito longo, com asas curtas, o que parece remeter, segundo cremos, para mundo diverso das designadas ânforas Dressel 7-11, que envasavam usualmente preparados de peixe, e cuja produção parece mesmo arrancar nos finais da República nessa região (Almeida 2008: 167), o que se coaduna cronologicamente com os restantes indícios recolhidos. Como já se afirmou, as mais antigas produções de contentores de morfologia romana da fachada atlântica peninsular foram igualmente detectadas, através da presença dos típicos bordos bastante moldurados (Morais e Fabião 2007). A cerâmica campaniense é bastante escassa, estando documentada a presença das formas 1 e 5/7 de Lamboglia, em produções calenas (Fig. 6, à direita). Um conjunto variado de pesos tear de forma tronco piramidal, além de escassos cossoiros, permitenos antever a existência de uma actividade têxtil no local (Fig. 6). A ocupação na Rocha da Mina deriva, segundo cremos, de uma instalação de fundo indígena gerada em meados do séc. I a.C., decorrente, por um lado, do processo de desmantelamento das grandes ocupações indígenas, que se parece desenvolver, como se viu, durante a primeira metade do séc. I a.C.; por outro, das próprias vicissitudes geradas pela instabilidade do poder de Roma durante esta fase, com os diversos episódios das Guerras Civis, que tiveram no Ocidente peninsular um importante palco de acção. Efectivamente, apenas um contexto de grande instabilidade, tal como Varrão nos transmite para esta região em meados do século, justificaria a insta-
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Figura 6. Conjunto cerâmico da Rocha da Mina (cerâmica comum, ânforas e campanienses).
lação de uma pequena comunidade, largamente dissimulada na paisagem, mas protegida por potente muro de evidente cariz defensivo, algo pouco aceitável pela potência ocupante, então mais preocupada com as suas lutas internas que em manter a estabilidade. As defesas aqui levantadas, e a própria instalação no fundo do vale, não seriam, certamente, contra a potência ocupante, mas antes contra o bandoleirismo que grassava, dada a ausência de poder dominante e pacificador. Por este mesmo conjunto de razões, terminado o longo processo das Guerras Civis, em particular nos episódios ocorridos em contexto peninsular, a Rocha da Mina é abandonada, eventualmente antes mesmo do último quartel do séc. I a.C., dada a ausência de terra sigillata de tipo itálico, bem documentada, como se verá, no vizinho sítio do Caladinho, situado em posição bem distinta apenas 5 km a Poente. A instalação e abandono de um sítio com características peculiares na região deverão ter decorrido em resposta a um contexto específico, podendo o putativo santuário ter funcionado como elemento agregador de populações dispersas no território, após o desmantelamento das redes de povoamento pré-existentes durante a primeira metade do séc. I a.C.
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3.2. CALADINHO E OS FORTINS DA REGIÃO DA SERRA D’OSSA O fortim do Caladinho/Castelo da Defezinha (Mataloto 2002: 179) situa-se na extremidade Norte de uma destacada linha de cumeada, que lhe confere uma elevada defensabilidade natural. A sua implantação concede-lhe um importante domínio visual para Norte e Oeste, sobre a planície central do Redondo e encosta Sul da serra d’Ossa (Fig. 12), e para Este sobre uma ampla área de relevo bastante ondulado. A ocupação desenvolve-se numa faixa relativamente restrita do topo, essencialmente do lado Nascente, junto de imponentes afloramentos que sobressaem no local. Este é o único dos fortins centro alentejanos que se encontra em escavação, num projecto conjunto de dois signatários deste texto (R.M e J.W.). As três campanhas de escavação realizadas até ao momento permitiram documentar, na extremidade sul do topo, um edifício de planta rectangular, com cerca de 42,5 m2 (8,5 m x 5 m) de área total, orientado genericamente N-S acompanhando o desenvolvimento da elevação (Fig. 7). Esta estrutura adossavase a dois grandes afloramentos rochosos, pelo lado
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Poente, apresentando um vão, com cerca de 1m de largura, virado a norte, e outro, imediato a este, virado a poente, com cerca de 0,90 m, abrindo para uma pequena plataforma entre as duas massas rochosas. Internamente apresentava-se subdividido em 4 ambientes distintos. A metade Norte do edifício era composta por 3 espaços: o Ambiente 1, 2 e 3 (Fig. 7). O Ambiente 1 era constituído por um pequeno espaço, com cerca de 3 m2, que servia de distribuidor da circulação, apresentando os dois vãos para o exterior que já mencionámos, dando também acesso ao Ambiente 2, 3 e, através deste, ao 4. O Ambiente 2 é constituído por um pequena área, com cerca de 2 m2, situado a Nascente do vão Norte, que deveria tratarse, como se verá, do vão de uma escada. O Ambiente 3 é um estreito corredor que medeia entre o Ambiente 1 e o 4; a circulação entre os dois espaços mencionados faz-se em cotovelo, que apresenta menos de 1m de largura. O Ambiente 4, com cerca de 12 m 2 , é o maior compartimento do conjunto, apresentando uma planta quadrangular, com um só vão de acesso, que o liga ao Ambiente 3. A edificação apresenta uma construção simples, de pedra e terra, de muros adossados. Os muros peri-
Figura 7. Planta geral de estruturas do fortim do Caladinho, no final da campanha de 2012.
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metrais, especialmente Norte, Nascente e Sul, apresentam grande espessura (0,90 m a 1 m), necessária para segurar um edifício destas dimensões numa encosta bastante íngreme. Estes muros exteriores integram pedra de muito grande dimensão, por vezes em perpianho, unida com terra argilosa. Os muros interiores são edificados em lajes de xisto local, de pequena e média dimensão, dispostas na horizontal, revelando particular cuidado na construção; um deles mantém mais de 2 m de altura máxima conservada. O vão virado a Poente apresenta um recorte, em toda a altura conservada, que serviria, possivelmente, de batente da porta, revelando algum cuidado posto na construção. As opções de cobertura deveriam contemplar soluções em materiais perecíveis, ou mesmo em laje, não tendo sido documentados quaisquer fragmentos de telha ou tégula. No geral, o edifício apresenta-se bastante regular, com uma dimensão interna de 22 pés romanos de comprimento, por 11 pés. O ambiente 4 apresenta uma dimensão interna de 12 pés, sendo portanto mais de metade da área coberta. A constatação da presença de uma escadaria, com acesso a partir do exterior, localizada sobre o Ambiente 2 alterou por completo a leitura da edificação. A detecção de pelo menos 4 grandes lajes, bastante regulares, fracturadas em conexão ou completas, localizadas perpendicularmente aos muros [9] e [37] no interior do Ambiente 2, em unidades como as [45], [79] e [93], deixavam suspeitar que fariam parte de uma mesma construção caída para o interior, após o muro [37] se inclinar para Sul. O facto de se apresentarem em diferentes altimetrias na estratigrafia deixava entender a sua queda progressiva. Uma leitura atenta do muro [9] permitiu registar a presença de marcas de um gonzo de porta numa das lajes conservadas da estrutura, confirmando a presença de uma escadaria com acesso pelo exterior, sobre o Ambiente 2; este seria um vão de escada, ideal como espaço de arrumação, como nos indica a sua largura bastante limitada e a presença de peças fracturadas em conexão na unidade [100]. Foi, igualmente, muito relevante obter-se a confirmação de que a parte superior da construção seria efectuada em tijolos de adobe, perfeitamente visíveis na unidade [59], onde o seu comprimento (ou largura) e espessura eram perceptíveis, tendo cerca de 30 cm de comprimento, isto é, um pé romano, por cerca de 10 cm de espessura. De fronte deste edifício documentou-se um outro, Amb. 5, de dimensões semelhantes, mas arquitectura
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menos robusta, indiciando que se deveria tratar de uma construção de um só piso (Fig. 7). Este edifício, de planta rectangular, com cerca de 8 m x 5 m (aproximadamente 27 x 17 pés romanos, de dimensão muito semelhante ao edifício anterior), disposto perpendicularmente a este, apresenta dois vãos alinhados com aquele, abrindo, ainda, para um outro compartimento, apenas parcialmente delimitado. No seu topo Nascente apresenta uma grande lareira, estando o pavimento parcialmente talhado no afloramento de base. Ainda que a estratigrafia não seja absolutamente clara, é bastante provável que resulte do mesmo plano de construção que o edifício anterior. Como breve balanço do conjunto arquitectónico do Caladinho/Castelo da Defezinha deve-se registar, então, a presença de um conjunto edificado composto, provavelmente, por edifícios de um só piso alinhados perpendicularmente ao desenvolvimento do topo, em cuja extremidade se erguia uma torre com pelo menos dois pisos (rés do chão e primeiro andar), que vinha reforçar a capacidade de vigilância do local. O conjunto artefactual reunido na intervenção do Caladinho não é muito alargado, sendo a cerâmica dominada pelas produções locais, principalmente contentores de armazenagem e confecção de alimentos de bordo exvertido e escassa cerâmica comum de mesa. As importações são claramente dominadas pela presença de terra sigillata de tipo itálico, da qual se consegue registar a presença de diversas formas e produções, identificadas pelos respectivos sigilla dos oleiros. Foi-nos apenas possível identificar a presença de formas como Conspectus 4.4, 10.3, 13 ou 14.1., tendo-se registado igualmente a presença de grandes páteras de pés espessos, do tipo Conspectus B.1.2 ou B.1.4, usualmente tidos como antigos dentro das produções augustanas e, num caso, estando mesmo associado, como se verá, a uma marca radial (Fig. 8). Este conjunto é, cremos, integrável na designada fase «clássica» de Goudineau, permitindo enquadrar a ocupação, e mesmo o abandono do local, algures dentro do último quartel do séc. I a.C. ou logo depois da viragem da Era. A ausência de formas claramente tardo-augustanas e tiberianas, típicas do designado Serviço de II da Haltern, patenteia igualmente o abandono do local, quanto muito, pouco depois da viragem da Era. O perfil das presenças de sigillata de tipo itálico no Caladinho parece, então, demarcar-
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Figura 8. Cerâmica fina de importação (Paredes finas, campaniense e terra sigillata de tipo itálico ) do fortim do Caladinho.
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Figura 9. Ánforas, almofarizes e cerâmica comum do fortim do Caladinho.
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se do principal afluxo desta cerâmica fina documentado nos contextos urbanos da Lusitânia (Viegas 2003, p. 85), de que destacamos a própria capital Augusta Emerita (Jerez Linde 2005: 41), onde as presenças se concentram claramente em formas mais tardias, tardo augustanas e tiberianas, momento onde se conhece o auge desta produção. Contudo, e como seria de algum modo expectável, os principais portos da fachada atlântica, como Santarém (Viegas 2003: 95), Lisboa, se atendermos principalmente aos dados da Sé de Lisboa, sendo os contextos da Praça da Figueira e do Teatro romano mais tardios, (Silva 2005: 284; Sepúlveda e Fernandes 2009), e Alcácer do Sal (Viegas 2003: 99; Sepúlveda et alii 2000: 119) traduzem o arranque das presenças num momento claramente mais antigo, talvez mesmo anterior ao início do último quartel do séc. I a.C. Também mais a Sul, eventualmente relacionado com esquemas de distribuição ao longo do Guadiana, a presença destas cerâmicas em Castro Marim parece arrancar em momentos antigos da produção (Viegas 2011: 439). Por outro lado, este conjunto apresenta grandes semelhanças com o documentado no Castelo da Lousa, situado cerca de 40 km a sudeste do Caladinho, enquadrado na designada fase «clássica» de Goudineau (Carvalho e Morais 2010: 139). Foram recolhidas quatro marcas, de oleiros distintos e em graus de conservação variados, sendo que apenas duas apresentam uma leitura clara. A marca radial de DAR/EVS, em cartela rectangular, não permite dúvida, estando associada a um pé espesso de pátera, do tipo Conspectus B.1.2 sendo-lhe atribuída uma origem provavelmente de Lyon (OCK 2000: 210, 724), com uma cronologia entre 30-20 a.C., estando documentada apenas uma vez. Esta é uma das raras marcas radiais conhecidas no território actualmente português, atestando a chegada, numa fase relativamente recuada, destas produções à região (Fig. 8, CAL[8]1). Uma outra marca, associada a uma forma Conspectus 14.1 ou Goudineau 13, apresenta-se numa cartela quadrangular, em posição central, podendo ler-se AVIL/FIG (Fig. 8, CAL[17]1) . Cremos tratarse, claramente, de um AVILIVS, ainda que não tenhamos detectado qualquer escravo iniciado por FIG, pelo que lançamos a hipótese de se desdobrar em FIG[VLVS]. As marcas de AVILLIVS (OCK 2000: 152, 371) são frequentes, apresentando diversos escravos, e estando enquadradas entre 20 a.C. – 40 d.C., ainda que nenhuma apresente o mesmo texto que a nossa. Em Portugal estão documentadas
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duas marcas [AVIL], nas Represas e na villa Cardílio (Silva 2005), ainda que nenhuma idêntica à documentada no Caladinho. No volume XV do CIL, com o n.º 5047 foi já apresentada uma marca em sigillata «arretina» idêntica, desenvolvida como AVIL[I] FIG[VLI].3 No Corpus Vasorum (OCK) registam-se outros oleiros com a marca FIG, caso de A. TITIVS FIGVLVS (OCK 2000: 439, n.º 2168) com cronologia de 30-15 a.C. ou A.VIBIVS FIGVLVS (OCK, 2000: 479 n.º 2398) com diacronia entre 30-10 a.C., ambos com cronologia recuada, deixando entrever uma cronologia semelhante para a marca aqui em questão. Uma terceira marca, muito mal conservada, apresenta-se circular, com folha de palma ao centro, não tendo sido encontrado qualquer paralelo directo com as letras visíveis. Cremos que poderá tratar-se de um SCROFULA, eventualmente com um escravo DIOMEDES, caso já conhecido, mas não com estas características (OCK 2000: 482, n.º 2411) (Fig. 8, CAL[23]3) . Todavia, o mau estado de conservação apenas deixa clara a presença de IO na linha superior e S(?)CROF na inferior. A tratar-se desta produção teríamos uma cronologia entre 20-5 a.C., que se enquadraria perfeitamente com a cronologia proposta para este local. Em território actualmente português documentaram-se duas marcas de SCROFULA, em Alcácer do Sal e Lisboa (Silva 2005). Uma última marca, ainda que bem conservada, não permite a sua leitura clara, estando aposta no centro do que parece ser o pé de uma pequena taça, aparentemente de origem também itálica (Fig. 8, CAL[19]1). Entendemos que poderá ser afim de C. MVRRIVS (OCK 2000: 288, n.º 1203-1044), existindo diversas com uma cartela semelhante, de cantos arredondados; todavia, a leitura não é clara, deixando entender um CAVMVRR, que não tem qualquer paralelo, ainda que se conheça alguns casos de nexos semelhantes (OCK 2000: 274, n.º 1048), sendo o caso reportado no CIL C.MVRR (Dressel 1899: 731, n.º 5359) o que mais se aproxima da nossa marca, estando igualmente aposta numa sigillata de tipo itálico. Outra hipótese de leitura pode ser CAMVRIVS (OCK 2000: 173, n.º 514), mas esta marca não poderia apresentar o RR, que
3 Agradecemos esta informação ao Professor Amílcar Guerra e ao grande instrumento de pesquisa que se chama Google, que rapidamente nos evidenciou esta referência, conhecida desde o séc. XIX, mas ausente das listagens do OCK.
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cremos ler, dado que o próprio nome o não apresenta; contudo, como o segundo R é de leitura difícil, achámos por bem levantar a hipótese. Na primeira hipótese, teríamos uma produção que se balizaria entre 1-30 d.C., sendo a segunda hipótese ainda mais tardia, representando um elemento isolado, recolhido no topo da estratigrafia, que poderá antes estar relacionado com qualquer visita pontual, bem posterior ao abandono do sítio. A cerâmica campaniense é bastante escassa, contando com um fragmento de bordo de uma provável pátera da Forma 5/7 de Lamboglia, do círculo da B. Além desta surge um fundo de uma produção de pasta cinzenta, com um engobe pouco aderente acastanhado, que deverá enquadrar-se nas produções usualmente atribuídas ao Vale do Guadalquivir (Fig. 8, CAL[314]1). Um dos aspectos mais interessantes deste fragmento é o facto de apresentar a característica decoração em losângulo romboidal, com palmetas, típica das produções calenas tardias (Pedroni 2001: 196), a qual foi já documentada nestas produções de pasta cinzenta, no baixo Guadalquivir (Ventura 1985, p. 128), tendo sido recentemente enquadrada nos estratos de 50-25 a.C. de Sevilla, prolongando-se a sua presença para momentos mais recentes (Ramos Suárez 2012: 95). No território centro alentejano este motivo surge aposto na típica produção calena, registada no Castelo da Lousa (Delgado 1971: Est.II; Wahl 1985: Abb. 6). A cerâmica de paredes finas é pouco frequente (Fig. 8, topo), bastante fragmentada, tendo-se reconhecido a presença de produções itálicas e da béticas, além de uma produção bastante característica da tarraconense, atendendo à típica decoração em meandros, de período augustano (López Mullor 2008: 364), já registada no Castelo da Lousa (Morais 2010: 160). As presenças anfóricas são escassas, todavia, inserem-se dentro do expectável, atendendo ao conjunto já conhecido de superfície (Mataloto 2002: 180; Mataloto 2010: 79). Nas presenças de superfície não havíamos ainda documentado ânforas originárias da Bética costeira, as quais foram agora identificadas, nomeadamente da forma Dressel 7-11 (Fig. 9, CAL[300]61; CAL[301]120). A cerâmica comum de igual origem, que se encontra atestada, deveria chegar como carga subsidiária destas últimas. Apesar da presença de um número elevado de fragmentos de bocal de produções do Guadalquivir à superfície, em escavação estas ânforas têm-se revelado modestas, mas dentro dos tipos documentados
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anteriormente. As formas desta proveniência foram enquadradas no tipo Haltern 70, contudo, o avanço da investigação destas produções permite-nos hoje afinar a sua atribuição, podendo alguns exemplares de menores dimensões corresponder às designadas Ovóides 4 (Fig. 9, CAL[100]1;CAL[315]6), que parecem anteceder no tempo aquelas produções, principalmente em contextos augustanos antigos (v. estado da questão em García Vargas, Almeida e González Cesteros 2011: 217). A acompanhar estas produções anfóricas do Guadalquivir parecem chegar, também, almofarizes passíveis de se integrarem na forma 2 de Santarém (Arruda e Viegas 2004: 344) ou na designada 1.ª série dos almofarizes, proposta por Inês Vaz Pinto e Rui Morais (Morais e Pinto 2007: 238), com cronologias que se integram facilmente no último quartel do séc. I a.C., que temos vindo a defender (Fig. 9, CAL[34]5; CAL[92]5). Ainda que as pastas nos recordem as produções do baixo Guadalquivir, com abundantes elementos não plásticos de quartzo, e cor amarela clara, não é absolutamente curial a sua atribuição a esta área produtora. A par das já mencionadas presenças anfóricas surgem as primeiras produções lusitanas (Fig. 9, CAL[324]57), ainda minoritárias, documentadas desde os níveis mais profundos da estratigrafia. Estas formas surgem claramente com os típicos bordos em fita moldurados e asas curtas, com marcado sulco central (Morais e Fabião 2007). É de realçar a existência de um fundo de ânfora maciço e espesso (Fig. 9, CAL[100]6), com evidentes semelhanças nos registados nas mais antigas ânforas romanas peninsulares e itálicas, mas de clara origem local, indiciando a produção destes recipientes em contexto manifestamente interior, facto igualmente constatado no Castelo da Lousa (Morais 2010a: 191). A existência desta produção anfórica é claro indício da transformação que estava a decorrer na produção oleira, e provavelmente agrícola, a nível regional, com a introdução de novas formas de gosto e origem forânea, apontando no mesmo sentido a presença de um almofariz de pastas regionais. Contudo, a par das novidades que começavam a transformar a olaria local, indiciadoras de mudanças mais profundas, permanecem largamente presentes formas e decorações de tradição aparentemente local, apostas tanto em pequenos recipientes finamente acabados, usualmente de tons negros, como nos grandes vasos de armazenagem. As decorações de pequenas palmetas, reticulados e mesmo carreti-
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Figura 10. Fíbula e elemento desconhecido em metal; pesos de tear e cerâmica comum decorada do fortim do Caladinho.
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lha, típicas das designadas Fases Tardia e Final de L. Berrocal (1992: 116), ainda que possam revelar um gosto e produção local são já, com bastante probabilidade, o resultado da «romanização» dos gostos, ao poderem associar-se a decorações afins que chegavam à região pela via das cerâmicas importadas de tipo paredes finas ou campanienses. A importante presença destas produções e decorações no Castelo da Lousa (Pinto e Schmitt 2010: 333), indubitavelmente de origem romana, pode de algum modo reforçar esta perspectiva. Cremos ser ainda relevante assinalar a presença de um conjunto alargado de elementos de tear completos, mais de 50, com pesos e medidas variadas, indiciando uma certa relevância desta actividade no local. As presenças metálicas são escassas, estando ausente qualquer tipo óbvio de militaria. De destacar apenas o que parece ser uma asa ou puxador de porta (Fig. 10, CAL[96]3), surgido justamente numa área associada ao vão de acesso ao piso superior, além de uma fíbula de esquema La Tene tardia, bastante danificada (Fig. 10, CAL[66]1). Por último, cremos ser importante assinalar a presença de um numisma, surgindo num piso na base da estratigrafia do Ambiente 4 da torre que, apesar de se encontrar bastante oxidado, deverá corresponder a uma cunhagem augustana, com rosto à esquerda e coroa de louro no reverso, próxima das cunhagens de L.I. Ebora, Contributa Iulia ou Colonia Patricia, todas datadas cerca de 12 a.C. Curiosamente, ou talvez não, a cunhagem de Ebora foi documentada noutro dos fortins da região, Castelinhos do Rosário, segundo nota avançada por Manuel Heleno num dos seus cadernos. A posição estratigráfica da moeda do Caladinho, [135], integrada num piso que foi pouco depois amortizado por espessos derrubes, deixa entrever a possibilidade do abandono do local se ter efectuado poucos anos depois. O sítio do Caladinho acompanha, então, na nossa perspectiva, o arranque da verdadeira romanização do campo, com a instalação do aparelho administrativo de Roma na região, simbolizado pela fundação da cidade de Évora provavelmente em 27 a.C., a que se deverá ter sucedido toda uma enorme transformação da estrutura fundiária, de modo a instalar uma sociedade e tecido produtivo romano. Com a viragem da Era, o sítio parece perder a sua funcionalidade, sendo abandonado de vez, dando lugar a uma nova realidade de apropriação e exploração do território, na órbita do poder urbano de Ebora e sob a égide de novos santuários, como o
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de Endovélico, que estruturam agora uma paisagem profundamente distinta. Na região da serra d’Ossa documentou-se um elevado número de fortins, que se distribuem, nas suas variantes (Mataloto 2004), de modo diverso pelo território, sem que se possa, ainda, obter uma leitura global da sua estruturação espacial. A distribuição por tipos segue os traços gerais esboçados nesse trabalho, implantando-se os fortins de tipo torre principalmente em esporões sobre alcantilados rochosos nas principais linhas de água da região (caso do Outeiro Pintado, Rocha de Províncios, Castelinho), situando-se apenas dois sobre o Guadiana —Três Moinho e Pena de Alfange— controlando, a par do fortim de El Pico, já na margem esquerda, a passagem do Guadiana, e a difícil transitabilidade ao longo do Rio. Os recintos-torre dispersam-se essencialmente nas áreas graníticas, com melhor matéria-prima, vendo-se a sua distribuição principalmente na área nordeste de Évora. Todavia, uma revisão recente do sítio da Horta da Ribeira (Redondo), a pouco mais de 1 km a Poente do Caladinho, permite hoje integrá-lo na categoria dos recintos-torre, depois de inicialmente termos descartado, erroneamente, a sua integração (Mataloto 2002: 218, nota 5), alargando a distribuição destes recintos para Nascente. Esta malha de dispersão vai-se adensando com o continuar dos trabalhos, permitindo elaborar novas leituras, como as que intentaremos de seguida. Todavia, como estamos a trabalhar com sítios de muito curta diacronia, atente-se na proximidade cronológica do Caladinho e da Rocha da Mina, que provavelmente nunca conviveram no tempo, verificamos o arriscado que se torna elaborar leituras globais da distribuição destes sítios, sem uma malha cronológica fina para cada um. Ainda assim, consideramos pertinente elaborar um pequeno exercício que permita entrecruzar as leituras elaboradas com base na distribuição dos fortins. Na envolvente mais próxima da própria Serra d’Ossa encontram-se os fortins do Caladinho, na margem Nascente da planície central do Redondo (Fig. 12), com o recinto-torre da Horta da Ribeira praticamente no seu sopé; na margem Norte da planície, encontra-se o fortim do Monte do Almo; no meio da serra, junto de uma importante portela, está o fortim das Cortes e junto ao Lucefécit, no fundo do vale, está o fortim do Castelinho. O fortim do Caladinho controla largamente toda a via natural que marginaria a serra pelo lado Sul, encontrando-se o fortim do Monte do Almo claramente junto do entroncamento de caminhos, contro-
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augustano, no último quartel do século, dá-se nova mutação nas tendências, eventualmente derivadas de um novo sentido de estabilidade, que condiciona o abandono da Rocha da Mina, e do próprio vale, concentrando-se a ocupação agora em áreas mais favoráveis em termos produtivos.
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Figura 11. Bacias visuais a partir dos Fortins da Serra d’Ossa.
lando o acesso à importante portela das Cortes, a norte, que permitia vencer as elevações da serra (Fig. 11 e 12). Justamente no vale das Cortes encontra-se o fortim homónimo que controlaria esta passagem, que permitiria facilmente aceder à via que marginava a serra pelo lado setentrional. O recinto-torre da Horta da Ribeira, situado na planície em frente do Caladinho, implantava-se na adjacência da putativa via que marginava a serra pelo lado Sul. Se este quadro permite compreender a estreita conexão existente entre estes fortins, localizados cerca de 8 km quilómetros entre si, já não permite integrar o fortim do Castelinho, totalmente invisível na paisagem, que controla apenas um troço muito limitado do vale do Lucefécit. Este facto poderá derivar, eventualmente, de questões cronológicas pois, como se viu, num momento imediatamente anterior à instalação do Caladinho, o vale da Ribeira do Lucefécit atraía a ocupação, como se constata com a fundação da Rocha da Mina em meados do séc. I a.C., podendo, portanto, condicionar nesse momento a instalação do fortim do Castelinho. Com o arranque do período
No séc. XVIII os monges do Convento de São Paulo da serra d’Ossa detinham um grande conhecimento das fontes clássicas, que utilizaram para redigir a Crónica dos Eremitas da Serra d’Ossa (Frei Henrique de Santo António 1745), extensa obra de cariz apologético sobre a ordem que haviam fundado na encosta do cabeço de São Gens, a maior elevação da dita serra. Dados a um profundo conhecimento da realidade envolvente, identificaram com segurança vestígios de antigas ocupações muralhadas nas principais elevações da serra, nomeadamente no Alto de São Gens e na «serra» do Castelo Velho, que aproveitaram para ilustrar, e comprovar, os feitos do «caudilho» lusitano nas suas passagens pelo território da sua congregação. Assim, as mais retumbantes vitórias de Viriato sobre os infames romanos haviam sido no sopé da serra pois, refugiado no Monte Vénus,4 «…dahí desceo …» a dar-lhes batalha e a celebrar as vitórias em imponentes altares, como se nota nas muitas antas … Se esta visão apologética das origens da poderosa congregação carece, obviamente, de qualquer base séria, não deixa de nos esclarecer sobre a forma como encaramos e interpretamos os vestígios do passado, lendo-os com base na nossa documentação e leitura do território. Deste modo, talvez não andassem tão longe da nossa realidade os monges «da pobre vida» quando interpretaram os vestígios que o passado lhes havia legado. A possibilidade, diversas vezes esgrimida, da localização de Dipo na região da serra d’Ossa, nomeadamente em Evoramonte, confere a esta região um papel relevante enquanto palco de diversos episódios bélicos conhecidos no processo de conquista. Todavia, e independentemente da confirmação ou não desta possibilidade, cremos que
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Ainda hoje, na base de dados do Património Arqueológico, esta designação existe associada ao Alto de São Gens com o CNS 1913 … o mesmo local detém ainda outro CNS com o n.º 424.
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Figura 12. Vista geral para Poente, sobre a planície a Sul da Serra d’Ossa, a partir do Caladinho.
a RSO, pela sua posição-chave no contexto das ligações interior-litoral, terá conhecido certamente a movimentação de tropas no contexto do processo de conquista, que ditará, com alguma certeza, a reconfiguração de toda a trama do povoamento indígena existente. A estrutura do povoamento indígena, originada provavelmente pouco depois dos meados do I milénio a.C., sofrerá uma forte remodelação nos inícios do séc. I a.C., não obstante a centúria anterior ter conhecido também importantes e fugazes movimentações de gentes, que ditaram a reocupação do Castelo Velho da Serra d’Ossa, implantado numa das mais inóspitas e inacessíveis cumeadas da serra. O povoamento rural deverá ter conhecido flutuações importantes, mas manteve-se sempre activo e socialmente relevante, podendo mesmo conhecer um certo florescimento, concomitante com o abandono das principais unidades de povoamento concentrado. Ainda que na nossa região os dados sejam particularmente escassos, e mudos, cremos, na esteira de Carlos Fabião (1998), que os episódios sertorianos das Guerras Civis deverão ter causado um fortíssimo impacto nalgumas das ocupações da região, como Evoramonte, ditando, aparentemente, o seu abandono por longos anos. Na realidade, se em sítios como o Castelo Velho de Veiros, menos de uma dezena de quilómetros a Norte da área aqui em foco, os dados respeitantes aos meados e segunda metade do séc. I a.C. são fáceis de rastrear (Mataloto e Roque 2012), noutros são particularmente pouco expressivos, como no Monte do Outeiro, no Castelão de Rio de Moinhos ou mesmo em Evoramonte, ainda que neste, tal como em outros situados mais a Sul, caso do Castelo Velho do Degebe, possamos sem problema antever uma ocupação mais antiga dentro do período republicano. Não cremos particularmente problemático assinalar, então, que diversos destes povoados sofreram um forte revés antes dos meados do séc. I a.C. Justamente neste momento começam a emergir na região um conjunto de novas instalações que que-
bram totalmente com os modelos de povoamento indígena conhecidos anteriormente. Esta vaga de novas ocupações parece desenvolver-se em duas fases sequenciais, eventualmente separadas por breves anos, onde as convulsões dos episódios cesarianos das Guerras Civis se terão traduzido num recentrar das estratégias para a região, reassumidas após a resolução dos conflitos. Assim, num primeiro momento, eventualmente contemporâneo do exercício de cargos públicos de César na Ulterior, teríamos o arranque de um processo de instalação de guarnições de fundo militar que representaria a fixação dos primeiros corpos militarizados na região, que teriam nos acampamentos do litoral, como o Alto do Cacos, a sua retaguarda. A presença de guarnições militares no seio de ocupações indígenas, proposta por C. Fabião (2006: 121), seria então substituída pela construção das primeiras instalações fixas de fundo verdadeiramente romano na região, para fins militares, digamos, de «largo espectro» que não estritamente bélico. Após as convulsões originadas pelas movimentações militares durante as Guerras Civis, empreenderse-ia a continuidade deste processo de apropriação efectiva do território através da disseminação de uma rede complexa de pequenas instalações plurifuncionais, de tipo fortim, com o propósito de lançar a construção da nova paisagem provincial romana, que se traduziria numa vasta e profunda transformação da estrutura do território e da posse da terra, como bem observou J. Edmonson (1994: 25).
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Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Reunión científica. Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal), 24-25 mayo, 2012.
O CASTELINHO DOS MOUROS (ALCOUTIM): UM EDIFÍCIO REPUBLICANO DO BAIXO GUADIANA, NO PERÍODO DE FUNDAÇÃO DA LUSITÂNIA ROMANA Alexandra GRADIM, Câmara Municipal de Alcoutim; Gerald GRABHERR e Barbara KAINRATH, University of Innsbruck, Institute of Archaeology; Félix TEICHNER, Ruprecht-Karls-Universität Heidelberg, Zentrum für Altertumswissenschaften Institut für Ur-und Frühgeschichte und Vorderasiatische Archäologie
Resumo: O edifício de tipo «castellum» identificado na década de 70, do século XX, por Manuel Maia, junto da margem direita do Guadiana no concelho de Alcoutim levou, em 2008, à criação de um projeto de investigação internacional. As escavações efetuadas, ao abrigo desse PNTA (Plano Nacional de Trabalhos Arqueológicos), entre 2008 e 2011, permitiram identificar o local como um sítio romano republicano constituído por um edifício central de assinalável dimensão (cerca 230 m2 de área), construído com uma configuração simétrica. Na fortificação republicana, que comporta igualmente estruturas auxiliares exteriores, foi exumado um conjunto de materiais cerâmicos que indiciam a antiguidade da sua edificação, tornando-a num dos primeiros exemplos do seu tipo, na zona Oeste da Península Ibérica. Algumas das suas originais soluções arquitetónicas, a sua posição estratégica no Anas (rio Guadiana) navegável e a sua relação de continuidade com a vizinha villa romana das Laranjeiras, aportam interessantes dados de discussão no contexto dos castella do Oeste atlântico, para o período que antecede a fundação da província Lusitana na época de Augusto. Summary: The building of type «castellum» along the right bank of the Guadiana river in Alcoutim’s municipality, detected by Manuel Maia during the 70s decade of the 20th century, led to the creation of an international research project in 2008. The excavations carried out under a PNTA (national archaeological plan work), between 2008 and 2011 gave the opportunity to identify a Republican Roman site consisting of a central building of remarkable size (around 230 m2) and built in a symmetric configuration. In the Republican fortification, which includes also auxiliary exterior structures, a set of ceramic materials was excavated, that points to the moment of the construction that could make it one of the earliest examples of this type in the West of the Iberian Peninsula. Some of its original architectural solutions, its strategic position alongside the navigable Anas (Guadiana river) and its continuity relation with the neighboring Roman villa of Laranjeiras, provide interesting datas for the discussion in the context of the «castella» from the Atlantic West of the Iberian Peninsula for the period that predates the founding of the Lusitanian province at the time of Emperor Augustus. Palavras-chave: Castella, Lusitania, República romana, Algarve. Key words: Castella, Lusitania, Roman Republic, Algarve.
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1. INTRODUÇÃO O sítio do Castelinho dos Mouros (Alcoutim) foi identificado em prospeção, como fortaleza romana, no âmbito do trabalho de investigação, realizado por Manuel Maia, na década 70, do século XX (Maia 1974a, 1974b e 1978). A opção para a implantação da fortificação recaiu, do ponto de vista geomorfológico, sobre colina de baixa altitude (32,30 m), localizada na margem direita do Guadiana encaixada entre a foz da Ribeira de Córias e a foz do Barranco do Rosal, elevação a partir da qual se domina o troço mais sinuoso do rio, dentro do concelho de Alcoutim (Fig. 1). A estação arqueológica, denominada desde 1995 por Castelinho dos Mouros (Marques 1995: 279281), situa-se no Distrito de Faro, Concelho e freguesia de Alcoutim a cerca de 7 km para Sul da vila de Alcoutim e a 1,5 km a Norte da estação arqueológica do Montinho das Laranjeiras. As suas coordenadas geográficas exatas (ponto mais alto da estação georreferenciado através da rede nacional portuguesa - Sistema WGS84), são as seguintes: 37°24’54’’ Latit. Norte 7°27’42’’ Long. Oeste de Greenwich Para Datum -Sistema Lisboa Hayford Gauss Igeoe: X – 59433,682 y – -249928,150 Z – 32,299 m Após ter sido identificado no último quartel do século passado, a sua exploração arqueológica não foi equacionada até 2007, momento em que se encarou a hipótese de apresentar um projeto de investigação liderado por uma equipa internacional, que envolveria a Câmara Municipal de Alcoutim, a Universidade de Frankfurt am Main, na Alemanha e a Universidade Innsbruck, na Áustria. Deste modo, foi apresentado em 2008, ao Instituto Português de Arqueologia, um PNTA (Plano Nacional de Trabalhos Arqueológicos), para quatro anos (2008-2011). Obtida a aprovação e as necessárias autorizações para a realização de trabalhos arqueológicos ao abrigo da Categoria A «Ações plurianuais de investigação programada» integradas em projeto de investigação, encetaram-se os trabalhos de campo no verão desse ano.
2. OBJETIVOS DA 1.ª CAMPANHA Antes da intervenção e apesar da densa vegetação que cobria toda a área do cerro onde se localiza o monumento arqueológico, era já patente no topo a
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ocorrência de anteriores escavações onde à superfície se evidenciava uma sondagem de configuração irregular, com cerca de 2 x 3 m e cuja profundidade atingia os dois metros. A depressão escavada revelava igualmente a existência de dois muros, o que apontava para interferências em níveis arqueológicos. Estes trabalhos indiciavam ter decorrido à margem de um processo oficial, visto sobre eles se ter averiguado nada constar nas instituições da tutela. Foi aliás a consciencialização desta realidade, que expunha este bem patrimonial a uma situação de vulnerabilidade, conjugada com o interesse científico do lugar, que estiveram na base da apresentação do projeto científico. Assim, a primeira campanha ocorrida durante o mês de Julho de 2008, pretendeu averiguar o grau de destruição atingido pelos trabalhos ilícitos e realizar um diagnóstico que permitisse identificar os dados históricos acerca do sítio, bem como da área envolvente, confirmando-o como um possível exemplo, ou não, de romanização na zona do Baixo Guadiana em época tardo-republicana.
3. TRABALHOS REALIZADOS DURANTE A 1.ª CAMPANHA. AS SONDAGENS CLANDESTINAS DA 1.ª MET. DO SÉCULO XX A concretização da limpeza superficial do terreno e a execução do levantamento topográfico, durante a primeira semana de trabalho, permitiram delimitar a extensão da área abrangida pelos trabalhos ilícitos, ali ocorridos. Com efeito, a área distribuía-se afinal não por uma, mas por duas zonas que se designaram por sondagem clandestina 1 e 2 (SC1 e SC2, Fig.2). A área escavada em 2008, embora explorada apenas parcialmente, abrangeu a quase totalidade das duas sondagens clandestinas, com exceção de parte do corredor noroeste e corredor Sudeste, este último intervencionado em 2009 (Fig. 2 e 3). A SC1 é composta por um extenso corredor, que corta o alto da colina transversalmente de noroeste para Sudeste. No ponto mais elevado encontra-se uma extensão de forma irregular, no sentido Nordeste, que corresponde à área da já referida escavação detetada antes do início dos trabalhos científicos. Parte integrante da SC 1, o corredor do lado Noroeste é o mais extenso e mede: 9 x 1 x 0,5 m (comp. x larg. x prof.). Por sua vez, o corredor que
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Figura 1. Localização do sítio arqueológico do Castelinho dos Mouros na Carta Militar de Portugal à escala 1/25 000 (folhas 575 e 583, Lisboa, 1978, Serviços Cartográficos do Exército). Obs.: cada lado da quadrícula corresponde a 1 km.
se prolonga para o lado Sudeste, de menor dimensão, possui como comprimento máximo cerca de quatro metros por um de largura e um de profundidade. A SC2 encontra-se localizada a pouco mais de um metro a Oeste da parte central da sondagem 1. O seu contorno de configuração oval irregular atinge os cerca de 5 metros de extensão máxima e só se tornou visível após a remoção do abundante coberto vegetal, que nesta zona camuflava a superfície. A investigação realizada neste espaço evidenciou uma forte perturbação na zona central do edifício que se foi pondo a descoberto, abrangendo vários compartimentos (C1, C2, C3 e C7) do extremo Nor-
te e lado Oeste (Fig. 3 e 4). Com efeito, a quase totalidade dos níveis arqueológicos identificados nesta área foram afetados pelos trabalhos anteriores, tendo incidido particularmente no espaço onde ocorre uma divisão de compartimentos, delimitada pelos muros designados por M1, M4 e M5/6 (Fig.4). No muro M1 observou-se uma destruição parcial de cerca de 2 metros de extensão por 1,80 metros de profundidade, atingindo desta forma o alicerce. Esta perturbação, ocorre no limite Norte, junto da confluência com o muro M5/6. Verificou-se igualmente que a esta destruição se sucedeu uma reconstrução executada com técnica descuidada, da qual resulta um aparelho de má qualidade, que sobressai face ao pré-
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Figura 2. Planta geral das sondagens clandestinas 1 e 2.
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Figura 3. Planta geral das áreas escavadas entre 2008 e 2011.
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Figura 4. Planta geral do edifício descoberto até 2011, com indicação dos compartimentos e muros.
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existente, de cronologia romana. Processo semelhante testemunhou-se, novamente, no extremo Norte do muro M4, sendo ligeiramente menor a área aqui afetada. A parte central e todo o prolongamento para Oeste do muro M5/6 revelam, também eles, processos de demolição e negligente reconstrução ou lacunas pontuais (Fig. 5). A continuidade dos trabalhos nesta área contribuiu para a identificação de um conjunto de materiais, dos quais adveio a base para a compreensão dos distúrbios aqui ocorridos. São disso exemplo os vários fragmentos de cabo de ferro recolhidos no nível superficial do compartimento 1 (C1), 3A (C3A) e SC2, frações que se desagregaram provavelmente dos dois objetos de ferro em forma de eixo, localizados no extremo Norte do muro M1 e na zona Oeste do muro M5/6. Estas peças modernas de ferro, fixas nas zonas reconstruídas dos muros M1 e M5/6, parecem corresponder a uma instalação técnica recente, de tipo roldana, que terá auxiliado os trabalhos de escavação não autorizados. Os quatro fragmentos, em porcelana, de isoladores em forma de campânula, registados nos níveis superficiais do compartimento 2 (C2) e SC2, poderão estar relacionados com o equipamento que moveria esta roldana. No compartimento 1 (C1), o mais afetado, visto a escavação ilícita ter atingido todos os níveis estratigráficos aqui registados, ocorreu igualmente a destruição de um outro muro paralelo aos muros M1 e M11, que constituiria uma possível divisão no interior do edifício central. Deste muro apenas resta no lado Sul o alicerce, junto do muro M2 e um troço muito afetado no extremo Norte, junto da separação entre o muro M5 e M6. Neste compartimento recolheu-se, igualmente, um numisma, a uma profundidade considerável que correspondia ao estrato arqueológico do piso deste espaço. A leitura deste numisma de cobre, permitiu identificá-lo como um ceitil de D. Afonso V (1438-1481), da oficina do Porto 1 (Gomes 2003: 127 e Magro 1986: 97-116). Trata-se do único elemento desta época detetado neste ou em qualquer outro contexto no local. Por fim, no vão da porta que liga o compartimento 3 (C3) ao compartimento 2 (C2), recolheu-se no nível superficial restos malacológicos, respeitantes a um conjunto de bivalves do género Donax trunculus, restos faunísticos correspondentes entre outros a um dos mamíferos mais comuns da região o coe-
1 Agradece-se ao Dr. Filipe Teixeira, do Gabinete de Numismática, da Câmara Municipal do Porto, a colaboração prestada na identificação do numisma.
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Figura 5. Pormenor da zona reconstruída no muro M1 e vista geral das demolições nos muros M1, M4 e M5/6.
lho (Oryctolagus cuniculus) e no compartimento 2 (C2), um outro numisma em bom estado de conservação, o que permitiu o imediato reconhecimento como uma moeda da república portuguesa, de dez centavos de 1924. Estes dados conjugados com a recolha oral de testemunhas que, enquanto vizinhos destas propriedades e na sua infância, presenciaram a escavação por parte de uma figura «bizarra», forneceram as pistas para uma investigação que nos levaria a afinar as possíveis balizas cronológicas da ocorrência destas sondagens clandestinas. As testemunhas eram unânimes em indicar a presença de um homem, que não era o proprietário, nem do concelho, que ali escavou sozinho durante cerca de um ano, há mais de oitenta anos. O fornecimento do apelido permitiu-nos chegar até aos familiares e apurar alguns factos. A morte do indivíduo em 1950 indicava a primeira metade do século XX. O numisma do compartimento 2 (C2), apontava para data posterior a 1924 (só entra em circulação depois de 1926) e anterior
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aos inícios da década de quarenta, visto que em 1942 se inicia uma nova série de X centavos (a anterior termina em 1940), tipologicamente muito diferente (Gomes 2003: 399). As informações orais recolhidas e cruzadas com estas datas, colocam a realização das sondagens clandestinas na década de trinta, o mais tardar no início dos anos quarenta, momento em que este curioso, de avultadas posses, deambulou frequentemente pelo concelho recolhendo «tesouros e pedrinhas», que guardava em arca existente na casa de parentes, localizada na vila de Alcoutim. No Castelinho dos Mouros, permaneceu por prolongado período, escavando elevado número de metros cúbicos de terra e pedras. Ali perdeu uma moeda e possivelmente uma outra, trazida de um outro sítio com vestígios medievais, que terá visitado nesse dia. Deixou-nos igualmente os restos das suas refeições ingeridas no local e das quais constou certamente um prato de coelho (Oryctolagus cuniculus) e outro de conquilhas (Donax trunculus).
4. A CONTINUIDADE DOS TRABALHOS E O EDIFÍCIO REPUBLICANO ROMANO Durante a primeira campanha de campo os trabalhos concentraram-se, conforme anteriormente afirmado, na área das sondagens diagnóstico, denominadas SC1/SC2 e às quais se fez corresponder os designados sectores 1 e 2, respetivamente. A evidência de estruturas que se estendiam para lá dos limites de SC1/SC2 impôs a necessidade do alargamento da superfície a intervencionar tendo-se efetuado, ainda durante a campanha de 2008 e após a identificação de muros que se prolongavam para lá dos sectores 1 e 2, um prolongamento da escavação aos novos sectores 3 e 4 (Fig. 6). Em 2009 e perante os dados recolhidos na avaliação do impacto que as sondagens clandestinas tinham tido no edifício, prosseguiu-se a pesquisa tendo-se efetuado a total escavação do compartimento 1. Estendeu-se igualmente a escavação aos compartimentos contíguos, nomeadamente o 3 e o 5 (no sector 9, Fig. 4), tendo-se aberto novas áreas para Nordeste e para Sul, onde se identificou o compartimento 4 (C4) e a Sudoeste, o que permitiu atingir o limite Sul e o lado exterior do edifício central (Fig. 4). No lado exterior do edifício, foram detetadas algumas estruturas, nomeadamente uma escada de acesso com vários degraus. Durante a campanha de 2010 deu-se prioridade à delimitação do edifício central, tendo-se prolongado
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a área para Oeste e Nordeste da escavação e prosseguiu-se na zona exterior, a Sudoeste. Procedeu-se igualmente à realização da escavação total da parte Sul do compartimento 3 (C3), no sector 2 (Fig.4). Na última campanha terminada em Agosto de 2011, deu-se continuidade ao objetivo da definição do perímetro do edifício central, concentrando a equipa os seus esforços no alargamento das áreas nas zonas Norte, Este e igualmente a Sul, no espaço exterior do edifício. As quatro campanhas arqueológicas decorridas entre 2008 e 2011 permitiram por a descoberto uma área monumental significativa que se estende para lá do edifício central com cerca de 230m2 de superfície construída. O edifício apresenta uma configuração retangular demonstrando uma certa simetria arquitetónica e algumas particularidades como os cantos arredondados dos muros localizados a Nordeste (M18/M12 e M23) e Noroeste (M5/M19) (Fig. 4). Possui de largura 15,30 m e um comprimento que varia entre 12,80 m do lado Oeste (incluindo saliência da muralha no canto Sudoeste) e 13,50 m do lado Este. A espessura dos muros exteriores varia entre 1,10 m do lado Este e 1,60 m do lado Sul e Oeste. A Norte, na zona do compartimento 1 (C1), o muro exterior M12 é reforçado na face interior pelo muro M6, pelo que a espessura total é de 2,00 m (Fig.4). A espessura dos muros interiores é, como seria de esperar, menor variando entre os 60 e 90 cm. O interior do núcleo central é composto por oito compartimentos cuidadosamente construídos com grandes blocos de grauvaque, xisto e argamassa de terra, onde se denota a existência de pequenas camadas de nivelamento entre os grandes blocos de grauvaque. Os muros foram erguidos num sistema bem ortogonal e retangular e conservam-se, em alguns casos, até uma altura de 2,50 m acima do nível da rocha natural. A altura conservada dos muros, em conjugação com a elevada camada de derrubes registada, aponta para a possibilidade da existência de um segundo piso. O compartimento 1 (C1) possui uma configuração semi-quadrangular (2,70 x 3,30 m), tendo-se identificado no seu interior um pavimento de terra batida muito compacto. As fundações dos muros registadas neste compartimento evidenciaram uma largura superior à dos muros, excedendo os mesmos em 0,20 m. Este pormenor foi documentado, igualmente, nas fundações dos muros do lado Norte (muro M6), do lado Este (muro M11) e do lado Sul (muro M2), do comparti-
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Figura 6. Planta geral dos sectores intervencionados entre 2008 e 2011.
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mento (Fig. 7). Estas fundações foram construídas em cima da rocha natural, a qual apresentava uma inclinação orientada Oeste/Este (Fig. 8). No entanto, verificou-se a existência de um nivelamento intencional da rocha natural na zona Este do compartimento C1 o qual se realizou antes da construção do muro M11. A fossa de fundação encontrava-se, por sua vez, preenchida com camada constituída por pedras de pequena dimensão e colmatada com camada de terra e lascas de xisto. (Fig. 8). A camada de preFigura 7. Interior do compartimento C1, evidenciando as fundações dos muros a Norte, paração e nivelamento do terreEste e Sul. no depositado antes da construção do chão de terra batida tinha, na zona Este de C1, uma altura que atingia lhado antigo, ocorrido na fase de destruição/abandono 1,20 m. da construção, pois não foram encontrados quaisquer O acesso ao compartimento C1 estava assegurado vestígios de tégulas ou imbrices. No canto sudoeste por um corredor, longo e estreito (4,40 m x 0,90 m), deste compartimento recolheu-se um fragmento de mó que o ladeia a Oeste e comunica igualmente com o manual. compartimento C3 (Fig. 4). Como forma de analisar a técnica construtiva das O compartimento C3, de configuração quadrada fundações dos muros e pavimento realizou-se um e cujas medidas totalizam 2,70 x 2,70 m comunica corte a toda a largura interna do compartimento 3. A igualmente com mais dois compartimentos. O acessondagem, correspondente a cerca de metade do so a estes novos espaços, designados como comparinterior deste compartimento, atingiu a profundidade timentos C2 e C4, realizava-se através de portas máxima de 1,16m e teve como dimensões 3 m de localizadas uma a Este (C2) e outra a Sudeste (C4). comprimento por 1,5 m de largura. A área de sondaNa zona Noroeste, por sua vez, estende-se paralelagem foi expandida até ao muro de separação (M8), a mente ao corredor existente no compartimento 1, um sul, com o compartimento C4, onde existe uma porta outro análogo mas com largura de 1,10m e sem qualde passagem entre os dois compartimentos. Constaquer ligação visível ao resto do edifício (Fig. 4). tou-se que, tal como verificado no compartimento A delimitar estes dois corredores foi construído o C1, os alicerces das fundações dos muros se enconmuro M1, o qual foi projetado diretamente sobre o travam construídos sobre o afloramento natural e afloramento natural, sem qualquer tipo de fundação. possuíam até 0,60 m mais de espessura, do que os Uma possível interpretação para este segundo muros sobre eles construídos (Fig. 9). corredor, cujo acesso se restringe ao compartimento Por outro lado verificou-se igualmente um enchiC3, é a existência de uma escada que permitiria acemento intencional para nivelamento do pavimento, o der a um segundo piso. No entanto, não se observou qual atinge 0,72 m desde a superfície da rocha até ao em qualquer dos muros laterais M1 e M2 (ambos pavimento de terra batida que é muito compacto conservados in situ com mais de 2 metros de altura), (Fig. 10). indícios construtivos para a fixação dos degraus desA ala Oeste do edifício é constituída pelos comsa escada, levantando-se a hipótese desta, a ter exispartimentos 7 e 8 que se encontram separados do tido, ser móvel. restante edifício pelo muro 4, não sendo visíveis Identificou-se em nível precedente ao do chão de vestígios de conexão com o interior ou exterior do terra batida do compartimento C3, um conjunto de edifício central. A total ausência de registo de vãos placas de xisto, na sua maioria muito fragmentadas de porta quer na muralha exterior, que os limita a que indiciam constituir os restos do abatimento do teOeste, Norte e Sul, quer no já referido muro 4, a
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Este, leva a equacionar a hipótese do acesso a esta ala Oeste se realizar através de um segundo piso, por meio descendente, em escadas de madeira, cujo alicerce seria de alguma forma o próprio compartimento C7. Assim, o acesso ao segundo piso realizar-se-ia, tal como sugerido antes, pelo compartimento contíguo C3a de modo ascendente e acedia-se a este lado Oeste do edifício, por cima do muro M4 (Fig. 4 e 11), descendo as escadas assentes sobre C7. O compartimento 7 (C7), Figura 8. Fossa de fundação do muro M11, onde é visível a inclinação da rocha localizado na zona Norte, desta natural em direção a Este. ala Oeste, foi individualizado sob a área da sondagem SC2 e, como tal, foi profundamente afetado pela perturbação aqui ocorrida nos finais da década de trinta, inícios da de quarenta do século passado. Possui configuração quadrangular, irregular (1,90 x 1,85 m), e tudo indica ser desprovido de qualquer tipo de entrada. É delimitado a Norte pelo muro 5 (M5), a Sul pelo muro 20 (M20), a Este por M4 e a Oeste, pela muralha externa (M19). O registo efetuado durante a escavação realizada, nesta área, parece apontar para a ineFigura 9 a. Iinterior do compartimento C3, onde são bem visíveis as fundações dos muros, xistência de qualquer tipo de 3, 4 e 8. ligação entre os compartimentos 7 e 8 separados pela construção tardia do muro (M20), que possui de espessuca de mesa fina, além de um fragmento de cerâmica ra 0,60 m. A edificação deste muro de separação, campaniense), levam a crer que este espaço seria utinum momento posterior da ocupação deste espaço, lizado como zona de armazém. constata-se pelo facto de a sua base assentar num O pavimento de ambos os compartimentos é nível de enchimento do geológico que se prolonga constituído por terra batida bem compactada que se para o compartimento 8. sobrepõe diretamente sobre o geológico, nalguns O compartimento 8 (C8) apresenta configuração casos, ou sobre um enchimento realizado à base de retangular e é um dos mais extensos com uma área pedras de grande e média dimensão (Fig. 4). que atinge 7,20 x 1,85 m (Fig. 4 e 11). A forma de Relativamente à muralha externa, esta encontraacesso, a ausência de ligação aos compartimentos da se, definida no lado Oeste, pelo muro 19 (M19), o zona central (C3, 4, 2 e 1), a vasta área interior e o qual possui uma extensão máxima de 1,60 m de larelevado número de fragmentos cerâmicos encontragura, por 11,50 m de comprimento e 1,10 m de altudos (sobretudo ânforas, mas também potes e cerâmira máxima.
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Figura 9 b. Pormenores da planta do compartimento C3.
Na extremidade Norte, a muralha encaixa no muro 5 (M5) formando um dos surpreendentes cantos circulares, detetados neste edifício, que sobreviveu à profunda perturbação, das já referidas ações clandestinas do século XX, que aqui atingiu o nível da fundação (Fig. 11). Na extremidade oposta, a muralha (M19) encontra o muro 10 (M10), formando a esquina a Sudoeste que se prolonga por 0,90 m para além do alinhamento da parede exterior 10 (M10), a Sul. Outra particularidade arquitetónica desta muralha é o canto Noroeste (M19/M5), que se encontra
reforçado pelo lado externo com o muro M7 e M24. Estes muros foram adossados ao edifício central e formam, igualmente, um canto circular de maior dimensão (Fig. 4). Nesta zona exterior foram recolhidos dois fragmentos de «imitação» de cerâmica campaniense B-local, em níveis de derrube e abandono. No extremo Sul da parte central do edifício, identificou-se o compartimento 4 (C4) de configuração retangular (Fig. 4 e 12). Apresenta a mesma largura de C3 (2,70 m), mas é menor transversalmente (1,80 m a Este e 2,20 m a Oeste).
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Figura 10. Perfil longitudinal (perfil n.º 3 da planta), do interior do compartimento 3.
A Norte confronta com o já referido compartimento 3, tendo a separá-los o muro M8, cuja base continua na zona da porta entre os dois compartimentos (Fig. 12). A porta tem como largura 1 metro e foi construída no canto Nordeste. Nesta zona, o chão de terra batida existente no compartimento C3 prolonga-se para o interior do compartimento C4, sem revelar indícios de qualquer tipo de laje que constituiria a soleira da porta. A Este o muro M3 separa-o do compartimento 6 também de configuração retangular mas apenas intervencionado até ao início do nível de derrubes. A Oeste confronta com o compartimento 8, separados através do muro M4. No extremo Sul o compartimento C4 é delimitado por um muro de 1,65 m de largura (M10), que constitui a muralha externa da construção central do Castelinho dos Mouros (Fig. 4 e 12). Curiosamente este muro exterior encontra-se mais mal conservado que os restantes do edifício central, apenas mantendo em alguns trechos a altura máxima de 0,20 m. Na esquina Sudoeste deste compartimento, identificouse a ocorrência de sobreposição do chão de terra batida em relação à pré-existência de uma porta. Esta antiga porta sobre os restos do muro exterior (M10), tem uma largura de cerca de 1,10 m e constituí a entrada do edifício central à qual se acedia através de uma escada que foi totalmente escavada durante as campanhas arqueológicas de 2010-2011 (Fig. 4 e 13). Esta escada de acesso ao edifício central é composta por onze degraus de dimensões variáveis e
Figura 11. Vista de Norte para Sul da ala Oeste, em primeiro plano o compartimento C7, com os muros M 4, 5, 7 e 20 e o muro exterior Oeste do edifício central: M19.
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Figura 12. Vista de Norte para Sul do compartimento 4 (C4).
possui uma base construída diretamente na rocha natural. Com efeito é visível nesta zona o desgaste do geológico. Em termos arquitetónicos ela apresenta uma orientação radial/circular dos degraus que a compõem (Fig. 13). Em conexão com a escada, no extremo sudoeste do edifício, o muro exterior a Oeste (M19) é prolongado para além do volume do edifício em si, formando o muro M17 (Fig .4). Este remate mural (M17) com espessura de 1,80 m e comprimento de 3,30 m possui orientação NNO/SSE e delimita a área construída que se prolonga para Este, formando o que parece constituir uma espécie de bastião, ou reforço arquitetónico da fortificação para proteção da entrada do edifício central e estruturas exteriores (Fig. 13). Na zona da base da caixa da escada, na ligação entre o edifício central e o muro 17, encontra-se localizado sobre o muro 17, um muro parcial com largura de 0,80 m e comprimento de 1,10 m, que deve ter sido uma porta entaipada posteriormente (Fig. 13). A ala Este do edifício foi a última a ser intervencionada e, face à limitação temporal e dimensão do único compartimento (o maior de todos), aqui identificado, optou-se por concentrar os esforços na delimitação exterior do edifício, remetendo para uma próxima campanha a escavação total do interior do compartimento 5 (Fig. 4). Em termos da muralha exterior é de assinalar, para o extremo Sul, a existência de mais um muro (M28), adossado à muralha. Com efeito, na parte Este da caixa de escada de acesso e encostado ao muro-Sul exterior M10 foi construído um muro cuja base possui uma espessura de 0,40 m, mas em que o topo preservado apenas regista 0,20 m, o colapso de
Figura 13. Pormenores do canto sudoeste da muralha externa e escadaria de acesso ao edifício central.
parte desta estrutura deverá estar relacionado com a fragilidade da sua construção (Fig. 4 e 14). A altura máxima preservada do muro-Sul (M10) e deste acrescento é de 2,50 m, o comprimento preservado deste «peculiar» elemento arquitetónico designado por muro M28 é de 4,10 m. Na esquina Sudeste do edifício central, o muroEste (M18) prolonga-se, até ao momento, em mais 1,80 m no mesmo alinhamento para além do muroSul (M10), apesar da conexão que existe entre ambos (Fig. 4 e 14). Este canto do edifício a Sudeste revela desta forma um modelo arquitetónico em tudo análogo ao do canto Sudoeste. Esta simetria encontra paralelos na extremidade oposta, onde se verificou a existência de uma esquina de contorno redondo, descrevendo um quarto de círculo idêntico ao já surpreendente canto Nordeste, acima referido (Fig. 4 e 15). A muralha externa Este foi edificada diretamente sobre o afloramento xistoso e, apesar de se encontrar implantada na zona que apresenta o maior declive do cerro, está preservada até uma altura de cerca de
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Figura 14. Canto Sudeste da muralha externa e em segundo plano o muro M28 adossado à muralha Sul junto da caixa de escada de acesso ao edifício central.
dois metros revelando uma grande qualidade construtiva (Fig. 15 e 16) Por oposição, o lado Norte do edifício foi construído na parte do terreno em que o relevo é menos acentuado e onde se verificou a existência de dois conjuntos construtivos (M25 /M23 e M24/M7) que formam uma espécie de reforço maciço do muro exterior (M12) (Fig. 4 e 16). Estas estruturas adicionais são compostas por muros de alvenaria de pedra com ligante de terra, em tudo iguais aos restantes detetados, embora de menor altura e bem mais maciços, pois o seu conjunto atinge a largura máxima de 5 metros na parte central (Fig. 4 e 17). O primeiro destes muros a ser construído, o muro M25 no extremo Norte (Fig. 4), encontra-se preservado numa extensão de 9,50 m, sendo que todo o lado Oeste deste muro se encontra completamente destruído. O muro M25, paralelo à muralha exterior Norte é saliente sobre a frente do edifício em 4m atingindo os já mencionados 5m no extremo Oeste preservado. Na esquina Nordeste forma, em conjunto com o muro M23, mais um canto redondo cujo raio atinge 2,5 m, o maior detetado. O muro M23 constitui um prolongamento da muralha exterior Este (M18). Verificou-se que a base dos muros M23 e M25 assentavam sob a outra estrutura adicional designada por M24. Esta segunda estrutura foi adossada à muralha exterior Norte (M12). Verificou-se existir uma zona interior entre M25 e M24 em que o geológico se encontrava à superfície (Fig. 17). Sem paralelo nos edifícios congéneres, estas estruturas poderão ter servido para revestir a face acutilante do substrato rochoso composto por xistos e grauvaques desbastados em direção à vala da secção que separa
Figura 15. Vista para Oeste da muralha externa Este (M18) e canto redondo Nordeste (M18/M12).
o topo da colina do talude posterior adjacente, zona de onde, certamente, foi extraída muita da pedra utilizada na construção do edifício. O segundo conjunto mencionado composto pelos muros 24 e 7 (M24/M7) encontra-se a Oeste sobre as estruturas anteriormente tratadas (M23/ M25), e foram colocadas de forma adossada em frente ao edifício central. Em relação àquela que confronta com a face Norte designou-se como muro
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Figura 16. Planta geral do sítio.
24 (M24) e no tocante à face Oeste, como muro 7 (M7). Nas zonas de ligação, estes muros adjacentes, têm uma espessura de 0,80 m e atingem uma espessura máxima de 2 m. Devido à pouca altura preservada, a qual é muito inferior à do edifício central, presume-se que estes elementos construtivos edificados numa fase posterior à do edifício central não tenham sido realizados com uma altura significativa (Fig. 17). No tocante ao exterior do edifício central, e tal como é usual neste tipo de construções, foram identificadas na parte Sul outras estruturas situadas entre as extensões dos muros exteriores Oeste e Este (Fig. 4 e 16). Para além do já referido muro M17 no extremo Oeste, na última campanha em Agosto de 2011, identificou-se na parte Este, adjacente à caixa da escada, delimitada pelo muro 13 (M13), um muro que se desenvolve em paralelo ao muro 10 exterior e confinante com o muro M26 que marca o fim da caixa de escada (Fig. 4 e 16). Este muro exterior ao edi-
fício central designado por muro 27 (M27) está aparentemente relacionado com um edifício secundário adicional. No entanto só a continuidade da escavação na área, poderá vir a esclarecer esta hipótese. O primeiro dos edifícios secundários a ser identificado, logo na primeira campanha, no extremo sul da área intervencionada, diz respeito à delimitação confinada aos muros M15 e M16 (Fig. 4 e 16). Estes muros seguem quer a orientação, quer o alinhamento do edifício principal e no seu interior detetou-se, no único canto conservado, uma lareira de configuração retangular. Infelizmente toda esta zona do extremo Sul, bem como a ligação do muro M17 a Oeste, foram destruídas por deslizamentos de terras devido à erosão da encosta na zona de transição para o talude artificial. A destruição erosiva sofreu um agravamento na década de oitenta do século passado, fruto do corte do cerro ocorrido para a realização da atual estrada E.M. 507 (Fig. 16).
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Figura 17. Pormenor das estruturas adicionais M23, M24 e M25, na parte Norte do edifício principal.
5. OS MATERIAIS ARQUEOLÓGICOS A maioria do material arqueológico exumado no Castelinho dos Mouros é constituída, como seria de esperar, por fragmentos cerâmicos, não se tendo recolhido até ao momento nenhuma peça completa. Os raros e pontuais objetos de metal encontrados, para além da sua exiguidade, não fornecem qualquer tipo de dado cronológico que auxilie na datação da construção. Quanto às cerâmicas, prevalecem claramente os fragmentos de ânforas, com uma evidente supremacia das ânforas importadas sobre as de produção local, refletindo naturais ligações fluviais com a costa mediterrânica e, particularmente, com o golfo de Cádis. Assim, no conjunto recolhido identificaram-se fragmentos de ânforas de tradição fenício/púnicas (Fig. 18.1-3), comuns no séc. II e I a.C., fragmentos de ânforas vinárias itálicas do tipo «Dressel 1 (classe 3-5)» (Fig. 18.4) e suas diversas variantes, as quais foram produzidas até à época augustina. Representadas encontram-se igualmente as produções béticas, entre elas porções de ânforas de tipo «Haltern 70 (classe 15)» (Fig. 18.5), ou no tocante à louça de mesa, um conjunto de cerâmica de paredes finas pertencentes sobretudo a fragmentos de tigelas de pastas claras. Apesar de menos frequentes foi igualmente possível identificar fragmentos oriundos das produções locais, entre eles exemplares de ânforas do tipo Mesas dos Castelinhos 1 (Parreira, 2009: 66-69, Est. XXII, N.º 220 - Est. XXIV, N.º 230) (Fig. 18.6). Relativamente aos exemplares importados da Itália, há a assinalar um exemplar de cerâmica campaniense B (Lamb.1) (Fig. 18.8) (Alves 2010: 6667) e dois de «imitação» campaniense de proveniên-
cia local/regional (Fig. 18.7) (Alves 2010: 40-41). Cronologicamente, o conjunto cerâmico em referência atesta, até ao momento, um contexto de utilização do sítio durante todo o século I a.C., pressupondo um abandono que se dará nos últimos anos deste mesmo século ou início do seguinte. No entanto, a identificação de uma de ânfora do tipo Mañá-Pascual A4 em 2009, documentada estratigraficamente no nível inferior ao chão de terra batida do compartimento C1, aponta para uma possível construção do edifício central em final do séc. II a.C., o que nos permite deste modo, questionar se não estaremos perante um dos primeiros exemplos duma destas edificações republicanas da zona Oeste da Península Ibérica.
6. SÍNTESE E DISCUSSÃO NO CONTEXTO DOS CASTELLA DO OESTE ATLÂNTICO O âmbito da discussão da integração cronológico-cultural do edifício republicano (Fabião 2002 e Teichner e Schierl 2010), do Castelinho dos Mouros terá de ser inevitavelmente equacionado, quer em termos das suas características arquitetónicas, quer relativamente ao espólio exumado. Do ponto de vista arquitetónico ele apresenta, sem dúvida, soluções díspares das identificadas para o contexto dos castella no Sul de Portugal e Sudoeste espanhol (Moret 2010, Cadiou e Moret 2012). Com efeito, não só a compartimentação do espaço interior do edifício central não encontra paralelo nos casos conhecidos, como a dimensão dos limites exteriores ultrapassa substancialmente a dos edifícios congéneres, bem menores. Ainda relativamente à muralha exterior, ela revelou aspetos construtivos inéditos, tanto no extremo Norte, com a edificação
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Figura 18. Conjunto de materiais exumados no castelinho dos Mouros em Alcoutim.
de cantos arredondados e estruturas adicionais, como no lado oposto, com o prolongamento dos seus cantos. Por outro lado, afigura-se igualmente inédita a sua entrada descentrada, localizada no extremo Sudoeste do edifício, parecendo provável que a sua entrada inicial estivesse, mais para Oeste, tendo posteriormente este acesso sido entaipado e transferido para Este. Em qualquer dos casos parece evidente que a sua localização a Sul se prende com a comunicação ao nível inferior do cerro, onde se construíram as estruturas auxiliares exteriores e onde poderia existir um acesso direto para o rio, entretanto destruído durante a década de 80 do século passado, com a construção da estrada municipal E.M. 507. Já em outra ocasião tinha sido referida a importância do estudo destas construções auxiliares nos arredores dos edifícios centrais (Teichner e Schierl 2010), e são dela exemplo casos como El More (San Pol de Mar, Barcelona) ou El Tesorillo, Malaga (Teichner e Peña 2012). É um facto que a sua localização geográfica apresenta estreitas similitudes com o Castelo da Lousa, situado igualmente junto ao Guadiana, mais a Norte no Alto Alentejo, podendo ser no entanto possível que a construção do Castelinho dos Mouros antece-
da ligeiramente a edificação da fortificação alentejana (Gonçalves et alii 2010). Sendo ainda incipientes à luz dos conhecimentos atuais os dados para uma precisa integração cronológico-cultural deste tipo de edifício romano republicano, importa, como tal, valorizar as características das peças exumadas que no caso do Castelinho dos Mouros, e em oposição ao Castelo da Lousa e a outras fortificações deste período, denota uma ausência da aquisição/comercialização de sigilatas, sendo igualmente rara a presença da cerâmica campaniense ou das suas «imitações», ou como prefere referir-se Jean-Paul Morel a este último grupo, as do «círculo da B» (Morel 1981: 46). Escassos também, são os objetos metálicos e inexistentes os numismas. A maioria da cerâmica exumada encontra-se representada por ânforas itálicas, púnicas e béticas (Dressel 1A e C, Haltern 70 e ânforas púnicas tardias), as quais em conjunto com a cerâmica de mesa fina, também ela proveniente da Bética, refletem um contexto de utilização do sítio durante todo o século I a.C. pressupondo um abandono que se dará nos últimos anos deste mesmo século ou início dos do seguinte. A representação de uma ânfora do tipo Mañá-Pascual A4, em nível do período da constru-
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ção do edifício, poderá fazer recuar a sua edificação ao final do séc. II a.C. A ocupação deste espaço na época romana republicana, deverá como tal ter ocorrido em final do séc. II a.C. e permanecido até final do séc. I a.C., sendo assim o seu abandono anterior à fundação da província Lusitana em época de Augusto, e também anterior à origem da vizinha villa romana do Montinho de Laranjeiras, facto que poderá denotar a continuidade de ocupação da zona, mas com uma mudança acentuada no tipo de habitat (Gradim et alii 2010: 232). Este padrão de evolução ou genesis de um núcleo habitacional alto imperial, a partir de uma construção de aspeto fortificado de época tardorepublicano, encontra-se entretanto atestado no Algarve, no caso do Cerro da Vila (Vilamoura) (Teichner 2008 e Teichner 2012). Em termos de etapa cultural é igualmente oportuno frisar que nenhum objeto aqui recuperado denuncia uma utilização militar do sítio, o que em conjunto com a escassa área agrícola, apenas confinada a uma pequena zona entre as colinas e o rio, aponta para a primazia da importância da via fluvial. É forçoso sublinhar que se encontram por clarificar, ao nível estrutural e material, as conexões possíveis de cariz indígena herdado da Época do Ferro e que parece poder patentear-se não só na cerâmica comum encontrada, como nos peculiares achados arquitetónicos dos cantos arredondados e restantes estruturas adicionais. Este perpetuar da matriz local em achados das fortificações republicanas é comum em alguns casos do alto Alentejo e Andaluzia, tal como enfatiza Pilar R. Tomico para o caso de El Castrejón (Tomico 2010: 40-41). Deve valorizar-se que com o fim de Numância e o início da presença romana no Sul de Portugal, em final do segundo mas, principalmente, no primeiro século a.C., dá-se uma reestruturação da paisagem (Teichner e Schierl 2010). No Oeste atlântico, mais tarde Lusitânia, os castella do Baixo Alentejo e Algarve foram considerados os testemunhos desse período. As particularidades do Castelinho dos Mouros, em comparação com outros castella lusitanos do Sul, sugerem-nos que mesmo dentro destes grupos de estruturas —que não são evidentemente tão semelhantes do ponto de vista arquitetónico, como havíamos pensado até ao momento— existe uma diversidade no tocante ao seu surgimento dentro da qual o Castelinho dos Mouros parece ser um dos primeiros, datando do período das dramáticas guerras que opuseram os reputados chefes da resistência Lusitana, Viriato e Sertório. Será oportuno frisar que este
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modelo construtivo, composto por um edifício central (tipo torre) de forte aspeto fortificado e destinado a proteger uma pequena população rural, tem a sua base num modelo presente na bacia mediterrânica, existente o mais tardar a partir da época helenística (Wahl 1985 e Prados 2010). A terminar, é de referir que persistem as questões no tocante a este tipo de estruturas e a sua relação com outros castella do concelho de Alcoutim (Castelo de Alcaria Cova e Castelo do Pomar) (Gradim 1999 e Gradim et alii 2010: 218-219) e, em âmbito mais alargado, com os dos territórios a Norte e a Este do Castelinho dos Mouros.
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EL CASTEJÓN DE LAS MERCHANAS (DON BENITO, BADAJOZ): UN RECINTO FORTIFICADO TARDORREPUBLICANO ENTRE LA SERENA Y LA VEGA DEL GUADIANA Victorino MAYORAL HERRERA, Instituto de Arqueología-Mérida (CSIC-Gobierno de Extremadura); Juan José PULIDO ROYO; Sabah WALID SBEINATI, Underground S.C.; Sebastián CELESTINO PÉREZ; Macarena BUSTAMANTE ÁLVAREZ; Antonio PIZZO; Luis SEVILLANO PEREA, Instituto de Arqueología-Mérida (CSIC-Gobierno de Extremadura)
Resumen: En la presente contribución se ofrece un avance preliminar de los resultados del estudio arqueológico del asentamiento fortificado del Castejón de las Merchanas (Don Benito, Badajoz). Esta intervención se enmarca en el desarrollo de un proyecto de investigación cuyo objetivo es estudiar la romanización en el suroeste peninsular, centrando la atención en la comarca extremeña de la Serena y el valle medio del Guadiana. Dentro del análisis de este crucial período de transición, el estudio de los recintos y fortificaciones ciclópeas ha sido objeto preferente de atención, desarrollándose intervenciones para conocer sus estructuras, morfología, estratigrafía, sus repertorios materiales y su contextualización territorial. En este contexto se justifica la elección del Castejón de las Merchanas como un enclave de interés, tanto por su fisonomía como por su emplazamiento. Se realiza una exposición sintética de las características del asentamiento, su organización interna, así como del diseño y técnica de sus estructuras. Se propone una secuencia cronológica en virtud de la lectura estratigráfica y los materiales recuperados, y se plantean algunas hipótesis en cuanto a su funcionalidad. Esta visión se completa con los datos aportados por la prospección sistemática del entorno, que incluye los trabajos intensivos desarrollados alrededor del sitio. Summary: in this paper we offer a preliminary study of archaeological research in the fortified settlement of Castejón de las Merchanas (Don Benito, Badajoz). This work is part of a research program focused on the Romanization process in Peninsular south-west, particularly in the Serena region and the middle Guadiana Basin. Within this critical period of historical change, the study of fortified settlements has been a distinguished field of activity, dealing with the knowledge of their structure, morphology, material assemblages and their territorial context. In this framework the choice of Merchanas as a place of special interest is justified by its strategic location and complex physiognomy. We present a brief description of its internal structure, architectural planning and building techniques. According to our stratigraphic record and the analysis of finds in the site, a chronological sequence and a functional interpretation of the site are proposed. This overview is completed with data provided by the systematic surface survey of the area around the site. Palabras clave: fortificaciones, romanización, suroeste peninsular, La Serena. Key words: fortifications, romanization, peninsular south-west, Serena Region.
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1. ANTECEDENTES. PORQUÉ MERCHANAS Desde el año 2001 el Instituto de ArqueologíaMérida (CSIC-Gobierno de Extremadura), viene desarrollando un análisis arqueológico a escala territorial en la Comarca de La Serena. Esta labor se ha focalizado en el estudio de diferentes períodos, desde la prehistoria hasta época romana, pasando por la protohistoria. Desde su inicio, esta investigación planteó como uno de los objetivos definir las características en esta zona del proceso de transición entre la Edad del Hierro y la implantación del dominio romano. Como es bien sabido, uno de los elementos más destacados del registro material de dicha etapa en la zona son los denominados recintos-torre y fortificaciones ciclópeas, que han generado ya una amplia bibliografía (véase entre otros trabajos, Ortiz Romero 1995, Rodríguez Díaz y Ortiz Romero 1998, 2003). A través de esta última se pone de manifiesto cómo, en una franja cronológica que va desde el siglo II a.C. hasta bien entrado el siglo I d.C., se desarrolla un fenómeno de poblamiento complejo y heterogéneo, para el que aún tenemos un buen número de preguntas sin respuesta. Frente al elemento común del aparejo constructivo, encontramos una notable diversidad en las localizaciones, los diseños y los repertorios materiales. Dentro de dicha variedad, las fortificaciones situadas en las sierras que articulan el paso a través de la comarca constituyen un grupo con entidad propia. Hasta la fecha los trabajos de documentación más intensos se han desarrollado en torno a las fortificaciones situadas en los llanos de La Serena. Así por ejemplo el sitio de Hijovejo fue excavado en su totalidad durante los años noventa del siglo pasado (Rodríguez Díaz y Ortiz Romero 2004). Por el contrario, los citados asentamientos en altura han recibido menos atención. Esto es en buena medida explicable por la inaccesibilidad de sus emplazamientos, así como las dificultades que plantea el desarrollo en ellos de cualquier tipo de trabajo. En su momento quedaron englobados en algunos trabajos de síntesis sobre la protohistoria provincial (Rodríguez Díaz 1987), y podemos rastrear informaciones diversas sobre ellos a través de algunos trabajos publicados sobre el fenómeno de los recintos ciclópeos. En el ámbito de las publicaciones locales existen informaciones más o menos detalladas sobre conjuntos de casos como el de la Sierra de las Pozatas de Castuera (Ortiz Romero 2006), o el Valle del Guadámez (Suárez de Venegas 1995) en el que se localiza el Castejón de las Merchanas.
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En virtud de estos antecedentes, quedaba clara la oportunidad de aportar algo nuevo a través de un programa sistemático de documentación de este tipo de asentamientos. Era precisa en primer lugar una puesta en común de lo mostrado en las diversas publicaciones. Era además imperativo fijar cuestiones de cronología hasta la fecha establecidas a partir de la tipología de los aparejos constructivos y el escaso material cerámico que puede identificarse en superficie. Carecíamos de estratigrafías y contextos publicados en detalle que permitieran validar las hipótesis formuladas acerca del contexto territorial de las fortificaciones y su sentido histórico. Así las cosas, la elección de Merchanas vino motivada por una combinación de factores. En primer lugar, de acuerdo con las referencias publicadas y nuestra apreciación directa del sitio, parecía tratarse de un caso excepcional en cuanto a sus dimensiones y complejidad dentro del conjunto de fortificaciones de altura. Destacaba además por el buen estado de conservación de las estructuras, y resultaba el más accesible de esta clase de enclaves para poder emprender trabajos sistemáticos. Así las cosas, en otoño de 2009 iniciamos nuestra labor de documentación con la realización de una planimetría y un levantamiento de la microtopografía del sitio. Esta intervención se enmarcaba dentro de las tareas de registro del conjunto de fortificaciones de toda la zona.1 En la primavera del año siguiente pudimos iniciar los trabajos de excavación: La dirección técnica fue encomendada a la empresa Underground S.C de la cual son miembros dos de los firmantes del presente trabajo. En esta primera campaña el objetivo principal fue definir la secuencia temporal de las ocupaciones del Castejón. Considerando como hemos visto la existencia de múltiples recintos, se planteó la apertura de sondeos en tres de ellos, buscando además relaciones estratigráficas entre los posibles niveles de ocupación y las estructuras reconocibles en superficie. También durante el año 2010 fue posible emprender una prospección sistemática intensiva de todo el entorno del cerro del Castejón, algunos de cuyos resultados sin-
1 Dichos trabajos se realizaron en el marco del proyecto de investigación «Paisaje, territorio y cambio social en el suroeste peninsular: De la protohistoria al mundo romano» (Ref. HAR 20081973) perteneciente al Plan Nacional de Investigación financiado por el Ministerio de Innovación y desarrollado entre 2008 y 2011.
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tetizaremos aquí. Finalmente, los últimos trabajos de excavación desarrollados hasta la fecha tuvieron lugar en el verano de 2011. En esta ocasión fue posible ampliar los cortes de la campaña precedente, lo cual en el caso del recinto C y la estructura 1 proporcionó una lectura más abierta de la organización del espacio.
2. DÓNDE ESTÁ MERCHANAS El denominado Cerro del Castejón, en el paraje de Merchanas, se localiza en el término municipal de Don Benito, en la provincia de Badajoz. Más concretamente se sitúa en el curso medio del río Guadámez, un afluente del Guadiana por su margen izquierda (Fig. 1). Con una orientación NO-SE este valle define uno de los pasos naturales de conexión entre la vega del citado Guadiana y la comarca de La Serena. En esta encrucijada confluyen las rutas que conectan con la meseta sur, a través del Valle de
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Alcudia, o, cruzando los Pedroches, con el Guadalquivir a su paso por Córdoba. El asentamiento se emplaza en una elevación con una cota máxima de 324 msnm, formada por pizarras grisáceas y/o violáceas con intercalaciones y cuarcitas, y que destaca en una curva del río. Hay que señalar que a partir de ese punto el paisaje del valle experimenta un cambio notable. Se marca aquí la divisoria entre los espacios abiertos y de formas suaves que se abren hacia Medellín y Valdetorres, junto al Guadiana por un lado, y las escarpadas sierras formadas por cuarcitas y pizarras de Manchita y la Lapa, por otro. Pese a que las segundas determinan un predominio de los terrenos dedicados a encinares, matorral y monte bajo, el lecho fluvial del Guadamez es aquí aún ancho, posibilitando en su margen izquierda el desarrollo de cultivos de cereal, olivar en regadío y más recientemente de frutales. También facilitan la explotación, esta vez en secano, las amplias laderas formadas por el piedemonte de las sierras.
Figura 1. Localización del Castejón de las Merchanas.
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3. LAS ESTRUCTURAS Y SU TÉCNICA CONSTRUCTIVA
primer caso parece tratarse de un espacio diseñado para encauzar el paso al interior del conjunto desde el norte. En el segundo la superficie es mayor, ocupando todo el costado oriental. Posee un potente muro de gran aparejo que cierra todo el lado sur, pero por el lado opuesto presenta un amplio hueco sin obstáculo alguno. Posiblemente la estructura 3 estaría relacionada con el control del acceso por esa parte. Los recintos C y D en cambio sí que están completamente cerrados, también por gruesas murallas de grandes bloques ciclópeos. Pese a la fuerte pendiente y lo reducido del espacio, como veremos al menos en el primer caso ha quedado contrastado el uso habitacional de estos sectores. Este sería además el único de los dos que presenta una entrada clara que lo comunica con el exterior del conjunto. Por último el recinto A, que es el más pequeño de todos, ocupa la vertiente norte del cerro en su parte más alta, enlazando además las dos grandes construcciones ya mencionadas. Al igual que el C muestra un acceso hacia el exterior, esta vez mediante una rampa tallada en la roca que luego fue pavimentada con lajas de pizarra.
En otro trabajo (Mayoral et alii 2011) podrá el lector encontrar una descripción detallada de las estructuras del asentamiento visibles en superficie y su organización interna. De modo sucinto aquí diremos que la extensión total del mismo es algo inferior a los 2500 m2. Se pueden diferenciar dentro de esa superficie hasta cinco recintos de tamaño muy variable, que se articulan en torno a dos grandes construcciones de gran volumen que se adaptan a sendas crestas rocosas que coronan el cerro (numeradas como estructuras 1 y 2 en la figura 2). La disposición de los lienzos de muralla pone de manifiesto la preocupación por limitar y dirigir el acceso a las estructuras de la cima. Es constante el aprovechamiento de los afloramientos cuarcíticos que salpican toda la elevación, los cuales en ocasiones forman pareces verticales de notable altura, haciendo innecesaria cualquier obra artificial. Dos de los recintos situados a una cota más baja (B y E) quedan abiertos por uno de sus lados. En el
Figura 2. Planta general del asentamiento del Castejón de las Merchanas.
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Un estudio desde la perspectiva del proceso constructivo del conjunto de Merchanas, permite de entrada hablar de dos grandes fases. La primera se caracteriza por una actividad edilicia más consistente, mientras que la segunda se define por una intervención documentada exclusivamente en la estructura 1. Como ya hemos apuntado esta última se encuentra en una situación topográfica favorable para la realización del proyecto constructivo, dada su posición en la zona homogénea y amesetada de la cima del farallón rocoso. Sin embargo, en su lado nororiental la esquina del edificio se ve reforzada con una construcción en ángulo recto de la que deja constancia un buen lienzo en la parte norte y este. Como se verá, una solución similar se ha documentado también en la estructura 2. Pero volviendo a la estructura de la cima, para su construcción se realizó en primer lugar el edificio rectangular, uniendo las esquinas del mismo en solución continua contribuyendo a una construcción homogénea y dejando un tabique que con dirección oeste-este separa perpendicularmente el área en dos ambientes de planta diferente. En una segunda etapa
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de obra se añadió el refuerzo empleando materiales constructivos de menores dimensiones, en una solución más regular y cuidada. Por lo que respecta a la estructura 2, fue construida en una zona de fuerte pendiente, lo cual condicionó su concepción. Contrariamente a la lógica constructiva tradicional, es posible observar como para el levantamiento de los muros se actuó construyendo lo mismos desde el interior hacia el exterior, aprovechando en primer lugar la única zona llana en aquel punto, y sirviéndose del ingreso al noroeste sugerido por la misma topografía del territorio. Una segunda fase constructiva coincide con la puesta en obra de la esquina oeste, que utiliza como material grandes bloques contrastando el profundo salto de cota. A una tercera fase constructiva pertenece el muro sureste que cierra en este lado la estructura. En su conjunto, la técnica constructiva utilizada contempla el uso de bloques de forma poligonal y apenas trabajados, probablemente extraídos cerca del lugar de empleo, por lo menos para la realización del muro sur de la estructura rectangular del edificio 1. Se construyen muros de doble paramento
Figura 3. Fases constructivas identificadas en las estructuras del Castejón de las Merchanas.
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Figura 4. Aspectos de la técnica constructiva de la estructura 1. A. Muro de cierre exterior por el sur. B. Compartimentación interior.
con un núcleo de pequeñas piedras y arcilla de color rojizo, muchas veces reducido al mínimo a causa de las grandes dimensiones de los elementos utilizados. Los paramentos exteriores presentan hiladas horizontales irregulares con la disposición de los elementos más grandes en solución de esquina, sirviendo de referencia para las tongadas a construir. Se intenta con ello conseguir una cierta regularidad. En la construcción de ambas estructuras se recurre al uso de una consistente cantidad de cuñas de relleno y de nivelación para la homogenización de la puesta en obra. En el edificio 2, donde se aprecia un alzado más consistente (la altura máxima hasta donde se pudo medir es de 2,50 m), se nota una fuerte inclinación del paramento hacia su interior, con el fin de contrarrestar la brusca pendiente sobre la que se asienta el aparejo, y a la vez proporcionarle mayor estabilidad. Se puede concluir que la construcción de los edificios que conforman el Castejón de las Merchanas pertenece en mayor parte a una única etapa histórica dividida en tres fases de obra distintas. El segundo momento de actividad constructiva ya señalado puede documentarse en la tercera fase
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de la estructura 1, y corresponde a una etapa de reocupación sobre los restos de la fase anterior que presenta una escasa entidad. Es entonces cuando se produce una compartimentación interior del edificio, atestiguada por la presencia de un muro en forma de «L» que se adosa al muro sur de la estructura rectangular preexistente. Su fábrica se distingue claramente al estar compuesta de elementos constructivos más pequeños y un núcleo con una mayor cantidad de tierra arcillosa y piedras menudas. Otra evidencia de esta etapa del asentamiento es seguramente el muro que, enlazando dos afloramientos de roca, cierra el recinto A por el extremo oriental tapiando el acceso original al mismo. Su factura es muy irregular y parece incorporar materiales reutilizados. Por último, el sondeo en el recinto C documentamos una serie de muretes de aterrazamiento vinculados a la ocupación de época imperial, y que apuntan de nuevo a un uso del espacio poco intensivo. Completando el estudio del proceso constructivo, el examen de los afloramientos rocosos en torno al asentamiento permitió identificar algunos de los puntos de extracción de los bloques de cuarcita. Concretamente, en la falda suroccidental del cerro puede reconocerse con claridad cómo las vetas de cuarcita con orientación SO-NE fueron sistemáticamente explotadas, distinguiéndose las marcas de los bloques ya extraídos, las cuñas para fragmentar la roca e incluso algunos bloques abandonados en la cantera. A juzgar por las marcas observadas, el mismo proceso podría haberse producido en el farallón que marca la separación entre el recinto C y el exterior del complejo.
4. LA EXCAVACIÓN: UN AVANCE PRELIMINAR DE LOS RESULTADOS 4.1. LOS SONDEOS DE 2010 En la primavera de 2010 se iniciaron los trabajos de excavación en el yacimiento.2 Estos trabajos consistieron en la realización de cuatro sondeos que nos permitieran tener un conocimiento más concreto de la cronología y la secuencia estratigráfica que presentaba el Castejón de Las Merchanas.
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Proyecto de sondeos arqueológicos en el recinto torre de Las Merchanas, Don benito (Badajoz). Expediente INT/2009/271.
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Figura 5. Aspectos de la técnica empleada en la construcción de la estructura 2. A. Adosamiento del refuerzo exterior. B. Bloques en solución de esquina como referencia para las hiladas. C. Detalle de las cuñas de relleno entre bloques. D. Lienzo cubriendo un hueco del afloramiento de roca.
El sondeo 1 (S-1) se situó en el límite meridional del recinto C. El objetivo fue conocer la disposición del muro de cierre de dicho recinto, así como la morfología del aterrazamiento (artificial o natural) y su uso antrópico. Tras la excavación de los estratos vegetales, se documentó un nivel de bloques de piedra de tamaño no muy grande (entre 15 y 40 cm de longitud máxima) que podríamos interpretar bien como un derrumbe de la estructura o bien por un efecto de arrastre desde la parte superior del cerro. Seguidamente se localizó un posible nivel de uso cronológicamente adscrito a momentos altoimperiales, y que cubría un nivel de incendio (una valoración del conjunto cerámico recuperado se expone en la sección 6 de este trabajo). El sondeo nos permitió apreciar que la anchura de la estructura ciclópea era aproximadamente el doble de lo que se podía apreciar en superficie. Tras el estudio preliminar de los materiales obtenidos en esta fase de destrucción, se pudo establecer que la cronología de este momento es tardorrepublicana, lo que permitía suponer que la
parte superior del muro podría corresponder a una reparación de la misma en un momento posterior. Bajo el nivel de incendio se documentó un nuevo nivel de uso en el que se localizó un agujero de poste pegado al muro ciclópeo, cuyo relleno (con piedras de calzo en el fondo) estaba formado por arenas sueltas mezcladas con carbones, posiblemente fruto de la combustión de la madera del propio poste durante el momento del incendio. El nivel de uso o nivelación republicana se asentaba directamente sobre el geológico, al igual que la muralla, lo que implicaba que el aterrazamiento fue completamente artificial. El sondeo 2 fue practicado en el extremo norte del recinto E, y adosándose al muro oeste de la estructura 3. El objetivo del mismo era comparar la secuencia de uso de esta plataforma con la apreciada en el recinto C. Como resultado, solamente fue posible documentar un nivel de colmatación-arrastre y otro indeterminado, asociados a la estructura ciclópea, que como vimos se asocia a la primera etapa de ocupación del asentamiento.
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Figura 6. Estructuras asociadas a la segunda fase de ocupación. A. Compartimentación interna de la estructura 1. B. Cierre oriental del recinto. Apréciese el bloque de granito reutilizado.
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Finalmente el tercer sondeo de la campaña de 2010 se marcó como objetivo realizar una lectura transversal de la secuencia apreciada en el Recinto A (sondeo 3A) y la estructura 1 (sondeo 3B). En el primero de ellos, tras retirar los estratos naturales y de colmatación nos encontramos con un nivel formado por arcillas rosadas muy compactas y lajas de pizarra muy fragmentadas de las que desconocemos su origen, aunque no se excavó en su totalidad. Inmediatamente debajo del estrato anterior, se localizó un posible nivel de uso formado también por arcillas, con una serie de lajas dispuestas horizontalmente sobre la superficie a modo de solado. Al retirar el estrato de nivelación o nivel de uso, nos encontramos con un estrato ceniciento con numerosos carbones que hemos decidido no retirar, a expensas de una posible excavación en área abierta que permita no perder la información estratigráfica de este nivel. Por otra parte, en el interior del edificio 1 (S3B), se pudo documentar una serie de plataformas constructivas que se iban sucediendo salvando el desnivel del cerro, hasta llegar, en su parte inferior, a un gran muro ciclópeo que delimitaba el espacio al S. En su interior, se excavó un nivel de incendio con abundante material arqueológico y con una gran presencia de adobes y lajas de pizarra, algunas de ellas hincadas, lo que podría indicar la presencia de muros recrecidos de adobe aprovechando las estructuras pétreas como cimentación o como zócalo, y la utili-
Figura 7. Detalle de una de las zonas de extracción de roca para la construcción de la fortificación.
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Figura 8. Localización de las zonas de intervención arqueológica en el Castejón de las Merchanas. La numeración se corresponde con los sondeos de la campaña de 2010.
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zación de la pizarra a modo de teja para la techumbre. Por debajo del nivel de destrucción se documentó un solado, también con lajas de pizarra, cuya excavación se trasladó, como en el caso anterior a la siguiente campaña de excavación que permitiese una documentación de este espacio en área abierta. Los datos obtenidos en la excavación de estos sondeos no permitían una definición clara de la naturaleza de este asentamiento, así como del grado de continuidad con la etapa tardorrepublicana y la fecha de abandono definitivo del sitio. Esto unido a la necesidad de una documentación en área abierta, ahondaron en la necesidad de continuar con los trabajos de excavación.
4.2. 2011: LA EXCAVACIÓN EN ÁREA
Figura 9. Sección y perfil del sondeo 1. Interesa que se vean las dos fases en el adosamiento de ues a la cara interna del muro ciclópeo.
Los trabajos de excavación en área abierta se realizaron en verano de 2011. Su objetivo fue, en primer lugar, obtener una lectura en extensión de las ocupaciones documentadas por el sondeo del recinto C. Para ello se amplió el S-1, siguiendo las líneas de amurallamiento. Las dimensiones del área de excavación fueron 5,40 m x 4,20 m, y se documento una potencia máxima de 80 cm, sin que se agotara la secuencia arqueológica del área de excavación. Queríamos en segundo lugar conocer con más detalle la organización interna de la estructura 1, para lo que se practicó una cata de 8,90 m x 10,20 m (28,5 m 2 ), sin que se agotase la secuencia estratigráfica, como en el caso anterior, posponiendo estos traba-
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jos para futuros proyectos de excavación. Finalmente, quisimos contrastar la posible existencia de un acceso principal al recinto A. Aquí, al igual que en las restantes zonas excavadas, no pudimos documentar la secuencia total de esta área, aunque si se procuró dejar las estratigrafía en fase para facilitar posibles intervenciones futuras. Pese a que las áreas de excavación se sitúan en zonas distantes dentro del sitio, se ha podido establecer una secuencia estratigráfica conjunta, aunque debemos tener en cuenta que en ningunas de las áreas hemos agotado el registro estratigráfico.
4.2.1. El recinto C
Figura 10. Sección acumulativa y perfil del sondeo 3A.
La excavación de este sector permitió documentar los tres períodos principales que se habían localizado en los sondeos: contemporáneo, romano altoimperial y romano tardorrepublicano, agotando la secuencia, aunque no en toda el área, con la documentación del geológico. Estos períodos respondían a diferentes respuestas formales, estratigráficas y cronológicas, que permitieron, además, facilitar la descripción de la secuencia por fases. A continuación se presenta una breve descripción de estas últimas. • Fase 1, superficial/vegetal-contemporáneo: En esta se pudo documentar la estratigrafía superficial correspondiente con el sustrato vegetal y superficial. • Fase 3,3 amortización-cronología indeterminada: Está compuesta por un estrato de arrastre de materiales que, por diferentes procesos erosivos, se desplazan desde la parte superior del cerro. Los materiales arqueológicos que presenta son de adscripción romana, aunque la cronología de deposición estratigráfica es indeterminada, ya que los procesos de
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Figura 11. Planta final de la excavación del recinto C.
La Fase 2 no se documenta en esta área de excavación, aunque sí la localizamos en otras áreas del yacimiento.
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arrastre solo han podido ser datados por sus relaciones estratigráficas, sin que se documenten elementos que nos indiquen su cronología absoluta. • Fase 4, romano altoimperial-ss. I-II d.n.e.: Esta fase presenta los estratos correspondientes a momentos altoimperiales, y está subdividida, según criterios de funcionalidad, estratigráfica en: - 4.1: Estratos de abandono del yacimiento que presenta unidades relacionadas con el derrumbe de las estructuras altoimperiales. - 4.2: Estratigrafía de uso del yacimiento interpretado gracias a la presencia de dos estructuras de orientación NW-SE, que configuran un aterrazamiento dentro de la misma terraza. - 4.3: Estratos que documentan la construcción de las estructuras de uso de la fase anterior. Esta fase está representada por la nivelación cuya funcionalidad, además de facilitar los suelos de uso, es asentar las cimentaciones de las estructuras positivas. Figura 12. Planta final del sector excavado de la estructura 1. • Fase 5, romano tardorrepublicanoss. II-I a.n.e.: Comprende la estratigrafía tardorrepublicana y se subdivide, según criterios • Fase 1, superficial/vegetal-contemporáneo: estratigráficos y funcionales en: Esta compuesta por la estratigrafía superficial corres- 5.1: Se corresponde con el abandono del yacipondiente al sustrato vegetal y superficial. miento, y se documenta por la presencia de un estra• Fase 2, expolio-contemporáneo: En esta fase de to de derrumbe de las estructuras tardorrepublicanas. documenta la existencia de expolio en el yacimiento - 5.2: Comprende los estratos de uso del yacigracias a la presencia de un estrato con evidencias miento, y se presenta dos estructuras de orientación de haber sido removido. NW-SE y SW-NE, que configuran una línea de amu• Fase 3, amortización-contemporáneo: Esta fase rallamiento que define la terraza. está compuesta por un estrato de arrastre de materia• Fase 6, Geológico: Compuesta por la estratiles que se desplazan por diferentes procesos erosivos. grafía natural del cerro. Los materiales arqueológicos que presenta son de adscripción romana, aunque la cronología de deposición estratigráfica es indeterminada, ya que los proce4.2.2. La excavación de la estructura 1 sos de arrastre solo han podido ser datados por sus relaciones estratigráficas, sin que se documenten eleEste es el sector que nos ha permitido recabar mentos que nos indiquen su cronología absoluta. una mayor información de la secuencia estratigráfica • Fase 4, romano altoimperial-ss. I-II d.n.e.: Se y cronología, además de la funcionalidad, del sitio. compone de los estratos correspondientes a momenAsí, se excavaron niveles contemporáneos, altoimtos altoimperiales. Está subdividida, según criterios periales y tardorrepublicanos. Al igual que en el área de funcionalidad y relación estratigráfica en: anterior, no se pudo agotar toda la secuencia en la - 4.1: Se corresponde con el abandono-destructotalidad de la superficie. A pesar de esto, si se han ción del yacimiento, y se documenta por la presenexcavado completamente varios espacios que conficia de un estrato de abandono de la estructuras guran esta zona del yacimiento. A continuación se altoimperiales. presenta una breve descripción de estas fases.
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aunque no se agotó el registro arqueológico. En las siguientes líneas presentamos una descripción general de los elementos documentados. • Fase 1, superficial/vegetal-Contemporáneo: Documenta la estratigrafía superficial del yacimiento. • Fase 3,4 amortización/colmataciónContemporáneo indeterminado: Esta compuesta por los estratos correspondientes a momentos altoimperiales. Está subdividida, según criterios de funcionalidad y relación estratigráfica, documentándose únicamente en este período la fase de uso. Así el único estrato documentado se define como positivo y horizontal, y por su composición se ha interpretado como una unidad de colmatación. • Fase 4, romano altoimperial-ss. I-II d.n.e.: Se localizaron los niveles de uso Figura 13. Sección y vista general del área D: posible acceso del recinto A. de esta zona y época, por tanto uno de los cerramientos de la zona superior del yacimiento por la zona NE. - 4.2: Esta compuesta por los estratos de uso del - 4.2.:5 Se corresponde con los estratos de uso del yacimiento. Presenta dos unidades positivas, o yacimiento, y se documenta por la presencia de una estructuras, y un solado. unidad, una estructura positiva horizontal de interpre- 4.3: Esta fase se compone de la estratigrafía de tación indeterminada, que solo ha sido documentada construcción de los elementos documentados en la en superficie, y que preliminarmente se ha interpretaFase 4.2. En este caso, se compone por estratos de do como un solado de pizarra, que pudo facilitar el nivelación y cimentación. acceso a la plataforma superior del yacimiento en esa • Fase 5, romano tardorrepublicano: ss. II-I a.n.e.: área. Esta fase está compuesta por los estratos correspon• Fase 5, romano tardorrepublicano-ss. II.I a.n.e.: dientes a momentos tardorrepublicanos. Está subdiEsta fase se compone de la estratigrafía de época tarvidida, según criterios de funcionalidad y relación dorrepublicana, y presenta niveles de abandono y estratigráfica en: uso. Al no haberse documentado toda la secuencia - 5.1: Presenta el abandono-destrucción del yacino hemos podido documentar los estratos de consmiento. Se compone de un estrato de derrumbe, trucción de las estructuras horizontales y verticales expolio e incendio de las estructuras tardorrepublilocalizadas. canas. - 5.1: Se corresponde con al abandono/derrumbe - 5.2: Se corresponde con los estratos de uso del del yacimiento en época tardorrepublicana, y se interior de la estructura 1, y se documenta por la documenta por la presencia de un estrato de derrumpresencia de estructuras murarias de orientaciones be de sus estructuras. N-S, E-W y E-S que configuran espacios y aterraza- 5.2: Presenta los estratos de uso de esta área en miento. este período. Está compuesta por una estructura muraria de orientaciones N-S, que configuran y se 4.2.3. El posible acceso al recinto A La excavación de este sector permitió conocer mejor parte de las estrategias defensivas de esta ocupación. Al igual que en el anterior sector, se documentaron las fases altoimperial y tardorrepublicana,
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La Fase 2, como ocurre en otros sectores, no se documenta en esta área de excavación, aunque sí la localizamos en otras áreas del yacimiento. 5 En este contexto no hay fase 4.1.
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vinculadas a la presencia de un gran muro ciclópeo que delimitaba un espacio aterrazado. Con la realización de la excavación en área abierta de esta zona, a pesar de no haber agotado la estratigrafía, se pudieron resolver alguna de las dudas surgidas en la campaña anterior. Por lo que respecta a la etapa más antigua, el espacio parece articularse en torno a los dos grandes muros ciclópeos (de entre 1,5 y 2 m de anchura) que delimitan el recinto C, y que apoyan directamente sobre el geológico. La documentación del nivel de uso tardorrepublicano en el sondeo a escasos centímetros del firme de pizarras, nos hizo suponer un posible uso defensivo Figura 14. Fotografía cenital del estado final del recinto C tras la excavación con del muro ciclópeo, ya que los restos indicación de los elementos citados en texto. conservados de la estructura eran de una altura considerable. Con la excavación del área en la campaña de 2011, dejamos sin ajusta a la pendiente del aterrazamiento, aprovedocumentar un estrato horizontal, que podría ser el chando la orografía natural. nivel de incendio localizado en el sondeo. Por lo que respecta a los restos documentados de la etapa imperial, en sintonía con lo detectado en 4.3. UNA SÍNTESIS PRELIMINAR otros puntos del asentamiento parece que estamos DEL RESULTADO DE LAS EXCAVACIONES ante una ocupación que reutiliza parcialmente las estructuras defensivas. En ese momento, el muro A la vista de los resultados obtenidos tras la reaciclópeo que delimita el recinto está en parte deslización de los trabajos de excavación arqueológica, montado por su cara interna, y el posible vano de podemos definir con claridad la existencia de una acceso ha quedado tapiado. En el interior del recinto ocupación durante el período romano tardorrepublise reconocen dos pequeños muretes de aterrazacano, vinculada a la construcción de las grandes miento de fábrica muy ligera, que compartimentan obras de fortificación. En cuanto a la presencia el espacio en tres plataformas. romana en época altoimperial, se ha puesto de maniLa plataforma 1 es la más cercana al cierre ciclófiesto en qué grado supone una reutilización y reforpeo y la situada en una cota más baja. En un prima de la fortificación originaria. Parece tratarse de mer momento localizamos una estructura de pieuna ocupación de menor entidad, sin que tengamos dras de cuarcita con una planta rectangular, apode momento elementos para valorar el grado de conyada directamente sobre el nivel de abandono de tinuidad con la etapa previa, así como sobre la fecha la fase anterior, que interpretamos como un pie de abandono definitivo del sitio. derecho para colocar un poste o viga, posiblemente vinculado a alguna empalizada o estructura efímera de madera. A este elemento se le adosaba un 4.3.1. El recinto C: un espacio semicubierto estrato horizontal, que abarcaba tanto la plataforcon poca actividad constructiva ma 1, como la 2, y que interpretamos como nivelación. Parece que estamos ante un espacio techaComo ya se expuso, el sondeo de 2010 permido adosado a la muralla, aunque la ausencia de tabitió documentar dos momentos, el tardorrepublicaques de entidad sugiere que se trata de estructuras no, asociado a un nivel de uso y a otro de incendio de poca entidad. que lo cubría, y el altoimperial, plasmado en la preLa plataforma 2 se localiza en la parte central del sencia de una serie de estratos horizontales de funárea excavada, y actuaba como contenedor de una ción desconocida. Ambas etapas permanecían
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4.3.2. La estructura 1: un edificio colapsado y después parcialmente reutilizado En el sondeo realizado en esta zona en 2010 (3B) se pudieron documentar una serie de plataformas constructivas que se iban sucediendo salvando el desnivel del cerro, hasta llegar en su parte inferior a un gran muro ciclópeo que delimitaba el espacio al sur. Como ya se ha dicho, en su interior, pudo documentarse un contexto de incendio y derrumbe de un edificio con alzado de tapial y muy probablemente dotado de una planta superior. Por debajo de este nivel de destrucción apareció una superficie de uso. Tras la intervención arqueológica desarrollada el mes de julio de 2011, algunas de las incógnitas surgidas durante la realización del sondeo, han podido ser resueltas. En primer lugar, podemos destacar que existen dos fases constructivas claramente diferenciadas, no solo por el registro arqueológico localizado, sino también por las técnicas utilizadas para su realización. A falta de excavar casi la mitad del edificio, debido a la limitación temporal Figura 15. Planta de la fase tardorrepublicana de la estructura 1 con indicación del proyecto y a la abundante presencia de de los espacios descritos en el texto. vegetación arbórea que impide el acceso. Además podemos definir un momento originario del edificio siguiendo la planificación y técnica constructiva que ya hemos descrito más segunda nivelación de arenas, que pensamos que se arriba. Todas estas estructuras, teniendo en cuenta que prolonga también hasta la plataforma 3. Esta última todavía falta la mitad del edificio por excavar, permino fue excavada dado que el murete que la delimita ten diferenciar en el edificio al menos cuatro espacios: quedaba parcialmente inserto en el límite del área Locus 1. Situado en la parte NE del edificio, excavada. tenía una superficie de 8,06 m² (260 cm x 310 cm), Desconocemos si de seguir ampliando el área era el mayor de los cuatro espacios. Se trata de una de excavación en ese punto localizaríamos alguna estancia de planta más o menos cuadrangular con plataforma más, sobre todo teniendo en cuenta que una superficie de tierra apisonada, al que se accedeen ese punto la pendiente es mucho más pronunría desde locus 4 por el W. En la esquina NE de este ciada. Lo que sí queda claro es que el uso de ese espacio y pegado a casi al muro NW, se documentó espacio en época altoimperial es distinto del de la sobre el nivel de uso una gran estructura con planta fase anterior, no solo porque en esta última no exisde tendencia circular, de aproximadamente 2 m de ten (por el momento) evidencias de la realización diámetro, formada por piedras de cuarcita más o de aterrazamientos, sino porque, por ejemplo, en menos planas colocadas en su perímetro. En la parte la plataforma 2, hay puntos en los que aflora el central, que aparecía ligeramente hundida (descononivel geológico directamente bajo la nivelación cemos si de forma intencionada o debido a la prealtoimperial, lo que significaba que el espacio ocusión de los grandes bloques del derrumbe), también pado en época tardorrepublicana era menor (o disse localizaban el mismo tipo de piedras cubriendo tinto).
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Figura 16. Detalle de la estructura de combustión del locus 1 y posible paralelo formal en el área ibérica según Iborra et alii 2010.
parte de esa superficie. Interpretamos esta estructura como un hogar/horno doméstico, a tenor de algunos paralelos formales que hemos identificado en contextos ibéricos como el de Castellét de Bernabé (véase Iborra et alii 2010: 106 y fig. 7, 2). Dejando a un lado el 4, que no se terminó de excavar, y los 2 y 3, en los que solo teníamos algunas piedras desplazadas de las estructuras originarias del edificio, es el único en el que fue posible documentar un estrato claro de derrumbe en todo el edificio. En este espacio se documentó un claro nivel de incendio, que lo colmata por completo. Se identificaron improntas carbonizadas y restos de lajas de pizarra hincadas de lo que pudo ser la estructura utilizada para la techumbre. Un gran número de fragmentos de adobe parecen dar testimonio del colapso de tabiques de una planta superior, mientras que todavía se conservaba parte del alzado de tapial en el muro que cerraba la estancia al sur. Otra evidencia del final violento de esta construcción es la gran abundancia de material fragmentado in situ, junto con numerosos restos de fauna, algunos en conexión anatómica. Puede consultarse una descripción detallada de ambos en las secciones 6 y 7 de este trabajo.
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Locus 2. Es el de menor superficie de los dos espacios documentados por completo, con 4,76 m² (140 cm x 340 cm). Se trataba de una estancia de planta rectangular que tenía la particularidad no tener accesos (podría haberse utilizado alguna especie de escalera o de peldaños de madera) y de estar a una cota inferior a la del resto. No se localizaron evidencias materiales que justificasen su función, pero por su morfología y ubicación podría tratarse de algún tipo de almacén. Locus 3. A pesar de haberse llegado al nivel de uso, solo se pudo documentar una pequeña superficie del mismo, (apenas un espacio de 80 x 110 cm), ya que parecía que se prolonga más allá del perfil W del área de intervención. Su funcionalidad la desconocemos, aunque sabemos que conectaba con el locus 4. Locus 4. Por lo documentado hasta el momento (se prolongaría por el perfil W), tiene unas dimensiones de 110 cm x 172 cm (1,89 m²), y era el único de los cuatro espacios en el que no se llegó al nivel de uso. No obstante, también era el único al que se accedía por dos lados, por el E, desde el locus 1 y por el S desde el locus 3. El contraste que ofrecía el contexto de colapso violento del locus 1 con lo observado en el resto del edificio, parece sugerir que en el momento de la reocupación del edificio en época altoimperial el resto de espacios estarían más o menos en condiciones de habitabilidad. Lo que desconocemos es la intención de amortizar toda la estructura para utilizar un espacio más elevado. En cualquier caso, la gran exposición de los restos de esta última etapa en un espacio escarpado y de fuerte pendiente, hace que los mismos hayan sido barridos en buena parte ladera abajo. Tenemos en todo caso bien documentadas las nivelaciones que se utilizaron en el último momento de ocupación del recinto. Estas consistieron en el rellenado con un estrato de arenas y arcillas de todos los loci tardorrepublicanos, exceptuando el 1. Para este último espacio aprovecharon el nivel de derrumbe-incendio de la fase anterior como asiento del nivel de uso. Además, en este punto del edificio, construyeron un nuevo muro, para el que realizó una zanja de cimentación excavada en el propio derrumbe, adosándolo al muro tardorrepublicano, y cegando el vano localizado entre el propio muro. Sobre este último, se realizó un realce en «L», del que se conservaba a penas una hilada, y que enmarcaba una especie de solado de lajas de pizarra, de la que desconocemos su funcionalidad. Estos estratos y un nivel de abandono con abundante pizarra, son los
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Figura 17. Repertorio formal de las ceramicas correspondientes a la etapa tardorrepublicana.
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únicos vestigios que se pudieron documentar en esta fase. 4.3.3. Cómo llegar a la cima: un acceso al recinto A Esta es el área de la que menos información pudimos extraer, por motivos de tiempo, aunque es posible que en ella se incida en posteriores campañas. En un principio se barajó la posibilidad de que se tratara de un acceso al recinto A, y que en algún momento, posiblemente en época altoimperial, pudiera haberse bloqueado mediante la construcción de un muro. No obstante, una vez retirado el estrato de colmatación, y habiéndolo dejado en un posible estrato de derrumbe, quizás de época tardorrepublicana, y viendo que el muro tenía más potencia, nos hizo pensar que se trataba de una prolongación del tramo de la muralla documentado en el sondeo 3A de la anterior campaña, y que rodearía la parte más elevada del cerro. De época altoimperial podrían ser un conjunto de lajas de pizarra localizadas sobre el posible derrumbe republicano, tal y como sucede en el mencionado sondeo 3A.
5. LOS MATERIALES CERÁMICOS 5.1. LOS MATERIALES CERÁMICOS DE LA OCUPACIÓN TARDORREPUBLICANA
Casi todas las piezas localizadas de esta cronología proceden del contexto cerrado del locus 1 de la estructura 1, ya descrito, que nos da indicios de un hiato traumático del asentamiento. El servicio predominante localizado es el común local con pastas poco cuidadas destacándose las inclusiones de sílices, fragmentos calizos y micas doradas. A medida que se evoluciona en el tiempo los desgrasantes van perdiendo fuerza presentando en los últimos momentos una granulometría media-fina. En el conjunto estudiado predominan las producciones locales y, sobre todo, las vinculadas al almacenaje (aprox. 70 %). Destacan los grandes recipientes de contención con labios cuadrangulares y en evolución de pico de ánade, algunos de ellos acompañados con asas horizontales. Este hecho era de espesar al ser un sitio de difícil acceso con partidas de abastecimiento concretas y esporádicas. Otro de los grandes grupos localizados es el de las comunes de mesa que sobrepasan en número a las producciones de cocina y que quizás nos hablen de hábitos alimenticios poco elaborados. En este
Figura 20. Moneda de Obulco localizada en el nivel de destrucción de la estructura 1.
conjunto destacan los bolsales así como los cuencos con bordes simples apuntados, reentrantes o exvasados. La variedad de formas así como tipos nos hablan de un asentamiento «fuertemente» poblado para los momentos del tránsito del II-I a.C. Las formas presentadas, algunas de ellas con decoraciones pintadas, son claramente una evolución morfológica de las tradiciones del Hierro I del suroeste. Otras piezas de factura local y con escaso impacto son las ollas así como pseudo-jarras. De igual modo, aparecen asas semicirculares de sección circular difícilmente adscribibles a alguna forma concreta. En general, como se viene viendo en toda la comarca de la Serena, las formas son monótonas y tienen una fuerte perduración a lo largo del tiempo. En este sentido, a pesar de que existen diferencias cronológicas con otros yacimientos localizados en la zona —caso del Cerro del Tesoro o la Cueva del Valle con facies claramente altoimperiales—, se observa una koiné formal de las cerámicas comunes. A pesar de la variedad de piezas localizadas la única aportación datante nos la ofrecen las cerámicas de importación. Para los estratos más antiguos, datados al inicio del II a.C., destacamos la presencia de algunos galbos de ánfora itálica, así como de ánforas africanas posiblemente «cartaginesa» con fuertes desgrasantes calcáreos cocidos a muy alta temperatura. Fuera de las producciones locales parecen estar también algunos galbos con decoración pintada a bandas bícromas y monócromas de posible procedencia levantina, fragmentos de ánforas ibéricas «levantinas» con cocciones mixtas y pastas muy amasadas, así como un posible fragmento de cerámica pintada egea. Dentro de todo este repertorio, parece encajar bien la presencia, en el contexto de incendio ya des-
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Figura 21. Gráficos resumen con frecuencias y porcentajes de la composición de la muestra de fauna recuperada en la estructura 1.
crito, de una moneda de Obulco con escritura ibérica. Según la valoración realizada por Alicia Arévalo (1999), estamos ante un ejemplar de la citada ceca en el que se aprecian los nombres del último grupo de magistrados monetales (urkailtu-neseltuko), adscritos a la serie IV.7, según la propuesta de la citada autora. La cronología de la serie en su conjunto se encuadra entre los años 165-110 a.C., lo que sitúa la acuñación de nuestra pieza a finales del siglo II a.C. A juzgar por el resto de materiales ya valorados, el uso de esta moneda podría haber pervivido definiéndonos un contexto fechable en la transición entre los siglos II y I a.C.
5.2. LOS MATERIALES CERÁMICOS DE LA OCUPACIÓN IMPERIAL
En momentos posteriores el registro claramente se empobrece cuantitativamente aunque presentan dataciones más precisas caso de galbos de TSI, morteros de tradición bética o tegulae de pestaña claramente romanas. Es interesante la aparición de este elemento constructivo que, surgido de la innovación edilicia romana, se opone a las rudimentarias técnicas de adobe que observamos en los contextos más antiguos de este yacimiento. Otras piezas claramente adscritas a este período son las comunes claramente de factura emeritense así como un galbo de ánfora del «Círculo del Estrecho». El material más moderno localizado de época romana es un «cuarto de círculo de segundo estadio» de una sigillata hispánica de los talleres de los Villares de Andújar, que nos ubica cronológicamente a
inicios de época flavia y que nos hablan de relaciones más fluidas que la capital, Augusta Emerita, con la bética oriental.
6. ANÁLISIS DE LA FAUNA Junto con el nutrido conjunto de recipientes cerámicos, el nivel de derrumbe de la estructura 1 proporcionó una gran cantidad de fauna. Del total de 789 fragmentos recuperados la mayor parte (88 %) fueron clasificados como no identificables. Por lo que respecta al estado de conservación de los huesos, hay que señalar que la práctica totalidad de los fragmentos no identificables y el 33 % de los que si pudieron identificarse, estaban quemados. Buena parte (37 %) del material identificable estaba erosionado o muy erosionado. Estos factores han condicionado seriamente la posibilidad de presentar unas conclusiones objetivas y específicas sobre la muestra. Si analizamos la distribución por especies del material restante, no se aprecia en términos de frecuencia ninguna especie dominante tal y como se refleja en la figura 21. Tanto el ganado bovino (Bos taurus) como los cervídos (Cervus elaphus) están equitativamente representados. Probabilísticamente el porcentaje total de ambos grupos podría ser algo superior, teniendo en cuenta que dentro de la categoría de material no identificable se incluyó un 17 % de huesos clasificados como pertenecientes a mamíferos de gran y medio porte. El tercer grupo con mas presencia es el de los ovicaprinos, con un 13 %. Especies avícolas como la gallina (Gallus gallus domesticus) y la perdiz (Alectoris rufa) o el cerdo/jabalí (Sus
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sp.) tienen una presencia mínima en la muestra. En conjunto, lo que puede conluirse en cuanto a las especies representadas en este contexto es que hay un equilibrio entre fauna doméstica y salvaje. Por lo que respecta a los patrones de sacrificio, fue posible identificar huesos pertenecientes a individuos jóvenes, pero la muestra no puede considerarse representativa para plantear una interpretación en este sentido. De manera global, lo que puede plantearse como hipótesis es que nos encontremos ante un espacio en el que se realizarían actividades de preparación de alimentos.
7. MÁS ALLÁ DE MERCHANAS: EXPLORANDO EL ENTORNO El estudio de las fortificaciones ciclópeas de la Serena no puede entenderse sin una valoración de cuál es el entramado de poblamiento en el que se insertan esta serie de asentamientos. Así en nuestra labor, la prospección intensiva y el análisis pormenorizado de cada uno de los sitios han ido de la mano como dos caras de un mismo diseño metodológico. En casos como el de Merchanas la estrategia adoptada ha consistido en rastrear de manera sistemática la potencial zona de influencia de la fortificación. En cualquier caso nos hemos resistido a asumir a priori valoraciones específicas acerca del tamaño y carácter del área de captación de recursos, o el ámbito de control territorial. La zona de trabajo quedó delimitada por un radio uniforme de tres kilómetros en torno al sitio. La elección de esta escala de trabajo responde al objetivo de valorar la magnitud, diversidad y cronología de las ocupaciones humanas en el entorno más inmediato a Merchanas. ¿Cuáles fueron los antecedentes en la colonización de este espacio de valle? ¿Existía un poblamiento contemporáneo a la fortificación? ¿Cuál es la historia de la explotación agraria de la zona hasta el presente? Con estas preguntas emprendimos una inspección intensiva del terreno. De manera muy sucinta,6 el sistema de trabajo fue orientado no tanto a detectar otros posibles «sitios» en torno a Merchanas, como a documentar la presencia de material arqueológico en la totalidad de la superficie estudiada. Tomando pues el artefacto como unidad mínima del estudio, lo que se planteó
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El método de trabajo ha sido descrito en detalle en otras publicaciones: Mayoral et alii 2009, 2011.
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fue valorar su variable densidad a través del espacio. Entendemos que la huella material de una sucesión de paisajes agrarios, incluye una compleja variedad de comportamientos, buena parte de los cuales se desarrollan más allá de los límites de los asentamientos y otros lugares de actividad concentrada. Para obtener una estimación fiable de esta realidad hemos de reajustar nuestros métodos de prospección. Sobre una estrategia «clásica» consistente en inspeccionar el terreno con un intervalo de 10 m entre prospectores, hemos implementado el uso de receptores GPS que permiten localizar espacialmente cada uno de los hallazgos identificados a lo largo de estos recorridos. Esto supone que generamos un muestreo sistemático de aproximadamente el 15 % del espacio prospectado. Así podemos estimar la densidad de materiales en los campos, al tiempo que minimizamos las probabilidades de omitir cualquier clase de concentración. En el caso concreto de Merchanas, durante el tiempo de ejecución de los trabajos fue posible cubrir un total de 483 ha, de las poco más de 1600 que comprendía la zona inicialmente planteada. El resto de la superficie no pudo ser inspeccionada por lo impracticable del terreno. Se descartó así de entrada el amplio terreno ocupado por la densa vegetación de ribera de las márgenes del río Guadámez. Impedía también una cobertura sistemática la presencia de un monte bajo muy espeso compuesto por jara y otros matorrales en las laderas de algunas elevaciones. Finalmente los espacios de monte fueron reconocidos de manera selectiva y aún no podemos ofrecer datos completos sobre las posibles ocupaciones humanas presentes en ellos. Por lo que se refiere a la zona prospectada de manera sistemática, hemos de señalar antes que nada el acusado contraste que ofrecía respecto a otros espacios agrarios previamente estudiados. En ellos se ha detectado reiteradamente la presencia de un importante «ruido de fondo», consistente en una densa «alfombra» de material de diversas cronologías no vinculado a sitios. Sin embargo en este tramo del valle del Guadámez este tipo de evidencia superficial es mucho más escasa, o completamente ausente en la mayor parte del terreno. Como puede apreciarse en la figura 22, los «sitios» quedan bien definidos por la concentración de materiales. Las manchas más oscuras indican las áreas de máxima densidad, que se ven enmarcadas por un «halo» decreciente, producido seguramente por la actividad humana en el entorno de los sitios así como por los procesos de arrastre provocados por la erosión y el laboreo agrícola.
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Figura 22. La zona prospectada en torno a Merchanas. A. Distribución total de artefactos en superficie. B. Análisis de densidad, delimitación de los «sitios» e identificación cronológica preliminar de las ocupaciones detectadas.
En total se localizaron 51 áreas de concentración de materiales superficiales, aunque un elevado porcentaje de ellas corresponden a un registro de actividades humanas «fuera de sitio», es decir, a evidencias bastante dispersas y de mínima entidad. Siguiendo un criterio cronológico, los indicios localizados pueden resumirse en las siguientes categorías. En primer lugar, hemos detectado algunos hallazgos de mínima entidad de cerámicas a mano de un momento impreciso de la Prehistoria Reciente. Apenas podemos reseñar el hallazgo de un fragmento de pequeño tamaño en la zona más alta de las laderas de la Sierra de Manchita (es presumible la existencia pues de algún asentamiento de esta cronología en las cimas de dicha sierra). Por otro lado se ha encontrado algo de material prehistórico en un abrigo localizado en la ribera izquierda del Guadámez. Finalmente la ubicación, reseñada por Suárez de Venegas (1995: 144) del asentamiento calcolítico de Merchanas, queda pendiente de su contrastación debido a que se encontraba en terrenos de monte inaccesibles en el momento de realizar la campaña.
Por lo que se refiera a ocupaciones protohistóricas, hay que destacar que en función de las valoraciones preliminares se constata una ausencia total, tanto si nos referimos a piezas recogidas durante la inspección inicial del terreno, como si pensamos en conjuntos recuperados en áreas de concentración de cerámicas. Queda claro en cualquier caso que en el área prospectada no se identificó ningún asentamiento que pueda adscribirse a la Edad del Hierro. Cuando nos movemos hacia una etapa fronteriza entre la protohistoria y el mundo romano, podemos reseñar la presencia de otras fortificaciones que vinculamos al período de funcionamiento de Merchanas, entre finales del siglo II e inicios del I a.C. Una de las hipótesis de partida que se pretendía contrastar en nuestros trabajos de prospección era la posible existencia de un poblamiento contemporáneo en el área de influencia de estos asentamientos, acaso relacionado con la explotación de diversos recursos del entorno. La impresión general que ofrece el resultado de la prospección es que al contrario, en el momento en que estas fortificaciones fueron erigidas
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el valle del Guadámez era un espacio carente de cualquier forma de ocupación fuera de estos reductos. O bien estamos ante un patrón de poblamiento muy concentrado, o bien sencillamente se trataba de una actividad económica muy limitada, centrada en aprovechamientos extensivos como la ganadería o la explotación de recursos muy localizados (como los óxidos de hierro). Esta situación contrasta con la multiplicación de asentamientos de época romana, los únicos «sitios» con entidad real aparte de las fortificaciones citadas que hemos podido documentar. Una de las bondades del método de registro empleado es que podremos definir con gran detalle la organización espacial de estos enclaves, estableciendo seguramente relaciones funcionales entre casos muy cercanos entre sí, pero en los que el repertorio de materiales de superficie sugiere claras diferencias. Es el caso por ejemplo de la concentración número 9, en la que predominan cerámicas de almacenaje y factura muy tosca junto con material latericio, localizada a menos de 300 m de la concentración número 49, la cual se corresponde a un asentamiento rural con una fuerte densidad y amplia variedad de materiales. Todo parece indicar que se trata de conjuntos complementarios, siendo el primero un espacio de trabajo y almacenaje y el segundo un ámbito que cuenta con espacios residenciales. Contamos con otro caso más de asentamiento rural de entidad, la concentración 29, así como de otros sitios de menor tamaño y variedad material (el 3, el 10, el 12) que se corresponden a lugares de actividad secundaria. En cuanto a sus cronologías el examen preliminar del material sugiere un arco temporal que va desde el siglo I d.C. hasta momentos tardíos. Por último, dentro de esta secuencia hemos podido documentar la evolución de la explotación agraria de la zona desde tiempos postmedievales. A diferencia de lo que ocurre en la inmediata zona de las vegas del Guadiana, aquí no encontramos apenas evidencias de un estercolado de los campos con residuos domésticos. Esta práctica genera una densa cubierta de fragmentos cerámicos, mayoritariamente compuesta por alfarería tradicional «de basto», lozas y diversas producciones vidriadas. Por lo que hemos aprendido hasta la fecha, estos aportes están llegando a los suelos en la medida en que la presión sobre el espacio cultivado ha ido fluctuando en época moderna y contemporánea. El hecho de que aquí no aparezcan sería indicativo de una ausencia de intensificación agrícola en estos espacios, productivamente marginales respecto a los ricos suelos aluvia-
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les situados más al norte. Existen eso sí indicios de asentamientos rurales del siglo XIX que habían sido demolidos en la reciente puesta en explotación de la finca Cantalgallo, así como los restos de diversas construcciones rurales como tejares, chozos y apriscos para el ganado. Finalmente, no podemos cerrar esta sección dedicada al contexto territorial sin señalar cómo la evidencia de enclaves de una tipología similar en el entorno, ponen de manifiesto cómo Merchanas no es en absoluto un caso aislado en su entorno regional, pero tampoco en el espacio inmediato del valle del Guadámez, donde encontramos un conjunto amplio de casos que comparten técnica constructiva, organización del espacio, criterios de localización y materiales asociados. En un trabajo reciente se ha examinado el tema con detalle (Mayoral et alii 2011).
8. VALORACIONES FINALES Y PERSPECTIVAS DE FUTURO En estas páginas hemos ofrecido un avance preliminar de las intervenciones realizadas en el Castejón de las Merchanas. Lo que de manera resumida parecen indicarnos, es que nos encontramos ante un asentamiento dotado de un sistema de fortificación que es concebido de manera unitaria en un momento no precisado a finales del siglo II a.C., y que tiene un final violento a inicios de la centuria siguiente. Durante esa etapa el tramo del valle del Guadamez cuyo paso parece controlar carece de un poblamiento disperso o de cualquier otra forma de ocupación estable, al margen de los reductos defensivos como el de Castildavid, Castillejo del Moro o el propio Castejón. Además de su posición estratégica para el dominio visual en un punto de paso, el diseño y la magnitud de la obra construida pone en evidencia una preocupación por su eficacia defensiva, lo cual incide en un contexto de inseguridad. Esto por otro lado explica la ausencia de localizaciones en llano contemporáneas. Si atendemos a la naturaleza de esa primera ocupación, lo primero que consideramos destacable es el carácter marcadamente doméstico y autosuficiente del registro material. Los elementos foráneos brillan prácticamente por su ausencia, lo cual dificulta la fijación de unas bases amplias y sólidas para la secuencia temporal. Este reducido consumo de productos importados es especialmente patente en el conjunto de contenedores de almacenaje/transporte, que como vimos es una de las categorías mayorita-
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rias en el interior de la estructura 1. Por otro lado, no hallamos en ningún punto del asentamiento elementos asociados a los repertorios materiales que habitualmente caracterizan a los contingentes militares de este período, y que cada vez son mejor conocidos. Todo esto induce a pensar que las funciones de control que atribuimos al sitio son ejercidas por parte de comunidades locales La ocupación del sitio en época Imperial parece haberse realizado sin respetar la organización del espacio en la etapa precedente, aunque aprovechando algunas de sus estructuras. Esto indicaría que no hay continuidad entre ambas. Las diferencias ya señaladas en cuanto a la técnica constructiva parecen hablarnos de una actividad de carácter agropecuario. El tipo de estructuras documentado en el recinto C, con sencillos muretes de aterrazamiento sin evidencia de espacios cerrados, abunda en la idea de una habitación de reducida entidad. No olvidemos que al mismo tiempo en todo el valle eclosiona un poblamiento rural que parece intenso y diversificado. Pero como ya hemos señalado, queda mucho por hacer. Nuestro objetivo inmediato será la publicación integral de los trabajos de prospección y excavación realizados hasta la fecha. Un nuevo proyecto7 abre las perspectivas para seguir incrementando en volumen y calidad la información arqueológica sobre estas construcciones.
AGRADECIMIENTOS Queremos expresar aquí nuestro más sincero agradecimiento a todas las personas que han prestado su colaboración para hacer posible la realización de este estudio. En primer lugar al ayuntamiento de Don Benito (Badajoz) por su respaldo para la realización de los trabajos de excavación. Gracias a Luis y Pedro Llanos por facilitarnos en todo momento acceso a los terrenos en los que se ubica el Castejón de las Merchanas. Gracias a todos los miembros de los equipos de prospección y excavación. Nuestro agradecimiento también a Alicia Arévalo por su amable colaboración en la identificación de la moneda de Obulco localizada en las excavaciones.
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«Arqueología de la conquista e implantación romana en Hispania». Subproyecto: «Estrategias y modelos de control territorial en el SW de la Provincia Ulterior (ss. II-I a.C.)» concedido por el Ministerio de Economía y Competitividad para los años 2013-2015.
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Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Reunión científica. Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal), 24-25 mayo, 2012.
GEOFÍSICA Y FOTOGRAMETRÍA. TÉCNICAS NO INTRUSIVAS PARA EL CONOCIMIENTO DE YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS EN LA SERENA Pau de SOTO CAÑAMAREs y Pedro ORTIZ CODER, Instituto de Arqueología-Mérida (CSIC-Gobierno de Extremadura)
Resumen: El objeto de esta comunicación es mostrar las aplicaciones de técnicas no intrusivas dentro del proyecto de investigación que se está desarrollando en el territorio de la Serena (Badajoz). Estas técnicas permiten ampliar el conocimiento arqueológico de los asentamientos analizados con unos medios limitados y en campañas relativamente breves. Las técnicas utilizadas han sido el Georadar y la fotogrametría, dos técnicas muy diferentes y que ofrecen informaciones diversas, una relativa al subsuelo y otra a los microdetalles de la superficie. La combinación de ambas informaciones permite ahondar en las interpretaciones morfológicas y funcionales de los distintos yacimientos. Summary: The aim of this communication is to show the applications of non-intrusive techniques within the research project that is being developed in the territory of the Serena (Badajoz). These techniques help us to increase the archaeological knowledge of the settlements with limited means and relatively brief campaigns. The techniques used have been the GPR and photogrammetry, two very different techniques that offer different informations, one about the ground and another about the micro-details of the surface. This combined information allows us to delve into the morphological and functional interpretations of those sites. Palabras Clave: Geofísica, fotogrametría, GPR, georadar, Arqueología. Keywords: Geophysics, photogrammetry, GPR, archaeology.
1. INTRODUCCIÓN Las técnicas no intrusivas están siendo utilizadas actualmente como un instrumento económico que permite obtener un importante conocimiento arqueológico de yacimientos y paisajes imposibles de obtener mediante los métodos de trabajo arqueológico tradicionales (Neubauer et alii 2002). Estos procedimientos destacan especialmente por la variedad de métodos y por la versatilidad de sus resultados. Desde las distintas técnicas geofísicas como el georadar
hasta el uso de la fotogrametría para la restitución milimétrica de un yacimiento se han desarrollado una gran cantidad de aplicaciones adaptadas especialmente al conocimiento arqueológico. Estas técnicas ofrecen una excelente relación entre costes de aplicación, ya sean económicos o temporales, y los resultados obtenidos. Ante la imposibilidad de llevar a cabo campañas sistemáticas de excavación que permitan el estudio de la totalidad de la extensión de un yacimiento, estas técnicas ofrecen un conjunto de informaciones que
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complementan al registro arqueológico obtenido hasta ahora. De este modo, a las informaciones obtenidas a partir de prospecciones superficiales, al estudio arquitectónico de las estructuras o a excavaciones parciales, se les puede añadir las distintas interpretaciones generadas a partir de la aplicación de estas técnicas. Por tanto, podemos afirmar que las técnicas no intrusivas suponen un método en sí mismas, mediante el cual se puede extraer información del subsuelo y de la superficie, con una nitidez y resolución suficiente, para poder arrojar información del yacimiento y evaluar, a priori, la importancia, forma y dimensiones del objeto arqueológico de estudio sin un contacto o intrusión física con el subsuelo. En el presente artículo se presentan las actuaciones realizadas en algunos yacimientos arqueológicos de la Serena. Las intervenciones realizadas se enmarcaron en dos proyectos de investigación que aunque no han coincidido en el tiempo, han compartido objetivos metodológicos y de investigación histórica. El primero de ellos «Paisaje, territorio y cambio social en el suroeste peninsular: De la protohistoria al mundo romano» (Ref. HAR 20081973) perteneciente al Plan Nacional de Investigación financiado por el Ministerio de Innovación y desarrollado entre 2008 y 2011. Gracias a esta iniciativa pudieron realizarse las campañas de prospección geofísica cuyos resultados se muestran en este trabajo. En segundo lugar, a partir de 2010 se inició el desarrollo de una potente iniciativa transfronteriza denominada «Red de Investigación Transfronteriza de Extremadura, Centro y Alentejo (Fase II)», [RITECA II], proyecto cofinanciado por el Programa Operativo de Cooperación Transfronteriza y liderado por la Consejería de Empleo, Empresa e Innovación del Gobierno de Extremadura. Dentro de este amplio proyecto de dinamización territorial se diseñó una actividad titulada «Revalorización del patrimonio arqueológico como recurso para el desarrollo en el área de Extremadura-Alentejo a través de la aplicación de técnicas de análisis no destructivas» liderada por el CSIC desde el Instituto de Arqueología de Mérida y con la colaboración de otros centros tecnológicos extremeños (Finca Experimental La Orden, INTROMAC) y portugueses (Universidad de Évora). En esta ocasión a la prospección geofísica (que incluyó la revisión de datos generados por el anterior proyecto) se ha unido el empleo de otras técnicas como la fotogrametría, cuyos primeros resultados presentamos aquí.
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2. MARCO GEOGRÁFICO Las actuaciones que se presentan en este artículo se ubican en la actual comarca de La Serena (Badajoz), en el noroeste de la provincia de Badajoz. En esta zona, la actividad desarrollada en el marco del citado proyecto se incardina con una labor de análisis arqueológico del territorio que el Instituto viene desarrollando en los últimos 15 años. Una de las temáticas en particular objeto de atención ha sido el proceso de romanización. Este territorio destaca precisamente en relación con el registro arqueológico por la localización de un gran número de sitios situados cronológicamente en la transición del mundo protohistórico al romano. Entre ellos, los historiográficamente denominados recintos-torre han llamado especialmente la atención por su morfología, singularidad y significación en el entramado ocupacional y en la evolución histórica de este territorio. Aún a riesgo de simplificar en exceso el complejo panorama que ofrecen estas construcciones, pueden diferenciarse en la zona dos grandes conjuntos arquitectónicos en función de sus localizaciones, las fortificaciones de altura y los recintos ciclópeos construidos en los llanos de la zona central de la comarca. La temática sobre la ocupación y control de este territorio desde la protohistoria hasta época romana ha suscitado diversas interpretaciones y el auge de un arraigado interés en el estudio de estas estructuras (Ortiz y Rodríguez 1998; Mayoral y Vega 2011; Mayoral et alii 2011). Pero a pesar del elevado conjunto de estos yacimientos, únicamente se han estudiado detalladamente (incluyendo excavaciones sistemáticas en extensión) unos pocos ejemplos. Quizás el caso de Hijovejo sea uno de los más destacados y el que ha aportado más datos en cuanto a cronología y funcionalidad de este tipo de yacimientos (Rodríguez y Ortiz 1986; Rodríguez y Ortiz 2004). La continuada dedicación por parte de investigadores extremeños como Ortiz Moreno (1990; 1991; 1995) o de los seguidos proyectos de investigación llevados a cabo por el Instituto de Arqueología en este territorio (Mayoral et alii 2010, 2011) han permitido mostrar la complejidad tipológica y funcional de los yacimientos de este territorio y la necesidad de ahondar en su conocimiento. Debido al elevado número yacimientos documentados en el territorio de la Serena, fueron escogidos yacimientos con características distintas en los que era más favorable la aplicación de técnicas geofísicas. Es por ello que se realizaron intervenciones
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Figura 1. Mapa con la localización de los yacimientos analizados (modificado a partir de Mayoral Herrera 2011).
3. YACIMIENTOS ANALIZADOS
Como no es objeto de este artículo el ofrecer un estudio sistemático de los distintos yacimientos sino mostrar los resultados obtenidos con técnicas no intrusivas para mejorar su conocimiento, únicamente se realizará una pequeña síntesis de los tres casos analizados, refiriendo siempre a bibliografía más específica de cada uno de ellos.
Como ya se ha comentado anteriormente, este proyecto se centra en la aplicación de un conjunto de técnicas que complementen la información existente de distintos yacimientos de la comarca de la Serena. Estos yacimientos se corresponden con las distintas tipologías ya comentadas, para obtener así una imagen más amplia del registro arqueológico de este territorio, así como, de la utilidad de estas técnicas en escenarios con distintas características. Por cuestiones temporales, de capacidad económica y por las facilidades de acceso, se ha podido actuar en tres yacimientos distintos. Los tres casos corresponden a yacimientos en proceso de estudio y con zonas hábiles para poder desarrollar la aplicación de estas técnicas.
Figura 2. Fotografía aérea del recinto de Merchanas (Foto: Victorino Mayoral).
tanto en los recintos-torre ubicados en altura, como por ejemplo en el yacimiento de Merchanas, como en los recintos en llano como Cancho Roano o Cerro del Tesoro.
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3.1. EL CASTEJÓN DE LAS MERCHANAS (DON BENITO) La fortificación de Merchanas es objeto de otra contribución en este mismo volumen, a la que nos remitimos para una descripción más detallada (Mayoral et alii 2011). Localizado por Suárez de Venegas (1995), viene siendo objeto de intervenciones por parte del Instituto de Arqueología desde 2010. En esencia se cataloga como uno de los yacimientos en altura más importantes y significativos de la Serena. El Castejón de Merchanas se localiza en el corredor del Guadámez. Con casi 3500 m2 de superficie, se trata de uno de los yacimientos más destacados de estas características (véase Mayoral et alii 2011 para una descripción topográfica del sitio y una propuesta de contextualización territorial). Las estructuras que delimitan sus espacios se encuentran divididas en tres terrazas muy diferenciadas tanto por su altura como por la composición arquitectónica de sus estructuras. Cronológicamente, se ha podido determinar gracias a distintos restos cerámicos un uso del yacimiento durante la Edad del Hierro, en el tránsito entre los siglos II y I a.C., en los primeros momentos del Imperio y hasta época Flavia, sin que esto permita indicar una ocupación continuada o una reutilización del mismo en distintas épocas (Mayoral et alii 2011: 109).
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protohistórico de Cancho Roano (Almagro Gorbea 1990; Celestino 2003). Se han realizado trabajos de excavación en dos ocasiones. La primera corresponde al proyecto de investigación liderado por P. Ortiz durante los años 90, dentro de un programa de sondeos estratigráficos en diversos recintos de la zona y que culminó con la excavación integral de Hijovejo (Quintana de la Serena) referencias. La segunda se produjo en el contexto del presente proyecto en el año 2009 y fue acompañada de las prospecciones geofísicas que a continuación se muestran. El yacimiento de Cancho Roano se compone de un conjunto de estructuras que delimitan dos recintos de planta rectangular, uno situado en el interior del otro. La superficie total de este enclave se sitúa en torno a los 1300 m2, delimitados en forma rectangular (40 x 33 m). La estructura exterior aprovecha los distintos afloramientos graníticos para sustentarse. La zona interior aparece muy poco compartimentada, dejando así amplios espacios. La cronología de este yacimiento se sitúa a partir de época de Augusto teniendo su final durante la dinastía Flavia.
Figura 4. Fotografía aérea del recinto de Cerro del Tesoro (Foto: Javier Fernández-Ruano, Fotofly S.L). Figura 3. Fotografía aérea del recinto de Cancho Roano (Foto: Jesús Rueda Campos, Globovisión).
3.2. RECINTO DE CANCHO ROANO (ZALAMEA DE LA SERENA) Este sitio está catalogado como uno de los recintos ciclópeos que aparecen dispersos en los llanos del valle del Ortigas. El recinto está ubicado en un promontorio poco pronunciado en un corredor del amplio valle a escasos 700 metros del yacimiento
3.3. CERRO DEL TESORO (ZALAMEA DE LA SERENA) El yacimiento del Cerro del Tesoro fue localizado en el curso de las prospecciones dirigidas por Sebastián Celestino en el entorno de Cancho Roano. Durante el año 2008 fue objeto de una intervención arqueológica mediante sondeos, momento en el que se obtuvieron las imágenes que han servido de base para la restitución fotogramétrica (Mayoral y Vega 2010). Respecto a la campaña de prospección geofí-
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sica, fue realizada en el verano de 2010. El sitio ofrece muchas similitudes con el caso de Cancho Roano. Ambos yacimientos fueron construidos en emplazamientos poco prominentes, ubicados en puntos estratégicos que controlaban las principales rutas de paso entre los ríos Guadiana y Guadalquivir. Sus estructuras se disponen en forma rectangular, con unas medidas semejantes y un aparejo constructivo también similar. También cronológicamente los yacimientos de Cancho Roano y Cerro del Tesoro parecen tener muchas similitudes, habiendo sido datado este yacimiento entre época de Augusta y la dinastía Flavia (Bustamante 2010).
4. EL EMPLEO DE TÉCNICAS NO INTRUSIVAS El término de técnicas no intrusivas hace referencia a un gran conjunto muy heterogéneo de herramientas que tienen como factor común la capacidad para obtener y generar conocimiento de la superficie y del subsuelo de un yacimiento sin generar afecciones a los elementos arqueológicos. Dentro de este gran grupo destacan por su larga trayectoria de aplicación, técnicas como la prospección superficial, desarrollada, conocida y utilizada ampliamente en multitud de estudios arqueológicos (Banning 2002). Desde hace décadas tienen una gran aceptación las distintas técnicas geofísicas, como el análisis de resistividad eléctrica del suelo, la magnetometría o el uso de georadares (Gaffney y Gater 2003; Clark 2004; Wiseman y El-Baz 2007; Campana y Piro 2009). Finalmente, en los últimos años, los análisis realizados a partir de la fotografía han sido profundamente desarrollados ofreciendo gran cantidad de información a diversas escalas. La técnica que obtiene información métrica a partir de imágenes fotográficas se le denomina fotogrametría. En este proyecto se ha focalizado el uso de técnicas no intrusivas en la aplicación de la geofísica, concretamente un georadar, y en la fotogrametría para intentar generar nuevas informaciones que completen el conocimiento sobre los distintos yacimientos estudiados.
4.1. GROUND PENETRATING RADAR (GPR O GEORADAR) Los georadares generan cortes verticales de información llamados radargramas que, a modo de radiografía, muestran las variaciones de la composi-
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ción del subsuelo generadas por alteraciones en la constante dieléctrica y la permeabilidad magnética (Conyers 2007; Goodman 2009). Las variaciones muestran la existencia de elementos que se diferencian en su composición y respuesta al medio que las envuelve. Este tipo de restos pueden ser de tipo natural, como conglomerados pétreos o acumulaciones hídricas, o antrópicos de carácter histórico, como estructuras arqueológicas o fosas, o actuales, como tuberías o desagües. Para obtener los cortes verticales los GPR utilizan unos sistemas de antenas emisoras-receptoras que generan pulsos cortos geomagnéticos de mediaalta frecuencia. La respuesta del medio a la emisión de estos pulsos puede ser la reflexión, refracción, difusión o dispersión y son recogidos y documentados por el sistema del georadar. Los georadares pueden utilizar distintas antenas que emiten las señales en varias frecuencias. Las diferencias entre frecuencias determinan la profundidad y el detalle que se puede obtener en cada radargrama, razón por la que cada tipo de frecuencia es usada para determinados tipos de análisis. En el caso de este proyecto se ha utilizado una doble antena con frecuencias de 6001600 Mhz que ofrecía una resolución muy adecuada en profundidades hasta 1,5 o 2 metros. La metodología más aceptada para el uso del georadar en contextos arqueológicos se basa en la realización de un mallado cuadrangular que cubra la superficie a prospectar tanto en sentido paralelo como perpendicular (Neubauer et alii 2002; Conyers 2007; Goodman 2009). La distancia entre las distintos recorridos viene determinado por el compromiso necesario entre cantidad de información, tamaño del área a prospectar y tiempo disponible. En nuestro caso, la separación entre las distintas tomas fue de 0,5 metros. Dependiendo del tamaño de la zona prospectada, también está ampliamente difundido el uso equipos de posicionamiento global (receptores GPS diferenciales) incorporados a los instrumentos de los georadares (Trinks et alii 2010). Una vez documentados los datos de las prospecciones es necesario un importante tratamiento en el laboratorio, para determinar y caracterizar los resultados obtenidos. Es en este proceso que es necesario el uso de software específico que permita gestionar la mayor cantidad de datos posibles de forma óptima. Entre los distintos programas que existen en el mercado, GPR-Slice de la empresa GPR-Survey (http://www.gpr-survey.com) destaca especialmente por la posibilidad de generar secciones horizontales a partir de los distintos radargramas generados con
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el GPR. Esta característica es sumamente importante porque permite obtener un visionado de planimétrico a lo largo de toda la profundidad documentada por el georadar ayudando significativamente la interpretación de los datos, no por únicamente por técnicos en geofísica, sino por arqueólogos que pueden observar y entender la estructuración de los restos documentados.
Figura 6. Área donde se realizó la prospección mediante georadar en Merchanas.
Figura 5. Esquema de funcionamiento de un Georadar.
El programa GPR-Slice ofrece además otras muchas ventajas como el tratamiento y filtrado de los datos de campo (raw data) de forma conjunta y unitaria. Este proceso facilita y agiliza la puesta a punto de la información utilizada en el postproceso. También es posible mediante el uso de este programa generar modelos tridimensionales con los datos escogidos, utilidad demostrada para entender mejor posibles estructuras arqueológica. Es por todos estos motivos que el programa GPR-Slice se está convirtiendo en un software de referencia en el uso e interpretación de los datos generados por GPR tanto en arqueología como en otras disciplinas.
área prospectada. También se documenta en el extremo oriental una concentración de estructuras que podrían coincidir con elementos arquitectónicos tales como muros que subdividirían este espacio en habitaciones. Como interpretación de esta campaña, creemos que los datos obtenidos nos permiten intuir la continuación de estructuras en esta plataforma del recinto. Una de ellas, la más prominente, podría representar el cierre o subdivisión de la plataforma seguramente reforzando su carácter defensivo. Los elementos mostrados en el extremo oriental parecen estar relacionados con la compartimentación de pequeños espacios que también se ha localizado en otras zonas del yacimiento como en la terraza superior.
4.1.1. Resultados con georadar A pesar de la existencia de estas terrazas y lo abrupto de muchos de sus espacios, en el yacimiento de Merchanas fue posible delimitar un espacio susceptible para aplicar el uso de un GPR. El área analizada se localizaba en la segunda plataforma del recinto en un espacio allanado delimitado por los restos de estructuras conservadas. La superficie prospectada representó casi 60 m2 (57,5 m2). En esta área fue cubierto por trazos paralelos y perpendiculares separados entre sí 0,5 metros, obteniendo una malla cuadriculada que cubría toda la superficie. Los resultados obtenidos fueron positivos, generando discontinuidades en el subsuelo que nos permiten visualizar la posible presencia de una estructura en dirección transversal situada en el centro del
Figura 7. Resultados del georadar en Merchanas.
En el yacimiento de Cerro del Tesoro se prospectó un área de 93 m 2 (10 x 6 m + 4,5 x 7,5 m) en la parte interior de la estructura situada en el interior del recinto. En esta estructura se realizaron dos
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pequeños sondeos localizando estructuras en el subsuelo. El objetivo principal de esta campaña se centraba en determinar cómo se había resuelto la compartimentación interna de la citada estructura, de la cual solo conocíamos por excavación algo menos de 1/4 de su superficie.
Figura 9. Resultados del georadar en Cerro del Tesoro.
Figura 8. Área donde se realizó la prospección mediante georadar en Cerro del Tesoro.a
Los resultados obtenidos han sido definidos como muy positivos en cuanto parece que nos permiten interpretar la existencia de posibles estructuras en el interior del recinto. En primer lugar, la información de los sondeos realizados y los resultados obtenidos con el GPR coinciden con precisión. Esto permite reforzar la confianza en los datos obtenidos mediante técnicas geofísicas en este recinto. En segundo lugar, los datos obtenidos parecen mostrar una compleja estructura interior del edificio interior del recinto. Destacan principalmente dos estructuras lineales que se situarían de forma perpendicular a los ejes más alargados subdividiendo el espacio interior en tres espacios más reducidos. En el área oriental de la prospección se detectaron dos anomalías de difícil interpretación que posteriormente han sido identificadas gracias a una campaña arqueológica como un afloramiento granítico del subsuelo que se eleva en este espacio concreto. Finalmente, en la prospección realizada en el recinto de Cancho Roano se delimitaron tres áreas que cubrían una superficie aproximada de 130 m 2 (90 m2 + 26 m2 + 15 m2). Las áreas prospectadas en el sector septentrional del recinto han ofrecido un resultado interesante en cuanto parecen mostrar la existencia de unas anomalías que subdividirían el espacio interior del recinto.
En primer lugar, destaca una gran anomalía que transcurre en sentido tangencial desde el centro del área prospectada hasta el extremo oriental que parece relacionarse con un afloramiento rocoso delimitando así una posible estructura anterior al recinto rectangular y que utilizaría los afloramientos rocosos como elementos constructivos. Otra anomalía destacada se sitúa en sentido vertical justo en el centro del área prospectada dividiéndola en dos mitades. Esta anomalía parece identificar una posible compartimentación del recinto siguiendo las estructuras rectangulares conservadas. Finalmente también se han localizado otras anomalías en el extremo occidental que por su orientación diagonal parecen relacionarse con la ordenación del recinto determinada por la primera anomalía. Finalmente, en la prospección realizada en la zona sur del recinto los resultados obtenidos no han sido satisfactorios.
Figura 10. Área donde se realizó la prospección mediante georadar en Cancho Roano.
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Las anomalías detectadas en el yacimiento de Cancho Roano resultan altamente interesantes en cuanto nos muestran diversas ordenaciones del yacimiento. Las dos orientaciones que parecen documentarse en la zona prospectada pueden relacionarse con una estructuración interior del recinto y a su vez, podría vincularse aunque no de forma definitiva con distintas fases de construcción y uso del recinto.
Figura 11. Resultados del georadar en Cancho Roano.
4.2. FOTOGRAMETRÍA Obtención de un método operativo para levantamientos arqueológicos a través de fotogrametría. La fotogrametría nació de la necesidad de extraer información métrica de las imágenes y el desarrollo de esta ha estado siempre unido a la precisión. En el Instituto de Arqueología de Mérida tratamos de utilizar la fotogrametría como método de documentación gráfica de recintos arqueológicos. Es importante, por consiguiente, que la documentación sea exhaustiva y corresponda métrica y radiométricamente a las características de los restos arqueológicos. La naturaleza de las cámaras fotográficas, la regularidad o nivel de perfección de las lentes, el conocimiento preciso de los parámetros internos de la cámara y el ajuste de haces por determinados métodos matemáticos, han sido factores absolutamente vitales para el desarrollo de la fotogrametría garantizando la precisión. Igualmente la posición de la cámara en la toma fotográfica respecto a las anteriores, ha venido siendo uno de los limitantes fotogramétricos, tan solo solventado tras la era digital.
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Hasta el momento, la tradición fotogramétrica no es totalmente automática y los intentos por conseguir una fotogrametría totalmente automática no han dado resultados óptimos en todos los campos de aplicación. De hecho determinados softwares comerciales de fotogrametría terrestre (por ejemplo: Photomodeller Scanner, Iwitness, Shapecapture) consiguen un alto grado de automatismo pero exigen la interacción con las imágenes en los siguientes puntos: - Calibración de la cámara a partir del fotografiado de un patrón de calibración conocido. - Orientación relativa de las imágenes eligiendo puntos comunes en las distintas fotografías. Esta fase puede automatizarse utilizando dianas conocidas, en el caso de Photomodeller. También existen otros métodos de ajuste de haces para distintas imágenes sin necesidad de targets (Hartley y Zisserman 2004). - Una vez orientadas las imágenes (orientación relativa), se procede a extraer las características del modelo a partir puntos, líneas y superficies. Este proceso ha sido normalmente manual, pero en muchas aplicaciones actuales, se ha creado la opción de ser o semi-manual o totalmente automático a través de la generación de una nube de puntos por cada punto homólogo hallado (ej. Photomodeller escáner o PhotoStruct). - La orientación absoluta es un proceso manual prácticamente en todos los casos de fotogrametría terrestre, ya que tenemos que asignar coordenadas conocidas a puntos del modelo para poderlo georeferenciar y escalar. Este proceso no sería necesario si las coordenadas de la toma fuesen perfectamente conocidas. Algo que, en fotogrametría aérea, suele ser habitual. Cada uno de los procesos descritos anteriormente, a pesar de tener un carácter general, varia para cada software comercial pudiendo incluir procesos notablemente diferentes a los planteados aquí de forma genérica.
4.2.1. Metodología fotogramétrica El objetivo del Instituto de Arqueología de Mérida al utilizar la tecnología 4e ha sido ayudar al desarrollo de una aplicación con principios fotogramétricos y que huye de los métodos de modelado basados en web o similares, que crean modelos 3d rápidos a baja resolución, visualmente atractivos pero con poca precisión. Tratamos entonces de conseguir
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una solución con un alto grado de automatismo pero precisa al mismo tiempo. De forma paralela y también como resultado de esta automatización, se pretende aumentar el uso de estas técnicas fotogramétricas a personal no especializado: para ello se ha diseñado un interface simple, intuitivo y fácil de manejar.
Figura 12. Interfaz gráfico del software 4e, utilizado en el levantamiento fotogramétrico de estos yacimientos.
Por otro lado, tratamos de conseguir una perspectiva metodológica de captura métrica automática, precisa y no intrusiva para yacimientos arqueológicos. Para llegar a este método de trabajo, se han tanteado y utilizado distintas aplicaciones (123D Catch, Visual SFM, Photomodeller, PhotoScan, ShaperCapture, etc.) y comparado resultados y experiencias hasta llegar a esta aplicación metodológica. Igualmente y, en condiciones desfavorables, se han utilizado otras aplicaciones no fotogramétricas para una primera aproximación cartográfica al yacimiento. En términos prácticos se utilizan una serie de imágenes aéreas, tomadas desde un helicóptero UAV (Unmanned Aerial Vehicles) de radiocontrol o desde un paramotor, del equipado con una cámara digital calibrada. Las tomas deben tomarse sensiblemente paralelas, aunque utilizando esta metodología este hecho no es totalmente necesario, siendo posibles utilizar tomas convergentes o divergentes. La calibración de la cámara se realiza, igualmente, con 4e utilizando las mismas imágenes que las utilizadas en el modelado 3d. Este proceso es totalmente automático. Posteriormente se procede a extraer la nube de puntos eligiendo en el interface el fichero de calibración generado y nuevamente las imágenes a utilizar. Dado que el área de interés suele ser la totalidad de la imagen principal, se opta por escoger la misma
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imagen principal como máscara. Así, una vez escogida la imagen principal y el resto como asociadas y la opción de modelar todo, el proceso es totalmente automático. 4.2.2. Resultados El resultado que genera 4e es una nube de puntos con color fotorealístico. Estos resultados pueden abrirse con cualquier editor o visor 3d. Nosotros utilizamos la aplicación de software libre Cloudcompare para su edición, generación de ortofotografías y análisis. Los resultados de la reconstrucción 3d a partir de fotogrametría pueden ser múltiples, variando en función de la utilización que se vaya a realizar con esta información. Entre los productos más inmediatos están: - El modelo digital de superficie (MDS) con textura que, en nuestro caso se materializa a través de una nube de puntos. Esta nube de puntos fue triangulada y generada una superficie continua. - La ortofotografía, obtenida a través de un proceso previo de georeferenciación del modelo y proyección de este sobre un plano horizontal. Existen otros resultados que se pueden obtener a partir de esta información como las curvas de nivel, secciones, estudios geomorfológicos, etc., que se realizarán en cada caso, según los objetivos científicos estimados.
5. CONCLUSIONES Metodológicamente, este proyecto ha servido para evaluar la aplicación de técnicas no intrusivas en yacimientos morfológicamente complejos e irregulares situados en lugares restringidos por cuestiones geológicas o naturales como son los cerros y elevaciones de la comarca de la Serena. Tanto la prospección geofísica como la fotogrametría (sobre todo utilizando fotografías convergentes), han sido utilizadas con éxito en yacimientos situados en llano. La amplitud de las zonas prospectadas en esos casos junto con las características propicias de los suelos favorecía la obtención de resultados muy favorables. En nuestros casos de estudio, en cambio, hemos realizado campañas muy limitadas espacialmente y las características de los subsuelos, con terrenos compactados, con afloramientos rocosos y con escasos e irregulares restos arquitectónicos ofrecían un marco de trabajo complicado y de
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Figura 13. Resultados del levantamiento fotogramétrico en Cancho Roano.
difícil interpretación. Además, las características naturales también resultaban contraproducentes para el trabajo con fotogrametría debido principalmente a la existencia de numerosos masas vegetales, como árboles o arbustos, que dificultaban la elaboración de restituciones y la generación de modelos del terreno. A pesar de estos inconvenientes los resultados obtenidos han sido muy satisfactorios en cuanto nos han ofrecido una visión más completa y compleja de los distintos recintos estudiados. En todos los casos, la prospección geofísica ha sido capaz de determinar
la existencia de posibles subdivisiones de los interiores de los recintos con resultados verosímiles. Y a su vez, la fotogrametría nos ha permitido restituir y delimitar con mayor detalle y nitidez, las estructuras de los distintos recintos. Actualmente, se está trabajando en la conjunción de estas dos técnicas para obtener imágenes más completas de los recintos y de todas las informaciones con las que contamos. De este modo, es posible utilizar la información aportada por la fotogrametría para restituir en las coordenadas exactas las distintas prospecciones geofísicas realizadas y tener una
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Figura 14. Resultados del levantamiento fotogramétrico en Cerro del tesoro.
visión más cercana de la ubicación real de las anomalías detectadas. Como trabajo futuro, pretendemos obtener un modelo de integración de estas técnicas no intrusivas a través de las zonas de coincidencia de cambios de pendiente o geomorfologías topográficas (obtenidos a través de fotogrametría de precisión) con coincidencias de anomalías en el subsuelo a través de técnicas de prospección como la resistencia eléctrica, la magnetometría o el georadar. También está siendo objeto de estudio en nuestro proyecto, la utilización de la información radiométrica capturada en
el proceso fotogramétrico y su uso como nueva variable en el análisis de la superficie y, a través de teledetección, la extracción de la información del subsuelo. En resumen, a partir de la realización de este proyecto se ha podido determinar la idoneidad y potencialidad de estas técnicas no solo en contextos geográficos ya conocidos y explotados como los yacimientos en llano sino en lugares menos accesibles y con unos condicionantes naturales complejos y, en principio menos favorables para la aplicación de estas técnicas.
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Figura 15. Resultados del levantamiento fotogramétrico en Merchanas.
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Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Reunión científica. Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal), 24-25 mayo, 2012.
POZO SEVILLA (ALCÁZAR DE SAN JUAN, CIUDAD REAL): UNA CASA-TORRE EN LA MANCHA Jorge MORÍN DE PABLOS; Rui Roberto de ALMEIDA; Rafael BARROSO CABRERA; Antxoca MARTÍNEZ VELASCO y Sandra AZCÁRRAGA CÁMARA, Área Arqueología Clásica y Antigüedad Tardía de AUDEMA (Auditores de Energía y Medio Ambiente, S.A.), Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales
Resumen: La intervención arqueológica en el yacimiento de Pozo Sevilla, en el término municipal de Alcázar de San Juan (Ciudad Real), llevada a cabo por el Departamento de Arqueología de AUDEMA, surge en el marco del proyecto de obra civil denominado «Conducción de agua potable desde el acueducto Tajo-Segura para incorporación de recursos a la llanura manchega». Esta intervención (2008-2010) confirmó la existencia de un asentamiento de época romana. Con todas las reservas que merece el caso teniendo en cuenta la escasa superficie excavada, Pozo Sevilla podría englobarse entre los ejemplos de «casas fuertes» destinadas a servir de apoyo a la instalación de elementos latinos o romanizados en el campo manchego. Las estructuras documentadas y la cronología de los hallazgos en un período tardorrepublicano avalaría, al menos de modo hipotético, la existencia de una construcción de esas características relacionada con el clima de inseguridad creado en la primera centuria a.C. y con la puesta en explotación del territorio circundante. En este sentido, la relación entre la estructura turriforme y el pozo nos parece del mayor interés porque podría ser relevante al respecto. De hecho, esta relación entre torre y pozo se explicaría por el interés en controlar uno de los escasos puntos de abastecimiento de agua. Summary: The archaeological excavation at the Pozo Sevilla site, (Alcazar de San Juan, Ciudad Real), conducted by the Department of Archaeology of Audema, comes under the civil works project called «Water supply from the Tajo-Segura aqueduct for the incorporation of resources to the plains of La Mancha». This intervention (2008-2010) confirmed the existence of a Roman settlement. With all the reservations that deserves the case given the small area excavated, our hypothesis is that Pozo Sevilla could represent an example of fortified houses designed to provide support for the installation of Latin or Romanized population in the countryside of La Mancha. Documented structures and chronology of finds suggest a Late Republican period. The existence of this kind of buildings could be related to the climate of insecurity created in the first century BC and the exploitation of territory. In this sense, the relationship between the tower structure and a well could be relevant for controlling one of the scarce water points.
Palabras clave: Pozo Sevilla, La Mancha, casa-torre. Key words: Pozo Sevilla, La Mancha, tower-house.
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1. INTRODUCCIÓN Las campañas arqueológicas llevadas a cabo en el yacimiento de Pozo Sevilla en los años 2008 y 2010 han permitido documentar una «casa-torre» destinada a servir de apoyo a la instalación de elementos latinos o romanizados en el campo manchego. Las estructuras documentadas y la cronología de los hallazgos en un período tardorrepublicano avalarían, al menos de modo hipotético, la existencia de una construcción de esas características relacionada con el clima de inseguridad creado en la primera centuria a.C. y con la puesta en explotación del territorio circundante.
2. LA INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA DE 2008 La intervención arqueológica en el yacimiento de Pozo Sevilla, en el término municipal de Alcázar de San Juan (Ciudad Real) vino motivada por las obras del proyecto de obra civil denominado «Conducción de agua potable desde el acueducto TajoSegura para la incorporación de recursos a la llanura manchega». El descubrimiento del enclave arqueológico se produjo como consecuencia del desbroce de una zona para realizar una prueba de carga en la zona. En la campaña de 2008 el área de excavación se desarrolló a lo largo de la traza de la conducción (Fig. 1). El área de excavación se dividió en cinco sectores artificiales (Sector 1, 2, 3, 4 y 5). La zanja excavada con metodología arqueológica tenía una anchura de seis metros de media, si bien era evidente la continuidad del yacimiento a ambos lados del área excavada. A lo largo de esta excavación pudieron documentarse diversas estructuras: suelos de uso, niveles de uso y abandono (derrumbes y un probable incendio), así como episodios puntuales de reutilización/remodelación de estructuras más antiguas, aún dentro del período romano, pero de momentos ya más avanzados. Además, el análisis que se pudo realizar del conjunto identificado en la limitada área de excavación —que lo seccionaba transversalmente— permitió identificar un asentamiento con una arquitectura singular. Se trataba aparentemente de un establecimiento de planimetría cuadrangular, delimitado por muros perimetrales de porte y paramento considerable, en el centro del cual se ubica una estructura con un paramento de opus emplecton en función de la cual se distribuyen áreas de circulación
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o calles. De dicha estructura apenas se pudo reconocer una esquina, pero parecía entreverse una construcción de considerables dimensiones y de gran calidad y robustez, que se interpretó como una estructura de tipo torre o similar. En cuanto a la cultura material hay que destacar en primer lugar la gran cantidad de material arqueológico recuperado en los seis sectores intervenidos en Pozo Sevilla, con cerca de 2.450 fragmentos de cerámica selecta (Fig. 2). Un conjunto al mismo tiempo diversificado y homogéneo, que evidencia un patrón de producciones locales/regionales y de importación, ambos con valores muy significativos. El material identificado revela dos momentos claros en cuanto a la ocupación del yacimiento. La primera fase se correspondería con un momento impreciso del final del período tardorrepublicano, que aparentemente no va más allá del inicio del segundo tercio del siglo I a.C. o el siglo I d.C. La segunda fase refleja una reutilización del asentamiento anteriormente abandonado y viene a fecharse entre mediados del siglo III y el siglo IV d.C. (Morín de Pablos et alii 2012: 287-321). Considerando el tipo de materiales documentados durante la intervención y las restantes realidades arquitectónicas del yacimiento, la propuesta inicial de una edificación de tipo torre nos pareció bastante plausible. De este modo, lo que sí se podía afirmar con relativa seguridad es que la especificidad de este tipo de construcciones y de ocupación, sin paralelos conocidos en la región —no solo en época romana sino también en momentos anteriores— implicaba la utilización de una terminología específica, lo que refuerza su clara particularidad. En la mitad meridional de la península apenas se conocen actualmente dos grandes grupos de asentamientos que poseen estructuras semejantes: los fortines y los llamados «recintos-torre» o «casas fuertes». Este planteamiento nos llevó a solicitar a la Junta de Comunidad de Castilla La Mancha y al promotor de la obra, la Confederación Hidrográfica del Guadiana, una ampliación de la zona excavada, lo que se logró en el 2010, pudiéndose ampliar la excavación hasta el límite de la zona expropiada.
3. LA INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA DE 2010 La campaña de 2010 se realizó en el mes de agosto, abriéndose una superficie de unos 400 m2 en los que se pudieron documentar parte de los tres
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Figura 1. Planta general de la campaña de excavación de 2008 con los sectores excavados; fotografías aéreas de los sectores I, II, III, IV y V.
muros perimetrales del edificio (Figs. 3a y b). En relación a estos datos sabemos que el edificio en su planta completa contaría con una superficie de unos 800 m2, que desgraciadamente no pudieron excavarse al estar fuera del área expropiada para la ejecución de la obra civil, por lo que faltaría por excavar la mitad del edificio. En la anterior intervención arqueológica se dividió la zona en 6 sectores, siendo el sector 3 donde se documentó la esquina del edificio que ahora nos ocupa. En esta intervención se ha decidido nombrar toda el área de excavación como sector 3, continuando con la anterior denominación, aunque no seguiría por los límites anteriormente marcados. El sector 3 comprendería el edificio en su totalidad (780 m2 ),
más un perímetro de 2 metros a cada lado. En esta intervención se ha actuado aproximadamente en la mitad del edificio. En un principio se limpió toda la longitud del muro este de cierre y parte de la compartimentación interna de la mitad norte de la estructura, que tuvo que ser cubierta al estar fuera del área de expropiación de la obra civil proyectada, centrando la excavación en la mitad sur del edificio, límite del terreno expropiado. Se ha podido constatar la planta completa de dicho edificio, con unas medidas de 30 x 26 m, documentándose dos de sus lados completos y parte del área interior, el resto queda en reserva. En total se han documentado 15 ámbitos, repitiéndose el modelo de habitaciones y «pasillos» en todo el edificio.
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Figura 2. Izquierda: cerámicas de barniz negro —campanienses y calenas—, paredes finas y sigiladas itálicas. Derecha: Ánforas.
Comenzaremos la descripción de las Unidades Estratigráficas por los 4 muros perimetrales del edificio y por los niveles superficiales, así como las unidades documentadas al exterior, para luego pasar a describir los diferentes ámbitos excavados. UE 3002. Muro documentado ya en la anterior intervención de 2008 únicamente en su esquina y descubierto ahora en su totalidad, con unas medidas de 2,20 m de grosor y 30 m de largo. Se trata del cierre sur del edificio. Su orientación es este-oeste. El tipo de aparejo que aparece en los muros perimetrales documentados (UE 3002 y UE 3021) es el denominado emplectom, formado a base de sillares
careados de grandes dimensiones unidos en seco en las caras interna y externa y en medio un relleno de sillarejo de menor tamaño trabado con tierra. Los sillares de la cara externa son de mayor tamaño que los de la interna, los primeros alcanzan unas medidas de 2 x 1 m y los segundos de 1 x 0,50 m. En el perfil se han llegado a documentar 4 hiladas con una altura de 1,50 metros continuando hacia abajo, como mínimo, con una hilada más. En la hilada superior conservada se aprecia la siguiente técnica de fabricación: en su cara externa presenta sillares de arenisca y en su cara interna sillares de caliza. El sillarejo de relleno está compuesto por fragmentos de menores
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Figura 3a. Planta general de la campaña de 2010.
dimensiones, tanto de arenisca como de caliza. En alzado presenta una técnica de colocación precisa a base de hiladas con sillares muy gruesos alternadas con sillares más finos. Las esquinas están trabadas, no existiendo relación de adosamiento entre los muros perimetrales. Para terminar con la descripción de este muro hay que añadir que se encuentra afectado por el expolio documentado en su extremo oeste. UE 3021. Muro perimetral con las mismas características que el anterior. Supone el cierre este del edificio y tiene una orientación norte-sur. No se han documentado evidencias de la presencia de la entrada en la parte excavada. Tiene una longitud total de 26 m, documentados mediante excavación 17 de ellos y el resto mediante limpieza superficial. UE 3025. Muro perimetral con las mismas características que los anteriormente descritos (UE 3002 y 3021). Supone el cierre norte del edificio y tiene una orientación este-oeste. Tiene una longitud total
de 30 m. Mediante limpieza pudo documentarse aproximadamente la mitad de su longitud. UE 3070. Muro perimetral con las mismas características que los anteriores. Supone el cierre oeste del edificio y tiene una orientación norte-sur y una longitud total de 26 m. Mediante limpieza se documentó la esquina sur en la que se une al muro 3002. Afectado por el expolio documentado en el extremo SO del edificio. UE 3022. Estrato superficial, compactado y afectado por las labores del arado. Con fragmentos calizos, cerámicos y de tejas. Situado al exterior de la cara norte del muro 3002. UE 3023. Estrato superficial, compactado y afectado por las labores del arado. Con fragmentos calizos, cerámicos y de tejas. Situado al exterior de la cara este del muro 3021. UE 3024. Estrato superficial al interior del edificio, afectado por las labores del arado y formado por
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Figura 3b. Fotografía aérea de la zona excavada en 2010.
un sedimento muy compacto, calizas y cuarcitas semidegradadas y bastante material cerámico y tejas muy fragmentadas. UE 3033. Estrato de sedimentación con matriz de arcillas marrones muy compactas, con restos de cuarcitas de pequeño tamaño. Localizado al exterior del muro 3002 e interpretado como estrato natural en el que encaja el muro. UE 3072. Estrato compacto compuesto por calizas de pequeño y mediano tamaño, correspondería al derrumbe del tapial de las estructuras que hubiera adosadas en el muro 3021. Esta unidad de documenta en el perfil perimetral del edificio, en la zona abierta con máquina. Sobre el suelo 3075. UE 3074. Tejas y recipientes de almacén de gran tamaño fragmentados y colocados recubriendo el exterior del muro 3021. Conformarían el revestimiento interior de la última fase de una estancia adosada a dicho muro. UE 3075. Empedrado de calizas y areniscas (equivale al 3003 de la excavación de 2008) frag-
mentadas de mediano tamaño que conformarían el suelo de la última fase de ocupación al exterior del muro 3021. Unidad documentada solo en el perfil del edificio, en la zona abierta con máquina. Sobre el nivel de incendio 3076. UE 3076. Estrato grisáceo de composición cenicienta documentado solo en el perfil del edificio, en la zona abierta con máquina. Equivale a la UE 3014 documentada en 2008 y correspondiente al nivel de incendio localizado sobre los suelos de la penúltima fase constructiva localizada e interpretada como terminus de esta (UE 3077). UE 3077. Empedrado de calizas y areniscas (equivale al 3020 de la excavación de 2008) fragmentadas de mediano tamaño que conformarían el suelo de la penúltima fase de ocupación al exterior del muro 3021. Por tanto al exterior del edificio quedan documentados los restos de unidades constructivas menores asociadas a la estructura principal. Veamos ahora la compartimentación interna del edificio.
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3.1. ÁMBITO 1
3.2. ÁMBITO 2
Ubicado en la esquina sur-oeste del edificio. Tiene unas medidas de 2,50 x 5,10 m. En la planta que se conserva aparecen dos vanos de entrada a la estancia, uno situado al norte, de 1 m de anchura y otro al oeste de 0,60 m de anchura. Los cierres este y sur son los muros perimetrales 3021 y 3002 respectivamente. El cierre oeste está representado por la unidad muraria 3048, con unas medidas de 0,65 m de ancho por 2,75 m de largo. Hay un sillar a cota más baja de 0,75 m de largo que prolongaría la longitud del muro pero que bien ha podido ser expoliado o retirado intencionalmente para ensanchar el vano en un momento que no podemos precisar. Los muros son de sillería de arenisca de grandes dimensiones, trabados con tierra, al igual que el resto de los muros que conforman las compartimentaciones interiores del edificio. Se conserva una única hilada de sillares a la que se adosa el suelo. El cierre norte del ámbito está formado por otras dos unidades murarias, la 3049 que se adosa al muro 3048 y la 3050 que se adosa al muro 3021. La UE 3049 tiene unas medidas de 1,70 m de largo por 1,13 m de ancho. La UE 3050 mide 0,86 m x 1,13 m. Entre ellas se ubica el vano norte. La técnica constructiva es la misma aunque hay que destacar que la UE 3049 tiene un resalte de 20 cm que sale hacia el Ámbito 6 (pasillo). En el interior del ámbito se documentaron varias unidades estratigráficas: UE 3034. Estrato de composición arcillosa y restos de tapial, con materiales muy fragmentados (estuco, algo de cerámica y teja). Interpretado como el derrumbe de los alzados de tapial que estarían recubiertos de estuco. UE 3038. Estrato grisáceo de 5 cm de espesor, de composición orgánica, ubicado bajo el anterior y sobre el empedrado que conforma el suelo de la estancia (UE 3047). Nivel de abandono de esa estancia. UE 3047. Encachado de piedras calizas de pequeño tamaño, con mortero de arenisca o marga disgregada. Se corresponde con el suelo que se adosa a las paredes a 0,40 m de la parte superior de los sillares de arenisca. En el vano norte se han diferenciado dos unidades estratigráficas: UE 3062. Estrato de derrumbe del tapial equivalente al 3034 y que cubre al 3063. UE 3063. Restos de opus signinum que solo se conserva en la zona del vano.
Ubicado al norte del Ámbito 1 y comunicado con este a través de un vano. Es la estancia más pequeña documentada, con unas medidas de 2,90 m por 2,50 m. Se aprecian 3 vanos, los tres de 1 metro de anchura: uno comunica con el Ámbito 1, otro con el Ámbito 3 y otro con el Ámbito 6 (pasillo). El cierre este es el muro perimetral 3021 y el límite sur se corresponde con el límite norte del ámbito 1 ya descrito. El cierre oeste está compuesta por la UE 3051, con unas medidas de 2,50 m de largo y 0,80 m de ancho. El cierre norte está formado por dos unidades murarias, la UE 3052 que se adosa al muro 3051 y tiene unas medidas de 0,76 m de largo por 0,65 m de ancho; y la UE 3053 se adosa al muro 3021 y tiene unas medidas de 0,73 m de largo por 0,65 m de ancho. En el interior de la estancia se documentaron las siguientes unidades estratigráficas: UE 3026. Estrato de composición arcillosa y restos de tapial, con materiales muy fragmentados (estuco, algo de cerámica y teja). Interpretado como el derrumbe de los alzados de tapial que estarían recubiertos de estuco. Situado sobre el suelo y con abundante material cerámico muy fragmentado. Es la unidad al interior de las estancias en la que más material ha aparecido con diferencia. UE 3035. Paquete ceniciento situado en la esquina noroccidental del ámbito donde se concentraban restos de fauna mamífera y material cerámico. Es equivalente a la UE 3026 ya que no se ha documentado ninguna zona de hogar en el suelo. UE 3071. Encachado de piedras calizas de pequeño tamaño, con mortero de arenisca o marga disgregada. Se corresponde con el suelo que se adosa a las paredes a 0,40 m de la parte superior de los sillares de arenisca.
3.3. ÁMBITO 3 Ámbito ubicado al norte del ámbito 2 y comunicado con este a través de un vano. Tiene unas medidas de 4,45 m por 2,50 m. Se aprecian 3 vanos, el norte y el sur con 1 m de anchura y el oeste con 1,35 m: uno comunica con el Ámbito 2, otro con el Ámbito 4 y otro con el Ámbito 6 (pasillo). El cierre este es el muro perimetral 3021 y el límite sur se corresponde con el límite norte del ámbito 2 ya descrito. El cierre oeste está formado por la UE 3054,
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con unas medidas de 3,70 m de largo y 0,67 m de ancho. El cierre norte está formado por dos unidades murarias, la UE 3055 que se adosa al muro 3054 y tiene unas medidas de 0,85 m de largo por 0,80 m de ancho; y la UE 3056 se adosa al muro 3021 y tiene unas medidas de 0,66 m de largo por 0,60 m de ancho.
3.4. ÁMBITOS 4 Y 5 El ámbito 4 está ubicado al norte del Ámbito 3. Las medidas son de 3 x 3 m a falta de la excavación completa. El cierre sur se correspondería con el cierre norte ya descrito del ámbito 3 y el cierre norte comunicaría a su vez con el ámbito 5 y con unas medidas aproximadas de 3 x 3,50 m. En principio se numeraron las primeras unidades del interior de estos ámbitos, siendo la 3028 para el primero de ellos y la 3029 para el segundo, pero no se han excavado por el momento.
3.5. ÁMBITO 6 Este ámbito se ha interpretado como pasillo interior. Delimitado por los muros de diferentes ámbitos. Comienza entre los ámbitos 1 y 7, continúan entre el ámbito 2 y el muro 3073 y sigue entre el ámbito 3 y la zona no excavada. Documentado en toda su longitud mediante limpieza, por lo que la longitud aproximada es de 22 metros, teniendo un ancho de 1,30 m. La longitud total excavada es de 10 metros. La UE 3073 es un muro formado a base de sillares trabados con tierra de 3 metros de largo y 1,15 de ancho, pudiendo tratarse de uno de los extremos del patio. En el interior del ámbito 6 se documentaron las siguientes unidades: UE 3030. Estrato de composición arcillosa y restos de tapial, con materiales muy fragmentados (estuco, algo de cerámica y teja). Interpretado como el derrumbe de los alzados de tapial que estarían recubiertos de estuco sobre planchas de arcilla. Situado sobre el suelo. UE 3057. Encachado de piedras calizas de pequeño tamaño, con mortero de arenisca o marga disgregada. Se corresponde con el suelo que se adosa a las paredes a 0,40 m de la parte superior de los sillares de arenisca.
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3.6. ÁMBITO 7 Ámbito situado entre el 6 (pasillo) y el 9. Tiene unas medidas de 2,40 x 5,10 m. En la planta que se conserva aparecen dos vanos de entrada a la estancia, uno situado al norte, de 1 metro de anchura y otro al este de 2,20 m de anchura. El cierre sur es el muro perimetral 3002. El cierre este se corresponde con el cierre oeste del Ámbito 6 (UE 3045) y el oeste está representado por la unidad muraria 3041, con unas medidas de 0,70 m de ancho por 5,10 m de largo. Los muros son de sillería de arenisca de grandes dimensiones, trabados con tierra, al igual que el resto de los muros que conforman las compartimentaciones interiores del edificio. Se conserva una única hilada de sillares a la que se adosa el suelo. El cierre norte del ámbito está formado por otras dos unidades murarias, la 3042 que se adosa al muro 3041 y la 3046 que se adosa al muro 3045. La UE 3042 tiene unas medidas de 2,10 m de largo por 1,10 m de ancho. La UE 3046 mide 1,70 m de largo por 1,10 m de ancho. Entre ellas se ubica el vano norte. La técnica constructiva es la misma que en el resto de muros. Al interior del ámbito se documentaron las siguientes unidades estratigráficas: UE 3031. Estrato de composición arcillosa y restos de tapial, con materiales muy fragmentados. Interpretado como el derrumbe de los alzados de tapial que estarían recubiertos de estuco. UE 3037. Estrato grisáceo de 5 cm de espesor, de composición orgánica, ubicado bajo el anterior y sobre el empedrado que conforma el suelo de la estancia (UE 3044). Nivel de abandono de esa estancia. UE 3044. Encachado de piedras calizas de pequeño tamaño, con mortero de arenisca o marga disgregada. Se corresponde con el suelo que se adosa a las paredes a 0,40 m de la parte superior de los sillares de arenisca. Aparecen losanges integradas en el suelo. 3.7. ÁMBITO 8 Denominación que se otorga al espacio ubicado delante de los ámbitos 7, 9 y 10 que al no haber sido excavado no podemos asegurar que se trate de un pasillo o directamente de un patio. En esta zona solo se retiró el superficial 3024 y se dejó preparada para excavación la UE 3058, en la limpieza pudimos documentar una escoria de bronce de bastante peso y con unas dimensiones de 20 x 10 cm.
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3.8. ÁMBITO 9 Ámbito situado al oeste del ámbito 7 y al este del 10 (pasillo). Tiene unas medidas de 2,30 x 5,10 m. En la planta que se conserva aparecen dos vanos de entrada a la estancia, uno situado al norte, de 0,94 m de anchura y otro al oeste de 1 m de anchura. El vano norte conserva una hilera de calizas que conformarían una especie de solado de paso, como se ha documentado también el vano este del ámbito 11. El cierre sur es el muro perimetral 3002. El cierre este se corresponde con el cierre oeste del Ámbito 7 (UE 3041, ya descrita) y el oeste está representado por la unidad muraria 3040, con unas medidas de 0,70 m de ancho por 4,10 m de largo. Los muros son de sillería de arenisca de grandes dimensiones, trabados con tierra, al igual que el resto de los muros que conforman las compartimentaciones interiores del edificio. Se conserva una única hilada de sillares a la que se adosa el suelo. El cierre norte del ámbito está formado por otras dos unidades murarias, la 3042 que se adosa al muro 3041 y la 3043 que se adosa al muro 3040. La primera ya ha sido descrita en el ámbito anterior y la segunda, UE 3043 mide 1,50 m de largo por 1 m de ancho. Entre ellas se ubica el vano norte. La técnica constructiva es la misma que en el resto de muros. Al interior del ámbito se documentaron las siguientes unidades estratigráficas: UE 3032. Estrato de composición arcillosa y restos de tapial, con materiales muy fragmentados. Interpretado como el derrumbe de los alzados de tapial que estarían recubiertos de estuco. UE 3036. Estrato grisáceo de 5 cm de espesor, de composición orgánica, ubicado bajo el anterior y sobre el empedrado que conforma el suelo de la estancia (UE 3039). Nivel de abandono de esa estancia. UE 3039. Encachado de piedras calizas de pequeño tamaño, con mortero de arenisca o marga disgregada. Se corresponde con el suelo que se adosa a las paredes a 0,40 m de la parte superior de los sillares de arenisca.
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terísticas del ámbito 6, por lo que su longitud total sería de 22 m y el ancho de 1,30 m. En el interior del ámbito 10 se documentaron las siguientes unidades: UE 3059. Estrato de composición arcillosa y restos de tapial, con materiales muy fragmentados (estuco, algo de cerámica y teja). Interpretado como el derrumbe de los alzados de tapial que estarían recubiertos de estuco sobre planchas de arcilla. Situado sobre el suelo. UE 3073. Encachado de piedras calizas de pequeño tamaño, con mortero de arenisca o marga disgregada y cal. Se diferencia del suelo del ámbito 6 en que aparece cal en el mortero de preparación.
3.10. ÁMBITO 11 Ámbito situado al oeste del ámbito 10 (pasillo) y al este del 12. Desde este ámbito y hasta el límite de las estructura en su extremo oeste se ha documentado una amplia zanja de expolio (UE 3060-3061), con lo que nos encontramos las estructuras 11 y 12 bastante arrasadas hasta la cota de excavación a la que hemos llegado en esa zona. Tiene unas medidas de 2,40 x 5,10 m. También tiene dos vanos de entrada, uno al norte, muy arrasado y otro al este que comunicaría con el pasillo (ámbito 10) de 1,20 m de anchura. El vano conserva una hilera de calizas que conformarían una especie de solado de paso, como se ha documentado también en el vano norte del ámbito 9. El cierre sur es el muro perimetral 3002. El cierre este se corresponde con el cierre oeste del Ámbito 10 (UE 3065) muro de 0,70 m de anchura y que conserva 1,50 m de largo y está formado por sillares de arenisca de grandes dimensiones, trabados con tierra, al igual que el resto de los muros que conforman las compartimentaciones interiores del edificio. El cierre oeste está representado por la unidad muraria 3067, muy arrasado, conservándose solo un tramo de 0,70 m de ancho por 0,75 m de largo. El cierre norte del ámbito está arrasado por la zanja de expolio.
3.9. ÁMBITO 10 3.11. ÁMBITO 12 Este ámbito se ha interpretado como pasillo interior, con dirección norte-sur. Delimitado por los muros de los ámbitos 9 y 11. La longitud total documentada es de 8 m hasta el límite de la excavación, pero continúa hacia el norte y tiene las mismas carac-
Ámbito documentado mediante limpieza, muy arrasado por la zanja de expolio. Está ubicado en el lado oeste del Ámbito 11 y en el lado este del 13 (pasillo). No llegó a ser excavado y el relleno que
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aparece en su interior es el de la zanja de expolio (UE 3061). Tomando como límite el muro 3067 y trazando una anchura de 2,40 m como tiene el resto de los ámbitos tenemos que la línea de muro oeste (UE 3068) comenzaría bajo el perfil del área de excavación.
3.12. ÁMBITO 13 Ámbito documentado también mediante limpieza y muy cerca del límite norte permitido de excavación, por lo que se ha documentado una pequeña parte pero que repite el esquema anterior de pasillo al tener una anchura de 1,30 m desde la parte descubierta del muro 3069. Dicho muro tiene las mismas características del resto de las medianerías interiores, pero solo documentamos hasta el perfil 1 m de largo.
3.13. ÁMBITO 14 Ámbito documentado también mediante limpieza y muy cerca del límite norte permitido de excavación, por lo que se ha sacado a la luz tan solo una pequeña parte pero que repite el esquema anterior de habitación al tener una anchura de 2,40 m entre el muro 3069 y el muro de cierre oeste de la estructura (UE 3070). Zona afectada también por el expolio.
3.14. ÁMBITO 15 Documentado mediante limpieza en la zona abierta al inicio de la excavación pero fuera de los límites de expropiación por lo que tuvo que ser tapada. Se pudo constatar que los ámbitos de la mitad norte tenían la misma anchura (2,40 m) que los de la mitad sur, pero eran algo más cortos de 4 metros de longitud.
4. LA CULTURA MATERIAL DE LA CAMPAÑA DE 2010 El conjunto de materiales muebles exhumados en la excavación del interior del edificio de Pozo Sevilla está integrado por fragmentos cerámicos, metálicos, algunos restos faunísticos y numerosos restos de material constructivo.
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Los restos cerámicos suman más de 700 de fragmentos (Fig. 4). Se procedió a su separación constituyendo dos grandes grupos: no selecto y selecto. A la hora de hacer la separación se valoraron como criterios de selección la presencia de elementos que lo justifiquen: bordes, asas, fondos y elementos decorativos diversos. Gran parte de los fragmentos, casi la mitad, se incluyen en el grupo de los selectos, aunque no son numerosos los que aportan una tipología clara. Con la intención de valorar su estado de conservación señalamos como características del conjunto una notable fragmentación de las piezas. A este dato debemos añadir el hecho de que algunos de los fragmentos pudieron haber perdurado largamente en el tiempo. Este sería el caso de algunas formas que se adaptaron bien a la función que suponemos tuvieron y el de la cerámica de ciertos motivos decorativos pintados. Así, se ha documentado un conjunto cerámico de filiación indígena con decoraciones pintadas que suelen considerarse típicas de momentos plenos y tardíos. Además hay un grupo considerable de formas sin decoración que se pueden adscribir tanto a los momentos finales de la II Edad del Hierro como a los inicios de la época romana. Otros materiales cerámicos son claramente romanos, como las sigillatas, ánforas, barniz negro, etc., e indican fechas más precisas en algunos casos. Aparecen también algunos elementos medievales o modernos en los niveles superficiales, fruto de la roturación del terreno en épocas posteriores a su ocupación habitacional. Los materiales documentados en el yacimiento abarcan un espacio cronológico que se sitúa desde el siglo I a.C. al V d.C. La mayoría aparece en los niveles superficiales, documentándose escaso material en niveles arqueológicos debido al abandono progresivo del edificio. El trabajo de catalogación realizado incluyó más de 300 fragmentos selectos. Se han incorporado éstos a una ficha-tipo una serie de rasgos, obtenidos de visu, relativos a las tecnologías de fabricación y las morfologías, para obtener valoraciones numéricas interpretables considerándolos indicadores de diversas adaptaciones funcionales. Para facilitar la tarea y siguiendo el procedimiento habitual se han establecido, con anterioridad, grupos generales: cerámica común, lisa y decorada —de cocina, de mesa, de almacén y transporte y de otros usos— T.S., etc. En este sentido, el material localizado es idéntico al estudiado en la campaña de 2008 (Morín de Pablos et alii 2012), exceptuando la localización en la campaña de 2010 de proyectiles de honda.
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Figura 4. Material cerámico más significativo de la campaña de 2010.
4.1. LAS CERÁMICAS DEL SUSTRATO CULTURAL DE LA II EDAD DEL HIERRO Parte de las cerámicas recogidas en el yacimiento hispano-romano de Pozo Sevilla pueden ser adscritas a cerámica tardía de la II Edad del Hierro, pero que se siguieron fabricando en su momento final, con algunos pequeños matices, ya bajo el dominio romano. Estos conjuntos tardíos se comienzan a formar después del fin de las Guerras Sertorianas y se diluirán completamente en los conjuntos típicamente romanos, entrado ya el siglo I d.C. Las morfologías de dicho repertorio cerámico son prácticamente las mismas de la plena II Edad del Hierro, aunque con pequeñas evoluciones. Rasgos formales como la disminución y subida del lóbulo terminal de las ollas/urnas con «pico de ánade», el adelgazamiento de las paredes de los vasitos con borde vuelto sencillo, el aumento de las base planas y del aumento de los pies anulares, con sus respectivas molduraciones, son claros síntomas de esa evolución.
Técnicamente hablando, estas cerámicas se producen según los mismos procedimientos, pero las pastas y formas de muchos de estos recipientes comienzan a ser un poco menos elaboradas y con menor dureza, presentando pastas de tonos más rojoladrillo, anaranjado fuerte u ocres tostados. Las superficies siguen presentando aguadas o baños coloreados, pero más diluidos y de colores más cercanos a la pasta. Con respecto a las pinturas, estas se presentan más oscuras, con tonos más vinosos. Los diversos fragmentos identificados en Pozo Sevilla se agrupan principalmente en recipientes abiertos y cerrados. Hay que destacar que el material aparece muy fragmentado y no se conserva ningún recipiente en su totalidad, siendo complicada a veces su adscripción a un determinado tipo. Entre los recipientes abiertos contamos con orzas, cuencos, caliciformes y platos: Las orzas, recipientes de almacenaje de grandes dimensiones, aparecen representados en el yacimiento a través de varios fragmentos. El diámetro de la boca oscila entre 30-40 cm. En cuanto al bor-
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de, aparecen diferentes tipologías, teniendo en cuenta su dirección (rectos o exvasados) y la forma del labio (moldurado, redondeado, engrosado o triangular). Algunos ejemplares presentan una elaboración cuidada, apareciendo pintura roja en el borde. Sin embargo, la mayoría de los ejemplares están realizados en pastas toscas con un simple alisado exterior. Los cuencos de este momento cronológico presentan un borde sencillo y más redondeado o engrosado al interior. Se da un aumento de los pies anulares, aunque también aparecen pies indicados. Estas piezas suelen presentar una cocción oxidante, lo que les proporciona una coloración anaranjada. El diámetro de la boca suele oscilar entre los 15-18 cm. Este tipo se subdivide en decorados y lisos. La decoración más característica es la pintada, que suele ser cuidada pero sencilla, destacando una línea interior o en el labio en color rojo vinoso. En ocasiones aparecen franjas más anchas pintadas en rojo y un engobe blanquecino. Los caliciformes no están muy representados en el yacimiento, pero destaca un fragmento de pared con su moldura pronunciada y un diámetro máximo de 10 cm, de cocción alternante y que presenta paredes negras con restos de bruñido (P.Sev./110). Este tipo está ampliamente documentado durante toda la II Edad del Hierro peninsular. Se caracteriza por un cuello destacado troncocónico invertido, separado del cuerpo de tendencia globular por una moldura, borde exvasado, labio saliente o moldurado, con distintos tipos de base (umbo, pie indicado, anular o alto). El origen del vaso caliciforme no está definido con seguridad. Para Shefton (1971: 109) y Luzón (1973: 1131) estaría en un vaso persa-aqueménida de plata utilizado para libaciones rituales, adaptado por los griegos en el siglo IV a.C. figurando entre los repertorios áticos. Para otros, el origen sería más antiguo, a través de los vasos à chardon de origen fenicio, a través del mundo púnico (Aranegui, Pla, 1981: 81-82). Existen otras teorías acerca de su origen como la perduración de formas indígenas de vasos bitroncocónicos de las necrópolis hallstáticas y también de las formas cerámicas de vasos de ofrendas en las necrópolis de los «campos de urnas» (Aranegui 1975: 351-366). En cuando a los platos no se han documentado apenas fragmentos que se correspondan con esta cronología. El ejemplar más significativo se corresponde con un borde exvasado y labio plano con un diámetro de 23 cm.
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Aparte de estos tipos, se han documentado también recipientes cerrados, como las ollas, tinajas y ánforas: Las ollas son uno de los grupos cerámicos más numerosos de Pozo Sevilla. Se pueden distinguir bajo esta denominación, dos tipos de recipientes: los destinados a cocinar y los que formaban parte del conjunto de mesa. Las ollas de cocina presentan una cocción reductora y un diámetro de entre 15 y 22 cm, de superficies alisadas pero pastas toscas y bordes vueltos. Entre las «ollitas» encuadrables en el grupo de cerámica de mesa se identificaron sobre todo dos grandes grupos: las de «pico de ánade» y las de borde vuelto sencillo. En las primeras se observa una disminución y subida del lóbulo terminal del borde, siendo menos evidente el típico surco superior. Las superficies de estas y de las de borde vuelto suelen presentar algún tipo de decoración pintada a base de líneas horizontales en rojo vinoso o con un engobe similar más diluido y de tonalidades más próximas a las de la pasta. A veces aparecen pequeñas molduras o labios triangulares. Este tipo de recipientes presenta cocción oxidante y su diámetro oscila entre los 10-18 cm. Con respecto a los grandes recipientes de almacenaje tipo tinajas, predominan los bordes vueltos y redondeados, con un diámetro que oscila entre los 23-46,6 cm. Suelen presentar algún tipo de decoración, como líneas pintadas en negro, o jaspeado en ese mismo tono. También suele aparecer el labio pintado o bien en negro o en rojo vinoso en su cara externa y en algún fragmento aparecen círculos concéntricos en rojo, acompañados de líneas. Los recipientes de este tipo con un diámetro más pequeño los denominamos «tinajillas» y presentan unos bordes «pico de ánade», triangulares o vueltos y redondeados. Suelen presentar decoraciones pintadas a base de líneas o bandas en rojo o negro. El elevado grado de fragmentación, hace difícil la diferenciación entre tinajillas y ollas, al presentar el mismo tipo de bordes. Podemos adscribir al grupo de las ánforas prerromanas varios fragmentos de paredes gruesas con una clara funcionalidad dedicada al transporte (P.Sev./195). Aparece también un fragmento de asa con arranque de pared que pertenece, por su pasta, a un ánfora proveniente de la Hispania Ulterior, probablemente a una producción de la bahía de Cádiz, una ovoide gaditana (P.Sev/80), fechada a mediados del siglo I a.C. Además aparece un borde moldurado y engrosado al interior, con un diámetro que ronda los 40 cm, que, al no conservar el desarrollo de sus
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paredes, podría corresponder tanto con una tinaja como con un ánfora prerromana (P.Sev./46).
4.2. LAS CERÁMICAS ROMANAS En la excavación del interior del edificio de Pozo Sevilla tan solo se ha documentado un fragmento de cerámica de barniz negro en el nivel superficial. La producción de barniz negro de la colonia latina de Cales se ha revalorizado en los últimos años, sobre todo a través de los estudios de Pedroni (2001). En este sentido se ha dejado de incluir este tipo de cerámica dentro de la denominación de «Campaniense B-oide», utilizada para denominar las distintas producciones que imitaban a las etruscas, consideradas como la auténtica Campaniense B. El fragmento documentado en esta intervención de Pozo Sevilla se corresponde con la fase tardía de su producción, ubicada entre el 90-80 a.C. y el 40-20 a.C. Las características morfológicas de esta cerámica son las siguientes: pasta ocre clara, muy depurada, y con un barniz negro desigualmente repartido. Dicho fragmento se corresponde con parte de la pared del fondo de una pátera. Al no conservarse el pie ni el borde no se puede adscribir el fragmento a una forma concreta, aunque las más comunes en este tipo de producción serían la Lamb.5, Lamb. 5/7 o Lamb. 7. Todas las producciones de terra sigillata documentadas en la intervención realizada al interior del edificio de Pozo Sevilla, se corresponden con producciones tardías de distintas procedencias. Se documenta tanto TSHT, TSHT meridional y probablemente cerámicas africanas (Terra Sigillata Clara A). En esta intervención de Pozo Sevilla se documenta un fragmento que parece corresponderse con las características técnicas de la terra sigillata Africana A (P. Sev./184). Debido a que el fragmento conservado es un galbo indeterminado no podemos adscribirlo a una forma concreta. Por otro lado, en Pozo Sevilla se pueden reconocer TSHT (formaS Drag. 37 tardía, Palol 4, Paz 82 A y Ritt. 8 A). Otras formas probables documentadas son la Palol 13, Hayes 61 A e Hisp. 10. Hay que destacar la existencia de varios fragmentos de TSHT meridional que se corresponden con la forma 9 del repertorio (P. Sev./102 y 104). Aparece la típica decoración a ruedecilla en la que se repiten triángulos formando franjas sobre el fondo de la pieza. Se trata de una fuente que reproduce una forma Hayes 61, lo que le otorga una cronología entre mediados del siglo IV y mediados del V d.C.
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Entre las cerámicas comunes que se pueden adscribir a una producción local o regional se incluyen las formas de cocina, algunas de mesa y también algunas de almacenaje. Consisten mayormente en cuencos, fuentes, ollas, jarras, tapaderas, ánforas o dolia de las cuales se ha hecho una clasificación y estudio preliminar, avanzando las principales líneas caracterizadoras. Parte de los fragmentos de cerámica común exhumados pertenecen a recipientes empleados en la cocina, dentro de los cuales destacan las ollas. Su abundancia en los yacimientos resulta lógica si tenemos en cuenta que constituyen el instrumento de cocina más universal. Son productos de uso cotidiano y escaso coste, adquiridos generalmente en zonas de abastecimiento inmediato. Debe subrayarse que, debido a la enorme variedad de las producciones locales y las asimetrías entre unas regiones y otras, resulta muchas veces difícil encuadrar determinados fragmentos en una u otra forma de las topologías de referencia. Los cuencos son también frecuentes entre los restos cerámicos. Entre los fragmentos que se conservan aparecen fondos con pies indicados y líneas incisas que los decoran o bordes engrosados al interior con unos diámetros que oscilan entre los 16 y los 18 cm (P. Sev./ 30,71,73). Los morteros son uno de los indicadores más precisos para comprobar la adopción de usos alimentarios nuevos por parte de poblaciones indígenas. Han aparecido varios fragmentos identificables con esta forma cerámica en los niveles superficiales (P.Sev./ 51,52 y 85). Sus diámetros oscilan entre los 18-23 cm. Se documentan 2 tipos de bordes, o bien con labio horizontal y engrosado al interior, o bien borde con visera.
4.3. EL MATERIAL NUMISMÁTICO Desgraciadamente, el material numismático aparecido en Pozo Sevilla apareció en su mayoría en los niveles superficiales. Los elementos más representativos son los siguientes: un denario de BOLSKAN con el núcleo de bronce y forrado con lámina de plata (Fig. 5). Se puede fechar en el contexto de la Guerra Sertoriana (82/72 a. C). Como elemento significativo de la ocupación tardía del yacimiento encontramos una Maiorina/medio centenional de Constancio II (César 324-337 d.C. Emperador 337-361 d.C.). Aparecen además varios maravedíes, que indicarían una continuidad en el uso del suelo para labores agrícolas.
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Figura 5. Arriba: proyectiles de honda; denario de BOLSKAN; barrita de plomo. Abajo: ascia de plomo ¿amuleto?
4.4. EL MATERIAL MILITAR Estos materiales aparecen dispersos en el yacimiento por lo que no corresponden a un lote cerrado. En primer lugar, y como eje central del estudio,
se encuentran los glandes o proyectiles de honda (glans fundae) con un total de cinco ejemplares de plomo (Fig. 5). El tipo básico es el bipiramidal de sección cuadrada representado por un ejemplar. Estos proyectiles se fabricaban mediante martilleado o
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bien en molde bivalvo. En este caso está fabricado a molde y posteriormente retocado para retirar las rebabas de fundición. A partir de los moldes de este tipo se han fabricado los siguientes tres proyectiles pero empleando un solo molde, de tal forma que se han obtenido medios proyectiles en cada caso con un perfil similar pero de sección triangular (medio proyectil longitudinal de un bipiramidal cuadrado). Con un único ejemplar se cuenta un cono que se corresponde a su vez a medio proyectil del tipo bicónico. El estado de conservación de los ejemplares es diferente y se encuentra en relación con el lugar de hallazgo. El proyectil bipiramidal apareció al interior del recinto y la conservación es muy buena. El resto aparecieron dispersos en el exterior del recinto, en su parte delantera y presentan, además, deformaciones y marcas de impacto. La tipología y metrología de los ejemplares están en relación con la rapidez de fabricación y el uso al táctico al que se destinaron. Así, por ejemplo, la fabricación de un ejemplar completo lleva más tiempo y requiere más material que la fabricación de los medios proyectiles. Pero también debemos tener presente que el peso de cada proyectil está en relación con la distancia de tiro, a mayor distancia de alcance se requiere un proyectil de mayor peso. En este caso predominan los medios proyectiles lo que indica una preferencia por este tipo. Esto supone una fabricación más rápida, de ahí que la factura de los mismos, en general, sea descuidada, incluso sobrepasando el plomo el molde de fundición, y los pesos sean menores con relación a ejemplares completos, por lo que la distancia de tiro efectivo es menor. Los pesos de esos ejemplares son de 105 gr para el bipiramidal, 34,79 gr, 39,08 gr y 58,51 gr para los medios bipiramidales, y de 32,87 gr para el cónico. Tomando como referencia una onza romana de 22,75 gr (libra de 273 gr), los pesos corresponden a tres series de 1,5 onzas, 2 onzas y 4,5 onzas que se ajustan a tipos conocidos. Los proyectiles de dos onzas se emplearían en distancias medias (50-60 m) y los de 4 onzas o más para distancias largas con un máximo efectivo de 200 m o bien contra personal protegido con armaduras, maquinaria de guerra, etc. Por lo tanto, la mayoría de los ejemplares representados se fundió y empleó para distancias medias. A partir de aquí las conclusiones sobre el material que podemos obtener son las siguientes: — La presencia al exterior del recinto de todos los medios proyectiles, su conservación irregular y las marcas de impacto indican la existencia de su
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empleo en contexto bélico. Con distancias de tiro medias, cabe deducir un ataque a la fortificación. — La presencia del proyectil completo al interior, bien conservado, indicaría que allí se encontrarían almacenados proyectiles y seguramente también se fabricaron. Esto explicaría la presencia de restos de fundición de plomo en el yacimiento, así como la presencia de pequeños lingotes de plomo en forma de barritas (Fig. 5). — La coincidencia en el tipo entre el ejemplar bipiramidal y los medios proyectiles, indica que los proyectiles hallados al exterior fueron lanzados desde el interior como respuesta a un ataque y no al revés. — Los medios proyectiles presentan buenas características balistas y permiten su empleo tanto de forma individual como en parejas. En este último caso su lanzamiento sería más indiscriminado, permitiendo lanzar un mayor número de ejemplares en menor tiempo, es decir, una mayor velocidad de respuesta, pero a costa de rebajar la puntería, por lo que se emplearía en distancias más cortas, menores de los 50-60 m de tiro medio. El hallazgo por lo tanto de todos los medios proyectiles en una franja de 520 m al exterior del edificio, está dando a entender que no estamos ante una batalla entre dos contingentes fuera del edificio sino que responden a una defensa efectiva del mismo. — Esto último explicaría la mayor presencia de medios proyectiles y su factura irregular. Cabe plantear que en el edificio se están fabricando y almacenando proyectiles bipiramidales pero que, ante un ataque próximo, se opta por acelerar el proceso mediante la fundición de un mayor número de proyectiles empleando por separado los mismos moldes con los que se funden los proyectiles enteros, lo que permite duplicar la producción. — El ejemplar cónico plantea una distorsión relativa en el conjunto. La explicación de su presencia sigue las pautas generales de lo dicho con una salvedad, que se puede plantear que forma parte de la dotación de proyectiles del contingente atacante o bien que los honderos destacados en Pozo Sevilla ya lo traían de una remesa anterior y fundieron los siguientes proyectiles de un tipo diferente porque los moldes de que disponían en ese momento correspondían a otro tipo. No disponemos de datos para solventar esta cuestión. Como material singular destaca la presencia en Pozo Sevilla de un pequeño objeto con forma de ascia (hacha y azuela, alcotana) fabricado a partir de una pequeña barra de plomo mediante aplastamiento
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de sus extremos (Fig. 5). Presenta en una de sus caras una serie de marcas en forma de líneas realizadas mediante presión con objeto duro y dispuestas de forma paralela transversales al eje del objeto. Nada indica que la forma general se derive de la realización de cortes aleatorios en una barra/lingote de plomo, por lo que tanto la forma general como las marcas parecen intencionadas. Se tiene constancia del hallazgo de una ascia de bronce en miniatura en el castro de Las Rabas (Cervatos. Cantabria) y que ya desde su hallazgo fue identificada como amuleto (García Guinea y Rincón, 1970: fig. 29.1). Otros materiales metálicos presentes en el yacimiento son barritas de plomo troceadas para su refundición, un peso o lastre de plomo (P.Sev./241), varias láminas de plomo enrolladas que bien pueden interpretarse como lastre para pesca, una argolla decorada perteneciente a arreos de caballo (P.Sev./263), un fragmento de broche de cinturón (P.Sev./268), una contera de funda de puñal tardorromana (P.Sev./237) y un perfumador (P.Sev./284).
4.5. EL MATERIAL CONSTRUCTIVO La excavación de parte del interior del edificio de Pozo Sevilla ha permitido también sacar a la luz una cantidad considerable de material constructivo que permite obtener las características generales del edificio desde su construcción hasta su abandono. Por un lado se han documentado diversos fragmentos de tejas romanas, tanto tegulae como imbrices, no fruto del derrumbe sino del desmantelamiento y abandono del edificio. Han aparecido varios fragmentos de ladrillos romanos que indicarían que, al menos en la época de reocupación del edificio, parte del recrecido de los muros pudo realizarse con dicho material, aunque el tapial sería el elemento principalmente utilizado. En cuanto al tipo de suelo ya nos hemos referido a la documentación de distintas variedades según los ámbitos. Gracias a la documentación de losanges dispersas en distintas unidades estratigráficas, o formando parte de los suelos conservados, podemos proponer un probable suelo originario del edificio, al menos en algunas estancias, realizado a base de dichos ladrillos romboidales. Aparecen en Pozo Sevilla losanges realizadas en cerámica y en piedra, tanto cuarcita como caliza o limo litificado carbonático. Este tipo de pavimentos de opus reticulatum se fabrican, sobre todo, entre mediados del
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siglo I a. C y mediados del siglo I d.C. Destaca su presencia en yacimientos como el Cerro de Alvar Fáñez (Huete, Cuenca) (Castelo et alii, 2000: 115116) o las termas documentadas en el Cerro del Viso (Alcalá de Henares) (Fernández Galiano 1984: 67 y ss.). También se han recogido diversos fragmentos de opus signinum, además del documentado in situ, en algunas otras zonas del yacimiento, material que puede pertenecer tanto a la fundación del edificio como a su reutilización posterior. La mayor parte de los suelos en uso durante la fase de reocupación del edificio están realizados a base de un encachado de pequeñas piedras con mortero de arenisca o marga disgregada. Se documentaron también diversos materiales de decoración arquitectónica, como fragmentos de molduras en yeso y abundantes restos de estucos de diversos colores (rojo, verde y negro) aunque sin figuración. Estos estucos han aparecido fragmentados y diseminados tanto en los niveles superficiales como en los niveles de derrumbe y abandono de varias de las estancias, por lo que puede considerarse que los estucos aún recubrían parte de las paredes en época tardoantigua. En resumen, la cultura material identificada en la campaña de 2010 revela dos momentos claros en la ocupación del yacimiento, en consonancia con los datos proporcionados por la anterior campaña de 2008. La primera fase estaría comprendida entre un momento impreciso del final del período tardorrepublicano, que aparentemente no va más allá de mediados del siglo I a.C., y el siglo I d.C. La segunda fase, que de momento no se pude precisar, refleja el momento terminal del sitio, o más bien una reutilización del mismo, y se fecha entre mediados del siglo III y el siglo IV d.C., perdurando probablemente hasta el V d.C. De entre los materiales pertenecientes a la Fase I se cuenta un abundante número de fragmentos que se pueden adscribir genéricamente al grupo de las cerámicas comunes, muchos de ellos de clara tradición indígena e incluso de factura anterior a la romanización. Hablamos de toda una serie de cerámicas pintadas con bandas polícromas o con áreas «jaspeadas», dentro de las cuales se insertan pequeños recipientes cerrados, cuencos, vasijas, tinajas, u ollas con los denominados bordes en «pico de ánade», con morfologías claramente evolucionadas, y de grandes y pequeños contenedores de cocina de pastas groseras y cocción reductora en su mayoría. Dentro del lote de las cerámicas importadas se puede reconocer un fragmento de barniz negro de Cales de
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la fase tardía de su producción, lo que está en consonancia con los materiales hallados en la intervención previa realizada al exterior del edificio.
5. CONCLUSIONES Las campañas de excavación desarrolladas en el yacimiento de Pozo Sevilla en los años 2008 y 2010 han permitido sacar a la luz la planta de un recinto fortificado fundado en época tardorepublicana y un momento de reocupación fechado en época bajo imperial. Aunque la campaña de 2010 solo ha afectado a parte de la planta del edificio sabemos por la anterior intervención de 2008 que a su alrededor existían restos de otras estructuras, algunas bastante degradadas y una probable cerca perimetral que incluiría el edificio principal y alguna construcción de menor entidad (Fig. 6). La campaña de 2010 ha puesto de manifiesto la magnitud del edificio del que en un primer momento solo se apreciaba su esquina. Mediante excavación y limpieza ha quedado definido el tamaño de dicho edificio, con unas medidas de 30 x 26 m. Se han podido documentar dos de sus lados completos y parte del área interior, el resto queda, de momento, en reserva. Su superficie total sería por tanto de 780 m2. Se ha comprobado la existencia de 15 ámbitos, algunos a través de limpieza superficial y otros por excavación, repitiéndose el modelo de habitaciones y «pasillos» en todo el edificio. En planta también
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parece reconocerse la existencia de, al menos, un patio interior (Fig. 7). Los muros perimetrales tienen una anchura de 2,20 m. El tipo de aparejo que aparece en los muros perimetrales documentados (UEs 3002, 3021 y 3025) es el llamado emplecton, formado a base de sillares careados de grandes dimensiones unidos en seco en las caras interna y externa y en medio un relleno de sillarejo de menor tamaño trabado con tierra. Los sillares de la cara externa son de mayor tamaño que los de la interna, los primeros llegan a medir 2 x 1 metro y los segundos llegan hasta 1 x 0,50 m. En el perfil se han llegado a documentar 4 hiladas con una altura de 1,50 metros continuando hacia abajo, como mínimo una hilada más, aunque fue imposible llegar al final de la cimentación debido al nivel freático. La hilada superior conservada está realizada en su cara externa con sillares de arenisca y en su cara interna por sillares de caliza. El sillarejo de relleno es tanto de arenisca como de caliza. El alzado documentado presenta una técnica de colocación precisa a base de hiladas con sillares muy gruesos alternadas con otros más finos. Las esquinas están trabadas, no existiendo relación de adosamiento entre los muros perimetrales. Los ámbitos interiores están definidos a través de la colocación de mampostería a base de sillares de arenisca y de caliza trabados con tierra. La hilada superior de sillares conservada en casi toda la superficie es de arenisca y el tamaño de los sillares varía
Figura 6. Planta general de las campañas de 2008 y 2010.
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Figura 7. Arriba izquierda. A: Castelo da Lousa (Mourao), según Wahl. B: La Sevillana (Esparragosa de Lares), según Aguilar y Guichard. C: Castelinho dos Mouros (Castro Verde), según Maia. D: El Tesorillo (Teba), según Serrano et alii. E: Cerro del Espino (Torredelcampo), según Choclán. F: Castelo de Chaminé (Castro Verde), según Maia. G: Castello dos Namorados (Castro Verde), según Maia. H: Castelo do Manuel Galo (Mértola), según Maia. Casas fuertes romanas (en Moret, 1999: 60, fig.2). Abajo izquierda. A: Nekromanteion de Ephyra (edifi cio central), según Dakaris. B: borreum Ostia (regio IV, insula V), según Rickman. C: Posta Crusta (Ordona, Apulia), según Boe. D: Villa Sambuco (San Giovenale, Etruria), según Mc Kay. Derecha. Reconstrucción hipotética de Pozo Sevilla.
en cuanto a su anchura (entre 65 y 90 cm), y en cuanto a su longitud (entre 40 cm y 1,5 m). Bajo esa hilada aparece un sillarejo de caliza más irregular. Hay que destacar en cuanto al grosor de los muros que únicamente uno de ellos llega a los 0,90 m y otro a 0,80 m, estando el resto comprendidos en unas medidas regulares, entre los 0,65 y los 0,75 m. Esto lo podemos achacar a que los más anchos pudieron ser muros de carga. El suelo documentado en las habitaciones excavadas está realizado a base de un encachado de piedra caliza y cuarcita de pequeño tamaño con mortero de arenisca o marga disgregada. Solo en los ámbitos 10 y 11 aparece cal formando parte del mortero. Estos suelos se adosan a los muros y aparecen a 40 cm de
su parte superior en toda la zona excavada, es decir, en la cota de la última hilada conservada, la de arenisca. Dicho suelo se corresponde con la fase de reocupación del edificio en época bajo imperial aunque aparecen elementos diseminados, losanges, que permiten proponer que en su origen algunas de las estancias pudieron estar pavimentadas a base opus reticulatum. También aparecen restos de opus signinum. Como se ha visto, las características constructivas del edificio muestran una estructura rectangular con muros perimetrales de considerable grosor. La robustez de la construcción hace pensar en un edificio con un originario uso militar. En la bibliografía no hay unanimidad a la hora de clasificar tipológicamente estos recintos fortifica-
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dos. En la mitad meridional de la península apenas se conocen actualmente dos grandes grupos de asentamientos que poseen estructuras semejantes: los fortines y los llamados «recintos-torre» o «casas fuertes». En lo que concierne a los fortines, el concepto puede definir con alguna claridad un tipo de yacimientos donde son evidentes y fáciles de identificar las afinidades con la arquitectura militar: muros externos de gran grosor, reducida dimensión del área ocupada, ubicación topográfica en sitios de fácil defensa y/o con amplio dominio visual, etc. Esta designación fue igualmente aplicada a realidades similares identificadas en Extremadura (Rodríguez Díaz y Ortiz Romero 1989) y a los conocidos castella de la Lusitania meridional (Maia y Maia 1996). El área de ocupación suele ser reducida, con superficies entre los 500 y los 1500 m2. En términos arquitectónicos, se puede divisar en este tipo de asentamientos la presencia constante de una construcción de planta cuadrangular ubicada en un paraje dominante, localizada en el extremo más elevado del mismo, y controlando el acceso al interior del área ocupada. El desarrollo en altura de este tipo de edificios podría contener más de una planta, hipótesis que además de lógica es coherente con el propio concepto de torre. Aspecto habitual y común a este tipo de asentamientos es el de su localización en un punto estratégico de un territorio. Se asume como estratégica en la medida en que ocupan lugares claves de cara al control de un determinado territorio o para la defensa interna del mismo. Morel identifica este tipo de construcciones en la Bética y la Lusitania en 4 sectores diferenciados: 1) El Alentejo: serra do Caldeirao; 2) comarca de la Serena (Badajoz); 3) comarca de la Carolina (Sierra Morena); 4) campiña del alto Guadalquivir (Córdoba y Jaén). En este sentido el paralelo más claro con Pozo Sevilla lo encontramos en el yacimiento de Castelo da Lousa (Mourao, Évora) (Wahl 1985; Gonçalves y Carvalho 2004). Dicho edificio tiene unas dimensiones de 23,5 x 20 m, con muros exteriores de pizarra con 2 m de espesor. Posee una única puerta de acceso orientada al este. El interior se distribuye en diversos compartimentos de dimensiones distintas, alrededor de un patio central, en cuyo centro se abre una cisterna de 8 m de profundidad. En este yacimiento se ha obtenido una cronología diferenciada en dos épocas: Finales del s. II a.C./inicios s. I a.C. en la plataforma NO y segundo cuarto del siglo I a.C./cambio de era. Cronología atribuida al núcleo principal del yacimiento y abandonado de forma
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premeditada y sin convulsiones en el cambio de era. Sus excavadores sugieren el abandono como resultado de una nueva lógica de explotación del territorio, con el reordenamiento provincial augusteo que volvía obsoleto el mantenimiento de este tipo de establecimientos. Para Moret (2004: 13-29) los fortines republicanos tienen un origen italiano, basado en dos modelos: — Domus con atrium: modelo difundido ampliamente a principios del siglo I a.C. en la Hispania Citerior (Ampurias y Caminreal), medio siglo más tarde en Castelo da Lousa, adaptado a un contexto rural. Para Moret no es defensivo, sino en relación con el aislamiento térmico de los graneros y para dar un zócalo firme a la parte superior de la casa que serviría como zona de residencia. Aunque este edificio pudiera ser utilizado como refugio en casos de peligro no cree que fuera ese el sentido original. — Casa rural sin patio central: casas y graneros de planta tripartita. Excepto Castelo da Lousa todas las casas fuertes tienen una planta muy sencilla, un eje longitudinal único con cuartos alineados a ambos lados de un corredor medianero que atraviesa todo el edificio. El origen de esta planta se encuentra en la arquitectura rural de finales de época republicana. Sin embargo, el modelo italiano de casa rural no basta para explicar las singularidades de las casas fuertes hispánicas. Algunas son más parecidas a los horrea romanos (granero tripartito de origen helenístico) tal como se puede apreciar en la planta del horreum de Ostia. Estas casas fuertes presentan aparejos de los zócalos heredados de la arquitectura rural italiana: por un lado despieces acabados, rectangulares, almohadillados y con listel angular (opus cuadratum) y por otro, aparejos muy bastos, con piedras de gran tamaño y aspecto grosero. Otro problema es el de la función de las casasfuertes, ya que se consideran objeto de un hábitat permanente (se descarta una ocupación temporal ya sea militar o agrícola). En Portugal esta ocupación permanente se pone en relación con centros mineros y en Andalucía se le otorga un carácter agrícola (cereal y olivo). Por tanto existen tres hipótesis acerca de la funcionalidad de estas estructuras: defensiva, agrícola y minera. Así, por ejemplo, para las casas-fuertes del suroeste de la Península se ha supuesto una fundación dependiente del bandolerismo lusitano del segundo cuarto o mediados del siglo I a.C. Sin embargo, las ubicadas en Córdoba y Jaén, datadas en el siglo I d.C., han sido interpretadas como signo
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de ostentación del poder económico del possesor y no como estructura de defensa. Además, varias casas de Córdoba y del Bajo Alentejo no poseían puerta de entrada en la planta baja ya que servirían de almacén o granero. Por último, las casas-fuerte ubicadas en la zona comprendida desde el Alentejo hasta Extremadura y Sierra Morena han sido relacionadas con diversas actividades mineras. En lo relativo a los «recintos-torre», su funcionalidad sigue sin dilucidarse por completo, sobre todo debido a la ausencia de excavaciones sistemáticas. Las características arquitectónicas y la implantación topográfica permiten, sin embargo, arrojar alguna luz sobre esta cuestión. Destaca, en primer lugar, la imponencia del paramento y técnica constructiva, lo que les confiere un aspecto fortificado de tipo turriforme bastante coherente con una probable función defensiva o de vigilancia. La utilización de un aparejo de grandes dimensiones, con bloques generalmente poco trabajados pero que conforman una estructura bastante sólida y de ejecución aparentemente expedita, podría apuntar hacia períodos de gran inestabilidad en los cuales se justifica la construcción rápida de estructuras robustas por motivos defensivos. Por otra parte, el uso de un aparejo de gran dimensión podrá derivar también de la economía de la materia prima. Por otro lado, a diferencia de los fortines, los recintos-torre suelen ir emplazados cerca de territorios aptos para la producción agrícola. Los fortines, por el contrario, se ubican sobre todo en terrenos pobres y agrestes, en los que primaría más la situación estratégica del punto geográfico que el factor económico de explotación del territorio. De igual modo, estos dos «modelos» suelen corresponderse con distintos modelos de implantación y con distintos objetivos de integración y de explotación del espacio circundante. En el caso de los fortines es relativamente fácil presumir una función de control territorial, en ocasiones quizá relacionada también con actividades mineras o metalúrgicas, mientras que para los recintos-torre es más difícil atribuir una funcionalidad determinada. En cualquier caso, lo que suelen compartir ambos es que la «torre» se encuentra acompañada a menudo de otras construcciones de menor entidad que pueden ser interpretadas como estructuras habitacionales y/o de apoyo a las actividades desarrolladas en la propia torre. A pesar de que una función con carácter principalmente civil para este segundo tipo de estructuras no parece en principio acorde con un aparejo de grandes dimensiones, su ubicación en ligeras elevaciones
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del terreno en áreas de relativa llanura, por lo general cercanas a terrenos aptos para la producción agraria, puede ser indicio de una relación entre la explotación del territorio y una posible inestabilidad. En efecto, este tipo de estructuras parece evidenciar una situación de inseguridad en la región entre finales de la Republica y el inicio del Imperio, reflejo quizá de la propia dinámica de integración del elemento indígena dentro de la economía romana. Asimismo, si existe una realidad arquitectónica que pueda representar a las fincas o villae fortificadas, ésa es sin duda la de los «recintos-torre», tal y como defiende P. Moret (1995) para este tipo de estructuras en la Bética. En el entorno de estos particulares edificios es frecuente encontrar amplias villae, en cuya estructura están ocasionalmente integrados recintos de este tipo como edificaciones de prestigio. Sin embargo, no parece que este haya sido el móvil de su construcción. Naturalmente, tal hecho no imposibilita el hecho de que hayan sido integradas a posteriori dentro de las estructuras de una villa. La integración de varias de estas estructuras de tipo torre en posteriores estructuras agrarias de tipo villae surgió muy probablemente en la secuencia de la explotación del territorio con este tipo de instalaciones típicamente romanas. Tal podría ser el caso del yacimiento de Pozo de Sevilla, documentado por la presencia de algunas pequeñas estructuras y materiales atribuibles a los siglos III-V d.C., halladas en excavación, y la presumible presencia de una villa de mayores dimensiones al norte del edificio excavado y localizada por prospección siendo evidente la elevación artificial del terreno a base del derrumbe de los materiales constructivos. Uno de los principales problemas para el estudio de este tipo de construcciones es el de su cronología. La periodización de estos establecimientos es harto problemática teniendo en cuenta la relativa escasez de excavaciones arqueológicas que, en el mejor de los casos, vienen a cubrir un período muy concreto, que, en términos generales, no suele ir más allá de la primera centuria antes de nuestra era. Existen, es cierto, algunos ejemplos que parecen avalar la presencia de este tipo de construcciones ya en el mundo ibérico y durante la dominación bárquida (Puig Castellet, en Lloret de Mar, Gerona; casa fuerte de El Perengil, en Vinaroz, Castellón y la torre-granero de La Gessera, en Caseras, Tarragona) (Oliver 2004), con una cronología que abarca entre 250-200 a.C. Más dudosos son los ejemplos de La Coronilla de Cazalilla y la fase I de El Higuerón (Carrillo 1999: 59) que no parecen haber sido sino poblados fortificados (Castro 2004:
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123-125). Esto no invalida en absoluto la existencia de torres aisladas e incluso casas-fuertes en la Bética para el siglo III a.C., aun cuando no podamos saber su aspecto real, función o filiación cultural, pues a este respecto el testimonio de Tito Livio es de por sí concluyente (Moret 2004: 25). En los últimos años se han excavado, además, varios castella tardorrepublicanos en el noroeste murciano. Aunque son estructuras militares poligonales y ubicadas en alto, los Castella del Cerro de las Fuentes de Archivel y de la Cabezuela de Barranda (Brontons y Murcia 2006 y 2008; Brotons, Murcia y García 2004,2005, 2006 y 2008; LópezMondéjar 2009), se insertan en un contexto muy concreto, las guerras civiles entre los partidarios de César y Pompeyo, pudiendo quizás formar parte de la instalación de una línea defensiva y de control del eje de comunicación con tierras andaluzas (LópezMondéjar 2009: 98). Sin duda es a partir del siglo I a.C., es decir, en el momento en que la dominación romana está prácticamente completada en buena parte del territorio peninsular, cuando parece hacer eclosión este fenómeno. Se han apuntado diferentes causas para explicar este repentino auge de las fortalezas y recintos fortificados, que Moret (2004: 24-28) resume como factores principales: — La inseguridad y bandolerismo que se adueñó del territorio hasta los años 40 a.C. provocados por el final de las guerras sertorianas. En las zonas agrícolas era fundamental la guarda y custodia de los bienes y cosechas, mientras que en las zonas mineras se establecerían como puestos de vigilancia y defensa (Torres-Gutiérrez 2004). — La influencia de los modelos itálicos: casas rectangulares compactas y villas de aspecto fortificado, de las que Séneca llegará a decir scies non uillas esse, sed castra. Esta influencia de los modelos itálicos perdurará más allá del cambio de era, llegando hasta mediados del siglo I d.C., debido a factores ideológicos vinculados al propio fenómeno de romanización que impone, también en el ámbito rural, una determinada arquitectura de prestigio y poder: la casa-torre o casa-fuerte. En algunas áreas, como la campiña del valle medio del Betis, la casafuerte parece haberse impuesto como alternativa a la domus urbana, preparando el camino a las villae, un tipo de residencia más en consonancia con la idea de urbanitas que ansían las élites provinciales a partir ya del Principado. Se ha postulado también la aparición de un nuevo modelo de poblamiento rural caracterizado por
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un aumento del hábitat disperso que, en relación con lo dicho anteriormente, debe hacer frente a la inseguridad del medio rural de época tardorrepublicana. En este sentido, el yacimiento de Pozo Sevilla podría ser un buen ejemplo de este tipo de yacimientos. En conclusión, Pozo Sevilla podría englobarse entre los ejemplos de fortines basados en las domus con atrium romanas. Las estructuras documentadas en el yacimiento de Pozo Sevilla y la cronología de los hallazgos en un período tardorrepublicano avalaría, al menos de modo hipotético, la existencia de una construcción de esas características relacionada con la puesta en explotación del territorio circundante, así como con el clima de inseguridad creado en la primera centuria antes del cambio de era. En este sentido, el material metálico, representado principalmente por proyectiles de honda, parece avalar un cierto carácter castrense del establecimiento, dentro de un contexto de creciente colonización en el territorio por parte de de elementos latinos. La tipología de los proyectiles no ofrece de por sí una cronología concreta. Es cierto que los ejemplares documentados en Pozo Sevilla forman parte de tipos ya conocidos, si bien presentan el problema de que están representados de forma casi testimonial entre los hallazgos peninsulares. El paralelo más cercano para el conjunto de Pozo Sevilla se encuentra en los proyectiles hallados al pie del agger de Los Villaricos (Mula, Murcia). Este conjunto, representado por un ejemplar cónico (medio proyectil) y otro bipiramidal de sección cuadrada, se ha relacionado con algún episodio del Bellum Civile que tendría por objeto el ataque al oppidum de Asso. Dentro de este contexto histórico no es imposible que Pozo Sevilla se viera envuelto en algún tipo de episodio bélico relacionado con las guerras sertorianas (82-72 a.C.) o, más probablemente —dada la ausencia de noticias referidas a este conflicto en esta zona— con la guerra civil entre César y los hijos de Pompeyo (54-44 a.C.), lo que podría explicar el nivel de incendio documentado en el exterior en la campaña de 2008. Indicativo de ello podría ser también la aparición de un denario forrado de la ceca de bo.l.s.ka.n. (CNH 212.13, DCP 9) que se viene identificando como militar romano dentro de ese mismo contexto histórico. En esta misma línea argumental, hay un segundo dato que permite proponer que se relacione el conjunto de proyectiles: su situación a escasos 8 km del campamento romano de El Real, en Campo de Criptana (Martínez 2011). El Real es un campamento de campaña (castra aestiva) que cuenta con dos fases o
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momentos de ocupación. En un primer momento se establece un campamento de planta cuadrada ligeramente alargada con un área de 5,8 ha que puede albergar a un considerable contingente. El diseño general corresponde a un campamento republicano romano en relación con el vecino Cerro de la Virgen de Criptana. En este último se ha documentado ocupación ibérica, siendo probablemente el principal núcleo de población del entorno. BIBLIOGRAFÍA ESPECÍFICA DE POZO SEVILLA M ORÍN DE PABLOS , J., R OBERTO DE A LMEIDA , R., B ARROSO C ABRERA , R. y L ÓPEZ F RAILE , F.J. 2012: El yacimiento de Pozo Sevilla (Alcázar de San Juan, Ciudad Real), I Reunión científica. Los paisajes rurales de la romanización: Arquitectura y explotación del territorio (Badajoz, 2008), Madrid, 287-321. MORÍN DE PABLOS, J. (ed.) 2013: Pozo Sevilla (Campañas 2008-2010). Una casa-torre en La Mancha, Madrid.
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Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Reunión científica. Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal), 24-25 mayo, 2012.
MONTE DOS CASTELINHOS-VILA FRANCA DE XIRA: UM SÍTIO SINGULAR PARA O ESTUDO DA ROMANIZAÇÃO DO VALE DO TEJO João PIMENTA e Henrique MENDES, Museu Municipal Vila Franca de Xira
Resumo: O objetivo do presente trabalho é apresentar à comunidade científica o projeto de investigação desenvolvido em torno do sítio arqueológico de Monte dos Castelinhos. Apesar de esta investigação ainda se encontrar em curso, o quadro de problemáticas que têm vindo a despoletar, permitem afirmar estarmos perante um sítio singular para o estudo do processo de conquista e romanização do vale do Tejo. Summary: The aim of this work is to present to the scientific community the research project developed around the archaeological site of Monte Castelinhos. Although this research is still in progress, the problems that we have been facing, allow us to say we are leading with a importante site for the study of the process of conquest and Romanization of the Tagus Valley. Palavras-chave: Romano-republicano, Arquitectura, urbanismo, exército. Key words: Roman-Republican, Architechture, urban planning, army.
1. INTRODUÇÃO O trabalho de investigação que o Museu Municipal de Vila Franca de Xira tem vindo a desenvolver nos últimos anos, permitiu alicerçar uma visão de conjunto acerca do potencial arqueológico do concelho. Os seus resultados permitiram incrementar um programa de estudo para o município, tendo como eixo diretor a ocupação humana ao longo da Via Olisipo - Scallabis. A implantação geográfica do atual território de Vila Franca de Xira foi determinante para o seu desenvolvimento ao longo da história. Atravessado por duas das principais vias de comunicação da antiguidade, no extremo ocidente peninsular, o rio Tejo e a estrada natural paralela a este, contribuíram para que desde épocas remotas, este fosse percorrido por comunidades humanas que ao longo de
milhares de anos foram deixando marcas da sua passagem e do seu progressivo assentamento enquanto comunidades. A análise cuidada da cartografia arqueológica do território do município levou-nos a salientar entre eles, a importância do Monte dos Castelinhos (Quinta da Marquesa – Castanheira do Ribatejo), enquanto estação arqueológica mais representativa e com maiores possibilidades de desenvolver um programa de estudo bem estruturado.
2. HISTÓRIA DA INVESTIGAÇÃO As primeiras referências documentais em torno do sítio de Monte dos Castelinhos, não referem quaisquer vestígios arqueológicos, mencionando apenas, a existência de uma importante propriedade
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agrícola na posse de Dom Pedro Afonso de Avelar em meados do século XVI, que englobava toda a área do povoado. Esta antiga propriedade é adquirida pela família Goês em 10 de Janeiro de 1887, sendo então efetuadas grandes plantações de vinha e olival. Datam desta época, de grandes alterações na exploração agrícola da propriedade, as primeiras referências a achados arqueológicos e vestígios de fortes estruturas (Henriques 1997: 57). Ainda que não nos tenha chegado qualquer notícia escrita, referências indiretas mencionam que o incansável investigador de Alenquer, Hipólito Cabaço, terá aqui efetuado prospeções em meados dos anos trinta do século passado (Parreira 1989-1990). No acervo do Museu de Alenquer, guarda-se ainda uma pequena mas significativa coleção de materiais arqueológicos aqui recolhidos. Nos anos 80 do século passado, Barreto Domingos e Fernando Gomes do Museu de Alenquer efetuaram prospecções extensivas na Quinta da Marquesa, que revelaram um vasto habitat fortificado, com vários troços de muralha visíveis (Gomes e Ponte 1984). Partindo do espólio então recolhido à superfície propõem a existência de uma ocupação da Idade do Ferro e posteriormente durante o domínio romano. No decorrer dos trabalhos de levantamento e inventário do património de Vila Franca de Xira, efetuados por Rui Parreira nos finais dos anos oitenta, levaram este investigador a sublinhar a importância do Monte dos Castelinhos durante a Idade Média «(…) de acordo com materiais observados durante a batida de campo, o local deve ter desempenhado um papel de relevo na defesa da linha do Tejo». (Parreira 1989-1990: 82). Ao iniciarmos a nossa abordagem a este sítio arqueológico tivemos o ensejo de contatar com um colega investigador, José Norton, que guardava consigo uma importante coleção de materiais arqueológicos aqui recolhidos em inícios dos anos oitenta. Dessa profícua colaboração resultou um primeiro trabalho sobre esta estação e um gizar do primeiro quadro de problemáticas sobre a mesma (Pimenta, Mendes e Norton 2008).
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ga foz do rio Grande da Pipa, na freguesia de Castanheira do Ribatejo, concelho de Vila Franca de Xira, situando-se hoje em dia a cerca de dois quilómetros e meio da margem direita do rio Tejo (Fig. 1). Esta extensa estação, com mais de 10 hectares, encontra-se numa área de portela de ligação natural entre as margens do Tejo e o interior da Península de Lisboa, através do Vale do Rio Grande da Pipa (Pimenta e Mendes 2012). As características da sua implantação, com ampla visibilidade, e defensibilidade natural levam a que a sua localização assuma uma posição geoestratégia de controlo de uma zona de fronteira natural. Em frente a Castelinhos encontra-se uma extensa zona de alagadiça onde correm três importantes linhas de água subsidiária do Tejo, o rio Grande da Pipa, o rio de Alenquer e o rio da Ota. Como referimos, o sítio de Monte dos Castelinhos, afigurava-se à partida como uma estação arqueológica com potencialidades para desenvolver um projeto de investigação a longo prazo. De fato as suas características ecológicas e ambientais, a sua ampla visibilidade, a facilidade de acessos, assim como o dado de aparentemente se encontrar abandonado desde o período medieval, conferem a esta estação características invulgares.
3. O PROJETO DE MONTE DOS CASTELINHOS: UM DISCURSO EM CONSTRUÇÃO O sítio arqueológico de Monte dos Castelinhos ocupa um extenso morro calcário sobranceiro à anti-
Figura 1. Localização do Monte dos Castelinhos na península Ibérica em geral e no vale do Tejo em particular, com a localização dos dois principais núcleos urbanos.
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Figura 2. Localização do Monte dos Castelinhos na Carta Militar de Vila Franca de Xira 1: 25.000, Folha n.º 390.
Figura 3. Vista geral do sítio com o Tejo em fundo.
Tendo por base o estudo das colecções antigas provenientes do sítio, ensaiámos um primeiro quadro de problemáticas, que conduziu à apresentação de um projecto de PNTA ao IGESPAR (2008/2009).
Esta primeira fase dos trabalhos desdobrou-se em duas campanhas de escavação durante os meses de Julho e Agosto de 2008 e 2009. Os resultados destas primeiras sondagens arqueológicas revelaram-se bastante positivas a diversos níveis. As cinco áreas de leitura efectuadas, em distintos pontos do povoado, permitiram verificar estados de conservação desiguais a nível do subsolo, fruto das diferentes utilizações agrícolas do espaço. Concluída a primeira fase do projecto, pode-se afirmar, que estamos perante um sítio de uma riqueza ímpar. O estado de conservação das suas estruturas arqueológicas, a coerência da estratigrafia, assim como as problemáticas que têm vindo a ser levantadas decorrentes da escavação efectuada até ao momento, levou-nos a encarar Monte do Castelinhos como um sítio singular para o estudo do processo de romanização no vale do Tejo. Chegados a esta fase, o Museu de Vila Franca de Xira, teve que ponderar o que fazer com este sítio e
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com este projecto. Entenda-se, as questões que colocámos à partida, estavam aferidas e fomos confrontados com um sítio realmente invulgar e com uma coerência e leitura arquitectónica que merecem a nosso ver outro investimento. Perante esta relevância, decidiu-se avançar com uma segunda fase na investigação em torno do sítio, no âmbito de um projecto plurianual de investigação (PNTA) do Museu Municipal de Vila Franca de Xira aprovado pelo IGESPAR —«Monte dos Castelinhos: Povoamento e dinâmicas de ocupação em época romana republicana no vale do Tejo». Este PNTA apresenta-se como um programa de arqueologia em construção, no âmbito da política do Museu Municipal de Museu de Território. O Monte dos Castelinhos pretende-se desenvolver, como um pólo descentralizado do próprio Museu, dando início a um programa em continuidade de salvaguarda, investigação e valorização desta estação arqueológica.
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4. A SEQUÊNCIA ESTRATIGRÁFICA DO MONTE DOS CASTELINHOS Tendo em conta os resultados dos trabalhos de prospecção, abriram-se cinco áreas de sondagem em distintos pontos do sítio arqueológico. Estas tiveram objectivos específicos correlacionados quer com a percepção do sistema defensivo (Sondagem 1 e 2) quer com, numa primeira fase, a obtenção de leituras estratigráficas. Na área da Sondagem 4, os resultados obtidos com a campanha de 2008, conduziu a que tivéssemos investido no aprofundamento da sua leitura, tendo conduzido a que de uma área inicialmente aberta de dois metros por dois fosse progressivamente alargada ao longo de cinco campanhas, para uma escavação em área, com cerca de 300 metros quadrados. Ao contrário do que esperávamos à partida, esta zona com uma inclinação muito acentuada, revelou-
Figura 4. Levantamento topográfico do Monte dos Castelinhos com a localização das áreas de sondagem.
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se bastante profícua com contextos e estruturas bem preservados. A nível da metodologia de escavação, implementou-se uma leitura em open-area seguindo os conceitos definidos por Philip Barker, (1986, 1989). Esta opção visava tentar recolher o máximo de informação possível numa óptica de leitura diacrónica. A leitura estratigráfica seguiu a remoção das unidades estratigráficas pela ordem inversa da sua deposição tendo o seu registo seguido a proposta de Harris (1989). As diversas características da unidade foram recolhidas em ficha elaborada para o efeito, tendo a sua sequência e correlações sido inserida em matriz de Harris (1989). A área da Sondagem 4, foi quadriculada em toda a área que se pretendia abrir. Os quadrados de dois metros por dois foram orientados ao norte geográfico e numeradas com uma sequência alfa numérica. À medida que se foram removendo as unidades e nos deparámos com espaços arquitectónicos bem definidos, a metodologia de escavação adaptou-se e passou-se a escavar por ambientes. Uma vez removida a camada de superfície composta pela deposição de material orgânico, deparámo-nos com diversos interfaces correspondendo a estruturas negativas. A sua escavação revelou tratarse de diversas valas e uma fossa correspondendo a momentos de roubo de pedra. Este momento corresponde já ao período alto imperial encontrando-se bem datado de inícios do século I d.C. pela presença de Terra Sigillata itálica. Uma vez removidos estes níveis, verificou-se a existência de uma extensa unidade que cobre prati-
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camente todas as estruturas, este nível de espessura variável resulta dos derrubes e decomposição das paredes de adobe e taipa, consequência do prolongado abandono do sítio encontrando-se estes profundamente alterados pelos agentes atmosféricos. Ao levantarmos esta unidade, deparámo-nos com um conjunto de estruturas pétreas em clara articulação funcional em excelente estado de preservação. A análise da sua planta permite identificar distintos edifícios e áreas de circulação obedecendo a um plano predefinido de cariz ortogonal, que denotam um elevado padrão de romanização. O esforço para implantação deste urbanismo é assinalável, visto estarmos perante uma área de encosta com forte pendente. Para vencer este desnível os diversos compartimentos foram construídos em socalcos sucessivos, tendo os níveis calcários de base sido escavados para o efeito. A escavação do interior destes compartimentos revelou uma estratigrafia muito clara, que permitiu registar um momento de abandono brusco e repentino deste conjunto urbano. Identificaram-se níveis correspondendo ao colapso de estruturas pétreas e de adobe, assim como estratos de derrube dos respectivos telhados. A análise dos níveis de colapso dos telhados revela uma solução de cobertura já tipicamente romana, com tegulae e escassa imbrex, assentando sobre vigas de madeira, das quais recolhemos diversos elementos metálicos (pregos, taxas e cavilhas). Sob estes derrubes correspondendo elementos estruturais, identificou-se um nível de abandono, onde foi possível registar diversas peças cerâmicas fragmentadas em conexão, assentando diretamente sobre os pavimentos.
Figura 5. Planta simplificada da escavação da Sondagem 4, com a localização dos ambientes.
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Figura 6. Perfil da escavação da Sondagem 4.
Figura 7. Fotografia geral da área intervencionada.
Figura 8. Fotografia geral da área intervencionada.
A adicionar a este cenário, de abandono/destruição, a escavação destes níveis permitiu identificar diversos elementos de armamento militar itálico compatíveis com um cenário bélico. Entre os materiais identifica-se glandes de chumbo, uma ponta de pilum, uma bala de catapulta em arenito assim como diversos elementos de equipamento militar. Destaca-se pela sua singularidade, um scutum, perdido sobre os níveis de abandono identificados no ambiente 1. A sua escavação cuidada permitiu identificar todas as suas componentes metálicas não perecíveis, sendo possível a sua reconstituição (Fig. 12). O estudo do espólio exumado, nos níveis de abandono/destruição registados nos ambientes escavados, permitem afirmar que este sector do povoado foi alvo de um abandono brusco e sincrónico, pouco tempo depois de ter sido edificado (Pimenta e Mendes 2012). O estudo das cerâmicas importadas, nomeadamente as cerâmicas campanienses, as paredes finas,
lucernas, as ânforas e a cerâmica comum, leva-nos a sublinhar a homogeneidade do espólio exumado e das suas associações formais. A cerâmica Campaniense encontra-se bem representada com produções da B - calenas, cerâmicas campanienses em pasta cinzenta, e imitações em cerâmica cinzenta reproduzindo formas destes serviços (Fig. 9). A associação entre cerâmica campaniense B das formas Lamb. 1 (F. 2300), Lamb. 3 (F. 7500) e Lamb. 5/7 (F. 2230-80) (Morel 1981), leva a que nos pareça evidente estar perante um conjunto de produções, enquadrado grosso modo em meados do século I a.C. O facto destas produções, se encontrar a par de cerâmica campaniense em pasta cinzenta, essencialmente das formas Lamb. 5/7 (F. 2230-80) e produções normalmente tidas como imitações em cerâmica cinzenta das formas Lamb. 2, das páteras Lamb. 5/7, Lamb. 16 e Lamb. 19, permite atribuir uma cronologia segura de meados da segunda metade do século I a.C. a estes contextos de abandono.
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A presença de paredes finas encontra-se particularmente bem atestada, com produções itálicas das formas 2, 3 e 8 C de Mayet, com cronologias seguras entre os inícios do século I a.C. até Augusto (Arruda e Sousa 2003) (Fig. 10). As Lucernas, apesar de muito fragmentadas, encontram-se presentes em praticamente todos os compartimentos e áreas de circulação. Do ponto de vista tipológico coexistem formas de tradição helenística com Lucernas Itálicas do tipo Dressel/Lamboglia 2 (Pereira 2008) (Fig. 10). O conjunto de ânforas romanas identificado nestes níveis de abandono é assaz relevante e significativo (Fig. 11). Não sendo aqui o lugar de apresentar o já extenso conjunto, importa reter em linhas gerais o panorama das importações. O abastecimento de produtos alimentares em ânforas é dominado esmagadoramente pelas importações provenientes do vale do Guadalquivir. As ânforas documentadas evidenciam uma grande variedade morfológica indo de encontro ao quadro tipológico recentemente proposto por Rui Almeida (Almeida 2008). Encontram-se presentes praticamente todos os tipos recentemente sistematizados (Garcia Vargas, Almeida e González Cesteros 2011), evidenciando um claro panorama de importações centrado entre o fim do segundo e meados do terceiro quartel do século I a.C. Entre as ânforas com esta proveniência destaca-se a presença de ânforas da Classe 67, e os contentores da forma Ovóide 4. Completando este quadro de importações do sul peninsular, surgem-nos diversas ânforas destinadas ao transporte dos preparados piscícolas da área de Cádis. Estão presentes as ânforas ovóides Gaditanas, assim como os primeiros modelos das formas Dressel 7/11 e Dressel 12 (Garcia Vargas 1998). Por último as ânforas de produção Lusitanas encontram-se já representadas no momento de abandono/destruição do sítio (Pimenta no prelo). A sua presença nestes contextos bem definidos, atesta de uma forma categórica o início da produção de ânforas de tipologia romana no ocidente peninsular em época tardo-republicana. Trata-se de um conjunto de fragmentos de bocais moldurados e fundos que, pelas suas características formais, se aproximam das primeiras produções de ânforas da Baetica, principalmente das Haltern 70, Classe 67 e do mundo das Dressel 7/11 (Morais e Fabião, 2007). Do ponto de vista da cronologia, a ausência de ânforas Itálicas, é um dado a ter em conta. De facto,
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o abrandamento e mesmo a diminuição brutal da importação das ânforas vinárias itálicas do tipo Dressel 1 encontra-se bem datado para a Gália, sendo claro aí que as ânforas itálicas presentes em contextos da segunda metade do século I a.C. são residuais e que as importações destes contentores abrandam rapidamente cerca de 40 a.C. (Desbat 1998). Esta leitura vem no encontro do «primado do princípio do ‘vizinho mais próximo’; isto é, da valorização da proximidade geográfica no abastecimento» (Fabião 1998: 674). Outro dado surpreendente e mais difícil de explicar é o da ausência de ânforas do Tipo Mañá C2b, Rámon T. 7.4.3.3., tanto mais, porque estas ânforas encontram-se atestadas até contextos de época augustana (Sáez Romero 2008). Estaremos a assistir nestes contextos à sua substituição por novas morfologias? Identificou-se ainda um interessante conjunto de metais, que se encontra em fase de tratamento e restauro para poder ser estudado, dos quais se destaca uma série elementos de baixela tardo republicana em bronze como uma asa do tipo Piatra Neamt, uma asa de simpulum assim como diversos numismas. Para a questão da cronologia, interessa ainda referir, a descoberta de um conjunto de fíbulas em bronze das quais foi possível de momento desenhar dois exemplares. O n.º 40 poderá corresponder a uma fíbula Alésia Pré-Aucissa com cronologias entre os meados do século I a.C. e Augusto (Miguez 2010) e o n.º 41 corresponde a uma fíbula em ómega que sendo comuns em contextos do século I a.C. evidenciam uma lata cronologia até meados do século III d.C. (Miguez 2010). Perante as associações de materiais importados que acabámos de apresentar, torna-se plausível uma ocupação/abandono centrada em meados da segunda metade do século I a.C. (50/30 a.C.).1 As associações de material cerâmico recolhido, encontram bons paralelos em contextos do século I a.C. no território português. Quer em sítios de cariz militar, como o acampamento romano da Lomba do Canho em Arganil (Fabião 1989), a Alcáçova de Santarém (Arruda e Almeida 2000; Viegas 2003; Bargão 2006; Almeida 2008), O Acampamento
1 Esta proposta de cronologia apesar de se afigurar verosímil ainda é provisória e poderá sofrer afinações, visto o estudo exaustivo dos materiais datantes encontrar-se em curso. Entre estes destaque-se o conjunto de numismas que se encontra em processo de limpeza.
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romano de Alto dos Cacos (Pimenta, Henriques e Mendes 2012); o Pedrão – Setúbal, (Soares e Silva 1973, Fabião 1998) e o Castelo da Lousa – Mourão (Alarcão, Carvalho e Gonçalves 2010). Encontran-
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do-se igualmente bem atestados em povoados como a Mesa dos Castelinhos – Almodôvar (Fabião 1998), Chibanes – Palmela (Silva e Soares 1997) e no Castelo de Castro Marim (Viegas 2011).
Figura 9. Cerâmicas de tipo campaniense B das formas Lamb. 5/7 (F. 2230-80), n.º 1 a 3; Lamb. 1 (F. 2300), n.º 4 a 6; Lamb. 3 (F. 7500), n.º 7 a 9. Imitações em cerâmica cinzenta da forma Lamb. 16, n.º 10; Lamb. 2, n.º 11 e 12 e Lamb. 5/7, n.º 13.
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Figura 10. Cerâmicas de paredes finas Itálica, n.º 14 a 17. E Lucernas Itálicas, n.º 18 a 20.
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Figura 11. Ânforas romanas do Guadalquivir: Classe 67 (Ovóide 1), n.º 21 a 23; Ovóide 5, n.º 24; Ovóide 4, n.º 25 e 26; Ovóide 9, n.º 27; Dressel 1, n.º 28. Ânforas Romanas da baía de Cádis: Ovóides Gaditanas, n.º 29 a 31; Dressel 12, n.º 32. Ânforas romanas do Vale do Tejo/Sado: Ovóides Lusitanas, n.º 33 a 35.
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Figura 12. Elementos de armamento e fíbulas.
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Tendo como objectivo obter dados sobre a data da construção deste conjunto urbanístico, decidiu-se na campanha de 2010 e 2011, escavar dentro dos ambientes já identificados removendo parcial ou totalmente os níveis de pavimento e efectuando leituras em profundidade. Esta opção revelou-se muito proveitosa, pois identificou-se níveis de aterro para regularização do nível geológico e construção dos pavimentos, tendo ainda sido possível registar e escavar diversas valas de fundação associadas ao momento de edificação das estruturas de cariz ortogonal. Estas valas cortavam níveis e
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estruturas, associados a uma insuspeita fase prévia de ocupação, igualmente de época romana republicana. Temos assim três níveis de informação para datar a construção deste urbanismo: primeiro a existência de uma fase de ocupação prévia; segundo o espólio identificado nas valas de fundação; terceiro os materiais datantes recolhidos nos níveis de aterro. A estes argumentos podemos ainda associar outro tipo de argumento, relacionado com as peças cerâmicas reutilizadas como material de construção no interior das paredes e que nos fornecem igualmente um elemento cronológico.
Figura 13. Planta da fase I de ocupação.
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Comecemos por este último argumento, a análise das técnicas de construção do conjunto edificado, permitiu verificar que foram reutilizados algumas cerâmicas como material de construção dos socos pétreos das estruturas. Surgem assim tégulas, pesos de tear, fragmentos de grandes contentores de armazenamento em cerâmica comum e elementos de ânforas. Estes últimos são assaz importantes por conferirem cronologia ao edificado, recolheu-se um bocal de ovóide Gaditana e um fundo de uma ânfora ovóide do Guadalquivir, que dificilmente serão anteriores a 60 a.C. Na escavação das valas de fundação, que cortam as ocupações pretéritas e nos níveis de aterro para construção dos pavimentos o espólio exumado é abundante. Este é constituído por diversos elementos de cerâmica de construção (tegulae), cerâmica comum romana, paredes finas itálicas, cerâmica campaniense B, nomeadamente dois fragmentos de páteras da F. 2230/2280 (Lamboglia 5 e 7) e dois fragmentos de almofariz Béticos tardo-republicanos da forma 2 de Santarém (Arruda e Viegas 2004). Entre as ânforas é possível identificar três fragmentos de bordo que permitem uma identificação morfológica. Correspondem a importações do sul peninsular, nomeadamente duas ânforas Ovóides Gaditanas e um bocal de ânfora da Classe 67 do Guadalquivir. Importa sublinhar que o espólio cerâmico apesenta-se em tudo idêntico ao detectado nos níveis de abandono/destruição. Entenda-se, o estudo das cerâmicas importadas identificadas, nomeadamente as cerâmicas campanienses, a cerâmica de paredes finas, e as ânforas, leva-nos a sublinhar a uniformidade do espólio e das suas associações formais remetendo-nos para cronologias muito próximas das avançadas para a fase de abandono. Estaremos assim perante um curto espaço de ocupação. Como referimos, as leituras estratigráficas que efectuámos em profundidade no interior dos compartimentos de época romana republicana, permitiram definir de uma forma contundente a presença de uma fase de ocupação anterior à implantação deste urbanismo. Por uma questão de coerência e arrumação do discurso denominaremos esta fase de I e a que lhe sucede de fase II. No interior dos Ambientes 5, 6, 7, 9 e 10 detectou-se estruturas pétreas preexistentes de construção cuidada, que foram destruídas e desmanteladas para a construção da fase II. Estas estruturas correspondem a dois compartimentos de tendência rectangular, com pavimento de terra batida, com uma lareira
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Figura 14. Espólio dos níveis associados ao abandono da fase I. Ânforas Romanas da baía de Cádis: Ovóides Gaditanas, n.º 42 e 43; Classe 67, n.º 44. Ânforas romanas do Guadalquivir: Dressel 1, n.º 45; Ovóide 4, n.º 46 e 47.
estruturada com tégulas assim como diversos buracos de poste atestando a existência de estruturas em madeira (Fig. 13 e 15). Qual a cronologia desta fase? É de momento uma incógnita. Os níveis associados a estas estruturas encontram-se bem datados de meados do século I a.C., mas dificilmente recuam muito. Entenda-se, não diferem muito dos níveis associados à construção e abandono brusco do conjunto urbanístico de matriz ortogonal que lhe sucede. Porém a importância destes níveis têm que ser matizada, eles de facto não datam as estruturas, quanto muito datam o seu abandono. Qual a crono-
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Figura 15. Fotografia das estruturas da fase I, identificadas no ambiente 10
logia da sua construção/ocupação é de momento uma incógnita. A sua cronologia baseia-se nos estratos arqueológicos intactos associados a este edifício. O estudo das associações materiais permite vislumbrar uma cronologia de meados do século I a.C. não muito distante das que atribuímos para a construção das estruturas da fase II. As importações estão presentes com cerâmica campaniense B, cerâmicas campanienses em pasta cinzenta, e imitações em cerâmica cinzenta. As paredes finas itálicas são escassas mas encontram-se presentes com as mesmas formas dos níveis de abandono. O conjunto de ânforas é numeroso e permite algumas observações. Uma delas é a presença ainda que tímida de alguns fragmentos de ânforas itálicas, ainda que não tenha sido possível identificar nenhum bocal. Este factor poderá permitir recuar um pouco a cronologia mas dificilmente é possível descer dos finais da primeira metade do século I a.C. (Fig. 14).
5. A ARQUITECTURA DO MONTE DOS CASTELINHOS: UMA PRIMEIRA INTERPRETAÇÃO A extensão da área já intervencionada a par da coerência e articulação das estruturas permite tecer algumas observações sobre a arquitectura do sítio. Um dos elementos a nosso ver mais contundentes resulta da análise e levantamento topográfico das estruturas identificadas em diversos pontos do sítio. De facto, a análise desta informação atesta que a edificação deste sítio arqueológico obedece a um
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plano predefinido de cariz ortogonal, que denota um elevado padrão de romanização. O esforço para implantação deste urbanismo é significativo, visto estarmos em grande parte da área perante uma encosta com forte pendente. Para vencer este desnível os diversos compartimentos foram construídos em socalcos sucessivos, tendo os níveis calcários de base sido escavados para o efeito. As técnicas de construção identificadas evidenciam uma longa tradição mediterrânica, sendo as paredes constituídas por um soco de pedra seca, sobre o qual assentam paredes de adobe e taipa. O soco dos muros são construídos em pedra seca não sendo utilizada nenhuma argamassa. O material utilizado é o calcário que existe como substrato geológico do próprio monte, assim como alguns elementos de arenito de proveniência externa. Tendo em conta os vestígios preservados, calcula-se que estes embasamentos pétreos não teriam mais de um metro de altura nas paredes externas e cerca de 30 cm nas internas. A construção de terra encontra-se bem representada quer sobre a forma de paredes de adobe quer sobre muros de taipa. Os vestígios destas estruturas de terra nem sempre são de fácil percepção, resultando em extensos e complexos derrubes. A existência de reboco de cal, em alguns dos compartimentos foi precioso para se vislumbrar esses derrubes e nalguns casos a respectiva parede colapsada. A cobertura dos compartimentos era constituída por telhados de tegulae, dos quais se conservam diversos níveis de derrube. Coloca-se porém a questão, se face ao volume identificado, se este material cobriria toda a área ou só parcialmente coexistindo com coberturas de materiais perecíveis. Apesar destas interrogações a abundância de material cerâmico de cobertura é uma constante. Não podemos deixar de sublinhar que o uso de tegulae em contextos tardo republicanos é uma raridade nos contextos arqueológicos conhecidos. A nível dos pavimentos surgem 5 tipos: 1. Pavimentos de terra compactada, sem nenhum tipo de preparação; 2. Pavimentos de terra à qual é adicionado argila e calcário moído para fornecer compactação; 3. Pavimentos de argamassa branca assentando sobre um nível de preparação em pedra; 4. Pavimento em opus signinum (identificado no ambiente 19); 5. Pavimento com lajes calcáreas (identificado no ambiente 3). Do ponto de vista da interpretação da arquitectura, a análise da planta da sondagem 4, onde temos investido numa escavação em área, permite alguma
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leitura coerente e perspectivas de estudo bem alicerçadas. O alargamento da intervenção de 2012 para Oeste permitiu uma melhor percepção da articulação dos diversos compartimentos. É assim plausível antever entre o conjunto arquitectónico, três edifícios distintos (Fig. 4):
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caserna. Este tipo de edifícios encontra-se bem identificado em acampamentos militares romanos desta época. Este edifício ocupa até ao momento uma área estimável de 200 m2.
5.3. O EDIFÍCIO C 5.1. O EDIFÍCIO A Revela uma complexidade arquitectónica verdadeiramente insuspeita, trata-se de um edifício de planta tipicamente mediterrânica de inspiração Itálica, desenvolvendo-se em torno de um pátio central calcetado (Fig. 4 a amarelo). Ainda que não seja possível de momento vislumbrar a totalidade da sua planta, os resultados da última campanha permite-nos reconstituir as suas dimensões. Trata-se de um quadrado perfeito com 17,8 metros de lado, circunscrevendo uma área bruta de 316,84 metros quadrados. A norte, este e oeste este edifício é circundado por áreas de circulação (ruas), e a Sul confina e partilha a parede mestre com o edifício B. Não nos alongaremos aqui na descrição deste edifício, pois pretendemos continuar a sua escavação na totalidade na campanha de 2013. É relevante porém reter que estamos claramente perante um edifício de cariz habitacional. Uma Domus que poderá ser interpretada como uma casa de atrium republicana com bons paralelos no mundo itálico.
5.2. O EDIFÍCIO B Detectado quer na sondagem 4 quer na sondagem 3, parece corresponder a um vasto edifício de planta rectangular. Até ao momento identificou-se cinco compartimentos, todos eles correspondendo a áreas cobertas por telhado em tegulae. (Fig. 4 a castanho claro). A nível de interpretação do espaço os Ambientes 6, 4 e 9, com funcionalidades por esclarecer mas possivelmente residências, parecem ter portas para uma área de corredor de circulação —Ambiente 7— funcionando este como espaço central deste conjunto. É precisamente neste corredor que detectamos um revestimento de estuque, assim como a presença de uma lucerna tardo-helenistica. Uma hipótese de trabalho interessante, é a de este conjunto poder corresponder a uma área de
É um espaço de difícil interpretação nesta fase, evidenciando um distinto alinhamento em relação ao restante conjunto urbano (Fig. 4 a castanho escuro). Trata-se de um edifício de planta triangular que confina com os edifícios acima descritos. A norte parece estarmos perante uma área exterior, onde pontuam a presença de estruturas de drenagem e condução de águas. Um dos dados mais perturbadores deste espaço é o de ser observável à superfície da estação a continuação da sua sólida parede de fachada ao longo de mais de quarenta metros… estaremos perante uma evidência do sistema defensivo do sítio?
6. CONSIDERAÇÕES FINAIS «Buscar os exércitos da conquista torna-se pois uma tarefa complexa, pelo que não é de estranhar que (…) no actual estado dos conhecimentos, sejam mais as dúvidas do que as certezas na hora de propor uma finalidade especificamente castrense para sítios e contextos arqueológicos» (Fabião 2004a: 53). Nesta fase do projecto de estudo, do sítio do Monte dos Castelinhos, concluída a quinta campanha de escavações do PNTA Monte dos Castelinhos: Povoamento e dinâmicas de ocupação em época romana republicana no vale do Tejo, importa fazer um ponto da situação. Não posso deixar de sublinhar que o discurso sobre este sítio se encontra em processo de construção, não sendo ainda de todo claro que estabelecimento é este. O primeiro ponto que nos parece relevante é de que perante os elementos de que dispomos, resultantes de diversas áreas de escavação em distintos pontos do sítio arqueológico, podemos afirmar categoricamente a inexistência de quaisquer níveis pré-romanos pré-existentes. Temos assim evidências consistentes da construção de raiz, em meados do século I a.C., de um estabelecimento de dimensões consideráveis, mais de 10
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hectares, numa área de grande valor estratégico e implantado de forma equidistante em relação aos dois principais núcleos habitacionais do vale do Tejo, as cidades de Olisipo e Scallabis (Fig. 1). Face às consistentes evidências estratigráficas e estruturais constata-se que apenas alguns anos (no máximo uma a duas décadas) depois da edificação deste estabelecimento se assiste à sua brusca destruição resultante de um conflito bélico. Este cenário levanta um amplo quadro de questões que nos encontramos a tentar clarificar e que se prendem com a interpretação da funcionalidade e relevância deste sítio arqueológico. Que tipo de sítio é este? É uma das questões para as quais não temos resposta definitiva. - Estaremos perante um povoado indígena fortemente romanizado no século I a.C.? - Face a um povoado indígena dentro do qual se instala uma guarnição militar itálica? - Ou perante um acampamento militar, instalado de raiz em finais da primeira metade do século I a.C. e destruído alguns anos depois? Em qualquer dos cenários, perante as evidências estratigráficas é plausível que o sítio tenha sido alvo de uma destruição bélica. Face ao seu enquadramento cronológico, este episódio pode ser correlacionada com os conflitos entre os partidários de César e Pompeio na Ulterior resultante da instabilidade reinante no ocidente durante este período (Fabião 1998). Apesar de destruído temos alguns dados que nos permitem afirmar que o sítio de Monte dos Castelinhos não é total nem definitivamente abandonado. As áreas destruídas não voltam a ser reedificadas porém numa das áreas de rua assiste-se a uma repavimentação em época Augustana que nos indica uma continuidade que aparentemente se estende até época Flávia. Perante os resultados das diversas campanhas de escavação, é evidente que estamos perante um sítio singular para o estudo da romanização do vale do Tejo que muito pode contribuir para uma nova leitura deste processo.
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Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Reunión científica. Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal), 24-25 mayo, 2012.
NERTOBRIGA CONCORDIA IULIA. EL PAISAJE DE UN ENCLAVE ROMANIZADOR ENTRE LOS CÉLTICOS DE LA BETURIA Luis BERROCAL-RANGEL, Departamento de Prehistoria y Arqueología, Universidad Autónoma de Madrid; Jose Luis de la BARRERA ANTÓN, Museo Nacional de Arte Romano de Mérida; Rafael CASO AMADOR, Universidad Nacional de Educación a Distancia; Víctor MANUEL RODERO OLIVARES, Departamento de Prehistoria y Arqueología, Universidad Autónoma de Madrid
Resumen: La posición del emplazamiento del yacimiento celto-romano de Nertobriga (Fregenal de la Sierra, Badajoz) es utilizado como paradigma de los casos de «lugar central» tanto desde la óptica del poblamiento romano y prerromano como desde el estudio del ecosistema. Su análisis permite profundizar sobre las funciones que cumplió esta pequeña ciudad romana en un territorio sin un proceso de urbanismo previo, como ejemplo de las ventajas de la «vida urbana» a partir de la fundación de esta ciudad sobre un oppidum. Sin embargo tanto por el estudio de los paisajes que la rodearon como por los resultados de las recientes excavaciones abiertas en extensión se han obtenido nuevas vías de comprensión de un problema más complejo de lo que cabría suponer, en principio… Summary: We use the central location of the Celtic-roman site of Nertobriga (Fregenal de la Sierra, Badajoz) as a paradigmatic central example for studying the settlement pattern of the region of Celtic Baeturia, a war territory at the end of Second Iron Age without an urban process before the Roman presence. At this sense, the example of Nertobriga is shown as a symbol of a central urban place, built over a former oppidum with a huge plan of public investment, big public buildings as mirrors of the advantages of urban way of life… of Rome, finally. But the relationship with the archaeological record open new ways of understanding this process, not so clear as it would be believed at the beginnings… Palabras clave: modo de vida urbano, Arqueología de Medio Ambiente, paisaje. Key words: urban way of life, Enviromental Archaeology, lanscape.
1. NERTOBRIGA Y SU ENTORNO El topónimo Sierra del Coto identifica una pequeña cadena montañosa, formada más por un cerro destacado y algunas elevaciones menores que a una verdadera sierra, en el centro de la comarca bañada por el río Ardila y con una altura máxima de 687 msnm (UTM 42221600.709550).1 Administrati-
vamente el lugar se localiza dentro del término municipal de Fregenal de la Sierra, localidad importante de la comarca extremeña Sierra del Suroeste, aunque la posición central respecto al trazado del cauce del río
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Datum Europeo 1950, que es la proyección oficial del Mapa Topográfico (Hoja 896-II, 1:25.000, 1983).
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se refleja también la distribución de los términos municipales en las localidades modernas que rodean el Coto, un testimonio más de la importancia estratégica de este emplazamiento2 (Fig. 1). Dicho cerro presenta una forma ovalada y una orientación WE, aislado por destacadas laderas en pendiente al sur, oeste y norte, y solo unido a las citadas elevaciones menores por el oriente, donde entre otros se localizan varios parajes con el topónimo Valera, con el que también es conocido este yacimiento desde al menos la Edad Media («Valera la Vieja») (Fig. 2). Las dimensiones del Cerro de El Coto alcanzan la superficie de 15 ha, en una forma ovalada y alargada que se extiende de este a oeste. Su entorno, formado por tierras pardas meridionales y afloramientos de pizarras y cuarcitas, se dedica a pastizales adehesados aunque la masa forestal de encinas y alcornoques centenarios cubre densamente el cerro. La ganadería bovina, porcina y caprina es la dedicación actual de estas tierras, habiéndose realizado alguna labor de minería menor en yacimientos de hierro de escasa entidad en la conocida como «mina de la Valera», situada a cuatro kilómetros al nordeste (Mapa Metalogenético de España 1:200.000, Hoja 67-68: 118-120). Se trata de una mena de magnetita, con pequeñas cantidades de oligisto y pirita, que fue explotada en las décadas centrales del siglo XX, con dos pequeñas correas de 35 y 45 metros de longitud, y alguna labor menor a cielo abierto (Ruiz et alii 43-44). Pero ni de ella, ni de otro tipo de labores mineras o metalúrgicas se han hallado indicios o pruebas entre los restos arqueológicos documentados en El Coto, mientras la información aportada por los geólogos de la otrora empresa PRESUR (Prerreducidos Integrados del Suroeste S.A.) apoyaba la abundancia de escoriales y restos procedentes del beneficio de oro en sus proximidades, un recurso posteriormente confirmado en labores de bateo en el río Sillo y en el hallaz-
2
Este trabajo se inserta en el proyecto de I+D+i «Entre el Atlántico y el Mediterráneo. Contrastes de dinámicas en la evolución histórica del Paisaje en el Occidente Peninsular» (Ref. HAR2009-10666). Dentro de este proyecto, se han promovido prospecciones intensivas por parte de los autores de este trabajo y por parte de la empresa «Underground Arqueología», bajo la dirección de la arqueóloga Sabah Walid, siguiendo nuestras indicaciones y dentro de los parámetros de la Unidad Asociada del CSIC “Anta”, formada por el Instituto de Arqueología de Mérida y la Universidad Autónoma de Madrid.
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go de un pequeño filón de oro nativo en el arroyo Torviscoso, a dos kilómetros al Sureste de Nertobriga (Berrocal-Rangel 1998: 53 y nota 76).3 Todo este panorama resalta la importancia del emplazamiento central de El Coto, sin duda, como la razón que justifica su ocupación más o menos continua como poblado, desde la primera mitad del Primer Milenio antes de Cristo hasta plena Edad Media. En efecto, aunque la altura del cerro es de poco más de 200 m sobre la media circundante, el Cerro del Coto permite dominar un espacio tan amplio que se configura como un enclave central evidente en su paisaje, dominando una cierta planicie formada por la conjunción de los ríos Sillo y Álamo-Moriano, ambos afluentes del Múrtiga, que confluye por el sur con el río Ardila. De la riqueza del entorno pueden ser testimonio los numerosos yacimientos protohistóricos e históricos que se conocen, algunos contemporáneos con algunos de los períodos en los que el mismo Coto fue habitado, como el cercano Castrejón de Capote (Berrocal-Rangel 2007). Tampoco son escasos los hallazgos aislados acontecidos en sus inmediaciones, como los torques y el ídolo-estela de Bodonal (Almagro-Gorbea 1974; Berrocal-Rangel 1987), quizá relacionados de alguna manera con una vecina vía de comunicación tan conocida como la Real Cañada Oriental Leonesa, que nace a sus pies (García Martín 1991 y 1992; Mangas 1992). Los estudios realizados sobre el poblamiento romano de esta comarca central del Ardila han demostrado una abundancia de villas y otros asentamientos de época romana que se dispersan por sus alrededores, permitiendo la propuesta de un ramal secundario de la vía XXIII del Itinerarium Antoninum (Onuba aestuaria – Augusta Emerita), que denominamos XXIII-3 y que correría en paralelo a la trayectoria «oficial» XXIIIa/b entre las localidades de Curiga y Ugultunia (Sillières 1990: 485; Leyguarda 2001: 79). Ante la ausencia de miliarios conocidos, la hipótesis se estableció a partir de aplicaciones graduales de la reglas del «rango-tamaño» de los «polígonos Thiessen», según los principios tradicionales de la Arqueología Espacial (BerrocalRangel 2003: 160 y 165). Sus resultados se recogen
3 La información procede de los geólogos don Alberto Marfíl y don Ángel Canales, quienes trabajaron en PRESUR durante los años 80 y 90 del pasado siglo. La mena pasó a ser explotada por Minera de Riotinto SA poco antes del descubrimiento del importante yacimiento aurífero de Aguasblancas (Monesterio, BA).
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Figura 1.1. Emplazamiento central de Nertobriga respecto al territorio formado por los cauces de los ríos Ardila, por el norte, y Murtiga, por el sur, junto a las elevaciones de las serranías de Fregenal-Tentudía.
Figura 1.2. Localización de Nertobriga junto con los otros oppida de la Beturia Céltica, en las reducciones más aceptadas.
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en la figura 3 y permiten sostener con cierta contundencia la presencia de esta calzada desconocida cerca de El Coto. En sentido sur, procediendo de la capital de la Lusitania, la calzada se identifica, más que por sus restos, por la clara distribución lineal de los asentamientos romanos a lo largo de su recorrido por los términos de Fregenal de la Sierra (La Bastranca, Fuente Blanca, Batalla, San Miguel), Bodonal (Valera Vieja), Segura de León (el Torrejón, el Castaño) y Fuentes de León (Ríos, el Sexmo) – (Berrocal-Rangel 2001: 89-95). Sillares, cornisas, columnas, tégulas y ladrillos dan una idea de la densidad de su ocupación y reflejan una trayectoria rectilínea derivada de su adaptación a los pliegues de las serranías de la zona. No se conocen restos viales excepto algún camino empedrado que da servicio a poblados y villas romanas de la zona, como en el caso de los castros de La Pepina y la villa de la Bastranca, en el tramo norte de la vía cerca de la villa y necrópolis tardorromana de Fuente Blanca. La vía parte de la anterior a la altura del Arroyo Naranjillo (villas de Los Majanos, término de Valverde de Burguillos; y Las Torradas y Las Casitas, de Atalaya), tomando el camino Descansadero y Abrevadero epónimo hasta el mismo del Bodión. Por la colada adyacente a este vado, la ruta continua dos kilómetros al oeste hasta la villa romana de la Virgen del Valle, Valverde, y cruza el río por La Venta para afrontar el Ardila tres kilómetros al sur, por el Vado del Ahijón y el Puerto de los Reventones (villas Fuente Blanca, La Bastranca....), tras el cual se encamina por la Vereda de Bodonal a Burguillos y Jerez, y alcanza las cercanías de Nertobriga por los «caminos viejos» entre Fregenal, Bodonal y Fuentes. Más allá, por el camino viejo entre Fuentes de León y Cañaveral de León, la calzada pasaría al pie del Castillo del Cuerno (hisn de Q.R.I.H. en el «camino largo» de Sevilla a Badajoz según al-Idrisi: Pérez Álvarez 1992: 55). En este conocido yacimiento localizamos, hace ya muchos años, restos romanos que nos inducen a suponer un santuario en relación con la conocida Cueva del Agua (Berrocal-Rangel 1992: 329 y voz en TIR J-29). Más allá los datos son confusos, pero es posible que el vial conectase con Curiga (Monesterio) y con el trayecto principal de la vía XXIII por un camino medieval que figura en un documento de donación de Montemolín a la Orden de Santiago, en 1248, donde se cita como linde del territorio santiaguista de León.4 En suma una calzada que conectaría esta comarca central del Ardila con las rutas principales del Imperio, aunque bajo el dominio visual de El Coto
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se conocen otros ramales secundarios, como el que se ha propuesto entre Turobriga (Aroche) y Seria (Jerez de los Caballeros) por Encinasola (Huelva). Aquí sí documentada con algún miliario y tramo de calzada pavimentada (Luzón 1974: 310). Ambas, junto con otras tantas que corrían por el norte la otra orilla del Ardila y por el sur junto al río Huerva, delimitaban un amplio territorio, una altiplanicie cuyo centro geográfico es, prácticamente, la Sierra del Coto (Fig. 3). Este cerro destacado, y más o menos aislado, está rodeado por un territorio inmediato definido por el cauce del río Ardila, que corre con trazado curvo desde el Sureste (Sierra de Tentudía) al noroeste, por donde se encamina hacia su desembocadura en el Guadiana. Precisamente por este lado confluye el citado subsidiario Múrtigas, que junto con el arroyo del Sillo, cierra por el oeste y por el suroeste, el territorio inmediato. Y sobre el cerro, con una extensión entre 14 y 6 ha según se consideren uno o dos líneas de muralla, se extienden las ruinas de lo que ha sido epigráfica y arqueológicamente identificado como solar de la otrora Nertobriga Concordia Ivlia (Fig. 3). Estas ruinas suelen fecharse en épocas romana y medieval, aunque sus referencias históricas se limitan a la conquista de un «ambiguo» castillo almohade por parte de los caballeros templarios, allá por los inicios del siglo XIII (Terrón Albarrán 1991: 336). No obstante, dentro de una corona amurallada cuyos restos superficiales fueron confirmados por los sondeos realizados por este equipo en 1987, se han reconocido grandes edificios de época romana y de lo que fue la ermita cristiana de San Frutos, con culto abierto hasta los siglos XVI y XVII (Caso 2005). En realidad gran parte de estas ruinas se reconocen gracias a las labores «arqueológicas» realizadas sobre ellas, especialmente a finales del siglo XIX, alguno de cuyos materiales se encuentran depositados en los museos Arqueológico de Badajoz y Nacional de Madrid (Ortiz Romero 2007: 280-287). Actualmente ha sido objeto de excavaciones extensivas entre 2010 y 2012, afectando a diversas áreas de este recinto
4
«Por la cabeça rasa que está sobre el camino del Finojal que ua de Sevilla contra Xerez, el camino ayuso como entra el arroyo del Fenaxal (Hinojal) en Buerva, de allí en adelante; como va a la cabeça de las Farerías (Herrerías), e de allí a derecho como sale a la Fuente, o nasce Cala, dallí adelante como fiere al Castiello, o fiere el río Cala...» (Hernández 1992: nota 3; López Fernández 2001: 265).
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Figura 2.1. Territorio nertobriguense, con la localización de los asentamientos de época romana y prerromana conocidos.
Figura 2.2. Entornos de Nertobriga, enmarcados por los barrancos de las corrientes Álamo, por el norte, y Sillo, por el sur, que se unen al pie de el Castrejón de Capote. Planimetrías de ambos yacimientos a escala.
superior hasta sumar unos 2000 m2, de los cuales los firmantes de este trabajo han sido responsables de las campañas de 2010 y 2011, así como de los sondeos que fueron abiertos en el mismo lugar en 1987. De estos resultados se deduce la confirmación de la reducción de este lugar con la Nertobriga romana,
que aparece como un pequeño municipium de finales del siglo I a.C., adscrito a la tribu Galeria y apellidada Concordia Iulia, dentro de un conjunto de pequeñas ciudades similares del ámbito céltico, distribuidas entre las provincias Lusitania y Baetica (Pérez Olmedo y Barrera Antón 1994-1995; y Marín Díaz 1988: 219-221; Cortijo 1993: 189; etc.). Como las Mirobriga celticorum (Santiago do Caçem, Portugal) y tourdulorum (Capilla, Badajoz), Nertobriga fue fundada, o refundada de acuerdo con su nombre celta, por los romanos después de la Conquista del Suroeste en la segunda mitad del siglo II a.C. Líneas de murallas y construcciones sobre el substrato lítico halladas durante estas excavaciones han validado esta suposición para esta «capital» céltica del Ardila, e incluso se han encontrado restos y materiales anteriores, escasos, difusos y poco determinantes por el momento como para confirmar la existencia de un asentamiento anterior, al menos de la Segunda Edad del Hierro, que pudiera ser la Nerkobrika citada como conquistada por Marcus Atilius (vide infra). Las murallas, construcciones, cerámicas y metales apoyan contundentemente una ocupación romano-republicana fechada a lo largo del siglo I a.C.,
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Figura 3.1. Propuesta de entramado viario de la Beturia céltica, a partir del análisis espacial de sus asentamientos, con los viales complementarios de la vía XXIII.
Figura 3.2. Planimetría de las murallas de Nertobriga (El Coto, Fregenal de la Sierra) tras las campañas de 2010 y 2011. En verde área excavada y en rojo taludes.
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quizá desde finales de la centuria anterior. Tales restos se documentan, al menos, por toda la acrópolis, respondiendo a edificios de planta cuadrangular construidos con mampostería de pequeño tamaño, siguiendo patrones y módulos bien conocidos en el suroeste peninsular, pues se trata del mismo aparejo que es utilizado en los numerosos castella y edificios públicos de esta época documentados en el Alentejo (por ejemplo Castello da Lousa, Castelinhos da Serra, do Rosario, and Ebora, Mirobriga celticorum…: Mataloto 2010; Teichner y Schierl 2010; Barata 2009). En este mismo momento fechamos la mayoría de la obra realizada en la muralla de la acrópolis, una línea que la rodea, construida con mampostería de tamaño medio y alguna regularidad, trabada sin mortero, y dotada de pequeños bastiones y/o torres cuadrangulares, equidistantemente repartidos a lo largo de los flancos septentrional, occidental y meridional de dicha acrópolis (Fig. 4). Aunque sin una estratigrafía intacta, los materiales aportados en el sondeo B de 1987 fueron en su totalidad de época romana-republicana y de inicios del Imperio (Berrocal-Rangel 1992: 309). Sobre esta fase de ocupación se documentó, también a lo largo del cerro, una excelente estratigrafía romano-imperial. En ella se encuentra inserta una serie de construcciones monumentales que responden a una misma concepción planimétrica: un forum, dotado en origen de un magnífico suelo de losas marmóreas, ocupa el área más alta de la acrópolis, dominado a su vez por el podio de dos templos gemelos. Otros edificios, entre los que no es difícil suponer una basílica, rodeaban la plaza, pero no han sido excavados científicamente. Todos ellos fueron construidos con una misma orientación topográfica, respetando el sentido WE del cerro, y una misma modulación basada en el pes de 0,296 m y múltiplos de 3 (15, 18, 30). Y lo mismo vale para la cisterna abovedada que se documentó junto al frontal de ambos templos, literalmente bajo sus escaleras de acceso (Figs. 5 y 6). Todos estos edificios se podrían concebir como parte de un gran plan de inversiones públicas acometido por la autoridad imperial para convertir lo que debía ser un oppidum indígena en una nueva ciudad romana. Se trataría de una estrategia efectiva para implantación de la «vida urbana» entre estos pueblos célticos (Álvarez, Barrera Antón y Velázquez 1985; Fernández Corrales 1988: 29; Campos and Bermejo 2010). Si esto fuese así, sorprende la decisión de conservar el antiguo solar del oppidum como centro emblemático de este
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potente desarrollo urbano a menos que se considere su importancia como referente principal en el paisaje del territorio del Ardila (Berrocal-Rangel 1998: 58). Así en los siglos siguientes, numerosas villas testimoniarán el nuevo sistema de poblamiento, alrededor de un lugar simbólico, coronado con una muralla torreada, como referente de un poder en cuyo pasado la milicia fue significativa. Solo así se entiende el mantenimiento de la ocupación en altura, tan poco «urbana» o la aparición de diversas lápidas funerarias de legionarios nacidos en Nertobriga y muertos en el Limes germano (CIL II 972, 973; EE VIII 82). De igual manera, la inscripción CIL XIV 2613 hace mención a la existencia de un patronus de Nertobriga, procedente de la ciudad de Tusculum (Pérez Olmedo y Barrera Antón 1994-1995: 250). Este pequeño municipium alcanzó el final del Imperio, según documenta su estratigrafía, cuando un importante nivel de destrucción acaba con el abandono del foro y de sus edificios públicos. Sobre él comprobamos la presencia visigoda e islámica, quizá transformando la acrópolis y el podio de los templos en una especie de torre, o «castillo», de escasa entidad, en los parámetros musulmanes habituales por estas tierras aisladas.
2. NERTOBRIGA CONCORDIA IULIA, EL TESTIMONIO ARQUEOLÓGICO DE UNA FUNDACIÓN REPUBLICANA Las excavaciones en extensión de la acrópolis de Nertobriga han puesto de manifiesto una estratigrafía compleja y complicada, con un alto grado de remoción de sus depósitos e interfacies de destrucción. Aun así hemos podido definir una secuencia estratigráfica que se extiende desde el Bronce Final – Hierro Antiguo a la propia Edad Media. De las fases anteriores a la presencia romana en la comarca se reconoce poco, dado que sus estratos y materiales aparecen revueltos, por lo general, y son escasos, aunque están dispersos por toda la superficie de este recinto superior. Cerámicas a mano y construcciones de mampostería no careada remiten, en principio, a fechas ambiguas entre el Bronce Final y el Hierro Antiguo, mientras otras vasijas a torno, oxidadas, de pastas bien decantadas y pintura como adorno representan producciones meridionales de carácter turdetano o tartésico, sin que se constaten las esperables producciones célticas tan bien conocidas en el castro de Capote.
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Figura 4. Murallas de la acrópolis de Nertobriga, con los sondeos LC y OF excavados en los detalles; y alzados de los paramentos exteriores del sondeo LC. con las dos fases reconocidas con facilidad: romano-republicana (cimentación en crema y alzado principal en rojo) y julio-claudia (naranja).
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Figura 5. Planimetría y alzado del frontal (sección transversal S-N, templos, cripta y altar), con propuesta de reconstrucción, de los templos de época julio-claudia hallados en el foro de Nertobriga (El Coto, Fregenal de la Sierra). Obsérvense las estructuras romano-republicanas y protohistóricas soterradas por el podio macizo de los templos, y la cisterna o cripta emplazada bajo las escaleras de acceso a los templos.
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Figura 6.1. Vista del podio y de la cisterna desde el este, tras la excavación de 2010.
Figura 6.2. Detalle de las estructuras romano-republicanas y protohistóricas soterradas por el podio, situadas en el ámbito 1003A, en el extremo izquierda de la foto superior. Obsérvese cómo las construcciones imperiales respetan la orientación de los edificios anteriores.
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Sin embargo, la fase 6.ª se fecha a partir de la segunda mitad del siglo II a.C. con mucha claridad y abundancia de materiales, entre ellos ases de Ilipa (M2/1037) y Segeda (sekaiza), y cerámica de barniz negro «Campaniense» (por ejemplo, Lamboglia 26L27: Pérez Ballester 2009: 266; Ulbert 1984: 203 y 257; Arévalo González 1994: 39; Barata 2001; Teichner 2008; Alarcâo, Carvalho y Gonçalves 2010). Las estructuras relacionadas son muros de mampostería careada, sin mortero pero trazados rectilíneos y regulares, ocultas bajo las construcciones romano-imperiales (Fig. 6.2), aunque estas respetaron la orientación de aquellas, lo que redunda en la conexión simbólica entre ambas fases. Esta constatación tiene su máximo testimonio en la presencia de un hogar de gran tamaño, ua.1003B1, una plataforma rectangular cuyos rasgos singulares, y materiales asociados, permiten identificarlo como el altar fundacional de la ciudad romano-republicana (Fig. 7). Esta estructura, que presenta una disposición central respecto a las construcciones contemporáneas y posteriores (templos y foro alto-imperial), responde con el resto de los muros modulados con un diseño simétrico que se establece a partir de la medida romano-republicana más extendida por Occidente, el llamado pes oscus o itálico de 0,275m, siguiendo una trama cuadrada de 20 x 20 pies de lado, es decir de una doble pertica o decempedae (Dilkel 1971; Petersen 1984; Gabba 2008: 122 y ss.; Moret 2002: 202-206; Olmos 2009: 64; Belarte, Olmos y Principal 2010: 103 y ss.). El pie osco fue totalmente desplazado a finales del siglo I a.C., con la reforma metrológica de Augusto (Dio Cassio, Hist. 30.9: Olmos 2010: 18), como de nuevo se confirma en la fase alto-imperial de Nertobriga. El altar 1003B1 es una estructura formada por dos capas de arcilla cocida, con una planta rectangular en la que falta el extremo oriental, seccionado por la cimentación de una construcción posterior, posiblemente bajo-imperial (Fig. 8). La capa superior, de color rojizo-anaranjado, se diferencia bien de la inferior, un estrato blanquecino de arcilla y cal molida, con un tamaño más amplio y una esquina en pico que sobresale hacia el oeste, permitiendo suponer una forma tauridérmica. Sobre ambas, un fino estrato de cenizas, carbones, y huesos muestra las huellas indudables del uso del fuego, y aportó algún fragmento de barniz negro «campaniense» y de cerámicas indígenas hechas a mano que han sido significativas para su datación (Lamb. 21-27). 5 Relacionado con el suelo de uso de dicho hogar, pero enterrado en el estrato de nivelación sobre el
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que se construyó este y perfectamente orientado en paralelo con él, apareció dentro de una pequeña fosa natural del substrato pizarroso, una pieza de hierro que identificamos como la reja de un arado (Fig. 8). La pieza en cuestión presenta una forma de cuña alargada, de 45 x 7cm de longitud y anchura máxima, es idéntica a otra hallada en superficie hace unos años en el cercano yacimiento del Catrejón de Capote y a otros dos ejemplares procedentes de Cáceres el Viejo (Ulbert 1984: 145). La interpretación inicial de R. Paulsen (1930: 84) como rejas de arado de cuña –keilförmigen Pflugscharen— nos parece muy acertada, aunque sesenta años después G. Ulbert dudará de ella sin otro razonamiento que considerar una escasa capacidad de resistencia al gancho del extremo para su uso como arado (Ulbert 1984: 145; por otra parte, la alternativa de Mudst no tiene el menor apoyo científico: 1988: 204). Un cuarto ejemplar, de nuevo idéntico a los anteriores, apareció en 1989 en las excavaciones del poblado de El Raso de Candeleda (Ávila), un oppidum vettón abandonado a lo largo del siglo I a.C. tras la llegada de los romanos (Fernández Gómez 2010: 343), confirmando la cronología de todas estas piezas y la acertada datación del altar de Nertobriga. Aunque este tipo de piezas no responde a los modelos mejor estudiados en la Península, sus analogías, y la de los otros elementos con los que aparecieron los ejemplares de Cáceres el Viejo (vilortas, aros cónicos, grapas dobles: Barril 1999: 94 y 96), permiten apoyar esta identificación, quizá una reja de arado de cama curva como el reproducido en un conocido bronce de Arezzo (Pallotino 1995: 133). Todo ello nos permite plantear la existencia de un santuario de carácter inaugural en Nertobriga, lo que implica la fundación de esta como ciudad romana, a finales del siglo II a.C. Esta localidad será posteriormente citada por Plinio el Viejo (Nat.Hist. III113) y otros escritores greco-latinos (Ptolemo, Geog. 4,8; Polibio, Hist. 35,2), como Nertobriga Concordia Iulia y debió ser elevada a la categoría de municipium romanorum a finales del siglo I a.C., o algo
5
El análisis ceramológico ha sido realizado por la Dra. Rosario García Giménez del Departamento de Geoquímica de la UAM. Es importante, también, aclarar que los ocho fragmentos óseos representan otras tantas especies: bóvidos, lagomorfos, suidos y ovi-cápridos. Agradecemos estos datos a la autora de su estudio, Dra. María Pilar Iborra, del Departamento de Biología de la Universidad de Valencia.
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que pudo constituirse como una «ciudad libre o federada», no tenía por qué ser una colonia o un municipio para ser fundada según las leyes augurales romanas, como no lo era Tarraco hasta su elevación al rango colonial (Ruiz de Arbulo 2009: 272-273). De hecho, cada vez se conocen más auguracula en oppida ibéricos o celtibéricos que, después, fueron convertidos en ciudades romanas no coloniales, como Sagutum, Segobriga, o Iuliobriga (Aranegui 2005: 103; Almagro-Gorbea and Abascal 1999; Fernández Vega 1993: 166). Quizá el caso más cercano a Nertobriga se documente en la celtibérica Termantia (Montejo de Tiermes, Soria), tras cuya conquista fue arrasada y sobre la que se construyó, a mediados del siglo I a.C., ex novo, una civitas stipendiaria (Martínez Caballero 2010: 223).6 A inicos del Imperio, la ciudad fue elevada a municipium de derecho latino y adquirió cierta fama por ser escenario del asesinato del pretor Calpurnius Pison (Tact. Ann. 4.45: Martínez Caballero y Mangas 2010). Es decir, al margen de esta última «anécdota» histórica, un desarrollo histórico paralelo al que se documenta en Nertobriga. Figura 7. Hogar de época republicana, finales del siglo II a.C., hallado bajo las construcciones imperiales y sobre el substrato lítico. Entre ambos un suelo de uso y un estrato nivelador que acogía la reja de arado que se ve en primer término. Pese a la deformación visual de fotografía, este hierro estaba orientado en paralelo al hogar y apoyado sobre la roca madre.
después (Campos y Bermejo 2010). Pero su existencia anterior siempre se ha dado como segura a partir de su topónimo indígena, Nertobriga, uno de los más característicos de la Hispania céltica (AlmagroGorbea 1994: 15, Fig. 1). El citado texto de Polibio ayudó, en suma, a aceptar esta asunción. Su forma sobre un cerro destacado recuerda en mucho a lo propio de los oppida celtibéricos y se aleja en mucho de los nuevos asentamientos romanos contemporáneos de la propia Beturia, como Contributa Iulia Ugultunia (Los Castillejos de Medina de las Torres) o Regina (Casas de Reina), que prefieren laderas suaves o simplemente llanas. La muralla de trazado curvilíneo, adaptado a la morfología del lugar, jalonada de torres o bastiones rectangulares en la más avanzada tradición poliorcética indígena podría confirmar la existencia de este oppidum prerromano, pero los resultados de las excavaciones recientes no avalan esta hipótesis. Por el contrario, hasta el momento, todas las evidencias apoyan esta fundación romano-republicana, de una población
3. NERTOBRIGA CONCORDIA IVLIA… ¿EMBLEMA DE UN PAISAJE ROMANIZADO? Confirmada la fundación romano-republicana, hubiese un oppidum anterior o no, cabe preguntarse por qué decidieron un emplazamiento en altura más propio del posible asentamiento anterior que de los paisajes romanos habituales para una nueva ciudad. Para responder a esta pregunta hemos optado por el análisis científico del paisaje de los entornos, siguiendo parámetros contrastados en otros yacimientos contemporáneos, alguno tan cercano como el propio Castrejón de Capote (Berrocal-Rangel 2007). Partimos de la definición del concepto de paisaje como aquel significado que trasciende mucho más allá de la geografía visible de un lugar... pues implica unas «conexiones entre la morfología de una región territorialmente delimitada y la identidad de
6
Del yacimiento celtibérico anterior se han localizado escasos restos, de difícil interpretación como el llamado «templo, o templos, poliádico» sobre la entrada Oeste del oppidum, alejado del foro romano y con un altar tallado en el substrato lítico: Almagro-Gorbea y Lorrio 2010: 131147 cf.140.
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Figura 8. Planta de estrato simple, secciones y matriz del ámbito 1003, unidades arqueológicas 1000-A3 y -B3, con las estructuras romano-republicanas, en rojo-magenta, y protohistórica, en color crema, con el hogar 1000-B3 fotografiado en la figura anterior.
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la comunidad que lo habita y cuya reproducción social está ligada a los derechos usufructuarios y a las obligaciones sobre esa área (Cosgrove 2002: 674). Su conocimiento intenso implica no solo datos sobre los recursos y el modus vivendi de la comunidad sino que trasciende incluso hasta sus ámbitos ideológicos y cosmogónicos. Por ello hemos aplicado dicha metodología al análisis del paisaje de Nertobriga, estudiándolo a lo largo de tres ámbitos concéntricos a partir del mismo Cerro del Coto, cada uno con una naturaleza y una función social muy diferente en la comunidad que lo habitó: el «paisaje de los accesos», el «paisaje del dominio visual» y el «paisaje del horizonte» (Fig. 10.1).
bien hacia el norte, sur y oeste (680 m), o hacia el este (671 m), lógicamente en este sentido está el mejor acceso al cerro, debido a su formación orográfica en serranía (10,27 % de grado de pendiente frente a rangos superiores que alcanzan un 18,46 %). Se aplicaron las herramientas de la Carta Digital Militar de España v.2 que permitió los cálculos de la distancias a lo largo de 8 rumbos acimutales resultantes de dividir en octantes la circunferencia, con los resultados que se reflejan en la figura 9. De la aplicación de la fórmula adjunta se obtiene el coeficiente “3,12”. Este rango se integra entre los índices de accesibilidad «encauzada», >2,50 < 3,49, según el Servicio Geográfico del Ejército.
3.1. EL PAISAJE DE LOS ACCESOS (PAISAJE ACCESIBLE)
Percentiles de pendientes máximas según octantes a partir de la aplicación S.G.E.:
Los accesos a Nertobriga, lógicamente, están determinados por el territorio que circunvala el poblado. Dada la dificultad para la identificación de la línea exterior de la muralla, que no ha sido excavada ni reconocida superficialmente en ninguno de sus tramos, hemos considerado la totalidad de la longitud de sus pendientes, hasta el mismo arranque del cerro, calculando una distancia máxima desde las murallas de la acrópolis, las únicas determinadas con seguridad. Las cotas por las que corre dicha línea amurallada, entre los valores de 680 y 671 m, sirvieron como punto de partida de cada cálculo, en su longitud geométrica y en línea de aire (Fig. 10.2). Las diferencias de cotas de la muralla se derivan de la orientación de los azimuts calculados,
1:
pendientes inferiores a 3% =
0 casos
2:
pendientes entre 3.1% y 7% =
0 casos
3:
pendientes entre 7.1% y 14% =
4 casos
4:
pendientes entre 14.1% y 17% = 3 casos
5:
pendientes entre 17,1% y 45% = 1 casos
Media ponderada de los valores aplicados por casos: ∑N1N2N3N5N5 (4·3)+(2·4)+(5·1) ——————— = ——————— = 3,12 8 8
Figura 9: Resultados de pendientes y diferencias de cotas a lo largo de los octantes indicados.
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Figura 10.1. Paisajes analizados a partir de los círculos teóricos de 2,5, 7,5 y 10 km de radio y resultados de la visibilidad comprobada desde la línea de murallas de la acrópolis, en septiembre de 2011.
Figura 10.2. Desarrollo teórico y azimuts analizados con la aplicación de la Carta Digital de España, en relación con las pendientes del Paisaje de los accesos a Nertobriga. Entre los octantes, las cotas máximas registradas.
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Hemos seguido los criterios y baremos del Servicio Geográfico del Ejército Español (1973: 58 y ss.), 7 para definir tal categoría, recordando que se trata de apreciaciones heredadas de los estudios de un paisaje propio de inicios del siglo XX , es decir, tradicional. Por ello, con una ratio de 3,12, podemos afirmar que el paisaje circundante de Nertobriga es de una «accesibilidad muy encauzada», en este caso, hacia su tramo oriental (este/nordeste), un rasgo común a cualquier hábitat tradicional con un condicionante defensivo implícito. Y esto es evidente cuando se accede al cerro, o cuando se analizan los desniveles máximos absolutos en estas distancias, siempre superiores a 70 metros menos hacia el NE. Los grados de pendiente en porcentajes de estos acimuts, NE y E, son los más bajos de los entornos, con 11,09 y 10,27 % y, aún así, pendientes como estas se califican como propias de «carreteras de montaña» (entre 7 y 14%: S.G.E. 1973: 66). Lógicamente en este flanco nordoriental se localizan los accesos actuales al cerro y estarían las puertas principales del yacimiento (Fig. 10.2). En suma, un resultado como este parecería más adecuado para un oppidum prerromano, gestado en un clima de inseguridad constante, que para una fundación propiamente romana, a menos que los condicionamientos defensivos del momento fuesen tan importantes como para justificarlo. Y, en efecto, no parece que la conquista de la Beturia a finales del siglo II a.C. abriese las puertas a un período de paz y prosperidad sino, por el contrario, guerras civiles y beligerancia social endémica llevaron a este territorio a décadas de inestabilidad que justificaría no solo la elección de lugares fácilmente defendibles como capitales comarcales, caso de Nertobriga, sino también a la adopción de esquemas constructivos y de poblamiento que al menos en apariencia adquieren rasgos claramente militares: recintos-torres, castros en roquedales, castella alentejanos, etc. (Mataloto 2010; Ortiz y Rodríguez Díaz 2004; Moret y Chapa 2004; Mayoral y Celestino 2010) El mismo oppidum de Magacela (Badajoz) responde a un patrón similar, emplazado en una altura innacesible que le supone uno de los hitos del paisaje bajo-extremeño más reconocido dado que se divisa, imponente, desde decenas de kilómetros alrededor suyo. Y de nue-
7
Índices de accesibilidad: Accesibilidad abierta: > 1.49; accesibilidad condicionada: < 1.50 / > 2.49: accesibilidad encauzada: < 2.50 / > 3.49; accesibilidad restringida: < 3.50 / > 4.49; inaccesibles: < 4.50.
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vo una fecha de finales del siglo II a.C. es la que arrojan las excavaciones realizadas en dicho enclave (Ortiz y Rodríguez Díaz 2004: 89).
3.2. EL PAISAJE DEL DOMINIO VISUAL (PAISAJE DOMINADO) Como tal ámbito entendemos el territorio que podría ser controlado habitualmente con eficacia, tanto por su proximidad cómo por estar dentro de un alcance visual ordinario. Por ello el primer paso en su definición es el cálculo de la capacidad de la visibilidad real que desde dicha línea de muralla se obtiene. Como parámetros teóricos hemos partido de los resultados obtenidos a inicios del siglo XX por la Cruz Roja para elegir y mantener una insignia fácil de distinguir y ser reconocida a larga distancia, que: «Confirmaron que, en caso de tiempo claro, una bandera de la Cruz Roja de 10 m de anchura no es identificable a una distancia de 5000 m, y una de 5 m de anchura, apenas se puede reconocer a 3000 m» (Cauderay 1994: 270). Ante estas comprobaciones optamos por una distancia de 2500 metros/radio desde el paramento exterior de la muralla de la acrópolis para considerar, teóricamente, el dominio visual real de este poblado (Fig. 10.1). El resultado es relativo pues se ve, y se vería, mermado por las circunstancias del observador, por unas condiciones meteorológicas desfavorables en el momento de la observación, y por la densidad y el tipo de cobertura arbórea. Evidentemente no puede colegirse la capacidad real del dominio visual desde un poblado en un período concreto, pero sí podemos acercarnos a las capacidades generales óptima, entendiendo que los vigías serían individuos de comprobado alcance visual; las circunstancias meteorológicas, las óptimas para una vigilancia eficaz, y la cobertura arbórea escasa, o nula al menos en las pendientes y aproximaciones a la muralla, habitual en cualquier fortificación. A partir de estas presunciones hemos combinado nuestra propia experiencia sobre el terreno con los resultados de la aplicación de la herramienta del dominio visual virtual de la Carta Digital Militar v.2. en los cuatro puntos cardinales del recinto amurallado, como inicios de los acimuts calculados. En todos ellos se afinó hasta una precisión de 1000 metros sobre torres virtuales de 5, 10 y 15 metros, con resultados muy parecidos al obtenido desde el punto más alto del cerro, en el interior de la acrópolis. Las diferencias en estas escalas son poco apreciables. El
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resultado final se comparó con los obtenidos en la realidad desde nuestra altura natural, obteniendo coincidencias en la gran mayoría de las áreas observadas real y virtualmente. Prácticamente las divergencias se localizan en la visibilidad del horizonte y, aun así, solo por el nordeste tienen cierta entidad (Fig. 10.1). De la combinación de estos resultados se obtuvo la figura 11.1 se ponderan estos dominios visuales en la forma de tres ámbitos concéntricos en los que el más cercano define el paisaje visualizado de los accesos, con una longitud media de 1,5 km. Solo hacia el SE la visibilidad en primer término se expande hasta 2,5 km, la medida teórica utilizada para este «paisaje». Más allá, el segundo ámbito implica el verdadero paisaje dominado del oppidum, con un radio medio de 7,5 km, una distancia que se antoja excesiva si no se articula con emplazamientos intermedios, como creemos que es este caso. Más allá se emplaza en tercer ámbito paisajístico, «del horizonte», cuyos puntos de fuga superan los 45 km.
3.3. PAISAJE DEL HORIZONTE (PAISAJE VISUALIZADO) Este espacio exterior está caracterizado por la capacidad de la «visibilidad reinante»8 que, a partir de las comprobaciones efectuadas por la Cruz Roja, pudiera considerarse como la restringida hasta una distancia de uso real y efectivo de 8 km, pues, más allá, una hoguera o una luz «tradicional» no pueden percibirse durante la noche (Cauderay 1994: 270). Tal como hicimos en ensayos anteriores, proponemos el análisis del espacio circundante abarcado por la distancia media de 7500 metros de radio para considerar este denominado «paisaje del horizonte». Aunque los territorios visualizados más alejados (por ejemplo, a 15 000 y hasta 45 000 metros) no deberían ser tomados en cuenta como referencias válidas de un «paisaje» con más trascendencia para el hábitat, creemos que estas imágenes en lontanan-
8 En términos aeronáuticos, es decir la «mayor distancia horizontal común en ángulo de 180º» según el Glosario ARCE publicado por la Dirección General de Protección Civil del Ministerio del Interior y la Universidad Carlos III. Este alcance se reduce a > de 1 km en condiciones de niebla; < de 2km con calima y > de 3 km con lluvia según el citado “glosario” y otros comunes en la Ciencia meteorológica.
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za deberían tenerse en cuenta en términos de prácticas cultuales y concepciones cosmogónicas de los habitantes de cualquier asentamiento de la época (por ejemplo, en la ciudad galo-romana de Bibracte: Almagro-Gorbea y Gran Aymerich 1991). La figura 11 demuestra la magnitud del paisaje visualizado desde Nertobriga. En los puntos de fuga, la vista del horizonte alcanzan y supera los 40 km en línea de aire (en adelante “l/a”), unas dimensiones que entran dentro de ese ámbito simbólico que le atribuimos al Paisaje del Horizonte. Si hubiese alguna duda de ello, cabe decir que estos puntos de fuga son muy concretos hacia el nordeste y sureste, precisamente por donde se divisa en tiempo bueno, dos de los lugares más emblemáticos del Ardila: los Castellares de Zafra, con sus asentamientos prehistóricos y sus pinturas postpaleolíticas, y el Monasterio medieval de Tentudía, centro espiritual de este territorio que es visible, como hemos podido comprobar, los días claros al atardecer, pues el Sol se refleja en sus altos muros. El tercer punto de fuga es hacia el oeste, mucho más ambiguo dado que se abre hacia la desembocadura del Ardila en el Guadiana, ya en tierras portuguesas, a cotas muy inferiores. Por ello lo único que puede comprobarse es que alcanza las serranías de Barrancos, la más cercana localidad lusa, a poco más de 25 km. Estas dimensiones no deben tenerse en cuenta más que desde la óptica simbólica. Desde un enfoque práctico, el Paisaje del Horizonte se limita claramente a un radio de 15 km, distancia que es el doble de la comprobada para efectos de control visual en lontananza (vide supra). Esto significa que la capacidad de relación con el entorno en Nertobriga fue muy superior a la que se precisa para el dominio visual del territorio cercano, sin duda como consecuencia del valor capital que pudo ejercer en su momento. Observando con mayor detalle la figura 11 podemos confirmar que desde El Coto se domina todo su extrarradio hasta una distancia ideal de 7,5 km, con cierta irregularidad lógica ante la orografía variable que le circunda. Así hacia el este, el dominio visualizado es algo menor, mientras se extiende ligeramente por encima de los 8 km hacia el oeste, consecuencia de la bajada de las cotas medias a las que sigue el mismo cauce y la cuenca del Ardila, de camino a su desembocadura en el Guadiana. Un caso paradigmático es el Alto de la Atalaya de San Pedro, una torre vigía medieval situada en el término de Higuera la Real cuyo emplazamiento es visible hacia el noroeste desde El Coto, emplazado a 15 km de distancia en l/a. Dicha torre ha sido
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Figura 11.1. Combinación entre el dominio visual real, desde los octantes analizados sobre la muralla de la acrópolis de Nertobriga, y la visibilidad virtual obtenida en la Carta Digital de España. Puntos negros: yacimientos en la Carta Arqueológica de Extremadura; Verde: no registrados.
Figura 11.2. Paisaje del dominio visual, o «Paisaje dominado» desde Nertobriga con la relación de yacimientos de época romana estudiados en el texto.
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prospectada numerosas veces y solo ha aportado restos y cerámicas medievales, aunque fuese incluida en un estudio inicial sobre fortificaciones romanas y por ello citada y asignada a este período en numerosos trabajos posteriores (Alonso Sánchez 1989: 101; TIR Hoja J-29: 36). En nuestro caso, y aun cuando este sitio estuviese ocupado en época romana, no parece factible una relación visual efectiva con Nertobriga, a menos que saliese ardiendo todo el cerro de La Atalaya. El Paisaje romano de Nertobriga se sintetiza en su dominio visual, regularmente disperso en un radio de 7,5 km alrededor de las murallas de su acrópolis. Este territorio ha sido prospectado intensamente por nuestro equipo desde los años ochenta del pasado siglo, aunque lógicamente haya parajes no reconocidos, sin duda debido a la intrincada orografía. Del resultado de dichas prospecciones y de las realizadas en 2012 por Underground Arqueología, se ha derivado el plano reflejado en dicha figura, donde hemos destacado una docena de yacimientos que se encuentran dentro de dicho ámbito del paisaje dominado visualmente (Fig. 11.2):9 A. Nertobriga Concordia Iulia (término de Fregenal de la Sierra), localizada sobre el Cerro o Sierra del Coto —YAC64703—, a menudo es conocida y citada por «Valera la Vieja» —YAC 64720—, topónimo ya presente en la Reconquista cristiana y que se ha fosilizado al norte y al este de El Coto, en la forma de los cerros Valera (dos, al norte y al este), y de los cortijos «Valera Barriga» (al norte), «Valera Julia» (al nordeste), «Altos de Valera» (junto a la anterior), y «Valera Claros», del que queda constancia en la edición 1:50000 del MTN de 1951. Aunque no hemos comprobado la extensión del hábitat de El Coto por sus laderas oriental y septentrional, los restos romanos se esparcen por estos parajes que podrían haber retenido el topónimo paleocristiano del sitio, a veces llamado «Valera la Vieja» (Voz Nertobriga en TIR Hoja J-39: 115). B. Valera Julia - Altos de Valera (término de Bodonal de la Sierra): el yacimiento arqueológico
9 Otros, como «Catalina la Grande o Doña Catalina» en Fregenal de la Sierra; «Vallecastro» en Fuentes de León; «El Castaño» en Segura de León; o «Castrejón de Capote» y «Resilux», ambos en Higuera la Real, están dentro de este ámbito, pero no tienen relación visual con Nertobriga y por tanto no parecen adecuados para el estudio que se propone. No obstante se ha elegido este último caso como ejemplo comparativo de este bloque.
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reconocido responde a parámetros propios de una gran villa romana, o asentamiento rural, en torno al cortijo de Valera Julia —YAC82885—. Su relación con el cerro vecino, «Altos de Valera», es una mera suposición pues nunca se han encontrado restos arqueológicos reconocibles como tales ni en él, ni en las obras de minería reciente que se documentan. Estas son algunas zanjas abiertas sobre filones de magnetita realizadas a mediados del siglo XX, rápidamente abandonadas por su escasa rentabilidad. Dada la posición estratégica y dominante del entorno inmediato de este cerro, se ha tenido en cuenta en el análisis del territorio nertobriguense… C. Casa de Ríos (término de Fuentes de León): un cortijo decimonónico, literalmente construido y pavimentado con ladrillos romanos y tégulas. Su localización en las faldas orientales del citado fue propiciada por nuestro interés en la localización del nacimiento del arroyo Torvisco o Torviscoso, en el que fueron identificados los filones de oro por parte de los geólogos de PRESUR en los años 90. Sin embargo la abundancia de barros arcillosos y de sus productos permite suponer en el emplazamiento de alguna construcción fabril relacionada con la construcción de la ciudad, al menos para épocas romanas tardías (Berrocal-Rangel 2001: 93) D. Convento de El Cristo o El Torreón (término de Segura de León): entre los muros de este convento y las construcciones vecinas, el profesor Andrés Oyola, miembro destacado de nuestro equipo, documentó en los años setenta los restos de una villa romana, incluyendo piezas graníticas de arquitectura (fustes), tégulas, ladrillo y algún fragmento menor de inscripción (Berrocal-Rangel 2001: 93; 2003: 165). E. El Castillejo (término de Fuentes de León): es un yacimiento no prospectado por el momento pero con noticias del hallazgo de restos romanos desde el siglo XIX. Entre ellos destacamos los procedentes de una posible necrópolis en el topónimo vecino del «Cortijo de la Monja», en la ladera sur del cerro (Barrera Antón 1992: 58). F. El Castro (término de Fuentes de León): es un topónimo repetido en varios parajes al norte de la localidad de Fuentes de León (cortijo de El Castro, Vallecastro: YAC28525), de los que se ha recogido información fidedigna sobre hallazgos de época romana y paleocristiana (Berrocal-Rangel 1992: 320). El Castro-La Madrona es, sin embargo, dos alturas relevantes del entorno y en las laderas del primero pudimos documentar la presencia de material prehistórico, aunque no romano. No obstante
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dichas alturas serán tenidas en cuenta, como una sola, en representación de los yacimientos romanos localizados en sus laderas. G. La Esperanza (término de Cumbres Mayores): en las laderas que rodean el cerro donde se emplaza la ermita a Nuestra Señora de la Esperanza es habitual el hallazgo de ladrillos, tejas, cerámicas comunes y algunas sigilatas que identifican un antiguo yacimiento romano bajo el lugar (Berrocal-Rangel 1992: 323). H. Capote «B» (término de Higuera la Real): es el cerro inmediato al Castrejón de Capote –YAC65825—; –YAC65856—, situado al oriente de este y al que domina claramente en altura. A diferencia del conocido yacimiento de la Edad del Hierro, en Capote «B» solo se pudieron encontrar numerosos restos cerámicos de época romana (de nuevo tejas, ladrillos, cerámica común…), todo a lo largo de una gran extensión de terreno que alcanza varias hectáreas y que está delimitado por el suave talud de una posible muralla (Berrocal-Rangel y Ruiz Triviño 2003: 26). I. Resilux (término de Higuera la Real): con el nombre de una empresa dedicada a la producción de plásticos biodegradables, cuya central para Europa se encuentra en este paraje al sur de Higuera la Real, figura en la Carta Arqueológica de Extremadura este yacimiento con la clave YAC65847 y la información de ser el lugar de hallazgo de material latericio romano así como de cistas funerarias de la Edad del Bronce. J. El Picón o La Marquesita (término de Higuera la Real, —YAC65842—) es, por último, el yacimiento más explícito de todos ellos, respecto al control del territorio nertobriguense, con la excepción de la misma Nertobriga. Localizado y publicado por el profesor don Aurelio Salguero, miembro destacado de nuestro equipo, hemos reconocido en dicho cerro al Sureste de la localidad de Higuera, una torre en planta cuadrada o cuadrangular con materiales comunes romanos, algunos de ellos de clara adscripción romano-republicana (Salguero 1999). Por todo ello hemos considerado su identificación como una torre o recinto-torre emplazada para el control de los accesos de Nertobriga, aun sabiendo por comprobación de visu que los 6,5 km que separan ambos yacimientos suponen una distancia suficientemente grande como para reflejar una señal que no sea algún fuego nocturno o reflejo especular diurno.
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La figura 11 refleja las relaciones entre estos yacimientos en relación con la intervisibilidad virtual que se desprende de las herramientas de la Carta Digital Militar de España v.2, con una precisión de 10 000 metros sobre una torre hipotética de 10 metros. La definición de la trama con 10 000 metros es un tanto grande, a diferencia del cálculo virtual realizado desde las murallas de Nertobriga (con una precisión de 1000 metros), porque nos pareció suficiente para ver si el modelo funcionaba en términos generales. Sus resultados se han reducido a la ratio obtenida tras valorar con “1” la visualización completa de un yacimiento desde otro (V), y con “0,5”, la visibilidad limitada (v); mientras la inexistencia de relación visual posible se contabiliza como “0” a efectos estadísticos. Sus resultados se han simplificado en la ratio resultante de la fracción de la ∑n.º casos con Visibilidad completa + visibilidad limitada entre el número total de yacimientos menos el analizado, es decir, 9. Los resultados varían entre el “1” propio de un caso en el que se visualizasen todos los demás poblados, a “0,11”, que se obtendrían para un yacimiento desde el que no se visualizara ninguno. Como este sencillo ejercicio tiene por objeto discriminar aquellos emplazamientos que no parezcan responder a una necesidad de interconexión relacionada con el control del paisaje, hemos separado aquellos resultados superiores o iguales a “0,60”, de los inferiores, apoyando que los primeros responden perfectamente a emplazamientos elegidos por su interconexión visual: desde éstos se divisan seis o más poblados del total de nueve. Nertobriga resulta el caso más evidente, sin duda favorecida por su posición central, con una ratio de 0,88, que supone que desde ella se visualizan 8 de los 9 poblados restantes. El mismo resultado se obtiene desde El Castro de Fuentes de León y La Esperanza de Cumbres Mayores, cerros destacados aunque dispuestos en una situación marginal de la comarca. Algo menores son los resultados de Los Castillejos de Fuentes (0,72), Altos de Valera y El Picón (0,66), para arrojar Capote «B» un 0,61, resultado de divisar desde él cinco yacimientos con claridad y con dificultad un sexto. Estos emplazamientos contrastan con el comportamiento de otros, como Casa de Ríos (0,55) o El Convento de El Cristo (0,22), e incluso Resilux (0,44), cuyos resultados reflejan emplazamientos no elegidos para una posible interconexión visual y, por tanto, mucho más enfocados hacia sus entornos imediatos.
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Figura 12. Resultados de las relaciones de visibilidad virtual obtenidas entre los yacimientos seleccionados.
4. CONCLUSIONES Las recientes excavaciones en extensión abiertas en el yacimiento de Nertobriga Concordia Iulia nos han permitido identificar la fundación romana de esta población a finales del siglo II a.C. según las normas tradicionales que Roma aplica para estos actos, independientemente de la consideración jurídica de la nueva ciudad, ya sea colonia, municipio, o una ciudad libre o federada. La secuencia de ocupación del yacimiento manifiesta, además, un plan de remodelación integral de su centro simbólico, localizado en el área más alta del Cerro del Coto, en forma de acrópolis. Sobre este lugar y a partir de la orientación de las construcciones republicanas relacionadas con la fundación, cuya trama se respeta, se erigió un foro rodeado por grandes edificios públicos y presidido, en su lado más alto, por un enorme podio que soportaba dos templos gemelos, posiblemente dedicados a la Domus Augustae o a la Familia Caesaris. Se puede plantear, por tanto, una segunda «fundación» romana, acaecida bajo este emperador o bajo el gobierno de sus sucesores según los numerosos materiales hallados en sus series estratigráficas. Sin duda, entonces, la ciudad fue elevada al rango de municipium (Pérez Olmedo y BarreraAntón 1994-1995). La riqueza de la inversión imperial en este, por entonces, municipio fronterizo de la Baetica, parece justificarse por los recursos mineros y agropecuarios de su entorno, al menos, durante el
Imperio romano. Pero el estudio detallado de su paisaje revela conclusiones muy diferentes. A diferencia de los procesos paralelos que se van comprobando en otras localidades contemporáneas de la Beturia, Nertobriga se mantiene ocupada en el cerro destacado original. En efecto otros poblados similares abandonan los cerros ocupados en época protohistórica y/o republicana a inicios del Imperio para fundarse, como nuevas ciudades en los llanos colindantes (por ejemplo, Regina turdulorum entre Casas de Reina y Reina: Gorges y Rodríguez Martín 2004: 89 y ss.). Por el contrario, la ocupación de Nertobriga, pese a que debió extenderse por los llanos aledaños de Valera, mantuvo su identificación política y administrativa en lo alto del cerro originario, un lugar de difícil acceso y sin dudas con mayores problemas de abastecimiento de agua que sus laderas, pero que se configura como verdadero «hito» urbano del paisaje circundante. Y dicho paisaje no es pequeño, pues emplazada en el centro de la cuenca del Ardila, que corre en línea curva alrededor de dicho paraje aportándole un control visual de todos sus alrededores claramente notable. El Coto del Cerro se mantuvo ocupado desde épocas remotas de la Protohistoria hasta la reconquista medieval por parte de los Caballeros del Temple a inicios del siglo XIII, sobre una loma destacada, casi solitaria, solo unida a cerros menores por su ladera oriental (Caso 2005). Esta es la única vía accesible de su entorno inmediato, de lo que deno-
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minamos «Paisaje de los accesos», un paisaje que es propio de fortificaciones fronterizas, lugares concebidos para la defensa de un territorio, pues se trata de un emplazamiento de «accesibilidad muy encauzada» según los baremos del Servicio Geográfico del Ejército, en este caso encauzada por el Oriente (ENE). Por este flanco, donde se localizan los accesos tradicionales e históricos, las pendientes medias superan desniveles absolutos superiores a los 70 metros con inclinaciones del 11%, características de las «carreteras de montaña» a inicios del siglo XX. Esta localización aislada y dominante permite que su «Paisaje del Horizonte» incluya la conexión visual real con otros parajes del Ardila de claro valor simbólico, que se emplazan del otro lado de la cuenca de este importante río, aunque a distancias superiores a los 40 km (Barrancos, Castellares de Zafra, Tentudía…). Todo indica que este paisaje pudiera reflejar el territorium nertobrigense, marcado por la corriente ardileña como límite, pero también que este espacio es demasiado grande para ser controlado visualmente de manera directa desde su destacado cerro, pues su radio oscila entre 20 y 15 km. Del interés de los nertobriguenses por dicho control no caben dudas, como prueba que en sus entornos se asienten diversos poblados y villas romanos hasta donde el control visual puede hacerse efectivo, es decir hasta unos 7,5 km. Define esta área lo que hemos llamado «Paisaje dominado», o paisaje del dominio visual, un territorio extenso que alcanza una superficie de 16 800 ha10 que marcaría el espacio vital del municipium, rico en aguas y pastos, cruzado de sur a norte por dos ramales complementarios de la vía XXIII del Itinerarium Antoninum (Onuba Aestuaria – Augusta Emerita) (BerrocalRangel 2003: 165). La disposición de un sistema yuxtapuesto de control visual de este amplio territorio sería previsible en la relación directa entre el Cerro de El Coto y algunos emplazamientos de su «Paisaje dominado»: Altos de Valera, El Castillejo, El Castro, La Esperanza y El Picón son asentamientos adecuados por sus emplazamientos en alto y su intervisibilidad, capaces de funcionar como extensiones de la capacidad visual de la misma Nertobriga y asegurar, de esta manera, el control directo sobre un extenso territorio que superaría
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168 cuadrados de 1 km de lado, a partir del plano 1:25000 del MTN, según el área tramada del ámbito del paisaje abarcado por el dominio visual (“Paisaje dominado”), reflejado en la figura 9.2.
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las 500 000 ha. Sin embargo, una sencilla aplicación de la Carta Digital Militar de España demuestra un comportamiento bien diferente. La figura 13 refleja los resultados de las visibilidades virtuales obtenidas desde los puntos más altos de Nertobriga (Fig. 13.1), y Capote B y El Picón (Fig. 13.2, amarillo y verde claro, respectivamente). Si se observa la dispersión de la visibilidad desde Nertobriga refleja un patrón centrípeto, como es lógico desde un lugar central, que se repite en el resultado obtenido desde El Picón, un diseño circular con algunas extensiones hacia el nordeste y el suroeste. El mismo dibujo refleja los casos de Altos de Valera, El Castillejo, El Castro y La Esperanza. Diferente es el caso de Capote B, mucho más restringido a las tierras cercanas marcadas por los barrancos del Sillo y del Álamo. Aunque era posible considerar esta diferencia como consecuencia de la necesidad de cubrir estas zonas más deprimidas desde un punto más bajo, como es Capote B, la superposición de su dominio virtual sobre el obtenido desde El Picón dio la coincidencia casi completa que se refleja en la figura 12.2. Es decir, estos enclaves exteriores en el Paisaje dominado desde Nertobriga no tenían como objetivo ampliar el dominio visual sobre el Paisaje del Horizonte, sino reforzar el control interior de este territorio inmediato. Todo ello no niega la consideración de Nertobriga Concordia Iulia como una pequeña ciudad romana, fundada para ser capital política y simbólica de un amplio territorio que coincide con el corazón o núcleo de lo que ha venido a llamarse Baeturia celtica (Berrocal-Rangel 1998: 147 y ss.; Pérez Macías 1996). Su emplazamiento no refleja el tipo de ocupación local de un asentamiento concebido con una vocación concreta, como podría ser la minera (el oro del Sillo o el hierro de Valera) o la agropecuaria, enfocado hacia el control de dichos recursos vitales. Por el contrario demuestra situarse sobre un área central amplia, cercana a las 17 000 ha., rica en recursos variados y bien comunicada, cuyo valor político y administrativo justificó las inversiones públicas que acontecieron sobre este lugar a inicios del Imperio. Pero su emplazamiento también implica un fuerte componente defensivo que podría justificarse en su fundación romana original, dentro de las luchas y conflictos de la República del siglo I a.C. y especialmente de las Guerras Sertorianas, cuyo frente estuvo establecido en este paraje entre los años 79 y 76 a.C. (Berrocal-Rangel 2003: 194-195). Pero la fundación romana de Nertobriga es anterior, posiblemente inmediatamente después de la conquista de este terri-
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Figura 13.1. Visibilidad virtual obtenida desde el punto más alto de Nertobriga, con la Carta Digital de España, con precisión de 5000 m y una torre teórica de 10 m. En blanco los yacimientos analizados con resultados positivos (> 0.60) según la figura 11. Todos ellos son visibles desde el yacimiento central.
Figura 13.2. Visibilidad virtual obtenida con los mismos parámetros desde El Picón (Verde claro) y Capote B (Naranja). Se han superpuesto ambas capas con una coincidencia completa.
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torio, una vez muerto Viriato en la segunda mitad del siglo II a.C., y los condicionantes defensivos ya estaban presentes entonces, quizá como consecuencia de haber elegido, los romanos, el solar de un oppidum local vencido al asalto, la Nerkobrika tomada al asalto por el pretor Marco cuando, al final del largo verano del 152 a.C. volvía de realizar una incursión contra los lusitanos para pasar el invierno en Corduba, a resguardo (Polibio, Hist. 35,2). Parece claro por el sentido del texto y por otros indicios y pruebas que esta Nerkobrika no estaba emplazada entre los celtíberos, sumisos por entonces, sino cerca de Lusitania, entre esta y la capital de la Ulterior. Por lo mismo, la cita de esta Nertobriga en el párrafo de Polibio no se puede considerar una confusión con la Nertobriga celtibérica (La Almunia de Doña Godina, Zaragoza), autora del intento de pacto con el Senado romano según Apiano (Iber., 48-49). Por el contrario, la citada Nerkobrika podría localizarse en esta posterior Nertobriga Concordia Iulia de los célticos betúricos y su conquistador inicial en la figura de Marco Atilio, a la sazón pretor de la Ulterior, y no en Marco Marcelo, que andaba por entonces pactando el armisticio de los nertobriguenses del Ebro (García Moreno 1988: 376; Berrocal-Rangel 1992: 46). Pero nuestras excavaciones no han documentado, por el momento, rastro alguno de esta Nertobriga céltica, ya que los materiales protohistóricos hallados remiten a fechas anteriores a la celtización de la Beturia. Claro que igual aconteció con un oppidum celtibérico cuya trayectoria parece estrechamente semejante a la de Nertobriga Concordia Iulia, Termancia (Carratiermes, Montejos de la Sierra, Soria). Como esta, Tiermes fue asediado y conquistado al asalto, por las legiones romanas, y arrasado hasta sus cimientos, antes de ser fundada como una «ciudad libre o federada» quizá después elevada al rango de municipium y, como en nuestro caso, también fue negada por la Historiografía del siglo XX como solar del mítico oppidum celtibérico, dada la inexistencia de pruebas directas sobre el lugar… hasta que se hallaron recientemente (Martínez Caballero y Mangas 2010). Independiente de reconocer en Nertobriga Concordia Iulia a la Nerkobrika celtica de las fuentes, o no, el carácter defensivo de este emplazamiento de El Coto está bien atestiguado y se confirma por la entidad y magnitud que presentan sus murallas, al menos las del recinto superior que se identifica como «acrópolis». Con ellas, los templos gemelos y demás grandes edificios de su foro convirtieron a Nertobriga en el hito central y simbólico del paisaje de la
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Beturia céltica, un verdadero speculum Romae, para unas poblaciones y un amplio territorio cuya romanidad, pese a su conquista efectiva a finales del siglo II a.C. no parece haber sido efectiva hasta entrado el Imperio. Así se colige también para otros municipia célticos, como el eburense (Évora) o el mirobrigense (Santiago do Caçém), que brindaban una seguridad simbólica y física a los habitantes de sus comarcas según confirman la Arqueología y la Epigrafía, a partir de Octaviano. Por ejemplo los epígrafes CIL II 972 y 973, EE VIII 82 informan sobre su emplazamiento y categoría urbana, como los procedentes del Limes Germánico sobre los legionarios que, nacidos en ella, sirvieron en Europa y, especialmente, la inscripción CIL XIV 2613, que refiere la existencia de un patrono de Nertobriga entre los patricios de la ciudad de Tusculum (Pérez Olmedo y Barrera Antón, 1994-1995: 250).
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Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Reunión científica. Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal), 24-25 mayo, 2012.
EL TERRITORIO DE MEDELLÍN EN ÉPOCA REPUBLICANA. ANÁLISIS ESPACIAL Y UNAS PRELIMINARES DEDUCCIONES HISTÓRICAS Francisco Javier HERAS MORA, Dirección General de Patrimonio Cultural (Gobierno de Extremadura); Victorino MAYORAL HERRERA y Luis SEVILLANO PEREA, Instituto de Arqueología de Mérida (CSIC); Ernesto SALAS TOVAR, Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CSIC)
Resumen: Los restos arqueológicos de las laderas del Cerro del Castillo de Medellín hablan de su pasado romano como ciudad de la Lusitania. Su nombre —Colonia Metellinensis o Metellinum— debiera responder a su origen, ligado a Quintus Caecilius Metellus Pius, procónsul victorioso de las Guerras Civiles ante Quintus Sertorius. Esta asociación ha comportado tradicionalmente que, con cierta ingenuidad, se haya dado por sentada la existencia aquí de un campamento del conocido militar romano y que supondrá el substrato sobre el que se alzará, de forma más o menos inmediata, la colonia y el presumible municipium posterior. Por el momento, las excavaciones arqueológicas se empeñan en negar la hipotética base militar de Metellus en el solar de la actual localidad de Medellín; tampoco parecen arrojar luz suficiente sobre el origen de la colonia, que se presuponía desde tiempos inmediatamente después del conflicto sertoriano o de César. Por su parte, los trabajos de prospección sistemática que se han acometido en los últimos años en su entorno territorial más inmediato, nos permiten ir valorando el impacto económico y espacial del asentamiento propiamente romano. Sin ser categóricos —ni pretender serlo—, los primeros resultados sobre el terreno vuelven a negar la existencia de una explotación u ocupación tan temprana del campo en torno a la colonia. Summary: The archaeological remains located in the «Cerro del Castillo de Medellin» speak about its past as a roman city in the ancient Lusitania province. Its name —Colonia Metellinensis or Metellinum— may respond to an hypothetical origin linked to Quintus Caecilius Metellus Pius, victorious proconsul in the Civil Wars versus Quintus Sertorius. This association has traditionally assumed, with some ingenuity, the existence of a roman military camp developed afterward as a city. Until today, the archeological excavations haven’t shown material evidences of this hypothetical roman military fortress of Metellus under the current Medellín (Badajoz, Extremadura, Spain). Nowadays, intensive, systematic survey allow us the evaluation of the social and economic roman impact of this historical site. Preliminary results haven’t provided us traces of the occupation or exploitation of this colony before Augustan times. Palabras clave: prospección de superficie, colonia Metellinensis, SIG, romanización, recintos-torre. Key words: intensive survey, Colonia Metellinensis, GIS, romanization, fortified enclosures.
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1. INTRODUCCIÓN Han pasado apenas doscientos años de uno de los capítulos más trágicos de nuestra particular Guerra de la Independencia, un conflicto que acaba con la salida de España de la órbita del Imperio Napoleónico en que se vio envuelta casi toda Europa. Medellín, una pequeña localidad de la provincia de Badajoz, en la misma línea del Guadiana, fue testigo en aquel conflicto de una dura batalla que, dicho sea de paso, se solventaría con la victoria gala. Dos siglos más tarde conocemos casi todos los detalles de aquellos sucesos: los antecedentes más inmediatos, los objetivos estratégicos de cada uno de los bandos implicados, las fuerzas enfrentadas y los pormenores de la elección del campo de batalla. No podemos esperar contar con el mismo grado de conocimiento para las campañas bélicas que en época romanorrepublicana afectaron a este mismo escenario, las llamadas Guerras Sertorianas. Justo ahora, y aún a riesgo de abusar de las efemérides, se cumplen los 2090 años de este otro gran choque militar, que parte de Italia pero que alcanzará proporciones internacionales. De un lado, un cualificado y probado general —Quintus Caecilius Metellus— al mando del ejército de una potencia extranjera —Roma— y del otro, un proscrito político —Quintus Sertorius— que atrae para sí y para su causa los intereses más variados de los pueblos hispanos. La línea del Guadiana, también en este momento, resulta un hito geoestratégico importante, testigo de marcha de tropas, de fortificaciones y acuartelamientos. De hecho, el propio Metelo encuentra aquí refugio en varias ocasiones durante el bienio del 79-78 a.n.e. y una pequeña ciudad en sus orillas recibirá más adelante su nombre, MedellínMetellinum-Colonia Metellinensis. Ahora será nuestro sujeto de estudio. Cuando echábamos a caminar en nuestro propósito de conocer los pormenores de aquellos remotos paisajes de la romanización, de los que formaban parte esas construcciones que genéricamente llamamos «recintos ciclópeos» que comenzábamos a estudiar y reinterpretar, cobraba cada vez mayor interés la pieza «Medellín». Pensábamos —y de alguna forma seguimos manteniendo ese pensamiento— que podría ser una de las claves históricas y estratégicas de la conquista romana de estos territorios, en tanto que presumiblemente estuvo vinculada a la guerra que Roma sostuvo en Hispania. Y es que por un sencillo ejercicio de deducción etimológica y toponímica resultaba la identificación del nombre actual de la
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localidad pacense con el militar romano y, por extensión, con el contexto bélico del que fue uno de sus destacados protagonistas. Por otro lado, el conocimiento arqueológico que se tiene de este sitio es abundante y permite, ya hoy, ciertas aseveraciones materiales y cronológicas. Medellín es, además de su caserío, un castillo, una fortaleza que data de época medieval, encaramada en un promontorio aislado y flanqueado por el curso del río Guadiana. Por las faldas del Cerro del Castillo afloran los restos de las murallas que históricamente han defendido la plaza fuerte, pero también construcciones que una vez fueron los edificios públicos de la colonia romana, de los que destaca particularmente su formidable teatro, hace poco excavado en su totalidad. Desde hace casi medio siglo, la cima y las laderas han sido profusa y sistemáticamente sondeadas con el objeto de extraer secuencias estratigráficas anteriores al período romano. De ello ha resultado el conocimiento de sus fases protohistóricas, una ocupación que arranca del Bronce Final y se extiende a lo largo del Orientalizante hasta un desdibujado poblado prerromano (Almagro 1977; Almagro y Martín 1994; Jiménez y Haba 1995). Los sondeos también permitirían establecer correspondencias firmes entre el asentamiento protohistórico y la espectacular necrópolis de El Pozo, excavada pocos años atrás en un área llana junto al cauce del río. La confluencia de informaciones arqueológicas sobre el período romano obtenidas dentro de los límites de la actual Medellín y su entorno espacial iban conformando el perfil socioeconómico de la antigua colonia, sus orígenes y su decurso en los siglos sucesivos. La meritoria labor de Salvadora Haba (1998) supone, a finales del XX, la gran compilación de datos acerca de su pasado romano, en que se aúnan el estudio epigráfico de las inscripciones recogidas hasta el momento en todo este ámbito, el análisis numismático de una considerable muestra recuperada por las calles de la localidad y sus campos inmediatos y un importante rastreo por las fuentes clásicas y posclásicas que citen alguna de las acepciones posibles de la ciudad. El trabajo de Haba ponía de manifiesto importantes lagunas en el conocimiento del Medellín romano. Si en él prestaba poca atención a los demás materiales arqueológicos, como la cerámica, que son un complemento relevante a la hora de sistematizar la evolución histórica de la colonia, quizás sea porque entonces se adolecía de excavaciones o sondeos en el ámbito de la ciudad romana, más allá de puntuales intervenciones, como la de Amo (1982) en el
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Figura 1. Delimitación de la zona de estudio.
teatro. No obstante existían argumentos para aventurar un posible diseño urbano, su topografía e infraestructuras civiles; una instantánea, en definitiva, de la urbe imperial. Pero, ¿qué era de los cimientos republicanos de los que parte, sobre todo si, como se ha sugerido más arriba, su origen pudiera remontarse a los tiempos de Metelo, vencedor de Sertorio? Ya el Dr. García Morá (1993: 389) había mostrado su extrañeza por no haberse detectado hasta el momento la rotundidad de los habituales fósiles-guía del período republicano que cabría esperar en una fundación militar y urbana de este tiempo.
Sin duda, la identificación de un campamento militar en las proximidades supuso un golpe de efecto a propósito de aquellas dudas sobre sus fases romanas más antiguas, sobre todo cuando en él se documentaron los restos materiales que habría cabido esperar en Medellín (Heras 2009a). Ya en las primeras reflexiones históricas que permitían su detección y caracterización cronológica se ponía en tela de juicio la atribución militar del origen de la ciudad, al menos en los términos en que hasta el momento había sido formulada (Heras 2009b).
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El proyecto que iniciábamos hace dos años para el análisis territorial del entorno de Medellín,1 comenzaba a aportar nuevos datos, esta vez espaciales, sobre la ocupación y explotación de los campos desde un punto de vista diacrónico. Pronto, los resultados iban dibujando un paisaje cambiante a lo largo de los siglos, pero también desigual en el reparto de las evidencias materiales de las distintas épocas desde la Prehistoria hasta la actualidad. A lo largo de nuestra intervención analizaremos la evolución de esos paisajes cambiantes gracias al concurso de las tecnologías SIG en el proceso de los datos y trataremos de interpretar, esta vez ya desde claves decididamente históricas, el producto resultante, con especial atención ahora sobre los parámetros o variables que explican la ocupación y actividad humana en el territorio de la colonia, antes y después de su fundación.
2. EL ESPACIO El abultado volumen de la información arqueológica recabada a lo largo de los años impone una ordenación de los datos. Éstos deben ser proyectados en su dimensión espacial si es que queremos analizar conjuntamente los aspectos que definen el paisaje metelinense.
2.1. ESPACIO FÍSICO: GEOMORFOLOGÍA, MINERALES/LITOLOGÍA, EDAFOLOGÍA No nos vamos a detener en una descripción detallada del medio natural de lo que hoy son las Vegas Altas del Guadiana (que puede encontrarse en trabajos de síntesis sobre la arqueología de Medellín como el de Haba 1998: 17-29). Aquí nos limitaremos a señalar algunos aspectos en los que su configuración ha influido en el devenir de Medellín como núcleo histórico. El elemento central de este paisaje es sin lugar a dudas su llanura aluvial, que encierra un intricado laberinto de tierras bajas generado por el divagante cauce del río. Al tiempo que proporciona suelos fértiles, ha sido históricamente escenario de catastróficas crecidas, y fuente regular de enfer-
1 «La evolución de un paisaje agrario: El territorio de Medellín entre la protohistoria y la romanización». Proyecto financiado por la Junta de Extremadura (Ref. PRI08B050, 2008-2011). Investigador principal: Victorino Mayoral Herrera.
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medades. No en vano la imagen de estas riberas fue, hasta mediados del pasado siglo, la de extensos pastizales en los que se mantenía una amplia actividad ganadera. Algo más a salvo de las aguas, en el interfluvio Ortigas-Guadamez encontramos grandes extensiones ocupadas por arenas eólicas que proporcionaron (antes de la radical transformación del Plan Badajoz) un sustrato idóneo para extensos cultivos de viñedo. Este último alternaba con otros tradicionales aprovechamientos del secano: olivar y cereal, que se han mantenido aún como usos del suelo predominantes sobre los afloramientos de granito y las superficies de rañizo que flanquean la cuenca fluvial. Son precisamente estos relieves residuales, especialmente los formados por el cerro del Castillo y elevaciones próximas, los que confieren al emplazamiento de Medellín otro valor singular, el de punto de paso en las rutas de comunicación. Aquí la vasta planicie se estrecha, proporcionando durante la mayor parte del año un vado libre de los poco predecibles cambios del río plasmados en la multitud de cauces abandonados (las denominadas cañadas).
2.2. ESPACIO POLÍTICO La Colonia Metelinensis debió ser uno de esos llamados centros de romanización, de aculturación si se quiere, de irradiación, en definitiva, del modo de vida y cultura romanos. La Historia Natural de Plinio se nos presenta también como un auténtico atlas geográfico que cita y, de forma más o menos directa, califica o matiza desde un punto de vista jurídico los territorios y las aglomeraciones urbanas de las que supo. Cuando en la obra pliniana llega el turno de la occidental y periférica provincia Lusitania se enumeran otras ciudades, como Augusta Emerita o Norba Caesarina, próximas a nuestra colonia, que en conjunto parecían responder a un esquema estructurado y jerarquizado jurídica y administrativamente. Los tratados geográficos y camineros romanos o posclásicos completan un entramado urbano más complejo, que se adentra en ciudades y estaciones: Contosolia, Lacimurga —o Lacinimurga—, Fornacis, Lacipea, Dipo, etc. Creemos que este plantel territorial no fue en modo alguno el resultado de un diseño premeditado por parte de Roma, el gran agente urbanizador del interior peninsular que daría a traste con la configuración del poblamiento inmediatamente anterior a su presencia e interacción. Más bien, el mapa ocupacio-
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Figura 2. Mapa geomorfológico de Medellín y su entorno.
nal que nos presenta debió ser el producto de un proceso con múltiples cambios de velocidad, con avances y retrocesos, no lineal, sujeto a modificaciones en los objetivos estratégicos y en los intereses internos y externos de la metrópolis o sus generales. Hablar, por tanto, de un modelo unívoco y prefijado por la potencia itálica desde los primeros años de la conquista de Hispania es, simplemente, una imprudencia y una versión atrevidamente simplificada de los acontecimientos que afectaron a la Península Ibérica durante los dos últimos años antes del cambio de Era. Dicho esto, el elenco de ciudades, ya sean colonias, municipia, stationes o mansiones,
oppida o simplemente ciudades, es pues resultado de la suma de entidades nuevas, fundadas en distintos momentos a lo largo de todo ese tiempo, y de un desdibujado substrato «preurbano». Las rutas camineras permitían la comunicación entre los grandes núcleos de población, que funcionaban como nódulos de una espesa red, probablemente también deudora en parte de realidades previas. Otros puntos constituyen los apoyos logísticos a los flujos de personas y mercancías por ese territorio, auténticas estaciones o paradas que permiten cubrir las distancias entre las ciudades. Estas, por su parte, atraen para sí a buena parte de la población,
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Figura 3. Mapa de Metellinum en el contexto territorial del valle del Guadiana en época romana.
los servicios e infraestructuras que le son propias, además de los réditos de las explotaciones agrícolas y mineras de su entorno. El surgimiento de Medellín, independientemente de la casuística que le vendría impuesta por su hipotético origen militar, debió guardar íntima relación con el potencial agrícola que guarda la fértil vega del Guadiana en que se enclava. Esta variable económica debió ser constante a lo largo de los períodos anteriores, lo que quizás explique su importancia durante la Protohistoria, de la que da buena fe la aludida necrópolis orientalizante de El Pozo (Almagro 1977). Su integración en el territorio desde tiempos inmemoriales pudo ser determinante en el trazado de una de las vías de comunicación más relevantes y probablemente también más antiguas de este sector de la provincia (Blázquez 2002). Los caminos 24 y 11 del Itinerario de Antonino enlazó la cuenca del Tagus y del Baetis a través del Anas, significativamente gracias al vado de Medellín, aún contando con que el Guadiana no presenta serias dificultades para su vadeo. Esta vía comunicó dos ciudades de origen republicano, las colonias Norba y Patricia, además de la Metellinensis, pero también áreas o distritos mineros de rele-
vancia, como el complejo de Plasenzuela (González y Heras 2010), junto al extremo norte de su trazado, o la región próxima a Azuaga (Domergue 1970; García-Bellido 1993; 1994-1995), rebasando Medellín hacia el sur, o el gran distrito de Los Pedroches, llegando ya a Córdoba. La relevancia de las minas trasciende de lo económico y se convierte en cuestión de Estado y baza incuestionable en el juego de recursos durante el desarrollo de los conflictos bélicos. La provisión de metales preciosos monetizables para sufragar la soldada, o de hierro y plomo para la fabricación de armamento, resulta esencial para el mantenimiento de la lucha en territorios tan alejados de la metrópolis o sus tradicionales bases de abastecimiento. En tiempos de paz, esas minas son también un valor económico seguro y jugoso para el fisco, siendo perentorios su control y reglamentación en cada tipo de coyuntura. Detrás de algunas de las manifestaciones más elocuentes de una posible fortificación del territorio pudo estar ese objetivo de dominio sobre el recurso metalífero, su explotación o circulación. Pocos kilómetros al sur de Medellín se localiza una de las más significativas concentraciones de un
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tipo constructivo de aparente aire defensivo. Sin entrar en los debates aún abiertos sobre su nomenclatura, función y cronología, la arquitectura de los «recintos ciclópeos» guarda semejanzas entre sí y cierto carácter de fortaleza, a veces refrendado por posiciones en altura que parecen concluir en una vocación de control visual sobre vías y recursos.
2.3. ESPACIO ECONÓMICO Los repartos de tierra constituyen el modo de apropiación más efectivo de los nuevos colonos del campo atribuido a una ciudad tras su deducción. Son seguramente la forma más eficaz de asegurar la población a la colonia recién creada y la garantía de su sustento en el futuro. Más allá del rastreo en los parcelarios actuales o históricos conocidos, mediante ejercicios de fotointerpretación u otras técnicas más o menos rudimentarias en los textos y mapas antiguos, la localización de villae o asentamientos de carácter rural y su posterior análisis espacial son los modos tradicionales en que la Arqueología se ha
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aproximado a los parcelarios romanos o centuriationes. El territorio de Medellín fue objeto, hace treinta años, de un interesante experimento en este sentido, fruto del esfuerzo de José Suarez de Venegas (Suárez de Venegas 1986; 1990). Tras la prospección de toda una hoja del MTN (la 778 del 1:50000) y la compilación de las evidencias materiales susceptibles de interpretarse como un asentamiento rural, probó a establecer áreas de influencia para cada una de estas unidades, teniendo en cuenta las equidistancias entre ellas. Empleó para ello tramas de polígonos Thiessen, muy en boga tras el descubrimiento español de las técnicas geográficas empleadas en el contexto de la New Archaeology. La lectura de sus resultados le llevaría a proponer diferencias en el hipotético tamaño de las explotaciones resultantes del análisis que explicó en claves de rendimiento de la tierra o de proximidad/lejanía a la ciudad (Suárez de Venegas 1990). Hoy probablemente convengamos en que sus resultados ya venían lastrados por el desconocimiento de la totalidad de los asentamientos, por no contemplar a priori variables como la diferencia de enti-
Figura 4. Mapa de distribución de asentamientos de cronología romana de acuerdo con los datos publicados por Haba, 1998.
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dad, de su cronología, por la posibilidad de agregaciones o segregaciones parcelarias a lo largo del mismo período romano, etc. A pesar de todo, el trabajo de Suárez de Venegas constituye el primer acercamiento al área de explotación de la colonia romana y un buen indicativo de la densidad e intensidad de ese aprovechamiento agrícola. Lamentablemente, una de las cuestiones que ahora más nos interesa, por las implicaciones históricas que deseamos extraer al análisis espacial en torno a Medellín, es también una de las carencias más notables de aquel estudio. La dificultad de distinguir fases o su cronología en cada asentamiento es para nuestros objetivos un importante hándicap, en tanto que impide valorar la evolución del parcelario y su ocupación o, ya incluso, el origen mismo, de la división y reparticiones de tierra surgidos con la deducción colonial. En pocas ocasiones se hace referencia en su Memoria de Licenciatura (Suárez de Venegas 1986) a materiales romanos de época republicana, cuyo fósilguía más indicativo suele ser la cerámica de barniz negro. En este sentido, solo en uno de los sitios cree reconocer este tipo, aunque para nosotros este dato pueda suscitarnos ciertas dudas: se trata de unos fragmentos recogidos en un pequeño asentamiento sobre un promontorio artificial que guarda uno de esos edificios posorientalizantes entre cuyos registros materiales abundan las cerámicas áticas negras.
3. ALGUNOS ASPECTOS HISTÓRICOS De la secuencia histórica de la colonia romana nos interesan sus orígenes, el punto de partida que se le ha presupuesto anclado en las Guerras Sertorianas. La implicación del «Medellín republicano» en los conflictos civiles guarda relación con las maniobras militares guiadas por Quinto Cecilio Metelo tras internarse en la Península Ibérica y la repercusión política de su victoria final. De hecho, de este triunfo parece haber derivado la fundación de la ciudad y el apelativo que pasa a adquirir, Metellinensis. Hasta entonces, el oppidum o castro preexistente en el solar de la futura colonia debió tener un nombre que no ha trascendido en las fuentes, aunque algunos investigadores hayan querido ver aquí la legendaria Conisturgis de Apiano o Estrabón (Alarção 2001: 331; Almagro et alii 2008). Sin un nombre seguro y sin referencias directas a este enclave durante el conflicto civil sertoriano, el territorio en que se inscribe Medellín es el de la «línea del Guadiana», un hito paisajístico de carácter
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lineal, pero no necesariamente fronterizo, que sirve de referencia en las estrategias militares en este tiempo. Un campamento vecino, el de Valdetorres, erigido décadas atrás en el contexto de las Guerras Lusitanas debió servir de base de apoyo en esa línea fluvial en las campañas contra los pueblos del oeste e interior peninsular. Con un registro material —sobre el que después volveremos— que apunta a una ocupación cincuenta años después, podemos suponer que este cuartel se mantuvo operativo durante las campañas de Metelo. La lectura de las fuentes, con sus limitaciones, sitúan a nuestro general romano en la Ulterior combatiendo a Sertorio desde los planteamientos ortodoxos de la estrategia militar romana, habilitando cuarteles de campaña y permanentes, y buscando enfrentamientos en área abierta que le permita hacer valer su superioridad numérica frente a su oponente, instalado en posiciones más inaccesibles. Su primera fundación debió ser un campamento antes de llegar al Tagus, quizás Cáceres el Viejo. Después, los retrocesos que conocemos —o le suponemos— hacia posiciones algo más meridionales e incursiones hacia el oeste, seguramente a través del Anas, hubieran requerido la existencia de una red de fortificaciones o plazas en que pivotar sus acciones y movimientos ofensivos o de retirada. Los pasos hacia el sur, buscando el refugio de su cuartel de invierno, significaban también el empleo de esas bases en el Guadiana y los caminos conocidos. En estos últimos, el vado y la posición de Medellín o, en su caso, el campamento de Valdetorres son casi una estación obligada en las marchas hacia Córdoba, en la segura retaguardia. En varias ocasiones Metelo cruzará el Guadiana por esta región entre el 79 y el 78 (García Morá 1991: 396): cuando, desde el sur, pone rumbo a posiciones cercanas al cauce del Tajo, a fin de fijar un punto fuerte frente a los lusitanos, o cuando fracasa en estas intenciones y se repliega hacia el Anas; también cuando fortifica los accesos a la Ulterior y se instala en Conisturgis. Si bien son Salustio, Plutarco y Apiano quienes, en mayor medida, nos avancen algunos de los pormenores de la Guerra de Sertorio, el nivel de detalle que llegan a alcanzar esas noticias tampoco da para definir con precisión cada movimiento de los bandos contrincantes y, menos aún nos van a permitir incluir la posición de Medellín en ellos. Sobre esta cuestión a silentio vamos a apoyar una parte de nuestras deducciones históricas, analizando desde la duda razonable algunas de las proposiciones aceptadas hasta el momento sobre los orígenes de nuestra colonia.
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Si entramos a analizar los textos clásicos que, aún a pesar de que algunos se redactaron mucho tiempo después del final de los hechos que narran, nos sorprenden a priori algunas omisiones importantes. La primera de ellas, apenas esbozada líneas atrás, trata de la ausencia en sus historias de los topónimos que cabría relacionar con los protagonistas del conflicto, reflejados no obstante en los tratados geográficos y camineros posteriores, como Vicus Caecilius, Caeciliana o Castra Caecilia, que pudieron estar asociados todos ellos al general romano. Particularmente, el caso de Medellín, ya la colonia o ya un hipotético municipium, es de un modo u otro mencionado por Ptolomeo en el siglo II de la Era —como Kaikilia Metellina—, algo más tarde en el Itinerario Antonino —como Metellinvm— en el iter ab Corduba Emeritam, o en el Anónimo de Rávena —Metilinon— ya en el siglo VII . La alusión más temprana —Metellinensis— es la cita de Plinio, del siglo I de la Era, que enumera las ciudades más destacadas de la romana provincia lusitana, junto a otras con la que parece compartir su condición de colonia, como la Pacensis, Norbensis Caesarina o la que se alzaría como capital, Augusta Emerita (Naturalis Historiae, IV, 117). Salustio, poco antes del cambio de Era, repasa un buen número de acontecimientos sobre las Guerras Sertorianas en sus Historiae, llegando a un aceptable grado de detenimiento sobre determinados hechos. Hoy nos sirve para recomponer algunos detalles de las estrategias militares y geopolíticas de esta coyuntura bélica. Por su parte, Plutarco —que vivió en época del emperador Claudio— se centra en la figura de un carismático Sertorio y se adentra en su personalidad, sin dejar de repasar el contexto en que se inscribe y tratando, aún de forma colateral, ciertos pormenores estratégicos. Apiano en Iberia trata los episodios más interesantes de la conquista romana de estas tierras; se detiene en el capítulo lusitano y numantino del siglo II y también en el conflicto civil que llegó a Hispania décadas más tarde. Diodoro Sículo, quizás uno de los más próximos a este tiempo, por su parte, llega en la historia romana hasta época de Octavio. La Geografía —Libro III— de Estrabón nos resulta muchas veces una fuente muy completa sobre los pueblos y ciudades de Hispania, donde no faltan especulaciones sobre sus orígenes y relaciones. Todos ellos tienen en común, no ya solo la omisión del supuesto campamento de Metelo que deducimos a partir de aquellos topónimos, sino la falta de una mención a un establecimiento o base militar en el Guadiana, donde, eso sí, algunos de estos historia-
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dores situaban el escenario de sus batallas. Sobre esta aparente discrepancia, entre la existencia de una colonia posiblemente fundada sobre un campamento militar romano y las notables ausencias que venimos detectando, ya advirtió S. Haba (1998: 70), que destaca el hecho de que de las noticias sobre el núcleo metelinense procedan exclusivamente de las fuentes «de tipo geográfico y las de carácter rutero o caminero». Sin pretender sumergirnos en la problemática específica de cada obra o autor podemos concluir un balance —aún apriorístico— del significado que pueden acarrear las alusiones y omisiones apuntadas. De un lado, no existen menciones del campamento o la colonia metelinense de época republicana, a pesar de que las fuentes tratan las Guerras Sertorianas y otros acontecimientos posteriores. Tampoco se habla de su fundación en ninguna de ellas, ni tan siquiera en las más tardías; de hecho, solo en época imperial —Plinio— se refiere acaso su condición jurídica (Colonia Metellinensis). De su otra versión, Metellinum, sería posible vincularla a una promoción de la colonia a municipium, no obstante en alusiones más recientes, como el Itinerario Antonino (de época de Caracalla) o el Ravennate, siglos más tarde. Por otra parte, las referencias geográficas con que contamos nos la sitúan en la línea del Guadiana, en el camino de Córdoba. Esta posición permitirá a nuestro enclave mantener cierta importancia estratégica en momentos históricos posteriores, refrendados unas veces por la Arqueología, como los sobresalientes hallazgos de época visigoda (Pérez 1961), y por los historiadores medievales en otras; recordemos la Crónica de Al-Razi que narra las campañas de Ordoño II de León en 915, que refiere de su condición de fortaleza, junto a otras como Alange —Kalat al-Hanash—, Mérida —Marida—, Miknasa o Mawatin, las más cercanas (Franco 2005).
4. ASPECTOS MATERIALES 4.1. EPIGRAFÍA Los documentos epigráficos procedentes del entorno urbano de Medellín apenas superan la quincena y en el cómputo se incluyen epígrafes votivos, honoríficos, funerarios y miliarios. Son muchos más, hasta treinta y tres, los que se suman desde el entorno rural, incorporándose paulatinamente desde pequeños estudios, muchas veces junto a otros de diversa procedencia (González, Alvarado y Suárez 1986;
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1990). Seguramente, el trabajo compilatorio de Haba (1998) rompe con esa dispersión y nos proporcionará una herramienta de síntesis muy útil para valorar la sociedad, el origen y evolución de la colonia. Una de las primeras conclusiones que se desprenden del análisis epigráfico es cronológica. Ninguna de las inscripciones podría fecharse antes del siglo I de la Era y, en todo caso, no existen en la ciudad o su entorno inmediato dependiente epígrafes de época republicana. Nos interesa destacar particularmente esta ausencia que lleva aparejadas ciertas implicaciones históricas, en tanto que no tendríamos constancia escrita de magistrados ni magistraturas anteriores al período imperial (Haba 1998: 149-152).
4.2. NUMISMÁTICA Con la cuestión numismática podríamos llegar a conclusiones bien distintas. La gran mayoría de las monedas que se han venido asociando al yacimiento metelinense proceden lamentablemente a rebuscas clandestinas, aunque no faltan hallazgos dispersos realizados por las calles del caserío urbano o de las primeras excavaciones del teatro romano (Haba 1998: 153-154). A pesar de ello, podemos valorar nuevamente, ahora desde este otro punto de vista, el aspecto cronológico referente al origen de la colonia romana. Entre el numerario publicado, identificamos monedas de época republicana —romanas, púnicas e hispanas— que aún escasas pueden ser consideradas como prueba de un establecimiento humano previo al cambio de Era. Sin embargo, no se nos escapa la posibilidad de que el reducido porcentaje que representan respecto del total de la muestra —a penas un 3 %— no sea más que numerario reutilizado en períodos más recientes. La presencia de ases y denarios romanos en los poblados romanos, sin ser frecuente, tampoco debe extrañarnos, pues junto a productos importados, son una prueba más de intercambios comerciales entre los castros u oppida y otros territorios romanizados.
4.3. ANTROPONIMIA La cuestión antroponímica puede argumentar también la búsqueda de los orígenes de la colonia. La tribu Sergia, presente en uno de los epígrafes metelinenses (hallado en la finca de «Las Galaperas» en el t. m. de Medellín), podría conducirnos al
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momento mismo de su fundación, si con ello aceptamos que esta única inscripción nos proporciona la adscripción tribal de la Colonia Metelinensis. No entraremos de lleno en el debate sobre si el origen colonial es directamente meteliniano o ya cesariano, más si la argumentación que lo ha sostenido se aleja en exceso de nuestro ámbito eminentemente material. Tan solo apuntar sucintamente las distintas posibilidades mantenidas hasta ahora, las que sostienen una fundación de Medellín próxima al final del capítulo bélico sertoriano (Schulten 1937: 345; Sutherland 1939: 117; García y Bellido 1959: 459; Haba 1998: 409-410) o las que la posponen, ya para el tiempo de César (Vitinghoff 1952: 148; Marín Díaz 1988: 198-199), aunque existan otras alternativas (Henderson 1932: 7). No obstante, casi todas las interpretaciones, basadas en la condición jurídica que se desprende de los nombres con que se la cita, vienen a reconocer a Metelo como artífice de la fundación, aunque se pueda aceptar que se deba a la mano cesariana la imposición o renovación de su título colonial, dentro de su política romanizadora y urbanizadora en Hispania. Un aspecto tangencial a la autoría de la fundación colonial es el del origen de los colonos. La presencia de onomástica itálica vinculada a la ciudad puede ser traída como prueba de un asentamiento auspiciado por una posible doble deductio (Haba 1998: 410), militar y civil, de veteranos y colonos itálicos que se superponen a una población indígena preexistente de la que desconocemos su destino o papel en la nueva realidad urbana.
4.4. CERÁMICA Uno de los elementos materiales que, con sus limitaciones, resulta un buen índice cronológico dentro del registro arqueológico, es sin duda la cerámica. Esta aporta, además, un aspecto funcional e identitario esencial en la comprensión de un establecimiento humano o de alguna de sus fases o áreas. Uno de los índices materiales de romanidad en estos tiempos de la Tardorrepública más interesantes es seguramente la cerámica de barniz negro, cierto que acompañada de otros tipos importados, como las comunes itálicas o los contenedores anfóricos originarios del sur de Italia u otros enclaves productores de vinos, aceites y salazones que surten ciudades y frentes militares. Hemos llamado la atención más atrás sobre las exploraciones arqueológicas del asentamiento mete-
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linense —principalmente en el Cerro del Castillo, cima y laderas— y la paradójica escasez de esos índices materiales en el registro estratigráfico obtenido. Ni tan siquiera en las últimas excavaciones del Teatro Romano, en que se han removido ingentes volúmenes de tierra acumulada desde las inmediaciones, parece ser que se haya identificado un número mínimamente significativo de fragmentos cerámicos de esta clase; acaso M. del Amo reconoce en aquellas primeras excavaciones en algún fragmento (MAPB n.º 13032). Otros componentes cerámicos que debiéramos encontrarnos en el registro material de la supuesta ciudad romanorrepublicana son las ánforas suritálicas que, acompañadas de otros tipos mediterráneos, constituyen un habitual y diagnóstico contenedor presente en los contextos de estos momentos. También parecen faltar en Medellín las formas republicanas de la tipología Dressel, como las Dr. 1, A, B o C. Completarían ese esperado registro material las formas comunes de cocina producidas en los talleres itálicos, particularmente aquellas que inundan los mercados en los tiempos de la tardorrepública, como aquellos engobes rojos internos. Echamos de menos estos tipos en el yacimiento metelinense, como también los habituales vasos de paredes finas, entre otros. Cierto es que hasta el momento no se ha sondeado de forma sistemática el yacimiento ni las intervenciones en los solares de la localidad han reportado unos resultados clarificadores en este sentido. Quizás debamos esperar a una investigación, convenientemente proyectada, encaminada a la búsqueda de los niveles tempranos de la colonia para aclarar las dudas que nos plantean estas clamorosas ausencias. Hasta entonces, sigamos con la exposición de las claves de nuestra incertidumbre.
4.5. ARQUITECTURA De los restos constructivos de época romana que nos van llegando, apenas se dibujan algunos aspectos del urbanismo y edilicia propios de una ciudad. Este aparente desconocimiento contrasta con la espectacular conservación de los edificios, particularmente de su teatro, al que nos hemos referido líneas atrás. De él sabemos gracias a las tempranas excavaciones de Amo (1982), de la limitada intervención de A. Bejarano en el interior de la ermita bajomedieval que se le superpone parcialmente y, sobre todo, gracias a los recientes trabajos promovi-
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dos desde la Junta de Extremadura. A partir de los resultados de estos últimos podemos extraer interesantes conclusiones acerca de su fisonomía, decoración y cronología. Del estudio, aún preliminar, del componente cerámico y su tipología arquitectónica y ornamental, ha sido posible inferirse un origen augusteo para su construcción, no anterior (Mateos y Picado 2011).
5. MEDELLÍN COMO PAISAJE AGRARIO: UNA APROXIMACIÓN «SIN SITIOS» El complejo mosaico de evidencias que se han valorado hasta aquí comprende una gran diversidad de escalas y enfoques, que podemos abordar de manera integrada con el apoyo de un concepto globalizador: el paisaje agrario. Aunque sería mejor decir, los sucesivos paisajes agrarios, que han conformado el espacio humano de Medellín y su entorno a través del tiempo. Como ya se ha señalado, han sido diversas las tentativas de analizar la dimensión territorial, bien mediante la recopilación de información dispersa sobre hallazgos más o menos casuales, bien a través de prospecciones superficiales. Con ser sistemáticas, estas últimas han tenido un denominador común: su carácter selectivo. Dichos trabajos han combinado la detección de indicios con la utilización de esquemas previos sobre los criterios localización de sitios arqueológicos de determinadas cronologías. La intensa actividad agrícola de las últimas décadas había ido dibujando, con sus extensivos trabajos de nivelación, un escenario catastrófico que no permitía albergar grandes esperanzas acerca de la conservación del registro arqueológico, y aún menos sobre la fiabilidad de la evidencia superficial. No es menos cierto en todo caso, que el entorno de Medellín ofrecía una casuística heterogénea con muy diversos grados de alteración de los depósitos arqueológicos. En estas condiciones, abordar una prospección intensiva en esta zona constituía todo un desafío metodológico. Sin embargo el enfoque adoptado para el registro de la información nos proporcionó libertad y calidad suficiente para, precisamente, analizar en detalle la compleja interacción entre la evidencia superficial y todos los factores que han influido al cabo del tiempo en su formación. No vamos a reproducir aquí el procedimiento seguido, pues ya ha sido presentado en otras publicaciones (Mayoral et alii 2012). En consonancia con las propuestas orientadas a analizar la actividad «fuera de sitio», se
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Figura 5. Mapa con la delimitación del área de trabajo y espacio prospectado en el marco del proyecto Medellín.
trata de un sistema basado en el registro de la distribución global de artefactos y no en la delimitación de «yacimientos». Básicamente, combinamos una prospección pedestre de intensidad media-alta (10 metros de separación entre prospectores) con la geolocalización de los hallazgos detectados a lo largo de dichos recorridos. El resultado es un mapa de distribución que, sin dejar de ser un muestreo, representa la presencia total de material en superficie. De este modo la delimitación de agrupaciones se convierte en un proceso a posteriori. En cuanto a la recogida de muestras cerámicas, en esta etapa del trabajo se ha limitado a aquellas piezas que potencialmente aportasen indicaciones diagnósticas sobre la cronología. Una segunda revisión de las áreas de posible interés conducía a su registro más detallado y a una recogida más intensiva de material. Solo para esa etapa del trabajo se reservaba una valoración sobre la identificación de «sitios arqueológicos», así como su interpretación en términos sistémicos. La clasificación final del material nos ha aportado una imagen de la distribución de indicios por períodos, bien de concentraciones coherentes, bien de hallazgos «fuera de sitio».
Así desarrollamos nuestro primer enfrentamiento con el complejo registro superficial de Medellín, para comprender rápidamente que (como siempre que se intenta aplicar fórmulas aprendidas sin tener en cuenta el contexto) las condiciones del mismo variaban extraordinariamente a través de la zona de estudio. En función de ello decidimos superponer al registro individualizado, otro basado en una rejilla de cuadros de 50 x 100 m, una solución especialmente apta para espacios con alta densidad de material superficial (véase, por ejemplo, Bintliff 2007). Así pudimos obtener una imagen cualitativamente mejorada de lo que en muchas zonas constituía una verdadera «alfombra» de cerámicas de la más variada cronología. Lógicamente procedimientos semejantes solo pueden llevarse a la práctica al precio de abarcar una superficie mucho más reducida que en el caso de trabajos más extensivos. De entrada esta limitación nos indujo a plantear el estudio a través de un gran transecto, que nos mostrara la variación de la evidencia superficial desde el enclave de Medellín, junto al Guadiana, hasta el límite de la cuenca fluvial (la
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Figura 6. Aspectos del trabajo de prospección desarrollado en el proyecto Medellín. A. Prospección intensiva. B. Mapa de distribución de indicios superficiales. C. Estimación de densidades y delimitación de áreas de interés.
Sierra de las Cruces, ya en el término de Don Benito). Los ríos Guadámez y Ortigas actuarían como límites naturales de ese espacio hacia el este y el oeste respectivamente. Dentro del ámbito así definido, que tiene una superficie aproximada de algo más de 6000 ha, procedimos a su vez a realizar un muestreo, guiado por siete grandes transectos rectangulares de un kilómetro de anchura, entre 3 y 7 km de longitud y orientación norte-sur, de las diferentes unidades paisajísticas que se podían diferenciar en su interior. Finalmente, la prospección de esa superficie con el procedimiento ya indicado tomó como referencia básica las parcelas agrícolas. De esta manera inspeccionamos intensivamente una superficie total de algo menos de 1300 ha, a lo que hay que añadir que cerca de la mitad de dicha superficie fue «reprospectada» con el método de cuadros. Lo que encontramos tras tres años de trabajo con esta metodología podría clasificarse en tres grandes categorías. En primer lugar, fue posible aislar zonas de alta concentración de material respecto de su
entorno. Allí donde no se detectaron procesos severos de alteración del terreno, pudimos individualizar zonas de actividad de diversa cronología y entidad, que no siempre se han de equiparar con la detección de sitios. En total sobre la superficie explorada se señalaron un total de 127 áreas de estas características. En segundo lugar, los límites de estas últimas no eran nunca nítidos, registrándose un paulatino decaimiento de la densidad de materiales conforme nos alejamos del núcleo de la concentración. Estos “halos” han sido interpretados como evidencia de la intensa actividad de descarte que se desarrolla en los márgenes de los sitios (vertidos, procesos de trabajo, agricultura intensiva...). El ejemplo más patente es el propio enclave de Medellín, que proyecta una ingente masa de material en varios kilómetros a la redonda, de tal suerte que se solapa y oculta parcialmente otras concentraciones de su entorno. Finalmente, la prospección intensiva nos proporcionó una imagen de la ubicuidad del material arqueológico. En ocasiones esa presencia era un claro resultado de
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Figura 7. Mapa de distribución de indicios superficiales agrupados por cronologías.
las fuertes alteraciones del terreno para su explotación actual. Así por ejemplo, las detalladas cartografías de la distribución de hallazgos en la zona de El Pradillo mostraban, en la teórica ubicación de la necrópolis excavada por Mariano del Amo (1973), amplios espacios vacíos en la parte central de las parcelas niveladas, rodeados de orlas de muy baja densidad. Pero en muchos casos este registro no asociado a sitios se mostraba como una evidencia clara de actividades más efímeras, menos concentradas, pero a la ver repetitivas y susceptibles de generar un patrón espacial reconocible. La actividad de estercolado de los campos puede ser una de ellas (Wilkinson 1982; Alcock 1994). Pensamos que es posible documentar en la zona este tipo de fenómenos, y no solo en época moderna o medieval sino también para etapas anteriores. ¿Y qué evidencias pudimos obtener de relevancia para el tema que aquí nos ocupa? La respuesta es que, habida cuenta de la intensidad y amplitud del reconocimiento del terreno realizado, resulta llamativa la ausencia total de indicios que puedan situarnos en el momento teórico de despegue de un programa de colonización agraria en época tardo-republicana. Dicho momento de transición parece ser
invisible en nuestro registro, en contraste con su clara presencia en núcleos cercanos como Valdetorres (Heras 2009a; 2009b; Heras y Bustamante 2006) o Magacela (Rodríguez y Ortiz 2004). No es en absoluto ajena a este horizonte, como ya se ha indicado, la presencia de fortificaciones ciclópeas. Apenas 17 kilómetros al sur de Medellín se localiza el Castejón de las Merchanas (objeto de otra contribución en este mismo volumen). A tenor del resultado de las excavaciones nos encontramos con un enclave con un carácter fuertemente defensivo, que habría sido objeto de una destrucción violenta en torno a la transición entre los siglos II y I a.C. No pretendemos en todo caso lanzar afirmaciones rotundas tomando como argumento estos resultados. No al menos antes de haber completado un programa de trabajo que, como ya se dijo, está orientado a obtener una muestra representativa de las formas de hábitat y explotación del territorio. Pero lo cierto es que, por lo que respecta a las demás etapas cronológicas, hemos dado con una evidencia que completa, corrobora y a veces matiza lo que ya sabíamos. Tenemos así una presencia recurrente de materiales de la Primera Edad del Hierro, con al menos 34 concentraciones de esta cronología, en su mayo-
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Figura 8. Efectos del laboreo agrícola en el registro arqueológico. A. Evidencias de fuertes modificaciones en la cota del terreno. B. Nivelación para el cultivo del arroz. C. Excavación de canales y acequias.
ría localizados en la llanura aluvial pero también en las áreas más alejadas del cauce del Guadiana, así como abundante material off-site en todos los transectos explorados. Como reflejan otros estudios recientes (Rodríguez Díaz et alii 2009) puede atestiguarse una intensa actividad de colonización agrícola en forma de pequeños caseríos, como el Manzanillo,
pero también de enclaves de tipo aldeano como el sitio de la Veguilla, muy cerca del propio Medellín. Acaso el interés del trabajo que aquí presentamos resida, en ese sentido, en mostrar como esa presencia se expande hacia los límites de la vega fluvial, ya en el piedemonte de la sierra de las Cruces. Si avanzamos en el tiempo, resulta casi imposi-
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ble detectar indicios de la Plena Edad del Hierro. Contamos con apenas algún fragmento que, por su técnica y decoración, se presta a largas pervivencias. Esto de nuevo está en consonancia con trabajos previos como la citada prospección del entorno del Manzanillo en la que solo se localizó un sitio potencialmente adscribible a esa etapa. Tales hallazgos en todo caso tienen importancia, por cuanto nos están hablando de pautas de ocupación ajenas al modelo “hegemónico” de los poblados fortificados en altura. Por último, y tras la elipsis de ese tan esquivo poblamiento de transición indígena/romano, volvemos a retomar el pulso de la ocupación humana a partir de época imperial. De la misma se han individualizado al menos 38 concentraciones, que se han de añadir a los sitios reseñados por Suárez de Venegas y Haba. Junto con enclaves rurales de menor envergadura, hemos de destacar la presencia de núcleos de mayor envergadura, como el de La Dehesa, que con una superficie de unas 9 ha y un registro que abarca materiales altoimperiales pero también tardorromanos, parece definirse como un asentamiento de mayor entidad. Y al igual que en las otras etapas de poblamiento intenso, el «ruido de fondo» generado por la explotación de época romana es intenso en toda la llanura aluvial, decreciendo gradualmente a medida que nos alejamos del Guadiana. Nos parece significativo en este sentido su total ausencia en los actuales secanos localizados entre el Ortigas y la sierra de las Cruces, tierras de roturación históricamente reciente, como atestigua el denso manto de cerámica moderna que acompaño su estercolado. Cabe plantear en estos casos la persistencia de un aprovechamiento de dehesa como explicación de este vacío.
6. IMPLICACIONES HISTÓRICAS: ¿CONCLUSIONES? A lo largo de los anteriores capítulos hemos pretendido expresar el grado de conocimiento que, desde el punto de vista material, poseemos del yacimiento de Medellín. Y lo cierto es que la Arqueología nos ha aportado valiosa información sobre la naturaleza y devenir histórico de la colonia, desde sus orígenes más remotos hasta su proyección en el espacio —o territorio—, siempre teniendo presente las limitaciones y las posibilidades informativas que ofrece el registro, a veces desde la ausencia. En las líneas que siguen trataremos de reflexionar a partir de la interacción de todos esos datos y de valorarlos en su dimensión histórica, fin último, en
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definitiva, de los esfuerzos metodológicos de la investigación arqueológica. Esto, a pesar de que aquí, como en muchas otras ocasiones, parecen colisionar violentamente los argumentos materiales con las confecciones históricas tradicionalmente aceptadas. Tras los primeros recuentos de efectivos —datos arqueológicos y elaboraciones históricas— nos comienzan a surgir ciertos interrogantes para los que quizás, aún al final de nuestro análisis, no habremos encontrado explicación: El primero de ellos trata sobre el origen de la colonia, ¿de cuándo data la fundación de Medellín? Repasando, no hemos hallado hasta la fecha pruebas materiales de las que podamos deducir el mismo hecho fundacional o ya incluso la repercusión de una fundación republicana en el registro arqueológico, toda vez que esta se ha llevado tradicionalmente y de forma casi consensuada a tiempos de Metellus o Caesar. Recordemos aquellos aspectos toponímicos e históricos que nos proponían reconocer en nuestro yacimiento urbano un supuesto campamento promocionado a colonia. Íntimamente relacionado con el punto anterior es la configuración territorial de la nueva ciudad surgida en las orillas del Anas, ¿cuánto se remontan en el tiempo los repartos y centuriaciones? Los trabajos de Suárez de Venegas no permitieron adivinarlo en la red de asentamientos diseminados por el espacio vecino al solar metelinense, a pesar del empeño metodológico por rastrear parcelaciones antiguas. Tampoco en su vertiente cronológica arrojaron luz sobre el más primitivo diseño de la división parcelaria que cabría esperar de la hipotética fundación republicana. Volveremos sobre esta cuestión cuando volquemos los resultados de nuestro más reciente proyecto. ¿Cuál es su territorio? La propia falta de identificación de los límites de ese territorio jurídico, administrativo y económico dependiente nos supone un importante hándicap a tener en cuenta, pues quizás a través de su reconocimiento podríamos haber adivinado algún detalle de la primigenia implantación urbana. Una posible pista procedería de un fragmento de forma, donde se alude a la ciudad de Lacimurga, no obstante con importantes imprecisiones y con su propia problemática (Sáez 1990) que en poco nos ayuda a buscar las certezas que necesitamos acerca de las relaciones de nuestra colonia y su entorno. Vamos a proseguir nuestra exposición con alguna de las certezas con que hoy contamos. No vamos a poner en duda aquí que el topónimo Metellinensis (Colonia) o Metellinum tenga que ver con Metellus Pius, aquel general romano que se enfrentó a Serto-
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rio en un entorno geográfico próximo a nuestro actual Medellín. Ni tan siquiera que la colonia ocupara durante época romana aproximadamente ese mismo solar, pues de ello poseemos todo tipo de pruebas arqueológicas. En cambio, ya adelantábamos al comienzo, el acuartelamiento militar del que resultaría la futura ciudad y del que hubiera de cobrar su nombre no parece hallarse en su estratigrafía. La detección y caracterización cronológica del campamento de Valdetorres, a menos de diez kilómetros de distancia, podría significar la pieza que falta al puzle estratigráfico metelinense. En otro trabajo (Heras 2009), uno de nosotros mostraba una propuesta diferente sobre el origen de aquella colonia, deducida probablemente tiempo después de la marcha de Metelo, como premio a la victoria militar definitiva o tributo a su memoria en un momento poco preciso. Esta conclusión podrá explicar la ausencia en el registro arqueológico de Medellín de los elementos poliorcéticos y materiales que suelen caracterizar el menaje cerámico militar. Ya sabemos de algunas de las características de esos contextos de época sertoriana gracias a las excavaciones en Cáceres el Viejo de Schulten y que después precisara Ulbert (1984) y lo cierto es que no parecen detectarse en Medellín y sí en Valdetorres. Aquí poseemos una importante muralla rectilínea, similar a la que vemos aún entre las defensas del campamento cacereño, quizás en ambos casos con alzados de tierra y madera, pero seguramente con una historia bien distinta. Mientras que este último surgió probablemente durante la coyuntura bélica sertoriana y sucumbiera poco después de forma aparentemente trágica, el de Valdetorres ya arrancaba desde la existencia de una plaza preexistente, seguramente levantada en relación con las Guerras Lusitanas (Heras 2009b, 2010) y su fin no parece que fuera otro que el abandono y amortización definitiva. El registro material de Medellín no parece salirse de la evolución propia de un poblado indígena, con algunos elementos que demuestran tan solo su evolución hacia el período romano, como la poco significativa numismática y los escasos fragmentos de cerámicas de barniz negro. Un paso más en esta exposición de pruebas podría darse con la comparación con la vecina Colonia Norba Caesarina, una fundación de época tardorrepublicana. Recientes excavaciones en el centro urbano cacereño, coincidentes al parecer con un área pública, mostraron un elenco cerámico que poco tiene que ver con lo que hoy conocemos de Medellín (Jiménez 2008). Y eso nos alerta, además, sobre una posible distancia cro-
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nológica y quizás también demográfica entre ambas realidades urbanas. Nos sorprende, en definitiva, que dos ciudades pretendidamente próximas en el tiempo se distancien tanto en lo material, y explicarlo, aún con los elementos de juicio que poseemos, nos resulta harto complicado. Otra dimensión de los datos sobre el supuesto Medellín republicano proceden del ámbito de los estudios sobre su campo. En este sentido, ya advertíamos líneas atrás que paradójicamente no se han detectado pruebas de una ocupación romana temprana, menos aún que puedan relacionarse con los efectos de la llegada o implantación de colonos itálicos —militares o no— que cabría esperar de la deductio metelinense o cesariana. Cierto que la cobertura de las prospecciones en que nos basamos para avanzar esto último ha sido parcial y no constituyen más que reconocimientos superficiales que, sin embargo, sí permitieron detectar materiales diagnósticos de época romano-imperial. Para encontrar huellas materiales de una ocupación anterior debiéramos girar nuestra atención hacia la vecina Magacela (Rodríguez y Ortiz 2004; Pavón et alii 2011, 180) y el controvertido mundo de los «recintos de la Serena». Si éstos han sido entendidos hasta ahora como producto de una situación geoestratégica extraordinaria sobrevenida por la necesidad de controlar pasos y recursos entorno al conflicto sertoriano, lo cierto es que también están siendo objeto de una revisión funcional y cronológica. Uno de los más firmes puntos de partida de esa revisión surge del análisis crítico de otro importante conjunto de recintos. Las propuestas de Fabiao y de Mataloto sobre los castella alentejanos nos sitúan en la «antesala da Romanizaçao», una especie de ensayo de implantación romana en el territorio, inmediatamente previo en todo caso al surgimiento de las nuevas ciudades que vertebrarán la nueva administración augustea (Mataloto 2002: 218). Si es esta visión portuguesa extensible a las pequeñas fortificaciones de la Serena, resulta una cuestión que deberá valorarse detenidamente, aunque ya existan esfuerzos en este sentido (Mayoral et alii 2001). De cualquier modo, todavía hoy puede resultar poco apropiado relacionar arqueológicamente estos recintos y el surgimiento de la colonia romana, aún cuando se les haya podido suponer emparentados al menos cronológicamente. En definitiva, después de todo este pretendido ejercicio de extensión de la duda a casi cuánto conocíamos del origen de la colonia romana, nos sentimos obligados a concluir con una serie de sintéticas proposiciones en la misma sintonía:
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- Si la correspondencia entre Medellín y la antigua Colonia Metellinensis de Plinio no nos debe ofrecer extrañeza alguna a la luz de los datos históricos y arqueológicos, su origen militar podría ser descartado, al menos en claves de registro estratigráfico, o como mucho muy matizado a raíz de los hallazgos en Valdetorres, quizás el auténtico campamento de Metellus. - Cuestión aparte es el nombre que recibirá la colonia en su deductio romana, seguramente emparentado con el vencedor de Sertorio, que lo combatió en estas tierras y que erigió los Castra Caecilia (Cáceres el Viejo) y unos —permítasenos la licencia ahistórica— Castra Metellina (Valdetorres). - Las excavaciones realizadas en el solar de la colonia no permiten retrotraer las fechas de su edilicia monumental, al menos por el momento, a los tiempos de Metelo o su entorno cronológico. Resulta igualmente difícil rastrear huellas de una fundación de César, del que hubiera cabido la posibilidad de relacionar con aquella deductio colonial, posmetelinense en todo caso. - En otro sentido, nuestro estudio sobre el territorio de Medellín, cierto que aún provisional y parcial, no nos ayuda a confirmar la esperada existencia de unos repartos de tierra en época republicana, no al menos con la rotundidad material que se observan en los contextos de esos momentos en la región. - Si tras la victoria de Metelo se produjo una licencia de militares y su inmediato asentamiento en esta colonia, las huellas de esas dos legiones (seguramente buena parte de ellos itálicos) quedarían sumamente difuminadas por la población indígena. - Si hubo una apropiación del campo indígena por Roma, este no parece transformarse totalmente hasta las proximidades del cambio de Era. ¿Cabría pues entender los recintos de la Serena como parte del eslabón evolutivo entre el control efectivo del territorio por Roma después de Sertorio y su definitiva implantación en todas sus dimensiones, económica, administrativa o jurídica, social y cultural?
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LA PRESENCIA ROMANA EN EL NE DE LA PROVINCIA CITERIOR DURANTE EL SIGLO II A.C. APROXIMACIÓN ARQUEOLÓGICA A PARTIR DE LOS YACIMIENTOS DE CAN TACÓ (MONTMELÓ, BARCELONA) Y PUIG CASTELLAR (BIOSCA, LLEIDA).* Esther RODRIGO, Institut Català d’Arqueologia Clàssica, (ICAC-UAB); Cèsar CARRERAS, UAB; Joaquim PERA, Departament de Ciències de l’Antiguitat, UAB; Josep GUITART, ICAC-UAB
Resumen: La presencia romana en el NE de Hispania en el siglo II a.C. es todavía bastante desconocido, aparte de los campamentos militares de Ampurias y Tarraco. En los últimos años han aparecido una serie de yacimientos con clara presencia itálica datados en la segunda mitad del siglo II a.C., distribuidos de acuerdo a una red viaria primitiva. Este artículo intenta ilustrar este fenómeno con dos yacimientos de control próximos a la infraestructura viaria con diferentes funciones y características, pero con una cultura material itálica común (por ejemplo, cerámica, material constructivo, pintura mural). Summary: The Roman presence in the NE Hispania in the IInd ca. BC is still quite unknown, apart from the military camps at Empuries and Tarraco. In the last years, a series of sites have come out with a clear Italian presence dated in the 2nd half of II ca. BC distributed according to a primitive road layout. This paper attempts to illustrate such phenomena with two particular outposts close to the road infrastructure with different functions and features, but a common Italian material culture (i.e. pottery, construction material, wall-painting). Palabras clave: militar, vías, Itálico, ánforas, Tegvlae, Opvs signinvm, control visual, pintura mural. Key words: military, roads, Italian, amphorae, Tegvlae, Opvs signinvm, visual control, wall-painting.
* Proyecto Ref. HAR2012 37003-CO3-01 «Arqueología de la conquista e implantación romana en Hispania». Subproyecto: «Estrategías y modelos de control territorial en el NE de la Provincia Citerior (ss. II-I a.C.)».
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1. INTRODUCCIÓN El objetivo principal de nuestro incipiente proyecto, del cual presentamos unas líneas generales en la presente reunión, es el de profundizar en el conocimiento del modelo seguido por Roma para el control estratégico de la Provincia Citerior; al ser un territorio muy extenso vamos a centrar la investigación sobretodo en dos zonas del nordeste peninsular, tradicionalmente conocidas bajo los epígrafes geográficos de la Lacetania y la Layetania ibéricas, la primera ubicada en el interior y la otra en la costa. El período a estudiar abarca poco más de un siglo: desde la intervención de Catón a principios del siglo II a.C. hasta el conflicto sertoriano, en el primer tercio del siglo I a.C. A lo largo de este período se irá consolidando un modelo de dominio territorial romano que culminará con la fundación sucesiva de ciudades: Tarraco, Emporiae, Iesso, Ilvro/Iltvro, Baetvlo e Ilerda. Ha sido en el estudio de las ciudades donde se han centrado la mayoría de proyectos de investigación arqueológica durante los últimos 20 años, esto ha permitido conocer con más precisión sus momentos fundacionales, como Iesso en nuestro caso, pero aún es poco conocida la fase previa a esta eclosión urbana; un período que se ha pasado a denominar de manera genérica como «fase de la conquista». Todo parece indicar que la dinámica seguida por Roma para el control territorial en esta zona de la Citerior durante el siglo II a.C., se basa en un modelo, o mejor dicho, en unos modelos de ocupación casi desconocidos hasta hace poco tiempo por falta de investigación. Esta zona de la Provincia Citerior tiene un interés añadido, bajo nuestro punto de vista, se trata del primer territorio colonizado por Roma fuera de la Península Itálica, a excepción de las islas del Tirreno; será pues un modelo experimental que posteriormente se exportará a otros territorios, y que incluye: un primer dominio militar, la fundación de ciudades, las infraestructuras viarias, el control de zonas no pacificadas, la explotación de recursos e impuestos (por ejemplo, moneda). Este modelo parece, a primera vista, tener matices diferenciados al anteriormente utilizado en la organización de la Península Itálica. Para incidir en este conocimiento creemos necesario indagar a través de algunos vestigios arqueológicos seleccionados, algunas de las acciones que llevó a cabo Roma en este territorio. Nos centraremos en dos aspectos: la construcción de una red viaria y la implantación de establecimientos de carácter militar, como fase previa a la fundación de ciudades. Creemos que en esta organización territorial el ejército tuvo un
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papel clave, no solo en la planificación sino también en su ejecución directa. Es indudable una intervención directa del ejército romano en la construcción del sistema viario, así como también en el diseño y urbanización de las propias ciudades, tal como se desprende de los registros arqueológicos más antiguos documentados por ejemplo en Iesso, donde la presencia del ejército se encuentra plenamente documentada (Guitart et alii 1998: 39-65). Así pues, nos parece importante poder avanzar en el conocimiento de cómo se desarrolló este control territorial por parte de Roma durante el siglo II a.C., que estrategias se llevaron a cabo para consolidar el poder; dirimir la duda de si podemos hablar de un único modelo, o bien este fue cambiante en función de las zonas; como este proceso se adaptó a las comunidades indígenas que poblaban el territorio; etc. Conocemos bien el resultado final del proceso: la fundación de ciudades, pero desconocemos la trayectoria anterior que lo hizo posible. Creemos que en este momento disponemos de suficientes datos para poder trazar unas líneas maestras sobre las que centrar nuestra investigación, con el objetivo de llegar a unos resultados más precisos que los disponibles con las interpretaciones actuales. La conquista y asentamiento romano en el NE de la Península Ibérica durante la primera mitad del siglo II a.C. es bien conocido a partir de las fuentes escritas —sobre todo Livio (Livio 34.9.12; 10.3-6; 16.6-10; 20.2; 21.3-6) (Martínez Gázquez 1992)— pero muy confuso aún a partir del registro arqueológico. Para la zona costera se dispone de más documentación arqueológica sobretodo la referida a sus dos principales puertos: Emporiae y Tarraco, pero se desconoce gran parte de la actuación romana en las zonas del interior hasta finales del siglo II d.C. Conocemos a partir de las fuentes la llegada de Catón como pretor en el 195 a.C. para enfrentarse a una serie de revueltas indígenas, entre las que se cita una batalla próxima a Ampurias (Livio 34.10.3) y después un avance de sus tropas hacia Tarraco y su territorio (Livio 34.16.6). Algunas de las destrucciones de poblados ibéricos contemporáneos de la costa como Alorda Park (Calafell), Masies de Sant Miquel (Banyeres del Penedès) o Puig Castellar (Santa Coloma de Gramanet) se han interpretado como resultado de esta campaña militar catoniana, que obligó a destruir las murallas de algunos poblados indígenas (Sanmartí y Santacana 2005: 185). Por otro lado, los romanos modifican la organización territorial indígena, prueba de ello son la aparición de nuevos asentamientos, extensos campos de
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silos y establecimientos de carácter militar romano, tal como se evidencia en la zona de la tribu íbera de los indiketes, próxima al campamento romano de Ampurias (Nolla et alii 2010). También las fuentes hablan de campañas de Catón contra los bergistanos (Livio 34.16.9-10; 21.3-6) y lacetanos (Livio 34.20.2), tribus ambas del interior, y que una vez finalizadas estas, las tropas volvieron de nuevo a los puertos de origen donde tenían sus campamentos de invierno (hibernia). Es lógico pensar que las acciones militares que suponen movimiento de tropas requieran de caminos bien guardados con tal de asegurar su circulación y facilitar su aprovisionamiento. Recientemente la arqueología nos muestra la existencia de algunos asentamientos de marcado carácter romano, tanto en el interior como en la costa, con cronologías situadas entre mediados y finales del siglo II d.C., los cuales creemos podrían estar vinculados a estas rutas de penetración que configuran una nueva realidad territorial y de dominio, de las que hasta ahora las fuentes no nos habían hablado. En el desarrollo del presente trabajo pues se analizaran los datos recientemente obtenidos en el yacimiento de Can Tacó (Montmeló, Barcelona), a los que dedicaremos en el presente artículo un amplio análisis; así como también los resultados preliminares proporcionados por los sondeos efectuados hace unos meses en el yacimiento de Puig Castellar (Biosca, Lleida) y que muestran una gran potencialidad para el conocimiento de este período. Asimismo vamos a sumar a nuestro análisis, a título comparativo, un resumen sucinto de los datos obtenidos por otros equipos de investigación que desarrollan sus trabajos arqueológicos en yacimientos de naturaleza semejante a los nuestros y con los que compartimos objetivos, tales como: Cal Arnau (Cabrera de Mar, Barcelona), Camp de les Lloses (Tona, Barcelona), Puig Ciutat (Oristà, Barcelona) y Monteró (Camarasa, Lleida). Igualmente vamos a analizar los datos obtenidos del estudio de las vías romanas en la zona del NE peninsular y su relación con estos primeros asentamientos militares para demostrar que este fenómeno de control territorial necesito disponer de una red viaria básica para el movimiento rápido de tropas.
2. LAS VÍAS DE COMUNICACIÓN Sabemos por Polibio (Polibio III.39) que la vía Heraclea, que iba de Roma a Gadir siguiendo la costa de Hispania, tenía por esta época ya calculadas las
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distancias, e incluso estaba amojonado el tramo desde Narbo hasta el Ródano. No será hasta el 120-110 a.C. que una serie de miliarios republicanos nos permiten reconocer, al menos una parte de las vías de penetración hacia el interior. La figura 1 (Ariño et alii 2004: 120, Fig. 38) reproduce la ubicación de los miliarios y su interpretación respecto a la via Italia im Hispanias del Itinerario Antonino. En este mapa de miliarios republicanos resulta extraño un tramo aislado, que finaliza aparentemente en la Plana de Vic, y comprende los miliarios Manivs Sergivs (circa 120 a.C.) de Santa Eulàlia de Riuprimer (IRC I.175), Tona (IRC I.211-212) y Santa Eulália de Ronçana (CIL I.840; IRC I.181) (Fabré et alii 1984). Esta vía que sigue la ruta de costa hacia el interior parece que tuviera como destino otro tramo de vía que bien podría ir desde Gervnda hasta Ilerda atravesando un territorio complicado a nivel orográfico por la actual Cataluña interior, desde Gervnda a Tona y desde allí a Manresa, Sigarra y Iesso hasta llegar a Ilerda. El trabajo de sistematización y actualización de la investigación sobre todas las vías romanas de Cataluña realizado por Soto (Soto 2010) ha puesto de relieve algunas evidencias de esta más que probable ruta transversal. Así, Soto (2010) recogería como vía 15 la que iría desde Gervnda hasta Avsa (Vic) pasaría por el Coll d’Ossor, donde se ha hallado un ara romana dedicada a Seintvndvs, donde pudo existir un santuario; después habría dos tramos de posible vía en Santa María de Vallclara y Sant Andreu de Bancells, un posible puente romano en Malafogassa, y de allí se continuaría hasta Folgueroles y Avsa. Más al norte, paralela a esta ruta, hay un tramo de posible vía romana entre Tavertet y Olot. En lo que respecta al tramo que va de Avsa a Manresa, Soto (2010) lo define como via 25, y reconocería dos variantes: una norte que seguiría el actual recorrido de la C-25, y vincularía Avsa con el miliario de Santa Eulàlia de Riuprimer (IRC I.175); y una sur, que de Avsa se vincularía al miliario de Tona (IRC I.211-212) e iría por Collsuspina y Moià. Ambas vías son bien conocidas en la Edad Media (Camí Ral). Precisamente, desde esta segunda variante sur a la altura de Collsuspina iría la vía que atravesaría Santa Eulàlia de Ronçana (CIL I.840; IRC I.181) hasta llegar a Granollers, y alcanzar en algún punto la vía Heraclea. En la figura 2, aparece la totalidad de las vías romanas republicanas en Cataluña de acuerdo con el trabajo de Soto (2010) en donde se observa como el tramo de vía que iba de Avsa hacia la costa, cruzaba la variante interior de la vía Heraklea en un punto pró-
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Figura 1. Miliarios republicanos en relación con la ruta Heraclea y la de Tarraco a Graccurris (1: Treilles; 2: Santa Eulàlia de Riuprimer; 3: Tona; 4: Santa Eulàlia de Ronçana; 5: Massalcoreig; 6: Torrente de Cinca) (Ariño et alii 2004: 120, fig. 38).
ximo a Granollers, que se convertiría en un verdadero nudo de comunicaciones entre la costa y el interior. Siguiendo la continuidad de esta vía republicana hacia la costa, seguiría posiblemente por la riera de Argentona hasta alcanzar las proximidades de Cabrera de Mar.
2.1. CAN TACÓ El caso de Can Tacó constituye un buen ejemplo de estos primeros establecimientos previos a las fundaciones urbanas en el que miembros del equipo hemos trabajado de manera continuada desde el año 2004 (Mercado et alii 2008: 219-232; Rodrigo et alii 2013b: 191-213). El yacimiento de Can Tacó, situado entre los municipios de Montmeló y de Montornés del Vallés, se encuentra ubicado en la comarca actual del Vallés Oriental en el territorio que en el siglo II a.C. correspondería a la Layetania interior. La comarca queda englobada dentro de la Depresión Prelitoral catalana con valles aluviales muy fértiles, separada de la costa por la cordillera Litoral. La colina donde se sitúa el yacimiento de Can Tacó domina un paraje de llanura en la confluencia de
los ríos Congost y Mogent, que dan origen en este punto al río Besós y se convierte en uno de los ejes vertebradores de la comarca del Vallés. Estos ríos y sus fértiles zonas de aluvión favorecieron la ocupación humana desde la prehistoria. El cerro de Can Tacó es un espolón elevado con un fuerte desnivel en sus vertientes, a excepción del flanco este, en esta zona es donde la pendiente natural es menos pronunciada y es donde se abre el camino de acceso al asentamiento. La zona norte queda protegida de forma natural por lo que actualmente se denomina el Turó de Les Tres Creus. En la cima del cerro se halla el enclave de Can Tacó, actualmente bautizado con fines patrimoniales con el nombre de «Mons Observans»; el yacimiento está organizado a partir de tres niveles o terrazas que se adaptan a la orografía natural del terreno. Can Tacó se encuentra en un lugar privilegiado para la vigilancia y control de vías y caminos que discurren por el corredor natural del Vallés. Históricamente y hasta la actualidad en esta zona confluyen diferentes cruces de caminos procedentes desde de la zona de Girona hacia el litoral barcelonés y costa del Maresme, Osona o Vallès Occidental–Martorell; muchas de estas vías ya eran transitadas desde la anti-
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Figura 2. Vías romanas en Cataluña en el siglo I a.C. (según Soto 2010).
güedad, como la Vía Augusta, la Vía del Congost o la Vía de Francia. En el yacimiento se habían realizado dos intervenciones arqueológicas a mediados del siglo pasado. La primera de ellas fue llevada a cabo en 1947 por J. Barberá y A. Panyella, y la segunda en 1961 por I. Cantarell (Bertrán 1985: 185-199). La intervención de 1947 sirvió para delimitar de forma aproximada el yacimiento, estimándole una extensión de 50 x 30 m. En la intervención de 1961 se documentaron restos cerámicos y fragmentos de opus testacevm, una placa de plomo y estucos con decoración de pintura roja. Estos autores sostenían la hipótesis de que se trataba de los restos de un poblado ibérico que tendría perduración hasta el momento romano. Esta conclusión obedecía a la gran cantidad de cerámica de tradición ibérica recogida, fechable en el siglo II a.C. (Barberá y Panyella 1950: 5). A mediados de los años 80, el profesor Joan Sanmartí realizó una prospección superficial en la zona para recoger información para su tesis doctoral. Los resultados de dicha prospección
documentaron nuevos fragmentos de cerámica ibérica y un fragmento de campaniense B. Este investigador interpretaba que entre el siglo II y I a.C. se construyó «una fortificación romana destinada a controlar el cruce de caminos (...). Sin embargo, creemos que no se puede excluir la posibilidad de que también hubiera existido anteriormente en este lugar un establecimiento indígena, seguramente de pequeño tamaño, tal vez con la misma función de controlar y vigilar los caminos» (Sanmartí 1986: 839-843). Las recientes excavaciones llevadas a cabo en el yacimiento por nuestro equipo permiten plantear nuevas interpretaciones sobre la naturaleza del asentamiento y a concretar mejor las hipótesis iniciales en torno el carácter militar de este enclave, pudiendo matizar el aspecto defensivo que en un primer momento había parecido como el más relevante. En estos momentos, habiendo excavado el 90 % del yacimiento podemos afirmar que se trata sobre todo de un enclave de carácter residencial, quizás de representación oficial de algún personaje importante de la administra-
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Figura 3. Vista aérea del yacimiento de can Tacó en fase de excavación.
Figura 4. Planta general del yacimiento de can Tacó.
ción romana, que se ha de relacionar necesariamente con los primeros momentos en que el estado romano está desplegando su administración por los territorios hispanos de reciente incorporación, en buena lógica cabe pensar que parte de estos efectivos provenían del estamento militar. Por tanto, se trataría de un asentamiento poco usual, con una cronología relativamente antigua de la que tenemos pocos paralelos conocidos hasta ahora en la zona. El yacimiento se estructura a partir de dos módulos arquitectónicos: El Cuerpo I, es el módulo más pequeño, con un perímetro construido de 69,76 m, dentro de un área de 300 m² aproximadamente. Los muros que delimitarían esta construcción son de grandes dimensiones y construidos con bloques de 40-50 cm, que configuran parte del muro perimetral oriental. En este módulo se hallan los accesos documentados. El Cuerpo II, es el edificio más grande y está orientado noreste / suroeste. Tiene un perímetro de 139,80 m y enmarca un área de 1256 m². Se trata de un edificio rectangular que cuadruplica el tamaño del Cuerpo I y se encuentra delimitado por los muros perimetrales y un patio de entrada al recinto. En la campaña de 2010 se consideró pertinente segregar a una parte del inicial Cuerpo II como un nuevo conjunto independiente al que se llamó Cuerpo III. Esta unidad arquitectónica se encuentra situada en un extremo del Cuerpo II e incluye uno de los accesos documentados y las estancias adyacentes, entre ellas cabría interpretar la existencia de un puesto de control adosado a este acceso. Se trata de un edificio de planta irregular. En cuanto a las dimensiones del yacimiento, el perímetro total es de 161,52 m, que engloba un área aproximada de 2000 m² con restos constructivos. En el yacimiento se han detectado cinco terrazas donde
se disponen los diferentes ámbitos de habitación. En la parte superior y dominando el conjunto, se encuentra la terraza central (C). En la vertiente este se puede contabilizar dos terrazas. La terraza 1E de 3,30 metros de anchura y la terraza 2E de 7,50 m de anchura. Por el lado oeste otras dos terrazas: la terraza 1W y la terraza 2W, la primera de 5,50 m y la segunda con 5,25 m de anchura. La terraza central, situada en la parte más alta del cerro, tiene una anchura de 13,70 m y habría albergado los edificios más nobles del conjunto y su uso como residencia está bien documentado; mientras que las terrazas inmediatamente inferiores habrían acogido las áreas de servicio del establecimiento. La tercera terraza recortada en el cerro funcionaría como un corredor de circulación y por tanto libre de estructuras, con la excepción de la cisterna 1. Así pues se configura un enclave de carácter residencial pero con una función estratégica en que se pretende que el edificio constituya una referencia visual en el territorio, de manera que sea un punto destacado, claramente visible desde las vías de paso y zonas limítrofes. El asentamiento estaría dotado de elementos de protección como el muro perimetral que cierra todo el establecimiento, así como de construcciones que permitían el control visual de la zona, al respecto cabe indicar la probable existencia de dos torres que flanqueaban la parte sur del edificio residencial, identificadas a partir de unos sólidos cimientos de planta cuadrada. La técnica edilicia es muy homogénea en todo el yacimiento. Consiste en muros construidos en piedra local (pizarra) con la técnica de pared seca, sin argamasa ni mortero, a excepción de las cisternas. Los muros tienen módulos diferentes en relación a su función estructural. Las estructuras murarías se encuen-
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tran encajadas en trincheras de cimentación excavadas en la roca natural. Puntualmente se observa la utilización de material pétreo procedente de alguna zona de extracción cercana como algunos bloques de granito y guijarros de río, ambos tipos también abundantes en un radio próximo al yacimiento A diferencia de los muros internos, construidos en su mayoría con zócalo de piedra y alzado de adobe o de tapial, el muro perimetral que rodea el enclave se construyó con sólidos paramentos de piedra y un relleno interno de piedras de menor tamaño, utilizando la técnica del emplecton. En varios puntos del yacimiento se han documentado restos de paredes de adobes caídas, que habrían alcanzado alturas de casi dos metros y con disposición de rompejuntas entre las hiladas de adobe. Una peculiaridad del conjunto consiste en la diferente orientación del Cuerpo I y III respecto al edificio principal de la terraza central, que conlleva que el muro perimetral en la fachada se abra hasta 140º. De hecho, este cambio de orientación responde a la necesidad de adaptarse a la topografía del cerro. Hasta el momento todos los indicios apuntan a que el acceso al enclave se realizaría desde el lado norte, aunque no descartamos totalmente la existencia de accesos secundarios en otros puntos del yacimiento. La parte residencial que se situaría, como ya hemos dicho, en la terraza central, es la que presenta un mayor grado de arrasamiento como consecuencia de haber quedado más expuesta a la acción antrópica y a la erosión natural. Las estancias, en la mayoría de casos, se han podido delimitar únicamente a partir de los cimientos de las paredes o de las trincheras de cimentación de las mismas ya que la mayor parte de estos muros fueron expoliados en un momento indeterminado. Como elemento destacable de esta zona hay que destacar la existencia de un ámbito de grandes dimensiones, que casi podría considerarse una sala, con un pequeño sub-ámbito en la pared opuesta a la entrada y otra habitación también de dimensiones considerables. Hay que remarcar que buena parte de los restos de las habitaciones de la parte alta del yacimiento aparecen muy destruidas por unos rebajes de la terraza central efectuados en la década de los 70 y que dificultan mucho la interpretación en detalle de la distribución de esta parte del edificio. No obstante, y por los indicios que la excavación ha permitido recuperar, podemos deducir que las estancias que conformarían la parte residencial del establecimiento son las que presentarían los pavimentos más elaborados hechos en opvs signinvm con incrustaciones de teselas blancas. Desgraciadamente, como
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Figura 5. Alzado de uno de los muros que conforman el Cos I (Cuerpo I).
Figura 6. Restos de una de las paredes de adobe documentadas durante la excavación.
consecuencia del arrasamiento de toda la terraza central no se han podido documentar in situ pavimentos de este tipo, aunque hemos documentado algunos fragmentos en los niveles de escombro que rellenaban la cisterna. Igualmente en los niveles superficiales se han recogido numerosas teselas que son la evidencia más clara de la existencia de estos pavimentos. La mayor parte de las teselas son de color blanco, pero también hemos recogido muestras de otros colores: negros, rojizas y algunas de color amarillo. La decoración de estas estancias se completaría con los estucos realizados siguiendo las técnicas y los temas propios del llamado primer estilo pompeyano, recuperados de manera fragmentaria en diferentes puntos del asentamiento. Es en las terrazas inferiores donde se situarían las habitaciones destinadas a zonas de servicio y almacenes; en estas estancias y en las interpretadas como zonas de paso hemos podido observar como los pavi-
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mentos están formados por capas de tierra compactada, convenientemente niveladas para lograr un óptimo nivel de circulación. Se ha documentado asimismo la existencia de un sistema de recogida y almacenamiento de aguas pluviales, del que dan testimonio dos cisternas y algunos restos de canalizaciones en varios puntos de la terraza central. Este sistema debía procurar la recogida del agua de lluvia de los tejados del edificio, y constituye una prueba más del cuidado plan arquitectónico con que se construyó este asentamiento. La primera de las cisternas (Cisterna 1) se documentó durante la campaña de excavación de 2007, se emplaza en la terraza inferior sector sur del enclave; aparece, impermeabilizada con un revestimiento hidráulico de opvs signinvm y su pavimento presenta una pequeña cubeta de decantación, tiene una dimensiones considerables 9 x 3,60 m y una altura conservada de 2 m, se desconoce su sistema de cubierta. Durante las campañas de excavación de 2008 y 2009 en la terraza superior se documentó una segunda cisterna (Cisterna 2) de dimensiones más reducidas que la anterior, mide aproximadamente unos 6 x 2,5 m; también aparece revestida de opvs signinvm y su cubierta podría haber sido abovedada aunque no descartamos otras soluciones, esta cisterna está construida en forma de L, en su lado más corto se emplazaba el brocal destinado a la extracción de agua para las necesidades diarias. Su función era la de almacenar las aguas pluviales de la terraza central, en el caso que este depósito llegara a llenarse totalmente, las aguas sobrantes se canalizaban, a través del sistema hemos mencionado anteriormente, hasta la gran cisterna de la terraza inferior de mayor capacidad y situada en una cota inferior, con este sofisticado sistema de almacenamiento se conseguía aprovechar las aguas pluviales en su totalidad y cubrir así las necesidades de agua del asentamiento. Por el contrario y a diferencia de este sofisticado sistema de recogida y almacenamiento de aguas, no se ha detectado en el yacimiento la existencia de ninguna red de evacuación para aguas residuales, más allá de algún elemento constructivo puntual que se pueda interpretar como canalización o desagüe. Sin ninguna duda, uno de los aspectos más interesantes que han puesto al descubierto las excavaciones de can Tacó son los restos de decoración mural, estucos y pinturas que han aparecido dispersos en varios puntos del yacimiento, sobre todo en los niveles de derrumbe correspondientes a la parte residencial situada en la terraza central y que han aparecido en las estancias de la terraza inferior 2 E.
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Figura 7. Cisterna 1.
Figura 8. Cisterna 2.
La decoración pictórica de estos estucos consiste en la simulación de sillares de mármol que se presentan en relieve perfilados por una fina línea roja, también se conserva lo que sería un zócalo de color rojo oscuro y la sofisticada cornisa que presenta una moldura corrida con denticulados. Esta decoración se puede adscribir claramente al descrito como Primer Estilo Pompeyano, que se popularizó en la segunda mitad del siglo II a.C. en Pompeya y debían decorar las estancias de la parte residencial. La campaña de 2007 centrada en la excavación de la cisterna 2, situada en la terraza inferior, permitió recuperar más fragmentos
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de decoración mural correspondientes al mismo estilo pero con un módulo de sillar más pequeño. Los últimos hallazgos que nos ilustran sobre cómo sería la decoración de las estancias nobles han aparecido durante la campaña del año 2009; en la excavación de la Cisterna 1, situada en la terraza superior, se recuperaron un gran número de restos de nuevas molduras mucho más elaboradas que las que se habían recuperado anteriormente, con decoraciones superpuestas de ovas, cadenas y también de los denticulados ya documentados anteriormente. También es destacable la presencia de un número significativo de tegvlae e imbrex de producción itálica, probablemente de la Campania, que denoFigura 9. Fragmentos de decoración parietal restituidos Museu de Montmeló. tan la necesidad de importar materiales constructivos en estos primeros momentos de la ocupación romana (Rodrigo et alii Todos estos materiales se completan con produc2013a: 1572-1594). ciones ibéricas locales en las formas típicas y en Los materiales cerámicos documentados en las producciones oxidadas y con decoración pintada: excavaciones nos indican un horizonte cronológico kalathoi, tinajas con borde de «cuello de cisne», bastante preciso para establecer la evolución del asenollas, ánforas ibéricas, y también cabe destacar la tamiento. La cerámica fina de importación, correspresencia de numerosas imitaciones en cerámica pondiente a vajilla de mesa, está dominada exclusilocal de cerámica campaniense: imitaciones de la vamente por las producciones en cerámica itálica de forma Lam. 36, Lam. 8, Lamb. 25, etc. barniz negro: Campaniense de los tipos A y B; sienEl conjunto anfórico recuperado hasta ahora redo las de tipo A las más numerosas, predominando sulta también significativo; en primer lugar indicar las producciones propias del siglo II a.C. (formas que el ánfora vinaria mejor representada es la Dressel 1-A, de la que se han recuperado numerosos bordes y Lamboglia 25, 27, 27a, 31b, 33, y 36; Morel 2234c), algún individuo entero durante la excavación de la cismuchas de ellas muestran fondos decorados con las terna de la terraza inferior, en su mayoría corresponcaracterísticas palmetas radiales. La Campaniense B den a producciones campanas de pasta volcánica; aparece en una proporción ligeramente inferior y también aparecen numerosas ánforas brindisinas. La encontramos representadas las primeras producciopresencia de ánfora greco-itálica es prácticamente tesnes que se difunden por territorio catalán (formas timonial; este ambiente nos lleva al último tercio del Lamboglia 3, 5, 8b; Morel 1733 y 2970). Todos estos siglo II a.C. También se han documentado algunas promateriales nos proporcionan una horquilla amplia desde mediados de siglo II a.C. hasta principios de ducciones norteafricanas; entre las ánforas tripolitasiglo I a.C., como se desprende de no haber docunas la forma Mañá C2 / T-7000 que se fecha de manera amplia en el siglo II a.C. es la más representativa; y por mentado la variante A tardía y los de tipo B más evolucionados; en resumen unas formas que en general último una ánfora rodia que muestra la típica marca con no rebasan los primeros decenios del siglo I a.C. la rosa y nombre de mes y magistrado. En las últimas campañas hemos podido ampliar En cuanto a las producciones de cocina de origen los datos que teníamos sobre el momento fundacional itálico, detectamos una presencia abundante de pladel enclave y precisar un poco mejor el momento initos-tapadera como la forma Vegas 14 o la Vegas 16, cial. La excavación de alguna de las trincheras de cicazuelas y morteros. Estas producciones tienen una mentación ha proporcionado algunos materiales horquilla muy amplia de fabricación que hace que no cerámicos del momento inicial, que permiten estableresulten de demasiada utilidad para poder acotar la cer con seguridad un terminvs post qvem del momento cronología del yacimiento, pero en todo caso, su prede construcción del enclave que debemos datar dentro sencia resulta significativa y nos indica una fuerte predel último tercio del siglo II a.C. sencia de un componente itálico en Can Tacó.
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Figura 10. Repertorio de los materiales cerámicos aparecidos can Tacó.
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Figura 11. Reconstrucción en 3d del edificio visto desde el lado norte.
Figura 12. Aspecto actual de los restos arqueológicos una vez finalizado el proyecto arquitectónico de adecuación para la visita del público.
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2.2. PUIG CASTELLAR (BIOSCA, LLEIDA) Hemos establecido como uno de los objetivos prioritarios de este proyecto proceder al inicio de las excavaciones arqueológicas en este yacimiento singular: el Puig Castellar de Biosca, se trata de un espolón rocoso ubicado en el municipio de Biosca (Lleida), que dista unos 7 km de la ciudad romana de Iesso (Guissona, Lleida). Partimos de la hipótesis que en este yacimiento está una de las claves para dilucidar cómo se gestó la fundación posterior del importante establecimiento romano de Iesso; una ciudad fundada ex novo en la vecina llanura de Guissona a finales del siglo II a.C. y que perdurará durante 8 siglos. El yacimiento de Puig Castellar se halla ubicado en lo alto de un cerro, en cuya cima se extiende una pequeña planicie apta para construir un asentamiento temporal. Tanto por su situación elevada, de fácil defensa, como por su dominio visual del territorio circundante nos dan las primeras claves de su valor estratégico: desde el yacimiento se divisa un amplio territorio por todas sus vertientes, entre los que cabe destacar todo el valle del rio Llobregós, un afluente del Segre, que constituye una importante vía de comunicación que pone en contacto la costa, a través del valle de los ríos Llobregat-Cardener (ruta de la sal) con la depresión central leridana a través de la Alta Segarra, y en relación con el enclave, también romano republicano, de Els Prats de Rei (Barcelona). Asimismo el yacimiento cumple otra función estratégica pues su ubicación constituye la puerta natural de acceso a la Plana de Guissona, donde se fundó la ciudad romana de Iesso (Guissona). Como se indicaba anteriormente, la investigación arqueológica en el yacimiento se encuentra en un estado muy incipiente, tan solo hemos procedido a realizar una prospección superficial durante el verano de 2012. A pesar de ello los resultados de estos trabajos iniciales ya empiezan a apuntar algunos rasgos significativos sobre su naturaleza que vamos a valorar sucintamente a continuación. Antes de pasar a describir los restos arqueológicos identificados hasta ahora en los trabajos de prospección, queremos destacar algunos aspectos que están en la base de nuestro interés inicial por el yacimiento y que nos llamaron la atención desde las primeras visitas a la zona: en el cerro de Puig Castellar nos llamaba la atención la existencia de miles de fragmentos cerámicos diseminados en superficie, asimismo también, la presencia de bloques pétreos amontonados o alineados cuya naturaleza litológica no se correspondía con la composición geológica del
Figura 13. Vista del Cerro de Puig Castellar.
Figura 14. Dominio visual del valle del rio Llobregós y acceso a la Plana de Guissona.
Figura 15. Puig Castellar visto desde el norte.
Figura 16. Bloques de piedra de gres.
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terreno; cabe recordar Puig Castellar es un cerro formado por afloramientos de yeso, una piedra frágil y quebradiza que en esta zona muestra diferentes grados de cristalización, lo que da un aspecto general blanquecino a toda la superficie del terreno; en este contexto la presencia de piedra foránea de un color marrón/grisáceo (gres) en la parte alta del cerro llamaba claramente la atención y a su vez indicaba una acción antrópica de transporte organizado desde alguna cantera próxima, en este caso claramente con una finalidad constructiva, puesto que el yeso natural no permite obtener bloques compactos para ser utilizados en la construcción. Junto a la abundancia de cerámica, la presencia de piedra foránea era otro indicio para considerar la existencia de un asentamiento habitacional en la zona. Finalmente indicar que el yacimiento ha sido durante décadas sometido al saqueo constante por parte de los buscadores de tesoros; estas acciones clandestinas han proporcionado una interesante colección de monedas, algunas de las cuales hemos podido estudiar en colecciones particulares (Pera 1993: 127-270).
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Figura 17. Vista frontal del muro perimetral.
3. RESTOS CONSTRUCTIVOS A nivel constructivo hasta ahora ha sido posible identificar en superficie un potente muro perimetral de 1,20 m de ancho que va siguiendo la vertiente SES-SW del cerro, una sólida construcción que intenta buscar la línea recta aunque va adaptándose a la curva de nivel que marca la topografía natural. Este muro se ha podido seguir visualmente en unos 200 metros lineales durante la prospección. Hemos podido constatar también como en algunos de sus tramos a esta potente estructura se le adosan exteriormente otras construcciones de planta cuadrada, aún por determinar, pero que permiten plantear la posible existencia de torres en su trazado. Por sus dimensiones y ubicación, todo parece indicar que este muro tendría un carácter defensivo; aunque sin descartar una doble función: defensiva y cierre del asentamiento, y que, a su vez, funcionara de muro de contención de tierras para proteger de la erosión natural esta vertiente del cerro en cuyo interior se construyen otras estructuras arquitectónicas aún por determinar. Cabe señalar que en los límites N-E del cerro no se aprecia la existencia de esta construcción defensiva, un aspecto que puede estar en relación con la topografía natural del sector, con vertientes mucho más abruptas que constituyen por si mismas una defensa natural del asentamiento.
Figura 18. Muro perimetral.
Asimismo, en la pequeña planicie superior del cerro es donde hemos identificado restos constructivos que podemos relacionar claramente con estructuras de habitación de una cierta entidad. Se trata de algunas alineaciones murarías sin que por el momento hayamos podido definir aun ámbitos. Por el momento llama la atención un muro construido con sillares tallados que se ha podido seguir unos 30 m, así como otros que se disponen en sentido perpendicular a aquel y que indican una compartimentación del espacio posiblemente con fines habitacionales. En esta línea también es interesante destacar la existencia de diversos pavimentos de opvs signinvm de cuidada ejecución que reforzarían la hipótesis de la existencia de habitaciones de una cierta entidad constructiva. Estos pavimentos muestran un alto grado de deterioro al haber permanecido al intemperie durante muchos años y por el momento aún no han podido ser relacionados con muros. Cabe destacar también la recuperación de un fragmento de tegvlae cuya pasta nos indica un claro origen campano, y dos fragmentos de imbrices también de
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Figura 19. Muros de la plataforma superior.
Figura 20. Muros plataforma superior.
origen itálico. Estas evidencias, sumadas a las que veremos a continuación, también sugieren el carácter itálico del asentamiento.
Las ánforas constituyen sin duda, por su variedad, otro de los materiales que permiten precisar la cronología del conjunto. Llama la atención una gran cantidad de ánforas de boca plana, conocidas genéricamente como ánforas ibéricas; le siguen en proporción y cantidad los tipos vinarios campanovesubianos, siendo las Dressel 1, y ánforas de transición de greco-itálica a Dressel 1A de distintos lugares de la Magna Grecia, de estas destacamos unas variedades de procedencia desconocida hasta ahora, sobre los cuales tenemos abierta en estos momentos una línea de investigación para determinar a través del análisis de pastas su origen. En tercer lugar hemos de situar las ánforas olearias de tipo brindisino, con diversos ejemplares. Todo el conjunto anfórico enunciado, junto a alguna muestra de tipos tripolitanos antiguos como la africana T.7.4.11, nos permiten ajustar la cronología general del asentamiento; por ejemplo, este envase de la Tripolitana ha sido documentado en yacimientos hispanos como Ampurias en contextos de 150-
4. RESTOS CERÁMICOS Las prospecciones han permitido recuperar centenares de fragmentos cerámicos que se hallaban diseminados en superficie por todo el asentamiento; a modo de muestreo estos materiales, aunque no procedan de contextos estratigráficos definidos, por su diversidad y cantidad creemos que resultan altamente significativos para poder determinar a priori la naturaleza y la cronología del asentamiento. Las cerámicas de importación recuperadas son en su totalidad cerámicas campanienses de tipo A producidas en el siglo II a.C., sin que haya indicios de las variantes tardías. Por el momento no hemos detectado presencia de cerámica campaniense de tipo B.
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Figura 21. Restos de opus signinum desintegrados en superficie.
125 a.C. (Aquilue et alii 2002: 18), junto a grecoitálicas y las primeras Dressel 1-A.
5. REFERENCIAS A OTROS YACIMIENTOS CONTEMPORÁNEOS 5.1. CA L’ARNAU – CAN MATEU (CABRERA DE MAR, BARCELONA) Recientes excavaciones en el municipio de Cabrera de Mar (Barcelona) han puesto al descubierto un establecimiento romano-republicano de grandes dimensiones con una cronología inicial de mediados del siglo II a.C.; este enclave romano se extiende bajo la actual población de Cabrera de Mar, a muy poca distancia del importante oppidvm ibérico de Burriac, uno de los centros urbanos más destacados de los layetanos. El yacimiento romano de Ca l’Arnau se relaciona de un tiempo a esta parte con el antiguo topónimo de Iltvro conocido por la numismática (García Roselló et alii 2000: 36-38). Se trata de un asentamiento de carácter itálico, la zona de hábitat se extiende a ambos lados del cauce de la riera de Cabrera, de unos 7000 m2 conocidos, pudiendo ser su extensión aun superior. Se trata de un complejo urbano de planta irregular con una calle documentada y diversas estructuras de habitación, siguiendo una organización urbanística con distintas orientaciones. En la zona central del complejo se ubican las termas, que es tal vez el edificio más destacado del conjunto por su grado de preservación y antigüedad; estas termas ocupan una extensión de unos 450 m2, y presentan el clásico esquema de caldarivm, frigidarivm, tepidarivm, laconivm y apodyterivm con una cubierta
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abovedada (García Roselló et alii 2000: 36-38). Además hay que destacar otros elementos decorativos suntuarios como pavimentos de signinvm con teselas blancas, e incluso presencia de tegvlae de origen campano.1 El asentamiento no presenta por ahora indicios de murallas, quizás influido por la proximidad del oppidum ibérico de Burriac que en estos momentos también experimenta importantes reformas en su sistema defensivo. En otras zonas del asentamiento se ha documentado actividad metalúrgica así como la existencia de una gran domvs republicana (Can Benet) con excelentes pavimentos de signinvm con incrustaciones metálicas, únicos en Hispania. Precisamente son los contextos de construcción de las termas (UE 2345) los que nos proporcionan una de las cronologías más antiguas del yacimiento, fechable a mediados del siglo II a.C. Aparece abundante cerámica ibérica, junto con campaniense de tipo A (formas Lamb. 33a, Lamb. 36, Lamb. 27ab, Lamb. 31), además de ánforas grecoitálicas, púnicas del Estrecho (grupo Mañá C2), PE-23 y rodias antiguas. Otro elemento para considerar la romanidad del enclave lo marcan las ánforas brindisinas; estos envases olearios producidos en la costa adriática se fechan en la segunda mitad del siglo II a.C. en Italia, y es común encontrarlas en contextos romanos de la Península hasta mediados del siglo I a.C.; cabe recordar que el aceite de oliva, a mediados del siglo II a.C., era un producto de consumo preferentemente romano, difícilmente podemos atribuir su consumo por las poblaciones iberas locales y, por tanto, relacionado con el movimiento de itálicos, más concretamente con el abastecimiento militar.
5.2. CAMP DE LES LLOSES (TONA, BARCELONA) Este asentamiento se encuentra ubicado a la entrada de la Plana de Vic, en zona de llano, no se conoce la existencia de murallas ni otros sistemas de defensa. Hasta el momento se ha documentado un extenso y complejo conjunto de estructuras arquitectónicas de carácter habitacional e industrial, estas últimas relacionadas con actividades metalúrgicas, sobretodo en bronce. Los restos se encuentran dispuestos flanqueando una calle o cami1 Este elemento de las tegvlae con restos de augitas volcánicas resulta un elemento destacado ya que las encontramos también tegvlae con las mismas características en Can Tacó, y como hemos visto, en el yacimiento interior de Puig Castellar.
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no y organizado en terrazas. El complejo de Camp de les Lloses se relaciona con un asentamiento romano con una función logística vinculada al ejército. El registro arqueológico marca un horizonte cronológico entre el 125-75 a.C., aunque también hay indicios de una perduración posterior pero de menor importancia. De este enclave merece destacarse su vinculación al paso de dos vías romanas por la zona, conocidas por los miliarios de Manivs Sergivs —más concretamente el de Tona (IRC I.211-212)—, tal como hemos comentado en otro capítulo, por lo tanto parece fuera de toda duda que su ubicación obedece a criterios estratégicos en el marco de la red viaria republicana (Álvarez et alii 2000) (Duràn y Mestres 2000).
5.3. PUIG CIUTAT (ORISTÀ, BARCELONA) Se trata de un asentamiento de unas 5 ha, prospectado a partir de la geofísica. Cuenta por ahora con tres campañas de excavación y se han documentado tres fases de ocupación. Parece que existe una primera ocupación ibérica, un segunda fase de ocupación republicana de siglo II o principios del I a.C., y una última fase situada grosso modo entre el 80-35 a.C., esta última con presencia de material militar y restos de incendio. Aunque está todavía en una primera fase de investigación, su localización creemos que se debe vincular a una de las vías interiores y uno de los miliarios de Manivs Sergivs del 120 a.C., precisamente el localizado en Santa Eulàlia de Riuprimer (IRC I.175). (Datos extraídos de la exposición oral en Tribuna d’Arqueologia 2013 en prensa).
5.4. MONTERÓ (CAMARASA, LLEIDA) Este yacimiento se alza en la parte superior de un cerro ubicado en el margen izquierdo del rio Segre. El carácter estratégico y el control visual constituyen sin duda las funciones primordiales del enclave, pues desde el yacimiento se divisa una amplia zona de la depresión central de Catalunya así como uno de los pocos vados naturales del rio Segre. Las excavaciones llevadas a cabo hasta ahora han documentado una única fase de ocupación representada por diversas estructuras arquitectónicas relacionadas con habitaciones, algunas de planta rectangular simple y otras más complejas siendo destacable en estas la presencia de pavimentos de opvs signinvm y pintura mural; asimismo está bien documentada la existencia de un po-
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tente muro perimetral o muralla de 1,5m de anchura que circunda el yacimiento por la vertiente este. Los materiales arqueológicos son muy abundantes: monedas, restos de actividad metalúrgica, molinos, restos metálicos relacionables con armamento, etc.; La cerámica es muy abundante en todo el yacimiento, sobre todo la de tipo común de tradición local; pero serán las cerámicas de importación las que marcaran el horizonte cronológico de manera más precisa: la vajilla de mesa de los tipos campaniense A y en menor medida del círculo de la B, propias del siglo II a.C. , junto a ánforas Dressel 1-A itálicas sirven para fechar el yacimiento en el último tercio de siglo II a.C.; no parece que la ocupación se prolongara más allá de 50 años. La interpretación de este yacimiento es el de un fortín o castellvm del ejército, al servicio del control romano en esta zona de la Citerior, la residencia de un destacamento militar en estas dependencias parece fuera de toda duda, la cultura material asociada lo acaba de certificar. Las características topográficas y arquitectónicas de este asentamiento, así como su cronología, nos muestran una similitud indiscutible con el yacimiento de Puig Castellar de Biosca situado a 30 km y con posibilidades de un contacto visual entre ambos enclaves. Ver bibliografía Bermúdez et alii (2005); Ferrer et alii (2009).
5.5. ELS PRATS DE REI (BARCELONA) Este enclave es aun poco conocido por falta de investigación, aunque disponemos de varios indicios que apuntan a la existencia de un asentamiento que cronológicamente sería contemporáneo con los anteriores. En época romano imperial en esta zona se ubica el Municipum Sigarrensis, un municipio flavio bien conocido por la epigrafía. Por referencias de antiguas excavaciones realizadas por investigadores locales y habiendo comprobado los materiales del fondo del museo local, se vislumbra una fase romano-republicana que muestra una fuerte presencia de ánfora itálica de los tipos campanos y ánfora ibérica de boca plana; una pequeña colección numismática presidida casi exclusivamente por numerario ibérico de la ceca Iltirkesken y un extenso repertorio de cerámicas campanienses de los tipos A y del taller de Cales, fase media, entre los que destaca un mínimo de 25 individuos de la variedad Morel 3756. En conjunto nos marca un ambiente cronológico de último tercio de siglo II —inicios de siglo I a.C. En los últimos meses hemos tenido noticia que en una
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excavación de urgencia se ha detectado una sólida muralla de la que se desconocía su existencia hasta el momento, pero que aun no ha podido ser excavada. El estado de la cuestión más reciente referido a este yacimiento lo encontramos en el libro de Noelia Salazar 2012 (Salazar 2012).
6. APÉNDICE SOBRE LA DISTRIBUCIÓN DE ÁNFORAS BRINDISINAS No queremos acabar nuestra aportación sin hacer referencia a unos de los fósiles directores de esta época, las ánforas brindisinas, que creemos pueden ser indicativas de la presencia militar en Hispania. La distribución de las ánforas brindisinas en la Península Ibérica seguramente refleja el movimiento de tropas y personal administrativo romano en este primer siglo de la conquista. La concentración en puntos de la costa (por ejemplo, Sagunto, Gadir, Carteia, Cartago Nova), Valle del Ebro hasta Numancia, en establecimientos romanos del NE (Can Tacó, Camp de les Llosses, Monteró, Puig Castellar de Biosca, etc.) y en las primeras ciudades romanas (p.e. Ampurias, Tarraco, Baetulo, Iesso), nos parece altamente significativa (ver Fig. 22, donde se detalla la distribución de las Apani V apuliotas). A pesar de las diferencias que pudieran existir en el conocimiento arqueológico de cada una de las zonas, el mapa muestra dos concentraciones de ánforas brindisinas en el NE peninsular: en la zona de Cabrera de Mar (Mataró, Ca L’Arnau y Burriac), y el valle del Llobregat (Gavà, Sant Feliu, Sant Boi y Cornellà). Por otra parte, las Apani V se documentan en la zona interior del NE siguiendo la ruta transversal desde Gebut, Lleida, Monteró, Guissona, Puig Castellar, Tárrega, Camp de les Lloses y Can Tacó.
7. CONCLUSIONES Así pues, a la vista de los datos expuestos anteriormente, todo parece indicar que durante la segunda mitad del siglo II a.C. la zona del NE peninsular fue sometida a un intenso y planificado proceso de control militar como fase previa a la organización administrativa que perdurará hasta principios de siglo I a.C., siendo la fundación de ciudades unos de los resultados más trascendentes (Iluro, Baetulo, Iesso, Aeso, Ilerda, y quizás también Gerunda); caso aparte son las ciudades de Emporiae y Tarra-
Figura 22. Mapa de distribución de ánforas Apani V en la Península Ibérica.
co, ya que en su condición de enclaves portuarios el proceso de consolidación urbana empezó unas décadas antes. Creemos estar en el buen camino al considerar que los establecimientos romanos que hemos analizado obedecen a diversas tipologías, tales como: control administrativo (Ca l’Arnau, Can Tacó), centros logísticos (Camp de les Lloses), centros de control estratégico (Puig Castellar, Monteró, y tal vez Puig Ciutat). Todos guardarían en común una estrecha relación con el ejército y el primer despliegue de la administración romana. Asimismo hay que destacar la voluntad expresa de hacer visible a las poblaciones locales, mediante estos asentamientos ex novo, la instauración del nuevo poder ejercido por los vencedores de la contienda púnica, este aspecto pensamos que resulta particularmente aplicable a enclaves como el de can Tacó. Para completar esta tesis no podemos dejar de lado la importancia que el nuevo poder romano confirió a la necesidad de disponer de nuevas vías de comunicación, unas vías que posibilitan los desplazamientos rápidos de tropas y sus necesarios suministros; un ejército activo en campaña, aunque no sea con fines punitivos o bélicos, como parece en este caso, necesita disponer de esta red capilar de comunicaciones y centros logísticos. Otro factor a considerar es el de la uniformidad cronológica que presentan casi todos ellos, sus cronologías iniciales de mediados de siglo II a.C., no llegando en su mayoría a perdurar más allá del cambio de siglo; aun así a pesar de este factor de temporalidad llaman la atención algunas realizaciones arquitectónicas de tipo suntuario (domvs, termas, decoraciones arquitectónicas lujosas) que nos indican el carácter itálico y el alto rango de una parte de sus habitantes.
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ESTHER RODRIGO, CÈSAR CARRERAS, JOAQUIM PERA Y JOSEP GUITART
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ESTRATEGIAS DE IMPLANTACIÓN MILITAR ROMANA EN EL NORESTE DE LA CITERIOR 120-90 A.N.E. Jordi PRINCIPAL, Museu d’Arqueologia de Catalunya; Toni ÑACO DEL HOYO, ICREA, Universitat Autònoma de Barcelona, Departament de Ciències de l’Antiguitat i de l’Edat Mitjana
Resumen: Para abordar el estudio de la más temprana implantación romana en Hispania hay que tener en cuenta forzosamente el papel del ejército y el modo en que las mismas necesidades bélicas de Roma en la Península y los territorios adyacentes, determinaron la estrategia de implantación de este en el territorio. En este trabajo, pretendemos aportar algo de luz a este panorama, en particular gracias al análisis, en su propio contexto histórico, de dos yacimientos arqueológicos (El Camp de les Lloses, Tona-Barcelona; y Monteró, Camarasa-Lérida), que podrían haber sido puestos avanzados, relacionados con la vigilancia, control territorial y la logística, en el contexto general militar de la Hispania Citerior a finales del siglo II a.n.e. Summary: Tackling the issue of the earliest Roman settling in Hispania Citerior inevitably entails the study of the role of the army and the way the war needs of Rome in the Peninsula and the adjacent territories determined its progressive settling strategy. The aim of this paper is to bring some light into the debate, in particular by the presentation and analysis, in their own historical context, of two archaeological sites (El Camp de les Lloses, Tona-Barcelona; and Monteró, Camarasa-Lleida), which could have been used as military outposts related to the surveillance, territorial control and logistics, in the general military context of the late 2nd cent. BCE Hispania Citerior. Palabras clave: noreste Citerior, implantación militar, Monteró, Camp de les Lloses. Key words: North-eastern Hispania Citerior, military settling, Monteró, Camp de les Lloses.
1. INTRODUCCIÓN La historia de la presencia romana en la Península Ibérica, desde su primera llegada al noreste (218 a.n.e.) hasta la caída de Numancia (133 a.n.e.) y más allá, es la historia a largo plazo de su ejército, sus acciones y daños colaterales (Morillo et alii 2003; Morillo 2003; Cadiou et alii 2008; Cadiou 2008; Morillo et alii 2009: 239-561 y 563-692). Según nuestro registro histórico, a los períodos de intensa actividad bélica les siguieron otros de menor intensidad, dependiendo de los resultados irregulares de la guerra, que nunca se esperaba que durase tanto tiem-
po. Durante décadas, la República hizo esfuerzos extraordinarios para mantener a sus ejércitos en pleno funcionamiento, sin tener en cuenta los problemas de composición interna y las necesidades logísticas, presionada por una economía de guerra en la que los indígenas eran considerados como botín, o como elementos potencialmente reclutables, en calidad de tropas auxiliares, en caso de necesidad. A lo largo de este período, las regiones de la Hispania Citerior de más temprana pacificación, y en particular la costa del noreste y su zona de influencia, fueron receptoras de guarniciones romanas como respuesta a las necesidades de la logística militar y a las
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estrategias defensivas, pero también con el fin de integrar hábilmente las poblaciones locales en el «nuevo orden romano», como aliados y súbditos (Le Roux 2006: 117-134). Como se ha apuntado recientemente en una monografía sobre el ejército romano en Hispania, estas guarniciones estaban más relacionados con el mantenimiento del control y la seguridad de las líneas de suministro republicanas, que con el mero ejercicio del control político sobre los indígenas derrotados. De hecho, las bases romanas en el noreste no solo cumplieron su cometido de manera eficiente, sino que además jugaron un papel clave en la organización de la invernada ocasional de los ejércitos regulares, así como en el control y monitorización del reclutamiento y de los suministros hacia los frentes interiores, sobre todo durante operaciones bélicas de un cierto calado (Cadiou 2008: 279-361). Luego, desde la caída de Numancia al inicio de las Guerras Sertorianas (82 a.n.e.), y con excepción de algunos datos sobre luchas contra Lusitanos y Celtíberos, un período oscuro se cierne sobre las eviden-
cias literarias en relación con la política militar romana real en Hispania. Por lo tanto, este artículo pretende arrojar nueva luz sobre este período poco conocido, combinando un enfoque histórico más amplio con el análisis de dos yacimientos arqueológicos del noreste. No debe sorprendernos que, después de todo, este período constituyese una auténtica encrucijada histórica no solo por la intervención militar romana en occidente, sino también en relación con la historia de la expansión de la República tardía a lo largo de todo el Mediterráneo (Ñaco 2006: 149-167; Arrayás 2007: 49-50; Belarte et alii 2010).
2. ARQUEOLOGÍA MILITAR: DOS CASOS DE ESTUDIO DEL NORESTE DE HISPANIA Queremos presentar aquí dos casos de estudio: El Camp de les Lloses (Tona, Barcelona), un probable vicus romano-republicano; y Monteró (Camarasa, Lérida), un castellum romano-republicano,
Figura1. Noreste de la Península Ibérica (ubicación de los yacimientos objeto de estudio).
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ambos ubicados en el noreste de la Citerior (Fig. 1). Según las investigaciones preliminares derivadas de las campañas arqueológicas, y de una nueva interpretación de las fuentes históricas que nos han llegado de este período, ambos yacimientos podrían haber sido usados como puestos avanzados del ejército romano, con funciones logísticas, defensivas/vigilancia, y tal vez de reclutamiento. Su morfología, limitada cronología y variada cultura material ofrecen perspectivas interesantes sobre la integración de romanos, itálicos y nativos en el contexto militar de la Hispania Citerior durante los últimos años del siglo II a.n.e. y la primera década de la siguiente centuria.
2.1. EL CAMP DE LES LLOSES El yacimiento está ubicado en el municipio de Tona (Barcelona), al sur de llanura de Vic, en un cruce de caminos naturales y estratégicos que controla las comunicaciones de la Cataluña interior con la zona costera. Consiste en un conjunto de tres edificios diferentes (Edificios A, B y D) (Fig. 2), fechados entre el 125-75 a.n.e., que siguen el patrón típico de las casas de atrio testudinado de tipo itálico (Robertson 1943: 302-306; Gros 2001: 30-38 y 8284). Desde el punto de vista funcional, si bien el Edificio B denota un carácter claramente doméstico, el A parece combinar ambas actividades, domésticas y manufactureras, a partir de las evidencias que ofrece la identificación efectiva de un área de trabajo de metales en la parte delantera de la casa. En cuanto al Edificio D, el área excavada debe corresponder a la parte trasera de una casa, un hortus. El área metalúrgica en el Edificio A está formada por tres talleres que operaban simultáneamente. El primero, situado en el ámbito 3, estaba dedicado a la metalurgia del hierro, una especie de fragua, donde se crearon y se repararon diversos instrumentos y herramientas, sobre todo relacionados con el trabajo de la madera y la carpintería, a saber, clavos, cuchillos, tijeras, pero también armas (incluso se ha documentado una rueda de carro). En cambio, los talleres de los ámbitos 8 y 20 estaban dedicados a la metalurgia del bronce; en estos espacios se halló una gran cantidad de elementos de bronce rotos o inutilizados (fragmentos de muebles, vasos, objetos domésticos e incluso esculturas, algunas de ellas piezas de calidad;
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Figura 2. Planta esquemática de El Camp de les Lloses.
Fig. 3.a), allí almacenados para proceder a su reciclaje y transformación final en pequeños clavos (Fig. 3.b). La fabricación de estos clavos era la principal actividad productiva de estos talleres en el momento del abandono del asentamiento. El Edificio B, sin embargo, podría corresponder a un espacio residencial o de trabajo administrativo, con áreas domésticas e incluso públicas. Algunos objetos que presumiblemente podrían haber pertenecido a un larario (incluyendo un árula portátil; Fig. 3.e), fueron encontrados cerca de un lóculo de una pared del ámbito 11. Asimismo, en este edificio se documentó gran cantidad de vajilla, diversas piezas de juego, así como un guardasellos (Fig. 3.c) que vendría a indicar algún tipo de correo administrativo. El volumen de numerario descubierto en el yacimiento también es digno de mención, sobrepasando las 150 piezas, fundamentalmente acuñaciones ibéricas de bronce (Fig. 3.d). En cuanto al mobiliario cerámico (Fig. 4), se percibe una combinación de producciones de ámbito local-regional e importaciones, con una clara prevalencia de las primeras, lo cual determina la tendencia de consumo preponderante en el yacimiento. La vajilla ibérica responde a vasos de cerámica común, de servicio y almacenaje, mientras que la de tipo culinario sería mayoritariamente a mano (ollas y tapaderas), aunque se detectan también vasos producidos a torno lento, de origen local-regional (ollas tapaderas y cazuelas), y algunas formas específicas de cazuela de cerámica común itálica campana (patinae de borde bífido). En cambio, la cerámica de importación corresponde fundamentalmente a vajilla de mesa
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ciarlas a remodelaciones llevadas a cabo en los ámbitos en que se hallaron. Por último, conviene señalar el descubrimiento en la década de los años 20 del siglo pasado, a unos 100 m al este del yacimiento, de una estela figurativa que representa un combate de guerreros. Los patrones iconográficos de la estela permiten relacionarla con los tipos bajoaragoneses, que se datan de finales del II a.n.e. Las interpretaciones más recientes sobre este tipo de estelas apuntan a considerarlas como marcadores territoriales o identificadores de grupos de guerreros indígenas que se desplazarían o acantonarían en diferentes partes (Quesada 1999-2000: 95-106; Burillo 2001-2002; Riera 2013; contra Garcés y Cebrià 2002-2003).
2.2. MONTERÓ En cuanto a Monteró, el yacimiento está situado en las primeras estribaciones de la cordillera Pre-pirenaica, en la cima de un cerro aislado en la orilla izquierda del río Segre. De difícil acceso, dispone de un control visual óptimo tanto sobre el río (hacia el norte y el suroeste) como sobre la gran llanura de la Depresión Central Catalana, hacia el sur y hasta la actual ciudad de Lérida (la antigua Ilerda). Por lo tanto, de acuerdo con su ubicación geográfica, Monteró resulta un excelente punto estratégico de Figura 3. Selección de mobiliario de El Camp de les Lloses: a) Objetos de control territorial y de vigilancia de las bronce, b) Clavos de bronce, c) Guardasellos, d) Numerario ibérico de comunicaciones tanto de ámbito fluvial bronce, e) Arula. como terrestre. De las cuatro áreas de intervención (barniz negro Campaniense A de la variante mediosituadas en la parte superior del cerro, las que han tardía y cerámica calena media, así como cubiletes de ofrecido evidencias determinantes son el Área 1, paredes finas itálicos) y ánforas de origen campano, ubicada en la zona central y vértice del cerro, y la 2, adriático, surhispánico y norteafricano. a unos 100 m al norte de la primera. Todas las áreas Otro aspecto importante del sitio es la presencia presentan una única fase de ocupación que se situade enterramientos infantiles, una práctica funeraria ría cronológicamente entre el 125-75 a.n.e. ibérica bien documentada, pero tampoco desconociPor lo que respecta al Área 1 (Fig. 5.a), se han da a romanos e itálicos en general (Gusi y Muriel identificado dos grupos diferentes de estructuras. El 2008). Inhumaciones de este tipo, dos de ellas con primero, en la vertiente oeste, parece corresponder a ajuar funerario, han sido identificadas en cada edifiuna batería de habitaciones complejas (Zona 2), que cio (Fig. 2). Aunque su ubicación no parece seguir seguirían un patrón en forma de ele invertida, alguun patrón espacial específico, ha sido posible asonas de ellas con pavimentos de opus signinum de
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Figura 4. Selección de material cerámico de El Camp de les Lloses: 1. Campaniense A; 2-6. Cerámica calena; 7-13. Paredes Finas; 14. Común Itálica Vesubiana; 15-19 y 21-23. Gris ampuritana; 15. Ibérica Pintada; 24-26. Común Ibérica Oxidada; 27. Común Indígena a Torno.
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calidad, así como paredes enlucidas y con restos de decoración pictórica; asimismo, se han documentado los restos de un muro perimetral de cierta entidad, que limita las estructuras por el este, muy expoliado y afectado por la erosión; ambas zonas sufrieron un severo incendio que provocó su colapso final. En el segundo grupo (Zona 8), se ha identificado un único edificio, así como los restos de un hipotético muro continuo, orientado N-S, que podría haber funcionado como muro perimetral o de cierre por el oeste. Destaca la excavación del Sector 12, donde los hallazgos de vajilla fueron abundantes, y en que además se encontró una lámina de plomo enrollada, inscrita en signario ibérico (Fig. 6.a), así como un aplique figurativo de bronce y hierro, que representa una figura humana con una ave sobre la cabeza (Fig. 6.b). Entre las Zonas 2 y 8, se detectó un espacio vacío de unos 7 m. de ancho, lo que podría interpretarse como un espacio abierto o eje/calle central (Zona 7). El Área 2 (Fig. 5.b) consiste, en cambio, en una serie de ámbitos en batería que parecen seguir una secuencia de antesala (frontal, este)/sala (trasera, oeste) (Zona 3), construidos de manera modesta, con
pavimentos de tierra batida y sin que se hayan detectado enlucidos o revestimientos parietales. De hecho, todo el área ha sido muy afectada por la erosión y la actividad humana moderna. La cultura material muestra gran similitud con El Camp de les Lloses. En cuanto a la cerámica (Fig. 7), también las producciones de ámbito local-regional predominan sobre la cerámica importada tanto a nivel de vajilla y cerámica común (cerámica ibérica oxidada y reducida, engobes blancos ilerdenses) y culinaria (cerámica a mano), como de almacenaje y transporte. Entre el material importado destaca el barniz negro caleno, mayoritario, además de contenedores anfóricos itálicos (área campana) y norteafricanos. Respecto del material metálico, se documentan restos de vajilla de bronce, pesos de plomo e incluso piezas de juego, así como restos de armamento: existen ejemplos de puntas de flecha de bronce, glandes de plomo (Fig. 6.c), puntas de venablo (Fig. 6.d) y tallos de pila de hierro En cuanto al numerario, procedentes de las excavaciones recientes, solo se han documentado unas pocas unidades de bronce ibéricas de la ceca de Iltirta, aunque se tiene noticia de la existencia de más
Figura 5. Planta esquemática de Monteró: a) Área 1, b) Área 2.
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piezas (Gurt y Tuset 1982; Crusafont 1989; Villaronga 1993: 30).1 Sin embargo, los hallazgos más notables son tres tabletas de plomo con textos ibéricos, una procedente de la excavación. Los tres documentos se fechan paleográficamente entre los siglos III-II a.n.e., y parecen responder a una serie descriptiva con algún antropónimo asociado (Ferrer et alii 2009: 115-129; Camañes et alii 2010), y que podría llegar a interpretarse como una lista relacionada con un intercambio de correspondencia. Una evidencia más que podría llevar a considerar Monteró como un puesto avanzado militar es su diseño urbanístico, así como las características arquitectónicas de los edificios, que muestran Figura 6. Selección de mobiliario de Monteró: a) Lámina de plomo con similitudes interesantes con algunas de inscripción en signario ibérico, b) Aplique figurativo de bronce y hierro, las construcciones conocidas en campac) Glande de plomo, d) Punta de venablo. mentos romanos republicanos. Por ejemplo, la batería de ámbitos de la Zona 3 se asemeja claramente a los restos de un bloque doble Desde el punto de vista arquitectónico, las caractecontrapuesto de residencia para la milicia, es decir, rísticas de Monteró parecen seguir, en principio, un un conjunto o fila de contubernia del tipo hemistridiseño militar romano, pero en realidad no se corresgium, que seguirían una disposición arma/papilio, al ponden con un campamento legionario canónico, ni estilo del documentado en el campamento numantipor extensión, ni por la «irregular» disposición de no de Peña Redonda (Pamment Salvatore 1996: 102las hipotéticas filas o baterías de habitaciones. Sin 105; Dobson 2008: 341-347).2 De hecho, la Zona 2 embargo, la topografía excepcional del lugar elegitambién podría estar siguiendo el mismo patrón. 3 do, su valor estratégico, y el número de las tropas que se habrían asignado al lugar en función de su extensión, nos llevan a pensar en una adaptación específica a fin de adecuarse a las necesidades de un 1 No obstante, algunos de los hallazgos reseñados por Crupuesto avanzado, en la línea de un castellum. Así safont y Villaronga, y atribuidos a Monteró, no se correspues, las evidencias recogidas hasta aquí nos permiponden ni con la cronología del yacimiento ni con las evitirían sugerir que Monteró podría corresponder a un dencias arqueológicas de que hoy en día disponemos. No castellum guarnecido por tropas indígenas auxiliahay que olvidar que se trata de material de coleccionista, res, y dedicado, principalmente, a tareas de control y obtenido de manera dudosa. vigilancia en vista de su situación geoestratégica. 2
El parecido entre los barracones que se encontrarían al sur del praetorium propuesto por Schulten en Peña Redonda (especialmente los bloques 14-19), y los del Área 2 de Monteró resulta sorprendente. 3 Tal y como aparece en la descripción clásica de Polibio sobre la distribución de las tiendas de los manípulos legionarios (Plb. 6.30.5), así como del pseudo-Higinio en su obra De Metatione Castrorum 1. Algunos ejemplos interesantes de este tipo de disposición pueden hallarse en algunos de los campamentos romanos de Numancia, como Peña Redonda o Renieblas (campamentos III y V) (Pamment Salvatore 1996: 53 y 150-151; Dobson 2008: 88-89 y 159-160).
3. EL NORESTE DE LA CITERIOR Y SUS ANTECEDENTES HISTÓRICOS La pregunta que surge a continuación es en qué contexto histórico general debemos enmarcar tal intervención republicana en Hispania a finales del siglo II a.n.e., pues la escasez de referencias en la literatura clásica sobre conflictos en nuestra área de estudio podría dar la impresión equivocada de estar ante un período sin incidentes, ante un período de
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Figura 7. Selección de material cerámico de Monteró: 1. Campaniense A; 2-10. Cerámica calena; 11-12. Paredes Finas; 13. Gris ampuritana; 14. Común Itálica Vesubiana; 15-18. Engobe Blanco Ilerdense.
«paz». Sin embargo, resulta necesario subrayar lo convulsas de las relaciones exteriores romanas de la época, y en este sentido probablemente Hispania se convirtiera en una pieza más del tablero. Parece bastante evidente que la creación de la Galia Transalpina (ca. 125 a.n.e.) y su posterior período de inestabilidad, la invasión Cimbria (114-102 a.n.e.), la Guerra de Yugurta (111-107 a.n.e.), o las dos guerras serviles de Sicilia (132 y 104 a.n.e.) muestran un panorama de desórdenes y cierta confusión en Occidente durante este momento. Además de este cuadro, Roma había ido avanzando firmemente en Oriente desde la creación de la provincia de Asia (132-129 a.n.e.), como demuestra la intervención continuada en Iliria y Tracia durante todo el período, las medidas adoptadas contra la piratería en Cilicia (102-100 a.n.e.), o la creciente presión sobre los asuntos internos griegos hacia el estallido de la primera guerra contra el reino del Ponto (89 a.n.e.), en un momento en que la Guerra Social en Italia (91-89 a.n.e.) tocaba a su fin (Konrad 2006: 173-178).
A diferencia de los extensos relatos sobre las operaciones militares durante la Segunda Guerra Púnica o las principales campañas del siglo II a.n.e. contra Celtíberos y Lusitanos, la evidencia histórica es bastante escasa en relación con la actividad del ejército romano entre la caída de Numancia en el 133 a.n.e. y el estallido de la Guerra Sertoriana en el 82 a.n.e. Por otra parte, el panorama resulta todavía menos comprensible para el noreste de la Citerior, que ya había sido pacificado casi un siglo atrás. Este silencio a menudo se ha explicado como la consecuencia más convincente de la extensión de la paz romana sobre las poblaciones indígenas después del final de la Guerra Celtibérica. De hecho, una comisión senatorial de diez miembros viajó hasta Numancia en el 132 a.n.e. para ayudar a Escipión Emiliano a organizar la situación después de un conflicto tan extenuante. Hay que destacar, sin embargo, que las evidencias sobre el plan de trabajo y las decisiones reales tomadas por los senadores, así como cualquier consecuencia a largo pla-
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zo derivada de esas medidas resultan muy limitadas pues se reducen a un breve y altamente complejo texto de Apiano (Iber. 99-100) (Roldán 1980; Richardson 1986: 156-157). Además, estudios recientes insisten en la presencia de una segunda comisión, mandada probablemente el 104 a.n.e., a la cual habría seguido una tercera en los 90s, ambas con los mismos objetivos pacificadores (Pina Polo 1997; Goukowski 1997: 92-93 y 137-138; Richardson 2000; Barrandon 2007). De acuerdo con las fuentes literarias, algunos colonos de la Hispania Citerior participaron en la fundación de Palma y Pollentia por el cónsul Q. Cecilio Metelo (cos. 123 a.n.e.), al que se le había encomendado la misión de erradicar la piratería de las Islas Baleares y del Mediterráneo occidental en general (Str. 3.5.2; Flor. 1.43; Oros. 5.13.1; Plin. Nat. 3.77; Mela Chron. 2.124-125; Pena 2005; Orfila et alii 2006). Además, entre el 114-82 a.n.e., tenemos noticia de acciones militares que afectaron ambas provincias hispanas, así como otras regiones cercanas, y que en su conjunto parecen poner en peligro la idea de la existencia de una «paz global» después del 132 a.n.e. Solo unos pocos nombres de magistrados romanos que operaron en Hispania aparecen en las listas fragmentarias de los Fasti y en las fuentes literarias y epigráficas, que para este período resultan algo oscuras y confusas. Es interesante considerar que, a excepción de Manio Sergio, un procónsul solo conocido a partir de algunos miliarios hallados en el noreste, ningún magistrado puede ubicarse con certeza en la Citerior entre 132 y 98 a.n.e. Es precisamente entonces, cuando T. Didio (cos. 98 a.n.e.) fue asignado a dicha provincia consular, seguido en el 93 a.n.e. por el cónsul C. Valerio Flaco, que, de hecho, se mantuvo en el cargo de procónsul hasta el 83/82 a.n.e., siendo recordado por sus luchas contra los Celtíberos rebeldes. En cuanto a la Ulterior, existen varios nombres, empezando por C. Mario, el futuro cónsul, que sirvió como propretor en el 114 a.n.e. Por otra parte, una inscripción de Alcántara ha conservado el texto de una deditio a L. Cesio, de un populus desconocido en el 104 a.n.e. (García Riaza 2002: 50-56). Merece la pena señalar que los años centrales 102-98 a.n.e. parecen haber funcionado como un período decisivo, que vio el fin del conflicto en la Ulterior (App. Iber. 100.433) y la Galia Transalpina hacia el 102 a.n.e., así como la desviación de la mayor parte del operaciones militares al interior de la Citerior en 99-98 a.n.e. (Richardson 1996: 83-92; 2000: 156-171 y 192-193; Salinas de Frías
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1995: 81-86; Crespo 1998; Brennan 2000: 498-503; Beltrán Lloris 2008: 135-137; Cadiou 2008: 114122; Evans 2008). Teniendo todo esto en cuenta, parece probable que, entre 133 y 102 a.n.e., los Celtíberos y otros pueblos interiores de la Citerior no constituyesen un problema grave para los comandantes republicanos, mientras que las noticias de los levantamientos y la inestabilidad llegaban principalmente de Ulterior, y del otro lado de los Pirineos. En realidad, los Celtíberos ayudaron a Roma, y fueron los responsables de la detención en Hispania de Cimbrios y Teutones, que habían invadido la Península Ibérica desde el sur de la Galia en 104 a.n.e. (Liv. Per. 67; App. Iber. 99.431). El uso extensivo de auxiliares Celtíberos en apoyo de las legiones romanas puede estar en el origen de su posterior levantamiento, cuando las condiciones establecidas en los acuerdos originales con Roma no fueron de alguna manera respetadas después del 102 a.n.e. (López Sánchez 2007: 305-310). Como se verá más adelante, la intervención romana en Transalpina en la década de los 20 del siglo II a.n.e. (Badian 1996; Ebel 1976: 64-95; Hermon 1993: 43-58; Goudineau 2000: 43-63; Tarpin 2007; Gros 2008: 15-18), y las invasiones antes mencionadas, afectaron seriamente vastas zonas de Italia y el sur de la Galia entre 114-102 a.n.e. (App. Illyr. 4; Flor. 1.38.3) (Valgiglio 1955: 15-16; Demougeot 1978; Burns 2003: 72-73), creando una gran inestabilidad, cuya magnitud real ha sido a menudo reducida por los historiadores modernos, probablemente debido a la falta de evidencias en comparación con otros períodos. Sin embargo, esta perspectiva tradicional está empezando a cambiar a la vista de algunas interpretaciones recientes, que conceden mayor protagonismo algunos de estos hechos a pesar del más que probable intento de la historiogrfía romana de esconder el verdadero alcance del conflicto Cimbio-Teutón (Evans 2005, 54).
4. GUARNICIONES Y LOGÍSTICA: LOS PUESTOS AVANZADOS DEL NORESTE EN CONTEXTO Como ya es bien sabido, un prefectus praesidii dejado al mando de la guarnición romana en la ciudad fenicia de Gades en el año 206 a.n.e., justo cuando los ejércitos púnicos se trasladaron a África para hacer frente a la última fase de la Segunda Guerra Púnica, se convirtió en el objeto de una grave queja por parte de las autoridades locales al
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Senado romano, solo siete años más tarde (Liv. 28.37.10; 38.1ss; Cic. Balb. 15.34; 17.39; Ñaco 2009a: 98-103; 2009b). Durante décadas, la mayoría de los especialistas han señalado que las guarniciones militares como esta jugaron un papel esencial en la llamada «estrategia republicana de la conquista» de la Península Ibérica, que ayudó a asegurar el dominio político de la regiones ya pacificadas, así como el control de los grandes ejes que permitieron a los ejércitos regulares acceder al limes interior (Tibiletti 1953: 68-69; Knapp 1977: 100-103 y 209-210). 4 Muy recientemente, sin embargo, F. Cadiou ha planteado este fenómeno desde una dimensión completamente diferente. En cuanto al episodio de Gades, considera que no solo debería explicarse en términos políticos. Según este autor, en cuanto los ejércitos púnicos abandonaron la Península Ibérica en el año 206 a.n.e., Gades se convirtió en una base logística destinada no solo a abastecer las posiciones romanas en el sur de la Península Ibérica, sino también las operaciones militares posteriores de la segunda guerra púnica en África (Cadiou 2003: 87-88). En términos generales, a diferencia de algunos de sus predecesores, Cadiou se ha posicionado en contra de la existencia de cualquier tipo de «ejército de ocupación» relacionada con una organización provincial romana temprana. En cambio, según su opinión, algunos de los puestos avanzados que podemos encontrar en espacios del interior o retaguardia habrían estado directamente relacionados con la logística de cualquier ejército romano que desease operar a gran escala durante un cierto período (Cadiou 2008: 279-416).5 No obstante, la evidencia arqueológica, epigráfica y numismática de nuestros dos casos de estudio reflejaría un sistema más complejo, en el que la convivencia durante el período (ca. 120-90 a.n.e.) de guarniciones principalmente defensivas (por ejemplo, Monteró) y bases logísticas (por ejemplo,
El Camp de les Lloses) parece ser la explicación más plausible. Lo que resulta realmente significativo es que los mejores datos arqueológicos que nos permitirían identificar asentamientos o puestos avanzados no solo logísticos, sino también defensivos, situados en una de las primeras regiones pacificadas, como la noreste, en realidad se remontan a más de un siglo después de la llegada de los primeros ejércitos romanos a la Península Ibérica. Todo parece indicar que el noreste siguió desempeñando un papel clave en la estrategia defensiva romana y también para la logística militar, como lo había sido durante el último siglo, y por igual antes y después de la defección de los Celtíberos en 102/98 a.n.e., dando a entender que tal esfuerzo logístico iba a ser canalizado fuera de la Península Ibérica cuando fuese necesario. Si debiéramos considerarlo, los suministros, pero también las tropas, incluidos los auxiliares locales y otros recursos habrían sido enviados desde la línea de costa, a través de una serie de puestos, a los frentes de guerra. Solo un ejército sofisticado como el de la República media y tardía, habituado a operaciones de guerra masivas, era capaz de organizar una cadena de puestos logísticos, defendidos por guarniciones, en el que se almacenaban suministros, y también se reparaban armas y otros utensilios, al servicio de los ejércitos en tránsito (Roth 1999: 187-188). En su libro de 1998, P. Erdkamp (1998: 70) menciona un fascinante paralelo en la Guerra de las Galias de César, solo medio siglo después del período que aquí planteamos. Este pasaje describe la importancia de los auxiliares locales como responsables de los puestos avanzados logísticos, los cuales desempeñaron un papel crucial en las campañas de las Galias. Según el texto, César encargó a 10 000 auxiliares de los Eduos la misión de asegurar sus suministros de grano en varios puntos fortificados o puestos avanzados, dejando tropas de infantería y caballería a lo largo del recorrido, mientras que él mismo guiaba a su ejército hacia la parte final de la guerra (Caes. Gal. 7.34).6
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La cuestión de las imposición de guarniciones también ha sido estudiada en relación con las cláusulas de una rendición (deditio) en contexto hispánico (García Riaza 2002: 212-214). 5 Ha existido alguna especulación sobre la eventual existencia de praesidia en relación con las fases más temprana de la presencia romana en el noreste, como prodrían haber sido los casos de Ampurias y Tárraco, pero las evidencias no son concluyentes para una cronología tan antigua (Cadiou 2008: 328-350).
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«Hoc decreto interposito cohortatus Aeduos, ut controversiarum ac dissensionis obliviscerentur atque ómnibus omissis his rebus huic bello servirent eaque quae meruissent praemia ab se devita Gallia exspectarent equitatumque omnem et peditum milia decem sibi celeriter mitterent, quae in praesidiis rei frumentariae causa disponeret, exercitum in duas partes divisit (...)».
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5. EVIDENCIAS EPIGRÁFICAS SOBRE LA CONSTRUCCIÓN DE VÍAS Y SU CONEXIÓN CON EL NORTE Tal vez no sea coincidencia que los miliarios más antiguos de la Hispania republicana, aproximadamente datados en el último cuarto del siglo II a.n.e., se encuentren en el noreste, y, sorprendentemente, en una zona cercana a El Camp de les Lloses. En realidad, tres miliarios fueron hallados a pocos kilómetros de este asentamiento, en el trazado de una vía que probablemente habría conectado esta llanura de la Cataluña interior con la Vía Heraclea, que a su vez corría de sur a norte a lo largo de la costa mediterránea. Las inscripciones llevan el nombre de Manius Sergius, procos., un magistrado desconocido que con probabilidad desempeñó su cargo en la Hispania Citerior, y cuya actividada originalmente se ha fechado hacia el 110 a.n.e. sin ningún argumento más convincente que la de la intuición erudita (Broughton 1951: 543).7 Un par de hallazgos más recientes parecen confirmar el desarrollo de este tipo de actividad en el noreste: se trata de dos miliarios procedentes de la provincia de Lérida, con inscripciones parejas en que se hace referencia a un segundo magistrado, Q. Fabius Labeus. Labeo no es mencionado ni en los Fasti, ni en otras fuentes literarias relacionadas con la Citerior, pero según M.H. Crawford podría identificarse con el responsable de una de las acuñaciones de 124 a.n.e., nieto del cónsul de 183 a.n.e. (Crawford 1974: 294). Si tenemos en cuenta que seis años era el mínimo requerido entre la magistratura monetal y la pretura, Labeo tendría que haber desempeñado el cargo de procónsul en Hispania Citerior hacia 118-114 a.n.e. —lo cual se correspondería en el tiempo con la presencia en la Península de M. Mario—, o tal vez después de 113 a.n.e. Así pues, una cronología de 120-110 a.n.e. para las dos series de miliarios parece ser la opción más plausible (Fabre et alii 1984: 211; Richardson 1986: 167; Salinas de Frías 1995: 82-83; Díaz Ariño 2008: 90-92). Por otra parte, también se ha sugerido la existencia de una relación histórica entre tales mojones y el inicio de los programas de construcción de vías en la Galia Transalpina desde 120-118 a.n.e. en adelante. De hecho, según una controvertida observación de Polibio, dentro del programa de construcción de la Via Domitia también se habría
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Aunque ya, el mismo autor en trabajos posteriores (Broughton 1986: 86), acepta la nueva cronología.
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considerado extender las obras hasta la Citerior (Plb. 3.39.8) (Beltrán Lloris y Pina Polo 1994: 112-113; Salmon 1996; Chevallier 1997: 203; Mayer y Rodà 1997: 115; Arrayás 2007: 55-56; Arnaud 2007). Precisamente, nos gustaría hacer hincapié en un conocido pasaje de Estrabón que muestra muy claramente que el principal interés de la República en la Galia Transalpina en ese preciso momento era la seguridad del transporte público, y en particular del ejército, a través de la vía que unía Italia e Hispania, tal y como el geógrafo griego afirma explícitamente. Según su descripción, es posible pensar que, al menos para las primeras décadas de su existencia, la provincia Transalpina fuera en sí misma una mera línea de varios bastiones fortificados —Narbo entre ellos—, que aseguraban un vía que, a su vez, estaba rodeada por un «cordón sanitario» de unos pocos kilómetros a cada lado (Str. 4.6.3) (Pralon 1998: 21-22; Evans 2008: 87-88). Detrás del primer programa de construcción de vías republicano diseñado para Hispania, parecen haberse escondido poderosas razones militares, que habrían estado, a su vez, estrechamente conectadas con la estrategia diseñada en relación con el otro lado de los Pirineos desde la década de los años 20 del siglo II a.n.e. No debería sorprendernos que solo a unos pocos kilómetros de donde se encontraban los primeros miliarios de Manio Sergio, se ubique uno de nuestros yacimientos (El Camp de les Lloses), el cual ofrece una interesante mezcla de influencias locales y exógenas respecto de su cultura material. Así, podríamos suponer que un tal puesto avanzado de tipo logístico, quizá con una guarnición mezcla de tropas romanoitálicas y locales, desempeñó, entre otras actividades, un papel importante en la construcción de la vía, como ha sido ya propuesto en otras ocasiones (Molas 1993: 138). Si nuestro propio punto de vista es el correcto, la vía podría haberse utilizado para vehicular suministros militares o incluso para canalizar auxiliares locales o tropas romanoitálicas hacia zonas de conflicto u operaciones militares concretas durante la última década del siglo II a.n.e., como las que llevaron al control final de la Galia Transalpina, la supresión de la amenaza Cimbria, ya sea en la Galia, la Citerior o el interior, e incluso de los Celtíberos después de 102 a.n.e. En cualquier caso, norte y sur parecen haber estado profundamente interconectados, siendo la construcción de vías un elemento necesario para garantizar el suministro de vituallas y recursos humanos para los ejércitos romanos que participan en todas estas operaciones.
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6. LA EVIDENCIA NUMISMÁTICA El registro numismático siempre ha sido una de las cuestiones polémicas que conciernen al estudio de la Hispania republicana, y no solo a causa de los interminables debates sobre la cronología y la función desempeñada por la moneda Ibérica, sino también porque no se dispone de hallazgos monerarios bien documentados durante la mayor parte del siglo II a.n.e. Después de un período que se relacionaría con la Segunda Guerra Púnica y los primeros levantamientos ibéricos, con ocultaciones de monedas púnicas y griegas, así como imitaciones ibéricas de dracmas ampuritanas, el atesoramiento de moneda parece cesar hasta volverse a dar ese mismo fenómeno tan solo a finales del siglo II a.n.e. Quizá la explicación más factible podría ser que en realidad no había nuevas monedas locales en circulación en ese momento. Es probable que la mayor parte de la llamada «moneda ibérica» no se acuñara antes de las últimas décadas del siglo II a.n.e., y que los primeros tesoros a los que nos referíamos anteriormente solo hubiesen respondido a un tipo diferente de acuñación y circulación, directamente relacionados con la financiación de los ejércitos romano y cartaginés durante las operaciones peninsulares.8 Para nosotros, la cuestión verdaderamente importante en el debate se encuentra después de este hiato de casi un siglo, cuando las ocultaciones de moneda vuelven a ser evidentes, un fenómeno que nos indica indirectamente la relevancia que, en términos militares, tuvo este territorio durante la época. No es extraño observar que la mayor parte de las ocultaciones registradas en la Ulterior se han fechado entre 119 a.n.e. y los primeros años del siglo siguiente. En consecuencia, la interpretación conjunta de tales evidencias con los pocos textos literarios a disposición nos permite concluir que los esfuerzos militares de los romanos en el sur se concentraron fundamentalmente en controlar la inestabilidad provocada por los varios levantamientos lusitanos, la cual finalmente se prolongó hasta el estallido de la rebelión de los Celtíberos entre 102 y 98 a.n.e. (Chaves 1996:
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489-491). En cuanto al panorama numismático de la Hispania Citerior, y del noreste en particular, la situación no es muy diferente, aunque las causas de la agitación y del propio atesoramiento respondan de manera clara a un origen distinto. Precisamente, en 1982, L.Villaronga lanzó la idea de que algunos tesoros de finales del siglo II a.n.e. del noreste podrían haber correspondido a la reacción a la supuesta invasión de Cimbrios y Teutones al sur de los Pirineos (Villaronga 1982; Rico 1997: 43; Evans 2005), que algunas fuentes literarias fechan hacia 104 a.n.e. En consecuencia, estas ocultaciones, principalmente ubicadas en las actuales provincias de Gerona y Barcelona, podrían estar indicando la «hoja de ruta» seguida por los invasores Cimbrios en el noreste, trasladándose posteriormente al interior de la Citerior a través del valle del Ebro, e incluso desplazándose hacia el sur y hacia cierta zonas de Levante, lugares estos donde se han identificado también algunas ocultaciones con cronologías similitares (Ripollès 1983: 295-296; Villaronga 1985; 1998). No obstante, esta explicación tradicional parece demasiado simplista, sobre todo después de la nueva propuesta de F. López Sánchez, de una datación tardía para esta moneda, y una función en clave de premio o agradecimiento destinado a los auxiliares alistados en los ejércitos romanos. En resumen, independientemente de la credibilidad histórica de la invasión real del noreste por los Cimbrios, que sigue siendo una cuestión bastante controvertida, lo que se discute aquí, en esencia, es que la evidencia numismática proporcionada por los tesoros monetales del noreste tiene que estar relacionada con un contexto histórico más amplio, el cual, a su vez, mostraría una conexión más intensa y directa entre la Citerior y la Transalpina de lo que hasta ahora se aceptaba tradicionalmente (Ebel 1976: 41-63; Soricelli 1995: 51-52; Evans 2005: 44).9 Además, gracias al análisis arqueológico somos ahora capaces también de añadir información adicional relevante a tal panorama. Y esto nos lleva al siguiente punto interesante de la discusión ya que, como anteriormente comentamos, nuestros dos casos de estudio parecen cumplir funciones logísticas y defensivas para el ejército romano durante su limitado período de operatividad. Así,
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La bibliografía que ha abordado este arduo debate es considerable; una síntesi reciente puede consultarse en Cadiou 2008: 524-543. A tal respecto, consideramos del todo viable y sostenible la hipótesis de F. López Sánchez sobre la datación tardía de la moneda ibérica (López Sánchez 2005: 511-151; 2007, 2010; Lockyear 2007: 69; Callegarin 2011: 324-325).
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A pesar del largo debate sobre la cronología de algunas monedas «ibéricas» acuñadas en la Galia, como Neroncen, parece más raconable fecharlas en paralelo a una datación tardía de las otras acuñaciones ibéricas del sur de los Pirineos (Richard 1973: 142).
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no resulta extraño ni casual que tanto en El Camp de les Lloses como en Monteró se haya documentado un volumen de numerario nada desdeñable, en comparación con el tamaño relativamente modesto de ambos sitios (Duran et alii 2008: 130-139; Ferrer et alii 2009:132-133). Tras convertirse en una mezcla de las tradiciones locales con algunas influencias exógenas, lo cual se refleja, por ejemplo, en las manifestaciones arquitectónicas (Belarte y Principal en prensa) o en la presencia de escritura ibérica o de representaciones figurativas que usan modelos iconográficos indígenas, no es extraño observar un amplio uso del numerario ibérico, que incluso, en algunos casos, podría haber sido acuñado en el mismo lugar habida cuenta de la alta calidad y el nulo índice de desgaste de algunas de las monedas conservadas. Resulta necesario, pues, emprender nuevas líneas de trabajo para profundizar en la organización y funcionamiento de estos emplazamientos «crisol»; sin embargo, y gracias a la evidencia numismática, podríamos disponer de una prueba real, para la mayor parte de nuestro período histórico, de la participación indígena en las operaciones bélicas del ejército romano aunque desconozcamos su escenario exacto. Por lo tanto, según la hipótesis de F. López Sánchez (2005; 2007; 2010), las monedas ibéricas, tales como las que se encuentran en nuestros dos puestos del noreste, fueron seguramente acuñadas como medio de pago o de reconocimiento para los auxilia externa contratados por los ejércitos romanos, apostados allí o alojados temporalmente. Por lo tanto, los tesoros monetarios del noreste solo pueden constituir un reflejo del aumento de la actividad militar en la región, aunque no necesariamente establecerían una «hoja de ruta» de la invasión Címbrica real. Lo que sí sabemos es que toda la región fue afectada por acciones bélicas de una manera u otra, lo cual explicaría el porqué de tales ocultaciones.
7. CONCLUSIONES No puede ser una coincidencia que en las últimas décadas del siglo II a.n.e. nos encontremos con un período de tensión militar en el noreste, relacionado con el control final de la Transalpina y la invasión de Cimbrios y Teutones hasta 102 a.n.e., por no mencionar la evidencia más temprana de construcción de vías en Hispania, siempre ligada a cuestiones de índole militar. Por lo tanto, para comprender la función de algunos puestos avanzados del noreste,
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datados arqueológicamente en este mismo período, así como de algunos miliarios y de la amonedación ibérica, de igual cronología, deberíamos considerar la logística militar, el suministro y el reclutamiento, actividades estas en que estos puestos estuvieron seguramente involucrados. De alguna manera, sorprendentemente, la respuesta parece apuntar fuera de la Península Ibérica y más concretamente al norte. Si, como creemos, Monteró y El Camp de les Lloses, funcionaban como puestos avanzados defensivos, espacios logísticos y centros de reclutamiento de auxilia externa por lo menos desde ca. 120 a.n.e., puede parecer razonable suponer la existencia de una red formada por otros emplazamientos, en el noreste y en otros lugares de la Citerior, que actuase de manera similar, en función de las necesidades romanas. Muy probablemente, y aunque el comandante a cargo de la guarnición o del puesto habría sido un romano o un itálico, la responsabilidad de la mayor parte de la logística/operaciones de defensa, control y vigilancia había recaído en los indígenas que finalmente fueron llamados a servir como auxiliares. Así, el compromiso militar y el espíritu marcial podrían haber constituido un primer paso para su integración en el orden romano. Ciertas tareas esenciales para los ejércitos romanos como concentrar, guardar o mantener suministros para las tropas en tránsito, organizar el reclutamiento auxiliar local, fabricar o reparar material militar (armas, utensilios, herramientas, etc.), e incluso, alternativamente, acuñar moneda, podría haberse llevado a cabo en estos sitios. Por lo que respecta a este último punto, la evidencia numismática podría ayudar a identificar otros sitios similares en el futuro. Con este trabajo, hemos pretendido emprender un estudio más específico sobre las necesidades reales de los ejércitos romanos que operaron durante las campañas de la Transalpina y Címbrica, cuyo suministro (vituallas, recursos humanos, etc.) podría haber procedido de otros territorios, lejos de los escenarios bélicos activos, e incluso de la Citerior si en función de la disponibilidad y operatividad de las comunicaciones.
BIBLIOGRAFÍA ARNAUD, P. 2007: «Notule additionnelle à l’article de M. Tarpin: Polybe et les miliaires de la Via Domitia», J. Dalaison (ed.), Espaces et pouvoir dans l’Antiquité. Hommages à Bernard Rémy, Grénoble, 503-505.
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Los paisajes agrarios de la romanización, arquitectura y explotación del territorio II. Reunión científica. Redondo-Alandroal (Alentejo, Portugal), 24-25 mayo, 2012.
MODELOS DE ARQUITECTURA MILITAR E IMPLANTACIÓN TERRITORIAL DE LOS CAMPAMENTOS REPUBLICANOS EN HISPANIA1 Ángel MORILLO CERDÁN, Universidad Complutense de Madrid, Departamento de CC. y T. Historiográficas, Facultad de Geografía e Historia; Andrés M.ª ADROHER AUROUX, Universidad de Granada, Departamento de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras
Resumen: El conocimiento sobre los campamentos militares republicanos en Hispania sigue planteando en la actualidad graves carencias, derivadas tanto de la metodología de excavación aplicada a recintos que emplearon piedra en su construcción, como a los problemas de identificación de los que se edificaron en tierra y madera, sin duda la gran mayoría. No obstante, a partir del registro arqueológico podemos comenzar a definir los modelos de arquitectura defensiva empleados en campamentos de ambos tipos, que van desde sencillas estructuras de tierra y madera, terraplenes con núcleo interior de tapines (caespites) y zócalos o alzados completos de muralla en piedra. Partiremos de algunos ejemplos para definir dichos modelos. Por otra parte, el aumento progresivo de la información sobre el paisaje arqueológico dentro del que se sitúan dichos recintos nos permite ir conociendo su papel de cara a la implantación territorial del ejército romano en diferentes regiones de la Península Ibérica durante los siglos II y I a.C. Junto a las funciones militares y estratégicas en un sentido genérico, el apoyo y control de explotaciones mineras se revela como uno de los intereses prioritarios de determinados acantonamientos. Summary: Our knowledge of military forts in Republican Hispania is still characterised by serious gaps, which are mainly a result of both the excavation methods in stone buildings and identification problems in the case of earth and earth and timber ones, which are no doubt a majority. However, the archaeological records available make it possible to define defensive architecture patterns that were used in the construction of both types of military sites, ranging from simple structures made of earth and timber, embankments with a core made of turf (caespites) and the use of stone in the bases and/or the full elevation of walls. Some examples will serve as a basis to define such patterns. In addition, the progressively growing information available on the archaeological landscape where these sites are located has moved forward our understanding of the role they played in the establishment of the Roman army in different regions of the Iberian Peninsula over the 2nd and 1st centuries BC. Together with generic military and strategic functions, supporting and controlling mining sites have proved to have been some of the priority interests of certain billets. Palabras Clave: campamentos, fuertes, República romana, arquitectura militar, sistemas defensivos, territorio, paisaje arqueológico. Key words: camps, forts, Roman Republic, Military architecture, defensive system, territory, archaeological landscape.
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El presente trabajo se ha elaborado en el marco del proyecto de I+D+i, (Ref. HAR2011-24095): «Campamentos y territorios militares en Hispania», dirigido por A. Morillo, concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación el 1 de enero de 2012, en el que participamos ambos autores.
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1. CUESTIONES DE TERMINOLOGÍA Y CONCEPTO A pesar de que el conocimiento sobre las estructuras militares republicanas es uno de los campos que ha experimentado un avance más notable en la investigación peninsular, sigue planteando en la actualidad graves carencias (Fig. 1). Los problemas derivan tanto de la confusión terminológica, como de los problemas de identificación arqueológica sobre el terreno. En definitiva, de la dificultad de encajar determinadas realidades arqueológicas dentro de las categorías supuestamente «canónicas» que se explicitan en las fuentes clásicas (Morillo 2008: 77-83). La terminología es un aspecto poco cuidado en las publicaciones sobre castramentación, y, sobre todo, cuando nos acercamos a los necesarios trabajos de puesta en valor y difusión de los resultados de estudios arqueológicos de diversa índole. Las generalizaciones extremadamente imprecisas, la inadecuación de ciertos conceptos, cuando no el completo error en la idea de lo que es y cómo se articula una estructura militar romana pueden llevar implícitos el grave error de co-
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municar desacertadamente una idea totalmente errónea de lo que representaron estas estructuras a lo largo del proceso de conquista y romanización de la Península Ibérica. Item más, teniendo en cuenta el interés que despierta el mundo militar en el gran público, consustancial a ciertos parámetros sociales muy en boga en la actualidad y frecuentemente asociados a identidades nacionalistas, especialmente tras lo que se ha dado en llamar la fase poscolonialista de las relaciones internacionales como bien describió Frantz Fanon, de cuyos trabajos se desprende el papel social e ideológico que juega el ejército tanto para la represión, como para la liberación de los nacientes nuevos estados descolonizados. De esta forma, cuando analizamos algunos trabajos, independientemente de su carácter científico o divulgativo, se dejan entrever irregularidades terminológicas sobre las que vale la pena entrar a fondo. En primer lugar hay que poner el acento en la lógica diferencia entre la terminología creada al uso por los autores clásicos latinos y su adaptación al castellano, lo que puede realizarse mediante la transcripción, la transliteración, o incluso la directa traducción. Si
Figura 1. Campamentos republicanos en Hispania (Morillo 2013).
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nos ceñimos en exclusiva a la terminología de los autores clásicos greco-latinos, tenemos el problema de que describen realidades de su tiempo, que, al igual que el nuestro, es cambiante, lo que provoca que de un momento a otro los términos hayan cambiado de sentido o, simplemente, hayan caído en desuso. Y es que la terminología inadecuada o descontextualizada cronológicamente nos puede llevar a errores, pues lleva implícitos un amplio grupo de conceptos que inherentemente asociamos a dichos términos. Un ejemplo lo tenemos en el tipo de campamentos y la técnica constructiva utilizada en cada caso. Los castra aestiva se suelen relacionar tradicionalmente en la historiografía con estructuras en materiales perecederos, como madera y tierra, a diferencia de los castra stativa, los cuales se consideran que, siendo más estables, utilizan material duradero, básicamente piedra. Esta se generaliza en época flavia, aunque tiene claros antecedentes desde la mitad del siglo I d.C. (Morillo 2008: 75). Esto no implicaría que las estructuras de fortificación militar no tengan una base de piedra a modo de zócalo en épocas anteriores al período flavio, como sucede en el caso numantino o en los numerosos castra y castella republicanos repartidos por el territorio peninsular. O que durante el período altoimperial no sigan realizándose estructuras militares con materiales perecederos. Con todo, algunos autores siguen insistiendo en que existe una relación directa entre la calidad de la construcción y la entidad temporal de ocupación del mismo, generalizando el término castra aestiva a cualquier asentamiento militar realizado en materiales perecederos. De facto, dicha asimilación tiene efectos bien perjudiciales. El ejemplo más visible de esta confusión conceptual lo podemos contemplar en recientes publicaciones sobre campamentos en la región cantábrica, donde la presencia cualquier recinto edificado de madera y tierra lleva automáticamente a identificar dicho asentamiento como un establecimiento militar de las guerras cántabras (castra aestiva) y «encajarlo» en el relato histórico de los acontecimientos, sin pensar que dicho modelo constructivo perdura durante siglos y puede obedecer a casuísticas bien diferentes. En definitiva, «creamos» a veces escenarios de campañas militares a partir del sistema constructivo de un recinto militar y su supuesta asociación con un episodio bélico sin que el registro arqueológico así lo confirme. El empleo aleatorio de denominaciones latinas, en muchos buscando un efecto «cultista», se resolvería en este caso con el sencillo uso de la categoría «cam-
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pamento temporal» o «campamento de campaña», que responden a realidades perfectamente conocidas en castellano. Las fuentes clásicas nunca informan sobre los materiales constructivos de los campamentos, campo en el que la arqueología confirma que existió una gran adaptabilidad. Para cada caso existen circunstancias de carácter medioambiental que no se pueden dejar de lado. Un campamento de madera en terrenos donde no hay cubierta vegetal resulta difícil, del mismo modo que un campamento de piedra en terrenos cuaternarios, compuestos por sedimentos limo-arcillosos, resulta complejo, cuanto no imposible. En cada caso hay que saber amoldarse a las circunstancias, incluida entre estas la premura con que debe terminarse la obra habida cuenta de las circunstancias que rodean a la estructura fortificada. A largo término, una estructura que permanezca en uso durante mucho tiempo acabará siendo reconstruida en piedra si en su día lo fue en madera. Esto sin olvidar el criterio empleado por cada general, a veces muy alejado de lo que marcaría la lógica. El propio concepto de campamento temporal dista mucho de estar aclarado convenientemente, ya que se emplea para referirse a realidades arqueológicas muy diferentes. En la bibliografía científica se suele usar esta denominación para definir tres opciones interpretativas distintas: a) para referirse al momento en que se ha constatado sobre el terreno la presencia de sistemas defensivos construidos en madera y tierra, con estructuras interiores también perecederas; b) asignándola a campamentos de campaña de este mismo tipo que nunca llegaron a tener estructuras interiores, sino que contaban con tiendas de cuero; y c) igualmente pudiera aplicarse a los recintos que empleaban parcialmente la piedra en las estructuras defensivas o interiores, en zócalos y partes bajas, mientras sus alzados eran de materiales perecederos, como los campamentos del cerco de Numancia; d) igualmente puede referirse a asentamientos militares que poseen defensas pétreas hasta cierta altura y tiendas de campaña en su interior. La cuestión principal en relación a este concepto radica el propio concepto de temporalidad, que puede ser uno o varios días, semanas, meses e incluso años, como en el caso de los campamentos estables del período augusteo y julioclaudio (León, Herrera), que mantuvieron durante varias décadas estructuras defensivas e interiores en madera y tierra (Morillo 2008: 76-77). La gran adaptabilidad del modelo de campamento romano se hace extensiva a la planta. La
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investigación peninsular suele aceptar el modelo teórico cuadrangular definido en las fuentes clásicas, en los conocidos pasajes de Polibio (Hist. VI, 28, 10 a VI, 42, 6) e Higinio (De Munitionibus Castrorum), modelo cuya plasmación arqueológica para el período republicano y augusteo es, cuanto menos, discutible (Morillo 2008: 78). En este caso, el seguimiento de la tradición historiográfica y el peso de los estereotipos lleva a hacer caso omiso a las propias fuentes clásicas, que mencionan la existencia de recintos irregulares cuando la naturaleza del terreno o las propias necesidades tácticas así lo aconsejaban (Morillo 1991: 136). Los propios campamentos numantinos distan mucho de la regularidad recogida en Polibio, contemporáneo del asedio de la ciudad arévaca. Este hecho no ha sido obstáculo para crear un argumento circular entre estos dos sujetos, ya que el texto polibiano ayudaba a interpretar los campamentos numantinos y éstos ayudaban a interpretar a Polibio (Dobson 2013: 224). Debemos plantearnos si el propio modelo del historiador griego no era tanto una realidad como un desideratum, que solo con el tiempo se convertiría en una realidad (Morillo 2008: 79). No es posible determinar a partir de las fuentes el momento en que el campamento romano comienza a adoptar una planta regular (Dobson 2013: 217). La respuesta a dicha cuestión solo puede encontrarse en la evidencia arqueológica en suelo hispano, cada vez más prolija tanto en lo referente a recintos republicanos de carácter militar que no se ajustan al modelo teórico de campamento, como en lo relativo a los que podemos considerar primeros acantonamientos rectangulares del mundo romano (v. Morillo 2003; Morillo & Aurrecoechea 2006). De cara a la identificación de campamentos romanos, no podemos tampoco olvidar la necesidad de combinar la información procedente de las estructuras identificadas sobre el terreno con la suministrada por el contexto cronoestratigráfico. Para el caso de los campamentos, junto a los recipientes cerámicos y los hallazgos numismáticos, materiales-guía básicos para datar cualquier estratigrafía, los elementos metálicos típicos del ajuar militar romano (militaria) se convierten en un rasgo fundamental de adscripción cultural. Es preciso definir patrones materiales «tipo» comparando diferentes yacimientos militares coetáneos entre sí, e incluso cotejando asentamientos militares y civiles de parámetros temporales semejantes. La base de comparación serán aquellas especies y formas
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cerámicas que permiten establecer una mayor precisión cronológica. El horizonte material militar tardorrepublicano, definido a partir de recintos bien documentados como los numantinos, Cáceres el Viejo o Lomba do Canho, está definido por la presencia de determinados materiales-guía como las campanienses universales (A y del círculo de las Bs) ánforas y lucernas tardorrepublicanas, monedas romanas e ibéricas, así como elementos típicos del ajuar metálico como las fíbulas tipo Alesia, glandes de plomo, puntas de pilum y dardos para ballista o jabalina (Morillo 2008: 86). Sin embargo, el progreso en la investigación permitirá sin duda en el futuro definir varios momentos dentro de este amplio período, lo que contribuirá a establecer diferentes contextos y marcos de datación más ajustados para los campamentos republicanos.
2. HACIA UNA DEFINICIÓN DE LOS MODELOS DE ARQUITECTURA MILITAR ROMANA DEL PERÍODO REPUBLICANO EN HISPANIA Evidentemente, los problemas que acabamos de esbozar complican sobremanera la identificación de recintos militares y la elaboración de una geografía de la conquista de la Península Ibérica basada en datos arqueológicos objetivables. La identificación de recintos a partir de plantas militares «canónicas», que rara vez se documentan, y de sistemas defensivos «propios» del período republicano (sin que sepamos muy bien en que se basa dicha especificidad, en el caso de que exista) nos llevan a identificaciones apriorísticas o sesgadas, muy influenciadas por métodos inductivos, aún presentes por desgracia en la investigación arqueológica o aquellas derivadas de la propia postura ideológica del científico respecto a la dialéctica del proceso romanizador y su mayor o menor empatía con las acciones de la potencia mediterránea o de los pueblos indígenas. Por ejemplo, aún resulta habitual en determinados discursos sobre la conquista peninsular la asociación automática entre la existencia de un elevado número de recintos militares en una determinada región y el carácter belicoso de sus pobladores, a menudo teñida de una indisimulada simpatía hacia la resistencia indígena ante el elemento imperialista. Aunque en realidad la construcción de la tesis suele ser inversa: en el caso de pueblos prerromanos a los que las fuentes clásicas atribuyen una oposición frontal hacia Roma (celtíberos,
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cántabros, astures…) es preciso hallar el mayor número posible de campamentos militares en su territorio para confirmar su resistencia ante el invasor. Nos encontramos sin duda ante un ejemplo más de la «arqueología filológica» (Morillo 2005: 162-163 y 166), sin duda una variante mucho más sutil que los planteamientos de principios del siglo XX, pero tanto o más perniciosa que aquella, ya que se enmascara ante datos supuestamente arqueológicos. Los propios textos grecolatinos confirman que la actitud de las elites dirigentes de los pueblos prerromanos frente a Roma fluctuará entre el enfrentamiento directo y el colaboracionismo. En este proceso, los romanos actuaron muchas veces por vía interpuesta, captando a los jefes locales mediante pactos para extender su autoridad entre el resto de la población. Durante toda la conquista romana de Hispania episodios de traición de individuos y ciudades a las alianzas prestablecidas, la ruptura de tratados, la defección de oppida, la desorganización de las tribus en sus respuestas, las luchas fratricidas en el seno de las propias comunidades y de las asambleas entre los partidarios de Roma y sus oponentes lo ejemplifican muy bien. Pero esta vía de relación «diplomática con Roma de algunas comunidades no implica que no existieran en otros casos choques frontales entre ambos bandos, demostrados en asedios y batallas campales, lo que implicaba movimientos tácticos del ejército romano sobre el terreno y, por supuesto, la construcción y abandono de numerosos recintos militares. El antídoto respecto a estas visiones sesgadas del proceso histórico de conquista debe partir de la correcta lectura de las evidencias arqueológicas, previa a cualquier hipótesis de partida. En el caso concreto de los campamentos, a partir del registro arqueológico conocido podemos empezar a definir los modelos reales de planta y arquitectura defensiva que se emplearon.
2.1. ARQUITECTURA MILITAR EN PIEDRA No cabe duda que caracterizar estructuras erigidas en piedra resulta más fácil que otras construidas con tierra y madera. De ahí que los primeros campamentos republicanos reconocidos fueran precisamente aquellos que emplearon la piedra como material constructivo, al menos en sus zócalos o partes inferiores de la fortificación. En los recintos republicanos, salvo excepciones bien fundamentadas, como el praesidium de Tarraco (Hauschild 1988 y
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2006; Aquilué et alii 1991) se suele emplear el sistema de emplecton.2 constituido por dos paramentos de opus incertum de piedras de dimensiones medianas y grandes con la cara exterior alisada y trabajada para dar cierta apariencia de regularidad, y un relleno interior de piedra menuda y tierra. Los campamentos numantinos, tanto los correspondientes al sistema de asedio, como los del vecino campamento-base de Renieblas (Schulten 1927 y 1929) constituyen un magnífico ejemplo en este sentido. Pero este mismo sistema se verifica en otros recintos militares como Cáceres el Viejo, Aguilar de Anguita o el Pedrosillo. Las intervenciones arqueológicas desarrolladas en 2006 y 2007 en este último recinto militar permitieron constatar la homogeneidad de las dimensiones de los muros perimetrales de todas las estructuras constructivas romanas, de entre 1,80 y 2 m de anchura, que llegaba a 2,5 m en los puntos más vulnerables del recinto (Fig. 2). La misma homogeneidad se constataba en la técnica constructiva empleada en el recinto de El Pedrosillo, el emplecton. Los resultados confirman que la muralla se asentó directamente sobre el terreno natural sin zanja de cimentación alguna, enterrándose tan solo unos 15 cm la primera hilada de piedra respecto al suelo actual, que no debe encontrarse a cota muy diferente respecto al suelo de uso original (Fig. 3). El alzado presenta dos paramentos realizados con bloques de piedras grandes y colocadas en seco, de tal manera que la superficie exterior ofrece una gran regularidad y verticalidad a la manera de un «sillarejo», con relleno interno de piedras menores. Aparentemente dichos muros carecieron de tierra o argamasa interior que trabara las piedras, pero no podemos descartar que dicho elemento existiera y hoy en día no se conserve debido a la escorrentía de la lluvia sobre el muro. La totalidad del perímetro amurallado conserva una altura muy regular, entre 1 y 1,4 m, lo que debió constituir sin duda su altura máxima (Gorges et alii 2009; Morillo et alii 2009) (Fig. 4 y 5).
2
A pesar de que es un término actualmente muy cuestionado por algunos especialistas en sistemas constructivos de la antigüedad, hemos optado por mantener aquí el término emplectron por su larga trayectoria historiográfica. En realidad nos referimos al muro construido con doble paramento y núcleo interior.
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Figura 2. Complejo militar romano republicano de El Pedrosillo (Casas de Reina-Llerena, provincia de Badajoz). Localización de los sondeos de las campañas de excavación de 2006 y 2007 (Morillo et alii 2009).
Figura 3. Sondeo en el muro exterior septentrional del recinto mayor el complejo militar de El Pedrosillo (Fotografía: E. Martín).
Figura 4. Muro perimetral del recinto mayor el complejo militar de El Pedrosillo (Fotografía: A. Morillo).
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Figura 5. Perfil del muro septentrional del recinto grande del complejo de El Pedrosillo (Fotografía: A. Morillo).
Figura 6. Paramento interior del muro perimetral del recinto mayor el complejo militar de El Pedrosillo donde se aprecia la inclinación del mismo (Fotografía: A. Morillo).
Este hecho, que parece verificarse también en otros recintos de la época realizados en piedra, nos coloca ante un hecho que nos indicaría que más que ante murallas propiamente dichas nos encontraríamos ante parapetos con altura muy parecida a las estructuras romanas militares contemporáneas realizadas con tierra y madera, que proporcionarían protección a la vez que visibilidad y operatividad para emplear la artillería ligera (hondas, venablos). Por otra parte, la disposición del paramento interior del muro no es vertical, sino levemente inclinado hacia el interior (unos 17º respecto al eje vertical) (Fig. 6). Los recintos carecen de foso. A pesar de la antigüedad de las intervenciones desarrolladas por Schulten en la circumvallatio de Numancia, Renieblas (al menos en el caso de los recintos I, II y III, los contemporáneos a la guerra celtibérica) y Aguilar de Anguita (Schulten 1912; 1918; 1927; 1928; 1929), lo que se puede deducir de los datos recogidos y del estado actual de conservación de sus defensas pétreas, apunta hacia soluciones constructivas muy semejantes a la constatada recientemente en El Pedrosillo. Ninguna de las murallas de dichos recintos parece presentar alzados completos. Y la ausencia de fosos, en lo que se apartan de los modelos canónicos del campamento romano, constituye una pauta común en todos ellos. Si le sumamos que todos ellos presentan plantas poligonales, también alejada de la planta «polibiana», no cabe duda de que nos encontramos ante un primer modelo de asentamiento militar romano, cuyo marco temporal corresponde grosso modo al siglo II a.C. El campamento de Cáceres el Viejo (Cáceres) representa un nuevo patrón de asentamiento campamental (Ulbert 1984; Morillo 2003: 58-59) (Fig. 7).
Aun guardando significativos parecidos con los anteriores en el sistema constructivo, en este caso nos encontramos ante una muralla pétrea de 4 m de anchura, construida mediante dos paramentos realizados en pizarras y cuarcitas y un relleno o núcleo interior de tierra y pequeños fragmentos de pizarra. Su masividad es mucho mayor que la de los recintos precedentes. Se ha documentado los tirantes o muros interiores transversales que traban ambos paramentos, dando solidez a la estructura (Fig. 8). Tanto las paredes laterales como el relleno interior alcanzan una altura uniforme de entre 0,90 (paramento interior) y 1,40 m (paramento exterior) (Abásolo et alii 2008: 122). Estas características nos llevan a plantear que tampoco en este caso los muros defensivos pudieron alzarse mucho más de entre 1,40 y 1,60 m, altura ya constatada en recintos más antiguos tal y como acabamos de describir, ya que se hubieran desmoronado si alcanzaban una altura mayor al carecer de hormigón que trabara la obra. El recinto, rigurosamente rectangular y con esquinas en ángulo recto, contaba con dos fosos exteriores, lo que constituyen elementos mucho más próximos a las pautas o modelos tradicionales de acantonamiento romano, apartándose en este caso de campamentos como El Pedrosillo, Renieblas o la circunvalación numantina (Fig. 9). No cabe duda que la datación sertoriana de este recinto, en un momento en que ya se han llevado a cabo las reformas militares de Mario a finales del siglo II a.C., que conllevaron entre otros elementos la integración de los socii dentro del ejército romano (Lenoir 1986; Miller & De Voto 1994), puede encontrarse en el origen de esta nueva forma de edilicia campamental, al igual que se encuentra en la transformación y regularización progresiva de las plantas
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Figura 7. Planta del campamento de Cáceres el Viejo (Ulbert 1984).
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Figura 8. Muralla del campamento de Cáceres del Viejo. Esquina noreste (Fotografía: A. Morillo).
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Figura 9. Fosos del campamento de Cáceres del Viejo. Esquina noreste (Fotografía: A. Morillo).
Figura 10. Campamentos republicanos en Hispania. Las zonas marcadas con trama más oscura indican los principales focos donde se concentran los fuertes o fortines datados entre en período sertoriano y las últimas décadas del siglo I a.C. (A. Morillo 2013).
(Morillo 2008: 78). Otros asentamientos peor conocidos, como el Santo de Valdetorres (Badajoz) (Heras 2009 y 2010), presentan algunos rasgos que los podrían asimilar al modelo de Cáceres el Viejo. Precisamente, la guerra sertoriana (83-72 a.C.) inaugura una fase de intensa actividad militar en la
Península Ibérica, que se prolonga durante el primer triunvirato, cuyo reflejo a nivel arquitectónico estamos comenzando a calibrar en los últimos años. Tan solo hace una década (Morillo 2003), cuando abordábamos los recintos militares de este período, nos limitábamos a poco más del conocido campamento
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de Cáceres el Viejo. Sin embargo, cada vez son más abundantes las evidencias de que nos encontramos ante todo un conjunto de asentamientos repartidos por la toda la geografía peninsular que no responden a los modelos de arquitectura militar supuestamente en uso durante este momento y cuya adscripción tipológica y cultural ha sido por este motivo muy compleja. La mayor parte entraría dentro de la definición de fuertes o fortines (castella) (Fig. 10). Nos encontramos ante un fenómeno complejo, ya que de una a otra región se mantienen algunas semejanzas estructurales, mientras observamos considerables diferencias desde el punto de vista constructivo, aspecto que se encuentra en relación con la geología local y las tradiciones culturales de los distintos pueblos prerromanos. En realidad, debemos entenderlos como parte del propio proceso de romanización en regiones donde este se encontraba ya avanzado, en un momento que podemos datar a lo largo del siglo I a.C. En este sentido para interpretarlo es preciso tener en cuenta tanto sus coordenadas históricas generales como la propia dinámica local o regional, de la que dependerá en definitiva la actuación del ejército romano sobre el terreno. Más que ante asentamientos de campaña los recintos de este período obedecer a una estrategia de control territorial, a la que se puede añadir una vocación económica indisimulada para algunos de ellos, directamente relacionados espacialmente con las explotaciones mineras. Entre ellos, el grupo mejor conocido son los fortines del Sudoeste peninsular, con tres fotos (Bajo Alentejo, Alto Alentejo y La Serena), que han recibido distintos nombres (recintos-torres, recintos ciclópeos, fortines, castella, turris Hannibalicas) y han suscitado un gran debate en la investigación (véase, entre otros, los recientes trabajos de Fabião 2002 y 2006; Mataloto 2002; Rodríguez Díaz y Ortiz Romero 2003; Moret y Chapa (ed.) 2004; Alarcão et alii (eds.) 2010; Mayoral y Celestino (ed.) 2010; Moret 2010). Poco a poco estos recintos comienzan a ser caracterizados desde el punto de vista arqueológico, señalando tanto la dualidad constructiva (aparejos ciclópeos de bloques de piedra de grandes dimensiones frente a otros aparejos mucho más cuidados y regulares, de dimensiones más reducidas y aspecto turriforme), como el «aire de familia» que guardan todos entre sí. Se localizan en posiciones topográficas dominantes, con amplio dominio visual sobre el entorno, lo que implica una clara función de control territorial, vinculado a la explotación de recursos mineros y/o agrícolas y funciones de carácter estra-
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tégico. Desde el punto de vista cronológico, su aparición coincide con el conflicto sertoriano, mientras la ocupación se prolonga en el tiempo hasta el período augusteo. No obstante, dentro de este grupo se distinguen dos modelos claramente diferenciados. Por un lado nos encontramos con el conjunto que podríamos denominar de forma más precisa fortines o castella. Se trata de un grupo bastante heterogéneo desde el punto de vista estructural, sea morfológica o morfométricamente hablando. Se trata de estructuras fortificadas que difícilmente superan la hectárea de extensión y que se amoldan perfectamente al territorio. Su aspecto fortificado y su posición dominante sobre el terreno ha llevado a considerarlos en ocasiones como fortines donde residirían guarniciones militares romanas (y por ello sería conveniente conservar el término castella, para su clasificación) en un momento donde la inestabilidad generada por los conflictos civiles llevaría a la adopción de nuevos patrones de ocupación y explotación del territorio (Mataloto 2002: 212-213). Recintos de tipología muy semejante se constatan en otras áreas como la Contestania (Sala Selles 2012; Sala Sellés et alii 2014; 2013) y el Sudeste peninsular (Fig. 11). La zona de las altiplanicies intrabéticas más orientales se han convertido en un laboratorio lleno de datos en este sentido, aunque en vez de simplificar el problema lo han complicado mucho más si cabe. Las prospecciones arqueológicas en superficie han permitido documentar varios recintos con clara vinculación militar. Nos referimos al Cerro del Trigo y al Cerro del Aguilón Grande (Puebla de Don Fadrique, Granada) (Fig. 12), el Peñón de Arruta (Jerez
Figura 11. Lienzo meridional del yacimiento del Passet de Segaria (Benimeli, Alicante) (Fotografía: A. Morillo).
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Figura 12. Cerro del Aguilón Alto (Puebla de Don Fadrique, Granada). La torre se sitúa en el extremo superior del cerro (Fotografía: Asociación de Estudios de Arqueología Bastetana).
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del Marquesado, Granada) (González et alii 1997; Adroher et alii 2006) (Fig. 13), el Cerro del castillo de Montejícar (Granada) (Fig. 14), el Cerro de las Fuentes de Archivel (Fig. 15) y el Cerro de la Cabezuela de Barranda (Caravaca, Murcia) (Brotons y Murcia 2006 y 2008). Recientemente hemos constatado una estructura constructiva del mismo tipo en el Cerro Gabino (Salar, Loja, Granada), por ahora inédita (Fig. 16 y 17). El Cerro del Trigo de Puebla de Don Fadrique es uno de los mejor conocidos. Se trata de una estructura quasi rectangular, de algo más de media hectárea de extensión y 157 m de eje longitudinal, que se adapta al terreno (Fig. 18 y 19). En el extremo occidental, protegiendo uno de los accesos, se construye una torre dividida en tres espacios interiores (un posible arsenal), que se proyecta fuera de la línea de la muralla. Otra torre, en este caso interior, protege un quiebro de la fortificación en el lado norte, que constituye uno de los puntos débiles de la misma. La muralla, prácticamente arrasada, presenta entre 90 cm y 1 m de anchura y está construida mediante un doble paramento de piedra caliza careada y regularizada, obtenida del subsuelo del propio asentamiento, y un relleno interior de tierra y guijarros (Fig. 20). En el lado meri-
Figura 13. Peñón de Arruta (Jerez del Marquesado, Granada). Muralla occidental (Fotografía: Asociación de Estudios de Arqueología Bastetana).
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Figura 14. Cerro del Castillo de Montejícar (Granada) (Fotografía: Asociación de Estudios de Arqueología Bastetana).
dional el muro se edificó mediante una sola hilada transversal de sillares, adoptando la tipología de muro perpiaño. Los hallazgos de numerosos restos de adobes en superficie indican que a partir de cierta altura la muralla se edificó en este material. El yacimiento parece estar en uso durante la mayor parte del siglo I a.C. (Adroher et alii 2004 y 2006: 627-629). Este modelo constructivo que aparece en el Cerro del Trigo se repite, con más o menos diferencias, en otros fortines del mismo ámbito geográfico. Por tanto vemos que en la mayor parte de los casos, por no decir todos, hay una adaptación perfecta al medio, optimizando los recursos que de este se pueden obtener y, en consecuencia, presentando los diversos sistemas defensivos aspectos muy distintos aunque solo por el tipo de material utilizado. El segundo grupo lo configuran un conjunto de estructuras mucho más homogéneo. Se trata de fortificaciones cuadradas, normalmente de una superficie mucho más reducida que los castella anterior-
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mente descritos ya que la superficie al interior del recinto amurallado difícilmente supera los 300 m2. A pesar de que no encajarían en la denominación de castella, se ha mantenido a menudo bajo dicho término en la bibliografía. Inicialmente bien documentados en el Alentejo (inicialmente Fabião, 2002 y más específicamente Mataloto, 2002) han ido documentándose en cada vez más regiones (finalmente Moret 2010). Pero en este proceso se ha hecho necesario revisar algunas estructuras en el ámbito rural que habían pasado desapercibidas a pesar de tratarse de paradigmáticas dentro de los modelos pertenecientes a este grupo. Es el caso de El Tesorillo de Teba (Málaga), inicialmente considerado por sus excavadores como una villa (Serrano et alii 1985) idea que se mantuvo hasta hace bien poco tiempo en la bibliografía (Fig. 21). El formato más frecuente incluye tres crujías axiales respecto al acceso, siendo las dos laterales las que configuran un número par de estancias simétricas y estando la del centro dividida por un muro que separa los pasillos de accesos a estas estancias, cuyos muros espalderos forman propiamente el cerco o muralla perimetral de la estructura. Lo que sí nos gustaría resaltar a partir de la publicación del Tesorillo de Teba es un aspecto que parece repetirse en otros casos y es el hecho de que estas torres no aparecen aisladas, sino que se integran dentro de conjuntos arquitectónicos estructuralmente más complejos, aunque no conocemos correctamente su alcance, dimensiones ni funcionalidad. Una visión detallada de El Tesorillo de Teba nos permite detectar estructuras anejas a la torre muy semejantes a las detectadas en Gabino del Salar (Granada), y que por su simetría y relación estructural parecen haber sido construidas al mismo tiempo que el fortín. Si nos vamos a la revisión que Moret hace en 2010 respecto a estas estructuras rurales podemos centrarnos en dos cosas. Una es su propuesta evolutiva, y la otra es su propuesta interpretativa. Este autor intenta establecer una relación entre los asentamientos rurales itálicos fortificados del siglo III a.C. y este tipo de recintos detectados sobre todo en la mitad meridional de la Península Ibérica. No hay que olvidar que nuestro territorio se convierte en centro de operaciones de las legiones romanas fuera de la península itálica por primera vez; que ello tiene consecuencia en el componente étnico propio de las poblaciones de Hispania, como queda demostrado por la deductio de la colonia de Carteia en un momento tan temprano. Y eso tiene su reflejo en los modelos arquitectónicos que parecen, cada vez más,
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Figura 15. Cerro de las Fuentes de Archivel (Caravaca, Murcia) (Fotografía: Asociación de Estudios de Arqueología Bastetana).
Figura 16. Fotografía vertical de cerro Gabino (Salar, Granada) (Fotografía: Asociación de Estudios de Arqueología Bastetana).
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Figura 17. Sector suroccidental del muro perimetral de Cerro Gabino (Fotografía: Asociación de Estudios de Arqueología Bastetana).
conocidos desde el punto de vista de la arquitectura y el urbanismo. Por tanto no parece descabellado mantener la propuesta de relación entre estructuras rurales fortificadas en ambas penínsulas. Pero eso no es todo. Llegados a este punto debemos plantearnos otro problema añadido: la distribución de este tipo, que parece quedar comprendido entre el Alentejo, el Guadiana, Guadalquivir y Alta Andalucía. Como ya apunta Moret Figura 18. Planimetría del Cerro del Trigo (Puebla de Don Fadrique, Granada) (2010: 26), la inseguridad en (Fotografía: Asociación de Estudios de Arqueología Bastetana). las zonas de Bética y Lusitania desde la conquista hasta las implantarse desde Italia a Iberia, especialmente en guerras civiles es bien conocida, lo que explicaría su relación con las grandes domus urbanas. Pero, en reaexpansión estrictamente meridional y centro-occilidad, esto supone una visión sesgada, ya que no dental en la Península Ibérica. Para Moret hay otros debieron tardar mucho tiempo en surgir modelos de dos factores que se ligan directamente a este tipo de ocupación rural en esta misma línea, aún menos asentamientos: la nueva organización del territorio,
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Figura 19. Vista del sector occidental del Cerro del Trigo (Puebla de Don Fadrique, Granada) (Fotografía: Asociación de Estudios de Arqueología Bastetana).
lejos de modelos militarizados propuestos por diversos autores, y que precisa de la gestión de las explotaciones agropecuarias con sistemas que implican la defensa de la población ante las constantes revueltas; igualmente incorpora el prestigio y el poder como elementos de coerción en estos territorios, defendiendo la posibilidad de que estas estructuras hayan sido construidas por agentes privados. Aunque dicha hipótesis es interesante, no podemos dejar de lado dos aspectos esenciales: en primer lugar, la ubicación de las turris, situadas no ya en cerros oteros de gran visibilidad, sino en terrenos próximos a las fértiles llanuras de las vegas de los ríos; junto a ello hay que insistir en la gran homogeneidad morfológica y morfométrica de los baluartes que conocemos hasta ahora que pueden integrarse en este grupo. Ellos nos lleva a retomar seriamente el problema de la construcción: quien decide construir estos fortines, con qué recursos (ya que podrían ser tanto estatales
como privados); de quién es la propiedad, ya que si asumimos el papel propuesto por Moret de torres vigía de defensa de la población nos alejamos del componente militar pero nos aproximamos a modelos rurales que recuerdan levemente los orígenes del feudalismo. Si asumimos esta función y que la propiedad es privada no podemos por menos que hablar de los antecedentes de la villas de los grandes señores tardorromanos que controlaban directamente el territorio con su propio ejército. Pero no es el momento de establecer esa relación tan directa, es un peligroso ejercicio que no deja entrada a otros modelos interpretativos. Para responder a un modelo tan canónico de complejo estructural hay que pensar en un hilo conductor que permita asociar todas estas construcciones, y que nos alejaría de iniciativas privadas en su construcción. En todo caso, tanto las dimensiones como la complejidad de estructuras de las que se rodean nos alejan bastante de la considera-
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Figura 20. Sistema constructivo el recinto del Cerro del Trigo (Puebla de Don Fadrique, Granada). Puerta oriental (Fotografía: Asociación de Estudios de Arqueología Bastetana).
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ción de estructura de simple carácter militar, debiendo incluir muy probablemente, el papel de la protección de la población de ámbito rural disperso entre las funciones de este grupo de turris. La reciente publicación sobre Castelo da Lousa se muestra partidaria de una ocupación de carácter civil (Alarcão et alii (eds.) 2010), aunque no termina de resolver la cuestión de la tipología edilicia y constructiva tan peculiar de este recinto, además de la presencia de militaría y materiales cerámicos muy antiguos y poco habituales en la zona. Tal y como ha señalado recientemente Fabião, la inspiración de este recinto y otros semejantes en modelos propios de la arquitectura militar parece fuera de duda (2006: 113-115), aunque su función concreta diste de estar convenientemente aclarada. Tal vez en algunos casos nos encontraríamos con dos momentos sucesivos de ocupación: un origen militar y una fase posterior de carácter civil. En definitiva, sería preciso determinar en cada caso si nos encontramos ante un único fenómeno constructivo coincidente en los mismos parámetros temporales o debemos distinguir entre aquellos claramente inspirados en modelos edilicios militares y otros, como los de las campiñas del Guadalquivir (cf. Moret y Chapa 2004), de tipología muy diferente.
Figura 21. Croquis planimétrico de El Tesorillo de Teba (Málaga) (Serrano et alii 1985).
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2.2. ARQUITECTURA MILITAR EN MADERA Y TIERRA Las construcciones realizadas en materiales perecederos presentan una casuística arqueológica muy diferente. El proceso de construcción de fosos, terraplenes y empalizadas, elementos constituyentes del agger defensivo característico de emplazamientos militares erigidos en tierra y madera, además de la edificación de muros, torres y puertas, se encuentra bien testimoniado en autores como Polibio, Higinio, Vitrubio, Vegecio o César. Desde finales del siglo XIX, estructuras de este tipo se han identificado y conservado en las fronteras septentrionales del antiguo Imperio romano, confirmándose además que no existían grandes diferencias en los modelos aplicados a asentamientos castrenses de madera o piedra. Pero en suelo hispano construcciones de este tipo apenas se habían documentado científicamente hasta hace 20 o 25 años. Los problemas de conservación de la madera en contextos arqueológicos de la Península Ibérica, donde predominan suelos ácidos y secos y con escasa cobertera de tierra, ha determinado que las obras con este material hayan desaparecido casi por completo, a diferencia de países como Alemania o Gran Bretaña, donde la humedad y las características edafológicas las han preservado mucho mejor. Sin embargo, aunque sean más difíciles de identificar sobre el terreno, los recintos militares de tierra y madera debieron ser los más habituales durante el período republicano. Son estructuras de construcción mucho más sencilla, que sacrifican la comodidad de las estructuras pétreas, más cálidas y secas, ante la rapidez de ejecución. Aunque tampoco debemos olvidar que, en entornos boscosos o parameras, donde el subsuelo no ofrece piedra, el barro y la madera se convierten en los materiales constructivos por excelencia debido a la propia naturaleza del terreno, sirviendo incluso para recintos más duraderos, tal y como sucede en las primeras décadas de expansión imperial romana hacia las llanuras centroeuropeas. Normalmente de las defensas de tierra y madera, compuestas de foso, terraplén y empalizada (sistema de agger), solo se constatan arqueológicamente los restos de estructuras negativas excavadas en el terreno (fosos, zanjas de cimentación, agujeros para postes). Las más reveladoras y mejor conocidas son los fosos. El desnivel que se aprecia actualmente en el terreno causado por la presencia del antiguo foso (o los dos fosos paralelos característicos de la fossa duplex, cuyo perfil pue-
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de ser en «V» o en «U») suele ir acompañado por una elevación artificial en uno de sus lados, correspondiente al antiguo terraplén, desmantelado intencionadamente antes de abandonar el recinto por parte de sus propios ocupantes. El concurso de la fotografía aérea y/o un buen seguimiento arqueológico de las intervenciones practicadas en medio rural y urbano permite identificar esta obra, que suele estar amortizada con tierra y materiales acarreados desde las propias escombreras del campamento, que encierran un alto potencial de datación. La localización de fosos se ha convertido en algo habitual gracias a la moderna metodología de prospección. Dobson ha reseñado recientemente las medidas de fotos y terraplenes republicanos constatados tanto en las fuentes como en las intervenciones arqueológicas (Dobson 2013: 229-230). Campamentos recientemente documentados como Andagoste, Alpiarça, La Cabañeta, Ses Salines o Villajoyosa, presentan este tipo de estructuras temporales (Morillo 2008: 82-83). Menos habituales son los terraplenes de tapines o tepes de arcilla natural (murus caespiticius), material que se extrae de zonas pantanosas o encharcadas, bastante poco habituales en suelos peninsulares. Por el momento esta estructura solo se ha documentado en un recinto republicano, como es Villajoyosa (Espinosa et alii, 2008), pero no podemos descartar que encontremos este tipo de fábrica, relativamente frecuente en contextos británicos o germánicos (Hanel 2006: e. p.), en otros asentamientos hispanos. Uno de los mejores ejemplos de campamentos con estructuras defensivas de carácter perecedero es precisamente Villajoyosa. El descubrimiento en esta localidad alicantina de un segmento longitudinal de fosa de sección triangular de 50 m de longitud ha permitido ubicar en el subsuelo de la misma un acantonamiento militar. La anchura máxima conservada es de unos 3 metros, mientras su profundidad es de 1,92 m. La inclinación de las paredes nos daría una anchura de 4,25 m para una altura de 3 m, dimensiones que se mueven dentro de los parámetros normales para las fossae fastigatae. El fondo de la fosa presentaba un canal de limpieza (Fig. 22). La fosa aparecía amortizada con tierra dentro de la que se encontraron grandes cantidades de adobes, procedentes sin duda del terraplén, edificado con tapines o caespites. Los materiales arqueológicos contenidos en dichos rellenos pueden encuadrarse en la primera mitad del siglo I a.C., lo que coincidiría con los acontecimientos de la guerra
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Figura 22. Foso del campamento de Villajoyosa (Fotografía: A. Espinosa).
sertoriana, momento en que pudo localizarse en este lugar un campamento invernal (Espinosa et alii 2008). Por el momento, teniendo en cuenta la parquedad del registro arqueológico sobre campamentos en materiales perecederos, cuya planta completa no es conocida en casi ningún caso, no es posible establecer patrones evolutivos a lo largo del tiempo en este tipo de estructuras. Este tipo de asentamiento temporal solía contar con tiendas de campaña en su interior. La tipología de las tiendas se ha podido establecer a partir de las representaciones iconográficas de la columna trajana, así como de los restos de cuero procedentes de yacimientos de época imperial, así como en los campamentos cesarianos de Alesia (Driel-Murray 1990; 1990b; 2001). En Hispania tan solo se han encontrado piquetas de tienda del período republicano, tanto en asentamientos de tierra y madera como en yacimientos con muralla pétrea como El Pedrosillo (Gorges et alii 2009; Morillo et alii 2009).
3. LA DIMENSIÓN ESPACIAL: OCUPACIÓN E IMPLANTACIÓN MILITAR EN EL TERRITORIO El conocimiento progresivo del paisaje arqueológico dentro del que se sitúan los recintos republicanos nos permite ir conociendo su papel de cara a la implantación territorial del ejército romano en diferentes regiones de la Península Ibérica durante los siglos II y I a.C. Junto a la conquista y ocupación territorial, en las que las tropas romanas desempeña-
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ron un papel protagonista, la evidencia arqueológica permite identificar cómo el papel del ejército se adapta y diversifica a lo largo de los siglos II y I a.C., convirtiéndose en una maquinaria de intervención en otros ámbitos, preludiando lo que pasará a convertirse en un uso habitual por parte del emperador a partir de Augusto (Morillo 2002: 82). Junto a funciones estratégicas en un sentido genérico, el control y trazado de ejes viarios, además del apoyo a la explotación de los recursos mineros, se revelan como alguno de los intereses prioritarios que pueden justificar la presencia de determinados acantonamientos o guarniciones. Es preciso contemplar la dimensión espacial de la implantación militar, que se ha denominado a veces «paisaje militarizado», término que preferimos sustituir por «territorio militarizado» para evitar las implicaciones conceptuales (especialmente cronológicas) que implica el término «paisaje», excesivamente empleado en la actualidad para realidades que no encajan dentro de su significado, y sin querer entrar en las interpretaciones que recientemente se dan al concepto de paisaje con todas las implicaciones simbólicas y de gestión en algunas de las líneas más actuales de las arqueologías posprocesualistas, especialmente a partir de los trabajos en el entorno de F. Criado y las críticas al modelo interpretativo, así como a la consideración de categoría de análisis arqueológico que se le ha concedido a dicho término por parte de diversos trabajos de J. C. Bermejo. No cabe duda que Hispania se convierte en un campo de experimentación de sistemas coloniales de ocupación territorial por parte de Roma. Es preciso acometer un estudio comparativo de las pautas de implantación territorial de cada región, buscando los modelos comunes y comportamientos específicos para cada momento y cada área, que se definirán a partir del momento, los intereses políticos y económicos de Roma, la reacción de las élites prerromanas y los cambios en el registro arqueológico de carácter material. La conformación de nuevos marcos territoriales al ritmo de la dominación romana revela no solo la creación de límites administrativos y fiscales, fundaciones coloniales y nuevos estatutos, sino también la alteración de las relaciones entre las distintas comunidades y en interior de las mismas y en la forma de ocupar, explotar y contemplar su espacio (nuevas formas de acceso al control de la tierra, nuevas relaciones sociales y un nuevo sistema de comunicaciones). En definitiva una nueva articulación del paisaje.
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El ejército juega durante los dos últimos siglos de la República un papel mucho más importante del que se le había atribuido hasta ahora, superando el manido concepto de maquinaria de guerra y ocupación imperialista. Es preciso conocer los modelos arquitectónicos militares y su evolución diacrónica, los recursos naturales disponibles y la relación con las rutas naturales de cada asentamiento. Los campamentos o fuertes se convierten en las principales huellas de la presencia militar, aunque no las únicas. Es preciso contemplar otros items como hallazgos numismáticos, cerámicas importadas, elementos de armamento o panoplia militar, como proyectiles de todo tipo y clavos de sandalia (clavi caligarii), que testimonian la circulación de tropas en un ámbito geográfico determinado. Un buen ejemplo de ello son los recientes estudios realizados sobre la composición de las tropas, la organización en el espacio y el desplazamiento en el terreno de los ejércitos cartaginés y romano en la batalla de Baecula a partir de los restos de elementos militares de naturaleza metálica localizados en superficie (Bellón et alii 2009). En el estado actual del conocimiento, estamos todavía muy lejos del análisis detallado de las pautas de asentamiento de los establecimiento militares, que pudiera llevarnos a definir modelos concretos. Tan solo podemos aproximarnos a algunas tendencias generales. No cabe duda que la principal distinción desde el punto de la implantación territorial debe establecerse entre acantonamientos vinculados con campañas militares del período de la conquista o de las guerras civiles del siglo I a.C. y otros cuya relación con acontecimientos bélicos resulta mucho más discutible. Por lo que se refiere al primer grupo, dentro del que se encuadrarían la mayor parte de los establecimientos que responden al modelo campamental, no cabe duda que su repercusión sobre el territorio pudo ser intensa (asaltos y destrucciones de oppida, movimientos poblacionales, zonas de batalla, consolidación de caminos y rutas previas o apertura de otras nuevas), pero muy concentrada en el tiempo, con lo cual sus huellas en el paisaje, entendido en el sentido diacrónico inherente al término, debieron ser mucho más livianas. La ocupación de un espacio fortificado por parte de las tropas romanas tras conquistarlo a las comunidades indígenas no suele rastrearse arqueográficamente con facilidad, quizás porque una reutilización de este tipo deja escasas o nulas evidencias cuando la temporalidad de dicha ocupación es relativamente corta y es que es especialmente complejo definir clara-
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mente el papel, e incluso la cronología exacta de fundación, uso y/o abandono de ciertas estructuras que estuvieron activas durante períodos de tiempo relativamente cortos. Dejando al margen los cuarteles generales de las legiones asignadas a ambas provincias, la permanencia de unidades en las zonas de conquista o enfrentamiento prácticamente no se verifica más allá de una campaña o una estación (invierno o verano). Tan solo en casos concretos como los de Numancia, la permanencia del ejército romano dentro del mismo ámbito geográfico fue algo más duradera, pero siempre sujeta al sometimiento y pacificación definitiva del enemigo. No se documenta una presencia militar activa en el territorio, lo que podría haber significado una transformación del paisaje equivalente a la de los campamentos estables del período imperial. Estos últimos llegaron a contar con una franja de terreno circundante segregado de la administración civil, colocado bajo la autoridad directa del comandante de la unidad, que se convierte en propietaria del mismo por delegación del Estado, que canalizaba su ocupación y explotación económica (Schulten 1894; Mócsy 1967 y 1974; Vittinghof 1974). Esta evidencia no se verifica a lo largo del período republicano (v. Cadiou 2008). Mucho más difíciles de definir son las relaciones entre asentamientos que no responden a una tipología militar «canónica», pero que tanto por su fisonomía como por su registro arqueológico muestran una clara vinculación con el elemento militar romano. Nos referimos al conjunto de fuertes y fortines sembrados a lo largo del siglo I a.C. por distintas regiones de Hispania como la Contestania, el Sudeste o el Sudoeste peninsulares, conquistadas desde mucho tiempo atrás. Su cronología y concentración en zonas con intensa actividad bélica durante el conflicto sertoriano ha provocado una suerte de automatismo de asociación de dichos recintos con el mencionado episodio. Pero hay que estar alerta ante la simple calificación de «militares» para todos ellos. La realidad debe ser bastante más compleja. Nos encontramos sin duda ante un fenómeno demasiado generalizado como para ser espontáneo. Pero solo un análisis individualizado de cada caso puede discriminar entre aquellos recintos claramente construidos para albergar unidades del ejército, que constituyen campamentos y fuertes stricto sensu y aquellos otros cuya edificación recuerda modelos arquitectónicos militares, edificados por tropas romanas o tal vez por comunidades indígenas a imitación de aquellas. Su papel «militar» en este último
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caso vendría determinado, además de por su edilicia, por su posición estratégica dentro de cada territorio y su vinculación con la explotación económica de los recursos naturales del mismo, entre los que cabe apuntar los yacimientos mineros. No cabe duda de que estamos ante nuevas formas de ocupación y explotación del territorio propias del último siglo de la República, aún por tipificar en suelo hispano. Pero es preciso discriminar cuáles funcionaron como auténticos asentamientos militares habitados por guarniciones más o menos estables y cuales obedecen a otra casuística (control territorial, inestabilidad sociopolítica, explotación agropecuaria, etc.). En este caso solo el análisis de cada asentamiento en relación con el territorio circundante puede proporcionar las claves para resolver esta cuestión. No cabe duda que la interacción de estas realidades arqueológicas con el territorio y el medio socioeconómico preexistente parece mucho más intenso que en el caso anterior. Estamos ante un momento del proceso romanizador en el que asistimos a importantes cambios en las concepciones territoriales de las sociedades indígenas, inmediatamente anterior a
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las nuevas entidades urbanas creadas a la romana (Heras 2010: 121). A juzgar por el espacio geográfico donde se asientan estos recintos fortificados, entran en juego nuevas necesidades y funciones, como el control de paso o simple control territorial o la explotación de recursos mineros, como el hierro del territorio bastetano o el plomo de la comarca de la Serena. Cada caso se amolda perfectamente a las circunstancias, a pesar de ubicarse en un espacio muy próximo entre sí, y corresponder a una cronología muy similar. Es muy cierto, no obstante, que la función de cada uno de ellos puede ser igualmente distinta. Si tomamos por ejemplo el caso de los fortines o castella del Sudeste peninsular, concentrados en la región bastetana, encontramos distintas funcionalidades (Fig. 23). Para Brotons y Murcia (2006; 2008), El Cerro de la Fuentes de Archivel (Murcia) debería tener una función relacionada con el control del territorio y las vías de comunicación, frente a Barranda que consideran una fortificación destinada al avituallamiento. Cerro del Trigo (Puebla de Don Fadrique, Granada)
Figura 23. Fortines de la Contestania (A Adroher 2013).
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es sin duda un centro de control de paso, ya que se ubica sobre el trazado de la ruta de la antigua vía Hercúlea, que en este tramo no coincide con la ulterior vía Augusta. A finales del siglo I a.C., desde Cartagena la vía Augusta se desvía del antiguo trazado para bajar hasta Lorca (Eliocroca) y desde allí abrir un acceso cerrado en época ibérica que es el actual paso natural de Chirivel, por donde discurre la moderna autovía (A-92), de modo que el ramal de la vía Hercúlea que pasaba por Puebla de Don Fadrique quedó abandonado. En consecuencia, el castellum de Cerro del Trigo dejó de ser funcional y se abandona. Cometido semejante al caso anterior debían desempeñar pequeñas turris como Cerro Gabino de Salar (Granada) o el Cerro del Aguilón Grande (Puebla de Don Fadrique, Granada). Un poblado fortificado de función evidente es el de Peñón de Arruta (Jérez del Marquesado, Granada), ya que su dedicación a la extracción y posterior transformación metalúrgica del hierro queda demostrada por la gran cantidad de escoria de transformación que se observa en la ladera meridional del asentamiento. Es posible que cuando se conceda la deductio de colonia a Acci (Guadix), tras las guerras cántabras, el control de la minería, desde todos los puntos de vista, pasara directamente a la colonia, dejando de ser funcionales los centros de transformación a pie de yacimiento. Por lo que se refiere a la Contestania, los recintos fortificados hallados en los alrededores de Denia (Penya de l’Àguila y El Passet de Segària), además de otros repartidos por la costa norte alicantina, como el Tossal de la Cala (Benidorm), parecen encontrarse en relación con el control visual (y efectivo) del territorio costero contestano y la conexiones marítimas entre Dianium, Carthago Nova y Ebussus, triangulo estratégico durante el conflicto sertoriano (Sala Sellés 2012; Sala Sellés et alii 2014; 2013) (Fig. 24). En el caso de los recintos-torre del Sudoeste, la explotación minera de recursos como el hierro y el plomo parece ser un factor de atracción determinante para la presencia militar romana, establecida en forma de guarniciones o inserta de alguna manera dentro de las antiguas comunidades indígenas en pleno proceso de trasformación (Fig. 25 y 26). Sin embargo tampoco parece fuera de lugar el control territorial de alguno de ellos y su papel como centros agropecuarios. Es preciso un análisis detallado y global de las pautas de asentamiento de cada uno de ellos.
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Figura 24. Fortines del Sudeste peninsular (Sala Selles et alii 2011).
Figura 25. Fortines del Alto y Bajo Alentejo (Mataloto 2010).
Figura 26. Oppida y fortines de La Serena (Rodríguez Díaz y Ortiz 2003).
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4. A MANERA DE EPÍLOGO. ALGUNAS PROPUESTAS DE ACTUACIÓN Considerando la complejidad que entraña este tipo de estudios que pretenden concentrar en apenas unos renglones miles de horas de investigación realizada por personas de muy distinto signo y experiencia, quizás lo más acertado sea llamar la atención sobre los puntos más controvertidos. En primer lugar hay que buscar un consenso en la utilización de la terminología adecuada. Deberían retomarse los formatos de ciertos congresos de otrora, los cuales finalizaban con propuestas. En este caso se hace necesario tomar el camino de la reformulación terminológica de la mano de la traducción o de la transliteración al castellano de las expresiones griegas y latinas. Incluso existe la posibilidad del mantenimiento de los términos en su lengua original, pero definiendo con exactitud el alcance de cada uno de ellos, y no solo el alcance semántico, sino, incluso el de carácter simbólico tan caro a las diversas arqueológicas posprocesualistas. Pero este trabajo no lo puede ni debe realizar una sola persona o un solo equipo, sino que debería conformarse un grupo de trabajo verdaderamente interdisciplinar y con ese solo objetivo. Esto facilitaría la identificación de los distintos elementos localizados en relación con la Arqueología Militar romana en Hispania, campo especializado donde los hallazgos realizados por personal «no experto» en el tema quedan, en muchas ocasiones, ocultos durante espacios de tiempo más o menos largos hasta que, por casualidad, alguien conocedor del tema, señala tal o cual hallazgo. En segundo lugar, pero no por ello menos importante, nos encontramos con el problema de la coordinación cronológica. No son pocos los ejemplos que son conocidos exclusivamente por estudios de superficie que no se asientan en ulteriores estudios estratigráficos. Por tanto, es necesario tratar de asociar adecuadamente ciertas estructuras a ciertos momentos. La mayor parte de los asentamientos de este grupo suelen tener ocupaciones muy amplias en el tiempo a juzgar por los materiales a ellos asociados; por poner el ejemplo de la turris recientemente descubierta en cerro Gabino (Salar, Granada), la cual hasta el momento no ha sido objeto de excavación alguna, presenta materiales asociados a ella que van desde el siglo II a.C. (campaniense A) hasta el siglo V d.C. (terra sigillata africana clara D). Además la estructura central está compuesta de una torre cuadrada a la que se añaden dos terrazas laterales,
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una al norte y otra al este, y todo ello rodeado de un recinto pentagonal. Poco a poco vamos conociendo los modelos de arquitectura militar tardorrepublicana en suelo peninsular, modelos que a veces se adaptan a las pautas marcadas por los textos clásicos, pero en otras se apartan en alguno o varios de sus elementos constitutivos (plantas, sistemas defensivos, materiales constructivos, ausencia de fosos, etc.). Asimismo vamos conociendo algunos datos de su papel dentro del proceso de implantación territorial del ejército, aunque en esta campo solo estamos comenzando a esbozar el panorama, siendo preciso análisis integrales de marcos geográficos reducidos. Especiales problemas plantean las estructuras de aparente fisonomía militar que se detectan en distintas regiones meridionales, que corresponden al período comprendido entre el conflicto sertoriano y el final del primer triunvirato. En estos casos las dudas respecto a su función (militar vs civil), su finalidad y su cronología concreta son aún mayores. Muchas estructuras están construidas con una función concreta, y, en el caso de las de carácter militar, suelen estar particularmente especializadas, lo que provoca que una vez han cumplido dicha función se abandonen. Pero eso no significa que se reocupen con cualquier otra funcionalidad, que no descarta la propiamente militar pero por parte de otro destacamento en cualquier otro momento; pero al tratarse de espacios aislados normalmente en un ambiente rural, las perduraciones pueden adoptar formas muy variopintas. Es por ello absolutamente fundamental tener clara la función primera y la cronología, adaptadas a una situación concreta perviviendo solamente mientras dicha situación se mantenga. Una vez dicha contingencia ha terminado, la ocupación se desvanece, produciéndose una reocupación del espacio con función distinta y que puede conllevar o no cambios en la morfología de la construcción. De por medio existen incluso ocupaciones esporádicas (frecuentaciones) e incluso una perfecta acomodación al paisaje rural, por ejemplo a modo de cabaña de pastores. Con ello llamamos la atención sobre el hecho de que perduración en el tiempo no conlleva la perduración en la función militar necesariamente, y que debemos ser cautos a la par de precisos en este sentido: una construcción relacionada con las guerras sertorianas que mantiene perduración documentada en la cultura material a lo largo del siglo I a.C. no tiene, necesariamente, por qué relacionarse con las
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guerras de César y Pompeyo. A veces la arqueología filológica nos puede gastar malas pasadas. En resumen nos encontramos con problemas terminológicos y cronológicos pero, sobre todo interpretativos. En primer lugar salvo algún caso como ciertos campamentos o fuertes legionarios estables o las turris anteriormente analizadas, no hay ningún otro modelo que se repita ni en ámbito rural (fortines, castella, castra, etc.) ni en ámbito urbano (murallas). Tampoco las funciones son similares: hay que aplicar estudios de contextualización histórica y territorial en cada caso para detectar la motivación inicial en la construcción de la fortificación. Aunque es probable que la mayor parte esté construida por y para elementos militares no puede establecerse como una norma, ya que se dan casos en los cuales, aunque los militares, en calidad de ingenieros, hayan podido participar en su construcción, no significa que tengan efectivamente ese destino. La continuidad en el uso del espacio es una variable que no se ha valorado con frecuencia; los usos cambian en el tiempo, e incluso en la morfología de las construcciones, y es cuanto menos esencial determinar las transformaciones en el espacio y en el tiempo para darles una correcta lectura en cada momento. No se ha valorado, salvo por parte de algún autor eventualmente, el papel de otras entidades en las construcciones de los diversos tipos de fortificaciones. Sin querer entra en los problemas que cuatro siglos más tarde impondrán las leyes del colonato, pero es cierto que ya en este momento el papel de las aristocracias locales (sean propiamente latinas sean indígenas romanizados) puede ser importante para determinar el origen de algunas de estas construcciones. Aunque la estructura social no ha sido objeto de un seguimiento pero el papel de la presencia de personal itálico en las relaciones transculturales entre indígenas y romanos debió ser determinante en la ordenación del territorio bajo nuevos parámetros que acomodaran los intereses de esas elites. No es militar todo lo que parece.
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ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA (AEspA) NORMAS PARA LA PRESENTACIÓN DE MANUSCRITOS Normas de redacción Dirección.— Redacción de la revista: Calle Albasanz 26-28, E-28037 Madrid, Teléfono: +34 91 6022300; Fax: +34 913045710, correo electrónico: [email protected] Contenido.— Archivo Español de Arqueología es una revista científica de periodicidad anual que publica trabajos de Arqueología, con atención a sus fuentes materiales, literarias, epigráficas o numismáticas. Tiene como campo de interés las culturas del ámbito mediterráneo y europeo desde la Protohistoria a la Alta Edad Media, flexiblemente abierto a realidades culturales próximas y tiempos fronterizos. Se divide en dos secciones: Artículos, dentro de los que tendrán cabida tanto reflexiones de carácter general sobre temas concretos como contribuciones más breves sobre novedades en la investigación arqueológica; y Recensiones. Además, edita la serie Anejos de Archivo Español de Arqueología, que publica de forma monográfica libros concernientes a las materias mencionadas. Los trabajos serán originales e inéditos y no estarán aprobados para su edición en otra publicación o revista. Formulario de autoría.— Al enviar el artículo, los autores deben incluir una declaración específica de que el artículo no se ha sometido a presentación para su evaluación y publicación en otras revistas simultáneamente o con anterioridad. En el momento en que el artículo sea aceptado, al enviar el texto y figuras definitivas, deberán rellenar un formulario específico donde constarán las condiciones de copyright de las publicaciones del CSIC. Normas editoriales 1. El texto estará precedido de una hoja con el título del trabajo y los datos del autor o autores (nombre y apellidos, institución, dirección postal, teléfono, correo electrónico, situación académica) y fecha de entrega. Cada original deberá venir acompañado por la traducción del Titulo al inglés, acompañado de un Resumen y Palabras Claves en español, con los respectivos Summary y Key Words en inglés. De no estar escrito el texto en español, los breves resúmenes y palabras clave vendrán traducidos al español e inglés. Las palabras clave no deben incluir los términos empleados en el título, pues ambos se publican siempre conjuntamente. 2. Se entregará una copia impresa y completa, incluyendo toda la parte gráfica. Se adjuntará asimismo una versión en soporte informático, preferentemente en MS Word para Windows o Mac y en PDF, con imágenes incluidas. 3. El texto no deberá exceder las 11000 palabras. Solo en casos excepcionales se admitirán textos más extensos. Los márgenes del trabajo serán los habituales (superior e inferior de 2 cm; izquierdo y derecho de 2.5 cm). El tipo de letra empleado será Times New Roman de 12 puntos a un espacio, con la caja de texto justificada. Aparecerá la paginación correlativa en el ángulo inferior derecho. Se empleará a comienzo de párrafo el sangrado estándar (1, 25). Salvo la separación lógica entre diferentes apartados, no se dejarán líneas en blanco entre párrafos. En ningún caso se utilizarán negritas. 4. Se cuidará la exacta ordenación jerárquica de los distintos epígrafes, numerándolos indistintamente mediante guarismos romanos y árabes, e incluso sin numeración. 5. Cuando se empleen citas textuales en el texto o en notas a pie de página se entrecomillarán, evitando la letra cursiva. Dicha letra se acepta para topónimos o nombres en latín. En estos casos, se preferirán las grafías con “v” en lugar de “u”, tanto para mayúsculas como para minúsculas (conventus mejor que conuentus). 6. Por lo que se refiere al sistema de cita, deberá emplearse el sistema “americano” de citas en el texto, con nombre de autor en minúscula y no se pondrá coma entre autor y año (apellido o apellidos del autor año: páginas). Si los autores son dos se incluirá la conjunción “y” entre ambos. Si los autores fueran más de dos se indicará el apellido del primero seguido por la locución et alii. Se incluirá una bibliografía completa al final del trabajo. En la bibliografía final, los títulos de monografías irán en cursiva, mientras que en los artículos el título se colocará entrecomillado. Los nombres de los autores, ordenados alfabéticamente por apellidos, en la bibliografía final irán en letra redonda, seguidos por el año de publicación entre paréntesis y dos puntos. Si los autores son dos, irán unidos por la conjunción “y”. Si son varios los autores, sus nombres vendrán separados por comas, introduciendo la conjunción “y” entre los dos últimos. En el caso de que un mismo autor tenga varias obras, la ordenación se hará por la fecha de publicación, de la más antigua a la más reciente. Si en el mismo año coinciden dos o más obras de un mismo autor o autores, serán distinguidas con letras minúsculas (a, b, c...). En el caso de las monografías se indicará el lugar de edición tal y como aparece citado en la edición original (p. e. London, en lugar de Londres), separado del título de la obra por una coma. En el caso de artículos o contribuciones a obras conjuntas, se indicarán al final las páginas correspondientes, también separadas por comas. Los nombres de revistas se incluirán sin abreviar. Las referencia a las consultas realizadas en línea (Internet), deberán indicar la dirección Web y entre paréntesis la fecha en la que se ha realizado la consulta. Las notas a pie de página, siempre en letra Times New Roman de 10 puntos, se emplearán únicamente para aclaraciones o referencias generales.
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Ejemplos de citas en la bibliografía final: Monografías: Arce, J. 1982: El último siglo de la España romana, Madrid. Artículos en revistas: García y Bellido, A. 1976: “El ejército romano en Hispania”, Archivo Español de Arqueología 49, 59-101. Contribuciones a congresos y obras conjuntas: Noguera Celdrán, J. M. 2000: “Una aproximación a los programas decorativos de las villae béticas. El conjunto escultórico de El Ruedo (Almedinilla, Córdoba)”, P. León y T. Nogales (coords.), Actas III Reunión sobre Escultura Romana en Hispania, Madrid, 111-147. Trabajos dentro de una serie monográfica: Alföldy, G. 1973: Flamines Provinciae Hispaniae Citerioris, Anejos Archivo Español de Arqueología VI, Madrid. 7.
Toda la documentación gráfica se considerará como Figura (ya sea fotografía, mapa, plano, tabla o cuadro), ordenándola correlativamente. Se debe indicar en el texto el lugar ideal donde se desea que se incluya, con la referencia (Fig. 1), y así sucesivamente. Asimismo debe incluirse un listado de figuras con los pies correspondientes a cada una al final del artículo. El formato de caja de la Revista es de 15 x 21 cm; el de la columna, de 7.1x21 cm. La documentación gráfica debe ser de calidad, de modo que su reducción no impida identificar correctamente las leyendas o desdibuje los contornos de la figura. Los dibujos no vendrán enmarcados para poder ganar espacio al ampliarlos. Toda la documentación gráfica se publica en blanco y negro; sin embargo, si se enviara a color, puede salir así en la versión digital. Los dibujos, planos y cualquier tipo de registro (como las monedas o recipientes cerámicos) irán acompañados de escala gráfica, y las fotografías potestativamente. Todo ello debe de prepararse para su publicación ajustada a la caja y de modo que se reduzcan a una escala entera (1/2, 1/3… 1/2000, 1/20.000, etc.). En cualquier caso, se puede sugerir el tamaño de publicación de cada figura (a caja, a columna, a 10 cm de anchura, etc.). Las Figuras se deben enviar en soporte digital, preferentemente en fichero de imagen TIFF o JPEG con al menos 300 DPI y con resolución para un tamaño de 16x10 cm. No se aceptan dibujos en formato DWG o similar y se debe procurar no enviarlos en CAD a no ser que presenten formatos adecuados para su publicación en imprenta.
Aceptación.— Todos los textos son seleccionados por el Consejo de Redacción según su interés científico y su adaptación a las normas de edición, por riguroso orden de llegada a la Redacción de la Revista, y posteriormente informados por el sistema de doble ciego, según las normas de publicación del CSIC, por al menos dos evaluadores externos al CSIC y a la institución o entidad a la que pertenezca el autor y, tras ello, aceptados definitivamente por el Consejo de Redacción. Archivo Español de Arqueología publicará en su página web cada tres años la lista de evaluadores que hayan accedido a figurar como tales.
Correcciones y texto definitivo 1.
2.
3.
Una vez aceptado, el Consejo de Redacción podrá sugerir correcciones del original previo (incluso su reducción significativa) y de la parte gráfica, de acuerdo con las normas de edición y las correspondientes evaluaciones. El Consejo de Redacción se compromete a comunicar la aceptación o no del original en un plazo máximo de seis meses. El texto definitivo se deberá entregar cuidadosamente corregido y homologado con las normas de edición de Archivo Español de Arqueología para evitar cambios en las primeras pruebas. El texto, incluyendo resúmenes, palabras clave, bibliografía y pies de figuras, se entregará en CD, así como la parte gráfica digitalizada, acompañado de una copia impresa que incluya las figuras sugiriendo el tamaño al que deben reproducirse las mismas. El texto definitivo se podrá enviar también por correo electrónico. Los autores podrán corregir primeras pruebas, aunque no se admitirá ningún cambio sustancial en el texto.
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P. MATEOS, S. CELESTINO, A. PIZZO y T. TORTOSA (eds.): Santuarios, oppida y ciudades: arquitectura sacra en el origen y desarrollo urbano del Mediterráneo occidental. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida, 2009. 464 págs. + figs. en texto. – ISBN: 978-84-00-08827-3. J. JIMÉNEZ ÁVILA (ed.): Sidereum Ana I. El río Guadiana en época post-orientalizante. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida, 2008. 480 págs. + 230 figs. en texto. – ISBN: 978-84-00-08646-6. M.ª P. GARCÍA-BELLIDO, A. MOSTALAC y A. JIMÉNEZ (eds.): Del imperivm de Pompeyo a la auctoritas de Augusto. Homenaje A Michael Grant. Instituto de Historia. Madrid, 2008. 318 págs. + figs. en texto. – ISBN: 978-84-00-08740-1. Espacios, usos y formas de la epigrafía hispana en épocas antigua y tardoantigua. Homenaje al doctor Armin U. Stylow. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida, 2009. 408 págs. + figs. en texto. – ISBN: 978-84-00-08798-2. L. ARIAS PÁRAMO: Geometría y proporción en la Arquitectura Prerrománica Asturiana. Instituto de Historia. Madrid, 2008. 400 págs. + 234 figs. + 57 fotos + 26 cuadros. – ISBN: 978-84-00-08728-9. S. CAMPOREALE, H. DESSALES y A. PIZZO (eds.): Arqueología de la construcción I. Los procesos constructivos en el mundo romano: Italia y provincias occidentales. Instituto de Arqueología de Mérida. Mérida, 2008. 360 págs. + figs. en texto. – ISBN: 978-84-00-08789-0. L. CABALLERO, P. MATEOS y M.ª ÁNGELES. UTRERO (eds.): El siglo VII frente al siglo VII. Arquitectura. Instituto de Arqueología de Mérida - Instituto de Historia. Madrid, 2009. 348 págs. + figs. en texto. – ISBN: 978-84-00-08805-7. A. GORGUES: Économie et société dans le nord-est du domaine ibérique (IIIe – Ier s. av. J.-C.). Instituto de Historia. Madrid, 2010. 504 págs. + 143 figs. en texto. – ISBN: 978-84-00-08936-8. R. AYERBE, T. BARRIENTOS y F. PALMA (eds.): El foro de Avgvsta Emerita. Génesis y evolución de sus recintos monumentales VII. Instituto de Arqueología de Mérida. 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