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JOVELLANOS Y EL
S IGLO XXI
CONFERENCIAS ORGANIZADAS POR LA FUNDACIÓN FORO JOVELLANOS DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS
Gijón, 1999
Iovinalis sulcus nostram laborem illustrat
© Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias Depósito legal: AS. 460-2000 Maquetación: EME digital
JOVELLANOS Y EL
S IGLO XXI
CONFERENCIAS ORGANIZADAS POR LA FUNDACIÓN FORO JOVELLANOS DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS
Gijón, 1999
Iovinalis sulcus nostram laborem illustrat
Durante el a–o 1999 la Fundaci—n Foro Jovellanos del Principado de Asturias que me honro en presidir, celebr— un ciclo de conferencias, que bajo el t’tulo genŽrico Jovellanos y el siglo XXI, alcanz— un gran exito por lo que deseo agradecer y a la vez felicitar a quienes dictaron tan magistrales discursos, su gran aportaci—n. Al presentar hoy este libro siento la satisfacci—n de haber dado un paso m‡s en nuestro objetivo encaminado a honrar la memoria de Jovellanos, como paradigma del servicio del bien comœn de todos los ciudadanos y a difundir y mantener vivas su obra y figura promoviendo la aplicaci—n y actualizaci—n de su pensamiento
Agust’n J. Antu–a Alonso Presidente de la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias
ÍNDICE (Cronológico) - Presentación ............................................................................................................................................................... Pág. 5 Agustín J. Antuña Alonso - Jovellanos en el Gijón del Siglo XXI Francisco Álvarez-Cascos
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Pág. 9
- Jovellanos y la España del Siglo XXI Fernando Morán López
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Pág. 33
- Don Julio Somoza o Las amarguras de un jovellanista Agustín Guzmán Sancho
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Pág. 51
- Juan Francisco de Güemes y Horcasitas.- Primer Conde de Revillagigedo.- Virrey de Nueva España.- La historia de un soldado ......................................................................................................................................................... Pág. 71 Antonio del Valle Menéndez - Jovellanos y las mujeres Mª Teresa Álvarez García
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Pág. 87
J o v e l l a n o s e n e l G i j — n d e l S i g l o XXI, es el t’tulo de la conferencia organizada por la Fundaci—n Foro Jovellanos del Principado de Asturias, que a las 20 horas del miercoles d’a 21 de Abril de 1999, pronunci— el E x c m o . S r . D . F r a n c i s c o A l v a r e z - C a s c o s, Vicepresidente Primero del Gobierno. El acto se celebr— en el Teatro de la C‡tedra Jovellanos de Extensi—n Universitaria, c/ Bego–a, 25, y fue presentado por el profesor e historiador D. Agust’n Guzm‡n Sancho.
Jovellanos en el Gijón del Siglo XXI por Francisco Álvarez-Cascos
Señor Presidente del Foro Jovellanos; Señoras y Señores: I.- GIJÓN El 21 de abril de 1799, es decir, hace hoy 200 años, era domingo. Dos semanas antes, Gaspar Melchor de Jovellanos había inaugurado (1) el principio del curso en su Instituto con la espléndida “Oración sobre el estudio de las Ciencias Naturales” (2) que “había trabajado con mucho afán” (3). En su febril actividad, insistía esos días una y otra vez en la necesidad de sustituir el costoso y, a la postre, inútil proyecto de hacer navegable el río Nalón desde La Felguera hasta San Esteban de Pravia, por el más práctico “camino carbonero” (4) desde el valle de Langreo hasta Gijón que, finalmente, se abriría paso 30 años después de su muerte, impulsado y financiado por Alejandro Aguado, Marqués de las Marismas del Guadalquivir. Para entonces, su amado Instituto veía nacer la nueva sede. De acuerdo con “el plan de Villanueva, (está) todo ya fuera de cimientos; obra bella –continúa narrando Jovellanos a González Posada- sin ser magnífica; con gran huerta, y grandes comodidades, que si Dios me da vida se acabará, y si no, no”. Sin embargo, no estaban resueltos sus problemas económicos porque todavía le faltaban “de trescientos a cuatrocientos mil reales” (5) que
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Jovellanos confiaba recaudar porque “las cuentas de América prometen mucho, mucho” (5). Decía al comenzar que el 21 de abril de hace 200 años era domingo. Por la mañana, Jovellanos había reñido con “Farruco”, el maestro de obras al que solía recurrir cuando se trataba de trabajos que requerían el empleo de madera. La causa de la discusión fue el retraso de una obra que estaban realizando en Peón. La tarde la había dedicado al paseo, primero, y a la lectura, después. Seguramente había dado una vuelta por la playa. “Ya sabéis que es mi paseo favorito. El mar es un espectáculo sublime, que jamás cansa. La vista, tendida por su inmensidad, halla siempre qué admirar en él: ora esté tranquilo y deje ver en el lejano horizonte las naves que le cruzan, llevadas por el viento al Este o al Suroeste, ora agitado venga a quebrantar sus olas sobre las altas peñas de nuestra costa”. (6) El Gijón de Jovellanos estaba formado por un “vecindario de 1.100 hogares, conteniendo sobre cinco mil almas de comunión, y siendo además muy frecuentado este puerto de forasteros y extranjeros, que suelen venir a él con ocasión de su comercio” (7). Disponía de un muelle recién construido y se estaba trabajando en la limpieza de su dársena. Pero el problema acuciante, a juicio de Jovellanos, consistía en “librar la parte oriental de la población de las ruinas que frecuentemente causaban las arenas traías por el Nordeste” (8). Para establecer una protección se acababa de construir “el paredón de San Lorenzo” que no resolvía satisfactoriamente la situación. “Ni la villa está enteramente libre de las arenas, pues entran todavía por el boquete que forma el extremo del paredón, ni la inmensa porción de ellas que se halla amontonada dentro de la línea del mismo paredón y se mueve frecuentemente de una a otra parte, llevada ya por el vendaval y ya por el Nordeste, deja de amenazar mucha ruina a las casas y edificios inmediatos” (9). Jovellanos proponía para solucionarlo “cercar la villa con una simple tapia o pared seca que corra desde el extremo del nuevo paredón de San Lorenzo, por delante de la capilla de Begoña, hasta unir con la puerta que va a colocarse, en el extremo de la calle Corrida” (10), ordenar la prolongación de las nuevas
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calles, y, posteriormente, repartir el terreno resultante en suertes que se adjudicaran a personas dispuestas a pagar un canon a la Villa. Todo ello complementado con un proyecto para “plantar pinos en todo el arenal que se extiende desde el extremo del nuevo paredón, y fuera de la cerca proyectada, hasta San Nicolás, y desde la orilla del mar hasta las caserías de Ceares” (11). Es fácil imaginar que durante su paseo iría meditando sobre estos y otros problemas de su Gijón querido. Y, de vez en cuando, al alejar su mirada de los arenales disfrutaría del contraste del mar con el “opuesto horizonte cortado a lo lejos por los Picos de Europa, y por el Mediodía y Poniente por las deliciosas colinas que ciñen nuestro concejo, y en cuya suave falda se asientan acá y allá tantas aldeas pobladas de numerosos caseríos, donde los espesos montezuelos, las ricas praderías, cubiertas de ganado y floreciente cultivo, ofrecen a los ojos una escena bellísima, y en ella la imagen de la abundancia” (12). De vuelta a casa, a estas horas del atardecer, más o menos, Jovellanos estaba inmerso (13) en el estudio del abate Masdéu, historiador de fama de la época, sobre el voto de Santiago, un tributo altamente impopular de carácter eclesiástico que dió lugar a numerosos pleitos en la jurisdicción correspondiente. En su Diario, Jovellanos reprocha mentalmente a Masdéu que sobrepase el campo de su competencia -“al historiador tocan los hechos”-, y añada consideraciones de orden jurídico -“se abre de piernas y confiesa el derecho de percepción”-, para concluir con esta sentencia: “la opinión pública castigará al historiador que no rindiese obsequio a la verdad y la imparcialidad, que debe preferir a cualquier respecto de falsa piedad”. Aquella noche de hace 200 años, como tantas otras de su vida, Jovellanos alimentaba intelectualmente su honesta y tenaz lucha por establecer en nuestra sociedad una manera de conducirse según una elevada norma de valores morales (14), obligada para cualquier persona que desempeñara responsabilidades públicas. Y confesaba íntimamente su confianza en el triunfo de la “verdad”, porque pensaba que se acercaban “los tiempos en que no valdrán tales temperamentos a favor de la usurpación y la mentira”.
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Jovellanos aquella noche se sentía optimista al mirar hacia el futuro de España. No parecía afectarle el grave contratiempo de su breve paso por el ministerio de Gracia y Justicia del que había sido exonerado apenas ocho meses antes por razones inconfesables, al estrellarse su proyecto aperturista y regeneracionista contra las intrigas de la Corte de Carlos IV. Sin embargo, su aspecto cansino se acentuaba con las nuevas gafas. Desde su paso por el ministerio usaba “anteojos” para escribir, “¡tal se ha degradado mi vista en este intermedio!” (15) nos confiesa nada más volver a escribir los Diarios. Ángel del Río, de quien afirma Miguel Artola que “formuló en su Introducción a las Obras de Jovellanos la interpretación más equilibrada y exacta del sentido íntimo de la vida y obra” (16) del polígrafo gijonés, piensa de manera distinta al estudiar el Diario de esos días: “se percibe a través de todo él pesimismo, cansancio”(17). Lo segundo pienso que es posible. Lo primero, el pesimismo, me parece discutible leyendo con detenimiento el Diario de los meses que discurren entre su cese y su detención. Aquella noche del 21 de abril, desde luego que Jovellanos creía en un futuro mejor, basándose en la solidez de sus propias convicciones. Y, también, animado por sus creencias religiosas. Meses después, precisamente el día 1º de enero de 1801, al comenzar el nuevo siglo, sus pensamientos vuelven a ser inequívocos: “abrimos el siglo XIX. ¿Con buen o mal agüero? Pero al hombre le toca obrar bien y confiar en la providencia de su grande y piadoso Criador”. Su fe claramente alimenta y forja su espíritu, a pesar de los golpes del destino, porque ese mismo día, su Diario continúa relatando que “la desgracia parece conjurada contra el Instituto, este precioso establecimiento, tan identificado ya con mi existencia como con el destino futuro de este país. Ayer... se han reducido al mínimo los trabajos del nuevo edificio” (18). ¿Cuándo comenzaba el siglo XIX para Jovellanos? En su diario, él mismo precisa que el nuevo siglo comenzó el 1º de enero de 1801, sin necesidad de hacer comentario alguno, sin duda porque entonces no existía una polémica como la que se desató cien años después acerca del inicio del siglo XX, y como la que está replanteada hoy día sobre la fecha en que comenzará en el siglo XXI.
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Ya tenemos, pues, tras estas palabras de preámbulo, a Jovellanos sentado al anochecer ante su mesa de trabajo, en su casa de Cimadevilla, y enfrascado en sus pensamientos, a poco más de año y medio del acontecimiento del cambio de siglo. Y estamos hoy todos nosotros, dos siglos después, en el salón de actos de la Cátedra Jovellanos de su querido Gijón, honrando su memoria a través del recuerdo y de la enseñanza de su obra, en semejante trance del calendario, esperando la llegada del siglo XXI. El puente que nos comunica y nos pone en sintonía en esta ocasión, podría formarse con la permanente vigencia de su llamada a la verdad y a la imparcialidad con la que Jovellanos envolvía su optimismo ante el futuro, al caer la tarde de aquel domingo, 21 de abril de 1799. II.- EUROPA Con el mismo respeto a todas las opiniones, creo que Gijón puede encarar con optimismo la llegada del siglo XXI, desde la verdad y la imparcialidad de los datos que retratan la profundidad y la dirección de los cambios que se están produciendo en la Villa y en su entorno, un entorno que se ha ensanchado considerablemente como consecuencia del ingreso de España en la Unión Europea. Hoy, al constatar sin restricciones la plena condición europea de Gijón, a punto de ver a nuestra peseta sustituida por el euro, pero, al mismo tiempo, al reconocer las limitaciones de esta nueva identidad para defender y asegurar los derechos humanos en los Balcanes, debemos volver nuestra conciencia hacia las lecciones que Jovellanos nos dictó desde su prisión de Bellver. “¿Quién no ve que el progreso mismo de la instrucción conducirá algún día, primero las naciones ilustradas de Europa, y al fin las de toda la tierra, a una confederación general, cuyo objeto sea mantener a cada una en el goce de las ventajas que debió al cielo, y conservar entre todas una paz inviolable y perpetua, y reprimir, no con ejércitos ni cañones, sino con el impulso de su voz, que será más fuerte y terrible que ellos, al pueblo temerario que se atreva a turbar el sosiego y la dicha del género humano? ¿Quién no ve, en
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fin, que esta confederación de las naciones y sociedades que cubren la tierra es la única sociedad general posible en la especie humana, la única a que parece llamada por la naturaleza y la religión, y la única que es digna de los altos destinos para que la señaló el Criador?” (19). Asombra la grandeza de espíritu y la lucidez del pensamiento de un hombre privado injusta y arbitrariamente de su libertad, privado de unos derechos que para el propio Jovellanos nacen de la “perfección social”, en virtud de la cual “todo ciudadano será libre e independiente en sus acciones en cuanto éstas no desdigan la ley... igual para todos”, y ley que puede modificar los derechos sociales de ese mismo ciudadano a través del “derecho público exterior e interior del Estado” o a través del “derecho civil”, cuyas relaciones esenciales, son, respectivamente, “la resultante de la asociación con sus miembros, de éstos con el Estado, y de los mismos entre sí” (20). De su profundo rechazo a todo tipo de exclusión, conviene recordar su reacción en Novellana al conocer el “pleito escandaloso con los vaqueros –se refiere a los vaqueiros de alzada- a quienes no se les quiere dar la Sagrada Comunión sino a la puerta de la iglesia, ni dejar internarse en ella a los divinos oficios... ¡Cuándo querrá el cielo vengar a la mayor parte del género humano de tan escandalosas y ridículas distinciones! Me avergüenzo –concluye Jovellanos- de vivir en un país que las ha criado y las fomenta” (21). La anticipación del proyecto integrador de la Europa de los derechos humanos y de la Europa de los ciudadanos en el pensamiento jovellanista, según el término acuñado por Caveda, aparece nítidamente acreditada en las reflexiones que Jovellanos realiza al analizar el rumbo de las naciones de su tiempo, el de su país, y el de su propio calvario personal, entrelazados todos por el rasgo común del absolutismo instigador de tales comportamientos. Pero la Europa de hoy se cimenta también en el desarrollo constante de las libertades en el campo de la economía, principio político primero e inseparable, asimismo, del pensamiento jovellanista, ”que aconseja dejar a los hombres la mayor libertad posible, a cuya sombra crecerán la industria, el comercio, la población
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y la riqueza” (22), tal como reza la conclusión final de sus “Apuntes para una Memoria económica”, conclusión repetida en numerosísimas ocasiones a lo largo y ancho de sus obras. Jovellanos se había acercado a las Ciencias Sociales y, sobre todo, a una ciencia nueva llamada Economía, durante los años de su estancia sevillana en los que frecuentó la Tertulia de Olavide, comenzó a estudiar inglés y acabó por “traducir o extractar diversas obras” (23) que le sirvieron de inestimable fuente de ideas. Allí comenzó a encontrar las respuestas a las preocupaciones y a los interrogantes sociales que se desprendían del ejercicio de su cargo de Alcalde del Crimen en la Audiencia de Sevilla. Siguiendo al profesor Velarde Fuertes (24), los inspiradores de su pensamiento económico fueron tres grandes maestros de la época: Cantillón, Verri y, sobre todos ellos, Adam Smith, acerca del cual ya le había hablado previamente su amigo y mentor el Conde de Campomanes. En La Riqueza de las Naciones, el espíritu riguroso de nuestro paisano encuentra la explicación más sencilla y convincente de la diferencia entre pueblos ricos y pueblos pobres: “la mano invisible” que dirige el interés particular de cada uno de los individuos hacia un fin colectivo o social que nunca estuvo ni formó parte de sus intenciones, de tal manera que “siguiendo el particular por un camino justo y bien dirigido las miras de su interés propio, promueve el del común con más eficacia a veces que cuando de intento piensa en fomentarlo directamente. No son muchas las cosas buenas que vemos ejecutadas por aquéllos que afectan obras solamente por el bien público... Qué especie de industria doméstica sea más interesante para el empleo de un capital, y cuyo producto pueda ser probablemente de más valor, más bien podrá juzgarlo –concluye Adam Smith- un individuo interesado que un ministro que gobierna una nación” (25). Cuando Jovellanos presenta su Informe sobre el expediente de la Ley Agraria se puede reconocer perfectamente la influencia de esta doctrina en su propio pensamiento, a través de pasajes tan luminosos como éste: “No concluye de aquí la Sociedad que las leyes no deban refrenar los excesos del interés privado; antes reconoce que éste será siempre su más santo y saludable oficio;
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éste, uno de los primeros objetos de su protección. Concluye solamente que protegiendo la libre acción del interés privado, mientras se contenga en los límites señalados por la justicia, sólo debe salirse al paso cuando empiece a traspasarlos. En una palabra, Señor, el grande y general principio de la Sociedad se reduce a que toda la protección de las leyes respecto de la agricultura se debe cifrar en remover los estorbos que se oponen a la libre acción del interés de sus agentes dentro de la esfera señalada por la justicia”. (26) Y en su Informe sobre el libre ejercicio de las Artes, después de denunciar la injusticia de la “monstruosa exclusión” gremial de las mujeres, clama por cortar “de un golpe las cadenas que oprimen y enflaquecen nuestra industria, y –sigue diciendo- restituyámosla de una vez aquella deseada libertad, en que están cifrados su prosperidad y sus aumentos”, antes de sentenciar que “todo es ya diferente en el actual sistema de Europa. El comercio, la industria y la opulencia, que nace de entrambos, son, y probablemente serán por largo tiempo, los únicos apoyos de la preponderancia de un estado, y es preciso volver a éstos el objeto de nuestras miras, o condenarnos a una eterna y vergonzosa dependencia, mientras que nuestros vecinos labran su prosperidad sobre nuestro descuido”. (27) En Adam Smith también aprende Jovellanos el carácter decisivo del tamaño del mercado para facilitar el crecimiento de las empresas. Desde los estudios en el siglo XVII de los llamados “aritméticos políticos” el tamaño del mercado es una condición decisiva para la creación de riqueza. William Petty, el gran economista inglés que hizo importante a este grupo, estudió por qué Gran Bretaña era más rica que España, pero, en cambio, lo era menos que Holanda, y concluyó que “la labranza crea menos opulencia que la manufactura, pero, a su vez, ésta no crea tanta como el mercadeo”. (28) La explicación es sencilla: si el mercado es grande, las series productivas que lo atienden, son grandes; en ese caso, pueden existir industrias de tamaño considerable para atender esa gran demanda; una industria grande, tiene muchos trabajadores, con lo que es más fácil progresar en la división del trabajo; con mucha
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división del trabajo, la productividad aumenta, lo que supone que los costes disminuyan; si los costes disminuyen, en un mercado grande y competitivo, los precios bajan; al disminuir los precios, aumenta la capacidad de compra de los demandantes, lo que es tanto como ampliar el mercado. Y si se amplía el mercado, las series productivas aun pueden ser más grandes, y nos introducimos en un “círculo virtuoso”. En cambio, si el mercado es pequeño, como era el aislado asturiano, que analizó Jovellanos, las series productivas son cortas, las plantas industriales que las atienden, pequeñas; la división del trabajo, por ello, escasa, con lo que la productividad es baja y los costes aumentan, con lo que los precios son más altos; el poder adquisitivo, como consecuencia, cae, y el mercado se reduce. Estamos en un “círculo vicioso”. Se trata del final del proceso de la “causación acumulativa”, popularizado con el nombre de “efecto Mateo”, y que estudió en los años cuarenta de este siglo el premio nóbel sueco Myrdal (29) para explicar el débil avance económico de unas regiones y el fuerte crecimiento de otras. El “círculo virtuoso” crea las llamadas situaciones “norte” (del Norte de los Estados Unidos), donde la riqueza parece llamar a la riqueza; el “círculo vicioso”, las situaciones “sur” (también de los Estados Unidos), donde la pobreza convoca a la pobreza. Estamos en el “efecto Mateo”, así llamado porque en el Evangelio de San Mateo, se lee que “al que tuviere le será dado, pero al que no tuviere, aun lo poco que tiene le será quitado” (30). El tamaño del mercado hoy es el pan nuestro de cada día. El imparable proceso de absorciones y fusiones de empresas no es más que la respuesta moderna al viejo problema de aumentar tamaño del mercado y de reducir los costes de producción. En Gijón tenemos un ejemplo cercano: ACERALIA. Primero fue ENSIDESA quien debió de integrar a otras siderurgias de la región para sobrevivir, y posteriormente, para formar la CSI. Después fue la propia CSI la que se asoció con ARBED en busca de nuevos mercados, para constituir ACERALIA, como alternativa viable al modelo de troceamiento que se había estudiado anteriormente en busca de una simple liquidación económica de la gran siderurgia
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asturiana. En este mismo trance de aumentar el tamaño de su mercado se encuentra hoy otra gran empresa privada asturiana, DURO-FELGUERA. Jovellanos, una vez más, se adelantaba doscientos años a su tiempo. Pero él estaba lejos de imaginar que esa Europa modelo de libertad económica de la que nos hablaba, aún tendría que superar la dura prueba de los modelos intervencionistas y colectivistas que dominaron hasta hace muy pocos años la escena política de casi todos los países desarrollados durante buena parte del siglo XX. Hoy, mirando hacia el futuro, mirando hacia la Europa del mercado, de la libre iniciativa y de la libre competencia, debemos rendirnos ante la evidencia de las cada día más válidas y más aceptadas ideas económicas de nuestro genial compatriota, aunque todavía no resulten del agrado de algunos nostálgicos de la “mano visible”, que todavía quedan. III.- ESTORBOS Y AUXILIOS Ahora bien, Jovellanos nunca se planteó suprimir el Estado con el pretexto de que el interés particular de los individuos lo resuelve todo. Al contrario, el Estado tiene un papel y unos deberes perfectamente definidos en lo que conviene a la necesidad de “remover los estorbos que se oponen” (31) a la acción de los agentes o individuos de la sociedad, cuya suma de esfuerzos constituye la riqueza colectiva de la nación, o en lo que hace referencia a la concesión de “auxilios”, frente a las “sujecciones y gravámenes”, cuando las exigencias del bienestar general los justifican (32). Ampliar el mercado de Asturias, en la época de Jovellanos, exigía, en primer lugar, remover el obstáculo de las comunicaciones interiores y exteriores del Principado, como la carretera de Castilla y la carretera de Langreo, para facilitar los tráficos que generaba el comercio con las regiones de la meseta. No voy a reiterar aquí, por conocidos, los estudios y las propuestas a las que Jovellanos dedicó gran parte de sus desvelos por Gijón y por Asturias. Culminada hace dos años la autopista del Valle del Huerna con el desdoblamiento del túnel del Negrón, y una vez que la
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variante de Pajares ferroviaria de nuevo se pone en marcha, después de 13 años de paralización total, las comunicaciones con Castilla por las que luchaba Jovellanos empiezan a ceder su condición de obstáculo principal a las de Galicia y, sobre todas, a la salida de Asturias hacia Europa por la autovía del Cantábrico. La ampliación de los mercados hacia Europa, ahora, es el reto más urgente de los gijoneses, una vez superada en 1996 la inexplicable omisión de que venían siendo objeto los tramos de autovía de la Ronda Sur hasta el Infanzón, y del Infanzón a Villaviciosa, tramos que permitirán ir rápidamente desde Gijón hasta la frontera francesa, sin semáforos de ningún tipo, a velocidad europea. La segunda palanca para aumentar el mercado y desarrollar el comercio de Gijón era el puerto. Decía Jovellanos, en su época, refiriéndose al puerto que “ninguna de las obras hechas y que se pudieran hacer en Gijón deben parecer inútiles” (33). Hoy podemos decir lo mismo. Por eso es trascendental que El Musel, un puerto que en 1862 movía 1.621 barcos y 101.817 Tm. (34), y que en 1998 se encontraba agobiado para atender un movimiento de 920 barcos, con un tráfico de mercancías de más de 15.000.000 Tm., principalmente graneles sólidos, siga creciendo. El nuevo dique de abrigo que nacerá en la punta de Torres, con sus 2 km. de longitud, permitirá duplicar prácticamente la dársena actual y resolverá satisfactoriamente el problema. Para favorecer la actividad de extracción del carbón, semejantes auxilios, como las nuevas carreteras y el puerto, no alcanzaban por sí solos a garantizar su comercio. Consciente de ello, Jovellanos propuso en 1789 “señalar alguna gratificación a los dueños de embarcaciones de construcción española que acreditasen haber hecho en el discurso del año cuatro viajes con carga de carbón a cualquier puerto de España, fuera de la provincia de donde hubiese salido; dos al reino de Portugal y uno a cualquiera otro puerto de Europa, fuera de los dominios de vuestra majestad” (35). Pocos años más tarde, en 1821, las Cortes discutieron, con intervención del gijónes Juan Nepomuceno San Miguel, una petición de los comerciantes de la Villa (36) para prohibir la importación de carbón inglés que llegaba, en lugar del lastre, con los
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barcos que venían a cargar mineral de hierro, y cuyo bajo coste no permitía el mantenimiento de un precio rentable para las minas de Asturias. Los problemas, pues, del carbón asturiano surgieron desde el momento mismo de su puesta en explotación. Hoy, los auxilios estatales son cada vez más reducidos, en el marco de la política energética europea. Por eso, al preparar la entrada de Asturias en el siglo XXI, la minería del carbón aparece como un sector declinante que demanda mayores auxilios pero que, por primera vez, cuenta con importantes medidas de apoyo del Estado para promover la reactivación de las cuencas mineras asturianas y fomentar el establecimiento de iniciativas alternativas a la extracción del carbón, que garanticen el bienestar de dichas comarcas. IV.- LUCES E INSTRUCCIÓN Jovellanos, sin embargo, a base de estudiar las ideas de Adam Smith, difícilmente podía dejar de contestar a la pregunta sobre una parte de la naturaleza de la “mano invisible” que mueve las causas de la prosperidad de las naciones. Y, por eso, se preguntó: “Pero ¿es posible –me decía yo- que no haya un impulso primitivo que influya generalmente en la acción de todas estas causas y que produzca su movimiento, así como la gravedad, o sea, la atracción produce todos los movimientos necesarios de la Naturaleza?” (37). Con su prodigiosa capacidad de análisis, comenzó a indagar y a razonar la respuesta. Si las “profesiones a que llamamos fuentes de riqueza pública –agricultura, industria, comercio y navegación- no son otra cosa que el arte de aplicar el trabajo de una nación al producto de su riqueza”, quien “descubriere el medio de perfeccionar este arte habrá dado con la primera fuente de riqueza pública”. Como el medio de adquirir pericia y perfección no es otro que adquirir los conocimientos pertinentes, su conclusión fue categórica: “la principal fuente de la prosperidad pública se debe buscar en la instrucción” (38). Y así lo hizo. En Gijón, Jovellanos y la instrucción se unen inseparablemente alrededor de su obra más querida: el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía.
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En el origen del Real Instituto Asturiano late la convicción de Jovellanos de la necesidad de reformar los estudios universitarios de la época, tanto en lo que atañe a los métodos, que llega a calificar de “dañoso” (39) en lo tocante al Derecho, como en lo relativo a los conocimientos que se imparten. Jovellanos deseaba que se promovieran “en Asturias los buenos estudios, y especialmente el de aquellas ciencias que se llaman útiles, por lo mucho que contribuyen a la felicidad de los estados” (40). Jovellanos creía en la instrucción como motor del progreso y deseaba adecuar las enseñanzas de la época a los nuevos tiempos. La historia de su Real Instituto Asturiano es conocida, lo mismo que la historia de las enseñanzas universitarias en Gijón. Pero con el transcurso de los años y a las puertas de un nuevo siglo, la importancia de la instrucción y del conocimiento de las ciencias útiles que defendía Jovellanos no sólo no ha disminuido en Gijón, sino que se ha incrementado. Hoy, las materias primas que en su día fueron un factor básico para la instalación de importantes industrias –en el caso de Gijón, el carbón y el mineral de hierro-, lo mismo que la existencia de redes de comunicaciones razonablemente suficientes, apenas influyen en las grandes decisiones, porque como factores de localización han perdido peso, a consecuencia de los cambios derivados de las nuevas tecnologías. Por eso, se puede concluir en estos momentos que la falta de materias primas o la distancia, en la moderna aldea global de las comunicaciones y los intercambios, tienen mucho menos peso que los conocimientos y el uso de las nuevas tecnologías. No tengo ninguna duda de que Jovellanos, en las actuales circunstancias seguiría insistiendo en el conocimiento profundo de las humanidades y la gramática, para perfeccionar el lenguaje común de los españoles, y situaría la informática y las telecomunicaciones a la vanguardia de las modernas ciencias útiles, como dignas herederas de la náutica y la mineralogía en los albores del siglo XIX. Considero extraordinariamente ventajoso para Asturias la implantación de estas enseñanzas en el Campus Universitario de Gijón. Desde el año 1983 vengo pronunciándome sobre estas necesidades, y hace seis años, en 1993, propuse, además, que la intro-
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ducción de estos estudios llevara aparejada la creación en Gijón de la Universidad Politécnica del Principado, englobando todas las enseñanzas técnicas existentes o de nueva planta que, por cierto, no veo por qué han de excluir la posibilidad de instalarse en Avilés o Langreo, municipios que también forman parte de la gran conurbación central de la región. Coincido con el profesor Ojeda (41) en que ésta Universidad Politécnica debe ser la que lleve el nombre de Jovellanos como culminación histórica de la obra que él comenzó hace dos siglos. Y confío y deseo que pueda ser realidad mucho antes de que se cumpla en el año 2011 el 2º centenario del aniversario de su muerte. Toda Universidad nueva, y la Universidad Politécnica Jovellanos no puede ser una excepción, tiene que tener un espíritu y un programa adecuado para las exigencias que se abren con el siglo XXI. Acertaba Jovellanos cuando, ante los nuevos problemas del siglo XIX, en aquel umbral de hace dos siglos, señalaba que las materias a estudiar, para mejorar unos torpes programas universitarios –que, por cierto, comenzaría a superar el ministro Pedro José Pidal en 1845-, deberían ser, “las matemáticas, la historia natural, la física, la química, la mineralogía y metalurgia, y, la economía civil. Sin ellas nunca podrá perfeccionar debidamente la agricultura, las artes y oficios, ni el comercio”.(42) Ahora, las grandes cuestiones tecnológicas y científicas que han de dar y quitar puestos económicos y de rango a las naciones y a las regiones son la informática, las telecomunicaciones, la biotecnología, la organización industrial, los estudios monetarios y financieros -base de toda seria Escuela de Negocios que se adscriba a una Universidad Politécnica-, el análisis de las nuevas energías y de los nuevos materiales –con un impacto especial en el acero y la metalurgia- y, por supuesto, que parte importante de la enseñanza se imparta en inglés. Nada de esto último va en contra del español, como no iba el latín que se empleaba en Salamanca. El inglés se ha convertido en la “lingua franca” de la globalización económica, y de la ciencia y la tecnología actuales. Escabullirnos de ello carece de sentido. Esta Universidad Politécnica de Jovellanos no puede abarcarlo todo. La especialización es necesaria. Y debe abrirse a toda
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España, procurando que la calidad de sus enseñanzas la haga apetecible para toda la nación. Ortega dijo en su recordado Discurso de Oviedo, el 11 de abril de 1932: “Asturias piensa bien, pero padece hace muchos años un grave defecto. ¿Cómo diría yo?... Tal vez diciendo que Asturias es inteligente, pero no es transitiva. Quiero decir que no sale de sí misma al resto de España... Vive reclusa en sí misma, entre los puertos marinos y los puertos serranos, absorta en su localismo... sin derramarse sobre la gran anchura de nuestra nación. Eso es lo que yo considero un defecto... Os falta trascendencia colectiva. Por eso no sois lo que debierais: un factor de primer orden en la dinámica pública de España” (43). Precisamente esta Universidad gijonesa debe servir para recuperar tanto tiempo perdido. El profesor Fernández Rañada unirá esto, precisamente, con el talante de Jovellanos al construir el Real Instituto y al considerar que en el discurso de inauguración, Jovellanos “exhorta a los asturianos a salir de su ensimismamiento y mirar al mundo porque no es posible ya recluirse en los estrechos límites del pueblo, del valle o de la región y sólo pueden ser libres los pueblos que saben mirar al mundo y se hacen así sabios y prósperos. En un discurso ante los Amigos del País del principado, les conmina a que levanten «el grito para despertar a los asturianos que duermen en los brazos de la pereza»...” (44). Jovellanos, Ortega y Fernández Rañada protagonizan con sus ideas un colosal enlace intelectual contra la tentación del ensimismamiento que tantos perjuicios ha ocasionado a Asturias y a Gijón. Naturalmente que esto debe servir para fortalecer y estrechar lazos con la fraterna Universidad de Oviedo. Cuando ese ejemplar universitario ovetense que es López-Cuesta se duele de la desaparición en 1860 en Gijón de la Escuela Técnica Superior que fue la última emanación del Real Instituto Asturiano, emplea las palabras de Rendueles y Jove, su último director, para lamentar que se esfumase una Escuela Superior que enseñaba “a explotar un sinnúmero de industrias y fabricaciones, que tiene elementos para aclimatarse en este suelo y hoy las cubre el manto del olvido y la ignorancia” (45). Esta Universidad Politécnica debería tener un doble lema. Por una parte, está la apertura hacia nuevas fronteras, esto es, la
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respuesta al ensimismamiento: “Sapere aude”, “Atrévete a saber”, la divisa que propuso Kant para la ilustración en la que militaba Jovellanos. La segunda marca la finalidad concreta del centro. Recuperando el viejo lema del Real Instituto que apareció por primera vez el 6 de enero de 1794 en Cimadevilla: “A la verdad y a la utilidad pública”, porque así es como adquiere, con la búsqueda de la verdad, pero para el beneficio general, todas sus dimensiones este proyecto. Dentro de sus inquietudes de amplitud enciclopédica, Jovellanos tuvo muy presente la condición marinera de Asturias y las posibilidades de desarrollo de la pesca, ante la que se mostraba seriamente preocupado. “La pesca del congrio, de la merluza, del besugo y otras que se hacen por temporada y en grandes porciones, enriquecían en nuestro país a los pescadores, y hoy creo que se hallan en la mayor decadencia” (46). Para corregir las causas de esta decadencia, era partidario de trabajar “en el descubrimiento de nuevos medios de aumentar las pesquerías de sus puertos, de mejorar los métodos de hacerlas, de perfeccionar los barcos, las redes y los instrumentos que sirven a este objeto, y finalmente de aumentar las producciones de los mares de Asturias”.(47) A pesar de estas propuestas, en Asturias seguimos durante décadas sin disponer de instrumentos de investigación y control de la capacidad pesquera de nuestros mares. El CRINAS (Centro Regional de Investigaciones Acuáticas) fue un modesto intento del gobierno preautonómico asturiano que, a partir de 1979, sirvió para justificar las reivindicaciones de un centro del IEO, Instituto Oceanográfico Español, en el Principado. Este centro del IEO, 20 años después, comienza a ser realidad en nuestra Villa, tras la reciente colocación de su primera piedra. Su entrada en funcionamiento permitirá conectar en Gijón la investigación marina aplicada, con los deseables estudios universitarios de Oceanografía, porque la crisis pesquera mundial lo exige casi perentoriamente para plantear respuestas a la altura de las necesidades del siglo XXI. Jovellanos, un gijonés entre dos siglos, la figura más representativa de la Ilustración española, cuenta hoy con una institución
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ejemplar dedicada al estudio de su época y de su obra. Me refiero al Centro de Estudios del Siglo XVIII creado en el seno de la Universidad de Oviedo bajo el impulso admirable del profesor Caso, a quien no me cansaré de rendirle homenaje público de gratitud por su entrega generosa a la investigación y a la enseñanza. La magna publicación de las Obras Completas de Jovellanos que acometió debería de contar con el máximo apoyo de las instituciones asturianas y gijonesas para lograr su culminación. Pero Jovellanos es, también, la proyección y la influencia de su pensamiento en las generaciones posteriores. Jovellanos es, además, el gran precursor de la España del equilibrio y la concordia, como vía posible entre la radicalidad y el inmovilismo para recorrer sin tantos sobresaltos nuestra historia pasada, porque su pensamiento y sus propuestas eran el guión más prudente para afrontar los retos de la España del siglo XIX. Por eso he pensado siempre que el destino definitivo de la Casa Natal de Jovellanos, en Cimadevilla, debería ser el de sede del Centro de Estudios del Siglo XIX en Asturias, una vez trasladado el actual Museo al edificio apropiado, que no es otro que el Antiguo Instituto Jovellanos. Hace casi 20 años lancé esta otra iniciativa que hoy reitero, porque la historia de Asturias y de los asturianos en el siglo pasado es muy rica y variada en sucesos, personalidades y obras atractivas. Los avances de la informática y la microfilmación permiten centralizar y poner a disposición de los curiosos y de los investigadores todo el material documental disponible, disperso hoy en día en los archivos de la época, que constituiría el banco de datos fundamental del Centro de Estudios del Siglo XIX. Argüelles, Toreno, Inguanzo, Cañedo, Riego, San Miguel (Juan y Evaristo), Florez Estrada, Canga Argüelles, Martínez Marina, Pidal, Mon, Fernández Villamil, Adolfo Posada, Clarín, Fernández Villaverde, Aguado, Duro, Tartiere, Paillete, Schulz, Guilhou, Bertrand, Canella y Secades, Fernández Casariego, de Miguel Vigil,... la lista se hace interminable al enunciar los nombres de los asturianos cuya obra es digna de ser incorporada al nuevo Centro, con Jovellanos llenándolo todo, desde la política a la cultura, pasando por la educación, la agricultura o la industria.
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Debo concluir. Leer, releer, y requeteleer a Jovellanos, hoy, por cualquier ciudadano curioso, es mucho más que un ejercicio de historia, un rasgo de erudición o un entretenimiento didáctico. Es un aldabonazo a la conciencia cívica de cualquier persona, y una verdadera provocación creativa para cualquier espíritu inquieto. Jovellanos, el gran pensador ilustrado español, dotado de un espíritu inconformista y prudente, con una inequívoca y generosa vocación de servicio público animada por sus ideas innovadoras, y apasionadamente enamorado de Gijón y del Principado, emplazó a sus contemporáneos a esforzarse en la defensa de la libertad, del desarrollo económico y del progreso social. Su capacidad de observación, el rigor de sus análisis y la amplitud de miras de sus propuestas han producido el admirable resultado de extender la contemporaneidad de Jovellanos más allá de su tiempo, prolongándola hasta nuestros días. Jovellanos, política e intelectualmente, sigue siendo una gran figura de la actualidad gijonesa, asturiana, española y europea. Los proyectos de Jovellanos, en consecuencia, mantienen toda su vigencia y se mantienen como referencia de nuestro presente y de nuestro futuro, resumidos en su conocido lema “libertad, luces y auxilios” (48). A través de mis palabras he procurado ceñirme a la verdad y ser fiel al requerimiento de imparcialidad al que, en una noche como hoy hace 200 años, nos exhortó Jovellanos, como recordaba al principio de esta intervención. Las múltiples exigencias de la “libertad” o de las “libertades”, la eliminación de los “estorbos”, la corrección de los “obstáculos” y la concesión de los necesarios “auxilios” para promover la “felicidad” de los gijoneses y de los asturianos, están hoy en muy avanzado estado de solución. Nos queda a los gijoneses un paso para situar el nivel de nuestras “luces”, a través de la “instrucción”, a la altura de las exigencias del siglo XXI, del mismo modo que el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía fue una gran palanca de la modernidad educativa para el siglo XIX. Por mi parte, me siento optimista ante las posibilidades de seguir avanzando en la resolución de los retos pendientes. Sin olvi-
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dar que estos retos, en la medida que representan compromisos colectivos, nos emplazan a todos los gijoneses por igual, sin posibilidad de descargar en otros la responsabilidad de superarlos. Así lo he entendido siempre como gijonés y por eso creo que la mejor prueba de sintonía con el pensamiento de Jovellanos consiste en estar siempre dispuesto a poner “manos a la obra”. A ello, muy especialmente, les invito a todos ustedes. Muchas gracias.
Jovellanos, Obras Completas. Ed. J.M.Caso, Tomo III. Carta 1208 a M.Fernández Navarrete. (2) Jovellanos, Obras Completas. B.A.E., Tomo I. (3) Jovellanos, Obras Completas. B.A.E., Tomo IV. “Diarios”. (4) Jovellanos, Obras Completas. Ed. J.M.Caso, Tomo III. Cartas 1208 a M.Fernández Navarrete y 1209 a S. Salamanca. (5) Jovellanos, Obras Completas. Ed. J.M. Caso, Tomo III. Carta nº 1220 a González Posada. (6) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo V. “Dos diálogos sobre crítica económica”. (7) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Solicitud de aumento de dotación para el párroco”. (8) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo V. “Plan general de mejoras propuestas al Ayuntamiento de Gijón”. (9) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo V. “Plan general de mejoras propuestas al Ayuntamiento de Gijón”. (1)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo V. “Plan general de mejoras propuestas al Ayuntamiento de Gijón”. (11) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo V. “Plan general de mejoras propuestas al Ayuntamiento de Gijón”. (12) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo V. “Plan general de mejoras propuestas al Ayuntamiento de Gijón”. (13) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo IV. “Diarios”. (10)
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(14)
Jovellanos. Obras Escogidas. Ángel del Río, Tomo I. “Introducción”.
(15)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo IV. “Diarios”.
(16)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo III. “Estudio preliminar”.
(17)
Del Río, Ángel. Obras Escogidas de Jovellanos, Tomo I. “Introducción”.
(18)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E.,Tomo IV. “Diarios”.
(19)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo I. “Memoria sobre Educación Pública”. (1802).
(20)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo I. “Memoria sobre Educación Pública”. (1802).
(21)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo III. “Diarios”.
(22)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo I. “Memoria sobre Educación Pública”. (1802).
(23)
Del Río, Ángel. Obras Escogidas de Jovellanos, Tomo I, “Introducción”.
(24)
Velarde Fuertes, Juan. El valor de Jovellanos, hoy. Conferencia pronunciada en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País (1994).
(25)
Smith, Adam. La Riqueza de las Naciones, Libro IV, Cap. II.
(26)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Informe en el expediente de la Ley Agraria”.
(27)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Informe sobre el libre ejercicio de las artes”.
(28)
Petty, William. “Arithmetick Political”. (1690) reimpresión de A.M. Kelley, New York, 1964.
(29)
Myrdal, Gunnar. “An American Dilemma: The negro problem and modern democracy”. McGraw-Hill, New York. 1964.
(30)
Mateo, 25, 29.
(31)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Informe en el Expediente de la Ley Agraria”.
(32)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Dictamen sobre embarque de paños extranjeros para nuestras colonias”.
(33)
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Representaciones a favor de Gijón”.
(34)
Rendueles Llanos, Estanislao. Historia de Gijón. Ed. Cañada.
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(35)
31
Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Informe sobre las minas de carbón de piedra”.
Cortes Generales. Diario de Sesiones. Día 16 de marzo de 1821. Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo V. ”Introducción a un Estudio de Economía Civil”. (38) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo V. “Introducción a un Estudio de Economía Civil”. (39) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Al Dr. Prado sobre el método de estudiar Derecho”. (40) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Discurso sobre los medios de promover la felicidad de Asturias”. (41) Ojeda, Germán. “Geografías e Historias”. Ed. Nobel. 1997. (42) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Discurso sobres los medios de promover la felicidad de Asturias”. (43) Ortega y Gasset, José. Obras Completas, Tomo 11, págs. 433-444. (44) Fernández Rañada. “Pensando en Asturias” Pág. 111. (45) López Cuesta, Teodoro. “Pensando en Asturias”. Pág. 121. (46) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E. Tomo II. “”Discurso sobre los medios de promover la felicidad de Asturias” (47) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E. Tomo II. “”Discurso sobre los medios de promover la felicidad de Asturias” (48) Jovellanos. Obras Completas. B.A.E., Tomo II. “Dictamen sobre embarque de paños extranjeros para nuestras colonias”. (36) (37)
J o v e l l a n o s y l a E s p a – a d e l S i g l o XXI, es el t’tulo de la conferencia organizada por la Fundaci—n Foro Jovellanos del Principado de Asturias, que a las 20 horas del martes d’a 4 de Mayo de 1999, pronunci— el E x c m o . S r . D . F e r n a n d o M o r a n L — p e z, Ministro que fue de Asuntos Exteriores. El acto se celebr— en el Centro de Cultura ÇAntiguo InstitutoÈ, c/ Jovellanos, 21, y fue presentado por el entonces Alcalde de Gij—n, Excmo. Sr. D. Vicente Alvarez Areces.
Jovellanos y la España del Siglo XXI por Fernando Morán López
Quiero agradecer a Agustín Antuña su presentación y recordar con él aquellas sesiones en Oviedo, en las que, paso a paso, discutimos y formulamos el Estatuto de Autonomía de Asturias. Habíamos estado ambos en la etapa anterior a la Autonomía, en la preautonomía -incluso algunos fuimos “ministrines” de aquella experiencia-, y aquélla fue la primera tarea después de las constituyentes en que yo tuve la fortuna de estar, en que nos enfrentamos con el más noble de los empeños, que consiste en dar formulación normativa a una realidad política evidente, clara, como creo que es la asturiana. Que a mí me parece que corresponde muy bien al modelo del Título Octavo, porque es ésta una región con una personalidad muy fuerte, con una atribución clara, con unos pensadores entre los cuales está Jovellanos y muchos más; pero al mismo tiempo que no tiene, no ha tenido nunca, esa especie de espejismo de pretender ser más en el ámbito nacional de lo que es. En aquel momento, con Antuña y otros compañeros, intentamos hacer un Estatuto, un Estatuto que, con todos sus defectos, vitalizase realmente la vida de la región. Yo suelo recordar con frecuencia el discurso, la extraordinaria conferencia de Ortega en el teatro Campoamor en 1934, que iba a ser el embrión de un libro -”Redención de las provincias sobre la vergüenza nacional”-, en que hace un canto a la tradición y al pensamiento asturianos. Dice que los asturianos son lúcidos, pero que son intransitivos. Intransitivos en el sentido de que tienen una ten-
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dencia, decía Ortega, a quedar enmarcados y no traspasar sus valles, sus montañas, y no a participar en la vida nacional en la medida en que lo merecen. Esto ha sido corregido con el tiempo, paro ha habido una cierta interiorización asturiana de la que, afortunadamente, se va saliendo, con personalidades tan ejemplares como es el caso de Vicente Álvarez Areces, uno de los alcaldes más emblemáticos de la actual situación española. Cuando nos acercamos ahora a la vida municipal, siempre se pone a Gijón como el Ayuntamiento que ha tenido los mejores frutos en el terreno de la lucha contra el desempleo, el terreno de la cultura y el terreno de la administración. Yo agradezco muchísimo la presencia de Álvarez Areces, Alcalde de Gijón y futuro Presidente (yo creo) de Asturias, en este acto, y las amables palabras que me ha dedicado; y que me haya invitado a hablar de un tema de cuyo título, en cualquiera de sus dos términos, yo sé poco: de Jovellanos y de la España del siglo XXI. De Jovellanos sé poco; de la España del siglo XXI puedo prever cómo va a ser, porque estamos a menos de doce meses de entrar en el siglo XXI. Uno se plantea la vigencia de un autor determinado, en este caso, de Jovellanos, en este fin de siglo, dos siglos después de cuando Jovellanos condensaba su pensamiento, sus ideales, en una pieza magistral, oración inaugural a la apertura del Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, el 7 de enero de 1794. El profesor José Miguel Caso considera esta oración como un compendio de las esperanzas, ideales y también inquietudes de Jovellanos. Jovellanos tiene un momento de entusiasmo reformista, tiene una vocación reformista llevada a sus extremos en todos sus momentos. Esa capacidad y esa vocación y esa ambición reformista no se atenúa siquiera en la prisión del Castillo de Bellver. Pero Jovellanos, en 1794, aborda una reflexión desde la perspectiva de los ilustrados que han llegado al máximo de lo que podían dar en el Antiguo Régimen y que se tropiezan con las dificultades y limitaciones de aquel Antiguo Régimen. Jovellanos, en 1794, está, como otros ilustrados, bajo el impacto de la Revolución Francesa y tiene una cierta retracción y una cierta cautela respecto a la dinámica de sus propias ideas.
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Expone, pues, una oración en la que aparecen los elementos típicos del reformismo muy radical de 1760 y 1764; del pensamiento económico elaborado, por ejemplo, en el Informe al Expediente de la Ley Agraria; de la visión estética y cultural del Elogio de las Bellas Artes. Pero, al mismo tiempo, bajo el peso de las consecuencias de ese movimiento y el triunfo de las inercias de este país, Jovellanos, en este periodo de 7 años, está en Gijón en un semiexilio o en un exilio tácito, que, según Caso, es la época más fructífera, laboriosa, armónica, recogida de Jovellanos. Realmente está viendo las consecuencias del movimiento reformista de la Ilustración y, al mismo tiempo, sus límites en una sociedad profundamente conservadora. Y ahí hace un canto a las virtudes, la virtud como elemento de valor político esencial y la estima del valor de los hombres en función de este apego y esta persecución de la virtud cívica. Y, al mismo tiempo, expone una serie de reservas respecto a las consecuencias del movimiento ilustrado, que se desboca en Francia a través del proceso revolucionario. Porque en 1974 había acontecido en España y para estas minorías la prueba máxima de la capacidad de reformar desde arriba el supuesto despotismo ilustrado de “gobernar para el pueblo pero sin el pueblo” y manteniendo la Constitución, lo que se llamaba Constitución Histórica de España: no solamente la Monarquía, sino los derechos tradicionales de los reinos y, al mismo tiempo, una representación en parte corporativa. En 1794 todavía estamos en una sociedad corporativa, una sociedad donde los gremios tienen una legitimidad y una justificación ideológica, hasta la recepción en España de la Ley de Turgot. Jovellanos vive recogido, reflexiona, produce, probablemente tiene un tono vital relativo, limitado, se siente alejado de una Corte que él prevé va a conducir a una exageración del poder personal, sea de Godoy o sea de las camarillas en torno al Rey, y, al mismo tiempo, no ceja en el intento de reformar lo concreto. Es el momento en el que impulsa el Instituto, en el que tiene sus polémicas con la Universidad de Oviedo, con el Cardenal Lorenzana, cuando intenta que se lleve a cabo el ferrocarril que va a llegar mucho más tarde a León. Él quiere lo concreto, y lo quiere en la perspectiva de una sociedad que rebasa ya la sociedad estamental y la sociedad aristocrática, que es la vertebración, la superestructura del país en que vive.
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Sarrailh, en su libro “La España ilustrada de fines del siglo XVIII”, considera que, para aquella época, los ilustrados están ya vencidos. Y esta es una lección política y una lección histórica de la que tenemos que sacar todas las consecuencias. Las reformas concretas sin un horizonte de valores totales que sustituyan a aquello que está rebasado por la historia siempre conducen a la impotencia del que hace la reforma. Los reformistas en un momento tienen que poner énfasis en la ruptura, y Jovellanos no lo hace hasta que se produce la invasión napoleónica y toma partido por algo a lo que él, realmente, no habría podido llegar como conclusión, sino que es la propia historia la que lo saca de su casa, como al personaje de “El Siglo de las Luces” de Carpentier, en que los dos hermanos gritan en un momento: “- ¡A la calle, a la calle!”, porque se ha producido el hecho revolucionario que ellos no preveían ni preparaban. Jovellanos no tiene ocasión, porque muere en 1811, de vivir el proceso de reforma-ruptura de las Cortes de Cádiz. A pesar del carácter de revitalización de lo tradicional que señala Martínez Marina, del carácter historicista de las Cortes de Cádiz, hay una ruptura que Jovellanos no llegó a ver. Todo esto para decir que la vigencia de Jovellanos es total en este momento, como ejemplo de lo que un intelectual dedicado a lo concreto puede hacer, y aquello que un intelectual dedicado a lo concreto está incapacitado de hacer, si no se engarzan fuerzas historicistas de tipo colectivo superiores a él. En sus dos estancias largas en Gijón, Jovellanos no es un espectador, es un actor en lo concreto; pero no es un actor que incida sobre el ámbito donde se toman las decisiones políticas globales, que es Madrid. Excluído de la Corte, Jovellanos vuelve para ser Ministro de Justicia en Madrid y para intentar algo, una ruptura, que la situación realmente no permitía todavía, que era la reforma de la Inquisición y la reforma y estructuración del sistema jurídico español. ¿Es, por lo tanto, Jovellanos un ejemplo a fines del siglo XX y una atalaya desde la que podamos prever lo que va a ocurrir en esta España del siglo XXI? En cierto modo sí, porque todo intelectual que se adentre en los grandes problemas de la sociedad tiene que arriesgar un diagnóstico. Pero, por otra parte, no hay que olvi-
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dar que la traslación del jovellanismo a la situación actual peca a veces por una inadecuación de tipo histórico, ante una sociedad completamente distinta. La sociedad de Jovellanos es una sociedad autocrítica en lo político, aristocrática en cuanto a las formas de poder y corporativa en cuanto a las vivencias y prácticas profesionales. Es anterior y distinta a la nueva época, a la época contemporánea, y Jovellanos no se libera de ello. Desde aquí podemos pensar cuáles eran realmente los temas que a Jovellanos le preocupaban en el terreno político y las ideas esenciales, vertebrales de su pensamiento, y qué diferencias hay con la España del año próximo y de las próximas décadas, que es la España del siglo XXI. Las ideas esenciales de Jovellanos en lo económico son fisiocráticas. Es un fisiócrata importante, un hombre que tiene contacto con el pensamiento económico, sobre todo inglés y francés, que se extiende por Europa. Es un propugnador de la industrialización, la misma creación del Instituto es muestra de esta conciencia de época nueva. Aparece ya en mil setecientos sesenta y tantos la posibilidad de la actividad minera en Asturias, una región que a principios del siglo XVIII era una de las zonas más rurales de España y con muy poca actividad comercial. Yo me acuerdo, por ejemplo, del libro de Becarud sobre “La Regenta”, en el que se refleja que incluso a mediados del XIX, Asturias estaba muy aislada. Pero, al mismo tiempo, hay unos focos de una eventual industrialización que se entiende desde los supuestos de la fisiocracia y que se basa en la intervención del Estado y del papel del Estado. El siglo de Jovellanos, en España y fuera de España, es un siglo en que se ve el apogeo, la consagración del Estado Nación, y del Estado Nación unitario. El siglo XVIII es un siglo uniformador, un siglo unitarista, un siglo que no respeta las autonomías naturales de los reinos históricos. En España el siglo comienza con los Decretos de Nueva Planta, que acaba con el Neoaustracismo, con la concesión del Reino de Aragón y de Cataluña, con una legislación distinta y un ámbito político distinto, y donde realmente se prepara lo que iba a ser desarrollado luego por otro asturiano, Toreno, el Estado Unitario Centralista Español. Jovellanos no es menos centralista que el resto de los ministros de Carlos III y Carlos IV. Es
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centralista y, al mismo tiempo, es un patriota. Un patriota en el sentido histórico concreto de la vigencia de la idea de Nación. Idea de Nación que se consagra, como Vds. saben, en la Revolución Francesa y que va a ir unida a partir de ese momento al dogma de la soberanía nacional que ostenta el pueblo. La Nación es la Nación en armas en el caso de la Revolución Francesa frente a los reyes tradicionales, frente a los príncipes. Pero el concepto de Nación es anterior a la Revolución Francesa; la bandera, el himno, la apología, la poesía heroica destinada no solamente a la alabanza del príncipe o del rey, sino del pueblo. Todo esto tiene precedentes en la poesía del siglo XVIII, en la literatura del siglo XVIII y en las enseñas del siglo XVIII. La bandera es de Carlos III, la idea del país es de Carlos III, la idea de la unidad de legislación para todo el ámbito sometido a la soberanía del rey es del siglo XVIII. Jovellanos es un nacionalista en este sentido. Jovellanos tiene otra dimensión muy acorde con lo asturiano, que es su asturianismo. Jovellanos es un patriota español, pero al mismo tiempo es un patriota que, evidentemente, en el momento de la invasión tomará partido en favor de la Regencia y de la Junta Central, y que vendrá a Asturias con una presión para que se oponga la Junta de Asturias, pero no lo hará. Es un hombre que tiene que huir de Gijón en 1811 camino de Galicia o de Inglaterra por la persecución de los franceses. Es un patriota en la toma de la decisión de un pueblo en armas frente al invasor, un hombre que se ve obligado a enfrentarse a su propia opción ante un hecho tan complejo como es la rebelión, la lucha por la independencia frente a Francia -que Artola ha explicado muy bien-, que se nutre al mismo tiempo de elementos tradicionales contrarios a la revolución “a caballo” -que es como Hegel definía a Napoleón- y de una savia popular importante. Ésta es la contradicción que resuelve la historia para Jovellanos. Probablemente sin la invasión hubiera permanecido en la duda, de la que hay muchos precedentes en los diarios, sobre si la estructura de la Monarquía tradicional es realmente autocrática y lo es también el Gobierno ilustrado al servicio del rey. No lo sabemos bien, pero a Jovellanos le hace decidirse una historia que tiene algún fermento de los ilustrados, pero que rebasa a los ilustrados. Porque yo creo que el destino de los ilustrados que
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no están vitalizados por la participación popular es precisamente entrar en la contradicción de identificar los fines, pero pretender alcanzar los fines sin tener realmente la encarnadura de las fuerzas que hacen posible los fines. En este caso, ya a fines del siglo XVIII, la devolución del protagonismo de la acción política no ya a las estructuras del Antiguo Régimen, sino a algo que iba a ser distinto del Antiguo Régimen. Tocqueville, en ese libro maravilloso “El Antiguo Régimen y la Revolución”, expone la tesis esencial de que casi todo lo que hace la Revolución estaba preparado ya por los últimos ministros ilustrados franceses anteriores a la misma. En gran parte, también mucho de lo que se hace en Cádiz está preparado por Jovellanos y por su generación, pero les falta ese impulso popular, sin el cual no pueden salir de la mera administración. Ahora, vamos a Jovellanos en la España del siglo XXI. Si yo poco sé de Jovellanos, evidentemente menos sé de lo que va a pasar en la España del siglo XXI. pero yo creo que puede tener interés que discurramos, Vds. y yo, sobre cuáles van a ser los grandes temas, las grandes dimensiones de la historia que se avecina en nuestro país y de qué manera realmente podemos abordarlos intelectualmente y con qué situaciones nos vamos a encontrar. He de decir por último, para estos brochazos sobre la situación de Jovellanos, que, evidentemente, el mundo internacional de Jovellanos es un mundo clásico, el mundo del Estado Nación unido a la legitimidad de las dinastías y a esta cosa que decía Ferrero que era esencial de la diplomacia clásica, la no totalización ni de la guerra, ni de la política internacional; es decir, la posibilidad del trato, precisamente porque todavía estaba operando en el Antiguo Régimen el principio de la soberanía nacional y no eran los pueblos los sujetos de la política internacional, sino que lo eran los reyes, las dinastías y la diplomacia profesional. Esto quiero citarlo ahora porque realmente estamos, a las puertas del siglo XXI, en una situación completamente distinta que no deja de tener algunos riesgos y sobre la cual tenemos que estar prevenidos. Los problemas de Jovellanos subsisten en cuanto que el sujeto de la política es el Estado Nación; en nuestro caso, en cuanto que hay un consenso parecido, aunque de otro tipo, respecto a los remedios en política
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económica. En aquel momento, se trataba de fomentar la industria, fomentar el comercio, una tendencia que irá a suprimir las aduanas provinciales y a la unificación en el mercado tradicional, la liberación dentro de este mercado nacional. Ahora estamos también en un momento de cierto consenso en política económica; un sistema que algunos presentan como única política económica posible, que es la economía de mercado paliada por una acción política destinada a corregir los efectos exageradores del mercado. Y esto que está ocurriendo ahora yo creo previsible que ocurra en el siglo XXI. Estamos ya en el momento de las azarosas previsiones de lo que va a pasar en el siglo XXI en este país. En este país en el siglo XXI, que es el año que viene y, vamos a decir, en los próximos 10 años, el modelo económico va a mantenerse en la versión más matizada de lo que algún economista llama el capitalismo renano, frente al capitalismo americano; es decir, con un sector de economía del bienestar que corrija los efectos perversos del mercado, y con un hecho muy distinto, muy diferente, radicalmente diferente al mundo en que vivía la gente de Madrid, las camarillas de Madrid, los Gobiernos de Madrid bajo los ilustrados: una interdependencia económica enorme. Porque la España de fines del siglo XVIII era un mercado unificado nacional, pero con una diferencia enorme frente a los otros integrantes del entorno geográfico europeo; mientras que nosotros vamos a vivir en un proceso de globalización económica, que yo no creo que haya nada que permita pensar que no se va a desarrollar; un proceso de globalización económica en el sentido de que el capitalismo financiero, la revolución mediática, los medios de información, permiten que los efectos de lo que ocurre en una parte del mundo desarrollado se transmitan instantáneamente a otras partes del mundo desarrollado, y donde la capacidad de defensa frente a esos efectos es relativa. Es un sistema en que los sujetos no son los sujetos tradicionales, sino que hay una multiplicación de sujetos económicos y hay esto que se llama globalización. La globalización quiere decir la dependencia más o menos inmediata de cada parte del conjunto del mundo industrial desarrollado de lo que ocurre en los centro emisores económicos de ese mundo desarrollado. Situación totalmente distinta de Jovellanos y de los ilustrados, que partían del estado Nación, de
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la monarquía y de unas clases incipientes que no tenían participación ninguna en la configuración de los modelos económicos. Nosotros vamos a vivir en un mundo de multiplicación de los centro emisores de tendencias económicas y de una recepción casi inmediata de esas tendencias económicas de una u otra manera en todas las partes de este conjunto social. En cuanto a la estructura política internacional, es también una estructura totalmente distinta. Una estructura donde la legitimidad psicológica y cultural sigue atribuyéndose al Estado Nación y al Gobierno del Estado Nación, pero donde los sujetos que inciden en la configuración de la situación internacional son varios. Son distintos en cuanto a las tendencias, en cuanto a la información, en cuanto a alentar detrminadas aspiraciones. Una situación completamente distinta de la Ilustración en el terreno cultural. Yo hace unos años, con motivo de una contribución que tuve que hacer para una conferencia, un coloquio en París de la UNESCO sobre Occidente y el Islam, me adentré un poco en el pensamiento, leí algunas cosas de los ilustrados franceses, de la Filosofía de las Luces, y me di cuenta de que los ilustrados tenían una ceguera total respecto a la diversidad cultural del mundo. Los ilustrados, y luego muchos otros durante décadas del siglo XIX y, en parte, hasta la revolución etnológica y antropológica que se produce a principios de este siglo y hacia 1920, consideran que no hay más que una cultura válida, que es la cultura occidental europea, con sus transplantes a América, a los Estados Unidos, que es una nueva Europa, a la América Hispana, que es una nueva Europa. Piensan que la única cultura válida es la occidental y que las otras culturas se miden, se valoran, en relación a la proximidad o distancia de la cultura occidental. Se es civilizado en la medida en que se es cercano a la cultura occidental, en que se produce una recepción de la cultura occidental. Estos son los supuestos de los ilustrados y son los supuestos de Jovellanos. Supuestos que no tienen ninguna vigencia en una situación mundial donde, cualquiera que sea la capacidad mundial de los occidentales, nadie opina que la India no tenga una cultura válida, o que China no tenga una cultura válida, e incluso que no haya aportes muy importantes a la cultura occidental de culturas extraeuropeas en situación económica y política
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inferior, como ocurrió, por ejemplo, en la recepción por el surrealismo del arte negro y de las formas de poesía negras. Está ocurriendo, por ejemplo, en la literatura de la Gran Bretaña el hecho de que los escritores importantes son casi todos del Imperio, y que la vivificación del idioma inglés se hace fundamentalmente a través de las formas de poetas de Sri Lanka o poetas indios; donde los best-seller en lengua inglesa son indios o son de Tanganica. Este es un fenómeno cultural importante, lo cual no quiere decir que los países a que pertenecen esos creadores culturales no se encuentren en una situación de dominación o de inferioridad política o económica frente a los occidentales. El mundo de los ilustrados es un mundo eurocéntrico. El mundo actual no es un mundo que se pueda presentar como eurocéntrico, cualquiera que sea la capacidad de dominación de Europa o de los Estados Unidos o de las potencias que se han ido configurando sobre el desarrollo de la idea occidental. Por lo tanto, el universo cultural es distinto y no tiene nada que ver con aquel, y creo que una visión muy cerrada, muy apegada, muy fiel a las ideas del XVIII nos haría perder esta diversidad, complejidad y enriquecimiento del mundo de la cultura, que es el que está imperando en este momento. Internacionalmente, el Estado Nación sigue siendo la referencia de legitimidad. No existe algo que tenga el carácter inmediato de adhesión del individuo respecto a una colectividad en la medida en que lo ha tenido respecto a la nación. Yo me he preguntado alguna vez si existe el patriotismo europeo. Yo soy, como decía al presentarme Areces, un viejo europeísta. Soy viejo en todo, pero también soy viejo en el europeísmo. Y realmente uno se pregunta si hay una adhesión inmediata a Europa que no pase por tu propio país. Creo que no, creo que la adhesión de un ciudadano de esta península a Portugal, en un caso, o a España en el otro, es una adhesión inmediata. La cosa se complica cuando se trata de Estados que son varios en su composición, donde puede haber una adhesión inmediata a una nación de las que componen el Estado y otra adhesión complementaria, que es lo que dicen las encuestas al respecto de Cataluña, o del País Vasco, en cuanto a la definición nacional política superior. Pero la adhesión, en todo caso, que sig-
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nifica el patriotismo, fortísimo en Jovellanos como se ve en los diarios, es una adhesión a eso que se configura como la entidad política natural que es el Estado. Todavía no hay esa adhesión inmediata a, por ejemplo, la idea europea; hay una adhesión a la idea europea a través de la adhesión que tienes a un Estado determinado. Jovellanos era un hombre de Corte, un hombre receptor de las ideas del XVIII. Participaba, por ejemplo, en el círculo de Olavide en Sevilla, en el que supongo que estaría también Blanco White, que era un disidente total. Los ilustrados no eran disidentes, al contrario: eran personas que trataban de reformar la Nación y el Estado a través del mantenimiento del Estado y de su estructura en la Constitución histórica del país, que era la monarquía, la monarquía tradicional española. Jovellanos era, pues, un hombre que recibía todas esas lecturas, ese pensamiento revolucionario; pero, al mismo tiempo, vive en un universo político internacional basado en la idea del equilibrio, el equilibrio entre los grandes Estados que se habían constituido como Estado Nación a partir del XVI o XVII, pero que culminan en el XVIII. La situación internacional, estamos hablando de la España del siglo XXI, va a ser completamente distinta. En este momento estamos -y permítanme Vds. que me aleje de Jovellanos y me sumerja un poco en la situación y en los problemas que tenemos delante- estamos, digo, en un cambio confuso de estructura de la comunidad internacional. Hemos salido de un sistema de equilibrio bipolar de bloques y está siendo sustituido por un sistema que no está definido todavía. El mundo de Jovellanos desde el punto de vista internacional, el universo europeo, el equilibrio europeo, estaba muy definido. El equilibrio actual no lo está. No está definido y estamos realizando, además, una sustitución parcial deficiente, que no deja de tener sus peligros, de aquellos principios que regían la vida internacional y que están siendo remplazados por otros que tienen unas consecuencias todavía no explicitadas. Por ejemplo, hasta hace siete u ocho años, el principio esencial en que se basaba el orden internacional, consagrado en la Carta de Naciones Unidas en su artículo 2, el que garantizaba la posibilidad de coexistencia internacional, era el principio de no injerencia en los asuntos inter-
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nos de un país. Este principio tenía, evidentemente, el saldo negativo de que no intervenir desde el exterior en cuestiones internas de un país llevaba en muchos casos, en algunos países determinados, a la creación de situaciones atentatorias contra los derechos humanos La no intervención hacía posible la inmunidad tras la vulneración de los derechos humanos. Desde hace seis o siete años, tanto a nivel teórico como a nivel práctico, se va sustituyendo este principio por la posibilidad de injerencia por razones de humanidad. Naturalmente, éste es un avance importante en cuanto a la adecuación de la conducta de los Estados a una ética general. De la misma manera, el principio de aplicación de las leyes con un criterio de territorialidad en cuestiones penales -principio que no sólo consagraban todos los códigos penales, sino también el propio derecho internacional codificadoestá siendo sustituido por la posibilidad de persecución de determinados delitos con independencia del carácter territorial o no territorial de la comisión de los mismos. Lo que ha permitido, por ejemplo, la persecución de Pinochet en Inglaterra o la creación de un tribunal específico ad hoc en La Haya para juzgar las violaciones de los derechos humanos. Pero estos avances, la sustitución progresiva del concepto excluyente de la soberanía sobre su territorio por la instauración de principios éticos generales admitidos por todos, está carente en este momento de una instrumentación suficiente. Vds. están pensando en Yugoslavia, en el caso de la intervención en los Balcanes; una intervención que ha estado realmente justificada en virtud de los valores de la persecución de la injusticia, el genocidio y la limpieza étnica, pero que no ha sido ni instrumentada, ni regulada, ni contenida, ni modulada por ningún órgano de tipo universal, concretamente por las Naciones Unidas. Evidentemente, la sustitución de este principio del artículo 2 de las Naciones Unidas respecto a la integridad territorial, junto al hecho de que no se ha aplicado el procedimiento establecido en la Carta del Consejo de Seguridad para determinar si ha habido una violación de derechos y si esa violación justifica una intervención, y para legitimar esa intervención, condujo a la confusa situación que se produjo entonces, donde la intervención estaba moralmente justificada, humanitariamente era irrefutable, pero no estaba
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realmente ni medida, ni mesurada, ni limitada, ni controlada por ningún órgano de tipo internacional. Este es un mundo completamente distinto al mundo de Jovellanos, y pensar en que realmente los ilustrados vayan a suministrarnos a nosotros pautas, orientaciones en el universo actual, es completamente inútil. El mundo de los ilustrados es un mundo ya periclitado, es un intento que, en la historia y en la valoración de la historia, tiene una puntuación altísima. Estamos ahora en una sociedad en que no se concibe que aquél que sabe no tenga poder. Ha habido intentos de justificación desde gobiernos tecnocráticos, desde el mismo supuesto de la Ilustración, de que deben gobernar y dirigir aquellos que saben frente a los que no saben. Estamos en un mundo donde el sujeto se erige en juez de la acción política y, por otra parte, estamos viviendo un momento de tránsito del Estado Nación, que era el mundo de los ilustrados del XVIII, a un Estado en parte globalizable en lo económico, globalizable en cuanto a la vigencia cultural y globalizable también en cuanto a la acción internacional. Pero un mundo, diríamos, no seguro. La gran sorpresa de los ilustrados fue contemplar el fracaso en España de sus ideas y sus postulados, que son anegados por toda la inercia del mundo profundo, rutinario, retardatario de la sociedad española (hay algún autor que habla del primer 98, que no es 1898, sino 1798); y todo ello, evidentemente, porque las consecuencias de la visión ilustrada conducían a una sustitución en la estructura social y a un atentado contra la legitimidad anterior del Estado tal y como estaba concebido, que fue lo que produjo el advenimiento de la Edad Contemporánea con la Revolución Francesa. El mundo de hoy no es un mundo dirigido por los que saben, no se acepta esa distinción por el ciudadano medio, por el ciudadano cualquiera, de que haya gente que se legitime por una educación distinta. Hay una aspiración real a participar y, al mismo tiempo, una serie de incógnitas sobré dónde se va a ir, en este caso en la organización internacional, que no existía antes de la Revolución Francesa. Los escritores conservadores - conservadores en el buen sentido de la palabra, como Burke o Ferrero- consideran que, internacionalmente, la Revolución Francesa y el dogma de la soberanía internacional convirtieron en más peligrosa la vida
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nacional, lo que, junto al industrialismo, conduce a la guerra total, que es la movilización del pueblo: no los ejércitos profesionales y la diplomacia tradicional, sino los parlamentos, los partidos, los movimientos de masas, los intelectuales. Unido a esto surge esa fuerza disruptiva de las estructuras tradicionales internacionales que es el Nacionalismo. El Nacionalismo también se alimenta del dogma de la soberanía nacional. El siglo XXI que se acerca, en el ámbito de la organización internacional, va a ser, y lo defino en grandes brochazos, un mundo donde el sistema económico seguirá siendo el que vivimos, y donde la realidad multicultural internacional se va a imponer. Un mundo esencialmente democrático en el sentido de que el ciudadano considera realmente irrenunciable la participación en la creación de tendencias, ideas y en la toma de decisiones en un ámbito internacional que todavía no sabemos qué configuración va a tener. Yo creo que en este terreno internacional estamos viviendo una época en que se ha inutilizado determinados sistemas de legitimación -por ejemplo, en el caso de la intervención en los Balcanes- y, al mismo tiempo, se está pagando tributo a la existencia de una nueva situación internacional en que solamente hay un poder hegemónico, que son los Estados Unidos, y donde, al firmar una alianza, no se define ni el área de aplicación de la misma, ni los métodos para tomar decisiones en su seno. Es decir, un gran desorden. El mundo de Jovellanos era un mundo aparentemente ordenado, pero que tenía raíces profundas de incertidumbre, como vino a demostrarse a principios del siguiente siglo, unos años después de que él pronunciase el discurso de inauguración del Real Instituto Asturiano de esta ciudad, cuando se produjo la gran disrupción en la vida nacional y la crisis del Estado en su forma tradicional que supuso la invasión francesa. El mundo que vivimos es un mundo en el que esas sorpresas no se vislumbran, pero nadie puede decir que sea un mundo seguro. Es un mundo inseguro. Alguien dijo, me parece que fue D’Ors, que el siglo XVIII fue el siglo más alejado de la prehistoria. Era relativamente falso, porque había unos desequilibrios sociales que iban
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a generar el cambio, y el cambio abrupto y violento. El mundo que vivimos es un mundo más inteligible desde la diversidad, donde el ciudadano, el hombre y la mujer, saben que no hay nada que se escape a su capacidad de participación. ¿Cómo va a ser el siglo XXI, que es dentro de un año, en España? Va a ser una España fundamentalmente integrada en su entorno. Suelo decir que el español está normalizado respecto a su entorno y respecto a su situación. Durante mucho tiempo, el español ha estado en una situación agónica respecto a su entorno. De ahí nacen los procesos de imitación, uno en el XVIII y otra durante el XIX, y la duda de si éramos capaces de generar una cultura técnica y científica de tipo europeo y, al mismo tiempo, mantener unas reacciones contrarias casticistas, el “que inventen ellos” de Unamuno. Esto hoy ya ha desaparecido. El español no tiene esa sensación agónica, tiene ya la misma sensación de incertidumbre que siente cualquier otro europeo. Durante un tiempo -y yo he contribuido a ello como diplomático, como ministro, como político- nosotros hemos hecho un esfuerzo para romper esa distancia entre aquello a lo que aspirábamos, que era lo próximo, lo europeo, y lo que éramos. “Entrar en Europa”, decíamos, consagrarnos a nuestra dimensión europea. Ha habido incluso un momento, un máximo, en que yo creo que la visión internacional de España se justificaba exclusivamente por participar. Para mí, este máximo -que me produjo una cierta irritación, he de confesarlo- tuvo lugar en la guerra del Golfo. En aquel momento nadie se planteó que iba a pasar luego, cuáles serían los efectos disruptivos de esta guerra, al margen de la necesidad de justicia de repeler la agresión a Kuwait. Parecía que nuestra posición internacional se concretaba, se colmaba, con la idea de participar, sin aportar el más mínimo análisis. Yo creo que estas vivencias tienen una vida corta. Hoy, el español ya no justifica una acción exterior sólo por participar, eso está conseguido, asentado; el español está normalizado respecto a su entorno y ahora se plantea otras cosas. Se plantea en qué situación vamos a vivir durante los próximos meses, en qué medida la aplicación de este principio de injerencia, de intervención por razones de humanidad, tiene que estar ajustado a Derecho, quién lo regula, en qué medida participo yo, en
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qué medida es necesario que se me explique, en qué medida el esfuerzo que se me requiere está justificado. Y en cuanto a todo lo demás, en cuanto al ámbito cultural, en cuanto a la estructura del Estado, se abre una situación más rica, más variada, más compleja. Una sensación de que el entorno, el escenario, es superior a toda reducción ideológica y a toda reducción voluntarista. Estas son las diferencias que yo veo entre dos -o, mejor, entre tres- fines de siglo. El fin de siglo de los ilustrados y Jovellanos, en que sus ideas siguen teniendo vigencia como modelo para el país, pero cuyo esfuerzo ha sido rebasado, y anulado, y reducido por las inercias de una sociedad muy tradicional, muy poco innovadora. Un fin de siglo dominado por lo agónico, que fue el de 1898, antes incluso de la derrota de ultramar, porque la visión agónica empezó antes. Y un fin de siglo, éste, donde impera la normalización de España respecto a su entorno, pero donde existen también una serie de dudas, no ya sobre la diferencia entre España y su entorno, sino sobre la situación del entorno mismo, de Europa en este caso, y sobre un mundo caracterizado por las posibilidades y las incertidumbres de la globalización, que yo, abusando de la paciencia de Vds. y también de la paciencia y benevolencia de la Fundación, me he atrevido en un tiempo relativamente corto a resumirles a Vds. Muchas gracias.
Don Julio Somoza o Las amarguras de un j o v e l l a n i s t a, es el t’tulo de la conferencia organizada por la Fundaci—n Foro Jovellanos del Principado de Asturias, que a las 20 horas del jueves d’a 4 de Noviembre de 1999, pronunci— el profesor e historiador D . A g u s t ’ n G u z m ‡ n S a n c h o, patrono fundador y vocal de su junta rectora. El acto se celebr— en el Museo Casa Natal de Jovellanos y fue presentado por el Excmo. Sr. D. Emilio Marcos Ballaure, Director del Museo de Bellas Artes de Asturias.
Don Julio Somoza o Las amarguras de un jovellanista por Agustín Guzmán Sancho Sr. Presidente; Patronas y Patronos de la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias; Señoras y Señores: Permítanme que antes de nada agradezca las atentísimas palabras que me han dirigido la directora Regional de Cultura, Dª Ana Navarro y D. Emilio Marcos Vallaure, persona que profesa, como han visto ustedes una incondicional admiración hacia el viejo Cronista de Gijón y de Asturias. Confieso que su famoso artículo sobre Don Julio Somoza, aparecido en la revista ASTURA, bajo el título Tres personajes en busca de editor, me ha servido de estímulo para adentrarme y encariñarme con el personaje que hoy nos reúne aquí. Porque he de decirles a Ustedes que cuando nuestro recordado Presidente Don Francisco Carantoña propuso, en aquella sesión de la entonces Asociación Foro Jovellanos, la idea de que el Foro llevase a cabo una biografía de Don Julio Somoza, y yo alcé voluntario (y temerario) el dedo, desconocía que me enfrentaba con un personaje tan polémico, que ha suscitado tan encontradas pasiones. Ignoraba también que su vida fuera tan intensa, en años y en obras. Se puede decir que Don Julio se interesó por todo, por todo lo que fuera pasado: el folklore, la numismática, la arqueología, la genealogía, la heráldica, la epigrafía, la paleografía, el bable, es
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decir la historia, toda la historia en todas sus fuentes. Por ejemplo, en cuanto a la Numismática, Somoza llegó a reunir el mejor monetario de Asturias. Esta noche nuestro amigo Don Vicente Sánchez de Arza nos ha dejado este medallón de Fernando VII, que había pertenecido a Don Julio Somoza y que contiene en su interior la Constitución de 1812. La Numismática ocupará todo un capítulo de nuestra futura biografía de Somoza. De tal manera que sólo podemos abordar unos cuantos aspectos de su personalidad. Es imposible resumir aquí el libro que ya tengo prácticamente acabado a falta de las últimas revisiones. Hablaremos principalmente de sus afanes jovellanistas. Y empezaremos por preguntarnos ¿por qué llegó a interesarse por Jovellanos?, ¿de dónde le vino su, no diré afición, sino pasión por Jovellanos?, ¿por qué Somoza llegó a saber tanto y tanto de Jovellanos? Se puede decir sin que sea un tópico, una frase hecha, o un recurso del discurso, que nuestro personaje estaba predestinado desde la cuna a ser el mejor jovellanista de todos los tiempos. ¿Por qué? Porque nació en el seno de una familia vinculada a Jovellanos con lazos no de consanguinidad, pero sí más fuertes que los de la amistad. Basta leer los diarios de Jovino. Por allí –diría el propio Julio Somoza - Por allí andan mis tíos, y abuelos y parientes... ¡con qué placer no he visto sus nombres en aquel relato! En efecto, allí aparece su abuela, Dª Manuela Inguanzo de Cirineo, ni más ni menos que la propia pupila del mismísimo Jovellanos. Allí aparece su abuelo, el joven Victoriano García Sala, sobrino de Pedro Valdés Llanos; aparece en la intimidad de Jovellanos, queda a comer en su casa, sestea con él, pasea con él y está presente en los gratos momentos de solaz con los alumnos del Instituto. He aquí lo que al respecto leemos en el Diario de Jovellanos: “Joaquina, la madre de Victoriano me consultó sobre Victoriano, que repugna volver a casa del Obispo, y tiene razón. ¿Qué sacará de allí? ¿Educación? No se da. ¿Renta? Es para los parientes. ¿Algún triste curato? No quiere ser clérigo. ¿Estudios? ¿Pero qué hará de ellos? ¿Recibirse de abogado? Veremos. Trátese con D. Pedro, y Paula.”
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Por el futuro de este joven que al final siguió la carrera militar, se interesa, pues, Jovellanos, e incluso es muy probable que fuera si no el casamentero, al menos la causa de que los abuelos de Somoza se conocieran. Somoza no conoció a su abuelo Victoriano que murió cuatro años antes de su nacimiento, pero sí oiría contar hechos de su vida, como el de aquel 5 de mayo de 1808 en que el cónsul francés en Gijón arrojó a la calle Corrida una proclama en defensa de Napoleón y que Victoriano rasgó y pisoteó, provocando con su gesto un motín que obligó al cónsul a huir de la villa. En cambio si llegó a conocer a su abuela, que moriría cuando él tenía 12 años. Y fue la abuela precisamente quien alentó el jovellanismo en su nieto Así lo dice Somoza: “Quien estas líneas escribe ha oído de labios de la misma ‘pupila de Jovellanos’, frases de admiración y respeto consagrados a la memoria de aquel varón insigne, y a la de sus hermanos y parientes, principalmente Don Francisco de Paula, y su esposa Dª Gertrudis, Don Baltasar González de Cienfuegos, Dª Antonia Argüelles y otros entre quienes vivió, recibiendo de todos ellos, palabras constantes de su entrañable amor y afecto. Somoza llevaba ventaja a cualquiera que hubiera querido competir con él en saber de Jovellanos, porque tenía en su familia una fuente de primerísima mano. E incluso, de pequeño, vio y tocó objetos que habían pertenecido a Jovellanos. Recuerden, por ejemplo, la famosa miniatura en marfil que Cónsul hizo del cuadro de Goya, que representa a Jovellanos en el Arenal. Esta miniatura se la regaló Jovellanos a su pupila, y pasó luego a un tío carnal de Somoza. Desde la infancia, pues, Somoza estaba predestinado a saber mucho de Jovellanos. Pero ya adulto ¿cuándo y cómo se inicia en el jovellanismo? Tenemos la suerte de saber el momento, el instante mismo en que recibió por así decirlo las aguas bautismales del jovellanismo. Fue de la mano de ese gran jovellanista olvidado que fue Juan Junquera Huergo, aquel Catedrático del Instituto que siendo director en funciones levantó el Museo a los bocetos de Jovellanos; el que había intentado hacer una edición de las obras de Jovellanos anteriores a la edición de Caunedo de 1830.
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Junquera Huergo llevaba mucho tiempo recogiendo manuscritos de Jovellanos, llegó a reunir gran número que acabaron tras su muerte en un voluminoso saco, arrinconados en un molino de una aldea vecina, de donde Somoza no pudo rescatarlos. Pero algunos le fueron entregados por Junquera Huergo en vida. Es lo mismo que hará Somoza con su “nieto” (así le llamaba a Pedro Hurlé.) La escena trascurrió así: Excusar no podemos, al llegar aquí, el justo aplauso al gijonés [Junquera Huergo] que rescató [los manuscritos de Jovellanos], los robó al olvido, y los dio albergue; los preservó de nuevos daños y de futuras injurias, los vistió, y a fuerza de años y cuidados, los copió como mejor pudo, sin descanso, ni estímulo, ni esperanza de logro; y un día, sin decirnos por qué ni para qué, nos condujo a su casa, y los puso todos, así restaurados, ante nuestra atónita mirada y a nuestro libre arbitrio. Y ¿lo diremos? Lo diremos, sí, aunque esta emoción de nuestro espíritu, que a nadie interesa, acuse una debilidad momentánea: sobre aquellos papeles amarillentos y húmedos, sucios algunos, rotos muchos de ellos, y abandonados a las injurias del tiempo, por el olvido y la ingratitud humanas, o sus tristes destinos, posamos nuestros labios como si aquel melancólico solitario fuera de nuestra sangre, y las injusticias con él cometidas, como propias nos dolieran, y sus angustias, desfallecimientos y amarguras, repercutieran con intensa fuerza vibratoria en nuestro acongojado espíritu. Este fue el instante: el momento en que el emocionado espíritu de Somoza dio a los papeles y manuscritos de Jovellanos aquel beso. Con este beso quedaba consagrado el más grande de los jovellanistas. Julio Somoza García predestinado a ser el mayor jovellanista había nacido en la Plaza Mayor de Gijón (esquina a la calle Trinidad), en una casa cuyos balcones habrían de servir durante muchos años de púlpito para los sermones de Cuaresma, Semana Santa y Misiones. Nació a las siete de la mañana de la víspera de Nochebuena del año 1848, siendo bautizado en la iglesia parroquial de San Pedro con los nombres de Julio, Raimundo y Víctor. Su familia paterna era oriunda de Galicia; su padre, D. José Somoza, era capitán de Artillería; y destinado a esta plaza se casó con Dª María del Pilar García.
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(Imposible detenernos aquí en la ascendencia paterna de Somoza, aunque en el libro se hablará de ella y mucho porque se conservan más de cien documentos copiados por Somoza relativos a sucesos de su bisabuelo en la guerra de la Independencia, muy especialmente un viaje a Brasil y Argentina en busca de recursos para la causa de Fernando VII). Con estos antecedentes era fácil suponer que pretendiera seguir la carrera militar, como haría su hermano, incluso emprenderá estudios en Madrid y Segovia con tal fin, pero no logró acabarla. Él daría de este fracaso la siguiente explicación: “Fracasé por tres motivos: por mi estatura (1,60 ms.); por mi sordera (nativa e incorregible), y por mi desaplicación, que me arrastraba a los estudios histórico-literarios.” He aquí señalados por él mismo dos rasgos que han de condicionar su personalidad: el amor a los estudios histórico-literarios y su sordera de nacimiento. Fue su sordera, a nuestro entender, el primer determinante de su carácter. Al referirse a ella lo hacía con aparente humor: “Todo me ha salido mal -dice- hasta el nacimiento, pues que vi la luz con una sordera total del oído izquierdo, y no oigo el violín, ni el canto de los pájaros, ni puedo percibir la voz angelical de la divina Patti, ni la maravillosa voz del egregio Emilio Castelar.” Nótese otro aspecto de su personalidad: la auto-burla, una burla por demás amarga, una burla española, como la del Quijote, la que nos hace reír y al mismo tiempo pensar, una burla que denota inteligencia. Resulta fácil imaginarse a Julio niño sordo de un oído, con sordera total nativa e incorregible, niño por tanto algo más que distraído, introvertido, aislado, falto de relación social, con un sentimiento de ser diferente, siendo seguramente muchas veces objeto de burlas de los demás niños. Claro que también este aislamiento ayudaba poderosamente a desarrollar el ambiente necesario para una total entrega a la labor investigadora. La vida entraba en Somoza más desde el libro que desde la calle, más desde el ojo que lee que desde el oído que oye. Somoza fue un alma vuelta en sí, solitaria y aislada, y esto la causa de su genio y de su ingenio.
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A raíz de la Revolución de la Gloriosa empieza sus primeros contactos con la prensa. Sus artículos en el Productor Asturiano levantan chispas, su artículo Un conflicto probable o un peligro posible le llevó hasta los tribunales, pero la causa que tuvo varias instancias se sobreseyó. En realidad a Somoza no le faltaba razón. La mayoría de estos artículos los recogerá en Cosiquines de la mió Quintana. Con los años se arrepentirá de estos trabajos de juventud. En El Comercio, publicará su primer artículo jovellanista: Diarios del señor don Gaspar de Jove-Llanos (1790-1801). Somoza comienza su andadura jovellanista en busca de los Diarios de Jovellanos. El interés por encontrar y leer el Diario de Jovellanos, le llevará a consultar las ediciones de Mellado, Rivadeneira y Linares. Será su primer contacto con las obras de D. Gaspar. Los Diarios serán para Somoza algo así como el “santo grial” de su búsqueda jovellanista. Dieciocho años tardará en llegar a poder leerlos y en disfrutarlos con el alma entera. Deberá este placer inmenso al insigne Menéndez Pelayo, quien se los remitirá para su lectura tras ruegos, cartas, enfado y avenencia: toda una historia que no podemos resumir aquí, pues ocupará un capítulo y más de nuestro libro. Baste decir que concibe el proyecto de ver una edición de los Diarios dirigida por Menéndez Pelayo y sufragada por los redactores de El Comercio y varios jovellanistas ansiosos de que la obra salga a luz a todo trance, cueste lo que costare, y en Gijón. Sin embargo, aquellos amigos terminarían abandonando el proyecto y al amigo. Sería uno de sus primeros desengaños, las primeras amarguras jovellanistas. Al mismo tiempo y a la par que se inicia en el jovellanismo, hacia 1881 nace la Quintana. La Quintana es algo más que una Asociación literaria, es un movimiento cultural. Y La Quintana tiene vocación Jovellanista. Así vemos que aprovechando un viaje de Fermín Canella a Madrid, Somoza le da algunos regalitos (seguramente documentos o manuscritos) entre otros para el grabador Maura, “a ver si nos hacía un retrato de Dn. Gaspar, en acero, como él solo sabe hacerlos”. Además con el aliento de la Quintana va a publicar Somoza la mayor parte de sus obras jovellanistas; la primera: Catálogo de manuscritos e impresos notables del Instituto de Jovellanos en Gijón, A la
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que seguirán: Cosiquines de la mió quintana, y Jovellanos Nuevos Datos para su biografía. De esta manera conseguirá despertar a los eruditos del país del letargo u olvido hacia la persona de su admirado Jovino. No hay quien lo niegue, ni quien lo dude: Somoza ha rescatado para la historia la figura del prisionero de Bellver. Antes de él eran escasísimas las obras que se interesaban decididamente por D. Gaspar, el panorama que descubre a su alrededor es desolador; se puede decir que apenas nadie se interesa por Jovellanos. En 1885 murió el padre de Somoza. Y dos años más tarde la madre. Y el 8 de enero de 1888, a los treinta y nueve años, Somoza contrae matrimonio canónico en la iglesia de San Pedro de Gijón con la madre de su hija. En 1876 Somoza había reconocido e inscrito en el Registro Civil a una niña llamada María del Amparo Somoza Menéndez, (había nacido en marzo y fue reconocida e inscrita en el Registro civil dos meses más tarde). Es muy probable que los padres de Somoza no aprobasen el matrimonio, porque aunque la madre era soltera y nada hubiera impedido la boda, tenía además otra hija natural de otro hombre. Resulta significativo a este respecto que Somoza se case a los seis meses de la muerte de su madre, seguramente en medio del luto. Es probable también que en aquella sociedad de su tiempo estas circunstancias habrían dado que hablar; imaginemos lo que tal vez tuvieron que oír o aguantar de sus convecinos en alguna ocasión. Así pues, Somoza tendrá mujer, hija e hijastra. Creemos que el sentimiento de la muerte de sus padres y la ilusión del nuevo estado, desarrollaron en él una especial sensibilidad. Sensibilidad que produjo una de las biografías más sentidas de la literatura asturiana: Las amarguras de Jovellanos, una obra verdaderamente deliciosa por el grado de sentimentalismo y emoción, que aparece en ella. Somoza se vuelca aquí hacia su personaje, lo cotidiano del personaje se vuelve clave de la historia. Lo pequeño e insignificante de cada día, se hace trascendente. Y eso que aún no había leído los diarios. Es la obra de su popularización. La obra con la que hace llegar la figura de Jovellanos a sus paisanos. Llegó el año de la estatua de Jovellanos y Julio Somoza no verá nada en ella que le agrade. Resulta interesante ver aquí
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enfrentados al mayor émulo de Jovellanos, Acisclo Fernández Vallín y al mayor jovellanista Julio Somoza. En lugar de la toga propone el traje popular del siglo XVIII, ceñido y airoso, o en su defecto: el majestuoso manto de los caballeros de Alcántara. Somoza no se presentaría a ninguno de los premios, ni participaría en ninguno de los actos jovellanistas de aquel 6 de Agosto. Sin embargo, aquel año aparece publicada su obra Escritos Inéditos de Jovellanos, será su particular contribución al año jovellanista. En el prólogo Somoza dará ejemplo de honradez y veracidad investigadora. Somoza no se adorna con plumas ajenas y dirá en el prólogo que no se debe a él sino a: uno de los más beneméritos socios de La Quintana [¿Fuertes Acevedo?] su hallazgo y ordenación tocándonos a nosotros la grata tarea de ponerlos en limpio, con solícito cuidado, para que en su día pudieran ver la luz pública. También aquel año jovellanista de 1891, como un regalo de Navidad, o si se quiere de cumpleaños, Menéndez Pelayo le hace llegar los Diarios de Jovellanos. La emoción es enorme, los devora a pesar de estar en cama con fiebre a consecuencia de un trancazo que tenía. Pero se queja de no poder compartir su entusiasmo y emoción con nadie, y dejándose llevar por la pasión del momento arremete, en uno de esos arranques tan suyos, contra sus propios paisanos: “Nada le digo a Vd. de mi entusiasmo ni de mis emociones: solo sí le afirmaré que aquí, en mi propia patria no tengo una sola persona con quien compartirlas. Este es un pueblo de comerciantes encanallados, incapaces de ninguna idea elevada”. Y continúa diciendo: “Jove Llanos no pertenece a Gijón, Jove Llanos es español, y nada más, ¿qué tiene de común sus ideas, sus sentimientos, su educación, la nobleza de sus aspiraciones generosas, con las de esta gente falsa, pérfida, doble, ruin y villana de condición, mezquina de ideas, imponderablemente vanidosa, y refractaria a toda idea de grandeza? Nada ¡ni sombra”. Duras palabras sin duda, pero está claro que Somoza las ha pronunciado en un arranque de jovellanismo. Ha idealizado tanto a su personaje que no sólo en Gijón, sino en cualquier parte del mundo, cualquier hombre o mujer le parecería mezquino y ruin comparado con Jovellanos, que ya no es en su idealización de ningún mundo.
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En su obra El Carácter Asturiano, obra inconclusa de la que sólo nos ha llegado como una décima parte de lo que iba a ser, Somoza parece complacerse en recordar a sus paisanos aquellos pasajes de la literatura en la que peor han salido retratados. Pero según el plan de la misma veía en los asturianos: amor al trabajo, amor al terruño, aversión a la vagancia y sentido práctico de la realidad. Siendo tan gijonés como el que más ¿por qué arremetía contra los gijoneses? Para nosotros su genio, su actitud, recuerda aquel afán de finales de siglo que produjo temperamentos como los de Unamuno, almas dispuestas a despertar la conciencia nacional a cualquier precio, en cuanto se les tirara un poco de la lengua; cuyo lema parecía ser: contra y esto y aquello. En la Regenta, sin ir más lejos, el propio “Clarín” muestra la ciudad de Oviedo como en un espejo, y en ella no abundan las virtudes, sino los defectos y miserias de aquellas “almas” que él llama “pequeñas y vetustenses.” Algo de esto parece que hay en el hipercriticismo de Somoza. E incluso también a Jovellanos se le escapa en alguna ocasión la frase o el comentario hacia sus paisanos. El espíritu regenerador de Somoza puede verse en este comentario dónde sale al paso de las pugnas entre Gijón y la capital, Somoza está pensando en una nueva generación: Ser gijonés y decir estas cosas, parecerá a muchos poco patriótico, porque las propias faltas, bastante castigo tienen con que las señalen los extraños, sin que los de casa nos metamos a censurarlas. Pero el gijonesismo todavía impera con tal pertinacia, que si no le cortan los vuelos, capaz es de aspirar a un Renacimiento; y para prevenirlo nos permitimos recordar a sus mantenedores, que la nueva generación que les desbanca ni piensa volver a las andadas ni reñir batallas campales con Oviedo y Luanco sobre cuestiones de ningún género, ni de capitalidad ni de prioridad marítima. Si pronto Somoza se vio olvidado de sus paisanos, y no encuentra con quién compartir sus aficiones jovellanistas, peor será cuando su querido amigo Nemesio Martínez, le avise de unos hallazgos al abrir una zanja en el Campo Valdés. Allí corre Don Julio, que llevaba años trabajando en una Historia de las guerras cántabras, y a la primera ojeada, y sin vacilar -ha escrito-, nos persua-
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dimos de que aquellos restos, por sus materiales, forma, aire y antigüedad, debían pertenecer al periodo romano. Menuda juerga se armó. Nadie creía en ello, salvo su amigo Calixto Alvargonzález y unos pocos más. Aparecieron versos en “El Comercio” tomándoselo a chirigota. Versos tan llenos de malicia como largos, que terminaban: Cava, cava, tu frente cúbrela de sudor que ya la historia pagará tu trabajo eternamente cubriéndote de gloria... ¿Más qué hallaste ¡oh sabio? Que apenas a mover se atreve el labio? ¿Una inscripción tal vez? ¿algún escudo Que denote una época remota? ¡Solloza de alegría, es una bota Pegada en este plato con engrudo! En El Noroeste por su parte se leía: “Tal vez, como creen algunos, hayan tenido allí los romanos alguna fábrica de ‘horicios’. En su obra Gijón en la Historia General de Asturias ha dejado Somoza su desahogo por el recuerdo de estos hechos, y llama “faramallas” y “buscarruidos”, a cuantos no creyeron en él, y trae a colación una frase de Jovellanos: “Donde falta la instrucción, NO HAY OPINIÓN PÚBLICA, porque la ignorancia no tiene opinión decidida”. Gijón en la Historia General de Asturias va a consagrarle como historiador. De aquí le vendrán sus primeros reconocimientos, que le llegarán tarde, muy tarde. El primero había sido por El Inventario de un Jovellanista que obtuvo en 1898 el segundo premio del concurso anual que convocaba la Biblioteca Nacional. El premio llevaba consigo la publicación de la obra. Diez años más tarde (en 1908), será nombrado Académico Correspondiente de la Historia, a propuesta de Menéndez Pelayo, Hinojosa y el Marqués de Cerralbo. Fue el último miembro de la Quintana en obtener este reconocimiento. Y entonces sí, aquel mismo año, luego que le vieron reconocido por la Academia de la Historia acordaron sus paisanos nombrarle Cronista de Gijón “con motivo –se dice en el acta municipalde la publicación de su nueva obra Gijón en la Historia general de
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Asturias”. Pero cuando su amiga la escritora “Eugenia Astur”, seudónimo que empleó Enriqueta G. Infanzón, pidió al ayuntamiento apoyase la petición de solicitud de la Cruz de Alfonso XII, sólo hubo mero asentimiento de palabras. En 1924, cuando ya no se esperaba nada de él, sino como un simple reconocimiento a su labor de tantos años, su amigo Rogelio Jove y Bravo presentó ante la Diputación Provincial la propuesta de nombramiento de Cronista de Asturias. Conozcamos el alma de nuestro personaje ¿qué opinaba de estos nombramientos? En una carta inédita hasta al fecha, escrita a su amigo Carreño que le felicita por su nombramiento de Cronista de Gijón, dice: Mi cariñoso amigo Carreño: Le agradezco en el alma la sincera y leal manifestación de verdadero afecto que me trasmite en su carta de ayer, y que considero más bien como prueba de su bondadoso carácter, antes que porque me imagine acreedor a ninguna alabanza. Vd. sabe muy bien, que estas distinciones municipales, ni dan ni quitan méritos literarios, ni de ningún género; otro tribunal más alto y más severo es el que ha de pronunciar el fallo de mis merecimientos, si por acaso tuve alguno. Todos los que aman y con intensidad a su patria, y se dedican a investigar su historia, le deben un libro; yo le consagré el mío con el mejor afecto y perseverante estudio; mas si con acierto o no, díganlo otros, y mejor que nadie la posteridad. Pero Gijón en la Historia General de Asturias habrá de levantar también indignaciones. Conviene que nos paremos en ella aunque no sea obra jovellanista, porque en el fondo lo que está en juego es el valor de Somoza como historiador objetivo y fidedigno. Somoza ha sido atacado en Covadonga por dos sectores: el de la crítica academicista y el del paisanaje. Respecto a la primera se le acusa de falta de método científico. Sánchez Albornoz reconocía que a Somoza “le sobraban condiciones para haber trazado una seria historia de los orígenes de la Reconquista (no hacía falta que nos lo dijera), pero ignoraba el método crítico”. Y el propio Profesor Caso González dirá en el prólogo a las obras Completas de Jovellanos: “Somoza era, en primer
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lugar, hombre de su tiempo, y en segundo lugar, un autodidacto. Su método de trabajo a la hora de editar textos no se ajusta a lo que hoy consideramos un método científico”. He aquí la clave que se repite siempre cuando se trata de impugnar o contradecir o recortar la obra de Somoza: la ausencia de un método, que unas veces es crítico moderno y otras veces crítico científico. Somoza es un erudito a la violeta para quienes hacen de la investigación una profesión; una rara avis en campo ajeno; uno que va por libre. Y siempre que hay que ponerle un ‘pero’ sale a relucir su falta de formación académica. Y como es cierta en Somoza la carencia de formación académica (entiéndase universitaria), el éxito de la argumentación contra él está garantizado, y aquí punto en boca. Es verdad que Somoza tenía sus limitaciones y él mismo las reconoce, que no era tonto: Pero... mi queridísimo Marcelo, - le escribe a Don Marcelino cuando éste le advierte de algunas pecatas minutas en su obra: Cartas de Jovellanos y Lord Holland¿cómo no habían de adolecer de tachas grandes y chicas, los escritos de un pobre diablo como yo, recluido en un pueblo comercial e industrial, sin ayuda, ni valedores, sin libros ni auxiliares, ni elementos de consulta, y entregado a su propio esfuerzo y cavilosas meditaciones, en medio de la indiferencia general, sitiado además por la abierta hostilidad de sus convecinos? Pero añádase a esto la dificultad del tema. ¿Sabían ustedes que el propio Sánchez Albornoz tuvo serias dudas sobre la realidad de Covadonga? “Las tuve -dice- hace más de dos décadas, en 1920 (12 años después de la obra de Somoza), cuando estudié los orígenes de la Reconquista y hube de redactar sobre tal tema largas páginas para aspirar al premio nacional ‘Covadonga’”. Y es que cómo el mismo dice: “La figura de Pelayo, así como la historia de los orígenes de la Reconquista, aparecen envueltas en tinieblas tan espesas que es muy difícil, casi imposible sacar a luz la parte de verdad que puede haber en el fondo de las confusas fábulas y leyendas de los cronistas musulmanes y cristianos.” Veinte años de estudio le llevó a Sánchez Albornoz sus conclusiones sobre Covadonga. Tal vez por eso se muestra como vere-
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mos admirador en el fondo de la persona de Somoza, porque conoce la dificultad. Ha dicho su amigo Alejandro Alvargonzález, que Somoza era investigador por afición y no por oficio; que aquellos que quieren hacer un campo acotado de toda ciencia, lo tildan de ‘curioso’, olvidando que gran parte de los descubrimientos históricos se deben a estos ‘curiosos’ que guiados de una verdadera vocación y de un superior sentido crítico, trabajan incansablemente sin un definido afán de recompensa. Y nosotros añadimos: hay hombres rudos cuya labor consiste en cavar tenazmente en las entrañas del pasado y dar a luz las fuentes de la historia. Su labor es germinadora, hacen crecer y fructificar la cultura. Luego, otros hombres, profesionales de la labranza, cosecheros de oficio, recogen el grano, lo almacenan en elegantes capachos y con mano más o menos generosa la siembran. De aquellos fue Somoza y los hombres de la Quintana. Por eso la Quintana fue un movimiento generador, de abajo arriba, como crece la espiga; y la Extensión Universitaria, por ejemplo, un movimiento regenerador, de arriba abajo, como cae el grano en la siembra. En cuanto a la crítica de sus paisanos, se le acusa de falta de patriotismo sin darse cuenta que su teoría es más nacionalista que la de la “Restauración” de España. Asturias nunca conquistada. La frase: “Asturias es España y lo demás tierra conquistada”, encaja perfectamente en el pensamiento de Somoza. Para él Asturias nunca fue conquistada ni ocupada por los árabes. Es verdad que en esta obra Somoza niega la realidad histórica de Covadonga. Sin embargo Don Julio Somoza quería creer en Covadonga. Covadonga significó mucho para él al menos en un tiempo. Somoza se atrevió a dudar como historiador pero ello fue un doloroso parto. En Covadonga Somoza lucha entre la razón y el sentimiento. ¿Por qué decimos esto? Porque a D. Julio, aunque cueste creerlo, se deberá en buena parte que Gijón cuente con una estatua a Pelayo y ello porque se trataba de una propuesta formulada por Jovellanos y puesta en olvido por los gijoneses. Es más, es muy probable que escribiera unos versos para esta estatua, que luego no se colocaron.
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Dos años antes de que el Ayuntamiento de Gijón acordase levantar la actual estatua de Pelayo, Somoza en un largo artículo le llama uno de los más heroicos varones que produjo España. Señala que el pensamiento de elevarle una estatua es el reconocimiento de una deuda sagrada, que late en el corazón de todo asturiano amante de las glorias patrias, y con predilección marcada, en el de los gijoneses. Recuerda que sería larga la lista de los autores y de las obras consagradas a cantar la grandeza y heroísmo del monarca godo, que inauguraba en Covadonga el poema inmortal de la patria restauración (sic). En este artículo también abogaba por levantar un monumento en Covadonga mejor que el levantado por Montpensier a la memoria de Pelayo. Y por si fuera poco, llega incluso a lanzar, por primera vez a nuestro entender entre los historiadores, una idea novedosa: que figure en el escudo nacional una referencia a Asturias: es por demás extraño, -escribe- que en el escudo que simboliza la nacionalidad española, estén representadas Castilla y León, Navarra, Aragón, Granada, etc. y no lo esté ‘aquel reino a quienes todos deben su nacimiento’. Hay, pues, en este artículo argumentos más que suficientes para demostrar que Somoza sintió, como hijo de su tierra, el fuego del patriotismo que despierta el nombre de Pelayo, y que lo sintió de manera singular. Si esto es así, entonces ¿por qué cambió de opinión? Porque para él las cosas ocurrieron o no ocurrieron: “a algunos espíritus nimios, les bastará -dice- seguramente con aquella concesión graciosa de que ‘pudieron entrar’: a nosotros, no.”: Somoza era consciente del sentimiento que despertaba Covadonga, lo sentía en su carne, pero la objetividad, el rigor de la investigación se imponía. Para el las cosas ocurrieron o no ocurrieron; lo que pudo haber sido no le bastaba, porque lo que pudo ser, pudo no ser, y por tanto no fue. La Historia para él era realidad y no hipótesis. Los últimos años de don Julio Somoza son sin duda los más amargos de su vida. En 1905, había fallecido su esposa. Está enfermo y se siente según, sus propias palabras, tonel agotado; pero aquel tonel agotado quiere dar a la posteridad todo cuanto aún le quedaba dentro, vaciarse por completo, y aparecen sus últimas obras Jovellanistas: Documentos para escribir la biografía de
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Jovellanos y Jove Llanos: manuscritos inéditos, raros o dispersos... Nueva serie. Fallece su amadísima hija en 1926 sin darle descendencia y se vuelca en el trabajo, redentor del sufrimiento, y cerca ya de alcanzar los ochenta años dará a la luz pública su importantísimo Registro Asturiano verdadero canto del cisne. Con el Registro Asturiano Somoza roza el sueño de los viejos jovellanistas: de su admirado González de Posada; de su maestro Junquera Huergo; de su amigo, Fuertes Acevedo; el sueño de Jovellanos de formar una Biblioteca Asturiana. Son el registro de sus propios libros, que luego donará a la Universidad, un total de 1.016 libros y folletos. Es por entonces cuando el joven catedrático de la Universidad Central, Claudio Sánchez Albornoz, llega a Asturias, pronuncia dos conferencias en Gijón y conoce a D. Julio Somoza, cuyas ideas rebate y combate con furor. Y a pesar de ello queda tan vivamente impresionado de su persona que nos ha dejado de esta descripción, sólo comparable a la magnifica caricatura de Evaristo Valle: “No lejos de Gijón, pasea junto a las aguas del ‘mar verde’ un viejecito menudo, bajo y de muy pocas carnes. De cabellos y de bigotes blancos, de rostro moreno, algo verdoso, y de ojos pequeños, pero vivos, la vejez ha pronunciado bajo ellos unos fláccidos pliegues, que le sirven de bolsas donde guarda oculto el amarillo de que se tiñen sus conjuntivas a las veces. Se adivina en él un sistema nervioso siempre tenso y un exceso de bilis. Viste un abriguito oscuro que oculta una chaqueta larga de igual tono; protege su garganta con una bufanda mal ceñida; se cubre con un sombrero negro de alas blandas, y aunque brilla en la altura el tenue sol de Asturias, se apoya, como siempre, en un viejo paraguas.” “El viejecito lee y escribe mucho, le enamora su noble tierra astur, y no concibe que jamás la hollaran las torpes plantas de los árabes. Está solo, se ha detenido junto al mar y le ha vuelto la espalda, para otear con sus ojillos vivos la lejana silueta terrestre de los montes”. Y estalla la Revolución de Asturias. La Universidad es incendiada, desaparece su biblioteca; desaparecen los libros de Somoza, que con tanto amor había reunido. El viejecito no quiere que se le hable de ello.
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Y estalla la guerra civil y con ella el cuartel de Simancas, y en él los manuscritos, los bocetos, los documentos de Jovellanos, sin que diera tiempo a que Somoza posara sobre ellos sus labios en emocionado adiós. El viejecito se retira a su finca de Somió, a la aldea, a la súa quintana. Allí frente a la vetusta panera y el menos viejo hórreo, junto a los restos de una vieja capilla que sirvió de granero, en una antigua cuadra se le improvisó una habitación con algunos libros. Allí espera reanudar su trabajo, sueña con ofrecer una edición definitiva de los Diarios de Jovellanos, que siguen despertando en él la misma emoción que cuando comenzaba su andadura jovellanista. Acaba la guerra y Somoza vuelve a su trabajo. Resulta admirable en verdad la terquedad y el tesón de aquel hombre, que no se deja vencer por el destino. Ante las desgracias, ante el doloroso golpe de ver alzarse por los aires convertido en pavesas el fruto de toda una paciente labor de recopilación y búsqueda llevada a cabo a lo largo de una larguísima vida, aún tiene ánimo para seguir trabajando, con la misma vocación y afán con que la hormiga rehace una y mil veces su madriguera. Pero no puede y ante la imposibilidad en plena lucidez, (pues Somoza murió del corazón), hace donación de su edición de los Diarios a la posteridad escribiendo en la portada, encima del título: “Lego este ejemplar a la posteridad pa. que lo imprima a ‘conciencia’. Murió don Julio Somoza a las cinco de la tarde del viernes 25 de Octubre de 1940, en su domicilio, el segundo piso del número 25 de la calle Casimiro Velasco. Un coche de caballo condujo sus restos a la iglesia de San Lorenzo y de allí al cementerio de Ceares. ¿Qué esperaba Somoza tras de su muerte? ¿Soñaba con la fama, con la gloria, con la eternidad? Es muy posible que no. Porque se conserva un epitafio que escribió para su amigo Nemesio Martínez, y que bien pudo desearlo para sí. Cansado ya de batallar sin tregua contra la ciega fuerza del Destino, piadosa al fin, te deparó la Muerte La paz serena del eterno olvido. El eterno olvido. Jamás podrá el eterno olvido ser el destino de su obra. Una obra producida por su genio enérgico e intelec-
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tualmente tenaz, exigente y apasionado. Para llevarla a cabo había que ser duro y exigente, nervioso, activo, concentrado, perseverante, inconformista, sincero y estar guiado por la conciencia de servir al bien de los demás. Somoza ha sabido transformar, como él diría, la proverbial galantería española en proverbial actividad y habitual perseverancia. Nada de formas, nada de disimulos, nada de nada, simplemente manos a la obra con la verdad desnuda y caiga quien caiga. Muchas gracias.
Juan Francisco de GŸemes y Horcasitas Primer Conde de Revillagigedo.- Virrey de N u e v a E s p a – a . - L a h i s t o r i a d e u n s o l d a d o, es el t’tulo de la conferencia organizada por la Fundaci—n Foro Jovellanos del Principado de Asturias, que a las 20 horas del jueves d’a 11 de Noviembre de 1999, pronunci— el Excmo. Sr. D. Antonio del Valle MenŽndez, Doctor Ingeniero de Minas y Pte. de Hullera Vasco-Leonesa. El acto se celebr— en el Museo Casa Natal de Jovellanos y fue presentado por el Excmo. Sr. D. Alvaro Armada Barcaiztegui, Conde de GŸemes descendiente directo del primer Conde de Revillagigedo.
Juan Francisco de Güemes y Horcasitas. Primer Conde de Revillagigedo. Virrey de Nueva España. La historia de un soldado. por Antonio del Valle Menéndez Señoras y Señores: Además de agradecer las palabras de presentación tan amables y alusivas a mi persona, quiero decir en primer lugar que considero hasta cierto punto un atrevimiento el disertar en este magnífico Museo por muchas razones. Sólo puede justificarlo la amabilidad de quienes me han animado, entre ellos Don Alvaro Armada, Conde de Güemes, y la invitación que recibí del propio Presidente de la Fundación Foro Jovellanos, el Excmo. Sr. D. José Antuña Alonso. Además, se trata de hablar de la arrebatadora personalidad del primer Conde de Revillagigedo tan unido a Gijón por su noble descendencia. El caso es que en esta bibliografía publicada fue de la mayor importancia la ayuda que me prestó Don Alvaro Armada y Barcaíztegui, Conde de Güemes, al permitirme consultar el archivo familiar, sin cuyo conocimiento hubiese sido imposible completar el trabajo. Tengo que advertir, no obstante, que una biografía, pese al interés que se ponga y el tiempo que se dedique, es siempre una obra inacabada, sobre todo cuando se trata de una personalidad tan marcada y longeva como la de Don Francisco de Güemes y Horcasitas.
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Cuando Jovellanos nace, en 1744, Juan Francisco de Güemes y Horcasitas tenía 63 años y cuando este muere, Jovellanos tenía 22, por lo que es de suponer que se conocieron a través del Conde de Aranda. Digamos de paso que he sentido siempre una profunda admiración por la vida y obra de Jovellanos, honrra indiscutible de España. Mis primeros conocimientos sobre la obra de este ilustre gijonés se debieron a mi amistad con Don León Martín Granizo, allá por lo años cincuenta, cuano todavía era director de la Biblioteca del Ministerio de Trabajo y dedicaba sus esfuerzos al estudio de la Historia del Trabajo. Escribí entoncés un trabajo que se titula “León. Historia Minera y Política Económica. De Jovellanos a nuestros días. 1977”. Analizaba la política carbonera jovellanista, sus proyectos sobre los caminos a Gijón y su enorme preocupación para lograr la mejora de las comunicaciones con la meseta. Aún estaba viva esa inquietud cuando, siendo Presidente de la Diputación de Oviedo, Don José López Muñíz, y yo de la de León, culminaron las negociaciones para el inicio de la autopista de León a Oviedo. Mis relaciones asturianas tienen otras connotaciones, como las relaciones que mantuve con Don Luis Adaro al estudiar la Historia de la Minería, y el hecho de que mi madre hubiese nacido en Oviedo. Por añadidura el poeta Antonio del Valle glosa a Jovellanos en 1869. Por otra parte, quisiera señalar que el vínculo de Revillagigedo con Gijón queda establecido cuando Don Alvaro José María Benito de Armada y Valdés Ibañez de Mondragón Ramiez de Jove, nacido en Oviedo el 11 de mayo de 1817, contrae matrimonio con la V Condesa de Revillagigedo el 16 de julio de 1838. Y creo que ha llegado el momento de centrarnos en el contenido del trabajo que hoy presento. La primera pregunta que las personas que no me conocen se hacen al encontrarse con este libro, es obvia. ¿Qué hace un Ingeniero de Minas escribiendo un libro de Historia? Y a continuación ¿por qué sobre la historia del Conde de Revillagigedo? Trataré de aclarar estas dudas. No sé, tal vez por mi profesión de Ingeniero de Minas, he sentido siempre curiosidad por los pueblos en los que he vivido
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cuyo desarrollo estaba ligado a la aventura de descubrir y explotar una mina. Además para dirigir trabajadores se necesitaban algunos conocimientos de otros campos del saber como la Medicina, la Psicología, el Derecho, etc., que ayudaran a conocer a las personas y sus circunstancias. En mis primeros balbuceos me parecía que podría lograrse estudiando, en mi caso particular, la Historia de la minería, a la que se dedicaban y se habían dedicado algunos insignes Ingenieros. De ahí que en su día propusiera que esta clase de estudios se extendiera a todas las ramas de la ingeniería, con la creación de las cátedras correspondientes. En el caso de la minería resultó ser de lo más atrayente. La minería antigua había sido estudiada por una pléyade de investigadores de prestigio. Por eso, con motivo de la celebración del VI Congreso Mundial de Minería en Madrid (1970) y su contribución a la investigación histórica de “La Minería Hispana e Iberoamericana”, publiqué un trabajo proponiendo que se implantase el estudio de la “Historia de la minería”, a nivel universitario y escribí algunos artículos con motivo del Segundo Centenario de la creación de la Escuela de Minas de Almadén (1777), mencionando el Real Instituto Asturiano de Naútica y Mineralogía propuesto por Jovellanos. Recuerdo que se creó esta cátedra optativa en el segundo curso del Doctorado de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas de Madrid. Fui profesor en los primeros años de su creación, abandonándola por mis ineludibles obligaciones empresariales. Mi vocación se había decantado y fui buscando otros campos de investigación histórica, como el realizado sobre el origen de los apellidos de Reinosa, de Cantabria, recogidos en mi libro, “Tierra añorada” (1978). Para este estudio consulté los Libros Parroquiales de la Iglesia de San Sebastián de Reinosa, donde me encontré por primera vez con Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, bautizado el 17 de mayo de 1681, con una nota marginal en la que se decía que había sido Virrey de Nueva España. Su padre era del pueblo montañés de Ramales y su madre del vizcaíno Valmaseda. Al casarse en Valmaseda, Señorío de Vizcaya, el padre tuvo que tramitar un expediente de hidalguía, por lo que sus hijos tendrían la condición de hidalgos. Juan Francisco de
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Güemes fue un hidalgo que como otros muchos sirvieron a la Corona en el siglo XVIII. El encuentro de este personaje campurriano despertó mi interés, y me puse a investigar sobre él. Sacar a la luz del día esta personalidad, injustamente casi olvidada, me proporcionaba una nueva ocasión para ofrecer tributo a la tierra que me vio nacer. Por añadidura, yo he sido bautizado en la misma Parroquia que el biografíado. Mi primer propósito fue escribir su biografía aligerada de pesados datos, ofreciendo incólumes los hechos más importantes en los que intervino durante aquel interesante siglo XVIII de la Historia española. Pensaba que de esta manera la lectura sería más amena, sin caer, por ello, en la tentación de la novela. Pero la profusa documentación acumulada y el ánimo que recibía de colaboradores y amigos, como Carmen González Echegaray, de los que en la Introducción del libro hago mérito, me decidió a escribir con mayor precisión la verdadera historia de esta arrebatadora personalidad de la primera mitad del siglo XVIII. Solo me permití algunas licencias a la hora de relatar sus primeros pasos que, falto de suficientes documentos, imaginé en aquella Reinosa de nevadas copiosas, primaveras de campos floridos, de nieblas que entumecen, cantos de las marzas y juego de bolos. Y en todo tiempo su caminar hacia el Convento de San Francisco. Y con tiempo apacible, hacia el Monasterio de Montesclaros, de cuya Virgen fue siempre devoto. Pero este trabajo de investigación no habría podido hacerse sin la ayuda y el interés de todos aquéllos a los que menciono en el capítulo de agradecimientos, y entre los que debo destacar a la Doctora Doña Pilar Latasa, por su extraordinaria colaboración. He de decir que los años dedicados intensamente a esta investigación histórica, están llenos de satisfacciones. Cada vez que aparecía un dato o una circunstancia sobresaliente, me llenaba de emoción reflejarlo en mis cuartillas y me identificaba más con el personaje. En el libro que presento, en notas a pie de página, recojo el despliegue de las fuentes utilizadas. Para los amantes de la estadística diré que son 2883 Notas; 133 láminas reproducidas. El libro está dividido en cuatro partes, con sus correspondientes capítulos, y al
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final se incluye un apéndice documental; la bibliografía utilizada; un vocabulario de algunos términos usados y los índices de láminas, onomástico y geográfico, para favorecer la acción investigadora. En contra de lo que pueda parecer, el tema no está agotado. El protagonista de esta obra ha sido seguido paso a paso desde aquella Reinosa, rural y artesana; por los campos de batalla en los que se formó militarmente; en las tierras indianas como defensor de territorios inmensos y administrador celoso; hasta su muerte en Madrid, después de 66 años de servicio ininterrumpido a los cuatro primeros Borbones. Mi satisfacción subía de tono cuando investigaba sus intervenciones en la minería mexicana, junto con otros mineros montañeses como Bustamante, cuya interesante biografía merece ser estudiada. Otros montañeses bajo su mandato, como Escandón, Conde de Sierra Gorda, su Lugarteniente en la ocupación de Tamaulipas, ya han sido biografiados. No olvidemos que fueron más de uno los cántabros que coincidieron con él mientras duró su actuación en las Indias. Para descubrir la personalidad de este Hidalgo campurriano conviene seguir su trayectoria de soldado. Después de la muerte de Carlos II no dudó en alistarse en los ejércitos del primer Borbón, quién ordena una profunda reorganización de la milicia que pone fin a los históricos Tercios, sustituidos por los afrancesados Regimientos. En plena juventud salió de Reinosa, participando de manera activa en la guerra de Sucesión, que, como se sabe, en muchos aspectos fue una verdadera guerra civil. Así que desde 1700 estuvo en la milicia, para morir teniendo en la memoria el recuerdo de su tierra natal. Empezó participando en la campaña de Nápoles y a su regreso a la Península se incorporó a un regimiento destacado en Galicia. Ascendió a Sargento Mayor en el de Segovia, y un tres de mayo de 1710 participó en Brihuega, con un acto de extraordinario arrojo al asaltar como Granadero la Puerta de la Cadena, que le valió el título de valiente en su carrera militar. Desde entonces su larga etapa de servicios militares en Europa y África le permiten acceder a los largos mandatos en La Habana y México. Sin duda es
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la etapa americana la que le confiere particular realce. Muy pocos hombres fueron los que alcanzaron el rango de Virrey a lo largo de tres siglos y Güemes fue Virrey y de los importantes, sin que le haga sombra su hijo que también lo fue en México. Antes que todo fue un gran militar, razón por la que también titulo el libro “La historia de un soldado”. Fue de los hombres que se entregaron a la labor de gobierno entendida como “religión de hombres honrados”. Pero, vuelvo a insistir, la primera impresión que se recibe al acercarse a su biografía, es la de un auténtico soldado, un campurriano que, abandonando su modesto hogar, dedicó su existencia al servicio de las armas, que compaginó con el desempeño de importantes puestos de la Administración, que le llevaron a la ascensión social que supuso el título de Conde de Revillagigedo. La Guerra de Sucesión fue su verdadera escuela teórica y práctica. Al término del conflicto era ya Teniente Coronel. Insatisfecha con el resultado de la contienda, la Corona no tardaría en acometer su acción expansionista en el Mediterráneo occidental. Cerdeña, Sicilia, Gibraltar y Orán, serán los nuevos escenarios bélicos de Güemes en los que sucesivamente obtiene los grados de Coronel y Brigadier en el mando del regimiento de Granada, que desempeñó hasta ser destinado a América en 1733. Cuando contaba ya 52 años es enviado al puesto de máxima responsabilidad en Cuba. América le dará la notoriedad, pero su culminación es inseparable de la etapa anterior, que es la de su plena formación personal y humana. El ejército ha sido su verdadero hogar, ya que permaneció soltero hasta embarcarse en Cádiz para La Habana, el 8 de enero de 1734 en la fragata “Francisco Javier” que había sido construida en los Astillero de Guarnizo. Se había casado en la Iglesia de San Sebastián de Antequera con Antonia María Ceferina Padilla y Aguado, a quien los funcionarios de la Casa de Contratación, que describían a los que se embarcaban para América, definieron como “de buen cuerpo, blanca y pelinegra”. Llevaba también con él cuatro criados: Joaquín de Horcasitas, su sobrino, natural de Castro Urdiales, de quince años “rehecho” (fuerte), de cuerpo blanco y señales de viruelas; Bartolomé de Novia, de Bilbao, de dieciocho años, “de buen cuerpo, blanco y nariz aguda”; Tomás Vélez, de
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Castro Urdiales, de dieciséis años “espigado de cuerpo, blanco y rojo”; y el mayor de ellos, Alfonso Gómez de Bárcena, de 30 años “mediano de cuerpo, delgado y trigueño”, su futuro Secretario personal en América. La milicia le puso en contacto con alguno de los individuos más competentes e ilustrados de aquella época, tanto en el plano civil como en el ejército y la armada. Entre ellos su primer gran valedor, José Patiño, que se fijó en él para un puesto de tanta responsabilidad como la Capitanía General de La Habana. El que Güemes haya sido un “hombre de Patiño”- como luego lo fue de Ensenada- es una circunstancia altamente positiva. A Güemes le correspondió regir entre 1734 y 1755 dos de los más importantes territorios de ultramar Cuba y México. En La Habana, como Gobernador y Capitán General, tenía jurisdicción militar y de justicia en toda la Isla. Residía en el Castillo de La Fuerza. No podía haber encontrado otra residencia que se ajustara mejor a su espíritu militar, aunque nos imaginamos que no sería del agrado de su mujer. En Cuba se nos revela como lo que es, un gran General. Durante esta etapa tuvo lugar la Guerra entre España e Inglaterra, recordada como la de la “oreja de Robert Jenkins”. Güemes hizo frente al peligroso desembarco realizado por los británicos en la bahía de Guantánamo, vecina de Santiago de Cuba gobernada por otro montañés, Francisco Cagigal de la Vega. Desde el otro extremo de la isla movilizó tropas regulares y milicianas para combatir a los intrusos y obligarles a evacuar la zona. Simultáneamente Güemes había defendido la frontera de Florida y atacado Georgia, evitando así la expansión de los británicos hacia el sur. Llama la atención la indignación que a Güemes le producía el hecho de que los españoles, de raza negra, hechos prisioneros por los ingleses, fueran vendidos como esclavos, por lo que se extendió en reclamaciones diplomáticas a la Península. Pero, paralelamente a los avatares de esta guerra, se desarrollaba una guerra comercial a nivel internacional. Hoy lo llamaríamos la guerra de la competencia. El contabrando, sobre todo inglés, mermaba el necesario desarrollo isleño. Güemes potenció la represión con la vigilancia de Guardacostas y concediendo
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“patentes de corso”. Sobresalió en estas tareas el Capitán Domingo de Avilés y el Capitán Pedro Garaicoechea, que apresó en 1745 todo un convoy inglés. La principal materia prima de exportación en la Isla era el tabaco, cuya industria necesitaba potenciar para hacer frente al comercio de otras islas caribeñas, dominadas por ingleses, franceses y holandeses, que, al utilizar mayor porcentaje de esclavos y tener mayor densidad demográfica, producían a menos coste. Pero sus ocupaciones militares no impidieron que, en estos mismos años, estableciera la Real Compañía de La Habana, que fue uno de los factores de desarrollo económico de la isla, que causó buena impresión en la Corte, pese a las quejas que recibía por su despótico mando. En La Habana nacieron sus siete hijos, que fueron bautizados por el Obispo Juan Laso de la Vega. Por la correspondencia que mantenía con su sobrino, José Benito Zarauz, sabemos que en Mayo de 1745, cuando tenía 64 años, sufrió una apoplejía que le obligó a estar retirado dos meses de sus tareas de gobierno, y que superó con una gran fuerza de voluntad. Para darnos una idea de la apariencia física que tenía nuestro personaje, leemos en el libro de viajes del francés Villet d’Arignon, que coincidió con él en La Habana, que “era de alta estatura y bello aspecto, aunque ya anciano, y de imaginación fecunda para discurrir arbitrios y exacciones... sus habitantes le aplicaron el poco lisonjero dicho: No es conde ni marqués, Juan es.” Su buen hacer brillaba con fuerza y Patiño le promocionó a Virrey de Nueva Granada. Como esta idea no le convencía, trató de evitarlo con varias excusas, y la demora en su decisión dio lugar a que el Marqués de la Ensenada le propusiera para Virrey de Nueva España. El virreinato de Nueva España conocido por el nombre de su capital, México, comprendía también la gobernación y capitanía general del archipiélago filipino. El Galeón de Manila era utilizado para comunicarse con este alejado territorio, por lo que el virreinato adquiría una notable importancia y extensión. El cargo de virrey de México, que ya por entonces era de la máxima categoría en la administración de las Indias, representaba
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la culminación de la carrera de los más distinguidos funcionarios. Para Güemes significaría la primacía sobre la milicia, sobre todo porque su mandato transcurriría en época de paz internacional, que caracterizó el reinado de Fernando VI, aún así cabe destacar el apoyo dado a la ocupación real de Tamaulipas, en la costa del Seno Mexicano, por su paisano José Escandón, que llamó al país Colonia del Nuevo Santander y lo cubrió de topónimos montañeses, muchos de ellos alusivos a Güemes. A pesar de que el nombramiento de Güemes como Virrey, Gobernador, Capitán General y Presidente de la Real Audiencia, data del 23 de noviembre de 1745, no entró en la capital mexicana hasta el 9 de julio de 1746, precisamente el mismo día del fallecimiento de Felipe V, a quien debía el nombramiento. El 11 de febrero de 1747 se festejó la proclamación, aclamación y juramento de fidelidad y vasallaje a Fernando VI. Sus actuaciones como Gobernador y Capitán General de la Isla de Cuba y después como Virrey de Nueva España, movieron a Fernando VI a concederle el Título de Castilla, “con la denominación que eligiere, para él, sus herederos y sucesores, libre de Lanzas y Media Annata, perpetuamente”, y eligió la denominación de Conde de Revillagigedo, que hace alusión a las heredades que había recibido de sus abuelos en Ramales. Güemes había recibido una serie de instrucciones que debían guiarle en el desempeño de su cargo de Virrey, dictadas por el Consejo de Indias, que tenían el carácter de “particulares y reservadas”, y autorización de elegir su Secretario, para lo que designó, como ya se ha dicho, a Alfonso Gómez de Bárcena. Durante su mandato mexicano de duración poco frecuente, nueve años, su acción sería de orden civil, dirigida a la mejora de la administración, con claro propósito reformista y cuando la monarquía es dirigida por Ensenada, quien se interesa sobre la posibilidad de introducir en aquel virreinato el sistema de intendencias, Güemes respondió negativamente. Puso especial empeño en el fomento de la minería novohispana, cuando se descubrió el rico yacimiento de Bolaños, cuyo control disputaría a la Audiencia de Guadalajara. Para el beneficio de aquellos minerales de plata y oro se utilizaba el método de amal-
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gamación americano conocido como “procedimiento de patio”, para el que se molían finamente los minerales y se mezclaban con una serie de “magistrales” y azogue (mercurio), del que eran abastecidos principalmente desde Almadén (Ciudad Real) y que adquirió tanta importancia que a los propios barcos que lo transportaban les llamaban “azogues”. Pero el gran proyecto de su época fue la creación de una Compañía de Minas para obtener el máximo rendimiento en esta actividad. Para lo que contó con el asesoramiento y apoyo de todos los grandes mineros de México y con el letrado Francisco Javier de Gamboa. En este y otros asuntos mantuvo Güemes estrecho contacto con el poderoso Consulado de México. Pronto pudo hacer Güemes cuantiosas remesas de caudales a la península y también él se beneficiaba acumulando una considerable fortuna. Durante su gobierno en Nueva España le llegaron a Güemes varias peticiones para que enviara a la Corte diversos artículos exóticos, como regalos para los Reyes. Así, en 1752, el Rey había ordenado que le enviasen “dos loros que hablen mucho, criados en Conventos de Monjas”. El Virrey ordenó que se remitieran estos loros –que hablaban y cantaban- en el Navío El Dragón. Entre otros regalos que nuestro protagonista hizo a los Reyes destacan 56 barras de plata y 10 tejos de oro (pedazos de oro en pasta) para la vajilla real, diversos géneros y medicinas para la Botica del Rey, una lámina de Nuestra Señora de Guadalupe, con un marco de oro guarnecido con esmeraldas y rubíes, y una “piedra bezal” engarzada en forma de pelícano, de extraordinaria magnitud, para la Reina, y un ciervo de color blanco, que se había cogido en los montes de la Laguna de Filipinas enviado para la “recreación del real ánimo de vuestra majestad”. Una de las preocupaciones constantes de Güemes durante su estancia en México fue la reedificación de su casa de Ramales, que encargó a su hermana Teresa, enviándola de forma regular dinero para los gastos de esta obra. Su atención por Ramales no supuso que se olvidase de favorecer a su pueblo natal de Reinosa, haciéndose cargo de la restauración del Retablo Mayor de su Iglesia, y enviando gran número de panes de oro para el dorado de dicho Retablo, y lo mismo hizo por el Santuario de Montesclaros. Pese a su fuerte caracter, era un hombre profundamente religioso; devoto
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desde su juventud del seráfico San Francisco. De ahí el legado que dejó para construir el Hospital de Reinosa. En lo que se refiere a su familia procuró que sus hijos varones recibieran algún tipo de mercedes por parte de La Corona. Así, en 1747, recién llegado al Virreinato, procuró el puesto de Capitán de la Compañía de Infantería de la Guardia de México, a su hijo mayor Juan Vicente, que contaba por entonces nueve años de edad. Pero debemos resaltar, en relación con los asuntos familiares, el riguroso concepto que nuestro protagonista tenía del deber. Hallándose, dirá el Secretario del Virreinato, recién fallecida e insepulta una hija del Virrey, llamó este a los Secretarios para despachar los asuntos pendientes asegurando que “el cumplimiento de su obligación en su oficio era su mayor desahogo y consuelo en el presente caso, sobre todo por el alivio con que recibirían los pobres sus resoluciones”. Me importa resaltar, como profesional, lo que se refiere al “Gabinete de Historia Natural”. El 6 de junio de 1752 se envió a los Virreyes de Lima, México y Nuevo Reino de Granada, una Real Orden por la que se mandaba recoger todo tipo de minerales para formar el “Gabinete Real de Historia Natural de las Minas que se hallan en los dominios de su majestad en las dos Américas”. La Orden iba acompañada de 15 capítulos sobre el modo de realizar la tarea. Güemes explicó las dificultades que había encontrado para cumplir lo ordenado, y remitió sólo 24 cajas que había conseguido reunir. Sería muy prolijo y pesado detenernos en cada uno de los asuntos en que ha intervenido, baste mencionar su intervención en los asuntos económicos, la Real Hacienda, la producción agrícola y ganadera, la represión del contrabando, etc. Pero sí me detendré en algunos datos sobre la Casa de la Moneda por la importancia que el propio Güemes da en sus informes. Desde los primeros años de presencia española en territorio americano se notó una grave carencia de moneda acuñada. Dentro de los hechos más destacados del gobierno de Güemes, está la puesta en práctica de la Orden de 20 de mayo de 1752 que mandaba cambiar toda la moneda antigua por la de nuevo cuño y figura circular, que Güemes logró por medios “sagaces e industriosos”. Según el propio Virrey reconocía
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años más tarde, esta labor “fue la más laboriosa y de mayor importancia al servicio de su majestad y causa pública de aquél reino”. En relación con la sociedad mexicana, cabe destacar que la composición social del virreinato a mediados del siglo XVIII constaba de tres elementos: el indio, el blanco y el negro, además de los derivados de la mezcla interracial. La mayor parte de la población, entre un 60 y un 62% era indígena. Existían importantes problemas de orden público y de solventarlos se encargó el Capitán José Velázquez Lorea, que ocupaba el cargo de Alcalde Provincial de la Hermandad. Estaba al frente de una cuadrilla con la que “limpiaba” el territorio de “ladrones, salteadores de caminos, y gentes de mal vivir”. Se prohibían los juegos de suerte y de envite, tarea en la que tropezó con grandes resistencias. Según explicaba Güemes en su Memoria de Gobierno, la embriaguez era uno de los “vicios”, dominante entre la plebe y, en concreto, entre la gran masa de gentes “vajas”, inciviles y de malas inclinaciones que acudían a la ciudad de México, “bosque o asilo de quanto vicioso, vagabundo ay en el reino”. En cuanto a la Iglesia, regida por el Arzobispo Manuel Rubio Salinas, que había sido Abad de la Real Colegiata de San Isidoro de León, el tema más interesante de la política eclesiástica de Güemes fue la secularización de las misiones de religiosos. Fernando VI se mostró desde el principio de su reinado partidario de entregar todas las doctrinas al clero regular, que en el informe que transmitía a su sucesor, el Marqués de las Amarillas, le exponía que tendría ocasión de comprobar “lo espinoso, arduo y difícil que es este negocio de las misiones”. En 1751 sufrió una recaída de apoplejía, como la que había sufrido en La Habana. Según el mismo informaba a Ensenada, se encontraba falto de fuerzas para acometer la tarea de gobierno y emitir el informe que debía entregar a su sucesor. Pero de nuevo, y con evidente fuerza de voluntad, se repuso y cumplió su compromiso. En ese informe ponía de relieve su labor como redactor de Reglamentos y las buenas relaciones mantenidas con las Instituciones novohispanas. En resumen, podemos decir que tanto en México como en Cuba, su labor en otros ámbitos -los municipios, el urbanismo, el
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orden público, las relaciones con la Iglesia- fue en gran medida acertada y reconocida, y así se pone de relieve en los Juicios de Residencia a los que reglamentariamente se sometió. En 1755, el conde de Revillagigedo, regresa a la península, y reside en Madrid, en el Palacio que había adquirido en la Plaza de los Mostenses, posteriormente derruido para el ensanche de la Gran Vía. Hacía un año que el marqués de la Ensenada había sido destituido y enviado al destierro de Granada, donde Güemes le visitó. Sin embargo Revillagigedo fue recibido con honores, entre ellos ascendió a Capitán General en el escalafón militar y desempeñó cargos en la Corte ya bajo el reinado de Carlos III, hasta que le sorprendió el Motín de Esquilache, que le llevó a solicitar el retiro en ese año de 1766, tan cargado de significación, poco antes de su fallecimiento a la edad de 85 años. En el Motín de Esquilache intervino aconsejando al Monarca. Antonio Buero Vallejo, en su obra “Un soñador para un pueblo” describe que, después de que el amedrentado Carlos III pasara por la humillación de aceptar las propuestas, reunió en Consejo a las personas más cualificadas que había en Palacio, entre ellas el Conde de Revillagigedo, que era el de más edad, más alta graduación y de mayor experiencia, y que expresó su opinión moderada para aplicar la clemencia y el perdón. Cuando uno escudriña en los documentos, identificándose con el biografiado, nace el ansia de ir más allá de lo escrito. Surgen los sueños y al terminar uno tiene la tentación de seguir discurriendo sobre lo que podía haber sido, en su intimidad, el personaje. Por eso buscaba y rebuscaba en los últimos meses de su existencia, intentando interpretar el sentido de las disposiciones y donaciones de su testamento, cuando crea esos mayorazgos, que me llevan al estudio grafológico de algunos de sus escritos. De ellos se deduce que aunque no es lo que podía decirse una persona letrada de su época es, sin embargo, de una altísima intuición, que siente la necesidad de exhibir su importancia, con ambición de poder, que pasa por varios estadios, hasta convertirse en una persona sosegada y conciliadora. Supo reprimir sus pasiones y ser fiel a los suyos.
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Un hombre que supo convertirse en cabeza de un linaje y que presidió en México el apogeo del barroco en el virreinato. Un hombre en cierto modo olvidado con indudable injusticia, que yo he querido reparar. Muchas gracias.
J o v e l l a n o s y l a s m u j e r e s, es el t’tulo de la conferencia organizada por la Fundaci—n Foro Jovellanos del Principado de Asturias, que a las 20 horas del viernes d’a 17 de Diciembre de 1999, pronunci— la E x c m a . S r a . D – a . M a r ’ a T e r e s a A l v a r e z G a r c ’ a, Condesa de Latores. El acto se celebr— en el Museo Casa Natal de Jovellanos y fue presentado por el profesor e historiador D. Agust’n Guzm‡n Sancho.
Jovellanos y las mujeres por Mª Teresa Álvarez García
Que los miembros del Foro Jovellanos hayan pensado en mí para pronunciar una conferencia sobre el ilustre polígrafo gijonés y las mujeres, me satisface y alegra enormemente. Es un gran honor que nunca olvidaré, pero también soy consciente de la responsabilidad que he contraído al aceptar vuestra amable invitación. Hablar de don Gaspar Melchor de Jovellanos, en Gijón y a vosotros, que tan bien le conocéis es verdaderamente un atrevimiento, pero a pesar de ello he aceptado. Y lo hago ilusionada porque Jovellanos es uno de nuestros personajes más queridos y admirados, sobre todo en Gijón, aunque también, en Candás, le recordamos con cariño. Reconozco que como candasina me llenó de orgullo que Jovellanos aludiera a la danza prima que se bailaba en mi pueblo. En una carta escrita a Carlos González de Posada le cuenta que estuvo en Candás el día del Santo Cristo: “El día fue muy divertido, y lo hubiera sido mucho más, dice Jovellanos, si el juez, que no había leído mi Informe de espectáculos, no hubiese deshecho la más magnifica danza de hombres que había visto yo en mi vida”. Después supe que en su cárcel del castillo de Bellver tenía colocada, en una de las paredes de la celda, una lámina con la imagen del Santo Cristo de Candás y que en algunas de sus cartas, escritas en prisión, a su amigo González de Posada, firmaba;
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Fontico Saltarúa. Utilizaba el nombre de nuestra querida y popular fuente de Santarúa... Ante estos hechos, la persona de Jovellanos, me resultó afectivamente muy próxima. Andando el tiempo esta simpatía se convirtió en agradecimiento al comprobar la postura de don Gaspar Melchor de Jovellanos, respecto a las mujeres. El XVIII, fue un siglo dominado por la razón. En palabras de Kant había llegado “el fin de la minoría de edad del hombre”, es decir, a partir de entonces el hombre podría utilizar su razón libremente y sin la dirección de otro. La Razón, el Progreso, la Naturaleza y la Felicidad adquieren connotaciones distintas. En este siglo, denominado de las Luces, triunfan las ideas. La ilustración se convierte en un instrumento transformador de la realidad. Aparecen nuevas doctrinas, nuevas formas de entender la vida, nuevas apreciaciones sobre la mujer. Autores como Voltaire, Rousseau, Hume, concitan la atención con sus estimulantes propuestas filosóficas. No todos piensan lo mismo acerca de la ilustración de las mujeres. Aunque, pienso que debería existir unanimidad, porque si la mayoría de ilustrados estaban animados, como se dice en infinidad de textos, por el ansia renovadora, e impulsados por un sentido crítico y revisionista de los males “endémicos” de sus respectivos países, y dispuestos a ponerles remedio, y si además se intentaba conseguir la modernización de la cultura y la reforma de la sociedad, ¿qué mejor medida que reconocer a las mujeres sus derechos y considerarlas como iguales?. Sin embargo no sucederá así. Y será en ese siglo cuando las mujeres levanten la voz para decir, ¡basta!. Como dice mi querida amiga Amelia Valcárcel, el feminismo es un hijo no querido de la Ilustración. Cuando Mary Wollstonecraft, gran admiradora de Rousseau, lee el V libro del “Emilio” ve como la indignación supera la admiración al leer las “ensoñaciones voluptuosas y las locas quimeras”, dice Mary, a que se abandona Rousseau en este libro. Me vais a perdonar pero no me resisto a leeros algunos párrafos del “Emilio”:
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“El hombre y la mujer, escribe Rousseau, se hicieron el uno para el otro, pero su dependencia mutua no es la misma. Los hombres dependen de las mujeres sólo en virtud de sus deseos; las mujeres dependen de los hombres tanto en virtud de sus deseos como de sus necesidades. Nosotros Podríamos subsistir mejor sin ellas que ellas sin nosotros”, dice Rousseau y continua; “Por esta razón, la educación de las mujeres siempre debe ser relativa a los hombres. Agradarnos, sernos de utilidad, hacernos amarlas y estimarlas, educarnos cuando somos jóvenes y cuidarnos de adultos, aconsejarnos, consolarnos, hacer nuestras vidas fáciles y agradables: éstas son las obligaciones de las mujeres durante todo el tiempo y lo que debe enseñárseles en su infancia. En la medida en que fracasamos en repetir este principio, nos alejamos del objetivo y todos los preceptos que se les da no contribuyen a su felicidad ni a la nuestra”. “Las mujeres tienen o deben tener muy poca libertad; están dispuestas a concederse demasiada indulgencia en lo que se les permite. Aficionadas en todo a los extremos, hasta en sus diversiones se arroban más que los niños”. “La primera aptitud y la más importante de una mujer es una buena naturaleza o suavidad de carácter: formada para obedecer a un ser tan imperfecto como el hombre, a menudo llenos de vicios y siempre lleno de faltas, debe aprender con tiempo incluso a sufrir la injusticia y a soportar los insultos del marido sin quejarse. La perversidad y la malicia de las mujeres sólo sirve para agravar su propio infortunio y la mala conducta de sus maridos; deben percibir claramente que ésas no son las armas con las que consiguen la superioridad”. Mary Wollstonecraft, ante tamaña barbaridad, no dudará en polemizar con las teorías rousseaunianas y escribirá la maravillosa, esclarecedora, justa y necesaria, “Vindicación de los Derechos de la Mujer”. Jovellanos, como buen ilustrado, lee a Rousseau de ello nos deja constancia en su Diario de 1794; “A pasear, leyendo a Juan Jacobo Rousseau”. Varios días seguidos anota lo mismo; “Paseo con Juan Jacobo”, y al cabo de unas cuantas jornadas escribe: “Se concluyeron las cartas de Juan
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Jacobo; apenas hay cuatro dignas del autor del “Emilio”. Pueden ser justas sus quejas, prosigue Jovellanos, pero muestran un espíritu suspicaz, quejumbroso y vano; el fondo bueno...”. No parece que Jovellanos estuviese muy de acuerdo con Rousseau. Según el profesor Caso González, “Jovellanos condena a Rousseau y sus teorías sociales, los excesos de sensualismo, el materialismo y el positivismo, la Revolución Francesa y la moderna impiedad”. Y Julio Somoza en su libro, “Las amarguras de Jovellanos” reproduce una carta de éste al Rey, en la que le alerta sobre la posible llegada clandestina de ejemplares del “Contrato Social”, de Rousseau, al puerto de Gijón; “Me apresuro, lleno de inquietud y amargura, escribe don Gaspar, a elevarla a la suprema atención de Vuestra Majestad: 1º, a fin de que si fuese de su Real agrado, mande dar las más grandes y más prontas providencias para estorbar la entrada de LIBRO TAN PERNICIOSO en sus dominios, 2º, para que mande inquerir su autor e imponerle EL CONDIGNO CASTIGO”. ¿Por qué Jovellanos formula esta denuncia, cuando sabemos que él leía la obra de Rousseau?. Aunque parezca que existe una clarísima contradicción pensamos que no es así ya que en una carta escrita a Alexander Jardine, en mayo de 1794 le decía: “Pienso aspirar a una licencia para que mi librería pública posea toda especie de libros prohibidos, aunque con separación y con facultad de que sean leídos por los maestros. Basta: tiempo vendrá en que los lea todo el mundo. Usted se explica muy abiertamente en cuanto a la Inquisición: yo estoy en ese punto en el mismo sentir, y creo que en él sean muchos. Pero ¡cuánto falta para que la opinión sea general!. Mientras no lo sea, no se puede atacar este abuso de frente; todo se perdería; sucedería lo que en otras tentativas; afirmar más y más sus cimientos, y hacer más cruel e insidioso su sistema. ¿Qué remedio? No hallo más que uno. Empezar arrancándole la facultad de prohibir libros; darla sólo al Consejo en lo general, y en materias dogmáticas a los obispos; destruir una autoridad con otra. No puede usted figurarse, escribe Jovellanos, cuánto se ganaría en ello”.
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¿Es por eso por lo que Jovellanos formula la denuncia directamente al Rey?. Tal vez consideraba que no todas las personas estaban preparadas para aquel tipo de libros, pero no es este nuestro tema sino el referido a las mujeres. Y lo que sí parece muy claro es que Jovellanos no pudo estar, en absoluto, de acuerdo con Juan Jacobo Rousseau en cuanto a sus doctrinas misóginas, aunque no se dedicará a polemizar con él, como hizo Mary Wollstonecraft, porque, entre otras razones, Jovellanos no siente en su propia piel la marginación a la que las mujeres se ven sometidas, pero si será sensible al tema femenino y se manifestará a favor de la ilustración de la mujer. Él pertenecía al grupo de los ilustrados, partidarios de que las mujeres tuvieran también acceso a la cultura. “Encargados de promover el bien de la humanidad-, escribe Jovellanos-, ¿ robaremos a la mitad de ella el fruto que puede sacar del ejercicio de la virtud y sus talentos?. (1) No creía Jovellanos que la Naturaleza hubiera discriminado al sexo femenino; “La discriminación, dice, existe en nuestra imaginación. Nosotros la inventamos y no contentos con haberla fortificado por medio de la educación y la costumbre, quisiéramos ahora santificarla en las leyes”. (2) Se oponía Jovellanos a que se prohibiesen determinados trabajos a las mujeres y abogaba por la libertad a la hora de elegir una profesión. Sabiamente pensaba que sería la propia mujer quien rechazaría el trabajo si lo consideraba inapropiado. Jovellanos considera responsables a los hombres de la falta de preparación de las mujeres: “Hemos sido los hombres quienes las hemos separado de todas las profesiones activas, las hemos encerrado, las hemos hecho ociosas, y al cabo hemos unido a la idea de su existencia una idea de debilidad y flaqueza que la educación y la costumbre han arraigado, y prosigue Jovellanos, ¿qué hará una joven, acostumbrada desde niña a estimarse y sobresalir por su adorno y su vestido?”. (3) Jovellanos conocía bien el mundo de las mujeres, cuatro hermanas, a las que siempre estuvo muy unido fueron ejemplo suficiente para que el se diera cuenta de la realidad femenina, y
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pudiera comprobar que aunque las aficiones, aptitudes e inquietudes fuesen las mismas entre hermano y hermana, el futuro que les aguardaba a cada uno sería diferente. Es posible que si su hermana Josefa hubiera nacido varón se dedicara a desarrollar, más intensamente, su vocación literaria. Josefa, conocida como La Argandona por su matrimonio con Domingo González de Argandona, procurador general del Principado en la Corte, demostró su buena disposición para la composición poética, y fue una de las primeras en escribir poesía en bable. Con ella, con Josefa, ¡Pepa!, como él la llamaba compartió Jovellanos inquietudes sociales, literarias y políticas. Era su hermana pequeña y a la que sin duda estuvo más unido. Cuando Josefa decidió, al quedarse viuda, ingresar como monja en el convento de las agustinas recoletas, Jovellanos no pudo disimular su disgusto y desde el Cuarto de la torre de su casa, aquí en Gijón, escribe a su gran amigo Carlos González de Posada; “Acaba de verificarse una gran novedad. Nuestra hermana Pepa es monja en Gijón de dos horas acá. Mi sentimiento ha sido grande, no por otra razón sino porque priva al público de un santo ejemplo y a los pobres de un gran auxilio. ¿Se persuadirá usted que una mujer tan ejemplar está mejor en el claustro que en el mundo?. Pero hay cierta especie de enganchadores que pone toda su gloria en el número de los reclutas...”. Parece evidente que a Jovellanos no le satisfizo la decisión de su hermana, pero a pesar de ello y de los muros del convento siguieron estando muy unidos, y Jovellanos, según las anotaciones hechas en los Diarios, acudía frecuentemente a verla. Sor Josefa de San Juan Bautista influirá en su hermano para que el colegio de Nuestra Señora de los Dolores para niñas huérfanas fuera uno de los centros dependientes del Real Instituto Asturiano. En el colegio, conocido como la Escuela de la Argandona, eran atendidas 24 niñas pobres, sin padres. Les enseñaban labores y a algunas a leer y escribir. Los dos hermanos Jovellanos compartían un espíritu ilustrado y deseaban reformar la sociedad mejorándola. “La Escuela de la Argandona” constituyó una medida progresista sobre todo,
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porque, como escribe Agustín Guzmán Sancho en un artículo titulado “La Escuela de la Argandona”, en Asturias las mujeres no poseían ningún tipo de instrucción”. (4) La preocupación y el deseo de eliminar la ignorancia a que la mayoría de las mujeres eran condenadas será una constante en la vida de don Gaspar Melchor de Jovellanos. La cultura siempre resulta decisiva en el desarrollo de los pueblos, y Jovellanos anhelaba una sociedad más culta, más justa; ¡una sociedad mejor!. Por ello no quiere prescindir, como veíamos antes, de ese potencial importante que significaba la media parte de la humanidad. Mucho antes de crear la Escuela de la Argandona para niñas huérfanas, Jovellanos ya se ocupaba de estos temas. Él creía que si se proporcionaba un oficio a las mujeres y a las niñas desamparadas se evitarían muchos males. En este sentido escribía, en 1778 una carta al Arzobispo de Sevilla pidiéndole autorización para que la Sociedad Económica de aquella ciudad pudiese impartir, por medio de dos maestras, clases de tejido de lienzos en los conventos de monjas. Pretendía, Jovellanos, que las comunidades religiosas, siempre con problemas económicos, consiguiesen salir adelante con aquel trabajo. Y, además, si el resultado era bueno se podría competir desde España con los tejidos de Flandes evitando así las salidas de capital al extranjero. En esta misma carta, Jovellanos, le sugiere al señor Arzobispo considere la posibilidad de realizar alguna dotación a la casa de niñas huérfanas existente en Sevilla que atraviesa un momento difícil: “Sería muy conveniente que se dotasen provisionalmente algunas plazas, lo que pudiera hacerse a bien poca costa, así porque estas inocentes, recogidas a vivir retiradas y en común, podrían pasar con poco, porque el sacerdote que las cuida y dirige es un varón piadoso y de notorio celo y caridad. Por este medio, dice Jovellanos, se las libraría de la distracción y peligros a que las expone la necesidad de mendigar; vivirían todas recogidas, y su aplicación a las hilanzas (que cuidaría la Sociedad no les faltara nunca) podría producirles algunas ganancias con las cuales se aumentase la proporción de mantener a otras muchas niñas. Vuecencia sabe cuántos beneficios produciría en Sevilla un establecimiento de esta clase”.
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Al igual que en otras muchas ocasiones, Jovellanos verá como sus justas iniciativas y proyectos no alcanzan el eco deseado: El señor Arzobispo no considerará apropiado que las monjas se dediquen a ese tipo de trabajo, y además teme que pueda resultar peligroso el contacto de las maestras con las monjas. El tema de las niñas tampoco lo toma en consideración. Sí triunfará la postura defendida por Jovellanos a favor del ingreso de mujeres en la Sociedad Económica Matritense. Desde el mismo momento de la creación de esta institución, 1775, se planteó la conveniencia o no de admitir mujeres como socias. Más de once años duraron las discusiones. Algunas mujeres ya habían ingresado en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, argumento esgrimido por los partidarios de la presencia femenina mientras que los otros, los contrarios, presentaban sus dudas sobre el “raciocinio de la mujer”. De nuevo cobraba actualidad la polémica sobre si las féminas tenían o no capacidad de pensamiento, si eran seres racionales como los hombres o tan sólo entes frívolos. Cincuenta años antes, en 1726, el padre Feijóo había conmocionado a la sociedad con uno de los capítulos de su “Teatro Crítico”. Para Feijóo las mujeres no podían ser acusadas de todos los males; Eva tenía la misma culpa que Adán. La mujer no era el único ser imperfecto, puesto que el varón la necesitaba para engendrar; luego tampoco era perfecto. Ambos, decía el padre Feijóo, sufrían la misma imperfección. Las ideas expuestas por Feijóo en su capítulo “En defensa de las mujeres”, habían dividido a la sociedad, y ahora, con el debate sobre la entrada de éstas, en las Sociedades y Reales Academias, el tema vuelve a ser centro de todas los debates. El posible “raciocinio” de las mujeres enfrenta a los ilustrados españoles. La discusión que al principio fue general se centró al final en dos personajes populares y muy amigos. Cabarrús se convirtió en el portavoz de los que rechazaban la entrada de mujeres y Jovellanos fue el encargado de defender su ingreso. En aquella polémica, que al final fue zanjada en el verano de 1787, por el rey Carlos III admitiendo a las damas, intervino una
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mujer, Josefa Amar y Borbón que ya había ingresado en la Sociedad Económica de Amigos del País de Aragón. “¿Cómo una sociedad cuyo nombre es “de Amigos del País”, -se pregunta Josefa-, puede excluir de su seno a toda una parte del país, la más numerosa, que son las mujeres: ¿o son tan misteriosos e intrincados los asuntos que se tratan en las Sociedades Económicas que no pueden entenderlos más que los hombres?” “Es el miedo de tomar una decisión tan importante, -dice Josefa-, que sin duda igualaría a las mujeres con los hombres, lo que les impide decidirse”. Josefa Amar alertaba a las mujeres diciéndoles que el mayor peligro ante la discusión iniciada estaba en la propia pasividad de éstas, que no deberían desentenderse del tema; “Hay que terciar en el debate, decía, y hacer valer el punto de vista de las mujeres, que no necesitan en absoluto que lo defiendan varones, aunque sean tan ilustrados como Jovellanos”. Josefa Amar agradeció públicamente a Jovellanos su defensa de las mujeres, aunque en el fondo, me imagino que estaría en total desacuerdo con algunos de los argumentos presentados por el ilustrado gijonés, y es que era muy difícil, - todavía hoy lo sigue siendo-, desligarse del machismo ancestral de nuestra cultura. Como sabemos Jovellanos defendió la entrada de las mujeres en la Sociedad Económica Matritense y además de pleno derecho, ya que muchos pretendían admitirlas sólo nominalmente para que figurasen en la relación de miembros de la Sociedad, y nada más. “Yo no atino como se han podido separar estas dos cuestiones, a saber, admisión y concurrencia. Abrir con una mano la puerta de esta sala a las señoras, argumentaba Jovellanos, y con otra impedir la entrada sería cosa ciertamente repugnante. Desengañémonos, señores, añade, estos puntos son indivisibles. Si admitimos a las señoras, no podemos negarles la plenitud de derechos”.(5) Aunque cuando Jovellanos intenta convencer a Cabarrús de su tesis, dice: “Pero no nos dejemos alucinar de una vana ilusión. Las damas nunca frecuentarán nuestras asambleas. El recato las alejará perpetuamente de ellas. ¿Cómo permitirá esta delicada virtud
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que vengan a presentarse en una concurrencia de hombres de tan diversas clases y estados? ¿A mezclarse en nuestras discusiones y lecturas? ¿A confundir su débil voz en el bullicio de nuestras disputas?. (6) Y añade que uno de los aspectos positivos de la admisión de damas será el estímulo que en los caballeros despertará la presencia de bellas y distinguidas mujeres que aplaudirán sus intervenciones y discursos. Resulta un poco penoso releer estas justificaciones, aunque debemos considerar que sucedió hace más de doscientos años. Yo creo sinceramente que Jovellanos si fue un defensor de la causa femenina, algunas veces entre comillas, por supuesto, pero partidario al fin y al cabo, porque él no dudará en aplaudir el trabajo de las mujeres en la Sociedad, porque en definitiva, ellas fueron quienes de verdad merecieron tal recompensa. La Junta de Damas se hizo cargo de las Escuelas Patrióticas y más tarde del Montepío de Hilazas, creado para dar trabajo a las ex-alumnas de las escuelas. La actividad de las damas desde la Sociedad Matritense fue importantísima. Cuando se pusieron al frente de la Real Inclusa de Madrid consiguieron, en un año, hacer descender el índice de mortalidad del 96 al 46%. La figura más destacada, por su entrega, fue la de la condesa de Montijo, María Francisca de Sales Portacarrero, que ocupaba el cargo de secretaria de la Junta. Ella fue también quien propuso al gobierno la posibilidad de hacerse cargo de la situación de las presas en la cárcel de La Galera. La condesa de Montijo no sólo llevó la dirección de la nueva actividad de la Junta, sino que trabajó como enfermera en las dependencias carcelarias. La Asociación de presas de la Galera constituyó una novedad sin precedentes en nuestro país. Años más tarde Concepción Arenal y Victoria Kent continuarían con iniciativas similares. La condesa de Montijo fue una de las grandes amigas de Jovellanos. Era una mujer inteligente, culta y muy valiente. Pertenecía al conocido grupo de mujeres ilustradas que, siguiendo la moda francesa, organizaban salones literarios en sus casas a los que asistían los personajes más importantes de aquel tiempo.
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Destacaban los salones de las condesas de Lemos, Benavente y Montijo. También eran importantes los de la duquesa de Alba y el de la marquesa de Fuerte Hijar. Jovellanos acudía frecuentemente al de la Montijo. Ambos tenían amigos comunes, se movían en el mismo círculo de influencia. Cuando Cabarrús es detenido. Jovellanos que se encontraba en Salamanca, desoyendo todos los consejos, viaja a Madrid para tratar de ayudar a su amigo, y lo primero que hace nada mas llegar es acudir a la casa de la Montijo, los dos comparten la preocupación por el amigo detenido. A la muerte de la condesa de Montijo, que igual que él conoció el desgarro del exilio, Jovellanos no pudo reprimir su dolor y escribió una poesía en su recuerdo: “Murió la incomparable condesa de Montijo, la mejor mujer que conocía en España... la amiga de veinte años, siempre activa y constante en sus oficios; ¡Qué otro consuelo que la certeza de que gozará en el seno del criador del premio de una virtud que el mundo no acierta a conocer ni es capaz de recompensar!”. Sin embargo el cariño que sentía por la condesa, no impidió que Jovellanos escribiese una sátira, publicada en el Diario de Madrid en enero de 1798. Una sátira que el profesor Caso González tituló “Contra la tiranía de los maridos”, y que, en opinión de Caso, tiene su origen en los problemas matrimoniales del Conde de Teba, hijo de la Montijo, que se separó de su mujer con el consiguiente escándalo. Según Caso González, en los 139 versos de los que consta la sátira, “Contra la tiranía de los maridos”, Jovellanos “plantea la igualdad de derechos y obligaciones de los sexos dentro del matrimonio, lo que quiere decir que el posible adulterio de uno de ellos sería igual en el caso del marido que en el caso de la esposa. El marido no puede actuar como si fuera el señor y dueño de la esposa sino como su igual en todos los sentidos. Y don Gaspar, continua Caso, volverá a criticar las leyes existentes y pedirá al Consejo de Castilla que derogue dichas leyes y que restablezca la igualdad que la naturaleza y la razón ordenan respecto de los derechos y obligaciones de los dos”. (7)
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Jovellanos fue, sin duda, un gran defensor de las mujeres en el sentido de que él creía en la libertad del ser humano, y pensaba que los derechos, deberes y obligaciones deberían ser los mismos para ambos sexos. Es muy posible que Jovellanos haya animado y colaborado con su amigo y protegido Ceán-Bermúdez en su Diccionario Histórico, en el que Ceán incluye una lista de mujeres artistas, algo bastante insólito en aquel tiempo. (tanto que las dejaran desarrollarse artísticamente como que se hablara de ello). Son 25 las mujeres artistas que aparecen en el Diccionario de Ceán. Como dato curioso destacaremos que sólo una de las enumeradas figura como escultora, Luisa Roldán, que vivió en el XVIII, el resto eran pintoras, miniaturistas y grabadoras. Resulta reconfortante comprobar como algunos trataron de rescatar, del olvido histórico, al que estaba destinada, la labor de muchas mujeres. A don Gaspar Melchor de Jovellanos le gustaba rodearse de mujeres guapas, pero sobre todo inteligentes. Si repasamos sus Diarios podemos comprobar como ni una sola escapa a su mirada y opinión crítica: “Son de singular mérito la nieta, Doña Francisca Mazarredo, sobrina del general, blanca y bastante bien parecida. Es también muy graciosa la Pepita Landecho, morena, ojos negros y vivos, boca muy graciosa y trato amable”. “La mujer de Arce, fea, rica, natural de Paradinas; buen trato; una sobrina que fue diez meses monja y tiene cara de tal...”. “Visita a la marquesa de Villacampo, mujer de espíritu, viveza y talento; cuida de sus sobrinos”. “Doña Mauricia Gil Delgado, de Miranda de Ebro; linda, fina, modesta, lo mejor que vi de su sexo en este suelo, que no me parece ser la patria de Venus”. “A ver a la Corregidora: graciosa como andaluza”. “Tiene dos hijas casadas y una soltera, ésta, en casa: es muy agraciada sin ser linda”. “Vuelta a la feria con las señoras; viene don Alvaro de Faes con su esposa Doña Ramona Valdés, bastante bien parecida; habla en tiple, como las de puerto de mar”.
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“A ver a las señoras: allí la Narros, y la Alameda, sobrina de Salazar: alta, bien hecha, bellísimos ojos, algo parada; tocó admirablemente el fortepiano”. “Madama Alameda, vestida con camisa ceñida bajo el pecho, sin ajustador; en el primer tiempo de su embarazo; con el pelo en la frente; ojos grandes y vivos, aire amable; parece nacida en Grecia”. “A comer a casa de Piles, con las niñas de Corcuera: una carilarga, otra carirredonda, de bastante gracia y amable carácter; otra roja, retozona y bien parecida, aunque basta; la niña de la casa, pelinegra, ojos chicos, voz de tiple”. Como verán es totalmente expresiva la descripción que Jovellanos hace en sus Diarios de las mujeres que conoce, y es totalmente inevitable que al llegar a este punto de la reflexión sobre “Jovellanos y las mujeres” nos preguntemos, ¿por qué, don Gaspar no se casó? No es este un interrogante novedoso, los contemporáneos de nuestro personaje intentaron muchas veces obtener una respuesta del propio interesado: “Me aconseja usted que cuide de gobernar mi casa y tomar estado. El primer consejo viene a tiempo, escribe Jovellanos al Obispo de Lugo, porque no vivo de diezmos, y cobro mi sueldo en vales; el segundo tarde, pues quien de mozo no se atrevió a tomar una novia por su mano, no la recibirá de viejo de la de tal amigo”. Pertenece este párrafo a la carta con la que Jovellanos responde al impertinente Obispo de Lugo a quien le había pedido una donación o préstamo para terminar el edificio del Real Instituto. Parece evidente que el Obispo trata de molestar a Jovellanos, y si utiliza para ello el tema de su soltería es porque sabe que esto le incomoda. El doctor Martínez Fernández escribe: “De Jovellanos se han dicho y escrito toda suerte de invectivas y despropósitos, en busca de explicaciones para su soltería firme y empedernida. Se le ha tildado de frío, de tímido, de calculador, de fracasado y decepcionado ante la coyuntura amorosa e, inclusive, de mal dotado para verificarla”. Don Jesús Martínez Fernández se muestra en total desacuerdo con este tipo de rumores y también con la opinión de Nocedal
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quien trata de justificar el celibato de Jovellanos por causas religiosas cuando escribe: “...la humana malignidad, siempre suelta, y más ahora por carecer de todo freno, no quiere buscar la razón de ciertos fenómenos, en principios de virtud que no comprende. A punto estuvo Jovellanos de contraer matrimonio, -escribe Nocedal-, pero entonces, y siempre, desistió de tal idea por creer que, habiendo sido ordenado de primera tonsura, estaba en la obligación de consagrar su vida a la castidad”. Creo que esta explicación que Nocedal nos ofrece sobre las causas de la soltería de Jovellanos puede ser tan válida como otra, aunque personalmente me cuesta creerla. Pienso que no encaja, que no está de acuerdo con su personalidad. Porque si de verdad pensaba así, carece de sentido que se dedicase a escribir tantas poesías amorosas como las que en su etapa sevillana dedicó a otras tantas mujeres, siempre bajo nombres supuestos. Eran, estas manifestaciones sentimentales, el reflejo de sus amores de juventud. Además, uno de los romances, el dedicado a Enarda, dejó huella en su corazón, y como apunta Caso González la prueba la encontramos en la carta que, más de treinta años después, escribe a su íntimo amigo Carlos González de Posada; “Aunque hice muchos sonetos en mi vida, la prueba de que no eran buenos, dice Jovellanos, es que todos se me han olvidado salvo uno, que acaso no quedó en la memoria por serlo, sino por otras circunstancias”. En el primer cuarteto de aquel soneto dice Jovellanos: “Quiero que mi pasión ¡oh Enarda! sea, menos de ti, de todos ignorada; que ande en silencio y sombra sepultada, y ningún necio mofador la vea”. Diez años más tarde Jovellanos escribe la famosa Epístola del Paular. Por esta composición conocemos que vuelve a encontrarse con Enarda, pero su amor se romperá para siempre, y Jovellanos manifiesta su dolor: “Aquí, pues, escondido, lloro a solas de la inconstante Enarda los desdenes
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y el acerbo dolor de mi destino. Aquí solo, a mis penas entregado... De la llamada Epístola del Paular se deduce que fue Enarda quien le dejó, pero, ¿cuál era la identidad de esta mujer?, ¿por qué siempre se refiere a ella con seudónimo?. Me imagino que las razones pueden ser diversas; desde que estaba casada, a que pertenecía a una clase social baja o tal vez había adquirido compromiso de matrimonio con otro. Lo cierto es que don Gaspar lloró la ausencia de Enarda con la que posiblemente hubiera deseado casarse, pero su destino no era el matrimonio. Don Gaspar se sintió atraído después por otras mujeres... De las notas de sus Diarios se puede deducir cierto interés por Ramona Villadangos, a quien llama la Majestuosa... “La Majestuosa, escribe Jovellanos, buena y siempre amable”...”... no he visto fea que más interese”...”larga conversación con la Ramona: me confirma en la idea que siempre tuve de su buen talento y buenos principios; poco satisfecha de la conducta de sus pretendientes, menos de la de Pepe María Tineo”...”Tertulia; serio con la Majestuosa”. Ramona Villadangos vivía en León y siempre que Jovellanos pasaba por la ciudad la visitaba. Parece, por las anotaciones en el diario, que a doña Ramona no le resultaba indiferente don Gaspar, y que a éste le agradaba aquella atención. Un día, después de despedirse, Jovellanos apunta.. “A fe que ahora me es más sensible mi partida... Creo conocer su carácter y cuánto vale aquella sencilla expresión, proferida con tanta nobleza como ternura; pero distamos mucho en años y propósitos”. La vida amorosa de Jovellanos ha preocupado a sus contemporáneos y a muchos de sus estudiosos. Algunos basándose en una carta de Meléndez Valdés a don Gaspar, en que le da la enhorabuena por “el bello hijo de Alomena la bella”, y examinando otra carta que Tomás Menéndez Jove le escribe dándole cuenta de la situación familiar y en la que le cuenta el pronóstico que todos hacen a su madre diciéndole que pronto tendrá una nuera alemana, les lleva a pensar que tal vez Jovellanos tuvo un hijo natural, dada la coincidencia de; alemana, alomena...
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Fuera como fuese lo cierto es que a don Gaspar Melchor de Jovellanos le gustaban las señoras, y él les resultaba enormemente atractivo. Lady Holland escribía; “Yo no me había atrevido por discreción a visitarle pero ansiaba tanto gozar del encanto de su conversación que me decidí a hacerlo”. “El carácter desapasionado y benevolente de Jovellanos, teniendo en cuenta todo lo que ha sufrido, es cosa extraordinaria; hay tal mezcla de dignidad y dulzura que es imposible dejar de sentir hacia él una fuerte corriente de amor y admiración”. El atractivo de Jovellanos debía de ser evidente. Carlos González de Posada cuenta que: “...el conde de Floridablanca confesaba que oyendo hablar al Sr. Jovellanos era preciso cerrar los oídos o condescender con lo que quería tal era en él la combinación feliz de prendas naturales y adquiridas que poseía don Gaspar”. En otro momento de la biografía de Jovellanos, González de Posada habla de la impresión que éste causó al duque de Alba que a su vuelta de un viaje por Andalucía acudió a ver al duque de Losada, que era tío de Jovellanos y le dijo: “Vengo tan enamorado del sobrino que tienes en Sevilla que si no lo traes luego a la corte, yo lo pediré al Rey para mi Consejo de Indias”. Pienso que era bastante normal que Jovellanos concitase la atención de quienes le conocían; poseía una gran educación, y dicen que su aspecto físico era muy agradable: “...de estatura proporcionada, más alto que bajo, cuerpo airoso, cabeza erguida, blanco y rojo, ojos vivos, piernas y brazos bien hechos, pies y manos como de dama, y pisaba firme y decorosamente por naturaleza, aunque algunos creían que por afectación...”...“... era constante en la amistad, agradecido a sus bienhechores, incansable en el estudio y duro y fuerte para el trabajo”. Con estas palabras describía Ceán Bermúdez a Jovellanos. Él, Ceán conoció muy bien la constancia de don Gaspar en la amistad, igual que Cabarrús o Carlos González de Posada a quienes escribe unas cartas que sólo un devoto de la amistad podría firmar.
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“...porque yo nada deseo ahora sino la estimación de mis amigos, que siempre fue mi única ambición...”, dice Jovellanos... Leyendo las cartas de Jovellanos y las anotaciones que realiza en sus Diarios, uno siente una emoción enorme; es tan natural su estilo, tan ricas las matizaciones con las que describe paisajes o sensaciones que consigue transmitirte sus vivencias. Así recuerda una noche de tormenta: “Nubes; calma; anuncia calor igual al de ayer. No puedo echar de mi memoria la situación de Santa Catalina en la noche de ayer. La dudosa y triste luz del cielo; la extensión del mar, descubierta de tiempo en tiempo por medrosos relámpagos que rompían el lejano horizonte; el ruido sordo de las aguas, quebrantadas entre las peñas al pie de la montaña; la soledad, la calma y el silencio de todos los vivientes, hacían la situación sublime y magnifica sobre toda ponderación”. La sensibilidad de don Gaspar queda al descubierto en sus hermosos escritos y también su espíritu melancólico y bondadoso cuando escribe: “Nubes; tiempo suave. Entro en los cincuenta y cuatro años esta noche; ¡ cómo vuela el tiempo! La vejez encima, y la muerte no puede estar distante; darse priesa a hacer el bien”. Debo confesar que me ha entusiasmado introducirme en la vida epistolar de Jovellanos, aunque también, a veces, he experimentado la sensación de estar violando su intimidad. La intimidad de un hombre que, ante la extrañeza de sus contemporáneos, vivió soltero, tal vez porque no le apeteció casarse. Un hombre excepcional que intentó que las mujeres ocuparan el lugar que les correspondía en la sociedad, no por ser defensor de la causa femenina, sino porque era inteligente y deseaba una sociedad mejor. Al principio de esta intervención manifestaba mi admiración por Jovellanos como candasina y mi agradecimiento como mujer. Ahora quiero expresar mi identificación con don Gaspar como asturiana. Una asturiana que, como él y al igual que todos los asturianos presumimos y nos sentimos orgullosos de haber nacido en esta tierra a la que consideramos el mejor de los paraísos. Por ello Jovellanos respira aliviado cuando comprueba que su amigo Carlos González de Posada, que acaba de tomar posesión
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de su cargo como Magistral en la catedral de Tarragona, sigue queriendo a Asturias, algo que empezaba a dudar Jovellanos ante la maravillosa descripción que Posada realiza de la ciudad catalana y de todo su entorno. Jovellanos escribe gozoso: “Pero se acuerda de Asturias, y también doy de ello gracias a Dios, porque sentiría que usted, amado magistral, creyese que había una cosa mejor en el mundo”. ¡Muchas Gracias!
(1)
Memoria del Discurso sobre el ingreso de Mujeres en la Sociedad Económica Matritense.
(2)
Informe sobre el libre ejercicio de las Artes.
(3)
Informe sobre el Libre ejercicio de las Artes.
“La Escuela de la Argandona, último legado de Jovellanos” de Agustín Guzmán Sancho. Diario “El Comercio”, 30 de noviembre de 1994. (5) Memoria del Discurso sobre el ingreso de Mujeres en la Sociedad Económica Matritense. (4)
(6)
Memoria del Discurso sobre el ingreso de Mujeres en la Sociedad Económica Matritense.
(7)
“Vida y obra de Jovellanos”. José Miguel Caso González. Tomo II, Pág.,479.
Estas conferencias se terminaron de imprimir en los talleres de la imprenta NOHÉ de Gijón, el día 7 de Enero de 2000, festividad de San Raimundo de Peñafort, en el CCVI aniversario de la solemne inauguración del Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía.