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Spanish; Castilian Pages [199] Year 2015
Tomo I I I
Savia
Pacífico
Inventario botánico de Colombia
t
Pacífico In v en ta r io
botá n ico
de l a r egión
Inventario botánico de Colombia Tomo I I I
Savia Pacífico
S avia P acífico
Inventario botánico de la región Pacífico colombiana
C olección S avia
Inventario botánico de Colombia Tomo tres de cinco Colombia, 2015 www.saviabotanica.com
Edición
Este tomo y los demás de la Colección Savia son una
contribución del Grupo Argos a la difusión del patrimonio
botánico colombiano. Fueron concebidos por esta empresa bajo la presidencia de José Alberto Vélez y contaron con el apoyo conceptual de Juan Luis Mejía, Rafael Obregón, Cecilia María Vélez y Juan David Uribe
Dirección editorial
Corrector de estilo
Curador científico
Correctora de pruebas
Redacción de textos
Correctora técnica
Ana María Cano, Héctor Rincón
Álvaro Cogollo Pacheco
Patricia Nieto, Fernando Quiroz, Óscar Hernando Ocampo,
Úver Valencia, Adriana Echeverry, Ana Cristina Restrepo Jiménez,
Carlos José Restrepo
Silvia García
Marcela Serna
Cristian Zapata, Angélica María Cuevas, Laura Ospina, Víctor Diusabá,
Índice onomástico
Investigación y documentación
Corrección de color
Ana María Cano, Héctor Rincón
Cristina Lucía Valdés, Camila Uribe-Holguín, Theo González, Lina Pérez, Natalia Benavides, Gustavo Reyes, Andrea Alba,
Nancy Rocío Gutiérrez
Gabriel Daza
equipo de Una Tinta Medios
Impresión
Fotografía
quien solo actúa como impresor
Ana María Mejía, Tatiana Gómez, Luca Zanetti, Ana María Cano,
Panamericana Formas e Impresos S. A.,
Héctor Rincón
ISBN: 978-958-58250-1-7
Concepto y diseño
Copyright Grupo Argos 2015
Erika Díaz Gómez, Marcela García, Eduardo Santos
Medellín, Colombia
Efraín Pérez Niño, Karen Sofía Barrera, Diego Cortés Guzmán,
Coordinadora Savia Botánica Hilda Samudio Ruiz Ilustraciones
Alejandro García Restrepo Ilustración botánica
Eulalia De Valdenebro
Centro Santillana, Cra 43A N.o 1 A sur 143, Torre norte www.grupoargos.com
www.saviabotanica.com Queda prohibida sin la autorización escrita de los titulares del copyright bajo las sanciones establecidas en las leyes,
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento
G rat i t ud
A tantos ríos que nos llevaron a tantos caños; a esos caños que nos acercaron a aquellos esteros y senderos en donde sucede la vida. Y al mar. A ese mar misterioso e incontenible.
L a C ol ec c ión Sav ia
Este libro de Savia Pacífico es el tercero de cinco tomos auspiciados por el Grupo Argos, con la descripción del paisaje botánico de Colombia dividido por regiones. Los anteriores tomos se ocupan de Caribe y Amazonas-Orinoco, y los siguientes de Oriente y región Andina. No se trata de una colección de libros de botánica ni de fotografía en sentido estricto, porque la Colección Savia se propone tener el periodismo al servicio de la divulgación científica de la botánica para lograr hacer comprensible un patrimonio nacional, que es la manera elemental de preservarlo. Este libro y los que siguen están concebidos con la idea de que la botánica está presente en la vida cotidiana de una manera que a veces ni nos damos cuenta y esto demuestra que sin ella es imposible la preservación de la vida en este planeta. Esta es una contribución que el Grupo Argos hace a la sostenibilidad al concebir y apoyar la realización de la Colección Savia. t
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Savia Pacífico Ín dic e de con t en id o s
P r e s e ntac ión
El futuro no espera
8
Grupo Argos P e r f i l Pac í f ic o
El edén olvidado
10
Héctor Rincón R e g ión Pac íf ic o
Mapa de la región Pacífico
17
Alejandro García Restrepo R ío At rat o
Atrato, la vida en un río
18
Víctor Diusabá Jar dí n B otán ic o del Pac íf ic o
La selva se adentra en el mar
26
Ana María Cano Perfiles
El sabio Cuatrecasas
32
Ana María Cano Tr e s pl antas sim b ól ic as de l a r eg ión
Emblemáticas33 Eulalia De Valdenebro C o c i na
Mestiza, colorida, exquisita
34
Fernando Quiroz M e dic i nal e s
El herbolario poderoso Adriana Echeverry
42
Made rabl e s
Robles, nísperos, manglares y hombres
50
Angélica María Cuevas Dar i é n
La selva de los gentiles
58
Patricia Nieto Pe r f i l e s
El sabio Patiño
64
Ana María Cano Te s or o anf i bio
Benditos mangles
65
M ang l ar e s
La nodriza de las aguas
66
Ana Cristina Restrepo Jiménez Frutal e s
Frutas y leyendas
74
Cristian Zapata M ús ic a
Son de mar y de ríos
82
Úver Valencia R e l ac ión Pac í f ic o - Am a z on as
Los bosques hermanos
90
Óscar Hernando Ocampo Pe r f i l e s
El sabio Gentry
96
Ana María Cano Ter r e st r e s y t r epad or e s
Bejucos97 Con poema de Udón Pérez G or g on a
El oráculo del Pacífico Ana Cristina Restrepo Jiménez
98
Baud ó
La serranía de Los Saltos
106
Óscar Hernando Ocampo A rt e s aní as
Hacer para usar
114
Ana María Cano Tum ac o
La perla negra
122
Héctor Rincón P ue bl os
Papayal130 El Salero 131 La Ceiba 132 Guayabal133 Laura Ospina M apa r e g ion al de par q ue s n ac ion al e s
La Colombia más diversa
134
Marcela García Santa M ar í a l a An t igua del Dar ién
Virgen perdida entre dos mares
136
Ana Cristina Restrepo Jiménez Í ndic e de f o to g raf ías e il u st rac ion e s
La vida privada de las imágenes
140
Héctor Rincón
Bibliografía Savia Pacífico
154
Índice onomástico Savia Pacífico Nancy Rocío Gutiérrez
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El futuro no espera
l Pacífico colombiano lo caracteriza no solo la vastedad de sus bosques, el entramado infinito de sus ríos y de sus ciénagas; la humedad de su clima con lluvias incesantes y sus manglares que se esparcen por los mil trescientos kilómetros de costa; no solo eso lo caracteriza sino la proclamada certeza de ser el futuro de Colombia. Pero no es esta una certeza alegre sino melancólica porque ser el futuro de Colombia es una promesa desde los comienzos del siglo xvi cuando el Pacífico colombiano fue incorporado al mapa del mundo conocido por los descubridores, que navegaron guiados por la ambición y por Vasco Núñez de Balboa, y sigue siendo una promesa ahora ya entrado este siglo xxi. Y el futuro no aparece en estos más de setenta y ocho mil kilómetros cuadrados, que son el siete por ciento del territorio colombiano el que cubre todo el Chocó y parcialmente el Valle del Cauca, Cauca y Nariño. La región Pacífico sigue aquí, anclada desde las laderas de la cordillera Occidental hasta su brumosa frontera líquida con el océano que conduce hacia el mundo que más hierve, al planeta más agitado por su población desbordada y su desarrollo meteórico. Ese mundo de chinos, de japoneses, de malasios y de indonesios; de indios, de australianos y de tailandeses; en fin, tan próximo por el mar que nos los aproxima, pero tan lejano como la misma Colombia urbana. Pero su gran virtud, el más potente patrimonio vegetal, sigue aquí. Esperando ya con fatiga el futuro, pero sigue aquí este Pacífico con sus serranías, sus ensenadas, sus porciones insulares y esta biodiversidad que un documento internacional confiable dijo en 1991 que es la mayor del mundo. Y tiene por qué serlo: una heterogeneidad de ecosistemas le fue dada: matorrales, selvas pluviales, bosque de selva basal y de tierras altas, humedales, manglares, arrecifes coralinos. El quince por ciento de las familias botánicas del mundo está aquí. Una riqueza que palpita en los entresijos de este territorio prodigioso y tan pletórico como puede imaginarse si citamos, por citar algo de su geografía, que en un solo reducto de la serranía del Baudó, el formado por los valles de los ríos Truandó y Nercua, junto a los de los ríos Upurdú,
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P r e s e ntac ión
Opogadó y Napipí, han sido halladas y clasificadas 1.224 especies de plantas. En un solo fragmento de su inmensidad. Todo ello sigue aquí. Al leer juntos los capítulos que componen este Savía Pacífico —el tercer tomo de la Colección Savia, que ya se ha ocupado del Caribe y del Amazonas - Orinoco y que en los próximos dos libros mirará la vegetación del oriente del país y de la región Andina— se refuerza el aprecio por la naturaleza que nos pertenece. Y, al lado, surge una nostalgia por lo que ha podido ser y no ha logrado esta Colombia en vilo. Su potencialidad incomprendida y, más que eso, desconocida por casi todos los demás habitantes del país que poco saben de estos bosques y de este mar, y no les duele lo compleja que es la vida para casi un millón de personas que por aquí subsiste. Andáguedas, baudós, catíos, citaráes, chamíes, emberas, noanamas y quimbayas, son duendes en estas espesuras que comparten con una mayoría de ascendencia africana. Todos ellos —indígenas y negros y blancos y mestizos— saben de este tesoro que es inapreciable para la Colombia establecida. Un tesoro que ahora está siendo explotado sin aprecio ni orden por los nuevos piratas que trafican con madera o buscan metales en sus cuencas. Avanza en el Pacífico una destrucción desalmada por la cual han desaparecido árboles emblemáticos. Que no permanezca en el olvido el Pacífico colombiano. Que su viaje al futuro sea en serio y sea pronto, es una plegaria. Tan importante es este territorio para el desarrollo integral del país y tan vital es su riqueza natural para la salud del mundo. Esas condiciones, deberían ser suficientes para emprender las tareas postergadas con esta región, para que así deje de ser solo la Colombia del futuro. Y para que sus habitantes terminen con el dolor presente de vivir sin existir.
‐ Grupo Argos ‐ t
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El edén olvidado
i fuera por el bosque espeso que se ve al sobrevolarlo con el ojo del halcón satelital, el litoral Pacífico colombiano sería nada más que un solo parque natural, enigmático e inabordable, con sus 78.616 kilómetros cuadrados de verdes interrumpidos solo por esos hilos del color del barro que se estiran y se encorvan como las serpientes que es como se ven sus ríos tremendos que son su vida y que son su maldición. Nada más sería. Ya abajo, caminando como hormiga por entre la densidad de su selva intimidante o navegando como un alevín por alguno de sus ríos tumultuosos, el Pacífico de Colombia es, a veces, unas playas sin límites; a veces unos acantilados escabrosos; casi siempre unos suelos inundados y, siempre, un edén en el que la naturaleza se manifiesta sin restricciones, pleno y albo- Quién sabe qué deslumbra más del Pacífico rozado nido de la mayor biodiversidad del planeta. colombiano: si sus bosques densos con Lo que ha hecho así de pródigo al Pacífico es la suma de la biodiversidad más grande del mundo unas virtudes que le tocaron cuando las estaban repartiendo. o la urdimbre de sus ríos o su topografía A algunos territorios les dieron montañas ásperas; a otros, intrincada. Quién sabe valles fértiles o abismos inescrutables. En aquella repartición al Pacífico se le asignó la presencia de un mar por mil trescientos kilómetros de playas, unas cuencas hidrográficas de imposible contabilidad, unos relieves montañosos que son como de región Andina y unos vientos alisios que se estrellan contra estas estribaciones y generan estos climas altos de humedad y mucha lluvia, todo lo cual lo hace tan exuberante. Tanta exuberancia, que le da al Pacífico colombiano aquel reconocimiento de emporio biodiverso, según documento de la Unión Internacional para la Conservación
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P e r f i l Pac í f ico
Vegetación al borde del Pacífico
Selva y cielo oscuro del Pacífico
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Naidizal Euterpe oleracea
Transporte acuático de la madera
del Planeta; tanta riqueza, sin embargo, es frágil porque en la mayoría de este territorio los suelos son escasos en los sedimentos que requiere para sostener y alimentar sus bosques. Solo abajo, en el sur, por Guapi, por Tumaco, esta condición cambia y hay pisos que logran retener nutrientes para que de ellos se erija airosa su vegetación desaforada. Una vegetación hecha por los vientos; unos vientos que le fabrican al Pacífico climas no húmedos sino muy húmedos; una humedad que le da una temperatura de veintisiete grados centígrados de promedio en el día y que le proporciona el título de ser una de las regiones del mundo con mayor precipitación de lluvias, si no la más: en el Pacífico llueve a chorros en el Chocó, con 9.000 milímetros anuales que caen sobre su capital Quibdó durante 233 días al año, que son muchos días lloviendo pero no tantos como en su vecina Andagoya, en donde llueve a cántaros 297 de los 365 días del año. Y en Buenaventura esas lluvias caen en promedio durante 216 días. Pero como no es un clima homogéneo, como no es
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P e r f i l Pac í f ico homogénea tampoco su geografía, en Tumaco llueve mucho pero apenas 130 días al año. Aunque parezca eso —un solo y uniforme conjunto de bosques—, el Pacífico es heterogéneo en su geología y en su geografía. Por ejemplos, muchos: arriba, en el norte, la costa del Pacífico de Colombia presenta doscientos ochenta y siete kilómetros de acantilados, cavernas, pilares marinos y las llamadas plataformas de abrasión. Y al sur, el paisaje costero ha sido modelado por tsunamis y marejadas que han determinado la presencia de playas, bocanas, cerros y planicies aluviales. El resultado concreto de estas diferencias son unidades ecológicas en las que hay bosque húmedo tropical y bosque medio aluvial, de las que se desprenden pantanos, ciénagas, manglares, litorales rocosos y acantilados, playas, pastos marinos y arrecifes coralinos. Para acercarse a la comprensión de cómo es y por qué es como es este territorio que la Colombia urbana ve como si fuera una sola mancha verde, hay que llegar, necesariamente, a la geomorfología. No hay remedio. Y mucho mejor que no lo haya porque es fascinante: imagínese la topografía del norte del Pacífico hecha de una serranía que se llama Baudó y que se extiende sin cortes a lo largo de 375 kilómetros, con elevaciones que van desde los 600 a los 1.200 metros sobre el nivel del mar, aunque hay un salto, el salto del Buey, que queda al sur de Bahía Solano, que llega a los 1.810 metros. Esta serranía, que va desde los límites con Panamá hasta el cabo Corrientes, le determina al Pacífico norte que sea una costa rocosa y empinada en donde reinan los acantilados. Pero cuando transita lejos muy lejos del litoral marino, la serranía del Baudó tiene en su lomo zonas planas que aunque hoy están cubiertas por un bosque denso, dan cuenta de que estas alturas alguna vez estuvieron al nivel del mar. Hay más. Hay un estudio que sustenta la hipótesis de que la del Baudó es una serranía mucho más larga de lo que se ve: lo que pasa es que su última cresta visible en el sur, por cabo Corrientes, se sumerge en el fondo oceánico y reaparece en las islas de Gorgona y Gorgonilla que formarían, en realidad, parte de la misma serranía del Baudó,
a la que algunos catalogan como la cuarta cordillera colombiana. Y al sur-sur hay una región pantanosa conformada por limos y arenas y arcillas que son las que van dejando al paso el inmenso entramado de ríos que se llaman San Juan, Dagua, Anchicayá, Naya, Patía y Mira. Hablo de ríos del Pacífico sur, por así llamar a aquel Pacífico que va desde cabo Corrientes a cabo Manglares, que es el último reducto de Colombia, desde donde ya es visible la frontera con Ecuador. Hablo solo de esos ríos, pero vuelvo al norte, a la zona chocoana del Pacífico, para decir de su riqueza hídrica en la que sobresale el Atrato con su caudal bravío y que, a pesar de dejar sus aguas al océano Atlántico, es tan pacífico como el chontaduro. O como todos los árboles maderables que crecen en la cuenca del río San Juan, de un área de quince mil kilómetros cuadrados, por donde fluyen los ríos Opaomadó, Tamaná y Sipí y también los ríos Cucurrupí, Copomá, Munguidó y Calima. Esos, entre los que tributan al San Juan, porque algunos de los que entregan sus aguas al Atrato son el Murrí, el Sucio, el Ipurdú, el Truandó y el Salaquí. Todo lo mencionado —vien- Sande lechero tos, serranía, suelos, mar, orillas, Brosimum utile acantilados, planicies— todo eso produce en el Pacífico una variedad de ecosistemas de la que se deriva su diversidad botánica. Ecosistemas que se clasifican en matorral subxerofítico, selva pluvial, bosque de selva basal, bosques de tierras altas, humedales, manglares, arrecifes coralinos y área insular. En términos contantes, el quince por ciento de las familias botánicas del mundo se ha encontrado en este edén colombiano, en donde también abundan las mariposas y aves endémicas, como parte de su exótica fauna. Aunque el Pacífico es dominado por la humedad, hay bosque seco, en el que crecen pequeños árboles o matorrales que son hermanos regionales de los inmen-
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sos ejemplares que sobresalen en la manigua. Choibá (Dipteryx oleifera), caoba (Swietenia macrophylla), roble (Terminalia amazonia), chanó (Humiriastrum procerum), abarco (Cariniana pyriformis), crecen en asociaciones o al lado de cedros (Cedrela odorata), ceibas (Ceiba pentandra), cativos (Prioria copaifera), entre otras especies apreciadas por su fortaleza maderable. En la selva húmeda hay familias botánicas que le son características: arecáceas, melastomatáceas, bromeliáceas, orquidiáceas y heliconiáceas, y en el bosque de selva basal abundan las anonáceas, las melastomatáceas y las moráceas. Y cuando se baja a la orilla del mar misterioso que viene y que va con sus mareas de cada siete horas, que lo aproximan o lo alejan; cuando se está en el litoral, se abre el universo maravilloso de los manglares que cubren unas trescientas mil hectáreas y que son la característica más sobresaliente de la vegetación costera. La zona de mangle se da en la parte trasera de las llamadas islas-barrera, y está habitada por cuatro clases de plantas con raíces que se sumergen en las zonas pantanosas y que son grandes retenedoras de sedimentos, lo que contribuye a aumentar la vegetación en el borde del mar. Los manglares son tan importantes para los ecosistemas como para la vida de todos los días de las comunidades del Pacífico. Por entre las zonas de mangle, que crecen al borde de los esteros y de las bocanas, navegan los lugareños y se evitan así los vaivenes riesgosos del mar que ruge. Y pescan lo de todos los días. Pero también lo extraen por la solidez de la madera y así se cometen de manera permanente pecados contra la supervivencia misma. De todo lo dicho —además de las zonas de reserva como los parques naturales nacionales o los santuarios de fauna y flora y de monocultivos como la palma africana, el chontaduro, el banano, y la caña de azúcar en el Pacífico domesticado— de todo lo dicho viven los colombianos de por aquí, reunidos en ciudades como Quibdó, Buenaventura o Tumaco, las principales, o en poblados distantes unos de otros, lejanos del bienestar del país urbano, bendecidos por una naturaleza prodigiosa y por una urdimbre de ríos que los comunican. Ríos y quebradas; arroyos y lagunas y ciénagas infinitas que son su vida, pero que también han sido su maldición por cuanto es por ellos que los extractores descontrolados de los recursos mineros se adentran, ocasionando más daño que beneficio a esta perla negra que es el Pacífico colombiano.
Árbol en roca
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P e r f i l Pac í f ico
En letra cursiva Por su altísima humedad el Pacífico colombiano cuenta con bosques pluviales, húmedo tropical, y bosques de selva basal, manglares y hasta con flora insular, lo cual lo define como un territorio biodiverso. Esto quiere decir que presenta una alta diversidad de familias botánicas registradas. Empezando por los manglares. No todas las especies de mangle hacen parte de las rizoforáceas, que es la familia predominante. El mangle rojo o colorado, (Rhizophora harrisonii o Rhizophora mangle); el mangle piñuelo (Pelliciera rhizophorae), que hace parte de las tetrameristáceas; el mangle negro o iguanero (Avicennia germinans), perteneciente a las acantáceas; el mangle nato (Mora oleifera), a las fabáceas, familia de las leguminosas o legumbres de la que también hace parte la choibá o almendro de montaña (Dipteryx oleifera). Entre los mangles también se encuentra el blanco o feliz blanco (Laguncularia racemosa), de las combretáceas. A esta familia pertenece el denominado roble en la región, aunque no todos los robles hacen parte del género Quercus de las fagáceas, que es el que popularmente se conoce como roble. El roble del Pacífico (Terminalia amazonia), es una Combretácea, y, como el roble común, es altamente apreciado en construcción. En los bosques del Pacífico colombiano existe una altísima cantidad de especies madera-
bles, de diversas familias. Entre las especies más apreciadas en este sentido se registran lecitidáceas, como el abarco (Cariniana pyriformis); meliáceas como el tángare o güino (Carapa guianensis); ocnáceas, de la que son el pacó o pácora (Cespedesia spathulata); clusiáceas, como el machare (Symphonia globulifera). Cabe mencionar otras cuantas especies botánicas apreciadas en la región, como la caoba, el cedro, las ceibas y el cativo. En el Pacífico se han sembrado diferentes monocultivos, como el chontaduro y la caña de azúcar, además de banano y palma africana (Elaeis guineensis), de la que se extrae el aceite vegetal. Los monocultivos son una amenaza para la característica principal de los bosques del Pacífico que es la diversidad, tanto en plantas como en animales.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Arecáceas
Elaeis guineensis
Palma africana
Extracción de aceite vegetal
Acantáceas
Avicennia germinans
Mangle negro, mangle iguanero
Alimento. Madera para construcción
Clusiáceas
Symphonia globulifera
Machare
Construcción y en medicina como analgésico
Combretáceas
Laguncularia racemosa
Mangle blanco, mangle feliz blanco
Combretáceas
Terminalia amazonia
Roble, curichí, macano
Madera para construcción y como carbón vegetal
Fabáceas
Fabáceas
Lecitidáceas
Dipteryx oleifera
Mora oleifera
Cariniana pyriformis
Choibá, almendro de montaña
Mangle nato
Abarco, chibugá
Madera para construcción
Alimento, aceite vegetal
Construcción de instrumentos musicales
Maderable
Meliáceas
Carapa guianensis
Tángare, güino, güina
Maderable
Ocnáceas
Cespedesia spathulata
Pácora, pacó, casaco
Maderable y ornamental
Rizoforáceas
Rhizophora harrisonii Rhizophora mangle
Mangle rojo, mangle colorado
Para leña, construcción y taninos
Tetrameristáceas
Pelliciera rhizophorae
Mangle piñuelo, mangle comedero
Madera para postes y leña
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Orquídea miniatura
La
m ayo r b i o d i v e r s i da d
Un documento de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza es el que legitima la presunción de que el Pacífico colombiano, con su selva chocoana a la cabeza, es, quizás, la zona de mayor biodiversidad en el mundo. En Colombia, el Pacífico representa, después de la región de la Amazonia, la reserva más grande de recursos naturales, especialmente en riqueza hídrica, forestal, pesquera, minera y faunística.
Lo
que la compone
El departamento con más territorio en el Pacífico es el Chocó, motivo por el cual se suele hablar del Chocó biogeográfico. De los más de setenta y ocho mil kilómetros cuadrados que componen la región, el Chocó, con sus treinta y un municipios, abarca cuarenta y seis mil kilómetros cuadrados en números redondos. El Valle del Cauca, Cauca y Nariño son los otros departamentos que aportan importantes porciones de tierra y mar a la zona. Aunque con algunas diferencias, el territorio tiene en común una vegetación selvática y unas cuencas hidrográficas sobre valles amplios e inundables, algunas veces pantanosos.
Parques Los
y s a n t ua r i o s
A lo largo y ancho del Pacífico de Colombia hay parques naturales nacionales como los de Gorgona, Sanquianga, Los Katíos y Utría. También está el santuario de fauna de Malpelo, distinguido por sus ecosistema marino y terrestre; este último, a pesar de la fuerte erosión, es rico en algas, líquenes, musgos, gramíneas, algunas leguminosas y helechos. En cuanto a los arrecifes coralinos, el Pacífico los tiene especialmente alrededor de la ensenada y la bahía de Utría, las islas de Malpelo y Gorgona, y en una menor proporción se han registrado en el golfo Cupica, en bahía Limones y en punta Ardita. En estos arrecifes el género que domina es Pocillopora. Con la zona del Caribe de Colombia, comparten los géneros Acropora y Porites.
c uat ro e l e m e n to s
El medio ambiente del Pacífico colombiano se caracteriza por cuatro claves: la presencia del mar que le produce a toda la región variabilidad climática. La riqueza hidrográfica, con multiplicidad de ríos, cuerpos de agua, ciénagas y lagunas. Los relieves montañosos dados no solo por la cordillera Occidental sino por la serranía del Baudó, que se une a la del Darién al norte, y la serranía del Gallizano, al sur; además, aunque poco es tenido en cuenta, el Pacífico tiene una hermandad con la región Andina en Cauca y Nariño. Y la otra clave es el clima, la humedad y la excesiva precipitación.
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AQUI VA DESPLEGADO MAPA
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Atrato, la vida en un río
o es necesario traicionar el Génesis para decir que es muy probable que a la hora de apartar las aguas por debajo del firmamento, como reza ese aparte del Viejo Testamento, Dios haya puesto buena parte ellas en esta inmensidad hecha caudal a la que Vasco Núñez de Balboa bautizó San Juan, por ser el santo del día en que lo descubrió, y al que hoy todos llamamos, en confianza, el Atrato. Y es que nadie, aparte de quien recién acuatiza en esta geografía que desde arriba siempre se ve azul, lo llama río Atrato. Quizás porque la vida que corre a lo largo de sus largos y anchos setecientos cincuenta kilómetros de extensión se multiplica, una y otra vez, hasta hacer un universo que alberga, como es común en el litoral Pacífico y tal cual lo Aunque sus aguas terminen en el Atlántico, dice el experto Carlos Andrés Meza Ramírez, “una enor- sin el Atrato es impensable la región del me diversidad de recursos animales, vegetales e hídricos” y Pacífico. Un río clave que le da vida a en el que habita “una considerable población afrocolom- todo lo que toca biana e indígena organizada en comunidades”. Es eso y mucho más. Es, al mismo tiempo, con el Atrato como eje, una selva lluviosa de clima húmedo y cálido, y la ruta ideal para en un futuro unir el Pacífico con el Atlántico. Es la mejor vía fluvial del país (sin que el verano impida que se navegue durante los 365 días del año) y, a la vez, el escenario natural sobre el que se levanta la mayor biodiversidad del planeta. Palmo a palmo, los casi 38.500 kilómetros cuadrados (o las 3.659.705 hectáreas) de la cuenca del río seducen una y otra vez a quienes viven la aventura de adentrarse en ese mundo hecho de diversidad, el mismo que recoge en sus predios unas 3.320 especies diferentes de plantas.
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R ío At rato
Pichindé Zygia longifolia
Árbol caído en el Atrato
Campanilla Kohleria sp.
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Y de madera. Los palos, en el buen lenguaje de la gente del campo, se levantan hasta querer tocar el cielo chocoano con los troncos formados de diferentes maneras. Ahí está el duro guayacán, que guarda bajo su caparazón las vetas de piel clara. O el cedro, fino y delicado, pero eterno. Y el balso, que se dobla pero no se rompe. Más allá, el roble, enhiesto. El abarco y sus mil posibilidades. Incluso, el pino, que se transforma una y otra vez, esa especie de camaleón de mil visos en el mundo de la madera, muy diferente del mangle, el cual es casi una piedra marmórea que obliga a que su destinación primera sea la única en su historia, a ver quién carga y quién puede con él. Otras especies generan sus propios paisajes, siendo familias quizás menos reputadas en los mercados, pero, igualmente piezas fundamentales de un paisaje abigarrado de texturas. Hablamos de la ceiba, del caracolí, del canelo y del olleto. También del guayabillo, del carbonero y del cativo. Allá adentro de esos tejidos impenetrables donde nacen, crecen y se hacen mayores, la mano del hombre va por ellos, a veces en procura de la subsistencia, en línea de continuidad con las prácticas ancestrales que hacen de los “bosquesinos”, esos aserradores nativos, otra especie, la encargada de dar el primer paso de una cadena productiva siempre cuestionada pero poco conocida. Aunque sería torpe no señalar esta explotación inmisericorde que apunta a la devastación. Pero quedémonos con lo primero. Gracias a trabajos como los de Patricia Vargas y Germán Ferro con su Construcción territorial en Chocó (1992), hecho para el Instituto Colombiano de Antropología, sabemos que el oficio de los sierristas es un rito en el que varios factores son imprescindibles a la hora del corte. Uno, la edad del árbol; el otro, la luna. Hay un tercero: el río, el Atrato y sus afluentes. Y el decisivo: el hombre. Primero, solo caen quienes deben caer: aquellos maduros. Segundo, la tala solo se hace en luna creciente “porque la madera se vuelve muy resistente y ella aguanta cualquier uso que uno le dé. Pero si uno corta madera en luna floja (menguante) ella se ablanda, se ahueca y se llena de plaga y ya no sirve pa´nada porque se deteriora” (habitante de Nueva Vida, 4 de mayo de 2004, cita-
Yarumo o guarumo Cecropia sp.
Balso Ochroma pyramidale
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R ío At rato do por Meza Ramírez en su Territorio de frontera: embate y resistencia en la cuenca del río Cacarica). El río y el hombre (el afrodescendiente, casi siempre, el más avezado para talar y aprovechar el recurso maderero) complementan un cuadro de permanente lucha para mantener vivas esas extensiones de tierra y de agua, siempre de agua al lado de la tierra. Esa explotación, consciente, contrasta con la que se ha hecho en las últimas décadas con maquinaria pesada por parte de empresas que desconocieron la sencilla diferenciación entre árboles “jechos” (maduros) y árboles “biches” (jóvenes); además de utilizar químicos para inmunizar las maderas, lo que afectó a los peces, en la medida en que esas sustancias fueron a parar a los ríos. Hay otro paisaje en la región, muy diferente a ese virgen. Se trata del que deja la agricultura. Pasa por el plátano, el maíz y la caña de azúcar que asimilan procedimientos tradicionales de cultivo de otras zonas del Pacífico, a la vez que deja huellas de arrozales y yuca al lado de árboles frutales. Ese panorama cambia con el paso de los meses, pues las extensiones dedicadas a ellos se anegan en invierno. Es, pues, en tiempos secos (una expresión bastante relativa en este territorio que marca tan alto, como pocos, en el promedio de lluvias) cuando se puede apreciar el crecimiento y la productividad de esas empresas agrícolas, muchas veces comunitarias y otras tantas familiares. Los pastos también están presentes para satisfacer los apetitos de una ganadería intensiva. Son, en su mayoría, pastos naturales: chuscal, gramalote y especies del género Brachiaria. Por el contrario, una especie es extraña: la palma aceitera, objeto de polémica por su carácter invasivo y su exagerado propósito comercial. La técnica para cultivar tiene como punto de partida el rastrojo, la utilización del machete para rozar, que no es otra cosa que quitar la vegetación arbustiva y herbácea, y, luego, el barbecho o rotación de cultivos. Los primeros pobladores tomaron el modelo, dicen Nina Friedemann y Jaime Arocha en su De sol a sol (Planeta, 1986), de los pueblos bantúes “que desde el siglo ix d. c. eran diestros agricultores de sorgo y millo, en los bajos de la boscosa selva tropical del Kon-go”. Luego, cuando sus descendientes resultaron en Amé-
rica, fruto de la trata de esclavos, encontraron un ambiente muy similar y aplicaron las mismas técnicas. Ese sistema se usa para sembrar arroz y maíz, en llanuras que acompañan el tránsito del Atrato y se alimentan de él. Tras una línea muy visible, la de las primeras faldas, están los montes biches en los que crecen los frutales. De ellos, como bien lo recopila William Ospina en su célebre Ursúa, dijo Juan de Castellanos en sus Elegías de varones ilustres de Indias: “Hay caimitos, guanábanas, anones / En arbores mayores que manzanos; / Hay olorosos hobos que en faiciones / Y pareceres son mirabolanos; / Hay guayabas, papayas y mamones, / Piñas que hinchen bien entrambas manos, / Con olor más suave que de nardos, / Y el nacimiento dellas en cardos”. Y tras de ellos, como gigantesco telón, los montes bravos, esos con rostro de inexpugnables, en los que crece, al lado de los gigantes, una infinita gama de variedades, aún lejana, pese al esfuerzo de los especialistas, de estar plenamente identificada. Es un paraíso a medio descubrir, y más distantes aún están sus aplicaciones en todos los órdenes. Pero no solo de madera y de agricultura vive la rica historia del Atrato; también de la fauna que corre, pareja al Atrato y al descomunal entorno que arropa el río mayor y sus dieciocho brazos, unos ciento cincuenta ríos y unas tres mil quebradas que le sirven de Heliconia afluentes. Van a dar al Atrato, entre Heliconia atratensis otros: Cacarica, Domingodó, Cabí, Negua, Buey, Bebará, Bebaramá, Tagachí, Curvaradó, Truandó, Murrí, Montaño, Salaquí, La Larga, Arquía, Buchadó, Bojayá, Murindó, Opogadó, Quito, Munguidó, Beté y León. La fauna para el atrateño tiene cuatro grandes grupos. Esa clasificación es resultado de siglos de contacto con el hábitat. La encabezan los animales de consumo, esos que sirven para saciar sus necesidades básicas y que crecen en su propio es-
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Hoja de damagua Poulsenia armata
pacio, ya sea convertidos en domésticos o fruto de una práctica que ha pasado de generación en generación: la cacería. El segundo es el grupo de especies que entran en el terreno del comercio. El tercer grupo es el de las plagas, afines con las características tan particulares del clima local. Y el cuarto, el de las fieras, que trasciende la simple catalogación para interactuar con los valores de las culturas nativas existentes, tanto la afrodescendiente como la indígena. Entre parques naturales, resguardos, anegados, ciénagas y, cómo no, en el Atrato mismo, el inventario es inacabable. Y mientras en esas aguas raudas la mayoría de quienes se encargan de la pesca son mujeres, la caza es, en la zona alta donde nace el Atrato y varios de sus hermanos menores, una tarea masculina. Ellas, y los compañeros de tarea, dan por temporadas con bocachicos, pemadas, sabaletas, doncellas, meros, agujetas, róbalos, sábalos, charrés, dentones, boquianchas, mojarras, mayupas, lisos, boquipombos, cocós y rojizos, entre muchos otros peces. Algunos de ellos, y otros, ya comienzan a sentir la amenaza de la extinción. Por ejemplo, los guacucos, los sábalos, los pemadas, los fentones y los bagres son cada vez más es-
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casos. A lo mejor, los duros tiempos de sequía de los últimos años han desecado en exceso las aguas y la remontada de ríos hacia las cabeceras para desovar se ha hecho más difícil y escasa. La variedad del mundo animal en tierra parece mítica. Desde el casi extinto tigre–congo (pantera) hasta la ardilla, abundan todo tipo de especies. Tigre, venado, danta, gurre, oso-caballo, guagua, puerco de monte, babilla, iguana, gallineta, pava y perdiz constituyen apenas una parte de lo que se puede encontrar en esa enorme fracción del territorio colombiano. Claro está, algunas de esas especies representadas ahora por un mínimo de ejemplares que hace temer por su preservación; tal es el caso de las babillas, y los venados, los pericos ligeros, las guaguas y las panteras, que están en el límite de la supervivencia. Hay mengua, no se puede negar. Los pobladores la atribuyen a la cacería. De hecho hoy las comunidades asentadas allí solo utilizan perros, machetes y lanzas. El Atrato es mucho más que este cuadro. El suyo es un caudal de variedades, tradiciones, misterios y oportunidades. Un lecho de agua sobre el que se levanta, imponente, la naturaleza. Un río de vida.
R ío At rato
En letra cursiva El río Atrato se caracteriza por su caudal, por su delta tumultuoso y porque, aunque bota sus aguas en el mar Caribe, por su recorrido es vital para la región del Pacífico colombiano. Hay en su cuenta una variedad de ecosistemas, de bosques y manglares y también monocultivos. Gran cantidad de estos monocultivos está formada por las poáceas, o la familia de los pastos, como es el caso de la caña de azúcar (Saccharum officinarum), el maíz (Zea mays) y el arroz (Oryza sativa), además del sorgo (Sorghum sp.) y otros insumos para alimentar ganado, tales como el chuscal y el gramalote. Entre los frutos de la región, el más dominante es el plátano, una musácea, pero también abundan las guayabas (Psidium guajava), que hacen parte de las mirtáceas; las piñas (Ananas comosus), de las bromeliáceas; las papayas (Carica papaya), de las caricáceas, junto a una altísima variedad de familias y especies vegetales que contrarrestan los monocultivos y que ésta inmensa corriente del río Atrato va alimentando por su camino. La región cuenta con malváceas, de la familia del algodón y el chocolate, entre las que la ceiba o bonga (Ceiba pentandra) se aprecia por su valor maderable y medicinal. Sobresalen otras familias botánicas con especies maderables, como algunas Fabáceas o leguminosas, entre las que se encuentra el cativo o aceite (Prioria copaifera) y combretáceas, como el curichí, denominado roble en el Pacífico (Terminalia amazonia). Y entre las lauráceas, está el canelo (Aniba sp.) Hay anacardiáceas, como
el caracolí (Anacardium excelsum) y el hobo (Spondias mombin), de la misma familia botánica que el mango y lecitidáceas, como el abarco (Cariniana pyriformis) y el olleto (Lecythis tuyrana), el cual, además de ser buscado por su madera, presenta unos frutos característicos que le han valido el apodo de olla de mono, y que aparte de prestarle un valor ornamental a esta especie son usados para elaborar artesanías. Como ornamentales, además de maderables, existen algunas especies de bignoniáceas; es el caso del guayacán rosado o roble (Tabebuia rosea), que se caracteriza por sus colores rosa que tanto atraen a los que van pasando por el río. Hay una especie ornamental que abunda en el entorno del Atrato: los platanillos, pertenecientes al género Heliconia de las heliconiáceas. Especialmente atrae la atención la Heliconia atratensis, dedicada al río Atrato, que hasta ahora solo ha sido registrada en la región central del Chocó y en la del bajo Calima, en el Valle del Cauca.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Anacardium excelsum
Caracolí
Maderable, también utilizado para embarcaciones
Bignoniáceas
Tabebuia rosea
Guayacán, ocobo
Madera para construcción y se siembra como ornamental
Fabáceas
Prioria copaifera
Cativo, aceite, amansamujer
Maderable
Anacardiáceas Combretáceas Lauráceas
Lecitidáceas Lecitidáceas Malváceas
Spondias mombin
Terminalia amazonia Aniba sp.
Cariniana pyriformis Lecythis tuyrana
Ceiba pentandra sp.
Hobo, ciruelo Roble, curichí, macano Canelo
Abarco, chibugá
Arroz
Poáceas
Zea mays
Maíz
Saccharum officinarum
Madera apreciada por su olor a canela Maderable y ornamental
Ceiba, bonga
Oryza sativa
Madera para construcción
Maderable
Olleto, olla de mono
Poáceas Poáceas
Alimento. Hojas usadas en medicina natural. Maderable
En carpintería. En medicina como diurético y astringente
Alimento básico importante en la cocina de la región
Azúcar, caña de azúcar
Dulce de exportación denominado desamargado Alimento básico; ingrediente del champús
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Pero de agua o marañón Syzygium malaccense
La
Raíces
madre tierra
En la zona de influencia del Atrato se les llama “monte bravo” a las zonas en las que la mano del hombre no parece haber incursionado. Son lo que el forastero llamaría selvas vírgenes. Allí, al lado de las previsiones que debe adoptar quien se atreva a incursionar en ellas, se mantienen vivas tradiciones por parte de los nativos, casi todos afrodescendientes. Una de ellas es el entierro del ombligo del recién nacido, que realiza su madre. Son dos rituales. Uno, poner la placenta y el cordón umbilical bajo la semilla de un árbol frutal que ella mismo sembró en los meses de embarazo. El otro consiste en curar la herida que queda tras la caída del cordón umbilical, utilizando polvo hecho con restos del animal o planta que exhiba las características que los padres desean para el recién nacido en el porvenir. “A mi hijo mayor yo lo ombligué con uña de danta y le enterré el ombligo con un hobo muy bonito que está allá en mi comunidad de La Virginia […] a veces yo lo llevo y le muestro y le digo: ‘Mirá aquí está tu ombligo y este palo es tuyo […]’. Esa es una tradición que se nos está perdiendo a nosotros los negros” (habitante de Nueva Vida, 22 de abril de 2004). De esas tradiciones también forma parte la presencia en el imaginario de las gentes de personajes míticos, tal y como sucede en casi todas las culturas. Aquí lo curioso es que esos seres suelen encarnar a mujeres que tienen como presa a los hombres. Como la Tetalarga, por ejemplo, que tiene un solo seno, y la Patasola, que deja la huella de su extremidad cuando acecha a quienes se atreven a meterse al monte habiendo incumplido tres mandatos: uno, no tener relaciones sexuales en los días previos a la aventura; dos, no consumir alimentos que no son recomendables en la expedición, y tres, no desear a una mujer mientras se mueven entre el inmenso tejido de árboles que los rodea. A orillas del Atrato también mantienen las comunidades, aunque ya no en la proporción de antes, todas las expresiones con que se hace frente a la muerte de los más cercanos. Se trata de los festejos de funebria, el culto de los muertos. De estos hacen parte los velorios a los adultos, los chigualos con que se dice adiós al niño fallecido y las novenas sin falta para acompañar el duelo.
de un nombre
Nombres tienen las cosas. El Atrato tiene el suyo, quizás, de fuentes más lejanas de las que uno pudiera imaginarse, si es que la versión termina por ser la definitiva: según ella, comerciantes holandeses e ingleses, algunos con alma de contrabandistas, lo llamaron el Río de La Trata porque era allí donde hacían sus negocios. El término lo redujeron, quizás, al Atrata, para terminar siendo el masculino Atrato. Pero a esa historia se opone otra: que fueron los indígenas chocóes y citaráes, en el trayecto que va desde el nacimiento hasta Quibdó, quienes lo bautizaron así. Luego, por extensión, el río entero adoptó el nombre. Lo que sí se sabe es que antes se llamó Darién, Nive y Chocó. ¿Por qué decidieron cambiarle al San Juan, como lo bautizó Vasco Núñez en 1511? Ese es otro de los misterios que corre por sus aguas.
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R ío At rato
Corazón Calladium bicolor
El
c u r s o d e u n cau da l
El Atrato nace en el cerro de Caramanta, sobre una cota estimada de tres mil novecientos metros, en el municipio del Carmen de Atrato, en el departamento del Chocó. Su aspecto de río adulto queda bien resumido en la lectura de algunos expertos: más que un río, es “una laguna en movimiento”. Tras setecientos cincuenta kilómetros de viaje se convierte en una serie de brazos, dieciocho en total, que vierten sus aguas al golfo de Urabá. Ejerce una influencia directa sobre una superficie de 38.500 kilómetros cuadrados, limitada por la cordillera Occidental, la serranía del Baudó y las prominencias del istmo de San Pablo. El hecho de estar en la zona de mayor precipitación pluvial de América lo dota en un recorrido más bien corto de un caudal que admite muy pocas comparaciones. De hecho, los ciento sesenta y un litros por kilómetro cuadrado de caudal relativo, están por encima del promedio nacional de cincuenta y tres litros por kilómetro cuadrado. Su anchura es otro de los fenómenos que sorprenden a quienes tienen la oportunidad de navegar en él o verlo desde las orillas, pues alcanza en alguna parte de su recorrido hasta quinientos metros. El Fondo Mundial de Vida Silvestre lo califica como uno de los bancos genéticos más ricos del mundo. Sus puertos más importantes son Quibdó, Curvaradó, Vigía de Curvaradó, Riosucio, La Honda, Cacarica, Puerto Libre y Sautatá.
¿O t ro
ca na l ?
¿Es posible unir el Atlántico y el Pacífico gracias al Atrato? Se sabe que sí. La pregunta es ¿cuándo? El tema no es nuevo, pero sí resulta importante que más diagnósticos apunten en el mismo sentido. En 2015, un trabajo del Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico (IIAP) ratificó esa posibilidad. La opción se basa en un hecho histórico que ha perdurado a través de los tiempos, pero que, hasta ahora, ha permanecido casi que inédito. Se trata del canal de Raspadura o canal del Cura, que permitía la unión de los ríos Atrato y San Juan. Una zona que fue transitada por el libertador Simón Bolívar y donde se intentó el primer canal interoceánico en 1778. Pero hay otras conclusiones no menos importantes. Una, que el Atrato es navegable en todo su recorrido, según constatan los autores de la investigación; y que, además, “no tiene problemas de sedimentación”. Eso mismo tiene aplicaciones inmediatas. La primera, está dado todo para convertirlo en la primera arteria fluvial del país, lo que da lugar también a la segunda: es la mejor oportunidad comercial del sector. Por último, si hay navegación por el Atrato, las accidentadas distancias que existen hoy (2015) entre Pereira y Quibdó y entre Medellín y Quibdó se allanarían gracias a la integración de estos tramos en el modelo de transporte multimodal.
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Matamba o palma bejuco Desmoncus orthacanthos
La selva se adentra en el mar
uando al silencio del manglar lo atraviesa la balsa, se abre este paisaje anfibio como caja de murmullos: agua al roce, vegetación frondosa que se inclina con epífitas, lianas, bejucos y ramas coronadas de bromelias, de orquídeas, y de aromáticas vainillas; anturios cuna de niño asoman con sus flores blancas que nutren el suelo fangoso fértil de organismos; hojarasca húmeda susurra en la orilla, donde crecen protegidos los alevinos de muchas especies. Animales anfibios revelan su presencia con sonidos acuáticos, unos croan, otros nadan veloces; pianguas callan escondidas en las raíces de los mangles; aves rasgan el aire quieto con voces dispares, y en este instante eterno se descubre el prodigio que este Jardín Botánico del Pacífico consigue: evitar la desaparición del tesoro biológico que habita aquí. A esta misma Bahía Solano con precario aeropuerto y Cerca a Bahía Solano, a orillas del Pacífico poblado que honra el nombre de José Celestino Mutis, llegó pero adentrándose en el bosque, aparece el desde Medellín la familia Puerta hace diez años. Los extasió Jardín Botánico. En sus senderos está una esta naturaleza profusa del Pacífico, a la vez marina y selvática, muestra amplia de la riqueza que tenemos y se comprometieron a cuidarla. Los padres dejaron a su hijo Sergio, apasionado naturalista, la tarea de devolver al estado inicial aquellas primeras treinta y nueve hectáreas que encontraron degradadas con arrozales sembrados en manglares y laderas de potreros en lo que antes fue selva virgen. Nativos y forasteros luchaban por sobrevivir, y de seguir acabarían con este paraíso en un parpadeo. Comenzaron estos pioneros con el rescate de bosques deforestados por los madereros y rehabilitaron esteros, playas, ríos, con un programa de reforestación con especies nativas, a la vez que les propusieron otra subsistencia como guardabosques a los vecinos de la población de Mecana que antes fueron cazadores y derribadores de árboles.
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Jar dí n Botánico de l Pac í f ico
Trepadora en árbol
Sendero en el Jardín Botánico del Pacífico
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Orquidiario
Epífitas Bromeliáceas y orquidáceas
Mucho ha cambiado desde entonces. Hoy es el autorizado Jardín Botánico del Pacífico, que funciona desde hace cinco años y abarca ciento setenta hectáreas. Tiene ecosistemas de: selva húmeda tropical a lo ancho de ciento veinte hectáreas; manglares y esteros navegables veinticinco; trece de resiembra de árboles nativos como abarcos (Cariniana pyriformis), choibás (Dipteryx oleifera), cedros (Cedrela odorata), robles (Tabebuia rosea), huinos (Carapa guianensis), natos (Mora oleifera) y caracolíes o aspavés (Anacardium excelsum); una huerta de cultivos autosuficientes de plantas medicinales y alimenticias como borojó, plátano, bacao (cacao chocoano); un palmeto con diversidad de elegantes figuras con penachos que surten las artesanías locales; el arboreto, que incluye especies ya casi extintas como el costillo (Aspidosperma megalocarpon); jardines de orquídeas, de bromelias y heliconias; y un vivero para surtir de plantas nativas a vecinos, visitantes y propios. En conjunto, protegen ríos, quebradas y la playa con quinientos metros lineales que cada seis horas cubre y descubre el mar azul que por días llega cargado de troncos. Todo esto es un ecosistema representativo del mundo natural aparte que este Jardín Botánico del Pacífico cuida. Tres senderos demarcados permiten a sus visitantes recorrer esta extensión de un millón setecientos mil metros cuadrados. Entre tres y nueve horas tarda recorrer cada uno de los tres senderos. El Yaibí, con dos kilómetros va por entre manglares de
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Jar dí n Botánico de l Pac í f ico suelas y piñuelos, manantiales, un puente de liana, una ceiba anciana y la reforestación con especies nativas. El sendero del Jaguar, con ocho kilómetros va a la ceiba jerarca con más de un siglo de imponencia, rodea al árbol gulungo, para llegar a un mirador, a un bosque de palmas barrigonas, al jardín de heliconias y al manglar, en un total de nueve horas de caminada en las que un picnic de gastronomía local recibe al caminante en medio del recorrido. El sendero del Carrá abarca cinco kilómetros, llega al río Mecana, contempla árboles choibá, bejucos, carrás (Huberodendron patinoi), un jardín de heliconias y un bosque de mangle suela (Pterocarpus officinalis). En este también, como en los otros, se desempaca en hoja de bijao (Calathea lutea) el mechado de atún o alguna delicia local acompañada del refrescante jugo de borojó (Borojoa patinoi). Los utensilios de mesa son hechos por artesanos y el recorrido lo acompaña un guía indígena que vive en Mecana, en el lindero del jardín botánico; es uno de los que antes vivió de la caza y la recolección y ahora es convencido guardabosques. En las excursiones hasta la ceiba jerarca con más de cien años los caminantes llegan a un tronco que no pueden abarcar cinco personas con los brazos reunidos; a la quebrada Resaquita con agua pura que forma piscinas verdes naturales y a la que se asoman hierbas y musgos que rezuman humedad, mantienen 26 grados centígrados y 4.980 mm de precipitación en promedio, con un aire saturado de oxígeno en esta selva chocoana. Más de veinte jardines botánicos existen en Colombia, y otros lugares aspiran a serlo para realizar tareas científicas y divulgativas. Pero esta extensión que aquí incluye bosques nativos, selva neotropical, asociaciones de natales, especies en extinción y grandes áreas de recuperación, es exclusiva del Jardín Botánico del Pacífico que puso en marcha hace diez años la familia Puerta y es el ejemplo de un impulso privado que recupera una de las zonas con mayor biodiversidad y endemismo en el planeta, que estuvo antes azotada por ganadería y por sembrados de supervivencia. A una hora en lancha desde el jardín botánico está el Parque Nacional Natural de Utría, y en todo el trayecto el mar muestra su entraña rocosa, con islas coronadas por árboles de altos doseles, algunos flore-
cidos de amarillo o rojo y poblados con tonalidades de verdes que muestran la profusión de bejucos, hierbas, arbustos y centenarios ejemplares de esta selva virgen. El verde del agua refleja el sol cuando se hace presente. Este Parque Nacional de Utría tiene una extensión de manglares diversos que se recorren a través de una pasarela en madera para apreciar desde arriba sus raíces y comprobar cómo el oscilar de la marea los deja expuestos como barbas enormes mientras en sus copas el color de las bromelias llama miradas. Hasta el parque llegan también estudiantes de biología o escolares de la zona, así como científicos nacionales e internacionales que descubren en esta biota una tarea aún pendiente. Allí en el Parque Nacional Natural de Utría está un árbol de mango que hospeda tal número de especies vegetales sin menoscabo de su tronco y ramas, que demuestra que la alta pluviosidad de la zona unida al suelo cargado de nutrientes es el hábitat para todo cuanto crece en la región. El parque es vigilado por un destacamento de la Armada Nacional que cuida este patrimonio natural de todos los colombianos.
Caryodaphnopsis sp. Nuevo registro para el Chocó
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Playa del Jardín Botánico del Pacífico
De regreso al Jardín Botánico del Pacífico y por entre los esteros, los manglares y el cultivo de palmas nativas, de orquídeas y heliconias, la reforestación con especies casi extinguidas por su explotación como maderables, demuestra que este rescate en Bahía Solano, que apenas lleva cinco años, es una promesa, al concentrar en un área protegida de ciento setenta hectáreas la mayor biodiversidad y endemismo en el planeta del Chocó biogeográfico. A la vuelta contemplamos al paso la casa del médico estudioso de las orquídeas de la serranía del Baudó, Guillermo Misas, quien fue pionero de ellas en esta Bahía Solano paradisíaca, y hoy queda su casa solitaria como testigo al borde del mar. La expedición Savia Pacífico llega a Bahía Solano para descubrir especies nativas y registrarlas gráficamente en este libro. A la cabeza está el profesor Álvaro Cogollo, director científico de la Colección Savia. Pero no contaba él ni el grupo con la sorpresa de lograr un nuevo registro para el departamento
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del Chocó: un ejemplar juvenil del género Caryodaphnopsis de las lauráceas, género también registrado en Asia tropical, en Borneo, en Filipinas, y en otros lugares, una disyunción geográfica anfipacifica (en América y Asia) que migró en el periodo terciario del hemisferio norte al sur debido al periodo glaciar. Este de aquí, es el primer registro del género Caryodaphnopsis en el departamento del Chocó, pues el primero para Colombia fue en la isla de Gorgona, (Caryodaphnopsis theobromifolia), árbol conocido localmente como aguacatillo. Es una especie descubierta en la reserva de río Palenque en Ecuador por el botánico norteamericano Calaway Dodson y descrita por Alwyn Gentry, quien inicialmente la incluyó en el género Persea, al que pertenece el aguacate (Persea americana), y la nombró Persea theobromifolia, cuyo epíteto especifico (thobromifolia) hace alusión al parecido de sus hojas con las del cacao (Theobroma cacao). Posteriormente fue transferida por otros botánicos al género Caryodaphnopsis; constituyendo en
Jar dí n Botánico de l Pac í f ico ese entonces el primer registro de este género para América. Este hallazgo confirma la noción de Pangea: un enorme continente único que existió entre la era Paleozoica y el comienzo de la Mesozoica. La satisfacción visible del botánico de la expedición Savia contagió al grupo, que presenció cómo el biólogo Cogollo preservaba ramas y grandes hojas verdes dentro de papel periódico, guardando la valiosa muestra que lleva a su estudio para comprobar que se trata de un descubrimiento: un nuevo registro de un género para el Chocó, con la posibilidad de que también sea una nueva especie para la ciencia; lo que será verificado una vez se logre localizar ejemplares adultos y se puedan estudiar sus estructuras reproductivas. Con el carburante de esta satisfacción, la jornada de nueve horas se hizo breve. Al finalizar esta última salida de campo en el Jardín Botánico del Pacífico, la selva mira al mar Pacífico como lo haría un descubridor, a quinientos metros de altura en este mirador alto del jardín desde donde se aprecia el azul verdoso allá abajo en esta bahía enmarcada en el esplendor de todos los verdes vegetales que la rodean. De la cúspide se desciende por relieves suaves y desiguales que albergan aguas que brotan dentro de la capa vegetal, tan intocada que conserva algunos helechos que solo se preservan en bosques nativos y tienen un color casi azul. En conjunto es el banco de germoplasma más completo. Ahora se tiene perspectiva de lo que ha recuperado esta organización privada con carácter científico: una riqueza biológica que iba camino a perderse. Una muestra representativa del Chocó biogeográfico que el Jardín Botánico del Pacífico, para poder autosostenerse, ha abierto un albergue ecológico que acoge a científicos y visitantes. Junto a los estudiantes vecinos que tienen en el jardín su mejor laboratorio de ciencias naturales, niñas curiosas llegan de Mecana, el poblado indígena vecino, para aprender sobre la naturaleza en los viveros que les ofrecen aprendizaje práctico para una supervivencia respetuosa del entorno. Sonríen contentas. La expedición Savia Pacífico deja este entorno con sus ojos, cámaras y morrales repletos, y convencidos de divulgar esta zona tan privilegiada como frágil de la Tierra.
Anturio morado Anthurium sp.
Flor de sapotolongo Pachira aquatica
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Perfil
El
sabio
C uatrecasas
remonta el Atrato. Sus Aspectos de la vegetación natural en Colombia es un clásico en la investigación botánica. Caracteriza al Pacífico con árboles que forman comunidades entre sí, madejas
José Cuatrecasas Su mirada, tacto y olfato recorren la flora del Pacífico colombiano e identifican mil quinientas especies nuevas. En 1932 el bicentenario de Mutis trae a Colombia a José Cuatrecasas y Arumí, botánico farmaceuta catalán, y una expedición botánica renace. Asciende a Monserrate por la quebrada La Vieja; va a Guasca; en Ibagué, en el páramo, a cuatro mil quinientos metros, describe los frailejones o Espeletiinae y en Cali, del cerro de Las Tres Cruces recoge ejemplares. Esta diversidad botánica la clasifica en el Jardín Botánico de Berlín. Prima Flora Colombia llama el libro de hallazgos. Remonta las tres cordilleras y al detalle la Occidental, los bosques altos y húmedos de la costa Pacífica, sus manglares, muchos de sus ríos y los farallones de Cali, reúne doce mil colecciones. Del Chocó es precursor en verlo como región biogeográfica:
de trepadoras y bejucos, epífitas de orquídeas, bromelias, helechos y piperáceas, manchas de musgos y líquenes que rezuman humedad de la selva que resguarda y mantiene verde. Cuatrecasas ingresa al reino vegetal al graduarse en farmacia; se especializa en fitogeografía en Ginebra; y luego, en el Jardín Botánico de Berlín sus muestras colombianas se ordenan y en su vida personal en la profesora de alemán encuentra una compañera de correrías y se devuelve de planta a Colombia con tres hijos. En la geografía tropical entre dos mares Cuatrecasas siembra su legado: quince mil ejemplares coleccionados, mil quinientos identificados y veintiocho de ellos con su nombre Cuatrec. Armado con delicados anteojos de aro metálico, a pie, terciadas seis petacas de bambú y cuero de vaca, acompañado del naturalista vallecaucano Víctor Manuel Patiño, hace jornadas de cuatro días. Cada recolección la conserva en un pliego de periódico, la comprime y le aplica formol para eternizarla. Tan fino sistema de almacenar hace que allí mismo donde fue profesor, en el entonces Instituto Botánico de la Universidad Nacional en Palmira, hoy ∙ 32 ∙
conserven las mismas petacas con veinte mil muestras reunidas en ochenta años. Cientos de investigadores acuden al herbario llamado José Cuatrecasas. Cuatro mil quinientas especies vegetales que exhibe contienen doscientos dieciseis ejemplares TYPUS, a partir de los cuales clasifican e incluyen las
palmas colombianas (familia Arecacaceae). Arduas expediciones describe en su bitácora: dónde recogió la planta, madero, flor o fruto, así como el suelo, ubicación geográfica, condiciones del ambiente, usos, nombres populares y cultura que la rodea. A su colega Patiño dedica el fruto del borojó, al que llama Borojoa patinoi. En Madrid regenta la sección de Flora Tropical en el Real Jardín Botánico y se nacionaliza en Estados Unidos cuando la guerra civil española. Dirige el Museo de Historia Natural de Chicago y el Smithsonian en Washington. A Cuatrecasas se debe que las láminas originales de la Expedición Botánica de Mutis se preserven, al evacuarlas de Madrid oportunamente. Su criterio aplicable localizó entre el trópico y la zona ecuatorial esta flora que él divide en selva neotropical, páramo, xerofítica y subxerofítica, manglares, playas y márgenes, prados y formaciones acuáticas. Por eso es el padre adoptivo de este clímax geográfico, máximo de masa de vegetación conseguido por generación espontánea. Con el nombre Cuatrecasas perviven ejemplares en herbarios y un fondo en el Smithsonian para premiar cada año a un estudioso de botánica tropical.
AQUI VA DESPLEGADO EMBLEMÁTICAS
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Mestiza, colorida, exquisita
na imagen encantadora: una mujer de raza negra, ancha de caderas y dicharachera, se sienta en una esquina céntrica de Buga a administrar las sonoras carcajadas con las que logra contagiar hasta al más parco y aburrido. Frente a ella desfilan los miles de peregrinos que van a pedirle ayuda al Señor de los Milagros o a darle las gracias. Y muchos de ellos, atraídos por su algarabía, caen en la tentación de mirar lo que ofrece. Y es tan llamativo a los ojos que es imposible negarse a probar. Son chontaduros recién arrancados del racimo. Chontaduros amarillos, chontaduros anaranjados y chontaduros rojos, amontonados en un platón enorme. Bien vale la pena sacar la cámara y disparar antes de llevarse a la boca uno, que la mujer ofrece con sal y con miel mientras declama las propiedades del fruto, haciendo divertido énfasis en sus promesas afrodisiacas. De su aislamiento las cocinas del Pacífico Exóticos como el chontaduro (Bactris gasipaes), con el cual han sacado provecho. Su gastronomía ha preparan en el Chocó desde jugos hasta esponjosas tortas, son tenido que recurrir a lo que dan la tierra y el muchos de los frutos que ofrece la fértil región del suroccidente agua, que es mucho colombiano. Y quizás baste con dar unos pasos más allá de la esquina que acabamos de describir —en Buga y en casi todos los pueblos del Valle y de Cauca, principalmente— para encontrar uno de esos coloridos puestos que ofrecen cholados y salpicones con frutas de sabores, desde el ácido de las piñuelas hasta el dulce de las guanábanas y atractivos colores que se suman y se contrastan como un arte: las piñas doradas al lado de las moras de Castilla, los trozos de papayas que parecen recién teñidas junto al verde intenso de los lulos partidos en trozos. Y si de lulos se trata, que en estas tierras forman parte del menú de cada día, otra postal son las jarras enormes en donde preparan la lulada —un jugo con abundantes
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C o c i na
Fruto del pacó Gustavia superba
Cacao
Semillas de árbol del pan
Theobroma cacao
Artocarpus altilis
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Yuca Manihot esculenta
Hojas de bijao Calathea luthea sp.
Ñame morado Dioscorea sp.
trozos de la fruta— y que casi siempre se exhiben al lado de las otras que contienen esa bebida popular en algunos de los departamentos del Pacífico: el champús. También con la presencia del lulo (Solanum quitoense) entre sus ingredientes, el champús es la curiosa y caprichosa combinación de maíz peto, piña, panela, clavos y canela. Pero tan caprichosa como esta han de resultar para algunos muchas de las recetas tradicionales de la región, pues al fin y al cabo se trata de la suma de ingredientes, de costumbres y de técnicas culinarias de procedencia diversa que se han ido combinando y afinando a través de los siglos. Allí están presentes las tradiciones que encontraron los españoles a su llegada a estas tierras, las que ellos trajeron de un mundo viejo que en todo caso habría de renovarse con lo que acá encontraron, y los valiosos y al comienzo silenciosos aportes de la cultura africana, cuya raza fue en algún momento de la historia joven del continente americano la que predominó en esa enorme provincia al mando de Popayán. Su presencia se hizo notar de manera especial en las cocinas populares y también en las de aquellos que ostentaban el poder económico y que se daban ínfulas por su linaje. Afortunada presencia la de esta raza que le dio color a una gastronomía que sin sus buenos guisos y sus combinaciones atrevidas no sería tan sabrosa como es hoy en día, y que se da el lujo de lograr con el mismo ingrediente —por ejemplo ese pescado bravo que ofrecen en los comederos de Nuquí— decenas de recetas diferentes: desde pinchos hasta sancocho. Si hubiera que buscar una palabra para describir la base de la gastronomía del Pacífico colombiano, esta podría ser “mestizaje”. Una afortunada mezcla de lo indígena, lo europeo —básicamente lo español— y lo africano. La obligada pero ingeniosa suma de lo prehispánico, lo hispánico y lo afro. Y bastaría con mirar el mapa para entender que se trata, así mismo, de una cocina que aprovecha y explota los productos que recoge de los extensos valles por donde serpentea el caudaloso río Cauca, las empinadas montañas
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C o c i na de la cordillera Occidental de los Andes y el generoso mar que baña las costas de los cuatro departamentos de la región, desde Chocó hasta Nariño. Una tierra con abundantes frutas, con sorprendente variedad de papas —merece renglón aparte la papa criolla (Solanum phureja), que, sumada al maní, le da forma al exquisito pipián con el que los caucanos preparan empanadas y pequeños tamales—; una región con tantos mariscos que ha ganado la fama de ser la más prolífica del país; un delicioso surtido de palmas de cuyos aceites los africanos conocían ya las bondades; una presencia generosa del coco, ingrediente clave de esta cocina, y una cantidad de plátano que se creería infinita y que, a diferencia de otras regiones, no actúa en el Pacífico como acompañante sino como protagonista. Porque son de plátano, por ejemplo, algunos de los platos más populares del Chocó, como esa sopa que lo lleva frito y a la cual le agregan sardinas, y esa sabrosa mezcla de plátano verde y pescado seco que repone las fuerzas de los niños al regreso de las faenas escolares. Y son de plátano las marranitas y los aborrajados que tanto buscan los turistas cuando visitan el Valle, y que constituyen pequeños grandes manjares que se preparan en los patios interiores de casas de familia que han hecho de su elaboración su forma de vida. Las primeras, las marranitas, indudable influencia africana, consisten en masas de plátano que se rellenan con trozos de chicharrón y se fríen. Los aborrajados, por su parte, dulces a diferencia de los anteriores, se preparan con el plátano maduro, que se rellena con queso y en la mayoría de los casos también con bocadillo de guayaba. Y también es protagonista el plátano de una de las más célebres recetas de la región: el sancocho de gallina. Por él van miles de visitantes cada fin de semana a Ginebra y El Cerrito (Valle), donde muchas haciendas del estilo de El Paraíso —escenario de la legendaria historia de Efraín y María que convirtió en novela Jorge Isaacs— se han transformado en enormes restaurantes en cuyos fogones de leña le empiezan a dar forma desde tempranas horas al sancocho valluno, cuya fama está asociada a estas poblaciones más cercanas a la zona Andina, pero que se ha extendido por todo el Pacífico con versiones distintas en cada región.
Y es cierto que sancocho —o preparaciones similares con lo que ofrece la tierra de cada región— hay en muchos departamentos de Colombia. Pero el del Valle y de todo el Pacífico es especialmente célebre, por ejemplo el sancocho de las tres carnes, o el de pescado llamado pusandao, cuya fama junto con otras recetas, obedece en buena parte a la presencia de un ingrediente que le otorga un sabor particular. Se trata del cimarrón (Eryngium foetidum), una hierba de la familia del cilantro, que es poco común –o al menos muy poco usada– en otros departamentos del país. También son particulares y muy sabrosas algunas de las especias y aliños que se emplean en embutidos tradicionales de la región, como la longaniza y la rellena, y en ese guiso que sirve de base para la preparación de sopas de pescado y de mariscos de exquisito sabor. Entre estos ingredientes, que llaman las hierbas de río y son vendidas en manojo en el mercado a la orilla del río Atrato en Quibdó, además del cimarrón o chillangua se encuentran el achiote —que da color además de sabor—, los ajíes dulces, el poleo, el bore, el yuyo, el chirarán… Con un sofrito con hierbas de este estilo —y con abundante tomate rojo y cebollas larga y cabezona— más la presencia casi mágica del coco (Cocos nucifera), se Achiote prepara en la población de Guapi, Bixa orellana en el Cauca, un guiso de camarón, más que una sopa, que algunos chefs de renombre de las grandes ciudades han incluido en sus exclusivas cartas. Unos aseguran que la clave son los cilantros empleados, otros dan mérito al pimiento verde de la zona, pero en el fondo casi todos saben que se trata de los buenos oficios del coco al mezclarlo con estos ingredientes, y de lo bien que le sienta su leche a los platos de mar, al punto que muchos cocineros lo emplean en sus cazuelas en vez de agua. O en platos que seducen a quienes los prueban por primera vez, como el encocado de caracol, que es legendario en Chocó. Célebre también es el arroz atollao, cuya cocción no es tan compleja como pareciera, y que debe su
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Arrozal Oryza sativa
nombre a “una receta con apuro o por salir del paso”. Pero, lejos de una improvisación, constituye un plato emparentado con el risotto de los italianos y la paella de los españoles, y en cuya elaboración resulta fundamental la longaniza de la región, que en el Chocó con frecuencia es reemplazada por la carne ahumada, y que resulta similar a ese otro arroz que los chocoanos denominan “clavado” y que incluye abundante queso. También es imprescindible la presencia del arroz en la preparación del más famoso de los dulces del suroccidente, y por extensión uno de los más reconocidos de Colombia en el exterior: el manjar blanco. Preparado durante varias horas en enormes pailas de cobre y con participación de casi toda la familia, pues se debe batir sin descanso con largos cucharones de madera, el manjar blanco lleva leche fresca y azúcar, además del arroz para cuajar el postre antes de llevarlo a las totumas en las que luego se les ofrecerá a los visitantes o se venderá al púbico. Y ese azúcar que se añade es del que abunda en esta región de ingenios que procesan la caña. Azúcar con el que elaboran las macetas de San Antonio, esos pirulís que los padrinos les regalan a los ahijados en su día, y que constituyen un espectáculo cuando se los ve por docenas en los atrios de las iglesias. El mismo con el que le dan forma a otro dulce de exportación que de allí surge: el
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desamargado. El mismo azúcar de las cocadas cuya receta llegó con los esclavos del África y que también se conocen como chancacas. Mestiza, colorida, exquisita… así es la gastronomía del Pacífico colombiano. Y variada como sus gentes, como sus tierras, que constituyen algunas de las postales más emblemáticas de Colombia: las montañas que parecen una colcha de retazos en donde crecen tantas variedades de papa; los puestos a orillas del río Cauca o del Atrato, o del Mira, o del Patía, en donde prometen calmar la sed con un jugo de uva recién preparado o una lulada con hielo; las estrechas canoas de madera de los pescadores de Tumaco que llegan en las primeras horas de cada día repletas de pescados y de mariscos que muy pronto estarán en los comederos populares del puerto o en las bodegas de los aviones rumbo al interior del país; las enormes pailas en las que se fríen al tiempo varias docenas de empanadas de carne desmechada y papa parda o de pipián y papa criolla; los trenes de varios vagones repletos de caña de azúcar que viajan de los cultivos a los ingenios; los puestos a la orilla de la carretera decorados con totumas de manjar blanco… Pero si la meta está en uno de los paradores de Ginebra, conviene comer poco por el camino, porque el sancocho que llegará a la mesa exige gran apetito.
C o c i na
En letra cursiva La cocina del Pacífico es mestiza, colorida y exquisita gracias a la riqueza de sus ingredientes. Se destaca entre ellos la cantidad de plantas utilizadas en las diferentes recetas que componen la gastronomía de la región. Aunque se emplea una altísima variedad de especies botánicas, muchas veces estas se encuentran categorizadas bajo la misma familia, como es el caso de aquellas plantas que pertenecen a las poáceas, entre las que se clasifican el maíz (Zea mays), que hace parte del original champús de la región; el arroz (Oryza sativa), un excelente acompañamiento en los platos, que en el Pacífico por su forma de preparación es denominado clavado; y el azúcar (Saccharum officinarum), que es especialmente utilizado para la elaboración de postres como el desamargado. En la cocina del Pacífico se usan arecáceas o palmas, como el chontaduro (Bactris gasipaes), de donde se extrae el palmito y con el cual se prepara un jugo, que popularmente se cree que es afrodisiaco, además del coco (Cocos nucifera), la palma más característica de la región, uno de los ingredientes fundamentales de esta cocina. Del coco se aprovecha no solo su carne, sino también su jugo, y sus hojas de gran tamaño son usadas para la elaboración de diferentes artesanías. Otra de las familias botánicas características de la región es la de las solanáceas, de las que hace parte el tomate (Lycopersicon esculentum), el pimentón (Capsicum annuum), la papa (Solanum tuberosum) y la papa criolla (Solanum phureja), que tanto gus-
ta como acompañamiento en todo tipo de platos típicos. Además, de esta familia de las solanáceas, también hace parte el lulo (Solanum quitoense), esa fruta famosa por la lulada, bebida refrescante para un calor tan húmedo como el que alcanza el Pacífico colombiano. Otro de los acompañamientos más clásicos en la mesa de aquí es la yuca o mandioca (Manihot esculenta), de las euforbiáceas, pero que no es más popular que el plátano en la mesa, el cual, al igual que el banano, hace parte de la misma especie Musa x paradisiaca, de la familia de las musáceas, uno de los frutos de exportación de la región. Además de la riqueza de especies que interviene en la cocina del Pacífico, no falta el achiote o bijo (Bixa orellana), de las bixáceas, con el cual de colorean y dan sabor a sus recetas. Y de las licitidáceas el pacó (Cespedesia spathulata), también de mucho uso en la cocina, y que se comercializa con frecuencia en las plazas de mercado.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Apiáceas
Eryngium foetidum
Condimento, planta aromática
Arecáceas
Bactris gasipaes
Cimarrón, cilantro cimarrón, chilangua
Bixáceas
Bixa orellana
Coco
Ingrediente fundamental en los platos del Pacífico
Arecáceas Bromeliáceas Euforbiáceas Lamiáceas
Lecitidáceas Musáceas Poáceas
Poáceas
Poáceas
Solanáceas
Solanáceas
Solanáceas
Solanáceas
Cocos nucifera
Ananas comosus
Manihot esculenta
Ocimum basilicum
Cespedesia spathulata Musa x paradisiaca Oryza sativa
Saccharum officinarum Zea mays
Capsicum annuum
Lycopersicon esculentum Solanum phureja
Solanum quitoense
Chontaduro, pejibá, pepiré
Producción de palmito. Alta reputación afrodisiaca
Achiote, bijo
Condimento. Colorante. Medicinal
Piña
Alimento. En medicina como antihelmíntico
Mandioca, yuca
Para la elaboración del pandebono. Excelente acompañamiento
Chirarán
Condimento, bebida aromática
Pacó
Acompañamiento del sancocho
Banano, plátano
Fundamental en la cocina del Pacífico. Producto de exportación
Arroz
Elaboración del arroz clavado. Excelente acompañamiento
Azúcar, caña de azúcar
Desamargado. Elaboración del dulce de exportación
Maíz
Ingrediente del champús
Pimentón
Condimento
Tomate
Papa criolla, papa amarilla Lulo
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Condimento, ensalada
Elaboración del pipián. Excelente acompañamiento Elaboración de la lulada
Vainilla Vanilla sp.
Pandebono
s i n s e c r e to s
En el suroccidente colombiano abundan los cultivos de yuca y de maíz, y probablemente el más afamado de sus amasijos sea el pandebono, que se prepara con una y con otro. Aunque cada panadero tiene sus secretos y sus toques mágicos, he aquí una receta básica del pandebono, tomada del libro El sabor de Colombia, publicado con el sello de Villegas Editores. Ingredientes 2 tazas de masa de maíz trillado 1 taza de almidón de yuca 3 tazas de queso blanco salado y rallado 3 tazas de cuajada fresca 2 huevos batidos Mezclar y amasar todos los ingredientes en una batea de madera hasta lograr una masa homogénea. Hacer bolas, colocarlas separadas unas de otras en una lata engrasada y llevar al horno precalentado (a 350 ° C) durante 20 minutos, hasta que los pandebonos suban y doren.
El
s o n o ro p i p i á n
En su Diccionario de voces culinarias, Lácydes Moreno Blanco, experto gastrónomo colombiano, define el pipián como el guiso de papa criolla, cebolla, tomate, ajo, pimiento, achiote, maní y huevo utilizado en el departamento del Cauca para preparar el tamal o la empanada. En algunos sitios del sur el pipián es una especie de puré de papa colorada, aderezado con un guiso criollo, sal, pimienta y finalmente maní tostado molido. Se utiliza en tamales combinado con tripas o callos cocinados. Cuenta Lácydes Moreno que el término “pipián” se conoce en buena parte del continente, aunque alude a preparaciones diferentes. En Bolivia es también un guisado de maní, pero con harina en vez de papa, y en México los ingredientes fundamentales son las semillas de calabaza y los chiles. En Costa Rica y Guatemala la base de la preparación es el maíz, mientras que en Honduras y Nicaragua el pipián es una calabaza de frutos pequeños. En Cuba se refiere a un guiso a base de cerdo, y lleva entre otros ingredientes vinagre y aceitunas.
Bacao Theobroma bicolor
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C o c i na
Albahaca en azotea
I s a ac s ,
e l a n to ja d o
Ocimum campechianum
No son pocas las referencias culinarias con que cuenta la legendaria novela María, de Jorge Isaacs, publicada un siglo antes que Cien años de soledad, en 1867. Además de narrar los amores de Efraín y María en la hacienda El Paraíso, en el corazón del Valle del Cauca, la novela de Isaacs sirve como testimonio de una época y de una región. A continuación, a manera de ejemplo, cuatro fragmentos de María en los cuales la gastronomía se toma la palabra: “La cocina, formada de caña menuda y con el techo
de hojas de la misma planta, estaba separada de la casa por un huertecillo donde el perejil, la manzanilla, el poleo y las albahacas mezclaban sus aromas”.
“Sea dicha la verdad: en el almuerzo no hubo grandezas; pero se conocía que la madre y las hermanas
de Emigdio entendían eso de disponerlos. La sopa de tortilla aromatizada con yerbas frescas de la huerta; el
frito de plátanos, carne desmenuzada y roscas de hari-
na de maíz; el excelente chocolate de la tierra; el queso
de piedra; el pan de leche y el agua servida en antiguos y grandes jarros de plata, no dejaron qué desear”.
“A nuestro regreso encontramos servido en la única
mesa de la casa el provocativo almuerzo. Campeaba el maíz por todas partes: en la sopa de mote servida en
platos de loza vidriada y en doradas arepas esparcidas
P r i m e ro
cruzado sobre mi plato blanco y orillado de azul”.
Aunque la cocina es cuestión de gustos, parece haber consenso en que las tostadas de plátano constituyen uno de los bocados más ricos de la gastronomía del Pacífico. Son varios los secretos para lograr el punto ideal. Uno de ellos es que la primera fritura de los plátanos —que deben ser verdes, pequeños y delgados— se realice en aceite no muy caliente, hasta que coloreen. Y la segunda, después de que los trozos se han puesto en un trapo humedecido con aguasal y se han machacado hasta que queden lo más delgados posible, debe realizarse en aceite muy caliente.
sobre el mantel. El único cubierto del menaje estaba
“Braulio y yo fuimos a llamar a José y a la señora Luisa
para que almorzasen con nosotros. El viejo estaba
acomodando en jigras las arracachas y verduras que debía mandar al mercado el día siguiente, y ella acabando de
sacar del horno el pan de yuca que iba a servirnos para el almuerzo. La hornada había sido feliz, como lo demostraban no solamente el color dorado de los esponjados panes, sino la fragancia tentadora que despedían”.
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t i b i o , l u e g o ca l i e n t e
El herbolario poderoso
omo un eco retumba el grito del negro: “¡Ya te vi. Ya te vi!”. Se lo dice al insecto volador que acaba de ver para conjurar su poder maligno. De lo contrario, sabe que entrará en su piel y le enfermará toda la sangre del cuerpo. El curandero tendrá entonces que extraer la leche del bejuco campano para untársela en las llagas y preparará un bebedizo para tomar durante varios días. Esa enfermedad conocida por los negros del Pacífico colombiano como el yateví o mal de bejuco es una de las epidemias más comunes de las selvas húmedas, que la medicina occidental ha llamado leishmaniasis. Entre los indígenas de la región es conocida como el aidá. Ancestralmente se ha atribuido su contagio a la transgresión de normas sociales en situaciones como la viudez o la menarquia de una joven. Incumplir con el rito funerario, Plantas para el pro y el contra. Para tomar como cónyuge a otra persona antes de un año de haber la picazón o para la mordida. Plantas enviudado o mirar a una niña durante los días de su primera que se cultivan en los jardines, al lado menstruación, atrae el contagio. de las que se usan como alimento El yerbatero o el jaibaná (o chamán) son los únicos que pueden curar el mal. Usan la raíz de un bejuco conocido por los indígenas emberas como zarza, que se raya y se cocina para producir un bebedizo al ser mezclado con guarapo. Y emplean también verbena seca y molida para espolvorear sobre las llagas. Usan además hojas asadas de bejuquillo de anguilla, que se ponen calientes sobre las lesiones. Para invocar a los espíritus buenos y solicitarles que ayuden a chupar los gusanos de los enfermos, recogen la malanga o rascadera blanca que crece junto al río y la sacuden en el aire.
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M e dic i nal e s
Riñonera Columnea sp.
Frutos palma zancona Socratea exorrhiza
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Jengibre
Llantén
Zingiber officinale
Plantago major
Anamú Petiveria alliacea
Bien sea por cuenta de un insecto o de un castigo proveniente del mundo de los espíritus, el tratamiento para la leishmaniasis, como para casi todas las enfermedades que golpean a estas comunidades del Pacífico colombiano, está en las plantas. Para las mordeduras de culebras —que no son pocas— y las picaduras de mosquitos. Para las lombrices que invaden los intestinos, o las fiebres que producen delirios. Los remedios los da la madre naturaleza, aquí y allá. Desde el río Mira en el sur hasta el Darién en el límite con Panamá. En las serranías y los valles, en las riberas de los ríos, entre los manglares, junto a las bahías y ensenadas. Debajo de las casas de palma y bejuco que parecen flotar en las alturas. Entre los bosques y las selvas. En el monte bravo o en el monte “alzao”. A lo largo del camino empantanado por tanta lluvia, donde la vida se las arregla para florecer. El Pacífico colombiano es una de las regiones del mundo con más alta concentración de especies por área, dicen los estudios; y lo intuye cualquiera que lo visite, aunque no alcance a ver las casi ocho mil plantas diferentes, ni pueda andar por cada rincón de esa selva húmeda que posee la mayor diversidad de flora del trópico americano. Con la llegada de los esclavos africanos a las costas colombianas en la época de la Conquista, llegaron también sus saberes y creencias. Su cultura, basada en la comunión con la naturaleza, se fue mezclando con la de los grupos indígenas, quienes también profesaban veneración a la madre tierra. De ahí surgió uno de los legados
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M e dic i nal e s más importantes del patrimonio cultural afrocolombiano: la medicina tradicional. Las comunidades del Pacífico colombiano han ido transmitiendo entre los suyos, voz a voz, a lo largo de varias generaciones, todo ese conocimiento ancestral que les ha permitido la preservación de la especie en un medio natural de belleza excepcional, pero aquejado de las condiciones extremas del trópico profundo. La exuberancia y la enfermedad juntas, conviviendo en una misma región de climas extremos en la que habitan incontables formas de vida. Las comunidades indígenas del Pacífico, especialmente los emberas, clasifican las enfermedades en tres: las provocadas por embrujos, las causadas por artes mágicas o conjuros con hierbas y animales, y las “enfermedades nuevas”, introducidas por el hombre blanco. De acuerdo con su forma de ver el mundo, todos los hombres tienen dos espíritus, uno bueno y otro malo. Al morir, el espíritu bueno se va al cielo; el malo, en cambio, permanece en la tierra. Los espíritus malos de los muertos pueden poseer a los seres vivos y causarles enfermedades. El jaibaná es el único que tiene el poder de pedirles ayuda a los espíritus buenos para vencer las enfermedades de la comunidad. Cuando alguien se enferma, acude a él para saber qué tiene y cómo puede sanarse. El jaibaná es el negociador entre la vida terrena y la de los espíritus, el que aboga por la salud frente a la muerte. Para las comunidades afrodescendientes, las enfermedades y accidentes son de dos tipos: divinos y humanos. Los divinos ocurren por descuido y excesos o por voluntad divina. En estos casos los curanderos son los encargados de atender al paciente. Los de origen humano, en cambio, están relacionados con la brujería, y solo un brujo puede deshacer el hechizo. La relación estrecha que tienen negros e indígenas con la naturaleza les ha permitido sobrevivir al aislamiento en el que se encuentran algunos de ellos. Allí, donde no hay médicos ni medicamentos, hay plantas que curan todos los males. Aunque el saber más especializado está en manos de curanderos, yerbateros y sanadores que ocupan un lugar preponderante en las comunidades, los conocimientos terapéuticos y los usos farmacológicos de las
plantas también pertenecen al acervo popular. Saben que preparada como bebedizo o emplasto, cada planta tiene uno o más usos: el llantén para las úlceras. El botoncillo para el hígado. La celedonia pura para la gastritis y la mezclada con aceite de higuerilla para expulsar gusanos y parásitos. El fruto del higuerón con aguardiente para la vesícula biliar. Un baño de dormidera para acabar con el insomnio. La yerbabuena para la memoria, el cidrón para el corazón, la santa maría de anís para el dolor de cabeza, y el quereme para el amor. Por cuenta de la tradición oral, esos saberes han trascendido bosques y selvas y han llegado a los pueblos y ciudades de la región. Allí, muchos convierten los solares de sus casas en pequeños botiquines naturales y siembran plantas de uso cotidiano para aliviar cólicos, dolores de muela, disenterías y catarros. Se usa la altamisa o artemisa (Ambrosia artemisiifolia) mezclada con aguacate para hacer baños de asiento que curen las hemorroides. Hervida, para hacer gárgaras en casos de amigdalitis. Su raíz pulverizada y disuelta en agua para la epilepsia. Un poco del zumo para ayudar a las parturientas, y en baño o emplasto para los dolores reumáticos y contra los parási- Albahaca morada tos intestinales. Ocimum sanctum La infusión de poleo (Clinopodium brownei) ayuda a que los niños no se orinen en la cama, mejora el funcionamiento intestinal y despeja las vías respiratorias. La albahaca de olor (Ocimum basilicum), además de su popular uso en la cocina, alivia dolores de cabeza, fortalece el sistema nervioso y aumenta la producción de leche materna. Si se prepara un zumo y se aplica en los ojos, limpia los terigios hasta hacerlos desaparecer. Aplicada en los oídos cura la otitis. Entre las aromáticas, para los nervios, el toronjil (Melissa officinalis) es un reconocido tónico para el corazón y un calmante del sistema nervioso. Las hojas y flores de la menta (Mentha x rotundifolia) se usan
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como antiespasmódico y antiflatulento, bajan la fiebre y calman los dolores de cabeza. Del borojó (Borojoa patinoi) se usa la fruta, que es un grandioso reconstituyente del cerebro, y existe la creencia de que es un afrodisiaco natural. Si se usa externamente ayuda a curar llagas, golpes y erisipela, y alivia la gota. La lama grisácea que le brota es un gran antibiótico que acaba con bacterias y microbios. El escancel (Drymonia sp.) tiene propiedades diuréticas que ayudan a limpiar la vejiga y los riñones. El extracto de esta planta contribuye a la buena cicatrización de las heridas. Una infusión de las hojas alivia los pulmones afectados. El prontoalivio (Lippia alba) es un excelente sudorífico, expectorante y sedante del sistema nervioso, pero su propiedad más apreciada es la de bajar el azúcar en la sangre. El paico o yerbasanta (Chenopodium ambrosioides) tiene un poder reconocido sobre el histerismo y los gusanos intestinales. Se recomienda no comer ningún alimento con sal antes de que transcurran dos horas después de tomarlo, porque puede resultar una combinación tóxica. La gente lo usa para limpiar las malas energías y atraer la buena suerte. La sábila (Aloe vera) se usa para “asegurar la casa”. Dicen que sirve siempre y cuando se recolecte y se ponga en la vivienda una mañana de Semana Santa. Combinado con el cilantro se usa para sacar maleficios que invaden el cuerpo y se manifiestan en forma de enfermedad. Para las enfermedades frías o calientes, las fiebres, los brotes, el mal de ojo y el mal de aire, el tabardillo y el espanto; para los males que son de este mundo y los sobrenaturales; para los que atacan el cuerpo y los que atacan el alma: el Pacífico es un herbolario inmenso y poderoso en el que se encuentra gran parte de la sabiduría curativa que enriquece todo el saber de la medicina tradicional de los pueblos. Gracias a la permanente exploración que los negros y los indígenas han realizado de la región Pacífica y que de su encuentro en territorio colombiano acoplaron sus saberes y creencias, ha quedado claro que el ser es uno con la naturaleza y que la respuesta a todo ha de encontrarse en ella.
Santa maría blanca Piper peltatum
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M e dic i nal e s
En letra cursiva El botiquín del Pacífico colombiano es un herbolario donde dominan las especies botánicas de hábito herbáceo, o hierbas, como lo son las hierbas aromáticas, que en su mayoría hacen parte de la familia taxonómica de las lamiáceas. A estas pertenecen el poleo (Clinopodium brownei), la yerbabuena (Mentha spicata), el toronjil (Melissa officinalis) y la albahaca de olor o albahaca de Castilla (Ocimum basilicum), las dos últimas con propiedades de calmantes del sistema nervioso. La menta también hace parte de esta familia. Todas las especies del género Mentha son llamadas mentas. En el Pacífico la denominada menta o yerbabuena blanca hace referencia a la Mentha x rotundifolia, que además de la limpieza de aliento que genera, es utilizada contra diferentes dolencias como el dolor de cabeza. Sin embargo, otras cuantas hierbas aromáticas utilizadas en la medicina del Pacífico y del mundo hacen parte de las asteráceas, una de las familias botánicas más cosmopolitas que existen. De ella hacen parte la caléndula (Calendula officinalis), la manzanilla (Chamaemelum nobile), el botoncillo (Acmella sp.), utilizado como analgésico, y la artemisa o altamisa (Ambrosia peruviana), con propiedades antiparásitas, para calmar los males intestinales. Son muchas las especies botánicas usadas contra los parásitos intestinales, desde la piña (Ananas comosus), de las bromeliáceas, hasta el paico o yerbasanta (Chenopodium ambrosioides), una amarantácea que calma esos dolores de estómago. Las hierbas aromáticas, pertenecientes a las lamiáceas o a las asteráceas, no son las únicas plantas capaces de calmar el sistema nervioso. Otras son el prontoalivio o
curalotodo (Lippia alba), una verbenácea que, además de bajar el azúcar en la sangre, también tiene esta propiedad calmante. En este botiquín del Pacífico se encuentran así mismo curas para diferentes males: para los riñones y con propiedades antidiuréticas, existe una gesneriácea, Drymonia sp., conocida en la región como escancel, y, para las úlceras, se cuenta con una plantaginácea, Plantago major, denominada llantén. Pero no todo el herbolario medicinal tiene fines farmacológicos contra diferentes dolencias y para calmar los nervios: el botiquín del Pacífico colombiano también cuenta con el remedio para el amor, una piperácea, denominada comúnmente en la costa del Pacífico como quereme (Peperomia macrostachyos) y con un supuesto y popular afrodisiaco, una rubiácea, Borojoa patinoi, el popular borojó.
Las plantas más constantes Familia Amarantáceas
Asteráceas
Asteráceas
Gesneriáceas
Lamiáceas
Lamiáceas
Nombre científico Chenopodium ambrosioides
Acmella sp.
Ambrosia artemisiifolia
Drymonia sp.
Clinopodium brownei
Melissa officinalis
Nombre común Paico o yerbasanta
Contra los parásitos intestinales
Botoncillo
Analgésico y para el hígado
Artemisa, altamisa
Para la erradicación de parásitos intestinales
Escancel
Propiedades diuréticas que limpian la vejiga y los riñones
Poleo
Mejora el funcionamiento intestinal, despeja las vías respiratorias
Toronjil
Lamiáceas
Mentha rotundifolia
Menta, yerbabuena blanca
Lamiáceas
Ocimum basilicum
Albahaca de olor, albahaca, albahaca de Castilla
Piperáceas
Piperáceas
Plantagináceas
Rubiáceas
Verbenáceas
Peperomia pellucida
Peperomia macrostachyos
Plantago major
Borojoa patinoi
Lippia alba
Usos
Cledonia
Quereme
Tónico, calmante del sistema nervioso
Antiespasmódico y antiflatulento, baja la fiebre y calma los dolores de cabeza
Alivia dolores de cabeza y fortalece el sistema nervioso Para la gastritis y antiparasitaria
Para el amor
Llantén, chiracru
Para las úlceras
Borojó
Prontoalivio, curalotodo
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Reconstituyente del cerebro. Alta reputación afrodisiaca
Baja el azúcar en la sangre, calma el sistema nervioso
Mal
de ojo
Se dice que afecta principalmente a los niños y que el contagio ocurre cuando el pequeño llama la atención de una persona de “sangre fuerte”. Los síntomas del mal de ojo son vómito, diarrea, irritabilidad y fiebre. Cuando un niño presenta estas condiciones es llevado donde el yerbatero para que lo trate inmediatamente, porque es una sintomatología considerada de alta gravedad. Popularmente se cree que es un mal celoso de la medicina occidental y que por lo tanto no debe ser tratado con alopatía. Los antibióticos, por ejemplo, pueden empeorar al paciente y causarle la muerte. Solo puede ser tratado con oraciones y baños de guandú, sancaraña, escobilla, flor de totumo cimarrón, calenturito y muertoparao. Los baños deben hacerse en la mitad de la calle y hay que echarle al niño tres totumadas por delante y cuatro por detrás.
Y e r ba s
f r í a s y ca l i e n t e s
Uno de los sistemas que emplean las comunidades afrodescendientes del Pacífico colombiano para clasificar las plantas medicinales se basa en los lugares donde se encuentra cada yerba. Por ejemplo, las plantas calientes se dan en climas poco húmedos y alejados de fuentes hídricas. Su sabor generalmente es amargo y se usan para mejorar la circulación de la sangre y en el tratamiento de enfermedades asociadas con “frío”, como la impotencia masculina. Entre las plantas calientes están la matapaja y el santacruz, la calambrera, el naranjito y la calenturita, la amapola y el anjicá, la quina amarga, la cotorrera, el colicencio y el juan de la verdad. Las plantas frías, en cambio, se dan en lugares frescos o de bajas temperaturas, en zonas húmedas cercanas a fuentes de agua o en zonas inundables. Estas plantas normalmente son insípidas o ácidas y se usan en baños frescos para tratar enfermedades relacionadas con el aparato reproductor femenino. Algunas plantas frías o frescas son la verbena blanca y la verbena menuda, el escobillo, el bicho, el ajonjolí y el clavo morado.
B ru j e r í a Los curanderos usan las plantas contra las enfermedades naturales que afectan al cuerpo y también las que son adquiridas por embrujamientos y maleficios. Su deber es emplear las yerbas para deshacer rezos y hechizos, pero si alguno las usa para invocar la maldad es considerado un brujo. Cuando alguien ha sido embrujado, normalmente fracasa en todo lo que hace. Acude al curandero para conjurar el maleficio con baños de escobilla y membrillo macho, y para saber quién es el culpable de sus desgracias. Al responsable se le puede ver en una batea con agua de hojas de matimbá (Annona purpurea).
Santa maría de anís Piper auritum
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M e dic i nal e s
El
s au c o
Cura distintos males y por eso lo llaman el botiquín natural. El uso más común es en infusión para tratar las gripas o resfriados. El sauco, del género Solanum, es un excelente sudorífico y expectorante. Ayuda a bajar la fiebre y a aliviar las irritaciones de garganta. Tiene propiedades diuréticas y desinflamatorias, por lo cual es recomendado para las afecciones reumáticas como la artritis. Se usa para contrarrestar el estreñimiento y combatir las enfermedades hepáticas. La especie Solanum incomptum es usada en la región para combatir la indisposición que causa el exceso de alcohol. Las compresas de infusión de sauco alivian las hemorroides y los forúnculos. Sus hojas restregadas contra la piel actúan como repelente de mosquitos. Con los emplastos de las hojas y la infusión de sus flores se cura la conjuntivitis. Se usa como tisana para adelgazar y como loción para eliminar manchas de la piel.
Sauco Solanum incomptum
En
científico
Para el común de la gente, muchos de los nombres son una especie de trabalenguas impronunciables; otros —menos— son de fácil lectura, pero casi ninguno es sencillo de memorizar. Aquí una pequeña lista de los nombres científicos de yerbas que encontramos en los mercados con facilidad: —El Acmella sp. es el mismo botoncillo. —La Mentha x rotundifolia es la menta y la Mentha x piperita, a secas, es la yerbabuena. —El nombre científico del llantén es Plantago major. —El de la celedonia es Peperomia pellucida —El nombre de la santa maría es Piper peltatum
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Infusión de flores: 2 cucharaditas de flores secas 1 taza de agua hervida Dejar las flores en el agua caliente durante 10 minutos. Después colar. Se debe tomar dos veces al día, lo más caliente posible para ayudar a despejar las vías respiratorias. Algunas personas prefieren agregarle miel de abejas para lograr un sabor menos amargo. Té de bayas: 3 cucharaditas de bayas secas 1 taza de agua Poner a hervir el agua con las bayas durante diez minutos, a fuego lento. Colar antes de beber. Se debe evitar la variedad de sauco de frutos rojizos porque puede irritar el sistema digestivo. El té de bayas ayuda en la eliminación de líquidos y tiene propiedades laxantes.
Robles, nísperos, manglares y hombres
ara tumbar un árbol de sande, en la selva del Pacífico, se necesitan cinco personas: un aserrador, su ayudante y tres jornaleros capaces de lidiar con serpientes, abejas, arañas y alacranes. El día de trabajo es pesado. Las mujeres se levantan a las cuatro de la mañana para preparar el desayuno y a las siete los hombres ya están caminando selva adentro, de donde regresan a las cuatro de la tarde. “Somos empleados de la naturaleza. Si no fuera por la selva o por el mar no tendríamos qué comer”, dice Walter Potes, de 56 años, un moreno de Bahía Solano, Chocó, cuya espalda ya no aguanta un jornal más. Durante más de treinta años, Walter se dedicó a tumbar a punta de hacha y motosierra árboles de troncos gruesos y maderas finas, como abarcos o chibugás, robles, lecheros, cedros y sandes, choibás, De la vegetación monumental del Pacífico, de guayacanes negros y nísperos. El promedio del jornal era y sus árboles enormes y duros, se ha abusado sigue siendo un árbol por día. Si la leña está muy lejos del hasta el arrasamiento. Un grito de auxilio se caserío se trabaja en la selva al menos por una semana hasta oye desde estos bosques maltratados acumular una buena carga. Lo primero es adecuar una estructura que sirva para mover los troncos hacia la quebrada más cercana. Los hombres desmontan el camino y tejen sobre el piso, con tallos delgados pero fuertes, el canal por el que rodará la madera. Los troncos flotan entonces aguas abajo hasta un punto en el que se reúnen y se improvisa con ellos una balsa para moverlos en bloque hasta el pueblo. “De ahí se divide una parte para la venta local y el resto sale por agua pa Buenaventura”, dice Walter. Las selvas del Pacífico colombiano son la más importante despensa maderera del país. De su principal puerto, Buenaventura, la madera viaja especialmente
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Made rabl e s
Proceso de laminación de madera
Troncos en aserrío Cuángare, sajo y maría
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Cedro güino Carapa guianensis
Caraño Trattinnickia aspera
hacia Medellín, Pereira y Bogotá, aunque también suele haber cargas hacia Panamá, Perú, Ecuador, Puerto Rico, México y Chile. Pero su riqueza no se reduce a la madera. Esta región se considera uno de los lugares más megadiversos del mundo. Aquí la humedad y la pluviosidad excesivas se integran con uno de los sistemas hidrográficos más importantes del país. La serranía del Baudó hace que la línea costera sea angosta y acantilada en el norte, mientras que en el sur las ensenadas, esteros y manglares dominan el paisaje. De ese coctel solo puede brotar vida. Ante los monumentales paisajes del Pacífico, con sus playas repletas de troncos de árboles arrastrados por los ríos al mar, los humanos parecen inofensivos, pero no lo son. Ha sido tanta la presión sobre los bosques de esta región que las autoridades ambientales estiman que solo en el departamento del Chocó el cuarenta por ciento del territorio está deforestado. Walter lo nota. Los bosques de robles (Tabebuia rosea) y cedro (Cedrela odorata) en los que podía perderse cuando era adolescente se han reducido casi hasta el punto de desaparecer. Esos tipos de árboles gigantes, de madera dura y corteza escamosa, fueron sobreexplotados y convertidos en bases para la construcción de viviendas, pisos, muebles y paredes de lujo. “La gente abusó de esas maderas finas por
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Made rabl e s las que se pagaba bien y ahora el roble está bien escaso”. La explotación maderera se concentra especialmente en Buenaventura, Guapi, Tumaco y Bahía Solano, donde se obtiene chapul, comino, laurel, mangle, sajo y chaquiro, entre otras especies. Pero estos bosques no solo producen muebles, vigas y pisos para el resto del mundo; la madera determina la vida cotidiana en el litoral; es indispensable para cocinar, levantar casas, hacer botes y entretenerse. Si hay un bosque al que las comunidades negras e indígenas del Pacífico deban su supervivencia es el manglar. Los manglares, indispensables para la reproducción de peces y aves, han garantizado históricamente una parte importante de la oferta de recursos marinos costeros del país. Se trata de ecosistemas de árboles retorcidos que se apropian de las desembocaduras donde el agua dulce se confunde con el mar, formando un lugar privilegiado para la generación de vida; de su salud depende la tercera parte de la productividad pesquera en las costas de los mares tropicales. Por eso, reconociendo el valor de sus servicios ecosistémicos, el Estado colombiano decidió en 1997 proteger el veinte por ciento de los manglares del Pacífico con la declaración del parque nacional natural Sanquianga, en Nariño, unas ochenta mil hectáreas que integran las desembocaduras de los ríos Tapaje, Aguacatal y Sanquianga. Pero, a pesar de la biodiversidad que alberga, y de su fragilidad, la leña de diferentes mangles: mangle rojo o mangle (Rhizophora mangle), Mangle negro o iguanero (Avicennia germinans) y mangle blanco o feliz blanco (Laguncularia racemosa), ha sido utilizada tradicionalmente como carbón vegetal para alimentar fogones y en la construcción de viviendas e incluso de corralejas. Walter Potes cuenta que hace un tiempo, cuando “en Bahía el mangle no estaba tan jodido y se utilizaba pa todo”, la madera soltaba un tinte con el que se teñían las atarrayas. Cada tanto los pescadores se citaban en la casa de algún paisano a tallar canoas y teñir. Aunque de quince años para acá las balsas de madera han sido reemplazadas por botes más livianos de fibra de vidrio, la tradición, que los indígenas emberas conservan, era tallar los troncos de abarco (Cariniana pyriformis) y caracolí (o aspavé) hasta convertirlos en embarcaciones. El aspavé o caracolí (Anacardium excelsum) es una
belleza alta, de copa verde redondeada, corteza gris y hojas simples y grandes. Puede medir treinta metros de alto y tener un diámetro de más de dos metros, y vive gracias a la lluvia que la mayor parte del tiempo alimenta los bosques húmedos tropicales del Pacífico. Se encuentra en terrenos altos, cerca de ríos y quebradas o en suelos que tienen aguas subterráneas de poca profundidad. Sus flores, que aparecen entre febrero y abril, son pequeñas y de color crema. Sin embargo, aunque del aspavé se fabrican tablas para cajones, camas, bebederos para animales, cucharas y platos, no existen especies tan útiles para los humanos como las palmas. La barrigona (Iriartea deltoidea) se usa para cimentar los pisos; el tallo de la zancona (Socratea exorrhiza) o de la memé (Wettinia quinaria) para las paredes; y el techo se resuelve con las hojas de la cuchilleja (Geonoma calyptrogynoidea). Se estima que cuarenta y seis de las ciento seis especies de palmas que se han identificado en el Pacífico son aprovechadas por el hombre y al menos el diez por ciento de ellas no se encuentra en otro lugar del mundo. Ese privilegio se debe a la posición geográfica de esta región, donde se reúnen todas las bondades de Arrume de mangle rojo para carbón la selva húmeda tropical, hábitat Rhizophora mangle que alberga la mitad de las especies animales y vegetales del planeta y que en el caso del Pacífico colombiano quedó estratégicamente aislada por el levantamiento de la cordillera de los Andes hace doce millones de años, cuando las placas tectónicas de Nazca y América colisionaron conformando serranías y valles sumamente ricos en agua y especies. Es el caso de la serranía de Baudó, el valle del río Atrato, el valle del río San Juan y la llanura costera del Pacífico. En esta selva también se encuentra el chontaduro (Bactris gasipaes), otra palma que crece en los diques pero con un fruto exquisito que se come en todo el Pacífico y del que también se saca una clase de chicha. Su madera sirve para construir uno de los instrumentos
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Elaboración de cabos para herramienta con sande Brosimum utile
más fascinantes de la cultura negra colombiana: la marimba de chonta, una artesanía que le dicta el ritmo al currulao y que suena a África, pero también a Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño. Las marimbas son elaboradas a orillas del río Guapi por maestros como Silvino Mina, con chonta, guadua y bambú. Mina es un hombre sencillo que por más de cuarenta años ha contagiado a generaciones de músicos con ritmos como el bunde, la juga, el berejú y el currulao, la danza patrona de las comunidades afrocolombianas del litoral Pacífico que habla de la esclavitud, de la minería y del trabajo pesado en el campo y que no solo necesita de la marimba para alegrar las fiestas; también de los cununos (hembra y macho), el guasá y el bombo. El cununo se fabrica a partir del tronco de árboles como aguacate, incive, mate, machare o campano. Para el guasá, que funciona como sonajero, se utilizan bambú y semillas secas de maíz o piedrecitas. Y el bombo se construye a partir de madera de balso, que a pesar
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de medir entre quince y veinticinco metros y de que su tronco puede llegar a tener ochenta centímetros de diámetro, es de fibra liviana, blanda, débil y manejable. El balso (Ochroma pyramidale) también se utiliza para aumentar la flotación de los botes y mejorar su estabilidad y capacidad de carga, y para construir utensilios domésticos y juguetes. Incluso tiene propiedades medicinales y analgésicas. “Aunque el balso lo piden mucho, ahora lo que se está sacando más es níspero y choibá que le gusta mucho a los japoneses”, dice Walter Potes. El aserrador, al que los jornales de tala le acabaron la espalda, vive ahora de las cosechas o de lo que pesca y logra vender en la plaza. A él y a su familia los mantienen vivos la tierra y el mar. Ante la ausencia de Estado y la falta de oportunidades de trabajo y estudio, la única opción que le queda a la mayoría de habitantes del Pacífico es seguir siendo empleados de la naturaleza. “El empleo acá nos lo da la selva”, repite Walter en Bahía Solano, sentado en su mecedora.
Made rabl e s
En letra cursiva El Pacífico colombiano presenta una altísima cantidad de especies botánicas maderables que son usadas en construcción, artesanías, ebanistería y hasta para la elaboración de diferentes instrumentos musicales. Una de las familias con mayor cantidad de especies apreciadas por su valor maderable es la de las palmas, las arecáceas, como la barrigona o barrigona negra (Iriartea deltoidea), la palma zancona o mulata (Socratea exorrhiza) y la macana o memé (Wettinia quinaria). A ésta familia de arecáceas, también pertenecen la cuchilleja (Geonoma calyptrogynoidea), la chunga o güérregue (Astrocaryum standleyanum) y el chontaduro (Bactris gasipaes). Otra familia con especies de alto valor económico apreciadas en construcción por su dureza y resistencia, es la de las anacardiáceas, de las que hacen parte el caracolí o aspavé (Anacardium excelsum) y el sajo (Campnosperma panamense). Igualmente tienen presencia las combretáceas, que también son estimadas por su valor maderable, y de ellas son parte el mangle feliz o feliz blanco (Laguncularia racemosa). La Terminalia amazonia conocida como el roble en el Pacífico colombiano, es junto al Tabebuia rosea, de las bignoniáceas, el roble general de la región, son de madera fuerte y resistente. Las fabáceas, o leguminosas, tienen una alta cantidad de especies maderables, como el choibá o almendro de montaña (Dipteryx oleifera), el cual, además de ser utilizado en construcción, produce almendras comestibles de las cuales se extrae aceite. A esta familia de legumbres también pertenece el cocobolo o palisandro (Dalbergia retusa), que aunque es más común en Centroamérica, aparece también en el norte del Pacífico colombiano. Otra familia habitual es la de las lecitidáceas, de las cuales se utilizan varias especies, como
el abarco (Cariniana pyriformis) y el salero (Lecythis ampla), cuyo árbol le da el nombre a un poblado cerca de Quibdó. Otra fuente de maderas importantes son los diferentes mangles que sostienen estos ecosistemas. Allí se encuentran avicenniáceas, como el mangle negro o iguanero (Avicennia germinans); combretáceas, al que pertenece el mangle feliz o feliz blanco (Laguncularia racemosa) y rhizophoráceas, como el mangle rojo, también conocido simplemente como mangle (Rhizophora mangle). Una familia de suma importancia como maderable en el Pacífico, especialmente desde Buenaventura hacia el sur, es la de las miristicáceas, conocidas como cuángares, que forman asociaciones dominantes llamadas cuangariales. Como cuángares son identificadas varias especies: Iryanthera megistophylla, Otoba lehmannii, Otoba gracilipes, Otoba parvifolia y Virola dixonii. Estas especies han sido usadas especialmente para desarrollar y fabricar triplex. Y otra especie muy cotizada y ya muy escasa en el Pacífico es el chanul (Humiriastrum procerum), de las humiriáceas.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Anacardium excelsum
Caracolí, aspavé
Maderable; utilizado para embarcaciones
Arecáceas
Bactris gasipaes
Chontaduro
Reputación afrodisiaca. Producción de palmito. Obtención de la marimba
Anacardiáceas Arecáceas
Arecáceas
Arecáceas
Arecáceas
Combretáceas Fabáceas
Humiriáceas Lecitidáceas Malváceas Meliáceas
Miristicáceas Moráceas
Campnosperma panamense Astrocaryum standleyanum Iriartea deltoidea
Socratea exorrhiza Wettinia quinaria
Terminalia amazonia Dalbergia retusa
Humiriastrum procerum Cariniana pyriformis Ochroma pyramidale Cedrela odorata
Iryanthera megistophylla Brosimum utile
Sajo
Maderable, utilizado para construcción y ebanistería
Chunga, güérregue
Barrigona, barrigona negra Zancona, palma mulata Memé, macana
Roble, curichí, macano Cocobolo, palisandro Chanó, chanul
Construcción y artesanías
Madera para construcciones rurales y en ebanistería Construcción Construcción
Madera para construcción Madera para artesanías
Madera para ebanistería
Abarco, chibugá
Madera para múltiples usos
Balso, tambor
Cedro, bastardo, cedro amargo Cuángare Sande
Maderable, para la elaboración de barcos y tambores Maderable
Madera para producir triplex Maderable
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El
Las viviendas de los indígenas emberas, los tambos, son armazones de planta casi siempre circular construidos en madera a dos metros del suelo sobre pilotes de guayacán (Minquartia guianensis), cocobolo (Dalbergia retusa) o chunga o güérregue (Astrocaryum standleyanum). Los indígenas del Pacífico decidieron vivir en casas elevadas por el temor a las inundaciones, pues sus construcciones han estado tradicionalmente ubicadas muy cerca de los ríos. Cuando el historiador Jacques AprileGniset recorrió la región en 1987, describió los tambos como “casas transparentes” en entornos agrestes, que, por la ausencia de paredes, podían ser fácilmente atravesadas por las miradas. Y aunque las construcciones más modernas contemplan la separación de algunos espacios, como forma de privacidad, muchas comunidades indígenas aún se inclinan por las áreas abiertas. El tambo se divide en tres niveles. En el primero, a ras del suelo y debajo de la casa, duermen los perros, se instala el gallinero o la marranera y se guardan herramientas, canoas y leña para cocinar; en el segundo, entre el piso y las vigas del techo, se concentran las actividades cotidianas y familiares, y en el entechado se construyen altillos donde se guardan enseres, canastos de ropa, víveres y productos agrícolas, utensilios y herramientas.
Nato Mora oleifera
La
ta m b o e m b e r a
m e g a d i v e r s i da d d e l t ró p i c o
Las exuberantes selvas húmedas del mundo se ubican entre los trópicos de Capricornio y de Cáncer, a lo largo de la línea ecuatorial, en América Central y del Sur, África, el sureste de Asia, Sumatra y Nueva Guinea, y en ellas se encuentra la mitad de especies animales y vegetales del planeta. Se estima que tan solo en Colombia estos bosques son el hogar de cuatrocientas especies de árboles, ochocientas especies de invertebrados y cuatro mil quinientas especies de otras plantas de las más de veinticinco mil que puede haber en el país. Su suelo es un lugar caliente, oscuro y húmedo, pues los árboles bloquean la entrada de luz, y allí escarabajos, hormigas y otros organismos remueven la tierra mientras hongos y bacterias ayudan a la descomposición liberando nutrientes que mantienen la fertilidad. También hacen aportes medicinales: sus plantas han sido fundamentales para atacar enfermedades como la malaria, los problemas circulatorios, la disentería y deficiencias respiratorias, oftalmológicas y neurológicas. De las tres mil especies de plantas con propiedades anticancerígenas que se han identificado en el mundo, la mitad crece en Colombia.
Los
n e g ro s y e l b o s q u e
Las comunidades negras del Pacífico colombiano tuvieron que adaptarse al bosque durante la Colonia. Llegaron como esclavos desde África al puerto de Cartagena de Indias para ser empleados en la explotación de oro, y fue ese metal el que luego los hizo libres. A mediados del período de la Colonia, más de la mitad de los esclavos habían pagado a sus amos el precio de su libertad y buena parte de los que se rebelaron contra la sociedad esclavizadora hallaron refugio en los valles formados por los ríos Cauca, Magdalena y San Jorge, y también en zonas apartadas del litoral Pacífico. Esos nuevos pueblos libres, que se defendieron hasta la muerte para no ser sometidos otra vez, fueron llamados palenques. Los palenques se establecieron en playas y áreas de manglar hasta el momento desconocidas, donde comenzaron a vivir dispersos y cerca de los ríos. Más tarde, la intensa explotación maderera hizo que aparecieran los primeros centros urbanos.
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Made rabl e s
R a na s
de madera
Las manos hábiles de los emberas son capaces de transformar el tronco duro del cocobolo (Dalbergia retusa) en águilas, tigres, ranas, lagartos, culebras, tiburones, tortugas o gatos salvajes. Esta madera, que tallan desde muy niños, es fina y tiene un color marrón rojizo tan atractivo que las figuras terminadas se han vuelto una insignia de la artesanía nativa del norte del Pacífico. El cocobolo es un árbol que está presente en toda la región mesoamericana, desde México hasta el norte de Colombia, y su explotación ilegal ha provocado en los últimos años la destrucción de decenas de hectáreas de bosque, principalmente en Panamá, donde los traficantes de madera amenazan las selvas tropicales buscando satisfacer la demanda en Asia.
Techo con amargo Welfia regia
Bosques,
v í c t i m a s d e l c o n f l i c to
El Banco Mundial estima que el cuarenta y uno por ciento (cerca de 1,4 millones de metros cúbicos) de la madera que se comercializa en Colombia es talada de manera ilegal. El Ideam calcula que la cifra es del 33,5 por ciento, reconociendo, sin embargo, el subregistro de la problemática. Las causas que determinan esa ilegalidad forestal en Colombia son múltiples y entre ellas figuran factores de orden político, económico y social difíciles de resolver. La aplicación de una legislación desactualizada se une a la falta de divulgación de las normas, la sobreexplotación de especies, la carencia de un inventario forestal nacional, la pobreza y la violencia. Organizaciones dedicadas a la conservación de los bosques y al estudio de las comunidades que se benefician de ellos han encontrado que las zonas donde se han sentido los efectos de la violencia derivada del conflicto interno que ha padecido Colombia desde la mitad del siglo xx, suelen coincidir con áreas boscosas donde la actividad extractiva de la madera tiene alguna importancia y esto, a su vez, ha limitado el accionar de las autoridades ambientales y dificultado la aplicación rigurosa de las normas que regulan el aprovechamiento de los recursos forestales.
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Sajo Campnosperma panamense
La selva de los gentiles
na cintilla de copas verdes y fluidos acuosos rodea el cuello de América. Justo allí donde hace unos tres millones de años las aguas de los océanos se separaron y un puente de tierra unió al norte y al sur, existe un extraordinario tejido natural por el que la vida ha transitado en este lado del planeta. Antes de ese antes, y durante milenios, pequeñas islas salpicaron las aguas como si fueran estrellas distantes en un cielo turbulento y salado. Pese a que algunas especies de vegetales y animales lograron viajar entre los puntos cardinales, la evolución hacía su trabajo con ritmos y métodos diferentes en cada bloque del continente. Solo desde el final del Plioceno, cuando el movimiento incesante y brutal de las placas tectónicas modeló el relieve de esta esquina del mundo con cerros, serranías, cordilleras, aluviones, playas, acantila- Punto de enlace de dos Américas, de dos dos y un istmo que surgió del suelo marino, la unión entre el países, de dos mares, el Darién, mítico y mundo templado del norte y el universo neotropical del sur portentoso, posee la historia del origen se hizo franqueable; y el intercambio biológico, incontenible. de todo. Es esta Por ese laberinto de naturaleza en ebullición, impactado por el calor del trópico en desplazamiento hacia el norte y el frío que se hizo característico del Pacífico, encontraron camino hacia el sur robles, cerezos, nogales, espinos, agraces, maíces, moras, alisos y muchos otros. Y también hicieron su tránsito extensas familias vegetales, como la brasicácea, alimenticia, ornamental y oleaginosa; la cariofilácea, hecha de hierbas y arbustos que se extienden prodigiosamente; la papaverácea, formada por centenares de especies que producen látex amarillo o anaranjado; y la ranunculácea, representada por más de 2.555 especies esparcidas por todo el mundo.
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Dar i é n
Hoja roja juvenil de arácea Syngonium sp.
Cobertura vegetal con hojas de pacó Cespedesia spathulata Raíz de mangle suela Pterocarpus officinalis
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Labio de negra Psychotria poeppigiana
Hoja en proceso de secado
Con la clorofila, que hizo su paciente viaje por el istmo, también avanzaron hacia el sur pájaros carpinteros, ardillas, marmotas, perritos de la pradera, caballos, asnos, cebras, llamas, cerdos, vacas, antílopes, ciervos, cabras, musarañas, erizos, topos, lobos, perros, dingos, zorros, coyotes, chacales, osos, jaguares y leopardos. En sentido contrario, rumbo al norte, pasaron chigüiros, hormigueros, perezosos y armadillos. También cruzaron animales casi mitológicos, como las aves del terror, que medían más de metro y medio de altura, no podían volar y eran grandes depredadoras; los gliptodontes, armadillos del tamaño de los hipopótamos; zarigüeyas, grandes marsupiales solitarios, amantes de la noche, poseedores de mandíbulas muy fuertes; y otros como caimanes, cecilias y ranas habitantes de los árboles. En este intercambio, las especies animales en tránsito libraron una tremenda batalla por la vida en un nuevo territorio continental. Durante esos siglos de encuentro entre extraños sobrevivieron de mejor modo los venidos del norte, pues tenían experiencias antiquísimas de adaptación a nuevos escenarios. En cambio, la mayoría de los sureños, incapaces de vencer a los depredadores y herbívoros del norte, y con bajas defensas para soportar climas secos y fríos, sucumbieron. Ya el universo biogeográfico del punto de encuentro de las dos Américas era como lo conocemos hoy cuando llegaron los españoles. Un bioma de veinticinco mil kilómetros cuadrados que los forasteros dieron en llamar Darién, tratando de imitar la voz tanel, que nombraba, en lengua indígena, a uno de los ríos nacidos en ese apretado mundo de ecosistemas originados en el especial encuentro de suelos y climas que sirven de nido a plantas y animales también particulares. Los científicos han de-
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Dar i é n terminado que el vinticinco por ciento de las especies de vegetales y animales del Darién solo existen en este lugar del planeta, y que hay por lo menos quinientas cincuenta especies de vertebrados, sesenta de anfibios y ciento trece de peces. Por el Darién, hoy reconocido como un laboratorio de biodiversidad único en el mundo, entraron al continente, por el año 1500, los conquistadores Rodrigo de Bastidas, Vasco Núñez de Balboa, Martín Fernández de Enciso y Juan de la Cosa, entre otros. De la Cosa dibujó el primer mapa donde se ven dos masas continentales unidas en un punto, y los demás establecieron su primera ciudad: Santa María la Antigua del Darién. Desde allí, a punta de perros, caballos y cañones, intentaron someter ese mundo poblado también por indígenas cunas, tules, urabaes y caribes. Hicieron pactos de paz con los indígenas pero emprendían expediciones cruentas marcadas por traiciones y asesinatos y, también, por grandes descubrimientos, como el del hoy llamado río Atrato, que sirvió de ruta al interior y al océano Pacífico, nombrado entonces Mar del Sur, que deslumbró a Núñez de Balboa cuando lo avistó desde la cima del cerro Tacarcuna. Por pocas décadas lograron los españoles imponer su control en el Darién. A partir de 1600, los habitantes originarios conformaron la nación de los indios gentiles, basada en el principio de autonomía religiosa, política, social y económica, y derrotaron a los españoles, vencidos también ante una naturaleza impenetrable y embrujados ya con las leyendas de riqueza en abundancia que venían desde el río Magdalena. Los cunas, tules, urabaes y caribes vivieron en su selva exuberante, lluviosa, tropical, superhúmeda y brumosa en relativa armonía, hasta que el ingreso a la vida republicana de la Colombia de los siglos xix y xx supuso una nueva disputa por el Darién, que además de riqueza biológica, entendida como caucho y tagua, era codiciado como corredor comercial entre las dos Américas. La patria de los gentiles fue herida por la frontera entre dos países. En el Darién panameño, a lo ancho de 11.896 kilómetros cuadrados, se encuentran hoy el Parque Nacional Darién —reserva de la biósfera del Darién y desde 1.981 patrimonio de la humanidad—, la reserva natural Punta Patiño, el territorio protegido
Brage, las zonas indígenas de Kuna-Yala, Madugandí, Wargandí y Embera-Wounaan, y los distritos Chimán y Chepo. Allí sobresale la serranía de San Blas, con elevaciones entre trescientos y seiscientos metros sobre el nivel del mar, y también los altos de Limón, un sistema de montañas que se formó en paralelo a la costa Atlántica, cubierto por un bosque maduro muy antiguo donde se identifican robles, aguacates silvestres, raicillas, helechos, hongos y líquenes. En Colombia, el Darién son 13.782 kilómetros cuadrados, compartidos por los departamentos de Antioquia y Chocó. En él se levanta un relieve de serranías: la del Darién, la de los Altos y la del Baudó. Tal extensión está bañada por el río Atrato, que, pese a su corta longitud, setecientos cincuenta kilómetros, logra un caudal de cuatro mil setecientos metros cúbicos en su estuario. Esta impresionante cantidad de agua proviene de las copiosas lluvias que se precipitan sobre este territorio durante todo el año y nutren cincuenta ríos y trescientas quebradas que bañan las cuatro regiones que conforman el Darién colombiano: el Urabá chocoano, el parque nacional natural Los Katíos, la cuenca baja del río Atrato y las cuencas altas Lirio popa de los ríos Salaquí y Juradó. El Urabá chocoano está do- Couma macrocarpa minado por la serranía del Darién y la costa Atlántica chocoana. La serranía, una cadena de montañas que se elevan desde los cincuenta hasta los mil ochocientos metros, marca la frontera entre los dos países y es considerada por los expertos como la bisagra geológica que unió los continentes. De sus colinas descienden grandes cascadas y saltos de agua. El parque nacional natural Los Katíos, de setecientos veinte kilómetros cuadrados, abarca las llanuras aluviales de los ríos Atrato y Cacarica, que cubren el cuarenta y cinco por ciento del parque con el sistema de ciénagas de Tumaradó y Cacarica; las terrazas desecadas y las vegas inundadas y bien drenadas en la base de las colinas bajas; y las colinas altas y la serranía que se extienden
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por la margen occidental del río Atrato. El parque es hogar de setecientas especies botánicas, cuatrocientas de aves y no menos de quinientas de vertebrados. Allí habitan jaguares, manatíes, ciervos, murciélagos, osos de anteojos, tapires, cánidos de la selva, guacamayas y águilas arpía, aunque estos hábitats estan siendo sometidos a la imposición de la ganadería extensiva que ha presionado a las comunidades negras e indígenas que habitan la ciénaga de Unguía y la boca del río Atrato. El Bajo Atrato es todo el sistema de ciénagas asociadas a los ríos Cacarica, Salaquí, Perancho, Peranchito, y Teguerre. Juntas, las ciénagas forman una llanura pantanosa que se extiende, en forma de terrazas bajas y colinas, hasta el comienzo de la serranía y da lugar a la reproducción espontánea de una vegetación virgen: oreja de mula, lechuga de agua y arracachales crecen donde hay más agua; y donde el terreno se hace más seco, se reproducen palmas pángana, palmas murrapo, búcaros, robles y los codiciados cativos, a punto de extinción, como ya pasó con los caobos, por la explotación desaforada, legal e ilegal, por parte de las empresas madereras. Las cuencas altas de los ríos Salaquí y Juradó corresponden al extremo septentrional de la serranía del Baudó, son el límite con Panamá en el litoral Pacífico y por su riqueza biológica se las llama el “arca de Noé”, pues ofrecen hábitat a la mayor parte de los mamíferos del trópico húmedo colombiano. Los árboles alimentados por las aguas del Salaquí y del Juradó crecen hasta los treinta metros de altura y sus diámetros pueden ser de más de dos metros: los más impactantes son el cativo, el abarco y el güino. También hay gran variedad de palmas impresionantes por su altura y belleza, como la güérregue, la milpesos, la táparo, la zancona y la barrigona. Sea en las serranías, en los bosques, en las llanuras, en los humedales o en los pantanos, las familias que habitan el Darién se mueven en pequeñas embarcaciones, como corresponde hacerlo en una tierra tapizada de agua. Indígenas, negros y mestizos, que no pasan en total de sesenta mil, son hábiles bogas que fabrican sus canoas en el corazón de los árboles finos y viajan, impulsados por sus brazos, a través del vientre de una selva impenetrable. Asentados en poblados como Riosucio, Acandí, Juradó y Unguía, o reunidos en caseríos móviles en la gran extensión de la selva, estos hombres son los descendientes de los que una vez se declararon gentiles, libres, dueños de una selva enigmática que une y separa a las Américas; amos de su lugar en el mundo, ese que desde los satélites se ve apenas como una cintilla verde.
Botón floral y fruto de cacao Theobroma cacao
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Dar i é n
En letra cursiva El Darién es punto de encuentro entre América Central y América del Sur. Por ser el corredor comercial entre ambas Américas, es un territorio donde la gran mayoría de especies cultivadas tienen un alto valor económico. Muchas de las plantas apreciadas en el Darién son homónimos de especies distribuidas en otros sitios, pero su utilidad y morfología son semejantes a las de aquellas especies sumamente valoradas en el país, y por eso es frecuente encontrar otras con el mismo nombre común, pero con significados botánicos diferentes. Uno de los casos más clásicos es el del roble, que en gran parte del Pacífico, incluyendo el Darién, hace referencia a Terminalia amazonia, una combretácea, que al igual que el roble común es muy apreciada en construcción. Sin embargo, el roble común es una fagácea, del género Quercus. En el sur del Pacífico existe la especie Quercus humboldtii, pero en la región andina el roble más reconocido es el europeo, Quercus robur. Otro típico caso es el de las ceibas, pues a muchos de los árboles de tallos abombados se les denomina ceiba. Pero la ceiba hace referencia al género Ceiba de las malváceas, como la especie Ceiba pentandra. Mientras otras especies de ceibas, como la ceiba amarilla o lechosa (Hura crepitans), pertenecen a las euforbiáceas. A diferencia de las malváceas, las euforbiáceas suelen exudar látex, por lo cual a su nombre se le agrega la particularidad de “lechosa”. Una euforbiácea típica es el caucho, que casi siempre hace referencia a Hevea, de donde se extrae un caucho de altísima calidad, en tiempos pasados utilizado para la elaboración de
neumáticos. El caucho hace parte de los homónimos de la región, pues también se les denomina caucho a ciertas especies del género Castilla de las moráceas, de donde se extrae un látex similar al caucho. Afortunadamente muchas de las especies altamente reconocidas y apreciadas en la región y el Darién no presentan casi homónimos. Es el caso de la mayoría de arecáceas o palmas, una de las familias botánicas con mayor cantidad de especies valoradas económicamente, como el güérregue, (Astrocaryum standleyanum), el táparo (Attalea allenii), la barrigona (Iriartea deltoidea), la palma milpesos (Oenocarpus bataua), la zancona (Socratea exorrhiza), además de la tagua, también denominado marfil vegetal, muy usada en la elaboración de joyas no preciosas o bisutería. Otro caso, es el de las meliáceas, tan importantes por su aspecto maderable, cuyos nombres comunes se suelen referir a una única especie, como la caoba (Swietenia macrophylla) y el güino o tángare (Carapa guianensis).
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Arecáceas
Astrocaryum standleyanum
Güérregue, chunga
Extracción de fibra usada en artesanías
Arecáceas
Attalea allenii
Táparo, taparín
Alimento, semillas comestibles
Arecáceas
Euterpe oleracea
Murrapo, naidí
Alimento
Arecáceas
Iriartea deltoidea
Barrigona, barrigona negra
Madera para construcciones rurales y en ebanistería
Arecáceas
Oenocarpus bataua
Milpesos, palma milpesos
Para construcción y sus hojas para hacer artesanías
Arecáceas
Phytelephas macrocarpa
Tagua, marfil vegetal
Elaboración de adornos y artesanías y apreciada en bisutería
Arecáceas
Socratea exorrhiza
Zancona, palma mulata
Construcción
Combretáceas
Terminalia amazonia
Roble, curichí, macano
Madera para construcción
Fabáceas
Prioria copaifera
Cativo, aceite, amansamujer
Maderable
Lecitidáceas
Cariniana pyriformis
Abarco, chibugá
Maderable
Meliáceas
Carapa guianensis
Tángare, güino, güina
Maderable
Meliáceas
Swietenia macrophylla
Caoba, caoba americana
Maderable
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Perfil
El
sabio
P atiño
llas de maíz; funda en el bajo Calima, selva del Pacífico, la Estación Agroforestal del Litoral y adelanta cultivos de palma africana y cultivos autóctonos de caucho y chontaduro. Encomen-
Víctor Manuel Patiño
Este botánico germinal nace en Zarzal, en el Valle, en 1912 y muere en 2001 en Cali, a los 89, tras una vida fértil y útil. Víctor Manuel Patiño surge de la dificultad económica hasta llegar a ser premiado como investigador y científico; él, que concilia la técnica con el humor, la poesía con la enseñanza, el rigor con la literatura, como un humanista cabal. Su sello es el de apoyar la agricultura colombiana como tabla de salvación para la penuria social. Menudo y recio a la vez, con palabras escasas pero pródigo al investigar sobre lo concreto. Él mismo, que a los 14 años tiene que hacerse alfarero como su papá y deja sus estudios para sostener a la familia de ocho hermanos, es quien recibe después muchas becas, incluida la Guggenheim. Experto en horticultura, recorre Suramérica buscando semi-
dado por el Ministerio de Economía Nacional, hace su mayor colección de semillas con seis mil muestras de maíces nativos y fríjoles recolectadas a través de países andinos; el producto lo envía a la estación experimental Tulio Ospina en Medellín y a Colorado en Estados Unidos. Recolecta clones de yuca y leguminosas forrajeras en Latinoamérica. Maneja en Mompox una estación arrocera. Va al Brasil como horticultor, materia que aprendió en Bogotá. Estudia las oleaginosas en el Valle para desarrollar la industria de aceites vegetales, incipiente en los años sesenta. Funda el Jardín Botánico del Valle y asesora otros. Va de aquí para allá. Es autor prolífico. Lanza, en 1977, Recursos naturales y plantas útiles en Colombia. Aspectos históricos; la bibliografía es de cien páginas. Recoge el Fitofolklore de la costa colombiana del Pacíf ico en 1953, y encuentra espacio para hacer una antología de más de mil poemas sobre el tema en La flora en la poesía, raro tesoro que data de 1976. Cierra la gran producción personal al condensar su experiencia e investigación, en la Historia de la botánica y de las ciencias af ines en Colombia, de 1985. En ella despliega su ∙ 64 ∙
visión crítica de muchos acontecimientos y no teme expresarse porque lo caracterizan la buena memoria y el espíritu rebelde. Cuando se jubila, como colofón recopila la Historia de la cultura material en la América Equinoccial, ocho tomos publicados por el Instituto Caro y Cuervo donde no desdeña ningún rasgo de la vida cotidiana. Su búsqueda persistente es preservar los recursos nativos vegetales de los empresarios codiciosos y a la vez buscar su selección y mejoramiento. Introduce en Colombia los búfalos de agua. Su trayectoria como maestro es extensa, y en ella sobresale la organización de una Escuela Vocacional de Silvicultura, a la que asisten obreros y técnicos. Es doctor honoris causa de la Universidad del Valle. Comparte con Cuatrecasas expediciones y con sus pupilos conversaciones, cervezas y consultas. Muere tranquilo en su casa sin haberse casado y sin hijos, pero acompañado de su fiel colaboradora Inés Mireya Calvo. Lo recuerdan los botánicos con la eponimia de su nombre dado a seis géneros y especies vegetales. Aplicar el conocimiento es la siembra fértil del sabio Patiño; su lección, conservar recursos botánicos y animales; su logro, fundar instituciones académicas y publicaciones; su impulso al campo, en Colombia el hacerlo más eficiente, por lo que su tarea alcanza al resto de este continente. Su Autobiografía es sugestiva para nuevas generaciones de apasionados y se encuentra publicada por el Instituto Caro y Cuervo.
AQUI VA DESPLEGADO Manglares
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La nodriza de las aguas
l manglar es una nodriza que no sabe arrullar sola. Sus aguas turbias son la placenta de un útero generoso, cuyos pálpitos sosegados protegen a miles de criaturas que apenas se asoman al mundo. El abrazo de las raíces de los árboles de mangle salvaguarda a los recién nacidos del ave pasajera y del predador acuático, de la velocidad del reptil y del vaivén de las corrientes y del viento. Los manglares son escudos contra la erosión, las marejadas, las tormentas y los huracanes. Los mangles, llamados “los árboles que caminan” por sus raíces en forma de zancos que descienden del tronco y, ancladas en suelos inestables, parecen desplazarse en el agua, crecen en las lagunas costeras, en las zonas de transición entre los ecosistemas marino y terrestre, donde la Asombrosos por sus formas, por su solidez sal del océano se mezcla con el agua dulce de los arroyos y los y por su variedad, los mangles son más admirables por todo lo que son y lo que ríos. Su hábitat es tropical e intermareal. Cuando la marea baja —“la quiebra”— propaga entre significan. Sin ellos, imposible tanta vida los canales del manglar la nostalgia del alabao, diálogo fú- como la que protegen nebre con el que los habitantes del Pacífico colombiano le cantan a Dios, entre el fango las raíces del mangle quedan desnudas como tubérculos sin tierra, víboras leñosas de la hojarasca. El lagarto llamado basilisco juega entre las ondas que dejan sus saltos frenéticos sobre la superficie de los charcos tan pronto siente el desembarco de las piangueras, que se sumergen de piernas y brazos en el pantano para extraer moluscos, matronas de barro en las entrañas del “raicero”. El ritmo es el fundamento de la tradición, la cultura, la economía, la naturaleza y la vida del Pacífico colombiano.
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M ang l ar e s
Raíces de mangle Rhizophora mangle
Cono femenino de chigua Zamia roezlii
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Colectora de piangua entre mangle
Mangles en estero
El mar recibe órdenes desde el cielo plomizo y, con el creciente desespero de la madre que no logra dormir al bebé, la marea sube cargada de arrullos, con el son del paleteo del pescador que aprovecha la puja, con la percusión parsimoniosa de las conchas al caer sobre los potrillos —embarcaciones de madera— mientras las negras sudorosas lavan y cuentan la colecta del molusco llamado piangua. Como bailarines de abozao, el pescador y la pianguera del manglar nunca se tocan, son pareja suelta, cada cual lleva el ritmo que imponen las aguas. Estas escenas tribales, pretéritas, reproducen las rutinas de los habitantes de los concheros en los manglares comprendidos entre cabo Corrientes, en Colombia, y el río Santiago, en Ecuador. Desde los instrumentos del periodo Paleoindio (o Lítico) hallados por el antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff cerca de los ríos Baudó, Chorí y Jurubirá y en la ensenada de Utría, hasta las observaciones detalladas del botánico catalán José Cuatrecasas y Arumí, narran la historia de una antiquísima tradición de aprovechamiento de los recursos de los manglares de la región. En el Pacífico colombiano, ríos como el San Juan, el Dagua, el Anchicayá, el Raposo, el Cajambre, el Yurumanguí, el Naya, el Guapi, el Timbiquí, el Saija y
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M ang l ar e s el Micay, configuran deltas y circuitos que posibilitan la navegación y el desarrollo social y mercantil. En el terreno acuático de los manglares es posible reconocer cuatro áreas: el bosque con sus raíces intrincadas, la zona de transición entre “los raiceros” y “los firmes”, los canales de circulación del agua y las playas sin vegetación, que quedan sumergidas durante la marea alta. El manglar nunca aprendió a arrullar solo: su coro polifónico de fauna y vegetación depende del clima, la salinidad, las mareas y el suelo. En algunas ocasiones, los manglares despuntan en comunidades aisladas, alineadas y firmes, de cara al mar, como soldados que custodian una fortaleza. Entre puja y puja, quiebra y quiebra, se han esculpido sus canales que sostienen la biodiversidad. Desde el año 900 a. C., pescadores y negociantes se han desplazado por estas autopistas naturales, que trazan mapas mentales y guían el recorrido del buscador. Entre la espesura, cuando el sol pega fuerte y agazapa las lluvias, la vecindad de la guardería de las especies —como llaman los científicos al manglar— se convierte en alucinación. Desde los bajos arenosos, las aguas pandas o en plena puja, los troncos de los mangles rojos (Rhizophora mangle) parecen rascacielos naturales; y sus epífitas escalonadas, los apartamentos de una ciudad densamente poblada. En esta sociedad vegetal coexisten orquídeas, helechos y líquenes con algas que crecen en las “plantas bajas” de los árboles y con algunas especies herbáceas. Diseñada para pequeñas embarcaciones movidas por fuerzas naturales (el viento, la corriente, el músculo humano) o motores de poco poder, a lo largo de esta autopista también es posible encontrar coquetas en las aceras: las flores blancas del mangle piñuelo (Pelliciera rhizophorae), brotando de estrellas de hojas lanceoladas. Estos árboles son las plantas más representativas de la vegetación halófita: aquella que, como resultado de un complejo proceso de adaptación, puede crecer en áreas afectadas por la salinidad. Su semilla flotante es un corazón que remata en un aguijón, el cual permite su inmediata fijación una vez cae en el fango, donde se expande como alas de mariposa y deja entrever en su médula una diminuta cabeza de dragón. En sus escritos sobre los viajes de Francisco Pizarro y Diego de
Almagro, el cronista español Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés registra las malas pasadas que el bello fruto les jugaba a los expedicionarios: “Padecían mucha hambre, porque no hallaban comida sino la fruta de unos árboles llamados mangles, de que hay abundancia en aquella ribera, que son muy recios y altos y derechos, y por criarse en el agua salada, la fruta es también salada y amarga”. Algunos afirman que el origen de la palabra mangle es indomalayo; otros sostienen que es guaraní y significa árbol torcido. Lo cierto es que la maraña de sus raíces, que hacen casi impenetrables los terrenos que ocupan, ha dado origen a curiosos usos de la palabra manglar. Los conquistadores adoptaron la expresión “un manglar” para referirse a una situación enredada, compleja. Las crónicas de Indias de Cristóbal de Molina aseguran que la de los manglares era “la más trabajosa tierra de estos reinos”. Así la describe: “hay unas montañas que se llaman manglares, a la mar, terra toda de esteros y ciénagas, y unos árboles muy altos y derechos que se llaman mangles, y la madera de ellos es muy incorruptible y tan dura que hace pedazos las hachas con que la cortan”. El clérigo relata Rama con fruto de mangle piñuelo que los nativos eran los encargados Pelliciera rhizophorae de cortar, cargar y embarcar los troncos: “Es la madera tan pesada como plomo, y allí revientan con ella; y se han muerto muchos indios y mueren cada día en este diabólico ejercicio; y ningún dinero se saca de estos mangles que no va untado y cuajado con sangre humana”. Aunque la primera exploración del Pacífico colombiano por marineros españoles estuvo a cargo de Pascual de Andagoya (1522) y fue continuada por Bartolomé Ruiz de Andrade (1527), los escritos más remotos sobre el avistamiento de manglares surgen en la década de 1530, con Pedro Cieza de León. En aquel entonces ya habían sido identificados los múltiples usos de su madera leñosa: se sabía que la corteza roja
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Neumatoforos en manglar
del mangle servía para curtir cueros y que los indígenas hacían una infusión con ella para aliviar a los enfermos. Los ecosistemas de manglar son los de mayor fertilidad por su constante elaboración de materia orgánica. En la actualidad, los manglares del Pacífico colombiano permanecen expuestos a una constante presión por parte de la explotación industrial, el corte masivo de madera para la construcción, la extracción de pulpa de papel, la fabricación de carbón vegetal y la obtención de taninos de su corteza. Desde la década del noventa surgió un interés inusitado por el uso de las zonas de manglar y sus ecosistemas vecinos en agricultura, construcción de piscinas salobres para cultivo de camarones marinos o adecuación de esteros naturales y diseño de canales navegables. El manglar ocupa un lugar importante en la economía doméstica del litoral Pacífico. Casi la totalidad de sus comunidades vecinas utiliza la madera de mangle para cocinar alimentos y construir sus viviendas, levantadas sobre pilotes. En una esquina acumulan la leña y en otro rincón la piangua. El ritmo dinámico de los manglares ha moldeado la cultura: la movilidad es una de las características de los habitantes de estos caseríos. La vida del manglar está presente en los pilotes de sus bohíos, en sus pare-
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des, en sus platos, en sus rutinas, en sus cantos bucólicos, en el erotismo de sus danzas. En el imperturbable ascendente africano. Cuenta un relato de la tradición pacífica colombiana: “Cuando Floremiro Agualimpia Cañadas le enseñó [a la nana Caldondina] a leer que la calentura, el amor y la arrechera tienen el mismo ritmo en los hombres, en las mujeres, en los árboles, en las flores, en los frutos, y —lo más revelador para ella— en el Conocarpus erectus (mangle zaragoza o mangle botón) y no solo en el envés sino en el raquis tomentoso. Desde ese momento, ella siempre soñó con llegar a ser como el zapotillo para encontrar a Floremiro y tener con él un fruto pero con ritmo de cáliz persistente”. En tierra de caderas y espíritus meneados al ritmo de tambores, el oleaje caprichoso del Pacífico y los sonidos de las riberas del Atrato y el Baudó apaciguan como nanas. Entre los brazos de los raiceros, las criaturas del manglar crecen con resabio: mecidas por la puja, las aguas salobres que remueven la hojarasca; cautivadas por una chirimía de insectos y por el aleteo de las garzas, cuyo vuelo bajo evoca el agitar del pañuelo del bailarín de abozao. La nodriza no sabe —¡no puede!— arrullar sola: el manglar es la cuna de los bebés que nunca duermen.
M ang l ar e s
En letra cursiva Además de proteger las costas de la marea y la erosión, el ecosistema de manglar es uno de los más importantes en las regiones costeras, donde no solo acoge a una gran cantidad de especies marinas, sino que también es resguardo de diferentes animales, incluyendo una alta variedad de aves adaptadas a sus muy particulares condiciones. La palabra manglar generalmente se refiere a los conjuntos de mangles que conforman este ecosistema; pero también puede referirse a la familia botánica con mayor cantidad de especies de manglar, las rizoforáceas. En el Pacífico colombiano, a este rango pertenecen el mangle colorado (Rhizophora harrisonii), el mangle rojo, más llanamente conocido como mangle a secas (Rhizophora mangle) y otro de los comúnmente denominados mangles rojos, la Rhizophora racemosa. Sin embargo, no todos los mangles hacen parte de las rizoforáceas: uno de los mangles comunes de la región pertenece a las tetrameristáceas, como el piñuelo (Pelliciera rhizophorae). Entre las acantáceas está el mangle negro o iguanero (Avicennia germinans). A las fabáceas se adscribe el mangle nato (Mora oleifera), y de las combretáceas hace parte el zaragoza o mangle jelí (Conocarpus erectus). En cuanto al mangle blanco o feliz blanco (Laguncularia racemosa) es la única especie del género laguncularia. Pero los mangles no son las únicas especies que componen el ecosistema del manglar: junto con los diferentes animales que los habitan, también crecen aquí otras especies de árboles, como el bambudo, lagunero o suela (Pterocarpus officinalis). Al igual que orquídeas, líquenes y helechos: entre los más comunes asociados
a los manglares está la ranconcha (Acrostichium aureum) de las pteridáceas, y, entre las zamias, la roezlii, de las zamiáceas. Aunque los ecosistemas de manglar son de los más importantes de la región, en el Pacífico colombiano también se presentan asociaciones o conjuntos de especies botánicas de gran importancia como resguardo de diferentes especies zoológicas. Tal es el caso de los naidizales, compuestos especialmente por palma naidí (Euterpe oleracea), que hace parte de la familia de las palmas, las arecáceas. O de los cuángares, donde predominan las miristicáceas, como la Otoba sp., cuángare u otobo, y la Virola dixonii o nuánamo, que algunos llaman igualmente cuángare. A pesar de la importancia del ecosistema de manglar, este es uno de los más amenazados de la región, no sólo por la cantidad de sedimentos y la alta erosión que ya lo afectan, sino por la extendida utilización de su madera en obras de construcción y para la producción de carbón vegetal.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Acantáceas
Avicennia germinans
Mangle negro, iguanero
Alimento. Madera para construcción
Combretáceas
Conocarpus erectus
Mangle zaragoza, mangle jelí, mangle botón
Madera para construcción y como carbón vegetal
Fabáceas
Mora oleifera
Mangle nato
Arecáceas
Combretáceas Fabáceas
Miristicáceas Miristicáceas Pteridáceas
Rizoforáceas Rizoforáceas Rizoforáceas Tetrameristáceas Zamiáceas
Euterpe oleracea
Laguncularia racemosa Pterocarpus officinalis Otoba sp.
Virola dixonii
Acrostichum aureum
Rhizophora harrisonii Rhizophora mangle
Rhizophora racemosa Pelliciera rhizophorae Zamia roezlii
Palma naidi, naidí
Mangle blanco, feliz blanco Bambudo, lagunero, suela Cuángare, otobo
Nuánamo, cuángare
Helecho chiguamacho, ranconcha Mangle colorado, mangle rojo
Mangle rojo, mangle piñón, mangle Mangle rojo
Mangle piñuelo, mangle comedero Chigua, helecho
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Alimento, obtención de palmitos y bebida nutritiva
Madera para construcción y como carbón vegetal Elaboración de instrumentos musicales
Medicinal, el exudado como hemostático Medicinal, para tratar el dolor de cabeza Medicinal y usado en carpintería
Asociada al ecosistema del manglar Para leña, construcción y taninos Madera para construcción
Madera para elaboración de muebles. Como astringente Madera para postes y leña
Asociada al ecosistema del manglar
Flor del mangle piñuelo Pelliciera rhizophorae
M a n gl a r e s
asociados
En el mundo existen unas cincuenta especies de árboles de manglar. Esta región cuenta con nueve de ellas, pertenecientes a cinco familias: rizoforáceas, con el género Rhizophora (mangle rojo: R. mangle, R. harrisonii y R. racemosa); acantáceas (mangle negro o prieto: Avicennia germinans); combretáceas (mangle blanco: Laguncularia racemosa; mangle zaragoza, mangle jelí: Connocarpus erectus); tetrameristáceas (mangle piñuelo: Pelliciera rhizophorae) y fabáceas (Mora oleifera). Ciertas propiedades del medio ambiente permiten agrupar los manglares en cuatro tipos básicos: Manglar de barra: ubicado detrás de las barras, playas o dunas arenosas que los separan del mar. Actúa como trampa de sedimentos y permite la formación de planos lodosos protegidos del oleaje. Es la cuna que acoge a los embriones de manglares. Manglar ribereño: prospera en la desembocadura de los ríos al mar. Su morador más frecuente es el mangle rojo (en especial la Rhizophora harrisonii), que puede crecer hasta cuarenta y cinco metros de altura. En las áreas más elevadas, influenciadas por las mareas, impera el mangle negro (Avicennia germinans), seguido por franjas de mangle piñuelo (Pelliciera rhizophorae) y, por último, de Mora oleifera. Más hacia adentro, donde se represan las aguas lluvias, están los naidizales, asociaciones de palmas de naidí (Euterpe oleracea) y cuangariales, donde dominan las miristicáceas, bosques mixtos dominados por cuángare, Otoba y Virola, o mejor conocida en la región como nuánamo. Manglar de borde: formado sobre sustratos erosionados a lo largo de la línea costera, en bahías protegidas o que rodean islas con plataformas bajas. Allí se destacan el mangle rojo y el mangle piñuelo. Dentro de esta categoría se incluyen los “manglares de islotes”, desarrollados en torno a islas rocosas sedimentarias. Manglar enano: crece sobre sustratos inadecuados, como plataforma de rocas sedimentarias expuestas al agua salada y en bateas arenosas, con poco intercambio mareal. No suele sobrepasar los cuatro metros de altura. Presenta un desarrollo anormal.
Las
piangueras
“Ya el agua se está secando, vámonos a pianguar / ¿Y dónde se da la piangua? / En la raíz del manglar / ¿Y cómo hace pa’ sacarla? / Mete la mano, saca de allá / Métela hasta el fondo / Sacamos la piangua grande / La pequeña dejamos allá / Vamos pa'l raicero…”, canta la negra mientras carga el tiesto con conchas de piangua, un molusco ovalado similar a la ostra. Cuando baja la marea, las mujeres lugareñas sacan los canaletes o remos, tenazas, baldes y tiestos, y abordan los potrillos (embarcaciones pequeñas) para realizar la función ancestral de recolectar la piangua. A pie limpio, se clavan en el pantano hasta las rodillas y, antes de comenzar la faena, distribuyen unas ollas en las cuales encienden pedazos de corteza de mangle rojo y estopa de coco. La nube de humo las protege de los jejenes del manglar. Las recolectoras guardan un saber ancestral que dicta que las pianguas de menos de cinco centímetros deben permanecer en los laberintos del fango. Los moluscos que sus abuelas recolectaban para servir en mesa propia, ahora se apilan por docenas con fines comerciales. Las piangueras venden el producto o este va a parar a la chonta, trueque en el cual confluyen productos vegetales con frutos del mar. Como otros moluscos bivalvos, las pianguas solo se abren al hervirlas. En el Pacífico se consumen en ceviches, tamales, sudados y el popular “plato triple”, conformado por camarones, piangua y tollo o tiburón.
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M ang l ar e s
Raíces de mangle blanco
C riaturas
de la hojarasca
La vida en el manglar es una oda a la adaptación. Sus criaturas son el resultado de procesos complejos que les permiten sobrevivir en este singular entorno. Entre las raíces y el fango, donde saltan aquí y allá peces anfibios como los brujos, góbidos o sapitos, las aguas acumuladas se convierten en el nido de algunos organismos, entre ellos insectos —en especial los dípteros anofelinos, vectores de la malaria— y otros invertebrados. Sus hábitats principales son la hojarasca y el suelo, donde la humedad retenida y los procesos de descomposición transforman a aquella en materia orgánica, bacterias, hongos y otros organismos que los alimentan. En cuanto a reptiles, los manglares son la pasarela natural de basiliscos, también llamados cruzarroyos o jesucristos (Basiliscus basiliscus y Basiliscus galeritus), e iguanas (Iguana iguana) que merodean en busca de hojas. Al mangle negro se le conoce como iguanero. Las perdices, paletones, loros, pichiles, paujíes y pavas comparten los aires con aves migratorias. Los tigrillos (Procyon cancrivorus), nutrias (Lontra longicaudis), venados, tatabros y guaguas, predadores de cangrejos, moluscos y peces, se convierten ellos mismos en víctimas de eventuales cacerías por parte de los pobladores de la región. Los manglares también son hogar de paso de guatines, osos, armadillos y ratones de monte o chuchas. Si la función económica de las mujeres en los manglares es la recolección de piangua, la de los hombres es la pesca. Las aguas saladas del Pacífico llenan sus redes de pelada, picuda, raván, alguacil, pargo, burique, ojón, peladilla, cajero en bola, corvina, róbalo, bagre, sierra y cotudo.
Laguncularia racemosa
R a i c e ro s
en riesgo
Cuando se dice que las especies de mangle están amenazadas, no implica necesariamente que se vayan a extinguir: quiere decir que al proteger en grande escala a estos árboles, se preserva el ecosistema completo. La prosperidad que se avizoró en el siglo xix con la explotación de caucho, semillas de tagua, maderas tropicales y corteza de mangle, ha impactado el equilibrio ecológico y la dinámica sociocultural de las comunidades del Pacífico colombiano. Los raiceros, como llaman los nativos a los manglares, son territorio ancestral de subsistencia para pescadores y piangueras. Los manglares ofrecen condiciones favorables para la economía extractiva: en sus suelos, poco aptos para la agricultura, abundan los recursos naturales propios del ecosistema, y el mar facilita el transporte. Los árboles de mangle no solo han disminuido por la explotación indiscriminada, sino también por la alarmante cantidad de sedimentos que reciben de los ríos.
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Serranía del Darién La visagra entre Pacífico y Caribe. Punto de encuentro de las Américas poblada del bosque llamado Tapón del Darién. Y punto de encuentro también de la botánica Pacífico y Caribe, con plantas que han ido y han venido.
Serranía del Baudó La reina del llamado Chocó biogeográfico. Va desde arriba del Chocó hasta abajo, frente a Gorgona. O hasta Gorgona mismo, según se vea. Una rotunda línea montañosa que da vida a la biovidersidad y es llamada la cuarta cordillera.
Quibdó
Territorio insular La región Pacífico tiene en sus islas e islotes una inmensa riqueza de flora y de fauna. Malpelo, Gorgona y Gorgonilla, son los tres territorios insulares más destacados por la vida que contienen, por sus historias y porque extienden la soberanía de Colombia.
Buenaventura
Guapi
Tumaco
Colombia d i v i s i ó n t e r r i to r i a l
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AQUI VA Página 18 Mapa de la región Pacífico Y sus rasgos más particulares
Tr e s p l an tas si mból ic as de l a r e g ión
Emblemáticas Larga e intrincada, la región del Pacífico colombiano contiene tanta diversidad que hace difícil la tarea de escoger tres plantas emblemáticas. Tres que sean representativas de su inmensidad. Pero están estas. Bellas, útiles, constantes. t
Mangle piñuelo Pelliciera rizophorae
Heliconia Heliconia sp.
Árbol del pan Arctocarpus altilis
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Emblemáticas
Emblemáticas Tres plantas simbólicas de la región
AQUI VA Página 34
Benditos mangles
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Por sus raíces como zancos les llaman las plantas que caminan y por la fortaleza de sus tallos y ramas los han perseguido sin sensatez. Porque, además de llamativos y constantes en el Pacífico, los mangles son una bendición para el alimento de todos los días de sus pobladores. En sus pies anidan moluscos que son clave en la gastronomía regional. t
M ang l ar e s
Manglares
Manglares El paisaje más constante en el Pacífico
Frutas y leyendas
restigiosos historiadores eurocéntricos suelen aludir a Vasco Núñez de Balboa como el primer hombre en ver el Pacífico, y a Fernando de Magallanes y su gente como los primeros en cruzarlo. Así se contó el cuento aunque hablar de “el primer hombre en hacer algo” sea esfuerzo difícil por distinguirlo de toda esa demás humanidad, que en adelante será si acaso solo la segunda. La tarea es tan complicada como hablar del “primer coco en cruzar el Pacífico” y distinguirlo de toda la otra cocada. Y si de primeras hazañas hablamos, la del coco merece ser contada. El origen de esta popular fruta y su palma (Cocos nucifera) es tan desconocido como el de muchos nativos borrados por esos primeros hombres extranjeros que pasaron a su lado. Sin embargo, casi Con nombres remotos y sonoros y con mitos todas las teorías coinciden en ubicar a las especies primige- y fábulas sobre su contenido. Así son las nias en alguna de las islas de la zona indopacífica. Las expli- frutas que da la tierra del Pacífico en donde caciones más aventuradas afirman que esta fruta se propagó el coco que llegó flotando es rey a ambos lados de la Tierra, llegando hasta nuestra región del Chocó por el uno, y hasta la mismísima Oceanía, por el otro, a punta de flotar. Todo, gracias a que el coco sobreagua en mar abierto y puede germinar hasta varios meses después de desprenderse de la planta. Tenemos entonces al coco como el primer fruto en cruzar el Pacífico. En ese mismo Pacífico, del lado colombiano, se celebra un rito curioso con el coco entre las comunidades negras del Baudó. Las mujeres recogen los pequeños grumos de tierra excavada que las hormigas dejan en el suelo a la entrada de sus grutas diminutas. Con esa tierra, considerada la más fértil, rellenan recipientes en
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Frutal e s
Badea
Frutos de palma milpesos
Passiflora quadrangularis
Oenocarpus batua
Almirajó Patinoa almirajo
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Lulo chocoano Solanum cf. candidum
Marañón Syzygium malaccense
los que plantan unas modestas huertas. Unas embarazadas siembran allí una semilla de palma de coco que cuidan durante toda la gestación. El mismo día que dan a luz trasplantan la palma y la siembran en el bosque, junto con la placenta y el cordón umbilical del recién nacido. Como en adelante esa palmera se va a nutrir con algo de su criatura, podrán comparar siempre los respectivos crecimientos y harán que el niño la llame “mi ombligo” y la cuide toda su vida. Volviendo a los españoles, en varias crónicas de Indias se habla de cuando esos “primeros hombres” llegaron al Pacífico colombiano y repararon en sus frutos. No tardarían en elaborar listas de las frutas encontradas, unas por recomendables y otras por nocivas. Sobre dos se hacían especiales sugerencias. Primero estaba la piña (Ananas comosus). Se menciona desde el diario de Colón. Los maravilló esa inexplicable “fruta mansa de tierra” que crecía sin pender de un árbol y deleitaba con su dulzor inédito. Se llegó a registrar varias veces abundancia de ellas en los valles del Atrato, invitando a probar una exquisitez desconocida hasta entonces. Algunos colonizadores hasta hablaron de buscar en algún sitio de esta región un “valle de las piñas” que incluyeron en su cartografía delirante. De otro lado estaba la guayaba (Psidium guajava). Si la piña era el manjar a buscar, la guayaba era el fruto despreciado. Por mucho tiempo se ordenó a los europeos no consumirla. El etnobotánico vallecaucano Víctor Manuel Patiño
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Frutal e s transcribe relatos españoles que advertían sobre las desagradables guayabas ya que “hedían a chinche y era abominación comerlas”. En la actualidad el Pacífico colombiano sigue produciendo piñas y guayabas. Y algo de sus famas se conserva. En los grandes mercados de Buenaventura, se leen carteles que, abusando de la metáfora, anuncian: “Las auténticas Piñas Oro Miel”. Mientras que aun no falta quien llame al zumo de guayaba “jugo de pobres” a pesar de su rebosante cantidad de vitaminas. El fruto del carambolo (Averrhoa carambola), otra habitual fruta del Pacífico, tiene una forma inusual: ovalado, pero con estriados bien definidos a lo largo, produce figuras de estrellas de cinco puntas que se usan también como adorno para los vasos de los cocteles. Y el árbol del caimo (Pouteria caimito) es uno de los llamados autofértiles porque no requiere ser polinizado. Después de los siete años da frutos en todas las épocas del año. Estos son pequeños y redondos, de color amarillo cuando maduran, y contienen gran cantidad de hierro. Se usan contra la diabetes y el reumatismo, y, como dato curioso, se trata de la única fruta de aquí que tiene un comprobado efecto afrodisiaco, aunque esa fama se la lleven, sin ningún sustento científico, el chontaduro y el borojó. Gran parte de las ventas callejeras de esta región ofrecen frutas. En tenderetes o cajones armados a la vera de la vía. El chontaduro en cambio suele exhibirse en su natural mostrador: una bandeja equilibrada sobre la cabeza de una vendedora de piel oscura, quien entre eufemismos y dobles sentidos lo anuncia como una medicina milagrosa para la impotencia. Los chontaduros los produce una planta de la familia de la arecáceas, o sea una palmera (la Bactris gasipaes). Y son sin duda el más apetecido antojo en la región. Antojo irregular pero frecuente, como una golosina. Nadie desayuna o almuerza o cena sólo con chontaduro, pero se lo come todo el día. Sin embargo, y a pesar de ser una de las frutas nutritivamente más completas que existen, lo de potenciadora sexual es solo creencia popular… aunque tal vez con eso baste. En el Pacífico las frutas se venden y consumen al menudeo. No son un renglón planeado para el mercado de la casa, sino un antojo frecuente. Son casi siempre
productos de pancoger, pues la gran mayoría hace parte de una modesta agricultura de subsistencia que no se explota de manera tecnificada. Ello, porque la región es la más lluviosa del país y el clima uno de los más húmedos del mundo, ya que la tierra se inunda y porque la avidez extractiva de la economía se ha centrado en los minerales. No son frutas de grandes sembradíos, sino exclusivas de los solares de las casas o las tierras comunales; y en definitiva no se cultivan para empaquetarlas. Excepción hecha del banano, que tiene uno de los nombres científicos más poéticos o por lo menos más entendibles: Musa paradisiaca, y que, como es bien sabido, tiene una industria fuerte en la zona del Urabá. Dentro de ese género Musa, en el Pacífico se cuentan docenas de variedades, de todos los tamaños y texturas. Desde el llamado plátano manzano (Musa x paradisiaca), grande, blanco y de sabor simple, hasta el murrapo, llamado también guineo (Musa acuminata), diminuto, amarillo y de dulzura exquisita y efímera que provoca una adicción como la que despierta el mejor bocadillo. En esta región, como sucede en todas las de corte tropical, hay a la mano una gran variedad de jugos naturales, refresco necesario Borojó para climas extenuantes. La ma- Borojoa patinoi yoría de esos jugos son fabricados con especies nativas y exclusivas de aquí. Se sabe que son propias desde el nombre que tienen casi todas. Nombres con una sonoridad especial, onomatopeyas que en algo recrean los ritmos del Pacífico: curuba, carambolo, almirajó, borojó. Pronunciarlas es ya insinuar el tamborileo de su música nativa; porque las frutas propias vuelven también propio todo lo demás. Aquí por ejemplo no existe el color naranja o anaranjado. A ese le dicen “color zapote”, en referencia al tono de la pulpa de esta fruta que madura en el árbol cuyo nombre científico es Matisia cordata. En cuanto al borojó –Borojoa patinoi, en honor al apellido de su descubridor, Víctor Manuel Patiño–, puede decirse
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Guayabillo Eugenia victoriana
que por mucho tiempo solo lo conocieron los nativos. Es una especie de la familia de las rubiáceas no clasificada hasta la segunda mitad del siglo pasado. Se presenta prácticamente en todo el litoral Pacífico y, como lo sabe ya el grueso de la población del país, tiene fama de ser el más potente afrodisiaco que ha aportado esta zona al recetario popular colombiano. El mencionado profesor Patiño fue un estudioso obsesivo de los árboles frutales del Pacífico. Él mismo descubrió también otras especies autóctonas: el almirajó (Patinoa almirajo), género dedicado en honor a su apellido por José Cuatrecasas; el guayabillo (Eugenia victoriana), cuyo epíteto específico fue dedicado en honor a su nombre, y el llamado borojó del Pacífico, especie muy común en el Putumayo (Borojoa duckei). El peculiar sabor de estas tres frutas se utiliza sobre todo para jugos y jaleas. Tampoco se conoce en otros sitios el pipilongo, también llamado cordoncillo o cundur (Piper angustifolium), del cual se saca una popular bebida curativa que usan en la región casi para cualquier dolencia; o la badea (Passiflora quadrangularis), las más peculiar de la
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familia de las pasifloráceas, cuya fruta es más grande y de un sabor mucho más simple, sutil y exquisito que el de sus parientas la curuba, la granadilla y el maracuyá; o el asaí, o naidí o murrapo (Euterpe oleracea), una palmera que alrededor del tallo produce unos racimos de frutillos como pequeños cocos púrpuras, de un sabor no parecido a nada. Casi todas estas frutas silvestres nos parecen ocultas y remotas como las tierras que las producen. Solo los habitantes de lo más profundo están familiarizados con ellas. No surten una gran industria, ni tienen gran publicidad, y quizás por eso conservan todavía ese sabor tan propio. Quienes conviven en la lejanía con todos estos árboles frutales, los conocen con minucia, aunque ninguno los habrá apreciado con el delirio de Adán. En épocas del doloroso “descubrimiento” europeo, mucho se habló de ciudades perdidas; de la misma manera aún deben existir entre esta selva otras tantas frutas perdidas todavía para el ojo occidental, porque desde sus usos y consumos ancestrales nadie se ha querido hacer llamar “el primer hombre en verlas”.
Frutal e s
En letra cursiva El Pacífico colombiano registra la húmedad más alta del país, y es esta precisamente la que permite el desarrollo de muchos de los frutos característicos de la región. Pertenecen a una gran variedad de familias botánicas, muchas veces representativas de las zonas costeras. Como la familia de las arecáceas, las palmas, de la que hace parte el coco (Cocos nucifera) que es una de las especies más representativas de esta familia por el aprovechamiento de sus frutos en culinaria, además de que sus hojas y cortezas son utilizadas para la elaboración de artesanías. De esta familia hacen parte, además, el naidí (Euterpe oleracea) del cual se obtiene el palmito y de donde se extrae una bebida de rico contenido nutricional, y el chontaduro (Bactris gasipaes) que además de ser altamente apreciado por una creencia popular que lo ha designado como afrodisiaco, es sumamente nutritivo, y se presta para la producción de otra variedad de palmito. Sin embargo, el chontaduro no es el único fruto buscado por su reputación como afrodisiaco. El borojó (Borojoa patinoi) una rubiácea, también se consume para los mismos fines. Pero es el caimo o caimito (Pouteria caimito) el único registrado como verdadero afrodisiaco. Pertenece a las sapotáceas, y es utilizado en medicina natural como remedio contra la diabetes y el reumatismo. Y es que en la medicina natural del Pacífico hay una alta variedad de frutos que, además de ser apreciados por sus exquisitos sabores, tienen propiedades farmacéuticas. Tal es el caso de la piña (Ananas comosus) una bromeliácea que se utiliza contra la helmintiasis o lombrices parásitas,
y del cordoncillo (Piper angustifolium) una piperácea de la cual se extrae un jugo curativo contra diferentes dolencias. Aparte de las propiedades farmacéuticas, también cabe aquí mencionar frutos que tienen altas propiedades vitamínicas o son rica fuente de minerales, como el banano o plátano (Musa x paradisiaca) una musácea con un altísimo contenido de potasio, o como la guayaba (Psidium guajava) una mirtácea, que suministra una alta cantidad de vitaminas. Además de la enorme variedad de sabores y propiedades nutricionales que se obtiene de los frutos del Pacífico, vale recordar que muchos de ellos son igualmente utilizados en decoración y artesanías. Tales como el carambolo (Averrhoa carambola) una oxalidácea, caracterizado por sus rebanadas en forma de estrella, utilizadas en decoración de mesa y coctelería; o el guamo (Inga sp.) una fabácea, que produce una vaina o legumbre alargada con la cual se elaboran diferentes artesanías.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Arecáceas
Bactris gasipaes
Chontaduro
Reputación afrodisiaca. Alimentos; producción de palmito
Arecáceas
Euterpe oleracea
Naidí o murrapo
Preparación de bebida nutritiva y obtención del palmito
Arecáceas Bromeliáceas Fabáceas
Filantáceas Malváceas Mirtáceas Mirtáceas Musáceas
Oxalidáceas Piperáceas Rubiáceas
Sapotáceas
Cocos nucifera
Ananas comosus Inga sp.
Phyllanthus acidus Patinoa almirajo
Eugenia victoriana Psidium guajava
Musa x paradisiaca
Averrhoa carambola Piper angustifolium Borojoa patinoi
Pouteria caimito
Coco
Alimento. Hojas y cortezas utilizadas para artesanías
Piña
Alimento. En medicina como antihelmíntico
Guamo
La vaina se utiliza con fines ornamentales
Grosella
Como mecato o golosinas de los niños
Almirajó
Alimento
Guayabillo
Alimento
Guayaba
Alimento; alta cantidad de vitaminas
Banano, plátano
Alimento, producto de exportación, y rico en potasio
Carambolo, carambola
Cordoncillo, cundur, pipilongo Borojó
Caimo, caimito
Decoración de mesa y coctelería
Preparación de bebida curativa para diferentes dolencias Reputación afrodisiaca. Como bebida refrescante
Para la diabetes y el reumatismo. Como afrodisiaco. Alta fuente de hierro
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Zapote Matisia cordata
F ru to s
En
d e l a h u m e da d
Por mucho tiempo, se tuvo casi por dogma indiscutible que los árboles frutales solo podían prosperar en climas soleados y secos, y no en los lluviosos y húmedos. Esto porque el sabor pleno de las frutas se relaciona con una buena cantidad de radiación solar, y porque la apropiada concentración de azúcares de algunas de ellas solo se logra con una escasa humedad atmosférica. Sin embargo, esa teoría ha sido rebatida por la región del Pacífico colombiano y sus especies nativas. Es esta prueba de cómo en un clima lluvioso, a una baja altura sobre el nivel del mar y con la mayor humedad atmosférica del planeta, se puede dar la existencia de toda una variedad de especies frutales, que, precisamente, necesitan de esa humedad y esos suelos inundables para germinar. Entre esos ejemplos que cambiaron la creencia mayoritaria se cuentan el chontaduro, el caimo, el zapote, el borojó y el almirajó, que no pueden sobrevivir en entornos secos. Una peculiaridad más de esta región y sus frutales, distintos a todo lo demás.
l u g a r d e ca r n e , b o ro j ó
El arbusto del borojó (Borojoa patinoi) llega a medir hasta cinco metros y es una especie caprichosa. Se toma unos tres años en producir frutas, sus brotes solo aparecen cuando inician las lluvias y se tarda doce meses desde la floración hasta la maduración. Borojó es una palabra del dialecto citará que significa “árbol de cabeza colgante”. Los originarios indígenas chocoes usaban la sustancia de la fruta para embalsamar cadáveres. Después, con la confluencia de esos pueblos con las culturas africanas que empezaron a llegar, surgió en algún momento la creencia de que poseía cualidades afrodisiacas que, no obstante, nunca se han podido corroborar. En el afán de hacerlo, lo que se ha logrado es descubrirle muchas otras importantes propiedades. Se ha podido saber, por ejemplo, que el borojó es la fruta que contiene más cantidad de fósforo de todas las que existen en el mundo. El fósforo es uno de los mayores generadores de energía en el organismo. También se ha podido establecer que esta fruta tiene una valiosa sustancia química, llamada lactona sesquiterpénica, que neutraliza el crecimiento de las células malignas y tiene por tanto propiedades antitumorales. Sirve así mismo como cicatrizante y, sobre todo, tiene una cantidad inusual de proteínas. En cuanto a los aminoácidos esenciales para el funcionamiento del organismo, algunos estudios han encontrado en una libra de pulpa de borojó el equivalente a los que contienen tres libras de carne. Para la ciencia, entonces, no es un vigorizante sexual, como se cree, sino muchas otras cosas quizás aún más valiosas.
G ua m a
c o m o a lg o d ó n d e a z ú ca r
Varias especies del género Inga, de la familia de las leguminosas o fabáceas, conocidas en el Pacífico como guamos, que pueden llegar generalmente hasta los veinticinco metros de altura, producen una fruta tan conocida como extraña. La guama es un fruto en forma de vaina, aplanada, por lo regular con una textura verdosa, lisa y brillante, que parece la piel de un lagarto. Al abrirlo ofrece una pulpa blanca y sedosa de un dulce intenso. En la región a veces escasean porque los árboles dan frutos de manera muy irregular. Pero por lo común se empiezan a ver al inicio de una prolongada época de lluvias. Son un manjar codiciado entre todos los habitantes, el equivalente al algodón de azúcar de los citadinos.
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Frutal e s
Anón Rollinia mucosa
D ato s
a p i ña d o s
La piña (Ananas comosus) es una planta de la familia de las bromeliáceas la cual agrupa muchas hierbas perennes y terrestres que se caracterizan por tener sus hojas en roseta y unas brácteas con colores llamativos. La gran mayoría de especies de esta familia son epífitas. Epífitas son todas esas plantas que, sin ser parásitas, crecen sobre otro vegetal para usarlo como soporte, pero sin quitarle sus nutrientes. Los ejemplos usuales son algunas algas, musgos y helechos. La piña, sin embargo, es uno de los pocos ejemplos de bromeliáceas que no son epífitas. Por el contrario, es una planta de tierra, con la peculiaridad de producir una fruta sobre su cresta. Esto solo se produce una única vez, a los tres años, y tiene la particularidad adicional de ser no climatérica; esto es, solo madura estando sembrada y unida a la planta. Una vez cortada, la maduración se detiene. Por eso solo puede ser cosechada en su punto exacto. A pesar de que la piña es una especie de suelos exclusivamente tropicales, y oriunda de Latinoamérica, en la actualidad la producción de todos los países del hemisferio ha sido superada por la de Tailandia, que ha llegado a ser el mayor cultivador de esta fruta en los últimos años.
C h o n ta d u ro
c o n to d o
Por su contenido nutricional, al chontaduro (Bactris gasipaes) se le suele llamar el “huevo vegetal”. Se estima que al año se producen en el país aproximadamente trece mil toneladas de esta fruta. La mayoría, para consumo de los habitantes de la franja del Pacífico. Unas diez mil mujeres basan su subsistencia en la producción y comercio de este producto. De esas trece mil toneladas, la mitad es producida por un solo municipio, cuya economía campesina se sostiene casi en su totalidad con la siembra de esta palma. Lo curioso es que dicha población no está en el pleno corazón de la región Pacífico, como podría esperarse, sino, al contrario, en los límites con la región Andina. Se trata del municipio de El Tambo, en el departamento del Cauca. Un municipio de vocación rural, con más del noventa por ciento de su población por fuera de la cabecera y donde la raza negra es minoritaria. Para más datos, esa mitad del total de chontaduro del país ni siquiera se produce en toda el área del municipio, sino en una sola de sus veredas, llamada La Libertad Cuatro Esquinas. Allí hasta celebran el reinado anual del chontaduro. Fruto de palma cabecinegro Manicaria saccifera
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Son de mar y de ríos
ace años, muchos años en esta selva húmeda y caliente de aires pegajosos, nubes bajitas y constantes, y natura por doquier, les enseñaron a los negros del sur de las bocas del río San Juan, en el Pacífico colombiano, a aprovechar cada recurso para algo más que la supervivencia de sus cuerpos fuertes y esbeltos. Abundante como ningún otro recurso en esta vasta región, el agua —salada y dulce y pura y milagrosamente fría selva adentro y casi siempre caliente en el borde de cada charca, o río, o del mar— fue la herramienta clave para un aprendizaje mayor: traducir sus cantos, sus sonidos primarios, su sonar interno, su vasta historia negra hecha de viajes y esclavitudes. Las mujeres, que observan desde siempre el mar mientras Hasta el agua sirve para la música del llevan a cabo sus quehaceres, escuchan las olas y descifran sus Pacífico. Ante la escasez de metales, maderas cadencias. De allí nacen los altibajos de esas voces muy suyas que y bejucos abundan en esta música, mezcla lamentan desde el apuro de una tos hasta la pérdida de un niño, de energía africana con la tradición pero que también, en un chigualo que surge del alma adentro, ceremonial indígena celebra la gloria de su llegada al cielo. Los hombres, por su parte, tienen la tarea de adornar esas melodías que los hacen lo que son: un pueblo que cuenta con música cada detalle de su vivir cotidiano, de sus fiestas y encuentros, como también de las violencias que lo persiguen y lo orillan, pero que lo hacen surgir fuerte en una tierra que, por encima de lo que cuente cualquier historia, siempre ha sido suya. Esa simbiosis milagrosa entre el agua y todo lo que los rodea les enseñó a los propios cuándo aprovechar la madera de los árboles para lograr instrumentos únicos
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M ús ic a
Marimba de guadua y chonta
Castaño colorao Consopneura atopa
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en sonidos. Así, saben en detalle cuál es el momento propicio para aprovechar la palma de chontaduro, la chonta —Bactris gasipaes, de la familia de las arecáceas—. Si la luna está llena y redonda, por encima de los nubarrones que a veces les niegan una visión clara del cielo, entonces el agua del mar sube y se desliza tierra adentro. La abundancia de líquido satura las maderas, y estas, en respuesta, se pudren, se inutilizan. Si por el contrario el agua anuncia su retirada y permanece serena en las orillas que con juicio vigilan los lugareños, la palma tendrá el agua justa y la dureza ideal, con lo que todo está dado para quitar los cientos de espinas de su corteza, cortar bien a ras el tronco y aprovechar cada centímetro de pulpa para dar nacimiento a la marimba. Les corresponde a los artesanos más experimentados de Guapi, Timbiquí y otra decena de pueblos del Pacífico sur colombiano medir la nota justa que dará cada trozo de madera de chonta, así como el orden que llevarán en el instrumento las cerca de veinticuatro ta-
blas que lo componen, armando así una marimba que luego tocarán pequeños y grandes. También tienen la labor, en un procedimiento que ya cuenta su edad en cientos de años, de encontrar selva adentro los árboles de una de las especies llamada en el Pacífico caucho o caucho negro (Castilla elastica) de la familia de las moráceas que llorarán el látex, con el que, pacientemente, moldearán el caucho que necesitan para sus mazos. Pero las voces ornamentadas con olas de mar y las marimbas que resultan del milagro del agua y el ojo experto son apenas dos de los muchos instrumentos que inspira la naturaleza de estos seres que se resisten al olvido. De la guadua (Guadua angustifolia) ese habitante permanente de casi todo el territorio colombiano, nace también el guasá, o chucho de guadua, un instrumento de unos cuarenta centímetros de largo por ocho de diámetro, cerrado de un lado por el nudo natural de ese tronco hueco y resistente, y por el otro, por una tapa hecha a la medida con el mismo material. Adentro, piedras pequeñas o semillas secas de achira —Canna
Tamboras Guitarras pequeñas
De cedro macho y castaño blanco
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M ús ic a indica, de la familia de las cannáceas— producen un sonido agudo y abundante al son del movimiento de las manos de las mujeres, las cantaoras, casi siempre encargadas de hacer sonar, de manera diagonal, este instrumento pequeño y ruidoso. Todo esto se complementa con el sonido grave y rítmico de los cununos, macho y hembra, dos estructuras cónicas, casi cilíndricas, que se diferencian del tambor —alegre y llamador— del Caribe por tener el fondo recubierto de piel de venado. Son producto del balso puro (Ochroma pyramidale) de la familia de las malváceas, que es observado y esperado hasta el punto de madurez ideal, cuando es cortado en trozos de unos ciento veinte centímetros. El agua de nuevo hace lo suyo, ayudando a que los artesanos extraigan la pulpa, mientras les da a los cueros la flexibilidad correcta para ser templados. La tensión máxima se logra, al final, con amarres de una buena cantidad de bejuco matamba (Desmoncus orthacanthos) de las arecácea, una hierba leñosa que hace también presencia en la Amazonia. Se calcula en casi un millón de personas la población del Pacífico colombiano, y que de este número más del noventa por ciento tiene ascendencia africana. Pero el territorio, amplio como es, también es propiedad de cerca de cincuenta mil indígenas de comunidades y familias como las de los andáguedas, baudós, catíos, citarás, chamíes, emberas, noanamas y quimbayas. Y, sí, un número igual existe de blancos y mestizos. La herencia de cada una de estas comunidades enriquece el territorio en lo cultural. Por más distintas que sean, finalmente han vivido por siglos las mismas dificultades y ventajas estratégicas de pertenecer a esta tierra amplia en mar y rica en ríos y recursos naturales. Los indígenas, que existieron desde siempre, aportan de su memoria antigua aires musicales y bailes que se identifican desde el sur, en Cauca y Nariño, hasta el norte, en el Chocó e incluso Antioquia. Predomina en ellos el uso de tambores de balso con cueros de tatabras y sonajas de semillas de achira con los que producen ritmos ceremoniales que se alejan bastante del sonar negro. De los blancos queda el sonar europeo, incrustado, eso sí, en la idiosincrasia de un pueblo alguna vez africano que ya no reconoce cuándo adoptó tal
contenido. Desde el siglo xvi, misiones religiosas que fueron dueñas de extensos territorios llevaron composiciones y cantos —entre ellos los gregorianos— que hoy siguen presentes en alabaos y arrullos, heredados también de los cantos de cuna y villancicos blancos. Pero el componente africano sigue aquí, en currulaos que en sus muchas variedades —patacoré, berejú, caderona, bámbara negra, juga— adornan las noches chocoanas. También en melodías fúnebres como las del chigualo y el bunde, en el sur, ligadas íntimamente a los viejos territorios africanos del Congo, Guinea, Sudán y Sierra Leona, en donde, de hecho, nació la danza del wunde, y de donde proviene el nombre del ritmo hoy presente en el Pacífico colombiano. Por todo esto, el sentir musical de este gran trozo de Colombia resulta ser uno solo en muchos aspectos. En la diversidad se encuentra a un mismo habitante del Pacífico que vive su religión y que lamenta y celebra con su voz y sus instrumentos cada instante de su vida. Existe, así, un contenido único, pero con algunas fronteras. Dicen, por lo mismo, que existe otro Pacífico en el norte de las bocas del río San Juan; uno hecho de instrumentos de viento modernos, Palma memé como el clarinete, y de redoblantes Wettinia quinaria que todo lo convierten en fiesta. Existe otro Pacífico, sí: el de las chirimías chocoanas, tan nuestras y tan ajenas y, al fin y al cabo, repletas de riqueza. Se cree que son un remanente de las bandas militares de viento del Sinú, llevadas a Quibdó en 1915 por el intendente de esa población, José Dolores Zante. Y que por tal razón, incluso, existen aires de fandango en algunas canciones chocoanas, si bien ante la imposibilidad de conseguir los instrumentos de metal, los lugareños acudieron a la naturaleza para reemplazarlos. Así, para el redoblante, utilizaron de nuevo el balso, que, como siempre, resultó moldeable y a la vez fino para un uso frecuente. Esta vez tomaron un trozo más
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Guasá Hecho de guadua
pequeño del tronco y sacaron de él su contenido hasta dejar un cilindro hueco que cubrieron con dos pieles de venado tierno. A una de las pieles le adaptaron unas fibras metálicas, que le regalan ese timbre estridente y ceremonioso, y todo lo templaron con el indispensable bejuco matamba. Lo propio se hizo para reemplazar los instrumentos de viento. Las flautas traversas chocoanas, desde entonces, están hechas de carrizo o pito (Olyra latifolia, de la familia de las poáceas), e incluso, en algún momento, se realizaron adaptaciones de clarinetes en diversas maderas, instrumentos que sobreviven apenas en algunos conjuntos musicales del norte del Chocó y sus vecindades con Antioquia, donde utilizan la palma real para la elaboración de la chirimía, un instrumento similar al clarinete. Pero muchos de aquellos instrumentos adaptados por necesidad desaparecieron con el tiempo. Los clarinetes son clarinetes hoy en día, y no una imitación, y a su lado suenan bombardinos, fiscornos y platillos, todos ellos metálicos, y redoblantes con películas sintéticas, traídos de otro lugar. Sobrevive, sí, esa manía muy chocoana de festejarlo todo. De convertir cada acontecimiento, por pequeño que sea, en un motivo para el encuentro del Pacífico entero.
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Arriba y abajo del San Juan, y por sobre las aguas del inmenso Atrato, alguna vez “unidos” por el más improbable canal interoceánico que jamás existió, persiste la voz del negro, del indígena y del blanco, que celebra la vida por encima de todo. Un pueblo conformado por hijos de este lado del mundo que no extraña el África lejana que nunca ha conocido, que no llora la luna de otros tiempos más amables y que no se siente preso en su paraíso, incluso en medio de las diferencias y el conflicto. Aquí el agua corre también, abundante, inquieta, y aquí también la luna levanta de su plana tranquilidad a las corrientes y las transforma en olas, y las hace hablar, incansablemente. Aquí también están los árboles —los grandes y los pequeños— y los animales todos, y todos los hombres por igual. Aquí las mujeres escuchan las olas, no dejan de hacerlo, y toman como suyas las cadencias de su voz eterna, mientras los hombres vigilan el mar, a la espera de hallar la dureza exacta de la chonta, esa materia prima de su propio canto. Aquí está la tierra que ahora, no existe duda, fue la de siempre. Y en la riqueza de esa natura que los habita está lo que fueron. Y lo que son.
M ús ic a
En letra cursiva Instrumentos de viento, cuerdas y hasta de percusión utilizados en la música del Pacífico colombiano son producto de muchas de las plantas que se han adaptado a un ambiente tan húmedo como el registrado en la selva del Pacífico, las cuales hacen parte de diferentes familias taxonómicas. Una de las familias con mayor cantidad de plantas utilizadas con tales fines es el de las arecáceas o las palmas. Aunque la mayoría sirven de alimento o para la extracción de aceite vegetal, en el caso de la música se prestan para elaborar diferentes instrumentos: para la marimba, el chontaduro o Bactris gasipaes; para la chirimía, un instrumento bastante similar al clarinete, la palma real o Attalea colenda; y diferentes instrumentos se fabrican con la matamba o Desmoncus orthacanthos, con la cual sujetan o templan las partes de muchos de estos artefactos. Aunque la morfología de los pastos o poáceas lleva a pensar que la mayoría de especies de este rango harían parte de los instrumentos de viento, es la Olyra latifolia, también denominada pito o carrizo, la que sirve allí para las flautas, mientras que la guadua, más precisamente Guadua angustifolia, se usa para fabricar el guasá, que suena gracias a las achiras (Canna indica), que lleva por dentro semillas de una planta perteneciente las cannáceas. A las poáceas también pertenece el bambú (Phyllostachys aurea), que además de ser apreciado en construcción por su madera fina, en la música es utilizado como resonador de los instrumentos.
Otra familia taxonómica usada para la elaboración de diferentes instrumentos musicales es la de las fabáceas o leguminosas, entre ellas el nato o Mora oleifera que sirve para hacer guitarras. A esta familia también pertenece la especie botánica que da origen al verdadero clarinete, el cual, aunque traído de África, tiene gran importancia como complemento de la música del Pacífico; se trata del granadillo o Dalbergia melanoxylon. Otras especies de plantas dan lugar al característico sonido del tambor, como es el caso del denominado tambor o balso (Ochroma pyramidale) de las malváceas, que es punto de partida en la elaboración de los diferentes tipos de tambores. También cabe nombrar el banco (Hernandia didymantha) igualmente denominado tambor, que hace parte de las hernandiáceas y de donde sale la tambora. Aunque ambos tambores se remontan a diferentes familias taxonómicas, los dos retumban gracias a los mazos hechos con caucho o Castilla elastica, de las moráceas.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Arecáceas
Bactris gasipaes
Chontaduro, pejibá, pepiré
Elaboración de la marimba. Alimento
Arecáceas
Attalea colenda
Palma real
Elaboración de la chirimía. Aceite vegetal
Arecáceas Cannáceas
Desmoncus orthacanthos Canna indica
Fabáceas
Dalbergia melanoxylon
Fabáceas
Mora oleifera
Malváceas
Ochroma pyramidale
Hernandiáceas Moráceas Poáceas Poáceas Poáceas
Hernandia didymantha Castilla elastica
Guadua angustifolia Olyra latifolia
Phyllostachys aurea
Matamba, atajadanta
Achira, corneta, bandera Granadillo, proveniente de África
Amarre de los instrumentos musicales Para el sonar de la guasá o chucho. Alimento Elaboración de clarinetes
Nato
Elaboración de guitarras
Balso, tambor
Elaboración de tambores. Maderable
Banco, tambor Caucho, caucho negro Guadua
Carrizo, pito Bambú
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Elaboración de la tambora
Caucho para los mazos de percusión
Elaboración de la guasá. Construcción Elaboración de flautas
Como resonadores. Construcción
El
En el Pacífico las mujeres son, por lo general, las facultadas para proveer el canto. Es una suerte de regla intrínseca de su tradición centenaria, y para ello se preparan desde pequeñas en la ejecución de formas melódicas con infinidad de variaciones. Lo mismo ocurre con el contenido mismo del mensaje transmitido, que, según el ritmo o aire, tiene desde un sentido lúdico hasta uno puramente ceremonial. Resulta tremendamente importante el tránsito entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y para tal contexto hacen uso de alabaos y para el velorio de adultos y novenarios, o chigualos para el de niños, que han recibido desde siempre un tratamiento ceremonial especial y son considerados angelitos. Para el caso de los habitantes del Pacífico sur colombiano, tales cantos no apelan necesariamente a la potestad de Dios —aunque sí a la del cielo y a la de los santos propios de su territorio—, como sí ocurre con otros cantos chocoanos, de claras influencias hispanas. De hecho, existen registros de cantos que aún conservan sorprendentes relaciones con las jotas navarras y otros tipos de cantos españoles. Arriba y abajo del San Juan, por demás, perviven estructuras musicales provenientes claramente de la Colonia, y representadas en versos octosílabos y estribillos que rematan la melodía.
Guadua amarilla Bambusa vulgaris
La
m e n s a j e , e l ca n ta r
m a r i m ba , m á s a llá
Un nuevo territorio implicó para los pobladores del Pacífico de herencia africana adaptarse, entre muchas otras cosas, a nuevos insumos para la fabricación de los instrumentos musicales que llegaron con ellos; es decir, en su memoria. En el caso de la marimba, aprendieron a reemplazar los calabazos, usados en África como resonadores, por guadua joven y bambú. Desde entonces, este aparato cuidadosamente elaborado lleva en su parte inferior una serie de tubos que reciben el sonido de los golpes de la madera de chonta y los amplifican. Por supuesto, el timbre original es distinto, pero el nuevo resultó idóneo para sus necesidades. El nombre africano del instrumento también cambió: conocido por los bantúes del continente antiguo como majimba o limbu, que significa objeto o instrumento musical, adoptó con los años el nombre de marimba. Mantiene, no obstante, un sentido que va más allá de acompañar los conjuntos populares en fiestas y celebraciones. La marimba sigue siendo parte esencial de las melodías con que sus intérpretes ejecutan verdaderos rituales de comunicación con Dios y con los muertos.
Riqueza
é t n i ca
Dice el maestro Guillermo Abadía Morales que no existe en ninguna región, entre las cuatro zonas folclóricas colombianas, un más completo y significativo ámbito cultural que el del litoral Pacífico. Tres razones existen para su afirmación: la presencia indígena, con predominancia de grupos pertenecientes a la familia lingüística caribe; el incuestionable elemento africano, venido a la zona por el río Atrato y destinado a la explotación minera desde la Colonia; y la supervivencia de cantos y danzas españoles del siglo xvi. Esta influencia triple está representada en la presencia de unos veintiséis aires musicales foráneos adoptados por los propios de la región, más unos cuarenta y siete estilos musicales indígenas.
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M ús ic a
Balso Ochroma pyramidale
La
m a d e r a e n d e m a n da
Como en otras regiones colombianas, el uso del balso es recurrente en la fabricación de los instrumentos musicales típicos. Conocido también como palo de balsa, el Ochroma pyramidale es un árbol abundante de los bosques tropicales, de tronco grueso, madera de bajo peso y una altura cercana a los cuarenta metros en su madurez. Posee flores blancas, un tanto amarillentas, y frutos que son como cápsulas que protegen a las semillas, cubiertas por una suerte de algodón oscuro que al madurarse se esparce por los aires y propaga así la especie, junto con las ardillas y otras especies que se alimentan de ellas y colaboran así con la tarea. El balso resulta ideal para la recuperación de terrenos degradados por especies foráneas o por la acción del hombre. Por su baja densidad es también muy útil en la fabricación de juguetes y enseres domésticos. Sirve además como aislante del ruido y las temperaturas estables. Existe balso desde México hasta Bolivia.
El
ba i l e
Aguacorta, andarele, caderona, mazurca, tamborito, caracumbé, tiguaranda, pangota, paloma, margarita, guapi, guabaleña y otra decena de ritmos conviven en el Pacífico, y no son solo un resonar de tambores acompañados por voces femeninas. La danza siempre estuvo y estará aquí, en cada situación. Incluso en ciertas honras fúnebres, los asistentes bailan mientras el muerto, con los ojos sostenidos abiertos por pequeñas ramas, observa un festejo que puede durar la noche entera. Tal vez el baile madre y el más reconocido del Pacífico sea el currulao, del que hay noticia desde la Colonia y que surgió como una respuesta de los esclavos a sus amos: no olvidarían nunca su identidad y su alegría. Su nombre proviene, según algunos investigadores, del instrumento de percusión llamado cununo, conocido alguna vez como conunao. Por tal razón en dicho baile nunca falta el acompañamiento de este hijo de las manos del artesano y de la carne misma del balso. Vencer, o convencer a la mujer, es el objetivo máximo de esta puesta en escena en la que el hombre bate un pañuelo y la mujer baila con cierto recato, mientras el pueblo entero canta estribillos que las respondedoras complementan. Existen, por otro lado, respuestas más satíricas a los opresores, convertidas en bailes. Es el caso de la jota chocoana, en la que se rememora el palmoteo de estilo español con un dejo particularmente negro, en el que habita, precisamente, su sátira. Bailar en el Pacífico, norte o sur, es una respuesta a los retos mismos de la vida.
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Cununo Hecho del tronco de un árbol de balso
Los bosques hermanos
lo mejor, aunque hayan pasado varios millones de años, todavía no es tiempo para que estas selvas hermanas tengan hijos que ya no se parezcan. La evolución de la Tierra tiene otros ritmos, distintos a los que nos gobiernan como sociedades humanas y, por eso, a veces no los entendemos y nos atravesamos, no siempre de la mejor manera. Gea, con sus entrañas de roca y fuego, se viste de Biota con un traje de vegetación y fauna y, muy lentamente para nuestra humana percepción del tiempo, va cambiando de manera inexorable, ahora con nosotros a bordo como polizones un tanto incómodos. A cada segundo, cada montaña se hace más alta, cada lago y cada mar se llenan de sedimentos que luego serán proyectados a las alturas por las fuerzas tectóni- Si se mira bien, los separa ahora la cordillera cas; cada volcán con sus cenizas riega de minerales los suelos, de los Andes. Ahora, porque antes, mucho y estos se van renovando en esa lucha entre la erosión que antes, Pacífico y Amazonas eran un solo los arrastra y la vegetación que digiere más minerales para bosque y por eso tienen plantas comunes renovarlos. ¡Qué fantástico sería que esta evolución de Gea se pudiera filmar a nuestra escala del tiempo! Si así fuera, podríamos ver cómo la selva del Pacífico y la del Amazonas, hoy tan lejanas, separadas por los Andes, que se hacen anchos en Colombia con sus tres ramales, son unas hermanas que hace rato no se ven, pero que, como si de seres humanos se tratara, podrían mostrar un álbum de fotos familiares con muchos rostros comunes: árboles gigantescos, arbustos, lianas, musgos, líquenes, orquídeas, trepadoras, palmeras, insectos, mamíferos, reptiles, aves, peces. Hay que ser un experto botánico o zoólogo para encontrar las diferencias entre las dos maniguas: la que se cuelga al oeste de las cimas de la cordillera Occidental de
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Rel ac ión Pac í f ico - A m a z onas
Piso con hojarasca
Arbol con lianas y raíces de una hemiepífita
Raíz tablar cubierta de trepadoras, musgos y líquenes
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los Andes y se besa con el océano Pacífico y la que pinta de verde la inmensa región al oriente de los Andes hasta darse de bruces con las aguas del océano Atlántico. Si abandonáramos una playa en la costa Pacífica chocoana y nos adentráramos en la selva siguiendo el camino fresco de uno de los cientos de riachuelos que bajan de la serranía del Baudó, en apenas unos pocos minutos, cuando ya no pudiéramos ver el océano, podríamos jurar que hemos dado un salto de gigante y hemos acabado en cualquier riachuelo perdido en medio de la selva amazónica. Todo ayuda a pensar esta identificación: el calor, la humedad, la lluvia cálida, los olores y los ruidos del bosque que brotan en estéreo; los animales que se arrastran, que trepan, que corren, que nadan, que vuelan, que escarban bajo el suelo; pero, sobre todo, las plantas, que son las reinas de estas vastedades. Hay algunas especies que siguen tal cual, como si tantos millones de años les hubieran pasado de largo. Sería bien difícil distinguir en qué se diferencia un guadual del Baudó de uno de la selva del Putumayo o decir si el caracolí que sobresale de la floresta para divisar el océano Pacífico es distinto al que se sobresale justo en el borde de uno de los tepuyes imposibles con los que el macizo rocoso de la Guayana saca la cabeza para admirar la selva amazónica que le crece encima. Hubo una vez una era en la historia de la Tierra cuando la geografía de lo que hoy es Colombia era bien distinta, algo así como si a un alumno imaginativo le hu-
Aliso
Punta de lanza o lacre
Piptocoma discolor
Visnia sp.
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Rel ac ión Pac í f ico - A m a z onas bieran dicho que dibujara un país inventado por él. En ese dibujo, las montañas estarían donde hoy están la Amazonia y la Orinoquia y los ríos correrían en la dirección contraria a la de hoy, rumbo a un mar amazónico que estaría donde están los Andes. Ese viejo océano, poco a poco, se fue llenando de sedimentos, formando llanuras costeras que fueron creciendo hacia el occidente, cubiertas por una fabulosa vegetación, tatarabuela de la actual, con algunas especies que aún subsisten casi sin cambios. Tanto se desgastaron esas primeras montañas del macizo de la Guayana, una de los formaciones de rocas más viejas de la Tierra, que se fueron volviendo romas, hasta convertirse en una gran meseta de la que hoy afloran los tepuyes de Roraima, en Brasil y Venezuela, y los de Colombia, en la Macarena y Chiribiquete, más todas las ocultas formaciones que sustentan la sabana verde de los Llanos Orientales y de la selva del Amazonas. Pasaron millones de años hasta que la placa tectónica Suramericana, esa nave de roca que viaja hacia el oeste flotando sobre las rocas fundidas del interior del planeta, chocó con otra de estas naves, la placa de Nazca, y empezó la majestuosa formación de la cordillera de los Andes. En lo más profundo, debido al roce que produjo el encuentro, las rocas se fundieron y nacieron los volcanes que vomitaron lava bajo el océano hasta crecer y salir a la superficie como islas a las que las plantas, con su tenacidad, pronto conquistaron, separadas por ese mar interior que se formó entre las viejas y las nuevas montañas. Los ríos siguieron llenando el fondo de ese mar y las placas chocando y levantándose poco a poco, hasta que el fondo del mar dejó de serlo y solo quedaron parches de agua en medio de unas nuevas colinas, hechas con sedimentos, a las que pronto llegó la vegetación venida del macizo de la Guayana, en un viaje al oeste. Fue entonces cuando la selva se volvió una sola: la del oriente se entreveraba con la del occidente, mientras las cordilleras Central y Oriental seguían creciendo, levantadas más y más por el choque de las placas tectónicas y la incesante erupción de los volcanes que narraban con fuego la lucha que se estaba dando varios kilómetros bajo la superficie. Como en un fre-
nesí de clorofila, agua, sol y alimentación que duró cientos de miles de años, las plantas y los animales se asentaron en las nuevas tierras emergidas y, gracias a las propicias condiciones climáticas tropicales, la familia verde y su fauna inseparable crecieron en extensión y diversidad. A estas dos primeras cordilleras se les unió más tarde, hacia el occidente, otra que salió del océano Pacífico y se fueron formando los valles entre ellas, por allí los ríos dejaron de correr por donde lo hacían y empezaron a enfilar hacia el norte: es decir, se formaron los actuales valles de los ríos Cauca y Magdalena. Bajo las raíces y las rocas, las fuerzas que hicieron que esta familia creciera seguían en su batalla y los Andes se levantaron por encima de las antiguas montañas del macizo de la Guayana y de la vieja llanura formada por sus sedimentos. Los ríos que corrían de allí hacia el occidente, donde ya no había un mar, corrieron en la dirección contraria; y las cuencas del Orinoco y del Amazonas tuvieron que buscar por dónde desembocar al océano Atlántico. A medida que se iban levantando nuestras tres cordilleras, los valles entre ellas se profundizaron Granadilla de monte y el paisaje empezó a parecerse Passiflora vitifolia a lo que es en la actualidad. Las moles de rocas empezaron a tener distintos pisos climáticos y la familia verde, la Hermandad de los Bosques, dejó de verse, de polinizarse, separada por las cordilleras. Se formaron parches de la familia vegetal en cada uno de los grandes valles, unidos solo al norte, en la llanura del mar Caribe, la nueva depositaria de los sedimentos de los ríos, que se iba formando poco a poco. Así pues, la familia botánica quedó repartida en cuatro zonas: la selva amazónica, el valle del Magdalena, el valle del Cauca y la vertiente de la cordillera Occidental que baja hasta el océano Pacífico, unidas por la vegetación que crece en las tierras altas
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Mango colonizado por decenas de especies
y que se fue especializando para sobrevivir allí y que sigue siendo un puente frío que la une con sus primas hermanas de tierra caliente. Pero esta historia de separación y especialización del mundo vegetal y animal no ha terminado todavía, porque Gea nos ha empezado a regalar otra nueva cordillera: la serranía del Baudó, brotada del fondo del océano Pacífico y todavía pequeña, en plena formación, aunque ya se eleva en el alto del Buey a 1.850 metros sobre el nivel del mar. La familia verde, la Hermandad de los Bosques, se verá sometida a una nueva separación cuando este coloso de roca se levante más has-
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ta alcanzar una altura donde las plantas no puedan interactuar entre ellas, como ya pasó con el resto de los Andes. En ese momento, el valle del río Atrato, con sus laderas entre dos cordilleras, se alejará de la familia del otro lado de la serranía del Baudó, que seguirá mirando al Pacífico, a la espera de que Gea haga asomar sobre la superficie del océano la próxima barrera de rocas que ya habrá de venir en camino en esta historia de transformaciones donde lo único seguro son el cambio y la tenacidad de la vida, de la fauna y de la flora, para seguir llenando de verde este planeta.
Rel ac ión Pac í f ico - A m a z onas
En letra cursiva La Hermandad de los Bosques del Pacífico y la Amazonia se capta al comparar una serie de plantas que aparecen de manera espontánea en ambas regiones. A pesar de sus diferencias en hidrografía, topografía, clima y geomorfología, existen especies que se encuentran en los dos territorios, las cuales la mayoría de las veces se denominan bajo el mismo nombre común e incluso se aprecian por unas mismas utilidades específicas. Es el caso de muchas de las palmas o arecáceas que se encuentran en ambos lugares. Un ejemplo es el chontaduro (Bactris gasipaes) el cual, a pesar de ser bastante popular en cada una de las regiones, por la creencia de que es un afrodisiaco natural, tiene verdadero valor en el alto contenido nutricional de las drupas que produce y los palmitos que se extraen de sus cogollos. A las arecáceas también pertenece la palma real, que hace referencia a ciertas especies del género Attalea. Aunque en el Pacífico la Attalea más común es A. colenda y en el Amazonas es A. maripa, en ambos territorios se presentan especies de palma real, que se utilizan para la extracción de aceite vegetal. Otra palma reconocida en las dos zonas es la palma milpesos (Oenocarpus bataua) la cual es utilizada en construcción, y además con sus hojas se elaboran diferentes artesanías. Pero no todas las especies que estas regiones poseen en común hacen parte de la familia botánica de las palmas. Amazonas y Pacífico comparten una alta variedad de familias vegetales, como anacardiáceas, de la que es interesante el caracolí (Anacardium excelsum), ese gigantesco árbol que puede alcanzar hasta cuarenta y cinco metros de altura, lo que hace que sobresalga en las es-
pesuras de ambas regiones, reconocido, además de por su enormidad, por su valor maderable. Otro árbol que resalta en los doseles, pero de la familia de las bignoniáceas es el guayacán, mejor conocido como guayacán rosado en el Amazonas (Tabebuia rosea), valorado por su uso maderable y su color, que ornamenta los paisajes chocoano y amazónico. Como especie ornamental en ambas regiones también se reconoce al pácora o pacó (Cespedesia spathulata) una ocnácea estimada igualmente por su alto valor maderable. Hay otras especies de las que se aprovecha la madera en ambas regiones colombianas: el balso o tambor (Ochroma pyramidale) una malvácea, o el pino colombiano, el cual no hace parte del género Pinus, sino del género Podocarpus (Podocarpus guatemalensis) de las podocarpáceas. Amén de urticáceas, como el yarumo (Cecropia sp.), poáceas, como la guadua, (Guadua angustifolia). Y así un sinnúmero de especies de utilidad diversa pero de presencia común en estas regiones.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Anacardium excelsum
Caracolí
Maderable, se emplea también para embarcaciones
Arecáceas
Bactris gasipaes
Chontaduro
Reputación afrodisiaca. Alimento; producción de palmito
Arecáceas
Attalea colenda, Attalea maripa
Palma real
Extracción de aceite vegetal
Arecáceas
Oenocarpus bataua
Milpesos, palma milpesos
Fabáceas
Inga sp.
Guamo
Bignoniáceas
Tabebuia rosea
Guayacán, ocobo, guayacán rosado
La madera para construcción y hojas para artesanías Madera para construcción. Ornamental
La vaina se utiliza con fines ornamentales. Alimento
Malváceas
Ochroma pyramidale
Balso, tambor
Elaboración de tambores. Maderable
Ocnáceas
Cespedesia spathulata
Pácora, pacó, casaco
Maderable y ornamental
Podocarpácea
Podocarpus guatemalensis
Pino colombiano
Maderable y artesanal
Mirtáceas Poáceas
Urticáceas
Psidium guajava
Guadua angustifolia
Cecropia sp.
Guayaba
Alimento, fruto de alto contenido vitamínico
Guadua
Yarumo
En construcción y para la elaboración de instrumentos musicales Madera apreciada en arquitectura
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Perfil
El
sabio
G entry
ban la naturaleza los llamaban científicos y les pagaban por hacerlo. Reorientó su vida a la botánica y la zoología y conoció América Latina en un verano universitario en la Organización para los
Alwyn Gentry
Los botánicos conservan para la posteridad una figura impecable como corresponde a un científico, pero este ejemplar es el expedicionario de campo clásico del que se conoce la imagen sudorosa en medio de la vegetación enmarañada. Experto en la descripción y clasificación de plantas tropicales, fue pionero en la conservación botánica tropical y murió en un accidente de avioneta cerca a Guayaquil, en Ecuador, con otro conservacionista en una excursión, para él la final. Hoy tendría 69 años. Al le decían a Alwyn Gentry sus allegados; nació en Kansas, Estados Unidos, y allí estudió física pero varió su vocación al saber que en botánica las plantas tropicales estaban casi inéditas. Y él, que desde su niñez fue destacado en ciencias naturales, supo ya adulto que a los que observa-
Estudios Tropicales de Costa Rica, donde su pasión por la flora se volvió incontrolable. Murió en 1993 cuando evaluaba para Conservación Internacional esto que integró de técnica botánica tradicional con tecnologías de punta para analizar ecosistemas. Hoy su nombre denomina una beca en el jardín botánico de Missouri para botánicos suramericanos y un premio para conservacionistas. Fue diestro al extraer información y aplicar técnicas de varias disciplinas científicas para estudiar las plantas tropicales en sus propios ecosistemas. Optó por doctorarse en la máxima expresión botánica: la polinización y lo que significa en la evolución de las especies; clasificó la familia Bignoniaceae, de flores que se ofrecen como trompetas al insecto atraído. Su director de tesis describió a Gentry como un genio con capacidad de observación y retentiva que no olvidaba una planta así la hubiera visto solo una vez. De allí que su eponimia (homenaje que su nombre rinde a sus descubrimientos) alcanza doscientas ochenta especies botánicas. Dedicó horas al jardín botánico de Missouri para completar sus clasificaciones, y allí fueron sus honras fúnebres. Pero el Pa∙ 96 ∙
cífico y su flora abarcada entre Perú, Ecuador y Colombia fue su laboratorio experimental. Usó transectos y parcelas para determinar cuántas y cuáles especies de plantas estaban amenazadas y su trabajo sirvió al Programa Rápido de Conservación Internacional, en cuanto que su vida la donó a la biodiversidad tropical amenazada y fue premiado como solucionador de problemas del medio ambiente, materia de la que fue académico. En veintiseis años de trabajo de recolección, organización y difusión logró en ochenta y seis expediciones de campo colectar cerca de ochenta mil especímenes de plantas, muchas nuevas para la ciencia, en treinta y cinco países tropicales estudiados y visitados. Su corta vida le alcanzó para dar conferencias, cursos y talleres, dirigir tesis y escribir doscientos ocho libros y artículos. Su obra prodigiosa fue la Guía de campo de las familias y géneros de plantas leñosas del noroeste de América del Sur que mostró cómo identificar las plantas con la corteza, el olor y las hojas y no con la flor o el fruto, que no siempre están presentes. De Gentry es la afirmación certera “las selvas del Pacífico colombiano y en especial las de Chocó contienen la proporción más elevada de endemismo específico de todo el continente”. Atribuye al aislamiento geográfico la peculiaridad de esta selva, y halló que la riqueza en especies vegetales en comunidad se aumenta directamente por la precipitación en la zona. Descripción que da justo significado a la botánica del Pacífico colombiano.
AQUI VA DESPLEGADO BEJUCOS
El oráculo del Pacífico
ecían que mirar a Gorgona a los ojos dejaba petrificada a la gente. Y no se trata aquí del mito griego. En las aguas del Pacífico colombiano, desde las embarcaciones de carga que los traían, algunos reos considerados peligrosos por la justicia colombiana avistaban con terror el perfil de Gorgona, la Isla Maldita, donde padecerían el encierro entre la niebla y la bruma, acosados por una masa verde y agreste con su cúmulo de criaturas salvajes, sometidos a un clima tórrido e impredecible, anegado por lluvias pertinaces. Veinticuatro años de prisión para los hombres -y de presión sobre el medio ambiente-, arriesgaron la estabilidad natural de la isla Gorgona: más de dos décadas, las veinticuatro horas del día, los reos mantuvieron encendido el fuego en un fogón de leña alimentado con maderas de la Devastada casi hasta el exterminio, Gorgona isla. Más del setenta por ciento del bosque fue deforestado. trata de volver a ser la Isla ciencia y el Desde la clausura del penal en 1984, la selva ha reclamado lo santuario más importante del territorio suyo: ahora el bosque tropical, rico en árboles jóvenes, hon- marino colombiano gos, helechos y hojarasca en descomposición, cubre el ochenta y cinco por ciento del territorio. La flora y la fauna han recuperado su libertad. Conocida por la comunidad científica como Isla ciencia, Gorgona es un oráculo, un templo natural, como las islas Galápagos o Borneo, donde es posible buscar respuestas sobre el proceso de evolución de las especies, la configuración continental ininterrumpida desde la fractura de Pangea, la interacción de los organismos… o la misma naturaleza humana. Como las míticas hermanas gorgonas -Medusa, Esteno y Euríale-, este dominio de ultramar está constituido por tres islas: Gorgona, Gorgonilla y Malpelo. Las dos pri-
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G or g ona
Isla de Gorgona -
Árbol sobre ruinas de la prisión
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Vegetación a borde del Pacífico
Dosel Techo vegetal
meras son volcánicas, hijas de la actividad sísmica en las dorsales oceánicas. La tercera es la única isla de carácter oceánico en Colombia: la aleta de una cordillera submarina que asoma sobre el oleaje en alta mar. El grupo insular es parte del llamado Corredor Marino de Conservación del Pacífico Oriental Tropical, conformado por una cadena orográfica donde también están el archipiélago de Galápagos, la isla de Coiba, en Panamá, y la isla del Coco, en Costa Rica. La reverdecida Gorgona, cuyas entrañas son negras por las rocas volcánicas que la forman, es la más amplia del conjunto insular, con veintiseis kilómetros cuadrados de superficie terrestre y 61.687 de área marina. En su perímetro sobresalen tres islotes, de los cuales El Viudo es el de mayor dimensión. Antes del terremoto de 1980 la marea baja despejaba el paso de Tasca y los visitantes cruzaban a pie entre Gorgona y Gorgonilla, saltando de peñasco en peñasco de los que emergían de las aguas. Por el hundimiento del suelo marino, ahora es imposible hacerlo. Vista desde el cielo, la isla mayor es el boceto de una ballena yubarta con varias jorobas -los cerros La Trinidad, Los Micos, La Esperanza y El Mirador-, que parece respirar por los vertederos naturales de su dorso como los cetáceos expulsan agua por sus espiráculos. Las fuentes de agua dulce y la separación del continente por una depresión subacuática de doscientos setenta metros de profundidad son factores que propician en la isla el desarrollo de una biodiversidad propia. En sus ecosistemas de arrecifes coralinos y bosque húmedo tropical, incluidos dentro de un sistema marino y otro insular respectivamente, se reproducen cerca de 510 especies de plantas superiores y de helechos, además de 89 de briófitos (musgos y hepáticas). La vegetación selvática presenta 161 especies, distribuidas en 104 géneros, de las cuales 17 son endémicas. Entre las especies vegetales de la isla se destacan el machare (Symphonia globulifera); la pacora o pácora (Cespedesia spathulata); el roble, conocido
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G or g ona así en el Pacífico, pero como macano en otras regiones del país (Terminalia amazonia); el tángare (también se le dice tangaré) o güino (Carapa guianensis), además del botoncillo, el yarumo (Cecropia sp.) y el aguacatillo (Caryodaphnopsis theobromifolia). Es curiosa la presencia del Podocarpus guatemalensis, una conífera nativa de la familia Podocarpácea a la que pertenecen los conocidos pinos colombianos y que en la región de Tumaco se conoce como ají, poblador habitual de tierras continentales. En estos suelos insulares se han identificado cuarenta familias botánicas. Las áreas verdes comprenden vegetación intervenida (ruderal) y natural, con zonas de cultivos como los cocotales (Cocos nucifera) y algunos frutales como la Psidium guajava o guayaba, la Citrus medica o cidra o limón, y la Persea americana o aguacate. También plantas ornamentales de jardinería, y un bosquecillo secundario cerca de la playa. Parte de estas plantas es utilizada para remedios caseros, la industria farmacéutica y la alimentación; otras son transformadas en artesanías, venenos o medicinas. A treinta y cinco kilómetros de las costas del departamento del Cauca, y perteneciente al municipio de Guapi, este territorio misterioso ha sido esquivo al contacto humano: no solo es una zona de alto riesgo sísmico, sino que permanece expuesto a los efectos del fenómeno de El Niño y a rudos procesos de erosión y sedimentación. Después del Chocó, Gorgona es el sitio donde más llueve en el mundo: entre mayo y octubre el pico de precipitaciones es intenso y sus veinticinco fuentes naturales de agua dulce, pura y cristalina, se triplican en número y en caudal. Sus dos lagunas, Tunapurí y Ayantuna, son hábitat de una población endémica de babillas (Caiman crocodilus chiapasius). Vestigios arqueológicos que datan del año 1.300 a. C. demuestran que Gorgona fue poblada por comunidades precolombinas expertas en navegación y pesca. Antes de los exploradores europeos fue habitada por la tribu Sindagua, proveniente de tierras que hoy pertenecen a Nariño y Cauca. En 1524, camino al sur, Diego de Almagro desembarcó en la isla y la llamó San Felipe. Tres años más tarde, huyendo de los nativos de la rada de Tumaco, el conquistador Francisco Pizarro arribó con más de cien hombres. Después de siete meses a la espera
de un cargamento de provisiones que vendría de Panamá, el capitán español fue notificado del fin de su expedición. Solo doce marineros permanecieron a su lado; el resto lo abandonó o murieron por la picadura de víboras venenosas, ancestrales anfitrionas de la isla. Pizarro rebautizó el lugar, inspirado en el trío de figuras monstruosas de la mitología griega: las gorgonas. Una de ellas, Medusa, tenía la cabellera compuesta por serpientes. Desde entonces, su posición estratégica convirtió a la isla en estación de abastecimiento para los barcos que navegaban entre Panamá y el antiguo imperio Inca. Durante los siglos xvii y xviii fue refugio de piratas y bucaneros ingleses al acecho de barcos españoles. El capitán Bartholomew Sharp, terror de los marinos del sur, reparaba sus navíos en Gorgona por la calidad de la madera de sus bosques. Este paraíso inhóspito, de playas blancas y arenosas al este y soberbios acantilados azotados por las olas en la costa opuesta, fue finca de recreo del sargento mayor Federico D’Croz. En la década de 1820 Simón Bolívar se la concedió como reconocimiento a su labor en la campaña libertadora. Los descendientes del militar vendieron parte a la familia Payán. En 1899 la guerra de los Mil Bastoncillos de helechos Días arrasó con la población local. Gleichenia sp. En el siglo xx, ya casi desolada, Gorgona comenzó a ser considerada oráculo de la naturaleza: en 1924 sus bosques fueron explorados por la Expedición Saint George a los mares del sur, a cargo del zoólogo y etnógrafo inglés James Hornell, quien descubrió aquí petroglifos y materiales arqueológicos. En 1959, el general Rojas Pinilla gestionó los derechos para que el Estado estableciera aquí la primera isla prisión del país, y Alberto Lleras Camargo decretó su construcción. La cárcel de Gorgona fue construida al costado oriental de la isla, emulando los planos de un campo de concentración nazi. Según lo explica Néstor López, historiador de la Universidad Nacional de Colombia, este presidio
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Vegetación en la antigua cárcel
obedeció a una estrategia política en un momento excepcional de violencia intestina: “El gobierno reconstructor del Frente Nacional optó por crear una legislación de emergencia para aliviar la situación y generar confianza ante la opinión pública […] En este instante crucial germinó la isla prisión de Gorgona, concebida como un paliativo para detener la violencia y encerrar allí a quienes, a pesar de la implantación de un nuevo régimen salvador, continuaran delinquiendo”. Maldito este lugar… maldito sea. Aquí solo se respira la tristeza. Aquí se bebe el cáliz más amargo que nos brinda el dolor y la pobreza. Aquí la vida no tiene primavera. Aquí el alma no tiene sensaciones. Aquí el amor no tiene compañera y pierde el corazón las ilusiones reza el poema escrito por un reo de la isla prisión que encerraba a los delincuentes más peligrosos. A los presos con buen comportamiento se les dejaba salir de las celdas para apreciar el paraíso natural; no obstante, implicaba quince horas de trabajo bajo el sol, a temperaturas superiores a los veintiocho grados
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centígrados, dedicados a la cogida de cocos, la tala de árboles para el fogón de leña y la cacería. Frente al mar caprichoso, en un instante sereno, azul o verde claro, y al otro grisáceo, melancólico y picado, los más afortunados eran testigos del apareamiento de las ballenas yubartas o jorobadas (Megaptera novaeangliae) que entre junio y noviembre nadan ocho mil kilómetros desde la Antártida hasta estas aguas. A partir de 1965 la isla sirvió para descongestionar las hacinadas prisiones continentales. El penal funcionó hasta 1984. Desde que en 1985 fue declarada parque nacional natural, la isla parece aún más prístina. Gorgona alberga dos de los arrecifes coralinos más desarrollados y diversos del Pacífico oriental tropical, y el más grande del Pacífico colombiano. A lo largo de la historia han sido descubiertos oráculos naturales al servicio de la ciencia: exuberancia que doma la soberbia del hombre; santuarios de flora y fauna que nos remiten al origen. Las serpientes que aterrorizaron a los peones de Pizarro, guardianas del penal, honran el mito: protegieron el lugar sagrado, el laberinto que conduce a la incógnita, nuestro principio fundamental. En Gorgona ha vuelto a imperar la lírica de la naturaleza: Bendito este lugar… bendito sea.
G or g ona
En letra cursiva La biodiversidad insular de Gorgona no se restringe a aquellas especies nativas de la isla, sino que se encuentra sumamente modificada por la cantidad de especies introducidas por diferentes medios, por expediciones, cultivos y hasta el océano mismo, capaz de transportar frutas flotantes, como los cocos (Cocos nucifera) que navegan por años en el mar sin que se afecte la germinación de su semilla y que hacen parte de las arecáceas o palmas. Pero estos no son los únicos frutos que han llegado y se cultivan en la isla. Se cultivan mirtáceas como las guayabas (Psidium guajava); se siembran frutos ácidos o rutáceas, apetecidos para calmar la sed, como la cidra o limón (Citrus medica), de donde se extrae un jugo con diferentes usos terapéuticos. También se han encontrado cultivos de aguacate (Persea americana), que hace parte de las lauráceas. Además de los frutos que se encuentran en Gorgona, la isla se ha caracterizado por la gran variedad de especies maderables que se han desarrollado en ella. Como es el caso de otra laurácea, el aguacatillo (Caryodaphnopsis theobromifolia), que a pesar de estar en riesgo de extinción dados los pocos individuos que hoy en día sobreviven. De esta laurácea solo hay registros en Colombia y Ecuador, y el único en Colombia es el de Gorgona. Este género reviste importancia porque fue registrado originalmente en Asia, y por tanto presenta una marcada disyunción geográfica entre el sudeste asiático y la América tropical. Por su utilidad maderable también se aprecian el tangaré o güino (Carapa guianensis) que pertenece a las meliáceas, y el yarumo (Cecropia
sp.) de las urticáceas. Así como el curichí o macano, denominado también roble en el Pacífico colombiano (Terminalia amazonia) que integra la familia de las combretáceas. Además se ha registrado una conífera, la Podocarpus guatemalensis, que a pesar de no ser muy común en zonas insulares, es sumamente apreciada en construcción: el pino colombiano. En Gorgona se encuentra el machare (Symphonia globulifera) una clusiácea, que no solo hace parte de la cantidad de especies maderables de la isla, sino que además es utilizado como analgésico. En el área medicinal existen aquí algunas asteráceas, familia botánica que ha tenido la habilidad de distribuirse por todo el continente, especialmente por su método de dispersión por aire, lo que la ha convertido en una de las más cosmopolitas del mundo. En la isla Gorgona, se hace uso del género Acmella, gracias a sus propiedades analgésicas.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Arecáceas
Cocos nucifera
Coco
Asteráceas
Acmella sp.
Botoncillo
Alimento, alto contenido nutricional. Sus hojas se usan en artesanías
Medicinal como analgésico
Terminalia amazonia
Roble, curichí, macano
Madera apreciada en construcción
Clusiáceas
Combretáceas
Lauráceas
Lauráceas
Symphonia globulifera
Caryodaphnopsis theobromifolia
Persea americana
Machare
Aguacatillo o caoba
En construcción y como analgésico
Madera para postes y cercas
Meliáceas
Carapa guianensis
Tangaré, güino
Aguacate
Alimento, apreciado en culinaria
Mirtáceas
Psidium guajava
Guayaba
Alimento, fruto con alta cantidad de vitaminas
Ocnáceas
Cespedesia spathulata
Pacora, pacó
Madera apreciada en carpintería
Podocarpáceas
Podocarpus guatemalensis
Ají
Madera apreciada en construcción
Rutáceas
Citrus medica
Cidra, limón
Urticáceas
Cecropia sp.
Yarumo
Preparación de jugos y aceite empleado con fines terapéuticos
Maderable y como aceite vegetal
Madera apreciada en arquitectura
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Selaginella Selaginella sp.
¿A lg u i e n
N at u r a l e z a
l o g r a r í a e s ca pa r ?
Al fugitivo que superaba la vigilante sevicia de los guardianes lo esperaban las trampas de la vegetación y la fauna insular. Y, si acaso sobrevivía, quedaba a merced de los tiburones en alta mar. Se conserva un registro oficial de veinticinco intentos de escape que se entremezclan con un par de narraciones de fugas exitosas. Dicen que sólo un reo logró huir, Eduardo Muñetón Tamayo, el “Papillón colombiano”, quien fue recapturado. Otros sostienen que el fugitivo fue Daniel Camargo Barbosa, “el sádico colombiano”, que también regresó a la isla prisión. De boca en boca circula la leyenda de los hermanos Marín: desaparecieron de sus celdas, jamás se volvió a saber de ellos. Una versión de la historia asegura que escaparon para siempre. La más confiable, que se los tragó la selva. Lo único cierto es que la cárcel Gorgona ha sido leyenda desde su concepción: sus muros fueron erigidos sobre un relato entre fantástico y real, concebido para ejercer control social, como un instrumento de terror del Estado.
d o m e s t i ca d o r a
El mundo siempre ha temido a las islas prisión, no solo por su lejanía de la franja continental sino porque suelen levantarse en territorios salvajes. Las islas de castigo surgieron en estas latitudes en el siglo xv, producto residual del hambre colonizadora de españoles y portugueses. No obstante, el Imperio británico se encargó de perfeccionarlas de forma sistemática, expansiva: en los siglos xvii y xviii Inglaterra institucionalizó la deportación de delincuentes hacia Nueva Gales del Sur. Así colonizó el territorio de Australia. Las islas prisión más conocidas en la historia han sido Alcatraz, en San Francisco (Estados Unidos) y la isla Robben, en Sudáfrica. La primera, reclusorio de Al Capone, ahora es parque nacional; la segunda, de Nelson Mandela, fue declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco. En Suramérica, la isla del Diablo, donde se erigió el penal de Cayena (Guayana Francesa), es célebre por su topografía, su fauna y su selva tropical impenetrable. Esta isla inspiró novelas como Papillon, de Henri Charrière, y Guillotina seca, de René Belbenoit. Gorgona no fue la primera cárcel insular de Colombia. En el siglo xix, los indígenas wayúu capturados por contrabando en la Guajira eran enviados a una isla cerca de Tumaco. Cuando en 1959 Alberto Lleras Camargo autorizó la construcción de un penal de máxima seguridad, se eligió a Gorgona por su cercanía con Buenaventura —para facilitar el transporte— y, sobre todo, por la abundancia de madera para la construcción… y de tiburones, como refuerzo policial.
Fruto del peinemono Apeiba membranacea
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G or g ona
La
La exuberancia de este parque nacional natural compromete 61.687 hectáreas, de las cuales 1.568 corresponden al territorio integrado por la isla Gorgona, el islote Gorgonilla y otros tres de menor tamaño. El 97,45 por ciento del área total lo constituye la superficie marina. En 1984 Gorgona dio luz verde al paso de turistas y científicos, quienes pueden acceder a sus playas y rutas ecológicas, además de a la observación de aves, buceo y baños de agua dulce en veinticinco fuentes naturales. Aunque buena parte de la isla permanece virgen, algunos sectores transitables han sido bloqueados para evitar el impacto ecológico que puede ocasionar la presencia humana. Los visitantes están sometidos a una serie de normas para preservar el entorno: la cacería y la pesca están totalmente prohibidas en las áreas protegidas. Tampoco es posible extraer ejemplares de especies nativas, ni recoger conchas, piedras o material vegetal. No se permite la música a alto volumen y el consumo de alcohol está prohibido. Entre 1984 y 2004 la isla alojó a funcionarios del parque y diversos viajeros. En 2007 el gobierno nacional entregó en concesión el turismo del territorio a una empresa privada. Desde entonces la relación de los operadores turísticos con Parques Nacionales es tensa: el proyecto comercial no ha logrado una articulación satisfactoria con la voluntad de conservación de la isla, declarada por la Unesco patrimonio de la humanidad.
Pacó con hojas juveniles Cespedesia spathulata
Esperanzas
norma verde
p e r d i da s
¡Oh, vosotros los que entráis, dejad toda esperanza!. La sentencia lapidaria que preside El Infierno de Dante aún puede leerse en las ruinas del penal Gorgona. Así se daba la bienvenida al condenado. Los fantasmas a quienes muchos atribuyen el estruendo metálico que suele oírse en cercanías de la prisión son en realidad monos carablanca que saltan en la selva húmeda hasta conquistar las estructuras del viejo edificio, devorado por la vegetación. La leyenda de la isla, sembrada por la atemorizada cuadrilla de Francisco Pizarro, demoró en echar raíces. Fue en 1960, con la construcción del penal, cuando la ficción floreció entre el paisaje fértil y amenazador. Cuentan que Gorgona era vigilada por guardias provenientes de otras prisiones del interior del país, castigados por su mal proceder. Con visible temor todavía se habla de la inclemencia de sus directores, como el tristemente célebre “Doctor Mortis”. Entre ramas, troncos y raíces extravagantes asoman los vestigios del quirófano del doctor Bernardo Ocejo, quien practicaba amputaciones y cirugías de cabeza con serrucho y cuchillo; el mismo que enfrentó una epidemia de enfermedades venéreas producto del tráfico de prostitutas, con la anuencia de las autoridades. En Colombia no existía la pena de muerte… sino la isla Gorgona.
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Comedor de la antigua prisión
La serranía de Los Saltos
ace mucho rato que las ballenas jorobadas se perdieron mar adentro con sus ballenatos. El sol ha empezado a crecer, convertido en una naranja radiante a medida que la tarde se va hundiendo en las aguas del Pacífico. Un festival de luces se refleja en el horizonte del mar y llega a la costa como piedra saltarina lanzada por el sol para destellar en el follaje verde de la selva que baja a mirarse curiosa en el espejo de cobalto del océano. En este rincón de Colombia, la manigua, fresca y húmeda, parece estar saliendo del agua, a punto de sacudir su cabellera de plantas como si fuera una sirena gigantesca. Y es cierto, porque estas estribaciones, con sus acantilados de rocas volcánicas, viejas lavas endurecidas y oscuras vestidas de verde, Bañada en sus costados por ríos y por el apenas si han salido del abismo, como consecuencia del océano, este accidente montañoso es clave en levantamiento de la corteza que se produce por el choque el Pacífico. Baudó es tan larga que algunos la de las placas tectónicas que persisten en seguir agregando consideran la cuarta cordillera montañas a los Andes. La serranía del Baudó o de Los Saltos, como las ballenas jorobadas, parece que saliera a la superficie para mostrar su morro de roca. Es tan nueva, en la escala del tiempo geológico, que los miles de riachuelos que bajan hacia el mar lo hacen dando saltos entre las peñas de las duras rocas basálticas, que se resisten a la erosión, aunque ya hayan perdido la batalla con las plantas, las únicas capaces de hincar sus raíces en ellas y arrebatarles sus minerales para convertirlos en este derroche de hojas de todas las formas, en tallos llenos de secretos medicinales, en cortezas de todas las texturas, en frutos de sabores imposibles y en flores que más parecen mariposas hechas de pétalos, con su infinidad de colores y formas, como
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Baud ó
Hoja de yarumo o guarumo Cecropia sp.
Hoja esqueletizada
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Pacó florecido
Ceiba
Cespedesia spathulata
Ceiba pentandra
si la naturaleza estuviera jugando con la celulosa y sus cientos de miles de posibilidades. Esta tarde, mientras la lancha regresa a la playa de arena, incrustada entre dos contrafuertes de ásperas rocas volcánicas, la lluvia ha dado una tregua que se sabe que será muy corta. En la noche, la selva se llenará de ruidos que luego serán dominados por el de la lluvia, cuando, seguramente, un torrencial aguacero vaciará las nubes que se formarán a la velocidad de los vientos alisios de ambos
hemisferios, venidos aquí, como las ballenas, a aparearse en la llamada Concavidad Ecuatorial, una de las zonas de más baja presión atmosférica de la Tierra. Este cinturón de convergencia intertropical, formado sobre la región del Chocó y el Darién, es la zona más lluviosa del planeta, con registros que pueden llegar hasta los doce mil quinientos milímetros de lluvia al año en el llamado “cielo roto”, un paraje cerca de Tutunendo, al sur de la serranía del Baudó, donde el Diluvio Universal parece que no se hubiera acabado. Con este clima de alta precipitación
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Baud ó y humedad, con una temperatura de veintisiete grados centígrados en promedio, no sorprende que los botánicos hayan podido catalogar, solo hasta ahora, cerca de dos mil ochocientas especies de plantas, entre superiores e inferiores, lo que deja a la zona como la reina de la biodiversidad en el mundo y refugio de cientos de especies de animales que llenarían varios álbumes de laminitas. Además, durante los períodos de sequías que afectaron otras regiones vecinas en el pasado geológico, la región preservó una selva superhúmeda que fue el refugio y el lugar donde surgieron nuevas especies de plantas y animales que luego se expandieron para repoblar lo que se había perdido en las otras áreas. Este proceso de generación y expansión de la biota se intensificó cuando el juego de las placas tectónicas formó el istmo del Darién y Suramérica se conectó con Centroamérica. Debido a este aislamiento en el Pleistoceno, esta isla de selva higrofítica se enriqueció con una flora con un alto índice de endemismo, así algunas de ellas se hayan esparcido hacia otras regiones e, incluso, a otros países. Se pueden mencionar sus portentosos nombres en latín: Anthurium vallense, Aphelandra garciae, Tabernaemontana columbiensis, Clibadium eggersii, Clibadium pittieri, Hebeclinium gentryi, Anemopaegma santaritense, Schlegelia darienensis y Conostegia cuatrecasasii. Estas plantas compiten por la luz bajo un dosel que se eleva hasta cuarenta metros de altura, junto con muchas otras maravillas hasta formar una legión que comprende 85 aráceas, 82 ericáceas, 78 orchidáceas, 76 solanáceas, 64 poáceas, 63 bignoniáceas, 60 ciperáceas, 60 arecáceas, 58 euphorbiáceas, 58 moráceas, 54 bromeliáceas, 54 acantáceas, 43 apocináceas, 39 anonáceas y 37 verbenáceas. Entre ellas podemos pescar varias conocidas que nadan en esas palabras de aristocrático origen científico, pero que, a la hora de las cercanías mientras se camina por entre la selva, ahora que hemos dejado la lancha y nos adentramos por un sendero que bordea un riachuelo de ensueño, se nos presentan como abarco, abrojo, aceite maría, aguanoso, aserrín, bijo o costillo, caimito, chachajo o comino, ceiba, fresno (que se da con más frecuencia hacia los Andes) níspero, oquendo, caracolí, gua-
yacán, carbonero, comino, cohíba, jigua, higuerón, matón, palma milpesos, palma de chontaduro, iraca, pacó, borojó, mangle, sande negro, zancaraña y caoba. Algunas de estas plantas poseen hermanas o parientes cercanos en los valles interandinos y hasta en la ahora lejana selva amazónica, de la que alguna vez formaron parte. Este corto recorrido por el sendero que se pierde en la espesura, abarca apenas un corto trecho de la llanura costera, uno de los tantos ecosistemas que se han formado en la región. El riachuelo es un canal de las mareas y se mezclan en él el agua dulce y la salada. La especie dominante es la Mora oleifera, un gran árbol de madera noble que se conoce como nato o mangle nato y que se usa para fabricar cuellos de guitarras. Del otro lado de la serranía, donde los ríos que bajan al Atrato lo hacen por pendientes más suaves y largas, la materia orgánica se acumula en la llanura aluvial debido a las inundaciones periódicas. Si siguiéramos subiendo por las estribaciones de la serranía del Baudó, llegaríamos a los bosques de colinas bajas, unos de los más ricos en biodiversidad, con ejemplares de árboles gigantes, los reyes del Cañagria dosel, que incluyen miembros de Costus sp. las fabáceas, como el nato; las sapotáceas, como el rico zapote; las miristicáceas, como los otobos, con sus nueces, como la moscada; las arecáceas o palmas, y las malváceas, como algunas ceibas, cuyos troncos como botellas regordetas nos recuerdan que son primas del baobab. Algunas de estas plantas todavía llegan más arriba, a los bosques de colinas altas, donde conviven con anacardiáceas, como el mango, y con diversas euphorbiáceas, constituidas por multitud de especies, que van desde el caucho (Hevea brasiliensis), hasta la yuca o mandioca, por mencionar solo las más representativas. La serranía del Baudó, tan inmensa cuando se mira desde la escala humana, comprende una zona pequeña
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Musgo con humedad
comparada con otras selvas del mundo; de ahí que su relevancia y fragilidad deban ser tenidas en cuenta a la hora de preservarla. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha pasado y vivido por allí. Al formarse el puente continental del Darién, poblaciones venidas del norte se esparcieron por Suramérica. Algunos grupos que se aposentaron en la zona y otros se fueron y volvieron, como parecen probarlo, según algunos investigadores, aspectos comunes que comparten los actuales indígenas emberas, waunanas y noanamas con ciertas culturas de la selva del Amazonas. Los noanamas, en su lenguaje hecho de naturaleza, bautizaron Baudó al río que le da el nombre a la serranía, palabra que traduce río de ir y venir, debido al reflujo que producen las mareas del océano y que alcanza hasta cuatro metros de altura cuando el mar, nostálgico, quiere asomarse al interior del continente que alguna vez tuvo sumergido. Con la llegada de los españoles hace quinientos veintidós años, se inició un nuevo período de poblamiento, principalmente con asentamientos de esclavos africanos llevados
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allí para explotar los colosales recursos auríferos de la zona. Y el proceso no ha parado, porque la región de la serranía del Baudó y el Chocó entero siguen siendo una fuente de riqueza que sale y no se queda, obtenida de sus aluviones ricos en metales preciosos, sus selvas llenas de maderas nobles y raras, sus frutos y plantas medicinales, de las que casi nada se conoce y poco se aprovecha. Cada planta guarda en su savia, en sus hojas, en sus tallos y raíces, en sus flores, frutos y semillas, maravillas con las que la evolución las ha dotado, con las que ha superado los obstáculos para sobrevivir en medio de tan agreste biodiversidad. Y al final de este recorrido por la selva de la serranía del Baudó, iniciado en una pequeña playa arenosa incrustada entre filosas rocas volcánicas y terminado a 1.850 metros sobre el nivel del mar, en el alto del Buey, es imposible no hacernos esta pregunta: ¿cómo hacer para preservar y aprovechar al mismo tiempo este paraíso que nos fue concedido sin convertirlo en un desierto, en un lugar para la violencia y la ambición humanas?
Baud ó
En letra cursiva A pesar de la altura sobresaliente de la serranía del Baudó, o de Los Saltos como se le denomina en Panamá, la temperatura registrada puede superar los veintisiete grados centígrados, la pluviosidad puede ser mayor a los nueve mil milímetros al año y la humedad de las más altas del país. Estos factores han determinado la adaptación de las diferentes especies que habitan la serranía. Sin embargo, aunque se creería que no son muchas las familias botánicas que podrían adaptarse a un clima tan intenso, la variedad del rango taxonómico es sumamente alto. Muchas de las especies registradas son apreciadas por sus diferentes utilidades. Valorado por su madera para construcción se encuentra el guayacán o roble, (Tabebuia rosea) una bignoniácea que también ostenta una belleza ornamental. En el área se utilizan algunos árboles de fabáceas o leguminosas, como el mangle nato (Mora oleifera). Además se hace uso de algunas arecáceas o palmas, como la llamada milpesos (Oenocarpus bataua) que al igual que la mayoría de palmas, presta sus hojas para la elaboración de diferentes artesanías. Otra de las especies utilizadas en construcción es el caracolí o aspavé (Anacardium excelsum) el cual hace parte de las anacardiáceas. El cauchillo u oquendo (Brosimum guianense), apreciado también para construcción, hace parte de las moráceas como también el sande o sande negro (Brosimum utile) que además de ser apreciado por su madera, es reconocido en medicina por sus propiedades antiinflamatorias. La ceiba o bonga (Ceiba sp.) de las malváceas,
produce una madera de calidad y se utiliza también en medicina como diurético o astringente. Una miristicácea el cuángare u otobo (Otoba sp.) se emplea contra los dolores de cabeza. Así mismo hay bixáceas, como el bijo o achiote, que además de utilizarse como tinte, es apreciado como farmacéutico natural. Aparte de las especies apreciadas en carpintería y en medicina, en la serranía del Baudó o de Los Saltos también se puede encontrar una gran variedad de frutos. Entre los más representativos y reconocidos popularmente se encuentra el mango (Mangifera indica) una de las especies más características de las anacardiáceas, de las que también hace parte el caracolí o aspavé. Entre los frutos populares de la región existe el zapote (Matisia cordata) el cual, al igual que la ceiba, se clasifica dentro de las malváceas. Por último podemos mencionar el tamarindo denominado como abrojo en la región (Dialium guianense) que como el mangle nato, pertenece a las fabáceas o leguminosas.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Mangifera indica
Mango, manga
Alimento; fruto de alto valor nutricional
Bignoniáceas
Tabebuia rosea
Guayacán, ocobo, roble
Madera para construcción y se siembra como ornamental
Arecáceas
Oenocarpus bataua
Milpesos, palma milpesos
Bixáceas
Bixa orellana
Bijo, achoite
Fabáceas
Dialium guianense
Abrojo, tamarindo
Euforbiáceas Fabáceas
Malváceas
Malváceas
Miristicáceas
Manihot esculenta Mora oleifera
Ceiba pentandra sp. Matisia cordata Otoba sp.
Madera para construcción y hojas para artesanías
Tinte; utilizado en medicina natural
Mandioca, yuca Mangle nato
Ceiba, bonga
Alimento
En culinaria y madera
Elaboración de instrumentos musicales; construcción
En carpintería; en medicina como diurético o astringente
Zapote
Alimento
Cuángare, otobo
Medicinal, para tratar el dolor de cabeza
Moráceas
Brosimum utile
Sande, sande negro
Moráceas
Brosimum guianense
Oquendo, cauchillo
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Medicinal para inflamaciones; madera para construcción Maderable
Zamia Zamia pyrophyla
B au d ó ,
Entre
pa rt e a pa rt e
Para el profano, la serranía del Baudó podría parecer una zona biogeográfica muy uniforme, pero no es así. Los expertos la dividen en seis distritos: Juradó-Cupica, que va del golfo de San Miguel hasta Bahía Cupica, con 806 especies de plantas, 172 de mamíferos, 301 de aves, 25 de reptiles y 26 de anfibios. Bahía Solano-Tribugá, que va desde Bahía Cupica hasta la margen derecha del río Baudó, pasando por Bahía Solano, el golfo de Tribugá y cabo Marzo, con 1.077 especies de plantas, 157 de mamíferos, 303 de aves, 68 de reptiles, 42 de anfibios y 120 de peces. Baudó, que comprende la parte alta de la serranía del Baudó, la mejor conservada y menos estudiada por sus condiciones topográficas y por su cubierta de selvas higrofíticas nubladas, con reportes hasta ahora de 115 especies de mamíferos, 242 de aves, 55 de reptiles y 11 de anfibios. Curvaradó-Río León, que está en la margen derecha del Atrato, desde su delta y la costa de bahía Colombia en Urabá, hasta la cuenca del río Curvaradó, compuesto por selvas inundadas, con registros de 512 especies de plantas, 181 de mamíferos, 312 de aves, 105 de reptiles y 98 de peces. Comingodó-Upurdú-Bojayá, formado por los valles de los ríos Truandó y Nercua, junto a los de los ríos Upurdú, Opogadó y Napipí, hasta llegar a la margen izquierda del río Bojayá, con selvas higrofíticas nubladas, con 1.224 especies de plantas, 63 de reptiles, 100 de peces, 167 de mamíferos, 369 de aves y 11 de anfibios. Alto Atrato-San Juan, en la parte alta del valle del Atrato y todo el valle del río San Juan, con 1.101 especies de plantas, 129 de reptiles, 169 de mamíferos, 294 de aves, 80 de anfibios y 185 de peces.
ríos y océano
La serranía del Baudó, en su parte emergida, empieza en la bahía de Buenaventura y luego se va elevando hasta alcanzar la máxima altura en el alto del Buey, con 1.850 metros sobre el nivel del mar. Limita al occidente con el océano Pacífico, con los deltas y zonas pantanosas en las desembocaduras de los ríos San Juan y Baudó, para luego seguir al norte casi pegada al océano, con bahías y playas de arena, guijarros o piedras, entre acantilados de roca volcánica por donde se despeñan infinidad de riachuelos, lo que da pie a su nombre de serranía de Los Saltos. Por la parte sur limita primero al oriente con el río San Juan, que nace en Risaralda, en la cordillera Occidental, de donde se descuelga para formar su valle hacia el sureste, rumbo al Pacífico. Unas colinas en Istmina separan el joven valle del San Juan de un afluente del Atrato. La frontera oriental de la serranía da contra este último río, que baja del cerro Plateado, en los farallones del Citará, y que luego tuerce al norte, en la población de Lloró, rumbo al golfo de Urabá. El río Baudó, que nace en la parte central de la serranía, es un hijo que le regala un corto valle tupido de selva. Al norte esta llega hasta la frontera con Panamá y se junta con los cerros de Quía, que la unen con la serranía del Darién.
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Baud ó
Un
lenguaje de palabras agudas
En el Pacífico colombiano, en la región del Chocó y su zona de influencia cultural, los ríos, los valles, los pueblos, los caseríos, los cerros, las bahías, las frutas, las plantas y, seguramente, hasta algunos animales se llaman con palabras agudas, como aguda es la situación social y de extrema pobreza en la que esta región ha vivido desde su descubrimiento y conquista por los españoles. Casi todo termina en o, en a o en i, aunque la sílaba que reina es do, que se ha empezado a usar para crear nuevas palabras que no dejan duda de dónde vienen, como Domingodó, que es un río. Se podría hacer una canción, una rima para una ronda infantil con estas palabras sonoras como pocas: Chocó, Quibdó, Juradó, Baudó, Tadó, Bagadó, Chigorodó, Opogodó, Quiparendó, Samurindó, Bebedó, Virudó, Apartadó, Iró, Munguidó, Comingodó, Truandó, Tundó, Curvaradó, Docampadó, Domingodó, Lloró, Mistrató, Murindó, Borojó. Y con a: Tribugá, Jurubidá, Bojayá, Nabugá, Neguá, Tatamá, Sautatá, Torrá, Bebará, Urabá, Togoromá, Pichimá, Pilizá. Y con i: Nuquí, Acandí, Arusí, Panguí, Salaquí, Coquí, Sipí, Napipí, Murrí, Cucurrupí, y otras muchas que se escapan del registro, pero que andan de boca en boca entre pueblos, caseríos y playas; entre cerros, valles y mercados de frutas exóticas.
Palma quitasol Mauritiella macroclada
Machare Symphonia globulifera
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Hacer para usar
anos, materiales y tradición. La reunión de lo que el Pacífico colombiano entero es, desde el Chocó hasta Nariño, tiene como resultado multicolor los útiles y adornos que consultan el saber desarrollado de generación en generación. Esta región está retratada en sus obras, y ellas son las artesanías. La selva se domestica cuando la trasforman en cada cosa que requieren en la vida cotidiana. Los indígenas y los descendientes de África tienen en común la raíz profunda que sienten con su tierra, con sus productos, con sus materiales y con los miembros de sus comunidades. Esta fuerte ligazón puede consultar a la vez lo sagrado en sus creencias, tanto como lo mundano en lo que hacen, temen, disfrutan y encaran. Por eso los objetos simbolizan todo esto. Cuando se citan los centros artesanales principales, se recorre de sur a norte la geografía: Ricaurte en Nariño; Guapi, Timbiquí y resguardos indígenas en Cauca; Cali y el bajo San Juan en Valle y Chocó. Los wounaan en el litoral del San Juan; Buenaventura en el Valle; Quibdó e Itsmina en Chocó. Olaya Herrera y Nueva Floresta cerca al río Sanquianga, en Nariño. Bugadó, San Isidro, Villacontó y Nuquí en Chocó. Tumaco en Nariño, y hasta el golfo de Urabá en Antioquia. Los materiales usados para hacer todo lo que necesitan de la cabeza a los pies, son tan sonoros como los lugares citados: damagua, tetera, güérregue, cabecinegro, chocolatillo, bihao, caña flecha, cestillo, chusco, matamba. Tan diversas como las plantas y sus tratamientos son los acabados en tejido, tintura y diseño. Eso sí, la cestería está reservada a las mujeres y los niños pero todo el resto se comparte con los hombres, que son tan hábiles con las manos como ellas.
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A rt e s anías
Fibras de rampira o iraca Extraídas de la palma de iraca (Carludovica palmata), con ellas se tejen desde sombreros hasta cestas, pulseras y collares. Se cultiva desde Centroamérica hasta Bolivia
Ánfora de güérregue o wuérregue Para hacer este recipiente, tan denso que cargan agua en él, se utilizan las fibras de esta palma (Astrocarium standleyanum). La usan en Chocó, Cesta de chocolatillo
Cauca, Nariño y Urabá
Hecha con fibras de esta planta (Ischnosiphon arouma) que se amasa y se cocina para obtener colores. El brillo de las fibras lo dan las mujeres al rasparla. Al canasto lo llaman kundú
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Canasta de salero El fruto despojado de semillas de este árbol (Lecythis ampla) se usa en la fabricación de recipientes para conservar fresco su contenido. Como salero es muy común en muchas mesas del Pacífico
Tocado de rampira Este sombrero de forma peculiar tiene la característica de poder portar sobre él canastos y objetos pesados. Sus fibras son suaves, firmes y duraderas
Canoa de balso teñida Por tratarse del elemento más usado en su vida cotidiana, la balsa es también un objeto de decoración. Esta canoa, hecha en balso, está, además, pintada
Canoa de balso y damagua Estos dos materiales son muy apreciados en artesanía (Ochroma pyramidale y Poulsemia armata) por la levedad de la primera y por la apariencia algodonosa de la segunda
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A rt e s anías
Cucharas de chachajo La perdurabilidad de esta madera (Aniba perutilis) la hace muy codiciada para artesanías y para muebles. Esta virtud la tiene amenazada de extinción
Banco de carrá Este asiento, con espaldar en forma de remo, está hecho en madera de carrá (Huberodendron patinoi). Un diseño extraordinario por aerodinámico y en un material resistente
Flores de brácteas de cabecinegro Es de las brácteas de esta palma (Manicaria saccifera), que nacen en racimos y que están protegidas por una fibra, que se producen estas artesanías. Para mayor atracción se usan tinturas
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Soporte de chonta De uno de los mismos materiales con los que se elaboran las marimbas (Bactris gasipaes), se hacen muchas artesanías. Esta, por ejemplo, que sirve de frutero
Pulseras de damagua Esta tela natural, que se encuentra dentro de la corteza del damagua (Poulsenia armata), se presta para lucir los increíbles colores de las tinturas de los artesanos del Pacífico
Cesta multicolor De la fibra de iraca que es tan liviana (Carludovica palmata) y de la cual se hacen hasta encurtidos, los artesanos obtienen objetos multiusos como esta cesta
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A rt e s anías
Anillos de tagua Del llamado marfil vegetal (Phytelephas macrocarpa) son hechos estos anillos modernistas, para los cuales, además, usan colores fosforescentes. De enorme durabilidad
Figuras en oquendo Muy sólida es esta madera (Brosimum guianense) con la que ahora se hacen figuras de animales y otros objetos. Los mayas la usaban como nuez alimenticia y la bebían como el café
Las populares pavas de iraca Por sus intensos colores y por su fibra estos sombreros son los favoritos para preservarse del sol. Tejido suave y muy duradero
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Pipas de tagua A estas pipas talladas en tagua les dan unas formas que se adaptan a las demandas de los mercados artesanales de distintas partes del país
Monedero y cartera de coco Desde luego, el coco (Cocos nucifera) es también empleado para las artesanías en el Pacífico. Como, por ejemplo, en este juego de artículos para cargar objetos personales
Cucharas de oquendo En Nuquí, en el Chocó, es en donde los artesanos más trabajan la madera de oquendo para fabricar estos utensilios. Su estética los hace dignos de llevarse a la mesa
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A rt e s anías
Tejedora de paja tetera Con sabiduría se trabaja esta fibra extraída de la paja tetera (Stromanthe jacquinii). Esteras, sombreros, individuales y bolsos se fabrican con ella en Nariño y Cauca
Pulseras de iraca Los colores y las formas son tan diversos como sus artesanos y sus compradores
Banco pensador en cedro güino Este mueble en madera de cedro güino (Carapa guianensis) está destinado a los momentos de conversación que los indígenas del Pacífico reservan para la caída del sol. Es muy ergonómico
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La perla negra
o sabe uno —no sé yo— si aquí en la bahía de Tumaco y en su entorno ya fueron separadas las aguas de la tierra o es que todavía los procesos del Génesis no han llegado porque hay tanta agua, tanta, que todo parece anegado y no es que esté lloviendo porque no está lloviendo en este mediodía de brisa lenta y de sol muy tibio. No es eso. No es la lluvia que aquí suele caer mucho pero no tanto como cae en el norte del Pacífico, en Bahía Solano; o en el Pacífico boscoso de Andagoya o de Lloró que es donde más llueve en todo el mundo; no es la lluvia una de las más prominentes razones para decir que hay mucha agua en este lugar que es bello y amable, una perla, la perla del Pacífico de Colombia. Bañada por todas las aguas imaginables, Es que hay muchos ríos y muchas quebradas. Y esteros, la región de Tumaco ha vivido y vive de bocanas, estuarios, islas e islotes y largos y anchos brazos de la exuberancia de su vegetación. Mangles ríos que vienen desde la cordillera de los Andes, incluso del y bosques han construido la historia de Gran Macizo Colombiano, y cuando llegan a esta topografía esta bella ensenada plana se desmelenan buscando el mar y forman unos deltas prodigiosos. El Mira, el Patía, el Sanquianga, el Telembí, son algunos de esos ríos de caudales insólitos. Y otros: Alcabí, Coray, Chaguí, Güiza, Mataje, Mejicano, Nulpe, Pulgandé, Rosario, San Juan y Tablones. Y a esos ríos, súmenle cuarenta y ocho cuerpos de agua, trece esteros y cinco bocanas y agréguenle este mar Pacífico que ruge y que los espera a todos, los devora a todos, los acoge a todos. Tumaco es agua por el norte, por el sur, por el oriente, por el occidente y por ella misma, porque el mar se mete con su corriente por entre esos recovecos que forman los deltas y alimenta los esteros por los que viajan los pobladores en sus embarca-
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Tum aco
Estero con manglar en las afueras de Tumaco
Venta de cacao en la carretera a Pasto Theobroma cacao
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Raíces de mangle piñuelo Pelliciera rhizophorae
Cangrejos en empaque de iraca Carludovica palmata
ciones, por esa agua que es dulce y que es salada a la vez, donde viven los mangles más grandes y vigorosos de Suramérica. Manglares largos y anchos, todos cercanos al litoral; manglares que son un entramado de raíces largas como zancos que se sumergen en el lodo en donde viven cangrejos, camarones, pianguas y un montón de moluscos y crustáceos más que sirven al sustento de todos los días. Del mangle se vive tanto como de la pesca y tanto como de las otras maderas, robustas y resistentes, que se dan bosque adentro. Pero me quedo en los manglares para contar que no solo en sus extremidades se halla una vida abundante de pequeños invertebrados que se volverán comida, que serán platos de la deliciosa gastronomía tumaqueña, sino que del mangle vive mucha ebanistería porque su madera es resistente y de mangle se alimentan los fogones, convertido en un carbón vegetal que es fino y duradero. Los mangles, pues, están llenos de virtudes y por eso el peligro que significa su desaforada extracción, aunque haya, como hay, límites a esa práctica de supervivencia o de negocio: hay una vasta zona de mangles protegida: más de cincuenta mil hectáreas en las que no se pueden tocar puesto que eso equivaldría a atentar contra la vida misma de este sistema de aguas, de corrientes y de contracorrientes, de bajamar y de plenamar que, además de complejo, es hermoso. Son aguas muchas veces mansas, a veces tormentosas cuando los esteros se encuentran con el mar, en donde los mangles bordean y delimitan la orilla. Abundan en la periferia de Tumaco el mangle rojo (Rhizophora mangle), el blanco (Laguncularia racemosa), el mangle piñuelo (Pelliciera rhizophorae) y el mangle negro (Avicennia
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Tum aco germinans). También hay mangle nato (Mora oleifera) y jelí (Conocarpus erectus), todos los cuales, aparte de extendidos, configuran una diversidad que es parte de la riqueza botánica de este sur del Pacífico de Colombia. Hay más, desde luego. Otras asociaciones como las del mangle aparecen cuando se va pisando tierra más firme. Una vegetación generosa que da maderas, látex, taninos, cortezas, frutos, hojas, fibras, palmitos, de todo lo cual han disfrutado durante toda su historia los tumaqueños, que también han vivido por periodos de otras actividades como la ganadería y la minería. Antes de ellas, por aquí hubo fiebre de tagua. La solidez casi mineral de las semillas de esta palma, apodadas “marfil vegetal” produjo un auge comercial que duró casi un siglo (1850 a 1940). Por la demanda que tenían en otras partes de América y de Europa, Tumaco fue convertido en un improvisado puerto marítimo por donde salía tagua en bruto para ser convertida en botones y otras piezas de bisutería en sus lugares de destino. Para trabajar en los taguales (y en los cultivos de cacao y de caucho que por entonces también tuvieron su momento de esplendor) hubo una fuerte migración de trabajadores de raza negra desde las zonas auríferas de Barbacoas —y llegaron comerciantes de raza blanca extranjeros, españoles, italianos, ingleses, alemanes— que montaron sus empresas exportadoras y se asombraron con este deslumbrante laberinto de playas y de aguas que componen el archipiélago de Tumaco. Como el mundo se movía entonces como se mueve ahora, o más, la era del plástico comenzó su reinado y adiós a los botones de tagua. Cesó el cultivo por este litoral y también el tránsito de los cargamentos que hacían desde el Amazonas, gran productor. Quedó el recuerdo de su explotación, taguales extintos, un pueblo de Nariño que se llama Tagua, y Tumaco entró en desuso como exportador de este exotismo. Pero también la tierra siguió dando de qué vivir. De los cocos, de la palma africana, del cacao y de la madera, extraída técnicamente o extraída de cualquier manera, porque por las orillas de esos ríos abundan los aserríos y por sus aguas navegan de manera permanente troncos, cientos de troncos, muchos de ellos de árboles cuya extinción parece ahora sentenciada y que antes se habían reproducido por asociación.
Guandales se llaman. Así se llaman esas asociaciones vegetales que se dan en suelos pantanosos de agua dulce y que en esta región se dividen en tres tipos: sajales, cuangariales y guandal mixto. Sus nombres se deben a las especies que los configuran, el sajo (Campnosperma panamense); el cuángare (Otoba gracilipes) y el guandal mixto, en el que se encuentran las dos especies anteriores y además, por el mejoramiento de las condiciones del drenaje del suelo, se da una mayor diversidad florística caracterizada por especies como cuña (Swartzia amplifolia), suela (Pterocarpus officinalis), pantano (Hieronyma alchorneoides), pácora (Cespedesia spathulata), garza, guayacán u ocobo (Tabebuia rosea), marío o aceite maría (Calophyllum longifolium), machare (Symphonia globulifera), chalbiande (Virola reidii), entre otras; además, también se halla una gran diversidad de palmas o arecáceas. Todo esto tiene y de todo esto ha vivido Tumaco con sus trescientas sesenta mil hectáreas y sus cerca de doscientos mil habitantes en esta primera década del siglo xxi. Una población básicamente negra es la que ocupa ahora estas tierras que en principio fueron habitadas por los indios tumas, de cuya vida hay testimonio en cerámicas halla- Anturio rojo das como tesoros arqueológicos que Anthurium andreanum cuentan en silencio la historia vivida por este lugar. Historias de indígenas que aquí fundaron una población e historias de conquistadores españoles que merodearon por esta ensenada de paso hacia la quimera del Perú, a donde finalmente llegó Francisco Pizarro en 1529 después de un viaje épico que había comenzado en Panamá. Tumaco, entonces, ya estaba aquí. Su historia ya había comenzado con otros nombres, o sin nombres, descrita -la historia- en una leyenda que se origina en el comienzo de los tiempos. En ese remoto entonces unos enormes peces rojos salieron a recorrer los mares del mundo. Y nadaron. Eran tres grandes pargos, puestos en esas aguas por Yemayá, madre de la vida, para que reco-
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nocieran sus dominios. Nadaron. Miles de años nadaron por los océanos de la Tierra entera hasta que los venció la fatiga cuando estaban por los esteros de esta costa nariñense. Y durmieron. Y así dormidos, cubiertos por las mareas, por la arena, por la sal, sobre los lomos de los tres peces comenzó a brotar la naturaleza y se levantaron bosques y rodaron riachuelos hasta quedar convertidos en las tres islas que componen el archipiélago de Tumaco. Eso dice la leyenda de origen africano. Cuando la historia cuenta su versión habla de indígenas tumas (tumapaes, según otros) que habitaban las orillas del río Mira. Un reducto de unos mil de ellos sirvió de base para la fundación de lo que hoy es Tumaco en 1794. Tumatai, que traducía “tierra del hombre bueno”, se llamó por un largo momento, hasta que empezó a ser conocida como Tumaco, que quiere decir tierra de entierros. Cerámicas de arcilla y objetos de oro fueron halladas muchos años después y hablan de la vida que sucedía por aquí hace dos mil años. Cerámicas que cuentan la vida cotidiana, los esfuerzos de la pesca y los logros de la agricultura, los mitos del agua y de la luna. Piezas pequeñas que hoy están en numerosos museos del mundo y que contrastan con las voluminosas esculturas que tallaban otros indígenas más allá de todas aquellas cordilleras, los de San Agustín. Por allá por esas cordilleras nacen los ríos que se vuelven deltas cuando consiguen llegar hasta la baja planicie en donde Tumaco sigue como siempre. Con sus zonas inundadas, su vegetación poderosa, sus esteros y sus manglares. Pasado todo lo que ha pasado, aunque en algunos recovecos de esta geografía parece que no hubiera pasado el tiempo, en Tumaco han vuelto a cultivar cacao. Y han seguido, como antes pero más ahora, viviendo de los bosques en donde aún se distinguen los guandales, esas asociaciones vegetales que ya dije. Pero no todo es como antes. Tanto prodigio ha sido lesionado de gravedad porque la región de Tumaco es víctima de lo que llaman una economía extractiva. Y se van diezmando sus árboles tanto que quienes vamos por Colombia haciendo esta Colección Savia no pudimos hallar ejemplares de sajo, que abundaron en todo su pasado. Como antes, como siempre, eso sí, están aquí las aguas infinitas y las bellas playas. Y, como ahora, una brisa lenta y un sol tibio.
Palma de chontaduro Bactris gasipaes
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Tum aco
En letra cursiva Tumaco, la Perla del Pacífico como algunos lo denominan, es uno de los puertos más importantes de la región. Es reconocido por la cantidad de productos para la exportación que se extraían y se extraen de su territorio. Entre las familias botánicas con mayor importancia para la economía de Tumaco se encuentran las palmas o arecáceas, de las que hacen parte la palma cocotera, la tagua (Phytelephas macrocarpa), denominada también marfil vegetal debido al fuerte material de sus semillas. A esta familia taxonómica también pertenece la palma africana (Elaeis guineensis) de la cual se extrae un importante aceite vegetal que es utilizado como biocombustible y cuyo monocultivo ha sido cuestionado debido a que ha degenerado la biodiversidad de la región. Además de arecáceas, hay importantes fabáceas o leguminosas, como la suela o bambudo (Pterocarpus off icinalis), también denominada sangregao porque de su corteza se extrae un látex rojo que recuerda al sangre drago (Croton lechleri) una euforbiácea popular del Amazonas, y a la que se le conceden propiedades medicinales. De esta familia también es parte el mangle nato (Mora oleifera), apreciado para la elaboración de instrumentos musicales. De los manglares se han aprovechado, y los han sobreexplotado para la extracción de su madera. Entre los mangles importantes de la región se destaca el mangle rojo (Rhizo-
phora mangle) una rizoforácea; el mangle piñuelo, (Pelliciera rhizophorae), una tetrameristácea, además de unas combretáceas, como el mangle blanco y el mangle jelí. En Tumaco también se dan importantes miristicáceas, que forman asociaciones vegetales como los cuangariales, compuestos por cuángares u otobos (Otoba gracilipes) apreciados en la medicina natural, al igual que el nuánamo, también conocido como cuángaro o cuángare (Virola dixonii) y el chalbiande a veces llamado igualmente nuánamo (Virola reidii), otro par de miristicáceas. Una planta apreciada en medicina y repostería es el cacao (Theobroma cacao); Theobroma traduce “alimento de los dioses”, con justicia, pues esta malvácea además de ser apreciada para la elaboración del chocolate, ha demostrado múltiples propiedades medicinales.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Campnosperma panamense
Sajo
Maderable, para construcción y ebanistería
Arecáceas
Elaeis guineensis
Phytelephas macrocarpa
Tagua, marfil vegetal
Bignoniáceas
Tabebuia rosea
Guayacán, ocobo
Clusiáceas
Symphonia globulifera
Arecáceas
Calofiláceas
Palma africana
Extracción de aceite vegetal
Elaboración de adornos y artesanías; apreciado en bisutería
Madera para construcción y se siembra como ornamental
Calophyllum longifolium
Aceite maría, marío
Mora oleifera
Mangle nato
Malváceas
Theobroma cacao
Cacao
Elaboración del chocolate; diferentes fines medicinales
Ocnáceas
Cespedesia spathulata
Pácora, pacó, casaco
Maderable y ornamental
Tetrameristáceas
Pelliciera rhizophorae
Mangle piñuelo, mangle comedero
Fabáceas Fabáceas
Miristicáceas
Rhizophoráceas
Pterocarpus officinalis Otoba gracilipes
Rhizophora mangle
Madera para ebanistería
Machare, tometo
Apreciado en carpintería; en medicina se utiliza para el corazón y como abortivo natural
Suela, bambudo, sangregao Cuángare, otobo
Construcción de instrumentos musicales
Medicinal, como hemostático, astringente y desinfectante
Medicinal, para tratar el dolor de cabeza
Mangle rojo, mangle piñón, mangle
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Madera para construcción Madera para postes y leña
Palma de coco Cocos nucifera
T u m ac o ,
Para
a n t e s d e to d o
La historia oficial cuenta que Tumaco fue fundada el 30 de noviembre de 1794 por el sacerdote Francisco Ruggi, quien logró llevar hasta el sitio a un grupo de cerca de mil indígenas. Como municipio, Tumaco comenzó en 1861, si bien en un principio perteneció al territorio de la Gobernación de Quito. Era, en ese entonces, parte de un cantón formado por Tumaco, la Cabecera y Salahonda. Pero antes de todo eso, la región fue habitada por los indios tumas o tumapaes, que hace unos dos mil años aprovecharon la tierra con un eficiente sistema de cultivo de maíz y los ríos con una explotación sostenida de la pesca. Fue en esa época cuando floreció la cultura Tumaco, cuyos vestigios en figuras de arcilla y objetos de oro han sido hallados en exploraciones arqueológicas. Esas figuras han permitido saber cómo eran, cómo vivían y en qué creían. Las fortalezas de Tumaco son su medio ambiente, ser orilla del océano Pacífico, estar localizada en una ensenada donde desembocan cinco ríos y sus amplias zonas de bosques. Por pertenecer a un departamento como Nariño en el que la parte andina tiene tanto peso, esta costa Pacífica tiene más que ver con Buenaventura y con Cali que con Pasto o Ipiales.
Aserrío cerca a Tumaco Cuángare, sajo y maría
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l a e x p o rtac i ó n
Aunque haya caído abruptamente en esta primera década del siglo xxi, la exportación de petróleo por el puerto de Tumaco ha sido importante. Y lo fue mucho, a finales del siglo xx, cuando por aquí salía el petróleo de Lago Agrio, Ecuador, cuyo oleoducto fue destruido por un terremoto en esos años. Tumaco es, pues, el principal puerto petrolero del Pacífico de Colombia, y el segundo nacional después de Coveñas, en el Caribe, pero lo ha afectado la baja en la producción de los pozos que servía, y también, y mucho, la acción de grupos armados ilegales con atentados a la infraestructura petrolera del Putumayo, departamento vecino de Nariño, y las voladuras del oleoducto Orito-Tumaco. Así que el puerto, al que se hace necesario dragar por su baja profundidad, ha sido empleado para el envío al exterior de productos de pesca y, durante años, de los productos salidos de los cultivos de palma africana. Del mismo modo el puerto, que cuando fue construido en el gobierno de Rojas Pinilla se tomó como una bendición para el desarrollo, también ha sido usado como un importante embarcadero por la economía ilegal de la cocaína, especialmente en los primeros años del siglo xxi cuando los grupos armados ilegales se hicieron fuertes en la región Andina nariñense y caucana, próximas a los ríos y al océano Pacífico.
Tum aco
A g r i c u lt u r a
a g r a n e s ca l a
La madera siempre ha sido el gran patrimonio de la región de Tumaco. Existen cientos de aserríos en su periferia. Y, como no ha habido una política ordenada de reforestación, muchas especies de maderas fuertes están amenazadas o, incluso, ya han desaparecido de algunas zonas. Como el sajo. Pero las tierras de Tumaco han sido fértiles para el cultivo de palma africana, que tuvo comienzo en los años sesenta del siglo xx y un auge de casi cuarenta años. El municipio llegó a producir ciento veintidós mil toneladas de aceite cada año y ubicó a Nariño como el tercer productor de esta palma en Colombia, después de Santander y del Meta. El auge de la palma en el mundo para la producción de los agrocombustibles generadores del bioetanol y el biodiesel, condujo a la siembra de treinta y dos mil hectáreas sembradas en Tumaco, desplazando a otros cultivos. Y a generar, dicen las estadísticas, hasta siete mil empleos en sus diecinueve procesos de producción. Se originó por esto una gran migración de gentes de otras partes de Colombia y se vivió durante esos largos años una bonanza que de a poco fue declinando debido a las pestes (pudrición del cogollo) y por competencias por el mercado, todo lo cual se refleja en los muchos cultivos abandonados que se ven en la vía que de Tumaco va a Pasto. Esta sensación de fin de una era (la de la palma) ha hecho que los campesinos vuelvan a los cultivos de cacao, de plátano y de coco, insistan en la explotación de la madera, mantengan el uso de los manglares como posibilidad de subsistencia y sigan recurriendo a la pesca como un modo de vida. Hojas de badea Mangle iguanero
Passiflora quadrangularis
Avisennia germinans
Lo
q u e da l a t i e r r a
Desde la colonia, en la región de Tumaco ha prevalecido la economía extractiva. Ha vivido de lo que da la tierra. Primero del maíz, después de la tagua, el oro, el caucho, la corteza del mangle, el cacao y mucho después el auge de la palma africana. Sin embargo, esto no ha puesto a salvo a su población de la pobreza mayoritaria como la principal característica de la región. Una pobreza que tiene que ver con el aislamiento geográfico, ahora mucho menos severo que en las décadas anteriores porque se cuenta con una carretera en buen estado que la une a Pasto y a las demás ciudades andinas y con frecuentes servicios aeronáuticos que le han abierto una ventana turística a su economía. Tumaco recibe miles de turistas cada año porque ofrece playas atractivas, un buen grupo de hoteles; posee una muy sobresaliente gastronomía y su topografía de archipiélago la hace muy bella. También esto –el turismo atraído por sus recursos naturales– es un don de la tierra a sus habitantes que han demandado siempre más presencia del Estado con obras públicas y sistemas de salud y educación con mayor cobertura.
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P apayal A orillas del mar, bañado por sus aguas y las de los esteros, en la frontera con Ecuador, está esta belleza olvidada. Y maltratada
Poblado de Papayal, Nariño
Cultivo de papaya, Carica papaya
Misteriosa, impenetrable y robusta. Olvidada, azotada y agobiada. Así es esta población construida sobre simples estacas y rodeada de árboles cuyos colores reflejan la riqueza y la esperanza de la Perla del Pacífico. Así es Papayal, un corregimiento que sobrevive a orillas del mar, cerca a Tumaco. En una esquinita, al más remoto suroccidente de Colombia, próximo al río Mira, área fronteriza con Ecuador, Papayal aparece como un encanto que se confunde entre sus verdes y sus variadas formas de vegetación, privilegiadas por la abundancia de lluvias durante el año y que lo hacen uno de los más variados y biodiversos del mundo. Papayal es Papayal, no se sabe históricamente por qué, aunque resulta obvio: entre tanta selva que abunda en la zona, sobresalen las espontáneas plantas de papaya que, alguna vez, debieron ser en la práctica un monocultivo. Su nombre, según la literatura de la vecina Ecuador, quiere decir “paraíso - lugar genial”. Quizás de allí Papayal, porque a pesar de padecer tragedias, abusos y desplazamientos, las casi trescientos personas que lo habitan dicen amar su tierra y aseguran vivir en un rincón privilegiado. Tienen razón. Desde La Peña hasta Candelilla de la Mar, pasando por la franja costera hasta cabo Manglares y Bajito Vaquería, este caserío es un reino en donde el agua y los manglares proliferan para tanta vida como la que allí se engendra. Población en su mayoría afro, descendiente de esclavos africanos, quienes después de la abolición de la esclavitud, en 1851, establecieron comunidades con culturas y territorios propios: los
llamados cimarrones, que fundaron miles de pueblos en distintas regiones, entre ellas la Pacífica. Dedicados a la pesca y las actividades agropecuarias, los pobladores de Papayal hacen parte de una de las áreas de influencia de los catorce corregimientos que integran la Red de Consejos Comunitarios del Municipio de Tumaco. Muchos de sus habitantes han padecido por la llegada de la industria palmera durante los últimos veinte años, pero, sobre todo, por los cultivos ilícitos: una buena parte ha tenido que abandonar sus techos tras ser víctimas de reclutamientos forzados, abusos y asesinatos. A pesar de sus tragedias, han luchado por mantener y resaltar una cultura especialmente reconocida por sus tradiciones orales y sus legados dancísticos y musicales representados en el currulao y en cantos como el arrullo, el patacoré y el alabao. Un legado que brilla todos los años en las celebraciones del Festival del Currulao y el Carnaval de Tumaco, más conocido como Carnaval del Fuego.
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P ue bl o s
E l S alero Un árbol poco conocido y ya en proceso de extinción le da nombre a este bello poblado del Chocó. Una historia que han olvidado sus habitantes de hoy
Parque de El Salero
Salero, Lecythis ampla
El salero (L ecythis ampl a ) es una especie de árbol de dosel superior que habita en bosques muy húmedos, del cual se encuentran varios ejemplares dentro de la Reserva Ecológica Cotacachi-Cayapas, en el Ecuador, y muy pocos en el Pacífico colombiano, región donde antaño el bosque húmedo costero brillaba por la abundancia de esos monumentales árboles, que se asomaban hasta llegar al corregimiento que hoy lleva el mismo nombre. Sobre la vía que de Pereira conduce a Quibdó, al norte del municipio Unión Panamericana, y a una distancia de tres kilómetros de la cabecera municipal, se llega a una población ubicada a lado y lado de la carretera, con un nombre muy particular, otorgado gracias a que la vegetación, desde tiempos inmemoriales, se ha hecho arte. Los pesados frutos del árbol salero se asemejan a vasijas que fueron tradicionalmente utilizadas por los pobladores de la zona para almacenar sal; de ahí su nombre vernáculo, tanto para el salero árbol como para El Salero corregimiento; naturaleza, hombre y arte dan cuenta del desarrollo cultural. No todos saben su historia. Todos son unos cuatrocientos ochenta habitantes distribuidos en ciento veinte viviendas ubicadas en el intermedio de la carretera Ánimas-Certeguí, en un área de 3.986 hectáreas, equivalentes al veintidós por ciento del territorio municipal, cuyos habitantes tampoco saben -sobre todo los más jóvenesde los usos domésticos del salero. Lo que sí saben, quizás para su remordimiento, es el valor de su tronco, de su fina madera, y que de tanta utilidad que se le dio ya hoy prácticamente no existe.
El Salero vio con el paso de los años cómo se extinguía su razón de ser. Sin embargo, ha sido y continúa siendo uno de los pocos territorios privilegiados gracias a su ubicación, en la cual confluyen los municipios de la subregión del San Juan y del Atrato, ventaja que le abre inmensas posibilidades económicas para sobresalir en actividades productivas como la minería, practicada a escala artesanal; la agricultura de pancoger, en la cual plátano, maíz, ñame, borojó, piña y chontaduro son productos representativos; y la producción pecuaria. Este “Chocó biogeográfico”, aunque cuenta con muy pocos saleros de pie, se caracteriza por poseer una extensa cobertura de bosques húmedos tropicales, en donde se registra uno de los mayores índices de diversidad biológica del planeta, fortuna que con el paso de los años viene siendo seriamente amenazada, generando problemas socio ambientales como la pérdida de bosques, que son en su mayoría base de subsistencia de las comunidades étnicas locales, esas que en la actualidad luchan por la conservación de la selva, su tradición y su cultura.
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L a C eiba Ya no hay vestigios de las ceibas que le dieron su nombre. Pero sigue estando aquí esta vereda que queda cerca a Tumaco
La Ceiba, calle
Ceiba, Ceiba pentandra
Cuenta la historia que las ceibas (entre ellas la C eiba pentandra ) son sinónimo de libertad. Se las llama más exactamente “Árbol de la libertad”, por ser un símbolo de independencia para los pueblos y habitantes del mundo desde tiempos ancestrales. Tales acontecimientos sugieren que la ceiba, aquel árbol gigante, empieza a ocupar los suelos del territorio colombiano en el año de 1813, como un monumento de independencia republicana, y, treinta y ocho años más tarde, su siembra se relaciona con la abolición de la esclavitud. Corre el rumor, pues ya no hay ningún ejemplar para comprobarlo, de que La Ceiba, una vereda localizada en el municipio de Tumaco, a treinta kilómetros de la cabecera municipal, en el camino hacia Pasto, debe su nombre a tales períodos históricos en los que las gentes, como en muchos otros rincones del país, formaron y establecieron comunidades tras su libertad. Los cerca de doscientos cincuenta pobladores de hoy no coinciden en la explicación del nombre. En realidad ninguno de los habitantes con los que Savia hizo consultas dijeron saberlo; pero aun así, sin ceibas ahora que inspiren por su altivez y belleza, La Ceiba se llama y se seguirá llamando, porque hay vida aquí: en su vegetación hay plátano, cacao, limón, yuca y naranja, y en su historia está uno de los motivos de orgullo más significativos de pertenecer a este lugar: un trabajo dedicado a los saberes ancestrales, titulado Plantas antimaláricas de Tumaco: costa Pacífica colombiana. Esta vereda y sus alrededores conforman una zona en donde, a pesar de que el saber tradicional sobre las plantas es exiguo, porque los viejos
curanderos han muerto y a las nuevas generaciones ese saber poco les inquieta, las flores se siguen usando como remedios de la botica. Poseedor de una vegetación exuberante, La Ceiba y su entorno han sufrido los efectos del abuso con sus bosques. Primero la colonización, después los monocultivos y con ellos las fumigaciones. Siempre ha habido una explotación sin control, lo cual ha traído la desaparición del sajo, un árbol de madera preciosa que antes se daba por extensas asociaciones. Y, más recientemente, la proliferación de cultivos ilícitos, muchos de ellos en las riberas del cercano río Chaguí. Tanta belleza mal explotada y tanto monte deteriorado se suman a algunas prácticas de pesca o cultivo que continúan maltratando el ambiente. Pero La Ceiba se impone, y sus moradores son ejemplo de lo que significa históricamente sembrar un ejemplar de aquel árbol y ser sinónimo de libertad e independencia; esa que antes curanderos, médicos tradicionales, negros e indígenas de la región conocían.
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P ue bl o s
G uayabal En la cuenca del Atrato, a quince kilómetros de Quibdó, está este corregimiento. Abundaron los guayabos como ahora abunda la minería desordenada
Iglesia y quebrada de Guayabal
Guayabo, Psidium guajava
Cerca de la plaza, en una zona de bosque maduro, un puñado de árboles de tronco torcido, rojizo y escamoso, cuyo fruto, corteza y hoja tienen usos especiales, empezaban a dar repuestas. Aquello que Savia vio en medio de casitas de colores eran guayabos (Eugenia sp.) —unos pocos ejemplares, eso sí, pero fueron el primer indicio de por qué Guayabal—. Después de recorrer ríos bordeados por selvas verdes y misteriosas, a unos quince kilómetros de Quibdó, está el corregimiento de Guayabal; un territorio que limita al sur con el área urbana de Quibdó. Los cerca de cuatrocientos habitantes de este sitio pertenecen a comunidades negras que, en la segunda mitad del siglo xix, migraron siguiendo el curso de los grandes ríos de la vertiente del Pacífico. Algunos se establecieron en las mejores playas de la costa, y otros, como los fundadores de Guayabal, se asentaron en tierras con mayor potencial agrícola. La población de Guayabal se localiza especialmente en las partes bajas del río Atrato, y las dispersas viviendas elevadas sobre pilotes, con piso de corteza de palma o guadua y adaptadas al medio tropical, responden a la necesidad de subsistencia en un área de explotación pesquera. De esos pocos guayabos que crecieron y que aún están de pie, viene el nombre de Guayabal. Un nombre que, según algunos, pudo también ser tomado del río que se llama igual, en donde nativos y foráneos se dedican hoy a la actividad minera. Como en muchos territorios de Colombia, en especial en las tierras del Pacífico que se encuentran aisladas biogeográficamente por las cordilleras andinas del resto del
territorio nacional, muchos son los saberes pero pocos los que los saben, y aunque hay quienes conocen de las propiedades y maravillosos usos del guayabo, nadie concuerda en si este imponente nombre surge por la abundancia de aquel árbol. Si hay algo en lo que están de acuerdo sus pobladores es en la gran devoción a su santo patrono, San Benito de Palermo, a quien dedican cada año, entre el 9 y 12 de enero, su fiesta más destacada, y a ritmo de chirimía le cantan San Benito gloria a ti, y a tu santa majestad. Alabemos y cantemos al patrón de Guayabal. Así, de la misma forma, realizan la fiesta religiosa de La Trina (la Santísima Trinidad), en donde las mujeres son protagonistas y aprovechan para pedir por Guayabal, donde todo aparenta ser muy tranquilo pero múltiples factores la convierten en una zona visiblemente afectada por la contaminación que genera la explotación minera, la tala de bosques y los asentamientos humanos en las bocas de los ríos sin un sistema de alcantarillado. Aunque abundante agua está a sus pies, abundantes enfermedades se presentan a causa de su mal uso.
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Mapa r eg ional de par q ue s nac ional e s
La Colombia más diversa El Pacífico colombiano es la espina dorsal del oeste del país, y serpentea desde la cordillera Occidental hasta el litoral del océano Pacífico, y desde la frontera con Panamá hasta el límite con Ecuador. Son cerca de 78.616 kilómetros cuadrados, de los cuales 1.300 kilómetros hacen parte de la zona costera y representan el 7,2% del territorio nacional. La región abarca por entero al departamento del Chocó, buena parte del departamento de Nariño y una pequeña porción de los departamentos de Cauca, Antioquia y Valle del Cauca. Cuatro son los elementos que le imprimen el carácter inconfundible a esta región: la presencia del océano y la variabilidad climática que le da este mar que trae consigo tsunamis y marejadas; la cordillera Occidental que la atraviesa en dirección sur-norte y la separa de otras regiones del país con sus cumbres, colinas y faldas escarpadas; los incontables ríos y cuerpos de agua que la circundan; y la humedad y precipitación excesivas, que desafían día tras día las condiciones de vida de sus habitantes. El Pacífico alberga, después de la Amazonia, el acervo más importante de riqueza natural del país en cuanto a recursos hídricos, forestales, pesqueros, mineros, faunísticos y de transporte fluvial y marítimo. La región cuenta también con dos porciones insulares, Malpelo y Gorgona, declaradas parques nacionales naturales de Colombia. Malpelo se ubica trescientos treinta kilómetros al oeste de la costa de Buenaventura y hace parte del departamento de Valle del Cauca, mientras que el Parque Nacional Natural Gorgona hace parte del corregimiento de la isla Gorgona y Gorgonilla en Guapi, departamento del Cauca. Además se encuentran los parques nacionales naturales Sanquianga, Los Katíos, Utría y Uramba Bahía Málaga, cada uno de los cuales encierra ecosistemas que van desde la selva húmeda, bosques —los hay tropicales, riparios, enanos y de pantano-, así como las llanuras aluviales, playas arenosas, ciénagas, manglares y arrecifes de coral. Una larga y magnífica columna vertebral que condensa la riqueza de una región exuberante en todo el sentido de la palabra. t
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AQUI VA DESPLEGADO MAPA PARQUES
Virgen perdida entre dos mares
a leyenda de El Dorado no era la única que brillaba en épocas de la Conquista. En el apogeo de la fiebre del oro, el emperador Carlos v sentenció: “Quien posea el Darién, será el dueño del mundo de Occidente”. Cuando Vasco Núñez de Balboa, empuñó el pendón de Castilla de Oro y ascendió a la cima de “Pechito Parado” en el Darién, corrió un rumor entre los aventureros europeos: a los navegantes fieles a la ruta de Colón, el Nuevo Mundo los esperaba con un estrecho que conectaba a Oriente con Occidente. Nacía la promesa de un puente para unir —y dominar— dos hemisferios. Santa María la Antigua del Darién, ciudad selvática perdida entre los mares Atlántico y Pacífico, donde hoy queda el Cho- Cuatro años duró de la primera colonia có biogeográfico, alberga testimonios de una barbarie comparada española en América del Sur. La leyenda con la de Canaima, de Rómulo Gallegos. Presa de conquistadores de Santa María la Antigua del Darién y corsarios, defendida por nativos aguerridos (en el siglo xvi se sigue vigente y sus vestigios son aún habla de caníbales) y asolada por epidemias, fue destino de explo- motivo de polémica raciones en busca de tesoros legendarios como el Gran Dabeibe. En su Biografía del Caribe, Germán Arciniegas escribió: “El Darién no es el oro de los cofres de Bastidas; es el camino para las grandes conquistas de América”. Inconclusa y efímera, rodeada de jungla y pantanos, la ciudad se ubicaba entre el golfo de Urabá y la serranía del Darién, en el límite natural entre Centro y Suramérica. La anatomía inhóspita de los linderos de este poblado conforma el Tapón del Darién, rincón impenetrable donde se interrumpe la carretera Panamericana. ¿Cuál es el mito detrás de la ciudad perdida, Santa María la Antigua del Darién? La capital de Castilla de Oro se extendía al occidente del golfo de Urabá hasta Centroamérica; se erigió en un macizo natural, selva tupida por árboles de cuipo (Cavanillesia platanifolia), bonga bruja (Hura crepitans), camajón o panamá (Sterculia apetala), aspavé (Anacardium
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San ta Mar ía l a Ant ig ua de l Dar i é n
Cobertura vegetal
Bejuco Desmoncus orthacantos
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excelsum), cativo (Prioria copaifera), bambudo (Pterocarpus officinalis), guáimaro o lechero (Brosimum alicastrum) y uno que otro cocotero (Cocos nucifera). Vasco Núñez de Balboa arribó a Tierra Firme escondido dentro de un barril en una embarcación, con su perro Leoncico. Una ola hizo que los dos polizones rodaran en cubierta frente a los ojos indignados del capitán Martín Fernández de Enciso, y un marino intentó lanzar por la borda al intruso; no obstante, después de una heroica maniobra, fue Balboa quien lo arrojó al agua. Esto le mereció el respeto de la tripulación. “El Esgrimidor”, le decían por sus dotes con la espada al joven guerrero de noble temperamento, “de hermoso gesto y presencia”, según fray Bartolomé de las Casas. Las crónicas relatan: “Balboa recuerda que al lado occidental de este golfo de Urabá, hay un grande y hermoso río llamado Darién (Tarena o Atrato), de márgenes umbrosas y fértiles donde cosechar y de torrente rico en polvo y pepitas de oro”. En 1510, en la orilla izquierda, Enciso y Balboa fundaron a Santa María la Antigua del Darién, en honor a Santa María del Páramo Leonés, cuna de los padres del conquistador extremeño. Si bien los recién llegados fueron repelidos por el cacique Cémaco (etnia cueva, familia lingüística chibcha), una mujer cambió la historia de Balboa. Anayansi, hija del cacique Chima, se transformó, como la Malinche para Hernán Cortés, en la amante y redentora de Vasco Núñez de Balboa. A su lado, la comunión cultural parecía posible… Sin embargo, las Leyes de Indias nunca fueron cumplidas durante la fugaz existencia de la ciudad: los sacerdotes que en otros territorios amortiguaron el exterminio indígena, guardaron silencio en Santa María la Antigua. El proyecto de conquista de Balboa incomodó a la monarquía: implacable con las tribus caníbales, pero cercano a las pacíficas y poco aguerridas. Cuentan las crónicas de Indias que el olfato de Leoncico advertía cuándo los nativos eran mansos o salvajes. El rey Fernando II dispuso la creación de la Armada de Castilla de Oro, la más grande en hombres y bastimentos jamás vista en América. A finales de 1514, desembarcó la escuadra capitaneada por Pedro Arias Dávila, “Pedrarias”, a posesionarse como gobernador. En su pugna por el poder, “Pedrarias” decapitó a Vasco Núñez de Balboa. En 1519, trasladó la capital de Castilla de Oro a Nuestra Señora de la Asunción de Panamá. Y ordenó despoblar a Santa María la Antigua del Darién. En el último año de esplendor, Gonzalo Fernández de Oviedo escribió allí el canon de las obras de caballería: Libro del muy esforzado e invencible caballero de la Fortuna propiamente llamado don Claribalte
Raíces de palma zancona Socratea exorrhiza
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San ta Mar ía l a Ant ig ua de l Dar i é n que según su verdadera interpretación quiere decir don Félix o bienaventurado. La remota literatura latinoamericana nace de la tradición oral indígena, pero también hay en Claribalte historias que nutren el ancestro de cronistas. Cinco años después, los nativos incineraron la ciudad fantasma. Desde su origen, la vegetación fue sustento para la población nativa de Santa María la Antigua del Darién. En la revisión histórica del poblamiento, Luis Fernando González, investigador de la Universidad Nacional de Medellín, evoca la tribu arborícola de los guazuzues (o zenúes), con sus viviendas construidas en los árboles. La deforestación de las tierras que hoy son el Urabá chocoano comenzó con el mismo Balboa, quien levantó una fortaleza en caña flecha y una pequeña iglesia con techo de paja y pilones en madera de palo santo. Trazó la cuadrícula del poblado y conformó el primer cabildo municipal del continente. Cinco años después la promisoria ciudad tenía tres maestros de obra, tres herreros, tres cerrajeros, dos canteros, dieciséis carpinteros y tres aserradores, quienes dependían de la madera para construir casas, edificios institucionales y embarcaciones con destino al Mar del Sur. Junto con la costa de Tumaco-Barbacoas y la cuenca del Magdalena, el Darién ha sido una región tagüera en Colombia. Según el botánico Víctor Manuel Patiño, allí “se asocia la tagua al caucho en cuanto a la devastación de los buscadores y la poca previsión por el porvenir”. Las siete lometas de la geomorfología del Darién abarcan dunas, alturas de novecientos cincuenta metros y elevaciones superiores a los mil quinientos metros. Su botánica es rica: árboles de corotu, tamarindo, mangle, manzanillo, abrojo (Dialium guianense), el malagueto de playa (majaguillo, para los nativos), palma de corocito, mariato, roble (Tabebuia rosea), caoba (Swietenia macrophylla), guayacán (Minquartia guianensis) y cocobolo. Es posible encontrar todas las variedades de cedro (Cedrela odorata), tangaré (Carapa guianensis), árbol de María, alasano (Calycophyllum candidissimum) y nazareno (Peltogyne purpurea), entre otros. Estos árboles no solo se destinan a las grandes industrias madereras; también son parte de la cotidianidad local. Los indígenas se cubren el cuerpo con jugo
Chigua macho Zamia chigua
de jagua, una tinta exudada por el tronco de este árbol, que protege la piel del sol y las picaduras de zancudos. Hasta el siglo pasado, el auge colonizador se extendió con la explotación de tagua (Phytelephas macrocarpa), caucho (Castilla elastica), raicilla (Psychotria ipecacuanha) y carey, además de la bonanza bananera. Hoy buena parte del paisaje del sitio arqueológico donde alguna vez estuvo Santa María la Antigua del Darién está dedicado a la cría de ganado vacuno y a cultivos de teca (Tectona grandis) y plataneras de exportación del género Musa. En las selvas profundas del Tapón del Darién, sobreviven los indígenas cunas (o tules), condenados a la pobreza, acosados por grupos violentos y traficantes de droga. La jungla devoró los restos de la conflagración de Santa María la Antigua del Darién. Las crónicas de Indias hicieron lo suyo con el legendario Vasco Núñez de Balboa, descubridor del Mar del Sur, padre del primer asentamiento americano, ambicioso como Cristóbal Colón o Fernando de Magallanes, pero con una diferencia fundamental: se opuso al exterminio de los aborígenes. Él quiso ser precursor de una nueva cultura mixta. Como pocas veces en la historia, el héroe es un perdedor. Su hazaña logró que la virgen de la selva conservara el pudor y perdurara en nuestra memoria como un mito perdido entre dos mares.
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B e j uco s
Bejucos Dan testimonio de la longevidad del bosque. Son erguidos cuando trepan, encorvados cuando merodean una raíz, bellos y enigmáticos siempre. Los bejucos. Abundan en los bosques del trópico y vimos muchos en el recorrido por el Pacífico. Algunos de ellos son estos. t
La selva Espesos bosques de árboles bravíos entrelazan sus frondas seculares, henchidos de rumores y cantares, llenos de florecientes atavíos Caños sonoros que simulan ríos, ríos soberbios que parecen mares, cruzan entre islas de manglares fertilizando montes y plantíos Arriba, insectos mil, aves parleras; adentro del jaral, pintadas fieras; en la hojarasca, gigantescas boas; y por la red fluvial llena de arrugas, canoas con aspecto de tortugas y saurios a manera de canoas. Udón Pérez Venezolano (1871-1926) t ∙ 97 ∙
Bejucos Tallos largos y flexibles
Bejucos
Parques nacionales naturales Pacífico 1. Gorgona
4. Uramba Bahía Málaga
Localización: A 160 km de Buenaventura
Localización: costa Pacífica,
Extensión: 61.687 ha. de superfice marina
Buenaventura (Valle del Cauca)
y continental
Extensión: 1.055.740 ha.
Altura: 0 a 330 msnm
Altura: 100 a 120 msnm
Clima: Cálido - Húmedo
Clima: Húmedo - Tropical
Temperatura: 25 - 30 °C
Temperatura: 27 °C
Año de creación: 1984
Año de creación: 2009
2. Los Katíos
5. Utría
Localización: Entre los departamentos
Localización: Departamento de Chocó
de Chocó y Antioquia
sobre la costa Pacífica
Extensión: 72.000 ha.
Extensión: 54.300 ha.
Altura: 2 a 600 msnm
Altura: 0 a 1.200 msnm
Clima: Cálido - Húmedo
Clima: Húmedo - Tropical
Temperatura: 27 °C en promedio
Temperatura: 23 - 30 °C
Año de creación: 1973
Año de creación: 1987
3. Sanquianga
6. Santuario de Fauna y Flora Malpelo
Localización: Departamento de Nariño
Localización: Océano Pacífico, a 490 km
sobre la costa Pacífica
de la costa de Buenaventura
Extensión: 80.000 ha.
Extensión: 857.500 ha.
Altura: 0 a 20 msnm
Altura: 0 a 1.200 msnm
Clima: Cálido - Húmedo
Clima: Cálido muy húmedo
Temperatura: 27 °C
Temperatura: 27 °C
Año de creación: 1997
Año de creación: 1995
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Mapa regional de parques nacionales
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La vida pr ivada de l as im ágen e s Í ndic e de f ot o g raf í as e i lust rac ione s t
Fotografías de Ana María Mejía
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Vayas donde vayas, chontaduro. En mercados, en las esquinas de sus pueblos, el chontaduro es el sello cultural y económico del Pacífico. Razones de sobra para ser la carátula de Savia.
Este sande no está herido. Es que su tallo revienta de leche y se derrama sin pudor. Lo fotografiamos ese día en una excursión por el sendero Yaibí del Jardín Botánico del Pacífico.
Campanilla llaman a esta insolencia que floreció el día que pasábamos recogiendo colores por el Atrato. También parece una trompeta. Es, más bien, un milagro.
Basta pulso, buen teleobjetivo y, eso sí, curiosidad y estimación por la naturaleza, para atrapar imágenes como esta. Un árbol parado en una roca con la firmeza de las cabras.
También les dicen guarumo a los yarumos. Y guarumos o yarumos hay muchos cuando subes o bajas por el Atrato. Muchos porque ellos se acompañan y hacen comunidades.
Navegando por el Pacífico, estas formaciones de bosques entre rocas son insolencias frecuentes. Caprichos de la naturaleza desbordada yendo para la ensenada de Utría.
Sí, todo por aquí es exuberante. No. Todo no. También en los bosques del Pacífico, entre sus plantas colosales, estas miniaturas de orquídeas tienen sus nidos.
Tan apreciado por su madera liviana y por sus hojas bellas, el balso es un árbol constante en las vegas del Atrato. Y por las sombras que ofrece cuando el cielo es azul.
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Típico por asiduo es este cielo cargado de nubes listas para precipitarse. Ya casi llueve. O está lloviendo. En el Pacífico las nubes se detienen, hinchadas del agua que absorben.
En la cuenca del río Atrato hay guardianes. A los pichindés les dicen así. Guardianes de río porque servirán de cobijo a especies, porque detendrán erosiones. Porque ayudan.
Lo dicho: en medio del bosque tupido, cuyo límite aquí es el caudaloso Atrato, cerca de la ciénaga de Jotaudó, se dan explosiones de color. La heliconia es una de ellas.
Una asociación de naidí es común. Comunidades de palmas que se mecen con el viento que hacía esta mañana oscura bajando por el Mungidó rumbo a la ciénaga de Jotaudó.
Tantos ríos le caen al río, tantos afluentes tiene, que con ellos vienen árboles que han caído por tormentas o porque se han rendido ante la edad o ante el hombre.
La de damagua fue una de las hojas que fotografiamos cuando ideamos un capítulo sobre ellas, sobre las hojas. Tan bellas son. Pero aquí está bien este ejemplar.
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Seguramente habrá otros y muchos otros tan fértiles o más que este pero de agua o marañón que estaba remontando el Atrato. Seguramente. Pero este…
¿Humilde? Sí, humilde por su apariencia, pero riquísimo en su contenido de germinación de orquídeas. Orquidiario se llama, le dicen, en el jardín botánico donde todo crece.
Del árbol del pan se aprovecha todo. Y, por nutritivas, estas semillas se consumen mucho en las cocinas del Pacífico. Una bendición de la naturaleza porque esta planta se da fácil.
Bien puesto este corazón. Así lo conocen porque así es. Y su nombre científico lleva de apellido el bicolor. Apenas justo con esta bellezura silvestre del Pacífico.
Quien la ve. Esta planta –Caryodaphnopsis– es un hallazgo hecho por el profesor Cogollo en el jardín botánico. Un nuevo registro para el Chocó como se cuenta en la crónica.
Populares y protectoras. Así son las hojas de bijao con las que se cubren alimentos. Los mantiene frescos y por eso viajan en los fiambres de pescadores y agricultores.
Esta rama de matamba está disfrutando de su edad juvenil. Por poco adolescente, y radiante entre el bosque que comienza inmediatamente después de la orilla del río.
Los anturios, como el morado, se exhiben sin estridencias selva adentro. Sin estridencias y sin cuidados porque, como tanta vegetación, crece común y silvestre.
Se llama ñame, pero este es del morado; este es otro fruto que da la tierra en el Pacífico. Infaltable en esta gastronomía regional en la que abundan el pescado y los mariscos.
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Comunes y silvestres son las trepadoras a lo ancho del jardín botánico del Pacífico. Esta estaba en el sendero del Jaguar y recibía un rayo de luz ese mediodía.
Las semillas del pacó se parecen a las semillas del pacó. A nada más. Y a pacó sabe y como pacó (o pácora) se compra mucho los sábados por la mañana en el mercado de Quibdó. Y en otros.
Básica en la cocina del Pacífico (como en casi todas las otras cocinas de Colombia), es la yuca. Cultivo de pancoger, se prepara, ya lo sabes, de muchas maneras.
Se dice sendero del Jaguar o sendero de Yaibí cuando se habla del jardín botánico. Este es el de Yaibí que te adentra al bosque como el Jardín se adentra en el mar.
Lo identificas, lo coges, lo abres y así aparece el cacao ante tus ojos. Y ante tu paladar. Una cáscara dura y bella la que da este fruto de la tierra, muy cultivado en Tumaco.
Floreció como así el achiote. Y deslumbra como este con su intenso rojo que destella en el bosque. Después dará paso al fruto del que se extraerán su color y sabor para muchos platos.
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No son muy vastos los arrozales en el Pacífico. Pero los hay, especialmente en el sur, por Tumaco, cuando se va hacia Pasto. Pero el arroz no falta en la comida de casi todos los días.
Si la foto de esta palma mostrara sus raíces, sabrías por qué le dicen zancona. Ya lo verás. Por ahora este es su tallo y estos sus frutos que sirven para tanto en la medicina del Pacífico.
Esta planta se llama santa maría blanca. Estaba por allí, por Juanchaco. Tan bellas sus hojas, tan verdes, tan fértiles, que podría servir solo de linda. Pero sirve para mucho más.
Creía que la vainilla era una esencia que venía de afuera, de jardines refinados. Creía. Esta es una planta de vainilla silvestre que estaba medio camuflada en el bosque de la ensenada de Utría.
El jengibre, tan asiático, se da en estas tierras tan silvestres. Y lo usan no solo en la cocina sino que, como Galeno, el griego, también lo emplean contra las náuseas y la debilidad sexual.
¿De cuáles Santa Marías sos vos? Le pueden preguntar a esta otra santa maría, que es de las de anís. Una belleza quizá menos elaborada que la de su prima, pero bella y útil.
Camino a Tutunendo, a la salida de Quibdó, en esa carretera imposible, está esta planta de bacao. No cacao, bacao. Es parecido en todo pero es distinto al que tanto conocemos y tomamos.
El llantén, tan querido, sirve contra la bronquitis, contra la faringitis. Es antidiarreico, expectorante y diurético. Hasta para hacer ensaladas sirve el llantén, tan común.
A juzgar por las estadísticas de enfermedades tropicales, el sauco, como se llama esta planta, debe ser una de las más usadas en el Pacífico. Su fama es que sirve contra el paludismo.
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Para alejarlas de las gallinas y de rodeores, en los bosques del Pacífico sus habitantes hacen azoteas. Siembras de albahaca, como la de la foto, y de más plantas cultivadas en altura.
No solo las hojas, sino la planta toda del anamú se usa en la medicina ancestral del Pacífico. Para dolores de muela, de cabeza y contra el reumatismo. Otra bendición.
Deslumbrante el proceso en este astillero en las afueras de Tumaco. Uno de tantos. Han vuelto láminas las cortezas rudas de madera fina y esto va camino a ser lo que llamamos triplex.
Hay en la selva muchas de ellas y, quizás, tan bellas como ella. Hablo de la riñonera, esta planta cuyas hojas al trasluz son tan bonitas como eficiente dicen que es el bebedizo.
La albahaca también se da morada y también la siembran en las azoteas campesinas e indígenas. Su infusión la usan contra dolores intestinales y contra algo que también pasa: los nervios.
Tan comunes como son los astilleros en el Pacífico nariñense y tan comunes como son el cuángaro y la maría. También hay aquí sajo, escasísimo tras una despiadada extracción.
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Este es un caraño. Caraño se llama el aeropuerto de Quibdó porque por ese entorno habían muchosmuchos caraños. Pocos quedan porque su madera fue perseguida.
Cuando se adentra en lo de para qué sirven las plantas, es fácil de creer que el amargo sirva para este techo, por ejemplo. Y, además, da unos palmitos deliciosos.
No ha perdido su belleza esta hoja. Se ha transformado. Y sigue ahí, airosa, entre el bosque potente al cual sigue perteneciendo en el profundo Darién chocoano.
Y este es un cedro güino. Les presento su tallo que se emplea como una madera muy buena para ebanistería, pero, además de él se extrae un aceite que se usa como plaguicida.
Escaso, casi inexistente, el sajo. Este es un ejemplar que hallamos, no al sur, sino al centro del Pacífico. Cuando íbamos en busca de El Salero, una población con nombre de árbol.
De estos árboles se obtiene un látex que sirve como componente de los chicles. Y su madera es tan fina que alguna vez sirvió para hacer las traviesas del ferrocarril del Pacífico. Quién dijera.
Por muchos caminos del Pacífico sur (digo de Tumaco, de Guapi, de Buenaventura) se ven arrumes de mangles listos para la venta. Es que con ellos hacen carbón. Pobre mangle.
Bambas les dicen selva adentro a estas raíces impetuosas del mangle. Porque también hay manglares selva adentro, en donde abundan los de esta especie, el mangle suela.
Más rico, imposible. Más bello, quizá tampoco. El cacao, antes de ser todo lo que es, permite que salgan estos botones de flor. Después vendrá el fruto, los cogedores, el chocolate.
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Linda foto de un oficio lindo. Un ebanista por los lados de La Ceiba, en Nariño, preparaba cabos para palas. Pulía los trozos de sande y uno se embelesaba viendo ese trabajo.
La luz de la selva es esquiva. Imprecisa. Se cuela por entre los doseles y rara vez llega nítida. Pero llegó en este momento, en el momento en que enfocábamos una hoja de riñonera.
Para este panorama de mangles, para este manglar enorme, la Expedición Savia navegó hasta encontrar la dimensión propicia. En Tumaco es donde están los más extendidos.
Por fin un nato. Uno de los árboles emblemáticos del llamado Chocó biogeográfico es este. Y este lo escogimos entre muchos que hay porque los natos se asocian y viven acompañados.
A esta inflorescencia la llaman labios de negra y es muy común en la selva. Es familiar del cafeto y se le atribuyen propiedades alucinógenas, aunque más se usa para dolencias pulmonares.
Hay una algarabía de monte y río cuando se va por los esteros. Una algarabía hecha de oleadas tenues y de animales ariscos que merodean por los manglares.
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Cuando se sale de Tumaco por cualquiera de sus muchas rutas líquidas, te encuentras con paisajes así. Abundan los esteros y en los esteros los mangles tienen su reino.
La riqueza de palmas en el Pacífico es infinita. Menos mal. Porque sirven para todo, o para casi todo. Y todo lo de ellas. Como estos frutos de la milpesos que se comen mucho.
El guayabillo, tan parecido al arazá, es lo que llaman un arbusto. Y, por serlo, se le tiene como ornamental, aunque la fruta que da es esta y se emplea en refrescos por deliciosa y por abundante.
Se llaman neumatoforos y, diría, es como una sala de incubación de mangles. Han caído en la humedad flores y frutos que van a reventar luego y serán plantas bravías.
Dígalo por sílabas: al-mira-jó. Así aprendimos a pronunciar el nombre de esta fruta, tan rara en el resto de Colombia, tan consumida por aquí. Almirajó. Bien dicho.
Nada que ver este zapote con el que llamamos costeño. Este del Pacífico es más común en el interior, en la zona Andina, que aquel otro, tan carnoso.
Antes de que se vuelva fruto sólido, esta es la flor del mangle piñuelo. Se había abierto en la mañana antes de que Savia atravesara esos recovecos de agua en esteros por Tumaco.
La tierra socorre a sus pobladoras. Con detalles como estos lulos, a los que les dicen chocoanos si estás en el Chocó. Y les dicen nada más que lulos en otras partes del Pacífico.
Parece un fruto que hubiera sobrevivido a la época de los dinosaurios. Y no. No viene desde tan lejos. El anón es originario del occidente del Amazonas, y hasta el Pacífico ha llegado.
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Estas son unas raíces de mangle blanco que han logrado anclarse en las aguas mitad dulce mitad salada de los esteros. Sumergidas quedarán y se reproducirán.
La tierra también da marañón, este fruto de color ¿morado?, ¿rosado?; de color marañón. Se le llama también pero de agua, y el árbol que lo produce alcanza hasta doce metros.
La palma que produce estos frutos, el cabecinegro, es potente: puede medir hasta diez metros. Y, aunque muy consumidos, estos frutos tienen un pero: la fama de que hacen caer el pelo.
Badeas hay muchas en muchas partes, pero las del Pacífico son más grandes. Esta apenas está creciendo en su árbol en Pandó, un refugio muy verde por los lados de Quibdó.
Con ustedes, el borojó. Así es cuando está aún en su árbol, como este que encontramos en el camino a Tutunendo. Todo un mito entre los consumidores pacíficos, que son casi todos.
Se dice Pacífico y suena la marimba. Porque suena en casi toda la región. En Quibdó, por ejemplo, en donde tomamos esta foto. Pero después, al sur, encontraríamos más marimbas de chonta.
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Muy versátil es el castaño. El castaño colorao y otros, porque son varios sus géneros. Como madera es de las preferidas por las comunidades indígenas, porque hasta le sacan música.
Común en el Pacífico y bello en muchas partes de Colombia, el balso es infaltable en ebanistería por la liviandad de su madera. Y, por eso mismo, en la elaboración de instrumentos musicales.
Este aliso no estaba en la mitad de la selva. Ni al borde del mar. Lo estuvo alguna vez, pero ahora es uno de los árboles que sobresalen en el barrio El Jardín, de Quibdó.
Estas guitarras, que las estaban terminando en la Corporación Michittá, en Pandó, Chocó, muy pronto sonarán con la resonancia que producen los castaños de las que están hechas.
Se llama así: cununo. Para hacerlo, para que suene, se usa la madera de varios árboles. Algunas veces los amarres se hacen con cáñamos o bejucos muy trabajados.
No hay datos sobre esta vismia cuya hoja en punta de lanza le da también nombre. Pero por su belleza tranquila tiene puesto en los dos bosques y se ganó esta fotografía.
Las tamboras son fabricadas de varias maderas. Para esta emplearon un género del castaño, el blanco, que se trabaja, de arriba a abajo, en toda la región del Pacífico.
Arboles colosales son cubiertos por lianas y raíces de hemiepífitas en los bosques del Pacífico. Y del Amazonas. Este victorioso ejemplar está en el sendero Yaibí del jardín botánico.
La pasiflora, las pasifloras, son asiduas habitantes de estas selvas. Y por ellas llegan hasta Colombia muchos investigadores botánicos que estudian sus propiedades y su diversidad.
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Esta palma se llama memé. Y es común usarla como madera para la fabricación de parte de las marimbas. Pero también la usan para la construcción de cerbatanas y flechas.
Hay diferencias entre los suelos del Pacífico y los del Amazonas. No son, en este aspecto, tan hermanos. Más fértiles, húmedos, los del Pacífico y más superficiales los de la Amazonia.
En Utría encontramos este árbol. Un mango. Pero más que eso, es un anfitrión de docenas de especies. Es una representación de lo que hay en las selvas: una biodiversidad apabullante.
Este instrumento reproduce tormentas. De su interior surgen aguaceros torrenciales y vientos endemoniados. Es el guazá. Es cónico y dentro de él hay pepas que producen esos sonidos.
De la misma familia del guayacán negro o curichichí, este guascanto deja que su tronco se vaya cubriendo de musgos. Es inevitable: la humedad todo lo puede, todo lo hace.
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Bejucos. Muchos bejucos se encuentran al paso cuando se va selva adentro. En el Pacífico. Dedicamos este desplegado gráfico a mostrar algunos de aquellos que nos impresionaron.
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Quizás la humedad o el silencio, la quietud y las sombras que son el hábitat en las selvas; tal vez eso hace crecer tanto bejuco como encontramos en las Expediciones Savia.
Viendo la fortaleza de los bejucos, su solidez, su consistencia, es fácil entender el por qué ese “estoy bejuco”, que en Colombia dice aquel que está de un mal humor insoportable.
La cañagria (en la foto una flor de cañagria morada) es muy usada por ser un fuerte expectorante. Es fama que calma en un momentico esa tos que tenés. Pero también sirve de linda que es.
Tallos largos y flexibles. Así se definen los bejucos de los cuales se extraen fibras que, generalmente, se vuelven piezas artesanales. Artesanías fuertes y duraderas.
Cuando el mar golpea las orillas de Gorgona y Gorgonilla, se abre una bella dimensión de la vegetación. No solo de mangles, sino de docenas de arbustos que dan flores.
La humedad, ya está dicho, es lo que hace al Pacífico. Sus lluvias incesantes, sus soles abrasivos, producen ese clima que da lugar a musgos como este en el Darién.
De pronto, el asombro. Al encontrar de frente este tallo retorcido, trepador, humedecido. Casi energúmeno. Estaba en los bosques que hay por los lados de Juanchaco, en el Valle.
Esqueletizada. Así describen los botánicos lo que le ha pasado a esta hoja. Una belleza, para los botánicos y para todos los demás, que ha sido sometida al tiempo o a los insectos.
De zamias están repletos los bosques. De estas zamias, de las que tienen estas hojas preciosas que son más preciosas aún cuando el sol les saca de su adentro el color que llevan.
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A manera de columpio o de hamaca, este bejuco aguarda. Tal vez nadie llegará a habitarlo, pero seguirá ahí, incólume, en medio del bosque que circunda a Tumaco.
Navegando hacia la ciénaga de Jotaudó, en el Atrato, los pacós estaban florecidos. Y entonces eran como incendios que se entreveían en medio del bosque espeso y verdísimo.
La palma quitasol debe servir, qué duda cabe, exactamente para eso. Para techos la usan mucho (otra manera de atajar el sol). Y a la fruta le han sacado provecho y gusto.
Un bejucal es un sitio poblado de bejucos. Pues este es un bejucal. Existe en el jardín botánico del Pacífico, en alguno de sus senderos que recorrimos durante cuatro días.
Podría decirse que también en el Pacífico las ceibas tienen su reinado. Abundan en las riberas de los ríos, de las quebradas, de las ciénagas. Y también selva adentro.
No fue fácil encontrar machare en todos los recorridos de la Expedición Savia Pacífico. O escasea o no tuvimos suerte. El hallazgo se produjo, finalmente, en Quibdó. En la ciudad.
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Vaya usted a saber por qué a la planta de la cual está hecha se le llama chocolatillo. La respuesta debe ser más fácil a la pregunta de por qué a la cesta se le llama “cuatro tetas”. Así le dicen.
La región del Pacífico tiene tanto (o todo) que ver con las aguas, que es apenas normal que produzca artesanías en su recuerdo. Esta balsa –de balso– lleva también parte en damagua.
Todos los de Savia compraron y llevaron de esta pieza elaborada en chonta. Una belleza que ofrecen como soporte. ¿Soporte de qué? De lo que usted decida.
Recién peinadas después del proceso de tintura y secado. Así van quedando las fibras extraídas de la iraca, que después serán muchos utensilios, muchos sombreros.
No solo de balso seco y del color del balso viven algunas artesanías. También el balso es adornado con pinturas porque su liviana madera se presta para hacerle morisquetas.
De la iraca, bendita, que no es una palma a pesar de parecer una palma y de que muchos la llaman palma, se extraen fibras que también sirven para estos cestos.
Uno de los asombros: estas ánforas están tejidas con unas fibras tan resistentes, tan finas, que se compactan tanto, que en ellas se pueden llevar líquidos.
Quien tenga cucharas de madera de chachajo, guárdelas. No las ofrezca ni las regale. Son finísimas y van camino a la desaparición porque el árbol es perseguido por bueno.
La madera del árbol de damagua se deja extraer la corteza muy delgada. Como de papel. Sirve para procesos industriales, pero por su fácil manejo la convierten en pulseras.
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Cómo te parece que salero es un árbol. No. No produce sal. Produce semillas que los roedores se comen, frutos, cortezas para infusiones. Sus frutos vacíos se usan para guardar sal.
En esta pieza artesanal hay varias virtudes. La madera, de carrá: finísima y remota. El diseño del banco, que es cómodo, y el espaldar que simula un remo. Creación Pacífico.
Son más bien recientes los anillos que tallan de la tagua, el maravilloso marfil vegetal que hace muchos años fue la moneda en el Amazonas. Se están vendiendo mucho estos anillos.
Rampira se llama la fibra de la cual están hechos estos sombreros, o tocados o cachuchas. Elegantes en su medio ambiente, y quien está feliz de exhibirlo se llama Byron.
Ya mostré —y dije— de la palma cabecinegro, de nombre masculino a pesar de que palma es femenino. Esta palma produce unas brácteas con las que cubre su inflorescencia y, de ellas, artesanías.
Vayan a la playa. O a las piscinas. Vayan para que identifiquen que esas pavas que se llevan como protectoras del sol son de este material. De iraca cuyas fibras son teñidas.
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El oquendo no había entrado en escena en estas reseñas. Pues acaba de hacerlo. Oquendo es un árbol de madera fina con la cual, por ejemplo, se tallan piezas como estas.
Paciente esta tejedora de fibras de palma tetera, trabaja concentrada en medio de la Feria de Artesanías en Bogotá. Venía de Guapi, Cauca, en donde este oficio es habitual.
Los sábados por la mañana llegan a los embarcaderos de Tumaco muchos pescadores de cangrejos y langostas. Llegan a ofrecerlos en estos empaques hechos de iraca.
No sabemos qué aceptación tengan estas pipas trabajadas en la durísima tagua. Pero si se juzga por la cantidad que se ofrece en tiendas artesanales del Pacífico, se deben vender mucho.
Este banco, hecho en cedro, tiene connotaciones casi rituales. Sin el casi. Porque al banco le llaman pensador y es un asiento cómodo para el poco usual ejercicio de pensar.
En la región del Pacífico hay una historia con el anturio rojo. Fue tan apetecido en una época por holandeses que casi queda extinguido para siempre. Menos mal siguen brotando.
El oquendo otra vez. La madera del árbol convertida en objeto útil, esta vez para la cocina. Cucharas de esta finura que hacen, especialmente, por los lados de Nuquí.
No hay que navegar mucho a la salida de Tumaco para comenzar a admirarse de este entramado de manglares. Mucha vida se respira en ellos, y si hay sol es un paseo exquisito.
Tumaco es una sorpresa porque es un pueblo bello, de clima agradable, de cocina estupenda. Una gastronomía en la cual el coco es tan básico como el pescado y el plátano.
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Faltaba más que fueran a faltar las artesanías hechas con coco. Hay muchísimas, como hay muchísimo coco. Monederos y carteras hechas con coco, como estas.
Obligados por el fracaso de los monocultivos, los campesinos de Tumaco y sus alrededores han vuelto al cacao. Un producto de pancoger que secan a borde de los caminos.
En Tumaco hay brisa. Hay cocos. Hay cangrejos, buenos restaurantes y gente querida. Y también hay aserríos, muchos aserríos, todo lo cual construye la identidad de Tumaco.
La fibra de iraca es muy usada en esta y en otras artesanías. De ella también se fabrican estas pulseras que inundan los mercados de mantas al suelo en todas las plazas de Colombia.
Las raíces del mangle piñuelo se hunden en los barrizales que hacen los esteros, esa maravillosa unión de aguas saladas y dulces. Muy pronto habrá más raíces porque crecerá el mangle.
Cuelgan las hojas de la badea en los árboles. Por consumirla tanto se ha investigado tanto y le han encontrado propiedades medicinales que tienen que ver con las neuronas.
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Contraportada
Faltaba este mangle por mostrar. El mangle iguanero, que es uno de los géneros de estas plantas usuales, decorado perfecto y útil de toda la región de Tumaco.
En La Ceiba pocos saben por qué el poblado se llama así. Y desconocen, también, el significado del árbol como libertad. Pero allí viven, cerca de Tumaco, en La Ceiba.
En la zona donde se supone que estuvo Santa María, hay lo que en el resto del Pacífico: enormes árboles, bejucos, plantas por millones. Como esta palma bejuco llamada matamba.
Hay que navegar mucho por los recovecos de los canales que hay en las afueras de Tumaco para llegar hasta aquí. Y si la marea está bajita, hay que caminar por entre el agua para ver Papayal.
Pocos árboles son tan comunes en todo el país como la ceiba. En cualquier parte hay alguno de sus géneros. Todas, llámense como se llamen, son amplias, acogedoras, frescas.
Por raíces como las que ves es que a esta palma la llaman zancona. Parece caminar. O querer impulsarse en esas raíces para buscar otros suelos igual de fértiles.
Un papayo es un papayo, aunque para los de Papayal, el corregimiento más o menos cerca de Tumaco, es la planta que los identifica y les da el nombre.
Hay que salir de Quibdó para empezar a encontrar paisajes, dijéramos, más tranquilos. Menos congestionados. Y es ahí cuando se encuentra a Guayabal, este poblado atravesado por aguas.
Entre el ímpetu de árboles colosales y entramados de bejucos sólidos, aparece de pronto esta sutileza. Una chigua macho que es delicada como un manto en estas tierras.
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Sorprende El Salero. No solo porque no nos imaginábamos que fuera, también, el nombre de un árbol. Pero lo que más sorprende es la belleza y orden de este poblado.
Sabido y reconocido. Alcanza a oler cuando bien se le mira. Un guayabo, uno de los árboles de guayaba que hay en este pueblo chocoano que le rinde homenaje a su aroma.
Mirados en otra dimensión, racimos de chontaduro. Tan importante es para el Pacífico, tan popular, tan cultural, que el chontaduro se gana también la contracarátula.
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Este es el árbol salero. Arrogante, alto, frondoso. Y de madera dura que sirve para mucho, como sirven para mucho sus semillas, favoritas de tanto roedor que por allí vive.
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Los caminos que había, si los hubo, se extinguieron también. De Santa María la Antigua del Darién queda nada más una idea, una leyenda. Unos documentos y coberturas vegetales como esta.
Fotografías de Tatiana Gómez
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Aquí arriba y allá abajo, esta cobertura vegetal de hojas de pacó preserva la humedad en el suelo. Es uno de los secretos de la fertilidad de los bosques del Pacífico.
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Los rayos que se filtran por el dosel permiten ver el tamaño y la forma de las hojas de los árboles. En algunas partes de Gorgona, los árboles han superado la crisis que casi los extingue.
Fotografías de Ana María Cano
La vegetación ha recuperado su espacio en Gorgona. Estas paredes eran las malditas paredes que separaban a los reclusos de la libertad. No pudieron derribarlas. La naturaleza sí.
No solo existen las bromelias para los amigos o los muy amigos de ellas. Son tantas y tan deslumbrantes que se aparecen al paso cuando vas por los bosques del Pacífico.
Para artesanías, sí. Algunos de ellos para atacar dolencias. Y otros para amarres de techos y maderos en las construcciones. Benditos los bejucos que sirven para tanto en estos bosques.
Las selaginellas suelen pasar desapercibidas. En medio de tanta y tanta vegetación, de tanto arbusto, de tanta trepadora/liana/ árboles como hay en Gorgona, esta tiene su puesto.
Amplio como la playa que lo limita con el Pacífico, el jardín botánico, cerca de Bahía Solano, es todo esto en la orilla. Y bosque adentro es un catálogo de la riqueza que tenemos.
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Desde unos kilómetros antes de llegar a ella, antes de desembarcar en ella, Gorgona se ve así. Todo ayudó entonces: el cielo estaba despejado y el mar tranquilo.
El peine mono es uno de los árboles y de los frutos emblemáticos de esta zona de Colombia. Las puntas que lo caracterizan, como un peine, son constantes en estos bosques.
La casa tomada. El comedor de la prisión que estuvo abierta veinticuatro años y que surtía sus hornos con maderas de toda Gorgona, está ahora así. El comedor tomado.
Asombra el poder de la vegetación sobre las ruinas de lo que alguna vez fue la cárcel de Gorgona. Pura botánica ahora en donde antes había soledad y terror.
En Tumaco soplan brisas desde su mar crispado. Ellas ayudan a un paisaje compuesto por palmas de chontaduro que se mecen felices en las orillas del Pacífico.
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Fotografía de Luca Zanetti
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Insólito en su forma, pero no escaso entre manglares, apareció este botón femenino de zamia, cuando navegábamos por los bellos esteros espesos de Ladrilleros, Valle del Cauca.
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Aguas, suelos. Lluvias, humedad, sopor. Todo esto selva adentro en el Chocó, en el sur, en el norte. Todo eso y yarumos o guarumos que dejan sus hojas en cualquier parte.
Fotografías de Héctor Rincón
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Toda una cultura, además de una actividad económica, es la recolección de piangua entre los manglares. Casi siempre son mujeres las que se sumergen entre las raíces a extraer moluscos.
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La forma y la solidez es la belleza que abruma de este fruto del mangle piñuelo. Hallamos muchos ese mediodía en Utría. Cuando madure caerá sus raíces en el barro y allí germinará.
Ilustraciones de Alejandro García Restrepo
De las guaduas, de la amarilla y de la verde, se obtienen sonidos. Porque con sus tallos cóncavos y muy resistentes se contribuye a la fabricación de partes de las marimbas.
El Pacífico es este. Mucho territorio cabe dentro de él. Su dimensión continental y sus áreas de ultramar. Para la rosa de los vientos sirvió de inspiración la heliconia.
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Sucede en cualquier quebrada, en cualquier río, en cualquier estero, en este momento del Pacífico. Aquí en Pandó el tronco baja hacia los pueblos llevado por el aserrador.
Es obvio que a esta planta la llamen bastoncillo. Lo es. Y es alta y firme. Sale de pronto entre lo que en las ciudades llamamos maleza, lo que en la selva es vida pura.
Formal, como lo era, el científico José Cuatrecasas es nuestro primer sabio de Savia Pacífico. Todo lo que hizo está en su perfil. Mucho de lo que amó lo rodea en este retrato.
Despelucada y multicolorida, esta belleza de sapotolongo llevaba ya dos días florecida en un sendero del jardín botánico. Estaba esperando que su belleza no muriera con ella.
Sin que haya un censo que respalde lo que voy a decir, lo puedo decir: en Gorgona la planta más asidua es el pacó. O pácora. Y está bien que así sea: qué colorido el que tiene la isla.
Un orgullo de Colombia y uno de los personajes importantes del Valle del Cauca —si no el más—. Víctor Manuel Patiño visto por la ilustración de Savia para su homenaje.
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Alwyn Gentry es el más contemporáneo de los sabios que han ocupado estas galerías de la Colección Savia. Y el más informal: sin saco, sin corbata, como casi siempre vestía.
La iraca es la fuente visual de esta interpretación de la letra c. Con C contamos, celebramos y clasficamos, los caminos del jardín botánico del Pacífico en Bahía Solano.
El ilustrador escogió el mangle botón (uno de los que ha sido clasificado en el Pacífico) para el capítulo que habla de ellos, de los protectores de tanta vida al borde del mar.
Las guardas de un libro merecen consideración y detalle. Que tengan que ver con el contenido, desde luego. Por eso en estas están árbol, hojas, flor y fruto del cacao.
Para el capítulo de cocina la referencia es gastronómica. La planta del Arachis hypogaea, que es la que produce el maní con el que se hacen las empanadas de pipián.
Vuelve a aparecer aquí el chontaduro. Tanto como aparece en cada kilómetro cuando se recorre el Pacífico. Esta P está hecha con la forma de uno de sus muy apetecidos racimos.
Para todas estas “letras vegetales”, que llamamos capitulares, el ilustrador de Savia extrajo ideas de las mismas plantas del Pacífico. Esta es la flor del sapotalongo.
Es fama que la verbena es una de las plantas que más poderes curativos tiene. Casi milagrosa. Esta letra está hecha teniendo como idea la espiga de la flor de la verbena.
Casi todo en la selva suena. Por sí mismo o porque a sus maderas, a sus flores, a sus semillas las ponen a sonar. Como estas semillas de achira de las cuales sale la letra H.
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Gallito, Zaragoza o capitana. Cualquiera de estos nombres le dan a la flor de la Aristolochia grandiflora que le encanta a los insectos y nos sirve de letra S en este tomo de Savia.
Si vamos a hablar de madera, como en este capítulo, hagámoslo desde el principio. Y desde el principio la letra P hecha con lo que deja ver el fruto del cativo, un maderable.
Muchas plantas, frutos, árboles son comunes a las selvas del Pacífico y del Amazonas. Entre ellos, hermandad. En ellos, marañones que sirven de inspiración para esta letra.
De distintos segmentos de la palma San Juan está hecha esta N, con la que se abre el capítulo del río Atrato. Hay razón: San Juan fue el primer nombre que le dieron al Atrato.
La serranía del Darién, una inmensidad remota en donde germinan, crecen, se robustecen, bejucos como este. El que llaman escalera de mono, firme como una U.
Esta D es una mezla de machare y serpientes. Una mezcla porque con ella quisimos expresar la presencia de unas y de otras en Gorgona, ese paraíso en el mar.
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Larga es la serranía del Baudó, fundamental en toda la diversidad del Pacífico. Una diversidad de la que hace parte el zapote, cuyas flores están expresadas aquí así.
Ilustraciones de Eulalia de Valdenebro
Infografía de Marcela García
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Con la caña flecha se hacen pavas, sombreros, pulseras, portaplatos. Y en fin. Y con la hoja de la caña flecha se hizo esta letra M para empezar a mostrar artesanías.
Con paciencia de artista, la ilustradora captó en Ladrilleros esta parte de mangle piñuelo que parece la pinza de un cangrejo. Será que por allí ambos (mangle y cangrejos) abundan.
Por la zona de Tumaco, esa belleza de población al sur-sur del Pacífico, proliferan las flores inmensas como la Aristolochia grandiflora, tenida como la flor más larga del mundo.
Emblemático es el árbol del pan en todo el Pacífico. En todo Colombia. Es que sirve para mucho, especialmente para la alimentación. Nutritivo y a la mano.
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La región del Pacífico colombiano es larga y estrecha. Y rica, muy rica, en su botánica. Dentro de ella hay estos parques naturales nacionales, decretados para la preservación.
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Las flores y las hojas de la Santa María son memorables. Hay en todas partes, incluida aquella tierra en donde se ubica la historia de Santa María la Antigua del Darién.
Por donde voltees, por donde navegues, por donde vayas, hallarás heliconias. Grandes, rojas, variadas. Son muchas las que se aparecerán a tu paso en el amplio Pacífico de Colombia.
Guardas finales
A la expedición Savia Pacífico le asombró la magnitud de las bambas del mangle suela. Al ilustrador también, y por eso las guardas de salida de este tomo están consagradas a ellas.
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Bibliografía Tal vez el Pacífico de Colombia haya sido menos mirado o escrito que las otras regiones de las que hasta ahora se ha ocupado la Colección Savia. Y —sin el tal vez— en toda la zona del Pacífico hay menos centros de documentación por razones que tienen que ver con todo el desdén con el que ha sido mirada esta inmensa, fértil y promisoria Colombia. Salvo Quibdó, Buenaventura y Tumaco, no hay otros conglomerados urbanos que puedan llamarse ciudades, y solo en ellas es posible encontrar algún tipo de documentos que hablen de su inabarcable riqueza. Lo dicho no es una queja. Es una descripción más de lo que es el Pacífico de Colombia, en cuyas entrañas vive la más vasta biodiversidad del mundo, según documentos internacionales. Organismos del mundo se han ocupado de este territorio con curiosidad y asombro. Como sea, hurgando bibliotecas encontramos muchos apoyos para la labor de hacer este tercer tomo de Colección Savia. Y en todos ellos —por escasos que sean— encontramos motivos para seguir pensando que estamos ante un territorio que merece mucha mayor atención, más pesquisas, más contribución para que sea incorporado al desarrollo integral de Colombia. t
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Índice
onomástico
Con el fin de dar validez y permitir que una obra de difusión como Savia Pacífico de la colección Savia, Inventario botánico de Colombia, permita a los lectores una aproximación y búsqueda ágil de información, se presenta el índice onomástico. Este índice se organizó en estricto orden alfabético; da prioridad al nombre de la planta -sustantivo- en su uso vernáculo, por considerar que esta es una obra de difusión. La inclusión y presentación de los nombres científicos es válida porque durante siglos los humanos hemos intentado ordenar el conocimiento para explicar a todos los seres que forman la vida. Cuando ese saber se convirtió en ciencia, la taxonomía fue un recurso para organizar la multiplicidad de sus formas. La palabra Taxonomía significa el ordenamiento bajo una norma o regla. El siglo xviii, legó a la humanidad formas de ordenamiento basados en los sistemas; así, Carlos Linneo creó un método de ordenamiento binomial que consistió en clasificar los nombres de los animales y las plantas con dos palabras en latín, lengua que permitiría la universalidad del conocimiento. La unidad básica de la organización de plantas y animales se basó en las especies. Por ello, en las clasificaciones se ordena de forma jerárquica, buscando una regla o clasificación sobre taxones. La primera categoría del nombre en latín es la especie, la segunda el adjetivo específico o epíteto específico, que define alguna característica o propiedad que identifica a la especie. Sin embargo, hoy también caben las categorías trinomiales, es decir los nombres se componen de tres taxones que se refieren a subdivisiones menores de una especie. En la elaboración de los capítulos de Savia Pacífico, al referirse a los nombres científicos de las plantas, primó la denominación binomial. En menor grado, la presentación de los nombres científicos en Savia Pacífico, se hizo de manera exclusiva o bien con el nombre, o bien con el adjetivo. Vale la pena aclarar que el segundo taxón puede ser una abreviatura y se refiere a todas las especies individuales dentro de un género. En el índice Savia Pacífico podemos encontrar las abreviaturas como sp. en singular o spp. en plural: con estas se indica muchas de las especies individuales dentro de un género y con aquella una especie concreta cuyo epíteto es desconocido o carece de importancia. Finalmente, el índice incorporó el nombre de las familias, que hace referencia a grupos mayores de plantas que comparten el mismo género y características. En Savia Pacífico estas palabras son de importancia, ya que en muchos capítulos fue frecuente la mención de las familias si se compara con la mención de los nombres vernáculos o los nombres científicos. Esperamos que el lector pueda hacer uso de esta información detallada y exhaustiva a la hora de encontrar de manera precisa los nombres de las plantas de la región del Pacífico colombiano. t
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A
Abarco 14, 15, 20, 23, 28, 50, 53, 55, 63, 109 Cariniana pyriformis 14, 15, 23, 28, 53, 55,63 -chibugá 15, 23, 50, 55,63 Lecitidáceas 15, 23, 39, 55, 63 Abrojo 109, 139 Dialium guianense 139 Achiote 37, 39, 40, 111, 141 Bixa Orellana 37, 39, 111 -bijo 39, 109, 111 Bixáceas 39, 111 Achira 84, 85, 87 Canna indica 85, 87 -bandera 87 -corneta 87 Cannáceas 85, 87 Agraz 58 Aguacate 30, 45, 54, 101, 103 Persea americana 30, 101, 103 -árbol 54 Lauráceas 23, 30, 103 Aguacatillo 30, 101, 103 Caryodaphnopsis theobromifolia 30, 101, 103 -caoba 103 Lauráceas 23, 30, 103 Aguanoso 109 Ají dulce 37 Ajo 40 Ajonjolí 48 Albahaca morada 41, 45, 142 Ocimum campechianum 41, 45 Albahaca de olor 45, 47 Ocimum basilicum 45, 47 -albahaca 47 -albahaca de castilla 47 Lamiáceas 39, 47 Algas 81 Algodón 23 Malváceas 23, 55, 63, 79, 85, 87, 95, 109, 111, 127 Alisos 58, 92, 145 Piptocoma discolor 92 Almirajó 75, 77, 79, 80, 14 Patinoa almirajo 78, 79
Malváceas 23, 55, 63, 79, 85, 87, 95, 109, 111, 127 Altamisa 45, 47 Ambrosia peruviana 45, 47 -artemisa 45, 47 Ambrosia artemiisifolia 47 Asteráceas 47, 103 Amapola 48 Anón 21, 81, 144 Rollinia mucosa 81 Anonáceas 14, 109 Anamú 44, 144 Anjicá 48 Anturio 141, 155 Anturio cuna de niño 26 Anturio morado 31 Anthurium 31 Anturio rojo 125, 148 Anthurium andreanum 125 Apocináceas 109 Arazá 77, 144 Eugenia victoriana 77 -guallabilla 144 Árbol del pan 33, 35, 82, 141 Fruto del árbol del pan 34 Arctocarpus Altilis 33, 35, 82 Arracacha 41 -arracachales 62 Arroz 23, 37, 38, 39 -arrozal 21, 23, 38, 142 Oryza sativa 23, 38, 39 Poáceas 23, 39, 86, 87, 95, 109 Aserrín 109
B
Bacao 28, 40, 142 Teobroma bicolor 40 -cacao chocoano 28 Badea 75, 78, 129, 144, 149 Passiflora cuadrangularis 75, 78, 129 Pasifloráceas 78 Balso 20, 54, 55, 85, 87, 89, 95, 114, 116, 140, 145, 147
∙ 164 ∙
Í n dic e onomást ico Sav ia Pac í f ico
Ochroma pyramidale 20, 54, 55, 85, 87, 89, 95, 116 -tambor 55, 87, 95 Malváceas 23, 55, 63, 79, 85, 87, 95, 109, 111, 127 Bambú 54, 87, 88 Phyllostachys aurea 87 Poáceas 23, 39, 86, 87, 95, 109 Banano 14, 15, 23, 39, 77, 79 Musa x paradisiaca 39, 77, 79 -plátano 39, 79 Musáceas 23, 39, 79, 139 Banco 87 Hernanda didymantha 87 -tambor, 87 Hernandiáceas 87 Bejucos 26, 29, 32, 44, 82, 97, 146 Bejuco campano 42 Bejuco matamba 85, 86, 87 Desmoncus orthocanthos 25, 85, 87, 137 -atajadanta 87 -matamba 25, 87, 114, 141 -palma bejuco 25, 137 Bejuquillo de anguilla 42 Bicho 48 Bijao 29, 36, 141 Calathea lutea 29 -bihao 114 Bonga bruja 136 Hura crepitans 136 Bore 37 Borojó 28, 29, 32, 46, 47, 77, 79, 80, 109, 144 Borojoa patinoi 28, 29, 32, 46, 47, 77, 78, 79, 80 Rubiáceas 47, 78, 79 Borojó del Pacífico 78 Borojoa duckei 78 Botoncillo 45, 47, 49, 101, 103 Acmela sp. 47, 48, 103 Asteráceas 47, 103 Brachiaria (véase pastos) 21 Brisicáceas 58 Bromelia(s) 26,28, 29, 32, 151 Bromeliáceas 14, 23, 26, 28, 39, 47, 79, 81, 109 Búcaros 62
C
Cacao 30, 35, 62, 123, 124, 126, 127, 128, 129, 132, 141, 142, 143, 148 Theobroma cacao 30, 35, 62, 123, 127 -chocolate 23, 41 Malváceas 23, 55, 63, 79, 87, 95, 109, 111, 127 Caimitos 21, 71, 79, 109 Pouteria caimito 71, 79 -caimo 71, 79, 80 Sapotáceas 79 Calabaza 40 Calambrera 48 Caléndula 47 Asteráceas 47, 103 Calenturito 48 -calenturita 48 Camajón 136 -panamá 136 Sterculia apetala 136 Campanilla 19, 140 Kohleria sp. 19 Canela 36 Canelo 20, 23 Aniba sp. 23 Lauráceas 23, 30, 103 Caña de azúcar 14, 15, 21, 23, 38, 39 Saccharum officinarum 23, 39 -azúcar 23, 39 Poáceas 23, 39, 86, 87, 95, 109 Cañaflecha 114, 139 Cañagria 109, 146 Costus sp. 109 Caña menuda 41 Caoba 13, 15, 63, 109, 139 Swietenia macrophylla 14, 63, 139 -caobo 62 -caoba americana 63 Meliáceas 15, 55, 63 Castaño colorao 83, 145 Cansopneura atopa 83 Caracolí 20, 23, 28, 53, 55, 92, 95, 109, 111 Anacardium excelsum 23, 28, 53, 55, 95, 111, 138
∙ 165 ∙
-aspavé 28, 53, 55, 111, 136 Anacardiáceas 23, 55, 95, 109, 111, 127 Carambolo 77, 79 Averrhoa carambola 77, 79 Oxalidácea 79 Caraño 52, 143 Trattinnickia aspera 52 Carbonero 20, 109 Caryodaphnopsis 29, 30, 141 Cariofiláceas 58 Carrá 29, 117, 147 Huberodendron patinoi 29, 117 Carrizo 86, 87 Olyra latifolia 86, 87 -pito 86, 87 Poáceas 23, 39, 86, 87, 95, 109 Castaño blanco 84 Cativo 14, 15, 20, 23, 62, 63, 138 Prioria copaifera 14, 63, 138 -aceite 23, 63 -amansa mujer 23, 63 Fabáceas 15, 23, 55, 63, 71, 72, 79, 80, 87, 95, 109, 111, 127 Caucho 61, 63, 64, 73, 84, 87, 109, 124, 139 Castilla .63 Castilla tunu 139 Moráceas 14, 55, 63, 84, 87, 109, 111 Caucho negro 84, 87, 129 Castilla elástica 84, 87 Moráceas 14, 55, 63, 84, 87, 109, 111 Hevea brasilensis 63, 109 Euforbiáceas 39, 63, 109, 111, 127 Cebolla larga 37, 40 Cebolla cabezona 37, 40 Cedro 14, 15, 20, 28, 50, 52, 139, 148 Cedrela odorata 14, 28, 52, 139 -amargo 55 -bastardo 55 Meliáceas 55, 63 Cedro guino 52, 121, 143 Carapa guianensis 52, 121 Cedro macho 84 Ceiba 14, 15, 20, 23, 29, 63, 108, 109, 111, 131, 146
Ceiba pentandra sp. 14, 23, 108, 111, 131 -árbol de la libertad 129 -bonga 23, 111 Malváceas 23, 55, 63, 79, 87, 95, 109, 111, 127 Ceiba amarilla Hura crepitans 63 -lechosa Euforbiáceas 39, 63, 109, 111, 127 Ceiba jerarca 29 Celedonia 45, 47, 49 Peperomia pellucida 49 -cledonia 47 Piperáceas 32, 47, 79 Cerezos 58 Cestillo 114 Cidra 101, 103 Citrus medica 101, 103 -limón 101, 103 Rutáceas 103 Cidrón 45 Cilantro cimarrón 37 Eryngium foetidum 37 -cimarrón 39 -chillangua 37, 39 Apiáceas 39 Cilantro 46 Apiáceas 39 Ciperáceas 109 Clavo 36 Clavo morado 48 Coco 37, 39, 74, 79, 101, 102, 103, 120, 125, 128, 129, 138, 148 Cocos nucifera 37, 39, 74, 79, 101, 103, 120, 128, 138 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Cocobolo 55, 56, 57, 139 Dalbergia retusa 55, 56, 57 -palisandro 55 Fabáceas 15, 23, 55, 63, 71, 72, 79, 80, 87, 95, 109, 111, 127 Cohiba 109 Colicencio 48 Corazón 25, 141 Calladium bicolor 25
∙ 166 ∙
Í n dic e onomást ico Sav ia Pac í f ico Cordoncillo 79 Piper angustifolium 79 Piperácea 79 Corotu 139 Costillo 28, 109 Aspidosperma megalocarpon 28 -bijo 109 Cotorrera 48 Cuángare 51, 55, 71, 72, 111, 125, 127, 128 Iryanthera megystophyla 55 Otoba gracilipes 55, 72, 125, 127 Otoba parvifolia 55, 72 Otoba sp. 71, 72, 111 -otobo 109,127 Virola dixonii 55, 72 -nuanamo 71 -cuángare 71 Miristicáceas 55, 71, 109, 111, 127 Cuipo, árbol. 136 Cavanillesia platanifolia 136 Cuña 125 Swartzia amplifolia 125 Curuba 77, 78
Chiles 40 Chirarán 37, 39 Ocimum basilicum 39 Lamiáceas 39, 47 Chocolatillo 114, 147 Ischnosiphon arouma 114 Choibá 13, 15, 28, 29, 50, 54, 55 Dipteryx oleífera 13, 15, 28, 55 -almendro de montaña 15, 55 Fabáceas 15, 23, 55, 63, 71, 72, 79, 80, 87, 95, 109, 111, 127 Chontaduro 13, 14, 15, 34, 39, 53, 55, 64, 77, 79, 80, 81, 84, 87, 95, 109, 140 Bactris gasipaes 34, 39, 53, 55, 77, 79, 81, 84, 87, 95, 118 -pejibá 39, 87 -pepiré 39, 87 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Chuscal 21,23 Chusco 114
CH
E
Chachajo 109, 117, 147 Aniba perutilis 117 -comino 53, 109 Chalbiande 125, 127 Virola reidii 125, 127 Miristicáceas 55, 71, 109, 111, 127 Chanó 14, 55 Humiriastrum procerum 14, 55 -chanul 55 Humiriáceas 55 Chapul 53 Chaquiro 53 Chigua 71, 139 Zamimia roeslii 71 Zamia chigua 139, 146 -helecho 71 Zamiáceas 71
D
Damagua 22, 114, 116, 118, 140, 147, 148 Poulsenia armata 22, 116, 118 Dormidera 45
Escancel 46, 47 Lippia alba 47 Drymonia sp. 47 Gesneriáceas 47 Escobilla 48 -escobillo 48 Espino 58 Epífitas 26, 32, 81 Drymonia sp. 46 Ericáceas 109
F
Flor de totumo cimarrón 48 Frailejones 32 Espelitiinae 32 Fresno 109
∙ 167 ∙
G
Gesneriáceas 47 Golungo, árbol 29 Gramalote 21, 23 Grosella 79 Phylantus acidus 79 Filantáceas 79 Granadilla 78 Granadillo 87 Dalbergia melanoxilon 87 Fabáceas 15, 23, 55, 63, 71, 72, 79, 80, 87, 95, 109, 111, 127 Guadua 54, 84, 86, 87, 88, 92, 95, 133, 145 Guadua angustifolia 86, 87, 95 Poáceas 23, 39, 86, 87, 95, 109 Guamo 79, 80, 95 Inga sp. 79, 80, 95 Fabáceas 15, 23, 55, 63, 71, 72, 79, 80, 87, 95, 109, 111, 127 Guanábana 21,34 Guandú 48 Guayaba 21, 23, 37, 76, 77, 79, 95, 101, 103 Psidium guajaba 23, 76, 79, 95, 101, 103, 133 -guayabo 133 Mirtáceas 23, 79, 95, 103 Guayabillo 20, 78, 79 Eugenia victoriana 78 Mirtáceas 23, 79, 95, 103 Guayabo 133 Eugenia sp. 133 Guayacán 20 Guayacán negro 50, 145 -curichí 145 Guayacán rosado o roble 23, 28, 95, 111, 127 Tabebuia rosea 23, 28, 52, 55, 95, 111, 125, 127, 139 -guayacán 20, 56, 125 -ocobo 23, 95, 127 -guayacán 95, 111, 139 -garza 125 Minquartia guianensis 56, 139 Bignoniáceas 15, 23, 55, 95, 96, 109, 111, 127
Guascanato 91 Minquartia punctata 91
H
Halófitas 69 Helecho 31, 32, 69, 71, 81, 100 Gleichenia sp. 101 Helecho chiguamacho 71 -ranconcha 71 Pteridáceas 71 Heliconia 21, 28, 29, 30, 33, 140 Heliconia sp. 33, 81 Heliconia atratensis 21,23 Heliconiáceas 14, 23 Hepática 100 Higuerilla, aceite 45 Higuerón 45, 109 Hobo 21, 23, 24 Spondias mombin 23 -ciruelo 23 Anacardiáceas 23,55, 95, 109, 111, 127 Huino(s) 28 Carapa guianensis
I
Incive 54
J
Jagua 139 Jengibre 44, 142 Zingiber officinale 44 Jigua 109 Juan de la verdad 48
L
Labio de negra 60, 143 Psychotria poeppigiana 60 Lamiáceas 39,47
∙ 168 ∙
Í n dic e onomást ico Sav ia Pac í f ico Laurel 53 Lechero 50, 138 Brosinum alicastrum 138 Lechuga de agua 62 Lianas 26, 29, 90, 91, 150 Líquenes 32, 69, 71, 90 Lirio Popa 110, Couma macrocarpa 110 Lulo 34, 36, 39, 144 Solanum quitoense 36, 39 Solanáceas 39, 109 Lulo chocoano 76 Solanum cf. Candidum 76
Ll
Llantén o yantén 44, 45, 47, 49, 142 Plantago major 44, 47, 49 -chiracrú 47 Plantagináceas 47 Piperáceas 32, 47, 79
M
Macharé 15, 54, 100, 103, 113, 125, 127 Symphonia globulifera 15, 100, 103, 113, 125 -campano 54 -tometo 127 Clusiáceas 15, 103 Maíz 20, 23, 39, 40, 41, 54, 58,64, 129 Zea Mays 23, 39 -semillas 54 Poáceas 23, 39, 86, 87, 95, 109 Maíz peto 36 Malagueto de playa 139 -majaguillo 139 Malanga 42 -rascadera blanca 42 Malváceas 23, 55, 63, 79, 87, 95, 109, 111, 127 Mamones 21 Manglar(es) 8, 13, 14, 15, 23, 28, 29, 30, 50, 65, 66, 68,69, 72, 97, 123, 126, 129, 130, 148, 151, 154, 156 -raiceros 72
Mangle(s) 14, 15, 20, 26, 28, 29, 53, 55, 66, 67, 68, 70, 72, 109, 124, 129, 143, 144, 149 -árboles que caminan 66 Mangle blanco 15, 53, 55, 71, 72, 73, 124, 127, 139, 144, 150 Laguncularia racemosa 15, 53, 55, 71, 73, 124 -feliz blanco 15, 53, 55, 71, 72, 73, 124, 127, 139, 144, 150 -roble 55 Combretáceas 15,23, 55, 63, 71,72, 127 Mangle colorado 15,71 Rizóphora harrisonii, 53, 55, 67, 69, 72 Rizoforáceas 15, 55, 71, 127 Mangle nato 15, 71, 87, 111, 124, 127, Mora oleífera 15, 28, 71, 72, 87, 111, 124, 127 -nato 28, 109, 143 Fabáceas 15, 23, 55, 63, 71, 72, 79, 80, 87, 95, 109, 111, 127 Mangle negro 15, 53, 55, 71, 72, 73, 124, 129 Avicennia germinans 15, 53, 55, 124, 129 -iguanero 15, 53, 55, 71, 72, 73, 124, 129 -prieto 72 Acantáceas 15, 71, 109 Avicenniáceas 55 Mangle piñuelo 15, 29, 33, 69, 71, 72, 80, 124, 127, 144, 148, 151 Pelliciera rhizophorae 15, 33, 69, 71, 72, 80, 124, 127 -comedero 15, 29, 69, 71, 127 Tetrameristáceas 15, 71, 72, 127 Mangle rojo 15, 53, 55, 69, 71, 124, 127 Rhizophora mangle 55, 69, 124, 127 -piñón 71, 127 Rizoforáceas 15, 55, 71, 72, 127 Mangle suela 29, 59, 71, 127, 143 -bambudo 71, 127, 138 -lagunero 71 -sangregao 127 Pterocarpus officinalis 29, 59, 71, 127, 138 Fabáceas 15, 23, 55, 63, 71, 72, 79, 80, 87, 95, 109, 111, 127 Mangle Zaragoza 70, 71, 72, 125 Conocarpus erectus 70, 71, 125 -botón 70, 71 -jelí 71, 72, 127
∙ 169 ∙
Combretáceas 15, 23, 55, 63, 71, 72, 127 Manzanillo 139 Maní 37, 40 Mango 23, 29, 94, 109, 111, 145 Mangifera indica 111 -manga 111 Anacardiáceas 23, 55, 95, 109, 111, 127 Manzanilla 41, 47 Asteráceas 47, 103 Mamones 21, María 50, 128, 142 -aceite maría 109, 125, 127 -marío 125, 127 -árbol de María, 139 Calophyllum candidissimum, 139 Calophyllum longifolium 125, 127 Calofiláceas 127 Matón 109 Maracuyá 78 Mariato 139 Matapaja 48 Mate 54 Matimbá 48 Annona purpurea 48 Melastomatáceas 14 Membrillo macho 48 Menta 45, 46, 47, 49 Mentha x rotundofolia 45, 47, 49 -yerbabuena blanca 47 Lamiáceas 39, 47 Millo 21 Mora 58 Moras de Castilla 34 Muertoparao 48 Murrapo 77, 79 Musa Acuminata 77 -guineo 77 Musgos 29, 32, 61, 81, 90, 143, 145
N
Naidizal 12 Euterpe oleracea 12, 79
-naidí 63, 79 -murrapo 63, 79 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Naranjito 48 Nazareno 139 Peltogyne purpurea 139 Níspero 50, 54, 109 Manilkara bidentata 54 Nogal 58 Nuánamo 127 Virola dixonii 127 -cuangaré 127 -cuángaro 127, 142
Ñ
Ñame morado 36, 141 Discorea sp. 36
O
Olleto 20, 23 Lecythis tuyrana 23 -olla de mono 23 Lecitidáceas 15, 23, 39, 55, 63 Oquendo 109, 111, 119, 120, 147 -cauchillo 111 Brosimum guianensi 111, 119 Moráceas -14, 55, 63, 84, 87, 109, 111 Oreja de mula 62 Orquídea 16, 26, 28, 30, 32, 69, 71, 90, 140, 141 Orquidiáceas 14, 109
P
Pacó o pácora 15, 35, 39, 59, 95, 100, 103, 105, 108, 109, 125, 127, 141, 146, 150 Cespedesia espathulata 15, 95, 100, 103, 105, 125, 127 -casaco 15, 95, 127 -fruto de pacó 35 Gustavia superba 35, 39, 108
∙ 170 ∙
Í n dic e onomást ico Sav ia Pac í f ico Lecitidáceas 15, 23, 39, 55, 63 Cespedesia reppanda 59 Ocnáceas 15, 95, 103 Paico 46, 47 Chenopodium ambrosioides 46, 47 -yerbasanta 46, 47 Amarantáceas 47 Palma 30, 39, 53, 133 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Palma africana 14, 15, 125, 127, 128, 129 Elaeis guineensis 15, 127 -Palma aceitera 21 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Palma amarga 57 Welfia regia 57 -roja 57, 143 Palma barrigona 29, 53, 55, 62, 63 Iriartea deltoidea 53, 55, 63 -barrigona negra 55, 63 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Palma cabecinegro 81, 114, 117, 144, 147 Manicaria saccifera 81, 117 Palma cocotera 127 Palma chonta 54, 83, 84, 86, 88, 118, 144, 147 Geonoma deversa 83, 118 -guadua chonta 83 Palma cuchilleja 53, 55 Genoma calyptrogynoidea 53, 55 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Palma chunga 55, 63 Astrocarium standleyanum 55, 56,63, 115 -güérregue 55, 56, 62, 63, 114, 115 -werregue 115 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Palma de corocito 139 Palma de iraca 109, 115, 118, 119, 147, 148 Carludovica palmata 115, 118, 124 rampira 115, 116, 147
Palma memé 53, 55, 85, 145 Wettinia quinaria 53, 55, 85 -macana 55 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Palma milpesos 62, 63, 75, 95, 109, 111, 144 Oneocarpus bataua 63, 95, 111 -milpesos 95, 111 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Palma murrapo 62, 63, 78 Euterpe olerácea 63, 71,72, 78 -asaí 78 -naidí 71,72 Arecáceas 14, 15,32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Palma pángana 62 Palma quitasol 113, 146 Mauritiella macroclada 113 Palma real 86, 87, 95 Attalea colenda 87, 95 Attalea maripa 95 Palma táparo 62, 63 Attalea allenii 63 -taparín 63 Arecáceas 14, 15,32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Palma zancona 43, 53, 62, 63, 138, 142 Socratea exorrhiza 43, 53, 55, 63, 138 -mulata 55, 63 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Palmeto 28 Palo santo 139 Pantano 125 Hyeronima alchorneoides 125 Papa 37, 38, 39, 40 Solanum tuberosum 39 Papa criolla 37, 38, 40 Solanum phureja 37 -papa amarilla 39 Solanáceas 39 Papa parda 38
∙ 171 ∙
Papa colorada 40, Papaya 21, 23, 34, 130, 149 Carica papaya 23, 130 Caricáceas 23 Pasiflora 93, 145 Granadillo de árbol 93 Passiflora sp. 93 Papaveráceas 58 Peine de mono 104, 150 Apeiba aspera 104 Perejil 41 Pero de agua 24, 141, 144 Syzygium malaccense 24, 76 -marañón 24, 76, 141, 144 Pichindé 19 Zygia longifolia 19 Pimienta 40 Pimiento verde 37 Pimentón 39 Capsicum annuum 39 -pimiento 40 Solanáceas 39 Pino 20 Pino colombiano 95, 101, 103 Podocarpus gutemalensis 95, 101, 103 -ají 101, 103 Podocarpáceas 95, 101, 103 Piña 21, 23, 34, 36, 39, 47, 76, 77, 79, 81 Ananas comosus 23, 39, 47, 76, 79, 81 Bromeliáceas 14, 23, 26, 28, 39, 47, 79, 81, 109 Piñuelas 34 Pipilongo 78 -cordoncillo 78, 79 -cundur 78, 79 Piper angustifolium 78 Piperáceas 32, 47, 79 Plátano 21, 23, 28, 37, 39, 41, 129, 132, 139 Musáceas 23, 39, 79, 139 Platanillo 23 Heliconia 23 Heliconiáceas 14, 23 Poleo 37, 41, 45, 47 Clinopodium brownei 45, 47
Lamiáceas 39, 47 Prontoalivio 46, 47 Lippia alba 46, 47 -curalotodo 47 Verbenáceas 47, 109
Q
Quereme 45, 47 Peperomia macrostachyos 47 Piperáceas 32, 47, 79 Quercus humboltii 63 Quercus robur 63 Quina amarga 48
R
Raicilla 139 Psychotria ipecacuana 139 Ranchona 71 Achrostichium aureum 71 Pteridáceas 71 Ranunculáceas 58 Riñonera 43, 59, 142 -justicia secunda 43, 59 Roble del Pacífico, roble común 14, 15, 23, 49, 50, 55, 58, 63, 101, 103 Terminalia amazonia 14, 15, 55, 101, 103 -curichí 15, 23, 55, 63, 103 -macano 15, 23, 55, 63, 100 Combretáceas 15, 23, 55, 63, 71, 72, 103, 127
S
Sajo 51, 53, 55, 57, 125, 126, 127, 128, 129, 132, 143 Campnosperma panamense 55, 57, 125, 127 Anacardiáceas 23, 55, 95, 109, 111, 127 Salero 55, 116, 131, 143, 147, 149 Lecythis ampla 55, 116, 131 Lecitidáceas 15, 23, 39, 55,63 Sávila 46 Sancaraña 48 Sande 50, 53, 54, 111, 140, 143
∙ 172 ∙
Í n dic e onomást ico Sav ia Pac í f ico Brosimum utile 13, 53, 54, 55 -sande lechero 13 -sande negro 109, 111 Moráceas 14, 55, 63, 84, 87, 109, 111 Santacruz 48 Santa María de Anís 45, 48, 142 Piper auritum 48 Santa María blanca 46, 49, 142 Piper peltatum 46, 49 Sauco 49, 142 Solanum incomptum 49 Selaginella 104 Sellaginella sp. 104 Sorgo 21, 23 Sorgum sp. 23
T
Tagua 61, 63, 73, 119, 120, 125, 127, 129, 138, 139, 148 Phytelephas macrocarpa 119, 127, 139 -marfil vegetal 63, 127 Arecáceas 14, 15, 32, 39, 54, 55, 63, 71, 77, 79, 84, 85, 87, 95, 103, 109, 111, 127 Tamarindo 111, 139 Dialium guianensi 111 -abrojo 111 Fabáceas 15, 23, 55, 63, 71, 72, 79, 80, 87, 95, 109, 111, 127 Tángare o güino 15, 63, 101, 103, Carapa guianensis 15, 63, 101, 103, 139 -güina 15, 63 -tangaré 63, 101, 139 Meliáceas 15, 55, 63, 103 Teca 139 Tectona grandis 139 Tetera 114, 121, 148 Astrocaryum malybo 121 Tomate 39, 40 Lycopersicon esculentum 39 Solanáceas 39 Tomate rojo 37 Solanáceas 39 Toronjil 45, 47
Melissa officinalis 45, 47 Lamiáceas 39, 47 Totumo 88 -calabazo 88 Totumo cimarrón 48 Trepadora 27, 32, 90, 141
U
Uva 38
V
Vainilla 26, 40, 142 Vainilla sp. 40 Verbena 42 Verbena blanca 48 Verbena menuda 48 Verbenáceas 47, 109 Vismia 92, 145 -punta de lanza 92, 145
Y
Yarumo 20, 95, 101, 103, 107, 140, 151 Cecropia spp. 20, 95, 101, 103, 107 -guarumo 20, 95, 101, 103, 107, 140, 151 Urticáceas 95, 103 Yerbabuena, hierbabuena o hierba buena 45, 47, 49 Mentha x piperita 49 Lamiáceas 39,47 Yuca 21, 36, 39, 40, 41, 64, 109, 111, 141 Manihot esculenta 36, 111 -mandioca 39, 109, 111 Euforbiáceas 39, 63, 109, 111, 127 Yuyo 37
Z
Zamia 67, 71, 112 Zamia sp. 67 Roezlii 71 Zamia pyrophyla 112
∙ 173 ∙
Zancaraña 109 Zapote 77, 80, 109, 111, 144 Matisia cordata 77, 111 Malváceas 23, 55, 63, 79, 85, 87, 95, 109, 111, 127 Pouteria sapota 80 Sapotáceas 109 Zarza 42
∙ 174 ∙
La Colección Savia
está compuesta en caracteres
Bauer Bodoni y Adobe Caslon Pro.
La primera de estas tipografías es una versión
de Heinrich Jost diseñada en 1926, basada en el diseño
original que el tipógrafo italiano Giambattista Bodoni realizó
en 1790. La segunda corresponde a una versión de Carol Twombly,
basada en el estudio de la tipografía original que el inglés William Caslon
produjo en 1725. Esta obra está impresa en papel Bodonia del molino Fedrigoni,
producido con papel proveniente de bosques cultivados. Cumple con los requisitos
del Consejo de Administración Forestal, con sede en Bonn, Alemania, la ong dedicada al cuidado de los bosques. Está fabricado en pura pulpa e.c.f. y no usa cloro elemental. Está libre de ácidos y de metales pesados. Este segundo tomo se terminó de imprimir el 20 de enero de 2015 en los talleres de Panamericana, Bogotá, Colombia.
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