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Javier Gálvez S.
Historia de la Filosofía La filosofía romana
Todos los derechos reservados IEPI No.: 030368 ISBN No.: 978-9942-02-192-2 Impreso en Ecuador Primera Edición: Febrero 2009 Imagenes obtenidas de: Wikimedia Commons.org Textos originales obtenidos de: Wikisource.org
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®Javier Gálvez S. 2009 email: [email protected]
Índice Introducción Cicerón Lucrecio Séneca Epicteto Marco Aurelio Plotino Boecio
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Dedicado a los amigos y a las amigas impagables e insustituibles que me han ayudado a realizar esta obra.
Introducción
¿Existe una Filosofía romana? Es la pregunta que muchos estudiosos, con toda razón, se ponen. Los romanos no produjeron, salvo una excepción, una filosofía propia que se caracterizara por una nueva y original visión del mundo y del hombre. El sentido práctico y material de la vida los llevaba naturalmente los romanos hacia una visión estoica de la propia existencia y, de hecho, los romanos fueron sustancialmente estoicos. Cuando, en el 146 a.C., el general romano Lucio Memmio, redujo la Grecia a provincia romana, trasladó a Italia por lo menos cien mil esclavos, entre los cuales se encontraban no solo hombres (y mujeres) de humilde origen, destinados a los trabajos pesados en las familias que los compraron, sino también maestros, historiadores, escritores, y, no hace falta decirlo, filósofos, que entraron con roles distintos, pero indudablemente más 1
elevados, en las mejores familias romanas. Un caso paradigmático es el de Polibio, que, comprado por la potente familia Escipión, se convirtió en el historiador de la misma familia y, por consecuencia, en uno de los más importantes y leídos historiadores romanos. Al momento de la conquista romana tres escuelas dominaban el panorama educativo de nivel superior en Grecia: La Academia, es decir el platonismo, el estoicismo y el epicureismo. El Liceo había ya perdido todo su peso cultural y su importancia educativa, desde inmediatamente después de la muerte de Aristóteles. Su biblioteca había sido saqueada y, al momento de la conquista romana, el número de sus alumnos se había reducido al mínimo estrictamente necesario para justificar apenas el mantenimiento de su nombre. Esas escuelas influyeron directamente sobre los jóvenes estudiantes romanos, conquistadores en las batallas, pero conquistados en las aulas de las instituciones educativas, por el fascino y la superioridad del pensamiento griego. El joven estudiante romano, pudiente y de buena familia, en los tiempos sucesivos a la conquista, iba a Grecia para completar sus estudios, y volvía con una carga de conocimientos en aritmética, geometría, astronomía y música (las materias básicas de toda instrucción desde Platón) que lo distinguían de los demás compañeros, los cuales, permaneciendo en Roma, no alcanzaban los niveles de sabiduría de sus más afortunados amigos. Llegando a edad madura, esos estudiantes privilegiados se convertían a su vez en maestros de las nuevas levas 2
escolares. La cultura griega se fue difundiendo, de esta manera, en la civilización romana, hasta ser llamada, genéricamente, cultura griego-romana. Los romanos adquirieron, por tanto, una cultura “enciclopédica”, desde el momento que las tres escuelas antes nombradas, tuvieron conjuntamente influencia sobre los estudiantes capitolinos. Por este motivo los pensadores romanos fueron definidos “eclécticos”, es decir poli-filosóficos, si nos se concede este término. Un ejemplo, en este sentido, fue Cicerón. Sin embargo el carácter del romano, pastor y agricultor en origen, luego conquistador y emperador, estaba fuertemente condicionado por su rol preeminente en el mundo mediterráneo. Los ciclos de producción, que la naturaleza había establecido para las siembras, las cosechas y el descanso, daban al romano un ritmo de vida organizado y proyectado hacia una visión del futuro preestablecida y condicionada por las voluntades, o los caprichos, de los dioses, a los cuales se debía obedecer. A esto se agregue el rol histórico que el “destino” quiso dar a la ciudad de Roma, a su organización, rol que los romanos quisieron reconocer como voluntad de las divinidades, gobernantes de los destinos de una ciudad, que a ellos aparecía como predestinada a gobernar el mundo. Los romanos fueron “naturalmente” estoicos por que sentían como propio el rol del destino, al cual no era posible, ni era lícito, oponerse. El sentido del sacrificio, como acto episódico, hasta marginal, en el marco de una misión superior que resultaba conocida solo por una 3
entidad superior, era aceptado sumisamente, y no era pensable oponer resistencia a esa “carreta”, pena ser arrastrado por ella. Los romanos no propusieron una filosofía nueva, como ya dicho, propusieron pero personajes sobresalientes, por su vida personal y política, que marcaron sin duda alguna la historia de la ciudad imperial, como fueron Cicerón, Séneca y el mismo emperador Marco Aurelio. Algunos sí, desviaron de la filosofía estoica, para proponer teorías alternativas, que de toda manera tenían origen en Grecia, como fue el caso de Lucrecio, que quiso proponer a su alumno, Gaio Memmio, en una ciudad tradicionalmente observante de los cultos paganos, el epicureismo materialista, ateo, y atomista. Lucrecio desapareció en la nada, hasta los datos de su vida terrenal fueron borrados para eliminar el recuerdo de un filósofo incómodo y anticonformista. Sin embargo, sobre todos, sobresalió Plotino, último filósofo romano que trató de dar una definitiva y racional interpretación al mundo que nos rodea, en el momento que -estamos en el III siglo- el imperio romano atravesaba una grave crisis institucional y espiritual. Bajo el perfil institucional el desorden era creciente y las sucesiones al trono imperial se habían alejado de la antigua praxis de la herencia dinástica, por lo que, tras los asesinatos frecuentes, extemporáneos y repetidos de los emperadores en cargo, el imperio comenzó a dividirse y más emperadores se encontraron gobernando contemporáneamente en territorios diferentes del imperio. Bajo el 4
perfil espiritual, durante el II siglo las cuestiones religiosas emergieron impetuosamente y compitieron con los planteamientos puramente filosóficos. Los cultos orientales se difundieron, especialmente el cristianismo, que alcanzó, a mitad del III siglo, un importante grado de desarrollo y de organización, hasta que fue considerado un serio peligro para el estado. Plotino, que vivió en los días de este cambio social y asistió a acontecimientos terribles por causa de las primeras persecuciones generales decretadas específicamente en contra de los cristianos, propuso una visión nueva del universo y del hombre. Su filosofía era esencialmente mística y espiritual, pero nunca bajó al nivel de la disputa trivial con el tema religioso y mantuvo su posición de estudioso y de educador. Su figura destaca y cierra el número restringido de los filósofos romanos pre-cristianos. Sin embargo, esta breve presentación termina con la figura importante e ineludible de Severino Boecio, filósofo cristiano que muchos pero consideran el último romano a raíz de su formación cultural y de su colocación histórica. Boecio fue cristiano, y aunque haya escrito ensayos sobre el tema religiosos, no fue un filósofo “padre de la Iglesia”. Fue el “último romano”, pero su actuación no representa una continuidad de la época anterior, mas bien su figura está proyectada hacia el futuro medio evo. Muchas veces los estudiosos se han encontrado en dificultad en colocarlo adecuadamente en un orden sistemático de la historia de la filosofía. Nuestro criterio ha sido de seguir la propuesta en orden 5
cronológico, lo que, creemos, facilita su comprensión y su colocación en el marco histórico y social en el que nuestros protagonistas vivieron.
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Cicerón (106-43 a.C.) La vida.
Marco Tulio Cicerón (en latín Marcus Tullius Cicero, en los epígrafes M·TVLLIVS·M·F·COS·CICERO), abogado, orador, político, escritor y filósofo romano, nació en Arpino (a unos ochenta kilómetros al sureste de Roma) el 3 de enero del 106 a.C. Plutarco, a quien debemos una completa y dramática biografía de Cicerón, refiere que la madre, Helvia, pudo “haber sido de buena familia y de recomendable conducta; pero en cuanto al padre todo es extremo: porque unos dicen que nació y se crió en un lavadero, y otros refieren el origen de su linaje a Tulio Acio, que reinó gloriosamente sobre los Volscos”. 7
Fue un importante e ilustre ancestro de Marco Tulio que por primero se llamó Cicerón, por que tenía una verruga aplastada en la punta de la nariz, parecida a un garbanzo. Y, como en latín garbanzo se llamaba cicer, sus descendientes, para mantener viva su memoria, no sólo adoptaron este sobrenombre, sino que bien se mostraron orgullosos de él, aunque fuera, para muchos, motivo de sarcasmo. El mismo Cicerón, cuando se presentó candidato a las primeras magistraturas, rechazó la invitación de sus amigos, a que se quitara o cambiara aquel nombre, respondiendo “que él se esforzaría a hacer más ilustre el nombre de Cicerón que los Escauros y Cátulos”. Su padre, M. T. Cicerón el Viejo lo educó, junto a otros dos hijos, Marco y Quinto, en forma excelente. Deseando para ellos una carrera política y forense, y, considerando las precoces y sobresalientes dotes de inteligencia del joven Marco Tulio, lo llevó a Roma para hacerlo estudiar, y lo introdujo en los mejores círculos sociales e intelectuales de la capital. En ella Cicerón frecuentó los más importantes oradores de su tiempo, Licinio Craso y Marco Antonio, y estudió leyes bajo la guía de Quinto Mucio Scevola. En el 89 a.C., a los 17 años, Cicerón interrumpió sus estudios para cumplir con el servicio de leva militar, bajo las órdenes, al principio, del cónsul Pompeyo Estrabon (padre de Gneo Pompeyo, su coetáneo, con quien mantuvo una estrecha amistad por toda la vida), y luego del cónsul Lucio Cornelio Sila. 8
Tras dos años en el ejército, Cicerón retomó sus estudios de jurisprudencia, al mismo tiempo siguiendo el estudio de la filosofía, considerada indispensable para convertirse en un buen orador. Para superar el miedo y aprender a hablar en público consideró oportuno frecuentar las clases de actuación en teatro, con un reconocido actor cómico de la época, tal Roscio, y con el trágico Esopo. Su estreno en la carrera forense tuvo lugar en el 81 a.C., a los 25 años, con su primera oración, Pro Quinctio, en una causa donde su adversario era un famoso abogado romano, Quinto Ortencio Ortalo. Mas, el carácter de Cicerón se evidenció desde los exordios. Ocurrió que un liberto de Sila, de nombre Crisógono, puso en venta, al remate, los bienes de un supuesto tío, que, decía, había perdido la vida por ser incluido en una lista de proscripción, y los compró él mismo en dos mil dracmas. Roscio, verdadero hijo y heredero del que se decía proscrito, denunció el hecho y demostró que aquellos bienes valían bien doscientos cincuenta talentos, una suma enormemente más alta de la que había pagado Crisógono. Sila, muy molesto, movió a Roscio un juicio por parricidio, por medio del mismo Crisógono, el que en la realidad había tramado todo. Nadie quiso defender al pobre heredero por temor de la ira y de la venganza de Sila, por lo que el joven acudió, última esperanza, a Cicerón, que había ya conquistado fama de ser un talento. Los amigos del joven abogado, lo estimularon diciéndole que con dificultad se le 9
presentaría otra ocasión más bella y más propicia para ganar fama. Evaluada la situación, Cicerón aceptó la defensa, y, no cabe decirlo, salió con la absolución de su cliente, ante la grande admiración de todos. Sin embargo, el temor de la venganza de Sila, lo indujo a alejarse de Roma. Esparciendo la voz que lo hacía para mejorar su salud, pues en realidad era delgado y de estómago débil, viajó a Grecia y Asia Menor, a donde se quedó más de dos años, desde el 79 al 77 a.C. Allá perfeccionó el estudio de la retórica con el maestro Apolonio Molón, de Rodas, luego asistió a las clases de los epicúreos Fedro y Zenón, de Diodoto, de Antíoco de Ascalón, después del estoico Posidonio y, finalmente, del académico Filón de Larisa, que ejerció sobre el joven talento una profunda influencia. Una multiplicidad de maestros que hizo de Cicerón un hombre culto y erudito en diferentes campos, caracterizando el eclecticismo que luego manifestó en sus posturas. Con relación a su formación filosófica, acerca de la moral se encontró cercano a los estoicos, mientras en gnoseología manifestaba un moderado escepticismo. Se cuenta que en Rodas, asistiendo a las clases de Apolonio, éste, no conociendo el latín, pidió a Cicerón que declamara en griego y él aceptó de buen ánimo, considerando que de esta forma mejoraría su preparación. Al término de la declamación todos se quedaron asombrados y admirados y compitieron en felicitarse con él, menos el maestro, Apolonio, que se quedó en su asiento, pensativo, por largo rato. Cuando vio que su discípulo 10
manifestaba un cierto malhumor, se acercó y le dijo: “Me felicito contigo, Cicerón, y te admiro, mas lloro por la suerte de Grecia, pues veo que los único bienes que nos quedaban, la cultura y la elocuencia, tu merced, se han trasladado a Roma” De vuelta a Roma, después de la muerte de Sila, en el año 77 a.C., contrajo matrimonio con Terencia, una joven heredera que aportó al patrimonio de la familia bienes por un valor de más de ciento veinte mil dracmas. Cicerón había heredado, de su padre, extensos terreno en Arpino, su tierra natal, y cerca de Nápoles y de Pompeya otros más pequeños. En total su patrimonio valía, según Plutarco, unas noventa mil dracmas, es decir, era mucho menor que el de su esposa. Además que ser una persona insaciablemente curiosa y ávida de saber, Cicerón era dotado de gran agudeza intelectual y, conciente de sus capacidades, pretendió acceder a la vida pública, con las más altas aspiraciones, solicitado también por su esposa, que era mujer enérgica y ambiciosa. Inició su carrera política postulándose, en el 76 a.C., a candidato para cuestor. Cicerón tenía 30 años, y desde ese momento, hasta el último día de su vida, fue uno de los protagonistas de la vida pública romana. Ganó las elecciones en una época de carestía. Se le asignó la Sicilia, y se desempeñó en el cargo con tan escrúpulo y honestidad que, cinco años después, los sicilianos apelaron a él en el caso de corrupción y peculado protagonizado por el pretor Gaio Verres durante tres años, entre el 73 y el 71 a.C. 11
Cicerón recogió pruebas y detalles sobre las responsabilidades del pretor y pronunció en el tribunal las dos primeras, de las cinco, oraciones de acusación. Verres, dándose cuenta que el juicio se hubiera resuelto en su contra, prefirió exiliarse voluntariamente y renunció al cargo. El gran éxito de las oraciones, llamadas Verrinas, que dictaban los principios de un gobierno honrado y filantrópico, al servicio del ciudadano, catapultó Cicerón en la primera plana del escenario político del último periodo de la república romana. En el 69 a.C, fue elegido edil, y en el 66 a.C., con votación unánime, pretor. Cicerón tenía 40 años. En ese año, como pretor, pronunció su primer discurso político en favor de la aprobación de los plenos poderes a Gneo Pompeyo, su amigo, y del cual era, también, partidario político, con el apoyo, además, de Julio César, que era ya un hombre potente e influyente, en la guerra en contra de Mitridates, la Pro lege Manilia de imperio Cn. Pompei, enfrentándose a la mayoría del senado, contrario a ella. En esa circunstancia demostró su posición en favor de la aristocracia, pues Mitridates amenazaba los intereses de los publicanos y de los comerciantes. Cicerón, desempeñando su cargo de pretor, demostró saber tomar decisiones justas y honestas. Al término de su período, cuando le quedaban no más de dos o tres días de magistratura, se presentó a él un tal Manilio, que se encontraba enjuiciado por hurto. Es de saber que este 12
Manilio, siendo amigo de Pompeyo, también amigo de Cicerón, había recorrido una buena carrera profesional y gozaba del aprecio y del favor del pueblo. Manilio solicitaba a Cicerón unos días para organizar cumplidamente su defensa, y, normalmente, los pretores concedían para ese fin, unos diez días de prorroga. Cicerón, sorpresivamente, le concedió solo hasta el día siguiente, provocando las reacciones negativas del pueblo, que había ocurrido al tribunal para suportar la solicitud de su favorito. Acusado por los tribunos de haber actuado incorrectamente con Manilio, fue llamado a defenderse en el palco de los acusados. Cicerón, obtenido el permiso de hablar, hizo notar que siempre se había comportado con equidad, justicia y humanidad, con todos los acusados, por lo cual había concedido a Manilio el único, y último, día que le quedaba. No le parecía correcto, ni hubiera favorecido al acusado –continuó- remitir el juicio al siguiente magistrado. Estas palabras sacudieron al público que, de una actitud inicial contraria a Cicerón, comenzó a aclamarlo y a pedirle de asumir, de inmediato, la defensa del mismo Manilio. Cicerón aceptó y comenzó enseguida a hablar con energía en favor de Pompeyo, que en esos días estaba ausente de Roma, y arremeter en contra de los oligarcas sus enemigos. En el 64 a.C. Cicerón se postuló para el consulado, apoyado, durante la campaña electoral, por su hermano Quinto, que escribió una obra elegiaca en su favor intitulada Commentariolum petitionis. Votado por todas las centurias, Cicerón ganó la elección. 13
En el año de su consulado se lució con cuatro oraciones (De lege agraria) en oposición a la propuesta de reforma agraria del tribuno Servilio Rulo. Mas, Cicerón pasó a la historia por las cuatro famosa oraciones (Catilinariae) pronunciadas en contra de Catilina, su rival en la candidatura por el consulado, que había prometido, como eje de su campaña electoral, remitir las deudas de los pobres. Sobre Catilina, que siendo senador, estaba siempre presente en las asambleas, se hicieron correr voces de hombre corrupto y perverso. Se dijo que había abusado de su hija menor, todavía virgen, y que había asesinado a su hermano. Que los secuaces de su secta, mayormente ex soldados de Sila, cumplían ritos satánicos y hasta comían carne humana. Ante la noticia que Catilina y sus secuaces estaban organizando secretamente, en Etruria (la actual Toscana, región al norte de Roma) una rebelión armada, mientras en Roma se organizaba un atentado para asesinarlo, Cicerón convocó el Senado, pidió y obtuvo los plenos poderes, y organizó la defensa, la suya y la de la ciudad. Todos los días iba a las reuniones del Senado protegido por una coraza y acompañado por una tan nutrida escolta armada que los guardaespaldas ocupaban en el hemiciclo un considerable espacio. En el Senado, Cicerón pronunció sus cuatro famosas oraciones, acusando directamente a Catilina, que, sentado en un escaño, solo, porque ningún senador había querido sentarse junto a él, escuchó silencioso. Éste, vístose al 14
descubierto, dejó el senado con sus trescientos guardias armadas, recogió sus cosas y huyó de la ciudad, incitando, en la fuga, a los ciudadanos, a unirse a la rebelión. Más de veinte mil hombres se unieron al rebelde, formando un ejército importante. Antonio fue llamado a combatirlo y, luego, en una batalla al norte de Roma, los derrotó. En ella, Catilina perdió la vida. En el mientras, en Roma, Cicerón a través de sus informadores logró descubrir los principales colaboradores de Catilina, entre los cuales estaban Léntulo y Cetego, que continuaban actuando en la ciudad, y los hizo arrestar. A la hora de establecer la condena para los imputados, incluyendo a Catilina que todavía no había muerto, el Senado se encontró dividido. Una parte de los senadores propendía para el exilio y la confisca de los bienes (y entre ellos, figuraba Julio César, el futuro dictador, sobre el cual pesaban muchas sospechas de colaboración con Catilina, y en contra de quien, Cicerón no quiso arremeter, no teniendo pruebas y temiendo su poder), otra parte de los senadores era propensa a la pena capital. Cicerón asumió una posición neutral, y puso a la orden del día la votación final. Los senadores, considerando que tal vez Cicerón estaba propenso a la propuesta de César solo para no poner a muerte a quien tenía la dignidad de senador, después de un animado debate, votaron, por mínima diferencia, a favor de la pena de muerte. Fue la primera derrota del Cónsul. El debate siguió, animado, sobre la propuesta de confisca de los bienes, con César contrario, opinando que 15
no era justo, después de haber adoptado la pena más grave, confiscar también los bienes de los imputados. Para dirimir la cuestión, Cicerón tomó una grave y arbitraria decisión. No siguió en el debate y salió del senado, seguido por los senadores y una muchedumbre enorme de pueblo, y uno por uno sacó los imputados del lugar donde se encontraban custodiados, pues no estaban todos en el mismo lugar, y los entregó al verdugo, para que los ejecutara. La matanza siguió hasta noche, cuando Cicerón por fin, regresó a su casa, acompañado por los aristócratas y por el pueblo, que lo aclamaba. Vixerunt (vivieron), exclamó. Las amas de casa prendían fogatas sobre los techos para alabarlo. Catón lo llamó “padre de la patria” y parece que nadie, en anterioridad, había recibido tantos honores. No solo había neutralizado una rebelión, sino que lo había hecho sin poner en riesgo la ciudad, evitando una guerra fratricida. Fue la acmé de su carrera política. A los 44 años de edad Cicerón había logrado todo lo que un personaje público de su época podía desear. Dinero: disponía de una gran fortuna personal. Poder: había recorrido toda la carrera política hasta alcanzar el consulado, máximo cargo público. Prestigio: era reconocido como uno de los más grandes abogados y oradores latinos de todos los tiempos. Sin embargo, desde ese momento comenzó su declino. Cicerón tenía sí sus sostenedores, pero también 16
tenía sus adversarios. Se ganó la inamistad de los conservadores cuando apoyó a Pompeyo, y la de los populares cuando fue el principal acusador de Catilina y el responsable de su condena a muerte. Además, se atrajo la antipatía de muchos por estar siempre alabándose, hablando, en privado, en público, o en el Senado, de sus méritos por haber vencido a Catilina y a Léntulo. Hasta sus propios libros estaban llenos de elogios para sí mismo, así que se hizo odioso a la gente, que sentía como un fastidio en oírlo hablar o declamar sus obras. Para empeorar su antipatía, además, usaba indiscriminadamente el sarcasmo, para motejar y ofender al próximo en todas las ocasiones que se le presentaban, fuera quien fuera que le cayera en el momento, adversario o conociente, por el solo gusto de provocar las risas de los presentes y parecer chistoso. Con esta actitud se hizo molesto a todos, y, por un accidente ocurrido inmediatamente después del término de su consulado, lo fue especialmente a Clodio, apodado Pulcro, es decir el bello, y a sus secuaces. Era Clodio un joven de buena familia, amiga de Cicerón, que, aun jovencito, estaba locamente enamorado de Pompea, esposa de César. Para poderla encontrar se introdujo, una noche, disfrazado de actriz, en la casa de César, mas, una vez adentro de esa mansión tan grande, perdió la orientación. Esa noche, en la casa, las mujeres estaban celebrando la fiesta de la Bona Dea, ceremonia secreta, a la cual, de ninguna manera, podía participar un hombre, hasta los animales de sexo masculino 17
eran alejados. Mientras vagaba sin meta por los corredores, Clodio se cruzó con una sirvienta de Aurelia, la madre de César. Al pedirle ésta, qué hacía allá y quien era, Clodio fue obligado a hablar, con lo que la sirvienta reconoció la voz de varón y se puso a gritar. El joven fue descubierto y huyó, pero se produjo un grande escándalo en toda la ciudad, que provocó el repudio de Pompea por parte de César, que tenía sus buenas razones para sospechar que en la realidad los dos se la entendían, y que desembocó en un proceso por impiedad en contra de Clodio. Clodio llamó a Cicerón, su supuesto amigo, como testigo para que confirmara el testimonio dado por todos sus amigos, que él se encontraba lejos de Roma esa noche, mas Cicerón se opuso, no por amor de la verdad, sino por instigación de su esposa, que detestaba Clodio, y por no ir en contra de César, al cual temía por su poder. El mismo César fue llamado por los jueces a dar su testimonio, mas éste, declaró, sorpresivamente que él no sabía nada del supuesto adulterio de su ex esposa y tanto menos del accidente ocurrido en su propia casa. Un juez, que quiso presionarlo, le preguntó: “¿Y, entonces, por qué repudiaste a tu esposa?”, al que César, respondió, impasible: “¡Por que es justo que de ninguna manera se dude de ella!”. El joven fue por tanto absuelto con una votación reñida (31 jueces votaron para su absolución, y 25 en contra), mas quedó disgustado por la actitud de Cicerón, y juró vengarse. Al repuntar los contrastes entre el senado y los 18
republicanos, y dándose el acuerdo entre César y Pompeyo en contra de la oligarquía senatoria, Cicerón trató de mantenerse alejado de la política por algún tiempo, hasta que, en el 60 a.C., los tres hombres fuertes de la república romana, César, Pompeyo y Craso, apelaron a él para que promocionara la reforma agraria en favor de los veteranos de guerra de Pompeyo y de los más pobres, pero Cicerón no adhirió al pedido, para no aparecer como un traidor de la aristocracia. Pagará caro también este rechazo. Después de unos dos años, Clodio, que en el mientras había sido elegido Tribuno de la plebe, convertídose en enemigo de Cicerón por el antecedente proceso de sacrilegio, lo acusó de la ejecución ilegal de ciudadanos romanos (los seguidores de Catilina, Léntulo y Cetego) sin el debido proceso. Cicerón trató de defenderse, mas Clodio, todas las mañanas, hacía rodear el Senado por guardias armadas hasta los dientes, por lo cual nunca los senadores pudieron seccionar. Y cuando Clodio, o sus secuaces, encontraban a Cicerón en la calle, lo motejaban pesadamente insultándolo y hasta lanzándole piedras y lodo. Para evitar el enfrentamiento directo, y violento, con Clodio, Cicerón prefirió dejar la ciudad una medianoche y huir hacia el sur de Italia. El tribuno, apenas conocida la noticia de la huida de Cicerón, decretó que todos sus bienes fueran confiscados y quemó, como si no bastara, todas sus residencias en el campo y su casa en Roma. Decretó además que nadie ayudara a Cicerón durante su 19
fuga en un radio de 500 millas de Roma, o sea en toda Italia. Directo hacia el sur, en efecto, nadie quiso ayudarlo o darle hospedaje. Pensó pedir ayuda a Pompeyo, mas éste se excusó, y evitó hasta de recibir los mensajeros que Cicerón le había mandado. Caído en una profunda depresión, Cicerón se dirigió hacia Brindisi y se embarcó directo a Durazo, en la actual Albania. El comportamiento violento y arrogante de Clodio rápidamente convirtió a los que al principio lo habían apoyado, en sus enemigos. El Senado retomó ánimo y, con el apoyo de Pompeyo, que en el mientras se había dado cuenta del error cometido por no apoyar a Cicerón, alejó Clodio del Foro. Luego, votaron por el regreso del exiliado. El éxito de la votación fue abrumador. No solo unánimemente los senadores votaron para que él volviera a Roma inmediatamente, sino que se decretaron en su favor los máximos honores, se ordenó la reconstrucción de su casa a cuesta del estado, y se premiaron todos los que, durante su exilio, lo habían ayudado Después de dieciséis meses, Cicerón, terminada la condena, volvió a Roma en medio del entusiasmo general. Era el 57 a.C. En el siguiente año pronunció un célebre discurso, Pro Sestio, en el cual amplió su ideal político: la alianza entre caballeros y senadores no resultaba más suficiente para reestablecer la situación política, era necesaria una nueva unión política de todos los aristocráticos y latifundistas para enfrentar la sublevación de los populares. 20
En el mientras, la situación en Roma precipitaba. Los propietarios y el pueblo se enfrentaban violentamente en continuas escaramuzas con grupos armados, y en uno de los enfrentamientos, uno de los latifundistas, Milón, cabecilla de un grupo armado, asesinó al tribuno Clodio Pulcro, el enemigo de Cicerón. Mas, los humores del pueblo son variables e impredecibles. En el proceso por homicidio, Cicerón defendió a Milón, pero no pudo ni siquiera pronunciar su discurso a causa de los disturbios provocados por la muchedumbre. Milón fue condenado al destierro. Al parecer, Cicerón no solamente temía las armas, sino que también los viejos temores juveniles en enfrentar el público, en situaciones críticas, volvían a emerger. Su voz, fuerte y, a ratos, vehemente, se hacía débil, sudaba y temblaba, aun cuando tenía bien delineado su discurso. In principiis dicendi tota mente atque artubus contremisco (Al comenzar un discurso me tiemblan las piernas, los brazos y la mente), escribió. La oración Pro Milón, publicada póstuma, resultó ser una de las más hábiles y bellas oraciones forenses de su carrera. En el 51 a.C. fue nombrado procónsul en Cilicia, donde actuó con éxito, consiguiendo incluso algunos triunfos militares en contra de los Partos. Su alejamiento de Roma coincidió con el empeoramiento de las relaciones entre César y Pompeyo (Craso se había retirado del poder desde un tiempo). De vuelta a Roma insistió tenazmente, con los dos hombres políticos, para que llegasen a un acuerdo, mas era demasiado 21
tarde. Las posiciones de los dos contendientes estaban ya talmente distantes que un acuerdo resultaba imposible. Al estallar la guerra civil, Cicerón no abandonó a Pompeyo, su antiguo amigo, y, coherentemente, lo siguió en su última retirada en los Balcanes. Tras la derrota final en la batalla de Fársalo, a la cual Cicerón no participó porque dijo que estaba enfermo, y la sucesiva muerte de Pompeyo, rechazó el mando del ejercito (y por esta razón casi lo quisieron matar) y, rápidamente, volvió a Italia. Desembarcado a Brindisi, esperó la llegada de César (que demoró, porque persiguiendo a Pompeyo, había llegado hasta Egipto), y se acercó a su campamento con la intención de pedirle humildemente perdón frente a todos los soldados. Mas César, recibiéndolo, no le dio siquiera el tiempo de postrarse. Bajó de su caballo, lo abrazó y se lo llevó, paseando y conversando afablemente por largo trato con él, afuera del campamento. Era el año 47 a.C. Una vez conquistado el poder César se convirtió en el dictador absoluto de Roma, con lo que Cicerón prefirió retirarse a vida privada, a los 60 años de edad, para dedicarse a escribir obras de carácter filosófico. La filosofía, declaraba, era su principal interés, mientras se había servido de la oratoria como instrumento, solo cuando se ocupaba de política. Su vida privada en los últimos años, también, fue atormentada por las discrepancias con su primera esposa, Terencia, de la cual, después de treinta años de matri22
monio, divorció. Cicerón la acusó de haberlo descuidado durante la guerra civil, de no haberlo ido a recibir cuando desembarcó a Brindisi, impidiendo también a su hija de hacerlo, de haber descuidado la casa y de haberse enormemente endeudado. Tras el divorcio de su primera esposa se casó con una joven heredera, Publilia, de muchos años menor que él. “Por que le resultaba cómodo su dinero” comentó Tirone, su liberto y secretario, el que fue el inventor de la estenografía. En efecto Cicerón se encontraba fuertemente endeudado y bien pensó de utilizar el dinero de su joven esposa para liquidar a sus acreedores. Poco después de su segundo matrimonio, su adorada hija Tulia murió de parto en casa de su marido, Léntuno. Esta grave pérdida lo dejó sumamente deprimido, al punto que repudió su nueva esposa por haberle parecido que ella se había alegrado por la muerte de Tulia. La repentina muerte de Julio César, el 15 de marzo del 44 a.C., fue un terremoto que sacudió el corazón de Cicerón. Él vio la oportunidad de volver a la vida pública y, con la ilusión que Octavio (el futuro emperador Augusto), salvara la república romana lo apoyó arremetiendo violentamente en contra de Marco Antonio. Pronunció, en contra de él, catorce oraciones, llamadas Filipicas, en analogía con las homónimas de Demóstenes en contra de Filipo II el Macedonio. Mas, la estrella del gran abogado estaba por apagarse. Cuando Octavio derrotó a Marco Antonio en la 23
batalla de Módena, los líderes romanos, en lugar de continuar a enfrentarse, se pusieron de acuerdo para suspender las hostilidades y formar el segundo triunvirato, con Lépido. Durante las negociaciones cada triunviro presentó su lista de proscriptos, y Marco Antonio, entre los varios nombres, incluyó, para vengarse, el de Cicerón y de su hermano Quinto. Nada pudo hacer Octavio ante la firme decisión de Marco Antonio. Por tres días, en las cercanías de Bolonia, los tres hombres políticos negociaron sobre los más de doscientos nombres que fueron incluidos en las listas de proscripción. Al final Octavio tuvo que abandonar la defensa de Cicerón. En cambio Antonio abandonó la defensa de su tío Lucio César, y Lépido la de su hermano Paulo. Una negociación cínica y macabra, dictada solamente por la venganza, la ferocidad y el poder. Cicerón y su hermano Quinto se encontraban en la finca del Tusculo, en las cercanas colinas al sur de Roma, cuando se enteraron de la ola de proscripciones. El horror y el pánico se apoderaron de ellos, que, de inmediato, decidieron huir. En un primer momento pensaron de refugiarse en Macedonia, y para ello, se dirigieron en literas hacia la costa, a Astur, donde Cicerón poseía una propiedad, y allá embarcarse. A cada rato, en el camino, paraban y lloraban por el triste destino de ambos. En una de las paradas los hermanos decidieron separarse, por que Quinto deseaba regresar a su casa y recoger provisiones para el viaje. Sollozando y llorando, los dos hermanos se separaron para siempre. Quinto, llegado a su 24
casa, fue denunciado por sus esclavos a los sicarios de Antonio, que lo encontraron y lo mataron. Llegado a Astur, Cicerón se embarcó e hizo vela hacia el sur, mas la indecisión sobre el qué hacer lo dominó. Pensó volver a tierra para ir a buscar a Octavio y pedirle ayuda, desembarcó y volvió a embarcarse más veces, sin saber que decisión tomar. Finalmente, ya que se hacía tarde, decidió navegar hasta Cayeta, adonde tenía una propiedad. Allá pasó la noche, quizás esperando a su hermano, mas sin poder dormir, atormentado por el miedo y el no saber que hacer. En la mañana siguiente, los esclavos, queriendo hacer algo para salvar la vida de su amo, lo levantaron y lo pusieron en una litera, directo al mar a lo largo de un paseo rodeado de árboles. En ese momento llegaban a la casa los sicarios de Antonio, el centurión Herenio y el tribuno Popilio, con un grupo de soldados. Quebrantadas las puertas de casa, entraron, mas no encontraron a nadie. Uno de los libertos de Quinto, de nombre Filólogo, pero, indicó al tribuno la calle sombreada adonde la litera de Cicerón se encontraba, directa hacia el mar. Pocos pasos de carrera permitieron a Herenio alcanzar la litera. Cicerón, dándose cuenta que todo había terminado, dio la orden de parar. Tenía el cabello sucio y en desorden, los ojos rojizos y el aspecto macilento por el estrés y el insomnio. Miró a su sicario directo en los ojos, manteniendo la cabeza apoyada sobre la mano izquierda, como acostumbraba, y ofreció el cuello, afue25
ra de la litera. Los esclavos se cubrieron los ojos cuando Herenio, con la espada afilada, con un único golpe, le cortó la cabeza. Por orden de Antonio, luego, le cortó también las manos, con las que había escrito las Filípicas. Era una fría mañana del 7 diciembre del 43 a.C. Terminaba de tal manera, violentamente, a los 64 años de edad, la vida del más grande abogado y orador de la república romana. Herenio, de vuelta a Roma, entregó a Antonio los trofeos que éste le había encargado. Satisfecho, Antonio exclamó: “¡Por fin, ahora sí, terminaron las proscripciones!”, y ordenó que la cabeza y las manos de Cicerón fueran expuestas en los rostros, que era una tribuna desde donde los personajes públicos hacían discursos en el Foro. Un espectáculo macabro frente al cual los romanos reconocieron la implacable ferocidad de Antonio. Mas, el sadismo de Marco Antonio no se limitó a esto. Entregó luego a Pomponia, viuda inconsolable de Quinto, el esclavo Filólogo, el que había denunciado a Cicerón, y que, razonablemente es de suponer, había denunciado a los sicarios también a su amo. Refiere Plutarco que, aunque la historia no fuera confirmada en esos tiempos por testigos, la viuda puso el esclavo en cadenas y lo afligió con todo tipo de torturas. Finalmente, comenzó a cortar, de su cuerpo, pedazos de carne, los asaba y se los daba a comer, hasta cuando el esclavo murió. Una parte de la historia romana había terminado. 26
El hombre y el político
Cicerón sobresalió, desde la más temprana edad, por su inteligencia. Aplicado y metódico, era dotado de una memoria extraordinaria. Llegado a la edad escolar adquirió fama entre los escolares, tanto que los padres iban a las clases deseosos de conocerlo y admirar su propensión a las letras y a la poesía. Era delgado y delicado. Detestaba la violencia y tenía alejadas de sí las armas. Sin embargo fue un buen soldado, cuando cumplió el servicio militar a las órdenes de los cónsules Pompeyo Estrabón y Lucio Cornelio Sila. Cuando entró en la vida profesional y política, Cicerón adoptó un particular método para memorizar sus discursos: utilizaba una técnica asociativa, que luego fue llamada técnica de los pasajes. Él fraccionaba el discurso en sectores lógicos, relacionándolos con palabras claves. Luego asociaba estas palabras a los pasajes sucesivos de una casa o de un edificio que él conocía bien. Cuando tenía que pronunciar su discurso o su oración imaginaba recorrer esos pasajes, de tal manera que los conceptos de la oración le venían a la memoria en el exacto orden que él había establecido. Aprendió a mantener en la memoria los nombres de todas las personas que conocía. Decía que si los artesanos, que utilizan instrumentos para su trabajo, conocen a memoria todos los nombres de esos instrumentos, un hombre político, que se ocupa de asuntos públicos, 27
utilizando los hombres como fueran instrumentos, debe necesariamente conocer los nombres de las personas que conoce. Por tanto, no solo se acostumbró a memorizar nombres y apellidos de todas las personas, sino que también sabía a donde vivían, en qué calle habitaban, qué posesiones tenían, con quienes estaban relacionados, y cuales eran los más influyentes. De tal manera que por cualquier parte de Italia transitaba sabía identificar donde se encontraban las tierras y las casas de sus amigos. Al ápice de su carrera, Cicerón mostró la otra cara de su carácter. Altero y presuntuoso, usaba el sarcasmo, arma que sabía dominar perfectamente, para reírse de sus adversarios o para solamente suscitar las risas de los presentes. Durante su carrera forense, en efecto, los motejos resultaban, a veces, apropiados y originales, mas con el tiempo, exagerando, Cicerón resultó antipático a muchos. Sus palabras mordaces fueron interpretadas como la manifestación del carácter de una persona que mira solo a aparentar simpático para conseguir consensos, y, con ello, lograr progresar en su carrera profesional y política. Resultó molesto a muchos, además, por alabarse continuamente, y llegó a llenar de laudes para sí mismo, hasta los libros que él escribía, por lo cual finalmente logró aburrir a quien lo escuchaba o lo oía declamar sus obras. Temeroso y sumiso ante los potentes, manifestaba superioridad ante el próximo, y reconocía los méritos de 28
los demás solo si éstos, siendo contemporáneos, eran inferiores a él (estimaba a Lucrecio, probablemente liberto, por su valor y sus ideas), o, si eran personajes del pasado (admiraba enormemente a Demóstenes), porque nada podía temer de ellos. Plutarco refiere muchas anécdotas sobre los motejos de Cicerón. Un día, logró obtener la absolución de un cliente, de nombre Munacio, que había sido denunciado por un tal Sabino, amigo de Cicerón. Al término de la causa, Munacio enjuició por calumnia a Sabino, lo que hizo montar en todas las furias a Cicerón. Éste le dijo, entonces: “Munacio, ¿fuiste tú o fui yo con mi elocuencia que hizo oscurecer la luz ante los ojos de los jueces?” Un día que Marco Craso (conocido como hombre ávido) le dijo que le gustaban los estoicos por que sostenían que el sabio es rico, Cicerón le contestó: “¿Será porque piensas que todo le pertenece al sabio?” Y otro día que uno de los hijos de Marco Craso, el cual era muy parecido a un tal Axio, amigo suyo, al punto que se rumoreaba que en la realidad su esposa lo había tenido con éste, había dado en el Senado un discurso muy apreciado, y se acercó a Cicerón preguntándole que le pareció, éste le respondió, en griego: “¡Axio de Craso!”, es decir “merito de Craso”. Había un tal Octavio, que se decía nacido en África, que un día, durante la discusión de una causa en el Tribunal, se quejó por que, decía, no oía la voz de Cicerón. Éste le dijo, entonces: “¡Y con todo que tienes 29
las orejas agujeradas!”. Una vez que estaba polemizando fuertemente con Metelio Nepote, y éste le preguntaba a cada rato, para molestarlo, “¿Quien es tu padre?”, le contestó “En cuanto a ti, ¡tu mamá te hizo muy difícil la respuesta!”. Se decía, en efecto, que la madre de Metelio era mujer inmoral y desenvuelta. Un día, encontrándose en la calle con un tal Voconio y con sus tres hijas, una más fea que la otra, comentó: “¡Es cierto que tuvo a Febo como enemigo, este hombre!” Un día que, en el Senado, Marco Gelio, hombre que se decía haber nacido de padres esclavos, estaba declamando un discurso con voz muy fuerte y clara, comentó: “No se sorprendan, él también es uno de esos que reclaman su libertad”. Como si no bastara, si como hombre Cicerón se rindió odioso a muchos durante su vida, como político ha sido el blanco, en la posteridad, de las críticas de todos los comentaristas antiguos y modernos. Las principales acusaciones han sido la presunción, la indecisión y la falta de visión política. Cicerón era un aristocrático y, recordando los estudios griegos, en particular el estudio de la República de Platón, pensaba que la aristocracia era la mejor forma de gobernar. Su constante preocupación fue, por tanto, la defensa de los derechos de la oligarquía terrateniente de su época y, en particular, sus derechos de propiedad. Para esto, Cicerón se batió constantemente en favor de 30
un acuerdo general entre los oligarcas, con el fin de alcanzar la paz social y garantizar el poder en manos de una clase política elitaria. No sabemos si él se daba cuenta de cuanto teórico y abstracto fuera su ideal, mas, por su presunción, es posible que esto significara para él asumir una posición neutral, árbiter inter partes, que le daba la ilusión de adquirir prestigio y, con ello, poder personal. Mas, el poder, y la lucha para conseguirlo, han sido los mismos desde siempre, en los tiempos antiguos, tal como en los tiempos modernos. Ella requiere, al hombre político, el saber tomar una posición, lo que no supo hacer Cicerón, más preocupado en hacer lo que le convenía, que hacer lo que debía. Fue esta ambición narcisista que no le permitió comprender los procesos en acto en sus tiempos y le obligó finalmente a posturas humillantes y desesperadas, hasta el último, y trágico, episodio de su vida. La obra
Cicerón nos ha dejado una cantidad monumental de obras, que en gran parte han llegado afortunadamente hasta nuestros tiempos. Él dictaba sus libros y sus discursos a su secretario, Tirone, que, obligado a escribir rápidamente, siguiendo el dictado de su amo, inventó un sistema rápido de escritura que se convirtió en el progenitor de la moderna estenografía. Cicerón publicó por sí mismo, a través del más famoso editor de la época, 31
Ático, y con un cierto fin auto-celebrativo (él mismo declaraba, en el Brutus, que con él se había completado el desarrollo de la oratoria latina, como arte), todas sus obras. Se conservan cincuenta y ocho oraciones (discursos), y otras cien se conocen solo por sus títulos. Los argumentos varían entre los políticos y los judiciales (de defensa de sus clientes o de acusación), entre los cuales destacan las Verrinas, las Catilinarias y las Filípicas. El aspecto humano de Cicerón se revela en su correspondencia. Tenemos hoy más de novecientas cartas, parcialmente redescubiertas, entre el 1345 y el 1389 por Petrarca y el canciller y humanista Coluccio Salutati. Éstas fueron catalogadas y conservadas por su secretario, Tirone, entre el 48 y el 44 a.C. Reunidas en 44 libros, las cartas abarcan diferentes temas, públicos y privados, y son dirigidas a las personas que más estuvieron cercanos, en la vida, a Cicerón: sus familiares, su hermano Quinto, su editor Ático, y Marco Bruto. Cicerón escribió varios tratados de retórica en los que resume los conocimientos de la retórica griega, de la oratoria romana, y los que había adquirido por su experiencia como abogado y estadista. Los temas son variados, y van desde la elencación de las calidades que debe tener un buen orador, como la figura, el tono de voz, el conocimiento de las leyes y las técnicas del discurso, hasta una historia de la elocuencia griega y romana. A Cicerón va el mérito de haber creado un nuevo vocabulario, que le sirvió para traducir al latín expresio32
nes griegas, y cuando se dedicó a traducir las obras de los más importantes filósofos griegos. Este vocabulario, a más que enriquecer la lengua latina, nos ha permitido conocer el pensamiento de esos grandes clásicos, cuya obra original, sin el trabajo de Cicerón, se hubiera perdido para siempre. Alejándose de la política, Cicerón dedicó los últimos años de su vida a obras de carácter filosófico. Analizó y expuso el pensamiento de las principales escuelas griegas, en especial la de la Academia de Platón, del Liceo de Aristóteles y de la Estoa de Zenón. Gracias a él, como se ha dicho en anterioridad, gran parte de las obras de estos grandes filósofos griegos se han podido salvar. De Platón tomó los títulos, los temas y la forma dialogada de sus dos tratados políticos: el De República y el De Legibus. En el primero, confirmando su tendencia al equilibrio entre las partes, manifestada durante toda su vida, propugnaba, como mejor sistema político, el resultante de la fusión entre la monarquía, la oligarquía y la democracia. En el segundo expuso su pensamiento sobre el derecho natural, el derecho real (las leyes) y el orden estatal. En ello trató además sobre las funciones de los magistrados. Escribió otros diálogos, entre los cuales señalamos De finibus bonorum et malorum (Sobre el sumo bien y el sumo mal’), una contraposición de las teorías epicúreas, estoicas, platónicas y peripatéticas; De officiis (Sobre los deberes), oposición entre lo honrado y lo provechoso; De natura deorum (Sobre la naturaleza de los dioses), en refu33
tación de las teorías epicúreas; Cato Mayor De Senectute (Sobre la vejez), y Laelius De amicitia (Sobre la amistad). El filósofo
Si bien es cierto que en los escritos de Cicerón resulta clara la diferencia entre los temas retóricos y los filosóficos, no resulta claro el pensamiento original, en el sentido filosófico, del escritor. Cicerón se formó, culturalmente y filosóficamente, en las escuelas de retórica helénicas, al punto que él mismo declaró “yo me convertí en orador, no en las escuelas de retórica, sino en las Academias”. Por este motivo Cicerón utilizó los medios que le proveía la retórica en los temas filosóficos, y los argumentos filosóficos en las obras de retórica. Él mismo confirmó (De Oratore) que la separación entre sabiduría y retórica son obra de la mente humana: para sanear esta fractura él unió la una con la otra, rindiéndolas interdependientes. La filosofía ocupó la parte final de su vida. Se dedicó a traducir al latín las obras de los principales filósofos griegos, Platón, Aristóteles y Epicuro, y a analizar su pensamiento. Cicerón, como filósofo, no quedó satisfecho por ninguna de las teorías filosóficas griegas, prefiriendo inclinarse hacia un escepticismo académico, tomando de cada escuela los principios que él sintió ser más cercanos a su forma de ser y de pensar. Por ello fue calificado como pensador ecléctico. Sin embargo, apareció manifiesta su aversión a las proposiciones epicúreas. 34
Era contrario al escepticismo radical, considerando que para la cohesión social y humana son indispensables unos principios sólidos, firmes e inmutables, que todos tienen que respetar. En el tema religioso Cicerón demostró ser respetuoso de los dioses, mas creyó en el libre arbitrio del hombre. Tras la muerte de su amada hija Tulia, Cicerón, caído en una profunda depresión, buscó alivio escribiendo una Consolatio, en la cual expresó temas, sobre la inmoralidad del alma, que los griegos, en particular Platón, habían ya resuelto ampliamente. Sin embargo, Cicerón expresa abiertamente su convicción sobre la inmortalidad del alma en el De Amicitia, donde declara: “No estoy de acuerdo con aquellos que, desde algún tiempo, afirman que el alma muere cuando el cuerpo muere, y que todo se disuelve con la muerte”, haciendo referencia a los epicúreos. (De Amicitia, 13). Y, más adelante: “El alma humana es una entidad divina, a la cual, después de la muerte, se le abre el regreso al cielo, de manera tan rápida, cuanto más uno fue gusto y bueno en la vida”. (De Amicitia, 13) En el tema social, Cicerón era partidario de un estado en el que, sabiduría y elocuencia se unieran al arte del gobierno, en una ilusoria república ideal. Cicerón no escribió una obra orgánica y sistemática sobre la filosofía, sin embargo sus Diálogos pueden ser considerados obras monográficas sobre específicos temas filosóficos. Entre ellos, hemos escogido el pequeño 35
tratado sobre la Amistad (De Amicitia), que ilustra cumplidamente no solamente el pensamiento del escritor sobre un tema profundo y cotidiano, mas, también, nos da la imagen de la personalidad del gran abogado. La obra, escrita en forma dialogada, que se aprecia por su agradable prosa y comprensión, toma a pretexto la profunda y memorable amistad entre Caio Lelio y Publio Escipion, personajes respetables, bondadosos y generosos, muy apreciados en su época por la sociedad romana, para disertar sobre el sentimiento, noble, exclusivo y profundo de la amistad. El desarrollo de la obra, según la declaración programática de Cicerón, tendrá un tono práctico, útil a la vida cotidiana, y no declaraciones teóricas, relacionadas solo con nuestros ideales y nuestras aspiraciones. Nadie, mejor que Cicerón, podía disertar sobre ella. Él, que, por toda su vida, mantuvo una intensa y constante amistad con Gneo Pompeyo, siguiéndolo, coherentemente, hasta los últimos días de su vida, hasta su derrota final, por parte de Julio César, en la batalla de Fársalo, en el norte de Grecia. Preliminarmente, Cicerón cree que la amistad surge solamente entre personas buenas, aclarando que, para él, el bueno se identifica con el sabio. ¿Y, quien es el sabio? “Es aquel que se comporta y vive de tal manera que quede demostrada su lealtad, su integridad, su generosidad, y que no albergue en él la ambición, la corrupción, la imprudencia, y que mantenga su firmeza”. (De Amicitia, 19) 36
La virtud, es decir la sabiduría, genera la amistad, y sin ella no puede surgir este sentimiento. La amistad es una especie de vinculo que surge entre aquellos que se conocen por vivir cercanos. Por este motivo la naturaleza favorece las relaciones, y la amistad, entre vecinos, y no entre ajenos. La amistad consiste nada más que en un acuerdo, con afecto y bienestar, sobre todas las cosas, las divinas y las humanas. “Ella es siempre disponible, no es un peso, y nunca es inoportuna, al punto que se dice que ni del agua, ni del fuego nos servimos en muchas oportunidades, sino de la amistad”. (id. 22) Los amigos hay que escogerlos en edad madura, cuando los caracteres están ya formados. Sería un error, dice Cicerón, suponer como amigo, a quien, cuando fue joven, condividía con uno la pasión para la pelota o para los juegos, y solo por esto considerarlo digno de nuestra amistad. Cicerón cita una afirmación de Empédocles, el filósofo físico de Akragas, que declaraba: “La amistad une todas las cosas que en la naturaleza y en el universo están separadas, mientras la discordia separa aquellas que estaban unidas”. (id. 24). No hay, dice Cicerón, nada más placentero que tener un amigo con quién poder hablar como a uno mismo, y con quién compartir los momentos de alegría y aquellos de tristeza. De hecho la amistad rinde más cristalina la buena suerte y más soportable la mala. Cuál mayor ejemplo, y cuántos aplausos en el teatro, cuando, 37
en una tragedia de Marco Pacuvio, escritor trágico, amigo personal de Cicerón, se representaba la escena en la cual “¡ignorando cuál de los dos era Orestes, Pílades decía ser Orestes, para salvar el amigo y ser matado en su lugar, mientras Orestes, siendo él mismo, insistía en afirmar que él mismo era Orestes!” (id. 24). Es interesante el punto de vista de Cicerón, cuando afirma che la amistad es superior al parentesco, por que si se pierde el afecto, la amistad pierde su mismo nombre, mientras en el parentesco aun perdiendo el afecto, su nombre permanece. “Muchas veces –dice Cicerón (id. 26)- me parece que la amistad sea deseada por causa de nuestra debilidad y de nuestra necesidad, de tal manera que, dando y recibiendo favores, cada uno reciba de los demás, y contracambie con ellos, lo que cada uno no puede obtener por él mismo.” “Mas –reflexiona Cicerón (id. 27)- me parece que la naturaleza de la amistad sea otra, más auténtica, y más natural. En la amistad, que procede del amor, y del cual comparte la misma raíz etimológica, nada es falso, nada es simulado, y, cualquier circunstancia se presente, ella es genuina y espontánea. Por tanto puedo afirmar que la amistad surge de la naturaleza y no de la necesidad.” “Cuanto más uno confía en sí mismo, y más está dotado de virtudes y sabiduría, al punto de no necesitar de nadie y de poseer en sí mismo todos los recursos, tanto más es capaz de encontrar amistades y cultivarlas.” (id. 30) Es por esta razón que la amistad es bien diferente del interés. No prestamos nuestros beneficios a usura, 38
para recibir de vuelta beneficios con el interés. La amistad reside en el amor, en la estima, y en el cariño, una vez que sea comprobada la honestidad del amigo. A veces el interés cementa amistades, mas estas son temporáneas: se disuelven al instante, una vez que el interés cambia. De igual manera es difícil encontrar amigos entre los políticos o los que recubren cargos públicos. Por lo contrario, desde el momento que la naturaleza es eterna, las verdaderas amistades son eternas. Igualmente se equivoca quien cree que la amistad consiste en el compartir, con el supuesto amigo, caprichos y pecados. El fundamento de la amistad es la virtud y no el vicio. Sin virtud no hay amistad. Ahora bien, si la virtud y la honestidad nos inducen a apreciar hasta aquellos que no conocemos, aquellos que no hemos nunca visto, ¿por qué sorprenderse si nuestro ánimo se conmueve cuando divisamos virtudes y bondad en aquellos con quienes podemos compartir costumbres, opiniones y hasta la vida? Si bien es difícil conformar una buena amistad, resulta sumamente difícil mantenerla siempre. Una amistad se puede romper por rivalidad. La competición por un cargo público, por un matrimonio, por el prestigio, o por el dinero. La competición puede dañar una amistad que se creía duradera para siempre. También una amistad puede perderse cuando hay un cambio de costumbres, o cuando ha habido un disenso en las opiniones políticas. En este caso hay que ser cuidadoso para que una amistad perdida no se convierta 39
en una nueva inamistad. Nada es más desagradable que hacer la guerra a aquel con el cual se ha compartido estrechamente la propia vida. Discrepancias pueden, también, surgir cuando pedimos a un amigo algo injusto, o lo utilizamos, como instrumento, en una injusticia. No podríamos, en este caso, acusarlos de faltar al vínculo de la amistad. Por este motivo Cicerón se pregunta hasta qué límite puede llegar el vínculo de amistad. Y, para ilustrar este delicado punto, siendo hombre político, cuenta como la profunda amistad entre Quinto Tuberon y Tiberio Graco condujo el primero a pedir favores injustos y el otro a desechar su vida. Decía Quinto Tuberón que estimaba a tal punto Tiberio Graco que cualquier cosa este le hubiese exigido, él lo hubiera cumplido, hasta darle fuego al Campidoglio. Y fue así que no solamente Quinto Tuberón secundaba hasta las más extremas exigencias políticas de su amigo, sino que se convirtió en el cabecilla del movimiento subversivo creado por éste. Cuando las investigaciones condujeron a él, tuvo miedo y huyó a Asia pidiendo asilo a los mismos enemigos de Roma. Por tanto, no existe excusa, y no se puede alegar que ella fue cumplida para mantener la palabra dada a un amigo, para justificar a una propia culpa. Es por esta razón que la amistad es muy difícil de conservar si uno renuncia a la propia honestidad. “Es de recomendar a las personas honestas que, si por un caso fortuito, se cruzan con individuos de tal especie, no piensen de ser talmente vincu40
lados como para no poder alejarse de ellos cuando se equivocan entorno a un grave problema ético” (id. 42), mas bien hay que denunciarlos, afirma Cicerón, especialmente cuando se trate de un delito tan grave como la traición a la patria. Queda por tanto establecida la siguiente regla moral: a los amigos se les podrán exigir solo cosas honestas. Nuevamente, con respecto a los límites de la amistad, Cicerón vuelve a examinar tres aspectos comúnmente repetidos, que dice no aceptar. El primero es el que dice que hay que querer al amigo como a sí mismo. Él niega este dicho común, porque muchas veces hacemos para los amigos cosas que nunca haríamos para nosotros, especialmente cuando esté en juego nuestra dignidad personal. El segundo, que el afecto que tenemos para nuestros amigos es de igual intensidad a aquello que ellos tienen para nosotros. Esto significaría reducir la amistad a un puro cálculo comercial con rubros del dar y del haber. La verdadera amistad consiste en dar y no esperar que se nos devuelva más de lo que hemos dado. El tercero, que la estima que tenemos para nuestros amigos sea igual a aquella que ellos tienen para nosotros. Esto equiparía a quitar a la amistad el estímulo para mejorar y mejorarse. Solo un ánimo mezquino no aceptaría las exhortaciones a mejorar su conducta recibidas por un amigo sincero y desinteresado, por que el verdadero amigo sabe ponerse al mismo nivel de quien le es inferior, y este último sabe aceptar las sugerencias de 41
quien le es superior, por inteligencia, prestigio y experiencia. Solo así quien es inferior puede mejorarse, alejada la envidia, aceptando con cariño las palabras del amigo. Y, para terminar, Cicerón cita una frase de Escipión, sobre cuanto es difícil conseguir amigos auténticos, que decía: “De cabras y ovejas, uno sabe decir cuantas posee, mas de cuantos amigos no sabe. Y para conseguir las primeras los hombres ponen mucho empeño, mientras para escoger los amigos, muchos son negligentes y superficiales, y no saben analizar los indicios y las evidencias para juzgar los que son dignos de ser elegidos como amigos. Por esta razón hay que escoger hombres decididos y constantes, calidades que, al parecer, escasean entre los humanos”. (id. 62) En escoger los amigos, dice Cicerón, hay que hacer como un jinete con los caballos. Hay que ponerlos a la prueba para comprobar, de alguna manera, el carácter de las personas, por que no se puede confiar plenamente en quien es inestable y tortuoso. Y, por último, una citación del filoso Arquitas de Taranto: “Si alguien pudiese subir al cielo, y desde tal altura observar las maravillas de la tierra y la hermosura de las estrellas, esa contemplación tanto exalta no tuviera significado alguno, si no hubiese un amigo a quien contarla”. (id. 88)
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Lucrecio (98-55 a.C.) La vida.
De la vida de Tito Lucrecio Caro, poeta y filósofo latino, (en latín Titus Lucretius Carus) casi nada se sabe, ya que nos queda muy poco sobre su origen, su formación y su transcurso social. No sabemos si nació en Nápoles o en Roma. Tampoco sabemos si fue aristocrático o liberto. Su apellido Carus hace suponer a los eruditos que no era de origen noble, mas, opinan, es posible que fuera un esclavo emancipado. Pero, otros (entre los cuales D. José Marchena) sostienen que Lucrecio pertenecía a una antigua y noble familia romana, la gens Lucrecia, que hacía remontar sus orígenes a los primeros siglos de la Roma monárquica, y que tuvo el mérito de derrocar al último rey etrusco, Tarquinio Sexto. 43
De su obra tampoco se logra deducir algo sobre su origen y su estado social, faltando totalmente de referencias autobiográficas. Mas, de la manera en que se dirige, de par a par, al aristocrático Memio, su lector y alumno, se podría deducir que Lucrecio era de origen aristocrático. Sin alguna duda tuvo una excelente educación y pudo acceder a los estudios clásicos, en particular los de las escuelas griegas, que asimiló perfectamente, como queda demostrado por las referencias a Homero y Platón, y la descripción de la peste en Atenas. Sobre sus fechas de nacimiento y de muerte, también, hay dudas. Nació antes del 90 a.C., y murió, eso es cierto, a los 43 años de edad. Hoy se sugieren, como fechas más probables, el 98 a.C., y el 55 a.C. Para poderlas establecer, en ausencia de datos ciertos, se ha recurrido a las dos únicas referencias sobre su muerte que han quedado en nuestro poder. Elio Donato, gramático y maestro de retórica, en la biografía de Virgilio refiere que Lucrecio moría exactamente el día en que Virgilio cumplía 17 anos (54 o 53 a.C.). Mas, luego, se contradice, afirmando que en ese año eran cónsules Craso y Pompeyo, lo que ocurrió en el 55 a.C. Esta última fecha es parcialmente confirmada por Cicerón en una carta dirigida, en el siguiente año, a su hermano Quinto, en la que, hablando del manuscrito del poema de Lucrecio, que se encontraba en sus manos, sugiere que este último había ya muerto. A parte Cicerón, el único personaje contemporáneo que nombra Lucrecio es Cornelio Nepote, que, en la biografía de Ático, escribe: “después 44
de la muerte de Lucrecio y Catulo”. Vivió, en la primera juventud, los tiempos difíciles y tormentosos de la agonía de la república romana: primero los de la guerra civil entre Mario y Sila, después los de la sangrienta revuelta de Espártaco y de sus gladiadores, luego los de la guerra en Galia y los de la nueva guerra civil entre Cesar y Pompeyo, y, quien sabe, por este motivo experimentó fuertes pasiones, como se evidencia en muchos pasos de su obra, el “De Rerum Natura”. Las circunstancias de su muerte, a una edad en la cual, por cierto, estaba en el pleno de sus facultades físicas, intelectuales y creativas, también son motivo de dudas y de contrastantes interpretaciones. Falsa es, seguramente, la información que Lucrecio enloqueció, por causa de un filtro de amor, o de un veneno, que le fue suministrado por una mujer seducida y abandonada, y que, en consecuencia de ello, se suicidó. El De Rerum Natura todo es menos que la obra de un demente. Esta información surgió en el IV siglo, es decir cuatrocientos años después de la muerte de Lucrecio, y fue reportada en el “Chronicon” por San Jerolamo, con el objetivo de desacreditar la fuerte y frontal polémica antirreligiosa del poeta. Sofronio Eusebio Jerólamo (Dalmacia 347-Belén 420), autor de la Vulgata, la primera traducción de la Biblia, del griego y el hebraico al latín, que fue conmemorado como santo y padre de la Iglesia Católica, era definitivamente contrario, por supuesto, a las doctrinas epicúreas y materialistas pro45
puestas por Lucrecio, entre las cuales resaltaban la negación de una vida espiritual después de la muerte y de la inmortalidad del alma. La obra.
Su única obra, el “De Rerum Natura”, fue probablemente salvada, y ha podido llegar hasta nosotros, gracias a su amigo y estimador, el gran abogado, orador y filósofo romano Marco Tulio Cicerón. La obra fue escrita en poesía, forma que Lucrecio escogió para aliviar, con su ritmo y sus rimas, la lectura de un texto, que tenía, en las intenciones declaradas por el mismo autor, el objetivo didáctico de difundir en Roma la filosofía epicúrea. Intento difícil, en una Roma espontáneamente votada al estoicismo, más afín a la cultura y a la religión de los tiempos. Lucrecio utilizó, en el poema, tonos grandiosos y sublimes, que sirvieron al autor para cautivar el interés del lector y proponer una verdad que surgía del conocimiento. No solo el poeta se limitaba a describir los fenómenos naturales, mas bien se esforzaba de dar a ellos una explicación racional, con los mecanismos que a ellos conducen, por lo cual el lector superaba el miedo y aceptaba la necesariedad de los mismos (necesse est). El poema se encuentra dividido en tres díadas de dos libros cada una, por un total de seis libros. Cada pareja de libros comienza con un himno a Epicuro, como también termina el último, la segunda pareja comienza 46
con un himno a la ciencia y la tercera con la exposición de su teoría sobre la estética, además cada díada comienza en forma optimista y termina en forma trágica. Este esquema simétrico, según los filólogos, responde al modelo de la escuela de Alejandría, confirmando la hipótesis que Lucrecio tuvo la posibilidad de viajar y estudiar en el exterior, como podía hacerlo solo un joven de buena familia. El mismo título de la obra repite el que fue adoptado por los primeros filósofos, los físicos, de la escuela jónica. El poema se puede dividir, esquemáticamente, en tres partes: los primeros dos libros tratan de la teoría atómica (argumentos físicos); los segundos dos tratan del conocimiento (argumentos antropológicos); y los terceros dos tratan del mundo (argumentos cosmológicos). Tres, también, son los argumentos principales que caracterizan la obra.. El primero es la insanable dicotomía entre la razón y la religión. La razón (ratio) es la verdad que ilumina la oscuridad, mientras la creencia, que se identifica con la religión (religio), es torpeza bruta e ignorancia. Lucrecio se esfuerza de demostrar las consecuencias nefastas de la religión. El segundo consiste en el tentativo, por parte del autor, de la difusión de la filosofía epicúrea en Roma. En buena sustancia Epicuro afirmaba que el mundo se había formado por la agregación de los átomos, con lo que tentaba de dar una completa explicación de los fenómenos naturales. El conocimiento de éstos culmina47
ba en la aceptación del mundo tal cual es, con el clinamen, o sea el ciclo constante de la vida y de la muerte, y, como consecuencia de ello, con la liberación y la superación del miedo a la misma muerte. El tercer argumento consiste en la explicación del rol del hombre en la naturaleza. Lucrecio niega toda creencia sobre la creación y afirma que el hombre se ha liberado de la esclavitud a la naturaleza con el conocimiento y la técnica, que son, también, estos últimos, reflejos de la misma naturaleza. Estilísticamente, la obra de Lucrecio se caracteriza por la esencialidad del lenguaje en adhesión a las reglas de Epicuro (Nada queda más impreso en la memoria que los conceptos claros expresados con palabras sencillas). Sin embargo es de considerar que el latín, antes de las reformas operadas por Cicerón, era un idioma escarno, que tenía dificultad a traducir muchas expresiones conceptuales del idioma griego, más rico, más complejo y refinado, gracias a sus muchos más siglos de cultura, respecto al latín. Su filosofía.
Lucrecio aprendió a amar a Epicuro por sus estudios, seguramente conducidos en Grecia, y abrazó en toto su filosofía. La doctrina epicúrea, que tenía sorprendentemente muchos puntos en contacto con la filosofía budista, tenía como objetivo final la ataraxia (ausencia de turba48
miento), es decir la serenidad, la imperturbabilidad del espíritu, que coincidía con la ausencia del deseo, y la aponia (ausencia del dolor), que consistía en el placer interior. Ellas se alcanzaban con la eliminación de las pasiones (amor, odio, ira, rencor, ambición) y del miedo irracional. La única vía para superarlas, para Lucrecio, era la razón, es decir el conocimiento, la verdad, que da siempre una sensación de placer y de tranquilidad del espíritu, y sugiere, para ello, cuatro teoremas, como fueran cuatro medicinas: - Dios no infunde temor; - Tampoco la muerte infunde temor; - La muerte es explicable racionalmente y por tanto aceptable; - El dolor es fácilmente soportable. Tras estas declaraciones anticonformistas, el autor se esforzó continuamente para que la razón prevaleciera sobre la torpe ignorancia a través de las enseñanzas de Epicuro. Explicaba que el hombre perseguía constantemente falsos objetivos sin darse cuenta que la naturaleza requería solamente la ausencia del dolor físico y espiritual, condición que se obtenía satisfaciendo únicamente las necesidades elementales. Esta condición llevaba el hombre a la serenidad espiritual, que, en último análisis, era la misma felicidad que ellos estaban buscando. Una de las pasiones que más afectaban a la racionalidad y la lucidez de la mente humana, era, según Lucrecio, la pasión amorosa, porque siempre atormentada e insatisfecha. Junto a ella, el miedo a la muerte y el 49
temor a los dioses, completaban el panorama de la torpeza humana. El miedo a la muerte nacía por la creencia que el alma era inmortal, y de ello nacía también el temor a los dioses. Con respecto a este último tema y a la religión, Lucrecio afirmaba que el universo se formó en virtud de la mecánica casual, por efecto de la agregación de los átomos, y no por una creación, resultado de una voluntad superior, o divina. Los dioses, decía, no existen, y si existen, viven por su cuenta, fuera de nuestro mundo, y no se interesan de nuestras vicisitudes. Como consecuencia de ello Lucrecio afirmaba que era absurdo pensar que el mundo había sido creado para nosotros seres humanos. Con esta afirmación Lucrecio daba un golpe final a la religión, no solamente confutando la existencia de los dioses, sino también a la visión antropocéntrica de la religión y de muchas escuelas filosóficas, en particular la de la escuela estoica, en gran auge en Roma en esos tiempos. El anticonformismo de Lucrecio chocó, finalmente, con la mentalidad romana cuando afirmó que el hombre sabio, el que había alcanzado la ataraxia, debía vivir alejado de la política y de la ambición por el poder, pues el afán por la competición política era trabajo solo para los torpes. Con ello, Lucrecio, que, sin embargo no tenía la intención de proponer una filosofía de carácter pesimista, mas bien proponía una teoría para alcanzar la felicidad, chocó fuertemente, imaginamos, con el mundo romano, pragmático, materialista y competitivo, ade50
más que con el poder religioso, que seguramente lo censuraron. El “De Rerum Natura”.
La más grande obra de Lucrecio, y la única conocida hasta el día de hoy, es un poema didáctico escrito en exámetros. Se encuentra dividida en seis libros y, no fue terminada ni fue revisada por el autor. Según San Jerolamo la obra fue revisada por Cicerón, y, por éste mismo, publicada después de la muerte de Lucrecio. El poema es dedicado a Gaio Memio, su discípulo y amigo, que fue pretor en el 58 a.C., lo que hace suponer que fue escrita, o por lo menos iniciada, en época anterior a dicha fecha. El Primer Libro se abre con una invocación a Venus, personificación de la fuerza y de la belleza de la naturaleza, única diosa que está en las condiciones de aplacar la sed de sangre y de violencia de Marte, el dios de la guerra.
[…] Genitora de los Eneades, placer de los hombres y de los dioses, Venus dadora de vida, que bajo el curso celeste de los astros, por dondequiera das vida, con tu presencia, al mar cruzado por los barcos y a las tierras fértiles con sus cosechas. Por tu gracia todas las especies vivientes están concebidas y, al nacer, ven la luz del Sol. 51
De ti, o diosa, huyen los vientos y las nubes del cielo al tu llegar. A ti la fértil tierra dedica las flores que nacen bajos tus pies. A ti sonríen las aguas pacificas de los mares que, calmas, resplenden del alumbrado cielo. […]
No es fácil entender los motivos por los cuales Lucrecio quiso invocar una divinidad, entre las más amadas y típicas del mundo griego-romano, que era parte de ese patrimonio religioso que la teoría epicúrea, y el mismo Lucrecio, querían condenar. Sin embargo, el resultado estético, en el respeto del más clásico estilo del poema épico, junto a las claras alegorías (el recurso a la diosa del amor, símbolo de paz y de la continua renovación de la naturaleza), pueden ser una explicación más que aceptable. Lucrecio invocaba, por medio de la diosa del amor, el regreso de la paz y el abandono de las ambiciones políticas de la clase noble romana, en los tiempos difíciles y críticos en los que él vivía. El abandono de las ambiciones, junto al de los deseos, era el fulcro de la filosofía de Epicuro, la que Lucrecio quería difundir en Roma. El libro continúa con un elogio a Epicuro, representado como símbolo de la ratio humana, aquella que será en grado de alejar los ciegos miedos a través del conocimiento y de la racionalidad. En el elogio, Lucrecio critica la superstición y el temor a los dioses: él demos52
trará cuanto dañina para la humanidad ha sido la religión, hasta le ha obligado a cometer los crímenes más execrables. Tras esta declaración, que calificarla como anticonformista sería un puro eufemismo, Lucrecio se ve obligado a invitar el lector a no considerar, desde el principio, como impía la doctrina que se apresta a ilustrar, mas bien, por lo contrario, lo invita a reflexionar sobre cuanto cruel había podido ser la religión tradicional, que movió Agamenon a sacrificar a su propia hija Ifigenia, para apaciguar a los dioses, casi ella hubiese sido solamente una joven ternera, sin mínimamente ocuparse si su madre, desesperada, la buscaría en vano sin saber donde encontrarla, vagando sin meta.
[…] En cuanto al resto, presta a la verdadera doctrina tus orejas libres y tu ánimo sagaz, exento de angustias, a que no alejes de ti, con desprecio, aun antes de haberlas entendidas, mis dádivas para ti dispuestas con fe y amor. Ya que me apresto a explicarte la suprema doctrina del cielo e de los dioses, y mostrarte los principios de las cosas, de las que la naturaleza produce la realidad existente, y la acrecienta, y la alimenta, y que la misma naturaleza une, disuelve y vuelve a unir: esos principios que llamamos materia, o cuerpos generadores de las cosas, y los llamamos semillas, además que cuerpos primigenios, por qué todo, de ellos, tiene razón y existencia. La vida humana yacía en la tierra a la vista de todos 53
torpemente aplastada por la religión oprimiente, incumbiente, de lo alto del cielo, con su horrible cara, sobre los mortales. […]
La religión, dice Lucrecio, condiciona la vida de los hombres, introduciendo en ellos, el germen del miedo. Si los hombres supieran que después de la muerte no hay nada, terminarían de ser esclavos de la superstición religiosa y de los temores que ella incute. Esos temores, estrictamente relacionados con el miedo a la muerte, surgen por la ignorancia. Para ello, Lucrecio se propone explicar las leyes de la mecánica que rigen el universo.
[…] A tantos malhechos pudo inducir la religión, …tu mismo, una vez u otra, vencido por el miedo y por los terríficos dichos de los vates, podrías alejarte de nosotros. ¡Cuantos cuentos, cuantos sueños, podrían ellos inventarte ahora, talmente graves como para subvertir totalmente tu conducta de vida y turbar, con el miedo, todo tu futuro! Y con razón, ya que, si los hombres pudiesen ver que existe un término fijo a sus penas, de alguna manera podrían tener la fuerza de oponerse a los miedos de la superstición y a las amenazas de esos vates. […] 54
Con 19 siglos de anticipación, respecto a Karl Marx, Lucrecio descubrió que la religión era el “opio de los pueblos”. En su nombre, dice Lucrecio, la humanidad ha cumplido crímenes imperdonables. ¡Y todavía no había viso los siguientes dos mil años! El enfrentamiento frontal en contra de la religión, es el aspecto más evidente de la filosofía de Lucrecio. Su ateismo es manifiesto y declarado. Arremete ardientemente en contra de ella, calificándola como una mezquina invención de la mente humana. Los temores de los hombres, frente a la muerte y a la religión, son, para Lucrecio, parecidos a los de los niños cuando se encuentran en la oscuridad más absoluta. En el Segundo Libro, Lucrecio ilustra la teoría del clinamen, aspecto más característico de la doctrina de Epicuro, que, aun abrazando la teoría atomista, en este detalle se diferencia de los principios de Leucipo y Demócrito. Mientras para estos últimos los átomos precipitaban en el vacío en forma vertical y recta, atraídos por su propio peso, para Epicuro esta mecánica no explicaría el por qué a un cierto punto los átomos chocarían entre sí: no hubieran podido nunca encontrarse. […] A este propósito deseo que aprendas lo siguiente: los cuerpos primarios, cuando precipitan en línea recta en el vacío atraídos por su propio peso, en un momento indeterminado y en lugar indeterminado, desvían un poco de su camino,justo ese poco que podrías llamar modifica del 55
movimiento. Si no desviaran, todos caerían hacia abajo, como gotas de agua en la lluvia y no habría colisión, ni choque entre los átomos. Fuera así la naturaleza nunca habría podido crear algo. Mas, si por caso, alguien cree que los cuerpos más pesados caigan, en el vacío, más rápidamente que los livianos, y sobre ellos precipiten originando los choques que generan los movimientos desviadores, igualmente estría equivocado y se alejaría de la verdad. […] Y concluye con una extraordinaria y sorprendente declaración, que fue comprobada científicamente solo después de 1700 años:
[…] Por lo contrario, en ningún lugar y en ningún momento en el espacio vacío existe una base por debajo de alguna cosa, como la naturaleza exige en el aire o en el agua: en el vacío todas las cosas deben moverse con la misma velocidad, cualquier sea el peso de cada una de ellas. […]
Con el clinamen, por alguna ley física que, Epicuro explica, no está todavía en las condiciones de ilustrar, los átomos desvían de su recorrido vertical, con lo que, a un cierto punto, chocan con otros átomos, creando un 56
remolino caótico y casual que genera nuevos choques. La diferencia no es tan sutil como aparece. La teoría del clinamen permite a Epicuro ilustrar por qué el hombre es el artífice de su propio destino, permitiendo a este último la libertad y la responsabilidad de sus propias acciones, es decir el libre arbitrio. Tal como los átomos desvían su recorrido vertical y uniforme, el hombre es libre de adoptar sus propias decisiones y desviar de una vida lineal y sin turbamientos, determinando su futuro. Chocando, los átomos se unen y se asocian temporáneamente, similar con similar, creciendo y formando nuevas agrupaciones, animadas o inanimadas, que constituyen la realidad existente. Periódicamente, la disgregación renovadora interviene para separar los átomos, que vuelven a ser libres en el espacio y disponibles para nuevas agregaciones, creando un ciclo continuo y eterno, de agregación y disgregación, que constituye la vida y la muerte. Es intuitivo, dice Lucrecio, que, en virtud de este continuo y eterno unir y desunir, en la naturaleza nada nace, nada muere y todo se conserva, solo por el producirse una pura casualidad mecánica y no por una intervención divina. Con ello, la aceptación de la muerte, como evento natural e ineludible, es serena, y constituye la clave para superar el miedo a la misma muerte, al dolor, al mal y, sobre todo, a los dioses. El segundo libro termina con una crítica de las demás teorías naturalistas en auge en la época de los filósofos físicos, la de Heráclito, de Anaxágoras, y de 57
Empédocles. El Tercer Libro se abre con una nueva y solemne celebración de Epicuro.
[…] Oh, tú, que primero llevaste una luz tan clara a las tinieblas más oscuras, iluminando la belleza de la vida. Yo sigo a ti, honor de la gente griega, y en las huellas por ti impresas, pongo firmes mis pies, no por que quiera competir contigo, mas por que anhelo imitarte, por amor. […]
La invocación a Epicuro se justifica por que Lucrecio se apresta a ilustrar uno de los principios básicos de su filosofía: la naturaleza mortal del alma. Lucrecio divide el espíritu vital del hombre en dos partes: el ánima, principio vital que ocupa todo el cuerpo, y del animus, principio racional, que reside en la mente. Ellos, por ser compuestos por átomos, como toda la naturaleza, son destinados a disolverse en el momento que el cuerpo muere: en el momento que el organismo humano cesa de vivir, Lucrecio explica, termina toda forma de conciencia y sensibilidad, por lo cual no puede existir después de la muerte, para el individuo, algún sufrimiento. Cuando estamos vivos, somos, y no hay muerte, mientras cuando hay muerte, sencillamente no somos, dice. Así como todo lo que ha sucedido antes de nacer, todo lo que sucederá después de nuestra muerte no nos 58
pertenece y, por tanto, no nos afecta y no nos interesa. En lugar de ocuparse de su propio destino el hombre debería preocuparse de vivir una vida recta, sana y sencilla, alejado de las ambiciones, y con ello, del sufrimiento y del dolor.
[…] Por tanto, cuando el cuerpo habrá muerto, tendrás que admitir que el alma también habrá muerto, disuelta con todo el cuerpo. Ya que unir lo mortal con lo eterno y creer que se puedan relacionar el uno con el otro es pura locura. ¿Cómo podrás creer en una cosa tan contrastante e incompatible que la unión de lo que es mortal con lo que es eterno en un conjunto vivo que enfrenta tantas y tales arduas tempestades? […] Y continúa:
[…] Nada, por tanto, es la muerte para nosotros ni, tanto menos, nos concierne, ya que la naturaleza del ánimo es mortal. Y tal como del tiempo pasado no sentimos ninguna aflicción como cuando los cartaginenses nos invadieron, y todo el mundo estremecía por los horrores de la guerra, y había dudas sobre cual de los dos contendientes hubiera gobernado en el futuro sobre las tierras y los mares. 59
De igual manera, cuando nosotros no existiremos más y se habrá producido el despego entre cuerpo y alma que, juntos, constituyen hoy nuestro ser, por cierto a nosotros no nos podrá suceder nada más, y nada podrá afectar a nuestros sentidos aun si la tierra se mezclara con el mar y el mar con el cielo. […]
Sin embargo, Lucrecio se da cuenta que aun demostrando científicamente que el alma es mortal, no es suficiente para alejar, de la mente humana, el miedo irracional a la muerte. Por esta razón, en la parte final del libro, Lucrecio deja hablar a la misma Naturaleza, en uno de los más apreciados tramos del poema:
[…] De tal manera que si un viejo decrépito se quejase y llorase por sentir la muerte incumbir sobre él ¿No tendría, ésta, razón de levantar la voz y reprenderlo con fuerza? “Calla ya, y aleja las lágrimas, basura de hombre, y deja de llorar. Todas las oportunidades de la vida has tenido ya, y estás podrido. ¿Por qué anhelas lo que está ya lejos y desprecias lo presente? Incumplida y desaprovechada, desperdiciaste tu vida y, de repente, la muerte encuentra a tu lado antes de que te consideres satisfecho y contento de lo vivido. Deja ya esas cosas, no son más para ti, a tu edad, y 60
de buen ánimo ¡vamos! deja espacio a los demás, es oportuno” […]
El Cuarto Libro trata de los sentidos y de los sentimientos, presentados, según la teoría atómica del epicureismo, como la percepción de las partículas (simulacra) que emiten los objetos y los cuerpos y que golpean nuestros órganos sensoriales. A través de los simulacra Lucrecio explica como los átomos llegan a nuestros ojos, a nuestras orejas y a nuestra nariz, de tal manera que percibimos los colores, los ruidos y los olores. Los simulacra están también al origen de nuestros sueños. Las imágenes que vemos en ellos no son nada más que la percepción de los objetos que deseamos o de las cosas que nos preocupan. Los simulacra son responsables, según Lucrecio, hasta de las imágenes reflejadas por los espejos. El recurso a la teoría de los simulacra nos permite comprender el cómo y el por qué a través de los sentidos el hombre alcanza la razón y el conocimiento. Sin ellos la vida misma no tendría sentido. El materialismo epicúreo encuentra finalmente su desemboque en el gran mar de las pasiones amorosas. Explicadas materialísticamente, nuevamente con la teoría de los simulacra, Lucrecio señala que ellas no son nada más que atracción física, nada de espiritual, mas bien solo material, y condena la pasión amorosa como sufrimiento, amargura, furia, remordimiento, celo, 61
ceguera, miseria, humillación, y hasta locura. Solo el sabio, el hombre racional, alejado de las pasiones, puede gozar del amor en forma libre y completa, por que goza de ello sin sufrimiento.
[…] Tampoco de los frutos de Venus se priva quien evita el amor mas bien goza de sus joyas sin pena. Por que los sabios gozan de un placer más puro que los enfermos de amor. Por que en el momento mismo de poseer vaga incierto el ardor de los amantes, que no saben qué primero gozar con los ojos o con las manos. Lo que han deseado, lo aprietan estrecho y lastiman los cuerpos, de repente se hieren los labios mordiéndose con los dientes chocando boca con boca con los besos, ya que el placer no es puro y temores ocultos los estimulan a herir el objeto mismo del deseo el mismo del que surgen los gérmenes de esa furia. […]
Lucrecio se demuestra contrario a la pasión amorosa por que ésta no constituye una necesidad primaria. Sin embargo, sorprende como Lucrecio, después de haber condenado la pasión amorosa, se involucra en una apasionada y cálida descripción de esa misma pasión que, supuestamente, quiere condenar, con detalles nostálgicos y melancólicos sobre el ideal de la unión matrimonial y la unión carnal de los amantes. Lucrecio aparece en conflicto entre racionalidad y pasionalidad y 62
aparenta añorar un amor profundo y total, apaciguador de la pasión y dador de esa estabilidad que, evidentemente, mucho necesitaba. El Quinto Libro está dedicado a la cosmología y abre con una nueva elegía a Epicuro. […] ¿Quien puede, con la mente abierta y firme, cantar la majestad de las cosas y el descubrimiento de ellas? ¿Y quien tanto vale con las palabras para celebrar alabanzas dignas de los méritos de aquel que nos dejó tantos frutos generados por su mente? Nadie, yo creo, entre los mortales. Porque hablar de la majestad de la naturaleza, como ello requiere, solo un dios pudo, sí un dios, noble Memio, aquel que, primero, descubrió las reglas de la vida, que hoy llamamos sabiduría, y, con el saber, trajo la calma a la más grande tempestad y luz a las tinieblas. […]
Recurriendo a la teoría atomista Lucrecio ilustra el proceso de formación del universo. Éste no fue creado por los dioses, mas se formó por la agregación de los átomos. Tuvo, por tanto, un comienzo e, inevitablemente, tendrá un final, como todas las cosas que conocemos, porque no es pensable, explica el poeta, que seres mortales vivan en un universo eterno, inmortal. Todo fluye, dice Lucrecio utilizando un lema de Heráclito, hacia el término de su ciclo vital en el cual los átomos vuelven 63
libres y disponibles para las nuevas agrupaciones que se producirán en un nuevo ciclo. Lucrecio continúa con la descripción de los fenómenos naturales. Las nubes, la lluvia, el agua, la noche, el día, y las estrellas, dando una exacta explicación de los eclipses de Sol y de Luna. Luego explica cómo se produjo la vida sobre la tierra, afirmando que, primero, se formaron las plantas, siempre por agregación de los átomos cuando las condiciones ambientales fueron favorables, luego comenzaron a surgir de la tierra las primeras formas vivientes de animales, y, por evolución de estos surgió el hombre. Ninguna intervención divina generó, por tanto, la vida sobre la tierra, incluyendo, no hace falta aclararlo, la del hombre. Finalmente, el libro termina con una grandiosa síntesis de la historia de la humanidad. Comenzando desde los tiempos primitivos, cuando el hombre vagaba por los campos, casi como una bestia, resistiendo y venciendo, a las dificultades naturales.
[…] Mas, la estirpe humana que vivió en esos tiempos era más dura que la dura tierra que la había engendrada … Nadie sabía labrar la tierra, ni sembrar nuevas plantas, ni podar los árboles … Lo que daban el Sol y la lluvia, y lo que la tierra producía por sí misma, era bastante para aplacar la sed y el
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hambre […]
Evolucionando, con el aumento de sus necesidades el hombre desarrolló el lenguaje. No hay que sorprenderse, dice Lucrecio, hasta los animales, si sabemos escucharlos, tienen un propio lenguaje bien desarrollado, según sus necesidades. Luego, el hombre aprendió a controlar el fuego, y con ello, comenzó a protegerse del frío, aunque ya usase pieles para cubrirse, y perfeccionar sus gustos, habiendo aprendido a apreciar las carnes bien asadas al carbón. Más adelante Lucrecio describe como el hombre comenzó, primero, a forjar el bronce, y luego el hierro, más duro y eficiente que el primero. Con estos materiales se comenzaron a fabricar instrumentos y armas. Con los primeros se trabajó eficazmente la tierra, se desarrolló la agricultura y se redujeron los espacios de selva, y con los segundos se construyeron armas más efectivas. Con el tiempo las mujeres aprendieron a tejer la lana producida por las ovejas que criaban. Con ello se evolucionó la forma de vestir del hombre, pasando de los indumentos de piel a los tejidos. Luego, después que se formaron los primeros reinados, los reyes comenzaron a fundar ciudades fortificadas para tener un refugio seguro y una más efectiva forma de defensa en contra de los agresores. Se comenzaron a distribuir las tierras cultivables y a dividir los animales de crianza, asignándolos a los ciudadanos que 65
habían demostrado más capacidad e ingenio en la atención de ellos. Sin embargo, el progreso del hombre no significó en absoluto, según Lucrecio, la elevación de las condiciones de vida espirituales de la humanidad a niveles de sabiduría. Con la civilización, por lo contrario, aumentaron el egoísmo y la ambición personal, cada uno buscando para sí mismo el poder y la soberanía. En contra de ello Lucrecio arremete con energía. […] Deja, entonces, que suden sangre aquellos que luchan en estrecho camino de la ambición. Lo que ellos saben lo aprendieron de boca ajena y miran a las cosas siguiendo a lo que oyeron y no a lo que pensaron, esto ocurre, y ocurrirá siempre más en el futuro de cuanto ya haya ocurrido en el pasado. […]
Critica la violencia, el decaimiento de las costumbres, el uso instrumental de la religión por fines de poder.
[…] Oh infeliz el género humano, cuando a los dioses atribuyó tales acciones justificando la ira violenta. ¡Que llanto para ellos, que plagas para nosotros, cuantas lágrimas causaron a nuestros descendientes! […] 66
Y denuncia el alejamiento del hombre de una vida sencilla y placentera, por causa de las ambiciones y de los falsos mitos.
[…] Pues bien, el género humano en vano se esfuerza y siempre consuma su vida en inútiles afanes, por que no conoce los límites de su ambición y generalmente ignora el verdadero placer. […]
En buena sustancia Lucrecio, denunciando los aspectos negativos del progreso, señala como el hombre, alejándose de la naturaleza, ha bajado su nivel moral, persiguiendo placeres innaturales. En efecto la enseñanza de Epicuro había prescrito evitar los placeres no naturales e innecesarios, indicando que la verdadera felicidad consistía solamente en no tener hambre, sed y frío. Entre los deseos innaturales Epicuro había incluido la ambición por el poder. Vive alejado de la política, decía, siendo ella causa de angustias y tormentos. El verdadero sabio debía dedicarse solo al conocimiento y al estudio de la naturaleza, en compañía de sus mejores amigos, que constituían la verdadera riqueza del ser humano. En el Sexto, y último, Libro, después de un nuevo elogio a Epicuro, Lucrecio ilustra los fenómenos naturales. Las tempestades, los truenos, los rayos, los fulmines, 67
el granizo, los vientos, los tifones, los terremotos, los volcanes, todos explicados en la óptica materialista, con la total exclusión o participación de los dioses. Conociendo los motivos y el mecanismo por el cual ellos se producen, explica Lucrecio, termina el temor de los dioses y el pavor que, a veces, estos fenómenos provocan en el ánimo humano. Explica por qué el nivel del mar nunca sube, aunque reciba toda el agua que a él fluye de los ríos y de las lluvias: es que el Sol con su calor seca del mar una cantidad de agua equivalente a la que a éste llega, tal como “los rayos secan en un instante la ropa mojada”. Describe el por qué el hierro llamado magnético (de Magnesia) atrae los otros hierros. Lo hace, una vez más, a través de los simulacras, por la atracción que ejercen los átomos, que une similar con similar, según el principio básico ya descrito en el primer libro Luego pasa a examinar las enfermedades humanas, la fiebre, el Fuego de San Antonio, las enfermedades contagiosas. Los átomos de las enfermedades se encuentran libres en el aire y ocasionalmente vienen transportados por el viento hacia nosotros, causando, algunas veces, cuando precipitan a tierra, terribles estragos, como aquellos que provocó la peste en Atenas en el 430 a.C., y que describe en el dramático y crudo final de la obra. Reportamos aquí los versos originales, en la traducción de D. José Marchena, en los cuales Lucrecio describe el origen egipcio de la enfermedad y sus consecuen68
cias.
[…] Unas enfermedades de esta especie, causadas por mortíferos vapores, en los pasados tiempos devastaron los campos de los términos Cecropios, e hicieron de los caminos, soledades, dejaron la ciudad sin pobladores, porque naciendo en lo interior de Egipto, después de atravesar vastos espacios de aire y de mar, por último se echaron, y sobre el pueblo de Pandión cayeron. Todos los habitantes, a millares, se rendían al morbo y a la muerte. La enfermedad cogía la cabeza con fuego devoraz, y se ponían los ojos colorados y encendidos. Estaba la garganta interiormente bañada de un sudor de negra sangre y el canal de la voz se iba cerrando en fuerza de las úlceras. La lengua, intérprete del alma, ensangrentada. Débil con el dolor, pesada, inmóvil, áspera al tacto: cuando descendía, después, aquel humor dañoso, al pecho, desde las fauces, y se recogía alrededor del corazón enfermo, entonces los apoyos de la vida a un tiempo vacilaban, y la boca de adentro un olor fétido exhalaba como el de los cadáveres podridos. Y las fuerzas del alma se perdían, y con su languidez tocaba el cuerpo en los mismos umbrales de la muerte. […] Más adelante, continúa dramáticamente:
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[…] Unos, a helados ríos se tiraban a causa de aquel fuego en que se ardían, en las aguas más frías, zabullendo, desnudo el cuerpo, se arrojaban otros. En hondos pozos, con la boca abierta, ansiosos de beber, a ellos venían y su insaciable sed no distinguía las aguas abundantes de una gota cuando sus cuerpos áridos metían. Ningún descanso el mal les otorgaba. […]
Lucrecio se adentra, siempre más, en detalles macabros, describiendo cómo la enfermedad llevaba a la muerte a los que la padecían, en ocho o nueve días de interminables y terribles sufrimientos. Muchos estaban mutilados de sus miembros, hasta, en algunos casos, de los órganos genitales, por que en la esperanza de sobrevivir se hacían operar por los cirujanos, de tal manera que algunos, que sobrevivieron, terminaron su vida sin manos, otros sin piernas y otros sin pies. La enfermedad no salvaba siquiera a los animales. Los perros, las reces, y el ganado todo, si caían enfermos, morían. Las aves carroñeras huían por el hedor intolerable, y las que probaban a comer de los cadáveres, no tardaban en morir. La obra termina con estos versos finales:
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[…] La muerte, en fin, llenó de cuerpos muertos todos los
templos de los dioses y estaban de cadáveres sembrados todos los edificios de deidades. Los hicieron posadas de finados los sacristanes: importaba poco la religión, ya entonces, y los dioses, porque el dolor presente era excesivo. Y se olvidó ese pueblo, en sus entierros, de aquellas ceremonias tan antiguas, que en sacros funerales se observaban. Andaba todo él sobresaltado. Y en este general abatimiento, cada cual enterraba a quien podía. Y la necesidad y la indigencia horrorosas violencias inspiraron, porque algunos, gritando, colocaban a sus parientes en la pira ajena, y poniéndole fuego por debajo, con mucha sangre, a veces, pendenciaban antes que los cadáveres soltasen... […]
La obra se interrumpe, y termina, con este hórrido final. El De Rerum Natura no tuvo, seguramente, una última revisión del texto por parte del autor, y tampoco fue ultimado. Por otro lado, es cierto que el poema debía terminar con el sexto libro y debía cerrarse con una nota positiva, respetando el esquema simétrico de la escuela alejandrina. Probablemente la fuerte dramatización de los versos dedicados a la peste en Atenas, debían servir de contraste a la finalización de la obra con una apoteósica celebración del epicureismo y de su fundador, ya 71
calificado como un dios en la apertura del quinto libro, y con la demostración de cómo, con su filosofía, los sufrimientos, hasta los de la más terrible enfermedad conocida hasta esos tiempos, podían ser soportados con serenidad, con ataraxia, y hasta, quizás, la epidemia misma podía ser vencida. Sobre la muerte de Lucrecio.
El De Rerum Natura no fue, seguramente, la única obra de Lucrecio. Un poema de tal envergadura, por el estilo y la profundidad del argumento, no surge de la nada. Lucrecio había ya publicado otras obras y era, sin duda alguna, bien conocido en el ambiente social y literario de la época. Virgilio y Horacio lo conocieron, lo estudiaron, lo imitaron y lo copiaron. El hecho de haber sido maestro de un joven de buena familia, como lo era Gaio Memmio, pretor en el 58 a.C., confirma aun más cuanto ya expuesto: Lucrecio era conocido y apreciado por su cultura y su aptitud a la educación de un joven que constituía una promesa en la política romana. Si los escritores contemporáneos, o posteriores, con excepción de los ya indicados, no lo nombraron ni citaron su poema, fue por conformismo, por no parecer partidarios del extremo atrevimiento y ardor con los cuales Lucrecio contrastó las prácticas religiosas y el paganismo de la época. Elogiar la obra, y con ella a su autor, podía ofender los sentimientos populares y afectar al poder religioso y político en un momento tan agitado 72
de la vida pública romana como aquello del final de la época republicana, y podía significar correr un grave riesgo personal. Es poco confiable la información, proporcionada por San Jerólamo, que Cicerón publicó la obra después de la muerte de su autor. El gran abogado romano atestiguaba tener en su poder el manuscrito del poema, en una carta dirigida a su hermano Quinto en el febrero del 54 a.C., mas no confirma de ninguna manera su publicación. Cicerón reconocía, sí, el valor del autor en escribirla, mas no compartía sus teorías. Publicar esa obra hubiera significado avalar su contenido. Cicerón, además, se encontraba ya en la fase descendiente de su carrera y en esa época se había producido el fracaso de su defensa en favor de Milón, cuando no pudo ni siquiera pronunciar una palabra de la oración que había preparado. Muy difícilmente se hubiera atrevido a publicar una obra tan desconsagradora, en un momento de debilidad personal. Los comentarios positivos y los elogios expresados en la carta, “Lucretii poemata, ut scribis, ita sunt, multi luminibus ingenii, multe etiam artis...”, quedaron en el ámbito familiar y no fueron dados a conocer a la opinión pública durante su vida, sino después de su muerte. De lo que podemos deducir, a Cicerón va solo el indudable y grande mérito de haber preservado la obra de la destrucción por parte del poder y de su imperdonable desaparición del universo literario y filosófico de la humanidad. Fue de tal manera que la marginación y el silencio 73
tuvieron comienzo ya durante los últimos años de vida del censor de la idolatría, y con mayor razón en los tiempos inmediatamente sucesivos a su muerte. El olvido y la no-mención fueron, sin duda alguna, las medidas más inmediatas tomadas por el establishment en contra de Lucrecio, produciendo su muerte civil. Mas no fue suficiente. Al poder no agrada la presencia de una mente lúcida, pensante y crítica. El poder no ama el análisis, la exposición clara, la demolición de los mitos, así como no le agrada la ironía, la sátira, la denuncia. Al poder político, y con mayor razón, al poder religioso -que en esa época coincidían- no le gustó dejar en vida a un cerebro claro, que con la ratio, coadyuvada por la elocuentia, podía minar a la base esos pilares sobre los cuales se fundamentaba su mismo poderío. El poder necesitaba eliminar físicamente esa mente. Y la eliminó.
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Séneca (5 a.C. – 65 A.D.)
La vida
Lucius Annaeus Séneca (más conocido como Séneca, o Séneca el Joven), nació en Córdoba, España, entorno al año 5 antes de nuestra era, de una acomodada y noble familia itálica, que, en el II siglo a.C., se había trasladado a la Hispania Bética, en la primera época de la conquista romana y colonización de la nueva provincia. Su padre, que igualmente se llamaba Séneca (Séneca el Viejo), pertenecía al rango ecuestre, y era un apreciado literato que había publicado diferentes libros. Se había casado en temprana edad con una joven de buena familia, de nombre Helvia, con quien tuvo tres hijos: Lucio Anneo Novato, que luego de ser adoptado 75
por el orador Junio Galio, se llamó Lucio Junio Galio, y que fue senador y procónsul durante el imperio de Claudio; Lucio Anneo Séneca, nuestro filósofo; y Lucio Anneo Mela (que fue padre del poeta Lucano), que se convirtió en un tranquilo hombre de negocios. Séneca creció y vivió en Córdoba hasta su primera juventud. En su ciudad, que era la más grande e importante de la nueva provincia, entró en contacto con los ambientes republicanos, siendo la elite ciudadana de tendencias anti-imperiales. Su padre, antes del fin del principado de Augusto, es decir antes del año 14, decidió trasladarse, con toda la familia, a Roma, ciudad en la cual pensaba realizar sus ambiciones de literato, y en la cual sus hijos hubieran tenido una buena educación. En la Urbe, Séneca recibió, recién llegado, lecciones de un grammaticus, que frecuentó sin mucho interés. Él mismo recuerda, en una carta dirigida a Lucilio, el tiempo perdido en las lecciones de retórica. El verdadero interés de Séneca era la filosofía, y a tal fin su padre, terminadas las lecciones de gramática y retórica, lo puso a estudiar con los más conocidos maestros del momento, Sotión, Átalo y Papirio Fabiano. El primero era un pitagórico perteneciente a una importante secta de la época, la de los Sextios. Esta secta, muy activa por casi doscientos años, fue fundada por Quinto Sextio en el I siglo a.C. Sus adherentes practicaban una rígida conducta de vida, eran ascéticos, practicaban el examen de conciencia, eran vegetarianos, y vivían aleja76
dos de la política. Átalo era estoico, y Papirio Fabiano, también perteneciente a la secta de los Sextios, era cínico. Todos influyeron profundamente sobre el joven estudiante: Séneca practicó el ascetismo, y fue vegetariano, con la preocupada oposición de su padre, que temía por su salud. De hecho, desde muy joven, Séneca sufrió de una grave forma de asma, que con el tiempo, degeneró en bronquitis crónica. Los ataques del mal, a veces, lo dejaban exhausto. Él mismo, en una de las cartas dirigidas a su amigo y discípulo Lucilio, describió, en tonos dramáticos, las violentas crisis de asma que lo dejaban sin respiro, al punto que los mismos médicos llamaban a esta enfermedad “meditación de la muerte”. Algunas veces, dijo, había pensado al suicidio, frenado solo por consideración a su viejo padre. A veces, se necesita valor hasta para vivir, escribió. Era flaco, macilento y débil. Muy de repente desmayaba, tras la constante preocupación de los padres que, con razón, temían por su vida. Entorno a los 25 años, en el 19 o en el 20, tras la condena por parte de Tiberio (que se había convertido en emperador en el 14, después de la muerte de Augusto) de la secta de los Sextios, Séneca se alejó de Roma, temiendo ser perseguido, y, con el pretexto que necesitaba residir en una región con un clima más favorable para su salud, viajó a Egipto, invitado por la tía materna que se había casado con Gaio Galerio, procurador en esa provincia. El contacto con esa nueva cultura, tan alejada de 77
las costumbres imperiales, y del concepto mismo de la vida y de la sociedad romana, abrió al joven estudiante nuevos horizontes culturales. En el Naturales Quaestiones Séneca describió la geografía de ese país que recién conocía, sus costumbres y sus ritos religiosos, siendo el Faraón considerado un dios. No sabemos por cuanto tiempo Séneca residió en Egipto, tampoco si viajó algunas veces a otros lugares o a Roma mismo. Sin embargo, en el 31, con Tiberio retirátose a vivir ya desde hacía cuatro años en la isla de Capri y encargado Sejano de los asuntos del estado, volvió a la Urbe, donde inició la carrera forense. Tenía entorno a los 36 años. Por su estilo brillante de orador y literato, y con una excelente preparación, Séneca tuvo rápidamente éxito, y, gracias también a las influencias familiares, fue nombrado cuestor y, luego, senador. En marzo del 37 moría, en Capri, el emperador Tiberio. Su sucesor fue su nieto e hijo adoptivo Caligula, que en ese momento tenía poco menos de 25 años. El nuevo emperador, decepcionando a cuantos esperaban un gobierno menos despótico del que habían tenido con su abuelo, muy pronto manifestó su desequilibrio mental. En el año siguiente a su nombramiento hizo condenar a muerte Nevio Sertorio Macro, Prefecto del Pretorio, al cual era deudor por haberle ayudado en su ascenso al trono, y, en el 39 mandó a muerte su primo, Tiberio Gemelo, competidor en la sucesión. Criticada era, además, la insana e incestuosa relación con su hermana Drusilla, que moría en el año 38 y que fue, prime78
ra mujer en la historia, venerada como diosa por orden de su hermano. Cuales fueron los motivos de la aversión del emperador a Séneca, no nos es dado de conocer. Falsa es, seguramente, la información, reportada por Dión Casio, que Caligula era celoso del éxito del joven abogado y senador. El emperador no tenía motivos para ser “celoso” por la carrera del filósofo, hombre mayor y apreciado en su profesión. Otros eran los motivos por los cuales Caligula ordenó la condena a muerte de Séneca: él no podía soportar los sermones y las críticas de carácter moral del filósofo y asceta, que era ya, evidentemente, muy influyente en los ambientes de la corte imperial. Después de un discurso de carácter moral, dado en el senado en el año 39, Séneca fue condenado a la pena capital. A los 45 años de edad, y en el pleno de una brillante carrera política y literaria, Séneca se encontraba con una condena a muerte pendiente sobre su cabeza. Mas la suerte quiso favorecerlo. Una concubina del emperador logró convencerlo de la inutilidad de esa condena: el pobre abogado tenía seguramente los días contados. Su enfermedad -fue el argumento convincente- se encontraba ya a tal punto de gravedad que en poco tiempo hubiera muerto, vencido por el mal. Fue de tal manera que Séneca escampó, hecho muy raro en esos tiempos, de una condena a muerte decretada por el mismo emperador de Roma. Cuando, el 24 de enero del 41, los pretorianos asesinaron a Caligula, poniendo fin a un régimen de terror, 79
y nombraron a Claudio nuevo emperador, la atmósfera en la Urbe pareció mejorada. El nuevo príncipe, nieto de Livia Drusilla, segunda esposa de Augusto, aun de aspecto feo, cojo y de salud incierta, aunque considerado un estúpido, era un hombre de cultura. Había escrito una historia de los etruscos en 20 libros, una de los cartaginenses en 6 libros, y había comenzado una historia de Roma desde la época de Augusto. Escribió un libro sobre el alfabeto y la gramática latina, introduciendo algunas reformas, entre las cuales tres nuevas letras del alfabeto, que, sin embargo, no fueron mantenidas en el uso cotidiano. Escribió también un tratado sobre el cálculo de las probabilidades en el juego con los dados, de los cuales era apasionado. Todas obras que han sido perdidas, por lo cual hoy no es posible trazar un juicio crítico sobre ellas. Séneca vio con alivio el nombramiento del nuevo emperador, mas su tranquilidad tuvo vida breve. En el mismo año 41, a pocos meses del nombramiento, se desató en la corte un gravísimo escándalo. Julia Livilla, hermana de Caligula, y sobrina del emperador, fue acusada por Mesalina, esposa de Claudio, de adulterio con el mismo Séneca. El escándalo tuvo efectos devastadores: Julia Livilla fue condenada a muerte y Séneca al exilio en Córcega. Aunque la crítica haya sugerido que el escándalo de corte fue un pretexto del emperador para deshacerse de una parte de la oposición política, el hecho nos permite reconsiderar bajo una nueva luz la condena a muerte que el filósofo sufrió bajo Caligula y los “celos” 80
del emperador. Resulta, sin embargo, inexplicable el por qué Séneca no fue condenado a muerte tal como lo fue su noble amante. Es posible que también Claudio, como su antecesor, haya considerado que, a causa de sus pésimas condiciones de salud, Séneca tenía los días contados y por esta razón haya preferido alejarlo de Roma para dejarlo morir, solo, en la isla de Córcega. En la áspera y escabrosa isla el filósofo permaneció por ocho largos y extenuantes años. Allá tuvo el tiempo de profundizar sus estudios filosóficos y escribir los más suaves y melancólicos versos de su producción literaria. En el 49, inesperadamente, terminó su relegación al exilio. Agripina, última esposa de Claudio, que bien conocía a Séneca por haberlo frecuentado en la época del escándalo, intercedió por él y logró hacerlo volver a Roma. Ella tenía interés en que Séneca se convirtiera en el tutor de su hijo Nerón, que, adoptado por Claudio, había sido designado sucesor al trono imperial. De vuelta a Roma, Agripina primero lo hizo nombrar pretor, y, luego, en el siguiente año, favoreció su matrimonio con una rica y joven heredera, Pompea Paulina. El filósofo tenía 55 años y, una vez más, la vida le ofrecía la oportunidad de recomenzar. En la capital, gracias a las influencias imperiales, Séneca se introdujo en un estrecho y potente grupo de amigos. Según Tácito, tres fueron los motivos que inspiraron a Agripina a apoyar a Séneca: dar a su hijo una excelente preparación para su futuro de emperador, ganar el 81
favor de la opinión pública por el prestigio que gozaba el filósofo, y conquistar la fidelidad de Séneca en el manejo del estado. De hecho ella se había convertido en la emperatriz de Roma. Cuando, en el 51, uno de sus más estrechos amigos, Sexto Afranio Burro, fue nombrado Prefecto del Pretorio, también Séneca fue catapultado al vértice del poder. Fue oficialmente nombrado tutor, o maestro, del joven Nerón, y, desde ese momento, participó en primera persona, a la gestión de los asuntos de estado. Con Séneca encargado de la educación de su hijo y sometido a su voluntad, y Burro encargado de la seguridad del estado, Agripina dirigía, ordenaba y mandaba, sin oposiciones. Mas, narra Svetonio, cuando Nerón estuvo por cumplir los 17 años, Agripina se enteró que Claudio se había arrepentido de haberse casado con ella y de haber nombrado a Nerón su sucesor, y meditaba tomar medidas para deshacerse de su esposa y de su hijo adoptivo, y luego nombrar como sucesor a Británico, su hijo legítimo que le había dado su primera esposa, Mesalina. La tremenda mujer decidió, entonces, que era necesario anticipar las movidas de su marido y que no valía más la pena de esperar para que su hijo subiera al trono. El 13 de octubre del 54, entre mediodía y la una de la tarde, según refiere el mismo Séneca, Agripina envenenaba a Claudio dándole de comer unos hongos tóxicos, y abriendo, nominalmente, el acceso al poder para su hijo, mas, en la realidad, asegurándolo en sus 82
manos por largo tiempo. La noticia de su muerte fue ocultada, con la complicidad de la entera corte, y, por supuesto de Séneca, hasta cuando fueron arreglados todos los trámites de la sucesión. Los estudiosos todavía están debatiendo (en el tentativo de recuperar la pésima imagen que del filósofo ha dejado de sí) si Séneca y Burro fueron cómplices directos en el magnicidio, o solo tácitos encubridores. Es también posible que ignorasen la trama delictuosa de la mujer, mas, sin embargo, aun sospechando, antes del crimen, o testigos, durante el hecho, callaron, por temor, por conveniencia o por interés. Quizás, para reconquistar la confianza de los romanos, el mismo Séneca escribió la oración fúnebre que el joven Nerón pronunció en el Senado, en honor del difunto emperador. La emperatriz completaba su obra, en el año siguiente, con la complicidad del mismo Nerón, envenenando a Británico. Con el ascenso de Nerón al trono, y el poder firmemente en las manos de Agripina, Séneca y Burro administraron el imperio con criterio, moderación y sapiencia. Manejaron con equilibrio las relaciones entre el Senado y el emperador, promulgaron importantes reformas fiscales y suavizaron, con leyes humanitarias, el trato a los esclavos. Pasaron cinco años de buen gobierno. Los “cinco años felices”. Séneca se ocupaba al mismo tiempo de la educación del joven emperador y desempeñaba las funciones de administrador en los asuntos del estado, aun sin 83
haber sido nombrado ministro o haber tenido oficialmente un encargo. El maestro instruía, estimulaba, motivaba al joven e ilustre estudiante y transcurría con él gran parte de la jornada. Llegó, por supuesto, a conocerlo muy bien. Nerón confiaba a su maestro todos sus más recónditos pensamientos y con él se consultó, lo confirma Tácito, y recibió su apoyo, cuando, en el año 59, el emperador tomó una terrible decisión y consecuentemente con ella actuó en la forma que ahora describiremos. El joven emperador, cansado por los abusos y la prepotencia de su madre, e impaciente de tomar directamente, él mismo, el mando del grande imperio, después de un alterco con su madre, comenzó primeramente a alejar a Agripina del manejo de los asuntos de estado. Luego despidió su escolta de seguridad, dejándola desprotegida. Continuó sacándola del palacio imperial en el Palatino, y, como si no bastara, intentó en contra de ella numerosos enjuiciamientos calumniosos a través de terceras personas que él compraba. Frente a la violenta reacción de la madre, y de sus amenazas, Nerón, finalmente, decidió matarla. Tentó por tres veces de envenenarla, mas la astuta mujer esquivó cada vez el peligro. Excogitó e hizo fabricar un mecanismo en el dormitorio de Agripina, que, durante la noche, debía desprenderse del tumbado y caerle encima mientras ella dormía, mas, los esclavos advirtieron la patrona del peligro, por lo cual ella se salvó. Vístose al descubierto, Nerón fingió una reconciliación y la invitó 84
a un banquete en Baía, una localidad costera, cerca de Nápoles, donde había ido a pasar unas breves vacaciones. Recibió a su madre con todos los honores y, al término del evento, se despidió humildemente de ella, besándole hasta los pezones, acompañándola a la nave que la hubiera reportado a Roma, mas secretamente, con la complicidad del capitán del barco, hizo averiar el nadante. Grande fue su decepción cuando, impaciente por recibir la noticia de la muerte de su madre, llegó a su despacho un esclavo jubiloso que le informaba que el barco se había hundido y que Agripina se había salvado, nadando. Sin saber más que medidas tomar, Nerón, estaba desesperado. Sus asesores Séneca y Burro, presentes al coloquio, no sabían más qué sugerirle, cuando improvisamente, hablando al esclavo, que tenía la cabeza reclinada por que no le era permitido de mirar en los ojos al potente interlocutor, el joven emperador botó al suelo, a lado del esclavo, un puñal, e inmediatamente comenzó a gritar, acusándolo, frente a todos los cortesanos, de ser un sicario enviado por Agripina, con el encargo de asesinarlo. El pretexto fue suficiente para que Nerón decretara la condena a muerte de su misma madre, con la acusación de crueldad, demencia y tentativo de asesinato. Agripina, que se había refugiado en la cercanía de la costa, en una casa que ella poseía, fue encontrada por los sicarios y masacrada en su cama. Tres años más tarde, en Junio del 62, Nerón superó el límite. Habiéndose enamorado de Poppea, esposa de un senador, repudió e hizo asesinar a su esposa 85
Octavia, y sólo once días más tarde de su ejecución se casó con su nuevo amor. El matrimonio, sin embargo, duró poco. En el siguiente año, después que su esposa le había ya dado una bellísima hija, molesto por que Poppea se quejó por verlo regresar a la casa muy tarde en la noche tras haber asistido a las carreras de caballos, dio a su esposa, nuevamente embarazada, y enferma en esos días, un zapatazo talmente violento que causó la muerte casi inmediata de la pobre mujer. Finalmente, después de haber mandado a muerte a una cantidad impresionante de ciudadanos, con los pretextos más fútiles, decidió deshacerse del auxilio de sus principales colaboradores e hizo condenar a muerte Burro, nombrando, en su lugar, al odiado Tigelino. Séneca, espectador impotente e incapaz, por tantos años, de oponerse a una serie tan inimaginable de crímenes, se encontró solo y desprotegido, y comprendió que era ora de retirarse. No obstante su enfermedad, había alcanzado ya los 67 años, estaba cansado y decepcionado, y podía confiar con sus propiedades para vivir lo que le quedaba de su vida en tranquilidad. Había cumulado una enorme fortuna, en casas, edificios, propiedades en la ciudad, en la costa y en las lomas al sur de Roma, evaluada más de trescientos millones de sestercios, en gran parte saqueada a las víctimas políticas del emperador, y por este motivo advertía el peso de las criticas de quien observaba el contraste entre su despropositada riqueza y sus proposiciones filosóficas de una vida parca y alejada de los deseos terrenales. Pensó dedicarse 86
al estudio y a la meditación, esperando el término natural de su vida. Pidió, por tanto, permiso a Nerón para retirarse a vida privada, mas no lo obtuvo. Sin embargo, Séneca se alejó igualmente, o fue alejado, de los asuntos del estado: de hecho él había ya perdido, en ese momento, toda su influencia de maestro y de político sobre el emperador y su corte. Mas, su tranquilidad, dedicada al estudio, fue de breve durada. Solo tres años más tarde una conjura organizada por los sectores de elite de la Urbe, encabezada por Calpurnio Pisón, que tenía como objetivo terminar con el régimen despótico y sangriento de Nerón, fue descubierta y Séneca acusado de formar parte del grupo de los sediciosos. La acusación probablemente era falsa, hecha circular por los muchos que odiaban al filósofo millonario. Sin embargo, al emperador pareció conveniente aprovechar de la oportunidad para callar para siempre una voz que sabía demasiadas cosas. Una voz ya incómoda e inútil, ligada a los tiempos pasados. Mandó los pretorianos a la casa del filósofo con una orden precisa: Séneca debía suicidarse. Tácito narra, en los Annales, los últimos desgarradores momentos de la vida del filósofo. Séneca recibió con tranquilidad la terrible sentencia mientras estaba cenando, en su casa, con su esposa y dos amigos, y decidió morir cortándose las venas, ante la desesperación de los presentes. Sin embargo, a causa de su ancianidad, tenía ya 70 años, de su flaqueza y debilidad, la sangre no fluyó abundante como para provocar una muerte rápida 87
y sin sufrimiento. Séneca tomó, entonces, una nueva, dramática, decisión: pidió tomar la cicuta, para morir como Sócrates. Pero también esta vez, pareció que la muerte no quisiera recibirlo: estaba talmente débil que no pudo deglutir la infusión que, después de algunos largos minutos, le habían preparado. Al extremo de la debilidad, y haciendo un esfuerzo de voluntad, Séneca pidió, entonces, que se le preparara una tina llena de agua caliente. En ella decidió inmergirse, con la esperanza que el calor facilitara el flujo de la sangre. Y así hizo. Pero sin más presión arterial la muerte tardaba a llegar, hasta que el pobre filósofo, vencido por la debilidad, se abandonó en el agua y murió ahogado. Los pretorianos, testigos y guardianes de la exacta ejecución de las órdenes del emperador, tuvieron que luchar con energía para impedir que Pompea Paulina, vencida por el horror y el dolor, se suicidase, uniéndose a su marido en la muerte. La obra
Gran parte de la producción literaria de Séneca se ha salvado y ha podido llegar hasta nosotros. El compendio de sus obras puede ser clasificado en: Obras de carácter ético-político. Tragedias. Obras de carácter científico-naturalista. Diálogos filosóficos. Cartas. La lectura de sus escritos, sin embargo, nos deja 88
sorprendidos. Salta a los ojos la estridente incoherencia entre los principios éticos y morales propuestos en ellos y su conducta de vida, cínica y oportunista. Séneca fue hasta cómplice y encubridor, para muchos, de tremendos crímenes. Hagan lo que digo y no lo que hago, escribió, en el De Vita Beata, conciente de que su manera de actuar era incoherente con su pensamiento. Tras su formación juvenil, y su entusiasmo de asceta, Séneca sufrió sus primeros reveces humanos y políticos, que condicionaron y alteraron su conducta. Es evidente su involución comportamental, desde un momento de partida inicial, caracterizado por un ascetismo intimista y espiritual, matriz de los ejercicios espirituales de la época cristiana, al momento en que Agripina lo llama a la Capital, salvándolo de un extenuante exilio en Córcega, para confiarle la educación de su hijo y futuro emperador. Para poder determinar las fases de su transformación los estudiosos han tratado de establecer la exacta cronología de sus obras, mas la tarea ha resultado difícil y laboriosa y ha dejado muchos lados oscuros todavía que aclarar. Estilísticamente la prosa de Séneca se diferencia mucho de la armoniosa arquitectura de la oración ciceroniana. Séneca acostumbra componer sentencias muy articuladas, buscando la frase de efecto, epigramática y palíndroma, utilizando, abundantemente, la antítesis y la repetición, típicas de la prosa cínica: “No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, sino que son difí89
ciles porque no nos atrevemos a hacerlas”, o “Los que están por todo lado no están en ningún sitio”. Su aspiración didáctica era clara: dejar bien impreso en la mente del lector el sermón y la exhortación a reflexionar, a mirar en el interior de sí mismo, y a buscar una vida recta y provechosa. El De Clementia y el De Beneficiis son dos obras de carácter ético-político escritas a distancia de diez años la primera de la segunda. El De Clementia, escrito probablemente entorno al año 52, en el período de desempeño de Séneca como tutor de Nerón, es una obra educativa directa a infundir en el joven príncipe los sentimientos de un soberano “padre” de sus súbditos. El De Beneficiis, escrito después del año 62, es decir después de su retiro a vida privada, muestra un Séneca decepcionado, que ha fracasado en su proyecto político y pedagógico. La obra se dirige no más a un príncipe, sino a un público aristocrático, a quien compete ser generoso y pródigo con los pobres. El tema rueda entorno al significado de “beneficencia” y la disposición de ánimo de quien es llamado a hacer del bien. Las nueve Tragedias senecanas, inspiradas a las obras de los trágicos griegos, y únicos trabajos que nos han llegado en forma integral, constituyen un enigma para los estudiosos. El primer quesito concierne la cronología de los escritos. Si las tragedias fueron compuestas con fines educativos, remontan al periodo en que el autor desempeñaba las funciones de maestro del joven príncipe; si 90
fueron escritas por fines políticos, fueron escritas posteriormente al 62, cuando Séneca se retiró, decepcionado, a vida privada. Y más: ¿las tragedias fueron compuestas para su representación en las salas de teatro, o solo para la lectura? La representación de la violencia y de crímenes en el escenario, repetidas y continuas en las obras de nuestro filósofo, estaban prohibidas, por fines educativos, en la ética de la tragedia griega, por lo que es opinión difundida que ellas fueron escritas por fines políticos, y solo para la lectura. Finalmente, las tragedias senecanas reflejan el modelo griego solo en los títulos. La realidad representada es negativa, violenta, inmoral. Los personajes positivos son solo los de la clase inferior, los humildes, los subalternos, aquellos que el destino escoge para que no sean escuchados, los que hablan solos. Lejos de poder ser consideradas, por tanto, como obras de carácter educativo, parecería que las tragedias fueron escritas posteriormente a su retiro a vida privada, por el resentimiento que nutría en contra de Nerón y con el fin de denunciar el clima de violencia que se vivía en su época, y con ello dejar un mensaje a la posteridad. Una breve sinopsis, en extrema síntesis, de las nueve tragedias, es la siguiente. Hércules furens (el modelo era el Heracles de Eurípides): Hércules, enloquecido mata a su esposa y a sus hijos, luego va a Atenas para purificarse. Troades (modelo: Las troyanas de Eurípides): el 91
drama de las mujeres troyanas esclavas de los griegos vencedores. Phoenissae (modelo: las Fenicias de Eurípides): el mito de Edipo y la competición entre Eteocles y Polinices para la conquista del trono. Medea (modelo Medea de Eurípides): Medea, para vengarse de Jasón, que la había abandonada, mata a los hijos que tuvo con él. Phaedra (modelo: Hipólito Velado de Eurípides, obra que el autor griego no publicó por ser excesivamente escandalosa): la historia del amor incestuoso de Fedra para su hijo Hipólito. Oedipus (modelo: Edipo Rey de Sófocles): Edipo descubre haber matado por error al padre y haberse casado con su madre. Agamennon (modelo: Agamennon de Esquilo): el asesinato de Agamenon por parte de Clitenestra. Thyestes (modelo: obras perdidas de Sófocles y Eurípides): Atreo invita al odiado hermano Tiestes a un supuesto banquete reconciliatorio y le sirve de comer las carnes de sus hijos. Hércules Oetaeus (modelo: las Traquinias de Sófocles): Hércules muere envenenado por la sangre del centauro Neso, empapada en una túnica que su amante Deianira le había enviado con el intento de reconquistarlo. Una mención a parte merece la farsa teatral titulada Apokolokyntosis, o Ludus de morte Claudii, o, también, Divi Claudi apoteosis per saturam, una feroz sátira 92
en contra del emperador Claudio, obra que, como las tragedias, era destinada a la sola lectura. La palabra Apokolokyntosys implica una referencia a kolókynta, es decir calabaza, cucurbitácea que para los romanos era el emblema de la terquedad, de la estupidez humana. Ahora, el Senado había decretado la divinización del difunto emperador, tras la ironía de la opinión pública y de la misma corte, por lo que la Apokolokyntosis se debe entender como la divinización de una calabaza, desahogo sarcástico de Séneca en contra de Claudio, que lo había condenado al exilio. La obra narra el ascenso de Claudio al Olimpo con la pretensión, siendo divinizado, de ser recibido, con todos los honores, entre los dioses. Mas ellos, por lo contrario, lo condenan al infierno donde el emperador termina en un primer momento como esclavo de su nieto Calígula, luego éste lo entrega a su liberto Menandro, el cual lo asigna a los servicios de higiene del infierno. Que las intenciones de Séneca fueran de dejar a la posteridad un mensaje de carácter político y moral, se entiende de la lectura de las primeras palabras del prólogo:
[...] Quiero contar a la posteridad lo que sucedió en el cielo tres días antes de las idis de octubre de un nuevo año, comienzo de una época feliz. No se concederá nada, ni al insulto, ni a favor. Tal como fue, lo cuento. Y si alguien me preguntara como lo sé, antes que todo, si no querré no res93
ponderé. ¿Quién podrá obligarme? Yo solo sé que me he convertido en un hombre libre desde cuando ha muerto aquel que hizo realidad el proverbio que dice que hay que nacer, o rey, o idiota. [...]
Cualquier comentario es de sobra. Séneca parece jubiloso de la muerte de Claudio, y con su actitud, nos induce a pensar que él no fue solo encubridor, mas bien cómplice, por fidelidad a Agripina, del asesinato del emperador. Las Naturales quaestiones, en siete libros, han llegado a nosotros incompletas y, probablemente, en orden diferente al que fueron escritas. La obra fue compuesta, se supone, en edad avanzada, cuando Séneca se había ya retirado a vida privada. Con ella el autor quiere dar una explicación, lo más científica posible, de los fenómenos naturales. Cada libro está dedicado a uno o dos argumentos. El primer libro trata del fuego y de los espejos. El segundo de los rayos y los truenos. El tercero del agua. El cuarto de la nieve, la lluvia, el granizo, con un capítulo dedicado exclusivamente al río Nilo, en el cual describe las experiencias vividas personalmente al tiempo de su permanencia en Egipto. El quinto de los vientos. El sexto de los terremotos. El séptimo de los cometas. El objetivo del autor es liberar el hombre del miedo ante los fenómenos naturales, miedo originado por la ignorancia y la superstición. Séneca realiza una 94
operación parecida a la de Lucrecio con el De Rerum Natura, pero con una sustancial diferencia: mientras para Lucrecio, la liberación del miedo y de las supersticiones llevaba inevitablemente al ateismo, para Séneca ella sirve para realizar una elevación espiritual y acercarse a Dios. Los Diálogos filosóficos, así llamados por Quintiliano, no son unos propios y auténticos diálogos, con la sola excepción del De tranquilitate animi, como fueron los de Platón: el autor, aun simulando hablar con el destinatario de la obra, o con otro personaje ficticio, en la realidad habla consigo mismo, dándose preguntas y respuestas, creando de tan manera un estilo nuevo y original en el panorama literario de la lengua latina. La Consolatio ad Marciam (escrito en el 39), es dedicada a Marcia, hija del escritor histórico Cremucio Cordo, para consolarla de la muerte de su hijo. Tema de la obra es el delicado problema del suicidio. Éste, según la doctrina estoica, era visto en manera positiva si se encontraba justificado por fines racionales. La vida, según Séneca no es en absoluto un derecho irrenunciable, ella es positiva solo si vivida en manera decorosa. El suicidio por tanto viene interpretado como el medio sublime para afirmar la propia libertad. El De ira, obra en tres libros, escritos en el 41, trata del dominio de las emociones y en particular modo de la ira, que, para Aristóteles, era un medio positivo de estimulo a la acción. Para el sabio estoico, por lo contrario, si la sabiduría es ratio, la ira va evitada y más bien 95
controlada. La ira es, sencillamente, el deseo de venganza y de castigo. Por tanto, si el sabio deberá castigar, lo hará racionalmente, lucidamente, con mente fría. La Consolatio ad Helviam matrem dedicada a su madre, fue escrita entre los años 42 y 43, para consolarla de pérdida del hijo, exiliado en Córcega. En esta obra el autor desarrolla el principio estoico de la autárkeia (autonomía, autosuficiencia). La Consolatio ad Polibium, escrita en los mismos años 42-43, en los primeros tiempos de su permanencia en Córcega, fue dirigida a Polibio, el potente e influyente secretario de Claudio, con el intento, hipócrita, de adular el emperador, y obtener el permiso de volver a la Capital. El De vita beata, del 58, trata del significado de la felicidad. Séneca confuta la teoría epicúrea, la cual afirmaba que la felicidad se consigue a través de la hedoné, es decir del placer espiritual, medio para superar el sufrimiento, identificado por el mal. Para los estoicos, por lo contrario, el sufrimiento, era para el hombre, un medio de elevación espiritual para mejorar su conducta. Séneca indica que la felicidad se consigue con la virtus, es decir con la disciplina que conduce a la buena conducta y domina las emociones. Séneca, conciente que su conducta no es coherente con su pensamiento, indica que el sabio estoico no debe necesariamente identificarse con la verdad, sino solo indicarla a los demás. El De otio fue escrito en los primeros tiempos de su retiro a la vida privada, probablemente en el 62. El otio, 96
es decir el ocio, no tenía para los griegos y los romanos el significado negativo que tiene en nuestros tiempos. Para ellos el ocio era una legítima aspiración del ser humano, y tenía el significado de una vida dedicada a la contemplación, o sea al estudio, a través de la observación. Para Séneca, cuando el sabio estoico no puede más dedicarse a la actividad política, para ser útil a los demás debería dedicarse al otio, con ello beneficiar a sí mismo y a sus amigos, único bien que merece ser valorado. El De providentia, probablemente escrito después del 62, es dedicado a un tema ampliamente debatido: ¿cómo puede un dios providencial, admitir la existencia del mal? El tema no es la existencia de un dios, Séneca está más que convencido de ello, al autor interesa desarrollar el tema del sufrimiento. Si el sufrimiento es un medio para el propio mejoramiento y elevación espiritual, significa que dios creó el sufrimiento para poner a la prueba la fortaleza del ser humano. Resistir al sufrimiento significaría, por tanto, oponerse a la voluntad de dios, lo que constituye una inconciliable contradicción conceptual. El De costantia sapiens, posiblemente iniciado antes del 62 y terminado después de ese año, trata del tema básico de la filosofía estoica: la imperturbabilidad del sabio. El verdadero sabio no puede sufrir ofensas porque posee el único y verdadero bien: la tranquilidad interior. El De tranquilitate animi, escrito sucesivamente a la obra anterior, es el único en estilo auténticamente dia97
logado, y retoma el tema de la tranquilidad interior. Su interlocutor, el amigo Anneo Sereno, en un momento de crisis espiritual le pregunta: ¿cómo se puede alcanzar la tranquilidad? La respuesta es: haciendo el bien, viviendo sobriamente, frecuentando buenos amigos, y aceptando la necesidad del sufrimiento y de la muerte. El De brevitate vitae, fue probablemente una obra que escribió, por partes, durante largo tiempo, y está dedicada al tema estoico del vivir bien. Una vida no es breve si vivida intensamente: Longa est vita si plena. La obra principal de la producción tardía de Séneca, y la más conocida por los lectores de todo el mundo, es la Epistulae morales ad Lucilium, una colección de 124 cartas reunidas en 5 libros, que él escribió a Lucilio, un amigo originario del sur de Italia, hombre de cultura, poeta y escritor. Se trata de un epistolario real integrado por una serie de amplios escritos monográficos, lo que constituye algo único y original en el panorama literario antiguo. La inclusión, afuera de las epístolas dirigidas a su amigo, de algunos ensayos sobre temas específicos, nos induce a pensar que Séneca tomó en consideración la posibilidad de publicar sus cartas, reunidas en una única obra. Los temas filosóficos tratados son diferentes, y repiten aquellos ya desarrollados en otras obras, especialmente en los Diálogos, sin una orden sistemática, lo que ha sido criticado por muchos estudiosos. Sin embargo, el pensamiento del filósofo resulta claro: se aprecia su focalización 98
sobre la ética, llamando nuevamente la nuestra atención sobre la incoherencia entre su actuación y su pensamiento. Séneca ha dejado a la posteridad la solución de una difícil cuestión: ¿Cuál fue la verdadera personalidad del filósofo? ¿Fue la que percibimos de la lectura de sus escritos, o la que recavamos observando su conducta en vida y su actuación como hombre político, incondicional y fiel consejero de Agripina emperatriz, y maestro de Nerón emperador de Roma? Difícilmente podremos aclarar esta inquietud. El tiempo se ha encargado de borrar las contradicciones del filósofo, y preservar el valor universal de su pensamiento. Su filosofía
No ha llegado hasta nosotros una obra sistemática y orgánica sobre su filosofía. Una obra titulada Moralis Philosophiae Libri, a la que Séneca muchas veces hace referencia, ha ido completamente perdida, de tal manera que queda un vacío en la producción literaria del autor que es difícil de rellenar. Sobre las obras que nos quedan, muchos estudiosos han señalado que su pensamiento, bajo el perfil filosófico, carece de originalidad, limitándose únicamente a la formulación de principios éticos, generales y comunes de la corriente estoica, filosofía, esta, profundamente difundida en la cultura romana. Su pensamiento, de estoico convencido, se encuen99
tra diluido en las obras que escribió y llenan el comentario de todas las situaciones. Sin embargo, es posible observar cómo, al centro de las reflexiones filosóficas de Séneca, están dos aspectos peculiares de su sensibilidad humana: La ineludible y consecuente aceptación del propio destino; El sentido de la vida, su brevedad y su correcta utilización. Con respecto al primer punto, la aceptación del propio destino era un punto firme de la filosofía estoica. Aceptar el propio destino significaba vivir según la naturaleza y seguirla, porque la naturaleza sabía a donde quería llegar. Los estoicos decían: nos encontramos como un perro, amarrados a una carreta. Ahora bien, la cosa más sabia que podemos hacer es, sencillamente, dejarnos halar libremente de ella: sería de estúpidos resistirnos, con la sola consecuencia de ser arrastrados y lastimados. Esto significaba aceptar el principio que en contra del destino no se puede luchar. Era un error atribuir a nosotros lo que dependía de él. A la aceptación del propio destino es ampliamente dedicada la parte final de la carta 107 a Lucilio. En ella viene reafirmado el principio básico de la sumisión del ser humano a la voluntad superior de la naturaleza, identificada con la divinidad suprema que gobierna el universo. 100
[...] La naturaleza gobierna, con los cambios que ella decide, el reinado que tú ves. A ella tenemos que conformar nuestro espíritu; seguímosla, obedecémosle, consideremos cada acontecimiento como necesario. La mejor actitud consiste en aceptar lo que no se puede corregir y seguir la voluntad de dios sin lamentaciones; todo viene de él; no es un buen soldado quien sigue el comandante y se queja. [...] Vivir según la naturaleza significa también contemplar su superioridad, su perfección, y su hermosura.
[...] Aceptemos, por tanto, las ordenes sin resistir, prontamente, y no abandonemos el curso de esta maravillosa obra, tejida también con nuestros sufrimientos. [...]
Termina la carta con la célebre proposición estoica, muy parecida a una oración, de la propia sumisión a la voluntad superior.
[...] Condúceme a donde quieras, Padre y Señor, no hesitaré en obedecerte, estoy listo. Si no quisiera, debería seguirte llorando, y debería soportar de mala gana lo que pudiera hacer de buena gana. El destino guía a quien es consenciente, y arrastra a quien se le opone. 101
[...]
Y concluye con una monición a quienes no saben reconocer sus propios límites, y tratan de modificar, inútilmente, el curso de los acontecimientos.
[...] Grande es el alma que confía en el destino. Mas es mezquina y cobarde si lucha en contra de ello y desprecia la orden del universo y prefiere corregir los dioses en lugar de corregir a sí mismo. [...]
Séneca, evidentemente, no pensaba que la aceptación del propio destino rendía inaplicable el ejercicio del propio libre arbitrio, sin embargo, no dedicó al argumento un tratado específico. Con respecto a la brevedad de la vida, y al poco tiempo que disponemos para realizar nuestras aspiraciones, Séneca dedicó al argumento una obra en forma dialogada, el De Brevitate Vita, escrita, probablemente, por partes, durante toda su vida. Por otro lado, consideraciones sobre el significado de la vida y el vivir bien, están llenas todas sus obras, retomando, y, a veces repitiendo, en más de una ellas, su pensamiento y sus posiciones de auténtico estoico. En la apertura del Brevitate Vita, obra que Séneca dedicó monográficamente, al tema, se aprecia el estilo particular del filósofo, con las frases a efecto que tenían 102
el objetivo de fijar en la mente del lector los principios de su enseñanza:
[...] “Muchos se quejan, o Paolino, por la crueldad de la naturaleza, porque venimos al mundo por tan breve tiempo, y este poco tiempo que nos viene concedido, además, vuela con tal velocidad que muchos mueren hasta en el primer día de su vida” “De aquí la poco decorosa diatriba, para un sabio como Aristóteles, que decía que la naturaleza ha sido avara con los hombres y generosa con los animales, a los cuales ha concedido vivir una vida en la cual pueden conocer hasta cinco o diez generaciones, mientras al hombre, nacido para tan grandes empresas, ha concedido tan poco tiempo”. “Nosotros no disponemos de poco tiempo, mas perdemos mucho tiempo”. “Así es: no hemos recibido una vida breve, nosotros la hemos vuelta tal”. (De Brevitate Vita, I) “La vida es larga, si sabes usarla”. “Pequeña es la porción de vida que vivimos, de hecho todo el espacio que sobra no es vida sino tiempo” (id. II) “Son avaros con los bienes que tienen, mas cuando se trata de perder tiempo, se convierten en muy pródigos en la única cosa donde la tacañería sería una virtud”. (id. III) [...]
Para Séneca el vivir tiene sentido solo para el vivir bien. Esto se consigue sobre todo con una intensa vida 103
interior, dedicada a la meditación, a la contemplación de la naturaleza, a su estudio, en fin, al conocimiento. Y, para ello, es necesario ser padrones del propio tiempo libre, en el sentido que un verdadero sabio debe ser siempre padrón de su libertad y de su pensamiento. No importa cuál sea su estado social, de persona libre o de esclavo, lo importante es ser libre de espíritu. Antes, los potentes, como los súper-ocupados, muchas veces no disponen de ello.
[...] “Al divino emperador Augusto le parecía cosa tan grande disponer de tiempo libre, que se lo gustaba con la imaginación”. (id. IV) “Cicerón dijo, en una carta dirigida a Ático: , y luego seguían otras palabras en las que deploraba el tiempo pasado, se quejaba del presente, y desesperaba del futuro. ¡Por dios! Nunca un sabio utilizaría un adjetivo tan mortificante. Nunca sería “medio” libre. Se encontraría siempre en una libertad total y absoluta, desvinculado del propio poder, más en alto que todos. ¿Qué puede haber por encima de uno que está por encima de la fortuna?”. (id. V) [...]
A la antípoda de los súper-ocupados, se encuentran los vagos, que, al contrario de lo que nosotros podríamos pensar, para Séneca son aquellos que gozan de una dete104
nida vida espiritual, en la más absoluta libertad.
[...] “No son vagos aquellos a quienes los placeres les cuestan mucho trabajo”. (id. XIII) “Solos, entre todos, son vagos aquellos que se dedican a la sabiduría, ellos solo viven. No solo custodian bien su vida, suman todas las edades a la propia, y cualquier cosa hayan hecho en el pasado, para ellos es experiencia adquirida”. (id. XIV) [...]
Se necesita, por tanto, la fuerza interior del sabio para encontrar a sí mismo, en una independiente soledad autárquica.
[...] “Aléjate, entonces de la muchedumbre, Paulino, y refúgiate por fin en un puerto más tranquilo, no obligado por la brevedad de la vida”. “Tómate un poco de tiempo también para ti”. (id. XVIII) “Refúgiate en estas cosas más tranquilas, más seguras, más grandes”. (id. XIX) [...]
Y cuando el hombre no puede alcanzar la virtud, perdiendo, completamente, la propia libertad espiritual, además que material, puede recurrir a la última, inalienable, personal decisión, de disponer de la propia vida. 105
Séneca, como buen estoico, no rechazaba el suicidio, mas lo justificaba como definitiva afirmación de la propia libertad individual.
[...] “No siempre, tú lo sabes, la vida va conservada. El bien no consiste en el vivir, sino en el vivir bien”. (Cartas a Lucilio, 70.4) “No importa morir tarde o temprano, sino morir bien o mal. Morir bien significa salvarse del peligro de vivir mal”. (Id. 70.6) [...] Vivir con el miedo a la muerte era, para Séneca, una insensatez. Un verdadero estoico no podía tener miedo de ella, mas debería tener miedo de vivir mal. El De Brevitate Vita termina con un comentario que tiene un amargo sabor autobiográfico.
[...] “En el entretiempo, mientras saquean y son saqueados, mientras no se dan tregua el uno con el otro, mientras son recíprocamente infelices, la vida corre sin dar frutos, sin placer, sin algún progreso del espíritu. Ninguno tiene la muerte ante sus ojos, nadie proyecta en el futuro sus esperanzas. Algunos hasta organizan las cosas que son más allá de la propia vida: sepulcros monumentales, dedicatorios públicos, juegos y espectáculos ante la pira, exequias lujosas. Seguramente, los funerales de aquellos, como si hubie106
sen vivido poquísimo, deberían celebrarse solamente a la luz de las linternas y de las velas”. (De Brevitate Vita, XX) [...]
Bajo el perfil político y social es de tener presente que Séneca era un hombre integrado en su época. Objetar que su visión carecía de “democracia” en el sentido que hoy damos a esta palabra, no tiene significado. Él estaba convencido que la monarquía era la mejor forma de gobierno. Tal como el cosmos estaba regido por un único aliento vital, de origen divino, el imperio debía ser regido por un solo príncipe. Un rey “sabio”, justo, generoso, clemente. Un príncipe educado y preparado a gobernar en la madurez, y moldeado, por un maestro sabio. Es de suponer que Séneca idealizaba su rol de tutor, educador, y moldeador del futuro príncipe del imperio romano. Mas no consideró que un joven, inestable y caprichoso, de solo 17 años, como lo era Nerón, con ejemplos de rectitud y de humanidad en su misma casa, tales que hacen venir la piel de gallina, era ingobernable. Cuales resultados obtendría, el mismo Séneca estaría destinado a experimentar. El tema de la esclavitud se encuentra ampliamente desarrollado en la carta 47 a Lucilio.
[...] Son esclavos. No, son hombres. Son esclavos. No, viven en tu misma casa. Son esclavos. No, son humildes amigos. Son esclavos. No, son compañeros de esclavitud, si 107
consideras que el destino tiene el mismo poder sobre nosotros como sobre ellos. [...]
Sabemos que Séneca, con Burro, promulgaron leyes tendientes a suavizar el trato a los esclavos: “Abusamos de ellos casi como si fueran animales”, escribió. Sin embargo, no estaba contemplado, en el ideal senecano, el concepto que la esclavitud era una aberración de la mente humana. El esclavo era un ser inferior. Si era un enemigo vencido, lo era por el mismo hecho de haber sido vencido, y si lo era por nacimiento, o por haber sido vendido, lo era por condición natural. [...] Alguien ahora dirá que yo estoy instigando los esclavos a la rebelión, que quiero subvertir la autoridad de los padrones, por que he dicho “Al padrón hay que respetarlo más que temerlo”. “¿Ah, sí?” dirán, “¿Lo tendrán que respetar como los clientes, o como cuando se hace una visita de cortesía?”. Los que dicen esto olvidan que no es poca cosa, para los padrones, ese respeto que basta para un dios. Si uno es respetado, también es amado. El amor no puede mezclarse con el temor”. [...] Suavizar el trato al esclavo tenía, para Séneca, solo una finalidad educativa, para obtener de ellos el mejor rendimiento y su incondicional obediencia. 108
[...] Me río de aquellos que juzgan deshonroso cenar en compañía de sus propios esclavos... a esos infelices no es permitido ni siquiera abrir la boca... cualquier susurro, un simple ruido, es reprimido a bastonazos... deben permanecer toda la noche, en ayunas, mudos, y en pié. De tal manera que, no pudiendo hablar en presencia del padrón, estando lejos, hablan mal de él. [...] Para Séneca, suavizar el trato a los esclavos significaba también poder aceptarlos como consejeros, o como amigos. Este tipo de relación estaba contemplado en el marco de una relación paternal entre superior e inferior, entre padrón y siervo.
[...] Compórtate con tu inferior como quisieras que tu superior se comportara contigo. Todas las veces que considerarás cuánto poder tienes sobre tu esclavo, piensa que tu amo tiene sobre ti en mismo poder. [...] Y, para concluir, escribió:
[...] No tienes, querido Lucilio, buscar amigos en el Foro o en el Senado, a mirar bien, encontrarás amigos también 109
en tu casa. [...]
Séneca también, como Cicerón, fue considerado un filósofo ecléctico, por que, aun declarando ser estoico, hizo propias muchas posturas epicúreas. Su declarada propensión al aislamiento, al refugiarse en sí mismo, es típica de la filosofía epicúrea. Para un estoico convencido, el acercamiento a la filosofía del más tenaz competidor del estoicismo, es una posición bastante sorprendente. El mismo Cicerón, ecléctico por excelencia, tenía una frontal aversión a las posiciones del epicureismo. Séneca justificó su eclecticismo como contrario al dogmatismo, que limita las posibilidades críticas de una mente libre, y llevó como ejemplo la metáfora de la abeja, que, volando de flor en flor, escoge los mejores néctares para producir su miel. Quien acepta pasivamente un pensamiento que se le quiere inculcar, decía, precluye a sí mismo la posibilidad de buscar, y de encontrar, algo nuevo y provechoso en el pensamiento de otras doctrinas.
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Epicteto (50–135?) La vida
Sobre la vida de Epicteto, uno de los más grandes pensadores estoicos de la época romana, se tienen pocas noticias. Los estudiosos se encuentran, de toda manera, de acuerdo en que nació entorno al año 50 en Ierápolis, una hermosa ciudad de la Frigia, región que hoy se halla en territorio turco. Nació esclavo, siendo hijo de una esclava, y permaneció en este estado por gran parte de su juventud. La suerte, para su futuro de filósofo, quiso que fuera comprado y trasladado a Roma por Epafrodito, el último, importante y potente secretario de Nerón, el mismo que ayudó al emperador a suicidarse cuando éste había sido depuesto por el Senado romano y perseguido, por los centuriones, en la campaña al norte de la capital. 111
Era cojo, según la opinión de una parte de los estudiosos, por una enfermedad que lo afectó en juventud. Según otros, por los maltratos sufridos durante su estado de esclavo en Frigia, mas, opinan otros, por haber sido golpeado violentamente por su nuevo amo, en la corte imperial romana. Este último dato es incoherente, pero, con el hecho que, con Epafrodito, Epicteto pudo estudiar y emanciparse, lo que nos hace suponer que su padrón lo apreció mucho por su inteligencia, hasta permitirle de seguir los cursos de filosofía con el más famoso filósofo estoico del momento, muerto Séneca, que era Musonio Rufo. Hasta que edad Epicteto quedó esclavo, no nos es dado de conocer, mas sin duda era ya un hombre libre cuando, en el año 93, el emperador Domiciano condenó, y expulsó de Roma, a todos los filósofos, entre los cuales se encontraba Epicteto. A los 43 años, alejado de la capital del imperio, Epicteto se estableció en la pequeña ciudad de Nicopolis, en Epiro, hoy Albania, que en ese entonces era considerada una región del norte griego, donde fundó una escuela muy apreciada y bien frecuentada, y adonde permaneció por todo el resto de su vida. Murió entorno al año 135. Epicteto vivió por tanto su primera juventud en los años turbulentos y sangrientos de Nerón, después bajo el imperio de los Flavios, luego de Trajano y, finalmente, de Adriano, emperador que lo apreció mucho, lo honró con su amistad y frecuentó su escuela. Nunca se 112
casó, ni tuvo hijos, mas en edad avanzada, tomó consigo una gobernante que cuidara a un niño que había adoptado. La obra.
Absolutamente indiferente a la gloria literaria, Epicteto, como Sócrates, nunca escribió un libro, mas un alumno que frecuentaba su escuela, que se llamaba Flavio Arriano de Nicomedia, y que se convirtió en un importante personaje político, literato e historiador de su época, tuvo la optima idea de estenografiar sus lecciones, trascribiendo las palabras del maestro tal como ellas salían de su boca. De esta excepcional documentación, el transcriptor publicó dos obras: los Coloquios, en doce libros, que lamentablemente han ido casi completamente perdidos, y las Diatribas, es decir las Conversaciones, divididas en ocho libros, de los cuales solo cuatro afortunadamente han llegado hasta nosotros, que el historiador declaró ser exactamente las palabras que el maestro pronunciaba durante sus lecciones, y que, por tanto, pueden ser consideradas como obra original del filósofo. Las Diatribas fueron sintetizadas por Arriano en una obra que es considerada la suma del pensamiento filosófico del maestro y que es conocida como el Manual de Epicteto. Las obras están escritas en forma plana y comprensible, siendo ellas la trascripción de las lecciones dic113
tadas oralmente por el maestro, y dan una idea sensible y emocional de cómo estas se desarrollaban en la escuela. Aquí un ejemplo:
[...] Mi cabeza corre peligros a lado de César. ¿Y, la mía no, desde el momento que vivo a Ierápolis, donde los terremotos se producen a diario, y en forma violenta? ¿Y cuando tú cruzas el Adriático, no corres peligros? Pero es mi cabeza, mi pensamiento, el que corre riesgos. ¿Ah sí? ¿Y cómo? ¿Quien puede obligarte a pensar lo que no quieres? ¿Otra cabeza? ¿Y que arriesgas tú si otros tienen opiniones falsas? Riesgo de ser condenado al exilio... ¿Y que será jamás el exilio? [...]
La fortuna del Manual hizo un largo recorrido. En el intento de conciliar dos culturas tan lejanas y diferentes, el jesuita Mateo Ricci, misionero en China, pareciéndole que la filosofía estoica era la más cercana al confucianismo y al sentido de la vida de los orientales, tradujo al chino el Manual con el título de El Libro de los 25 Párrafos, maquillando, en el sentido cristiano, muchos tramos de la obra original. Desde ese entonces el pensamiento de Epicteto ha influido profundamente sobre la sensibilidad de pensadores e intelectuales de todo el mundo y de todas las épocas, y una de sus frases más famosas, que resume la regla 114
áurea de la prudencia y del equilibrio, que todo hombre político debería mantener en el ejercicio de sus funciones, viene todavía utilizada en nuestros días por oradores que quieren hacer efecto sobre los oyentes: Que dios me conceda la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar aquellas que puedo, y la sapiencia para poder distinguir la diferencia entre ellas. Su filosofía.
La filosofía de Epicteto asienta sobre dos principios fundamentales, que constituyen para el filósofo la formula de la verdadera felicidad, y que son expresados en la apertura del Manual. El primer principio constituye el dato básico de la filosofía de Epicteto:
[...] Las cosas son de dos maneras: aquellas que dependen de nosotros y aquellas que no dependen de nosotros. Dependen de nosotros: el juicio, el ímpetu, la aversión, el deseo, en una palabra, todo lo que está en nuestro propio poder. No dependen de nosotros: el cuerpo, el patrimonio, la reputación, los cargos públicos, en otras palabras todo lo que no está en nuestro propio poder. Las cosas que están en nuestro poder son libres, disponibles, accesibles. Aquellas que no están en nuestro poder son esclavas, indisponibles, ajenas. (Manual, 1, 1) [...] 115
De ello deriva el segundo principio, que constituye, según las mismas palabras del filósofo, la receta de la verdadera felicidad: [...] Ahora bien, si tu considerarás libres las cosas que en la realidad son esclavas, y tuyas las que son ajenas, serás obstaculizado, sufrirás, vivirás turbado, imprecarás en contra de los dioses y de los hombres; mientras si tu considerarás tuyo lo que realmente es tuyo, y ajeno lo que en la realidad pertenece a los demás, nadie te podrá coartar, nadie te podrá obstaculizar, no te quejarás de nada y de nadie, no acusarás a nadie, no habrá nada que harás por obligación, nadie podrá hacerte daño, y no tendrás enemigos, porque de hecho no sufrirás perjuicio alguno. (Manual, 1, 3) [...]
Epicteto llama proairesis la capacidad del hombre de percibir las proyecciones de la realidad hacia nuestros sentidos. Nosotros estamos mirando, ¿pero estamos viendo? Estamos oyendo, ¿pero escuchamos? La proairiesis es la capacidad íntima, lógica, inalienable, personal e individual, de percibir la realidad. El mundo exterior emana sus proyecciones, mas cada uno de nosotros las percibimos con nuestros oídos, con nuestra vista, con nuestro olfato, en fin, con nuestra razón, a nuestra personal e individual manera. La realidad, claro está, es una entidad que no depende de nosotros. Una vez que nuestros sentidos han 116
percibido la realidad, sea esta abstracta, ideal o material, toca a nosotros, a nuestra libertad, nuestro libre arbitrio, hacer un correcto uso de ella. A este punto Epicteto se independiza de la ética aristotélica (distinción entre el bien y el mal) y sugiere hacer una distinción preliminar, que llama diairesis:
[...] Por tanto, acostúmbrate desde el principio, frente a una representación de la realidad que impacte en tus sentidos, a decir a ti mismo . Luego analízala y ponla bajo la evaluación de tu criterio, averiguando –primero que todo- si ella depende de nosotros, es decir si está en nuestro poder o no lo está. Si el caso es éste último ten ya lista tu conclusión: . (Manual, 1, 5) [...]
La diairesis facilita la vida del hombre, por que delimita su esfera de influencia, su territorio en el cual puede moverse libremente. La diaresis da seguridad y tranquilidad y es independiente de la condición del observador. El mismo hecho que un individuo sea libre o esclavo resulta irrelevante para Epicteto, nacido esclavo, porque, libre o en esclavitud un hombre tranquilo y sereno, el que sabe utilizar su diairesis, sabe actuar bien en cualquier circunstancia y en cualquier parte del mundo. Con esto la filosofía de Epicteto asume un contorno cosmopolita y universal. 117
Aceptar las cosas tal como son, es, por tanto, uno de los pilares de la autentica felicidad.
[...] No esforzarte para que las cosas sean como tu quieres, mas acéptalas tal como son, y tu vida transcurrirá serena. (Manual, 8) [...]
Con ello, la aceptación de la misma muerte es serena, por ser independiente de nosotros.
[...] No son los hechos que perturban a los hombres, sino el juicio de los hombres sobre ellos. Por ejemplo, la muerte no es nada de terrible, sino el juicio de la gente sobre ella (sino la muerte hubiera parecido terrible hasta para el mismo Sócrates). El juicio de la gente sobre ella, esto sí, es terrible. (Manual, 5) [...] Y, enfrentando dolores aun más profundos, consecuencia de la muerte de un pariente:
[...] Cuando encuentras alguien en lágrimas por un luto, por la muerte de un hijo, o por su partida, o por la pérdida de todos sus haberes, no te dejes convencer que él llore por la representación de un dolor que no depende de él (otros tam118
bién sufren lo mismo), mas considera . (Manual, 16) [...] De la misma manera tenemos que aceptar nuestra condición.
[...] Una enfermedad es impedimento del cuerpo, no una decisión moral. ... Ser cojo es un impedimento de la pierna, no un propósito moral. (Manual, 9) [...] Epicteto advierte que tal como tenemos que reflexionar ante la representación de algo que nos causa dolor, igualmente tenemos que aguantar ante la representación de algo que aparece como placentero. [...] Cuando recibes la representación de algo placentero, tendrás presente, como siempre, que ella es solo una representación, por tanto tómate un tiempo, déjate esperar por ella. (Manual, 34) [...]
El verdadero sabio es independiente también de las opiniones de los demás sobre él mismo. 119
[...] No seas orgulloso por un mérito que no te pertenece. Por ejemplo si un caballo dijera , lo podrías aceptar, mas si tu dices, orgullosamente te estás gloriando de una virtud que pertenece al caballo. (Manual, 6) [...] El verdadero sabio sabe soportar las ofensas.
[...] Acuérdate que no son las palabras, ni los golpes que ofenden, mas la opinión que ellos ofendan. Por tanto cuando alguien te molesta, sepas que molesta a tu opinión, no a ti. No te dejes, entonces, involucrar por su representación, mas bien tómate algunos minutos para reflexionar y sabrás dominarte. (Manual, 20) [...] Y tiene que estar preparado a los motejos de aquellos que no comprenden la filosofía:
[...] Si aspiras a la filosofía, desde ahora prepárate a ser motejado e insultado por la gente. , dirán, . (Manual, 22) [...] 120
Y continúa:
[...] No declararte en ninguna oportunidad filósofo, y, en general, no hablar con cualquiera de los principios filosóficos, mas solo actúa según esos principios. Como, por ejemplo, en un convite, no dirás como se debe comer, sino comerás como se debe comer. (Manual, 46) [...] El verdadero sabio no depende de la gloria que le confiere un poder ajeno:
[...] No te afligir con pensamientos como , por que si es un mal no tener gloria, no puedes sufrir un mal si éste depende de otros, ni puede ser una vergüenza. ¿Obtener un cargo público, o ser invitado a un banquete, depende de ti? No, para nada. ¿Entonces, no haberlos, como puede ser una privación de un honor? ¿Y como podrás ser nadie en ningún lugar, si deberás ser alguien solo en las cosas que dependen de ti? (Manual, 24, 1) [...] Es decir, ser honrado, o no serlo, por ejemplo, con un premio Nóbel, ¡debería ser absolutamente indiferente para nosotros! Y, para terminar, finalizamos con tres frases que 121
revelan la matriz cínica del estoicismo, y las dos manifestaciones más emblemáticas de esta filosofía, que son la aceptación del propio destino y la ataraxia frente a cualquier adversidad. La primera, sobre la justicia de la naturaleza:
[...] En el universo no existe la naturaleza del mal. (Manual, 27); [...]
La segunda, sobre la aceptación del propio destino, extrapolada de un pensamiento de Séneca escrito en la carta 107 a Lucilio: [...] Condúceme, o Zeus, y también tu, o Destino, a la meta que me habéis asignado. Os seguiré sin resistir, y, aunque no quisiera hacerlo, por cobardía, igualmente os seguiré. (Manual, 53, 1) [...]
Y, la tercera, sobre la tranquilidad, la ataraxia, del filósofo: [...] Anito y Meleto podrán matarme, es cierto, mas igualmente no podrán hacerme daño. (Manual, 53, 4) [...] 122
Para alcanzar la serenidad interior y la verdadera sabiduría, según el planteamiento filosófico de Epicteto, tenemos, entonces, que remover de nuestro ánimo los conceptos del bien y del mal y liberarnos de la crítica decisión si actuar en un sentido o en el otro. Existe una tercera vía, la que conduce a la verdadera sabiduría y a la felicidad, y que se coloca por encima y preliminarmente del juzgar entre el bien y el mal. Esta vía es la diairesis: ¿una cosa depende de nosotros? ¿Por qué preocuparnos? La decisión está ya tomada. ¿No depende de nosotros? ¿Por qué preocuparnos? La decisión está ya tomada: la ignoramos, por que para nosotros sencillamente no existe.
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Marco Aurelio (121-180) La vida
Marco Aurelio, emperador de Roma (está considerado el último de los cinco buenos emperadores) y filósofo estoico, nació en la Urbe, con el nombre de Marcus Annius Catilius Severus, en el Monte Celio, el 26 de abril del año 121. Era descendiente de una noble e ilustre familia hispánica, los Annius, procedente de Ucubi, hoy Espejo, en la provincia de Córdoba. Su abuelo paterno, Lucio Annio Vero, había sido nombrado cónsul dos veces. Quedando huérfano de padre, a la edad de 9 años, su abuelo lo adoptó y le hizo dar una esmerada educación en su propia casa. Tuvo como maestros, en la educación primaria, los más famosos gramáticos de ese 125
momento, Euforión, Gémino y Andrón. Estudió el latín con Torsio, Apro y Polión. El griego con Alejandro de Cotieo. Cuando pasó a los estudios superiores comenzó el estudio de la filosofía con Diogneto. Marco Aurelio demostró desde la más joven edad un carácter estable, una inteligencia abierta, y una conducta moral admirable. El emperador Adriano, observándolo durante sus frecuentaciones a corte con el abuelo, lo tomó en simpatía, lo apreció mucho, y lo demostró. En el 136, sintiendo cerca el fin de su vida y de su reinado (tenía ya 60 años), nombraba como sucesor al imperio a Lucio Ceion Cómodo, y comprometía Marco Aurelio, que tenía 15 años, a casarse con Ceiona Flavia, hija de Cómodo. Su futuro estaba trazado en la mente de Adriano. El 1 de enero del 138, repentinamente, Cómodo moría en Panonia (la actual Hungría) donde había sido enviado como comandante de las legiones romanas, creando serios problemas de sucesión para Adriano. Este, que sabía bien analizar y escoger sus hombres, adoptó Tito Aurelio Fulvio Antonino, que era el tío de Marco Aurelio, por haberse casado con su tía paterna, y lo nombró sucesor al trono, mas poniéndole como condición que adoptase al joven Marco Aurelio, y que, a su vez, lo nombrase como su sucesor. Era el 26 de febrero del 138. Fue la última decisión de Adriano, que enfermo de hidropesía, moría menos de cinco meses más tarde, el 10 de julio del 138, en Baia, donde había ido para descansar algunos días. 126
A los diecisiete años, la vida de Marco Aurelio tomaba un rumbo estable hacia su futuro imperial. Abandonó la casa del abuelo y se trasladó a vivir en la Domus Tiberiana, en el Palatino. En ella completó sus estudios con los mejores maestros, y aprendió el arte del gobierno bajo la guía del mismo Antonino, hombre sabio y recto, que le permitió conservar inalterada su pureza interior y su fortaleza de ánimo. Estudió oratoria griega con Herodes Ático, oratoria latina con Frontón, y filosofía con el estoico Giuno Rustico. Mas estaba especialmente dedicado a esta última, materia que, después de la proscripción por parte de Domiciano, entró en la corte romana por la puerta principal. Amó sobre todo a Epicteto, que no pudo conocer, habiendo éste muerto cuando aun Marco Aurelio era jovencito. En el 146, a los veinticinco años, se casó con la hija de Antonino y de Faustina la Mayor, Annia Galvia Faustina (la menor), y, en el siguiente año, fue nombrado pro-cónsul. Con ello, su participación en los asuntos del estado fue siempre más intensa. El reinado de Antonino duró veintitrés años y fue considerado uno de los más floridos del imperio romano. La paz, las finanzas, y la seguridad interna se beneficiaron de una administración central honesta y transparente. Fue recordado como “Pío”, “Benefactor de la humanidad”, y “El más grande santo entre los santos”, al punto que por trescientos años después de su muerte, en las ceremonias de investidura de un nuevo emperador, se pronunciaba la fórmula: “¡Que tu puedas ser como 127
Antonio Pío!”. Antonino murió, serenamente, a los setenta y cuatro años de edad, el 7 de marzo del 161, recomendando a los amigos y a los prefectos de las cohortes pretorias, que nombraran y aceptaran a Marco Aurelio como nuevo emperador. Al momento de asumir el poder Marco Aurelio tomó el nombre de Marcus Aelius Aurelius Verus (Aurelius es “dorado”). Con él, por primera vez, la filosofía se convertía en la inspiradora y reguladora de su gobierno. Marco Aurelio soñó hacer realidad el pensamiento de Platón de un estado gobernado por los sabios. El primer acto del nuevo príncipe consistió en asociar al gobierno del imperio su hermano adoptivo Lucio Vero. Y, para vincularlo aun más, le dio en esposa a su hija mayor, Antonia Lucilia, que todavía no tenía quince años. Con ello, por primera vez, Roma tuvo dos emperadores. Era una profunda, pero infeliz reforma, que fue repetida en el futuro, hasta que condujo a la división política del imperio. En este caso, Marco Aurelio, sin embargo, tenía más autoridad, sea por haber sido designado por su antecesor, sea por ser Pontífice Máximo, y sea, en fin, por ser mayor de edad y suegro de Lucio. Marco Aurelio era hombre culto y deseoso de conocer. Entre sus primeras iniciativas de política exterior estuvo la decisión de enviar a China, país con el cual se habían producido, en la anterioridad, esporádicos contactos, una misión diplomática y comercial. La expedición llegó al lejano país del extremo oriente en el año 166 y fue recibida por el emperador Huan, de la dinastía 128
Han. El hecho, que tuvo un enorme clamor en país oriental, fue recordado por el Hou Hanshu, relato histórico sobre la época final de la dinastía Han. En ello se narra de la llegada de la misión enviada por el gran emperador occidental An Tun, nombre (Antonio) que Marco Aurelio había en ese momento adoptado por deferencia a su antecesor. A los cuarenta años, Marco Aurelio estaba al frente de un imperio vastísimo, mas con confines inestables, amenazados por los pueblos confinantes, que presionaban, siendo a su vez presionados por las tribus nómadas y sin tierra de las estepas del este. Tuvo solo un año de tranquilidad. De inmediato su carácter y su energía fueron puestos a la prueba. En el 162, año siguiente a su toma del poder, se produjeron revueltas en oriente medio, y amenazas, con invasiones, de las poblaciones procedentes del oriente europeo, más allá de los confines del Reno y del Danubio. Marco Aurelio mandó a su hermano Lucio Vero al oriente medio para dirigir las operaciones militares, que, después de un inicio desastroso, terminaron con una total victoria final, en el 167, que fue celebrada con un gran triunfo en la capital del imperio. La victoria costó a Roma mucho más que el dinero gastado para la expedición. Las tropas victoriosas, regresando a casa, trajeron con ellas la epidemia de peste bubónica que asolaba desde algún tiempo a la región mesopotámica. La infección se difundió rápidamente en toda Italia, y luego en toda Europa. En la 129
capital, el famoso médico asiático Claudio Galeno tentaba, con métodos racionales y científicos, de dominar la epidemia, mas los celos de los sacerdotes y de los médicos capitolinos le obligaron a abandonar el partido y refugiarse en Grecia. En el mientras los romanos, debitando a los orientales, el origen de la enfermedad, comenzaron a provocar desordenes, persiguiendo no solamente los inmigrantes provenientes de esa región, sino también los ciudadanos romanos que habían comenzado a practicar cultos religiosos provenientes del oriente, y entre ellos, claro está, se encontraba el cristianismo. Marco Aurelio, aun siendo un hombre magnánimo, sensible, y tolerante, administró, en este caso, la justicia social y su política interior desconfiando de los orientales, que tradicionalmente eran considerados fanáticos, rebeldes y siempre descontentos. Promulgó dos edictos que dieron lugar a una dura represión y persecución de todos aquellos que pertenecían a sectas secretas e introducían nuevas religiones a Roma. La persecución, que duró desde el 163 hasta el 167, causó la muerte de muchos ciudadanos, inmigrantes y esclavos, que fueron cruelmente martirizados. Entre los practicantes de otros cultos religiosos se encontraban, obviamente, numerosos cristianos. Mientras tanto, en el noreste del imperio, las poblaciones barbáricas procedentes de la Panonia, después de haber cruzado el Danubio, superaban los Alpes orientales y amenazaban directamente el norte de Italia. 130
Marco Aurelio tuvo que abandonar sus estudios de filosofía, armar lo más rápidamente posible un fuerte ejército, reclutando hasta esclavos y gladiadores, aportando además todas sus joyas para cubrir los gastos, y partir, con Lucio Vero hacia el norte para enfrentar a las hordas barbáricas. Comenzaba una larga guerra que duraría casi diez años, y lo mantendría lejos de Roma, hasta el 175. Cuando, reestablecidas las fronteras, después de un inicio victorioso, los dos emperadores planeaban regresar a Roma, Lucio Vero fallecía por un ataque de apoplejía, cerca de los confines de Italia. Era el enero del 169. Corrieron voces que en la realidad Lucio muriera envenenado por Marco Aurelio, pues las relaciones entre los dos no eran buenas, mas no es posible probar, ni imaginar, que Marco llegara a tal extremo para quedar único emperador. De hecho el único que tenía el verdadero poder, desde el momento de su nombramiento, era él. La ausencia de Marco Aurelio de la capital del imperio causó también desordenes al interior del estado. Avidio Casio, un valiente general del ejército en Siria, después de haber domado la revuelta local, fue nombrado Gobernador de esa provincia. Creyendo que Marco Aurelio había muerto en guerra, se hizo proclamar emperador. Casio estaba entre aquellos que no podían soportar la idea que el grande imperio romano fuese gobernado por un filósofo. Además, siendo hombre ambicioso, y conciente de sus propias capacidades, tam131
poco soportaba la idea que el hijo de Marco Aurelio, Cómodo, heredase el grande imperio. En una carta dirigida a un seguidor, escribió: “¡Infeliz República! Marco, sin duda es un buen hombre, mas deseando recibir alabanzas por su clemencia, no castiga a la gente que no estima. ¿A donde está ese Casio de quien yo descendiendo? ¿A donde Catón el censor? Las cosas muertas desde hace tiempo ya no se desean. Marco es un filósofo. Hace estudios sobre la naturaleza de las cosas, sobre el alma, sobre la honestidad y la justicia, mas no conoce las necesidades de un estado. Y tú sabes cuánta energía se necesita para llevar el estado al antiguo esplendor. Yo lo veo aquí, observando los gobernadores de las provincias. ¿Podría yo llamar pro-cónsules o prefectos estos hombres que, siendo nombrados por el Senado, gobernantes de estas provincias, viven sin frenos morales y se preocupan solo de saquear enormes riquezas? Tú conoces el Prefecto del Pretorio de nuestro emperador, que, siendo un pobre pordiosero, de repente se convirtió en un hombre sumamente rico…” Marco Aurelio se vio obligado a concluir rápidamente una paz con los Sarmatas para mover con todo el ejército, y con su hijo Cómodo, en contra de Avidio Casio, mas, antes que empezara el largo viaje hacia Egipto, supo que el rebelde había muerto en batalla. La guerra civil no tuvo siquiera el tiempo de comenzar. Sin embargo, Marco Aurelio quiso igualmente viajar hacia África y Oriente Medio con su esposa. Terminadas las visitas de estado en Egipto y Siria, por fin Marco 132
Aurelio, pensando que la paz había sido establecida en todo el imperio, emprendió el viaje de regreso a Roma, pero, al cruzar la Capadocia, en la actual Turquía, su esposa Annia Faustina falleció, y, aunque en vida no tuvo una conducta moral ejemplar, digna de la esposa de un emperador, Marco Aurelio quiso divinizarla. En el lugar donde murió fundó una ciudad, Faustinopolis, e hizo construir un templo dedicado a ella. Cuando regresó a Roma, fue recibido con todos los honores. El 23 de diciembre del 176, al culminar las fiestas Saturnales, la ciudad decretó para su emperador un triunfo sin precedentes. Se emitieron medallas para celebrar la Pax Aeterna, se construyó un arco de triunfo en el Campo Marcio, hoy perdido por que fue derrumbado en 1616, y se fundió la estatua ecuestre, en bronce, la única que nos queda de la época romana, que todavía hoy se admira en la plaza del Campidoglio, en Roma. La razón para su supervivencia es que, tras la conversión de Roma al cristianismo, cuando las estatuas de los emperadores romanos fueron fundidas para hacer nuevas estatuas de los santos, destinadas a las iglesias romanas, se pensó, equivocadamente, que ella representaba a Constantino el Grande (el que promulgó, junto a su coemperador Licinio, el famoso edicto de Milán, en el 313, el llamado “Edicto de tolerancia”, que admitía, entre otros cultos, también a la religión cristiana en el imperio), y por este motivo no fue destruida. La paz eterna, que el emperador filósofo soñaba, no duró siquiera un año, antes, es posible que no durara 133
tan poco un día. De hecho, en el 177 los bárbaros cruzaban nuevamente las fronteras demarcadas por los dos ríos, el Reno y el Danubio, obligando nuevamente a Marco Aurelio, que detestaba la guerra, a organizar otro ejército, con su hijo Cómodo, y dejar Roma para ir en contra de los invasores. No volvería vivo a casa. Llegó a las orillas del Danubio en el verano del 178 donde entró en contacto, de inmediato, con el enemigo. Después de varios enfrentamientos, a principios del 179, se produjo la batalla final en la que los romanos triunfaron, domando la resistencia de los bárbaros. Marco Aurelio se detuvo un buen rato pensando a cómo volver seguras, una vez por todas, esas fronteras, y pensó cruzar, él, esta vez, el Danubio y conquistar los territorios Sarmatos y Marcomanos, origen de tantos disturbios. Se encontraba estudiando los planes para la invasión, en Vindobona (la actual Viena), cuando se enfermó, contagiado por la peste. Todos se dieron cuenta de la gravedad de la infección. No obstante los esfuerzos y las curas de los doctores, tras siete días de tormentos, Marco Aurelio fallecía, el 17 marzo del 180. Tenía 59 años. Su cuerpo fue trasladado a Roma y sepultado en el Mausoleo de Adriano, hoy el Castillo de San Ángel. La obra
Cuando Marco Aurelio tuvo que dejar Roma, y abandonar sus estudios filosóficos para estar al frente de 134
las operaciones militares en el Danubio, que lo mantendrían lejos de la capital por diez años, comenzó a anotar, en su campamento en las afueras de Viena, desde donde dirigía las maniobras de su ejército, los pensamientos que le pasaban por la mente, sobre cualquier argumento, material o espiritual, de la vida real. Estas notas recibieron, posteriormente, diferentes títulos, el de Pensamientos, otras veces de Meditaciones, y otras aun el de un sencillo A ti mismo. Eran notas escritas para su intimidad personal, y no destinadas a ser publicadas. Eran reflexiones, como exhortaciones a no alejarse de las enseñanzas del estoicismo, y cuando le parecía que en algo podía haber fallado, hasta anotaba fuertes reproches a su persona. Los Pensamientos no fueron, ni Marco Aurelio quiso escribirlos como tal, una obra sistemática sobre la filosofía, sin embargo, el interés de ella reside en la sencillez, además que en la profundidad, de los principios éticos y morales que estaban a la base de la educación, no solamente de los hombres destinados a una vida social y política de relieve, sino también de aquellos que vivían una vida común y humilde. El estilo sencillo y directo, refleja la personalidad de un hombre que, aun siendo, en ese momento, el jefe de estado más potente de la tierra, conservaba la pureza espiritual y la humildad que sus educadores, comenzando por su abuelo, le habían enseñado. La lectura de los Pensamientos de Marco Aurelio constituye, todavía en el día de hoy, un placer para el 135
espíritu, por su profundidad y por su dulzura, y es un modelo seguido por todos aquellos, literatos y particulares, que aman anotar en un diario sus temas y sus emociones, y justifica, con todo derecho, el éxito universal que ha siempre obtenido. La obra comienza con un homenaje a su familia y a sus educadores, a quien el Emperador reconoce el mérito de haberle dado las bases afectivas y la educación necesarias para enfrentar los altos deberes que le esperaban en su vida.
[…] De mi abuelo Vero, el carácter bueno y no iracundo. De la fama y el recuerdo que conservo de mi padre, el comportamiento reservado y viril. De mi madre, la piedad, la generosidad, la repugnancia en cumplir el mal, y hasta la idea de cumplirlo, y más, la conducta de vida, alejada de las costumbres de los ricos. De mi bisabuelo no haber frecuentado colegios públicos, mas haber tenido buenos maestros en mi misma casa, y haber aprendido que en estas cosas no hay que ahorrar. (Pensamientos, Libro I, 1,2,3,4)
De Severo, el amor para la familia, el amor para la verdad, el amor para la justicia. El haber conocido, gracias a él, a Trasea, a Elvidio, a Catón, a Dión, a Bruto, y haber concebido la idea de un Estado con leyes iguales para todos, gobernado según principios de igualdad política, de igual
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derecho de hablar, y la idea de una monarquía que, sobre todo, respete la libertad de los súbditos. (id. I, 14)
De los dioses, haber tenido buenos abuelos, buenos padres, una buena hermana, buenos maestros, buenos familiares, buenos parientes, y buenos amigos, o casi todos. (id. I, 17) […] En sus pensamientos sobre la brevedad de la vida se reconocen las enseñanzas de Séneca y de Epicteto. […] La obra de los dioses es llena de providencia. La obra de la fortuna no es ajena a la naturaleza, o a una conexión, o a un lazo con los acontecimientos gobernados por la providencia. Todo deriva de ello. (id. II, 3)
Aunque tu puedas vivir tres mil años o diez veces más, recuerda siempre que nadie pierde otra vida que la que está viviendo, ni vivirá otra vida sino la que está perdiendo. (id. 14)
No solamente hay que considerar que cada día la vida se consume y queda para vivir una parte siempre más pequeña, sino que hay que preguntarse: si uno pudiera vivir más largo tiempo, ¿sus facultades mentales serían todavía capaces de discernir las acciones y comprender las teorías que tienden al conocimiento concreto de las cosas divinas y 137
humanas?...Hay que apurarse, entonces, no solamente por que la muerte se acerca día a día siempre más, sino por que la capacidad de entender y seguir la realidad se acaba antes del final. (id. III, 1) No consumir la parte de vida que te queda en representaciones que conciernen a los demás. (id. III, 4) […]
Sobre las enormes responsabilidades que pesan sobre el emperador y su humilde actitud en enfrentarlas. […] Hay que tener siempre en la mente estas dos reglas: la primera, cumplir solamente con lo que la razón de soberano y legislador sugieren para el bien de los súbditos, la segunda, cambiar de opinión solo si a tu lado hay alguien que pueda corregirte o alegarte de una convicción equivocada. (id. IV, 12)
Al amanecer, cuando te despiertas, recuerda este pensamiento: nací para cumplir con mi deber de hombre; ¿por qué protesto si tengo que hacer lo que el destino me llamó a hacer y por lo que he sido introducido en el cosmos?(id. V, 1)
Lo que no es útil para el enjambre no es útil tampoco para la abeja (id. VI,54) 138
Es condición de un rey, actuar bien y ser criticado. (id. VII, 36)
Recorre con tu mente el pasado. Cuantos cambios de imperios y de poder. Se puede también prever el futuro, será todo igual. No es posible salir de los acontecimientos, por lo cual investigar sobre la vida humana por cuarenta años o por diez mil es exactamente lo mismo. De hecho, ¿Qué más esperabas? (id. VII, 49) He hecho algo en el interés de la comunidad, por tanto he conseguido ser útil. (id. XI, 4) […] Sobre el actuar según el bien y el mal.
[…] En la mañana, comienza con decirte a ti mismo: encontraré a un indiscreto, un ingrato, un prepotente, un impostor, un envidioso, un individualista. Su comportamiento deriva, según los casos, del ignorar lo que es lo bueno y lo que es lo malo. Cuanto a mí, habiendo reflexionado sobre la naturaleza del bien y del mal, he concluido que se trata, respectivamente, de lo que es bueno o malo en el sentido moral. (id. II, 1)
Nunca honrarás por tu conveniencia algo que un día te obligará a faltar de palabra, a abandonar tu pudor, a odiar a alguien, a sospechar, a maldecir, a actuar, a desear 139
algo que tenga que quedar bien escondido tras una pared o un biombo. (id. III, 7)
Si juzgamos como bien o mal solo las cosas que están en nuestro poder, no queda alguna razón para acusar a los dioses o ser hostil hacia otro hombre. (VI, 41) ¿Que es la maldad? Es lo que has ya visto muchas veces, nada nuevo, y dura poco. (id. VII, 1)
Quien cumple una injusticia cumple una impiedad (id. IX, 1) […]
Sobre la aceptación del propio destino, postulado básico de los estoicos. […] A nadie sucede algo que no pueda soportar por naturaleza. (id. V, 18)
Todo sucede y se cumple según la razón del universo. (id. VI, 1)
Cualquier cosa te suceda, estaba ya establecido para ti por la eternidad. Y por la eternidad, la trama de las causas había tejido tu sustancia y este acontecimiento. (id. X, 5) 140
¡Que espectáculo da el alma cuando se muestra lista para dejar el cuerpo y extinguirse, o desvanecerse, o persistir! (id. XI, 3) […]
Sobre la fuerza interior que deriva del estudio, de la aplicación de los principios estoicos, del saber, y de la humildad necesaria para soportar envidias, codicias, egoísmos y hasta el odio. […] Enciérrate en ti mismo. El principio racional que te gobierna es, por naturaleza, autosuficiente. (id. VII, 28)
Hasta esta constatación te lleva a suprimir toda vanidad: no puedes más alcanzar el objetivo de toda una existencia -o por lo menos de la edad que sigue a la juventud- vivida como filósofo. Antes, parece ahora claro, también para, ti que quedas alejado de la filosofía. La confusión en la que has caído es tal que no será más fácil ganarte la fama de filósofo, se oponen a ello los presupuestos de tu vida. Entonces, si has realmente descubierto cual es el punto fundamental, despreocúpate de lo que pensarán de ti y conténtate si podrás vivir el resto de tu vida, cuanto ella sea, como quiere la naturaleza. Reflexiona, entonces, sobre lo que ella quiere y no dejarte distraer por nada más, por que has ya experimentado por cuantas rutas has debido vagar sin encontrar en ningún lugar el camino de la verdadera felicidad: no en el silogismo, no en la riqueza, no en la 141
gloria, no en el gozo. En ningún lugar. A donde está, ¿entonces? En hacer lo que la naturaleza le exige al hombre. ¿Y el hombre como podrá hacerlo? Si tendrá principios al origen de sus impulsos y de sus acciones. ¿Y cuales principios? Los del bien y del mal. Es decir que nada es bueno para el hombre si no lo vuelve justo, temperante, fuerte, liberal, y que nada es malo si no produce en él vicios opuestos. (id. VIII, 1) En los escritos de los epicúreos se encuentra esta monición: recordar siempre a un personaje de la antigüedad que haya actuado según virtud. (id. XI, 26)
Me he preguntado muchas veces, con estupor, por qué cada uno ama a si mismo más que a todos los demás, pero en juzgarse a sí mismo da memos importancia a su opinión que a la de los demás. (id. XII, 4) […] Y, para concluir, un pensamiento que lleva la suma y el peso de la sabiduría estoica.
[…] Eres una almita que lleva un cadáver, como decía Epicteto. (id. IV, 41) […]
Con Marco Aurelio el estoicismo culmina con su expresión más suave y humana. Por primera vez el estoi142
cismo, antes de abandonar el campo a nuevas teorías filosóficas y religiosas, abraza la esfera de lo social, considerando el hombre como miembro de un conjunto que debe comportarse en sintonía con las leyes de la naturaleza en el marco del destino que el universo le ha reservado.
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Plotino (204-270) La vida
Plotino, uno de los más importantes filósofos, no solo entre los romanos, sino de toda la antigüedad, fue seguidor de las ideas de Platón, con el cual coincidió y se identificó totalmente, fue el promotor del resurgimiento de las teorías del grande ateniense en el imperio romano, y fundador del neo-platonismo. Sus ideas han influido culturalmente, y metafísicamente, por siglos, sobre los pensamientos cristianos, musulmanes, hebreos y gnósticos en el mundo occidental. Plotino, como su inspirador, Platón, era un místico y desconfiaba de todo lo material. Él sostenía que toda la realidad que nos rodea era solo un tentativo imperfecto de representar algo inmaterial, elevado, per145
fecto y comprensible, que era la parte más verdadera de lo existente. Esta desconfianza se extendía hasta su misma persona, por lo que, parece, nunca quiso ser retratado. Igualmente, nunca habló de sí mismo, de su fecha y lugar de nacimiento, de sus antepasados, de su infancia, o de sus experiencias juveniles, por lo cual no tenemos datos directos sobre su persona y su origen. Debemos a sus biógrafos, alumnos y seguidores de sus teorías, la información detallada sobre su vida. Porfirio, su alumno, y uno de sus principales colaboradores, que escribió una completa biografía de Plotino, refiere que el maestro tenía 66 años cuando murió, según algunos estudiosos de lepra, según otros de tuberculosis, en el 270, con lo que podemos asumir que nació entorno al año 204. Eunapio, otro alumno suyo, completa la información sobre su origen y refiere que nació en Lycopolis, localidad que nunca ha podido ser identificada. Algunos opinan que se encontraba en el alto Egipto, otros en el delta del Nilo y, por tanto, cerca de Alejandría. Plotino era, entonces, un egipcio helenizado y hablaba el griego, mas, sin alguna duda, era ciudadano romano. Todos los biógrafos concuerdan que Plotino tenía un carácter afable, bondadoso, gentil, y era moralmente íntegro y correcto, por lo que se ganó el aprecio de todos los que lo conocieron. Este aprecio lo acompañó por toda la vida, si consideramos la resonancia que tuvo su escuela en Roma y el número y la calidad de sus seguidores. En la vida cotidiana comía y dormía solo lo mínimo 146
indispensable. Era vegetariano y nunca contrajo matrimonio. A los veintisiete años, entorno al 231, se mudó a Alejandría, donde comenzó a estudiar la filosofía. Insatisfecho de los maestros que iba a escuchar, y que continuamente cambiaba, un día confió a un amigo que no encontraba alguien que satisficiera en pleno su insaciable deseo de saber. Éste le sugirió asistir a las lecciones de Ammonio Sakkas, un filósofo de buena fama que operaba en esos tiempos en la ciudad. Escuchada la primera conferencia, Plotino agradeció a su amigo y le dijo: “Éste era el hombre que buscaba”, y siguió con él. Plotino permaneció en Alejandría por once largos años, estudiando y perfeccionando sus conocimientos. Estudió los clásicos griegos, amando sobre todo a Platón. Estudió los estoicos, y, además de Ammonio, influyeron sobre él los filósofos Alejandro de Afrodisia, y Numenio de Apamea, entre otros. Terminado este largo período de aprendizaje, Plotino sintió que todavía algo le faltaba de conocer. Decidió, entonces, ir a oriente para estudiar las filosofías persas, es decir las babilónicas, y aquellas que se practicaban más allá del Indo, en la misteriosa y casi desconocida India. Para ello se unió al ejército que el joven emperador romano, de solo diecisiete años, Gordiano III, había reunido para ir a combatir a los persas y reestablecer los confines del imperio, además que la paz, en esa región que nunca conoció paz. Plotino tenía ya 37 años. Era el 241 de nuestra era. 147
En un principio el ejército romano logró algunas importantes victorias, mas, en la batalla decisiva, en Media, las tropas imperiales sufrieron una humillante derrota por parte de las tropas persas comandadas por el rey Sapor. El ejército romano tuvo que abandonar precipitosamente la Mesopotamía, y, tras asesinar, al emperador, a las orillas del Éufrates el 25 de febrero del 244 (aunque se hizo llegar a Roma la información que había muerto por enfermedad) nombró Augusto al Prefecto del Pretorio, Filipo el Árabe, comandante amado y apreciado por las tropas, que tomó el poder bajo el nombre de Filipo I. Plotino se encontró solo, abandonado y desprotegido, en una tierra ajena, hostil y desconocida. Como Xenofonte, que se encontró en las mismas condiciones más de setecientos años antes, Plotino tuvo que arreglársela, en medio de enormes dificultades, para volver hacia occidente. Llegó por suerte a las seguras tierras de Antioquia, y de allá pudo, por fin, llegar a Roma a finales del año 244, a los cuarenta años de edad. En la capital se estableció y vivió gran parte de su remanente vida. En ella abrió su escuela, y se dedicó a la enseñanza de la filosofía. Tuvo de inmediato un grande éxito, probablemente gracias al apoyo del emperador, Filipo el Árabe, que había conocido personalmente durante la expedición en oriente, atrayendo muchos e ilustres alumnos. Entre sus más estrechos seguidores se encontraban el toscano Amelio y el senador Castricio Firmo. A ellos se agregaron, más tarde, Porfirio, proveniente de 148
Tiro, en Palestina, que se convertiría en su principal colaborador, y el doctor Eustoquio de Alejandría, que lo siguió por todo el resto de su vida, hasta la muerte del maestro. Entre los otros alumnos destacaron los senadores Marcelo Oroncio, Sabinilo, y Roganciano, Zotico, crítico y poeta, Paulino, un doctor de Scitópolis, y Serapión, llegado a Roma desde Alejandría, para seguir sus lecciones. Tuvo un rol importante, para su vida futura, un estudiante venido desde la lejana Arabia, de nombre Zethos. Este joven admiró y apreció a tal punto su maestro que, caído enfermo, antes de morir, dejó a Plotino, una considerable suma de dinero y una propiedad, con una casa, en el sur de Italia, que constituyeron su seguridad, y su refugio, en los últimos días de su vida. No faltaron las mujeres, entre sus seguidores, como Gemina, una matrona romana que lo hospedó en su casa por todo el tiempo de su permanencia en la capital del imperio. Su hija, que igualmente se llamaba Gemina, Aristón, hijo del filósofo Giamblico, y su esposa Amficlea, también fueron sus seguidores. Plotino supo ganarse, además, la confianza del emperador Galieno, que había accedido al poder en el 253, y de su esposa Cornelia Salonina, quienes frecuentaron sus lecciones por cuanto les fue posible, sustrayendo tiempo a sus oficios. Publio Licinio Ignacio Galieno, hijo del emperador de Oriente Valentiniano I, era un ferviente admirador de la cultura griega y soñaba volver al imperio filosófico de Marco Aurelio, mientras su esposa 149
era de tendencias filo-cristianas. Plotino trató de convencer al emperador de financiar la reconstrucción de un campamento en el sur de Italia, que debía, según el viejo y original proyecto, convertirse en una ciudad gobernada por los sabios, siguiendo el modelo que había planteado Platón en la República y en las Leyes. Esta ciudad se debía llamar Platonópolis, o la Ciudad de los Filósofos. El emperador, sin embargo, no quiso adherir al pedido del maestro, por motivos que nunca fueron conocidos por Porfirio, que reporta el episodio. Plotino era un místico, un predicador y un educador, y desconfiaba, como dicho, de la materialidad. Por tanto prefería dictar sus lecciones oralmente, más que escribir. En esto Plotino recuerda Sócrates que no escribió nada, preocupado más de su enseñanza oral. Él era, sobre todo, un director de conciencias. No cobraba algún sueldo, y sus lecciones eran públicas, además que gratuitas. De repente se le confiaba la educación de algunos huérfanos o jóvenes de comprobada inteligencia y moralidad. Sin embargo, para sus necesidades de la vida cotidiana podía contar con un círculo de alumnos ricos y pudientes: era consejero del mismo emperador, y consejero espiritual de muchos personajes de la aristocracia romana. Solo en edad adulta comenzó a anotar apuntes que utilizaba en sus lecciones, pero la facultad de escribir, y de leer, se vio afectada por una progresiva pérdida de la vista, por lo cual comenzó a dictar sus lecciones a los alumnos. 150
En el 264 Porfirio llegó a Roma, del medio oriente, para asistir a las conferencias del grande filósofo, y desde ese momento se convirtió en el más estrecho colaborador del maestro. A él, Plotino dictó todas sus remanentes lecciones, hasta el año anterior a su muerte, cuando Porfirio, después de seis años de colaboración con el maestro, era ya hombre adulto y autosuficiente (tenía 36 años), cayó, por motivos no aclarados, en una profunda depresión que lo llevó al borde del suicidio. Plotino lo asistió y le aconsejó retirarse en Sicilia, donde, gracias al clima favorable y a la belleza de la isla, tenía la oportunidad de recuperarse. Antes de saludarlo, Plotino le encargó la revisión de sus notas para que las corrigiera y las editara, y, probablemente lo comprometió también a hacerse cargo de la escuela, considerando su edad avanzada y su degenerante ceguera. Al poco tiempo de la partida de Porfirio, Plotino dejó Roma y se mudó a vivir en su propiedad, en Campania, cerca de Nápoles, la que le había dejado su alumno Zethos. Pocos meses después fallecía. Era el año 270. Según cuenta Eustoquio, que lo asistió hasta el momento del traspaso, las últimas palabras del maestro fueron: “Hagan lo posible para devolver lo Divino que reside en ustedes al Divino de lo Todo”. Eustoquio cuenta que una serpiente, que se había introducido en su habitación, y que se había escondido por debajo de su cama, salió de allá y huyó, a través de un hueco que había en la pared, en el preciso instante en que Plotino moría. 151
La Obra
Plotino no escribió nada hasta la edad de 49 años, para cumplir con la promesa hecha a su maestro Ammonio de nunca revelar por escrito su teoría filosófica. Luego pero comenzó a escribir algunas notas, sobre temas específicos, que le servían para las lecciones que iba a dar. Estos ensayos se convertirían en las Enéadas, en gran parte escritas directamente por él mismo, y en parte dictadas, en un primer momento a sus discípulos, luego, directamente a su principal discípulo Porfirio, que las editó. Éste cuenta que las Enéadas, antes de ser reordenadas, eran un montón de hojas que Plotino, después de haberlas utilizadas en sus lecciones, abandonaba en su estudio en el más completo desorden. Plotino no pudo revisarlas y ordenarlas personalmente, según su criterio, por que, después de los cincuenta años, los graves problemas a los ojos no le permitieron, no solamente leer con agilidad, sino tampoco escribir, con lo que sus ensayos fueron dictados en los últimos seis años de su vida a Porfirio, que lo asistía. Por otro canto, su grafía era horrible y, además, poco le importaba de la ortografía y de la gramática. A veces no separaba correctamente las palabras, y sus escritos, bajados tal como se les venían a la mente, estaban sintácticamente incorrectos. Tan poco le interesaba el trabajo editorial, por lo que dejó a Porfirio la tarea de reco152
ger, revisar y ordenar, según su criterio, todos sus apuntes. Porfirio se encontraba en su casa, en Sicilia, cuando se enteró de la muerte de su maestro. Inmediatamente volvió a la casa de Plotino y comenzó su trabajo de recopilación de todos los escritos, su corrección y su ordenamiento sistemático. La tarea lo ocupó bien treinta años. Por fin, en el año 300, terminó la obra y pudo publicarla. Organizó los escritos en seis libros, cada uno compuesto por nueve tratados, de allí el nombre de Enéadas, es decir novenarios. Los tratados no están ordenados cronológicamente, sino en orden sistemático, según el criterio personal que el mismo Porfirio quiso darle. Por ejemplo, el primer tratado del primer libro, titulado Sobre qué es el animal y qué es el hombre, fue, cronológicamente, el penúltimo, dictado en el último año de su vida, pero Porfirio quiso colocarlo primero, considerando que la verdadera filosofía debía comenzar con el conocimiento de sí mismo, y culminar con el conocimiento del ente supremo, el Uno, que preside a todo el universo. La presentación de la obra, tal como la quiso editar Porfirio, refleja el sistema esquemático y simétrico, típico de la escuela alejandrina, en la cual Plotino se formó y que éste, a su vez, trasmitió a sus alumnos. El contenido sinóptico de la Enéadas es el siguiente: Enéada I: Sobre qué es el animal y qué es el hombre; Sobre las virtudes; Sobre la dialéctica; Sobre la feli153
cidad; Sobre la belleza; Sobre el bien primario y los otros bienes; Sobre el origen del mal; Sobre el suicidio. Enéada II: Sobre el cosmos; Sobre la rotación celeste; Sobre los astros y su actividad; Sobre la materia; Sobre la potencia y el acto; Sobre la cualidad y la forma; Sobre la mezcla total; Sobre el por qué los objetos lejanos parecen pequeños; Contra los gnósticos. Enéada III: Sobre el destino; Sobre la providencia; Sobre el demonio que nos ha tocado en suerte; Sobre el amor; Sobre la eternidad y el tiempo; Sobre la naturaleza; Sobre la contemplación; Sobre el Uno. Enéada IV: Sobre la esencia del alma; Sobre las dificultades acerca del alma; Sobre la sensación y la memoria; Sobre la inmortalidad del alma; Sobre el descenso del alma a los cuerpos; Sobre si todas las almas son una sola. Enéada V: Sobre las tres hipóstasis; Sobre la inteligencia, las ideas, el ser, el bien y el Uno. Enéada VI: Sobre los géneros del ser; Sobre los números; Sobre el bien y el Uno. Como se puede observar, la teoría filosófica de Plotino abarca todas las situaciones. La mística, la cosmología, la antropología, la matemática, la ética, y, sobre todo la metafísica, fulcro de su pensamiento. Su filosofía
Plotino representó el último intento de la filosofía clásica de dar una interpretación racional al mundo que 154
nos rodea. Con este filósofo, de importancia e inteligencia por lo menos igual a la de Sócrates, Platón y Aristóteles, concluye y finaliza la filosofía clásica (la griego-romana). Parcialmente desconocido hasta el renacimiento, por que sus intuiciones filosóficas venían atribuidas a Platón, la filosofía de Plotino se considera hoy todavía en parte de redescubrir. Aun sin conocer su autonomía respeto al pensamiento de Platón, muchos filósofos renascimentales, iluministas y románticos fueron inspirados a sus escritos. Redescubierto por Hegel a principios del 1.800, su importancia ha recobrado, desde ese entonces, su auténtico valor y ha influido profundamente sobre todos los estudios y los ideales místicos de la modernidad. En Plotino se constata una curiosidad. Mientras resulta preciso como en su mente existe una claridad y un orden sistemático de su filosofía y de su visión metafísica, además que física, de la realidad, no dejó, o no quiso dejar, por escrito, en orden sistemático, su pensamiento. Bajo este aspecto somos deudores a Porfirio de la esquematización y la organización de su pensamiento. Y, aunque muchos quieran criticar que el orden sistemático de los tratados, organizados en las Enéadas, responde al criterio personal de quien (Porfirio) hizo la labor de organizarlos, resulta claro, sin embargo, a cualquier lector inteligente que quiera tomarse el placer de leer las Enéadas, seguir el hilo lógico del pensamiento plotiniano. 155
Para entender la filosofía de este grande pensador es de considerar, preliminarmente, que Plotino tenía una mente lógica y jerarquizada. Es decir todos sus razonamientos procedían en orden consecuente y subsiguiente. E, igualmente, jerárquica era su visión de la realidad. Esta jerarquía, en la que se encontraban, según Plotino, las tres dimensiones cosmológicas, fue, por él, llamada Hipóstasis (del griego hypóstasis, sustancia subyacente, palabra compuesta por hypo, debajo, y stasis, estar). Plotino consideraba que, por lógica, lo menos perfecto debía derivar de lo más perfecto, de tal manera que, comenzando con el elemento primario, el más perfecto, toda la creación emanaba de ello en estadios subsiguientes, hasta el menos perfecto. En segundo lugar es de considerar que, aunque la filosofía de Plotino era esencialmente espiritual, es relativamente sencilla e inteligible, es decir, comprensible. No es críptica, y tanto menos dogmática, por lo cual la razón se encuentra presente y subyacente en todos los tratados de las Enéadas. El sistema filosófico de Plotino es cíclico y circular, y se compone de dos partes: a) Descendiente. Toda la realidad inteligible tiene origen de una sola unidad primaria. De ella, por emanación, y no por creación, desciende el universo que conocemos; b) Ascendente. Al término del ciclo toda multiplicidad vuelve a la unidad primaria. Podemos ahora, por tanto, reconstruir la visión 156
cosmológica de este grande pensador. Una visión mística, espiritual, trascendente y universal. El cosmos sensible, estaba organizado, y jerarquizado, según Plotino, en forma concéntrica, y no escalonada. Desde el centro, hacia la periferia, se colocaban las tres hipóstasis de su visión cosmológica, y, aunque muchos estudiosos hayan querido colocar en posición intermedia entre la fuente céntrica y la extremidad exterior, y hasta más allá de esta, muchos seres intermedios, la filosofía original plotiniana se encuentra encasillada y esquematizada en las tres hipóstasis que él formuló. En el centro Plotino colocaba la luz, pureza absoluta, que no podía siquiera ser calificada como bien absoluto, por que el bien, que era el ser, presuponía un opuesto, el mal, que resultaba ser el no-ser, y a lo existente en absoluto se opondría el absurdo de lo no existente en absoluto, lo que era racionalmente inaceptable. Esta luz, a la cual todos se dirigían, era autosuficiente, independiente, autónoma, entera, estable, unitaria, manantial origen y final de lo todo. Esta luz era la unidad primaria, la primera hipóstasis, el Uno. Como Parménides, Plotino individuó en esta unidad, el Uno, el principio de todo. El Uno era absoluto, indivisible y trascendente. El Uno se encontraba por encima y más allá de cualquier categoría de ser o no ser, más allá de la inteligencia, y por ello, era indescriptible. […] El Uno es todas las cosas y no es, a la vez, ninguna
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de ellas. Porque es principio de todas las cosas, no es realmente todas las cosas. Y es, sin embargo, todas las cosas, porque todas ellas retornan hacia Él; y si no están todavía en Él, seguro que llegarán a estarlo. Pero, ¿cómo vienen todas las cosas del Uno, que es algo simple y que no muestra a través de sí mismo ninguna diversidad o duplicidad? Sin duda, porque ninguna cosa se da en Él, sino que todas provienen de Él; pues, para que el ser sea, el Uno no puede ser él mismo el ser sino que será el generador del ser. El ser es, por tanto, lo primero que nace de Él. El Uno es también perfecto porque nada busca, ni nada posee, ni de nada tiene necesidad. Siendo perfecto es igualmente sobreabundante, y su misma sobreabundancia le hace producir algo diferente de Él. Lo que Él produce retorna necesariamente hacia Él y, saciado de Él y de su contemplación, se convierte entonces en Inteligencia. Su propia estabilidad con respecto al Uno hace que lo vuelva ser, y su mirada dirigida al Uno hace que lo convierta en Inteligencia. Esto es, como se detiene para contemplar el Uno, se vuelve a la vez Inteligencia y ser. (Enéada V, 2) […] Continúa Plotino:
[…] Si existen seres después del Primero, es necesario que provengan inmediatamente de Él, o que se reduzcan a Él por medio de otros seres intermedios y que ocupen el segundo y el tercer rango, el segundo con referencia al primero y 158
el tercero con referencia al segundo. Porque conviene que, antes de nada, exista una cosa simple y diferente de todas las demás que provienen de ella, la cual se dará en sí misma y sin mezclarse con las que la siguen, aunque, por lo demás, pueda encontrarse presente de alguna manera en las otras cosas. Esa cosa de que hablamos es realmente el Uno, al que no cabe considerar como ser y luego como Uno, porque ya encierra falsedad el decir que es Uno, “si no hay de él razón ni ciencia” y si se afirma, también, que está “por encima de la esencia”. (Pues si no existiese una cosa simple, verdaderamente extraña a todo accidente y composición y realmente una, tampoco existiría principio alguno). Por ser simple se basta a sí misma y es la primera de todas las cosas; porque todo lo que no sea primero tiene necesidad de lo anterior a él, y lo que no es simple necesita de los términos simples de que está compuesto. Esa cosa, pues, tiene que ser solamente una, dado que, si supusiese otra cosa, ambas tendrían también que ser una; porque no hablamos aquí de dos cuerpos, uno de los cuales se considerase como el primero. Un cuerpo, en efecto, no es nada simple, sino algo engendrado, y no es, por tanto, principio. “El principio es ingénito”, Y como no es nada corpóreo, sino algo realmente uno, es ciertamente el Primero de que hablamos. (Enéada V, 4) […]
Luego Plotino se puso, como Pitágoras y Parménides, el problema de dar una explicación a cómo el mundo real se produjo y se multiplicó, de una unidad 159
originaria hacia la multiplicidad, “Si existe la multiplicidad, es necesario que antes exista la unidad”, decía, y encontró la respuesta lógica, y necesaria, en la característica del Uno de convertirse, por emanación, o, mejor dicho, por expansión, hasta el mundo multíplice que conocemos, en una procesión descendiente, en la que coloca, como segunda hipóstasis de su visión cosmológica, la Inteligencia, o Logos. La Inteligencia participa de la belleza, de la unidad, de la verdad absoluta, en fin, del bien primario, esencias pertenecientes al Uno, en un plan inferior, por que dependiendo de él, ya no es perfecta como él. La Inteligencia mira hacia el Uno, y es depositaria de todos los arquetipos de las cosas existentes, es decir de las Ideas. Siguiendo la jerarquía hacia la tercera hipóstasis, Plotino colocaba en el tercer lugar, en posición dependiente del Logos, la tercera entidad de su visión cosmológica, el Alma Universal, es decir el Nous. Ésta dependía de la anterior, a la que ella miraba y se dirigía, manteniéndose pura. Sin embargo, el Nous tenía la capacidad de dividirse y mirar al otro lado, hacia la parte exterior, de jerarquía más baja, y con ello arriesgaba perder su pureza y ser contaminada por el pecado. Plotino era un místico, como hemos explicado. Con las tres hipóstasis espirituales, para él, el universo anímico terminaba. “No contemos, pues, con nada más que las tres hipóstasis” (Enéada II, 9, 2). Sin embargo, más allá de las tres hipóstasis espirituales algo existía. En su visión cosmológica este algo era la Chora, es decir 160
la materia, lo inanimado, lo que no tiene forma, lo que es pasivo. La Chora representaba, sí, lo material, mas representaba también, en abstracto, lo opuesto de la luz, o sea las tinieblas, en opuesto a lo vital, lo inanimado, en opuesto al bien, el mal, en opuesto a la virtud, el pecado, en opuesto a la plenitud, el vacío. El mundo sensible, la materia, representaba, para Plotino, el mal no solamente por que si el Ser, el Nous, era el bien, la Chora, el mundo material y sensible, se identificaba con el no-ser, que necesariamente, por lógica, representaba lo malo, sino también por que, siendo inanimado, faltaba de calidades. Éste tenía, sin embargo, la capacidad de atraer, mirando hacia el Alma, de la que dependía, y la distraía del bien, y se fundía con ella creando una multiplicidad dispersiva, alejándola de la pureza. Pero ¿que era, y como era la materia, para un místico como Plotino? El filósofo sostenía la teoría de la existencia de dos clases de materia, o más bien, dos momentos de la misma, que tenían reflejo en el mundo inteligible y en el mundo sensible, introduciendo el concepto de la alternidad indefinida. La idea que Plotino tenía de la materia no era otra que la de la total indeterminación. Para Plotino la materia no podía ser considerada como un cuerpo, por que, como dicho, carecía de calidades. Para tener calidades la materia se dejaba conducir hacia la forma, que sí tenía calidades. Esta manera de razonar del filósofo es típicamente platónica, y tiene raíces en la teoría de la ideas del grande ateniense. Entre lo ilimitado sensible y lo ilimi161
tado del mundo inteligible hay la misma diferencia que hay entre el arquetipo y su imagen. Cuanto más el primero se aleja de su imagen, tanto más se corrompe y se hace más ilimitado. Se explica de esta manera por qué la materia, para Plotino, era el no-ser, es decir el mal. El filósofo individuaba en la materia un “ser en potencia”. “La materia es el no-ser, y eso es para siempre”, decía, afirmando el valor potencial de la materia. Es intuitivo por qué Plotino estaba en contra de los atomistas. Su misticismo era incompatible con el materialismo de aquellos. Plotino se atrevió hasta a declarar que los átomos no existen:
[…] En cuanto a los átomos no podrán alcanzar la consideración de la materia por la sencilla razón de que no existen en absoluto. Todo cuerpo, en efecto, puede ser dividido hasta el infinito; la serie continua de los cuerpos y el estado liquido exigen, a su vez, que la propia inteligencia y el alma existan, las cuales no podrán componerse de átomos. Es indudable que con átomos no podrá fabricarse ninguna naturaleza diferente de los átomos, ni será posible que ningún artesano pueda trabajar con una materia discontinua. Muchas otras cosas podrían ser dichas contra esta hipótesis y hecho ya se han dicho; no convendrá, por tanto, perder más tiempo en esto”. (Enéada II, 4,7) […] 162
La visión del cosmos está aclarada por Plotino en la Enéada segunda. El universo está compuesto por tierra y fuego. Éste último se encuentra al centro del universo, mientras los astros ruedan a su alrededor con un moto circular eterno. El por qué la tierra no prenda fuego, estando cerca del fuego, viene explicado por Plotino con la sencilla lógica “hay que considerar la distancia”. El moto circular era considerado por Plotino como necesario para mantener el equilibrio universal. Más veces en las Enéadas Plotino cita a Heráclito en el tema del equilibrio universal. El universo entero implicaba la armonía de todos los seres “Porque conviene que todas las cosas dependan unas de las otras, y, como se ha dicho, hay un acuerdo total, no solo en el individuo tomado singularmente, sino con mucha más razón y primordialmente en el universo, hasta el punto que la unidad de principio hace unas las diversas partes del ser animado y produce la unidad de la pluralidad”. Nuestro filósofo, pero, fue más allá en la necesariedad del equilibrio universal. Él interpretaba el movimiento circular en sentido místico y con una visión hipostática, comparándolo con el cuerpo que se mueve y el alma que permanece inmóvil. Si el cuerpo tiene la capacidad de rodar entorno al alma, decía, es razonable que lo mismo suceda en el cielo. Plotino admitía la eternidad del universo, pero con una aclaración: “Admitamos esta opinión y admitamos que en el cielo y todo lo que hay en él posee una eterni163
dad individual, en tanto que lo que cae bajo la esfera de la luna posee una eternidad en cuanto a la especie”. La explicación reside en la visión plotiniana de la “expansión” del universo. Si este principio lo aplicamos a una especie viviente, su reproducción (aunque ésta, necesariamente, implique la muerte de los individuos, tomados singularmente) asegura la supervivencia de la especie, manteniendo su “eternidad”. Porfirio, como ya aclarado, organizó las Enéadas según su criterio, no respetando el orden cronológico en que los tratados fueron dictados por Plotino. En efecto las Enéadas comienzan con un profundo examen sobre la identidad humana, por que Porfirio quiso colocar en la apertura de las Eneadas una serie de lecciones que en la realidad Plotino había dictado por últimas, pensando que como primera cosa era indispensable que el hombre conociera a sí mismo. El tema del primer tratado se encuentra enunciado en el mismo título: Sobre qué es el hombre y qué es el animal. Para desarrollar el tema Plotino se pone una serie de cuestiones preliminares:
[…] ¿Cuál será el sujeto de los placeres y de las penas, de los temores y de los atrevimientos, de los apetitos, de las aversiones y del dolor? Porque el sujeto será o el alma, o el alma que se vale del cuerpo o algún tercero resultante de ambos. Y éste puede ser de dos clases: o la mezcla u otra cosa distinta resultante de la mezcla. Dígase lo mismo de los resultados, tanto acciones como opiniones, de esas emo164
ciones. Así pues, también hay que investigar si el sujeto del razonamiento y de la opinión es el mismo que el de las emociones o si lo es en unos casos pero no en otros. (Eneadas I, 1) […]
Primero, dice Plotino, hay que estudiar el alma. ¿El alma y la esencia del alma son dos cosas distintas? ¿El alma se encuentra mezclada con el cuerpo, como si fuera su usuaria, para recibir las emociones? ¿O el alma se encuentra a solas, independiente y autónoma? La distinción es importante, según explica Plotino, por fines de establecer la incorruptibilidad (y con ello la inmortalidad, como afirmaba Platón) del alma.
[…] Concedamos que es el compuesto el que siente por la presencia del alma, no porque un alma de tal calidad se entregue al compuesto o al otro componente, sino porque es ella la que, de la unión de un cuerpo específico con una especie de luz emitida por ella, produce la naturaleza del animal como una entidad distinta; y esta entidad distinta es el sujeto de la sensibilidad y de todas las otras afecciones que hemos enumerado como propias del animal. (Id. I, 7) […]
El compuesto animal se encuentra, por tanto, presidido por el hombre en cuanto sujeto de las emociones, es decir de las percepciones, de los razonamientos, de las 165
opiniones y de sus consecuentes reacciones. El animal se compone de una bestia inferior y del hombre verdadero, especificado por su racionalidad, “…por que como el hombre coincide con el alma racional, siempre que razonamos, somos «nosotros» quienes razonamos por el hecho de que los razonamientos son actos del alma”. (Id. 7) La inteligencia (la inteligencia en sí misma y no como la posesión de los productos de la inteligencia) reside por encima del cuerpo, por consiguiente la naturaleza del alma es pura y exenta de pecados, siendo éstos, propios del compuesto animal. Se reconoce en esta visión del ser humano la jerarquía hipostática establecida por Plotino para clasificar y escalonar los valores espirituales y materiales del entero cosmos. Resumiendo, en el pensamiento moral de Plotino son propias del hombre verdadero las virtudes intelectivas, mientras del compuesto animal son propias las virtudes prácticas. Con ello se concluye que el alma es impecable, mientras el error y el pecado son propios del cuerpo animal. Los dos breves tratados sobre El Bien y sobre El Mal fueron los últimos, dictados por Plotino a su alumno, cuando ya sentía acercarse el fin de sus días y la ceguera le impedía escribir personalmente sus notas. Cronológicamente el tratado sobre El Bien fue el último y tiene el sabor de un emocionante adiós a la vida, mas también el anhelo de alcanzar la paz y el bien que merecen las almas puras después de la muerte: “Es que la vida es un bien para los que la poseen no en cuanto asociación, 166
sino porque por la virtud se guarda uno del mal; pero la muerte es un bien mayor”. (Enéadas I, 7) Plotino se pregunta cuál es la naturaleza del bien y del mal y cuál es su origen. El filósofo trata los dos argumentos por separado, mientras en éste resumen los presentaremos juntos, desde el momento que el mismo Plotino asevera que como “la ciencia de los contrarios es la misma, …y el mal es contrario al bien, la ciencia del bien será la misma del mal”. (Enéadas I, 8) En la visión hipostática de Plotino el Bien de cada ser es su actividad natural. El alma, cuando es perfecta, centra su atención en el Bien absoluto (primera hipóstasis). Éste se encuentra al centro de toda actividad, inmóvil, más allá de la inteligencia, de la esencia, de la intelección, como una luz de la que todo depende. “No está falto de nada, se basta a sí mismo, no necesita de nada, es medida y límite de todas las cosas, dando de sí inteligencia, alma, vida y actividad centrada en la inteligencia“ (Id, I, 8, 2). Las otras cosas, por tanto, están suspendidas del Bien, el alma, por la inteligencia, y las cosas inanimadas, por el alma (segunda y tercera hipóstasis). Ahora bien, si lo contrario del bien es el mal, y el bien pertenece al Ser, el mal es no-ser, es decir no existe. Por lo tanto, el mal viene totalmente excluido de las hipóstasis divinas. Queda, entonces, necesariamente establecido que si el mal existe, este pertenece a los noseres. El mal pertenece a la materia, es decir al mundo sensible, por ser siempre indigente, en comparación con lo autosuficiente, carente, inestable, insaciado, y en 167
absoluta penuria. Si el mal absoluto, por tanto, no existe, el mal se origina por el contacto del alma con la materia. El hombre se convierte en “malo” cuando su alma se aleja de la “virtud” y adquiere el “vicio”. El hombre, consecuentemente, no es malo por sí mismo, y puede evadir el mal, manteniendo su alma pura, orientada hacia la luz, el bien supremo. La debilidad del alma se debe a la irrupción de la materia en el terreno de la hipóstasis superior, paralizando algunas de sus actividades y brindándole con su presencia la ocasión de encarnarse. El mal, sin embargo, es necesario que exista, dice Plotino, por que tiene que haber un contrario al Bien, por que el cosmos consta de razón y forzosidad, y, en fin, por que tiene que haber un término final a la procesión, con el mal, el no-ser, para volver al principio, a la luz, y recomenzar el ciclo cósmico. Constituye un placer, y una verdadera estimulación para nuestra inteligencia, la lectura del tratado que Plotino dedicó al específico tema “Sobre si todas las almas son una sola”. El argumento se encuentra ampliamente desarrollado en el noveno capítulo de la Enéada IV, que comienza, como de costumbre, proponiendo los quesitos objeto del estudio: […] “Decimos que el alma de cada ser es única porque se encuentra presente toda ella en cualquier parte del cuerpo. Es, por tanto, realmente única, porque no tiene una parte 168
en un lugar del cuerpo y otra en otro. Así, el alma sensitiva en los seres sensibles y el alma vegetativa en las plantas se encuentra toda ella en todo el cuerpo y, a la vez, en cada parte de él. ¿Pero es que, de igual manera, mi alma, la tuya y todas las demás almas constituyen un alma única? ¿Y es que hay, asimismo, en el universo un alma única, que no es divisible según la masa sino que se manifiesta idéntica en todas partes? Pues, ¿por qué si mi alma es única, no ha de serlo también el alma del universo? Ahí no se da ciertamente ni masa material ni cuerpo alguno. Por lo cual, si mi alma y la tuya provienen del alma del universo, convendrá que todas las almas sean una sola. Pero, ¿qué es entonces esa alma?”. (Enéada IV, 9, 1) […] En la realidad, dice Plotino, existe solo un alma, y si no admitimos eso no existirá la unidad del universo y no podremos encontrar un principio único para todas las almas. El razonamiento de Plotino es lógico y consecuente. Nos toma por la mano y nos conduce, iluminando un solo aparente laberinto:
[…] “…la esencia indivisible del alma, que no se divide en los cuerpos, aparece ordenada según la razón, en tanto la esencia que se divide en los cuerpos y que, a pesar de todo, es una y la misma, produce en todas partes la facultad de sentir, como consecuencia de esa división”. (Id. IV, 9, 3) […]
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Plotino advierte el lector a no sorprenderse por este razonamiento, antes, dice “Pero que nadie se asombre de esto”: sabe que está proponiendo una teoría nueva, para esos tiempos, y está decidido a ir hasta sus últimas consecuencias.
[…] “Pero esa misma razón nos exige que investiguemos cómo todas ellas forman una sola alma. ¿Acaso ocurre así porque todas las almas provienen de una sola? En ese caso, ¿es esa alma única la que se divide para dar lugar a las otras almas, o bien permaneciendo tal cual se produce, sin embargo, por sí misma la pluralidad de las demás almas?” (Id. IV, 9, 4) […] La lógica es la siguiente y lleva a la nueva teoría:
[…] “Si esta alma única fuese un cuerpo, la multiplicidad de las otras almas provendría necesariamente de la división de este cuerpo en partes. Entonces el alma única sería la sustancia total que daría origen a las demás almas.” … Si las almas son tales almas por razón de sus masas, no hay duda alguna de que unas y otras son diferentes; si, en cambio, son lo que son gracias a su esencia, entonces 170
componen todas una sola alma. O, lo que es igual, en los cuerpos múltiples se da una misma y única alma.” (Id. IV, 9, 4) […]
Para Plotino, entonces, la suma de todas las almas da como resultado una única alma, el alma universal, y son consecuencia de la expansión del ser primordial, el Uno, en la multiplicidad de seres individuales. Todos son uno, concluye el filósofo: “Y es, por tanto, un mismo ser radicado en muchos otros”. (Id. IV, 9, 5) Esta intuición revolucionaria implicaba ya en esos tiempos la igualdad entre todos los hombres del planeta. Borraba con un solo golpe de la razón toda diferencia de clases, de razas, de costumbres, de creencias, y de origen. Plotino imaginaba una única alma universal orientada hacia el bien. Se constata en Plotino una extraordinaria capacidad de abstracción, de sintetización y de visión de las cosas en su conjunto. “Es filósofo quien ve lo entero, quien no, no” decía Platón, su inspirador, y él se acató a esta máxima como a una regla. Y para ver las cosas en su conjunto necesitaba de una gran capacidad de concentración, estado al que llegaba aislándose de las cosas mínimas, de las materiales, de los deseos, y de las necesidades. No olvidemos que sus lecciones eran gratuitas, por que si Plotino hubiese necesitado ganar dinero no hubiera podido concentrarse en sus meditaciones. “Huye de todo”, decía, y lo practicaba. 171
Plotino y su tiempo
Cuando Plotino nació, entorno al año 204, el imperio romano se encontraba en una profunda crisis política. Fue un periodo turbulento que duró entorno a los ciento cincuenta años, desde la muerte de Marco Aurelio hasta el triunfo de Constantino el Grande, con asesinatos continuos de emperadores, prefectos, generales y seguidores. El imperio comenzó a dividirse entre oriente y occidente con un emperador oficial por cada región, a los cuales se añadían, de repente, aquellos que arbitrariamente o ocasionalmente venían nombrados como Augustos por las legiones desplazadas en alguna tierra remota del inmenso territorio, o por los pretorianos en la misma capital, de tal manera que no fue raro el caso en que dos, o hasta tres, o cuatro emperadores se encontrasen gobernando al mismo tiempo. En el año de su nacimiento era emperador de Roma Septimio Severo (Lucio Septimio Severo Pertinax, emperador entre el 193 y el 211), que desde el año de su nombramiento tuvo que luchar más para conservar el trono y defenderse de las amenazas de los usurpadores, que para defender los confines del estado. Plotino creció y se formó en Alejandría, la ciudad más culta y cosmopolita del mundo, en aquella época, segunda por importancia, en el imperio, solo a Roma, y crisol de una sorprendente variedad de enseñanzas, de 172
creencias y tradiciones. De sus escuelas salieron renombrados matemáticos, astrónomos, literatos e historiadores que sobresalieron cada uno en su materia. La escuela alejandrina, pero, fue también sede de amplios debates en el campo filosófico y religioso, sea por la apertura a la dialéctica de sus enseñanzas, sea por la cercanía de dos regiones (la Palestina y la Persia) en las que habían surgido los más importantes movimientos religiosos de la época histórica occidental. Y, de hecho, de Alejandría salieron los más importantes heresiarcas de la religión cristiana, en la época que el cristianismo salía desde las tinieblas de la clandestinidad al triunfo de los altares. No hay duda que Plotino entró en contacto con el cristianismo, en pleno e irrefrenable desarrollo en sus tiempos, siendo cristiana la misma esposa del emperador que era su alumna, mas nunca lo nombró, o por lo menos nunca Porfirio reporta citaciones propias o atribuidas a su maestro, que llamen en causa, directamente y específicamente, a los cristianos. Conocía, por haberlo estudiado, a Valentín, muerto en el 160 (se desconoce la fecha de su nacimiento), filósofo platónico, matemático (fue el primero a utilizar el sistema decimal), y uno de los primeros y más importantes heresiarcas, que nació propio en Alejandría, la ciudad en la que él se educaba. Valentín, que residió en Roma en el periodo de la madurez y final de su vida, decía que Jesús era gnóstico y por ello los católicos no podían entender las escrituras. Se rehusó someterse a la autoridad de Roma, alegando que su gnosis personal gozaba de la primacía sobre cualquier 173
otra jerarquía externa. Valentín y otros herejes fueron criticados por Ireneo de Lyón (135-202 circa) en el tratado “Contra los gnósticos”. Conocía a Basílides, erudito, alejandrino éste también, que fue activo en su ciudad entre el 120 y el 140. Había estudiado profundamente las escrituras hebreas y los evangelios cristianos, e igualmente conocía bien el pensamiento egipcio y helenístico. Según Ireneo, Basílides enseñaba que había un dios supremo que había generado 365 cielos de los cuales el nuestro, con la luna, estaba gobernado por un dios subalterno que era Yahvé, el dios de los judíos. Basilides sostenía también, y no era el solo, que la crucifixión había sido un fraude y que Jesús no había muerto en la cruz, por que un sustituto, Simon de Cirene, había ocupado su lugar. Conocía a Montano, importante heresiarca y fundador del montanismo, originario de la Frigia, región que se encontraba en la actual Turquía. Montano, antes de convertirse al cristianismo había sido sacerdote de la diosa Cibeles, cuyo culto comprendía ritos ocultos y crueles, que preveían, entre otras prácticas, la auto-castración de sus sacerdotes. Entorno al 156 (se desconoce la fecha de su nacimiento) Montano, después de haber recibido el bautismo, apareció en un pequeño pueblo, acompañado por dos mujeres supuestas sacerdotisas, llamadas Priscila y Maximila, entró en trance y, al recuperar el conocimiento, se autoproclamó profeta, inspirado y enviado por el Espíritu Santo (el Paráclito). Desde ese momento Montano predicó por todo el mediano 174
oriente, anunciando una segunda venida de Cristo. Proclamaba que el pecado mortal nunca podía redimirse, por lo que aquellos que lo habían cometido perdían la esperanza de la gracia. Condenaba las segundas nupcias y predicaba el ascetismo. Cobró rápidamente muchísimos adeptos, en un momento en que los seguidores del cristianismo estaban sometidos a persecución por los dos edictos de Marco Aurelio. Su intransigencia era tal que solicitaba a los cristianos a no eludir el sufrimiento y el martirio, por la persecución, mas bien a buscarlos. Entorno al 177, bajo el pontificado de Ceferino, la Iglesia, temiendo el poder disgregador del montanismo, condenó y excomulgó a Montano, mas éste había ya muerto desde unos dos años. A pesar de la desaparición de su fundador, el montanismo siguió activo por lo menos hasta el siglo IV. Entre sus seguidores se contó también a Tertuliano. Plotino conocía también a Marción, nativo de Sínope, adinerado y culto empresario naviero, que llegó a Roma entorno al año 140 y que fue expulsado de Roma y excomulgado cuatro años después. Fue considerado el mayor peligro que corrió el cristianismo en toda la historia, por que Marción era muy rico y bien organizado. De hecho el marcionismo resistió y cobró muchos adeptos hasta el siglo X. Rechazaba de plano todo el Antiguo Testamento, por que decía que el texto hablaba de un dios colérico, vengativo y sangriento. Proponía una especie de dualismo, parecido al de Basilides, entre el dios creador y el dios padre de Cristo. Escribió el pri175
mer canon, que incluía solo algunos escritos de Pablo y el Evangelio de Lucas. Fue en respuesta a Marción que Ireneo recopiló su primera lista canónica, la que, luego de la selección y definición, dos siglos más tarde, de los cuatro Evangelios, llegó a ser lo que hoy conocemos como el Nuevo Testamento. Conocía bien, y hasta pudo haberlo conocido personalmente, a Orígenes (185 – 254) alejandrino también él, erudito, filósofo y padre de la Iglesia, que había sido discípulo de Ammonio Sakkas veinte años antes de él. Orígenes se oponía a la teoría de la reencarnación por ser contraria a la doctrina cristiana y criticaba muchas interpretaciones de las escrituras, diciendo, en su libro “Principios”: “Hay cosas que se nos refieren como si fueran históricas y que jamás han sucedido y que eran imposibles como hechos materiales y otras, aun siendo posibles, tampoco han sucedido”. Protagonizó una áspera polémica con Celso, contrario a los cristianos, y en el 248, con Plotino ya residente en Roma y al frente de su escuela, publicó ocho libros titulados “Contra Celso”, seguramente conocidos por nuestro filósofo. En el 250, en el curso de la persecución en contra de los cristianos, decretada por el emperador Decio, Orígenes fue encarcelado y sometido por un año seguido a tremendas torturas. Moría, como consecuencia de los maltratos sufridos, cuatro años después. Conocía, sin duda alguna, a Mani, su contemporáneo, y hasta pudo encontrarlo, cuando Plotino se unió a la expedición militar organizada por el emperador 176
Gordiano III en contra de los persas, y permaneció en la cuenca del Éufrates por tres años, propio en los días de difusión de sus ideas por parte del predicador oriental. Mani había nacido cerca de Bagdad en el 214 en el seno de una familia emparentada con los Arsácidas, dinastía reinante en el imperio Parto. Cuando era joven fue introducido por su padre en una secta mística que practicaba el ascetismo y el celibato, practicaba el bautismo y sus adeptos llevaban una túnica blanca. En el 240 (en el año siguiente llegaba Gordiano con su ejército, con Plotino presente entre sus tropas), a los 36 años, Mani comenzó a propagar sus propias enseñanzas. Anunció que era el Paráclito prometido en el Nuevo Testamento, el Último Profeta y el Sello de los Profetas. Declaraba ser el último de una serie de hombres, inspirados por Dios, que incluía a Set, Noé, Abraham, Shem, Nikotheos, Henoc, Zoroastro, Hermes, Platón, Buda y Jesús. Al igual que Jesús era renombrado por sus curaciones milagrosas, sus calidades espirituales y sus exorcismos. Sus seguidores lo llamaban el nuevo Jesús e incluso le atribuían un nacimiento virgen, lo cual era un prerrequisito para las deidades de la época. También era llamado Salvador, Apóstol, Iluminador, Señor, Resuscitador de los muertos, Piloto, y Timonel. Sus enseñanzas consistían en un dualismo gnóstico unido a un complejo edificio cosmológico. Ante todo estaba el eterno conflicto entre la luz y las tinieblas, es decir el Bien y el Mal, y el más importante campo de batalla entre estas dos entidades cosmológica, claro está, era el alma humana. Insistía en la creen177
cia de la reencarnación. Insistía en la teoría de la venida periódica de una clase de iniciados, los elegidos iluminados. Mani predicaba que podía alcanzarse la salvación mediante la educación, la negación de sí mismo, el vegetarianismo, el ayuno y la castidad. Declaraba que Jesús era mortal, y que si podía ser considerado divino, lo era en el sentido simbólico y metafórico. Al igual que Basilides declaraba que Jesús no murió en la cruz sino que fue reemplazado por un sustituto. En el 276, por orden del emperador sasánida Bahram I, Mani fue encarcelado, azotado y torturado hasta morir. Fue despellejado y decapitado y su cuerpo mutilado fue exhibido en público, quizás para fugar cualquier especulación sobre una posible resurrección. Durante su vida sus enseñanzas se difundieron rápidamente en Persia, Palestina, Siria y Egipto, mas, tras su muerte, el maniqueísmo se difundió aun con más fuerza, alcanzando la China y cobrando siempre más adeptos. Entre ellos, en occidente, un siglo después de su muerte, se contó también Agustin de Hipona, hasta su conversión al cristianismo. A los pocos años de su establecimiento en Roma, Plotino vivió y vio de cerca, con sus propios ojos, el horror de la primera y documentada persecución en contra de los cristianos decretada por el emperador Decio en el 250. Caio Mesio Quinto, emperador desde el año 249 hasta el 251, con el nombre de Trajano Decio, promulgó un edicto que imponía a los ciudadanos rendir una pública declaración de no profesar ninguna otra religión afue178
ra de la practicada en Roma, y de no adorar a otros, u a otro dios, que no fueran los dioses de la ciudad. Dicha declaración, rendida ante un público oficial, venía luego redactada en un documento (libellus) en el que constaba también la certificación de haber cumplido con los sacrificios a los dioses paganos, y que los ciudadanos estaban obligados a presentar ante cualquier pedido de las autoridades. El edicto estaba específicamente dirigido en contra de los cristianos que, ya organizados capilaramente y jerárquicamente en el territorio, constituían un serio peligro para el estado, porque minaban a la base las instituciones imperiales basadas en un estrecho enlace entre el gobierno civil y las instituciones religiosas romanas siendo el mismo emperador investido del título de Pontifex Máximus. El edicto dio lugar a una feroz e implacable persecución de los cristianos, muchos de los cuales se vieron obligados, para salvar sus vidas, a apresurarse a rendir la odiosa declaración. Sin embargo, los mártires fueron numerosísimos, y, entre ellos, figuraba el vértice de la Iglesia: el Papa Fabián fue martirizado, Cipriano, Obispo de Cartago, también fue martirizado, y Orígenes, padre de la Iglesia, fue encarcelado y torturado cruelmente, como hemos ya reportado. La persecución continuó por algunos años aun después del deceso del emperador, ocurrido en el 251, cuando había acudido con el ejército en Tracia para defender los confines del estado y había muerto en el curso de una batalla. Plotino bien conocía a los cristianos, y bien conocía el debate teórico surgido entre ellos, los ortodoxos, 179
los gnósticos, los herejes, y entró en la polémica, con una vehemencia y una dialéctica desconocida en otros tratados de las Enéadas. El noveno tratado de la segunda Enéada merece una consideración a parte, por que en ello Plotino resume toda su filosofía cosmológica como argumento para objetar a las posiciones de los otros. El tratado no está dirigido solamente en contra de las posiciones cristianas, sin embargo nunca nombradas, mas también en contra de los epicúreos, como no podía ser de otra manera, por ser materialistas, hedonistas, atomistas, en fin, ateos, bien alejados de la visión mística del universo, tal como la tenía Plotino. El tratado recibe, por parte de Emile Bréhier, que tradujo al francés el texto original griego para la Colección de la Asociación Guillaume Budé, Les Belles Lettres, Paris, 1956, el título de “Contra los gnósticos”, mientras, en el original, el título era “Contra los que dicen que el demiurgo del mundo es malo y que el mundo es malo”, por cierto más apropiado al tema desarrollado. “Dos visiones del universo -dice Bréhier, en la Noticia que antecede a su traducción- aparecen aquí frente a frente: de una parte el universo de los gnósticos, universo dramático, cuya diversidad de aspectos y acontecimientos nacen de la voluntad y de las pasiones que atribuyen a los principios de este universo; especie de novela metafísica, en la que se encuadra, como un episodio más, el destino del alma humana y su salvación. De otra parte, el universo de Plotino, en el que todas las formas provienen unas de otras según una necesidad natural; esta procesión, 180
que deriva de la naturaleza misma de los principios productores, es eterna, independiente de las bruscas mutaciones de una voluntad, que será siempre cambiante, ya sea dirigida por la reflexión o por la pasión”. El tratado, amplio y detallado, se encuentra centrado en tres temas focales: a) La teoría filosófica plotiniana, emanatista, en contra de la teoría creacionista del universo; b) La teoría del Uno, esencia del bien, luz y guía del universo inteligible, ante el Dios colérico y vengativo de los otros; c) La teoría filosófica plotiniana, esencialmente espiritual, en contra de las posiciones epicúreas, concretamente materialistas. En los primeros capítulos del tratado Plotino resume su visión hipostática del universo, emanatista y eterna, contrapuesta a la visión creacionista de aquellos que quiere confutar:
[…] No cabe, pues, andar en busca de otros principios, sino poner al Bien por delante; luego a continuación de él, a la Inteligencia y a la actividad primera inteligente, y después de la Inteligencia al alma. Esa es la ordenación según la naturaleza; ni más ni menos que se da en la realidad inteligible. (Enéada II, 9, 1) … No contemos, pues, con nada más que las tres hipós tasis, como tampoco con esas invenciones accesorias que los 181
seres inteligibles no pueden recibir. Hemos de admitir una inteligencia única, que es siempre la misma, inamovible e imitadora de su padre en la medida de lo posible. Ella está siempre cerca de los seres inteligibles; otra, en cambio, mira a lo sensible, y una tercera se sitúa en medio de las otras dos. Se trata, sin embargo, de una naturaleza única pero con múltiples potencias. (Id. II, 9, 2) … Es necesario que todos los seres se sigan unos de otros, en una sucesión eterna; aquellos que son engendrados, ya está claro que proceden de otros. (Id. II, 9, 3) […]
Pasa, luego, a la confutación de la visión pesimista de quien ve el mundo en forma negativa, un mundo cruel, peligroso y lleno de insidias, debitando al demiurgo tal representación de la realidad. Con ello, Plotino critica también la visión críptica de la religión, toda vez que ella no alcanza a dar una explicación racional del mundo sensible.
[…] No ha de admitirse, con todo, que este mundo encierra una producción mala por el hecho de que hay en él muchas cosas que nos desagradan. Porque le concedemos una dignidad mayor si creemos que es idéntico al mundo inteligible, y no le estimamos, como en realidad es, una imagen de él. ¿Y acaso sería posible una representación más bella? Porque, ¿qué otro fuego que el de aquí podría 182
ofrecernos una imagen mejor del fuego inteligible? ¿Hay, además de la tierra inteligible, otra tierra que supere a la nuestra? ¿Y existe otra esfera más perfecta o más ordenada en su movimiento que toda la extensión del universo inteligible? ¿Se concebiría, además del sol inteligible, otro sol que supere al sol visible? (Id. II, 9, 4) … Absurdo resulta que estos mismos hombres, que tienen un cuerpo, un alma plena de deseos, de penas y de movimientos coléricos, no menosprecien su propio poder y se crean, en cambio, capaces de alcanzar lo inteligible… Como no conceden valor a la creación y a esta tierra nuestra, invocan para ellos la existencia de una tierra nueva, a la que se dirigirán una vez salidos de este mundo; ahí se encuentra la razón del mundo. ¿Qué podría haber, sin embargo, en el modelo de un mundo que odian? ¿Y de dónde procede este modelo? Según ellos, este modelo es producido luego que su creador se ha inclinado a las cosas de aquí. Pero si el autor de él tiene tanto interés en producir otro mundo luego del mundo inteligible que ya posee- ¡ y qué necesidad tendría de él!-, y si creó ese modelo antes del mundo sensible, ¿con qué fin lo hizo? (Id. 9, 5) […] De los otros Plotino critica la insuficiencia epistemológica de sus posiciones, por no conocer cumplidamente, según su manera de ver, la escuela helénica, y en particular las enseñanzas de su divino maestro, Platón. 183
[…] ¿Y qué hemos de decir de las otras hipóstasis que ellos admiten…? … se trata de vaciedades para otorgar algún sentido a su propia doctrina. Todas estas cosas son maquinaciones de quienes no llegan a comprender las antiguas concep ciones helénicas; porque los griegos tenían ideas claras y hablaban sin orgullo alguno de la subida que, desde la caverna y poco a poco, lleva (al alma) a una contemplación cada vez más verdadera. … hablan de un alma creadora, juzgando que Platón se refería con ella al demiurgo; en lo cual demuestran estar lejos de saber lo que es el demiurgo. … En general, se equivocan en el modo de concebir la creación y en muchas otras cosas, y llevan por el lado peor las doctrinas de Platón, como si ellos mismos hubiesen comprendido la naturaleza inteligible, cosa que aparecería vedada tanto a Platón como a los demás hombres divinos. … No implica, sin embargo, malevolencia contra los que están en desacuerdo el decirles que no necesitan ridiculizar e injuriar a los griegos para lograr que arraiguen sus afirmaciones en el espíritu de sus oyentes; pues muy al contrario, tendrán que mostrar la rectitud de éstas en relación con las formuladas por los antiguos, y las opiniones de estos hombres, acogidas con solicitud y disposición filosófica, serán entonces expuestas en parangón con las opiniones propias, incluso, como es justo, si están en contradicción con ellas. … De aquellos han tomado las más de las cosas todos 184
los que han venido después, limitándose a adiciones nada convenientes, con las que quisieron contradecirles. Para ello introdujeron en la naturaleza inteligible generaciones y corrupciones de todas clases, llenando de reproches el universo sensible, censurando la relación del alma con el cuerpo y vituperando al ser que gobierna el universo. Llegan en este aspecto a identificar el demiurgo con el alma, atribuyéndole las mismas pasiones que se dan en las almas. (Id. II, 9, 6) […]
Plotino, interesado solo al debate filosófico, estaba bien lejos de entrar en una polémica de carácter teológico. Continúa aclarando su teoría sobre el Alma Universal, distinguiéndola del alma individual, concepto básico para entender la filosofía hipostática de nuestro filósofo, además que confirmar su convicción de la eternidad del universo, y sobre el por qué de nuestra existencia.
[…] Se ha dicho de este mundo que no ha tenido comien zo ni tampoco tendrá fin; que existe y existirá siempre con la misma licitud que los seres inteligibles. … Pues conviene, claro está, aprehender las dife rencias entre el alma del universo y la nuestra; aquélla no gobierna del mismo modo, ni se ve sujeta al cuerpo de igual manera. Sobre estas diferencias, y las mil ya nombradas en otro lugar, convendrá aguzar nuestra reflexión; porque nos185
otros estamos encadenados al cuerpo y esta ligadura es real, mientras en el alma universal es la propia naturaleza del cuerpo la que se halla encadenada, y el alma enlaza consigo todo lo que esta naturaleza abarca. (Id. II, 9, 7) … Preguntarse por qué fue hecho el mundo es lo mismo que preguntarse por qué hay un alma o por qué lo hizo el demiurgo. Esto equivale sobre todo a dar por bueno un principio para lo que existe desde siempre. Y viene a significar después que, luego de haber cambiado, se ha convertido también en causa de su misma obra. Si, pues, nuestras almas han venido hasta aquí por su voluntad, ¿por qué censuráis un lugar al que habéis venido por vuestra voluntad, lugar que podéis abandonar si realmente no os agrada? (Id. II, 9, 8) […]
Plotino examina las desigualdades, sea aquellas de la naturaleza, sea las de la humanidad, solo bajo el perfil espiritual. El hombre virtuoso, dedicado a la contemplación y al estudio, sabe disfrutar de la hermosura de la naturaleza, por que sabe admirar su perfección. Pero los hombres virtuosos pertenecen a una restringida “elite” distinta de la mayoría de los otros hombres. […] Si la riqueza, la pobreza y todas las desigualdades de este tipo son motivo de censura, es porque se desconoce ante todo que el hombre virtuoso no busca la igualdad en tales 186
asuntos, ni piensa que las gentes ricas puedan tener alguna superioridad sobre los simples particulares, sino que da por bueno que los demás disfruten de tal inclinación. Este hom bre comprende perfectamente que existan dos clases de vida, una la de los hombres virtuosos, y otra la de la mayoría de los hombres. … Claro que resulta necesario llegar a convertirse en el mejor posible. Pero, ¿hemos de pensar que nos encontramos solos para alcanzar esta perfección? Con tal pensamiento nada de ello conseguiríamos; pues hay otros hombres que son perfectos, lo mismo que hay demonios entre, los buenos, e incluso más, dioses que habitan en este mundo y que contemplan el mundo inteligible; por encima de todos encontramos al jefe del universo, el alma verdaderamente feliz. Después de ésta, nuestro himno se dirigirá a los dioses inteligibles y, por encima de ellos, al que se aparece como el gran rey de los seres inteligibles, testimonio de su misma grandeza por la pluralidad de los dioses. Porque no reducir la divinidad a un solo dios y mostrarla, en cambio, multiplicada, como ella misma se manifiesta, esto es conocer el poder de Dios que, cuando permanece tal cual es, produce en verdad todos esos dioses que dependen de él, existen por él y provienen de él. (Id. II, 9, 9) […]
Parecería, en el texto anterior, que Plotino ataque las doctrinas monoteístas, pero hay que entenderlo como una prueba de la teoría emanatista plotiniana: el
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Uno es uno solo, pero por emanación, el mundo está impregnado de su divinidad a través de los dioses que existen por él y provienen por él. Ahora bien, el conocimiento es razón de su filosofía. La polémica entre Plotino y las otras teorías entra en la parte central, con los capítulos 10, 11, 12, 13 y 14 del noveno tratado. Plotino siente “vergüenza” que algunos amigos (es decir algunos discípulos de su escuela, entre los cuales estaba, recordemos, también la esposa del emperador Galieno, Cornelia Salonina), persistan en esas teorías “absurdas”. Si existe el mal ¿es por que la sabiduría se ha inclinado hacia abajo? ¿Hacia la materia? Entonces es de aclarar qué es, y de donde proviene la materia. Plotino critica a aquellos que no conocen la naturaleza y formulan reproches en contra de ella.
[…] Tratemos de averiguar ahora muchos otros puntos; todos, si lo preferís mejor; materia abundante se ofrecerá aquí para probar, argumento por argumento, en qué consiste esa doctrina. Yo debo declarar que siento vergüenza de que algunos de nuestros amigos, que habían encontrado tal doctrina antes de hacerse amigos nuestros, persistan todavía en ella, en circunstancia que me parece inconcebible. … doctrina que sobrepasa a todos los demás por su carácter de absurdo. Afirman esos hombres que el alma y una cierta sabiduría han inclinado hacia abajo, ya porque el alma haya inclinado la primera, ya porque la sabiduría haya sido la
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causa de la inclinación de aquélla, ya porque el alma y la sabiduría quieran ser una y la misma cosa. (Id. II, 9, 10) … … si la sabiduría no ha descendido y se limita a iluminar las tinieblas, ¿cómo se pretende decir justamente que ha inclinado hacia abajo? (Id. II, 9, 11) … Con este razonamiento tendríamos que remontarnos a los principios primeros. Si es para ellos la materia la causa de los males, deberán decirnos igualmente de dónde proviene la materia; porque el alma que se ha inclinado ha visto e iluminado, según afirman, unas tinieblas que ya existían. ¿De dónde viene, pues, la materia? Si dicen que el alma misma la ha producido al inclinarse, es claro que ella no tenía a dónde inclinarse, siendo entonces la causa de la inclinación, no ciertamente las tinieblas sino la naturaleza del alma. (Id. II, 9, 12) … Así, pues, el que formula reproches a la naturaleza del mundo desconoce en realidad lo que hace y hasta dónde alcanza su atrevimiento. Es claro que desconoce también la ordenación regular de las cosas y el paso de las primeras a las segundas, de las segundas a las terceras y así sucesiva mente, hasta llegar a las últimas… … las diferencias originadas entre los seres que nacen han de atribuirse al azar —no es posible que las mismas cosas puedan acontecer a cada uno de los seres—, a las circunstancias que concurren en los nacimientos, a mayor distancia de las distintas regiones y a las disposiciones pro189
pias de las almas. No ha de exigirse de nuevo que todos los hombres sean buenos, para luego quejarse de que esto es imposible si se considera que las cosas de este mundo no difieren en nada de las cosas del mundo inteligible y si se cree que el mal no es otra cosa que una gran deficiencia en cuanto a la sabiduría y un bien que disminuye y se hace siempre y cada vez más pequeño. Bajo esta afirmación la naturaleza se presentaría como el mal, por no ser un alma sensitiva, y la sensación se ofrecería también como algo malo, por no ser una razón. Pero si el mal consiste en no ser eso, se verán obligados a afirmar que también se dan males en las almas inteligibles; porque el alma es, desde luego, peor que la inteligencia y ésta es, a su vez, inferior a alguna otra cosa. (Id. II, 9, 13) […] Y concluye criticando los cuentos sobre las propiedades taumatúrgicas, o los exorcismos, de algunos “personajes” contemporáneos, o del pasado más reciente, como fue el caso de Mani, para no nombrar Vespasiano, o Jesús. ¿Qué tiene a que ver el demonio con la enfermedad? Se pregunta Plotino, invocando la razón, la prudencia y la moderación.
[…] Suponen, además, y más que nadie, que los seres inteligibles no son puros. Porque cuando formulan conjuros que dirigen a estos seres, y no solamente al alma, sino a los seres que están por encima de ella, ¿qué otra cosa hacen 190
sino emplear palabras que les hechicen, les encanten y les convenzan de que deben obedecerles y seguirles? … Dicen asimismo que liberan a sus cuerpos de las enfermedades. Si lo hiciesen como los filósofos, con moderación y un régimen de vida ordenado, es posible que tuviesen razón. Pero he aquí que para ellos las enfermedades son seres demoníacos, pues se llenan de decir que son capaces de dominarlas con sus palabras. Naturalmente, con esto parecerán más dignos ante la multitud, que mira siempre con admiración las potencias mágicas; pero, sin embargo, no llegarán -a convencer a los hombres de buen sentido que las enfermedades no tienen por causa el cansancio, la saciedad, la vacuidad, la corrupción y, en general, las transformaciones que se originan dentro y fuera de nosotros. Los cuidados de las enfermedades nos aclaran todo esto. Porque una purga, la administración de un medicamento o una sangría atacan la enfermedad y la expulsan. Si permanece, ¿cómo, no estando el cuerpo malo, sigue dentro de él? Y si sale, ¿cómo se va del cuerpo? ¿Qué mal ha podido sufrir el demonio? Dícese que era alimentado por la enfermedad, pero la enfermedad es algo muy distinto del demonio. … ¿qué tiene entonces que ver el demonio con la enfermedad? Pero se ve claro con qué fin y por qué causa es dicho todo esto… Esta filosofía persigue un fin respetable y en modo alguno presuntuoso; la confianza que inspira viene acompañada de la razón, de una gran seguridad y de la más alta 191
circunspección. La doctrina de los otros se establece en total oposición con la nuestra y, a mi entender, convendría que no los nombrase más. (Id. II, 9, 14) […]
La parte conclusiva del tratado está dedicada a la confutación de las teorías epicúreas. De ellas Plotino critica principalmente la visión materialista de nuestra existencia (después de haberlos atacado, en otra parte de las Enéadas, sobre el tema del atomismo), el ateismo, evidentemente no más ocultado, y el hedonismo, es decir la legítima aspiración del hombre, para los epicúreos, de gozar de los placeres de la vida. Plotino, hombre esencialmente espiritual, no puede entender el concepto de “belleza” de los epicúreos, y la orientación del hombre hacia el placer, y una vida virtuosa, si ella no es esencialmente espiritual. Una vida virtuosa, para Plotino, se consigue sí, a través de la virtud, pero solo si ella es inspirada por el Bien Primario.
[…] Sin embargo, convendría también que no olvidáse mos el efecto que producen sus discursos sobre las almas de quienes les escuchan y sobre aquellos a quienes convencen para que desprecien el mundo y todo lo que el mundo contiene. Pero la doctrina que comentamos nos anima a perseguir algo más y es una razón aún más temeraria: desdeña al maestro de la providencia e incluso a la misma providen192
cia, difama todas las leyes que rigen nuestro mundo y toma a chacota la virtud manifiesta desde siempre, como la prudencia. Para que no se observe belleza alguna en nuestro mundo, se ven obligados a destruir la prudencia e igualmente la justicia innata en los corazones, que culmina en la razón y en el ejercicio; no perdonan, en absoluto, todo lo que podría hacer el hombre bueno. De modo que lo que les resta es la búsqueda del placer, el preocuparse de sí mismos, el evitar la vida de relación con los demás hombres y el mirar tan sólo en su provecho… (Id. II, 9, 15) ... No es, desde luego, un hombre bueno aquel que des precia el mundo, a los dioses y todas las bellezas que se dan en él. … porque el que ama a alguien tiene que amar también a todos los que con él tienen relación; así, ama a los hijos, aquel que ama al padre, pues toda alma proviene del padre que está en lo alto. Y si Dios estuviese ausente del mundo, es claro que también estaría ausente de vosotros y que nada podríais decir de El ni de los seres que vienen después de El. (Id. II, 9, 16) … Cuando digan que desprecian las bellezas de este mundo, harían mejor en despreciar la de los jóvenes y mujeres, no dejándose llevar de su desenfreno. Pero conviene que se sepa esto: no se mostrarían tan arrogantes si realmente despreciasen la fealdad; ahora bien, lo que desprecian es lo que antes habían juzgado bello. Entonces, ¿en qué situación 193
les dejamos? Porque hay que decir inmediatamente que la belleza de una parte no es la belleza del todo, ni la de cada ser la del conjunto del universo… Pues si poseen la belleza interior es porque lo interior concuerda con lo exterior; y si son feas interiormente, se mostrarán inferiores en su parte mejor. No es posible, sin embargo, que un ser verdaderamente hermoso en su parte externa tenga interiormente un alma fea, porque lo exterior no puede ser completamente hermoso si está dominado por lo interior. Los hombres que pasan por hermosos y que tienen un alma fea, necesariamente poseen una belleza exterior falsa. Vengamos a esta cuestión: si el universo es hermoso, ¿qué impedimento hay para que posea la belleza interior? (Id. II, 9, 17) […]
Termina el tratado con una metáfora, figura retórica amada por su maestro e inspirador (Platón), en la que dos hombres (las dos maneras de filosofar, la de Plotino y la de los otros) habitan una hermosa casa (nuestro mundo), pero uno de ellos crítica esa casa en la que vive y está obligado a vivir, y no solo, crítica hasta el arquitecto que la construyó (el demiurgo), mientras el otro, sabiendo que vivirá en esa casa justo el tiempo que la naturaleza le ha concedido, goza tranquilamente de ella y de las piedras (la materia) con las que ha sido construida. 194
[…] Tal vez se dirá que estas doctrinas nos alejan del cuerpo y nos hacen sentir odio hacia él, en tanto las nuestras retienen al alma a su lado. Este caso es semejante al de dos hombres que habitasen una hermosa casa: uno, dedicado a censurar la construcción y al arquitecto, pero sin dejar de permanecer en la casa; otro, despreocupado de la censura y afirmando que el arquitecto la ha construido con mucho arte. Este último espera, naturalmente, que llegue el tiempo de su marcha, en el que ya no tenga necesidad de la casa; el otro, en cambio, piensa que él es el más sabio y el mejor dispuesto para la marcha, porque sabe decir que las murallas han sido construidas con piedras sin vida y con maderos, a mucha distancia, por tanto, de las de la casa verdadera. Este hombre desconoce que no sobrelleva, como el otro, la realidad de sus propias necesidades, aunque no se disgusta con ellas y, antes bien, goza tranquilamente con la belleza de las piedras. (Id. II, 9, 18) […]
En ningún otro filósofo de la antigüedad se encuentra un tan fuerte deseo de una divinidad, como en Plotino. Su misticismo supera hasta el de su maestro Platón. Todas las esferas del saber se encuentran impregnadas y orientadas hacia la búsqueda de lo divino. Su visión teleológica del destino superaba hasta aquella de los estoicos, por que en la mente de Plotino estaba la visión de un universo armónico gobernado por el Ente supremo. Plotino estaba en ruta de colisión con 195
el cristianismo, y con él se cruzó. Sin embargo, no constituyó, durante su vida, un serio y concreto peligro para éste. Plotino, dedicado a su enseñanza, estaba interesado en el debate con las otras teorías solo bajo el perfil filosófico, y su escuela, dirigida a un círculo estrecho y seleccionado de discípulos, estaba bien lejos de proponer una nueva religión, solo quería alcanzar el conocimiento. Sin embargo, Plotino fue considerado como un importante rival del cristianismo, justamente por que implicaba un planteo esencialmente espiritual del universo. “Su escuela fue muy concurrida, acudiendo a ella de todas las provincias del Imperio, y convirtiéndose en centro de resistencia y de guerra contra la religión cristiana” fue el comentario de Mons. Zeferino Gonzales (1831-1894) traductor y crítico de las Eneadas. De hecho, quien quiso utilizar la filosofía de Plotino como arma en contra del cristianismo, fue Porfirio, su principal discípulo, hasta es posible que éste fuera uno de los inspiradores, un año antes de su muerte, de la dura persecución anticristiana decretada por el emperador Diocleciano en el 303. Porfirio, contrario a los cristianos, había escrito, y publicado, un tratado titulado “Adversum cristianos”, es decir “En contra de los cristianos”, en el que retomaba, ampliándolas, las proposiciones filosóficas de su maestro, principalmente la visión hipostática del universo espiritual, solo que los cristianos las utilizaron como inspiración para el fundamento teórico de su religión, es decir la Trinidad. En el cristianismo el concepto neoplatónico de 196
hipóstasis tomó un rol fundamental en la formulación de la doctrina trinitaria: los caracteres específicos de Padre, Hijo y Espíritu Santo, fueron calificados como hipóstasis. El término Trinidad, del latín trinitas, había sido utilizado por primera vez por Tertuliano (150-220, el primero que definió el cristianismo como religio y no más como superstitio). Él decía, con respecto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo: “Los tres son uno, por el hecho de que los tres proceden de uno, por unidad de sustancia” (Adversus Praxeam II). Este término, luego, fue consagrado por el Concilio de Calcedonia, en el 451, que afirmó la existencia en el Cristo, de una única hipóstasispersona de dos naturalezas: la divina y la humana. Este concepto se trasladó a la filosofía escolástica, en la cual indicaba toda sustancia individual, en oposición a la sustancia general. Sin embargo, luego, el término fue abandonado, adoptando definitivamente el de Trinidad.
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Boecio (476? – 525) La vida
Aunque la filosofía romana termine con Plotino, hemos querido finalizar esta presentación con Boecio, que, si bien nació y se formó después de la caída del imperio romano, fue un importantísimo filósofo educado en la cultura griego-romana que, conciente del hecho que un mundo había terminado, concibió el titánico proyecto de traducir al latín, y legarlo a la posteridad, todo el patrimonio cultural y filosófico de la antigüedad. Por otro canto, Boecio no fue un filósofo cristiano, aunque no hay duda alguna que fuera cristiano y escribió obras cristianas, pero no es considerado un padre de la Iglesia, motivo por el cual no está incluido en la filosofía patrística ni en la escolástica. Su difícil colocación 199
ha creado muchas veces problemas en la extensión sistemática de la filosofía medieval, por que si por un lado puede ser considerado un filósofo romano por su formación cultural, es al mismo tiempo considerado uno de los más importantes filósofos de la edad media. De hecho, Boecio fue, y es, considerado por muchísimos estudiosos, historiadores y críticos, como el último romano. Sobre su fecha de nacimiento no hay datos precisos, sin embargo, por las referencias biográficas en nuestro poder sabemos que Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio nació en Roma entre el 475 y el 480 de nuestra era, posiblemente en el 476 (el año de la caída del imperio romano de occidente), de una ilustre y reconocida familia romana. Su padre era Flavio Narsete Manlio Boecio, que fue dos veces Prefecto del Pretorio, Prefecto de Roma, y Cónsul en el 487. Su madre pertenecía a una de las más antiguas y nobles familias romanas, la gens Anicia. Quedó huérfano de padre cuando era todavía un adolescente, en el 490, por lo que fue confiado por su madre a un ilustre literato y noble romano, Quinto Aurelio Memmio Simmaco, para que lo educara y le diera una esmerada cultura. Fue educado según el modelo retórico clásico y, terminada la preparación básica fue enviado a Atenas para que completara sus estudios en la Academia regida en ese momento por el escolarca Isidoro. En la capital griega estudió las cuatro materias básicas de la educación platónica: la aritmética, la geometría, la astrono200
mía y la música, de la que fue un profundo conocedor. Pero, sobre todo, estudió Platón y Aristóteles, de los cuales, en la Academia, se estudiaban todas las obras, leídas con atención, frase por frase. En la escuela, tal como refiere Simplicio, que fue uno de los más importantes comentaristas de las obras de Aristóteles, y que Boecio probablemente conoció, se trataba de encontrar y conciliar los puntos de contacto entre la filosofía de Platón y la de Aristóteles. Boecio accedió a éste postulado, como veremos, concibiendo la idea de demostrar la sustancial coincidencia de los dos sistemas filosóficos. Entorno al 495 contrajo matrimonio con Rusticiana, la hija de Aurelio Simmaco, su tutor. De éste matrimonio nacerán dos hijos. En el mientras, se daban importantes acontecimientos políticos que hubieran tenido decisiva influencia sobre la vida futura de Boecio. En el 493 el rey ostrogodo, Teodorico, invadía Italia y, tras vencer y matar al rey de los Hérulos, Odoacre (el que había puesto fin al Imperio romano, deponiendo, en el 476 al último emperador Rómulo Augusto), conquistaba el trono y establecía su reinado en el país que había sido la cuna del imperio romano. En lugar de instalarse en Roma, sede papal, con quien hubieran surgido de inmediato chispas, siendo él arriano, Teodorico prefirió quedarse en el norte de Italia, confirmando a Ravenna, ciudad en la costa adriática, cerca de Bolonia, ya sede del rey Odoacre, como capital del reinado. 201
El exordio de Boecio en el campo de la literatura y de la filosofía se produjo entorno al 502, cuando tenía unos veinticinco o veintiséis años, publicando cuatro tratados, los del Cuadrivio, que ilustraban las cuatro ciencias fundamentales de la Academia ateniense. El éxito fue enorme y determinó su nombramiento a Cónsul sine collega por parte de la corte del Imperio Romano de Oriente, que tenía sede en Bisancio. Con este cargo, que tenía una duración de dos años, Boecio tuvo derecho a un curul permanente en el Senado romano. Continuó hasta el 520 escribiendo y traduciendo del griego al latín muchísimas obras aristotélicas, mientras su fama de literato y erudito cobraba siempre más fama. Boecio, cristiano ortodoxo, participó en el debate teológico que se había desarrollado en oriente, donde el arrianismo estaba bien difundido. Ario, un monje egipcio, que vivió entre el 253 y el 336, sostenía que Dios era único, eterno e indivisible, razón por la cual Jesús (hijo de Dios) no podía ser considerado un dios, como el Padre, siendo éste único; siendo “hijo” tampoco podía ser considerado eterno por ser la eternidad una prerrogativa de Dios; tampoco podía haber sido generado, por ser Dios indivisible. Con estas premisas, el arrianismo sostenía que entre Dios y Jesús (el Padre y el Hijo) existía una relación de adopción, o de elección, y no por naturaleza. Ahora bien, Ario había sido condenado como herético por el Sínodo de Alejandría, en el 321, y huyendo, se había refugiado en Iliria, la actual Yugoslavia, 202
donde sus enseñanzas radicaron fuertemente y perduraron por mucho tiempo. Los ostrogodos, los godos de oriente, es decir los eslavos, los húngaros y los búlgaros, y, de hecho, Teodorico, el nuevo dueño de Italia, eran arrianos. El rey temía por tanto que, bajo las apariencias de un debate teológico, se escondiera el objetivo de una conjura bizantina en contra de él, puesto que la inteligencia romano-bizantina, cristiano-ortodoxa, mal celaba su aversión al soberano godo. El crédito que Boecio se había ganado por su erudición y por su personalidad, lo convirtió, cuando tenía entorno a los cuarenta y cinco anos, es decir en el pleno de sus capacidades físicas e intelectuales, en un primer actor en Roma, ciudad capital del cristianismo ortodoxo. Esta circunstancia hizo que Teodorico lo llamara a Ravenna, en el 522, formalmente para convertirlo en uno de sus principales colaboradores. Lo nombró Magíster Oficiorum, es decir Maestro de Palacio, a sus hijos los nombró Cónsules, y a él lo encargó precisamente de las relaciones interiores entre sus tropas, godas y arrianas, y la población romana, católica ortodoxa. De hecho, desde ese momento, Boecio se convirtió en rehén de la corte goda. Los acontecimientos no desembocaron en una convivencia pacífica entre las dos poblaciones, y, por una serie desafortunada y no muy accidental de casos, la vida de Boecio se encaminó hacia un trágico final. En el siguiente año, el 523, tras la muerte del papa Ormisda, fue elegido al solio pontificio Juan I, que probablemen203
te era el diácono Juan, amigo de Boecio. Poco tiempo después de su elección, Cipriano, magistrado fiscal de Pavia, interceptó un correo directo a Bisancio en el que encontró una carta del senador Albino hostil a la corte goda. Para la corte era la prueba que faltaba para demostrar la existencia de un complot. El mismo fiscal Cipriano fue encargado de recoger las pruebas y llevar a cabo las acusaciones en contra de los conjurados. Boecio, siendo senador romano, defendió a Albino, y por extensión, defendió también a todo el senado romano, que era llamado en causa por ser contrario a los godos, exponiéndose, él mismo, a un altísimo riesgo. Cipriano, aunque docto y competente, no tenía la vastísima cultura y la preparación retórica de Boecio y no podía competir con él en el plano dialéctico y doctrinal. En el septiembre del 524 se descubrieron algunas cartas de Boecio, falsas según la opinión general, en las que él sostenía la necesidad de restaurar la libertad de Roma. Fue suficiente para que el defensor de los supuestos conjurados se convirtiera en el principal acusado de traición y conspiración. Boecio fue de inmediato removido de su cargo y arrestado. En el verano del 525, tras un año de cárcel, un tribunal conformado por cinco magistrados, se reunió en Roma y emitió la sentencia de condena a muerte para Boecio. El rey Teodorico, inflexible, ratificó la sentencia, que fue ejecutada afuera del Palacio, en las cercanías de Pavia en una hacienda privada, el Ager Calventianus, 204
que nunca ha podido ser identificada. Boecio aun no cumplía cincuenta años. En los siglos posteriores se ha mucho discutido sobre el rol desenvuelto por el rey Teodorico, que podía conmutar la pena capital en otro tipo de condena, salvando la vida de Boecio. Algunos sostienen la tesis que el godo, que temía desde hacia tiempo una conjura del senado romano con la complicidad de la corte bizantina, tenía un fuerte resentimiento en contra de Boecio, por que lo consideraba un traidor, ingrato e indigno de la alta estima que el soberano le había reservado. Otros consideran que Teodorico sí apreciaba Boecio y, quizás, lo hubiera perdonado, pero la razón de estado y la exigencia de dar un ejemplo a todos aquellos que tramaban actos subversivos, lo obligó a confirmar la pena capital, convirtiendo a Boecio en un mártir cristiano. Sin embargo, los hechos tienden a demostrar que quien fue victima de una auténtica conjura de palacio fue propio Boecio. La obra
Dotado de una vastísima cultura -dominaba perfectamente el latín y el griego- e influenciado por su preparación en la academia ateniense, Boecio fue sostenedor de la conciliación entre la filosofía de Platón y la de Aristóteles, principio que dominaba, en la época de sus estudios, el pensamiento académico. Sin embargo, la dedicación al estudio de las obras de Aristóteles, y su 205
interés para la lógica, ciencia distintiva del estagirita, nos hace suponer que entre los dos grandes de la filosofía griega Boecio prefería a Aristóteles. Profundo conocedor de las matemáticas y de la música, materias que estaban estrictamente relacionadas en la teoría científica, según la enseñanza clásica, Boecio debutó en el campo de la literatura publicando cuatro tratados sobre las materias (el Cuadrivio) que constituían la base de la educación en la academia ateniense. Por otro canto, de acuerdo con el neoplatonismo, Boecio bien conocía las matemáticas y la música. De los cuatro tratados, dos estaban precisamente dedicados a estas ciencias, y afortunadamente han llegado hasta nosotros. Éstos tenían los siguientes títulos “De Institutione Aritmética”, dedicado a su suegro Simmaco, basado sobre un escrito griego de Nicomaco, y “De Institutione Musicae”, basado sobre los Elementos Armónicos de Tolomeo. Los otros dos tratados, el “De Institutione Geometrica”, basado sobre los Elementos de Euclides, y “De Institutione Astronómica”, inspirado al Almagesto de Tolomeo, lamentablemente han sido perdidos en el curso de estos últimos 1.500 anos. Poco después tradujo y comentó, por dos veces, del griego al latín, la Eisagogé (en griego=Introducción) de Porfirio, que era una introducción a las Categorías de Aristóteles, obra que el grande estagirita dedicó a la Lógica. Luego las tradujo directamente, del texto original griego al latín, con un propio comentario. Estas obras tendrán una amplia difusión a lo largo de toda la 206
edad media. Convencido de la fundamental coincidencia de pensamiento de Platón y Aristóteles, emprendió la traducción y el comentario de todas las obras de Aristóteles, pero alcanzó a completar solo la traducción del Órganon aristotélico. Sin embargo Boecio fue el más grande traductor de Aristóteles, confirmando su predilección para el filósofo macedonio. Tradujo Los primeros analíticos de Aristóteles, perdidos, el De Syllogismis Categoricis, el De Divisione, el De Anatilica Posteriora, el De Hypothetic Sillogismis, las Tópicas de Aristóteles, perdidos, el De interpretazione y la traducción de la Tópicas de Cicerón. Animado por los instrumentos lógicos que sus estudios aristotélicos le habían proveído escribió, siempre antes del 520, cinco escritos teológicos. Algunos de ellos manifiestan su participación en los debates teológicos, considerada la difusión del arrianismo en oriente y en el norte de Italia, en la corte de Teodorico. Escribió un tratado teológico anti-herético titulado Contra Eustychen et Nestorium, o De persona et duabus naturas in Christo, dedicado al diacono Juan, posiblemente el futuro papa Juan I. El tratado estaba dedicado a la controversia surgida en oriente sobre la doble naturaleza de Jesús, la divina y la humana. Eustiches sostenía la existencia en Cristo de una persona divina en una persona humana, mientras Nestorio sostenía la presencia en Cristo de dos naturalezas, una divina y una humana, por tanto también de dos personas, una divina 207
y una humana. Boecio desarrolló el tema utilizando la lógica aristotélica, en particular se preocupó de aclarar el significado de las palabras a la luz de las Categorías de Aristóteles. Sin embargo Boecio concluyó que la palabra definitiva la debía expresar quien tenía una competencia específica en el argumento: él no quería anteponer su opinión al juicio auténtico y seguro de la Iglesia. Igualmente dedicado al diacono Juan, escribió el Ad Johannem diaconum utrum Pater et Filius et Spiritus Sanctus de divinitate substantialiter praedicentur. En el 518 escribió el De hebdomadibus, o Ad eundem quomodo substantiae in eo quod sint, bonae sint, cum non sint substantialia sint, es decir “En qué manera las sustancias son buenas en lo que están, aun sin ser bienes sustanciales”. Entorno al 520 compuso el De Trinitate, o Quomodo trinitas unus deus, dedicado a su suegro Simmaco, y el De fide católica. Cuando Boecio escribió los Sophisticis elenchis, perdidos, y los De differentiis topicis, su fama de filósofo y de teólogo estaba en el acmé. Fue en ese momento que Teodorico lo llamó a Ravenna. Condenado por traición, solo dos años después de su llegada al Palacio de los godos, escribió en prisión, en el año de espera para conocer su condena a muerte, la más famosa de sus obras, el De consolatione philosophiae, de la cual hablaremos más adelante. Hasta el siglo XII las traducciones y los tratados de Boecio constituyeron la fuente principal para el estu208
dio y el conocimiento de Platón y Aristóteles. El pensamiento de Boecio
Boecio, hombre sumamente culto y amante de la filosofía, por él definida como “amor por el conocimiento”, percibió el ocaso de una época y la crisis de una cultura. Teniendo como punto de referencia la cultura griega, específicamente Platón y Aristóteles, concibió el titánico proyecto de legar a la posteridad la traducción de las obras de los autores que estaban a la base de la enseñanza clásica. El pensamiento de Boecio gravitaba por tanto sobre tres temáticas principales: - El problema del conocimiento; - La lógica; - El cristianismo. Encentrado en el problema del conocimiento Boecio sugirió el estudio de la filosofía como medio autosuficiente para comprender los seres superiores (Dios y los angeles), y la misma naturaleza. Para ello propuso el estudio de dos grupos de materias. El primero, el del cuadrivio, repetía fielmente las materias objeto de estudio en la Academia platónica: la matemática, la geometría, la música, y la astronomía. A ellas Boecio añadió un nuevo grupo de materias, llamadas del trivio, que eran: la gramática, la lógica y la retórica. De esta manera Boecio complementaba el pensamiento de Platón con el de Aristóteles, objetivo conciliatorio del pensamiento 209
de los dos grandes griegos, tal como estaba a la base de la enseñanza en la academia. La filosofía, sin embargo, era para Boecio materia para mentes superiores. El estudio del cuadrivio debía considerarse como un recorrido que ayudaba a los hombres inteligentes a subir desde el estadio de las percepciones sensoriales al nivel de la comprensión de los seres inteligibles. Entre las cuatro materias del cuadrivio Boecio daba a la matemática una posición privilegiada, como la de una jerarquía superior, llamándola “el principio y la madre” de las otras. El dominio de las disciplinas del trivio, la gramática, la lógica y la retórica, debían servir, según Boecio, para la correcta organización de los conocimientos adquiridos, para su ordenamiento y su adecuada representación en la oratoria y en la discusión. La lógica era nada más que la lógica aristotélica que él había estudiado sobre los libros de Porfirio (la Eisagogé, introducción a las Categorías de Aristóteles) y sobre el mismo texto griego del grande estagirita. Las Categorías, palabra que en griego antiguo tenía el significado de atribución, fueron escritas por Aristóteles cuando se había ya totalmente alejado de las visiones espirituales de Platón, antes, estaba en total antítesis con la teoría de las ideas del ateniense. Aristóteles decía que la realidad era compuesta por la materia existente, “es lo que es”, y no podía por tanto ser confundida con su arquetipo. Todo lo que existía, era ser por sí mismo y no por que tenía una referencia en 210
una idea. ¿En qué, entonces, un sujeto se diferenciaba de otro similar? En la característica que lo distingue, era la respuesta de Aristóteles, introduciendo su teoría de las categorías y el análisis que, aun en nuestros días, está a la base del análisis lógico en la sintaxis de todos los idiomas del mundo. Aristóteles establecía una relación entre el sujeto y su predicado de forma tal que el predicado calificaba la esencia del sujeto, definiéndolo. Pero atención. Entre las dos definiciones: “Sócrates es hombre” y “Sócrates es gordo”, los dos predicados no definen al sujeto de la misma manera. Hombre define la esencia de Sócrates, mientras gordo no la define, por que Sócrates aun adelgazando no perdería de ser lo que es, es decir no perdería su esencia, bien definida por el predicado hombre. En otras palabras las categorías, para Aristóteles, eran aquellas que respondían a la pregunta ¿Qué es?, y no a ¿Cómo es? Aristóteles estableció diez categorías, pero las puso en hipóstasis, es decir en orden jerárquico. La primera era la sustancia (la esencia), la que poseía el ser por sí misma y no necesitaba de predicación para ser. Las otras necesitaban del sujeto para ser, no eran categorías fundamentales. Ellas eran las siguientes: 1. La sustancia (la esencia); 2. La cantidad; 3. La cualidad; 4. La relación; 5. El lugar; 211
6. El tiempo; 7. La situación; 8. La posesión; 9. La acción; 10. La pasión. Boecio, después de haber traducido por dos veces la Eisagogé de Porfirio, con dos diferentes comentarios, tradujo directamente al latín el texto original griego de Aristóteles, manifestando de tal manera la importancia que él atribuía a la lógica. Las traducciones de Boecio, luego, constituyeron un instrumento indispensable e irrenunciable para todos aquellos que en los siglos siguientes quisieron acercarse a la filosofía y estudiar el pensamiento aristotélico. En el tema religioso Boecio participó en el debate utilizando los instrumentos que la filosofía le proveía pero sin un afán misionero. No siendo sacerdote no sintió la necesidad de participar en ello como en una misión pastoral, sino alcanzar y contribuir al conocimiento a través de la cultura griega, que él consideraba superior a la latina, especialmente en el campo de la lógica y de las matemáticas. De Platón utilizó la teoría de las ideas para afirmar que las especies eran ideas eternas existentes en la mente de Dios y modelos de las cosas existentes. De Aristóteles utilizó la lógica de las categorías solo para definir el ámbito en el cual el debate debía mantenerse, sin recurrir a argumentos dogmáticos para condenar las herejías. 212
La consolación de la filosofía
Cuando Boecio se encontró preso, en la espera de una sentencia que no hubiera sido favorable para él, tuvo el tiempo de reflexionar sobre su condición de ser humano, y sobre su situación personal. En el año que estuvo encarcelado escribió la obra más famosa de su producción literaria y filosófica, el De Consolatione Philosophiae, en cinco libros, en parte en prosa y en parte en versos, en la que resumió todo su pensamiento filosófico. La obra, que constituye la expresión sublime y conmovedora de su tragedia personal y política, ha tenido una enorme resonancia a lo largo de todo el medio evo y ha resultado ser una de las producciones literarias más leídas y más inspiradoras para filósofos, literatos, escritores trágicos y hombres políticos, desde ese entonces hasta el día de hoy. Boecio no se dirige a la fe cristiana para comprender y aceptar su destino sino que emprende un análisis racional, para llegar a una aceptación, y con ello al consuelo de su desgracia personal. Tres son los temas fundamentales de su análisis: - el problema del mal; - el problema del libre arbitrio; - el problema de la aceptación del propio destino. Estos tópicos son desarrollados en un orden lógico y secuencial a lo largo de toda la obra, de la que damos aquí un breve resumen. 213
Libro I. Boecio imagina de recibir en la cárcel, como en un sueño, la visita de una misteriosa mujer. Ésta rápidamente se revela ser la misma Filosofía, allá venida para consolarlo de su triste situación, y proveerle de la fuerza moral y de la lógica racional para aceptar su destino, y darle una explicación teleológica a los acontecimientos de su vida. Boecio se felicita al reconocer la querida compañera de su juventud, aquella que lo acompaño en los años de formación y de estudio y que lo “alimentó” con los valores del conocimiento. La Filosofía le recuerda que lo que a él le está pasando ha ya sucedido en el pasado a otros pensadores ilustres. Sobre todo son los filósofos aquellos que más incurren en las venganzas y las maldades de los perversos, por que los filósofos siempre tienden, con la verdad, a molestar a los malvados. La Filosofía le acuerda a Boecio los nombres más famosos: Sócrates, obligado a tomar la cicuta por Cricias; Séneca, obligado a suicidarse por orden de Nerón. Solo dos nombres, que valen para recordar todos los mártires de la filosofía. Invitado a desahogar su dolor, Boecio se pregunta por qué el mundo premia a los malos mientras la Fortuna arrebata en contra de un hombre como él que siempre ha luchado por la justicia y por defender a los más débiles. La filosofía emprende su “terapia” para aliviarlo de sus sufrimientos y, primeramente, le explica que el mundo no está confiado a la Fortuna sino a la razón divi214
na, y evidencia como la raíz de su sufrimiento reside en el hecho que él observa desconsolado su trágica situación humana en contraste con el equilibrio ordenado del cielo. No son ni afortunados ni potentes los malos, explica la Filosofía, exhortando Boecio a no confiar en los favores de la Fortuna, por que él, que se encuentra en un estado de turbamiento, no puede distinguir la finalidad de las cosas y los instrumentos que rigen el mundo. “¿Como puede una condición (la fortuna) hacer felices los hombres, si en su ausencia los hombres no son infelices?”, pregunta la Filosofía al postrado preso. Boecio comienza a considerar que una situación adversa puede ser ventajosa en lugar de una suerte fatua, que provee solo falaces ilusiones. Libro II. La Filosofía inicia su terapia explicando que la felicidad no puede encontrarse en los bienes materiales, por que, para procurárselos, los hombres deben recurrir a artimañas, astucias, y engaños, trastornando los auténticos valores de la vida, y, con ellos, terminando con lo que ellos creen. Es decir, si un hombre quiere prevalecer sobre los demás, recibir honores, riquezas, y prestigio, necesariamente tendrá que deshonrarse para conseguirlos, por que tendrá que o humillarse o recurrir a engaños, para que se los reconozca. Quien aspira a la riqueza tendrá que sustraerla a los demás, por lo que quien quiere llegar a vivir en los placeres al final suscitará repugnancia. Sin embargo la existencia de los bienes, que son 215
imperfectos, llama a la mente la idea de la perfección, por el mismo hecho que esos bienes tienden a ser perfectos y de ella participan. Por tanto los bienes no son, por si mismo, un mal, por que son creados por Dios, solo que –como decía Plotino- se convierten en pecados cuando distraen el alma y la atraen hacia lo material, alejándola de los verdaderos bienes, que son los espirituales. Tenemos, entonces, que elevar nuestro espíritu, para apreciar y participar de la verdadera virtud. Y tal como cuando subimos un monte, conforme subimos, mirando hacia abajo, las cosas nos aparecen siempre más pequeñas, en el plano espiritual, más nos elevamos, más esa materialidad que, antes de subir nos aparecía enorme, nos aparecerá siempre más minúscula y sin importancia. Por tanto, concluye la Filosofía, ¿en qué reside la verdadera felicidad? La respuesta es sencilla: en orientarse hacia Dios, que es el bien absoluto. Libro III. Con las premisas anunciadas en anterioridad, la Filosofía conduce ahora a Boecio hacia el razonamiento que lo llevará a comprender en qué consiste la verdadera felicidad, aquella que por si misma existe y se mantiene por encima de la presencia de todos los otros bienes materiales. Los hombres, generalmente, suponen que la felicidad consista en poseer riquezas, honores, poder, gloria, y placeres, a través de los cuales se ilusiona ser invencible e no removible de su posición privilegiada. Solo que de 216
ninguna de estas cosas puede derivar la felicidad, por que ellas son solo imágenes ilusorias de la autentica felicidad. Antes, ellas son la verdadera causa del sufrimiento, por que, si el hombre ha recurrido a prevaricaciones y artimañas, a veces ilícitas, para conseguirlas, para mantenerlas tendrá que seguir excogitando artificios, engaños y hasta recurrir a la violencia, oprimiendo al próximo, mientras la codicia lo solicita a conseguir siempre más riquezas, entrando en un círculo vicioso que los lleva inevitablemente a la perdición. De ello consigue que si todo lo que es un bien terrenal, no es necesariamente un bien verdadero, el verdadero bien, aquel que lleva el hombre hacia la auténtica felicidad, es Dios, a Él los hombres deben mirar e inspirarse para ser verdaderamente felices. Libro IV. Pero, a este punto, surge inevitable la interrogante: si el mundo es regido por Dios, y si Dios es el bien supremo, ¿de donde el mal? Si Deus est, unde malum? ¿Con qué criterio se reparten los bienes? Parece a Boecio que ellos favorecen a los malos en lugar de ir hacia los hombres buenos, dando lugar a la infelicidad de aquellos que aman la justicia, que son generosos, que son justos. La Filosofía explica que los bienes que poseen los malos no son verdaderos bienes, y la infelicidad, solo supuesta, de los justos, los lleva hacia la verdadera felicidad y salvación. La Filosofía continúa ilustrando a Boecio la visión universal y filosófica de las leyes que rigen el universo. El 217
mundo, explica, es regido por la Providencia, que es la voluntad divina, dirigida hacia el bien, pero ella se sirve del Hado, que es la contingencia del momento, influenciada por hechos inestables e impredecibles. Hay que distinguir, por tanto, estas dos leyes ineludibles que están por encima de toda vicisitud humana; la Providencia es la voluntad, bondad infinita y sublime de Dios, que tiene su teleología y guía el universo bajo su luz, auténtica y verdadera bondad; mientras los hechos del momento son influenciados por el Hado, la voluntad contingente, mutable, impredecible, caprichosa, inestable, e ineludible. Los dos elementos están presentes contemporáneamente en todos los acontecimientos de la vida humana. Los hombres deben aprender a distinguirlos, todas las veces que las circunstancias aparecen a ellos incomprensibles, a veces inaceptables, especialmente cuando son los justos -como sucedió a Sócrates, a Séneca, y, en este caso, al mismo Boecio- que sufren los caprichos momentáneos del Hado. Pero entre los dos es la Providencia que siempre prevalece, por que acciona como una luz, hacia la cual todo se dirige, aun en presencia de circunstancias desviadoras, provocadas por el Hado. Libro V. Pero, si así están las cosas, si es la Providencia que rige el mundo, aun por encima de las circunstancias desviadoras del Hado, ¿en qué condiciones se encuentra el Libre Arbitrio del hombre? ¿No se encuentra éste limi218
tado, o más bien, anulado por la superior voluntad divina? Es necesario que a esta delicada y ardua pregunta la Filosofía aclare cumplidamente un concepto metafísico: quien gobierna el mundo el la Providencia, no la previdencia. En la Providencia el pasado, el presente y el futuro están presentes en una sola dimensión. “Si tu quisieras comprender exactamente la previsión con la que Dios conoce todas las cosas, deberás necesariamente reconocer que se trata no de previsión de las cosas proyectadas en el futuro, sino de conocimiento de un presente que no tiene dimensión, es siempre presente, por eso se llama Providencia, no previdencia” (De Consolatione Philosophiae, V). Por lo que, lo que al hombre parece un evento futuro, para Dios es presente, por tanto las acciones que dependen del propio libre arbitrio son presentes en la dimensión celestial aun en su contingencia. Concluyendo, Dios ve lo que nosotros haremos en nuestro futuro, pero no por esto nuestro libre arbitrio es limitado, por que, lo que para nosotros es el futuro, lo dependiente, lo consiguiente, y, finalmente lo posible, pero no lo necesario, para Dios es el presente unidimensional, por que ello encierra el pasado y el futuro. Con estas consideraciones metafísicas concluye la obra, y con ello aparece claro como y por qué Boecio se apresta a aceptar lo que le espera. El De Consolatione Philosophiae, obra absolutamente laica, en la que no hay alguna referencia a la religión cristiana, ha sido la lectura predilecta de todos 219
aquellos que han caído en desgracia personal o política, y han soportado graves injusticias sociales incluyendo, obviamente, severas condenas penales.
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