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Spanish; Castilian Pages 330 [322] Year 2021
ESCRITURAS DEL EXILIO REPUBLICANO DE 1939 Y LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN José-Ramón López García (ed.)
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La Casa de la Riqueza Estudios de la Cultura de España 65
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l historiador y filósofo griego Posidonio (135-51 a.C.) bautizó la Península Ibérica como «La casa de los dioses de la riqueza», intentando expresar plásticamente la diversidad hispánica, su fecunda y matizada geografía, lo amplio de sus productos, las curiosidades de su historia, la variada conducta de sus sociedades, las peculiaridades de su constitución. Sólo desde esta atención al matiz y al rico catálogo de lo español puede, todavía hoy, entenderse una vida cuya creatividad y cuyas prácticas apenas puede abordar la tradicional clasificación de saberes y disciplinas. Si el postestructuralismo y la deconstrucción cuestionaron la parcialidad de sus enfoques, son los estudios culturales los que quisieron subsanarla, generando espacios de mediación y contribuyendo a consolidar un campo interdisciplinario dentro del cual superar las dicotomías clásicas, mientras se difunden discursos críticos con distintas y más oportunas oposiciones: hegemonía frente a subalternidad; lo global frente a lo local; lo autóctono frente a lo migrante. Desde esta perspectiva podrán someterse a mejor análisis los complejos procesos culturales que derivan de los desafíos impuestos por la globalización y los movimientos de migración que se han dado en todos los órdenes a finales del siglo xx y principios del xxi. La colección «La Casa de la Riqueza. Estudios de la Cultura de España» se inscribe en el debate actual en curso para contribuir a la apertura de nuevos espacios críticos en España a través de la publicación de trabajos que den cuenta de los diversos lugares teóricos y geopolíticos desde los cuales se piensa el pasado y el presente español. Consejo editorial: Dieter Ingenschay (Humboldt Universität, Berlin) Jo Labanyi (New York University) Fernando Larraz (Universidad de Alcalá de Henares) José-Carlos Mainer (Universidad de Zaragoza) Susan Martin-Márquez (Rutgers University, New Brunswick) José Manuel del Pino (Dartmouth College, Hanover) Joan Ramon Resina (Stanford University) † Lia Schwartz (City University of New York) Isabelle Touton (Université Bordeaux-Montaigne) Ulrich Winter (Philipps-Universität Marburg)
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ESCRITURAS DEL EXILIO REPUBLICANO DE 1939 Y LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
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Iberoamericana • Vervuert • 2021
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Este libro forma parte del proyecto de investigación La historia de la literatura española y el exilio republicano de 1939; final (FFI2017-84768-R), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). © Iberoamericana, 2021 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2021 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-235-3 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-214-2 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-215-9 (e-Book) Depósito legal: M-22539-2021 Diseño de cubierta: Rubén Salgueiros The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706 Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro Impreso en España
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A Neus Català (1915-2019)
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Índice
José-Ramón López García Introducción. Memorias y legados: exilio republicano y campos de concentración .................................................................
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Representaciones transnacionales, memorias y testimonios José María Naharro-Calderón Perspectivas transnacionales en los campos de concentración franceses .............................................................................................
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Alejandro Pérez Vidal Imágenes y relatos concentracionarios y de la Shoah en Europa y en España, 1944-1969.........................................................
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Sara J. Brenneis Mauthausen: un campo nazi al alcance de la memoria ........................ 129 Esther Lázaro y Mar Trallero Testimonios republicanos de los campos de concentración ................. 149
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Taxonomías Javier Sánchez Zapatero Testigos, víctimas y supervivientes en la literatura concentracionaria del exilio republicano ............................................. 175 David Serrano Blanquer Tipología de presos versus tipología de supervivientes: del síndrome de Sísifo al síndrome de Penélope .................................. 191 Bernard Sicot Poetas en los campos .......................................................................... 211 Figuraciones contemporáneas Francie Cate-Arries La evolución del cómic sobre los campos de Francia. Desde el rescate de la memoria histórica del exilio de 1939 hacia un discurso transnacional sobre los derechos humanos de los refugiados ................................................................................. 243 Antonia Amo Sánchez La experiencia concentracionaria del exilio republicano en el teatro español contemporáneo .................................................... 265 Alba Saura Clares Exponer el yo para la reconstrucción memorial. Testimonio y experiencia en el teatro concentracionario español ........................... 287 Adan Kovacsics El legado de Imre Kertész ................................................................... 307 Autores ............................................................................................... 323
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INTRODUCCIÓN
Memorias y legados: exilio republicano y campos de concentración José-Ramón López García GEXEL-CEDID, Universitat Autònoma de Barcelona
Este volumen tuvo su origen en el congreso internacional Escriptures de l’exili republicà de 1939 i els camps de concentració. 80 anys després [Escrituras del exilio republicano de 1939 y los campos de concentración. 80 años después], organizado por el Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) de la Universitat Autònoma de Barcelona con la colaboración del Museu d’Història de Barcelona (MUHBA)1. El congreso se celebró los días 10, 11 y 12 de abril de 2019 en las sedes del MUHBA de la Plaça del Rei de Barcelona y de Vil·la Joana, una
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El programa del evento puede consultarse en: (15/05/2020).
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antigua masía situada en Vallvidriera, en plena Sierra de Collserola, hoy convertida en Museo-Casa Verdaguer por ser el lugar en el que vivió sus últimos años el célebre poeta catalán Jacint Verdaguer. Tras la clausura del congreso, el 13 de abril de 2019, fallecía, a los ciento tres años, Neus Català, cuyo nombre, obra y ejemplo habían sido numerosamente evocados en las discusiones de aquellas jornadas de luminosa primavera en que se revisaron algunos de los episodios más oscuros de la historia europea. En su fundamental De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas (1984), Neus Català, superviviente de los campos nazis, militante comunista e infatigable luchadora por la libertad, aludía con precisión a las dimensiones de la voluntad testimonial que se hallaban en el origen de esta obra: «No reivindicamos la verdad como un privilegio, sino por justicia y reconstitución de una parte histórica que arranca de 1936; por el respeto a nuestras muertas, por desagraviar a tantas mujeres olvidadas» (Català 1984: 29). Pero como ella misma indicaba en otro momento, la reivindicación de la verdad, de la justicia y de la reconstrucción histórica no solo determinaba una recuperación de la memoria del pasado, sino que era, asimismo, la transmisión de un legado inserto en las luchas del presente, del suyo y del nuestro: Pero el gran silencio de la muerte de nuestras inmoladas lanza su grito de alerta y despierta nuestra conciencia. Son demasiados signos de pervivencia y recrudescencia fascistas, demasiados «Holocaustos» y en demasiados puntos del globo para quedarnos mudas. Queremos advertir, hacer camino, que la Rueda avance para que un día nazca resplandeciente y para siempre, la ciudad del Sol (Català 1984: 11).
Las múltiples escrituras derivadas de los campos de concentración son, pues, una memoria y un legado. Una memoria y un legado complejos, problemáticos, fascinantes y, sobre todo, necesarios, cuyas manifestaciones culturales relacionadas con el exilio republicano de 1939 constituyen el tema principal de este libro. La inminente caída de Barcelona desencadenó en enero y febrero de 1939 el éxodo masivo de miles de republicanos vencidos de toda
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clase, edad y condición social: niños, ancianos, mujeres, hombres, campesinos, militares, artistas… Una riada humana, de vencidos, heridos y enfermos, que invadió los controles fronterizos de Latourde-Carol, Bourg-Madame, Prats-de-Mollo, Le Perthus y Cerbère, y que ha convertido la Retirada en un lugar de memoria del imaginario colectivo del exilio (Barba 2009). Las primeras experiencias en suelo francés movilizaron a numerosas agrupaciones e intelectuales que evidenciaron la alianza internacional antifascista. Sin embargo, la acogida brindada por Francia quedó muy lejos de las expectativas de los refugiados. Desde su llegada al poder en 1938 y en un ambiente de marcada xenofobia, antisemitismo y cerrazón nacionalista, el gobierno de Daladier había promovido un amplio abanico de medidas legislativas para controlar y reprimir la presencia de extranjeros en suelo francés. Antes que responder a los principios universales europeos implícitos en quienes conmemoraban en 1939 el ciento cincuenta aniversario de la Revolución francesa, sus comportamientos actualizaron los mecanismos de la violencia colonial en la propia Europa, vulnerando las más elementales medidas humanitarias. Así, casi la mitad de estos refugiados fueron concentrados en playas próximas a la frontera catalana y con distribuciones que supusieron la dispersión familiar de un buen número de ellos. A la construcción de los tres primeros campos de Argelès-sur-Mer (80 000 internados), Saint-Cyprien (100 000) y Barcarès (20 000), seguiría el de numerosos enclaves (Agde, Bram, Gurs, Septfonds…), incluidos los expresamente concebidos como prisiones y campos de castigo como el de Le Vernet d’Ariège, que durante el régimen de Vichy sería utilizado como campo de deportación para judíos. Se ha estimado que, debido a las pésimas condiciones de insalubridad, al menos 15 000 españoles murieron durante los primeros seis meses de internamiento y que en junio de 1939, tras la repatriación voluntaria o forzosa de miles de refugiados, los campos contaban todavía con una población de más de 170 000 internados. Estos «campos del desprecio», cabe recordar, se internan en la estructura concentracionaria de la que no quedaron exentas las principales naciones (Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, antigua Unión Soviética…) y se inscriben en la genealogía de los posteriores campos
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de exterminio. Un fenómeno al que se sumó la dictadura franquista al dotar su ley de «responsabilidades políticas» de febrero de 1939 con la creación de campos y trabajos forzados, acompañados de una población carcelaria cercana a las 300 000 personas (Molinero, Sala, Sobrequés 2003; Rodrigo 2003, 2005, 2008; Eiroa San Francisco y Egido 2005; Hernández de Miguel 2019). No dejaba de establecerse así la perniciosa continuidad de una historia española que, con sus actuaciones durante la guerra colonial en Cuba, había contribuido fundacionalmente desde 1895 al fenómeno moderno de los campos. A pesar de que se suele mencionar el factor lingüístico como la causa principal que determinó el desplazamiento del territorio europeo al americano por parte de la mayoría de intelectuales, escritores y artistas, esta explicación choca con lo que había sido habitual en anteriores exilios recientes de la historia de España, cuando Francia se había revelado como una opción predilecta. En realidad, el factor que condicionó sobremanera esta reacción del grueso de los representantes culturales (y de cuantos pudieron salir de Francia con independencia de su clase social) fue la decepción brutal que para miles de refugiados supuso esta acogida por parte de las autoridades francesas cuando se produjo «la Retirada», experiencias que no dejaron de testimoniar y denunciar una vez asentados en tierras americanas (Ugarte 1991). Sin olvidar la solidaridad desplegada por muchas capas de la población francesa, así como por agrupaciones intelectuales y políticas, lo cierto es que el balance fue claramente negativo. La imagen mítica de la Francia de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad se vio sustituida a una velocidad pasmosa por el encierro, la xenofobia clasista y la actitud hostil, cuya evidencia, nada metafórica, fueron estos múltiples campos de concentración adonde irían a parar miles de refugiados españoles tras un penoso e invernal cruce de frontera. La práctica política de los campos anticipaba acontecimientos de un inmediato futuro que, sin duda, convertían la realidad francesa, como la del resto de Europa, en un territorio peligroso, condicionado por una violencia y destrucción a las que en ese momento eran ajenas las naciones americanas. Así pues, como señala agudamente Serge Salaün (1996, 1998), más que unas dificultades de adaptación lingüística o cultural, lo que se produjo fue una pérdida de la capacidad de Francia
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como modelo, una merma del «capital de confianza y de mitología revolucionaria y republicana» (Salaün 1998: 191) que durante siglos había atesorado el imaginario de los sectores progresistas españoles. El ideario alternativo americano, este «nuevo mundo» compensatorio de la quiebra de los valores democráticos y humanistas organizados por las democracias burguesas del «viejo mundo», se construyó sobre la previa deconstrucción del modelo europeo, especialmente el francés, en tanto que base de la modernidad europea desde la Ilustración. La misma modernidad en crisis que preside cualquier aproximación a los campos, sus genealogías y prolongaciones. El internamiento en los campos de concentración franceses en el año 1939 constituye, pues, la primera experiencia masiva en el exilio, experiencia que sería evocada, recreada y denunciada desde múltiples escrituras y perspectivas. Con su presencia en estos campos, los exiliados se insertaron en las vertientes más negativas de la modernidad. En tanto que marcados por su condición de no-lugares, de espacios-otros o heterotopías (Foucault 2001), la noción de campo devino expresión máxima del nomos del espacio jurídico-político moderno, su cara oculta, haciendo del estado de excepción la regla que estructuraba un espacio biopolítico donde se desvirtuaba por completo la noción de ciudadanía (Agamben 1995, 2000). Sin embargo, no cabe olvidar que esta penosa experiencia estuvo acompañada de una sorprendente capacidad de las organizaciones políticas, sindicales y estudiantiles para promover en los campos franceses todo tipo de actividades culturales, incluidas precarias y meritorias publicaciones (Villegas 1989, 2008; Agramunt Lacruz 2016). Son testimonio de la resistencia humanista y de la permanencia de la educación y la extensión cultural como valores de un ideario republicano que, en el momento en que su condición de ciudadanos españoles estaba siendo cuestionada, actualizaba su conciencia nacional. Las vivencias en estos campos de concentración dieron lugar a un nutrido corpus que acogió todo tipo de contenidos (de la épica al testimonio) y formatos (memorias, poemas, narraciones, crónicas, teatro, artes plásticas…). Este corpus, acorde con la pluralidad del exilio republicano, fue elaborado por escritores de variable condición social, cultural, política y económica (Silvia Mistral, Jaime Espinar,
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Margarita Nelken, Manuel García Gerpe, Manuel Andújar, Agustí Bartra, Max Aub, Luis Suárez, Celso Amieva, Teresa Gracia…) (Sicot 2008, 2008-2009, 2010a; Cate-Arries 2012) y ha sido objeto de un interés menor, pero permanente, que en los últimos años ha permitido organizar visiones de conjunto (Sicot 2010b; Simón Porolli 2012; Nickel 2014, 2018). Composiciones casi siempre tan poco recordadas como resistentes a los falsos consensos de memorias históricas y culturas oficiales, constituyen uno de los ejemplos más explícitos de la crisis del sujeto moderno que, superando el sentido meramente personal de la experiencia, vive en sus carnes algunas de las dobleces del humanismo occidental. Su lectura, en suma, nos asoma al proceso de importación del colonialismo a Europa que supuso la extensión de los fascismos (Naharro-Calderón 1998, 2017, 2019a, 2019b). Un hecho que revelaría la cara oscura del liberalismo humanista europeo mediante unas conexiones con los totalitarismos que, como denunciara Hanna Arendt (2006), conducirían a la racionalización de la muerte por parte de la política. Los procesos de exclusión y deshumanización de los campos se presentan en «la historia española contemporánea a través de cuatro fenómenos, correspondientes con los campos franquistas, franceses, nazis y soviéticos» (Sánchez Zapatero 2020: 248). En este sentido, el presente volumen abarca los principales modelos de campo, franceses y nazis, que afectaron a las experiencias de los republicanos españoles y que suscitaron un mayor número de escrituras. Experiencias transmitidas y recreadas, primero, por parte de los testigos directos y, posteriormente, por quienes han asumido o integrado este legado en distintos modos de representación cultural. Sin entrar en el polémico debate taxonómico acerca de la tipología de los campos, pero sin dejar de tener muy presentes las especificidades y gradaciones que atañen a cada uno de ellos (Naharro-Calderón 2017: 53-191), las homologías existentes permiten un acceso global y transnacional al universo concentracionario desde el cual plantearse el lugar que pueden y deben ocupar las escrituras del exilio republicano español. Estas escrituras han estado carentes de visibilidad hasta fechas recientes tanto en nuestro sistema cultural como en unas visiones de conjunto dominadas por los Holocaust Studies. En los últimos años,
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sin embargo, se ha mostrado un interés creciente acerca de la presencia de los españoles en los distintos sistemas concentracionarios europeos y sus correspondientes derivadas culturales, tanto las que afectan al estudio de estas producciones en su particular contexto histórico de escritura y de (no)difusión como a su (no)transmisión intergeneracional (en el plano social, político, jurídico…) y su inserción en prácticas culturales contemporáneas de todo signo (literatura, fotografía, cine, cómic, teatro…). Se han sumado a este interés temas que apenas habían sido explorados, como los campos argelinos dependientes de la Administración francesa (Bachoud y Sicot 2009; Sicot 2015; Barciela López y Ródenas Calatayud 2016; Gallo González 2018); o la presencia de españoles republicanos en el gulag de la antigua Unión Soviética (Iordache Cârstea 2008, 2014, 2019, 2020; Serrano 2011; Guzmán Mora 2016), otra experiencia trágicamente decepcionante y problemática para los imaginarios y memorias comunistas peninsulares (Herrmann 2010). Como es lógico, esta intensificación de estudios críticos también ha supuesto la elaboración de panorámicas acerca de la presencia y tratamiento del Holocausto en nuestra tradición literaria y cultural (Gómez López-Quiñones y Zepp 2010; Wahnón 2010a, 2010b, 2012; Brenneis 2018; Amo Sánchez 2020; Brenneis y Herrmann 2020). Las relaciones de la sociedad española con el Holocausto han estado condicionadas por la situación de aislamiento que la nación vivió durante el franquismo con respecto al resto de Europa, dinámica que desarrolló una memoria sin espacio para la significación de lo que Auschwitz y otras experiencias concentracionarias han implicado para nuestro país. Solo en los últimos años, en correlación con la progresiva inserción en los estándares europeos, se ha iniciado una revisión efectiva de esta irregularidad (Bermejo y Checa 2006; Pike 2009; Llor Serra 2014). Alejandro Baer (2011) habla por ello de la presencia de una serie de vacíos en la memoria del Holocausto en España que deberían ser completados no solo desde una concepción simbólica y universal del Holocausto, sino también desde las relaciones efectivas que se pueden establecer a partir de hechos históricos precisos, tanto desde una perspectiva de larga distancia —el papel precursor jugado por España en el antisemitismo contemporáneo gracias a la expulsión de
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los judíos en el siglo xv y al desarrollo de los estatutos de la limpieza de sangre (Stallaert 2006)— como más contemporánea —Guerra Civil y dictadura franquista—. Porque si bien la retórica antisemita franquista queda lejos de la radicalidad del nazismo, las relaciones de Franco con la Alemania hitleriana no se detuvieron en las fronteras de lo simbólico y tuvieron una traducción material indiscutible. La centralidad ocupada por los Holocaust Studies, al igual que ha sucedido con otras literaturas concentracionarias, ha opacado manifestaciones como las hasta aquí referidas (campos franceses, gulag soviético y campos franquistas), una relegación que se suma a la marginalidad que, durante décadas, ha afectado al exilio republicano en los relatos político-culturales hegemónicos. En este sentido, es necesario reivindicar y reconstruir una genealogía en la que el exilio republicano se mostró como el espacio en el que se produjeron «las primeras reflexiones que intentan discernir el significado del nazismo y de sus campos de concentración» (Glondys, Martín Gijón, Trallero 2019: 4). Y, en efecto, se han señalado las particularidades de las «genealogías exiliadas del nazismo» en las reflexiones de Eugenio Ímaz, Fernando de los Ríos y María Zambrano (Sánchez Cuervo 2014), a las que deben sumarse otras como las de Antonio Aparicio o Máximo José Kahn. Merece valorarse también la utilización que en los últimos años se ha dado del Holocausto en España, donde, como ejemplo paradigmático de un proceso común de «de-territorialización de la memoria», nos hallamos con su uso «como una metáfora de la represión franquista por parte de las propias víctimas» que tiene como resultado que «las representaciones del pasado español están subordinadas a [las] claves representacionales» del icono global que implica el Holocausto (Baer y Snaizder 2016). Estas circunstancias promueven procesos en los que la deportación política de los republicanos queda subsumida o elidida en el paradigma de la víctima exterminada, al igual que se anulan las cualidades distintivas de la singularidad histórica que implica Auschwitz (Mate 2003: 164-166). Por otra parte, la existencia de los miles de republicanos deportados por los nazis se ha instituido como conmemoración de un «trauma colectivo» que, en verdad, sería un uso metonímico interesado por el que «se conmemora oficial y colectivamente un trauma supranacional (el Holocausto) porque no
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es posible conmemorar oficial y colectivamente el trauma nacional (la Guerra Civil y el franquismo)» (Steenmeijer 2009: 206). Por los diversos motivos expuestos, a este trauma debería añadirse, por tanto, el exilio republicano, un espacio que también estuvo sometido al vacío durante décadas en la memoria española. Se trata de un hecho determinante para el tema al que nos referimos, porque en el caso español, el exilio republicano constituye el lugar que genera el principal vínculo histórico efectivo con el Holocausto. Este vínculo tiene como resultado más trágico los miles de republicanos asesinados en los campos de exterminio, pero también el padecimiento de la tenebrosa articulación antisemita operada desde el régimen colaboracionista de Vichy o, incluso, el papel que el nazismo jugó en la construcción del antisemitismo contemporáneo y sus efectos en las organizaciones y retóricas antisemitas de naciones latinoamericanas (pienso ahora especialmente en Argentina y México) a las que fueron a parar republicanos españoles. A tal efecto, cada una de las dificultades con las que se ha tenido que enfrentar la recuperación efectiva del exilio republicano tanto durante la dictadura franquista como durante la transición y desarrollo de la sociedad democrática han afectado siempre de modo inevitable a la particular memoria que, desde el exilio, se construyó en relación con el pasado histórico judío de España y con el nuevo discurso generado a partir de la existencia del Holocausto. Estas escrituras del horror (Sánchez Zapatero 2010) se insertan en un ámbito universal de complejas reflexiones filosóficas y estéticas. Al respecto, como antes se advertía, debe tenerse muy en cuenta la influencia que los Holocaust Studies operan sobre el corpus literario concentracionario en su conjunto y que pueden condicionar asimismo las evaluaciones del corpus peninsular. En primer término, porque los estudios sobre el Holocausto han propiciado perspectivas reductivas de orden general, como las que señala Sala Sallent (2018) para el caso de la poesía de los exiliados españoles escrita en los campos. Perspectivas como la omnipresencia de lo testimonial como garante de la supuesta validez de toda literatura concentracionaria y la suspicacia hacia el hipotético subjetivismo inherente a la enunciación poética, por ser un elemento que cuestionaría los procesos de deshumanización del sistema de los campos. Sin entrar ahora en la discusión acerca de los
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límites de la representación de una experiencia que supuestamente encarnaría el mal radical y que, por ello, sería impensable y/o indecible, este corpus concentracionario despliega una pluralidad de funciones que van de lo testimonial-documental a lo moral-metafísico, cuando no a la llamada directa a la acción política y la rebelión. No obstante, cada una de estas posibilidades debe entenderse en tanto que operan a partir de artefactos estéticos, en orden a su condición ficcional, rompiendo con las lecturas vulgarizadas del romanticismo que, especialmente en el caso del testimonio y de la poesía, hacen de estos y del yo literario que articulan expresiones auténticas y esenciales de la identidad. Esta comprensión no dificulta en absoluto la determinación de las funciones testimoniales y memoriales de estas escrituras, su capacidad para activar una memoria crítica del pasado y generar espacios en los que el subalterno pueda hablar o, cuando menos, establecer marcos complejos de la otredad. Fruto de la crisis acerca de la validez de la alta modernidad de la cultura modernista, tal y como planteó Andreas Huyssen (2002), se ha producido en las últimas décadas un desplazamiento, un cambio de impulso de la categoría de futuro (los «futuros presentes») hacia el pasado y la memoria (los «pretéritos presentes»), movimiento que, en muchos casos, se ha entendido como una liquidación de los horizontes utópicos de transformación. Diagnóstico que, en palabras de Bauman, implica una transformación de las aspiraciones de las utopías a las «retrotopías», es decir, una «negación de la negación de la utopía» (Bauman 2017: 17). Entre los factores que explican este cambio y la consecuente intensificación de los discursos sobre la memoria (que suma desde movimientos de liberación nacional y los procesos descolonizadores a la crisis de los metarrelatos y el fin de las ideologías del posmodernismo), Huyssen señala el uso del Holocausto como «tropos universal de la historia traumática» (2002: 17). Esta utilización universalista se mueve, según el investigador alemán, en una doble instancia de profundización y obstaculización de «las prácticas y las luchas locales por la memoria» (Huyssen 2002: 17). Y, como es lógico, este uso ha funcionado también en un doble sentido de pérdida de especificidad histórica, tanto por parte del propio trauma del Holocausto como de aquellos otros sobre los que se ha aplicado con
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independencia de los contextos políticos, sociales y culturales en los que se hayan podido manifestar esos otros traumas y memorias en litigio. Es decir, lejos de redundar en la adquisición de una mayor conciencia histórica, la obsesión por el pasado ha fomentado, en realidad, una crisis de la memoria cuya mejor muestra sería, por un lado, la objetualización comercial de una omnipresente cultura de la conmemoración y, por el otro, una institucionalización de la memoria que, en plena «era de la nostalgia» (Bauman 2017) y de magnificación de una problemática «posmemoria» (Hirsch 2015), ha comportado una trivialización y pérdida del peso específico de sus valores políticos. Se trata de un proceso de notable recorrido también en España (Colmeiro 2005; Resina 2007) y que, para el tema que nos ocupa, Naharro-Calderón ha definido como «la presencia del paradigma del exilio-business» (2017: 307, 249-267). Como es manifiesto también en el caso particular de la cultura española, la omnipresencia de la memoria en tantos de nuestros debates políticos y culturales tiene mucho que ver con la desaparición del pensamiento utópico (Labany 2007, 2008; Resina 2007; Gómez López-Quiñones 2006) y, como señala Faber, recordando igualmente la movilización del tropo del Holocausto antes citada, este hecho ha tenido consecuencias relevantes: «One by product of these cultural trends is a particular kind of nostalgia; another is what one could call a moralization of history» (Faber 2012: 124). Ahora bien, continuaba Huyssen en coincidencia con las cuestiones mencionadas acerca de la nostalgia, este impulso hacia el pasado también puede ser leído como una posibilidad emancipatoria del porvenir: «suele suceder en esta búsqueda de la historia que la exploración de los no-lugares, las exclusiones, las manchas en blanco en los mapas del pasado son investidas de energías utópicas orientadas hacia el futuro» (Huyssen 2002: 256). De cualquier modo, cada una de estas acciones nos sitúa en la descripción de la temporalidad que Balibrea, en la línea de las enunciaciones disyuntivas de Bhabha, ha planteado para el exilio republicano. Una temporalidad que propiciaría un uso «performativo» del pasado opuesto a la «política del tiempo modernizadora» instaurada por el franquismo y continuada después por la democracia, interrupciones críticas de la temporalidad moderna (Balibrea 2007: 92-94).
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Sea cual sea el ámbito específico de las escrituras concentracionarias al que nos acerquemos, se observa en todos los casos que la memoria de estos hombres y mujeres ha quedado básicamente marginada en la esfera pública de la sociedad española; y no solo durante la larga dictadura franquista, sino también durante la Transición y las últimas décadas democráticas. Y ello pese a que, paradójicamente, la ya abundante investigación sobre el tema pone en primer plano el hecho de que esta memoria siempre estuvo presente y recurrió a distintos modos de escritura como uno de sus mecanismos básicos de transmisión y actualización. Porque, en efecto, caracteriza igualmente a este corpus un imperativo del testimonio en el que hace acto de presencia la dialogía que Agamben (2000) establece en su indagación sobre el estatuto del testigo: testigo no solo como alguien que habla de sí mismo sino alguien que es testigo en tanto y en cuanto habla por delegación de los sin voz; los sin voz que son, por antonomasia, los muertos. Los muertos dejados atrás durante la contienda, por supuesto, pero también los que jalonan las experiencias de la retirada y los internamientos en los campos de concentración y, como es lógico, las proyecciones de la muerte de la propia identidad, de sus aspiraciones políticas, sociales, íntimas… Situados en la polaridad básica entre la elegía de la pérdida y la épica de una guerra cuyas razones seguían siendo válidas y operativas, estos testimonios que nos hablan desde este particular estatuto acaban planteando modos de representación críticos sobre la «memoria histórica», la nación y la propia identidad individual. Como se ha señalado en relación con el Holocausto, la presencia permanente de esta memoria debe asimismo complementarse con una visión transnacional que desmienta supuestas excepciones de nuestra historia con respecto a la de otros países: «How Spanish historical events, circumstances, and phenomena came to bear on the Holocaust —the genocide of approximately six million European Jews by the Nazis and their allies— justifies our claim that Spain must be considered among the nations connected to the Shoah» (Brenneis y Herrmann 2020: 7). Con este fin, uno de los principales intereses del presente volumen ha sido contribuir al estudio de estas escrituras del exilio republicano de 1939 y los campos de concentración desde dicha perspectiva comparatista y transnacional.
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En «Perspectivas transnacionales en los campos de concentración franceses», José María Naharro-Calderón señala cómo, en un incipiente contexto de solidaridades transnacionales, los testimonios de Erwin Blumenfeld, Bruno Frei, Gustav Regler y Bruno Weil, algunos de los internados de lengua alemana en campos de concentración franceses en los alrededores de la Segunda Guerra Mundial y luego emigrados a diversas latitudes, nos pueden ayudar a trazar el deterioro en derechos humanos y la falta de protección a los asilados que se generó en el Estado francés, simbólicamente firmante del primer protocolo de Ginebra sobre refugiados en 1933. No obstante, aquellas frágiles redes de ayuda no favorecieron a otros prisioneros de posible conexión transnacional que aquí se presentan, como el argentino Luis Casas o el español Manel Velilla Aznar, ajenos a las plataformas oficiales de migración o a las paradójicas redes de la diáspora judía. En «Imágenes y relatos concentracionarios y de la Shoah en Europa y en España, 1944-1969», Alejandro Pérez Vidal propone un documentado recorrido comparatista acerca de los modos de difusión y procesos de recepción de las imágenes y escritos sobre los campos de concentración alemanes y sobre el genocidio judío. Un análisis de imágenes y textos difundidos desde 1944 hasta 1967 en Europa y Estados Unidos y de 1945 a 1969 en el caso de España. El trabajo de Pérez Vidal advierte y confirma la necesidad de ahondar en la documentación y contextualización acerca de estas imágenes y relatos para hacer posible la construcción de visiones de conjunto de las que carecemos. En este sentido, se observan las semejanzas y diferencias de España en relación con otras naciones europeas, donde la difusión de imágenes y relatos de los campos de concentración y de exterminio, aunque sometida a filtros, supuso una toma de conciencia de la que España quedó al margen dada la escasez de relatos (apenas imágenes) que se difundieron, así como su exiguo eco en la esfera pública. De igual manera, se señala la Guerra Fría como factor determinante para la suspensión del interés acerca de estas escrituras e imágenes que implicaban recordar inoportunamente un grado de compartición con el antiguo aliado soviético, fenómeno que ya contaba con antecedentes cuando el Ejército Rojo fue el responsable de la liberación de los primeros campos de concentración y exterminio en territorio polaco. En
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este sentido, en un ámbito especialmente requerido de mayor estudio, la divulgación y tratamiento de las víctimas llevados a cabo por la antigua Unión Soviética y los partidos comunistas no difieren tanto como se ha dado a entender de los llevados a cabo por Gran Bretaña o Francia. Finalmente, las especificidades del sistema cultural franquista, con unos mecanismos de censura como pieza fundamental que Pérez Vidal analiza mediante un solvente trabajo de archivo, son factores determinantes para entender ciertas peculiaridades sobre las maneras en que circularon distintos relatos e imágenes durante la dictadura, pero también en la Transición y la democracia, como ilustra el caso de la edición y posteriores reediciones de un libro tan importante en el imaginario concentracionario como La Déportation (1967), coordinado por André Leroy. Sin duda alguna, Mauthausen constituye una de las localizaciones centrales de los aspectos abordados en esta dimensión transnacional. En este sentido, en «Mauthausen: un campo nazi al alcance de la memoria», Sarah Brenneis parte de la constatación de que Mauthausen ha evolucionado desde el final de la Segunda Guerra Mundial como un espacio de la memoria y del olvido. Al mismo tiempo, durante los últimos setenta y cinco años, los supervivientes españoles se han convertido en el foco de un corpus literario y cinematográfico que intenta amplificar las voces de los deportados y capturar sus experiencias en este campo. Las maneras en que Mauthausen ha sido recordado en la imaginación española dependen de un análisis de la relevancia adquirida por el campo de concentración nazi en el Holocausto y del papel de los supervivientes españoles en la producción de textos y cine memorialístico en España. Brenneis recuerda con total pertinencia el punto de inflexión en que nos encontramos, un ahora en el que todos los supervivientes españoles de Mauthausen han desaparecido. En esta circunstancia, el campo nazi está por fin al alcance de una memoria colectiva en España que podrá preservar el legado de todas las víctimas, tanto de las que sobrevivieron como de las que perecieron. Por todo ello, y de modo especialmente oportuno, Esther Lázaro y Mar Trallero nos ofrecen unos «Testimonios republicanos de los campos de concentración» que nos trasladan algunas de esas voces que quisieron garantizar la transmisión de esas memorias mediante todo
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tipo de escrituras y que evidencian la centralidad y complejidad del estatuto del testigo. Esta selección de ocho testimonios, poco o nada conocidos debido a su escasa difusión o condición inédita, explicita la diversidad geográfica de los campos al recoger experiencias en campos de concentración franceses, en el norte de África y en los campos nazis. También da cuenta de los distintos tiempos de escritura y de las variadas estrategias textuales empleadas, pues selecciona fragmentos de diarios, memorias y otras modalidades autobiográficas, así como formatos epistolares y jurídicos. Del mismo modo, se agrupan voces más o menos asentadas en el canon, como las Max Aub y Helios Gómez, y otras desconocidas, como las de José (Pepe) Pareja, Josep Sargas y Francisco Soto Vidal, al tiempo que se pone de especial relieve el necesario lugar que deben ocupar las mujeres que sufrieron la experiencia de los campos, sujetos doblemente silenciados por razón de su sexo, como atestiguan Olvido Fanjul, Elisa Reverter y Magda Sans, testimonios imprescindibles para una reconstrucción justa y rigurosa de los hechos. Las escrituras que organizan el corpus concentracionario posibilitan y reclaman la necesidad de hermenéuticas que contribuyan al mejor conocimiento de sus alcances y particularidades tipológicas y constructivas. En «Testigos, víctimas y supervivientes en la literatura concentracionaria del exilio republicano», Javier Sánchez Zapatero analiza la figura del autor en la literatura concentracionaria del exilio republicano, centrándose en esta triple dimensión de testigo, víctima y superviviente. Para ello, y después de esbozar un breve estado de la cuestión y de mostrar la dimensión universal —y por tanto comparatista— del caso español, aborda diversas cuestiones del corpus como la dialéctica entre la literariedad y la factualidad, la presencia de numerosos autores sin tradición literaria previa, la dimensión colectiva y memorística o la imposición de un pacto de lectura análogo al de los textos referenciales. De esa forma, se trataría de demostrar, por un lado, que la literatura concentracionaria no se define a través de cuestiones formales o de contenido, sino pragmáticas y autoriales, y por otro, que el hecho de haber sufrido la experiencia de los campos reviste al testimonio de legitimidad y valor cognitivo.
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En similar dirección, en «Tipología de presos versus tipología de supervivientes: del síndrome de Sísifo al síndrome de Penélope», David Serrano Blanquer propone analizar la tipología de presos a partir de las clasificaciones establecidas por dos autores canónicos: Paul Steinberg y Primo Levi. Así, Paul Steinberg distingue entre aquellos que tienen personalidades demasiado estructuradas, los sentimentales, los desesperados y los destinados a sobrevivir, mientras que Primo Levi parte de la distinción entre hundidos y salvados para adentrarse en el mundo de la zona gris y sus repercusiones morales. Complementariamente, el análisis de la tipología de supervivientes atribuye distintos tipos de síndromes asociados a personajes de la mitología clásica para facilitar la comprensión en relación con las actitudes que presentan respecto a su estatus como supervivientes y a su vínculo con la memoria. En este sentido, se establecen las clasificaciones según se puedan incluir bajo uno de estos cuatro síndromes: Filomena, Sísifo, Laocoonte y Penélope. Abundando en esta dirección taxonómica, Bernard Sicot se centra en los «Poetas en los campos» y propone, dentro del corpus general de la literatura española de los campos, la aproximación a diez títulos de poesía y dos de prosa poética de autores como: Celso Amieva, José Ramón Arana, Max Aub, Agustí Bartra, Luis Bazal Rodríguez, Manuel García Sesma, Manuel Pérez Valiente, Juan Rejano, José Rial y Arturo Serrano Plaja. De su estudio se concluye que estas obras presentan tres particularidades comunes cuyas características se rastrean en estos textos: una unidad de forma (con predominio del romance), una unidad de lugar (con referencias a los campos en sí) y una unidad de tono (especialmente perceptible en el intertexto). El presente volumen también ha querido incidir en los modos de representación que este legado ha desarrollado en las últimas décadas, insistiendo en dimensiones que, de modo complementario a los alcances testimoniales y memoriales, han confirmado las posibilidades de sus encarnaciones políticas y artísticas en el tiempo presente. En «La evolución del cómic sobre los campos de Francia. Desde el rescate de la memoria histórica del exilio de 1939 hacia un discurso transnacional sobre los derechos humanos de los refugiados», Francie CateArries da un paso más en las transformaciones que ha manifestado la
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memoria de los campos desde la dictadura franquista hasta las condiciones políticas del mundo actual. En este trabajo se recuerda que, décadas después de los eventos de la retirada y el internamiento de los exiliados en los campos de Francia, los dibujantes y los guionistas del cómic –El Cubri, Forges, Hernández Cava– recuperaron las imágenes más emblemáticas publicadas en la posguerra fuera de España y largamente ausentes de la escena pública durante el franquismo. CateArries explora la evolución del significado sociopolítico de la figura del exiliado centrándose en los cómics del temprano posfranquismo, las historietas de los años noventa y la eclosión de esta temática en las novelas gráficas a partir de 2009. En última instancia, se ofrece un análisis de Asӯlum (2015) de Javier de Isusi, en que se destaca la transformación narrativa del exiliado, quien ya no figura como protagonista de un drama local, sino como un desterrado cuyo destino se interpreta desde una perspectiva transnacional. Las vivencias de una refugiada de España de 1939 se ubican así dentro del marco de una lucha globalizada y multitudinaria de refugiados internacionales del siglo xxi. Por su parte, en «La experiencia concentracionaria del exilio republicano en el teatro español contemporáneo», Antonia Amo Sánchez, al tiempo que plantea la eficaz división entre plutones (los testigos oculares directos) y orfeos (quienes muchas décadas después acceden al «infierno» mediante la historiografía y los materiales testimoniales), realiza un repaso comparativo del corpus teatral español de temática concentracionaria centrado en la experiencia del internamiento y deportación de los republicanos españoles con el objetivo de abordar una serie de interrogantes. ¿Qué lenguajes dramatúrgicos e intermediales emplean los dramaturgos «testigos» y los dramaturgos «legatarios»? ¿Cómo se caracteriza la escritura teatral concebida desde la experiencia traumática respecto a la escritura distanciada? ¿Por qué el teatro de los «legatarios» surge de una herencia errante, compensada por una ingente labor documental? Las transiciones, mediaciones y transmisiones de lenguajes, memorias y documentos en estas dramaturgias corroboran la fuerza y capacidad de estos legados en los imaginarios políticos y culturales de nuestro tiempo.
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Las preguntas planteadas por Amo Sánchez presiden el ensayo «Exponer el yo para la reconstrucción memorial. Testimonio y experiencia en el teatro concentracionario español» de Alba Saura Clares, quien se centra en dos representaciones teatrales contemporáneas sobre la experiencia vivida por deportados españoles en campos de concentración durante el Holocausto: J’attendrai (2014) de José Ramón Fernández, estrenada en 2020 en los escenarios españoles, y Mauthausen. La voz de mi abuelo de Pilar G. Almansa (2018), presente en la cartelera madrileña en el momento en que se escriben estas páginas. Saura Clares analiza las estrategias utilizadas en ambas propuestas para la recuperación de la memoria: el trabajo con los documentos históricos y el material testimonial, la propuesta pedagógica para el legado a las nuevas generaciones y la exposición de la voz de los artistas en las propias obras, hecho intensificado por el vínculo afectivo que establecen con los protagonistas de la historia, perceptible en las reflexiones sobre el proceso dramatúrgico de Fernández y en la relación de la actriz Inma González con los hechos como nieta de Manuel Díaz, deportado a Mauthausen. Finalmente, cierra este conjunto de ensayos Adan Kovacsis, escritor y traductor del húngaro y del alemán que ha llevado a cabo una fundamental labor de traducción, difusión y estudio del premio Nobel 2002 Imre Kertész, superviviente de los campos de Auschwitz, Buchenwald y Zeitz. Autor de una obra que ha obtenido una notable repercusión en el ámbito hispanohablante, su nombre surge en repetidas ocasiones en los trabajos que conforman este libro como prueba de esa mirada transnacional en la que confluye asimismo el exilio republicano de 1939. En su texto «El legado de Imre Kertész», Adan Kovacsis recorre algunos de los puntos esenciales del legado de esta figura central de la literatura concentracionaria: la decisión por la expresión literaria; el análisis riguroso de los mecanismos del totalitarismo, con especial atención al papel del individuo en el interior de dichos mecanismos; así como su consideración del Holocausto como cultura, como fuente de creatividad estética y ética. El cierre de este conjunto de ensayos con la figura de Kertész resulta especialmente iluminador de las problemáticas, los conflictos con las memorias y los modos de articulación en nuestro presente de
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los legados de las literaturas concentracionarias en los que se insertan las particulares memorias y patrimonios del corpus concentracionario derivado del exilio republicano español de 1939, tanto de sus protagonistas y testigos directos como de sus herederos intelectuales, artísticos, generacionales y sociales. Ochenta años después del inicio de este exilio, sus experiencias, sus testimonios, sus representaciones culturales (pasadas y presentes) siguen interpelándonos con igual necesidad y reclaman nuestra exigencia memorialística, afectiva y crítica hacia estos episodios fundamentales de nuestra historia.
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Perspectivas transnacionales en los campos de concentración franceses
José María Naharro-Calderón University of Maryland
Las perspectivas que aportan testimonios de internados en campos de concentración franceses en los alrededores de la Segunda Guerra Mundial, procedentes de una variedad de naciones y luego emigrados a diversas latitudes, en un incipiente contexto de solidaridades transnacionales, nos pueden ayudar a comprender el deterioro en derechos humanos y falta de protección a los asilados que se generó en el Estado francés, el cual había firmado, junto a otros cinco, el primer protocolo sobre refugiados en 19331. La incidencia y/o ineficacia de organismos
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Convention relative au statut international des réfugiés (Ginebra, 28 de octubre de 1933), firmada originalmente por Bélgica, Bulgaria, Egipto, Francia y Noruega que prolongaba acuerdos ya establecidos en Ginebra en 1922 (Office français de proctection des réfugiés et apatrides).
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ad hoc sensibles a criterios de clase, prestigio cultural o peligro étnico para la diversa suerte de estos testigos, apuntará, no obstante, a la aceleración del transnacionalismo: «sustained ties of persons, networks, and organizations across multiple nations states, ranging from little to highly institutionalized forms» (Bauböck y Faist 2010: 267). Ante el auge de los totalitarismos durante el periodo de entreguerras, los campos franceses representaron un intento de regimentar el caleidoscopio político-cultural transnacional de las diásporas antifascistas que retaban el estrecho marco de la tradición occidental francesa, contagiada ya por un protofascismo estudiado por Zeev Sternhell2. En este trabajo, me interesaré sobre todo por los testimonios de cinco voces, social y transnacionalmente divergentes. La del naturalizado argentino en 1939 y posteriormente estadounidense en 1953, y asesor de nacionalidad alemana para la Embajada francesa en Berlín hasta 1935, Bruno Weil, internado en el campo de concentración de Le Vernet d’Ariège entre junio y noviembre de 1939. La memoria de un hijo de emigrados españoles a la Argentina, Luis Casas, el cual participará en la contienda civil española, será víctima del internamiento en Francia en diversos campos, y luego permanecerá largos años tras la liberación en la república francesa, antes de su repatriación a la Argentina en 1949. La autobiografía del activista alemán, y luego renegado comunista, Gustav Regler, comisario de la 12.ª Brigada internacional, emigrado a Estados Unidos en mayo de 1940 y luego a México, amigo de Arthur Koestler, y como él, internado en Le Vernet d’Ariège. La del fotógrafo dadaísta-surrealista para Vogue, Harper’s Bazaar y Life, Erwin Blumenfeld, nacido alemán, residente holandés (1919-1935)
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«A system of Geo cultural configurations (the ‘Great Powers’ and ‘their Empires’) that had become fragmented within Europe to the point of denying a common Western identity, and that were imperially expansive elsewhere [fue retado por una] fusion of the apparently flashing doctrines of the reactionary nationalism of Charles Maurras and the revolutionary syndicalism led by Georges Sorel […]. What these poles had in common was a revulsion against the enlightenment and nineteenth-century bourgeois values already decried by Nietzsche: universalism, individualism, progress, natural rights, equality, parliamentary democracy, and the like» (Foster y Froman 2002: 3 y 53).
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y luego parisino hasta 1939, para ser huésped de campos como Le Vernet en 1940, y finalmente acogido en Estados Unidos a partir de 1941. Dichos testimonios serán contrastados con el de un español, Manel Velilla Aznar (Zaragoza, 22 de agosto de 1916-Barcelona, 23 de febrero de 2019), cuyos contactos paternos en Francia anteriores a la retirada de los republicanos de las Españas en 1939, y por ello ajenos a las redes bilaterales del SERE y JARE con México y terceros países3, tampoco impedirían su deportación a Le Vernet d’Ariège donde ocuparía una posición privilegiada al servicio forzado de los guardianes, y de relación entre diversos concentrados transnacionales del campo, notablemente, Gustav Regler. Manel y su hermano Francesc, asignados a la cocina y cantina de los policías del recinto, serían luego víctimas motu proprio de la inseguridad jurídica fomentada por las autoridades francesas que empujaban a muchos españoles al regreso al Estado franquista donde les esperaba una represión aún mayor, mientras miembros de su familia emigrados a Estados Unidos prestaban oídos sordos a sus peticiones transnacionales4.
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«Cuando, en el mes de febrero de 1939, ya casi terminada la guerra, pasaron a Francia casi 500 000 españoles, entre ellos, nos encontrábamos mi hermano Francisco, un amigo y yo. Con mucha suerte, una gran dosis de inconsciencia juvenil, y buena gente, que en todas partes las hay, pudimos eludir que nos internaran en las playas de Argel[è]s, Barcarès, o Saint[-]C[y]prien, y con la ayuda de un íntimo amigo de nuestro padre, que residía en Nantes, pudimos, porque respondió por nosotros, trasladarnos hasta allí» (Velilla Aznar 2002). También haré referencias a otros dos concentrados en Le Vernet: Bruno Frei, periodista comunista de origen austriaco luego emigrado a México, y el escritor naturalizado español de origen franco-germano y familia judía no practicante, Max Aub. Aunque exista un abundante archivo de placas fotográficas de vidrio del campo de Le Vernet d’Ariège, no ha aparecido el correspondiente listado que las identifique. Linda Ferrer Roca realizó un sutil ensayo cinematográfico sobre el entorno de aquellas placas: Photographies d’un camp. Le Vernet d’Ariège. En una de ellas, tomada por un comisario del campo de tendencia progresista, Cazals, Florencio Valerio Espina, que oficiaba de camarero en la cantina de oficiales (de pie con chaqueta blanca), identifica a algunos de los retratados, entre los que esboza una sonrisa crispada, Manel Velilla Aznar (con bigote y camisa oscura), junto a su hermano Francesc (a su izquierda con boina) (Photographies d’un camp 1997: 27’:41). En una segunda foto que me cedió Florencio Valerio Espina, Manel
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El caso de Bruno Weil es destacable ya que su familia poseía más de trescientos años de arraigo en la zona transfronteriza alsaciana (Weil 1941: 209)5. Este había nacido en 1883 en la ciudad de Metz (Lorena) durante la época de la anexión alemana bajo el káiser Guillermo II. Como Max Aub, otro internado en el campo de Le Vernet, expulsado de Francia durante la Primera Guerra Mundial, se trata de otro ciudadano de origen judío, «durante más de 15 años […] abogado y asesor letrado del gobierno francés y de la Embajada francesa en Berlín» (Weil 1941: 28). Antes de su internamiento, se encontraba de regreso en territorio francés desde la Argentina para proseguir su asesoría en favor de Francia. Y ello, a pesar de que tras una militancia judía no-sionista iniciada en la Metz de su nacimiento, Weil y los suyos hubieran sufrido la requisa de sus posesiones en aquella ciudad y Estrasburgo, y su obligado desplazamiento a Berlín, al final del primer conflicto mundial. Lo mismo le ocurriría de nuevo a manos de los nazis, ocupantes en 1940 de su domicilio parisino, tras haberse refugiado allí en 1935 ante la evidencia de las políticas totalitarias de la Alemania nazi. Pero a este polifacético intelectual y político que militó en el Partido Democrático Alemán, Francia le negó entonces, como a tantos otros (Arendt 1951), la nacionalidad francesa, a pesar de sus antecedentes y sus importantes contactos locales que llegaban hasta al efímero presidente de la Tercera República, Alexandre Millerand (Oliveira-Cézar 2020). Esto explica que su testimonio sea doblemente valioso, al proceder de una persona de las altas esferas socioculturales a caballo del universo franco-germano y haber creído lo que el propio Aub remarcaba en 1959, en línea con la crítica de Camus en «Sommes-nous des pessimistes?» de 1946. Por un lado, que Francia pretendía mantener todavía un horizonte de árbitro y faro internacional basado en su apogeo cultural,
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Velilla aparece en cuclillas a la izquierda, con su hermano, de pie y con boina, Cazals en el centro con tirantes, y Valerio a su derecha. Posteriormente, entre las placas antropométricas policiales, logré identificar la n.º 138 que corresponde a Manel Velilla Aznar, de perfil y de frente. Tenía entonces 22 años y su hermano 24. Según el genealogista Klaus Mayer, existen ya rastros de los Weil en el Bajo Rin (norte de Alsacia) desde 1632 (Oliveira-Cézar 2020).
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a pesar de que su administración estuviera gangrenada por la reacción6. Por ello, Weil autocriticaba desde el inicio de sus reflexiones su incapacidad para haber atisbado la arbitrariedad totalitaria que se escondía tras la pátina de tolerancia entre las esferas de poder ilustrado y cultural, la cual había quedado encerrada por las alambradas. En este libro voy a mostrar un aspecto de Francia, en donde la palabra cultura no vale nada; más aún, en donde la incultura reina despóticamente y bajo su forma más repugnante. Nunca quise creer lo que muchos amigos y hasta mi propia esposa me habían dicho a menudo: que habiéndome llevado la vida y la profesión a ponerme en contacto con personas de nivel más elevado, o sea, con los dirigentes políticos, espirituales, culturales
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«Los observadores extranjeros, seducidos por la prensa francesa más inteligente (v. gr. Le Monde, L’Express —que vino a tener en los medios intelectuales de esta posguerra la influencia adquirida por la NRF en la anterior—, Combat, France, Observateur), supusieron que [el partido radical-socialista] representaba una auténtica fuerza política. Los intelectuales de “izquierda” franceses que constituyeron, durante 50 años, el emblema de su política han dejado de contar. Callan. No saben qué decir, “descanteados”, como decimos. (La palabra es perfecta, con su impresión de inseguridad, de sorpresa, de ya no valer “tanto” como suponían; de pronto en el vacío) […]. Hoy día la Administración tanto civil como militar es reaccionaria, seguramente por el hecho de su larga inmovilidad. Es la razón profunda de la impotencia a que vino el parlamentarismo, máscara del gobierno fuese el que fuera. Cambiaban los ministerios, pero permanecía la “gran administración”: los directores de los ministerios clave —Hacienda, Guerra, Relaciones Exteriores— imponían, en gran parte, la política que les parecía mejor, teniendo en menos a los ministerios intercurrentes. La detención de Ben Bella y otros jefes argelinos, realizada a espaldas del gobierno, en contra de toda ley, fue un ejemplo palpable de este hecho. La presencia del general De Gaulle ha dado un cariz especial a esta manera de gobernar» (Aub 2007: 616, 624). «Nous pouvons attendre pour un temps que le monde continue entre les mains de ceux qui n’ont pas d’imagination; de ceux qui veulent préserver ce qui ne peut plus être préservé, qui veulent détruire ce qui ne peut jamais être détruit. Entre les mains de ceux qui mentent et de ceux qui obligent les autres à mentir, entre les mains des fonctionnaires et des policiers. Et si cela continue, un jour sera balayé par ceux qui tuent et qui trouvent facile d’être des tueurs. C’est logique. Mais il est aussi logique pour nous de continuer à défendre, contre les assauts des aveugles et des cupides, ces choses dignes de la défense de l’homme» (Camus 2017: 65). Para Aub y Camus, ver Naharro-Calderón (2020).
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José María Naharro-Calderón y sociales de los destinos de Francia, mucho se me había escapado de la vida y modalidades de las clases humildes (Weil 1941: 5).
En su diario, las revelaciones de Weil parecerían asumir una postura reminiscente de Joseph K en El proceso de Kafka, justificadora inicialmente de una desviación y/o error individual para el encierro7. «El destino de la arbitrariedad de un funcionario cualquiera, me ha condenado a conocer al pueblo francés también del otro lado. Describiré aquí este mundo triste y sombrío» (Weil 1941: 5). Así pasará de la opacidad a la revelación, de la tiniebla a la claridad, del desconocimiento a la anagnórisis. La peripecia concentracionaria le servirá para reconocer al final el problema estructural del sistema democrático, la endeble armazón de los derechos de los refugiados, unidos al cambio de paradigma totalitario, y su «despedida dolorosa» no solo evocará la suerte de sus compañeros aherrojados sino las dificultades para ayudar a Francia y aliados en la «causa [para] el destino de todos nosotros» (Weil 1941: 209), en una postura de compromiso transnacional. Para la escritura de su diario toma dos precauciones: la de su publicación en Argentina tras su repatriación —empezado en el campo de Le Vernet en junio de 1940, terminado en Buenos Aires en septiembre de 1941 (Weil 1941: 7)— y la de ocultar el nombre de los concentrados, otra estrategia que utilizó Max Aub y otros testigos de los campos (Aub 2008a, 2008b; Naharro-Calderón 2017)8. Pero todavía
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«Es como si en las tinieblas de nuestra existencia una mano cargada de desventuras se levantara contra nosotros, una mano que no vemos, de la que no podemos defendernos y que no cesa de castigarnos» (Weil, 1941: 25). Se trata de la misma reacción de tantos concentrados como en el caso de Manel Velilla Aznar: «Nosotros cuando llegamos recuerdo que los que estaban allí, no había apenas ningún español en aquel barracón, nos dijeron… les dijimos nosotros que se habían equivocado, que estaríamos allí solamente unos días, porque no podía ser, y ellos nos contestaron que con ellos también se habían equivocado y ya llevaban allí cuatro o cinco meses» (2002; el subrayado es mío). Ver también Naharro-Calderón (2017: 175). «De todo lo que he apuntado en el campo he debido cambiar muy poco. Lo personal lo he tachado. No me considero autorizado para citar nombres de mis compatriotas y los he substituido por otros ficticios. Muchos de ellos languidecen
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cree en la posibilidad del derecho para luchar contra el atropello de las libertades gracias a la atalaya de seguridad que pensaba conservaba cierta razón ilustrada: «Se trata de acabar con un reto insoportable: de arrancar un miembro gangrenado y poner término a la afrenta de los campos de concentración» (Weil 1941: 6)9. Este sentimiento crece ante la diversidad transnacional de ciudadanos urbi et orbe encerrados en un campo como Le Vernet d’Ariège, una especie de asamblea internacional concentracionaria. «La barraca es un cuadro en miniatura del campo. Niños de 17 hasta hombres muy entrados en los 60 años, obreros y académicos, comerciantes e industriales, políticos e intelectuales. Toda profesión, todo temperamento se hallan aquí representados. La misma mezcla en cuanto a nacionalidades. Una liga de naciones en pequeño» (Weil 1941: 121). Parecida reacción tiene Regler al apagar la luz de la barraca cada noche: «I passed down the center of the hut, and being answered in a dozen languages, I thought of Europe» (Regler 1959: 336). En ese mismo sentido, un joven como Manel Velilla Aznar, desprovisto de estudios superiores, pero armado de una destacable inteligencia social y práctica, advirtió que Le Vernet se había convertido para él en la mejor universidad de la vida, al evocar, entre otros, al que les saludaba todas las noches. El jefe de nuestro barracón se llamaba Gustav Regler, era un alemán que había sido jefe y comisario de las Brigadas Internacionales en España10. Gustav Regler, todos sabíamos que mantenía correspondencia con Ms. Roosevelt, pero… tardaron varios meses hasta que… pudieron liberarle para que fuese a los Estados Unidos antes de que le pillaran sus compatriotas11. Yo
todavía en este u otros campos de concentración de Francia o África» (Weil 1941: 6). 9 «A mis camaradas del Campo de Le Vernet, a todos los internados en los campos franceses, a los cientos de miles que sufren en todas partes del mundo donde se han erigido como la invención más infame del siglo xx los campos de concentración, les envío este saludo, la expresión de mis simpatías por su destino, junto con la promesa de no cejar en mi lucha por su libertad» (Weil 1941: 7). 10 «I was elected spokesman for my hut, number 33» (Regler 1959: 333). 11 Liberado gracias a que el ministro del interior francés, Georges Mandel, admiraba al juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos de origen austriaco,
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José María Naharro-Calderón hice muy buenos amigos en el barracón [… Zinger?], con el que vivimos en aquel barracón bastante tiempo, hasta que tuvo lugar el armisticio, era un polaco, residente en Francia desde hacía muchos años. Su fotografía y biografía estaba en el Who is Who francés. Estaba también allí el duque de Toledo, un aristócrata español al que detuvieron cuando estaba haciendo una cura de aguas en Vichy. El doctor Martin, médico de la familia real belga y varios otros. Y yo ya me quedé prácticamente solo, de todos los amigos que había hecho, que por cierto eran gente muy bien… yo no sé porque [sic] aceptaban mi amistad porque yo solo tenía 22 años y ellos eran ya bastante mayores que yo. En el barracón nuestro había también, que se me olvidó, muchos rusos blancos, entre ellos un tal Kunitzky, que era una enciclopedia viviente. Podías preguntarle todo12.
También funcionó una errática amalgama de desesperación circunstancial dentro de una lógica concentracionaria de chivo expiatorio (Girard 1982) en campos como Le Vernet d’Ariège, en el que hasta la llegada de las comisiones ítalo-alemanas de depuración y represión tras la debacle de mayo-junio de 1940, convivirían, velis, nolis, sujetos de ideologías enfrentadas reunidos a la fuerza por una teórica nacionalidad, extranjería, etnicidad o biografía análogas. Entre ellos, antifascistas sobrevivientes de la Guerra Civil española frente a aquellos que habían negociado con armas para precipitar su derrota: «But presently we came to understand that it was not due solely to accident that we who had fought in Spain were confined in the same camp with arms-profiteers. We thought we knew why the French Government was imitating Nazi anti-Semitism and sending along Jews by the truckload. Scape goats were needed» (Regler 1959: 337).
Félix Frankfurter, el cual había recibido a Regler en 1939. «In addition to this, Hemingway, Lady Willert, Mrs. Eleanor Roosevelt, and Martha Gellhorn had intervened on my behalf» (Regler 1951: 352). 12 Regler se refiere a Kunitzky, abogado berlinés, miembro de la antigua nobleza alemana y exoficial del ejército prusiano, y a Dzelepis, erudito diplomático griego, condecorado con la Legión de Honor (Regler 1959: 336-337 y ss.). Casas evoca la figura de un Ghandi transnacional, el tropológico Dr. Nicolás Capo, nacido italiano, emigrado a Uruguay y trasladado a Barcelona (Casas s.f.: 290).
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Ilustración 1. De izq. a der., de pie: Florencio Valerio Espina, que oficiaba de camarero en la cantina de oficiales (con chaqueta blanca), junto a Francesc Velilla Aznar (con boina) y Manel Velilla Aznar (con bigote y camisa oscura) (Photographies d’un camp 1997: 27’: 41). En una segunda foto que me cedió Florencio Valerio Espina, Manel Velilla Aznar aparece en cuclillas a la izquierda, con su hermano, de pie y con boina, Cazals en el centro con tirantes, y Valerio a su derecha.
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A su vez, hubo facciones antifascistas enfrentadas (comunistas, anarquistas) que llevaron a exclusiones, purgas, denuncias y enfrentamientos entre sí y que tras la guerra prolongaría cierto asociacionismo de la indignidad entre la memoria13. Así, tanto Regler como Max Aub (1999, 2008a, 2008b) denuncian a la aristocracia comunista que aquel compara a Quijotes de la ortodoxia estalinista y la «preservación de los cuadros», supuestos defensores de un menesteroso sanchopancismo proletario internacional, al que juzgaban implacablemente entre el hedor de las letrinas: cualquier sospechoso de desviacionismo era lanzado por la borda lejos del paraíso revolucionario entre las alambradas. La dureza de la experiencia en los campos de concentración franceses, a veces minimizada por estudios revisionistas, es abiertamente remarcada por la escritura y testimonio de estos internados14. Regler, en particular, a través de la mirada al estilo de un demiurgo Gulliver en Lilliput, o del cuervo Jacobo, testigo real de la cruel cotidianidad de un campo como Le Vernet15, lo compara a un cementerio en vida, en el que eventualmente se producían actos liberadores de segundo grado que llevaban a algunos concentrados a otra existencia definitiva y restauradoramente más digna en el cementerio adyacente al campo: Vernet was an eerie cemetery. The huts stood like great coffins on the plain. Every morning the dead crept out of their graves to form up in rigid squares, a pathetic soldiery, and then, under the orders of uniformed men, went about the work of clearing paths, digging drains, stopping up rat-holes, burning foul straw and cleaning their coffins. It was a busy
13 Para muchos sobrevivientes antifascistas, los campos representaron una fuente de identidad y de reconocimiento que no desaparecería en toda su existencia. Fomentada a posteriori por las Amicales, los conflictos ideológicos dentro de las alambradas se trasladaron a aquellas, por ejemplo, como extensión de los enfrentamientos en el campo republicano en torno a la Guerra Civil española (Naharro-Calderón 2015). 14 Ver Naharro-Calderón (2017, 2020). 15 «The raven, Jacob, which one of the prisoners had tamed […] spread it’s wings and flew to the top of one of the poppers, thence to take a bird’s-eye view of our dirty work» (Regler 1959: 338, 339).
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Perspectivas transnacionales en los campos de concentración 49 scene, as though someone had taken the lid off a churchyard to watch the dead at their squalid employments. But sometimes one of the dead, unable to endure the cemetery, would kill himself a second time. When we cut him down from the beam from which he hung we had a feeling of picking a ripe fruit, and we felt something like envy when we laid him to rest in the real cemetery of the camp. Everything, the box and the empty grave, had a look of dignity, privacy, cleanliness and even homeliness. Death restored men’s private lives. A man was by himself again (Regler 1959: 334)16.
En el testimonio de Casas, también encontramos afirmaciones que confirman las causas de las muertes de los refugiados republicanos españoles en la concentración en Francia. Frío, hambre, deterioro anterior por tres años de conflicto, y la arenitis (Amieva 2010), o la depresión por el encierro que llevó a tantos sin redes de apoyo a abandonarse completamente: «[…] y en parte, se podría decir que algunos perdieron la vida por abandono, es decir que se trataba de gente que al encontrarse solos, no tenían valor para afrontar aquella situación (Casas s.f.: 229). Pero también apunta a la inutilidad de querer crear algún tipo de taxonomía concentracionaria de las muertes basada en una cuantificación imposible para la frialdad de la estadística. Por ejemplo, en los primeros campos de las playas del sur de Francia, para los republicanos exiliados de las Españas, no se ha podido establecer una cifra definitiva de fallecidos y/o desaparecidos, entre los restos de aquel ejército derrotado, hambriento, enfermo física y psicológicamente, encerrado en condiciones de improvisación y de falta de protección material de todo tipo. «Puedo decir sin temor a equivocarme que las ambulancias, en los primeros meses de vivir en esas condiciones, salían todos los días con cinco o seis muertos. La mayoría, se constató, era por hambre, y los otros por el frío» (Casas s.f.: 229).
16 Es la mirada ante la desolación que se abría sine die para los deportados: «el panorama que se presentó ante nuestros ojos era desolador. El campo de Vernet estaba cubierto totalmente por la nieve, y no se veían más que grupos o formaciones de internados que con un pico y una pala a la espalda marchaban a hacer su trabajo» (Velilla Aznar 2002).
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A su vez, su testimonio es destacable por diferentes motivos. Primero, porque en apariencia solo buscaría reconciliar sus recuerdos consigo mismo, dado que su texto tiene una muy limitada distribución. La edición debió correr por cuenta del autor y estas memorias sufrieron tres reescrituras, al tener que destruir un primer borrador empezado en el campo de Le Barcarès, y así evitar que cayera en manos de los nazis en la Francia ocupada17. Se trata de una narración sin pretensiones estéticas o ensayísticas, a cargo de un testigo con lucidez vital y transnacional, aunque atento a la posible sutileza contextual de sus receptores sine die: explicación de lo que era el subte madrileño, el metro, o preferencia por los argentinismos pucho o papas, en un relato léxicamente más cercano al español ibérico. Nos cuenta, pero sin dar mayores detalles, que, tras su nacimiento en Argentina, había residido en España desde su niñez hasta la Guerra Civil. Su familia directa, evacuada de Madrid a Valencia (padre) y Torroja del Priorato (madre y hermanas) en la provincia de Tarragona, la perdería tras la contienda española, y solo se reencontraría con un país de nacimiento, pero desconocido para él como Argentina, hasta diez años tras su entrada en campos de concentración en Francia en 1939. En el momento del reagrupamiento de aquellos extranjeros transnacionales en el campo de Argelès-sur-Mer, camino de Barcarès, remarca que «se encontraban en la misma situación que yo, residentes desde niños en España [o que ] aquel argentino […] por su forma de expresarse, se notaba que era uno de Cataluña» (Casas s.f.: 244). Mientras, para mitigar circunstancias del encierro, utilizan antídotos de la imaginación para soñar con familias y tierras de ultramar: «Cada uno, [sic] contaba con la familia que teníamos en esta bendita tierra [y] empezábamos a quererla, sin conocerla» (Casas s.f.: 252).
17 «Aquel borrador lo tuve que quemar, cuando nos evadimos de la compañía de trabajo de Romorantin. No obstante, me ha valido mucho poder reconstruirlas mediante apuntes, que de estas Memorias, escribí en 1951-52 y que, gracias a todo lo que dicen esos años, me fue más factible poder compaginar todos mis recuerdos […]. Esta es la tercera vez que me dispongo a escribir estas memorias y ahora creo que lo lograré» (Casas s.f.: 347, 227).
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El itinerario memorioso de Casas es el habitual para tantos sobrevivientes de aquel conflicto18. De los momentos de exaltación durante los primeros meses revolucionarios, a los días del Ejército Popular de la República y las tensiones entre anarcosindicalistas y comunistas, a las anécdotas de la retaguardia hasta la Retirada, los campos de concentración de la playa, Gurs y las condiciones denigrantes, las Compañías de Trabajo, la huida ante el avance nazi hasta Burdeos desde donde esperaba emigrar gracias a la cooperación del consulado argentino, su subsistencia como obrero colaborador de la máquina alemana de ocupación que también explotaba a marroquíes concentrados, y finalmente, la Resistencia en Las Landas y Marsella hasta la ansiada repatriación. A veces se fija en pequeños detalles que humanizan la experiencia por el reconocimiento épico del adversario, pero que destacan el desencuentro que se había afianzado en la rivalidad franco-germana. Protegidos en Burdeos en su manutención por un oficial alemán que manejaba el español, probablemente, un antiguo de la Legión Cóndor, «llegó a decirnos que los españoles fueron caballeros y valientes en la lucha de España. Y aunque ustedes son argentinos, agregó, tiene las mismas costumbres; pero los franceses, siempre fueron unos traidores y unos cobardes» (Casas s.f.: 351)19. Algunos otros episodios deben destacarse. El del entusiasmo heroico del pueblo que detuvo la rebelión del 18-19 de julio en el Cuartel de la Montaña de Madrid: «No puedo olvidar este recuerdo que me tocó vivir: tratando de afianzarme en lo alto de la tapia, al oír hacia la derecha un grito desgarrador, el cuadro que vieron mis ojos fue
18 Sánchez Zapatero señala que «los textos concentracionarios coinciden, más allá de su carácter autobiográfico y en la condición de supervivientes de sus autores, en la utilización de los mismos esquemas argumentales —basados, grosso modo, en la adecuación a un esquema narrativo que va desgranando el progresivo proceso de deshumanización sufrido en los campos, como si se tratara de una inversión del clásico modelo del bildungsroman—» (2019: 434). 19 Esta perspectiva ayuda a recontextualizar la irresponsabilidad de los ataques populistas contra la actual Unión Europea, fomentada para evitar conflictos como aquel.
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inolvidable. Muchacho más joven que yo pues apenas tendría 20 años, puso sus manos en el pecho y al grito de —¡Madre mía!, lo vi desplomarse» (Casas s.f.: 13). Por otro lado, Casas, militante de la CNT, cuenta como ambos lados perpetraban asesinatos incontrolados en el Madrid de finales de 1936: paseos y pacos. También hace esfuerzos por unificar en su discurso el campo gubernamental republicano, y declara haber aceptado sin mayor controversia, a pesar de su ascendencia anarcosindicalista, el decreto de unificación para conformar el Ejército Popular: «La caravana que había salido de Cuatro Caminos se rehízo y se puso en marcha, llevando siempre a la cabeza, la bandera de la República, único estandarte que en aquellos momentos se respetaba. Es digno de señalar que si así como al principio se reconocía una sola bandera, si hubiéramos seguido sólo con ella, otra cosa hubiera resultado, en el campo internacional» (Casas s.f.: 15). De sus enfrentamientos con los mandos comunistas que impidieron su ascenso y destino en una batería de artillería del cuerpo de carabineros, el autor nos desvela que aquella arbitrariedad le salvó la vida tres veces. El caso es que yo había ingresado a los Carabineros con la intención de hacerme cargo de la pieza de artillería que fuera destruida aquella madrugada; de modo que si mi intención se hubiera concretado, ahora yo no estaría escribiendo estas mis Memorias […] estaba como predestinado a seguir siendo siempre Carabinero, por obra y gracia de no comulgar con las ideas del Partido Comunista (Casas s.f.: 199 y 174-175).
Finalmente en la retaguardia, en la Escuela de Clases para oficiales del Ejército de la República en Castellón y luego en el castillo de Figueras, Casas cuenta la visita de Robert Attlee y contrasta desde la enunciación las mentiras del enunciado. El futuro jefe laborista nada hizo por la suerte republicana (según también lo recordaría Max Aub en Hablo como hombre): «“Si en Inglaterra triunfa el Laborismo, en las próximas elecciones, tengan la seguridad de que en España ondeará la bandera de la República Española”. Resumen: el Laborismo (socialismo) inglés ganó las elecciones; la República perdió la guerra» (Casas s.f.: 199).
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Rechazada por el protagonista su posible retirada con los Brigadistas Internacionales —«mi más absoluta disconformidad, ya que desde muy niño había vivido en ese país […] aquí en España me siento tan español como cualquier español» (Casas, s.f.: 204)—, custodiará y ayudará a la evacuación del mítico tesoro republicano desde Figueras a la frontera, donde se habría perdido el mítico séptimo camión de la Vajol (Montellà 2007). Se enfrenta entonces a la Retirada y el exilio en los campos de Francia, entre las escenas de guerra total a través de los bombardeos sobre refugiados itinerantes: Se presentó una formación de bombarderos acompañados de varios cazas e inmediatamente, desde cinco de los bombarderos, se desprendió su carga de bombas que fueron a estallar entre la masa de la población civil indefensa, con la exclusiva intención de provocar víctimas y crear caos, pues militarmente hablando, bien sabía el Estado Mayor de Franco que al [sic] ejército republicano en retirada, dada sus condiciones, ya no estaba en situación de iniciar ni siquiera acciones de defensa. En una palabra, fue un crimen más. Las bombas llevaban el deseo de matar a quienes sólo querían vivir en libertad, sin yugos ni caudillos, se bombardeó y ametralló a un pueblo desarmado, solamente por el pecado de querer buscar el camino del exilio antes que permanecer en esclavitud (Casas s.f.: 207).
Bajo la paradójica visión romántica de la luna, se abre el calvario de las arenas de los campos. Así se repite un tipo de imagen en la que lo ordinario natural choca con lo extraordinario cultural. El campo asume así una apariencia de abyecta normalidad: «agua, arena y cielo, sería[n] en adelante, nuestra visión. No podré olvidar que aquella arena del Mediterráneo fue nuestro colchón durante varios meses y por techo, el cielo azul de aquellas costas que tanto nos vieron sufrir [donde] la muerte se enseñoreaba en aquellas magníficas playas del Mediterráneo» (Casas s.f.: 222-223, 232). Es en este apartado de la tragedia cuando Casas no puede esconder las hipérboles del trauma sin solución por parte de los gestores de los
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campos: frío20, hambre e inanición, piojos, pulgas y sarna, cuadros clínicos sin abastecimientos médicos21, hedor y venta de excrementos humanos a los campesinos locales, peleas por recuperar los puchos que abandonaban los visitantes, ahogamientos en las playas de prisioneros que intentaban escapar por mar o simplemente no sabían nadar. A pesar del acecho de la muerte, algunos combatientes preferían lo malo conocido que lo bueno por conocer de la repatriación a España siempre presente y sugerida, por ejemplo, durante la visita a Argelès del mariscal Pétain, al que Casas califica paradójicamente de caballero: Nosotros sabemos que todo aquel que llega a España, de los que estamos en Francia, y sobre todo, los de los campos de concentración, por el hecho de haber salido a defender la República Española, ya tenemos condena; lo meten en compañías de trabajo forzado, como un vulgar delincuente, si usted cree que eso es libertad, piense que es uno de los tantos motivos que tenemos para no querer volver a España, esto lo sabemos por las cartas que recibimos de España (Casas s.f.: 258)22.
20 En Gurs, describe cómo queman las camas y «los troncos que eran el sostén del piso de la barraca» (Casas s.f.: 287). 21 Bruno Weil se encontró con oídos sordos ante la dureza de las condiciones: «Estuve con mis compatriotas ante la comisión formada por dos ministros, procedentes de Vichy, y un senador belga. Hablamos en flamenco. Un intérprete traducía a los oficiales franceses presentes lo que decíamos. Les dije que en este campo había cuatro mil individuos destinados a la muerte, quizá a una muerte lenta, pero segura. He detallado todo lo que hay de malo en Le Vernet. He expuesto planillas y cifras sobre la alimentación, para demostrar cuán insuficiente es la higiene, las condiciones en el hospital, en la cantina, el trato humillante, la situación en las barracas, nada he callado. Pero les dije que lo peor de todo había sido la visita del general francés, que había sido anunciada con mucha solemnidad, con el objeto de inspeccionar, pero que no dirigió ni una sola pregunta a ninguno de los internados, pasó a lo largo de los hombres formados y se fue cargando con toda responsabilidad, sin haber abierto siquiera la boca» (Weil 1941: 84). 22 El teniente coronel del arma de artillería, Alfonso Fernández G. de Luis, que acabó en Bolivia, cercano al general Vicente Rojo reitera: «la moral estaba por los suelos, la mayoría quería irse a sus casas, porque ya empezaron a llegar agentes de la propaganda franquista, les dijeron que aquellos que no tenían delitos de sangre podían volver a España, que eran hermanos y tal y cual. Y millares de
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Solo los sobrevivientes físicamente aptos y en tantos casos favorecidos por la jerarquía republicana (comisarios y jefes), más protegidos por el SERE o la JARE, a pesar de las protestas y generosidad de los propios interesados («los actos de solidaridad entre refugiados, fueron comunes y corrientes»)23, o por los escasos subsidios de organizaciones no gubernamentales transnacionales como los cuáqueros, o sindicales como la argentina FORA, los más resistentes en sus convicciones antifascistas, como Casas, lograron esperar una mejora muy escasa de sus condiciones (desinfecciones, esporádicas duchas), a las que nunca se incorporó una alimentación mínimamente aceptable24. Y esta se reitera en la recolección de todos aquellos sobrevivientes que siempre se referían a una recurrente y atroz escasez. Cuando ya estaba en el campo hubo una huelga… de hambre… porque la gente tenía hambre, y era todo un espectáculo, nada agradable, ver y oír a cinco mil internados, que es de los que se componía el campo, chillando todos a la vez: «Nous avons faim. Nous avons faim!». Yo recuerdo haber visto aquel lituano, que se lo llevaron al calabozo como meneur y cuando volvió estaba totalmente desfigurado, yo no le conocía (Velilla Aznar 2002).
Anecdóticamente, Casas tampoco difiere de lo que relatarán luego Amat-Piniella para Mauthausen, o Velilla Aznar para un campo de
hombres empezaron a salir; salían del campo y los llevaban a la frontera y al otro lado los soldados los llevaban a campos de concentración para ser investigados» (1995: 122-123). 23 Desmentido por Fernández G. de Luis: «había además mucha violencia, se producían peleas por la comida, la ropa […] algunos asesinatos en el campo, no existían letrinas, era un infierno. Solamente los pequeños grupos comunistas que mantenían la lealtad a su partido, seguían haciendo proselitismo» (1995: 123). Un internado en Le Vernet, alemán y desertor, en la sección A de los comunes, explica las dificultades sin red de apoyo, por lo que todo «se pagaba y negociaba: ¡que no me hablen de solidaridad!» (Photographies d’un camp 1997: 47’47). 24 «Y se notaba también la disminución del número de refugiados que regresaban a España. Por ello, el campo parecía más grande de lo que era; pero las raciones de comida siguieron siendo las mismas» (Casas s.f.: 235).
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soldados de trabajadores franquistas en Torelló25. Por ejemplo, algunas prácticas de masa, espejo de un simulacro de cotidianeidad (fútbol y boxeo) que parecían diluir el desfile de un tiempo sin fin, y permitían a los dotados para el deporte mejorar sus posibilidades de sobrevivencia, y así crear unos estratos clasistas que espejeaban los campos como esperpentos de una teórica sociedad igualitaria anterior, mientras los espectadores se alienaban aún más en aquel circensis sive pane26. Así pasábamos los días y muchas tardes viendo jugar al fútbol, mirando los partidos que se hacían entre profesionales, ya que muchos de ellos fueron contratados por entidades deportivas. También de las compañías
25 Para los campos franquistas, ver Hernández de Miguel (2019). 26 «Con imaginación, deshaciéndose de determinados recuerdos, los presos creaban un sucedáneo de existencia en el que todas las pasiones tenían cabida. Se trataba de un mundo con clases sociales perfectamente diferenciadas, acaso más injustas y desiguales que las existentes en el mundo exterior, pues las razones que las determinan no eran la buena conducta ni el mérito personal, la inteligencia ni la laboriosidad ni el valor, sino la suerte, el favoritismo y muy a menudo, las inclinaciones inconfesables. Los buenos, los honrados, eran los primeros en caer. Esta injusticia primaria no era casual, sino que estaba inscrita en el mismo corazón del sistema penitenciario» (Amat-Piniella 2002: 125). «En el cuartel de Torelló había un sargento fanático del fútbol. Y también un alférez. El sargento era extremeño, y andaluz el alférez, que me dio un día una tarjeta que rezaba después de un nombre que he olvidado: “matador de novillos toros”. El sargento de marras me encargaba cada tarde que formara dos equipos para jugar al fútbol. Y había que jugar no solo un partido sino toda la tarde. El sargento se mostraba implacable. Al principio la cosa nos gustaba a todos pero con la alimentación que nos daban y que no había mejorado desde Andalucía, pronto no se pudo resistir tanto fútbol. “Bigotes, fórmame dos equipos y si no quieren jugar, marcaréis el paso toda la tarde”. Era a mí a quien se dirigía llamándome bigotes. El que había podido conservar y que con el pelo siempre rapado al cero resaltaba más. A duras penas y suplicando a los chicos, lograba formar el equipo o equipos. “Vamos al campo, jugamos un rato y luego os sentáis.” Todo era preferible a marcar el paso durante horas como nos había tocado hacer más de una vez. Yo jugaba en la defensa con el alférez torero. El sargento delante. “Y bigotes pasa y bigotes centra”. Debido, creo, a que con lo del fútbol me hice algo popular, el teniente me preguntó si yo sabía algo de trabajos de oficina. Le dije que sí y me enchufó» (Velilla Aznar s.f.: 14).
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Perspectivas transnacionales en los campos de concentración 57 de trabajo que se formalizaron de españoles en el campo, salieron aquellos futbolistas que eran reclamados por clubes de la zona. Los combates de box se hacían desde las seis de la tarde y eran, la verdad, muy buenos, tanto, que muchas veces nos olvidábamos de ir a comer, si algo había para hacerlo (Casas s.f.: 241-242).
El campo también se convierte en un espacio de intercambio más, cuya plusvalía simbólica del encierro permitía a «los amigos o familiares [de] los que hacían la guardia, comprar algo que les satisficiera, como recuerdo de aquel campo de refugiados» (Casas s.f.: 240-241). Así la artesanía de los despojos, el bricolaje del infortunio (Lévi-Strauss 1964) proporcionan a algunos internados una mejor suerte para sobrevivir y comer, donde el intercambio filatélico será moneda de cambio particularmente apreciado, entre desierto espiritual y material, entre encierro y libertad, entre la espera y esperanza de las cartas de petición: Por las mañanas nos dedicábamos a pasear por los lugares que se habían abierto para hacer las exposiciones que verdaderamente eran obras de arte. Aquellos trabajos eran comprados por los amigos o familiares [de los] franceses que hacían la guardia y que los domingos tenían el acceso libre para entrar en el campo […]. Se negociaba y mucho, con unas estampillas especiales que nos entregaban para escribir a nuestros familiares o amistades. Aquellas estampillas tuvieron un gran éxito entre los filatélicos europeos (Casas s.f.: 241)27.
Casas también se extasía ante el ingenio hasta para exponer dioramas infantiles que les permitían saltar las barreras de los encierros, como cuando un concentrado alemán y otro checoeslovaco en Gurs habían logrado hacer circular un tren a pilas de material reciclado28.
27 «Las tarjetas son más escasas que el dinero […]. Zwerg que casi nunca escribe ya había escrito una tarjeta. Con el control se encuentran dos tarjetas con el mismo nombre. El autor de la segunda fue hallado en seguida. Va al calabozo» (Weil 1941: 43 y 55). Para las cartas de petición, ver Adámez Castro (2017). 28 «Con sus vagones hechos con materiales de frascos de leche y de carne envasada, marchaba a pilas y dentro los vagones de pasajeros, se veían las luces» (Casas s.f.: 291).
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Si las condiciones vitales mejorarían relativamente, a veces, en el periodo de las Compañías de Trabajadores Extranjeros, gracias a la intervención puntual de algunos mandos, los detalles de los traslados a otros destinos desde el campo de Le Barcarès hasta el de Gurs donde se concentraron «siempre con hambre y frío» (Casas s.f.: 263) a principios de 1940 de unos 400 internacionales de la Guerra Civil (alemanes, italianos, checoeslovacos, sudamericanos, estadounidenses), o también a la Línea Maginot para Casas, evocan algunas imágenes de deportaciones nazis. En los vagones marcados para 8 chevaux, 40 hommes, asistimos al traslado de bestias humanas, a los que ni se les permitía realizar sus necesidades si no era «en el piso del mismo vagón […] haciendo casi imposible soportar ese olor» (Casas s.f.: 241)29. El tema de la violencia interna y externa en un campo como Le Vernet representa uno de los baremos por los que se puede adscribir sin ambages a una nomenclatura concentracionaria, ratificada por el ministro del Interior, Marcel Peyrouton (Naharro-Calderón 2017: 84). Son múltiples y repetitivos los testimonios que ratifican abusos, palizas, torturas, falta de alimentación, procesos de deshumanización que mantuvieron a los concentrados sometidos a una degradación física y psicológica continua que los acercaba hacia la desesperación, la enfermedad y/o la muerte. Estos excesos no dejan duda, transcritos por múltiples testimonios. Por ejemplo, en el de Manel Velilla Aznar
29 Es iluminador el contraste con las normas internacionales no aplicadas para el tratamiento de prisioneros de guerra, de facto, como podrían haber sido considerados los republicanos españoles internados en los campos franceses tras la Retirada: «Aunque existía una “Convención de Ginebra sobre Tratamiento de Prisioneros de Guerra” (1929) del cual la III.ª República y España eran signatarios, y que fue el que rigió durante la Segunda Guerra Mundial, excepto en el frente del Este (la URSS no era parte en este Convenio, lo que justificó a posteriori a la Wehrmacht cometer las mayores atrocidades) y para el Japón, no se tiene constancia que la III.ª República cumpliera con ninguno de sus artículos en la instalación y administración de los campamentos, tales como alimentación y vestuario adecuados (art. 11), higiene y enfermería (art. 13), inspecciones médicas a los internados (por lo menos una vez al mes), ni atender ninguna queja de los internados respecto del régimen de cautiverio (art. 42)» (Álvarez Cobelas 2019: 212).
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a su llegada al campo el 8 de enero de 1940, por la precisión en el detalle, lo minucioso del dato, lo injustificado en el trato hacia tres jóvenes desubicados: solo por haber sobrevivido fuera de los campos de la playa algunos meses bajo la protección de amistades francesas, hasta su internamiento por parte del prefecto de la Sena Marítima, en venganza hacia aquellos que habían osado contradecir su autoridad. Lo que se implantaba a la entrada de aquel campo era la degradación sistemática de lo humano, la cosificación arbitraria de los individuos, clasificados en categorías y cadahalsos caprichosos (comunes, políticos y sospechosos)30: El sargento de los móviles, que como he dicho, era una especie de King Kong, nos preguntó: «D’où venez-vous? De Nantes?». El amigo Tapiolas, siempre un poco despistado, le dijo al gigante que si podía cerrar la puerta, que hace frío aquí. «Tu as froid? Viens ici», y le largó un puñetazo en plena cara que lo tiró al suelo. Le hizo quitarse los zapatos y descalzo lo puso enfrente, en medio de la puerta abierta, mucho rato. El pobre Tapiolas iba vestido con un traje de verano que su madre le había mandado hacía poco y allí estuvo todo el rato31.
30 Borrones judiciales sin ley ni proceso que luego marcaron la identidad de tantos concentrados como, por ejemplo, Max Aub (2008a, 2008b). Un conde austriaco, representante de hoteles británicos, que había sobrepasado ligeramente su autorización legal de estancia, se encontró también en Le Vernet. «No one could prevent it, since none of the arrests was carried out in legal form. As a result of a technical infringement of passport regulations, he fell victim to French administrative bungling which was later complicated by the German occupation. In fact, he was in trouble for nearly seventeen years. He told me this himself long afterwards, when I met him again in Paris» (Regler 1959: 338). 31 Bruno Frei, periodista comunista nacido en Viena de confesión judía, emigrado a México gracias a Gilberto Bosques (Aub 2008b), repite esta imagen bajo los efectos purificadores de la lluvia: «Les valises furent ouvertes dans la poussière de la route et les poches vidées sous la pluie qui commençait à tomber. On me prit tout ce qui était papier, indifféremment, qu’il fût imprimé, écrit ou vierge […]. Le sol était couvert de papiers, de cravates enlevées à leur propriétaire, de bouteilles d’eau, de dentifrice cassées. Dans la précipitation, beaucoup ne pouvaient pas refermer leur valise et durent traîner leur barda à la vue de tous» (Frei 1975: 30). Y Blumenfeld, entre el ambiente de pagaille, incide en el efecto
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Ilustración 2. Entre las placas antropométricas policiales, logré identificar la n.º 138 que corresponde a Manel Velilla Aznar, de perfil y de frente. Tenía 22 años.
Regler describe a su vez el espacio de los guardias corsos, en el que destacaba el teniente Cons o Combs (Aub 2008a): «[a] place where only blows were dealt, where innocent prisoners were assailed with filthy oaths […] where the tools of the road-mending squad stood about like instruments of torture» (Regler 1959: 346). O Erwin Blumenfeld incide en la deshumanización estudiada por Arendt para apartar y desnudar de su identidad a los concentrados recién llegados a Le Vernet en mayo de 1940:
mimético del chivo expiatorio y de la superación del modelo concentracionario nazi: «Be under no illusions. You filthy spies are here to work yourself to death for France. I’m going to show the Boches what a real concentration camp is like. Anyone who reports sick will automatically get twenty-four hours solitary in a pigsty, without bread or water» (Blumenfeld 1999: 298). Harry Alexander, deportado luego a Djelfa, afirma: «They called it internment camp [Antibes] but don’t you believe it, settlement camp, but don’t you believe it […]. These were concentration camps […] the sense of the word, concentration camps, with all their pitfalls, all their filth, all their dirt, and all their nastiness, and brutality» (Alexander 1995).
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Perspectivas transnacionales en los campos de concentración 61 In broad daylight we all had to strip right there in the street and lineup, naked, behind our things. Inhabitants of Le Vernet walked past without paying any attention to us. While we were each been frisked right down to the prostate for hidden treasures (money, weapons, drugs), a ragged horde of emaciated human monkeys hobbled back into the camp at the double: hollow-eyed skeletons from Brueghel’ Triumph of Death. (Auschwitz Man had not yet been discovered). We stared at them in disbelief. They, who knew that no one got out of there alive, grinned, «Just you wait!» (Blumenfeld 1999: 307).
Además, Velilla Aznar era poco sospechoso de filtrar venganza alguna entre sus recuerdos, al incidir en lo limitado de su punto de vista de testigo, y por el hecho de que gracias a la recomendación de su hermano Francesc, asignado por sus dotes galicistas a la cocina, terminaría por trabajar en el bar de oficiales, y así ayudaría también a la manutención de sus compañeros de la barraca 33 con los botes de sobras de la comida que su hermano y él reintroducían entre las alambradas cada noche. Pero no dejaba de evocar la personalidad sádica de la jerarquía de los torturadores, o la brutalidad y arbitrariedad de sus prácticas, que pudo observar desde su mirador privilegiado entre complicidad con los abusadores y empatía con los abusados. En el campo había une tôle, y por cualquier motivo te mandaban a la tôle tan solo por… si te pillaban jugando a las cartas también te mandaban allí. Recuerdo que allí, yo no estuve nunca, porque yo no cuento más que lo que he vivido, yo había visto salir del calabozo… a bastante gente con la cara totalmente desfigurada, porque los gendarmes y guardias móviles, cuando llegaba el domingo, como no tenían nada que hacer… se iban a pasar el rato al barracón. «D’où es tu, toi?» Podías decir español, italiano, que ellos… tenías que ser de un lado o del otro, o bien rojo, o bien fascista, y no se salvaba nadie de la paliza, y así los había visto ir saliendo de allí (Velilla Aznar 2002: el subrayado es mío).
Blumenfeld, probablemente el más gráfico y surrealista de todos los testimonios, como corresponde a su ojo fotográfico de las vanguardias, describe en su primera noche en el campo la muerte de un internado exterminado a puñetazos: «From above I watched three drunken
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guards send a man tied up in a bunker to eternal rest with blows to the back of his neck. Vive la grande nation!» (Blumenfeld 1999: 309). Por lo anterior, un letrado como Weil, atento a la preservación de los derechos internacionales, comprobó su colapso en un campo como Le Vernet donde se certificaba la inequívoca violación de la Convención de Ginebra de 1933, a la que se habían unido tres Estados más —Checoeslovaquia (antes de su ocupación por los Nazis en 1938), Dinamarca e Irlanda—. Aunque la Convención reconociera el derecho a la no expulsión a terceros países, no comprometía a los países receptores, como tampoco lo hace la vigente de 1951, a la acogida motu propio de refugiados tanto nacionales como apátridas32. Por ello, se abría la puerta al limbo de su estatus jurídico como en el caso de los republicanos exiliados de las Españas a los que no se les otorgaría la condición de refugiados hasta 1945, o bien permitiría el encierro o la expulsión, en particular, de enemigos del Eje nazifascista, tras haber aceptado Francia la cláusula 19 del Armisticio de 1940: «Le Gouvernement français est tenu de livrer sur demande tous les ressortissants allemands désignés par le gouvernement du Reich et qui se trouvent en France, de même que dans les possessions françaises, les
32 «The 1933 Convention Relating to the International Status of Refugees was the first attempt to create a comprehensive legal framework for refugees. It was the first international multilateral treaty to offer refugees legal protection and guarantee their basic civil and economic rights, and was second only to the 1926 Slavery Convention in establishing a voluntary system of international supervision of human rights. The 1933 Convention, which itself drew on earlier precedents of the law of responsibility for injuries to aliens and international protection of national minorities, was a milestone in the protection of refugees. Crucially, it was the first international agreement to guarantee the right to nonrefoulement which, in broad terms, now proscribes the forced direct or indirect removal of a refugee to a country or territory where he or she runs a risk of being exposed to persecution. The right to non-refoulement is considered fundamental to modern international refugee law. Tragically, the 1933 Convention in many ways marked the high watermark of refugee protection between the wars. The 1933 Convention was severely limited in its scope to those groups already considered refugees under the protection of the League of Nations, and was ratified by only eight countries» (Fitzmaurice s.f.).
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colonies, les territoires sous protectorat et sous mandat» (Convention d’Armistice 1940). Además, Weil estaba muy escaldado, por su defensa numantina de los derechos civiles, particularmente de las minorías judías, en la Alemania de Hitler, en la que había llegado a minimizar anteriormente, como tantos, la gravedad de la amenaza del nazismo. Por ello, escribió taxativamente: «No les pued[o] perdonar ni les perdonaré nunca a los franceses habernos arrastrado aquí a éste y a los otros campos, a todos los amigos probados de Francia y enemigos irreconciliables del nazismo, y por mantenernos en esta injusta situación a la fuerza. Y lo peor, que el honor de Francia pudo haberse evitado: violar el sagrado derecho de asilo solemnemente pedido» (Weil 1941: 129). Como posible deportado transnacional tocado por la cláusula 19 —«ciudadano de un país neutral […] detenido en este campo contra todos los derechos internacionales» (16) —, Weil entendía aún más el precedente que significaba romper el principio de non-refoulement acordado en 1933. Sin embargo, la discusión de la arbitrariedad que se podía abatir sobre múltiples concentrados llevaba también a la errónea interpretación desesperada de refugiados transnacionales polacos de confesión judía, que todavía creían poder reivindicar su condición de ciudadanos protegidos por terceros Estados firmantes de la Convención de 1933 como Bélgica, antes que perder todo su patrimonio e identidad33. O bien algunos de nacionalidad alemana, no asumían el amenazante significado —que hasta Weil solo calificaba de «humillación»— de que la primera Comisión de Depuración nazi únicamente se ocupara de separar arios de sus otros. «Es terrible —dice [uno]—: por cuatro años
33 «Los polacos y expolacos judíos que llegaron juntos al campo, se habían empecinado en su condición especialísima y querían pasar como privilegiados porque nadie podría impedirles regresar a sus domicilios de Bélgica. Nosotros, en cambio, sostuvimos que no los dejarían volver, y que asimismo, en el caso de poder hacerlo, se expondrían al peligro más grande. El deseo ardiente de ver a sus mujeres e hijos, de reiniciar su profesión y reconquistar los bienes por lo general precarios que les había procurado el trabajo de toda una generación, eran más fuertes que la lógica y la experiencia que judíos de otros países habían hecho con el sistema hitlerista» (Weil 1941: 82).
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he llevado el mismo uniforme de guerra, cubierto con el casco de la guardia real, he dirigido como capitán de batería y ahora […] judíos a la izquierda, y sin hacer caso de nosotros. He sentido un agudo dolor» (Weil 1941: 117). Weil, miembro privilegiado de la jerarquía judicial y diplomática, cuyo acceso todavía a ciertos comodidades en el campo de Le Vernet se debían a sus relaciones internas, externas y de clase, va desgranando la imposibilidad de mostrar al comandante del campo el antifascismo que les unía a los correligionarios franceses, sin obtener la más mínima concesión, ni siquiera para los apátridas germanos: Todos son iguales. Se trata de prusianos o de alemanes oriundos de Baden o Wurtemberg. Un alemán es siempre un alemán, aun cuando adquiera diez veces otra ciudadanía. Trato de explicar al coronel la situación de los emigrados alemanes, que hicieron de la lucha contra la Alemania nazi el principal objetivo de su vida. Él refuta. Para él todo es lo mismo […]. Usted no logrará convencerme. Un alemán sigue siendo un alemán, con ciudadanía vieja o nueva […]. Yo dije que los sin ciudadanía, que habían perdido su nacionalidad por parte de Alemania, no eran alemanes. Le conté las escenas que el sábado habían tenido lugar cuando varios camaradas declararon que solamente cediendo a la fuerza se presentarían ante la comisión alemana, y le pedí que al menos no hiciera comparecer a los sin ciudadanía cuando los alemanes se presentaran (Weil 1941: 120, 16).
Weil certifica la implacable arbitrariedad a lo Kafka. Y dicho absurdo se va multiplicando según va aumentando la tensión ante la indeterminación de la existencia que lleva a fugas, represiones y muertes en condiciones cada vez más esperpénticas: la de varios polacos, entre ellos uno del campo A, «donde se encuentran los internados con antecedentes judiciales o policiales […] condenado a pagar una multa de dieciséis francos, por una ligera contravención de tráfico, en que incurrió al tomar una calle a contramano, en su bicicleta» (Weil 1941: 162)34. Esto
34 También referido por Regler: «they were bringing back a man who had escaped from one of the camps, leading him by a rope tied around his neck. There were wounds over his temples, and his face was caked with dust; he must have been
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conduce a Weil a una reflexión sobre la responsabilidad y ecuanimidad judicial hasta bajo la nimiedad concentracionaria: También este hecho impone el convencimiento de que no puede seguirse así con los nervios en tensión de los internados, que todo puede temerse si no se aclara nuestro futuro destino. Todos tienen un derecho impostergable de saber si son declarados culpables y condenados; y, si son culpables, de conocer su pena. Pero es una irresponsabilidad ni condenar ni poner en libertad, y siempre despertar nuevas esperanzas y no cumplirlas. También en lo más ínfimo vive un sentido inmanente de justicia. A la larga, no puede ser hollado sin que ocurran catástrofes (Weil 1941: 162).
La ambigüedad del estatus jurídico y/o personal, interpretado a partir de una dicotomía absoluta del bien y del mal por parte de los carceleros en un campo como Le Vernet, adobada por las noticias que llegaban de los prisioneros deportados a los campos del norte de África, llevó hasta los escogidos hermanos Velilla Aznar a preferir una más lesiva vuelta a la España de Franco donde esperaban, para Manel, los campos de Gibraltar y los batallones de castigo de soldados trabajadores de la dictadura. Cuando tuvo lugar la manifestación de los cinco mil hombres gritando que tenían hambre, yo veía a los guardias, gendarmes y móviles que había en el bar, que se estaban preparando para entrar a apaciguarles, y les oía decir «regarde ces salopards» y yo les decía que yo también era un salopard, y ellos me decían que no, y no estaban de acuerdo, y discutíamos, y fue por temor a que… de… como resultado de una de esas discusiones, fuéramos enviados como lo habían sido otros, a Colomb Béchar, a trabajar en la producción del ferrocarril transahariano, que decidimos regresar a España (Velilla Aznar 2002)35.
Si en Mauthausen, los privilegios se establecían por selección arbitraria a través de la estructura de kapos, pero también de forma
knocked down more than once into the filth of the road. He staggered past us empty-eyed like a beast being driven to the slaughter» (1959: 351). 35 Charaudeau (1992) y Naharro-Calderón (2020).
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pragmático-ideológica gracias al control interno que iría pasando de la delincuencia común a los militantes comunistas, en los campos franceses, se barajaba todavía la analogía de las condiciones de clase exteriores, que por ejemplo excluyeron de la repatriación a Casas y otros compañeros durante diez años: «En aquellos tiempos nuestra presencia en campos o compañías de trabajo, importó un comino a los sucesivos gobiernos que desde 1939 hasta el 1949, poco hicieron para mejorar la situación de aquellos que componíamos el grupo de argentinos caídos en desgracia por defender una causa justa y noble» (Casas s.f.: 298). Mientras, la represión y deshumanización hundían sus raíces a partir del momento en que se puso en movimiento la arbitrariedad concentracionaria, es decir, la sistemática repetición de lo que significa apartar, excluir, a ciertos grupos humanos frente a otros. Blumenfeld, acostumbrado por su trabajo fotográfico surrealista a la desconstrucción de las imágenes corporales, también entendió que aquel proceso persecutorio respondía a un intento de purificar el corpus nacional franco-germano de raíz occidental de aquellos elementos diaspóricos que lo perturbaban. Era el anticipo de las dificultades nunca superadas ante los retos transnacionales que acechan hoy, por ejemplo, a las antiguas naciones-Estado cuyos universalismos siguen desestabilizados por incesantes presiones migratorias (Naharro-Calderón 2019). Las alambradas debían perimetrar a métèques como Blumenfeld, focos de infección para el cuerpo nacional, e impedir su acceso a la prejuiciada vacuna de la aculturación para boches, comunistas y judíos, a pesar del contrasentido de una asociación que, además, contaba con cierta solidaridad transnacional. Sin capacidad para la procreación sexual de la nación virtuosa, la estabilidad familiar de aquel métèque no sobrepasaba, según su propio descaro, el nivel de un affaire pasajero: «Paris was my mistress and she had runoff with another man» (Blumenfeld 1999: 290). Francia debía así comportarse como una Marianne-meretriz sin escrúpulos, que habría perdido irreparablemente entre las alambradas sus atributos de Libertad, Igualdad y Fraternidad, mientras dirigía sus miradas incestuosas hacia un regenerador rapto occidental a cargo de un Huno-Hitler. Solo su capacidad para reescribir la
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historia a posteriori la habría permitido reivindicarse entre la falsedad de un relato de vencedores. Now it was a pleasure to lie, legs wide apart and tongue busy, at the victor’s side. Later, after her conqueror had been conquered, the little whore, using the lessons of the brothel, managed to hush up her shame […]. Victors are not called to account. England, Russia and America defeated Hitler. France joined in when it came to gatheringin laurels. A few poor girls who had slept with German soldiers had their head shaved, just as in the movies. The great whore Marianne, who had trampled all over the rights of man, was left intouched (Blumenfeld 1999: 307-308)36.
Así se resquebrajaba la ilusión metafísica de los derechos humanos naturales que Weil buscaba rehabilitar, ejemplificados por Estadosnaciones como Francia y reforzados por la convención internacional de Ginebra. La lucha por las más mínimas garantías jurídicas habría empujado a Weil y su compañera, Gertrude, a regresar durante la guerra a Francia para hundirse en la boca de los campos, tras su primera emigración a la Argentina en noviembre de 1939. Más allá de sus orígenes tricentenarios franco-germanos en Saarlouis, al formar un Comité de Socorro para el campo de Gurs y lograr permiso de Vichy para intentar rescatar a un millar de niños de confesión judía, Weil había percibido la nueva condición transnacional de las diásporas entre las alambradas, tras el colapso fronterizo del tratado de Versalles y la crisis de las naciones-Estado ante los derechos universales: «con una nueva migración de pueblos […] inabarcable, espantosa [en un] nuevo mundo» (Weil 1941: 211). El ejemplo de Weil, Blumenfeld, Frei o Regler también muestra cómo las redes de apoyo transnacional eran débiles o inexistentes para tantos otros que no poseyesen acceso a aquellos intermitentes circuitos de relación política-social-intelectual y/o étnica37. Así las
36 Blumenfeld no conocía la bibliografía (Paxton 1973) que iría alterando la imagen de Resistencia unilateral. 37 En un nuevo giro transnacional, Blumenfeld narra la obtención de su visado de emigración a Estados Unidos en el consulado de Marsella como una
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prohibiciones de emigración o repatriación a las Américas (Argentina o Estados Unidos) quedaban reforzadas por las restricciones internacionales que impedían la circulación y acogida sistemática de refugiados. Forzados a una larga espera (Casas), o bien a una repatriación aún más represora (hermanos Velilla Aznar), estos eran ajenos tanto a aquellas incipientes redes transnacionales como a la solidaridad política hacia los republicanos de las Españas que respondía también a esquemas clásicos de migración regulada bilateralmente, por ejemplo, con México38: Era el mes de junio de 1941, o sea que habíamos pasado allí, en aquella especie de torre de babel, dieciocho largos meses. Los guardias nos acompañaron hasta la frontera y nos entregaron a la policía española, y cuando, después de habernos tomado la filiación, los policías españoles nos dijeron que estábamos en Port Bou y que podíamos, si teníamos dinero, ir a comer y dormir a una fonda, nosotros nos quedamos estupefactos, después de estar tantos meses encerrados y ahora llegábamos a España y nos decían que podíamos ir a comer a una fonda. Y al día siguiente por la mañana regresamos a la comisaría de policía y de allí en un tren nos mandaron hasta Figueras. Y en Figueras la cosa ya cambió (Velilla Aznar 2002).
Por otro lado, aquellos circuitos transnacionales no fueron suficientes para extraer de los campos franceses a tantos otros de confesión judía sobre los que se abatiría el cataclismo exterminador de la deportación hacia los campos de la muerte con la complicidad de la Francia de Vichy. No obstante, organizaciones de emigración judía como HICEM prestarían incalculables servicios a cerca de 90 000 fugitivos. Superados otros múltiples obstáculos en el traslado como comprobarían, en particular, Aub (2008b) o Blumenfeld, los relatos aquí referidos nos acercan a algunas otras rocambolescas peripecias transnacionales hacia la libertad.
combinación de redes de influencia (tarjeta de fotógrafo de Life) y de corrupción vodevilesca entre las piernas del vicecónsul, Oliver Hiss (1999: 320-324). Ver también Aub (2008b). 38 Para modelos latinoamericanos, ver Roniger et al. (2018) y Yankelevich (2002).
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Alejandro Pérez Vidal Universitat de Girona
Me propongo tratar de la difusión y recepción de imágenes y escritos sobre los campos de concentración alemanes y sobre el genocidio judío. Respecto al resto de Europa, y marginalmente Estados Unidos, son imágenes y textos difundidos desde 1944 hasta 1967, mientras que respecto a España los ejemplos van de 1945 a 1969. De lo que ocurrió aquí no pretendo ofrecer un panorama, sino solo examinar algunos casos que me parecen significativos, confiando en que puedan servir para construir visiones de conjunto de las que carecemos. Con los ejemplos de otros lugares de Europa, donde el tema sí se ha estudiado ya ampliamente, trato de señalar algunas referencias para situar el conocimiento que se tuvo en España de aquellas realidades, en algunos casos por contraste y en otros porque hay un cierto paralelismo.
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Si bien es veraz la afirmación del historiador Gonzalo Álvarez Chillida de que «el Holocausto, y sobre todo las imágenes del mismo, fue un tema tabú que estuvo censurado hasta la muerte del dictador» (2007: 204), creo que puede matizarse. Hubo excepciones al tabú, y el propio Álvarez Chillida (2002) había señalado ya alguna en un estudio anterior. El hispanista Samuel O’Donoghue (2018) ha estudiado recientemente otras, de 1959 a 1966. Aquí presentaré algunas publicaciones anteriores y trataré de explicar cómo actuaron la censura y otros órganos del Estado para permitirlas entre 1945 y 1948. Me propongo mostrar luego cómo, a partir de 1959-1960, en la línea estudiada por O’Donoghue, el tabú del que hablaba Álvarez Chillida empezó a perder fuerza, aunque siempre bajo el control del poder franquista. Era una evolución paralela a la que se había iniciado algo antes en otros lugares de Europa, aunque las modalidades y las causas fueran en gran parte distintas. En conjunto, sin embargo, aquel tabú, y algunos aspectos de las propias excepciones, merecen reflexión, para entender la cultura política del franquismo, la disimulación de sus relaciones con los otros fascismos europeos y la frecuente banalización de estos en debates políticos recientes. Con los ejemplos que voy a proponer quisiera señalar tres hechos algo más generales. El primero es casi obvio, y es que al final de la guerra hubo en los países europeos de los que hablaré una amplia difusión de imágenes de los campos de concentración que marcó allí por un momento la opinión sobre Alemania y los crímenes del nazismo. España quedó al margen de aquella toma de conciencia: aquí llegaron solo unos cuantos relatos, sin apenas recepción en la esfera pública, y muy pocas imágenes. Por otra parte, señalaré que también en el resto de Europa occidental la difusión de imágenes y relatos sobre los campos de concentración y de exterminio estuvo sometida a filtros. El segundo hecho es que muy pronto, desde el final del verano del 1945 y sobre todo desde 1948, la difusión de aquellas imágenes y relatos y el interés por ellos declinaron. Los motivos fueron sin duda varios, pero parece claro que fue decisivo lo que puede resumirse en la fórmula de la Guerra Fría. En la nueva fase de la política europea aquellas imágenes y relatos que podían compartirse con el antiguo
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aliado soviético dejaban de interesar. Mostraré además, para empezar, que aquel desinterés ya se había manifestado anteriormente, cuando el Ejército Rojo había liberado los primeros campos de concentración y exterminio en territorio polaco, a partir de agosto de 1944. El tercer hecho es que al principio, desde antes del final de la guerra, la antigua Unión Soviética y los partidos comunistas tuvieron un papel activo en difundir imágenes y relatos de los campos de concentración y del genocidio judío. Hubo momentos en los que la propaganda comunista ocultó la especificidad de las víctimas judías, pero algo parecido puede decirse de la política de información británica y de la francesa. Es un tema abierto sobre el que a menudo se formulan como verdades definitivas tesis poco fundadas, en un terreno en el que todavía queda bastante por estudiar.
Filtros de la información: Maidanek-Lublin y Auschwitz Hasta que terminó la guerra en territorio europeo en mayo de 1945, la difusión de información sobre los campos de concentración y el genocidio judío estuvo sometida a censura, se entiende que absoluta en los Estados totalitarios aliados de Alemania y con modalidades variadas en cada una de las «Naciones Unidas» que combatían al fascismo. Las formas de actuación de la censura propiamente dicha y los filtros de la información durante la guerra están documentados y se han estudiado detenidamente respecto al Reino Unido1. Atender a lo que ocurrió allí puede ser útil para comprender la memoria posterior de los hechos también en otros lugares. Las primeras imágenes y relatos sobre atrocidades de los campos de concentración y de exterminio que se difundieron públicamente
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Ver el excelente estudio referente al Reino Unido de Michael Fleming (2014). Cabe señalar que Fleming se basa en un concepto muy amplio de lo que puede entenderse por censura. Anteriormente Walter Laqueur (1980) había estudiado sobre todo el secreto impuesto por los nazis sobre sus planes y operaciones, pero también cómo se restringió en el Reino Unido la difusión de la información disponible, con el límite temporal de diciembre de 1942.
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fueron del campo de Maidanek, también conocido como campo de concentración de Lublin, que era su denominación oficial, situado a cinco kilómetros del centro de esa ciudad. Lublin fue la primera ciudad polaca liberada de la ocupación alemana. El ejército soviético llegó a Maidanek el 24 de julio de 1944. Los nazis habían evacuado ya meses antes a la mayoría de los internados, pero al final se habían retirado precipitadamente y no habían destruido muchas de las instalaciones. Varios guardianes de la SS fueron capturados. En el campo quedaban solo unos setecientos internados, en su mayoría prisioneros de guerra enfermos y mutilados. Desde hacía tiempo, en su avance hacia el oeste el Ejército Rojo había encontrado ya fosas comunes que habían puesto al descubierto grandes matanzas cometidas por los alemanes; el 2 de noviembre de 1942 se había constituido una Comisión de investigación que reunía datos y declaraciones sobre todos aquellos hallazgos y difundía información sobre ellos. Ya en 1943 se habían celebrado juicios contra prisioneros alemanes a los que se responsabilizó de grandes matanzas en Krasnodar y Jarkov, con informes e imágenes que se publicaron también en inglés2. Pero lo que se descubrió en Maidanek mostraba materialmente la destrucción de vidas humanas a otra escala. Los hornos crematorios, los montones de cenizas y los restos de cadáveres, las bombonas de monóxido de carbono y las latas de Zyklon B que aparecieron en unos barracones demostraban una realidad de la que se tenían noticias pero no imágenes. Se veía allí con toda concreción que Maidanek había servido para asesinatos masivos con técnicas industriales3.
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El nombre completo de la comisión era «Comisión estatal extraordinaria para la constatación e investigación de los crímenes cometidos por los invasores germano-fascistas y sus cómplices y de los daños causados a ciudadanos, granjas colectivas, organizaciones públicas, empresas estatales e instituciones de la URSS». Además de las informaciones periodísticas difundidas por la Comisión se publicó pronto en inglés, por ejemplo, el libro The People’s Verdict: A Full Report of the Proceedings at the Krasnodar and Kharkov German Atrocity Trials (1943). La afirmación de Annette Wieviorka (2015: 49) de que Maidanek había sido «surtout un camp de travail pour Polonais» no parece fundada; no puede
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En seguida, el escritor Konstantin Simonov, que llegó al cabo de una semana, publicó en la prensa soviética una serie de artículos sobre el campo, traducidos rápidamente al inglés en agosto y septiembre de 1944 para Soviet War News Weekly (Simonov 1944a, 1944b, 1944c, 1944d)4. Aunque con algunas valoraciones precipitadas y rumores que el autor daba por buenos y que resultaron ser falsos, como el de que entre los deportados a Maidanek y asesinados allí había estado Léon Blum5, los artículos transmiten la fuerte impresión que causó aquel campo a quienes lo visitaron poco después de la liberación. Es posible que muchos de ellos no tuvieran noticias precisas de lo que era Auschwitz, y lo que veían allí les parecía expresión insuperable de la barbarie nazi. Las autoridades soviéticas y el Comité Polaco de Liberación Nacional que llegó con el Ejército Rojo pusieron en marcha en seguida una Comisión de investigación conjunta, cuyo marco político ha sido estudiado por Marina Sorokina (2014: 118-141). Además, con una iniciativa parecida a la que tomarían las fuerzas norteamericanas en los campos que liberaron meses más tarde, aunque la situación fuera muy distinta, obligaron a una columna de prisioneros de guerra alemanes
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olvidarse la «muerte lenta» de miles de trabajadores esclavos y ella misma menciona la cifra de 60 000 judíos asesinados allí, a tiros y en las cámaras de gas, cierto que de tamaño menor que las de Auschwitz o Treblinka. Una descripción sucinta en Tomasz Kranz (2017), autor de otras aproximaciones al tema (2012). Otra cosa es que los primeros cálculos del número de asesinados en Maidanek fueran exagerados, pero no eran arbitrarios; algo parecido ocurrió respecto a Auschwitz. Al año siguiente se publicaron en francés en un pequeño volumen: Maïdanek. Un camp d’extermination (Simonov 1945). Sobre su tardía llegada, ver Hicks (2012: 251, n. 2). David Shneer aventura una hipótesis sobre por qué fue Simonov quien escribió sobre la liberación de Maidanek: «Among the many people sent to document Majdanek was the Red Star journalist Vasily Grossman, who, probably because of increasing state-sponsored anti-Semitism, was immediately reassigned and replaced by Konstantin Simonov» (Shneer 2011: 154). Rumor recogido en el primer artículo (Simonov 1944a) y que había surgido ya en mayo de 1943, cuando el Estado Mayor del Ejército del Interior polaco lo señaló a Londres en un informe citado por Joshua D. Zimmerman (2015: 235 y n. 139).
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a visitar el campo y ver con sus propios ojos las pruebas del horror, ante la mirada hostil de la población de Lublin6. El 19 de septiembre de 1944 aparecía en el diario Soviet War News Weekly, publicado por la embajada soviética en Londres, un extenso comunicado de la mencionada Comisión de investigación, titulado «The Maidanek Inferno» (1944a: 3-8)7. Desde el primer momento, los cámaras y fotógrafos que acompañaban a las tropas filmaron y fotografiaron lo que se veía en Maidanek. Algunas fotografías se difundieron rápidamente por cable desde Moscú. El director polaco Aleksandr Ford empezó a trabajar en seguida con un equipo para realizar tomas adicionales y montar un documental que se presentó el 26 de noviembre de 1944 en Lublin8. Al día siguiente se iniciaba el primer juicio contra los SS capturados. El 1 de diciembre se inauguró también allí una exposición con 152 fotografías del campo (Struk 2004: 149). El 18 de diciembre se autorizó la difusión de Majdanek, otro documental algo más breve que el de Ford, pero basado en el mismo material, dirigido por Irina Setkina, que se proyectó en dos salas de Moscú en enero de 1945 (Hicks 2012: 172). En Estados Unidos, donde la prensa, aunque sujeta a directrices del gobierno, tuvo al parecer bastante libertad, hubo pronto información
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En Shneer (2011: 161), puede verse una fotografía de aquella visita tomada por Mijaíl Trajman; secuencias filmadas de la misma son incluidas en el documental Majdanek 1944. Opfer und Täter (DE, 1986), 65’; un relato en Alexander Werth (1964: 895), aunque el propio Werth no estuvo presente. El 6 de agosto se celebró en Lublin una ceremonia fúnebre, de marcado signo católico. El texto, que se reeditó en un suplemento también de cuatro páginas en Soviet War News Weekly (1944b), se publicó en volumen en Moscú tanto en francés como en inglés: Communiqué de la Commission extraordinaire Polono-Soviétique chargée d’établir les forfaits commis par les allemands au camp de destruction de Maïdanek, à Lublin (1944) y Communique of the Polish-Soviet Extraordinary Commission for Investigating the Crimes Committed by the Germans in the Majdanek Extermination Camp in Lublin (1944). Ya en 1945 hubo al menos una edición en alemán en Singen y otra en Zúrich, así como una reedición en francés en Ginebra. De él trata detalladamente Liebman (2006). Hicks (2012: 158) señala que el estreno fue el 27 de noviembre.
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sobre Maidanek. La revista Life publicó el 28 de agosto una página con seis fotografías en torno a un texto breve titulado «Lublin Funeral. Russians honor Jews whom Nazis gassed and cremated in mass» (1944). El corresponsal en Moscú de Life y Time relataría más tarde su visita a Maidanek en agosto de 1945, sin precisar la fecha (Lauterbach 1945: 319-325); en su relato no se mencionaba que muchas de las víctimas eran judías, y por otra parte la ceremonia fúnebre a la que aludía el título de Life y de la que procedían dos de las seis fotos había sido marcadamente católica. El 25 de agosto varios corresponsales extranjeros habían podido visitar Maidanek. El New York Times publicó en primera página el día 30 un artículo de William Lawrence que empezaba así: «I have just seen the most terrible place on the face of the earth» (Leff 2003: 65); el texto aludía a las víctimas judías pero sin destacarlas especialmente (Leff 2003:69)9. Ya antes, el 14 de agosto, el periódico comunista Daily Worker había publicado en traducción un artículo del cineasta soviético Roman Karmen sobre el campo y, al parecer, el día 20, otro de Vasily Grossman (Shneer 2011: 165; Liebman 2006: 346). En cambio, parece claro que en Francia y el Reino Unido toda aquella información se tomó con grandes reservas. Por ejemplo, el periodista británico Alexander Werth, corresponsal de la BBC, que había participado en la visita a Maidanek, envió en seguida una crónica pero la redacción no la emitió (Werth 1964: 890)10. La explicación fue que las atrocidades que se describían no eran creíbles y parecían propaganda soviética. El ya citado estudio de Michael Fleming sobre los filtros de la información induce a pensar que los motivos fueron más complejos. Hasta el mes de octubre no apareció en la prensa británica un reportaje amplio con fotografías («The most terrible…»
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Lawrence escribía que las víctimas habían sido «Jews, Poles, Russians and in fact representatives of a total of twenty-two nationalities». Leff (2005: 9-16) propone explicaciones sobre ese relativo silenciamiento del exterminio judío en aquel periódico. 10 David Cesarani (1995: 245) recoge el testimonio de Werth. Barbie Zelizer (1998: 50-55) menciona la visita de los corresponsales y señala que aquella misma crónica se publicó un mes más tarde en el Christian Science Monitor.
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1944). La selección de imágenes prescindía de las más cruentas y los textos no mencionaban a las víctimas judías. Para entender todo ello conviene recordar la orientación marcada por un funcionario del Ministerio de Información británico en 1941 y que pareció mantenerse hasta el final de la guerra: «A certain amount of horror is needed but it must be used very sparingly and must deal always with treatment of indisputably innocent people. Not with violent political opponents. And not with Jews» (Fleming 2014: 58). En Francia, la censura tardó en autorizar que se difundiera el documental de Irina Setkina sobre Maidanek y hasta el 10 de mayo de 1945 Ce soir no anunciaba la proyección en la sala Caméo de París «en première exclusivité. L’INTERDICTION EST LEVÉE» (Lindeperg 2000: 164; Matard-Bonucci 2005: 25, n. 11). La prensa comunista, en cambio, en el París recién liberado, sí que informó rápidamente. El 16 de septiembre de 1944 la «Comisión de investigación polacosoviética» presentó en Moscú el informe mencionado más arriba y al día siguiente L’Humanité dio la noticia en primera página, a tres columnas y con una fotografía («Un million…» 1944)11. El día 19 Ce soir, diario de la tarde también comunista, publicaba asimismo una información detallada, que además de Maidanek mencionaba los campos de exterminio de Auschwitz, Sobibor y Treblinka. Citando el texto del informe, el artículo de Ce soir decía que «centenares de miles de deportados, en su mayoría intelectuales y judíos, de todos los países ocupados por la Wehrmacht, habían sido exterminados en esos campos». El informe original describía a las víctimas como «sectores
11 Con respecto a la censura militar en la Francia liberada, sobre la que no he encontrado ningún estudio específico ni fuentes de archivo, me parece interesante la protesta del jefe de redacción de L’Humanité, Georges Cogniot (1945), en forma de carta abierta al ministro de la Guerra. Sobre la información pública relativa a la liberación de los campos de concentración y exterminio puede verse Delporte (1995, 2006). Clément Chéroux afirma que «[e]n France, les articles sur le sujet sont peu précis et paraissent avec beaucoup de retard. Ce n’est qu’après six mois, les 11-12 février 1945, que L’Humanité publie deux images de Majdanek accompagnées d’un court texte signalant que l’extermination était conduite “au moyen de l’appareil ‘Cyclone’”» (Chéroux 2001: 104).
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enteros de la población a los que consideraban indeseables, principalmente los intelectuales de los países europeos ocupados, los prisioneros de guerra soviéticos y polacos y los judíos», y se refería en general a los campos de Polonia, sin especificar los nombres, señalando: «Esos campos, incluido el “campo de exterminio” de Maidanek, eran también lugares destinados al exterminio completo de la población judía» (Communique of the Polish-Soviet… 1944: 1-2)12. En conjunto, los hallazgos de Maidanek, el primer campo de concentración y exterminio nazi descubierto por el Ejército Rojo, y el evidente esfuerzo de la propaganda soviética por difundirlos también en occidente, dieron un resultado muy limitado, que no logró superar las orientaciones restrictivas de los servicios de información y el escepticismo de los medios de comunicación de los aliados occidentales, concisamente formulado en una noticia del New York Herald Tribune: «Maybe we should wait for further corroboration of the horror story that comes from Lublin. Even on top of all we have been taught of the maniacal Nazi ruthlessness, this example sounds inconceivable…» (Werth 1964: 898). En comparación con el despliegue informativo al que dio pie rápidamente la llegada al campo de Maidanek, la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 1945 tuvo en su momento escaso eco en la opinión pública, tanto en la antigua Unión Soviética como en occidente13. Los
12 «In these camps the criminal Hitler government organized the massacre of whole sections of the population whom they regarded as undesirable, primarily the intellectuals of the occupied countries of Europe, Soviet and Polish prisoners of war, and Jews» (Communique of the Polish-Soviet… 1944: 9); «These camps, including the Majdanek “Extermination Camp”, were also places for the complete extermination of the Jewish population»; variante en la traducción de Soviet War News (19/09/1944: 4): «wholesale extermination». El 25 de agosto de 1944, L’Humanité había reproducido la emisión del día anterior en Radio Moscú, en la que Maurice Thorez había hablado de la liberación del campo y había leído los nombres de 168 franceses muertos allí, de los que se tenía información por sus documentos de identidad, hallados en las oficinas del campo; en el texto se enfatizaba su nacionalidad, aunque algunos de los apellidos eran claramente judíos. 13 Aún menos se supo de la llegada del Ejército Rojo a los otros campos de exterminio, a Belzec el 21 de julio de 1944, a Sobibor sin duda también antes que a
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despachos de agencia sobre el avance de las tropas soviéticas transmitieron la noticia de inmediato y Pravda publicó el 2 de febrero un artículo a dos columnas, sin fotografías, firmado por Boris Polevoi. El New York Times, al igual que otros muchos periódicos, informó brevemente de la liberación el día 3 y, basándose en un despacho de Henry Shapiro para United Press, decenas de periódicos norteamericanos dieron noticia además del artículo de Pravda, alguno de ellos destacando con un gran titular un error sensacionalista del diario soviético14. Pero en los periódicos franceses el hecho se mencionó solo marginalmente y lo mismo parece haber ocurrido en los británicos15.
Lublin, a Treblinka el 16 de agosto de 1944 y a Chelmno en torno al 28 de enero de 1945. En ellos los alemanes habían destruido tiempo antes las instalaciones de exterminio. En Sobibor habían plantado pinos para disimular mejor los restos de los derribos (Bridgman 1990: 21-22), y en Treblinka habían edificado una granja en la que dos familias de guardianes ucranianos habían puesto en marcha una pequeña explotación, que abandonaron e incendiaron ante el avance soviético (Webb y Chocolatý 2014: 118). 14 Polevoi decía que había unas cintas transportadoras metálicas que servían para electrocutar a los internados y trasladar los cadáveres a los crematorios. En Australia, The Newcastle Sun (03/02/1945: 2) titulaba: «Nazis’ Conveyor-Belt Murder Factories»; y La Presse de Montréal: «Le camp maudit d’Oswiecim où l’Allemand a torturé et tué au moins 1 500 000 personnes» (02/02/1945: 1, 3 columnas). 15 En L’Humanité (07/02/1945: 2), en un texto titulado «Plus de 1 650 avions attaquent le centre de l’Allemagne», se lee: «L’agence Tass annonce que l’Armée rouge a libéré 4 000 déportés politiques français, belges et hollandais, détenus par les nazis dans le camp de concentration d’Auschwitz. Radio Moscou ajoute, de son côté, que le gouvernement de la République polonaise a envoyé aux déportés libérés d’importantes quantités de vivre». Ce soir, el 8 de febrero, destaca algo más la información en una columna de primera página titulada «L’Armée rouge vient encore de libérer 4 000 déportés politiques. Le Stalag III-B est atteint»: «L’Armée rouge brise, chaque jour, les barbelés de nouveaux camps de la mort lente. L’agence Tass vient d’annoncer la libération de 4 000 déportés politiques français, hollandais et belges détenus dans le camp de concentration d’Oswiecim». En el Manchester Guardian —predecesor del Guardian actual, «the newspaper in Britain, and beyond, which was to provide perhaps the most outstanding coverage of the persecution of the Jews from 1933 to 1945», según Kushner (1994: 35)—, se lee el 29 de enero, en un artículo sobre los avances del
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Quizá en occidente la escasa calidad informativa del artículo de Polevoi despertara suspicacias. Faltaba además documentación gráfica. A diferencia de Maidanek, no podía haberla de las cámaras de gas y los crematorios, porque esta vez los nazis habían conseguido destruirlos casi totalmente. A partir del 28 de enero acudieron a Auschwitz fotógrafos y cámaras16, pero no fue hasta el 3 de marzo cuando las Soviet War News publicaron un primer artículo con cinco fotografías, de Mark Redkin (Struk 2004: 148). Al parecer, la mayoría de las que luego se han conocido son fotogramas del documental que se empezó a preparar pocos días después (Auschwitz… 1945), pero que tardó tiempo en montarse y difundirse. Se sabía bastante de aquel campo. Aparte de esporádicas noticias de prensa17, el 25 o 26 de noviembre de 1944 el War Refugee Board norteamericano había publicado The German Extermination Camps of Auschwitz and Birkenau. Two eye-witness reports, un informe de Rudolf Vrba y Alfred Wetzler, dos judíos eslovacos que habían logrado huir el 10 de abril de aquel mismo año (en las ediciones tempranas se ocultaba su nombre para protegerlos, porque ellos seguían en territorio ocupado por los alemanes)18. De aquel excelente texto, que incluía un
ejército del Mariscal Koniev hacia el Oder (6): «Still farther south Oswiecim[,] site of the concentration camp which became notorious for the cruelties inflicted on its inmates[,] was one of the places captured». Una página del Instituto Histórico Judío de Varsovia se refiere además a otro artículo del Daily Express del 3 de febrero; (07/03/2020). 16 Ese día llegó Adolf Forbert, pero al parecer sus envíos al laboratorio de revelado se perdieron (Struk 2004: 143 y 146-147); Struk recoge asimismo los nombres de otros tres fotógrafos (2004: 147). También el día 28 llegó el cámara Kenian Kutub-Zade, y pocos días después otros del servicio cinematográfico del Primer Frente Ucranio, como relata Hicks (2012: 174-175). 17 Por ejemplo, en L’Humanité (13/09/1944: 1-2): «Auschwitz camp de l’horreur. Un témoin vous parle. Chambre à gaz… Four crématoire… Piqûres mortelles…», con referencias concretas a las víctimas judías. 18 Tanto Rudolf Vrba como Alfred Wetzler, ambos personalidades extraordinarias, publicaron posteriormente relatos de su huida (1945a, 1945b, 1945c). El primero es conocido, además, por sus apariciones en Shoah, de Claude Lanzman. A principios de julio de 1944, fuentes de Ginebra habían adelantado datos del
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cálculo detallado de las víctimas judías entre abril de 1942 y abril de 1944, hubo al menos tres traducciones francesas en 1945, la primera de ellas impresa en febrero o marzo (Vrba y Wetzler 1945a). Pero el significado de aquella terrible realidad pasó a segundo plano tras las impactantes imágenes y relatos que a partir del 12 de abril llegaron de los campos occidentales, junto con los de los avances militares que anunciaban la victoria. Auschwitz tuvo de nuevo una leve presencia en los medios de comunicación a partir del 7 de mayo, cuando la Comisión de investigación soviética presentó finalmente su informe sobre el campo, publicado en inglés en Londres diez días más tarde19. Aunque agencias como Associated Press y United Press transmitieron la noticia y en Norteamérica numerosos periódicos la recogieron, en Europa tuvo poco eco, rodeada como estuvo por el impacto del final de la guerra aquí, al igual que el informe de Vrba y Wetzler mencionado más arriba20. Volvió a hablarse de Auschwitz en la prensa con ocasión de los procesos contra criminales nazis, en Polonia a partir de agosto de 1945, en Luneburgo a partir de septiembre (procesos de Belsen, ante tribunales militares británicos) y, sobre todo, en Núremberg ante el tribunal internacional, a partir de noviembre. El nombre del campo aparece entonces incluso en la prensa española, respondiendo a la
mismo informe, con amplia difusión en Estados Unidos; por ejemplo, The Detroit Free Press (03/07/1944), con gran titular a seis columnas: «German Death Camp Toll Put at 1,715,000». 19 Pravda (07/05/1945). «Oswiecim (Auschwitz). The Camp Where Nazis Murdered Over 4.000.000 People. Communique of Extraordinary State Commission for Ascertaining and Investigating Crimes of the German Fascist Invaders», Soviet War News (17/05/1945: 1-7). 20 Algún periódico sí informó, como el comunista L’Humanité, «Himmler sera tenu responsable des atrocités commises à Oswiecim» (08/05/1945: 2:). Además, el texto se publicó pronto en volumen, por ejemplo: «Oswiecim (Auschwitz). Le camp où les nazis assassinèrent plus de quatre millions d’hommes», en Forfaits hitlériens (1945: 277-310), precedido por otros sobre Kharkov, Maidanek, Minsk, Lvov, Lituania y Buchenwald. En Washington el texto del «Comunique» se publicó el 30 de mayo, y la prensa norteamericana informó sobre él.
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orientación del régimen franquista de intentar mimetizarse entre los aliados occidentales. Los primeros episodios del descubrimiento de campos de concentración y exterminio nazis, Maidanek y Auschwitz, y los relatos e imágenes a que dieron lugar, se transmitieron pues con filtros y manipulaciones, en unos sitios más y en otros menos, pero para entender la conciencia posterior de los hechos me parece necesario recordarlos. El esfuerzo responde a un principio formulado por Georges Didi-Huberman: «nous ne devons pas nous en tenir au raisonnement suivant lequel les images de la Libération, parce qu’elles furent manipulées — tous les signes humains, images ou mots, ne font-ils pas toujours l’objet d’une manipulation, pour le pire ou pour le meilleur? —, doivent être rejetées de notre lecture de l’histoire» (2010 : 21-22). Así, la taxativa afirmación de Annette Wieviorka de que Auschwitz fue «pour les Soviétiques, et pour des décennies, un non-événement» (2015: 55), al igual que la imagen que transmite de Maidanek y el hallazgo de aquel campo evocados más arriba, esbozan, a mi entender, un contexto o unos precedentes inexactos de lo que fue, eso sí es cierto, la gran fuente de imágenes y relatos de la liberación de los campos de concentración (sin que ello quite mérito a su interesante relato de lo que vivieron el escritor y periodista Meyer Levin y el fotógrafo Eric Schwab en aquellos acontecimientos).
Los «descubrimientos» occidentales: de Ohrdruf (Buchenwald) a Mauthausen y Falkenau Los campos de concentración eran una realidad conocida fuera de Alemania desde muy poco después de la llegada de los nazis al poder, en 1933. Instrumento primero para la represión de opositores políticos, pronto sirvieron también para la puesta en práctica de la política antijudía del nuevo régimen21. Lo que al principio en el resto
21 Valgan como ejemplo del conocimiento que de ellos se tenía en un país como España dos menciones en La Vanguardia, una del paso de Hans Beimler,
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de Europa occidental y en Norteamérica había suscitado casi únicamente las protestas de la izquierda política y de los demás medios sensibles a la discriminación y la opresión antisemitas, mientras los principales gobiernos se aliaban con los nazis o contemporizaban con la política de «apaciguamiento», a partir del principio de la guerra en 1939 pasó a considerarse generalmente de otro modo. Pronto llegó además información sobre el uso de algunos campos de Polonia para el exterminio de judíos, lo que llevó a la declaración específica de condena de las «Naciones Unidas» del 17 de diciembre de 1942 (The Mass Extermination of Jews… 1942: 12). Aquellos campos dibujaban una de las caras más crueles del enemigo, que oprimía y masacraba a la población civil que consideraba hostil. Ya en julio de 1944, cuando la victoria sobre la Alemania nazi apenas apuntaba en el horizonte, circuló entre los organismos británicos que preparaban la posguerra un proyecto de directrices para la «reeducación» de Alemania22. Se trataba, para empezar de disuadir a la población de cualquier actitud de resistencia a la ocupación, de eliminar «el Nazismo y el militarismo en todas sus formas» y de convencer a los alemanes entre otras cosas de su «responsabilidad por lo que ellos mismos se han buscado» («Military Government of Germany…» 1945: 598). Parte de aquella campaña de opinión consistía en mostrarles las «atrocidades» que habían cometido, partiendo del supuesto de que muchos de ellos fingirían que las ignoraban. El 5 de abril de 1945, las tropas norteamericanas llegaron al campo de trabajos forzosos de Ohrdruf, un campo menor dependiente de Buchenwald. Movidos por la información que habían recibido, el día 12 Eisenhower y los generales Patton y Bradley visitaron aquel campo, y todo indica que quedaron impresionados y decidieron actuar, dando a conocer a la opinión pública lo que allí se veía y reclamando
comunista caído en el frente de Madrid, por el «infernal campo de concentración de Dachau» (05/12/1936: 3), y otra de la reclusión en aquel mismo campo de judíos detenidos en los pogromos del 9 de noviembre de 1938 (13/11/1938: 6). 22 Ver al respecto Kettenacker (1985: esp. 68), cuyo artículo trata específicamente del sistema escolar y universitario, pero también del debate sobre la reeducación de la población alemana en general.
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entre otras cosas la presencia de periodistas y parlamentarios estadounidenses y británicos, que llegaron a los pocos días23. Por su parte, las tropas inglesas descubrieron el campo de Bergen-Belsen el 15 de abril y lo que encontraron allí, 60 000 internados hambrientos y muchos de ellos afectados por una grave epidemia de tifus, era aún más estremecedor. Con las tropas iban fotógrafos y cámaras, y las noticias sobre los hallazgos atrajeron refuerzos cualificados. Las imágenes que se captaron allí fueron las primeras de una larga serie, hasta la liberación de Mauthausen el 5 de mayo y de Falkenau, campo dependiente de Flossenbürg, el 8 de mayo, después de firmada la capitulación24. Una de las primeras iniciativas de los servicios de guerra psicológica fue difundir ampliamente por las calles de las ciudades alemanas algunas de aquellas imágenes de atrocidades. En ocasiones se mostraban en la calle fotografías sueltas ampliadas: hay un testimonio gráfico de una de esas exposiciones al aire libre, bajo el sarcástico título «Cultura alemana 1945 – Gardelegen Alemania» («Deutsche Kultur 1945 – Gardelegen Deutschland») (Chéroux 2001: 124); verano de 1945, en Beckum, cerca de Dortmund, Gardelegen era obviamente un campo de concentración. Otras veces se mostraban en escaparates fotografías o páginas de diario con fotografías (Zelizer 1998: 136-137, ilustraciones 32 y 33)25. Se imprimieron además carteles, dos de los cuales tuvieron amplia difusión y dejaron huella en la memoria colectiva. Uno de ellos, con seis fotos de cadáveres y una con un superviviente demacrado que miraba sentado a la cámara desde el primer plano26, llevaba
23 Al menos los británicos publicaron un informe: Buchenwald Camp: The Report of a Parliamentary Delegation (1945). 24 Falkenau merece mencionarse en especial por los 21 minutos filmados por Samuel Fuller, comentados por él mismo íntegramente en Emil Weiss, Falkenau, vision de l’impossible (1988: 34’). De esas imágenes trata Didi-Huberman (2010: 11-67). 25 Las fotografías fueron publicadas en el New York Times (03/06/1945: sección 6, 9), ilustrando el artículo de Tania Long «Goering’s Home Town—-under American Rule», y en el Daily Mirror (30/04/1945: 5). 26 «Diese Schandtaten: Eure Schuld!». En los pies de foto se indicaba que seis víctimas eran de Dachau y una de otro campo; (09/03/2020).
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por título, con grandes caracteres: «¡ESOS ACTOS INFAMES SON CULPA VUESTRA!»; el texto explicaba que la culpa era de todos los alemanes, por haber sido testigos de aquellos horrores sin hacer nada para impedirlos. El otro cartel, con cuatro fotografías del campo de Landsberg am Lech, se titulaba más hábilmente «¿DE QUIÉN ES LA CULPA?», y el texto concluía con una respuesta parecida aunque más abstracta: «En Alemania todas las conciencias han de sentirse estremecidas en lo más hondo por una inmensa culpa».27 La idea de la culpabilidad colectiva de los alemanes por los crímenes del nazismo, eje de la campaña, suscitó en seguida controversias y aún hoy sigue discutiéndose28. Karl Jaspers comentó el primer cartel en una de sus clases sobre «La cuestión de la culpa», de enero de 1946, que se publicaron en abril y fueron una referencia en el debate (Jaspers 1946). En él intervino asimismo Hannah Arendt, refiriéndose también, de oídas, al cartel. Un historiador ha argumentado recientemente que, en realidad, el propio debate fue instrumentalizado por la «inventividad alemana», para desviar la atención respecto a las responsabilidades personales por crímenes concretos (Frei 2005). Cabe señalar que también en el Reino Unido y Francia la culpabilidad
27 «Wessen Schuld?»; (09/03/2020). Hubo otros carteles sobre campos determinados, destinados a la población local. En La madeja del tiempo. Memoria de la resistencia, Lise London comenta la impresión que le produjo uno de ellos a mediados de mayo de 1945 por las calles de Leipzig: «A lo largo del recorrido vemos, pegados en la paredes, atroces carteles en blanco y negro que reproducen fotos de cuerpos calcinados, torcidos como sarmientos, con una única palabra escrita con letras mayúsculas: TEKLA. ¿Qué querrá decir?» (1997: 534). Fotos de del campo de Thekla que corresponden a esa descripción en Eric Schwab (AFP) – Photographies des camps de concentration (2005: 13-14). Lise London acababa de ser liberada de una fábrica de armamento muy próxima a Thekla, después de haber pasado por el campo de concentración de Ravensbrück. 28 En «Military Government of Germany…» (1945), no se habla de «culpa». Sí, al parecer, en orientaciones más detalladas sobre la política de información, donde se señala el objetivo de «to stimulate a sense of Germany’s war guilt and of the collective guilt for such crimes as the concentration camp» (Knoch 2001: 152, n. 219).
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general de los alemanes fue un tema de discusión, y entre quienes intervinieron estuvieron por ejemplo Bertrand Russell (1945) y Robert Antelme (1946, pero fechado en noviembre de 1945)29. El jefe de la división de guerra psicológica (Psychological Warfare Division, PWD), que con la oficina de información bélica (Office of War Information, OWI) producía los carteles, pedía a las unidades que llevaban a cabo la difusión sobre el terreno que valorasen su eficacia (Knoch 2001:143, n. 210). Quizá gracias a eso se tomaron y han quedado fotos en las que se ve cómo la gente los mira por las calles, e incluso una interesante filmación realizada por un cámara militar en la Odeonsplatz de Múnich el 20 de mayo de 1945, en la que se ve cómo reaccionan los transeúntes30. Fue importante también en aquella campaña la publicación de dos cuadernos de fotografías, en grandes tiradas. El primero de ellos, KZ. Bildbericht aus fünf Konzentrationslagern (1945), que reproducía cuarenta y cuatro fotografías y subtitulado «Informe gráfico de cinco campos de concentración»31, reunía imágenes de Buchenwald, Belsen, Gardelegen, Nordhausen y Ohrdruf, con un texto de presentación y breves comentarios. Se editó muy rápidamente, y en la presentación se decía incluso que en el momento de publicarse Dachau (liberado el 29 de abril) estaba todavía bajo control alemán. El segundo cuaderno, Deutsche Konzentrations- und Gefangenenlager. Was die amerikanischen und britischen Armeen vorfanden. April 1945 (1945), estaba mejor editado, en un formato mayor y con papel de mejor calidad; doce de las fotos coincidían con las del otro, en algunos casos reencuadradas, y algunas de las nuevas, empezando por la de un cadáver con los brazos en cruz, de Belsen, y la de otro en posición reclinada sobre el codo y
29 Antero Holmila (2011: 28-30) trata de la discusión en el Reino Unido, pero no menciona la intervención de Russell. 30 La toma, de algo más de dos minutos, es del cámara Morris J. Ratick: (9/05/2019). Christian Delage (2006: 81; 2014: 53) transcribe sus notas sobre la filmación. 31 No se sabe con certeza cuántos ejemplares se imprimieron, pero pudieron ser hasta medio millón, y en realidad hay constancia de que estuvo listo para distribución el 26 de mayo (Brink 1998: 59-60).
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totalmente calcinado, de Gardelegen, se convirtieron de inmediato (como también algunas del primer cuaderno y de las duplicadas) en iconos del horror concentracionario y de la liberación. Tanta influencia como las fotos tuvieron probablemente los documentales que se difundieron en las zonas occidentales de ocupación32. Especialmente importante fue una entrega de «Welt im Film» que se proyectó en las zonas norteamericana y británica. Normalmente esos «NO-DOS» incluían noticias variadas sobre la marcha de la guerra en Asia y el restablecimiento de la vida civil en las zonas ocupadas de Alemania, pero aquella entrega fue una excepción. Trataba solo de los campos de concentración, y tuvo un gran eco. Se presentó en todas las salas a partir del 15 de junio de 1945. En algunas ciudades se obligó a la población a ir al cine a ver aquellas imágenes33. La frase final, al cabo de 19 minutos de atrocidades, era contundente: «El recuerdo de todo eso no perecerá ni en mil años» [«Die Erinnerung daran wird selbst in tausend Jahren nicht untergehen»], un eco de la expresión «El Reich de los mil años» usada por los nazis. Meses más tarde, en enero de 1946, se estrenó el más conocido «Die Todesmühlen»/»Deat Mills [sic]», cuyo montaje fue supervisado por Billy Wilder34.
32 Ulrike Weckel (2012) estudia diez producciones (cuatro norteamericanas, tres soviéticas, dos británicas y una francesa), su difusión y las reacciones de diversos públicos; en otro trabajo (Weckel 2014) resume e ilustra con nuevos elementos los resultados de aquel amplio estudio. 33 Sobre lo ocurrido en la pequeña ciudad de Burgsteinfurt, en la zona británica, ver Delage (2014: 53): un cámara filmó al público que acudía obligado al cine, antes y después de ver las imágenes; Delage reproduce (ilustraciones 5-8) cuatro fotogramas de la filmación. Weckel explica lo que ocurrió allí y en Minden, así como en pequeñas ciudades de Baviera y Württemberg (2012: 424-426 y 449450), pero muestra que esas iniciativas fueron excepcionales. Lo que sí hubo, como también refiere documentadamente esa autora, fue una campaña en favor de aquellas películas en la prensa controlada por los aliados. 34 Sobre la fecha del estreno Knoch (2001: 154). Ficha de la película en la base de datos «Cinematographie des Holocaust» del Fritz Bauer Institut: (06/09/2021)..
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Los servicios de información norteamericanos, al mismo tiempo que llevaban adelante la campaña, iban registrando las actitudes de la población alemana ante ella35. En especial, el primer cuaderno de fotografías mencionado más arriba se utilizó para un estudio sistemático de las reacciones de quienes lo miraban, realizándose entrevistas individuales a cien personas de siete ciudades y observándose luego la venta de dos mil ejemplares en dos de ellas (en menos de una hora se habían vendido todos) (Goldstein 2009: 33-35)36. El informe de la división de guerra sicológica (PWD), «Atrocities. A Study of German Reactions», fechado a 21 de junio de 1945, sacaba conclusiones bastante negativas del efecto de la campaña. Por un lado, muy pronto había quedado claro que no iba a haber resistencia contra la ocupación. Por otro, empezaba a preocupar la pasividad con que el público acogía aquellas imágenes y relatos de las atrocidades nazis. Además, se observaba que las radios de la zona de ocupación soviética insistían menos en aquel tipo de mensaje, con lo cual se corría el riesgo de que la población prefiriera las emisiones del aliado rival, con lo que la acción podía resultar contraproducente. Sumados unos y otros motivos, a finales del verano se paró la difusión de aquellas imágenes e informaciones37. Hasta mediados de los años cincuenta no volverían a aparecer con cierta fuerza en la esfera pública. En el Reino Unido, aunque los motivos fueran distintos, parece apreciarse una tendencia parecida. Es sintomático lo que ocurrió con un proyecto de documental británico y norteamericano que empezó
35 Knoch (2001:169 y n. 269) menciona tres informes sobre las reacciones del público ante la proyección de Todesmühlen (Death Mills) en otras tantas ciudades alemanas. 36 El informe citado por Goldstein, estudiado antes por Brink (1998: 84-93), es claramente la base del artículo publicado poco más tarde por Morris Janowitz (1946), como se observa por las amplias coincidencias literales, salvo que en la publicación no se dice que la base del estudio es el cuaderno fotográfico aquí mencionado. 37 Knoch (2001: 158) cita un informe de los servicios de información de principios de diciembre de 1945 que afirmaba que el momento de las «expository exortations of war guilt» había pasado.
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a prepararse en el momento mismo en que se descubrió el campo de Belsen, el 15 de abril del 45. El horror superaba al de Ohrdruf. Los cámaras que acompañaban a las tropas empezaron a filmar inmediatamente y desde Inglaterra llegó a los dos días para organizar mejor el trabajo Sidney Bernstein, que trabajaba a la vez en la división de guerra psicológica del Alto Mando Aliado (Supreme Headquarters Allied Expeditionary Force) y en el Ministerio de Información británico. Bernstein llegaba con operadores y equipo para la grabación sincronizada de imagen y sonido y, sobre todo, con un proyecto de documental amplio, que había de titularse German Concentration Camps Factual Survey. Iba a incluir imágenes de otros campos occidentales, y también imágenes de fuente soviética de los campos de exterminación de Polonia. Bernstein contó con el que era considerado el mejor montador del momento. Además era amigo personal de Hitchcock y consiguió hacerle viajar desde Hollywood, en el mes de julio, para colaborar en el proyecto. Pero ya a finales de junio, a la vista de los efectos del noticiario mencionado más arriba de la serie «Welt im Film», los norteamericanos habían decidido suspender su colaboración y, finalmente, en agosto el propio Ministerio de Información británico enterró definitivamente el proyecto. Por suerte se conservó casi todo el material y en 2014 el Imperial War Museum pudo producir una restauración de 71 minutos (Haggith 2014)38. Los norteamericanos produjeron entonces un documental breve, «Todesmühlen»/«Death mills» (22’), ya mencionado, que se estrenó en enero de 1946 y se difundió selectivamente en los meses siguientes, sobre todo en Alemania. La historia de aquel documental es un ejemplo significativo de lo que ya en 1945 empezaba a ocurrir: algunos testimonios de lo que hubiera podido ser la memoria compartida de los campos de concentración y de la Shoah se perdían o quedaban sepultados en los archivos, y no precisamente por ninguna consigna soviética. Los motivos
38 De los avatares de aquel proyecto trata otro interesante documental, Night will fall (2014), dirigido por André Singer (75’), comentado por él mismo (Singer 2014).
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fueron complejos. En el caso de este documental, se han mencionado por ejemplo los problemas del mandato británico en Palestina y la voluntad de contener la emigración hacia allí, que inducía a marginar la memoria reciente de los campos nazis y el genocidio cometido especialmente en algunos de ellos. En general, parece claro que la Guerra Fría, el enfrentamiento de los aliados occidentales con la antigua Unión Soviética y la conveniencia de integrar a la Alemania occidental en aquella nueva contienda dejaban poco espacio para la memoria de los campos de concentración nazis y la Shoah, tesis que Peter Novick (1999) argumentó convincentemente. Aunque en los últimos años se han planteado alternativas a esa explicación, puede sostenerse que no van más allá de señalar matices y variantes de esta. Así, en Fleming (2014) se apunta a la existencia de formas de antisemitismo en los países aliados durante la guerra, en la población e incluso en servicios de la administración, que condicionaron la política de información. Tony Kushner (1994; 2017) se refiere a una «imaginación liberal» que no habría permitido asimilar aquellas realidades y Antero Holmila (2011) destaca la importancia de algunos de los «nacionalismos» de posguerra, de la reconstrucción de las culturas nacionales de posguerra, que condicionaron el relato del pasado reciente, dificultando que se integraran en él la crueldad y la política antijudía de la Alemania nazi; los problemas del Reino Unido en Palestina fueron uno de esos condicionantes nacionales de la memoria.
Lo que se supo en España: años cuarenta y cincuenta España quedó al margen de aquella gran oleada de información, de imágenes y relatos. Muy al principio, sin embargo, el franquismo no cerró el paso del todo a la palabra escrita, dejó un resquicio. Para su supervivencia era vital congraciarse con los países que acababan de ganar la guerra, principalmente Estados Unidos, a fin de superar su inicial aislamiento internacional. La Iglesia católica, uno de los pilares del régimen desde el principio, señalaba el camino: se trataba de equiparar nazismo y comunismo
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como regímenes antirreligiosos y proyectar el futuro a partir del enfrentamiento en ciernes entre los aliados, asociándose al creciente anticomunismo occidental. Aquí había que olvidar la estrecha alianza inicial de los «nacionales» con el nacionalsocialismo y el fascismo italiano, que les habían facilitado el triunfo en la guerra, desdibujando algunas de las facetas políticas e ideológicas de aquella alianza y presentando al país únicamente como «paladín de la fe en Cristo». Pocos años atrás, en 1941, Luis Carrero Blanco, «la eminencia gris del régimen de Franco», había escrito en un libro que en la guerra europea estábamos «en pie contra el verdadero enemigo: el Judaísmo» y que «el Mundo, aunque no lo parezca, aunque en apariencia sus contiendas tengan su origen en causas muy distintas, vive una constante guerra de tipo esencialmente religioso. Es la lucha del Cristianismo contra el Judaísmo. Guerra a muerte, como tiene que serlo la lucha del Bien contra el Mal» (Carrero Blanco 1941: 9)39. Aquella inspiración tenía que desaparecer de la nueva estrategia, había que sustituir como principal representante del mal al judaísmo por el comunismo. En un primer momento, se trataba sobre todo de distanciarse del nazismo. Me parece significativo un libro que se publicó a finales de agosto de 1945, para el cual el editor había solicitado a censura el mes anterior una autorización rápida, justificada por la actualidad del tema: Atrocidades cometidas por los alemanes en Polonia, obra de August Hlond, cardenal primado de la Iglesia católica polaca40. La obra se había publicado en inglés en Londres en 1941 (Hlond 1941) y la editorial mexicana Minerva, fundada en 1940 por el exiliado español Ricard Mestre (Larraz 2016: 315-316), la había traducido en 1942, titulándola La persecución de la Iglesia católica en Polonia. Suprimir
39 España y el mar (1941) fue reeditada en noviembre de 1942, sin cambios en el pasaje citado. Su autor la dejó caer en el olvido hasta los años sesenta, en que reapareció sin aquellas expresiones. El antisemitismo de Carrero Blanco se explayaba en consideraciones sobre el «Poder judaico» en informes políticos de 1941 y 1942 dirigidos a Franco, como puede verse por las citas de estos recogidas por Javier Tusell (1993: 61 y 85). 40 El expediente de censura en Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), (03)050.000 caja 21/07679, expediente 2993.
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del título la referencia a la Iglesia era una manera de prometer a los lectores un contenido más general del que ofrecía el libro de Hlond, y aludir a los crímenes de los alemanes sintonizaba con la nueva orientación del nacionalcatolicismo franquista. En cambio, el texto traducía fielmente el original, que incluía algunas referencias a los sufrimientos de los judíos, y en especial de los sacerdotes católicos de origen judío, pero que básicamente relataba lo que la Iglesia polaca había sufrido hasta 1941 bajo la ocupación alemana. La edición barcelonesa incluía un interesante epílogo, «Las persecuciones desde el 1941 al 1945», firmado por Piotr Kmita, sin duda un seudónimo (Piotr Kmita es un personaje célebre de la historia de Polonia en el siglo xvi) que, por alusiones del texto, se puede deducir que encubría a un religioso polaco establecido en España pero que antes había colaborado estrechamente con Hlond. En aquel epílogo se mencionaba brevemente el exterminio de los judíos del gueto de Varsovia, en Treblinka, y la destrucción final del propio gueto tras la revuelta, y se hablaba más en general de la persecución sufrida por los judíos polacos, pero siguiendo la línea de Hlond se insistía sobre todo en la de los católicos: «En las cárceles, en los campos de concentración, los sacerdotes eran sometidos a un trato especialmente rudo, equivalente al trato de los judíos» (Hlond, 1945: 205, cursivas del original). El autor se empleaba además en minimizar el antisemitismo polaco durante la guerra y en los momentos inmediatos a su final y en defender el silencio del papa Pacelli ante las acciones de exterminio de judíos. A propósito de la política religiosa de los nazis en Polonia, un subrayado destacaba «su perfecta identidad con el programa de los sin-Dios bolcheviques» (Hlond 1945: 203). Pocos meses después, el mismo editor publicaba Veinte meses en Auschwitz, de Pelagia Lewinska (Lewinska s.f. [1946]). El libro había aparecido en francés en París en agosto de 1945 (Lewinska 1945a) y allí mismo había habido una edición en polaco (Lewinska 1945b), unas versiones entre las que existen diferencias, por lo que sé, todavía no estudiadas por nadie. Había sido el primer relato extenso sobre Auschwitz publicado en Francia. François Mauriac comentó el libro en Le Figaro y Claude Morgan, director de Les Lettres françaises, escribió que la autora «explicaba como nadie lo había hecho hasta
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entonces» lo que había ocurrido en aquel campo de exterminio, en un «libro sensacional» (Morgan 1945a; 1945b) del que, al parecer, se vendieron en seguida 40 000 ejemplares (Wieviorka 1989: 58). En España el libro salió a la venta probablemente en enero de 1946. El 16 de aquel mes se anunciaba en La Vanguardia Española de Barcelona («Notas bibliográficas»: 17) su aparición, atribuyéndolo erróneamente a una «célebre testigo del proceso de Belsen». Se aludía sin duda a Sophia Litwinska, una joven judía polaca que había impresionado al público en la sala de vistas de Luneburgo, por haber relatado una singular experiencia de Auschwitz y por haberse desmayado ante el tribunal41. La verdadera autora, Pelagia Lewinska, de la que Manuela Consonni (2015) aporta alguna información, era una comunista polaca, no judía (su apellido de soltera era Sikorska), nacida en 1907 y que había estudiado filosofía en la Universidad Jaguelónica de Cracovia. Había sido detenida con su marido y encerrada en la cárcel de Cracovia el 22 de octubre de 1941, por su actividad en la resistencia. Los torturaron a los dos y a él lo mataron a los pocos días. A ella la deportaron a Auschwitz en enero de 1942. En agosto de 1944, según explica en el libro, consiguió huir durante un traslado fuera del campo. Se supone que el libro lo escribió en París. Como las Atrocidades de Hlond, su publicación en España en ese momento puede sorprender. El expediente de censura muestra que, a diferencia de aquel, el libro de Lewinska planteó problemas42. A las tres preguntas clave el censor contestaba: «¿Ataca al Dogma o a la Moral? Directamente, no», «¿A las instituciones del Régimen? No», «¿Tiene valor literario o documental? Es un libelo demagógico». A
41 Sophia Litwinska contó que había escapado a la muerte cuando había entrado ya en la cámara de gas, se habían cerrado las puertas y habían empezado las emanaciones letales (Law Reports… 1947: 12; interrogatorio completo en «Evidence…» 1949: 79-84. Augusto Assía (seudónimo de Felipe Fernández Armesto), corresponsal en el proceso, que duró del 17 de septiembre al 17 de noviembre de 1945, informó detalladamente en La Vanguardia Española sobre la declaración de Sophia Liwinska ante el tribunal (26/09/1945: 5). 42 Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), (03)050.000, caja 21/07711, expediente 4801.
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continuación se especificaban las «Razones circunstanciales que apoyan la resolución»: «En él se lanzan acusaciones monstruosas sobre los alemanes, que pueden ser ciertas; pero a su través se pasa un cálido elogio a los bolcheviques. La autora debe ser comunista, aunque no lo dice». El censor tachó en el libro cuatro pasajes. En la traducción publicada se leía: «Así, cierto porcentaje de detenidas pudo sobrevivir, siendo liberado por el ejército polaco organizado en la patria liberada» (Lewinska s.f. [1946]: 172). La versión francesa, aunque también aludía a esa intervención del ejército polaco, destacaba «la marcha victoriosa del Ejército Rojo» (Lewinska 1945b: 198), que fue el que realmente liberó el campo43. Al final de la obra, en el texto español tampoco aparecía la evocación admirativa de un prisionero de guerra ruso, Wasylko, que «llevaba con orgullo el título de ciudadano de la URSS» (Lewinska 1945b: 194-195). Y desaparecía igualmente la frase final, que resumía el significado del último capítulo, titulado «El triunfo del hombre»: «Incluso en Oswiecim el Hombre conoció triunfos dignos de Estalingrado» («Même à Oswiecim, l’Homme connut parfois des triomphes dignes de Stalingrad») (Lewinska 1945b: 195). Más allá de esas tachaduras, me parece digno de consideración que con un informe como el aquí resumido el libro se autorizara, y en seguida aventuraré una explicación. A pesar de los cambios indicados, Veinte meses en Auschwitz relata en mi opinión con veracidad y elocuencia una experiencia sumamente interesante de la vida y la muerte en aquel campo. Contiene algún error, porque la autora generaliza a partir de observaciones personales que en aquel primer momento era imposible contrastar, pero también
43 «Ainsi, un certain pourcentage des détenues a survécu, une partie en fut libérée grâce à la marche victorieuse de l’armée rouge et de notre armée polonaise créée dans la patrie affranchie» (Lewinska 1945b: 198). Nada sobre la presencia del «ejército polaco» en la liberación de Auschwitz en enero de 1945, por el «primer frente ucranio» del Ejército Rojo al mando del mariscal Konev (Walter 2007: 153-156). En la liberación de Lublin y Maidanek en julio de 1944, por el primer frente bielorruso al mando del mariscal Rokossovski, sí que participó el «Primer Ejército Polaco» formado en la antigua Unión Soviética, núcleo del Ejército Popular Polaco constituido inmediatamente después de aquella victoria.
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juicios rotundos y básicamente acertados como el de que «Auschwitz era, para millares de seres humanos, un campo de muerte lenta, y para otros millones un lugar de exterminio rápido y en masa, por medio de las cámaras de gas» (Lewinska s.f. [1946]: 203).
Ilustración 1. Sobrecubierta de la segunda o tercera reimpresión de Veinte meses en Auschwitz, Barcelona: Mateu Editor, s.f. [1946]
Parece que la edición española tuvo cierto éxito en aquel momento. Mateu había solicitado autorización para una primera tirada de cinco mil ejemplares y al cabo de pocos meses, en la solapa de otro libro, El ejército fantasma de Joseph Kessel (s.f.), anunciaba que estaba a la venta la tercera edición. En la segunda o tercera edición, el editor añadió una nueva sobrecubierta, con un título distinto del autorizado y del que figuraba en la portada: «Campos de concentración», en grandes letras rojas, algunas de las cuales goteaban como sangrando. El grabado, que parece basado en una acuarela de inspiración expresionista, representaba una sala de juicios, con la cabeza de un juez obeso al estilo de Georges Grosz mirando absorto desde la derecha,
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hacia una composición central piramidal formada por cuatro guardianes de la SS de expresión brutal, uno de ellos con un látigo y otro con una porra, que conducían a un hombre en harapos, casi abatido en el suelo, apoyado en la rodilla y la mano izquierdas y la punta del pie derecho, en el centro del primer plano (arriba, al fondo de la imagen, un retrato de Hitler) (ilustración 1). Aunque para explicar el significado de la obra de Lewinska en aquella España la cuestión sea marginal, cabe reseñar que su recepción en otros lugares presenta aspectos paradójicos. La obra se tradujo pronto al italiano, y en esa lengua se publicó en un volumen junto con otra de Luciana Nissim, Ricordi della casa dei morti, bajo el título Donne contro il mostro (Lewinska y Nissim 1946). Luciana Nissim era una amiga de Primo Levi, que había sido detenida con él y había sido deportada a Auschwitz en el mismo vagón que él, también como judía. En el campo había ejercido de médico. El libro llevaba un prólogo de Camilla Ravera, personalidad destacada de la izquierda italiana. En Francia, como indiqué, Vingt mois à Auschwitz fue acogido en su momento elogiosamente por autores tan distintos como André Gide, Roger Martin du Gard y Raymond Queneau44. Años más tarde, sin embargo, Annette Wieviorka emite el siguiente juicio: «ce livre, dans le texte et dans la préface de Charles Eubes, nie ouvertement l’extermination des juifs» (1989: 58; 50); a la vista del texto, la afirmación es difícil de entender, pero la autoridad de quien la suscribe obliga a reseñarla. Cabe indicar por otra parte que un autor como Emil Fackenheim, reputado teólogo y filósofo, cita a Lewinska como testigo eminente no solo de Auschwitz sino del Holocausto y de la resistencia contra el exterminio, considerándola «an honorary Jewess» (Fackenheim 1989: 22).
44 Martin du Gard, en una carta a Gide de 23 de septiembre de 1945, advierte a su corresponsal: «Avez-vous lu le livre de Mme Lewinska sur Auschwitz? Il faut l’avoir lu. Il faut avoir vécu avec elle ‘là-bas’. On oublierait trop vite, sans cela; et il ne faut pas, on n’a pas le droit d’oublier» (Gide y Martin du Gard 1968: 333). Raymond Queneau, por su parte, opinaba que «[d]ans Vingt mois à Auschwitz Pelagia Lewinska explique le sens réel de ces camps, qui était celui de déshumaniser l’être humain» (Queneau 1965: 199-200).
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Poco después del libro de Lewinska, con una autorización final de censura de febrero de 1945, Mateu publicó el mencionado El ejército fantasma de Joseph Kessel, traducción de L’armée des ombres, cuya primera edición se había publicado en Argel en 1943. Era un relato trepidante sobre la resistencia contra la ocupación alemana y el gobierno de Vichy en Francia. Kessel, extraordinario personaje, era también autor entre otras obras de Belle de jour y coautor del «Chant des partisans». El censor no objetó a la publicación45. El libro apareció con una sobrecubierta del ilustrador Rafael de Penagos. Aparte del interés que tiene cada uno de esos libros por separado, y sobre todo el de Lewinska como testimonio de un campo de concentración y exterminio, cabe preguntarse cómo y por qué la censura franquista los autorizó. Por un lado, está el hecho de que el editor era un hombre inequívocamente de derechas (Editorial Mateu 19451973 2003). Al mismo tiempo que esos libros publicaba otros como ¿Qué será de Europa? (Reflexiones de un germanófilo), escrito por él mismo con el seudónimo J. J. Inchausti, en los que quedaba claro que aquella empresa no tenía la menor intención subversiva. Por otro, hay que suponer que los responsables de la censura tenían orientaciones concretas para permitir aquellas publicaciones: ¿cómo imaginar si no que se autorizara un texto caracterizado como «libelo demagógico», de una autora a la que se suponía comunista? La explicación para mí está en el brevísimo momento de inseguridad por el que pasó el franquismo a partir de la victoria aliada en la guerra. Con el cambio de gobierno de julio de 1945, que reflejaba el giro necesario para intentar adaptarse a la nueva situación, Franco había trasladado la censura de la Secretaría General de Falange Tradicionalista y de las JONS al Ministerio de Educación Popular y, por lo tanto, al sector del régimen más directamente vinculado a la Iglesia (Ruiz Bautista 2008: 79). Abrir la puerta desde allí a algunos libros críticos con la Alemania nazi era un modo de unirse al bando de los vencedores, de disimular el pasado de complicidad con el Eje
45 Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), (03)050.000, caja 21/07750, expediente 5823. Autorización fechada a 15/02/1946.
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nazifascista, una complicidad que había durado nueve años. Un modo de lavarse la cara superficialmente para el futuro inmediato. Como la entrega de Pierre Laval, jefe del gobierno de Vichy de 1942 a 1944; Laval se había refugiado en Barcelona en mayo de 1945 y, después de tenerlo internado con su mujer en Montjuic durante tres meses, se le dijo que no podía seguir en el país. Eran actos que no iban a constituir precedente: España fue un refugio seguro para numerosos criminales nazis y colaboracionistas de todas partes, y durante años dejaron de publicarse libros sobre sus crímenes a la vez que se editaban otros directa o indirectamente apologéticos. Empezaba la Guerra Fría y los aliados occidentales, algunos de los cuales venían preparando su apoyo al régimen de Franco desde tiempo atrás, pasaban a hacerlo más abiertamente. En lo que se refiere a la memoria de los campos de concentración, un ejemplo eminente lo ofrece la novela de Joaquim Amat-Piniella K. L. Reich. En noviembre de 1947 una revista ilegal pero posiblemente tolerada pudo publicar un pasaje de la novela, pero en julio de 1948 el número en el que iba a aparecer otro avance fue secuestrado y la revista fue suprimida (Pérez Vidal 2019: 238-240). También desapareció la colección en la que iba a publicarse la obra entera. Y en 1955, a pesar de la opinión del primer censor de que la obra era publicable, la decisión final fue prohibir que se imprimiera, sin la mínima explicación46. En el resto de Europa, desde mediados de los años cincuenta, el relativo silencio que a partir de 1948 había prevalecido empezó a romperse. Ya en 1951 Léon Poliakov había abierto el camino con su libro Bréviaire de la haine. Le IIIe Reich et les juifs. En 1953 siguió en el Reino Unido The Final Solution, de Gerald Reitlinger. En 1954, con la conmemoración del décimo aniversario de la liberación de los campos ya en perspectiva, aparecieron bastantes libros que trataban de aquel pasado reciente: en Francia Tragédie de la déportation, de
46 Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), (03)0500.000, caja 21/11015, expediente 1144-55. Texto del informe positivo en Amat-Piniella (2013: 377-378).
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Olga Wormser y Henri Michel, y Écrits des condamnés à mort sous l’occupation nazie, de Michel Borwicz; en Italia Si fa presto a dire fame, de Piero Caleffi, y las traducciones del libro de Poliakov recién citado y de L’espèce humaine, de Robert Antelme. Finalmente, en 1956 la película Nuit et brouillard, de Alain Resnais, marcó un cambio importante al menos en Francia y en Alemania. Poco antes, Primo Levi escribía en su texto «Anniversario» de 1955 que el tema de los campos de exterminio «va camino de caer en el olvido más completo» y se preguntaba «¿está justificado este silencio?»47; por suerte, el temor respecto al futuro iba a resultar infundado, pero la constatación del silencio dominante en los años anteriores no era en modo alguno arbitraria. En España aquel silencio tardaría más en romperse, y la escasa difusión que tuvo la primera traducción del diario de Ana Frank, con el título Las habitaciones de atrás, publicada en 1955, es una señal de la situación. Algunos años después, sin embargo, en sincronía con lo que ocurrió en otros lugares, aunque aquí de modo distinto y con límites, las cosas empezaron a cambiar.
Años sesenta El 20 de mayo de 1960 Adolf Eichmann, responsable directo del transporte de judíos a los campos de exterminio, fue capturado en Argentina por agentes de los servicios secretos de Israel; inmediatamente fue trasladado a Jerusalén y se anunció que iba a ser procesado por sus crímenes durante el nazismo. El acontecimiento y la perspectiva del juicio interesaron a la opinión pública de todo el mundo y la España franquista no quedó totalmente al margen de aquella tendencia general. El mismo editor que en 1946 había publicado el libro de Pelagia Lewinska se apresuró a reeditarlo, con un título que aludía a la actualidad (Adolf Eichmann. Su vida. Sus víctimas), y anteponiéndole un
47 «L’argomento dei campi di sterminio, lungi dall’essere diventato storia, si avvia alla piú completa dimenticanza» (Levi 1997b: 1291).
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texto sobre Eichmann firmado con el seudónimo «Benjamín Stern». La ilustración de sobrecubierta se debía a Salvador Fariñas López (1901-1991), un dibujante que durante la Guerra Civil había trabajado en la propaganda republicana y que se había exiliado en 1939, aunque había regresado pronto. No está claro cómo consiguió Mateu editar el libro. En el archivo de la censura no se encuentra el expediente. Mateu utilizó un sello particular, Fondo Internacional de Cultura, indicando que esa editorial tenía sedes en Buenos Aires y México, además de Barcelona. Es posible que fuera un subterfugio para evitar pasar por censura, como si el libro estuviera destinado solo a la exportación, o una coartada para el caso de que amenazara secuestro. El texto añadido en aquel volumen al de Pelagia Lewinska, titulado «Eichmann. Su vida», relata en tono folletinesco la captura en Buenos Aires del antiguo teniente coronel de la SS y su traslado a Israel; al hilo de unos primeros interrogatorios a cargo de los agentes israelíes, se presentan algunos episodios de su vida, entre ellos su huida de la Alemania derrotada. La calidad narrativa de esa primera parte es ínfima, pero el libro merece consideración porque en él se publicaron, en láminas fuera de texto, algunas de las fotografías de los campos de concentración y de exterminio que se habían difundido en Europa y Estados Unidos en 1945. Eran treinta y tres imágenes de aquellos campos, cinco de ellas del de Lublin-Maidanek48, además de varias sobre los juicios de Bergen-Belsen, de los criminales nazis procesados y de los testigos, así como tres de Eichmann. Una de aquellas fotografías, reproducida desde 1945 en muchas publicaciones, fue tomada el 18 de abril de 1945 por el sargento británico Harry Oakes en Belsen (Bergen-Belsen 2009: 260). En ella aparecen mujeres de la SS arrojando cadáveres a una fosa común bajo la vigilancia de soldados británicos, destaca además porque años después fue censurada en otra publicación que se comentará en seguida (ilustración 2).
48 Tomadas posiblemente de las Illustrated London News (14/10/1944), pues allí están todas. En mi ejemplar figuran en lámina fuera de texto entre las páginas 32 y 33 (Lewinska y Stern 1960).
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Ilustración 2. Sargento Harry Oakes, Bergen-Belsen (18/04/1945). Fotografía publicada en Pelagia Lewinska y Benjamin Stern, Adolf Eichmann. Su vida. Sus víctimas (1960) y censurada en Deportación (1969).
El mismo año 1960 apareció una obra que trataba más específicamente de la exterminación de los judíos, también con fotografías, más de cuarenta, y sobre todo con un interés documental incomparablemente mayor: El Tercer Reich y los judíos, de Léon Poliakov y Josef Wulf. La tradujeron el propio editor, Carlos Barral, y Gabriel Ferrater. En su primera edición alemana, de 1955, el libro había sido un proyecto pionero, que se había abierto camino entre considerables dificultades. Los autores eran dos personalidades destacadas. Léon Poliakov había participado en Francia en la Resistencia y en la fundación clandestina, ya en 1943, del Centre de documentation juive contemporaine (CDJC); en 1946 había intervenido en la preparación y desarrollo del proceso de Núremberg como colaborador de uno de los fiscales franceses y a partir de su Bréviaire de la haine, ya mencionado,
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publicaría numerosas obras sobre la Shoah, el antisemitismo y su historia y otros temas afines. Josef Wulf, de familia judía asentada en Cracovia, había sido internado en Auschwitz en 1943, había salido del campo al final en una de las marchas de evacuación y había logrado huir (Kempter 2013). En la Varsovia liberada había participado en las actividades de la Comisión Histórica Judía Central, hasta su exilio en Francia en 1947. Allí había empezado su colaboración con Poliakov. Tras una trayectoria política con compromisos cambiantes, en 1952 se había trasladado a Berlín y a partir de entonces su gran proyecto vital había sido documentar y explicar la historia del nacionalsocialismo y de la persecución de los judíos. El Tercer Reich y los judíos fue el primer resultado, al que siguieron volúmenes sobre el Tercer Reich y sus servidores, sus pensadores, sus ejecutores, la cultura, la música, las artes plásticas, la literatura, el teatro, el cine, la prensa y la radio, además de otros estudios históricos. Aquel primer libro reflejaba la visión de los autores sobre la dificultad para abordar en aquel momento «el complejo proceso de la que se dio en llamar la “solución final” del problema judío». En el prólogo explicaban que, especialmente en Alemania, donde todavía no había «ninguna investigación seria», faltaba perspectiva para hacer su historia y, por el hecho de ser ellos mismos judíos, les resultaba difícil encontrar el tono adecuado, reprimiendo «su resentimiento, por comprensible que sea», para lograr la objetividad que consideraban necesaria. Así que la opción era presentar una serie de documentos, en su mayoría de los archivos nazis, agrupados por temas y añadiendo solo títulos y breves presentaciones de las distintas secciones. Los autores no se privaban del todo de expresar su punto de vista, en el tono sarcástico de algunos de esos títulos y en la propia selección de los documentos presentados. Pocos meses después de la aparición de esos dos libros, y por las fechas en que se inició el juicio de Jerusalén, el 13 de abril de 1961 la censura autorizó finalmente la publicación de K. L. Reich, la obra de Joaquim Amat-Piniella, que como se indicó había sido prohibida por última vez en 1955 y que se publicaría efectivamente casi dos años más tarde, en febrero de 1963. El editor era el mismo de la obra de Poliakov y Wulf, Carlos Barral.
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Aquel cambio de criterio sobre K. L. Reich no significaba dar vía libre a cualquier otra publicación sobre el tema. Pocos meses después de que ese libro llegara a las librerías, en junio de 1963, el propio Barral pedía a la censura autorización para traducir Le grand voyage, la novela de Jorge Semprún que acaba de publicarse en París y había obtenido el Premio Formentor de narrativa, concedido por un grupo de editores europeos. El primer censor exigió que se eliminaran tres breves pasajes, pero concluyó con un «puede autorizarse», y su superior inmediato confirmó la orientación favorable, aunque añadiendo otra supresión más. Pero luego ocurrió lo mismo que con K. L. Reich en 1955, si bien en este caso sí está documentado quién tomó la decisión, en el tercer nivel del procedimiento. El director general, Carlos Robles Piquer, escribía a su departamento de censura seis meses después de la solicitud que no se autorizaba la publicación. Aquel departamento se llamaba entonces «Sección de Orientación Bibliográfica»49. Es posible que la prohibición tuviera más que ver con la personalidad de Semprún, con su notoriedad pública, que con el tema de la obra. Así lo explicó el propio Semprún años más tarde, en L’écriture ou la vie: Il se trouve, en effet, que la censure franquiste a interdit la publication du Grand voyage en Espagne. Depuis que le prix Formentor m’a été attribué, il y a un an, les services de M. Fraga Iribarne, ministre de l’Information du général Franco, ont mené campagne contre moi; ont attaqué les éditeurs qui composent le jury international — et tout particulièrement l’Italien Giulio Einaudi — pour avoir distingué un adversaire du régime, un membre de la «diaspora communiste» (Semprún 1994: 281).
Cabe observar, no obstante, que por las mismas fechas, en febrero de 1963, un grupo de antiguos supervivientes de los campos alemanes, sin ninguna relación con Semprún, intentó legalizar una asociación con el nombre de Amical de Mauthausen y también se les denegó el permiso, hasta que en marzo de 1964 les llegó la notificación y la
49 Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), (03)0500.000, caja 21/14633, expediente 3644.
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sala de lo contencioso del Supremo avaló la decisión en junio de 1965 (Torán 2008). Por otra parte, en 1963 se autorizó sin ningún recorte, pese a un cierto escepticismo del primer censor, el libro de Eugen Kogon titulado entonces Sociología de los campos de concentración, traducción de El Estado de las SS, de 1946, editado con su título original en 200550. En 1965 apareció Auschwitz, de Léon Poliakov, que se había publicado en Francia el año anterior, y en 1966 Poder sin moral. Historia de las SS, de Reimund Schnabel, también editado por Barral, libro similar en varios aspectos al de Poliakov y Wulf, e igualmente ilustrado con fotografías, una treintena. A finales de aquel mismo año apareció Treblinka, de Jean-François Steiner, un relato con base documental pero novelado, que en Francia estaba teniendo gran éxito de ventas51. Parecía que el tabú sobre los textos que trataban de los campos de concentración y la Shoah, salvo si afectaban a personalidades como Semprún, había perdido fuerza. En 1969 se publicó con el título Deportación un libro traducido del francés que hubiera podido señalar un giro en la presencia de las imágenes de la Shoah y los campos de concentración en España. Entre sus casi quinientas ilustraciones, muchas de ellas en gran formato, había más de trescientas fotografías de los campos de concentración y exterminio, además de otras que mostraban la persecución antijudía en Alemania y los países ocupados, la situación en los guetos en los que los nazis recluyeron en un primer momento a los judíos en Polonia, la resistencia, la represión y la guerra. En Francia La Déportation había aparecido a finales de 1967 y había sido el resultado de un gran esfuerzo colectivo, organizado por la Fédération nationale des déportés et internés résistants et patriotes (FNDIRP), próxima al PCF. La edición se había financiado con alrededor de 17 000 suscripciones y en la preparación habían participado
50 Documentación de 1965 en Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), (03)0500.000, caja 21/14306, expediente 6742. 51 Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), (03)0500.000, caja 21/17622, expediente 6743.
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más de cuarenta personas, muchas de ellas supervivientes de los campos alemanes y algunas, como Olga Wormser o Louise Alcan —deportada a Auschwitz—, autoras de obras ya publicadas sobre el tema. En la sobrecubierta figuraba la fotografía de un deportado ruso tomada por Eric Schwab en el campo de Dachau que se ha convertido en uno de los iconos del mundo concentracionario52.
Ilustración 3. Sobrecubierta de Deportación (1969), con la fotografía de un deportado ruso tomada por Eric Schwab en el campo de concentración de Dachau el 1 de mayo de 1945.
52 La imagen se había publicado inicialmente en 1945 en la revista Objectif con la leyenda «Dachau. Ce visage hallucinant est celui d’un dysentérique devenu fou et dont l’identité est restée inconnue» (Eric Schwab… 2005: 55). En otra fotografía del mismo superviviente se indicaba que era «[u]n jeune déporté d’origine russe» (Eric Schwab… 2005: 21). Annette Wieviorka añade: «jeune déporté juif russe transféré d’Auschwitz» (2015: [fuera de texto, entre pp. 128 y 129]).
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El libro ofrecía un panorama amplio y contextualizado de lo que habían sido los campos de concentración y de exterminio. Una primera parte presentaba imágenes representativas del nazismo y el fascismo en Europa, y en ese contexto trataba también de la guerra de España. La obra abordaba en varios lugares específicamente la persecución antijudía en Alemania y los países ocupados por Alemania, la reclusión de los judíos en guetos y el genocidio del que fueron víctimas. La iniciativa de publicar la traducción española partió de los exdeportados que desde 1962 intentaban legalizar una asociación que los agrupara, con el nombre de «Amical de Mauthausen». Aunque la autorización les había sido denegada, el grupo promotor persistía en algunas de sus actividades, y una de las principales era cultivar la memoria de su experiencia común. Una carta con membrete de la FNDIRP dirigida el 27 de diciembre de 1967 a Amadeu López Arias anunciaba al grupo de la Amical la puesta a la venta de La Déportation en Francia y el envío de unos pocos ejemplares a Barcelona, aprovechando el viaje de regreso de unas jóvenes que estaban de visita en París. El 11 de enero de 1968, Amadeu López contestaba: «debemos deciros que el libro es maravilloso. En mi Oficina hacían cola para verlo. Todo, la presentación, la documentación, es perfecto»53. En la correspondencia de las semanas siguientes se trató de las condiciones en las que podrían enviarse más ejemplares, del descuento que la FNDIRP podía ofrecer y de las dificultades que tenían algunos exdeportados para adquirirlos, «ya que el precio es casi prohibitivo». En marzo de 1968, Amadeu López planteaba la pregunta de si el libro podría traducirse al castellano. Finalmente, el 16 de febrero de 1969 Joan Pagès escribía a París para decir que unos familiares de «un amigo ex-deportado de Mauthausen», de quien no mencionaba el nombre, «que tienen establecida en esta ciudad la Editorial Petronio, S. A.», estaban interesados en publicar el libro. «Estos señores han sometido ya a previa censura del Ministerio de Información y Turismo de Madrid un ejemplar de DEPORTATION y sólo les han
53 Todas las citas que siguen proceden de la correspondencia conservada en la Amical de Mauthausen.
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sido censuradas cinco o seis fotos, unas por inconvenientes (Franco) y otras por excesiva crudeza (cadáveres amontonados). Ello significa que en lo básico (casi su totalidad) el libro conservaría su valor de dar a conocer y testimoniar sobre la Alemania hitleriana y bélica y la vida en su culminación concentracionaria». De acuerdo con la ley de prensa de 1966, el futuro editor había acudido a la censura para cumplir el trámite denominado «consulta voluntaria», con una instancia de 20 de enero de 196954. Los editores se sometían a ese trámite, sobre todo para libros costosos, a fin de evitar que, si los publicaban sin previa consulta y la censura consideraba que no podían distribuirse, fueran secuestrados; el secuestro no significaba que hubiera delito, pero se perdía toda la inversión. En este caso el censor, que ya no contestaba a las preguntas del formulario («¿Ataca al dogma / … a la moral/ … a la Iglesia o a sus Ministros / … al Régimen y a sus instituciones / … a las personas que colaboran o han colaborado con el Régimen?»), se abstenía de toda crítica general, calificando el libro de «interesante» y describiéndolo como «un impresionante e interesante documento de las durezas y penalidades sufridas por los internados, haciendo responsable de ello al régimen Hitleriano y directamente a las SS pero dejando libre de culpa al pueblo alemán». Es probable que, por temor a fracasar con su solicitud, el propio editor hubiera practicado una primera autocensura, proponiendo eliminar cuatro fotografías que asociaban directamente franquismo y nazismo (desfile de la Legión Cóndor en Berlín55, una calle de Guernica tras el bombardeo56, Franco y Hitler en Hendaya y unos
54 Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), (03)0500.000, caja 66/02442, expediente 585. 55 El desfile había tenido lugar el 6 de junio de 1939. La prensa del momento había informado triunfalmente de cómo los máximos dirigentes nazis habían acogido en su capital a los generales Queipo de Llano, Solchaga y Aranda. 56 El pie de foto decía (traduzco): «La guerra de España permitió a los hitlerianos mejorar su material militar y entrenar a sus soldados en métodos de guerra inéditos. […] Guernica, ametrallada e incendiada el 26 de abril de 1937, en día de mercado, lo atestiguará durante mucho tiempo».
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internados en el campo de concentración de Miranda de Ebro). En el ejemplar conservado en el archivo las imágenes están como tachadas con tiras de papel blanco pegadas. El censor señala en su informe que esas fotografías están «ya anuladas». Para el antifascismo europeo, del que La Déportation era una clara expresión, la expansión del nacionalsocialismo y el fascismo en Europa había empezado en la Guerra de España, y la victoria del franquismo era un hecho decisivo para entender los desastres posteriores. Suprimir las fotografías del libro que transmitían esa idea no era un cambio menor. Por otra parte, la derrota de la República seguía presente a través de varias imágenes que la edición española mantenía. En una página doble (66-67) aparecían una gran fotografía del campo de Gurs, «destinado a alojar a los republicanos españoles», otra algo menor en la que se veía detrás de una alambrada a «soldados españoles, combatientes del Ejército republicano, que fueron internados a su entrada en Francia», y otra del campo de Djelfa, en Argelia, al que sin embargo el pie de foto no relacionaba con los refugiados de la República57. Los editores valoraron sin duda que esas imágenes no iban a molestar al censor, y acertaron. El censor añadía a las cuatro fotografías suprimidas de la manera descrita más arriba, posiblemente por autocensura, otras once tachadas con su lápiz rojo. Varias de ellas respondían al resumen de Joan Pagés según el cual debían de haberle parecido inaceptables por su «crudeza». Hay dos, en cambio, que no se ajustan del todo a esa descripción. En una de ellas aparece un gran número de hombres desnudos al aire libre, todos menos uno fotografiados oblicuamente de espaldas o casi de perfil, en dos formaciones perpendiculares una a la otra; corresponde a una «desinfección general» llevada a cabo en el campo de Mauthausen el 21 de junio de 194158. En la otra se ve
57 En Djelfa estuvo internado, entre otros republicanos españoles, Max Aub, quien dejó testimonio de la experiencia en sus poemas del Diario de Djelfa (1944). 58 Benito Bermejo describe las circunstancias en las que se tomó esa foto y reproduce otras imágenes de la misma situación en su estudio El fotógrafo del horror. La historia de Francisco Boix y las fotos robadas a los SS de Mauthausen (2015: 89 y 93).
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en la edición francesa a un grupo de jóvenes desnudos al aire libre, en formación, en perspectiva de tres cuartos. Otra de las fotografías tachadas por el lápiz rojo del censor merece comentario aparte. Quizá responde a la idea de la «crudeza» señalada por Joan Pagès, pero además, por su fuerza simbólica, en 1945 se había convertido inmediatamente en uno de los «iconos» del horror concentracionario. En ella se ve un cadáver de un hombre en el suelo con los brazos en cruz, con la cabeza de otro cadáver, con los brazos también casi en cruz, junto a la suya, y las piernas de otro que completan una diagonal quebrada en toda la imagen59. La había tomado en el campo de Belsen el 17 de abril de 1945 el sargento británico Edward Malindine, fotógrafo antes de la guerra en el Daily Herald. Es probable que el censor considerara intolerable aquella imagen por su heterodoxa sacralidad, su resonancia cristiana, que por su fuerza expresiva reinterpretaba con excesiva libertad aquella tradición religiosa. La última fotografía de Deportación que hay que comentar, y que en su versión original figura entre las más conocidas, no fue suprimida totalmente. Es del campo de Mauthausen y, como explica Benito Bermejo (2015: 165), la tomó Donald Ornitz, fotógrafo militar norteamericano, seguramente el 7 de mayo, dos días después de la liberación. En la edición francesa la reproducción era de escasa calidad, pero en la pancarta colgada en el patio del campo, encima de la puerta, se leía un texto en castellano: «Los españoles antifascistas saludan al ejército liberador», que había pintado Francesc Teix (Bermejo 2015: 152). En la edición española la fotografía se publicó reencuadrada, sin la pancarta y con menor nitidez. En el expediente de censura no hay ninguna referencia a esa supresión.
59 Ver Knoch (2001: 134, 135 y 140), sobre publicaciones en prensa. Era la fotografía final a página entera en Deutsche Konzentrations- und Gefangenenlager (1945) y el frontispicio de Clark Kinnaird, This Must Not Happen Again (1945: 6).
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Ilustración 4. Imagen de La Déportation suprimida por el censor para la edición española. Fotografía tomada en el campo de Belsen el 17 de abril de 1945 por el sargento británico Edward Malindine, de la Army Film and Photographic Unit.
Joan Pagès tenía razón al señalar que en la España de 1969 o 1970 la traducción de La Déportation, a pesar de aquellas supresiones, conservaba su valor. Teniendo en cuenta la escasez de imágenes y relatos de aquellos hechos publicados hasta entonces, podría incluso decirse que aquí aquel valor aumentaba. Menos comprensible resulta que en las sucesivas ediciones de la misma obra, al menos cuatro, ya sin censura, se hayan mantenido las supresiones señaladas. Además hay que aceptar que, a pesar del gran interés de casi todas las fotografías publicadas en Deportación, el libro tiene defectos y contiene errores que no pueden ignorarse, defectos y errores que resultan comprensibles si se atiende al momento en que se publicó por primera vez, pero no treinta años después y menos hoy. Valga como ejemplo la fotografía de mujeres desnudas al aire libre que el pie de foto dice que iban a la
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cámara de gas en Maidanek, cuando en cambio se ha averiguado que mostraba los preparativos de una masacre a tiros de mujeres y niños judíos llevada a cabo cerca de Mizocz, en Ucrania, por la Feldgendarmerie alemana y la policía local (Deportación 1969: 218)60; o bien el hecho de que una de las cuatro fotografías tomadas desde las cámaras de gas de Auschwitz apareciera en una versión absurdamente retocada (Deportación 1969: 135), retoques sobre los que ha realizado brillantes análisis Didi-Huberman (2004: 50-52; 2001: 235). A menudo, por otra parte, y también comprensiblemente, los comentarios de las fotografías son más valorativos que descriptivos y descuidan el significado documental de las fotos, en aquel momento todavía poco o nada investigado, para destacar su significado simbólico o de denuncia. La traducción, en general bastante libre, acentúa aquel sesgo expresivo. La historia de la edición de ese libro, y más concretamente la intervención de la censura, ilustra muy bien a mi modo de ver lo que ocurrió con la imagen pública de los campos de concentración alemanes hacia el final del franquismo. La Amical de Mauthausen, que tenía entre sus objetivos promover la memoria de aquella experiencia, no fue autorizada hasta después de la muerte del dictador. La memoria del nazismo que se admitía enmascaraba que el franquismo debía en parte su existencia a la colaboración de aquel régimen, al que había apoyado además activamente con iniciativas como la División Azul, y aquella memoria oficial minimizaba además la experiencia de los españoles que habían sufrido más directamente la crueldad de aquellos campos a partir de 1939. Quisiera recordar, para terminar, que los filtros impuestos a la memoria de los campos de concentración y exterminio no fueron un hecho exclusivamente español. Valga como ejemplo uno de los
60 La Feldgendarmerie era un cuerpo de policía militar. Véase Knoch (2001: 953 y 963), quien remite a Yitzhak Arad (1990: ilustración 204). El asesinato en masa de mujeres y niños del gueto de Mizoch, el 14 de octubre de 1941, tuvo lugar tras la revuelta del día 13 contra los preparativos para la liquidación de aquel gueto: (15/09/2019). Interesante reflexión sobre ese error y otros parecidos en About y Chéroux (2001: 12).
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obstáculos que tuvo que superar la película de Alain Resnais Nuit et brouillard (Noche y niebla). En 1956 la Comisión de control del cine francés vetó que en una imagen del campo de tránsito de Pithiviers apareciera a un lado, durante dos segundos, la silueta de un gendarme francés, porque aquel fugaz perfil, apenas perceptible para el espectador desprevenido, sugería la colaboración de Vichy en la persecución de judíos y opositores políticos, un hecho por otro lado indiscutible. Aceptada aquella mínima supresión y a pesar de otras reservas de algunos miembros de la Comisión, la película fue autorizada, aunque luego tuviera que enfrentarse al veto de la Alemania federal en el festival de Cannes y a otras dificultades para su difusión, como la censura en Reino Unido, que afectaron a mujeres desnudas, pilas de cadáveres y otras imágenes (Lindeperg 2007; Struk 2004: 168). Con los ejemplos propuestos espero haber mostrado cómo durante decenios el conocimiento del pasado europeo reciente, y en especial de la cara más siniestra del fascismo, estuvo sometido en la esfera pública de la España franquista a filtros y falseamientos. Los casos mencionados, de relatos e imágenes que pudieron leerse y verse aquí, son además meros detalles, en cierto modo contradictorios, en un panorama general de ocultamiento u olvido selectivo. Cabe pensar además que, de forma directa o más aún oblicuamente, ese panorama entonces dominante sigue teniendo consecuencias hasta hoy.
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Mauthausen: un campo nazi al alcance de la memoria
Sara J. Brenneis Amherst College
Memorias y fantasmas ¿Qué es Mauthausen? Hay varias maneras de responder a esta pregunta. En principio, Mauthausen es un campo de concentración nazi, localizado en Austria, donde fueron deportado unos 7 000 españoles entre 1940 y 1941. Siendo prisioneros políticos y no judíos, Mauthausen y sus instalaciones funcionaban como un campo de labor forzada para estos deportados, no como un campo de exterminio. Sin embargo, se murieron igual. Pero la idea de este campo de concentración nazi puede tener diferentes significados para diferentes personas. Para muchos, incluyendo a unos 5 000 españoles, Mauthausen fue el final de la lucha; el campo donde su exilio terminó definitivamente a causa de los abusos nazis.
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Sus historias y memorias murieron con ellos. Primo Levi ha escrito que las personas que murieron en los campos eran «los verdaderos testigos… [los que] no han vuelto para contarlo» (Levi 1988: 83)1. Para otros, Mauthausen fue una prisión; un infierno del que lograron sobrevivir. Para estos supervivientes, el campo existía en sus memorias actuales. Podían recordar la composición de las barracas, el olor del humo del crematorio y el peso de las piedras de granito que cargaban de la cantera. Esta memoria es personal, vinculada al tiempo que estuvieron allí en el campo, las experiencias que tuvieron, las relaciones que establecieron y el dolor físico que padecieron. No se puede duplicar esta memoria de primera mano. Pronto, cuando ya no haya supervivientes de Mauthausen, la memoria individual también desaparecerá. Algunos han escrito o hablado sobre su trayectoria en Mauthausen, textos que forman la base de una concepción actual de la experiencia del campo nazi contada por los deportados. Como cualquier memoria, son textos subjetivos, que a veces borran la línea entre la ficción y la realidad. Sin embargo, solo alguien que pasó por las cancelas de Mauthausen hubiese podido conocer el campo tal y como era durante sus años de operación como un campo de concentración. Y solo los supervivientes poseían la posibilidad de escribir sobre esta etapa de sus vidas. Para los españoles que vivieron el periodo de la Segunda Guerra Mundial pero que no tenían ninguna experiencia personal de Mauthausen, el campo fue o una leyenda o un fantasma. Tuvo un simbolismo inherente para las personas que sabían de su existencia: el fascismo, el aislamiento de España del resto de Europa, la maldad encarnada. El tema dominante para el campo durante este periodo es la ausencia: los supervivientes eran rotundamente invisibles en la sociedad española. Para la mayoría, entonces, Mauthausen no era nada más que un espectro: ni visto ni oído. Curiosamente, sin embargo, las historias de Mauthausen no estaban ausentes por completo en los medios de comunicación controlados por Franco. Estos casos son casi fantasmagóricos, dado que existían, pero parecen no haber sido vistos, como veremos más adelante.
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Todas las traducciones son mías.
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Después de la muerte de Franco en 1975, no obstante, Mauthausen volvió del borde del olvido. Fue convertido en un espacio de memoria colectiva, representando un deseo de entender el campo como parte del trauma colectivo de la sociedad española a lo largo del siglo xx. Algunos —familiares de los que perecieron allí o Montserrat Roig en su esencial historia oral Els catalans als camps nazis, por ejemplo— dependían de las memorias de los supervivientes de Mauthausen para, en efecto, reconstruir el campo en la imaginación española, salvándolo del abandono en un sentido tanto literal como figurativo. Recientemente, Mauthausen ha captado un lugar en la memoria colectiva española como un espacio de conmemoración y representación. Hoy en día no se conceptualiza a Mauthausen como una memoria viva, sino una memoria imaginada. El campo y las historias tanto de los prisioneros que sobrevivieron como de los que murieron allí son las inspiraciones para esfuerzos creativos que buscan revigorizar el legado del campo mediante diversas técnicas y géneros. Sin embargo, mientras nos alejamos de las memorias íntimas e individuales de los deportados que experimentaron Mauthausen directamente, nos acercamos a representaciones diluidas y, a veces, distorsionadas. Estos artistas y escritores ajenos a la experiencia visceral de Mauthausen no han sufrido las palizas, no han pasado por el hambre y las enfermedades comunes, no tienen el conocimiento sensorial del campo tal como era. Lo que nos ofrecen es pura representación artística contemporánea del campo que no puede reemplazar ni la memoria personal ni la colectiva de los supervivientes mismos. Entre estas representaciones hay textos históricos, por cierto, pero también novelas, películas, cómics, obras de teatro y redes sociales que abarcan aspectos de lo que les pasó a los deportados, junto con un intento de captar un momento en la historia, en ocasiones de manera imaginativa. No pueden, sin embargo, asemejarse a la experiencia de haber sufrido o muerto allí. Lamentablemente, para la mayoría de los españoles y, desde luego, para la mayoría del mundo, Mauthausen no es nada. No existe ni en la memoria ni en la imaginación. No saben nada del campo. Por eso, para ellos, Mauthausen no existe. A pesar de que el campo nazi es olvidado y desconocido por esta inmensa mayoría, Mauthausen está al alcance de una memoria colectiva
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dentro y fuera de España. De hecho, Mauthausen ha estado al alcance de la memoria desde 1945, año del final de la Segunda Guerra Mundial. Las razones por las cuales los españoles deportados a este campo de concentración han existido tanto en los márgenes de la memoria de este país como en los márgenes de los estudios de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto en el ámbito internacional, son complejas. Paradójicamente, no obstante, los deportados han sido olvidados no porque no hayan intentado a lo largo de las décadas contar sus historias, sino porque no han tenido cabida en las narrativas tradicionales ni de la memoria histórica española ni del Holocausto y, por ende, sus voces no han sido escuchadas.
El olvido de las víctimas españolas Hay muchos contingentes de personas que han sido olvidados en la memoria colectiva. No es productivo iniciar una competencia sobre quién ha sido el más ignorado, cuestión que el historiador alemán Dan Diner ha caracterizado como «un tipo de rivalidad desgraciada entre las víctimas» (2003: 44) en los estudios del Holocausto y de la Guerra Civil. Lo que sí es importante a la hora de ubicar a los españoles deportados a Mauthausen dentro de la historia que abarca tanto la Segunda Guerra Mundial como el Holocausto tiene que ver con las diferencias fundamentales entre la deportación de gente de nacionalidad española a campos de concentración nazi y los judíos exterminados como parte del programa de «la solución final» de Hitler. Los deportados de España no eran víctimas del Holocausto, entendido como el genocidio de seis millones de judíos. No eran judíos; eran primariamente republicanos, luchadores contra las fuerzas fascistas tanto en España como más tarde en Francia y Alemania. Algunos lucharon contra los nazis en batallas tempranas de la Segunda Guerra Mundial. Cabe decir que también había niños y civiles que no participaron en la Guerra Civil española. Pero los deportados españoles sí compartieron con los judíos la experiencia de sufrir la violencia a manos de los nazis en los campos. En Mauthausen, incluso había españoles que murieron en cámaras de gas en el Castillo de
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Hartheim, uno de los centros de exterminación afiliados al programa T4, creado para eliminar a personas con discapacidades. Los deportados eran testigos del Holocausto, al haber presenciado —muchos, no todos— las ejecuciones de judíos individuales y la eliminación de caravanas enteras de judíos que un día entraron en Mauthausen para desaparecer sin rastro al siguiente. Algunos de los deportados españoles hasta guardaron pruebas de la violencia y del programa de genocidio en forma de documentación y negativos fotográficos, que llegarían a probar el programa de exterminación de los judíos —el Holocausto— en los juicios internacionales celebrados después de la liberación de los campos2. Dadas las diferencias entre la magnitud de las víctimas españolas en los campos y el genocidio de los judíos, ¿cómo podemos entender la presencia española en los campos nazis de manera constructiva, sin quitar el protagonismo de los judíos en la Shoah? Hay maneras de considerar los grupos no judíos que murieron bajo el Tercer Reich que no descartan la singularidad del Holocausto, del sufrimiento judío. La historiadora canadiense Doris Bergen explica una de estas maneras, examinando los momentos de conexión entre las víctimas judías y no judías de los nazis: No hay duda de que el odio de los judíos constituía el centro de la ideología nazi. […] Los judíos eran el blanco principal del genocidio nazi. […] A la vez, la Alemania nazi perseguía, encarcelaba, masacraba, hacía trabajar a muerte y privaba de comida deliberadamente a millones de personas en los territorios ocupados al este —polacos no judíos…; prisioneros de guerra soviéticos, miembros de la resistencia acusados y gente urbana—. En Alemania, el régimen atacaba a los comunistas alemanes, hombres homosexuales, testigos de Jehová, afro-alemanes y otros grupos considerados indeseables en el «orden nuevo» de Hitler. Si uno considera a algunos o a todos los miembros de estos grupos como «víctimas del Holocausto» o no, sus destinos se entrecruzaban en maneras significativas
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Francesc Boix es el más conocido de estos testigos, apareciendo en Núremberg, pero los supervivientes Joan de Diego y Casimir Climent también acudieron ante los tribunales convocados después de la Segunda Guerra Mundial.
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con los judíos marcados y matados en la misión nazi por una raza pura aria y por el territorio (Bergen 2016: 3-4).
Bergen especifica que, en los casos de abuso de personas discapacitadas y de poblaciones de la antigua Roma, estos programas «compartían con el genocidio de los judíos las personas responsables, los métodos de matanza y las metas de la llamada purificación racial» (Bergen 2016: 4). En este sentido, vemos que los republicanos españoles deportados a los campos de concentración —no mencionados explícitamente por la historiadora en su lista— caben entre estas categorías de personas no judías que sufrieron a manos de los mismos oficiales de la SS que estaban matando a judíos, utilizando los mismos métodos para asesinarlos y con la misma meta de eliminar, en este caso, a un grupo político, no a una raza. Y tenemos el resultado para los españoles deportados a Mauthausen: murieron la mayoría, el 67 % de aquellos que entraron en el campo. Es curioso, entonces, que los deportados de España estén rotundamente excluidos de exámenes de víctimas no judías de los nazis. Mencionar a los españoles republicanos en estudios sobre las víctimas no judías de los nazis es la excepción, no la regla. Solo hay que ver, por ejemplo, la introducción al libro A Mosaic of Victims: Non-Jews Persecuted and Murdered by the Nazis donde el autor Michael Berenbaum escribe: «Por primera vez, en Un mosaico de víctimas todos los grupos principales victimizados por los nazis están representados en una obra» (1990: 2). Al incluir a los polacos, testigos de Jehová, pacifistas, homosexuales y rumanos, pero excluir a los españoles, Berenbaum argumenta, esencialmente, que no eran un «grupo principal» de víctimas no judías. Una exposición sobre Auschwitz que se inauguró en Madrid en 2017 provee otro ejemplo. Al principio, apenas si se mencionaba a los deportados republicanos, a pesar de la existencia de españoles que también murieron en Auschwitz, además de judíos sefardíes de origen español. Por otra parte, la exposición incluía información errónea relacionada con los deportados españoles. En este sentido, Emilio Silva, cofundador de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, ha declarado:
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Era inconcebible que una exposición sobre Auschwitz en nuestro país se olvidara, precisamente, de las víctimas españolas del nazismo. En cualquier caso, lo sucedido demuestra la falta de conocimiento que existe en España sobre este tema y el mucho trabajo que queda por hacer. ¿Para cuándo una gran exposición como esta dedicada a los españoles y españolas que sufrieron y murieron entre las alambradas nazis? (Hernández de Miguel 2018).
Como resultado de las quejas, los organizadores de la exhibición añadieron más protagonismo a los deportados y corrigieron los datos. Pero es un caso que muestra el sentimiento de olvido de los deportados españoles dentro del marco de la violencia nazi en los campos de concentración. Un entendimiento del nazismo debe abarcarlo todo —todos los grupos afectados y toda la memoria posible— en un esfuerzo por entender, por no repetir y por aprender. No hay que abusar del término «Holocausto» para que esto sea posible.
Recorrido de las representaciones de Mauthausen Después de haber visto cómo la cuestión de la memoria de los deportados españoles es minusvalorada a nivel internacional, hay que examinar la misma cuestión a nivel nacional. En España el legado de los deportados es ambivalente, pero no por culpa de los propios deportados y deportadas. Desde los años cuarenta y tanto dentro como fuera de España, ellos y ellas han estado contando y recontando como podían sus historias según las circunstancias, de maneras diversas y a públicos diferentes. A la vez, otras personas no supervivientes de los campos —periodistas, escritores y artistas, principalmente— han desempeñado un papel decisivo en el abordaje de la memoria de los deportados a Mauthausen desde los años setenta hasta el día de hoy, actividad que supone otro movimiento decisivo en cuanto se refiere a la memoria colectiva de los deportados. El conjunto de obras que examinaré a continuación incluye textos de memoria, testimonios, cine y ficción, todos ellos representaciones españolas diversas de Mauthausen, publicadas o emitidas en España a
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lo largo de setenta y cinco años. Este recorrido diacrónico por las representaciones artísticas de Mauthausen empieza en 1946 en un sitio poco esperado: las páginas del periódico falangista Arriba. En un momento en que no se mencionaba la matanza de los judíos ni mucho menos la presencia de españoles en los campos nazis en la prensa española, que la historia de un superviviente catalán que pasó cinco años en Mauthausen se publicase en un diario falangista accesible a todo el mundo pareciera algo imposible. Pero no lo es: «Yo he estado en Mauthausen» es la primera narrativa sobre un campo de concentración publicada en España. Entre el 20 de abril y el 1 de junio de 1946, Carlos Rodríguez del Risco publicó «Yo he estado en Mauthausen» en treinta y cuatro entregas aparecidas en Arriba, el órgano oficial de Falange. Los artículos recogen las experiencias del autor al cruzar la frontera con Francia, su internamiento en los campos franceses de Argelès-sur-Mer y Gurs, su lucha durante la Segunda Guerra Mundial como voluntario en la Legión Extranjera, su captura por los alemanes, su traslado a un campo de prisioneros de guerra y, por último, su deportación a Mauthausen. A grandes trazos, Rodríguez del Risco describe las instalaciones del complejo de Mauthausen, los equipos de trabajos forzosos, las acciones y la violencia de los oficiales de la SS y los convoyes de judíos y prisioneros de guerra que fueron matados nada más ingresar en el campo. Su texto provee información específica sobre la población del campo —nombres de sus compatriotas, de prisioneros-kapos y de algunos individuos que lucharon en las Brigadas Internacionales, por ejemplo— que nunca se ha publicado en ningún otro sitio en los años posteriores. Existen algunos factores que pueden explicar la aparición en prensa de estos artículos en España durante un periodo de censura absoluta que limitaba cualquier noticia sobre los republicanos deportados a campos de concentración, hasta negar su existencia. Primero, aunque Rodríguez del Risco huyó de España como un defensor de la Segunda República que había luchado en la Guerra Civil, pasó por una especie de conversión política mientras estaba en Mauthausen. En los artículos define a Franco como el «hombre providencialmente elegido para librar [la Patria] de la más formidable hecatombe de todos los tiempos», así como se identifica a sí mismo como un «soldado de la Iglesia;
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español fervoroso, […] un leal servidor de mi Patria» (Rodríguez del Risco 1946: 1 de junio, 3). De este modo, o bien el autor cambió de bando, o bien su conversión fue impuesta por su editor, Rafael García Serrano, o por la censura franquista; hasta quizá la explicación resida en todas estas posibilidades combinadas. Otro factor que permitió la publicación de esta serie de artículos fueron las opiniones de Rodríguez del Risco acerca de los judíos y de Hitler. En 1946, Franco impuso lo que Javier Tusell ha llamado «el maquillaje de su régimen» (1984: 102), cambiando a los ministros falangistas por un gobierno católico más atractivo a las fuerzas antifascistas internacionales después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la situación en Arriba cambió poco, y los artículos de Rodríguez del Risco, al ser rotundamente antisemitas y apologistas, reflejaban opiniones más plenamente fascistas, acordes con las tensiones que existían en el seno de la dictadura franquista. En un momento dado, el autor incluso llega a escribir que Hitler no orquestó lo que llegaríamos a llamar el Holocausto: «ese hombre, sin duda alguna extraordinario, no pudo ni debió nunca —a mi juicio— conocer la verdadera y triste realidad de los horrores dantescos en los campos de concentración» (Rodríguez del Risco 1946: 7 de mayo, 4). Este tipo de revisionismo histórico ha sido descartado por los historiadores del conflicto mundial a lo largo del siglo xx. Pero entre estos cuestionables juicios, Rodríguez del Risco incluye un nivel de detalle sorprendente, revelando particularidades sobre Mauthausen, su operación y los prisioneros que son exactos y formidables. Solo habían pasado unos meses desde la rendición del Eje y la prodigiosa memoria del autor capta detalles que en memorias posteriores restarán perdidos debido al avance de los años. Este texto, olvidado y enterrado, es, sin embargo, fundamental para poder empezar a incorporar la experiencia de los deportados españoles en una historia integral del Holocausto. Los artículos de Rodríguez del Risco también significan que no podemos afirmar categóricamente que durante la posguerra los españoles no tuvieron evidencias de lo ocurrido a sus compatriotas en los campos de concentración. Aunque aparecida en las páginas de un periódico falangista, las decenas de miles de lectores de Arriba dentro de España pudieron leer esta información.
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Otros textos publicados en los años cuarenta también atestiguan la presencia de los deportados en Mauthausen, aunque su círculo de lectores fue mucho menor. Si bien Joaquim Amat-Piniella publicó su libro K. L. Reich en 1963 —primero en castellano, después en catalán, acorde con la censura—, empezó a escribir el manuscrito casi veinte años antes y, de hecho, publicó dos cuentos cortos que plantaron la semilla de su novela autobiográfica, uno en Francia en 1945 y el otro en Barcelona en 1947. Estos dos extractos son fragmentos identificables de lo que llegaría a ser K. L. Reich. El cuento «Eutanàsia» fue publicado en Barcelona un año después de los artículos de Rodríguez del Risco, convirtiéndolo en el primer cuento o representación ficticia de los campos editado en España. La historia trata de un episodio en que el personaje de Francesc es asesinado por una inyección letal suministrada por uno de los médicos nazi del campo. Aunque cabe dentro de la etiqueta de ficción, este episodio está basado en la muerte de Pere Vives i Clavé, compañero de Amat-Piniella en Mauthausen, quien murió de igual manera en el campo en octubre del 1941. Las cartas de Vives i Clavé no serían publicadas hasta 1972 como Cartes des dels camps de concentració, la edición en que fueron leídas por una joven escritora, Montserrat Roig. Las cartas no alcanzan las experiencias de Vives i Clavé en Mauthausen —porque murió tres meses después de entrar y porque no se podía escribir cartas detalladas desde el campo—, pero representan otro hito en este recorrido de representaciones acerca de la deportación en Mauthausen, como veremos más adelante. Amat-Piniella, como se ha dicho, editaría su novela K. L. Reich en 1963, el mismo año en que Jorge Semprún publicó Le grand voyage en Francia. Basado en las propias experiencias del autor en Mauthausen, aunque Amat-Piniella nunca menciona el nombre del campo, la novela del escritor catalán es una de las obras de ficción más líricas tanto sobre las víctimas como los verdugos nazis. Sin embargo, en su momento este texto no cambió radicalmente el estado de la memoria de Mauthausen, en parte porque fue publicada bajo un régimen que nunca iba a admitir su involucración en la deportación. Amat-Piniella escribió una narración que no entraba en la política de la Segunda Guerra Mundial, sino en la crueldad y el humanitarismo solidario entre la diversa población del campo. Aunque la novela se posiciona
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en el otro extremo del espectro político de los artículos escritos por Rodríguez del Risco, constituyó otra oportunidad para exponer la realidad de la deportación de españoles en los campos nazis durante la dictadura Pese a que en el entorno del franquismo parezcan narrativas tiradas al vacío, al menos dos personas ajenas a los campos estuvieron atentas durante estos años a la memoria de Mauthausen: Llorenç Soler y Montserrat Roig. Sobrevivir en Mauthausen, un documental clandestino filmado por Soler a lo largo de 1974, se estrenó en 1975. Soler entrevistó a cinco hombres que sobrevivieron a Mauthausen sobre sus experiencias y rodó incluso imágenes dentro del campo, aunque en condiciones límites, pues el Amical de Mauthausen todavía era ilegal y Soler no pudo viajar en persona a Austria porque le habían confiscado su pasaporte por sus actividades políticas. La película solo se estrenó entre círculos de la clandestinidad, pero fue la primera vez que un público español —mínimo, pero existente— pudo visualizar a los exdeportados, también sometidos, antes de la muerte de Franco, a la misma clandestinidad que afectó al propio documental. Veinticinco años más tarde, Soler filmaría otro documental sobre Mauthausen, Francisco Boix, El fotógrafo en el infierno (2000), que, junto con el imprescindible libro de Benito Bermejo sobre Francesc Boix, iniciaría la recuperación de esta figura que, a día de hoy, ha llegado a desempeñar un enorme papel en la memoria española de Mauthausen. No obstante, en los primeros años de la Transición e incluso antes de la muerte de Franco, la figura más destacada es la ya mencionada Montserrat Roig. Sus aportaciones a la representación de los deportados no pueden ser minimizadas: ella expuso las voces de los supervivientes a un público novel dentro de Cataluña y, luego, fuera de ella, mediante artículos de prensa que culminaron en su libro Els catalans als camps nazis, publicado en catalán en 1977 y en castellano un año más tarde. Roig fue la catalizadora en la creación de una memoria colectiva española de los campos. Sin parentesco con ningún superviviente, Roig actualizaba las memorias personales de docenas de exdeportados, escribiendo un libro que se balanceaba entre las historias individuales de los supervivientes y la propia trayectoria de Roig durante la elaboración de este proyecto. Así, la escritora revivía los acontecimientos
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horrorosos a través de las memorias de los supervivientes a la vez que establecía lazos muy fuertes con exdeportados como Joaquim AmatPiniella, Casimir Climent y Joan de Diego, entre otros. Las pesadillas que Roig tuvo a raíz del conocimiento de estas experiencias llegarían a influir en su obra novelística, y están representadas en la última obra de su trilogía sobre la familia Miralpeix, L’hora violeta, de 1980. Además, Roig creó un vínculo visual con Francesc Boix, pues fue la primera persona que, mediante su inclusión como ilustraciones en Els catalans als camps nazis, expuso al público español algunas de las ahora famosas fotos que el fotógrafo y sus compatriotas salvaron en el campo. Aunque hoy día se puede mantener que Boix es la figura más destacada entre los supervivientes de Mauthausen, el contexto creado por Roig es instructivo. En Els catalans als camps nazis, Boix figuraba entre muchos otros españoles en los campos, algunos presentados en posiciones de privilegio relativo y otros que fueron copartícipes en la salvación de evidencias de los crímenes nazis, tal como hizo el fotógrafo. Sin minimizar la figura de Boix, quien con su legado ha cambiado de una manera definitiva el modo cómo España está enfrentándose con las memorias de la deportación, como veremos, para Roig la cuestión no era crear héroes, sino indagar en las memorias y en la historia de los exdeportados de una manera colectiva. Otra figura enmarcada en el contexto de la Transición, pero que ha recibido muy poca atención, es Amadeo Sinca Vendrell. Superviviente de Mauthausen, Sinca Vendrell empezó a componer una historia de la deportación ya en 1946, fecha en que la publicó en Francia, en una edición limitadísima, Lo que Dante no pudo imaginar: Mauthausen-Gusen 1940-1945. Es decir, un año después de la liberación de Mauthausen, en el mismo año en que Rodríguez del Risco publicaba su serie de artículos en Arriba; de hecho, los dos se conocieron en el campo y Rodríguez del Risco menciona a Sinca Vendrell en una entrega de su serie. Sinca Vendrell solo lograría publicar por fin su testimonio en España en 1980, en plena Transición. Lo que Dante no pudo imaginar es la historia del campo a través de la lente de Sinca Vendrell, con un toque barroco en términos de lenguaje, imágenes y figuras retóricas que el autor emplea para tratar de captar algo que, según declara, es imposible de imaginar de no haber
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estado allí. Escribe, por ejemplo, sobre el campo anexo de Gusen, el más letal del sistema de Mauthausen para los españoles: «Gusen, no hay pluma que lo describa… No hay expresión gráfica que pueda emplearse para señalar la realidad del campo de Gusen» (Sinca Vendrell 1980: 109). Sin embargo, Sinca Vendrell intenta capturar estos horrores junto con una información histórica básica. Es también una obra que anticipa lo que vendrá ya después de la Transición, en los años noventa y las primeras décadas del siglo xxi: una oleada de memorias textuales escritas por una variada gama de supervivientes. Mientras a lo largo de los años setenta, Sinca Vendrell se quedaría al margen de la difusión pública, otro exdeportado captó más protagonismo que ningún otro en España. Desde su exilio en Francia, Mariano Constante escribió o colaboró en múltiples libros de memoria, creando y puliendo durante esa década su posición casi mítica de superviviente y resistente clandestino de Mauthausen. Figura conocida en Televisión Española, Constante dominó, en cierto modo, el debate sobre Mauthausen tras la muerte de Franco. Sin embargo, el cuerpo de relatos escritos por los exdeportados a Mauthausen que, por fin, expondrá la memoria del campo a un público más amplio se manifiesta a finales del siglo xx en una ola lenta; un mini-boom de memoria, podría decirse. Entre 1995 y 2020 han aparecido más de dos docenas de libros escritos por los propios supervivientes. Algunos —como el más reciente, Bilbao en Mauthausen (2020), escrito por un sobrino-nieto del exdeportado Marcelino Bilbao— aprovechan la ayuda de un pariente o un editor para llevarlos a cabo, pero se basan igualmente en un manuscrito inédito del superviviente. Estos textos, que tal vez circularon en la región donde fueron publicados o entre los amigos y familiares que recibieron una copia, no son conocidos ni a nivel nacional ni mucho menos a nivel internacional. La existencia de estas memorias rotundamente desconocidas y difíciles de encontrar expone una verdad que sería imposible imaginar dentro de los estudios del Holocausto: la de un corpus de memorias personales de los campos de concentración que ni se conoce ni se estudia en su país de origen. Las voces detrás de estos libros son idiosincráticas, como no lo pueden ser las de escritores profesionales, y expresan
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las memorias íntimas e inmediatas de los campos. Constituyen otro ejemplo de cómo los deportados han vivido muchos años contando sus historias, pasando casi desapercibidos porque muy pocos les estaban escuchando. La primera obra de esta ola de libros memorialísticos es La verdad sobre Mauthausen, escrito por José de Dios Amill y publicado en 1995 en Barcelona. La perspectiva de Dios Amill es informativa en el momento de pensar sobre cómo se puede yuxtaponer España con Europa y los estudios del Holocausto: Sobre el Holocausto nazi hay un sinfín de libros que describen la persecución del mundo hebreo pero se ha escrito muy poco, y gran parte del mundo lo ignora, sobre los millones de personas no judías que también perecieron en los campos de concentración. Por parte de todos los Estados, a excepción de Israel, ha habido un deseo por silenciar o minimizar la realidad de estos seis millones de seres que también fueron exterminados, tanto como los judíos (Dios Amill 1995: 59).
Este sentimiento es común entre los supervivientes que escribieron sus memorias: al haber estado en los márgenes de la historia del Holocausto, se sienten ignorados por completo. En conjunto, estos libros son el último grito, la última petición de los supervivientes para que no les olvidemos3. Es cierto que en la última década algunos han escuchado este grito y hasta han respondido, por lo menos en el entorno artístico, con varias maneras de recuperación de una memoria de Mauthausen que se hallaba en el borde del olvido. Las representaciones contemporáneas incluyen obras de ficción, obras de teatro, varias novelas gráficas o cómics, documentales y el primer largometraje elaborado para enfrentarse con el tema. Algunas de estas obras son fieles, aunque no exactamente a las memorias de la deportación, algo por otra parte imposible, fuera ya de alcance la participación de los supervivientes. Otras son sensacionalistas, «banalizando», por compartir un término de los
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Una lista de los libros de memoria publicados hasta 2015 aparece en Brenneis (2018: 189-191).
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estudios del Holocausto, la deportación. El fotógrafo de Mauthausen (2018), de la directora Mar Targarona, merece mención como parte del canon de representaciones de Mauthausen que se balancean entre la fidelidad histórica y el sensacionalismo. Francesc Boix constituye el enfoque de la película, una decisión casi imprescindible dada la necesidad de encontrar un hilo de heroísmo para un público acostumbrado a ver en la pantalla grandes historias de superhéroes enfrentándose con las fuerzas del mal. En cuanto a la reproducción de las fotos que Boix ayudó a salvar del laboratorio fotográfico de Mauthausen, donde trabajaba, Targarona se adhiere a la historia. Estos panoramas visuales, al igual que el atrezo histórico de las instalaciones del campo nazi, están reproducidos escrupulosamente en la película. Pero mediante otros ajustes del registro histórico —desde la incorporación inventada de Boix a un plan de escape del campo que no fue llevado a cabo hasta una lucha ficticia entre Boix y su supervisor nazi, Paul Ricken— se manifiesta un trasfondo imaginario del filme que conduce a una deshistorización de Mauthausen. Sin embargo, a la hora de exponer a una nueva generación el hecho de que existieron españoles en los campos de concentración, hay que reconocer el papel crucial de El fotógrafo de Mauthausen, tanto como la novela gráfica del mismo título que inspiró la película. Actualmente, está brotando un conjunto de representaciones artísticas que, como El fotógrafo de Mauthausen, se hallan en la cuerda floja entre la realidad y la ficción de Mauthausen. En la obra teatral de Pilar G. Almansa e Inma González, Mauthausen: la voz de mi abuelo (2019), González encarna las experiencias en el campo de su abuelo Manuel Díaz, logrando una interpretación sensible mediante el formato del monólogo y el uso creativo de la utilería y vestuario. Por otra parte, el documental corto Greykey (2019) aprovecha la memoria de la hija de José Carlos Greykey, un barcelonés con padres guineanos que, por el color de su piel, llegó a ser en Mauthausen una curiosidad para los SS. Recreando esta vida a base de fotos familiares y escenas imaginadas, el director Enric Ribes crea un documental innovador que se sostiene bien entre la invención y la documentación. Aprovechando el lazo familiar con un exdeportado, estas obras recientes muestran dos de las muchas nuevas maneras que, durante la última década,
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se han utilizado para aproximarse a las historias de los españoles en Mauthausen. Una de las aportaciones más intrigantes a las representaciones de Mauthausen en España nos revela cómo hoy en día, con los supervivientes ya casi totalmente desaparecidos, opera la memoria de los deportados. Antonio Hernández, el tío del periodista Carlos Hernández de Miguel, sobrevivió a Mauthausen y murió muchos años después, en 1992. Fue resucitado en 2015 como la voz de una cuenta de Twitter, @deportado4443, el número que le fue asignado en el campo de exterminio. En esta cuenta, Hernández de Miguel recopiló diversos escritos de Hernández, añadiendo también bastante material adicional en forma de enlaces, vídeos, fotos y dibujos. Antonio Hernández nunca escribió sus memorias; llevar a cabo anotaciones en un diario hubiera sido imposible dentro del campo de concentración. Encarnado como Deportado 4443, sin embargo, sí anotó diariamente su historia en Mauthausen, en estallidos de 140 caracteres publicados durante tres meses que representaban los cinco años que el español estuvo encarcelado en Mauthausen. La cuenta de Twitter es una creación bastante efectiva en el momento de resumir los años de angustia y duda; utiliza las herramientas de las redes sociales como favoritos, reenvíos de otros tuits y almohadillas o hashtags de una manera que actualiza la historia de un español en el campo y, por extensión, de todos los españoles que estuvieron en Mauthausen. Por otra parte, @deportado4443 también puede ser visto como una manera de deshistorizar lo que de verdad pasó a los deportados, que vivieron en una época predigital que no les permitía hacer las conexiones y las suposiciones que un Antonio Hernández digital sí puede realizar. Como Deportado 4443, Hernández interpreta su entorno con una perspectiva que se beneficia de las décadas de retrospección de su autor, como cuando observa el 5 de mayo de 2015 (representando el día de la liberación de Mauthausen, el mismo día de 1945): «Durante casi 5 años los alemanes nos han llamado #RotSpanier[.] Hoy será el último día en que tengas que llevar ese “nombre” y este uniforme» (Hernández de Miguel 2015: 5 de mayo). Aunque correcto, este tipo de conciencia sobre el significado del final de una encarcelación de cinco años a nivel simbólico sobrepasa lo que Antonio Hernández
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hubiera podido concebir en su día durante la euforia mitigada por el caos y la confusión de la llegada de las tropas americanas al campo. La cuenta de Twitter convierte la historia y las experiencias de los deportados en Mauthausen en algo accesible a un público más amplio y más joven, pero a la vez está divorciada de las realidades históricas de la Segunda Guerra Mundial y de los campos de concentración. Que sea interpretada como una novedad ingeniosa para preservar la memoria de los deportados o como una trivialización de sus experiencias, dependerá de los ojos de quien la vea. De este modo, @deportado4443 no es tan diferente de la serie de artículos escritos por Carlos Rodríguez del Risco en Arriba, quien también mezcló la emoción y aventura de una historia serializada mientras cedía en su fidelidad a la Historia. El enganche del lector cuando leía los artículos publicados por entregas en 1946 anticipa la devoción que se desarrolló entre los seguidores de una serie de tuits en las redes sociales en 2015. Los artículos de «Yo he estado en Mauthausen» tanto como los tuits de @deportado4443, separados por siete décadas, muestran, sobre todo, las posibilidades inherentes en el arte y la literatura dedicados a los deportados. Mantener viva la memoria de este evento imprescindible, pero cada día más lejano no solo para la historia de España sino para nuestro entendimiento de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto a nivel global, requiere una creatividad en su representación que va más allá de lo acostumbrado. Cuanto cabe entre estos dos sujetalibros de las historias de los españoles en Mauthausen, los de Rodríguez del Risco y Hernández de Miguel, ha podido, por lo menos, ampliar las voces y la memoria de miles de personas. Salir por fin de la desmemoria justo en el momento en el que ya no quedará ningún superviviente para proveer una memoria personal e inmediata parece ser una paradoja intrínseca a las representaciones de los campos nazis, tanto dentro como fuera de España.
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Testimonios republicanos de los campos de concentración
Esther Lázaro GEXEL-CEDID-Universitat Autònoma de Barcelona Mar Trallero GEXEL-CEDID-Universitat Autònoma de Barcelona
Introducción Las penosas circunstancias del exilio dificultaron la posibilidad de generar testimonios escritos del paso de miles de republicanos, hombres y mujeres, por los distintos campos de concentración que se instauraron progresivamente por Europa y el norte de África a partir de los últimos años treinta del siglo xx. El éxodo de 1939 desembocó, para sorpresa de muchos, en el internamiento masivo en espacios delimitados con alambradas de manera improvisada y urgente. A lo largo de la frontera con España, la autoridad francesa dispuso emplazamientos
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para retener al medio millón de republicanos que huían de la represión franquista. También los territorios del norte de África, colonizados por los franceses, albergaron campos de concentración para los republicanos que llegaban a esos lugares (o que fueron luego enviados a ellos desde la metrópoli). Más tarde, engrosaron también las listas de deportados a los campos nazis, donde se estima que fallecieron más de cinco mil españoles, según cifras aportadas por la Amical de Mauthausen1. De aquellos que lograron sobrevivir a la experiencia concentracionaria, solo unos pocos pudieron llegar a compartir el relato de tales vivencias. La salida de los campos no supuso, para la inmensa mayoría de los republicanos, la recuperación inmediata de una libertad plena y el retorno a una vida digna. La imposibilidad de regresar a su país, la falta de reconocimiento general de su contribución contra el fascismo una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y la necesidad imperante de ganarse la vida en un medio hasta entonces ajeno convirtieron en prácticamente imposible cualquier deseo u obligación moral de dejar testimonio escrito de lo sucedido en el campo de concentración. No obstante, la necesidad de testimoniar —como estrategia de supervivencia, para reconocer a los que no sobreviven, para que no vuelva a suceder, para recuperar una dignidad y una humanidad negadas— surge ya en el mismo lugar donde suceden los hechos que serán objeto de memoria. La precaria existencia en el campo impide, en la mayoría de los casos, dejar testimonio desde el presente, aunque cabe mencionar aquí excepciones tan destacadas como el dietario de Elisa Reverter, los dibujos de Helios Gómez o los poemas de Max Aub, entre otros. Una vez provistos de tinta, papel y mesa, los testimonios aparecen, primero, tímidamente, y, hacia finales de la década de los sesenta —en general con unas condiciones de vida estables—, de forma algo más cuantiosa. Sin embargo, la posibilidad de publicación y de divulgación del testimonio no solamente está sujeta a la voluntad del autor, sino que incide definitivamente en un marco político concreto que determina qué y cómo recordar, relativamente condicionado por
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Cf. (08/02/2021).
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la organización social de colectivos que tengan interés en rescatar o reivindicar un pasado. En España, a partir del final de la dictadura y con la llegada de la democracia, existe cierta esperanza de un reconocimiento y una reparación hacia las víctimas de la Guerra Civil y del exilio, y ello se corresponde con un auge de la literatura concentracionaria, especialmente en los relatos en primera persona2. No obstante, se darán silencios que hablan por sí solos, como es el de las mujeres que pasaron por los campos, cuyos testimonios son muy reducidos a pesar de que las cifras de internadas en campos de concentración no son nada desdeñables3. La ajetreada vida cotidiana de las mujeres no solía propiciar mucho tiempo para dedicar a la escritura. De todos modos, tampoco se esperaba de ellas que compartieran por escrito sus vivencias, pues su historia era una anécdota, una consideración marginal a la Historia, con mayúscula. Los hechos importantes, dignos de permitir la reconstrucción de lo sucedido, eran aquellos protagonizados por los hombres. Este era el imaginario colectivo que ha perdurado hasta nuestros días, y a pesar de que las supervivientes que han llegado a tiempos más recientes se han sentido empoderadas para tomar la palabra y reclamar su presencia en el discurso histórico, muchas intenciones y muchos textos han quedado en la mera voluntad de ser. Por lo que todavía queda una labor de recuperación importante por hacer: la de escritos olvidados o escondidos de mujeres que atestiguan y ofrecen una visión distinta de su paso por los campos de concentración, que compaginan el relato que pervive con matices añadidos que iluminan la reconstrucción de una experiencia colectiva tremenda.
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Acerca de las publicaciones referentes a testimonios españoles de campos de concentración nazis, ver Glondys, Martín Gijón y Trallero (2019). Acerca de las experiencias concentracionarias del exilio en los campos franceses, ver RafaneauBoj (1995), Cate-Arries (2012) y Simón Porolli (2012). El informe Valière, realizado por el gobierno francés en marzo de 1939, daba la cifra de 170 000 mujeres, ancianos y niños, distinguida de la cifra de soldados y militares, de inválidos y de heridos. A este número aproximado tendríamos que sumar las mujeres deportadas a los campos nazis, entre ellas las 250 (estimadas) que fueron destinadas al campo de mujeres de Ravensbrück.
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Los textos que aquí recogemos pertenecen, pues, a testimonios del exilio republicano muy poco conocidos, bien porque la mayoría de ellos han permanecido inéditos hasta ahora, bien porque sus publicaciones originales han tenido poca difusión. Dan cuenta tanto de la experiencia en los campos de concentración franceses, como en los del norte de África y en los campos nazis. Algunos son fragmentos de diarios y de memorias, o textos sueltos autobiográficos; otros tienen un formato epistolar, ya se trate de una carta personal o de una carta al director con intención de que sea publicada; e incluso encontramos una declaración jurada. Hemos tratado de que la presencia de los testimonios fuera igualitaria, a pesar de las dificultades mayores de las mujeres para legar su experiencia por escrito, como ya se ha señalado, por lo que aportamos cinco testimonios masculinos y tres femeninos, a los que prestamos un mayor espacio en la selección y una mayor atención en estas líneas introductorias. El primer texto testimonial recogido es un breve inédito de Max Aub (1903-1972) en el que el autor recuerda aspectos de su paso por el campo de Djelfa (Argelia) algo más amables que los que plasma, en general, en su obra concentracionaria publicada, y que aportan también detalles a la vida en el campo. Aunque el texto, custodiado en el fondo del autor del Archivo Histórico del Colegio de México, no va fechado, por su contenido aventuramos que debió escribirlo en 1943 ya en tierras mexicanas. Se ofrece a continuación la declaración jurada de Olvido Fanjul (1910-2001), superviviente del campo de concentración nazi de Ravensbrück (Alemania), también inédita4. Su relato forma parte de una colectividad, la de las mujeres deportadas a los campos nazis, cuyas voces se redujeron a unas pocas que asumieron el deber de contar. Pasados los años, Fanjul busca la manera de cumplir aquel compromiso y, bajo la excusa de querer probar su condición para acceder a una pensión, consigue transmitir su testimonio. No obstante, los obstáculos con que se encuentra para hacerlo —ya que incluso las
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Queremos expresar nuestro agradecimiento a la Amical de Ravensbrück por proporcionarnos este documento.
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personas más próximas a ella, como sus hijos, no prestan atención a su historia— justifican que, finalmente, acuda a una declaración jurada para dejar por escrito su experiencia, que firma en Gijón en 1966. La conciencia de la necesidad del testimonio escrito, quizás más acuciante cuando perciben que las voces se apagan y que la amenaza del olvido se torna real y catastrófica, empuja a muchas mujeres sin ninguna vocación literaria, y desde la humildad, a escribir un relato que se rebela ante la homogeneización de una tradición historiográfica que ha dejado al margen a parte de sus protagonistas. A la declaración de Fanjul le sigue una carta del artista Helios Gómez (1905-1956) escrita en el campo de concentración de Bram (Francia) en 1940, y dirigida al también dibujante Josep Bartolí. El pintor sevillano relata la situación en el campo y le pide al amigo que le mande material para poder seguir creando, a pesar de las circunstancias. Esta carta se custodia en el Archivo de la Associació Cultural Helios Gómez y ha sido reproducida con anterioridad en el libro Un gitanillo en la Ciudad de los Muchachos, de Gabriel Gómez Plana (2020: 1715). Como testimonio de los campos franceses vistos desde la mirada infantil de la segunda generación del exilio republicano rescatamos un breve fragmento de José (Pepe) Pareja (1930?), recogido por Alain Derbez en su libro La vida y no sus lamentos. El exilio a dos voces (2016: 31), donde el niño refugiado, ya anciano, recuerda especialmente la comida que les daban, detalle que denota el hambre que pasaron durante aquellos años de guerra y primer exilio. A través del diario, Elisa Reverter (1917-2009) relata su experiencia en el campo de Couizà-Montazels, situado en el departamento de Aude (Francia) y habilitado para acoger a mujeres calificadas de revolucionarias peligrosas y a sus hijos e hijas. Reverter, con una prematura visión de la necesidad de recoger fielmente lo que vive, anota siempre que tiene ocasión, con precisión y constancia, los sucesos y emociones del día anterior. En el mismo dietario justifica su escritura, consciente de la obligación de retratar esa realidad —de ahí que dibujara también
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El número de página/s pertenece al/los fragmento/s reproducido/s en esta antología testimonial.
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los rostros de sus compañeras—, y explica asimismo las artimañas que llevan a cabo para asegurar y conservar esta traslación al papel de lo que sucede entre alambradas. La autora, que escribe este diario también como homenaje a la patria derrotada, Cataluña, explicita que su testimonio solo será compartido cuando el pueblo catalán recupere su libertad. Tal vez eso justifica el lapso de tiempo —cerca de seis décadas— entre su escritura y su publicación. Pero la poca repercusión de este testimonio, su no inclusión en el discurso hegemónico y su escasa divulgación se explican por otros factores que responden más a preguntas tales como quién está autorizado a contar la Historia y quiénes la protagonizan. Por ello, presentamos algunos fragmentos de este diario femenino del campo, escrito en 1939 y publicado años después con el título Dones a l’infern (1995: pp. 9-10, 58-60, 61-63, 143-144 y 146). También sobre la experiencia en un campo francés, aunque en este caso el de Verdún, escribe María Magda Sans (¿?-¿?) en un capítulo memorístico sobre su exilio, «Vivencias del ayer», que forma parte del libro colectivo Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio (1993: 248-252). Sans participa en un retrato colectivo de la llegada a México como refugiadas, un recorrido silenciado durante años, que, animado por una perspectiva feminista para abordar estos fenómenos históricos, empieza a recomponerse y a reivindicar su lugar en la Historia. Como en la mayoría de los casos que nos ocupan, Sans comparte su testimonio desde el recuerdo de aquellos años, desde la necesidad de memoria, y no desde el presente de los hechos como hará Reverter. El siguiente texto testimonial, de Josep Sargas (1989-¿?), se presenta en forma de carta al director del semanario catalán Presència y fue publicada en la página 30 del número 377 (5 de julio de 1975) de la revista6. Iba motivada por un monográfico sobre la presencia de presos catalanes en Mauthausen que habían publicado un mes antes, en el número 373 (7 de junio de 1975), y Sargas, desde su exilio argelino,
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Tanto el testimonio de Elisa Reverter como el de Josep Sargas han sido traducidos del catalán por las autoras de estas líneas.
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quiso dejar constancia por escrito de la presencia catalana en otros campos de concentración, aunque distaran de los nazis, como fueron los del norte de África, ya que él estuvo preso en Djelfa7. También el último testimonio, Francisco Soto Vidal (1889/90-¿?), da cuenta de la experiencia en los campos del norte de África, que conoció tras huir de España a bordo del Stanbrook, como el autor anterior. Reproducimos algunos fragmentos de las memorias inéditas de Soto Vidal, custodiadas en los Archives nationales d’outre-mer de Aix-en-Provence, que dan cuenta de las condiciones de vida en los campos argelinos de Relizane y de la avenida de Tunis, en Orán, así como de la relación que los exiliados presos establecieron con la población autóctona.
Selección de textos Max Aub Pasado mañana hará un año tuvimos en Djelfa una gran fiesta. Pudimos repartir para todos un plato de macarrones con atún. El atún era portugués llegado a nosotros por la solidaridad internacional. Igual pudimos hacer para el 14 de abril, para el 16 de febrero, para el 18 de julio. Gimnasia rítmica, teatro al aire libre, bandas de música con instrumentos fabricados en el campo. Y hasta corrida de toros ante los ojos impotentes y atónitos del mando. Pasado mañana es la fiesta del Ejército Rojo. Todos, anarquistas, comunistas, republicanos, B[rigadas] I[nternacionales], judíos y nosotros socialistas tomamos parte en ella. Quizá nada pueda reflejar mejor el estado de ánimos de nuestros compañeros que este Salmo de los esclavos para el E[jército] R[ojo] que entonces escribí. No me engaño sobre su calidad poética, lo épico, en la literatura no es de nuestro tiempo, yo lo espero de un arte nuevo, el cine. Pero dice, en su prosa rimada, lo que quiere decir. La presencia del ej[ército] Rojo en plazas idénticas, a un año de
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Para una mayor información sobre Josep Sargas y su exilio, ver Gallega (2017).
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distancia le da cierta actualidad. En Djelfa hace un año, una tras la otra las tiendas oyeron esto que ahora leo, tal como lo escribí entonces, con sus chaba[ca]nas referencias que eran reídas por todos. Olvido Fanjul Gijón, 2-12-66 Declaro Bajo Juramento Por Ciertos Los Siguientes extremos. En la guerra civil de España, en septiembre de 1937 salí con una expedición de niños, desde el puerto de Gijón Musel hacia Rusia. Al declararse la guerra en Europa, los alemanes llegaron muy cerca de Leningrado. Entonces yo trabajaba como cuidadora de los niños españoles en Pushkin, cerca de Leningrado. Al avanzar los alemanes llevaban a trabajar a Alemania a la población civil o a la cárcel, campos de concentración. A mí me llevaron a la cárcel Teimaga, en Tallin (Estonia) en febrero [de]1942. Nos hacían trabajar en los talleres de costura. En la cárcel Teimaga me visitó el General Muñoz Grandes, Lorenzo Gutiérrez, Bernardo Maroto y otros más, cuyos nombres no recuerdo bien. El 26-3-43 me sacan de la cárcel para llevarme a Ravensbrück. Aquí hice los trabajos más crueles de peonaje que pueden existir para una mujer. N.º de mi matrícula 18.217 este era nuestro nombre de cada deportada. Más tarde me pusieron a trabajar en los talleres del campo, sea para la fábrica de Siemens. Hacíamos trabajo de guerra. Este trabajo se puede constatar por los obreros civiles que nos dirigían que llevaban lentes, mientras que nosotras soldábamos a la autógena sin nada. Al ser puesta en libertad, no volví a recuperar bien la vista para poder ganarme la vida, como siempre lo hubiera hecho. En Abril de 1945 nos liberó la Cruz Roja Internacional Sueca. Reposamos unos meses en Göteborg. Malmo. Más tarde nos repatrian [a] Francia, y siempre conservé mi nacionalidad española, siempre me contaban con españolas y francesas.
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En Francia recibí alguna ayuda, como reposo, con algunas de mis amigas deportadas en Arcachon Gironde. Todo mi delito, de haber salido desde España para Rusia con una colonia de niños, lo pagué bien caro. No he cobrado nada, ni como retribución de los trabajos hechos para Alemania, ni ninguna pensión. Es la segunda carta que escribo reclamando la deuda que se tiene conmigo, lo cual espero cada día noticia. Al menos les ruego me digan que debo hacer y donde dirigirme para arreglar esto de una vez. Se adjuntan fotocopias de mis documentos. Cito a continuación algunas de las compañeras de Ravensbrück a quien recuerdo. María Begueristan, Rita Pérez, Soledad de la Porra, Herminia Martorell, Coloma Anta, Amalia López, Simone Guernay, Ibeti Pobeti, Marinette Oyen, Madame Jeanete, Charlotte Dudael, Ibone Garcia, Olga Dulacut, Susane Bussou, Geneviève de Gaulle, Jaqueline Beckt, Marie Claude Vaillan Couturier, Jaqueline Pichet, Hanka Houskova, Marija Viprick, Galina Tincolobov, Lina Romanoskaya. Helios Gómez Bram, 20 de septiembre de 1940 Querido Bartolí: Por este campo, sin novedad, sin otros bulos que los que nuestra desenfrenada fantasía de presos crea y desarrolla a medida de su debilidad, mejor dicho, de sus crisis. Pensar en otro invierno entre alambre es un suplicio que hace a las barracas en su humanidad piojosa encaramarse por la cucaña de las exaltaciones tropicales, la gente aquí habla de plátanos, palmeras, caballos, barcos y ríe, grita, gesticula para después caer en el más lamentable pesimismo. El espectáculo no puede ser más lastimoso, a mí me da miedo, temo por nuestra razón. Procuro no hablar con nadie porque siempre salgo con la impresión [de] que visito un manicomio, un día que me dieron permiso, en el que yo estoy recluido. Después las noches son larguísimas, llenas de sueños atrabiliarios que nos dejan agotados.
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Yo procuro imponerme al medio y condiciones en que vivimos y trabajo, pinto y dibujo mis estampas andaluzas, lo hago como un náufrago porque mientras trabajo me parece que nado hacia la orilla. Mi compañera estuvo muy enferma, hoy se encuentra ya fuera de peligro, aunque no es este sitio para convaleciente. Llegué a pensar que nos sacarían a trabajar y esto me alegró porque hubiéramos podido esperar más cómodamente nuestro embarque. Pero esto se deshizo pronto y hoy no tenemos otra esperanza que la llegada de los barcos. ¿Qué me dices tú de ello? ¿No habría la posibilidad de salir de aquí y esperar fuera? En fin, dinos algo esperanzador y sobre todo aclárame quién es esa persona que me quería escribir y no lo hace, con lo hambriento[s] que aquí estamos de noticias. Si llega tu hermano de París, a ver si me trae acuarelas, pues liquidé todas las existencias y ahora no puedo hacer más que blanco y negro. Me alegro [de] que trabajes, pues así te se [sic] hará el tiempo más corto y comerás uvas. En fin, escríbeme pronto. Tú puedes decirnos más que yo y sobre todo de fuentes más frescas que nuestras pobres y calenturientas imaginaciones. Mientras nos llegas en forma de esperanzas y cordialidades escritas, un fuerte abrazo, del refugiado amigo, Helios Gómez. José Pareja Puig Para nuestra mala suerte […] nos agarró la policía francesa en un lugar que quiero creer que se llamaba Chateau Rouge [sic]. Nos llevaron a un campo de concentración, el de Argelès-sur-Mer, donde hallamos a no menos de 300 paisanos en las peores condiciones. Eran como unos hangares y una hilera de un lado y otra del lado opuesto: se tendía uno con lo que se tuviera como frazada. Lo peor o lo mejor, no lo sé, es que daban sopa de cebolla en la mañana, sopa de cebolla al medio día y sopa de cebolla en la noche. Acabé odiando la cebolla cocida para toda la vida; aunque ahora que lo pienso quizá tanta cebolla nos libró de contraer alguna anemia u otra enfermedad. Recuerdo a una viejecita
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inglesa que se aparecía para ayudar a los refugiados llevando con ella un enorme tambache de aspirinas. —Que ahí viene Madame Aspirina —gritábamos los niños: ¡Que viene Madame Aspirina! Elisa Reverter Es ahora, cuando estoy internada en un campo de concentración de mujeres en Francia, completamente incomunicada y aislada del mundo exterior, en esta estadía obligada del vencido, en este reposo forzado, que quiero dejar testimonio de cuánta humillación, aflicción y desesperanza se sufren, y cuán terrible y dura es la vida de exiliada. Estas circunstancias esencialmente amargas y tristes que hoy me marcan pueden ser el acicate, el estímulo, como también una sólida y suficiente argumentación y garantía para intentarlo. Con esta hipótesis de trabajo empiezo esta tarea. A partir de ahora, este proyecto quedará rigurosamente guardado, escondido a la curiosidad de otros; será mi íntimo secreto, formará parte de mi bagaje espiritual. De este testimonio —de dolorosos recuerdos que paso uno a uno, como un rosario— tengo el corazón desbordado de ausencias, derramando amor, por mi añorado país, tan lejano, que al pensar en él es como si pensara en Dios, y para mí ya es consuelo y es presencia. […] Como muchas otras cosas relativas al tiempo, tampoco recuerdo cuánto duró nuestro trayecto a pie desde el lugar donde había finalizado el trayecto en tren hasta llegar al campo de concentración. Nunca nadie conocerá el gran sufrimiento que supuso para nosotras aquella caminata bajo la fina lluvia de aguanieve en plena noche. Algunas iban con los zapatos en las manos; se habían descalzado dentro del vagón, porque tenían los pies hinchados, o llagados, y ya no pudieron volver a ponerse los zapatos. Otras los habían dejado por el camino y llevaban zapatos grandes o botas de soldado. Tampoco faltaba la que venía de lejos sin zapatos, con los pies heridos, llagados, sangrientos y envueltos con trozos de trapos, de jersey para abrigarlos, y alguna
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llevaba para protegerse de la humedad un trozo de tela de hule, de algún cubremesa; ¡todo atado con cordeles! Había llegado al máximo del cansancio; de buena gana me hubiera acostado, estaba tan cansada que ya no podía dar un paso más. Fue entonces que fueron por tierra unas cuantas, no sé si cayeron o se sentaron y no querían continuar… Muchas lloraban rendidas, entre gemido y gemido, se oían tacos, ¡nunca hubiera imaginado que las mujeres renegaran tanto! Y los gritos de dolor de alguna a quien habíamos pisado o recibido algún golpe en ese desmadre. El último recuerdo nebuloso de aquella noche grotesca se quedó paralizado al llegar al campo de concentración. Siguiendo las linternas, entre una gran confusión y desconcierto, a oscuras cruzábamos una portalada de hierro. En medio de un silencio sepulcral entrábamos, en unas naves destartaladas y enormes, heladas; y en aquella inmensidad nos íbamos metiendo como podíamos a la pálida luz de las linternas. Los dos lados del suelo estaban recubiertos de una exigua capa de paja, de unos diez centímetros de grueso, no más, en toda su longitud. Sobre aquel improvisado lecho, a medida que nos íbamos instalando, nos dejábamos caer. […] Una gran decepción, una inmensa tristeza se habían apoderado de mí, ¡buen coronamiento de día!, me dije, cuando a oscuras intentaba tumbarme en el suelo sobre aquella mísera capa de paja buscando el calor que me faltaba. A causa de las inclemencias del tiempo, estaba helada y tensa como si yo también fuera un cuerpo helado; ¡la soledad y la impiedad me helaban el alma! Nadie vino en nuestra ayuda; nadie esperaba la llegada de ese tren con la limosna de un plato de sopa caliente, con una taza de leche, ¡con un vaso de agua! ¡Tampoco nos habían dado la bienvenida con los brazos abiertos…! ¡No había nadie esperándonos! ¡Dios mío! ¡Qué llegada más gloriosa! Las lágrimas se me atragantaban, me puse la mano en el bolsillo buscando el pañuelo, y encontré el resto de los caramelos. Gracias a ellos, aquella noche no me desmayé. Llena de tristes presentimientos, sin otro abrigo que la ropa mojada que llevaba encima, me pareció el sonido de una música de ángeles,
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la voz cálida, llena de reconocimiento afectuoso, de mi vecina que me decía: « Buenas noches, ¡gracias amiga!». Antes de dormirme, lloré, pensando en mi madre. […] Creo que era bueno que escribiera todo lo que llenaba mi interior: pensamientos, experiencias, sentimientos; pero cuando llegaban los malos momentos y me invadía el desánimo y el pesimismo, era mejor no pensar en nada, olvidarse de todo, evadirse y dejar la mente en blanco, que es cuando se descansa mejor. Posteriormente tenía el pensamiento más claro y escribía mejor. Cuando saqué de la bolsa el material que llevaba, para mí eso fue un tesoro: dos libretas rayadas, tres paquetes de cuartillas, la estilográfica, una goma de borrar, dos lápices… un sacapuntas, y unas cuantas cosas más. Con aquel material podía empezar en cualquier momento mi diario. Me lo había prometido a mí misma, y tenía lo que necesitaba. Tuve que dejarlo correr varias veces, estaba tan deshecha, tan lasa y desconcertada, que a pesar de mi buena voluntad en el intento de relatar diariamente la vida que llevábamos dentro del campo de concentración, no lo conseguía, ya que no podía pensar. Algunos días, me era imposible escribir una sola raya. Sin embargo, reconocía que mientras me encontrase en un estado tan depresivo, no me vería con ánimo de continuar. No reaccionaba, o en todo caso, lo hacía tan lentamente que empezaba a desesperar. Pienso en aquellos primeros días, en los cuales las ideas estaban todavía tan confusas en mi mente. Afortunadamente llegué a superar la crisis, y sentía que me invadía como una oleada de alivio al poder, ¡por fin!, trabajar en mi diario. En el galimatías indescriptible de un pasado que muy a menudo parecía presente, más que pasado, me provocaba una verdadera maraña. Después de una seria reflexión, había tomado el propósito de escribir un diario del campo de concentración inicialmente en su parte fundamental; la vida cotidiana cruel y terrible allá dentro, sin hacer omisión de nada. Quería hacer una confesión completa de la vida que llevábamos las mujeres sometidas a aquella tortura, aquel sufrimiento moral y físico que era una auténtica punición, y que más bien parecía una revancha intolerable.
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En todo momento tenía también sin borrarse frente a mis ojos las imágenes alucinantes de los últimos días de la retirada y nuestro paso por la frontera. ¡Imágenes auténticas y reales vividas por tantísima gente! que [sic] de tan reales a veces parecía que no existían sino en nuestra imaginación; pero por desgracia son escalofriantemente ciertas, con sus miserias y consecuencias, porque también forma parte de nosotros este recuerdo imperativo de unas imágenes trágicas que no puedo borrar del corazón ni del pensamiento. Así que finalmente opté por contarlo todo. El por qué se deja un país que se quiere hasta la médula, como es el propio, para ir a parar a un lugar donde la supervivencia se nos hace tan difícil, por no decir imposible. Atormenta explicar los momentos posteriores a la derrota, lo que se siente al resultar vencido, y verse en el extranjero, en medio de una clara insolidaridad. Pero, no había más remedio. Todo era cuestión de voluntad, solo hacía falta dejar paso al recuerdo reciente, los acontecimientos de los últimos días. Sufría, porque solo revivirlo ya significaba un enorme sacrificio. De hecho, hubiera querido alejarlo de mi mente, pero había decidido que lo tenía que recordar y escribir, aunque esto por sí solo ya representaba arañarme el alma. Ahora, este trabajo me llena todos los días, o la gran mayoría de ellos, y me resulta bien difícil. Y esto solo se consigue desde la inercia y el agotamiento de la vida, desde un campo de concentración. Ahora, repaso aquellas primeras páginas medio grafiadas, escritas de cualquier modo, que al día siguiente mismo de mi llegada empecé. Reconozco y debo constatar, si quiero ser honesta, que algunas de aquellas primeras páginas las he acabado desgarrando; que no pienso rehacerlas. Quizás tendría que haber suprimido alguna más; si lo he hecho ha sido en parte porque había demasiada incoherencia, no acababa de concentrarme. La nuestra es realmente una situación muy difícil, de extrema desolación. Es del todo necesario que el día de mañana se conozca el dramatismo que vivimos, la injusticia que se está cometiendo con unas pobres mujeres refugiadas de una guerra cruel. Dejo constancia de nuestra tragedia para que no se repita nunca más. ¡Que se acabe
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este mundo de odio, venganza, insolidaridad, incomprensión, sin perspectiva ni señal de esperanza! […] Cuando este mediodía el Comandante nos ha hablado, me ha dado la impresión de que está autorizado a intervenir en nuestras vidas, reafirmándose en un principio de autoridad que tiene muy asumido. Podemos dar por seguro que si le molestamos actuará con dureza y nos mandará al infierno directamente; será cuestión de estar muy, muy alerta. Es preciso que guarde religiosamente este diario, que si lo recogiera podría ser desastroso. ¿Qué podría hacer para despistarles? Todas mis vecinas saben que lo escribo —no lo puedo esconder—, pero ninguna de ellas ha leído una sola raya. Esto hace que ignoren por completo el contenido, y aun así me temo que si empeorasen las cosas, obligarían a hablar a alguna. Quizás debería escuchar el consejo de Teresa, quien me decía que actuara con picardía; que en lugar de un diario escribiera dos, por si acaso. Sería cuestión en el segundo de poner cuatro tonterías, criaturadas, cosas sin ninguna importancia y así los despistaría, en caso de caer en sus manos. Me parece un consejo acertado y positivo. Sí, empezaré un nuevo diario. […] Esta mañana me he levantado con ganas de trabajar, pero hace mucho frío, vuelve a nevar y cualquiera se mueve. Esto quiere decir también que la claridad hoy difícilmente nos acompañará mucho, pero he mirado a contraluz a Sergi y me ha parecido un buen momento para hacerle el dibujo que le prometí. Madre e hijo se han puesto muy contentos cuando se lo he anunciado. Tampoco no ha sido necesario que pidiera nada. Ha salido de todo: papel de dibujo, lápices de colores, goma de borrar, tinta china, y también una carpeta para aguantar el papel. La noticia ha corrido como la pólvora. El hecho es que antes de empezar ya me sentía rodeada de una muchedumbre de mujeres impresionante, me circundaba una verdadera muralla humana y yo me sentía que estaba muy atrapada dentro de ella. Se ve que tengo un gran prestigio en la cuadra; me ha avalado con seguridad mi miserable pintura y ahora, frente a una asamblea tan compacta, aun así me tendré que lucir. Hasta hoy me han visto diariamente con los ojos sobre el papel a todas horas —una prolífica escritora—; a partir de ahora
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nadie se extrañará de verme dibujar un rato cada día. Tampoco los gendarmes cuando me vean escribir creerán que dibujo. Me servirá de tapadera y será también su trampa. De este modo, a partir de ahora, mi obsesión será el dibujo, unificaré las dos cosas. María Magda Sans Por fin… Perpignan y Rennes […] A la salida de la estación, nos estaban esperando unos autobuses. Atravesamos la ciudad [Rennes]. Era una pequeña y bella ciudad, llena de iglesias. Tiene un río que la atraviesa y unos puentes que recuerdan la época medieval. Por todas partes se respiraba tranquilidad. Enfilamos una carretera que nos alejó de la ciudad unos cuatro kilómetros. Allí, en pleno campo, fuimos introducidos a un recinto alambrado donde se alzaban unas barracas que a mí me parecieron cuadras para ganado. Nos repartieron en proporción de 20 mujeres por barraca. Mis ojos no salían de su asombro. Primero pensé que nuestra permanencia allí iba a ser provisional, que seguramente emprenderíamos, de nuevo, camino a otro lugar, pero no. Los días fueron pasando y nuestra vida se iba sucediendo como en un régimen carcelario. Fui inspeccionando el lugar. Era una superficie bastante grande, albergaba a 1800 mujeres. Por la parte de atrás, la alambrada colindaba con la vía del tren. Por la parte del frente, teníamos la carretera. Del otro lado de la carretera se alzaba una construcción grande que parecía una fábrica. Más tarde supimos que se trataba de una fábrica de armamento. Las demás colindancias eran a un descampado. Una de las barracas estaba destinada a comedores, cocina y oficinas del prefecto. Estábamos custodiados por la policía. Días después supimos que estábamos instalados en el campo de Verdún, habilitado originalmente para los prisioneros tomados en la batalla de Verdún durante la Primera Guerra Mundial. Ante la realidad que estábamos viviendo, creímos conveniente organizarnos para que nuestra estancia en este lugar fuera lo menos dolorosa posible. La comida que nos habían dado, recién llegados, era
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bastante desagradable. Organizamos grupos rotativos que se ocuparan de la cocina y se organizaron en el interior de cada barraca formas de convivencia más agradables, tales como recitación de poesías, cantos, representaciones teatrales, bailables, etc., etc. Tan pronto como supe cuál era la ubicación exacta del lugar donde había «aterrizado» escribí a las oficinas de Perpignan, pidiendo instrucciones a mis superiores. Mientras esperaba sus noticias me dediqué a ayudar a organizar una mejor convivencia entre todas las compañeras de infortunio. En una ocasión nos entregaron unos papeles que debíamos llenar. Entre los datos que nos solicitaban estaba la pregunta de «¿por cuál frontera desea regresar a España?». Se armó un alboroto muy grande en todo el campo de concentración. Se cursaron telegramas de protesta al Ministro del Interior de Francia. Por supuesto que la respuesta organizada fue «POR NINGUNA». Todas estas mujeres que habían arrastrado todo este vía crucis, dejando jirones de su vida por el camino, tenían sus razones para estar donde estaban y, por muchos problemas que nuestra estancia en Francia pudiera ocasionar a su gobierno, ellos debían respetar el «derecho al asilo político». Así fueron transcurriendo los días. Las relaciones con nuestros guardianes, salvo algunas pequeñas excepciones, eran bastante tirantes. Reflejo de ello fue la composición de una canción que corría por todo el campo de boca en boca y que quedó grabada en mi mente para el resto de mi vida: Decía así: En el campo de Verdún ya no se puede vivir la humedad y los malos tratos no se pueden resistir. Estos tontos se creen que aquí se está bien, pero el rancho que dan no se puede comer. Con respecto a la higiene no se puede estar, cuando empieza a llover tenemos que nadar…
La música se la adaptaron de una canción conocida en ese tiempo.
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Me escapo del campo Por fin, recibí noticias de mis superiores. Debía presentarme a la mayor brevedad posible a nuestras oficinas de París. Debía encontrar los medios para trasladarme allí. Para ello, pensé en la necesidad de ponerme en contacto con el Sindicato de Ferroviarios de la ciudad de Rennes, pero… ¿cómo? De una sola manera era posible; si solicitaba un permiso para salir a la ciudad, no me lo iban a conceder. Resolví escapar por la parte trasera del campo, o sea, por la vía del tren. Me arreglé lo mejor que pude, ayudada por mis amigas y compañeras Consuelo y María. Tuve suerte y pude realizar mi hazaña. Pasé con cautela la alambrada que separaba la vía del tren, caminé por la orilla de la vía hasta llegar a un puente, por el que subí y fui a dar a la carretera que daba acceso a la ciudad. Una vez allí, con mis pocos conocimientos de francés, pregunté en una gasolinera cercana, dónde estaban las oficinas del Sindicato de Ferroviarios. Este sindicato siempre fue muy solidario con la causa de la República Española. Llegué a las oficinas y tuve la suerte de encontrar al presidente del sindicato que estaba, en estos momentos, en una junta. Era el clásico francés, rubicundo, grandote, con unos inmensos bigotes; tendría unos sesenta y cinco años. Me recordó a mi abuelo Jaime. Le expuse mi problema y solicité su ayuda. Me recomendó que volviera al campo de concentración, que tan pronto encontrara la solución a mi problema, se comunicaría conmigo. Así lo hice, pero… al regreso, no tuve la misma suerte. Antes de llegar al puente fui detenida por unos policías que me llevaron escoltada al campo de concentración y, directo, a la oficina del prefecto. Cometieron un error. Me dejaron en la antesala de la oficina y entraron los dos a informar al prefecto. Yo aproveché la circunstancia para escabullirme hasta mi barraca y… allí terminó el asunto. Días después me avisaron unas compañeras que, junto a la alambrada del lado de la carretera, estaban preguntando por mí unas personas; fui y, efectivamente, el presidente del Sindicato de Ferroviarios, en persona, vino a informarme que ya estaba todo arreglado. Había llegado un miembro del sindicato de París y él, si todo salía bien, me llevaría hasta la dirección de mis oficinas en París. Para ello necesitaba yo escapar del campo de concentración en la madrugada
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del día siguiente. Ellos me esperarían en la gasolinera de la entrada de la ciudad y, juntos, resolveríamos el problema. En la alambrada del lado de la carretera había dos portones custodiados permanentemente por cuatro gendarmes armados. Por la noche había, además, una ronda permanente de cuatro parejas de gendarmes con perro y candil, vigilando el interior del campo hasta las 6 de la mañana. Mi amiga María quiso acompañarme. Con cautela fuimos acercándonos a la alambrada, entre portón y portón, y nos deslizamos a ras del suelo, por debajo de la alambrada. Lo logramos. Todavía reinaba la obscuridad. Caminamos los cuatro kilómetros que nos separaban hasta la entrada de la ciudad y allí, en la gasolinera, estaban nuestros amigos. Josep Sargas Otro Mauthausen Sr. Director de Presència: He leído con interés vuestra información histórica «un catalán en Mauthausen», ya que leyéndola se han refrescado en mi memoria los recuerdos de una época determinada de la historia de nuestro siglo. Sin querer hacer comparaciones, que serían excesivas, a mí me tocó vivir todos los episodios de la guerra 39/44 en África del Norte: de los «interrogatorios» a la cárcel, pasando por el tribunal militar y acabando en el campo de Djelfa, de donde, según el comandante, solo podríamos salir hacia el cementerio. Pasé por todas las vicisitudes y todas las miserias materiales que el fascismo de Hitler y Pétain nos impuso. Está en el honor de los prisioneros de Djelfa el haberse organizado, tanto desde un punto de vista político como sanitario y desde los primeros meses de una manera remarcable: hasta el punto de poder aprovechar el hecho de tener por guardias soldados argelinos para establecer contactos con el exterior, e, incluso, de manifestarnos enérgicamente en el interior del campo, sin malas consecuencias para nosotros.
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No había demasiados catalanes en Djelfa, pero puedo asegurar que su comportamiento fue digno, más todavía, de gran utilidad: cuando los americanos desembarcaron, en noviembre de 1942, los de Djelfa no fuimos liberados, porque nos consideraban demasiado revolucionarios, pero mejoraron nuestra situación, dejando a los prisioneros la administración del campo: hubo elecciones para nombrar a un administrar entre nosotros y por unanimidad fue elegido un catalán. La llegada de De Gaulle marcó nuestra liberación: como en Djelfa, hubo catalanes en casi todos los episodios de la lucha clandestina, durante los cuatro años (1941-1945) que se alargó la guerra y, el recuerdo de la victoria conseguida, gracias al esfuerzo de todos los pueblos, ayuda a reforzar más y más nuestra determinación de no transigir ante la injusticia y la tiranía. Francisco Soto Vidal Campo de concentración de la avenida de Tunis Avenida de Tunis fue el primer campo de concentración que tuvimos los refugiados españoles en Orán. Este campo, a pesar de todas las incomodidades y malos tratos que sufríamos, ha sido el mejor de los que hemos habitado en este país. Nosotros estábamos relativamente contentos porque podíamos descansar tendidos, aunque fuera en los colchones o sacos de paja; las comidas eran regular[es] pero abundante[s], pan de sobra, agua mala pero abundante; el administrador del campo era un negro con el alma blanca, nos tenía un miedo horroroso. Un día se formó un pequeño escándalo entre unos partidistas y acompañado de unos guardias nos hizo formar a todos y subido en un taburete, porque era muy pequeño, nos dijo que no quería escándalos en las salas; que si continuábamos de esta forma iba a tomar otras medidas y que él sabía que éramos malos pero que se convertiría en una fiera si no nos enmendábamos. […] Como queda dicho, estaba prohibido aproximarse a las alambradas. Nosotros sabíamos que el pueblo, o varios de los habitantes del pueblo, querían vernos y hablarnos y lo sabíamos porque, al exterior
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del campo, se oían rumores de gente allí congregados; pero no podíamos ver a nadie y menos, mucho menos, hablarles. Hasta que un día hicimos una protesta en forma al comisario del campo; este la hizo pasar al comisario general y a los pocos días fue aceptada. El comisario general dio una orden: que todos los días y a dos horas de la tarde dejarían entrar al campo [a] los familiares y personas que tuvieran interés en darnos algo, pero que la entrevista no excedería de diez minutos y así hasta las cuatro de la tarde; de forma que, con el fin de que no entraran grupos grandes, ordenaron que solo podían entrar quince personas cada diez minutos. La entrevista era muy corta, pero esto nos animó bastante; teníamos deseos de cambiar impresiones con el pueblo que tantas ganas tenía de vernos y hablarnos. Estos nos llevaron café, tabaco y otras cosas; había compañeros inútiles que no podían lavar su ropa, pues las mujeres que iban a vernos se la llevaban y la traían limpia; nos traían cosas de comer como bizcochos, madalenas, dulces y algunas traían hasta ropa para los que más falta les hiciera. De esta forma pasamos un poco [de] tiempo, si no con alegría, con bastante buen humor; nosotros lo que deseábamos [era] que nos dieran la libertad, no podíamos comprender el por qué nos tenía presos una nación que nosotros no la habíamos ofendido en lo más mínimo, sobre todo una nación republicana donde nos creíamos que había una democracia excepcional, donde creíamos que había libertad, fraternidad y legalidad. Pues nada de esto encontramos en Francia, lo que sí encontramos en este país fueron malos tratos, malas obras y peor recibimiento por parte de las autoridades; nos llamaban lobos, perros y asesinos, contando que una gran parte del pueblo nos consideraba en la misma forma. Francia, que siempre fue el país más humanitario; Francia, que siempre fue la balsa de la redención; Francia, que siempre fue la madre del desamparado y del obrero trabajador y honrado, no así ha recibido a los españoles políticos del Gobierno leal de la República Española. Campo de Relizane Como queda mencionado, en el campo de la avenida de Tunis estábamos relativamente bien, pero cuando más tranquilos estábamos vino
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una orden que había que desalojar el campo. Estábamos cerca del pueblo, habíamos adquirido bastantes amistades y habíamos cambiado impresiones acerca del trato que recibíamos, y esto no lo vieron bien las autoridades y por esta causa nos trasladaban de campo. […] Este día no hubo entrada al campo ni se permitió hablar con nadie aquella noche, porque los traslados siempre se hacían de noche, y sobre las nueve y en camiones bien cerrados fueron transportados a la estación con un gran ejército de fuerza armada. En la estación había un tren especial para los refugiados, compuesto de varios vagones dedicados al transporte de ganados; allí los metieron y escoltados debidamente fueron conducidos al campo de Relizane, donde llegaron a las seis de la mañana. […] Vida de refugiado en el campo de Relizane Este campo de Relizane […] era bastante amplio. Estaba situado a una altura bastante elevada, medía aproximadamente dos mil metros cuadrados, el terreno que ocupaba era áspero y había muchos pedregales. Era incómodo para el paseo. Estaba cercado por unas alambradas cogidas a unos postes de hierro muy fuertes. Eran dos las alambradas que cercaban este campo de concentración. Entre estas dos alambradas había un callejón, o paseo, por donde se hacía el relevo de la guardia, su situación era en el desierto donde los calores y los huracanes de viento nos asfixiaban y las fiebres malas nos consumían. En este callejón, o paseo, cada dos metros había un centinela de día y de noche; la consigna de los centinelas era que, al que se acerque a la alambrada, hiciera fuego. Esta clase de fuerza que nos guardaba eran negros que no sabían ni hablar, salvajes del desierto que hubieran hecho fuego a cualquiera de nosotros que nos hubiéramos aproximado a las alambradas. Pero, con todo este preparativo de precauciones, hubo refugiados que desertaron de este campo maldito. Era imposible poder resistir aquel clima tan malo, nadie se metía con nosotros, estábamos totalmente abandonados como los salvajes, los calores nos asfixiaban; había hombres que estaban completamente desnudos, tirados por tierra; otros, en paños menores, más negros que los que nos guardaban; no se guardaba
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pudor, nadie se guardaba de nadie, desnudos, en cueros como los parió su madre, así estaban algunos. Por aquel sitio nadie pasaba, no se veían personas humanas; por lo mismo, cada uno se disfrazaba como quería. Estábamos completamente aislados, el pueblo más próximo distaba cinco kilómetros del campo. Estaba prohibido que ninguna persona se acercase al campo, había una vigilancia rigurosa, nos consideraban como fieras salvajes; esto era insoportable, la miseria nos consumía. Había hombres que iban paseando por el campo y, sacando los piojos de todas partes de su cuerpo, los lanzaban al espacio como si fueran pajarillos volanteros. Teníamos agua suficiente para el aseo personal, pero tenía cada cual que lavarse su ropa y esto era muy difícil por el motivo de que había hombres que no sabían lavar, otros que no podían por su inutilidad, otros por estar ciegos y otros por estar enfermos. Así es que los que eran curiosos no podían serlo porque la miseria andaba por todo el campo; teníamos baño de duchas, este era el procedimiento más rápido para los parásitos que corrían por el suelo como hormigas. Este campo fue el más malo de todos los que yo he conocido. Las comidas al principio dicen los compañeros que eran buenas, pero cuando yo fui trasladado a este campo, eran pésimas: el desayuno, café de cebada; al mediodía, boniatos cocidos o lentejas; por la noche, lentejas o boniatos cocidos; pan, una libra. Esta fue la comida por espacio de dos meses, hasta que se declaró la guerra entre Francia y Alemania; a partir de este momento el campo fue dirigido militarmente y las comidas cambiaron al cien por cien.
Obras citadas Cate-Arries, Francie (2012): Culturas del exilio español entre las alambradas. Literatura y memoria de los campos de concentración en Francia, 1939-1945. Traducción de Jaime Fatás Cabeza. Barcelona: Anthropos. Derbez, Alain (2016): La vida y no sus lamentos. El exilio a dos voces. Ciudad de México: Ateneo Español de México.
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Gallega, Teófilo (2017): «Buñol y la guerrilla antifranquista», Revista de Estudios Comarcales Hoya de Buñol-Chiva, 11, p. 237. Glondys, Olga, Mario Martín Gijón y Mar Trallero (coords.) (2019): Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, 1. Extraordinario, «El exilio republicano y los campos de concentración nazis». (15/03/2021). Gómez Plana, Gabriel (2020): Un gitanillo en la Ciudad de los Muchachos. Barcelona: Associació Cultural Helios Gómez. Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio (1993). Ciudad de México: Joaquín Mortiz. Rafaneau-Boj, Marie-Claude (1995): Los campos de concentración de los refugiados españoles en Francia, 1939-1945. Barcelona: Omega. Reverter, Elisa (1995): Dones a l’infern. Barcelona: Columna/Edicions de l’Eixample. Simón Porolli, Paula (2012): La escritura de las alambradas. Exilio y memoria en los testimonios españoles sobre los campos de concentración franceses. Vigo: Academia del Hispanismo.
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Testigos, víctimas y supervivientes en la literatura concentracionaria del exilio republicano
Javier Sánchez Zapatero Universidad de Salamanca
La literatura del exilio republicano y el doble marco concentracionario A pesar de su recurrente uso en el discurso académico, en el que cada vez parece implantado con más fuerza, el sintagma «literatura concentracionaria» plantea, de entrada, algunos problemas metodológicos y conceptuales. En primer lugar, su mera enunciación presenta el inconveniente de concebir un tipo de literatura —o, para ser más precisos, y a tenor de lo que se irá viendo más adelante, de escritura— de forma casi única en función de las circunstancias históricas que determinaron su creación. De este modo, surge el interrogante
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que plantea hasta qué punto es oportuno establecer una categoría literaria teniendo como criterio principal las características o los condicionamientos de sus autores, vinculados solo por haber pasado una análoga experiencia vital. Las conclusiones de Michael Ugarte sobre la literatura del exilio, que en cierto modo puede equipararse a la concentracionaria al definirse a partir de las circunstancias personales de quien la compone, resultan de suma utilidad a este respecto, pues permiten afirmar que las evidentes analogías temáticas, formales y pragmáticas que se pueden encontrar en los textos de los supervivientes de los campos, independientemente de las vivencias concretas de sus autores, «indican de manera sorprendente cómo el lenguaje y la literatura presentan una disposición a repetirse en su evolución» (1999: 22). De hecho, según Esther Cohen, sería posible plantear que, más allá de una mera variante testimonial, la concentracionaria sería un tipo de escritura «particular que gira alrededor de las barracas, las cámaras de gas, los crematorios, el hambre, la autodestrucción del hombre a manos del hombre» (2006: 22). Semejante categorización es posible por el hecho de que, como hemos mantenido en trabajos anteriores, la experiencia concentracionaria, pese a su inequívoca dimensión personal, «se une con un marco intercultural determinado por la universalidad del fenómeno» (Sánchez Zapatero 2010: 31). Por tanto, no solo es posible identificar la existencia de un tipo de escritura concreto vinculado a la vivencia de los supervivientes y capaz de generar un marco de expectativas determinado en los lectores que se aproximan a ella, sino que, además, se puede atender a su carácter universal debido a no «restringirse a un fenómeno nacional […] [ni] pertenecer exclusivamente a una literatura nacional» (Nickel 2010: 68). Dada su condición de «conjunto supranacional» (Guillén 2005: 27) susceptible de trascender lenguas, tradiciones, épocas y geografías, la obra de quienes han pasado por los campos se convierte en estudio prioritario de la Literatura Comparada, ya que demuestra su capacidad para superar las concreciones de su contexto de creación y plantear un diálogo intercultural marcado por la universalidad de la violencia, el horror, la humillación y el deseo cosificador que supusieron los espacios de concentración. De esta forma, los textos de los autores de la diáspora española se inscriben
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en un doble marco epistemológico, pues si por un lado se relacionan con la universalidad del fenómeno concentracionario y dialogan con los de supervivientes de otras nacionalidades, épocas y culturas, por otro se incardinan en «los procesos […] de construcción nacional de la comunidad de los exiliados» (Cate-Arries 2012: 32) y adquieren una función memorística a través de la que mantener vigente el legado republicano. Esta dualidad se manifiesta en el propio corpus concentracionario de la literatura del exilio de 1939, en el que conviven obras de autores que fueron internados en campos nazis —fundamentalmente Mauthausen, aunque no solo, como demuestra de forma sintomática el caso de Jorge Semprún, preso en Buchenwald— con testimonios de quienes pasaron por los campos franceses. Contrastar ambas realidades plantea de forma irremediable y casi inmediata el siempre vigente debate sobre la univocidad del Holocausto, cuya extrema singularidad impide asimilar a otros fenómenos sin caer en la banalización o el reduccionismo, pero, al mismo tiempo, permite establecer algunos nexos comunes sin que eso suponga una identificación ontológica. Aunque no es posible comparar el horror que supusieron los campos de exterminio con otras realidades concentracionarias, sí que se puede detectar una esencia compartida en los espacios de reclusión. De hecho, según Naharro-Calderón, en todos ellos, independientemente de sus características concretas, aparece, en diversas escalas, «la concentración, el apartamiento, la desaparición de los derechos más fundamentales, las condiciones deterioradas de supervivencia que van desde el exterminio programado hasta la probabilidad aleatoria» (2017: 8788). Partiendo de este vínculo, pero siendo al mismo tiempo muy conscientes de las diferencias entre los diversos campos, una lectura contrastiva de los textos concentracionarios de los republicanos españoles permite observar una serie de analogías textuales basadas en la reiteración de recursos expresivos, temas, tópicos retóricos o moldes genéricos y, consecuentemente, proyectar una mirada global y panorámica sobre el corpus que permita, además de la comparación de las diversas obras que lo conforman, su diálogo con otras tradiciones literarias.
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Entre la literatura y la escritura Un problema compartido por toda la literatura concentracionaria, independientemente del contexto histórico del que surja y en el que se desarrolle, es que, desde una perspectiva formalista, resulta extraño asumir la condición literaria de unos textos en los que, por encima del estético, el valor fundamental parece residir en sus aspectos cognitivos o pragmáticos. No hay que olvidar que la mayoría de supervivientes que decidieron dar testimonio lo hicieron movidos, fundamentalmente, por la necesidad de aportar información sobre los campos de concentración —y que, de hecho, sus textos siguen siendo leídos hoy, pese a la abundante historiografía sobre el tema, como fuente de documentación— y por el objetivo de dejar constancia de lo experimentado en ellos, para evitar que experiencias de sufrimiento como las suyas cayeran en el olvido, puesto que, como ha señalado Puertas Moya, «en épocas de persecución y enfrentamiento, la literatura íntima, la expresión de la privacidad, no solo pretende dejar constancia testimonial, sino que busca esos ámbitos que se hurtan al dominio público» (2003: 367). En el caso del exilio republicano, el problema se acrecienta por el hecho de que «no son pocos los libros […] que muestran como expresión ocasional, no artística, de vivencias dramáticas», lo que provoca que «de la muy extensa nómina […] de narradores transterrados solo unos cuantos, de un número previsiblemente muy superior, han superado ese carácter de escritores ocasionales y fortuitos» (Sanz Villanueva 1977: 182). No en vano, entre los autores del corpus hay muchos sin experiencia literaria previa, ni contacto alguno con el campo intelectual y artístico, que solo se decidieron a escribir tras sufrir una experiencia traumática como la vivida entre alambradas. Así lo demuestra, por ejemplo, el caso de Nemesio Raposo, quien al evocar su paso por los campos en Memorias de un español en el exilio (1968) se presentó como un «humilde obrero» cuya intención, según se afirmaba en el aparato paratextual, no era otra que rellenar los «huecos o lagunas sobre determinados acontecimientos de aquella desgarradora contienda». La propia obra fue definida simplemente como un «documento
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histórico», confirmando así que la experiencia de los campos fue para el autor un estímulo que desencadenó un proceso escritural en el que, más que la dimensión artística que distingue a la literatura, influyeron la necesidad de liberación catártica y el deseo de mantener vivo la memoria de lo ocurrido en la sociedad. Esta situación ha provocado que junto a escritores reconocidos como tales como Jorge Semprún, Max Aub, Celso Amieva, Agustí Bartra o Manuel Andújar aparezcan muchos otros que solo escribieron sobre lo sucedido en los campos y nunca más sintieron la pulsión creativa. En general, la obra de estos últimos autores ha permanecido en un segundo plano, sometida a un doble ostracismo, pues «la visión subjetiva del yo es sospechosa tanto para los historiadores que persiguen vanamente la objetividad como para los teóricos y profesionales de la literatura que discriminan a favor de las versiones con brillo formal» (Naharro-Calderón 1998: 309). De ahí que Bernard Sicot, en su aproximación a los textos surgidos de la experiencia de los campos de internamiento franceses, distinga entre las «obras con claras marcas de literariedad» —entre las que incluye tanto elementos pragmáticos como la condición de escritores de sus autores como criterios textuales como la construcción ficcional, la composición en verso, la separación entre autor, narrador y protagonista, el alejamiento de los corsés de los géneros autobiográficos, la elaboración estilística o la reflexión metaficcional— y las que son «casi informes, simples testimonios, memorias, diarios» (2008, 2009 y 2010), como ocurre con la de Raposo. Lejos de ser baladí, semejante clasificación puede ser aplicada en el ámbito universal, en el que un autor tan representativo como Primo Levi llegó a manifestar que «si no hubiera vivido la temporada en Auschwitz, es probable que nunca hubiera escrito nada» (2005: 244). Ahora bien, incluso los textos que nacen con vocación literaria, en los que los autores intentan alejarse de la más estricta referencialidad para dar cabida a la pulsión estética propia de la creación artística, han de ser leídos teniendo en cuenta su relación con el entorno histórico del que parten y que desean representar, así como el valor cognitivo que asumen. En ese sentido, conviene tener en cuenta que, como ha señalado Paula Simón, «hay que pensar históricamente la participación de los textos en las circunstancias políticas y sociales en las que
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surgieron y la influencia de estos contextos en la propia construcción de los relatos» (2012: 21), ya que los autores fueron moldeando a través de la rememoración de sus vivencias la configuración de los campos, con lo que no pueden compararse los testimonios sobre la experiencia concentracionaria publicados a mediados del siglo xx, cuando el conocimiento sobre el tema era aún limitado y la voz de los supervivientes se convirtió en una fuente histórica imprescindible, con los que se han ido rescatando en los últimos años, que ya se incardinan en un imaginario colectivo en el que los campos han sido profusamente representados a través de discursos autobiográficos, literarios o audiovisuales. Del mismo modo, tampoco es asimilable el testimonio surgido de forma inmediata, «que emana directamente de la experiencia personal e intransferible de los acontecimientos vividos […], antes de toda formulación», con el que se vierte tiempo después, inevitablemente influido por «el contagio de otras memorias individuales, o de la colectiva u oficial» (Cuesta Bustillo 2008: 119). En consecuencia, pese a que puedan introducirse pasajes ficticios o a que una experiencia personal sea distorsionada con fines estéticos, en la literatura concentracionaria siempre late una fuerte conciencia histórica, pues resulta evidente que los autores escriben tomando como base su propia experiencia. De hecho, Max Aub y Joaquim AmatPiniella, dos autores de la diáspora republicana que no dieron cuenta a través de prismas estrictamente autobiográficos de su paso por los campos —franceses en el primer caso y nazis en el segundo—, dejaron muy claro que sus representaciones, por más que estuvieran tamizadas por un afán literario y que no se correspondieran de forma fidedigna y exacta con la experiencia vivida, querían transmitir la realidad de los campos. Así, el primero tituló sintomáticamente las compilaciones en las que incluyó sus relatos concentracionarios No son cuentos (1944) y Ciertos cuentos, cuentos ciertos (1955) —e incluso uno de los cuentos, «Yo no invento nada» (1944)—, mientras que el segundo explicitó el valor factual de su novela K. L. Reich (1963) al señalar en el prólogo que había «preferido la forma novelística porque nos ha parecido la más fiel a la verdad íntima de los que vivimos aquella aventura» y porque con ella «podremos dar una más justa y viviente impresión que limitándonos a su exposición objetiva» (2014: 9). Bajo la actitud de
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ambos subyace la creencia, también detectada en otros supervivientes como Jorge Semprún, de que «contar bien significa: de manera que sea escuchado» y, por ende, el relato sobre lo acontecido en los campos no será escuchado «sin algo de artificio: ¡el artificio suficiente para que se vuelva arte!» (2002: 140). De esa forma, toda la literatura concentracionaria oscila entre la imposición del pacto de lectura referencial propio de los textos autobiográficos y la creación de un espacio de recepción ambiguo, «distante de las obligaciones de la autobiografía y equidistantemente separado de la libertad para imaginar que consagra el estatuto novelesco» (Alberca 2007: 65), en el que, pese a asumir la ausencia de exactitud, se admite que hay un poso de verdad con el que se pretende transmitir lo que supuso el paso por los campos de concentración. Aunque haya imprecisiones, se incluyan elementos ficticios o se desdoble la peripecia personal en la de personajes inventados, los textos de quienes pasaron por los campos de concentración tienen como base una experiencia que provoca que, a pesar de que en ocasiones no se circunscriban a la verdad empírica u objetiva, siempre puedan ser leídos desde el prisma de la verdad esencial de los hechos. Podría decirse, en consecuencia, que en los textos del corpus concentracionario no se desarrolla la función poética que Roman Jakobson determinó como fundamental para poder identificar a un acto comunicativo como literario, pues en ellos priman, por encima de la mera expresión o el trabajo formal para componer el mensaje, las funciones informativa y apelativa por las que se trata de describir el contexto circundante y llamar la atención del receptor. Pese a que la teoría literaria ha ido evolucionando durante las últimas décadas hacia una concepción básicamente funcionalista de la literatura, en la que parece pesar más el modo en que un texto es leído e interpretado que su propia naturaleza, es evidente que plantear el estatuto literario de todo el corpus concentracionario acarrea no pocos inconvenientes. Su diversa complejidad así lo pone de manifiesto, pues, aludiendo a dos ejemplos del caso español, frente al innegable carácter artístico de la reelaboración estética de la experiencia que plantean las ya citadas obras de Aub, Amat-Piniella o Semprún, resulta complicado definir como literaria la desnudez de testimonios caracterizados por su carácter sobrio, carente de ornatos retóricos, y por su afán descriptivo, y
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que, en algunos casos como el de José María Lamana, fueron concebidos casi como un acta notarial con la que dar cuenta de lo vivido.
La relevancia del autor Ahora bien, más allá de su carácter literario o meramente escritural, es evidente que la condición de testigo, superviviente y víctima de los autores del corpus resulta fundamental. No en vano, lo que define a la literatura de los campos de concentración no es tanto la temática o la acción argumental como la condición autorial. O, lo que es lo mismo, novelas como Las benévolas (Les Bienveillantes, 2006), de Johnathan Littell, El niño con el pijama de rayas (The Boy in the Striped Pyjamas, 2006), de John Boyne, o El tatuador de Auschwiz (The Tattoist of Auschwitz, 2018), de Heather Morris —o, en el ámbito hispánico, El violinista de Mauthausen (2009), de Andrés Pérez Martínez, o La bibliotecaria de Auschwitz (2012), de Antonio Iturbe— no podrían ser consideradas ejemplos de literatura concentracionaria, puesto que lo que hay en ellas es, básicamente, un intento de reconstrucción de la realidad que supusieron los campos a través del paradigma de la novela histórica. Por mucho que sus autores se hayan documentado y tengan información historiográfica de lo que aconteció en los campos, e incluso partan en ocasiones de historias reales de prisioneros, no existe en ellos la dimensión de «sujeto histórico» que certifica la relación existente entre el texto y la realidad de la que parte. Resulta evidente que, aunque haya en ellos un intento de vincularse con el dolor y la memoria de los presos —lo que no sucede siempre, puesto que también hay obras que solo parecen motivadas por el mero oportunismo editorial o la curiosidad de aproximarse a una problemática de evidente interés— no puede equipararse a este tipo de creadores con quien escribe sobre una vivencia tan extrema sobre los campos después de haber sufrido en sus propias carnes la violencia cosificadora y humillante, después de haber sentido la cercanía de la muerte y de haber tenido que luchar por garantizar su propia supervivencia en un entorno hostil.
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Para Giorgio Agamben (2000), la condición de testigo resulta fundamental a la hora de aproximarse a la literatura de los supervivientes de los campos de concentración. En su opinión los significados de las dos palabras latinas que existen para referirse a la figura del testigo exponen a la perfección lo que supone haber presenciado y sufrido la experiencia concentracionaria. Por un lado, testis es «aquel que se sitúa como tercero en un litigio», como los supervivientes que aportan su voz para que se haga justicia —no solo con los culpables, sino también con las víctimas y con su recuerdo— y, por otro, superstes se refiere a quien ha atravesado una determinada situación y se encuentra no solo posibilitado, sino también legitimado, para hablar de ello. Parece deducirse de sus palabras que el hecho de haber presenciado y haberse visto afectado por un fenómeno como el paso por un campo de concentración otorga un carácter diferenciador a la escritura que tal vivencia genera. No es lo mismo escribir sobre un hecho traumático a partir de referencias indirectas o documentación que hacerlo tomando como base los propios recuerdos y sensaciones experimentadas al vivirlo. La importancia de haber sufrido aquello que se narra resulta especialmente importante en unos textos nacidos con una fuerte vocación pragmática por la que se intenta dar a conocer aquello que en muchas ocasiones se ha intentado ocultar, o cuando menos distorsionar. A través de diversos recursos, como verbos sensoriales que acreditan la relación que el autor tuvo con el entorno —Cate-Arries ha llegado a aludir a las «omnipresentes referencias al contexto físico» (2012: 82) del corpus—, referencias a través de personajes o acontecimientos que anclan la experiencia en unas coordenadas históricas determinadas o expresiones que manifiestan el compromiso de sinceridad, la literatura concentracionaria explícita su conciencia de fuente histórica, como expuso, por ejemplo, Amat-Piniella cuando señaló que en K. L. Reich había hecho «una composición de escenas, situaciones y personajes que conocimos en el transcurso de cuatro años y medio en los campos por donde pasamos» (2014: 109). También en el paratexto de España comienza en los Pirineos (1944), de Luis Suárez, se expresa su vocación de fuente documental al señalar que «tiene la virtud de revivir y recordar, con vivos colores, algo que todavía no es historia […]: el éxodo del pueblo español», poniendo con ello de manifiesto que, en el
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momento en que hubiera de acometerse el relato de lo sucedido en los campos franceses, prácticamente simultáneo en el tiempo al momento de composición, obras como esta serían indispensables. Como ha explicado Paula Simón, recursos como estos confirman «la insistencia en asociar el relato a lo real y a lo verídico» (2012: 58), habitual también en el corpus universal de la literatura concentracionaria, en el que es frecuente que los autores se presenten como portavoces de la verdad de los hechos. No en vano, el propio Primo Levi llegó a afirmar que «la fuente esencial para la reconstrucción de la verdad en los campos estaba constituida por los supervivientes» (2005: 477). Además, hay que tener en cuenta que el autor une a su condición de testigo las de víctima y superviviente: si la primera permite que en los textos no haya solo constancia del acontecimiento histórico, sino también del dolor y del trauma que generó en quien lo sufrió —pues «es preciso expresar los hechos vividos como «habiendo sido soportados», [ya que] también el sufrimiento del testigo es materia de testimonio y debe certificar la presencia humana» (Cuesta Bustillo 2008: 118)—, la segunda provoca que los testimonios adquieran una dimensión colectiva. Como ha señalado Joan-Carles Mèlich, las obras concentracionarias son «relatos de ausencias […] [cuyos] protagonistas […] no son los autores sino las víctimas que surgen en el relato, y que no han sobrevivido para poder contarlo» (2001: 23). Se trata, pues, de «escribir para que el otro cobre vida» (Cohen 2006: 17) y de «prestar voz y palabras a quienes los tuvieron» (López de la Vieja 2003: 35). Ese carácter colectivo, que asumen los propios autores al erigirse en representantes de todos los que murieron en los campos y no están, por razones obvias, en condiciones de relatar lo que allí sufrieron, se pone de manifiesto, por ejemplo, en dedicatorias como la de K. L. Reich, dirigida «a todos aquellos que no han vuelto», o la de Alambradas: mis nueve meses por los campos de concentración en Francia (1941), de Manuel García Gerpe, en la que el autor afirmaba haber escrito impulsado por «el dolor de mis compatriotas, que por ser de ellos es mío»; en el recurrente uso de la primera persona del plural —especialmente significativo en obras como, por ejemplo, Campo de concentración (1939) (2003), de Lluís Ferran de Pol, Entre alambradas: diario de los campos de concentración (1987), de Eulalio Ferrer, o la ya
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citada de Nemesio Raposo—; o en pasajes como aquel en el que Jorge Semprún, al evocar los últimos momentos de un prisionero moribundo, confirma su voluntad de tratar de no olvidar jamás lo sucedido en el campo para mantener vivo el recuerdo de los compañeros caídos: «Yo no voy a morir […]. Voy a sobrevivir a esa noche, voy a tratar de sobrevivir a otras muchas noches para acordarme. […] Voy a tratar de sobrevivir para acordarme de ti» (2003: 226). En resumen, lo que muestran todos estos recursos es que, como manifestó Levi, en toda la literatura concentracionaria, los supervivientes hablan siempre por los muertos «como delegación» (2005: 542), lo que termina por otorgar al proceso escritural un valor imperativo, como si el hecho de haber sobrevivido impeliese a los autores a no permanecer en silencio ante lo vivido y a evocar el sufrimiento propio y el de los compañeros que ya no están para contarlo. «No puedo callar lo que vi para escribir lo que imagino», señaló Max Aub en una sentencia convertida en emblemática con el paso del tiempo, evidenciando así cómo para él, al igual que para muchos otros que conocieron el oprobio y la barbarie de los campos, escribir, más que una opción vital, era un auténtico deber moral. La condición de supervivientes de los autores tiene otra implicación, puesto que genera el carácter incompleto de su narración. Quien escribe sobre los campos no puede referirse a la vivencia de la muerte, prescindiendo así de un elemento fundamental y confirmando con ello la paradoja de la escritura concentracionaria, incapaz por motivos evidentes de representar un acontecimiento inherente a todos los espacios de concentración —y omnipresente, claro está, en los de exterminio—, ya que, como evidenció gráficamente Semprún, «no habría jamás supervivientes de las cámaras de gas» (2002: 64). Y es que, en definitiva, las experiencias de los autores de la diáspora republicana que dejaron constancia de su paso por los campos —y especialmente por los campos nazis— son muestras de excepcionalidad que no responden a la peripecia habitual que sufrieron los presos, conducentes en muchas ocasiones a la muerte, bien por ejecución, bien por efecto de las paupérrimas condiciones de salubridad a las que tuvieron que hacer frente.
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El carácter incompleto del testimonio sobre los campos está relacionado también con el siempre presente problema de la inefabilidad, pues los autores son en múltiples ocasiones conscientes de que por mucho que escriban sobre su experiencia, incluso por muchos datos fidedignos y empíricos que aporten, jamás podrán reflejar el inusitado horror que supuso vivir entre alambradas. Esa cuestión, a la que en el ámbito de la literatura de la diáspora republicana la dedicaron mucha atención Semprún o Aub, es inherente a toda la tradición concentracionaria: mientras que el propio Primo Levi llegó a reconocer al evocar su paso por los campos nazis que «tendemos a asimilar [las experiencias narradas] a las más cercanas, como si el hambre de Auschwitz fuera el de quien se ha saltado una comida» (2005: 158), un superviviente de los campos franceses como Manuel Andújar expuso, de forma análoga, que lo reflejado en su libro St. Cyprien, plage… Campo de concentración era «insignificante reflejo» (1990: 13) de lo que vivió.
El imperativo de la sinceridad Más allá de la pertinencia de plantear una mirada universal y comparada sobre la literatura concentracionaria de la diáspora republicana española, de lo expuesto ahora se deduce que al representar lo experimentado en los campos, más que referencialidad, lo que se demanda es sinceridad, y que el hecho de que los autores sean supervivientes, y por tanto víctimas y testigos, resulta fundamental. Un ejemplo producido en la vida pública española hace algo más de una década una permite ejemplificarlo. Enric Marco, presidente de la asociación Amical de Mauthausen, que aglutinaba a supervivientes españoles de los campos de concentración, reconoció, tras ser acusado de mentir por el historiador Benito Bermejo, que jamás había estado preso en ningún centro de internamiento nazi y que si mintió lo hizo —según él— para que su denuncia de la barbarie fuera más efectiva y pudiera difundirse más. De hecho, cuando su mentira fue descubierta, afirmó en declaraciones públicas a los medios de comunicación que su engaño «no fue por maldad», sino porque así parecía que le «prestaban más atención y podía difundir mejor el sufrimiento de las muchas
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personas que pasaron por los campos de concentración». Marco, cuya peripecia fue reflejada en El impostor (2014), de Javier Cercas, había desarrollado hasta el descubrimiento de la mentira un uso ejemplar de la memoria, narrando la desgracia «sufrida» para evitar su repetición en conferencias y artículos periodísticos. Una vez conocida la verdad, su voz perdió toda su validez, pues todos quienes se sintieron conmovidos por él se sienten hoy estafados precisamente por el incumplimiento del pacto que todo testimonio lleva implícito, pues su discurso no es germen sino de una distorsión inmensa entre realidad y texto. Quien leía o escuchaba a Marco lo hacía convencido de que lo que le estaba siendo transmitido era cierto, de que en su voz estaban la verdad, la experiencia, la memoria y el sufrimiento. Si el discurso de Marco sobre los campos de concentración se hubiera presentado desde el principio como una ficción y él no hubiera asegurado insistentemente ser un superviviente, nadie hubiera reparado en la exactitud de todos los datos en él presentados, y su representación de la experiencia de los campos, de hecho, podría haber contribuido a tener un mayor conocimiento de lo que supusieron. En el fondo, dejando a un lado todas las connotaciones éticas del asunto, el problema de Marco no fue tanto recurrir a la ficción —pues también lo hicieron los novelistas que han tematizado la realidad concentracionaria antes mencionados e incluso supervivientes como Aub, Semprún o Amat-Piniella—, ni siquiera inducir a los receptores a interpretar sus palabras como ciertas o mentir en un tema con tantas implicaciones morales. La principal objeción a su comportamiento reside en su pretensión de erigirse sin serlo en testigo, víctima y superviviente y, con ello, en revestir su discurso de una legitimidad de la que realmente carecía. De ahí que su caso, a modo de colofón, permita cerrar estas páginas poniendo de manifiesto la relevancia que alcanza la figura del autor en la literatura concentracionaria, que, por encima de la forma, el contenido o la dimensión pragmática, se define como tal precisamente por las características biográficas de quien la escribió.
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Obras citadas Agamben, Giorgio (2000): Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III. Valencia: Pre-Textos. Alberca, Manuel (2007): El pacto ambiguo: de la novela autobiográfica a la autoficción. Madrid: Biblioteca Nueva. Amat-Piniella, Joaquim (2014): K. L. Reich. Barcelona: Libros del Asteroide. Andújar, Manuel (1990): St. Cyprien, plage… Campo de concentración. Huelva: Diputación Provincial de Huelva. Cate-Arries, Francie (2012): Culturas del exilio español entre las alambradas. Literatura y memoria de los campos de concentración en Francia, 1939-1945. Traducción de Jaime Fatás Cabeza. Barcelona: Anthropos. Cohen, Esther (2006): Los narradores de Auschwitz. Ciudad de México: Fineo. Cuesta Bustillo, Josefina (2008): La odisea de la memoria. Historia de la memoria en España. Siglo XX. Madrid: Alianza. García Gerpe, Manuel (1941): Alambradas: mis nueve meses por los campos de concentración en Francia. Buenos Aires: Celta. Guillén, Claudio (2005): Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la Literatura Comparada (ayer y hoy): Barcelona: Tusquets. Levi, Primo (2005): Trilogía de Auschwitz [Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados]. Traducción de Pilar Gómez Bedate. Barcelona: El Aleph. López de la Vieja, M.ª Teresa (2003): Ética y Literatura. Madrid: Tecnos. Mèlich, Joan-Carles (2001): La ausencia del testimonio. Ética y pedagogía en los relatos del Holocausto. Barcelona: Anthropos. Naharro-Calderón, José María (1998): «Por los campos de Francia: entre el frío de las alambradas y el calor de la memoria», en Alicia Alted Vigil y Manuel Aznar Soler (eds.), Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia. Salamanca: AEMIC/GEXEL, pp. 307-328.
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— (2017): Entre alambradas y exilios. Sangrías de «las Españas» y terapias de Vichy. Madrid: Biblioteca Nueva. Nickel, Claudia (2010): «Leer la literatura concentracionaria desde una perspectiva transnacional», en Bernard Sicot (coord.), La littérature espagnole et les camps français d’internement (de 1939 à nos jours). Actes du Colloque International «70 años después». Nanterre, 12-14 février 2009. Nanterre: CRIIA-EA 369/GREX/Université Paris Ouest Nanterre La Défense, pp. 65-76. Puertas Moya, Francisco Ernesto (2003): La escritura autobiográfica en el fin del siglo XIX: el ciclo novelístico de Pío Cid considerado como la autoficción de Ángel Ganivet. Tesis doctoral. Logroño: Universidad de la Rioja. Raposo, Nemesio (1968): Memorias de un español en el exilio. Barcelona: Aura. Sánchez Zapatero, Javier (2010): Escribir el horror. Literatura y campos de concentración. Barcelona: Montesinos. Sanz Villanueva, Santos (1977): «La narrativa del exilio», en José Luis Abellán (coord.), El exilio español de 1939, IV. Madrid: Taurus, pp. 109-182. Semprún, Jorge (2002): La escritura o la vida. Barcelona: Tusquets. — (2003): Viviré con su nombre, morirá con el mío. Barcelona: Quinteto. Sicot, Bernard (2008): «Literatura española y campos franceses de internamiento. Corpus razonado (e inconcluso)», Cahiers de Civilisation Espagnole Contemporaine, 3, en DOI: 10.4000/ccec.2473 (15 de junio de 2020). — (2009): «Literatura española y campos franceses de internamiento. Corpus razonado (e inconcluso) II», Laberintos. Revista de Estudios sobre los Exilios Culturales Españoles, 10-11, pp. 107-140. — (2010): «Literatura y campos franceses de internamiento. Corpus razonado (e inconcluso) III», Cahiers de Civilisation Espagnole Contemporaine, 6, en DOI: 10.4000/ccec.3171 (15 de junio de 2020). Simón, Paula (2012): La escritura de las alambradas. Exilio y memoria en los testimonios españoles sobre los campos de concentración franceses. Vigo: Academia del Hispanismo.
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Suárez, Luis (1944): España comienza en los Pirineos. Ciudad de México: Moncayo. Ugarte, Michael (1999): Literatura española en el exilio. Un estudio comparativo. Madrid: Siglo XXI.
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Tipología de presos versus tipología de supervivientes: del síndrome de Sísifo al síndrome de Penélope
David Serrano Blanquer Universitat Ramon Llull
Tipología de los presos Los testigos que mejor han resumido la diversa tipología de presos han sido Paul Steinberg y Primo Levi, supervivientes, compañeros de campo y enfrentados por el distinto enfoque moral con que valorar los mecanismos de supervivencia. Los cuatro tipos según Steinberg En primer lugar, los presos definidos por tener las «personalidades demasiado estructuradas» (Steinberg 2000: 50). Steinberg describe esta
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tipología como la de las personas que llegan a los campos con una cierta edad, alrededor de los cuarenta —en el límite para ser admitidos para el trabajo—, con cierto estatus social, sentido de la dignidad y que, por tanto, no podían entender que la manera de comunicarse entre los victimarios y las víctimas fuera únicamente a base de los «insultos y los golpes» (50). Se refiere, por tanto, a aquellos que leen e interpretan las normas del campo desde la razón, la búsqueda de criterios lógicos homologables a los de su vida cotidiana exterior, marcada por las convenciones sociales y que, precisamente por ello, son los primeros en «ser aplastados allí mismo» (Steinberg 2000: 50). Estamos hablando de presos con trayectorias no vinculadas a trabajos manuales, habituados en cambio al uso del intelecto como instrumento de trabajo. Levi describe este colectivo con precisión: «El hombre culto estaba en el Lager mucho peor que el inculto. Le faltaba, además de la fuerza física, la familiaridad con las herramientas y la preparación, que a menudo tenían, en cambio, sus colegas obreros o campesinos; por el contrario, estaba atormentado por un sentimiento agudo de humillación y exclusión» (Levi 2000: 132). Abogados, médicos, profesores, intelectuales diversos quedan marcados inexorablemente por el doble sentimiento descrito por Levi: «humillación» y «exclusión» ante la imposibilidad de hacer entrar en razón al opresor. Y aquí nace el aislamiento de este tipo de presos, nada habituados a la sumisión por la fuerza, a la aceptación de la injusticia sin la mediación de la palabra. En segundo lugar, Steinberg describe los llamados «sentimentales», aquellos que muestran una preocupación constante por el paradero de los hijos, la mujer, los padres. Considera Steinberg que esto les ha corroído de tal modo —«minados por la angustia» (2000: 50)— que los dejaba sin capacidad de resistencia ni actuación. Se trata de presos estrechamente vinculados afectivamente a su familia, sin la que se sienten especialmente huérfanos, con escasa o nula capacidad de iniciativa propia y sin la conciencia necesaria para centrarse en la propia supervivencia. El hecho de estar concentrado en el pensamiento proyectivo —negativo a menudo— del destino de sus seres queridos, los imposibilita de leer bien las normas del campo y pasan a convertirse en objetivo de kapos o SS. El terror por la posible pérdida y por la violencia de los victimarios les paraliza.
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Tipología de presos VERSUS tipología de supervivientes
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Para Viktor Frankl, superviviente y psiquiatra responsable de la terapia basada en la «logoterapia», es imprescindible, dentro del campo, «no perder la fe en el futuro inmediato» (1996: 76), en las rutinas cotidianas que a uno le mantienen dentro de la condición humana: lavarse, comer. Considera relevante no marcarse metas futuras improbables de prever, solo centrarse en lo más apegado al presente inminente, porque «el hombre tiene la peculiaridad de que no puede vivir si no mira al futuro, y esto constituye su salvación en los momentos más difíciles de su existencia» (Frankl 1996: 75). La paradoja: para algunos, el recuerdo imposibilita vivir el presente del campo, para otros, es el estímulo para luchar continuada e insistentemente por la vida. En tercer lugar, Steinberg describe a los presos llamados «desesperados» y «pesimistas», aquellos que no ven posible salida a la situación que sufren, y esto les quita el impulso vital para seguir luchando en el agresivo e imprevisible día a día del lager. Se trata de los que se convierten pronto en musulmanes o «muertos vivientes» (Semprún 1995). Presos que dejan de luchar, que se dejan morir pasivamente, como bien describe Mercè Rodoreda en «Noche y niebla» (1947: 231-233). Son presos que quedan absolutamente anulados por la violencia del campo, aniquilados desde el momento que se produce la alienación de la depilación, los uniformes de rayas y el número de matrícula. Nada tiene que ver su vida anterior, en muchos casos llena de éxitos personales y/o profesionales, con su nueva incapacidad en el lager. El choque con la realidad del campo se convierte en una especie de segundo nacimiento, un «nuevo Génesis», como lo llama Primo Levi (1996). El preso, conceptualmente, «nace» dentro del campo y se desarrolla allí. Su bagaje puede tener mayor o menor incidencia al llegar a los campos, pero lo más común es que este quede anulado o suspendido porque, además, esta es básicamente la intención del sistema. Por último, Steinberg describe «el retrato robot del deportado destinado a sobrevivir» (2000: 50). El autor es consciente de la complejidad que supone simplificar hasta encontrar las claves que hacen posible que alguien haya podido sobrevivir entre los millones de muertos que supuso la Shoah, pero considera que «el denominador común de los supervivientes es un gusto desmedido por la vida, y una flexibilidad de contorsionista» (Steinberg 2000: 51). El carpe diem del
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superviviente remite al concepto clásico del disfrute de las pequeñas cosas, de la reflexión sobre lo que hace posible el vivir, una vida interior plena y compleja, alejada o cercana del espíritu religioso, a menudo rechazado desde aquella experiencia, como nos muestran Elie Wiesel o Primo Levi. Y por otro lado, la sana obsesión por la vida debe ir acompañada por la capacidad de «flexibilidad de contorsionista», estimulante imagen para referirse a una habilidad para saber leer e interpretar la realidad desde el primer momento y en cada instante. No se trata de adaptarse al campo, porque si es así, es cuando se produce su enajenación en forma de colaboracionismo: cargos de confianza, kapos, delatores, etc. Leer la realidad significa saber qué hacer y «que no hay que hacer», como analiza hábilmente uno de los líderes de la célula comunista republicana de Mauthausen (Constante 2000). Levi lo describe de manera concisa con un ejemplo propio: «Otros (entre ellos yo) intuyeron confusamente que no había otra salida, y que la mejor solución era aprender a manejar la pala» (2000: 133). Levi nos permite percibir esta habilidad, que aparece de manera confusa pero a la vez definitiva, en forma de intuición, entendida como que cada circunstancia debe tener una solución. Levi describe este proceso consciente, suspendido en un entorno normalizado: «Todo ser humano posee una reserva de fuerza la medida de la que le es desconocida: puede ser grande, pequeña o inexistente, y sólo la adversidad extrema proporciona la manera de valorarla» (2000: 58). Es solo, por tanto, en una circunstancia extrema como un lager que esta transformación se puede dar y, por ello, es imposible hacer un análisis o una transposición al mundo exterior y convencional. Plantearse qué se haría o se dejaría de hacer en una circunstancia determinada, «no tiene un sentido exacto: no se es nunca en el lugar del otro. Cada individuo es un objeto tan complejo que es inútil pretender prever su comportamiento, aún más en situaciones extremas, ni siquiera es posible adivinar el comportamiento propio» (Levi 2000: 58-59).
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Los salvados y los hundidos de Levi Primo Levi es quien nos ofrece la clasificación más canónica de los presos de los campos de concentración nazis. Es un análisis que, lejos de partir de los criterios de carácter psicológico y conductuales de Steinberg, se centra en el ámbito estrictamente existencial: la constatación de que el paso por los campos crea las categorías de los «salvados y los hundidos» (Levi 1996: 106). Es decir, los «salvados» serían los afortunados que, por los motivos que él mismo estudiará, sobrevivirán en el campo y, por tanto, podrán tomar la decisión posteriormente de testimoniar sobre su experiencia. Por el contrario, los «hundidos» serán aquellos a los que el campo no solo habrá liquidado la identidad, sino también la vida. Levi desarrolla la clasificación desde el punto de vista de las posibilidades de supervivencia que tendrá cada uno de los dos grandes grupos siguientes: el de «los adaptados, los individuos fuertes y los astutos» (Levi 1996: 106), que tendrán la posibilidad de tratar directamente con los victimarios (en el grado que sean). Son los presos que desarrollan mecanismos de supervivencia basados en relaciones de necesidad «porque esperan poder sacar más tarde alguna utilidad» (Levi 1996: 107). En el otro grupo estarían los muselmann, los «hombres en proceso de hundimiento» (Levi 1996: 107), que no pueden ofrecer nada para canjear, ni siquiera su fuerza de trabajo porque ya no les queda, que renuncian progresivamente a su capacidad de vivir y de los que, al cabo de unas semanas, «sólo quedará un puñado de cenizas» (Levi 1996: 107). Se trata de prisioneros solitarios, seguramente los que más gráficamente podrían quedar clasificados como los que están más «desesperadamente y brutalmente solos» (Levi 1996: 106) en los campos porque no pueden ofrecer nada y porque el resto sabe perfectamente que no hay nada que hacer por ellos porque no tienen ya posibilidades de remontar física ni psíquicamente. Se trata de la remisión inexorable a las leyes de selección naturales darwinianas. Nada nuevo, por tanto, simplemente su aplicación a un hábitat inédito, con unas leyes primitivas que remiten a los orígenes del hombre y donde el azar poco o nada tiene que ver. El universo de los campos está pensado y diseñado explícitamente para hacer
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sucumbir la condición humana, con lo cual reducir las posibilidades de supervivencia a la suerte o el azar es de una simplicidad que poco o nada aportan al análisis del funcionamiento de los lager. Levi analiza los supervivientes judíos de Auschwitz llegados al inicio del funcionamiento del lager y no ve casi rastros de Häftlinge —presos sin privilegios, en oposición a los Prominenten—, sino toda una extensa categoría de profesiones y actitudes consideradas como necesarias para la mutua supervivencia: sastres, médicos, zapateros, cocineros, músicos, jóvenes con buena apariencia para usar como protegidos de los kapos, y una serie de personajes que Levi califica como «despiadados, fuertes e inhumanos» (1996: 108). Seres indispensables para la gestión disciplinaria del campo, aquellos en quienes los victimarios delegan buena parte de su responsabilidad y, dado que su supervivencia va ligada al cumplimiento de las normas brutales exigidas, las ejercen de manera implacable y desmesurada en la mayor parte de los casos. Son estos «despiadados, fuertes e inhumanos», que no necesariamente pasarán a formar parte de los «salvados», los que gestionarán la rendición de los futuros muselmann: haciéndoles cumplir todas las órdenes, no dejando de comer otra cosa que el rancho establecido, obligándolos a cumplir la disciplina del trabajo y del campo. Esta es la intención de los responsables del diseño de la gestión de los lager, provocar que todos los presos sigan «la pendiente hasta el fondo, de manera natural, como los arroyos que van al mar» (Levi 1996: 108). Los «hundidos» que siguen la pendiente hasta el mar son, por tanto, los que «no tienen historia» porque, también según Levi, siempre siguen el mismo camino descrito, sin matices relevantes, y forman el grueso de los millones de presos asesinados. El lager está pensado para devenir el mar que recoge todos los seres que llegan para morir, la antimadre que propone Paul Celan en Todesfuge. Al analizar los motivos que permiten a determinados presos sobrevivir, Levi se adentra en el universo movedizo de la moralidad. Considera que el principal camino para salvarse es convirtiéndose en un privilegiado, Prominenten, los gestores menores del campo, responsables directos de los Häftlinge: los kapos, los enfermeros, los guardas nocturnos, los basureros de barracones, los encargados de letrinas y las duchas, o los cocineros. Levi considera que el papel de los Prominenten
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judíos en los campos es un «triste y notable fenómeno» porque, para conseguir este rol de superioridad, «debían intrigar y luchar duramente para obtenerlos» (1996: 109). Recuerda este análisis a los polémicos juicios morales sobre el rol jugado por los Judenrat —consejos judíos que dirigían la vida cotidiana en los guetos—, que estudió Hannah Arendt (2000). Es decir, Levi denigra los comportamientos que acaban siendo colaboracionistas con la barbarie si no es que hay algún momento, alguna circunstancia, en que esto se ponga en duda por parte del mismo protagonista, o en los que hay algún punto de inflexión (sería el caso el arrepentimiento y suicidio del presidente del Judenrat del gueto de Varsovia, Adam Czerniaków). Precisamente es lo que Levi critica de Steinberg —escondido bajo el nombre de Henri (Levi 1996)— y su escasa moralidad para poder salvarse, lo que generará precisamente la necesidad de Steinberg de escribir sus memorias y justificar su actitud. Es la falta de fidelidad hacia el otro, habitualmente más desvalido, la que Levi considera que el preso deviene en personaje «inmundo», frente al «patético» (2000: 39), que es el que sufrirá sus decisiones injustas, insolidarias, crueles de los demás. Mientras el primero es condenado moralmente por Levi, por el segundo muestra una cierta compasión por su inminente destrucción como individuo, en la línea de lo que se plantea en el título del primero libro de la trilogía (Levi 1996). Esta línea difusa de la «zona gris» que propone Levi es la que sitúa al preso, ya sea «hundido» como «salvado» —en el plano moral no distingue Levi entre los que morirán y los que sobrevivirán—, a un lado o el otro de su comprensión conductual o su condena. Básicamente la línea divisoria moral la sitúa en el momento en el que la víctima toma decisiones que repercuten negativamente en su entorno inmediato. Precisamente la dificultad de analizar las conductas humanas en contextos tan extremos como los lager obliga a considerar el análisis del vilipendiado Steinberg, en el sentido de que «[s]obrevivir sin haber renunciado a nada del propio mundo moral, fuera de grandes y directas intervenciones de la suerte, no fue concedido sino a poquísimos individuos superiores, de la estofa de los mártires y de los santos» (1996: 111). Reconoce, por tanto, que, para sobrevivir, hay que situar en un estado de letargo, de barbecho, el componente moral como lo
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entendemos dentro del mundo exterior; de otro modo, el que mantuviera la moralidad intacta inexorablemente transgrediría las nuevas normas vigentes en el lager y, en consecuencia, moriría más temprano que tarde. Para añadir un matiz significativo a esta integridad imposible, Viktor Frankl considera que los condicionantes del campo son muy importantes de cara a las posibilidades efectivas de sobrevivir, pero que, en cualquier caso, «cualquier hombre podía, incluso bajo estas circunstancias, decidir lo que sería de él —mentalmente y espiritualmente—» (Frankl 1996: 69). Le otorga, por ende, cierto margen de maniobra, cierto margen que en los campos de exterminio y en muchos kommandos de los lager resulta absolutamente imposible. Un caso paradigmático de esta reflexión es el de Pere Vives i Clavé (1972), poeta y traductor deportado a Mauthausen, un idealista y un hombre íntegro. Una mañana, mientras iba con una cacerola a repartir el rancho, se topó con un SS que golpeaba a un chico judío. Al darse cuenta el SS que Vives estaba varado frente a él, le exigió que lanzara el judío al arroyo. Vives i Clavé debía decidir si colaboraba, se ensuciaba moralmente, o se mantenía íntegro; en décimas de segundo. Y tomó la segunda decisión, que le llevaría a la muerte. Pero la mayoría no pueden ser Pere Vives i Clavé, mártires inmaculados moralmente, por lo que Levi acaba sentenciando que «la zona gris tiene contornos mal definidos, que a la vez separa y une los dos campos de los dueños y de los siervos. Posee una estructura interna increíblemente complicada, y contiene todo lo necesario para confundir nuestra necesidad de juzgar» (2000: 41). Levi y Steinbebrg, en el fondo, tampoco están tan lejos en sus planteamientos.
Tipología de los supervivientes El análisis de la tipología propuesta de los supervivientes se centra en el vínculo establecido entre el hecho de haber sobrevivido y la posibilidad de gestionar su testimonio. Partimos de la constatación de Viktor Frankl en el sentido de que «debemos considerar que un hombre que ha vivido bajo una presión mental tan tremenda y durante tanto
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tiempo corre peligro después de la liberación, sobre todo habiendo cesado la tensión tan de repente» (1996: 91). En la Europa de la posguerra se genera una espesa alfombra de silencio bajo la que los supervivientes quedan ahogados en su necesidad de compartir su experiencia traumática, lo cual les supone un «duelo suspendido a la espera de que las siguientes generaciones puedan asumirlo» (Bondnar y Zytner 2003). A este hecho se le añaden los condicionantes extremos de supervivientes como los españoles o los rusos, doblemente castigados: por la barbarie sufrida y por la que les espera si regresan a sus países. La Guerra Fría, los dos bloques enfrentados, facilita el mantenimiento del silencio oficial, lo que hace que supervivientes y escritores como Imre Kertész deban autocensurarse en la Hungría bajo órbita soviética durante decenios. Y es que este silencio oficial se traslada a la sociedad civil, a la que se conmina a pasar página, a olvidar los horrores vividos. Solo hay que recordar que el primer gran documental sobre la Shoah, Nuit et brouillard, de Alain Resnais, no verá la luz hasta 1956. O que la primera obra de referencia sobre el tema en España no podrá ser editada hasta 1977, Els catalans als camps nazis, de Montserrat Roig. Este es el contexto histórico-político en que reconstruyen sus vidas los supervivientes, o lo intentan, no siempre de manera exitosa; a modo ejemplificador, cabe recordar los suicidios de Primo Levi (1987), Jean Améry (Hans Mayer 1978), Paul Celan (1970) o Tadeusz Borowski (1951). La tesis del profesor Yoram Barak (2000), responsable del Centro de Salud Mental Abarbanel, en Bat Yam, es que el 25 % de los pacientes supervivientes visitados en su consulta habían intentado suicidarse, frente al 8,2 % del resto de pacientes. El principal motivo apuntado es que cuando el superviviente empieza a llegar a una cierta edad, resurgen los traumas que habían conseguido de mejor o peor manera desterrar durante unos años. Algo debe tener que ver el hecho de considerar que el «otro» que vive dentro de nosotros, de cada superviviente una vez pasada la experiencia de los campos, se convierte en un momento determinado —o siempre— en testigo y juez de los actos vividos/realizados. Testigo que puede mirar con sospecha lo que es uno mismo, que lo puede poner en entredicho porque es el único conocedor de todos los secretos. Según los expertos, la tentación de eliminar este implacable testimonio
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es a veces incontenible, como lo puede ser también la presunción de que la muerte los podrá liberar. Y aquí es donde interviene el concepto de remordimiento, un lastre judeocristiano que carcome el interior de muchos supervivientes. En los lager se produciría una tasa de suicidios de 25 000 por cada 100 000 personas. Una tasa que, a criterio de Barak (2000), deviene la más importante de la historia conocida hasta ahora. Viktor Frankl apunta en la misma línea cuando reconoce que «la desesperación de la situación hacía que casi todos, aunque fuera por un espacio breve de tiempo, tuviéramos el pensamiento de suicidarnos» (1996: 27). Estas consideraciones desmentirían el mito construido alrededor de la idea de que los supervivientes estarían «sedientos de vida», porque nos encontraríamos más bien ante individuos profundamente afectados como consecuencia del estrés postraumático, con ramificaciones en todos los ámbitos de la vida y para siempre. A partir de los elementos expuestos, se expone una triple clasificación de los supervivientes, en relación con la actitud que mantienen respecto de la experiencia sufrida y su posibilidad de testimoniar. Para ello se ha utilizado uno de los recursos habituales presentes en la literatura concentracionaria traumática: la mitología griega. Junto con el uso de temas o pasajes de la Biblia o de la Commedia de Dante —el infierno especialmente—, los personajes mitológicos emergen sutilmente en los relatos como instrumento de esencialización, ejemplificación o de búsqueda de verosimilitud ante un receptor al que le es también difícil descodificar el mensaje recibido, por su brutal inhumanidad e irracionalidad. Bajo el síndrome de Filomena El primer tipo de supervivientes está marcado por el síndrome de Filomena. Princesa ateniense, hija de Pandíon y Zeuxipe, es violada por su cuñado, el rey tracio Tereo. Para que no pudiera explicar el daño sufrido, Tereo le cortó la lengua. Esta es la parte de la historia de Filomena que permite describir probablemente la tipología más extendida entre los supervivientes, la de aquellos que se verán imposibilitados para testimoniar.
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Las causas que llevarán a su silencio, a la imposibilidad o la no voluntad de contar su historia, son multifactoriales, y van desde la necesidad imperiosa de reconstruir nuevas vidas, la de proteger a sus descendientes, el miedo, la desconfianza en ser creídos, los desplazamientos territoriales forzados, la desvinculación del mundo anterior a la guerra, etc. Durante decenios, solo determinados factores, exógenos a su voluntad especialmente, pueden haber truncado este estado pretendidamente catártico de silencio: algunos hijos pero sobre todo algunos nietos, la presión mediática, historiadores, fechas emblemáticas, etc. Ejemplificador es el caso del superviviente anarquista Juan Camacho Ferrer (Serrano 2011). Sobrevivió en Mauthausen cuatro años tras trabajar en la cantera y emigró a Buenos Aires y Montevideo. Allí formó una familia y luchó contra la dictadura uruguaya; nunca quiso compartir su terrible experiencia en el campo austríaco. Sin embargo, con 88 años y recién enviudado, viajó solo a Mauthausen, donde quería despedirse de sus compañeros de campo antes de morir y poder dejar su legado a quien le quisiera escuchar. Más conocido es el caso de Roman Frister (1999), ejemplificador por su síndrome filoménico. A las puertas del fin del ciclo vital, al igual que Camacho, Frister confiesa finalmente su gran secreto encapsulado durante decenios. Y se ve obligado a hacerlo, como Camacho también, por motivos exógenos, en este caso un nieto. La tercera generación significa la gran revuelta de la memoria para los supervivientes. Si la primera ha sido silenciada y la segunda no había hurgado para no abrir heridas inexpugnables, la tercera muestra su incredulidad ante los silencios familiares y, sin prejuicios ni las marcas de haber vivido el trauma, pregunta y descubre con horror las huellas del silencio. Frister encuentra el momento, el contexto, la excusa para poder quedar en paz consigo mismo explicando que tuvo que robar la gorra de su mejor amigo mientras dormía para no ser asesinado en el Appell matinal. Frister no solo no había hablado nunca de su estancia en Auschwitz, sino que el remordimiento era el principal condicionante de este terrible silencio, conocedor su otro yo que ni él mismo se había podido perdonar nunca ni su entorno podría llegar a entenderlo. El juicio moral externo a la vivencia en el campo vence por encima de la singularidad de las conductas posibles en el lager, que pueden llegar a poner en suspenso todo acto moral.
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Bajo el síndrome de Sísifo y Laocoonte El segundo tipo de supervivientes está marcado por el doble síndrome de Sísifo y Laocoonte. En la mitología griega, Sísifo fue fundador y rey de Efira (Corinto). Hijo de Eolo y Enárete, es obligado a ir al infierno, donde es condenado a empujar una enorme piedra redonda por una ladera muy empinada. Cada vez que la piedra está a punto de llegar a la cima, vuelve a rodar montaña abajo, y Sísifo tiene que empezar de nuevo, una y otra vez, sin fin. El mito nos ayuda a situar a los supervivientes que, incluso desde dentro mismo de los campos, toman conciencia de la necesidad de testimoniar para que la gente conozca el mal sufrido y como medida profiláctica. Este perfil toma el rol de testigo de inmediato, y es consciente de que para hacer saber el alcance de la experiencia vivida le será necesario construir y reconstruir de manera inacabable e incesante su relato, que se irá ampliando, matizando, reelaborando de manera prácticamente obsesiva. Subiendo y volviendo a subir la piedra que contiene sus dolorosos recuerdos, una y otra vez, las veces que sea necesario para que no caigan en el olvido y la historia pueda repetirse. Semprún nos los identifica y describe así: «Todos ellos están afectados por un auténtico vértigo para comunicarse […]. Para un intento de comunicación, en cualquier caso […]. Un delirio verbal del testimonio» (1995: 178-179). Como Semprún, que siempre retorna a Buchenwald de modos distintos, supervivientes como Primo Levi serían dignos representantes de este colectivo, que no es ni mucho menos el más numeroso, aunque sí probablemente el más canónico. Mediante su trilogía y sus relatos y poemas, Levi retorna compulsivamente a sus años en los campos, buscando, encontrando matices, intentando captar la «verdad» del horror, a aquella lucha en forma de «espiral de la memoria» que plantea sugerentemente Claude Lanzmann (1986). La voluntad de acercarse a la verdad del horror es lo que lleva a estos supervivientes marcados por el síndrome de Sísifo a la reconstrucción constante de la memoria. Kertész, además, no solo lo hace como necesidad personal y profilaxis social, sino que también se autoimpone límites a su experiencia, mostrando su decisión de no llevar al mundo a hijos que
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puedan sufrir lo mismo que sufrió él y su familia, mostrando así un escepticismo descarnado sobre la posibilidad de mejora a partir de la experiencia de la condición humana (Kertész 2002). La piedra incesante de la memoria de Sísifo se suele combinar con un nuevo síndrome, complementario, el de Laocoonte, sacerdote de Apolo Timbritroyano. La suya es una historia marcada por la desconfianza que sintió por el regalo griego del caballo de Troya y su intento desesperado e inútil por convencer a sus conciudadanos para que no lo aceptaran. A pesar de su capacidad de persuasión, las peticiones de Laocoonte no fueron atendidas, con las consecuencias que todos conocemos. Laocoonte representa, en justa combinación con el síndrome de Sísifo, el grado de incomprensión que rodea el universo de esta tipología de supervivientes, que se vuelcan en la voluntad solitaria de testimoniar ante no solo la indiferencia general, sino la incomprensión más absoluta e incluso el rechazo frontal durante decenios. El castigo de Laocoonte, fijémonos en la magnífica representación de El Greco, no solo le afectará a él, sino que llegará hasta a sus hijos, destruidos también por las dos malvadas serpientes gigantes. Con lo cual, el síndrome laocoontiano se convierte en unos de los más perversos existentes entre los supervivientes, el que podría haber servido para exclamar a Claude Lanzmann, al analizar los traumas adquiridos y traspasados a las nuevas generaciones, como el más cercano a la «victoria póstuma de Hitler». No solo los testigos reciben el silencio entendido como desprecio del entorno, sino que descubrirán con horror que su experiencia marcará también traumáticamente a sus descendientes. Uno de los relatos más conmovedores dentro del universo de la Shoah asociado a la compulsividad testimonial, desgraciadamente estéril en sus resultados, es seudoajeno al sufrimiento directo de la Shoah. Se trata del espía polaco Jan Karski. Karski no padeció la Shoah como preso, pero sí la comprobó con sus propios ojos. Recibió el encargo de entrar en el gueto de Varsovia para poder cerciorarse del horror del hacinamiento, el hedor, la miseria, la agonía y la muerte cotidianas con la intención de darlo a conocer a los aliados para que pudieran detenerlo. Era antes de Treblinka, de Sobibor, casi en los inicios de Auschwitz. No solo tuvo que volver una segunda vez ante la incredulidad de lo que había visto, sino que, después, nadie hizo caso
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de sus dramáticas descripciones y peticiones de auxilio. Karski vivió toda la vida bajo el trauma de Laocoonte, de la incomprensión que percibió como rechazo deshumanizador (Lanzmann 1986; Haenel 2010). Bajo el síndrome de Penélope El tercer y último tipo de supervivientes está marcado por el síndrome de Penélope. Lo que interesa en este caso de la figura llena de entereza de Penélope, la mujer de Odiseo, rey de Ítaca, es la inteligencia emocional de quien se mantiene paciente ante la ausencia del marido, y teje y desteje su tapiz a la espera de poder recuperar el pulso de su vida cuando retorne su marido, si es que puede retornar. Penélope sabe que hay que esperar, hay que ser paciente y perseverante a pesar de todas las trampas propias de la vida, de su condición, para poder reanudar la vida en todo el esplendor que supondría recuperar al ser querido. Nos encontramos ante un grupo de supervivientes marcados por este síndrome porque son perfectamente conscientes de la necesidad personal y social de su testimonio, porque este es un tema de conversación habitual ya dentro mismo de los lager. Pero, a pesar de esta conciencia y voluntad, también son conocedores de que su estado, su ser, tanto físicamente como psicológicamente, está demasiado afectado para poder afrontar el desgaste y debilitamiento emocional tremendos que supone el hecho de dar testimonio. Estos supervivientes penelopenianos necesitan, primero, tejer los puentes con la vida necesarios para poder, posteriormente, hacer frente al horror que supone el recuerdo. Y este es un acto consciente desde el primer minuto. Figura representativa de este síndrome es Jorge Semprún, quien reflexiona precisamente sobre este dilema cuando afirma que «las dos cosas que pensaba que me atarían a la vida —la escritura, el placer— contrariamente me alejaban, me remitían, sin cesar, día tras día, a la memoria de la muerte, me devolvían a la asfixia de esta memoria» (Semprún 1995: 125), una especie de transposición moderna del mito de Prometeo, encadenado y al que el águila devora diariamente el hígado. Tan grande es el dolor que siente el superviviente al afrontar
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los recuerdos que muchos son capaces —o lo intentan— de encapsularlos, pero siendo conscientes de que, probablemente, algún día deberán afrontar el reto y la necesidad autoimpuesta de la memoria. Mientras tanto, incluso se evita «la lectura de los testimonios sobre los campos nazis» porque «formaba parte de mi estrategia de supervivencia» (Semprún 1995: 254). Hay que alejarse del horror para poder coger perspectiva y, una vez recompuestas las piezas de la vida, tener la entereza de hacer frente al recuerdo traumático. Para quien, como él es, además de superviviente lúcido, escritor, «la felicidad de la escritura lo hacía insoportable» (Semprún 1995: 177). Por eso hay que encapsular el recuerdo como única solución circunstancial, porque «sólo el olvido podía salvarme» (Semprún 1995: 177). El escritor se tiene que alejar del acto que le convierte en lo que es precisamente para sobrevivir. El olvido, en pleno estrés postraumático, los supervivientes pronto aprenderán que es un constructo inexistente y que lo máximo a lo que pueden aspirar es a que, durante un tiempo, el horror les permita un cierto receso mientras intentan como pueden tejer los hilos destrozados de la vida. Odiseo, en el marco de este síndrome, significará la posibilidad de recuperar a los seres queridos, en algunos casos con reencuentros al cabo de los años —hecho bastante excepcional, aunque real—, en otros casos tras las alambradas de guetos, campos, cámaras de gas o cárceles, a través del testimonio, de la palabra. Recuperar a los verdaderos testimonios, los que se quedaron tras las alambradas y los muros, será doblemente traumático: en primer lugar, porque la ausencia, la pérdida, es irreversible, y en segundo lugar, porque significa retornar al pasado, a espacios de horror que se sitúan en el presente y lo hacen invivible: «No poseo nada salvo mi muerte, mi experiencia de la muerte, para decir mi vida, para expresarla, para sacarla adelante. Tengo que fabricar vida con tanta muerte. Y la mejor manera de conseguirlo es la escritura. Sólo puedo vivir asumiendo esta muerte mediante la escritura, pero la escritura me prohíbe literalmente vivir» (Semprún 1995: 180). Semprún, como tantos otros que sufren el mismo síndrome penelopeniano, necesitará años para poder empezar a tejer sólidamente las redes que le permita afrontar el retorno al pasado. En su caso fueron diecisiete años, diecisiete años en que su
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literatura estuvo carente de todo lo que se refiere a Buchenwald, al campo. Cuando, por fin, se vio con fuerzas para enfrentarse al recuerdo de su experiencia concentracionaria, se centró exclusivamente en la deportación, los cuatro días de trayecto hasta las puertas del lager dentro un vagón de ganado (Semprún 2004). Se trata solo de un primer paso, porque es consciente de que todavía no está preparado para retornar al interior del Buchenwald: «Mi problema, que no es técnico sino moral, es que no consigo, por medio de la escritura, penetrar en el presente del campo, narrarlo en presente […]. Y cuando por fin he conseguido llegar al interior, cuando estoy dentro, la escritura se bloquea» (Semprún 1995: 180). Semprún pone en evidencia, además, que el verdadero protagonista de los relatos de los supervivientes no son ellos, sino que el foco está puesto siempre en los «hundidos», los seres que aparecen repentinamente bajo la apariencia de casualidad en la vida de los testigos con el fin de permitirles, de alguna manera, poder seguir haciendo el camino hacia la condición de supervivientes. Y todo ello tiene relación con la verdadera intención del sistema concentracionario nazi, no solo el asesinato masivo, sino la eliminación de su muerte, su olvido, lo que lleva a su inexistencia. Por ello, el testigo ausente o verdadero testigo, el «hundido» que muere en los campos, necesita del superviviente testigo para que lo saque de su inexistencia, y, al mismo tiempo, como apunta Mèlich: «el superviviente cuenta con el lector. Entre los tres “vive” la memoria» (2001: 52). Así ocurre con las figuras de Phillipe para Steinberg (2000: 42), Bandi Citrom para Kertész (2003: 131), Hurbinek para Antelme (2001: 11) o François L. para Semprún (2001: 167). Ángeles de la guarda, verdaderos testimonios del horror que permiten sobrevivir al que deja testimonio, que a su vez se ve obligado a rescatar sus historias precisamente porque son las que permiten que sean contadas. Asesinato, superviviente y lector, a los que tendríamos que añadir las segundas y terceras generaciones, forman ineludiblemente una cadena de transmisión y necesidad para preservar la memoria del horror.
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Poetas en los campos
Bernard Sicot Université Paris Nanterre
Dentro del corpus general de la literatura española de los campos —que reúne en castellano y en catalán un centenar de títulos— lo que corresponde a la poesía es bastante reducido. Llegan a unos diez los poemarios que conciernen el tema de este estudio y solo figuran dos o tres nombres relevantes de la literatura española del siglo xx, Max Aub, Agustí Bartra y Juan Rejano. Manuel Altolaguirre, que tuvo una brevísima pero infeliz estancia en un campo, no la ha plasmado en versos, que se sepa. Por otro lado, los poemarios que siguen a veces solo incluyen algunos poemas dedicados al tema, solo uno en el caso de Arturo Serrano Plaja. 1. Celso Amieva (1960), La almohada de arena, con 32 textos escritos en Argelès y Le Barcarès. 2. José Ramón Arana (1942), A tu sombra lejana, con siete poemas en la sección titulada «Gurs». 3. Max Aub (1944), Diario de Djelfa, con seis fotografías y 27 poemas. — (1970), Diario de Djelfa, con 47 poemas. 4. Agustí Bartra (1946), El árbol de fuego [L’arbre de foc], con cinco o seis poemas relacionados con los campos de Agde y Argelès, a los que se podría añadir la «III.ª Elegía» incluida en Ecce Homo.
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5. Luis Bazal Rodríguez (1957), Vaso de lágrimas. Poemas de guerra. Poemas del exilio. Poesía de la muerte, con solo dos poemas de la sección «Poemas del exilio» que se pueden incluir en el corpus: «Campo d’Argelès-sur-Mer» [sic] y «Campo de Bram». 6. Manuel García Sesma, Poemas de guerra y destierro, España, Francia 1938-1940, poemario inédito con nueve poemas que conciernen St. Cyprien, Gurs y Argelès1. 7. Manuel Pérez Valiente (1949), Arena y viento, poèmes espagnols de Juan de Pena, con 15 romances escritos entre 1939 y 1940, en hospitales y en los campos de Le Barcarès, Bram y Argelès. — (2009), Arena y viento [segundo libro], con 25 poemas. 8. Juan Rejano (1966), El jazmín y la llama; la sección «Escrito en la arena» contiene 13 poemas. 9. José Rial (1946), El dolor de la derrota, la 1.ª sección, «Campos de concentración», consta de nueve poemas que remiten a los campos de St. Cyprien y de Clocher. Algunos más, escritos en hospitales o refugios desarrollan temas afines. 10. Arturo Serrano Plaja (1945), con un soneto titulado «Campo de concentración», incluido en Versos de guerra y paz.
El total de poemas llega a unos ciento sesenta, lo cual puede parecer poco, pero no todo es cuestión de cantidad y aunque la calidad poética de los textos es variable, no faltan sorpresas, incluso en autores que no todos fueron poetas reconocidos como tales. Por otra parte, este corpus se puede ampliar a un par de obras que, por su estilo cincelado, sus metáforas, su denso intertexto poético en el caso de Bartra, son buenos ejemplos de prosa poética: Manuel Andújar, St. Cyprien, plage… Campo de concentración (1942), y Agustí Bartra, Cristo de 200.000 brazos (1958). Escrito durante o después del internamiento, este corpus es buena muestra del vínculo que hubo entre campos y poesía, cualesquiera que fueran los sistemas concentracionarios o de internamiento. En el campo, el poema, memorizado gracias a su ritmo, sus rimas y a menudo su brevedad, puede no necesitar soporte escrito. Su valor
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Debo la copia de este poemario al hispanista francés Jacques Issorel.
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Poetas en los campos
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testimonial y humanizador, en medio de lo inhumano, reconstruye con la palabra un espacio de casi libertad. En la Kolyma, Verlam Chalamov se nutre de la poesía de Pasternak que, momentáneamente, le libera del Gulag. En Auschwitz, Primo Levi lleva a cabo un gran esfuerzo memorial estando con su compañero francés, Pikolo, mientras van a buscar el rancho. Intenta reconstruir para él trozos de El Infierno de Dante y escribe: «El espacio de un instante, me olvidé de quién soy y dónde estoy» (apud Parreau 1995: 258; la traducción es mía). También cuenta cómo Francis, otro internado, recita con aplicación para sus compañeros el gran soneto al retorno, de Joachim du Bellay: Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage […] Et puis est retourné plein d’usage et raison, Vivre entre ses parents le reste de son âge ! (apud Parreau 1995: 230).
Ello también ocurre en los campos franceses. Amieva cuenta, en Poeta en la arena, cómo la lectura de «La insignia», poema de León Felipe, por razones más políticas que poéticas, pero al fin y al cabo era un poema, hizo brotar una memorable polémica: «La batalla se extendió por todo el campo. De muchos islotes acudía la gente a controvertir y polemizar. Sólo se hablaba de “La insignia” y de León Felipe» (Amieva 2010: 55). Estando internado en Agde, Pere Vives i Clavé resiste al tedio y a la tristeza del campo no solo gracias a las cartas que le manda Bartra, después de su salida del campo, sino también gracias a los poemas que recibe de él y cuando le faltan algunos, se los pide y los comenta. Asimismo tiene una libreta donde ha copiado poemas de su amigo y la utiliza para lecturas a sus compañeros. Escribe el 11 de septiembre de 1939: «He fet una lectura “seriosa” de poemes teus amb públic al local de la biblioteca. També he captat un parell d’amics als quals he transpercé» (Vives i Clavé 1980: 31). De Aub, se sabe que escribió un centenar de poemas estando en el campo de Djelfa2 y de ellos dice lo siguiente: «Fueron escritas estas
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Pascual Mas i Usó acaba de publicar el Catálogo del corpus inédito de Max Aub (2019), en el cual se encuentran los poemas que no se incluyeron en la edición
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poesías en el campo de Djelfa, en las altiplanicies del Atlas sahariano; les debo quizás la vida porque al parirlas cobraba fuerza para resistir el día siguiente» (Aub 2015: 53), como si los poemas escritos, casi a diario, fueran algo como el pan cotidiano que mantiene en vida. Añade también una mención a las lecturas que de ellos hacía clandestinamente bajo las tiendas marabú: «Solíamos leerlos, hambreados y lívidos, a la luz de una mariposa cuidadosamente resguardada, bajo las tiendas de campaña, ocultándola de la crueldad imbécil de unos guardianes ciegos» (Aub 2015: 54). Palabras en las que trasluce la visión de una colectividad humana que, alrededor de unos poemas, «se reconoce y se afirma frente a los verdugos» (Parreau 1995: 229; la traducción es mía) y varios poemas los nombran: Caboche, el comandante del campo, y Gravelle, ayudante brutal, poemas que, si fueron leídos en las condiciones que menciona Aub, habrán llenado de vigor vengativo a los que los oyeron.
*** Volviendo al corpus, es interesante tener en cuenta una observación de Alain Parreau. Señala que Jacques Rolland, otro estudioso de la literatura concentracionaria, «propone una delimitación de [esta] a partir de un doble criterio: el primero, puramente referencial, “la unidad de lugar” a la que remiten los textos (el campo en sí […]); el segundo, mucho más subjetivo es “la unidad de tono”» (Parreau 1995: 17-18; la traducción es mía). Estos criterios se pueden aplicar al corpus de los campos franceses y permiten abarcarlo en su conjunto. También se puede añadir un tercer criterio que es «la unidad de forma». Esta unidad de forma es relativa. Obviamente, los poetas de los campos franceses utilizan una gran variedad de formas poéticas y versales. Diario de Djelfa es un buen ejemplo de esa variedad, con poemas largos, breves, sonetos, sonetillos, cancioncillas, octosílabos,
de 1970 de Diario de Djelfa.
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endecasílabos, versos libres o medidos. Pero son mayoritarios los romances, incluidos uno de los más largos de la poesía española, «Toda una historia» con once secuencias y 436 versos octosílabos o heptasílabos (Aub 2015: 106-124), o uno de los más violentos, titulado «Romance de Gravela» (Aub 2015: 186-189). Los quince poemas de Pérez Valiente revelan su forma ya desde el título del poemario: Arena y viento. Juan de Pena. Romances del refugiado 1939-1940 y en Arena y viento [segundo libro], a pesar de una mayor variedad, doce poemas son romances también. Los textos de Rial y de Amieva son mayoritariamente romances. Esta preferencia por el género tradicional y el octosílabo permite colocar al corpus de los campos en la continuidad del romancero de la Guerra Civil y de una larga tradición de la poesía española, renovada, entre otros, por García Lorca y su Romancero gitano. Serge Salaün, que ha estudiado el enorme corpus del romancero de la Guerra Civil, recuerda al respecto que: El romance representa, desde sus orígenes el soporte de la expresión popular y el octosílabo incluso contaminó numerosas manifestaciones verbales: nunca desapareció de la cultura popular y el Parnaso descubría periódicamente sus virtudes. Cuando estalla la guerra el romance goza de nuevo prestigio (Rubén Darío, Machado, Lorca) […] (Salaün 1985: 299).
Tal vez el corpus de los campos de internamiento se pueda considerar, por la forma y por quienes lo produjeron, casi todos excombatientes de la guerra de España prisioneros en Francia, como el último hito de una producción poética aún insuficientemente conocida.
*** A pesar de diferencias obvias en la unidad de lugar (campos de las playas —Argelès, St. Cyprien, Le Barcarès, Agde— o de Argelia —Djelfa—), el lector del corpus encuentra temas constantes de la realidad de los campos: las alambradas, la arena, el viento, el mar, el frío, las barracas o las chabolas. Los poemas no dicen nada que no se
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supiera por las fotos publicadas, los testimonios numerosos o la historiografía, pero lo dicen de otra forma, con una sensibilidad humana que les es propia y recursos formales más o menos conseguidos según los casos, que les dan acceso a la dimensión literaria. Las alambradas, casi siempre presentes antes de la construcción de las barracas, constituyen la primera característica material de los campos franceses. García Sesma las señala en Argelès, rodeando la multitud de los refugiados abandonados: Cerca de alambradas y ametralladoras en la triste Francia del senil Pétain, una muchedumbre hambrienta y astrosa moría en la playa de Argelès (García Sesma: 31).
También Rial las menciona, en el campo de Clocher, con la oposición Navidad/alambrada: «Navidad de desterrado / en este campo alambrado…» (Rial 1946: 39), haciendo rimar desterrado con alambrado. En «La luna de Barcarès», Amieva teje la sonora metáfora de una inmensa guitarra triste: En las cien mil y una cuerdas de alambres espinos, el viento su triste guitarra suena (Amieva 1960: s.p. [41]).
Y Arana propone una metáfora musical parecida: Duermen los hombres ¡duermen…! Sólo el viento tañe el bordón azul de la alambrada… (Arana 2005: 176).
Para Pérez Valiente no están las alambradas solo alrededor del campo, también pueden simbolizar las eternas discrepancias entre los republicanos internados: «Las alambradas que temo / Entre nosotros se encuentran» (Pérez Valiente 1973: 40). Tampoco faltaban en Djelfa y probablemente sea Aub el que más juegos poéticos se permite con ellas, superando el pathos concentracionario. Partiendo del magro
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régimen alimenticio del campo, haciendo uso de su peculiar afición por la paronimia y la paremiología inventada, escribe: Contra el hambre, alambrada, noche y día. […] Ya lo dice el refrán: contra el hambre, alambrada, noche y día (Aub 2015: 90-91).
Juegos que se repiten en el poema titulado «Dice el moro en cuclillas», ampliando el juego paronímico: Dice el moro en cuclillas ¡Ay de mi Alhambra! y el cristiano rendido ¡Mi alambrada! (Aub 2015: 85-86).
En los campos de las playas del Rosellón, el viento —la tramontana— y la arena van juntos. Sucede lo mismo en los poemas del corpus o en los títulos de los poemarios. Pérez Valiente titula el suyo Arena y viento y Amieva incluye arena en el suyo: Almohada de arena. Bazal Rodríguez, en un poema titulado «Campo d’Argelès-sur-Mer», evoca el doble fenómeno provocador de locura (el viento) o de la famosa «arenitis» (la arena): Es un viento incesante que me hostiga; un viento de tragedia, que me azota la cara; que levanta la broza con arena; ensucia mi cabello; me hace marchar… marchar, sin saber dónde; me exaspera y me ciega (Bazal Rodríguez 1957: 43).
Rial y García Sesma recurren a una metáfora animalista fácil pero eficaz. Aquel habla de «los aullidos de la tramontana» (Rial 1946: 31) y este escribe: «[…] en la lejanía / […] / hincan sus aullidos / los lobos
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del viento» (García Sesma: 72). Rejano labra otra metáfora animalista: «El viento… siempre / el viento. / Caballo enloquecido, / ciego» (Rejano 1988: 425). Amieva le dedica un romance a la tramontana: «Por el campo de Argelès / la tramontana anda suelta» (Amieva 1960: s.p. [20]), y volviendo a este campo para una nueva estancia, toma nota de su reencuentro con el viento: «Otra vez la tramontana. / Otra vez Argelès» (Amieva 1960: s.p. [25]), identificando Argelès con el viento. Andújar, en su libro sobre St. Cyprien, ofrece esta evocación de una tormenta en la que, además del mar, intervendría con fuerza el viento. Titulado «La mejor victoria del mar», el texto, con su brevedad elíptica, sus hipérboles, su estilo cincelado y sus expresivas metáforas, es un poema en prosa en el que el espectáculo de la victoria del mar es el espejo de la victoria moral de los internados republicanos: La llovizna preside la jornada. Las barracas otean la línea montañosa y se adelantan, en paralelas filas indias, hasta una distancia prudencial de la playa. Nunca como en esta ocasión bramaron, deshaciéndose, reorganizándose, las olas que nos salpican de espuma y producen una insólita riqueza de formas y colores favorables para ejercitar la fantasía. En sus bordes, tolerando que les humedezcan los talones, con desdén de las recias gotas que empapan los capotes, numerosos grupos las contemplan prolongadamente… Quizás fue ésta la más enorme victoria del mar en el curso de los milenios (Andújar 1990: 71).
Lejos de las playas, Aub también evoca en Djelfa los efectos del simún, viento cargado de arena del desierto vecino. Lo hace en octosílabos, acumulando sus herramientas poéticas predilectas, además del polisíndeton, una parafernalia de paronimias, rimas internas, aliteraciones consonánticas duras, en medio de las cuales se vuelve a encontrar la metáfora, casi inevitable, de los aullidos: Viento loco, tierra seca, boca sediente, sediento. Mundo ciego, arena en cielo. Polvo, tormenta y tormento.
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Vuela y entierra y aúlla la arena de duna en duna. Tierra que aterra y entierra en cielo vuelto y revuelto (Aub 2015: 157).
Arana (¡sin juego paronímico maxaubiano!) va más allá y hace de la arena la metáfora de lo inútil, lo inservible, lo que fluye frente a la dureza y a la fuerza de la encina: ¡Mis brazos…! Fueron ramas de encina y son arena […] ¿Qué remotos mis brazos de arena movediza…! Y eran encina, madre, dos encinas ardientes (Arana 2002: 175).
Con un título que incluye un programa para todo el poemario (Arena y viento), Pérez Valiente no podía dejar de cumplir con lo anunciado. Lo hace esencialmente recurriendo a la repetición del término arena, sinécdoque de la inmensidad vacía e improductiva de la playa, sin descartar alguna que otra metáfora, ampliando con puñales el campo metafórico de la agresión enemiga, aullidos de perros o lobos, caballo enloquecido: «Arena, arena, arena. / Alambres sobre la playa», «La arena clava en los ojos / sus puñales de barnices» (Pérez Valiente 1973: 25 y 57): Gran enemigo es el viento. Yo se lo puedo afirmar, si tiene manos de arena y pujos de vendaval (Pérez Valiente 1973: 67).
El poema titulado «Arena» empieza así: Todo es arena. Lo que entra en la cabeza
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Y, en el mismo poema, Pérez Valiente completa esta evocación de un universo de arena, llevándola al propio sujeto poético y a los que le rodean, en una visión un tanto surrealista, superando la imagen de Arana con sus brazos de arena: Yo soy arena. Y tú, y él; Y el guardia. Por eso no callo Ni hablo, Porque soy arena, Y mi alma no existe, Ni mi dolor, Ni el tuyo Ni el de él. Todo es arena. Arena, Arena, Arena (Pérez Valiente 1973: 90)
Bartra también fue sensible, en Argelès antes de llegar a Agde, a ese uniforme mundo mineral de la playa. Escribe, sin poder escapar a la repetición, en un poema de El árbol de fuego, «Primavera en Argelès»: Aquí, arena y arena Arena mil veces hollada, tierra sin caminos y simientes (Bartra 1946: 8).
Para completar lo que se ha llamado «unidad de lugar» hay que mencionar las barracas de los campos, casi siempre construidas de madera con un plano muy homogeneizado y cuya acumulación y población constituían verdades «ciudades», como lo atestiguan los títulos de sendos libros de Agustí Cabruja-Auguet (1947) y de Adolfo Pellicer (1991). Esas barracas, las precedieron frágiles chabolas de
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todo tipo, por ejemplo la de los amigos de Bartra en Cristo de 200.000 brazos y, los primeros días, simplemente unas mantas estiradas encima de un hueco en la arena, como muestran algunas fotografías publicadas. En Djelfa, antes de las barracas de albañilería en las que los internados recalaron a partir de junio de 1942, lo que había eran tiendas de campaña, los famosos marabús, las únicas que le tocaron a Aub, liberado antes del traslado. De vuelta a Argelès, Amieva expresa su sorpresa ante el nuevo panorama: «¡Argelès sin chabolas, Argelès con barracas!» (Amieva: s.p. [17]). El cambio de hábitat, si impuso una mejora indiscutible para los internados, no llegó a convertirse en elemento de mucho confort. La higiene deficiente, la estrechez y el hacinamiento no lo permitieron en ningún campo. Unos versos de Bazal Rodríguez evocan prosaicamente la situación en el campo de Bram: En el campo de Bram… En la barraca infecta, «sesenta y cuatro», número de serie, mi cuerpo se aposenta. […] En los treinta centímetros de anchura que el suelo me presenta acomodo mis huesos (que carne no me queda) (Bazal Rodríguez 1957: 46-47)
La protección que otorga la barraca no constituye ningún elemento tranquilizador o ambiente sereno, ni siquiera durante la noche. Pérez Valiente señala «[e]l sentimiento de angustia / De la barraca que duerme» (1973: 20) y escribe estos versos en los que apunta el hacinamiento, la angustia antes señalada y la facultad de aguante de los hombres: En la barraca los hombres encogidos respiran un ardor de angustias
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Bernard Sicot de fatalismo explosivo y de acero… (Pérez Valiente 2009: 226).
En el campo de Agde, el de los catalanes, Bartra evoca las tristes existencias de los internados en los barracones y la «sucia realidad» que los rodea a pesar de un ambiente primaveral que se percibe al amanecer: Se ha roto el hilo de agua de mi sueño. ¿Por qué esta dulzura de rosas trémulas sobre nuestra sucia realidad dormida? ¿Por qué este aéreo florecer cubriendo el río domesticado donde flotan los frutos podridos de nuestras existencias? Pronto cantará la corneta ¡Gallo de trágico metal! (Bartra 1946: 10).
Utilizando un símil descriptivo de fácil comprensión, las barracas se transforman en navíos o barcas varadas en la arena de la playa, en las que, en realidad, son los refugiados los que se quedan naufragados, sin perspectiva de libertad hacia las rutas del mar. Amieva, en «Barcarès otra vez» escribe: Tres años de tramontanas hacen y deshacen las dunas y en las dunas naufragan las barracas navíos Varadas Encalladas (Amieva 1960: s.p. [20]).
Rial utiliza la misma metáfora y la completa con otra de signo fúnebre: Está la barraca en sombras Como carena de barca Embarrancada en la arena… Ataúd de almas cansadas… (Rial 1946: 65).
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Pero, al final del poema, cuatro páginas más lejos, gracias al milagro de una guitarra que resucita las almas, la última estrofa reza así: La barraca, entre la arena, tiene el prestigio de un arca, y le ha nacido una voz del eco de la guitarra (Rial 1946: 65).
Antes de que se construyeran las barracas, la playa de Argelès era como una gran ciudad de chabolas. Bartra la nombraba, insistentemente, «ciudad de la derrota» y Pérez Valiente, utilizando una sinécdoque, llama al campo de Le Barcarès, ya con barracas, «ciudad de pino»: «Barcarès, ciudad de pino, / gran ciudad, ilustre y loca» (Pérez Valiente 2009: 224). Así nacieron para varios cientos de miles de refugiados republicanos, en el sur de Francia, ciudades de pino, ciudades de la derrota, inmensos campamentos que fueron como la imagen degradada de la ciudad, a pesar de que, en los planos, sus líneas geométricas sugieren lógica y organización. Ya en las primeras páginas de su novela, Bartra evoca poéticamente, y recurriendo a la anáfora, la nueva ciudad que se ha levantado en la arena. Lo que escribe viene a ser, al final de la cita, como el resumen de lo que se ha expuesto a propósito de la unidad de lugar: Las ciudades de los hombres nacen lentamente […] Las ciudades de la tierra nacen lentamente […] Pero aquélla era una ciudad de derrota, una ciudad nacida bruscamente. […] Ciudad de derrota. […] Ciudad de derrota cerrada a las horas. […] Ciudad de derrota. […] Ciudad de derrota. […] Ciudad de derrota. Arena, viento, lluvia. Arena en las uñas, arena en los cabellos, arena en los ojos. Mar (Bartra 1970: 7-9).
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*** La unidad de tono es, con la unidad de lugar, otro elemento unificador de todo el corpus. Los poemarios algo dicen de la falta de higiene, de la enfermedad, del hambre y de la muerte, pero bastante menos que los textos en prosa, memorias o novelas. Menos también que las obras que se refieren a los campos nazis o al gulag y, sin embargo, aunque las estadísticas son todavía imprecisas y ofrecen dígitos reducidos, la muerte estuvo presente y los internados cohabitaron con ella. Aub es quien se acerca más a menudo a ella en, por lo menos, seis poemas. Uno de ellos, «In memoriam», evoca, sin pathos y con una pizca de humor, la familiaridad con la muerte y su vecindad con la vida: En el marabú apiñados seis ex hombres en montón. Miseria sobre miseria, ni abrigo ni colchón. […] El mundo es miedo para ellos. Los huesos no dan calor. A las tres de la mañana viene la muerte llamando. Ninguno la ve venir —de lo frío a lo segado no cabe el hilo más fino que va de un grado a otro grado— y al azar deja uno muerto: mas sin poder enfriarlo (Aub 2015: 77-78).
En otro romance, «Ya hiedes Julián Castillo», el crudo realismo del título se repite a lo largo del poema: Ya hiedes Julián Castillo […] Un leve olor se desprende y se mantiene flotando
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alrededor del ataúd: lo mismo se hiede harto que como tú muero de hambre, viejo revolucionario (Aub 2015: 81).
Pero aquí también se entromete el humor maxaubiano. Por ejemplo, en esta visión del cura (que lo había en Djelfa) liberado de sus obligaciones y corriendo hacia su casa: El cura sin despedirse cogida la ropa en alto hacia el pueblo con la cruz se va rápido, haldeando (Aub 2015: 83).
A todo lo cual se mezcla la denuncia del crimen y la maldición de los responsables: Ya hiedes Julián Castillo, no moriste, te mataron reviente quien culpa tuvo de este presidio africano (Aub 2015: 84).
Y, al final, aparece la fe en los combates venideros: «Ya hiedes, Julián Castillo / Pero nada ha terminado» (Aub 2015: 84). La muerte del cuerpo no impide que continúe la vida militante. No se vuelven a encontrar en el corpus examinado otras menciones tan claras a la muerte, lo que resquebraja algo la unidad de tono. Con tres excepciones, sin embargo. La primera es de Arana que, en el poema titulado «En la “morgue” del campo de Gurs», escribe, frente a un muerto o a un moribundo, estos versos de hondo patetismo acrecentado por la metáfora del dolor de la naturaleza circundante, no tan inerte frente al de los hombres: ¡Qué soledad amarga…! Sólo el viento trae a tu frente de azafrán y piedra un llanto de pinares sacudido (Arana 2005: 176).
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La segunda corresponde a la muerte de Roldós en Cristo de 200.000 brazos, novela incluida en el corpus por su dicción altamente poética. Roldós, enfermo, muere sencillamente en la chabola de Argelès, rodeado de sus amigos: Vives no podía apartar la mirada del rostro del amigo muerto. ¡Qué prodigiosamente sencilla le parecía la muerte! Una llama no había oscilado ante una boca ligeramente abierta, y todo se había terminado para Roldós (Bartra 1970: 115).
Pero esta muerte, sencilla y aparentemente desprovista de pathos, va seguida por una asunción épica que lleva al lector muy lejos del realismo maxaubiano y del hospital de Montpellier donde murió Roldós en realidad: «Y tras el himno, entre los Doce, llevado en hombros del Tiempo y de la Noche, el cuerpo humano seguía…» (Bartra 1970: 119). La tercera se encuentra en unos versos de Rejano y remite a las primeras noches en las playas: Anoche cavó un hoyo en la arena, su cuerpo tendió a lo largo. Estuvo mirando los luceros y se durmió. Lo hallaron por la mañana muerto (Rejano 1988: 422).
España, su recuerdo, es un elemento importante en la construcción de la unidad de tono. A pesar del tiempo y de la lejanía, no se borra de la memoria dolorosa de los internados, acarreando dolor en el alma y el corazón como en estos versos de Pérez Valiente que oponen luz y sombra: Llevo hasta el alma clavada en un recuerdo de sol de un sol de España que con pena dije adiós. Llevo el pecho desde entonces
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de negro color. El recuerdo es el verdugo que ajusticia el corazón (Pérez Valiente 1973: 42).
Pero, más que el sol de España, lo que recuerdan los poetas en la arena es la España republicana combatiente, vinculada a lo épico de la historia nacional. Amieva la opone al resto del mundo desprovisto de valor en la contienda reciente contra el fascismo: ¡[…] nuestra España, roja Numancia total, en lucha contra todo el mundo eunuco, contra todo el mundo cobarde, ladrón y bestial! (Amieva 1960: s.p. [15]).
García Sesma compara la resistencia de Madrid también con la de Numancia. Ensalza su «grandeza heroica» y «el fiero, indomable y soberbio. / León español…» (García Sesma: 28 y 29). Por su lado, Bazal ve en los vencidos […] titanes caídos que se niegan a doblar la cerviz a la injusticia: a bajar humillados la cabeza (Bazal 1957: 45).
Opone la suerte de los internados a la «sublime gesta» que los ha llevado a sufrir y a morir «tirados en la arena». En un poema significativamente titulado «Trompetas de España», Rial recurre en plural a la misma palabra que García Sesma en un verso grandilocuente: «[…] nuestras gestas heroicas, de la leyenda inmortal» (Rial 1946: 66). Y al martirio de los internados le añade un «penacho de gloria» (Rial 1946: 67). Para él, desprovistos de todo, de patria más que de pan, los republicanos recluidos detrás de las alambradas conservan el recuerdo casi religioso de lo más valioso: Pobres, vencidos, sin leyes, sin solar, culto ni Patria, como el pueblo de Israel…
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Bernard Sicot Pero con el Arca Santa que hace del pecho un retablo… ¡Y en este retablo, a España! (Rial 1946: 35).
Pero los vencidos no siempre son el reflejo de aquellas lides heroicas anteriores al internamiento en los campos. Exhaustos física y moralmente, recluidos entre las alambradas, anonadados por su estancia en el campo, los que fueron héroes conocen un alto grado de decaimiento. Así los ve Serrano Plaja en el único poema suyo que trata del tema, «Campo de concentración», para el que no recurre al romance sino al soneto: De aquella España oscura y de su liza tan pura, y tan reciente y tan llorada, apenas si una turba abigarrada quedaba de su estirpe primeriza. Aquello que fue gloria, era miseria. Cuanto hubo de orgulloso, fue humillado. Los héroes, carcomidos por los piojos, más que alzada bandera, eran despojos, memoria corrompida de soldado, tristísimo espectáculo de feria (Serrano Plaja 1945: 105).
La heroización casi permanente del combatiente republicano vencido —excepto en los versos de Serrano Plaja— y la siempre alabada e idolatrada patria española se oponen a la visión de los franceses y de Francia, a pesar de su «vieja y gloriosa bandera de la Marsellesa y de la Convención» como escribe García Sesma (26). Rial, que reconoce en la nación gala una «patria», un «asilo», una «madre», lamenta en un poema escrito en el puerto del Havre, el 30 de abril de 1940 cuando salía para América, lo poco y malo que le ha dado esa madre desmadrada: Campos de concentración refugio, hospital y cárcel…
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Esto es lo que Francia: —Patria— Asilo. Patria —Madre—. Patria resumen de Patrias, tan sólo ha sabido darme (Rial 1946: 87).
Y, Amieva, menos elogioso que Rial, profetiza en febrero de 1939 lo que, ante el avance de los alemanes, va a ser en el verano de 1940, repetición a gran escala de la retirada española: ¡Sobre Francia el castigo va a caer y muy pronto la voz inexorable, como al errante judío cruel os habrá de empujar por los caminos: «Allez, allez» (Amieva 1960: s.p. [9]).
Aub en Djelfa no olvidaba a España y a Barcelona. A España la ve en los paisajes que le rodean, en los habitantes del lugar, en su forma de ser, en sus costumbres y repite su nombre, llenando un verso: «España, España, España, España» (Aub 2015: 93). A Barcelona le escribe, en «Recuerdo de Barcelona en el tercer aniversario de su muerte», un verdadero poema de amor: ¡Barcelona, Barcelona, nunca sabrás cómo te quería, tan herida! […] Te quiero, ciudad catalana, te quiero tanto como te quería aunque no vuelvas a ser la que conocía. Te quiero más que te quería porque estando más lejos la distancia acrecienta la memoria mía (Aub 2015: 88-89).
Pero su percepción de los franceses sufre de la brutalidad de los responsables del campo, el comandante Caboche y el «ayudante» Gravelle, los amenaza y condena en sendos poemas que son de los
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más duros del poemario. En otro, titulado «¡Dios, cuánto perro!», su crítica acerba se amplía a los franceses en general, a algunos de sus defectos más pregonados, sin omitir una referencia sexual, reminiscencia formal cervantina de «Al buen callar llaman Sancho» y añade algún que otro juego verbal: Al buen lamer llaman francés. Tanto monta la cara como el envés. ¡Oh mis gabachos de mil perritos! ¡Oh mis franceses de la buena mesa! ¡Oh mis gabachos de la buena lengua! los que tenéis perros en vez de hijos: si no fuera por el pueblo ¿dónde ibais a parar con tanto perro? (Aub 2015: 141).
Versos en total oposición con los que ensalzan a los héroes de la gesta republicana española. Después de tantos elogios a la República y a sus combatientes —«roja Numancia total», «titanes caídos», «sublime gesta», «gestas heroicas», «leyenda inmortal», «penacho de gloria», etc.—, no parecerá extraño que el rico intertexto del corpus haga referencia a lo más encapotado de la literatura española. En los poemas ya comentados no hay huellas del infierno de Dante, por ejemplo. En cambio, están bien presentes Machado y Lorca. Quizás más que por sus obras, por lo excepcional de sus destinos: la muerte en el exilio para el primero, el asesinato del segundo, a pesar de que el Romancero gitano estuviera bien presente en los campos. García Sesma muestra que algo se sabía en Argelès de la agonía de Machado: «En Colliure, un pueblo cercano, / agoniza el poeta Machado» (García Sesma: 26). La noticia de su muerte corrió en seguida por los campos y el mismo día, el 22 de febrero, Rejano le dedica un poema:
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Ha muerto. Ya estoy más solo. Lo escuché en la voz del viento. Puedo decirlo sin lágrimas. No puedo decirlo: ha muerto. Vagó por las galerías del alma, que abre el recuerdo. Sus tierras del sur soñaba tras los álamos del Duero y con Castilla vivía desde los jardines béticos. […] Amor, el mar me devuelve la eternidad de su acento. Dicen que al morir le hallaron a España dentro del pecho (Rejano 1998: 423-424).
Al día siguiente, el primer texto del poemario de Amieva, «Corona de espinas», alude a una corona de «alambre de púas» que, como la de Cristo, de espinas ella, es la de la pasión de Machado: Está tejiendo el loco sentado en el arenal una corona de alambre de púas, frente al mar. […] —Tejiendo estoy la corona de un muerto que es inmortal. Ayer, Antonio Machado se extinguió como un fanal. […] Esta madrugada misma lo llevaban a enterrar
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Bernard Sicot dos veteranos de Líster y dos de no sé quién más (Amieva 1960: s.p. [1]).
Pérez Valiente, en Arena y viento [segundo libro], teje un poema al autor de las Soledades, recurriendo a fórmulas religiosas, a la grandeza de su pluma y a una audaz comparación con la lanza de don Quijote. La penúltima estrofa reza así: Su pluma, sin pecado concebida, fue, como Espada de Santo, grandiosa y única como la lanza de nuestro Padre Don Quijote (Pérez Valiente 2009: 148).
Lorca no parece merecerse esa especie de culto religioso. Huellas discretas pero evidentes del Romancero gitano se podrían encontrar en textos de Aub y Amieva pero su mayor presencia en el corpus corresponde a un poema del segundo de estos dos autores, muy conocido y comentado, cuyo título, «Romance de la Guardia Móvil Francesa», anuncia un remedo serio del «Romance de la Guardia Civil Española». Como se sabe, se trata de la relación de una operación de «limpieza» de los guardias franceses en el campo de Argelès, en busca de oro o de lo que estuviera escondido. Empieza así el romance de Amieva: Federico García Lorca que estás ya bajo la tierra, ministro de Faraón Gran mago de las estrellas, Rey David de los Gitanos por lo salmista y profeta: tu voz me llega a través de mi almohada de arena y me grita hasta ponerme enfermo de la cabeza (Amieva 1960: s.p. [2]).
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Y la última estrofa, después de la descripción de lo ocurrido en el campo, remite al romance de Lorca: ¡Ciudad de los Refugiados! ¡Quién la vio y no la recuerda? Federico García Lorca: antes que esto aconteciera supiste prefigurarlo, voz de aceituna y canela (Amieva 1960: s.p. [5]).
De mayor amplitud en el intertexto del corpus general de la literatura de los campos es la presencia de Cervantes y de don Quijote. Sus hazañas en Lepanto, su herida, el cautiverio en Argel, sus tentativas de evasión permiten una serie de comparaciones que se vuelven a encontrar en los textos de los poetas. Para Amieva, es muy socorrido el recurso a la paronimia entre Argel y Argelès, pero rechaza la idea del vencimiento de los refugiados en la arena: Si ya Argel vio a Cervantes cinco años cautivo, hoy Don Quijote en Argelès lo está. Con los pies fuertemente hincados en la arena removida por el vendaval Don Quijote en la playa —la de su vencimiento— aún por vencido no se da (Amieva 1960: s.p. [12]).
El mismo poeta, en su «Epístola a M. de Cervantes, soldado español cautivo en Argel, de Celso Amieva, soldado español en Argelès», reitera el juego de palabras Argel/Argelès y la identificación refugiados españoles/don Quijotes: Parejas vuestro Argel, mis Argelès. […] Luche vuestro Quijote en suelo hispano, otros Quijotes en solar francés luchemos sin reposo mano a mano
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Bernard Sicot y en España, en Argel y en Argelès al fin veremos florecer la aurora y no habrá grillos para los pies (Amieva 1960: s.p. [19]).
La odisea quijotesca de los luchadores de la República acaba en el callejón sin salida de los campos sin alusiones a Ulises o Ítaca. El exilio que empieza en tierra francesa de forma imprevista tampoco hace surgir referencias a la mirada retrospectiva ni a la inmediata voluntad de retorno del Cid campeador, figura más atractiva para el otro bando y pronto confiscada. Los autores se aferran a don Quijote cuya odisea también es una pasión, un vía crucis, razón por la cual asoma el Cristo de los Evangelios, se confunde o se mezcla con la imagen del caballero errante, sin que ello suponga, obviamente, adhesión religiosa alguna por parte de aquellos «rojos impíos». Salaün lo subraya muy claramente a propósito del romancero de la Guerra Civil: La referencia al discurso cristiano —la redención, la fe, la cruz, el Cristo libertario— es una constante. La convergencia entre el humanismo del Romancero y los valores morales y metafísicos del cristianismo se realiza de la manera más natural, aunque las finalidades sean radicalmente opuestas […]. En circunstancias revolucionarias, el empleo de referentes cristianos —palabras, formas retóricas, esquemas mentales y verbales— en un mundo sin Dios es de índole instrumental: en una sociedad marcada históricamente por el catolicismo que condiciona necesariamente muchas manifestaciones culturales y una práctica socializada del lenguaje, el referente cristiano constituye un cliché, una herramienta inmediatamente disponible tanto para el que emite el discurso como para el que lo recibe, una especie de complicidad de lenguaje. Por otra parte, obedeciendo a su naturaleza y a su tradición, sirve para relacionar lo abstracto y lo concreto, el mito y lo vivido, el Verbo y la carne. El misticismo social y laico de la epopeya se siente así autorizado a recurrir a las formas verbales de un misticismo religioso (Salaün 1985: 245).
En Argelès, Pérez Valiente, escultor y poeta, «talló una cabeza de Cristo de tamaño natural» (Pérez Valiente 2009: 76) y, en Barcarès, un don Quijote en el que Amieva descubre una «tremenda faz de Cristo» (Amieva 1960: s.p. [22]). Son varios los ejemplos de esa oscilación
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entre las dos figuras y se extiende a España, supuestamente la republicana, calificada de «Quijote y Cristo de las naciones» en un sorprendente libro de Ángel Samblancat titulado Caravana nazarena. (Éxodo y odisea de España, 1936-1940 y…) (1944) (Samblancat 1989: 109). Por su parte, Bartra transforma a los casi cien mil internados de Argelès en un Cristo colectivo de 200 000 brazos y su descripción (poética y surrealista) de la crucifixión de los miles de refugiados en la que se superponen, en la misma triste figura, el rostro de Cristo coronado de espinas y el del internado con la boina calada, es una combinación modélica de sinécdoque, palimpsesto e intertextualidad evangélica, al servicio de la hipérbole: Un rostro, sólo un inmenso rostro, siempre el mismo ahora, un rostro de minotauro y de ángel, y el multitudinario cuerpo, vivo y lanceado por el viento, tendido en su última cruz de arena, bajo hosannas de alas refulgentes… ¡Oh, reino de la sarna y las lentejas a orillas del mar de Homero! Vienen gnomos con clavos y martillos, con esponjas y dados, y se tienden a dormir a la sombra que aún proyecta el legionario que, en el juego, ganó la túnica… Rostro cambiante en un vértigo de llagas secas; coronado de amapolas y alambre, y con una boina sucia hundida hasta las orejas, o lívido y con una colilla pegada a un labio morado… Siempre el rostro del lastimoso y sublime hermano, entre una luz futura y un aquelarre de harapos… ¿Por qué no llora? (Bartra 1970: 19).
A Amieva, no se le escapa el doble parecido simbólico: —Español y refugiado a cuestas con tu macuto: en ti del gran Don Quijote la firme raza saludo. […] —Español y refugiado errante con tu macuto: en Cristo me haces pensar (Amieva 1960: s.p. [24]).
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Tan fuerte identificación entre don Quijote y Cristo no puede sino desembocar en la canonización del caballero andante, tal y como Unamuno la decretó antes de reivindicar para el personaje de Cervantes un estatuto divino equiparable al de hijo de Dios, encarnación y resurrección incluidas: «Nuestro Señor Don Quijote, el Cristo español» (Unamuno 1967: 282). Como apunta Jean Canavaggio, don Quijote viene a ser así el «mensajero del nuevo evangelio» y el libro de sus aventuras, «la Biblia de la hispanidad» (Canavaggio 2005: 172). Esa sacralización tiene su lejano origen en la visión romántica del hidalgo de la Mancha, luego entronca con la «Letanía de nuestro señor don Quijote» de Rubén Darío (1967: 143-144) —verdadera «canonización poética de un nuevo santo hispánico. Santo patrono del idealismo y la heroicidad moral […]», en palabras de Pedro Salinas (1968: 223)— y se da también en poetas como Pedro Garfias, José Herrera Petere o León Felipe. Tratándose de los autores que escribieron en los campos, está especialmente presente en el poema-oración de Pérez Valiente, titulado «Padre nuestro», que abre Arena y viento: Padre D. Quijote, Líbranos Señor De pecar de cuerdo O de desamor. […] Padre D. Quijote, Líbranos Señor De la cobardía Y del deshonor (Pérez Valiente 1973: 13).
Por su situación en el poemario, su contenido y su relación hipertextual con el Padre nuestro, la oración cristiana por excelencia (según los Evangelios, primera pronunciada por Jesucristo), este poema es de mayor relevancia que los de Amieva. No coloca a don Quijote en el lugar de Cristo, sino, propiamente, en el de Dios Padre, primera persona de la Santísima Trinidad. Quien escribe la oración no es sino el fiel devoto de una religión de los vencidos, la que pone a don Quijote en un altar.
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No sorprende que el culto rendido a don Quijote por los refugiados tenga que ver con el de una religión de los derrotados pero el monoteísmo que esta proclama adolece de algunas paradojas. La primera es que lo acaten los diversos sectores republicanos pese a sus encontrados compromisos políticos: milagrosa unidad «religiosa» que supone allanadas las discrepancias, borradas las luchas ideológicas permanentes que la inactividad de los campos no hace sino exacerbar. Quizás algo de eso pueda sugerir Don Quijote en el exilio, cuadro de Antonio Rodríguez Luna en el que, detrás de unas figuras conocidas, el anónimo pueblo (unido) de los refugiados sigue al caballero errante en el exilio. En realidad, semejante unanimidad supone que el libro y el personaje de Cervantes sufren una seria poda. En su forzada encarnación hiperbólica del idealismo místico-guerrero, don Quijote pierde su ambigüedad, su carácter cambiante, su complejidad. Su locura aparece poco como tal, apenas se alude a la retahíla de sus fracasos o a su melancolía final y a su muerte tras el retorno a casa y a la cordura. En el mito que se forja en los campos, siguiendo el consejo de Sancho, don Quijote permanece vivo, manteniendo el espíritu de resistencia y de lucha. El recuerdo que los autores tienen de su lectura del libro de Cervantes o la que hacen en los barracones de las playas y que trasluce en sus poemas excluyen el humor y la comicidad que envuelven al héroe de la novela, la burla, la ironía, el patetismo que poco cuadrarían con la construcción de la imagen ideal en la que se apoyan los internados. No es de extrañar, pues, que anarquistas, comunistas, socialistas de Negrín o de Prieto, «simples» republicanos y sindicalistas de toda alcurnia no tengan reparo en acogerse a un mito tan fuertemente unívoco e idealizado, a pesar de sus numerosas y bien reales discrepancias políticas. Este vago aunque fuerte idealismo pregonado no choca, por ende, con los dispares compromisos políticos e ideológicos que aún dividen a los vencidos. La imagen heroico-mística del hidalgo de la Mancha, eludiendo oscuros episodios políticos y militares recientes y la no fácil convivencia en los campos, simboliza para todos ellos una impoluta victoria moral y les brinda además una fuerte compensación narcisista. Obviamente, ello supone prescindir de Sancho, aun de Sancho-
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pueblo, indisociable, sin embargo, de su amo y de quien Rial es uno de los pocos en acordarse: que el sueño de Don Quijote y el sentir de Sancho Panza se completan para hacer del «español la semblanza» (Rial: 33).
Esa es otra paradoja a la que tal vez fue sensible Amieva al escribir estas líneas en las que parece poner las cosas en su sitio: «¡Somos una cálifa de Sanchos, venteros, cuadrilleros y barberos! ¡Y hasta de curas, de canónigos y bachilleres! ¡Pretendemos en vano comprender a Don Quijote, lo eterno español en la Historia, cuando sólo fuimos circunstanciales aprendices de soldados!» (Amieva 2010: 57).
*** No procedería poner punto final a estas líneas sin formular otras dos observaciones. La primera es que el mito de un don Quijote republicano está ligado a la fuerte voluntad de ejemplaridad que campea en las obras del corpus, ejemplaridad no siempre verificable, no obstante, en la realidad que se vivía en los campos. La segunda concierne a la peculiaridad del intertexto. Más allá del mito quijotesco, y además de nutrirse, como es natural, de contenidos literario-culturales nacionales, ese intertexto algo dice de hombres que, pese a las circunstancias adversas, conservan suficientes fuerzas físicas y morales para rendir culto al ideal, lo cual no solo es ejemplar, sino que establece una notable distancia entre el corpus examinado y los de otros sistemas concentracionarios.
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Obras citadas Obras del corpus Amieva, Celso [José María Álvarez Posadas] (1960): La almohada de arena. Ciudad de México: Ecuador 0º0’0’’. Andújar, Manuel (1990 [1942]): St. Cyprien, plage… Campo de concentración. Huelva: Diputación Provincial de Huelva. Arana, José Ramón (1942): A tu sombra lejana. Ciudad de México: Medea. — (2005): Poesía. Edición de Javier Barreiro. Zaragoza: Rolde de Estudios Aragoneses/Diputación Provincial de Zaragoza. Aub, Max (1944): Diario de Djelfa, con seis fotografías. Ciudad de México: edición privada. — (1970): Diario de Djelfa. Ciudad de México: Joaquín Mortiz. — (2015): Diario de Djelfa. Edición de Bernard Sicot. Madrid: Visor. Bartra, Agustí (1946): El árbol de fuego [L’arbre de foc]. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (19/07/2021).. — (1970 [1958]): Cristo de 200.000 brazos. Barcelona: Plaza y Janés. Bazal Rodríguez, Luis (1957): Vaso de lágrimas. Poemas de guerra. Poemas del exilio. Poesía de la muerte. Toulouse: edición privada. García Sesma, Manuel: Poemas de guerra y destierro. España, Francia 1938-1940. Inédito. Pérez Valiente, Manuel (1949): Arena y viento, poèmes espagnols de Juan de Pena. Perpignan: Imprimerie Labau et Viers. — (1973): Arena y viento. Juan de Pena. Romances del refugiado 19391940. Reproducción facsimilar. Barcelona: Gráficas el Tinell. — (1986). Arena y viento / Du sable et du vent / Sorra i vent. Romances del refugiado 1939-1940. Perpignan: Éditions du Chiendent. — (2009): Arena y viento [segundo libro]. Edición de Jacques Issorel. Perpignan: Mare Nostrum. Rejano, Juan (1966): El jazmín y la llama. Ciudad de México: Ecuador 0º0’0’’.
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— (1988): La mirada del hombre. Barcelona: Anthropos. Incluye «Escrito en la arena», sección de El jazmín y la llama. Rial, José (1946): El dolor de la derrota. Ciudad de México: Imprenta Aurora. Serrano Plaja, Arturo (1945): Versos de guerra y paz. Buenos Aires: Nova (Paloma). — (2007): Descansar en la frontera. Poesía en el exilio (1939-1970). Edición de José-Ramón López García y Serge Salaün. A Coruña: Ediciós do Castro. Otras obras citadas Amieva, Celso (2010 [1964]): Poeta en la arena. Edición de José María Naharro-Calderón. Llanes: El Oriente de Asturias. Cabruja-Auguet, Agustí (1947): La ciudad de madera. Ciudad de México: Vértice. Canavaggio, Jean (2005): Don Quichotte. Du livre au mythe. Quatre siècles d’errances. Paris: Fayard. Darío, Rubén (1967): Cantos de vida y esperanza. Madrid: EspasaCalpe. Mas i Usó, Pasqual (2019): Catálogo del corpus inédito de Max Aub. Castellón: Diputación de Castellón. Parreau, Alain (1995): Écrire les camps. Paris: Belin. Pellicer, Adolfo (1991): La ciudad de madera. Barcelona: Seuba. Salaün, Serge (1985): La poesía de la guerra de España. Madrid: Castalia. Salinas, Pedro (1968): La poesía de Rubén Darío. Buenos Aires: Losada. Samblancat, Ángel (1944): Caravana nazarena. (Éxodo y odisea de España, 1936-1940 y…). Ciudad de México: Orbe. — (1989): Caravana nazarena: el yo acuso de las víctimas. Zaragoza: Instituto de Estudios Altoaragoneses. Unamuno, Miguel de (1967): Obras completas, t. VII Madrid: Escelicer. Vives i Clavé, Pere (1972): Cartes des dels camps de concentració. Barcelona: Edicions 62.
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La evolución del cómic sobre los campos de Francia Desde el rescate de la memoria histórica del exilio de 1939 hacia un discurso transnacional sobre los derechos humanos de los refugiados
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Se puede hacer poesía después de Auschwitz y se puede hacer poesía después de nuestra guerra civil y de nuestra dictadura, cuyas heridas no pueden cerrarse con mentiras o medias verdades. Necesitamos un patrimonio iconográfico que no sea fácilmente intercambiable y confundible, y que se sustente por sí mismo a contrapié de lo que los revisionistas nos quieren decir sobre aquellos tiempos […]. El lenguaje de la historieta, afortunadamente, no se ha paralizado ante un horror que los que lo vivieron no se merecen que olvidemos. Felipe Hernández Cava, «El terror blanco» (2005)
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En su libro Crónica sentimental de España, una recopilación de reportajes originalmente publicados en 1969 en la revista Triunfo, Manuel Vázquez Montalbán se refiere a su documentación de la memoria popular de los vencidos de la guerra como «un collage de las imágenes rotas que nos habían hecho tal como éramos» (1998: 19). El escritor barcelonés —quien en otro lugar se refirió a sí mismo como «un hombre que nació en 1939 en un barrio de supervivientes ubicado en una ciudad vencida, capital de un país ocupado» (Vázquez Montalbán 2019: 9)— elabora su crónica precisamente desde la perspectiva del pueblo de perdedores, a base de una sentimentalidad colectiva identificada con elementos de la cultura popular, los mitos personales y anecdóticos, los gustos y la sabiduría convencional. Los supervivientes de la posguerra, dice el autor, se entregaban al esfuerzo de reconstruir la razón de una vivencia dificilísima, en una época en que lo tremendamente sorprendente era simplemente estar vivo. Encuentro particularmente sugerentes estas reflexiones sobre la expresión de una memoria compartida entre comunidades de vencidos, frente a los omnipresentes discursos oficiales de los vencedores de la guerra. Esta mirada vázquezmontalbiana sirve para orientar mi texto sobre los refugiados republicanos que también buscaron reconstruir la razón entre las alambradas de los campos de Francia. En un principio, me interesa subrayar el motivo del storytelling —contar historias— como un mecanismo comunicativo que utilizan los internos para ensalzar valores ideológicos y culturales, manifestar el pensamiento antifascista y expresar una sensibilidad de grupo. Como modo de introducción, propongo comentar la circulación dentro de los campos de esta crónica sentimental del exilio, los relatos narrados por vías orales y escritas de la experiencia concentracionaria. A continuación, exploraré la recuperación de esta memoria de los campos por medio de la cultura visual divulgada en los primerísimos años de la Transición, con énfasis particular en la evolución del significado sociopolítico de la figura del exiliado en el cómic y las novelas gráficas. Centro mi análisis en tres momentos clave de la historia reciente: los cómics del temprano posfranquismo de los años setenta y ochenta; la aparición de la temática del exilio republicano en las historietas de los años noventa; y la eclosión de esta temática
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en las novelas gráficas de los últimos diez años, a partir de 2009. Destaco la transformación de la representación del exiliado como protagonista de la recuperación nacional de la memoria histórica de las Españas, por una parte, y por otra, su conversión en un desterrado cuyo destino se interpreta desde una perspectiva sumamente transnacional, cuya trayectoria se ubica dentro de una lucha globalizada y multitudinaria de refugiados internacionales que merecen el derecho humano al asilo y una vida digna. Para abrir paso a los orígenes de la crónica colectiva entre alambradas que estudio, vuelvo a Vázquez Montalbán, quien nos recuerda que «[t]odo ser humano tiene derecho a la expresión estética y a la expresión épica […]. Pero la inmensa mayoría trata siempre de conseguir esa pequeña ración de estética y épica indispensable para seguir viviendo con la cabeza sobre los hombros» (1998: 36). Las redes creativas que producen los refugiados internados por medio de canciones, cartas, la escritura imaginativa y los relatos orales de boca en boca representan un denso repertorio cultural que da fe de esta idea de que la estética y la épica sostienen la resistencia espiritual y la esperanza humana en un futuro mejor. Las memorias y testimonios que se engendraron en los mismos campos documentan vivencias y comunican ideales en común. Los cronistas, en compañía de sus correligionarios entre alambradas, forman círculos entrañables de extraordinarios anecdotistas y atentos interlocutores que ayudan a los refugiados entumecidos por el aburrimiento a sobrevivir las interminables horas de confinamiento. Quizás uno de los mejores ejemplos de este motivo del storytelling empleado como medida de mantener a flote el estado de ánimo tanto del narrador como su oyente, es el diario que inició entre alambradas Eulalio Ferrer. El memorialista adolescente, quien cumplió dieciocho años de edad en el campo de Argelès en febrero de 1939, entró en el campo con un ejemplar de Don Quijote entre sus escasas pertenencias. No solo recurre a la relectura de la novela como antídoto de la deprimente realidad del confinamiento continuo, sino que es testigo de escenas a su alrededor que parecen representaciones de carne y hueso del Caballero de la Triste Figura: «Baja del mito para ser un personaje que vive a nuestro lado, que nos acompaña en el drama de la subsistencia frente al ideal» (Ferrer 1988: 213). Una
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de las características más peculiares de la narrativa de Cervantes es la interpolación de relatos a lo largo de la novela, un recurso que hace confluir a dinámicas comunidades de narradores y oyentes, que comparten vínculos de amistad y horas de entretenimiento. Por su parte, Ferrer hace repetidas referencias a las frecuentes sesiones que celebran los internos del campo para contarse sus aventuras pasadas, su vida anterior y episodios previos relacionados con sus penas y alegrías. De manera similar, estos momentos de historias personales narradas en los campos proveen ejemplos individuales de un cuerpo de testimonio colectivo de los refugiados, que unas veces inspira, otras instruye y otras divierte a los compañeros de la audiencia cautiva. Los mejores cuentistas para el joven Ferrer son su propio padre y los amigos de este, cuyos relatos representan una especie de archivo oral de valores ideológicos e historia política: el inválido Liqui Sánchez, que perdió una pierna en la sublevación de los mineros en Asturias; Joaquín Toyos, antiguo socialista que recuerda a sus oyentes que «todavía no está escrito el destino que nos espera» (Ferrer 1988: 104); Isidoro, otro anciano socialista que cuando le robaron en el campo, afirmó que su espíritu seguía indómito: «Y nos suelta un discurso moral en el que proclama la inmutabilidad de las ideas. Los hombres pasan, las ideas quedan» (Ferrer 1988: 103). En otro momento de particular tristeza, Ferrer anota que en su chabola un grupo de compañeros catalanes cantan el himno El Emigrante: «Es también nuestro himno y nos estremece. Himno de añoranza y de esperanza» (1988: 184). El impulso para contar la historia de las vivencias de los miembros de la comunidad exiliada en los campos se extiende también al arte visual; en términos específicos, el arte gráfico de tipo cómic se originó en la primerísima fase del destierro republicano, entre las mismas alambradas en Francia1. Quizás una de las muestras más ingeniosas de
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No hay duda de que el dibujante internado más prolífico y comprometido con la representación de la tragedia de la retirada y los campos es el artista catalán Josep Bartolí; en la solapa de la primera edición de su obra publicada en México en 1944, se explica su proceso creativo: «Allí se gestaron una tras otra, las planchas que hoy ofrecemos al mundo […]. El lápiz de Bartolí fue recogiendo con toda fidelidad las horas y los momentos de la vida del campo… A través de las piernas
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la trayectoria de los refugiados es la magnífica «Auca del refugiat» publicada en 1944 por la Unión Nacional Española en las Ediciones XI Brigada de Toulouse. Las cuarenta y nueve viñetas de este aleluya del exilio, así como el texto de los versos pareados que acompaña cada dibujo, tienen el propósito de documentar las vicisitudes del campo: la falta de higiene, el trato abusivo de los guardias, la batalla por la emigración. Pero también comunican, y siempre con ingenioso humor, la esperanza de los refugiados en la victoria antifascista y el triunfo final de la justicia social. El periplo del intrépido protagonista «refugiat» abarca no solo su confinamiento en el campo, sino sus experiencias como medio esclavo en las Compañías de Trabajo franceses, su huida y detención, y su eventual afiliación como maqui comprometido con la resistencia armada en Francia. Las últimas viñetas lo retratan en su propio país como guerrillero audaz que al final vence al fascismo; el texto de la conclusión, «I així és como s’ha acabat la història del refugiat», acompaña al triunfante hijo pródigo junto a la República, cuya encarnación femenina coronada del gorro frigio y el laurel, ahora ocupa de nuevo su lugar legítimo en tierra propia (Unión Nacional Española)2. En aquel año de 1944, en plena Segunda Guerra
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de compañeros reunidos en pequeños grupos. Introduciéndose furtivamente en las barraca-depósito, donde lentamente se pudrían los cuerpos de los que no habían podido soportar la tragedia. Espiando en el hospital bajo la excusa de los trabajos de limpieza. Y después, enterrando los apuntes en la arena, para salvarlos de la vigilancia de los registros de la gendarmería» (Bartolí y Molins i Fàbrega 1944). Para mis análisis de este libro, ver Cate-Arries (2011 y 2012: 78-117). La riqueza de estas muestras del arte gráfico de Bartolí, así como la de otros dibujos de la guerra y el exilio, se puede consultar en la edición de Laurence García y Georges Bartolí (2020). Se puede consultar «Auca del refugiat» en la colección de aleluyas del fondo de la CRAI Biblioteca del Pavelló de la República, Universitat de Barcelona. Otras muestras del aleluya antifascista producidas durante la guerra, tanto en castellano como en catalán, también concluyen de manera esperanzadora con dibujos de la figura de la Segunda República, las hojas de laurel y/o el gorro frigio; ver, por ejemplo, «Auca de la innoble i trista – militarada feixista»; «Aleluyas de la defensa de Madrid»; o «Aleluyas de un soldado —que combate a nuestro lado», cuya última viñeta reza, «Así pronto triunfará / y España libre será».
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Mundial, cuando todavía se mantenía en pie la fe en la derrota del franquismo con una victoria aliada, la figura del exiliado representaba para sus correligionarios la mejor prueba del tipo de fuerza colectiva que haría falta para ganar la guerra del éxodo y el retorno a España: la capacidad solidaria del aguante; una férrea voluntad de supervivencia; el optimismo hacia el futuro; y un humor negro con tintes picarescos. No es de extrañar que haya que esperar hasta tres décadas después para ver publicadas en España tales ilustraciones gráficas del exiliado, veterano de campos de concentración. Las obras más llamativas son de los artistas de la Transición, guionistas y dibujantes de cómic como Antonio Fraguas de Pablo, Forges, y sobre todo el equipo fundado en 1972, El Cubri, formado por Felipe Hernández Cava, Saturio Alonso y, a partir de 1974, Pedro Arjona. Estos hijos de los supervivientes de la Guerra Civil recuperan en los años setenta y ochenta las historias e imágenes más emblemáticas de las crónicas del exilio, documentos inicialmente publicados fuera de España y largamente ausentes de la escena pública durante el franquismo. En 1977 los periodistas Daniel Sueiro y Bernardo Díaz Nosty empiezan a publicar su impresionante Historia del franquismo en una colección semanal que contará con sesenta fascículos, con portadas ilustradas por El Cubri3. Si la viñeta final de «Auca del refugiat» de 1944 representa la idea utópica de la futura España de la posguerra como una república restaurada y protegida por la ley de la justicia, las ilustraciones de El Cubri aluden a la realidad de los años del terror del franquismo y a las víctimas aplastadas por la violencia del Estado. En el catálogo de la exposición Tal como éramos, retrospectiva dedicada a la obra del colectivo, el cubrista Hernández Cava se refiere al encargo de la editorial Sedmay «que interpretamos como la oportunidad de hacer, fuera de la clandestinidad, una contraiconografía de la dictadura» (Hernández Cava 2008: 13). El crítico Jorge García precisa más sobre el estilo que caracteriza las extraordinarias «contraiconografías» que denuncian la crueldad y la
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La editorial Sedmay recopiló los fascículos y los publicó en forma de libro de cuatro tomos. En 2006, se volvieron a publicar las cubiertas de El Cubri en el libro Francografías.
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hipocresía del franquismo: «Habían desarrollado un lenguaje gráfico muy particular con el proyector de cuerpos opacos. Este instrumento les permitía manipular cualquier imagen, modificando su significado hasta extremos contradictorios […]. En el caso de Historia del franquismo, convirtieron imágenes concebidas a mayor gloria del régimen en símbolos de vileza y rapacidad» (García 2006). Su estilo innovador se ve claramente en los dos fascículos iniciales que inauguran la serie, yuxtaponiendo de este modo la disparidad chocante entre los mundos de vencedores y vencidos. La ilustración de la primera cubierta, El desfile de la Victoria, manipula la archiconocida fotografía del 19 mayo de 1939 de Franco junto a la insignia del vítor nacionalista; a sus espaldas, se superpone de modo paralelo otra foto igualmente icónica de Mussolini y Hitler juntos en otro desfile militar multitudinario, del 1 de mayo de 1938 en Berlín. Así se les recuerda a los lectores de 1977 que la victoria franquista se fraguó sobre las bases del nazismo alemán y el fascismo italiano; literalmente, se visibilizan las siniestras redes políticas que facilitaron la subida del Caudillo al poder. El segundo fascículo, La fuga de los vencidos, representa a los perdedores de la guerra, incorporando una fotografía de Robert Capa que retrata a los refugiados de la retirada, camino de los campos franceses. Ahora, la segunda imagen colocada por encima de la original —la silueta de figuras en masa que se tropiezan en la arena del exilio— es una calavera con casco que augura la muerte y miseria que acompañarán a los vencidos. Es destacable que un año después, en 1978, los artistas de El Cubri se encargan de diseñar la portada para el disco Cantata del exilio de Antonio Resines y Antonio Gómez. Se ven las mismas imágenes del año anterior, pero con una nueva viñeta —igualmente basada en una foto icónica de Robert Capa— de los internados entre alambradas con el brazo en alto, señal del espíritu de resistencia antifascista4.
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Hernández Cava ha señalado que el encuentro entre los artistas de El Cubri y los músicos Resines y Gómez representó una de sus colaboraciones más «emocionantes» de todas: «muy especialmente la de Cantata del exilio (1978) de Antonio Resines y Antonio Gómez, cuya grabación seguimos en el estudio de Movieplay muy de cerca» (Hernández Cava 2008: 17).
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Pocos años después, como el investigador Michel Matly ha documentado ampliamente en su estudio panorámico El cómic sobre la guerra civil, otros dibujantes de la Transición recuperan la imagen de los combatientes republicanos, así como los veteranos de los campos de concentración, en sus tempranas publicaciones gráficas sobre esta historia5. El caso de Forges y su Historia forgesporánea es ejemplar. En 1984 publica el fascículo La guerra incivil, el capítulo 25 de la serie, e igual que El Cubri había hecho en su La fuga de los vencidos, Forges se inspira en la fotografía más famosa de Robert Capa; en la cubierta, el dibujante reinterpreta La muerte de un miliciano. También ilustra una de las viñetas de la historieta con un dibujo enorme a color que hace eco de otra foto iconográfica de la masiva retirada —la llegada de los refugiados a Le Perthus el 28 de enero de 1939— para denunciar de forma más nítida el maltrato deshumanizador de los refugiados a manos francesas; reza el texto escrito por Forges: Bestialmente, las autoridades francesas, los internan en auténticos campos de concentración. Custodiados por soldados senegaleses que les roban los
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Sin duda, uno de los historietistas más osados de la Transición por su crítica feroz de la dictadura es Carlos Giménez, conocido sobre todo por su serie autobiográfica Paracuellos, que narra los sucesos de su infancia vividos en los hogares de Auxilio Social del franquismo. Hay que destacar también su trilogía España, Una, Grande, Libre publicada semanalmente en la revista El Papus a partir de julio 1976. El tercer álbum, ¡España, Libre!, recoge material publicado entre mayo y octubre de 1977, incluida la historieta «Pasado imperfecto de indicativo». Mariano, veterano antifascista, hace cola para votar en las elecciones del 15 de junio de 1977, repasando en la memoria su participación en la lucha larguísima por la democracia que arrancó en 1936; los dibujos a continuación establecen su paso traumático por los frentes de la guerra, sus vivencias como maqui, su encarcelamiento durante una década en prisiones franquistas, su compromiso posterior con los movimientos obreros y, como no, sus pasos preliminares en 1939 por los campos de concentración en Francia. El antiguo guerrero de toda la vida, distraído por sus recuerdos, no avanza con suficiente rapidez para depositar su voto y le riñen: «¡Jolín… Es que no tienen consideración con los que esperamos!». El desencanto que siente este anciano antifranquista perdido anónimamente entre tanta desmemoria se expresa cuando responde a un compañero que le pregunta cómo le fue el asunto del voto: «Me ha sabido a poco…» (Giménez 1982: 15).
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pocos enseres que han logrado traer desde España… Muchos morirán de hambre y sed… Los desarmados combatientes íberos pasarán mil calamidades y muchos en la inminente guerra mundial, morirán defendiendo la libertad de sus bestiales anfitriones. Más de 25.000 combatirán al fascismo como guerrilleros, sobre el territorio francés. Casi 15.000 morirán en acciones de guerra o campos de exterminio nazi… devolverán heroísmo por bajeza. Y como es habitual los franceses lo ignorarán… El gobierno de la República en el exilio, como alma en pena, inicia un largo vagar por el mundo. Sus componentes intentarán, con los escasos medios a su alcance, el derrocamiento de la dictadura franquista. No lo conseguirán. La «Nueva España de Franco» será un dogal insalvable, que solo la ley de vida romperá 36 años más tarde: El 20 de nov de 1975… (citado en Matly 2018: 347).
Enric Garriga Elies —presidente de Amical de Mauthausen y otros campos e hijo de Marcel·lí Garriga que estuvo internado en Argelès y deportado a Buchenwald— escribió en 2019 el prefacio del libro de David Fernández de Arriba, Memoria y viñetas: la memoria histórica en el aula a través del cómic, subrayando que la educación y la memoria son los pilares fundamentales de una sociedad libre que hay que potenciar y trabajar: «Desarrollarlos y ponerlos al alcance de toda la sociedad, y especialmente de los jóvenes, de los agentes sociales del futuro por excelencia […]. El cómic nos ofrece esta excelente perspectiva y posibilidades» (Garriga Elies 2019: 7). Treinta y cinco años antes, cuando era imposible que a los jóvenes de la Transición se les educara sobre la Guerra Civil y la historia del exilio de 1939, Forges sí aportó su grano de arena a las nuevas generaciones en forma de historieta. En la primera fase de la Transición, los que contaban la historia, los storytellers comprometidos con la historia de los campos de Francia, eran los que Matly denomina de modo irónico y admirativo los «“irresponsables”, los jóvenes autores de cómic que vienen de la izquierda alternativa» (Matly 2018: 66)6.
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Las lecciones de historia implícitas que los cómics de la Transición ofrecieron a las nuevas generaciones de lectores ya se han convertido en materiales didácticos para el aula, como se puede ver en las ingeniosas «Propuestas didácticas» que el
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Como ya se ha señalado, uno de estos jóvenes de la izquierda alternativa fue Felipe Hernández Cava (n. 1953), no solo fundador del colectivo El Cubri, sino también antiguo director artístico de la revista iconoclasta Madriz (1984-1986) y guionista pionero del cómic dedicado a la Guerra Civil, el franquismo y el exilio. De hecho, en el mismo año 1977 cuando colabora con sus compañeros de El Cubri preparando las ilustraciones para el atrevidísimo Historia del franquismo, Hernández Cava guionizó el cómic Si los buscáis con dibujos de Jaume Marzal. Recupera no solo la voz silenciada de Miguel Hernández, con diversos extractos de la crónica «¡Firmes en nuestros puestos!» del poeta que enmarcan cada página de las quince viñetas: «Si los buscáis los encontraréis conquistando pueblos al fascismo, arrebatando armas y campos al fascismo, salvando hombres, mujeres y niños, España, del fascismo; firmes en los puestos […] Firmes en sus puestos» (Hernández 2005: 125; Hernández Cava y Marzal 1977: 30-31). Justo en medio de la historieta, se colocan dos viñetas del soldado republicano en el paso de la frontera de Francia; el gendarme le da la bienvenida al «País de la libertad. Pas de chants. Pas de bruits» (Hernández Cava y Marzal 1977: 30). El refugiado se despide de su tierra con profunda emoción, camino de los campos franceses. Al publicar Hernández Cava su guion para la historieta en 1977, se sirvió de la figura del refugiado republicano de 1939 como combatiente emblemático de una lucha global por la igualdad, la justicia social y los derechos humanos. Concluye el cómic con estas palabras que posicionaron al antifascista del exilio en Francia como prototipo legendario del guerrero por una sociedad mejor: «En la guerra española o en la segunda guerra mundial, en Cuba, en Vietnam, en Chile o en Angola; en la “paz” de España siempre frente al fascismo… Si los buscáis, los encontraréis» (Hernández Cava y Marzal 1977: 31).
historiador y docente Fernández de Arriba publica en su Memoria y viñetas, facilitando así la enseñanza y el estudio de trece libros de historietas cuyas diversas tramas incluyen el periodo entre la proclamación de la Segunda República y el final de la Transición en 1982, incluso las vivencias en el exilio. Ver también Larrañaga Rubio y Yubero (2017).
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Pero a pesar de tales esfuerzos en el cómic para reinscribir en el imaginario nacional la historia de los perdedores de la guerra, combatiendo así el discurso dominante de los promotores de una Transición de consenso y un pacto de olvido concebido para pasar página y dejar atrás esa memoria traumática, no es hasta los años noventa cuando emergen las primeras referencias al exilio en las novelas gráficas7. De nuevo, Hernández Cava, en su magnífica historieta El artefacto perverso sobre el Madrid de los años cuarenta —capital de las represalias, la corrupción, la violencia y la impotencia del pueblo— ofrece un comentario sobre el lugar del exilio en la historia nacional. El título de esta obra, que apareció en 1995 y luego en forma de libro en 1996, se refiere a la máquina devastadora que figura en una tira cómica intercalada, «La ciudad en peligro», que crea el personaje central, el dibujante Enrique. Este instrumento es capaz de destruir la memoria de la víctima, creando así «un mundo de esclavos» (Hernández Cava y Barrio 1996: 25). En una intrigante escena retrospectiva del cuarto cuadernillo titulado «El artefacto perverso: la trompeta de Clío», Matías Bozal —antiguo amigo antifascista de Enrique y veterano del campo francés Argelès-sur-Mer— recuerda a un compañero del campo, Jordi, enloquecido y enfermo debido a las calamidades de la guerra y el exilio. Jordi, el más débil y el más marginado de la comunidad concentracionaria, es el que ahora se transforma en el storyteller más estrafalario e inolvidable de los múltiples narradores de esta obra. Este improbable y delirante portavoz del campo, animado por el «Cuéntame, Jordi» (47) de su interlocutor Matías, relata una fantástica hazaña, producto del trauma y la locura: que estuvo escondido en el tren cargado de los
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En una entrevista de 1995, Hernández Cava lamenta esta laguna temática en la obra de la mayoría de los dibujantes y guionistas de cómics en los años setenta: «Si uno se sitúa en su época, en lo que eran los últimos coletazos de la dictadura, y pensamos en el grado de implicación de esta profesión con la circunstancia en la que se vivió, tendríamos que reconocer que el panorama era desolador. Aunque hubiese un dibujante con una mínima conciencia política, la mayoría de ellos procuraban no demostrarlo…» (García y Barrero 1995: 28). Para un estudio de la historieta en los años de los ochenta, ver Pérez del Solar (2013); un estudio más panorámico del cómic español es el de Hernández Cano (2017).
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cuadros rescatados del Museo del Prado en 1936, en su viaje de regreso en 1939 desde Ginebra a la España franquista. En su imaginación, las figuras de los tesoros de la pintura española cobran vida, buscando escaparse de «aviones alemanes», mientras Jordi se prepara para accionar un explosivo antes de que el tren llegue a su destino. Al final no lo hace, y el patrimonio artístico sigue su camino: «Me apeé en la frontera… Y ahora lo tienen ellos» (50)8. La conclusión de su relato, tan estrambótico como enigmático, le permite al narrador Jordi avisar a su oyente Matías de algo que solo ahora, en el lecho de muerte entre alambradas, vislumbra con claridad. La figura más emblemática de lo que Giorgio Agamben denominaría la nuda vida entre los vencidos de la historia, es capaz de ver la verdad que les espera, que los desterrados no encontrarán lugar en los anales de la historia: «[…] estaba escrita la historia de Argelès, y la de Amorós… y la tuya, Matías y la mía… Era aterrador, pero allí estaba todo escrito. Todo lo que iba a sucedernos. Todo lo que quedaría de nosotros. Hojas y hojas en blanco» (52). La última viñeta de este cuadernillo clave representa un espacio en blanco; pero la figura de Jordi —bailando enloquecido en las aguas de la playa de Argelès— sirve como única ilustración del frontispicio de este libro cuya narración sirve para combatir el artefacto perverso del olvido9.
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Por surreales que fueran las ensoñaciones de Jordi, la historia real de la trayectoria original del convoy cargado de los cuadros del Prado que cruzó la frontera francesa en 1939, camino de Suiza, es también fantástica. Además de documentar la realidad de los partidarios que preferirían destruir las obras antes de permitir que queden en manos franquistas, el historiador Colorado Castellary incluye un episodio que tiene lugar en los campos de concentración. Cita el testimonio del 13 febrero de 1939 del camionero Luis Carbonneau cuyo vehículo fue conducido por la policía francesa a Saint-Cyprien: «Me encontraba en el interior de este campo, en medio de millares de mis compatriotas, y tuve que padecer todo tipo de penalidades para salvar el cargamento. Los marcos de dos pinturas grandes y de dos de tamaño mediano fueron arrancados y quemados. He conseguido salvar las pinturas, pero a punto estuve de ser linchado por mis compatriotas» (Colorado Castellary 2008: 200). Dos estudios imprescindibles sobre El artefacto perverso son de Alsina (2002) y Pérez del Solar (2014).
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Al año siguiente en 1997, Miguel Gallardo será pionero en el empeño de llenar estas hojas y hojas en blanco del cómic para dejar constancia de la lucha antifascista que emprendieron los vencidos de la guerra que terminaron entre las alambradas del exilio. Su novela gráfica, Un largo silencio, redactada junto a su padre Francisco, es la primera de una amplia bibliografía de cómics elaborados a base de vivencias de familiares; otros títulos de este tipo incluyen el sin duda más logrado, El arte de volar (2009) de Antonio Altarriba, y El convoy (2013) del dibujante Eduard Torrents, entre otros. En el «Prólogo» de Un largo silencio que Miguel Gallardo dedica a sus padres, presenta a su padre Francisco, protagonista de las aventuras autobiográficas, como «héroe», yuxtaponiendo su imagen en el presente con otra colocada tras las alambradas de Argelès-sur-Mer, con el texto «Su hazaña ha sido sobrevivir» (Gallardo y Gallardo Sarmiento 2012: 6). Esta introducción define la supervivencia paternal en términos del silencio que siempre guardó sobre los años que había pasado en los campos de Francia, en los pelotones de trabajo forzado de los reclusos y en múltiples campos y cárceles franquistas: «Para todo ello, mi padre se tuvo que convertir en una sombra, y las sombras no tienen voz. Ahora yo le presto una voz pequeña, que es la mía […]. Y así voy a intentar contarla, dándole a mi padre una voz, una voz que cuenta una parte de la historia cada vez más olvidada» (7). Poder plasmar esta «historia cada vez más olvidada» en la novela gráfica, un género de masas cada vez más vendido y leído entre nuevas generaciones de lectores, impulsa a la mayoría de los artistas que han publicado sus obras a partir de 2009. En El arte de volar, Altarriba documenta la vida azarosa del protagonista de la trama, su padre Antonio: anarquista durante la guerra; veterano de los campos de concentración en Francia; un repatriado que soporta una vida gris en la España franquista. Deja claro el hijo que su motivación como autor es «resucitar a mi padre o por lo menos recuperar su memoria» (Rodrigues Martin 2016: 286). Una cuarta parte de esta novela la dedica a los años que el padre pasa en el exilio en Francia y la recuperación de esta historia, según el prologuista Antonio Martín, sirve para inscribir a los vencidos en las hojas en blanco de los anales de la historia de las Españas: «La vida del protagonista es la de los humillados, la
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de los muchos españoles sin tierra, sin trabajo, sin pan y sin techo, la de los perdedores, la de los derrotados» (Martín 2009: 7). Casi todas las historietas que representan el exilio de 1939 incluyen reflexiones cuasi-didácticas en prólogos, epílogos o apéndices sobre la entereza y el compromiso con la lucha social de los desterrados, retratados en imagen y palabra. Juan Kalvellido apela al lector de su Exilio de 2011: «No quiero que lo mires como un cómic más sino como una historia viva. Léelo como si leyeras una denuncia. Recapacita. Ponte en lugar de ellos. Es un homenaje a ellos y ellas. Un homenaje a las víctimas» (Kalvellido 2011: 6). Sobre Los surcos del azar de 2012, Paco Roca ha comentado en una entrevista de 2014 que el ejemplo de entereza y compromiso moral de los exiliados le hace sentirse orgulloso de su legado: «Los españoles que liberaron París te reconfortan con lo que eres, si es que ser español significa algo» (Corazón Rural 2014)10. Lo que me interesa explorar en la parte final de este ensayo es el proceso en el cual las imágenes e historia del exiliado republicano de 1939 han cobrado dimensiones transnacionales en varios medios culturales desde 2015. Estas representaciones de la retirada y del internamiento de los exiliados españoles se incluyen entre las crónicas actuales sobre el desplazamiento violento y confinamiento masivo de millones de personas en todo el mundo. Como punto de partida me sirvo de las reflexiones de José María Naharro-Calderón, quien en una crítica sobre una exposición en Madrid de 2002 titulada Exilio, plantea lo siguiente como narrativa alternativa sobre el exilio del 39: «De haberse destacado la solidaridad de y hacia grupos republicanos en el exilio, esta se podría haber refractado sobre los problemas de acogida a los grupos de inmigrantes hoy […]. ¿Podría la ejemplaridad de los exilios habernos mostrado no solo retrospectiva sino proyectivamente, un marco de solidaridad para las diásporas actuales […]?» (Naharro-
10 La bibliografía sobre los cómics que rescatan episodios de la guerra y el exilio, sobre todo por parte de dibujantes y guionistas que son familiares de los protagonistas, es abundante. Ver, por ejemplo, De la Fuente Soler (2011); Merino y Tullis (2012); Magnussen (2014); Depena (2015); Tronsgard (2017); y Catalá Carrasco (2018).
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Calderón 2017: 252, 266, énfasis en el original). Tal acercamiento define precisamente el propósito de otra exposición de Madrid inaugurada quince años después de Exilio: organizada por la Fundación Abogacía Española, la exposición 11 vidas en 11 maletas empezó su recorrido por España en Madrid en 2016, basándose en el Artículo 14.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país, en caso de persecución». Cada una de las once maletas representaba la historia de un refugiado de varios puntos del globo, por ejemplo, Camerún, Irak, Mali, Marruecos, la República Centro Africana, Siria y Somalia. En una nota de prensa, se explica que «la maleta número once es la de una refugiada española de hace 70 años, como mensaje al visitante para que no se olvide que muchos españoles también fueron refugiados durante el franquismo» (teinteresa.es). Esta refugiada asturiana que cruzó la frontera en 1939 en brazos de su madre y que pasó los primeros cuatro años de su vida en varios campos de Francia, se llama Libertad Fernández. En el acto de inauguración de la exposición, Victoria Ortega, la presidenta del Consejo General de la Abogacía Española se refiere a Libertad: «Tuvo que huir y ser refugiada. Mañana podemos ser nosotros porque vemos que la historia se repite y la historia se repite porque no hemos aprendido nada» (Europa Press). Ahora la función de la divulgación de la figura del exiliado de 1939 no solo sirve para mostrar al público una historia poco conocida, sino para señalar también que esta tragedia nacional forma parte de oleadas de crisis humanitarias que demandan la empatía, compasión y auxilio de la comunidad internacional. Otra alusión de este mismo tipo se publicó en 2019 en el New York Times con el titular «Why Detention Centers Remind Us of One of the Worst Periods in History»; el artículo comparó los infames centros de internamiento de extranjeros en la frontera entre México y Estados Unidos con los campos en la Francia de Vichy, específicamente Gurs y Rivesaltes, que son los dos que conoció en su día la niña Libertad. Sin duda, la expresión más lograda de esta reciente representación transnacional de la historia del exilio español la encontramos en la novela gráfica Asӯlum publicada en 2015 por el guionista e ilustrador
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Javier de Isusi. Subvencionada por la Comisión de Ayuda al Refugiado en Euskadi, relata una historia narrada por una superviviente del exilio de 1939 de forma paralela con testimonios de otros cuatro refugiados del Congo, Nigeria, Uganda y México, que ahora viven en Euskadi. El cruce narrativo de historias contadas por cinco testigos diferentes, que ahora se encuentran juntos en la España contemporánea, representa la reivindicación de los derechos humanos de los ciudadanos del mundo sin tierra que buscan asilo a rehacer vidas rotas por la violencia del Estado, la explotación económica, la trata y los crímenes de lesa humanidad. La dimensión globalizada de la tragedia del destierro se apunta ya en la portada de la historieta: la silueta de las figuras que huyen carece de trazas visuales de raza, nacionalidad o contexto histórico. Igualmente, el cierre del libro consta de seis viñetas compuestas por imágenes de nuestro planeta como si hubieran sido fotografiadas desde un satélite. No son los contornos de la nación los que se resaltan sino la tierra compartida por toda la humanidad. La narración arranca en un asilo de ancianos en Bilbao donde vive la abuela Marina, que narra sus vivencias en Irún cuando era una niña de quince años en la Guerra Civil, el traslado a Barcelona, el paso por los campos de Francia, la eventual emigración a Venezuela y el retorno a España tras la muerte de Franco. Los detalles compartidos en Asӯlum coinciden con los que ya se incluyeron en las novelas gráficas de Gallardo, Altarriba, Kalvellido o Roca: en las viñetas de la guerra, se resalta el terror de los bombardeos; y en los campos, se insiste en el maltrato de los guardias franceses, senegaleses y magrebíes, la falta de higiene, el hambre, las enfermedades. Pero, a diferencia de cualquier otra historieta anterior sobre la Guerra Civil y el exilio, esta obra también intercala cuatro historias de refugiados no-españoles que hoy en día buscan asilo desesperadamente en un mundo hostil, décadas después del exilio de 1939. Aunque la narración de la abuela Marina ocupa más de una tercera parte del libro, los otros testimonios se introducen, uno a uno, a lo largo de la trama, dejando que cada testigo tome y retome el hilo narrativo. Aina de Nigeria es víctima de la violencia de género y la trata; Christopher Wekesa huye de Uganda perseguido por ser homosexual; Sanza Adzuba narra los infortunios terroríficos de su escapada de las masacres de la guerra civil en el Congo; la periodista
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mexicana Imelda de Ciudad Juárez huye de las amenazas de muerte por haber reportado casos de feminicidio. Lo más destacable en la fluida transición de un testimonio a otro, son los puntos de coincidencia entre los diversos relatos que cubren centenares de miles de kilómetros diferentes, en momentos históricos igualmente dispersos: a veces se repiten los mismos diálogos, el vocabulario clave y hasta parecidos entre nombres de personajes secundarios para subrayar las realidades similares que experimenta cualquier refugiado de cualquier país en cualquier momento: el pavor indescriptible del refugiado; las insuperables barreras físicas —se reitera la frase «la valla por detrás y el mar por delante» (Isusi 2015: 43, 52)—; la falta de empatía de los del país que debieran acogerlos; las condiciones infrahumanas en las que viven. Pero también se repiten los mismos motivos positivos a lo largo de los relatos: la esperanza; la ocasional solidaridad de los compañeros; el calor humano que se deja sentir donde menos se espera. No se revela hasta el final de libro cómo se han cruzado la vida de los cinco narradores: la anciana Marina ingresada en un geriátrico de Bilbao y cuatro refugiados cuyo paradero nunca se explica. Solo en las penúltimas páginas se esclarece que el té que toma cada uno de los cuatro refugiados en la viñeta en la que se presenta, antes de iniciar las escenas retrospectivas de su narración, es parte de un encuentro con la nieta de Marina, Maialen. Resulta que no solo en la conversación que abre la trama ha aprendido Maialen de la historia de su abuela en la guerra y en el exilio. Por la conversación entre abuela y nieta, Maialen también se entera de que la casa familiar de la abuela que las hijas de Marina quieren vender, ha sido alquilada a estas personas, Aina, Christopher, Sanza e Imelda. La novela concluye con la visita de la nieta a la antigua casa de su abuela, donde con un té, los cuatro compañeros de piso le cuentan a la joven sus respectivas historias; esta es la narración que se ha intercalado entre los episodios que cuenta la abuela Marina. A raíz de esta larga y sosegada charla, el libro finaliza con otra conversación, ahora telefónica entre la nieta Maialen y la abuela Marina, quien le pide que la lleve a ver al notario; dice la joven: «¡Quieres dejar el piso en herencia a la asociación esa! ¡Fijo!».
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En el apéndice que cierra el libro, se incluyen palabras muy críticas hacia el gobierno español; refiriéndose a las historias de violencia y represión que se han contado en el cómic, dice el texto: «Frente a estas persecuciones, el Estado español olvida su historia de exilio y se llena de razones y justificaciones para no proteger… Es urgente un cambio radical que priorice los derechos de las personas y de los pueblos, que enfrente de manera colectiva y solidaria las causas y las consecuencias de su desplazamiento forzado y que garantice a las personas el acceso a la protección internacional a través de vías seguras, con una asistencia jurídica y un sistema de acogida digno» (101). En la creciente bibliografía dedicada a la representación hoy en día de la «crisis de refugiados» en el cómic, se ha señalado este género como idóneo para no solo abogar por los derechos de los desterrados, sino para cultivar compasión, comprensión y empatía en el lector11. Sobre todo, como se nota en la cita del apéndice, los cómics son herramientas particularmente expresivas para decirle la verdad al poder, tanto en 1939 como en el siglo xxi12.
Obras citadas Alsina, Jean (2002): «La narración en El artefacto perverso: algunas calas en un objeto inagotable», en Vivian Alary (ed.), Historietas, cómics y tebeos españoles. Toulouse: Presses Universitaires du Mirail, pp. 210-227. Bartolí, Josep y Narcís Molins i Fàbrega (1944): Campos de concentración, 1939-194… Ciudad de México: Ediciones Iberia. Catalá Carrasco, Jorge (2018): «Exilio y memoria en la nueva novela gráfica española: Los surcos del azar (2013)», en Yolanda Rodríguez Pérez y Pablo Valdivia (eds.), Españoles en Europa: identidad y exilio desde la edad moderna hasta nuestros días. Leiden: Rodopi, pp. 155-170.
11 Ver sobre todo los ensayos sobre los cómics que representan a los refugiados y los centros de detención en el libro editado por Davies y Rifkind (2020: 277-296 y 297-316). 12 Agradezco a Carlos Figueroa Lillo su cuidadosa revisión de este texto.
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La experiencia concentracionaria del exilio republicano en el teatro español contemporáneo
Antonia Amo Sánchez Université d’Avignon
Teatro concentracionario El presente trabajo tiene como objetivo el estudio de las obras teatrales que recrean la experiencia concentracionaria de los republicanos españoles desde su llegada a Francia a partir de 1939. Esta referencialidad histórica española deja de lado textos y espectáculos fuera de estas coordenadas, como Himmelweg, de Juan Mayorga, Moje holka. Mi niña, niña mía, de Itziar Pascual y Amaranta Osorio, o Blut und Boden, de Manuel Molins, por citar algunos ejemplos. El corpus de obras teatrales españolas concentracionarias no es muy extenso: se compone de dos conjuntos que hemos delimitado
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siguiendo la metáfora del poeta superviviente Varlam Shalamov (1993: 35): los plutones y los orfeos. Los plutones son aquellos escritores (dramaturgos en nuestro caso) que salieron del infierno, mientras que la apelación de los orfeos nos permitirá referir a los dramaturgos que se asoman a aquel infierno hoy, entre sesenta y ochenta años después de los hechos. Los orfeos son los herederos, que van forjando su condición de testigos de testigo. La atestación biográfica, el j’y étais o «yo estuve allí» (Mesnard 2010: 44-45), da paso a un «yo (le) oí hablar, leí sobre aquello». Los dramaturgos plutones dejaron constancia de su experiencia en un puñado de obras dispersas: Max Aub, Morir por cerrar los ojos (primera edición mexicana en 1944), Teresa Gracia, Las Republicanas (escrita en los años sesenta, editada en 1984), Álvaro de Orriols, Españoles en Francia (escrita en 1946, editada en 2008-2009), y Jorge Semprún, Gurs: una tragedia europea (estrenada en 2004, editada en 2021)1. El corpus actual, el de los orfeos, está firmado por autores identificados con la generación de los nietos: Carles Batlle, Bizerta. 1939 (primera edición en 2002), Nómadas (2018, inédita); Laila Ripoll, El convoy de los 927 (publicada en 2009); Jesús Arbués, Ligeros de equipaje (editada en 2013); Raúl Hernández Garrido, Todos los que quedan (editada en 2013); Laila Ripoll y Mariano Llorente, El triángulo azul (2014); Rubén Buren, 186 escalones (estrenada en 2014, inédita); José Ramón Fernández, J’attendrai (acabada de escribir en 2015, pero editada en 2017); y Pilar Almansa, con su recién estrenada Mauthausen. La voz de mi abuelo (2018), interpretada por Inma González, nieta de un superviviente de los campos nazis. Este corpus reciente se enmarca en el género del teatro de la memoria histórica (Amo Sánchez 2014, 2020; Floeck y García 2011; García 2016), y en un contexto global,
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Manuel Aznar Soler (2010b) defiende la no adscripción al género teatral del texto de Manuel García Gerpe, Alambradas. Mis nueve meses por los campos de concentración de Francia (Buenos Aires, Celta, 1941), que fue detalladamente estudiado por Francie Cate-Arries en su monografía (2012). A pesar de su forma híbrida, Manuel Aznar Soler lo considera un texto «de memorias» y no una obra de teatro. Sobre la figura de Gerpe, ver Aznar Soler y López García (2016: 422423).
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europeo, que, desde principios del nuevo milenio, indaga en la historia utilizando el trauma como modo de representación dominante del vínculo con el pasado (Fassin y Rechtman 2011: 29). La presencia temática de los campos franceses y los campos nazis es opuestamente proporcional en ambos conjuntos. Aub, Orriols y Gracia hacen alusión a sus experiencias en territorio francés: los campos de Le Vernet d’Ariège y Djelfa, en los que fue internado Max Aub; los de Saint-Cyprien y Polo-Beyris por los que pasó Álvaro de Orriols en 1939, antes de exiliarse definitivamente en Bayona; los campos del sureste de Saint-Cyprien y Argelès-sur-Mer, en el caso de Teresa Gracia, cuando apenas contaba con siete años. De este primer corpus fundacional solo Semprún remite a la deportación a los campos nazis (a través de su experiencia en Buchenwald), pero únicamente de manera latente, pues sitúa parte de la acción de su obra Gurs: una tragedia europea en el campo francés de Gurs2. En cambio, en el corpus reciente los campos franceses ceden protagonismo a los campos nazis, salvo en las obras de Carles Batlle, Bizerta. 1939, situada en el campo Meheri Zebbeus de Bizerta (Túnez), y la obra de Jesús Arbués, Ligeros de equipaje, concebida como una «crónica de la retirada». Se les menciona a menudo como antecámara de los campos nazis (Angulema, Drancy). Y de estos últimos es Mauthausen el campo en el que se centran seis de las nueve obras que configuran el corpus de los orfeos. El protagonismo dado a Mauthausen, aparte de justificarse por ser el «campo de los españoles» (casi siete mil españoles a partir de 1941), es sintomático del carácter indigente de la cultura de la memoria española, la cual, a pesar de los recientes esfuerzos, de sesgo mediático sobre todo, sigue siendo una asignatura pendiente en nuestra sociedad, solo paliada por los estudios culturales académicos, de restringido
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Manuel Aznar Soler contextualiza en la trayectoria de Jorge Semprún su obra de teatro inconclusa Los hermosos domingos, escrita en 1950, cinco años después de su liberación del campo de Buchenwald, en la que pretendió abordar su experiencia concentracionaria y la rememoración de los domingos en dicho campo dedicados al arte, a la filosofía, a la poesía, al teatro (Aznar Soler 2015: 35 y ss.).
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impacto en el tejido sociocultural: hasta los años 2000, cuando se empiezan a recoger los frutos de investigaciones historiográficas, documentales, periodísticas —de las que Montserrat Roig fue figura señera a finales de los setenta con su ensayo Noche y niebla: los catalanes en los campos nazis (1977)—, de los españoles deportados a Mauthausen o a otros campos nazis, poco se sabe y poco transciende. Mauthausen funciona, pues, como sinécdoque histórica que remite a la comunidad de sufrimiento de los republicanos españoles exiliados y deportados a los campos nazis. Podemos afirmar que este teatro contribuye a contar la historia de los españoles de Mauthausen, como también a recuperar Mauthausen, los campos, en la historia de España. Corpus como «huella» de la historia Catherine Coquio defiende el valor de «verdad humana» que atesora el testimonio literario: «Le témoignage littéraire n’est évidemment pas un document de faits où puiserait l’historien —qui la plupart du temps le boude— mais un matériau essentiel pour tenter de penser, au-delà de la logique des faits attestés, la “vérité” humaine de tels événements destructeurs» (Coquio 2006: 90-91)3. Las obras postestimoniales, precisamente por su lejanía respecto a los hechos, pueden también considerarse como un material esencial para pensar el vínculo del presente para con el pasado en un contexto de violencia histórica. Revisten así el carácter de «prueba» o de huella en el sentido que le da Bernard Sicot cuando alude a la literatura concentracionaria: Le corpus et ses textes sont là comme une preuve majeure, une pièce à conviction pour l’appréciation de la vérité, un témoignage à charge contre un passé qui, d’ailleurs, récidive de nos jours en maints endroits ; comme un
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«El testimonio literario no es obviamente un documento factual en el que se basaría el historiador —quien, en la mayoría de los casos, lo desprecia—, sino un material esencial para tratar de pensar, más allá de la lógica de los hechos probados, la “verdad” humana de tales acontecimientos destructores». Las traducciones son nuestras.
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La experiencia concentracionaria del exilio en el teatro 269 legs reçu en héritage afin que par l’étude, l’édition et la traduction, nous en réactivions les forces dénonciatrices car il y a aussi du «J’accuse» dans bon nombre de ces textes (Sicot 2010: 25)4.
Del facto al artefacto ¿Qué aporta el teatro al conjunto del corpus literario concentracionario? El teatro moviliza sus resortes más definitorios, que abundan en el juego en torno a la ficción y el fingimiento, para dramatizar el traumatismo histórico. Los dispositivos metateatrales e intermediales acentúan la teatralidad de estas obras, sobre todo las más recientes, centradas en la tensión entre el distanciamiento y la identificación. Aspiran así a bregar con lo «indecible»5 y a acceder a esa verdad humana de la que habla Catherine Coquio. Pero vale la pena preguntarse por qué, a pesar de la importancia del testimonio, no cristaliza un teatro documento, mayormente en el corpus actual, repleto de materiales de archivo como fotografías,
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«El corpus de esos textos aparece como una “prueba” mayor, una evidencia concluyente para la apreciación de la verdad […], como un legado recibido en herencia para que con su estudio, edición y traducción, podamos reactivar las fuerzas denunciadoras, pues buen número de estos textos también albergan un j’accuse». No sin tino remarca Philippe Mesnard que «si en el marco jurídico e historiográfico la dimensión documental del testimonio es realmente pertinente, la elaboración de dispositivos de ficción es necesaria para aprehender y transmitir lo real» (Mesnard 2010: 36). Robert Antelme declaró en su día: «Les histoires que ces types [los supervivientes de los campos] racontent sont toutes vraies. Mais il faut beaucoup d’artifice pour faire passer une parcelle de vérité» (Antelme 1978: 303). Del mismo modo Jorge Semprún destacaba esta relación con el «artificio»: «Raconter bien ça veut dire de façon à être entendus. On n’y parviendra pas sans un peu d’artifice. Suffisamment d’artifice pour que ça devienne de l’art» (Semprún 1994: 165). Max Aub, en boca del personaje Pardiñas, se adhiere igualmente a tal convicción: «Si digo las cosas como son, parece poco […]. Las palabras son tan pobres frente a los sentimientos que hay que recurrir a mil trucos para dar el reflejo de la realidad» (citado por Sicot 2010: 24).
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captaciones, testimonios, memorabilia. Inversamente al proceso creativo que opera en el teatro documento canónico, en este corpus los «hechos», la objetivación, no son un punto de llegada, sino de partida: se parte de los hechos para alcanzar, mediante una transmutación literaria y medial, un objeto artístico, textual y/o espectacular. La escritura concentracionaria teatral reciente, que en otro lugar hemos llamado docu-memento (Amo Sánchez 2017: 391), se va a caracterizar precisamente por transmutar el facto en artefacto. Los materiales testimoniales no aparecen como materia bruta (como pueda hacer el teatro verbatim), ni como meras certificaciones o atestaciones de los hechos. El carácter polimórfico de la verdad ahorra a los dramaturgos planteamientos obsesivos respecto a ella. Si estas obras encaran a menudo de manera bífida la tensión entre los conflictos, imprimiendo cierto maniqueísmo, no siempre generalizado, también resaltan obras como Todos los que quedan o Ligeros de equipaje en las que se problematizan las porosidades entre la condición de víctima y/o victimario, las interacciones entre el bien y el mal, o las emanaciones de una violencia no siempre procedente de los «verdugos». Así, este teatro reciente de temática concentracionaria aboga, gracias en parte a la distancia histórica, por una innegociable libertad dramatúrgica para diversificar los enfoques, asumir las «herencias» o también, como en el caso de Raúl Hernández y Jesús Arbués, cuestionar ciertos ángulos éticos. Esos «trucos» poéticos de lo que habla Aub reelaboran los materiales sin desvirtuar su esencia. En los lenguajes contemporáneos predomina una estética distanciadora, incluso deformante, para plasmar la violencia documentada. Un ejemplo extremo sería el tratamiento dado al personaje Brettmeier en El triángulo azul, trasunto de Georg Bachmayer, Hauptsturmführer del campo de Mauthausen: el trazo grueso, carnavalesco, esperpéntico y expresionista, troca lo histórico en histriónico, al personaje histórico en fantoche escénico, y trata su extrema violencia con diferentes modulaciones expresivas (animalización, satanización, «chaplinización» grotesca, etc.), pero siempre desde el respeto de lo que Philippe Mesnard denomina la esencia histórica. A pesar de que las dos generaciones (plutones y orfeos) trabajen los hechos desde la consciencia de «hacer literatura», una diferencia los
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caracteriza: los escritores de la primera generación, testigos oculares, escriben desde la organicidad de lo vivido. El resultado revela un lenguaje más urgente y desazonado, y una intención política: no se trata de documentar, sino de exigir de la opinión pública internacional una reacción ante la situación de injusticia en la que se encuentran los refugiados, acogidos en campos insalubres, considerados como delincuentes e incluso demonizados por las instancias gubernamentales nacionales (Mesnard 2010; Cate-Arries 2012). Y así rima la historia: los plutones reclaman dignificación, un reconocimiento ante la injusticia vivida; los orfeos, setenta, ochenta años después, responden a este grito ahogado, propio de una memoria impedida, al recuperar voces del pasado y al ofrendar en sus textos un sentido homenaje.
Campos franceses/campos nazis El conjunto del corpus teatral desarrolla los mismos motivos temáticos de la literatura concentracionaria testimonial, ya apuntados por Bernard Sicot: la humillación de la derrota, del éxodo, la exasperación ante el desprecio francés, la indignación y las pésimas condiciones de vida en el campo (Sicot 2010: 17). Aparecen, no obstante, diferencias entre los dos corpus teatrales. Si los plutones escriben para poder desincorporar el trauma y hacen hincapié en la humillación sufrida, los orfeos escriben desde la incorporación del trauma en los personajes, en el lenguaje o en la construcción dramatúrgica para resaltar más si cabe el valor mostrativo, incluso didáctico, de la historia heredada. Los campos franceses aparecen con más frecuencia en las obras de los autores testigos, lo que corresponde a la lógica de la atestación biográfica, pues casi todos ellos transitan por los campos franceses. Max Aub visualiza (o teatraliza fílmicamente)6 en Morir por cerrar los ojos varios espacios de retención, como el estadio Roland Garros
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El gusto de Aub por «grabar flujos de voces» (Cate-Arries 2012: 136) remite sin duda a técnicas de escritura fílmica también presentes en el uso de telones al final
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y el adentro deshumanizante y violento de los barracones del campo de Le Vernet d’Ariège, en el que se sitúa la acción a partir del cuadro segundo del segundo acto. El dramaturgo se explaya sobre la realidad política europea, pero a medida que avanza la obra hallamos una presencia intensificada de los elementos de violencia que caracterizan el campo (el hambre, la sed, la penuria, las alambradas). En uno de los diálogos entre los detenidos en el campo de Le Vernet, Aub denuncia la generalizada confusión entre las categorías (extranjero, refugiado, enemigo) y la importancia de las puntualizaciones políticas: PINTOR (al Profesor, que está su lado.). —¿Se puede comparar esto con los campos alemanes? PROFESOR. —Todos preguntáis lo mismo. Allí éramos todos alemanes, y enemigos los unos de los otros. Esto es peor, porque es imbécil. Nos han encerrado por defender lo que, oficialmente, defiende el gobierno que nos aprehende. Se vengan en nosotros de su incertidumbre, de su falta de fe (Aub 2007: 202-203).
Con la clarividencia que lo caracteriza, Aub anticipa la pérdida e instrumentalización de las balizas ideológicas en una evolución del contexto histórico-político posbélico que dará lugar, sobre todo en España, a una inversión de los ejes éticos, a la persecución de la expresión republicana y a la banalización o denostación de los valores defendidos por ella. Respecto al tratamiento temático de la experiencia concentracionaria en Max Aub, Eloísa Nos Aldás subraya un aspecto de crucial interés:
de cada acto (de los seis que componen esta obra) que recuerdan a los fundidos; o en el empleo dinámico de decorados, espacialidades y atmósferas temporales cambiantes. El propio Aub refiere a su composición con los términos de cuadros/ encuadres: «En veintitrés días de travesía, de Casablanca a Veracruz, en septiembre de 1942, escribí este Campo francés. Había vivido todos sus cuadros —todos sus encuadres—; de ello saqué, en un momento de descorazonamiento, Morir por cerrar los ojos. Si una vez alguien se interesa por ver —al revés de lo que suele suceder— lo que va del cine al teatro, puede comparar» (citado por Venegas Grau, introducción a Aub 2007: 29).
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La experiencia concentracionaria del exilio en el teatro 273 [Aub] nunca relata la salida de los personajes de los campos, sino que es elíptico sobre el tema o nos habla de la muerte de los testigos dentro de las alambradas. Este recurso hace hincapié en cómo los auténticos protagonistas de esta experiencia fueron aquellos que no regresaron, al tiempo que enfatiza la dureza del periodo (Nos Aldás 2002: 65).
El enaltecimiento de los que murieron por defender valores universales y el pudor autobiográfico son tónicas comunes en la mayoría de las obras del corpus de los plutones. Álvaro de Orriols es quien más acentúa la glorificación del exiliado-internado. En su obra Españoles en Francia (escrita hacia 1948, inédita hasta 2008)7, «reportaje escénico en un prólogo y cinco actos divididos en ocho cuadros» (Orriols 2008-2009: 241), subraya la perspectiva ocular de un yo protagonista, casi heroico, que «estuvo y vio». «Melodrama» combinado con «discurso político republicano» (Aznar Soler 2010a: 149), Españoles en Francia transcribe la epopeya del autor y de sus camaradas, la derrota, el internamiento en el campo de Saint-Cyprien y el consecuente largo exilio francés. «El Poeta», trasunto del autor, simboliza al artista politizado; su presencia troncal en la obra es compensada con una extensa galería de personajes emblemas de la lucha democrática contra el embiste fascista en Europa. La obra
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Álvaro de Orriols fue militante del Partido Socialista Obrero Español. Tras pasar por los campos franceses de internamiento, acabó como profesor de español en Itxaso, para los huérfanos de la guerra de España. En agosto de 1940 se instaló en Bayona, donde murió en 1976. De su experiencia del éxodo nació su célebre libro testimonio Las hogueras del Pertús. Diario de la evacuación de Cataluña (traducida en francés —Les Feux du Perthus. Journal de l’exode espagnol— por su nieto Didier Damestoy (París, Privat, 2011). Para profundizar sobre el teatro político y de masas en la Segunda República, del cual Orriols es un máximo exponente, remitimos a los lectores a los trabajos de Antonio Espejo Trenas, en concreto a su tesis doctoral inédita La trayectoria dramática de Álvaro de Orriols: del género chico al teatro de masas (1919-1938) (2016). Desde el GEXEL y el CEDID también se ha rescatado la trayectoria de este autor: véase el homenaje organizado el 3 de marzo de 2016 en la Universitat Autònoma de Barcelona (), así como los trabajos de Manuel Aznar Soler (2008-2009; 2010a).
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también insiste en la necesidad de dignificar al colectivo español republicano exiliado: los personajes actúan contra la humillación colectiva y contra todo tipo de resignación histórica. No escatima Orriols en tonos heroicos y épicos, ya presentes en un grandilocuente prólogo escrito a modo de cantar de gesta, declamado en boca de El Poeta: El furor enemigo les acosa, el canallesco avión les ametralla; Pero ellos siguen caminando siempre, puesta allá en la frontera su esperanza, con rumbo hacia el dolor, hacia el destierro, el Campo, el barracón y la alambrada. Y así se acercan al Pertús las huestes, y así a las puertas de la Francia llaman. Es todo un pueblo que escaló las cumbres, es todo un pueblo que impaciente aguarda. Y es de noche. Hace frío. Las hogueras empiezan a surgir en las montañas (2008-2009: 241).
La alusión a la injusticia, pero también a las hazañas de los exiliados españoles, se intensifica a lo largo de la obra, en la que se describen los días pasados en el campo como «los tiempos heroicos del refugio» (Oriols 2008-2009: 279). De hecho, la acción del Acto primero se sitúa en «el campo-refugio de concentración» (242). Este matiz semántico es coherente con la visión ensalzadora, reparadora, de la imagen maltrecha de «los españoles», que son ante todo para Orriols «refugiados», «raza inmortal» contra el fascismo; una exaltación que cobra vigor en el colectivo exiliado a finales de los cuarenta, cuando las «Naciones democráticas» empiezan a reconocer el régimen de Franco. Cabe significar aquí una temática relacionada con la condición de los refugiados, recurrente en las obras del corpus fundacional pero menos presente en las de los orfeos. Se trata de la imagen que expresan de Francia, ya Marianne (emblema de la libertad, igualdad, fraternidad) ya catin (ramera), un tema que preocupa sobremanera a los autores testigos, la mayoría de ellos en cierto modo en deuda con la parte noble y hospitalaria de aquella Francia que los acoge al final de la Segunda Guerra Mundial:
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La experiencia concentracionaria del exilio en el teatro 275 POETA: […] La vida, a vuestra edad, pide sus derechos. JUAN: Y afortunadamente que la Francia de hoy los reconoce. Que, con la vuelta a la República, se nos ha concedido la personalidad, la carta de trabajo, y el derecho de casarnos libremente: incluso con francesas y franceses. Y le aseguro a usted que esa clase de bodas, que se han puesto de moda, pronto van a contarse por millares. POETA: Es natural que sea así. El exilio se alarga, los niños se hacen hombres y las chiquillas mozas, el contacto constante acaba por borrar diferencias, y, al fin y al cabo, a la hora del amor, la juventud no entiende de fronteras. Y me parece bien. Ya es hora de acabar en nuestra España con esos falsos tópicos creados por una francofobia reaccionaria, alimentada en el recuerdo del ya remoto Dos de mayo o la Batalla de Bailén. La Francia de hoy en día nada tiene que ver con los Borbones, ni con Pepe Botella, ni con Napoleón. La Francia democrática, para los españoles, es la nación hermana. Por eso veo yo en esos casamientos como el tuyo, la lección más hermosa que nos puede brindar la juventud de nuestro exilio […]. JUAN: […] (Se levanta y muestra su hijo al POETA al tiempo de irlo a dejar en la cuna.) Mire: ahí lo tiene usted. Toda su teoría en carne y hueso. Lleva sangre española; lleva sangre francesa. Las dos sangres, mezcladas en sus venas, ya forman una sola, don Eduardo. Unos miles de críos como éste, y, cuando sean hombres, ellos serán los que hagan el milagro de aplastar las montañas pirenaicas (Orriols 2008-2009: 278-279).
Luba Jurgenson (2010: 58) subraya que esta confianza en el futuro, en las futuras generaciones, es elemento paradigmático del corpus español, pues no existe en los textos de la mayoría de los testigos del Gulag, de la Shoah o de los campos alemanes. La visión agradecida y clemente de esa Francia confraternal, también acentuada por Semprún en Gurs: una tragedia europea, solo aparece en una obra del corpus reciente, a saber, Ligeros de equipaje. Crónica de la retirada de Jesús Arbués, estrenada en 20138. Es, de hecho, la
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La obra se estrenó el 27 de septiembre de 2013 en el Espace Robert Hossein de Lourdes, y el 28 de septiembre en el Teatro Salamero de Graus (Huesca), en el marco del proyecto Pirineos en Red. Citaremos por la edición de Producciones Viridiana/Virilibros (Huesca), 2015 [2013]. En 2014 su puesta en escena recibe
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única obra de este corpus centrada explícitamente en el momento de la retirada y en la llegada a los campos franceses. Cita Jesús Arbués el libro de Ian Gibson, Ligero de equipaje: la vida de Antonio Machado, así como el de María Campillo, Allez!, Allez! Escrits del pas de frontera (recopilación de testimonios), de los que reconoce haberse empapado para restituir la atmósfera de la retirada. Destaca asimismo la influencia de dos obras de ficción: Tanguy, de Michel del Castillo, y Campo francés, de Max Aub, lo cual cabe ser subrayado aquí, pues es, junto con José Ramón Fernández, uno de los pocos autores que menciona la influencia de Aub. Del mismo modo, reconoce Arbués en su nota prologal su deuda con José Cubero, hijo de exiliados, quien le ayudó a entender la postura de los franceses: «su contextualización histórica nos hizo comprender que no fueron tan insensibles e inhumanos como muchas veces se les ha hecho aparecer» (Arbués 2015: 7). El nieto y el abuelo son los hilvanes narrativos de la obra, que alterna presente y pasado con un ágil juego de identidades. El proceso de transmisión del abuelo y el de aprendizaje del nieto permiten poner de relieve la tensión entre lo callado, lo escondido, lo formulado. Como lo anota Rosana Murias a propósito de Ligeros de equipaje y de El triángulo azul: «en ambos casos nos encontramos ante unos personajes que se enfrentan a su pasado para que sus descendientes, hijos y nietos, los juzguen y, tal vez, los entiendan y los perdonen» (Murias 2017: 403). El «perdón» es un motivo recurrente en el teatro de los orfeos, casi ausente en el de los plutones: el personaje testigo pide perdón por no
el premio a Mejor espectáculo de sala en la XVII Feria de Teatro de Castilla y León (Ciudad Rodrigo) y es también nominado a la Mejor autoría en la edición de 2015 de los Premios Max. El espectáculo fue dirigido por Jesús Arbués, con los siguientes intérpretes: Javier García y Pedro Rebollo. Escenografía e iluminación: Agustín Pardo. Espacio sonoro: Juanjo Javierre. Vestuario: Laura de la Fuente. Técnico en gira: Agustín Pardo. Distribución: Pilar Royo. Traducción al francés: Estelle Rebollo. La obra acude al Festival Théâtre avec Ñ de Toulouse en 2015 y al Festival Don Quijote de París en octubre de 2016, compartiendo programación con La piedra oscura, de Alberto Conejero, y El triángulo azul, de Laila Ripoll y Mariano Llorente.
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haber sido capaz de hablar, por haber sobrevivido, por haber estado en el bando de los verdugos (el caso de Ricken en El triángulo azul o de El Viejo en Todos los que quedan), o por haber sido humanamente cobarde (el abuelo en Ligeros de equipaje). Los personajes que encarnan a los «herederos» del trauma (suelen ser los nietos) también piden perdón: por no haber sabido preguntar, por no haberse atrevido o preocupado por acceder antes a la verdad del testigo, por haber mirado hacia otro lado. Con todo, este teatro pospone la posibilidad del perdón en la esfera colectiva, en la que la justicia es la exigencia prioritaria. Por otro lado, es importante distinguir la naturaleza de los campos franceses y de los campos nazis. Philippe Mesnard y Luba Jurgenson coinciden en reconocer que en los primeros prevalece la idea de resistencia, mientras que en los segundos solo se expresa el desencanto y la tristeza. Para Luba Jurgenson el personaje-testigo de los campos nazis o del Gulag suele hablar en nombre de los demás (Jurgenson habla de una «delegación póstuma de la palabra») y sostiene que esta característica «no es relevante en el corpus español porque los campos franceses no son utilizados como proyecto político de destrucción de una comunidad, de reeducación o de uso de mano de obra esclava» (Jurgenson 2010: 61). Ahora bien, en las obras postestimoniales ambientadas en los campos nazis, abundan personajes que encarnan con fuerza la resistencia, la dignidad y la lucha. 186 escalones de Rubén Buren o El triángulo azul de Ripoll y Llorente hacen hincapié en la fibra de resistentes de los apátridas españoles, aunque no por ello dejen de subrayar el demoledor límite vital al que son abocados los deportados, aspecto mucho más acentuado en la obra pionera sobre Mauthausen, El convoy de los 927, de Laila Ripoll. Por su parte, Pilar Almansa, quien recupera en la obra Mauthausen. La voz de mi abuelo (2018 inédita) el testimonio de Manuel Díaz, abuelo de Inma González, la actriz que le da vida en la puesta en escena9, subraya la voluntad de transformar un
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Mauthausen. La voz de mi abuelo se estrenó el 4 de noviembre en Nave 73, Madrid, con dirección y dramaturgia de Pilar Almansa. Nuestro encarecido agradecimiento a Inma González y a Pilar Almansa por habernos facilitado el manuscrito y el acceso a la captación de la puesta en escena.
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relato sobrecogedor en un alegato vital que celebre la capacidad del ser humano para no dejar de serlo aún en las circunstancias más extremas: «por encima de todo, Mauthausen. La voz de mi abuelo es un canto a la vida, a la fortaleza del ser humano, a la solidaridad y al humor como una estrategia, literalmente, de supervivencia» (Almansa 2018: 1). Por último, destaca también el tratamiento de la violencia en ambos corpus. Las obras que dramatizan las experiencias concentracionarias de los republicanos españoles en los campos franceses dilatan los motivos referidos a la dureza de la adaptación (condiciones de vida, enfermedades, sumisión), mientras que las obras ubicadas en Mauthausen revierten en el lenguaje verbal y dramatúrgico la violencia con la que el imaginario colectivo identifica a los nazis. No obstante, los temas referidos a la supervivencia gracias a la solidaridad del colectivo también interesan a estos autores. A modo de ejemplo, la anécdota históricamente documentada sobre la revista cómica que los deportados españoles logran crear en las navidades de 1942 («El rajá de Rajaloya»), sirve de base para dar relieve al valor solidario y a la importancia del arte —y de su práctica colectiva— como mecanismo de supervivencia. Rubén Buren y Laila Ripoll integran, desde propuestas muy diferentes, estos planteamientos, utilizando técnicas metateatrales (ya realistas, ya grotesco-esperpénticas) no para oponer el arte a la barbarie, sino para insistir en la importancia de aquel a la hora de resistir, y, sobre todo, para fecundar un lenguaje artístico que nos permita sublimar lo indecible, acercarnos a una infrahumanidad desgraciadamente no vencida.
Poder e impotencia del lenguaje Otro de los aspectos que crean puentes entre el teatro de los testigos y el de los herederos es precisamente su relación con el lenguaje. El segundo término del conocido lema «Imposible decir, prohibido callar», es, sin duda, el que más y mejor define este teatro: prohibido callar, prohibido olvidar.
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De las obras de los autores testigos, merece resaltar en este apartado Las Republicanas, de Teresa Gracia10, no tanto por lo que dice sobre su experiencia de los campos, como por la manera en que lo dice. Al definir el exilio como una vivencia que «no tiene extensión en el tiempo sino profundidad» (Vicente Hernando 1998: 83), Teresa Gracia daba ya la clave de su singular lenguaje, imantado por la poesía, única vía para sondear tal profundidad. Resultan aquí ideales las palabras de Shalamov quien consideraba la poesía como «el lenguaje de las correspondencias universales», única herramienta capaz de transmutar la experiencia de una violencia extrema en algo que bien pudiera definirse como «lo transhumano» (Coquio 2006: 83). Teresa Gracia recurre a su experiencia de niña en los campos franceses, aunque a la dramaturga poeta le importa menos la intensidad factual que la densidad poética del recuerdo. A lo largo de cuatro escenas, la primera sin título y las otras tres bajo las rúbricas «Velorio», «Campo de concentración» y «Metamorfosis» (Gracia 1984), se recrea la «vida» de un grupo de mujeres en un campo de concentración francés, desde el enfoque de María Teresa niña. Pero, para Teresa Gracia, su voz propia queda anegada por todas las voces que sufrieron la historia, las que consiguieron resistir y las que no. El lenguaje poético se impone ante la necesidad de alejarse de la anécdota. La universalización del sujeto se inocula en la concepción misma del personaje coral, las mujeres republicanas, que aparece tanto desde la individualización (Angustias, María Teresa, Marquesa, etc.) como desde la indeterminación (Una mujer, Mujer recién llegada,
10 Teresa Gracia obtiene con Las Republicanas el Premio de Teatro Aguilar en 1978, pero la obra no será editada hasta 1984 gracias a la labor de la editorial valenciana Pre-Textos. Dos años antes, la misma editorial publica Destierro, con prólogo firmado por María Zambrano. Los años noventa serán cruciales para la visibilidad de su obra: escribe la obra inédita La ex-exiliada, estrena Entremés del cajero honrado en busca de amor (Teatro Cervantes de Alcalá de Henares) y publica otras obras dramáticas escritas en los setenta, como Una mañana, una tarde y una vida de la señorita Pura y Casas Viejas (Endymión, 1992) o sus poemarios Meditación de la montaña (ya publicado en 1988 por Pre-Textos) y Manifiesto contra el verso libre y cuarenta y tantos sonetos al soneto (Huerga & Fierro, 1997).
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Otra), consiguiendo que, a pesar de la onomástica, el discurso huya de toda ego-identificación. La carga poética acentúa la sensorialización del espacio: la presencia constante del mar hostil con su bronca sonoridad, su olor a salitre, su voracidad engullidora de almas desesperadas; presencia también voraz de la arena, como trasunto bíblico (el desierto), soporte artístico (material de arte efímero) o espacio de enfermedad (refiere a la «arenitis», estado de decaimiento y malestar en el que caían numerosos refugiados), todos ellos aspectos ampliamente estudiados por Cate-Arries (2012). El lenguaje aparece en esta obra como un fulgor jupiteriano decidido a aplastar la mera historicidad. No es el caso en las demás obras del corpus en las que los lenguajes concilian la tensión entre lo histórico y lo dramatúrgico. En la mayor parte de las obras de nuestro corpus reciente la búsqueda de nuevos lenguajes relega el verbo en pos de una expresividad alternativa, que a menudo pasa por dispositivos de coralidad dialéctica (J’attendrai), por el solapamiento fractal de dimensiones anímicas como la locura, el deseo o la obsesión (Todos los que quedan) o por el uso de la grotesquización empatizadora (El triángulo azul). Los autores orfeos son los que más van a reflexionar en sus creaciones sobre la impotencia del lenguaje para «decir» verbalmente, pero también para «mostrar» teatralmente lo «indecible» (paradoja superada precisamente por el lenguaje literario/teatral). Son, por ello, mucho más interesantes desde el punto de vista dramatúrgico y estético. Las últimas palabras de la obra J’attendrai sintetizan esta doble tensión del teatro concentracionario: por un lado, la obligación de «decir»; por otro, la posibilidad, gracias a la literatura, de que ese rescate no resulte inaudible: YO.— Esta vez sí te gustaría trascender. Que esta obra viviera cien años. Esta y las obras de Laila, de Raúl, las que se escriban, porque habrá más, estás seguro. YO.— Porque eso servirá para algo. Servirá para que un espectador que se emocione con esta pequeña historia de amor busque en los libros. Para que un espectador no se olvide de aquellos locos españoles del triángulo azul.
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La experiencia concentracionaria del exilio en el teatro 281 YO.— Recuerdas el comienzo de la película Sierra de Teruel, de Max Aub y André Malraux. Recuerdas este diálogo. YO.— Es inútil. ¿Qué puedes hacer ya por un muerto? YO.— Darle las gracias (Fernández 2017: 95).
Gratitud, recuerdo y compresión de quienes inspiraron este teatro. José Ramón Fernández se identifica así con una línea de pensamiento desarrollada por Annette Wieviorka, que define el testimonio como un «pacto compasivo» entre el testigo y su interlocutor, un pacto que provoca compasión, pero también indignación (Wieviorka 2013: 179).
Elementos de conclusión En esta abreviada síntesis del teatro concentracionario español hemos tratado de poner el acento en las vinculaciones que se establecen entre los dos corpus teatrales categorizados respectivamente por su naturaleza autoral: el de los dramaturgos testigos (los plutones) y el de los dramaturgos herederos (los orfeos). Sobresale con nitidez una diferenciación en el uso del testimonio: en los orfeos la imposibilidad del «yo estuve allí» es relevada por un ingente material documental que, si bien puede caer en la hipertrofia informativa, suele evitar la computación histórica como garantía suprema de veracidad. Por otro lado, el didactismo, rasgo significante del teatro de la memoria, es un punto de confluencia entre las obras de los autores testigos y las de los herederos, matizado, no obstante, en uno u otro corpus: si en las primeras persiste una voluntad de «edificación moral», un «didactismo militante e idealista» (Sicot 2010: 19), en el corpus reciente el carácter didáctico se subsume a una necesidad explicativa, informativa, que ilumine jalones silenciados de la historia republicana del exilio. La opinión pública internacional, destinataria de las intenciones denunciadoras del primer corpus, se ve ahora relevada por la opinión pública nacional, por una ciudadanía a la que se le debe educar y sensibilizar en el deber de memoria. Sin dogmatismos ni ambiciones redentoras, porque, en este proceso educativo al que contribuye el teatro, no se insta a
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tomar posición, sino antes a dar a conocer las causas y consecuencias de una triste herencia, la de parte de una España peregrina cuya historia empieza en la arena de los campos.
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d’internement (de 1939 à nos jours). Actes du Colloque International «70 años después». Nanterre, 12-14 février 2009. Nanterre: CRIIAEA 369/GREX/Université Paris Ouest Nanterre La Défense, pp. 53-63. Mesnard, Philippe (2010): «Questions exploratoires sur les formes et les modèles», en Bernard Sicot (coord.), La littérature espagnole et les camps français d’internement (de 1939 à nos jours). Actes du Colloque International «70 años después». Nanterre, 12-14 février 2009. Nanterre: CRIIA-EA 369/GREX/Université Paris Ouest Nanterre La Défense, pp. 29-50. Murias, Rosana (2017): «Recuperando la memoria. Dos propuestas: El triángulo azul de Laila Ripoll y Mariano Llorente y Ligeros de equipaje de Jesús Arbués», en José Romera Castillo (ed.), El teatro como documento artístico, histórico y cultural en los inicios del siglo XXI. Madrid: Verbum, pp. 398-407. Nos Aldás, Eloísa (2002): «El testimonio literario de Max Aub sobre los campos de concentración franceses», Laberintos. Revista de Estudios sobre los Exilios Culturales Españoles, 1, pp. 52-67. Semprún, Jorge (1994): L’écriture ou la vie. Paris: Gallimard. Shalamov, Varlam (1993): Tout ou rien. Cahier I. L’écriture. Paris: Verdier. Sicot, Bernard (coord.) (2010): La littérature espagnole et les camps français d’internement (de 1939 à nos jours). Actes du Colloque International «70 años después». Nanterre, 12-14 février 2009. Nanterre: CRIIA-EA 369/GREX/Université Paris Ouest Nanterre La Défense. Vicente Hernando, César de (1998): «Escribir el pasado contra el presente: Las Republicanas», ADE, 64-65, enero-marzo, pp. 82-86. Wieviorka, Annette (2013): L’ère du témoin. Paris: Plon.
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Exponer el yo para la reconstrucción memorial Testimonio y experiencia en el teatro concentracionario español
Alba Saura Clares GEXEL-Universitat Autònoma de Barcelona
Memoria y justicia en los escenarios españoles contemporáneos Como afirma Tzvetan Todorov en su afamado ensayo Los abusos de la memoria: «Los regímenes totalitarios del siglo xx han revelado la existencia de un peligro antes insospechado: la supresión de la memoria» (2017: 13). Se trata de una amenaza aún vigente en disímiles contextos, generando verdaderos enfrentamientos entre la imperiosa necesidad de trabajar por la memoria y el reconocimiento a las víctimas y el deseo de pasar página y dejar correr el velo del olvido. La relación que cada país establece con su memoria es deudora de cómo ha sido la finalización de su horror y el tránsito hacia los estados
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de paz y democratización. En el caso de España, las características de la Transición y los casi cuarenta años de dictadura franquista crearon un conflicto no resuelto estatal y socialmente, aquel que Char Prieto denomina «el Holocausto olvidado del franquismo» (2011: 38) y que diversos agentes vienen reclamando desde el ámbito político, social y académico, con el fin de analizar las políticas de la memoria en España (Aguilar Fernández 2008) para paliar sus deficiencias y recomponer aspectos determinados de las víctimas franquistas, como los asesinados, desaparecidos, exiliados (Aznar Soler y López García 2016) o, como el caso que aquí nos ocupa, los españoles deportados a los campos de concentración en Francia y Alemania (Sánchez Zapatero 2010; Simón 2012). En el campo de la memoria, uno de los pilares esenciales, junto a los agentes políticos, el entramado asociacionista o el ámbito académico, ha sido la labor acometida desde el campo cultural y literario. Fijándonos en España, el teatro ha dado respuesta desde los escenarios a cuestiones que no habían encontrado en el ámbito estatal un merecido reconocimiento, aquellas historias olvidadas en el devenir del tiempo. En este sentido, en el siglo xxi observamos un resurgimiento en el interés desde y para las nuevas generaciones que se ven afectadas por los conflictos aún herederos de la Guerra Civil y el franquismo. Una de esas líneas la ha configurado la dedicación teatral a la historia de los españoles deportados a los campos de concentración nazi, aspecto al que se dedica el excelso trabajo de Antonia Amo Sánchez De Plutón a Orfeo. Los campos de concentración en el teatro español contemporáneo (1944-2015) (2020)1. Estas obras intensifican una tendencia ya iniciada en los noventa, donde no se teme «remover» el pasado; por el contrario, se establece una conciencia de necesidad y deber para
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Según la tesis de Amo Sánchez, en el tratamiento de la historia, las voces literarias se distribuyen entre los denominados orfeos y plutones, según la relación de la persona creadora con lo acontecido. Los plutones como «testigos oculares», desde el trabajo autobiográfico, «son los que volvieron al infierno», mientras que los orfeos «se asomaron a él mediante las diferentes posibilidades que la historiografía y los materiales testimoniales ponen a su alcance más de 75 años después de la “catástrofe”» (Amo Sánchez 2020: 20).
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frenar el olvido, generando una «profunda reflexión metaficcional de las posibilidades y el proceso de reconstrucción de la realidad pasada» (Floeck y García Martínez 2011: 103-104). Este será, entonces, el punto de interés en nuestro estudio: el análisis de esas prácticas meta- y autoficcionales y las estrategias de exposición del yo creador en estas obras como mecanismo de encuentro entre el acto dramatúrgico y el pasado traumático, generándose pasajes que enlazan con expresiones cercanas a los parámetros de las llamadas dramaturgias de lo real. Para ello, hemos seleccionado dos propuestas donde observamos la puesta en funcionamiento de estos mecanismos de forma disímil, pero en nutrido diálogo. En primer lugar, J’attendrai de José Ramón Fernández, escrita en 2014 (publicada en 2017) y subida a los escenarios en Francia en 2015 y en 2020 en España2, la cual ha tenido una importante acogida en el ámbito académico. Por otro lado, nos dedicaremos a Mauthausen. La voz de mi abuelo de Pilar G. Almansa, texto inédito estrenado en 2018 y que continúa de gira en el momento de escritura de este trabajo3. Nos interesa analizar cómo ambos textos presentan una vinculación afectiva directa con el material histórico que implica emocionalmente a los artistas, tanto en el proceso escritural, en el caso de Fernández, como el de su puesta en escena, como en la actriz Inma González en el texto de Almansa. No solo se reconstruye la historia, se trabaja ficcionalmente o se recupera el testimonio de los españoles en Mauthausen, sino que, además, ambas propuestas conectan con el público a través de la conciencia sobre los elementos experienciales, situándonos ante historias que nos interpelan en el presente y que exponen en escena al yo creador y su vínculo con la historia, dirigiéndose desde este posicionamiento a las nuevas generaciones e invitándolas a recomponer la memoria olvidada.
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J’attendrai fue estrenada el 28 de enero de 2015 en el teatro L’Horizon de La Rochelle con dirección de André Delmas. El 2 de diciembre de 2020 se estrenó en Las Naves del Español en Matadero (Madrid) con dirección de Emilio del Valle. Agradecemos a la dramaturga la amable cesión del texto. La obra se estrenó el 4 de noviembre de 2018 en Nave 73 (Madrid). Ha recibido numerosos galardones y ha sido candidata de los Premios Max en 2019 y 2020 (Mejor Dramaturgia Revelación y Mejor Espectáculo Revelación).
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Testimonio, dramaturgia y experiencias de lo real El espacio generado tras la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto nazi, así como los diferentes enfrentamientos bélicos y regímenes autoritarios de Europa a Latinoamérica, supuso un cambio de paradigma y el inicio de un proceso de asimilación, ubicación y desarrollo del trabajo sobre la memoria y la historia de los diferentes países. Este hecho generó un efecto especialmente relevante, aquel que Beatriz Sarlo denominaría como «giro subjetivo»; es decir, una restauración de «la razón del sujeto» donde «la historia oral y el testimonio han devuelto la confianza a esa primera persona que narra su vida (privada, pública, afectiva, política), para conservar el recuerdo o para reparar una identidad lastimada» (Sarlo 2005: 22). Este giro afecta a las propuestas que aquí analizaremos, donde se posiciona por delante de una verdad unívoca el testimonio y la subjetividad: la de los propios protagonistas (como Manuel Díaz en la obra de Almansa) o la que proporciona el viaje por la reconstrucción del relato histórico en Fernández. De esta tendencia crítica señalada por Sarlo pareciera deudora la escena contemporánea, donde el teatro se redescubre en los parámetros y la experimentación con «lo real». Las llamadas dramaturgias de lo real aglutinan disímiles expresiones escénicas cuyo nexo es una revisión de la relación con los hechos y el tratamiento de lo real. No solo se trata de una visión realista sobre la ficción, sino la composición de un discurso que enfatiza la experiencia y la puesta en evidencia de la realidad en sí misma, sin mediación de la ficción. Eliminando o reconfigurando los lazos ficcionales, se busca desde las propias técnicas interpretativas a la puesta en escena, de la representación a la presentación, a una escritura dramática que sitúe al público en una relación directa con lo real, lo subjetivo y lo íntimo. Así, las barreras entre intérprete y personaje se desdibujan, se trabaja con datos de la propia vivencia y se indaga en los recovecos de la materia dramática que surge del proceso creativo o de las vidas cotidianas. Se busca encarecidamente una experiencia que esté «basada en hechos reales», tal y como la sociedad actual de las redes sociales y los
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reality show nos demandan, generando una «espectacularización de la intimidad» (Urraco 2012: 23). Si bien esta tendencia merecería en sí misma toda una investigación y reflexión que aquí no podemos otorgarle, sí podemos señalar cómo bajo el membrete de «dramaturgias de lo real» (Martin 2013) se recogen desde estrategias concretas recurrentes en los escenarios actuales hasta poéticas particulares como el teatro documento, el verbatim, la performance o los biodramas de Vivi Tellas en Argentina, entre otros. Se está reconfigurando el pacto de la convención con el espectador que asiste al espectáculo siendo consciente de que la información utilizada en la escena pertenece a hechos reales que, en su organización y distribución dramática, acogen nuevos significados. En el caso del teatro de la memoria histórica en España, las coordenadas generan otra realidad. Los casi cuarenta años que distan del final de la guerra al fallecimiento de Francisco Franco alejan a muchos testigos de los hechos y la información nos llega, necesariamente, a través del velo de la ficción. En este sentido, en el caso de la memoria histórica en España se precisa el trabajo desde una investigación documental donde a través de la ficción aflore el hecho olvidado. Será lo que Antonia Amo Sánchez denomine como docu-memento, acogiendo bajo este término las prácticas escénicas donde se «reescribe la historia desde la reivindicación de la memoria […]. Un teatro que atestigua, crea memoria y alimenta la transmisión del pasado para mejor edificación del presente» (2017: 389-390); una dramaturgia que «no se ciñe a una exposición herméticamente cerrada en las fuentes documentales» (Rovecchio 2016: 100), sino donde la historia se «subjetiviza e histrioniza» (Amo Sánchez 2017: 390). En el caso de las obras que aquí nos convocan, se establece un trabajo ficcional con los documentos históricos y con el testimonio, a la vez que se resaltan estrategias que evidencian la relación del sujeto creador con los hechos recuperados, expresándose y exponiéndose en la propuesta escénica en la subjetividad y afectividad que lo vinculan a los protagonistas de la historia, como analizaremos a continuación.
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De Miguel a Manuel, memorias de españoles en Mauthausen Testimonio, documento y resignificación Las dos propuestas a las que aquí nos dedicamos recomponen desde la acción dramática la historia de los españoles deportados a Mauthausen. La de Almansa repara el testimonio de Manuel Díaz y compone, desde este relato individual, una propuesta global sobre la historia de tantos españoles en los campos de concentración. En el caso de Fernández, la ficción convoca a Pepe como personaje ficcional para representar la voz y la memoria sobre el horror vivido entre las alambradas. Fijándonos en su composición, J’attendrai nace de la historia personal del autor: el recuerdo de su tío Miguel Barberán, superviviente en Mauthausen. Según relata el propio texto (Fernández 2017: 26) y la información consignada en Bermejo y Checa (2006), llegó preso a Mauthausen el 27 de enero de 1941, con veintiún años. Oriundo de Teruel, del Stalag XI-B Fallingbostel lo condujeron a este campo de concentración, donde sería liberado el 5 de mayo de 1945. Así, a través de la propuesta, Fernández realiza un viaje a su propia historia para enfrentarse al horror y paliar la herida familiar. No obstante, la obra no se adentra en el testimonio personal de Miguel. Precisando más, el autor se reconoce incapaz de recoger dicho testigo de su tío y hacerle revivir el dolor. Como reconoce el dramaturgo: «no contacté con personas, del mismo modo que no le habría preguntado a mi tío, por pudor al recordar aquellos gritos, pero también porque no hablamos con nuestros mayores cuando tenemos veinte años» (Fernández 2019: 491). En el caso de Mauthausen. La voz de mi abuelo, el título ya nos posiciona en la relación familiar de la actriz vinculada a la creación y estreno de la obra, Inma González. La propuesta nace ante el descubrimiento por parte de la intérprete del testimonio de su abuelo, Manuel Díaz, sobre los años en Mauthausen. La aparición de una entrevista realizada por Benito Bermejo y Sandra Checa en 2003, como cita Almansa en acotación inicial, será el germen creador de esta
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propuesta. Según recogen Checa y Bermejo (2006), Manuel Díaz nació el 1 de julio de 1922 en la Línea de la Concepción y fue deportado a Mauthausen el 30 de noviembre de 1940 y trasladado a Gusen el 8 de abril de 1941. Será liberado el 11 de octubre de 1944. En cuanto a la construcción dramática de ambos textos y su relación con los documentos históricos y el testimonio, lo primero que resalta de J’attendrai es su estructura a partir de dos planos4. El primero se relaciona con el plano ficcional, aquel inspirado por la historia de su tío Miguel, pero desarrollado dramáticamente a partir del trabajo documental e histórico5. En este plano asistimos al viaje de Vicent con su abuelo Pepe, un nonagenario republicano, hacia París. En el camino, pernoctarán en el hotel de Claire. A través de los ojos de Pepe recorreremos la historia vivida por muchos republicanos españoles: su lucha en la Guerra Civil, su participación en el ejército francés contra Hitler y su captura y envío al campo de concentración de Mauthausen. En este viaje por la memoria le acompaña y sirve de guía la presencia fantasmagórica de Claude, su compañero fallecido en el campo, quien alienta la rememoración y el sentimiento de culpa que ha atormentado la existencia de Pepe después de Mauthausen y que motiva la pieza: haber sobrevivido y no haber cumplido el último deseo de su amigo antes de morir, consolar a su novia Patricia, exiliada republicana en Francia. Ahora, junto a Claire, la dueña de la estancia y nieta de Patricia, podrá cumplir el cometido y cerrar la herida abierta. El descubrimiento de la verdad y el reconocimiento a las víctimas resultan redentores, en un recorrido similar entre Pepe y el dramaturgo en el trabajo por enfrentarse al horror y vencer lo inefable. El testimonio de este personaje en J’attendrai y de Manuel en La voz de
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A J’attendrai nos pudimos dedicar desde otros parámetros en un artículo comparativo con El campo de Griselda Gambaro (Saura Clares 2016). Así, el título de la propuesta hace referencia a uno de los más estremecedores relatos de Mauthausen: el asesinato del Hans Bonarewitz por su intento de escapada y su paseo en carretilla por el campo de concentración mientras sonaba J’attendrai (en francés «te esperaré») en la afamada versión de Rina Ketty que popularizaría en 1938 ante la separación de los jóvenes enamorados durante la Segunda Guerra Mundial.
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mi abuelo enfrentan una de las problemáticas sobre los supervivientes analizada por Wingeate Pike: «El superviviente italiano Primo Levi presentó, poco antes de suicidarse en 1987, una angustiosa tesis según la cual la mayoría de quienes sobrevivían no eran ni mucho menos los mejores, sino los peores: los egoístas, los violentos, los insensibles» (2003: 70). Pepe carga con esa culpa hasta que cumple con el acto memorial, como representación de la deuda que España tiene con los españoles republicanos. En el caso de Manuel Díaz, el abuelo en la historia de Almansa, su supervivencia se basa en su capacidad para sobreponerse a la tragedia, tomando el cachondeo por bandera, como se recoge en acotación inicial de la obra: «En Mauthausen hubo gente que murió porque no tenía moral. Yo, como estaba todo el día de cachondeo…» (Almansa 2018: 2). Según reconocerá Wingeate Pike en consonancia al abuelo: «Ciertamente, los que luchaban por sobrevivir se sentían menos aislados, y no sentirse solo era la clave de todo. De ahí la vital importancia del sentido de comunidad. Poner al mal tiempo buena cara bien puede ser la suprema virtud humana» (2003: 70). El drama de Fernández, con las notas de humor que caracterizan al estilo de este dramaturgo, se torna en una suerte de comedia amarga en Almansa. En la obra nos encontramos ante un único personaje, el abuelo, interpretado a petición de la dramaturga por un hombre o mujer joven, aspecto en el que nos detendremos con posterioridad. Según señala Almansa, el resto de los personajes que pueblan el recuerdo o componen las imágenes grupales, sin voz asignada, podrán ser recuperados por la figura protagonista o representados coralmente. En la única puesta en escena hasta la fecha, Inma González será la actriz que interprete a su abuelo y a toda la historia. El relato de Almansa recorre el testimonio de Manuel desde un tono cercano y popular. Con su acento gaditano, cargado de quiebres, bromas y el humor que impregna todo su relato, «el Lentejas» va recorriendo la experiencia concentracionaria en todos sus estadios sin eludir los sucesos más trágicos. Desde la subjetividad del recuerdo de Manuel, el monólogo no se construye de forma lineal, sino que alterna los días en Mauthausen con la huida de su ciudad durante la Guerra Civil o el tiempo vivido en Francia, en el campo de refugiados de Argelès, hasta que se aliste en las líneas francesas y sea capturado por el
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ejército nazi y llevado preso a Mauthausen. Junto a él recorreremos la llegada al Stalag; el paso de revista diario en la Apellplatz; la tenebrosa cantera de 186 escalones recorrida en tantos otros relatos; su traslado al aún más macabro campo de Gusen6; las cámaras de gas del castillo de Linz; la relación con los kapos, prisioneros elegidos para mantener el orden, «a la vez víctimas y verdugos» (Wingeate Pike 2003: 122); la dulce etapa final en el «Comando Poshaca»7, con compañeros como Ramón Milà o Francesc Boix y sus afamadas fotografías o los partidos de fútbol que permitían los nazis los domingos, momentos ociosos y liberadores dentro de la tragedia diaria en Mauthausen. La historia de Manuel tiene el privilegio de ser un recuerdo coral, un testimonio compartido. En la puesta en escena, acompañan a su solitario monólogo otras voces representadas simbólicamente a través de zapatos, los que prosiguen a su lado o quienes quedan en el camino. Manuel, desde su relato individual, logra dar voz a quienes la perdieron y repasa los cruentos días de los campos de concentración y el recuerdo de la guerra que, como él afirmará, «es una cosa que sirve para muy poquita cosita» (Almansa 2018: 24). Exponiendo el yo El testimonio de Manuel alcanza un significado más profundo en su escenificación. Es en este aspecto donde observamos que el relato alcanza otro nivel de lectura que enlaza con las prácticas de lo real. En primer lugar, desde la propia producción y difusión del espectáculo encontramos una referencia continua al testimonio que acoge esta propuesta. En el cartel se lee «Basada en un hecho real», acercándonos
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Señala Wingeate Pike: «De los 3846 españoles que llegaron a Gusen en 1941 solo 444 seguían vivos en enero de 1944» (2003: 172). Con él se refiere al acuerdo alcanzado en junio de 1943 entre Bachmayer y Anton Poschacher y que supuso la salvación para los españoles más jóvenes del campo, permitiéndole alquilar a deportados como mano de obra para la cantera, el llamado Kommando Poschacher o Poschacherjugend (Wingeate Pike 2003: 135).
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de una manera más directa al testigo. Además, tanto en la obra como en el programa de mano leemos el deseo de «transmitir el testimonio real de un protagonista de nuestra historia reciente, a partir de los recuerdos grabados directamente por él mismo antes de morir, a los que da vida Inma González, su propia nieta» (Trajín Teatro s.f.: 4). Así, el relato toma forma en la recuperación de González como familiar. La voz de mi abuelo, el subtítulo de la obra, enfatiza el hecho real que une a la actriz con el testimonio y sitúa al espectador ante una verdad incuestionable: el acto de encarnación de la actriz que recuerda a su abuelo poniendo su cuerpo al servicio de la memoria, como altavoz para la historia de Manuel. El espectador que acude a esta representación sabe previamente que las palabras que salen de la boca de la intérprete son especialmente relevantes por el vínculo afectivo de quien las entona con quien fuera testigo del horror. La actriz expone la subjetividad de su afecto y ocupa el cuerpo vulnerable de su abuelo en el campo de concentración para recuperar la tragedia. Además, en un cruce temporal dentro de la ficción, el personaje del abuelo llega a aludir directamente al vínculo con Inma, a través de la voz de esta, en una bella conexión intergeneracional: «Si no llego a ir yo a la guerra, yo no hubiera tenido los 6 hijos, ni los 11 nietos tan estupendos que tengo, una vietnamita, […] otro alpinista […], otra que hace teatro o algo de eso, yo no me entero muy bien» (Almansa 2018: 28). Incluso en la puesta en escena el guiño es más evidente cuando en boca de Inma escuchamos: «Una nieta, la Inma, se dedica al teatro, que yo he ido a verla actuar y todo»8. El personaje no es solo Manuel, sino que vuelve a escena en su vínculo con Inma: es el abuelo. El abuelo que nos habla, que nos cuenta por vez primera su historia, que nos enternece al salvarse del hambre a base de lentejas crudas, eludiendo entre la cantera y el fútbol a la muerte. La interpretación se impregna del humor del abuelo, se establece en un código realista que busca el intimismo y la cercanía con el público, tanto propuesto en la dramaturgia como perceptible en la
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La referencia puede encontrarse en el tráiler de la propuesta, entre el minuto 2:45 y 2:49 (Trajín Teatro 2018).
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interpretación. Su estreno en Nave 73, una afamada sala del circuito independiente de Madrid, intensifica la cercanía de los asistentes y su implicación con el relato. Si nos fijamos entonces en el texto de José Ramón Fernández, el Yo cobra una especial relevancia mostrándose como el personaje soberano del segundo plano y que da cuenta del proceso de escritura del texto, en un diálogo interno donde el autor se interroga a sí mismo, jugando con el uso de la segunda persona. Es la voz del escritor enfrentándose al infierno, a sus demonios, al proceso de búsqueda, al miedo que silenciaba su deseo dramatúrgico por rendir homenaje a su tío Miguel; a su vez, este plano ahonda en la memoria histórica, en quienes dejaron testimonio o recuperaron lo ocurrido en los campos de concentración. Es en ese Yo donde la propuesta acoge una visión sumamente innovadora y el relato histórico dialoga con un plano real, permitiéndonos realizar el viaje documental e historiográfico del dramaturgo: «Esta no es la historia de mi tío porque yo no conozco la historia de mi tío. Esta es una historia sobre los vivos y los muertos, que sigo sin saber cómo escribir» (Fernández 2017: 28). Este plano enfatiza la relación personal del escritor con los hechos, su vinculación sensible, la de la relación familiar, y desde los parámetros de lo real recibimos la historia como una nueva experiencia donde el relato no nos llega marcado por el velo del tiempo, sino que se nos muestra como una problemática del presente, aquella que atormenta al dramaturgo. En palabras de Alison Guzmán, un trabajo anclado en la «metapostmemoria», al recrear «un autoanálisis perspicaz de sus memorias individuales y colectivas y de cómo estas han incidido en los motivos y dificultades experimentados» (Guzmán 2019: 605). Esta figura sirve como herramienta «para que el auditorio crea que los acontecimientos reproducidos en escena surgen, no solo de la voluntad creadora del autor, sino también de elementos de la realidad […] en los cuales el personaje Yo está implicado porque de alguna manera así lo exige su intrínseca vinculación con el dramaturgo de carne y hueso» (Trecca 2016: 86). No obstante, este personaje autorreferencial propone una exaltación polifónica, de ahí que la propuesta de Fernández promueva su interpretación de forma coral por parte de quienes interpretan a los cinco personajes o de otras voces, pues,
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como señala también Trecca, de esta forma el dramaturgo «se ofrece a la comunidad en un acto de multiplicación de su propia identidad» (2019a: 246) y «cobra una dimensión colectiva que trasciende el “pacto” autobiográfico» (Amo Sánchez 2019b: 621). No resulta casual este deseo por convertir la vivencia personal en deriva polifónica si pensamos que Fernández denomina a este plano como el Stasimo, lo que remite al momento de la tragedia griega clásica donde el coro comenta la acción y sus efectos en la sociedad9. De esta forma, esos Stasimos intercalados evidencian los enfrentamientos internos de la voz dramática ante la expresión del horror, pero también interroga a cada espectador sobre su transmisión, recepción y trabajo por la memoria. Como expresó Irène Sadowska-Guillon tras el estreno en Francia de la propuesta, este espacio ahonda en la pregunta: «¿Cómo decir, expresar lo indecible, lo humano e inhumano del horror de la guerra? En J’attendrai saca el tono poético y la compañía un lenguaje escénico pluridisciplinar para resentirnos, entender la substancia indecible» (2016: s.p.). A lo largo de las intervenciones del Stasimo, José Ramón Fernández realizará a su vez un interesante compendio poético de las voces que desde la literatura se han atrevido a testimoniar o recuperar la voz de los presos en campos de concentración. Esta cartografía memorial retomará el testimonio de Aub, Primo Levi, Antelme o Semprún, los trabajos de investigación (Maeso, Constante, Prisciliano García…) o el teatro que se ha atrevido a alzar la voz sobre el horror (Liddell, Kantor, Alonso de Santos, Hernández, Ripoll…). A través del Stasimo, el dramaturgo se expone en la voz del Yo y compone un manifiesto sobre la necesidad: la de enfrentarse al horror, la de decidirse a escribir, la de atreverse a aportar un necesario reconocimiento a las víctimas, en este caso sobre los escenarios. Por eso afirmará: «Una historia que no interesa a nadie, que no es lo que la gente quiere oír. Pero sabes que si hay algo que vale la pena que
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Como señala Amo Sánchez, «con este personaje el dramaturgo también rinde homenaje a la obra de Pasolini Calderón al emular los stásimos o cantos del coro de la tragedia clásica que se intercalan para comentar la acción» (2020: 171).
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escribas, es esta historia» (Fernández 2017: 97). Esta evidencia del yo desde su vulnerabilidad y sus miedos está cargada de ternura, como reconoce Antonia Amo, en la cual «el autor enguata la memoria» e «intensifica las sensorialidades subjetivas», en «un amarre temporal sabiamente anclado en el hic et nunc del espectador» (Amo Sánchez 2020: 390 y 391). Fernández queda al descubierto en la composición de la propuesta, se expone desde su fragilidad dentro de la obra, evidencia su vinculación afectiva con la temática y ancla así en otra vía receptiva el hecho real que acompaña a la ficción. A las nuevas generaciones como público Existe otro elemento que, desde nuestro punto de vista, enlaza ambas propuestas: la focalización en el receptor. No solo al establecer una figura modelo capaz de llevar a cabo el acto expectatorial, siguiendo la terminología de Dubatti (2007), sino que evidencia el deseo de revisión de la historia por parte de la sociedad actual y las nuevas generaciones. Como señala Antonia Amo Sánchez, será a partir de los años noventa, extensible hasta nuestros días, cuando se produzca un cambio de paradigma en el teatro de la memoria al tomar el relevo «la llamada generación de los nietos, que, aliviada del miedo y del peso traumático de la experiencia, parece como depositaria de un legado soterrado y garante de su transmisión» (Amo Sánchez 2014: 45). Los dos trabajos que aquí valoramos se relacionan con lo que la crítica ha denominado como «posmemoria», la cual, como señala Álvarez Solís, conforma «un paradigma crítico que desvela los traumas no tematizados por una sociedad» (2015: 43). Al respecto, mencionábamos cómo Alison Guzmán aludía a un paso más allá en el personaje del Yo en J’attendrai, en lo que ella denomina como «metapostmemoria», pues «el personaje autoficticio Yo describe en detalle —y repetidamente— las secuelas que el trauma de su tío ha tenido en su propia persona» (Guzmán 2019: 214). Además, como observa, se detalla minuciosamente cómo ha sido el proceso escritural y cómo ha eludido el testimonio directo de Miguel por la dificultad que le provocaba,
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acogiendo el material histórico para su trabajo pues, «como en toda autoficción, lo importante no es, en realidad, desgranar los hechos de la ficción, sino mirar la obra como una fusión de ambos» (Guzmán 2019: 214), que en J’attendrai entronca con el tono poético y la delicada escritura de Fernández, resaltando «la emotividad, la ternura y el amor» (Guzmán 2019: 214) y el cuidado, añadiríamos, por la memoria de los combatientes. No obstante, Amo Sánchez valora cómo con relación al teatro español la categoría de la posmemoria debería ser considerada en las negligencias constatadas en el reconocimiento a las víctimas. Por ello, frente al silencio, la nueva generación afronta «una fase de recuperación testimonial (en gran medida protagonizada por los nietos), indispensable para constituir una dinámica de herencia» (Amo Sánchez 2020: 47). Es «la generación postestimonial la que “invita” al testimonio […]; son legatarios, pero también actores de la transmisión» (Amo Sánchez 2020: 48). Así lo observamos en el deseo que muestran Fernández y Almansa por transmitir a las nuevas generaciones, los nietos y bisnietos de los protagonistas, la historia olvidada. No se trata solo, por tanto, de una revisión del pasado y las implicancias e interrogantes que genera hacia los individuos en el presente, sino que también compone un estadio previo de reconocimiento y memoria. En este sentido, resulta determinante que la propuesta de Almansa en la producción de Trajín Teatro se conciba también como un espectáculo para realizar en representaciones para institutos, con adolescentes entre 12 y 18 años como público modelo. El dossier remite al deseo de que «los jóvenes conozcan y asimilen al mismo tiempo los horrores de nuestra historia contemporánea y el heroísmo de una generación que aún hoy nos sobrecoge» (Trajín Teatro s.f.: 5). Tanto en la escritura de Almansa como en el trabajo interpretativo de González hallamos un deseo por ofrecer una propuesta disímil que, desde la mirada cómica y el tono cercano y distendido, provoque nuevas emociones y elimine el hartazgo que puede producir una historia que no consiga interpelar emocionalmente. Además, se logra una suerte de empatía al ubicar el relato en la rememoración; así, el protagonista nos habla desde sus veinte años, fomentando el carácter juvenil y distendido de su discurso como medio para enfrentarse a la tragedia.
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También en la propuesta de Fernández uno de los elementos clave es el encuentro entre Pepe y su nieto Vicent, quienes dialogarán por vez primera sobre el pasado, sobre la Segunda Guerra Mundial, los deportados o el exilio tras la Guerra Civil. Vicent, junto a la figura de Claire, la nieta de Patricia, se configuran, según Amo, como «los elegidos para alimentar el fuego de una herencia salvada in extremis de las piras de un silencio irreversible» (Amo Sánchez 2019: 514), representantes de toda una generación. Como expresábamos en un artículo anterior (Saura Clares 2016: 198), la mirada del espectador se posiciona en este plano junto a Vicent, como la generación de los nietos y bisnietos de la Guerra Civil, en los cuales Fernández confía para continuar con el recuerdo y en quienes halla el impulso para escribir su obra, con el fin de que siga siendo «leída dentro de veinte años, cuando yo ya esté muerto, cuando los hijos de esos españoles de Mauthausen sean ancianos o hayan dejado de existir» (Fernández 2016: 94-95). Como escribía Fernández con motivo de un congreso celebrado en Roma, uniendo en su testimonio a las dos obras, en su siempre profundo y poético tono evocador: «Se acaban los testigos, es el turno de la literatura. Mientras escribo estas líneas, saboreo las emociones de ayer, como espectador de Mauthausen, la voz de mi abuelo, un formidable trabajo de la actriz Inma González» (Fernández 2019: 494). Señalaba Elizabeth Jelin que una de las claves memorialísticas es el énfasis puesto en «la preocupación por el legado y por la transmisión a las nuevas generaciones, lo que podríamos llamar la dimensión “pedagógica” de la memoria» (Jelin 2014: 226). Así la entienden Fernández y Almansa-González. La memoria desde una necesidad pedagógica, desde el necesario encuentro del pasado con las generaciones presentes y futuras. Como se lamenta Pepe en J’attendrai: «Era nuestra obligación. Hablar para que no se olvidaran de los muertos. Pero yo no he podido. No puedo. […] Son cosas que la gente no quiere oír» (Fernández 2014: 31). A esto Manuel le contestaría en Mauthausen. La voz de mi abuelo sabiéndose portador de una obligación con sus compañeros y hacia el futuro: «Yo me salvé en Mauthausen porque tuve suerte, porque aguanté y porque lo que allí hicieron alguien lo tenía que contar» (Almansa 2018: 32).
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Como hemos observado a lo largo de estas páginas, son diversas las vías estéticas que nos acercan a la experiencia concentracionaria sobre los escenarios. Desde el testimonio directo que ofreció la primera generación hasta la revisión que se está llevando a cabo en el teatro actual. En las dos obras motivo de nuestro estudio, a partir de estrategias estéticas disímiles, nos acercamos a la historia desde una mirada que combina la documentación con la exposición de los propios artistas y su conciencia subjetiva para recomponer el testimonio y el legado en un diálogo real con sus propias historias, no ajeno o alejado en el tiempo, sino interrogante y evocador desde el presente. De la ficción redentora de la historia de Pepe y las reflexiones del Yo, que nos acercan al proceso creador y vital de Fernández, al testimonio y el cachondeo de Manuel que recupera Almansa e interpreta su nieta, Inma González, estas propuestas se dirigen a las nuevas generaciones para cumplir con el necesario acto de rememoración comunitaria que el teatro convoca, para dar justo reconocimiento a los españoles deportados en Mauthausen.
Obras citadas Aguilar Fernández, Paloma (2008): Políticas de la memoria y memorias de la política. Madrid: Alianza. Álvarez Solís, Ángel Octavio (2015): «La posmemoria en México. De la experiencia postraumática a la experiencia postaurática», en David Soto Carrasco, José Neftalí Nicolás García y Francisco Manuel García Costa (eds.), Memorias iberoamericanas: historia, política y derecho. Pamplona: Thomson Reuters Aranzadi, pp. 41-66. Almansa, Pilar (2018): Mauthausen. La voz de mi abuelo. Texto inédito cedido por la autora. Amo Sánchez, Antonia (2014): «Dramaturgias de lo imprescriptible: un teatro para la recuperación de la memoria histórica en España (1990-2010)», Anales de Literatura Española Contemporánea, 39.2, pp. 39-67. — (2017): «El teatro como docu-memento: conexiones y paradojas entre materiales históricos y ficción teatral en El triángulo azul
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Alba Saura Clares
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Adan Kovacsics
En el presente, quien gestiona los derechos de la obra de Imre Kertész, premio Nobel de literatura 2002, y se ocupa de parte de su legado es una fundación vinculada con el actual gobierno húngaro, Fundación para la Investigación de la Historia y la Sociedad de Europa Central y del Este, de la cual depende el llamado Instituto Imre Kertész creado en enero de 2017. El escritor falleció el 31 de marzo de 2016 tras una larga enfermedad. En ese momento, los derechos pasaron a su viuda Magda quien, sin embargo, murió pocos meses después. La cesión a la Fundación se produjo diez días antes de la muerte de la viuda, cuando ella se encontraba ya en un estado terminal, con todo lo que implica. En esa situación firmó ella el 30 de agosto de 2016 en el hospital el documento en virtud del cual transfería los derechos y desheredaba de facto a su único hijo —fruto de su anterior matrimonio—, quien en principio parecía destinado a encargarse de ellos. Es realmente un episodio terrorífico, uno más en la tantas veces turbia historia de las herencias y legados de escritores y pensadores. Fue una «decisión» que no tuvo nada que ver con cuanto se había hablado en años y meses anteriores, es decir, nada con aquello de lo cual yo mismo como amigo de Imre y de Magda —y no solo yo— fui testigo. En todo caso, resulta
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revelador e ilustrativo que unos años antes el propio Kertész depositara sus manuscritos, los de sus novelas, los de sus diarios, etcétera, en Berlín, en el archivo de la Akademie der Künste (Academia de las Artes). En la actualidad, ese material sigue allí. El gesto, aprobado por su esposa, suponía precisamente alejar de Hungría el cuidado de su obra, pues él desconfiaba al respecto de su país. Lo cierto es que resulta cuando menos llamativo que una Fundación ligada al actual gobierno nacionalista húngaro, procediendo de manera oscura, prácticamente clandestina, se hiciera con los derechos de autor, asumiera la difusión del legado e incluso se quedara con los objetos personales y la biblioteca del escritor cuando él había sido tan, tan crítico con su país, con el humus nacionalista de este, con la incapacidad de la nación húngara de afrontar y asumir realmente su pasado, su implicación concreta en la deportación masiva de sus ciudadanos de origen judío a los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial. Podríamos pasar días enteros citando pasajes de sus libros que se refieren justamente a eso, a la no asunción por parte de Hungría de su responsabilidad o a la no pertenencia de un sector importante de la intelectualidad húngara al mundo espiritual occidental al que Kertész se sentía profundamente vinculado. Lo lógico es pensar que la intención inherente a esa apropiación por parte de la Fundación de la obra del escritor fuera la de neutralizar y desactivar el potencial crítico de sus escritos y al mismo tiempo —misión ciertamente difícil o, más bien, imposible— tratar de encajarlos de algún modo en el ideario nacional. Para ilustrar la postura crítica de Imre Kertész respecto a su país me limitaré a citar algunos párrafos de una obra, A néző [El espectador], que todavía no se ha publicado en castellano y que he traducido hace poco: Puede que algún día se llegue a la conclusión de que mi existencia y todo cuanto hago y pienso resultan ajenos, dañinos y «degenerados» desde el punto de vista de la nación húngara, al menos de la nación entendida en un sentido estrecho […] tal como quieren concebirla los chovinistas, es decir, desde el punto de vista de la nación condenada por ella misma a desaparecer. Me da vueltas en la cabeza el consejo de Toynbee: «La judeidad debe enriquecer la cultura occidental». ¿Y si la cultura húngara no
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quiere formar parte de la occidental? A través de las traducciones he de salvar mi obra para quienes saben y quieren «aprovecharla», para quienes son capaces de disfrutarla y para quienes esa cosecha les significa verdaderos frutos. ¿Seré al final un escritor occidental que reside «provisionalmente» en Budapest? Una perspectiva deprimente (Kertész 2016b: 49)1.
Y he aquí otra cita: Hace unos días en [la ciudad húngara de] Miskolc. Una mujer culta y sensible interpretó mi Kaddish para los oyentes. Sin embargo, en su exégesis no figuraba el hecho de que el narrador había estado en Auschwitz. Y esto no se debía al pudor de la exégeta, sino simplemente a su cultura: esa mujer inteligente, intelectual, de unos treinta años de edad, sencillamente no sabía lo que significa Auschwitz en la mitología europea (por no mencionar la realidad), no tenía claro qué ideas asocia la civilización actual con ese concepto. Cuarenta años de infamia de los Rákosi y Kádár y luego el espíritu de restauración no menos infame de los últimos tres años simplemente expulsaron el Holocausto de la conciencia general de la intelectualidad húngara, por no mencionar el sentimiento de responsabilidad histórica y la elaboración y asunción del trauma ético. No tienen ni idea de qué hablan cuando se refieren a Europa y a la cultura europea: toda la materia de la cultura europea, desde Sócrates hasta Kafka, desde Santo Tomás de Aquino hasta Heidegger no vale nada sin la sombra del humo del Holocausto, porque es esta sombra la que mantiene con vida… ¿qué? Digamos, para ser breves, la Ley. Quienes quieren devolver la autoestima a la nación justificando sus estupideces o sus crímenes sólo cometen más estupideces y más crímenes. —No olvides nunca que aquí a los diez años te excluyeron de la escuela, es decir, te obligaron a ir a una «clase para judíos»; que en las prácticas de la organización paramilitar juvenil Levente se designaba a estudiantes «arios» como «jefes de tropa», los cuales atormentaban a discreción a los niños que llevaban el brazalete amarillo; aquí, en el instituto de la calle Barcsay, se formaba a niños de dieciséis años de edad para ser asesinos y a niños de catorce o quince para ser asesinados. No olvides que por esta ciudad te fueron empujando a patadas, que en una tarde luminosa no apareció ni una sola mano dispuesta
1
Con posterioridad a la escritura de este trabajo, la obra ha sido publicada con el título de El espectador. Apuntes (1991-2001) (Kertész 2021) [Nota del Ed.].
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a ayudar, no se levantó ni una sola voz en las calles atestadas de gente; autoridades húngaras mandaron coser el sello sobre tu pecho, autoridades húngaras te entregaron a una potencia extranjera, te despojaron de tu ciudadanía con el objeto de que una potencia extranjera —la Alemania nazi— te asesinara (Kertész 2016b: 54-56).
Ciertamente, una vez terminada la Primera Guerra Mundial e instaurado en 1920 el régimen autoritario de Miklós Horthy en Hungría, se promulgaron varias leyes que reducían la presencia judía en la universidad, en la economía y en la vida pública. La ley de numerus clausus de ese mismo año limitaba el número de estudiantes judíos en las universidades a un porcentaje equivalente al de judíos en la población en general; los consideraba además —esto es importante— una nacionalidad o raza y consolidaba oficialmente la lógica de «nosotros» y «ellos». Más tarde, en 1938, se elaboró una ley que limitaba a un veinte por ciento su número en determinados puestos en empresas comerciales, bancarias e industriales. En 1939 otra norma reducía ese porcentaje al seis por ciento, y prohibía la presencia de judíos en la enseñanza pública y en la justicia, y la limitaba asimismo en el ámbito del teatro y de los medios. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Hungría se alineó con el Eje, es decir, con Alemania e Italia. Lo hizo por afinidad política, pero también por interés, con el objetivo de recuperar territorios que había perdido a raíz del Tratado de Trianón una vez concluida la Gran Guerra. En ese periodo se promulgaron más leyes y normas restrictivas para la población judía (clases separadas en las escuelas, «servicio de trabajo» para los varones en edad militar, prohibición de los matrimonios mixtos, entre otras). En 1944, viendo cómo evolucionaba la situación bélica, el gobierno húngaro dio algunos pasos con el propósito de llegar a un acuerdo con las potencias aliadas. Para evitarlo, Alemania decidió entonces ocupar Hungría. Cuando las tropas alemanas entraron en el país en marzo de aquel año, encontraron un terreno abonado, el antisemitismo asentado en la ideología oficial, en la legislación, en la administración y en importantes sectores de la población. De ahí que políticos, funcionarios y segmentos de la ciudadanía colaboraran luego de manera activa y directa en el procedimiento que se puso en marcha, la deportación
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de los judíos húngaros a los campos de exterminio. En esos meses de 1944 cientos de miles fueron enviados a la muerte en una operación sistemática dirigida por Adolf Eichmann. Así fue a parar un adolescente llamado Imre Kertész, como tantos otros compatriotas, a Auschwitz, desde donde fue trasladado a Buchenwald. Kertész había nacido en 1929 en el seno de una familia judía asimilada. Su padre murió en marzo de 1945, asesinado cerca de la frontera con Austria durante una marcha forzada de un grupo de judíos hacia occidente. A su regreso, Imre Kertész acabó el bachillerato, empezó a trabajar como periodista, hizo el servicio militar, conoció a la que sería su primera mujer, Albina Vas, nueve años mayor que él, se dedicó a escribir comedias musicales, y, mientras tanto, después de algunos intentos infructuosos, comenzó a escribir su novela Sin destino, en la que trabajaría durante catorce años. Fue la primera piedra de una obra compuesta por una serie de novelas (Sin destino, Fiasco, Kaddish por el hijo no nacido, Liquidación), relatos (Bandera inglesa, Expediente, Relato policíaco, El buscador de huellas), apuntes (Diario de la galera, Yo otro, El espectador, La última posada) y también ensayos (Un instante de silencio en el paredón, La lengua exiliada). Imre Kertész es uno de los autores en cuya escritura comparece de forma insistente el acontecimiento central del siglo xx que llamamos Auschwitz, Shoah, Holocausto, esto es, la operación de exterminio de la población judía europea por el nacionalsocialismo durante la Segunda Guerra Mundial. Es uno de los escritores que trata ese hecho de una manera radical, sin concesiones. Se siente por tanto emparentado con quienes lo reflejaron del mismo modo, es decir, radicalmente: con Tadeusz Borowski, con Paul Celan, con Jean Améry. No busca complacer, no busca los caminos trillados. No transige, no olvida, no apacigua, no suaviza. En un apunte del Diario de la galera señala en referencia a Sin destino: «Quien resuelve literariamente con un triunfo —esto es, con “éxito”— la materia de los campos de concentración miente y engaña con toda seguridad; así has de escribir tu novela» (Kertész 2004: 30). Sin destino se publicó en 1975 y pasó prácticamente desapercibido. Quizá porque su contenido era difícil de asumir, porque era una «una bofetada al lector superficial», como señaló un crítico, uno de
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los primeros en encomiar la novela (Spiró 2008: 24). Pensemos en su elaboradísima ironía, que viene dada por la circunstancia de que el lector conoce el camino que espera a un muchacho judío húngaro detenido en 1944 por la policía en las afueras de Budapest y llevado a un campo de internamiento cercano a la capital. En cambio, ese muchacho —al principio el ingenuo protagonista de la obra— no sabe adónde irá a parar. Por tanto, leemos frases como las siguientes, cuando se encuentra a punto de ser deportado con otros, sin que él nada sepa, a Auschwitz: Sobre los alemanes había también diversas opiniones. Muchos afirmaban, preferentemente las personas de mayor edad y con experiencia, que, independientemente de lo que pensaran sobre los judíos, los alemanes eran en el fondo —como todos sabíamos— gente limpia, honrada, amante del orden, la puntualidad y el trabajo, y que apreciaban estas mismas cualidades en los demás. A grandes rasgos eso era lo que yo también pensaba, y estaba seguro de que me sería útil lo poco que había aprendido de su idioma en el colegio. Principalmente esperaba encontrar en el trabajo una vida nueva, ordenada y ocupada, experiencias nuevas y algo de diversión; una vida más agradable y placentera que la que había tenido hasta entonces (Kertész 2000: 70).
O está, por ejemplo, la escena en el tren de transporte de ganado en el que lo trasladan. Allí consigue acercarse finalmente al ventanuco, desde donde ve un edificio que parece una estación ferroviaria: En la niebla matinal, el edificio iba cobrando una forma cada vez más definida delante de mis ojos, su color se iba transformando de gris a violeta, y las ventanas se iluminaron de repente con los primeros rayos de la luz roja del sol. Otros también vieron el edificio, y yo se lo conté a los que estaban alrededor. Me preguntaron si veía el nombre de alguna localidad. Y sí, lo vi: eran dos palabras que a la luz del sol se distinguían perfectamente; el cartel colgaba del lado más estrecho del edificio, debajo del techo, justo enfrente de nuestro vagón: «Auschwitz-Birkenau», eso leí, estaba escrito con las típicas letras alemanas, altas y onduladas (Kertész 2000: 80-81).
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Recordemos también el célebre final de la novela. El personaje central, el adolescente Gyuri Köves, regresa a Budapest tras su paso por los campos de concentración y exterminio y se topa con la incomprensión: su lenguaje no es el mismo, sus sentimientos no son los mismos, sus sensaciones no son las mismas que los de las personas que han permanecido en la ciudad. Los tópicos con los que lo reciben no guardan relación alguna con su experiencia. Él insiste en que sus palabras la reflejen, insiste, además, para asombro y horror de quienes lo escuchan, en que él mismo había dado pasos que estuvieron a punto de llevarlo a la cámara de gas: Les pregunté qué habían hecho ellos durante aquellos «tiempos difíciles». «Pues… vivir», dijo uno. «Intentar sobrevivir», dijo el otro. Claro, observé, habían dado un paso tras otro. Ellos quisieron saber qué significaba eso de los pasos y yo les conté cómo se hacía eso en Auschwitz. Había que calcular más o menos […] unas tres mil personas por tren. […] había que calcular un segundo o, como máximo, dos para cada examen de aptitud. Entonces, para los que nos encontrábamos hacia la mitad, como yo, había que calcular una espera de diez o veinte minutos hasta llegar al punto donde se decidía si íbamos al gas enseguida o nos quedaba de momento cierta posibilidad de seguir con vida. Entretanto, la cola se movía, avanzaba sin parar, todos íbamos dando pasos, más grandes o más pequeños, dependiendo de la velocidad del procedimiento. Se produjo un corto silencio, interrumpido por un solo sonido: la señora Fleischmann me retiró el plato y se lo llevó a la cocina y ya no volvió a donde estábamos. Los dos viejos me preguntaron que «a qué venía eso, qué quería decir con eso». Les dije que nada en especial, simplemente que las cosas «llegaban», pero que nosotros también avanzábamos (Kertész 2000: 232-233).
Es decir, Kertész recalca, y esa es la perspectiva existencial, iluminadora e implacable de Sin destino y de su obra en general, en que el individuo contribuye de manera decisiva a su propia destrucción. Y la novela concluye —he ahí otra bofetada al lector superficial— con algo siempre muy presente en Kertész, con la felicidad: Incluso allá, al lado de las chimeneas había habido, entre las torturas, en los intervalos de las torturas algo que se parecía a la felicidad. Todos me
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preguntaban por las calamidades, por los «horrores», cuando para mí ésa había sido la experiencia que más recordaba. Claro, de eso, de la felicidad en los campos de concentración debería hablarles la próxima vez que me pregunten. Si me preguntan. Y si todavía me acuerdo (Kertész 2000: 238).
Son las últimas frases de la novela. En la severa concepción existencial de Kertész, uno mismo es parte de la maquinaria totalitaria. En Fiasco, el narrador se define como «un miembro moderadamente aplicado y no siempre intachable de la conspiración tácita dirigida contra mi vida» (Kertész 2003: 94). La misma frase aparece en Kaddish por el hijo no nacido, que también concluye de una manera radical. El narrador llega a la conclusión de que no quiere tener un hijo, no quiere ser padre, no quiere investirse de autoridad paterna, porque padre y Auschwitz son para él lo mismo o, dicho de otro modo, porque fue la autoridad paterna, en un sentido concreto y en un sentido lato, la que lo preparó para ir a parar allí. Kertész se pregunta: ¿qué había en nosotros para que a algunos nos llevara a ser asesinados y a otros a convertirse en asesinos? Había un orden, había un ordenamiento, había un Padre que Kertész encuentra ya en su educación, en su formación, en su escuela. Auschwitz, dije a mi mujer, me pareció más tarde una mera exacerbación de las mismas virtudes para las cuales me educaron desde la infancia. Sí, allí, en mi infancia, con mi educación, empezó mi imperdonable quebrantamiento, mi supervivencia jamás sobrevivida, dije a mi mujer. Era un miembro moderadamente aplicado y no siempre intachable de la conspiración tácita dirigida contra mi vida, le dije. Auschwitz, dije a mi mujer, se me presenta en la imagen del padre, sí, las palabras padre y Auschwitz producen en mí las mismas resonancias, le dije. Y si es cierta la afirmación de que Dios es un padre encumbrado, entonces Dios se me manifestó en la imagen de Auschwitz, dije a mi mujer (Kertész 2001: 137).
En lo que llamo el legado espiritual de Imre Kertész me gustaría destacar tres elementos sustanciales. Uno, la decisión por el arte, por la literatura.
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Sin destino se basa sin duda en la materia de la memoria, pero responde a leyes novelísticas, no memorialistas. La literatura, y más concretamente su relación con el lenguaje, permite alejarse de los términos preestablecidos y ocultadores y palpar lo vivido con absoluta radicalidad y sin la intromisión de un Yo dominante y colectivo que fija el territorio de las palabras. De ahí también el peculiar estilo de la novela. Está escrita desde un punto (temporal, físico, psíquico, espiritual) en el que no se han impuesto todavía las grandes y vacuas palabras. Ni una sílaba se pronuncia que no haya pasado por el tamiz de la experiencia inmediata. Se trata de ir tanteando paso a paso la vivencia, de expresarla narrativamente y alejarse así del lenguaje convencional reinante. Kertész insiste, además, en que no es una «novela del Holocausto», sino de un «estado», el de la «ausencia de destino», característico del individuo inmerso en el engranaje del estado total, cuya manifestación extrema es precisamente el campo de exterminio. Kertész recalca que «Auschwitz sólo puede pensarse con la ayuda de la imaginación estética» (2016b: 7). Lo anima, además, la conciencia de que solo en el arte, en la literatura, quedará recogida verdaderamente la experiencia traumática de los campos de concentración y exterminio, eje central de la historia del siglo xx y, para el autor, de la humanidad. Was bleibet aber, stiften die Dichter [«Pero lo que queda lo fundan los poetas»], dice Hölderlin en el poema Andenken, «Recuerdo» (1951: 189). Encontramos en Kertész un empeño permanente en el estilo, en que la frase posea estilo, en que la escena que describe tenga plasticidad. Dedicó muchos años a cada obra, sobre todo, por supuesto, como ya hemos dicho, a Sin destino, pero también, por ejemplo, a Liquidación, en la que trabajó durante décadas. Quería incluso que el último libro que escribió, La última posada, se considerara igualmente una novela, aunque no lo fue, pues es, de hecho, la crónica grandiosa y dolorosa del fracaso de una novela. No pudo plasmar su idea de un texto sobre la vejez que se inspirara en las obras tardías, en los cuadros postreros de William Turner o en los últimos cuartetos de Beethoven. A pesar de su esfuerzo, a pesar de sus intentos no lo logró. Aun así creó un libro enorme, desgarrador, de una lucidez única, la historia de una decadencia y de un derrumbamiento.
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En Diario de la galera leemos una frase significativa y esclarecedora, que dice así: «Sin destino como novela autobiográfica. Lo más autobiográfico de mi autobiografía es que no hay nada autobiográfico en Sin destino. Lo autobiográfico de ella es que eliminé todo lo autobiográfico en aras de una fidelidad superior» (Kertész 2004: 164). ¿Qué quiere decir con eso? Quiere decir que procuró acercarse a lo vivido a través de un lenguaje literario, objetivar la experiencia y proporcionarle las palabras adecuadas, perfilar al personaje central y a los demás, alzar la obra a un plano estético, crear no un testimonio, sino una ficción. Porque para él es sobre todo allí, en la ficción, donde cristaliza la verdad de lo ocurrido. La literatura es la llamada a picar a diario la piedra de lo indecible. Ese fue la voluntad de Kertész en todos esos años, que le causaría tanto sufrimiento en el último periodo de su vida cuando veía que se le escapaban las posibilidades de plasmar de nuevo artísticamente, literariamente lo que quería decir. ¡Cuántas veces se quejó! En su diario escribe: «Es imperdonable que en estas hojas haya abandonado hasta tal punto el estilo de vida del escritor… ¿Cuál es el estilo de vida del escritor? Prestar atención a las frases. Formar frases creativas. He cedido demasiado a la ávida opinión pública» (Kertész 2016a: 201). Kertész veía, además, el arte, la literatura, como la fórmula todavía posible de sustraerse a la presa, a la zarpa de la sociedad de masas que engendra al totalitarismo, de escapar a la anulación de la individualidad, a la extática supresión del individuo, pues qué hay más cómodo y placentero que ser lo que llama un hombre funcional, dejarse llevar por la corriente, adoptar el lenguaje vigente, adaptarse, acomodarse, renunciar al deseo propio, al proyecto propio, al fracaso propio. Hay en su obra una escena crucial que aparece en la novela Fiasco y luego también en el discurso del premio Nobel. Dice allí: Estaba en el pasillo desierto de un edificio de oficinas cuando oí resonar unos pasos en un corredor perpendicular. Una emoción particular se adueñó de mí, porque los pasos se acercaban a mí, y aunque pertenecían a una sola persona a la que no veía, de repente me dio la impresión de oír andar a centenares de miles de individuos. Era como si se aproximara una columna con pasos retumbantes, y entonces comprendí la fuerza de atracción de aquel desfile, de aquellos pasos. Allí, en el pasillo, entendí en
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un solo instante el éxtasis del abandono de sí mismo, el placer embriagador de perderse en la masa, lo que Nietzsche denominó —en otro contexto, desde luego, pero de forma claramente pertinente— la experiencia dionisíaca. Una fuerza casi física me impulsaba y me atraía hacia las filas, sentía que me tenía que arrimar a la pared, y apretarme contra ella, para no ceder al magnetismo tentador. Describo ese momento intenso tal como lo viví; como si su origen, desde donde surgió como una visión, se hallara fuera de mí y no en mí mismo. Todos los artistas han vivido momentos como este. Antes se llamaban inspiraciones repentinas. Pero yo no definiría esta experiencia como una vivencia artística, sino más bien como una toma de conciencia existencial. No me dio mi arte —cuyas herramientas tardé en conseguir—, sino mi vida, que casi había perdido. Trataba de la soledad, de una vida más difícil, de aquello a lo que me refería antes: salir de la marcha embriagadora, de la historia que despoja al hombre de su personalidad y de su destino (Kertész 2007: 149-150).
La ausencia de destino —de ahí el título de la novela —, la atracción por adaptarse, por integrarse, por fundirse con la corriente, por limitarse a sobrevivir, es, según Kertész, el semillero del totalitarismo y por ende de las fábricas del exterminio, de los Auschwitz, BergenBelsen, Chelmno, Mauthausen. En esa escena del pasillo, el protagonista de la novela Fiasco decide no dejarse arrastrar, decide escribir la novela de su experiencia y al mismo tiempo asumir su existencia como suya y exclusivamente suya, fijar la mirada en ella, recuperar la personalidad aplastada por la historia. El esfuerzo por recuperar a través de la palabra y del espíritu artístico la propia vida es uno de los grandes legados de Imre Kertész. En Diario de la galera se refiere a ese «hombre funcional», a «las formas e instituciones de la estructura moderna de la vida, entre las cuales la vida del hombre funcional transcurre como en un alambique perfectamente aislado… El hombre funcional eligió, aunque su elección consiste básicamente en una renuncia. ¿A qué? A la realidad, a la existencia» (Kertész 2004: 11). Ese hombre es pieza fundamental del estado totalitario, cuya posibilidad está aquí, entre nosotros, está en nuestra sociedad de masas, está también en nuestras democracias. Hay que estar atentos. Permanecer vigilantes. Son varios los textos de Kertész que se refieren a esta presencia y a esta amenaza.
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El otro gran legado, emparentado con el empeño por recuperar a través de la palabra, de la literatura, del espíritu artístico la existencia y la personalidad propias, como antídoto al hombre funcional de la moderna sociedad de masas y como forma de decir la experiencia de los campos de concentración y exterminio, es el estudio, el análisis riguroso de dicha experiencia y por tanto de su fuente, el nacionalsocialismo y, más ampliamente, el totalitarismo. Para Kertész, lo vivido no es solo personal, sino un hecho axial que incumbe a la humanidad. El Holocausto, Auschwitz, es para él, como ya hemos señalado, uno de los ejes centrales de la historia del hombre. Determina un antes y un después. De ahí que lo compare una y otra vez, sobre todo en los escritos de los años noventa del siglo pasado, con la cruz. En las páginas de El espectador vuelve varias veces a este nexo, a esta asociación: «La historia ética del mundo: antes de Cristo y después de Cristo, antes de Auschwitz y después de Auschwitz…» (Kertész 2016b: 33) El reproche, escuchado una y otra vez, de que los judíos no ofrecieron resistencia a la deportación a Auschwitz es tan sólo la proyección del carácter insoportable de la ignominia. Una idea profundamente irreligiosa, ya que había que vivir Auschwitz, sea como víctima, sea como verdugo, y en esa experiencia algo se expresa. […] Tuvo que ocurrir y el hecho de que sucediera no desaparece jamás. En este sentido creo que ni la cruz ni Auschwitz son efímeros (Kertész 2016b: 112).
Se queja de que en Hungría no se entienda de lo que habla: Cuando digo: Auschwitz y la cruz son traumas, enseguida no me comprenden, ya que Auschwitz sólo es trauma allí donde la cruz ha arraigado. Mencionar Auschwitz en Hungría sólo puede hacerse en forma de historia; Auschwitz en forma de historia —como una consecuencia de la ocupación alemana— exonera al alma húngara, que de todas maneras no se siente culpable, que en general desconoce la dimensión de la culpa o del pecado (Kertész 2016b: 227).
Kertész no es desde luego un pensador cristiano; es más, sus reflexiones certifican el hundimiento de la civilización, tanto la cristiana como la ilustrada, que se produjo en Auschwitz. No ceja en el empeño
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por calibrar la verdadera dimensión de lo ocurrido, que va más allá de lo histórico, lo político, incluso de los religioso. Eso sí, en sus consideraciones no oculta su deuda con Sigmund Freud, quien, en Moisés y la religión monoteísta, manifestaba que una de las causas del antisemitismo fue precisamente la pervivencia del paganismo en los pueblos europeos, esto es, pueblos bárbaros, politeístas, a los que se les impuso de manera bastante tardía la nueva religión monoteísta cristiana y que, según Freud, «no han logrado superar todavía el rencor contra la nueva religión que les fue impuesta», pero «han desplazado ese rencor hacia la fuente desde la cual les llegó el cristianismo», es decir, hacia los judíos (Freud 2003: 3296). Para Kertész, además, es evidente que Auschwitz no se explica —o no se explica solo— por el antisemitismo. Como dice en su ensayo El Holocausto como cultura: «Al fin y al cabo, para asesinar a millones de judíos, el estado total no necesita antisemitas, sino buenos gestores» (Kertész 1999: 80). A estos los genera la sociedad moderna, que es la que hace posible el gaseamiento masivo, las fábricas de cadáveres, la tortura sistemática. Señala en El espectador: «El antisemitismo por sí solo difícilmente habría sido capaz de crear Auschwitz, Auschwitz fue creado por el Estado totalitario; sin embargo, el totalitarismo, para poder funcionar, necesitaba el odio, y el antisemitismo que venía actuando desde tiempos inmemoriales le puso en bandeja el objeto del odio» (Kertész 2016b: 193). Auschwitz se puede interpretar de dos modos. Desde el punto de vista del antisemitismo: Auschwitz como el resultado de pensar el antisemitismo hasta sus últimas consecuencias. El otro modo: como posibilidad terrible que aflora en la moderna sociedad industrial de masas… Aclarar… el absurdo de acercarse al asunto sólo desde el punto de vista del antisemitismo («ocurrió por primera vez que los judíos no murieron por su fe», dijo Manès Sperber); y aclarar el absurdo de acercarse al asunto sólo desde el punto de vista del totalitarismo sin tener en cuenta el antisemitismo (Kertész 2016b: 193).
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Particularmente novedosa e importante en la obra de Imre Kertész —y profundamente relacionada con los dos puntos anteriores, la decisión por la literatura y el análisis de la experiencia traumática de los campos de concentración y exterminio, considerados un hecho axial— es su concepción del Holocausto como cultura. Es algo que choca. Y pertenece como otro elemento sustancial a lo que llamo su legado espiritual. ¿Qué quiere decir? Quiere decir que el trauma de Auschwitz puede convertirse en una fuente de creatividad estética y sobre todo ética. Quiere decir que Auschwitz deviene un mito, una parte esencial de la mitología occidental, que genera un consenso y traza nítidamente una línea divisoria entre el bien y el mal. Quiere decir que es la «sombra del humo del Holocausto» (Kertesz 2016b: 55) la que mantiene viva la Ley moral. En Sombra larga y oscura escribe: «El totalitarismo expulsa de sí mismo… al ser humano. Pero precisamente esta situación…, esta muerte masiva que es de mártires, aunque sea involuntarios, vuelve a traer a la mente del hombre aquello de lo que fue despojado, la columna básica de su cultura y de su existencia, la ley» (Kertész 1999: 70-71). Y en El holocausto como cultura: La conciencia universal trágica, inherente a la moralidad que sobrevivió al Holocausto, quizá pueda fecundar, si se conserva, a la conciencia europea que lucha contra la crisis, así como el genio griego que se enfrentó a la barbarie y libró una guerra contra los persas creó la tragedia griega que sirve de modelo eterno. Si el Holocausto ha creado cultura en la actualidad —cosa que ha ocurrido sin la menor duda y sigue ocurriendo—, su literatura puede inspirarse en la Sagrada Escritura y en la tragedia griega, en esas dos fuentes de la cultura europea, para que la realidad irreparable haga surgir la reparación: el espíritu, la catarsis (Kertész 1999: 85).
Kertész plasma estas reflexiones sobre todo en los años noventa del siglo pasado, cuando acababa de producirse el cambio de régimen en Hungría, cuando había caído el muro, cuando Europa había vuelto a unirse, cuando la conciencia de lo ocurrido en los campos de concentración y exterminio parecía poder consolidarse como elemento
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unificador, cohesionador, fundacional para una Europa unida. Kertész fue en ese sentido un visionario. Tal momento de luz, sin embargo, no impidió que viera también los nubarrones que seguían en el horizonte: Auschwitz, fábrica procesadora de seres humanos que impone sus normas a los participantes, a los trinchados para ir a parar al caldo. Y esa fábrica se demostró perfectamente capaz de funcionar hasta que fue destruida por la fuerza; pero no la destruyeron porque existiera, Auschwitz no se clausuró por ser lo que era, sino porque se volvieron las tornas, porque la balanza del poder se inclinó hacia otro lado. Es la gran enseñanza que nos deja este asunto: por eso podemos considerarlo un paradigma que expresa la situación del hombre en el siglo xx; y desde Auschwitz no hemos podido ser testigos de ningún cambio moral, económico o de poder que pudiéramos o hubiéramos podido vivir como imposibilitación de Auschwitz. El alma de la libertad no se encuentra en el sistema social; a lo sumo en lo más hondo de las vidas individuales, allí donde esas almas se vuelven contra el orden en que no sólo discurren sus vidas, sino que está al servicio de la legitimidad, de la subsistencia, del status social, etcétera, de esas vidas. En resumen: Auschwitz —entendemos este término en sentido amplio— se podrá evitar mientras el ser humano como individuo, como alma y como ser moral sea capaz de oponerse a su propia forma de existencia… (Kertész 2016b: 81-82).
Quiero concluir citando otras palabras de su libro El espectador, que es, en realidad, lo que he hecho prácticamente durante todo esta conferencia. Menciona allí que «hoy continuamos viviendo según las mismas leyes que hicieron posible los campos de concentración». Y añade: La generación siguiente tiene que comprender también emocionalmente lo que experimentó la generación que padeció el régimen de terror del totalitarismo, para descubrir dentro de sí la posibilidad terrorífica del papel tanto de la víctima como del verdugo, para purificarse a través de ese difícil afrontamiento y experimentar la catarsis que lo libere del temor a actuar, lo libere de la ignorancia artificial, falsa y forzada de nuestra época con que el poder de siempre nos quiere hacer creer que nuestro mundo es el mejor de los mundos… (Kertész 2016b: 192-193).
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Confío en que estas reflexiones o, más bien, esta serie de citas de la obra de Imre Kertész hayan ayudado a los oyentes a hacerse una idea del legado espiritual de un escritor que proyectó luz sobre la oscuridad del hombre de los siglos xx y xxi y también, de manera infatigable y despiadada, sobre la propia. Por eso pudo concluir su novela con la felicidad. O el ensayo sobre La lengua exiliada con la palabra «amor».
Obras citadas Freud, Sigmund (2003): Obras completas, 9. Traducción de Luis López-Ballesteros. Madrid: Biblioteca Nueva. Hölderlin, Friedrich (1951): Sämtliche Werke, vol. II. Stuttgart: Kohlhammer. Kertész, Imre (1999): Un instante de silencio en el paredón. Traducción de Adan Kovacsics. Barcelona: Herder. — (2000): Sin destino. Traducción de Judit Xantus. Barcelona: Círculo de Lectores. — (2001): Kaddish por el hijo no nacido. Traducción de Adan Kovacsics. Barcelona: Acantilado. — (2003): Fiasco. Traducción de Adan Kovacsics. Barcelona: Acantilado. — (2004): Diario de la galera. Traducción de Adan Kovacsics. Barcelona: Acantilado. — (2007): La lengua exiliada. Traducción de Adan Kovacsics. Madrid: Taurus. — (2016a): La última posada. Traducción de Adan Kovacsics. Barcelona: Acantilado. — (2016b): A néző. Budapest: Magvető. — (2021): El espectador. Apuntes (1991-2001). Traducción de Adan Kovacsics. Barcelona: Acantilado. Spiró, György (2008): «Non habent sua fata» (traducción de José Miguel González), Archipiélago, 82, septiembre, pp. 19-25.
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Antonia Amo Sánchez es profesora titular en la Universidad de Avignon (Francia), en la que imparte clases de literatura e historia cultural española contemporánea. Su principal campo de investigación es el teatro español de los siglos xx-xxi y su relación con la historia reciente. En los últimos años ha publicado numerosos trabajos sobre las representaciones de la memoria histórica y sus procesos de transmisión en el teatro español de los años dos mil. Ha sido galardonada en 2019 con el XII Premio internacional Artez Blai de Investigación sobre las Artes Escénicas por el estudio De Plutón a Orfeo: los campos de concentración en el teatro español contemporáneo (1944-2015) (2020). Sara J. Brenneis es doctora de filología hispánica por la Universidad de California, Berkeley, y, desde 2007, catedrática del Departamento de Español en Amherst College (Massachusetts, Estados Unidos). Es autora de Genre Fusion: A New Approach to History, Fiction, and Memory in Contemporary Spain (2014) y Spaniards in Mauthausen: Representations of a Nazi Concentration Camp, 1940-2015 (2018). Es coeditora, con Gina Herrmann, de Spain, the Second World War, and the Holocaust: History and Representation (2020). Ha publicado, entre otras revistas, en Bulletin for Spanish and Portuguese Historical Studies, Journal of Spanish Cultural Studies, History & Memory y The ALBA Volunteer y Catalan Review. En la actualidad está preparando
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una edición crítica del primer testimonio de un sobreviviente catalán de Mauthausen, publicado originariamente en España en 1946. Francie Cate-Arries es catedrática de Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de William & Mary (Estados Unidos) y directora del programa de Estudios Hispánicos. Es autora de Culturas del exilio español entre las alambradas: Literatura y memoria de los campos de concentración en Francia, 1939-1945 (2012) y directora de la colección «Faro de la Memoria» en la Universidad de Cádiz (https:// publicaciones.uca.es/faro-de-la-memoria/). Actualmente, prepara un libro sobre la representación artística, literaria y mediática de la figura fusilada durante la represión fascista de la retaguardia y la dictadura (1939-2021), así como la memoria popular de la represión franquista en la provincia de Cádiz, a base de los testimonios orales de los familiares de los fusilados de 1936. Adan Kovacsics es doctor en Filosofía por la Universidad de Viena (Austria). Vive en España, donde se dedica a la traducción literaria y a la escritura. Ha traducido al español fundamentalmente a autores austríacos y húngaros, tales como Karl Kraus, Joseph Roth, Imre Kertész o László Krasznahorkai. También a clásicos de la literatura en lengua alemana como Goethe o Franz Kafka. Recibió el Premio de Traducción Ángel Crespo en 2004, el Premio Nacional de Traducción del Ministerio de Cultura de España y el Premio Estatal de Traducción Literaria de Austria en 2010, así como el Gran Premio de Traducción «Balassi» de Hungría en 2017. Es asimismo autor de los siguientes libros: Guerra y lenguaje (2007), Karl Kraus en los últimos días de la humanidad (2015), El vuelo de Europa (2016) y Las leyes de la extranjería (2019). Esther Lázaro es profesora del Departamento de Filología Española la Universitat Autònoma Barcelona (UAB). Es doctora internacional por la UAB tras la realización de una tesis dedicada al teatro inédito de Max Aub que contó con una beca de Formación de Personal Investigador (FPI) del Ministerio de Ciencia e Innovación con el GEXEL, del que es miembro desde 2013. Ha publicado más de treinta trabajos
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en revistas especializadas como Historia y Comunicación Social, Anales de la Literatura Española Contemporánea, Impossibilia, Primer Acto, Hispania Nova, Ínsula, Trípodos, etc.; y en obras colectivas, de entre las que destacan La literatura dramática del exilio republicano español de 1939 (2018), El teatro de protesta (2019) o el Diccionari històric de periodistes catalans (2020); así como ediciones de De algún tiempo a esta parte (2018) de Max Aub o Dos años entre los bolcheviques y otros textos sobre la URSS (2021) de Helios Gómez, entre otras. Ha impartido conferencias, seminarios y talleres en diversas universidades internacionales. Actualmente cursa el máster en Estudios Teatrales de la UAB y el Institut del Teatre de Barcelona. José-Ramón López García es profesor del Departamento de Filología Española de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y codirector del GEXEL. Ha centrado sus investigaciones en la literatura del siglo xx, con especial dedicación a las vanguardias, la Guerra Civil, el exilio republicano de 1939 y la poesía y teatro contemporáneos, temas sobre los que ha publicado varias ediciones y artículos, así como los estudios Vanguardia, revolución y exilio: la poesía de Arturo Serrano Plaja (2008, VIII Premio Internacional Gerardo Diego de Investigación Literaria), Fábula y espejo. Variaciones sobre lo judío en la obra de Max Aub (2013), La poesía del exilio republicano de 1939. Vol. I. Historiografías, resistencias, figuraciones (2018) y Frente al signo infinito. Pablo Picasso y los poetas del exilio republicano de 1939 (2021), las coediciones El exilio republicano de 1939 y la segunda generación (2011), Género y exilio teatral republicano: entre la Tradición y la Vanguardia (2014), El exilio republicano de 1939. Viajes y retornos (2014), Judaísmo y exilio republicano de 1939. Memoria, pensamiento y literatura de una tradición silenciada (2014), además de la coordinación de números monográficos sobre las literaturas del exilio republicano de 1939 para las revistas Iberoamericana (2012), Laberintos (2016) e Ínsula (2017). Ha sido coordinador, junto con Manuel Aznar Soler, de los cuatro volúmenes del Diccionario biobliográfico de escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939 (2016) y es el editor de la antología Memoria del olvido. Poetas del exilio republicano español de 1939 (2021). Es codirector de la revista Sansueña. Revista de Estudios
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sobre el Exilio Republicano de 1939. Actualmente es investigador principal del proyecto La historia de la literatura española y el exilio republicano de 1939 (Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, Gobierno de España, FFI2017-84768-R). Jose María Naharro-Calderón es catedrático de literatura española, culturas ibéricas y estudios del exilio en la Universidad de Maryland (Estados Unidos). Con una dilatada experiencia docente en universidades españolas y estadounidenses, investigadora, organizadora de simposios, cursos e intercambios transatlánticos, sus publicaciones se centran en la literatura, cultura y cine españoles contemporáneos, en especial, con estudios pioneros sobre el exilio republicano de 1939. En este sentido, es autor de Entre el exilio y el interior: el «entresiglo» y Juan Ramón Jiménez (1994), ha coordinado los volúmenes El Exilio de las Españas de 1939 en las Américas: ¿Adónde fue la canción? (1991), Los exilios de las Españas de 1939 (1999) y Hacia el exilio (2007), y ha realizado las ediciones de Manuscrit corbeau (1998), El rapto de Europa (2008) y Campo francés (2008) de Max Aub, de Aforismos (2006) e Itinerarios (en publicación) de Juan Ramón Jiménez, de Poeta en la arena (2010), El Paraíso incendiado, La almohada de arena, Versos del maquis (2011) de Celso Amieva, y de Ética celestial y otros relatos entreverados de Juan José Gómez Ordoño (2014). Su último libro se ocupa de la diversidad discursiva en torno a los republicanos de las Españas de 1939: Entre alambradas y exilios: Sangrías de «las Españas» y terapias de Vichy (2017). Es presidente de la Asociación para el Estudio de las Migraciones y Exilios Ibéricos Contemporáneos (2017-24) y, desde 2001, coordina durante el estío los seminarios Diásporas y Fronteras en la Casa de la Cultura del Ayuntamiento de Llanes (Asturias). Alejandro Pérez Vidal estudió en las universidades Autònoma de Barcelona y Freiburg (Alemania). Enseñó en las de Bari, Autònoma de Barcelona y Girona. Ha trabajado sobre las obras de Bartolomé José Gallardo, Mariano José de Larra, Giacomo Leopardi, Ramón del Valle-Inclán, Alfonso Sastre, Joaquim Amat-Piniella y Primo Levi.
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Javier Sánchez Zapatero es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Salamanca, institución en la que codirige el Congreso de Novela y Cine Negro y lidera el grupo de investigación «Los internacionales y la Guerra Civil española: literatura, compromiso y memoria». Asimismo, forma parte del GEXEL. Es autor de los libros Escribir el horror. Literatura y campos de concentración (2010), Max Aub y la escritura de la memoria (2014), Max Aub: Epistolario español (2016), Continuará… Sagas literarias en el género negro y policiaco español (2017, en colaboración con Àlex Martín Escribà) y Arde Madrid. Narrativa y Guerra Civil (2020). Además, ha publicado numerosos artículos en revistas y capítulos de libros, y ha coeditado más de una decena de volúmenes colectivos y varias antologías de cuentos, como, por ejemplo, Los restos del naufragio. Relatos del exilio republicano español (2016, en colaboración con Fernando Larraz). También fue responsable de la edición del testimonio del brigadista británico Keith Scott Watson, Rumbo hacia una España en guerra (2014), y del libro colectivo El libro de la XV Brigada. Relatos y testimonios de la Guerra Civil española (2019, en colaboración con Antonio R. Celada). Sus líneas de investigación actuales versan en torno al género negro y policiaco, y a la literatura de la memoria vinculada a contextos de guerra, exilio y campos de concentración. Alba Saura Clares es doctora en Artes y Humanidades por la Universidad de Murcia (2018) y Premio Extraordinario de Doctorado. Sus áreas de investigación se circunscriben a los estudios teatrales y las relaciones escénicas, literarias e históricas entre España y Latinoamérica. Actualmente es contratada posdoctoral Juan de la Cierva-Formación en la Universitat Autònoma de Barcelona dentro del GEXEL. Ha realizado estancias de investigación en la Freie Universität y el IberoAmerikanische Institut de Berlín, el Martin E. Segal Theatre Center de CUNY (Nueva York), la Universidad de Buenos Aires y el Instituto del Teatro de Madrid (UCM). Cuenta con una treintena de publicaciones científicas y ha editado, junto a Isabel Guerrero, volúmenes como Estudios teatrales: nuevas perspectivas y visiones comparadas (2017) y Escenas y escenarios: itinerarios de los estudios teatrales (2019).
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Mar Trallero realizó estudios de Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y en Lenguas Modernas en la Texas A&M University. Es doctora en Filología Hispánica por la UAB con una tesis titulada María Dolores Arana. El exilio literario republicano español de 1939 desde una perspectiva feminista y miembro del GEXEL. Es autora de Neus Català, la dona antifeixista a Europa (2008) y de otros ensayos sobre el exilio republicano de 1939 y la deportación de las mujeres españolas a los campos nazis, y ha sido una de las coordinadoras del número extraordinario de la revista Hispania Nova (2019) dedicado a El exilio republicano y los campos de concentración nazis. David Serrano Blanquer es profesor de la Facultat de Comunicació de la Universitat Ramon Lull desde 2008. Ha dirigido el proyecto de la Comisión Europea Dictionnaire critique de la littérature européenne des camps de concentration et d’extermination (2007). Individualmente ha publicado, entre otros: Españoles en los campos nazis, hablan los supervivientes (2003), La hora blanca. El Holocausto y Joaquim AmatPiniella (2004), Las mujeres en los campos nazis (2004), Isaac Borojovich y la memoria uruguaya de la Shoá (2014), El llanto de la maleta. La historia de dos hermanas separadas tras el nazismo (2016, traducido al polaco) y Los supervivientes de los campos nazis (2018). Ha sido editor de las obras de Joaquim Amat-Piniella K. L. Reich (2004 y 2015) y Retaule en gris (2012), y de Marcial Mayans Una nit tan llarga (2009). Bernard Sicot es catedrático emérito de la Universidad Paris-Nanterre. Sus investigaciones se centran, principalmente, en la literatura española del exilio y de los campos de internamiento. Ha publicado, entre otros, los estudios Quête de Luis Cernuda: «Primeras poesías», «Ocnos» et «Variaciones sobre tema mexicano» (1995), Exilio, memoria e historia en la poesía de Luis Cernuda (1938-1963) (2003), varios trabajos sobre Max Aub, que incluyen una edición de Diario de Djelfa (2015) y un estudio sobre el campo donde estuvo preso el autor de este poemario, Djelfa 41-43. Un camp d’internement en Algérie: histoire, témoignages, littérature (2015). Asimismo, ha sido el editor de La littérature espagnole et les camps français d’internement (de 1939 à
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nos jours). Actes du colloque international «70 años después», Nanterre, 12-14 février 2009 (2010) y del Diario de Antonio Blanca (en colaboración con Danae Gallo González, 2018). Su ensayo más reciente, de próxima publicación, es Últimos ecos del exilio. Estudios de poesía hispanomexicana (2021). Su labor como traductor incluye obras de Pere Vives i Clavé, Agustí Bartra, Tomás Segovia y Enrique de Rivas.
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