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EL ULTIMO CARTON JORGE AHON ANDARI PRIMERA EDICION – ENERO 1999SAN JUAN-ARGENTINA
DEDICADO A mi hijo, Mario Alejandro Ahon, a quien le debo ser su amigo por haber compartido la sinceridad de los pensamientos que han tomado forma en las páginas de este libro, además de haberlos sentido de fácil aplicación en una sociedad de errores repetidos... J.A.A.
INTRODUCCION 1 Así como al comienzo del libro tercero presentamos a los personajes del relato, también ahora es necesario hacerlo para quienes no leyeron los dos primeros libros. Jotanoa es el jovencito aquel que fue protagonista del primer libro, titulado “En busca del Imperio Invisible”, quien después de vivir una adolescencia sin rumbo cierto se aleja de su lugar de nacimiento en busca de una orientación. La encuentra cuando conoce a un ser humano que no hace otra cosa que indicarle el camino para llegar al conocimiento de sí mismo. Cuando Jotanoa profundiza la búsqueda de tal conocimiento, descubre que en su interior espiritual existe Alguien, al que bautiza con el nombre de Eben Alb. Este es el otro personaje que puede aparecer a lo largo del relato, debiéndose entender que es la personalidad del Alma o el ser interno de Jotanoa, o ese Alguien del Alma que cada ser humano lleva en la intimidad de su naturaleza espiritual y que suele guiarnos por medio de la intuición o de aquellas corazonadas que nos aconsejan hacer tal cosa o no hacerla. 7
2 En un diario local se había publicado la noticia del aniversario de un hecho ocurrido en nuestro país. La nota, sin ningún comentario, comenzaba así: “Hoy se cumple el aniversario de aquel acontecimiento insólito protagonizado por un extranjero que llegó a nuestro territorio, etc., etc...” Un compañero de trabajo de Jotanoa le preguntó si no se había enterado de lo que recordaba la nota periodística. Como desconocía el hecho, le contó más o menos lo siguiente: “Un forastero llegó a nuestro suelo con la intención de trabajar duro para hacerse de un porvenir digno de la atención humana, pero todo quedó en la nada al no encontrar modo de hacerlo. Parece que lo que llamamos “mala suerte” no le permitió la concreción de sus anhelos y se dedicó a reunir perros vagabundos, con los que vivió y se entendió de una manera que llamó la atención de los pobladores de la zona. Lo extraordinario de su aventura se puso de manifiesto cuando murió, pues en esa ocasión los perros dieron muestra de una fidelidad inconcebible al quedarse junto al amo por varios días. La ausencia prolongada de este hombre, que permanecía muerto dentro del rancho que habitaba, el abandono del sitio y la conducta extraña de los animales, fueron indicios de lo que había sucedido. 8
Bien pronto se dieron cuenta también por el olor... Sin demora intervinieron las autoridades, las que se vieron impedidas de actuar por la actitud de los perros que defendían algo, tal vez sagrado para ellos. Se recurrió a gases lacrimógenos para que los animales abandonaran la habitación, método que dio resultado. Al entrar al rancho encontraron al forastero muerto, sin que los perros lo hubieran tocado, pareciendo que estos expresaban su cariño y fidelidad quedándose junto al amo que los reuniera. Las autoridades que intervinieron cavaron allí mismo una fosa, dándole sepultura sin tardanza ya que su estado de descomposición era muy avanzado. Cuando los hombres se retiraron, vieron que los perros se quedaban allí, con la intención de permanecer junto a quien ahora se encontraba enterrado. Se dijo que algunos animales murieron, haciendo de la fidelidad el último tramo de sus vidas...” Esto fue, más o menos, lo que le contaron a Jotanoa. No era difícil que lo impresionara semejante acontecimiento, surgiendo en su mente un interrogante, el que más tarde, por culpa de la imaginación, se convirtió en respuesta por medio del argumento que se narra en este trabajo, cuyo título, según se lee, es EL ÚLTIMO CARTÓN.
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Los relatos comenzaron a ser un pretexto para Jotanoa. Se convirtieron en el escenario de la imaginación en el que Eben Alb vivía preocupado en cultivar la comprensión interna, la que más tarde, Jotanoa la incorporaba como hábito de ver y sentir la vida. En realidad, cada relato era la oportunidad que Eben Alb tenía de intervenir para depositar la semilla de un pensamiento que en el futuro podía convertirse en un principio importante o simplemente en una idea de valor imprevisto. Jotanoa quería demostrar que la comprensión interna tiene un valor inapreciable. La venía buscando desde el momento en que descubrió lo separado que viven los componentes humanos, es decir, lo separado que vive el hombre externo del hombre interno. Ambos se han mirado siempre sin poder tender un puente que los una. Comprender desde adentro era para Jotanoa disminuir la incertidumbre y aumentar la certidumbre. Según se daba cuenta de lo que sucedía en su propia naturaleza le fue dando mayor valor a la comprensión interna...Y esa mayor importancia no era otra cosa que la inteligencia de una cualidad íntima que debe servir de guía para mejorar los hábitos de la conducta exterior. 10
Llegó a saber que el ejemplo de tal guía ya estaba registrado en lo que hacía cada órgano del cuerpo humano en beneficio del conjunto. Al parecer, hizo la comparación adecuada cuando se le ocurrió considerar al cuerpo como una civilización de células, como si fuera la misma humanidad en miniatura, dándose cuenta de que ningún órgano realiza su función especulando o tratando de competir con otro. No podía concebir que el corazón, por ejemplo, quisiera competir con los pulmones, con el estómago o con cualquier otro órgano... ¡Competir para ganar algo sería ganar lo que el otro órgano perdería!.. Es posible que suceda al revés en relación con un órgano enfermo, al revés en el sentido de dar de su salud para ayudar a su compañero de vida individual. ¡La misión sería la de fortalecer la solidaridad para que su compañero de vida recupere la salud! Toda esta maravillosa existencia interior, callada y silenciosa, ¿no es, acaso, la manifestación de una comprensión interna, la expresión de la cultura o el hábito de una inteligencia interna, dedicada a un solo fin, es decir, al mantenimiento y sostén de la vida, sin que ningún órgano deba perjudicar a otro para subsistir, sin que ninguno se crea con más poder para someter a otro, sin que ninguno se sienta superior a otro?
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Jotanoa se convencía cada vez más al comprobar que la salud de un órgano dependía de la salud de otro o de todos. De la misma manera, él se daba cuenta de que su propio bienestar dependía del bienestar de su semejante y que nunca, jamás, debía ser al revés, como lo hacen aquellos que se benefician con la debilidad ajena. Este es el Jotanoa que se alejara del Valle de Tulum y el que volvió acompañado de su ser interno, por cuyo nombre ya lo conocimos en el tercer libro y al comienzo de esta introducción. Este es el Jotanoa que sigue buscándose en las ideas de sus relatos, como el que presentamos en las páginas siguientes.
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LOS ANUNCIOS
1 Quien pisa tierra extraña se imagina que pone los pies sobre terreno de fácil conquista. Aquel que por primera vez se instala en una ciudad desconocida se siente desbordado por el valor y con todas las fuerzas puestas al servicio de un atrevido deseo de triunfar. Como allí es un desconocido, nada lo ata ni lo previene, actúa sin prejuicios y con plena libertad de ejercitar el anhelo de tomar por los pelos a la mala suerte y samarrearla hasta que le suelte la buena suerte. El extraño que llegó al nuevo país lo hizo con la mirada en alto, no por insolencia sino para adueñarse de sí mismo desde el comienzo. Los edificios, en multitud de alturas, le parecieron las pértigas de viejos lanceros en reposo, invitando a la conquista. Delante de sus ojos vio el nacimiento de las calles de la vida moderna, las arterias de los seres humanos como si fueran caminos sin cielo, abriéndose paso entre enormes montañas de cemento. 13
El recién llegado miró por última vez hacia el mar, hacia el horizonte de donde había venido, despidiéndose de todos los recuerdos que no deseaba ver repetidos en el porvenir, cuyo porvenir estaba allí, delante de él... Con rara precaución en el andar comenzó su marcha hacia la ciudad. Las veredas le ofrecieron el espacio suficiente para apreciar al enemigo que quería dominar, vencer con su afán de trabajo y lograr el bienestar que siempre le fuera esquivo. Anduvo mucho, miró demasiado, almorzó de paso y continuó su camino de exploración, sin importarle dónde habría de pasar la noche. Como ágil y curioso turista se condujo y como tal quiso vivir los primeros días, mientras averiguaba las posibilidades de sus futuros pasos. El atardecer lo sorprendió casi en los límites de la ciudad. Miró hacia el fondo de los barrios aledaños y sintió una especie de nostalgia sin saber por qué. Tal vez algo pretendió salir de su zona de recuerdos, o quizás la intuición le decía que su vida terminaría en las afueras de la ciudad. Suspiró y retornó en busca de alojamiento. Mientras realizaba la búsqueda del hospedaje le salió al encuentro un perro, que pareció reconocer en él al amo ausente que regresaba, pues el animal se acercó con ánimo juguetón y le lamió la mano. El forastero lo ahuyentó con gritos y ademanes, pero el perro después de corta carrera se detuvo para mirarlo con asombro, como esperando ser reconocido o comprobar la equivocación de su memoria. 14
El hombre insistió y el perro, aturdido por el desprecio, echo a andar su flaca osamenta, no sin antes detenerse varias veces, de trecho en trecho, para suplicar con los ojos y orejas un poco de amistad. El último gesto del animal lo afectó, sintiendo un riesgo de lástima por toda su piel, pero reanudó la marcha con la agilidad propia del que decide olvidar lo sucedido...No obstante, no pudo evitar que una tenue inquietud se aposentara en lo hondo de su corazón. No lejos del encuentro otro perro se le acercó, ubicándose a su lado con tranquitos saltarines. Esta vez y por influencia de aquel riego de lástima no lo corrió. El animalito comprendió semejante tolerancia, rozándole las piernas en señal de agradecimiento. Luego, al parecer satisfecho, se alejó. Un poco más adelante, de la boca de un oscuro pasaje, otro perro le salió al encuentro, brincando con tanta alegría que chocó con él, rodeándolo varias veces, saltando y revolcándose. El hombre repitió el gesto de benevolencia con una sonrisa de aceptación y el animal lo entendió con tanta lucidez que intentó saltar a sus brazos para lamerle la cara. Dio algunas volteretas más y se perdió tras la oscuridad de la noche. Estos perros parecen seres humanos - pensó el forastero -. Si ellos me reciben así tal vez los hombres lo hagan de igual o de mejor manera. Fortalecido por tales ideas, que interpretó como anuncios de futuras bienvenidas, continuó buscando. 15
No muy lejos de allí encontró hospedaje. Sin vacilar se hundió en él para cenar y pasar la noche. Más tarde se halló acostado y bien dispuesto al descanso. Como en toda introducción al sueño, revisó la fortaleza de sus anhelos y al encontrarla firme y ansiosa de secundarlo sonrió con tierna seguridad. Sin mucho esfuerzo dejó apagar su vigilia en la quietud del sueño. El reposo rodeó su cuerpo con flotante relajamiento y lentamente, como velitas que dejan de alumbrar, sintió el apaciguamiento de la tensión muscular en cada articulación del cuerpo agotado. Pero no durmió como lo esperaba. Fue una noche de pesadilla como no la tuvo nunca. La terquedad de un sueño obsesionante se adueño de él. Soñó con los hombres de la nueva ciudad y con los perros. Los seres humanos desfilaron con cuerpos de perros y los perros con cabezas de hombre. Fue algo penoso y triste. El sueño le reprodujo el sitio del puerto y frente a él vio una multitud de perros que lo saludaban con ademanes de bienvenida. Todos pasaron a su lado, lamiéndole la mano. Ninguno dejó de articular un ladrido, entendiendo sin mucho esfuerzo que le decían: Bienvenido seas a nuestra ciudad... Luego el tumulto de canes se dispersó, quedando la explanada del puerto en silencio y desolada.... Pero la escena desierta fue ocupada por una aglomeración de hombres.
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El aspecto de estos seres era brutal, insultante, provocativo. Los vio como criaturas feroces, mostrando garras y dientes. Notó un movimiento de marejada en la multitud. Luego, se desprendió uno para dirigirse hacia él. Lo siguió otro y otro, de tal manera que formaron una fila interminable. Cada semejante de su especie lo gruñía con sordo rencor, como queriéndole decir: Malvenido seas a nuestra ciudad ... Cada hombre alargaba el cuello con la boca abierta y los dientes desnudos para dejarle un rasguño o una herida de mordiscón. Ninguno se acercó como corresponde a un ser humano sino como cuadra a una horda educada en la hostilidad. La pesadilla se rompió de repente en mil lucecitas siniestras al despertar sobresaltado. Los párpados no querían separarse. Se mantenían unidos, como pegados por el maleficio del extraño sueño. Con gran esfuerzo, parecido al que realiza un hombre que se asfixia, dio un salto convulsivo, provocando así el despertar violento. Sentado en la cama, vio aun las figuras del sueño que luchaban para mantener sus formas en la oscuridad del cuarto. Encendió la luz, se restregó los párpados, provocándose dolor en las pupilas. No satisfecho con esto abandonó la cama y con avidez bebió un largo trago de agua, con el que pudo diluir los últimos restos de la pesadilla. La frescura del agua le restableció el orden en los pensamientos, dejándose caer en la cama con exclamación de alivio. 17
No comprendiendo la insistencia del sueño, trató de buscar entretenimientos, pero detrás del esfuerzo que hacía se mostraba el temor, la desconfianza y todo aquello que sirve para alimentar los presentimientos. Temió que el mañana optimista se convirtiera en nuevos sinsabores, tan conocidos por él... ¿Que significa todo esto? - se preguntó en voz baja. Como no hubo respuesta inmediata fue calmándose poco a poco hasta llegar a convencerse que el sueño se debió a los sucesos del día... Era lo más razonable...
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LA AUDACIA DE PEDIR
2 Después que el hombre ha sido afectado por un acto o por un suceso, ya sea éste positivo o negativo, aquel ser humano ya no es el mismo. Ha cambiado. Algo se ha sumado o se ha restado. Los días del mañana lo confirman aunque él no se dé cuenta. Siempre nos alejamos de un comienzo para acercarnos a una finalidad. La región intermedia parece no armonizar con los extremos vividos. Parece, pero no es así. Todo acontecimiento nace de un impulso anterior, y si nosotros no vemos los puntos de unión es porque a los puntos de unión no les importa nuestra aceptación o rechazo. Ellos obedecen a la ley que los creara... El forastero ya no era el mismo. Una pequeña sombra o luminosidad había nacido en su interior. De pronto se vio enfrentado a sí mismo por algo que estuvo madurando en su Alma o en su corazón. Presentía que la vida, o mejor dicho, que su vida nada tenía que ver con la de los demás. 19
No sabía por qué se le ocurrió pensar que él había nacido para construir o destruir una herencia entregada en el momento de su nacimiento. Este legado había madurado. Además, la vida le estaba exigiendo saborear esa madurez, ya sea dulce o amarga. Su tamaño o su intensidad era superior a cualquier treta, engaño o postergación. Ahí estaba dentro, en los latidos de su naturaleza, convertido en fuerza impulsora. El forastero debió afrontar lo que para su vida significaba continuar viviendo. Buscó trabajo. Lo buscó día tras día pero no lo encontró. Recorrió tantos lugares que el fracaso parecía decirle que no insistiera, pero debía él insistir por el cariño a su propia vida y por aquel ánimo de triunfar que lo trajera a la ciudad extraña. El termómetro de la paciencia comenzaba a mostrar síntomas de rabia. En su rostro aparecieron las duras arrugas del resentimiento. En sus manos, los dedos destrozaban papeles inútiles, acusando alteración nerviosa. Su caminar infatigable no concluía. Viajaba sin cesar, cada vez más rápido, ya que necesitaba terminar con esta búsqueda. Ya era febril su reclamo. Su voz se enronquecía y todo su cuerpo hacía visible un estado de ánimo que ya no tenía ni la mínima cualidad de alguna remota concordia.
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Ya no era el mismo y él se daba cuenta. Toda vez que se detenía para preguntar la numeración o el nombre de la calle, hacía un esfuerzo supremo para demostrar simpatía, humildad y un poco de confraternidad. Era ya el momento en que se estaba acercando al enorme o pequeño interrogante de una situación ajena a su primer anhelo de conquista y bienestar. Y se acercó a la última oportunidad... Tres golpes sonaron en la puerta de una oficina. Era su mano la que golpeaba. Un ¡pase! Estridente le anunció el permiso de entrar. Abrió la puerta, se acercó con respeto y enfrentó a un señor que sin levantar la vista punteaba una hoja de papel. - Señor, - su voz no tenía el timbre suficiente para continuar. Hizo un esfuerzo, respirando hondo. - Si no le molesta escucharme... - nuevamente su voz perdió tono. Sintonizándola de nuevo, concluyó: - Quiero pedirle trabajo... lo necesito... Si usted... Las palabras, sus palabras sonaron desamparadas en el ámbito de la oficina. El hombre, detrás del escritorio, sentado en el pináculo de la indiferencia, alzó la cabeza, chupó el aromático cigarrillo, con el que formó un azuloso embudo, pero no dijo nada. No dijo nada porque la costumbre o la tradición de la vanidad le había enseñado que la desconfianza era lo primero, lo segundo y lo tercero y en último término, siempre que se diera el extraño caso del último término, podría ubicarse la confianza.
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Su vieja costumbre lo hizo mirar, apreciar, escuchar y razonar con desconfianza. Su pobre máquina cerebral, más bien destemplada que templada en la lucha diaria, le sugirió la prevención, le aconsejó tener cuidado. La voz de la prevención le dijo que ese hombre era un vagabundo. ¡Recházalo, se sintió decir en su mente, mírale las manos de rapiña, las uñas negras y largas, los dedos rígidos por la mugre! ¡Fíjate en los ojos, en la ropa sucia y arrugada, fíjate en su aspecto general y verás que es un trotamundos que viene a robarte al menor descuido...! Nada de esto era verdad, pero él vio con patética nitidez lo que le dijo la voz de la desconfianza. El forastero era ante los ojos del empresario el prototipo de una ralea peligrosa y despreciable. El recién llegado repitió el reclamo en forma más directa: - Señor, quiero trabajar. Mis manos son útiles para cualquier labor. No tengo pretensiones... El hombre, a quien iban dirigidas estas palabras, con los labios arqueados, expresando el gesto de asco y la repugnancia, le dijo: - No tenemos lugar para usted. Necesitamos más producción y menos zánganos. Nos sobra gente que pide más y más... Quiso continuar pero se abrió de repente una puerta y apareció un empleado, trayendo una hoja de papel. Mientras la dejaba en manos del empresario, le dijo:
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- Hemos recibido este pedido urgente pero nos falta tiempo para satisfacerlo. Es imposible cumplir, falta gente... Con brusca interrupción el patrón le dijo: - Habla demasiado, jovencito. Deje esto que luego lo arreglaré. Retírese ahora... El forastero comprendió la oportunidad. Apelando a un resto de cordura, casi en tono de súplica, le dijo: - Le ruego, señor, quiera darme aunque sea el trabajo de cumplir con este pedido... perdone usted la sugerencia... Se hizo el suspenso parecido al que antecede a la tormenta o al ataque. El señor empresario, ofuscado, replicó: - ¡Basta ya!... ¡Retírese por la puerta que ha entrado! Lo que oyó lo dejó petrificado, adherido al suelo, en el colmo de la sorpresa, sin entender a aquel hombre, semejante suyo, que se empeñaba, ya encaprichado, en no escuchar su pedido. No pudo moverse del sitio en que se encontraba aunque lo hubiera querido, pues una fuerza extraña lo sujetaba al suelo, mientras miraba con ojos de lástima y apreciaba con mente de locura la indiferencia de aquel señor. - ¿No me ha oído?... ¡Vayase de una vez!... Pero esa forma humana, forastero por haber venido de lejos, que soñara con la conquista simple, siguió amarrado al piso de la oficina. Ya sin gesto alguno en la cara, sólo sentía agolparse en su corazón una tremenda desesperación.
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Una multitud de sentimientos se acercaban hasta tocarse y provocar los chispazos de pasiones que despertaban intenciones desconocidas por él. Odio, lástima, amargura, tristeza, angustia y nuevas sugerencias de rencores, se movían con el ritmo de latidos que apresuraban la circulación de la sangre. Rojo, amarillo, blanco, púrpura, eran los colores que pasaban por sus ojos como si las emociones parpadearan con cada uno de ellos. - ¡Se retira de aquí o lo hago a la fuerza!.. Esta orden la escuchó lejana, lejanísima, como venida de un confín remoto, en cuyo confín se diera cita la burla y el desprecio. ¡Eeeeehhhh!... - gritó el señor empresario. Por fin regresó de su estado petrificado. Parpadeó y contempló la evidencia de la situación, encarnada en aquel hombre que tenía delante. - ¡Vamos!... ¡Fuera de aquí!... - tronó la voz del enojado señor. Fue entonces cuando el forastero recordó la bienvenida al estilo perruno y la malvenida al estilo humano. Sonrió con una mirada en la que centellaban reflejos del Alma. Sonrió y una calma nueva lo envolvió, presintiendo que la decisión ya estaba tomada, no por él sino por algo encomendado a la hora de su nacimiento.
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Ya era hora de ponerse de acuerdo con aquello que lo superaba aunque no lo entendiera. ¡Dejarse llevar!.. Permaneció un momento, mecido por sí mismo y luego dijo pausadamente: - Por supuesto, señor que me iré. No tema ni se apresure. Me iré enseguida, pero antes quiero decirle algo, tal vez para que nos veamos mejor o quizás para no seguir desconociéndonos... Una pequeña diferencia nos separa, nada más...Si he cometido un delito, éste no tiene otro nombre que el de haberle pedido trabajo, ¿ha sido audacia de mi parte, ofensa de mi parte? Y si usted ha cometido otro, debe ser el de negarlo. El mío tiene una sola razón, la de haberle rogado a quien debió tener la obligación de escuchar. Usted es el responsable del desprecio, yo, el responsable del pedido que le hice. ¿Es sencillo, verdad?... Pero mañana nos veremos y esto que le digo no lo dude. ¡Mire estas manos! ¿Las ve bien? Pues ellas podrían retorcerle el cuello, hacerle trizas los huesos de su cabeza. ¿Sabe por qué?... Porque siempre hay gente que necesita del garrote, que necesita del bofetón que se estrelle en la cara par abrirle un borbotón de sangre...¡Usted es una de ellas!...No, no tenga miedo que ahora no le haré nada, pero mañana volveré, escúcheme bien, mañana vendré con el mismo ruego para que a usted no se le ocurra rechazarlo, pues estaré más ciego que hoy. ¡La negación suya me hará tomar las cosas de otra manera!... ¡Hasta mañana, señor!..
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Hecho una vertical de voluntad humana, el intruso se retiró erguido, con la cabeza en alto, tan en alto que parecía salírsele del cuello. Abrió con extraña suavidad la puerta y la cerró con la misma suavidad cuando salió. Sus pasos dejaron también el eco de una sonámbula serenidad en los oídos del empresario. Por un momento reinó el silencio en la oficina. Al considerar fuera de lugar la amenaza que terminaba de escuchar el empresario lanzó una carcajada, pero ésta no llegó al final. La imagen del forastero se reprodujo en sus pupilas. Sintió un estremecimiento hasta que la voz de su cerebro destemplado le murmuró los medios de la defensa a su alcance. ¡No estás solo le dijo su miedo acorralado -, puedes llamar a quienes cuidarán de ti y alejarán al intruso... No temas, no temas. Calmado definitivamente, levanto el teléfono y comunicó la insolencia del vagabundo, solicitando custodia para el día siguiente y los otros si fuera necesario. Al día siguiente la entrada a la enorme fábrica amaneció vigilada por un piquete de policías. Apostados, esperaron la llegada del que había amenazado al patrón. No esperaron mucho. Apareció como si tal cosa. Atravesó la calle y caminó sin vacilar hacia la entrada del edificio. Subió a la amplia vereda sin detenerse. Los guardias creyeron que se detendría ante la custodia, pero no fue así. Ignorando la vigilancia se dirigió hacia la entrada con natural intención de trasponerla.
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Fue entonces cuando un guardia lo detuvo, colocándole el arma atravesada sobre el pecho. El forastero, sin darle importancia al fusil, levantó la vista y les dijo: - Señores, estoy citado para una entrevista con el dueño de la empresa... ¡Permiso!-. Dicho esto, separó suavemente el arma, dio unos pasos, pero otro guardia reforzó la prohibición de entrar. Lo detuvo bruscamente, empujándolo. El forastero, sin inmutarse, agregó: - ¡Avisen al señor que he acudido a la cita!... Los guardias se miraron sorprendidos y comisionaron a uno de ellos para averiguar la pretensión del recién llegado. Fue y volvió con el patrón de la fábrica. El forastero saludo respetuosamente, diciéndole: - Aquí estoy, señor, cumpliendo la promesa que le hice ayer de venir hoy a visitarlo... La respuesta por parte del empresario fue: -¡Caradura, sinvergüenza! - y le ordenó a los guardias: - Despídanlo de aquí o llévenselo a la fuerza. Es el mismo vagabundo que ayer me amenazó. Eso es todo.. El forastero, sin responder, esperó un momento, tal vez pensando en el próximo paso y se alejó. Los guardias sonrieron. Los vigilantes permanecieron allí por unos días más hasta que, suponiendo que el intruso no volvería, se fueron, dejando la entrada de la fábrica libre como de costumbre, pero lo que no supieron fue que el forastero se acercaba cada
mañana para comprobar si aun estaba prohibida para él la entrada. 27
Cuando por fin vio que la puerta de acceso quedó despejada decidió cumplir con la promesa de la visita. Una mañana se presentó sin que nadie lo detuviera. Penetró. Dio unos golpecitos en la puerta de la oficina y sin dilación entró, enfrentando al señor empresario, que al levantar la vista se encontró con quien casi había olvidado. Quiso tomar el teléfono pero el forastero lo desconectó. Quiso tocar el timbre de alarma pero también fue inutilizado. Y para asegurar la soledad de la entrevista, el intruso le echó llave a la puerta de entrada. Puesto de pie, frente al escritorio, con el gesto sereno, sin demostrar insolencia, le hizo el ruego prometido: - Señor, le suplico quiera atender mi necesidad de trabajo. Como se lo pidiera vez pasada, le ruego comprenda mi situación. Se lo pido sin ironía y sin otra intención que la que expresan mis palabras... El hombre, detrás del escritorio, dejó caer la mano en un cajón abierto, extrajo un revólver e imitando la misma serenidad del forastero, pero con ironía, le dijo: - Señor, le suplico quiera retirarse porque en mi empresa no hay sitio para usted. Como le prometiera vez pasada, le reitero la negativa. Lamento no poder atenderlo. ¡Adiós, señor!
El forastero, despreciando la amenaza del revólver que en manos de aquel hombre le pareció un juguete ya que le temblaba el pulso, le replicó:
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- Señor, por favor guarde el revólver. Yo he venido a verlo a usted y no al arma que le tiembla en la mano. Aun quiero pedirle trabajo con la esperanza de saber que usted no es un animal al que hay que castigar para comprobar cuál es superior. - Señor - contestó el empresario, esforzándome en mantener la posición adoptada -, le ruego abandone este lugar si prefiere seguir viviendo. Pero la mano del intruso, convertida en zarpazo, le hizo volar el revólver por el aire. - Le dije, estúpido, que a usted le temblaba la mano. Ahora sabré si su cogote es tan frágil como su amenaza. Y sin mediar otro incidente, un manotazo brutal cayó sobre el cuello de aquel eminente símbolo de la vanidad, doblándolo como varilla de plomo. Quiso levantarlo del suelo para continuar con el castigo pero algo parecido a una lástima desesperada se interpuso entre él y su furia, aconsejándole lo dejara donde había caído. Sin demora pero también sin huir se retiró de allí. Entristecido, amargado, con la evidencia interior de haber provocado una definición, balanceando la cabeza como péndulo invertido y chasqueando la lengua con el ruido
de la negación, de la duda, se alejó de aquella oficina, alimentando la idea de no convivir con sus iguales, de vivir alejado de esta jauría, de esta manada humana que hoy se llama civilización y que siendo sociedad, lo es por sus modales destructivos.
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Los pasos del forastero no tomaron el camino de la ciudad sino del sendero que lleva a las afueras, hacia donde las barrancas sirven de depósito a los desperdicios de la población, hacia las depresiones, hacia los puentes carreteros del campo. Sus reflexiones, por un raro afán de supervivencia, no dejaban de infundirle ánimo, pero ánimo para vivir al otro lado del trato humano... Allá lejos vio un puente. Su trama de hierro reflejaba chispazos metálicos como lentejuelas de mica virgen. Hacia allí se dirigió. Se apartó de la banquina y entró bajo el puente. La soledad que reinaba allí era como la de cualquier zona desierta. Sobre la orilla, alfombrada de pastos frescos, recién brotados, se tiró de bruces apoyando la cabeza en los brazos cruzados a la altura de la frente. Y sollozó callado, refugiado en la íntima ternura del dolor. El corazón parecíale muy alejado de su pecho. Sus latidos eran apagados, temerosos... El mismo se decía que estaba apagándose como si un manto de negación fuera cayendo sobre el último destello de esperanza.
La quietud bajo el puente y alrededores era profunda. El fondo mismo de esa quietud contenía un ritmo suavizante, un ritmo amortiguante, y el forastero experimentó el contagio de esa calma que le llegaba a la totalidad de su cuerpo, relajándolo por completo.
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Fue entonces cuando sus pensamientos se desligaron del tiempo, se hicieron intemporales con la intención o la aspiración de buscar en la causa de lo que le estaba sucediendo la razón de su existencia física, existencia que estaba sufriendo por desconocer el proyecto archivado de su Alma. Eran pensamientos de sanos ideales a pesar de lo ocurrido, sin embargo, fue debido al fracaso que en su mente nacieron preguntas que se mezclaban con imágenes de su vida pasada desde la más tierna edad. El por qué, el por qué y el por qué se sucedían en un ir y venir mientras desfilaban por su interior los recuerdos de diferentes edades. Si lo que le estaba ocurriendo era la consecuencia de causas anteriores, se preguntaba si algo tuvo que ver cuando era niño el deseo incontenible de aventurarse por canales, arroyos y lagunas en busca de peces para atraparlos, no para matarlos sino para verlos navegar en la acequia que cavaba en el fondo de su casa, pasando horas
enteras entretenido en verlos moverse bajo el agua y detenerse cuando les arrojaba migas de pan. Por cada “por que” que se hacía, surgían en su mente nuevas imágenes, entre las que se vio levantar el pie o girarlo sobre el talón para no pisar una hormiga. Nadie le había aconsejado que hiciera eso, le nacía de su íntima naturaleza como un hábito de acción involuntaria. Le seguía luego el recuerdo de aquella única sensación de agonía y de sufrimiento que sentía en sus manos cuando u ser indefenso se dejaba morir por no poder defenderse ante una fuerza superior a su debilidad. 31
Sin que ninguna relación vinculara un recuerdo con otro, apareció en la mente su propio rostro de niño dándole de beber en su boca llena de agua a pichones de tortolitas, introduciéndole el pico entre sus labios... ¿Por qué recordaba todo esto o más bien, por qué acudían estos recuerdos sin que él los llamara?... Repasando los años de su vida, descubrió ahora que siempre había predominado en su manera de ser la mansedumbre, nunca su naturaleza se había inclinado por el lado de la violencia, el rencor o el odio... Entonces, ¿cómo podía él instalarse en un mundo o en una sociedad donde la agresión y la desconfianza gobernaban los deseos de los individuos? La respuesta no estaba a su alcance, pero fue reemplazada por la aparición de una virtud o defecto que lo tenía intrigado y era la de sentirse incómodo cuando un amigo o un familiar o cualquier persona
allegada, no tenía lo que él tenía. En varias ocasiones esperó a que su semejante obtuviera primero lo que luego él conseguiría. Lo hacía por un inconfesado sentido de equidad, sin que fuera el producto de un razonamiento, más bien era lo que la emoción profunda de la hermandad pudiera desear. Tampoco nadie se lo enseño porque también eso era un rasgo de su íntima manera de ser. Al parecer, el forastero se estaba descubriendo por medio de este desfile de recuerdos, los que aparecían como partes componentes de su personalidad. 32
Otra expresión de su naturaleza era la de no sentirse ganador cuando tenía que vencer a otra persona. No le agradaba competir por el triunfo mismo sino que prefería dejarse vencer, sabiendo que la actitud del vencedor ofende y disminuye al vencido. Para él era mejor compartir sin el ánimo de ganar o perder. Cuando se compite por un premio o por la victoria en sí, no se puede evitar que el amor propio recurra a los medios ilícitos con el fin de ganar, sin embargo cuando se comparte no se gana ni se pierde, se goza con la acción compartida. El forastero necesitaba tener un saldo a su favor para enfrentar la situación actual, pero su ánimo le hacía ver que todo se enredaba en telarañas de abandono. Un olor a despojo le inundó la región del olfato. Sintió que algo implacable acumulaba polvo de nada, de nada y vacío... ¡Qué
desesperación - se decía él - cuando se quiere apoyar en lo que poco a poco se deshace en cenizas de mortalidad!... El rincón del mundo al que había llegado para vivir en la decencia del trabajo lo rechazaba con una hostilidad que lo empujaba hacia el último tramo de la desesperación. De la desesperación le llegó la imagen de una tentación que tenía el gesto piadoso de una mano tendida. Era el gesto que lo invitaba a cruzar el espacio de su empantanada existencia. La serena tentación le mostraba un paisaje de tumbas, de quietudes de muerte. Altos cipreses parecían cobijar un lecho para el descanso inigualado. Entendió con suficiente claridad que la muerte le estaba ofreciendo la zona abierta para que él avanzara, avanzara y... 33
Pero la verdad perdurable de la vida, la belleza de su energía, le acercaba la invitación a la paciencia, le sugería el encuentro con la resignación, como si la resignación le estuviera prometiendo la comprensión de algo que le daría fuerza para sobrevivir. Se vio en un paisaje de primavera y en otro de verano, en los que se alimentaba con una intensa y extensa alegría de vivir. Luego era el otoño seguido del invierno los que venían a su encuentro con el futuro adormecido en el letargo del tiempo. La elección amable con que la naturaleza le señalaba los tiempos inexorables de las estaciones, tenía el sólo propósito de llegar a los frutos para cumplir cada año con el ciclo de su bondad esencial, convirtiéndose en propiedad de los hombres insaciables. Pero estos hombres insaciables nada tenían que ver con le paisaje, en
cuyo paisaje era él un invitado especial. Era la vida, más allá de las intenciones de profanarlas, la que vivía en lo que ella daba para seguir siendo vida. Los dos horizontes se alternaban para conquistar la mente del forastero. El horizonte de la vida y el horizonte de la muerte se sucedían con iguales poderes, con iguales atracciones. El estado al que había llegado su existencia era innegable, pero también lo era el misterio inviolable de su vida. Bajo esta dualidad de influencias, cansado ya, se durmió profundamente, con los dos problemas bien establecidos en alguna región del Alma, en cuya región serían revisados definitivamente. Cuando despierte, tendrá mejor definida la decisión adecuada... 34
Pasaron las horas, refugiadas en el viaje de la luz, mientras las sombras debajo del puente se movían de un lugar a otro. Una leve convulsión en los párpados del forastero anunciaba su retorno a la vigilia. Abrió los ojos. Abrirlos simplemente no hubiera significado nada, pero abrirlos para encontrarse ante un espectáculo jamás sospechado ya era distinto. Aquello era espantoso, inaudito. La razón se sentía oscurecida por la sorpresa. Frente a él, alineados en semicírculo, vio una congregación de raquíticos perros vagabundos. Los ojos de la canina asamblea lo miraban con el desconocido y primitivo lenguaje de su animalidad, en cuyo lenguaje se mezclaban el ruego con la piedad, el cariño con una
escala de emociones que podrían sintetizarse en el significado de las palabras: hermandad universal. Los animales al verlo despierto se movieron en sus lugares como auditorio que espera la voz del que ha de hablar. El forastero, arrastrándose sentado hasta dar con la espalda en la pared del puente, miraba y miraba, queriendo ver con algo más que con sus ojos. Perplejo, asombrado y por momentos aterrado, había pasado bruscamente de lo que recién le preocupaba a lo que ahora estaba asistiendo. Con tremenda velocidad acudían a su mente los pensamientos que daban una explicación y desaparecían empujados por otros y éstos por los nuevos que llegaban. Cada uno forzaba una respuesta apresurada, pero de nada valían las preguntas y las contestaciones, pues lo inmediato era admitir la presencia de estos cuatropatas que lo miraban con el gesto de una tristísima orfandad. 35
Su asombro dio un brinco cuando vio a tres perros que se acercaron a él. Los reconoció. Uno era el que ahuyentó y los otros, los que admitió en señal de arrepentimiento por el trato al primero. Se detuvieron junto a él... Con rápida interpretación entendió que éstos eran algo así como delegados en representación de la mayoría presente. Comprendió que eran emisarios, enviados por el resto que permanecía expectante. El forastero sonrió. Hubiera sido mejor no haberlo hecho porque los animales se abalanzaron sobre él para agradecer lo que entendieron como una aceptación. Fue un juego un tanto duro
hasta el momento en que él, poniéndose de pie, dio algunos gritos de mando para calmar a la turba agradecida por el simple gesto de una sonrisa. Así fue como regresaron al sitio primitivo, en donde se echaron con la intención de esperar. ¡Esperar!.. Esta congregación del hambre, no se sabe por qué impulsos de finísima intuición, había llegado hasta el puente donde dormía el forastero para esperar como ahora lo estaba haciendo... Ante semejante reunión ¿quien era capaz de hablar para ahuyentar la seguridad de estar frente a criaturas que desconocían el lenguaje humano?...¿Quien podía utilizar las palabras para que la luz del entendimiento fuera compartida?... No quedaba otro idioma que el de los gestos, pero éstos se hundían en el silencio sin dejar ideas bien definidas en la mente.
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Los ojos de los cuatropatas brillaban con cierta inquietud. Cada brillo era igual al destello de una faceta de cristal que al mínimo movimiento cambiaba el tono de su reflejo. Cada tono podría ser una palabra pero ¿ quien lo traducía para entenderlo? A pesar de la dificultad, el hombre decidió hablar y ante la sola intención de hablar, los perros acomodaron la esquelética estructura para escucharlo.
¡Que extraño! - pensó el forastero antes de hablar. Le pareció que los animales habían entendido lo que él iba a hacer. Cuando él concibió la idea de comunicarse con ellos por medio de su voz, los cuatropatas “oyeron la idea”, dando a entender que estaban dispuesto a oírlo... El ser humano - siguió pensando - ignora los movimientos de los animales y sus intenciones, pero los animales presienten y hasta comprenden cualquier movimiento realizado por el hombre. Muchas veces se habrá comprobado que la criatura irracional está equipada con un instinto que le permite anticiparse a lo que el ser humano quiera hacer. Si el deseo fuera el de castigar, el animal huye antes que la mano tenga tiempo de hacerlo. Si el hombre está dispuesto a la caricia, antes de manifestarla, el animal se acerca, ahorrándole el esfuerzo de alargar el brazo. Algún lenguaje debe haber. Algún perdido entendimiento debe existir. La leyenda, que aparece en los espacios vacíos de la historia, nos dice que en una época el hombre conoció un solo idioma y que todos los seres de la creación se entendían por medio de este...
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¿Qué región del organismo viviente esconde la facultad de expresarse en el viejo idioma universal?... Esta pregunta se abrió paso hacia el interior del forastero con la intención de buscar en el archivo de su naturaleza la respuesta necesaria. Mientras tanto, los cuatropatas se habían sometido al estado meditativo del hombre, pareciendo respetar lo que él le preocupaba. Lo demostraron porque se dejaron estar en quietud
y porque se dieron al entretenimiento de lamerse el duro pelaje de sus pieles. No bien el forastero dejó la región de sus pensamientos, los perros levantaron los hocicos y al igual que los niños que se arriman al abuelo que les narra cuentos, así se acercaron, dando gemidos, rezongos y gruñidos amistosos. De esta manera la esquelética congregación del hambre se adhería a quien, en lo sucesivo, se convertiría en jefe y actor de aventuras con un final imprevisto. Y fue el momento en que los animales oyeron la voz del que adoptaron como amo de sus vidas. - Pues bien, aquí estamos - les dijo - porque la vida tal vez nos necesita. Por eso hace falta una decisión. Desde hoy, señores, formaremos una familia... Los cuatropatas, al oír estas palabras, de las que posiblemente les llegara la esencia de su contenido, se miraron entre sí, usando gestos de tu idioma y dando a entender que estaban de acuerdo.
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El hombre, impresionado por la gesticulación, la que comenzaba a descifrar con cierta facilidad, continuó diciéndoles: - No hace falta decirles que somos la pobreza vagabunda, sin nada a nuestro alcance, ni trabajo ni ayuda, pero esto no debe importarnos porque la vida nos tiene en su contenido y si en ella estamos, ella nos dará lo suficiente.
Andaremos unidos para conseguir el alimento. No lo robaremos, pero nos educaremos para que los tachos de basura nos sean útiles. En el desperdicio de la ciudad nos veremos igualados y separados de quienes nos desprecian. De nuevo advirtió el mismo gesto de aceptación en los cuatropatas, los que de ahora en adelante adoptarán el nombre de limpiatachos. - Creo que nos estamos entendiendo. Ya que estos primeros pasos van saliendo bien, en retribución nos repartiremos lo poco que tengo en esta bolsa... Al oír la idea relacionada con la palabra “comida”, los limpiatachos se pararon en las enclenques astillas de sus patas y esperaron, esperaron como si esa hubiera sido siempre la costumbre. Miraron atentamente cómo el nuevo amo dividía lo que sacó de la bolsa en tantas partes como estómagos habían allí. Y nadie se apresuró. Cada uno fue capaz de aguantar con paciencia la ración correspondiente.
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Luego, la devoraron, dándose el “buen provecho” en un santiamén. Fue el banquete más corto que haya conocido la historia de la gastronomía. A partir de ese bocado comenzó la aventura inaudita de un hombre convertido en jefe de una familia de cuatropatas sin hogar. Todos a un mismo tiempo salieron de la postración en
que vivían para ir al encuentro de los acontecimientos que en el futuro los esperaba. El forastero aceptó la responsabilidad de vivir así porque nada perdía, más bien sería al revés ya que podría ganar la experiencia de una realidad distinta. Tal vez esta decisión lo acerque al mundo silencioso de la inteligencia animal... Aunque lo esperara lo indeseable, aunque el peligro lo acechara por marginarse de la convivencia humana, a pesar del porvenir incierto, de algo estaba seguro: Nada arriesgaba ni nada perdería. Allí mismo, donde perros y hombre se encontraron, en un resguardo de lomas junto al puente, construyeron con latas, cartones y otros desperdicios, un hogar, un refugio, un sitio para ejercer la paternidad de un ser humano que renunciaba a sus semejantes porque de sus semejantes nada bueno podía esperar. A los pocos días, gracias al aislamiento, el forastero se sintió invadido por un desconocido aleteo interior, o sea que dentro de sus ser oyó algo que con el transcurso del tiempo fue convirtiéndose en palabras, conociendo por primera vez el proceso con que maduraba la inspiración.
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Tal vez el contacto con los cuatropatas, a pesar de ser irracionales, fuera la causa, o quizás el universo encontraba en este grupo viviente la armonía de la inocencia, capaz de eliminar la incredulidad, el prejuicio y la vanidad, y obtener un estado o cualidad suficiente para aceptar los impulsos del reino
espiritual, los que pueden expresarse cuando la naturaleza interior se desliga del cuerpo, quedando reconstruido en su pureza el instrumento de unión entre el Alma y la esencia de la materia. El amo de los limpiatachos preparó con ramas carbonizadas algunos cartones escritos, los que luego colgaría del cuello de cada perro. El gran acierto, según él, era que cada leyenda describía la personalidad del animal, no la externa sino la interna.
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LA PRIMERA SALIDA
3 La mañana era tibia. El sol, entre nubes de una tormenta dispersa en viaje hacia otros lugares, caldeaba el ambiente, mezclándose a la fragancia de los campos. La humedad de la brisa traía y llevaba el aroma campestre, dando a los pulmones la alegre tentación de aspirarlo con profundas bocanadas. El sendero, a la orilla del camino pavimentado, estaba moteado de recientes brotes de yuyos. El lejano horizonte era una soledad poblada de gritos de chicharras, de pájaros silvestres, de aves encumbradas en vuelos circulares que escudriñaban la tierra en busca de despojos. El cielo azul y las nubes blancas invitaban a la frescura de vivir una esperanza de mayor duración. El forastero con su comitiva de perros, a los que había educado a ser indiferentes con los hombres que encontraran, salieron de su hogar esa mañana tibia. Los cuatropatas, alienados uno detrás del otro, se prendieron a la espalda del que los guiaba con el paso de quien vive acostumbrado a caminar.
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Al cabo de unos minutos de marcha se divisaron las primeras líneas angulares de los edificios. Chimeneas enormes arrojaban bocanadas de humo negro. El forastero, al contemplarlas, tuvo que recordar al hombre aquel con quien se
entrevistara y tuviera el encuentro ingrato que lo alejó del centro poblado, al que ahora volvía por otras razones. Caminaba con la mirada puesta en aquellos respiraderos de fábricas. Se había olvidado de los cuatropatas cuando de repente se acordó que a la entrada del edificio se colocaban tachos de basura, repletos de desperdicios. Algo de allí podía ser de utilidad para los perros y también para él... Sin vacilar agilizó la marcha y puso la proa de su caravana en dirección al sitio que terminaba de fijar. Su decisión, por culpa de los recuerdos, fue la de llegar hasta los tachos que dejaban a la entrada de un terreno que en ningún momento consideró peligroso. El creyó que los perros eran ahora más importantes que lo que había sucedido allí. El chato caserío de la primera población apareció al terminar una hilera tupida de álamos. Llegaron. Sin mirar a otro lugar que no fuera al de su trabajo, el forastero se acercó al primer recipiente, investigó en su interior y ordenó a los perros que pasaran junto a él para depositar en los tarros, que cada uno traía colgado del cuello, los desperdicios que iba sacando después de elegirlos y de considerarlos comestibles.
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En ese momento se oyó el grito de alguien en el interior de la fábrica: -¡Ahí está el tipo que le pegó al patrón!...
El eco retumbó en una alta pared, alejándose como una prolongada estridencia. Fue el grito de alarma. A los pocos minutos una multitud de obreros se reunía a prudente distancia del forastero y sus perros. Los cuatropatas gruñeron, crispando el pelaje de la nuca a la vez que mostraban la blancura de sus dientes en actitud de ataque si eran provocados. De entre la multitud, abriéndose paso, apareció el patrón, el mismo hombre que fuera abofeteado por el forastero. El jefe de los perros ordenó algo en voz baja y autoritaria y los animales dejaron de gruñir. El señor de la fábrica, sin animarse a llegar muy cerca, abrió la boca para escupir una sarta de insultos que ni siquiera rozaron la piel de su enemigo. Como si nada ocurriera, él continuó con su trabajo... Y su labor se realizaba con delicadeza, pues ningún desperdicio caía al suelo y si alguno por casualidad saltaba de sus manos, lo recogía, devolviéndolo al tacho de basura o poniéndolo en el tarro de turno. Una vez concluída la tarea se dispuso a continuar la búsqueda en otros depósitos de la ciudad, pero el resentido señor ordenó a su gente que rodeara al intruso y sus perros. El forastero nuevamente aconsejó a sus protegidos no cometer ningún desatino. Fue entonces que al levantar la cabeza con gesto sereno, miró al grupo que lo cercaba, buscando la cara del patrón. 44
Al realizar este movimiento quedó a la vista de todos el cartón que pendía del cuello del forastero. También repararon en los que colgaban del pescuezo de los perros. Una risa
burlesca y nerviosa salió de labios del señor cuando leyó lo que estaba escrito en el del jefe de los limpiatachos, el que decía así: Por salvarme de la muerte cuando la muerte era temprana, en esqueleto encontré la vida de los perros que me acompañan. Por AMOR te pido hermano no destruyas la pobre cueva donde me abriga con lujo tibio esta perruna colonia enferma, donde somos hermanos nuevos de la vieja hermandad del mundo. Déjanos doblar la esquina, que si no encontramos nada seguiremos caminando, pues tu sabes que no hay vida como no hay tampoco senda por la que se anda en vano... 45
La dura mirada del patrón se deshizo en el brillo de alguna involuntaria reflexión. Tal vez el Alma del señor
empresario pudo más en el instante mismo en que las palabras penetraban y llegaban a una región de naturaleza idéntica a lo expresado en el cartón. Es posible que fuera así ya que sus ojos se detuvieron luego en el cuello de un perro, del que colgaba un cartelito. Era éste de pelo blanco desteñido, con manchas grises y motas negras. Sus costillas estaban aun adheridas al cuero flojo, debido a la herencia que el hambre le dejara. El cartelito decía: Soy el cuatropatas que a garrotes lo tuvieron por andar entre basuras olfateando su alimento. Aunque miedo me dio la vida por vivir cerca del hombre, hoy por culpa de otro hombre, mansedumbre te prometemos a cambio del bien ajeno que sobra dentro del tacho. Algo trataban de enseñar las palabras escritas, algo querían decir porque el que las leía aflojaba la dureza del semblante. 46
Algo en la esencia humana se dejaba acunar por la intención de lo expresado. Siguiendo con esta antología, los ojos fijaron la vista en otro pedazo de cartón que parecía un medallón grotesco sobre el pecho del perro que lo balanceaba. El mismo aspecto de huesos salientes lo emparentaba al anterior. Daba la impresión de estar orgulloso de mostrar lo que colgaba de un collar de piola, en el que podía leerse: Por algo la tierra quiso que perro yo naciera. La culpa de ser un perro es casi como la tuya que en hombre te ha convertido. Me duele la diferencia que nos separa, la que siento cuando tu mano se divierte con la violencia. A pesar de tu castigo que a diario lo soporto, siempre, siempre te perdona la fiel naturaleza de mi raza. Esforzándose por no caer en el asombro pero con el mínimo maleficio del entretenimiento, el empresario siguió buscando perros y cartones. 47
Y el más pequeño, cuzco de apelativo, con el pelaje arrugado que a trechos mostraba la piel desnuda, típico habitante de recovecos, zanjones y hoyos, lucía un pedazo de cartón ancho y mugriento, en el que pudo caber lo siguiente, escrito a punta de carbón: Vivir a solas con el mundo a cuestas fue mi vida. Andar a solas tras el mísero mendrugo fue mi vida. Es cosa nueva sentir que ahora nadie me persigue. Es cosa nueva sentir que tengo el sueño asegurado. De tanto haber sufrido el castigo de los hombres, hoy me toca estar viviendo la amistad de un ser humano.
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Otro ejemplar canino, arqueando el pecho y levantando la cabeza, dejó al descubierto un péndulo de cartón y lo que en él estaba escrito. Parecía simbolizar lo que la vida, después de muchas vicisitudes le dejaba en señal de retribución, dando a entender que nadie se quedaba sin recibir el consuelo aunque llegue éste al final de una existencia: Me barrió la vida como el viento a la basura. Siempre fui el otoño con el frío por delante. Cuando quise madurar el tiempo para estar en primavera todo el mundo estaba frío. Olvidado de mi mismo me arrojé al sollozo del aullido cuando el cielo era sin luna. Ni siquiera con la luna me encontraba cuando aullaba. A destiempo me ha llegado
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el encuentro con la vida. Aunque viejo, siento joven el final de este comienzo. El dueño de la fábrica habría continuado la lectura en otros ejemplares y muy a pesar suyo dejar que su cerebro enmohecido siguiera dándose este baño de ennoblecimiento si el forastero no se hubiera movido para abrirse paso entre la gente que lo rodeaba. Con el primer movimiento, los perros le formaron círculo y con él en el centro avanzaron hacia un punto por el que deseaban pasar. La decisión del jefe de los cuatropatas hizo que se rompiera el mínimo maleficio. Tenía que romperse, lo que hizo también que el entrecejo del patrón se frunciera y con ello la realidad trajo el recuerdo del bofetón. Todo se esfumó, quedando en pie la voz de quien ordenó a su gente: -¡Traigan la manguera a presión y barran a esta recua hedionda!... El forastero se detuvo con firmeza, giró la cabeza y clavó la mirada en los ojos del empresario. El silencio que se produjo fue severo. Las dos miradas sostuvieron una lucha invisible, dejando en el aire la misma sensación eléctrica que deja el relámpago de una tormenta. El señor terminó diciendo: - ¡Este sinvergüenza me debe una cuenta y la tiene que pagar! 50
El jefe de los limpiatachos dio la espalda y en voz baja dijo algo. Los perros arremangaron el cuero del hocico, dejando al descubierto los blancos dientes que mordisqueaban el aire. A cada mordisco se oía el ruido metálico de las mandíbulas. El crujir de los dientes sonaba con siniestra intención de perforar la carne del que se acerca demasiado. El grupo se movió a pasos lentos para romper el cerco. Viendo la gente la hostilidad de los animales que defendían a su amo, se abrió en abanico, dejando libre el espacio por el que pasaron. El patrón gritaba, escupiendo el aire pero nadie se animó a detenerlos. Los perros, colocados como estaban, formaban un círculo, del cual cada uno era un radio y el forastero el eje que los mantenía en ajustada armonía. Cuando hubieron andado unos metros la rueda se deshizo. El amo, encabezando la tropa de perros, que en hilera se colocaron, tomó la orilla de la calle, perdiéndose de vista cuando una esquina los sacó de las miradas de los que se quedaron entre los insultos del patrón. La primera aventura había terminado. El camino que hicieron después, completando raciones de alimento, estuvo libre de amenazas. En la lejana región del hogar se repartió la comida. Los perros agradecidos, más alegres que nunca, devoraron lo que ahora si los sació, dejándolos en modorra a los pocos minutos del banquete. 51
Tirados en el suelo, cada uno sintió el renacer de las fuerzas cuando el estómago, admirado de tanto combustible, se dio a la tarea de producir energía para el cuerpo. El forastero, recostado a pocos metros, miraba la diseminada familia que satisfecha contestaba con ternura canina a quien fuera el autor de esta cosecha.
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TREGUA 4 Los días pasaron sin novedad para los limpiatachos, pero en la ciudad el señor abofeteado hacía uso del deseo de perjudicar, acusando al protector de los perros. Denunciaba la presencia maloliente de su perrada, la que en cualquier momento podría convertirse en una jauría de animales rabiosos. Dijo cuanto su encono le aconsejaba allí donde su influencia era respaldada por la sumisión. Los argumentos de su cerebro enmohecido fueron repetidos para que la ciudad se enterara y la ciudad, como un monstruo dormido, de movió para despertar a los que se enrolaron en la defensa del forastero y a los que se unieron al otro. La presencia de los segundos se debió a la habilidad de un personaje que hace estragos en todos los niveles dela vida. Su nombre tiene una relación íntima con la influencia para enceguecer y anular los valores del Alma. Este enemigo de la realidad llevó a cabo la eficiente labor de sobornar a quienes por ser autoridades de la ciudad manejaban ciertos poderes. Las autoridades o algunas de ellas decidieron actuar pero su acción debió postergarse varias veces porque el periodismo tomó cartas en el asunto. 53
La prensa, habiendo comprobado la simpatía que el forastero venía despertando en los habitantes mientras recorría el itinerario de sus recolecciones, se lanzó a la lucha para animar un escenario monótono, no tanto por defender la forma en que se alimentaba aquel y sus perros sino que lo hacía para resaltar la osadía de una consciencia, la valentía de una voluntad humana que desoyendo la prevención de las costumbres se había dedicado a reunir una familia de perros vagabundos. Los periodistas hicieron notar que las calles de la ciudad habían quedado vacías de perros sin hogar. Además, para hacer más grande el contraste y más honda la diferencia entre el periodismo y las autoridades sobornadas, apareció cierto día una estadística en la que se apreciaba la disminución de la hidrofobia. De inmediato aprovecharon la ocasión de justificar la permanencia de aquel y sus perros, pues dijeron que el amor a los animales había hecho el milagro de juntar, precisamente, a los sin dueño, que siempre son la víctimas elegidas por el mal de la rabia. Además, para eliminar la amenaza de una posible aparición de dicho mal, se dijo que lo concreto sería vacunar a los animales que viven bajo la protección del forastero. De esta manera quedaba reforzada la defensa a favor del amo de los limpiatachos. Cuando comprobó la prensa la popularidad de su campaña decidió fomentar una colecta con el fin de comprar una casilla o algo parecido a una o dos habitaciones prefabricadas.
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Se dijo que lo hacía para darle lustre a los preceptos de la higiene. A partir de tales medidas dejaron de oírse las voces de quienes condenaban la forma de vida del protector de los cuatropatas. A todo esto, el forastero había permanecido ajeno a lo que estaba sucediendo, ignorando el desarrollo de los acontecimientos, de los cuales él era el protagonista principal. Su norma de vida a partir de la decisión de instalarse con sus perros había sido la de no establecer ningún tipo de relación con los habitantes de la ciudad, como si él quisiera comportarse de la misma manera con que lo trataron al comienzo de esta historia. Con quienes se dejaba comunicar era con los niños, pues estas criaturas era las que lo acompañaban con sus travesuras infantiles, permitiéndoles a los perros que jugaran con ellos. Cierto día, sin que los beneficiados supieran nada, llegaron unos hombres y ante el asombro de perros y amo levantaron una habitación de madera, construyeron platos de cemento y otras comodidades más, si es que se puede llamar comodidades. En esta ocasión fue cuando el jefe de los animales se enteró de lo que había sucedido en la ciudad. Si bien se sintió agradecido, hubiera preferido que lo ignoraran, que lo dejaran al margen de la ciudad porque temió le sucediera lo irreparable cuando menos lo esperara. Así como estaba recibiendo un beneficio cuando menos lo esperaba, también cuando menos lo esperaba podía recibir lo que más lo perjudicara.
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Aunque él no intervino en la división que se ahondaba, cuya división cobijaba el drama que algún día se haría presente cuando lo decidiera la oportunidad. La estrategia adoptada, después del fracaso de las intenciones del señor empresario, fue la del silencio, pues los implicados en los designios de este señor dejaron de amenazar hasta que todo se amortiguara en el olvido. La prensa, al no tener a quien atacar, también enmudeció y reinó por un tiempo la indiferencia, mientras la extraña caravana de limpiatachos se dedicaba pacientemente a recolectar alimentos. De vez en cuando algún bulto donado llegaba al refugio de los cuatropatas lo que les permitía disfrutar del descanso y de la enseñanza de su protector o viceversa - Viceversa porque el hombre aquel lo obsesionaba el comportamiento de la intuición de los perros y la suya propia. El accidente que lo alejara de la convivencia humana hizo nacer en él la curiosidad y el amor por la naturaleza. Esto le permitió convertirse en explorador de sí mismo, en investigador de las reacciones más profundas encontrando a cada paso sorpresas que no las hubiera imaginado si estuviera viviendo en el mundo de los hombres. Observaba a los perros como seres vivientes capaces de alcanzar entendimiento en la mente humana, o sea que él creía en algún lenguaje universal.
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Lo principal sería descubrir la clave del mismo, lo que le pareció vislumbrar en cierta ocasión fortuita cuando vivió la siguiente experiencia: La hora y el día no tuvo importancia para él cuando pensó, sin saber por qué, en uno de sus cuatropatas, uno pequeño que por su tamaño estaba destinado a ciertas labores, como ocurre en un hogar en donde la edad del hijo menor determina el trabajo que solo él hace. Los perros correteaban por el campo, oíanse los ladridos y sus corridas juguetonas. El forastero pensó en uno de ellos mientras dormitaba recostado en la galería. En su mente hizo el dibujo del pequeño animal, viéndolo con una petaca de tabaco, que la tomaba y se la traía a él, entregándosela en sus propias manos. El pensamiento en sí era algo común, intranscendente, pero no lo fue la nitidez del cuadro mental, viviente hasta el extremo de sentir el escenario como realmente vivo. Al comienzo creyó que todo terminaría ahí, pero lo maravilloso del caso sucedió cuando el perrito, en el que había estado pensando, apareció en la galería trayéndole la petaca. El hombre, con la mirada fija por el asombro, recibió mecánicamente el objeto mientras un escalofrío le sacudía el cuerpo a causa de lo sucedido que, por supuesto, lo consideró extraordinario. Le pareció descubrir algo portentoso, semejante a la palanca que según el punto de apoyo puede mover al mundo.
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Su mente se revolvió, se hizo un torbellino incoherente de impresiones. Era como el chisperío alocado de una fragua que arroja por el aire su pequeño universo de estrellitas fugaces. Así se desbocaba su mente, barajando ideas que iban y venían, que nacían y morían como las fugaces estrellitas de la fragua. Había ocurrido tan de repente, de manera tan sorpresiva que pasaron varios minutos antes de calmarse. Ni cuenta se dio de que había armado un cigarrillo, se lo había fumado a medias y ya estaba liando otro, completamente ajeno al deseo de hacerlo, cuando se dio por enterado de la situación. Se puso de pie y se paseó por el corredor de la galería, pensativamente, con la mente fija en lo que terminaba de experimentar. El mismo perro que le trajo la petaca, al verlo caminar distraído, se acercó y lo acompaño en sus idas y venidas sin que fuera notado. Perro y hombre se paseaban sin que este último lo advirtiera. El animal levantaba la cabeza de vez en cuando y lo miraba como preguntándole por su conducta, luego inclinaba el hocico y lo imitaba, hasta que el amo lanzó incontenidamente una carcajada cuando lo vio. Se rompió el encanto de la distracción y el premio para el perro fue un zamarrón cariñoso, acompañado de una palmada en el lomo, tras lo cual le indicó fuera a reunirse con los demás. Los días siguientes, después de lo ocurrido, fueron jornadas dedicadas en su mayor parte a buscar en su interior, a veces en forma desesperada, una respuesta a los interrogantes que surgieron a raíz del imprevisto hallazgo. 58
Hizo muchos experimentos con los cuatropatas, obteniendo éxitos por un lado y fracasos por el otro. Le molestaba desconocer un método que fuera certero en todas las ocasiones. Tenía la clave pero no la ley. Conocía la pieza suelta pero el engranaje no. Después de todo se fue acostumbrando a la impotencia de llegar más allá, echándole la culpa a la ignorancia de las leyes naturales que rigen tantos procesos misteriosos. Los días retornaron a su cauce normal pero ahora se deslizaban con el agregado de las experiencias que realizaba con los perros. El forastero estaba descubriendo en los silencios de su naturaleza que las palabras del idioma humano fueron naciendo de los objetos exteriores que en la mente se habían convertido en imágenes, es decir, fue a partir de las imágenes registradas en el interior del hombre primitivo que las palabras tomaron formas sonoras en las cuerdas vocales. El ser humano debió acumular en su memoria las imágenes de los objetos, animales y plantas, con las que vivió en íntima armonía, o mejor dicho, en íntima relación hasta que sus cuerdas vocales comenzaron a ensayar con las frecuencias sonoras equivalentes a cada una de las imágenes. Durante un largo período, la comunicación entre todos los seres de la creación debió haber sido por medio del uso de la visualización del objeto. Dos personas que estuvieran pensando el mismo objeto podían enviarse mutuamente la imagen respectiva. 59
La imagen registrada en la mente o en la retina de los ojos era la misma para todos los seres que habitaban la Tierra, incluidos, por supuesto, a los del reino animal. Tener en la mente o en la pantalla de los ojos la imagen de un alimento, sea éste una fruta o alguna otra cosa comestible, esa imagen era comprendida por quien tuviera la mínima condición receptora en su mente o en la retina de los ojos. Se hablaba por intermedio de la transmisión de las imágenes de los objetos y animales existentes, sin haber llegado aún al uso de las palabras, de aquellas palabras que en el futuro iban a reemplazar a las imágenes. El próximo paso habría tenido su origen en la esencia de la imagen que con el paso del tiempo llegaría a ser su contraparte sonora, o sea, lo que era imagen muda se convertiría en los primeros ensayos del habla por medio del sonido. La esencia de la imagen, lo sabemos ahora con certeza, sería su frecuencia vibratoria, la que en aquella época pudo transmitirse del objeto a la mente y de la mente a otra mente. Hasta aquí había llegado el forastero como recompensa de pasar horas inmerso en los silencios de su naturaleza, donde, al parecer, encontró los datos que él se afanaba por interpretar según la capacidad que tenía de comprenderlos. Presentía que en ocasiones sucesivas tendría nuevas revelaciones. Su vida se estaba expresando a través de dos tareas, durante las cuales él cosechaba en su interior lo que su inteligencia le ofrecía y cosechaba en el exterior el alimento para la familia canina. 60
La caravana que formaban estas criaturas alcanzó el rango de visita popular cada vez que incursionaba por la ciudad en busca de lo que todos los pobladores sabían. En muchas ocasiones, los tarros eran llenados por la gente del pueblo, especialmente por los niños que esperaban a la puerta de sus hogares. El protector de los cuatropatas se tomó la preocupación de renovar los cartelitos, ya que como buen principiante en el arte de escribir creyó que el público merecía algo distinto de vez en cuando. Él recordaba el itinerario de sus viajes y siempre trataba de cambiar los medallones de cartón después que la gente parecía comprender lo escrito en ellos. Lo que escribía en los cartones mostraba al hombre que cada día conoce mejor a los seres con los que vive.
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LA VISITA
5 Una tarde de sol espléndido, de aire fresco exhalado por el follaje, rumor lejano de campos, de campos que susurraban ese leve frotamiento de hojitas silvestres, de arenas en remolino, de pájaros y cantos que en el silencio parecían otro silencio más. Así estaba el día cuando llegó un periodista al hogar de los limpiatachos. Al frenar su coche sobre la banquina de la ruta, un coro de ladridos recibió su llegada. Los cuatropatas ladraron sin hostilidad, más bien por la costumbre de asombrarse ante la presencia de un extraño, de un desconocido que en este caso no traía amenaza alguna. El forastero, asomado a la puerta, se quedó esperando. Con un silbido destinado a los perros, hizo que éstos se alejaran a jugar por las lomas cercanas, donde solían esconder huesos para roerlos en horas de vagancia. - ¡Buenas tardes! - se oyó saludar al recién llegado. ¡Adelante, señor! - fue la respuesta del jefe de los limpiatachos. 62
Frente a frente se dieron la mano y después de la invitación se sentaron en troncos ahuecados por la artesanía del amo de los perros. - Esta visita no tiene nada de profesional - dijo el hombre de prensa para evitar alguna postura defensiva. - ¡Así es mejor! ¡Es mejor para los dos! - respondió el forastero, sin embargo se preguntó cuál sería entonces la intención que lo traía, porque si no lo empujaba la misión profesional, ¿qué diablos hacía allí, frente a él? - No es fácil comenzar una conversación con usted sin conocerlo personalmente - dijo el visitante -. Si hubiera venido como periodista sería distinto porque las preguntas que usamos abren de inmediato el diálogo. Ya que debo ser yo quien provoque la conversación que deseo tener con usted, no me queda más remedio que decirle que desde el primer momento me sorprendió todo lo que me contaron de usted. Su forma de vida y la razón que tuvo para alejarse del mundo me han tenido desorientado, imaginándome solamente que su tarea tiene mucho de maravillosa. Dominar a los perros, sin que éstos cometan daño, debe ser algo virtuoso. Le ruego comprenda la manera franca de entrar en tema ya que no me queda otro camino. El protector de los cuatropatas esbozó apenas una sonrisa.
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Lo miró un momento, sonrió de nuevo bajando la cabeza y luego, levantándola, le dijo: - No se si contestarle sin la actitud defensiva de mi ánimo o decirle que se aleje de aquí por todo lo que me ha sucedido en esta región, a la que llegué con la misma esperanza de un niño que aún no ha vivido la experiencia de la desconfianza... - Usted decide - le dijo el periodista -. Yo he venido continuó diciendo - con la seguridad de que usted sabría conocer mi intención con la misma facilidad con que se entiende con sus animales. - Sí, tiene razón, pero eso lo supe por los perros, no por mí mismo ni porque me lo dijera la intuición, pues la intuición en relación con los hombres está muy deteriorada, está bloqueada por la desconfianza. Sepa señor, que estos cuatropatas son los que me hacen confiar en usted. Tal vez ellos saben mejor que yo que usted ha de ser uno de los autores de los beneficios que hemos recibido... pero también presiento que los beneficios han llegado como consecuencia de una posición adoptada en respuesta a otro bando y no en respuesta a la original situación de nuestra existencia. - El periodista sintió el aguijón de la verdad sin que lo afectara ni lo ofendiera, ya que él vivía atrapado en un engranaje del que se aprovechaba cuando una oportunidad como la que tenía ahora, le permitía intervenir para satisfacer los ideales que en su interior guardaba. 64
El forastero quiso atenuar el impacto cuando vio en la mirada del visitante el efecto de sus palabras: - Más allá - le dijo - de lo que lamento haberle dicho, le agradezco mucho, pero muchísimo, lo que ha hecho en bien de la orfandad de los cuatropatas, por eso lo respeto y acepto su presencia. - Repito sus propias palabras, dichas anteriormente... ¡Así es mejor! ¡Es mejor para los dos porque no estamos escondiendo nada y eso me agrada porque a pesar de todo hemos de rescatar la razón de su vida y la intención de mi visita. - ¡Eso espero! - dijo el forastero - A partir de la razón de mi vida voy a conocer la intención de su visita. Lo que a usted le parece una empresa que tiene mucho de maravillosa es porque nunca la hemos emprendido. Esto, que es sólo un pequeño trabajo para mí, lo descubrí por casualidad cuando la vida me empujo hasta ese puente que ve allí, pues allí me encontraba dormido y al despertar me vi rodeado por estos animales. Después de obligarme a comprender que no me quedaba otro futuro, sentí que lo agradable estaba en aceptar mi fracaso para que naciera lo que usted llama virtud. Aunque he usado la palabra casualidad, no creo que haya sido casual el encuentro con esta orfandad. - También creo - agregó el periodista - que no ha sido la casualidad la que me ha traído hasta aquí.
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Cuando conocí la manera extraña con que ustedes se entienden, apareció en mi ánimo la necesidad de venir, no por simple curiosidad sino porque la razón de su vida está en peligro y porque está solo, muy solo frente a quienes aprovecharán un descuido para actuar... - Ya está asomando, por lo que escucho, la intención de su visita - dijo el forastero y se quedó por un largo rato en silencio y triste, sumido en la real fragilidad de su situación. Durante este momento le permitió al recién llegado fijarse en el aspecto del hombre que tenía delante. Pudo apreciar en su rostro la inquietud de su destino que se calmaba en la mirada de sus ojos. Las cejas se alzaban cuando alguna idea relacionada con su porvenir cruzaba por su mente. En sus labios vio el gesto resignado del sufrimiento y la paciencia. En sus manos, enormes manos, notó la expresión del cuerpo en su totalidad, pues cuando el cuerpo insinuaba un movimiento, las manos lo acompañaban. Cuando sus labios se encargaban de hablar, era entonces la ocasión en que las manos adquirían la plenitud de la expresión. Se podía resumir, pensó el periodista, en tres rasgos la personalidad del amo de los perros y según él, eran los ojos, la frente y las manos. En los ojos se abría la claridad del Alma y se ocultaban las sombras de los temores futuros. En la frente habitaban los gestos fundamentales del sufrimiento y de la rebeldía, dominados ya por la paz de la inteligencia.
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En las manos parecía estar la respuesta de cualquier movimiento del cuerpo. Así lo vio el visitante, presintiendo además que se hallaba frente a un corazón formidable y sencillo. La manera fácil con que lo estaba comprendiendo lo puso al borde de la emoción. Ya estaba por romper el silencio cuando oyó la voz de aquel solitario que le decía: - Lo que me enseñaron de niño, de nada me sirvió cuando más tarde me encontré indefenso ante las necesidades de la vida. Me hicieron creer en la justicia cuando luego fui víctima de la injusticia. Me inculcaron la bondad cuando más tarde fui presa fácil de la maldad. El mundo que encontré después de la adolescencia no fue el que me hicieron creer cuando era un niño... ¡Menos mal que mi naturaleza interior me ayudó a confiar en lo que uno trae en la memoria del Alma, pues de allí saqué el alimento para fortalecer mi defensa desvalida ante un mundo que amenazaba aplastarme. Ahora mismo estoy ante una amenaza parecida. En fin, dejemos eso para comenzar a decirle lo que entiendo y lo que creo haber comprendido. Algo le contaré por la sola razón de contarlo. Le mostraré un poco de mis reflexiones, ya que muchas de ellas contienen más interrogantes que respuestas. - El hombre - continuó después de una pausa - como todos los seres de la creación debe tener en su escurridizo ser interno algo parecido a un espejo capaz de enviar imágenes.
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La primera sorpresa que tuve fue comprender que los perros adivinaban mis movimientos, hasta presentían mis pensamientos. El instinto o el espejo interior de estos animales recibía de mis intenciones la imagen antes que ocurriera la acción, pero cuánta tristeza y cuánta impotencia me anulaban toda vez que intentaba descifrar un método que me sirviera en todo momento. El hombre no ha sido desterrado del paraíso, él ha desterrado el paraíso de su propio interior, él le ha construido al Alma la celda o la prisión en la que la mantiene encerrada para él, sólo para él, él ha levantado un muro que lo separa del verdadero conocimiento, el que se ilumina por sí mismo y que de tener el camino abierto sería para el hombre la conquista de un viejo silencio que se pondría a hablar con nosotros de cosas tan sencillas como admirables. Hablaríamos de problemas y nos reiríamos de la simpleza para solucionarlos... En fin, es tan imposible que lo entiendan aquellos que deberían entenderlo que más vale alejarse del tema y acercarnos a la novedad con que la experiencia me ha estado desafiando. Yo ensayé con mis perros algo por pura ocurrencia, más bien por humilde inspiración. La llamo humilde porque no hace ruido para anunciarse. Viene como el pobre a la puerta de un hogar a decirle y a pedirle al dueño cosas de tan poca importancia que le molesta su demora y ruega que se vaya pronto.
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Por eso la llamo humilde. No le interesa ser escuchada. Ella cumple con los momentos de hablar, lo demás corre por nuestra cuenta. Esta humilde personita que llevamos adentro, cuando menos esperaba me dijo: ¡El dibujo mental de las ideas puede ser entendido por cualquier ser de la creación!... Alcancé a retener esta ocurrencia porque no tenía relación con nada de lo poco que conozco. Fue algo que quiso expresar lo que dijo y nada más. Como recién había nacido, debí esperar su madurez. Después de saborear esta idea y de repetirla una infinidad de veces, se fue convirtiendo en un argumento que, en resumen, se relaciona con algunos fenómenos conocidos, los que se refieren a la transmisión por medio de la electricidad. El forastero intentó explicar en su lenguaje profano que las palabras del que habla tienen la característica de la vibración que corresponde a la frecuencia del órgano del que habla. Este tipo de vibración audible se convierte en vibración inaudible cuando viaja por el espacio, o sea que cambia la frecuencia para adaptarse al medio de la transmisión. Cuando llega al aparato receptor - comúnmente llamado radio recupera el tono de la primer frecuencia, es decir, que vuelve a ser audible, siendo entonces cuando se escuchan las palabras que se dijeron a miles y miles de kilómetros. - Ahora bien - dijo el forastero -, traslademos este ejemplo a la posible facultad del viejo y perdido idioma universal.
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Actualmente sabemos que los órganos físicos del hombre, tales como la vista, el tacto, el oído, etc., tienen la cualidad de recibir vibraciones o impresiones de todo lo que ven, tocan y oyen, etc., y esto lo hacen utilizando la frecuencia correspondiente. Luego le habló del dibujo mental de las ideas, cuyo dibujo podría ser convertido en vibración por la energía de la mente, utilizando la frecuencia respectiva. - Pero he aquí - dijo el forastero - la pregunta necesaria, ¿y después?... No le quedó otra alternativa que hacer una comparación diciéndole que los ojos construyen en su pantalla visual el dibujo de una idea cualquiera, utilizando una frecuencia de onda que sea de característica visual. Luego, la mente o más bien alguna cualidad subjetiva de la mente recibe el dibujo de lo que se ha pensado y lo convierte en vibración, elevando la frecuencia a un nivel que puede ser transmitido al espacio. La persona o animal, elegida como destinataria del mensaje o del dibujo de lo que fue pensado, lo recibe en un órgano interno de igual tipo subjetivo al anterior. La capacidad subjetiva de este órgano cambia el número de frecuencia y lo transforma en imagen que entra o cabe perfectamente en la percepción visual que tienen los ojos. Cuando se realiza el dibujo mental de la idea es posible que deba estar la fisonomía del que tiene que recibir la comprensión de esa idea, caso contrario, bueno, el caso contrario era lo que aún ignoraba el forastero.
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- Algunas veces - dijo el amo de los limpiatachos - se tiene la impresión del fracaso, en otras ocasiones la del éxito. No puedo saber lo que falta para ir eliminando las imperfecciones, sólo sé que hay algo que se burla de mí y quien lo hace es la ignorancia como si la ignorancia fuera una entidad burlesca. El ser humano es una criatura que no tiene noción de lo que es. Desprecia lo mejor que le ha dado la naturaleza y admite lo peor, lo intrascendente. Mucho tengo que hablar de los perros y del cariño que ha nacido entre nosotros, mientras la humanidad, o más bien la intolerancia de un sector de la humanidad nos ha marginado porque cometí el error de no haber soportado la injusticia de una negación cuando la necesidad me había llevado al límite de la paciencia. Lo demuestra en el ejemplo de mi aventura. Si me hubiera tolerado estaría viviendo dentro de su engranaje social y no aquí, junto a estos animales que me salvaron de la muerte y que nos ha unido lo indestructible de un cariño que nos ayuda a vivir. Por este sentimiento ellos vinieron a mi y por la misma razón yo estoy con ellos. Estos animales que nos han dejado solos, que andan por ahí entre las lomas royendo huesos, estoy seguro que saben o sienten lo que está ocurriendo entre nosotros dos y que lo supieron cuando usted llegó. En muchas ocasiones los perros se acercan a mi lado, me olfatean, me acarician para convencerse que estoy junto a ellos ya que les parece imposible que exista alguien que se preocupe por ellos.
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La vida los ha maltratado duramente, por eso creen que todo esto es un sueño y que como un sueño terminará de repente. Le aseguro que los pobres tiene algo muy valioso y lo manifiestan como si fuera natural, al revés de nosotros que cuando tenemos lo que nos parece valioso nos jactamos y lo mostramos con el falso orgullo de la vanidad. Le confieso que mi vida junto a ellos es hermosa, sin otra aspiración que ser como ellos, ya que ellos no pueden ser como nosotros. Sin perder nuestra condición humana, ganaríamos la inapreciable intuición de ellos. Se aprende tanto que llega el momento en que el mejor premio es el silencio en agradecimiento a los que me enseñan y es lo que hace difícil seguir hablando, como si me lo prohibiera la humildad que he ganado junto a estos cuatropatas. Usted podrá juzgar según la costumbre que ha adquirido el lado de los hombres. Trate de apreciar que aquí se pierde la vanidad, que de nada sirve hablar por el gusto de darse importancia... El amo de los limpiatachos dejó de hablar. El periodista, acostumbrado a los vaivenes de su profesión, al trajín agotador de su mundo, en el que las noticias tienen la cualidad de ser veloces, someter al cuerpo a tensiones tremendas, el periodista se sintió en este ambiente opuesto como si lo hubieran trasladado a un rincón de saludable quietud. Experimentó la desaparición de todo aquello que le era útil junto a sus semejantes. Lo invadió la impresión de ser el más extraño de los intrusos.
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Las palabras que deseaba decir se sometieron al silencio impuesto por aquel que tenía delante. Quiso hablar pero no pudo. Decidió, entonces, permanecer callado. Apenas lo quiso se sintió influenciado por ideas que lo complacieron, hasta el punto de creer que las estaba diciendo... Fue algo extraño, algo que nunca sucedió. Ni siquiera se afanó por preguntarse la razón de tal fenómeno por temor a desvanecerlo. Se dejó estar hasta que un perro se acercó y lo miró de frente. El periodista notó en el animal un gesto que no pudo descifrar. Por más que se desempeño en traducirlo no logró hacerlo. El cuatropatas se alejó. La voz del dueño de casa vino en su ayuda: - Ya vendrá otro para hacer lo mismo. - ¿Y a qué ha venido éste? - A ver si usted está por irse. Era verdad. Vino otro, hizo lo mismo y se fue. No pasaron muchos segundos cuando apareció el siguiente, repitió el gesto y se alejó. Medio minuto más tarde el protector de los animales le decía: - Mire detrás de usted. Ahí están todos esperando... También era cierto. Detrás de él estaban. Si, ahí estaban esperando. Cada uno tenía en los ojos, en las orejas, una mímica que evolucionaba hacia el gesto humano, hacia la gesticulación del hombre. El periodista sintió la emoción del descubrimiento, pero no tuvo tiempo de expresarlo porque el amo de los cuatropatas lo decía:
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- Mire la cara de cada uno. Muy poco le falta para ser como la nuestra. Parecen descendientes de mis inquietudes, de mis temores, son los hermanos de mis infortunios... ¡Cómo van a sufrir cuando... - ¿Cuándo qué?... - preguntó el visitante, volviendo el rostro hacia el forastero. El amo de los limpiatachos inclinó la cabeza con lentitud. Su figura adquirió el símbolo de la resignación ante lo inevitable. - Hace unos días - dijo en voz baja - presienten algo. Lo comprendo porque no me dejan solo. Los veo vigilar con cautela. Se han vuelto desconfiados. En los últimos viajes estuvieron con frecuencia cerca de mí como si esperaran un ataque. Gruñeron como si un enemigo nos siguiera. No es difícil que algo suceda. Ellos me lo dicen... Esa manera de olfatear, esa forma de mirar como si... En fin, ya veremos. La ciudad no me perdona que utilice sus desperdicios. El visitante le ofreció ayuda al decirle: - No tenga miedo que estaremos atento. - Se lo agradezco, pero ni usted ni yo lo sabremos con anticipación. La ciudad es algo tenebroso. Tiene bullicios que sirven para aturdir la desesperación de algunos pero, también, guarda silencios que son útiles para atemorizar. Tiene la indiferencia que anuncia y lo que anuncia lo saben los perros.
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La ciudad nos deja andar sin ningún tipo de incidente como si esa fuera la táctica. Y está dando resultados porque nadie se acuerda de nosotros. Tengo miedo que mis perros... Que yo no pueda... Pobre periodista. Tampoco él podía hacer algo. Lo sabía. La noticia llega siempre después de la tragedia o del suceso que se quiere evitar. Cuando lo que va a ser noticia se conoce antes se puede crear la defensa y el acontecimiento queda postergado como ha sucedido hasta ahora. Pero si nadie manifiesta la amenaza, nadie cree en ella. Pobre periodista, él también era una víctima. Su imaginación aceleraba la búsqueda de una solución o por lo menos la seguridad de un apoyo para calmar la inquietud del amigo de los perros. Mientras tanto, los cuatropatas también esperaban, esperaban en silencio, y el silencio era una presencia que igualmente esperaba y los envolvía, haciendo más denso el espacio ocupado por ellos. Esta quietud aguardaba a que el visitante no se fuera sin haber dejado un poco de esperanza, algo de seguridad. Es maravilloso pensar que cuando se espera es porque alguna cosa ha de llegar y en este caso quedó confirmado el significado de la actitud de esperar. Sin que ninguno de los dos se diera cuenta, un perro se desprendió del grupo, entró una pieza y salió de ella trayendo un cuaderno en la boca. Se acercó al periodista y se lo dejó en sus manos.
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- Esto es suyo - le dijo, entregando el cuaderno al forastero. El mismo perro, que había estado atento a lo que sucedía, se acercó al amo y le sacó el cuaderno de las manos y se lo trajo de nuevo al visitante, quien esperó sin saber qué hacer. El forastero atinó a decirle, respetando la voluntad del perro. - El animal quiere que usted lea lo que está escrito. Ahí verá el intento de descifrar la manera de cómo se originaron las palabras sin que aun fueran partes del lenguaje humano. Lo que el periodista leyó se refería a nuestro antepasado primitivo que sin saber hablar había estado acumulando en la mente las imágenes de todo el universo físico que lo rodeaba. Al parecer, él se comunicaba con los seres de su entorno por medio de la transmisión de estas imágenes, haciéndolo como una expresión de su naturaleza psíquica. Si aquel hombre primitivo tenía dentro de sí el registro de lo que había visto, oído, tocado, gustado y olido, él podía elegir la imagen de lo que estaba registrando en su interior y transmitirla a un semejante suyo o a una criatura del reino animal. Lo que el forastero quería dar a entender era que cada cosa como cada objeto tienen su equivalente en la frecuencia vibratoria con que su esencia se manifiesta en la contraparte material. Es decir, cada imagen quedaba y queda identificada por el número de ciclos por segundo de su esencia.
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Al transmitirse la esencia, se recibe la imagen de tal esencia. Teniendo todo el material disponible en su mente, continuaba diciendo aquel cuaderno, ¿cómo hizo el hombre para empezar a vocalizar lo que en su interior era la esencia de una imagen, la que una vez pronunciada se convertía en la respectiva palabra?... El único ejemplo aproximado será el del niño que aprende a vocalizar cuando a lo largo del esfuerzo que hace, imita el sonido de la palabra que queremos pronuncie correctamente según la costumbre de los mayores. Hasta llegar a la pronunciación perfecta ya sabemos lo que sucede con dicho aprendizaje, pues al niño no le queda otra cosa que escuchar y repetir lo que oye de labios de una persona mayor... Pero en el caso del ser humano primitivo, él solamente tenía en su interior el registro de la imagen que aún no había llegado a ser palabra ni había llegado a ser una expresión sonora. Le pareció lógico al forastero admitir que el proceso de vocalizar la palabra de turno comenzara por sintonizar, o mejor dicho, se empezara por convertir en sonido la imagen que había permanecido registrada en la mente. La cantidad de veces que haya tenido que ensayar no lo sabremos nunca sin embargo, lo que nos interesa es descubrir, por aproximación, los pasos iniciales que dio.
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Bien podemos nosotros imaginar uno de los tantos métodos que el hombre primitivo adoptara. Ensayemos con el ejemplo de una imagen que supondremos registrada en nuestra mente como si estuviéramos en una época que se ignoraba el sonido de la palabra agua. La imagen del agua la tenemos registrada en nuestro interior por haberla visto a diario y en muchas partes, y queremos encontrar el sonido que le corresponde y, además, descubrir la palabra que la simbolice. La presencia de la imagen del agua nos puede inducir a ensayar el sonido equivalente a la frecuencia sonora de la futura palabra. El ensayo estaría a cargo de las cuerdas vocales que palpitan, se estremecen y afinan la sensibilidad de sintonizar la esencia de la imagen hasta lograr producir el sonido “a”, y más tarde, después de repetirlo varias veces buscando la unión con la próxima letra para decir: a...a...a...au...au...au...au...aua...aua...aua, sin la “g”, ya que la “g”, por alguna razón ajena al descubrimiento sonoro original, se intercala más tarde para obtener la conocida palabra “agua”. En la época actual, con el conocimiento de palabras y sonidos a nuestro alcance, se vuelve fácil imaginar un ejemplo como el mencionado, pero la tarea debió ser difícil y demasiado gradual para quienes lo hicieron sin ninguna palabra sonora relacionada con la imagen del objeto registrada en la mente. El vínculo que el hombre primitivo descubrió entre el sonido de la palabra y la esencia del objeto dio lugar a la creencia
relacionada con el poder benigno o maligno, usado, por supuesto, para beneficiar o para perjudicar. 78
Si despojamos a esta creencia de las exageraciones con que la superstición la desfiguró, nos queda ahora el hecho tan conocido que a diario lo podemos comprobar, comprobando que los pensamientos afectan el medio ambiente según sean pensados con odio o con amor, dos emociones de opuestos efectos. El periodista detuvo la lectura para mirar ahora con admiración a quien había escrito ese cuaderno. Se preguntó si lo que estaba leyendo era el producto de la inteligencia que se refugia en la soledad, sacando de ella lo que no se obtendrá en los ambientes de ambiciones desmedidas, de vanidades que alejan en vez de acercar la fuente del conocimiento original. Se guardó la pregunta y siguió leyendo: A partir de aquello que se dijo: “Pienso, luego existo”, “El hombre es lo que piensa”, sumado a lo que experimentamos en nuestra existencia podríamos decir que la emoción de lo que se piensa se transforma en estados de ánimo que afecta al ambiente donde vivimos, deduciendo que el estado de ánimo tiene su origen en lo que se piensa, y lo que se piensa tiene su origen en las ideas que nacieron de los objetos y cosas del entorno universal... Si nuestras emociones tienen la capacidad de crear ambientes positivos o negativos, también nos dice que las emociones nos llevan a la esencia de las palabras, cuya esencia une objetos, palabras, pensamientos y emociones.
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De todo esto - continuaba diciendo el cuaderno - surge una pregunta que aun no tiene respuesta: ¿Las voces de nuestro lenguaje humano contienen la esencia de lo que expresan?... Habiendo tantas palabras para expresar una misma cosa, ¿cuál es el idioma original que tiene en sus palabras la esencia correspondiente al objeto que se nombra?. Solamente nos queda el lenguaje único de la visualización, o sea, el lenguaje de reproducir en nuestro interior aquello que vemos, oímos, gustamos, etc... La reproducción en nuestro interior nos pone en comunicación, en sintonía con la esencia de lo que incorporamos como imagen en nuestra mente. Con el lenguaje de la visualización estaríamos de vuelta al estado primitivo, durante el cual aprendimos a comunicarnos por medio de la transmisión de las imágenes. Además, no estaríamos haciendo otra cosa que usar el método, demasiado común, de transmitir por medio de la señal eléctrica una imagen, sea esta sonora o visual. Cuando el periodista dejó de leer y levantó la cabeza se vio rodeado de los perros solamente. El forastero se había alejado sin que él lo notara, debido a lo entusiasmado que estaba con la lectura. Dio vuelta una hoja más del cuaderno y leyó algunos párrafos que por estar separados parecía que fueron escritos en los momentos en que nos sorprende la inspiración o por la simple ocurrencia de no dejar escapar lo que nos viene a la mente:
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Tanto me ha dicho la mano abierta de la amistad que a la vuelta del día me espera la hermandad. Suelo duro, cemento duro, coágulo de piedra muerta no tienes Alma como la mía. Vereda pisoteada, baldosa de brillo turbio no tienes Alma como la mía.
Lo que leyó a continuación tuvo el impacto de una sorpresa a la vez que la de un hallazgo casi providencial, debido a que en la profundidad de su ser había algo parecido. El forastero había escrito en pocas palabras lo que para el periodista fue tanta importancia, porque le permitió a su entendimiento descubrir la inmadurez con que sobreviven las emociones.
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De repente se dio cuenta de la distancia sideral entre la evolución del pensamiento y la poco y nada evolución de las emociones. Eran ocho renglones los que le produjeron el efecto señalado: ¿Por qué la emoción de sentir me ha enseñado a vivir donde vive lo ajeno? De allí me llega la emoción de la risa, la emoción de la pena, aunque nadie me sienta hermanado a su vida.
En otra página del cuaderno leyó lo que podría llamarse la asunción de los hechos y acontecimientos ajenos, con el fin de transferirlos a una consciencia universal, como si el hombre tuviera la facultad de sentir el dolor y el sufrimiento provocados por la injusticia y pudiera dejarlos en manos de una decisión superior para consolarlos y compensarlos con la justicia. El periodista no se encontraba ya ante una persona
vulgar, preguntándose en qué cultura había crecido su inteligencia o madurado su educación. 82
Del pasado de él, nada sabía, ni siquiera sabía de dónde había venido, como tampoco estaba enterado del motivo de ser extranjero en un país donde era simplemente un forastero. Lo que leyó fue lo siguiente: Ya no tengo manos enfermas como las tuve cuando enredaba entre mis dedos los hilos de aquellos sueños que más quería... Todo aquello que impresionaba mi pobre miedo de hombre asustado, hoy se ha deshecho en un gris de sombra. Ya no me importa si el futuro viene a verme anunciándome la muerte. Lo que anhelo con mi muerte es llevarme lo inhumano de lo que hasta hoy ha sido el trato diario
de la razón enferma. 83
Más adelante pudo leer dos estrofas, sin que lo escrito se desvinculara de lo anterior: Hay un día en la distancia que el tiempo no ha borrado, pues el sol en su memoria lo esconde en cada aurora. Traigo las espaldas llenas de alboradas por haber caminado siempre con la mirada puesta en el ocaso.
- No tiene - sintió la voz del forastero a sus espaldas - la obligación de opinar sobre lo que ha leído en ese cuaderno. Son ocurrencias que han nacido por el contacto con estos limpiatachos. - Buenas ocurrencias son - respondió el periodista -, y lo son más aún cuando me ayudan a ofrecerle mi ayuda si usted
me anticipa el itinerario de sus viajes, de esa manera podremos vigilar la zona por la que ande. 84
Nuestra presencia alejará cualquier peligro, cualquier amenaza. También nos servirá para alimentar nuestra lucha en bien de su ejemplo y para lograr una solución que nadie rechace. Si ese sector de la intolerancia, del que usted habla, se ampara en alguna razón para despreciarlo, también nosotros tenemos la nuestra porque aún nos queda un resto de la justicia malgastada. - Además - siguió diciendo -, según lo que he leído en su cuaderno en relación con el lenguaje de las imágenes, le sugiero se las arregle para usarlo ahora, precisamente ahora. Era una solución, no habían dudas. Aunque momentánea, serviría para postergar el daño que el empresario quería hacerle. El forastero miró a sus animales para saber si en realidad había desaparecido la desconfianza. Los cuatropatas se acercaron a él y se lo dijeron en el idioma emocional, única evidencia que únicamente se siente. Luego se echaron a pocos metros. El visitante los vio acomodarse para mirarlo largamente, tal vez sorprendidos de que él les hubiera traído la confianza que estaban sintiendo. Así terminó la visita. Como era de esperar, tanto los perros como el amo acompañaron al periodista hasta la banquina de la ruta y desde allí lo despidieron.
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LA PRUEBA 5 Un nuevo trabajo vino a sumarse. Los lugares que [el recorriera con sus limpiatachos debían ser conocidos por el periodista. La dificultad que ofrecía la distancia al pueblo no era fácil de salvar. Otra prueba de fuego para el amo de los perros. Después de estudiar algunos métodos, decidió utilizar la clave de su descubrimiento para enviar los mensajes, al menos los primeros, ya que los siguientes se harían siguiendo el programa de salidas diarias que irían repitiéndose semanalmente. El forastero recordó primero los detalles de la experiencia anterior cuando visualizó al perro aquel que luego le trajo la petaca de tabaco. Convencido ya, eligió al perro cronista.
El animalito se echó a su lado. Lo miraba con ojos de niño, con pupilas de inocencia, tal vez complacido de serle útil a su amo por haberlo elegido. El forastero se recostó en la pared de la galería y cerro los ojos. En la pantalla oscurecida de sus ojos creó la imagen del perro que tenía a su lado.
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Luego hizo la ruta que el animal había de recorrer hasta llegar al sitio donde el periodista estaría esperándolo. Su mente, con la habilidad del dibujante, realizó, poniendo en él la vida misma, la palpitación telúrica del ambiente. Lo hizo tan bien, casi perfecto, que el panorama creado en el lienzo de sus ojos adquirió tal realidad que desapareció todo aquello que lo rodeaba. Ya no estaba él en el refugio del campo sino en el escenario que su menta construía, pues estaba viviendo con el perro el trayecto trazado en su interior. Vivió la escena y el momento en que el animal le entregaba el mensaje al periodista, acentuando la ubicación del sitio, la calle, la vereda, los árboles, etc. El cuatropatas le daba ya la noticia al hombre de prensa en un punto de la ciudad, especialmente en un lugar inconfundible, en un lugar que se pintaba con toda claridad en su mente. El jefe de los limpiatachos abrió los ojos y vió al perro a su lado. Parecía dormitar, esperando la orden de partida. El animal se puso de pie para que el amo le colgara al cuello el mensaje. Luego se alejó en dirección al pueblo, siguiendo la ruta trazada por la mente del forastero. Se perdió de vista. Los minutos que siguieron fueron inolvidables. La experiencia
estaba jugando su partida de vida o muerte. Dentro de poco se sabría la verdad de ese lenguaje, de ese idioma basado en el dibujo mental de las ideas. El protector de los perros sintió que la ansiedad lo descontrolaba. Para dominarse tomó una herramienta y se puso a trabajar.
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De esta manera quería contrarrestar la inquietud de su ánimo. Deseaba olvidarse de lo que estaba haciendo el perro cronista pero no lo conseguía. Sólo pudo lograrlo cuando recordó al empresario. Ahora su rostro se transfiguró. El bofetón, la policía, los obreros que quisieron impedirle la retirada, el gruñido de sus fieles criaturas... La influencia de este recuerdo le hizo cambiar el enfoque de su consciencia. Transcurrió media hora, pasaron cuarenta y cinco minutos, luego fueron cincuenta, el tiempo llegó a más de una hora y ahí estaba de regreso el perro - cronista. Venía con el papel que él le pusiera en el cuello. Había fracasado. El animal se acercó y levantó la cabeza para mostrar lo que traía colgado. Los ojos del forastero se iluminaron. El papel no era el mismo que él enviara. Lo tomó con manos temblorosas. Había triunfado. La nota era del periodista y en ella decía: “Lo admiro y lo felicito. La punta del ovillo está en sus manos. Permítame compartir su triunfo” ¡Hasta pronto!
El amo de los cuatropatas, con el papel en la mano, emocionado y silencioso, apreciando la grandeza de tantas leyes que esperan detrás del velo de la ignorancia, levantó la frente y clavó la vista en el lejano horizonte como si quisiera ver en él lo que aún no había sucedido. 88
Una brillante y húmeda sonrisa, despejando las sienes y un cosquilleo por todo el cuerpo, le dieron el desahogo a la tirantez de sus nervios, ablandando la contracción de lo músculos. Había encontrado la punta del ovillo según lo decía el mensaje del periodista. Estaba frente a un comienzo extraño con un futuro también extraño. Con el itinerario que debía recorrer la tropa de perros en manos del periodista, llegaron días de tranquilidad, de seguridad. Los compañeros de trabajo del hombre de prensa y en muchas ocasiones él mismo, hicieron el patrullaje, vigilando las zonas por las que pasaban los limpiatachos. El diario se enriquecía con noticias que tenían su inspiración en las travesuras y en las ocurrencias de los perros, en los ingenios del amo, en las reacciones de la gente que simpatizaba o no con este grupo de basureros. El contacto casi diario de los pobladores con estas criaturas fue haciendo más llevadera la tarea porque se hizo común la donación de comida. Muchos vecinos le aconsejaron al forastero el envío de perros, no todos por supuesto, para entregarle alimento. De esta manera se tuvo
la impresión de estar viviendo en una ciudad pintoresca, por la que se veían trotar a perros con tarros llenos de comida. El corazón de un pueblo tiene la costumbre de hacer ciertas cosas o de no hacerlas. Esto le da la personalidad que lo distingue de otros pueblos.
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El pueblo, del que se alejaba casi diariamente el amo de los cuatropatas hacia su refugio, fue tomando la costumbre de entretenerse con la generosidad y con el deseo de ayudar. Debido a esto, las autoridades adheridas al sector de la intolerancia consideraron imprudente la intervención. Poco a poco se fue diluyendo lo que ahora parecía completamente fuera de lugar. La amenaza que pendía sobre los limpiatachos dejó de existir. Pero alguien era irreductible, alguien vivía la impaciencia de la venganza y ese era el empresario, aquel hombre que fuera enfrentado por el forastero. Allí, en su fábrica, estaba el único foco de peligro, de donde ya nadie se imaginaba que de allí pudiera salir.
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LA CALMA 6 Unas viejas palabras escritas por una vieja civilización dicen: “Cuando la mayor calma ronde tu vida, cuídate, que el mayor peligro acecha”... Pero también se dice que “Nunca sucede lo que más se teme”... Nos parece natural obtener de los hechos y de los sucesos ajenos como de las experiencias propias, las lecciones que nos sirvan para predecir el futuro, donde esperamos encontrar repetidos los mismos hechos, los mismos sucesos y las mismas experiencias personales. También nos sentimos propensos a generalizar, naciendo así el proverbio, el adagio, el refrán o simple consejo. Siguiendo este hábito nos convertimos
en esclavos de los que nos dice el proverbio, el adagio, el refrán o el simple consejo, incorporados ya a la tradición de obedecerlos. Cuando nuestra obediencia se vuelve incondicional y ciega, quedamos atrapados en la superstición. Sin embargo, nada de lo expuesto nos acerca al ámbito de la verdad.
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La vida nos traza un camino que nosotros, como seres humano, lo debemos andar siempre hacia el futuro y nunca hacia atrás. Lo que nos espera puede o no estar relacionado con lo que nos sugiere el proverbio, adagio o el refrán. Más bien debemos considerar nuestras acciones individuales como causas fundamentales que habrán de generar los efectos correspondientes, lo que ha de suceder cuando se den las condiciones adecuadas. Vivimos en el plano terrenal de los fenómenos físicos, entre los cuales se hallan los de causa y efecto. Cualquier acto en nuestra manera de vivir se relaciona con una consecuencia, con el efecto que le corresponde. Si abandonáramos la costumbre de someternos al proverbio, al adagio o al refrán, lo mejor sería aceptar que desconocemos gran parte de la naturaleza humana y por desconocerla, deberíamos evitar los errores que nos acercan más a las supersticiones que a la verdad. Según todas las experiencias como la serie de acontecimientos en la que ha intervenido la voluntad del ser humano, ¿qué causa hubo o qué causas existieron para que la
calma se convirtiera en aviso del peligro que acecha? Y en relación con el segundo refrán, ¿qué causa o qué causas existieron para que se llegara a decir que nunca sucede lo que más se teme?
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Por ahora, a la altura de este relato, la calma estaba con ellos, con los cuatropatas y con el amo. Todo se deslizaba como si el mundo hubiera eliminado la inquietud, pero los animales no querían convencerse plenamente, pues de vez en cuando manifestaban una conducta de recelo. Los veía él como si nada presintieran pero, de repente, parecían recordar algo que los obligara a ser más vigilantes. Esta fue una de las ocasiones en que él se desorientaba porque no alcanzaba a penetrar en la naturaleza intuitiva de sus irracionales. Algo le ha sucedido a la presente condición humana como para que se haya perdido la facultad de un entendimiento, porque en este caso le correspondía al forastero la tarea de interpretar la conducta extraña de los cuatropatas. El sol se apartó del horizonte con el mismo esplendor de siempre. La mañana se ofreció propicia y salieron en busca de alimento. Enfilaron hacia la ciudad. Los animales jugaban carreras a la orilla del camino, ladraban de contento,
acariciándose con rezongos y mordiscos inofensivos. El amo los miraba jugar, gozando con las travesuras, silbándolos cuando se alejaban demasiado del control de su vigilancia, ya que siempre quiso mantener una disciplina que, sin ser rigurosa, fuera un ejemplo para la población.
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¡Cómo jugaban esa mañana! ¡Cómo retozaban, se revolcaban y corrían con la cola entre las patas, llegaban hasta el amo y lo empujaban, haciéndolo trastabillar!... Algunos se refugiaban entre sus piernas y nuevos empujones ocurrían. ¡Estaban locos de contento! ¡Que bien suenan estas palabras porque esa era la realidad de estar contentos! Realizaron la recolección de aquello que era comestible. Eligieron, seleccionaron ante la mirada de los que pasaban. Algunos les dejaban un reproche y se iban como figuras impotentes. Otros lo animaban y le decían que él era el símbolo acusador del egoísmo y de la ambición de aquello que se hacen llamar dirigentes, líderes y salvadores. Alguien se le acercaba y le entregaba un paquete. Hacía tiempo que su alimento personal era donado o ganado por su trabajo de reunir perros vagabundos que dejaban de molestar en la ciudad. La gente los iba admitiendo poco a poco. Después de todo, se comentaba, él merecía cierta atención, cierta retribución, ya que se necesitaba
estar hecho de una pasta especial para hacerse protector de animales sin dueño y sin hogar. Cuando los tarros estuvieron llenos, los cuatropatas se alinearon, esperando que la voz del amo iniciara el retorno al hogar. 94
Al hacerlo, se movieron con el agrado de quienes llevan la buena conquista que luego habrán de disfrutar. - ¡Vamos a casa! - les dijo el forastero y tomaron la senda señalada por la banquina de la calle. Saludaban y eran saludados. Sin molestar el tránsito, sin provocar incomodidades a los encargados del orden, llegaron a un sitio en donde se estaban levantando a ambos lados de la calle edificios en construcción, no terminados y abandonados a medio hacer. Cruzaban este tramo de aspecto desierto cuando un perro gruñó con temible desconfianza, sacudió el tarro, volcando una buena porción del contenido... Fue algo de una rapidez inaudita. Una voz de mando salió del hueco de la ventana de uno de los edificios sin terminar. El jefe de los cuatropatas sintió la sorpresa en los nervios que se le crisparon. Los perros corrieron de inmediato y lo rodearon para defenderlo, para protegerlo, porque del grito les llegó la amenaza de algo muy grave. Decenas de hombres, con el rostro enmascarado, saltaron ventanas, cruzaron puertas y sin decir palabras de prevención se abalanzaron sobre el grupo con palos en alto. Dos largas
mangueras habían sido conectadas para vomitar agua, listas para actuar cuando lo ordenara el encargado de hacerlo. Detuvieron a la caravana pero también ellos se detuvieron ante los chasquidos rugientes de los perros. Transformados por el instinto de lucha, los animales parecían una jauría de lobos salvajes, dispuestos a un combate a muerte.
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El amo comprendió la gravedad de la situación y sin demorar ordenó que avanzaran junto a él. Ante el movimiento decidido del grupo acorralado que buscaba abrirse paso, los hombres retrocedieron para que la manguera iniciara su vómito de agua. Luego, casi de inmediato, algunas bombas de gases despidieron olores insoportables. Con criminal intención fueron arrojadas al centro del grupo para dañar y a los costados para evitar la huida. Entonces cayeron los palos sobre lomos y cabezas, llovieron bastonazos con saña inaudita. El amo de los que sufrían la paliza, convertido en furia, alcanzó a golpear, rompiendo la quijada de algunos que rodaron por el suelo, pero la intensidad de los gases lo sofocó y lo inundó de debilidad. El forastero ordenó la retirada en medio de una tremenda confusión pero la retirada era seguida de nuevas bombas, de tal manera que no terminaba nunca la cortina del humo venenoso. Todos desfallecieron, cayendo al suelo sin aliento, casi asfixiados. Reinó de pronto el silencio. Los atacantes, como sombras huyeron y se perdieron de vista. Esto iba a convertirse en campo de muerte cuando una fuerte brisa, convertida en
milagro de la desesperación, comenzó a limpiar el aire, barriendo la densa humareda. Una vez aclarado, los ojos pudieron apreciar lo que había sucedido. Los perros gemían sobre charcos de sangre. Algunos se revolcaban con estertores de agonía, otros murieron allí mismo.
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El amo quiso incorporarse pero algo le dolió en la espalda que lo hizo encoger. Transcurrieron algunos minutos y cada uno, afirmándose en el resto de fuerzas que le quedaba, se alejó. Se hizo una caravana dispersa, de la que uno se demoraba, otro caía, recuperaba energía y continuaba la marcha. La gente que vio el lastimado desfile de estos desgraciados, reaccionó dando insultos y bofetones al aire. Con los gritos se oyeron deseos de golpear a los culpables. El aspecto que ofrecían las víctimas produjo una inmediata rebelión. Rápidamente se enteraron de lo sucedido. Alguien denunció al empresario como causante del daño y se organizó una patota, la que se dirigió a la fábrica. Allí se enfrentaron obreros y rebeldes. Destrozaron miles de objetos. Al culpable no lo encontraron porque había huido, dejando a sus serviles la defensa de sus bienes. Con la desaparición del patrón quedaba evidenciada la culpabilidad de éste. Hasta se supo que habían sido sus propios trabajadores, por su ropa impregnada de gases, los que atacaron al amo de los limpiatachos, quien tras heroicos
esfuerzos llegó a su hogar, donde recién descubrió el número de perros muertos, el número definitivo de ausentes... Y allí, en su lejano paraje, sufriendo el dolor de los golpes y el quejido de sus criaturas, el protector de los cuatropatas se vio envuelto en una lucha consigo mismo, en la que triunfó la comprensión por una extraña ironía.
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Como si una tumba se hubiera cerrado, así el hogar de estos vagabundos se sumió en el silencio. Algunos gemidos cruzaban el aire, síntomas de heridas que no cerraban, que no cicatrizaban. Casi todos se recuperaron con el paso de los días, pero mostraban al caminar que una pata había quedado dislocada o rota definitivamente. El amo pudo entablillar a los que creyó menos averiados. Otra extraña expresión se dio allí, otra cualidad nació en el ambiente de aquel lugar y fue que a pesar de todo, ninguna voz de rencor alteró la paciencia de estos seres. Lo que en realidad sucedía era por influencia de la naturaleza sumisa de los perros, la que aplacaba la naturaleza rebelde del forastero. Los cuatropatas le trasmitían el ánimo de enfrentar la situación, que no era otra que la de recuperar la salud y seguir viviendo junto a quien los beneficiaba y los quería. Pero en la ciudad la reacción era distinta, pues allí se oían reclamos de justicia. La prensa defendió una posición que se notaba era alimentada por un ideal que lo tomaba de la
propia personalidad del pueblo, la que, como se dijo, se fue acostumbrando a la generosidad por influencia de un espectáculo que no entendía muy bien pero que lo atraía con un llamado de hermandad. Si bien el pueblo no entendía la influencia del espectáculo, el forastero vivía en su universo de soledad, en el que poco a poco le parecía estar acercándose a un punto que lo definía como el centro de su ser.
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Para saber lo que le estaba ocurriendo recurrió a un ejemplo que lo acercó mucho a la verdad de su experiencia. Si el punto que él definía como el centro de su ser fuera el vértice de un ángulo cuyos lados se separaban cada vez más, le era fácil comprobar que mientras más alejado se hallara del vértice de un ángulo, la distancia entre los lados se haría mayor como también se haría mayor el tiempo en recorrer dicha distancia. Si el caso fuera al revés, se tenía la evidencia opuesta, o sea, que a medida que uno se acercaba al vértice del ángulo, la distancia entre los lados se acortaban y el tiempo en recorrer dicha distancia también se acortaba. Ese era el vértice o el punto hacia el que se movía como si se acercara al centro de algo que lo atraía con fuerza irresistible y mayor era la fuerza cuando la comprensión se adaptaba a la tolerancia. La pregunta era inevitable: ¿Era el Alma el punto central, la eternidad de la divinidad humana donde nacen las dimensiones de tiempo y
espacio, aumentando éstos a medida que el hombre de dicho centro?... El periodista sería quien al final de este relato iba a descubrir otros detalles en relación con la distancia que el forastero estaba alcanzando para llegar al centro de su Alma.
La intuición de los acontecimientos humanos quiso que quedara en el lugar del ataque el cartón que ese día llevaba el amo de los perros como estandarte de su misión. 99
Había renovado la leyenda y los periodistas lo usaron para caldear y exaltar los ánimos, pero todo suceso deja de afectar cuando el tiempo se encarga de alejarlo. La ciudad se adormeció poco a poco, quedando en la memoria de la gente las palabras que escribiera en su cartón, el que durante la refriega debió perderlo por la violencia del encuentro. En él decía: Silbando y caminando, con el Alma a flor de labio, me digo tantas cosas que hoy veo a quienes fueron mis hermanos en lo humano como si ellos fueran víctimas
de un odio que los hiere. Dañados por el odio, dañaron también mi corazón, pero el Alma a flor de labios me dice que es inútil la alegría si aún me duele el daño que me hicieron. Silbando y tarareando 100
la canción de un encuentro de amistad, me acuno en la esperanza de hacer lo que hace falta: ¡Tras el daño que se olvida otra vez se ama de nuevo! Las viejas palabras escritas por una vieja civilización dicen así: “Cuando la mayor calma ronde tu vida, cuídate, que el mayor peligro acecha”... pero la calma en la vida del forastero era la oportunidad que la causa necesitaba para llegar al efecto.
La ausencia de los que murieron no fue olvidada con facilidad. Ya estaban acostumbrados a vivir juntos, conociéndose las mañas y las virtudes, pero hoy al faltar éstas, los que habían quedado con vida buscaban a los poseedores de sus mañas y virtudes. Las lomas cercanas guardaban recuerdos que sólo ellos conocían. Tanto para los perros como para el amo era inútil desprenderse del pasado porque lo único cierto les llegaba de atrás, de donde les venía el empuje de llevar a cuestas el presente con la esperanza de algo mejor para ellos. El futuro parecía depender todavía de la carga recogida...
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El amo vivió entristecido por largo tiempo. Los perros hicieron todo lo posible en procura de alivio, pero él les respondía con una sonrisa porque no tenía ánimo para más. Si bien era irreparable la pérdida, también lo era la tristeza que no tenía otro modo de expresarse. Por las calles de la ciudad vagaron, no como lo hicieron siempre sino como la gente los veía, acompañados de una aflicción incurable. Ahora pasaban como sombras de una obligación. La diferencia era notable. También cambió el tono de la inspiración. En los cartones se leía la pena por los ausentes: Perdidos, no los veo,
vagando como sombras tal vez a nuestro lado caminan como antes. Hoy sólo la tristeza nos sirve de lenguaje, sabiendo por ella, la tristeza, que van a nuestro lado caminando como antes...
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En otra ocasión, la quietud de su corazón resignado le traía algunas palabras y las reunía, les daba el acento de la hora del día y las escribía como recuerdo de la quietud resignada de su corazón: Aullidos en la noche, de las lomas me visitan. Pensando, los presiento que sufren como vivos... Más luego los aullidos se cambian en rezongos, queriéndome decir
que ellos ya no sufren como vivos... Otro día, la astilla carbonizada era capaz de garabatear algo que él ha notado cuando salen de viaje en busca de la necesidad cotidiana. El corazón se lo anuncia, se lo dice y el nuevo desahogo queda escrito en palabras: Me voy con mi perrada en busca de residuos que por hambre le hace falta a nuestra vida. 103
Los sitios donde faltan aquellos que se fueron muchas veces quedan libres. Los perros se separan, dejando a cada ausente el sitio que ocupara. Tal vez están con ellos porque juegan, van y vienen como antes, como siempre cuando nadie nos faltaba. Otra vez será al regresar, cuando la tarde parece una almohada en la que se recuesta el sol. El amo de los limpiatachos camina, alejándose del rancho, recorre la quietud
del campo, la paz de las lomas... Siempre ha de ser su corazón al que se le ocurre encontrar una huella o escuchar algún ruidito delicado, algún finísimo zumbido y de inmediato ha de ser el cartón el que se convierta en testigo del hallazgo: Cuando vuelvo siento el aire lleno de algo. Un quejido mueve el pasto, luego un grano de polvillo se despeña por la loma. El pequeño humo de tierra se deshace en mil rayitos que embellece el sol poniente. 104
Después... en un tambor de sombras se aleja el eco de un trote juguetón.
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EL FUEGO Y SU LEYENDA
7 El otoño estaba cerca. El verano se alejaba. Los días se unieron a las semanas que se iban. Las semanas y los meses hicieron lo mismo y asomaron los umbrales del invierno. Lo decían algunas hojas que al pasar daban tumbos y volteretas
por los senderos. Lo decían también las brisas que unidas a la luz se convertían en anuncio de los días cortos y fríos. Ya era inminente el cambio. El polo reclamaba su mundo, pedía su reinado. La corona del trópico pasaba a la frente escarchada del invierno. El viento ya no soplaba con los pulmones del cálido verano sino que lo hacía con los aires de alguna cueva de hielo. Se iba la tibieza, acercándose lo que le sigue en el viaje de los días, semanas y meses. El amo de los cuatropatas, de pie sobre una loma, miraba el horizonte y el horizonte se complacía en anunciarle oscuridades de tormenta, manto de nubes y riego de lluvias.
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Algunas ráfagas atrevidas se arrastraban, se enroscaban y ascendían en remolinos, robándole a los caminos y a los árboles las hojas muertas como quien le roba los recuerdos a los que ya no le sirven. El Alma del forastero participaba del espectáculo del tiempo que no retrocedía. De pronto su corazón se contrajo, achicándose en una triste sensación de angustia y de abandono. Volvió la vista hacia los perros echados. Los sintió huérfanos allá en el futuro, nuevamente solos. La lástima se le subió a los ojos. Sin poder rechazar el contagio de desolación que el paisaje le comunicaba, sin poder contener lo que el porvenir le estaba reservando, dejó que las lágrimas de un llanto involuntario se deslizaran por las mejillas cuesta abajo hasta
perderse en la aridez del polvo. Los cuatropatas se dieron voces de alerta y corrieron a jugar con el amo. La intuición de estos animales les decía lo que pasaba en el ánimo de él. Uno de ellos, para mejor un perro cuzco, corrió hasta la galería y le trajo prendida de sus dientes la petaca para que él se armara un cigarrillo y alejara los temores de su visión. Después de la primer bocanada con que aliviara su angustia, acarició a su buen auxiliar, calmando con una sonrisa a su familia preocupada. El invierno, de cuerpo entero, se presentó a las puertas del hogar de estas criaturas. Trajo un empujón de aire helado estremeciendo las paredes de la casa.
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Las noches claras de hielo azul descendieron sobre la región y donde encontraron charcos de agua, allí se dedicaron a escarcharlos. El fuego levantó la ondulación de sus llamas, bailando entre las sombras con su ternura de calor y abrigo. El fuego se convirtió en el espejo donde la mirada embelesada dejaba pasar los acontecimientos de la vida, entre los que surgían imágenes de sucesos que aún vivían en el futuro. Las llamas lamían los troncos y encendían bombitas de resina que volaban en chispas por la oscuridad de la pieza.
Hay una leyenda escrita en el Alma del ser humano, la que nos relata la primer emoción del hombre frente al fuego, cuando el fuego comenzaba a acompañarlo en la aventura de descubrir el despertar de su mente, durante las horas en que permanecía con la mirada perdida en el movimiento ondulante de las llamas. Fueron horas de un embeleso que lo transportaba al misterio de su ser, sorprendido de sentir que mientras su cerebro dejaba de pensar, algo dentro de él continuaba pensando de una manera distinta. Fueron horas, durante las cuales nacían en su mente algunas ideas que no las hubiera tenido en los momentos dedicados al trabajo físico y a la atención puesta en las necesidades diarias de su vida, ya que dichas ideas parecían relacionarse con el futuro de su existencia, presintiendo que ellas podrían mejorar y aliviar las tareas en su lucha por la subsistencia... 108
Esta leyenda nos dice que hubo una vez mucha oscuridad en la tierra apenas se ocultaba el sol. Los hombres sufrían la esclavitud de la sombra negra, donde acechaba el peligro y donde se escondía el ataque. Se dormían con el sobresalto y se despertaban con el alivio de la luz del día. Pero hubo una vez un hombre. Debió ser el primero o uno de los primeros. La naturaleza lo atemorizaba cuando los elementos enfurecidos azotaban la Tierra, pero él sentía la fuerza de un poder en su condición humana que lo empujaba a conocer, que lo impulsaba a desafiar aquello que le causaba miedo, miedo por ignorancia. Las tormentas eléctricas que arrojaban rayos e incendiaban bosques, impresionaban de tal
manera a su corazón que el corazón no hacía otra cosa que aconsejarle la adoración a lo desconocido... Y entre lo desconocido estaba el fuego que ardía en la espesura del bosque, iluminando el cielo y quemando árboles. Cierta vez, debió ser la primera, decidió enfrentar a ese mundo misterioso, en donde vivía la causa de tanto miedo. Su audacia fue reconocida por todos. Pero antes de tomar semejante decisión había observado que los animales no manifestaban miedo, lo que hacían era refugiarse y esperar con pasividad que el espectáculo de la tormenta pasara. Parecía que ellos participaban de todo aquello que atemorizaba al hombre, cuando el hombre se sentía superior al reino animal. Era lo que no comprendía, sabiéndose o creyéndose superior. 109
Aquel antepasado de la audacia humana esperó la ocasión y está llego cuando se desencadenó la furia de los truenos. Los relámpagos trizaban el cielo, desprendiendo rayos que quemaban, provocando fogatas allí donde caían. El hombre abandonó su cueva y se perdió de vista. Era el momento del atardecer. Olvidado de sí mismo por la energía del coraje que lo animaba, llegó al lugar donde ardían ramas secas y troncos derribados. La voz del terror de sus antepasados le aconsejó la prudencia de la veneración. Por un instante lo frenó el instinto educado por la superstición, al que no pudo controlar. Vaciló y retrocedió. Más bien luchaba consigo mismo en vez de hacerlo con aquello que tenía por delante. El extraño espectáculo del fuego y las llamas era como un altar a punto de ser profanado.
La costumbre de atacar o de huir quiso favorecerle la retirada, ordenándole se alejara pero ya era tarde porque la experiencia de estar cerca del fuego con el ánimo de saber y comprender, lo estaba beneficiando ya que el calor le llegaba en ráfagas de caricia agradable. Esto no lo sabía o el terror en ocasiones anteriores no lo dejó aprender lo que ahora estaba sabiendo. Su mente se abrió como si un rayo de luz hubiera roto la espesura de una sombra, despertando en él la idea de la bondad de aquello que tenía allí y que le comunicaba el bienestar de la tibieza. El calor recibido le hacía desaparecer el frío o el frío se alejaba por el resplandor que desprendían esos troncos en llama.
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Se convenció porque era una experiencia que estaba viviendo. Fue entonces cuando se dijo que el Dios del fuego no era malo. Si lo fuera no estaría allí sintiendo una sensación de abrigo. Dio unos pasos y notó el malestar de una fuerte temperatura. Se acercó otro poco y el calor aumentó. Ahora le hacia daño porque su piel no quería soportarlo. Otra cosa que ignoraba, otro misterio deshecho y otro velo de sombra que se esfumaba de su consciencia. Su entendimiento, moviéndose con más libertad, pasaba de un error a otro, dejando atrás el que ya no le servía por haberlo comprendido. El nuevo error le decía que el Dios del fuego se enojaba cuando él se acercaba
demasiado, cuando él sufría la molestia de estar cerca del calor. Hubo un instante de indecisión, sin embargo permaneció de pie mirando aquella luminosidad que tenía la virtud de embelesarlo. Mientras tanto el fuego se consumía, disminuyendo sus intensidad hasta volverse tibio y agradable. Nuevamente se mostraba como antes, es decir, le gustaba la temperatura que despedía. Su cerebro se esforzaba por entender, su mente luchaba con marañas de ignorancia. ¡Qué doloroso le era comprender aquello, el calor que subía, el calor que bajaba!... Al ver que las llamas se hacían pequeñas, imaginó que el Dios del fuego estaba por irse o decidía abandonarlo. A todo esto, sus ojos vieron algunas ramas secas a medio quemar.
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Las creyó solas, rechazadas por el Dios porque estas ramas secas no lo ayudaban a quedarse. Su inteligencia le explicó algo que lo puso contento: Las ramas - se dijo - deben ponerse junto al fuego, al alcance de las llamas, así, de esta manera, el Dios se alimentaría, quedando su existencia asegurada para beneficio de quien tomara el trabajo de hacerlo. Alentado por este pensamiento, tomó algunas ramas secas y se las ofrendó al fuego agonizante, al Dios agonizante, se diría él. Las brasas se cubrieron de humo, arrojando bocanadas de nube. El Dios recobraba el aliento, respiraba con
signos de vida. El hombre lo salvaba de la muerte y en agradecimiento el Dios le daba calor, se sintió servidor y custodio del fuego, además, él podría mantener vivo lo que la naturaleza le estaba ofreciendo. Apenas lo entendió, adquirió la confianza suficiente como para recoger un palo cubierto de llamas. La mano le temblaba. Era la primera vez que esto ocurría gracias a la madurez del cerebro que aceptaba una de las lecciones escritas en el plan del mejoramiento humano. Una conquista fundamental se había logrado. El triunfo estaba a su alcance, tan cercano que su mano lo estaba sosteniendo. Era un héroe y lo sería ante sus hermanos cuando lo vean llegar con el fuego, con el nuevo Dios del hogar que arderá siempre en el futuro, creando una sucesión de errores, cada uno según la época, hasta que el último dé paso a una verdad que como fuego sea alimentada en forma permanente por la descendencia humana.
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En la cueva ya no lo esperaban. Han muerto - pensaron -, pero no tardaron en cambiar de idea cuando lo vieron acercarse con el fuego en la mano, cuya luz le iluminaba el rostro. Les traía el primer destello de claridad para que la caverna tuviera un hogar, un sitio en donde la mente se ejercitara en las grandes aventuras del pensamiento. Gritos de júbilo se oyeron en todas partes. El triunfo obtenido convertía al hombre en monarca de la naturaleza, en rey del universo físico, con el privilegio de aprender nuevas
lecciones, escritas en el plan del mejoramiento humano. Desde aquel día, con el fuego en el hogar, tuvo el hombre la fascinante aventura de la meditación, aventura porque por medio de ella llegaría a descubrir los horizontes insospechados de su inteligencia y porque ella sería la que le iría puliendo el oro de la emoción suprema del amor, a cuyo calor tomaría las banderas de justicia para luchar en pro del bien de la equidad. Lo haría, aunque parezca derrumbarse la esperanza en manos de quienes no han salido del nivel de una ignorancia que los mantiene en la época anterior al descubrimiento del fuego. A partir de entonces y con el fuego en el hogar, el hombre dejaba de ser el archivo de recuerdos mundanos solamente. El Alma tendría ahora las ocasiones de salir a la superficie para consolar angustias, desahogar emociones, iluminar soluciones y aumentar la velocidad del tiempo humano.
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La reflexión se instaló en este nuevo horizonte con esa extraña tranquilidad que permite revisar lo que se ha pensado y lo que se ha hecho. La ondulación de las llamas lo llevaría al éxtasis, adormeciendo las experiencias diarias para dar paso a un desfile de ideas que nada tendrían que ver con las necesidades físicas de la vida. Comenzaba otro mundo, hasta ayer oculto, el que poco a poco dejaría entrever su maravillosa
armonía. Sería el escenario de los mensajes del Alma para los mensajeros del Alma... He aquí la leyenda escrita en las primeras hojas de nuestra memoria interior, la que nos relata la emoción del hombre junto al fuego. Dice ésta que hubo una vez mucha oscuridad en la tierra apenas se ocultaba el sol. Los hombres sufrían la esclavitud de la sombra negra, donde acechaba el peligro y donde se escondía el ataque. Se dormían con el sobresalto y se despertaban con el alivio de la luz del día.
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EL ULTIMO CARTON
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Cuando los últimos días del verano y algunos del otoño se vuelven distintos y adquieren cierto aspecto de soledad, el hombre siente, aunque no se lo explique, que algo lo abandona, que algo deja de estar a su lado. La naturaleza se encierra en sí misma, se adormece en una visión interior llena de reservas y la criatura humana le llama a esto, abandono del campo, tristeza de los bosques, soledad de los valles, desamparo de los pájaros. Pero no es así. La tristeza, el abandono, la soledad, el desamparo de los pájaros. Pero no es así. La tristeza, el abandono, la soledad, el desamparo, son ideas del hombre porque él se queda solo con su quehacer diario, con su ir y venir en pos de lo que no lo deja descansar. No hay invernación para el hombre, no hay regreso al interior de un mundo de reservas. Nada lo acompaña, siempre solo con el camino por delante hasta que en la próxima primavera, la naturaleza lo beneficie con su retorno comunicativo. 115
El hombre es el solitario del invierno y el acompañado del verano... Es verdad, el universo lo abandona durante el invierno para encontrarlo cuando empiece el despertar de los brotes, el despertar perezoso de las ramas y hojas. El amo de los limpiatachos pensaba en todo esto. La humanidad de su vida vivía el alejamiento de la naturaleza,
sentía el misterio inviolable de una intimidad que no podía profanar. El universo circundante regresaba a su período de somnolencia, olvidándose de quien no tenía facultades para hacer lo mismo. El corazón y su Alma conversaban sobre temas de impenetrable comprensión y él sentíase solo... Hasta los perros eran arrastrados a vivir de una manera que armonizaba con la naturaleza replegada... ¡Quien pudiera - pensaba él participar del universo todo el año!... Sin embargo, el amo de los perros estaba más cerca que muchos hombres. Ciertas cosas llegan de improviso, sin que las llamen, se presentan como si les agradara hacerlo así. Pues cierto día, más bien trágico día, el protector de los cuatropatas sintió desfallecer sus fuerzas. Un dolor en la espalda y un apretujón en el corazón le recordaron los golpes que recibió en la calle, durante aquella refriega. El malestar no lo dejaba. Cada jornada se agudizaba más. En su mirada se hizo nítido lo que habría de ocurrirle a los perros. 116
Su voluntad deseaba el esfuerzo de vivir pero el dolor no estaba seguro de poder dejarlo porque alguna herida se había reabierto, alguna mal cicatrizada. El frío suele traer la misión de probar la resistencia del cuerpo. Al probar la de él, encontró una grieta por la que hizo pasar la debilidad como advertencia de una amenaza peligrosa. Los perros se inquietaron, al extremo de no separarse de él. En el ambiente se notaba esa angustia que anda suelta cuando un miembro de la familia está
enfermo. En el silencio de los movimientos, en el bullicio apagado de cuanto hacían los animales se adivinaba el temor y la impotencia de hacer algo en bien de su amo. Hasta que un día, también trágico día, cayó postrado. La debilidad le hizo perder el esfuerzo de permanecer de pie y lo que más temía sucedió. Los viajes dejaron de hacerse, las salidas al pueblo debieron suspenderse. Un nuevo signo de aparente impotencia para los perros, que supieron resolver, poniendo de manifiesto lo que significaba estar dispuestos a la fidelidad. Los animales, aleccionados por el amor, comprendieron lo que tenían que hacer. Se repartieron las obligaciones. Unos en la casa y otros en busca de alimento. Los limpiatachos que nunca olvidaron aquellos hogares y demás sitios donde fueron recibidos con generosidad, allí estuvieron con el tarro al cuello esperando a que se lo llenaran de alimento.
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Algunos cuatropatas regresaban con paquetes destinados al forastero. Pero el mal avanzaba. La noche, sobre las lomas y sobre el techo de la casa, movía ráfagas de viento, las que en la mente del forastero enfermo se convirtieron en ideas de presagio, presagio de su muerte.
La resignación era rechazada. La idea de entregarse era algo que no podía admitir. Rehusaba separarse de aquellos huérfanos que lo miraban con cierto ánimo que él no aceptaba. Ellos estaban seguros de lo inevitable, lo sabían y no se desesperaban. Esas criaturas que él aceptó como integrantes de una familia inseparable, ellos que a su lado seguían siendo fieles, tenían la certeza de su muerte, pero para él esto no podía ser. Quizás los animales vivían en la continuidad de algo que el hombre le ponía una terminación, un final. Tal vez los cuatropatas desconocían lo que era la muerte según lo entendía el ser humano. No obstante, él se aferraba a la misión que le dio validez a su vida, por eso no era posible la resignación que estaba viendo en sus protegidos, los que sin duda serían los perjudicados si él moría. La lucha que libraba en su interior, en la que intervenían la resignación de los perros y su voluntad de vivir, estaba llegando a su fin.
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De pronto, sin que el anuncio se lo advirtiera, lo invalidó algo que lo puso en estado contemplativo, dándose cuenta de que los sentidos físicos dejaban de funcionar como lo hacían habitualmente. Era la presión del suceso que avanzaba desde el futuro. La hora de su final se movía desde un punto del porvenir...
Fue una noche extraña, desconcertante. Fue una noche en que la imaginación se apodera de lo inaudito para expresar lo que allí ocurrió. Todo en silencio. Algunas palabras en voz baja del amo, algunos gemidos de los perros, el paso silbante de una brisa, el crujir de la madera al dilatarse por el calor del ambiente, todo en silencio. De aquí en adelante el epílogo de su vida cambió los medios del entendimiento por el que le era familiar, el basado en el dibujo mental de las ideas. La energía del pensamiento se convirtió en el dibujante o el pintor que debió hablar en el idioma de las imágenes, y el maravilloso organismo de cada uno de los reunidos allí respondió con eficacia al método utilizado. Con los párpados cerrados, el amo de los cuatropatas fue tomando del fondo de su conciencia los elementos activos necesarios, con los que fue haciendo bosquejos y verdaderos cuadros familiares para que los perros pudieran entender lo que él quería decirles. 119
Los ojos se cerraban y su mente, convertida en liviano pincel, trazaba los deseos, las angustias, los consejos en tono paterno, los temores del futuro sin su protección. Luego se esfumaba lo dibujado y el silencio del cuarto llevaba el mensaje a los limpiatachos y éstos inclinaban el hocico en señal de entendimiento. Los párpados del amo volvían a cerrarse y el
liviano pincel de su mente se empeñaba en pintar en la cámara visual la nueva imagen de un anhelo y otra vez el hocico de los animales se posaba sobre las patas delanteras. Todo en silencio... iba a continuar cuando en sus pupilas apareció un cuadro extraño, sorprendente. El forastero estaba seguro de no haberlo pensado. Agudizó el enfoque receptivo. Ahora se hallaba ante una experiencia imprevista. El cuadro se esfumaba porque su ansiedad luchaba por retenerlo. Restauró la calma. Se aplacó la inquietud y logró hacerlo volver. Poco a poco lo iluminó la claridad y vio los detalles. Los contornos se hicieron nítidos y pudo ver un montón de tierra, tierra removida, bajo cuya superficie estaba él, muerto y enterrado, pero aún había algo más. Alrededor del piso estaban los huesos blancos, dislocados, de los fieles cuatropatas. Adivinó que se hallaba ante una visión concebida y enviada por los perros. Le decían a él la manera en que habrían de quedarse para siempre al lado de quien les diera un poco de la suprema ley del Amor...
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Siguió todo en silencio con el asombro en el ánimo de quien, sin poder hablar, nada podía hacer. El corazón del amo no quería admitir el gran sacrificio. Por primera vez los animales no le hacían caso. Además, la decisión era unánime y voluntaria, por lo tanto él tuvo que aceptarla. Mientras se adaptaba a la decisión inevitable de sus cuatropatas, los fue
mirando uno por uno, sin poder reprimir el llanto que gota a gota se deslizaba por sus mejillas. Los perros debieron entender que aquellas lágrimas descendían del cielo de las miradas para bendecir el cariño que los habría de unir más allá de la muerte. Todo en silencio... El amo recordó algo y lo visualizó. Un cuatropatas fue en busca de un cartón, del último cartón y se lo entregó... Todo en silencio, pero esta vez se oyó el rasguño de la astilla carbonizada escribiendo sobre el último cartón... Luego, como si un hilo se cortara, como si el futuro se hiciera presente debido al instante del suceso, como si el horizonte acercara su lejanía y se adueñara de la separación...¡así fue!... Todos los perros levantaron la cabeza al mismo tiempo y vieron que la vida del amo ya no estaba en su cuerpo. En apretado coro dejaron oír un largo, larguísimo lamento en el escalofriante idioma de los aullidos. Luego, se miraron entre sí y uno primero, otro después, dejaron caer la cabeza entre las patas, resignados ya ante lo irremediable.
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Comenzaban, de este modo, a vivir las horas de una nueva soledad. De vez en cuando se oía un quejido seguido de un corto silencio. Otro lamento solitario y una calma solemne se esparcía por el cuarto. También, aisladamente, la boca de un perro, cerrándola, aprisionaba una queja, haciéndola
intermitente, hasta que poco a poco se apagaba en la resignación...
Pasaron los días y los cuatropatas continuaron junto al amo muerto. Cierta mañana se oyeron rumores que se acercaban. Los perros gruñeron. Uno de ellos salió y trajo la novedad. Gente del pueblo venía para enterarse de lo sucedido. Los perros arrugaron los hocicos, ladraron y mordisquearon el aire, pero luego se dieron cuenta y se alejaron de la casa, hacia las lomas, para que los hombres le dieran sepultura al autor de sus mejores días. En el último cartón dejó el amo la voluntad de ser enterrado allí mismo, en el mismo sitio en que había muerto y así se hizo. El último cartón decía algo más: EL ÚLTIMO CARTÓN Si me dejas en el sitio 122
donde he muerto, el amor de mis perros limpiatachos me hará sombra con sus huesos.
Si me dejas aquí mismo, el silencio nos tendrá siempre de fiesta y haremos con la tarde y las auroras nuestro sol sin universo deteniendo los minutos en el tiempo. Aquí mi cuna - sepultura con mis fieles cuatropatas. Aquí seremos la alegría de los vientos con un labio de brisa que nos silbe y nos diga qué distancia aún nos queda entre el último verano y la nueva primavera. ¡ Hermano hombre, si es mucho lo que pido, recuerda al menos lo poco que me has dado!
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Además del último cartón, sobre una mesita estaba puesto en forma tal como para que lo vieran el cuaderno del forastero. En la tapa del mismo, pedía le fuera entregado al periodista aquel que lo visitara y que lo ayudara en muchas ocasiones a transitar tranquilo por la ciudad.
Concluida la tarea, los hombres se retiraron. Cerca del camino que conduce al pueblo se volvieron para mirar lo que era casi un rancho, convertido ahora en una sepultura. Los cuatropatas regresaron lentamente. Uno tras otro, después de mirar con cejas caídas al grupo de pobladores que se alejaba, fueron entrando a la pieza del amo. Cada uno, con pesado ánimo, se dejó caer sobre lo que era ahora un lomo de tierra del mismo volumen que el cuerpo enterrado...¡Y allí permanecieron! ¡Algunos parecían la llama de una pequeñísima luz!...
Mientras los perros fueron muriendo, aquella región pasó por una verdadera desolación. Ni un pájaro, ni una brisa pasaba por aquel lugar. Nada ni nadie interrumpía lo que allí estaba sucediendo. Era el caos de la transmutación dirigido por una voluntad y esa voluntad era una ley que no descansaba mientras no cumpliera con la totalidad de su misión. Allí se notaba un silencio más profundo como si un genio descomunal viviera concentrado y meditando los medios de lograr una labor perfecta. 124
Allí existía un trabajo de creación basado en la transformación de las formas, en la transición de cuerpos que un tiempo atrás vivieron, se alegraron, se apenaron y sufrieron. Allí se hizo el aislamiento para que no entrara ningún tipo de
interrupción.... Luego, cuando el tiempo le permitió al espacio que terminara el trabajo en su dimensión transformadora, fue haciéndose un nuevo silencio como el del amanecer y poco a poco fueron llegando brisas, pájaros y murmullos silvestres. Aquel lugar se pobló con la alegría de los vientos y la calma inició su fiesta de paz y apareció el sol sin universo atrapando los minutos, deteniendo las horas para que el tiempo realmente no se moviera. Y esto ocurrió cuando la promesa de los cuatropatas los convirtió en huesos, en huesos que le hacían un anillo al amo sepultado en su cuna de tierra... Y ese sitio en vez de ser como los cementerios fue distinto. Lo fue porque allí no hizo nido la tristeza ni tuvo cabida la angustia. Ni siquiera el misterio de la muerte impuso la interrogación que tanto atemoriza. Sucedió al revés. Fue la vida con su inefable alegría la que derramó su belleza, su frescura, su rocío, su totalidad de afanes, haciendo con el silencio la fiesta de la naturaleza. Los hombres de la ciudad conocieron y sintieron en forma directa aquel ambiente vital y de fuerza exuberante. Nadie se explicaba semejante hecho. Pero la oportunidad de saber algo, de vislumbrar o de intuir algo llegó cuando el periodista y el cuaderno que le dejara el forastero, ayudaron a encontrar la clave de lo sucedido en aquella región. 125
Cuando tuvo todo lo necesario para darle forma a la explicación, el periodista se dirigió al sitio donde viviera y muriera el amo delos cuatropatas. Fue allí donde terminó de comprender todo.
A pocos metros de la cuna - sepultura había quedado el tronco ahuecado donde él se sentara durante la charla que sostuvieron en la oportunidad de su visita. Hacia él se encaminó y antes de sentarse lo miró con cierto respeto, considerándolo el único testigo intacto de lo ocurrido. Se sentó con la intención despreocupada de permitir que las horas vinieran y pasaran sin que nada las empujara. Poco a poco, como quien se sumerge lentamente, fue sintiendo una liviana energía que parecía jugar o entretenerse con su propia existencia, feliz de estar haciendo algo para que alguien la comprendiera. Tenía cierta inocencia, con la que se aislaba de cualquier contaminación para demostrarse a sí misma que era poderosa en aquel sitio, donde estaba ensayando un acto de inmortalidad. En ese ambiente, el periodista no pudo sustraerse a la influencia de algo que comenzaba a despertar dentro de él, impulsada por un anhelo de establecer contacto con la presencia sutil del mencionado acto de inmortalidad. Luego fue como si se diera cuenta de que ya estaba ante lo que había venido a buscar y que no era otra cosa que lo hecho por el aspecto desconocido de la vida del forastero, por la intimidad de sus experiencias,
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de todas sus experiencias vividas según alguna condición que tiene que ver con el misterio de la inmortalidad, lo que para
el periodista significaba que en la naturaleza espiritual del ser humano debe haber una cualidad relacionada con lo que va más allá de lo efímero, de lo temporal y que esta cualidad fue la utilizada por el amo de los cuatropatas. El forastero, cuando decidió cambiar su vida para convertirse en el protector de perros callejeros, que vinieron a él en el momento de mayor peligro para su existencia, lo hizo convencido d la única oportunidad que le brindaba el destino. Cuando esa decisión fue tomada, debió sentir que una nueva actitud se hacía cargo de su voluntad para enfrentar al mundo que lo rechazaba y que lo obligaba a revisar su fuerza para vivir y su tolerancia para comprender. A partir de ahí ya no iba a mirar y a ver las cosas como si ellas fueran ajenas a su sensibilidad sino que las tendría que contemplar, o sea que las iba a mirar y ver dentro de él, donde esperaba encontrar o descubrir lo adecuado en defensa de él y de su familia de huérfanos. Al forastero, como le debe suceder a la mayoría, lo atemorizaba la evidencia de lo fugaz, el peso de lo efímero, sintiéndose un objeto que mañana sería devorado por la nada. Pero fue, precisamente, la presencia de lo temporal lo que hizo nacer en la profundidad de su ser algunas ideas en apoyo de la inmortalidad.
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Al parecer por algunas cosas que el periodista había leído en el cuaderno heredado, el anhelo imparcial por conocer, de
comprender, de aprender, lo llevaba a un extremo de la existencia para desde allí vislumbrar el lado opuesto como la contraparte natural de todas las cosas de la vida terrenal... Se sentía espectador de las dos condiciones opuestas, buscando descubrir lo que cada uno expresaba y reclamaba. Las reflexiones así elaboradas lo impulsaban lentamente a encontrar comparaciones en el mundo exterior porque estaba comprendiendo que la verdad nace dentro de uno para luego hallarla confirmada fuera de uno. No se sabe cuando ni cómo tuvo la ocurrencia de mirar al sol para obtener la primer analogía. Fue sorpresa y alegría ante el repentino hallazgo, al descubrir que la luz, tomada como ejemplo, no tenía noción de otra cosa que no fuera ella misma, o sea que la luz no podía entender lo que era la oscuridad porque ella sabía que era luz y el centro emisor de la energía vital. No bien se dio cuenta de esto le fue fácil llegar a la idea de considerar que el punto como eje de cualquier objeto era inalterable, ya que siempre permanece en su sitio, simbolizando o representando a lo eterno. Y como él lo relacionara con la luz, se atrevió a creer que tanto la luz como el punto podían adquirir la capacidad de emitir leyes
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y principios en su dimensión invisible y que se hacían visibles cuando llegaban o entraban al ámbito de la materia, es decir, para que sus leyes pudieran manifestarse era necesario la existencia de lo físico, de lo terrenal. De aquí el próximo paso lo demoraba el tiempo que la madurez de la comprensión necesitaba, ya que lo que él estaba aprendiendo no dependía de la información intelectual escrita en libros o en otros documentos de lectura. Su fuente era la intimidad de su propia naturaleza, a la que ahora se acercaba con reverencia. Su zona interior de observación le hizo comprender que nada se perdía en la nada y que él se alejaba de lo efímero para entrar en una región desconocida. Además, él mismo se sintió hecho una fuente de luz en relación con todo lo que existe. Es posible que su entusiasmo se viera bendecido por lo sagrado al convencerse que, lo mismo que la luz, era dueño de una energía que una vez liberada, podría actuar en sentido constructivo, dando como resultado que lo efímero, que lo mortal, intentara sobrevivir para superar su caducidad natural. Debió darse cuenta de que era necesario adoptar una manera de ser, someterse a una norma de vida que abarcara lo mental y físico para que pudiera aprovechar su energía central, desde la cual le sería probable utilizar las leyes y principios que le dieran la ocasión de ensayar la aventura de la inmortalidad.
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Cuando el amo de los cuatropatas se dio la misión de unirse a los perros le ganó una batalla a la muerte. Junto a ellos encontró la manera de hacerle frente a una adversidad desconocida para él en un medio extraño y hostil, apoyándose únicamente en su fortaleza interior, de donde obtuvo lo que más tarde lo sorprendió... Cuando aceptó las sugerencias venidas de la zona incontaminada de esa intimidad espiritual para convertirlas en acciones de un solo tipo, logró una manera de vivir, de reaccionar y de comportarse ante cualquier eventualidad. A partir de ahí comenzaría a vislumbrar el significado universal de la palabra Amor. La fuente de energía, el punto central, el eje, el Alma y el Amor fueron una sola cosa para el forastero. Le quedaba por definir la conducta de su presencia en el mundo. Dicha conducta llegaría a ser la de dar sin tener en cuenta, en forma anticipada, la retribución o premio. Si lo que decidiera dar lo hacía con la intención de recibir, se anulaba la bondad de lo que tenía que parecerse a la luz, a la luz que se reconoce a sí misma en la iluminación, ignorando la oscuridad del egoísmo. Era lógico que quisiera saber lo que le ocurriría al medio ambiente y a sus habitantes cuando recibieran la influencia de la energía de su centro inmortal. Se habrá preguntado por el destino de una obra materializada por la influencia mencionada... 130
Tal vez descubriera que la obra perduraba, que la obra ensayaba una manifestación de inmortalidad. De ahí en adelante le quedó otra preocupación, preguntándose si la obra se haría más perfecta a medida que fuera más limpia y pura la energía central que llegara a la zona de aplicación, o sea que a mayor pureza de la luz interior le correspondería mayor perdurabilidad a lo realizado en el plano físico. Con esto le habrá parecido alcanzar la cumbre de su comprensión pero, también, a la casi imposible conducta entre sus semejantes, ya que entre sus semejantes y él se alzaban los obstáculos, los que tendría que vencer a costa de muchas dificultades, y estas dificultades lo atemorizaban porque debilitarían la fortaleza de su mansedumbre, haciendo peligrar la continuidad de su vida al servicio de la inmortalidad. La conclusión a la que llegó el periodista, la sintetizó en pocas palabras. Era lo que había ido a buscar allí. Se la dijo en voz baja para que únicamente la oyeran sus oídos: - El amo y sus cuatropatas - murmuró - hicieron del Amor la herramienta con que las emociones lograron que la eternidad dejara escapar los materiales para llevar a cabo un ensayo de eternidad. Aquí mismo, en este sitio donde me encuentro sentado, y sentado en el tronco que ahuecara el forastero, el tiempo quedó eliminado porque una lucha de valores eternos se tomaba el desquite de vencer en su propio terreno a los dioses de lo efímero. 131
Lo que en otro lugar duraba menos, aquí perduraba más de lo previsto. El ensayo había dado resultado. Es posible que algún día se interrumpa la presencia de la inmortalidad para trasladarse a otra región, donde alguien utilice las herramientas del Amor.
Las horas habían pasado como el periodista lo deseara cuando llegó a la zona donde habitara el amo y sus cuatropatas. Con la mirada fija en la eternidad de lo que se había vivido allí, se puso de pie y caminó lentamente, sumergido aún en la atmósfera creada por el jefe de los limpiatachos. Al llegar a la cuna - sepultura vio a flor de tierra un collar de huesos blancos y limpios alrededor de una cruz que tenía un brazo roto... ¡Parecía el collar de los recuerdos abrazado al corazón del tiempo!... La tabla horizontal de la cruz, astillada cerca del clavo, mostraba un brazo inclinado. Entre las astillas, el viento había construido un labio de brisa, como decía el último cartón, donde silbaba su melodía el campo y sus lomas... La quietud estaba a punto de iniciar los rituales de la tarde con el sol en llamas como antorcha de un templo universal. El visitante comprendió que era el momento de partir. Cuando se alejó, iba casi dispuesto a permitir que el Alma le mostrara su fuente de energía. 132
DEL CUADERNO DEL FORASTERO
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¿Cuántas cosas de valor descubrió el periodista en el cuaderno del amo de los cuatropatas?... La respuesta se puede rastrear a lo largo de muchos años, durante los cuales los pensamientos del forastero se vieron reflejados en las columnas escritas en el diario que trabajaba. En ningún momento negó el origen de las ideas que utilizaba, sintiéndose el heredero que mejoraba lo que iba encontrando en el cuaderno, donde aparecían párrafos que eran el producto de ocurrencias del momento. Los temas se referían a lo que el amo de los perros hizo cuando se esforzaba en admitir su situación sin tener que recurrir a soluciones extremas. En la lucha de adaptación fue dejando en el camino los hábitos que lo vinculaban a la sociedad humana al encontrarse de golpe rodeada de una naturaleza animal que le exigía otros puntos de vista, otra ubicación de su existencia ante lo que había rechazado. 133
Entre las cosas importantes que halló el periodista, fue el significado que le dio el forastero a palabras tales como mansedumbre, paciencia, etc... En otra parte del cuaderno, el término solidaridad aparece como expresión opuesta a lo que se entiende por individualidad. Lo que se notaba a cada paso era la obsesión de sentir en su interior una sabiduría de capacidad infinita, de la que se podría obtener los beneficios necesarios, siempre que se recurriera a ella con la inteligencia educada en la humildad. Una buena sorpresa se llevó cuando se encontró con el significado dado a la palabra mansedumbre, cuyo significado nada tenía que ver con lo que se dijo y se dice en ocasiones de algunos sucesos excepcionales como los protagonizados por personajes de influencia universal. La originalidad que le imprimió al significado la había logrado como consecuencia de haber adoptado un punto de vista que lo expresara según el siguiente párrafo transcripto: “Si yo me sintiera efímero, en lo efímero y con lo efímero viviré. Viviendo de lo fugaz, en lo fugaz encontraré lo necesario para transitar por la vida como una expresión perfecta de lo efímero. Si me sintiera hecho de inmortalidad, en lo inmortal encontraré lo necesario para descubrir la comprensión de lo eterno. Así como lo efímero pone en duda a lo inmortal, también lo inmortal pone en duda a lo efímero.
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Lo mejor sería considerar que ambos, lo eterno y lo perecedero, son expresiones de la dualidad universal, manifestando cada uno lo suyo. Tanto uno como el otro tendría en lo que expresan la cualidad correspondiente a su naturaleza. La posibilidad de que uno sea la continuidad del otro nos ayudaría a dejar de lado aquellos argumentos que sólo han servido para enfrentarlos como si fueran enemigos”
No es fácil aceptar en su auténtica dimensión lo que el forastero quiso significar con mansedumbre. Es algo de imposible incorporación a los hábitos humanos, por cuya razón son muy pocos los casos en que el individuo hizo uso de la mansedumbre, y no lo hizo porque lo razonara y lo entendiera como norma de su conducta, más bien fue porque la naturaleza de su constitución humana lo ayudó a sumir la mansedumbre. La expresión bíblica que dice: ¡Perdónalo, no sabe lo que hace!, contiene el conocimiento oculto de una acción involuntaria que tiene relación con un ámbito ajeno al nuestro, al nuestro terrenal, como si la mansedumbre le abriera el camino a la justicia bien usada para que lleve a cabo la compensación en el momento oportuno.
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La mejor explicación nos dice que la emoción de la mansedumbre es superior a la emoción de la violencia y que por ser superior tiene la capacidad de obtener una respuesta que nos llega de algún elevado ámbito de naturaleza divina. Aquel máximo exponente que fuera ungido por la hermandad del Amor para que el hombre eligiera su destino, sufrió lo insoportable con el fin supremo de dejar abierto el camino de la mansedumbre para quienes decidieran andarlo, convirtiéndolo en norma permanente de vida. No pidió el sacrificio físico ni el sufrimiento corporal. Lo que dijo, según el estilo de su bondad, se refería al sufrimiento moral de comprender por medio de la tolerancia, porque él sabía que la tolerancia esconde el origen de la mansedumbre, a partir de la cual se ama el gesto de la paz, el gesto de la amistad y de la mano abierta de la hermandad, pero también dijo que tanto la tolerancia como la posterior mansedumbre no estaban afuera sino dentro de sí mismo, en la zona espiritual del Alma, adonde se podía entrar haciendo uso de la posición más cómoda, la del mínimo esfuerzo de la meditación. Al periodista no le quedaron dudas de la obsesión del forastero por vivir la emoción de la mansedumbre dentro de su ser. Lo que su obsesión no alcanzó a conocer fue lo que sucedió en la zona donde había vivido y donde por influencia de su vida interior se dio el caso de un ensayo de inmortalidad.
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Algo parecido le ocurrió al amo de los cuatropatas con el significado de lo que entendió por solidaridad cuando dicho significado lo sintió nacer y palpitar en la profundidad de su Alma. El comportamiento de la solidaridad le pareció opuesto al comportamiento de la individualidad. Cuando se dio cuenta de que la individualidad era una expresión natural del aspecto exterior del hombre, comprendió a la vez que era la causa o el origen de una doctrina que justifica las ambiciones, que legaliza el método terrenal de los despojos y que dicha doctrina le permite a las pasiones tener la libertad del libre albedrío para educarse en lo que el egoísmo le aconseja, en lo que la vanidad le sugiere y en lo que el orgullo y la soberbia le ordenan hacer. El individualismo, basado en los intereses, fomenta las ambiciones personales sin tener en cuenta las necesidades de su hermano de raza. También el hermano de raza se las tiene que arreglar del mismo modo, haciéndose cada vez más insensible a que su experiencia se lo había enseñado. Así como la individualidad representa al hombre externo, la solidaridad representa al hombre interno. Esa era la idea que no pudo expresar con claridad el forastero. El periodista fue quien la enriqueció, dándole mayor claridad cada vez que le agregaba algo más. La había asimilado de tal manera que la utilizó de clave para determinar lo que era de origen interno y lo que era de origen externo, pudiendo ubicarse cómodamente para observar lo que pudiera vincularse con la individualidad y con la solidaridad. 137
Sin mayor esfuerzo llegó a la conclusión de que la individualidad nos enseña el método sumamente eficaz de tener, tener y tener, método autorizado por la guía infalible de la indiferencia. La conducta para tener nos lleva por caminos opuestos a la conducta para llegar a ser. Conocerse a sí mismo para adquirir la talla o la estatura moral de saber lo que uno es, eso se aprende asistiendo a la enseñanza que nos imparte la sabiduría que el forastero descubrió como centro luminoso de su esencia espiritual, allí donde el misterio del hombre se vuelve divinidad del Alma.
Cierto día, al llegar a su trabajo, el periodista encontró en su escritorio una carta, en la que el empresario le pedía una entrevista, pero en la misma le rogaba fuera llevada a cabo en la oficina de su empresa. Habían pasado algunos años de la muerte del forastero cuando esta carta vino a abrir un nuevo capítulo en los sucesos que ya han quedado relatados... ¿Qué quería este señor? ¿Por qué lo invitaba a su oficina y para qué? ¿Qué papel estaba jugando la desaparición del amo de los cuatropatas que desde su ensayo de inmortalidad continuaba viviendo en lo invisible de su presencia?
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Cuando el periodista llegó a la oficina, a la misma oficina de la que se había alejado el forastero, encontró a un empresario de mirada temerosa como si el arrepentimiento se hubiera hecho cargo de su ánimo. Parecía ausente, más bien mecanizado por una preocupación, esforzándose por enfrentar lo imprevisto de lo que le acababa de suceder. Después de saludarlo y de invitarlo a tomar asiento, el atemorizado señor empresario comenzó a desahogarse con una confesión que pretendía justificar un acto que ya era justificable. A pesar de todo, el arrepentimiento lo obligaba a realizar una acción reparadora. - No me quedaba - dijo - otra alternativa que recurrir a usted para pedirle me ayude a encontrar una solución a lo que ahora le explicaré. Aquí, al lado de esta oficina, está un joven, casi un niño de diez años, que ha venido en busca de su padre, creyendo que trabaja en mi empresa. Yo aún no le he dicho el desenlace sufrido por su progenitor, esperando conversar con usted y ver la mejor salida que merece este asunto. El empresario dejó de hablar como si ya lo hubiera dicho todo y esperara una respuesta. - Señor - le dijo el periodista -, no sé a qué se está refiriendo usted. No entiendo nada ni sé cuál es el problema que lo aflige. Acorralado tal vez por el arrepentimiento y por la urgencia de sacarse de encima lo más pronto posible el problema, le expresó lo siguiente:
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- En esa oficina - le dijo, señalando con el dedo pulgar está el hijo del forastero y aquí, en este sobre, hay una carta escrita en la que le cuenta los últimos intentos de conseguir trabajo, mencionando en la misma la esperanza de conseguirlo en esta fábrica. Me siento desorientado con lo que le sucede a mi ánimo por tener que soportar esta situación. Después de no saber qué hacer, había decidido arreglar las cosas de tal manera para que este jovencito me aceptara como protector. Hasta había pensado convertirlo en uno de los herederos de mis bienes, pero más tarde comprendí que era una solución imposible porque con el tiempo él llegaría a conocer la verdad. Si estuve equivocado por haber sido el causante de lo ocurrido, no quiero que el arrepentimiento me haga cometer otro error que provoque la consecuencia de un daño mayor. Con estas palabras se hizo claro el problema del empresario. El periodista, más bien preocupado por el hijo del forastero que por este señor que tenía delante, le preguntó: - Y bien, señor, ¿qué tengo que ver con este asunto?