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Spanish; Castilian Pages 288 Year 2000
I. Arellano / J. A. Mazzotti (eds.) Edición e interpretación de textos andinos
IGNACIO ARELLANO Y JOSÉ ANTONIO MAZZOTTI (EDS.)
EDICIÓN E INTERPRETACIÓN DE TEXTOS ANDINOS
ACTAS DEL CONGRESO INTERNACIONAL
Universidad de Navarra Departamento de Lenguas y Literaturas Románicas y The David Rockefeller Center for Latin American Studies (Harvard University) Asociación Internacional de Peruanistas (Universidad de Harvard, abril, 2000)
Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2000
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Agradecemos a la Fundación Universitaria de Navarra su ayuda en los proyectos de investigación a los cuales pertenece esta publicación. Agradecemos al Banco Santander Central Hispano la colaboración para la edición de este libro.
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ÍNDICE
Ignacio Arellano y José Antonio Mazzotti: PRESENTACIÓN
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PRIMERA PARTE: LAS BASES TEXTUALES DE LA HISTORIOGRAFÍA ANDINA ..
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Fermín del Pino-Díaz, Tradición histórica y/o tradición filológica con los textos peruanistas
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Beatriz Pérez Galán, Notas sobre las ediciones de la obra de Polo de Ondegardo
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Luis Millones Figueroa, Una edición por terminar: la Historia del Nuevo Mundo de Bernabé Cobo
49
Miguel Zugasti, La literatura al servicio de la historia: el Manifiesto apologético (1692) de Lorenzo de las Llamosas al Duque de la Palata, virrey y mecenas
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Leoncio López-Ocón Cabrera, Génesis y desarrollo del programa editorial peruanista de Jiménez de la Espada: sus acercamientos al cronista Fernando Montesinos entre 1868 y 1882
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SEGUNDA PARTE: PRESENCIA INDÍGENA Y COMPLEJIDAD TEXTUAL
103
Jean-Philippe Husson, El caso de los textos de autores indígenas. Propuestas para una lectura en simpatía
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Lydia Fossa, Proyecto "Glosas croniquenses": el mundo andino en lenguas nativas y castellano
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TERCERA PARTE: POESÍA COLONIAL
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Ignacio Arellano, Problemas textuales y anotación de la obra poética de Juan del Valle y Caviedes
161
Juan Manuel Escudero, Propuesta de un modelo de anotación para un poema satírico de Caviedes («Vejamen al demonio y a los que lo imitan»)
177
Carmen Pinillos, Un campo privilegiado de anotación: la emblemática en la poesía de Hernando Domínguez Camargo
193
CUARTA PARTE: TEXTOS MODERNOS Y CONTEMPORÁNEOS
209
Mary G. Berg, Presencia y ausencia de Clorinda Matto de Turner en el panorama literario y editorial peruano
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José Antonio Mazzotti, Retos y soluciones en la edición de la poesía de Vallejo: El caso de la diagramación en Los heraldos negros
231
Pedro Granados, El mar y los números en Trilce, de César Vallejo: hacia una filosofía tridimensional
241
Ulises J. Zevallos-Aguilar, La otra vanguardia: propuesta de edición de revistas vanguardistas peruanas ( 1 9 2 0 - 1 9 3 0 )
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PRESENTACIÓN
El 14 de abril del 2000 se reunieron en el campus de la Universidad de Harvard diversos especialistas con el fin de revisar algunos de los problemas y las soluciones dadas hasta ahora al trabajo de editar textos relacionados con el mundo andino. Parecería que el azar tuvo algo que ver con la elección del lugar, la diversidad de disciplinas involucradas (literatura, historia, antropología, lingüística) y los casos específicos que fueron examinados. Sin embargo, el azar se disipa si se recuerda la trayectoria de este tipo de encuentros, y si al ponderar los trabajos derivados de él en la forma que ahora el lector tiene en sus manos, se concluye que —si bien no todos— por lo menos algunos de los más urgentes temas de la crítica textual andina han sido cubiertos y, a partir de ellos, se proponen tareas y proyectos que sin duda enriquecerán el desarrollo del campo y el mejor conocimiento de la complejidad cultural de la región. Una región que, tanto en España como en la América hispana y los Estados Unidos, es tema de innegable y creciente interés. En ese encuentro fueron fundamentales los esfuerzos conjuntos y apoyo material del David Rockefeller Center for Latin American Studies (DRCLAS) de la Universidad de Harvard, de la Universidad de Navarra, y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, de Madrid. También brindaron su apoyo el Departamento de Lenguas y Literaturas Románicas de Harvard y la Asociación Internacional de Peruanistas. El encuentro se enlazaba con otros anteriormente realizados en 1986 y 1990 para debatir los problemas de edición y anotación de textos del Siglo de Oro. El Grupo de Investigación Siglo de Oro de la Universidad de Navarra (GRISO) y los colegas de la Universidad Católica del Perú, habían organizado en 1998 —continuando los congresos de Pamplona— otro en Lima, dedicado a la edición y anotación de textos coloniales hispanoamericanos. Fue así como en esa última ocasión empezó a circular la idea de realizar una nueva versión en el campus harvardiano, con un tema geográficamente delimitado y temporalmente más amplio, pues incluiría los siglos XIX y XX. Resultado de ese coloquio son las actas que tiene el lector en sus manos.
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PRESENTACIÓN
La historia de la edición de los textos andinos tiene largas y profundas raíces que parten sin duda de España, pero que no se limitan a ella. Se publicaron en España algunas de las primeras noticias que hablaban del Perú, desde las tempranas crónicas de Francisco de Jerez y Cieza de León a mediados del siglo XVI, a las debidas a la pluma de inolvidables peruanos como el Inca Garcilaso de la Vega y Pablo de Olavide. Sin embargo, el caudal de manuscritos compuestos tanto en el espacio andino como en Europa no tuvo suficiente lugar en las prensas, y de este modo siempre aparecen folios inéditos que cabe revisar, cuidar y pulir. Y todo con el fin de hacerlos llegar al público general y al erudito en ediciones confiables, rigurosas y a la vez legibles. Sin duda lo entendió así el ilustre polígrafo español Marcos Jiménez de la Espada cuando comenzó en la década de 1870 a poner en letra de molde valiosísimos documentos que, desde entonces, han cambiado nuestros conocimientos sobre los incas y otros aspectos de la historia andina. Asimismo, resulta cada vez más claro que las reediciones hechas en el pasado bien merecen un examen a partir de nuestros criterios actuales, que gracias a la renovación interdisciplinaria de los estudios andinos despiertan originales comentarios y exigen mayores reflexiones. La importancia de cuidar las ediciones es indudable si entendemos la labor de interpretación y crítica literaria y la explicación histórica como ejercicios que no pueden desligarse de su base material, y que dependen de ella si quieren verdaderamente aportar nuevos conocimientos. Por otro lado, gracias a la amplitud y el trasvase externo hacia la crítica textual, es cada vez más frecuente aceptar que las formas de inscripción propiamente americanas y las estructuras formales de los discursos orales indígenas muchas veces modificaron las bases textuales y semánticas de la tradición hispánica y las convirtieron en casos tempranos y ejemplares de interferencia escritural, única en relación con la de otros contextos americanos y europeos. De este modo, conviene recordar, por un lado, que ha habido en el espacio andino prácticas de estructuración de discursos desde mucho antes de la llegada de los españoles, y por otro, que la presencia hispánica es a partir de un momento histórico, parte esencial de ese espacio. Y, en ese sentido, algunos de los trabajos de este volumen cumplen un papel clarificador. Pero sin necesidad de pasar a su valor específico, conviene apuntar que sus aportes se enmarcan dentro de un amplio plan de satisfacción de carencias básicas en el panorama editorial peruano y andino en general. Uno de los primeros que se atrevió a aceptarlo fue don Andrés González de Barcia, quien reeditó entre 1722 y 1723 la Historia general del Perú, la Primera Parte de los Comentarios reales y La Florida del Inca. Como antecesor de Marcos Jiménez de la Espada, cumplió un papel fundamental en el conocimiento de la historia andina gracias a su labor editorial de los textos de histo-
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dadores primitivos de Indias, de las Décadas de Herrera y otros más cuyas obras ya empezaban a escasear en el siglo XVIII. González de Barcia (firmando como Gabriel de Cárdenas y Cano), después de todo, fue indirectamente responsable de la difusión del texto de Antonio de la Calancha de 1638 sobre la superficialidad de una reconstrucción del espacio andino a partir de una hegemonía de los grupos nobiliarios incaicos sobrevivientes. Al reproducir González de Barcia extractos de la Crónica moralizada de Calancha entre los prolegómenos de su edición del Inca Garcilaso, repetía un gesto común que desde el otro lado del Atlántico, en la dorada Lima, hallaba amplia resonancia y precedencia entre criollos y españoles. Para que se vea la trascendencia de la labor editorial, subrayemos que esa edición de los Comentarios fue, muy probablemente, la utilizada por don Pedro de Peralta para su exaltación criollista de la Ciudad de los Reyes, la Lima fundada de 1732, pero, por otro lado, fue también libro de cabecera del cacique José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, para su Gran Rebelión cuzqueña iniciada el 4 de noviembre de 1780. Desde la llegada de la imprenta a Sudamérica, la letra de molde ayudó a consolidar el ejercicio de un poder simbólico y de eficacia y formato comunicativo hasta entonces desconocidos en esas tierras. Los previos sistemas y registros de inscripción material de la memoria histórica o numérica habían tenido en los quipus un alto grado de desarrollo. Pero no había nada parecido a la escritura fonética que aportó la expansión europea. El libro, por lo demás, como bien se recuerda, fue protagonista del célebre diálogo entre fray Vicente de Valverde y el Inca Atahualpa en la plaza de Cajamarca la tarde del 16 de noviembre de 1532 y motivo, por ello mismo, de un malentendido que hasta hoy arrastra consecuencias. Más tarde, el Inca Garcilaso y Ricardo Palma recrearían la historia de la «carta que canta» y de su impresionante poder comunicativo, que despertaba admiración y temor por parte de la población indígena. Así fue hasta que los mismos descendientes o sobrevivientes de los grupos vencidos se apoderaron de la pluma y de los sistemas de historización europea y entregaron sus versiones, en muchos casos mediatizadas por preocupaciones, exigencias y estrategias retóricas indígenas. Pese a su innegable legado europeo, los textos del Inca Garcilaso, Guarnan Poma, Titu Cusi Yupanqui (con su complejidad desde el quechua dictado, en que originalmente se emitió), Joan de Santacruz Pachacuti y muchos otros menos conocidos de carácter principalmente notarial, siempre nos dicen algo más. La fijación y anotación de esos textos, como suele suceder casi siempre, requiere un concepto de instrumental filológico amplio, al estilo de los humanistas, para quienes la filología era una disciplina de indagación universal de formas expresivas, costumbres, detalles de sociedad y cultura, de retórica y artes múltiples. La función hace al órgano, como dice el viejo adagio. Imposible editar a esos autores sin sólidos conocimientos etnohistóricos y de la tradición dis-
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cursiva y editorial de la época, comenzando por el manejo básico de alguna lengua indígena. Ya no tan sorpresivamente, por ello, de vez en cuando aparecen lecturas novedosas que nos obligan a volver a pensar el pasado y su presencia actual y que justifican ampliamente encuentros como los de Pamplona, Lima o Harvard. La construcción de esa gigantesca tradición editorial no ha dejado de tener aportes valiosos desde Manuel de Odriozola, José de la Riva-Agüero, Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez y muchos más. Y, pese a ello, sus mismas contribuciones se abren al debate y la corrección. En esa línea de enriquecimiento cultural continúan, por ejemplo, las noticias entregadas por Luis Jaime Cisneros y Pedro Guíbovich sobre la vida de Juan de Espinosa Medrano, el Lunarejo, autor que reclama nuevas ediciones anotadas según dichos descubrimientos. También son importantes las ediciones de la obra de Juan del Valle y Caviedes por M. L. Cáceres, L. J. Cisneros y G. Lohmann Villena; de numerosas crónicas a veces a partir de nuevos manuscritos, editadas bajo la inspiración del recordado historiador Franklin Pease, e incontables piezas más que amplían el acervo cultural de la región andina. Aun así, siendo la montaña tan alta, hacen falta muchos esfuerzos para poder continuar con tareas urgentes como (sólo por nombrar algunas) las ediciones críticas y definitivas de las dos partes de los Comentarios reales, de la Miscelánea austral de Diego Dávalos, de la Segunda Parte del Parnaso Antàrtico de Obras Amatorias, de Diego Mexía, de la Lima fundada y muchas otras obras de Peralta, de poemas épicos (como los de Pedro de Oña, Fernando de Valverde, Juan de Miramontes, Rodrigo de Valdés, el Conde de la Granja) que merecen relecturas serias desde los aportes brindados en la historia acerca del criollismo; de textos de mujeres y monjas poco conocidas, así como numerosos manuscritos de autores indígenas, mestizos o que incluyen testimonios de africanos y sus descendientes. Y el problema no es menor durante el periodo republicano. Como se ve, lo que falta sobra. La lista es casi enorme. Por eso el lector sabrá disculpar los vacíos que queden abiertos en este volumen, pero también comprenderá que, a pesar de sus naturales limitaciones de espacio, explora algunas vetas fructíferas en el proyecto común de preservar el pasado textual para entenderlo mejor en su función actual. «Háblale al pasado y te enseñará», reza el lema de una de las bibliotecas americanas coloniales más importantes, la John Carter Brown Library. Esas enseñanzas serán más nítidas si el interrogado es mejor conocido, confiable e inequívoco gracias a ediciones profesionalmente concebidas, con la flexibilidad disciplinaria y la imaginación instrumental que sus objetos de estudio reclaman. Cada artículo de este volumen habla por sí mismo y propone visiones y hasta acercamientos y escuelas filológicas diversas. Algunos de ellos tuvie-
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ron una versión anterior como ponencias del mencionado congreso, y varios otros están aquí por invitación aparte. Su mérito en conjunto es el haber sido hechos con el más legítimo aprecio por las culturas andinas y con el rigor que la calidad individual de cada uno de los colaboradores respalda. Sus propuestas, esperamos que útiles; y su vocación de trabajo, confiamos que no sólo dialógica, sino también dialéctica. Ignacio Arellano Ayuso José Antonio Mazzotti Pamplona, Navarra, y Cambridge,
Massachusetts, junio del 2000.
PRIMERA PARTE LAS BASES TEXTUALES DE LA HISTORIOGRAFÍA ANDINA
TRADICIÓN HISTÓRICA Y/O TRADICIÓN FILOLÓGICA CON LOS TEXTOS PERUANISTAS Fermín del Pino Díaz, CSIC, Madrid
Varios son los colectivos que se interesan en problemas textuales, y no solamente los gremios literarios o filológicos. Desde un punto de vista antropológico, a un problema textual podría llamársele un 'universal de la cultura', es decir, un elemento presente en todas las culturas. La más primitiva de todas las sociedades tiene ya que transmitir textos orales a sus herederos, o mencionar citas literales de un testigo determinado, en una ocasión oportuna (una discusión legal, una evocación dentro de una sesión narrativa, etc.). Desde el nacimiento de la historiografía griega, e incluso dentro de la mera escritura legendaria y mitológica, los textos han sido el material primario de que se han valido los encargados de la tradición: sus quipucamayocs, si se me permite la expresión 1 . En la medida en que los textos presentaban problemas de reproducción o interpretación, la historiografía gradualmente fue dando a luz disciplinas auxiliares, que fueron conformando una metodología particular (diplomática, paleografía, epigrafía, numismática, etc.). Desde el Renacimiento, al menos, se ha ido generalizando en Europa una metodología apropiada que nos permite reconocer los manuscritos originales de las copias, así como técnicas de datación de los manuscritos y de reconocimiento de grafías personales, y soluciones para una gama variada de errores posibles en la escritura, lectura e interpretación de los mismos. Es famosa la denuncia de Valla respecto de la falsa donación de Constantino, como 1 Uso el término quechua para referirme a sus «encargados de los registros de la memoria» (quipu: sistema mnemotécnico de registros; camayoc: encargado; s: marca castellana de plural). El quipu es el conocido sistema peruano de cómputo, parecido al ábaco, en que las piezas del tablero son sustituidas por cuerdas llenas de nudos, ubicados estratégicamente en función de unidad, decena, etc. El uso de colores distintos permitía referirse a objetos diversos, y la existencia de encargados que ejercitaban desde niños su memoria permitía incorporar al sistema narraciones llenas de información (historia dinástica, compromisos, tributos, oraciones...). Recientemente, ha vuelto a discutirse la función escriturística del quipu; ver Carmen Arellano, 1999.
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ejemplo de la eficacia histórica de los humanistas. Pero incluso en el Renacimiento ya tenían precedentes, y cuando los humanistas como Lorenzo Valla o su continuador Nebrija quisieron constituir una ciencia filológica, se encontraron con múltiples especialistas de tradiciones ya existentes que les disputaban la precedencia: a los cuales, a pesar de ser eminentes representantes de viejas disciplinas, ellos llamaban despectivamente «bárbaros». Pero esos juristas, médicos, teólogos escolásticos, y otros muchos gremios practicaban el arte de la 'lectura' documental como parte de su oficio académico cotidiano: las famosas lectios y relectios, las glosas y apostillas medievales2. Naturalmente, esta disputa textual se volvió a reproducir con la Ilustración, en su lucha contra las normas textuales y literarias del Barroco, y más tarde en el siglo XIX, cuando una nueva historiografía alemana de tono positivista quiso basar su fortaleza metodológica en el dominio exhaustivo de las fuentes documentales. Contar las cosas «como realmente ocurrieron», el famoso programa de Leopold von Ranke, se basaba en realidad en un mayor control textual de la documentación reunida3. Quizá no sea muy diferente esta reiterada pretensión revolucionaria del modo como la crítica textual literaria se acerca en nuestros días a las crónicas de Indias, en demanda de ediciones y lecturas cuidadosas que los historiadores no acometen por su cuenta. Otra vez son tratados los profesionales precedentes como 'bárbaros' por sus colegas literatos, como en tiempos de Valla y Nebrija. Véase una muestra típica en esta cita de un conocido profesor español de literatura en la academia norteamericana, justamente en un congreso de edición y anotación de textos como este simposio: Ocurre que la crónica indiana parece ser todavía un campo de estudio que interesa principal o casi exclusivamente a los historiadores —al menos, en lo que a ediciones se refiere— y son por ello historiadores quienes se han encargado de editar la mayoría de las crónicas de reciente aparición. Es obvio que para un historiador la crónica tiende a servir más como fuente de datos primarios que como un texto autónomo merecedor de atención crítica [...] pues raramente se cotejan primeras ediciones y manuscritos originales. No se incluye, pues, ningún tipo de variantes. Además, el texto se ha modernizado al capricho del editor4.
2 Para una defensa actual de la renovación intelectual y científica de los humanistas, ver Garin, 1981. En España se ha encargado de esa tarea en el campo literario Francisco Rico (1978), en una actitud un poco más radical. 3 Sobre estas diversas revoluciones textuales en el gremio historiográfico, todavía es útil la Historia de la historiografía moderna de Edward Fueter (1953), original de 1911. El autor quiere hablar exclusivamente de la disciplina historiográfica, separándola de la filosofía y la literatura. 4 Delgado, 1990, p. 169.
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Posiblemente no se reconocerían en este cuadro drástico muchos de los historiadores que han editado crónicas de Indias, desde el siglo XVIII, comenzando por González de Barcia o el propio Juan Bautista Muñoz, miembro joven de la cuidadosa escuela del jurista y erudito valenciano Gregorio Mayans (el autor del prólogo a la edición del Quijote de la Royal Society). La palabra literatura aludía todavía entonces a la erudición histórica en general, cuando no al conocimiento del Universo, a través de su reflejo en las letras humanas. La misma pluralidad y oposición disciplinar se dio con el material informativo y el ámbito literario variado que se ocupó, desde el mismo Renacimiento, de los hechos y seres americanos. Cada uno de los gremios concernidos se ocupó a su modo de 'asegurar' la fiel transmisión de las observaciones realizadas sobre el Nuevo Mundo. La conocida secuencia de las cartas-relaciones-historias-tratados, que Mignolo recogió de la tratadística historiográfica, para referirse a los géneros literarios progresivamente desarrollados en la escritura americana5, esta secuencia tópica del ámbito de las letras coloniales, oculta que tiene un desarrollo particular para cada rama del saber: para los libros de amplia circulación como fueron las cartas de Vespucci o P. Mártir, para los tratados de geografía y cartografía, para los textos de botánica y medicina, para los tratados jurídicos o teológicos, para los sermonarios o libros de reflexión al estilo de Pedro Mexía, Antonio de Guevara o Michel de Montaigne, etc. Cada uno de ellos tenía un estilo, un código documental diferente; aunque evidentemente los más destacados de cada género influían sobre todos los escritores en los demás géneros, dada su amplia circulación. Pues bien, esos materiales documentales y «literarios» procedentes de diferentes tradiciones textuales han sido a su vez reproducidos por sus herederos actuales dentro de cada gremio. Incluso, algunos gremios han invadido el territorio ajeno cuando se han interesado en materiales documentales de otra procedencia para sus propios fines, para establecer sus ancestros. Yo he podido percibir esta 'apropiación' textual de parte de otro gremio en el caso del P. Acosta, en cuyos textos han intervenido de modo bien diferente los historiadores de la ciencia como Rodríguez Carracido o López Piñero, los filósofos e historiadores de las ideas como O'Gorman o Maravall, los historiadores jesuítas como Lopetegui o el P. Mateos, los teólogos como Luciano Pereña o Vidal Abril, o más recientemente los críticos literarios como José Juan Arrom o José Anadón. Y cada uno de ellos siente obrar con autonomía de los demás, y como si se tratase de un «mundo nuevo», de carácter mostrenco, que permite bautizar ex nihilo los textos a describir. 5 Ver Mignolo, 1982. Taxonomía literaria tomada de una larga serie de autoridades bibliográficas, en la que deberíamos mencionar, por referirnos principalmente al área andina, nombres como Gayangos —el informante de Prescott—, Jiménez de la Espada, Icazbalceta, José T. Medina, Riva Agüero, Feuter, Sánchez Alonso, Porras Barrenechea, Esteve Barba, etc., etc.
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Así que las diferencias que vemos todavía entre unos y otros modos de editar las crónicas de Indias se deben legítimamente a diversos énfasis académicos o disciplinares. Énfasis que encuentran base y eco en la diferencia original a que pertenecen los textos reeditados, o releídos, y que por lo tanto no aparecen como producto de una elección caprichosa, de un tiempo posterior. Por debajo de estas diferencias, como era de esperar, hay distintas calidades personales o gremiales a la hora de tratar los problemas textuales: diversidades que, otra vez, no son fáciles de encerrar en el conocido polo binomial que nos permitiría elegir una de ellas: mejor-peor, correcta-incorrecta, crítica-acrítica... Porque, incluso en el caso de las diferencias primeramente personales, hay opiniones legítimamente divergentes y el mejor resultado suele provenir de la combinación de esas opciones personales, y no de su segregación definitiva. Esa es la posición que queremos mantener en esta ocasión, en la cual hemos elegido algún caso de análisis, que nos parece pertinente. No ha sido elegido al azar, sino como resultado de nuestra experiencia con ellos en el curso de la preparación de unos textos, aún en prensa (homenaje de Montilla a Porras Barrenechea, y preparación de una edición de los textos de Acosta y Polo). Mi posición de partida es la propia de un etnohistoriador español, enfrentado a textos hispanos sobre los Andes, a los cuales he querido valorar en su capacidad de percepción intercultural. En realidad, mi posición disciplinar pretende reunir las recomendaciones de la mejor historiografía antropológica para analizar sus propios textos (la de la escuela de George W. Stocking, desde Chicago) con el programa etnohistórico de J. Murra o J. Rowe, mis maestros andinistas, para analizar las sociedades antiguas de este ámbito regional. De ellos he aprendido a utilizar cualquier aproximación disciplinar que me conduzca al mejor conocimiento del objeto de estudio, como haría un humanista. Mi apuesta por mejorar el fruto informativo a extraer de las fuentes hispanas sobre el mundo andino, concede a las mismas igual cuidado interpretativo que un antropólogo concede a un informante, cuando le habla de su propia experiencia. Los informantes viejos no se pueden siempre elegir, hay que aceptar a los supervivientes. Cuando disponemos de pocos medios informativos sobre un mundo lejano y extraño, no sirve de nada quejarnos de las deficiencias de los medios documentales que nos han quedado disponibles: hay que refinar nuestras posibilidades de tratamiento de ese medio limitado, no pedirles a las fuentes el ya imposible refinamiento. Las fuentes antiguas no pueden ser mejoradas, pero sí nuestra lectura de ellas. Creo que ha sido una pérdida preciosa de tiempo la «fanfarria» crítica que hemos montado alrededor del 92, contra la supuesta miopía o malquerencia de los cronistas. Quizá tampoco ha sido muy útil la apología indiferenciada de los cronistas, en programas editoriales apresurados. Pero, al menos en este caso, se han reproducido textos originales que han soportado
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el paso de los siglos 6 y no simplemente discursos coyunturales, dentro de una moda más o menos modernista. El post-modernismo imperante en los 90 ha permitido, en realidad, posiciones muy diferentes y hasta contradictorias: desde contestar a los observadores occidentales como burdos legitimadores de su invasión en otros mundos, hasta reconocer la limitación 'óptica' de sus gafas como un fenómeno normal, como algo que ocurre incluso a los más bienintencionados e 'inocentes antropólogos' (Nigel Barley). Yo me declaro post-moderno sólo en este último sentido, y me parece que con ello no pongo en cuestión la posibilidad de un conocimiento cierto, haciéndome reo del ataque modernista de mis colegas antropólogos. Al contrario. En suma, ante el fenómeno hoy evidente de sustitución de los historiadores por los filólogos como editores de crónicas de Indias, mi posición personal es la de aprender de ambos. Es decir, inclinarme ante el éxito particular de cada uno, cuando lo ha logrado. Voy a traer a colación las críticas —positivas y negativas— que han realizado unos mismos testigos de un gremio —el literario— sobre los textos de dos historiadores peruanistas connotados. Me refiero a la obra de Porras y a la de Lohmann Villena, como reconocidos editores de crónicas de Indias, comentada por dos críticos textuales o filólogos de respeto como Kurt Baldinger y José Luis Rivarola. En particular, trataré primeramente sobre la edición del viejo y desconocido anónimo Nouvelles certaines des isles du Pérou (Lyon, 1534), de 1937; y luego de la de Pedro Pizarro, de 1978, sobre un nuevo códice. Comenzaré por la más reciente de las críticas (1992) —aunque se hace sobre un texto más temprano, tanto en el caso del original francés (1534) que se edita, como de la edición comentada de Porras Barrenechea (1937)— porque se trata de una crítica negativa: para concluir después con la otra, más positiva, sobre un texto de Lohmann Villena (1978). Como a los buenos predicadores del Siglo de Oro, o a los directores de la escuela americana de cine, me gustan los happy ends. Al fin y al cabo, esta modesta reflexión mía pretende un «mundo feliz» en el campo de las relaciones interdisciplinares. De otro modo, quizá no tendría sentido venir a hablar de este tema fronterizo dentro de un departamento literario.
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Decimos que se han «reproducido» textos, y no «editado» textos, porque la precipitación de algunos programas editoriales como la Colección de Historia 16 ha preferido repetir ediciones anteriores, con nuevos prólogos. La prisa comercial de la empresa editora ha impedido que los autores revisen las pruebas de imprenta de sus estudios cronísticos y, a veces también, los textos prologados y anotados, y ello ha terminado por producir la ruina de la empresa, que debe ofrecer los textos descatalogados ahora a bajo precio en tiendas de altura, como la Casa del Libro, de Espasa Calpe. Aunque es posible también que la ruina de ventas se deba a la sensación de anacronismo que producían ya en el 92 los textos de los cronistas, lo que ha arrastrado también a la arcaica Biblioteca de Autores Españoles, vendida por sus herederos en forma competitiva, al mejor postor.
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LAS CRÍTICAS LITERARIAS NEGATIVAS DE PORRAS Y s u VALOR HISTÓRICO-TEXTUAL
Como es bien conocido de los peruanistas, el profesor Porras Barrenechea era un escritor prolífico y un orador de éxito: se dice que dictaba oralmente sus textos, y de hecho sus dos manuales de fuentes peruanas, el de Cronistas del Perú (1944) y el de Fuentes históricas peruanas (1954), fueron conocidos primeramente como apuntes de clase, tomados por los alumnos de San Marcos y de la Católica, y corregidos posteriormente por él. Ambos fueron editados formalmente luego, como postumos en 1962 y 19637. Cuando se publicaron en vida de Porras, lo fueron ocasionalmente y como artículos de periódico o revista, redactados sin levantar la pluma, como hace un escritor. Pero, aunque con grandes conocimientos literarios y con una dedicación inicial en San Marcos como profesor de historia de la literatura española (1928-29), su dedicación académica fue la historiografía (primero la republicana y luego la colonial, desde 1929). Su dedicación a la historiografía colonial no fue posiblemente anterior a finales de los 20, como joven catedrático de historia colonial en San Marcos, y anteriormente sólo como representante diplomático peruano en los juicios de límites con Colombia, que es lo que probablemente le lleva a interesarse en la documentación colonial. Pero sus publicaciones características de esta materia colonial no comienzan hasta su estancia en Europa, donde tiene oportunidad de asistir al XXVI Congreso Internacional de Americanistas (CIA), en España (1935)8, y exhibir ante la comunidad americanista mundial sus recientes descubrimientos en archivos españoles (texto de Diego de Trujillo, y testamentos de F. Pizarro, de Mancio Serra, etc.). Se diría que había afilado sus instrumentos en Perú durante un quinquenio de lecturas sobre crónicas (en particular de la obra peruanista de Prescott, y de las ediciones de Horacio Urteaga, a quienes combatirá acremente en adelante), para poder dirigir su mirada libre a los documentos originales, ya en Europa9. En Espa7 Los cronistas del Perú (1528-1650), [Apuntes de sus lecciones en la Universidad de San Marcos], Lima, 1944. Era la forma en que aparecieron en vida de Porras, antes de que se editase por la ed. Grace en 1962, y por el Banco de Crédito en 1986, junto con otros ensayos, reunidos por Franklin Pease y otros. Lo mismo se publica su magistral Fuentes históricas peruanas, como «apuntes de clase». 8 Presentó tres comunicaciones al mismo, sobre sus descubrimientos recientes (Diego de Trujillo en la Biblioteca de Palacio), y dos nuevas atribuciones de paternidad (el anónimo sevillano al capitán Cristóbal de Mena, y la crónica de la conquista de Chile al clérigo Bartolomé Segovia, y no al chileno Cristóbal de Molina). Poco después publicaría en la madrileña Revista de Indias acerca de un inédito de Cabello de Balboa sobre la costa Esmeraldas, de Ecuador. 9 Aunque sus publicaciones de historiografía colonial se inician en Europa, una excepción hay que hacer del artículo «Los cronistas del Perú» en Revista de la Universidad Católica del Perú (1933), en que no ofrece novedades sino síntesis de sus lecturas, primeras propuestas taxonómicas y críticas contra los dos autores anteriores.
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ña encontrará eco antes de la guerra civil entre un grupo de historiadores republicanos, liderados por Rafael de Altamira, director de una nueva «Colección de documentos inéditos para la historia de Hispanoamérica» (1925-32) en 14 tomos, que Porras cita detalladamente en su texto de París (1937), y al cual emula, conscientemente, mientras combate la colección peruana de Horacio Urteaga. Después de España, y durante la guerra civil, se traslada a Francia, donde no solamente prosigue sus descubrimientos (en las bibliotecas francesas y en visitas a las inglesas, italianas o austríacas) sino que inicia una colección de documentos inéditos o Cuadernos de historia, en que establece los textos originales encontrados junto con los criterios de su estudio, en directa discusión con sus antecesores. Estos cuadernos históricos publicados en París sólo llegan a ser dos: el testamento de Pizarro, y el texto de Relaciones primitivas de la conquista, donde se publica el texto francés de 1534 que nos interesa10. El siguiente cuaderno iba a ser la relación de Trujillo pero, como se regresa a España en 1938, terminará publicándolo tardíamente en Sevilla, al mismo tiempo que sus artículos del congreso americanista, en 1948. El tomo de Relaciones primitivas de la conquista es una pequeña obra maestra, de estructura trifásica: un prólogo bibliográfico muy denso, unos capítulos más detallistas sobre cada una de las fuentes tempranas ahora disponibles sobre el Perú, editadas o no, y finalmente la transcripción de cinco de ellas: carta de Pedrarias Dávila de 1528, carta de los fiscales de Panamá Espinosa y La Gama en 1533, re-traducción al castellano de una traducción francesa de estas cartas en 1534, relación Xámano-Jerez y, por último, la crónica del anónimo sevillano de 1534, anterior a Jerez —que por eso se llama «Verdadera», como Bernal con Gomara—, cuya paternidad ignorada se resuelve de forma razonable e ingeniosa, según creo. Porras ha logrado ofrecernos en este librito no solamente paternidades probables sino textos nuevos —desconocidos, hasta él—, como el librito Nouvelles certaines des isles du Pérou de la Biblioteca Británica; único ejemplar conservado, aunque acompañado de traducciones italianas y alemanas que proceden todas de las cartas tempranas sobre Perú enviadas por los oficiales reales de Panamá, durante el proceso mismo de la conquista peruana. Además de una traducción llena de ingenio y notas pertinentes —la mayor parte seguidas por Baldinger/Rivaróla (y no siempre reconociéndo-
10 Las relaciones primitivas de la conquista del Perú (París, 1937). Puede manejarse hoy cualquiera de las reediciones de Lima (1967 y 1968). El texto francés de 1534 lo elegimos particularmente porque fue objeto de una republicación en el número monográfico de 1992 de la Revista de Filología Española, del CSIC, a cargo de los profesores de literaturas románicas Baldinger y Rivarola, lo que tiene para mí una significación especial para contrastar criterios históricos y filológicos, por hacerse en una revista del CSIC en que ambas disciplinas tuvieron acogida inicialmente, de la mano de Menéndez Pidal.
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lo)—, Porras nos agrega un facsímil del códice que permite una lectura garantizada del original francés, lo cual es un procedimiento muy moderno para su época, superior a la paleogràfica con que nos regalan los dos filólogos, en 1992. Sin embargo, la conocida pareja aprovecha también el texto de Porras para examinar problemas de datación y procedencia lexical del original francés, además de revisar la traducción española de Porras y su probable «interés filológico y lingüístico en las crónicas peruanas» 11 . Por su interés en el primer caso vuelven a publicar este artículo en la Revue de Linguistique Romaine, del mismo año12, pero aún no puedo comprender cuál sea el interés filológico en las crónicas peruanas, a través de una traducción al francés donde —como los autores confiesan— no interesa tanto la correspondencia con su original castellano sino una buena traducción: «La traducción, que ciertamente no tiene la pretensión de reconstruir, ni siquiera fragmentariamente, la lengua del texto de base —por más que en algún caso se hayan tomado en cuenta los usos de época— sigue de cerca el texto francés» 13 . Por el contrario, la sistemática investigación peruanista de Porras es la que le llevó en primer lugar a descubrir el original en Londres; en segundo lugar, a ubicar las fuentes panameñas de donde procedía la información peruanista (así como también las otras traducciones alemana e italiana, que seguían literalmente tales fuentes), y en tercer lugar —he aquí la clave textual del abordaje historiográfico de Porras, que los filólogos no imitan— los términos castellanos que debían corresponder al original de donde procedía el texto francés. Porras reconoce al frente de su traducción castellana de 1937 que es aproximada, seguramente porque no ve el interés de la fidelidad al francés, simple vehículo para el conocimiento europeo de una información americana de primera línea. Por el contrario, los dos filólogos romanistas subrayan dos veces que es «aproximada» 14 , entre comillas y sin especificar el reconocimiento del autor, y la segunda vez añaden que «contiene graves errores». Pero no hay tal. De los tres errores graves citados (lentes, y no tetes, aunque escrito así, porque abreviado; bassins d'or, 'fuentes de oro' y no basfins d'or, o sea 'medias finas de oro'; y chapelet, en sentido de 'reposaplatos', y no de 'rosario'), únicamente el primero tiene relevancia para llamarlo grave. Porque confunde las conocidas tiendas de algodón del campamento de
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Baldinger y Rivaróla, 1992, p. 430. El profesor Baldinger volvió a publicar también por segunda vez en la revista Lexis, 1983, el artículo de homenaje al profesor Manuel Alvar, donde inventariaba el léxico de Cieza en la Tercera parte de su Crónica del Perú. Le agregó un número considerable de vocablos, bien es cierto, pero con la misma larga introducción. 13 Baldinger y Rivarola, 1992, p. 434. 14 Baldinger y Rivarola, 1992, pp. 429-30. 12
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Atahualpa con las 'cabezas', cortadas supuestamente a sus prisioneros vencidos, que tanto excitaban al joven Porras, deseoso de constatar la crueldad del inca Atahualpa (sistemático «buen salvaje» en las versiones históricas de Prescott y de su seguidor Horacio Urteaga). En realidad, el propio texto francés es un incómodo vehículo hermenéutico, que contiene varias malas interpretaciones del original castellano (cama de maíz por caña de maíz, gaudules por gandules, Antonio por Hernando Pizarro, Jajuja por Jauja...). Por haber sido demasiado fiel al original francés, Porras malinterpretó têtes como 'cabezas' —único error grave de toda su traducción— en vez de como abreviación de tentes, 'tiendas', su verdadero correspondiente castellano. De haber atendido a su propio método histórico de cotejar el nuevo texto francés con otros textos castellanos (que hablan reiteradamente del mismo fenómeno, el campamento de tiendas instalado por Atahualpa, a las puertas de Cajamarca), y no en exclusiva al texto francés, Porras habría podido substituir el fácil error de traducción. Creo que se cegó inoportunamente su natural desconfianza, ante el cebo de la apariencia literal que ofrecía el término abreviado tête. Para nuestros filólogos traductores, tales errores de traducción graves en Porras vienen compensados, además de por el descubrimiento del texto raro y excepcional (porque el original español se perdió), por el «detallado estudio del historiador peruano (que) aporta pruebas y da argumentos válidos» acerca de los autores, de la procedencia geográfica y de la época del documento. Pero, después de este forzado reconocimiento, por obvio, los traductores vuelven a la carga: «La presente traducción corrige, en muy numerosos casos, que no se comentan cada vez, los errores de dicha versión; sólo se llama la atención sobre los de mayor significación histórica o lingüística»15. Para ser justos, hay que decir que los correctores reconocen explícitamente (mencionando a «RPB») algunos casos en que el historiador acierta o no se equivoca (notas 10, 13 y 24), aunque en ninguno de los casos con acuerdo total («tal vez...», «sin indicar la fuente del error...», «RPB prefiere...»). El número de las que ambos desaprueban frontalmente es mayor (notas 12, 14-16 y 21), y no estamos de total acuerdo sino en la 12 (têtes). A veces, no entienden a Porras (14), otras no hay verdadera diferencia (15), otras se trata de un punto ausente (que Porras no pone, casi sistemáticamente), y en la 21 —no citan a RPB, pero disienten—, sencillamente se equivocan, al traducir fontaine por 'cántaro' y no como 'fuente'. Porque no tiene sentido la traducción: «Item, un cántaro de oro tan bien hecho como era posible, que pesaba diez y ocho mil pesos de oro, en el cual Atabalica solía lavarse». ¿Cómo es posible decir que «no parece haber duda de que se trataba de cántaros», y no darse cuenta que es imposible que Atahualpa se lavase en
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Baldinger y Rivarola, 1992, p. 435.
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ellos, siendo cántaros y no fuentes? El original no deja duda: «en laquelle A. avoit de costume se laver» (p. 439). Otras veces creo que hay empecinamiento en disentir del primer traductor. En la misma página vuelve a traducir «24 vasijas hechas a modo de tinas de España [...] del espesor de medio dedo» donde Porras dice tinajas, porque coteja con la relación del oro llevado al rey por Hernando Pizarro, y copia: «33 tinajas de oro» (nota 32). Se conocen las tinajas de España (de vino y aceite), pero no las tinas, que no tienen especificidad alguna. Además, las tinas no son vasijas, sino fuentes (lo que antes quiso traducir por cántaros). Más adelante continúan en su tozudez en traducirlo por tinas, y construyen lo siguiente: «ítem tres tapas de oro de esas vasijas que llaman tinas de oro... ítem otras tres tapas de tinas, de oro...». ¿Tienen tapas de cubierta las tinas o las tinajas? Por el contrario, el historiador Porras se garantiza la buena traducción con el documento preciso de Hernando Pizarro: «coberteras de tinajas de oro» (nota 36). En p. 453 continúan nuestros filólogos: «ítem llevan cuarenta y ocho vasijas de plata que llaman tinas... del ancho de un dedo, de manera que un mulo estaría bien cargado llevando dos de estas vasijas». ¿Los mulos cargan tinas o tinajas? Creo que todo el problema es que el original francés dice tines d'or, que como traductores literales no quieren cambiar. Otro caso de excesiva literalidad es traducir tapas de tupines, donde la versión española ponía «coberteras de ollas», como recoge Porras. Pero ¿cómo cambiar, si el original decía couvecles de tupinsl Es verdad que Porras cae en la trampa elemental de confundir l a / c o n la ese larga, en la grafía del siglo, al leer «medias finas de oro» (bas fins d'or), lo que son 'recipientes de oro' (bassins d'or), pero no lo consideramos un error grave. Al menos, no tan grave como el siguiente de sus críticos. Porras no silencia la extraña referencia del texto a un objeto imposible en el rescate de Atahualpa: «ítem un escritorio con su pluma, todo de oro», sino que protesta en nota 35. ¿Por qué se callan los buenos filólogos ante un error del traductor francés tan evidente como «un scriptoire avecq sa plume, le tout d'or»? Da la impresión que no saben qué decir, o que no quieren seguir a Porras. He comparado detenidamente las traducciones, y creo naturalmente que es mejor la reciente, y sobre todo mejor puntuada. Pero no siempre lo es, y a veces por exceso de literalidad, por esa actitud netamente filológica de partida: que no parece la del mejor traductor, por cierto. En todos los casos de la traducción de 1992 que cito a continuación en nota, me inclinaría por la traducción de Porras, sin dudarlo (o es mejor castellano, o tiene mejor sentido, o está en mejor correspondencia con el original, o es más cierto, de acuerdo a lo que sabemos)16. 16 Ver pp. 446 («de la cual el señor es un cacique [...] mujeres que habían hecho prisioneros del señor [...] a comer y a descansar [...] Estando en la fortaleza, el gobernador salió»); 447 («muralla cubierta con la punta de las cañas [...] el día había pasado y aún más»); 448 («litera
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No es el momento de valorar cada una de las diferencias, sino quizá de proponer un principio de metodología ecdótica: que no se puede mantener una opinión sistemáticamente fiel a uno de los textos —en este caso, el texto francés, traducido literalmente— y prescindir del cotejo con los documentos castellanos emparentados. Esta precaución historiográfica complementaria, practicada por Porras, le libró de errores groseros en que cayeron sus críticos más de medio siglo después, y dispuestos a pasar el rodillo más pesado sobre los defectos filológicos de su predecesor.
LAS CRÍTICAS POSITIVAS. E L CASO DE LOHMANN VILLENA, Y LA REVALORIZACIÓN HISTORIOGRÁFICA DE RLVAROLA
Lo mismo que hemos dicho unas palabras sobre Porras Barrenechea, deberíamos decirlas sobre Lohmann como editor. Pero no es tan fácil por el momento disponer de estudios de conjunto sobre su obra. Por otro lado, su actividad permanente le hace muy conocido entre los círculos actuales de peruanistas, y no es tan necesario como en el caso de Porras. En todo caso, la edición acometida meticulosamente en 1978 sobre la crónica de Pedro Pizarra sobre la base de un manuscrito nuevo de la Huntington Library no es el primer trabajo editorial de Lohmann, que ya sacó en 1967 (París, IFEA) su conocida edición de Gobierno del Perú de Matienzo, otro colaborador del virrey Toledo como Pedro Pizarra; es autor también de una magistral biografía y corpus documental sobre Francisco Pizarra, en la «Monumenta Hispano Indiana» del CSIC, así como de diversas memorias oficiales de gobernantes peruanos del tiempo colonial. Entre sus múltiples ensayos y comentarios de crítica historiográfica, estuvo a su cargo el juicio acerca de la obra peruana de Prescott para la revista Hispanic American Historical Review (1958), y de la del maestro Porras para la revista sevillana Estudios Americanos (1961), repasando minuciosamente su evolución bibliográfica, en particular su contribución al estudio colonial. Como en el caso de Porras, muchas de sus obras están publicadas en España. Entre ellos dos ha habido un cierto hilo de continuidad, y no solamente por la temática historiográfica común (la documentación conservada del Inca Garcilaso; la vida y obra de Francisco Pizarra, vacío en el programa de Porras, al fin rescatada por Lohmann, etc.) sino por su coincidencia vital: ambos han compartido la labor historiográfica con un cargo diplomático en la Cancillería peruana, una parte importante de las cuales les ha relacionado directamente con España. muy adornada [guarnecida=garm'e] de oro fino [...] A su gente que estaba en los campos, según supe luego [...] se volteó hacia el gobernador»); 449 («en que cogieron a varios de los principales de los indios [...] la cual vigila mucha gente [...] y de legua en legua hay pilares»); 451 («vestidos según su costumbre (sus ropas) [...] y yo pienso que es»).
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Creo, pues, que estos precedentes comunes hacen innecesarias más explicaciones previas. La edición de Pedro Pizarro se realizó en la Universidad Católica de Lima, estando a su cargo el largo estudio preliminar, las notas y la selección del texto (en estrecho cotejo con la edición de la CODOIN —Colección de documentos inéditos— de 1844, única conocida anteriormente). A su labor se unió el matrimonio Duviols, estando a cargo de Colette la transcripción paleogràfica, y de Pierre una nota breve preliminar, destacando las inclinaciones intelectuales del autor en sus coordenadas toledanas, así como el interés por el mundo indígena. El profesor Duviols, a su vez, es un veterano y prestigioso editor de crónicas de Indias (de las instrucciones inquisitoriales de Albornoz, de la crónica de Huarochirí con Arguedas, de la crónica de Jerez, de los tratados sobre la religión incaica de Molina, así como más recientemente de la crónica de Pachacuti). La posición editora de Lohmann es resultado de un análisis minucioso del texto, de las ediciones anteriores (la de 1844, y los usos de la misma en Herrera y Cobo), y de la hipótesis principal de que se parte: el nuevo manuscrito es la obra final del autor, puesto que tiene más de tres capítulos nuevos finales, así como numerosas innovaciones textuales en el resto, y una titulación clara de todos los 38 capítulos que componen la obra. No se trata, como en el caso anterior de Porras, de un breve texto sino de un largo manuscrito de 166 folios, anotado sistemáticamente con las variantes de la edición del siglo XIX, que es considerada sistemáticamente como versión trunca y corrompida, que hay que desechar. Esta versión desechable anterior es ofrecida en las notas, y en el texto, la transcripción fiel del manuscrito nuevo: aunque puntuándolo «según las reglas gramaticales y el sentido lo exigían, aunque respetando las peculiaridades morfológicas y sintácticas del autor» (p. LXXXVII). A la puntuación modernizada se han añadido acentuación y mayúsculas, así como una ortografía modernas que no le parecen mal al crítico Rivarola 17 . Incluso cree que ha acertado en la mayor parte de los casos. Pero, a pesar de ello, quedan párrafos oscuros a los que Lohmann deja estar, añadiéndole simplemente sic, y muchos corchetes con nombres y posiciones personales no mencionadas en el texto. A este respecto, la opinión del crítico no le favorece, porque cree que no se deben añadir en el texto seleccionado los datos que el autor no incorporó; sin embargo, considera que debe corregirse el texto, en el caso de evidentes errores o corruptelas. También opina que las notas debieran ser más explícitas sobre la porción del texto que corrigen, y ser siempre sistemáticas de la relación entre textos, sin mezclar opiniones personales del editor. Tampoco deben mezclarse notas de tipo lexical o gramatical con otras de contenido, y de nueva bibliografía.
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Rivarola, 1983.
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A nosotros nos parece positivo —de acuerdo a nuestra propuesta de mestizaje disciplinar— que el comentarista reconozca que, por esta vez, «nuestro interés no está centrado propiamente en los aspectos histórico-lingüísticos (sino) más bien es adentrarnos en los problemas filológicos que plantean las versiones de la obra, con la esperanza, si no de resolver los enigmas en su transmisión textual, por lo menos de contribuir a esclarecer algunos aspectos que creemos de importancia para la utilización de la Relación como fuente histórica e histórico-lingüística»18. Aunque no nos parece muy positivo que reconozca que toda la información que maneja de la edición anterior de la fuente (de la cual hay numerosas reimpresiones) provenga «siempre de las lecturas ofrecidas por Lohmann a pie de página»19. Sobre todo porque, de forma novedosa y atrevida, lo que propone el crítico es relativamente revolucionario: que las versiones ofrecidas anteriormente no son corruptelas de la versión original ahora publicada, sino soluciones a los problemas internos de la misma, y a sus múltiples correcciones. El enorme esfuerzo realizado no es —como en los casos ya citados de Nouvelles certaines, o de la crítica a la edición de Cieza de León, en el mismo número de revista20 que él menciona como mérito del maestro Baldinger, en cuya Universidad de Heidelberg ha estado para redactar este examen—, por los problemas histórico-lingüísticos del español o del francés del documento editado, sino por algo muy interesante para un historiador y un antropólogo: la mayor o menor congruencia de las versiones conservadas (los dos manuscritos, y las dos lecturas de Cobo y Herrera), de cara a reconstruir el texto arquetípico —o los varios gradualmente escritos del autor, paso a paso—, a la búsqueda de un texto al servicio del lector, que quiere conocer y entender la realidad cultural de que nos hablan estos textos 'mediadores'.
CONCLUSIÓN PROVISIONAL
No quiero prolongar más de la cuenta el caso o los casos seleccionados, sino destacar el éxito mayor o menor del mismo filólogo cuando se abre o se
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Rivarola, 1983, pp. 161-62. Rivarola, 1983, p. 161, n. 3. 20 Baldinger hará continuas reseñas de ediciones de crónicas de Indias en Zeitschrift fiir romanische Philologie, preocupado por esta búsqueda filológica de léxico y textos antiguos. Por ejemplo, en 1986 publicó la reseña crítica de la obra de Cieza publicada tanto en Madrid (por el P. Carmelo Sáenz de Santamaría) como en Lima (por F. Cantü), inclinándose a favor de la segunda, y en contra de la primera, obra de un historiador, y comenta: «A los historiadores [...] solamente les importa el contenido y no la forma [...] Los historiadores tienen que comprender que tales ediciones modernizadas son peligrosas» (agradezco la traducción a Sandra Revok). Sin entrar en la discusión específica (puesto que la diferencia que ofrece para una frase entre ambas ediciones se reduce al uso de la puntuación, cosa modernizada en sí), nos interesa manifestar la posición radical del autor, nada más. 19
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cierra a la colaboración con el historiador, y sobre todo con sus criterios disciplinares. Creo que Rivarola ha hecho en 1983 un gran esfuerzo por encontrarse históricamente con el autor que escribe, con Pedro Pizarro, y con los temas de que habla, dejando a un lado el análisis primario del vocabulario empleado, castellano o europeo. Personalmente, como antropólogo andinista, no me parece mal que los filólogos y lingüistas aprovechen las fuentes de que dependemos los etnógrafos, para desbrozar una gramática o una historia de la lengua del pueblo estudiado. Pero no creo que puedan supeditar a ello la edición actual de esos textos, porque —sin mencionar la violación del contexto del lector actual— hay algo de 'desviación' respecto de la intención del texto mismo analizado, que pretende informar de un relato, no proveernos de unos medios textuales correctos a fin de expresar el relato mismo. Me parece, sin embargo, más bien algo fuera de lugar, e inapropiado desde el punto de vista ecdótico, que la historia lingüística que se quiera hacer sea de la lengua empleada por el informante occidental (español o francés). En primer lugar, porque esta lengua se supone estudiada o estudiable en cientos de textos conservados, y sin ello no sería posible incluso ni explotar esta fuente histórica. Y en segundo lugar, porque lo que pretende quien nos narra algo no es que analicemos su discurso, sino que lo entendamos. Usar su discurso como objeto preferente de análisis es como tomar el rábano por las hojas: algo que se puede hacer pro domo mea, como uso lúdico y personal —o gremial, de forma perfectamente normal—, pero no como lectura interactiva, como modo de imponer al público en general un criterio editorial21. Y lo que me parece verdaderamente inaceptable, a nivel ecdótico, es que los filólogos que colaboran en nuestras ediciones críticas consideren —como hace normalmente Baldinger— que las modernizaciones de las versiones paleográficas, como cualquiera de los intentos de explicar los elementos del discurso al público lector actual (y este público pueden ser nuestros colegas antropólogos, deseosos de incorporar esta fuente informativa del pasado remoto), sean considerados alejamientos de la fuente, perversiones de la meta ecdótica. No editamos para que los lingüistas analicen la historia de la lengua del discurso, sino para divulgarlo críticamente entre los lectores, para evitar la falta de percepción actual de todos los registros que contiene cualquier discurso. Un lector puede con toda legitimidad aspirar a leer o escuchar un discurso como una pieza literaria, que lee sin intermediarios, y por
21 Ignacio Arellano usa la distinción de Panofski entre monumento y documento, entre materia básica o materia de simple testimonio textual, para exponer la impropiedad de que los lingüistas o filólogos impongan una versión paleográfica —de valor puramente documental— sobre una modernizada —en que se construye críticamente la versión autorizada—, con la argumentación de permitirles estudiar a ellos la historia de la lengua del documento. Ver I. Arellano, 1991, p. 575.
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tanto exigir que la edición crítica le permita este goce, esta percepción directa. Pero un lingüista no puede forzar a que los demás lectores se avengan a sus necesidades analíticas formales. Para eso están los archivos, o los textos editados solamente para especialistas. Aunque, conociendo normalmente los especialistas los textos que se editan y los archivos en que se guardan los manuscritos, quizá no tenga sentido costear una edición para ellos solos. Probablemente, como se ha dicho ya muchas veces, ninguna versión paleográfica substituye bien al propio original y por ello el único modo de contentar al público especialista (historiador o filólogo) y al gran público sea ofrecer versiones facsimilares, al lado de las ediciones modernizadas. He ahí el problema en que nos coloca la necesidad de conectar un texto antiguo con un lector moderno, que hace que la edición sea un proceso crítico, y por tanto cuidadoso y lento de elaborar. Pero la medida mayor o menor del rigor, y la dirección especial de los análisis ofrecidos en la edición, está sobre todo en directa dependencia del uso presente, tanto del analista como del lector. Nada garantiza la conservación original del texto, en sí mismo, ni siquiera como monumento arqueológico del pasado: dado que puede haber varias falsificaciones en el camino hasta nosotros. Por tanto, la conservación a toda costa de los rasgos paleográficos (como pretendían Baldinger y Rivarola con el el texto francés de 1534, y como todavía pretende Lohmann en 1978, conservando un texto supuestamente más arcaico y menos intervenido por el editor) no favorece directamente el cumplimiento de los fines que debe servir una edición, por muy crítica que sea. Si en algo debe ser interrumpido el proceso de comunicación entre el autor antiguo —a quien editamos para acercarlo— y el lector actual —a quien queremos acercar al texto pasado y complejo, que por sí mismo aún merece ser traído a la actualidad de los lectores, y por eso se edita— es para favorecer este acercamiento, nunca para impedirlo. Y este mejoramiento de la comunicación se conseguirá con más fiabilidad conservando prudentemente las distancias entre el pasado y el presente, a través de las explicaciones y modificaciones oportunas, que no manteniendo rigurosamente sus códigos diferentes, muchas veces sin posible traducción. Podría decirse que la rigidez en la comunicación del pasado y del presente, a nivel textual, es tan poco aconsejable como la incomunicación interdisciplinar.
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NOTAS SOBRE LAS EDICIONES DE LA OBRA DE POLO DE ONDEGARDO Beatriz Pérez Galán, CSIC, Madrid
1. INTRODUCCIÓN
En los últimos años, especialistas españoles procedentes de campos diversos (no sólo de la literatura y la filología, sino también de la antropología) han comenzado a llamar la atención acerca de la necesidad de colaboración interdisciplinaria para acometer la urgente tarea de reedición crítica de las llamadas crónicas de Indias 1 . Al resurgir del creciente interés por este género historiográfico, ha contribuido el fructífero encuentro en dos reuniones (Lima, 1998 y esta actual en Harvard) entre los filólogos del Grupo de Investigación del Siglo de Oro de la Universidad de Navarra (GRISO), bajo la dirección de I. Arellano, y de un grupo de americanistas del Departamento de Antropología de España y América del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de Madrid, bajo la dirección del prof. del Pino2, a los que se han sumado investigadores de la Pontificia Universidad Católica del Perú y del Departamento de Lenguas y Literaturas Románicas de la Universidad de Harvard. En ambos encuentros han participado estudiosos de otros centros, y esta práctica se piensa continuar en nuevos seminarios. En ese contexto surgen las reflexiones que planteo sobre las ediciones de la obra del licenciado Polo de Ondegardo, letrado del siglo XVI cuyos informes han servido de fuente inagotable, cada vez más reconocida, no sólo para otros cronistas posteriores (caso de Acosta, Murúa, Cobo, Avila, Arriaga, Calancha y Herrera, entre otros), sino también en la época contemporánea 1
Ver F. del Pino, 1997; I. Arellano, 1999. La edición crítica de la obra completa de Polo de Ondegardo pertenece a un proyecto dirigido por el prof. del Pino, al cual me incorporé gracias a una beca posdoctoral de la Comunidad Autónoma de Madrid en enero del 2000. Agradezco al CSIC la financiación de mi viaje a la Universidad de Harvard para presentar la ponencia en el coloquio cuyas actas constituyen este volumen. 2
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para etnohistoriadores, historiadores y arqueólogos especialistas en el mundo inca (Araníbar, Murra, Rowe, Zuidema...). El valor etnográfico y documental de sus informes descansa, como coinciden en señalar varios de ellos, en el papel que el licenciado Polo desempeñó como juez y parte en una de las épocas más decisivas del gobierno colonial: la que abarca desde los primeros momentos del contacto, cuando las instituciones sociales y económicas incas aún funcionaban —mediados de la década de 1540—, y hasta mediados de la del 70, cuando el virrey Toledo comienza a plantear las reformas que marcarán un hito en la distribución y gobierno de la población indígena3. Desde esta perspectiva, Polo resulta ser una de las fuentes más ponderadas para este periodo por los especialistas en materia de política inca, religión, formas de tenencia y explotación de la tierra, y otros tantos temas. Pero, paradójicamente, es una de las fuentes peor editadas. Desde que en 1879 el naturalista Marcos Jiménez de la Espada, en su célebre introducción4 a Tres relaciones de antigüedades peruanas, llamara la atención del valor de sus escritos contraponiéndolo a «lo malamente impreso que anda», Polo ha sido destacado prácticamente en todas las nóminas conocidas de los cronistas considerados más fiables para estudiar el periodo señalado, simpatizaran o no con su obra5. Precisamente, el gran maestro en cronística peruana, Raúl Porras Barrenechea, decía de Polo: «fue el primero en estudiar metódicamente las instituciones del pueblo conquistado, sus creencias religiosas, sus instituciones políticas, su organización jurídica, civil y penal, y particularmente la estructura económica del imperio para servir a la implantación de un sistema tributario español basado en el de los Incas» 6 . Carlos Araníbar7, replicando a su maestro, señalaba, sin embargo, el anacronismo que suponía considerar todavía a Polo como un cronista toledano, y situaba su obra, contemporánea a la de Cieza y Betanzos, reclamando de nuevo la urgente tarea de realizar una edición completa y modernizada de sus papeles. Para Araníbar, Polo fue «uno de los más grandes y sagaces investigadores del pasado incaico, y, por eso de los más confiables [...] una suerte de manantial prístino de informaciones sobre religión en el que abrevaron, con cita o sin ella, legión de cronistas» (loe. cit.). Siguiendo la línea abierta por Araníbar sobre la necesidad de estudiar y situar las averiguaciones de Polo en los primeros puestos de la jerarquía de los testimonios que conservamos sobre esta época, otros andinistas procedentes de la historia, la antropología y la arqueología, se sumaron a la lista de descubridores y admiradores de Polo (T. Zuidema, J. Rowe, J. Murra, P. Duviols...). 3 4 5 6 7
Ver Murra, 1970, pp. 148-49. Jiménez de la Espada, 1879, pp. XV-XVIII. Casos de Means, 1929; Wedin, 1963; Porras Barrenechea, 1986; Esteve-Barba, 1964. Porras Barrenechea, 1986, p. 335. Araníbar, 1963, pp. 123-24.
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A excepción de las dos ediciones paleográficas e incompletas de algunas de sus obras (la primera de Urteaga y Romero en 1916-17, y la segunda y más reciente de L. González en 1999) que siguen y repiten errores de ediciones parciales anteriores (1584, 1589, 1590, 1872, 1877, 1898, 1906, 1912, etc.), la obra de Polo sigue sin gozar de una edición completa y modernizada: ¿a qué responde este injustificado olvido? En aras de garantizar el respeto paleogràfico al manuscrito, las ediciones que tenemos de su obra consiguen por el contrario volver «críptico el texto» y de «oscura prosa», como lo han calificado incluso alguno de sus editores8. Estas ediciones constituyen un ejemplo paradigmático de lo que los filólogos y especialistas en ecdòtica han señalado repetidamente respecto a que la modernización de un texto es inseparable de su semántica y viceversa9. En el proyecto concreto que nos ocupa proponemos que para interpretar adecuadamente el significado de la obra de Polo, como la de cualquier cronista de Indias10, es imprescindible contar con la labor combinada de diferentes disciplinas: filología, literatura, etnohistoria, y también de la antropología. Hasta ahora los textos de Polo parecen haber sido concebidos y en consecuencia «usados» por la comunidad de andinistas que han sabido señalar el valor de su testimonio, como una especie de vestigios paleográficos del pasado, fueran inteligibles o no para el lector, y no como textos que nos permiten re-interpretar y transmitir en el momento presente la versión de su autor sobre el pasado incaico, perspectiva ésta que parecen compartir la antropología y la ecdòtica. Desde esa perspectiva sugerimos que la contribución de la antropología a la edición crítica de estos textos, no consiste tanto en trazar continuidades que proyecten descaradamente el pasado sobre el presente, o viceversa, sino más bien en utilizar el instrumental metodológico y heurístico para acercar estos textos «en sí mismos» al lector y enriquecer así la comprensión que tenemos de ellos. Mi propia experiencia participando en el proyecto de edición de este cronista en calidad de antropologa, servirá de pretexto para ilustrar el punto de la necesaria colaboración interdisciplinaria que precisa la edición de crónicas de Indias. Posteriormente, abordaré la cuestión de la crítica textual aplicada al caso de la obra más conocida de Polo de Ondegardo, la llamada Relación de los fundamentos.
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Saignes, 1991, p. 135. Blecua, 1983; Arellano, 1991 y 1999. 10 Algunos autores, siguiendo la estela dejada por Porras, consideran que Polo de Ondegardo no es estrictamente un 'cronista', sino más bien un hombre de leyes que recurrió al estudio de las costumbres, creencias e instituciones indígenas de la época, para apoyar los informes administrativos que confeccionó a petición de diferentes virreyes (Porras, 1986, p. 335; González y Alonso, 1990, p. 19). 9
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2. LAS CRÓNICAS DE INDIAS: UN TERRENO FRONTERIZO
Cuando se me propuso participar en el proyecto de edición crítica de la obra completa del licenciado Polo, se me escapaba cuál podía ser mi aportación a un campo, el de la crítica textual, que me parecía más propio de filólogos y críticos literarios. Mi trayectoria intelectual, primero como estudiante en la Universidad Complutense en Madrid, y después, cinco años más de constantes idas y venidas a los Andes peruanos, me sirvieron para especializarme sobre un tema clásico de la antropología americanista que en principio poco o nada tenía que ver con las crónicas: el sistema de cargos y sus representaciones en un grupo de comunidades quechuas. Hasta donde era capaz de hacer memoria, el único acercamiento previo a las fuentes coloniales tempranas había consistido en escudriñar las ediciones más modernas de los cronistas de moda en los 90. Me refiero principalmente a Guarnan Poma (edición de Pease y Szeminski, 1993) y al Inca Garcilaso de la Vega (edición de Araníbar, 1991), en las cuales traté de encontrar ciertas raíces precolombinas del simbolismo ritual que practican los indígenas en los Andes actualmente y que, como pude comprobar, está íntimamente relacionado con su concepción del paisaje como un espacio sagrado. En el mismo lugar donde concentré mi trabajo, pero un poco más abajo, en el Valle Sagrado, los textos de estos mismos cronistas eran reinterpretados y hasta incluso actuados —en su sentido más literal— por los agentes municipales encargados de gestionar uno de los recursos económicos más preciados hoy día en los Andes: el turismo. Así, para confeccionar el atrezzo y los diálogos de los actores que participan año tras año en el Inti Raymi (quechua 'Festival del Sol') o en cualquiera de los otros Raymis que han ido surgiendo en los últimos años, los promotores del turismo local y los ediles locales (que a veces son las mismas personas) se inspiran en ediciones peruanas de Guarnan Poma o del Inca Garcilaso. En esos términos se refería a ello el entonces alcalde" de uno de los municipios más turísticos de este Valle andino: Viendo que el pueblo es turístico, es folclórico, y es una cultura netamente propia, hemos tratado de recuperar toda la actividad tradicional y ponerla al servicio del turismo [...] lo que más puede atraer al turista?: la naturaleza propia del pueblo, sus festividades en las que se puede ofrecer la presencia de los hombres andinos que todavía están en la parte alta, y en las que el turista pueda apreciar algunas costumbres de la época inca que reconstruimos de acuerdo a la información de los cronistas.
Como se desprende de este extracto de entrevista, los descendientes de aquellos protagonistas de las crónicas de hace casi cinco siglos actúan hoy 11
W. C., alcalde municipal de Pisac, Cuzco, 27-5-1997.
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desde y sobre ellas. El uso instrumental de estos textos, o más precisamente de algunos de ellos, aparece así como un elemento central en la reinvención local del pasado y, como tal, un objeto de estudio típicamente antropológico. Sin embargo, y dada la subsidiariedad del argumento histórico tanto para los agentes locales, deseosos de atraer masivamente al turismo, como para mí en el empeño de demostrar una tesis sobre la cosmovisión indígena actual (y no sobre reinvención de la tradición en base a la manipulación de textos coloniales), no parecía necesario consultar y seleccionar la información que proporcionaban éstos u otros cronistas, y mucho menos recurrir a los manuscritos originales. Más bien, parecía suficiente con recurrir a una cualquiera de las ediciones de los cronistas que más atención recibían por esos años. Para mí, y honestamente no creo que mi caso sea excepcional dentro de la antropología americanista actual, éstas eran 'las fuentes' o, en otras palabras, lo que el autor había dicho puesto en papel y editado siglos después 12 . ¿Cómo es posible que especialistas en el mundo andino nos conformemos con cualquier edición de estas fuentes o que, en el mejor de los casos, las usemos selectivamente para probar nuestras tesis sin preocuparnos de interpretarlas en sí mismas, del mismo modo que haríamos con el discurso de cualquier informante?... No creo que haya una sola respuesta, pero intuyo que esta falta de crítica tiene que ver tanto con la pobre formación etnohistórica y ecdótica de los antropólogos, como también con toda una serie de prejuicios academicistas sobre los que se construyen y legitiman unas fronteras disciplinarias, en la práctica irreales. El desinterés generalizado de la antropología actual por el estudio de las crónicas responde, en gran medida, a los últimos coletazos de una perspectiva funcionalista que se impuso en el ámbito del americanismo en los años 60 y 70. Según ésta, las instituciones que los antropólogos elegían como objeto de estudio antropológico (en lo relativo a organización económica, política o religiosa) eran asumidas, de modo apriorístico, como 'originariamente' indígenas y por tanto 'supervivientes' a los colonizadores durante más de cinco siglos. Notables excepciones a esa falta de interés historiográfico encontramos en los seguidores de J. Murra13, cuyos trabajos ponían de manifiesto lo fructífera que resulta la combinación entre historia y antropología. Sin embargo, tampoco en estos casos la documentación histórica objeto de búsqueda e interpretación eran las crónicas —cuyos originales se encuentran, como resultado del expolio colonial y neocolonial, en las principales biblio-
12 Un vistazo a la bibliografía utilizada por otros colegas en la confección de sus trabajos confirma esta tendencia: las ediciones de los textos que manejan aparecen generalmente incluidas en el apartado de 'fuentes primarias' en lugar de los manuscritos originales. En los últimos años, esta denominación se ha ido sustituyendo por la de 'fuentes impresas' (ver Arqueología, antropología e historia en los Andes: Homenaje a María Rostworowski, 1997). 13 Casos de Rasnake, 1987 y Abercrombie, 1986, entre otros.
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tecas de los países de origen de los investigadores: España, Gran Bretaña, Estados Unidos—, sino más bien protocolos notariales, libros de tributación, juicios de residencia, visitas y otros documentos inéditos contenidos en los archivos de las principales ciudades andinas, y cuya supuesta 'objetividad' o 'no intencionalidad' frente a las anteriores resulta, cuando menos, discutible 14 . Desde esta perspectiva, pareciera que el único trabajo considerado antropológico en los archivos y bibliotecas es aquel que guarda ciertas similitudes con el trabajo etnográfico (v. g. desplazamiento in situ\ carácter recóndito o desconocido de lo encontrado, etc.), y no así la edición de crónicas, tarea reservada a filólogos, expertos literarios e historiadores, y aparentemente «agotada». Con esos antecedentes comencé, de la mano del prof, del Pino, la lectura y comparación cuidadosa de los manuscritos de Polo de Ondegardo, en los que sorprendentemente encontré tratados algunos de los temas centrales a los que yo me había enfrentado durante el trabajo de campo en comunidades quechuas —concretamente en lo relativo a la existencia de una cartografía sagrada—, debo confesar que sin ni siquiera reparar en los textos de Polo 15 . Precisamente fue él el primero en señalar la existencia y el carácter sistemático de una cartografía sagrada, los conocidos ceques, sistema de adoratorios que se repetía en todos los pueblos del sur andino que él visitó. Para la comunidad de andinistas, en general no familiarizados con las crónicas, pero muy interesados en el significado simbólico del paisaje andino, los ceques son conocidos a partir de los estudios del antropólogo T. Zuidema. En su libro ya clásico The ceque system of Cuzco16, Zuidema señala a Sarmiento y a Cobo, cronistas que copian a Polo en este punto, como los que le fueron de más ayuda en su investigación 17 . Ni una sola palabra de Polo, cuya obra es mencionada en la bibliografía en su edición de 1916-1917, que está, como señalaré más adelante, cargada de errores, tanto en la fijación textual como en la atribución de obras que no pertenecen al cronista. Por el contrario, el texto de Polo no deja dudas respecto de este particular. Dice Polo 18 : Especialmente en cada pueblo puso la misma orden [que en el Cuzco] y dividió por ceques y rayas la comarca, e hizo adoratorios de diversas advocaciones [a] todas las cosas que parecían notables: de fuentes y manantiales y puquios, y piedras y hondos, y valles y cumbres, que ellos llaman apachetas [...] Finalmente, aunque en ninguna parte fueron tantos los adoratorios como en el Cuzco, pero 14 Un resumen de los argumentos de los que sustentan esta posición, y una crítica a los mismos, se puede encontrar en Villanas, 1998. 15 Ver Pérez Galán, 1999. 16 Leiden, 1964; después en Lima, 1995. 17 Rowe rectificó a Zuidema esta atribución en su artículo de 1981. 18 Manuscrito 3169 de la Biblioteca Nacional de Madrid, fol. 4r. La transcripción modernizada es nuestra. Lo que va entre corchetes es añadido para facilitar la comprensión al lector.
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es la orden una misma, y vista la carta ['mapa'] de las guacas del Cuzco en cada pueblo, por pequeño que sea, la pintarán de aquella misma manera, y mostrarán los ceques y guacas y adoratorios fijos, que saberlos es negocio importantísimo para su conversión, que yo la tengo ensayada en más de cien pueblos...
3. POLO Y SU OBRA
Polo de Ondegardo viajó a los Andes en 1543 con su tío Agustín de Zárate cuando contaba aproximadamente 23 años, y allí permanecería hasta su muerte en 1575. En ese tiempo, fue consejero de gobernadores (Pizarro y La Gasea) y virreyes (Mendoza, Cañete, Nieva y Toledo), y ejerció importantes cargos en la administración colonial, como corregidor (en Cuzco y Charcas), visitador y como encomendero 1 9 . Esta experiencia le valdría un profundo conocimiento del mundo inca, en un momento histórico en el que se debatían los inconvenientes o daños (así comienza el título atribuido a su obra más conocida) que el mal gobierno y el desconocimiento de las costumbres indígenas estaban ocasionando, tanto en la administración colonial como en los propios indígenas. En su obra, Polo defiende la aplicación de una situación de pluralismo legal en los Andes que combinara el derecho consuetudinario indígena con la normativa castellana, y así paliar, por un lado, los abusos que los encomenderos cometían con los indígenas y, por otro, beneficiar a la administración española. Lo certero y agudo de sus informes, confeccionados a partir de las informaciones obtenidas de primera mano de los alcaldes indios y señores principales del Cuzco, le lleva a tratar sobre los problemas principales, que van desde la distribución de la tierra (teniendo en cuenta el complejo sistema andino de propiedad), a la utilización comunitaria de los pastos o el ganado, la adjudicación de la tasa por comunidades, o la movilidad de los grupos humanos en función del complicado mecanismo de la economía vertical 20 . Como señalé, a Polo se le debe además haber sido el primero en señalar la existencia del sistema de ceques, e insistir en la importancia que los indígenas concedían al culto a sus antepasados a través de las momias de los Incas (que él mismo descubrió y desenterró, en su época de corregidor del Cuzco), y a él se debe la descripción de las actividades del calendario ritual incaico, que más tarde popularizara Guarnan Poma de Ayala. Sin embargo, y a pesar de las indudables y reconocidas contribuciones de este cronista, sus papeles han ido apareciendo editados poco a poco desde el siglo XVI, y de forma muy dispersa. El único intento de compilarlos todos en una sola edición hasta este momento es peruano, y data de 1916-17 en la Colección de libros y documentos referentes a la historia del Perú (tomos III 19 20
Hampe, 1998. Bravo, 1983.
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y IV), por Horacio Urteaga y Carlos Romero. A pesar del esfuerzo realizado, esta edición —la «fuente» más citada en las bibliografías de antropólogos andinistas—, ha sido la causante de serios errores en la interpretación de la obra de Polo, tanto por adición como por sustracción. Más allá de la deficiente puntuación y anotación de que adolece y que dificultan seriamente la lectura del texto, y por tanto su comprensión, hay que decir en primer lugar que se trata de una edición incompleta. De ella se excluye al menos una obra principal que era conocida desde 1912 (el Informe de Chiriguanos). A cambio, los editores atribuyen a Polo obras que no le pertenecen. Este es el caso del capítulo de Cobo sobre ceques y, lo que resulta más grave, la autoría del Anónimo de Yucay, error causante en gran medida del sambenito anti-indigenista que pende del cuello de Polo, desde entonces. Pero además, Urteaga y Romero publican en esta colección una misma obra por dos veces, sin darse cuenta del error. Me refiero a su obra principal La Relación de los fundamentos..., contenida en el tomo III y que aparece extractada en el tomo IV con el titulo de El linaje de los Incas que es en realidad, como descubriera Duviols, un extracto de la anterior encontrado en la biblioteca del Padre Ávila, famoso extirpador de idolatrías quien también se sirvió de la información de Polo21. De modo que antes de emprender una edición crítica de la obra completa de Polo, debemos comenzar por reorganizar el panorama de las obras cuya autoría es irrefutable. Básicamente nos referimos a seis textos: 1) Tratado y averiguación sobre los errores y supersticiones de los Indios (1559), obra utilizada en el III Concilio limense y publicada por el padre Acosta en el Confesionario para curas de indios con la instrucción contra ritos y exhortaciones para ayuda a bien morir (1584) 22 . Esta obra, que sería posteriormente reeditada en 1916 por Urteaga y Romero (tomo III de la «Colección de de Libros y documentos referentes a la historia del Perú») fue la única que circuló en vida del autor. Las cinco restantes (escritas desde 1562 y hasta su muerte en 1575), fueron conocidas en versiones plagiadas o extractadas que hicieron otros cronistas desde el XVI. Me refiero a: 2) Informe al Ledo. Briviesca de Muñatones sobre la perpetuidad de las encomiendas (1561), publicado en Revista Histórica de Lima (tomo XII) por Carlos Romero en 194023. Este informe proporciona la sustancia histórica de su trabajo posterior sobre tributos. 21
Duviols, 1966. F. del Pino señala que posiblemente se deba a Acosta la audiencia internacional que Polo tuvo ya en su tiempo, ya que lo menciona en su Historia natural y moral de las Indias (1590) y en su Tratado misional (1589) como su principal informante para cosas peruanas. 23 Esta obra fue primeramente editada en francés por Ternaux Compans en 1842, y después parcialmente por Joaquín Costa en 1898 como parte substancial de su capítulo sobre «Doctrinas inspiradas en el colectivismo peruano» dentro del tomo I de su Colectivismo agrario en España. Doctrinas (citado en del Pino, 1990, p. 4). 22
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3) Ordenanzas de las minas de Guamanga (1562), publicadas por Urteaga y Romero en 1917 (tomo IV), y tomadas de la CODOIN de Torres Mendoza (1872). 4) Carta del Ledo. Polo, vecino de la ciudad de la Plata para el doctor Feo. Hernández de Liébana (1569), editada por Urteaga y Romero en la misma colección (1917). 5) Informe sobre la guerra de los indios Chiriguanos (1574), última de sus obras conocidas, escrita poco antes de morir. Thierry Saignes, el gran experto en el tema, comparó la sensibilidad mostrada por Polo en este informe con la de Cieza y Acosta24. 6) Relación de los fundamentos del notable daño que resulta de no guardar a los indios sus fueros (1571), quizás la que mejor condensa sus conocimientos y por ello la más controvertida a la hora de interpretar a su autor. A esta obra dedicaremos las siguientes líneas. 4 . L A RELACIÓN DE 1 5 7 1
Fechada en 1571, de esta obra conservamos dos versiones manuscritas de la época en la Biblioteca Nacional de Madrid. Una más temprana y de mayor extensión (77 hojas) que se menciona en el Catálogo de Manuscritos de América de Julián Paz con el número 2821. A esta versión me referiré en adelante como manuscrito A. Y una segunda, o manuscrito B (en la Biblioteca Nacional, número 3 1 6 9 ) , mucho más corta ( 2 4 hojas), que lleva por título Traslado de un cartapacio a manera de borrador que quedó entre los papeles del Licenciado Polo de Ondegardo acerca del linaje de los Ingas y cómo conquistaron... Como ya señalamos, en realidad se trata de una versión algo más tardía que la de A, a juzgar por la letra, en la que se extractan los capítulos referidos a la religión. Este segundo manuscrito fue encontrado en la biblioteca personal del Padre Avila, junto a otros documentos que abordaban diferentes aspectos de la religión andina25. De ambos manuscritos contamos con varias ediciones. El Ms. A ha sido editado en tres ocasiones: la primera por Torres Mendoza en la CODOIN en 1872, donde se le asignó por título: Relación de los notables daños... lo que no es sino el comienzo, algo cambiado, del índice que el autor incluye al principio del manuscrito; la segunda es la edición de la mencionada colección de Urteaga y Romero de 1916 (tomo III); y la tercera y última es la de 1990 que corresponde a Laura González y Alicia Alonso, incluida en la dispar colección de Historia 16 dirigida por Ballesteros con motivo de la celebración del V Centenario. 24
Saignes, 1991. Los otros textos pertenecen a Santa Cruz Pachacuti, Molina, Garcilaso, y el que el propio Avila recogiera en quechua con el título Ritos y Tradiciones de Huarochiri. 25
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En cuanto al Ms. B, también ha sido editado en tres ocasiones, una en inglés y dos en castellano: la primera en 1873 por Sir C. Markham 26 con el título Narrative ofthe rites and laws ofthe Incas', la segunda en 1917 en la colección de Urteaga y Romero (tomo IV), con el título Del linaje de los Ingas y cómo conquistaron; y la tercera (1999) debida a Laura González, quien la edita junto a otros 69 papeles más de Polo (varias de sus obras y documentos personales y administrativos del autor o relativos a su vida), bajo el mismo título que la anterior. En esta edición paleogràfica, la autora no menciona explícitamente que se trata de una obra diferente a la que ella misma coeditara junto a A. Alonso en la colección de Historia 16 en el año 90, repitiendo —pero a la inversa— el mismo error que Urteaga y Romero cometieran 80 años antes. Estos manuscritos, o mejor, las ediciones paleográficas, duplicadas o modernizadas sin criterio, que se han hecho de ellos, han servido a dos interpretaciones contrapuestas de la obra de Polo. Según la primera y más difundida por Porras Barrenechea27, Polo aparece como el máximo exponente de los llamados cronistas toledanos por su «defensa del régimen colonial frente a la tiranía de los Incas». Araníbar, Murra, Rowe y Duviols entre otros, han levantado su voz en contra de esta idea. En la defensa de su argumento, al que me sumo, se señala que la ligazón de Polo con Toledo resulta más circunstancial —cronológica— que orgánica. De hecho, a poco que se lea el informe dado a Nieva en 1561 (el de Briviesca de Muñatones, que respondía a un cedulario sobre la perpetuidad de las encomiendas elaborado por Felipe II en 1553), se observa que ahí están tratados, y desde la misma perspectiva respetuosa con las costumbres indígenas, los aspectos principales de tributación y distribución que recopilará con más detenimiento en su relación de 1571, obra de madurez de su vida, y de cuyo contenido difícilmente se puede afirmar que se trate de un alegato en favor del gobierno colonial. Por el contrario, son numerosas las ocasiones en las que Polo denuncia en esta obra la incomprensión y la intolerancia de los españoles frente a los indígenas, actitud de la que comienza dando cuenta el primer título del índice de la obra: las razones que movieron sacar esta relación, y notable daño que resulta de no guardar a estos2* indios sus fueros... Por lo tanto, si bien esta obra corresponde a una diligencia histórica iniciada a instancias del virrey Toledo, es deudora de obras suyas anteriores — al menos de una década antes— a la llegada de Toledo al Perú. Sólo una fijación errónea del texto, tratando de garantizar el respeto paleogràfico, en ocasiones a los manuscritos y en otras simplemente a las ediciones anteriores, puede llevar a interpretaciones como ésta. Veamos algunos ejemplos de ello. 26
En Londres, Hakluyt Society. Quien la toma de Baudin, 1928. La cita que sigue en Porras, 1986, p. 335. 28 En el manuscrito se lee «estos» y no «los», como ha sido transcrito en todas las ediciones de esta obra. 27
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He seleccionado las tres ediciones del Ms. A (1872, 1916 y 1990). Cualquiera de ellas carece de criterios de edición (ni explícitos ni implícitos), y aunque cada una moderniza a la anterior en puntuación y anotaciones, la falta de criterio derivada de una comprensión incompleta o errónea, resulta ser la tónica dominante. Los ejemplos que señalo pretenden ser simplemente un botón de muestra de algunos de los errores más sobresalientes que se encuentran tan sólo en la primera y segunda páginas del manuscrito A, en las que Polo reflexiona sobre los motivos que le llevan a emprender sus averiguaciones; son páginas, por tanto, cruciales para el extremo que pretendo ilustrar. En ningún caso se trata de una comparación sistemática y detenida. Al comienzo de su obra, Polo señala la obligación moral que ha contraído para averiguar los ritos y las costumbres de los indígenas, aun conociendo lo difícil de esta tarea. Como él mismo declara, el objetivo que persigue con ello es evitar más errores y daños de los que ya han sido cometidos por la administración española. Dice Polo29 al respecto: que no estuve movido muchas veces a dejarlo si no entendiera que en alguna manera se me pudiera poner culpa ante Dios y ante el Rey, no por lo pasado, que ya no tiene remedio sino por lo porvenir
En la edición de la CODOIN 30 esta frase se transforma en lo siguiente: que no estuve movido muchas vezes a dexarlo sino entendiera que en alguna manera se me pudiera poner culpa ante Dios e ante el rreyno por lo pasado, que ya no tenían remedio los daños, sino por porvenir
Los daños pasan de este modo a referirse no a los cometidos por la administración colonial, es decir a partir de la llegada de los españoles, sino a los cometidos por los incas tiranos, que ya no tenían remedio. Este error no sólo se repite en las ediciones posteriores (1916 y 1990), sino que vendrá corroborado por la nota aclaratoria que añade la de 1990 (una de las 205 que a pie de página tiene esta edición), en la que además las editoras confiesan abiertamente utilizar la edición de 1872 y no los manuscritos originales31. Según las editoras los errores y daños sobre la población indígena hacen referencia a las idolatrías que los Incas impusieron sobre las poblaciones subyugadas, abundando aún más en la interpretación errónea resultante de la edición de 1872. La palabra daños merece, en efecto, la siguiente aclaración a pie de página: 29 30 31
Ms. A, fol. lv, líneas 22-24. Ed. 1872, p. 6, líneas 24-28. Ed. 1990, p. 27. La nota que sigue aparece en p. 36, con el número 5.
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B. PÉREZ GALÁN Hace referencia a las costumbres y también a las creencias de los naturales, conceptuadas como idólatras por carecer del verdadero conocimiento que proporcionaba la fe católica.
Este parece un ejemplo paradigmático de lo señalado repetidamente por los especialistas en ecdótica acerca de que la anotación es inseparable de la fijación textual (puntuación) y viceversa. De otro modo el resultado es un voluminoso y superfluo conjunto de notas que no contribuyen a aclarar el contenido del texto, su contexto, o las intenciones de su autor. En cuanto a la edición de 1916, los errores son numerosos. Quizás uno de los más evidentes se produce tan sólo unas líneas antes del señalado cuando Polo se refiere a su cualificación para emprender esa tarea, y dice32: de lo cual, allende de lo que se puede saber por la manifestación general que por sus quipos y registros hiceron ante mí y ante los prelados de los monasterios en la ciudad de Cuzco, lo tengo yo mejor entendido que [tachado] los demás...
Los editores tergiversan sus palabras con la supresión de la frase destacada en cursiva, que reaparece como por arte de magia en la siguiente página, rompiendo así cualquier ilación sintáctica o semántica y transformando el discurso de Polo en un galimatías sin sentido. Esa frase se lee de la siguiente manera33 en la edición de 1916: que lo tengo yo mejor entendido que los demás por aver tratado tantas vezes y en tan diferentes lugares de sus negogios y pleytos y aver herrado ansi mismo en la determyna9Íón que se puede sauer por la manifestación general que por dellos a los prin5Ípios como los demás juezes...
Estos ejemplos sueltos ponen de manifiesto que la ecdótica y la hermeneútica deben caminar de la mano en la edición de las crónicas. Los errores en la fijación del texto repercuten gravemente en las anotaciones y viceversa, y todo ello entorpece no sólo un mínimo entendimiento de la sintaxis del discurso sino además una correcta interpretación de las intenciones del autor. En conclusión, la interpretación de la obra de Polo como la de un antiindigenista denota, entre otras cosas, el manejo de un estrecho criterio cronológico del texto (escrito a comienzos del gobierno de Toledo) que en gran medida reposa en una falta de comprensión del mismo. Posiblemente su estrecha relación con Toledo en los últimos años de su vida por un lado, la falsa atribución de obras (como la que le hicieran Urteaga y Romero del Anónimo de Yucay), y las ediciones confusas e incompletas que tenemos,
32 33
Ms.A, fol.lv, líneas 10-11. En la p. 46, líneas 13-16.
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resultan a nuestro juicio algunos de los motivos causantes del injustificado olvido editorial que ha padecido este conocedor del mundo indígena del siglo XVI. Polo merece, con toda seguridad, un estudio más detenido sobre sus escritos, en el que se aunen los conocimientos de profesionales de diferentes disciplinas, y una revalorización del excelente cronista que fue. El camino que queda por delante aún es largo.
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EDICIONES DE POLO DE ONDEGARDO
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UNA EDICIÓN POR TERMINAR: LA HISTORIA DEL NUEVO MUNDO DE BERNABÉ COBO Luis Millones Figueroa, Colby College*
El andaluz Bernabé Cobo (1580-1657), que fue en busca de El Dorado y luego se hizo religioso jesuíta, pasó más de sesenta años en Indias, sobre todo en el Perú y México, y fruto de esa experiencia resultó una importante crónica que llamó Historia del Nuevo Mundo. Cobo dio por terminada esta obra en 1653, fecha en que firmó el prólogo que explica la intención y contenido de su texto. Pero, como tantas otras crónicas de la época, el texto permaneció oculto al público hasta principios del siglo XIX; la mala fortuna y/o algún tipo de censura, ocasionaron que hoy sólo se tenga noticia de un tercio del texto que dejó escrito. En este ensayo reviso brevemente las ediciones con que contamos, con particular atención a la edición original de Marcos Jiménez de la Espada, que es la base del texto que más circula entre nosotros. El lector podrá juzgar la necesidad que existe de volver sobre la obra de Cobo para editarlo y anotarlo, de modo que podamos apreciar aún más el esfuerzo que supuso escribirla.
L A «HISTORIA DEL NUEVO M U N D O »
Cobo dio tres razones por las que decidió emprender la escritura de su texto. Su razón principal fue la lectura de otras crónicas, en las cuales había encontrado diversidad de opiniones, con varios casos que no se ajustaban a la verdad. Para Cobo, los errores de las crónicas se transmitían de unas a * Este ensayo fue posible gracias a la amistad de Juan M. R. Parrondo y Marián Beltrán. También agradezco mucho la ayuda de varios miembros del CSIC, en especial Carmela PérezMontes y su equipo en la Biblioteca General. Fermín del Pino y Leoncio López-Ocón son siempre generosos colegas que comparten sus trabajos y reflexiones sobre temas americanistas con entusiasmo.
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otras sin que los nuevos cronistas notasen el error puesto que no podían verificar lo narrado. Por lo tanto, Cobo sentía la necesidad de una historia que subsanara esos defectos, y avalaba con su experiencia su capacidad para entregar un relato justo de la realidad de Indias; también se sentía seguro de su investigación para poder narrar los acontecimientos en que participaron españoles, en particular de aquellos sitios en los que había vivido. En segundo lugar, Cobo consideraba que pertenecía a una generación que todavía podía reclamar ser de los primeros pobladores. Según sus cuentas, Santo Domingo (en la Española), había sido fundada en 1497 y él había llegado en 1596, de manera que había entrado en Indias en el primer siglo de su población. Por último, Cobo había identificado entre las muchas relaciones que había buscado y leído, unos textos que merecieron su especial confianza, y que le servirían para relatar la historia que tenía en mente. Entre estos textos, destacó los de Bernardino Vázquez de Tapia para el territorio de Nueva España y el de Pedro Pizarro para el Perú. El cronista dividió su Historia del Nuevo Mundo en tres partes. La primera —dividida en catorce libros, es la única que se conoce en su integridad— y de la que me ocupo en este ensayo, trata de la «naturaleza y cualidades de este Nuevo Mundo, con todas las cosas que de suyo cría y produce y hallaron en él nuestros españoles», o para decirlo de otro modo se trata de una Historia Natural. Está dividida en catorce libros. La segunda parte, de la cual se conservan solamente unos capítulos sobre la fundación de Lima (cuya historia editorial no se analiza en este ensayo), y también la tercera parte, tratan de la «historia política y eclesiástica», y narran la historia de los españoles en Indias, a la que en otras crónicas (como la de José de Acosta) se llamaba Historia Moral1.
MANUSCRITO OLÓGRAFO
(1653)
El manuscrito ológrafo de la Historia del Nuevo Mundo se encuentra en Sevilla, aunque repartido en dos distintos lugares. En la Biblioteca de la Universidad de Sevilla se encuentra el manuscrito con signatura MS. 331-2 (576 folios y uno más con el título) que contiene el prólogo y los primeros diez libros2. Perteneció a la Biblioteca Pública de San Acacio antes de pasar a la Biblioteca de la Universidad de Sevilla. En la Biblioteca Capitular Colombina se encuentra bajo la signatura MS. 83-4-24 (363 folios) el resto del manuscrito, que contiene los libros once al catorce. 1 Ver prólogo de la Historia del Nuevo Mundo. Las referencias corresponden a la edición de Mateos. 2 Los folios han sido numerados posteriormente en el manuscrito hasta el 575, pero el número 407 está repetido.
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COPIA EN LA COLECCIÓN MUÑOZ ( 1 7 9 0 )
El erudito Juan Bautista Muñoz (1745-1799) mandó copiar la parte del manuscrito que hoy se encuentra en la Universidad de Sevilla, y terminó de examinar y corregir su copia en 1790. Esta copia (MSS. 202 y 203) se encuentra hoy en la Biblioteca del Palacio Real, en los volúmenes 19 y 20 de la Colección Muñoz (antes esta copia estaba en el Real Archivo de la Secretaría de Gracia y Justicia de Indias). Muñoz no reconoció el manuscrito original como ológrafo de Bernabé Cobo, sino simplemente como una copia coetánea al autor. Esta copia formaba parte de la recopilación de documentos que había emprendido Muñoz al recibir en 1779 el encargo real de escribir la historia de América. Al año siguiente se le otorgó una cédula que le abría las puertas de archivos y bibliotecas de toda España para que pudiera llevar a cabo su proyecto. Muñoz fue nombrado Cosmógrafo Mayor de Indias y luego Cronista de Indias y, una vez que se dio cuenta de la riqueza documental, se propuso varios objetivos: la organización de los documentos en un archivo (que terminaría siendo el Archivo de Indias fundado en 1785), la edición de los documentos, y la utilización de los mismos como fuente para escribir una monumental Historia del Nuevo Mundo de la cual sólo apareció un primer tomo en 1793 (que sólo narra la historia hasta el año de 1500). Sorprendido por la cantidad de material novedoso, Muñoz declaró su propósito de esta manera: Determiné hacer en mi historia lo que han practicado en distintas ciencias naturales los filósofos a quienes justamente denominan restauradores. Púseme en el estado de una duda universal sobre cuanto se había publicado en la materia, con firme resolución de apurar la verdad de los hechos y sus circunstancias hasta donde fuese posible en fuerza de documentos ciertos e incontrastables: resolución que he llevado siempre adelante sin desmayar por lo arduo, lo prolijo y difícil de las investigaciones [...] Así se verificó en Sevilla, donde con haberme prometido mucho, hallé más sin comparación, tanto en el archivo de Indias, como en los de la ciudad, de la Santa Iglesia, de la Cartuja, y en poder de otras comunidades y de varios sujetos (pp. I-II).
Fue así como surgió en la Biblioteca Pública de San Acacio de Sevilla el manuscrito de Cobo que copió para Muñoz un tal Santiago Gómez en 1789 y que, una vez revisada la copia por el propio Muñoz al año siguiente, pasaría a unirse al resto de su colección. Esa copia es de gran importancia porque permitió que otras personas conocieran el contenido del manuscrito y que a partir de entonces se iniciara, unos años después, la historia editorial del texto de Cobo.
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EDICIÓN PARCIAL DE ANTONIO JOSÉ CAVANILLES (1804)
En 1804 el botánico Antonio José Cavanilles (1745-1804) publicó bajo el título Descripción del Reyno del Perú los capítulos 7 al 17 del libro segundo de la Historia del Nuevo Mundo de Bernabé Cobo 3 . Para ello usó la copia de Muñoz que entonces se encontraba todavía en el Real Archivo de la Secretaría de Gracia y Justicia de Indias. Estos capítulos aparecieron en los Anales de Ciencias Naturales (número 20, tomo séptimo, abril de 1804). En ese mismo número y antecediendo al texto de Cobo, Cavanilles publicó un «Discurso» suyo titulado «Sobre algunos botánicos Españoles del siglo XVI» que había sido leído en el Real Jardín Botánico al principiar el curso de 1804 4 . En ese discurso Cavanilles reivindica especialmente a tres autores poco conocidos en su época, a quienes consideraba antecesores de su propio trabajo como científico y botánico, en particular: Lorenzo Pérez, Pedro Jayme Esteve y a Bernabé Cobo. El comentario de Cavanilles sobre Cobo constituye, a mi entender, la primera apreciación crítica de su obra y debe tomarse en cuenta para cualquier estudio sobre la recepción de la Historia del Nuevo Mundo. Es interesante notar que la primera publicación de parte de la obra de Cobo se produjo en el contexto de una revista de carácter científico, que estaba principalmente interesada en presentar novedades de las ciencias naturales producidas por estudiosos españoles. Lo que sucedió es que la mención de temas históricos en los Anales y la recuperación de textos del pasado como el de Cobo servía para mostrar que su trabajo era parte de una tradición nacional de naturalistas que habían producido una obra de grandes méritos. Tanto en la recuperación de esa tradición naturalista como en su propio trabajo, los editores querían dar muestra de una excelencia en el quehacer científico español, que los defendiera de una percepción negativa sobre su capacidad y legado científico que había tenido un punto culminante en el artículo «Espagne» (en la Nouvelle Encyclopédie) del francés Masson de Morvilliers 5 . Hacia el final de su discurso sobre los botánicos españoles del siglo XVI, Cavanilles escribió: He procurado dar una ligera muestra del esmero con que los españoles del siglo XVI cultivaron y promovieron la botánica, conforme lo permitían las circunstancias de aquel tiempo [...] bastan ellos para confundir la maledicencia de algunos modernos que intentaron empañar nuestro honor nacional, hasta preguntar sin rubor, ¿qué han hecho los españoles en diez siglos? Así pues dejando a
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fía.
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Se trata de capítulos que se refieren a la geografía y clima. Los Anales de Ciencias Naturales han sido editados nuevamente en 1993, ver bibliograFernández Pérez, 1993, pp. 25-26, 114-115.
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estos miserables su arrogante ignorancia, acordémonos que somos españoles, y por lo mismo la obligación que tenemos de seguir las huellas de aquellos que nos abrieron el camino de la gloria (pp. 139-40).
Como parte de esta estrategia de recuperación y reconocimiento de los naturalistas de tiempos pasados, Cavanilles les dedicó el nombre de nuevos géneros de plantas. Así, en honor á Bernabé Cobo, Cavanilles creo el género Coboea. Hoy día, en el Real Jardín Botánico de Madrid, hay una estatua de Cavanilles —que fue su director— en la que aparece con una planta que pertenece al género Coboea, que puede entenderse como un símbolo de la reivindicación de los naturalistas españoles emprendida por Cavanilles y los miembros del grupo de los Anales de Ciencias Naturales. Para Cavanilles, lo que distinguió a Cobo de lo que venían haciendo otros naturalistas de su época fue la calidad de sus descripciones. Para probar su entusiasmo y alabanza, en su discurso anotó una selección de las descripciones más logradas de Cobo sobre las plantas del Nuevo Mundo. Porque, según Cavanilles, las descripciones de las plantas de Cobo son tan buenas que permiten que los botánicos de cualquier época puedan reconocer las plantas descritas. Aquí, por ejemplo, el comentario a propósito de la descripción de la Flor de la Trinidad (libro quinto, capítulo 67): No creo que haya alguno medianamente instruido en la botánica que pueda dudar ser esta la descripción de la Ferraría pavonia del hijo de Linneo, llamada Tigrida y Flos tigridis por otros. Tampoco creo haya habido jamás autor alguno que la haya descrito con más exactitud ni más gracia, ni el que haya descripción hecha en aquella época de planta alguna comparable con la de nuestro Cobo. Porque a la verdad sin poder saber este el oficio ni los nombres de los órganos sexuales notó la reunión de los tres estambres de esta graciosa flor; la existencia de igual número de anteras, y los seis hilitos que resultan de los tres estigmas ahorquillados: pintó en fin la planta entera con colores tan vivos, que nos dio una copia fiel de su original (p. 133).
Era claro para el botánico que Cobo no podía estar al nivel de las descripciones científicas de principios del siglo XIX, cuando el sistema de clasificación ya había adoptado unos estándares aceptados por la comunidad científica. Pero, frente a esta deficiencia (vista desde el presente) lo de Cobo ofrecía lo mejor que podía ofrecer, es decir, la descripción realista por excelencia. El elogio de Cobo como naturalista no se detuvo allí. Cavanilles se refirió a Cobo como un visionario para la disciplina y como un modelo de su generación y aun de sus sucesores: Cuando contemplo a Cobo tan cuidadoso en retratarnos con fidelidad los vegetales que observó en América, llego a sospechar que estaba penetrado con anticipación de las verdades y fundamentos sólidos que adoptaron después los
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reformadores de la botánica para elevarla a la dignidad actual; a saber, que tenía esta límites que la separaban de las ciencias que auxilia, y por objeto el conocimiento de los vegetales; y que era imposible reconocer estos sin descripciones exactas y duraderas. Por haber desconocido los antiguos estas máximas inconcusas confundieron nuestra ciencia con la medicina, y sus tratados de plantas se redujeron a compilar y hacinar virtudes muchas veces soñadas, sin acordarse de describir los simples con caracteres fijos para perpetuar sus conocimientos. De aquí aquellas fórmulas rutinarias limitadas a hojas y raíces: de aquí aquella confusión de nombres multiplicados por capricho: de aquí en fin el no haber podido comunicar los descubrimientos a las generaciones que les siguieron. No así Cobo, que a pesar de no haber tenido más modelo que la naturaleza, como la tuvieron Teofrasto, Dioscórides y Plinio, supo copiarla con exactitud, y fue el primero que dio modelos acabados a sus coetáneos y a muchos sucesores (pp. 138-39).
Puede verse entonces que la recepción crítica de Cobo se inició dentro de un contexto doble: como parte de un proceso de reivindicación de la ciencia española y como modelo de descripciones acabadas que favorecen el nacimiento de la botánica como disciplina independiente. A partir de la edición parcial de Cavanilles la existencia y reconocimiento de Cobo no ha dejado de ser mencionada. Pero quizá la comprobación de su incorporación al canon de naturalistas españoles sea su mención en La botánica y los botánicos de la península hispano-lusitana (1858) de Miguel Colmeiro, ya que esta obra premiada por la Biblioteca Nacional se convirtió, según Leoncio López-Ocón, «en un importante depósito de la memoria colectiva de los botánicos ibéricos» 6 . Colmeiro fue el botánico más influyente en la segunda mitad del XIX y continuó con el afán reivindicativo que antes había promovido el grupo de los Anales de Ciencias Naturales. Según Colmeiro: «el honor nacional y el interés de la misma ciencia exigen a la vez que lleguen a ser conocidos nuestros escritores naturalistas, tanto antiguos como modernos, no tan escasos ni insignificantes como muchos creen» 7 . En este texto Cobo figura ya al lado de reconocidos naturalistas de su época, como Francisco Hernández, cuya recepción en el siglo XIX corre paralela a la de Cobo.
EDICIÓN PARCIAL EN LAS «RELACIONES GEOGRÁFICAS DE INDIAS» ( 1 8 8 5 )
1881 debió ser un año emocionante para el reconocido americanista español Marcos Jiménez de la Espada ( 1 8 3 1 - 1 8 9 8 ) . Ese año tuvo lugar en Madrid el Congreso Internacional de Americanistas y se publicó el tomo I de su edi-
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Lopez-Ocón, «The diffusion of Hernández in the 19"1 Century», en prensa. Citado por López-Ocón. Colmeiro VIII.
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ción de las Relaciones geográficas de Indias. Perú?. Además, y con motivo del Congreso, Jiménez de la Espada preparó una exposición de documentos y libros (cuyo catálogo impreso puede consultarse en la Biblioteca Nacional en Madrid), entre los que presentó el manuscrito de Cobo que trajo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla (es decir la parte del manuscrito del prólogo y los libros 1 a 10). Posteriormente, en el tomo II de las Relaciones que apareció en 1885, Jiménez de la Espada publicó algunos capítulos de la Historia del Nuevo Mundo, como parte del apéndice IV dedicado a documentos relativos a las minas y beneficios de los metales. Se trata de los capítulos 37 al 40 del libro tercero (De la plata; Del beneficio de la plata por fundición; Del beneficio del azogue; De las piñas y barras de plata). En su edición de la Historia del Nuevo Mundo que luego comenzaría a publicar en 1890, Jiménez de la Espada colocó una nota al final del capítulo 40 haciendo referencia a la publicación previa de esos capítulos. Al comparar ambas ediciones se puede apreciar algunos cambios en la puntuación, así como la presencia de notas en la edición completa.
EDICIÓN POR MARCOS JIMÉNEZ DE LA ESPADA ( 1 8 9 0 - 1 8 9 5 )
En una carta enviada desde Sevilla el 20 de noviembre de 1888, Francisco Collantes de Terán, a nombre de la Sociedad de Bibliófilos Andaluces, le pidió a Jiménez de la Espada un prólogo para un manuscrito de la Biblioteca del Cabildo Catedral (Biblioteca Capitular Colombina) que pensaba publicar la Sociedad, y para lo cual había obtenido un permiso especial nunca antes otorgado. En realidad, se trataba de una carta para resolver un conflicto de intereses. Ese mismo día, Francisco Javier Delgado que trabajaba en una copia del mismo manuscrito para enviarla a Jiménez de la Espada, no pudo obtener el original porque estaba siendo utilizado por el amanuense de la Sociedad. Hubo entonces una discusión en la que intervino el jefe de la biblioteca y se estableció que mientras Delgado tenía permiso sólo para realizar su copia, la Sociedad tenía además el permiso para imprimir el libro. El manuscrito en cuestión era la parte del manuscrito de Cobo que contiene los libros 11 a 149. Collantes habló entonces con Cánovas del Castillo (socio honorario de la Sociedad) quien sugirió a Jiménez de la Espada como la persona más competente para escribir un prólogo. La Sociedad de Bibliófilos Andaluces deci-
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En este tomo I aparecieron los capítulos de la segunda parte sobre la fundación de Lima. La información y todas las citas siguientes de este acápite provienen de la correspondencia y papeles de Jiménez de la Espada, que se conservan en un archivo especial de la Biblioteca General en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de Madrid. 9
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dió entonces pedirle el prólogo (y ofrecer la copia que estaban a punto de acabar, mientras que Delgado sólo llevaba 66 de las más de 300). Lo invitó, además, a unirse a la Sociedad, que Collantes definía de esta manera: Nosotros no somos editores que buscamos el lucro, y como informará a Ud. el Sr. Cánovas, constituimos una corta tertulia literaria dedicada a producir algunos libros de utilidad y ameno recreo, con el mayor lujo posible, y algunos en corto número de ejemplares para regalar a nuestros amigos y a los centros docentes.
Al terminar su carta Collantes indica que están haciendo diligencias para averiguar el nombre del autor del manuscrito, dato que promete pasar a Jiménez de la Espada apenas conseguido. En su respuesta Jiménez de la Espada aceptó la propuesta de hacer el prólogo así como ser admitido en la Sociedad, y aprovechó la oportunidad para aclarar unos puntos respecto a su conocimiento de los manuscritos. Jiménez de la Espada afirmó entonces que conoció el manuscrito de la Colombina en 1881 cuando, con un permiso del gobierno, recogía manuscritos para la exposición del Congreso de Americanistas. Sin embargo, dado que su permiso no se extendía a la Biblioteca Colombina que estaba bajo autoridad de la Iglesia, no pudo contar con ese manuscrito. De inmediato lo reconoció como la parte que continuaba el manuscrito de la Universidad de Sevilla (y cuyo autor reveló a los miembros de la Sociedad). Tiempo después Jiménez de la Espada obtuvo el permiso para copiar el manuscrito y fue entonces Delgado quien se hizo cargo de la tarea, pero muy lentamente, y así de pronto estuvieron dos copistas tras el mismo original. A Jiménez de la Espada le preocupaba sin embargo la idea de una edición de lujo y corta tirada, como era la costumbre de la Sociedad, ya que estaba convencido del enorme interés de la obra para muchos más que sus reducidos miembros. Así opinaba Jiménez de la Espada: me voy a permitir la libertad de observar que el libro del P. Cobo es más americano que sevillano o andaluz; que su asunto es de muchísimo interés para los americanos y los americanistas, que ha de ser muy acepto a la Compañía de Jesús, y que por todas estas circunstancias creo que será conveniente que abran Uds. algún tanto la mano para satisfacer las exigencias de su publicación.
A partir de 1888 se inicia el proceso de la edición de Cobo a cargo de la Sociedad de Bibliófilos Andaluces y Jiménez de la Espada. Entre los papeles de trabajo de Jiménez de la Espada (que se conservan hoy en un archivo especial del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, y a cuyo catálogo puede accederse vía internet) 10 se encuentran muchas cartas de 10
Dirección del archivo: http://www.csic.es/cbic/BGH/espada/pagina.htm
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Collantes —así como copias de algunas respuestas— que permiten seguir el proceso de edición de la Historia del Nuevo Mundo. El primer tomo se publicó finalmente en 1890 y el último, cuarto tomo, se acabó de imprimir en 1895 (aunque en la portada de ese tomo aparece la fecha 1893 y ello ha inducido a un error repetido). Pero, para entonces, Jiménez de la Espada no había producido la versión final del prólogo y Francisco Collantes había muerto. La correspondencia entre estos dos hombres interesados en sacar adelante el proyecto se circunscribe, por lo general, al acuso y recibo de materiales. Resulta claro ahora que Jiménez de la Espada trabajó con copias de los originales sacadas expresamente para esa edición (copias que quizá se conserven entre los papeles del CSIC). Pero en sus cartas también discuten y comentan criterios de edición y anotación del texto. Aquí, por ejemplo, uno de los primeros comentarios de Jiménez de la Espada: El conocimiento del texto del ms. totalmente o por partes sucesivas me es necesario, antes de darlo a la imprenta, no sólo para escribir a conciencia y con formalidades el prólogo, sino también para las notas de que pueda necesitar. El P. Cobo escribe con sencillez, corrección y claridad, pero esto no basta para todos los lectores, muchos de los cuales no estarán en antecedentes de las materias tratadas por el sabio jesuita, que como americanas, les ignoran generalmente, por desgracia en Espafta[...] Aparte de esto es necesario que nos pongamos de acuerdo sobre la ortografía. Las opiniones y gustos en el particular son varios. Mi costumbre es resolver las voces a la ortografía moderna, conservando sin embargo, las letras que afectan al sonido de la palabra; v.g. si Cobo escribe truxo yo lo dejo tal como está; si dice aver imprimo haber.
También se reflexiona sobre las palabras criollas y voces indígenas y se consultan de ida y vuelta sobre las decisiones que deben tomarse. Una nota suelta de Jiménez de la Espada dice: «Sr. Collantes: Ud. sabe mejor que yo, que nuestros escritores del siglo XVI y XVII solían establecer (como lo hace el P. Cobo) la concordancia del adjetivo con el colectivo, no mirando al singular de este nombre en su forma gramatical, sino a la pluralidad que implica su significado [...] ¿Debe esto desecharse como incorrección gramatical, o aceptarse como una especie de modismo y dejar el texto tal como está? A Ud. la sentencia que acataré»11. Jiménez de la Espada atacaba varios frentes a la vez (la biografía, explicaciones de las observaciones del mundo natural, y también el mundo incaico de la historia de Cobo) tratando de componer un estudio completo del texto. Hay evidencia de que Jiménez de la Espada escribió a personas en ambos lados del Atlántico pidiendo ayuda para este trabajo (Icazbalceta en 11 En otro momento, al hablar de erratas, le escribe a Collantes: «Notará Ud. que el mayor número corresponde a los primeros pliegos, de los cuales no se me enviaron pruebas sino sólo capillas».
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México, por ejemplo). Pero en 1890 se decidió que el primer tomo, que estaba listo, no debía demorarse más en publicarse y se pensó en la solución de una «Advertencia Preliminar» (que redactó el propio Jiménez de la Espada, aunque no apareció firmada) en la cual se explicaba que no iba el prólogo anunciado en la portada, y se prometía en cambio un Ensayo Crítico que, además de datos biográficos y bibliográficos, ofrecería un catálogo sinonímico de las especies minerales, vegetales y animales mencionadas en el texto. La edición sí apareció anotada por Jiménez de la Espada. En algunos casos de manera extensa (por ejemplo con el comentario sobre el ámbar, a propósito del capítulo 2 del libro tercero). Pero es obvio que las notas no están completas ni reflejan el detalle que tenía en mente el editor (la edición lleva innumerables palabras en cursiva que parecen haber sido destinadas a establecer vocabularios y/o ser anotadas a pie de página). Collantes y otros siguieron buscando datos a lo largo de los años para apoyar el trabajo de Jiménez de la Espada, pero sin duda el tema requería la atención personal del americanista. La correspondencia muestra la continua expectativa del prólogo para consagrar la edición, y mi impresión es que la peculiar distribución del texto, con los tomos 3 y 4 menos voluminosos (sobre todo el 4 que es como la mitad del 1 o 2) se debe a que, hasta último momento, se esperaba el famoso prólogo para incluirlo en la publicación. Hacia finales de 1894 Collantes se encontraba presionado para terminar la edición y parece haber perdido la esperanza de recibir el prólogo de Jiménez de la Espada, entonces, le propuso que enviara sus notas al Sr. Medina para que éste escribiera al menos una nota biográfica que, sin embargo, sometería a su revisión. Jiménez de la Espada respondió que entendía perfectamente las razones para que se le sustituyera, pero se negó con elegancia, y no falto de ironía, a proporcionar apuntes o comentarios: «apreciaciones mías puramente personales del [trabajo] histórico, científico y literario de dicha obra Ud. comprenderá la dificultad de trasmitirlos, y aunque esto no existiera, su insignificancia sería más que sobrado motivo para no comunicarlos a quien seguramente puede formarlos mejores y mucho más acertados». Frente a esta respuesta del más notable americanista de su época, Collantes y Medina dan marcha atrás y se declaran incapaces «porque no conociendo las apreciaciones y juicios de Ud. respecto a la obra, resultaría un trabajo de muy escasa importancia». De esta manera murió (hasta ahora) el último intento de llevar a la imprenta la valoración de la Historia del Nuevo Mundo por Jiménez de la Espada. No hay sin duda más que lamentar, junto a todos aquellos que se han interesado en la obra de Bernabé Cobo, que la vida no le haya alcanzado a don Marcos para concluir y llevar a la imprenta el famoso estudio. Con la Historia del Nuevo Mundo se daba además la oportunidad a Jiménez de la Espada de juntar su dedicación a la historia y el conocimiento de su formación como biólogo.
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Un trabajo cuidadoso y dedicado podría reunir y acaso redactar el prólogo faltante a partir de los apuntes del americanista, pero quizá baste con extraer de ellos las ideas que se propuso trabajar y ponerlas en práctica en una futura edición. Al revisar los variados apuntes que preparaba para comentar la Historia del Nuevo Mundo, queda claro, por ejemplo, la necesidad que veía de establecer comparaciones con las historias naturales de Gonzalo Fernández de Oviedo y José de Acosta. También se había propuesto comprobar la certeza de las observaciones de Cobo sobre las plantas y animales americanos, así como ubicarlo en el contexto de otros naturalistas de la época (hay una nota en que Jiménez de la Espada se recuerda a sí mismo los textos de Hernández, Gesner y Aldrovandi, que debía consultar para la crítica de Cobo). En 1935, Agustín Barreiro, quien hizo una biografía de Jiménez de la Espada y publicó sus diarios de naturalista (además de retomar algunos de los proyectos pendientes después de la muerte del americanista), publicó un artículo titulado: «La Historia del Nuevo Mundo, del P. Bernabé Cobo, S. J.» en un libro de Estudios sobre la ciencia española en el siglo XVII. Se trata de una presentación del texto de Cobo e implícitamente un intento de llenar el vacío del prólogo nunca terminado. El artículo comenta los diferentes temas que identifica Barreiro en la Historia del Nuevo Mundo y se ocupa también de Hernández y Acosta como contrapunto para Cobo.
EDICIÓN PARCIAL POR CIRÍACO PÉREZ BUSTAMANTE
(1943)
Esta edición publicada en la Colección Cisneros, de editorial Atlas, se basa en la de Jiménez de la Espada. Incluye como prólogo un texto sacado del libro Los antiguos jesuítas del Perú (pp. 98-106) que fue publicado en 1882. A pesar de que el autor del prólogo, Enrique Torres Saldamando, escribió lo referente a Cobo antes de que la publicación de la edición de Jiménez de la Espada apareciera. El prólogo es un breve recuento biográfico (que contiene los datos que se conocían hasta ese momento), cita el elogio de Cavanilles, y luego describe la estructura de la obra usando las palabras del propio Cobo. Esta edición contiene los capítulos 1 y 2 del libro sexto, y la totalidad del libro décimo (que consta de cuarenta y cinco capítulos). Pero agrupa consecutivamente los capítulos sin señalar que pertenecen a distintos libros, de manera que ofrece cuarenta y siete capítulos (numerados I a XLVII) en total. El tema que domina en esta selección de la Historia del Nuevo Mundo es el que anuncia el capítulo 1 del libro décimo, es decir: «De las causas por qué los animales y plantas que los españoles han traído a esta tierra, se han aumentado y cundido tanto en ella». En los siguientes capítulos, Cobo trata el tema contando ejemplos de diferentes animales y plantas, como el caso de los caballos, vacas y cerdos o la vid, el olivo y las higueras.
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Se deduce de lo anterior que el tema que interesó particularmente al editor fue la explicación de Cobo sobre la adaptación de la fauna y flora europeos en América.
EDICIÓN DE LAS OBRAS COMPLETAS POR FRANCISCO MATEOS ( 1 9 5 6 )
La edición de Francisco Mateos reproduce el texto y notas de la Historia del Nuevo Mundo de Jiménez de la Espada. Según Mateos: «Así lo aconseja, no sólo la autoridad del insigne americanista, sino el estudio del texto mismo, que lejos de ofrecer dudas, inspira gran confianza, acrecentada con saber el estado de los manuscritos, no originales, sino copias, no del todo buenas» 12 . Da la impresión por este comentario que Mateos entendía que Jiménez de la Espada trabajó con las copias de Muñoz (lo otro sería que se refiere a las copias que manejó Jiménez de la Espada), y no parece haber tenido interés en averiguar más sobre los originales. Para los capítulos sobre la fundación de Lima recurrió a la copia de Muñoz (a pesar de las críticas que de esta copia tuvo Jiménez de la Espada). Su edición, que reúne en dos tomos todos los textos que conocemos del padre Cobo (de allí que se llame «obras completas»), publica, además del texto de la primera parte de la Historia del Nuevo Mundo, los capítulos de la segunda parte sobre la fundación de Lima, y dos cartas bajo el título «Dos cartas mejicanas», que están fechadas en 1630 y 1633 respectivamente. Una tercera carta (fechada en 1639) va como una suerte de prólogo a los capítulos sobre la fundación de Lima. El primer tomo contiene los libros primero al décimo de la Historia del Nuevo Mundo y el segundo tomo contiene el resto de los textos. Al final del segundo tomo Mateos incluye un glosario de voces indígenas y un índice de personas, lugares y cosas notables. Es esta edición, que se publicó como parte de la colección de la Biblioteca de Autores Españoles, y especialmente en su reimpresión de 1964, la que más circula entre el público en general y especialistas el día de hoy. La introducción de Mateos, «Personalidad y escritos del P. Bernabé Cobo», contiene la biografía más actualizada y completa de Cobo hasta el momento. Allí se establece, por ejemplo, la fecha de nacimiento de Cobo que hasta entonces era materia de especulación. También se presta atención al viaje de Cobo a México y a sus giras dentro del Perú. He observado algunas modificaciones menores respecto a la edición de Jiménez de la Espada en que se basa (mayúsculas a minúsculas; completa, aunque con error, la cifra de una fecha).
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Mateos, Introducción, p. XLIV.
HISTORIA DEL NUEVO MUNDO DE B. COBO
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EDICIONES PARCIALES TRADUCIDAS AL INGLÉS POR ROLAND HAMILTON
(1979
Y
1990)
El profesor Roland Hamilton (San José State University en California) ha venido estudiando la obra de Cobo desde hace varias décadas. En su tesis doctoral para la Universidad Complutense de Madrid (que publicó en 1976), investigó los Americanismos en las obras del Padre Cobo. Luego, ha ofrecido consecutivamente su traducción al inglés de los libros 11 a 14 de la Historia del Nuevo Mundo. Los libros 11 y 12 se publicaron por primera vez en 1979 bajo el título: History of the Inca Empire. An account ofthe Indian's customs and their origin together with a treatise on Inca legends, history and social institutions. Los libros 13 y 14 se publicaron por primera vez en 1990 como: Inca Religión and Customs. Ambos libros fueron prologados por John Rowe, quien resalta la importancia de Cobo y señala ciertas afinidades con otros cronistas andinos. Hamilton también ofrece un vocabulario de voces indígenas. Hamilton comparó el manuscrito con los originales de las tres cartas del padre Cobo que se conservan (y que pueden leerse en la edición de Mateos), y también consultó con especialistas para establecer que efectivamente el manuscrito era de mano de Cobo. A Hamilton sólo le interesó traducir (al menos hasta ahora) la parte que se encuentra en la Biblioteca Capitular Colombina. Es decir, los libros 11 a 14 de la Historia del Nuevo Mundo que narran sobre todo acerca de la historia y costumbre de los incas. Tal como afirma Hamilton en la introducción al primer volumen, se trata de la primera traducción al inglés y la primera edición de Cobo basada directamente en el manuscrito ológrafo, ya que en todas las otras ediciones hubo una copia intermedia. Hamilton (aunque no sabía que se conservaban los papeles personales que lo confirman) intuyó bien que Jiménez de la Espada usó una copia distinta a la copia de la colección Muñoz para su edición, y anota una serie de correcciones y omisiones que atribuye a la copia que manejó el insigne americanista el siglo pasado. Ya que cualquier edición futura deberá lidiar con una interpretación del manuscrito, la traducción de Hamilton, que resuelve complejidades sintácticas y propone lecturas de pasajes difíciles, será una ayuda valiosa para lo que concierne a los libros 11 a 14.
CONSIDERACIONES FINALES
La edición y anotación de la primera parte de la Historia del Nuevo Mundo es una tarea por terminar. A decir verdad, el texto de Cobo sólo se ha editado una vez, gracias a los cuidados de Jiménez de la Espada. La reedición de Mateos fue un esfuerzo por mantener el texto en circulación y poner
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al día la información sobre la biografía de Cobo. Pero la mejor edición que existe, y que data de 1880-1885, fue un proyecto que quedó trunco porque Jiménez de la Espada nunca llegó a completar las notas ni el estudio crítico en que trabajaba. Curiosamente, en el caso de Cobo contamos con un manuscrito ológrafo que nunca ha sido la base directa de una edición en español. Ese debería ser el caso de una edición futura. Asimismo, dos problemas que ya se planteaba Jiménez de la Espada deberían retomarse para acercar el texto de Cobo a viejos y nuevos lectores. Primero, respecto a la modernización del texto. Jiménez de la Espada optó por modernizar hasta cierto grado el texto, pero ciento veinte años después podemos volver a plantearnos el grado de modernización que haría falta para permitir una lectura clara y cómoda del texto. Segundo, me parece claro que la anotación y comentario del texto exige una tarea de equipo interdisciplinario. También se dio cuenta de ello Jiménez de la Espada que pidió ayuda en varias oportunidades a colegas de otras disciplinas. Por ejemplo, cuando a propósito del capítulo que trata sobre el cielo austral decidió publicar como nota la respuesta de un amigo astrónomo a su consulta sobre las observaciones de Cobo. Finalmente será necesario volver a leer y editar a Cobo no sólo para disfrutar de sus «preciosas páginas noticieras», como se refirió a uno de sus textos Ricardo Palma, sino también para reconocer y rescatar el entusiasmo de Bernabé Cobo por las tierras americanas.
BIBLIOGRAFÍA
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HISTORIA DEL NUEVO MUNDO DE B. COBO
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