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Spanish Pages [381]
Diarios de encierro
una antología para la memoria colectiva
volumen 1
Este libro ha sido editado entre España, México y Argentina entre los meses de abril y noviembre de 2020. © Textos: Adriana Delgado, Alana Chávez, Alexandra Vega-Rivera, Amor del Carmen Estrella, Ani Karen Babojian, Arlet Palestina, Aurora H. Camero, Bianka Verduzko, Carmen García, Carmina Balaguer, Diana Dolea, Dulce María Ramos Ramos, Elena Maravillas, Marta Orosa, Elisabet Fábregas Alegre, Elisa Michelena Santini, Emilia Fierro, Ethel Krauze, Florencia Pagola, Florencia Sardo, Gabriela Ramos Monzón, Isabel García Cuesta, Julia Kurmi, Kriscia Landos, Lana Neble, Laura Bianchi, Laura Charro, Laura Sanz Corada, Laura Sussini, Lila Vázquez Lareu, Lola del Gallego Noval, Lola Halfon, Loreto Valencia Narbona, Lucía Trentini, Mademoiselle Peligro, María Fernanda Pineda, María Iliana Hernández, María Miranda, María Ragonese, María Sanz, María Zubiri, María Pérez Cordero, Marta Castaño, , Muntsa Plana i Valls, Naldi Crivelli, Natasha Rangel, Noelia Prieto, Patricia Cabrera Ledezma, Paula Natalia Rincón Chitiva, Pilar María Cimadevilla, Rebeca Maldía, Rocío Bertoni, Sofía Cárdenas, Tania Islas Weinstein, Verónica Hernández Pierna, Verónica Martínez, Verónica Uzón © Edición: Índigo Editoras ISBN compendio: 978-84-09-25428-6 ISBN volumen 1: 978-84-09-25645-7
Edición: Carla Santángelo y Marina Hernández Corrección: Adriana Zea, Sam Cárdenas y Beatriz Urbán Maquetación: Marina Hernández Diseño de tapa: Fernanda Cid [email protected] www.indigoeditoras.com @indigoeditoras @indigolibros_ Los derechos de esta obra pertenecen a Índigo Editoras y a las autoras que participan en la antología. Para reproducir parcial o totalmente alguno de los textos puedes contactar con nosotras. Gracias.
En memoria de Paty Cabrera, que le escribió una carta de amor a Emma, su nieta En memoria de Gabriela Ramos Monzón, que nunca dejó de aprender ni perdió la esperanza a ellas les dedicamos este libro.
Prólogo
Valencia septiembre 2020
Termino de escribir este prólogo en otra ciudad, ya sin el confinamiento obligatorio, medio año después de haber abierto la convocatoria de estos diarios de encierro. Hojeo —digitalmente— el libro y me parece que nunca ocurrió. Me sigue sorprendiendo que todas estas personas «viviendo en mujer» o estas mujeres cursiva 1 compongan una antología heterogénea, llena de experiencias diversas atravesadas por un contexto difícil de imaginar, incluso habiéndolo vivido. Y si bien no quiero perder de vista que ese contexto se dinamita en otros más pequeños y particulares, todos 1 Usamos el término «mujeres cursiva» para poner en duda la palabra «mujer» y abarcar la diversidad de experiencias que supone «vivir en mujer», expresión que tomamos de Mercedes Fernández-Martorell en su libro Capitalismo y cuerpo: crítica de la razón masculina.
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estos diarios dan cuenta de una misma situación desconocida para quienes la relatan: la pandemia por el virus COVID- 19 y los confinamientos derivados de esta en distintos países. Ahora hablo (escribo, en realidad) por Índigo Editoras: no creemos en la pandemia que se comunica como un hecho que afecta de igual forma a todas las personas. Esta pandemia ha profundizado las desigualdades y ha puesto de manifiesto cuestiones que no podemos seguir obviando, como es la de la brecha digital. También reconocemos que el contexto, al ser tan singular, ha articulado otras lógicas sociales y problemáticas, aunque no nos atrevemos a hacer una lectura precipitada y torpe sobre algo que todavía nos atraviesa. Esta antología —desde la humildad y la intimidad— abre un diálogo que pone en duda la realidad que se piensa como universal. En nuestro imaginario, algunas experiencias se asumen como totales, absorbiendo a las demás, y con este libro queríamos dinamitar esos límites y esas jerarquías. No se trata de decidir qué relatos son más legítimos, sino que apostamos por la posibilidad de crear un espectro amplio de la experiencia íntima a partir de la escritura. 7
Cada universo íntimo es genuino, pero también hay perspectivas comunes, hilos que forman un tejido más o menos subyacente que de alguna forma sostiene una narración transversal y colectiva. Algo maravilloso de este libro es la heterogeneidad del uso del español, las distintas expresiones o palabras que usan las autoras para narrarse. Qué suerte compilar tantas voces hispanohablantes y que dialoguen así, en esta cercanía. El proyecto Índigo Editoras vive en el puente entre Latinoamérica, España, y todos esos países en los que también vivimos y seguimos hablando y escribiendo nuestra lengua. Vuelvo a la primera persona. Recuerdo estar leyendo algunos de los textos y pensar: ahí están de nuevo, la violencia y la culpa, como dos piedras angulares en los relatos íntimos escritos por mujeres que voy encontrando en el camino. También están la fuerza y la posibilidad, las palabras que, encarnadas, avanzan en su rebeldía. Esta antología, además, está especialmente atravesada por el trabajo. La preocupación por perderlo, la precarización laboral o la confusión ante las nuevas formas de trabajar. La virtualidad y la distancia social también están muy presentes en los diarios: 8
«Construir a través de lo virtual me enfada la mitad de las veces, cuando me descubro con los pies helados en plena videollamada. Me inspira la otra voz, cuando me siento arropada por un sueño al otro lado de la cámara», escribe Lola del Gallego. Y María Fernanda Pineda, como si respondiese: «Esta pandemia mundial me acercó a las personas que están «al otro lado del charco» (en otras partes del mundo) y me alejó de quienes estaban en la otra calle de mi barrio». El confinamiento deja sus huellas en la relación de quienes escriben con el espacio. La habitabilidad se conspira a sí misma. Y en ese diálogo con lo que las rodea, aparece siempre el cuerpo, en muchas de sus formas: erotismo, enfermedad, ansiedad, sedentarismo, movimiento. Uno de los diarios que da cuenta de esto es el de Marta Castaño: «El agua purifica las calles mientras la
historia de este cuerpo se escribe entre cuatro paredes. La historia de este cuerpo que se escribe del revés como se escriben la poética del agua del Leteo, la memoria perdida de un destino y el nudo en la garganta.» 9
O el de Rocío Bertoni: «Explorar otras eróticas como un a través, como un hueco abierto para pasar los días y enloquecer como aquello que sintió placer. Pero también siento deseos efímeros de tocar otro cuerpo, aspiro a un tacto más animal que lo que puedo pretender de una videollamada». O este de María Zubiri, que va desde el miedo hasta el cuerpo, hace también el recorrido inverso, y trae uno de los temas más complejos del libro, que a veces está de forma explícita y otras muchas de forma sutil: la muerte. Escribe Zubiri: «Soy polvo. Somos polvo. Quiero despedirme de mis hijos. No quiero contagiar a mis hijos. No quiero despedirme de mis hijos. Quiero besar a mis hijos. No puedo besar a mis hijos. Suenan las alarmas en las camas vecinas. Corazones se detienen. Otros cuerpos se rinden. Hay algunos que respiran cada día mejor.» El miedo y la duda se desplazan desde el interior de
cada una hasta este diálogo plural que se construye por no saber qué están viviendo exactamente, pero insistir con la palabra para traducir, o tal vez para crear las experiencias que las construyen. 10
Escribo este prólogo y afuera se escuchan los autos. Desde la ventana veo la ropa tendida de alguien, el cielo está muy azul. Podría seguir citando a cada autora, recorrer el mapa geográfico y empírico que componen entre todas, pero prefiero dejarlo aquí, y que ellas encarnen el libro y lleguen donde tengan que llegar. Este episodio tan distópico y particular lo narran nuestras amigas, conocidas y desconocidas desde Chile, Argentina, Uruguay, Ecuador, Colombia, Venezuela, El Salvador, Nicaragua, Guatemala, México y España. Me fascina pensar en el origen de las cosas. Como ahora, que recuerdo el día en que Marina y yo nos preguntamos: ¿Y si publicamos una antología de diarios íntimos que narren el confinamiento? Y entonces abrimos una convocatoria porque pensamos que las historias cotidianas merecen ser leídas. Al fin y al cabo, son las que componen el gran relato, ese que siempre estuvo sesgado, y que ahora se ensancha y se profundiza. Gracias a todas las que participaron con los diarios, las que abrieron sus mundos.
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Gracias a quienes leerán esta antología, por acercar hasta aquí los ojos, que es lo mismo que escuchar cuando se trata de un libro. Firmo como Carla Santángelo, en primera persona, porque no sé hacerlo de otra forma. Y también firman todas las que son parte de este proyecto: Marina Hernández, Fernanda Cid, Beatriz Urbán, Sam Cárdenas y Adriana Zea. —las índigas—
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Adriana Delgado nació en Teloloapan, México, en 1992, y pasó su confinamiento en Tuxla Gutiérrez, México
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18 de marzo Desperté en una posición extraña. Mis piernas estaban en el borde de la pared, mi cabeza cerca del piso. Al abrir los ojos y tomar conciencia de mi cuerpo sentí los músculos tensos. No recordaba haber soñado algo; tampoco sabía, porque la computadora estaba sin apagar y con las luces del teclado encendidas. Busqué mi celular. Estaba sin batería. Mierda. Me acomodé a lo largo de la cama. Mi figura se trazaba en diagonal y el tragaluz del techo dejaba entrar algunos rayos de luz que se imprimen sobre mis rodillas y tobillos. Pensé en el día anterior, pero por más intentos de repasarlo no encontraba los motivos que me habían llevado a beber esa botella de vino escondida detrás del refrigerador. Conecté el celular para que se cargara. Lo encendí y ahí estaba la respuesta. La última llamada que hice era la explicación de mi estado actual de ebriedad. Llamé a mi madre para explicarle por qué no era recomendable que saliera, 14
le sugerí que evitara las compras de pánico y estuviera atenta a las noticias. De todas mis recomendaciones y razones mi madre no escuchó ni la mitad. Antes de que terminara la llamada y luego de un silencio no incómodo —pero que sí me provocó contracciones de estómago— dijo: pienso seriamente en ti, ¡pobre de ti, hijita, tener que pasar esta cuarentena encerrada y sola, no quiero imaginarme, te volverás más loca, y todo por no haberte casado ya! 23 de marzo Hace dos días cometí una atrocidad. No he podido pensar con claridad desde entonces. Me dan vuelta en la cabeza muchas preguntas. Hablé con mi mejor amiga sobre lo ocurrido y en lugar de que la charla fuera optimista, resultó en un análisis FODA. ¡Vaya situación! O, como coloquialmente digo siempre, chulada de asunto. El miércoles vinieron a bañar a mi cachorro. La persona encargada de hacerlo es un hombre inteligen-
te y divertido, dos de las cualidades que más me gustan. Platicamos durante el tiempo que duró el baño de Manchas, nos reímos mucho. Se fue al cabo de una hora y media. Me escribió en WhatsApp por la tarde. 15
Su mensaje decía —luego de un «hola» seguido de mi nombre— que le tomara unas fotos a Manchas guapo y se las mandara, no sé si fue un pretexto para hablarme y no quiero averiguarlo, deseo quedarme con esa duda. Al siguiente día volvió cerca de las 3:00 p.m. para cortarle sus garritas a Manchas, aunque fue en vano. Descubrí que mi cachorro no le tiene confianza a nadie que no sea mi hermana para que le toquen sus patitas. Después de la aceptada resignación, decidió quedarse a beber un par de cervezas. Se fue en la madrugada. No recuerdo la mayor parte de lo que pasó, por eso considero que fue una atrocidad. Negarle a la memoria los recuerdos es lo peor que puede suceder. No quise hablarle y preguntarle sobre la tarde y noche que estuvimos juntos, me sentía con miedo, pena, dudas. Decidí contarle a Astrid, ella siempre me escucha y me ayuda a pensar. A medida que avanzan nuestras charlas (que a veces parecen interminables) llegamos a un punto de reflexión en donde la respuesta a todo
es: no, es mejor no hacerlo. Preferimos no arriesgarnos, porque el miedo es una constante en nuestros días. Esta vez omití ese «no». No quiero saber por qué ni ponerle un nombre como intuición, presentimiento 16
o algo similar a mi arrebato. He pensado más de tres horas qué escribirle, cómo empezar. No logro decidir cuál sería la introducción perfecta. En fin. Aquí voy: «Hola, espero que estés durmiendo. Me lo pensé demasiado para escribirte porque no sé cómo evitar que me malinterpretes. Te seré sincera y espero que no pienses que estoy justificándome. Recuerdo muy poco de lo que pasó, estaba no solo ebria sino también muy sorprendida. Normalmente soy más aburrida cuando bebo. Sigo asombrada porque hacía muchísimo tiempo que yo no bailaba frente a nadie, y menos zapateando y con calzado deportivo. Tenía más de diez años que yo no jugaba ‘verdad o reto’, recordé los tiempos en que iba a la preparatoria y nos salíamos de clases a jugar con mis amigas. Hace también poco más de ocho o diez años que no me confesaba. Literalmente, te tomé como sacerdote católico y conté demasiadas cosas que guardo celosamente en mi memoria porque me lastima recordarlas. Gracias por escucharme y no interrumpirme mientras hablaba. Mi mejor amiga siempre me dice que me quede con lo bueno de las personas y los momentos.» 17
Creo que debí ponerle una advertencia cuando inicié a escribirlo que dijera algo como lo siguiente: «peligro, este mensaje puede ser la continuación de cualquier película estúpida sobre historias que cuenta la gente en la que no hay un buen guionista ni director de escena. Además, amenaza con ser de extensión similar a algún pasaje de la Biblia y, como suele pasar, no hay una respuesta ante los hechos sino solo palabras que se pueden interpretar a conveniencia de quien las lee.» En fin, es demasiado tarde para las advertencias. «Gracias de nuevo por pasar ese día conmigo, sé que no planeabas quedarte tanto tiempo. Quisiera pedirte que, al igual que yo, te guardaras lo bueno de ese día y que, de ser así, continuemos hablando y fingiendo que no pasó nada más que solo momentos alegres, aunque prefiero recordar las partes en las que al tiempo que sonreía sacaba alguno de los vidrios afilados e incrustados que rompen mi existencia. Así que, nada. No espero ninguna respuesta luego de que llegues a leer esto y sin embargo me intriga saber si vas a responder y, si lo ha-
ces, qué vas a decir/escribir. Me temo que no logré leerte lo suficiente para tener previamente una idea de lo que vas a responderme, de lo contrario no estaría aquí. No siento que seas tan simple como para responder: 18
‘descuida, no pasa nada, yo olvidé todo y me quedo con eso’, pero tampoco eres como yo, no escribirás durante más de quince minutos para contestarme. No puedo ubicar tu respuesta en ninguno de esos dos extremos que tomo como referencia, he ahí por qué me intriga y al mismo tiempo, me da miedo tu respuesta. Bien, para ir cerrando esta carta millennial, espero que, independientemente de la idea general que te has formado sobre mí, aunado a todo lo malo que puedas pensar (neta, si yo fuera tú, habría salido corriendo luego de la primera lágrima, en verdad lo siento) podamos hablar alguna vez en situaciones diferentes, no sé, algo más tranquilo, que no implique sacar a la luz todo lo que me lastima en una sola noche. Ya para cerrar, porque si no yo no dejo de escribir —disculpa, gajes del oficio, me extiendo en mis mensajes como si fueran los ensayos de la escuela— quiero quitarme un poquito de culpa y relegarla a Manchas. Él es culpable de patrocinar los momentos propicios para
que yo pueda arruinarlos. Si mi hermana estuviera aquí, y no encerrada en su comunidad debido a la cuarentena, ella le cortaría las garras a Manchas; si él se dejara bañar conmigo y no nos preocupáramos, mi hermana y yo, 19
por la higiene y bienestar de nuestro cachorro, nada de esto habría pasado. Reparto la culpa. La próxima vez que nos veamos, si es que la hay, te cederé la palabra, intentaré quedarme callada porque como ya lo has visto, hablo como chachalaca.»
Son las 3:17 a.m. ¿Debería enviarle este mensaje/ carta? Llevo tantas horas pensando en lo sucedido que ya no tengo la certeza de si fue real o si este encierro y mi mente comienzan a engañarme. ¿La mente será capaz, en condiciones como estas, de crear escenarios así? ¿Momentos tan nítidos? Tal vez solo bebí demasiado, pero no acompañada. Seguro bailé, porque me encanta bailar, pero no frente a él.
26 de marzo Los vecinos me han despertado como cada día desde que inició la cuarentena: puntuales, a las 8:00 a.m., están cantando al ritmo de sus alabanzas. Por mucho que intento seguir dormida no lo consigo, la música está a un volumen muy alto. Quiero levantarme de la cama, pero mi rodilla derecha me dice: no se te ocu20
rra, comienzo a sentirme mal y si mueves un milímetro la pierna te haré sufrir. Respiro. Vuelvo a respirar tan profundamente como puedo. Me muevo. Una vez más logro burlar la amenaza de mi rodilla. Ante la profunda necesidad de escuchar música que no hable de montañas, granos de mostaza y fe, decido ponerme los audífonos. Comienza a sonar Mercedes Sosa. Así como todo cambia, que yo cambie no es extraño. ¿Será? ¿Cambio, cambiamos? Si la respuesta es sí, me gustaría saber en qué he cambiado, cómo y desde cuándo, si la respuesta es no, respondería con otra interrogante: ¿por qué? Elegí la primera respuesta. He cambiado desde que estoy alejada de mi habitual ritmo de vida. En estos días descubrí que tengo varias manías que antes no me había detenido a observar: por ejemplo, empujo constantemente los lentes del dorso hacia la raíz de mi nariz, lo hago siempre con el dedo índice. Uso lentes de manera regular desde hace un año. Mi vista ha cambiado. Ya no puedo presumir de ver todo con la misma claridad, me son necesarios los lentes para distinguir las letras y enfocar correctamente las siluetas, para que no me parezcan figuras borrosas flotando sobre el asfalto de los caminos que recorro. Des21
cubrí también que hablo menos y escribo más. Prefiero tardar varios minutos escribiendo un mensaje que enviar audios. Me siento menos tonta escribiéndole a una pantalla que hablándole a la bocina del celular. Además, no tengo idea de dónde se encuentra realmente, por ello se me dificulta saber a dónde dirigir el sonido para que el audio no se escuche lejano o entrecortado. Cambia el cabello el anciano, así como todo cambia, que yo cambie no es extraño.
10 de abril Hoy por la tarde, mientras revisaba las lecturas para la clase online del siguiente lunes, encontré una nota. Estaba escrita en formato vertical en la esquina inferior izquierda de un cuaderno que uso como agenda y, en el que (por lo visto) también transcribo las notas de mi celular por miedo a que se borren y me quede sin ellas. Sí, esa nota la recordaba en formato digital, permaneció anclada en la pantalla principal de mi celular durante algunas semanas, por eso la recuerdo bien. Dice lo siguiente: ¿A qué hora sale tu autobús? A las 8:40. Perfecto, tenemos una ventana de tiempo de 10 minutos. 22
Quiero plasmar ese día. Me pareció preciso transcribirlo porque al pasar mis pensamientos a estas hojas y archivar el documento me da la sensación de tener más espacio en mi memoria para mis (intentos) actuales (de) reflexiones. Comienzo. Voy a ser lo más fiel al día original y no a esta recreación que tengo en mi cabeza. Estaba en Acapulco, ese día era jueves. Lo recuerdo porque lo tradicional del jueves es comer pozole y yo tenía una cita con mi amigo para ir a una palapa a orilla del mar y disfrutar del platillo. Llegamos. En la mesa estaban cuatro personas, dos mujeres muy guapas y sonrientes, dos hombres que bromeaban y platicaban mientras bebían cervezas. Saludé a todos, me senté frente a uno de los dos hombres que había. Una de las mujeres bonitas me sonrió. Su sonrisa era un accesorio más entre toda la belleza de su rostro, pues hacía juego con sus cejas perfectamente delineadas, sus ojos grandes y redondos y su cabello que se mecía con la brisa salada que llegaba del mar. Me pareció muy agradable, yo admiraba pacientemente la simetría en el rostro de esa mujer que no me percaté de la mirada de aquel hombre que estaba sentado frente a mí.
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Pedí pozole blanco acompañado de su respectiva yoli. Mientras comía no prestaba atención a nadie, me concentraba en saborear cada cucharada que llevaba a mi boca, hacía más de dos años que no probaba el pozole. Al terminar el plato y después de beber el primer sorbo de yoli, reparé en la sonrisa del hombre frente a mí. Tenía los dientes alineados en armonía con sus labios, una sonrisa amplia en la que parecía habitar la calma de la arena perdiendo humedad al ser alejadas las olas de su regazo. Miré sus ojos que, al encontrarse con los míos parpadearon levemente como si las pestañas largas, rizadas y negras fueran pequeñas escobas usadas para barrer las apenas imperceptibles gotas de sudor que comenzaban a formarse en sus mejillas. Permanecimos un rato más en la palapa, luego nos fuimos a un bar. Íbamos en su auto. Él conducía, me miraba por el retrovisor. La mujer de cejas perfectas sentada en el asiento del copiloto se pintaba los labios. En el bar, luego de varios tragos de mezcal con maracuyá, el
hombre de la sonrisa bonita se acercó a mí, quiso bailar conmigo, y después del zangoloteo tomé una servilleta, saqué un bolígrafo de mi bolsa y escribí: tienes muy bonitos lunares. Le entregué la nota. 24
Dormimos juntos aquella noche, que en realidad fueron solo un par de horas, salimos cerca de las 5 de la madrugada del bar y mientras nuestros cuerpos se movían a un mismo ritmo el sol comenzó a aparecer por la ventana. Cerré los ojos, me dormí un rato. Cuando desperté me sorprendí rodeando con mi brazo izquierdo su pecho y mi mano apoyada en sus costillas derechas. Me moví un poco para levantarme intentando no despertarlo, pero fue inútil. Despertó. No hubo un saludo de buenos días, ni un «hola» dicho con pena, nos limitamos a mirarnos y luego besé uno de los lunares en su cuello. Iba a levantarme de la cama cuando me recordó lo que había escrito en la nota. Hoy, a un año de lo sucedido, pienso en esa ventana de tiempo, en esos momentos que se quedaron congelados allá afuera, en lo que el viento ha disipado o llevado a otros lugares, en la brisa del mar que ahora no se posa en la cabellera de ninguna mujer, en la arena que se arrastra hacia las olas buscando protección. Pienso en las ventanas que se llenaron primero de miedo, luego de polvo y ya no se abren más.
Quiero abrir otra ventana, aunque sea de cinco minutos, para poder gritar, liberarme de este sentimiento 25
de nostalgia por el pasado y que ahora recae entre las cuatro paredes de esta habitación de 5 x 10 metros. Necesito una ventana para asomar mi cara, respirar olvidos y exhalar certezas. Me urge una ventana. Una que no sea virtual. Quiero una nueva ventana para no tener necesidad de teclear y mirar las letras en esta pantalla, y escribir mis notas a mano en la biblioteca de la escuela o en las bancas del parque, en las mesas de las cafeterías. Deseo una ventana que me permita ver el sol, contemplar la inmensidad del cielo y olvidar sin tener que esforzarme en ello. Necesito una ventana de tiempo de dos minutos, no pido más. Quiero vaciar mi mente antes de quedarme aislada en esta habitación. Deseo una ventana que pueda abrir para pensar con claridad y no a la luz esta angustia que me orilla a vagar por los rincones más pequeños de mi memoria y encontrar un recuerdo nuevo todos los días. No quiero más recuerdos. Me urge una ventana para oxigenar mi memoria. ¿Abrirías una ventana de nuevo para mí, Ed?
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13 de abril Desperté muy temprano. Me pareció que por fin el cuerpo estaba cansado de dormir tantas horas. La luz que se filtraba por el tragaluz me puso de mal humor. Miré durante algunos minutos ese cuadro de vidrio insertado en el concreto, calculé varias veces cuál sería la medida exacta para cortar un pedazo de cartoncillo y colocarlo. Decidí que la mejor manera de averiguarlo sería subiendo a la azotea y medir la superficie del cuadrado desde arriba; 15 x 15 centímetros. Bajé de nuevo y casi resbalo en las escaleras. Al entrar de nuevo a la habitación mi imagen se reflejó en el espejo y me miré con asombro. Me acerqué lentamente al espejo y me observé detenidamente. Tenía un par de moretones en las piernas, los brazos y el pecho. Los acaricié. No entendía por qué dolían como si fueran mordi…das. Sí, eso eran. ¿Quién me mordió? ¿Por qué? No recordaba mucho lo que había hecho el día anterior. Preparé café, empecé a leer de nuevo un libro de poemas y al cabo de unas horas un zumbido traspasó mis oídos. Me aturdí tanto que comencé a sentir mareos. Puse mi mano en un extremo de la cama hasta sentirme más estable. El 27
mareo trajo consigo los recuerdos de la noche pasada. ¡Ay, mujer!, me dije. La tarde anterior tuve la visita de ese hombre, el que se encargó de bañar a Manchas. Me llamó para preguntarme si podía pasar a verme, dijo que estaba cerca y que había tomado las medidas de precaución necesarias para poder salir. No quise negarme. La soledad y el asilamiento obligatorio no son tan agradables. Pensé que sería bueno que pasara un rato y conversáramos. Así fue. Hablamos durante muchas horas. Antes de irse nos besamos en señal de despedida y por alguna razón que no comprendí en ese momento le pedí que «me dejara algunas marcas». Sentí vergüenza de mí al recordar eso. Sentí náuseas. ¿Yo? ¿De verdad yo le había pedido eso? Quise sabotearme y creer que solo era una imaginación más, pero al tocarme la piel sentía aún el ardor que sus dientes habían dejado. Me llevé las manos al rostro para ocultar la pena y asco que sentía por mí. Fui al baño y me lavé el rostro. Encendí un cigarro y mientras exhalaba pensé que antes de sentir ese asco por mí, debía reflexionar de dónde venía ese sentimiento. Pensé en que durante mi infancia y adolescencia llegué a mirar a muchas mujeres con marcas en el cuello, el pecho y los brazos, pero nunca me atreví a preguntarles por qué las tenían. 28
Un día me armé de valor y se lo pregunté a mi madre, quien me explicó a lo largo de una hora que esas marcas eran exclusivas de las mujeres de la vida galante, que ninguna mujer decente andaría por la vida con esos chupetones. También me dijo que era de mal gusto dejarse hacer esas marcas porque parecía que así los hombres marcaban su territorio. Argumentó que esas cosas eran de mujeres que no se tenían respeto ni amor propio porque se debían odiar mucho para permitir que un hombre mancillara su honor y que, además, todo cuerpo es un templo que debe cuidarse, amarse y sobre todo respetarse como Dios manda. No encontré algún otro referente para poder comparar lo dicho por mi madre. Bebí de un trago lo que restaba del café en la taza y seguí pensando. No puedo pensar si no escribo. Encendí la computadora y comencé a relatar mi día. Ahora que llego a este punto, creo tener una nueva idea acerca de las marcas. ¿Este encierro me está llevando a ser tan irracional? ¿Me he convertido en una «mujer de la vida galante»? ¿Por qué fui yo quien pidió, por favor, que me mordiera la piel? ¿Olvidé mi humanidad por no poder tener contacto en sociedad y ahora pago por ello? ¿Esta soledad está sacando una parte de mí que no quería ver? Tengo miedo. De verdad me da 29
miedo darme cuenta y reconocer que la soledad me está convirtiendo en otra persona. Siempre he sido así tal vez, pero nunca había querido admitirlo. No obstante, siento que esto no se trata de honor, o de humanidad perdida, sino de compañía. En estos momentos, la compañía se ha vuelto escasa, breve, efímera, muchísimo más de lo habitual. Los encuentros se reducen a dos personas separadas por un metro —o más— de distancia, cubierta con cubrebocas. No sabes si sonríen o no, si los labios los tienen agrietados por falta de agua. Ese día que vino R. (el hombre que bañó a Manchas) traía puesto un cubrebocas negro, y de alguna manera, asocié el color a la muerte; parecía el moño que se coloca en la puerta de la casa cuando fallece algún miembro de la familia. ¿Será que mis días están contados? No quiero saber la respuesta a esa pregunta. Continuaré pensando en los chupetones. Sé la respuesta a eso. Sé por qué pedí las mordidas:
no quería despertar al día siguiente con la misma incertidumbre de la primera vez que platicamos y bebimos. No quería amanecer sola de nuevo y pensar tanto en la posibilidad de que mi mente estuviera jugando conmi30
go, con mi tacto, con mi olfato. Pedí las mordidas no para que marcara su territorio, sino para que dejara una huella en mi existencia, que a lo largo de estos días me parece completamente etérea, pues ya nadie me llama por mi nombre, no escucho voces dirigirse a mí. En las clases online lo que veo me parecen invenciones de la tecnología, no sé si son mis compañeros, todos lucen muy distintos. No reconozco mi voz. Incluso cuando le hablo a mi cachorro siento que lo que sale de mi boca son solo gruñidos, pues él parece desconcertarse de mi voz y se aleja. Luego regresa, me huele y se queda a mi lado. Las voces por teléfono me parecen solo un conjunto de ecos. Necesitaba un vestigio de que continúo viva, una certeza de que, por lo menos, no estoy a un paso de la demencia. No debería sentir asco por pedir una mordida que me recuerde cuando la vea que ha sucedido algo, que besé a alguien. Ya no siento vergüenza por mi actitud, me estoy comprendiendo. Sé que no fue una decisión tomada considerando los riesgos que puede
haber, las consecuencias, pero la imprudencia es parte crucial en momentos así. Debo decir que también hay niveles de imprudencia, y considero que, en este caso, no me excedí, no estuve en lugares conglomerados, ni 31
sobrepasé las líneas que marcan la distancia social en ningún sitio. Me he quedado en casa y solo he recibido la visita de R. dos veces en lo que va de la cuarentena y él ha tomado sus medidas antes de venir a verme. ¿Cuál es la penitencia y precio por este acto? La soledad me está guiando por senderos muy extraños en este autodescubrimiento, ahora sucede que me gusta cómo se ven las mordidas en mi cuerpo, los colores que van tomando en mi piel me recuerdan a los atardeceres en la playa. Observo el camino que han dejado sus dientes sobre mis piernas, me gusta sentir el relieve con la yema de los dedos. No soy una mujer indecente, ni he dejado que se mancille mi honor. Tampoco dejé de cuidar mi cuerpo, únicamente decidí romper con esas creencias absurdas, con las ideas que llevan a pensar que si estoy de acuerdo con esos comportamientos automáticamente debería odiarme. Amo mi cuerpo, me amo a mí en general, pero me amo más allá de esta corporeidad que representa «un templo». No, no es así, yo no lo pienso así.
Mi cuerpo es arte y soy la única artista que tiene derechos sobre él, y si yo pedí algunas mordidas pinta32
das en mi piel han sido para recordarme que estoy viva, que mi cuerpo siente aún, que todavía no olvido cómo sentir. Pienso, de la manera más cursi y llana que se me ha venido a la mente que estas mordidas son solo besos. Besos que duraron más tiempo de lo normal en los que hubo más que solo convivencia de salivas. Besos que han debido quedarse grabados en la piel porque no se sabe cuándo será la próxima vez que esos besos no sean virtuales.
14 de abril Hace días no recibo ninguna llamada. Mis vecinos se han cansado de despertar puntualmente, parece que su rutina comienza a desestabilizarse. Los gritos de los niños que juegan a ser maestros, ingenieros, choferes, se están volviendo más recurrentes, se han aburrido ya de ver T.V. y jugar en los celulares. Antes de que la cuarentena iniciara, yo pedía vacaciones porque el ritmo en clases comenzó a ponerse muy estresante, demasiadas lecturas, mucha tarea, avances de tesis, exposiciones, etcétera. Ahora, con todo este tiempo disponible y sin la posibilidad de malgastarlo en algún bar o cafetería, creo que hubiera preferido so33
portar el ritmo acelerado. Me quejaba constantemente de que todo sucede muy rápido, que los días se van de volada. Hoy siento que me quedé pausada en un domingo eterno caluroso y silencioso. Quisiera salir a la calle, pero prefiero quedarme, el miedo es paralizante en esta situación. Me quejaba demasiado de lo fugaz de la vida y me dolía pensar en el mañana. Hoy no solo me duele el mañana, me duele también este día, cada día en soledad, sin más compañía que mi cachorro. Me gusta pensar que cuando el encierro termine podré salir y recuperar mi rutina habitual, pero sé que no será así. Pasará un tiempo antes de que mis días retomen su curso, pero de algo estoy segura (y sé que peco de pesimista): no todos recordaremos el aislamiento de la misma manera. Yo tendré miedo de volver a la rutina luego de salir, pensaré en que un día solo llegué cansada de clases y después ya no pude salir ni cansarme más, porque debía permanecer en casa por mi bienestar y el de los demás. Dejé de ir a correr y ver los amaneceres, ahora solo observo los atardeceres que siempre me han causado ansiedad. Llega el anochecer a medida que se diluye el calor de la tarde. Después de que se agota la luz solar 34
se enmudecen también los demás cuartos, se encienden luces brillantes y las miradas se apagan. Las vecinas ya no están rezando o cantando y el único momento en que parece que de nuevo hay habitantes aquí es cuando el olor de la comida llega a mi nariz como un hálito reconfortante, como un recordatorio de que todo va a terminar pronto. Mientras ese ritual de cocinar por las noches en complicidad del silencio siga llevándose a cabo, me sentiré viva cada día, porque ahora el olfato es mi única conexión real con el mundo exterior. No puedo tocar a nadie ni nada, pero puedo emocionarme al saber que la canela del arroz con leche está soltando su aroma porque fue estrujada entre las manos de alguien antes de dejarla caer en el agua hirviendo. Sé que el queso derritiéndose en una tortilla fue previamente colocado ahí por una mano grande, pues si huele a queso es porque se ha salido y ahora se quema en el comal. Las manos grandes que preparan quesadillas lo hacen sin medir la cantidad de queso ideal para evitar esos derrames por las orillas.
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Ya aprendí a distinguir cuando está usando la licuadora mi vecina o sus hijos, pues preparar leche con chocolate en la licuadora lleva poco tiempo, y no es lo mismo usarla para licuar los ingredientes del mole. Sé cuándo preparan hot cakes los vecinos recién casados y cuándo la vecina viuda, los primeros les agregan banana, guayaba o fresas a la mezcla, reinventan la receta, la segunda, sigue metódicamente la receta original. Disfruto inexplicablemente el olor del detergente que usa la vecina del departamento de enfrente para lavar la ropa de su hija pequeña. Mi nariz me está llevando a conocer el mundo desde otra perspectiva, no hacen falta ojos, ni tacto para dejarme llevar por el aroma de una sopa, o de un chocolate caliente. No necesito sentir para poder relajarme si puedo oler la jamaica cuando es arrojada al agua caliente o la vainilla mientras el vecino prepara horchata de arroz. Me sumerjo todos los días en el aroma de las sábanas de la cama y disfruto de mi aroma impregnado en ellas. Las almohadas aún tienen el olor del cabello
de mi hermana, la cobija también huele a ella. Mi cachorro la extraña tanto que lo he dejado dormir en la cama porque solo ahí puede encontrarla, él no sabe que ella volverá, pero espero tenga el presentimiento de que 36
ella está bien, de que no lo abandonó, que solo no puede viajar por ahora. Cuando todo esto termine, Manchas, mi hermana y yo vamos a poder reunirnos. Lo sé. Pese a lo anterior, no puedo evitar sentir tristeza, me preocupo por mi hermana y no poder escuchar su voz me llena de tristeza. Hace unos meses tenía el celular siempre en silencio porque no quería ser interrumpida por nadie, en especial por mi hermana que llamaba por todo, ahora he puesto una melodía personalizada en espera de que cuando llame sepa que es ella quien estará del otro lado del teléfono para contarme cómo le ha ido en su nuevo trabajo, para hacerme reír con sus chistes malos. Este año no pude ver el mar en las vacaciones de Semana Santa. Me siento triste por eso, mas confío en que cuando pueda ver de nuevo la inmensidad del océano lo veré más azul que nunca. Voy a detenerme en la
orilla y cerraré los ojos para intentar oler el mar. Dejaré que un cangrejo me muerda el pie y que me deje una cicatriz o tres, para conservar un recuerdo en mi piel. Voy a olvidarme de que, según el mar, huele a peces y a 37
suciedad, y me concentraré en sentir todos los aromas que mi nariz quiera identificar.
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Alana Chávez nació en Cuernavaca, México, en 1992, y pasó su confinamiento entre Cuernavaca y Ciudad de México.
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El recuento de los daños
FASE I – Confirmación «Negación» o Semana Cero Llegué a México con la fase uno o, mejor dicho, la fase uno llegó a México conmigo. Aún no sé si fui una de sus soldadas encubiertas, una de aquellas que, somnolientas, trajeron entre sus pertenencias el letal souvenir; mucho más costoso que las cuatro cajas de té negro que conseguí en el duty free, o la botella de whiskey de mi padre. Compré todo en las tiendas del aeropuerto, exactamente 10 minutos antes de despegar. Mi asiento era el último en el avión, justo al lado de los baños, frente a la estancia de los sobrecargos. A mi alrededor, una procesión de hombres y mujeres de la tercera edad recordaba su viaje al Vaticano. Yo no pisé Italia, solo Francia; y por supuesto, Inglaterra.
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Una semana antes se había casado Karla, mi mejor amiga. Fue por ella por quien por fin crucé el Atlántico. ¡Cuánto había soñado ese viaje! Desde que mi madre lo hizo cuando yo era una niña. Visité París y sus puentes. Recorrí Londres y sus callejones. Me devoré los museos de ambas ciudades. En Reino Unido, me quedé con mi tía, quien todas las mañanas sintonizaba el noticiero de la BBC: «El Coronavirus se expande por Europa. Hay que tener precauciones». Mi primo de 18 años y yo nos burlábamos de los titulares. Jóvenes e idiotas, nos creíamos inmunes. Pensábamos el virus como al «Coco», un invento de los mayores para mantenernos en casa, bien portados y en silencio. Llegué un viernes por la tarde. Ese sábado, solo salí a hacer la despensa, pero el domingo, marché por mi causa. Era 8 de marzo, Día de la Mujer. Me vestí de verde y grité cánticos de justicia y libertad al lado de Xiomara, también mi mejor amiga. El día siguiente debía quedarme en casa por aquello del paro nacional, pero pudieron más mis deseos de volver a sentirme en otro tiempo y en otro lugar. Comí una hamburguesa en el vecindario de al lado con un inglés que conocí en una aplicación de citas. El martes repetí la experiencia; ahora, con un australiano. El miércoles brindé con el inglés 41
y nos besamos en mi departamento. El jueves cené con mi mejor amigo. El viernes, una semana después de mi vuelta, desperté con fiebre. No soportaba la fiebre y una fatiga intensa; fuerte, como para tumbar a un burro. Me puse en contacto con otra de mis tías, doctora (de posgrado, no de profesión) y viróloga. «Me siento mal», le dije. «¿Qué hago?». «Habla a la línea del Gobierno». Debí marcar más de 40 veces, sin resultado. Sugirió contactar a mi alma mater o, mejor dicho, a su hospital, al norte del país. «Hace una semana que llegué de Europa y tengo fiebre. Quiero saber si es COVID. ¿Qué hago?» Silencio. «Quédese en casa. Por favor, no salga. Y si se siente muy mal, acuda a Urgencias.» Insatisfecha con la respuesta, me quejé en mis redes sociales, relatando mi experiencia. En uno de tantos comentarios, un amigo sugirió llamar al INER, el Instituto de Enfermedades Respiratorias del país. «Llegué de Europa la semana pasada y tengo temperatura. ¿Cómo sé si es COVID? ¿Hay alguna prueba que me pueda hacer?» Silencio. «Vaya con un médico general y siga sus indicaciones. Quédese en casa. Si se pone muy mal, venga a Urgencias.»
«Ya tienen la prueba en el ABC. Deberías llamar, ver cuánto cuesta, y salir de dudas», sugirió otra amiga. Si 42
de algo no me puedo quejar, es de tener pocos amigos. El ABC es un hospital muy reconocido; privado y, por lo tanto, de los más costosos del país. Después de pasar un breve cuestionario para calificarme como candidata viable, los asistentes telefónicos accedieron a darme el precio del examen: de MX $3 500 a MX $4 000. «Está en una situación de alto riesgo y le recomendamos que venga inmediatamente». No lo hice. Un mexicano gana en promedio MX $6 000 al mes; no es mi caso, pero si decidían internarme, ¿cómo iba pagar un hospital en el que cada día en terapia intensiva ronda los MX $200 000? Al primero que avisé, después de mi tía, fue a Matthew, el inglés. «Te va a dar un microinfarto», le escribí, «pero esta mañana desperté con fiebre. Puede ser una gripe, pero también puede ser algo más». «Estoy seguro de que no es nada», respondió. Dos horas después, había cambiado su vuelo. Despegaba a las 9 p.m.
«Enojo» o Semana Uno Mi departamento en la Ciudad de México es peque-
ño; suficiente, como la concha de un caracol, pero pequeño. Más que un apartamento, es un estudio; un loft. Un biombo de madera divide la sala - comedor de mi 43
recámara. Mi comedor es una mesa triangular de cristal con tres sillas. Tengo una planta colgante en la cocina y otra sobre la mesa al lado del sillón. Vivo sin mascotas. Hay tres ventanas interiores. En mi horizonte, ni un árbol para consolarme. Ni una pizca de cielo azul para imaginarme «allá afuera». Unas noches antes había vuelto a hacer mi maleta. Fuera habían quedado las bolsas de ropa sucia, los zapatos, y los boletos de tren, pero aún guardaba la blusa que compré para mi madre en París y el collar de Van Gogh que le traje a mi hermana de la Galería Nacional. Originalmente, ese fin de semana lo pasaría en mi ciudad natal, visitando a mis padres. En vez de eso, estuve sola y encerrada, ansiosa y berrinchuda entre los calores de la enfermedad y los dolores de cabeza que iban y venían como las horas. Rezaba al Dios que dejo para emergencias por síntomas como dolor de garganta o escurrimiento nasal que me permitieran descartar lo peor. Temía la súbita aparición de una tos seca. La científica de la familia me recomendó monitorear mis niveles de oxigenación en la sangre dos veces al día. «El rango normal es entre 99% y 92%. Si baja de 92%, tienes que ir a un hospital». Jamás estuvieron por debajo de 93%. 44
En México, la cuarentena comenzó después de las festividades de marzo, por ahí del 17. El Gobierno dejó los días de asueto intactos, y aprovechó la última tanda de turistas que tendríamos en nuestras playas y hoteles en quién sabe cuánto tiempo. Aquí, todos sabemos que se retrasó el estado de emergencia por la situación económica del país. Cuando el dólar sube, nuestro estilo de vida baja. Así de simple. Para cuando cerramos oficialmente las puertas de nuestros hogares, yo le llevaba al resto de la población cuatro días de delantera. Ahora me parecen insignificantes, pero en ese entonces, eran la diferencia entre la novedad que sentían mis compañeros de trabajo y la rabia con que contestaba sus correos electrónicos. Recuerdo cómo viví yo esa novedad. Me convertí en una celebridad barata entre amigos y familiares. «¿Necesitas algo? ¿Te llevo medicinas? ¿Tienes comida?» Por supuesto que no tenía comida. Acababa de regresar de viaje y no tendría que estar ahí, acalorada y exhausta, sino contándole a mi abuela sobre las maravillas labradas que vi en el Orsay o sobre cómo cuando se pone el sol, París se pinta de dorado. Pedí la despensa por aplicación y me llegó dos días después: un cuarto de queso, cuatro toronjas, cinco pepinos, y seis latas de Coca-Co45
la Light. Olvidaron las tortillas. Me puse histérica. Lo peor de la primera semana no fue la enfermedad, sino lo que vino después. Llevo más de un par de meses trabajando desde casa; no por la pandemia, sino porque ese es el modelo de negocio de la agencia que me contrató. Mi día comienza a las nueve, como el de la mayoría de los asalariados, pero rara vez termina a las siete. No tengo un horario de comida definido, pero tengo la libertad de limpiar la cocina entre un reporte y otro, y si las mañanas son lentas, me pongo a leer. Casi siempre me queda la noche, y antes de la contingencia, la noche era cuando me sentía joven y viva, cuando compartía un platón de carnes frías con mis amistades o una caminata por el parque con algún interés romántico. Esa primera semana, sin embargo, me costó encontrar el equilibrio. Los pendientes «en la oficina» nunca se terminan, y con «nada mejor que hacer», me seguía hasta las 11 o 12 de la noche. Sentía que vivía para trabajar. Y me estaba volviendo loca. Inicié mi segundo fin de semana en cuarentena con una sesión de psicoanálisis por video-llamada, con el cabello revuelto y lleno de grasa. Llevaba tres noches sin bañarme y la misma ropa desde hacía dos días. Ni 46
siquiera me cambiaba la pijama para meterme a la cama. Dormía por encima del edredón. En cuatro años que llevo en tratamiento con mi terapeuta, jamás me había visto así, ni cuando mis impulsos suicidas tomaban el control y me obligaba a ahogarlos con horas de sueño. «Estoy harta, Carla. No puedo. Ni siquiera me dejan salir por un pinche paquete de tortillas. Mi madre me dice que aproveche para escribir, pero, ¿por qué? Nadie me dice cuándo escribir. Yo escribo cuando quiero.» «Intenta hacer rutinas. Las rutinas son importantes.» Notaba el temor en su voz a hacerme cualquier sugerencia y tacharla de estúpida. Cuánta agresión en un cuerpo tan pequeño. Cuánta agresión en un cuarto tan pequeño. «Báñate. Cámbiate. Inténtalo».
FASE 2 – Propagación «Depresión» o Semana Dos Terminando la llamada me corté el cabello. Me di un baño, tomé un par de tijeras, y me corté el cabe-
llo. Comencé por las puntas: demasiado largas para mi gusto. Me seguí con los lados, había que emparejar. Lo más difícil fue la parte de atrás. Corté con tijeras para papel, de esas de punta redonda que utilizan las niñas 47
para tuzar a sus muñecas. Necesitaba un cambio y lo necesitaba ya. «No porque te veas diferente ya eres otra persona», me dije. «Pero es un inicio. Una promesa», me respondí. Esos días los sobreviví con galletas de mantequilla, chocolates suizos, arroz, huevo y garbanzos cocidos. El supermercado canceló mi orden porque no tenían ni jitomates, ni zanahorias, ni col, ni pepinos. Me indigné demasiado como para intentarlo de nuevo. Hice todas las mezclas habidas y por haber con lo poco que me quedaba en la despensa. Cocí jamaica y con las hojas hidratadas, unas cuantas aceitunas y parmesano en polvo, me hice un omelette. Me acordé del bote de harina al fondo del estante y la mezclé con aceite de oliva, sal, orégano, albahaca, y ajo para preparar focaccia. Reviví mi infancia echándole ketchup al huevo, aprovechando los sobrecitos del cajón de los cubiertos. Me decía que había gente que la tenía peor, pero, ¡qué pocas ganas tenía yo de entender razones! Muchas menos cuando también había otros que la tenían mejor, y no se cansaban de presumirlo. Mis redes sociales solo mostraban gente que se adecuaba mejor al encierro que yo: meditando, haciendo dietas, encontrando nuevas rutinas de ejercicio; y luego estaban, por supuesto, las parejas. Mis 48
amigas y sus novios encerrados en equipo, desayunando en la terraza, armando un rompecabezas. Yo lo único que tenía era el sexo telefónico que, al día de hoy, practico religiosamente con Matthew. Y se nos empiezan a agotar los recursos. Y se nos terminan los pretextos para seguir. Recordé a mi último exnovio, el hombre con que había terminado hacía menos de un mes. ¡Cómo le había querido! Me encantaba abrazarlo y perderme entre los pliegues de su sudadera. Le besaba la barba, el cuello, y por supuesto, los labios. Cómo me habría gustado que me preguntara cómo estaba, si necesitaba algo, si podía ayudarme con cualquier cosa, pero Jorge nunca estuvo ahí para mí. Por eso terminamos. Me entristecían el paso del tiempo y la soledad. Tras postergarlo demasiado, medité. Sentí la ola de emociones aglutinarse en mi pecho y en mi cabeza se formaron palabras. Quería vomitarlas. Tantas ganas tenía de sacármelas de encima que me llegaron las náuseas. Me pregunté cuánto tiempo llevaba realmente en cuarentena. ¿Qué es la cuarentena sino límites y prohibiciones? Para protegernos. Yo me protegía del fracaso y de la decepción. De la frustración. Llevaba meses bien encerradita en mi zona de confort, haciendo lo mínimo indispensable, perdiendo la consciencia entre el catálogo 49
de Netflix y los entregables que pagaban la renta. ¿Qué tanto cambiaba mi vida de veras? ¿Qué tanto desperdiciaba mi libertad? No me asustaba la pandemia, sino su fin. ¿Y si después de todo, todo seguía igual?
«Aceptación» o Semana Tres Cumplidos quedaban los 15 días de aislamiento y tomé mis cosas, lista para refugiarme en casa de mis padres. Es extraña mi relación con mis padres; después de todo, hace 5 años que no vivo con ellos. La que alguna vez fue mi recámara es ahora un curioso alebrije, producto de la cruza entre una bodega, un gimnasio, un closet, y un estudio. Me mentalicé para limpiarlo y ordenarlo, como cada que visito. Recientemente, adoptaron un perro, la criatura más maleducada que existe y obsesionada conmigo. Me preparé también para lidiar con él. Tomé un taxi para llegar hasta aquí. El conductor se quejó de la enfermedad y la puso en duda. Dijo que los estaban matando de hambre, que llevaba días ganando 100 o 150 pesos, que así no se podía. Era grosero conmigo y con el volante. Agradecí llegar a la puerta de mi fraccionamiento y le di una cantidad de más al pagar el pasaje, buscando remediar mi privilegio. 50
Pasé los primeros días en casa platicando de Europa y enseñando fotografías; a mis padres y a mi abuela, que vive cruzando la calle. Me invitó a nadar a casa y le dediqué el domingo. Salí pronto del agua a pesar del calor de la primavera. Era extraño, casi incómodo, estar de vuelta por tiempo indefinido. Mis padres me ofrecieron regresarme a vivir con ellos unos meses, en lo que todo mejoraba. Mudarme ahora y buscar otro departamento cuando todo esto se quede atrás. Pensé en el dinero que me ahorraría, pero prefiero perder dinero que libertad. Cada vez que vuelvo me extraña cómo las cosas no cambian. Los rosales siguen dando flores y mi abuela aún se emociona cuando ve un colibrí. La casa de mis padres tiene un jardín desde el cual escribo este texto. Viviendo aquí, jamás le hice mucho caso. Me parecía feo y chiquito; sin embargo, mi primer lunes de visita me decidí a limpiarlo. Comencé por las hojas de palma secas que le restaban verdor al césped. Recogí los retazos de trapos y peluches viejos que mis perros habían botado por ahí. Recorté la planta de la esquina y sacudí los muebles de mimbre. Tomé las cajas de madera que mi madre compró en el mercado y las acomodé para formar una mesa bajo el árbol que plantó mi abuelo. Tomé otras más y formé el sillón donde, de 51
vez en cuando, tomamos el sol. Sacamos cojines nuevos y viejos para hacer mis creaciones mucho más cómodas. Desde aquí escribo este texto, pero desde aquí también trabajo, dibujo, y leo, de lunes a viernes, de once de la mañana a cinco, seis, o siete de la tarde, dependiendo de cuánto tarden los mosquitos en comerme las piernas. Por alguna razón que no comprendo, aquí me ha sido más fácil seguir una rutina. Me levanto poco antes de las nueve y escucho el podcast matutino de la BBC mientras reviso mis correos. Me saco la pijama y me pongo un short y una blusa de algodón. Nada muy elaborado ni que me cubra demasiado. Este calor no está hecho para los pantalones de mezclilla ni los suéteres ligeros. Cuando bajo al comedor, mi padre ya tiene listo un jugo fresco de frutas. En la cabecera, mi madre teclea furiosamente con sus lentes de montura roja. Ella comienza a trabajar desde las ocho. Me preparo algo de comer y me siento junto a ella, respondiendo solicitudes y acariciando al perro. Lavo mis platos y salgo al jardín. Lo riego. Le aviento la pelota a las mascotas. Comemos a las dos, a veces a las tres; cuando hay mu-
cho trabajo, hasta las cuatro. Comemos todos juntos, incluida mi hermana, que pasa la mayor parte del día en su habitación. «Al menos estamos conviviendo. Hacía 52
mucho tiempo que no convivíamos tanto. Ni siquiera en Navidad», afirma mi madre un día sí y otro también, con una extraña sonrisa que se mece entre satisfacción y nostalgia. Limpio la cocina y regreso a trabajar. Entro y escucho el informe de gobierno. Veo series hasta quedarme dormida. Los fines de semana son lo más difícil. El pasado, lo fue. De lunes a viernes mi madre entiende que tengo mis tiempos y espacios. El trabajo es importante. El trabajo paga la renta y pone comida en la mesa. De ese trabajo le doy dinero para la despensa, dejando en claro que no soy ninguna carga. Acordamos también una cuota de servicios que me parece suficiente. El fin de semana, sin embargo, se aburre. Y quiere que yo la entretenga. A veces estoy de humor, pero otras tantas extraño vivir sin vigilancia, sin que me dirija una mirada reprobatoria por leer o ver una serie en vez de «hacer algo de provecho», como crear un emporio en línea o buscar estrategias de negocio para volver a mi padre un magnate. Sé que no puedo cambiarla, como no puedo curar la pandemia, así que los acepto y sigo adelante. Lo bueno de esta vida es que no sabe cómo quedarse quieta y de un día para otro, cambia.
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«Aprendizaje» o Semana Cinco Necesito ordenar el caos, así que me obsesiono con los números, con las primeras, las segundas, y las terceras veces; con los días de la semana. Horneo, limpio, y hablo con mis amigas. Cómo extraño verlas por un café, para cenar. Cómo extraño caminar por el parque o hacer las compras sin tapabocas ni gel antibacterial. Tengo tantas ganas de conocer a un hombre que no me acaricie a través de una pantalla. Intento catalogar mi experiencia por fases, por etapas de duelo, pero entre más escribo más me doy cuenta de que esto no es otra cosa que una necedad mía. Puedo monitorear mis emociones, pero no controlarlas. Por más que busco no encuentro una constante. Hay mañanas en que despierto con la claridad de una iluminada solo para emberrincharme por la tarde y resignarme por la noche. Una amiga de mi madre cercana a un funcionario de gobierno acaba de confirmarle que la contingencia en México se extenderá hasta principios de junio. Qué difícil me ha sido escribir este texto; qué difícil es contar una historia que aún no tiene un final; hasta para mí, que cada que conozco a un hombre, me imagino cómo vamos a terminar. 54
Alexandra Vega-Rivera nació en Bogotá, Colombia, en 1984, y pasó su confinamiento en Buenos Aires, Argentina
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Se me juntaron dos realidades que me atraviesan fuerte y tengo que tener la suficiente lucidez para encararlas: por un lado, una pandemia que obliga a la humanidad entera al confinamiento en sus hogares; y, por otro lado, una reciente mudanza a un nuevo departamento que no conozco y no me conoce, pero con el que nos toca obligatoriamente conocernos. Reconozco mis nervios cuando las personas respiran tranquilas pensando que será en sus hogares en donde pasarán estos días. Siento un bombo en el pecho porque para mí, lejos de que sea ese lugar, tan solo es un espacio con cajas, libros, valijas y una cama que todavía huele a fábrica atravesada en la mitad. La consigna es quedarse en casa, ¿cuál casa? ¿Acaso es esta? ¿Acaso queda en ese otro país? ¿O en aquel otro? ¿Acaso tengo un país en el que no me sienta ajena? Tengo mucho trabajo por delante para que este cubo de paredes blancas en el que ahora vivo a cambio de una suma de dinero mensual se convierta en mi hogar. ... 56
No tengo idea, ni siquiera imaginario posible de a dónde irá a parar todo esto. Sin embargo, sí tengo una fuerte certeza y convicción: qué lindo estar viva en este momento de la Historia, ser testiga y dejar registro de todo esto. ... El mundo se cae a pedazos, o no. Cumplí treinta y seis años hace quince días en medio de lo que parecía el aviso del apocalipsis. Nunca he celebrado mi cumpleaños. No tengo idea de cómo hacerlo, este año casi lo celebro, nunca me había acercado tanto a la aterradora idea del festejo propio y justo sucede lo que nunca: estalla una pandemia que amenaza de muerte a la humanidad entera. No sé si reír o llorar, en realidad lloro, pero de la risa, me parece ridículo vincular mi aproximación al inédito festejo cumpleañero con este mundo distópico. Pocas cosas son tan soberbias como considerarse tan poderoso como para cambiar el rumbo de las cosas hasta tal punto que salgan mal. ... Pienso en todo esto y me produce algo de morbo y satisfacción ser consciente de que no tiene mucho sentido derrochar ilusiones en planificar. Pienso en mi 57
hermano, ahora mismo en Madrid, en medio de una realidad fría y cruda, y me siento feliz y orgullosa de nosotros dos y de que estemos atravesando este presente sin hijos. Somos conscientes de esa decisión. En mi vida he cometido y seguiré cometiendo cualquier estupidez, salvo la de la maternidad por default. ... Me desperté pensando en las intensas polémicas durante años ante mi postura, defensa y pedido de que como especie nos extingamos pronto. En realidad, ha sido uno de mis deseos más intensos con el pasar del tiempo, y ahora que sucede todo esto no puedo evitar volver a ello. Me he preguntado si lo sigo deseando y, honestamente, la respuesta es: sí, profundamente. ... Tan inesperado y sugestivo Tan indómito y sospechoso Tan doloroso y transformador Tan de todo Y su poder no radica en su existencia sino en que no necesita absolutamente nada de nosotros Tanto tiene que en un instante nos deja sin nada 58
... Debo reconocer que me agrada mucho este estado de vulnerabilidad y sobre todo saber que absolutamente toda la humanidad lo transita; es que lo pienso, y me repito que el guionista de esta historia se fue de mambo con las drogas. Parece mentira que todo el planeta al mismo tiempo esté pasando por esto. Es como un orgasmo esto de entender que estamos todas las personas al mismo tiempo habitando nuestra fragilidad y vulnerabilidad. No hace falta aclarar nada, no hace falta poner en contexto de nada absolutamente a nadie. El destino ha tomado el timón, y está perfecto que así sea. ... Por primera vez en mi vida siento que hago parte de esta sociedad vulnerable, o que esta sociedad vulnerable hace parte de mí. Me dan ganas en este momento de salir al mundo, por las calles vacías del barrio, de cualquier barrio con un megáfono en mano y gritar, preguntándole al vecindario: ¿Ven cómo se siente? ¡Vulnerables! ¡Frágiles! ¿Tienen miedo? ¡Esto que sienten ahora es lo que siento yo todos los días de mi vida desde que tengo uso de razón! ¡Imagínense esta sensación siempre! ¡24/7! 59
Ay, qué alivio que me produce repetir esa escena en mi mente. ... Ilusos, se pensaban que la amenaza vendría en ostentosas naves espaciales de las que bajarían seres con anatomías tan iguales a las nuestras, que de tan parecidas pasarían a catalogarlos como especímenes. Ja. Incautos. Linda piña al ego nos está dando esta gripita, catarro, resfriado. Me pregunto ¿Cuántos respiradores se estarían pudiendo fabricar con los millones invertidos en ciencia ficción y miedo? ... Tengo muchas ganas de madrugar y al mismo tiempo de dormir sin despertador, metáfora perfecta de este momento de contradicción en el que querer y necesitar no llegan a ningún acuerdo ni conciliación. Con Mauro hablamos mucho analizando esta situación. El último mes de mi vida lo viví en su departamento porque las imponderables de la vida cotidiana no me
permitieron mudarme a este, y para sorpresa de ambos la convivencia esas semanas se nos dio muy bien. Pero hoy hablamos de lo importante, nuestra decisión de vivir este momento separados cada uno en su casa. Pues 60
nos ha parecido que sí, que hicimos lo mejor. Nunca he podido explicar la extraña forma que tenemos él y yo de amar, debe ser porque somos dos personas extrañas. Mi madre siempre me dice que el nivel de compatibilidad que ve en nosotros dos es tanto que le sorprende. Quién sabe cuánto se alargue esto, no estamos lejos, ahora que lo pienso el trazado entre su casa y la mía es poderosamente porteño: entre el Abasto y Boedo. Y aunque hubiéramos decidido pasar este confinamiento juntos, yo sé que al cabo de algunos días, al margen del amor, nos hubiéramos sentido incómodos sin estar cada uno en medio de sus cosas, sus pensamientos, sus libros y sus silencios. Él también sabe lo mismo. Y aunque no me preocupa, me cuesta distinguir si es mala suerte o una gran fortuna amar a una persona que también ame profundamente estar sola. ... La nevera está llena. En efecto, llené la nevera, y no es intrascendente escribirlo en este cuaderno. No, de ninguna manera, es sumamente importante, el mundo
se ha convertido en un lugar complicado, hay gente que no puede comer y yo soy consciente de que siempre conviviré con el recuerdo de las noches en las que me acosté a dormir con mucha hambre, sola, lejos de casa y 61
sin un solo peso. El hambre ¡la puta madre! Qué sensación tan aleccionadora en esta vida, desde mis entrañas puedo decir que no se la deseo a nadie, y que respeto profundamente a cualquier persona que también haya tenido que vivirla. Vuelvo vez tras vez a la cocina, y la abro cada tanto solo para corroborar que los días que vienen serán duros pero que ella está ahí, en su lugar, y llena. La nevera está llena. ... No tengo deseo más grande que este, el que no puedo resignar y ante el cual ya no puedo parar, mi deseo, mi ser, es como esta pandemia, avanza sin que nada pueda detenerla. El mundo cae, y si yo caigo también, por lo menos estaré segura y tranquila de que desde hace varios años mi biografía tuvo su propia pandemia y transformé el rumbo de todas las cosas para ir en función de lo que me latía en el cuerpo y en el corazón. Creo que nunca deseé algo tan honesta y tan sinceramente, creo que es lo que más me moviliza. Estoy segura de que este deseo es lo que me mantiene con vida. ... Hoy la pasé bárbaro conmigo misma y la hermosa sensación de ser completa y absoluta dueña de mi liber62
tad y autonomía. Hoy lloré pensando en mi familia: mi madre y mi hermano. Y descubrí que hay algo a lo que sí le temo: no volver a verlos nunca más. ... Me desvelé anoche y me desperté temprano hoy, por lo menos lo más temprano posible a juzgar por mi trasnochada. No quiero que caiga sobre mí el avance de la persecución de la productividad, que es mucho más mortífero que el de la muerte por coronavirus. No puedo creer que este sea mi primer pensamiento del día. Activo ahora mismo para no perder el envión y lo hago escribiendo, que es la única manera que tengo de hacer las cosas realidad. ... Solo tengo ganas de salir de acá, mover el orto, irme de fiesta con mis amigas, tomarme todo el vino, volver a casa caminando, cagándonos de risa, comprar birra en lata por Avenida Corrientes y a cualquier hora, bajonear porción de muzza en Pin Pun. ... ¿Qué elegir de cara a un inminente encierro? Me pregunté durante días por qué tanta gente necesitó 63
acopiar papel higiénico y, aunque no lo entiendo, no lo juzgo. Yo conseguí una cantidad impresionante de cilantro, y al ser algo exótico para la dieta argentina probablemente yo sea la persona con más cilantro de mi barrio. A mucha gente la hace sentir segura el papel higiénico, a mí me hace sentir segura el olor de la cocina de mi madre los domingos, el cilantro atravesando todos los sentidos, esperando ansiosa con mi hermano sus manjares. En mi familia somos tres, en tres capitales distintas de tres países distintos: los tres en cuarentena. Extrañándonos fuerte y esperando el momento mágico en el que el amor huele a cilantro y toma la forma de un plato. ... Soñé con S, después de tantos años volví a soñar con S. Y el silencio del encierro no me deja escapar de ello, es que no tengo a dónde ir ni cómo entretener ese pensamiento, soñé con S y no me queda otra alternativa que esta, hacerme cargo y escribirlo. La rabia se ha ido, la esquirla siempre estará ahí.
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Una esquirla de nuestro recuerdo compartido se quedó incrustada en mi piel. Decidí que no voy a intentar sacarla, en ese intento he llegado a infectar la herida. Él es como una especie endémica que hizo hábitat en mi cuerpo y en mi biografía. ... Me encontré aquella foto que me sacó F en uno de nuestros viajes al Tayrona. Me sorprendió mucho verme en ella, hace más de una década, con el cuerpo desprovisto de tatuajes y cuando creía que amar consistía en decir a todo que sí. ... Hoy lloré Hoy menstrué Hoy recordé Hoy revisé el pasado y aunque todo eso fue mío y me reconocí en él, ya no hace parte de mí Fue como volver al dormitorio de mi adolescencia, todo tan yo y al mismo tiempo tan ajeno
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Aunque de todo eso ya nada me represente y nada me pertenezca Solo una cosa permanece intacta, real y sosegada: la necesidad vital por escribir. ... Menstruar en cuarentena está precioso. Usé todas mis toallitas de tela. Este ciclo, por fin, la copita descansó. Amé durante este sangrado estar confinada, tomarme el tiempo que siempre le quiero dedicar a sangrar. Volví a dibujar con mi sangre caliente y a regar las plantas con mi luna. Quiero oler mi planta de lavanda en unos días y olerme a mí en ella. No recuerdo cuándo fue la última vez que menstrué tranquila en su totalidad, pero sí recuerdo la cantidad de veces que lo hice viajando en el subte, caminando por la ciudad y andando de aquí para allá mientras sentía ese aluvión caliente dentro de mí, cerraba los ojos y anhelaba esto que he podido este marzo: estar quieta, sola, en casa y menstruar. ... Son las nueve de la noche, lo sé por lo aplausos. Mientras mi vecindario entero aplaude yo escribo esto, son como mi música de fondo para hacerlo. No aplaudí ayer, no aplaudo hoy y tampoco aplaudiré mañana. Y 66
aunque es un gesto que me emociona profundamente, no lo voy a hacer. Me produce respeto y ternura, pero también me sorprende. En estas noches que llevan haciéndolo no paro de pensar en la ingenuidad y en las acciones que se llevan a cabo ciegamente y en medio de la emoción. Cada noche que sucede me alegran, pero también me hacen pensar que probablemente un gran porcentaje de la población ha creído que, en efecto, era una gripe, y no un virus pandémico y mortal que puede llegar a confinarnos por tiempo indefinido, o no. Y acto seguido me pregunto si es que acaso nunca se habrán enamorado, estallan los aplausos ahora y hay un fervor con (preocupantes para mí) pincelazos de nacionalismo, y es que creen que esto dura poco, de vuelta, acaso ¿nunca se han enamorado? Esto es una pandemia y puede llevarnos mucho más de lo imaginado, esto empezó hace poco, pero me pregunto si seguirán aplaudiendo y sobre todo con esa emoción, dentro de un mes. Honestamente no lo creo. Si esto se alarga, irá disminuyendo, cada vez un balcón menos y así, hasta que solo sean dos manos haciéndolo. Entonces quizá sí, nunca se enamoraron, porque aparentemente no sabían— y nadie les avisó— que siempre la mayor dificultad no radica en hacer sino, en sostener. 67
... En honor a una de mis manías de antropóloga, que es la de andar encontrando explicación a lo inexplicable, reconozco que una de las cosas positivas de todo esto es que por fin he podido categorizar lo que fue tu paso por mi vida. Hoy puedo denominarlo y asegurar lo que fue: un hecho pandémico. Inesperado, avasallante, irrefrenable, inviable contenerlo, tiempo perdido tratar de explicarlo y, sobre todo, imposible evitarlo. Desenmascaraste todos mis miedos y falencias, acabaste con una buena cantidad de mis soldados. Me hiciste replantear entera toda mi vida, desde mi trabajo hasta mi comida. Era imposible verte y tocarte. Me hiciste contar días en el calendario y tomar muchas copas de vino sola, repitiendo la escena en la que los días se convertían en noches. Cambiaste mis planes y diste vuelta mi rutina. Aunque tratara de fingir que no pasaba nada, tu presencia, que de leve era pesada, estaba en todo lo que me rodeaba. Hablaba de vos con mi madre y mis amigas, hablaba de vos sola y aunque fuera cebar mates no hubo nada que estuviera indemne de tu nombre. No me quedó otra alternativa que recluirme y esperar a que pasaran los días. Me hiciste escribir mucho, llorar, reírme a carcajadas, enojarme, seguir escribiendo y 68
pasar ese crudo invierno de la distancia, hasta aceptar que absolutamente nada podía hacer, que me tenía que acomodar a la transformación de mi vida después de tu aparición en ella, y aunque no pudiera tenerte, tuve que admitir que nunca nada sería como antes. ... Me gusta la agudeza que toma la mirada tras los días de encierro que cada vez se alargan más. No poder salir de casa me gusta, me gusta esta casa y yo le gusto a ella. No nos ha quedado más alternativa que volvernos confidentes, ya ha sido refugio de mis ideas y de mi llanto. Es más que una casa, es una cueva, la mía. He ido descubriendo pequeños detalles en ella y creo que cada vez que eso sucede ella me está hablando, como quien va construyendo confianza y empieza a contar lo íntimo, que es, a fin de cuentas, lo verdaderamente importante. Yo necesito que mi cueva me refugie y mi cueva necesita refugiarme. En una esquina de la cocina le he colgado una plantita que le queda preciosa, y ella, en respuesta, me hizo descubrir un rayito de sol que después del medio día se mete atrevidamente por la ventanita de la cocina. Desde entonces siempre almuerzo con él. 69
... Esta mañana tuve deseos y hasta ensoñé, de grande, ser abuela. Es que todo esto que está sucediendo me llevó a pensar y a imaginar —en caso de sobrevivir— cómo podría llegar a habitar el recuerdo de este momento en mi vejez y, al imaginarme, tuve muchas ganas de tener nietas y nietos y de volverlos locos contándoles las anécdotas de este momento. Luego reflexioné que para ello sería necesario antes tener hijos; y agradecí fuerte que ya tengo sobrinos. ... Hoy crucé la puerta de mi departamento después de quince días de un absoluto encierro. Cuando volví a casa tuve miedo al comprender que para morir solo hay que estar viva, y que las veces que estuve cerca de morir siempre tuve cerca a mi familia. Pero ahora no. Temblé. Considerar enfermar como una posibilidad ya no hace parte de la ficción, morir tampoco (aunque nunca ha sido eso, por lo menos para mí). Cada tanto tiempo la muerte se acerca y empieza a rondar como gata en celo, la conozco desde que tengo recuerdos, nos miramos de frente, sabemos que entre ella y yo no hay miedo pero sí un profundo respeto, aunque no estemos en igualdad de condiciones porque ella tiene más poder. Pensar en 70
los términos prácticos de morir se hace muy real cuando se está sola y lejos. He empezado a hacer un listado de cosas al respecto y un documento con instrucciones de qué hacer en caso de que enferme y no me recupere. Lo único que me parte el alma y no me deja seguir escribiendo es saber que ahora mismo no hay aeropuertos abiertos, no tendría posibilidad en este contexto de volver a casa, darle un beso en la frente a mi madre y morir en medio de mis montañas. ... Llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, hacer café; llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, dejar enfriar el café; llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, mirarme en el espejo llorar; llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, reconocer mi rostro hinchado e inundado; llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, recalentar el café que se ha enfriado; llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, dejar que el olor del café inunde mi casa y traiga de vuelta a Colombia conmigo. Llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, llorar, rendirme; llorar, llorar, llorar, llorar, dormir. ... 71
Hoy pensé en que son diezmiles de personas las que han muerto y seguirán muriendo sin haber recibido un beso y un abrazo. Más fría que la muerte es la ausencia del contacto. Más dolorosa que la ausencia es partir sin un ritual de despedida. Hoy la tristeza me visitó. Se desgasta la humanidad pensando en lo único que no puede cambiar: la muerte. Debería concentrarse en cómo nos encuentra cuando llega. La muerte anda rondando y, como un profundo acto de resistencia, una zanahoria está naciendo en mi cocina. ... Aunque sobrevivamos a esta pandemia todos hemos muerto en algún punto. Para todas las personas, algo adentro nuestro, ha muerto. La humanidad entera es el Arcano XIII, aquel que no tiene nombre porque no cabe en ninguna definición. Esto no es un cambio, esto es mucho más que eso: es una transformación 72
Amor del Carmen Estrella nació en San Luis de la Paz, México, en 1994 , y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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El sol secaba paciente la ropa colgada en los tendederos, desde la azotea todo parecía tranquilo, silencioso. Una corriente de aire pasó para ayudar con la tarea al calor mientras yo videollamaba con E, mi cómplice y rescatista de encierros físicos y mentales. No recuerdo cuántos días llevo aquí dentro porque afuera todo parece igual. Recordé la frase de Miyamoto Muzashi: piensa ligeramente en ti y profundamente en el mundo, y de inmediato complementé mi primer pensamiento; todo parece igual, sí, pero sé que ha cambiado. Aquí sigue sonando la música de banda los fines de semana y las mujeres venden los nopales que recolectan del cerro en los mercados, pero en esta casa todos hemos tenido oportunidad de reflexionar y actuar sobre nosotros mismos. Por otro lado, las noticias dicen «México» y yo solo pienso en esta ciudad que no parece tan ciudad pero tampoco tan pueblo, y que geográficamente parece colocado en las entrañas profundas (pero no tanto) del país. Este ha sido un lugar donde predominan los «no tanto», tal vez por eso gran parte de las vidas se 74
definen en el «casi». Aunque siempre hay un médico cerca, por ejemplo, no hay especialidades médicas al alcance. Desde la azotea el único ruido que se escucha es el viento y los perros de las casas vecinas, el camión con los cilindros de gas y su música promocional, la música regional y los gritos de compadrazgo entre algunos vecinos, pero sabemos que hay más ruido en lo que no se oye. O mejor dicho: cada quien decide qué trozo del mundo escuchar.
I El mensaje del mediodía del alcalde fue claro: daban por iniciadas las medidas de resguardo. Se anunció en Facebook, que es el canal de mayor acceso a los habitantes. En la oficina ya habíamos imaginado una situación similar, el rumor decía que iríamos dos o tres por día, pero la nueva instrucción indicaba que solo iría la Titular. En realidad, el mensaje, más que anunciar medidas de resguardo, era para aclarar que se anunció un caso positivo de contagio y desmentir un mensaje que circulaba por WhatsApp con el nombre del supuesto.
Minutos antes de que iniciara la transmisión oficial revisé uno de los chats de mi WhatsApp. El mensaje 75
daba el nombre de la persona infectada, alguien tenía la certeza de quién era el caso positivo que se anunció hace menos de una hora en la página oficial y las personas allegadas a la persona confirmada lo fueron informando casi sin querer y por eso llegó a mis ojos el nombre. Ese número significa cosas distintas de acuerdo al lugar en el que esté; probablemente en una ciudad-ciudad solo sea un número, pero aquí los secretos no son tan secretos, aquí siempre eres alguien. Cuando llegó la hora de salida caminé de regreso a casa, bajé las escaleras y atravesé el piso de pórfido de la alameda. Los fresnos y eucaliptos me trajeron una calma que hace poco descubrí. Llegué a casa y casi sin pensar terminé de vivir el día. Supongo que mañana sabré qué hacer. Hoy es jueves y no sé qué sentir además de confusión y aturdimiento.
II Se comienzan a distinguir la diversidad de pensa-
miento y acción de las personas que habitamos este lugar: los que paran, los que no pueden, y los que podrían parar pero no quieren. Yo estoy en el último grupo. Y si le añadimos subgrupos dentro de él entonces están los 76
que no paran para poder terminar pendientes y los que no paran por asuntos que no son precisamente laborales. Soy del primer grupo. Me declaro amante del desasosiego, pero espero que sea una aventura tormentosa y fugaz. Decidí terminar algunos asuntos en la oficina. Probablemente no debería hacerlo si ya se anunció un caso confirmado, pero no podemos parar. No todos podemos parar, al menos yo sí casi toda la semana, pero algunos de mis compañeros no: siempre hay perros y gatos heridos o abandonados, siempre hay una persona quitando vegetación de su terreno para construir una casa, no quedamos exentos de incendios, fugas de agua y vecinos con conflictos. Todo indica que el cierre será fantasmal e intermitente. En esta oficina no hay cierre total. Afuera nada parece tan urgente, los locales de comida y las tiendas de abarrotes no han cerrado porque así se les indicó. Se dieron a conocer empresas de envíos y mandados. Espero que varios se puedan adaptar.
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III Siempre hay perros y gatos heridos. N era una de ellas. La adoptamos hace año y medio. Hace días supe que cuando la encontraron, aún cachorra no podía caminar. A N le inventamos una filosofía alegre y ligera de la que aprendimos, pero esa filosofía no le ayudó en la desnutrición y fallo renal que tenía desde que la encontraron herida en la calle por la noche. Ella murió teniendo los medios para hacerlo sin dolor. Preferiría que todos los nefrópatas y desnutridos que son población de riesgo tuvieran esa opción como última esperanza, desde luego preferiría que no tuvieran que partir si no es su momento. R es de esta familia y es nefrópata, probablemente fue a quien más le dolió el proceso de la partida de N. Me recargué sobre N mientras le acariciaba su cabeza para que se fuera en paz. Ojalá todos pudiéramos morir mientras alguien nos abraza para irnos en paz. Vas a estar mejor a donde vayas, N, te fuiste porque ya no te quedaba más por hacer. Me toca superarte, al menos tendré tiempo. Aquí no hay especialidades médicas y al parecer tampoco veterinarias. El camino de regreso de la clínica donde murió N fue largo y menos silencioso de lo que esperaba. En la entrada nos esperaban un par 78
de uniformados con gel desinfectante y una serie de recomendaciones escritas y verbales. No sé si haya presupuesto o personal para que lo sigan haciendo todos estos días, pero al menos se correrá la voz. Ya está sucediendo. Cada vez parece más urgente.
IV En la transmisión oficial nacional que S ve todos los días había una mesa llena de señores trajeados. A veces me siento muy ajena a ellos, aunque haya miembros en esta familia que quieran pertenecer a una de esas mesas, incluyéndome (a veces). Entiendo sus palabras (porque tuve los medios para obtener la educación con la que puedo entenderlas) pero sé que a mucha gente aquí no le interesan porque están pensando en cómo sobrevivir al siguiente día. Entonces solo tengo una pregunta: ¿Que no estábamos ya en emergencia sanitaria?
V Mi cuarentena-encierro comenzó oficialmente el 31 de marzo. Martes. Me despertó el sonido de los pájaros porque el vecino dejó de tener gallos hace algunos años. 79
Tengo cosas por hacer, pero no quisiera, no todavía, sé que tengo el lujo de elegir, y que puedo sentarme a escribir en vez de utilizar mis extremidades e intercambiar mi sudor y quemaduras de sol a cambio de dinero, como la mayoría de las personas lo hacen aquí. La respuesta gubernamental no me parece lenta, pero las noticias indican que tal vez sí hubo un retraso general de las acciones preventivas. Quizá solo estoy acostumbrada a este ritmo, aquí siempre me ha parecido más lento, se siente más como caminar en vez de utilizar el transporte público. Mi pensamiento cree que este ritmo también es el de las pandemias.
VI Inicié abril con trabajo de oficina en casa. Mentiría si dijera que desperté temprano a trabajar. Parece descanso, pero solo resuena en mi cabeza que no podemos parar y yo no sé por dónde empezar. Estoy entendiendo que mi trabajo no es indispensable, desde el 19 de septiembre de 2017 sé que quiero aprender un oficio además de la costura, y ni siquiera he practicado tanto la costura. Quienes se encargan del mantenimiento de la red de agua potable sí tienen un trabajo indispensa80
ble. Los recolectores de residuos urbanos sí tienen un trabajo indispensable, sin contar al personal de salud, y quienes se dedican a la alimentación y a la muerte. Instalaron tinacos para el lavado de manos en las plazas, junto a los ficus y los cipreses. Al menos ganó las elecciones un alcalde que está preparado para esto, iba a adquirir experiencia después de la crisis de agua potable y la situación del relleno sanitario que es común en cualquier ciudad. Cuando vi las fotos de los tinacos sobre bases hechas por un herrero pensé en cómo las habrán pagado o quién(es) las habrá(n) hecho. Aquí aún es costumbre hacer, mandar hacer o pedir el favor, ya después habrá dinero para pagar el trabajo. (El amor ha adquirido otra forma, es como la justicia del poema de Catalina Pastrana, que cada quien va a ajustarla a como le alcance el intelecto y el corazón. Escucho tu voz a través del auricular mientras percibo con el otro oído el viento entre las hojas de los árboles de las casas vecinas y los pájaros. El amor se ha tornado más paciencia y menos presencia, y ahora solo le caben tres palabras: ya quiero verte.)
VII Todo es más lento aquí, o mejor dicho, lleva su rit81
mo; las biznagas crecen despacio, como las buenas cosas. Las temporadas de las frutas locales son anuales y por algunas semanas, mismas que se recolectan de manera silvestre y alcanza para una buena venta o para una salida familiar o amistosa. El sistema de salud también es lento y a veces no es tan bueno. Entiendo que no es su culpa, que es más una maquinaria que en ocasiones no sabemos cómo le hace para seguir andando. R es de la población más vulnerable y el hospital de su tratamiento semanal está a un par de horas en vehículo. Estamos acostumbrados a viajar para obtener algo que alguien más tendría en cuestión de minutos o pocas horas, a no necesitar tanto, a las temporadas, a las frutas con espinas, a esperar por ellas. ¿Qué esperamos con la cuarentena? ¿El final será dulce como las frutas que tenemos que arrancar de los nopales y garambullos esquivando las espinas? Aunque no creo que sea dulce, estoy segura de que le encontraremos algún sabor. Lo mejor —si es que es mejor— que podemos hacer es retrasar la muerte un tiempo más.
VIII El Subsecretario de Salud está preocupado por las 82
poblaciones rurales y me alegra que lo haya mencionado. Aquí hay cientos y no conciben la pausa de sus actividades, simplemente no existe. Dejando aparte la producción ganadera y agrícola, tampoco puede parar el abasto de agua potable, tampoco se detienen los partos y los enfermos ocasionales. Hoy fui a trabajar a una de esas poblaciones, pequeña, más pequeña que una colonia urbana promedio, revisamos algunos árboles y magueyes y regresamos en una camioneta de un habitante del lugar que nos preguntó por «la enfermedad», C respondió lo que ambas sabíamos y el conductor del vehículo aseguró que ellos solo saben que no pueden salir de allí, pero que no les importa mucho porque «no tienen necesidad», que «es peor tener miedo y andar en el celular todo el día». Vine a trabajar a un lugar en donde el hospital más cercano está a menos de una hora por carretera. Pienso en las personas que miden estas distancias en días. Hoy supe algo. Para algún metropolita puedo pasar por inocente, pero eso me tiene sin cuidado. Sé que para alguien del campo, para uno de esos señores que siempre usan sombrero y tienen la piel del rostro dura y con arrugas profundas, o para esas señoras que se levantan al canto del gallo a buscar el desayuno, para esas personas 83
que se arriesgan a perder su comida con cada temporal, también soy una ingenua y eso sí me tiene con cuidado. Me gustaría que los señores y señoras expertos en datos vengan a estos lugares a responder preguntas, aunque a veces sienta que entre menos los (nos) vean, más a salvo estaremos, y que esos señores y señoras están mejor allá, interpretando datos, y que los que tenemos Facebook y lo usamos a diario, somos los que menos sabemos.
IX El atardecer en el semidesierto que puedo ver desde la azotea es mágico aun cuando hay un letrero de una de las pocas tiendas departamentales interrumpiendo en el horizonte. Sé que soy afortunada por habitar una casa con algo que puedo llamar terraza, que es más bien un espacio para colgar la ropa al sol. Sé que soy afortunada de poder ver el jardín de macetas de G en casa y poder sentir la tranquilidad de O mientras hace su trabajo, lee algún libro, toma una clase virtual o hace ejercicio para mantener la disciplina.
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X (He decidido dejar de ponerle peso a mi vida. Los sueños extraños son el pan de cada día en esta situación y soy una más a quien le suceden. Uno de ellos se trató de mí guardando pocas cosas en una maleta y en otro intento moverme entre los cerros acompañándome de una multitud que me tiende sus manos mientras estamos a punto de nadar en aguas cristalinas, un sueño feliz. Siento que es el momento de volver a hacer la maleta que ya había hecho una vez, renunciar a unas cuantas adicciones. Duele. Lloro por lo que me atreví a pedirme hace tiempo y ahora es momento de cumplirme porque hay terreno firme para llevar a cabo esta tarea. Afortunadamente tengo tiempo y espacio.)
XI Hoy tocó ir a un tratamiento más de R. Hace dos días el Subsecretario de Salud comentó la sobreexposición de la población a los productos de alto valor calórico por parte de las empresas, cómo generan obesidad y con ello otras afecciones. En este país puede ocurrir un fallecimiento importante de personas con diabetes y nefrópatas. ¿Cuál es el costo de preferir la economía sobre la salud de las personas? ¿Qué tan bueno es un 85
sistema que ha puesto la productividad como prioridad sobre la salud mental y física individual o la integración familiar y comunitaria? ¿Qué tanto tenemos qué hacer por nuestra salud como sujetos y como comunidad? ¿Cuánta responsabilidad nos toca? Al menos aquí nunca falta el conocido (o conocida) que sabe cómo ayudar, o con qué autoridad acudir. En otros lados es otra historia. La experiencia compartida es la de los camiones de comida y bebida industrializada llegando a los lugares más arrinconados y profundos del país, del Estado, de este municipio.
XII Me gustó poder salir de la oficina por cuestiones del mismo trabajo, misiones rápidas para atender —muchas veces— conflictos vecinales. Después de buscar la calle sin nombre y la casa sin número la encontramos por el olor de los cerdos frente a ella. Dialogamos y surgió la pregunta «¿Saben con quién tenemos que ir para que nos den una despensa?». No es la única familia que la necesita. Aquí hay gente que no puede parar, pero también están los que pararon sin salario y los que aunque no paren, no les alcanza. Respondimos la 86
pregunta y nos retiramos. Confiaré en el engrane y sus giros, y que todos y todas estamos haciendo lo que nos corresponde para que cada vez falte menos tiempo de cuarentena, menos agua y menos comida.
XIII El café hirviendo en la olla inunda la casa con su aroma. Hoy yo tengo la cabeza más clara y el alcalde se nota cada vez más cansado. Los coches pasan con la música norteña como siempre, se escucha el sonido característico del vendedor de tepache en bicicleta como siempre, el rebaño de siempre se alimenta de las hierbas del cauce seco del río, como siempre. Noté el contraste el entrar en mis redes sociales (las cuales también procuro abandonar poco a poco): allí todos parecen preocupados por la manera en que creen que nos están viendo los países blancos europeos, avergonzándonos por cómo juzgan las acciones del gobierno federal. Aquí creo que la gente tiene otras cosas por las cuales avergonzarse, y no conozco muchas, pero sé que una de ellas es no llevar alimento a casa. Creo que estoy aprendiendo a distinguir lo que me incumbe de lo que no, he estado dedicándome a desocupar espacios de mi 87
mente. Tal vez una parte de mí quería este encierro para llegar a un lugar que no sé cómo es ni cómo se siente.
XIV Hoy es Viernes Santo y se anunció el cierre de los accesos a la presa cercana que se usa como abastecedora de agua potable y como centro vacacional. En esta casa se estableció por G un silencio a las tres de la tarde. Se siente una discreta energía mística, tal vez es el Tao o quizá es mi reciente descubrimiento mental de emociones positivas que estaban empolvándose desde hace años y que ahora confundo con esperanza. Me senté frente a la computadora con la intención de escribir y no pude en principio. Recurrí a las canciones de cantautores en español a las que recurro desde hace años. Hay días en donde después de haber esperado tanto, de haber trabajado en mí misma de distintas maneras, pareciera que de pronto ocurre un chispazo que es más un parto, una fruta que ha madurado. Me
recargué en mi mano y sentí la suavidad de mi piel (de la cual me avergüenzo un poco porque significa que no trabajo mucho con mis manos, como me gustaría). Me hago la cuestión más dulce que me hecho en estos días: 88
si estoy frente a la página en blanco sin poder llenarla, mientras estoy encerrada físicamente, entonces ¿cuántos años estuve en espacios (reales o emocionales) en los que me sentí enjaulada? ¿Cuántas veces la vida me salvó al no poder escribir algo en lo que no creía? Y como magia, las preguntas llevaban dentro de sí la respuesta, que no es palabra sino acción. Dejé de pensar, puse mis manos sobre el teclado y mis dedos cobraron vida propia, como si fuera el resultado de un hechizo. Comencé a escribir. No sé mucho de psicología o de historia, pero sé que hay algo más allá del miedo y la incertidumbre; algunos dicen que es amor. Yo ahora solo tengo la certeza de que, aunque así lo haya pensado, nunca estuve sola y que estos días he visto que la familia puede más que el individuo y que la tribu puede más que la familia. Vamos a salir de esto, espero. Espero de esperar y espero de esperanza.
XV El llamado Sábado de Gloria es más bien de silencio, las redes están calladas (al menos más que antes), la 89
tienda de la esquina está cerrada y hay menos gente en la calle. Sigue siendo sábado para quien no ha parado. Por su parte, el personal de seguridad pública se colocó en el acceso de algunas zonas rurales. Una vez más pareciera que se tardaron en tomar la acción, pero a estas alturas ya no lo sé. Solo quiero que funcione, que si nos contagiamos lo hagamos lento (como las buenas cosas), que si nos enfermamos podamos curarnos o irnos sin dolor y mientras nos abrazan. Y la verdad, mi deseo más grande es poder hacer un pacto con la muerte por unos años más. Poder tener la oportunidad de saborear lo suficiente, dice Rozalén. A estas alturas lo único de lo que tengo certeza es de que quiero aprender y abrazar. Quisiera empezar a colectar hierbas para remedios caseros y aprender a leer las miradas para saber qué decirles a sus dueños. Necesitaré paciencia y una mira especial para poder ver la ternura que ahora me es más fácil sentir y que estoy segura que está oculta delicadamente entre las hojas de los mezquites y las espinas de los huizaches, garambullos y nopales.
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XVI Las cifras de fallecidos y contagiados a nivel nacional aumenta, a nivel estatal también, pero menos. Aquí no ha cambiado, más que por un par de casos sospechosos. Ha sido suficiente para que se note más urgencia y compromiso. Aún hay personas que no creen que sea real, que publican teorías de conspiración en grupos públicos de Facebook de compraventa. Se divide el pensamiento entre querer que sea real y no. Se dividen las opiniones entre si son correctas o no las medidas del alcalde, del gobernador, del presidente y de los ciudadanos. El informe diario nacional ha mencionado la salud mental y la situación de violencia y carga doméstica de las mujeres en el país. Es el primer día en que me cuestiono la manera en que funcionará esto aquí. Supe de una mujer en la ciudad vecina que se divorciará porque no conocía a su marido. Por otro lado, yo nunca había tenido la necesidad de estar en una videoconferencia y ahora pienso en la posibilidad de hacerlo. En casa nos repartimos las tareas domésticas y de traslado de R al hospital correspondiente. ¿Cuánto tiempo soportaremos así? Hoy me abruma el pensamiento de tener que soportar algo. Cualquier cosa. Supongo que no queda más que buscar esa dichosa paciencia en las espinas de los cactus. 91
XVII La angustia es cada vez más notoria, es como una tensión en el cuello que comienza a enfocarse en un solo punto y así puedes tratarla con más certeza. Los grupos de Facebook de compra y venta se inundan de productos que deben ser comercializados, las ventas están a la alta y las compras a la baja. Los negocios de comida se niegan a cerrar. ¿Qué hacer en una ciudad que no es tan ciudad? ¿En cuántos lugares estará ocurriendo esto mismo y nunca lo sabremos?
XVIII Hoy fui a trabajar a una comunidad otra vez, no sé qué sentir al tener que revisar un árbol que no le debería pertenecer a nadie. El árbol es de alguien que tenía que salir de viaje ese mismo día. Recordé a Jorge Drexler y su de ningún lado de todo y de todos lados un poco. Este es un lugar de migrantes. El gobierno municipal emitió un comunicado en el que invitaba al confinamiento domiciliario dirigido a quienes regresen de Estados Unidos, y también se encarga de sanitizar los autobuses con salidas y entradas de los paisanos.
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XIX Hoy murió un paisano que estaba en el otro lado y como era de esperarse, comenzaron a conocerse los paisanos que han muerto en otros países. Diría que ojalá así la gente entienda, pero no tengo claro quién tiene que entender qué. ¿Los habitantes de aquí tienen que darse cuenta que deben creer lo que dice el gobierno (que no es novedad que ha mentido)? ¿Gobierno y empresas deben comprender que no podemos vivir sin dinero? ¿Nosotros debemos entender que sí podemos vivir sin dinero? ¿Qué podría entender yo con todo esto? ¿Y mi familia? ¿Y la demás gente que me ha acompañado? Nadie detectará más allá de lo que su mente pueda pensar y su corazón sentir. Empiezo a pensar que si decidí estar en este encierro es porque de cierta manera pienso que debía sentirlo y trabajar no sé qué cosas pero me he sentido bien, no bien-funcional-productivaparaotros, sino bien-bien. Estos días el cielo estrellado le ha dado sentido a todo, aunque no pueda decir exactamente qué significa eso. Hoy los árboles que dividen las parcelas al lado de la carretera se veían más nítidos, pese a que ha habido tierra levantada por el viento, o tal vez solo es algo que quiero ver. Pareciera que dejó de ser un lugar del casi y 93
del no tanto. Ahora pienso que en realidad es que necesitaba un poco de polvo para ver más nítido aquello que necesitaba ver: que en lugar de poner atención al no tanto, podría poner atención al aquí.
XX Los nopales empiezan a sacar flor, pronto será temporada de tunas. Los mezquites y huizaches comienzan a ser amarillos, la curva de personas contagiadas sigue siendo lineal. Las moras (que no son muy de aquí) también sacan sus frutos y se hacen presentes los incendios pequeños en el monte. Las abejas salen a buscar flores en las calles del centro mientras el personal médico sigue haciendo su trabajo con la constancia que lo caracteriza. Las camadas de las perras callejeras aparecen aunque preferiríamos que no hubiera tantos perros callejeros, pero tampoco quisiéramos tener que tomar la decisión de dormirlos (no tolero aún la idea de tener que elegir quién muere). El gobierno municipal publica carteles de cuidado del agua porque no sabemos cuánta tendremos disponible este año. Hay cosas que nacen porque no les queda otra cosa más que eso, como la cooperación, los mangos y la recién calma adquirida por mí. 94
La primavera de este año por alguna razón se siente sutil y a la vez inmensa, con un aire de angustia. Es lo mismo para la pandemia. No sé cuánto dure ninguna de las dos, solo quiero tener tiempo para vivirla muchas veces más y por supuesto que con esto último solo me refiero a la primavera.
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Ani Karen Babojian nació en Maracay, Venezuela, en 1991, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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Un desierto hecho mar
Sábado, 04 de abril Expectativa/ realidad Mucha agenda para el ánimo que tengo hoy, un domingo nublado. Terapia y trabajar el poemario por la mañana, y por la tarde: estar conmigo. Sigo llamando a mis tardes «desierto», no solo por los 34 grados centígrados que hace a pesar de estar el cielo gris, sino porque el silencio, la sed, lo despoblado, me trae esa imagen a la cabeza. Estoy en el sofá de la sala. Papá solía acostarse aquí para leer sus libros de ciencia, geografía y biografías de pintores famosos. Creo que también era su lugar especial porque se sentaba aquí para dibujar y escribir. Estar en el desierto no debe ser fácil, pero creo que es un lugar o un estado de revelaciones, un tiempo de preparación, un tiempo de desnudez. Me imagino en el desierto y justo ahora aparece el miedo. Temo que 97
esto nunca acabe. Cuando digo esto, quiero decir morder cenizas de lo que fue. Reviso WhatsApp antes de seguir en el «desierto». Napo me dice: —…Quiero tormenta. —¿Qué? ¿Te gusta la tormenta? —No todas son malas. Las tormentas te hacen sentir vivo. —…puede que tengas razón (dudo). —Si supieras que vives hasta mañana ¿qué harías? —Llorar y llamar a la gente que más quiero. —¿Sí entiendes lo que te digo? Quedo en silencio… Me acaba de llamar Benjamín. No iba a atender; recordé aquello de no postergar el amor.
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Domingo, 05 de abril Retrato/ Autorretrato Estoy feliz con esta ilustración. Un artista la dibujó observando una foto de mi rostro. Me pareció tan interesante y dulce que decidí escribir lo que sentía al mirar(me). Desde hace meses estoy dando ochocientas vueltas para dar algún paso. A veces, solo salto y me estrello, por supuesto. Ahora que logro respirar profundo, me he dicho: fluye, como las palabras cuando encuentran su cauce sin perder tiempo. Después de un largo tiempo sin escribir me siento insegura. La ilustración tiene una frase estampada en la franela: mais en quelque sorte je suis heureux, en español: pero de alguna manera estoy feliz. Creo que no se equivoca. No canté victoria mientras escribí el texto, siento que es un gran avance después de llevar meses sin poder escribir. Aunque puedo volver al inicio, borrar todo porque no me ha gustado y encontrar la excusa para no hacerlo, pero tengo mi rostro reflejado en el agua y no hay nada más sincero que eso. Me escribo: la de los rulos, la de mirada lacrimosa, 99
la que ha sido faro y también sombra, la de las grietas, pedazos rotos, la que se inventa mosaicos y hace arte, esa que cree en la terquedad de la esperanza, la que llora con los relámpagos, la que no pone en duda que el amor nos sostiene, también soy un ave cuando intento escribir poesía, la que observa, hace silencio, canta en versos. Soy, somos más de lo que vemos y hacemos. Hay algo dentro intocable que aún conserva la transparencia del mar. Llega, derrama(te).
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Lunes, 06 de abril Desierto/ Mar Hoy encontré el mar en el desierto. Maga y Carla están compartiendo sus experiencias sobre el mar y me he quedado con una frase que Carla acaba de decir: «se escribe para volver». Ahora entiendo que a este desierto he entrado desnuda, la poesía me ha arropado, se ha vuelto pozo oasis en este lugar seco, me asomo a él cada vez que tengo sed y me devuelve la vida. Y yo que me hallaba perdida me he encontrado en las palabras, asomando mi cuerpo al agua, 101
viendo mi reflejo temblar… No imaginé que la poesía me iba a visitar en este tiempo que parece deshabitado, así es ella. Llega, como el viento sin avisar. O como la lluvia, que cuando cae hace la tierra fértil. Ella llega y se derrama en tu punto más desnudo. Aunque me cueste mirar las sombras, sé que, si lo hago desde el amor todo será distinto. Veré que hay sombras sí, pero es porque también hay luz. Hoy, sombras y luces se han puesto de acuerdo para mirarme a través de un dibujo y sentirme habitada por la poesía. El mar se me sale por los ojos, así que iré a descansar.
Martes 07 de abril Día 26/23 No sé qué día es hoy. Siempre es domingo en esta ciudad desde que inició la pandemia. Reviso el móvil y el doctor Julio lleva la cuenta en su Instagram. Hoy es
martes, día veintiséis desde que llegó el virus al país y veintitrés de haber iniciado la cuarentena. No suelo llevar secuencia de los días en este tiempo de «encierro»; sí los meses, las estaciones y los lugares donde pensaba 102
estar antes que ocurriera todo esto. Despierto con la sensación de ese viaje planeado, estar en primavera en Ruan, visitar París, comer croissant relleno de chocolate y ponerme dos abrigos por ser ajena al frío. Despierto a la realidad, en estos 37 grados centígrados y haciendo panquecas para el desayuno. Si Napo me volviera a preguntar qué haría si supiera que solo viviré hasta mañana, le respondería: no lo sé, lo que más deseo es ir a abrazar a mi hermana. No importa cuanto tenga que remar por el océano Atlántico para llegar a ella.
Miércoles, 08 de abril Nostalgia/ deseo No tengo precisamente memoria de elefante, hoy mi nostalgia ha llegado sin permiso y los recuerdos me han tejido un abrigo. Estoy en el balcón mirando el cielo. Al apamate solo le quedan unas cuantas flores y los pájaros cantan como si estuviese amaneciendo. Todo segundo es un amanecer.
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Azul enero. Tengo el cielo de febrero, marzo, abril, pero desde que estamos en esta ciudad despoblada ya nada es igual, no somos los mismos. Ni bien ni mal, somos otros. Ojalá un poco más humanos.
Jueves, 09 de abril Descubrir/ dualidad Este desierto se va haciendo cada vez más hogar. He terminado de dibujar este colibrí y entre mis papeles
conseguí una lectura del poeta Ernesto Cardenal sobre los nahuas y la poesía. La dualidad con la que ellos llamaban a la poesía era «flores y cantos» y la utilizaban 104
como camino para conocer y llegar a Dios. Comienzo a identificarme con la dualidad desierto y mar.
Viernes, 10 de abril Verde/ azul Empiezo a extrañar los árboles. Siempre que tengo la oportunidad de estar ante alguno de estos imponentes señores, salgo corriendo a abrazarlos como si fuesen esos entrañables amigos que no vemos desde hace años y de repente aparecen por sorpresa. Recuerdo los viajes a la capital los viernes, dos horas y media de trayecto. Recuerdo ver desde la ventana del bus el cielo y las montañas. Verde y azul se fundían. Ahora desde el balcón solo puedo ver un árbol de ceiba y un apamate. Aquel árbol llamado Mijao se hace presente hoy en mi memoria. Quizá echo de menos contemplarlo después de haber recorrido diez estaciones de metro, recibir unos cuantos empujones en cada parada y no ver otro color sino el gris. La serenidad de ese árbol siempre me esperaba antes de entrar a los talleres de lo que hoy, me calma la sed.
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El semáforo en verde, cruzar la avenida, perderme en el reloj que nunca marca la hora. Quitar las cadenas entreabrir el portón. El silencio se asoma para darme la bienvenida y unas hojas caen para llenarlo.
No pienso ceder al vértigo sin antes mirarte desde abajo. Después de correr me esperas, Mijao.
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Domingo, 12 de abril Feliz cumpleaños, papá Es Pascua. Veo el calendario y ha coincidido con la fecha de tu cumpleaños, papá. Tenía en mente prepararte una torta de chocolate y maní, sé que te encantaban los postres. Este desierto me recuerda que no estás, humanamente. Una vez un médico me preguntó: ¿Crees en la vida eterna? (haciendo referencia al poema los encuentros de un caracol aventurero de Federico García Lorca). No sabía qué responderle en ese momento. A veces me cuesta, le dije, nada más. Tal vez, para ese momento no había tenido la experiencia y la sensación de cuán cerca está mi papá y lo frágil/fuerte que me vuelvo cada vez que pienso en sus palabras. De nuevo acostada en tu sofá, recuerdo con detalle tu forma de reír, tus ojos profundos, tu lectura serena. Cuánto desearía tenerte aquí. Nacerían flores en este desierto y se abriría paso para que inunde el agua este vacío. La muerte es un tema que trato de evitar, inten-
to racionalizarlo y explicar el porqué de su existencia, pero siempre termino sin respuestas y llena de miedo al saber que es algo imparable, es parte de la existencia. Por eso soy esquiva con la muerte. Estos seis años sin ti 107
han sido difíciles. Y hoy, que podría ser un día festivo, el sofá ha empezado a navegar en este desierto. Tu frase la tengo grabada en el pecho: lo más importante es tu felicidad. Y recordé entonces una frase del cuento de Glenn Ringtved, donde la muerte le dice a los niños que están tristes porque su abuelita está muy enferma: Llora, corazón, pero nunca te rompas. Deja que tus lágrimas de dolor y tristeza ayuden a comenzar una nueva vida. Y esa vida es la que se está gestando en este encierro.
No llevo el hilo de los días, pero si me preguntan qué día es hoy diría que hace setenta y siete años nació un artista que dejó un cuadro sin terminar y unos versos rotos que volaron sin ser pronunciados. No he aprendido a echarte de menos y por eso me siento en tu sofá. 108
Los libros aún tienen tu olor, y yo, sigo tomando el de las estrellas para ver si por las noches puedo conseguir a la Osa Mayor, a Cefeo o Draco. No las encuentro. Hay tanto humo. Solo respiro cenizas, vestigios de tu presencia. Tengo tus fotos en el cajón, un Padrenuestro escrito con tu letra y la memoria de un abrigo hecho piel que me arropó cuando tú morías de dolor. Tengo tu risa, miedos, historias, cada una guardada en las pinturas ahora inmóviles en la pared. 109
Se hizo noche mientras escribo, papá, y ahora sé que existes fuera del tiempo.
Lunes, 13 de abril Florecer/ hogar A veces es necesario sentir la arena en los pies, sentir frío debajo del sol, vivir la brisa como si fueses un pájaro que no sabe volar. No pasa nada. Voy viviendo cada vez más serena en esta casa que antes era solo un terreno deshabitado. Ha llegado el mar desde hace días, tengo un pozo donde puedo beber palabras y derramarlas, donde puedo ir con mi desnudez sin temor a perderme de nuevo porque ahora sé que es mi hogar. Me hace florecer y de vez en cuando regar con lágrimas lo que voy descubriendo. ¿Quién disfrutaría el mar si no ha pasado antes por
el desierto? ¿Quién anhelaría el agua si nunca ha tenido sed?
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Arlet Palestina nació en Apizaco, México, en 1994,
y pasó su confinamiento en Tetla de la Solidaridad, México
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De aquí para allá-s, de mí para nosotras.
7 de abril de 2020 Querido diario: Hola, me llamo Arlet y tengo 22 años, mucho gusto. Me explico. No había escrito un diario desde que era una puberta, así que ya perdí el contacto y la práctica. El presente nace con el propósito de hacer algo más que lo que debo hacer en este tiempo de limitaciones en múltiples sentidos. Es un intento de pensarme y desahogarme contigo, y al mismo tiempo, un temeroso esfuerzo de contar, a través de mí, otras vidas, sentires e historias que merecen ser enunciados. Dicho lo anterior, te platico de mis días. Desde que comenzó la cuarentena he pensado mucho. Mis pensamientos se manifiestan como hilos mentales, en lo que constantemente me enredo. A veces se mezclan con mis sentimientos y la cosa se complica 112
más. Desde que comenzó la cuarentena, empecé a reflexionar sobre qué quería hacer. En el país, muchos, que no se ven obligados por distintas condiciones socioeconómicas, andan en la calle. Yo no los voy a llamar «ignorantes», como muchos lo hacen, solo aludo al asunto para decir que pude ser una de ellos. Dos razones hicieron que me autoaislara: querer cuidar de mi familia, y querer cuidar de mi gente. Mi gente, la que todos los días se parte el lomo trabajando para tener qué comer, por lo que no puede quedarse en casa; la que tiene que ir a joderse y no tiene una salud óptima; la que no puede enfermarse, y si lo hace, es probable que muera; a la que le va a pegar más la pinche crisis. Por ello, decidí pasar la cuarentena en casa de mis padres y en el pedazo de vida que todavía tengo aquí. Estoy en el campo, en un pequeño, muy pequeño pueblo, donde la gente es mayoritariamente campesina, obrera y, muchas mujeres hacen trabajos de cuidado y de creación, recreación y mantenimiento del hogar. Al principio los objetos y los lugares me contaban historias, me llevaban al pasado, al terreno de los recuerdos, donde había deseos, sueños e ilusiones, sin embargo, también dudas, problemas, traumas, miedos... El encierro, para mí, desde hace varios años, es sinónimo de 113
tortura, y algo contrario a mi pretendida forma de vivir. Peor aún pensar en que estoy obligada a ello, porque soy una persona que intenta romper y desobedecer lo establecido. Esto ha resultado en que despierte feliz y luego termine deshecha. Siento lejos mi nueva forma de vivir, que ya casi es toda mi vida. Siento lejos mi privacidad e independencia, y cerca las ausencias y la dificultad de volver a convivir con mi familia. A esto se suman los conflictos con un amigo al que quiero mucho, pero con el que había estado discutiendo por chat varios días. Por fortuna, el domingo me rescató; mi familia y yo fuimos al cerro, desayunamos y cortamos nopales. Por un tiempo olvidé la pandemia, las muertes, la miseria y el aislamiento. Luego volví a casa.
8 de abril de 2020 Querido diario: Sabes, no sé si lo mío es un «auténtico» aislamiento, es decir, todos los días mi hermano y yo damos un paseo por mi pequeño pueblo (aproximadamente 6 cuadras de largo y 6 de ancho), la caminata dura entre 30 y 60 minutos. Sin embargo, no conocemos personalmente a muchos en el pueblo, y cuando salimos, parece que 114
viven otra vida, y en otro pueblo, donde no hay cubrebocas, alcohol o gel antibacterial. En general, los límites me ponen mal, ya van dos veces que trato de correr para deshacerme de la idea de ellos. Asimismo, debo decir que cada vez son más constantes la ansiedad y la tristeza. El primer día fatal fue cuando vi lo que ocurría en Ecuador, después siguieron los días cuando más me molestaba y chocaba con mis padres, sentía ganas de irme lejos y olvidarme de ello. El posterior día terrible fue cuando el amigo que te comenté y yo dejamos de hablar definitivamente, y bueno, no era cualquier amigo. Era de esas personas que quieres siempre cerca, siempre en tu vida, y que crees que lo que tienen vale verdaderamente la pena. A continuación, en días más cercanos, entre divagaciones, me he sentido impotente en variadas formas, soy creativa para hacerme daño. Primero, los horarios que no puedo cumplir, luego mi siempre manifiesta soltería, y de ahí, mis problemas para relacionarme afectivamente, mis inseguridades y el «amor romántico», que no logro sacar de mi cabeza. En tercer lugar, las metas y compromisos que no he cumplido, en cuarto, mi creciente dependencia a las redes sociales. Existen mil maneras 115
de hacerte chica frente a todo, de hacer peor lo que ya de por sí es malo. Hoy llegué al límite, quería gritar que ya no soporto los márgenes y que tomaré el transporte público e iré a otro lado. No pasó. ¿Cómo hacer mi vida entre paredes? Debo construir mis aventuras, objetivos y convivencias entre la mesa y la estufa, entre los sillones y mi cama, entre el baño y el jardín; y soy afortunada, aquí hay jardín. Debo ser la mejor compañía para mí misma. P. D.: Tengo que confesar que me sorprende lo rápido que fluyen mis palabras, creo que te necesitaba.
9 de abril de 2020 Muy querido diario: Desde hace un par de años sueño pesadillas todas las noches. Desde que comenzó la cuarentena, sueño que me voy a donde está mi nueva vida, donde estudio, a la Ciudad de México.
Los días y las noches parecen iguales. Pero hoy fue distinto, hoy fui mi mejor compañía. Hoy llegué a creer 116
que de verdad podré con el aislamiento, que soy capaz; dejé atrás los enredos mentales y pensé que merezco paz, paciencia y esperanza. Hoy grabé un video como respuesta a una convocatoria feminista para leer poesía escrita por mujeres. Me sentí tan fuerte, quería expresarme como una mujer, sin estereotipos, y quería que se escuchara mi voz, que conmoviera corazones. En este periodo de cuarentena, me he destapado como el estuche de monerías que solía ser. Mi cuerpo se encuentra limitado, mas mi creatividad vuela. Estoy haciendo cosas para las que, desde mi temprana adultez, «nunca tuve tiempo». Soy tan yo… Aunque luego me desdibuje entre publicaciones, fotos y likes. Ayer, sentí la necesidad de “compartir” en «mis historias» todo lo que hacía, entonces pensé en algunas burlas hacia las personas de mi generación. «Publico, y luego existo». ¿Necesito que me vean? Para afirmarme existente y viva, y si nadie puede verme en persona, ¿debo publicar una foto para que todos sepan que sigo ahí? Hoy también peleé con mis padres. Somos tan dis-
tintos. Mucho de lo que ellos piensan, dicen y hacen, con orgullo lo veo lejano de mí. Sin embargo, a la vez, somos tan iguales. Compartimos rasgos apreciables, pero igual, arrastro algunos de sus problemas, malos 117
hábitos, fallas e inseguridades; es otra forma de estar limitada. A veces, afligida, deseo remarcar la línea entre nosotros. Deseo decir: ¡Somos distintos! ¡No pueden decirme qué ser! ¡No pueden meterse en lo mío!, ¡en mí!... Aunque, con franqueza, igual quisiera estar con ellos cálidamente. En medio de la cuarentena, de la pandemia y el desplome de la vida como la conocemos, estamos pasando, por primera vez, mucho tiempo juntos, uno de mis más grandes anhelos en la niñez. ¡Cuánto me atraviesa!
11 de abril de 2020 Muy querido diario: Ayer fuimos al cerro otra vez. Creo que es la manera de mis padres de intentar algo diferente. Lo que me pasa con el campo es que me llena de fuerzas. El campo es vida y esperanza. Si en mi pueblo no se ven cubrebocas, alcohol o gel antibacterial en las calles, en el cerro no hay contagios ni coronavirus. Un nopal tenía muchas tunas en flor, una víbora tomaba el sol y mis ojos no mira118
ban fronteras. Aquí en el campo, el desasosiego no puede ser tan aterrador como en la ciudad, aquí tenemos maíz. Ayer también pensé en la dificultad de trabajar «en casa» en un contexto así. En mi caso estoy (intentando) cumplir con mi servicio social y cursar unas materias en línea. La verdad, me parece despiadado. ¿Cómo podemos estudiar o trabajar desde casa, a la par que vemos noticias e informes del gobierno, y recibimos mensajes y llamadas terribles? ¿Cómo puedo sentarme a leer sobre el signo lingüístico de Saussure? ¿A quién se le ocurrió algo tan inhumano? El miedo, la tristeza y la incertidumbre flotan en el aire. Desde mi afortunada condición pienso en las mujeres que son madres y que ya tenían una doble jornada de labores. Ahora, tienen el doble trabajo por tiempo completo, madres y empleadas 24 horas al día. Vienen a mi mente las mujeres violentadas por sus familias o parejas; las mujeres que no se pueden sentir de ninguna manera en casa. Y es que, de acuerdo a los estudios feministas, la construcción de nuestro género nos lleva a ser, en general, más empáticas y sensibles, pero los hombres reaccionan con enojo y agresividad frente a lo que los perturba. ¿Será peor un virus que estar exhaustas?, ¿que el maltrato y la constante 119
amenaza de muerte? Parece que no hay escapatoria. Al reflexionar con mayor profundidad, enuncio a las mujeres que salen día a día a las calles con temor e incertidumbre. Ya lo dijeron muchas y muchos (pensadores, analistas y periodistas), la pandemia sí hace distinciones, y son de clase, las encarna. Todo está diseñado para que la vida de unas y unos valga menos que la de otras y otros. Esto me lleva a considerar que poder escribir «diarios del encierro», si bien, no es un privilegio de clase, es casi siempre una ventaja. En otros tiempos los derechos en cuestión son otros; sin embargo, hoy, son el derecho al aislamiento, y por ende, el derecho a la salud, como expresiones del derecho a la vida.
12 de abril de 2020 Mi muy querido diario: Desde el viernes me he ocupado haciendo pendientes del servicio, no obstante, no me siento tan bien. En mi cabeza resuena lo superficiales que pueden ser las
palabras y las interacciones en un medio virtual. ¿Cómo es posible que causen pensamientos y sentimientos? En distintas partes del mundo usan grandes trans120
portes para recoger a los cadáveres y han cavado fosas. Parece que vivimos una guerra, no obstante, no lo es tanto. Hay guerras en las que todos pierden (aunque de forma desigual), como en la pandemia; pero siempre se lucha contra algo que se hace material en cuerpos humanos. Hoy no luchamos contra nadie, a pesar de que hubo quienes contribuyeron a que esto sea tan brutal y atroz, ni buscamos obtener riquezas, territorios, poder. Hoy solo queremos poder sobrevivir y el enemigo no es humano. La Modernidad y sus mitos se caen de cabeza, otra vez. El hombre (el varón) no lo controla todo. Y constantemente lo arruina. Siento que me estoy acostumbrando a la pandemia, a las muertes y a las crisis. A veces solo escucho números. Después de pensar que rápidamente había olvidado y dejado de sentir dolor por la amistad que perdí, comencé a extrañar. Nunca he entendido qué extraño de Jugador. Siempre dudé en considerarlo un amigo tan cercano, a pesar de que lo sentía, porque nuestra amistad se desarrollaba, en gran medida, por medio de mensajes, notas de voz, y muy ocasionalmente, llamadas. Ahora todas mis relaciones son así, menos esa que ya no existe. ¡Vaya ironía! 121
Lo más triste es que he descubierto que, cuando más me duele lo roto, no me duele que Jugador ya no esté en mi vida. Fruto de mis introspecciones, sé que lo que más me hiere es pensar que se alejó de mí porque llegó a conocerme, y en verdad, pocos me conocen de forma tan cristalina, tan sin esfuerzos míos de ser algo; y no le agradé, al contrario, lo ahuyenté. Repeler es la palabra. Y en consecuencia fatal, lo que me lastima con mayor fuerza es creer que la amistad —pero siendo más sincera, yo— no haya valido lo suficiente para él. Lo suficiente para repensar la situación, para disculparse, para plantear opciones; porque para mí él sí lo valía. Mi diario, no te equivoques, no pienses que después de esa pérdida, solo pienso de forma pesimista sobre lo que pasó. Mis reflexiones igualmente me han llevado a caer en cuenta de que alejarnos fue lo mejor. Las feministas lo decimos, pero ¡cuánto cuesta aplicarlo! Si no hay empatía vete, si no respeta tus emociones vete, si te hiere de forma profunda y en lo más íntimo vete, si es cruel vete, si no se comunica vete, si no te escucha, vete. Aplica para todo tipo de relaciones. Sinceramente, ahora me siento tranquila, y seguro Jugador también, los dos tuvimos que irnos hace tiempo. 122
Ahora caigo en cuenta de que los hilos mentales son más cortos y ya no se enredan, eso me hace menos infeliz y más fuerte. Otra cosa que percibo es que aquí y ahora no estoy muy sola, es decir, en la Ciudad de México, a veces me siento sola, y constantemente lo estoy. Me encuentro en mi cuartito ordenando, escuchando música, leyendo, y sola. Luego comprando la despensa, tallando la ropa, haciendo la comida, y sola. Aquí veo todo el tiempo a mis padres y hermano. Hay días en los que deseo con ansias volver a estar sola.
13 de abril de 2020 Querido, y muy querido diario: Encontré otra ironía. Cuando estoy afuera, en el pueblo no hay coronavirus ni pandemia, es una burbuja, un «afuera» que está «adentro», aislado; pero cuando estoy adentro, en casa, a través de internet veo lo que pasa con mis amigos, familia y en el mundo; y aislada, me siento afuera. Las dimensiones espaciales tambalean en mi cabeza, ¿o en la realidad?
Hablando de afueras, hoy más que nunca me necesitan afuera y yo necesito estar afuera. La impotencia es abrumadora. La gente enferma y muere; las empresas 123
despiden a diestra, y sobre todo, a siniestra; una a una, algunas cosas colapsan, y otras se fortalecen, como la violencia contra las mujeres dentro del «hogar». Y lo mejor que puedo hacer es quedarme en casa. No puedo. Jamás pensé que la inacción combatiera… No obstante, no combatimos, tratamos de sobrevivir en una lucha pérdida. Hoy por fin comencé a captar las dimensiones de lo que está pasando. Cuando lo hice me mareé y me surgieron unas instantáneas ganas de llorar. Aquí, en México, todavía no llegamos a lo peor. Parece que nadie en mi pueblo está infectado. Mas, como dice una de mis profesoras: «El mundo se está desmoronando». Ella es ecuatoriana. Hoy no lloro por mí, lo más probable es que esté bien. Mis papás trabajan en un instituto del gobierno y, por el momento, sus empleos están asegurados. No sé qué pase después, ante la prevista gran crisis económica, tal vez les bajen los sueldos, que de por sí, no son altos. Sin embargo, yo estaré bien. Como dice mi
mamá: «lo importante es tener de comer, unos frijoles, tortillas, sopa, lo que sea». Lo que me duele en el alma son mis compañeras y compañeros de clase social. La 124
mujer madura que vive sola y se mantiene con lo que vende en su tiendita, y paga renta; la madre soltera que corrieron de la empresa a la que le ha dedicado años, y le pagaban por contrato; mi tía, a la que en esta semana se le acaba el contrato laboral; los padres de mi amigo, que salen a trabajar por sueldos míseros y viven al día; mis primos-vecinos, que consiguen su sustento de la siembra y crianza de ganado, y reciben apoyos del gobierno. Tengo miedo. Tengo miedo por ellas y ellos, por su futuro, y el mío, cuando mis padres dejen de mantenerme. Reflexionando así, sin amortiguadores, a lo crudo, ¿a quién engaño? Las crisis económicas dejan enormes secuelas, problemas que duran años; más en un país dependiente y que pertenece al que llaman «tercer mundo». Tienen razón, es otro mundo, en el que la pandemia arrasará con todo… Hoy lloré porque la señora que vende papas en la calle de cualquier lugar, ya no tiene clientes. Lloré por la que
vende sombreros, igual en la calle; lloré porque ahora ya nadie le compra, pero luego de la pandemia, tampoco lo harán, solo se gastará en lo indispensable, lo que nos 125
mantenga vivos, medio vivos, o lo que prolongue nuestra muerte. Hoy lloré por las y los migrantes que llegan a México, a los que siempre tratan con desprecio y a golpes; hoy lloré por las y los que ya vivían en las calles, los que nacieron con el mundo desmoronado. Hoy lloré por las y los que fallecen, las y los que morirán, y las y los que trataremos de (sobre)vivir. Hoy lloré por el egoísmo y el individualismo. Esto no debería ser un «sálvese quien pueda», sino, un «salvémonos entre nosotros», o al menos, un «mantengámonos a flote, juntos». Estoy pensando en otra cuestión, esta vez de mi generación. Cuando tenía 8, 9 y 10 años, aproximadamente, leía revistas de ciencia para niños. En varios artículos se hablaba del cambio climático, sus causas y consecuencias, y lo mismo de la contaminación. Desde infante sospeché que mi futuro no parecía tan prometedor. Cuando leía los artículos me inundaba el temor… Me imaginaba el mundo tal y como lo leía, sin embargo, las fechas de la futura fatalidad parecían lejanas…. 2050… 2100. Por otro lado, cuando iba a la escuela siempre nos decían: «Las cosas están difíciles en el país, pero cuando ustedes crezcan, lo serán más», y añadían: «por eso estudien, para que tengan mejores posibilidades». La angustia me oprimía el corazón. Siempre 126
escuche discursos de ese tipo, aunque también escuchaba: «Eres brillante, inteligente, talentosa, responsable, comprometida, llegarás muy lejos». Les creí, y también creí en los cuentos del capitalismo: «Lo resolveremos, lo resolveremos con tecnología». Personas mayores que nosotros se preguntan por qué muchos estamos tan deprimidos. Yo les diré por qué. Muchas y muchos de nosotros no tenemos esperanza, no podemos pensar en algo mejor. Nos la pasamos ideando formas de conseguir el sustento, de salvar el amor y de hacer amena la desgracia. En México sabemos, las y los jóvenes somos más, competimos y competiremos sin piedad por empleos mal pagados, y al final de nuestras muy jodidas vidas, no nos vamos a jubilar. Bueno, ahora será peor. Después de la inesperada organización de jóvenes frente al sismo del 19/09/17 en México, un profesor comentó que los jóvenes teníamos hambre de historia… En realidad, tenemos hambre de tiempo sin reloj, de buenas noticias o al menos de sentir dolor sin ser productivos; tenemos hambre de (una mínima) posibilidad de cambio, de (una mísera) capacidad de cambio, de un mañana menos funesto, de esperanza... Mas la canción solo tiene notas tristes… 127
14 de abril de 2020 Querido, y muy querido diario: Ayer hice algo distinto. Fuimos al pueblo de mi mamá porque tenía que firmar un papel. Fuimos en el coche y nos bajamos hasta que estábamos en su parcela. Salir del pueblo me impactó. En casa, tienes escenas en tu cabeza de lo que has vivido, de a dónde has ido y de la gente que conoces, empero, ya no ves nada de eso. ¿Quién te asegura que es cierto...? De repente las imágenes vuelven, sin embargo, ahora a tus ojos. Para mí, el mundo físico, ya era mi pueblo, se habían desgastado mis nociones de sus verdaderas dimensiones. ¡Qué grande es el mundo! ¡Y qué pequeños somos! Al instante me invadió el miedo. ¿Cómo sería volver a salir después de la cuarentena e irme a la Ciudad de México? En casa de mis padres lloro, me siento incómoda y ansiosa, la pandemia y sus consecuencias me deprimen, no obstante, es un lugar confortable, en el sentido que no me esfuerzo mucho en varios asuntos (sin tomar en cuenta lo emocional). No me preocupa peinarme, siempre hay comida y despensa, no hay que trasladarse, ni siquiera que socializar. Salir al mundo es encararlo de nuevo, hasta volver a sentirse parte de él. 128
Hoy pasó lo siguiente: le di un trago al cloro diluido sin querer. La forma en la que sucedió está de más, entre mi descuido y el de mi papá, pero me asusté mucho. Siempre me ha dado miedo vomitar y más provocarme el vómito, hoy lo hice sin pensarlo. Quería ir al doctor, sin embargo, mis papás no querían porque realmente el cloro estaba muy diluido. Lo que no dijeron es que también les daba miedo llevarme, ya que aquí, en México, ha habido varios brotes del virus en hospitales y clínicas. Me intenté provocar el vómito cuatro veces y me lavé los dientes en dos ocasiones, luego me calmé un poco. Llamamos a una doctora que conocemos y aseguró que no necesitaba ir a consulta, el cloro solo irritaría mi mucosa gástrica. Fue un evento que me sacó de golpe de la cuarentena, algo totalmente inesperado y aterrador. No obstante, dentro de mi mala suerte, tuve buena suerte. Hoy igual vi las fotos de Benny Lam sobre la vida de muchas y muchos en Hong Kong, lo vi en una publicación que refería a la forma en la que estas personas pasaron la cuarentena en China. Miseria, injusticia, violencia, negación de humanidad, es lo que vino a mi mente. Nadie debería vivir en una caja, nadie debería comer al lado de donde defeca. Este mundo, por cómo 129
está pensado y organizado, es una mierda, es mierda pura, pura mierda. Tan mierdero que, lo primero que pensé es: ¡Qué privilegiada soy...! ¿Se le puede llamar privilegio a que tus padres estén endeudados? ¿A que en ocasiones las cuentas no salen y hay que priorizar gastos? ¿Se le puede llamar privilegio a que lleven tantos años trabajando para un instituto con el objetivo de tener una mediocre jubilación? ¿A que laboren horas extra, no remuneradas? ¿Se le puede llamar privilegio a tener un coche que se compró seminuevo (o semiusado) hace más de 10 años y que se para de repente, en cualquier lugar, porque algo no le funciona bien, tres veces al mes? ¿Se le puede llamar privilegio a que mi padre había abierto un muy pequeño negocio de renta de sillas y mesas para fiestas y a sus 60 años tenía que cargarlas porque sin el pequeño negocio, las cuentas salen menos? ¿A que por esta razón se lastimó la espalda? En mi caso, en la Ciudad de México. ¿Se le puede
llamar privilegio a vivir en un departamento en el que no entra la luz del sol? ¿A ir a hacer las compras e ir sumando, y llegar al momento de pensar «no me alcan130
za, tengo que dejar algo, lo que necesite menos»? ¿Se le puede llamar privilegio a que cuando te enfermas tienes que esperar a que estés a punto de morir para que te atiendan en el servicio de salud público o ir a una clínica en la que te cobran $40? ¿Es un privilegio haberme jodido toda la vida para poder entrar a «La Mejor Universidad de mi país», y así, tener oportunidades que me proporcionen algo de calidad de vida? ¿Lo es seguirme jodiendo para mantenerme en ella a pesar de lo que he pasado?
Ya estoy llegando al final de este diario. Pienso que mis narraciones no son precisamente las de una mujer, pero es que hay que romper el contenedor, el rol; habemos mujeres, en plural. Y yo no soy solo mujer, soy de la clase trabajadora y soy latinoamericana. Soy provinciana de herencia campesina, lectora, escritora sin título, poeta que no pidió permiso, denunciante de injusticias. Soy una soñadora a la que le cortaron los sueños, y las alas. mas no las alas.
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No sé cómo terminar un diario, los diarios no deberían terminar, aunque sin duda no siempre deberían ser públicos.
15 de abril de 2020 Diario compañero: Hoy hay 5 847 casos confirmados y 449 muertos en México.
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Aurora H. Camero nació en Bogotá, Colombia, en 1994 y pasó su confinamiento en Madrid, España
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Confinada por largos períodos a un régimen minucioso de aislamiento, puedo decir: esto ya lo conozco. Sin embargo, tengo miedo. Hay momentos del día en que siento que mi calma se deforma, voces invasivas y escenas dolorosas que se arremolinan en la mente como paisajes claustrofóbicos. Es una niebla, es un velo, lo que hay detrás de la pesadilla ya lo conozco y no quiero regresar allí. Así que escribo para recuperar la calma. Escribir estas palabras aleja malos pensamientos. Es curioso, ya no siento la misma aprensión por mi diario. Supongo que nadie quiere un corazón mezquino. Mucho menos cuando no lo necesitamos.
23:14 h El sol me quema a través de la ventana. Mi cocina
tiene grandes ventanales que dan al exterior. Desayuno en compañía de las plantas cuyo cuidado me encargó N. N está en casa de sus padres y permanecerá allí hasta el martes. Rezo para que sus días sean tranquilos. Rezo 134
para que los míos también. Me muevo entre mi cuarto y la cocina. Casi no uso el salón. Hay poca luz en el salón y prefiero el contacto del día. Detesto los días pálidos donde la luz es una huella enfermiza. Prefiero el sol potente que me obliga a vivir. Me levanto, riego las plantas, vuelvo a sentarme. En el edificio de enfrente conversan mis vecinos. No me siento sola, la soledad no es un problema. Estoy demasiado tranquila, aunque mantengo mis dudas. La luz me da confianza y me aferro a la ventana como a un árbol de vida. Mi corazón quiere luz y yo sigo en cautiverio. —Riega mis plantas, dijo N. Las cuidaré hasta que regreses.
13:35 h Mis costumbres han cambiado. Ahora no duermo. Mis ojos vacíos como un monje reciben sin furor el día. Mañanas frías, mañanas calurosas. Semanas encerrada… ¿estoy despierta? No, como un monje no. Como el paisaje que perdió la fugitiva, unos ojos sin color, mi impermanencia. Cambian las costuras, pero un viejo hábito nos vicia. ¿Qué vas a hacer con tanto tiempo por delante?
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18:59 h Quieres unos pechos. Quieres un cuerpo más proporcionado. Aunque solo tú lo entiendas, quieres castrarte. No es suficiente, y la cultura dice que tienes que amarte, esto que deseas es una imposición. ¿Cómo argumento que no es suficiente? Que me siento incómoda en mi cuerpo, desplazada. Que no puedo ignorar mis prejuicios, que no me pertenece. Quizás solo otra como yo entienda, aunque sería inocente pensarlo. Antes de la cuarentena ya estaba aislada, llena de miedo. A veces mi cuerpo es un impedimento para salir, por eso huyo. Honestamente no odio el mundo, tengo una esperanza como un témpano invencible. Quizás por eso me atraganto. Mi problema no es el ser, sino mi cuerpo. Las voces atentan contra mi cuerpo, buscan una entrada. Soy incapaz de mirarme en el espejo. Me he convertido en mi propia detractora. El problema es que mi alma vive en cautiverio. Este cuerpo no es el tuyo, y amas más la enfermedad… Quieres unos pechos. Quieres un cuerpo más proporcionado. Te sientes culpable de tu vulnerabilidad. Niñita castigada, avergonzada de su pene. Es momento de que vuelvas al armario.
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01:09 h Lo verdaderamente doloroso es quedarse atrás. Perder tu adolescencia en el armario. Y aún peor: no saber que existes. Vivir con una rabia cuyo origen desconoces. He aquí tus costuritas, tus recuerdos remendados. El castigo de la niebla: tu cuerpo de esbozos. Incapaz de revertir los cambios, el tiempo pasa y ella crece como un niño. He aquí el epicentro del desastre, esta es tu pesadilla. La mala sangre que te trepa cuando piensas en ti misma, tus demonios personales.
16:41 h Surgen en las interrupciones. De mis problemas de vejiga y la falta de descanso. Surgen cuando quiero estar sola. Me miran desde el fondo mientras escribo. Voces que dicen eres deforme. Voces que te hostigan, (permaneces encerrada). Estas voces en tu mente todo el día, no te dejan descansar, se reproducen. Forman sus nidos y envenenan tus palabras. Inventan tu dolor para que escribas. Infestada… infestada… nosotras seremos tus hijas… Han encontrado la manera de volverse indispensables. En tu vientre se acumulan, dependiente de sus pequeños corazones, madre adicta. Reescribo. Re137
visito. Dos veces atrapada. Las voces se imponen y no puedo dormir.
02:54 h Mi pensamiento coartado. Mi escritura coartada. No encuentro calma. Sobrevivo en estas líneas. Soy mi único relato. Soy la oyente y la huérfana que se miente a sí misma. Soy la casa y el recuerdo de un muchacho invisible. Su hija de humo, yo soy la huyente, susurrando todo el día: no puedes respirar… Voces que te inmovilizan: estás castigada. Voces que te pudren: esta es tu ira. Los vigías interrumpen tu descanso. (Palabras como pequeñas ablaciones). Estas escenas humillantes del pasado. Una vida que pierdo para siempre. Rostros familiares desaparecen del relato. Mi corazón conoce nuestro crimen.
10:33 h ¿Por qué te vuelcas en esto? ¿Qué es lo que intentas
decir? Palimpsesto sobre palimpsesto, ¿te das cuenta de que es un capricho? Somos almas caprichosas, hablamos para sobrevivir. ¿Qué es exactamente lo que 138
sientes? Palabras imprecisas, idiomas imprecisos, para escribir estás equivocada.
19:55 h Me cuesta darle un orden a las cosas. Todo lo que escribo, incluso este diario, me viene por fragmentos. ¿Cuándo escribiré una página sólida? Le pasaba a Lispector, le pasaba a Pizarnik. Mi poema empieza detrás de lo que escribo. Las palabras me impiden hablar. Solo existo mientras escribo, mientras. El resultado es el residuo de mi incapacidad de vivir. Si tuviera disciplina, ¿yo también sería sólida? Siento que mis preguntas surgen del aire y regresan al aire. Escribo porque estoy acorralada. Escribo muchas veces, me repito. ¿Mito personal?, ¿falta de estilo?, ¿autoplagio? Estoy obsesionada por lo que no puedo decir. Corrijo, amputo, soy una cirujana enfermiza. Reescribo hasta que no quedan palabras. Minuciosamente, deliberadamente, censurándome a mí misma. Reproduzco la labor que cumplimos las mujeres.
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04:12 h No estoy aquí. Este cuarto no existe. Ocho años. Ahora: perdieron asidero. Has vuelto a fumar. Los días están llenos de humo. Anestesia, anestesia… (tu corazón pide a gritos). No comes, no duermes. Desapareces con el humo. Tu forma es la impaciencia. Tus ángeles suspiran desesperados. ¿Qué luz vas a arrojar con un corazón mezquino? El mundo se nubla entre mis dedos, pertenezco al humo. Soy la hija asintomática del tiempo. Soy la hija patológica que huye. Esto que leen son mis pasos. He vuelto a casa. Mi casa es la niebla. La niebla me abraza.
01:51 h Mi soledad no la desprecio. Acepto su forma. Hay vidas dulces y sonoras entre los edificios. Mi soledad es la prueba: no pido nada. Mi soledad es el espacio donde nombro los objetos. Sola escribo. En soledad llevo mi vida. La escritura es algo que perdemos. Escribo para
recuperarme. Visito en mi escritura el cuerpo donde no crecí. Sola frente al texto construyo mi imagen. Yo soy la mano que me autoriza a vivir. Así, he elegido mi soledad por encima de todo. No quiero que nadie 140
me toque… no quiero que nadie se acerque… No estoy preparada.
02:40 h Como a la fuerza. Como porque puedo enfermar. Pero aborrezco la comida. Llena de repulsión. Arcadas con cada trozo. Si no tuviera que comer… si pudiera convertirme en una línea… Desaparecer… desaparecer… sin dolor, sin ruido…
09:12 h Lo que escribí ayer… ¿De dónde me viene tanta rabia? Es cierto que no estoy cómoda en mi cuerpo. Es cierto que estoy a tiempo de cambiarlo (aunque me diga que ya es tarde). ¿Pero volver a lastimarme? Antes me cortaba, pequeñas y profundas cicatrices, con un escalpelo, muslos y brazos. Después fueron golpes, mi rostro hinchado, historias que inventaba en clase para pasar desapercibida. Malos hábitos, por mucho tiempo, a los que me fui acostumbrando. ¿Entonces esto es lo nuevo? Te levantas con la determinación de desayunar y tan pronto pisas la cocina asumes que no puedes. 141
Hace unos días comías fresas allí, ¿qué ha cambiado? Tu estómago se lleva la peor parte: calambres, estragamiento. Entonces no lo romantices. Un dolor real, tangible como un filo, el dolor de un órgano estropeado. También problemas de vejiga derivados del ayuno, decaimiento e irritabilidad. Pero esa rabia, su procedencia, es más profunda. La llevo conmigo desde que era pequeña. El encierro la exacerba, por eso fumo, para callarla. Pero hay noches que me asfixio, por unos segundos estoy enterrada, y palpo mi cuerpo igual que un ataúd. No puedo huir de esta rabia. Solo la lluvia la alivia. Los días que no llueve intento sobrellevarla. Yo necesito mi cuerpo. Es lo único que pido.
20:52 h No es rabia, es miedo. Estoy aterrorizada.
01:16 h Me escribió N en la madrugada. Su abuelo murió. No
entiendo su ausencia, no parece real. He querido escribir algo a tiempo, he buscado palabras amables. No hay nada amable en la muerte. No hay nada que pueda decir. 142
08:10 h Alucinaciones. Insectos que trepan las paredes. ¿Es por hambre? ¿falta de sueño? Caen sobre mi cuerpo, no grito. Hubo un día en que vi una (cucaracha) caminando encima de mi escritorio. No sabía si era real, hasta que intenté moverme. Si no se mueve contigo, entonces existe. Pero se quedó allí, caminando entre mis libros. Esto es lo que me asusta, cuando no sé distinguir. Las cosas que imagino a veces se cumplen. ¿Profecía autocumplida?, seguramente. Pero si pasa cuando estás sola… 19:42 h A veces siento que no somos la misma. ¿Quién toma distancia entre nosotras? No sé si estás en mí, o yo te habito. Incluso estas palabras, ¿son compartidas? ¿Quién hace la pregunta y quién responde? Hablo sola, seguramente, pero alguien lee lo que escribo. Te imagino vigilando por encima de mi hombro, y señalas la mentira que estoy a punto de encubrir. Nuestros intereses no son mutuos: yo intento fijar algo. Tú, por el contrario,
sabes que el lenguaje es un error. Dices: los taxidermistas también aman la muerte. Tus palabras son mi jaula, adolezco tu posesión… (Esta crónica es lo único que 143
tengo). Le respondo: no conozco otra manera de hacer parte del mundo.
05:54 h No consigo dormir. Escapo del aburrimiento a través del placer. El aburrimiento trae pensamientos peligrosos. Hoy no soporto la luz, tiene esa palidez desagradable. Bajo las persianas, pues quiero que la noche continúe. Hace cinco años, cuando vivía en Pico de Almanzor, pasaba semanas encerrada sin hablar con nadie. Estar de vuelta en el mismo escenario resulta siniestro. Todo está en pausa, nuestras vidas hacinadas, pero esta sensación ya la conocía… ¿Por qué tengo miedo?
08:27 h Deseo placer y mi cuerpo me irrita. No encuentro aberturas, estoy enterrada. Piel maltratada, vasta piel jeroglífica. Cicatrices como un huésped desquiciado. ¿Frustración personal?... No, lloriqueo de la niña mal-
criada… Una pérdida vacía, un recuerdo remendado… Tal dolor hace parte de ti porque así lo quisiste. Aquellas escenas, tu corazón anestesiado, ¿qué purgas? Algo que 144
jamás tuve… Esta es la tristeza que propones: enfrentada con tu imagen, con tu estatua, con tu cruel irrealidad. Alma y cuerpo escindidas. En mi placer debería encontrar alivio, pero las partes no encajan. (Las partes se adormecen).
01:13 h Todo un día inmóvil, todo un día en una cama, queriendo decir algo, sin familia, sin dinero, en un país extraño, cada vez más aislada, un punto ciego, soy mi propio país congelado, y esta casa como agujas, intentando abrirse paso, más adentro, donde empieza la noche, donde la noche es la imagen de mi niña encerrada… Todo el día inmóvil, abriendo y cerrando la boca, sin decir nada, encerrada en ese espacio blanco de la boca, la herida que la niña contempló en el relato como una pesadilla o una promesa de su fe. Estos dibujos de papel, este sentimiento mal tragado. Una mujer transexual, una mujer latinoamericana, una mujer llegada a Europa hace ocho años… ¿Por qué siente miedo? Miedo, quizás, de perder la compostura. Miedo quizás de encarar la página en blanco, el rostro paterno, el sufrimiento privado y público, del que todas goza145
mos. O miedo más bien que nace de esta habitación, de esta extraña tendencia a marchitarse ante el pasado. Sin embargo, ella empuja la vida, me promete que jamás seremos un hombre, que nunca envejeceremos como un hombre. Con su promesa me consuelo… Entonces de allí viene el miedo... viene de querer salir…
21:52 h Ha muerto la abuela de T. Nuestros mayores desaparecen. Seremos todos huérfanos después. Y con el tiempo reemplazaremos su mundo por uno nuevo. ¿Más frío?, ¿más humano? Siempre que pienso en la muerte las palabras me parecen sucias e innecesarias. ¿Qué puedo decir de nuestros mayores? Desaparecen… desaparecen…
16:20 h Pides más, y tu cuerpo no aguanta. El sol sale, y
sigues fumando. Tu cama, tu ropa, impregnadas. ¿Conoces el camino que seguiste? No es normal, Aurora, no es normal que esto sea tu rutina. No te excuses en tus 146
textos, también sobria trabajas. Pero el cuerpo nunca escucha, y pide más y pide más… Si estás exhausta, ¿por qué sigues? Yo no elijo. Tú eliges. No puedo parar.
04:12 h ¿Cuál es mi propósito en Europa? ¿Graduarme? ¿Conseguir mi documentación? ¿Ser publicada? Si es así, qué pobre. Yo debería estar con mi familia. Aquí no soy nadie ni quise serlo nunca. No deseo el mundo que me ofrecen. Todas las ciudades son la misma, incluso Bogotá… ¿Viviríamos igual en cualquier parte? Quizá… sin embargo, podría ver a mi madre, o enterrar mi corazón en Suesca (donde empezó mi vida), podría ser la hija de mi padre, recuperar fragmentos de una infancia que no tuve, podría decirle en persona a quien aún no lo sepa que en realidad me llamo Aurora, que dejé este país como un muchacho afligido y regresé convertida en una mujer segura… mi pecho pesa, no estoy allí y los días se acumulan desde hace ocho años. Deseo la anestesia. Consumo. No quiero dormir. El mundo que necesito se ha quedado en el pasado. ¿Cómo recupero lo que ya no existe? (Respuesta: no puedes). 147
23:18 h Hablamos sin propiedad de una emoción que no entendemos: ¿miedo?, ¿esperanza?, ¿ira?... Más que una emoción, una parálisis. Sufrimos la parálisis y reaccionamos con violencia. Nuestra violencia es mecánica e indiferente, igual que un sistema inmunológico. Vivimos inasibles, vulnerables. Al margen de nuevos organismos. Usamos el lenguaje para decir que somos libres. Escribimos porque estamos solas. Relatos, relatos, relatos… contándose unos a otros para saber que existen.
18:02 h ¿Por qué no he llamado a T? Huyo de todo. También: N no regresa.
21:06 h Hoy tampoco he dormido, amanece lloviendo. Lluvia
intermitente a lo largo de la noche. He dejado las ventanas abiertas con tal de sentirla más cerca. ¿Debería descansar o aprovechar el día? A veces siento que no puedo respirar. 148
09:25 h La lluvia me llama. Soy su hija. Me pide que abra la ventana. Me pide que la escriba. Hunde sus manos en mi pecho, musgo crece entre costillas. Mi madre habla a través de su canción. No quiere que duerma. La lluvia me ama. La lluvia no quiere poemas. Esto no es un poema. Mi madre exige una existencia de agua. Me dice este es mi cuerpo, acaríciame, quiero que cantes. Me dice aunque haga frío no cierres la ventana. Aunque tengas que salir, no te levantes. Me dice vine a alimentarte porque olvidaste cómo hacerlo. Yo bebo de los pechos de la lluvia, pues es mi madre. Me pide que no me distraiga, no escribas literatura. Escribe sobre mí, di: ella existe. Aquella teme por mi corazón, pues estoy envenenada. Escribo tú existes, me visitas, tu huérfana escucha cuando cantas. Sé que cantas, me despiertas, y por amor abro mi ventana, pues has venido. Pero no es suficiente, respondes. Esa es tu vida. Y dejas de cantar porque no puedo traducirte. Pierdo tu canción, pides que cierre la ventana. ¿Volverás a visitarme?... y tú llueves, o te apagas. ¿Volverás a visitarme? Dices son muchas las que por mí cantaron. Hasta que puedas hablar, hasta que escribas sin apego sobre mí, no descanses. Silencio… 149
04:48 h Cielo blanco. Las nubes lo cubren todo. Mi madre llueve. Canciones de cuna para su hija-amante. Escribo madre… estoy enamorada… La lluvia cesa. Mi madre calla. Mi cuerpo se recoge. Mi cuerpo húmedo, como un apéndice… No cuentes tu secreto, no hables en voz alta. Oscura noche oscura. Lluvia blanca. Me he quedado despierta solo para escucharte.
06:37 h No puedo ignorarte. Eres el espacio. Solo tú acompañas mi confinamiento. Agua trenzada como adagios, señales de la luna. Cuando llueve mi madre acaricia la tierra. Soy su vientre, por eso escucha mi corazón gemelo. Por eso baja. Mi madre agita mi interior con su latido. Compartimos los pulmones y los párpados. Somos la misma retina. Conozco la lluvia porque sabe mi secreto.
00:05 h Te confundo con el ruido de los coches. Te pareces al ruido de sus ruedas en el agua. Confundo la humedad 150
con tu presencia. Caes con más fuerza cuando canto. Solo tú reinas la noche, tu reino en el agua. Quienes ayunan y no duermen están más cerca de entender tu ausencia. Lavas con paciencia estas blandas quemaduras. Beben de ti las que regresan del incendio. Golpea más fuerte, para saber que llegaste, para saber que me limpias, y reemplazas las costuras. Yo a cambio cuidaré de tu ternura para ver con claridad el camino que elegimos.
07:00 h Me sorprende cuando estoy en la cocina. Le digo quiero tocarte…. Mi amor espanta a la que juega con el agua. Le digo soy tu hija… Abro las ventanas, como tantas veces, doblegada por el amor. Es mi madre, es mi madre, la que camina en el cielo. Esto que vemos como agua son sus manos. Aquellas nubes son su frente. Cuando cae la noche es su párpado que se cierra. Cuando se llena de sangre empieza el día. Me dice eres hija de una gigante. Eres hija de una mujer de la raza
del cielo. Bajo, pues tu padre no te conoce. Bajo, pues soy tu madre y sé quién eres. Ella moja mi pecho, mi rostro, mi boca. La comida se quema mientras me besa. 151
Mis ojos cerrados la miran con dulzura. ¿Por qué llueves?... ¿por qué llueves?...
23:22 h He escrito la lluvia. Estoy tranquila. Mi madre sonríe en el reverso del agua.
00:02 h Podría cantarte todos los días…
21:07 h Recibí un paquete de mi familia. No sé cómo se las arreglaron, pero me enviaron comida, útiles de aseo y algo de dinero. Incluso mi hermano escribió una carta. Jamás había pensado en la importancia que tienen las cartas. Estoy más tranquila, sé que ellos me protegen. Llevo tanto tiempo viviendo aquí que a veces olvido que tengo una familia. Alarga tu mano. Elige bien. Cuídate.
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11:28 h Claridad por encima de todo. Claridad. El tedio es la muerte. La droga es la muerte. Sus demonios conspiran. Solo claridad. Solo esfuerzo para conseguir claridad. No renuncies a ella. Vive firmemente en la claridad.
06:29 h También hay dicha. Seres generosos en momentos necesarios. Aquellos corazones te protegen. Ojos que te guardan a lo largo del camino. Punto de inflexión: la vida prevalece. —Aquello lo salvó el amor…, dijo la afligida. —Deseamos la vida para vencer la muerte… Una época valiente, de héroes invisibles. Todo desaparece detrás de los actores.
00:17 h Crear un hogar entre los huesos, dejar escritas las palabras necesarias. Dejar escrito todo. Decir por ejemplo vine para amar… tocar vuestras vidas… Decir hay otras como yo… estás a salvo… 153
17:49 h La infelicidad es necesidad. Somos infelices porque necesitamos. Esperar es la forma del deseo pacíficamente en reposo. Necesitar es la enfermedad de la espera. Para ser feliz no hay que necesitar, pero quizá sí desear. Nadie enseña a desear, pero aprendemos a necesitar muy pronto. Deseo, no necesito, estoy aprendiendo a no necesitar. Formas viejas tienen que abandonar sus formas. Formas nuevas tienen que emerger. Todo en este ciclo para morir a tiempo. La muerte es la muerte del deseo, no podría desear después. Yo deseo ahora, no después. Yo quiero desear por el resto de mi vida. Hasta que muera.
14:01 h Deseo una mujer que me inicie en el camino de las mujeres que aman a otras mujeres. Deseo la tierra suspendida, atravesada después por nuestros actos. Deseo unos ojos que sientan, una piel que sienta, como minúsculos tentáculos, raíces de cuerpos penetrantes en la orilla de las sensaciones. Deseo una imagen que reúna las imágenes mías, una respuesta en el fondo de la imagen que vi. Deseo entrar en el camino de la fugitiva, recuperar el nombre que amé desde el principio. 154
19:09 h He decidido respetar la vida. He decidido valorar lo cotidiano. He decidido escuchar cuando me hablen, disfrutar de una conversación, estar aquí, atenta a lo que dicen. Viviré para honrar la vida. Viviré para honrar plantas y animales. Quiero que mi amor sea paciente y respetuoso. Quiero alimentarme de forma justa con el mundo. Soy el escenario donde acontece la vida. El privilegio de mi propia experiencia. El privilegio de mi amor, de mi dolor. Es un honor haber nacido en el universo. Mi amor no existe póstumo, está vivo. Mi amor es antiguo y profundo. El regalo de la lluvia me suaviza.
18:33 h Creo que escribo sobre la vida. Creo en infundir vida a mi vida. Creo que quiero retratarla, viva, como una obligación dentro de mi propio relato. Creo que mi vida está llena de emoción y dolor y fortaleza. Creo que me esfuerzo cada día, creo que miento. Mi ejercicio está lleno de humildad y no es suficiente. Quiero ser útil por encima de mi obra. Quiero que mi arte sea un exceso de vida. No creo en una vida unitaria. Creo en la importancia del fragmento. Creo en una historia fragmenta155
ria. Veo la importancia en los silencios. Veo la historia llena de vacíos silenciosos. Entiendo la importancia del relato. Creo que hay que construir el relato a partir del silencio. Creo que nuestro relato ha sido silenciado. Creo que escribo para este relato, nuestro relato. Escribo para vivir junto a ustedes, en este tiempo. Creo que es el momento de comprometernos con nuestro trabajo. Creo en el orgullo. Creo en el amor propio. Creo en el peligro de todas mis decisiones. Quiero la vida.
12:18 h Autorretrato en mi cumpleaños #26 Cabello recogido, medio mohicano, nuca rapada. ¿Tatuajes? Sí. ¿Dónde? Pie izquierdo, pecho y espalda. ¿Perforaciones? Sí. ¿Dónde? Orejas y nariz. El color de mi pelo no ha cambiado: negro. Aún sin hormonas, rostro bastante femenino, rostro diametralmente opuesto a las fotografías de hace un año. ¿Cuerpo? Faltan pechos (con calma). Del resto lo mismo: piel suave y lampiña desde que tengo memoria. Sin maquillaje, desnuda, en esta imagen. Cada vez menos barba (el resultado milagroso de un par de sesiones). Aquello en el exterior. En el interior, un poco más firme, va creciendo 156
la autoestima. Palabras reconfortantes y cariñosas en la mañana, autoexploración sexual y literaria por las noches. También: reemplazo de viejos hábitos por mesura y una buena alimentación. Descubrimiento de la lluvia como método de cura. Descubrimiento de elementos simples y gratificantes: luz, compañía, responsabilidad. Certezas: 1.Tu familia te protege en la distancia, 2. Te has rodeado de buenos corazones. 3. Estás a tiempo de enmendar el daño. Temores: ceder. Mi promesa a manera de regalo: hacer bien, amar bien, convivir ecuánime conmigo. Especialmente despedir sin rabia tu imagen del pasado, no luchar contra lo que ya no existe. La muchacha en el espejo tiene mejor semblante. Su alegría es lo más parecido que tiene a un cuerpo real. ¿Cuerpo real? Cambia, Aurora, como en este autorretrato. También nuestro miedo, también nuestro prejuicio. Cambia y pasa y no regresa y solo puedes aceptarlo. Y puedes aceptarlo de mil formas. Elige la que ayude a que todo siga en marcha. El resto es muerte o fatiga o nada. Solo está la vida. Únicamente la vida. Nuestra voz movimiento.
157
06:53 h Me di un baño para recibir el sol.
07:43 h estoy tan sola, estoy tan tranquila en mi soledad tan extrañamente agradecida tan ajena a tanta claridad estoy tan tranquila, tan cómoda en mi hogar estoy tan lúcida, tan quieta, tan sensible después de todo
me he perdido dentro de mi propio amor la lluvia lava mis entrañas
estoy tan rebosante, tan fatigada, tan decidida 158
solo la lluvia en este cuarto escribo la lluvia, noche cerrada escribo su presencia me ha seguido toda mi vida escribo ruidos que llenan nuestra casa ollas que hierven, voces trasnochadas escribo tu barrio de ambulancias, solitarios ascensores y personajes como puntos suspensivos…
la humedad sobre los árboles, escribo sus flores amarillas, escribo para retener los árboles, mis árboles ocho años a través de una ventana, —dijo escribe solo de lo que conoces, —dije solo conozco la lluvia
Escribí: la lluvia es mi misterio
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estoy tan sola, estoy tan cerca de mi soledad tan receptiva, tan tranquila tan satisfecha después de todo fundamento del dolor: estoy por encima de mi propio dolor, estoy tan deslumbrada, tan exultante tan bendecida…
de noche, en cautiverio escribe a solas este collar…
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Bianka Verduzco nació en Tijuana, México, en 1997 y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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Durante la contingencia del COVID-19 Yo aborté durante la pandemia del coronavirus, en mi cuarto, en soledad, con temor.
En la cuarentena aborté hasta el corazón, encerrada, entre escalofríos, diarrea y vómitos, expulsé placenta, sangre, coágulos y vida.
Yo aborté con tristeza y dolor, no tuve que ir al penal, no tuve cárcel, pero sí encierro, no tuve condena, pero sí la contingencia 162
Encerrada, encerrada, encerrada.
Sangraba, sangraba, sangraba.
No hay trabajo, no hay papel sanitario, no hay ganas de vivir.
No paro de sangrar, un día tras otro tras otro, tras otro. Toallas y más toallas. 163
La ciudad colapsa mientras yo aborto, no puedo salir, no puedo comprar papel, no hay toallas sanitarias no hay dinero no hay trabajo no hay vida.
Para pasar el dolor me siento en una silla mecedora, aguanto, aguanto, aguanto lágrimas.
Aborto, estoy abortando, aborté durante la contingencia, la nueva cárcel temporal de la sociedad, que no res-
peta clase social.
164
Le ruego a las diosas, le ruego a Tonanzin, a la Virgen de Guadalupe, a Coatlicue y a todas mis edades
Que cese el dolor, que pare la sangre, que las mujeres que abortamos esta cuarentena estén bien, que no sufran que no lloren.
Su dolor es mi dolor, su feto es mi feto, su sentir es mi sentir.
No recuerdo la fecha, ni el día o la hora, solo la prueba de embarazo con resultado positivo, nuevamente embarazada, pero ahora en una situación donde el mundo 165
comenzaba a colapsar, el invento del virus se volvía real, mirando las noticias conocía a este invitado que no requiere invitación, el invisible que invade los países llegó desde el viejo mundo, y así como la conquista, los colonizadores trajeron sus enfermedades que provocaron el deceso de miles de nativos en la gran Tenochtitlan. Solo que ahora no llega directo de barcos, sino de aviones, una enfermedad que llega a todos los sitios, en Tijuana el miedo llegó con los gringos, aquellos con solvento económico suficiente como para acaparar los mercados y llevarse todo el papel sanitario, el coronavirus había llegado y yo estaba embarazada. En las periferias, esperaba y esperaba. Con el poco dinero que tenía fui a hacerme una ecografía, era la segunda vez que iba, detestaba ese lugar, frío y con una falsa imagen de personas que serán padres felices, el procedimiento de beber agua, agua, agua, agua... hasta que tu vejiga esté a punto de estallar, una vez dentro me recosté sobre el asiento, frío, bajo unas escaleras, y a mi lado derecho estaba la mujer con la máquina, frente a mí la pantalla donde podré ver al feto que hacía que me muriera de angustia. La señora lo encontró, me dijo que escuche el corazón, dentro de mí había un sentimiento de desesperación, lo único que a mí me importaba 166
era saber el tamaño del feto. Había un sonido raro que la señora reproduce tres veces, escucha el corazón, me dice. Yo solo quería salir de ahí y tener los resultados.
Desde mi cuerpo ¿Solo procrear porque sé que mi útero funciona?
Porque los demás lo esperan.
Este cuerpo me pertenece.
Porque mi vientre conoce mi rol social, procrear, parir, dolor, 167
lágrimas de mi entrepierna.
Rojo, pequeño, doloroso.
Es matar o vivir, sentir que tu alma se va, saber que dentro de mí hay un invasor.
Pero todo vuelve a la normalidad, después de abortar mis caderas reclaman su libertad
Mi vientre vacío me reconforta, lloro de felicidad, sin importar el dolor del bisturí, 168
sin importar el frío, ya recuperé mi libertad.
Dentro de mí, el invasor sin invitación tenía 6.3 semanas. Tenía que esperar un poco para realizar el aborto, y mientras yo estaba embarazada la ciudad colapsaba, las ciudades estaban cada vez más solitarias, los mercados más vacíos y cada vez había más enfermos. Desde que me enteré de la cantidad de semanas los síntomas de mujer embarazada se hicieron presentes, no soportaba los aromas, el que fuera me molestaba, todas las mañanas tenía náuseas, el vientre duro y la cara triste, sin ganas de comer, sin querer salir de las cuatro paredes de mi habitación. ¿Cómo ocultarlo? Si por la contingencia estaba en casa, sin nada que hacer, si en la familia no nos hablamos, si solo estábamos mirándonos las caras unos a otros, si nadie soporta la compañía, a mí no me quedaba más que esperar a que creciera el feto para que fuera más efectivo el protocolo.
Hasta que un día, ya harta de los síntomas, harta de 169
saber que estaba embarazada empecé con el protocolo, era simple, medianamente seguro. Pero si sucedía algo fuera de mi alcance ¿a quién le diría? No tengo trabajo, no tengo dinero, los hospitales están llenos. Una mañana, desperté, vomite y empecé con protocolo de miso, el cual decía que colocara 4 pastillas debajo de la lengua cada tres horas. Empecé, mi lengua se entumió, escalofríos invadieron mi cuerpo, solo estaba yo, solo me tenía a mí; continué la segunda dosis, 4 pastillas debajo de la lengua durante media hora, el sangrado comenzó, los efectos secundarios aumentaron, vómito, diarrea y esos escalofríos, no tenía a nadie más que a mí, solo me refugié en mi cama, en mi cuarto; la tercera dosis, 4 pastillas debajo de la lengua durante media hora, vómito, vómito, vómito, diarrea, diarrea, diarrea. En la última dosis expulsé algo, un primer coagulo, en la taza del baño. Me sentí un poco mejor, pero los síntomas continuaban, no tenía a quien llamar, con quien hablar, ya que durante la contingencia las mujeres tenían más cosas que temer.
Como dos horas después expulsé un coágulo de mayor tamaño, era del tamaño de la palma de mi mano, lo 170
tomé de la taza para sentirlo, para vivir el aborto, tocar aquello que estaba haciendo que mi contingencia fuera un poco más terrible. Era gelatinoso, de color guinda, estaba dentro de mí, pero no más. Volví a respirar. Desde ese día no he dejado de sangrar, la contingencia empeora, cada vez la gente deja sus empleos o son despedidos, los alimentos escasean y mientras que suben de precio, ¿qué haré sin productos necesarios como toallas o papel sanitario? Desde entonces mis pantaletas están manchadas, no me alcanza para artículos de aseo personal, no tengo a quien decirle, no sé si ir al doctor, o si es normal sangrar, sangrar, sangrar...diario, por casi un mes. Mis únicos refugios son el cuarto y el baño, lugares en donde solo las cosas que están ahí conocen mi intimidad, mi cuerpo, mi proceso de aborto. A veces me pongo a pensar que mi cuerpo reciente sufre la contingencia, vive el encierro como una cárcel, una jaula, que la sangre es una manifestación de su tristeza, de un cuerpo que no es libre, que fue castigado por la enfermedad mundial, que ya no tiene libertad; ahora mi cuerpo me castiga a mí, me muestra su naturaleza y lo sabio que es, mi cuerpo llora y yo lloro, solo los dos sabemos de este aborto. 171
Dejé de existir, respiro, pero no vivo, me libré del embarazo, pero no de la penitencia, el aborto es un acto de salvación, me salvé, pero el COVID-19 llegó para poner a prueba hasta al más cuerdo, mis cinco sentidos no son los mismos, no sé qué día o qué hora es, vivo mis días sin sol y sin luna, me duele la sangre de mi vagina, me duele no tener toallas, me duele mi cuerpo, me duele la vida, el coronavirus me castiga, me quiere volver loca, mi acto de aborto fue para sobrevivir mi vida, pero el coronavirus me la está arrebatando. No tengo amistades, no tengo contacto humano, no tengo a nadie que me consuele, aborté, me dolió, me sentí desafortunada entre mi sangre y mi soledad, no tenía más compañía que mi reflejo en el espejo y el feto en mi mano, no tengo calor humano, solo las lágrimas de mis noches; no puedo bailar, me duele el vientre, no puedo salir a caminar, el aire está maldito, mi único contacto con el mundo está en la palma de la mano, el celular, que me envuelve con noticias de muertas, feminicidios, y yo lloro más, más, más y más, me parte, me quiebro en soledad, mientras unas luchan por sobrevivir a otras les arrebatan la vida que tanto les costó cuidar.
Me duele su dolor, pensar que mientras yo abortaba, alguien las mataba. Pensar que mientras yo tengo al in172
vasor dentro de mi cuerpo, en la jaula de las mujeres, el hogar, ahí vive el enemigo, aquel ser que desea ver a las mujeres muertas por el simple hecho de pensar que son su propiedad. La violencia doméstica, machista y patriarcal que solo podemos ver con golpes, violaciones o muertes de las mujeres. Lamentable ver que en el espacio donde te quieren encerrada, para no enfermar, para lograr vivir, está un virus de mayor alcance, tan largo como el origen de las sociedades. El hombre machista que está en la casa para violentar, el hombre machista se convierte en el virus que ataca solo a la mujer, un virus que ataca solo a la mitad de la población.
La violencia privada El dolor hasta la médula, machista desde el centro.
El Estado el origen, las afectadas son mujeres. 173
Madres sin sus hijas, deidades vírgenes, dan a luz pero sin penetración.
La violencia del hogar, las muertas que nadie ve.
Una herida abierta que desangra al país.
Noticias y más noticias, muertas, violadas o desaparecidas. ¿A las mujeres qué nos interesa un virus? Si aun con cuarentena nos pueden matar en nuestros propios hogares, si aun yendo solo al mercado por alimentos nos pueden secuestrar, si aun defendiendo los derechos de las mujeres en una okupa en la universidad me pueden violar. Las noticias que me hacen llorar, me hacen dudar de la enfermedad, de la pandemia. Si las mujeres son por lo menos el 70% del personal de salud que intenta que el COVID-19 pare, ¿quién detiene a los hombres? ¿Quién se interesa por detener a los que 174
mataron a las niñas? ¿O encontrar a los que golpearon a las estudiantes en su propia universidad? La violencia no se detiene ni con toque de queda.
Situada Aquí, aquí, aquí la mataron, iba al trabajo, sin ver su rostro la asaltaron. Aquí, aquí la violaron, en la casa de la vecina, ellas solo la silenciaron, el violador era parte de la familia. Aquí, aquí la golpearon, 175
en la universidad, ella se siente culpable, la escuela no habla por la presión.
A mí no me interesa que se salve la sociedad, no me interesan las medidas sanitarias, si de morir se trata, parece que la parca solo pone dos opciones: prefiero morir de una gripe a terminar asesinada en alguna calle de Tijuana. Mis emociones conectadas a las noticias de un celular, de una red social que me mantiene al día, pero a costa de lágrimas y sangre. Lloro cada vez que las leo, que las miro, que las pienso, noticias de desaparecidas, muertas y violadas. Mientras los contagiados van en aumento, para el gobierno parece que las cifras por feminicidios solo se detuvieron, no es de sorprenderse que interese más para el presidente los discursos de las alertas sanitarias de López-Gatell, que las alertas de género activas e ignoradas en diferentes estados de México. No paro de llorar, un mundo de emociones entre las cuatro paredes de mi cuerpo. Desde el día que aborté mi vagina huele a muerte, está triste, mientras miro 176
las noticias lloro y recuerdo el texto de María Galindo, Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir. Creo que esa es la línea más apropiada para la supervivencia de las mujeres durante la contingencia del COVID-19. Para las mujeres, desobedecer para florecer, para tomar las calles y ver el mundo arder. Para las mujeres no queda más que la esperanza, imaginar lo que haremos después del encierro. En mi caso yo dejé coágulos, vómito, diarrea y sangre atrás, esperando salir de mi cuarto, de mi cuerpo y de mi vida durante la pandemia. Deseo que esto ya pare, que la vida siga, que las mujeres renazcan y tengan vida, que no hubiera sucedido ninguna muerte durante la contingencia. Para las que ya no están, mis letras y mi sentir son para ellas.
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Carmen García nació en Ciudad Real, España, en 1995, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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No durará siempre
La última persona ajena a mi confinamiento a la que abracé, fue Garabato. Quedamos un día antes de que se nos dejase claro que no era seguro salir de casa y, tras unos momentos en el que barajábamos la posibilidad de contagiarnos con la cercanía de nuestros cuerpos, nos encogimos de hombros con cierto pasotismo juvenil y nos estrechamos con cariño. El recuerdo se aferra fieramente a mi memoria, no por nada se trató del prólogo del primer gran hecho histórico que vivo, una auténtica hecatombe. Quizá me esté creyendo demasiado importante. Recuerdo las palabras que Kroma me dijo mientras miraba al mar en diciembre: nuestra existencia es apenas significativa, no solo en comparación con el Universo, sino en nuestro propio mundo. Tan solo somos alguien más. Para él, ser consciente de su propia pequeñez era reconfortante. El virus ha sido el detonante perfecto para revivir ese recuerdo, me ha hecho más consciente que nunca de mi propia fragilidad, 179
como si mi propia vida tuviese la misma consistencia que la del ala de una mariposa. Soy de las afortunadas que ya trabajaba desde casa antes del «día cero», que tiene un hogar donde no falta alimento, una habitación propia (lo logré, Virginia), sol, calma y que además lo comparte con unos padres que la quieren. No obstante, como era de esperar, a veces mis nervios se crispan con mayor facilidad, lo que me ha llevado a discutir, por nimiedades, con mi madre (con quien suelo hablar más, pues mi padre es más reservado). Estos roces no son más que un reflejo de la rabia e impotencia que sentimos. Y del miedo, un miedo que a veces ha generado un vacío. Se acopla al rincón más inaccesible y permanece ahí un tiempo indefinido.
Mi amiga de la infancia, Verso, me sugirió comenzar un diario. Desde que tenemos uso de razón hemos escrito. Podría decir que la escritura es tan necesaria como el mismo aire que, afortunadamente, aún llena nuestros pulmones, siendo la principal vía de escape y
transcripción de la realidad. Me pareció la mejor manera para asimilar lo que estaba sucediendo. Más tarde me confesó que ella no consiguió llevarlo a cabo. Por 180
mi parte comencé una rutina retrospectiva que me obligó de nuevo (porque desde adolescente no lo hacía) a buscar un hueco en mi día para plasmar, no tanto lo que me pasaba, porque aquello me resultaba de lo más anodino, sino lo que sentía. Cuando me centro en escribir mis emociones hago el mayor ejercicio de honestidad conmigo misma. Hubo otras veces, en el pasado, que requerí de la ayuda de algunas de mis psicólogas para hacerlo. Llegar a la raíz no es agradable, esas raíces están lejos de la luz y la tierra es mucho más profunda de lo que nos creemos. En esas rutinas de reflexión descubrí que me da miedo bajar al supermercado que tenemos justo enfrente de mi casa. Por eso me quedo más tiempo de lo normal en la cama o en caso de que me despierte más temprano, lo hago sin hacer un solo ruido hasta que escucho que baja mi padre. Ni él, ni mi madre, ni yo somos grupo de riesgo, pero de siempre he sido una mala enferma y el pasado mes de febrero fue terrible. Aborrezco la idea de volver a mi cuerpo dolorido, incapaz, anulado, convertido en prisión y privado de sus facultades. ¡Cuán infravalorada eres, salud! Hasta que no nos faltas es como si fueses inmutable, perfecta y eterna. Tengo el ingenuo pensamiento de ver este encierro como un momento idóneo para empatizar con quienes nos rodean. Sí, soy consciente de que 181
hablar ahora de empatía, cuando acabo de reconocer mi cobardía a enfermar por pereza a desinfectarme, por no cargar con la compra, por no cruzarme con la gente, no es dar el mejor ejemplo. Soy muy consciente.
La necesidad de comunidad es más necesaria que nunca. El miedo se ha instaurado en nuestra rutina, aunque puede que poco a poco lo hayamos aceptado como uno más y la resignación se siente por la noche a la mesa. Buscamos la manera de conectar más allá de una nota de voz, un mensaje, un comentario o un «me gusta». En pocos días, fui testigo del aumento de espacios seguros, de sanación, de compañerismo y sororidad, donde la risa se empleaba como terapia. Gracias a la tecnología, pude escuchar la voz dulce y potente de mi amiga Meliflua cuando hacía directos de vez en cuando y mandarle una felicitación en directo el día de su cumpleaños. Le prometí que tendríamos que cantarnos algo juntas cuando todo esto terminase. Las reuniones familiares improvisadas en una pantalla dividida en muchas más pequeñas son nuestra nueva tradición de los domingos por la tarde. Asistir a cursillos de emprendi182
miento y marketing con mi mentora Letras y aprender con cada una de las curiosidades del lenguaje que nos trae a diario. También disfruto de clases esporádicas de cocina, alimentación o incluso de edición y, por supuesto, los cafés virtuales con la Piñitas, iniciativa creada por Brava, con quien estoy comenzando a formar un vínculo bálsamo, que me ayuda a curarme en estos «días raros», como los estamos empezando a llamar. Pese a todo ello, la lectura sigue siendo mi gran aliada, compañera, amante y maestra. Mi madre, antes que comida, prefería llevarse un libro (o dos) bajo el brazo. Parece ser que yo, la benjamina, soy la que ha heredado ese rasgo tan marcado en su persona. Incapaz de concentrarme en la prosa tan poéticamente simple de Patti Smith, que con tanta ilusión le pedí a Verso, comencé a devorar libros intimistas de otras mujeres que sin tapujos me hablaron del duelo, muerte, sexualidad, contradicciones, miserias, violencias o el mar. Comencé a escuchar a Luna Miguel leer(me) obras que hasta el momento no conocía y me maravillaron por su brutalidad y hermosura. Maldije los libros de texto por sesgar tanto la Literatura ¿dónde estaban todas ellas cuando estudiaba? Ahora, cuando leo, me imagino su voz narrándome con ese tono ju183
venil, suave, pausado y especialmente triste. Cada día que pasa se me abre más el apetito lector que sacio en cada hueco libre que tengo con letras y más letras. Olvidándome plenamente hasta de mí misma, como si mi ser fuese una extensión más de las páginas que tengo ante mí. Retomar el hábito de dibujar también me está aportando mucha paz. Es interesante ver la evolución que he llevado a cabo, me observo hasta cuando soy la creadora. Encontré un reto de casualidad por internet en el que durante quince días (cuando se dijo que «solo» serían esos quince días, aunque realmente todes sabíamos que no sería así) se debía hacer un dibujo de temática «apocalíptica». Rápidamente se lo mandé a Garabato, me motivaba mucho más compartirlo con alguien y él estaba solo en su piso así que sentí un pequeño orgullo por poder despertar su lado más creativo. Conseguí que llevase un buen ritmo, nos reíamos mucho al ver que en dos ocasiones nuestras interpretaciones fueron peligrosamente similares, lo que me recordó que «mentes geniales piensan igual», aunque nos decantábamos más por la idea de que en verdad no teníamos originalidad ninguna. Por desgracia dio un parón cuando los trabajos de la universidad comenzaron a comerse su tiempo 184
y empezaron los agobios. Estoy segura de que debe ser duro para él, aunque eso no le quita peso al hecho de que me apena no haber visto un solo dibujo más por su parte. Pese a que los dibujos terminaron, las conversaciones en el móvil y por videollamada, no. Recuerdo que la misma noche que me anunció su parón debido al hastío me hizo reír muchísimo cuando dijo: —Yo creo que el Infierno está hecho a medida. El mío es ese pasillo de reservas de encurtidos —no soportaba el vinagre— en el que entro constantemente como si fuera un bucle. Seguro. Queríamos leernos La Divina Comedia, o al menos El Infierno, porque todo el mundo sabe que es la mejor parte. No hace falta que lo aclare, pero no he pasado de las primeras páginas de la introducción de dicha obra. También compartimos música. Otro de mis nuevos amores son las canciones de piano que nadie conoce y que suenan en mis orejas prácticamente todo el rato. Es algo así como mi placebo, mi mantra para cuando el vacío comienza a crecer en mi estómago. Confieso que me hace muy feliz ir construyendo poco a poco una amistad con Garabato. Suelo ser algo torpe con los chicos, cuestiones que se relacionan con la inculcación de separación por géneros y que nos juntemos solo para 185
cuando haya interés sexo-afectivo. En los últimos meses parece que esa torpeza está menguando. De lo que se da cuenta una… Hubo una noche en la que el vacío iba en aumento. Sabía que podría derivar en mi conocida ansiedad. Ángel de la retaguardia, siempre pendiente, siempre sigiloso para adherirse a mí. Últimamente me comunico menos con mis padres. Antes, cuando tenía los primeros síntomas, lo hablaba con elles y me tranquilizaban, pero, ahora, verles constantemente ha hecho que en ciertos momentos me sea más fácil aislarme. Le comenté escuetamente en un mensaje a Verso cómo me sentía. Ella me comprendía, (¡cómo no!), no obstante, una parte de mí me dijo que no era la persona idónea para pedir ayuda. No porque fuese torpe para ofrecerme consuelo, sino más bien porque me obsesiono con no hacerle daño y considero que estos temas suponen un auténtico foco de dolor. Afortunadamente Marín estaba operativo. Él mismo se ofreció a llamarme y lo que empezó siendo la descripción de mis síntomas previos al salto de la espiral de la ansiedad, acabó siendo una conversación metafilosófica de los roles de género, las «primeras veces», los tabúes sexuales y la afectividad. Solo nos faltó hablar de arqueología subacuática. 186
Semanas más tarde sería él quien me pediría una llamada. Cuando hablásemos, viendo desde mi ventana a mis padres en la terraza aplaudiendo junto con el vecindario, llegaríamos a la conclusión de que, en los momentos de silencio, al encontrarnos con nuestro verdadero yo, como a mí me gusta llamarlo, sentiríamos la pequeñez de nuestra existencia, pero no de un modo modesto y humilde como me dijo Kroma, sino como la más absoluta desolación humana: la certeza de ser nada, que viene a ser lo mismo que no ser. ¿Y cómo encajar esa paradójica idea en nuestra imperfecta mente? La vida puede ser extraña. Marín y yo cruzamos caminos por primera vez hace diez años. No empleo la palabra «conocer» porque es precisamente ahora cuando lo estamos haciendo. El encierro nos ha dado el espacio para hablarnos, para preguntarnos activamente por nuestros pensamientos, para abrirnos sin miedo a que se nos juzgue y atrevernos a estar en desacuerdo. Eso me ha llevado a prometerle un gran achuchón cuando nos veamos de nuevo. Durante los primeros días se repetía el mismo proceso con Kroma: le mandaba un mensaje y fuera cual fuera el tema de nuestra conversación le expresaba que quería hablar con él. Realmente lo que quería era es187
cuchar su voz. Quería verle el rostro que tanta ternura me había producido desde que le conocí. Pero, por supuesto, quería que él me viese también, que volviéramos a reírnos de las cosas más necias, que compartiéramos confidencias, que volviese a convertirse en mi musa predilecta. Y quizá yo también fuera su fuente de inspiración. Fingir que febrero nunca había sido me entristecía: había fracaso en mi empeño de poner en práctica todo aquello que aprendí para desmontar la toxicidad romántica, racionalizar mis emociones, aceptarlas y pasar página. Mi hermana me decía que no sabía cómo soltar lastre, que le olvidase de una vez y a otra cosa, mariposa (nunca mejor dicho). Eso me enfadaba en términos galácticos. Pese a que sabía que en el fondo no quería verme sufrir, no aceptaba esa rotundidad en sus palabras. Ese «tacto» suyo lo hemos heredado, sin excepción, ella, nuestro hermano y yo de nuestro padre. Desde hace un tiempo evito mencionarlo frente a ella o cualquier otro miembro de mi familia. No porque haya rencor (nunca lo hubo), sino para que yo también pueda acostumbrarme a su ausencia. Esa falta que me dejó noqueada hasta creer que el corazón se me iba a parar. Sin embargo, tengo la certeza de que, por un instante, me morí en febrero. 188
Una noche en la que hablé con Verso me dijo, con esa voz suya hecha de poesía, con las palabras acertadas, eficaces y los silencios en el momento preciso: —Si es verdad lo que me dices (sobre Kroma), que sufres tanto… aléjate. Verso y Kroma, durante un pequeñísimo espacio de tiempo, compusieron las piedras angulares de una tríada equilibrada. Mi amiga querida, mi amiga de siempre, con mi amado, siendo como hermano y hermana, me sacaban siempre una sonrisa. Tienen esa inocencia desgarrada tras los ojos oscuros, la fragilidad a flor de piel y son dos idiotas que «nunca hacen nada» cuando en verdad, de alguna manera, me estaban salvando de todo. Les estoy viendo florecer y me entristece no haber formado parte de ello. Cada vez me acompaña menos la presencia de Kroma. Me sigue entristeciendo y más de una vez he tenido una pequeña ansia por preguntarle a Verso, Garabato e incluso a Marín si está bien, si sigue viendo el mar desde su ventana sin ponerse triste, si sigue editando, si ha comenzado Tokio Blues, si…
Como cada mañana, en un gesto automatizado, miraba los mensajes que me hubieran llegado mientras 189
dormía. Entre los chats de las diferentes aplicaciones encontré unos cuantos mensajes pertenecientes a un número que no tenía archivado. Lo primero que pensé fue que podría ser un contacto que no había guardado en el móvil, hacía poco que lo había cambiado. Sin embargo, cuando pulsé con mí índice sobre la pantalla para acceder a esos mensajes, a su foto de perfil y poder así averiguar quién era, se obró el milagro. Hola Leptir. Soy Apry, me cambié del número [...]quería asegurarme de que estabais bien tú y tus querides. Y hombre, la verdad es que te echo mucho de menos. Los ojos se me inundaron de lágrimas. Lloraba por volver a saber que seguía existiendo, que desnudaba su alma ante mí por medio de aquellas palabras. Lloraba por no poder darle un largo abrazo, por tenerla al otro lado del mundo. Lloraba de alegría por saber que no se había alejado de mí. Conocí a Apry el año que pasé fuera de casa. Nos hicimos rápidamente amigas. Me enamoré de ella. Ella de mí no. Pero cuando le ofrecí, con las palmas de mis manos abiertas, todo ese amor que guardaba dentro, ella simplemente detuvo su trayectoria y me pidió que fuese su amiga. Kroma también me lo había pedido. Y en ambos casos acepté. Pasada una semana conseguimos encontrar un hueco para ha190
blar y la alegría de vernos de nuevo fue reparadora. Nos pusimos al día rápidamente, ella se mostraba tranquila (Apry es una de las personas más calmadas que conozco) si bien ella, particularmente, no corriese un verdadero peligro, estaba preocupada porque no se estaban tomando medidas más estrictas en su zona. Me pareció adecuado leerle la carta que no llegué a mandarle junto con un libro que tenía pensado regalarle. Como ella me dio la historia de Oliver y Elio a modo de regalo de despedida, yo quería darle la de Dante y Ari. Pero tendríamos que esperar a que pudiera hacerle el envío. Es más, dijimos de cancelar todo ese lío de correos y dárselo en mano. Planeamos un viaje juntas, un hipotético y futuro viaje ella y yo, para darle a conocer a la otra nuestros propios mundos. Y por una vez sonó real. Me di cuenta de que el dolor no permanece para siempre. Ya no siento esa punzada en el vientre cuando la miro. Ya no se me encoge el corazón cuando recuerdo su rechazo, ni el corazón se me acelera al verla. Ahora es como mirar a Verso, a Marín, Garabato o incluso a mis hermanes. Ya no hay deseo. Ni melancolía. Ni ra-
bia. Tan sólo el cariño. Eso me dio fuerzas, me dije que era normal la conducta pseudo-masoquista con Kroma. Todavía al leer su nombre en alguna conversación, ver 191
alguna foto suya (las pocas que nos hicimos y conservo), escuchar que alguien lo mencionaba… siento un aguijón que va desde dentro afuera, que me tortura con todos los posibles que pudimos ser y nunca jamás serán. El proceso de sanación es terriblemente lento, por lo que este encierro y esta distancia van a convertirse en mis aliadas para cerrar la herida con calma y con mimo.
Con la llegada de abril siento que he comenzado otra nueva fase en el confinamiento. De alguna manera la situación ha perdido parte de su excepcionalidad, por lo que me resulta más sencillo volver a enfrentarme a explorar nuevas fronteras en mis proyectos laborales, en relatos, amagos de poesía e ideas para mi novela. Y algo nuevo, la fotografía. A mitad de tarde, en mi terraza, me animé a sacar de nuevo la polaroid. Estaba tomando el sol, generalmente mis padres lo hacen por la mañana, pero me he dado cuenta de que me gusta más la luz del atardecer. Es curioso, ya que de siempre he experimentado un gran placer despertándome al alba: cuando aún el mundo no se ha despertado pese a que el día ya ha comenzado. No obstante, hace tiempo que ya no soy tan madrugadora. Aunque ya lleve más de media vida en esta misma casa me sigue asombrando 192
el drástico cambio de percepción que tengo respecto a sus dimensiones. De niña, cuando la casa aún era de mi yaya, me parecía que eran mucho más exageradas de lo que son ahora (sin menospreciar su tamaño). Antes de tomar mi cámara fotográfica había pensado sentarme a leer, pero la brisa, el sonido de algunas palomas al volar, un ligerísimo eco de una o dos personas en la calle para comprar en el supermercado… me era imposible concentrarme, todo me sonaba tan excitante como un concierto de James Rhodes (sueño con verle a él y a Billie Eilish en directo algún día). Me fijé en el cielo, sumamente azul en ese momento. Durante todo el día había sido un vaivén de claroscuros por las nubes que lo surcaban, movidas por las ráfagas del viento. Pensé en mi yaya, quien tenía los ojos más azules que he llegado a conocer, por lo que jamás asociaré el cielo con otra mirada ¿me estaría viendo ahora? A lo lejos, si me cubría con una mano a modo de visera la cara, podía apreciar unas nubes blancas y esponjosas. Sus sombras no eran negras, sino añiles, de tanta luz que recibían. He soñado muchas veces con esas nubes, con ese cielo, y siempre me produce una sensación entre la paz más absoluta mezclada con la certeza de que me acabaré. De que, al morir, sentiré algo parecido a lo que 193
siento al mirar esas nubes: paz, pero al mismo tiempo el vacío y cierta melancolía. Fue en ese momento en el que decidí hacerle una foto con mi polaroid, si bien la luz era demasiado potente y donde debía estar aquel idílico cuadro el aparato capturó un puntito negro, presumiblemente el sol, y lo demás una blancura difuminada con algunos detalles. Me dije: «demasiada luz para un confinamiento, puede que por esto haya salido una foto tan ciega». Aun así, me gustó tanto que la pegué en mi diario, que era también mi agenda de trabajo. Me estoy acostumbrando a que las cosas no sean como en las novelas de antaño, no hay tantas cosas tan bien calculadas, medidas y posicionadas para que todo salga acorde a lo que dicten mis deseos. Y por supuesto que hay veces en las que me enfado cuando algo falla, no he pretendido dar a entender que soy perfecta. También es en mi terraza, al mirar a través de mi ventana, donde me doy cuenta de que, en los días soleados, (intercalados con los grises, ventosos y lluviosos
más propios de lo que la primavera debería seguir siendo y apenas lo es), vienen más pájaros. He visto mirlos, palomas, y golondrinas más que nunca. Me encantan las golondrinas, hace años que no tocamos los nidos 194
que hacen en la casita donde mi madre crecía como una flor silvestre durante los fines de semana y veranos y que yo he visto en contadísimas ocasiones (lamento decir que no me une a esa tierra ningún sentimiento remarcable, aunque ha habido veces que he fantaseado con reformar esa casa y convertirla en una biblioteca donde poder vivir). Lo que sí que no he visto son gorriones. Una lástima porque eso confirma lo que se sabe desde hace tiempo: se están extinguiendo. En la costa, por ejemplo, donde vive mi hermana y su familia, me comentaron que apenas quedan. Paseando al lado del Mar Menor, tan solo vi unos pajaritos verdes que emitían un sonido un tanto molesto. Una especie invasora, traída por los hombres (uso aquí el masculino aposta), que luego no fue capaz de hacerse cargo del desastre que causó. Kroma, otro niño del mar, se quedaba mirándolos embelesado. Una vez que le acompañé a comprar, en enero quizá, se paró en seco e inclinó, si no recuerdo mal, la cabeza a un lado con una sonrisa algo melancólica. Ahora me preguntó si aquel gesto hubiera sido una buena foto, pero no llevo la polaroid a todas partes, las fotos son caras y temo que pueda romperse. Aquellos pajaritos no fueron motivo de mi interés hasta que un día, como siempre nos pasa, su ausencia me hizo consciente de que solían venir todos los días a mi 195
terraza, a cantar, cuando no detectaban aún movimiento en mi alcoba. ¿Cuánto tiempo debería alargarse la cuarentena para que los gorriones volvieran? Aunque bien pensado… ¿realmente así se resolvería algo?
Me he percatado de tres pequeños detalles cada vez que he salido a aplaudir. El primero es que siempre nos ponemos en las mismas posiciones: mi madre al centro, mi padre a su derecha, yo a la izquierda. Se dice que el ser humano es un animal de costumbres y mi padre y yo a veces tenemos una mente muy cuadriculada. El segundo es el alargamiento de los días. La luz cada vez le va quitando espacio a la noche y eso me gusta. Me encanta el verano, me pone de buen humor haber empezado ya la primavera porque me hace ver que estoy más cerca del próximo solsticio. El tercero, soy la primera en retirarme. Tengo varios motivos: suelo tener frío, ya que nunca caigo en ponerme una chaqueta, me incomoda escuchar Resistiré cuando la ponen tan alta como para que los perros se pongan a ladrar. Siendo sincera, más de
una vez he tenido la tentación de unirme a los animales, para mostrar mi rabia y el dolor que me provocan los ruidos fuertes. Sin embargo, ni por toda la cuarentena del mundo sería nadie capaz de justificar que una joven 196
como yo se pusiese a ladrar como un engendro cuando sonaba lo que parece haberse convertido en nuestro nuevo himno, junto con Oda a la alegría, que siempre escucho quince minutos antes de la hora indicada para el aplauso. Esa aún me sigue conmoviendo. Reconozco que cuando cantamos el cumpleaños feliz a una vecina sí que me sentí muy cómoda, es más, fue de las pocas veces que me emocioné a esa hora. Ojalá todos los días fuesen cumpleaños. Soy de las que se ilusionan enormemente con la llegada de esas fechas, sabiendo que ha pasado un año más y pese a todo (o gracias a todo) seguimos aquí, viviendo.
No durará siempre, me repito cuando el vacío se hace grande en mi interior. El encierro, mis proyectos de futuro, los libros, los espacios de cuidados, nuestra pequeña gran familia, la música, las reuniones, los gorriones, el mar, mis padres, mi hermana y su familia, mi hermano y la suya, Verso y su poesía, Marín y su elaborado lenguaje, Garabato y
sus dibujos, Kroma y su recuerdo, Meliflua y su música, Apry con sus idas y venidas…ni siquiera yo. No durará siempre. 197
Por lo que, hasta que se me acabe el tiempo, seguiré escribiendo, imaginando, sintiendo, diciendo «te quiero», abrazando y besando a mis padres, leyendo no lo que caiga en mis manos, sino lo que el instinto me marque; videoconferenciando con quienes más quiero, bailando en mi cuarto, dibujando, creando mi propio negocio, comiendo plátano con nueces y sirope de agave, tomando un té en cada café virtual, desaprendiendo y cambiando de idea, una dos, tres… mil veces sobre un mismo tema. Como tengo la certeza de que nada, absolutamente nada, durará para siempre, continúo viviendo hasta lo que se supone que venga (o no) después.
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Carmina Balaguer nació en Barcelona, España, en 1984, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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Mirar la pérdida
Día 2 – Domingo 15 de marzo de 2020 P quiso celebrar su día con una sesión de autorretratos a la que me entregué jovial. Me invitó a que nos miremos a través de la cámara durante cada día de esta cuarentena de la que aún no conocemos ni los días ni las semanas. Ni los resultados. Me pidió que, a partir de ahora, no sonría y simplemente me abra al secreto. Al gesto neutro. Pienso en el origen de este término y en cómo me aboqué a él cada vez que practiqué una cuarentena en el pasado. Pienso en cómo esta cuarentena es distinta a todas. Tal vez un resumen; tal vez un nuevo inicio. Pienso en todas las búsquedas, las de crear casa y amor. Pienso en todo lo que no sabemos de estos días y en lo afortunados que somos de atravesar esta incertidumbre juntos. P me mira de acuerdo mientras sostiene mi entrepecho con la palma de su mano. 200
Ayer P cumplió años lejos de casa. Cortamos en cuatro partes un muffin de chocolate que encontré el viernes a última hora, antes de que todos los negocios cerraran por tiempo indefinido. Se lo regalé junto a una vela antigua que encontré, a la que le di la vuelta para convertir el 7 en un 1. Soplamos a oscuras y nos acordamos de cómo, solo un año atrás, él me golpeaba el vidrio mientras yo esperaba sentada en la Negus de la Plaza Belgrano. Cómo en ese mismo café nos rozamos la palma de la mano por primera vez. Cómo fueron las cafeterías los lugares donde todo empezó. En secreto.
Día 4 - Martes 17 de marzo de 2020 Anoche nos despertamos dos veces, por separado. P arrancó primero, al amanecer. Preparó el mate y abrió las puertas del balcón. Yo me acerqué un rato después y repetí en susurro: «esto será largo». Desde ayer una neblina extraña cubre el horizonte, borrando el acceso al mar. La vida sigue creciendo dentro mientras P afirma otro mantra: «estamos hechos de paisajes internos».
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Día 5 – Miércoles 18 de marzo de 2020 Hoy salí a comprar un poco de pan para M. En la esquina, dos policías pararon a una pareja que paseaba con barbijo y mochila –¿por qué estaban afuera?–. Estuve media hora con M, charlando a un metro y medio de distancia y sin compartir ni agua ni café. Hace una semana que no sale de casa, me recordó, y que no ve la calle. Me señaló ese cajón, donde está ese documento por si… Hablamos sobre la muerte; y sobre el nacimiento de L. Regresé veloz a nuestro espacio de confinamiento. Vivimos encerrados, pensé, aunque nunca toqué la vida tan de cerca.
Día 6 – Jueves 19 de marzo de 2020 Con P abrimos el trastero. Encontramos los adornos de Navidad y las valijas con las que cruzamos el Atlántico. Se podía inhalar un desorden vacuo. Una acumulación de planes que han pasado a racionarse. Desde que empezó el confinamiento, todo se cuenta. Los tomates
en el plato, las piezas en el lavarropas, los días en los que bajamos a tirar la basura, las horas en las que hay que salir al balcón y gritar como tarzanes. Las veces que lloramos. En esta última semana él lo ha hecho una vez y yo, dos. 202
Día 7 – Viernes 20 de marzo de 2020 Empezó la primavera y P transcribió cinco páginas de su libreta. A sigue preguntando cuándo regresará al colegio. Se preocupa por mantener todas las puertas cerradas y no dejar que los virus invisibles acechen su hogar. Cuando sus padres deben irse —el papá sale a comprar comida y la mamá sigue en el hospital trabajando en primera línea— yo cruzo la plaza para estar con él y con B, mientras P se queda en casa haciendo de nuestro hogar un refugio artístico. Hoy, mientras le daba el desayuno, A me confesó que un dragón dormía en la cuna de su hermanita. Le expliqué que a los monstruos se les combate con la mano en el corazón, pero él insistía con que el dragón no se iba. Juntó cartones, cuerdas y juguetes de madera para construir un arma letal. Lo dejé ser y media hora más tarde me sumé a luchar con él. Mi sobrino tiene tres años y medio, hace una semana que me ve tapada con mascarilla y que no me pregunta por qué la llevo. No lo necesita. Tiene claro que los dragones sí existen y que los adultos no sabemos matarlos.
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Día 9 – Domingo 22 de marzo de 2020 Tener una familiar trabajando en primera línea me lleva a una necesidad salvaje de no negar la realidad. Con P hemos salido a la azotea para dibujar cuántos futuros posibles podemos enfrentar. Es domingo, una vecina ha empezado a cantar ópera desde su balcón y M asegura no conocer a nadie que no quiera superar este ajuste de la naturaleza. Aunque P cree que es imposible regresar a los orígenes, una brisa anónima se ha instalado entre aquí y allá. En Barcelona, los dos hemos escuchado cantar pájaros por primera vez. En Buenos Aires, F se ha sentido orgullosa de su país por primera vez. En mi cuerpo, el presente se ha vuelto íntimo y compartido. Por primera vez.
Día 10 – Lunes 23 de marzo de 2020 Después del almuerzo nos agarramos las manos y estuvimos un rato largo mirando al infinito. Solo dijimos una frase: «no tenemos ni idea».
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Día 11 – Martes 24 de marzo de 2020 P dice que llegó a Barcelona por mí, aunque siempre pensó que cualquier lugar sería correcto para nosotros si estábamos juntos. El día que estuvo seguro de ello me sacudió el pelo a las cinco de la mañana para despertarme con un entusiasmo casi inocente. Estábamos en Lozano, nuestro segundo hogar de paso. Con la misma fogosidad decidí que a partir de entonces retrataría cada espacio en el que se daría lugar nuestra intimidad. Las habitaciones de acá y de allá. Las nuestras propias y las prestadas. Los refugios en los que creeríamos vehemente en nosotros. San Salvador de Jujuy, Lozano, El Pichao, Tafí del Valle, Termas de Reyes, Córdoba, Cachi, Barcelona y la buhardilla de Planoles. Aunque para mí el penúltimo de los puntos era el decisivo, hay un único lugar al que sigo recurriendo a la distancia; ese rincón secreto que —sin tener habitación— nos trazó el rumbo. Lo descubrimos en una inmensa y angosta formación rocosa, con figura de gar-
ganta abriéndose descaradamente hacia el cielo y como un imán a lo posible. Nos recostamos en la piedra rojiza de la quebrada, respiramos hondo y pensamos un deseo 205
en voz baja. En ese viaje —en el que unimos Salta con Cafayate, Jujuy con Barcelona y panza con pulmón—, establecimos un pacto de unión. El nuestro. Sin embargo, P ha decidido partir con el mismo impulso visceral con el que decidió venir; con el mismo fervor con el que me fotografió danzando un atardecer en el Parque Nacional Los Cardones, o manejó la chata ocho horas por día para llevarme hasta el Museo de la Luz. Algo que yo no logro ver desde mi balcón —mi único mundo posible ahora— lo llevará de vuelta a casa cuando las fronteras se abran. Algo que flota en el aire y que nos mantiene encerrados. Algo que para él es la continuación de un inicio y para mí un posible fin. Como un acto premonitorio, hoy nos hemos retratado al mediodía saliendo de la ducha, envueltos de vaho, de vapor. De un aliento que disipa todo aquello que pesa.
Día 12 – Miércoles 25 de marzo de 2020 Lo que P y yo somos nació en las alturas, en la aridez de los cerros y su sacralidad. Se acercó al mar, a la fami206
lia. Al arte. Y seguramente es esto mismo —el arte, la familia, el mar, la aridez de los cerros y su sacralidad, las alturas— lo que ahora nos separa. Nunca nos imaginamos tan lejos y tan cerca.
Día 13 – Jueves 26 de marzo de 2020 Recostados en la cama en la hora de la siesta y con la persiana del balcón bajada, P asegura no recordar el deseo formulado en la roca escondida de la quebrada, pero sí sentir que probablemente ya se cumplió. Yo le confieso aún recordar el mío —y guardarlo tan en secreto como ese día fértil en el que lancé un grito al cielo desde el silencio. Le confieso también sentir que para mí solo se cumplió a medias. Seguimos amando el silencio, porque es lo que tenemos. Seguimos amándonos en silencio, porque es lo que tenemos.
Día 14 – Viernes 27 de marzo de 2020 El confinamiento se convirtió en un lenguaje más, 207
estructurado en tres pasos. El mate silencioso, los retratos pensados y las noches interrumpidas. Anoche soñé con el número 2020, en cómo se duplica y se mira ferozmente a sí mismo. Anoche entendí cómo el 2020 es la suma de una pareja que puede unirse o alejarse.
Día 15 – Sábado 28 de marzo de 2020 P cree que lo que quedará será un mundo de huérfanos, pues quienes se van son los padres y no los hijos. Mientras leemos cómo el número aquí sigue en aumento, recibo un mensaje de L en el que reflexiona cómo los que mueren hoy —solos— son los que nacieron bajo la atrocidad de la guerra y la posguerra. Yo pienso en cómo los ancianos son los agentes principales en las culturas andinas, los guardianes del saber a quienes se accede cuando uno está perdido. Me pregunto si aún estamos a tiempo, de acudir a ellos para aprender a amar lo único que nos salvará: la vida.
Día 16 – Domingo 29 de marzo de 2020 P me invitó a ver esa película de los noventa en la que el hombre se acerca al lenguaje de los lobos. Fue la 208
primera obra audiovisual que vi sentada en un avión, proyectada en una pantalla mediana aquella noche de ya hace casi tres décadas mientras cruzaba el Atlántico por primera vez, abocada a un viaje que me abriría al mundo libre. Recuerdo todo lo que descubrí durante esa aventura familiar: el paisaje vasto, la montaña arisca, el amor incondicional. Y el pensamiento indígena. Un viaje que nunca más se repetiría, pues todo lo que fue familia en esas tierras se rompería de forma abrupta muy poco tiempo después. Sin previo aviso, como todo lo que sucede en estos días. En el filme, vimos la escena en la que L construye una vida con sus propias manos, en una cabaña fronteriza que crece a diario. Vimos cómo L se entrega a esa misión constante de observar los horizontes para controlar lo nuevo, de escribir el detalle en una bitácora arrugada que se alimenta de un fuego hecho a tierra. Vimos su mundo hostil, que en el fondo era del todo sincero. Yo me quedé dormida en la hora 2; y P en la hora 3. Soñé con todos los caminos recorridos estos últimos años, la cantidad de preguntas formuladas y textos en 209
bitácoras —algunos aún no publicados. Las cimas de Perú, Bolivia, Chile, Colombia. Los vientos de Uruguay, Paraguay, Brasil y México. La vida en la Quebrada de Humahuaca, abocada también a un mundo igual de hostil que sincero. Las fronteras y las tantas horas trasatlánticas desde arriba del avión. Adormecida, con la pantalla de la computadora de fondo y junto a P, entendí por fin cómo todo el sentido de mi vida se construyó para regresar a ese viaje irrepetible. A ese punto cero que me empujó a seguir una única corriente —la del corazón salvaje. A aquel verano en el que con tan solo seis años de edad —y frente al Gran Cañón del Colorado— me prometí que algún día me dedicaría a descubrir el mundo. Y a contarlo. Mientras P sigue esperando que las fronteras vuelvan a abrirse, yo entiendo que mi mundo de ahora es lo que siempre tuve y nunca pude ver.
Día 17 – Lunes 30 de marzo de 2020 Hay fragmentos de estos días que avanzan y retroceden en partes proporcionales. El aplauso de ayer lució por primera vez de día, pues la madrugada anterior avanzó el reloj una hora y nos arrimó hacia un 210
horizonte diáfano. Nos miramos entre todos. Con P inclinamos la cabeza para saludar a la de arriba; soltamos los brazos alocados para ser señalados desde la otra manzana. Descubrimos, todo el barrio, que quien salía cada noche a agradecer la labor sanitaria con una matraca era una abuela y no un hijo de cinco años; y que la carcasa que cubría el aparato no era de una madera romántica sino de un plástico violeta. Quedamos todos delatados, frente a un domingo primaveral que seguía brotando como un alivio. Hoy se enturbió el cielo y la temperatura ambiente descendió en picado. No fue un lunes festivo, aunque igualmente salimos al balcón pisando las gotas de lluvia del día para gritar una noche más como tarzanas y tarzanes. Dicen que, tal vez, mañana nieva en la punta del cerro. Tal vez como un alivio más.
Día 18 – Martes 31 de marzo de 2020 Vivo una contradicción constante. Quiero que esto
termine lo antes posible para que el mundo sane. No quiero que esto termine nunca porque, cuando así sea, sé que él se irá. Hoy soy el silencio. 211
Día 19 – Miércoles 1 de abril de 2020 Entrevisté a C a primera hora de la tarde. Quiso presentarse mostrando por la pantalla el horizonte que ve durante estos días de confinamiento. El Pacífico se movía suave, pero seguía apretado por esa neblina incómoda que siempre cubre Lima en invierno. Yo intenté mostrarle parte del Mediterráneo que veo desde mi balcón, pero ayer fue la segunda lluvia y, pues, desde el lunes todos los horizontes son un cúmulo de obstrucciones. C dijo que la felicidad mayor que recuerda de su infancia fue lejos de Barranco, cuando conoció la «soledad acompañada». Es un estado que solo se vive en el campo, añadió, y el único estado en el que la imaginación logra abrirse. Sin decírnoslo, compartimos todo lo que el mar ha sido para nosotras. Cómo este nos devuelve todo lo que la vida no nos ha dado y no sabemos si nos podrá dar.
La entrevista duró 1 hora y 45 minutos y continuó con intercambio de whatsapps, e-mails e imágenes has212
ta entrada la noche, prolongando una sensación de «soledad más acompañada». Me pregunto si la responsabilidad de los que seguimos sanos y salvos es precisamente recuperar esta «soledad acompañada», pero sobre todo si estamos preparados para hacerlo; para soltar las calles y dejar que nos invadan los campos internos mientras afuera todo muere y renace al mismo tiempo.
Día 20 - Jueves 2 de abril de 2020 En Jujuy se desbordaron los ríos. Desde allí, S me escribe cuánto extraña cruzar cerros durante 14 horas para acceder a su puesto de trabajo. Con la Puna en la memoria, G asegura que se vienen tiempos difíciles para quienes les cueste soltar viejas estructuras. En México, C me envía un audio carta contando cómo ha tenido que abandonar el rancho para acercarse a la ciudad. En Barcelona, B me susurra en secreto cómo ya no logra recuperarse de las guardias. En Buenos Aires, J trabaja de madrugada para intentar salvar las pymes porteñas. En mis 70m², yo quisiera salvar lo único que tengo a mi lado, pero sé que no podré hacerlo.
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Día 21 – Viernes 3 de abril de 2020 P me ve llorar y no sabe acercarse. Yo intento escribir una definición del vacío, pero tampoco sé hacerlo. Hace tantos días que lloro a escondidas. Me escurro en los detalles de la casa, buscando un sostén secreto. La ducha a 40 º de temperatura; la bacha de la cocina, donde lavo las ollas tres veces seguidas. La pantalla de la computadora, la del celular. El horizonte y el Mediterráneo, que me acompañan impotentes y sabios. Las hojas de cada planta, a las que desde que llegó P olvidé darles constancia. Las sábanas de la cama, con las que me cubro antes de que anochezca. El espejo de la entrada; el del baño. El del placard, que mantuve vacío durante 61 días en su espera y que volverá a estarlo en una fecha incierta. Observo todo con detalle e imagino cómo quedará la casa cuando ya no estén —ni el confinamiento ni él.
Día 22 – Sábado 4 de abril de 2020 Estoy viviendo un duelo sin nombre, porque es un doble duelo. Pierdo a P y con él se van seis años de letra y libertad; de cerros y paisajes de altura. De furia y cemento expansivo. Seis años de extrañar el mar. 214
Pierdo el amor, y pierdo Argentina.
Día 23 – Domingo 5 de abril de 2020 Hace un año todo pinchaba: el mal de altura, la lejanía y la adrenalina de estar viviendo el momento exacto. Dentro de un año todo pinchará: la lejanía, la marea y la paz de estar viviendo el lugar exacto. Sigo preguntándome si la decisión que tomé —la de hace un año— es la correcta.
Día 24 – Lunes 6 de abril de 2020 P vive esta práctica diaria como un punto de encuentro; yo como una preparación. Para cuando el clic del retrato ya no sea parte de este hogar.
Día 25 – Martes 7 de abril de 2020 P quiso recrear una selva en el atrás. Juntó todo el verde al abasto para llenar el cuadro de la fotografía de hoy. Yo me entregué al blanco y negro mientras recordé 215
la última vez que escuché este paisaje. Fue en la esquina de La Prometida una noche junto a A, cuando ambas saltamos una rama de árbol torpemente enrejada. Extrañaba todos los bosques, dijo, porque la ponían al límite. A ya lleva más de un año en el valle. Cuenta que en Perú la cuarentena también es estricta, aunque las señoras de Urubamba siguen vendiendo frutas de sus chacras. Me escribe sobre los momentos bisagra, el lenguaje de la danza. Sobre los seis años que, para cada una, tuvo un final distinto. P quiso recrear una selva en el atrás y me di cuenta de que no estoy tan lejos de ella. Que la pulsión del mar es solo el eco final de todo lo que nace en la tierra.
Día 26 – Miércoles 8 de abril de 2020 Confianza y deseo, ha dicho P. Él vive el levantamiento de esta cuarentena como un inicio, un regreso al origen. Yo lo sufro como un posible final, y por eso necesito más que nunca aferrarme a los significados.
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Le pregunté cuál ha sido mi legado en su vida. Y ha vuelto a repetir: «Confianza y deseo».
Día 27 – Jueves 9 de abril de 2020 L sueña con el contacto. Dice que cada madrugada mantiene medio párpado abierto para palpar la funda de la almohada. Yo le cuento cómo suelo adormecerme estos días: una imagen pictórica transforma las calles en una masa de pieles que se amplían sin fin, preparando el terreno para lo que vendrá. Desde hace 27 noches recuerdo el día en que empecé a creer en la vida elástica. Era 2013 y por primera vez subía las escaleras de la que sería mi casa en Virrey Loreto. Desde hace 27 noches vuelvo a bailar con L a la distancia. Desde hace 27 noches P me ha pedido atravesar esta crisis juntos una única vez. Desde hace 27 noches, quise seguirlo y no seguirlo en proporciones iguales.
Día 28 – Viernes 10 de abril de 2020 Hace dos domingos P sugirió comprar otra maceta para el árbol de jade que él mismo encontró en una ve217
reda la segunda semana que estuvo en Barcelona. El día anterior quiso arreglar el bracero lateral del sofá, roto en la última visita; arrancó todas sus grapas y consiguió reforzar la maderita con unos clavos que yo misma compré mientras lo esperaba ansiosa en noviembre, cuando estaba convencida de que el futuro ya nos abrazaba. Vivimos proyectando un día a día que no sabemos si podrá existir, pero acepto que, sin perspectiva, el cuerpo no avanza. Que nuestros momentos compartidos pueden desaparecer de un día para otro. Que, si no consigo un destornillador durante la cuarentena, el sofá seguirá fracturado y a la planta le faltará tierra donde amarrarse. Que el futuro, cuando no está en tus manos, es igual de bello e incómodo.
Día 29 – Sábado 11 de abril de 2020 G cree que hay dos maneras de mirar el mundo a partir de ahora: arrojando el pensamiento hacia el cielo o hacia la tierra. Está convencida de que a cualquiera de ambas direcciones se llega por atracción propia. Me lo explica en un audio carta que llega vigorosa desde Lozano, rompiendo el silencio que ha logrado construir desde que todo empezó. 218
A la tarde yo rompo mi silencio junto a P, confesándole cómo el horizonte frontal sigue siendo —por ahora— la dirección con la que me siento más cómoda. En él veo el Mediterráneo cambiar su color temperatura cada mediodía, pasando del blanco cegado al azul terciopelo. De él también veo subir las gaviotas que, quien sabe si por la falta de tránsito o por la cercanía del verano, custodian los pisos altos como el nuestro. Mientras contamos tres de ellas le pregunto a P cuál de las dos direcciones elige, si el cielo o la tierra. «Las leyes de los balcones no son las leyes de la calle», responde.
Día 33 – Miércoles 15 de abril de 2020 Aprendí a decir adiós desde muy chica, adquiriendo un hábito que no llevé con orgullo hasta que emigré. En los últimos años ésta ha sido la palabra más expulsada por mis labios, junto a «te amo». Un nuevo adiós se acerca acompañado de un sobrio silencio. G asegura que de los silencios nacen los cam-
bios y que, normalmente, estos suelen traer regalos. F e Y me empujan a anclarme en el instante, a no limitar el futuro.
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Son días de silencio, pero también de tacto a la distancia. C quisiera prepararme un dulce café desde México. Mi madre quisiera no tener que estar a dos metros de distancia para abrazarme y decirme que, durante seis años, pensó que me perdía. Son días de silencio, pero también de mapas abiertos. Leo a C, que desde Lima sube cada día a su azotea y escala ese tanque de agua para sentir, al anochecer, que sigue conquistando cimas. O a I, que en La Rioja acaba de llorar dos muertes seguidas. Desde que empezó todo, estuve cerca de Jujuy, Buenos Aires y del Perú. También de la Barcelona del 2008 y del hombre que me trajo al mundo. Desde que empezó todo, cambiaron los tiempos. Los tres minutos y medio de llamada telefónica se extendieron para reparar los siete meses de ausencia de mi padre; el aplauso diario suena en los balcones como una tarde entera de convivencia; y el año de vida con P se vuelve fugaz. Desde que estoy confinada, se acercaron las gaviotas; se alejó el amor como lo conocía hasta ahora. Pero re-
gresó lo que me pertenece. Desde que estoy confinada, he vuelto a recordar cuáles son mis paisajes y me he comprometido con ellos. Una vez más. Desde que estoy 220
confinada tomé una decisión crucial: a partir de ahora voy a pensar más en mí. Una vez más.
*** El domingo P decidió culminar el ejercicio fotográfico realizado a diario, dando honor al número 30 que, para él, es un hito. El trípode ya no vigila el balcón. Ni el balcón vigila el cielo. Algo se va apagando mientras sé que él espera tierras y animales. Y yo letras y germinaciones —no solo en los párpados, también en el abdomen. Mientras estoy convencida de que lo único que nos salvará de todo esto será el amor, en sus múltiples formas. Mientras estoy convencida de que todo lo vivido —y habitado— hasta ahora ha sido una preparación para lo que vendrá. Mientras estoy convencida de que a la pérdida no se la puede llegar a mirar del todo, pues esta no existe, es solo un cambio de legado.
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Diana Dolea nació en Tecuci, Rumanía, en 1992, y pasó su confinamiento en Valencia, España
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habitación pequeña, 10:20 a.m. Recuerdo el gemido de mamá desde la distancia. Me quería a su lado; me lo exigía, casi. Su voz era grito. Ahora me quiere aquí, mas daría su alma a cambio de sentirme cerca. Me invade el miedo. En qué momento podrá ser sin nosotras, sus dos hijas. Por qué busca protegernos con esta inagotable ferocidad, como si su vida fuera un anexo a la nuestra. (Silencio.) Una luz parpadea entre mis manos. Reconozco la sinfonía, tantas veces reproducida. Cómo te sientes. Es la misma pregunta, escrita hace dos días, enviada también hoy a través de una pantalla. Y sé que es con-
suelo lo que necesita, quizá algo más que un estoy bien, pero no dispongo de suficiente energía ni siento ganas de visualizarme como respuesta. 223
La línea colocada bajo la suya siempre comienza del mismo modo, formando parte de una estructura que se amplía conforme me alcanza la culpabilidad como estado emocional patente. Todo lo que no nos decimos es configurado mediante una serie de emoticones, elegidos casi al azar. Estoy bien, mamá. Corazón rojo, beso, corazón amarillo… (Entregado.)
más tarde Creo haber sido la causante. El mundo colapsó debido al fuerte deseo que yo tenía. Pedí tiempo para mí misma. Y se me concedió. De un día para otro, las horas me pertenecen al completo. Pero a qué precio. (Mamá ha visto mi último mensaje y me ha devuelto unos besos.) 224
habitación grande, 9:40 a.m. Trato de hacer más habitable el lugar que nos resguarda; no importa si no es verdaderamente mío. Nuestro. Deseo limpiar aquellos rincones a los cuales no accedí durante los últimos meses, así como reubicar algunos muebles y reorganizar las pocas obras que me acompañan —si hubiera imaginado la situación del presente, habría metido en el maletero del coche de papá unas cuantas cajas, repletas de libros. Soy afortunada porque mi mayor preocupación es esta: la separación entre mi ser y las escritoras dejadas atrás. Edna O’Brien, Annie Dillard, Elizabeth Bishop, Virginia Woolf, Rosa Luxemburg, Tatiana Tolstaya… nombro algunas con la intención de hacerlas imagen en este progresivo olvido. (Nueva idea). Podría hacerme con una planta y verla crecer. Evoco: no debo salir a la calle y, además, los comercios están cerrados. Por qué se me ocurre justo ahora, cuando el tiempo nos ha arrojado y estamos viviendo fuera de él.
Despierto: no me dicen nada las plantas. Por qué necesitarlas. 225
habitación pequeña, 7:50 p.m. Encuentro en los diarios de Anaïs Nin una resolución: la fuerza, suave y delicada, no es menos fuerza que la de los demás. ¿Seré yo tan fuerte como lo es una mujer que sale a la calle y lucha por un bien común? ¿Podrá ser acaso mi silencio un impulso…? (Escucho). Están abriendo las ventanas. Incógnitos seres surgen desde sus impenetrables hogares para hacer resonar las palmas; y mientras la oscuridad recoge los aplausos desde los balcones, yo permanezco detrás de la anaranjada cortina, quieta y callada, con los dedos sobre un teclado, esperando, viviendo un tiempo dado. Nunca he sido un algo de un conjunto. No me nace: serlo. ¿Supone esto un privilegio? Sí, lo supone. Y, sin embargo, a pesar del rechazo que inspiran las ideas recién expresadas, siento el deber de mantenerlas. Al menos tengo la fuerza necesaria como para admitirme en unas páginas, con todos los matices. 226
(Querida Diana de un cercano futuro, no regreses a los anteriores párrafos porque acabarías corrigiéndolos hasta deshacerlos por completo y entonces nada podría llenar el hueco que dejarían).
cocina, 5:45 p.m. Paso un trapo húmedo sobre la mesa, luego uno seco. Enciendo dos pequeñas velas y las dejo en estado de consumo. Tras el ritual previo, escribo. Corrijo: creo preguntas. En qué quedará el mundo —¿cuál de todos? Qué siento; qué siente él. ¿Hoy también me escribirá mamá? ¿Y haré yo algo con las horas dadas?
habitación pequeña, 10:15 a.m. Las mañanas y consecuentes tardes son mías, y, sin embargo, la poesía no se me muestra. Algunos ven a sus 227
dioses mediante sencillos rezos, bajando las agraciadas cabezas hacia la tierra, y yo que clavo la mirada en el papel, a veces pantalla, nada ocurre. Ninguna inspiración divina. Me resulta sumamente injusto porque no creo que ellos estén en posesión de una emoción tan sincera hacia su venerado espíritu como lo es esto que yo percibo cuando trato de transformarme en palabra.
habitación pequeña, casi 11 a.m. (Asimilo). La cálida luz de todas las mañanas que se filtra a través de la persiana me invita a formar parte del conocido ceremonial, dado siempre a una misma manecilla de reloj. Mis piernas-alas siguen una ruta ya aprendida, dividida en dos significativas paradas: la creación literaria y la posterior lectura. Primero escribo, o al menos trato de hacerlo, a veces poesía y, en otras ocasiones, estas páginas que siguen sin convencerme —¿será mi diario un algo que alguien leería? Más tarde, paso de un libro a otro, comenzando varios, sin acabar ninguno. 228
Y entre las dos estancias que ocupan mayor parte del itinerario, están las restantes paradas: el café soluble, las ruidosas lavadoras, las tortitas con salmón, los gritos de la vecina, las tajadas de plátano maduro, los viajes al supermercado, los silenciosos besos, las conversaciones con mi hermana, los elocuentes discursos en las redes sociales, los aplausos, las películas de cada noche… (La lluvia que tan agresiva parecía hace un momento, cesa. Me pregunto cómo consigue cambiar de estado en ínfimo instante; podría yo hacer de la escritura algo más que un simple anhelo).
habitación grande, 7:15 p.m. Hoy he salido tras una distancia temporal evidente y he descubierto que la tierra no sufre nuestra ausencia. Al momento me he encontrado conmovida; inspirada, quizá, hecho que me desconcierta. Pues qué clase de humanidad es la mía si la vida se me muestra escrita en una situación catastrófica.
Qué pensarían si les dijera que veo belleza en la desgracia ajena. 229
En un escenario apocalíptico, yo sería alguna poeta anónima, la de las ideas románticas, y haría poesía con las grietas humanas. Y sé que mis poemas no curarían ni salvarían a nadie —¿acaso buscarían hacerlo? Por qué escribiría entonces, si no habría razón alguna para hacerlo. Por qué escribo. (Si Anaïs y yo estuviéramos hechas para la realidad, nuestras preguntas habrían sido otras. O tal vez habríamos nacido en un planeta tan idílico que no habría sido necesario comprendernos a través del arte).
en todas partes, ¿hora? Observo el paulatino desplazamiento de mi cuerpo, buscando un no sé qué, yendo hacia delante y hacia atrás sin mi consciencia, por sí solo. Mientras viaja, yo describo sus movimientos.
No hay tantos lugares a los cuales ir. Desde la entrada principal se llega al pequeño salón que conduce 230
al corto pasillo, luego, en este orden, quedan ubicados el cuarto pequeño, el baño, la habitación grande, y, por último, la cocina. Mas mi cuerpo, al estar desvinculado, no se reconoce; cree estar en distintos puntos geográficos, como si todos los espacios lo contuvieran en un mismo instante.
espacio indeterminado, ¿hora? Cómo estás. (Mamá escribe). Temo presenciarla incluso en sueños. Estoy bien. (Habla la garganta penetrada por una espina). En un ángulo de una habitación cualquiera está mi ser, levitando por encima de mamá.
habitación pequeña, 10:15 a.m. De nuevo pregunto. 231
Entre dos opciones, recién pensadas, con cuál me quedaría. Como primer caso hipotético, el estado de alarma seguiría prorrogándose, semana tras semana, entonces me tocaría permanecer en casa, escribiendo —ojalá fuera esa una certeza, lo más probable es que acabaría dudando de mi propio reflejo. En un segundo caso, la cuarentena finalizaría y se daría el regreso a la reclamada normalidad —imaginando desde un enfoque irreal, pues no habría retorno posible—, en consecuencia, me tocaría ejercer como empleada y escribir a ratos, de vez en cuando, si es que lo haría. Viendo las dos conjeturas, ¿absorbería y expulsaría el aire bajo un techo, haciendo literatura, o aceptaría mi constante metamorfosis a lo largo de la efímera existencia?
más tarde Mi amiga decía que nosotras tenemos una importante ventaja sobre aquellos cuyos rostros aún hoy re232
memora. Como extranjeras en un mundo que nos rechazaba, aprendimos a estar solas. Quizá su idea justifique la impasibilidad ante el aislamiento. Llevo sobre la espalda veintisiete años, estando sola, aunque es a partir de los diez cuando comencé a ser consciente de mi propia compañía. Viajaba entre las nubes, flotando, sin que la gravedad pudiera lanzarme hacia el infinito océano; aprendiendo el lenguaje de las aves, que me aceptaban en su tribu a pesar de que mi naturaleza no era como la de ellas —no tenía alas ni las tendré nunca—, y, sin embargo, podía seguirlas con el alma. En ocasiones bajaba a la tierra y reposaba sobre las ramas bajas de los agitados árboles, recuperando mi parte humana. Mas no me quedaba durante demasiadas horas, pues temía encontrarme con algún dedo sobre mi sombra proyectada, por lo que me alejaba, volando, con la dicha de no pertenecerles. (Sonrío ante esta bella alusión). Supongo que me tuve a mí misma y que no pudo haber sido de otra manera, sin eso en lo que creía: mi 233
lejanía en el cielo, sobre todas las miradas. Ya no me desprendo del suelo como antes lo hacía, pero todavía poseo la habilidad originada durante mis primeros años de clausura.
cocina, 6:08 p.m. Ocho minutos se sucedieron en vano. La manía de atraparme entre las pestañas. Esta obsesión que me hace girar sobre mí misma, como si una espiral me estuviera tragando. Cinco minutos más que se me van. Estoy dentro de mi alma que ruge y muerde lo invisible.
salón, 9:45 a.m. Ahora lo sé, aunque quizá mañana lo olvide. No todo es urgencia. También es pausa y sustancia 234
a la vez. Puedo (y debo) acoger el aire con su silenciosa lluvia sin la necesidad de darle un sentido sobre el papel; puedo lavar las fundas de las almohadas, ordenar los cubiertos en la cocina, encender velas y ubicarlas en la esquina deseada... Puedo dejar la ventana abierta y luego calentar las manos a pocos centímetros de la olla donde verdes brócolis alcanzan su derivado color. Puedo vivir sin hacer de mis días una constante escritura. No es necesario estar siempre en posesión de la palabra. Soy pigmento hemoglobínico. Y debo reconciliarme con esta tajante idea.
habitación pequeña, 4:20 p.m. Rocío. He sido alcanzada. Y me he pronunciado a través de un conjuro. Rocío. 235
Al instante, una abeja, llegando de alguna parte, asentándose sobre el respaldo de la silla, me ha ordenado: abre tu pecho. Y yo lo he abierto en dos. Una flor ha brotado desde mis profundidades. ¡La gran sorpresa! He sido alimento y me he hecho toda verde.
habitación grande, 9:10 a.m. Transcribo las respuestas anoche soñadas, reveladas a través del estado fotosintético, con el miedo de volver a perderlas. En un primer plano se manifiesta mamá, cuyo llanto es la introducción de un cántico familiar. Me observa y habla con mi voz. Quiero renacer de mis peores memorias y encontrar la felicidad en mi mirada, mas no en la ajena. Mamá, convertida, me ofrece desde sus entrañas una planta de largas hojas que rechazo, pues yo también soy una —asimismo soy pájaro a ratos—, y no me gusta 236
nutrirme en diminutas macetas ni respirar a merced del deseo humano. Segunda estrofa del sagrado cántico. Nada es movible, incluso mi propio aliento queda en suspensión. Presencio el rostro de una mujer —su aparente sonrisa es lo único que baila en el colorido escenario—; se acerca mientras me dice que mi fuerza es válida, y que no es menos por no ejercerla en una única dirección. Asiento, sin ya verla. Mi llamada fuerza es válida porque convivo con él y sé amarlo, lo es porque las horas no me pesan y logro dirigirme a mí misma, aun en sueños, buscándome y reconociéndome en todos los espejos. Puedo abrir la boca, mas callo. La mujer de la tenue sonrisa se transforma en mamá. Entonces entiendo que mi silencio es impulso. El mundo que estoy viendo a trozos se enciende conforme avanzo, de una habitación a otra, en la presente hora y la que viene; mientras el plató de los demás queda en esto que estoy imaginado a medida que creo el mío. Tercera estrofa del cándido cántico. Y unas cuantas puertas frías bajo mi tacto. Aprieto los pomos, asumiendo los riesgos que contienen. Admito y confío. Pienso 237
en aquella etiqueta que me marcará una vez traspase el umbral, y, sin embargo, sé que su contenido no me afectará, a pesar de mi designio: aun aceptando o negando la realidad comprendida. A pesar de rebelarme o no contra ella. Con el avance, recupero el espíritu que a veces me abandona. Deseas ser arte y hacerte vivir en las palabras, no con la intención de ser recuerdo; no buscas que te entiendan ni pretendes aprender de otros. Quieres sentir el destello tras el choque entre una vocal y una consonante, disfrutar así de la belleza que nace entre las letras. Apruebo. Por eso escribo en este tiempo roto y escribiré también en el siguiente, reparado a medias; lo haré, abriendo cualquiera de las puertas. Volveré a mis breves horas, y habrá resistencia en la eterna lucha cuyas muchas batallas me harán ser otras. Seré tantas que el mundo se llenará de mis sombras. Unos últimos versos y la mejor de las conciencias.
Estas páginas, creadas según el ritmo de un latido que es canto e imagen muda, serán leídas, pues siempre habrá una lectora dispuesta a conocerme: yo. (Incluyo las cuatro estrofas del largo ensueño.) 238
como canario en su jaula que con el pico existe como ave de compañía que canta su mayor tristeza y busca la libertad no dada
como niña en su cuarto que con la mirada se vive como hija y amiga que en versos se recuerda y libera su corazón dado
como una niña que es pájaro que con su escritura escapa como ave cuyo humano corazón grita y agita y hace de su encierro 239
el mejor de los vuelos
la escritura se convierte en urgencia y de la urgencia nace este diario.
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Dulce María Ramos Ramos nació en Caracas, Venezuela, en 1978,
y pasó su confinamiento en Bogotá, Colombia
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Bogotá; 16 de marzo de 2020 La vida anuncia su pausa. La muerte también llegó aquí.
Bogotá; 19 de marzo de 2020 La alcaldesa de la ciudad, Claudia López, declara una cuarentena preventiva. Después, el presidente, Iván Duque, decide extenderla. Han sido días raros, confusos, sin saber qué va a pasar. Me refugio en Juan, quien desde hace días está en cuarentena porque desde febrero estuvo viajando con su familia a Italia y España. Quería verlo. Toca esperar los resultados de la prueba. Mientras, en mi barrio, La Macarena, irónicamente no hay alegría, como dice la canción. Todo está cerrado. El sitio bohemio y gastronómico de la ciudad está en pausa. Sus calles vacías. Irónicamente tenemos una plaza de toros, vivíamos con la muerte y no lo sabíamos hasta hoy.
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Bogotá; 20 de marzo de 2020 Leo La peste de Camus, que se volvió por la pandemia en el libro más vendido, para un reportaje. También le escribo al padre jesuita Jesús María Aguirre, quien fue mi profesor en el postgrado y es filósofo, para conversar sobre Camus y el tema. Le pregunto: ¿Hoy la filosofía y la religión dan respuestas? «Todo ser humano es implícitamente filósofo, aunque no profesional, porque interpreta continuamente su existencia con mayor o menor profundidad. Hasta el más superficial y escéptico tiene su filosofía pragmática. San Pablo citaba, a propósito de los corintios, el pensamiento vigente en el paganismo: ‘Comamos y bebamos que mañana moriremos’. Antes que él, el poeta Horacio aconsejaba el Carpe diem, cita evocada en la película La sociedad de los poetas muertos y hoy los millennials, al menos muchos, viven up to day, surfeando en la superficie. Todos tenemos nuestras inquietudes filosóficas, que algunos hoy llaman inteligencia espiritual, nuestras preguntas y respuestas, a las que pueden ayudar o no las tradiciones filosóficas y espirituales».
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Bogotá, 21 de marzo de 2020 Hoy es el Día Mundial de la Poesía, me dedico a publicar versos en mis redes sociales. Si pudiera escribir en un poema sobre el encierro y la pandemia sería este de Miyó Vestrini: «La tristeza amanece en la puerta de la calle. No en vano he sido tan cruel, no en vano deseo cada tarde, que la muerte sea simple y limpia como un trago de anís caliente o una palmada cuyo eco se pierde en el monte». En la noche, le escribo por el chat de Facebook a Gabriel, quien vive en Lima. Gracias a él conocí la poesía de Javier Heraud. —Si estuvieras acá o yo allá, independientemente de la amistad o que seguimos trabajando juntos, ¿pasarías una noche de cuarentena conmigo? 244
—Por supuesto. Tengo un recuerdo muy intenso de aquella noche en Bogotá. Le recomiendo que lea a Martha Kornblith, una poeta peruana que vivió y murió –se suicidó- en Venezuela. Bogotá; 25 de marzo de 2020 Saqueo mi infancia para poder escribir sobre mi padre y el sida. Veo fotografías, hablo con Juan de todos mis miedos, me dice: escribe la crónica como si me contaras a mí tu historia. También releo el ensayo de Susan Sontag: «El sida es uno de los precursores distópicos de la aldea global, ese futuro que ya está aquí y siempre ante nuestros ojos, que nadie sabe cómo rehusar».
Bogotá; 26 de marzo de 2020 Me hubiera gustado estar en mi casa en Venezuela. La soledad de hogar y país pesan.
Bogotá; 27 de marzo de 2020 Estos días de cuarentena he tenido fiebre, ataques de pánico en la madrugada, ganas de llorar y no he podido, 245
me he deprimido. En fin, pero toca decir que una está feliz y que la vida es bella.
Bogotá; 28 de marzo de 2020 He vivido dos pandemias: el sida y el COVID-19, mejor conocido como coronavirus. Entrego al periódico una crónica sobre mi padre. Esta soy yo, me desnudo ante el mundo sin miedo: «Tengo la misma edad de mi padre cuando murió por una pandemia. De ahí que últimamente el verso de Cesare Pavese me atormente cada mañana: ‘Vendrá la muerte y tendrá tus ojos’. Las casualidades y revivir mi infancia y adolescencia despiertan mis miedos durante la cuarentena por el coronavirus: vivir más que mi padre y saber si lograré escapar a la fuerza inexorable de la tara familiar». *** «La pandemia del siglo pasado no hizo de mí una mejor persona, vivía con rabia del mundo, sin poderlo hablar con nadie, inventado razones diferentes para explicar la ausencia de mis padres. Yo no quería cargar 246
con un estigma o tener la etiqueta: hija de sidosos. Ya no siento vergüenza de ello, con el tiempo el dolor se ha ido diluyendo, quizás la edad ayudó un poco; también contarlo, primero a mi novio, después a mis amigos cercanos, ahora lo escribo, aunque eso no cura que siga odiando la Navidad. La lucha contra el sida se conmemora cada primero de diciembre». Bogotá; 29 de marzo de 2020 Una pregunta que odio como inmigrante: ¿Eres feliz? Como si migrar fuera irte de viaje. Una pregunta que odio en estos días: ¿Cómo va tu cuarentena? Como si esto fueran unas vacaciones.
Bogotá; 30 de marzo de 2020 De niña vivía con fiebres. Una vez el pediatra le dijo a mi madre que debían quitarme las amígdalas. Yo era feliz con la ilusión de comer helados por una semana. Eso nunca pasó y de adulta sigo con mis fiebres eternas. En mi caso, la fiebre no podrá ser un indicativo de tener el virus. Juan dio negativo en la prueba.
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Bogotá; 31 de marzo de 2020 Juan y yo hablamos todos estos días de la cuarentena, nos contamos todo. Somos dos desconocidos que nos tenemos confianza. Hablamos de literatura, de nuestros demonios, de pornografía y hasta de nuestras fantasías sexuales. Él quisiera hacerlo con una mujer embarazada, yo con un cura dentro de un confesionario. Así que ocurrió, hemos tenido sexo virtual por WhatsApp. Nos mandamos nudes, escribimos lo que nos haríamos. Vivimos solos, estamos solos y tratamos de calmar las hormonas y el deseo que aumentan con el encierro.
Bogotá, 01 de abril de 2020 Se volvió viral el poema de T.S. Eliot: «Abril es el mes más cruel, hace brotar lilas en tierra muerta, mezcla memoria y deseo, remueve lentas raíces con lluvia primaveral».
Abril parece un mes aciago. No habrá Feria del Libro. No habrá Semana Santa. Tampoco primavera. 248
El 2020 se está convirtiendo en un año cruel, en un abril eterno.
Bogotá; 02 de abril de 2020 Una periodista y escritora me quiere entrevistar por la crónica de mi padre. Es un largo cuestionario. Le digo que lo escribí más que por hacer catarsis por justicia poética. También para entender quién soy: una mujer que se construyó sola en los cimientos de errores que cometieron sus padres. Y sí escribí sobre la pandemia del sida, pero en realidad escribí sobre la orfandad: todos hemos sido abandonados por un padre, una pareja, un hijo, un sueño o un país.
Bogotá; 03 de abril de 2020 Más que insomnio, es un miedo a dormir durante la noche. Despierto como si me faltara el aire en medio de un grito sordo.
En esos días veía una serie en Netflix que se llama The End Of The Fucking World. James, el protagonista, dice: «El miedo puede empezar por algo pequeño, es tan silencioso que puedes fingir que no lo oyes. Pero se 249
vuelve ruidoso, muy ruidoso y ya no puedes ignorarlo».
Bogotá; 04 de abril de 2020 Me sorprende que la gente descubriera que el mundo existía más allá de su celular. Si tuvieran la mirada atenta como nosotros, los poetas, no se sorprenderían con el canto de los pájaros, los atardeceres y el cielo azul. Algo que aprendí de mi profesor de poesía, ver siempre el cielo, los pájaros y los árboles.
Bogotá; 06 de abril de 2020 Sigo obsesionada con la muerte. Leo y busco poemas sobre la muerte. Casi que me sé de memoria un poema del poeta peruano Javier Heraud, que me gusta y me recuerda el respeto que debemos tenerle: «Yo nunca me río de la muerte. Simplemente sucede que no tengo miedo de
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morir entre pájaros y árboles. Yo no me río de la muerte. Pero a veces tengo sed y pido un poco de vida, a veces tengo sed y pregunto diariamente, y como siempre sucede que no hallo respuestas sino una carcajada profunda y negra. Ya lo dije, nunca suelo reír de la muerte, pero sí conozco su blanco rostro, su tétrica vestimenta. Yo no me río de la muerte. Sin embargo, conozco su blanca casa, conozco su blanca vestimenta, conozco su humedad y su silencio. Claro está, la muerte no me ha visitado todavía, y Uds. preguntarán: ¿qué conoces? No conozco nada. Es cierto también eso. Empero, sé que al llegar 251
ella yo estaré esperando, yo estaré esperando de pie o tal vez desayunando. La miraré blandamente (no se vaya a asustar) y como jamás he reído de su túnica, la acompañaré, solitario y solitario.» Bogotá 08 de abril de 2020 No creo que el mundo cambie después de la pandemia. Soy poco optimista.
Bogotá; 09 de abril de 2020 Leo reportajes sobre el privilegio burgués de vivir una cuarentena, también de las personas, especialmente de los artistas, que muestran en sus redes sociales su maravillosa vida encerrados en sus mansiones. Y sí, es cierto, nos olvidamos de los pobres, de los indigentes. En mi barrio, Claudia siempre me pide algunos pesos para comer y un cigarrillo. Yo, que no vivo con muchos lujos, pero soy una privilegiada, puedo quedarme en casa y cumplir con la cuarentena, tengo ángeles que me cuidan con el tema del dinero y puedo seguir leyendo y escribiendo, aunque sea difícil concentrarme. 252
También odio tanta virtualidad. En qué momento tenemos que ser tan productivos, tan presentes. Me digo: No es pecado no hacer nada. No te tortures por no querer hacer nada hoy.
Bogotá; 10 de abril de 2020 Todos los textos que escribo últimamente para el periódico son sobre la muerte. El tema es inevitable, más si uno siente que al salir la puedes encontrar tan solo con un respiro. Para uno de esos textos pregunto a cinco escritores menores de treinta años en qué lugar les gustaría morir. Es una pregunta rara, lo sé, nunca pensamos en ello, pero desde hace tres años es una idea que me persigue, cuando tuve la muerte y solo esperaba que un gallito disparara directo al corazón. A veces creo que podría ser Barcelona, a veces Lisboa. Las respuestas que más me gustaron fueron las de Pamela y Andrea. Pamela Rahn Sánchez: «Viena, por una canción de Billy Joel que me gusta mucho desde hace años. La melodía cuenta la historia de una mujer que desea demasiado vivir y que siempre está ocupada haciendo cosas, en algún momento el cantante la interpela: Cálmate, ¿cuándo te darás cuenta que Viena te espera? Desde 253
allí he pensado en Viena como un sitio definitivo de descanso». Andrea Abreu López: «Me gustaría morir en la isla en que nací: Tenerife, en concreto, en la costa de Los Silos. Allí lanzamos un barquito con flores y velas al mar cuando murió mi prima, una de las personas que más quería. Cuando estoy allí me siento sanada. Está nublado muy a menudo y el mar es violento. Siempre que no sé a dónde ir termino en ese sitio. Siento que algo me arrastra hacia él». Graciss a la crónica de mi padre aparece por Facebook mi mejor amiga de bachillerato, María. Sigo saqueando mi infancia y adolescencia. Regresan a mí recuerdos que había enterrado.
Bogotá; 11 de abril de 2020 Juan me dice que viva un día a la vez, que trate que cada día sea diferente. Así que he decidido que los sábados son de pizza. Por suerte hay una pizzería a una cuadra de mi casa.
Bogotá; 12 de abril de 2020 Es domingo. Los lunes, los martes, los miércoles, 254
los jueves, los viernes, los sábados se han convertido en domingos. Sin embargo, el domingo sigue siendo domingo.
Bogotá; 13 de abril de 2020 Entrevisto a mi vecino, el artista José Ruíz Díaz, quien decidió vivir la cuarentena encerrado en una galería del barrio que se llama Espacio Dorado. Ahí se dedica a imprimir carteles en unas hojas blancas que solo pueden contener 27 letras, cada frase empieza con la palabra «hoy», las letras son de color rojo. Después elige uno de esos mensajes y todos días, a las nueve de la mañana, coloca un mensaje en la vitrina de la galería, así que cuando salgo a comprar víveres o a caminar diez minutos, porque el encierro me causa ansiedad y aumenta mi depresión, la única diversión que tengo es ver la frase que adorna la vitrina: Hoy ansiedad Hoy nostalgia
Hoy pandemia Hoy cuarentena
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José me cuenta que fue la decisión más inteligente que ha tomado, se mantiene ocupado en una normalidad que para otros le fue arrebatada. En la página de YouTube de la galería lo puedo observar las veinticuatro horas: veo como hace los carteles, cuando duerme, cuando lee. Quizá sí se deprima cuando vuelva la «normalidad».
Bogotá; 14 de abril de 2020 Hoy por el decreto pico y sexo que promulgó la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, salen solo las mujeres. Irónicamente un día como hoy falleció Simone de Beauvoir. Mi vecino escribe en la vitrina de la galería: «Hoy solo mujeres».
Bogotá; 15 de abril de 2020 Hace días le dije a Juan que quería alejarme, después del sexo virtual nuestra compañía de cuarentena ha sido
tóxica, él está de acuerdo. Ambos estamos angustiados y deprimidos, especialmente él, que después de dos años de sobriedad, teme volver al alcoholismo. Decimos para hablar cuando termine la cuarentena, el 26 de este mes, 256
claro, si no la extienden. He llorado todo el día. Estoy rota. He perdido a mi compañero de cuarentena. Escribo a mi amigo Medritor —escritor y psiquiatra— : Soy una desafortunada en el amor. —Dos personas me lo han dicho hoy, querida Dulce—, Es duro y difícil saberlo. Entenderlo más.
Escribo a mi psicoanalista: Me siento ahogada dentro de un mar o un desierto y no sé cómo salir. Me da cita para mañana vía WhatsApp. Pienso que debo aprovechar los días que quedan de cuarentena no para ser más productiva, debo sacar toda la mierda que habita en mí porque la depresión y la angustia me volverán loca. Quizás ahí empiece el perdón. Perdonar a mi padre, a Juan, a todos los hombres que han pasado por mi vida. Lo más importante, perdonarme a mí. Leo Desgracia de Coetzee, el libro que me recomendó Juan para aprender a perdonar.
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Elena Maravillas nació en Almería, España, en 1991,
y pasó su confinamiento en Barcelona, España y
Marta Orosa nació en Málaga, España, en 1993,
y pasó su confinamiento en Huelva, España
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Elena Maravillas miércoles 25 mar. 2020 para Marta Orosa Anoche Ezequiel soñó que estaba en casa de un amigo de la infancia, y que la madre de su amigo les preparaba la merienda. Cuando he ido a despertarlo me lo ha contado a tientas, acordándose de los detalles mientras hablaba (casi parecía que lo estuviese soñando al mismo tiempo). Y de golpe ha caído en que Ana (la madre de su amigo que hacía unos segundos les preparaba el colacao) en realidad lleva muerta un par de años. Entonces ha dicho «he soñado con muertos, eso es que hoy vienen vivos a casa». Y me ha contado que su abuela, cada vez que soñaba con un muerto, preparaba una olla gigante de comida porque siempre, decía, aparecía alguien inesperado a quien había que invitar a comer. Hace unos días murió su abuelo, y días después murió Hirú, una de las perras pastoras de Domin. Un duelo se juntó con otro y ningún muerto pudo ser velado. Mi hermana había criado a esa perra desde pequeña y con todo este jaleo no pudo despedirse como le hubiera gustado. Ezequiel está mirando opciones para marcharse. 259
Llamé a Domin cuando me enteré para decirle lo que se dice en estos casos (nunca se muy bien qué es exactamente y siempre me surge la duda de si lo diré como han de decirse estas cosas). Nunca antes lo había escuchado llorar. Con su fortaleza de hombre de campo me dijo entre sollozos que era un perro, que tenía que estar tranquilo, pero que como iba para viejo ya se emocionaba por cualquier cosa, que no le hiciera caso, que todo estaba bien y que si tenía dinero suficiente. Hablé con él mientras paseaba por el pinar y las urracas y las abubillas saltaban entre las ramas. Pensé cuánto me cuesta sostener el sufrimiento de la gente que quiero. Pensé que antes se me daba mejor, pero que alguna destreza se me habrá caído por el camino. ¿Se nos pueden quedar destrezas perdidas por los rincones de otras épocas? Estoy escribiendo y llamando a amigas con las que no tengo un contacto diario, pero que en otros momentos de mi vida han sido muy sostén: Candela está aprendiendo el idioma de silbidos de las islas, me manda audios con la traducción debajo para que vaya haciéndome al oído. Glo ha conseguido disfrutar de parar y está tomando el sol como en los desayunos eternos en el cortijo de los limones. Me contaba que piensa mucho 260
en cómo hubiera sido confinarnos a todas en esa casa. La verdad es que yo también lo pienso. Hablamos sobre qué pasa cuando el hogar no es refugio y sobre qué queremos que sea nuestro hogar. Pero la mayor parte del tiempo corrijo la novela. Quizá porque apenas tengo espacios de soledad más allá de los paseos a Mario y estoy entendiendo aquello del cuarto propio, y todo eso. Cuéntame, ¿a qué dedicas tu tiempo? Te quiero, Marrona
Marta Orosa viernes 27 mar. 2020 para mí Estoy haciendo un diccionario de palabras que no entiendo. Patógeno → Que causa o produce una enfermedad. Agentes infecciosos. 261
Micelio → Aparato vegetativo del hongo que sirve para nutrirse (como la raicita) Esporangio → Estructura que contiene las esporas. Son como las semillas de los hongos → para reproducirse. Tengo muchas más apuntadas, cada vez que no entiendo algo del artículo este del proyecto del Edi me paro a buscar. Por ahora sé que la cosa va de encontrar una solución a la seca de las encinas. Por lo visto, hay un hongo —que no es un hongo en realidad, es un Oomiceto [Oomiceto → Grupo de protistas filamentosos pertenecientes al grupo de los pseudohongos]— que infecta a las encinas y las asfixia, o algo así. Aún no se ha encontrado una solución. El proyecto de Edi va de eso, de encontrar el jarabe que las sane. Me gusta leer cosas de las que no entiendo porque siento que abro caminos nuevos en mi cabeza. Creo que llevaba mucho tiempo sin tener tiempo para abrir caminos nuevos, y para pararme a apuntar las cosas que no entiendo (y muchas veces no entiendo cosas, Ele). Ahora estoy pensando que no entiendo que me haya pasado tanto tiempo angustiada [Angustia → Aflicción o congoja]. Justo en estos días se me ha parado la angustia y se ha parado el curro y se ha parado todo el mundo. 262
También se me ha parado la cosa esa de intentar sermás, a lo mejor por eso se ha parado la angustia, ya te iré contando. Estoy pensando que eso de querer todo el tiempo sermás es muy violento. Es como si habitándome a mí me lanzara hacia otra cosa, como si me arrancara de mí misma. Y claro, digo yo que eso duele. ¿Te imaginas que la encina —con o sin Oomiceto— quisiera ser un alcornoque (que también hay muchos por aquí) o más bien una Encina++? No es un buen ejemplo porque la encina no puede querer, ni puede arrancarse a sí misma, pero tú me entiendes. Creo que esa sensación de arrancarme también la tengo con otras cosas. Cuando estoy en la playa, por ejemplo, y en vez de disfrutar de que el sol me está dando en la cara o de que el agua me moja los pies, me pregunto qué es todo eso que está delante mío, por qué hay un sol que me da calor y un mar que me moja. Ahí me pasa lo de arrancarme porque no me quedo con las cosas, ¿me entiendes? La pregunta me lanza fuera de ese momento en el que sol me estaba dando en la cara. No sé si te acuerdas de lo que me dijo Agus, mi compi de Neuquén, cuando yo me preguntaba todo siempre. Un día no sé qué estábamos mirando, pero yo le 263
dije «eso por qué será» y él me dijo «no sé, pero se ve lindo». No le importaba qué era, ni por qué estaba ahí, lo disfrutaba. Ahí nos quedamos mirando eso, sin irnos de ahí, sin lanzarnos fuera… Ahora creo que me siento así: estoy aquí y no me voy, y eso me gusta. ¿Cómo estás tú, Ele? Te abrazo Elena Maravillas lunes 30 mar. 2020 para Marta Orosa Querida amiga Marrona, si una carta no empieza así, deja de ser en parte una carta, ¿verdad? Hoy voy a escribir tres cartas donde posiblemente repita algunas cosas. Pensé en la posibilidad de escribir una sola y mandárosla a los tres, pero me
pareció una idea horrible surgida de no sé qué lugar vago y poco sincero. Qué cosas. Los mensajes en cadena se vuelven impersonales y me pregunto si no será eso una traslación de la idea de postal: la postal es única y 264
solo puede dirigirse a un destinatario. Así que eso es lo original y verdadero. Entonces los e-mails destinados a más de una bandeja de entrada son falsos ¿haremos ese recorrido mental? Me gusta la idea de ser encina ¿te acuerdas de la encina gigante del Camino a la que quería abrazar en silencio, pero tú querías grabarlo y yo te decía que si lo grababas ya no era de verdad? Esa encina (espero que no tuviera ningún semihongo ahogándola) decía lo mismo que tú. Cuando hablas de arrancarte del momento siento que se parece mucho a algo que yo siento cuando quiero ser Encina++, y que únicamente consigo no sentir a través del cuerpo: bailando, cansándome de cualquier manera o haciendo alguna actividad que requiera de muchísima concentración. Quizá, también de alguna otra manera que ahora no recuerdo —nunca estoy muy segura de decir la verdad cuando escribo—. Me pregunto a quién quiero impresionar. Creo que debajo de toda esta carrera hacia ser mejor, está la idea de que no soy suficiente. Siempre que escribo sobre esto reescribo y borro infinitas veces hasta que se queda la página en blanco, porque esa idea explicitada me parece, por no sé qué motivo, de baja calidad literaria. Pienso 265
otros lo han dicho mejor y menos explícito, otros hacen llegar al lector a esa idea sin necesidad de decirlo, otros pueden escribir. Pero en esta carta no tengo que ser Encina++. A veces pienso que solo quiero hacer las cosas por cómo suenan. Como corregir la novela. La novela es una mierda pero decir que trabajo corrigiendo una novela genera repentinamente una realidad paralela en la que vivo en una buhardilla en París con el techo a dos aguas y soy poco menos que la Maga. Puto Cortázar, qué bien lo hacía. ¿Su vida también sería así? ¿Habría una brecha inquebrantable entre lo que se contaba y lo que sucedía de verdad? ¿La verdad era lo que se contaba o lo que sucedía? ¿Estoy siendo arrancada de este momento? Cuéntame más sobre esos hongos asesinos. Te quiero
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Marta Orosa miércoles 1 abr. 2020 para mí
Hola Blancuchi, Hoy tocaba 1.5 Bioformulados, que son las cosas que han probado como tratamientos para curar a las encinas infectadas, pero antes de leerme lo de la Tricoderma —que era el primer bioformulado— me he puesto a pasar las palabras de ayer a limpio y ya me he quedado enganchada con mi libreta. Te copio una cosa que me ha recordado a eso de querer impresionar que me decías. El 26 de febrero puse: «esta libreta está libre de juicio, es para mí, para verme sincera» Ya sabes que siempre he estado rayada con la historia de la verdad, de verme verdadera, pero incluso en mi libreta que, oye, no es una historia de Instagram, tengo que recordarme que «aquí no hay juicios», que no tengo que venderle nada a nadie. Qué movida que al escribir tengamos que esforzarnos en no narrarnos. Narrarme para mí es esa brecha que tú dices entre lo que se cuenta y lo que sucede de verdad. Al final eso es lo que te decía 267
que hacía Munir, que vivía para tener buenas historias; no para vivirlas sino para el poder contarlas. Creo que nos está pasando eso, no solo a ti y a mí (y a Munir, si es que le pasa) sino a un nivel más amplio, que nos hemos desordenado, que ya no nos vamos de viaje y lo contamos, sino que queremos contarlo y por eso nos vamos de viaje, y por eso yo monto una revista, y por eso no quiero ser camarera. Todo para tener un buen storytelling [Storytelling→ En marketing, la historia que vendemos detrás de un producto]. Últimamente pienso que esto del virus nos va a ayudar a quitar esos desórdenes, que nos va traer claridad para darnos cuenta de que las cosas que parecían tan importantes no lo son tanto. Hoy me ha escrito Guido: «estoy buscando el sol», y de repente he sentido que justo eso era lo verdaderamente importante, que nos diera el sol. Me gusta imaginarme que la gente está es sus casas, cerca de las ventanas, buscando el calorcito del sol y me gusta más si me imagino que lo están haciendo como si fuera un secreto, como si se tratase de un momento muy íntimo, ¿sabes? Siendo encinas y nada más, sin querer ser Encinas ++. Qué tontería de metáfora.
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De tu abrazo al árbol me acuerdo, aunque en ese momento no sabía que era una encina. Ahora que lo pienso, me cuadra, porque creo que cogiste la cascarita de una bellota para usarla como silbato, ¿no? Tanto grabar y todavía no he montado el vídeo. Me encanta que nos escribamos, aunque no sean postales (elevadas a la categoría de cosa-no-falsa). Me pongo ya hacer la cenita, te quiero mucho, Blan.
Elena Maravillas viernes 3 abr. 2020 para Marta Orosa Entre Ezequiel y yo se ha instaurado un código (se han instaurado varios). Se trata de fingir algo hasta que te lo crees. Ayer nos enfadamos porque yo quería leerle El viento y él también quería pero no dejó a un lado el móvil y yo le dije así no. Entonces él lo dejó y me dijo ahora sí, pero un orgullo extraño me hizo instalarme en el ahora ya no y hubo enfado. 269
Hubo intento de conversación pero fue peor. Entonces echamos mano del código y llevé la cena al salón como si nada hubiera pasado y hubo acercamiento. También hubo lagrimillas porque me da mucha pena enfadarme con él, sentir que le estorbo, que le demando. Ha decidido que no se va, sus padres le han pedido que espere un poco. Pero hoy yo me he levantado triste. Marina ha recordado en IG una foto de nuestro viaje al sur de Portugal hace unos años. Fuimos en furgoneta hasta un pueblo maravilloso donde decidí que quería grabar mi película, ya no recuerdo cómo se llamaba, pero a la entrada tenía un poste de anuncio de carretera vacío y oxidado, y un pequeño museo de las rías de por allí con trabajos de los pocos niños que estaban escolarizados en el cole diminuto. En ese pueblo nos quedamos unos días. Una de las noches hizo mucho frío y nos dimos el homenaje de cenar en un restaurante a la salida, pegando al bosque. Cenamos sopa de pescado y nos contamos unas a otras cómo nos imaginábamos de viejecitas. Yo tenía delante una pared como de cueva naranja y una luz baja que alumbraba a medias. En el mismo momento supe que nunca iba a olvidar esa pared, ni esa conversación, ni los lugares donde me habían llevado los relatos de las demás. Pensé que ese era el fuego de antes. 270
Creo que echo de menos eso. Sentir un respaldo — aún así lo siento—, compartir la vida. Te quiero fuerte, Marrona