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Spanish Pages [377]
Diarios de encierro
una antología para la memoria colectiva
volumen 2
Este libro ha sido editado entre España, México y Argentina entre los meses de abril y noviembre de 2020. © Textos: Adriana Delgado, Alana Chávez, Alexandra Vega-Rivera, Amor del Carmen Estrella, Ani Karen Babojian, Arlet Palestina, Aurora H. Camero, Bianka Verduzko, Carmen García, Carmina Balaguer, Diana Dolea, Dulce María Ramos Ramos, Elena Maravillas, Marta Orosa, Elisabet Fábregas Alegre, Elisa Michelena Santini, Emilia Fierro, Ethel Krauze, Florencia Pagola, Florencia Sardo, Gabriela Ramos Monzón, Isabel García Cuesta, Julia Kurmi, Kriscia Landos, Lana Neble, Laura Bianchi, Laura Charro, Laura Sanz Corada, Laura Sussini, Lila Vázquez Lareu, Lola del Gallego Noval, Lola Halfon, Loreto Valencia Narbona, Lucía Trentini, Mademoiselle Peligro, María Fernanda Pineda, María Iliana Hernández, María Miranda, María Ragonese, María Sanz, María Zubiri, María Pérez Cordero, Marta Castaño, , Muntsa Plana i Valls, Naldi Crivelli, Natasha Rangel, Noelia Prieto, Patricia Cabrera Ledezma, Paula Natalia Rincón Chitiva, Pilar María Cimadevilla, Rebeca Maldía, Rocío Bertoni, Sofía Cárdenas, Tania Islas Weinstein, Verónica Hernández Pierna, Verónica Martínez, Verónica Uzón © Edición: Índigo Editoras ISBN compendio: 978-84-09-25428-6 ISBN volumen 2: 978-84-09-25918-2
Edición: Carla Santángelo y Marina Hernández Corrección: Adriana Zea, Sam Cárdenas y Beatriz Urbán Maquetación: Marina Hernández Diseño de tapa: Fernanda Cid [email protected] www.indigoeditoras.com @indigoeditoras @indigolibros_ Los derechos de esta obra pertenecen a Índigo Editoras y a las autoras que participan en la antología. Para reproducir parcial o totalmente alguno de los textos puedes contactar con nosotras. Gracias.
Florencia Sardo nació en Buenos Aires, Argentina, en 1997, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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A-mar-a¿Cómo se sentirá el mar en el invierno, cuando ya nadie se acerca para recolectar recuerdos en forma de caracoles o contar secretos enjaulados en miradas? ¿Se sentirá igual de encerrado que yo?
Mi balcón es muy chiquito Estoy sentada en el balcón blanco de mi casa. Nunca tuve tantas ganas de estar al aire libre y reconocer espacios nuevos. Incluso ayer a la tarde decidí mover de lugar todos los muebles de mi cuarto, como hacía de chica, porque entonces eso significaría un nuevo acostumbrarse a lo desconocido y perder el tiempo buscando las cosas que no encuentro porque no están donde siempre las espero. El tiempo me hizo darme cuenta de que lo que nunca encuentro son las ganas. Podría pasarme minutos, horas, hasta días enteros acostada horizontalmente en mi cama, sosteniendo mi perspectiva de vidas ajenas en mis manos, gozando de mis privile379
gios y completando una lista que escribo en las notas del celular donde anoto todas las cosas que quiero hacer en estos días.
Palabras que no puedo El encierro más que encierro debería llamarse suspensión. Quizá encerrarse sea posponer en temporalidad y espacialidad algo que queremos decir o hacer y no podemos. Quizá la suspensión sea conmigo misma todo el tiempo.
Demasiados días Ya pasaron demasiados días. Debo admitir que hoy no siento nada. Vacía. Sin fondo. En la incógnita de no saber qué viene, ni a dónde va. Pensaba que sentir nada era no tener emociones. La copa del vino que abrí me contó un secreto: podría pasarme más de tres horas ha-
blando conmigo misma sin esperar ninguna respuesta. Ya nada me mueve.
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Anoche amanecí con mi mano entre mis piernas. Resulta que ayer exploré las mil formas de tocarme y recorrerme sin tu nombre pegado al lado mío. Las sábanas blancas desparramadas entre mis tobillos, la copa de vino vacía y con manchas rojas en sus paredes, la ventana entreabierta y mi torso desnudo. No sabía que mis tetas podían sentirse tan a gusto con el roce del viento. Les había dado la oportunidad de encontrarse insatisfechas frente a la estúpida idea de no dejarlas ver, nunca. Por fin, al descubierto. Anoche amanecí con mi mano entre mis piernas y mi cuerpo fundido en el deseo de nunca más abandonarme. Había encontrado en el choque eléctrico la posibilidad de decir algo: estaba disfrutando, aún en el encierro. Te desperté Ayer a la noche soñé que te despertaba. Quería preguntarte si estabas sintiendo lo mismo que yo. Llevo bastante tiempo encontrando la gota de tu vaso escondida en mis bolsillos. ¿Será que nunca se te explotan
los miedos? O tal vez perdiste tanto que te preocupa ahogarte en el mar de nuevo. Por eso tu vaso siempre está lleno de aire, porque ni mi cuerpo, ni mis pensamientos tienen posibilidad alguna de entrar sin rozarte. 381
Siento que sos muy frágil. Ya casi ni te veo. Quizás si te pregunto me encuentro con algo que no quiero. ¿Y qué pasaría si ya no quiero? ¿Se sentirá así el aborrecimiento? Sería entonces igual a quedarme sin palabras en un entierro y despertarme esa misma mañana sin tu cuerpo. Desgano ¿A qué sabe el silencio de amanecer en soledad? Consuelo El encierro me ha dado sus posibilidades. No es nada fácil decidir arrimarse al abismo y no poder dar el salto. Quizás estando sola conmigo misma descubra el deseo de nunca más permanecer en silencio.
Carta de amor Acá estoy. Sola, de nuevo. Sentada con la espalda rec-
ta en el borde de la cama. Pensando en todas las veces que aprendí a reinventarme cada vez que me aturdió el pecho, como quien logra despegar de lo más interno la 382
última capa de consuelo. Pensé que dolería arrancarme las escamas de la espalda mientras espero que vuelvan las ganas de abrazarnos y vernos desnudas. Pero ya se estaban pudriendo. No tenía sentido seguir intentando permanecer en sintonía. De a poco te vas desapareciendo y creo no encontrar ninguna palabra que abastezca lo que estás sintiendo en este momento. Ojalá pudieras estar sentada al lado mío. Nos imagino con el torso desnudo, sentadas una al lado de la otra, riéndonos porque no aguantamos ni dos minutos que el frío congele nuestros miedos. Siento que si nos acercamos se derriten los intentos y nos entregamos a la posibilidad de nunca más querer soltarnos. Te extraño.
Cinco Llevo ocho días sin poder nombrarte. Anoche escribí dormida en mi cuaderno: me acuerdo lo lindo que era estar con vos. Osito A los siete años me regalaron un peluche. Todas las tardes me sentaba en el medio de mi cama y apoyaba 383
en frente mío a uno de los personajes más importantes para mí en ese entonces. Era mi oso preferido, o si mal no recuerdo, el único que tenía. Su piel era muy suave, de un color marrón acuoso. Tenía una nariz negra, ojos grandes y vestía unos hilitos rojos que simulaban ser una corbata o algo parecido. Mi oso nunca tuvo otro nombre más que Oso. Él guardaba todos mis secretos. Cuando algo me enojaba o me ponía triste decidía cerrar la puerta y sentarnos en la cama esperando a que pase el rato. Sentía que me estaba escuchando, aunque me pusiera un poco verborrágica. Por las noches dormía abrazada a él y el resto del día, si no armaba uno de esos rituales en los que hablaba conmigo misma un buen rato con mi oso de frente, con su mirada puesta únicamente sobre mí, lo dejaba entre mis almohadas, sentado en el centro de la cama. Cada vez que volvía de la escuela lo saludaba y lo abrazaba, contenta de saber que él estaba ahí. No me animaba a guardarlo en un lugar donde no lo viera. De hecho, fue hace pocos años cuando me animé a encerrarlo en una caja. Nunca más volví a sacarlo. Hoy, después de quince días sin salir de mi casa, decidí hacerlo. Parece que el tiempo deja que nos veamos. Los recuerdos no se anudan congelados. Siguen estando. 384
Menstruar
Hoy amanecí temprano. Estuve toda la noche des-
pertándome y volviéndome a dormir. Hace cinco días debería haber empezado a menstruar, pero por algún motivo se atrasó. Me desperté a las seis de la mañana
con mucho dolor. El otro día me enteré de que lo que duele es el útero, no los ovarios, y en una especie de voz
en off repetí toda la madrugada y la mañana lo mismo: odio tener que soportar tanto dolor. Decidí darme un
baño de inmersión a las siete de la mañana. Mi mamá
siempre dice que los baños curan todo, y yo, por alguna extraña razón, sigo confiando en eso. Después de casi
dos horas sumergida en el agua, con un poco más de aire en el cuerpo, decidí pararme muy lento y secarme
con mi toalla preferida. Me quedé mirándome en el es-
pejo un buen rato. No encontré nada. Estaba harta de seguir sosteniendo en la mirada el peso de despertarme cada mañana siendo igual que ayer. Por qué
Hace nueve días que trato de decirte algo. Solo pue-
do empezar por preguntarte por qué será que te sigo soñando, cuál es la forma de abrir los espacios en blanco
para que ocupen tu nombre. ¿Será que nos atrinchera385
mos en la idea de que si seguimos estando en contacto entonces nuestros cuerpos siguen siendo deseados?
Dónde Atropellada por el encierro. Desearía poder decirlo de otra forma. En-cierro, como mi mamá con su silla blanca postrada en el balcón de cristales transparentes que construimos hace dos días en el espacio que quedaba vacío en la casa. En-cierro en la palma de mis manos el collar que me regaló mi bisabuela, la nona, cuando yo tenía 8 años y todavía podía sentarme a su lado y pedirle que me acaricie la cabeza con sus manos de recuerdos. Solía guardar en cajitas blancas lo que temía dejar perdido en algún lado. Como yo, que ayer cerré con llave la puerta de mi cuarto habiéndome olvidado por completo de que a la tarde debía ir al en-tierro. Solo una letra puede mudarte de una epidemia al duelo. Quizá era demasiado temprano para despedirme de tu cuerpo. El día que amanecí meditando
Hoy comprendí la forma de habitar y deshabitar a la vez. Quizá hacía rato nadie golpeaba la puerta. Logré llegar a los profundos espacios oblicuos de mi cuerpo, ahí donde se entrecruzan mis clavículas y se dilata 386
el esternón. Mi boca limpia. Los labios entreabiertos. Hombros flojos. Columna larga. Piernas entrecruzadas y livianas. Y mi lengua ancha y larga abastecida por mis paletas, levemente apoyada en mi paladar. Decidí cerrar los ojos más allá de que en la consigna no fuera necesaria. Sabía que podía mirarme mejor hacia dentro si no juzgaba lo que estaban viendo mis pupilas. Tres respiraciones profundas y pausadas, a su tiempo. La espera interminable de lo que permanece. El peso de mis huesos conectando con el suelo, que a su vez expulsan hacia arriba todos los pensamientos. «Dejar-pasar-las-emociones-como-nubes», dijo lento. Observarlas sin juzgarlas y entregarse al goce. Casi como quien consigue habitar un orgasmo y permanecer inherente a lo antedicho. El ruido de los cuencos, del espacio. Las voces de los niños que escucho de fondo mientras trato de que a su vez no invadan en mi temperamento. El espacio en constante renovación. Mi boca limpia, mi cuerpo lento. Logré atravesar la puerta que estaba a c-i-n-c-o pasos de mí y entrar al blanco. Sabía que permanecer en ese espacio quieto iba a acelerarme. No aguantaba la necesidad de querer salir corriendo, pero de todas formas ahí permanecía, contemplando las esquinas donde las paredes altas se cruzaban, como mis clavículas con mi plexo. Tan solo la decisión de continuar registrando lo 387
que había dentro de mi cuerpo me permitió seguir caminando hacia delante, sin miedo a encontrarme con algo que quizá no estaba buscando, sin miedo a retroceder. Pero ahí, en ese punto donde hacen tregua mis pensamientos con mis emociones, encontré algo. Logró invadirme la mayor sensación de paz que nunca había experimentado. Estaba tranquila, sin apuro, entregada a lo que estaba aconteciendo. Mis piernas livianas, el calor del pecho, las costillas l-e-v-e-m-e-n-t-e infladas, mi cabeza inclinada. Era como si me estuviera agradeciendo y perdonando al mismo tiempo. Pude abrir los ojos y encontrarme conmigo misma en mi propia habitación. Sabía que la única respuesta a lo que estaba buscando era la mía y que solo el permanecer en la incertidumbre de la inmensidad del cielo iba a lograr que el amor conmigo misma se disolviera en el cuerpo. Necesitaba tiempo. Te extraño también Si pudiera despegarme de tu ausencia y encontrarme con vos en el silencio. Si pudiera despertar cada mañana y acostarme en tu pecho entonces cerraría los ojos para sostener entre mis finos párpados nuestro olor a roce. 388
Duelo de palabras No me puedo dormir. ¿Qué hora será? La cama está desordenada de tanto patalear y cambiar de posición. Está todo muy oscuro excepto por la luz roja brillante del televisor que nunca quiero prender. Callate, Florencia, así no te vas a dormir más. Mañana es un día largo, como todos. No tengo que hacer nada. Los días parecen volar y yo sigo sin hacer nada. ¿Qué voy a hacer cuando pase todo esto? ¿Lograré irme de viaje? ¿Dónde dormiré? Quizá consiga trabajo. Quizá vuelva a abrazarme con mi novia. O no. ¿No? Ya no sé qué pensar. Me da un poco de miedo todo esto. Mejor no quiero pensar. Si dejo de pensar me puedo callar, y si me callo me puedo dormir. ¡Estoy cansada de no parar de pensar! Quizá si prendo el celular y busco una meditación guiada, quizá así pueda conciliar el sueño. Pero si lo prendo me voy a despabilar. Cuando me muevo me despierto. Mejor no. No. Voy a intentar poner la mente en blanco. Pero cada vez que pienso en blanco me acuerdo del color del cielo del primer día que creí que me había enamorado de ese chico con el que me besé. Nunca nadie me gustó tanto y nunca fue tan fugaz. Basta, no. Tengo que dejar de pensar. De verdad, Flor, dormite. Mañana la alarma suena a las doce y te vas a tener que levantar. No me quiero levantar. O sí, en verdad. No quiero que se pase 389
el día entero en la cama. Mejor vuelvo a la idea de la meditación. Eso siempre me ayuda a concentrarme en otra cosa y aprender a callar. Monólogo Hace mucho no te escribía. Podría contar el tiempo en cantidad de pelo crecido, o en monólogos conmigo misma sentada en la tapa del inodoro. Hace mucho tiempo trato de esquivarte. No creo poder evitarte, pero sí reconozco que jugar a ser alien por un rato me ha dado sus ventajas. Las olas ya no preguntan cuándo vuelvo. Los árboles crecen sin mi consentimiento. Los platos siguen rompiéndose en pedazos. Isabela sigue cantando todas las mañanas con el afán de algún día encontrarme desmedidamente atropellada. No sé si te extraño. De hecho, me atrevería a contarte que todas las noches devuelvo al viento las últimas imágenes. Será por eso que, en el momento de poner en palabras, te siento cada día más despegada de mí. Tampoco quiero seguir pidiendo perdón por cosas que no debo. No confío en las personas que todo el tiempo se atajan de amnistías. Quizá por eso ni siquiera soy capaz de perdonarme a mí misma. Solo me desnudo en frente de mi pájaro que, en torpes cantos, cambia mi manera de ver la vida. 390
Abuela adormecida A los dieciocho años pedí como regalo de cumpleaños un álbum de fotos de cuando era chica. Nunca había visto a mi abuela sonreír tanto. Aros de colores, vestidos largos, patas de gallo y ojos negros. A mis dieciséis falleció mi abuelo. Nunca más vi a mi abuela salir de ahí. Quizá ella siempre supo del encierro. Ana no es No sé bien qué día es hoy. Ana ha muerto. Se han desarmado sus entrañas y ha cambiado a amarillo el color de su pelo. Se ve un poco triste. Tengo miedo de preguntarle si eso no era lo que estaba necesitando, o si quizá en estos días de encierro le ha faltado el aire. Confieso que me olvidé de visitarla cada tarde y recordarle lo importante que era para mí. Aun así, terminó muy rápido. Ana no era como cualquier otra. Cada día crecía un poco más asomando sus pieles al sol, abriendo sus infinitas curvas hacia el espacio y demostrando que a veces necesitamos menos de lo que creemos. Ana fue mi regalo de cumpleaños. Siempre quise una planta con hojas grandes y verdes y con las venitas marcadas de tiempo recorrido. Quizá en el encierro se congelaron sus mañanas y por eso no supo a dónde irse. Se quedó durmiendo. 391
No puedo Antes de acostarme abro todos los cajones de mi cuarto. Recuerdo la cantidad de ropas que me esperan cada día y no estoy usando. Se siente igual que despertarme cada mañana y darnos un abrazo sin sentir que nos estamos amando. Entonces agarro una remera, una bombacha de algún color, pantalón largo o corto y me lo pruebo. Sacudo un poco el cuerpo, finjo estar bailando. Una vuelta para acá, una vuelta para allá. Me asomo a la ventana, chequeo el clima allá afuera y de nuevo adentro. Abro la cama, limpio mis patas y me acuesto. Creo estar renovando el duelo de no poder explicarte que no estoy pudiendo. Otro día esperando Me acaban de avisar que se alarga la espera. Ya no logro distinguir si estoy a gusto con esto o si me encuentro de nuevo debajo de la mesa. Siempre fui muy ansiosa pero esta vez me encuentro sospechosamente enamorada del tiempo. Aprendí que las cosas que uno más quiere se pierden en la inercia, y que el estar atada a algo no es más que un agujero. Pido perdón si lo que digo es un poco incisivo. Ojalá pudiera atrapar con manteles el día más doloroso de mi cuerpo. No, no lo culpo. Pero desde ese día algo quedó insatisfecho. Por 392
eso cada atardecer pido el mismo deseo y aprieto bien fuerte entre mis manos lo único que tengo. Un día escribí esto en las notas del celular Me gusta estar sola me doy cuenta agarrar fuerte el vaso de cerveza armarme un tabaco que aunque no fumo de vez en cuando me divierte sacarme la remera ponerme en cuero o tetas y bailar frente al espejo mientras veo cómo se van marcando las distintas partes del cuerpo mis clavículas el cuello largo mi torso y la espalda me gusta estar sola me acuerdo. No quiero que se termine la cerveza porque entonces me vuelvo amargo. Fito se parece a mi papá Es domingo. Mientras suena Fito Páez en la tele me acuerdo de mi papá. Los domingos cuando lo iba a visitar, en la media hora de viaje en auto desde Martínez hasta San Fernando, siempre elegía un CD que grababa él mismo para poner en el camino. Mucho rock nacional. Fito siempre estaba presente con el volumen
muy alto. Me acuerdo de asomar la cara por la ventana. Mi papá siempre decía que se parecía mucho a Fito y tenía razón. Por eso cuando lo escuché, hace muy poco, en vivo, en un festival, me puse a llorar. Algo de lo que 393
ya no está sigue ahí. Es la misma sensación de tener la cara al viento por la ventana del auto en un domingo de crisis existencial y alaridos que se convierten en un canto familiar. Eso no es cemento Hay una mancha alrededor de tu cara que parece cemento. Los días pasan tan rápido que no consigo impregnarme en tu pecho y que me dejes entrar. No me estaba dando cuenta de que solo consigue despegar quien hace el intento. Vos todavía no estás en tu cuerpo. La mirada se te va. Figurita repetida Día repetido. Despertarme a las 12:33 del mediodía, apurarme para lavarme los dientes, tomar un vaso de agua completo, despegarme las lagañas de la cara por haber dormido más de nueve horas seguidas. Caminar a la cocina con mis pantuflas azules porque volvió a hacer frío, sentarme en la silla a la espera de tener hambre y lograr que mi mamá cocine un poco más tarde. 13:33, la hora del almuerzo. Me gusta muy poco el almuerzo, nunca tengo suficiente hambre. Terminar de comer y preparar el famoso café rutinario. Ese café a través del cual salvamos nuestro vínculo y creemos es394
tar completos. Esperar a terminar más o menos al mismo tiempo para discutir sobre quién lava las tazas que usamos. Abrir la canilla de agua caliente para que mis manos se enfríen un poco menos, ponerle mucho detergente a la esponja y limpiar hasta el último manchón espeso de café pegado. Dejar todo listo para cuando esté seco y ya pueda guardarlo. Volver a mi cuarto. Me espera la cama sin hacer porque al mediodía, cuando me levanto, decido dejarla en ese estado para tener algo que hacer después del almuerzo. Sacudo las sábanas, acomodo las almohadas y estiro el acolchado. Apoyo todos los almohadones apilados y me acuesto. Decidir pasar un rato esperando que pase el tiempo. Parece extraño, pero los minutos pasan mucho más rápido ahora que no tengo nada concreto que hacer. Después de eso, inventar alguna que otra actividad: salir a leer al patio, escuchar un rato música, sentarme en mi ventana a escribir o esperar a tener hambre de nuevo para cocinarme algo. Nunca no tengo hambre. Quizá estoy muy ansiosa, aunque crea no estarlo. Los paquetes de galletitas me duran dos días y el pan de tostadas se acaba a cada rato. Esperar que se hagan las 19:34 para darme un baño. Mi momento preferido del día. Llenar de agua caliente la bañera, desnudarme, mirarme al espejo un buen rato y hablar sola hasta las 20:59. Lavarme el pelo, pasarme 395
el jabón por el cuerpo, acariciarme un rato las tetas y salir para secarme y peinarme el pelo. 21:07, hora de ir a la cocina porque mamá está cocinando. Caminar con la misma ropa puesta, las mismas pantuflas azules y el pelo mojado. Sentarme en la misma silla que al mediodía, prender el televisor y quedarme esperando. Poner la mesa con los mantelitos rojos, los dos vasos, los cubiertos y la bebida. Cenar con mi mamá sin dirigirnos la palabra porque no hay nada nuevo. Los perros ladrando. Terminar de comer muy rápido, 21:57, levantarnos y lavar los platos, de nuevo. Dejar todo listo para cuando se sequen y pueda ser guardado y volver al cuarto, de nuevo. Acostarme en la cama esperando que pase el tiempo. Usar el celular, hablar por teléfono con mi novia, decirle que la amo y que la extraño, contar cada día como si fuera uno menos. Leer un libro, mirar una serie, escuchar música o simplemente no dejar de usar el celular. 3:00 de la mañana, ya me da culpa haber estado tanto tiempo mirando una pantalla. Se me ocurre algo, abro mi cuaderno, anoto la idea y lo cierro. 3:57, le digo a mi novia que ya es hora de intentar dormir porque me da culpa haber estado tanto tiempo mirando una pantalla. Saludarnos, decirnos que nos queremos y nos extrañamos. Dejar el celular cargando apoyado en mi mesa de luz blanca con el celular levemente inclinado 396
para no poder apagar la alarma que tengo programada para mañana a las 12:33 del mediodía. Desear no soñar nada feo para no despertarme a la madrugada. 12:33 suena la alarma. Empezar un día nuevo como si nunca hubiese sido inventado.
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Gabriela Ramos Monzón nació en Ciudad de México, México, en 1976, y pasó su confinamiento en Tehuacán, México
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Hace un mes… Hace ya treinta días que se cerró la puerta con una última bocanada de aire en el campo, bendito espacio que nos permitió compartir esos momentos, instantes en que olvidas todo y fluyes con la naturaleza. Para mí ahora son recargas de vida para afrontar la batalla. Dios siempre me ha dado la oportunidad de tener momentos inmensamente felices, la gasolina para todo lo que pueda venir. Y es que esto de las cuarentenas ya es algo que hemos vivido en nuestra familia. Soy Gabriela Ramos Monzón, tengo 43 años, vivo en Tehuacán, Puebla, México. Madre, esposa, hija, amiga, hermana. Tengo cáncer desde hace tres años. Un cáncer de mama que me tomó por sorpresa, así como esto del COVID-19 nos ha tomado al mundo entero. Días que nuevamente me dan la oportunidad de seguir aprendiendo. Bueno, en realidad hay que agregarle 399
una semana más a todo esto. Mis plaquetas habían bajado mucho, así que he tenido que cuidarme de contagios innecesarios. Al comenzar la cuarentena ya estaba en la «recta final» de mi tratamiento, solo hacía falta recibir los resultados de un estudio en el que yo esperaba haber sanado por completo, aunque no fue así... Recibir noticias aterradoras se ha vuelto una constante, pero siempre hay un preámbulo de cosas maravillosas. Risas implacables, momentos de mucha alegría, paseos. Siempre, de verdad. Cuando escuché el resultado, volví a repetir: mi única alternativa es VIVIR. Ya no hay dolor, ya no hay nada más, solo la fe inmensa en que mi milagro debe estarse fraguando. ¡Buenos días! El primer libro que me enganchó el corazón fue el diario de Ana Frank. Lo leí, lo releí y fue un parteaguas para seguir con el tema del Holocausto. Las historias de supervivencia, el sentido de vida que las personas le daban al día a día en medio del dolor, el peligro latente, han sido fuente de inspiración, además de darme la capacidad de resurgir, lograr el éxito y construir vidas plenas desde la adolescencia. 400
Tanto me mueve esta historia que tengo una hija de 4 años a la que llamamos FRANA, composición del nombre Ana Frank, y quien ha tenido que adaptarse a cambios impresionantes en su vida, lidiar con mi enfermedad, nuestras separaciones largas, el tener una mamá que un día simplemente dejó de ser la de antes.
En septiembre del 2019 acudí a una de mis consultas, no me había sentido bien, tenía mucha tos, fiebres ocasionales, dolor, sudoraciones y fatiga al caminar. Aunque los síntomas no eran nada buenos, mi cabeza no podía aceptar que el cáncer seguía en mi cuerpo. Acababa de terminar un tratamiento muy fuerte y todo iba marchando bien. Ese día el diagnóstico fue aterrador, el cáncer se había vuelto metastásico, los pronósticos no eran buenos y además tenía tuberculosis, cosa que descubrieron al estar quince días internada en el hospital. A Frana solo le había dicho «ahora vuelvo» y no fue así. Después de un par de semanas en el hospital, tuve que quedarme aislada en una casa fuera de mi ciudad, el doctor pidió hablar con mi hermana, esposo y cuñado para darles los pormenores. Tenían que estar preparados para todo. 401
A partir de ese momento solo podría ver a mi hija y esposo los fines de semana con mascarillas, nada de cercanía. Ella, mi pequeña hija, tuvo que volverse aún más fuerte y aprender a vivir sin mamá. Yo tuve que quedarme con mi hermana y su familia amorosa, quien cambió todo por mí quedándose a mi cargo. Enfermeras, una cama de hospital, más todos los medicamentos que jamás había tomado. Meses después me enteré de que me habían dado únicamente dos meses de vida. Veo hoy por la ventana que el cielo es hermoso. Se escucha el canto de los pájaros, pues ellos no conocen el coronavirus, vuelan libres, se posan en uno y otro lugar. Eso cantos me remontan a mis atardeceres en aislamiento. Mi refugio, un granado hermoso que pude ver por meses a través de una ventana. Ese árbol sería mi pasaje a la esperanza, hoy el cielo me dice que todo va estar bien. Hoy puedo estar aquí de pie a pesar de todo. Escribiendo, ayudando en los quehaceres del hogar, disfrutando a mi hija, intentando ser maestra de pre-
escolar para ella… Ella está inmensamente agradecida pues nos dice a cada instante «chicos, estamos juntos, eso es lo que importa». Para ella, mi más grande hazaña 402
es que yo la cargue del baño al comedor, y es que eso no es tan sencillo. Ahora el cáncer se apoderó también de parte de mis huesos.
17 de abril Hoy voy a una quimio nueva, el inicio de un ciclo de tratamiento distinto pues, como les decía, nuevamente el tumor triple negativo mutó, volvió a encenderse en mi cuerpo, pero hay opciones y esta es una. Veo el panorama y me remonto a Ana Frank. Llegar a casa de mi hermana es un suspiro de amor que nos llena profundamente. Es nuestro otro búnker. Un lugar en el que todos se han cuidado extremando medidas para poder recibirme antes de consulta, después del tratamiento y darme ese «apapacho» tan necesario, aunque por ahora no podamos abrazarnos. Abrazarnos, cuánto extraño esa sensación. Ver a mi hermana y aunque no hayamos salido, el hecho de visitar el hospital nos hace que sigamos manteniendo la distancia. El significado de mi lucha, nuestra lucha, ha tomado matices distintos. Les digo que siento que voy a la guerra. Me enfundo mi mascarilla, guantes, un rompevientos que me cubre, así como mi turbante. Decido que mi 403
esposo no debe bajar al hospital. Disminuyamos riesgos, concluimos los dos. La adrenalina que me acompañó los dos primeros años de tratamiento se ha ido esfumando. Ahora baja una Gaby más sensible al hospital. Mi corazón palpita. Sé que estoy haciendo todo bien. Recibo los pormenores de lo que sucederá al tener este nuevo «veneno» en mi cuerpo. Mi cerebro decide no enfocarse, pero caigo en cuenta que nuevamente se me caerá el cabello. Algo vano. Pues no. Mi hija reza a diario por tener una mamá con pelo largo. No peluca. En fin, algo haremos. Me derrito cuando me ve y me dice que soy su mejor mamá, que soy bonita. ¿Cómo no luchar? Entro a quimioterapia, saludo a los que ya se han vuelto otra familia para mí. Siempre me han tratado con mucho cariño, los aprecio mucho, pues cuidan de mí. Me aferro a Dios y empezamos.
Regreso a casa Hoy regreso a casa después de viajar un par de horas a la ciudad de Puebla. Surgen dudas, no puedo negarlo, tengo expectativas de cómo podré sentirme, sin querer predisponerme a nada. Miro al cielo en el camino, estoy 404
viva, voy a mi hogar con Frana y Chucho, mi esposo. Extrañaré a mis padres esperándome para brindarme el apoyo que necesito, su consuelo, la risa de mi madre que a todo le ve el lado bueno. La fe compartida de mi papá, quien no se cansa de pedir por mí. Ellos no están, ahora deben también cuidarse. Solía hacer la analogía de vivir con una bomba de tiempo encima cuando tienes una enfermedad como el cáncer. Pero filosofando con mi hermano Juan Pablo, entendí algo: TODOS tenemos esa bomba de tiempo y no es la muerte. ¡Es la vida! Nadie tiene el tiempo comprado, ahora es un sentimiento colectivo. Ahora percibo cómo el mundo entero se siente con esa bomba que hemos malentendido, pues le damos una connotación negativa: que todos podemos morir en un «tris tras». Pero ¿y si eso no es así? Las enfermedades suelen darnos la oportunidad de aprender a «madrazos», despertar y querer consumirnos cada minuto del día. Nos quita el sueño por momentos, la cabeza no para de pensar, pero si realmente aprovechamos la lección empezamos a estar más vivos que nunca.
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El no tener la vida asegurada fue una de las lecciones más grandes que un primero de noviembre nos azotó como familia. Sí, una historia que nos tocó no solo el corazón, sino el alma entera. Recuerdo nítidamente… Termina el último día del mes de octubre, me escribo con mi hermano y me pregunta cómo estoy. Yo le respondo que lo extraño mucho y promete estar en mi quimioterapia del día lunes. Siempre me despido con un «te amo», pero me pongo a ver una película con mi hija, pues la infectóloga nos ha dado la autorización de no más distanciamiento. El tratamiento para la tuberculosis ha surtido efecto y no soy bacilotransmisora. Dejo el celular y no vuelvo a verlo hasta la mañana siguiente. Las redes sociales me hacen saber a las 9:17 a.m. por una publicación, que mi hermano fue gravemente herido en la noche. Le habían perforado el pulmón y el corazón. Su estado: GRAVE. Se necesitaba mucha sangre y gracias a esa publicación acuden aproximadamente 500 personas a donar.
Siento aún cómo se me aflojaba el cuerpo entero. Apenas logro gritar para que mi esposo acuda en mi 406
ayuda. Compruebo que es verdad lo que leo. Pienso en mil cosas, pero desprendo de la pared una foto de él, de mi «Picidi» y se la pego a nuestra virgen Rosa Mística que está de visita en mi habitación. Le pido un milagro. Ese suceso nos cambió por completo. Aun contra los pronósticos, aun con todo en contra. Aun cuando jamás dieron una esperanza a mis padres, a mi cuñada. Mi hermano volvió a la vida. La historia es muy larga, llena de capítulos que se sumaron. Pero la lección siempre estará aquí, en lo intangible, en lo que transformó nuestro espíritu. Mariana, mi cuñada, y mi hermano siguen con un par de corazones latentes de amor, con unas ganas inmensas del día a día, sumando anécdotas. La prueba fiel, que nada está escrito. Puedes salir a caminar a las 8:00 de la noche lleno de risas por una tarde feliz y encontrarte el odio en sujetos vacíos del alma. Pueden apuñalarte pero jamás nos destrozarán si nuestras ganas de vivir son inmensas. Aquí, viendo cómo anochece, me tomo una bocanada de este capítulo para jamás dejar de creer que cada instante es un regalo de Dios. 407
P.D. Te extraño mami, a esta hora nos tomábamos nuestro cafecito.
Dos días después Hoy amanezco con muchos estragos por la quimioterapia más una serie de vacunas que me ponen para estimular la médula espinal y evitar que las defensas se me barran. Me siento sin fuerzas, con el cerebro aturdido; pero la vocecita hermosa de mi hija me enciende el transistor para empezar el día. Me pregunta de todo, qué significa esto, lo otro, como hacer la letra R con arroz. Hoy, además, viajaremos a Rusia con la clase que nos toca. Dudo un poco de mi ánimo químico para impartir la clase, pues los primeros días suele moverme muchas emociones ese venenillo. Sin embargo, voy estabilizándome. Ella me dice que un día, «cuando volvamos a salir», quiere ir a gimnasia, volver a ver a sus amigos, y nos hace prometer que iremos nuevamente a casa de las primas. Ahora mi tratamiento se ha vuelto la esperanza de tener contacto con otras niñas. Por lo menos unas horas. Así que ¡todo tiene un para qué! 408
Hemos hecho un horario para seguir en casa, intentamos seguirlo, una lista de proyectos que hemos dejado inconclusos… pero ¡un momento! Gaby ¡para! Ahora veo, claro. El mundo entero tuvo que parar y esta se vuelve nuevamente una oportunidad de oro para detenerme, realmente aprender a vivir sin prisas. ¿Cuántas veces pasamos por alto el respirar? Claro, lo hacemos. Pero sin conciencia, sin valorar lo hermoso que es poder hacerlo. ¿Casualidad, con esto del COVID-19? ¿Será que es momento de valorar lo importante que es cada aliento? Pienso sin cesar en esto, mi cabeza me dice a gritos ¡para! Y ¡todo pasará!
Despertar con México Leo las redes sociales, veo un poco de noticias por la mañana para saber los últimos sucesos sobre esta pandemia, preparo el café. Me asombra, me causa un nudo en el estómago, el hecho de seguir viendo las publicaciones diarias de odio hacia nuestro gobierno, las burlas constantes a nuestro presidente (y eso daría pie a que 409
me dijeran «será el tuyo porque el mío no es», bla, bla, bla) y, sin fines políticos, ni poniéndome como defensora del gobernante que tenemos actualmente, lo que me asombra es que ninguna de esas personas hacen una propuesta de cambio, no los veo sumando socialmente, haciéndose cargo de algún proyecto que incite a la aportación, a crecer como seres humanos. Nada. Pero me causa más impacto la gente que «despierta» y se da vuelo manifestando su malestar, mofándose o insultando. Sin embargo, nada, nada de nada. Lo comento con mi esposo y platicamos al respecto. Ojalá esas expresiones de coraje hicieran de México un mejor país (un país que, recordemos, está así por una historia que arrastramos desde tiempo atrás); para tener, como ciudadanos, nuestro momento de brillar. Como ciudadanos, insisto. ¿Qué puedo hacer hoy por mi prójimo? Cuando enfermé y cuando sucedió el accidente de mi hermano, se movió todo mi Tehuacán, la ciudad que nos ha visto crecer como familia. Muestras enormes
de cariño desbordante se derramó hacia nosotros, ayudándonos a salir adelante en momentos muy difíciles. Amigos, amigos de los amigos, vecinos, familia se orga410
nizaron para hacernos llegar su apoyo. Misas, oraciones cada hora por la salud de Juan Pablo, rosarios por mi salud fueron regalos invaluables. Hemos sido afortunados. Me pregunto: ¿qué podríamos hacer para que esto se volviera repetible y escalable? ¿Qué pasaría si el día de mañana en lugar de despertar y postear una ofensa contra el presidente de la república, orara por él? ¿Qué pasaría si, en lugar de quejarnos por sus equivocaciones como líder de una nación, por veinticuatro horas lo cambiáramos por hacer una buena acción en nuestra vida? Eso verdaderamente es algo sencillo, ¿o no? En fin, pienso que sin necesidad de desembolsar un peso de nuestro bolsillo podríamos empezar a transformarnos como seres humanos, podríamos promover actos de buena voluntad que requieren simplemente decisión y que pueden cambiar nuestro contexto. Empezar por la familia sería un excelente inicio. Pongo como ejemplo a México, pero estoy segura de que esto sucede en todo el mundo. Todos pensamos que gobernaríamos mejor si estuviéramos al mando. Pero, si hoy tomamos el mando de nuestras acciones, probable411
mente podríamos llevarnos estupendas sorpresas durante el confinamiento, tendríamos más oportunidades de disfrutar de ese tiempo que nos quejamos amargamente no tener, con más resiliencia, con más humildad, más humanos, más empáticos.
¡Un día lleno de oportunidades! Me ha sido difícil conciliar el sueño. Duermo un rato, después me despierto con un pensar muy inspirado. Pienso en muchas ideas, mejoro nuestros procesos de sanitización para cuando sale mi esposo por algunas compras, futureo y justo en ese instante es cuando le doy cabida al miedo… Sigo un proceso terapéutico, ahora a través de videollamada. Hoy entiendo que necesito soltar el control, despedirme de la tragedia, del cáncer y hacer un ejercicio de visualización creativa: ¿cómo me sentiré al estar sana? No puedo evitar pensar que esta situación de encierro me está dando la pauta para lavar hasta el último hilo sucio que me ata al cáncer. Sí, definitivamente es la antesala de una cima que se ha vuelto escabrosa de escalar.
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Mi esposo es alpinista. Desde hace un poco más de 30 años, recorre montañas de México y ha escalado en el extranjero. Es su pasión, ama las montañas, lo hace muy bien, es excelente en su trabajo, y yo aprendí a soltar el miedo que me daba cada vez que se preparaba para un ascenso. No puedo negar que sí, hasta la fecha, el estómago se me apachurra cuando sé que saldrá, él mismo me ha dicho que lleva la vida de una mano y la muerte de la otra… Y que nunca se sabe. Se concentra al mil, se encomienda a Dios, le pide permiso a la montaña e inicia el ascenso. Yo escalé con él a la cima del Pico de Orizaba y Malinche (sí, era una mujer muy deportista...). Mi mayor enseñanza fue sacar el espíritu a flote cuando la fuerza física ya se había agotado y ese fue el que me hizo volver a casa, pues para mí, ahora, hasta llegar a mi cama sería el verdadero logro. Así pasan estos días… Mis pruebas han sido muy difíciles. He tenido la oportunidad de estar en la lucha, de dar pelea, de usar mi mente para lograr salir de ellas, pero me he sentido cansada. Hoy activo mi botón de ESPÍRITU, pues es el que en estos momentos necesito que me ayude a dar cada paso en el día a día. 413
He dejado que mis emociones negativas me invadan, sin negarlas, sin querer fingir que no existen, y estoy aprendiendo qué quiero hacer con ellas y hacia dónde quiero ir. Me encomiendo a Dios… Inicia un día maravilloso, respiro y puedo decir ¡buenos días!
Tres días después Han pasado tres días, pero han sido días difíciles, no me he sentido nada bien. Me duelen los huesos y hasta la punta de las uñas. Mi cuerpo me dice ¡descansa!, aunque debo confesar que me da coraje. He llorado mucho, realmente he tenido que tocar la cama y quedarme más tiempo en ella. No puedo hacer nada por la casa, dejaré que esté un poco «patas para arriba». Chucho se hace cargo, eso no me agobia, él ha tomado las riendas de la casa, ha sido papá luchón, se ha partido en mil desde que inició mi enfermedad. Sin embargo, el parar me da miedo, no puedo negarlo. El dolor detona en mí una señal de alerta. Quiero apagar el temor.
Me hice estudios por la mañana, veremos los resultados en un par de días y que el doctor determine cómo los ve. 414
Llorar, lavar, el ejercicio de estos días. Me extraño mucho, caray, y aunque amo lo que soy actualmente, no puedo dejar de dar un paseo por el pasado, por ese en el que veo a Gaby desbordar energía, sumar kilómetros corriendo con sus padres, entrenando en la montaña con su esposo, subir y bajar con su hija. Hoy sumamos una hazaña: bailar tres minutos con ella en mis brazos, ahora me lo cobra el dolor, pero todo valió la pena por verla sonreír y gritar ¡mi mamá me está cargando! Antes lo hacía en el supermercado, en el colegio, en donde pudiera. Hoy ese eco me motiva a seguir.
¡Feliz cumpleaños papi! Lo he visto llorar de unos meses a la fecha como jamás lo había hecho en estos 43 años de mi vida. Me parte el alma, pero sé que tiene mucho dolor por dentro y que sigue saliendo día con día. Ese dolor se acrecentó cuando casi muere mi hermano. Mi padre, un hombre de una fe inmensa, un hombre
de una espiritualidad inquebrantable, un hombre que guarda silencio y se aísla en el pensamiento cuando algo lo atormenta. Ama correr en los cerros, lleva años de su vida haciéndolo, cuarenta fácilmente, a diario, rezando 415
su rosario, pidiendo por mis hermanos, por mí, por mi madre, por todos. Sé que tiene una conexión muy especial con ÉL, sé que así es. Hoy es su cumpleaños y no poder abrazarlo es muy fuerte, quiero apapacharlo, quiero recargarme en su hombro, quiero festejarlo bajo el granado, quiero volver a la adolescencia, subirnos a las bicicletas y sumar kilómetros, pues ese era el regalo que siempre nos pedía. Quiero ir y cortar elotes en el campo y regresar con mi bici ponchada, con espinas en las piernas y exhausta. Quiero correr otra carrera a su lado y cruzar juntos la meta, quiero ir al bosque y que nos caiga una nevada, reírnos juntos, olvidar el dolor. Celebro tu vida, celebro tenerte como mi padre, celebro el regalo de tener un maravilloso ser humano que me inyecta fuerza. Eso nadie nos lo puede arrebatar, no importa la distancia, no importan las circunstancias, no importa nada, pues el amor nadie es capaz de quitárnoslo.
Un día más Despierto triste, muy triste, mi corazón está estru416
jado, el dolor en mis huesos se ha intensificado y me aterra pensar que sea una mala señal. Dormí muy mal, los sentimientos encontrados estuvieron durmiendo conmigo... Justo me disponía a relajarme con los medicamentos de la noche, cuando escuchamos que abrieron la puerta del edificio. Las risas y pláticas nos dieron el indicio de que iba entrando mucha gente y sí, detrás entraron también varios hombres con trompetas, violines... Al ver unas hebillas enormes en los pantalones me dije ¡por supuesto, un mariachi! Mi primer instinto fue bajar para impedirlo, hacer conciencia con la gente. Simplemente no podía creerlo, pero tuve mi dosis realidad: eso es, así son las cosas. No, el mundo entero no está en la misma situación; no, no es como la guerra. Hay gente que piensa aún que esta pandemia es un invento, que somos tontos los que creemos; no, no estamos como en guerra. El libre albedrío se ha vuelto un reto a la muerte, una falta de conciencia, no logro tener empatía. El coraje se apodera de mí, no puedo negarlo, el exponerme me detiene. Cerramos las ventanas y esperamos. A las 2:00 a.m. se cansaron. Por fin hay silencio, pero el ruido en mi cabeza no deja de sonar. Rezo y por fin concilio el sueño. 417
Inicia la semana Me veo al espejo. ¡Vamos Gaby! Fuerza. Es lo primero que logro decirme, camino con dificultad y no sé si es el estrés lo que me está causando esto. Escucho que para las personas mayores e inmunosuprimidas el confinamiento se extenderá; obviamente eso es para mí. Debo acostumbrarme a vivir así, esa es la realidad. Le pido a Dios que me escuche con todas mis fuerzas, con todo mi corazón, espero mi milagro más que nunca. No quiero claudicar pero hoy me siento débil, vulnerable. Más que nunca este lunes me aferro al espíritu, a mi intangible, me aferro a Dios, a quien le he reclamado, pero quien no me abandona; me aferro al amor, ese amor que sana, que me acompaña minuto a minuto. Me repongo, debo creer que estoy bien, lo logro al paso del día, me lleno de una inmensa paz, estoy lista para seguir luchando. Pasado mañana voy a quimioterapia, no voy a ren-
dirme y sé que saldremos de esta, lo vamos a lograr.
Pienso en Ana Frank, lo mucho que me enseñó, esa pasión que despertaba en ella el escribir. Yo quiero afe418
rrarme a la vida con uñas y dientes, siempre admiraré la alegría que tenía por la vida aún en tiempos terribles. Abro la ventana y respiro fuertemente, por ella, por mí. Pienso en la montaña y en mi esposo, que tanto me ha enseñado de los caminos difíciles de escalar. Yo también sé que tengo la vida de una mano y la muerte de la otra. Sin embargo, me concentro en ese paisaje maravilloso que creo que llegará cuando esto termine y cerremos con broche de oro celebrando mi sanación total, esa cima desde la cual podré ver lo aprendido, las lecciones, los dolores hechos crecimiento, las huellas que no habían sanado, las cicatrices que me recordarán que estuve en una guerra. Hoy sé que esta pandemia nos trae una prueba muy grande, para mí, como para muchos otros, en un momento muy difícil. Sin embargo, estoy convencida que de nosotros depende cómo queremos transitarlo. Desde aquí, desde Tehuacán, Puebla, México te abrazo de corazón a corazón.
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Isabel García Cuesta nació en Valencia, España, en 1985, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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Tengo casi treinta y cinco años y he vuelto a casa de mis padres. Me pregunto si el verdadero motivo por el que estoy aquí es que me hacen la comida y puedo ver Netflix. Ayer comenzó el estado de alarma en España. El virus lo ha interrumpido todo. Yo iba caminando por mi vida tranquilamente mirando solo hacia delante, y de repente he dado media vuelta y he venido directa al útero. Creo que la manera que tiene cada uno de pasar la cuarentena no es casual y que todos tenemos algo que aprender estas semanas. Así que no puede tratarse simplemente de comer y de ver series. Solo espero que el aprendizaje no duela mucho. Las emociones me desbordan estos días, y no sé por qué. Necesito encontrar una explicación lógica a lo que me pasa, pero no lo consigo. Ayer mi ex me dijo que había encontrado un piso y que se mudará en cuanto acabe la cuarentena. Casi me dio algo. Hace unos meses que cortamos pero hemos seguido viviendo juntos, y no me imagino mi hogar sin él. Sería como una casa 421
sin suelo. Yo pondría un pie adentro y caería al vacío. Quizás por eso me he ido de mi casa. Hoy quería ir a comer con mis padres, pero me he dado cuenta de que ahora no podemos estar yendo de un sitio a otro y me he puesto a llorar como una fuente. Al final he decidido pasar la cuarentena con ellos y mi hermano Luis y me he hecho la mochila entre lágrimas. Me sentía como una refugiada del primer mundo. Ahora estoy en mi antiguo cuarto, que ya no me gusta. No he deshecho la mochila porque mi armario está lleno de ropa de mis padres y de cosas que ya no me pongo. Me he traído a mi gata, es negra y brillante como una pantera y la amo demasiado. Aquí hay balcón y me da mucho miedo que salte a la calle y se pierda. No podría soportar ese dolor, me gustaría aprender ya cómo se hace para no sufrir. Aun así, mi amor por ella es tan puro y falto de palabras que me hace bien. …………………. Hoy me ha llegado un vídeo al WhatsApp de alguien cocinando rollos de papel higiénico. Y otro de un tipo con peluca haciendo de DJ, pero en vez de tener platos de mezclas está en la cocina pinchando música en los 422
fogones. También he visto un monólogo de un hombre pidiendo que lo dejen en paz con tanto salir al balcón y hacer cupcakes y videoconferencias, que está más estresado que cuando podía salir a la calle. La gente está muy creativa con esto del encierro. Quizás podría hacer un meme yo también. Esta tarde hemos salido mi madre y yo a aplaudir a las ocho. Ha sido emocionante. Por primera vez he mirado a mis vecinos, en la oscuridad, y he sentido que estamos unidos en esto. Todos estamos encerrados. Unos vecinos han sacado un altavoz al balcón y han puesto la canción Resistiré, del Dúo Dinámico. En esa casa son seis, todos bastante jóvenes, y animan muchísimo. En los peores momentos siempre hay alguien que nos trae alegría. Por la noche hemos visto una serie sobre una judía ortodoxa de Nueva York, y me ha gustado el actor que hace de rabino. Lo he buscado en Internet y he estado cotilleando su Instagram. Es un judío de verdad que abandonó su comunidad jasídica, y ahora trabaja en cine y teatro. A veces tengo fantasías con él, pero sin los tirabuzones judíos ni la barba de rabino. Me imagino que nos conocemos en una librería de segunda mano y 423
que nos pasamos la tarde hablando con un café. Des-
pués me acompaña a mi casa y cuando nos despedimos se nota que está prendado de mí. Me pregunto cuándo volveré a acostarme con alguien. Me gustaría saber
cuándo va a acabar la cuarentena. ¿Cuándo podré vol-
ver a mi casa? Estas son las preguntas más importantes ahora mismo, pero la gente parece estar más interesada
en mandar memes y chorradas en los grupos de What-
sApp. Si supiera qué va a pasar todo estaría bien. No puedo dormir.
Mi madre también está preocupada. La he oído ha-
blar con sus amigas por teléfono:
—Ayer no podía dormirme pensando en todo esto.
He visto en la tele que la campaña de la fresa y el espárrago se van a quedar sin recoger porque ya no pueden
venir los marroquís a trabajar. Pues cuando no haya co-
mida en los supermercados ya nos dirán qué hacemos. Que llamen a los que están en paro, seguro que en An-
dalucía hay gente que puede ayudar. Y pienso en los
gorrillas y los negros estos que venden cosas por ahí, ¿qué harán? ¿Cómo van a comer?
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Mi padre tampoco me tranquiliza nada. Le gusta informarnos con gran detalle del número de infectados y muertos, y lo primero que hace al levantarse es ver las noticias. Después de ver los informativos de España tiene que ver los de la BBC, y luego comparte con nosotros sus averiguaciones: —Pedro Sánchez dice que la semana que viene podemos estar en más de diez mil contagiados. Diez mil. Tengo miedo de que mis padres se contagien. No estoy preparada para ser huérfana. …………………. Hoy estaba viendo la tele y me he dado cuenta de que en los anuncios salía gente en bares tomando algo. Y en un episodio de Mad Men una de las protagonistas iba a una fiesta y se besaba con un chico. ¿He estado desaprovechando mi vida hasta ahora? Quizás tenía que haber ido a más conciertos, a más sesiones de micro abierto, a hacer más senderismo. He preguntado a algunos amigos cómo llevan lo de estar en casa todo el tiempo, y me han dicho que bien. Que están tranquilos, que no se aburren, que respetan los espacios de sus 425
familiares. Será que la rara soy yo, así que mejor no les pregunto. Entonces me he dado cuenta de que la solución a mi agobio puede ser llevar una agenda. Nunca había pensado que alguien encerrado pudiera necesitar una agenda, pero quién sabe. Hasta las monjas de clausura deben de tener horarios y objetivos que cumplir. Lo malo es decidir qué hacer para rellenar tantas horas, porque hay series, películas, obras de teatro y revistas online gratuitas, cursos, clases de yoga, vídeos en YouTube, libros, recetas. Qué bien que no tengamos tiempo para aburrirnos. Hoy en día solo necesitamos un ordenador y conexión a Internet. Dios, qué angustia. Tengo tantas cosas interesantes y productivas que hacer en mi tiempo libre que no he sido capaz de elegir, y me he pasado hora y media mirando ropa en Pinterest. He guardado muchas fotos de una influencer francesa que siempre lleva pintalabios rojo y bolsitos minúsculos. Yo jamás me pinto los labios de rojo y no llevo más que mochilas, pero quizás cuando pueda salir de casa sacaré por fin la Afrodita que llevo dentro. Todo será diferente cuando se vaya el virus. …………………. 426
Si todo sigue tan tranquilo como hasta ahora puede que no discuta con mi madre en toda la cuarentena. Eso estaría muy bien. Cuando discutimos suele ser por temas de trabajo y de estilo de vida. Si yo fuera funcionaria o tuviera un contrato indefinido no sé de qué discutiríamos. Y si yo no me empeñara en que mi madre me dé la razón, tampoco. A veces este tema me parece un ciclo sin fin. Quiero ser una adulta de una vez y dejar de buscar la aprobación de mi madre para sentirme bien conmigo misma. Quiero ser adulta pero me vengo a vivir con mis padres. Mis padres son buena gente. Mi madre tiene un lado muy auténtico que me hace reír. Tiene la Luna en Géminis y su curiosidad estimula a mi Sol geminiano. El otro día se puso a bailar en el comedor para hacer un poco de ejercicio. Se movía con tal falta de pretensión como de ritmo, pero era espontánea y pura. Mi padre es organizado y discreto, aunque yo sé que le gusta mucho más hablar de lo que parece; es Leo con ascendente Capricornio. Desde que se jubiló es el cocinero oficial, y cuando empiezan los aplausos de las ocho se mete en la cocina. —Es mi señal de que hay que hacer la cena. Y también es un poco como si me aplaudieran a mí. «¡Venga, Paco, que tú puedes!» 427
A veces viene a preguntarnos a mi hermano y a mí qué queremos de cenar, y nos da varias opciones a elegir. Es como si volviera a tener cinco años, y me encanta. Suele buscar nuevas recetas en Internet mientras hace ejercicio en la bicicleta estática, y luego comparte lo que ha aprendido con nosotros. —He encontrado un truco para ablandar la carne. ¿A que no sabes cuál es? ¡Macerarla en kiwi! Y luego el kiwi no se tira, se usa para hacer una salsa. Aquella noche comimos los bocadillos más sabrosos que había probado en mucho tiempo. Cuando mi padre se jubiló nos contó que sus compañeros le habían hecho un pequeño discurso en la comida de despedida. Algo sobre lo discreto que es, que a él nunca le oirías diciendo nada malo de nadie, y que a veces parecía el hombre invisible. El imbécil que dijo eso no debía de conocer mucho a mi padre. Cuando murió mi abuelo paterno mi padre me dijo
que había oído que solo nos convertimos en adultos cuando mueren los padres. Así que en aquel momento él, con cincuenta y tantos años, todavía no era adulto porque aún vivía su madre. Si mis padres murieran 428
yo me convertiría en adulta de golpe y ya no tendría quien me acogiera en una pandemia. Me pasearía por esta casa como por un cementerio. Ahí la estantería rebosante de libros que ya nadie va a leer, ahí la ropa que aún lleva su olor, ahí la máquina de coser de mi madre y los libros de inglés de mi padre. ¿Qué haría con todas esas reliquias? ¿Quién me dirá lo que tengo que hacer cuando por fin sea mayor? Miro las cartas astrales de mis padres, aunque su hora de nacimiento es aproximada. Cuando fue el cumpleaños de mi madre el año pasado fuimos los tres a cenar fuera. Se me ocurrió decirles que según la astrología ellos se conocieron en alguna vida pasada, y mi madre respondió que ella no cree en esas cosas. Mi padre quería pedir ensaladilla rusa pero mi madre se negó, y entonces él dijo que ya no quería compartir tapas, que pediría un plato para él solo. Ir a cenar a un buen restaurante no debería ser algo difícil. Aquella noche eché de menos a mis hermanos. …………………. Esta semana he vuelto a trabajar. Estoy dando clase online a mis chinos, y ayer me pasé más de una hora 429
preparando lo que iba a hacer. Ha sido divertido verles, aunque la mayoría no activaban la cámara, no sé por qué. También he pasado mis clases particulares a clases online, y de repente me siento útil. Gracias a Internet puedo hacer algo de valor en estos momentos en los que todos estamos entre cuatro paredes. Porque en casa no soy más que un parásito adorable. Creo que me va a venir bien tener a mis chinos, gracias a ellos ya no pienso tanto en el virus y en cuándo terminará esto. Ahora solo me preocupa que hablan fatal en español y no van a aprobar el curso. Su nivel es pésimo. Quizás si mis clases fueran más entretenidas me harían más caso. O tal vez debería ponerles más deberes. Necesito que me respeten y se tomen las clases en serio. De repente vuelvo a tener la semana bastante ocupada. Una alumna que tuve hace tiempo me ha pedido clases de inglés todos los días, y le he dicho que sí sin dudarlo. Ya tengo una rutina de nuevo y todos los días son iguales. Los viernes tengo clase online con dos adolescentes, pero no les gusta aprender español. El otro
día una de ellas me dijo que las clases son aburridas y yo no supe bien qué contestarle. Les doy clase por el dinero, no por otra cosa. 430
El fin de semana pasado tuve una videoconferencia con los compañeros de la formación en terapia Gestalt, y cada uno tuvo unos minutos para explicar cómo se sentía. Una de mis compañeras dijo que estaba pasando la cuarentena con sus hijos y que esta experiencia era como un regalo maravilloso. No me jodas. Yo dije que todos los días son iguales y que cuando doy clase la mitad de mis alumnos no me escucha. Hoy he leído la newsletter de una página web de astrología y una palabra me ha llamado la atención: estancamiento. Me ha hecho pensar en un gran charco de agua estancada donde no hay vida. Todo lo que cae dentro muere. En realidad mi vida antes de la cuarentena no era tan interesante. La verdad es que no me pierdo tanto por estar siempre en casa. De lunes a viernes lo único que hacía era trabajar, igual que ahora. Es terrible. Algún día podré salir de casa y beber y bailar, pero esa será la única diferencia. Cuando acabe el encierro algo tiene que cambiar, aunque aún no he averiguado el qué. …………………. Ir al supermercado es una pequeña odisea. Aunque aparentemente no haga falta gran cosa mi padre siem431
pre me da una lista kilométrica de la compra, y luego tengo que llamarle porque lo que él me ha escrito no se corresponde con lo que yo encuentro allí. En la sección del pollo hay unas bandejas que yo no he visto en mi vida, como contramuslo sin piel, contramuslo deshuesado o cuartos traseros. Yo sé lo que es una pechuga de pollo y un pollo entero, ya está, y no hay manera de encontrar «muslos de pollo» como me pide mi padre. Luego resulta que lo que él quería aquí se denomina «jamoncitos». Se nota que no soy la única que no tiene ni idea, porque en el súper siempre veo gente hablando por el móvil pidiendo aclaraciones y recibiendo instrucciones. Quizás sean parásitos buenos, como yo. Mi madre ha hecho chocolate a la taza y me lo tomo mojando un par de croissants y unas rosquilletas, mientras mis padres ven una serie sobre los orígenes de ETA. Hoy hemos comido cocido, y mañana habrá arroz al horno. Aquí no se come nada integral, ni kale ni quinoa. Aquí hay lentejas con chorizo, guiso de ternera con patatas, sopa de pescado. El sabor y el calor de la comida me inundan, y yo me acomodo un poco más profundamente en el sofá. Tal vez debería acomodarme menos, a ver si cuando tenga que volver a mi casa no voy a querer. 432
—Estoy tan llena que no puedo comer ni torrijas— dice mi madre. —Luis, ¿y tú cómo llevas la cuarentena?— pregunta mi padre a mi hermano. —¿Yo? Bien. Un poco rollo. —¡Luis, puedes expresar tus sentimientos!— le digo yo. ¿Qué pasaría si me quedase aquí a vivir? ¿Y si adopto a una niña vietnamita y me vengo con ella a vivir con mis padres? Cuando adopté a mi gata tenía muchas dudas y los primeros días lo pasé fatal. Lupita no paraba de maullar y de seguirme a todas partes, no me dejaba en paz. Así que imagínate cómo sería con un ser humano. Quizás cuando se me pase el arroz totalmente, lo cual será más pronto que tarde, y cuando tenga un trabajo más estable. Podría hacer como Angelina Jolie, a ver si un día me aparece mi Brad Pitt. Vemos las noticias todos juntos y disfruto mirando
cómo son las casas de los políticos y de los periodistas. Ahora que no se puede salir de casa hay muchas retransmisiones desde el salón de la gente importante, y me gusta cotillear la decoración de Inés Arrimadas 433
o la estantería llena de libros de Joaquín Sabina. Los mejores siempre tienen un montón de libros detrás. …………………. Mis alumnos me ponen de los nervios. No sé qué hacer con ellos. Darles clase es como hablar a una pared. Es una experiencia masoquista en toda regla. Les hago preguntas de vez en cuando para ver si están atentos, pero no entienden nada. —Ronaldo, ¿comprendes la actividad? —¿Actividá? —Sí, el ejercicio. ¿Comprendes? Ronaldo susurra en chino a su compañero de piso. —Shénme yìsi? —¿Cómo que qué significa?¿Qué significa la palabra «actividad», Ronaldo? Les pregunto si una palabra es masculina o femenina y no me entienden. Les pido que enciendan la cámara para al menos tener la sensación de que hablo con seres humanos, y no me hacen caso. En clase no son capaces de juntar dos palabras con sentido, pero luego en los deberes me escriben que de pequeños jugaban al bádminton muy trabajadoramente y así ganaron «el 434
honor de atleta nacional». ¿De qué sirve que les enseñe vocabulario nuevo y estructuras útiles si luego van y traducen frases enteras en el traductor? Cada vez me enfado más con ellos, y a veces me pillo a mí misma pensando con desprecio que tal o cual alumno tiene que ser imbécil. Siempre me pasa que unos segundos antes de explotar y reñirles me consuelo a mí misma diciéndome que me lo merezco, que me merezco ser mala y desahogarme porque ellos me hacen sufrir. Pero incluso cuando les echo la bronca no me entienden. Me hacen sentir como la peor profesora del mundo. Por la noche hemos visto una entrevista a un director de instituto que hablaba sobre dar clases online a adolescentes. Ha dicho que no es igual que las clases presenciales porque los alumnos necesitan el contacto con el profesor y con los compañeros. Necesitan colaborar con los otros y sentir que no están solos. Y el profesor, ¿no necesita también el contacto con los alumnos? Yo solo les pido que enciendan la puñetera cámara. Encima hoy casi discuto con mi madre. Estábamos terminando de comer y de repente va y me pregunta si realmente me puedo permitir hacer cambios en mi vida laboral cuando acabe la cuarentena. Lo dijo como 435
si fuese una broma, pero detrás de las bromas siempre hay un mensaje en serio. Ya soy mayor y no necesito sus críticas, lo que necesito es que me apoye. Disimulé mi enfado y le respondí que gracias pero no necesito sus consejos. La conversación terminó ahí, pero yo me quedé un poco inquieta pensando si no tendrá razón. En realidad no sé si puedo trabajar menos horas. Mi contrato termina a finales de julio y ahora hay mucha incertidumbre en la enseñanza del español a extranjeros. Ya me he reinventado otras veces y me da un poco de miedo volver a hacerlo. La gente debe de pensar que no sé bien qué quiero hacer con mi vida. …………………. Hoy mi madre se ha puesto a buscar fotos en los álbumes de Carlos, mi hermano. Necesita una foto de mi hermano de bebé en la que aparezca tumbado boca abajo. Su novia quiere una foto así para hacer un montaje con la foto de su hijito, que ahora tiene tres meses. Viven en Inglaterra y aún no he podido conocerlo por culpa del virus, pero hablamos con ellos y con mi sobrina varias veces a la semana. Mi sobrina tiene el pelo igual de rizado y pelirrojo que yo, me hace mucha ilusión no ser la única con este pelo loco. Y también tiene 436
la Luna en Leo. Tal vez por eso le gusta ser el centro de atención y se enfada cuando su padre nos habla a nosotros en vez de a ella. —Mamá, podrías escanear las fotos— le ha dicho mi hermano Luis a mi madre. —¿Escanearlas? —Sí, porque si hay un incendio todas las fotos se van a la mierda. —¡Pero si hay un incendio y se quema el ordenador nos quedamos igual! —¿El ordenador? ¡Mamá, las fotos se guardan en la nube! —¡Pero la nube seguro que está muy llena, no van a caber! Carlos tuvo a mi sobrina con veintidós años. Cuando la gente se enteró de que iba a ser padre tan joven no hubo reacciones muy positivas. Yo, por ejemplo, me eché a llorar. Imaginaba a ese niño de casi dos metros con otro niño en brazos y no me lo podía creer. Otros
no sabían si felicitar a mis padres o darles el pésame. Todavía ahora hay quienes ven a mi hermano como un crío con hijos, pero eso no es así. Él y su novia son unos padres geniales. Mi madre lo ha pasado mal porque ella 437
siempre había pensado que esto solo le sucedía a la gente ignorante y pobre, no a una familia como la nuestra. Pero ahora tenemos estos dos nenes tan bonitos y no los cambiaríamos por nada del mundo. Me pregunto si a mi hermano le preocupa ser un adulto de verdad y ser un buen padre. Lo admiro mucho. …………………. El otro día una antigua compañera de trabajo me dijo que quería que le mirase la carta astral de su hija. Yo sabía que había tenido problemas con ella, pero no me esperaba que su carta fuera a decirlo tan claramente. Me pasé varios días dándole vueltas a la carta y mirando vídeos de astrólogos en YouTube, y finalmente le grabé varios audios de WhatsApp resumiéndole lo que podía ver. Unos días después ella me respondió con unos cuantos audios también y me habló de su hija. Se notaba que solo desea lo mejor para ella, pero intuí que probablemente ella no quiere oír las recomendaciones de su madre. Yo no sabía qué decirle. No me estaba pidiendo consejo ni me pedía mi opinión, pero yo sentía la necesidad de responderle. Lo que me decía me resultaba familiar, era un problema universal entre padres e hijos, pero ¿cómo se habla de esto con una compañera de trabajo? 438
Lo consulté con mi madre e incluso mi psicóloga, y finalmente le contesté. Le dije que era obvio que quiere mucho a su hija y que es normal que quiera ayudarle. También le dije que cuando ella le hace sugerencias o recomendaciones para llevar una vida más práctica y estable, ella probablemente lo interpreta como una forma de rechazo. Y que una madre no la acepte es muy duro para una hija. Ese era mi mensaje principal. No añadí que aparte de eso los hijos también tenemos que aceptar a los padres tal y como son, y que tenemos que aprender a validarnos nosotros mismos en lugar de esperar la aprobación paterna. Al final, nuestra vida es solo nuestra, y nuestros errores son parte de nuestro aprendizaje. …………………. Hoy he salido a aplaudir al balcón con mi madre y ya no estaban los jóvenes de los altavoces y la música. Estas salidas se han convertido en algo rutinario que ya no me emociona, aunque me ayudan a conectarme a
diario con lo que está pasando en el mundo, como una pequeña meditación exterior. Mientras aplaudíamos, mi madre me ha contado que una conocida de su prima ha muerto de coronavirus. Tenía sesenta y dos años. 439
Como vivo en esta burbuja de rutina y cuidados ya no me acuerdo tanto de los muertos. Cada día es una repetición del anterior y me cuesta saber si es lunes o miércoles. Las semanas se funden en una masa compacta que me cabría en la palma de la mano y que lanzaría gustosamente al infinito con un tirachinas. ¿Qué estamos haciendo? Por primera vez en mi vida me planteo si tiene sentido lo que hago. Si tiene sentido mi manera de hablar, lo que pienso, lo que elijo, el dinero que gano, lo que hago en mi tiempo libre. ¿Para qué todo esto? La otra noche habló en la tele una doctora recién salida del MIR. Se había grabado a sí misma durante estas semanas y un día se emocionaba al contar que su primer paciente había muerto. Su paciente murió a solas, con varios metros de distancia de su familia para evitar el contagio. Imagino a sus familiares mirándolo como a un pez en una pecera, sin poder comunicarse con él, esperando a que muriese sin poder hacer nada. La muerte ahora me parece tan inútil. Imagino a mis padres en esa situación, ellos solos, y es insoportable. ¿De qué serviría una muerte así?
Trato de respirar hondo y fluir con esta confusión y dolor. Poco después siempre se me pasa, pero en rea440
lidad me vienen bien estas bofetadas repentinas, es importante recordar que somos frágiles pero estamos vivos. Sin embargo, de alguna forma esta vida de ahora no me parece de verdad. Es como una vida a medias. Así que respiro hondo este aire a medias porque es lo único que hay. Por un rato me vale como si respirara todo el aire del mundo.
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Julia Kurmi nació en Arroyo Seco, Argentina, en 1988, y pasó su confinamiento entre Rosario y Arroyo Seco, Argentina
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Incen-diario, edición Cuarentena Obligatoria
Día 1. Kin 251 Mono Autoexistente. CONCENTRAR. It’s a new dawn, it’s a new day, it’s a new life, se oye Nina Simone. Feliz año nuevo astrológico. Sé que me tiraría en brazos ajenos a llorar, pero hoy todas las circunstancias me obligan a ser la que se acuna y se canta una nana para dormirse a sí misma. Incontables veces le dije a A. que no podía compartir con ella porque no había realizado aún el proceso de sanar. Duelar la Julia que murió junto a Alegría, llorar sus desilusiones, tomar fuerza vital de algún misterioso lugar y gozar de tiempo creativo para sublimarla en mi proyecto. La vida sabia me ha puesto en una especie de retiro, el aislamiento social para evitar la propagación de un virus se asimila demasiado a esos formatos de lugares alejados y rutinas alteradas, a los que las per443
sonas suelen someterse para tener tiempo y energía de observarse a sí mismas. ¿Cuánto durará la claridad que creo ahora tener? Un tiempo para lamer mis heridas, observando qué deseo para esta existencia cuando la vida retorne a ser lo que era. Aunque las voces han dicho que ya nada volverá a ser tal y como lo conocíamos. Las voces serán grandes aliadas de este tiempo. Cuando intuí que el encierro obligatorio comenzaría pronto, todas mis células pidieron tierra y fuego, sin metáforas: serían días para dedicarme a la huerta de la isla, bañarme en el Paraná y en la noche cantar y danzar alrededor de Taita Nina. Me empoderé para que así fuera, hice la mochila con prisa considerando lo necesario para dos meses aproximadamente, sabiendo que tal vez no sería sencillo regresar. Me moví sin miedo avanzando entre los pueblos, mas contamos con un conductor nacional muy astuto. No di con el tiempo suficiente para cruzar el ancho río y me he quedado varada a medio camino, rodeada del cemento de una gran ciudad, conviviendo con personas que no separan la basura. Si pretendo sobrevivir al virus y a mi renacimiento, he de encontrar la parte llena del vaso.
Estoy en una casa antigua de techos altos donde amanece con olor a café y se oyen buenos tratos y risas. 444
Si bien mi habitación está llena de fotos de difuntxs, saben convivir pacíficamente con mi altar. Rememoro mi vivencia en Vipassana, trayendo todo ese autoconociCierto al presente: anicca, esto también pasará, el desafío de mantenerse en ecuanimidad e impermanencia, sin deseo ni aversión. Además, está aquí madre canceriana, sé que el alimento delicioso no faltará. Habita en mí una certeza, existe un paralelismo entre honrar a la Madre Tierra y honrar también a la Madre Humana. Ella es sinónimo de seguridad emocional, de aceptación incondicional, de amor haga lo haga y pase lo que pase. De todas formas, siento ira. Busco una explicación racional, puede ser que esté premenstrual, puede ser que el cardo mariano limpie las aguas estancadas de mi hígado, no lo sé. Me lo permito, sabiendo que hay algo ahí que tiene poder, algo del mecanismo que ya conozco: lo que cumple su ciclo de asistencia pide morir y es mi deber honrarlo para extraer de allí el valor de lo que vendrá. El fuego transmutador arrasará y dejará a su paso las cenizas que abonarán lo próximo. Ciertamente, esta es una nueva versión del diario del incendio.
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Día 2. Kin 252 Humano Entonado. BONDAD. Según el calendario de la Chakana ayer fue el equinoccio de otoño, un tiempo bisagra entre dar las gracias por la cosecha recibida en el verano y de preparación para la oscuridad invernal. Me disponía a preparar una pequeña ofrenda con elementos cercanos, cuando el cristal de labradorita que protegía al oráculo cayó y se partió en tres partes. Tomé los trozos, rearmé la forma original de la roca tornasolada verde y amarillenta, descubriendo así las irreparables grietas en sus venas minerales. Me apené. Se había manifestado la palabra «visión». En tiempos sin precedentes en la historia humana contemporánea, con la necesidad de hacer cambios individuales y colectivos, recuerdo que siempre fue, es y será la Tierra la que nos enseña acerca de ciclos y pasajes. A ella fue que le hablé, agradecí por mi verano abundante, repleto de atardeceres de hora mágica y pedí por un suave arribo del frío. El Universo colectiviza así una experiencia que no es nueva para mí: tiempo liberado a la creación y al ocio potencialmente gozoso.
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Día 3. Kin 253 Caminante del Cielo Rítmico. CLARIDAD. Hay una temática que se me aparece obsesivamente e intuyo que se exacerba con el encierro. Es la dicotomía adentro-afuera, interno-externo, personal-social, separación-unidad, al punto tal que todos mis pensamientos se aglutinan ahí, generándome mucha ansiedad. Buceo en esos mares, dejo que mi cuerpo sea brújula de revelaciones que aporten a este tiempo que fue hecho para sanar. Ah. Mi niña. No me preocupa percibir que no he crecido del todo. La misma que quiere hacer un collage y pide lápices de colores, llora porque no la quieren, porque no la eligieron para armar el grupo en la clase de gimnasia, porque en los cumpleaños no gana los concursos de baile, porque no le entra la ropa cool que a sus compañeras sí, porque mamá no tiene tanto dinero para las últimas zapatillas de moda o para galletas compradas todos los días, y si viene una amiguita a tomar la merienda hay solo pan tostado con manteca y mermelada y a ella le apena un poco.
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Las voces son íntimas de mi niña, la conocen muy bien. Dicen que en aquel momento se ha sembrado en mí la semilla de una idea peligrosa, la idea de separación. Eso no es todo; la idea de separación, si germina y brota, trae consigo otra maleza, responsable de mis recuerdos traumáticos: la idea de comparación, una pirámide imaginaria donde hay mejores y peores, una especie de ranking medido con una dudosa vara. También dicen: Pueden sembrarse semillas en ti porque tú eres la Tierra; eso que crees que está afuera y en lo que lxs otrxs deben reparar no existe, pon la energía en ti, utiliza este tiempo de gracia para dedicarte a la agricultura personal.
Día 4. Kin 254 Mago Resonante. PRIORIZAR. Despierte. En esos primeros minutos, además de intentar retener lo soñado, creerá que lo de la pandemia no está sucediendo. Confúndase de planos, intente salir de la pesadilla. Medite tratando de que la información corrosiva del móvil no sea lo primero del día que entre por sus ojos. Salga de la cama, pase por el baño, salude a mamá que ya hace rato está haciendo trabajo en línea. 448
Coma vegano. Siga bebiendo un litro de cardo mariano al día. Ensaye moverse: a veces hará yoga, otros días correrá como una loca en círculos por la terraza, use un antiguo escalador de gimnasio que hay en la casa, haga glúteos, abdominales y hasta pesas con unos bidones llenos de agua. Su dedicación al ejercicio le será tan sorprendente y desconocida como las irrefrenables y absurdas ganas de pintarse los labios y no tener con qué. Trate de moderar su tiempo en las pantallas. Trabaje en su proyecto. Confeccione una lista de cosas que no realizará. Cambie el fondo de pantalla de la PC: entre la disciplina y la rendición, se encuentra el fluir. El tabaco, la Mama Coca y Santa María son medicinas sagradas para ser utilizadas en momentos especiales y con el máximo respeto. Ame la noche para escribir. El modo avión será su aliado para ingresar a un mundo de fantasía donde estará protegida. Medite. Agradezca cinco cosas bonitas que hayan sucedido en el día. Sujete fuerte un cristal al que le ha dicho unas frases, y así sentirá que se les hacen carne. Sueñe. Repita. 449
Día 5. Kin 255 Aguila Galáctica. PACIENCIA. Luna nueva en Aries. Ayuno de alimentos sólidos. Escribo mis intenciones. Escribo también cuáles son las creencias que no permiten que esas cosas sucedan, aún. Hablan las voces: Este tiempo es un regalo que se le ha dado a la humanidad para revisar las bases, lo que están creando. Hace diez años que se llevan preparando para este momento. Cada curso, cada técnica, cada relación, cada experiencia ha dejado un aprendizaje que es para ser puesto en acción aquí y ahora. Recordarán que su esencia es ser canalizadores del Cielo en la Tierra. En tu caso particular, aprovecha cada minuto para abastecerte de las herramientas que necesitarás para cumplir tu sueño. Pide en grande, porque todo te será dado. Y actúa como si ya lo hubieses recibido.
Día 7. Kin 257 Tierra Planetaria. DESAPEGO. Siento fuerte la necesidad de una tribu que sosten450
ga en momentos difíciles. Siento fuerte la necesidad de convivir con seres que estén en una misma resonancia energética. Ha pasado una semana y, si bien reconozco el privilegio de mi aislamiento con comida, dinero, techo y amor, sigo necesitando fuego y tierra de la misma manera que al inicio, o tal vez más. Conversaciones ricas, fructíferas. Realmente este cotidiano no estaría siendo tan diferente a algunas experiencias extremas que he transitado en la vida nómade, mas me siento sola.
Día 9. Kin 259 Tormenta Cristal. INTEGRAR. Tal como lo anuncia el Tzolkin, llueve. Anoche tuve un sueño precioso, el plano astral está muy activo. Trabajaba en un bar en Perú, descalza. Me clavaba muchísimos cristales de cuarzo en la planta de los pies. Qué alivio al momento de quitármelos, eran hermosos y me hacía ilusión llevarlos conmigo para aumentar mi colección. Quería regresar frenéticamente del viaje, cargaba mi mochila. Me veía en una ruta y cruzaba un colectivo de los amarillos. Preguntaba al chofer si iba hacia Arroyo Seco, él decía que no pero me 451
subía igual, y la siguiente imagen era a su lado, como en el espacio delantero de un camión, con un solo asiento que ocupaba todo a lo largo, sin separaciones. En un momento la ruta se hundía hacia abajo, tenía sensación de vértigo, esa en la que percibes que los órganos internos se mueven antes que el resto del cuerpo. Yo tenía miedo, él lo notaba y nuestras manos se encontraban en un roce sobre la cuerina negra de la butaca. Todo mi ser se estremecía, lleno de ternura, y quedaba totalmente enamorada de ese rey león de melena color miel. Llegaba a dejarme en la puerta de casa materna, donde me recibían. El sueño tenía frecuencia color dorada. Permanecí entre dimensiones y abracé las sábanas, deseando el no fin. Antes de dormir me había masturbado. Registro qué extraña, nueva y a la vez vital es para mí esta soledad. A. dejó de responderme y por primera vez desde que se fue, la extrañé. Es mejor así, necesito transitar y culminar este otro duelo también. Es la oportunidad de vibrar amor a la distancia, como energía omnipresente que lo cubra todo, que llegue a todos los espacios po-
sibles. La soledad es una sensación que se extiende, la combato recordando que sola no es separada. Mientras, la lluvia me recuerda al Cusco frío que supimos cami452
nar, al sabor a pueblo resiliente de sus platos, su alegría, el volumen de su voz, la musicalidad que siempre la acompaña. Ahora, mientras visto su casaca, ella utiliza el agua para hacerse presente. Como de costumbre, permito que la excesiva terrenalidad que soy se permee, me convierto en barro, lloro, me siento humana transparente, traspasada por emociones, recuerdo estar viva. Vienes y armonizas esta hoguera, porque siempre es un diamante el que pule a otro diamante. Extraño a N. también. Y no tanto su piel, su guitarra sonando o las charlas eternas que tuvimos. Lo que extraño es habitar la maravilla sin saberlo, como una eterna inocencia. Tengo muchas veces la leve sospecha de que puedo estar viviendo un fenómeno parecido. Estoy en la maravilla y no me doy cuenta. Soy la maravilla y un pesado velo no me permite experienciarlo. A veces visualizo mi cuerpo recientemente fallecido, mi alma observa pasar en cámara acelerada la película de mi vida. Allí reconozco no saber que habitaba una existencia de magia. Son las personas que me amaron quienes con su paso activaron mis mejores dones.
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Día 10. Kin 260 Sol Cósmico. ALIVIO. ¿Cómo sería un mundo en el que no nos dijeran desde niñxs que tenemos que elegir un área para desarrollarnos, estudiar para convertirnos en «eso» y luego vivir desde ese rótulo? Afirmo que la improductividad es un estado conocido, que me es cómodo, y que se encuentre socialmente permitido me es disfrutable y me desorienta en partes iguales. Bueno, si es que puede llamarse ser improductiva a cocinar vegano saludable y todos los procesos de alquimia que se requieren a tal fin, como fermentar, germinar, activar, remojar; mantener el cuerpo en movimiento, avanzar con un proyecto personal eternamente postergado, cuidar la salud mental y emocional propia y ajena de seres queridxs, regar las plantas e intentar dormir temprano y descansar para aprovechar al máximo posible las horas de luz. Sentipienso que son suficientes responsabilidades como ser encarnada en este planeta, a donde nadie me preguntó si quería venir, pese a que sé que mi alma así lo eligió. Y responsabilidades a mi criterio muy bien priorizadas, aunque el sistema productivo capitalista y patriarcal dé a entender que soy 454
una haragana por permanecer sin ganar dinero y sin un título que me defina. Mientras tanto, en la casa, sensación de siesta eterna de la infancia. Madre canceriana ha tomado posesión de la cocina. Escucho desde aquí el jazz y percibo el aroma a comida casera. No hace falta verla para saber que está bebiendo su trago, el combustible vital de una vida dedicada al servicio del amor, la base firme que posibilita mis planteos existenciales y pide al delivery un cuarto de helado vegano solo para mí.
Día 11. Kin 1 Dragón Magnético. FIRMEZA. La cuarentena obligatoria se ha extendido en Argentina por dos semanas, y sé que este proceso puede repetirse así varios períodos más. Estoy organizando un operativo para poder regresar al sitio que, después de mi mochila de viaje, más se asemeja en mi imaginario a «hogar». Ha sido un bonito primer tiempo de curantena, de darsecuentena, mas necesito el movimiento, la autonomía. Soltar a mamá, aupar a mi niña, aceptar que ca455
mino con todxs mis muertxs acompañándome. Especialmente tú, Alegría, hija, hoy me crío a mí misma con la inspiración de tu corta existencia. Estás presente en cada colibrí que aparece. Las voces dicen que estás bien, que te acompañan, que todo está bien siempre, que a su debido tiempo otro espíritu rubio de sonrisa amplia llegará, me lo muestran, Tao es su nombre. Ellas van dejando señales para que pueda recordar mi camino, señales que son pequeñas piedras y no migajas de pan, no existe peligro de que se las coman los pájaros del tiempo y el espacio. ¿Recuerdas los colores? Son tu don. Para aprender a utilizarlos, lo primero que debes saber es que cada ser humano dispone de una frecuencia cromática que lo hace único e irrepetible. Tu desafío primario es aprender de qué se trata tu propio color particular, antes de fascinarte con las tonalidades de algunos seres que se cruzarán en tu camino. Luego sí serás capaz de crear mezclas, paletas, tapices. Llegarán herramientas, muchas, al punto tal que deberás utilizar el discernimiento para saber cuáles utilizar a cada momento sin abrumarte. Recuerda: esas herramientas son, primero que nada, para ti misma.
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Día 12. Kin 2 Viento Lunar. RESPETAR. Hoy fue el fin de una etapa. Subí a un caballo metálico que atravesó nuevamente los pueblos en sentido inverso, de regreso. Solo viajábamos en él cuatro personas, las lágrimas resbalaban involuntariamente por mi rostro al observar las avenidas vacías de la gran ciudad. Nunca imaginé que sería testigo de una imagen semejante, me dejó impactada. Añoraba muchísimo escuchar música con los auriculares, mientras la escena de la ventanilla y mis pensamientos se deslizaban en línea recta. Volví a ver el río, y un policía amable, cumpliendo con su labor y pidiendo disculpas, chequeó mi actividad fuera de los muros. Ese trayecto fue un regalo. Sé que no vamos a poder trasladarnos libremente a través de la Pachamama por largo tiempo. Es eso bastante trágico para quien tiene un ego asociado a los viajes y a la vida nómada. Este confinamiento viene machucando bastante a los egos en todo sentido. Mas hay un viaje que es imposible de
prohibir y ese es el viaje con destino adentro; desde los límites de mi piel hacia mi interior sigo siendo mi propia soberana y no existen las limitaciones de circulación, 457
ni siquiera es posible que exista lo que no es verosímil para mí. El universo entero está contenido en cada una de mis células, cada partícula de mi cuerpo guarda la misma información que los verdes del Amazonas, que los volcanes del Pacífico, que el polvo de estrellas. Lanzarse a la aventura interna sin tiempos, con el equipo que fui armando con ese fin estos últimos años, tal vez pueda ser tan emocionante como beber café en Colombia, visitar las ruinas de México u orar profundo en los templos de la India. Mi hermano ha mantenido la casa de forma sorprendente. Huele a limpio y ventilado. Los espacios están despejados, siento muchísimo alivio de haber decidido venir.
Día 25. Kin 15 Aguila Lunar. CONFIANZA. Casi dos semanas han pasado sin registrar aquí. Llueve y me releo, la percepción del tiempo es un fe-
nómeno extraño. Los procesos se dan de forma elíptica, espiralada, aunque al estar en consciencia nada es repetitivo. El mismo tono desde el último escrito, estoy en mi fase premenstrual como al comienzo, la palabra 458
del día de hoy es la misma que estuvo enclavada en mi altar todo el tiempo que permanecí en la casa antigua de techos altos. La de mi altar de aquí es ESCUCHA, ya que se me pide que esté atenta, en presencia. El ser humano es una criatura resiliente, capaz de adaptarse a todo. Y la humilde aceptación, agachar la cabeza ante los misterios del plan divino, es una poderosa medicina. He formado una pequeña comunidad con mi hermano de sangre, Zuli, su perra loba blanca, las plantas y sus delicados espíritus vegetales, y las voces, claro. Con F. estamos conociéndonos más, recordándonos después de tantas vidas juntxs. Creamos acuerdos de convivencia armónica, cada unx debe lavar los platos inmediatamente después de usarlos y por fortuna la casa es grande, tenemos nuestros espacios de independencia e intimidad, respetando si elegimos no cruzarnos. Hice un proceso de limpieza profunda, primero aplicado al espacio físico. Limpié y tiré muchísimas cosas de mi templo habitación, sentía que necesitaba espacio
visual, que circule más aire, que mis ojos vean menos objetos en este sitio que es dormitorio, vestidor, oficina, biblioteca, estudio de yoga y consultorio, todo a la vez, en un cubo de tres por tres metros cuadrados. Luego, 459
sobre mi templo cuerpo; ayuné 5 días con jugos de colores que me llevaron por los recónditos rincones de mi ser, dejando también el mate en exceso y de fumar. Me siento muchísimo mejor, y puedo mirar al reflejo del espejo con muchísimo amor. Continúo creando, mi proyecto crece si le dedico un poquito de energía todos los días. Cocino inspirada en tutoriales de internet, estuve bordando, coloreé mandalas, mi cabello creció considerablemente y logré pintarme los labios. Estoy aprovechando el tiempo para armar mi árbol genealógico a través de videollamadas con mis abuelas. Es una sanación fuerte pero necesaria. Quien quiera recordar su origen estelar primero deberá honrar su origen terrenal y los regalos y trampas que de allí provienen. Cuando aparece el miedo, toma forma de 5G y satélites en órbitas bajas de la tierra que se ven como simpáticas estrellitas danzando en el cielo, pero no lo son. Toma forma de vacunas obligatorias con metales pesados dentro, de nanochips bajo la piel con los que nos controlarían movimientos y consumos, y demás conspiraciones. Toma forma de no poder viajar nunca más, de no lograr conocerle, de quedarme eternamente encerrada o, al ser posible moverme, no saber qué hacer. La 460
enfermedad, la muerte, la pobreza son memorias que los organismos de todxs ya conocen. También la angustia toma forma de consciencia social sintiendo a lxs que no tienen casa, no tienen dinero, no pueden comer bien o pasan frío, en las que están encerradas con su agresor, en mis amigas madres solteras criando 24/7 sin poder laborar. Surfeo esas olas emocionales danzando, mirando menos pantallas y más en mi interior. Siento nostalgia de ese mundo analógico que conocí siendo pequeña, y que se ha perdido para siempre. ¿Qué línea de tiempo quieres crear? Siempre supieron que este momento llegaría, en el que empiezas por ti misma, con claridad, para luego crear con otrxs que estén vibrando en similar resonancia. Hay un punto que trasciende toda lucha, esta no deja de provenir de la dualidad. Es el punto cero, el presente continuo, lo encuentras donde siempre estás respirando, donde se supera el miedo y el amor. Se llama UNIDAD. A veces siento que todo esto solo se trató de recordar que la tierra y el fuego me habitan, que no hace falta correr hacia ningún lugar. Tal vez de ahora en más ni siquiera sea necesario escapar, sino agudizar la mirada de lo posible, para crear presente con lo que ya hay. He construido un compost, armado un primer cantero para 461
sembrar, cosechado calabazas, salvia y cola de caballo. He colocado plantas de interior en el ashram en el que se convirtió mi habitación. Me he comunicado con el sol y alimentado de él. En un momento de muchísima frustración transmuté energía cavando el pozo que albergaría a nuestro fuego sagrado, un espacio que nunca existió en esta casa y que tuve el honor de inaugurar. Encenderlo y volver a cantar alrededor de él fue lo más gratificante de los últimos tiempos, la sensación de haber llegado a casa, de haber aterrizado. Casa planeta azul, la casa donde mi niña se crió, la casa cuerpo físico, la casa sagrado corazón, la casa comunidad arcoíris que me une a miles de personas repartidas por todas las latitudes, que encienden un fuego y al observarlo y respirar, saben que todo estará bien. Como yo he encendido este diario, uniéndome también a todas las que escribimos como un rezo en acción, con el objetivo de sobrevivir.
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Kriscia Landos nació en San Salvador, El Salvador, en 1990, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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3 días antes de la cuarentena ¿Cómo carajos es ir vestida de etiqueta y a mi manera? Así doy el inicio de lo que al parecer formaría parte de un hecho histórico que solamente había leído en libros de Historia y visto en las películas. Ruido cálido, quizás son las palabras con las que podría describir este día. Había mucho tráfico, el sonido de los autos acelerando, el autobús recogiendo a los pasajeros, un coche rojo pitaba fuertemente al que se encontraba delante, ya que se detuvo por unos segundos para dejar pasar a las chicas colegialas que hablaban fuertemente y reían entre ellas; la señora de la venta de fruta de la esquina le decía a un señor con apariencia de obrero «¿qué va a llevar, amor?»; la botarga anunciaba las ofertas de ese día de la ropa de segunda mano haciendo la invitación a pasar a la tienda. Y yo me encontraba ahí, sin soportar el dolor de mi espalda, mientras una gota de sudor se 464
derramaba en mi frente por el calor de la tarde, mientras conducía mi motocicleta acompañada de Fabio. Me detuve a parquear en la tienda de ropa de segunda mano. Fabio tenía que irse en 6 horas al aeropuerto rumbo a España por un mes, y necesitaba comprar unos abrigos, ya que el clima se encontraba a 9 °C; y yo días atrás había recibido una invitación a un evento que era una entrega de premios para los músicos destacados de mi país; era matar dos pájaros de un solo tiro, mientras él buscaba sus abrigos, yo buscaría mi vestido. Sin embargo, me creaba conflicto la idea de tener un código de vestimenta, puesto que, mi estilo rockero (como lo llama mi madre) siempre viene acompañado de vaqueros, botas y camisetas. Al entrar no podía dejar de pensar en que el tiempo se evaporaba como una gota de agua al caer en el piso de concreto en un día de verano. Teníamos que hacer nuestras diligencias lo más pronto posible, así que recorrimos los pasillos de la tienda hasta llegar directamente al área de ofertas, donde una de las chicas que se encontraba acomodando la ropa en los estantes nos preguntaba si buscábamos algo en especial. Le contesté que no se preocupara (mi amigo y yo sabemos dónde encontrar lo que necesitamos) mientras observaba 465
un maniquí esbelto recordándome esos años gloriosos, cuando tenía ese cuerpo. Fabio se dirigió hacia el estante que se encontraba al final del pasillo y yo me quedé en el lugar donde una chica estaba colgando la ropa que los clientes habían dejado en los vestideros. En ese momento, vi un vestido blanco con negro del que me enamoré a primera vista. Mientras las inseguridades sobre mi cuerpo hacían ruido en mi cabeza, se acerca Mariano y me dice «qué genial está ese vestido, va muy bien con vos». Habíamos almorzado los tres en una pizzería dos horas antes, había llegado a despedirse de Fabio. Le digo que iba a llevar ese vestido mientras él me responde que debería ver otro más. Vagando entre los pasillos, buscando entre vestido tras vestido, pensando que ninguno me quedará bien o cómo podré combinarlo —me veré subida de peso, haré el ridículo en la gala— perdí la noción del tiempo. Cuando escucho mi nombre al fondo, me bajo de esa nube tormentosa donde volaba esquivando cada trueno, vuelvo a ver y era Fabio haciendo un gesto de despedida con su mano, y con la otra sostenía la bolsa donde se encontraban los abrigos. Entendí que ya era hora de que él partiera hacia el aeropuerto. Me encontraba con466
gelada, tenía cinco vestidos sobre mi brazo izquierdo, hice el mismo gesto de despedida de mi mano derecha, él me vio fijamente por unos segundos y dio la vuelta con Mariano dirigiéndose hacia la puerta principal. Poco a poco veo cómo se alejan, la ropa de mi brazo cae al piso, mi rostro está circunspecto, sin embargo, mi alma llora por dentro, ya que siento muy al fondo de ella que nunca más lo volveré a ver.
Jueves 12 de marzo del 2020 Lamentamos informar a nuestros seguidores de Aeon Veil que el evento ‘Crabcore Fest’ será suspendido por las medidas que hay que tomar por la cuarentena, próximamente anunciaremos una nueva fecha. Desperté con lo que pensé que era la alarma de mi celular. La apagué inmediatamente, a los segundos volvió a sonar, sin embargo, estaba un poco despierta debido a que los rayos del sol se filtraban por mi ventana; volvió a sonar una vez más lo que pensaba que era la alarma, vi la pantalla de mi teléfono y era una llamada de Kevin. Respondí apresuradamente la llamada y solo escuché que me decía: «Kriscia, revisa el chat de la banda», y colgó. 467
Eran las 9 de la mañana, estaba un poco somnolienta cuando abrí el chat grupal y vi una imagen de un anuncio que el gobierno emitió informando de que todas las actividades culturales, conciertos, visitas a museos, y clases quedaban suspendidas por 21 días por la amenaza del COVID-19. Desperté completamente. Esta semana nos habíamos estado preparando arduamente para el concierto del sábado, estábamos emocionados, ya que era un evento donde nosotros íbamos a ser los estelares y tendríamos bandas de apertura. Sin embargo, en lo que los mensajes de mis compañeros —quienes discutían las medidas a tomar— caían al grupo como un grifo que gotea por la madrugada, no dejaba de pensar en que dos días antes habían suspendido las clases, y pensaba que era un poco exagerado, mas hoy en día me sentía en lo culminante de mi carrera, debido a que se me otorgó como servicio social de graduación, ser docente de filosofía general para el primer año de la Facultad de Medicina. Después de pasar por 30 minutos en el chat, mi
mente vagaba en otros asuntos como lo que haría de desayuno, cómo preparar una clase virtual —ya que no tengo nada de experiencia— tan solo unos pocos días desde que inició el semestre, cómo serán las clases que 468
está tomando Fabio en España, si avanzar con mi investigación. Volví a concentrarme en los mensajes y Kevin respondió que publicara en las redes que tenemos que suspender todos nuestros conciertos. Hice la publicación en todas las redes, vi que otros grupos y artistas compartían el mismo anuncio. Al cabo de una hora y media tomaba el desayuno en el sofá, el televisor estaba encendido en el canal de noticias de la mañana, abrí mi Facebook desde el teléfono y revisé las fotos de la gala de premios (que se habían publicado en un periódico). Entonces vi la publicación de un amigo artesano que anunciaba la injusticia de esta restricción, ya que nos limita generar ingresos y no tenemos otra forma de hacerlo. Por lo que muchos compañeros artistas respondían su publicación con inconformidad y preocupación. Durante la tarde ya había olvidado la frustración que sentía, ya que este año lo había declarado como «mi año» porque me graduaba de mi carrera, ejercía como docente y nos íbamos de gira por Centroamérica con la
banda. Concluí que todos mis planes se echaron abajo cuando recibí otro mensaje del promotor de eventos de Honduras informándome la suspensión del concierto de junio. No soy de las personas que lloran por frustra469
ción, es más fácil que una comedia romántica me haga derramar una lágrima, pero en ese instante me sentí estancada y tragué grueso. Luego de unos minutos me acordé de que han pasado 15 días sin ver mi menstruación.
Jueves 19 de marzo del 2020 Hicimos dos pruebas de casos sospechosos. Una salió negativa y la otra, positiva. Oficialmente, tenemos el primer caso de COVID-19 en El Salvador. Esta noticia hacía mucho ruido en mi cabeza a tempranas horas de la mañana, ya que no pude dormir por la noche. El día de ayer en la cadena nacional, el presidente Nayib Bukele anunciaba las medidas que se iban a tomar para los próximos 30 días de cuarentena a nivel nacional, y aclaraba que la persona que dio positivo a la enfermedad había entrado por un punto ciego, proveniente de Guatemala, encontrándose actualmente en Metapán, Santa Ana. Preparé mi café negro y amargo como la sensación que tenía en esos momentos, abrí mis redes sociales, y tal como lo imaginaba, los memes, insultos y preocupaciones de mis contactos invadieron mi sección de noti470
cias. Lo que más me aturdía era leer las expresiones de odio hacia la persona infectada, pensaba que era bueno que en cadena nacional no brindaran la información del paciente, ya que me imaginaba a todos con antorchas, palas, escopetas en multitud yendo hacia Santa Ana. Sin embargo, caí en un pozo sin fondo, ya que sentía que el pánico subía desde la punta de mis pies hasta mi cabeza, y escribí: «Si usted conoce a personas que entraron a El Salvador por puntos ciegos, denúncienlos». Y al cabo de diez minutos ya tenía 50 compartidos. Durante la tarde, me arrepentí haber publicado eso. Realmente las personas en momentos de pánico actúan como cualquier animal en defensa ante el peligro. Soy muy consciente de los derechos de las personas, y pensé cómo el odio de la población está activo. No me extrañaría que alguien por venganza, denunciara a su enemigo por el solo hecho de hacerle el mal. No deseaba participar en todo eso, pero también era consciente de que aún estaba cayendo en ese pozo sin fondo llamado pánico colectivo. Pese a lo anterior, no me preocupaba tanto la enfermedad, sino más bien que llevaba 22 días sin ver mi menstruación. Normalmente no sufro de retrasos de más de dos días, por lo que me sentía devastada, ya que la cuarentena había estropeado mis planes 471
académicos, artísticos y laborales. Pensé que traer un bebé al mundo estando en una pandemia era un error. Comencé a vestirme, tenía que cambiar mis pensamientos y me dirigí hacia el supermercado a comprar lo que hacía falta en la casa. Mientras conducía, pensaba que dejaría de manejar mi motocicleta por un buen tiempo, si no para toda la vida; también en cómo haría para subir seis pisos con una gran barriga cuando me dirija a dar mis clases después de la cuarentena. No podría ir a Costa Rica a final de año porque estaría a punto de dar a luz, pero me confortaba estúpidamente la idea patriarcal de que, al menos, mi hijo nacería dentro del matrimonio. Luego de hacer una larga fila de 30 personas y hacer mis compras, decidí ir a la farmacia a por una prueba de embarazo. Josué siempre me dice que es una pérdida de dinero. Afirmaba que no estaba embarazada, y me dijo antes de salir a hacer las compras que debíamos esperar. Pero siempre pienso que la paz mental no tiene precio. Inmediatamente llegué a casa, luego de desinfectarme, decidí hacerla y el resultado resultó negativo.
Esa noche me emborraché mucho, veía una película de comedia romántica mientras me mensajeaba con 472
Fabio. Me decía que suspendieron sus clases, ya que en España comenzó la cuarentena domiciliar, y también platicaba con Paola, que me daba unas recomendaciones de cómo manejar un aula virtual. Luego pasó a contarme lo preocupada que estaba. Antes de dormir, mientras lavaba mis dientes al compás de la música para dormir que tenía al fondo de mi habitación, volvió otra vez el pensamiento de que estaba embarazada y de que las pruebas caseras son falibles, cayendo nuevamente en la ansiedad.
Sábado 28 de marzo del 2020 Hice un comentario en la publicación de uno de mis contactos que pensé que iba a pasar desapercibido y se ha hecho viral. Comenté que había salido beneficiada con el bono de $300 y que lo iba a donar a una familia que lo necesitara (cosa que haré, y ya seleccioné a la familia). Pero a todo esto, una página de noticias subió mi foto y puso lo que había comentado. Estaba leyendo los comentarios de la publicación y pues, como buen salvadoreño he leído muchos insultos, críticas entre cosas buenas y muy malas… Tengo muchos problemas para dormir, no es que 473
sea insomnio, más bien me despierto muchas veces por la madrugada hasta que desisto de seguir durmiendo. Ayer hubo cadena nacional, pero no caí en pánico colectivo como estos días anteriores. Sin embargo, me da mucha risa pensar que hoy en día, las personas en vez de esperar que sus películas anheladas sean publicadas en el cine, esperan las cadenas nacionales. El presidente ayer anunció que a toda la población afectada por la cuarentena domiciliar que no reciba ingresos, iba a poder recibir un bono de $300 por un mes para poder comprar alimento. Sentí paz en esas palabras, ya que tenía la confianza de que eso ayudaría a mi familia, que tuvo que cerrar sus negocios por la cuarentena. Al escuchar esas palabras, me dije a mí misma antes de dormir que donaría ese bono a mi familia y a quien lo necesitase. Lo exclamé al universo como una promesa en caso de que no estuviera embarazada y se me diera la oportunidad de tener un bebé no en estos tiempos, sino a futuro, ya que aún mantenía mi retraso. Por la mañana, luego del desayuno, decidí entrar al
enlace que brindaron el día de ayer, aunque sonaban en mi mente las palabras del presidente que decía que en el instante que anunció dónde consultar el bono, la página había colapsado debido a que toda la población 474
salvadoreña había entrado al mismo tiempo. Encendí mi computadora y decidí consultar cruzando los dedos para que la pagina estuviese disponible. Pasaron cinco minutos cuando mi madre me envió un mensaje informándome que ella no había salido beneficiada. La ansiedad estaba acelerándose en mí; decidí consultar el documento de mi mamá y en efecto, el resultado fue negativo. Procedí a consultar el mío, y en hora buena, tenía la confirmación de que era elegible para recibir el bono en mi cuenta. Decidí llamar a Josué; él, enterado de la promesa que había hecho al universo, me dijo que le anuncie a mi padre que le donaré parte del dinero, pero a los segundos, sonó el teléfono y era una llamada de mi madrastra. Ella me informó de que nadie en su familia (junto a mi padre) habían sido beneficiados. Les mencioné que no se preocuparan, que un porcentaje del bono que recibí iba a ser de ellos. Luego de colgar el teléfono, tuve un cólico inmediatamente. Me dirigí al baño y pues mi menstruación apareció como por arte de magia después de un retraso de 30 días. Después de tomar un baño caliente y ponerme mi pijama, tomé mi desayuno mientras revisaba mis redes sociales. Vi una publicación de un colega que debatía acerca de que hay familias que 475
no necesitan el bono y salieron beneficiadas dos o tres personas dentro del núcleo. En ese momento hice algo de lo que realmente me arrepentí mucho por la tarde; decidí comentar que iba a donar el bono a una familia que lo necesitase, ya que conservaba mi trabajo. Mi ingenuidad a veces me sorprende (o tal vez la odie), pero al cabo de 10 minutos, ese comentario de no más de veinte palabras se había hecho viral en todos los periódicos digitales del país. Al principio me sentía halagada, bastante animada, y pensé románticamente que quizás lo que escribí siendo la noticia del día, iba a inspirar a otras personas a hacer lo mismo, o tal vez a realizar algún donativo a quien lo necesite. Sin embargo, dejé pasar las horas en mis actividades virtuales como las clases que recibo junto a las que doy. Hasta la entrada de la noche, cuando la luna comenzaba a agarrar propiedad de los cielos, decidí ver los comentarios de mi pueblo salvadoreño. Ella lo hace por fama Queremos que suba una foto para ver si es cierto Bicha pendeja que solo quiere llamar la atención Que venga a mi pueblo a regalar dinero 476
No creo que haga eso, su pelo azul ha de costar $300 Qué buena enseñanza le dieron los padres a esa joven Esa muchacha solo buscar fama quiere Está buena para coger Estúpida… Qué buen corazón de esa joven Puta… La violo por $300 Ridícula Yo la conozco, ella siempre ayuda Mira, hija de puta ya nos quedó claro que regalarás el dinero Soy de escasos recursos y lo necesito.
Lunes 30 de marzo del 2020 Esto de las publicaciones virales parece el juego del teléfono descompuesto. 477
La era digital ha revolucionado la comunicación. Quién iba a pensar que cuando se inventó, el teléfono llegaría a ser parte de una de una de las mayores dependencia y adicciones del ser humano un siglo después. Hoy en día no podemos abrir los ojos completamente sin ver el teléfono, o no podemos dormir si el teléfono no está a la par. Pero más que un teléfono, es el Internet o el deseo de estar comunicados lo que crea esa dependencia emocional y psicológica que le tenemos a un aparato que nos brinda ese placebo diario del ego. Otro día más sin dormir. Quisiera poder tener ese privilegio de sentir que mis días se inician al cerrar los ojos y abrirlos por la mañana. Aún sigo atrapada en las crueles palabras que personas desconocidas dijeron de mí. «No me conocen» es lo que en estos días me he dicho desde que la publicación se hizo viral. Nunca me había sentido tan indefensa y vulnerable ante los disparos que me hacía mi «amado pueblo salvadoreño». No es ironía ni sarcasmo, siempre me he referido a mis compatriotas de esa manera. «¡Qué vergüenza me da ser salvadoreña!», ese era otro pensamiento que estaba bombardeando mi cabeza. Mi ingenuidad me hacía pensar que quizás esta pandemia hiciera un cambio en la sociedad, pero al parecer estaba 478
equivocada. Esta pandemia me hace concluir que ha sacado lo peor de cada ser humano. Nos hemos dividido, nos hemos discriminado unos a los otros. El clasismo está a la luz del día: mientras unos se quejan en sus redes sociales de la gente que ha salido a reclamar su bono o a trabajar informalmente, encontrándose en la comodidad de su casa de dos niveles en un barrio privilegiado, otros están en ese dilema de si morir de coronavirus o morir de hambre. La mañana está fresca, siento que me enfermaré, tengo fiebre y dolor de estómago; no me levanto de la cama y reviso mi celular. Lo primero que veo es una publicación que hace alguien que quizá hace muchos años consideré mi amigo, pero perdimos la comunicación. La hizo de forma burlesca y misógina acerca de lo que había comentado de la donación de mi bono. Muchas personas —algunas forman parte de la escena artística— habían reaccionado con «me divierte» a su publicación. En algún momento de mi vida pensé que esas personas eran quizás no mis amigos, pero tal vez mis aliados o colegas. Vi que en los comentarios hacían memes tratándome de estúpida. Personas que quizás no pensaron que tenía como contacto a mi agresor, y que nunca vería esos comentarios. ¡Cobardes! 479
Nunca en mi vida me he sentido tan intimidada por la publicación misógina de alguien o por las reacciones, pero esta vez sí me hizo sentir de muy bajos ánimos. He conocido a Samuel como una persona que se ha destacado por hacer bullying a otros colegas músicos. Odio el bullying, pero a pesar de haber visto sus publicaciones nunca reaccioné o comenté algo en contra de lo que estaba haciendo. Un mes antes de la cuarentena hizo un comentario que pensaba que era broma —pero era un insulto como una bala disparada de un arma con silenciador— acerca de mi universidad: que es pública, por lo tanto «es para drogadictos». Que soy una «feminazi», que tener un título universitario y no entender un comentario es de tontos, o que soy rock star porque medios de comunicación locales publicaron un par de reseñas de mi banda unos días atrás. Tuve que haber atendido la alerta desde ese entonces de que él se volvería un potencial agresor. Cuando me siento con un nudo en la garganta, no hablo. Quizá por eso tengo fiebre. Mi cuerpo manifiesta lo que no puedo decir. Llamé al médico y me informó
de que posiblemente tengo alguna infección estomacal. La tarde se fue como una estrella fugaz, no pude sentir sus horas por todos esos pensamientos. Sobre todo, me 480
lamentaba por el hecho de haber comentado la publicación de mi contacto, pues allí comenzó todo. A los minutos vi mis redes sociales y aparecían más etiquetas que me hacían mis estudiantes por la noticia viral. Al momento me encontraba muy molesta porque una revista digital de baja categoría tomó una de mis fotografías favoritas de mis redes sociales sin mi autorización. Era una fotografía de hace un año en mi último viaje. Lo que más llamaba la atención era mi cabello largo, lacio, azul y mis labios rojos. Sabía con seguridad que buscaron entre mis fotos especialmente esa, ya que pretendían hacer una noticia que saltara a la vista del lector y así poder tener más seguidores. Me sentí como un cuerpo para consumo. Dos horas más tarde me encontraba reflexionando si devolver el mismo disparo a mis agresores, pero de otra manera. Sin embargo, mi otra mitad me decía que no soy igual a ellos. Jamás dejo en público indirectas o comento situaciones personales, eso es muy infantil. Las cosas se hablan frente a frente, pero no me atrevo, porque no quiero demostrar debilidad, sería la burla de toda la escena artística del rock en mi país. Sin embargo, necesito ser fuerte. Las situaciones como esta, en las que uno no tiene el control sobre ellas, a veces el mejor 481
remedio es mi amigo tiempo, y todo esto le pertenece únicamente a él. ¡Ya quiero que me olviden! Lloré por un instante mientras me decía a mí misma que esto no merece mi atención, pero tampoco quería ceder a bloquear al contacto, ya que se me ocurrió la idea de acumular la información e investigar según las leyes de mi país, cómo poder denunciar este caso. Sin embargo. era un hecho viral, no dependía de una sola persona. Él era uno de tantos, así que decidí dejarlo y acumular ese tipo de evidencias acerca de las agresiones y expresiones de misoginia hacia mí. Decidí tomar una siesta, ya que me sentía agotada por fiebre, tomé mi medicamento. Recordé un juego que hacíamos en clase cuando iba a primaria. Formábamos un círculo entre los alumnos, la maestra se acercaba a uno de nosotros y le susurraba algo al oído, luego el niño hacía lo mismo con el compañero de la par, y así sucesivamente hasta que llegaba al último niño. La maestra le preguntaba qué decía el mensaje, el niño procedía a decirlo, y todos nos quedábamos sorprendidos, porque eso no era lo que nos había dicho el compañero de la par.
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La maestra le pedía al primer niño que dijera el mensaje, y todos escuchábamos que tenía mayor sentido. Luego nos explicaba que así funcionan los rumores, chismes, chambres, o las cosas que decimos en la vida real. «Teléfono descompuesto» era el nombre del juego. Decidí hacer una publicación en Facebook y me hundí en un sueño profundo que quizás me cobraría todas las noches en vela que no he podido hacer en mucho tiempo.
Miércoles 8 de abril del 2020 ...sabes, a veces me pongo a pensar qué pasaría si mis amigos «trues» se dieran cuenta de que tengo amigos gays, lesbianas y hasta trans; ya no me dejarían entrar a los toques. Sobreviví a mi primera semana después de haber sido la burla de muchas personas y recibir cyber bullying por parte de mis conocidos. Las ironías que se presentan en la vida me hacen pensar que estamos tan acostumbra-
dos a echarnos tierra el uno al otro, que cuando alguien hace un acto diferente, la sociedad se escandaliza. Esta desea que sigas el mismo patrón de hacer pedazos al otro, tienes que ser igual a ellos para ser aceptado. 483
Desperté de buenos ánimos esta mañana. Pintaba de un tono rosa en el cielo, preparé mi café, comencé a ver mis redes sociales para actualizarme con el número de casos de COVID-19. Me sentí fresca, pero a la vez siempre me quedó la espinita del caos que viví la semana anterior. Soy una persona que afirma que ha vencido la ansiedad y no necesito medicarme, ya que mi medicina es escribir. Sin embargo, leer mis líneas me hace entender que no estoy curada del todo, que es el diario de una ansiosa. Ya tenemos un primer fallecido en el país. He pensado que de esta pandemia no me asusta la enfermedad, más bien me asusta la gente. Unos días atrás las personas que no recibieron su bono de $300 fueron al centro de subsidios a reclamar, haciendo una fila de más de mil personas. Más de uno saldrá contagiado. Las publicaciones de odio de la gente me asustan, me hace sentir que, si por descuido contraigo la enfermedad, la gente querrá echarme de mi barrio, así como veo que gente de otros países está haciendo en estos momentos. Me encontraba almorzando una ensalada que considero que me quedó exquisita, cuando vi en mis redes sociales una publicación de cambio de foto de perfil de una conocida. Recordé que ella ha sido víctima de 484
ataques en las redes sociales en muchas ocasiones, ya que es una chica a quien le gusta tomarse fotografías mostrando sus curvas en ropa interior. Pensé que antes me habría reído de ella. Me sentí muy mal, ya que inconscientemente nunca hice nada para que pararan los ataques de «eres una puta» que iban dirigidos hacia ella. Concluí que tan solo ignorar una agresión que va dirigida a otras personas nos hace parte del problema. Quizá nunca me dirija a ella con una disculpa, ya que no entra al caso porque nunca reacciono a sus fotos, pero esta vez decidí dejarle un «me encanta» y un comentario con «te ves guapa y segura». Después de dejar el comentario, vi un meme que publicó José donde aparecía un hombre que me recordaba a Samuel. Hice el comentario de que el sujeto se parecía a mi acosador (escribí en voz alta, borré la publicación). A los cinco minutos me escribió José a mi inbox preguntándome quién es la persona que me acosa, o qué tipo de acoso me hacía, ya que se sentía curioso de mi opinión. Él quiere saber si en algún momento ha acosado a alguien. Le contesté que es un sujeto que se fija en cada detalle, paso, movimiento que hago en mis redes sociales para atacarme y hacer memes de mi persona. A lo que José afirmó preguntando: ¿Es Samuel? 485
«He visto las publicaciones que hace y sí te está atacando» fue su siguiente mensaje después de afirmar el nombre de mi agresor. Luego cambió la plática a un debate de las personas que desobedecen la cuarentena y sobre qué cambio podemos esperar como individuos ante este evento histórico. Luego de un par de intervenciones le solicité a José un favor, que consistía en que tomara captura de pantalla de las agresiones que Samuel hacía, y que iban dirigidas a mí. Al principio me dio una respuesta que parecía una negación, intervine diciendo que no se preocupara, que no le pediría que fuera mi testigo en el momento en que ponga la denuncia, solo necesitaba las capturas. No quise insistir más, ya que José cambió nuevamente de tema, afirmando que el tipo de personas en el gremio artístico como Samuel, son personas que no toleran que otras personas tengan diferentes gustos. Por ejemplo, a ellos les gusta el black metal y a nosotros el death metal. Ambos son rock metal, pero ellos son tan cerrados que no permiten que existan otros géneros más que el de ellos, por eso les llamamos «true». Luego
continuó escribiendo que él tiene muchos amigos true, y que no lo aceptarían si ellos supieran que es una persona «abierta a todos los géneros». 486
Puse mis ojos en blanco, traté de despedirme agradeciéndole por haberme leído. Sin embargo, concluí que los hombres siempre son aliados entre ellos. Será muy difícil que uno de ellos defienda a una mujer cisgénero, trans, o lesbiana. Por nuestra misma condición, realmente ellos prefieren estar en buenas paces con los que nos violentan, y no ayudar a defendernos. No lo critico, es nuestra sociedad que ha condicionado a los hombres de esa manera. Y en el caso de Glenda, de quien escribí unos párrafos arriba, nadie la defendió a ella, ni siquiera yo como mujer pude hacerlo. En ese momento decidí dejar atrás este capítulo de paranoia, histeria, y vergüenza de lo que me estaban acusando esas personas, que realmente están mal consigo mismas. No quiero ser igual que ellos, por lo que me limitaré a seguir su juego. Mi fortaleza está en la resiliencia, y esta experiencia me ayudó a tener más empatía entre las personas que han sido víctimas de este tipo de ataques.
Martes 14 de abril del 2020 No es grave, solo me sobrecogió la sensación. Lo difícil es esto de bajar de una nube sin paracaídas, sin 487
que nadie me empuje y sin que la nube desaparezca. Te mando abrazos. Han pasado, según mis cálculos, 36 días en cuarentena, en los cuales he vivido tantas historias, que no me han alcanzado las páginas para escribir cada detalle. Han pasado varios días y no me he comunicado con Fabio, no he querido escribirle, él aún sigue en España y no puede regresar al país, ya que están cerradas las fronteras. Soy una persona que quizá cometo un error, o quizá hago lo correcto cuando una persona está triste: evito preguntar lo que se ve a simple vista. Es como tratar de abrir una cicatriz que está luchando por cerrarse completamente. Él es muy popular y me imagino que muchas personas le han preguntado si se encuentra bien, cómo hará para regresar, o si extraña «aquí». Hay gente que se ha encargado de eso, y no quiero insistir en lo mismo. Desperté con una agenda para este día, tenía programada cada actividad a realizar, como hacer ejercicio, leer los textos que se me han acumulado, preparar la clase
para mis estudiantes, cocinar algo delicioso, y escribir. Cumplí cada tarea, por lo que me siento satisfecha.
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Reviso mi teléfono por la tarde y veo un mensaje del grupo de mis amigos de la universidad, todo es risas, hasta que Mariano escribe que nos extraña a todos, y que el último recuerdo que tuvo era el día que partía Fabio al aeropuerto donde almorzábamos juntos en la pizzería, antes de ir a la tienda de segunda mano en ese día tan caluroso. Recordaba la sensación de la despedida en ese lugar nada nostálgico, donde sintió que era una despedida para siempre. Hasta el momento no hay una resolución con los compatriotas que se han quedado varados afuera del país. Eso me llena un poco de tristeza, por lo que decidí escribirle, pero las únicas palabras que pude escribir fueron: «cuando pase todo esto, y podamos salir, te invito a comer». Inmediatamente contestó y estuvimos platicando por un largo tiempo, tratando de ponernos al día en las actividades cuarentenales, hasta que las palabras con las que se despidió me dieron a entender que estaba en un momento intenso, aunque disimulara que todo estaba bien. Me recarga de energía saber que he hecho una promesa, por lo que me gusta tener la esperanza de que llegará el momento en que la cumpla. Extraño a mis amigos de la universidad y mis actividades del día a día. 489
Al principio consideraba que este año se había echado a perder por esta pandemia, me encontraba decepcionada de la sociedad y su inmundicia. Esperaba que hubiera algo que nos hiciera cambiar de conciencia. He comprendido que no puedo cambiar el mundo, pero sí puedo cambiar el mío y mi entorno. No seré la misma persona cuando finalice esto, aunque también la incertidumbre de lo desconocido me hará pensar si realmente seré una persona de bien o llegará el momento en que el pánico se apodere de mí. Hasta el momento me he encontrado positiva, he soltado cargas que me tenían atrapada en un callejón sin salida, he aprendido la empatía, la solidaridad, el amor a mi familia, amigos y prójimos. Este aprendizaje es algo únicamente mío y que nadie podrá quitarme, por lo que el siguiente paso en esta cuarentena será amar y resistir.
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Lana Neble nació en Lanzarote, España, en 1995, y pasó su confinamiento en Madrid, España
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El tiempo es algo líquido.
No sé de qué hablo cuando hablo del tiempo. Ahora es un concepto que se escapa de mis manos, que transcurre de manera difusa y pierdo de vista sus límites. Antes el tiempo me anunciaba momentos, me ayudaba a encapsularlos y darles un sentido. Ahora todo es tiempo llano. Tiempo que transcurre invisible, que ya no se toca ni se tiene en cuenta. Todo se vuelve una sucesión de actos repetitivos: comer, dormir, llamar por teléfono, oír las noticias de manera tamizada, intentar hacer aquello que consiga calmar la pesadez del sentimiento. Este tiempo huraño es como un gato resbaladizo que permanece escondido entre los huecos, observando, sin manifestar su presencia. Cuando mi madre llama me entra el miedo; un miedo que es nuevo, que antes no existía y que ahora lo ocupa todo. Como polvo en suspensión que permanece. Tengo miedo de escuchar 492
que ella también, que su cuerpo es otro que ahora está en batalla intentando expulsar lo desconocido. La última vez que abracé a mi madre me di cuenta de que estaba más pequeña, su cabeza tocaba mi hombro y fue ahí donde se hizo tangible el paso de los años. Ahora era ella quien crecía de manera inversa, como si estuviese preparándose para desaparecer, como si fuese el preludio de la marcha. Me fijé en su cabello, donde ahora su moreno se enredaba con el blanco; llevé mis ojos a los suyos, donde ahora lucían amarillos y arrugados. Miré su cuerpo: tan chico, tan frágil, tan cerca de decirme adiós. Y yo no quiero decirte adiós, mamá. Este miedo me estrangula y me sube por el estómago como si fuesen pulgas mordiendo mi carne. El tiempo se ha parado para lo cotidiano pero no da tregua a nuestros cuerpos. Y pienso en el de mi madre y en sus pliegues, sus arrugas y sus manchas. Pienso en cómo una vez un cuerpo joven como el mío me sostenía y se alzaba con fuerza y me arrullaba de lo malo. A veces pienso que crecer es aceptar la vulnerabilidad de los que quieres. Saber que ellos también enferman, caen y padecen, aunque eso dé mucho miedo. 493
Lo único que ahora tengo cercano es su voz al otro lado del teléfono. Muchas veces me pregunto cómo puedo retenerla un poco más, cómo puedo luchar contra la naturaleza para hacer que se quede conmigo y me siga transmitiendo que, bajo su cobijo, todo puede ir menos mal de lo que creemos. Su voz es como un pozo de agua donde yo me lavo la cara, donde me limpio y bebo y tomo de la vida. Como cuando era pequeña y me colgaba de su pecho mientras ella cosía. Las manos de madre son extensiones que se crean desde el corazón y que buscan que el verbo hacer sea para nosotros: hacen el caldo, hacen patucos, hacen la limpieza, hacen el cariño desde la parte más sincera de uno mismo. El paso del tiempo existe en las manos de mi madre. Llevo muchos años viviendo alejada de ella. Al principio lo que entendía como una liberación ha acabado por ser una pena extraña que me hace pensar cuánto me estaré perdiendo, si lo estoy valorando lo suficiente, si cuando todo esto termine podré volver a su lado. Volver a su lado: regresar al origen que un día será fin. Al mediodía apoyo los brazos en la barandilla del balcón y tomo aire, como si ese pequeño acto me recordase que aún existen cosas más allá de mi cuarto, el 494
baño y la cocina. Han venido los mirlos, las urracas y los gorriones, porque ya no estamos nosotros para ocuparlo todo. Ahora dejamos espacio y los demás seres se encargan de ocuparlo. Me calma el sol cuando salpica mi cara, cuando me calienta las mejillas y tengo que entrecerrar los ojos para recibirlo sin daño. El sol se coloca cada día y me anuncia que ya queda menos, aunque no sepa exactamente para qué. Aún de noche se escuchan algunos piares y me gusta pensar que es la manera que tiene el mundo de recordarnos que todo sigue abriendo camino, aunque para nosotros el tiempo se haya vuelto algo falsamente estático. Pensar en la voz de mi madre me hace pensar en mi abuela. En cómo los años han borrado su voz de mi mente y ya solo me quedan fotografías y una sábana guardada en una caja que aún, aunque muy poco, huele a ella. Me hace temer el olvido, en cómo algo que estaba presente cada día, acaba difuminándose en tu mente.
*** A veces no puedo evitar pensar que esta pandemia es culpa mía. Por no pasar las suficientes veces por debajo del marco. Por entrar en la habitación con el pie 495
incorrecto. Por no abrir y cerrar la puerta hasta que la imagen de una catástrofe mundial desapareciese de mi cabeza. Ahora intento luchar contra la muerte de mi madre encendiendo y apagando la luz cinco veces, levantándome y sentándome de la silla ocho. Intento convivir con el Trastorno Obsesivo Compulsivo desde que era pequeña, pero es como un ente que crece cuanto más miedo tienes. Cuando pienso le doy poder y cuando realizo las compulsiones es como si lograse parar sus intenciones. Es agotador vivir así. Vivir con la sensación de que la vida cambiará de curso depende de las veces que abras y cierres el grifo. Suena absurdo, pero en mi mente todo ello es natural, acoplado a mi ser desde que tenía uso de razón y tocaba todo con la mano derecha para que no entrasen a robar a casa. Ahora mismo escribo y tengo que repetir la palabra «escribir» cuatro veces: escribir. Escribir. Escribir. Escribir. Así consigo un día más que mi madre no se muera, aunque sepa que la relación entre ambas cosas no exista y que por mucho que repita un día ella morirá y yo lucharé con todas mis fuerzas por no olvidar su voz. Llevo ocho días viviendo con la sensación de querer gritarle a todos que lo siento: que siento no haber subido y bajado las escaleras las veces suficientes para evitar 496
esto. Ese pensamiento me hace llorar y agarrar mi cabeza como si así impidiese que se fuese del todo. Porque se está yendo y yo no puedo hacer otra cosa que tomar la medicación y aprender a convivir con ello. Aprender cosas para las que nunca nadie me había preparado. La calva de mi coronilla delata mi ansiedad. Me arranco un pelo por cada pensamiento intrusivo, como si estos, al nacer en mi cabeza, fuesen la raíz de cada rama de mi cuero. Como si cada uno de ellos permaneciesen dentro de cada folículo que miro en mis dedos una vez los he apartado de mí. Todo eso me calma, me aporta una paz extraña y momentánea que hace que mi coronilla ahora esté expuesta y desnuda y sintiendo el aire y el sol y el viento que se cuela por la ventana de la cocina. Me avergüenza mi calva porque me avergüenza la obviedad de la ansiedad que convive en mis entrañas. Como si la calva fuese una señal inequívoca de que lo que ocurre bajo ella no va bien, como la tierra después de un incendio que alarma y grita que bajo ella la vida se revuelve y necesita tiempo y espacio para volver a sanar. Eso es mi calva ahora mismo: la autodestrucción.
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Mi casa ahora es un lugar donde convergen todos los lugares. Todo ocurre aquí y a la vez nada sucede. Al comienzo, todos estallábamos en energía y recuerdo querer hacer todo aquello que antes no podía. Como si el confinamiento fuese un tiempo regalado, un tiempo extra para poder hacer aquello que el cansancio de vivir nos impedía. Todos retomamos algo. Yo retomé coser. Daba puntadas y bordaba con colores que me hiciesen vibrar por dentro. Pero luego la sensación mutó y producir se convirtió en una competición por hacer de un tiempo raro y doloroso algo que nos resultase útil, como si ese fuese el mensaje final que lanzase nuestra sociedad todo el tiempo: haz lo útil. Incluso en tiempos de confinamiento, donde la gente pierde a gente, donde el sonido de las ambulancias se mezcla con el de los piares, donde los vecinos se conocen por primera vez entre ellos, donde reina lo incierto, donde estamos solos, donde somos vulnerables, ahí, donde reposa todo eso, nos piden la utilidad. Nos piden que sigamos demostrando capacidades, que transformemos lo doloroso en oportunidades para vernos y que nos vean. Las miradas ahora están en otro lado, en la calle desde las ventanas, en los niños que demandan entretenimiento, en el cansancio de las salas de espera, en el miedo de las llamadas a medianoche. 498
Vi el tiempo regalado como un mundo paralelo en el que volver a los veranos de mi infancia. Con las tardes infinitas, con la quietud de las horas, el todo por hacer. Ahora tenía tiempo que podía usar de la manera que quisiera sin sentirme culpable. Porque el tiempo en la ciudad es un regalo. Algo chiquito que a veces tenemos y que nos da miedo no aprovechar bien. Ahora tenía un campo de trigo lleno de tiempo. Tiempo para mí. Tiempo de calidad. Pero la productividad fue como espejismo al que me até los primeros días. Conforme todo se iba alargando, me di cuenta de que nada importaba demasiado, que el tiempo seguía siendo el mismo y permanecí días de cuclillas mirando por el balcón, sin sentir que malgastase nada, sin sentir que estaba desaprovechando el regalo falso de la sociedad. Y los pájaros venían porque sabían que tenía comida que les dejaba junto a las macetas. Y me miraban como yo miraba a los pájaros de mi abuela dentro de sus jaulas. Ahora sé lo que se siente cuando uno muestra su libertad a quien está encerrado.
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Cierro y abro el diario en el que escribo cinco veces para que mi hermana no enferme. Saco punta al lápiz hasta que mis dedos duelen y escribo. A veces mis palabras salen como el chorro de una fuente que ha sido caldeada por el sol del verano. Y todo fluye y yo mojo mis manos con esa agua y siento que la sed que muchas veces me pica la garganta se calma. A veces tengo tanto que decir en voz baja que es como si el agua se transformase en océano y yo nadase en él. Y escribo sobre cómo mi madre cada vez es más chica, sobre las palabras de mi abuela, sobre el Trastorno Obsesivo Compulsivo que guía las acciones de mi cotidianidad, sobre el encierro y sobre los pájaros que pían y miran y murmuran que cuánto tiempo les quedará de espacio. Todo son olas que rompen contra mi cuerpo, que me sacuden y mueven mis brazos y mis piernas. Zambullo la cabeza y dejo que el líquido entre por mi nariz, por mi boca y mis orejas. Dejo que todo me inunde y mitigue por un momento el incendio que la ansiedad desata en mis costillas. Como Alfonsina Storni, ahora me encantaría dejarle
poemas raros a mi madre bajo la cama:
«no sé mucho sobre el mundo ni la gente que habita en él, 500
solo sé que convivo entre la neblina de las demás personas, que mi lenguaje está en otra sintonía y que probablemente sea complicado.
Yo a veces quiero sentirme parte de la melodía, pero todo es extraño y aspiramos a lo mismo: a la comprensión de lo que somos cuando nadie nos ve. Porque ahí reside la parte más cristalina de nosotros, la más traslúcida, la que deja vernos en crudo, sin aderezos.
Yo en crudo soy la ansiedad. Todo podría haber sido tan fácil. Pero lo hice difícil»
Y mi madre me preguntaría cómo puede habitar tanto dolor en un cuerpo tan menudo y con tan poca vida como el mío. Y yo le diría: no lo sé, mamá, en mí 501
habita lo triste, pero también lo bello. Habitan los antónimos, se hacen hueco y he acabado por transformarme en la casa de los extremos. Dentro de mí florece el día y este se abraza con la noche. Y mi interior es un mundo poco comprensible, por eso leo tanto, porque encuentro en las letras un lugar donde mi tristeza pueda reposar en un lugar donde no sea mi cuerpo. Pero a pesar de todo, la esperanza convive con el miedo y el tiempo. Se hace hueco entre ellos, aunque a veces solo sea un rayo de sol o una bocanada de aire o una llamada de mamá o los aplausos de las ocho. Me pregunto cómo saldremos de esto, cómo cambiaremos y estaremos de nuevo en el mundo como si fuésemos todos recién nacidos, algunos huérfanos, amputados o supervivientes. Cómo funcionaremos a partir de entonces de manera conjunta, cómo afectará a nuestra manera de ser en compañía, con los otros, con los nuestros. Cómo mutaremos en piezas de un puzzle nuevo, que nace de lo desconocido y que nos obligará a alargar nuestras partes y buscar la manera nueva de encajar. De volver a los brazos de los otros como quien vuelve después de un
largo tiempo al hogar. Quizás ahí resida el aprendizaje que tomo de todo esto: que las paredes son simplemente paredes donde uno puede llegar a ser, pero también 502
dejar de serlo cuando se convierte en el único espacio habitado. Quizás a partir de ahora el concepto de hogar mute y nos volvamos más nómadas o simplemente entendamos que dentro y fuera son dos conceptos que van de la mano y que «fuera» no es algo ajeno, sino que quizás el todo sea el hogar. A pesar de mi calva, de tener que pasar varias veces por el marco de la puerta para que mi madre no se muera, de los kilómetros que me separan de sus brazos, de los mirlos que cantan de manera distinta ahora que no estamos, del tiempo laxo y extraño que nos toca, a pesar de la incertidumbre, de las noticias, de la lejanía de nuestros cuerpos, a pesar de todo lo extraño que tenemos ahora mismo, el futuro nos mira y alarga su mano para que toquemos la punta de sus dedos. Nos mira con quietud y nos dice sin hablar que no tenemos la obligación de ser felices. Ahora todos improvisamos y fallamos y buscamos la manera de que esto, aún doliendo, sea lo suficientemente amable con todos nosotros. Ahora mismo la mayor parte de las cosas me hace sentir que quiero llorar y simplemente lo permito. Dejo que mi cuerpo se deshaga de una carga demasiado pesada y por mis ojos salen la frustración, la pena y el miedo. Y dejo que mi cuerpo se vacíe un poco y riegue 503
el suelo, donde más tarde nacerán las flores que treparán por mis pies y se instalarán en mis muslos para recodarme que todo seguirá hacia delante. Como ahora, que busco la calma en la taza de café de las mañanas, en las tareas cotidianas como la ducha o lavarme los dientes, en los estiramientos de brazos cuando paso mucho rato escribiendo, en las pequeñas conversaciones de balcón a balcón. Decidí abrazar mis contradicciones porque finalmente comprendí que todos estamos hechos de ellas. Deseo mucho a la vez que deseo poco. Me desvisto el miedo y por un momento, antes de quedarme dormida, sé que seré capaz de afrontar cualquier situación, aunque al día siguiente el despertar lo mate todo otra vez. Sé que vivo en un mundo inquieto y agitado incluso cuando una pandemia mundial nos obliga a quedarnos quietos. Abrazo el privilegio de vivir en un piso donde entra la luz como un chorro, de compartir la cama con la persona que me cuenta chistes malos que me hacen reír igualmente, por poder tener dos brazos y dos piernas y un cuerpo funcional que me permite comer, respirar y escuchar la voz de mi madre al otro lado del teléfono. Pero también detesto el poco ruido que hace ahora la vida, que él se termine el paquete de galletas y los kilómetros que me separan del abrazo de mi madre. 504
Alzo mis manos intentando tocar el cielo con la punta de mis dedos, pero también siento cómo mis tobillos están hundidos en la tierra y todo está colmado de sentimentalismo. Todo se contradice y todo se abraza al mismo tiempo. De pequeña el mundo me parecía un lugar tan extraño que inventé el mío para sentir que todas mis ideas podían convivir en un lugar sin sentirse atacadas o incomprendidas. Creo que me he pasado toda mi vida buscando exactamente eso: la comprensión de mis sentimientos; y es ahora, en plena humanidad paralizada, donde sigo buscando lo mismo. Creo que nunca dejaré de buscarlo igual que nunca dejaré de pensar que mi Trastorno Obsesivo Compulsivo me acompañará cada día de mi vida y que seguirá tomando hueco entre las rendijas y seguiré abriendo y cerrando la puerta para que mi madre no se muera. Pero también seguiré pensando en la muerte y en el preludio de su marcha y me adelantaré al dolor y lloraré antes de tiempo, aunque acabe aceptando que también eso es válido y me deje llorar y descargar mi interior de tanto sentimiento paralelo y diferente. Despierto cada mañana buscando el sol, aunque mi habitación no tenga ventanas. Salgo al pequeño salón y pongo mis pies en el balcón, con las costillas contra la 505
barandilla hasta que inclino mi cuerpo hacia abajo y mi cabello salta y se queda colgando mientras mira hacia el suelo. La sangre baja como un riachuelo y mis mejillas se colorean de rojo y palpitan al ritmo del corazón. Cuántas veces he pensado en saltar cuando la ansiedad pasa de las costillas a todo el cuerpo y ahoga y mata. Ahora me alivia el paso en falso, el sentir la posibilidad pero no cometerla. La barandilla de metal aprieta mi abdomen y mis nudillos están blancos de apretarla con fuerza. Oigo de nuevo a los jilgueros que también han venido y eso me hace sonreír y levantar la cabeza y marearme levemente hasta que retrocedo y dejo que el sol caliente mis palmas. Y ahí es donde sonrío y vuelve el sentimiento perenne de vivir en constante contradicción. Mamá, una vez estuve tocando tu pelo mientras bebía de tu leche. Yo no lo recuerdo, pero a veces me lo cuentas y eso me hace sentir en paz con mi mente y mi cuerpo. Sé que tú incubaste mi formación como ser para luego expulsarme al mundo e incorporarme a su movimiento imparable. Ahora miro las palomas que están
en su época de apareamiento y oigo los piares de los mirlos, ahora diferentes, más alegres, sin la interrupción del tráfico, y pienso en ti y en el tiempo y en la muerte 506
y en la vida. Pienso en lo que marchita pero también en lo que florece. Y todo ello me hace pensar, cada día que abro los ojos, por mucho que las horas vuelvan a presentarse idénticas y las noticias griten y el miedo paralice, pienso, que cada día nuevo es un día que queda menos para poder volver a tu lado y, esta vez sí, valorar, con el corazón, en crudo, la cercanía que nos quede.
Mamá, tú, que enraizaste mi crecimiento, que viviste a mi lado mi torpeza ante el mundo, que te asustas cuando hablo del dolor, que estás aún sin atreverme a llamarte.
Mamá, tú, que fuiste vientre-caparazón no mires mi miedo, no te asustes de él, porque a pesar de todo, sigo creciendo hacia arriba, como las flores, me estiro 507
me alzo apunto con mis dedos al sol, y ahí, es donde renazco cada día fuera de tu vientre.
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Laura Bianchi nació en Montevideo, Uruguay, en 1989, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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Diario de mi voz
20 de marzo - día 5 Yo, que estoy siempre pensando en miles de cosas a la vez, con un presente que se enraiza en el futuro, en las posibilidades fantasiosas de lo que no está, hoy reconozco que no puedo crear escuchando a otres. Cuando nace una idea en mí, necesito silencio. … El mensaje: el miedo verdadero es quedarme encerrada en este mundo interior que, a la vez que amplio y fértil, es solo uno. Para florecer necesito hacer las cosas diferente. Soltar mi herida primaria, entregarla, confiar y ser con les otres, tender el puente y la mano, abrirme al mundo en plural. … Ver mi sangre me emociona. 510
Me habla, me acompaña en momentos importantes. Me recuerda que me tengo primero, y que estoy conectada a algo más profundo, más vital. ¿Qué es la vida? Nunca pienso sobre eso. Digo «nunca» y sé que es decir «siempre». Últimamente las verdades me parecen tan falsas como ciertas. El telón de la ficción se volvió evidente. Se ven los hilos y son tan mundanos que me generan frustración. Tanto buscar significados para esto. A Venecia llegaron los cisnes. Al centro de Barcelona, los jabalíes. Nadie es imprescindible y todes nos necesitamos. ¿Por qué esa necesidad de ser parte? ¿De ser protagonista? ¿Cómo creamos sin invadir? … Este virus está abriendo algo en mí, en todes. Todo se amplifica. Lo frágil se vuelve más frágil y lo tierno condensa toda la ternura posible. Es lo más parecido a estar despierta por fin. 511
21 de marzo - día 6 M. me escribe que me lee distinta, más clara, más precisa. Yo que siento esa precisión y claridad brotar de mi sangre, le digo que sí, que así estoy, que quiero que se mantenga o me muestre algo. Pero ya lo digo con errores de tipeo, con el ego de la niña que no sabe cómo mantener el orgullo sin esconderse o tirarlo todo. Con el ego de la adulta que en el fondo solo quiere que la reconozcan, la feliciten, ser única. Lo mismo en las cartas con las chicas. E. reconoce mi claridad en un párrafo más largo que los mensajes para las demás. Quiero ver las cosas desde otro lugar, sin cuantificar ni desmerecer, solo sintiendo el abrazo, el sentimiento puro de cada cosa. … Junto a mi voz quiero descubrir la humildad, esa que me mostrará cómo el amor está en lo que ya es, cómo el amor es en donde seamos todes. …
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De mí quiero lo que salga puro. No por bueno o perfecto, sino lo que salga de verdad, sin buscar nada más que un instante de contacto. … Silencio fértil. La vela que está a mi lado está prendida y con ella enciendo la de mi interior. Hago de este momento un instante sagrado, un instante de creación. Crear para creer. Creer para compartir. Compartir y ser. … Este será mi diario del encierro, pero primero será el diario de mi voz. Me conozco. Sé cómo escucharme, cómo guiarme. Sé de mis privilegios. Los habito para que cada vez seamos más. Para que la vida sea eso que puede ser. Eso que experimenté y abunda.
22 de marzo - día 7 Mi madre ya le empezó a decir «Enrique» a Emilio. 513
… Hoy es el día de la música: Patti, Lisandro, Loli. Hoy me dieron ganas de aprender una canción durante este tiempo. Tal vez más, pero una que sea ancla y vuelo de los días. Para mover mi voz en el plano material y efímero del aire. … ¿Cuál es el mejor lugar para atravesar, aportar, habitar este momento? ¿Cuál es el mensaje? ¿Qué me muestra? ¿Qué puedo compartir?
23 de marzo - día 8 Mi luna se fue y comienza una nueva energía de materialización. Necesito recuperar un poco de futuro. Retomo mis proyectos, lanzo flechas de posibles concreciones, me choco con mi energía dispersa y mi manera de sabotear el tiempo. Vivir el presente nunca fue una consigna tan precisa. … Me descubrí al menos tres líneas al costado de cada ojo. Tres marcas de guerra que se ven sin ninguna ex514
presión. Tres marcas de vida. Tres recuerdos. Mis propias huellas narrando mi historia en mí. … Las cartas me dijeron que estoy con los ojos abiertos, envuelta en un corazón, conectada conmigo y mi transformación, en el centro, con todos los matices del violeta. También me dijeron que lo mejor que puedo hacer para mí y les demás en este momento es abrir mi cabeza y espíritu. Conectarme con mi esencia, rendirme en la presencia, contemplar, conectar con mi espiritualidad. Tengo a la serpiente de mi lado y de frente. Nos miramos. Tengo luz en la cabeza. Me rodea el violeta más suave.
24 de marzo - día 9 Escuchamos un video de Madres de Plaza de Mayo por el 24 de marzo. Cuando Norita dice «30 000 compañeros presentes», mi madre responde «Ahora y siempre». Los tres lloramos en silencio desde nuestros lugares a más de un metro de distancia. … 515
Durante gran parte del día estuve sintiendo que había algo importante para escribir hoy. Pude reconocer mi miedo a decir. Mi miedo a ser yo y que eso aleje a les demás. Pude verlo e igual decir y también saber parar. Eso me conectó con un gran enojo. Con les demás por no entenderme o por no ser quienes yo quisiera que fueran. Y conmigo, por todas las veces que no dije o dejé que las otras voces callaran la mía. Hoy me enojé con N. y eso me permitió sentir mi enojo con M. También estoy sintiendo algo crecer en mí. El esbozo de una creación. El tejido de mi identidad profunda encontrando canales de expresión.
25 de marzo- día 10 …no importa quién es legítimo para ejercer violencia y quién no no importa cuál violencia es legítima y cuál no lo que importa es cómo buscar y construir colectivamente un gesto justo, y la medida o el criterio con el que se constru516
ye ese gesto es: necesitamos encontrar un gesto que esté a la altura de nuestro enojo. (...) Necesitamos hacer espacio para que esta dimensión espiritual toque nuestra elaboración política, este relato nos está forzando a repensar a percibir a articular de otra manera la relación entre espiritualidad y política. Estas comunidades interrogan y construyen condiciones de vida gestos de vida con una dimensión sagrada ancestral espiritual que tiene una potencia política que está en otros términos que como bien dicen es ancestral y nueva. 517
Testimonio-poema de Marie Bardet en «¿Mapuche terrorista?»
26 de marzo - día 11 Mi cuerpo me pide silencio y descanso. No hay nada que quiera ver u oír. Me incomoda. Camino por el patio, primero con música y luego en silencio. Estiro un poco. Me siento a tomar agua. Respiro profundo con los ojos cerrados, los abro y sigo con la mirada la coreografía de un picaflor. Mi mente empieza a narrar. La callo concentrándome en los movimientos rápidos de la maravilla. Siento que ya está bien y se va volando lejos.
28 de marzo - día 13 La voz libre y los agudos aceptados.
29 de marzo - día 14 Hoy me entrego al poema. … 518
Hice el ejercicio de convertir mi experiencia con el
picaflor de hace un par de días en un poema. No fue fácil.
Volví al jardín, acomodé todo mirando a las flores
rojas que habían sido el escenario principal, cerré los
ojos e hice silencio. Las sensaciones y las palabras volvían. Eran otra cosa y a la vez lo mismo.
Hablando hoy con S., y cantando ayer, entendí un
poco más el mensaje de este tiempo: entregarme a la
escucha verdadera de lo que es para confiar y disfru-
tar. Sin explicaciones, juicios, egos, miedos, silencios o
pasadas por arriba. Escucharme y escuchar lo que hay. Confiar y disfrutar lo que soy. Ahí está la llave del encuentro con la voz.
31 de marzo - día 15 Mi sed es directamente proporcional a mis ganas de
decir. Cuanto más se abre la voz, más necesidad tengo del baño de agua.
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1 de abril - día 16 Siento mi ovulación en mis ganas de pintarme las uñas: pequeño gesto de expansión y brillo. … Ahora me crecen las ganas de crear, de mostrar. Como si fueran sinónimos. Como si fuera la única forma de ser vista, de que me quieran.
2 de abril - día 17 El viento me pone nerviosa.
3 de abril - día 18 Hoy estuve en las fantasías. Sumida en la narración de la Laura que una vez me inventé, pero que no soy. Tal vez sí en espíritu, pero no en vivencias o disfraz. … La clase de danza me ayudó a recuperar mi energía,
a iluminar mi centro y activar lo que necesita ser activado. Recuperar mi capacidad de acción. Mi voluntad. Lo único propio en medio de esta incertidumbre. 520
5 de abril - día 20 Anoto de la conferencia de Alejandro Lodi: La continuidad del mundo que conocemos es imposible. ¿Cómo vamos a responder al desafío de ver al otro? En términos psicológicos: ver nuestra sombra. Escuchando esta conferencia me vino esta claridad: vuelvo a lo de mis padres en busca de refugio, es el lugar seguro conocido. Me es más fácil aceptar su ayuda si me pongo en el lugar de hija dependiente: comer su comida en su casa. Me cuesta aceptar el dinero de la herencia desde la adulta, desde mi casa.
6 de abril - día 21 Escuché el mensaje abierto de la ceremonia de medicina angélica del sábado y me recorre una energía viva, esa que me une a la tierra y al círculo infinito que llega hasta el cielo. Sentí profundo el movimiento de este momento,
la invitación a la integración. Sentí mi elección a vivir. Que esta es mi vida y que me entrego a vivirla. Confío en que hay algo que puedo compartir, que me toca 521
compartir y me paro en mi lugar. Ocupo mi cuerpo y
mi vida. La acciono, la siento, la cuido, la deseo, la nutro, la descanso, la escucho, la comparto. La merezco.
Hoy experimenté el círculo infinito, donde hay lugar
para todes. Donde todas las voces pueden escucharse, decirse, cantarse, susurrarse. No me quiero distraer más. Quiero estar en el presente viviendo.
7 de abril - día 22 Luna llena en Libra. Quiero entrar más profundo en mis días. Revelar
cada capa, destello, silencio, oscuridad. Decir solo lo de adentro.
¿Qué es eso que rechazo tanto en mi madre? Es algo que me rebota directo. Que me muestra algo
de mí, podrido. Me recuerda lo disociado de mi cuerpo.
Las partes blandas que aborrezco y mi torso de niña. Ahí lo siento.
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11 de abril - día 26 Desde anoche que me tomó el impulso de la red, del contacto. Necesitar y experimentar el tender abrazos, abrir ventanas, recordar que estoy del otro lado y sentir a les amigues allí. Hoy eso se potenció fuerte en el Zoom del amor para acompañarnos quienes somos parte del Encuentro de Mujeres y Escritura. De nuevo la sorpresa y la confianza en el círculo. De que la magia sucede cuando nos abrimos a escuchar y habitar lo que es. Las palabras de cada una iluminaron un pedacito adentro y se sintió el fuego y el calor crecer, hasta que lo incendiamos tode. No quedó ni rastros de la pandemia esa. No hubo fronteras, distancias, soledades. Todas estuvimos dentro del abrazo de luces y sombras. De lo que somos.
12 de abril - día 27 Volví a mi casa por un ratito y volví a sentirla ho-
gar. La ventana es, sin dudas, mi lugar favorito. Viví mi autocuidado reabasteciendo los tachos con el polvo antihumedad, tirando matapolillas, abriendo las venta523
nas y regando las plantas. Traje conmigo las que sentí que necesitan más atención. Estaban todas vivas y con brotes nuevos. Mi casa se sabe cuidar, yo la sé cuidar y en ese movimiento, me cuido. … Recién hoy guardé la ropa en el ropero de Malvín. Sentí que fue un gesto. Importante, fuerte, significativo, un tanto triste, de aceptación, y por eso, gesto.
13 de abril - día 28 El mapa de mis canciones arranca con más fuerza a los 10 años. Antes de eso, «Chiquititas» y los dos cassettes del auto: Mateo y Fito. No tengo imágenes de mis padres cantando. Sé que A. nos cantaba como forma de acercarnos y compartir esos primeros años de jardín de infantes. Es una certeza de mi presente, pero no recuerdo ningún sonido. La memoria auditiva se me despierta a partir del estímulo sonoro, pero no logro hacer el viaje inverso.
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Creo que es ese silencio de infancia el que invoco cuando me dispongo a algo. Ducharme, cocinar y limpiar son mis movimientos musicales en conjunto. Para lo demás, el silencio o la escucha completa como única acción.
14 de abril - día 29 La tormenta me muestra la limpieza. Lo que sale de mí ya es diferente. Veo mi voz en el aire, diciendo lo que digo también en los silencios. Ahora estoy pronta para dar el paso. Ahora canto.
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Laura Charro nació en Rosario, Argentina, en 1983, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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20/03 Día 1 Anoche fui agua. Me ahogué en mí misma sin poder dejar entrar el aire. Lloré desenfrenadamente después de escuchar al Presidente confirmar lo que ya se sabía que iba a pasar y no quería creer: aislamiento social, preventivo y obligatorio hasta fin de mes. Y yo, que ya vengo practicando el encierro, no fui a saludar a S por su cumpleaños. Qué tonta, desperdicié ese último abrazo y desde ahora son inciertos. El día transcurrió triste después de ver las noticias en Italia y en España. «Qué locura», digo en voz alta hacia nadie como en loop, sin parar. Acá evidentemente se prevé lo peor y me muero de miedo por las vidas que amo. Soltar el teléfono se hace difícil: las noticias, los chats,
las redes sociales. Es un vicio que me hace explotar la cabeza cuando llega la noche. Un exceso de géminis que disfruto. No sé ponerle un límite sano. Necesito descansar. 527
Afuera hay demasiado silencio a todas horas y, mientras, menstrúo con furia y un dolor atroz en todo el cuerpo. Soy un ovillo hecho de sangre, huesos, ojos y mente. El cuerpo sabe. Me prometo un poco de sol por la mañana en el balcón. Agradezco, otra vez, esta casa. Un regalo, un hogar, un refugio. 21/03 Día 2 Me sostengo fuerte de mi mate de madera tallada, como si desde ahí pudiera retener la ira y volver al estado de calma. El aroma a cedrón y lavanda, y también los pájaros de afuera, me hablan de algo que no entiendo porque soy puro enojo. Me sulfuran las mezquindades laborales, las injusticias por las que tengo que pasar, la incapacidad de muchas personas, la prepotencia de otras con poder y la imposibilidad de cambio en estas circunstancias. En pleno remolino pretendo hacer mil cosas juntas. Las arranco y las abandono prolijamente, una por una. Solo esta escritura es sostenida, sin comienzos, sin fin. Las exigencias del encierro son frustrantes. 528
22/03 Día 3 Hay pájaros y voces tempranas. Me preparé el desa-
yuno: café y tostadas. Ayer leí que es importante man-
tener las rutinas para conservar la salud mental. Pienso que todavía no sé cómo lograr el silencio adentro que no consigo ni respirando en yoga. Soy una maraña de
palabras e ideas que van y vienen, diálogos reales y de ficción que se entremezclan en mi cabeza. No sé qué es
la salud mental, realmente. Debería preguntarle a M. Nunca estoy donde está mi cuerpo. Voy por otra taza de café. Insisto: necesito silencio. No ese de palabras reteni-
das, forzado, el de la espera. No el del intervalo, el entre
dos momentos, dos sonidos, dos conceptos. Necesito el
silencio del vacío total, el que se escucha en un caracol: inmenso, hondo, parecido a un océano. Un silencio de líquido amniótico. Un silencio-hogar que sea mío y me
revele. Quizás ahí comience a oír otros sonidos menos definidos pero nuevos. Mi propia voz. La calma.
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24/03 Día 5 Anoche no podía dormir y encontré la oscuridad. Me zambullí entera como en un río de agua negra y densa, como si no pudiera hacer otra cosa más que intentar nadar en la espesura. ¿Para qué tanta intensidad nocturna sin otro consuelo que esperar el sueño? Mezclo la noche con los miedos y el peso de estos días. Hago un combo explosivo y peligroso. Temo por la salud de mi madre y de mi padre, imagino escenarios tristísimos, la imposibilidad de las despedidas, la agonía en soledad, estar enferma y no saberlo, contagiar a alguien y no saberlo (me tengo que comprar un termómetro). La incertidumbre no es buena compañera de las horas nocturnas, ya debería saberlo. *** Colgué un pañuelo blanco en el balcón en homenaje a las Madres. Hoy es el Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia. Hace pocos días atrás, cuando la vida era otra, reflexionaba —otra vez— sobre ese poder de lo colectivo que siempre me emociona. La potencia de nuestros cuerpos en las calles en un 8 de marzo, nuestra capaci530
dad de organización y de unión entre tanta diferencia necesaria en los feminismos, esa posibilidad de salir a gritar en conjunto, de ocupar la calle, cada espacio, cada lugar donde haga falta la palabra y el abrazo. Hoy me parece increíble que todo esto sea una acción que puede ser peligrosa para la salud. Necesita reformularse e inventar nuevas estrategias. Hoy, por primera vez, no hay marcha en las calles. No hay ritual colectivo que nos encuentre en el mismo camino, ni abrazos compañeros, ni mates en la caminata lenta, ni tambores, ni banderas, ni aroma a torta asada, ni pies cansados del final. Todo se siente tan extraño, tan ajeno. Una vecina también colgó en su terraza pañuelos blancos pero de papel, en la soga donde tiende la ropa. No me vio observándola desde las alturas de mi piso ocho, pero sentí ese calor de la unión que no sé explicar muy bien. Tuve ganas de ir a abrazarla y decirle que, aunque no parezca, estoy cerca, que no hay marcha pero hay memoria, que los fachos no vuelven más, que gracias por estar ahí, desconocida, gracias.
Cuando salí obligadamente hasta el trabajo ayer, la desolación de las calles era enorme. Crucé unas cuatro 531
personas civiles y el resto todos policías. Me pregunto si ellos disfrutarán de este estado de calles vacías y sin conflictos aparentes. Temo a los abusos de poder, tan históricos como la dictadura que comenzó un día como hoy, hace 44 años atrás, y se llevó 30 mil vidas. Siempre seremos hijxs de esos tiempos oscuros. ¿Podremos encontrar un refugio en la incertidumbre de los días?
25/03 Día 8 Bailé. El living fue la pista más hermosa, con su piso de parquet viejo y gastado: sostén y desafío. Aflojé el cuerpo troquelado, la música fue como la corriente suave de un río y yo me dejé llevar. Movimientos sin reglas, sin miradas externas. Permití que saliera toda esa energía contenida que me estaba quemando. El fuego necesita aire para encenderse y ocupar espacio. *** Extraño el abrazo y esto no es nuevo —¿vamos a temerle después de todo esto?—. Es una carencia más vieja que este encierro. Reconozco la llaga y su relieve. 532
La coraza áspera que fue creciendo sola, como brote, y me cubre entera. La llevo orgullosa a veces —aprendizajes familiares— porque sé que también me salvó del abismo. La novedad de estos días blancos es que me estoy revolviendo para despegar la costra. La siento crisálida transparente y seca. Tengo ganas de romperla, morderla, destruirla con soplidos desde las entrañas. Justo ahora, qué inoportuno todo: tener ganas de descubrir una nueva piel que nadie puede tocar, definir sus orillas, rozar, excepto yo. Pero no me veo mariposa, eso es demasiado. Aprendí a recordarme mariposa, no a serla. Deseo un abrazo de bienvenida, que mi cabeza se apoye en un hombro o en un pelo tan enmarañado como yo. Pieles nuevas en un encuentro. Deseo yemas rozando mi cuello hasta las clavículas, como si fueran labios que necesitan pasar lento para sentir mejor, que siguen hasta mis pechos y se quedan a jugar ahí, aunque se tiente la lengua. Deseo manos en la cintura que la lleven a algún lugar de magia, aroma a palo santo y sudor. Deseo que se interrumpa el silencio, ese de todos los días, con pájaros y grillos, con gemidos y aliento profundo cerca del oído. Sentir. 533
Tengo la piel de cristal y el miedo latente a quebrarla con mi propia respiración, a la carencia de autocuidado, a dejarme, otra vez, la herida abierta, a la intemperie, ardiendo en carne viva. Tengo miedo a muchas cosas últimamente. Me acaricio, me bailo y me ando lamiendo sola las cicatrices.
29/03 Día 10 Hace días que escucho el sonido de un pájaro que grita fuerte y raro. Lo imagino enorme. No identifico dónde está. A lo mejor en alguna casa o posado en la terraza de algún edificio cercano. Quizás es un loro enjaulado, pero me gusta pensar que es un gran pájaro que vive en las islas entrerrianas y decidió migrar ahora que la ciudad experimenta un silencio extraño sin ruidos metálicos de construcciones, sin bocinas, sin tanto smog. Si los pájaros se acercan es buena señal. Ya se va el sol del balcón. El este regala amaneceres y
tardes de viento. Creo que todo esto está muy bien hoy. Estoy empezando a hacer una lista mental de las cosas que quiero hacer cuando el aislamiento termine: 534
caminar por el parque, acercarme al río, ir a tomar café con tiramisú al bar que me gusta, abrazar fuerte a mis amigas y todo el tiempo posible, visitar a mamá, andar en bicicleta hacia cualquier lado, sentir el viento en la cara. ¿Será posible mantener vivo el deseo cuando todo vuelva a ser como antes? ¿Cambiaremos nuestra forma de vincularnos? ¿Estoy preparada? Voy a sobrevivir a todo esto y eso es lo que me da miedo.
31/03 Día 12 Releo en mi diario frases que me gustan: «No sirvo para lo que permanece», «Soy movimiento». Me agradezco esos instantes de lucidez. Escribir estas hojas es conservar la memoria del presente. *** Ya no distingo entre los sonidos de lxs vecinxs, los
espíritus de la casa y mis tripas. Todo se me transforma en terror y consuelo.
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Estoy tirada en el piso del living vacío de muebles y lleno de recuerdos de un lugar que parece otro. Los caireles de la araña antigua apuntan a mi cabeza como lanzas. Todas tienen un tiro certero. Me entrego a las heridas. El tiempo se detiene, no hay relojes ni calendario. Es la cuarentena convertida en habitación de un departamento céntrico rosarino. Si hubiera un terremoto ahora mismo, este living que ya no es, sin dudas se mantendría intacto en medio de las ruinas. Aunque fuera físicamente imposible, por ser un edificio que debería derrumbarse entero. Lo sé. Pero creo que esta casa embrujada sobreviviría. Levitando. Sin paredes.
01/04 Día 13 Jugué al oráculo literario con La desconocida que soy y leí la frase: «...pero él no es un extraño, es mi padre». Un rato antes hicimos una videollamada entre F, mi
hermano y yo. Quería avisarnos que, según los resultados de un análisis, papá tiene cáncer de próstata. No es posible hacerle más estudios en esta cuarentena con sus 536
85 años. Si él accede, cuando todo esto acabe, podrá hacerse más exámenes y confirmar el diagnóstico. Pobre viejo. Me duele su sufrimiento —por esto y por todo— en esa soledad que eligió, aunque crea que no. Hay dolores antiguos que arden. Hay heridas insanables y un amor infinito. Es cruel la vejez que empuja a laberintos de enojos y caprichos, intensifica actitudes y aleja. Ese llamado fue como abrir una puerta, la confirmación real de la pérdida futura, la incertidumbre (aún más). Y yo elijo lo peor: quedarme inmóvil, no hacer nada. Como si el paso del tiempo fuese una cosa inventada, como si fuese una niña otra vez, que nada entiende de finales irreparables o de responsabilidades de cuidado. Me quedo parada, observando cómo no puedo moverme ni hacer nada con todo esto. Sigo con mis cosas en una inercia necia que me muestra claramente mi inmadurez y mi miedo atroz a enfrentar la idea de la muerte. Con mamá las cosas tampoco están fáciles en estos días. Es difícil gestionar el cuidado, cómo cada una lo
entiende. Percibo que no me considera una persona autorizada para cuidarla y eso me enoja mucho, me angustia. Se lo dije, puede hacerlo. No tuve respuesta. 537
V siempre decía que «el cuidado es el lado soleado del control». ¿Cómo desarmar eso en un tiempo de pandemia mundial? ¿Es cuidado o es paranoia? ¿Es amor, miedo o es todo eso junto y mezclado? Este aislamiento vino a poner en conflicto la idea del cuidado, a organizarlo, a exigirlo, a explicitarlo donde parecía no estarlo pero tenía otras formas poco claras. Tengo amigas conviviendo con sus ex para poder cuidar de a dos a sus hijxs o que dejaron de repartirse el cuidado y se encargan ellas solas porque no pueden trasladar a lxs hijxs, no hay un permiso oficial para eso. Veo desde mi balcón cómo siempre son las mujeres las que salen a las terrazas para jugar con niñxs y pasar el tiempo. Qué cautiverio el cuidado, también el invisible. Yo no sé cómo manejarlo ante un panorama de rechazo. Siento terror a la pérdida, a no saber cómo.
02/04 Día 14 Soy una voyeur de mí misma. Observo mis estados de ánimo en curvas enloquecidas, mi deambular en los tiempos muertos, mis descargas de energías en saludos al sol. Observo mi piel 538
que varía del blanco a los tonos rojizos según el día, las pecas, las manchas y las arrugas nuevas —¿hace cuánto tiempo están ahí?—, los olores propios, los ruidos internos, el grano que reviento sin piedad, la crema que me paso como caricia diaria, el automasaje en los pies. Observo mis adicciones, mis conversaciones en voz alta conmigo, con otrxs que no están, con las plantas, con los fantasmas. Observo todo lo que puedo hacer cuando no llego tarde a ningún lado, cuando no importa qué ropa tengo puesta, cuando no hay mirada externa, ni abrazo, ni beso franco. Soy una voyeur y me espío, me estudio, me desconozco, me adivino, me sostengo cuando puedo y cuando no puedo me dejo caer y me rindo.
04/04 Día 16 Mi soledad está adquiriendo formas extrañamente placenteras. Mi cuerpo se desprende de las paredes llenas de humedad que lo mantenían erguido. Puedo percibirme laxa, ondulante, permeable y, a la vez, profundamente triste. Temo no querer que este encierro acabe. 539
06/04 Día 18 Menstrúo adelantada en el calendario. Hoy no tuve ganas de nada, odié el trabajo, la gente, la comunicación virtual, las horas, la radio. Deseo que alguien me desee tanto que se desarme. Soy destrucción.
11/04 Día 23 No hice yoga en toda la semana. Menstrué, otra vez, con dolor y cansancio. Quisiera hacer de estos días algo productivo pero siento desgano de todo. No hice más que fanatizarme con una serie en Netflix: inventé en mi cabeza escenas que no estaban, me enamoré perdidamente de un personaje, me imaginé viviendo esas historias de la Inglaterra de los años 20. Qué misterio la mente, las obsesiones momentáneas y las ganas de vivir otras vidas. ***
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Se extendió el aislamiento obligatorio hasta casi fines de abril y así seguirá, no hay dudas. Qué soledad interminable. ¿Tendré que reinventarme? El deseo sexual me quema como este sol de otoño. No quiero acostumbrarme al tedio cotidiano.
14/04 Día 26 Algunos días hay letargo. Sobre todo si tengo que trabajar por la tarde. Soy una mujer de las mañanas: madrugo, me hago el desayuno, puedo darme una ducha y, aun así, llegar a horario a trabajar (más ahora que no tengo que salir, que no hay tiempos de traslado, de esperas, de pasos a más o menos velocidad). Extraño. Recién termino una videollamada con compañeras de trabajo y escucharlas me hizo bien. Extraño el mate compartido con yerba antiácida, las charlas a gritos, los almuerzos en escritorios ajenos, los chistes internos. No me cuesta nada apropiarme de los espa-
cios que habito: en la oficina quedó mi mate —el de la abuela—, mi bombilla, mis papeles, mi portalápices y esa pluma color azul que dejo para no olvidarme que 541
en esos lugares monótonos también soy aire. Sé que irme será parte de la historia en algún momento porque no sé conservar trabajos por mucho tiempo. Siento los ciclos cumplidos. Mi cuerpo se da cuenta antes, eso siempre. Ahora trabajo desde casa y en turnos rotativos que disfruto y detesto al mismo tiempo. De todas maneras, las horas laborales me ordenan. Mantengo una rutina —otra vez, la salud mental—. Algo con principio, fin y atención. Todo un logro en estos tiempos de anarquía horaria.
15/04 Día 27 Volvió la acidez con furia y un extraño dolor en la espalda. Hacer un inventario de malestares es triste, sobre todo porque me siento de apenas 30 años, pero en un mes cumplo 37. El paso del tiempo es cruel porque va acompasado del alma. La luz entra de una manera diferente a esta hora tan temprana en la cocina. Percibo todo más naranja. El oto-
ño es definitivamente naranja. Anoche me preguntaba si, de alguna manera, los días de encierro son todos iguales. Los siento un poco así. Esta luz de hoy, el menos, me confirma lo contrario. 542
Laura Sanz Corada nació en Aguilar de Campoo, España, en 1993, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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16/marzo (día 4) Este amor de cuarentena lo excede todo, y empiezo a estarle agradecida por el sinfín de muestras/espacios de conexión que trae consigo. En dos días, he reconectado con amigas y amigos. Juntos, hemos divagado, reído y llorado sobre esta situación. Nadie lo comprende. Nadie entiende lo de la cuarentena, el núcleo mismo del término, esto era algo que les ocurría a otros. A personajes de películas. Hay veces que me olvido y pienso que estoy recluida en casa de manera voluntaria: esa parte mía tan introvertida y de buscar mi propio espacio para recargar las energías. Pero justo cuando necesito poner un pie en la calle, justo cuando busco un abrazo, un café compartido, el rímel que me pinta las pestañas para yo mirar al otro, a los otros, mientras charlan, fuman, se exceden, se ríen, existen, cuando busco justo eso, me doy cuenta. Estamos en estado de alarma. Estado de Alarma —seguro que va con mayúsculas, no es para menos—.
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G me está leyendo estos días. Está penetrando en mi mundo interno de una manera peculiar que, en estas últimas semanas, yo extrañaba. ¿En serio este virus nos va a hacer pararnos y transitar de esta forma? Siento que enloquezco: cuando le veo con la capucha puesta en su cama, nervioso, pero intentando calmar los miedos, y yo diciéndole que tranqui, que calme a su mamá, que todo irá bien, que haga estas cosas, que disfrute de aquello, y él agradeciendo mi sonrisa. Y compartiendo mis letras desde ese amor. Entonces caigo, vuelvo a caer. Quiero acariciarlo de manera constante y eterna. Y agradezco y digo: este amor de cuarentena lo excede todo. Mi abuelo, que tiene 97 años, la fuerza de haber criado a siete hijos y haber vivido dos guerras, me dice por teléfono que la vecina de arriba, la de unos treinta y pico, esa vecina, es fantástica. Dice que le ha llevado pan, leche y carne para estos días. Que le insiste en no hacer cuentas. Es fantástica. Qué mujer. Yo le digo que en momentos así se ve la solidaridad de la gente, su fondo humano, ese darse de la mano en los gestos más simples pero tan necesarios. Él comenta que sí, y luego pasa a hablar del aburrimiento, de los paseos que se da por su pasillo estrecho. Que ha terminado todos los crucigramas, casi todos los libros releídos están, dice, y 545
que le emociona enormemente ver cómo cantan tanta ópera desde los balcones italianos. A mí me dan ganas de llorar cuando me dice eso, porque sé que él es muy sensible y muy llorón, y porque la Nessun Dorma siempre me eriza la piel, y en estos momentos, pues qué le puedo hacer, aún más. ¿Imaginar a mi abuelo llorando viendo esa imagen? Me parte el corazón. Le digo que salga al balcón a aplaudir. Él me sonríe al otro lado de la línea, con sus 97 años y tanta vida pesada a su espalda y dice que todo pasará, y que si esto es el apocalipsis… «pues nada, hija, habremos muerto felices». Este amor de cuarentena lo excede todo.
17/marzo día 5 Me asomo a la ventana como si todo fuera normal. Hace cinco minutos colgaba la videollamada con Theresa, mi querida amiga austriaca, mi primera amiga — como quien dice— en mis bailes extranjeros, de cuando escapé, corrí, con los 18 recién cumplidos. Me río mucho con ella y, aunque hayan pasado ya más de 8 años, siento que nuestra conversación fluye de la manera natural que tiene esta amistad. Belated happy birthday, le 546
digo. Fue ayer. Ella sonríe mucho, siempre. Recuerdo nuestro primer encuentro en la parada del tren en Eupen, la ciudad fantasmagórica; no recuerdo si íbamos a Bruselas o a qué lugar, pero lo que no olvido es su abrazo inmenso. Ese cuerpo tan grande y poderoso de mujer, que le proporciona aún más energía a su carácter tan azul. Recuerdo, también, imposible de olvidar, cuando me acogió unos días en su casita de infancia en Austria. Justo yo empezaba mis nuevos viajes internacionales (el máster dichoso) y en las primeras semanas estaba entre acongojada y entusiasmada por lo que dejaba atrás y por lo que venía. La familia de Theresa me abrió las puertas de su hogar con la personalidad propia de un gaditano. Me sentí feliz. Pasear por los pastos de ese pueblo tan chiquito y rural. Me acuerdo de que llegué en un bus que duraba muchas horas, y que Theresa me vino a buscar al pueblo donde nació Hitler. En esa parada (mal indicada por megafonía), me quedé quieta en mi asiento, pensando que me tocaría bajar en la próxima. Rato después aparecería la cabeza de Theresa, con esas trenzas tan tirolesas, por la puerta principal, buscando algo, a alguien (a mí), nerviosa. Luego no pudimos parar de reír.
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O ese fin de semana de verano en Donosti. Un hostal con una ventana gigante por donde se colaba el maravilloso sonido de un hang de la calle. Una de esas noches bebimos mucho y yo me besé con un chico escocés en la playa de la Concha. Al día siguiente no mencionamos nada. Desayunamos a lo germano —pan de semillas, mantequilla, queso, rodajas de pepino— frente al acuario de San Sebastián. Días después me volví a encontrar a Theresa y a su hermana en la Madrid más calurosa del año. Yo iba con L, tan enamorada y ciega, callándome el beso con el escocés porque ya se había olvidado, y Theresa me agarró del brazo, justo antes de la despedida y me dijo: «aquello no fue nada, no seas boba y disfruta», pero en inglés. Después me dijo adiós y te quiero en alemán. Me asomo a la ventana como si todo fuera normal. Huele a leña. Hay una niebla espesa que cubre la montaña. Se oyen voces de niños en los jardines contiguos a mi casa. Veo las Tuerces a lo lejos. Los pájaros están inquietos, canturrean. Yo me vuelvo a meter y cierro la ventana: solo quería ventilar un poco este aire de nostalgia, pero de amor, que se me ha acumulado en la habitación.
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18/marzo (día 6) (en realidad es la noche del 5) Ahora mismo necesito un abrazo. De los profundos. Hundir la nariz en un cuello. Quiero pedirlo, pero no debo. ¿G? quiero un abrazo. Tumbarme a su lado. H me dice que hoy ha tenido sexo muchas veces. La odio. La odio sin odiarla, porque la extraño mucho. Acabo de cerrar un artículo que hablaba de alargar el distanciamiento social hasta los 18 o 20 meses. Quiero reírme con muchas, muchas carcajadas. Gritar. Que me escuchen todos los vecinos confinados. Reírme tan fuerte que le llegue a molestar al Gobierno, a los enfermos, a los animales. Reírme sin parar. Una se ríe cuando las cosas son ridículas, ¿no? quiero no ver imágenes de la ciudad y sentir que se me para el corazón dos segundos. O al imaginarme los teatros vacíos. ¿Cómo vamos a estar 18 meses con distanciamiento social? ¿qué clase de castración es esta? Detesto la idea de que muera toda la humanidad por no poder chocar los cuerpos. Quiero-chocar-mi-cuerpo. Que me lo choquen. Que vengan todos los hombres desnudos, todas las mujeres, todos, y que nos choquemos. Una amalgama de pieles de todas las texturas. Besarnos. Extraño el beso. Hace más de una semana que no me doy besos con nadie. El último fue el de Félix (como un Judas), al saludar549
me antes de la obra de teatro (la última obra) que me dejó volando por las nubes, fantaseando (la obra, no el beso, aunque ahora, bueno, si lo pienso, también). Después de ese teatro, hace media vida, cuando estábamos sospechosos, pero aún nos acercábamos los unos a los otros; hablé un poco con la gente pero luego hui hacia mi casa. Ah, necesitar reposar las buenas sensaciones. Siempre lo hago. Ese saborear un buen cine, un buen concierto, un buen polvo. Aunque mi Laura de ahora le diría a mi Laura de entonces (de hace una semana, de hace media vida): «Laura, quédate, tócales, bésales, diles que choquen sus cuerpos con el tuyo». Esa noche, deseosa de una soledad para vivir mis propias sensaciones sola, en mi cuerpo solo, terminé acostándome con el anhelo hacia un cuerpo concreto, distinto. Soñé con G. Me agarraba del meñique en un acantilado. Yo le pedía que me abrazara entera, todo el cuerpo. Abárcame con las dos manos. Te deseo. Hoy me meto a la cama pensando en que hace justo una semana (media vida), tenía las manos suaves por el barro que había estado amasando durante tres horas. Marta ponía música folklórica castellana, luego rock argentino (compartimos gustos, ella me gusta) y el resto de chicas se concentraban en unas obras de cerámica 550
únicas. Preciosas. Esa clase terminó con mi propuesta de ir pronto a tomar unas birras juntas. «Claro», dijo Marta con todas las demás cabezas asintiendo alrededor, «¿por qué no lo dejamos para el jueves de la semana que viene?». Para ese jueves quedan dos días. Un día y medio. En fin, toda una vida.
19/marzo (día 7) día del padre en España Lista de deseos: Estar bajo un cielo (había escrito cierro en vez de cielo) estrellado. Que el abuelo, papá y mamá estén sanos durante todo eso. Y bueno, en realidad siempre. Por favor. Que sean eternos. Encontrar trabajo después de esto. Ya no podré optar a lo de México, supongo, el Gobierno está destinando tanto dinero a las cosas urgentes que todo lo demás estará en parón. Quizá no era el momento. Poder viajar pronto. 551
Organizar un viaje en furgoneta con G por el sur. Realizarlo.
22/marzo (día 9 de verdad) Anoche Pedro Sánchez habló mucho. Dio una comparecencia larguísima. Empezó desde lo emocional y terminó con una ronda de preguntas técnicas que, a fin de cuentas, también venían desde lo sensible. Anoche no lo dijo, pero hoy de mañana sí: el confinamiento se alarga 15 días. Si esto es así y no se aumenta aún más, los españoles saldremos de la cuarentena un Domingo de Resurrección. Quién iba a decirlo: con esta pandemia hemos dejado de ser creyentes y, sin embargo, vamos a ser libres… «por la fe en el poder de Dios (Colosenses 2:12), son resucitados espiritualmente con Jesús, y son redimidos para que puedan andar en una nueva forma de vida».
30/marzo (día 15) Los sueños ya empiezan a tintarse de confinamiento. 552
El otro día, miraba por una ventana que era el marco del apocalipsis. Ayer, G se rompía una pierna y no podía ir a atenderle. Todo parte del querer y no poder. Una frustración llevada a la oniria. Estoy reinventando mi paciencia. Mis ansias. De repente me encuentro a mí misma descargando todo este deseo, este «no-puedo-esperar-más» en deporte. Bailo salsa. Muevo la cadera. Hago miles de sentadillas. Abdominales. Ejercicios con las piernas. Mientras, me miro el cuerpo entero: no me he depilado en estas dos semanas. Mis músculos están fuertes. La rodilla tiene una forma bonita. Me gusta mi cuerpo (no siempre) y me gusta aún más desde el secreto. Un confinamiento corporal que anuncia lo sutil o lo sensual: pensar que debajo de las capas puede haber un manantial. Sin embargo, muchas veces quiero destaparme al mundo (¿o es a la vida?), enseñar mis pechos una y otra vez, en flashes que deslumbren y luego en el nutrir. Mis pechos son o pueden ser comida.
1/abril Hoy quiero estar cerca. Y por eso me alejo: para no 553
sufrir, porque no puedo estar cerca. Este fin de semana pensaba en pasar mi próxima vida en el campo. Abandonar la ciudad y el eros que me provoca. Mañana será otra idea. ¿Quién puede llegar a conclusiones en estos días? nadie, nadie, nada, todo son reflexiones y nada más. Nada. Solo hay una cosa certera que se me ha aparecido como verdad absoluta: de ahora en adelante no quiero perder el tiempo. Quiero arriesgar, aventurarme, precipitarme. Abrirme al rasguño.
3/abril Me gustaría describirte los olores de esta primavera. Son iguales a la anterior, aunque me encontrara en el tránsito de un país a otro. El paréntesis que lleva del invierno a la primavera siempre ha sido uno de mis movimientos preferidos: existe una decadencia en los sonidos. Estoy en el balcón (cualquiera, porque siempre me encuentro observando a través de las ventanas) y los pájaros se comunican en su idioma. Hay un bullicio leve, que ya no sé si tiene que ver con el estado crítico actual y era más fuerte en primaveras anteriores o si 554
corresponde a la norma de cada año. Bullicio suave en primavera que dé paso a la siguiente estación. Todas las estaciones existen para dar paso a la otra, ¿has visto? Es eso o que yo me fijo de manera precisa en las transiciones, quizá. Es lo que más me interesa. El momento exacto de la metamorfosis.
Pierdo la cuenta ¿qué día? ¿6? Abril, sí. Me encantaría entender el mugir de las vacas, su ruido llega para agolparse por las paredes de esta casa. Yo miro al gato y le pregunto: ¿qué están diciendo? Pero la comunicación está empezando a flaquear últimamente. Ya no sé hablarme con los animales. Desde que me enamoré, creo. Le dedico toda la energía al entendimiento del proceso interno, a qué sabe toda esta química y esta bomba biológica, a qué se deben mis gestos, ¿cuántas veces digo buenos días?, ¿cuántas veces estoy deseando susurrar buenas noches cerca de la oreja? No sé, investigo mi deseo de intimidad como si me estuviera haciendo una ecografía constante de mi barriga repleta. Aún no sé de qué se conforma todo esto, pero hace ruiditos 555
y pega patadas. Solo sé contestar con silencios y algún que otro gesto que únicamente mis padres y mi mejor amiga saben prever y señalar. Es ahí, me dicen. Está justo ahí, en ese ladear de la cabeza. En el mutismo, también. En la voz que quiere nacer y que castras. A mí lo que me sorprende es que sean los seres humanos que me rodean y que me aman los únicos que saben ponerle nombre. Por otro lado, y en cambio, el perro del vecino no lo observa, mi gato me sigue despreciando con total impunidad y las vacas que gimotean desde su pradera ladeada ni se inmutan ante tal conmoción interna a la que me encuentro sometida. Sospecho que es una manera de relativizar el asunto. Cuando hay una pandemia global, ¿cómo prestarle atención a un enamoramiento? Pero los animales, ¿son conscientes de la pandemia? Las vacas lloran porque les tiran de las ubres, porque no les llega comida a las fauces, pero ¿lloran por un virus? Mi gato, a su vez, seguramente se considere él mismo el creador de todas las infecciones que diezman a los humanos. O así lo desea. No tengo cerca ningún pájaro, lagartija ni delfín, pero estoy segura de que tampoco estaría en condiciones de transmitirles acertadamente mi sentimiento. Pero lo deseo. He desistido en lo de ponerle nombre a mis asuntos internos, ahora simplemente me limito a sentirlos en su expansión. Es por eso, 556
entonces, que ansío la comunicación con los animales. ¿Cómo les explicaría este estado emocional? ¿partiría de una caricia? Quizá más bien de la fortaleza: mirar a los ojos a un felino sin pestañear. Correr a la misma velocidad que una gacela. Eso, eso tiene que ser similar a la segregación inmensa de dopamina, al chute de hormonas que me inundan los ojos, me erizan la piel o me instan a rozarme el cuerpo. No sé si sería más fácil contárselo a animales de granja, a los de ciudad impuesta (los monos correteando por vieja Delhi, que entienden la naturalidad del sentimiento y el dejar fluir), a animales de la sabana o a animales que son anfibios que son peces que tienen aletas que saben vivir bajo el agua. Se me antoja que son ellos, los acuáticos, los marinos, los únicos capaces de entender la intensidad motora que reside en el enamoramiento. Respirar el oxígeno disuelto en el agua tiene que ser similar a vivir con falta de concentración o con nervios. Hola beluga, hola manatí, hola sardinilla: ¿sabéis a qué me refiero? Pero no. Si el amor tiene que comunicarse con algo dentro del agua, que sea con los invertebrados, con los babosos. Lo agónico del molusco, el caparazón que permite la entrada y la salida de la sal. Creo que me entendería con una almeja desde el más puro instinto: ay, este relámpago de nervio que me cruza el cuerpo tiene fijación por el 557
cuerpo de este otro. En fin, el caracol de mar o una ostra sabrían a qué me refiero cuando hablo de deseo, cuando hablo de amar. Yo no tengo branquias, jamás he tenido pico, tampoco cola, ni siquiera lengua con espinas. Mis patas no están adaptadas para el salto, tampoco tengo vista prodigiosa. No sé cazar. Y si me encuentro desprovista de tanta característica de apoyo a la supervivencia, así como de comunicación animal, en fin, ni idea de cómo poder atender a esto que me pasa a nivel regional (emocional), para después solucionar lo que viene a nivel global.
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Laura Sussini nació en Buenos Aires, Argentina, en 1985, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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Día x - El comienzo No me está quedando otra que vincularme con mi espacio. Ayer en el chat grupal mi amiga Mariel nos mostraba la frutera nueva y las pibas charlaban sobre qué frutas poner juntas para que maduren más rápido. No presté atención, me aburren las conversaciones sobre alimentos, cocina, limpieza. Lo que me pareció tierno es que Mariel nos haya mostrado su frutera nueva. «Quería tener las frutas a la vista, así me acuerdo de que están». A mí las frutas se me pudren en cualquier rincón de la heladera. Hoy tuve el impulso de lavar el patio. La última vez que se limpió fue cuando me mudé a esta casa, hace más de un año. Lo baldearon mis viejxs y quedó hermoso. Ahora se ve distinto: crecieron plantas entre los zócalos, las baldosas y dos trapos de piso que nunca levanté. La naturaleza avanza ante la desidia. Me entusiasmé mientras veía que el color de las baldosas se empezaba a parecer al de aquel momento. Una araña negra caminaba por la pared mientras el agua se escurría. Tenía aires 560
de viuda. Le seguí con la vista su paso soberbio. A las arañas —por decisión— no las mato.
Día x - Contrafrente Terminé de limpiar mi patio. Es pequeño, pero ahora me dedico a mirarlo más, quizás porque es el único espacio con vista al cielo al que puedo aspirar. Pienso que mi patio nunca me gustó por sus muros altos, corroídos de humedad y sin una ventana ajena a la que espiar. Pero sucede ahora que mi patio se llenó de ruidos. Parecen venir de una familia numerosa, o de la superposición de varias familias. Ríen a carcajadas, murmuran, discuten, cantan, gritan gol, tienen charlas intrascendentes. No tienen horarios. Me recuerda al clima familiar de mi infancia, cuando vivíamos todxs juntxs con mis abuelxs. Era ruidoso y vulgar, como ahora mi patio. Son las 6 p.m. y suena una campanada. La misma de todos los días, como un ordenador temporal. La puerta al patio está abierta y pongo a sonar una canción.
Día x - Provisiones Soy huidiza de la interacción social. Casi siempre 561
saludo sin mirar a los ojos, pero no lo hago de manera intencional, es parte de una herencia paterna difícil de borrar. Hacía dos días que no salía a comprar nada. No necesitaba comida con urgencia, pero decidí ir a buscar frutas, quizás me haga bien ante la mala alimentación que vengo llevando. Me ilusionaba ver a la señora que atiende en la verdulería. Ella es una de las personas a quienes saludo a mi manera, «a la manera paterna». Es, como yo, un poco retraída. Hoy nos dijimos hola y nos sostuvimos la mirada.
Día x - Rutina Son las 7 a.m. y me despierta el sol en la cara. Me espera lo mismo de siempre: Un continuum de imágenes. Ochenta cafés. Desayuno ilimitado. Cantidad de chocolates como si no existiera un mañana. Estar desnuda. Vivir entre la civilización y la animalidad. Miro el patio. Empiezo a distinguir verdes con más amarillo de verdes más azulados entre las hojas de las plantas. Pienso que podría subirme a la medianera y charlar con mi vecino, manteniendo los dos metros de distancia. Necesito un cuerpo enfrente. 562
Día x - El silencio En estos días chateo con mi madre. No mucho, un par de mensajes diarios. Nos contamos cómo estamos, y después me bombardea a fakes. Le pregunto por mi papá. Me resulta más fácil dirigirme a ella que a él, así que le pregunto, varias veces, para que ella después le cuente a él que yo lo recuerdo. También porque sé que en ese hogar tirano él es el silente. Pasan unos días y pienso que quizás estaría bueno que él reciba un mensaje mío. No sé cuándo nos volveremos a ver... Las cosas que quisiera enviarle las tecleo muy rápido en un borrador: textraño,cuidate,besos. No manejamos el lenguaje del cariño. Finalmente le mando un mensaje de una sola línea, nombrándolo en tercera persona en vez de segunda, desdibujando un poco el afecto por las dudas de que no esté preparado. Me responde con un «gracias».
Día x - El espacio propio Me acuerdo de una supervisora de la época en que laburaba como AT. Era un trabajo en el que tenía que pasar mucho tiempo junto a unx niñx indómitx. Ella me decía que no había necesidad de llevarle cosas nue563
vas todos los días, que mejor escuche y observe bien su entorno. «Todo lo que necesitás ya está contenido en ese universo.»
Día x - Corazón de madre Domingo a la mañana. Me despierta un grito en el estómago. Un domingo cualquiera estaría amaneciendo en alguna cama ajena esperando a que me traigan comida. Las últimas imágenes que tuve en mi cabeza antes de dormirme fueron los pliegues de las sábanas de un ex. Me acuerdo de los desayunos que me preparaba cuando éramos novixs y también cuando dejamos de serlo. Nuestro vínculo fue siempre material y emocionalmente pobre pero nunca faltó la «función nutricia». Venía de un país de esos en los que ofende al corazón no terminar de comer lo que te sirven. Además de los desayunos, recuerdo los almuerzos a plato lleno, los desbordes de arroz, las legumbres pesadas que me hacían volver a mi casa con el corazón contento. ¿Así cocinará una madre? «De mi casa no te vas sin comer». Traté de aprender de esto. No sé alimentar a otrxs.
El año pasado volví a vivir sola después de muchos años. Coincidió con un proyecto fotográfico en el que 564
todo el tiempo recibía gente en casa. Además de preparar luces, fondos, espacios, me ocupaba de tener algo para ofrecer en la mesa. Pienso que ofrecer es una palabra muy grande. La tuve que construir sola, como un ejercicio, rastreando pistas. Junto a las preocupaciones fotográficas, la duda ante qué tan rico sentirá el mate, ante qué tan justa estará la medida del café, ante qué tan gustosas le sentarán esas galletitas. Algo entra en contacto con una fragilidad que me pone al filo de la falla. El estómago me sigue rugiendo. Aún no salgo de la cama.
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Lila Vázquez Lareu nació en Buenos Aires, Argentina, en 1990, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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Acá adentro, amarillo. Atardece. Deben ser más o menos las 7 de la tarde. No puedo ver la hora en el celular porque se me mojó y lo tuve que meter en arroz para que le absorba la humedad. Qué vértigo pensar en no tener celular justo ahora que es el principal medio para contactar otras caras. En realidad, no le entró agua. Le tiré demasiado alcohol para desinfectarlo después de salir a la calle a hacer las compras.
Son los primeros días de cuarentena. Pienso que es clave que el día haya estado tan lindo. Fui al supermercado chino, a una dietética, a la verdulería y a una farmacia. En la farmacia fue el único lugar donde no compré nada: no les quedaba más alcohol. Ah, también tiré la basura. Había salido para eso y después me atacó la alerta de no quedarme sin comida, o quizá las ganas de tener la alacena bien llena y saber que puedo no volver a salir por un rato. No digo «por un tiempo». Eso ya es mucho. 567
No sé si fue lindo salir. Creo que no me reportó algo extra o bueno. En el departamento estoy muy cómoda. El balcón tiene vista abierta y hay atrás una ventana para que circule el aire. Luz, aire y colores. De eso acá adentro hay mucho. Y está Pepi, la gatita. Cada vez que me detengo en ella vuelvo a entender que aprendo a estar. «Ser feliz es estar en el mundo». Hacer la vida más ancha que larga.
Ahora, sentada en el balcón cerca de las plantas, con la rosa que se abrió amarilla durante esta última noche, el celular hundido en un táper de arroz y la computadora apagada, siento como si fuera uno de los primeros momentos del día de conexión con la realidad. Porque, en la calle, hacer una cola de una cuadra para comprar bananas a 3 metros de distancia de las personas de la fila, fue surrealista. Y acá en casa siguen mis exigencias como si el virus todavía no hubiera detenido este mundo: videollamadas virtuales con mi familia, con cada grupo de amigas. Casi una por comida, al parecer. Aún encerrada siento el exceso de agenda y a la vez me maravilla la posibilidad de compartir una cena a través del teléfono con Glo y Maga que se ríen, toman gin tonic y prenden un porro. O ver a Pau que teje. Cantarle el feliz 568
cumple a Ceci. Charlar con Alejo y ver que esa boca se me vuelve irresistible incluso formada por píxeles y tragando fideos.
La abuela se ausentó del mate virtual de las 5: dijo que le parece muy frívolo. Hoy la cuarentena la encuentra más triste o reservada que ayer, que me llamó a las 8 de la mañana para sumarme a una pantalla en la que ya estaban mi prima de Villa Gesell y mi tía de Bariloche.
Dentro de la lista que no para de crecer, creí que iba a hacer gimnasia, a aprender guitarra, a hacer de un saque todos los ejercicios de escritura. Uf. No voy a ser la heroína del encierro. Hoy no hice actividad física y el rato más lindo del día, cuando se unieron mi cabeza y mi pecho, fue mientras miraba mis manos con las uñas sin comer y pintadas, lavando diente a diente una cabeza de ajo que había traído del exterior. Mientras, se escuchaba el agua de la canilla mía y también la de Alejo, que ofreció a través de la cámara su patio de baldosas blancas y amarillas. Él está manguereando. Su invitación fue a estar.
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Cuando me callo un rato, me adentro en una de mis sensaciones preferidas: estar, en silencio, con Alejo, porque sí, y ¿por qué no? El fin es compartir. Y qué fea le queda la palabra fin. Lo veo limpiar su patio y decirme que le gusta sentir el agua en los pies. Sus gatitas tratan de acercarse y él les habla para que lo dejen seguir limpiando. Qué lindo es estar así con vos, mientras enjuago una ciruela de las amarillas dulces. Estar así es un estar único. Aprendo, voy aprendiendo, no me sale a veces, intento dosificar, confiar en que el otro sabe y comprende, con el pecho, igual que yo.
El día soleado, sábado 21 de este marzo globalmente recordable, venenoso, acaso triste, raro, nuevo, me encontró primero descansada. Me vengo levantando de buen humor, cuando mi cuerpo se cansa de descansar. Eso claramente no pasaba en la semana laboral. Arranco contenta, casi exultante, de vacaciones. Después rara, asustada. Y ahora, en el balcón, volviendo a lo que aprendí que ayuda a enraizar: la cercanía de las plantas, la birome, el celular lejos por un rato, el cuello tranquilo, sentar el cuerpo a sentir el amor como un tul de confianza y envión que abraza el centro. 570
¿Tiene sentido preguntarme hasta cuándo durará esto? ¿Qué pasa con el uso de nuestro tiempo, de nuestra plata, de nuestra piel? ¿Cuánto hay que respetar las leyes? ¿Se le puede tener miedo al miedo? ¿Qué pasa con esta humanidad?
Aquellos momentos, fugaces o no tanto, que nos hacen sentir en casa adentro del propio cuerpo, estar en donde estamos, me parecen dorados. Lavar la fruta. Abrir la reposera. Mostrarte los adoquines de la calle por la que voy mientras pienso qué tan trucho sería decirte que en realidad no hay tanta policía en la calle y que podemos poner un punto medio y vernos. Tu cara en el celular me da deseo, me alegra como un tirón. Es exactamente como cuando un mago se saca de la boca un pañuelo tras otro: así, un bienestar fuerte y de sorpresa me va asomando cada vez que te encuentro. Tu cara sonriente. Creo que te extrañé tanto que ahora no puedo creer lo lindo que sos. Hoy dijiste que la clase con Mora te hizo bien. Sí que sabés hacer camino. Y
me dan ganas de darte las gracias con este texto que fue ondulando hasta Boedo y vos sin proponérmelo. Será porque puedo sonreír libre y abrazada en este balcón. Te siento vos en tu casa. Me siento yo acá. 571
Miro el cielo. Llega hasta acá algo de olor a pescado y a parrilla. Por los balcones y ventanas ya oí gente, gemidos, instrumentos, aplausos. ¿Cuántos colectivos son los que hacen ese ruido? La rosa está tan grande y llena de pétalos que el tallo que la sostiene está casi vencido. Cuando la viste el otro día era solo un botón marrón, apretado. Hace un rato me acerqué a olerla y no tiene perfume. Sí tiene una textura súper suave. Parece hecha para hundirle la nariz y sentir ese colchón. Hoy escuché una canción del Kanka que dice «No me interesa el mostrador del que la gente presume, estoy contigo por tu olor, no por tu perfume». Me llevó a acordarme la cantidad de veces que para buscarte bien y llegar me hundí en tu axila a sentir tu olor.
Sigo pensando. Creo que voy a hacer puré con el zapallo que hice al vapor y le voy a agregar ajos y curry para cenar. Ya prendí la lámpara de sal y barrí. La molestia que estoy sintiendo en la encía va a tener que quedar para más adelante. Quisiera seguir viendo la serie londinense que empecé. Vuelvo al balcón porque me llamó la brisa.
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El silencio que hay no da miedo, acompaña. Y me anima a rendirme ante mí misma y dejarme guiar por las ganas y lo que aparezca. Que van a aparecer. No se duermen, no se van. Pero, vamos, sé que es un contexto difícil y los ritualitos que sostienen, los sostengo: verme linda, cocinarme, bañarme, cambiar las sábanas, levantar la cortina para que entre el sol, prender una vela para cenar. Cantar en voz alta, moverme para despertar. Para ganarle al miedo escribí todas las cosas que puedo hacer desde acá, con una camarita y la gente querida. Me digo: calma que las ganas, más que la memoria y las tareas, van a llenar este tiempo, van a hacer este tiempo. Estar para mí. Y quiero estar para otros en este momento también. No hay conclusiones. Hacer esto hoy siento que es amor. Y cada día, en este mundo nuevo, se baraja de nuevo.
Ya deben ser las 9, porque la gente se empezó a asomar a los balcones para aplaudir a los médicos. Los vecinos de enfrente pusieron a todo volumen la canción
Resistiré. Se me pone la piel de gallina. Se suman más personas a aplaudir. Una moto que pasa toca bocina. Chicos chiquitos gritan. Se prenden más luces. Me embarga la emoción, la sensación de algo común y muy 573
grande. También de nervios y novedad contenida en un lugar que no conozco. De que estoy acá y soy mi familia junto a los que quiero. Y de que hay otra red gigante, de hermandad y esfuerzo conjunto. Si me voy a dejar flotar en algo, elijo esto y no el miedo. Tratamos de poner amor donde hubo miedo, y nos hacemos más humanos. Pienso en la carta de nuestro presidente. Pienso en filmar los balcones aplaudiendo y el coro de Resistiré para animar a la abuela. Pienso en estar acá. Que el amor empuja y el miedo paraliza.
De la cocina viene olor al ajo que está a punto de quemarse en la ollita. Una casa con olor a comida está más llena.
Con las manos secas. Hoy es miércoles, está nublado, y escribo con las manos secas de tanto jabón. Se me formó en el dorso de la mano un mapita de recorridos diminutos, blancos. Cada arruga y marca en la piel del dorso de mis manos y hasta el comienzo de las muñecas está así, blanca y seca por el exceso de lavado.
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Gris. Quizá ahora que se nubló y pareciera que va a llover, estos dejen de parecerme días de vacaciones. Desde que la cuarentena se puso más estricta, hoy es el primer día que no amanece despejado y soleado. El cielo venía estando radiante, tirante de tan claro, y la luz hacía brillar con fuerza todos los árboles del Parque Centenario que veo desde el balcón. Las plantas de mis macetas, agradecidas. Era difícil pensar en esta situación de modo serio con el cielo tan celeste. Ahora está más bien blanco y gris, como espeso. Hay viento fresco y abrí todas las ventanas para que entre ese aire. Pienso que mi escritura de hoy también va a estar un poco más opaca.
A la mañana me tocó salir de nuevo, porque ya me empezaba a hacer falta reponer verdura y fruta. En la calle tuve la sensación de que estamos como aplanados. Y me incluyo. No está arriba de todo la novedad de los primeros días, y en las filas para entrar a los negocios esperamos con paciencia y tomando distancia. No noté rostros apurados ni caminatas bruscas. Así, nada se parece al ritmo laboral. Algo de este aquietamiento me calma. Me tranquiliza. 575
En la avenida de la esquina de casa se amuchan los autos y la policía urbana frena a cada vehículo, incluso a las motos, para pedirles el permiso de circulación. A cada momento recuerdo que si esto hubiese sucedido durante el gobierno anterior, no me habría sentido cuidada. Hubiera sido salvaje, asqueroso; y la policía, seguro cometería más abusos. La economía toda quedó suspendida. A excepción de la de los dueños de los supermercados y las farmacias, claro.
La coreografía que armo cuando vuelvo de la calle me pone nerviosa porque no le encuentro límite a la obsesión y me enredo en mis propios pasos: para cada superficie, incluido mi cuerpo, uso jabón, lavandina, alcohol. Dejo la billetera en una mochila que no vuelvo a abrir a menos que salga, me saco la ropa y la meto en el lavarropas…pero ¿debería limpiar el frasquito de alcohol en gel que usé en la calle? Rociar por afuera con alcohol a un frasquito de alcohol en gel me parece el colmo de las mamushkas y es una rutina de nunca
acabar: limpiar el alcohol con más alcohol. En algún momento me da gracia, me perdono y decido que ya está, que ojalá sea suficiente. La ducha, por su parte, es rara. Resulta muy diferente bañarme como cualquier 576
día, a bañarme para sacarme con jabón la calle de en-
cima, desde la planta del pie hasta el pelo y los brazos. Como si de verdad pensara en limpiarme, mientras que
en las duchas ordinarias no se me ocurre que realmente me estoy lavando.
En casa me siento en paz. Hay algo de protección
exacerbada en el ambiente. Los días de sol esa paz se volvió alegre y potente. Hoy se me hizo más rara y so-
litaria, como si lo nublado del cielo alumbrara todos los motivos por los cuales estamos haciendo esto y sintiera
un poco más lejos a los demás, en peligro. Desde afuera
se escuchan patrullas que amplifican una grabación con sus parlantes y anuncian que debemos permanecer en nuestros domicilios. Me pregunto por qué siempre ese
tipo de anuncios son grabados por voces de hombres. Esto sucede una o dos veces al día como máximo. Si
fuera más seguido creo que se enrarecería el aire, dema-
siado real o distópico. Por ahora, acá adentro es como si hubiera creado un lugar aparte en el que el agua está calma y a gusto.
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Una vez, Alejo me contó acerca de la diferencia entre ser y estar. Ser, me explicó, es un concepto europeo y asociado a la intelectualidad. Estar tiene raíz americana y se vincula con otra forma de habitar el mundo, más ancha, anclada al presente. En esta bizarra, única y especial secuencia de días vengo notando que, tal vez ahora, estoy. Y que, a fuerza de solamente estar exageradamente acá, voy conociendo más de lo que soy. Con sol, y en la oscuridad también. Percibo que con los días está convivencia conmigo se va a poner seria, cada vez más real y menos exhibida.
Libertad. Todo aquello que creí que era por fuera, quedó detenido. La pausa se llevó puesta un cambio de trabajo en el que ya no la pasaba bien, y las actividades que adoro y a su vez no me dejaban una tarde libre para pasarla en casa. Todo eso quedó en un freezer que descongelaré de manera deforme ni bien termine esto, una siesta continuada en la que nadie me dice qué hacer. Ni siquiera yo. Y a la que le voy encontrando bastante buen
gusto: no hay más ese algo amenazante que me esté perdiendo y solo queda encontrarme. Quisiera conservar algo de este tránsito cuando vuelva a andar la rueda, si es que vuelve a girar tan rápido como antes. Lograr 578
vivir las formas que nazcan, sin importar qué contaría o explicaría después o cómo se vea. Dudo que podamos salir de esta idénticos, y en parte, me alegra.
Cambia. Cuando lo que tenemos que sostener individual y colectivamente es la vida, todo toma otro tamaño. La cabeza no me persigue, no me habla de ayer ni de más adelante. Solo escucho lo que estoy haciendo, aunque sea apoyar una taza en la mesada de la cocina. Hace mucho tiempo no escuchaba cigarras a la tarde. No me aburro. Me puse un reloj para tratar de no mirar la hora en el celular. Hay tanto silencio que escucho el movimiento del segundero. Tiempo y silencio. Selección. Sin ruido y sin apuro. Nunca había pensado que podría haber una epidemia mundial. Pero menos había pensado que podría pasar un evento así sola en casa. Y hay algo en esta autosuficiencia que me sorprende y me excita, me hace sentir más poderosa o quizás simplemente más grande. Hay una pandemia. Y creo que estoy bien, me siento muy bien y si no confiara hasta podría dudar de ello si quisiera. El exceso de análisis e información me juega en contra si me dejo. Estoy organizada, con ánimo y hasta acá no tengo miedo. 579
Tal vez nos estamos acostumbrando. ¿Se volverá esto base y normalidad? Los primeros días de cuarentena fueron de mucha comunicación. Después fue disminuyendo en el WhatsApp esa voracidad por constatar que seguíamos ahí. Ya lo sabemos adentro, seguimos al otro lado. Internet me ayuda a que todavía no sienta nostalgia del cuerpo real, en vivo, pero si esto dura mucho más, y sobre todo si se pone lluvioso, probablemente vaya a ser cuesta arriba. Por ahora no extraño casi nada de afuera y hay ratos del día en que pienso que fui hecha para esto: cocinar comidas ricas, leer, escuchar música, sin salir de casa y con todo lo que necesito cerca y provisto a mi gusto. Soy consciente de que puede sonar raro, o quizás en realidad sea la culpa de mujer hablando y crea que necesito necesitar. Necesitar a otras personas. La verdad es que, dado que no hay mucho para elegir en este caso, me agradezco que el último tiempo había empezado a llevarme bien conmigo sola en casa. Creo que todo ese proceso se transformó en una gran herramienta inesperada. Me pregunto cuántos días puede saborearse el aislamiento sin la presencia de otros. Me siento agradecida del amor que recibo y de poder ofrecerlo yo también. Sentirnos acompañadas entre mujeres amigas y sernos sostén, red de oro. 580
Ya no sé cómo dura el tiempo. Los días previos al encierro duraban más y también menos. Lograba hacer entrar en ellos una cantidad infinita de actividades apuradas. Levantarme, no desayunar, ir corriendo al colectivo, cargar la tarjeta, llegar al trabajo, irme del trabajo, esperar el colectivo, ir a canto, a danza, al otro trabajo, a la psicóloga, a cenar con amigas, a merendar con la abuela, a recibir amigas en casa y poner la alarma para el día siguiente. Siempre me parecía que necesitaba más tiempo. Ahora hago menos cosas, me levanto con el cuerpo blando a la mañana y se me hace que aquellos días tenían más horas. Si no, ¿cómo hacía tanto? ¿Y por qué? ¿Es otra forma de ser feliz?
Hay algo en estos días que hace que me acueste ilusionada por levantarme al día siguiente. Estoy segura de que el sol y los ruidos de los pájaros tuvieron mucho que ver. A medida que escribo, el cielo se va poniendo negro y mi sensación de disfrute y seguridad se apichonan. Hoy pienso que con una charla por teléfono, un té, un chocolate y una película en compañía podría darle pelea a este panorama. Ya veremos cómo me va. Será cuestión de echar mano a lo que pueda, prender las luces, poner música, hacer un lindo rincón y no abollar581
me, escribir como si se tratara de una artesanía, aunque también hay belleza en cómo se mueven los árboles un rato antes de que se largue a llover.
Espero cada mañana ese envión que imprime el estreno. Salir al balcón, ver cómo está el día, decidir qué desayunar, prepararlo. Y así van apareciendo como pecas todas las cosas que suceden mientras estoy despierta. Las primeras noches apreté mucho los dientes, ese lugar en el que se me acumulan las preguntas, los nervios, la sobre-adaptación. Algo de lo excepcional de este confinamiento empieza a volverse rutina y mi mandíbula comenzó a relajarse.
Brasil. A mi cabeza vienen seguido recuerdos del verano, abrazándonos todos adentro del mar. La frescura fundante. Eso, y el humor. La espuma entre las piernas y la compañía constante de todos ellos, que nos mantuvimos alrededor nuestro como una constelación. Veo las fotos. Sin nostalgia todavía, pero empezando a extrañar. Hacer extraño… ¿se vuelve extraña la persona o su falta? ¿O nosotros, sin aquello que extrañamos? Lo que extraño es lo que me era más familiar. 582
A la cama solo estoy yendo a dormir. En mis sueños siempre estoy acá adentro y todos tienen de fondo estas paredes blancas. En uno que recuerdo de hace unos días, la psicóloga venía a atenderme a casa en lugar de hacer la sesión de manera virtual. Cuando la hacía pasar, le mostraba el lugar y mientras lo recorríamos descubría muchos más ambientes de los que hay en realidad. Yo me preguntaba en el sueño para qué habría puesto el lavarropas en el balcón si había un ambiente enorme destinado especialmente a ser un sector de lavado. Descubríamos, además del lavadero, una terraza enorme y más cuartos. Ya escribiendo pienso que quizá fue porque con ella accedo a recovecos de mí que no conocía. Me sorprende esa analogía dentro del monoambiente. O quizás solo fue porque nunca había pasado tanto tiempo seguido adentro de esta casa. Ni de ninguna. Para la primera sesión de terapia virtual me puse perfume.
Hoy al despertar, en cambio, recordé que había te-
nido una pesadilla. Un hombre venía a arreglar el suministro de internet. Lo recibía casi desnuda sin darme cuenta, porque así es como vengo pasando estos días. Intentaba subirse a mi cuerpo, tocarme. Me desperté 583
con el corazón acelerado de miedo. En el sueño yo no gritaba. Solamente atinaba a decirle «por favor, no, por favor, no», y el grito no me salía. ¡¿Por favor?! Me senté en la cama y al despabilarme me indigné. Solo por ser mujer y que ese hombre me viera el cuerpo podía aparecer todo ese temor. Si yo veo el pecho de un hombre es muy probable que necesite mucha vida más alrededor de ese pecho para desear tocarlo.
Rutinas. Hay partes de la película dentro de casa que intento sostener: cuando me levanto, hacer la cama; antes de acostarme, dejar los platos lavados; y pasar el día con ropa que me guste, no en piyama. Y desayunar. El médico me dijo que desayunara bien para estar fuerte. Con todo el tiempo disponible, últimamente preparo desayunos tan amplios que después hasta la tarde no vuelvo a tener hambre. Tuesto pan integral y le pongo ajo y aceite de oliva, herencia culinaria de la abuela española, separo galletitas de avena, banana pisada con frutos secos, exprimo dos naranjas para llenar un vaso
de jugo, un vaso de kéfir que me enseñaron a hacer y un vaso de agua con limón, como se dice, para enjuagar. No me quedan dudas de por qué recién vuelvo a comer a la tarde. Sobre todo si no me muevo mucho. 584
El kéfir es una bebida probiótica con muchos beneficios para el organismo. Se puede hacer de manera casera y para eso hay que conseguir nodulitos. Se pueden comprar en el Barrio Chino, pero dicen que es mejor que sean un regalo. Los míos me los regaló Maga. Fue durante la cuarentena y los pasó a buscar mi papá cuando todavía se podía circular en autos sin un permiso específico. Me trajo el frasquito a casa y le pasó alcohol en gel antes de dármelo. Hicimos la repartija y él se quedó con la mitad de los nódulos para llevar a la casa familiar. Me saludó desde lejos y simuló un abrazo en el aire. Me aguanté las ganas de llorar. Lo vi con miedo, por él, por mis hermanos, por mí. Con preocupación por que supiera cuidarme sola. Después de tirarnos besos en el aire fui al almacén de la vuelta a comprar lavandina y ahí sí me puse a llorar. Ayer me llamó para preguntarme cómo estoy y recomendarme una película.
Malvón. A la abuela le conté que estoy cuidando uno en el balcón. Ella nos enseñaba jardinería a mí y a
mis hermanas. Mis hermanos varones eran demasiado chiquitos en ese entonces. La abuela se ponía un sombrero de paja, el jean adentro del par de botas de lluvia y desde una escalera podaba la hiedra que se enredaba en 585
la pared. Nos daba guantes con gomitas antideslizantes en las palmas y nos indicaba qué hojas sacar para que llenáramos bolsas enteras con hojas secas. En un costado, me acuerdo, había un malvón. Es una planta que no tiene un olor rico, pero sí muy característico. Hace unos meses compré este en un vivero cerca de casa, porque ver y oler un malvón me lleva inmediatamente a la abuela, al sombrero de paja y a nuestras manos envueltas en esos guantes gigantes con los que hacíamos de asistentes. Para animarla la llamé y le pregunté qué cuidados especiales requería un malvón. Me dijo que ninguno, que es una planta que se desmadra, que se va en vicio y que por qué me la compré si no tiene nada de especial. Me dio risa su respuesta. Le saqué de buen humor las hojitas marrones que se habían secado a lo largo del tronco. En el balcón hacía mucho calor y bajé el toldo. Es de una tela micro porosa color tiza y, si hay sol, el balcón parece una pileta. La luz queda encerrada por el toldo y se arma un prisma marfil, un ambiente aparte.
Casi desde que el encierro empezó, decidí no mirar noticias ni enviarlas a los demás, salvo las oficiales. Enterarme de plazos, cifras, me lleva directo a preocu586
parme por la felicidad de mis papás, la salud de la familia, la estabilidad mental de todos, el negocio de papá; me angustio de que lo injusto ahora sea más injusto. Alejo dijo que el capitalismo muere, pero con las botas puestas: este escenario es también peor para los que ya estaban peor. Castañeo los dientes y pienso que van a ser mucho 15 días más de economía de guerra. Y cómo los vamos a llevar. Cómo los van a llevar. Se me vienen encima las paredes de la casa y lo que puedo hacer por otros me queda chico.
Cuando salga. A veces creo que lo primero que voy a hacer cuando esto termine va a ser ir corriendo a concretar algo que me debo: ir a una manicura para que me pinte las uñas como corolario de haber dejado ese vicio que se me recrudece en épocas de angustia y tensión. Pocas veces había tenido los dedos tan en paz como ahora. Me dijo Lau que me acuerde de que todo son procesos, y que los tiempos son personales. A lo mejor salga a que saltemos en la calle con Maga y Glo que viven tan cerca. O cruce al parque. O brindemos de alivio y triunfo sorprendidos, con cerveza, con mate. O te dé un beso baboso cuando te encuentre en la mitad de camino entre tu casa y la mía. El vecino de enfrente 587
ponga música en el parlante para cerrar este ciclo y los chicos vuelvan a la escuela. O festeje un cumpleaños. Imposible anticiparme. Por ahora, hacer la plancha.
Viernes. Otra clase de yoga virtual me ayudó a que disminuyera la contractura que tenía en la parte superior izquierda de la espalda. Y así, con los días, la voy a ir puliendo. Con paciencia, sin apuro, como si no tuviera otra cosa que hacer más que estar acá adentro y aplacar esa molestia. En la clase sentí oxígeno entre los huesos, la piel estirada, agradecimiento y esperanza por la solidaridad de tantos profes que nos rescatan vía web.
De a momentos empiezo a sentir amenazante la posible vuelta de la rutina del trabajo y el apuro. No quiero fingir más interés en lugares que ya me dieron más de lo que pedí. Tendría que encontrar la ecuación para no mantener un trabajo solamente porque me provea el dinero para usar en las tardes. Es difícil la balanza. No
quiero olvidarme de que ahora me pregunto a qué le tenía miedo antes, miedo a perder qué, si ya lo tengo todo.
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Julio. Mi abuelo Julio estuvo detenido durante un año en la última dictadura. Hace pocos meses leí un testimonio suyo en el que cuenta que jamás elegiría a conciencia vivir una experiencia como aquel encierro, signado por la violencia y el autoritarismo. Sin embargo, dice que fue una lección que le duró por el resto de su vida: una vez privado de todo fue más libre que nunca.
No me gusta dejar las almohadas desordenadas, haciendo de respaldo, con una bandeja en la cama. Porque no estoy enferma. Solo estoy esperando. Y algo ya llega de la melancolía anunciada. Hoy le escribí a una amiga: Glo, si estuviéramos en vida común, te invitaría a dormir a casa.
Domingo y este encierro ya me empieza a dar bronca. Con qué derecho. Esta vida es una, esta vida es mía, ¿a quién se la estoy regalando? Nada. Es mía ahora. Hace un par de noches tuve una menstruación muy dolorosa. Me bajó la presión y llamé a mi mamá por teléfono con una nube en el cerebro que me impedía pensar. Era el dolor. Se me caían las piernas y me salían 589
gritos como si no fueran míos. Mamá me dijo que estaba teniendo contracciones y por el altavoz del teléfono me guio a respirar y relajar el cuerpo hasta que esto cediera. Fue lo más parecido a un parto que viví. ¿Qué estaría pariendo o despidiendo?
Un autorretrato es siempre una caricatura, le escuché leer a un escritor. Estoy habitando todas las frases trilladas. Me estoy haciendo amiga de mi silencio y amiga mía. El silencio es acogedor. La casa es como un cuerpo. No quiero descuidarla.
Preguntas y sensaciones. ¿Cuán mal estaría no resolver el Edipo? Ya estamos en abril. Empezó a hacer frío y es jueves. ¿Importa qué día es? Pienso en Mar del Plata en invierno y en todo lo que trae cobija cuando ya no podemos andar con poca ropa. La cuarentena se va a extender. Salvo que me ponga a cocinar, tengo altos niveles de dispersión. Tengo un labio lastimado y
al mirarme en el espejo creo que luce bien, como si me hubieran dado un beso fuertísimo.
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Realidad. Miré noticias sin querer e inmediatamente pensé en mi muerte y en la de los que amo. Pepi percibe que fueron días de pensar en eso y está más pegada a mí que al principio. Di una clase a mis estudiantes por Zoom y fue como una inyección de vida. Después llamé por teléfono a la abuela y fue difícil convencerla de la importancia de levantar el ánimo. Me habló de algo que le contaba su madre: en la época de la peste en España, levantaban los cuerpos de la calle en carretillas. Ayer fue la primera vez que lloré desde que empezó todo esto. Me encontré con la realidad y me dolió la panza. Me trago la angustia, me distraigo y me concentro.
Las gatitas de Alejo están empezando a dormir bien. Al principio lo mantenían despierto toda la noche, y ahora ya se adecuaron a su ritmo. Eso me hace pensar que todo lleva tiempo. Este tipo de pensamientos me arrullan. Me parece loco que años de autoconocimiento y forcejeo interno conmigo me encuentren hoy reseteada, más clara, en paz, y que la calma coincida con esta pausa. Suenan distintas músicas y no necesito evitar ninguna, no hay emociones acumuladas que broten con una canción triste. Estoy amigada con mi historia. Vivo la ilusión de llenarme y vaciarme cada día. 591
Lola del Gallego nació en Oviedo, Asturias, en 1998, y pasó su confinamiento en Noreña, Asturias
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21 de marzo de 2020 Me despierto turbada, con una sensación de pesadumbre gaseosa sobre los ojos. Trato de fijar la vista en los prados al otro lado de la ventana. Me pregunto varias veces si levantarse tiene algún sentido. A mí suele ponerme en marcha un impulso nada inocente. Pocos días de tristeza me dejan tumbada con mis sombras. Ni siquiera me digo: «Venga Lola, levántate». El resorte se activa solo, expulsándome de esas orillas. Cuando el resorte no es lo suficientemente potente me invade la culpa: la disciplina del bienestar. Me unto en las plantas de los pies tres gotas de esencia «fuerza vital y energía». Dos en cada chakra, cuatro en el corazón. Otras tres de «alegría consciente» en el plexo solar. Tengo que repetir el procedimiento cuatro veces al día. No lo hago porque me faltan las fuerzas. El hombre que me hizo la prueba de kinesiología que determinaría qué productos habría de usar no me vio demasiado bien, y tenía razón. Esta cuarentena me pilla en plena depresión. Varias veces al día pienso en las 593
personas que también están pasando una crisis. ¿Cómo lo hacemos, compañerxs? Desayuno un bol de avena con nueces y plátano de Canarias. Es mi desayuno preferido, pero últimamente empieza a incomodarme. Veo un capítulo de Friends, que me ayuda a aterrizar como cada mañana. Me pongo un vestido, me pinto los labios y respiro más holgadamente. Cuando no hay miradas alrededor, unx se autopercibe desde otro plano. Me siento atractiva, por fin, gracias. Cez me dice que estoy muy guapa y que tiene ganas de follar conmigo. Las miradas también pueden ser digitales. Por la tarde no puedo estar. Me duele el cuerpo sentada, tumbada, de pie. Quiero silenciarme. O un abrazo. Quiero unos brazos que me den calor en esta habitación donde la gélida humedad se incrusta en mis huesos. Quiero que Cez esté aquí y me acaricie. ¿De dónde viene el dolor? Mi cuerpo está constituido por el contacto y por la falta de contacto. No logro estudiar. Sigo a este lado de la ventana, mi-
rando, con las pupilas tan empañadas como sus cristales. Inspiro, espiro, me hincho y me deshincho. No dejo de escuchar el mismo verso una y otra vez: I’m tired 594
of feeling like I’m fucking crazy. Lo estoy, estoy cansada porque aísla. Tampoco desearía estar siendo otra cosa, porque no sería yo. Esta locura me viene desde fuera. Reacciono frente al cisheteropatriarcado con la fluidez de mis deseos y la rabia entumecida de ser negadx. Escribo que la depresión es una vivencia queer. No quiero decir que todxs lxs queer estén deprimidxs. Quiero decir que la inadecuación es la base de la depresión, y la inadecuación viene desde fuera, de la falta de contacto —físico y lingüístico—. Se me mete entre ceja y ceja que me tengo que rapar en este preciso momento. Siempre que me corto el pelo es igual. Cuando decidí que quería llevarlo tan corto tuve que dejar de estudiar e ir a la peluquería porque hacía tres días que no lograba concentrarme. Son momentos del Sí. Hay que hacerles caso. Hoy, como nadie puede hacerlo por mí, cojo la maquinilla y ensayo torpemente cómo mover mis manos del revés. El resultado no es tan malo, ahora me parezco más a mi hermano y mi cara parece haberse agrandado. Quizá porque estoy leyendo Alicia en el país de las maravillas no me parece raro.
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22 de marzo de 2020 Mi habitación estaba deshabitada. Tuve que mover todos los muebles para que la cama se acostase junto a la ventana, como siempre había deseado. Así se siente más cercana a mi pecho. Hay una correspondencia entre el espacio que habito y el espacio que me habita. Las sesiones de danza online son el reto más constructivo de esta cuarentena. Me llevan a merodear sobre los espejos, a reptar hacia el techo y a fusionar el adentro de este edificio con el adentro de la calle. Como fuera hace frío, no puedo jugar al juego de los contrastes por mucho tiempo, pero durante unos minutos abro la ventana de par en par para que todo se acaricie y se relama. La luz sin filtro trae el exterior entre las manos. Hoy descubrí que el alféizar de mi ventana es un maravilloso diván donde a las seis de la tarde hace parada el Sol. Desde lo alto me sentía real. La realidad es compleja últimamente. Hay que buscarle las vueltas. Construir a través de lo virtual me enfada la mitad de las veces, cuando me descubro con los pies helados en plena videollamada. Me inspira la otra mitad, cuando me siento arropada por un sueño al otro lado de la cá596
mara. Quise capturar en vídeo un instante real desde mi
ventana, pero llegué tarde y me tuve que esforzar para
que los detalles fosilizaran en mi memoria: Un caballo blanco y fornido se revolcaba sobre la hierba con
la energía de la sinceridad. Giraba de un lado a otro, impetuoso, cometido con el momento. Hacía levantarse
una nube de tierra ligera, destellante al caer del Sol del atardecer. A su alrededor el mundo contemplaba inmóvil, guardando el plácido silencio de los domingos en
primavera. El espectáculo se habría llamado «Pureza», si alguien hubiese podido grabarlo para el mundo virtual. Me sentí desbordada por el gozo.
23 de marzo de 2020 Cuando supe que en dos semanas no podríamos salir
de casa sentí una impotencia desbordante. Ahora dos semanas me parecen dos días, pero normalmente pasarme dos días en casa me lleva a lugares que me aterrori-
zan. ¿Estoy descubriéndome más fuerte? Puede que sí, pero me preocupa que nos acostumbremos a la ilusión
de la independencia. Echo de menos a mis amigas, a mi amor, y ahora tenemos casi un mes al frente. Desde 597
que tengo recuerdo, cuando me angustio se me cuartea
la piel de la cabeza y se desprende esparciéndome por todas las superficies. Ahora estoy siendo serpiente, creo que esta vez mi piel llora por falta de cariño.
Intento hacer ejercicio con mis amigas, pero a los
ocho minutos me siento acuchillada. Me digo que no
valgo para nada. Después pienso que realmente no quería hacer ejercicio. Mi cuerpo es más listo que mi cabe-
zonería, observo. Siempre sabe cómo hacerse escuchar. Mi cuerpo soy yo, así que siempre sé cómo hacerme
escuchar. Es buen momento para ejercitar la atención. Hace un mes leí el libro Viaje al ciclo menstrual, de Anna
Salvia. Estoy tratando de conectarme con mis ritmos. Logro cierta autocomprensión y, como consecuencia, una tregua compasiva que me dice que puedo estar conmigo.
Lo que, por lo pronto, se me complica es responder
al WhatsApp. Se me acumulan las conversaciones y no
puedo abordarlas. Cuando logro responder con atención a una persona, otra me cuenta algo nuevo. Me gus-
ta que estén, pero nunca tendría cuatro conversaciones
simultáneas cara a cara. Me siento mala amiga y pienso
que es normal que después me sienta sola si no consigo 598
estar en la cotidianeidad del resto. Hay algo de «me
lo merezco» en todo esto. Estoy siendo injusta conmi-
go. Hace años que no sé muy bien cómo relacionarme. Creo que eso también viene de mi estar queer. Me siento demasiado inadecuada.
24 de marzo de 2020 Despertador a horas tan tempranas que no existen. Me subo en la báscula. Vuelvo a convivir con mi peor enemiga. Me cuantifica cada mañana, después de hacer pis y todavía en ayunas. Me etiqueta, me identifica. A veces soy unos gramos más y a veces unos gramos menos. Mantenemos una relación muy tóxica. No puedo resistirme a su coqueteo cuando me espera en la habitación de al lado. Quiero deshacerme de sus efectos de verdad, pero no logro abandonarla. Me declaro insanamente dependiente de los números que me son devueltos cuando me encaramo a la bandeja. Adicta al control. Esto se resume a un breve instante, sin embargo, que
me deja preparada para afrontar el día sabiendo quién me toca ser hoy: la de los 500 gramos o la de los 800. Tengo una clase online sobre la sexualidad como discurso y las resistencias queer, después me toca danzar la 599
consigna: «la piel es de quien la eriza». La piel la eriza quien la viste, supongo, pero ¿no nos erizan la piel también desde el afuera? Y si es así, estoy muy en desacuerdo con la frase, porque desde afuera la piel se puede erizar por placer, pero también por pavor. La piel es de quien la habita, eso sí.
25 de marzo de 2020 Mi amiga Lucía me pide desesperada que le explique sintéticamente el contenido de Calibán y la Bruja, de Silvia Federici. Con su vivacidad habitual bromea: estoy a punto de camelar perfumes de Nina Ricci —parafraseando a Gata Cattana. Con esa llamada de socorro cualquiera se resiste. Charlamos un rato y quedamos en que por la tarde haremos una videollamada conjunta. A mí no se me quita el mal sabor de boca. No tengo fuerzas para mantener conversaciones activamente. El comentario más inocente me transporta a mis mayores inseguridades y me vivo desde el autorreproche. Soy un
veneno para el resto, me repito hiriente. Mi perro no está de acuerdo, se acomoda junto a mí mientras trato de tocar algo limpio con la guitarra. Parece ser que no le importa si soy buena o soy mala, si hago las cosas de 600
diez o me salen para suspenso. Se queda ahí. Hoy me encontré con uno de los libros más presentes en mi infancia: Lola es vergonzosa. La protagonista es una rana que adora cantar y se encierra durante horas en su cuarto para hacerlo sin que nadie la vea. Como a su familia le resulta molesto, le piden que salga al jardín y ensaye allí. Al final del cuento, Lola descubre que sus amigos habían estado escuchando escondidos, y se siente muy avergonzada pero feliz por haber recibido un aplauso. La historia termina así: «A Lola le gusta cantar, bailar, nadar, jugar en el agua, tomar el sol… y está empezando a aprender a no ser tan tímida y vergonzosa». Me sorprende lo mucho que me parezco a esa rana y llego a preguntarme si habré ido construyendo mi subjetividad a partir de la suya.
26 de marzo de 2020 La báscula se ha quedado sin pila. Me hace un favor. Yo no era capaz de darle un martillazo, como Ceci me decía.
1 de abril de 2020 601
Mi madre se levantó con la siguiente ocurrencia en boca: «toy pensando yo, que cómo no ponemos el árbol de Navidad». Las últimas navidades se las pasó en Argentina, visitándome, en pleno verano. Siente que las ha perdido y piensa que puede recuperarlas utilizando estos días de encierro como simulación. Mi profesora de análisis del discurso sigue teniendo su árbol montado, no sé si por motivos similares a los de mi madre o más bien por pereza. Mi padre sufre con imaginar la posibilidad de convivir con el plástico verde en forma de abeto. «NOOOO POR FAVOR, NO ME HAGAS ESTO, ME VAS A DEPRIMIIIIR». Mi padre se entretiene en el jardín, plantando lechugas que yo riego y las babosas se comen, construyendo comederos para pájaros y trampas para avispas asiáticas. De nuestra cabaña sale un ruido infernal de Fórmula 1 derrapando. Es la impresora 3D del instituto donde trabaja mi padre. El director le ha pedido que imprima mascarillas para abastecer a los centros de salud. Las tres primeras le salieron mal, pero ya ha venido una enfermera a buscar la segunda tanda. Mi padre dice que es maker.
Mi columpio de yoga aéreo está colgado junto a la máquina que caga mascarillas. El ambiente no es ni zen 602
ni rural, es distópico.
3 de abril de 2020 No logro encontrar el sentido de los días si no es a través del constante hacer. Quizá eso tenga más que ver con que no logro encontrar mi propio sentido. Mejor dicho, con la creencia de que debo tener un sentido (sin y con cuarentena). ¿Es problemático darse un sentido? Al menos no tanto como pensar que ese sentido nos viene dado (dentro del contexto occidental-capitalista). Son días para repensar el ser-estar-sentir propio. La ansiedad propone huidas, escapes. Mi madre dice que si todas las personas con ansiedad incumplieran la cuarentena tendríamos un problema grande. Yo pienso que si todas las personas con ansiedad incumplieran la cuarentena visibilizaríamos que tenemos otro virus social muy grande. Los ritmos a los que funcionamos socialmente son incompatibles con los ritmos a los que deberíamos funcionar vitalmente. Incluso estos días de frenazo obligatorio se convierten en imperativo productivista: saca lo mejor de ti, haz, crea, escribe, aprende. En mi cabeza resuenan con la entonación de la teletienda slogans 603
como: «¡Tele-estudia y tele-trabaja y no te conformes con rendir lo mismo, duplícalo! ¡Demostrémosles a los reptilianos que el capitalismo es imparable y esta sociedad no lo dejará caer tan fácilmente! Llévate de regalo un curso de los que Harvard está abriendo a la plebe.» Yo no soy capaz de hacer el TFG, ni de seguir las asignaturas. Siento necesario parar. Encontrarme con los placeres y los abismos. Es momento de mirarme y habilitar el lugar desde el que encarnar una resistencia.
10 de abril de 2020 Desde el cambio de horario, las mañanas son mucho más melosas. Los minutos que siguen al sonido del despertador me envuelven en un trance embaucador del que me libero una hora después. Me he trasladado al cuarto de mi hermano, que por la noche es menos frío, pero al amanecer una se despierta con la garganta seca. Fuera corre una neblina tan espesa que ni siquiera deja ver el muro de mi casa. He cortado unas ramas del romero para hervirlas en agua y limpiar el ambiente de esta habitación.
Los últimos días han seguido otra temporalidad. No 604
son ya la sucesión de actividades que había construido al comienzo de la cuarentena. Como si estuviera en una balsa, viendo adónde me lleva la corriente, simplemente sigo encarnándome. Todo exige una intención mayor. El lunes, con la luna en Virgo, experimenté una claridad que me sacaba de una profunda y agotadora etapa de autonegación. El martes, con la luna llena en Libra, me pasé la tarde temblando de miedo, de angustia, frente a un vacío solitario que me hablaba atrozmente del no-sentir, de la nada, de la falta de vida que ni siquiera es muerte. Lloré y aullé el miedo contenido entre los barrotes de mi pecho durante largo, larguísimo tiempo. Estaba sujeta simplemente a mi existencia en un mar de negrura sin volumen. A sacudidas, fui escupiendo, vomitando, rezando. Ayer, mi pareja me pidió un tiempo para cuidarse. Hoy, al despertar, tenía en brazos a una Lola de dos años necesitada de mí. Echo de menos a la persona que conocí hace unos seis meses, que sabía poner mi cuerpo a gozar y se dejaba intuir a corazón abierto. Quiero recuperarme.
Estoy tratando de ordenar mis fuerzas a mi alrededor, de desprenderme de las exigencias que deberían 605
haber sido placeres, de hablar. Ayer, todas mis amigas se unieron a la llamada grupal porque les había dicho que estaba triste. Mi familia también estuvo ahí. El funcionamiento de la mirada es curioso, observar es un acto consciente.
10 de abril de 2020, ahora, por la tarde. Cez me dijo que no ve el sentido del tiempo que nos habíamos tomado. Hemos encontrado un camino conjunto que por fin parece compartir el mismo código de circulación. Me siento tan aliviada y feliz. Incluso encerrada se puede emprender un viaje personal. Siento que es el momento de empezar a transitar diferente. El amor se ejercita, el amor en el sentido más amplio de la palabra. En estos tiempos es vital para sobrellevar la incertidumbre. La ruptura de las estructuras viejas abre la posibilidad de repensar los planos y las técnicas de la convención.
12 de abril de 2020 Los jabalíes corren a sus anchas por las calles de mi 606
pueblo. En el prado junto a mi casa vemos uno casi a diario. Esto no es lo habitual cuando somos los humanos quienes ocupamos el espacio. Si una presta atención, puede escuchar el revolotear de las hadas entre los manzanos y los fresnos. Cuando tenía nueve años, representé al Principito en la obra de fin de curso de mi grupo de teatro. Entonces aprendí la frase: «Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos». Hoy, mi perro casi ciego y los sonidos de los seres que habitan los alrededores de mi casa me demuestran lo mismo. En tiempos de confinamiento, la mirada tiene que estirarse hasta donde la vista no llega. Sustituir el miedo por amor es uno de los mantras que Cez me ha enseñado y que intento aprender a aplicar. Estoy tratando de ver el presente desde esa óptica, con el cariño necesario y la certeza del cambio como algo que encarnar y en lo que confiar. Por eso, cuando Luna me escribió esta tarde para pedirme consejo sobre cómo fabricar una agenda menstrual, se me ocurrió que sería buena idea iniciar un grupo
de WhatsApp donde compartir saberes y experiencias en torno a la ciclicidad de los cuerpos menstruantes. Estoy muy emocionada porque muchxs amigxs se han unido y me entusiasma comprobar que realmente una 607
puede comenzar a cosechar a partir de los instantes de silencio y calma. Además, es un alivio poder encontrar las fuerzas para empujar la iniciativa, después de unas semanas de recogimiento, que precisamente tenían mucho que ver con el ciclo que apenas estaba observando. A las ocho todo el mundo aplaude. Apenas nos vemos porque la distancia entre casas es grande, pero nadie ha dejado de asomarse. Este momento me emociona y me estremece. Es un ensayo de la mirada desde el corazón, ¿no? Pienso en dejar atrás esta práctica y se me hace complicado. Dudo mucho que pueda desaparecer con esa liviandad. Escuchar las palmadas de mis vecinxs, aunque no pueda verles la cara, me viene recordando que no estoy sola y que nuestro mundo es interdependiente. Tengo muchísimas ganas de un abrazo, de observar las carcajadas de mis amigas con detalle y de descubrir los nuevos colores de la tierra.
13 de abril de 2020 Mis mañanas comienzan por la agitación. Algo me inquieta, pero no sé el qué. Las dimensiones de la vida son incomparables a cualquier experiencia previa. Hoy, tras despedirme de mi peluche, hice yoga en 608
la cabaña del jardín. Unos treinta minutos tratando de aterrizar, enroscando mis pies en el columpio de nylon. En la ventana descansaba un caracol, para el que todavía no había amanecido. Los caracoles son mi mayor fobia así que traté de desviar la mirada, pero me distrajo constantemente. A las diez en punto, Cez me esperaba para desayunar virtualmente. Me preparé un bol de avena, nueces, plátano y mermelada. Charlamos y nos reímos, ansiosas por compartir ese momento en vivo y en directo. Igual que cuando yo estaba en Argentina y ella en México, hicimos nuestros respectivos trabajos en compañía de la otra. De vez en cuando paramos para comentar algo interesante sobre lo que estábamos leyendo, o para compartir cualquier pensamiento pasajero. A mí, hoy me preocupa el deseo. La cuarentena nos convierte en existencias no visibles, más que para quienes comparten confinamiento con nosotrxs. Se me hace muy extraño. Me pregunto por qué hay quien no necesita «arreglarse» a no ser que vaya a ser vistx fuera de casa. Me pregunto si la necesidad de verme bien es preocupante, porque significa que yo no puedo tolerar mi imagen lavada, sin toda la parafernalia que nos cataloga como sujetos dignos de ser mirados. Sea como sea, no es momento de 609
flagelaciones y no tengo ninguna gana de martirizarme por necesitar verme canónicamente bien estos días. La falta de miradas externas me despersonaliza. Me siento descorporeizada en muchas ocasiones. No me siento deseable. El deseo, ¿se puede ejercer hacia unx mismx? Ojalá la respuesta sea sí. ¿O no? Otros muchos instantes mi cuerpo se vuelve demasiado presente por ser fuente de molestias y bloqueos. Tenso mi ombligo y siento un nudo alrededor del estómago. La regla aparece para visibilizar la ciclicidad que tantas veces me empeño en negar. Somos conscientes de nuestra materialidad cuando sentimos, ya sea dolor o placer. Creo que estos días nos falta mucho el sentimiento provocado por el contacto.
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Lola Halfon nació en Buenos Aires, Argentina, en 1993, y pasó su confinamiento en Villa los Coihues, Argentina
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22 de marzo Tercer día de cuarentena. O cuarto, o quinto, quizá sexto. Ya perdí la cuenta. Desde que comenzó el cese de actividades intenté quedarme en casa, moverme lo menos posible, ver solo a las imprescindibles. Ahora no, ya no, la cuarentena es total. Sé que es domingo. Me enteré porque pensé en acercarme al almacén en busca de papel higiénico y algo dulce; entonces leí que hoy es domingo y los domingos el almacén cierra. Olvidé que los días siguen existiendo. Es decir, por más que la vida sea un gran domingo, afuera los días corren. Tengo muchas verduras y frutas en varios canastos. Estoy haciendo gran cantidad de brotes de lentejas, para tener estos días y compartirles a vecinxs y amigxs. Hacer un germinado es poner, en este caso a la legumbre, lo más cerca posible de la vida. Un acto hermoso. Leo a Paula Vázquez en su novela Las estrellas. Digo novela, pero aparecen, en realidad, todos los géneros. La novela los reúne. Es la crónica de una despedida, la de 612
la madre, la despedida. De a ratos lloro. Ordeno y corrijo poemas. Los agrupo en un Word que titulo primer borrador-libro. Ahora escribo este diario, dentro de mi diario de todos los días, y lo llamo diario de aislamiento. Quizás su nombre cambie. No sé qué es estar aislada aún. O lo sé desde siempre. ¿Acaso recién empieza el aislamiento? ¿O hace cuántos años ya?
23 de marzo Día. Llueve. Hasta hoy los días estaban acompañados de un sol rutilante. Hoy no. El otoño quiso decirnos hola. Salgo afuera, camino al almacén, es lunes. Me digo, a cada paso: aprovechá este momento, este afuera, olé todo, mirá todo, interactuá con cada partícula de paisaje. Cuando digo paisaje me refiero a calles de tierra, árboles, perros, casas con tranqueras de palets, montañas. Como fruta, tomo té, me acuesto sobre una manta en mi habitación y siento mi cuerpo. Me pregunto cómo puede ser que hasta en esta situación límite, en este forzado y forzoso parar con la rutina, nos inventa613
mos actividades, cursos, tutoriales, recitales. Queremos aprender idiomas nuevos, leer todos los libros y mirar todas las películas que circulan en la red. No entiendo si la virtualidad es salvación o perdición. Quizás las dos cosas al mismo tiempo. Como la escritura.
Noche. Vuelvo a escuchar la grabación de mi revolución solar de este año. Hasta julio estaré ascendiendo en Acuario. Además de todo lo que puedo saber sobre el signo y lo que implica tenerlo de ascendente durante un tiempo, Estefa dice algo con respecto a su posición en mi carta astral. Allí Acuario está en la casa cuatro, la casa de Cáncer. Por lo que, una de las cosas que este momento me trae, es volver a los orígenes. Pienso en los poemas que estoy trabajando, en que es justamente ese el tema central del libro. Los orígenes. Este afán irrefrenable de mirar hacia atrás, de caminar sobre mis propios pasos, como el cangrejo. Como si olvidara la gran cualidad del pasado: ser el más imprevisible, el que se presenta sin aviso. Me escribí con Natalia por la clínica de obra, le propuse seguir ese trabajo con ella. Me entusiasma. Intento escribir, me distraigo. Voy a Vivir en el fue614
go, los escritos íntimos de Tsvietáieva, abro en una página cualquiera y leo el subrayado: «Si he de ser sincera, en cualquier círculo soy – una extraña, toda la vida. Mi círculo – es el círculo del universo (del alma: es lo mismo) y el círculo del ser humano, de su humana soledad, de su aislamiento». Pienso en lo bien que estoy en este encierro. Me interrogo de dónde viene ese disfrute. Si es auténtico placer de encontrarme conmigo, en todas mis formas, o si tiene que ver con mi incapacidad de vincularme. Me creo estar deseando un amor, pero en realidad todo lo que hago es ahuyentar cualquier sutil y pequeña cercanía. Acuario también trae lo nuevo, lo desconocido, lo inesperado, la comunidad, muchas relaciones y nuevas maneras de vincularse. Me parece irónico estar acá. Sola. La pregunta que retumba es: ¿dejo que algo nuevo entre?
24 de marzo Ayer se cortó la luz justo antes de poner a cargar el celular y la computadora. Con ambos artefactos sin batería, me dispuse a buscar velas. No encontré, así 615
que prendí el velón que tengo en el altar. Me tiré en la cama y volví a disfrutar, aún más, este no-tiempo en el que estoy viviendo. Terminé Las estrellas, lloré más que de costumbre. Era uno de esos llantos que requieren volcar el libro abierto en el pecho y darle espacio. Si justamente lo que ahora abunda es tiempo —¡y cuánto!— ¿cómo no regalarle un lugar a cada milímetro de agua que quiera presentarse? Me desperté a las 5 de la mañana con las luces de toda la casa prendidas. Tuve la sensación de que hubo una fiesta y no me enteré. Me levanté a apagarlas y terminé desvelándome. Es 24 de marzo. Ahora estaría caminando por la calle Onelli hacia la Plaza de los Pañuelos. Pero no. De a ratos vuelvo a ser una extraña en este encierro. Es decir, vuelvo a extrañarme con lo que está pasando. Si bien es imposible olvidar que estamos aisladxs y por qué, sin darme cuenta comienzo a acostumbrarme, a amoldarme, le voy sacando el jugo a la cuarentena, la exprimo, y ya soy parte de ella con total entrega. Como con todo: no sé dónde empieza el encierro y termino yo. Ayer recorté, de una remera blanca, un triángulo y le escribí «Memoria, verdad y justicia» con marcador negro. Con ese invento de pañuelo y el mismo velón que me acompañó anoche, grabé un poema de Cristina 616
Venturini para la Colectiva Escritoras Patagónicas, en conmemoración a las madres y abuelas, a lxs desaparecidxs. Eso fue a las 6 de la mañana, cuando me di cuenta que el día ya había comenzado. Dije que estoy sola y no es cierto. Al lado mío está Runa, que duerme en su almohadón rojo, junto a los libros. Es la guardiana de la biblioteca. Cuando yo no estoy, dicen lxs vecinxs, ladra furiosamente. Yo le digo que no hace falta, que no tiene que cuidar a nadie, a nada, que estamos a salvo. Lo entiende, yo sé que lo entiende, pero su ladrido va más allá de toda lógica. Estos días juntas, y sin gente pasando por la calle de tierra, está calma y apacible. Sube a una esquina de la habitación, la acaricio, me besa. Siempre creo que está a punto de decir una palabra. Pero no.
25 de marzo Hoy el sol volvió a salir y yo también. Leí poemas de Watanabe sola en voz alta, al lado de un fuego re-
cién apagado por lxs vecinxs. El sol me daba en la cara, así que entré a buscar el gorro y finalmente me quedé habitando el adentro. Hablé con Joaco de lo triste que es extrañar a lxs amigxs. No hay por qué. Es decir, sole617
mos extrañar a personas, querer verlas y no poder. Pero en general se trata de algún amor que, ya sea por ex o por cualquier otra razón, no estamos viendo. O algunx amigx/familiar que vive lejos. No a lxs amigxs, a esxs cotidianxs con quienes compartimos cada día. Esto no se parece a nada. De todas formas, quedé con algunxs de avisarnos cuando vamos al almacén. Así, aunque sea sin abrazo, nos vemos las caras. Hay algo de saber que estamos todxs en la misma situación que no deja de sorprenderme. Es muy único. Aunque cada persona con su historia y sus colores, todas pasando por el mismo proceso. No podemos tocarnos, es cierto. Sin embargo, a veces creo que nunca estuvimos tan cerca.
26 de marzo Arranqué el día tomando mate con cascarillas de cacao y miel, mientras hacía una videollamada que me dejó llorando desconsoladamente. No pasó nada en particular, solo esta sensación de estar tan sola y tan acompañada a la vez; es decir, tan confundida. Ayer nombré la cercanía, hoy siento que todo es lejano; que todo, incluso yo misma, está muy lejos. 618
Hablar con Cami me hizo bien. Ayer lloraba ella, hoy lloro yo. Me reía de mi propio llanto al mismo tiempo que lloraba, no después sino al mismo tiempo, y repetía «qué ridículo, qué ridículo». Hoy el día estuvo especialmente soleado, y la casa en la que vivo cuenta con un jardín-bosque maravilloso. Me acordé de la huerta de Patri, la dueña de casa y también vecina. Me acerqué y le pregunté por la salvia, ella siempre me ofrece porque no la usa. La salvia es mi planta compañera, mi preferida. Coseché sus hojas, las junté en pequeños ramos y las puse a secar con gomitas sobre el tender que baja del techo. La casa huele bien cuando ella cuelga en el aire. Me saqué una foto para mandarle a Cami y vi mi cara rozagante. Entonces recordé: la vida también puede ser dulce y generosa. Con ese recordatorio fui a limpiar, con profundidad, la cocina. Corrí un mueble que no movía desde que lo construimos con Juliana. El plural es mucho decir. Construyó ella con un amigo. Otra amiga le dibujó unos árboles. Hoy le pasé lavandina a todas las esquinas con un placer inagotable. En el verano saqué una carta del oráculo de los animales y le pregunté cuál era la palabra del año. Me salió la rana, la limpieza. 619
Hace un rato desplegué las cartas en la mesa, no les pregunté nada y salió el oso, la introspección. El texto dice que para convertir nuestros objetivos en realidades concretas es muy necesario el arte de la introspección. Usa las palabras: cueva, cabaña, sueños, hibernar, glándula pineal, silencio. Justo ayer leía a Watanabe en su Animal de invierno: «otra vez es tiempo de ir a la montaña / a buscar una cueva para hibernar». Hace unos días Juliana trajo al ascendente en Acuario y me retrucó: «nuevos modos de vincularte con vos misma» y creo que de eso se trata ahora. Estoy ahí, reconociéndome en la fuerza del oso.
27 de marzo Sigue la limpieza profunda. Hoy avancé con el resto de la casa. Moví todo, tiré infinidad de cosas en una bolsa inmensa. Cambié la biblioteca y el sillón de lugar. Me encanta cambiar las cosas de lugar, y no lo hago seguido. El placer extremo de mudarse a la propia
casa. Quizás hoy haya sido mi día más estable emocionalmente. Estuve con la atención en una tarea de aseo que me iba limpiando por dentro. Contenta, activa, enérgica. A su vez, dentro de este hogar transformado, 620
conviven conmigo quienes no pueden estar en sus casas ahora, porque no la tienen. Quienes no pueden no salir a trabajar. Conviven conmigo todas las mujeres que están aisladas con el enemigo. Conviven conmigo. Las noticias, los grupos de WhatsApp, los videos, las cadenas, los relatos de médicxs amigxs. El aporte cotidiano que no me deja olvidar lo hostil que es el mundo. Lo agradezco, de la misma manera que lo sufro. Me visita el poema de Dorothea Lasky: Al mundo no le importa / Pero a mí me importa / Al mundo no le importa / Pero a mí sí. 28 de marzo Día. Voy reuniendo todas las sensaciones que me acompañan. Se agrupan en distintos sectores de mi cuerpo con títulos como: el aislamiento propio, el de ahora y el de siempre. La soledad, los vínculos. El aislamiento de lxs demás, de aquellxs que quiero y que, por distintas razones, están más cerca del algún peligro. El aislamiento desgraciado de quienes no pueden hacer un aislamiento. Sigo llamándolo así, a este diario, de aislamiento. La palabra encierro no condice con el contexto en el que estoy. 621
La puerta está abierta, el aire entra y sale y —a su vez— se comunica con el aire que entra y sale por la ventana de la cocina. Yo también entro y salgo, tengo un bosque en mi jardín. Cosecho menta y salvia, rozo las hojas, acaricio las flores, dejo que el cielo me nuble la vista cuando lo miro. Cuando limpio la casa, voy sacando los muebles afuera para que respiren, ellos están viviendo el proceso inverso: pasaron de estar enjaulados a tocar la tierra, un tronco, el pasto. A veces llueve, a veces arde el sol, pero en cualquier caso mi cercanía con el exterior es inmediata. Entonces entiendo que esta enumeración también es un modo de agradecer y agradecerme, de decirme: estamos acá, tranquila, estamos acá.
Hoy insiste la impresión de que esto no es nuevo. De que, en algún curioso lugar, esta atmósfera ya estuvo en mí. Ya pasé por aquí, conozco de qué se trata, no es tan lejano este retiro, esta suspensión. No sé si es una memoria muy antigua o si se trata más bien del presente en el que vivo, en el que vivimos. De la existencia toda, de la soledad inherente a cada ser vivo. No me es extraño este lugar, no me costó llegar. Quizás mi vida 622
esté transcurriendo siempre en este sitio y sea desde este sitio, desde esta humana soledad, que voy y vengo, me muevo, bailo y escribo. Y aún en cada ir y venir, en cada encuentro, en cada danza, está mi soledad resplandeciente, viva y encendida. Lo que hace a esta realidad atípica son las circunstancias: estamos todxs de la misma manera y al mismo tiempo, un tiempo prolongado y por obligación, en esta situación. Es decir, lo que es extraño y confuso es el alrededor. No el centro. Pero, ¿puede el centro, alguna vez, ser confuso y extraño? Quizás sí, quizás no haya nada más extraño.
Noche. Hoy fui a lo de Sole a buscar las verduras orgánicas que vienen de El Bolsón y a dejarle hamburguesas de lentejas. Caminé esas cuatro cuadras con un goce indecible, y eso que el día estaba lluvioso y frío. El vínculo con Sole es un hermoso lugar. Allí estoy, recibo, doy, abro. Sole es amiga y me cuida como tía. Me regaló hojas de laurel y un jarabe de sauco delicioso que hizo en estos días. Hablamos unos minutos en su puerta y tuve unas ganas imponentes, que frené, de abrazarla. Qué 623
raro se siente frenar el impulso de un abrazo. Repito y no me canso de repetir: no hay nada igual a esto. Entonces recuerdo la frase de Selva Almada que Sofi le dijo a mamá: el desapego es una manera de querernos. Mamá me pide que le grabe audios con poemas. Ayer y hoy le leí a Dorothea Lasky, Sharon Olds y Estela Figueroa. Paso la noche buscando y leyendo, entusiasmada, para mamá, para mí. En los audios de agradecimiento y emoción se escucha, de fondo, a papá. Lanza ladridos como saludando a Runa, yo me río. Lo hace siempre y siempre me vuelvo a reír. Ahora tomo té de jengibre y canela. Ya cociné garbanzos y arroz yamaní para hacer, mañana a la mañana, otra producción de hamburguesas. Pensar en mañana me parece chistoso. Hay una cuota de imprevisto con la que siento que tengo que contar, de ahora en más y para siempre, después de una pandemia mundial.
29 de marzo Son las 23:45, recién termino de cenar. Me hice una sopa de cebolla, ajo, apio y la condimenté con pimienta, sal, ají molido y dos hojas de laurel. Cocinando me di cuenta que en todos estos días no le presté mucha aten624
ción a la comida, incluso olvidé comer varias veces. Al principio me juzgué por eso, pero después me di cuenta que no lo necesité. No solo por hacer mucha menos actividad física, más bien fantaseo que las letras están siendo alimento. Me pregunto qué en mi vida cotidiana no es alimento. Me refiero a nutrición. Qué me nutre en mi día a día y qué no. Hoy visité a Cami, Runa me acompañó. Esto, por ejemplo, es nutrición. Nos sentamos en el pasto a una distancia prudente con un kit de mate cada una. Vernos las caras, charlar sobre nuestros procesos, reír. Esto también es salud. Dijimos que es un momento propicio para elegir y volver a elegir. Es decir, siempre lo es, pero el panorama se nos presenta ideal para repensar qué queremos hacer con nuestra única, salvaje y preciosa vida, citando a Mary. Hace un ratito Alberto habló confirmando lo que todxs sospechábamos: la cuarentena se extiende hasta mitad de abril. La mayoría de personas con las que hablo están más bien desesperadas, yo tengo la sensación
de que podría vivir así para siempre. Es una sensación, lo sé, también está esa parte que quiere vincularse, conocer, tocar, ser tocada, descubrir. Y ni hablar del dinero. En cuestiones concretas y materiales no es un 625
buen panorama. Pero, si de lo intrínseco se trata, este adentro me está regalando todo lo que preciso. Me leo y me pregunto por qué necesito un permiso para parar. Yo creo que podría vivir así para siempre, entonces: ¿qué cualidades tiene esta vida extraordinaria para poder dárselas a mi vida de siempre? (no quise decirle ordinaria, porque nunca lo es). Últimamente cuando mezclo las cartas de los animales, se me viene cayendo el caballo. Lo suelo evadir, sigo revolviendo y saco otra. Ahora, escribiendo esto, sin volver a leer lo que dice el texto, recuerdo que el caballo es el poder. Y pienso que poder también es esto. Poder transformar una vida, hacer de ella un refugio encantador y amable. Un lugar donde querer estar. ¿No es verdad que todo al final se muere y tan pronto? Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?
30 de marzo Hoy dediqué el día —y cuando digo día, digo tarde, noche y también trasnoche— a leer, escribir y corregir. De a ratos al sol, en un banquito de madera al lado de la parrilla; de a ratos en el silloncito de palets, de a ratos en la mesa. Le escribí a mamá preguntándole por 626
un epígrafe que estoy buscando. Terminó leyéndome a Brodsky por audios y disfrutamos juntas esa escritura tan acertada e inteligente. A papá le pregunté por los verbos ser, estar y existir, entonces me contó algunas cosas desde el punto de vista occidental (sobre todo de Platón, los existencialistas, Lacan). Me hizo reír porque puso un ejemplo con un hipocampo cuando quiso decir unicornio. Me preguntó qué me daba tanta risa y ahora me doy cuenta que es su vínculo con los seres vivos que no son humanxs, es decir, los animales, las plantas, la naturaleza toda. ¿Qué es naturaleza?, me diría él. No lo sé, le diría yo. Un unicornio seguro que no; me hace acordar a un sticker, a un vaso de plástico, a un negocio de chucherías. A las 18:00 h convocamos a un Ruidazo en todo el país por los once femicidios que hubo en diez días de cuarentena (los once que nos enteramos de vaya una a saber cuántos más). Por supuesto en mi barrio, rodeado de montañas y alejado de la ciudad, no se escuchó ni un ladrido de perro. Yo hice sonidos con la guitarra porque considero que lo que hago, todavía, es ruido. Fue mi manera de estar presente en ese instante en el que pedimos que paren, que de una buena vez paren, de matarnos. 627
Ahora tomo té de salvia, van a ser las 2 de la mañana. Mi cuerpo necesita descanso.
31 de marzo Sentada en la mesa, con vista al ventanal que más luz le da a la casa, veo pasar un colibrí. Se posa sobre la guirnalda colorida que até, en el verano, a dos árboles en la entrada. Posarse es mucho decir, es un verbo larguísimo, para un pájaro tan ágil. Me pregunto si los colores le hicieron creer que eran flores. Y al instante que empiezo a refutar mi teoría, recuerdo que no pueden oler y se guían justamente por la vista, entonces sí, se acercó a las guirnaldas creyendo que eran flores. Qué decepción para él, qué regalo para mí. Hoy leí «recordá que esta situación es transitoria» como un modo de tranquilizar a quienes esto les produce desesperación, ya sea por cuestiones económicas, sociales y/o emocionales. Coincido, por supuesto, en que este parate no es para siempre. Pero a la vez me resulta peligroso que invite a creer que esta situación, por ser transitoria, es un paréntesis. Me niego a creer que este salto a otro modo de ver, de estar, es un vacío intercalado entre la vida de antes y la vida de después. Me 628
interrogo por la huella que deja, que dejará, y hace de esto algo transitorio y —a la vez— eterno. De todas las puertas posibles, una que se abre. Con ella, las preguntas y, con las preguntas, la danza. Me acerco —más suave, más despacio que el colibrí— a los poemas que estoy reuniendo y les pido me den nuevas señales. Escribir sobre la memoria me encuentra con lo azaroso y aleatorio, al mismo tiempo que con lo medular. Una cosa no quita la otra. Es lo medular apareciendo, la mayoría de las veces, de forma aleatoria. Pienso que cada cosa que me invita a detenerme —detenerme sin quedar inmóvil, al contrario, detenerme para seguir moviendo o quizás para empezar a mover— es una marca. Es decir, en mi pregunta por la marca: cada cosa que vuelve, es una huella. Esto es lo que me está mostrando el libro. Lo que me grita, lo que me grito, y apenas ahora logro escuchar. Lo que vuelve es una huella.
1 de abril Me parece tan raro que haya empezado abril. Me desconcierta este estar y no estar en el mundo. O más bien, este estar en la vida más que en el mundo. Algo 629
suena, se quiebra. Como un espejo cayendo, estallando en mil pedacitos imposibles de juntar.
Ayer me quedé hasta la madrugada corrigiendo un
poema nuevo. El espacio entre un poema y otro es el
grado más alto del abismo. Vértigo e incertidumbre. Es
el momento de mirar el suelo y no saber si será posible agarrar alguna migaja de vidrio sin cortarse. A eso de
las 4 de la mañana Joaco me mandó una nueva canción suya, la más festiva de todas sus canciones. Me pidió
que me ponga los auriculares y me pare. Así lo hice. Después de horas y horas de estar sentada frente a la
computadora, me paré y bailé desenfrenada sus melo-
días. Fue un break hermoso. O el impulso para dejar pesar mi cuerpo sobre las sábanas violetas.
Estos días me estuve levantando temprano. Hoy no,
dormí hasta las 11 de la mañana. Me desperté sintiéndome extraña. Moví un poco el cuerpo, vibré parada
extendiendo los brazos hacia arriba, salté. Hice los amasados con los pies y otros ejercicios que intento no
abandonar. Seguí con mi lectura de Iluminación y ful-
gor nocturno, la autobiografía de Carson McCullers. Sufro por ella, por esa vida, por la enfermedad en los
vínculos. Más allá de la relación horrorosa entre ellxs: 630
me parece un delirio el amor. Lo veo de lejos, eso acrecienta el extrañamiento.
¿Lo próximo a no sentir nada relevante por nadie es sentir con intensidad? ¿Así funciona? Hay un lugar vacío, no hay nada, y en algún momento, de repente, aparece alguien. Igual los vacíos no se llenan. Los vacíos son vacíos por siempre. Pero yo me olvido. Vuelvo a mi cuerpo, dejo que me toque la luz del día. El aire claramente se puso más fresco, el otoño se hace notar; pero el sol está ahí, presente, saludándome, como las hojas de orégano que ya me piden ser cosechadas. Hice una lista. Hace mucho no hacía una lista. Cumplí con dos ítems: Preparar desodorante de limón. Volver al cuerpo.
2 de abril Limpié los vidrios de todas las ventanas. Tuve la sensación de estar limpiándome los ojos, lo sentí como un llamado a la claridad. A veces es el cuerpo que funciona como metáfora; otras veces, la casa.
Nos volvimos a abrazar con Cami. Es la única persona con la que me abracé en todo este tiempo, desde que 631
comenzó la pandemia. Lo habíamos dejado de hacer cuando inició la cuarentena total. Pero ya era ridículo. No tenía ningún sentido, o lo tuvo pero ahora no lo tiene más. Fue casi un ritual. Nos lo preguntamos primero por un audio de WhatsApp, nos contestamos que sí, que ya estaba bien abrazarse, que no teníamos el virus y que, si lo teníamos, ya nos habíamos contagiado. Cuando nos vimos, nos lo volvimos a preguntar y dijimos otra vez sí, sí, abracémonos. Nos abrazamos. Sentí la alegría y el delito al mismo tiempo. Solo en un mundo tomado por la peste tocar a una amiga está prohibido. Aquí estamos, en ese mundo inverosímil. Coseché menta y orégano. Guardé en distintas bolsas color madera los ramos de salvia, menta y pañil que había dejado secando y ya estaban listos. Cami me trajo semillas de caléndula de su cantero. Las voy a poner en el mío, justo en la entrada de casa. Allí tengo tres que florecieron este verano. La caléndula me da felicidad, espero que le guste esta tierra. Ahora, sentada frente al ventanal, se asoma la luna
creciente y le agradezco a los vidrios su nitidez.
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3 de abril En un idilio con mi casa. La limpio, la recorro y le confieso mi amor. Le hablo. Mis palabras en voz alta dicen te amo, sos tan linda, qué hermoso es limpiarte y derivados. Nunca creí que disfrutaría tanto la pulcritud y —más aún— el proceso, el mientras, el acto de limpiar en sí mismo. Puse en agua con sal todas las piedras. Encontré semillas en distintas bolsitas pequeñas y, sin saber qué son, las tiré a la tierra para que algún día me sorprendan. Fue un día cálido, abrí las ventanas de par en par y dejé que el aire viaje por la casa. Tomé mucho mate con cáscaras de naranja y miel. Estuve afuera y adentro. Cociné una tanda de hamburguesas de arvejas y yamaní. Les di a las gallinas dos tomates y un zapallito que se estaban poniendo feos. Ellas saben qué comer y qué no, me dijo Patri. Retomé La débil mental de Ariana Harwicz. Encuentro un libro empezado, nace la tentación de seguirlo, lo hago, encuentro otro, la tentación otra vez; y así voy, dispersa, hundiéndome en las palabras más que en las historias.
Hablé con dos socorridas y sentí mucha pena por no poder verlas. Es tan distinto el acompañamiento tele633
fónico, me resulta distante y frío, me da la sensación de que nunca terminan de entrar en confianza. Qué importantes son los ojos. Esta última frase la escribí y la dije en voz alta. Qué importantes son los ojos. Pienso en la ceguera. Bah, lo primero que pienso es lo crucial que me resulta la mirada para crear un vínculo. Y, después de eso, pienso en la ceguera. ¿Cómo será confiar y amar sin ver? Ahora pienso en mi tía, en su vista, en su no-vista. En qué estará viendo ahora, en qué veía antes de no ver y, sobre todo, qué no veía cuando veía. Un día tuve un sueño, que no recuerdo en lo absoluto, pero desperté con la sensación de que lo que me une a mi tía es la clave de mi proceso. Eso dije al despertar, sin entender lo que decía. Lo que me une a mi tía es la clave de mi proceso. Aún hoy no lo entiendo, pero lo atesoro. Ahora llovizna. Esto es vivir en la Patagonia. Empezar el día con un sol deslumbrante y terminarlo con lluvia, sin escalas y sin aviso.
4 de abril Anoche me di un masaje en todo el cuerpo con un aceite de caléndula que me regaló Juliana. En un momento, mientras me frotaba la piel, comenzó una danza 634
sin que me diera cuenta. Cuando me vi en el reflejo de la ventana, me reí. Después de un rato de jugar con mi peso y mis articulaciones, caí rendida a la cama. Bailar es parte fundamental de mis días cotidianos, noto su falta. Lo sublime de bailar con otrxs. Lo cotidiano, la rutina, se me aparecen como sueños difusos de los cuales solo perdura una sensación lejana. Cuando escribí rutina, mis dedos teclearon rituina y pensé: qué cerca de la palabra ritual, entonces ¿cómo llevar la rutina a un constante ritual? Aunque riutina también está cerca de la palabra ruina –siempre hay ruinas que nos sostienen– y de la palabra Runa. Si de algo no tengo dudas es que no hay mayor ritual que la vida con Runa. Me acaba de llamar mi tía, cosa que no sucede nunca. Quería decirme que a las 23:45 va a haber una meditación mundial para sanar al planeta. Con entusiasmo me contó lo que hará: imaginar una luz violeta que la envuelve y, una vez envuelta, expulsarla hacia afuera, hacia lo más cercano y después a la Tierra toda. Luego, dibujará un infinito con el dedo índice. Me explicó cómo hacerlo por si yo también quiero. Le agradecí mucho su llamado, le dije que no solía meditar, pero 635
que iba a hacer unas respiraciones a esa hora. Dijo creer fervientemente que eso ayudaría al planeta a volver a respirar. Su confianza me conmueve.
5 de abril Creo que puedo aislarme de todo. Menos de mi deseo.
6 de abril Puedo aislarme de todo. Menos de mi deseo.
7 de abril Estoy cuidando un kéfir de agua. ¿O él me está cuidando a mí? Vive en un frasco grande. Lo alimento con dos cucharadas de azúcar mascabo cada 48 horas y lo tomo con cuatro gotitas de jarabe de sauco. Lo recordaba horrible, pero me está gustando. Ayer tomé dos vasos de lo rico que estaba. Tres vasos tomé. El primero me lo ofreció Sole, mezclado con gancia casero. Hicimos un fuego en el patio de su casa con Cami. Con Sole no nos abrazamos. Mantuvimos las dis636
tancias físicas, mientras seguimos achicando las otras. Les llevé lavanda que había cosechado a la tarde y manzanas que ya están cayendo del árbol del jardín. Charlamos mientras tiramos cáscaras de maní en las llamas. La luna llena nos saludó al salir detrás de la montaña. Nos hacemos bien; se nota en nuestras pieles, en nuestras miradas cuando estamos juntas. Con Cami hicimos sahumerios con flores y hojas de lavanda. Estoy muy agradecida que la cuarentena sea otoñal. El momento justo para cosechar, hacer preparados herbarios, prepararnos para los meses de frío que se acercan, aunque el futuro aparezca incierto e inimaginable. Si el aislamiento hubiese sucedido en verano, hubiese sido tristísimo. La maldición de los días calurosos sin meterse al lago sería insoportable. La idea, sobre todo, del verano tan deseado llegando y todxs en nuestras casas. Inconcebible. En invierno también: no poder dejar las puertas y ventanas abiertas, ni confiarle la piel al sol. Durante la primavera no sería grave, aunque sí me daría pena no estar contemplando las flores cuando nacen, ni tocar la nueva calidez del aire. Digámoslo: viviendo en este lugar del mundo, es la mejor estación para estar en cuarentena. 637
Hola otoño, hola y gracias, por ser vos quien nos sostiene. Estoy bien, por eso te agradezco. Por tus hojas, tus frutos, tus colores. Me estás abrazando suavemente, tan suave que te estoy dedicando una carta en medio de mi diario. Hola otoño, hola.
8 de abril Hoy me sentí rara todo el día. Afuera parecía ser amable la vida: el sol quemando, lxs vecinxs trabajando en el jardín, construyendo, haciendo un fuego, cosechando raíces y flores. Pero en lo más intrínseco: dificultades para vivir. No entiendo por qué me tomé tres cafés al hilo. Ni siquiera tomo café. Pero hoy me tomé tres seguidos. Tres. Visité un ratito a Cami, nos sentamos al sol mientras Clari saltaba en la cama elástica y Runa merodeaba por el jardín. Después, las cuatro, nos sacamos una serie de fotos que llevan un título invisible pero clarísimo: familia. Hicimos una videollamada con Romi, mientras me desenredaba el pelo. No me había dado cuenta y estaba lleno de nudos perdidos en la profundidad de la melena. Me pareció un claro ejemplo del cuerpo como metáfora: enredadísima. Y después, desenredada pero 638
con dolor de cabeza y cuello. El cuerpo hablándome en ese idioma insondable. Tomé mucho kéfir. Hoy tocaba renovar el agua y el azúcar, lo hice. Me gusta la tarea y me gusta también tomarlo. Preparé una consigna para virus poético, los encuentros por mail que estoy teniendo con amigxs. Tomé a Natalia Leiderman y su maravilloso Starenka. Propuse un ejercicio sobre la memoria, la infancia y la marca que nos deja. Los lugares por donde viaja mi interés hoy. Escribí un poema breve. Quisiera escribir algo en relación a la memoria del agua, y que el título del libro esté en vínculo con ese poema que aún no existe. Me hubiese gustado mucho ponerle Marca de agua, pero Brodsky se anticipó. Ya abortaron las dos socorridas, estoy más tranquila y ellas también. El acompañamiento fue lejano por más que haya intentado, de todas las formas, una cercanía. Pero no. Nada le gana a la presencia física, a la piel. Insisto: a los ojos. Nació Igor. Hace mucho no pensaba en alguien que
nace. Había olvidado que aún se nace.
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9 de abril Me corté el dedo gordo con una botella de vidrio rota. Un cortecito. Me lamí la sangre durante un rato largo, sin embargo, se asomaba una y otra vez. Trituré pañil hasta que se convirtió en polvillo y me lo puse. No sangra más. Otra vez: gracias otoño, gracias. Tengo la sensación de estar ovulando, aunque mi calendario no diga lo mismo. Mi cuerpo contra el calendario. Mi tiempo contra el tuyo, calendario. Creo que tienen que ver con eso los tres cafés consecutivos de ayer. Con una energía que no entiendo hacia dónde llevar. Hoy me hacen falta los cuerpos, las pieles, el contacto, la danza. Leo el cartel que me escribió Valen y tengo pegado en mi habitación: CUERPO AMIGA. Como un recordatorio, un salvataje, una certeza. Como un tesoro. Cuerpo, amiga.
10 de abril Hoy llovió. Leí a Patti Smith en su autobiografía. Estuve la mayor parte del día en la cama, jugando con el sol y la sombra en mi cuerpo. Escuché a Noelia Re640
calde, Juana Molina y Papina. Detesté las redes sociales y estar lejos de todo lo que mi dedo índice tocaba en la pantalla. Me arrepentí de no haber comprado vino. Tomé kéfir, renové el agua y el azúcar. Me tiré en el suelo, al lado de mi cama, con ramos de lavanda alrededor. Quemé uno de los sahumerios, es rico, aunque a veces huela a quemado. Tuve calor, bajé la estufa. Tuve frío, la subí. Comí brócoli en el almuerzo y en la cena. Toqué una canción en la guitarra, desafiné mucho en las notas altas y no me importó, canté más fuerte. En ningún momento entendí el porqué de las cosas. Nada tuvo sentido. Pero estuve en donde estaba, en cada cosa, cada vez. Eso es un montón.
11 de abril Me refugio en Andrea Marcolongo y su espléndido La medida de los héroes. El libro lo presté, pero en un instante de luz, me escribí fragmentos que ahora leo y releo. Umbral como salida, salida como salir, como dejarse llevar. Como salir al encuentro de lo que nos sucede. Las puertas existen sobre todo para ser abiertas, para acoger y dejar que entren la luz, el viento, los demás. 641
Las puertas existen.
12 de abril Prender un fuego. Estar donde me enciendo. Quemar papeles con nombres propios. Encomendarle mi piel al rojo. Bienvenir a todas las formas de la sexualidad. Dejar que el humo de milenrama me limpie. Dejar que el humo me limpie; y repetir dejar que el humo me limpie.
13 de abril Preparo un dulce de ciruelas. Me gusta que es un dulce ácido. Lo revuelvo con una cuchara de madera y lo voy probando. Intuyo que va a alcanzar para tres frascos y, sí, son tres frascos que lleno con un líquido
anaranjado. Aún es líquido porque está caliente. Me acerco cada tanto con una pequeña cuchara a confirmar que el paso del tiempo lo espesa. Me maravillo. Aquí, al revés de otros procesos, el tiempo adensa. El cambio 642
de estado me resulta enigmático, aunque haya detrás un sinfín de teorías que lo expliquen. A veces prefiero morar en el misterio.
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Loreto Valencia Narbona nació en Illapel, Chile, en 1990, y pasó su confinamiento en Valparaíso, Chile
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Barricada
Valparaíso, Chile. 9 de abril/2020 La escritura me encontró en casa, o la casa cerrada me obligó a desplegarme en este trozo de hoja. Comencé por escribir en la parte trasera de mi agenda: «1. Es un hombre casado. 2. Tiene una esposa, y su esposa lo adora. 3. No sé si está enamorado de ella. 4. Su hijo mayor tiene 6 años menos que yo.» Con color morado subrayé varias veces la palabra es-
posa. Luego, debajo de esa lista hice una línea horizontal que delimitó su persona de la mía. Debajo del punto 4, escribí: 645
«1. Tengo una pareja hace años. 2. Vivo en concubinato. 3. No sé si estoy enamorada, pero el Tarot me dijo que mi pareja sí lo está de mí. 4. No tengo hijo.» Taché con rabia las palabras enamorado y enamorada. Encerré en un círculo la palabra hijo, y, como siempre, me culpé con la palabra esposa, y en menor grado con la palabra pareja. Me río con la palabra concubinato. Leo la lista una y otra vez mientras Pablo mira la televisión a medio metro de mí. La oculto disimuladamente, pero eso da lo mismo porque él parece estar absorto en otro tiempo y en otro espacio. A veces lo detesto y a veces no. De hecho, fue él, con un tono displicente, quien me propuso volver a escribir durante nuestra última pelea cotidiana «déjate de hueviar, y puta, no sé, ponte a escribir», y esa invitación a irme a la chucha es la que me tiene escribiendo después de meses de aridez literaria.
Pronto será junio y afuera, como adentro, está nublado. 646
Pregunto qué hora es en voz alta. —Son las nueve, me responde Pablo. «Prende la tele, por fa, que ya van decir las cifras oficiales». Lo digo mientras dibujo con mis manos unas comillas. La periodista dice que son nueve mil muertos. Pablo le grita a la tele que son veinte mil. La periodista dice que son ciento quince muertos. Y yo grito que son por lo menos mil. Pablo me habla, se levanta y se mueve por la casa. Realmente todo esto parece una película mal contada. Las autoridades insisten en que debemos quedarnos en casa, a pesar de que son incapaces de establecer una cuarentena a nivel nacional. A estas alturas, llevamos veintinueve días de claustro voluntario, quienes podemos no ir a trabajar, pero yo solo llevo diez de confinamiento total. Diez de veinticinco. Y los quince días restantes oscilaron entre la irresponsabilidad, la calentura y el amor. Todo al mismo tiempo. Siento olor a humo. Debajo del edificio queman basura, es la única barricada que he visto en los últimos meses. La primera ardió en Valparaíso el penúltimo 647
viernes de octubre y días antes, las marchas y las capuchas habían pisoteado la normalidad de la calle. Ese viernes festejamos el cumpleaños de Carolina, mi compañera de casa en ese entonces. Me gustaba esa casa, me gustaba la gente que rondaba esa casa y la gente nueva que se paseaba durante los días de semana. Vivíamos seis y cada quien llevaba a sus amistades. El día de la fiesta tomamos mezcal porque la cumpleañera había llegado de México hacía unas pocas semanas. Ornamentamos el espacio con flores de colores, catrinas dibujadas, banderines de papel volantín que colgaban del techo alto y profundo. Conté veintiocho personas, toda la casa estaba ocupada, sobre todo la cocina, porque ahí preparaban el pisco sour; otros y otras estaban en el balcón, casi colgando porque no era un espacio para más de cinco personas. Y al fondo del pasillo, apoyado en la puerta de mi habitación, un hombre alto hablaba con un hombre bajo, ambos muertos de la risa. Carolina me tomó del brazo y me acercó a ellos; «ella es la famosa Lucía», les dijo y ellos se sonrieron. Ella los abrazó y les marcó un beso rojo en las mejillas. Son mis compañeros de trabajo, dijo, dirigiéndose a mí. Una presentación corta y punzante como un arma blanca, que aún veo amenazarme, y que incluso, en estos momentos continúa transgrediendo mi espacio personal. La gente tomó 648
y bailó, y yo también, pero parte de la noche la pasé discutiendo sobre feminismo con un chico que tenía cara de pedófilo y que, constantemente, soltaba comentarios pasivo-agresivos muy ad hoc a mi forma satírica de discutir. Había veces que el hombre alto me miraba y yo a él. A las tres de la mañana, la gente fumaba en los baños y ocupaba las piezas. A las cuatro nos enteramos de que estábamos en toque de queda desde la media noche, todos nos escandalizamos porque hasta ese entonces muchos de nosotros nunca habíamos vivido uno. A las siete de la mañana el último invitado salió de la pieza de Carolina, me asomé por el balcón y lo vi irse calle arriba. En la silueta del cerro, entre la luz gris del amanecer, se apagaba una barricada.
Pablo se levanta del sillón y apaga la tele. Voy a ordenar —me avisa—. Ya está duchado y vestido, yo estoy aún en pijama. Él siempre está ordenando. Va sacando de la pieza
su ropa sucia y la mía, acomoda todas mis cosas con delicadeza. Hace la cama casi aritméticamente, estirada a la per649
fección. Y yo puedo ver todos sus movimientos desde el living. —Eres muy diligente con las cosas hogareñas, le digo, y no me responde. Entra y sale de nuestra habitación con la aspiradora, riega mis suculentas, cuelga las toallas húmedas, trapea el piso. Todo perfecto. Entra al baño y abre la puerta. Me mira fijo y huele mis calzones sucios que dejé tirados ahí. Yo me sonrojo y con más agudeza me arroja una mirada lasciva. Yo le respondo con un beso que se sostiene en el aire. -Necesito sencillo para la lavandería- me dice y yo le apunto mi monedero que está en mi velador. Pero muy dentro de mí, sé que son los gestos dentro de esta casa los que me tienen aquí aguantando: pagando las cuentas, comprando mercadería, sosteniendo la cocina, la casa entera, bancándome su cesantía y aguantando la incertidumbre de no saber si abandonamos el departamento el próximo mes. No me frustro. Prefiero servir un tecito con whisky. Un thisky. Le 650
sirvo un poco y pega una carcajada con un «gracias» entre medio. Yo quiero tomar y hablar de algo que despeje un poco el olor a encierro de este cotidiano. —Ayer estuvo bueno el carrete, funcionó bien la plataforma, le digo. Él asiente mientras sigue ordenando. Y es real. El carrete de ayer estuvo entretenido, conversamos harto. Ya encontramos el mecanismo para hablar sin que se superpongan las voces: tiene la palabra quien habló más fuerte porque la cara se proyecta en el apartado más grande de la pantalla. Es la ley de la selva virtual. Éramos ocho ventanitas y comenzamos por mostrar el cocaví personal, que siempre consiste en un picoteo y en un cóctel que varían según las posibilidades de cada quien. Yo me hice un borgoñita con los restos de unos duraznos en conserva que dejé del almuerzo. Pablo participó las primeras dos horas. Yo me quedé por lo menos hasta las tres de la mañana. Carolina se quedó conmigo hasta el final, tomó spritz hasta agotar el espumante y yo saqué los últimos conchos de
whisky que escondo estratégicamente al lado de unos libros viejos que no llaman la atención. Entre risa y risa, quedamos ebrias y añoramos las salidas vespertinas a 651
los boliches de Valparaíso, donde siempre tomábamos un shop y luego una cosita más fuerte, siempre cantando los temas más cebollas en voz alta y sin karaoke. A veces llegaban sus compañeros a carretear con nosotras y siempre, solo o acompañado, el hombre alto irrumpía en nuestra mesa y se sumaba a la conversación y al canturreo. A partir de esos encuentros fuimos forjando una atención adormecida e interrumpida; él me miraba y yo a él, y de pronto ese vaivén de atención se convirtió en una marejada. No te vayas a enamorar, Lucía, me decía Carolina con hálito a alcohol y a advertencia. Entonces las horas fueron sumando noches enteras, y la primera vez que estuvimos juntos yo me recuerdo morir en esa cama. Y dejar ahí un trozo mío exponiendo otros. Me recuerdo desabotonar mi piel y mostrarle mi universo que constelaba con el suyo. Y entre los besos y las palabras fuimos uniéndonos en algo indescifrable o en algo irreproducible como un secreto. En la quietud de mi habitación, puedo incluso sentir sus manos firmes subiendo por el vestido que usé
ese día y puedo escuchar flotar, atrás de mi cuello, las frases dichas y las no dichas. Y es por eso que, cuando finalizó el carrete y se apagaron los dos últimos computadores, no pude conciliar el sueño. Porque los pensa652
mientos intrusivos se hacen un poco más ruidosos en la noche, cuando la calle y el departamento están callados, cuando no se escuchan las bandas que Pablo pone a todo chancho durante todo el día y que solo apagamos cuando escuchamos las noticias, cuando nos llaman por teléfono o cuando nos ponemos a conversar sobre las cifras y situaciones aberrantes que viajan hasta nosotros a través de las redes sociales. Pablo baja a la lavandería. Yo aprovecho de mandar un mensaje de voz, con un tonito erótico-tierno. —¿Cómo amaneció? ¿Pudo soñar anoche? Un beso en el cuello. No hay respuesta inmediata y eso es obvio. Siempre las respuestas llegan al mediodía. Aprovecho de adelantar el almuerzo. Es difícil cocinar sin verduras frescas porque el delivery de feria pone cada vez más atados. Me salvan unos zapallitos italianos, unas zanahorias y unos dientes de dragón que
puse a congelar hace un mes. Estamos cansados de la monotonía culinaria, yo ya no podría ver fideos otra vez en la vida. 653
Me fijo en que la albahaca echó raíces en una taza con agua. La podo hojita por hojita, le hablo a cada hoja café que voy tirando al basurero. Pablo entra con la ropa limpia. —Esperaste el lavado abajo. —Sí, me quedé conversando con la Dani, estaba en la lavandería también. Oye, ¿le hablabas a la albahaca? Qué tierna eres, Lucía. —Qué conveniente que la Dani estuviera justo en la lavandería. Pablo me mira fijo. Recoge las hojas muertas que cayeron al piso. —¿Vas a seguir con eso? — Y tú, ¿aún sigues con eso?
Veo mi celular y aún no hay respuesta. Recién a las cuatro, recibo: «Mi amor, tuve que hacer mil cosas en la mañana: ir al supermercado (había unas filas imposibles y cada vez hay menos cosas. ¿Necesitas algo? Te compré un turrón); tuve que hacer el almuerzo y sacar a los perros. 654
Ojalá tú estés bien. Podría llamarte a las siete. Avísame si te puedes escapar un rato. Mil besos.» Son las cinco. Me acomodo en la cama y decido responder, le agradezco por los detalles y le digo que me parece lata y me aterra lo del supermercado; le pregunto cuándo me viene a entregar el turrón y los miles de besos con unas risitas al final. Le confirmo que puedo hablar a las siete. Envío. Tomo mate y con mi mano desocupada abro la ventanita y releo mi mensaje. Creo que fui demasiado comprensiva, porque mandar un mensaje de buenos días es tan rápido y tan fácil. En fin, no le doy color al asunto, no le digo nada más. Pero no puedo evitar arrastrar con el dedo la ventana del chat y leer gran parte del historial por lo menos hasta el treinta de marzo. Me doy cuenta de que, paulatinamente, la magnitud de la conversación y el emoticón meloso va disminuyendo. Pablo se recuesta al lado mío y me acerca un thisky. Lo pruebo, está cargadito al whisky y al azúcar, es de bergamota. Riquísimo. 655
—Qué bueno que te gustó, ¿te tinca ver algo?—, me pregunta. —Sí, pero puedo un ratito nomás. A las siete bajaré a tomar un poco de aire y a hablar con mi mamá. —Bueno. Veamos en tu compu, eso sí—, me dice con voz de aburrido. Pone una serie nueva, no la he visto. A los diez minutos ya se entiende la trama, es sobre un dealer de marihuana que anda en bici por Nueva York. Me gusta la onda, no es ni drama ni comedia. Miro la hora y son diez para las siete. Me levanto. Pablo me acerca una chaqueta y yo saco una mascarilla. Le digo que es solo por si acaso, que no me voy a acercar a nadie. A los cinco minutos me suena el celular, contesto suavemente y bajo las escaleras. Subo lento al departamento mientras invento algo que explique mi nariz roja y mis ojos llorosos. Algo
creíble por enésima vez. ¡Qué agote tanto pensar por ir a hablar treinta minutos, treinta y dos míseros minutos! Quiero que las escaleras sean eternas, pero lo que más quiero es retroceder por lo menos diez minutos y seguir 656
hablando con él y decirle la verdad, decirle que estoy asqueada y que ha sido un hueón penca. O mejor, le diría que quiero que sea octubre, para conocerlo de nuevo y poner una muralla o la yuta entre él y yo. Le diría que recuerde la calle y las barricadas, y a nosotros de la mano gritando consignas revolucionarias mientras nos besábamos y mientras los punketas nos miraban y tú te reías, y se te notaban las arrugas y a mí se me notaba la piel tersa y blanca que tanto te gusta. Y en esos diez minutos le exigiría recordar como el fuego sobre la basura revelaba nuestros dieciocho años de diferencia y revelaba lo bien que te hago y lo bien que me haces. Retrocedería, cinco minutos, no necesito más, le diría: cómo te atreviste a encenderme de esa forma, a combustionarme como los palos y los neumáticos arden en Condell, a desafiar mi calle y a grafitear mi casa. Dime cómo te atreviste a encender mi cuerpo y a profanar los monumentos de mi vida de ese entonces. Pero nada. La condescendencia recurrente me traga. No sé por qué me paralizo al hablar, por qué no se me ocurrió inventarle, por último, que estoy embarazada y así escuchar
su respiración de pánico por lo menos unos segundos, hacerlo sufrir de algún modo que no me hiera a mí misma, y luego decirle que estoy hueviando: es broma, tontito, cómo se te ocurre, y que él se ría con alivio. Y 657
así romper ese hielo brutal, traducido en mi silencio, al escuchar que teníamos que hablar en persona pronto, ojalá este martes, que se consigue un salvoconducto y que nos vamos por ahí, en su auto, a hacernos cariño un rato y a hablar, a hablar de la vida. Y esa propuesta y mi afirmación, me dejaron más azul que el frío y el viento de junio que me cala el cuerpo y me vuelve ceniza. Abro la puerta y está todo oscuro, solo veo a Pablo alumbrado por la luz del computador. No puedo creer cuántas horas lleva en lo mismo. Aprovecho la luz apagada para no mentir e irme a la cama sin decir mucho. Él no me mira, pero extiende el brazo. —Estás helada. Te dije que abajo está brígido. —Sí, muy fresco. Voy a dormir, amor. «Descansa», es lo último que escucho antes de hundirme por fin en el almohadón y en un sueño que está lejos de este confinamiento.
La radio me despierta. Abro la puerta y el desayuno está listo. —¿Pan con palta o con dulce de membrillo quiere 658
la reina? —Qué rico. ¿Fuiste a comprar? —Sí. Y la palta está a casi seis mil el kilo. Pero ayer te vi bajoneada, y nos hace falta un gustito. —Tienes razón, respondo.
Después de comer, Pablo se levanta y hace el aseo del baño con demasiado cloro. —Amor, ¿qué onda? ¿se te derramó la botella? Está irrespirable, me va a doler la cabeza. —Si tanto te molesta, levántate y hazlo tú—, me responde. —¿Aparte de pagar todo tengo que hacer el aseo?—, grito. Recibo un portazo y una frase brusca que no entiendo. Me culpo por quejarme. Me culpo interminablemente por mentirle. Me asomo a la pieza y le pido perdón. Él las recibe, 659
como siempre. Lo miro fijo y en mi mente no me disculpo por lo que me parece justo, si no por las cosas que no puedo decir. *** Es martes. Se cuentan más de doscientos muertos, y no puedo creer que yo vaya a salir de casa. He pasado toda la mañana ordenando, leyendo y tomando mate. El segundero se revela terrible porque la mañana se me hace un siglo. A las trece él estará estacionado en conserjería. Me da vergüenza salir a la calle mientras los conserjes están obligados a trabajar, y mayor es mi pudor porque les prometí un alcohol en gel que me fue imposible conseguir. En casa invento una estupidez y hoy no me esfuerzo en sonar creíble a pesar que Pablo me repudió por salir. Bajo las escaleras. Llevo unas mascarillas para entregarlas al guardia. Paso el portón y veo su auto entre todos los que están estacionados. Me hace un gesto con la mano y subo. Lo noto nervioso y yo estoy peor. Lo primero que hace es hablarme del COVID y de sus hijas, que están somatizando. Habla y habla sin parar. Tal vez volvió al jale, pienso, pero no me atrevo a preguntar. Siento el aire encerrado y él no me permite bajar el vidrio porque es 660
una norma para todos los que transitamos. Me echo perfume y él exclama fuerte que no puedo hacer eso. Me toca la rodilla y sonríe como si se estuviera disculpando. Está hecho un viejo insoportable y tiene más guata y más canas. Se estaciona. Vamos al asiento de atrás. Me besa con desesperación y yo no respondo como los otros centenares de veces. Me mira pidiendo una explicación, no le importa. Abre los botones de mi pantalón, mete la mano y busca en lo profundo de mi entrepierna. Me sube el chaleco y escala hasta mis pechos y me lame con brusquedad. Me sienta sobre sus piernas y gime y yo no puedo evitar gemir al mismo tiempo, pero mi gemido suena a algo que se triza lentamente. De pronto deja de buscar mi cuerpo. Mira por la ventana y notamos que está lloviznando. Me habla de recuerdos. Acomodo mi ropa y él me corre hacia un lado —Extraño los moteles y las cervezas. Incluso extra-
ño las conversaciones fomes que teníamos sobre libros que en mi puta vida he leído y leería. Extraño escucharte hablando de esas cosas. Se ríe. 661
—Yo extraño cuando nos cantábamos canciones añejas después de tirar, a pesar de que cantabas muy mal—, le respondo sin poder evitar que mi voz tiemble, él lo nota y acaricia mi cara. —Yo extraño tu lencería de abuela. Siempre pensé que tirar con alguien joven iba a ser un desfile de calzones con encaje. Me rio y le doy una palmada en la pierna. —O cuando me pedías que te leyera unos versos y yo nunca lo hice—, me vuelve a decir. —Ahora podrías hacerlo—, le propongo, pero él solo mira para arriba. Y como no sigue hablando, yo le hago recordar situaciones cómicas que solo habitan en el pasado y en mi habitación antigua. Pero él no se ríe, solo respira profundo y constante. Ambos nos quedamos callados. Hasta que él inspira y exhala la frase que venía empujando desde hace un rato.
—Lucía, creo que no es el momento para tener esta relación. 662
Me toma el brazo, yo no respondo y mi mano permanece desparramada. —O sea, yo creo que cuando todo esto se acabe será imposible evitar tirar si nos vemos. Eso no va a cambiar, me insiste. Yo te quiero, te adoro, tú lo sabes, pero es difícil. Se me está cayendo el pelo, la he pasado mal. Su voz apenas suena y yo solo espero una frase que borre la anterior, pero eso no pasa. Le respondo que está bien, que como quiera, que no me importa, que está helado y que me lleve a mi casa. Intentando sonar imperturbable. De vuelta, ninguno de los dos habla. Pienso en todos los planes que tenía guardados para él y para mí después de este presidio. Ficciones absurdas. Me pregunto qué voy a hacer con estas ganas de tirar con él si cada vez que tiro en el presente estoy encendiéndome con imágenes que ya no existen. Llegamos. Salgo rápido del auto. —Cuídate, respeta el confinamiento. Es lo único que le digo sin mirarlo. Cierro la puerta 663
y se escucha un «te quiero» absurdo y vacío que sale del auto, pero yo ya estoy a metros de él. Entro a la casa y el frío de afuera entra conmigo. Me preparo un café para evitar esta pena absurda e inmanejable. Pablo me mira y me pregunta cosas que no respondo. Me siento en el sofá y me controlo. Veo a Pablo en calzoncillos. Ojalá no se acerque, pero sí lo hace, se acerca lentamente hasta poner su pelvis al frente de mi cara. Toma mi taza de café y me dice que he estado esquiva. Me acuesta en el sofá y empieza a besar mi espalda, toda la columna se llena de besos y mi cuello se adorna de su saliva. Me habla dulcemente a través de una respiración entrecortada. Pablo me da vuelta y lame mi pecho y es cuando tomo conciencia de que está lamiendo la saliva de otro hombre. Y yo gimo un sonido que se escucha más fuerte que una trizadura, se escucha como un vidrio roto. Me doy asco de pronto y dejo que me penetre las veces que quiera. Termina y se levanta. Yo me derrumbo en un llanto explosivo que no sé explicar de una forma que suene verídica. Lloro y miento. Una y otra vez. 664
El resto del día, Pablo solo está frente al televisor y yo no me atrevo a mirarlo. Paso la tarde observando tras la ventana, a veces entro a las redes y me entero de que estamos al borde del colapso; que los pobres se mueren y que el virus mezclado con la influenza es como una sentencia. No puedo evitar la sensación de miedo que se traduce en un ahogo. Por fin es de noche. Durante esta cuarentena, nunca había esperado con más ganas que llegara la noche.
*** Despierto y hay varios mensajes. Parece que no comprendí la cláusula de término de esta relación. *** Pasa la semana y cada día el hombre alto se comunica conmigo para pedirme fotos a través de frases tiernas y otras no tanto. Y yo me abandono al hecho de que me
quiere presente en su vida, pero sin las culpas asociadas. Él me trasformó en la amiga súper-buena-onda, o en la amiga de la talla doble sentido. Y acepto el trato, a pesar de que quiero todo menos eso. A pesar de que lo quiero 665
para mí y quiero sus días conmigo. Y me perdono y me abrazo al pensar que tal vez él también me quiso de esa forma hace unos meses. Tal vez también ficcionó en dejarlo todo, en quedarse en mi espacio dos por dos, en follar la vida y regalonear la muerte. En venirse dentro siempre y en dejarme nunca. Pero de eso no tengo certezas. Entonces yo insisto y me atrevo a escribirle una frasecita construida de antes, algo sensible de una canción que escuché por ahí “Mándame un te quiero aunque sea ilícito en esta tregua que hemos hecho”. Horas después recibo un emoticón sonriente y colorado, y al lado un sol que tiene una cara. Absolutamente confuso. Cierro su ventana y me invade una sensación ambivalente. *** Pasan los días y siempre me encuentro recostada en el sofá que da hacia la ventana, vitrineando horas interminables las redes sociales, y yo me obligo a poner ojo en las publicaciones coloreadas de morado y de verde, en los mensajes cortos, en las historias de mis amigas. A veces subo mis propias fotos y he estado dispuesta a recibir consejos de cómo cuidar mis suculentas para que no se pongan feas por el frío. Veo muchas publica666
ciones. La gente no para, no descansa y eso me ayuda a pasar el tiempo cuando yo no descanso. Y entre publicación y publicación. Y entre frase y frase hay una que me hace un sentido único y que me obliga a tomar una decisión. Y yo decido encender una barricada. Abro la ventanita del chat que me muestra una foto donde se enmarcan él y ella. Inspiro. Me acerco. Busco el fuego. Escribo: 1. Soy Lucía. 2. Me gustan las suculentas. 3. Me gusta el frío, aunque prefiero el calor. 4. A veces miro por la ventana y me encuentro. 5.
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Lucía Trentini nació en Durazno, Uruguay, en 1985, y pasó su confinamiento en Madrid, España
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Imaginarios clandestinos
1. Estoy nervioso, dijiste al verme y yo olí tu sudor frío como un animal en celo. Yo quise abrir mi boca y devorarte. Quise ronronear felina en los rincones de tu pensamiento. ¿Cuán cerca estoy de la muerte? Más lejos que antes, creo. Vos también. Yo te leí. Decime otra vez «nene lindo» y te despeino a besos. Soy una selva húmeda y me voy a expandir. Voy a hacer brotar mis hiedras desde tus pies. Acá mismo. Acá o en donde sea. Tus manos se hunden en mí como en la tierra, y me embriaga tu rostro de indio, Indio, Con una «i» incisiva que me atraviesa. Cual lanza, tacuara, redes, agua , pesca, costa, orilla. Respira. Un shot de mezcal para este río que es mi boca, un saque de lima que despabile el encantamiento. Lima que parece seca pero enjuga jugoso juego. Somos un secreto, nadie sabe que estamos acá. Hay 669
palabras que son tuyas y palabras que son mías. Hay otras que son la mezcla de ambas, que se imitan imperfectas y grotescas. que hacen explotar la risa en espasmos incontrolables. Vamos a reírnos en silencio, para no molestar, ni levantar sospechas. Pude haberte visto de niña. Pude haberte besado escondida en un galpón oscuro en plena siesta y en silencio. Pero nos toca acá, en medio de este encierro. Me falta el aire, deseo. Ojalá hubiese sido en una playa a tu lado, mirarte bajo un sombrero de paja andar verde los campos. Otra noche. Desayunarte a la mañana. Cantarte al oído hasta hacer de tu piel aspereza. Gozar del regocijo que hace en mi cuerpo tu presencia. Quise quedarme ahí, en el abrazo de ese rincón per-
fecto. En el beso que se colaba entre rayos de sol, en ese tiempo inerte, perfumado de caldos y arepas de maíz dulce. 670
Me viajaste. Otra vez el yunque, filoso y frío, afirmado fuerte sobre el esternón un poquito hacia la izquierda. Afuera un mar de gente enmascarada, afuera el apocalipsis. afuera otros deambulan la ciudad que nos es ajena. Tengo que volver. Vos también. Te vas a jugar a la ruleta de los últimos aviones. Y no vamos a volver a vernos, ya lo sé. Suerte.
2. Vas a llevar a lavar el auto hasta Atocha. Me lo decís por mensaje de texto. Pensé que salíamos de casa por razones indispensables, pero tu auto sí que debe ser importante. Es importante que esté limpio sobre todo. Para qué 671
lo limpiarás, para guardarlo reluciente en el garage me imagino. La cosa es que me ofrecés traerme el desayuno y a mí me viene bien. ¿Si tengo caprichos en las mañanas? Sí, arepas con queso. Y eso se lo dedico a un viejo amor. No vivo sola, así que te voy a abrir la puerta y vas a pasar derecho a mi cama, vamos a desayunar ahí. Me vas a conocer de golpe, el olor de mis sábanas, el desorden de mi placard. Los libros que leo. La televisión no es mía. No la he prendido nunca, así que no me juzgues por eso, ya estaba acá cuando llegué. Suena el timbre, pero vos no subís. Me obligas a bajar y a desayunar arepas con queso en tu máquina su672
cia último modelo sobrevolando la ciudad vacía. Ahora nos queda vaciarnos a nosotros mientras el auto se limpia. Como en una película, el jabón en los cristales no deja ver nada de todo lo que nos hacemos. Es incómodo pero nos acomodamos. Multiplicamos las leguas, las manos, los miembros, y no nos alcanzan para seguir dando. Te pido para prender la radio smells like teens spirit La versión de Patty que es la que más me gusta. Siento placer. Y nada me importa. No me importa que trabajes para una aeronáutica, no me importa que te dediques a la fabricación de drones usados para temas militares y seguridad. No me importa que seas vos el que limpia la imagen de tu empresa. 673
Que limpies tu auto. Que lleves una camisa tan limpia, y alcohol en gel en la guantera. ¿Debería importarme? Limpiame la conciencia, ¿podés? Borrame los recuerdos, por favor, y devolveme a casa.
3. Si no querés hacerme una entrevista no empieces preguntándome cómo llevo la cuarentena, no te contradigas tanto. Estamos en el depósito de tu empresa y yo te imaginaba diferente, ni más ni menos lindo, Diferente. Los dos, ahí. Uno y otro, una multinacional de bebidas a nuestro alrededor, Y yo pensando si abro
primero el gin o la vodka para tragarme esta decepción. Lo llevo mal, 674
lo de la cuarentena lo llevo mal. Espero que entre tus piernas haya un secreto que se parezca al de mi imaginario. Al menos que justifique mis mentiras a la policía en el camino hasta acá. Solo pido placer, hace días que ni camino y la espalda empieza a dolerme de estar en mi soledad tanto rato. Estás ansioso y excitado y te volvés torpe. Dejame de meter mano sin un mínimo de sensibilidad, por favor. Tu torpeza me despierta el mal humor. Y yo de mal humor no cojo. No puedo, no me sale. Dejá de meter mano y esperá. Ahora vas a tener que esperar a que se me pase. No me mires así, yo también quería encontrarme con un cuerpo, estamos todavía a tiempo de pegarnos aunque sea, eso no es violencia. 675
Pegarnos, si los dos estamos de acuerdo, puede verse como un acto de liberación. De descarga, igual, exactamente igual que follar, pero de otro modo. ¿Me entendés? No, decís. Y ahí mismo te vas en llanto. Tus lágrimas son como los cristales. Y tu llanto es explosivo. Como si las botellas de whisky Estallaran a nuestro alrededor. Lentamente. Todo se quiebra lentamente, como el brillo vidrioso de tus ojos. Y las gotas de sal brotan, son lágrimas que escapan, como al suicidio. Sos frágil. 676
Vos necesitás que te abrace, y yo lo voy a hacer. Lo voy a hacer sobre todo porque a mí también me hace falta. Yo también estoy llorando por dentro. Yo también soy ahora un cristal cayendo de un estante. Esperando el golpe seco contra el piso. Quiero acurrucarme en un cuerpo que no sea el mío. ¿A qué le tenés miedo? ¿Qué te duele? ¿Puedo decirte papá?
4. Era la hora en la que todos aplauden. Yo venía volviendo del supermercado, con la pizza congelada y la cerveza. Comer mal y engordar parece que se acerca a la consigna. Pero para el súper me había lavado el pelo y sacado el pijama, e iba airosa por el medio de la calle mientras los vecinos me tiraban aplausos desde los bal677
cones, que bien sabía que no eran para mí, pero a mí me gustaba imaginarlos míos. Vos asomas de la ventana del tercero, del tercero derecha, el que está sobre mi cabeza. Tu cuarto sobre mi cuarto. Te he escuchado coger durante años pero nunca te había visto la cara. Sé tu nombre porque ella te lo gritaba a veces, en el clímax, pero a ella hace tiempo que ya no la escucho. Vos me miraste desde arriba, y entre tus rizos pelirrojos asomaba una boca más rica que mi almuerzo y mi cerveza todo junto. Tengo que encontrar la forma de llegar… de llegarte. Estuviste toda la tarde tocando canciones pelotudas en la guitarra, unas que con quince años en un campamento me hubiesen hecho mear, pero ahora solo me hacían desear que te callaras para masturbarme tranquila en el piso de abajo tratando de evocar tu pelo rojizo. Miles de orgasmos iban de regalo a tus dientes perfectos, 678
a esa sonrisa desestructurada, y a tu voz grave que recorre las paredes y vibra finalmente en mi colchón. Estimados vecinos, Soy la chica del segundo derecha, estoy organizando conciertos en el balcón, creo que sería lindo poder conocernos e intercambiar en tiempos difíciles… patatín patatán, necesitaría además un altavoz, patatín patatán. Besos, número de teléfono, patatín patatán, patatín patatán. La carnada perfecta.
—Hola. —Hola. —¿Cómo estás? —Un poco aburrido… 679
Ya. No hay cosa que me saque más de quicio que la gente que se aburre y que además expresa su aburrimiento sin ningún tipo de culpa. Es la palabra que he escuchado más veces en esta semana, casualmente. Pero eso no te lo cuento. —¿Nos aburrimos juntos? … pausa… No pasaron cinco minutos cuando sonó la puerta. Al abrirla, el plano fue desde tus pantuflas hasta tus rizos rojos pasando por el altavoz debajo de tu brazo sujetado como una pelota de fútbol. —Me gusta la estampa de tu pijama. —¿Nos aburrimos juntos? Nos aburrimos, sí. Nos aburrimos de sacar y poner cientos de veces el pijama y la ropa interior. La cama es un nido, y te estoy escuchando coger pero esta vez al lado de mi oreja. ¿Cuántos días van? 680
Subiste y bajaste a tu casa para asaltar la heladera y volver a nuestro refugio. Comer, coger, dormir. ¿Cuántos días van? Podemos pasar así la cuarentena, ambos lo sabemos. ¿Cuántos días van? Una tarde subís y no volvés a bajar. La cuarentena aplica para todos, también para ella, que otra vez te nombra. Los estoy escuchando coger.
5. Vos tenías tatuada la corona del rey, pero no quisiste hablar de eso. Preferiste el silencio. Todo fue silencio. Las marcas se caían groseras, las grifas de tu ropa se caían groseras por el piso, sin miedo a ensuciarse conmigo en el revolcón. Tenemos hambre, tanto vos como yo, Aunque vos comas jamón del bueno, y tu paladar exquisito distinga todas las cepas de los vi681
nos que nunca vamos a tomar juntos, en público. Vos podías llevarme a ese hotel, que era exquisito, y estaba además de rebaja a punto de cerrar. Yo tengo hambre. Déjame morderte mientras te grito nene bien. Tenés los ojos claros, y la piel blanca, tan blanca que se te transparenta la estirpe y todos tus títulos marqueses, y los negocios de tu amigos, y las propiedades de los amigos de tus amigos. Los territorios heredados en otros continentes, tus tardes de café con el Borbón más gordo, tus compras rebajadas en la tienda de Lacoste, en Louis Vuitton y Dolce Gabanna. Tenés la corona tatuada y te queda preciosa. Te intimida que te mire seria. Estamos en guerra, afuera el mundo se cae a pedazos, Y nosotros por morir acá. Preferimos morir de lo que sea antes que de abstinencia. Egoísta de mierda, puta fácil. Viva el rey, dijiste después de correrte como un niño. De lo que sea, pero de abstinencia no. Estaba claro que no íbamos a dormir juntos, que no iba a saber nunca cómo babeás la almohada. Una llamada iba a sonar, una emergencia, algo que pareciera increíble pero que fuera totalmente «real». Te vas, Porque los que
llevan la corona tatuada lo tienen difícil. Entonces yo, Yo me dormí con otro en la king size, Uno que me calentó con filosofía y otro tipo de silencio. 6. Polaco: Me gustás. Aunque se haga difícil entendernos. Si 682
te digo cavernícola, no sabes de qué te hablo. Me gusta que seas polaco, simplemente. Aunque digas que sos feo y pobre, a mí eso no me asusta. Yo también soy pobre. Y tan fea como vos. No sé cómo es Polonia. No tengo ni idea, no he mirado ni una foto. Jamás. Tu coche está averiado, y estás a varios kilómetros de mí. Pero vas a llegar, porque te gusta caminar al frío y contra el viento. Tenés la piel curtida y no sabés bailar. Yo te pregunto cómo haces el amor. ¿Cómo hacen el amor los que no bailan? Free jazz, el free jazz siempre queda bien. Te imagino como un compositor contemporáneo, en una partitura llena de líneas y de compases irregulares. Vos hacés el amor así, impredecible, arrítmico, 683
duro. Polaco.
Para vos yo soy un océano, calma y atormentada. Tentadora y peligrosa. A vos te gustan mis olas y sabés domarlas bien.
Para vos yo soy una selva, me dijiste después, «a Jungle» dijiste. No porque sea difícil entrar, sino porque se te hace difícil salir. Estoy perdido. Me gusta perderme. A mí también.
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7. Vos no tenés corazón, no tenés. «También yo puedo elegir matarme.» y sonreís. Vos elegí lo que quieras. Pero no podés NO decírmelo. Quiero tener la conciencia tranquila. Soy otro virus, ya lo sé. Soy una mancha negra que expande las pandemias con la lengua, de boca en boca, Soy una mancha negra que se arrastra, en secreto, clandestina, que juega con fuego. También lo sé. Pero no quiero matar a nadie. 685
O no directamente. Voy a hacerte tan feliz como pueda, aunque sea lo último que hagamos, aunque te mate, sí. Voy a chuparte la cicatriz de tu pecho, desde el borde de tu cuello hasta la cintura, y seguir bajando. Voy a hacerte tan feliz como pueda. Te estás jugando demasiado acá conmigo. Vos no tenés corazón.
8. Diez y media de la mañana en la góndola de las mermeladas. Te sigo hasta la parte de las frutas. Mientras agarrás una naranja respetando el metro de distancia, me mirás. «o subimos las defensas o montamos una guerra carnal con riesgo de contagio». 686
Yo me sonrío, sin saber qué responderte. Sigo paseando por el mercado, la verdad es que no recuerdo a qué vine, si a comprar o a perderme en un universo que no sea mi casa. De la fruta, directo al vino. Un tinto de La Rioja, ahí entre mis manos, Y vos otra vez. «Sugiéreme otra escena», es todo lo que me decís. ¿Qué vino me conviene para esta pasta? Justo llevas unas gambas en tu carro, ¿Podés ensañarme cómo prepararlas?
No estamos muy lejos y cada uno por su vereda nos desplazamos, sigilosos, nos vamos siguiendo los pasos desde la distancia 687
hasta llegar al portal, tu portal. Un confinamiento interesante. Un ascensor compartido en silencio. una tensión intensa mientras cocinás, te miro y te pregunto si puedo ayudar, pero casi que no hablamos. Si usas un ingrediente me lo acercas para oler, y yo lo huelo, sin más. Abrís un picante, metés tu dedo en él y me lo acercás, yo lo chupo, chupo tu dedo con un deseo muy fuerte, los labios me quedan húmedos y ardientes por el picor y es un alivio. Me mirás un poco perturbado, no te esperabas eso de mí. Apenas puedo decirte si querés probar el vino, 688
No me contestás, pero respirás hondo. Me acerco a tu oído y te lo susurro. «Querés probarlo?» Te digo… Me mirás, fijamente, y en mi cara me decís «de tu boca». Mi respiración se entrecorta, Tomo el abridor e intento abrir la botella, pero fracaso, Me la quitás de las manos, y la abrís vos, rodeándome con tus brazos. Puedo sentirte detrás de mí, cómo te rozas apenas contra mi espalda, mi pelo que se enreda en tu barba, me olés la nuca y te gusto, me presionás de golpe contra la mesada, 689
tu mano me sujeta la cintura yo te siento. Pero la llama está prendida La comida empieza a quemarse e interrumpe la escena. Fuego, calor. Agonizo. Respiro. Me da tiempo para servir una copa, llevarlo a mi boca, y cumplir al fin el deseo de darte a probar. Me empapo los labios, los acerco a los tuyos, ambos sabemos que después de ahí no hay marcha atrás. Pero seguimos. Tus mordiscos son deliciosos y sé que seremos la cena. 690
Con una mano apagás la cocina, con la otra te metés en mi entrepierna, subiendo la falda y abriendo paso en mis bragas con tus dedos ágiles, Tus manos agarran fuerte mis caderas, y me sentás sobre la mesada de mármol frío. Temblor. Pausa. Tomas la copa y probás un sorbo, Me mirás amenazante, Me agarrás los muslos carnosos con tus manos, Apretando. Como queriendo hundirte en ellos, Agonizo, Otra vez. la fiebre, la tos, la cama empapada, Volvé. 691
Mademoiselle Peligro nació en Pachuca, México, en 1981, y pasó su confinamiento en Querétaro, México
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Historia de un desamor… o dos Estoy en cuarentena con mi agresor. Debo ser justa y aclarar que no me golpea ni nada similar, pero hay ocasiones en las que la indiferencia hace casi tanto daño como cualquier otro tipo de agresión. Curiosamente, nuestra historia comenzó hace 11 años y justo con el encierro por otra pandemia: la influenza A (H1N1). Era la primera semana de mayo del 2009 y había toque de queda en el Distrito Federal (que ahora se llama Ciudad de México), así que ningún restaurante o bar estaba dando servicio. Justo como nos pasa ahora. Yo acababa de llegar como roommate a un departamento en la colonia Portales y una de mis dos compañeras me dijo que si podía hacerle una fiesta a un amigo suyo que cumplía años, porque de otro modo no le
podrían festejar. Le dije que sí, pero la única condición era que me invitaran a la fiesta (ahora que lo recuerdo, en aquel momento no había tanta paranoia con la sana 693
distancia, ni escasez de lysol y cubrebocas). El cumpleañero al que conocí esa noche se convirtió en mi marido poco tiempo después (supongo que se lo debo a que en ese entonces no fueron tan estrictos con el distanciamiento social). Nos mudamos ese mismo año a Querétaro y pese a que todo marchó bien mucho tiempo, yo diría que ya no somos pareja hace algo así como tres años. Desde entonces el deterioro de la relación ha sido paulatino, y aunque a lo largo de todo este tiempo le he pedido el divorcio en varias ocasiones, simple y sencillamente no se va y, de alguna manera, tampoco encuentro las fuerzas suficientes para hacer que se vaya. Solo hablamos para lo indispensable, de acuerdo con su humor, y a veces podría pasar días sin dirigirme la palabra. La última vez que hablamos del tema del divorcio dijo que sí me lo daría, solo porque por una imprudencia dejé abierta mi sesión de WhatsApp en la computadora y entonces hizo un descubrimiento: le fui infiel. Sí, lo fui: unos meses antes me enamoré y estaba loca por aquel con el que furtivamente empezó una relación a distancia. 184 kilómetros, según Google Maps. Pero si algo perdí en la cuarentena fue precisamente ese amor; era obvio que yo no tenía mucho que ofrecer y menos con este encierro infinito junto a ese que ya no 694
me quiere y lejos de aquel que me quiso, pero que no soportó las ingratas condiciones impuestas por mis circunstancias. Y, pues, ¿qué puedo decir? Lo entiendo. De verdad que lo entiendo. Tanto lo entiendo que, de hecho, cuando me dijo que estaba harto de mí y de mi egoísmo, decidí que era mejor bloquearme sola de sus redes y de su vida. Total, tiene razón: no tiene por qué aguantarme. Y ahora soy yo la que tiene que soportar la pena, pero no puedo deprimirme, ni llorar, ni sufrir porque tengo una niña de seis años y para sobrevivir la cuarentena decoramos galletas, vemos funciones de circo en trasmisiones en vivo por Facebook, nos conectamos a la clase de ballet dos veces por semana por videollamada, hacemos las tareas del kínder, aprendemos malabares, le hago entrevistas infantiles en las que responde que su mamá todo el día lava los trastes... ¡Ja! Qué curioso porque él, ese del que ahora me separa algo más que solo 184 kilómetros, me decía que parecía que cada vez que me mandaba mensajes le atinaba siempre a un momento en el que yo estaba lavando los trastes. No, no lavo tantos trastes. Solo hago un scroll permanente de mis redes y de mi vida a ver si de una vez por todas esto se acaba ya. Mi matrimonio y la cuarentena, que son juntos como tener mi universo en pausa, 695
sin poder llorar una historia de 11 años que se terminó y otra de 14 años de amistad y unos meses de romance que también se terminó conmigo atorada en medio, sin empezar ni acabar nada de verdad y solo esperando. Esperando mientras sé que la vida no será igual en ningún aspecto, pero sin saber a ciencia cierta cómo o qué va a cambiar. Porque la rutina es la misma, aunque sé que todo va a ser diferente. Dos duelos y dos lutos que no puedo vivir ni llorar. Porque solo a mí se me ocurre creer que se puede amar así de lejos y con un cadáver en la cama. No sé en qué cabeza cabe. De pronto siento que la verdadera agresora soy yo y que si mi todavía esposo me ignora es porque me lo merezco y si el otro se hartó de mí fue porque me lo busqué. La contingencia me agarró con los dedos en la puerta, pero en mi caso el drama no fue por la pérdida económica ni de la salud. Yo perdí la oportunidad de continuar mi vida e intentar (porque ni siquiera era una certeza: era un intento) hacer camino con ese hombre al que sé que amo y al que siempre voy a extrañar. Y podría ser peor. Con este escenario mundial, claro que podría ser peor, pero no sé si cualquier otra cosa me dolería más. 696
Todos los días me reprocho. Todos los días me culpo de todo. Todos los días me pregunto qué hice mal, qué podría haber hecho mejor, qué podía haber hecho diferente. Y esa es mi verdadera penitencia, porque no me duele ni me pesa el encierro: me pesan mis actos, mis dichos, mis indecisiones, mis propios demonios diciéndome que estuve bien y luego que estuve mal. Odiando(me/los), amando(me/los) y así, día tras día, entre las acuarelas, las películas infantiles vistas infinitas veces, preparar la comida, hacer decentemente el home office, tener listos los videos para las clases, la hora del baño siempre tardía y la todavía más tardía hora de dormir. A veces agradezco todo este cúmulo aparente de actividades, porque me ayudan a distraerme; sin embargo, lo que sobra es tiempo y a veces solo me da por pensar en el hubiera… Conforme han pasado los días, me doy cuenta de que muchas veces me siento como Ártax, el caballo de Atreyu en La historia sin fin: atascada por completo en la desesperanza. No es solo el corazón roto, aunque mucho de esa parte de mi estado de ánimo lo es, sino el hecho de que estamos sacando a flote lo peor de la humanidad. Mis demonios más crueles se activan cuando sé de personas que agreden al personal de salud, los que queman hospitales, los que deliberadamente ignoran 697
la cuarentena para vacacionar o ir al tianguis, los que difunden noticias falsas y los que lucran de cualquier forma con esta situación. Nada bueno puedo desearles y la verdad es que dentro de los miles de autorreproches uno de ellos es: deberías ser más piadosa. Pero no, sinceramente les deseo lo peor… lo digo con algo de vergüenza por mi falta de compasión, pero mis malos deseos solo están en mi imaginación, mientras que su maldad está encarnada de forma real en sus actos. Somos todos un asco. Aunque, claro, en este delirio de cuarentena no todo el tiempo es así. También tengo mis días de luz, de optimismo, de productividad. Me gusta estudiar y ya terminé una doble certificación. También hice videos para dar mis clases —soy maestra en una universidad— y me ha gustado mucho el proceso porque me reconecté con una habilidad que me encanta, pero que hace muchísimo no practicaba: la edición de material audiovisual. Como mamá que siempre ha trabajado, ha sido una enorme dicha tener tiempo y espacio para compartirlos con mi hija… ojalá fuera siempre un derecho irreductible de madres e hijos: tenemos que estar juntos y diseñar el trabajo y el mundo alrededor de esta relación primordial; el apego y la oportunidad de convivir de tiempo completo no deberían ser un privilegio úni698
co que se da a las madres y sus hijos solo en caso de emergencia mundial. También volví a leer a Juan Villoro, uno de mis favoritos, y estoy por terminar El apocalipsis (todo incluido), así que, como diría de forma desafortunada cierto personaje, la lectura vino «como anillo al dedo» para estos momentos (y cómo lo estoy gozando). En estos días de cuarentena creo que todos nos sentimos un poco locos por confrontarnos con esa ambivalencia: el amor/el odio, la piedad/la crueldad, la productividad/la inactividad, la plenitud/el estancamiento… todo sin las falsas válvulas de escape de la vida cotidiana, sin la alfombra de múltiples quehaceres para barrer toda esa mugre debajo y ocultarla. Sin maquillaje, sin filtros y sin brasier. Desnudos en nuestra incongruencia. En mi incongruencia… porque también se me está haciendo vicio hablar más bien de lo que me pasa en primera persona, porque cada uno lo está viviendo desde donde lo ve y pues así es como lo veo yo: como una oportunidad de hacer todas estas reflexiones sobre mis dualidades, con mis abismos y con mis puentes. Mi historia de cuarentena es la de un desamor… o dos. Por un lado, la historia de un matrimonio fallido que sigue en pie de manera unilateral porque, aunque 699
admite que ya no existe nada de lo que fuimos, no toma las riendas de su vida para irse o para dejarme ir. De un marido que pese a las recomendaciones sigue saliendo a la calle no sé a qué, o por qué, si es solo para molestarme, para hacerme desvariar, para poder decirme «ve cómo te pones» y poder jactarse de su tranquilidad ante mi intensidad. Porque, aunque no le digo nada, creo que solo busca provocarme para echarme la culpa de lo que ya no funciona en la relación. Y porque no caigo, pese a que me muero de ganas de exigirle que no salga (y creo que tendría razón) simplemente no digo nada. O tal vez su actitud solo se trata de retratar la ironía: él es libre, mientras yo sigo atrapada aquí. Y, por otro lado, la de mi cuarentena también es la historia de un amorío tan fallido como mi matrimonio y que me dejó en la indefensión total. Ni siquiera es el hecho del amante (a distancia) perdido (que, por supuesto, me duele), sino de la pérdida irreparable de una profunda amistad. Me siento muy triste y sola… y la única persona a la que siento que le podría contar es justo la que ya no me quiere hablar. Doble auch. El todavía esposo no sabe que mi relación clandestina terminó. No sé si le interese saberlo o si eso hará alguna diferencia. El daño de haberse enterado ya está 700
hecho, así como hecho estaba el daño que yo tenía respecto a nosotros desde mucho antes. Pero esa ya no es historia de la cuarentena. No hablamos de él salvo en un par de ocasiones en las que me limité a recordarle que nuestro matrimonio ya estaba muerto desde antes de que esa historia comenzara. Probablemente le dé mucha risa saber que la historia paralela también murió. Hablando de muertos, hoy, 13 de abril de 2020, a las 7:00 p.m., en México suman 332 muertos y 5 014 casos positivos de COVID-19. La pandemia se extiende y yo le tengo más miedo por el marido-exmarido que me desafía saliendo a la calle. A veces creo que me voy a contagiar por culpa, pensando que me merezco un castigo. Sería un cambio dramático en la historia sufrir por una falla en los pulmones y no por un dolor del corazón. Volviendo a los días optimistas pienso que nunca he dormido tan bien (gracias, tintura de valeriana) y que mi sistema inmune puede resistirlo todo. Porque, a final
de cuentas, eso es lo que he estado haciendo con nivel olímpico los últimos años: resistir. Resistir la soledad, aunque estaba acompañada, resistir la indiferencia, resistir el peso económico, resistir la pérdida del trabajo 701
que amaba, resistir un emprendimiento, resistir la distancia, resistir las circunstancias, resistir otro descalabro amoroso... Resistir. Aquel sentía cierta admiración por mi resistencia. «Nunca te rindes», me dijo. Aunque me rendí como nunca ante él. Jamás a nadie le dije tanto «tienes razón» y no voy a volver a hacerlo nunca, supongo. Hasta cuando terminamos lo hice pensando en que tenía razón, por dolorosa que fuera; tenía razones para estar harto y ya es bastante que lo diga yo, que entiendo perfectamente el hastío. No me cansa la cuarentena. He disfrutado enormemente de encerrarme y de interactuar con intermitencia a través de las redes sociales. Sí, en mi burbujita de cuarentena privilegiada y «godín» de la que soy muy consciente. He disfrutado el aprendizaje de las clases virtuales, el reto que implica llevar mis clases a otro nivel. He disfrutado mucho ser mamá de tiempo completo: tengo una hija maravillosa que es generosa como ella sola y aprendo muchísimo de ella. He disfrutado de la posibilidad de hacer mis cosas con calma, de comer a mis horas, de comer bien. No es la cuarentena lo que me cansa, lo que en verdad me cansa es no saber cómo salir de esta situación en la que estoy atascada. No solo la situación personal, 702
sino la miseria colectiva que somos. Hace apenas un rato me encontré con la noticia de que un idiota youtuber quiso hacerse el gracioso saliendo a la calle pese a estar contagiado de COVID-19. Me lo voy a encontrar en el infierno de los egoístas. Ya es 14 de abril y rompí mi cuarentena de un mes completo para ir por algo indispensable (una impresora comprada a alguien que igual está en encierro para poder hacer las 10 000 tareas de la criatura), solo para encontrarme con que afuera la vida sigue normal y no concuerda para nada con las calles vacías y los canales transparentes en Venecia, el toque de queda en España o el apocalipsis chino con patos, aves y delfines recuperando su espacio. Todo más bien como cualquier miércoles de abril en un día normal en la capital queretana, con sus escasas jacarandas y sus abundantes peatones y choferes conservando su espacio (por cierto, la chingada impresora no sirve… cuarentena rota para nada). En la conferencia habitual nos avisan que ahora en México tenemos 5 399 casos confirmados y 406 muertos y entonces me cansa saber que es imposible hacer contención porque en este país, quien quiera salir, saldrá (así sea para cualquier cosa no indispensable). El esfuerzo de la cuarentena es cansado cuando te viene 703
la idea de que de todos modos para nada va a servir… como la pinche impresora. Trato de darme aliento y volver al mantra: «resiste». Tengo claro que hay dos cosas que me han mantenido cuerda en esta cuarentena. Primero: yo ya estaba atrapada en la asfixia desde antes. Yo ya me había quedado sin aire desde antes. Yo ya sabía lo que era estar limitada en mi margen de acción desde antes. El confinamiento para mí es la normalidad. Tomen eso, novatos. Segundo: no hay muchos lugares a donde quiera ir. Hasta hace unas semanas, solo esperaba la posibilidad de recorrer 184 kilómetros para propiciar un encuentro que ya nunca más va a ser. Hoy… pues ya ni eso, así que la recomendación del Subsecretario López-Gatell de quedarse en casa para mí suena más que bien. El sedentarismo no cuesta si no tienes a dónde ir… o con quién. En esta pandemia la ventaja la tenemos los forever alone. Hay días, como hoy, en que se vuelve a ratos más simple, porque el prospecto de ex está solidario y platicador, porque los amigos escriben o llaman, porque la niñita me distrae pidiéndome un perrito caliente y preparárselo me lleva un largo proceso, desde que lo 704
hacemos hasta comer cada una el suyo mientras me divierte con sus reproches porque el mío no lleva mostaza. «¿Qué no ves que esto se le pone a los hot dogs, mamá?», mientras señala la foto ilustrativa del «jocho» en el frasco. Hay días insufribles también. Siento que mi carencia afectiva será permanente y que seré una inválida emocional el resto de mi existencia… en ese aspecto, de verdad, no veo (y a veces ni siquiera quiero) un porvenir. «Por venir». Tengo clarísimo que quiero hacer cambios en lo profesional, en lo personal, en lo económico… (y que, si no los hago yo, lo que sí está «por venir» va a obligarme a hacerlos) (mejor me adelanto). Pero en lo que al amor respecta, la verdad es que sé que, si no es él, nada me interesa. Miro adentro y simplemente ya no hay nada más. Nunca me había pasado. ¿Tiene el amor un límite de intentos? ¿Se sabe un día que ya no hay más? Es una sensación extraña para alguien afín desde niña al encanto del romance, a las relaciones intensas, al amor ilógico y desenfrenado. Hoy solo es… no, corrijo: hoy solo NO es. Como si nunca hubiera pasado, aunque sé que pasó.
La gente me pregunta cómo hago para sobrellevar la cuarentena. Me gustaría responderles: «divórciate sin 705
hacerlo y en el camino haz que te rompan el corazón». No lo hago porque suena estúpido… o pretencioso. Pero si no fuera porque estoy en medio de eso, estaría en medio de una cuarentena en la que sí estoy, pero a la vez no, porque tengo otro tipo de cosas en las cuales pensar. O por las cuales sufrir. O para enojarme y deprimirme. Como dije, antes de esto yo ya tenía mi kit de neurosis incluido. Tengo cosas pendientes por arreglar y eso consume muchas de mis ideas y mis energías. El dolor que me provoca el haber dejado de ver a mi esposo como lo veía antes y el dolor que me causa el que, por otra parte, me hayan dejado de ver a mí como me veían antes. Qué bonita ironía. Eso y cargar la culpa de que esas sean mis preocupaciones y no la estabilidad económica, la justicia social y la salud mundial. Lo siento, pero ese desmadre no lo hice yo y no puedo prestarle mucha atención cuando es mi mundo el que se derrumba. Me duele más mi callo que su cáncer y aunque eso es muy humano, de verdad, me apena. Quisiera aportar más, pero creo que a estas alturas se entiende que, como muchos, no estoy en mi mejor momento (y probablemente la situación del mundo es justo un reflejo de eso, plop).
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Sobre el futuro: imagino que mucho de él dependerá de mi habilidad para adaptarme. Logro desbloqueado. Como se puede intuir, ninguna circunstancia me resulta complicada, así que creo que voy de gane. De verdad que pocas veces he tenido tanta fe en las posibilidades que brinda el futuro. Las crisis son para crecer y esta en particular nos va a obligar a todos, queramos o no, a dar el estirón. Ahorita lo que sentimos son los calambres y las fiebres de ese proceso, pero lo que viene es un reto interesante que me emociona afrontar. Es obvio que hablo de lo profesional, lo personal y lo económico, porque mi coco va a ser cómo salir de esta. O sea, de verdad: SALIR DE ESTA relación/casa/circunstancia. En esas ando. Hace ya un tiempo que por salud mental dejé de preocuparme por los temas macro, porque de verdad ME URGE atender mi microentorno. Como alcohólico: un día a la vez. Ojalá mañana pueda ayudarles con la paz y la salud mundial; hoy, por lo pronto, yo tengo que lavar los trastes.
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María Fernanda Pineda Calero nació en Departamento de Estelí, Nicaragua, en 1998, y pasó su confinamiento en Municipio de Condega, Nicaragua
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El cautiverio de las mujeres en medio del COVID-19. La pandemia… ¿La excusa perfecta para robarme nuevamente mi libertad?
Me declaro libre, aunque la pandemia diga lo contrario. El virus no es el que ha puesto en debate qué hacer con mi vida, no es la primera vez que me cuestiono si salir o no, o pensar: «si me quedo en casa no me pasará nada», esas frases ya las conozco y son familiares para mí. El confinamiento no lo vivo a partir del coronavirus, lo vivo desde abril 2018 en Nicaragua, desde aquel estallido social que marcó para siempre la historia de mi país; lo vivo por ser Mujer joven defensora y activista, lo vivo por nombrarme como tal, lo vivo desde la persecución política, lo vivo porque en mi país pensar es un delito. El encierro lo vivimos desde nuestras casas, pero también desde nuestras mentes. El coronavirus solo me ha expuesto y me pone en riesgo aún más en mi situación de defensora de derechos humanos. 709
Por ser mujer, históricamente han querido cortar mis alas; quieren silenciar mi voz nuevamente, ya no quieren que manche las calles. Pero se volvieron a equivocar, aprendí a vivir conmigo misma, desarrollé mi yo interior, estoy conociendo cada partícula de mi cuerpo, de mi ser, y no dejo de asombrarme. Aprendí a abrazar la soledad. Hoy veo cómo las flores crecen, cómo mi jardín me da los buenos días; veo detenidamente recorrer el agua por mi cuerpo, limpié el espejo que tenía en mi habitación y volví a usarlo, sonrío y me lleno de alegría porque estoy viva, no hay excusas ni fronteras para comunicarnos. Hemos vuelto a reunirnos de manera virtual con mis hermanas y amigas para acuerparnos. Sonreímos y lloramos porque solo juntas saldremos de esto; no se me olvida quiénes son las que han estado ahí, juntas recargamos fuerzas, afinamos los gritos para volver a luchar, porque las calles y las noches serán nuestras, temblará el mundo nuevamente al ver los pañuelos verdes, porque serán las calles testigo de que hemos sobrevivido. El COVID-19 es el mejor amigo de las dictaduras y de los gobiernos corruptos. La pandemia de los feminicidios sigue latente, siguen apagando vidas, siguen matando mujeres, cortando sueños, metas: pero todo 710
esto huele a impunidad, injusticia, violencia, silencios de esos que guardan secretos (delitos). Justamente hoy estaba postrada en una hamaca cuando leía un artículo que hablaba del retroceso de los derechos humanos en medio del COVID-19. Sonreí conmigo misma y me pregunté: ¿Qué nos espera a nosotras las mujeres? ¿Qué les espera a las niñas? ¿Qué les espera a las mujeres que no conocen sus derechos? Si la casa es el lugar más inseguro, pero una de las respuestas a esta alerta pide #QuédateEnCasa… La carga emocional para todas esas mujeres que no lo han decidido y están encerradas en una vida rutinaria, y que ahora están lidiando con parejas, hijos, familia y con el virus 24/7, y tienen que cuidar a los que parece que nunca crecieron y hacerse cargo de todo el mundo, menos de ellas mismas. ¿Cómo se van a quedar en casa? Pienso en cómo ven pasar la muerte a diario, los gritos que las agobian. Ya no deben tener lágrimas, ¿sentirán los golpes aun en cuarentena? Imagino lo que deben pasar —pues he acompañado casos aun estando aislada—; esa tarea no la asumen las autoridades porque quieren mandar a «lavar los trapos sucios» en casa, pero se les olvida que lo personal es político y, ¿cómo entenderán eso? Si son ellos los abusadores, son ellos parte del problema. No pueden ser la enfermedad y la cura al mismo tiempo. 711
Pienso en la responsabilidad que tenemos como sociedad al exigir a estas mujeres que se queden doblemente obligada al encierro, aisladas con sus abusadores. La culpa que deben sentir por pensar en ellas mismas con tanta gente muriendo. Lo que para ellas era un respiro poder —ir a la pulpería— hoy ya no lo hacen ¿Por qué a ellas nadie las escucha? ¿Por qué la muerte de las mujeres a manos de hombres no se trata como la pandemia que es? ¿Acaso no vemos que están encerradas con sus verdugos? No será el virus el que acabe con la vida de ellas, serán sus futuros femicidas, porque volvemos a ser las mujeres víctimas de estos sistemas patriarcales y capitalistas. Quedarnos en casa nos costará la vida. ¿Quién cuida de nosotras? ¿Quién responde por nuestras vidas? ¿Por qué esta situación nos afecta de manera directa y diferenciada a nosotras las mujeres? Nos provoca culpa el querer estar mejor, poder irnos para salvarnos. ¿Por qué pensamos en quién cuidará de los otros? ¿Por qué nos quieren engañar haciéndonos creer que quedarnos en casa nos salvará? Pero a mí, ¿quién me salva? En medio del virus soy la voz de las que ya no están conmigo, soy mi propia esperanza porque creo en otro tiempo. Esto no es nuevo para nosotras, esto ya lo he712
mos vivido desde el propio encierro en las familias, con las dictaduras; un mundo en el que no podemos decidir. Tendremos nuevos aires y estaremos preparadas y si no lo estamos, tenemos amigas que son parte de nuestras fortalezas. Yo sé que puedo ser quien yo quiera: una hoja cayendo de un árbol o un huracán destruyendo caminos y todo lo que se ponga en frente; puedo ser fuego, luz y apagarme sola; puedo ser como el viento, libre; soy mi propia energía y puedo ser de todas las que quieran brillo en su andar; soy fuente de vida si así lo deseo, soy la alegría de mis días, soy poder en medio de la tempestad. Soy de la tierra porque ella me vio nacer y hoy vuelve a recobrar vida: se adueña de lo que le pertenece. Está polinizando los campos nuevamente a su manera, se escucha el rugir de los volcanes, las aguas se están volviendo cristalinas, los animales han salido de los rincones, la tierra está recuperando lo que le corresponde. Porque necesita sanar, renacer, reconstruirse; pero esto no será posible con las formas de vivir que actualmente hemos adoptado. Tenemos que repensar realmente qué es lo mejor para la naturaleza y vernos como parte de ella —vernos desde lo colectivo—, esta podría ser nuestra oportunidad de generar cambios que abonen a la existencia de un planeta verde en donde los seres humanos realmente nos merezcamos vivir en la Tierra. 713
Pronto será mañana para arrancar todo este dolor que llevo dentro —porque cansa—, frustra tener que recibir a diario casos de violencia y estar encerrada sabiendo que no hay instancias que respondan por la vida de esas mujeres. Porque los derechos sexuales y reproductivos nunca se han cumplido (peor en estas circunstancias). Porque la impotencia cobra parte de mi vida, porque carcome ver lo ineficientes que son los políticos, los gobernantes de nuestros pueblos, aquellos que nadie nombró, los que quieren perpetuarse como estatuas, los que no creen en la gente… Los que llegaron facilito pero tienen armas, aquellos que solo ves detrás de la televisión, los que tienen los discursos gastados, los que ya no encuentran palabras para seguir mintiendo, los que se esconden y no dan la cara, los que le roban a su propio pueblo, los que se creen dueños de las leyes. Porque el virus es la excusa perfecta para seguir sumergiéndonos como las desposeídas… las que no tenemos derechos, las que somos nada más que cifras y estadísticas, las que nombran en los periódicos, pero al día siguiente son olvidadas. Porque quieren vernos nacer y morir en la precariedad. Porque nos quieren medir igual a todas, pero ¿qué pasa con las mujeres que no pueden quedarse en casa? Aquellas que tienen que salir para poder comer, las que están obligadas a exponerse porque no 714
tienen otra forma de subsistir. Qué pasa con las que no tienen hogar, las mujeres que ni siquiera pueden «decidir» si quedarse en casa o no, porque su casa es la calle y encima la culpa de poder contagiar a otros porque no tienen otra opción. Porque no hay un quédate en casa. Los Estados no cuentan con las condiciones ni la capacidad para poder responder a una pandemia de este tipo. Todo esto es falta de efectividad y gestión social de los Estados y los gobiernos. Porque nos han romantizado la idea de quedarnos en casa cuando sabemos que para muchas es el lugar más inseguro y a raíz de esta crisis-pandemia se han evidenciado la gravedad de los abusos, violaciones y femicidios, han colapsado los centros y casas de apoyo. Siguen siendo las familias el lugar donde se cometen los abusos y violaciones sexuales, lugar donde el maltrato está a flor de piel, esas paredes que se curtieron de llantos y tristezas. Nos quieren hacer ver otra cosa de la que hemos vivido en carne propia, porque nos quieren volver a engañar. Decir que nos quedemos en casa todos(as) no
es empatizar con una realidad social que no atraviesan todos(as), porque la manera en que lo estamos viendo puede ser una trampa. ¿Cómo vivimos en medio de tanto? ¿Hasta dónde tenemos que resistir? ¿Y si lo 715
prendemos todo? Estamos claras de lo que queremos: un mundo mejor, creando nuevas formas de convivir y relacionarnos. El virus lo podemos enfrentar sin pasar por encima de los derechos de las(los) seres humanos, pero el virus más grande los tenemos como representante de nuestros países —las autoridades—. Desde Nicaragua ni siquiera se decretó estado de emergencia; al contrario, se han abierto fronteras, han convocado y han llamado a la población a realizar actividades multitudinarias, aglomeraciones por todas partes. Pero una vez más demostramos que los pueblos tienen el poder y nos hemos quedado en casa. No pierden ni una sola oportunidad para poder sacarle provecho a esta crisis mundial: préstamos para responder ante la pandemia que al final terminaremos pagando a costa de nuestros propios sudores. Se puso a prueba nuevamente el actuar de los gobernantes y se vuelve a comprobar que no les importa su pueblo, son capaces de seguir matando. Ellos no necesitan licencia para eso, tampoco hay quien los pare, pero no perdemos la esperanza porque es la única luz que podemos seguir, porque los cambios son posibles. Porque confío en mí y las otras mujeres que han luchado a diario para cambiar este mundo en el 716
que vivimos. Porque seguimos acompañando desde el confinamiento. Porque también confío en que existen otros que quieren hacer un mundo diferente. Porque creo en la colectividad, en las alianzas, en las comunidades, porque son posibles otras formas de existir en este planeta. Este tiempo de quedarme en casa ha significado comenzar a estar presente en mi propia vida, dedicar mis energías y fuerzas a lo que me hace feliz, pero también cuestionar ¿qué es lo que me hace feliz? y ¿por qué eso me hace feliz? Confieso que ha sido un dialogo constante conmigo, reflexionar hasta dónde lo que yo hago es porque lo decidí y qué de ello me hace sentir satisfecha. He identificado metas a largo y corto plazo, las escribí y ubiqué en una parte de mi cuarto. Mis anotaciones ya nos la engaveto, hoy son compañeras de mi cuarto. Estoy aprendiendo a hacerme responsable de mí misma y este proceso ha sido doloroso porque es un reencuentro conmigo a mis 21 años, es una línea de tiempo que ha marcado un inicio y un hasta ahora. Recordar los momentos felices y tristes que han hecho de mí lo que soy hoy. Esto ha sido necesario para poder sanar y avanzar en paz conmigo misma. Hoy estoy aquí, sobrellevando esta situación como he querido, a pasos lentos, 717
cayendo y levantándome sin perder la motivación y el amor propio. Revelo que todos estos momentos de exploración y amor conmigo misma han sido increíbles: ser consciente y descubrir que estaba dejando pasar los días y cada vez me alejaba más de mi misma. Hoy estoy materializando mis ideas, mis proyectos; porque hoy tengo tiempo, hoy estoy conmigo y es mi oportunidad de construir nuevos hábitos y prácticas en relación a organizarme mejor. Hoy más que nunca puedo hacer lo que he justificado con la frase «es que no tengo tiempo». Hoy tengo tiempo para mí, tiempo para revisar mis espacios y construir de mi casa un lugar sensorial donde pueda cobijarme con mi propio calor y el de mis compañeras…un lugar para crear y sentir el gusto de estar presente desde mi propio ser. Esta pandemia mundial me acercó a las personas que están «al otro lado del charco» (en otras partes del mundo) y me alejó de quienes estaban en la otra calle de mi barrio. Hemos tenido que acomodar las formas de amar más allá de lo físico, todo ha sido incertidumbre —tener que adaptarnos a cambios tan rápidos—, pero nadie nos preguntó si estábamos listas(os) para una pandemia y pues los Estados, los países, continentes, vuelven a demostrar que no estaban preparados. No 718
cuentan con herramientas para sobrellevar esta situación. Esto se refleja a través de las cifras de los muertos y en que los sistemas de salud colapsaron. El egoísmo se convierte en nuestra brújula: desabastecer los supermercados como si se acabara el mundo. Porque el alcohol y el papel higiénico hoy se nombran como oro puro, porque en este barco actuamos desde un «sálvese quien pueda», porque no estamos preparados(as) para controlar lo que sentimos, nos podemos volver irracionales, pues, pensar o imaginar que podemos contagiarnos nos hace más individualistas, porque esto ha desatado olas de discriminación. Nos estamos dejando llevar por las masas, no nos visualizamos como humanos(as), ciudadanos, sujetos de derecho. Porque da miedo y entramos en pánico pensar que el virus no acabará con nosotros(as), sino el racismo, la xenofobia. Porque podemos deshumanizarnos por completo. Es un mundo extraño al que estamos comenzando a introducirnos, pero debemos hacerlo con pies firmes y sobre la tierra. Avanzar no debe implicar que vamos a
retroceder en el marco de nuestros derechos, y para esto necesitamos informarnos, no suponer, no especular, porque esto generará angustias, malas decisiones, ansiedad, histeria colectiva, enfermedades. Esta será nuestra 719
propia prueba social: saber que cuanto mejor esté cada una(os), más aportamos a las(os) otro(as). Hoy nos damos cuenta de que las palabras han cobrado sentido. La era digitalizada es una herramienta potente para seguir haciendo, aun con toda esta tormenta, seguir construyendo otras de formas y maneras de vivir. Cómo sobrellevemos esta situación depende de cada una(o) de nosotras(os), es nuestra propia responsabilidad. Esta crisis puede ser una oportunidad, siendo altruista, humana, cálida; pero esa receta está en cada persona, sacando lo mejor de nosotros(as) y permitiendo que sea un momento de reflexión. Darnos ese espacio que tanto nos merecemos porque podemos escucharnos y eso nos permitirá escuchar a otros (as), ser consciente de cada momento, ser solidarias, ser compañeras, apoyar a quien lo necesite, no dejar de ser feliz, pero no hacerlo a costa de la felicidad de otros. Esta pandemia nos ha venido a colectivizar, nos ha desconectado de nuestros propios mundos, pues no vivimos en planetas diferentes. Es un reto para poder
comprendernos en medio de tanto caos en el mundo. Tenemos que aprender nuevas formas de convivencia sociales comunitarias, saber que si te derrumbas alguien te acompañará, que en la tormenta siempre habrá al720
guien con un paraguas, alguien que te brindará la mano para que puedas seguir, alguien que te dirá la verdad para que puedas decidir si irte al fango o no. Saber que hay cosas más importante que ir de compras, pues una taza de café y una buena plática es rica aun en tiempos del COVID-19, pues cuidar de nuestros jardines nos recompensa la alegría de estar vivas y nos conecta con la tierra de donde salimos. Algunas de las cosas que me han servido y que aprendo por mi bienestar y por apoyar a las otras son: 1. Dedicar tiempo a lo que venía planificando desde hace tiempo. Ese tiempo que venía posponiendo, ese tiempo que sabía que no iba a llegar. Hacer esto ha significado para mí sentir que estoy avanzando, como por ejemplo, dedicar tiempo a escribir, bailar, hacer una limpia del espacio donde habito. Pero, sobre todo: cumplir lo que ya está planificado. 2. Deshacerme de lo que no necesito. Esto implica un proceso de desprender cosas materiales, decir «no puedo estar acumulando cosas a las que no les doy uso», cosas que podrían ser usadas por otras personas en vez de estar guardadas o encerradas ocupando espacio. Sentís que estás apoyando a otras personas, te sentís 721
conectada por lo que piensas que harás de esas cosas, y te lleva a experiencias personales, te trasladas a lugares desde tu propia imaginación. 3. Hacer de nuestras casas un espacio agradable, ubicar lugares donde podemos estar en silencio, cómodas, que nos permitan sentirnos seguras. Construir esos espacios sensoriales necesarios y prioritarios en tiempo de crisis, porque es válido querer estar sola, querer estar con la propia yo interior, tener lugares de silencio, lugares colectivos, lugares para el placer, jardines que permitan respirar aire fresco. Es necesario poner atención a nuestras propias emociones y darles cabida en nuestras vidas. Si no lo hacemos, va a llegar ese día en que vamos a explotar y será más difícil manejarlo. 4. Si estás acompañada, proponer actividades que incluyan a las otras personas: cocinar, bailar, hacer ejercicios. La carga es menos cuando se comparte porque charlar y hablar sana, y hay que propiciar esos espacios a las personas con las que se convive a través de nuevas dinámicas de vivir. Eso no implica romper las prácticas de distanciamiento social: hasta para esto podemos ser creativas y se asombrarán de lo que somos capaces de hacer. 722
5. Me ayuda para sentirme motivada en lo que hago: levantarme y hacer la misma rutina, bañarme, ubicarme en el espacio que voy a trabajar y tomar tiempos de descanso. Hacer esto me anima y me dispongo a sacar lo mejor del día, hacer lo que planifico. 6. Dedicar tiempo a nuevas actividades para no sentirnos aburridas o que estamos haciendo lo mismo. Atrevernos a hacer algo nuevo, pues si nunca has pintado, esta es la oportunidad. 7. Hacer videollamadas a personas que amamos en la distancia, que nos permitan sentirnos acuerpadas y acompañadas, porque el amor es necesario, más cuando nos enfrentamos a lo desconocido. Porque es válido sentirse sola y escuchar palabras de motivación y alegría. 8. Leer, como ya es un hábito. Ayuda un montón para despejarse y crear nuevas ideas, y para conocer otras mentes. Hacer todo esto es realmente nuevo en mi vida y, para mí, ha significado resistir. Ser consciente de lo nuevo y lo
que tengo que mejorar. Aprender a disfrutar plenamente de cada momento, disfrutar las compañías presenciales, cuestionarme pero reencontrarme, y hacer lo mejor que puedo sin culparme. 723
En medio de estas crisis afloran el miedo, los temores, las angustias, el desánimo, pero, ¿vale la pena vivir una vida así? Se hace necesario sentarse, respirar, dedicar tiempo para pensar, para encontrar respuestas o construirlas, no quedarnos repitiendo lo mismo. Es válido desmoronarse, por eso es necesario tomarse el tiempo que sea para aclararse, tiempo para hacer «polo a tierra». No podemos ser como las hamacas que te dan momentos de placer, pero no te llevan a ningún lado. Cuanto más podamos entender la situación, menos miedo podremos tener. Cuanto más estemos abiertas a los cambios, a adaptarnos, a resistir, más dispuestas y preparadas nos encontraremos para afrontar la propia realidad (aun cuando no tenemos autoridades dignas de ser nombradas, por eso el camino es más largo, pero no imposible). Quedarnos en casa no significará que me volverán a callar, es por ello que cada día tengo más fuerzas para seguir luchando, para seguir creando, para hacer nuevas alianzas que son vitales. Principalmente en estos momentos, porque somos creativas —eso ha sido evidente—, porque aun desde el encierro desafiamos a los gobiernos, a los Estados; porque no podemos aislarnos totalmente. El aislamiento no es nada más físico, —re724
cordemos que ha sido uno de los pilares del amor romántico—. Estaremos listas ese día que podamos salir y gritar como hasta hoy lo hemos hecho, porque nos reinventamos formas de batallar y seguimos resistiendo en estos nuevos caminos. No sé si el coronavirus está aquí para quedarse, pero prefiero imaginarlo y estar preparada. Eso aligera la carga que llevamos en nuestros hombros, esa carga que podemos sostener todos(as) si nos unimos. Debemos empezar a construir el tejido social a través de una sola voz con sed de justicia y derechos, la que nos hace más humanos, pues este virus ha desnudado nuestro propio ser y nos ha hecho sentir indefensos e impotentes ante la realidad que vivimos. Porque ha invadido nuestras maneras de vivir y nos ha despojado de lo que tenemos, pero también este virus nos ha enseñado qué es realmente lo que nos falta. Es por ello que debemos seguir luchando por cambiar a los que gobiernan nuestros países, por hacer justicias, porque de estas situaciones debemos salir fuertes y con la empatía que tanta falta nos hace en esta vida. Esta crisis no todos(as) están viviéndola de una manera cercana. Cuando comenzó pude pensar desde mi ignorancia y egoísmo, «esa enfermedad no me va a dar 725
a mí». Primero pensé: ese virus no llegará a mi país, luego que llegó… «esa enfermedad no me dará» —porque aparentemente solo les da a los mayores—, este es uno de los grandes mitos; pero luego pude ver la rapidez de este, cómo se propagaba, lo que pasaba en otros países. Comencé a reflexionar y pensar en qué iba a hacer si me contagiaba del virus, pues mi «paisito» (haciendo referencia a Nicaragua) no brinda las condiciones para contrarrestar esta enfermedad. Comencé analizar y pensar en todas las personas mayores, lo expuestos que se deben sentir, y que muchas veces por ignorancia podemos contagiarnos y contagiar a otros que por sus situaciones se encuentran más vulnerables. Pensé en mi abuela y mi abuelo, a quienes a partir de ese día llamo a diario y les pregunto ¿cómo se encuentran? Ellos creen que por magia están salvos y no hacen caso en mantener distanciamiento social o tomar las medidas realmente necesarias, pero yo estoy ahí, hablándoles, escuchándoles y preparándome para lo que venga, porque sé que no puedo verles, por su seguridad y la mía. He pensado de la misma manera cómo me siento encerrada, aislada, y lo he llegado a visualizar con los animales: lo que genera en ellos estar encerrados, cómo se la pueden pasar no solo momentos, toda una vida. 726
Estas experiencias me alegran porque hoy estoy pensando en situaciones que hace unos días podía intuir, pero no les daba la importancia que se merecen. Reflexionar y analizar acerca de lo que pasa a nuestro alrededor, en nuestros barrios, en las comunidades, en todos nuestros países, en el mundo entero. Este virus es colectivo, marcará las diferencias cómo lo estamos viviendo, pues de ahí se derivan nuestras acciones, nuestras maneras de actuar. Y cómo resistimos ante lo que hoy ha sido verídico como la falta de hospitales y equipamiento médico, la educación de calidad que permita tener profesionales que respondan ante estas situaciones, la higiene básica, los hábitos primarios entorno a la limpieza. Hoy esto es parte de nuestras vidas, hoy estamos dándoles un giro al mundo entero. Hoy me levanté con la mejor actitud del mundo porque esa es mi manera de ser resiliente. La he construido con otras mujeres, porque también hay historias que me anteceden de mujeres poderosas, capaces y brillantes, por eso este día me siento alegre. Dediqué tiempo para respirar y brindarme un momento para observar lo que nunca veo. Descubrí que tengo la mejor vista frente a mi casa: un campo lleno de árboles y vacas. Decidí salir a caminar muy temprano, por la orilla del río, escuché 727
más de 15 especies de pájaros diferentes cantar, vi el verde de las plantas por todos lados, respiré profundo ese aire cálido que viene y me acaricia el rostro, me senté junto a un árbol como cuando era niña y comencé a traer recuerdos. Aquellos en los que casi me orinaba de tanto reír, esos momentos felices que pasaba en familia cuando no había descubierto los secretos familiares que ya sabemos. Volví a esos días en que hacía travesuras hasta ya no poder, ahí descubrí que recordar es volver a vivir, me di mi propio espacio, respiré profundo y me transporté en mis recuerdos, me di este regalo porque quise levantarme alegre, llena de confianza, positiva, porque no quiero sobrevivir, quiero vivir plena y gozando. Me hice un calendario de cómo me siento cada día para hacer un balance al mes y ver dónde tengo que mejorar; pero también analizar por qué me sentí de esa manera. Estos días han sido importantes para poder pensar en todo. Hoy veo que la alimentación tiene mucho que ver con cómo podamos estar. Quiero hacer mi propia huerta. Harta pensar que dependemos de todo. La vida no es para siempre y los cambios empiezan desde ya. Estoy viendo que el viaje de la vida tiene varias paradas y como aún no he decidido bajarme, continúo firme. 728
Es divertido cómo los closets de ropa son testigos de las diferencias que hay en usar cada prenda. Hoy esos problemas no los tengo, hoy me visto solita para mí, hoy uso el perfume que quiero, hoy me peino como mejor me gusta, hoy me tomo fotos porque estoy conmigo, hoy dejo de reprocharme, hoy pienso en mí y aprendo de lo que hago. Desde hace rato no busco salvadores y solo lo sigo reafirmando. Escucho la música que me gusta, pues no tengo todo el tiempo del mundo. Veo películas, bailo por toda la sala de mi casa. Hago la imaginación y la creatividad dueñas de mí, porque eso es lo que quiero que se apodere de mi ser, porque puedo estar donde quiera estar, solo basta darme permiso y dejarme llevar por mí misma. Porque solo es cerrar los ojos y verme en cualquier parte del mundo. Solo me envuelvo en la lectura y me cobijo con mis fantasías. Porque la imaginación camina y asusta, porque solo es abrirle la puerta y las ventanas y que fluya. Fluir es necesario en medio del caos, porque saldremos de esta, saldremos ganadoras. Cuanto más nos escuchemos, más rápido volverán esos días donde se nos iban las horas rápido, esas vacaciones que tanto añoramos, esos viajes que pospusimos. Pero para llegar a eso lo primero es estar vivas, es ser 729
conscientes y tener confianza en que, con cada cosa que hacemos, aportamos al mundo entero. No tenemos que convencer a nadie, nos tenemos que convencer nosotras mismas, porque la motivación está en que cada una encuentre sentido a lo que hace, en que encendamos la mecha y pongamos nuestras luchas, nos juntemos y unamos fuerzas. Porque si podemos quedarnos en casa, si tenemos ese privilegio, pues hagámoslo. Mostremos solidaridad y unidad cuando lo hacemos, porque si en tu casa no te abusan y te sentís segura, puedes hacerlo, pero si ese no es el caso…si tu casa es una cárcel con verdugos pues NO, no debes quedarte. Busca amigas, redes de apoyo, salte lo más pronto, porque no se vale aguantar en medio de tanto, porque no somos santas, tampoco debemos poner la «otra mejilla» en nombre de la humanidad. Porque no hay tolerancia al maltrato, porque nos queremos vivas y fuertes. Debemos seguir denunciando, nombrando y visibilizando los abusos. Estos patrones de violencia se agravan en estos contextos tan adversos, pero ahí estamos «las locas», «las gritonas», las que no aguantamos nada porque nos amamos y amamos a las otras. Porque queremos un mundo diferente, con nuevas estructuras organizativas, nuevos gobernantes que no maten a su 730
propio pueblo, nuevas políticas de Estado que respondan ante este tipo de emergencia global. Un mundo donde respeten nuestras vidas, un mundo en el que sí podamos vivir y los cambios empiezan desde ahora. Si no es hoy, no hay cuándo.
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María Iliana Hernández nació en Ensenada, México, en 1972, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar
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Diario de la espera Para Mariana, mi fuerza. Para Marijose que cumplió 18 años en estos días extraños.
Día 3 Y habrá tiempo lento para regresar a las calles en las ciudades, nos parecerán nuevas, con piedras que jamás habíamos notado, habrá espacio para cerrarlo con nuestros hombros en los bares y podremos compartir una copa de vino o saborear el mismo trago. Nos daremos pocos centímetros para vernos de cerca y podremos descubrir realmente de qué color son nuestros ojos. El bocado de pasta irá de mi cuchara a tus labios, la playa besará a todos los cuerpos y nadaremos sin alarmarnos por la carcajada y la sal entre los dientes. El horizonte se verá rojizo y detendremos el carro para contemplarlo sin tomarle una 733
sola foto, porque nos serán suficientes nuestros ojos para detenerlo en la memoria. Besaremos sin temor todo lo que hemos descuidado: una carta, la mejilla, la frente del perro, la camisa a cuadros, los labios y la certeza de estar a tiempo, inevitable y decididamente a tiempo.
Día 7 Pinté para extender el tiempo. En estas horas virulentas parece que la sombra densa amenaza con robarse momentos en los que podemos encontrarnos con el cuerpo, adentro de la casa, debajo de las cobijas. Me arreglé el cabello y fui una desconocida frente al espejo, me hacen falta tus manos que nada saben de peluquerías o de adornos para reconocerme. Estirar los minutos como las piernas sobre el sillón, acariciar a los gatos que nada preguntan porque lo saben todo. Ahora entiendo que los perros de la casa echan miradas de lástima a sus amos disculpando su tontería, lo saben todo también. Abrazo en mi mente tu risa y nuestros encuentros inconsistentes, después de la enfermedad sé que podrás pronunciar palabras rojas, claveles, palabras hamacas, palabras flor de durazno, lenguaje inventado a partir de encerrarnos en el silencio de la piel, candado de este pecho. Lo sé como lo saben los gatos, lo sé todo de ti. 734
Día 9 El café frío y el viento recordándome respirar. Una mujer canta insistente sobre nuestra historia, ¿cómo se enteró de la sombra de tus pestañas sobre mis ojos? No importa, como tampoco que cae un vaso de cristal al piso y trato de enmendar el pensamiento, acuñar tu nombre, verterlo en todos los estanques para que los lirios me ayuden a convertirlo en monedas, comprar una vez más la complicidad. Así nos escapamos, de noche. En los sueños sucede, ahí el amor es verdadero. Lo confesamos. Nada será de esta ventana que se agota con las cortinas pardas, nada de los pasos que no oigo en todo el día por mi calle, nada de las advertencias que es mal tiempo para el amor bajo los árboles, te digo que nos plantaremos a observarnos y tu aliento volverá de su naufragio, estaremos salvados.
Día 11 Y si digo que te amo. Y si salvo al mundo con la pala-
bra de la verdad o si me escondo en la espera; si decido que hay mucho tiempo por delante, para un día (alejado del dolor de pulmones, hospitales atestados, tos y la fiebre) recordar cómo hemos salvado nuestro universo 735
dejando atrás catástrofes, el último suspiro vendrá publicado en todos los periódicos. Libres de culpas, sentados en el patio, podremos decir que sobrevivimos para retomar los besos, no sabremos explicar las huellas dolorosas que permanecieron, será una alegría encendida, en los huesos, en los dientes, en las piernas y el cuello. Diremos que resistimos, aun cuando la muerte conocía la dirección de nuestra casa, confesaremos que ella nos ha rondado siempre, diremos que confiamos en el eucalipto y el romero, en los escarabajos y la semilla de mostaza, diremos que nunca nos olvidamos.
Día 12 Se me junta la madrugada con la mañana, me levanto del sillón y resbalo a la noche. Abro el refrigerador y es hora de preparar una sopa que de espesa se trae unos nubarrones, luego la lluvia golpea los techos dejando a los perros desamparados, entumidos por la espera del día que llega, otra vez, justo ahorita que escribo. Pendiente de las horas que no hacen sino resbalarse a una tarde en la que tu espalda anuncia luna llena. La primavera no termina de sentarse a mi mesa, los pies sufren de invierno, de falta de sueño: es la pandemia. Conta736
giados sin estarlo, tosiendo estrellas, limpiando de la nariz perfumes de verano, los ojos llorosos, la fiebre del que desea ser abrazado. Aislados los cuerpos, nostálgicas las frentes, solo puedo mirarme las manos, resecas de extrañar. Hoy se vino de golpe la oscuridad, espero tu voz ordenando los días, espero un contagio de ternura.
Día 13 Cuando abres los ojos cada mañana eres recién nacido, el cuerpo descansado, los sueños apenas elevándose al techo de tu habitación, no sabes nada. Pasan dos minutos y regresas al encierro que es la misma habitación, te preguntas: ¿qué pasará hoy con los brotes de gladiolas?, ¿dónde el dinero?, ¿cómo te acomodarás tanto reclamo de hacer? (cuando no hay cabeza que te alcance para nada), ¿tu calle seguirá vacía?, en tres minutos te has hecho todas las preguntas posibles, las justas para abonar a la cuota del desasosiego. Bebe café primero, arrópate de silencio y dale un vistazo a esos hermosos pies que hace mucho escondes. Luego canta o regresa
al descanso, veo cómo has olvidado reposar, detienes impulsos que son burbujas frágiles, hazte de una voz entonada cantando como tu madre, cuando te levantes, 737
en coro llegarán todas ellas, las abuelas de tus abuelas, a contarte que también cantaron en el encierro y fueron trapecistas de la angustia, y como tú, regresaron al espejo para acompañarse sin miedo.
Día 14 Vi que te has bañado en cuanto saltaste de la cama, no le diste oportunidad a la duda de hacerlo más tarde, te has puesto el mejor atuendo. Tu perro tiene hambre (siempre) y te persigue en jugueteos persistentes, no evitas acariciarlo y reír, aunque esos dientes de leche amenacen con despedirse antes de que termine el mes. Imagino tu niñez, te veo circular por la casa mordiendo un pan, siguiendo con ojos divertidos las caricaturas. ¿Será que en esta espera todos volvemos a ser niños? Queremos dulces, salir al patio o escuchar música, viajar por internet y regresar a la fortaleza medieval, al barco pirata, a los charcos, al monte y la playa. Queremos una canción inolvidable, comer chocolate a escondidas, no dormir o cortarnos el cabello como se trozan las horas o se viaja en una nave del tiempo para ver en la palma de la mano un diente pequeñísimo, tener una moneda bajo la almohada. Regresar. 738
Día 17 De esta espera hago recuento de sus gracias, esas telas vaporosas que exaltan lo pequeño. A las ocho de la mañana una bandada de loros cruza la sala, se apresuran a salir por la ventana para huir del frío de mi casa. Afuera, las conversaciones constantes de gente siempre invisible, los ladridos de los perros lanzan preguntas a los que están confinados en patios laberínticos, los he escuchado desde niña, las siestas siempre han sido más placenteras cuando se siguen las últimas noticias de los perros vecinos, aun cuando el gato muestre hastío por ese mitote de huesos o croquetas. Es lo pequeño, como la gratitud de tener un sillón blando, una almohada vieja, la taza con la medida exacta para el café y la leche, la regadera que ya no gotea a medianoche, libros pacientes por nuestra mano cercana, una puerta que se abre para que entre el mediodía y una voz recitando el Ángelus de otras épocas. Hoy mis ojos los regalo para llorar o alegrarse con lo pequeño, que es lo inmediato, lo palpable en una isla de lejanía, hoy sé que en otra parte de este reducido territorio nos leemos, somos testigos del que es libre.
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Día 18 Me levanté muy tarde hoy, en mi defensa diré que salté de la cama con un plan específico: levantar mi casa dentro de mi casa. Comencé por los muros, contrario al manual, que dicta sentar una cimentación a prueba de terremotos, levanté las paredes de mi casa con gasa transparente, sin techo para que me llegue la luz al espíritu, traje mucha fruta a mi corazón, guayabas fragantes, rosadas por dentro, blandas-dulces labios. Mi casa enclavada dentro de mi casa es mi alma. Ahí me pongo a pelar papas como dudas que van y vienen, sufre sin música, la casa de mi alma es mi idioma, como dice Jorge Cocom. Es fresca, tiene corredores largos en los que las hamacas abundan, los pájaros hacen nidos en invierno, los paleteros se detienen a ofrecerme nieve de pistache. Mi casa interior repasa con regocijo versos y diálogos del mar y el desierto, entran a este hogar de la mente serranías y barrancas donde me desplomo, el pensamiento levanta el vuelo en plena caída y llega a la cima buscando luz, ancla y amarras que solo en mi casa interior existen, aquí adentro vivo y su paisaje me es suficiente para creer de nuevo.
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Día 20 Los días se acumulan en su pequeñez o vastedad. A veces pasan unos minutos y el sol brilla por la ventana, luego ya es oscuridad. Ya comenzaron a marchar por estos días de encierro los cumpleaños. Nos enviamos abrazos, tarjetas, globos virtuales, sonrisas desde la pantalla. Hoy es cumpleaños de Regina Swain, la niña escritora. Regina era una sonrisa con ojos brillantes, tenía una sillita roja, faldas largas de gitana, pulseras de colores, atuendos para jugar a ser muchos personajes. La voz más dulce la tenía Regina, un día me contó que fue a ver al cantante Emmanuel y como ella era una chiquilla, los adultos pusieron una hilera de sillitas al frente del escenario para que ella y sus compañeras vieran de cerca las pecas adorables del cantante. Nos reímos mucho con la anécdota, porque las dos estábamos enamoradas de él, hace muchos años, cuando teníamos nuestra propia sillita y paradas en ella veíamos los barcos en el puerto, morusas que el viento llevaba de un lado al otro, jugando, escribiendo hasta que la mano dijera basta, hasta que las migajas del día desaparecieran.
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Día 21 Viernes Santo. Ha llovido todo el día y el agua escurre desde el cerro, no hay motivo para salir ni ganas de aventurarse a la caída de la tarde. Hace frío, llega un recuerdo persistente de otros que se han despedido de nosotros, no es tristeza, es traerlos con nosotros al encierro, brindarles un poco de café y sentarlos a nuestra mesa. Hay conversaciones que la prisa impidió, uno cruzaba la calle cuando otro se despedía del restaurante, ella bajaba al bar cuando él salía de su oficina para caminar un rato al parque. Somos los magos del desencuentro, habitantes de soledades improvisadas, será porque buscamos, sin confesarlo, estar a solas con nosotros. Escapar del diálogo y sentarnos frente al mar haciendo silencio. Desplazarnos por la ciudad haciendo silencio, comer frente a otros haciendo silencio, amar haciendo silencio. Hoy es el último día de lluvia, dicen, mañana comienza otra historia de puertas cerradas y, espero, de muchos silencios rotos.
Día 22 Abrí todos los cajones de la casa, me explico: los de la verdura, los del clóset, abrí los cajones de herra742
mientas, de pinturas, de maquillaje, de zapatos, de papeles, productos de limpieza, los prohibidos. Les paso el consejo, no lo hagan, porque con los objetos emergen conversaciones que no tuvieron buen fin, vienen ojos cerrados sobre almohadas del pasado, monedas con las que fue imposible comprar afecto por pocos días, regalos amarillentos, fotos donde nadie sabe por qué sonríe, hay en el fondo de todo cajón recibos de cafés a medio tomar, identificaciones de uno mismo (donde ya no nos podemos reconocer), aretes sin par, contratos incumplidos: ahí alguien falsificó una firma llena de besos que no se dieron. Consigna: no abrir cajones olvidados en la cuarentena. Por algo han ido a apretarse en el pecho, en agonía, recuerdos que no sirven para regar las plantas, memorias que no les crece ni una ramita verde ni mandan esperanza. Abra la ventana, no cajones, ábrase el pecho, usted sigue latiendo, corazón.
Día 23 Las manos. Cuando salgo a la calle mis manos pare-
cen las de otra persona, son ajenas, esponjas que podrían absorber mi condena. Mis manos se esconden tímidas en mi sudadera, últimamente son culpables de todo lo 743
que pueda hacerme daño. Han tenido tiempos mejores estas manos resecas por el jabón y el gel purificante. Fíjate que, viéndolo bien, no han tenido días más alegres: lavan platos (desde una escena que parece infinita en una película en blanco y negro), han pintado lienzos y paredes, remojadas tanto de barniz como de cloro, vinagre o solventes. Lo han probado todo mis manos; el aceite hirviente de un pescado brincador, la plancha y su vapor, los rasguños de mis gatas, las torpes mordidas de muchos cachorros. Mis manos que me han abierto puertas, cierres, bolsos, latas, botellas de vino, libros, cervezas, medicinas ahora son juzgadas por estar frente a mí y haber tocado. Mis manos son las primeras en recibir la mañana, me ayudan a levantar el cuerpo, a escribir ideas para que las leas ahorita, limpian mi casa dándome paz mental. Inexplicablemente son culpables por estar atentas a cada momento a mis curiosidades y placeres, a lo más pequeño que es decir hola o adiós a lo lejos. Manos cuarteadas por no tocar, acariciar como debieran, rasposas al tacto en su ignorancia, encerradas. Manos con huellas por venir, ahí también está escrito cuánto durará el encierro y el último respiro que las llevará, finalmente, a ser relevadas de un trabajo por el que no reciben más pago que un corte de uñas y una mirada ingrata. Siguen de noche su trabajo, haciendo una noble 744
almohada para alejar el insomnio de estas horas lentas. Mañana temprano pondrán la cafetera y de nuevo las olvidaré (trataré de no relegarlas) porque son discretas en su tarea de abrirme el mundo y sus texturas.
Día 24 Esta reclusión, esta espera a medio camino entre la angustia y las rachas de incomprensible felicidad tiene las piernas largas, me parece que es como la carretera a la que no se le ve fin. Me treparé en este carro de lo desconocido y deambularé de mi habitación al baño, de ahí haré un recorrido espectacular a la cocina para admirar naranjas, la barra de pan, la sagrada imagen de una cerveza heladísima dentro del refrigerador. En algún gabinete espera una botella de tinto (o ya me la tomé, no recuerdo), habrá más sartenes que los que nunca usaré porque el arte de la gastronomía me ha sido vedado. Cebollas crujientes me mirarán con recelo; la cafetera, seguro con hastío, se queja internamente de ser la que más trabaja, sin parar, todo el día (qué le vamos a ha-
cer), el colchón tiene la forma de mi cuerpo en posición meditativa, embriagado de cuanta teoría conspirativa, ardid o formas sensuales de tenernos en reposo obli745
gatorio. Mientras los venados y los cocodrilos salen a recorrer el centro de las ciudades mi trasero se nombra soberano del sillón más ancho de la casa, mis piernas son más suaves y sus redondeces invitan a seguir descansando, ¿hasta cuándo?, no sabemos, quizá hasta que nuestros cuerpos estén tan llenos de sí mismos que no haya virus que les entre por ningún lado, seremos territorios nuevos por descubrir por amantes igual de sedosos; una conjunción de terciopelo y quejidos que volverán a tapizar las calles hoy tan olvidadas. Tengo miedo a ratos, como a eso del mediodía me tiembla la mandíbula y hago una evaluación rápida de los pecados por los que me merezco el infierno, pero no duro mucho en ese temor; creo ser más paciente y buena gente para merecerme siquiera una hamaca a la entrada del cielo, una sillita en una esquina del purgatorio, sellando los boletos de los más iluminados, aplaudiendo su paso por este mundo tan difícil de entender. Yo me quedaré en estas cuatro paredes siguiendo la vida por la pantalla, por el pulso de mis hijas, abriré las ventanas para leer las nubes y los signos colgando de los cables, los nubarrones anunciarán el cambio de estación, pero yo seguiré encerrada en entender y aprender del silencio que hasta ahora no me ha matado sino 746
me ha empujado a cerrarle la puerta a malos amores, a desconfiar, con razón, de mezquindades tan a la mano. Me quedaré en este cuerpo que me acompaña a ver y desentrañar los discursos de este tiempo extraño, recorreré mis brazos como las avenidas dispuestas al conocimiento, mi cara como callejones donde se recibe el amor, mis labios prontos para bendecir o besar, aquí encerrada soy inmensa en espíritu y mente, no necesito más, a lo mejor más tiempo para estas manos que saben abrazar y desean escribir tanto.
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Índice Volumen 1 Prólogo..........5 Adriana Delgado..........12 Alana Chávez..........38 Alexandra Vega-Rivera..........54 Amor del Carmen Estrella..........72 Ani Karen Babojian..........95 Arlet Palestina..........110 Aurora H. Camero..........132 Bianka Verduzko..........160 Carmen García..........177 Carmina Balaguer..........198 Diana Dolea..........221 Dulce María Ramos Ramos..........240 Elena Maravillas y Marta Orosa..........257 Elisabet Fábregas Alegre.........277 Elisa Michelena Santini..........296 Emilia Fierro..........317 Ethel Krauze..........337 Florencia Pagola..........356 Volumen 2 Florencia Sardo..........377 Gabriela Ramos Monzón..........397 Isabel García Cuesta..........419 Julia Kurmi..........441
Kriscia Landos..........462 Lana Neble..........490 Laura Bianchi..........508 Laura Charro..........525 Laura Sanz Corada..........542 Laura Sussini..........558 Lila Vázquez Lareu..........565 Lola del Gallego Noval..........591 Lola Halfon..........610 Loreto Valencia Narbona..........642 Lucía Trentini..........667 Mademoiselle Peligro..........691 María Fernanda Pineda..........707 María Iliana Hernández..........731 Volumen 3 María Miranda..........747 María Ragonese..........770 María Sanz..........793 María Zubiri..........817 María Pérez Cordero..........842 Marta Castaño..........854 Muntsa Plana i Valls..........873 Naldi Crivelli..........891 Natasha Rangel..........902 Noelia Prieto..........920 Patricia Cabrera Ledezma..........946 Paula Natalia Rincón Chitiva..........968 Pilar María Cimadevilla..........993 Rebeca Maldía..........1013
Rocío Bertoni..........1036 Sofía Cárdenas..........1058 Tania Islas Weinstein..........1080 Verónica Hernández Pierna..........1104 Verónica Martínez..........1123 Verónica Uzón..........1148