Diarios de encierro vol 3
 9788409254286, 9788409259199

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Diarios de encierro

una antología para la memoria colectiva

volumen 3

Este libro ha sido editado entre España, México y Argentina entre los meses de abril y noviembre de 2020. © Textos: Adriana Delgado, Alana Chávez, Alexandra Vega-Rivera, Amor del Carmen Estrella, Ani Karen Babojian, Arlet Palestina, Aurora H. Camero, Bianka Verduzko, Carmen García, Carmina Balaguer, Diana Dolea, Dulce María Ramos Ramos, Elena Maravillas, Marta Orosa, Elisabet Fábregas Alegre, Elisa Michelena Santini, Emilia Fierro, Ethel Krauze, Florencia Pagola, Florencia Sardo, Gabriela Ramos Monzón, Isabel García Cuesta, Julia Kurmi, Kriscia Landos, Lana Neble, Laura Bianchi, Laura Charro, Laura Sanz Corada, Laura Sussini, Lila Vázquez Lareu, Lola del Gallego Noval, Lola Halfon, Loreto Valencia Narbona, Lucía Trentini, Mademoiselle Peligro, María Fernanda Pineda, María Iliana Hernández, María Miranda, María Ragonese, María Sanz, María Zubiri, María Pérez Cordero, Marta Castaño, , Muntsa Plana i Valls, Naldi Crivelli, Natasha Rangel, Noelia Prieto, Patricia Cabrera Ledezma, Paula Natalia Rincón Chitiva, Pilar María Cimadevilla, Rebeca Maldía, Rocío Bertoni, Sofía Cárdenas, Tania Islas Weinstein, Verónica Hernández Pierna, Verónica Martínez, Verónica Uzón © Edición: Índigo Editoras ISBN compendio: 978-84-09-25428-6 ISBN volumen 3: 978-84-09-25919-9

Edición: Carla Santángelo y Marina Hernández Corrección: Adriana Zea, Sam Cárdenas y Beatriz Urbán Maquetación: Marina Hernández Diseño de tapa: Fernanda Cid [email protected] www.indigoeditoras.com @indigoeditoras @indigolibros_ Los derechos de esta obra pertenecen a Índigo Editoras y a las autoras que participan en la antología. Para reproducir parcial o totalmente alguno de los textos puedes contactar con nosotras. Gracias.

María Miranda nació en Elche, España, en 1997, y pasó su confinamiento entre París, Francia, y Elche, España

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21/03/2020 ¿Cuándo empezó todo esto? Los días se suceden como un continuo donde nada ocurre, pero en el que todo sigue su curso de manera imparable. Llevo seis días metida en la cama. Me tumbo, me siento, me tumbo; sin hacer nada más. La claridad comienza a filtrarse por las persianas de mi habitación a las 6:41, entonces aún duermo. A las 8:20, la luz ya ha invadido toda la estancia y me es imposible refugiarme en el sueño, alargo la mano y reviso las notificaciones de mi móvil: en cada aplicación encuentro mensajes que hoy tampoco responderé. Amigos a los que no veía desde hace siglos me escriben deseándonos salud a mí y a los míos. No sé cómo interpretar ese nuevo y creciente interés. Respecto a mí, no escribo a nadie. Todos me escriben, así que doy por supuesto que todos están bien. No dejo de escuchar que todo esto nos está haciendo más solidarios, yo pienso que el dolor nos sume en el egoísmo. 749

A las 13:10 el sol comienza a iluminar directamente las paredes de mi habitación y disfruto viendo cómo minuto a minuto las paredes cambian sus tonalidades blancas por otro blanco más luminoso. Estoy segura de que los inuit tendrían un nombre para este blanco, un adjetivo que fusionara el sol y el blanco tan blanco, el resplandor. Siento de nuevo cómo mi lenguaje me limita, aun así, esta realidad existe y me aferro a ella con cierta ansia de salvación. Me sorprende y, por tanto, me aterra esta nueva sensación; esta conexión tan fuerte y tan repentina de mi cuerpo con lo natural. El recuerdo también es una herramienta muy potente estos días. Sentarme quieta a observar el cielo, las azoteas, las paredes desconchadas, me hace acabar viendo otra realidad. Las antenas parabólicas quedan omitidas y el azul y el blanco —¿blanco iluminado? ¿blanco luminoso?— se convierten en los colores de los veranos de mi infancia. Son las 15:04 y el mismo sol de entonces se me clava en los ojos. La habitación ha llegado al culmen de su transmutación solar y resplandece: ahora comenzará a descender. Cuando la primera franja de sombra se proyecta sobre la pared norte de mi habitación, como. La comida de las 15:30 —hoy 15:35— es, junto con el desayuno 750

de las 11:00 y la cena de las 21:30, lo único que ingiero durante el día. Comer me hace sentir inútil, confirma mi incapacidad para este mundo. Mi madre prepara los platos junto a una jarra de agua y un trocito de pan integral. Abandona la bandeja delante de la puerta cerrada de mi habitación y se aleja cerrando la puerta de la cocina tras de sí. Entonces me avisa. Yo espero unos segundos y grito: «¡Salgo!» para asegurarme de que todos están resguardados —protegidos de mí— y en pocos segundos, recojo la bandeja y vuelvo a mi encierro. Cada uno de estos gestos me hace sentir vulnerable, dependiente, infructuosa; me convierten en un ser solitario que come y observa, alejado del mundo.

22/03/2020 No leo. No escribo. No como. No duermo. El tiempo avanza imparable.

23/03/2020 Shakespeare escribió sus tres mejores obras durante la peste. Vallejo escribió su mejor poema mientras estaba en la cárcel; también Hernández; Cervantes tam751

bién lo hizo. Encierros y obras cumbre. Lo repito en mi cabeza como un mantra y su eco me tortura. ¿Cómo escribir si no puedo despegarme de mi cuerpo? Un cuerpo estéril, una mente estéril. Solo quiero dormir, tampoco puedo. Por las noches me sobresalta una nueva forma de ansiedad: el mundo entero avanza mientras yo permanezco inmóvil, aferrada a un mundo que no llegó a ser y a otro que ya no será nunca. ¿Qué queda cuando la vida se interrumpe de improvisto? Sobre la mesa hay tres libros de teatro que me prestó el autor de la última obra que vi antes de la cuarentena y que debían ayudarme a escribir un artículo que ya nunca se publicará; también un bloc de dibujo que XXX se olvidó en mi habitación una noche antes de saber que tendríamos que marcharnos de París. En la nevera hay dos botellas de cerveza que XXXXX trajo a nuestra última soirée y que dejó allí, frías y listas esperando a la siguiente; en el armario, una chaqueta rosa que XXX me prestó una noche gélida, hace ya mucho. Si cierro los ojos puedo realizar un recorrido exacto por otras tantas cosas que tampoco son mías pero que componen lo que fue mi vida allí, decenas de cosas que no sé si algún día podré devolver a sus propietarias. Solo quiero dormir, tampoco puedo. Por las noches visito mi vida abandonada y calculo de manera precisa el tiempo 752

exacto que necesitaría para empacarla. Nunca lo logro, será quizás que esa vida tampoco me pertenece. Quizás se ha convertido en una de esas tantas cosas que ya no puedo devolver.

24/03/2020 El ecosistema en el que habito me desquicia. Al final del día caigo rendida en la cama sin fuerzas para hacer nada más que soportar el peso de mi conciencia por no haber hecho nada. Solo quiero hacerme un ovillo y llorar. Pienso que el cansancio también es una forma de estar triste. Me tapo con mi manta y me convierto en caracol. Necesito alejarme del mundo o al menos del resto de seres con los que convivo. Necesito soledad. El basilisco y la licántropo —estoy segura de que mi querida Eudave también los llamaría así— consumen toda mi energía. Paso todo el día en constante intermitencia. Mis esfuerzos por ser productiva en un contexto que me exige diez veces más concentración de la habitual se trunca a cada rato por la continua intrusión del basi y la licántropo interrogándome con soberana insistencia acerca del funcionamiento del sistema informático de sus dispositivos, la cantidad de lejía necesaria para des753

infectar una superficie metálica o la insana costumbre de levantarme tan tarde de la cama.

25/03/2020 Hace ya doce días, algunos días antes del inicio del confinamiento en España, cuando en Francia aún trabajábamos y paseábamos con cierto sosiego por las calles, compré una libreta en la papelería del barrio. Con los centros escolares cerrados como medida preventiva para frenar la propagación de un virus que no era más que una simple gripecilla, sin obligación de teletrabajo y sin cargas familiares, las siguientes dos semanas en París se presentaban como la oportunidad perfecta para pasear, escribir y ponerme al día con lecturas, series y películas que tanto me habían recomendado y que mi ritmo de trabajo en 2020 me había impedido disfrutar. Cuando pienso en todo aquello, la ingenuidad me atraviesa, es como una bofetada. Es helada, es fría, es frívola, como nuestro comportamiento entonces. Ha pasado todo tan rápido que el recuerdo de esos últimos días en la otra vida solamente puede hacerse presente a modo de latigazo. Mi primer alumno contagiado. El miedo. La obsesión por mantener la calma. La fiebre 754

que no baja. Los siete kilómetros de caminata evitando el transporte público. El miedo. La cerveza. El mercado de Barbès abarrotado. La fiebre que no baja. El abrazo de XXX. Las terrazas repletas de jóvenes que ríen. Su mano sobre tus lágrimas. El miedo a estar contagiada. La llamada de la embajada. Las señoras del V faisant la bise. La fiebre que no baja. La risa de XXX y su mirada. El taxi de vuelta a casa. El miedo. Vuestro mundo en mitad del otro mundo que ya se deshace. La recomendación de volver cuanto antes a España. El vuelo precipitado. Los guantes. El miedo a contagiarse. El adiós con la mano. La sonrisa debajo de la mascarilla. La azafata que se niega a viajar. El tráfico aéreo restringido. La soledad. El saludo de mis padres detrás de la puerta de cristal. El miedo a contagiar. La ducha. El llanto. El encierro. La fiebre que no baja. Estoy en casa.

27/03/2020 Todas nos marchamos de París menos XXX. La embajada de México no daba señales y el boleto para

regresar era demasiado caro. Todas insistimos en prestarle dinero. Ella agradeció y se negó: «Igual si he de enfermarme me enfermo aquí. Este es ahora mi lugar». 755

La admiro y quiero mucho. El primer día de mi confinamiento en España, saqué mi móvil por la ventana y grabé un vídeo para mostrarle a XXX cómo es el barrio donde vivo, para enseñarle cuáles son mis raíces y para intentar que viajara, por un momento, al lugar que yo le ofrecía como casa. Le explicaba cómo antes todas estas calles estaban repletas de fábricas y cómo, poco a poco, fueron construyéndose, sobre y junto a ellas, edificios para ser habitados por sus trabajadores. Como en Tijuana, me decía ella, contenta porque mi barrio —barrio de aluvión, barrio de obreros e inmigrantes, según lo llamó— se alejaba mucho de la imagen gris y perfecta que ella tenía de la España que se construyó en los sesenta. Con sus palabras, me di cuenta de que nunca había visto de ese modo mi barrio. Los edificios que ella veía en tonos pastel, habían sido siempre para mí simples colores desgastados. XXX me prestó sus ojos y desde su mirada, comencé a amar mi barrio.

// Boceto para poema: Entre las fachadas desconchadas y las antenas parabólicas de este barrio pintado a acuarela, 756

alejado —según voces mexicanas— de la España gris de los ochenta, la niebla de la noche toma presencia y se desliza.

[Algunas luces se prenden a lo lejos, parpadean oscuramente.]

Sobre la repisa de la terraza de la esquina como un boceto extraño, aún por acabar, —pienso que en realidad es así todo mi barrio— dos pajarillos nacidos hace dos días toman conciencia y tararean.

Mientras el agua convierte las casas en barro deshecho, quienes no sueñan se preguntan, ocultos y expectantes tras sus finísimos encajes, cuál es la realidad.

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[Como telón de fondo, tan sólo una verdad: . .. . . . . … . .…… . . . . . . . ……la lluvia.] //

29/03/20 El sonido de las coplas se cuela por las ventanas de mi habitación que, ahora, permanecen siempre abiertas. Siempre me han fascinado los poemas de Carver y los cuadros de Hopper, un profesor hace ya muchos años me dijo que ambos me gustaban por lo mismo, por su mirada. Que Carver y Hopper miraban igual, desde fuera. Desde una ventana que no vemos, nos muestran la ventana que ellos ven o que se imaginan. La vida desde la ventana, pensé entonces; ahora esa vida me fascina aún más. Las ventanas y los balcones se han convertido en el centro de la actividad de todas las casas y también en mi único entretenimiento. Encerrada en mi habitación de infancia me sorprendo mirando por la ventana y atendiendo a la vida diaria de mis vecinos, cuyos rostros apenas había mirado durante estos veinte años. Hay tres ventanas, tres vidas, que me son especialmente atrayentes. La primera de ellas es la de mi vecina de enfrente. Su nombre y vida me son desconocidos, 758

sin embargo, sé que me ha visto crecer. Amiga de mi abuela, cultivadora de geranios, pasa las tardes haciendo ganchillo sentada en una silla plegable. A las 20:00 nos damos cita y salimos a aplaudir, después nos sonreímos y nos saludamos, es mi único contacto no virtual durante el día —sospecho que el suyo también—. La segunda vida, el segundo momento de vida, más bien, tiene lugar entre las 12:30 y las 14:00 en una de las terrazas de los edificios que hay a la izquierda. Es un edificio pobre, gris y agrietado con una terraza minúscula en la que apenas caben cuatro personas; allí, durante una hora o a veces una hora y media, dos inmigrantes rumanas y los hijos a quienes tantas veces he visto llevar al colegio se reúnen para saltar a la comba y perseguirse. Cada mañana, mientras intento escribir, el sonido de sus risas me alerta y me asomo a la ventana para comprobar cómo la vida sigue, a pesar de todo. Ellos no saben que los miro —como ocurre con los seres que habitan los poemas de Carver y los cuadros de Hopper—, o eso creo, por si acaso, finjo que tomo el sol asomando mi cabeza y extendiendo mis brazos hacia la nada.

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29/03/2020, más tarde. Mi nueva vecina teje y yo escribo, no alcanzo a distinguir qué teje, pero lo hace a una velocidad asombrosa. Viéndola tejer, me doy cuenta de que cada día experimento más profundamente una sensación extraña de comunidad, de pertenencia, que antes nunca había sentido. Desde las ventanas nos vemos unas a otras, desde las ventanas compartimos tareas, compartimos vida. Sé que si miro a la derecha, en la terraza del edificio de la esquina, encontraré a X leyendo al sol, mientras sus hijas juegan y danzan a su alrededor reclamando su atención. Sé que si miro hacia la izquierda, en el edificio gris que hay tras la carretera, encontraré a X caminando en círculos y mirando cada tanto su reloj para comprobar los pasos dados. Sé que si miro de frente, en el primero izquierda, X estará sentada en el balcón, cubierta con su bata mirando la calle desierta y arrojando miguitas de pan al loro del primero derecha. Todas estas certezas me sostienen, son como rayitos de sol entibiándome la piel. Lo privado, de repente, se ha convertido en común y me agrada, son las pequeñas muestras del cariño diario del que ahora todas carecemos.

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02/04/2020 Nadie quiere morir. Nadie piensa en morir. Nadie quiere que esto toque a sus familias. Existe, sí, pero de lejos. Esto no nos afectará, no a nosotras. Cada noche le pido rigurosamente un parte de la situación a XXXXXX, enfermero. Le interrogo ávida de detalles sobre el número de ingresos, decesos y camas aún disponibles en la UCI. Esa es mi pregunta meta. Dos camas. Una para mi padre, otra para mi madre, con eso bastaría. Dos camas, nada más. Dicen que el dolor nos hace más solidarios, yo observo cada día cómo nos hace más egoístas. La solidaridad no es más que una suerte de limosna que da quien no se ve afectado por la tragedia. Coso mascarillas para las farmacéuticas, participo en campañas de financiación para estudios sobre el virus, en las iniciativas que surgen en el barrio para proteger al pequeño comercio, hablo todos los días con la viuda del balcón vecino y me ofrezco a hacerle la compra, pero todos esos gestos no son solidarios. Todos esos gestos son solamente dar un poco de lo que nos sobra: tiempo, compañía, conversación, dinero… Solidaridad sería llorar igual a cada muerto, conocido o no; solidaridad sería sufrir por lo que supone la falta de camas y no por cómo eso 761

afecta a nuestros seres queridos. Como dice mi amiga XXXXXX, «todos somos unos egoístas, eso sí, unos más que otros». Inevitablemente pienso que esto también ocurrirá cuando todo pase, porque cuando todo pase, todo no habrá pasado para quienes perdieron a una hija, a una hermana, a una madre, o a todas ellas. Nos enfrentaremos entonces a una vivencia dual en la que el alivio de unos porque la muerte haya pasado de largo por sus casas se enfrentará al desconsuelo que otros sufran por la pérdida de sus seres queridos. Cuando todo esto pase, tendremos que convivir unos y otros, todos habremos vivido históricamente lo mismo, pero cada uno tendrá su experiencia individual. Habrá un relato común — probablemente varios relatos comunes— que narrarán o pretenderán narrar lo ocurrido, pero jamás podrá contarse todo, no al menos hasta que no se haya llorado a cada muerto.

07/04/2020 «Se van muriendo todos. Se van muriendo todos, pero nosotros no». Esas son las palabras que Pablo Messiez utiliza para hablar de una peste que se cura 762

hablando en verso. Ese es el argumento distópico que el dramaturgo armó hace varios años, cuando vivir lo que estamos viviendo parecía únicamente posible en la ficción. Sin embargo, escuchándolas hoy, esas palabras se clavan. A veces, todavía sigo sintiendo esto que vivimos de ese modo. La sensación de irrealidad se presenta de manera muy fuerte en algunos momentos del día, aunque los ataúdes sigan acumulándose en las puertas de los hospitales y los muertos sigan siendo tan reales como han sido siempre. 13 798. Esa es la cifra del día, ese es el número de muertos por COVID-19 hasta hoy en España —según fuentes oficiales, claro—. 13 798 personas a las que no volveremos a ver después de todo esto. En Guayaquil los cadáveres se hacinan en las casas. Los mercados de París se habilitan como morgue y lo mismo ocurre en Madrid. Me siento culpable por mi incapacidad para conmoverme. Cuando los muertos son tantos, desaparecen sus rostros. 13 798. Escucho las cifras y necesito vomitar. Me siento cada vez más egoísta, más insensible, más impermeable, intento voluntariamente no ser consciente del dolor ajeno. Me recluyo en mi habitación y me autoconvenzo de que acabar de redactar este 763

diario es el mayor de mis problemas. 13 798 —probablemente alguien más haya muerto mientras colocaba esa raya—. 13 798. Mi frivolidad hoy me protege, pero no sé hasta cuándo lo hará. No quiero ser testigo de esto, no quiero participar en este episodio de la historia, me gustaría huir, no presenciarlo. Sin embargo, lo único que ocurre es que el dolor cada vez se acerca más. Ahora, en esa cifra aparecen rostros conocidos, cada día se suma un rostro nuevo. Se está empezando a morir gente que conozco.

12/04/2020 Ayer el gobierno anunció una posible fecha para el fin del confinamiento. Lejos de tranquilizarme, la proximidad de esta fecha me produce pavor: ¿cómo será el mundo al que salgamos? No sé si quiero vivir en un mundo en el que mire a mis semejantes con miedo. Recuerdo la última vez que tomé el metro, puedo verme con toda nitidez colocada en mitad del vagón, de pie, evitando tocar cualquier superficie y tratando de guardar un metro y medio de distancia con el resto de usuarios. Todo parecía más o menos bajo control hasta que dos niños se sumaron a 764

la ecuación. Fue la primera vez que miré así, fue la primera vez que sentí «al otro» como una amenaza, fue la primera vez que deseé que existiera una regla que me protegiera de ellos. Automáticamente, sentí vergüenza y sonreí a la pequeña humana que me sacaba la lengua. Sin embargo, el miedo al otro estaba ahí, seguía existiendo y no desaparecía. Me había colonizado. Otros actos, como las denuncias de muchos vecinos a otros vecinos por la manera de gestionar su confinamiento, los escupitajos a infantes autistas que pasean con sus progenitores, los gritos e insultos hacia personas que transitan por las calles, constatan mi temor: nos hemos convertido en una sociedad que teme al otro, en una sociedad que ve al semejante como un potencial portador del virus, como una amenaza que hay que aniquilar. Los discursos de quienes más voz tienen estos días contribuyen, con cada palabra, a la formación de esta imagen. Las palabras de Esperanza Aguirre —ciudadana que, teniendo únicamente síntomas leves, ocupa

la habitación de un hospital privado en la ciudad donde los médicos tienen que elegir entre qué pacientes dejan morir y qué pacientes atienden— me horrorizan: «También quiero mandar un mensaje de esperanza a 765

los que como nosotros han sido infectados. Con la ayuda de nuestros magníficos médicos, enfermeras y todos los sanitarios se sale adelante». Señora Aguirre, me gustaría preguntarle, ¿quién considera usted que la ha infectado?, ¿contra qué individuo u individuos dirige su acusación? ¿Acaso alguien nos infecta? ¿No sería mejor decir: «a los que, como nosotros, se han infectado» y usar así una construcción que no necesita de un sujeto culpable? La imagino contrariada por mi interrogatorio y continúo arremetiendo contra ella —como si las palabras pudieran servir para frenar el efecto que ya ha tenido su discurso—: ¿con el uso del posesivo «nuestros» a quiénes se refiere?, ¿a quienes, como usted, pueden pagar para ser atendidos con preferencia? Sus palabras y su actitud me hacen detestar algo que ya está ocurriendo: la desvalorización de las vidas de quienes menos recursos tienen. Las mascarillas son un privilegio. Quedarse en casa es un privilegio. En México, me dice XXX, la gente teme más al hambre que al coronavirus. Lo mismo ocurre en Barbès. Lo mismo ocurre a una manzana de mi casa, en el local donde los temporeros guardan las bicicletas con las que van al campo. Vivimos en una sociedad en la que somos des766

iguales hasta en la muerte. Las clases altas se marchan de sus pisos en las capitales para pasar el confinamiento cómodamente en sus residencias de la campiña o de la costa. Ocurre igual en Madrid que en París, no es una cuestión de nacionalidad, sino de nivel económico. Siento pavor por tener que salir a un mundo así.

14/04/2020 A las 17:00 hago videollamada con XXXXX. Hablamos. Nos reímos. Él cocina, yo escribo; recuperamos así placeres comunes asentados en nuestras vidas mucho antes del confinamiento. Compartimos tiempo simultaneando actividades de las que cada uno disfruta en solitario. Es lo más cercano a la cotidianidad que he experimentado durante estos días. Sin embargo, esta cotidianidad ficticia también me hiere, hace que se despierte una tristeza enorme. Quizá ficticia no sea el mejor adjetivo para hablar de estas nuevas formas de relacionarnos, quizá simulada se ajuste más a esta nueva realidad. Su móvil se apoya en la parte posterior de la silla en la que yo solía sentarme con mi portátil a trabajar y a ver cómo cocinaba. Mientras él separa las yemas de las claras, la tristeza se hace más grande, se 767

agolpa en mi garganta y lloro. Lloro en silencio o más bien, silenciada por el sonido de las varillas del robot de cocina. A ratos XXXXX se acerca mucho a la pantalla, yo siento que me escudriña y alejo mi cara del teléfono para que no pueda ver las lágrimas; él no se da cuenta de nada, en realidad, solo comprueba cuántos gramos de harina debe añadir a la nata ya montada. Mientras lloro, me doy cuenta de que acabo de poner nombre a una sensación cada vez más presente desde hace unos días. La noción de irrealidad acaba de atravesarme, sin embargo, mirando el rostro de XXX la otra noche, me sorprendía pensar que al otro lado de la pantalla ella estuviese verdaderamente allí. ¿Hay un ente físico —un ser que respira, huele, toca, sangra y transpira— detrás de esa pantalla? ¿Hay verdaderamente, detrás de ese cristal alguien que escucha y siente lo que digo? Sé que sí, sin embargo, el pensamiento se cuela a veces en mitad de estas conversaciones y no me deja ver al ser, a la pareja, a la amante, al amigo; sino tan solo su imagen. Leía el otro día que «el grado cero del sentido de la vida es el reconocimiento del rostro del otro». Olvidé el nombre de quien lo escribía, también de la revista o periódico que lo publicaba, quizás haya olvidado tam768

bién el sentido de todo esto; la única certeza que poseo es que lo leí en esta pantalla.

15/04/2020 Ayer leí en Twitter una de las grandes sentencias absurdas del confinamiento. Venía de parte de un conocido escritor, quien afirmaba que él llevaba muy bien el confinamiento puesto que debido a su oficio ya estaba muy acostumbrado a estar solo. Ya he estado muchas veces sola, ¿acaso escribir no es estar muchas veces sola? Es un ejercicio solitario este de la literatura, en eso estamos de acuerdo; pero ahora el problema no es la soledad. El problema es el ruido, la agitación constante, el goteo incesante de nueva información que complementa, sustituye o cuestiona la anterior. El problema es la actividad constante. No hay que confundir el confinamiento con una suerte de retiro monástico, con una idílica escapada del mundo que nos permite mirar hacia nuestro interior para encontrarnos o que nos brinda un tiempo maravilloso para invertir en nuestras vocaciones. Puede que a algunos les sea posible, pero no debe ser el discurso formulado para todos, no debe convertirse en obligación impuesta. Hay quienes pueden 769

escribir desde la tormenta, pero también los hay que necesitamos calma o al menos unos asideros a los que aferrarnos mientras todo ocurre para, después, pensar. La figura de Defoe, quien escribió el mejor libro sobre la peste 57 años después de esta, me consuela, confirma mi teoría sobre la necesidad de un tiempo —no solo como individuos, sino también como sociedad— para asimilar la realidad antes de escribirla. Yo, como Defoe, pertenezco a este segundo tipo de seres. XXX siempre me dice que proceso tarde, que asumo las cosas tan solo cuando los meses pasan y mi rutina asimila esa pérdida. Quizás por eso esté aquí sentada, escribiendo en este diario lo que ocurre, ocultando los nombres de los seres que lo recorren y aún no son; para algún día conseguir habitar lo que nos pasa.

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María Ragonese nació en Buenos Aires, Argentina, en 1985, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

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Dentro de la noche azul [fragmentos]

Sé qué es lo que estoy experimentando ahora. Conozco la fragilidad y conozco el miedo. Uno no teme por lo que ha perdido. Joan Didion

Lunes 16 de marzo Pienso que puedo rescatarme sola, ya pasó muchas veces en el fondo del mar. Tomo tinturas madre de hipérico y de pasionaria, y, aunque me resistí durante meses, también Clonazepam; ganó el insomnio y hubo momentos en los que ni con la dosis máxima alcancé el sueño. A veces me da vergüenza decirlo, como si tuviera que contar que tengo algo (¿momentáneamente?) roto. ¿Quién no?, ¿vos no? Roto también es abierto. Si quedan marcas las tocaré con suavidad. 772

Podría meditar, en una época lo practiqué tanto que hasta sentía el movimiento de mi corazón en la piel interna del pecho, era doloroso. Supuestamente estas plantas y el clona actúan sobre lo mismo: insomnio, ansiedad, pánico, angustia, hiperventilación, pararse y caminar en círculos hasta que el suelo gira y se ahueca. Al hipérico también le dicen hierba de San Juan, hierba de las heridas, corazoncillo. A la pasionaria se la conoce como la flor de la pasión y tiene, por su morfología, una asociación religiosa con los clavos utilizados para crucificar a Jesús; yo sé que es calmante y se encuentra en muchas zonas de Buenos Aires. Qué hermoso ir a juntar pasionarias por ahí. Anhelo los mismos juegos de antes, siempre quiero jugar. Es algo así: hay que respirar profundo para sentir cómo nos tocamos, desemejantes, en el aire. Y des-

pués respirar bajito y compartido. Esto es un buen plan. También es jugar en serio.

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Martes 17 de marzo Dejé todo abierto, el aire circula. Los mercados se vacían como si se viniera el fin del mundo. No me parece raro que esto nos agarre con una mano en el celular y la otra con bollos de papel higiénico en el culo. El banquete que se fue cocinando ya está listo y no podemos compartirlo. Una trampa. Comemos en nuestras casas y algunas personas de los restos que viajan de los tachos de basura directo a sus bocas. Me duele el cuerpo. A veces lloro inmóvil y otras me electrifico. Bailo suave, me reflejo en las ventanas. Dicen que hay miles de personas contagiadas, recuperadas y muertas, y yo podría ser una. Yo podría ser una persona. A veces me enfermo levemente cuando cambia la estación, es la nostalgia que siente la piel por la nueva temperatura. Ningún médico tradicional sabe decir este diagnóstico. Yo lo llamaría saudade o un secreto de lo sensible. 774

No me gusta cuando se desprecia el verbo sentir. Una vez en un final de la universidad dije: yo siento que y la docente interrumpió: vos no sientas nada. Se me cayó una lágrima pesada, era una bolsa llena de agua con un pez que brillaba dentro. No me molesta ni me cuesta llorar, es más, reivindico el llanto, pero esa vez me fastidié, sentí que ella había sido mala y que mi pez fue una imagen que no se merecía, si hasta sonrió mientras no paraba de masticar bizcochos y me tironeaba del pez que se escurría a mi agua.

Jueves 19 de marzo Aunque ya estaba en cuarentena porque así lo decidieron en mi trabajo seis días atrás, desde el decreto oficial no dejo de pensar en los líquidos, los destilados y sus consecuencias. A cambio de alcohol para pulverizar la ropa que traigo de la calle y algunas zonas de uso habitual, conseguí un vino rico y un whisky de mierda que se puede tomar, no me voy a poner exquisita llegando a fin de mes.

Debería estar trabajando sobre la corrección de dos libros, pero pospongo la tarea y leo sobre la etimología del término «destilar». Encuentro algo que me atrae y 775

al mismo tiempo no sirve para nada, esas cosas que me gustan: una caída muy lenta de las gotas hace que cada gota permanezca detenida un instante, como si se hubiera quedado congelada. Me entusiasmo y de pronto soy la gota que queda suspendida un tiempo efímero en el aire hasta caer como mancha sobre el papel o la piel, si tengo algo de suerte, como con las tostadas que nunca se me caen del lado equivocado. Una gota que durante un rato no tiene que decidir nada. Hay superficies que deben ser hidratadas para no quebrarse. Yo tomo bastante agua. Algunos evangelios dicen que la purificación terrenal no alcanza, que las aguas de este mundo están contaminadas, que debe venir del interior, de la separación entre la luz y las tinieblas. No estoy bautizada ni querría estarlo, solo navego en las aguas de Internet o me meto en la ducha. De vez en cuando abro la heladera para ver qué tiene adentro.

Antes de dejar de ir al trabajo compré dos paltas que supuestamente estarían listas para comer a los dos días; 776

ya pasaron varios y se ponen cada vez más verdes; en regresión, viajan hacia atrás, y fantaseo que va aparecer el árbol, luego la planta mediana y al final la semilla, ese hueso desde donde brota lo nuevo.

Sábado 21 de marzo Un amigo piensa que yo ando con el corazón en la mano, una vez me lo dijo y primero me molestó, entendí algo como: tenés que andar con mucho cuidado, tenés que planear estrategias; después la idea me alegró, pensé que no era una fragilidad sino la fuerza misma. Me dicen que no toque nada, que me lave las manos a cada rato, que si voy a comprar algo no me apoye en los mostradores. Me apoyé en un mostrador y me sentí muy culpable. Encontré un meme de lavado de manos que me hizo reír. El lavado duraría lo que el soliloquio final de Segismundo: ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

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Puedo subir y bajar las persianas de mi casa. Dejo entrar lo que quiero de aire, lo que quiero de sol, hago la penumbra. No sé qué hora es, se está haciendo de noche cada vez más temprano. Vendría bien una luna llena, algo que brille afuera, redondo y comprensible. Que se comente por todos lados: vieras qué hermosa la luna. Faltan muchos días y miro la foto de una luna llena que saqué en un viaje al sur. Ahora, a través de la ventana, es como la uñita de un gato, igual a la raya blanca que me apareció en la uña del pulgar que le da pulso al lápiz con el que escribo. No pretendo estar anudada a un lugar, es la idea de no-lugar como hogar lo que me inquieta. No puedo pronunciar la frase «quedate en casa». Odio dormir la siesta porque cuando era niña tenía sueños recurrentes en ese intervalo. En uno me arrastraba por las veredas sin poder mover mucho las piernas y si miraba hacia arriba todo era negro, no negro como la noche sino como el infinito o el fondo del océano que te explota la cabeza, a menos que seas de esos peces raros con luces de fiesta. En otro sueño tenía que caminar sobre su778

perficies vertiginosas, escaleras muy empinadas o rejas finitas a miles de metros del suelo. Me despertaba como si tuviera un globo lleno de agua en el cerebro. Ya no sueño estas cosas, pero si duermo a la tarde se forma el mismo globo y me puede arruinar el día. Una vez alguien me dijo que soy una nudibranchia, un bicho translúcido que puede emitir luz. Domingo 22 de marzo Hoy a la mañana circuló por la calle un altavoz que repetía el decreto de la cuarentena, yo escuché otra cosa y también recordé una película sobre Corea del Norte. ¿Qué hago? Cómo voy a amar ahora que sujeto el corazón con guantes de látex y luego me lo meto nuevamente por el esternón. El altavoz no indica nada al respecto. ¿Y si mejor lo apoyo sobre la ventana? ¿Si lo dejo reposar, airearse solo, sin mi contacto, sin ningún contacto, a ver si se aleja de cualquier posible riesgo y se limpia de contagios anteriores, antiguos y para nada familiares de este virus? 779

Lunes 23 de marzo Mi psiquiatra una vez me dijo que abrace mi italianidad, no sé bien qué me quiso decir, o sí; no tengo ganas de escribirlo ahora. Cuando salí de la sesión armé una playlist llamada «Toda tana» que tiene como portada un plato de pastas con salsa. Miro películas italianas y me imagino sentada en un balconcito en Nápoles o más al sur. ¿Alcanzarán estos datos para los trámites en las embajadas? No me gustan los trámites. Mi familia no conservó los documentos, se ve que esto de los archivos a nadie le gustaba tanto como a mí, igual a veces quiero perderme. J tiene un gran archivo fotográfico de su familia y yo podría decir el nombre de cada integrante. Mi preferido es el bisabuelo Baruj, o Benito, es que cuando vinieron desde Besarabia les castellanizaron los nombres. Él escribía sobre campos y animales. Dicen que en la casa donde vivía, dentro de la colonia Sonnenfeld, había plantado árboles muy lindos que se distinguían de los demás. Cuando murió Clara, su compañera, Baruj no volvió a salir como por veinte años o más, hasta morir en 1953. 780

¿Cómo se llama cuando te recluís por tantos años? A J le regalé cristales y dejé origamis con forma de corazón en su casa; algunos los escondí para que cuando los encuentre se lleve una sorpresa. Me gustan las sorpresas y que a veces algunas cosas duren más que una enfermedad, una bronca o un pedazo de carne. Mañana es 24 de marzo y nadie puede marchar en Plaza de Mayo. Hay que tener cuidado con lo que te chupa, un cuidado salvaje, como el de los animales que saben ver entre lo oscuro. Lo intento. Martes 24 de marzo Hoy es 24 de marzo. El viento mueve los pañuelos blancos atados en los balcones. No veo tantos, qué barrio de mierda. El último abrazo se lo di a J hace tres días. Antes de eso, dormí en su cama, no había podido hacerlo en la mía. Creo que él durmió conmigo. Le pregunté si me había abrazado, siempre lo hace. Dijo que no. Hice una falsa declaración jurada para regresar a mi casa, nos despedimos y no nos vimos más. Duelo en cuarentena. 781

Miércoles 25 de marzo Dentro de los elementos que existen me gusta el aire en forma de viento, porque me despeina y aviva el fuego. Prefiero el fuego, lo hago. Era un poco piromaníaca cuando niña, una vez construí algo muy parecido a una bomba molotov, de una gravedad hermosa. Está todo gris, se acabaron las promesas del verano. El primer día del año hice un fuego que chispeaba con rayitas azuladas. El mar estaba cerca, se escuchaba de fondo. A la noche parecía un animal con la misma proporción del cielo y no me daba miedo. Preparo una foto con los ojos: Necesito que el viento me limpie la cara o que una ola de mar me choque fuerte y, sin saltarla, sentir cómo rompe, saber que un remedio puede ser sencillamente el agua salada que cicatriza los cortes y me mueve porque puede, su potencia sobre mí. No decido nada en este juego y en el final estoy sonriendo, más liviana. Pase lo que pase conservo la sonrisa amplia y no me

vuelvo alcohólica, creo que está comprobado.

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Viernes 27 de marzo Mi hermana me escribe, pide que me cuide, dice: María, vos siempre arriba, y agrega el emoji de un pulgar en alto; entrecierro los ojos, no uso palabras, contesto con un corazón. Cuando salga, ¿qué va a ser real? El virus de la normalidad. Me voy confundiendo y también accedo a cierta claridad sobre lo que no quiero. Todos los días a las nueve de la noche la gente aplaude al personal que trabaja en el sistema de salud. Hacen sonar el himno nacional y festejan no haber muerto. Yo no puedo mover las manos. El otro día pasaron unos patrulleros recordando la cuarentena y también aplaudieron. ¡Cuerpo a tierra! La policía está haciendo abuso de autoridad. Pongo la música al máximo para tapar el ruido.

Sábado 28 de marzo El viernes pasado tuve insomnio, no dormí ni un se-

gundo. A la mañana le escribí a mi psiquiatra para decirle que necesitaba una receta para volver a dormir. Por las dudas me hizo cuatro y las pasé a buscar por su con783

sultorio cerca del mediodía. Lo vi flaco, me dijo que había estado entrenando para escalar una montaña en septiembre, que ya no va a poder seguir con ese plan. Creo que tiene miedo de morirse antes de subir esa montaña. Aunque es bastante conservador, le gustó cuando le mostré que me había tatuado montañas en el brazo. Su familia también era italiana; una vez me marcó en un mapa la ciudad y me contó que pasó su luna de miel allá, hace como treinta años. ¿De dónde será la familia de su compañera? Me parece que en los relatos y álbumes familiares predomina lo que hicieron los varones, sus nombres, a qué se dedicaban, el humor que esparcían durante las comidas, los momentos en los que había que hacer silencio. El abuelo bufa, papá está durmiendo la siesta, tu hermano está estudiando. Shhhh. Subo la música para tapar ese silencio viejo que no es mío. El año pasado estuve cuatro meses saliendo poco y nada a la calle. Estaba atascada en la mente y me dieron licencia en el trabajo. Cuando iba a hacer las

compras me ponía a llorar, agarraba un paquete de arroz y lloraba, como la vez que toqué a un perro enfermo que respiró cada vez más lento hasta morir. Empecé a ponerme anteojos de sol para disfrazar 784

mi estado, pero soy miope y los que usaba no tenían cristales con graduación, así que salía viendo todo borroso desde un metro y medio de distancia en adelante. A la noche sí que salía y volvía un poco puesta a casa. Ahora si vas a comprar algo y se arma fila, hay una distancia establecida para mantener con otras personas, también es como de un metro y medio. Me agarró miedo o no sé qué y se me congeló el cuerpo, no como un escalofrío que pasa veloz y eriza la piel, sino helado como las mejillas y las manos en invierno. O como si estuviera muerta. Ya es otoño y no hace frío. Pienso que ese frío en mi cuerpo fue una especie de milagro o de misterio, o de algo que comienza con M como mi nombre. ¿Y por qué eso sería algo bueno?, ¿y por qué hago esta pregunta? Me toco la piel. Es suave. Aguanieve, coincidencias, frutas jugosas. Quiero hacer una lista de milagros y de palabras bellas y

sensuales en la boca, muchas vocales abiertas como oráculos.

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Domingo 29 de marzo Los ñoquis actualizan el calendario.

Lunes 30 de marzo Intercambio audios con algunas amigas y amigos. Hablo bajito con Oliver y Tila, hablo con gatos, maullidos hasta que se duermen y ahí a cada uno le digo: te amo. Pasa un auto y me gusta cómo se arrastra el sonido hasta desaparecer. A ciertas horas ladran perros, en horas diferentes cantan pájaros. Todos tienen su momento en la escena. Hace bastante que no escucho el tren que pasa a una cuadra y me recuerda los viajes, el paisaje cambiando de un cuadro a otro con el sentido de mi desplazamiento. En un libro que me prestó J hay una marca: Siempre he preferido el río. A su orilla uno está simplemente en la orilla. El río admite tu pequeñez. El mar te invade. Cuando estás a su lado solo él existe, omnipotente. Hago elipsis en los detalles, es mi cuerpo curvándose

para buscar el sol y mis partes nuevas en la cama. Anamorfosis.

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Aprendí más sobre el desborde de las bocas y la importancia de las desembocaduras: esos cursos del agua donde la mezcla, a su tiempo, sedimenta en nuevo cauce. No quiero hablar cuando aparece un hueco de silencio. No me gustan los rellenos ni las decoraciones excesivas. Me molesta mucho el ruido de los taladros, eso que hace que estemos todos juntos, aunque detrás del ruido no hay nada. En el diario hay una herida e igual lo puedo cerrar, como con una venda. La naturaleza sigue haciendo sus cosas. No sé si alguna de las dos tiene cuidado.

Martes 31 de marzo El rocío que gotea mientras no duermo. ¿Esa agua será Dios? Lo mando a la mierda. Toco el rocío y se me mojan los dedos. Comenzó a llover, también puede ser el mar. La ciudad está diseñada para no termino la frase. Digo: bebamos. Digo: salud, y choco mis uñas contra la copa.

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Tengo hipo y quiero que me lo arranquen desde la espalda para acomodar los omóplatos. Me dijeron: si tenés hipo por no sé cuántas horas te podés morir. Lo único que me falta es morirme de hipo. Y si la muerte es el borde de todos los bordes, ¿importaría cómo? Tal vez solo para las personas que no son yo. Pero me importa, quiero otra muerte, por eso escribo.

Miércoles 1 de abril Me desperté y no me había muerto de hipo. Buen día, día para nuevas ideas. Abro las ventanas y las palabras. Alargo los brazos, estiro el pecho. La piel se me tensa sobre los huesos. Alguien me dice: existen los átomos, que caen en forma recta, a velocidad constante, a distancia siempre idéntica, y el clinamen, que es ese momento en el que un átomo se mueve diferente y se choca con otro formando un turbo, una perinola de átomos. Un emergente que estaba aparentemente quieto, equilibrado en su velocidad, se mueve y, finalmente, la pregunta es qué genera su movimiento. Uno de los antiguos (Demócrito, Epicuro, Lucrecio, no me importa) dice que ese movimiento es generado por el amor (¿o lo dice Serres? 788

Tampoco importa). Entonces, el primer movimiento se llama amor. Touché. Pienso: turbo, oruga, amor, qué ganas de darte besos. Alguien no existe.

Jueves 2 de abril Si hago demasiado foco en algo, todo lo demás se desenfoca. Me distraigo con eso un rato. Acaso sí sea un milagro sentir, crear un espacio y atravesarlo con el cuerpo a solas. No es que tengamos otra opción. Más allá de las compañías, el punto es: nunca hay otra opción. Me toco la piel para recordar la intensidad. Quiero estar en una cama húmeda cubierta por pasionarias y flores de algodón que se nos metan en la boca. Es de noche y veo luces que brillan, cuadraditos desde los edificios. Son los píxeles del encierro. Decaen las curvas y los relieves se aplastan en un día que podría llamarse de cualquier modo. Como cuando en vacaciones el tiempo se pasa sin coordenadas. En algunos lugares la hora es anunciada a campanadas o por un 789

gallo que avisa que comenzó el día o que es la hora de la siesta. Veo hojas secas sobre las veredas y mi gata hace sonidos extraños porque está por entrar en celo. En dos días será su castración. Qué palabra horrible. Me dijeron que la opere antes del celo, que después se puede hacer y la cirugía es más cruenta. ¿Qué significa esto? Nunca sentí el dolor de una gata. Bailo con los gatos sumergidos en las clavículas como si fueran bebés.

Viernes 3 de abril Soñé que mi gata se tiraba por la ventana de mi piso 13 y caía despacio, dentro de la noche azul. Castraron a la gata y tengo que cuidarle el lomo. Ahora mis gatos también deben guardar distancia física. Él huele la puerta cerrada y maúlla a la gata, le bufa como cuando la desconoció el primer día, esa vez porque olía a su madre y a leche, hoy por iodopovidona. Líquidos que nos alejan.

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Ella está arropada en la cocina, hace fuerza por levantar su cuerpo de Carey peluda y ahora casta, herida, y se duerme. Tiene lágrimas quietas en los bordes de los ojos. Escribo estas notas mientras intento que ella sorba agua de mi mano cóncava. Saca la lengua áspera, debe tener sed.

Lunes 6 de abril Día ∞. Los gatos ya están juntos y se lamen en cámara lenta, como nuevos amantes que descansan del mundo. Hay sol y escucho música. Por costumbre cociné bastante, pero voy a comer sola. Suena esta canción mientras chequeo la comida: Eeeeey, ¿quién te va a cuidar? / En este mundo peligroso / tenemos que estar juntos / ¿Quién detendrá a la turba iracunda si no estoy con vos, nena? / Con este magnetismo que sigue bajando, nena...

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Martes 7 de abril A veces cuento cualquier cosa con los dedos, no alcanzan para la muerte. Jamás haría ese trabajo, a veces leo estadísticas. Los números son abrumadores y no me dañan; esto sí: las imágenes de las fosas y la tierra que se ahueca como un corazón encogido.

Martes 14 de abril Hace unos días hubo luna llena, desde mi ventana nunca puedo verla en esa fase, la tuve en la espalda, era grande y rosada. Ayer a la noche sentí el dolor de los bordes. Las paredes no se agitan, retumban las ventanas y ahora suena aterrador el huuuu huuuu del viento, aunque a mí me gusta. Quiero ser la sábana blanca que la vecina de enfrente colgó en la soga de la terraza. Blanca y plegada baila con el viento, no parece pensar. Me desnudé antes de dormir y se ve que hay algo que no cierra, un aire frío y filoso me cortó desde el costado del cuerpo, comenzó en los hombros y se me metió adentro.

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Inauguré el invierno con la calefacción, lo tengo que sostener hasta mi cumpleaños, cuando el frío choque con un bloque de calor y crezcan lluvias y otros brotes de la tierra. Esta semana construí un montaje, found footage hecho con qué restos, no sé si me di cuenta: llevo este aislamiento más o menos bien, pensé y no quise escribirlo. Hoy a la mañana se rompió todo, fue cerca de las ocho, estaba en la cama, lloré y abrí los ojos al mismo tiempo. Apoyo las manos sobre el lomo de un animal desconocido.

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María Sanz nació en Alicante, Estado español, en 1990, y pasó su confinamiento en Barcelona, Catalunya.

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13 de marzo Mapa de contactos. Hace un par de días no sabía qué significaba esta expresión, y hoy me descubrí pensando en qué personas formarían parte de él. Me es casi imposible trazarlo en estas semanas de asambleas, reuniones y manifestaciones. Pero me hizo pensar en todas las personas con las que he compartido casa, desayunos, conversaciones, birras, mates, abrazos, clases, sexo, talleres, viajes, militancia, trabajo, proyectos, consejos, vino, preocupaciones y risas. Me di cuenta de que vivo rodeada de formas de amor muy diversas a las que no pienso renunciar. Ya nos echo de menos. Cuidémonos, pero intentemos no aislarnos. Si estamos en riesgo, será juntas.

15 de marzo Supongo que es una de las primeras consecuencias del encierro: ya no podemos mirar de lejos. Si pudiéramos, seguramente nos daríamos cuenta de que no es para tanto. 795

Es triste que nos gobiernen por decreto, que en la práctica suspendan las autonomías y los derechos de manifestación, reunión, libre circulación. Pero en cambio nos dicen que podemos seguir produciendo y consumiendo y pagando y trabajando. Es triste y es angustioso. Estamos a merced. Otros ratos pienso: no es para tanto. No me convence el discurso de que es necesario parar, tomarse un respiro. Un respiro no dura quince días si una no puede salir a la calle. Quince días así es un arresto domiciliario. Y si esto sigue así, tendremos una crisis económica y seremos cada vez más las que estemos en paro. Es triste y es angustioso. Pero no es para tanto. Es un virus, no una guerra. Aún somos libres por dentro. Y siempre nos quedarán los balcones.

16 de marzo Excepcionalidad. Pretenden que lo excepcional se nos vuelva rutina, y despliegan para ello todos los recursos a su alcance. Mientras nos encerramos en cómodas cárceles, nos piden que nos alejemos las unas de las otras, para que no propaguemos fluidos ni sospechas ni conatos de rebelión. El bien común se impone a la 796

fuerza. Por eso anoche comparecieron cuatro ministros, dos técnicos, dos militares y un comandante de policía a dar el parte del toque de queda. Todo comunica, también la puesta en escena, como nos enseñaron en la facultad. Militares en las calles. Un comité de expertos en claustrofilia encargados de volver a recluir a esxs paseantes díscolxs que aún se creen libres para circular. Tengo escalofríos en las vértebras que no son de frío ni de fiebre. Tengo, sobre todo, recuerdos de un pasado que no he vivido, y un mal presentimiento de lo que estamos por vivir. De todas formas, hoy llovió todo el día y nadie tenía ya ganas de salir.

17 de marzo Todo parece irreal, como en una película o un mal sueño. Probablemente lo sea. La vida ha dejado de ser predecible: caminamos hacia la incertidumbre. Hemos perdido la capacidad de planificar. ¿No es, en el fondo, lo que ocurre siempre? Tacho Emborrono los planes de la agenda y del calendario. Los lleno de tachaduras, de cambios, de correcciones. Cancelo viajes, añado interrogantes. Mis únicas citas son por videollamada y me dan la vida. 797

Me prometo cosas que haré cuando acabe el asedio. Me quiero más valiente y más impulsiva. Se me acaba el tiempo y no lo pensaré dos veces. Empezamos frases con «Cuando esto acabe...» y los deseos son cada vez más simples. Vamos a ser felices con bien poquito, al menos hasta que se nos vuelva a olvidar. Vamos a tener conciencia de lo imprevisible y de lo que puede morir en cualquier momento. Es lo que les ocurre a las supervivientes.

18 de marzo Me pasa que a ratos se me olvida que estamos viviendo toda esta historia. El patio del instituto está vacío, porque es domingo, todos los días es el mismo domingo. O porque son esos extraños días de comienzo del año en que aún no hay clases y Barcelona y mi casa están solas y semivacías. A ratos me cae la ficha. Que no es solo que yo esté en paro. Es que todo ha parado. Para no salir de casa, vivo una montaña rusa de emo-

ciones. Ahora miedo. Ahora rabia. Ahora frustración. Ahora ironía. Ahora claustrofobia, ahora paz. Ahora lloro, ahora me descojono. Ahora esperanza. Ahora desesperación. Ahora optimismo. 798

Ahora qué. Cuando todo esto acabe, nos vamos a tener que poner muy creativas para encontrarle una explicación.

19 de marzo Me llamaron del centro de salud. He dado negativo. No eran las pruebas de ningún virus, pero el alivio es tremendo. Mi médica de cabecera, que merece cada aplauso de cada día a las ocho de la tarde, me llamó para decírmelo. «Todo está bien. Te dejo los resultados en un sobre para que en algún momento pases a buscarlos». Ella sabe que ese «algún momento» tardará en llegar, pero por lo pronto duermo más tranquila. Se han acabado meses de tomar pastillas, de tener náuseas, de estar cansada de la mañana a la noche, de tener frío todo el tiempo. El tratamiento implicó dejar de hacer mucho de lo que no me hacía bien, reservar energías, escucharme, tomar conciencia. Implicó también ser un poco irresponsable de vez en cuando. Todo está bien. De repente pienso en lo irónico que resulta que me den de alta ahora que a todas nos han mandado a casa de reposo forzado, ahora que a toda la población se la trata como a un único cuerpo enfermo o poten799

cialmente infeccioso. Es un raro momento para estar sana. También es el mejor momento, la mejor noticia posible.

20 de marzo Soy una blanda, ya lo sé, pero ayer lloré con Paquito el Chocolatero sonando desde las caras sudadas de los músicos desde los balcones, con toda la tristeza húmeda de la resignación, de la ilusión de lo que ya no será, y por la boca soplando los deseos de lo que todo el mundo querría: que ya pasara. Soy una blanda, ya lo sé, pero hoy he llorado con la gente en su casa imitando los sonidos de la mascletà. Me ha resbalado mejilla abajo la misma lágrima menuda que apareció cuando sentí la primera mascletà después del autoexilio, y todavía estoy erizada. Soy una blanda, ya lo sé, pero he llorado también con las imágenes de las calles desiertas en la ciudad donde nací, en la vigilia de la primavera, sin peatones ni consuelo. De esta costará recuperarse. Soy una blanda, ya lo sé, pero estas cosas me dejan removida. Que no es el patriotismo, que nunca lo sentí, es que añoro algo pero no sé exactamente 800

qué, quizá un futuro que se parezca más al pasado de los buenos recuerdos que no a este presente incierto. Soy una blanda, ya lo sé, pero quiero que el día después de la pesadilla sea una fiesta, una escandalera de día y noche al sol. Soy una blanda, ya lo sé, pero viva la tierra que nos parió.

21 de marzo Se nos vino encima la primavera, ¿viste? Parece que la tierra entera esté en celo. Justito ahora que nos han prohibido tocarnos, celebrarnos los cuerpos, descargarnos las penas, aflojarnos y tensarnos, ahogarnos en desahogos. No me aguanto las ganas. Te quiero libar entera, y llevo de fiebres toda la cuarentena, de las ganas que tengo de verte y de beberte. Que entre las piernas te corre el deshielo del invierno agonizante. Los orgasmos que nos estamos perdiendo seguro que refuerzan el sistema inmunológico o el riego sanguíneo, y si no lo hacen, pues eso que nos hemos llevado. Sé que un día de estos nos vamos a correr, a correr, a correr, y al ir a recuperar el aliento nos vamos a reír a borbotones de esa época en que estaba prohibido besarse chuparse abra801

zarse lamerse enroscarse frotarse apretarse follarse, y nos vamos a matar de risa. Un día de estos te voy a morder la piel y me va a saber a intemperie. Hasta entonces, y mientras tanto, mastúrbate, compañera. Mátate a pajas, déjate el coño en carne viva. Fóllate, compañera, hasta el día en que esto del encierro sea un recuerdo. Que llegará la primavera, que siempre llega.

23 de marzo No puede ser que la vida sea esto y nada más, y que la tristeza lo emborrone todo. Afuera, en la calle, las personas enmascaradas se apartan las unas de las otras y se alejan de mí. Me dan ganas de ponerme enfrente y gritarles que todavía soy un ser humano. En otras calles los militares lanzan vivas a la patria, no sé a cuál, porque a mí me habían dicho que la patria es el otro y ese otro ahora mismo está muy lejos, en aislamiento involuntario. Anteayer la policía multó a mis vecinos, porque eran seis y estaban en la

azotea. Algún vecino tuvo que haberlos denunciado. Escuchamos sirenas de policía y salimos disparadas a los balcones. Ensayamos coartadas frente al espejo. Veo unas imágenes terribles de dos policías arras802

trando a una chica por el suelo hasta meterla en una patrullera. Ella aúlla: ayuda. Las vecinas la insultan desde sus ventanas. Se habla de un cambio de conciencia, pero nadie dice si será a mejor. Con mascarilla o barbijo o tapabocas, con pasamontañas o velo integral. La individualidad es colectiva, pero está muy asustada. 24 de marzo Sueño algo que olvido al despertarme y me vuelve, a fragmentos, hacia el mediodía. Sueño que están abiertos los cines y los teatros. Entro en una sala de cine con hileras de butacas dispuestas en peldaños. Estoy en la fila de más arriba. Antes de que empiece la película, con las luces aún encendidas, nos piden por megafonía que nos pongamos de cara a la pared. Son unas paredes forradas de madera oscura. Apagan las luces. Oigo el zumbido de los aspersores que rocían un líquido desinfectante desde las paredes. Oigo el sonido del líquido convirtiéndose en vapor y cayendo sobre nosotros. Y entonces entiendo por qué todo el mundo llevaba las mascarillas.

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24 de marzo (un poco más tarde) Subo por Tamarit y encaro Mistral. Me acerco al supermercado para comprar kiwis y ciruelas y cereales, el pack contra el estreñimiento. Junto a la puerta veo a L. L. es trans, obesa, extranjera. Hace ganchillo compulsivamente. No tiene casa, lleva un carro con sus cosas y un cartel que dice que es diabética, que han cerrado los comedores públicos, y que necesita comer. Le compro una barra de pan, jamón dulce, queso. Le doy los últimos cinco euros que llevo en la cartera. Me mira y se sorprende de que recuerde su nombre. Me dice que ya multaron a dos de sus compañeras por estar en la calle, pero los albergues están cerrados y no tienen adónde ir. La calle está llena de charcos, y a los pies de L. hay una mierda de perro que intento no pisar mientras hablamos. L. me invita a que vaya a visitarla al Raval, en un lugar al aire libre, «para que no haya contagio», dice. Ha llovido durante toda la noche. L. me habla de sus perros, pero no le pregunto dónde están. Solo espero que no haga frío ya. «Mucho ánimo», le digo. «Dios te lo pague», contesta. Cuando ya me he dado la vuelta para irme, me dice «mucha fuerza». Es irónico que sea ella quien acabe dándome ánimos a mí. La bolsa de compra que llevo pesa tanto como la culpa. 804

25 de marzo Recuerdo cómo, justito hace dos años, necesitaba volar y no sabía cómo. Estaba en una historia que me asfixiaba, en un lugar donde me sentía atrapada. No sabía cómo terminar ni cómo escaparme: no tenía las fuerzas. Alicaída, literalmente. El colibrí tenía las alas sobre la mesa y aún no se había partido el pico en los trajines del viaje. Esperaba el momento. (Re)a(r)mar(se) y volar, escribí entonces. Sentí que me habían privado de todas mis alas, de todas mis armas, incluido el amor que alguna vez había sentido hacia mí misma. También me habían privado del mar, y tenía sed. Si me asomaba a un balcón, solo quería saltar. Al final me empujaron. Y todo llegó cuando debía. También la libertad, también las armas, también el amor. Y el mar, por fin. Pasaron dos años y hoy me siento enjaulada otra vez, pero sé que ahora tengo las alas bien firmes junto al cuerpo. Que esta vez estoy fuerte y no necesito que me empujen. Que solo me retiene el cristal de la ventana, que soy libre aun encerrada. Es lo más valioso. El cuento más lindo que recuerdo de aquella época es aquel que decía que, cuando un colibrí se aparece cerca, es que hay un espíritu querido que vino a verte. A mí han venido a verme todos mis fantasmas 805

Pero ya se fueron. No me olvido de la primera vez que vi un colibrí en el patio y pensé que era una alucinación.

26 de marzo «Un millón de despidos», dice el telediario. Esto es como vivir a fin de mes, si tenemos en cuenta aquella época en que cobrábamos un sueldo fijo a finales de mes. O como esperar a que el día 10 te ingresen el paro. No salimos a ningún lado, como cuando no tenemos plata, y nos comemos los restos del fondo de la despensa porque no podemos salir a comprar. Es como vivir en un permanente día 9, o 29. En Uruguay, el día 29 se comen ñoquis: comida barata que te llena, si las cosas están feas, hasta el día 30, o el 31. Nunca se me van a olvidar esos ñoquis surrealistas de la última vez que estuve en Montevideo. Tampoco se me olvidan, allá en Montevideo, las moñitas con ajo que nos hicimos un día en que los pesos nos alcanzaban justo para eso y

para nada más. Armamos tremenda cena. Fue el invierno en que Cerati acababa de morirse y escuchábamos Soda Stereo en bucle. «Qué otra cosa puedo hacer». Ella tragaba la medicación antes de dormir y me decía: 806

«Si quedo como Cerati, pegame un tiro». A veces, de postre, había faso (siempre había faso en aquella casa, tiempos de libertades y de la yerba con la que le retribuían los favores). Lo prendíamos en la hornalla de la cocina y nos cagábamos de risa durante horas, sin miedo a despertar al gurí en la pieza de al lado, con la ventana abierta para que no oliese. Como si eso bastara. Había que juntar la plata para que al gurí no le faltara leche. Yo pedí un giro, no tenía un mango en la cuenta. Solo salíamos al parque: fumar al sol, pasear al perro, mirar el agua lenta de la playa Ramírez —a veces inventarse, optimistas, que eso era el mar. Una noche, después del faso, nos partimos un alfajor y fue una fiesta. Otra noche, cuando recibí el giro, bajamos al bar y pedimos dos chelas. Éramos Thelma y Louise, pero más pobres y más flacas. El mozo de la barra dijo que nos había echado de menos. Yo también la echo de menos a veces, cuando recuerdo que nunca he sido más pobre ni más desempleada en toda mi vida. Ahora somos un millón. Una amiga habla de que todos estaremos en paro en las próximas semanas. El ruinavirus, los ahorros. Ni un mango. Somos el «proletariado de la letra», la generación más formada sobre la faz de la tierra, y el precariado que cargará sobre sus hombros esta y todas las crisis venideras, a menos que. 807

28 de marzo La casa es omnipresente, los días enteros son la casa. «Quédate en casa», imperativo inmisericorde. «Casa eres también tú», dice P. y yo quiero creerla, pero mis casas de nómada no son muy acogedoras. Hace días que tengo frío, el invierno es intempestivo y esta es la primavera más rara que recuerdo. Siento que cuando todo esto acabe tendré que dejar esta casa, por dos días, dos meses o dos años, porque no podré soportarlo, porque en esta casa me estoy peleando a puño pelao’ contra todos mis fantasmas, y voy perdiendo. «Me mudo a finales de mes», me dice J., y la boca del lobo se esfuma del pasado que compartíamos en una casa que fue tan mía que era yo misma, adonde ya no volveré más. «La calle está llena de militares», dice J., y siento que más vale tener dónde esconderse. Cuánto de nosotras se perderá en el momento en que ella cierre la última maleta. Cuánto de mí perecerá con esta casa cuando la deje. Me invento futuros para los que no conservo el suficiente optimismo. Mi casa es esta porque no tengo adónde ir: yo misma me desahucié hace rato. Escribo cartas con todos mis méritos pero no me creo una palabra: solo necesito poder pagar las facturas. Me está saliendo muy caro todo este frío adentro de casa. 808

1 de abril (por la mañana) Las noticias son confusas. Se han cancelado bodas y exámenes de oposiciones y viajes y rodajes y actuaciones y clases. En medio país está nevando, y aquí llueve desde hace días y días, días que son copias fieles del anterior y del siguiente. De repente se ha vuelto importante quitarse el pijama o hacer la cama, pintarse los labios, escuchar cumbia o caminar descalza. En mi cabeza se mezclan recomendaciones sobre suplementos de vitamina D, recetas de cómo preparar porridge, voces que guían meditaciones, vídeos de asanas de yoga, y otras cosas que nunca estuvieron tan presentes. El sistema inmune, la salud mental. Cuidar. Nunca sabremos cuánta gente está enferma en su casa, ni cuánta se ha suicidado ya. Hace frío, llueve: los clásicos días para tomar mate frente a la ventana. He perdido la cuenta de cuántas veces me lavo las manos en el día, la piel está rugosa y se resquebraja desde heridas viejas. En la ventana las ramas florecieron puntuales el primer día de la primavera, y con tanta lluvia están de un verde lavado y parecen haber crecido medio metro más. O quizá sea que yo me hice más pequeña. Veo en un balcón una whipala, y al lado una senyera. Los colores de la whipala brillaban más antes de tanta lluvia. La vida es un barrizal y todo lo que intentamos es ponernos de pie sobre 809

la tierra blanda. Esperamos otro impulso para salir de aquí. 1 de abril (por la tarde) Cuando llegué, hace casi año y medio, me sorprendió ver la cantidad de banderas que había colgadas en los balcones. Dependía de a qué barrio fueras, veías más las unas o las otras. Me ponía los pelos de punta. Sentía las banderas como advertencias: esto es lo que pienso, esto es lo que se defiende en esta casa, y si no te gusta, te vas. Otras veces las veía como una especie de rivalidad muda entre vecinos, como una provocación de patio de luces que probablemente se quedaba ahí, en el patio de luces. No entendí qué había pasado en los años que llevaba afuera para que ahora necesitáramos de ese exhibicionismo doméstico, de esa procesión colgante de ideas e ideales. La España de los balcones, leí que le decían. Creo que eso de los balcones se traducía entonces por «polarización». Hoy se diría que nos importan más las caras que vemos a la luz de las ocho de la tarde, hora de aplausos, que las banderas que cuelgan de los barrotes. Los balcones se han convertido en palcos, escenarios, gimnasios, talleres, cafeterías, oficinas y hasta discotecas. Son un espacio suspendido entre la calle y la casa, lo más parecido al aire libre que veremos en estas semanas de topos. 810

1 de abril (por la noche) Hubo un terremoto en el pueblo y me dio miedo esa tiritera de la tierra. Temí que mi casa y la de todas las que me precedieron se desmoronase, que los muros cayeran con sus historias por apuntalar. Me imaginé sus grietas dilatadas como venas abiertas, sus vigas rozando las baldosas como sexos vencidos. Se han desplomado en el suelo todas las generaciones. Me dicen que no pasó nada y aparto de mi cabeza recuerdos con escombros. Me dicen que uno de los significados de «confinamiento» es, también, «destierro». ¿Cuánto echamos de menos aquello que nunca necesitamos? Tengo un pensamiento recurrente de volver a esa casa y habitarla y llenarla con mi voz. 2 de abril Mil muertos al día la tristeza en máximos históricos doblegar también la curva del desánimo qué no será cuando por fin abran los embalses y nos derramemos en calles y en lágrimas.

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3 de abril Tengo el optimismo un poco herrumbrado, así que no sé si esto que nos pasa nos hará mejores, pero por ahora nos está obligando a tener sueños más chiquitos, sueños de bolsillo, que nos podamos permitir después de todo. En los primeros días lamentamos cancelar viajes a otros continentes, y ahora solo anhelamos una cerveza al sol con les amigues. O el sol mismo. Hoy descubrí el lugar y la hora exacta en la que el sol toca mi casa, y me quedé un buen rato, por fin, después de tanta y tanta y tanta lluvia. 4 de abril Me sangran las encías, me sazonan la boca con un sabor metálico. Miro a los árboles de enfrente como si tuvieran el poder de curarme de algo. Pienso en el bicho, en 200 nanómetros de mala hostia parándole la vida en seco a medio mundo. No nos lo merecíamos. 5 de abril La memoria es una sobrevida, dice Cristina Peri Rossi.

Quizá sea por eso que los guardianes de la memoria son a veces tan longevos: viven mucho, recuerdan mucho. Pero no son eternos. Peri Rossi dice también que sobrevivir es una nostalgia de no haber muerto todavía. Mu812

rió Chato Galante, dicen que por el virus, y yo le lloro como si fuera de mi sangre. No podemos permitirnos más tiempo sin escuchar, sin reconocer, sin reparar. La memoria es urgente. 6 de abril La verdad es que lo llevo bastante bien, con un poco de cinismo del todo a cien. Sueño con camellos en bicicleta que llegan hasta la puerta de casa con mochilas de Glovo repletas de mandanga. No salgo por miedo a la sanción: estoy en el peldaño más bajo de la escala moral. Planeo encuentros hipotéticos a pocas cuadras a la redonda. Clandestinos y paranoicos, por supuesto. Me ha tocado estar con tanta gente casada o monógama o en proceso de divorcio o en una relación no tan abierta o con dudas o con hijxs o con vergüenzas o con hipocresías variadas que armar coartadas ahora, aunque no impliquen sexo furtivo, me pone igualmente. Desde el balcón veo a mis vecinos volver de la compra y les sonrío y les saludo como si nos conociéramos de toda nuestra perra vida, y ellos supongo que saludan a alguien que les espera en casa, unos pisos más abajo, pero me da igual. Qué majetes. Si tuviera guita yo también saldría a comprar tres veces al día, solo que sin guantes ni mascarilla, que es como follar a pelo pero un poco 813

menos divertido. Vivimos al límite. Aplaudo cuando toca y hago sentadillas con las primeras estrofas y el estribillo del Resistiré, porque «soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie». Recibo consejos semiafectuosos y leo recetas de cocina que nunca ejecutaré. Intento mantenerme en contacto con personas que tengan algún tipo de desorden mental: la paciente normalidad en estos tiempos me aterra. A veces flaqueo y echo de menos a todo el mundo. Tomo el sol por aquello de la vitamina D y en honor a las tristezas sobrevenidas. Una vez al día escucho a los portavoces del gobierno y los odio plácida, metódica y concienzudamente, uno a uno. Me han dicho que ayuda tener rutinas. Y yo las tengo. Vamos, lo normal. 8 de abril «El corazón del mundo ha perdido su compás.» (Pedro Garfias) Recuerdo que hay una glicina en el carrer d’Elisabets que florece por esta época. Creo que echo de menos su rabia violeta retorcida sobre la verja. Puede que el corazón del mundo haya perdido su pulso, pero siento que sin ti las calles tienen más luz.

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8 de abril (por la noche) Es Miércoles Santo en algún lugar del calendario, pero se me ha olvidado pasar la página. Estas semanas son pálidas caricaturas de lo que podrían llegar a ser. Quiero escribir cosas optimistas pero me suenan más falsas que la tristeza. Escribo porque es como torturarse un poquito, igual que fumar es recortarse el tiempo un poquito, total ya nos van a recortar los salarios y la esperanza de vida en promedio después de esto. 10 de abril Es un trauma colectivo. Por primera vez, todas estamos en paro a la vez. Todas estamos encerradas. El miedo es colectivo. El encierro es colectivo. El duelo es colectivo. Podemos dar un paso más: que sea comunitario. Que no tengamos que sobrellevar el dolor a solas, que sea compartido. No es individual, ya no. Enfermamos juntas, nos recuperamos juntas. Pero la enfermedad es estigmatizante. No solo porque los demás nos verán como infecciosas y se apartarán de nuestro lado por terror a contagiarse. También porque la vivimos con culpa y vergüenza. Transgredimos una norma. Quizá salimos a la calle. O visitamos a alguien. Quizá no llevamos mascarilla ni guantes, o nos dimos dos besos accidentales, mecánicos, sin pensar. Es culpa nuestra. 815

Nos dicen que tendremos que relacionarnos «a la japonesa», saludarnos desde lejos y todo eso, pero yo siento que no podemos ni debemos renunciar a la piel, a las manos que chocan, las palmaditas en la espalda, el pellizco bajo las costillas, o a apretarnos el antebrazo unas a otras cuando algo nos haga mucha gracia. Nos han pedido que nos aislemos. Que no nos pidan, también, que nos reprimamos. Pienso en M. sentado a un metro de distancia de mí para evitar tentaciones y vibraciones. Si lo hubiésemos sabido... Le veo a diez mil kilómetros, ignorándome educadamente, y me arrepiento de varias cosas. No nos respetamos: nos reprimimos. Tuvimos miedo hasta el momento de la distancia negativa: M. unos centímetros dentro de mí. No quiero más distancias de seguridad ni más espacios precintados. 13 de abril Me despierto con el sonido de la lluvia y el dolor en el cuello del útero. Me levanto con sueño y náuseas. Hago todo muy despacio: pelar la ciruela, preparar café, calentar el agua para el mate de después. Recojo la ropa que se ha secado con la calefacción: me encanta el olor de suavizante evaporándose en la sala. Me pongo un jersey azul y unos calcetines gruesos de lana. Hoy es 816

un día largo y pesado como una siesta. Mañana hará un mes que estamos encerradas. Veo gaviotas enormes por la ventana, los pupitres vacíos del instituto y la gente que pasea como reclusa por los balcones o corre por las azoteas sin atreverse a saltar. Llueve afuera, en plantas con las raíces secas. Leo a Lorca y me enamoro, otra vez, de la luna. Tomo mate. Tengo que acordarme de comprar más yerba la próxima vez que salga a comprar. La primera semana que estuve en Montevideo, un cuidacoches me dijo: «Yo ya soy clase media. Tomo mate todos los días». El presidente dijo que, si la yerba subía de precio, sería una catástrofe nacional. Yo solo espero ahora que no desaparezca de la góndola del supermercado.

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María Zubiri nació en Trelew, Argentina, en 1984, y pasó su confinamiento en Buenos Aires, Argentina

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Cardumen

19 de marzo. 2020. Un hombre se muere. Entro en casa, me saco las zapatillas de calle del lado de afuera de la puerta. En una maniobra de equilibrio intento no tocar el lado interno del piso de la casa. Intento también no agarrarme a la pared del pasillo exterior. Hay una obra, y por ahí circulan un montón de personas. Es decir, encaramada en el marco de la puerta me saco las zapatillas de exterior y las agarro sin que los cordones toquen el piso. Entro y me pongo el calzado de interior. Unas ojotas negras que uso con medias al estilo japonés. Llevo las zapatillas al patio de mi casa. Las dejo ahí. Me saco la campera y la cuelgo en el per-

chero, pero pienso que eso podría estar contaminado, ¿no sería mejor tirarlo directamente a lavar? No sé si estoy en esa instancia. Voy a lavarme las manos. De la manera correcta. Tardo unos 5 minutos. Veo el agua co819

rrer y me da pena. Estoy desperdiciando agua, eso es imperdonable. Pero si cierro y vuelvo a abrir la canilla más adelante es una tarea que no termina más, porque las perillas se llenan de jabón y después las manos de jabón, y yo de golpe me vuelvo muy ridícula. Acepto que en estos tiempos voy a usar más agua que de costumbre. Cierro las canillas, me seco las manos. Dejo la toalla y la miro. La miro un largo rato. Está empapada. Y está ahí hace unos cuantos días. Debería lavarla también. Pero solo yo la uso. Es una toalla personal que solo uso una vez que mis manos están limpias. Desisto, la dejo secarse colgada en el baño. Me saco los pantalones y el sweater que usé afuera. Los tiro para lavar. Vuelvo a mirar la campera. Qué fiaca lavarla. Tendría que hacerlo a mano y lavarla cada vez que salga. Es mucho, pienso. Me pongo la ropa de estar adentro. Me miro las manos. Tocaron la ropa de afuera, no debería haberme puesto la ropa de adentro sin haberme lavado las manos después de sacarme la ropa de afuera. Me lavo las manos de vuelta. Tardo 5 minutos. Me miro la ropa de adentro. ¿Debería sacármela? Medito un rato sobre eso. Vuelvo a mirar la campera. Miro la mesa del comedor. Veo las sillas en torno a la mesa del comedor. En una de las sillas cuelga la campera de mi compañera. La veo y pienso que está en el interior de la casa. No quiero 820

tocarla. Desearía que no estuviese colgada ahí. Vuelvo a mirarme la ropa. Desisto. Estoy adentro, estoy a salvo. Agarro el alcohol rebajado con agua y limpio con un algodón celular y llaves. Ya pasaron alrededor de 20 minutos desde que entré en la casa. Me sirvo agua, tomo, me siento y abro Instagram. Veo lo que cada uno hace encerrado en su casa. El aprovechar. Aprovecho para cocinar, para hacer ejercicio, para meditar, escribir, limpiar, cantar, aprovecho. Me persigue la palabra, cierro el Instagram. Abro WhatsApp: varios mensajes de grupos, stickers, emoticones, pedidos desesperados por conectar en medio del caos. Me agarra angustia, lloro un poco. Abro el Facebook. Busco el perfil de mi ex. Sé que me borró. De ahí y de todos lados. No veo más fotos suyas, ni opiniones, ni ubicaciones. Veo fotos viejas. Lloro un poco. Sé que decidí estar sola, me di cuenta en un punto de que no estaba enamorada, decidí separarme y ahora estoy sola. Sola en una casa aislada del mundo exterior. Sola en mi cabeza. Sola con la idea de que estás solo, y de que podríamos estar juntos atravesando esta cuarente-

na, tocándonos, chupándonos, mirándonos en silencio. Acompañándonos en silencio. Leyéndonos los pensamientos. 821

Escucho el silencio. No hay ruido en la calle, no hay ruido de obras ni de colectivos. Se escuchan los pájaros. Salgo a la terraza. Siento el aire que me acaricia la piel. Veo el verde de las plantas. Siento una enorme sensación de bienestar, de soledad hermosa. De libertad por estar cerca de mí misma, por sentir mis emociones más mías que nunca. Por permitirme sin cuestionar todo lo que aparezca. Lloro un poco. Pienso en mi abuela, murió hace poco. Pienso en mi mamá, murió hace mucho. Desde que no está tengo un agujero que se hunde hacia el centro de mi cuerpo. Y cuando me acuerdo del agujero por ahí se caen todas las cosas que me pasan, y desaparecen. Tengo un agujero abierto en el centro del pecho, pienso. Papá está vivo, papá está bien. Papá tiene que seguir estando bien, pienso. Hay un hombre que se muere en un hospital, solo. Sus pulmones intentan aspirar el aire que queda a su alrededor, pero ya no pueden. Sus alveolos colapsan. Su deseo de seguir viviendo colapsa. Los médicos a su alrededor colapsan. No me imaginaba que iba a ser así. No tan de repente, subsumido a un mal universal que nos elimina de a poco como un perro que se sacude el polvo. Soy polvo. Somos polvo. Quiero despedirme de mis hijos. No quiero contagiar a mis hijos. No quiero 822

despedirme de mis hijos. Quiero besar a mis hijos. No puedo besar a mis hijos. Suenan las alarmas en las camas vecinas. Corazones se detienen. Otros cuerpos se rinden. Hay algunos que respiran cada día mejor. ¿Qué suerte será la mía? Decido pedirle al médico una computadora. Me la abren con guantes, barbijos y desde adentro de sus ambos escucho sus voces como si me hablaran desde otra dimensión. Está llamando. ¿Hola, papá? ¿Papá, estás ahí? ¡Hola, nena! ¿Cómo estás, viejito? La chica sale al balcón. La veo con su celular desesperada por aferrarse al instante. Pa, te quiero, ¿cómo estás? Acá, resistiendo, no sé cuánto tiempo más. Por ahí hoy es el último día. No, papá, no digas eso. Me tomo un taxi ya mismo. No nena, no seas loca. Sos vos, el loco. No, vos. Risas. Déjame que te vaya a dar un beso, si a mí no me va a pasar nada. No nena, me voy a alterar. Y me voy a poner más nervioso por pensar que puedo contagiarte. No me importa. Ella busca las llaves por todo el departamento. La veo histérica levantando cosas en la cocina. Papá, ¿papá? Suelta el teléfono. Sale al balcón. Llora. El hombre en su cama de hospital boquea como un pescado afuera del agua. Los ojos se van para atrás. El bip del latido de su corazón de acelera hasta que se detiene. Se hace pis. 823

Su cuerpo se vuelve una roca. Veo a la chica que llora. Lloro con ella también y pienso en el hueco en el centro de mi pecho por el que se hunden todas las cosas.

20 de marzo. 2020. 6 a.m. Me levanto muy temprano, 6 a.m. Es de noche. Nunca me levanto a esta hora, suelo dormir bien, hasta las 9 o 10. Hoy a las 6 mi gato se queja, como siempre, emite su canto de guerra frente a su archienemigo, bautizado Fito por mi ex, que viene a robarle su comida. Por lo general me levanto, espanto a Fito y vuelvo a dormir. Hoy no. Mis ojos quedan abiertos como platos voladores, surcan galaxias. Buscan por arriba del laberinto escaparle a este encierro. No me angustia estar despierta. Abro la ventana, veo el cielo transformarse de a poco, cada vez más claro, ni una nube. Respiro bocanadas de aire que me llenan de una felicidad nueva. La felicidad del ahora. No importa qué va a venir después. No hay después. Puedo permitirme respirar, escuchar el aire entrando en mi cuerpo, observar el sutil movimiento del tiempo. El tiempo, pienso. No existe más, el Tiempo. Así como lo conocemos. De ese modo proyec824

tivo, una aplanadora que todo lo devora, que hace que ahora no sea ahora, sino más adelante. Una vorágine de segundos que se descuentan. Variable capitalista, donde el tiempo tiene que rendir, servir, ser productivo. Ahora no. Ahora no hay rendimiento. Me permito deambular en mi cabeza. Fantasear. Tengo sexo con un viejo director que me coge arriba de una mesa, en un escenario, frente a una multitud. Me chupa la concha, me penetra, me chupa la concha, me penetra. Acabo. Veo que el cielo está más claro. Subo a la terraza y veo los balcones, vacíos. Todo está vació. Silencio, vacío. Todos en la misma nube. Todos durmiendo el sueño sin tiempo. Suena un despertador a lo lejos. Y otro, y otro. Suena mi propio despertador abajo, en mi habitación. Mi compañera duerme todavía. Me muevo despacio para no molestar. Vuelvo a la terraza con mi libro. No me subo el teléfono, es de mañana y tomé la decisión de que por la mañana no voy a mirarlo. En esa doble acepción que tiene todo hoy el teléfono es la puerta a otra dimensión

y el arma más letal. La fuente de angustias, de paranoia, pero también la posibilidad de conectar con los tuyos. Leo, leo, leo. Me canso de leer. 825

Leo, signo del zodiaco, el Yo, el individuo. Hoy todos encerrados en nuestras casas nos encontramos con nuestro ser más profundo. Siento que me amigo conmigo, que me quiero. Siento que quiero a los vecinos que salen a tomar mates y saludan con un cabezazo. Siento que vibro en mi nota, y ahí en frente cada uno está en la suya. Todos nos afinamos y si de esto sale algo positivo, la música que generemos puede ser algo hermoso. Tengo suerte, pienso. Tengo una terraza, me tengo a mí, mi calma, mis emociones. Ganas de descubrirme todavía. Sé que en breve sube mi compañera. Anoto cosas. Tengo suerte. Tengo salud. Este encierro es liberador. Si sabemos abrazarlo, puede elevarnos. Y sube y se sienta y se abre otro canal. El otro. El encierro y el otro. Hoy no es un buen día. Hoy los textos salen duros. Irritados. Yo estoy tranquila, pienso. El otro está en su propio viaje redentor o quizás en fase suicida. No hablamos. Miramos el horizonte. A veces lo prefiero así. Ayer en cambio fue una larga conversación familiar. Ella: Armaba en mi casa un museo con mis pequeños garabatos e invitaba a mi familia. Les hacía el recorrido, les cobraba una entrada y después vendía merchandising. Risas. Yo: Nosotros jugábamos al parque de diversiones. Un colchón sobre la espalda de mi 826

hermano como un elefante alado, y después deslizarse por las escaleras como una montaña rusa. Nos encerrábamos y nos desnudábamos con mi hermano y un amigo, bailábamos todos en pelotas. Hasta que tocaban la puerta. Risas. Vecinas homicidas tiraban bombas de esmalte por la ventana. Primer recital: Yo, Silvio Rodríguez. Ella, La Renga. Hoy es el silencio. Fluctuación inesperada en la cual elijo subirme, surfear las olas. Amo el silencio. El vacío es el principio de todas las cosas.

21 de marzo. 2020. Fiesta Virtual Ávidas de contacto, mi compañera y yo planeamos una fiesta virtual. Vamos a tomar cerveza, sacar la parrilla y cocinar verduras varias. Sumarnos a la plataforma Zoom e invitar amigues. Es sábado y esto nos motiva. El día pasa alegre. Cocinamos, leemos, jodemos

con que nos vamos a pintar los labios y ponernos un vestido. Lo hacemos. Tomamos cerveza y eso nos relaja. Sacamos del medio historias pasadas, las exorcizamos 827

mientras prendemos el fuego. Llamas, historias y brasas. Una vez entonadas subimos la computadora y nos sumamos a la fiesta. Ponemos el ID en el link y ¡Hola! ¡Bienvenidas! Uh, mira quién está, me muero, esto es loquísimo. En la pantalla principal van rotando las caras, el que habla tiene prioridad, casi siempre. En el primer cuadradito hay tres mujeres, vestidas de fiesta, con brillos y camparis. En otra, Marco fuma porro y tiene una luz de neón de fondo. Entramos en las cuevas de los demás. El link lo pasamos como invitación a medio mundo, no sabemos quién se va a sumar. Entra Maxi, ¡qué alegría, amigo! Por un rato esta conversación copta el espacio. Los demás empiezan a retirarse. Hay que generar movimiento o esto se estanca. Maxi decide bajarse, va a cenar con sus hijes. Vuelven los otros y empieza la ronda de preguntas: ¿En qué fase de la cuarentena estás? Una de las mujeres del primer cuadradito dice: Por ahora en la dos. Tranquilidad, yoga y lectura, aunque a veces hago un salto abrupto a fase 12 y tengo ganas de salir corriendo desnuda por la calle. Mi compañera: Yo estoy en fase 5, oscilo entre la paranoia y la desidia. Entra alguien. Quién es… ¡Hola, Estela! No conozco a esta gente. Pero no importa. Ronda de canciones, ponemos un tema, el otro pone otro, y así. Bailamos cada une desde su cueva, nos reímos y tomamos. Este delirio 828

es genial, determinamos. Todos acuerdan. Marco me gusta. Termina la fiesta y me escribe por privado. Entablamos una conversación absurda para distraernos de la pandemia que del otro lado de nuestras puertas amenaza implacable. Es el comienzo de una posible amistad, o sexualidad, o una simple compañía. Esta soledad se atraviesa con ilusiones.

22 de marzo 2020. Me lastimo la espalda queriendo mover la parrilla. Sigo como si no pasara nada. Hago yoga, ashtanga. Me duele todavía más. Sigo. Sigo la vida, sigo «avanzando».

Martes 23 de marzo 2020. Día infinito Llamada virtual, otra llamada virtual. Teleconferencia. La cabeza me estalla de tanto estímulo. Si vuelvo a ver una cara más, compacta y deforme, voy a explotar. Día de computadora, de voces, rostros, palabras en la hoja en blanco, correcciones, escrituras, clase de astros: devenires de planetas en esta coyuntura. Cierro la compu y subo a la terraza, es de noche y no había visto 829

el cielo. Me duele la espalda, así que no puedo hacer yoga. Mi cuerpo parece una roca, tiesa la columna, de una pieza. Salgo al jardín y literalmente doy vueltas en círculos. Abro mucho mi boca y mis ojos, ahhh, pequeños gritos de liberación sin aterrar a ningún vecino. Muevo mis articulaciones, para un lado, para el otro. Muevo mis piernas, mis brazos, exhalo. Exhalo. Me tiro en la cama, exhalo. Miro un pez negro en mi pared. Lo miro y extrañamente eso me relaja. Mi vista nunca se posa ahí. El pez está escondido en un rincón de mi cuarto. Su presencia acuática me descansa. Exhalo. Me tranquilizo. Todo está en encontrar estrategias. Mirar al león de frente. El pez. El océano. Cardumen de seres que se entienden sin palabras, que por medio de la vibración responden en conjunto. Somos peces, somos cardumen. Exhalo. Me baño y dejo que el agua me limpie. Exhalo. Somos cardumen. Exhalo. Pienso en mi compañera, hoy me habló muy mal todo el día. Angustiada y ariana, se pone agresiva. Escupe mierda y no dan ganas de compartir el espacio ni las palabras. Bajo la ducha pienso en establecer acuerdos de convivencia. Si no, va a ser imposible. Ella acuerda, por suerte, toma la charla de un muy buen modo. Acordamos y cenamos fanta830

seando las orgías multitudinarias de las cuales vamos a participar cuando todo esto termine.

24 de marzo. 2020 Noche Oscura. La noche se pone oscura. Sobreviene la angustia. Hay mucha gente que no tiene una casa donde esconderse del virus. Que no tiene una canilla con agua potable, que ahora no tiene ni una changa. Esa gente me duele. No pueden trabajar, no pueden dejar de trabajar. No pueden estar en sus casas, no pueden salir. El encierro es imposible, no tienen para higienizarse ni para comer. La policía que circula en las calles, hoy, Día de la Memoria, recuerda los peores momentos de nuestro país. Por un momento siento miedo de lo que está por venir. Se me eriza el cuerpo y me viene una congoja muy profunda. Trato de apaciguar mi respiración. ¿Será cierto que el mundo quiere eliminar a la mitad de su población de un plumazo viral? Me paro y camino por la terraza, en mi metro cuadrado. Siento mi lumbar que late, desgarro de lumbar, autodiagnóstico que impide ejercitarme, hacer yoga, estar sentada. Básicamente todo. Como la frutilla per831

versa de la torta, un tirón viene a inmovilizar mi cuerpo. Más adentro no puedo meterme. Deambulo, lloro, me relajo. Un pájaro cruza el cielo y atraviesa esa obra en construcción que quedó suspendida, como el país, como nosotros mismos. La Pausa. El paréntesis de este mundo productivo.

3 de abril. 2020. Eje Yo también tengo que parar. Invitación a soltar. Invitación a atravesar todos los dolores que quedan pendientes. Todas las pérdidas que no fueron superadas. Todo aquello que retengo, que conservo como una yapa para más adelante. Falsa excusa y contraproducente. Lo que se elige soltar hay que dejarlo ir. Y lo que murió hay que soltarlo porque ya no está más. Se fue para siempre. Ahora el diagnóstico es un poco más certero. Mi traumatólogo eutonista me dice que tengo una discopatía, y me da ejercicios con una caña para de a poco ir ablandando, y hablando con la herida. Solo cuando todo esto termine voy a poder saber qué tengo realmente en mi columna vertebral. En ese eje que me sostiene.

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Despedida Es hora. Te despido. Aunque a veces te extrañe. Porque sí, en este caracol que soy, con mi casa sobre mi cabeza día y noche, extraño la cercanía de tu cuerpo. Y más que eso: la cercanía de tu silencio. Te extraño, más que nunca, quizá. Porque sé que no puedo tenerte más. Que elegí no tenerte más. Elegí, y aun así, me duele. Porque sos hermoso. Por las charlas al lado del fuego, las birras, los abrazos y los cuerpos enredados. Por los orgasmos. Por tu contención. Tu forma de pensar. Por tus certezas. Por tu fe en mí. Por tu barba, que te dejabas crecer para no pincharme la cara. Por los domingos, por nuestras comidas, por las películas. Por tus brazos fuertes. Por tus poleras que odiaba y terminé queriendo. Por tu sentido de la justicia. Por tu delicadeza y tu dedicación al proceso, a los procesos. A vivir cada instancia del camino. Por tu paciencia. Por tu intensidad y tu verdad. Por enseñarme, por abrirte. Por Colombia. Por la naturaleza compartida. Por las cartas y el techo de mi casa. Y las paredes de la tuya. Por los festejos, los juegos, los asados con amigos. Por tus ojos, y tus labios. Chau. Chau. Te suelto. Te lloro, me abrazo y te suelto. Sos todo lo que está bien y sin embargo, no es.

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5 de abril. 2020. La columna vertebral La prolijidad que me caracteriza, y la exigencia que me caracterizan hicieron que esta inmovilidad sobrevenga en cuarentena. No puedo moverme demasiado, no puedo estar sentada más de 20 minutos consecutivos. Mucho piso, mucho mirar el cielo. Como un refuerzo a la medida universal mi cuerpo me pide que me vaya para adentro. Sospecho que estuve sosteniendo y forzando las cosas por algún tiempo, haciendo una fuerza sutil pero persistente y finalmente, mi espalda hizo «crack». Cuando finalmente solté, cuando finalmente ablandé, toda la tensión se desbordó con la fuerza de un río desbocado que rompe un dique. La señal es clara: flexibilizar, hundirme y ablandar las estructuras sólidas que me sostienen. Soltar el control y el mandato, escuchar mis propias sensaciones, mis alertas. Tanto las emocionales como las físicas. Están ahí. Siempre en retrospectiva veo el momento exacto en que mi cuerpo o mi corazón se encendieron, alertándome. Pidiéndome que pare, que revea, que vaya más lento.

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Recuerdo el principio de mi vínculo con él y con mi novio anterior (irónicamente se llaman igual), como dos caras de un aprendizaje necesario. Con ambos supe desde un principio que no estaba preparada, y sin embargo, decidí continuar. Por necesidad, porque sabía que algo tenía que aprender ahí. No me entregué a esos vínculos, los viví con mezquindad, eligiendo estar por fuera. La realidad es que no podía volver a perder, porque no había atravesado y entendido emocionalmente la pérdida de mi mamá. No había procesado el adiós. Esto lo veo hoy. Hoy entiendo que fueron las personas más importantes de mi vida. Y a las tres las perdí. Muchas veces, en esa omnipotencia que nos caracteriza como especie, decidimos ignorarnos, desoírnos y seguir adelante. A veces inclusive, con más intensidad. No puedo seguir así. No importa lo que caiga en el camino, aunque tengo la sensación de que lo único que va a caer es ese caparazón que me aleja de mí misma. 7 de abril. 2020. Mamá Y tu pérdida, me lleva inevitablemente a mi Gran pérdida. A vos, Mamá. 835

En estos días de fuerte introspección, mi espalda se convierte en el túnel del tiempo. De a poco, trabajo el dolor que ahí se materializó y voy profundizando en lo intangible, en angustias viejas y endurecidas como las de mi cuerpo. El dolor necesitaba ser escuchado. Y como yo no lo hice, se volvió carne para que pueda verlo. Estaba escondido y decidió aparecerse, como fantasma del pasado. Sí. Hoy por fin puedo ver tu mueca macabra. Tu guiño siniestro. Más adentro, me decís, hundite en ese agujero, caete adentro de vos misma. Ahí está mamá. Acá estás, cuando te enfermaste. Y yo con mi incipiente juventud no pude parar, no pude detenerme a ver el dolor de esa pérdida que empezó con una enfermedad y culminó con tu muerte. No pude parar. Y si en ese momento no pude parar, si seguí con la exigencia del mundo a mi alrededor, del quehacer cotidiano, del mandato capitalista productivo, si no pude parar entonces... ¿Cómo parar después de eso? No, a partir de ahí, el botón ON quedó encendido y

no se apagó jamás. La cabeza productiva, la lógica del avance permanente, no se detuvo. La ansiedad no se detuvo. No llorar, no sentir. Seguir la lógica del deber, 836

del Hacer. Con mayúscula. Porque es lo que importa, porque es lo único que importa. Y ser reconocida. Y del cuerpo para afuera, todo. Y del cuerpo para adentro, nada. Indiferencia. Una estalactita. Aparente alegría, superficie luminosa, brillante, por donde todo resbala. Cierro. Avanzar, ser productiva, racional. Esa es la lógica, esa es la clave. Mierda, lloro. ¿Esa mierda me creí todo este tiempo? Me comí el verso de la expansión infinita, del movimiento continuo. ¿Para demostrarle a quién? ¿Al Padre? Al Padre, con mayúscula. Porque no es mi Padre, es el Padre social, el deber colectivo, la Idea que tengo de lo que Hay Que. Y a esa rueda destructiva y arrolladora me subí. ¡Por propia voluntad! Demente. Inconsciente. Sí, eso, inconsciente. Conectarme con ella, era y es conectarme conmigo. Ella, luz. Ella, emoción. Necesito recuperarla, recuperarme. Sentir. Permitirme parar y sentir. Eso que está ahí, porque sé que estás, y desde ahí desde el fondo me mandas señales, que yo desoigo para seguir «avanzando». Escucharme, escucharte. Y te sigo mirando de frente, dolor. Miedo. Primario, escondido, fuertemente inconsciente… Y me golpea duro en el medio del pecho una revelación Si soy como ella, ¿me muero? Si siento, ¿me muero? 837

Miedo a amar y perder, pero también miedo a lo que me estoy convirtiendo: un robot, un pedazo de hielo. Yo sé que no soy eso. Lo sé. Pero no logro entregarme, saltar al abismo. Entregarme a no saber. A perder el control. Eso quiero. Eso necesito. Aflojar ese costado derecho. Todo lo que es derecho. Todo lo estable, lo correcto, lo prolijo, lo responsable, lo que se debe. Ablandarme. Porque sé que, si siento, si me entrego, no me muero. Tengo que saber que no me voy a morir. No por eso. A veces siento que si no me monto a la ola del contagio capitalista soy una ameba. Una medusa flácida que se deja llevar por la corriente. ¿Y qué pasa si soy esa medusa? Quiero ser una medusa. Dejarme llevar por la masa de agua, dejarme llevar por lo que sucede, ser cardumen. Sentir más que pensar. Dejarme llevar por lo que se me antoja a cada instante. Ser deseante. No deseada. Quiero desear, como deseaba ella. Con miedos, también. Con vulnerabilidad. Quiero desear como mi luna, mi madre, deseante en

el momento de parirnos. Hay que desear y muy fuerte para traer al mundo a dos bolas de fuego. Mi hermana y yo, unidas desde el nacimiento y para siempre. Fuego, esa es mi sustancia. Soy deseo, quiero dejarme abrazar. 838

Por mí misma. Recordarme y recordarla, ser instinto deseante. Te observo, dejo que me atravieses. Dejo que el recuerdo me invada. Que las lágrimas inunden la vigilia. Te extraño, ma. Esos pelos galácticos, esa risa poderosa. Esa belleza que no podía más. Tus abrazos. Cómo me secabas al salir de la ducha. Tus canciones de locos. Tus historias de neuróticos y cómo los querías, y cómo te afectaba lo que le pasaba a la gente. Tu intrínseca empatía. Tu mirada rayos X que desentrañaba los nudos en el corazón de las personas. Tus fiestas de Navidad con juegos para todos. El bingo, las obras y las tartas. Tus trajecitos. Tu orden. Tu presencia permanente. Estabas para llevarnos al colegio, al médico, al club. Estabas para hablar, para intermediar. Para retar, no tanto. Te costaba. Para hablar cuando había silencio en la mesa. Para ayudar con la tarea, con los miedos, con los celos. Para alegrar la casa, para decorar, aunque rústico y demodé, cada rincón. Para acariciar. Para sanar. Para hablar. Siempre hablar. Para tomar sol y hablar. Para cocinar la torta de cumpleaños y hablar. Será que era tan fácil con vos que después se volvió imposible.

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Hablar, recuperar la palabra, recuperar mi voz. Te extraño, Ma, siempre.

10 de abril. 2020. Duelos La cuarentena se extiende, hoy 10 de abril, lo anunció Alberto. Sospecho que esto viene para largo... Tengo tiempo, pienso. Tiempo para hacer mi proceso, para dejar que el dolor se vuelva también pasado, y que el pasado se vuelva recuerdo y animarme a ir hacia adelante. Dejar que duela y que pase. No apurarme. Deshacer viejos pactos, pactos secretos que establecí y sellé a fuego con mis seres más queridos, como si les debiera a ellos mi vida... Ideas equivocadas acerca de la fidelidad y el amor. Ideas, eso, desterrar las ideas. Meterlas en el agua y dejar que se disuelvan. Meterme yo también en el agua y volverme medusa, sirena. Cardumen. Hoy me releo, me observo y observo a mis amigos, mis seres queridos, a nuestro país y al mundo entero y pienso que todos estamos viviendo un Duelo. Un duelo de la realidad como la conocíamos. Un duelo de las formas canónicas. Del egoísmo, del movimiento perma840

nente, de la inconsciencia. Todos estamos en la misma, el mundo necesita que veamos el dolor que generamos y al cual somos indiferentes. Parar entonces y observar, para ver el daño. Usar el paréntesis, cada uno individualmente, en su cueva, para hurgar en esas profundidades donde escondemos lo que no queremos ver. Encarar el dolor y el daño que nos causamos y causamos a los otros y al planeta. Y quizá si todos hacemos ese trabajo, o al menos percibimos la necesidad del cambio, quizá después de dar muerte a esas viejas formas, pueda surgir una estructura nueva. Una forma más consciente, menos hiperbólica y productivista al mango. Una noción del Tiempo más blanda, más permisiva, una sociedad que perciba su unidad. Estamos viviendo una transformación que implica una muerte y un dolor. Por eso acepto la invitación a hundirme en mi propio agujero negro para aprender de ese abismo que todo lo chupa. Y pienso que de todo ese dolor puede surgir eventualmente la transformación. Todos, el mundo entero está invitado a esta transformación. Porque como individuos somos parte de un organismo que también está duelando, y en esa muerte renacen otros destinos. 841

Así como el cuerpo está conformado por miles de células con su esencia única, que desconocen su injerencia en un cuerpo más grande, así nosotros muchas veces ignoramos que somos parte de un ser vivo mucho más grande y consciente, la Tierra, el Cosmos. Siento que es un momento para tomar conciencia de esta Unidad que nos incluye. Esa unidad blanda, líquida en donde todos somos parte del Cardumen.

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María Pérez Cordero nació en Huelva, España, en 1988, y pasó su confinamiento en Granada, España

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26 de marzo de 2020 Hoy escribí: esta extrañeza no es mía ni la culpa que golpea desde dentro Fue una exhalación sin aire. Un grito hacia dentro. Volveré a esas palabras en unos días, quizá ahí entienda algo.

29 de marzo de 2020 Últimamente pienso mucho en «el campo». Así llamábamos a la casa que mis abuelos tenían en el campo, justo enfrente de un pinar frondoso, en una zona salpicada de pequeñas casas, con cultivos y bosque que se llama la «huerta del hambre». Nosotros siempre la llamábamos en plural: la «huerta de las hambres». No sé la razón, quizá por un momento de claridad 844

inconsciente en el que llegamos a comprender que el hambre tiene muchas formas y distintas apetencias. Como yo ahora, que tengo hambre y sé nombrarlo. Sé que es pequeña y que crece rápido, que se esconde fuera. Sé que huye en solitario. Sé que no sabe mentir. He hecho una lista de mis recuerdos allí. Escribí: la candela en la noche, los espárragos trigueros, el silbido único de mi abuela como llamada de regreso, las salamandras mirándonos boca abajo desde el techo, el manto de estrellas las noches de verano sentados en la terraza, las luces de los coches en la carretera desde lejos —que me hipnotizaban como si viviera en una

madriguera—, las piñas sobre los ladrillos, las monedas que enterré para despedirme.

Mientras los escribía me he dado cuenta de que mi cuerpo no dejaba de moverse, como si no encontrara la postura correcta o el recuerdo exacto.

—No dejo de pensar que algo pasa con esta casa y esta luz que no me encuentra—. 845

Hago muchas listas estos días. También las hacía antes de volver a esta ciudad. Es una tarea de entretiempos: el que termina y el que empieza. Sé por qué las escribía entonces: hacer listas me servía para poner en orden pensamientos. Curvar las palabras sobre el papel me generaba una extraña y placentera sensación de control, tan ilusoria como eficaz. En alguna parte de mí se despertaba un júbilo inconsciente por todo lo que podría ser. Una urgencia infantil por todas las posibilidades. Ahora mis listas están cargadas de pasado. Con ellas voy al encuentro de una extraña que no sé si es la que recuerdo o la que recuerda.

30 de marzo de 2020 Hace un par de días Milan y yo salimos por la noche al olivar. Está cerca y oscuro. Trato de ir tarde para alargar el tiempo que paso en el exterior, cuando ya nadie va, ni nadie ve, ni nadie oye. Entonces puedo soltarlo y

dejarlo perseguir sombras —yo no sé si persigo algo—. Desde el camino que siempre tomamos, al fondo, se puede ver el peñón de la Mata, pero no a esas horas. Aun así, la otra noche, sentía muy presente la montaña, 846

como si en la oscuridad se hubiera levantado y hubiera caminado hasta mí. Hacía viento, uno que podía oír, que revolvía las ramas y sacudía las hojas. Podía escuchar las aves nocturnas y los insectos: un mochuelo cerca que emitía un sonido agudo y quejumbroso, casi como un maullido; podría hablar de algunos grillos y su cri-cri, pero no podría contar de los sonidos del subsuelo, ni tampoco de los que se alzaban desde la hierba. Creo que fue la suma de todo: la noche oscura, el viento y los árboles, los grillos y el mochuelo y, sobre todo, aquella montaña allí, a mi lado, invisible y susurrante, las que me hicieron parar y escuchar profundo, darme cuenta de dónde estaba y tratar de sentir todo el movimiento a mi alrededor. Estoy aquí. Lo musité como un mantra con cada respiración, como si el peñón me mirara insistentemente a los ojos, interrogándome. Cuando volví a casa, escribí un poema.

2 de abril de 2020 El jardín de casa parece estar sumido en una cuenta atrás, a punto de explotar de color. J trabaja en él los fines de semana. Desde que nos mudamos se esfuerza 847

por entender los jardines, pero no con todos sus tecnicismos y métodos, sino a través de la literatura. Me gusta eso de él. Que sobrepase lo superfluo, lo utilitario, que perciba que existe una razón de ser en el fondo de todo y que se sumerja buscándola. Me gusta que persiga las incógnitas sin respuestas. Es esa la razón de que los diarios y ensayos sobre jardines ocupen ahora un estante completo en su biblioteca. Ha comprendido que un jardín es una parte viviente de la casa, con deseos propios, y me ha explicado que en ellos se da el genius loci: la búsqueda de la armonía del propio jardín con el espacio que ocupa. Eso significa que siempre hay una parte de él que está fuera de nuestro alcance y de nuestro control. También significa que el jardín se mueve, crece, se estira, toma y ofrece sin pedir permiso, y que lo único que podemos hacer, a veces, es dejarlo ir. Es como el personaje de una novela que se escapa de las manos de la persona que lo ha creado, porque tanta vida debe desbordarse y abrir otros cauces. Con él he comprendido que el jardín es otra forma de escritura y que cuenta nuestra historia aquí. Las flores que hemos decidido plantar, las verduras y los frutales son un paisaje interior de nuestra vida en esta casa. Ramas y brotes que tejen memoria. La dama 848

de noche está aquí porque solo así puedo traer las noches de verano desde Huelva. El limonero que crece lo hace desde un esqueje que recogió el sol de invierno junto al mar en Almería. La bignonia nos lleva a despedidas dolorosas que queremos recordar. El huerto nos nutre más allá de lo sustancial, ha decidido cuidar de nosotros. Leo a Louise Glück estos días y encuentro un poema que se llama «El jardín». Dice: No puedo hacerlo nuevamente, difícilmente soportaría verlo; bajo la tenue lluvia del jardín la joven pareja siembra un surco de guisantes, como si nadie lo hubiese hecho nunca: los grandes problemas todavía no han sido enfrentados ni resueltos. Ellos no pueden verse,

en el polvo fresco aún, empezar sin ninguna perspectiva, con las colinas al fondo, verdes y pálidas, nubladas de flores. 849

Ella desea detenerse; él desea llegar hasta el fin, permanecer en las cosas. Mírala a ella tocar su mejilla, pedirle una tregua, los dedos ateridos por la lluvia primaveral; en el paso tierno estrellan rojos azafranes. Aún aquí, aun en los comienzos del amor, su mano al abandonar la cara da una impresión de despedida, y ellos se creen capaces de ignorar esta tristeza. Hay algo en él que hace que quiera llorar.

5 de abril de 2020 Cuando estoy a solas en casa estudio la luz que entra por las ventanas. Es parte de un ejercicio que hago estos días para retratarme. Trato de encontrar instantes, reflejos, rayos de sol revelando motas de polvo en suspen850

sión, sombras y texturas en el aire. Si encuentro una luz que me envuelva y me abrace, si consigo verme dentro de ella, quiero pensar que todo irá mejor. En mi cuaderno tomo notas: En la mañana: el sol atraviesa la ventana que mira hacia los secaderos. Las ramas del fresno que hay fuera dejan caer unas siluetas frescas sobre el suelo. La luz entra difusa a través del resto de las ventanas del salón que esperan su turno, quietas mientras el planeta gira. A mediodía: la luz entra directa por las ventanas del salón. El sol ha subido lo suficiente por encima de las casas y entra también sin obstáculos por la ventana del dormitorio. La casa parece herida en un costado. A través de los cristales flechas de luz entran en diagonal hacia el interior. Aquí dentro yo también me lamo las heridas. En el patio, la luz cruza de este a oeste primero, en un ángulo inclinado, como si la luz estuviera aún remoloneando en la cama, incorporándose poco a poco sentada en el borde, a punto de precipitarse. Las hojas del kumquat y de las flores bajas se proyectan en la pared. Sombras que mueve la brisa. 851

Por la tarde, la luz cruzará el patio de oeste a este. Sin nubes, el sol cae en un ángulo casi recto. Las sombras se esconden bajo los pies. Aquí elijo dos momentos: a primera hora de la mañana, cuando la soledad es un regalo; o justo antes de la hora del almuerzo, y celebrar lo diminuto con un derroche. A última hora de la tarde se mezcla en el patio la luz rosa del atardecer tras Sierra Elvira y el azul mar de la noche que llega desde Sierra Nevada, en oleadas de estrellas. Nunca he conocido los colores que caen sobre el huerto. En el baño: la luz es azul y sombría a cualquier hora del día. Se cuela a través de la ventana pequeña, como si se colaran los restos del paso de un cometa sobre una noche oscura. El espejo la refleja sobre medio rostro. Con ella podría contarme secretos, desnudarme lento o las dos cosas. Reparo en que no he aprendido a distinguir la hora

que es según la forma en la que la luz entra en casa, tampoco las estaciones. El otoño y el invierno han pasado y yo he mirado hacia otro lado. 852

Ahora sé que cuando busco la luz me busco a mí misma y no sé dónde ponerme.

9 de abril de 2020 Observar la casa y observarme a mí misma con ella empieza a parecerse a un estudio de campo con método científico. Empiezo por evaluar una situación previa que parte de un estado. Describo la luz, las habitaciones de la casa, la forma en la que merodeo por el pasillo y aparece la niebla. Luego, se introduce un agente cambiante: la quietud —¿alguna vez pensé sobre la belleza de esta palabra?— y las preguntas entonces se inclinan hacia qué, cómo, cuándo, por qué. La observación continúa y reparo en que ya no se trata de señalar con el dedo lo que cambia, sino volver la vista hacia lo que permanece. Estoy entendiendo que me aferro a lo perenne. Me muevo despacio. Más despacio que la luz que estudio. Sigilosa, casi ingrávida. Sigo aquí dentro, conmigo misma. El ejercicio de hoy para retratarme es mirarme en el espejo y reconozco que mi visión me incomoda. La manera en la que aprieto los labios, la mirada 853

huidiza —recuerda: estoy aquí, me digo—. Sé que otros me miran y ven algo diferente. Me gustan mis ojos, son los de mi madre, pero más alegres, y, sin embargo, me gusta la melancolía que emana de los suyos. Los míos son almendrados y grandes, las pestañas largas, las cejas perfiladas. En mi nariz está mi padre. Recta y sin estridencias. La frente amplia, la cara alargada, los pómulos alzados. El pelo liso y castaño que nunca peino. Encuentro mis cabellos en la ducha. ¿Es esa una forma de apropiación? Quizás es una cuestión de gestos, como amasar pan o preparar café, o sentarme a escribir aquí.

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Marta Castaño nació en Pamplona, España, en 1988, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

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20 de marzo Escribo en este diario con los dedos pegajosos por el jugo de la clementina que me acabo de comer. Tengo las manos resecas de lavármelas tantas veces con el jabón y el desinfectante. El aroma cítrico me recuerda una infancia y una libertad que quizá nunca ocurrieron. Por las tardes escribo poemas tristes y tomo café en la terraza con el único acompañamiento del sol y las plantas. Me visto con mi falda de flores favorita y dejo al aire mis piernas para que las acaricie el viento como cuando iba al trabajo en bicicleta. Me asomo y veo transcurrir la vida desde arriba como una diosa ausente. Se suceden las escenas a cámara lenta como en una película de la que no formo parte: las hojas de los árboles crecen, ya es la hora, los pájaros cantan entre su frondosidad, los perros ladran desde algún lugar no muy lejano, alguien más se asoma al balcón y me saluda, otros vecinos ponen música a todo volumen, los coches de policía ruedan en procesión por las calles... 856

Y después solo queda silencio, silencio, silencio… Pero seguimos aquí. La vida no cesa a pesar de esta pausa.

21 de marzo Llueve. El agua purifica las calles mientras la historia de este cuerpo se escribe entre cuatro paredes. La historia de este cuerpo que se escribe del revés como se escriben la poética del agua del Leteo, la memoria perdida de un destino y el nudo en la garganta. Siento que mi cuerpo es un hogar derrumbado que tengo que reconstruir. Hay agujeros de bala en las paredes pero no hay ventanas. No distingo las habitaciones pero hay un largo pasillo repleto de flores carnívoras, la selva aúlla en cada esquina y la paz se encuentra al final, en la parte más oscura de la casa.

Sé que no estoy dormida pero estoy soñando con un bosque salvaje mientras me escondo en una madrigue857

ra. Las bestias toman las ciudades cuando los humanos duermen o se hacen los dormidos.

22 de marzo Debería tomar esas pastillas que hacen dormir pero no dejan soñar.

23 de marzo Es primavera y somos pájaros enjaulados.

24 de marzo Me dejo llevar por el transcurso del tiempo al ralentí y la respiración calmada. En el silencio logro escuchar mi corazón latiendo intensa pero pausadamente, como un tambor en un ritual. Esta reclusión ha propiciado la quietud necesaria para atender mi ruido interno. Comienzo a sentir las explosiones de este cuerpo siempre en llamas. 858

25 de marzo Inhalo… Exhalo… El aire se hace hueco en el refugio que le ofrece mi pecho. Todo está en silencio en la casa. A veces, por la ventana, se filtran el sonido de los pájaros y la melodía de la nana que una madre canta a su bebé para calmarlo. No quiero volver a llorar nunca más.

26 de marzo La conexión con lo no visible es cada vez más fuerte. Se aproxima la sangre. Medito seguido y hablo con mi útero, me cuenta historias de árboles de largas ramas llenos de frutas rojas, de lagos oscuros y tranquilos que acarician y lamen la tierra en la que descansan sus raíces. Todo es rojo. El vientre se me hincha preparándose

para un nuevo renacer. Me reclama mi cuerpo en la soledad y el murmullo.

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27 de marzo Este aislamiento va más allá de la ausencia.

28 de marzo Dentro de mí no queda más que un hueco que se hace más y más grande cuando respiro. A veces quisiera abismarme por él. Pensar demasiado me vacía el cuerpo. Ahora sé que si intento abrirme la piel es solo para dejar brotar las palabras. Comprendo el susurro de los árboles cuando los mueve el viento. Entiendo ahora lo que quiere decir la profecía. Todo tiene su tiempo y todo pasa. No puedo cavar una zanja dentro de cada habitación para vomitar lo que ya no me sirve. No puedo hundir mi cuerpo en la tierra para purificarme. Sé que van a empezar a crecer flores rojas por toda la casa.

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29 de marzo Las aves son el único símbolo de libertad al que puedo aferrarme. Las veo caminar por la calle. Se bajan de los árboles y atraviesan los pasos de cebra, se adueñan de las calles deshabitadas, parece que quieren tomar el lugar que dejamos los humanos. Yo que daría lo que fuera por saber volar cuando las miro desde este encierro.

30 de marzo El dolor de útero se ha extendido por todo el cuerpo. Se expande como una ola desde mi centro hasta la punta de mis pies. Una luz brillante y roja viaja a través de mis venas sometiéndome las entrañas. Todo se ha vuelto rojo y eléctrico. Los pájaros graznan y los lobos aúllan en esta jungla de carne. No puedo guardar silencio frente a este dolor. Cierro los ojos y veo las flores rojas que brotan en el suelo, en las paredes, dentro de mi cuerpo, saliendo por mi pecho y mi vagina, inundándolo todo de sangre.

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31 de marzo Las plantas que me acompañan cada día en mis momentos de escritura en la terraza estaban enfermas. Unas orugas verdes y peludas se estaban alimentando de su savia. Las he descubierto mientras las contemplaba con la mirada calmada de estos días. Me he puesto unos guantes y he cogido unas tijeras de un cajón de la cocina y las he desparasitado y podado las ramas infectadas. Me refugio en el cuidado de otros seres. Me vuelvo oruga, crisálida, mariposa, hoja y raíz. Me tranquiliza pensar que quizá todo esto sirva de algo en un futuro.

1 de abril La ciudad amanece con los tejados teñidos de blanco. La nieve induce aún más el silencio. No puedo hundirme en el blanco porque mi interior ahora es rojo cobrizo. El olor metálico de la sangre inunda las estancias de la casa. Hay que romper los ta-

bús. Este es uno de los signos de la vida que nunca será.

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Mi útero y mi corazón se han acompasado, desde hace días laten al unísono en un duelo para desechar lo viejo y dar la bienvenida a lo que vendrá.

2 de abril Quiero volver a ser la mujer ave. Surcar los cielos, quitarme las máscaras y demoler de nuevo las paredes de esta casa rota. Quiero volver a descubrir la vida del pájaro ardiente. Volar, volar. No quiero ser más fuego sometido, no quiero ser más silencio sino alma libre, viento y tierra. Quiero perderme como las gotas en el vacío de las noches de lluvia y cantar desde el fondo de este cuerpo en llamas.

3 de abril Ya no tengo las manos secas, ni quedan clementinas en el frutero. A. se acaba de duchar, sale a la terraza y se sienta a mi

lado. Su piel huele a cítrico. Me besa despacio. Lo aprieto contra mí y me quedo un rato respirando en su cuello, aspirando el aroma del jabón de flores de naranjo. Me besa de nuevo y me deja sola escribiendo sin parar. 863

Mi creatividad lleva unos días muy activa. Mi escritura me ayuda a adentrarme en otro mundo. El mundo de las palabras que me salvan de mí. Todo lo que hago, todo lo que siento es un universo infinito. Me desdoblo. Ahora soy «la que escribe» y sobrevive, la que escribe y se salva.

4 de abril Me asomo a la noche. La luna rosácea y creciente descansa en el cielo como un útero dormido. Un aura de sangre nueva cubre el cielo abriendo un espacio en mi corazón. Resplandece. Pienso que las estrellas son como las semillas del campo que danzan en el cielo. Puede que sean los mensajes que alguien nos envía desde lo profundo. Hay algo erótico en esta luz de luna roja como lo hay en el misterio del agua y en el miedo a volar.

5 de abril La reducción del mundo físico a cuatro paredes hace que mi cosmos interno se expanda como un mar. Esto, como casi todo, fue un proceso. Los primeros días sen864

tía mi mente cerrada y yo no era capaz de encontrar la llave. Con el paso del tiempo comenzó a brotar un universo de infinitas palabras vivas. La casa es ahora biblioteca, teatro, cine, el lugar idóneo para el yoga, la meditación y la escritura. Soy más que nunca consciente de que mi mundo no simplemente se ve, sino se crea.

6 de abril Las plantas desparasitadas están sacando nuevas hojas. Brota en ellas la vida después de una casi muerte. Después de los cuidados y el amor. Desde mi ansiedad las envidio, tan agradecidas, tan sumidas en su crecimiento sigiloso, tan presentes, viviendo en mitad de este silencio salvaje de selva alerta. Las hojas de los árboles abajo en la calle tiemblan con la brisa primaveral, parecen tímidas, no quieren quebrantar el pacto de silencio con la tarde. Los pájaros más audaces no entienden de pactos y siguen cantando alegres desde algún rincón de la libertad. 865

7 de abril Hoy en mis sueños ha aparecido una bandada de pájaros rasgando el azul. No puedo dejar de imaginar aves todo el tiempo, no puedo parar de escucharlas, de vislumbrar su vuelo sin realmente verlas. Me aferro a las alas que nunca tendré para salir de este sueño. El cielo gira. Tengo la sensación de que puedo tocarlo si extiendo hacia arriba los brazos, solo un poco más, pero de repente soy alguien que cae en un abismo.

8 de abril Me ha contado A. que me he pasado la noche riendo a carcajadas. Otro sueño dentro de un sueño. Balbuceaba y me reía sin parar. No recuerdo qué estaba soñando. Ahora la terraza se ha llenado de olor a playa porque nos hemos echado crema para el sol. Me siento afortunada de contar con un espacio al aire libre en el

que pasar tiempo leyendo, escribiendo, sintiendo el calor del sol en la piel o conversando acerca de asuntos intrascendentes. 866

Abrimos las ventanas de la casa varias veces al día. Nos parece que, si no lo hacemos, en algún momento podríamos quedarnos sin aire. Todos los días dejamos que se cuelen insectos para que nos hagan compañía: moscas, mosquitos y abejas, que primero han libado el néctar de las flores de nuestra terraza. En las películas dicen que si quieres guardar un secreto se lo tienes que contar a los huecos de los árboles o a las abejas. Los insectos se pasan un rato zumbando por las habitaciones y después están varios minutos buscando la salida. Se golpean una y otra vez contra los cristales de algunas de las ventanas cerradas y les tenemos que ayudar a salir, casi siempre por la misma ventana por la que han entrado. Estos días me refugio en la lectura de libros sobre la naturaleza y el exterior. Leo Una temporada en Tinker Creek de Annie Dillard y La vida del pastor de James Rebanks. Estas lecturas son también como el aire fresco entrando por las ventanas.

9 de abril En el desvelo la noche habla mil idiomas. Un ave emite un gorjeo insectil en el patio de atrás. Soy poco hábil combatiendo a mis fantasmas, no sé luchar contra 867

el insomnio de los pájaros. Ellos ofrecen un concierto para nadie. Me pregunto qué estarán diciendo, si su decir será realmente un decir o una simple belleza sin nombre. Yo olvido el mío en cada desvelo. Ahora ya no sé decir ni el insomnio.

Digo insomnio lejos de esta boca en los surcos violetas bajo mis ojos en la náusea que me recuerda al monstruo macilento que acecha en la oscuridad de esta casa su fisionomía corrupta anida en mi pecho como un pájaro moribundo

10 de abril No sé en qué parte de la nada estoy. Ya conozco cada rincón de esta casa, cada pelusa, cada trozo de madera

resquebrajada. El lugar en el que respiro es el mismo en el que me quedo sin aire.

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¿Tenemos alguna idea de hacia qué dioses muertos nos dirigimos? Quiero quemar todo lo escrito, quemar mi cuerpo que no es capaz de sostener tanta nostalgia, tanta incomprensión de las demandas del adentro. Quiero elevar una plegaria y bailar en el bosque. No más encierro. ¡Sálvanos, tú que tienes alas! En este sueño danzo desnuda alrededor de una hoguera y él me mira desde lejos con sus ojos achicados. Si todo termina, si todo pasa como pasará la primavera sin nosotros, quiero que siempre en sus ojos permanezca la imagen de este cuerpo mecido por el fuego.

11 de abril La casa hace unos días era madriguera, el lugar para estar a salvo, capaz de calmar mi animal interno. Ahora se ha vuelto cárcel, jaula, abismo, cloaca… La madriguera se ha derrumbado y ya no ofrece refugio.

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La casa ha cobrado vida, se hace pequeña y angosta o enorme y liviana a su antojo. Es otro miembro más que respira. Converso con ella con amor y comprensión, en ocasiones discutimos, pero siempre acabamos entendiéndonos. La casa ahora tiene todas las puertas abiertas porque es una selva. Allí nos sentimos bien los que conocemos nuestros propios laberintos. Dentro estamos a salvo los que no tememos los rostros pálidos, los que nos desgañitamos solo para escuchar el eco que vuelve. Dentro estamos en paz los que podemos distinguir los caminos en las sombras, los que trepamos a los muros, aunque sepamos que volveremos a caer. Estamos vivos, los que esperamos redimirnos, agazapados en sus recovecos, aguardando la orden para volver a volar.

12 de abril He soñado que rompía las paredes de la casa y que daba a luz un hijo por cesárea. Los mensajes surgen directamente desde mi propia matriz.

¿Perderemos quizás la tierra roja y la vida en estos silencios? 870

Cuando era pequeña soñaba que unas lobas blancas con bocas de luna me acunaban y calentaban con su aliento el corazón. Conforme fui haciéndome mayor soñaba que esas mismas lobas se alimentaban de mí por las noches cuando mi cuerpo sangraba. Todos mis sueños están llenos de memorias de aire, agua, fuego y tierra. Es allí donde sigue intacto mi deseo de vivir más allá de lo tangible. Solo cuando sueño puedo ser un animal salvaje a salvo entre su manada, escondido en su madriguera o volando en el cielo. Todos mis sueños son sueños de libertad.

13 de abril La mujer pájaro que soy entiende su furia y la contempla, la teje sobre su cuerpo con agujas doradas como tejería su nido en la rama de un árbol. Cuidadosa. Con fe. Escucha de nuevo su corazón ardiente latiendo dentro de una jaula de cristal. Pronto volverán a florecer las flores de nieve y sangre, se abrirá la jaula y volveré a latir, inmensa.

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14 de abril Me hundo en mí como en un lago de fuego. Los volcanes del mundo han entrado en erupción. En mi alma resuena una canción que se derrama como la lava por la ladera del Krakatoa. Mi cuerpo es el volcán. Mi cuerpo es el fuego que surge desde el abismo enfurecido y salvaje. Soy la hija de una rabia incandescente. ¿Aún hay alguien ahí fuera que pueda sentir el latir de mi cuerpo? ¿Aún hay alguien que escuche rugir a la tierra? No moriré en esta pira, aunque me queme. Caminaré sobre las ascuas, cuando la hoguera se apague. Renaceré como el ave dorada.

15 de abril Este año quise que me fuera dado atravesar las turbulencias de la vida con coraje y acabar de sanar mis heridas, perder el miedo a abismarme y librarme de la tentación de invocar a mis fantasmas, tener el valor para bucear en mis aguas oscuras y aprender a convivir con la soledad.

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Alejandra Pizarnik creía que su soledad debía tener alas. Yo siento que he volado en bandada junto a otras mujeres y ahora estamos muy juntas, abrazadas a las puertas del cielo. Leyendo millones de libros. Escribiendo millones de poemas. Compartiendo nuestras voces incendiarias. Pero no estamos muertas. Todas tenemos alas. Todas volamos. Todas tenemos el corazón ardiente. Ahora tenemos la llave para abrir la puerta a otras que vendrán, hemos adquirido la sabiduría para enseñarles cómo volar a pesar del encierro.

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Muntsa Plana i Valls nació en Tarragona, España, en 1969, y pasó su confinamiento en L’Argilaga, España

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31 de marzo de 2020 Sagrario ha muerto. Amalia ha dado positivo... también su madre. ¿Cuántas enfermeras más van a caer? ¿Cuántos celadores? ¿Cuántos médicos? ¡¿Cuántos seres?! Anuar está aquí, conmigo. Siento su abrazo y me susurra calma. Y a pesar de que se convirtió en estrella del firmamento antes de Navidad... su espectro ha regresado al mundo de los vivos para que no pierda la poca cordura que me queda. Veinte días sin salir de casa y toda una vida sin plaquetas en la sangre. Las mujeres de mi familia nacen sin sistema inmu-

nológico. Así perdí a mi madre, a mi tía y a la mayor de mis hermanas.

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Las cuerdas del arpa han vuelto a cantar. No. No entre mis dedos. Tampoco Johannes lo ha hecho. Yace en un rincón gimiendo de vez en cuando, triste, destensado. Me duelen los dientes. Mi mandíbula está desencajada. Si tuviera aquí mi piano... y no sale el trazo sobre el lienzo ni danzo, ya, por casa. Me duelen las piernas. Necesito el sol. No puedo escribir, no puedo pintar, no puedo componer, no puedo respirar.

2 de abril de 2020 El abuelo de Soraya ha muerto. Sigo muda. No me nacen las palabras; ni escritas, ni dibujadas, ni danzadas, ni interpretadas. Tres días sin parar de llover. Llueve fuera y llueve dentro. No hay tregua con las goteras. Pasé la noche en blanco vaciando cubos. El espectro de Anuar me susurra, de pronto me siento viva, y danzo poseída. Ha venido a resucitarme. Nace el trazo sobre el lienzo prusia. 876

Se han fundido dos bombillas, y he echado al fuego el último tronco de leña que me quedaba.

3 de abril de 2020 Un baño de sol. Al fin, ¡al fin! El aroma del café se esparce por cada pequeño rincón de la casa y el gran astro acaricia mi nuca. Anuar sonríe. Intento resucitar del letargo al que me han volcado. Transformaré la mierda en abono y me alzaré del lodo, como siempre he hecho. Soy una guerrillera. Y aquí, en este sueño mal parido que NO hemos trazado nosotras, resurgiré. A pesar de que llevo nueve meses sin pagar la luz, dos sin pagar el alquiler; a pesar de que se suspendieron todas las actuaciones y todos los

talleres... Pero la gente del pueblo es inmensa. Cada día, desde hace tres malditas semanas, aparecen en mi puerta bolsas con verduras de sus huertos: acelgas, cebollas, patatas, también dos sacos de leña (que ya se esfuma877

ron), un pollo, boquerones, y caballa, y filetes de atún (saben mis vecinos preciosos que el pescado azul es lo único que me fabrica plaquetas, lo necesito cada mañana para no morir desangrada), almendras, tomillo... ¿Qué decir? Que no tienen nada y me lo dan todo. Que ni en tres vidas podría devolverles todo lo que hacen por mí. Que este pueblo es un oasis de humanidad en medio de un mundo deshumanizado. Pienso en Camille, en Clara, en Alma, en Paula, en tantas otras mujeres que me han acompañado desde niña... sus esculturas, su música, sus pinturas, sus textos... Y me abrazan y me envuelven para que no desista: «¡Niña, llevas toda una vida guerreando! Levántate de nuevo, venga, ya está bien de tanta tontería… Tú no eres así, eres mucho más fuerte de lo que crees!» Y sí, lo sé. Lo soy. Pero me desespera tanta estupidez... Siento a todos como meras fotocopias de mediocridad, repitiendo sus positivos eslóganes «de librito de autoayuda», sus arcoíris y «retos maravillosos»... Apago las redes agujereadas. No quiero verlas ni escuchar radios... No. No. No. 878

No volveremos a ser los de antes. Si vuelvo a escuchar otra vez la canción que repiten constantemente, vomitaré. Tengo amigos enfermos. Amigos que han perdido a abuelos y a hermanos... Si perder a quien amamos es terrible, no poder acompañarlos ni despedirlos te rompe eternamente. ¡No me vengáis con estupideces! Esta miseria la habéis sembrado desde antaño, y que nadie venga ahora diciéndome que pinte un arcoíris ni me venda que todo «va a ir bien». ¡Habladme como a una adulta! No me tratéis de imbécil. Los niños son puros, no estúpidos. Así que tampoco me tratéis como a una niña que no sabe, que no siente... Idos todos al carajo. Me encerraré en mi útero para lamerme las heridas y provocaré mi propio parto.

5 de abril de 2020 Re-ordenando. Re-ordenando-me. Necesito bañarme de sol. Me urge. 879

Lo invoco. Y le ruego que atravesándome la piel, me arrope el alma. Ansío su calidez. Coloco así la vieja butaca de mi tía frente a una de las ventanas del desván. Ahora la luz dorada se vierte sobre mí desde las 15:30 hasta pasadas ya las 19 horas. Decido, en este mismo instante, que a partir de hoy voy a tener dos campamentos: el estudio y el desván, e iré moviéndome de uno a otro según camine el día. Con toda su fuerza estalló primavera. Verde-limón preñó los campos de avena mientras un descarado Siena tiñe ya la tierra viña. Azul-Prusia, cada día, va vistiendo las montañas de memoria.

6 de abril de 2020 Dormí mal. Desperté aterrada. Vuelven las pesadillas. Siento que ya he perdido otro día de mi vida. Siento que estoy perdiendo la vida. Yo, que solo tengo el ahora. 880

Necesito volver a mi vida de antes. Tres, cuatro semanas atrás. Sí. De acuerdo, con cientos de frentes abiertos, sí, con todos sus descomunales dolores... pero al menos podía salir a la calle a combatirlos. Escucho cantar a los pájaros. Jamás había sentido vibrar tantos colores distintos. Sus melodías danzan sobre cualquier rincón, penetran dolores, rocían grietas. Son luz que traspasa. No nos necesitan. Somos los únicos que sobramos. Escoria inhumana que sembró heces.

7 de abril de 2020 Poseída ando. El lienzo terminó cara a la pared. El caballete atravesó la estancia para terminar al lado mismo de la estufa de leña, allí puse a Virginia, Camille, Isadora, María, Martha, Milena, Emmy y a mi abuela María. Paridas en tinta negra a pincel y plumilla. Necesitaba verlas para continuar pariendo. La mesa de dibujo se reordenó; papeles y tintas la acarician ahora, esperando dar a luz. Me abracé a Johannes para respi881

rar; tensé sus cuerdas y lo afiné... Nació una breve pero intensa melodía. Guardé los libros que no conseguía leer... y me enlacé, como siempre, a Ginia. Las horas, los años, el faro... ay, mi Ginia... La que me devuelve la vida que me han robado.

8 de abril de 2020 El señor Pere ha muerto.

9 de abril de 2020 No. No me vendáis la imbecilidad de que todo esto es un regalo, una oportunidad. Yo ya sentía mi vida intensa, inmensa, mágica. Una servidora ya sabía que solo tiene el ahora. Y que este ahora es inmenso. Yo ya escuchaba los silencios, ya me abrazaba a los árboles, ya hablaba con las nubes. La Madre-Luna me ha susurrado desde que tengo memoria. 882

Mi casa es mi lar. No. No se me cae encima. Amo mi hogar, es yo. En ella transcurro horas, a menudo días sin salir. Creando. Re-creando. Re-creando-me. Yo no necesitaba «este regalo» para parar, porque siempre he caminado a mi ritmo. Y lo he hecho preñada de vida. Jamás he entrado en el bosque sin antes pedirle permiso para hacerlo. No he danzado con mi océano sin preguntárselo antes. He escuchado la respiración de la tierra. Me he fundido con ella. Porque yo soy parte de la tierra. Así que no me vengáis con la estupidez de «gracias a esto podemos pararnos y hablar y...» Uf... ¿Tenían que morir miles de seres para que os percatarais de que sois muertos en vida? No. No quiero escucharos.

10 de abril de 2020 Justo un 10 de abril de 2015 escribía: «Siento mi sangre cosquilleando por las venas. Corre con fuerza. Viva. Alegre. 883

No es una gotita seca y negra... está plena de vida, abre sus pétalos como una amapola y ¡ríe! La siento latir en la punta de los dedos de las manos, de los pies, en la frente, en la garganta, en el pecho... Danza dentro de mí y me grita: ¡Vive!, ¡vive!, ¡vive! ¡Y yo estallo en risas y me baño de sol porque la vida ha decidido quedarse! Y esto es tan grande, ¡tanto! ¡que pintaré el universo con mis ojos y mis besos!». Hoy, de madrugada, una melodía susurró en mi vientre. Las entrañas explosionaron. Respiré por vez primera en semanas. Respiré profundamente Vida. Volvía a ponerme en movimiento. De nuevo danzaba la sangre, recorriéndome el cuerpo. Dormida me levanté para abrazar a Johhanes... y busqué el Do, investigué el Sol, perseguí el Re y reconocí el La. Johannes estaba listo para parir juntos. Cerré mis párpados y afiné la mirada. Re, Si(b), La, Sol, Fa, Sol, Re... No fluye, no fluye, no fluye... pero fluirá. Está en mi

vientre, está en mi alma, resuena en mi testa... tarde o temprano el arco volverá a ser mi propia respiración y a través de él cantarán mis entrañas. 884

Anuar no está. Sé que debe continuar su camino y descansar... ¡pero no quiero que se vaya!

13 de abril de 2020

Me volqué con Johannes estos días, pero mi cuerpo no responde. Andan desperdigados cuerpo-pensamiento-alma. No se encuentran. Lo hacen, sí, durante breves, brevísimos momentos... pero vuelven a perderse al instante. Queda lejos lo que fueron. Miro las luces a través de la ventana. Y las nubes planean, hoy, por el firmamento a una velocidad desmesurada. Cada día me duelen más las piernas... tengo que ir con cuidado con las venas del muslo izquierdo. Hoy, al despertar, vi que lo invadían las petequias. Recuerdo a Jean-Pierre diciéndome: «las enfermedades de la sangre son las ausencias mal curadas». Lo sé. Y son la tristeza desmesurada. Yo no lloro lágrimas. Lloro sangre.

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He entrado en las redes tras días de no hacerlo. Penetro mi muro. Releo pensamientos vomitados el 13 de abril de 2018: «Ayer escribí encendida de dolor, tristeza e injusticia. Hoy, desde la lucidez y la calma pero igualmente afligida, os digo que estamos en la UCI en cuanto a derechos sociales y derechos humanos. Estamos en la UCI como humanidad. No comprendo al que calla porque esto, tan solo, significa permitir. ¿No entendéis que vamos a contrarreloj? Queda tan solo un hilo de aliento y nos lo están quitando. Se trata de nuestros derechos, de la libertad de pensamiento, de decidir, de expresión. Se trata de tener una vida digna, de tener derecho a la enseñanza, a la sanidad. Derecho a vivir... y no a sobrevivir. Derecho a ayudar y acoger a quien lo necesita. Derecho a trabajar... Callar es alimentar al fascismo. 886

Callar es suicidarse. Callar es firmar sentencia. Cuando os decidáis a reaccionar, compañeros que miráis a través de la barrera, habréis penetrado el túnel del tiempo… y la Santa Inquisición os tendrá bien atados. ¡Despertad!». Me sulfuro al leerlo y vomito de nuevo: Dos años atrás escribía estas letras, y como siempre, alguien cariñosamente me reñía: Si, Muntsa, sí... Tú siempre tan positiva. Bien... ahora estamos literalmente en la UCI... y muchos, ¡muchos! no tienen derecho ni sitio para entrar en ella. Como siempre, llegáis tarde. Confinados en vuestros mundos de Yupi no imagináis el infierno que esto supone para la inmensa mayoría; sin luz, sin agua, sin comida... ¿Sabéis cuantos seres se encuentran sin ninguna otra opción que estar recluidos con el monstruo que los maltrata, que los ahoga... y asesina? 887

¿Imagináis cuántos…? Da igual... no sigo... al fin y al cabo cuando todo esto termine (si terminara, si termina) pasada una semana volveréis a vuestras rutinas y todo retornará al mismo ruido, mismo silencio asesino. Volveréis a infectar playas y bosques y ríos y montañas. De nuevo, no daréis los buenos días a quienes se crucen con vosotros por la escalera... y continuaréis pegados a vuestras pantallas. La humanidad es el único conjunto de seres del planeta que jamás aprende, que se repite constantemente... y no. No tengo ninguna esperanza.

14 de abril de 2020 De pronto vienen a mí momentos de vida que ya no recordaba. Desfilan, sin proponérmelo, lugares, personajes, aromas. Los sueños me cuentan. Me hablan.

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Hoy telefoneé de nuevo a papá. Lo hago poco... es certo... lo que siento y lo que hago, tantas veces no van de la mano... Jamás le había sentido tanta tristeza en la voz, tanta soledad. Se han clavado como una daga en mis pulmones. Me ahogo. Tengo miedo y, por fin, estalla el llanto. Me aferro a algo, a alguien, y ruego en cuerpo y alma que todo termine... Me urge correr a abrazar a mi padre. Volar. Apenas queda tiempo... siento descomponerse mi estómago. Mi cabeza va a la velocidad del relámpago. No para. No calla. No respira. Estalla.

15 de abril de 2020 He buscado fotos antiguas. Voy a dibujar a mamá. Merece, más que ninguna otra, estar colgada entre las mujeres de mi vida. Hasta ahora no me sentía preparada para retratarla. Esta noche sentí que era el momento. «Ella. La más fuerte y luchadora que jamás he

conocido.

La que me contaba-cantaba-acunaba-cuidaba-escuchaba-recogía-pintaba-amaba. 889

Ella. Que era sabia sin saberlo. Dulzura y fortaleza en su mirada, en su sonrisa, en su paciencia. La que siempre estaba. Ella. La que me dio la vida. Mi Madre.»

Ya que no pueden danzar mis piernas estos días, que dance la pluma sobre el cuaderno. Me he resfriado. ¿Cómo puede una resfriarse sin salir de casa? Tomaré una taza de caldo bien caliente, besaré a Johannes, sumergiré mi alma en tinta negra, bucearé hasta el fondo del ocre con plumilla... atravesaré el espejo, miraré a Mamá y me reconoceré en ella. Entonces, solo entonces, regresaré al mundo de los vivos para sentarme en la mecedora de la abuela y soñaré que todo esto no está sucediendo.

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Naldi Crivelli nació en Baradero, Argentina, en 1981, y pasó su confinamiento en Buenos Aires, Argentina

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Diario del puerperio

16/3 Esto no es tan nuevo para nosotros que vivimos sin tiempo. Que bailamos mientras todos duermen. Que buscamos el refugio de la piel. Acá el encierro y el puerperio se superponen como capas finas de hojaldre. Se pegotean, se funden, se (con) funden. A veces me parece que no es tan malo, digo, como sentirme menos desfasada del resto del mundo que también se detuvo. 19/3 Hoy mientras tu papá te cuidaba hice una clase de yoga online. Me quedé dormida en la meditación final. «Dejá que el adentro se funda con el afuera», dijo la instructora. Afuera solamente soplaba el viento. 892

20/3 Mientras te dormís en la teta escribo un poema en el celular. Siempre quise para mí esa frase de Clarice que habla de una intuición salvaje. Una a una abriste las capas de mi piel me limpiaste de certezas me envolviste en tu olor despertaste esta salvaje intuición de mí misma

23/3 Te dormiste en mi pecho desnudo después del baño. Habías llorado. Es un honor tan grande ser quien te consuele, hijo. Afuera la gente empezó a aplaudir. Son las nueve de la noche, la hora de los aplausos es nuestra hora de descanso y piel.   893

24/3 De noche las estrellas son otras ventanas. Me inquietan todas esas vidas encendidas y encerradas ¿No te resulta inquietante? En cada ventana hay personas y cada una de ellas vive su vida con la misma intensidad que yo. Que vos. Todas nuestras intensidades condensadas.

2/ 4 Te estás durmiendo más tarde ¿Será que el encierro también te afecta? ¿O te afecta que nos afecte? ¿Cuántas cosas que no vemos nos mueven, Antonio? ¿Cómo será ser nuevo y abierto en este tiempo de encierros? Quisiera regalarte un patio. Estrellas, sapos, bichitos de luz.

9/4 Hoy salí de expedición. Fui a la verdulería que está a una cuadra y media de casa. No pasaba nadie. Me crucé con una chica. Llevaba barbijo. Nos miramos de lejos. Compré fruta y verdura para varios días. De regreso vi un corazón tirado en la calle desierta. Un globo rojo con forma de corazón. Tuve que frenar un segundo 894

para sacarle una foto, tan rojo, tan solo estaba. Volví a casa lo más rápido que pude. Me saqué la ropa, lavé y guardé las compras, me bañé. Vos dormías ajeno a todo.

10/4 Hoy horneé galletitas con membrillo. Y este poema: Debe haber algo ancestral casi chamánico en esta necesidad de preparar comida calentar brebajes hacer panes, budines, galletitas poner la pava en la hornalla convocar la reunión. Aunque estemos lejos saber que hay otres. Que cada une en su cueva también enciende el fuego.

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11/4 A veces recuerdo permitirme saltar en pedazos. Lo que es verdadero vuelve a brotar, aunque se rompa. Al equilibrio solamente hay que merodearlo, dice R. No te olvides de eso.

12/4 Abril. Seguimos encerrados. Escribo esto mientras dormís en el fular. Ahora te gusta estar más tiempo en el fular y por lo general te dormís mientras yo hago cosas. Hoy, por ejemplo, lavaba los platos. Ahora hay un silencio divino. Parece la hora de la siesta en Baradero, pero son las cinco de la tarde a una cuadra de Álvarez Thomas. Hay más pájaros. Pasan volando en bandadas por la ventana. Esta mañana abrí la ventana para consolarte. No podías parar de llorar, por eso la abrí. Para que un rayo de sol te acariciara los ojos. Para que el viento frío te salpicara la cara. La abrí y fue como si allá afuera 896

hubiera un mar. Fue como si allá lejos pudiésemos ver un horizonte.

13/4 No pensé que podría decir esto: disfruto este encierro mucho más de lo que imaginaba. Estar encerrada con vos, ahora, en este momento del puerperio, es casi un regalo. Pasamos los días pegoteados, flotamos en tu olor que impregna toda la casa, toda la ropa, todas las cosas, toda mi piel. Estamos juntos y solos los tres. Puedo dar rienda suelta al deseo inconfesable de tenerte solamente para mí. Este puerperio-encierro que nos toca me recuerda un poco tu primer mes de vida de este lado de la piel. Aquel primer mes y medio después de que llegaras también estuvimos encerrados. Me sentía colapsada y agotada muchas veces y a la vez perdidamente enamorada de vos. Quería verte crecer, y a la vez me daba miedo verte crecer. Sentía nostalgia de cada presente. Todavía me pasa. Por eso todavía en tu cajón hay ropa que ya no te entra. No puedo sacarla, doblarla, guardarla en una cajita de recuerdos. Esta cuarentena, nos devolvió la cueva honda y dulce del puerperio. La intimidad, el pijama y los mimos infinitos. El tiempo sin tiempo. 897

Como el otro día cuando desayunamos en tu habitación mientras jugabas en la colchoneta (estás aprendiendo a darte vuelta y a moverte panza abajo). Pusimos música y pasamos la mañana los tres juntos al sol.

14/4 La vida con vos se mide en intensidades, Antonio. Ahora la teta es puro disfrute y ya duermo bastante de corrido. Cualquier miedo se esfuma cuando me mirás con esos ojos grandes y profundos. Cada día te conozco más y aprendo a escuchar mejor mi cuerpo y a confiar  en mi intuición. Busco respuestas en los sentidos, en lo contiguo, en tu olor, en las señales que me dicta tu piel. Me abandono a ese saber elemental y todo fluye.

15/4 Anoche, después de que te dormiste, me quedé leyendo en la cama a la luz de la vela. Solo se oía el viento soplando en la ventana. La vela temblaba en las hojas del libro y yo me fui durmiendo. Leía en una especie de duermevela. Las palabras eran como música lejana y se mezclaban con el 898

viento. El viento entraba ahora por la ventana, me envolvía y me llevaba. Nos vi desde afuera. Los tres en la cama, a la luz de la vela, en lo alto del edificio. Nuestra ventana entre cientos y cientos ventanas. Me dio vértigo.  Busqué que el viento soplara más cerca del suelo. Vino el mar. El documental de David Attenborough que vimos hace unos días y el último viaje al mar con tu abuelo. Tu abuelo, el que te muestra un pingüino en la foto que puse en tu habitación. El otro día soñé con él, ¿te dije? Te extraño, le decía. Ya lo sé, yo también, decía él. El último viaje que hicimos juntos fue para ver el mar. Sentados en la arena veíamos nadar a las ballenas con sus crías. Un puerperio libre y salvaje como el océano.

16/4 Hago listas para no olvidar lo importante. Esta es la que empecé en estos días. Cosas que me hacen bien en el encierro:

Coleccionar fotos tuyas. Darte la teta acostados los dos a la madrugada y dormirnos así. Verte reír dormido. 899

Las mañanas largas de colecho, teta y mimos. Dormirte la siesta en el fular. Sentirte relajado pegadito a mí. Sentir tu respiración, el peso de tu cuerpo, tu olor. Leerte a Mary Oliver a la tarde en el sillón mientras dormís acurrucado en mi corazón. El desayuno, los tres juntos, como el sábado en tu habitación mientras jugabas en la colchoneta. Verte en brazos de tu papá a cualquier hora del día. Verlos reír juntos, como ayer cuando te paseaba en cochecito por toda la casa y se chocaban las sillas y las plantas del living. El sol de la mañana en las paredes. Ver algún amanecer. El olor de tu ropita secándose al sol. El ruido del viento en las ventanas. Los discos que pone tu papá a la tardecita mientras me ceba un mate y jugamos con vos en el suelo. La emoción de tus abuelas cuando te ven por la pantalla. La primera lluvia fría del otoño. La manta de lana que tejió mi abuela abrigándote El tiempo sin tiempo de a tres. La noche de risas y mimos antes de dormir. Tus chapoteos en la bañera. 900

Bañarnos juntos y abrazados bajo la ducha. Comer un chocolate casi todas las noches. El silencio a cualquier hora del día. Su profundidad, sobre todo a la noche. Tu manito agarrándome el dedo ahora. Cantar a los gritos El amor después del amor, con la ventana abierta y vos aúpa. Volver a escuchar radio. El olor a café después de comer. Mirar con vos por la ventana, buscar formas en las nubes. Ver: Los pájaros en bandadas y la avenida desierta. La ciudad dorada del ocaso. Las demás ventanas iluminadas como estrellas por la noche. Hacer cosas tranquila después de las doce de la noche, y saborearlas. Cosas como bañarme, leer, escribir listas de lo importante. Nuestro ritual del sueño. El hornito con aceite de lavanda que pone tu papá y la habitación en penumbras. El pañuelo de seda celeste sobre el velador. Las canciones de cuna bajitas Hacerte masajes antes de dormir y decirte te amo mientras me mirás divertido primero y, cada vez más relajado, sentir cómo te entregás. 901

El frío azul e intenso de esta noche. La estela de la luna sobre las sábanas. La canción de cuna que te escribí mientras dormías en mis brazos. Las palabras que se escriben casi solas al compás de tu respiración en medio del silencio. Que venga tu papá a besarte en la frente. Olerte, olerte, olerte, olerte

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Natasha Rangel nació en Caracas, Venezuela, en 1994, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

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GYPSOPHILAS Que los recuerdos se multipliquen como los botones del aliento de bebé

22 de marzo. Domingo. Caracas. Hoy cumplí seis días de cuarentena en la jaula. 22 de marzo. Agregado: La jaula es el lugar que llamo hogar desde hace veintiséis años y donde convivo con los fantasmas de todas las mujeres que maíta no fue.

23 de marzo. Lunes. Caracas. He estado dándole vueltas a la excusa para escribir un diario y llegué a la conclusión de que quizá tú lo necesites. Si alguna vez se te antoja echarte unos tragos con el pasado, puede que estas memorias sean material para conversar o destruir. Decidí escribir para ti, aunque estoy segura de que serás una persona completamente distinta a mí cuando leas esto. Tanto mejor. Lo 904

único que te deseo es que, a diferencia de mí, tú sí estés afuera, recibiendo el sol sobre la piel. Y que respires. Deseo que respires mucho. Caminar y respirar son dos cosas que hacemos con tanta naturalidad que dejamos de convertirlo en un acto consciente. ¿Cómo se relaciona mi cuerpo con el espacio que ocupa, con las piedras que se incrustan en las suelas de mis zapatos, con los codos que me rozan en la multitud? ¿A quién recuerdo entre los aromas y los hedores? Respira.

24 de marzo. Martes. Caracas. Desde que empezó la cuarentena en Venezuela, el lunes 17 de marzo de 2020, siento que volví al ascensor. Por supuesto, no tienes idea de a qué me refiero. Vamos a echar la película para atrás unos segundos: hace años me quedé encerrada en un ascensor con dos mujeres mayores a causa de un apagón. El aparato se atascó a medio camino entre los pisos trece y catorce; este último, residencia de mi abuela. Mi primera reacción fue encender la linterna del celular y alzarla sobre mi cabeza para iluminarnos. Una de las mujeres dijo que era hipertensa, se llamaba Lila, me concentré en ella, en distraerla, mientras la otra despotricaba contra la com905

pañía de electricidad (justo acababa de llegar de pagar los recibos de luz). Parecía que por fin la señora Lila se había calmado cuando, de súbito, nos llegó el eco de los gritos de la conserje: «¡Hay que apagar el ascensor porque si regresa la luz de golpe puede ocurrir una desgracia!». Lila empezó a hiperventilar, la otra ocupante se puso a dar saltitos nerviosos. Yo, que había telefoneado a mi abuela para comentarle la situación y decirle que estuviera tranquila, la escuché gritar mi nombre en el pasillo del piso catorce. Su voz sonaba entrecortada por el miedo: el ascensor se había caído al menos en tres oportunidades, aunque nunca con vecinos a bordo. Si bien la posibilidad de que algo malo sucediera estaba latente, seguí tratando de apaciguar los ánimos. Una parte de mí pensaba en Odiseo, sorteando los mares sin saber qué criaturas se deslizaban en el fondo. El vacío en el que permanecía suspendido el elevador me hacía evocar las fauces de un monstruo de esos que solo cobra forma en las pesadillas. Una falla minúscula y todas seríamos devoradas por la oscuridad. Aparté la metáfora a un rincón donde no pudiera alterarme en ese momento. La conserje nos sacó. Creo recordar un gancho de ropa introducido en un agujero entre las puertas y luego a mi abuela llorando conforme me miraba extraer la comida que le había llevado a la casa. «¿Acaso 906

no pensaste en que te pudiste morir?», me preguntó en medio de abrazos. ¿Acaso no lo pensé? Es igual ahora. Esa sensación de pausar la histeria. G me dice que, según Worldometers.info, van 418 373 personas contagiadas por el nuevo coronavirus COVID-19 a escala mundial. Aquí dieron la orden de no salir de la casa sin tapabocas ni guantes, pese a que la Organización Mundial de la Salud ha dicho que esos insumos deberían reservarse para el personal hospitalario y las personas que tengan a su cuidado pacientes con síntomas de la pandemia. En algunos sectores incluso las fuerzas de seguridad han empezado a llevarse detenida a gente que anda en la calle «sin motivo», ignorando la cuarentena. G sobreanaliza todo (ha seguido las noticias acerca del virus desde que explotó la epidemia en Wuhan): ¿qué vamos a hacer si la cuarentena se extiende durante meses? ¿Cómo vamos a conseguir la comida? Los camiones que vienen de los estados agrícolas ya casi no entran a la capital debido a las restricciones de tránsito y a la falta de combustible. El 23 de marzo el Gobierno anunció exoneración de impuestos y pago de servicios, así como bonificaciones para aquellos que consiguen sus ingresos del trabajo 907

diario. Con todo, hay bajones de luz porque el Sistema Eléctrico Nacional tiene 20 años de desinversión y mala administración, y el suministro de agua por tuberías lo recibimos dos veces por semana. Y eso en nuestro caso, hay comunidades que tienen hasta dos años esperando escuchar los gases que salen del grifo poco antes de descargar el chorro. ¿Cómo se cumple entonces con la indicación de lavarse las manos con agua y jabón para evitar la propagación? Lo lamento, no es muy agradable esto que te comento, pero esa es una probadita de lo que significa estar en la cabeza de G cada día. A estas alturas creo que la voz de sus pensamientos debe ser similar a la de un narrador de la DW. Yo, en cambio, estoy en el hiatus del ascensor. Afuera el caos le sube el volumen a todo y yo continúo impasible. Te aseguro que no hay ningún interés en fingir coraje. Solo es un hecho. Mi mente está en otro lado. En reflexionar, por ejemplo, sobre los daños colaterales del encierro: las mujeres que tienen que compartir espacio con sus agresores, los enfermos que requieren tratamiento y no pueden salir de casa; mi abuela, sola y en el rango de edad que más afecta el virus. Mis padres, atrapados en otras ciudades. 908

Tengo ocho días en la jaula. Sigo entera.

25 de marzo. Miércoles. Caracas. Los miércoles son mi día favorito de la semana. Superé el lunes y mi horizonte es el viernes. Los miércoles también tenían el mejor menú en el preescolar Ricardo Gondelles: arepas, sopa de espinacas, galletas de soda untadas con mermelada. Sí, el miércoles es el día de la gente que mora en las fronteras. El encierro me ha hermanado con las especias y la cocina, algo que antes no me resultaba tan cómodo. Mi santísima trinidad culinaria: el ajo a mi derecha, el cilantro a mi izquierda y el pimentón en mi frente. Redescubro la paciencia para dorar las cebollas, aprovecho el agua que suelta el tomate para darle sazón a la milanesa picada en juliana. Experimento con texturas y colores. Cada una de tres el arroz me queda empelotado, pero sirve para preparar torticas dulces. El ají picante le da una chispa a la sopa y al bistec… Yo estoy a cargo de los almuerzos, G de los desayunos y las cenas, sobre todo de las últimas porque solemos acostarnos a las dos de la madrugada y des909

pertamos al mediodía, lo que significa que caemos en mi horario alquímico para los alimentos. Cuando el arroz me queda bien me parezco a mamá. No obstante, hay muchos rasgos de papá y de mi abuela en mis sabores. El orégano también es un recurso recurrente y me resulta inevitable evocar aquella temporada en que papá se lo echaba a todo, incluso a la masa para las arepas. Por algún milagro mi paladar no acabó aborreciéndolo. La abuela, por su parte, tiene el secreto de sus sopas en la auyama y la carne sofrita con aliños, un poco de eso se cuela en mis platos. En ocasiones, durante el cric-crac del aceite, irrumpe por la ventana de la cocina el murmullo de los camiones con parlantes. Son parte de la campaña que el Gobierno emprende para la prevención: pasan al menos seis veces al día recordando las medidas de higiene, usando a los países con mayores contagios como ejemplo de lo que debemos evitar y lanzando un regaño a los incautos: «¿Usted qué hace en la calle? ¡Váyase a su casa!». ¿Y qué pasa si la calle es la casa? Yo tengo la jaula, aunque mamá no está y sus fantasmas andan muy callados. No me gusta que estén callados. Y, por favor, no me malentiendas: lo que temo 910

es que, para llenar el silencio, empiece a elucubrar mis propias apariciones. ¡Imagínalo! Todas tus inseguridades adquiriendo una voz y regodeándose por los rincones con el montón de oportunidades que perdiste en la vida. Prefiero lidiar con los fantasmas de mamá, que los conozco desde hace años. Los míos me aterran. Todavía tengo (tenemos) tiempo.

26 de marzo. Jueves. Caracas —¿Y si la tierra es un organismo inteligente que cada veinte años desarrolla un nuevo virus como una forma de… purgarse? —se preguntó G. Cuando lo dijo estábamos echados panza arriba en la cama, la vista al techo. Más tarde salió a comprar víveres (él es el tributo designado para ir a los supermercados durante la cuarentena, yo no he puesto un pie afuera desde que salió el decreto). Sus palabras me hicieron pensar en el poema de Alfonsina Storni, «Parásitos». Es corto, acá te lo dejo: Jamás pensé que Dios tuviera alguna forma. Absoluta su vida; y absoluta su norma. 911

Ojos no tuvo nunca: mira con las estrellas. Manos no tuvo nunca: golpea con los mares. Lengua no tuvo nunca: habla con las centellas. Te diré, no te asombres; Sé que tiene parásitos: las cosas y los hombres. No le respondí a G. Tampoco creo poder contestar aquí, sería dos veces injusta. Hoy ofrecieron 15 millones de dólares por la cabeza del jefe del Alto Mando y otros 10 millones por varios miembros de su gabinete. Se les acusa de narcotráfico, terrorismo y vinculación con grupos guerrilleros, entre otras cosas (oscurana, miles de grietas, mares de pus, pestilencia, rencores que sueltan raíces a través de los pies, asfixias, ídolos rotos). 15 millones de dólares... Con solo 20 dólares al mes durante un año Unicef puede proporcionar tratamiento a 200 niños con desnutrición aguda grave en Sudán del Sur… por un día. ¿A cuánta gente se podría ayudar con la cantidad que ofrecen por el rache? Falleció el primer paciente por COVID-19 en Venezuela. Tenía 47 años. Presuntamente, la enfermedad le complicó otras patologías. Cuarenta y siete años, eso 912

son nueve años menos de los que tiene mi mamá. Van 107 casos confirmados en el país. Los epidemiólogos creen que hay más y reclaman la falta de transparencia en las cifras. Hace cuatro años que el Ministerio de Salud no publica los boletines epidemiológicos. Nos movemos a tientas en la oscuridad y no parece haber un interruptor en ningún lado. 26 de marzo. Agregado: Mi tía me comentó por mensajería instantánea que le gusta escribir poesía, su estilo se decanta por lo romántico. No sé por qué, pero me emocionó mucho saberlo, como si de pronto hubiese vuelto a encontrarme el pulso bajo la piel.

29 de marzo. Domingo. Caracas. Le dije a G que quería oler la noche. Junté algunas sábanas y las amarré con las cortinas para alzar una suerte de tienda de campaña sobre la cama de la habitación. Dispuse las almohadas en círculo e introduje

algunas luces para dar la sensación de que teníamos un par de estrellas dentro. En mi pequeña tienda, que atrapa el viento con la sutileza de las telarañas, me permito rescatar lo divino, 913

evoco los mitos de Makua y pienso en los viejos y nuevos dioses a los que Gaiman suele hacer referencia en sus relatos. En mi pequeña tienda la brisa se sienta como una vieja amiga y trae consigo aromas que me cuentan historias. En mi pequeña tienda todavía escucho el tono desgarrado de la mujer española que reclama un cupo para su esposo en hospital y lo ve ocupado por otro paciente, uno más joven. «Mejores probabilidades», le dicen. Yo nunca he tenido que elegir entre dos vidas. ¿De cuántas maneras me quebraría? La ética no siempre escuda contra el tajo. Ahí, en mi tiendita gitana, la noche que se ve a través de la ventana es luto y es abrigo. ¿Cómo se ha condicionado el duelo en esta pandemia? Nuestro ser querido aún no toca el creamtorio y ya hemos olvidado su rostro, nos fuerzan a cortar el lazo antes de tiempo para evitar contagios. La palabra «despedida» queda resemantizada: es ahora una laguna, un escozor en la garganta que no cae con la saliva, el grito que no pudiste dar frente a la tumba de tu papá. Estiro los pies bajo las almohadas. En ocasiones confundo las sombras con espectros que acechan, que ahuecan las sá914

banas para que los note. Me imagino a los encargados de apilar los cadáveres en las morgues de los centros hospitalarios, contemplo en mi cabeza toda la carne colapsada y triste de los muertos. ¿Cómo lo harán? ¿Los verán así, como un cuerpo vatío, una cáscara? ¿Es más sencillo salvar la psique de esa manera? La foto del venado arrollado se hizo viral en Twitter. (Es curioso: le tenemos pánico a un virus y, al mismo tiempo, aspiramos a que el contenido se vuelva viral en las redes, que los «infecte» a todos). No aguanté sostener la mirada mucho tiempo. Esta es mi historia recreada del venado (vivo): Había una vez un venado joven y no creyente que salió de las tierras nobles para demostrarles a los otros que no existían los titanes. Se encontró en medio de un territorio extraño donde olía a miedo por todas partes y, en un descuido, lo atraparon. Los titanes pensaron que el ciervo podría ser un buen tributo para los seres que moran más allá de las nubes y comenzaron los preparativos para el sacrificio. Ataron a su presa por el hocico y amarraron el otro extremo del cordel a una viga. El venado notó que la viga estaba floja, así que le im915

ploró al dios de la montaña, su hogar, por ayuda. Logró escapar mientras los titanes dormían, pero aquél mundo era demasiado extraño para él: allí los árboles estaban

atrapados bajo gruesas capas grises y la brisa era absorbida por humos pestilentes. Los ríos corrían sucios y, en ocasiones, su cauce había sido enterrado vivo.

El suelo tampoco hablaba, como sí lo hacían en la

montaña, una densa máscara de piedra negra lo abarca-

ba en toda su extensión y muchas veces vibraba a causa de las máquinas de metal en las que se trasladaban los titanes. Eran máquinas rápidas que lanzaban chirridos terribles e iluminaban tanto como el sol.

Y golpeaban de manera mortífera, descubrió el ve-

nado más tarde.

Nunca volvió a levantarse.

Cuando no regresó, el dios de la montaña lloró su

pérdida y contó a los otros su lección: el tiempo de los titanes aún no había acabado. El fin.

1° de abril. Miércoles. Caracas.

Vomité toda la sopa que tomé para el almuerzo. Se me

inundó la cocina. Me vino la regla y manché la ropa interior. 916

Me estoy desbordando por doquier. Espero que tu día vaya mejor que el mío.

2 de abril. Jueves. Caracas. Los muertos hieden. Resulta difícil llorar aquello que es rechazado por un cuerpo vivo. Ni todo el amor del mundo te impide arrugar la nariz frente a un mal olor. Y los muertos, apilados en las calles, hieden. Los vecinos piden que por favor los recojan, que no aguantan la pestilencia. Eso es en Ecuador, según las noticias. Aquí hace rato que convivimos los vivos con los muertos en las morgues sin cavas de refrigeración.

10 de abril. Jueves. Caracas. Los noticieros son los nuevos cuentistas de terror: dicen frases como 12 000 muertos, recesión económica peor que la Gran Depresión, retornados ingresan por pasa-

jes ilegales y violan cercos sanitarios… y uno siente aprensión por lo desconocido. Algún día te hablaré sobre estos horrores nocturnos. Uno sabe qué esperar de los duendes, de los espec917

tros juguetones que te halan las sábanas, de las bestias que moran bajo los puentes, porque hay todo un imaginario colectivo que te protege y que los convierte en una imagen nítida detrás de tu cabeza (lo que se vuelve imagen siempre se puede asimilar más fácil) pero no hay guion cuando se trata de un virus. Los virus no tienen rostro, no producen sonidos tétricos, no se trepan por las paredes ni se curan con exorcismos. Y da miedo, da mucho miedo, que tu cuerpo, una de las mejores máquinas diseñadas por la naturaleza (o Dios, o los ovnis, según tu creencia) sea el host perfecto para estos seres microscópicos. De pronto te provoca montarle un grupo de cheerleaders a tus glóbulos blancos e inventarte un nuevo capítulo de Érase una vez la vida, en el que tus defensas logren imponerse y eximir al cuerpo (tu pequeña crisálida de carne, tu única ancla en este mundo) de cualquier dificultad. Ese es el detonante: atisbar una posible fecha de vencimiento. No estamos programados para pensar en la muerte. Sabemos que nos llegará, pero somos felices ignorando el desenlace. Este virus ha cambiado ese patrón. Ahora buscamos de manera compulsiva cifras de contagios, rogamos por que ningún familiar o conocido resulte in918

fectado, vemos ascender el pico de fallecidos y leemos

hilos interminables en las redes sociales con la descripción de cada detalle previo a los fallecimientos.

En algunos casos, el virus también nos ha obligado a

ver a los otros como el enemigo.

La frontera entre Venezuela y Colombia, por ejem-

plo, está recibiendo al menos 3 000 migrantes vene-

zolanos que se encuentran de regreso a la tierra natal

porque fueron desalojados o perdieron sus empleos en el país de acogida. En Táchira varias comunidades montan guardia en las escuelas porque no quieren que

el Gobierno las convierta en centros de cuarentena para estas personas. Es el miedo moviéndonos: estamos en el país donde un mandatario dice que se han aplicado más de 100 000 pruebas de descarte y, sin embargo, aún

no llegamos a confirmar más de 200 casos positivos. Las cuentas no dan y las denuncias hablan de una in-

fraestructura hospitalaria que tiene años aguantando la crisis humanitaria compleja. Si hay países mejor prepa-

rados que el nuestro y no dan abasto con la situación, las proyecciones para nosotros solo apuntan hacia la catástrofe absoluta.

Y eso da miedo. Da un miedo increíble.

No el miedo que te paraliza, sino el que se tambalea 919

hacia el filo de transformarse en turba. El miedo más peligroso.

Tengo 23 días sin ver a mamá, desearía poder abrazarla.

920

Noelia Prieto nació en Salamanca, España, en 1987, y pasó su confinamiento en Corbera de Llobregat, España

921

Abril. El esperado mes de abril ha llegado cargado de incertidumbre. Escribo esto mientras nuestra hija termina el desayuno pegada a la tele. Quizás nos hemos ablandado un poco con la tele, pero es domingo y estamos confinados desde hace 24 días. O 23 o quizá 26. He perdido la cuenta. Siento la irrefrenable necesidad de escribir. Mi mente es un batiburrillo de ideas y emociones que me desbordan. Siento tan adentro, que no me salen las palabras para compartir con los demás lo que siento y al mismo tiempo, si no lo comparto creo que me va a explotar en el pecho. La mente humana es compleja. Nunca había pensado tanto en la muerte como en este último mes. Y jamás había sentido tanto miedo. La televisión muestra estadísticas sin parar. Día a día miles y miles de fallecidos engordan una lista fatídica. Y yo empiezo a ser consciente de que cuando te mueres, se acaba. Siempre creí que después tenía que haber algo. 922

Lo que fuera, pero algo. Ahora ya no estoy tan segura. Me convenzo a mí misma de que el miedo es por la maternidad que se avecina. Por la situación que estamos viviendo. En mi cómoda vida de millennial del siglo XXI las palabras confinamiento, pandemia, economía de guerra, estado de alarma, toque de queda... sonaban casi a idioma extranjero. Imposible en nuestra sociedad actual. Pero aquí estamos, a 5 de abril de 2020. Confinados en casa desde hace veintitantos días... porque hay un virus (letal, en muchos en casos) que nuestro sistema inmunológico desconoce y del que no sabe defenderse. Como cuando te enamoras por primera vez. No sabes a lo que te expones, así que no tienes armas para hacerle frente a la bomba de sentimientos que van a venir. El coronavirus ataca sin contemplaciones al sistema debilitado de las personas mayores, personas con patologías previas... y colapsa a otros que estaban completamente sanos, que mueren aislados y en soledad. No dejo de pensar en lo triste que debe ser enfrentarse a la

muerte solo. A lo desconocido, a la nada. A la horrible sensación de angustia. Podría ser yo, podría ser cualquiera. 923

Y yo aquí, a punto de dar a luz por segunda vez y con la horrible sensación de que no voy a contarlo. Suena exagerado. Apenas he podido compartirlo con nadie. Tengo terribles pesadillas, me despierto empapada en sudor y emitiendo pequeños ruidos sordos. A decir verdad, siempre he tenido pesadillas. Hace años que convivo con ellas en una armonía casi perfecta. Pero ahora me atormentan más de lo que puedo reconocer en voz alta. Quizá tengo demasiado tiempo para pensar. Estoy de acuerdo. Así que para mitigar los efectos que produce en mí el terror que sufro en silencio (como las hemorroides) me mantengo ocupada en un sinfín de opciones, pero que van agotándose con el paso de los días.

*

Son las siete de la mañana. La casa duerme. Todo

el mundo duerme. A mi alrededor el tímido rubor de la mañana que empieza a despertar y los sonidos de cientos de pájaros a mi alrededor. Precioso. Aunque yo daría lo que fuera por poder volver a la cama y dormir 924

abrazada a la gata. Algo me dice que se avecina un día largo y agotador. Llevo más de una hora luchando contra las contracciones y el sueño. Me repito a mí misma que las contracciones son normales en la semana que estoy. Mi cuerpo se prepara lentamente para el día del parto y va diseminando contracciones aquí y allá. El momento cada vez está más cerca. Y la angustia crece. Me he preparado mentalmente durante todo el embarazo para tener un parto natural. Con mi primera hija utilicé la epidural y recuerdo la horrible sensación de sentirme como un gato enjaulado. Esta vez quería controlar el proceso, así que durante nueve meses he llevado una dieta sana, he hecho ejercicio, yoga para embarazadas, clases preparto. Todo lo que una embarazada tiene que hacer, lo que hecho. Concienzuda y eficaz. Caminando segura al férreo control de mi segunda maternidad. En ningún escenario estaba contemplado que daría a luz en medio de la peor pandemia del mundo moderno. Y ahora las clases preparto, la epidural, la walking y el masaje perineal ya no me parecen tan importantes. Solo pienso en la embarazada que ha perdido la vida afecta925

da por coronavirus. Pienso una y otra vez dónde estará. Si habrá un mundo donde ella estará con su bebé. Yo solo quiero que mi bebé nazca sana, verle la cara, acariciarle la cabecita. Poder besar a mis hijas y verlas crecer.

*

Son las diez de la mañana de un ¿martes? Como todas las noches anteriores, el sueño parece un oasis lejano imposible de alcanzar. Paso la noche entre el baño y todos los confines de la cama. Cuando se me duerme un lado del cuerpo, me cambio hacia el otro lado. Y así sucesivamente. Las opciones son limitadas con una barriga como la mía. Tengo sueños tan vívidos que parece que estoy viendo una película. Y todas terminan mal. Cuando los primeros rayos del sol se dibujan detrás de la cortina, doy gracias porque sé que mi marido se levantará y me dejará toda la cama para mí sola. Y podré hacerme mi fuerte con todos los cojines sujetando cada parte de mi cuerpo.

* 926

Hoy mi marido y yo celebramos ocho años de amor. En pleno confinamiento. Sin cenas en restaurantes. Sin cine. Sin hotel. Nada. Solo nosotros celebrando que llevamos ocho años queriéndonos. Cuando empezó el confinamiento (ahora hace una eternidad) me pregunté si realmente había alguna pareja preparada para pasar las 24 horas del día pegados como lapas. Sin salidas. Sin escapatoria. Conviviendo en un espacio limitado con la única excusa de salir a tirar la basura, sacar al perro o comprar. ¿Cómo se sobrevive (parejilmente hablando) a una pandemia? Hace años leí un artículo en la revista Muy Interesante que me marcó para siempre. Hablaba sobre el amor verdadero y entrevistaba a varias parejas que (según el artículo) seguían queriéndose como el primer día. Eso era posible porque, en un experimento, habían descubierto que algunas parejas que llevaban años de relación, cuando miraban una fotografía de su amado o amada, seguían teniendo las mismas reacciones que las parejas jóvenes. Así, el estudio afirmaba que el amor verdadero existía, el amor para toda la vida, pero que solo algunas parejas conseguían esa conexión.

Para mí fue como leer la Biblia. Como ver el cielo 927

abierto. Ante todo, siempre fui una soñadora. Una romántica. El amor existía y yo iba a encontrarlo. La realidad que se presentó ante mí fue ligeramente diferente. Nada parecía acercarse a la idea que yo me había hecho de las relaciones. Ni a lo que había visto en las películas. O me querían mucho y yo no quería, o quise desesperadamente y me hicieron polvo. El desfile de personas que pasaron por mi vida en mi búsqueda fue digno de admirar. Un día llegó ÉL. Y nos quedamos. Quererse día a día significa sorprenderse constantemente. Sorprenderse de una misma y de lo que hace el otro. Y vaya si me he sorprendido en confinamiento. Para nosotros la cuarentena empezó un jueves por la tarde. Recogimos a la niña del colegio y ya no salimos. Embarazada de ocho meses lo único que me preocupaba era que no teníamos cuna. Soy una persona extremadamente previsora (y algo ansiosa) y había preparado concienzudamente la llegada de nuestra hija. Las maletas del hospital, la ropa, sistemas varios de porteo, sábanas, cambiador... pero no la cuna. Y eso me provocaba una ansiedad indescriptible. Pero él me conoce mejor que yo misma. Y lo sabe. Sabe que no podré dejarlo y 928

conformarme. Sabe que, aunque quiera, no podría. Le dije que podíamos hacer nosotros la cuna. Me miró con algo de incredulidad y sorpresa. Hicimos el diseño y nos pusimos manos a la obra. Empezamos el cuarto día de confinamiento y tardamos otros cuatro en terminarla. La maravilla del reciclaje y el chalk paint hicieron su magia. Maderas sueltas, un poco de pintura y un pallet. Y voilà. Cuna a medida. Ya habíamos hecho muebles antes, pero nunca me pareció algo importante o especial. No hasta que lo vi con ojos de confinada. De repente caí en la cuenta del buen equipo que formábamos. Le vi, sonriendo bajo el sol de mediodía, cortando madera para que yo la lijara, cantando al unísono las canciones que sonaban en el altavoz. Con mi enorme barriga de ocho meses. Con una niña de cinco años jugando a princesas guerreras. Toda nuestra relación pasó delante de mis ojos en una milésima de segundo. Me pareció que todo tenía sentido. Disfruté en silencio de todos los chistes absurdos que me había explicado. Sonreí pensando en las veces que me había regalado los oídos con piropos imposibles. Agradecí cada segundo que me había animado a salir de casa, a llamar a esa 929

amiga, a hacer ese curso. Me di cuenta de lo valioso que era cada minuto que habíamos estado juntos. Qué suerte la mía, pensé. Y aquí estamos, cenando un bizcocho casero para celebrar que llevamos ocho años de amor incondicional. Sin hotel, sin restaurantes. Y no nos hace falta nada más.

*

He limpiado toda la casa de arriba abajo. En serio. Esta mañana hacía recuento de todo lo que he hecho en este confinamiento, y estoy bastante segura de que he limpiado mucho más en un mes que en toda mi vida. Jamás había tocado el interior de los radiadores o la parte de arriba de los marcos de las puertas. El interior de las ventanas o el rodapiés, las juntas del baño. Todos los días doy un repaso a todo. A fondo. Y aun así, siempre encuentro algo sucio. Y dale con la bayeta, la lejía y el cepillo. No puedo parar. Confinamiento y síndrome del nido son aliados curiosos. Imagino a la mitad del país haciendo lo mismo. Incluso hay productos de lim930

pieza que ya no encuentras en las tiendas. Marie Kondo a mi lado es una aficionada. Mi organización es impecable. Todos los días planifico concienzudamente qué parte de la casa toca. Antes me conformaba con irme a la cama con los cojines del sofá en su sitio. Ahora la cocina debe quedar impoluta y todo recogido, no vaya a ser que me ponga de parto y deje las tazas sin fregar. Como si en plena contracción importara algo que haya una toalla fuera del sitio. Pero aquí estoy, a las siete de la tarde, con una barriga inmensa y mirando unas pelusas que cuelgan de las paredes. Mañana tengo que quitar eso como sea.

*

Es domingo, aunque daría igual si fuera viernes, lunes o miércoles. Llevamos un mes confinados. Escribo mientras mi hija dibuja a mi lado. Tiene una capacidad enorme para narrar todo lo que sucede a su alrededor. Constantemente. Siente la necesidad de explicarnos todo en todo momento, anécdotas o historias. También suele cantar o inventarse cuentos mientras dibuja, o en 931

la ducha. No hay silencio. No hay tregua en la ronda de porqués. Para una niña de cinco años los adultos somos enciclopedias andantes que lo sabemos todo y ella siempre necesita más. Cuando no sé qué responderle recurro al siempre socorrido «¿lo buscamos juntas?». Porque un «no lo sé», nunca es suficiente. Ahora está haciendo dibujos para nuestra boda. La supuesta celebración que íbamos a hacer en septiembre para sellar nuestra unión ante nuestros amigos y familiares. Ahora me alegro de que escogiéramos septiembre (evidentemente) porque a mí me gustaba más junio. Pero con un bebé casi recién nacido, decidimos que era mejor celebrar la boda al final del verano. Durante el confinamiento muchas bodas han sido canceladas. Pero septiembre aún está en el aire. Para nuestra hija es algo tremendamente especial y no le he confesado mis temores de que la boda no pueda celebrarse. Lo he compartido con amigos cercanos, cuya respuesta ha sido más amable y positiva que la que yo tengo. Prefiero no casarme que enfermar. Si controlar esta pandemia pasa por (entre otras muchas cosas) cancelar mi boda, me parece un precio minúsculo. 932

Me da una pena inmensa. Pero ahora es lo que menos me preocupa. Solo quiero que nazca nuestra hija y vaya todo bien. Si no podemos casarnos este año, será el siguiente.

*

Después de dos días de lluvia incesante ha vuelto el sol. Siempre me ha parecido romántico oír llover. El sonido de las gotas rompiendo el suelo, cortando el viento. Ahora cada rayo de sol es un milagro que me permite notar un poco el exterior. No me atreveré a quejarme, tenemos un jardín que nos permite cientos de posibilidades que ahora son más valiosas que nunca. Él siempre ha vivido aquí, pegadito a la montaña. Yo me enamoré más tarde del olor a bosque. Aquí los restaurantes y las tiendas escasean. Y casi para todo necesitas el coche. Las cuestas son infinitas y hay escaleras en todas partes. Pero desde cualquier esquina puedes llegar a la montaña.

Antes vivía en una ciudad, pero mis padres en un (bendito) arranque, decidieron cambiar su piso de 45 933

m2 en una ciudad por una casa en una urbanización en la montaña. La primera vez que vine les odié por lo lejos que estaba. Mucho árbol y ningún tren que me conectara con Barcelona. Que me explicaran qué podría hacer yo en esa casa, lejos de mis amigos y de mi mundo. Con el tiempo me fui acostumbrando a ver siempre verde. Me fue encandilando el olor a chimenea en invierno y empecé a cogerle el gusto a tomar el vermut los domingos en el mismo sitio. A veces me resultaba algo monótono. Siempre lo mismo. El mismo bar, la misma panadería, la misma frutería, casi los mismos paseos... ahora daría lo que fuera por recuperar un poco de esa normalidad. Unas bravas y una cerveza. No pido más. Me conformaría con un paseo por la montaña. Aunque ir al parque con mi hija sería lo más. Ella no se queja, los niños se adaptan a todo. Pero estoy segura de que echa de menos el parque, ver otras caras que no sean las nuestras. El colegio. Sus abuelos. Hacemos lo posible por completar su día a día con múltiples y variadas opciones, pero no podemos suplir la falta de todo.

* 934

He desayunado café con leche y magdalenas. Magdalenas del súper. Que a mí no me ha dado por cocinar como una loca como a los demás. Me gusta cocinar, pero tampoco hay que abusar, ¿no? Se ha acabado la levadura porque el personal se ha vuelto loco haciendo pasteles. Hay una demanda del 150%. La levadura es el nuevo papel higiénico. En Walking Dead no decían nada sobre qué hacían los humanos encerrados en casa huyendo de los caminantes. En algo tendrían que ocupar el tiempo. El apocalipsis no nos ha cogido a caballo luchando por los nuestros. El apocalipsis nos ha cogido en bata, haciendo acopio de papel higiénico y levadura y viendo Netflix todo el día. La guerra del siglo XXI se libra en pijama. Los que tienen hijos imagino cómo pasan el día. Un poco como nosotros, supongo. Un castillo de princesas aquí, una isla de piratas allá. Una cabaña con luces en el comedor, un circuito, un poco de yoga. Algunas películas, algo de orden y muchas risas... cada uno tirará de donde pueda.

No dejaré de repetir que nosotros tenemos suerte, nuestra hija tiene una capacidad imaginativa increíble. 935

Y no dejará que pase un día sin hacer nada. Ella nos mantiene vivos, ocupados y en constante movimiento. Dice que no echa de menos el colegio, pero sí a sus amigas. Habla de ellas constantemente y nos pregunta si podrán venir a dormir cuando la gente que está malita se ponga buena. Le digo que sí, que vendrán a dormir, veremos una película y haremos macarrones para cenar. Sonríe feliz y contenta con esa imagen. Con eso tiene suficiente. A veces me gustaría ponerme Dirty Dancing e hincharme a palomitas toda la tarde. Leer un buen libro al sol o hacer yoga sin las múltiples y constantes interrupciones que siempre incluyen la palabra «mamá». Pero entonces me doy cuenta de lo irónico del tema. Podemos cansarnos porque estamos vivos. Suena extraño, pero en la burbuja del confinamiento podemos permitirnos el lujo de sentirnos agotados y frustrados por estar en casa. Que si nos falta vitamina D, que si tal o cual cantante ofrecerán conciertos por Instagram para entretenernos, que si clases online de yoga, pilates y bachata... que si ya no quiero ver más series, que si ya no aguanto a mis hijos.

Los médicos, enfermeras, celadores, educadores sociales, auxiliares en geriátricos, reponedores en super936

mercados, cajeras... esos no pueden parar. Tienen que estar al pie del cañón viendo a la gente de a pie salir tres veces al día a por el pan porque están agobiados de estar en casa. Suena a tópico, pero otros lo tienen mucho peor que yo. Es cierto que de no estar embarazada, habría vivido todo este momento de otra forma. Estoy segura de que estaría trabajando, porque imagino cómo estarán los educadores sociales (cuya profesión sigue sin estar reconocida) trabajando a no sé cuántos turnos con la mejor de sus sonrisas. Creo que habría hecho voluntariado para ayudar a esas otras personas que no pueden salir. Quizá me gusta verme de forma heroica, aunque suene un poco pedante. Creo que me habría movilizado. Pero estoy embarazada y la sola idea de parir rodeada de trajes espaciales me ha hecho tomar muchas precauciones. La incertidumbre y el constante ajetreo de noticias producen una angustia difícil de explicar. Hay hospitales donde separan a la madre (que ha dado positivo en COVID-19) del bebé durante 15 días. En el mejor de los casos, puede seguir dándole el pecho, pero debe dormir separada del recién nacido.

Sin ser positiva en coronavirus, la desinformación no mejora. Visitas canceladas, hospitales donde la mamá 937

pare sola... cualquier escenario es posible en este momento. Y mantener la calma no es tarea fácil.

*

He visto el final de una película sin haber visto la película. La historia me daba un poco lo mismo. No era el contenido el que me impulsaba a ver los últimos veinte minutos. Era la sensación de calma que te proporciona el final ñoño de una película romántica donde todo acaba bien. Con boda incluida. Vestido blanco y ramo. Sonrisas adulteradas y los colores ocres del atardecer. Una inyección momentánea de felicidad. Mi droga oculta. Puedo disfrutar lo mismo con una película en blanco y negro que con un dramón adolescente. Me gusta el cine por lo que me aporta, y cada estilo me aporta algo diferente. En confinamiento algo ha cambiado. No sé si es por el cansancio del embarazo, el síndrome del

nido, tener una hija o el simple hecho de estar confinada. Pero apenas he conseguido ver una película entera. Parece que he perdido el interés y siempre encuentro algo mejor que hacer. Cualquier serie con idénticas tra938

mas, vídeos del móvil, juegos... A veces simplemente me siento en el porche en mitad de la noche y escucho a los pájaros cantar. Bueno, no es cierto que no haya visto ninguna película en esta cuarentena. He visto Casablanca por enésima vez. Y Alguien como tú. Y Pretty Woman. Igual simplemente es que las buenas películas las dan demasiado tarde para una madre embarazada.

*

Hoy he salido a comprar. Suena casi a acto heroico. Desde que empezó todo esto, ha sido mi marido el que se ha encargado de salir a abastecernos con lo que iba encontrando. Sale una vez a la semana con su lista de la compra y trae lo que le parece. Yo hasta hoy no había salido para nada, pero necesitaba unos productos de la farmacia y me ha alegrado enormemente tener una excusa para salir de casa. Me he subido en el coche con una alegría inmensa. Aunque he visto la luz del sol en el jardín, desde nuestra casa apenas se vislumbran dos calles. Después de un 939

mes sin salir, por fin podía pisar la acera. He subido calle arriba con destino a la farmacia. Unas recetas aquí y ya que estoy voy a por algo de compra que necesitamos en el ultramarinos, que está justo al lado. En mi cabeza todo tenía sentido. Al llegar a la farmacia, la realidad ha sido ligeramente diferente. Las farmacéuticas llevaban mascarillas y los clientes estaban separados un metro. No hay alcohol. Vale. Ya me lo imaginaba. Me impacta un poco la separación entre los clientes, pero como solo estamos tres personas dentro de la farmacia, apenas le doy importancia. Hay que tomar medidas, pienso. Yo no llevo ni mascarilla (porque no hay). Salgo de la farmacia con la mitad de lo que he ido a buscar y tuerzo la esquina para ir a la tienda. Dentro hay dos personas y fuera una cola de cuatro más. Vaya. Qué mala suerte. Subo en el coche buscando otra tienda. Hay que aprovechar el viaje y aunque estoy en el coche, sigo estando en la calle. A mi paso voy encontrando personas con mascarillas y colas interminables en los supermercados. Un metro de separación y mucha gente esperando. La escena se repite allá por donde paso y la ansiedad va creciendo en mí. Todo se ve tan distinto ahora. 940

Decido darme la vuelta y volver a la comodidad de mi casa. Lo que antes eran productos de primera necesidad ahora ya no lo son tanto. Y vuelvo a casa con las manos vacías.

*

Estoy cansada de videollamadas. Cansada de ver el mundo a través de una pantalla cuando a mí las pantallas siempre me han dado un poco lo mismo. Ahora siento que no tengo ningún rincón donde esconderme. El teléfono es mi única conexión con el mundo. La única conexión de todos con todos. Y me parece agotador. Con lo fácil que era antes, que podíamos tomarnos un café y dejar que las conversaciones fluyeran hacia cualquier lugar. La espontaneidad no es posible en una videollamada. Demasiadas cosas que decir y poco tiempo para decirlas. Y yo hablo mucho. Se me atropellan unas historias con otras y no me da tiempo a explicar todo lo que necesito. Porque yo necesito treinta palabras en lugar de diez para decir lo mismo. Y ahora no puedo. Yo quiero un café solo, largo y cargado, en la terraza de siempre, con mi hija jugando alrededor de las mesas. 941

Quiero poder abrazar a quien sé que lo está pasando mal. Y no puedo. Necesito el contacto con los demás. El calor que te da una conversación en un mal día. Estoy cansada de videollamadas, de WhatsApp y de ver fotos para saber cómo están los de mi alrededor. No quiero más fotos. Quiero que vean a mi hija en persona. Que nacerá y nadie podrá abrazarla. Mi marido dice que eso no es lo más importante y que siempre doy la matraca con lo mismo. Pero quizá no se acuerda de cómo fue el nacimiento de nuestra hija mayor. Durante todo su primer mes de vida estuvimos recibiendo amigos y familiares (todo muy organizadito, para no colapsarnos). Había días que se hacía cansado, pero nos sentimos arropados y afortunados. Ahora no podremos hacer lo mismo, porque nadie estará con nosotros. Tengo un inmenso sentimiento de soledad y vacío. No es que quiera estar rodeada de gente las 24 horas del día, pero sé que mi madre no podrá coger a su nieta. Que sus tíos no podrán abrazarla. Aunque luego recuerdo que aún no ha nacido. Y entonces vuelve a embargarme un sentimiento terrible de preocupación. Mientras todo vaya bien, pueden verla por videollamada, ¿no? 942

La música siempre consigue levantarme el ánimo en el peor de los días. Desde que empezó el confinamiento siempre hay música en casa. Puede ser rock, pop, canción de autor, rumba o rap. Pero siempre suena algo. Esta mañana me he levantado con la sensación de que sería un día poco prolífico. Y en confinamiento no puedo permitirme ese lujo. Las horas pasan demasiado despacio y el día empieza demasiado temprano en una casa con niños. Perder el tiempo no es una opción. Me tomo el café mientras pongo la radio. Nunca pongo la radio, pero soy la primera en levantarse y me encierro en la cocina para no despertar a nadie. Escucho la radio diez minutos y la apago. No hay buenas noticias en tiempo de pandemias. Decido que no puedo empezar el día así. El silencio me envuelve. Me tomo diez minutos más para pensar qué voy a hacer hoy. Pero el segundo café aún no ha hecho el favor de iluminarme. Los bizcochos tampoco parecen dispuestos a echarme un cable. Después de un mes encerrados ya no se me ocurre nada.

Mi hija se levanta con toda la energía del mundo. Me pilla en bata en la cocina, despeinada y sola miran943

do por la ventana. En unos cinco minutos me ha explicado qué ha soñado, qué hizo ese día con sus amigas en el cole y me ha contado (con todo lujo de detalles) lo que más le gustó de su fiesta de cumpleaños hace un mes y medio. Mientras la escucho me pregunto de dónde saca tanta energía recién levantada. Después de un bizcocho y dos cafés apenas sé cómo me llamo. Me pregunta qué vamos a hacer hoy. Medito un momento y le digo que primero voy a la ducha. La ducha conseguirá lo que el café no ha podido. Llevo mi enorme barriga hasta el cuarto de baño. El agua caliente nunca me había parecido tan inspiradora.

*

Son las cinco de la mañana de un jueves. El lunes salgo de cuentas y Marina no parece dispuesta a salir. He ido al baño siete veces en lo que va de noche. He visto

todos los vídeos cutres de Internet y he probado todas las posturas imaginables en la cama. Pero no consigo dormir. Siento una angustia difícil de explicar. Crece. Me atormenta con imágenes que no puedo controlar. 944

No puedo descifrar ni adivinar cuándo se producirá el parto o cómo será, pero me siento inquieta. Siento que el momento se acerca. Como madre he aprendido a valorar las horas de sueño que me regala mi hija. Como insomne declarada, he aprendido, sin embargo, que a veces hay que levantarse. A pesar de mis esfuerzos por reconciliarme con la cama, no parece que vaya a entrar en un sueño profundo en breve, así que muy a mi pesar opto por levantarme. Motivada por el poco raciocinio que me queda a las cinco de la mañana, me dirijo a tientas al porche, ¿por qué? No lo sé, el frío me ayuda a pensar, supongo. Mientras observo el cielo estrellado mi mente se nubla. Solo puedo ver la carita preciosa de Abril durmiendo plácidamente en su cama. El silencio de la noche me apacigua y me adormece. Qué extraño. Nunca había pensado en lo hermoso que podía ser el silencio. Vuelvo a la cama escoltada por la gata, que ha observado de cerca cada movimiento. La rodeo con mis brazos y ella se deja querer, respondiendo con ronroneos a mis abrazos. Cierro los ojos observando en silencio mi alrededor. En poco tiempo amanecerá y la casa se lle945

nará de castillos de princesas y piratas. Y me doy cuenta de la suerte que tengo. El encierro no puede enterrar la magia. La hace crecer. Quizá hoy sea el día en que pueda ver la carita de Mia. Cuando sea mayor le explicaremos que nació en una de las peores pandemias del mundo moderno. Que mucha gente enfermó y no pudo superarlo. Pero también le explicaremos que muchas personas lucharon, mantuvieron el tipo y se enfrentaron. Le diremos que ella fue la luz en un momento muy oscuro. Y le contaremos cuánto la quería su hermana sin conocerla. Le hablaremos de los castillos de princesas y las cabañas que hacíamos en el comedor. Le diremos que papá se dejó bigote para hacerlas reír cuando fueran mayores. Le explicaremos que la magia no puede encerrarse. Barcelona, abril 2020

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Patricia Cabrera Ledezma nació en Chihuahua, México, en 1967, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

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Diario para Emma Lunes 23 de marzo de 2020 - La primera semana de cuarentena Mi querida bebé por nacer, mi querida nieta Emma Isabel, quiero que sepas que te esperamos con tanto amor. En estos tiempos difíciles tú eres nuestro mensaje de Dios de que todo va a estar bien. Tenemos una semana ya que no vemos a tus papis y no sabes cómo extrañamos abrazarlos, besarlos, tocar tu pancita y sentir cómo bailas cuando tu tío Rodrigo toca el violín. Pero hemos mantenido la distancia para estar seguros y sanos y estar preparados para tu llegada. A ellos dos les tocó estar solitos en su casa, que aunque siendo casi recién casados me imagino que no ha de ser tan terrible que puedan pasar el tiempo juntos sin interrupciones de visitas inesperadas.

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A tus tíos (que también serán tus padrinos) Angélica y Gabriel les tocó quedarse en casa con sus dos pequeños gemelos, Mauro y Matías, las «Ardillas», les decimos, y vaya que han comenzado a aprovechar el tiempo, tan solo se ven la cara cuando se sientan a comer, porque el trabajo y la escuela (ambos regresaron a la universidad) los tienen siempre estresados y corriendo de un lado a otro. Ahora Angélica también está trabajando desde casa y Gabrielillo solo unos días, porque lo pusieron en un convenio en el que le pagan solo una parte del salario pero no tiene que trabajar. Y a tu tío más chico, Rodrigo, «El Roy» le decimos, un estudiante de música que tocaría el violín si pudiera día y noche, le tocó quedarse aquí con nosotros en la casa. Comenzó a estudiar las materias básicas para la universidad en el Community College en El Paso, Texas, y como los cruces fronterizos se limitaron a solo los ciudadanos y las clases se suspendieron de manera presencial en los dos países, ahora tendrá que conectarse en la computadora para tomar sus lecciones. Lo que sí no ha parado son sus ensayos en el violín, que espero que los vecinos aprecien tanto como nosotros, aunque en ratos, créeme, se vuelven un poco fastidiosos 949

porque son ensayos de notas y no de piezas musicales completas. De mi parte, tengo ya una semana trabajando desde casa, experimentando nuevas maneras de hacer las cosas. El último día que estuvimos en la oficina, cuando nos dieron la noticia de que todos trabajaríamos a distancia, sentí muy feo. Una compañera del cubículo de enseguida, que es siempre muy reservada, se paró frente a mi escritorio y me dijo: «Tengo mucho miedo», y se soltó llorando. Yo quería abrazarla y decirle que todo iba a estar bien, pero me invadió el mismo sentimiento. Al salir del edificio no pude evitar que las lágrimas se me salieran. Era como una sensación de derrota, de incertidumbre, de temor de no regresar o de que algún compañero no pudiera volver, por el motivo que fuera. Muy inquieta después de las muestras de desesperación de la gente que abarrotó los supermercados, antes

de llegar a la casa quise ir a abastecerme de alimentos, aunque fuera lo básico, por miedo a que en los siguientes días todo se agotara. Solo traía poco efectivo, después de hacer los pagos de la semana, pero pensé que 950

sería suficiente para comprar unas cuantas cosas. Pero al llegar al súper y ver a toda la gente acaparando los rollos de papel sanitario (y me seguiré preguntando, ¿cuál era su lógica? ¿Para que utilizarían tantos?) el agua y el cloro, que todavía puedo entender más, me entró una desesperación de no poder llevar más cosas. Salí llorando, con mis bolsas llenas de verduras, frutas y carnes, y cuando me vio tu abuelo me preguntó extrañado cuál era la razón de mis lágrimas si había traído lo que parecía suficiente para la siguiente semana. «¿Y si todo se acaba? Toda la gente estaba llevando al por mayor…», le dije entre sollozos. Me convertí en presa del pánico colectivo. Tu abuelo Gabriel sigue trabajando en la calle, documentando el momento, siendo fiel a su profesión de fotoperiodista. Toma todas las precauciones que puede y ya tenemos ideado un ritual que sigue siempre al regresar a casa, desprendiéndose de toda su ropa y zapatos en la entrada y tomando un baño antes de que venga a saludarnos con un beso.

Mucha gente se asombra cuando les digo que él si951

gue trabajando, aunque en el periódico han modificado la dinámica de reporteros y fotógrafos para conseguir la noticia y minimizar el riesgo, que siempre estará latente. Sin embargo, es también un acto de amor y responsabilidad salir a la calle a ganarte el sustento y cumplir con la misión de informar que necesita tanto la comunidad. Todo ha cambiado muy rápido. Tuvimos que suspender el baby shower que teníamos organizado para tus papis y que habíamos planeado con toda la emoción de compartir con la familia y amigos la ilusión de tu llegada. Se nos quedaron los recuerditos que había hecho tu abuelita Lupe, los centros de mesa que nos tocaban a tu tía Angélica y a mí, los planes de los juegos y de las delicias de la mesa de postres. Pero como dijeron tus tíos, ya tendremos nuestra fiesta de bienvenida con la princesa en brazos. Son tiempos difíciles en los que te tocó llegar mi niña, pero ¿qué tiempos no lo son? Siempre habrá retos que vencer, carreras que correr y sacrificios que hacer, pero el amor nos sacará adelante.

Quiero que sepas que hagamos lo que hagamos 952

siempre pensamos en ti, pidiendo a Dios que te traiga con bien, que nos ayude a mantenernos sanos para ti, que muy pronto pase todo y podamos tenerte en nuestros brazos para darte muchos besos. Cuando seas grande, mi niña, este diario te mostrará los tiempos en los que llegaste y cómo, mi querida nieta, te convertiste en el rayo de esperanza que todos necesitábamos. Nos vemos pronto. Tu Abi.

Lunes 30 de marzo de 2020 - Segunda semana de cuarentena Mi querida Emma Isabel, ¡qué tiempos te tocaron

vivir mi niña! Nunca me imaginé pasar por esto justo antes de tu llegada. Estoy segura, mi corazón, que te dirán muchas cosas terribles de este tiempo en el que 953

la gente no hace caso de mantener la distancia, donde muchos han tenido que dejar de trabajar, donde los negocios han cerrado sus puertas, aunque sea momentáneamente y otros quizá para siempre, donde mucha gente ha muerto o está enferma. Sin embargo, mi obligación de abuela me lleva a decirte la parte bella de la vida, mi niña. Vieras qué lindo es que llegue un pajarito a cantar a tu ventana todas las mañanas mientras arrancas tu día de trabajo desde casa. O el salirte un ratito al sol y escribir tus mejores historias mientras el aire te pega en la cara y tu perro se arremolina a tus pies. Esto no sucedería si yo estuviera en la oficina. Cierto, el encierro se hace eterno, pero igual se siente rico cuando las horas se multiplican para dialogar contigo mismo. Al principio como que no encuentras tu lugar, no te concentras en el trabajo. En nuestra casa acondicionamos la recámara vacía que dejó tu papá como lugar de oficina, pero tu abuelo se apropió inmediatamente de ella, metiendo libros, cámaras, esculturas, bueno, hasta un refri pequeño que llenó de… sí, adivinaste… rollos de película fotográfica, y prácticamente no dejó mucho espacio para los demás. 954

Y luego, ahora que Roy ya regresó a sus clases y tareas, pues nos peleamos el lugar; primero comenzamos por turnos, yo en la mañana la ocupo y luego me muevo al comedor para que él tome el lugar frente a la computadora de escritorio. Pero ya me acomodé en un rinconcito estratégico del comedor donde puedo ver para afuera a través de la venta de la sala y correr a la cocina en los descansos para hacerme un snack o para poner a cocer un pollo y preparar la comida. Así que ya me quedé aquí permanentemente. En el trabajo se extraña mucho la convivencia con los compañeros. Actos tan sencillos como irte a comprar un café, reunirte en una esquina de la oficina a chismear de los novios, los maridos o los hijos o el saludo matutino de «Bienvenidos a nuestras modernas y funcionales instalaciones» de un vecino de cubículo que siempre nos alegra el día, son cosas que dábamos por sentado y que ahora extrañamos sobremanera. Entonces nos organizamos para tener una videolla-

mada a la que llamamos el «Coffee Break» o el «Chuchuluco Time», como le decíamos en la oficina. A la hora pactada nos conectamos todos y nos vimos a las 955

caras, unas sin maquillar, otros, como yo, sin peinar, en ropa deportiva, de una manera menos formal a la que estábamos acostumbrados, pero no nos resultó como esperábamos y luego ya nos faltaba plática y no hallábamos qué hacer con las manos o con la cara para no parecer idiotas, así que la llamada duró poco. Creo que todos teníamos preguntas pero no nos atrevíamos a hacerlas, no queríamos especular sobre el futuro ni pensar qué pasaría con nuestros trabajos si las operaciones en el país tenían que seguir paradas por mucho tiempo. Pero la duda y el temor estaban reflejados en nuestras caras y pues hay cosas que es preferible no compartir. Yo, en general, me he sentido muy nerviosa e inquieta. Los jefes están alterados y poco pacientes, así que el trato en línea no ha sido muy amable, pero intento comprenderlos. Se sienten muy responsables de todos nosotros. Es muy bueno trabajar para una empresa que realmente se preocupa por nuestra salud y seguridad.

Muy pocas he conocido yo con un enfoque tan férreo. Aunque la industria maquiladora es muy criticada y, siento yo, muy incomprendida, escucha mi querida nie956

ta, que ya tengo más de 20 años de experiencia en ella y tiene muchas áreas positivas, tanto para sus empleados como para las comunidades que las acogen. Si un día tienes oportunidad de trabajar para la industria maquiladora, hazlo sin temor, mi vida, y recuerda a tu abuela que pudo sacar adelante a su familia gracias a ella. Y para sumarse a mi nerviosismo, esta semana tuvimos un evento escalofriante. Tu abuelo tuvo un accidente automovilístico. Estaba yo casi por terminar mi turno de trabajo frente a la computadora, cuando recibí una llamada de él. No me contestó de inmediato y solo pude escuchar quejas de dolor del otro lado de la línea. Pensé que estaba bromeando. Luego alcanzó a decirme: «Me acaban de chocar». Me preocupé cuando no supo explicarme bien en qué calles se encontraba, hasta que una mujer que pasaba por allí le ayudó a ubicarse. Pero cuando salí corriendo hasta donde estaba fue cuando le pregunté que si estaba bien y él me dijo: «No estoy seguro». Resultó que el choque había sido a unas cuadras de la casa, ya casi para llegar, cuando un auto compacto invadió su carril de frente tan repentinamente que nin957

guno de los dos tuvo tiempo de frenar. Ambos vehículos quedaron destrozados. Rodrigo y yo llegamos a la escena del choque y encontramos a tu abuelo acostado en la banqueta, quejándose de un dolor en el brazo izquierdo. Terminamos con un viaje en ambulancia al hospital donde pronto lo dieron de alta solo con golpes menores que lo obligarán a quedarse una semana en casa. ¡Bueno, al menos estaré en casa para atenderlo! Mi niña, te prometo contarte en persona de las muestras de amor y generosidad que surgen en medio de la tragedia, cuando a muchos se nos olvida el egoísmo y volteamos a ver al otro y descubrir cómo lo podemos ayudar, aunque sea con una sonrisa. De aquí en adelante recordaremos cómo nos hizo falta el viejito empacador en el supermercado, el puestecito abierto en la esquina, las funciones de cine y los conciertos al aire libre. Y sobre todo llevaremos tatuado en la piel la necesidad insatisfecha de abrazar y besar a nuestra madre, a nuestros hijos, a nuestros nietos. De tocar la pancita de tu mami para sentirte allí dentro. 958

Todo esto pasará y solo será parte de nuestra historia, mi pequeña. Te prometo que cuando tengas edad, tú y yo nos sentaremos a tomarnos una taza de café y platicaremos de todas las enseñanzas que la cuarentena nos dejó. ¡Ya falta menos mi vida! En un mes y medio te tendremos en nuestros brazos. Te esperamos con ansias. PD: Para que tus papis no se sintieran tristes ni solos en el día que se suponía iba a ser tu baby shower, les hicimos llegar regalitos que habíamos estado juntando desde meses atrás. Y ¿qué crees? Acabé tu cobijita. Solo me tomó 4 meses. Espero que te guste. Nos vemos pronto. Tu Abi.

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Lunes 6 de abril de 2020 - Tercera semana de cuarentena Mi querida Emma, mi hermosa nieta que estás por nacer, ¡qué rápido ha pasado el tiempo! Aunque los días se hacen largos en el encierro, en realidad el tiempo lleva buen ritmo y ya esta semana incapacitan a tu mami Celeste para que ahora tenga más tiempo de preparar las cosas antes de tu llegada. Tu papi Jorge Alonso ya está trabajando varios días desde casa así que ya puede estar más tiempo al pendiente de ustedes también. Seguimos aprendiendo cada uno en nuestra casa a hacer las cosas diferentes, aunque pareciera que otros no aprenden nada: la gente sigue en la calle, los vecinos, creo más que antes, hacen fiestas ruidosas hasta altas horas de la madrugada... solo espero que todos entremos en razón para que las cosas mejoren antes de que tú llegues. ¡Se me hace imposible pensar que no te podríamos abrazar ni besar! A tu abuelo le pidieron que «donara» un día de la semana sin sueldo y por difícil que nos ponga la situación económica, es una buena oportunidad de que descan960

se dos días seguidos y tengamos oportunidad de estar más tiempo juntos. Como periodista, es muy difícil que eso suceda porque siempre hay trabajo que buscar en la calle. A mí también me pidieron días sin goce de sueldo, dos semanas completas, en las que no tendré que trabajar pero tampoco recibiré salario. Solo espero que todas estas medidas tomadas por las empresas reditúen a largo plazo y no tengan que reducir personal cuando salgamos de todo esto. Para disminuir mi ansiedad y nerviosismo mientras trabajo, me inventé mi rutina para rodearme de cosas que me trajeran paz y tranquilidad. Prendo dos velas, una del Santísimo que le trae paz a mi corazón, y otra con olor a manzana-canela, que me reconforta el olfato. Un compañero nos está enseñando técnicas de respiración, así que también eso ayuda. Aparte, para mejorar el ánimo, tuvimos otra buena noticia: a Roy le concedieron una beca completa en la Universidad Texas Tech para estudiar música, un logro notable siendo ciudadano mexicano. Ahora solo nos faltará conseguir los recursos para mantener su estancia, que no será nada barato, pero habremos de encon961

trar la forma. Así que pues ¡el bebé se nos va! La escuela está en Lubbok, Texas, a unas 8 horas de distancia de El Paso. ¡Y ya me empiezo a imaginar lo que voy a hacer con su recámara! El que se fue a la villa… Lo mejor para mantener el espíritu positivo es pensar en la bondad que se abre camino en los peores tiempos y estar atentos a las grandes lecciones de amor y solidaridad que salen por todos lados. Nada menos, nosotros fuimos objeto de una de estas bellas lecciones: poco antes de que nos encerráramos cada familia en su casa, una noche ya tarde llegaron tus tíos Angélica y Gabriel cargados de bolsas de mandado. Rápido abrieron la puerta del congelador y lo llenaron con paquetes de pollo y acomodaron cajas de cereal y galletas para El Roy en la alacena. Después se acercaron a mí y me pusieron unos billetes en la mano. «Por si le llega a hacer falta durante la cuarentena», me dijeron. ¡Imagínate Emma! No me pude aguantar las lágrimas con este gesto tan generoso de su parte, sintiendo que debería haber sido al revés, que nosotros deberíamos proveerles a ellos, que tienen tantas necesidades y sus dos niños pequeños. «Nada de eso», dijo Angélica. «Es 962

nuestra responsabilidad ver primero por ustedes». Y hoy, mi querida bebé, un día muy triste para nuestra ciudad porque se empiezan a registrar casos de muertes por el COVID-19 en Juárez, nos llega otra señal de esperanza. Sé que tú que estás tan cerca de Dios nos la enviaste: me encontré abajo de una mesita en la sala de la casa un papel doblado en varias partes. Al desdoblarlo descubrí un dibujo de Mati, tu primito, en el que se muestra una casita rodeada de flores regadas por el agua de una nube. Él explicó su dibujo así: «Siempre que hay lluvia es para preparar las flores que están por salir». Ese dibujo está ahora pegado en el refri y cada vez que lo veo es como si me asomara por una ventana al futuro, uno que está por llegar a la vuelta de la esquina. Nos vemos pronto. Tu Abi.

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Lunes 13 de abril de 2020 - Cuarta semana de cuarentena. Mi querida Emma Isabel, amada bebé por nacer ¡qué tiempos difíciles estamos viviendo! Han sido desgarradores los días en que vemos en las noticias cómo tanta gente está muriendo. Y ahora la desconfianza nos invade a todos, en un país en donde estamos acostumbrados a que nos mientan y tergiversen la verdad. ¡Ya no sabemos en quién creer! Pero si hay que tomar bandos, yo le creo a los médicos que sacan la cabeza de los hospitales para denunciar que no tienen ni siquiera equipo de protección personal adecuado, aunque las autoridades y los politiquillos quieran acallar sus voces. Ellos no tendrían por qué mentir. Y les creo. Quisiera poder hacer algo para ayudarlos. Nadie se pone de acuerdo con las cifras de muertos y contagiados y yo dejé de escuchar en el número uno, porque una persona enferma es para mí demasiado. Me duele cada uno de ellos en Italia, en España, en Estados Unidos, en México… en Juárez. Pero bueno, tú estás preparándote para nacer y necesitas historias de amor que te hagan aferrarte a esta vida y tener muchas ganas de estar entre nosotros. 964

Cuando nazcas te contaremos historias de princesas, de unicornios, de niños valientes, de superhéroes, pero te tocará vivir en un tiempo en que los que realizan actos heroicos están más presentes que nunca y yo me encargaré de contártelas. Ellos son los médicos, las enfermeras, los empleados de supermercados, los que recogen la basura, los terapeutas que atienden hasta en línea, son todos aquellos que no han dejado de trabajar para que nosotros podamos estar en casa y sigamos sanos. Ayer en la noche, como a las 9, hora muy inusual, pasaron los de la basura por nuestra calle. Me sentí tan agradecida que salí a la banqueta sin saber qué hacer para demostrárselo y solo alcancé a decirles: «Muchas gracias por su servicio. Que Dios los ayude». Eran dos jóvenes recogiendo los botes de cada casa y alcancé a darle a uno de ellos unas monedas que me parecieron tan pocas, pero era todo lo que tenía. Se me quedaron viendo con recelo, sin saber ni qué responder. «No están acostumbrados a que alguien les dé las gracias», me dijo tu Abu cuando le conté. Y me dio pena que seamos una ciudadanía tan indiferente. Espero que eso cambie a partir de ahora. 965

También vi a una vecina pasar presurosa a media calle con su uniforme impecable de enfermera y me pareció como un soldado que va a la guerra valiente, con la frente en alto, deseoso de cumplir con su deber a pesar del riesgo que implica. Me dieron ganas de aplaudirle, de hacerle un desfile, de llevarla en hombros hasta su destino. Desde el sábado volvimos a prender nuestras luces de Navidad afuera, como un homenaje a todos esos trabajadores de salud que dan la cara por nosotros todos los días y que están iluminando nuestro camino. Ojalá todos lo hiciéramos. Esta semana tuvimos algo importante que celebrar: el cumpleaños número 50 de tu abuelo. Como si hubiéramos sabido por medio de una bolita de cristal que este año no podríamos hacer nada, él y yo lo festejamos por adelantado en noviembre pasado, cuando hicimos un viaje de ensueño al Medio Oriente. ¡Quisiera que hubieras visto su cara cuando cruzamos el océano y empezó a ver en el mapa todos los países por los que estábamos pasando antes de llegar a Dubai, nuestro primer destino. De ahí seguimos a Jordania y terminamos en 966

un recorrido fantástico en Egipto, donde navegamos por el gran faraón que es el río Nilo. Todo un sueño. Y de regreso a la realidad, festejamos sus 50 años desde el encierro. En la semana tu Abu fue a comprar un kit de carne asada para cada uno de nuestros hijos y se lo llevó a tus papis y a tus tíos para que las tres familias hiciéramos, cada una en su casa, una carne asada en honor del patriarca. Nos conectamos en video para ver los platillos de cada quien, y quiero que sepas que fue un duelo de chefs, porque cada uno a su manera logró hacer cosas diferentes y deliciosas. Tu papá fue el primero en tener lista su carne asada y luego luego nos mandó foto. Como era temprano todavía, dijo Gabrielito que esa no sería comida, sería desayuno, pero tus papás no hicieron caso y se nos adelantaron con el festín. Los demás, más bien vinimos cenando. El mero día del cumple de su papá, Roy se decidió a hacer un pastel, el primero de su vida. Casi se le quema pero lo rescató a tiempo. Además, nos lo sirvió con una bola de nieve, lo cual fue una doble delicia.

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Esta semana finalmente podré tomarme unos días de descanso del trabajo, ¡que los necesito con urgencia! Así que espero ponerme al corriente con algunas cosas de la casa que tengo pendientes de organizar. Pero no te emociones, mi querida niña, porque si me conocieras un poquito más sabrías que lo más probable es que me ponga al corriente... pero con las series de televisión que ansío ver. Y para terminar, te cuento que desde que supo que pronto llegarías, tu bisabuela Soco se puso a trabajar para hacerte un moisés. Y ¿qué crees? Esta semana lo terminó. ¡Vieras que lindo es, todo en color rosa! Parece como de azúcar. Dijo tu mami que es digno de una princesa como tú. Pues como verás mi vida, ya estamos listos para tu llegada, pidiendo a Dios que las cosas mejoren y podamos abrazarte y besarte sin falta. Nos vemos pronto. Tu Abi.

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Paula Natalia Rincón Chitiva nació en Bogotá, Colombia, en 1997, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

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15 de marzo, 5:47 p.m. Hoy fuimos al vivero del barrio a abastecernos de nuevas plantas para la terraza recién pintada y compramos también algunas para tener dentro. Compramos suculentas y algunas ornamentales con flores rojas, moradas y amarillas. Pregunté por romero y lavanda y pasaré esta semana a recogerlas. Desde que empiezo a aprender de infusiones y la fuerza sanadora de la tierra y sus plantas, esas dos, tan comunes, son las que más me han cautivado. Hoy también trasplantamos el piecito de salvia que tengo desde diciembre y viene de la montaña en Tabio. Me asombra la capacidad de supervivencia de ese pedacito de planta que después de casi morir en el abandono obligado que tuvo en nuestras vacaciones de fin de año, ha vuelto a renacer y ya está listo para dejar el agua y echar raíces en la tierra. Me alegra tener un recuerdo que vive y con suerte crecerá de ese fin de semana que fue un regalo en el que la montaña me acogió y me dio agua, fuego y paz para recoger mis tris970

tezas del año, pensarme para el que venía, para arrojar al silencio que tan poco tengo en condiciones normales mis tristezas y mis miedos. En la máquina de escribir que no funciona se sostienen dos cosas: la ramita de lavanda que escogí como amuleto para recordar el proceso que decidí regalarme en el retiro, y la escobita de verbena amarrada con ripio azul que, aunque era para sahumar, me parece un símbolo demasiado poderoso de la feminidad con la que ahora me reencuentro como para quemarlo. De ser menos cabeza y más intuición, menos pensamientos lógicos y ordenados y más naturaleza, más mujer que cuida plantas, cocina para amasar las tristezas y escribe las historias de otras mujeres que la recorren.

19 de marzo, 11:13 p.m. Mañana empieza el simulacro de cuarentena en Bo-

gotá y yo no salgo más allá del barrio desde el sábado. Parece que todos empezamos a darnos cuenta de que esto definitivamente es mucho más grande de lo que esperábamos. Empieza a ser incierto cuándo voy a vol971

ver a ver a mi amor, cuándo tendré de nuevo reuniones de trabajo. Mi abuela, que no sale mucho, empieza a quejarse de que la medida de aislamiento para personas de la tercera edad sea más estricta y más larga. Esta noche comimos pizza, jugamos parqués y tomamos vino. Hoy es jueves y lo que lleva de la semana hemos estado en casa con la abuela; mis papás sí deben salir a trabajar a diario, y yo les digo que no creo que tenga sentido que nosotras nos aislemos mientras ellos siguen saliendo al mundo y al contacto del día. Empiezan a sugerir teletrabajo, pero sabemos que en esta casa no es opción, ella no puede hacer postoperatorios por internet y el transporte es una de las labores priorizadas en la excepción del simulacro. Esta semana, cuando fuimos a las tiendas del barrio con la abuela a comprar, intentando prevenir las filas y el desabastecimiento de hoy, a puertas de iniciar el encierro, ya había menos frutas, más gente en la calle con pánico, más electricidad en el ambiente. Buscamos lo necesario, lo habitual, intentamos no entrar en el pánico. El tío que hace unos días le decía a la abuela que no había que exagerar y que todo era mentira, lla-

mó hoy y dijo que está angustiado, que nos cuidemos, que esto ahora sí parece grave. Le pregunto a B si un virus podrá tener la capacidad para acabar con el sistema capitalista y nos reímos, le digo que yo pensé que 972

ya habían ido demasiado lejos las distopías. Una parte de mí extraña nuestras charlas y otra teme que no nos haga bien tanto preguntar y tanta sinceridad filosófica por estos días.

20 de marzo, 7:36 p.m. Pesó 3.685 kilos y midió 51 centímetros. Fue parto natural, y nació ayer, a las 8:55 a.m. Leo una y otra vez los mensajes que me envió Gi hoy en la tarde, pero sobre todo miro, veo y vuelvo a mirar a Silvio en la primera foto que veo de él ya en el mundo, con su cabello negrísimo sobre una manta aguamarina. Me detengo para encontrar palabras que atesoren, igual que las lágrimas que solté cuando abrí la foto en mi celular, me detengo y pienso que esta manera en la que me sube el amor y el anhelo no las había sentido antes y marcan un hito en mi historia con la maternidad. Recuerdo que Gi me dijo que Silvio significa selva, que le escribió un poema que terminaba con «todo el verde siempre será tuyo», que sabía que su niño no podía tener un nombre fuerte, sino uno suave, sensible, sutil como su mane973

ra de llegar y crecer en ella. Me parece de una belleza poética irreal pensar que el mundo entró en pausa para recibirlo, que a Gi el encierro y la calma de estos días también le hacen bien, y que su vida es capaz de irradiar eso que me dio a mí, expandiéndose como la naturaleza que en estos días ha recuperado lo que le pertenece.

26 de marzo, 3:42 p.m. La rutina empieza a instaurarse en estos días insólitos en casa. Mamá dice que nunca había descansado tanto y me sorprende, ¿cuánto afán ha habido en su vida, que no había podido parar así? Reafirmo que esta pausa es un privilegio, que poder habitar esta casa con tranquilidad y sin afanes excesivos por ahora es una fortuna que otros no tienen y que mi mamá nunca había tenido porque su vida no se lo permitía. La rutina: despertar tarde, poner a hacer tinto o servir si alguien se despertó antes y ya está hecho, abrir la puerta para que salgan los perros a la terraza, saludar a los demás. Ordenar un poco, desayunar, casi siempre 974

limpiar la casa después, y luego el ejercicio. Hasta ahí suele estar el tiempo común, el resto del día me dispongo a trabajar, aunque me cueste llamarle trabajo a lo que hago cada día frente al computador. Mi ser Virgo agradece que justo antes de empezar el aislamiento haya podido comprar el tablero que está frente al escritorio y me ha servido para organizar los pendientes, planear un poco la vastedad de tiempo que tengo delante, para no desesperar y al final del día poder borrar lo hecho o marcar avances de una tarea larga. En la noche casi siempre la novela, a veces una película más o un juego de parqués, si al otro día mi papá no trabaja. Al meterse a la cama, leer o escribir las cartas que nos enviamos desde que empezó esto con Juanfe, o corregir la carta que sigue por publicar en Nudos y desnudos, el blog que nos creamos hace poco con Mafe; o escribir, si en el día no tuve tiempo, o si hay algo pendiente que en el momento puedo sacar. Llevo un poco menos de año y medio enfrentándome a la falta de rutina impuesta, a la relativa libertad

de no tener que ir a diario a un colegio, universidad o trabajo, a los días en casa, y solo hasta ahora puedo tener una rutina tan organizada y sentir que avanzo, día 975

tras día, en lo que quiero hacer. Intuyo que tiene algo que ver con la presión de compartir el espacio constantemente con más personas, que también responde a mi ya mencionado lado Virgo y su necesidad de orden y productividad que no puede desbocarse ahora en nada más. Quiero creer, ante todo, que se debe a la sincronía, a sentir por fin el mundo ligeramente alineado en sus ritmos con los míos, a no tener que hacer porque todos los demás hacen y yo debería, a querer hacer, sin prisa, lo que me propongo, me invento y me llama por estos días.

30 de marzo, 10:24 p.m. Mi papá repite constantemente como afirmación, como duda y como consecuencia lógica que después de todo esto algo tiene que cambiar. Yo le digo que no creo, que vendrán crisis y dificultades económicas, que la pausa se prolongará y el mundo, por un buen rato, no volverá a lo que llamamos normalidad. Creo que la normalidad, ese ritmo aceleradísimo de vida, el tráfico en las calles, los fines de semana en el centro comer976

cial lleno, y las ocupaciones del día a día tardarán en volver. Pero no creo que como sociedad aprendamos algo, porque pienso que nunca hemos aprendido nada como sociedad. Luego recuerdo un tuit que puse hace poco y decía que consideraba mi/nuestra generación muy bella, crítica y consciente. Quiero creer, como mi papá, que en efecto algo tiene que cambiar, que la pausa en que la naturaleza sume al mundo entero por estos días debe ser como el tiempo de ocio que todo filósofo requiere para pensar. Pero en la filosofía no vamos a encontrar la solución, la filosofía es privilegio, voz masculina y pelea de egos, y es todo eso lo que ha desatado el caos. Pienso que estos días estamos en casa, nos llamamos a cuidarnos y nos confinamos en el hogar, que ese confinamiento al hogar y a lo privado que ha sido el «lugar natural» de las mujeres es ahora el territorio de todos y la disputa es que las lógicas masculinas no lo impregnen y lo cambien todo. Que este ocio tiene que mezclarse con el hogar que es cuidado, tiene que implicarnos a todos en esa labor, y entonces, de pronto, sí puede pasar que todo esto sea el antecedente de otro mundo posible, uno mejor, claro, uno que se nombre, se piense, se sienta y se reconcilie en femenino.

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Papi, para que después de todo esto algo cambie, tienes que desbaratarte y volverte a armar, tienes que pisotear todo lo que te han enseñado y aprender junto a nosotras, sentirte más frágil, como nosotras, más vulnerable al peligro. Si pasa eso, tal vez sí cambiemos.

3 de abril 5:56 p.m. Cambiar la posición del escritorio fue el paso para encontrar a esta hora y a diario la luz, su caricia y pararse en el asombro frente a la ventana que le pertenece a Negro y en la que, con la luminosidad de esta hora, se ven las marcas de su nariz cada vez que se asoma a ver afuera. Se hace naranja todo y hasta enceguece un poco, se cruza, o se solía cruzar, con los aviones que no paraban de despejar y que a Juanfe le gusta ver mientras vamos en carro por la Av. Cali o por la 26. Esos aviones ya casi no hacen parte del paisaje. Cambiar la posición del escritorio fue el paso para encontrar la luz, y con ella la calma, que en estos días requiero en pequeñas cantidades y no como otras veces, cuando la angustia se me trepa en la piel y no logro hacer que sea hogar el lugar que habito. 978

Alguien que sigo en Instagram compartió dos imágenes: «Lista de cosas que sé» y «Cosas que ignoro», me pareció precioso y quise hacer también las mías: Cosas que sé La textura precisa de la masa para hacer galletas de avena Cómo suena la lluvia en el campo cuando avisa que ya viene El alfabeto griego, que qalassa significa mar y dendros es árbol Cómo silbarle a Negro para que llegue corriendo a mi lado Nadar en los cuatro estilos y hacer una salida casi perfecta para espalda Las canciones de Víctor Heredia que más le gustan a Juanfe 979

Mi lugar favorito para comprar tinto cerca de la universidad A lo que olía mamá cada noche cuando trabajaba en salas de cirugía Cómo se siente la humedad en Lima entre diciembre y enero Cosas que ignoro Cuántos niños viven en mi edificio Cuánto mide la especie de ranas más pequeña del mundo Cuándo voy a volver a ver a mi hermano Dónde está el árbol más antiguo de la tierra Maridar vino para acompañar comidas Cuándo una mujer va a ser presidenta de Colombia 980

Qué se siente emborracharse y no recordar lo que pasó la noche anterior A qué hora se ocultó el sol en Grecia hoy

5 de abril 10:12 p.m. Hace un año que oficialmente las palabras «filósofa» y «politóloga» pesan sobre mí. No he terminado de escribir esa frase y ya estoy preguntándome, ¿en realidad son un peso? ¿O cómo actúan sobre mí? No nos identificamos todavía, eso seguro, aunque depende para quién. En los correos para enviar hojas de vida y aplicar a convocatorias soy Paula Rincón, Politóloga y Filósofa de la Universidad de los Andes; y en la presentación de los primeros días de clase era Paula Rincón, estudiante de Filosofía y Ciencia Política. La idea de la utilidad práctica haciendo de las suyas en el cambio de orden entre los dos caminos que quise conjugar en mis cinco años universitarios. En el blog decidí ser filósofa y politóloga en constante duda de lo primero y conflicto con lo segundo, y hace pocos años, cuando escribí en los bo981

rradores de mi blog una carta de amor a la filosofía claramente era, o quería ser, sobre todo, filósofa. También era mucho menos feminista y la racionalidad no había llegado a ser tan hiriente, aunque no tardaba mucho. ¿Qué soy ahora? ¿Quién soy hoy, a un año de haberme graduado, tres semanas después de haber empezado el asilamiento, acostada en mi cama anhelando leer el libre de María Inés La Greca que, sin haber leído, sé que me guarda pistas para esta respuesta?

6 de abril 9:04 p.m. Vuelvo al apartamento después de recibirle a mi papá un bonsái en la puerta del edificio que es de la abuela Griselda y trajo para ver si aquí «pelecha». Entro y veo a mi mamá y a mi abuela leyendo entre las cobijas y cuando las miro, siento que sí, que claro que va a pelechar. Pienso en esa imagen que alguna vez leí de Victoria, de su biblioteca como una enredadera creciente de mujeres increíbles. Y constato que este apartamento también lo es, pero no solo de mujeres, sino de la vida 982

y la luz que se cuela por la ventana y por debajo de la puerta. Le damos la bienvenida al bonsái, como recibiendo una parte de la abuela que no está, anidándolo en las ramas que nos crecen en los libros, las matas, el silencio y la vida, como antónimo del apocalipsis afuera. 7 de abril 1:47 p.m. Doy gracias al desempleo y su incertidumbre por prepararme para enfrentar estos días de aislamiento sin quiebres emocionales significativos, por haber estado ahí, y hacerme sentir ahora que por fin el mundo y yo nos sincronizamos, que por fin no tengo la ansiedad que surge de la comparación entre el mundo haciendo cosas y yo intentando todo sin lograrlo. Le dije a Cami que estos días han sido muy productivos para mí y ella, siempre dadora de sentido, me responde que seguro lo necesitaba. Hoy leo a otros a quienes el coronavirus y el aislamiento les ha trastocado el futuro, los planes y la vida, y no celebro eso, sino mi capacidad para mantenerme en vida, en verde y no marchita. Celebro que hace un año me quebré y entonces, incapaz de seguir con la vida como si nada pasara, lancé un grito de auxilio, aunque significara darle la cara al miedo: ir a ur983

gencias psiquiátricas. Celebro que hoy tristeza no es un bichito que se me meta por dentro, que hoy no se me enreda en todas partes, que no me pudre, ni me mata, como decía el poema en el que trabajaba hace un año y que de repente dejó de ser el texto que había inspirado el testimonio de una mujer emberá para hablar de mí. Hoy tristeza va más lenta, lo necesario, lo suficiente para entender el quiebre de los otros y saberme vulnerable, susceptible a la caída, pero al margen, apenas en los bordes. Me doy cuenta que efectivamente podría ser cierta la idea que me parecía utópica y emocionante en la clase de «Diferencia, reconocimiento y lenguaje»: en la apertura radical de la vulnerabilidad, en el relacionamiento con otros desde el reconocimiento de nuestra fragilidad yace la potencia de otro mundo posible. Ese mundo a mí no me asusta. Me acomodo entonces en el temblor que paraliza a los otros, esperando que, tarde o temprano, también les haga bien.

9 de abril 11:36 pm Hoy me pregunté de pronto sobre la idea de seguir escribiendo este diario, me di cuenta que no me es tan fácil todos los días hilar las ideas que quiero plasmar, 984

que la escritura parece no ser un rito todavía para mí. Entonces me pregunto ¿cuándo escribo? ¿Qué ha sido la escritura para mí? ¿Cómo empezó y qué es ahora? Un accidente, al principio, un descubrir que encontraba cierto placer en hilar las palabras unas con otras y hacer que dijeran algo singular, que remitieran a imágenes bellas, que me permitieran ordenar los pensamientos. Luego fue una herramienta del día a día, aséptica, académica, en esa tercera persona que me obsesionaba en el decir con precisión, pero me separaba de mí misma, de esa otra que tenía un blog que abría a la madrugada cuando no podía más con el trabajo y entraba en crisis de ansiedad, y acudía a la escritura para verter, para poder despejar un poco y volver a la escritura con prisa, con angustia y con dificultad del trabajo de la clase. Después fue la empatía, en Troyanas, en la posibilidad de honrar la historia de otras con la mía, en el encontrar una manera interesante de narrar el horror de la violencia, de hacer bello el dolor de otras que me atravesaba, de nombrar ese escalofrío, como dice Piedad Bonnet. En Troyanas la escritura se hizo otra cosa, se hizo pulsión inconsciente para hablar de la maternidad, deseo de tejer con mis palabras que se erigían desde el sufrimiento de otras mujeres para conectar desde la empatía, se hizo herramienta para mostrar las mil caras del machismo, 985

de la violencia y la guerra en Colombia y su marca en las mujeres. Y, desde ahí, empezó el deseo de hacer de la escritura en la academia algo más, de recuperarla, de volverla vital, de esa manera en la que quiero aportar al conocimiento y ligarlo con lo personal. Se volvió feminista, por eso mismo, y eventualmente, empezaron los relatos para hablar de la familia, de esa historia de las mujeres de mi casa que, como la figura del escritor que exorciza y limpia, siento que tengo que poner en palabras para sacarla por fin de nosotros, hacer paz y abrazarme con lo que no se dice pero está ahí, en el piso, entre nuestros pies que intentan patearlo a los lados sin conseguirlo, sin pisarlo, evitando la molestia. Creo que sigo intentando descubrir qué es la escritura para mí y pensando todo esto me doy cuenta de que sigue siendo todo al tiempo: accidente, herramienta, posibilidad y llamado desde lo personal y lo femenino, deseo de crear, práctica natal, lugar de pregunta. Sigue siendo necesario, después de todo, seguir escribiendo este diario.

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10 de abril, 11:30 a.m. Anoche, que es un decir, porque en realidad fue esta madrugada, me dormí muy tarde. Estos días con todos en casa sin tanta actividad y con siestas después del almuerzo, acabamos casi siempre durmiendo muy tarde. Desperté recordando vívidamente mis sueños, como hace mucho no lo hacía. En el primero, estábamos de vuelta en Argentina con mi amor, nos encontrábamos con Teresa Parodi y nos llevaba de excursión por Jujuy. Veíamos ríos preciosos y cristalinos que, ahora que lo pienso, se parecían mucho a Caño Cristales, con plantas coloridas en el fondo y agua pura y cristalina. Parábamos en un pueblito, en una tienda de barrio, veíamos una escuela. El día era muy soleado y la vida tenía otro tono, no este de recibir la luz en la ventana o salir por aire a la terraza; volvía a ser la sensación de libertad, de vivir la irrealidad y no tener prisa sino anhelo por el día siguiente, por que no se acabara nunca. El segundo sueño era más corto, menos vívido y con más huecos: estábamos en una sala de hospital, yo estaba embarazada, de repente me dormía, o dejaba de ver, y al momento siguiente ya tenía a mi bebé al lado. Estaba mi amor, de nuevo, quien lo cargaba en brazos y lo acercaba a mi cara. Un bebé muy pequeño, vestido de blanco y azul y 987

envuelto en una cobija gruesa. Intentaba sostenerlo yo, pero me decían que no podía, no tenía aún la fuerza después del parto. Preguntaba qué era, si había tenido un niño o una niña, porque viéndolo no era evidente, y al parecer no lo sabía. Un niño, me decía una voz que no identifiqué, mi hijo era un niño. Luego íbamos en un carro, Juanfe y yo nos sentábamos en la parte de atrás y en ese momento ya tenía fuerzas para cargarlo. Intentaba darle de comer, amamantarlo, y afuera no reinaba el apocalipsis y la gente no parecía con pánico. Le digo a Juanfe que todas las veces que he soñado con mi embarazo, con mis bebés, con nuestro hijo, veo siempre a niños, a veces idénticos a él, otras veces, como mi hermano o yo de bebés, como casi cualquier bebé porque recién nacidos casi todos somos —fuimos— iguales. Pienso que mi hijo de anoche tal vez se pareciera a Silvio, aunque él nació grandísimo, y mi bebé se veía pequeñito y frágil. Le digo lo que he empezado a creer, que en esos sueños la vida, el futuro, mi útero que sabe de alguna manera misteriosa lo que mi conciencia no, intenta reconciliarme con la idea de tener hijos en masculino, intenta desencapricharme del deseo recurrente de tener una bebita en mis brazos. Empiezo a aceptarlo, a pensar también en nombres de niño, y no 988

solo los de niña que escribo una y otra vez, qué pienso cómo combinar. Secretamente, aparece el espanto, ¿cuánto tiempo más debo estar en esta indefinición, en espera del momento y las condiciones para empezar a trazar el camino hacia el día en que me sienta lista para hacer realidad ese deseo? El espanto me mira a los ojos y se hace más grande. ¿Y si no podemos hacer realidad el deseo? Vuelvo al agua, al río, a Teresa Parodi que nos guía por Jujuy y a mi cerebro y sus recovecos curiosos que recompensan el concierto que perdimos haciéndola guía personal en mis sueños. Me gusta Jujuy mi Jujuy cuando llueve, y dejar que el recuerdo me lleve, y por Yala perderme abrazada al amor mojadita de agua hasta el alma. En el agua no hay espanto, abrazada al amor hay más futuro, aún en la incertidumbre, no hay temor. Qué suerte.

12 de abril, 4:27 p.m. Por la ventana de mi cuarto entra el sol con fuerza y junto a ella se sostienen en el escritorio el bonsái y las suculentas, las plantas de interior que necesitan sol. Cada día las muevo a la ventana y al rato las devuelvo 989

a su lugar: el librero y las mesitas de la sala. Cuando las traigo desde la sala y mi abuelita me ve, me recuerda siempre que les hable, las salude, les pida permiso. Todavía mi relación con las plantas no me dicta ese actuar automático, hablarles, decirles cariñitos, pedirles permiso. También vi una conversación en vivo sobre plantas y sostenibilidad que partía de la conversación de una pareja en Bogotá sobre su búsqueda por una mayor autonomía alimentaria en la medida de sus posibilidades; hablaban también del aprovechamiento de los residuos que producimos. Aprendí a germinar zanahoria y apenas terminó la charla dejé unas en proceso, además unas espinacas, esas no sé si vayan a resultar. Ellos no tienen la posibilidad de cultivar en tierra por el espacio cerrado de su apartamento y yo agradezco de nuevo la terraza de nuestro apartamento y todas las posibilidades que nos ha brindado en la cuarentena. Empezamos a compostar, porque nos dimos cuenta que no necesitamos tierra, sino que podíamos hacerlo en baldes. Hace un par de días mi papá trajo semillas de cilantro y tomate e inauguramos nuestro huerto pequeñito sembrándolos y trasplantando el perejil que venía con la sábila que nos regaló el abuelo. El aguacate crece en la matera grande y el cerezo no da frutos, pero se ve bien, saludable. 990

Volver a la simpleza de la vida, a los procesos más esenciales, necesarios, hacer del cuidado nuestro día a día y poder brindarlo a las plantas que crecen y los perros que corren. Eso nos mantiene cuerdos. Sembramos, alimentamos y acariciamos a los otros seres que viven entre nosotros como actividad de cuidado también para nosotros mismos. Nosotros, a su vez, nos miramos, nos hablamos, cocinamos y comemos juntos, jugamos, tomamos vino o cerveza de vez en cuando, y ellos, que nunca leen, me siguen pidiendo libros. La vida hace ya casi un mes es esto, los 50 metros cuadrados de apartamento para cuatro más la terraza, el ritmo lento y la incertidumbre. La espera que cada día se alarga y que a cada uno, por preocupaciones distintas, nos angustia. En la conversación en vivo se planteaba el cambio radical del mundo como lo conocemos en términos de abastecimiento de alimentos, de recursos para sostenernos, de que nada se sostenga y ya no sea igual vivir; y de ahí la iniciativa por buscar autonomía. Recuerdo que durante estos días he asegurado con fortuna que en países agrícolas como Colombia la comida no va a faltar, que más allá de las montañas que veo desde la ventana y delimitan Bogotá hay muchas familias campesinas para quienes la tierra y sus frutos son el sustento y gracias a 991

quienes en la central de abastos o en la tienda de mi barrio, en diferentes proporciones, conseguimos una variedad increíble de frutas, verduras y hierbas. Esa riqueza es uno de los rasgos de pertenencia que me aferran a este país, pese a la precariedad. Tal vez el deseo no tan consciente de abastecernos de plantas en esta casa antes de la cuarentena se debe a ese rasgo de pertenencia, y a los lazos: mi familia es campesina, la abuela creció en el campo, papá nació allá. La enredadera que somos sigue creciendo, no solo con los libros y las mujeres de mi sangre, también con las plantas que son en el confinamiento el equivalente a los árboles frutales de la casa de la bisabuela, con la vida en común, la cotidianidad, los días repletos de tiempo y nosotros, y el amor que nos junta, y afortunadamente, lo hace todo más llevadero.

14 de abril, 1:03 p.m. ¿La cuarentena hace que descubramos cosas que

son nuevas, o solo que posemos la mirada en lo que ya estaba ahí y no habíamos notado? Yo, por ejemplo, he descubierto en estos días que las montañas que están al oriente de la ciudad vuelven a verse con claridad, 992

después de muchos días de una capa espesa que se imponía entre ellas y yo, y los ojos de todos los demás que las miraban para buscar orientación y sentido, calma y aire, y no podían verlas. Ya estaban ahí, pero no podía notarlas. En la noche, cuando ya todos nos vamos a la cama, descubro y me asombro con el silencio absoluto que se posa sobre todo. No hay carros pasando, no hay gente hablando, ni fiestas, ni música, y los vecinos que siempre hacían karaoke parecen ya no querer cantar. Descubrimiento de algo que no estaba. Pero luego están las plantas al sol de la ventana, las marcas de la nariz de Negro en el vidrio, mi capacidad para adaptarme a los tiempos de crisis, las amigas, el amor, la familia y los placeres de lo pequeño. Y todo eso estaba ahí, esperando a que mi mirada lo tocara, a hablarme y abrirse para mí, para construir hogar en su centro, en su confluencia. No tengo prisa, soy lenta como el mundo. Soy muy paciente, girando a mi ritmo, los soles y las estrellas me observan con atención (viene este verso de Sylvia Plath a mi cabeza). Y yo los observo a ellos, persiguiendo la sincronía, buscando en sus formas la manera de permanecer con luz cuando la pausa se desactive. Pero no, no quiero, no tengo prisa.

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Pilar María Cimadevilla nació en Trelew, Argentina, en 1986, y pasó su confinamiento en Playa Unión, Argentina

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Este diario fue escrito en Playa Unión, Chubut, Patagonia, Argentina.

Jueves 19 de marzo de 2020. Bajé a leer a la costa y terminé metida en el mar. Casi no sentí frío al salir. Volví a casa apurada, quería contarle a Emma que el agua estaba increíblemente tibia. Al entrar noté su cara tiesa, lo del virus viene en serio. Mientras preparamos la cena escuchamos una conferencia de Alberto Fernández, nuestro presidente: la cuarentena será obligatoria.

Viernes 20 de marzo de 2020. Hoy es el primer día de verdadero encierro, solo po-

demos salir a comprar alimentos. Estoy anonadada con mi estado de ánimo. La ausencia de pánico en el pecho indica que todo esto es real. Desde mi estudio escucho a Emma cantando en 995

el patio. Está lijando maderas; su alegría entra por la ventana. No me animo a preguntarle si imagina dónde pondremos esa nueva mesa, en qué mundo. Recién fui hasta la costa para ver el final del verano. No quedaba nadie en la calle. Cuando metí los pies en el mar, me acordé del día en que un profesor copió en el pizarrón la sentencia de Heráclito: nadie se baña dos veces en un mismo río. Miré el horizonte y los colores me parecieron ajenos. Ni siquiera el mar se parece a sí mismo. Escuché muy cerca la sirena de policía. Señorita, le pedimos que vuelva a su hogar.

Sábado 21 de marzo de 2020. A la mañana miré un video de una chica infectada que contaba su experiencia desde el hospital. Todo el día tuve su rostro sobre el mío. Hace un rato caminé con la perra hasta el supermercado que queda a tres cuadras de casa. No pude contenerme y bajé hasta el mar. Estaba planchado y su color era igual al del cielo. Una dimensión monocromática se abrió frente a mi cuerpo. De repente, algo emergió desde el agua y quebró el plano celeste, no pude distinguir su forma. La perra empezó a ladrarle a esa presencia 996

de un modo desgarrador, como si estuviese diciéndole «estamos acá, seguimos vivas». Eran cinco o seis delfines que venían hacia nosotras. Quise filmarlos, pero me temblaban tanto las manos que no logré encender la cámara. La perra se metió al agua y empezó a saltar

de la felicidad. Lloré lo que restaba de camino. Lloré dentro del supermercado. Lloré de vuelta a casa.

Domingo 22 de marzo de 2020. Desperté abrumada por una pesadilla: iba a llevarle

alimentos a una amiga y la encontraba sentada en la escalera de su casa llorando, su hijito me decía «no puede parar». Me obligué a salir de la cama.

Mientras preparaba el mate, Emma me llamó desde

el patio. Había florecido uno de los cactus. ¿Cómo es

posible que el terror también aloje lo bello? Me quedé toda la tarde pegada al cantero siendo testigo de la existencia de esa flor roja que solo vive un día.

Ahora que ya anocheció y los pétalos comenzaron

a marchitarse, pienso en cómo estará mi vecina embarazada, qué sentirá al encabezar la resistencia al fin del mundo. Las olas se oyen cada vez más fuerte. 997

Lunes 23 de marzo de 2020. «¿Cómo estás?», «¿Cómo la llevás?», «¿Escuchaste lo último que dijo el presidente?», «Tené cuidado en el supermercado», «Tratá de no tocar nada». Pasé toda la mañana respondiendo mensajes, hablando con mi madre que está bien pero sola, riéndome de los chistes que envía la gente del trabajo. Después del almuerzo, me llama Ana desesperada, se le trabó la cerradura, está encerrada en su propia casa. Salgo sin pensarlo mucho. Violo la cuarentena. Cuando llego, la encuentro en medio de un ataque de pánico. Todas las ventanas tienen rejas, no puede salir de ninguna manera. El perro quedó afuera. Empiezo llamar a todas las cerrajerías que aparecen en Internet. Nadie me atiende. Ella comienza a llorar, a preguntarle a Dios por qué esto ahora, a pedirme a gritos que la saque de ahí. Los vecinos nos escuchan y se acercan. Uno de ellos se asusta al ver a mi amiga tan desbordada. Abre la puerta de una patada. Ana sale corriendo y me abraza, me dice que la perdone, que si quiero puedo lavarme las manos, y la cara y el cuerpo, que si llega a venir la policía ella

les va a decir que fue su culpa. Dejo que su discurso prolifere, derrame nuestros brazos, inunde la vereda. La aprieto fuerte para desarmar su soledad. Le cuento que 998

cuando doblé la esquina vi la playa, que el mar ya tiene el color del otoño.

Martes 24 de marzo de 2020. Hoy no pudimos salir a marchar por los desaparecidos en la última dictadura militar ¿Cuántas cosas más tendremos que aprender a hacer desde el corazón, quietas, mirando por la ventana?

Miércoles 25 de marzo de 2020. Todo el día me pregunté por la ficción de seguir trabajando desde casa, preparando clases, artículos, evaluando escritos, enviando calificaciones a la universidad. ¿A qué universidad? Mientras leía sobre el supuesto «descubrimiento» de América, recibo un mensaje de Emma que estaba en la habitación de al lado: «¿Y si pintamos el patio?». Revolviendo cajones encontramos una lata vieja de pintura azul. El azul más azul de los últimos tiempos. Lo hicimos muy rápido, con furia, con desesperación. Al atardecer nos sentamos a mirar nuestra obra y abrimos unas latas de cerveza. En el silencio de la pandemia 999

sentimos girar el viento. La bruma de alta mar vino a nosotros. Fue muy fácil imaginar los pies en la orilla.

Jueves 26 de marzo de 2020. Se me ocurrió que el Alzheimer de la abuela y los efectos de la pandemia se tocan en algún punto. Cada vez que iba a visitarla, me asombraba su esfuerzo por aprender una y otra vez a nombrar la vida. ¿Cómo se le dice a esa cosa verde que crece en el piso? Pasto, abue. Ah, me gusta apoyar los pies en el pasto, entonces. Sus ganas de narrar siempre eran más fuertes que la incomodidad de no recordar. Me pregunto qué haremos nosotras cuando podamos salir a la calle, cuánto tiempo mantendremos el abrazo, cómo haremos para decirlo todo por primera vez.

Viernes 27 de marzo de 2020. Anoche soñé que mamá moría. Me tiraba en el piso a llorar como una niña y papá me miraba sin saber qué hacer. Claro, nadie nos enseñó cómo enfrentar el fin del mundo.

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Sábado 28 de marzo de 2020. Esta mañana estaba parada junto a la ventana pensando, cuando veo un cuerpo avanzar por la vereda; era Ana que volvía de hacer compras. Salté desesperada, abrí la puerta y le grité: ¡Ana, te quiero! Ella se giró con miedo, el estrépito de mi voz en el silencio de este pueblo extinguido la había paralizado. Nos empezamos a reír a carcajadas. Sin romper la distancia reglamentaria nos miramos a los ojos y nos preguntamos la vida. A la tarde le envié un mensaje para agradecerle que haya elegido hacer ese recorrido en su vuelta del mercado.

Domingo 29 de marzo de 2020. Han cambiado mis rutinas. Apenas me levanto bebo un vaso de agua y controlo que nadie tenga sed en este refugio: miro el plato de la perra, toco la tierra de las macetas, le pregunto a Emma si quiere que le sirva un poco. Empiezo por lo vital. Después hago mates y saco libros de la biblioteca. No me alcanza con la novela be-

llísima que estoy leyendo. Necesito desempolvar diccionarios, revisar poemas sueltos, leer páginas al azar. Sigo buscando.

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Martes 31 de marzo de 2020. Pongo el teléfono en modo avión para viajar hacia adentro. Ayer me sentí tan agobiada por los mails, audios, mensajes, aulas virtuales, preguntas, PDF, consultas, que terminé desenchufando todos los aparatos de un tirón. Durante la cena le agradecí a Emma por haberse encargado de la comida y permanecí en silencio. Antes de dormir miramos un documental de dos chicos y una chica que navegaron el Río Santa Cruz desde la montaña hasta el mar. Hace poco nosotros también anduvimos por ahí en auto, claro, pero con los mismos ojos fascinados por la inmensidad, por la naturaleza, por lo que habita el desierto. Y al igual que los chicos del video, nos preguntamos qué estábamos haciendo para salvar este mundo, cantamos canciones a dúo mientras cruzábamos aquella tierra sin señal, paramos en la entrada de cada estancia abandonada y anotamos sus nombres. Tengo muchas fotos de los guanacos durmiendo en medio de la ruta, de la punta del Fitz Roy con sol, con nubes, con aguanieve, de las cascadas que corren en la oscuridad del bosque, del hielo marcando el límite de lo posible.

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Miércoles 1 de abril de 2020. Ahora que no nos vemos, ni nos olemos, ni nos tocamos. Ahora que entre tu casa y la mía hay veinte calles, cien muros, un mar de milicos. Ahora que ya no podemos observar el gesto, ¿tendremos que inventar protocolos, horarios, listados de frases posibles (hola- buen día- que estés bien- saludos- adiós) que amortigüen el impacto de los mensajes con pedido de auxilio, de consejo, de cuántos gramos de harina entran en una taza, de trabajo práctico número uno, de que compartas por favor ya mismo la cara del virus, de que te rías del chihuahua bailando y te filmes y lo subas a Instagram, de que te enojes por el acuerdo incumplido, de que sientas el dolor ajeno y no te detengas, egoísta, en el propio?

Jueves 2 de abril de 2020. La idea de utilizar este mismo lenguaje para intentar narrar lo otro me parece absurdo. ¿Cómo voy a decir la palabra «mundo» para nombrar lo que sea que nos

espere detrás de la puerta cuando salgamos? ¿Cuáles van a ser las convenciones de la nueva gramática? ¿Qué piensan hacer los lingüistas al respecto? Que alguien me ayude a decir el aire, a llamar a mi perra, a contar1003

les a mis estudiantes que, antes, cuando creíamos que abrazarnos y besarnos y tocarnos era un derecho, había gente que no quería ver ni sentir otros cuerpos, que no quería entregar su calor, que prefería saludar desde lejos levantando el brazo con desgano. Que alguien me ayude a inventar una palabra comodín para decir de una sola vez: estoy dando lo mejor de mí en este encierro, pero me hace falta festejarle el cumpleaños a una amiga, prender las velas, recordarle que pida los tres deseos, pedir yo también por su felicidad, por eso, espero que hoy me mires con todo el amor que alojan tus órganos y me perdones y te perdones vos también, porque esto es aún más de lo que podemos.

Viernes 3 de abril de 2020. Siempre me duermo última. Después de cenar nos acostamos a mirar alguna serie y a él se le cierran los ojos muy de a poco hasta dormirse. Su respiración marca el ritmo de la noche, me avisa de que ya es hora de abandonar el plano del hacer, que debo encender la

oscuridad. A veces tardo horas en darme por vencida, no quiero dormir, quiero jugar a ser la única pasajera de este barco fantasma. Agarro algún libro de la mesa de 1004

luz, lo abro al azar y le leo en voz alta; nunca se despierta. Entonces pruebo entonaciones, les doy diferentes voces a los personajes, cambio palabras, invento otros finales. Así hasta que los brazos y los párpados comienzan a pesarme. Voy otra vez al baño, hago pis y desde la puerta confundo su espalda desnuda con un médano blanco en una playa desierta. Entro de nuevo a la cama, apago el velador y me arrimo al calor de la arena.

Sábado 4 de abril de 2020. Hace días busco pliegues en el cuerpo para salir de mí. El trabajo online me drena. Me digo en voz alta: «basta Pilar, apagá todo», pero mis manos siguen tipeando mails y consignas. ¿Cuándo empecé a ser mi propia madre?

Domingo 5 de abril de 2020. Confío en que todas estas preguntas puedan salvarme la vida.

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Lunes 6 de abril de 2020. Terminé de leer Léxico familiar, la novela de Natalia Ginzburg. Me la habían recomendado como lectura inspiradora para seguir escribiendo mi novela. La autora cuenta la vida de su familia en Italia, su infancia, los paseos por la montaña, la relación con sus hermanos y hermanas, el vínculo entre sus padres, los juegos, las quejas, la persecución fascista, la guerra, la muerte de su marido, el miedo a no saber si algún día volverá a abrazarse con su mamá, si su padre regresará de Bélgica, si ella podrá sostener a sus hijos en ese otro fin del mundo. Pero lo más hermoso es cómo integra en el relato ciertas palabras que dan cuenta de la intimidad de una familia para, así, dibujar una constelación de afecto intransferible, una sensibilidad aprendida de generación en generación. Ahora que es de noche y extraño y tengo un hambre que no puede ser saciada con comida, agradezco que mis padres arquitectos hayan sembrado en nosotros una infinidad de términos técnicos —doble altura, fachada, reticulado, platea— que hoy nos acunan en la soledad de la pandemia. Decir hormigón, para mí, para mi hermana, para mi hermano, es volver a casa. 1006

Martes 7 de abril de 2020. Unos minutos antes de empezar la clase virtual fui hasta la costa con la perra. Necesitaba que el aire fresco me despertara. Sabía por las noticias que el mar estaba furioso. Pero sentir cómo el final de la ola me salpicaba la cara desde la vereda me llenó de gratitud. Fui testigo de la naturaleza limpiándose a sí misma. El sonido era el de un animal que ataca por miedo a que lo maten, a que le quiten a su cría, a que le desarmen el nido. Caminé apenas unos metros, un auto pasó cerca y tocó bocina para advertirme de que el mar ya había cruzado ese límite imaginario que divide su terreno del nuestro. No quise correrme del umbral de lo sagrado.

Miércoles 8 de abril de 2020. Cuando abrí este archivo ya no sabía qué día era, tuve dudas, creí que todas las entradas estaban mal fechadas. ¿Cuándo dejé de entender el tiempo? A la tarde hablé con mi psicóloga, me dijo que haga una lista de prioridades, que tener una rutina puede ayudarme a encontrar esos espacios de contemplación que solo vislumbro en las salidas al mar. Hay algo que pasa cuando miro el horizonte —un brillo en la garganta, un calor en el 1007

pecho, una sensación en las piernas—, que no puedo reproducir adentro de casa. Me aconsejó que busque una hoja en blanco y escriba. No hay afuera ni adentro. Todo existe en el encierro.

Jueves 9 de abril de 2020. No quise pensar en la luna llena. Desde que vivo acá, todos los meses voy hasta una playa alejada a ver su salida desde el mar. Cada vez es distinta. He ido con frazadas y vino, con calor y mate, con amigas, con Emma y la perra, sola. El mes pasado salimos temprano a los acantilados, pusimos las reposeras casi en el borde y nos quedamos un rato mirando el horizonte, los dibujos de las olas vistas desde arriba, la espuma irrumpiendo en el azul, el hueco en la arena. La luna empezó a asomarse cuando todavía había luz, se alzó en pocos minutos, enorme y anaranjada. En silencio, intentamos memorizar esa aparición intergaláctica, como si supiéramos que luego vendrían días sin cielo. Ayer no quise pensar en la luna llena, no quise asomarme por la ventana para intentar alcanzar algo de esa experiencia perdida. Tampoco quise mirar fotos sacadas desde el observatorio de Massachussetts, desde un satélite en la Antártida, desde 1008

aquel barco hundido el siglo pasado. No me obliguen a mirar a través de otros ojos.

Viernes 10 de abril de 2020. Vuelvo a bañarme, una vez más, aunque me dé culpa desperdiciar agua. Lo hago para barrer sonidos. Quiero que el shampoo me limpie la cabeza por dentro y que el acondicionador me suavice el cerebro. Quiero ser más compasiva. La noche me encuentra siempre con el teléfono apagado y las meditaciones y el yoga. ¿Cuándo se prendió el fuego? ¿Qué le dijo la partera a mi mamá cuando me vio nacer?

Sábado 11 de abril de 2020. Me incomoda lo clandestino. Mamá, en cambio, sabe ir más allá. Hace poco me habló de su primer novio, un militante de izquierda, un sobreviviente. Entre las anécdotas de allanamientos y documentos falsos me contó que una noche estaban durmiendo en el departamentito interno que él alquilaba por diagonal 79 y alguien les tocó la puerta. Era un compañero, un tal Pepe o Pipo, que necesitaba un lugar para pasar sus últimas 1009

horas en La Plata, al día siguiente volaría a Francia. En su mochila llevaba un whisky, lo sacó y les propuso jugar a las cartas. Ellos sonrieron y aceptaron la invitación, todos querían seguir viviendo. Mamá dice que nadie se animó a mirar el reloj, se emborracharon y fumaron un cigarrillo tras otro hasta el amanecer. A las ocho lo pasó a buscar un auto, nunca más lo vieron. Hoy a la tarde, cuando me llamó feliz para decirme que iba a mandarme unos libros y una torta con una amiga suya a la que le dieron permiso para circular, me puse a llorar. Primero pensé en que la torta iba a tener su olor y la extrañé más que antes, después me acordé de la anécdota del exiliado. Quizás de algún modo yo también estuve esa noche con ellos.

Domingo 12 de abril de 2020. Los domingos hacemos videollamada con las chicas. Antes todas vivíamos en la misma ciudad, ahora estamos desparramadas por el mundo. Casi siempre empe-

zamos preguntándonos cómo lleva cada una la cuarentena, cuáles son las nuevas medidas de cada país, qué es lo que más extrañamos, qué aprendimos en estos días, qué nos cansa. También buscamos cambiar de tema, 1010

pero es difícil. Armamos códigos para administrar los turnos para hablar, nos interrumpimos, nos escuchamos mal, con interferencias, a destiempo, pero nos abrazamos en ese presente transatlántico. Hoy, después de la llamada, leí un poema de Mirta Rosenberg que dice: «Nada de esto/ tiene nombre sino sombra o ruido de revelación». Mientras escribo esto, repito cada palabra como un rezo y pido que algo brote en este encierro, que mis plantas no se agoten, que sigan naciendo hojas y armen una selva que lo cubra todo. Si viajar ya no implica lo real de la geografía y puedo estar al mismo tiempo tomando mates en Chaco con Delfina, haciendo dulce de membrillo en Nueva Zelanda con María, oliendo el cigarrillo recién prendido de mi hermana mientras me canta una canción desde su balcón en La Plata, quiero saber, entonces, dónde estoy. Quiero que lo innombrable se manifieste en forma de flores tatuadas, de cardumen escurridizo, de eclipse cegador. Quiero que la materia me toque, que esa sombra se proyecte sobre mi cara, que el ruido me despierte de la siesta y la revelación que augura el poema, al fin suceda.

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Lunes 13 de abril de 2020. Hicimos una lista de películas épicas para mirar en cuarentena. Empezamos por El Señor de los Anillos. Nos gusta que dure casi tres horas, que los argumentos se expandan y sumen nuevos personajes: enanos, elfos, orcos, magos, humanos. Algo de esa demora del relato nos hace sentir seguros. La posibilidad del detalle, de lo exhaustivo, de lo completo, calma nuestra noche. Pienso en el texto de Walter Benjamin que habla sobre la pérdida de la figura de narrador después de la Primera Guerra Mundial y dibuja con palabras la imagen del soldado que sobrevive y regresa a su casa mudo de experiencia. Después de la batalla no quedaba nada para contar, dice Benjamin, no había argumentos, no había épica. Es que la fragmentariedad del lenguaje, pienso, no es más que la fragmentariedad del corazón. Por eso insisto en contar lo nimio: vi el mar, compré vino, hablé con ella, me agoté, elegí el silencio, trabajé como desquiciada, busqué tu espalda, pensé en mamá y en la abuela, miré otra vez la misma película, leí un poema que decía esto, leí otro que decía aquello. Lo pequeño también es lo maravilloso, la intimidad puede hacer hablar al soldado. 1012

Martes 14 de abril de 2020. Imágenes o versos para futuros poemas sobre la pandemia: «también puede nevar durante el terremoto» «contame, amiga, cuánto duele parir contra la corriente» «¿qué animales deambulan debajo de tu correo electrónico?» «una palabra generosa, como frutal en verano» «lo opuesto a la enfermedad es tu hocico húmedo buscando mi mano» «¿extrañarán también los barcos las tormentas de altamar?» «oírte cantar al árbol, puede ser erótico» «querida: te escribo desde la infancia» «vibra en mi pecho el retorno de los cetáceos» «cuando me obligaste a leerte, todavía pensaba que eras mi amiga» «ya no hay relato posible, entonces, silbamos»

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Rebeca Maldía nació en Buenos Aires, Argentina, en 1973, y pasó su confinamiento en Ushuaia, Argentina

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Diario de una cuarentona en cuarentena

Día 1: 14-03-20 Infinita tristeza, diría Manu Después de muchísimos años empiezo nuevamente un diario. A los 46 años otra vez estoy tocando fondo. Conozco este lugar; reconozco cada síntoma de la depresión: el llanto, el cansancio, el hambre que no viene, las ganas de fumarme y dejar que la tristeza mande. Pero esta vez es distinto en muchos aspectos, a esta edad ya no somatizo gripes infantiles, neumonitis impronunciables o hepatitis; esta vez me hice un cáncer. No dejo de pensar en que si no me hubiera hecho los controles, podría no haber habido otra oportunidad. Podría haber muerto en unos meses y extrañamente me jode más que el miedo a morirme, el pensar que esto pudo haber sido todo. 1015

Que esto es todo lo que pude ser y hacer en mi vida: malsufrir por amores, por tipos que siempre me han dejado el sabor amargo de no sentirme lo suficientemente querida. La novela de mi vida podría escribirse por capítulos, y cada uno tendría el nombre de un machito. Con esto quiero decir que siempre fueron el centro, por sobre mí, mi profesión, mi militancia y hasta por sobre mis hijes en más oportunidades de las que me gustaría recordar. Solo ellos podían hacerme sentir completa y feliz. ¿Patriarcado? ¿Machismo? Explicar o racionalizar el porqué hoy me da lo mismo. Intenté y logré deconstruirme cada vez que la vida me puso a prueba. Soy resiliente, lo sé; fuerte y luchadora. Pero hoy no me importa. Estoy más decepcionada de mí que de la vida o de la presencia de la muerte. Hoy podría acabarse todo, pero no se acaba, y dicen los Osho que de esta voy a salir más sabia y más fuerte. ¡Me la chupan! No es una competencia de fisicoculturismo, me vale verga ser fortísima.

Justamente, por creerme fuerte, por seguir ese mandato de súpermujer, siempre me metí en las situaciones más complicadas. Me gustan los desafíos, me seducen, 1016

y cuando veo riesgos ahí voy, porque tengo demasiada confianza en que puedo salir de la que sea después de tocar fondo. Y acá estoy, con un cáncer de mama, en medio de una cuarentena, abandonada por un machirulo que no teme ser todo lo cruel que le parezca con tal de hacerme entender que ya fue. ¿Cómo llegué hasta acá? ¿Para qué sirvió todo lo que me jacto de haber aprendido en mi vida? Estoy más sola que nunca. Tengo amigues y hermanes que quieren ayudar, pero ni siquiera quiero hablar. Hoy me preguntaron si tengo una amiga a quien le pueda contar todo. Sí, tengo muchas, pero ninguna con ganas de escucharme. A esta edad, cuando le contás a una amiga que te enamoraste, ya no se alborota con vos. Cuando te separás otra vez, tampoco le pone tanto el cuerpo a la tragedia. Sobre todo si el patán actual es un reconocido miserable y todas toditas te advirtieron que ahí no tenías que meterte. ¿Qué me pueden decir que yo no sepa? ¿Qué logro con contarles más que avergonzarme? No quiero escuchar a ninguna decirme que es un hijoeputa, no quiero que me digan que voy a salir de esta. 1017

Estoy tocando fondo y quiero revolcarme en este fango, quiero ser patética, tengo derecho. Haber salido de tantas hace que cada receta para superar la tristeza me suene como algo trillado e infantil. Hablé con Marianela, podría resumir la charla en dos remeras: una que diga «No es un trámite ni una lucha» y otra «Tengo mis limitaciones».

Día 2: 15-03-20 Mejorando parcialmente con probabilidad de chaparrones por la noche Empiezo a reconocerme en pequeños gestos que me acercan a mi resiliencia perdida. Releo lo que escribí ayer, respeto mi dolor, pero no me gusta… ¡alta depresión! Las charlas que tuve ayer con Marianela y hoy con Marcela fueron esos mimos a mi corazón y a mi inteligencia que siempre me han servido para curar. Fueron menos de 48 horas las que estuve buscando mis ganas de vivir. Tomo nota y preparo mis defensas, no sé cuánto me durará la próxima vez y no puedo darme el lujo en mi situación de andar sobreviviendo sin ganas. 1018

Tal vez eso sea envejecer, tal vez por eso los viejos aceptan la muerte. Tal vez la próxima vez que toque fondo dure más horas, más días. Tal vez de vieja, cuando sienta eso de que «se me rompe el corazón» me diga ya fue, esta fue la última vez. En esa línea de cuidado decidí no tener esa charla pendiente. Cuando aparezca deberé decirle, y lo escribo como un mantra, que no, que no. Lo quiero lejos, bien lejos a él y a su capacidad de daño. No puedo correr esos riesgos en este momento, no puedo darme el lujo de quedarme sin ganas de vivir ni un minuto. No sé qué me diría él, pero tendré que quedarme con la duda, esa curiosidad puede hacerme flaquear. En definitiva, NO a la última charla, que él lo resuelva como pueda, pero lejos, y yo lo recordaré como pueda o como se me antoje. Lo de él, es de él, no puedo con eso, tengo mis limitaciones, no se resuelve con un trámite ni con una lucha, AMÉN.

Día 3: 16-03-20 Desmejorando por coronavirus Tierra del Fuego arranca con las medidas de aislamiento. 1019

Por la cuarentena se suspende mi turno médico para entregar el prequirúrgico y tampoco pueden venir las mastólogas de Buenos Aires. Se suspende cirugía sin fecha probable de parto. Diez días esperando a las médicas eran una prueba para mi ansiedad pero «hasta nuevo aviso» es mucho para cualquiera. Hoy el relato fluye menos reflexivo, sigo con la cronología entonces. Ayer Federico apareció a través del WhatsApp: un video gracioso y un mensaje que decía «Dejá de extrañar». A pesar de la taquicardia, logré no contestar. Pensé algunas respuestas posibles pero descarté la idea. Porque como dicen mis amigas empoderadas, el arma más fuerte que tienen los tipos como él es la necesidad de entender y de negociar que tenemos les no psicópatas, más precisamente una neurótica típica como yo. Estuve investigando en la bibliografía por antonomasia de estos tiempos, Google y Wikipedia, y descubrí

que la terminología adecuada sería psicópata narcisista, que en este diario será PN (¡ups!, pene). Muy acertado el oximorón. Nuevamente Wikipedia me desasna, y corrijo: es una sinécdoque. Cito textual «designar una 1020

parte de dicho objeto con el nombre del todo o viceversa». La semiología no es lo mío, evidentemente, de alguna manera ha sido traumática para mí. El único parcial en mi vida que desaprobé en la facultad, y habiendo estudiado mucho, fue justamente uno de figuras retóricas. Malditas sean las metonimias, las hipérboles y todas ellas, que causaron una herida en mi ego que no pudo ser reparada hasta hoy. Siguiendo con el relato de los hechos, Martín, mi ex, está actuando de manera impecable. Manuel también, aunque se le ve la preocupación en los ojos. Malena todo el día en casa, sin posibilidad de amiguear afuera, que era lo que la estaba resguardando de verme tirada en la cama. En otro orden de cosas, ya les dije a todes que PN me dejó. Fue una decisión difícil, de alguna manera quería seguir protegiéndolo y, vale la confesión, defendiéndome. Además del diagnóstico unificado y previsible de su hijoputez, no quise ahondar en explicaciones.

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Día 4: 17-03-20 Así como la cuarentena Afuera de casa la vida está en pausa, la pandemia ayuda con la escenografía y el montaje. No hay autos en las calles, no vemos a nuestres amigues, no hay vuelos y la policía circula por la San Martín cantando códigos 33-12 como los de los calcetines de Monster Inc. Todo en pausa, leyendo el mismo libro y la misma página cada día. Para innovar me puse a investigar sobre psicópatas narcisistas. Caí en algunas páginas muy bizarras y destinadas a ayudar a algún tipo de mujeres… ¿A quiénes? Fue un buen ejercicio de sororidad y un cachetazo a la autoestima saber que a mí me puede ser útil escuchar esta clase de consejos. Vi un video donde una mujer perfectamente maquillada, con las cejas depiladas y una hermosa tonada caribeña, nos advierte que el PN siempre vuelve. Parece que vuelve para confirmar el impacto de su daño. Si te ve mal, se va con la satisfacción del deber cumplido. Si te ve bien, intenta terminar su trabajo. Supongo que en demasiados casos, en alguna de esas vueltas, se convierte en femicida. Volviendo a mi caso particular, me pregunto por qué todavía me cuesta tan1022

to contarle a otres lo que pasó. Creo que el detalle fundamental es que la clandestinidad fue el rasgo principal de nuestra relación. Siempre supe que eso justamente favorecía su manipulación. No es casual que la primera vez que cortó conmigo haya sido cuando sus principales detractores del sindicato se enteraron de nuestra relación. Para mí fue un cimbronazo tremendo, cambió mi vida de plano en cuanto a la militancia, mis diferencias políticas fueron adjudicadas a su influencia sobre mí. También en relación a lo afectivo, bajo el lema «Lo personal es político» vi cómo algunos vínculos se detonaban. En ese momento, a pesar de todo, yo sentí alivio por salir de la clandestinidad. Pero dando argumentos de cuidado, de diferencias políticas y zaraza, me dejó. Esa vez fue mediante una nota más extensa que los tres renglones que me mandó el viernes pasado. Tampoco me la vi venir, pero se notaba que él no estaba improvisando. La noche anterior, me pasó a buscar y fuimos a tomar unas birras, en público por primera vez. Yo estaba tan contenta que al día siguiente cuando recibí su carta no acusé recibo del golpe. Pensé que semejante bipola1023

ridad no era posible y lo minimicé. Sufrí un poco ese día y los que siguieron, pero me sentí fuerte, comprobé su poder de daño, pero lo acepté como parte del riesgo que siempre supe que corría. Ya dije al principio de este diario, que antes de involucrarme con él, era un desafío como tantos otros: no lo subestimé, el tema es que no contaba con mi cáncer. Ahora sí me dio un golpe mortal, ahora sí estoy vulnerable. Mis hijes aún no saben que PN no va a venir más. Me ven triste y comprueban cada día que hoy tampoco vino, pero no preguntan. Se los agradezco, estoy ensayando la forma de decírselo a Manu, mi guardián de la deconstrucción. «¿Qué tan tóxicos son los vínculos de tu mamá? Y…, se enamoró de un tipo que la dejó a los pocos días de enterarse que tenía cáncer». Creo que se caería a pedazos la imagen que pueda tener de mí, tengo que pensar cómo decírselo.

Día 5: 18-03-20 Modo Black Mirror Dos reflexiones después de ver los primeros capítulos: 1024

- Yo también daría todo mi dinero a cambio de un momento verdadero. - Yo también me cortaría el cuero cabelludo con una gillette para sacarme el chip. Hoy dejé de odiarlo un rato. Todavía no sé si eso me hace mejor o peor. Por eso, la mejor opción sería la gillette.

Día 6: 19-03-20 Cuarentena total Acaban de declarar la cuarentena en todo el país. Eso quiere decir, entre otras cosas, que se suspenden los vuelos de cabotaje. No pueden venir las mastólogas y tampoco podría irme yo, derivada. Me rompo la cabeza pensando escenarios posibles que incluyen hasta aviones sanitarios. Por primera vez tengo miedo, sería una paradoja morirse de cáncer por prevención de coronavirus.

Día 7: 20-03-20 Tips para la depresión en tiempos de cuarentena Fumar faso desde que me despierto. 1025

Beber vino cuando baja el sol. Escribir este diario. Intercambiar audios de cuentos y poesías con Camila. Hacía tiempo que no podía leer, que me cuesta concentrarme. Obligarme a buscar fragmentos para enviar fue el puntapié para reencontrarme con autores que siempre amé. Recordé una poesía de Clarice y googleé un rato hasta que pude encontrarla. Ya escondí un amor por miedo de perderlo. Ya perdí un amor por esconderlo. Ya me aseguré en las manos de alguien por miedo. Ya he sentido tanto miedo, hasta el punto de no sentir mis manos. Ya expulsé a personas que amaba de mi vida, ya me arrepentí por eso. Ya pasé noches llorando hasta quedarme dormida. Ya me fui a dormir tan feliz, hasta el punto de no poder cerrar los ojos. Ya creí en amores perfectos, ya descubrí que ellos no existen. Ya amé a personas que me decepcionaron, ya decepcioné a personas que me amaron.

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Día 8: 21-03-20 La cuarentena es una puesta en escena El silencio, las calles militarizadas, el miedo generalizado, la pandemia y el otoño son el decorado necesario para llorar mi enfermedad. Desde ayer busco excusas para violar mi cuarentena de él. En mi cabeza recito los mensajes que le mandaría. Pensarlos y repensarlos compulsivamente, corregir una y otra vez la redacción para que sean mensajes más incisivos, más inteligentes, más hirientes. Necesito escribirlos. Este diario que nació como un diálogo conmigo — mutó en un best seller de autoayuda— puede ser también nuestro chat yermo de WhatsApp. Ideé algunos mensajes humillantes, patéticos, desesperados, sarcásticos...: Te pedí varias veces que hablaras conmigo para poder cerrar rápido la historia y dedicarme a mí y a mi enfermedad. No me diste esa oportunidad, pasó el tiempo y ya lo hice yo como pude, como me salió. No quedaste bien parado, pero perdiste tu derecho a que sea justa con vos. ¿Sos un psicópata atípico o no califiqué como víctima? 1027

¿Cuánto falta para que vengas a comprobar tu daño? El resto de los mensajes me dan más vergüenza. Día 9: 22-03-20 Salió el sol Ayer a la noche me mandó un mensaje. Bastante impersonal, preguntando cómo estaba y otorgándome el permiso de no responder. No lo hice. Hoy el día transcurrió un poco mejor. Siempre me gustó que algo tan cotidiano y sencillo en otras latitudes como un día de sol, acá esté tan vinculado con el estado de ánimo. En Ushuaia nadie puede estar triste un día como hoy. Saqué mi reposera y estuve todo el día afuera, leí un rato mientras Malena jugaba y pintaba también al sol. Hice una videollamada con Ela, mi amiga de Buenos Aires. Ella no conoce mi lugar; después de 20 años le mostré mi casa, mi bosque, el otoño y el paisaje que me enamoró allá por el 93. Cambié la onda y eso lo compruebo porque pude disfrutar de mis hijes y reconocerme que no soy tan mala construyendo mis vínculos. 1028

Martín, el hombre al que sin dudas más amé en mi vida, el que rompió mi corazón como ningún otro y aun así valió cada lágrima; él sigue estando ahí. Y es el mejor ex que cualquiera en mi lugar quisiera tener. Gracias. Me siento inimputable, grabé un audio con este último párrafo y se lo mandé. Me gusta esta versión recargada de mí.

Día 10: 23-03-20 ¿Cómo fue que me dejaste de amar? Yo aún podría soportar tu tanta falta de querer, diría Mon. «Te odio tanto, comprobar que mis miedos y las precauciones que tomé no sirvieron. Que mi inteligencia, de la que me jacto, no me sirve cuando me enfrento a mis idealizaciones románticas. Que esta vez cuesta muy caro, pero que ya no es más una metáfora eso de morir de amor. Igual te extraño y no puedo dejar de pensar que todo

esto sería más fácil si por lo menos pudiera hablarte. Tengo infinidad de memes atragantados, noticias que

quiero comentar con vos, chusmeríos políticos para 1029

reírnos juntos. Sé que sería un alivio, pero no.» Grabé un audio con esta carta y se lo mandé. Quitó la hora de la última conexión y sacó la confirmación de lectura. Si este diario va a ser un libro de autoayuda debo decirles, señoras mías, no hagan esto en sus casas.

Día 11: 24-03-20 Memoria, Verdad y Justicia Me pregunto hasta cuándo van a dolerme estos días. Todavía me duele la muerte de mi tío, todavía me duele aquella vez que mi papá me dijo que sus hijos no éramos lo suficientemente importantes para él, todavía me duele mi separación de Martín, todavía me duele haberme perdido la infancia de mis hermanas. Hay dolores que son para toda la vida, la pregunta entonces no sería hasta cuándo va a doler sino hasta cuando este dolor va a ser lo único que llena mis días. A modo de crónica cuento que establecimos algún

tipo de contacto millennial, un megusta en Facebook, el enlace de una canción por Telegram, un meme por WhatsApp. Pido disculpas a mis ancestras, a mis amigas feministas, a mí misma. En estos días no estoy em1030

poderada ni para comer; me rindo por unos días y me maldigo por eso. Dejo para otro momento la búsqueda de mi fortaleza para alejarme. Mañana tengo la marcación, pasado me operan.

Día 12: 25-03-20 Vivir en la incertidumbre Me despertó el teléfono, la secretaria de LALCEC me decía que las doctoras querían verme en un rato. Eso solo podía significar lo que finalmente corroboré: se suspende la operación hasta nuevo aviso. Les doctores del mundo estudiando y analizando opciones, ya que no hay protocolo en tiempos de pandemia. La situación es inédita. Lo positivo: el tipo de tumor y su ritmo de crecimiento. Lo malo: todo lo demás. Me dieron una pastilla para inhibir la producción de

estrógenos, que probablemente genere los síntomas de una menopausia química y me recomendaron terapia.

Hicieron hincapié en la importancia de la cabeza en 1031

este momento. Lo decían para darme ánimo, la cabeza me puede salvar, pero también me puede matar. Justo ahora que confío menos en ella que nunca. Salí del LALCEC con una profunda tristeza y lo único que sentía, además de la angustia, eran las ganas de hablar con él. Se preguntarán qué clase de idiota en medio de semejante quilombo solo piensa en hablar con un machirulo: YO. Le escribí y cuando llegué a casa hablamos por teléfono, como dos horas, que me trajeron algún alivio. No por el contenido de la charla, sino por el todo: escuchar su voz, el desafío de una conversación inteligente, la complicidad de nuestra historia. Hay momentos en que la angustia no deja vivir. Hago lo que puedo, estoy enfocada primero en sobrevivir, después emprolijaré con quién. El mundo está en pausa, esperando que llegue y pase lo peor. Yo igual.

Día 14: 27-03-20 En la crónica puedo contar que hace dos días que no lloro, que logré organizar mi rutina como aconsejan, 1032

que hago videollamadas individuales y grupales, que sigue el intercambio de literatura por audios, que me cocino y empecé una dieta alcalina, que mañana arranco la terapia, que me hago un baño diario de inmersión y que miro más por la ventana que la tele. También me estoy reconciliando con Ushuaia, hace tiempo que estábamos distanciadas y cuando me enteré que no podía operarme por la falta de vuelos, la odié. Pero hoy agradezco estar acá, tener mi casa del bosque y que por mi ventana se vean las montañas y las lengas en otoño. Hoy volví a sentirme enamorada de Fede, entre otras cosas porque me mandó el link de una poesía hermosa de la Gata Cattana, una poeta andaluza, politóloga y feminista. Yo solo sé amar como aman los pobres, con lo puesto, que es todo, dijo y me reconquistó.

Día 16: 29-03-20 Se me fueron yendo las ganas de escribir en la misma medida que volvieron las de vivir. Mi conocida resiliencia está acá conmigo y reencontrarla me da tranquilidad. Hoy hablé con Paula, siempre es bueno tener la mirada Paula de la vida. Si no hay solución, si no hay nada 1033

que se pueda hacer, el problema deja de serlo. «A poner cabeza en otra cosa», recomendó desde la hamaca paraguaya en su casa de la playa mientras me mostraba un frasco repleto de flores. Juntas decidimos olvidarnos de mi cáncer y del suyo, Bolsonaro, semejante facho va a matar a todes.

Día 23: 05-04-20 Empeorando por nevadas aisladas Cuando abrí los ojos a la mañana ya sabía que el día iba a pintar complicado. Hoy escuché en la radio a una mujer que contaba que, en tiempos de cuarentena, su estado anímico dependía del marco de referencia. Según ella, si hacés foco en lo más pequeño y cercano, como planificar el día en casa, la angustia se hace más llevadera. El marco de referencia que está en la otra punta, el más grande, es la pandemia. Saber que nada podemos

hacer, lo incontrolable, es lo que lleva a la desesperación. Intento que mis días transcurran en el mundo chiquito de mi casa. Solo tengo un problemita extra que 1034

tampoco puedo controlar: cada vez que siento una puntadita en mi teta derecha es una puñalada de realidad.

Día 30: 12-04-20 Como día de domingo, diría Gal Es increíble como aún en cuarentena, con mil días de aislamiento a cuestas, los domingos se las arreglan para ser distintos. Anoche fue muy sábado también, nos tomamos unos vinos y charlamos durante horas gracias al WhatsApp. Casi casi como siempre, solo faltó el sexo para cerrar la noche. No quiero hablar del tema. Está repleto de memes graciosos y de post de sexólogos que hacen recomendaciones para estos tiempos de cuarentena. Es trágico pensar que el mundo casi no coge y que no se sabe cuándo dejará de ser algo peligroso. Volviendo al estilo Osho de autoayuda, podría decirse que saldremos de esta pandemia con otro aprendizaje: cómo sobrevivir sin coger.

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Día 31: 13-04-20 Desmejorando por decisiones Me piden que decida. Hablé con la oncóloga y existe la posibilidad de que me operen las médicas de la clínica en estos días. Las mastólogas no pueden venir y una derivación es impensable. Analicé los pros y los contras de cada opción; pedí opinión en sendas videollamadas con amigas, hermanes y Federico. Todavía no sé qué hacer. La era del coronavirus es la era de la incertidumbre, esta deconstrucción es a cachetazos. Esa mujer segura, que escuchaba consejos a regañadientes, ya no está.

Día 32: 14-04-20 No es un libro de Elige tu propia aventura La disyuntiva de cuál era la decisión correcta no estaba bien planteada. Esto no es un libro de hiperficción explorativa, donde hacer una mala elección podría lle-

varme a una tragedia. Lo que decida va a estar bien: me voy a operar en Ushuaia.

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Rocío Bertoni nació en Las Varillas, Argentina, en 1993, y pasó su confinamiento en Córdoba, Argentina

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21 de marzo Es de noche y empiezo el diario. Puedo ver unos latidos que saltan de la cama al piso y viceversa como niños excitadxs por el juego. No tengo idea a dónde apunto. Tal vez insista en la materia que configura la mirada cotidiana en tiempos de suspensión. O quizá sea un espacio de aislamiento dentro del aislamiento. Abrir la caja de resonancias y observar qué me recrea. Si tengo una certeza apenas empezó todo esto es: voy a profundizar la envidia hacia pintores y músicxs. Pienso que siempre la pasan mejor que el resto y más en estas circunstancias. Resabios de una visión elitista de la cultura, mediante. Jugar. Hoy terminó el verano en Argentina. Pienso en el León. Va a conocer el otoño desde la ventana. El último día que lo vi le conté: el otoño es un ladrón, le

roba sus hojas a los árboles. Me dio pena pensar que tal vez no vayamos a disfrutar la plaza juntxs en esta época naturalmente ruidosa y colorida, reconocerlo mientras corre a la hamaca por esa capa crujiente que tiñe el sue1038

lo de rojos, ocres y amarillos. Hacer de niñera es tener el tiempo para agudizar la atención sobre los cambios. Hace unos meses cuando corría hasta la hamaca sus piernitas eran como tablas, en cambio ahora ya las dobla y mueve los brazos encontrando el equilibrio, también agarra la pelota loja en el aire. Empieza a manejar con pericia las máscaras de la alegría, el enojo, la frustración, la manipulación. Yo deseo un loop de momentos donde me pide que lo ayude. No me avergüenza fundar esa codependencia, en esta relación al menos me pagan. El desafío de inventar palabras para crear juntxs el mundo es de las cosas que se lleva mi energía este año. Me entrego a su «Lo, mirá» de descubrimiento permanente, juego ahí. Por suerte y decisión de padre y madre, no es una crianza mediada por pantallas, le encanta la música, entonces solo cuando el cuerpo pide movimiento buscamos en YouTube Vuelta Canela o Pim Pau para bailar. Umacapiruá, asuó, asué. Ruido de maracas y palmas. Él subido a la sillita, SU sillita, tocando sin armonía y con amor el piano. Voy a extrañar los mediodías con el 1039

León.

25 de marzo Cuerpo/mente. Pienso que estar menstruando los primeros días del aislamiento puede hacer todo un poco más intenso, claramente no en el sentido reproducido por hombres hasta el cansancio, más como la posibilidad de asimilar las circunstancias con el cuerpo primero, sentir de adentro para afuera, vivir de adentro para afuera sin necesidad de moverme por obligación. Hace poco más de un año dejé de tomar definitivamente anticonceptivos orales y desde entonces intento ejercitar una introspección más aguda. En el encierro ese ejercicio encuentra un espacio más amplio y de más goce. Despertar, prestar atención a indicadores como el color de la sangre, la textura, los dolores del cuerpo, las posturas que me alivian. Eso que una nutri amorosa me nombraba como hambre emocional y hambre real, en los momentos de menstruación se vuelve más indiferenciado: siento más ansiedad, me dan más ganas de comer sin distinguir si es necesidad, no me es fácil registrar la saciedad. En este contexto es la ansiedad 1040

dentro de la ansiedad. A estas maneras de mirarme, escucharme, las disfruto mucho en este encierro porque en otras circunstancias siento culpa si les dedico demasiado tiempo. El discurso del amor propio me aturde, me genera contradicciones. En cambio, ahora imaginar el cuerpo como un río con cauce, observarlo, sentir las aguas es uno de los momentos íntimos más hermosos de este encierro. Es esa compulsión occidental de separar el cuerpo de la mente, distanciarnos de la productividad reflota a la superficie esos sedimentos. Pero logro relajarme. Lo verde. Los días en los que más percibo energía corporal y buen humor son soleados. Tengo un patio al que hay que llenar de plantas para que se parezca lo menos posible a la cementada Córdoba. De cualquier manera, es una verdadera alegría contar con él estos días. A veces lo busco como apurada por la piel; me siento en una silla, estiro las piernas en otra, cierro los ojos. Abrirlos, disfrutar del encandilamiento, reposar en los pelitos del brazo claros y calientes por la hora de la siesta. Cerrarlos. Respirar. Es como esos momentos de las películas orientales animadas en donde aparece un árbol, una flor, un insecto que da aire para después volver a la trama. Usar el tiempo para fantasear con di1041

seños para el patio: elegir una pared para pintarla con colores vivos o pasteles, tarimas colgadas para las plantas o selva en el suelo, encontrarle una armonía menos varonil al asador. Hoy volví a perderme en esa. No puedo evitar caer en un lugar común, las cosas que más aplazo son las que me regalan buenos momentos a solas. Si lo verde supiera mi nombre. Cuando siento cosquilleos de ansiedad, cierro los ojos y corrijo la postura. Alejo todas las pantallas lumínicas. Y por lo general, termino en el patio haciendo una vertical de cabeza o haciendo la pose del perro enojado y perro contento para estirar la espalda. Me pregunto hasta qué punto esas actividades me van a cobijar frente a las pequeñas desesperaciones. ¿Siempre va a ser pequeña la desesperación en este encierro? Es la segunda vez que agarro el diario en el día. Hace unos minutos terminé de cenar. Valentín está lavando los platos. Creo que es la mejor compañía para atravesar estas circunstancias. No se lo digo. Tengo la costumbre de decirle a todo el mundo lo que me gusta ser su her-

mana, pero no a él. Es una de las tantas cosas humanas, el silencio frente a los que amamos, digo. Tampoco es cuestión, creo, de estallar los vínculos con adjetivos o verbos. 1042

Ahora que lo pensé… ¿El sentido de los vínculos está en lo que puedo decir de ellos? ¿Para trabajar el amor, trabajamos las palabras, cuáles son las propias? Le doy vuelta a estas cosas. Pero me doy cuenta que cada vez que empiezo un acto reflexivo enseguida caigo en el automatismo de agarrar el celular y googlear y la deriva concluye en alguna página de Instagram. Igual, hoy es una noche de paz. Creo que mi habitación me acurruca, mientras oigo al Vale lavar los platos. 29 de marzo Hoy en medio de un encierro obligatorio —donde no puedo ver ni amigxs, ni amantes, ni practico tela en grupo, ni salgo a andar en bici, ni trabajo—, donde mi cuerpo no está a la vista de otrxs, decido depilarme. Por azar o por torpeza me quemo la piel. En el medio de la pierna derecha me salió una ampolla, era más un globito transparente y flácido siempre a punto de explotar sin gran emoción. Me pregunto qué carajos. Los sentidos de la belleza, la búsqueda de ciertas estéticas, las imposiciones. ¿En el encierro esas cosas no pierden peso? Los ecos de los discursos, el deseo de otrxs como motor y espejo. Pienso en la Rioja, nunca tiene una respuesta políticamente correcta para estas cuestiones. La 1043

Rioja definitivamente es el ser más performático que conocí. No me pregunto desde dónde estoy pensando ese concepto. Me dejo en paz. Así se espiralan los pensamientos por estos días. Y en ese interrogatorio constante veo a las personas que habitamos y construimos los feminismos. Las contradicciones siguen existiendo aun cuando habito mi soledad obligatoria, les hago preguntas. Eso me deja tranquila, pero me hace extrañar a las amigas, a lxs compañerxs para mirarme en otras miradas, leerme en otras lecturas. Y sobre todo para que me frenen y me digan: ya está, ahora disfrutemos de la fiesta.

31 de marzo Me levanté tarde. Eso no me gusta. Para calmar, voy a la cocina para el rito diario de pelar dos frutas para el desayuno. Las corto en trozos simétricos y las dispongo de alguna forma linda en el plato. Pienso en la Tali porque me acuerdo de que siempre repara en esa

costumbre mía llamándola manía. Yo pienso que tiene su génesis en haber nacido de una maestra jardinera. Lleno una taza preciosa de cerámica con frutos secos. Caliento la pava, pongo yerba en el mate, lo sacudo y 1044

tiro a la basura el polvo que quedó en la palma de la mano. Decido no acomodarme en la mesa. Entra por la ventana el sol del mediodía como un as y marca el centro del comedor como el lugar del tesoro. Tiro un almohadón y me siento arriba con las cosas de desayuno en el piso. Abro Cien años de soledad, Úrsula dice que es una casa de locos. Libros. Una de las primeras decisiones cuando me enteré de la obligación de permanecer adentro, fue elegir alguna de las novelas gordas y usarla como unidad de medida para la encerrona. Cien años de soledad intenté leerla en el secundario, pero cuando llegué al tercer José Arcadio me di cuenta de que me había perdido en las viscosas tierras del realismo mágico y no tenía sentido seguir. A partir de esa experiencia, me amigué con la idea del desapego. Los libros con los que no podía por motivos de comprensión, distracción u otros externos a la lectura, no me iban atrapar también en las lógicas de la obligación de terminar algo por la exigencia de terminarlo. Pero la situación, me parecía un hermosa para recomenzar. Pienso que me habría gustado tener alguna de las crónicas de Hebe Uhart, hubiese ido por ahí. Leyendo una nota de Camila Sosa Villada, encontré uno de 1045

esos guiños dialógicos que hacen les escritores. Trajo a colación a Cien años de soledad haciendo una analogía entre su culo y el de uno de los personajes de la novela. Me alegré de estar leyéndolo y de las posibilidades de la literatura para desencadenar la semiosis infinita. Son esos momentos narcisistas en donde una se siente inteligente, en fin, así que, aunque ya pasaron esos momentos incómodos en donde no tengo nada para decir entre mis compañerxs de facultad sobre Los Simpson, no sé nada de Rayuela, no me sé de memoria ninguna de Los Beatles, aun así, decido leer una obra clásica contemporánea como acto de justicia histórica. En el encierro confirmé la urgencia de invertir en libros. A veces el deseo está ligado a ampliar la biblioteca, hasta como un acto estético. Ahora, en cambio, se trata más de supervivencia y salud mental. Posar la vista en un fondo que no nos devuelva luz más que a través de sus sentidos, o uno Mariana Enríquez, incluso, para mancharnos con un poquito de oscuridad.

01 de abril Alubias y erotismo. Después de pasar veinticuatro horas en agua las dispongo para hacer una receta. Hay 1046

en las alubias una combinación sensual entre sabor y musicalidad. Busqué en el diccionario y es una palabra árabe que quiere decir riñón, debo admitir que no le quitó vuelo poético. No hace falta, pero les saco la piel para disfrutar el ruido de la succión. A lu bias. Trasmutan de un blanco arrugado amarillento a uno marrón claro, como tostado. Tuc, tac, toc. Caen de a una en la fuente que las recibe peladas. Intenté ver una película mientras hacía esto, pero es tan grande el placer de desnudarlas que no pude seguirle el hilo. Me estoy acordando del relato de Tununa Mercado: Antieros. Por explorar el placer en un entorno donde no suelo experimentar goce. Tununa abre pliegues eróticos en una rutina doméstica, lo hace con una pasión por el detalle que corta la respiración —provoca una sensación de retención y explosión, como el orgasmo—. Creo que nunca entré a tal atmósfera por medio de una narración. Termina con una invitación a tocarse en medio de la cocina: «poner el pestillo de seguridad en la puerta; quitarse lisa y llanamente la blusa y, después, la falda». Eso, todo eso sentí esta mañana con las alubias. El encierro se vuelve experiencia sensitiva, el tiempo y el espacio de lo cotidiano se dilatan y nos sumergimos con la agudeza de la vista, el olfato, el oído, el tacto, todo en función del goce. A Tununa no le hace falta 1047

explicarlo, su relato alcanza un clímax al que llega a través de una escritura del goce, vuelve sustancia erótica cualquier acción e impresión de entrecasa. Explorar otras eróticas como un a través, como un hueco abierto para pasar los días y enloquecer como aquello que sintió placer. Pero también siento deseos efímeros de tocar otro cuerpo, aspiro a un tacto más animal que lo que puedo pretender de una videollamada. De enroscarme como un reptil a otro cuerpo para sentirlo ceder ante mi presencia. Pienso que es porque estoy ovulando. Todo esto me hace pensar en el encierro de verdad, el de las cárceles y neuros, en los monasterios y en las ciudades enguerradas. Cuáles son las fugas ahí para vivir la sexualidad, el placer de la carne, quiénes cuentan eso y qué hacen las mujeres. Hay que comer. Hay que sobrevivir. Pero pienso, también hay que darle causa al deseo, liberar esas energías. Qué objetos se vuelven eróticos: un jabón, la luz, un borde, la fantasía sobre las sombras del pasillo. Todo es mucho más acotado; en ese sentido las otras eróticas no sexuales pueden jugar un papel fundamental. Hay que escribirlas, documentarlas, trabajarlas como sucesos de la subjetividad. Darles espacio como forma de batallar las miserias. 1048

Ayer, en la pieza, más o menos a las cinco y media de la tarde busqué la luz sobre las sábanas y me recosté encima, fantaseé con una fusión surrealista, una suerte de fotosíntesis entre las sábanas, los rayos de sol, la piel y el agua, me transformé en una bacteria muy simpática. Cuando volví en mí después de desparramarme estirándome en esa nube de tela, vi el reflejo en el vidrio sucio. Desde que vivo acá nunca limpié ningún vidrio, ni siquiera sirve como argumento el aburrimiento de estos días. Tal vez las manchitas y las telarañas tienen algo que me da placer, pienso, otras vidas en la misma casa, en un mundo paralelo, otros reinos. Tal vez tuve una profe hippie de biología y no lo recuerdo más que así.

04 de abril El barrio. No tengo materiales para hacer un collage. Hace días se me ocurren colores e ideas para hacer uno, pero ni siquiera tengo diarios. Las pocas veces que salí fue para comprar comida en El Galpón, el almacén más grande de la Río Negro. En el recorrido me llama mucho la atención que el negocio que más cola tiene en la vereda es la librería, he pasado en diferentes horas del día, siempre hay una fila de hormigas. ¿Son pa1049

dres y madres comprando pasatiempos para su niñxs? ¿Son adolescentes comprando material para hacer tareas escolares? No me imaginaba siquiera que sería un rubro que tuviera permiso para atender al público. De cualquier manera, me alegra. Me imagino a esa gente usando el papel glasé, cortando con tijeritas Maped formas del amor, purpurina en la raya del pelo como arena, las crianzas eternizadas en hojas canson. Sin embargo, yo nunca freno, creo que me da vagancia porque intuyo que es de esos no lugares donde las personas no se hablan. Mientras camino pienso que es una ocasión perfecta para dejarse llevar, pero mi soledad en la pandemia no sale a pisar hojas secas. Ir a El Galpón, en cambio, me produce cierta satisfacción. Primero, porque estoy yendo a comprar cosas de primera necesidad y no me da culpa. Segundo, porque aporto a la circulación de la economía familiar de gente del barrio. Tercero, porque me hacen bien: la señora manda, los dos hijos varones trabajan y obedecen; lxs empleadxs parecen estar a gusto; la verdura está ordenada, pero no es pulcra como la del centro (cómo me molesta esa nueva modalidad de mercadito cheto sin fruta machucada; las bananas nunca son dálmatas con infección, las naranjas no tienen su encantadora piel 1050

de naranja, la estética y el gusto del plástico). Cuarto, porque me hacen sentir parte de un círculo íntimo de confianza que huele y tiene humor de verdulero. Es sábado y nuestro cuerpo lo sabe. José nos avisa por el grupo de WhatsApp de vecinos de que a las 21.30 va a salir a la vereda con su piano y la guitarra. Hace unos días nos pasó un cuarteto que compuso para darle ritmo al #QuedateEnCasa. A las 21.15 el Vale me hace acordar del evento. Me voy a bañar, me pongo perfume por primera vez desde que empezó todo esto. Para la cita elijo pantuflas, joguin y una remerita negra de algodón con los hombros descubiertos, me parece lo más sexy y doméstico del mundo. No tenemos vino porque ya nos lo terminamos, es una lástima porque la ocasión amerita sustancias. Yo salgo a la vereda resignada, pero tan contenta por el concierto. Me siento en la vereda, empiezo a ver para todos lados. A un costado tengo un jardín de infantes, del otro lado no está saliendo nadie. Pero en frente ya veo un vecino diagonal que asoma su cabeza pelada, no saluda. No conozco el nombre de nadie, extraño ese sí que sé de pueblo; en Las Varillas si no te conocés te acercás a presentarte, pero acá eso incomoda. Aparece el matrimonio del frente con sus dos hijos en su perímetro enrejado, la mujer me saluda 1051

con una sonrisa enorme sacudiendo la mano, el varón adulto ya tiene el celular en la mano para filmar. Yo no puedo registrar el momento porque mi celular es malo. El Vale me sorprende con una copita de ron con hielo, lo trajo de Cuba y lo está estrenando. No me pareció que exista una mejor ocasión para hacerlo, la escena es muy cubana: vecinxs ocupando la calle arrimadxs por la música. José arrancó con un tangazo. En la pandemia brotaron otras cercanías.

11 de abril Estuve retirada del diario. Pasaron cosas, cito a Macri. Pasó el monstruo metropolitano y sus problemas que te estallan en la cara cuando no te queda otra que mirar por la ventana. Un poco lo contrario a lo último que había escrito. Mi vida diaria no pasa mucho por mi casa como ahora, claro, como para tirar un centro general: me levanto, pongo la pava, me estiro en el patio y si me acuerdo respiro como acto sentido de salud mental y física, desarmando la forma automatizada; me voy a lo del León; vuelvo a casa a almorzar a las tres y media, me tiro veinte minutos casi nunca, casi siempre prendo la compu veo lo que quiero y a las seis me voy a 1052

la facultad a cursar el profesorado. A esa rutina en loop, le sumamos alguna juntadita con amigas entre semana, el paseo de las pulgas los fines de semana, alguna plaza, acrobacia en tela, vino o cerveza dependiendo la estación. Esos privilegios de rutina sana me salvan y ordenan cuando miro al costado y está todo mal. En Argentina gran parte de la población vive en una pobreza estructural, corta la bocha. Con el gobierno de Macri eso se profundizó, y el entramado social se debilitó aún más con los sentidos de la meritocracia individualista y el otro, siempre el otro, en este caso pobre, como peligroso. Córdoba —de más está decir— es cuna del conservadurismo, entre otras bondades, en donde esos discursos se filtran y hasta nacen. De todo ese vómito simplificado y reduccionista, solo quiero quedarme con la parte en donde mirás la mierda del costado y decidís qué hacer: cuando te chocás en la peatonal con el pibito lleno de mocos y hambre, cuando ves a la cara al pibe que te afana sin compasión pero con humanidad en la mirada, cuando escuchás bardearse a los locos de pobreza en la plaza, cuando te tocan la

puerta los vecinos para pedir el mango. Y ahí me quedo. En pleno encierro obligatorio tuvimos situaciones de esas en el barrio. No voy a decir qué sucedió exacta1053

mente porque no hay más que miseria planificada para narrar. La cuestión es que me cacheteó el ánimo. No descubrí nada, pero la realidad te cachetea siempre que no hayas perdido un poquito la ternura. Me quitó el deseo de buscar en lo cotidiano lo hermoso y en la escritura la verdad de los días. Tampoco fueron nuevas las tramas que tejí en complicidad con mi hermano, por suerte mis viejxs me dieron hermanxs y acá estábamos lxs dos para sostenernos: reforzar lo fundamental de las redes, nadar por los sentidos de la comunidad. Verlo llorar al Vale en el medio de la calle cuando la realidad nos estaba ganando por goleada fue el acto de amor más grande en esta cuarentena. En el sentimiento hondo de sentir cualquier injusticia como propia es que se asienta la amargura de estos días pasados. Con el Vale somos parte de una generación que vuelve a creer en la organización para habitar y posicionarse en la batalla desigual, en las tramas contradictorias y complejas de lo colectivo, en las trincheras de pequeñitas revoluciones de la política como acto transformador. Intentamos reconocer las intersecciones de privilegios y pensarnos, pero sobre todo nos mueve la necesidad de hacer algo que cambie algo.

Qué decirle a la ciudad que ve a sus vecinxs pobres y 1054

no hace nada, o peor, que habla de los hechos miserables a través de un grupo de WhatsApp. La otra cara de la nueva cercanía. Cómo conversar con la realidad en el aislamiento social y obligatorio. Estoy enojada, estoy triste. Qué hacer cuando las redes del Estado no alcanzan para darle techo a dos jóvenes que están en la calle porque la familia lxs echó. Qué pensar de las sensibilidades de lxs pobres, ¿cuestionarlas? ¿entenderlas? ¿sentir pena? ¿diferenciarlas de cualquiera de las demás sensibilidades que también abandonan y excluyen? Ahora mismo usar semejante economía del lenguaje me enfurece, pero me sale así. Estos días me comieron los pensamientos hondos del río. De esta circunstancia dentro de la circunstancia me salvó, por decirlo de una manera dramática, un video poema de Elisa Gagliano. Resonó en mí. «Mirar a través de lo miserable» sugería como parte de una consecución de pasos para no morir de una enfermedad terrible. Ella recitaba su poesía despojada de su tonada cordobesa que supe escucharle en entrevistas, y los sentidos, sus sentidos, me envolvieron como sonidos amigos, la confianza que se teje a partir de compartir sensi1055

bilidades es infinitamente abrasadora. Lo miserable nos constituye como especie, supongo. No es calma lo que siento, pero fue la belleza poética lo que resonó en mí para no sumergirme en atribulaciones. 12 de abril Me volvieron a salir las palabras pero sigo sin saber cómo articularlas, las bisagras que producen sentidos están depuestas. Me da vueltas en el estómago algo viscoso, no creo que salga pronto el bicho. Confuso y oscuro. No puedo decir que me siento deprimida en esta parte del confinamiento, tal vez perdí un poco la lucidez o cierta chispa. Ahora pienso en la piel de naranja, en las alubias con su color marroncito riñón, su gusto penetrante a guiso, en el sonido de la succión asociada al hambre primitivo, en la parte sucia del otoño, no conforman el canon de lo hermoso, pero sí configuran mi mirada emotiva de estos días y se transfiguran imperiosamente en palabras que testimonian el placer. Sin embargo, esta sensación rugosa también construida a las afueras de la belleza desarticuló mi verborragia. Me es imposible no pensar en una amiga cuando me quedo sin palabras, supongo que representa un intento de permanecer en la calma. 1056

Me acuerdo una vuelta que conversábamos, ella como aficionada y yo como nada, sobre la artesanía. La relación utilidad y belleza que constituye el objeto artesanal, el cuerpo como participante en ese proceso creativo. Me cuenta de temporadas enteras que pasa con su papá artesano en silencio. Permitir que el verbo repose para leudar la obra, pero sobre todo en ellxs como recogimiento, como manera de estar en el mundo. Ahora, en un espacio de silencio que me da miedo, la recuerdo dibujar. Observar el enlace entre sus trazos y la emoción (tal vez como una proyección). Presenciar la invención del vuelo de huet huet en el papel. Su flora de acuarela esparce el perfume del sur, muticias, amancay, calafates. El crepitar de la hoja de lenga anticipado en su pincelada. Este verano mi mamá me cumplió un sueño, recorrimos con la carpa una partecita de nuestro sur de bosque. Hasta hoy no puedo escribir ni una sola palabra de ese viaje, lloro cada vez que intento. El silencio sigue trabajando en la inmensidad. En estas semanas de encierro intenté detenerme en

y alimentarme con los detalles cotidianos que al ojo, a mi oído o a mi tacto les generaba placer, queriendo hornear la tercera dimensión de las galletitas en mi escritura. Incluso presté mucha atención al sexto sentido 1057

de la memoria obligándola a hablar. Pero ¿será en el run run del silencio donde se esconde lo que quiero decir? Estará el silencio esperando el encuentro con los silencios amigos para balbucear el significado del encierro.

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Sofía Cárdenas nació en Leganés, España, en 1987, y pasó su confinamiento en Collado Mediano, España

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23 de marzo Llevamos dos semanas confinadas. En la primera fui a buscar un termómetro casi a escondidas y la tos me hizo sentir que no iba a ser bienvenida en ningún lugar. En la segunda, con el pánico colectivo, la que tiene que andar a escondidas ha pasado a ser aquella que sale de su casa, aquella que no sabemos quién es, aquella a la que van a señalar. El miedo ha cambiado de forma varias veces ya. Hace unos días me llegó la carta electrónica de regulación temporal de empleo. Era un domingo y me quedé en la cama sin poder hacer nada más, solo hablar. Ya está, no soy la que peor está, pero tampoco la que va a pasar desapercibida. Llevo una herida que me impide seguir el pálpito de la colmena. Cualquier herida se rechaza de la misma forma. Ser vista es señal de que te estás alejando. Al menos aún es invierno y no llevo la piel al descubierto.

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Llueve, como si la tierra se estuviese limpiando. Las palomas nos observan. B. abre la ventana para ponerles avena en el alféizar. Vivo en el privilegio de la tranquilidad y en la montaña de la sierra pobre, la que no hace comunidad porque no puede, la que le da vergüenza salir a la terraza. Desde la ventana me llega el olor de los pinos y de la arena mojada. Lo que me da terror es acostumbrarme. A escuchar las órdenes de afuera disimulando a veces que me tiemblan las piernas, a jugar al ajedrez, a leer, a tener tiempo para cada cosa, a relajarme. ¿Y si lo pongo todo en orden, pero entonces vuelven a quitármelo? Yo nunca he tenido nada debajo de la tierra, al menos nada que no haya tenido que reclamar. Si todo lo que he creado para mí lo he hecho dejándome la piel, ¿qué me puedo dejar ahora en una nueva pérdida? ¿Y si no salgo de casa, qué pasa con lo que hay dentro? Me parece que puede haber una cámara en cualquier lugar, como si tuviéramos que dar una respuesta. Y yo con el termómetro en la boca dándole al botón compulsivamente, y la carta y el miedo a volver a naufragar. Hay un afuera en todas partes. 1061

24 de marzo Me he levantado con una frase que no he dicho porque no llega a la altura de mis labios, una frase que tengo escrita en un pequeño cuaderno blanco: dice que el infierno son los demás. Hoy he salido a comprar mientras B. se quedaba trabajando en el salón delante del ordenador. Cuando camino con los perros el barrio está echándose a dormir o a punto de despertarse, es como hacer novillos. Pero al salir en pleno sol, la luz es blanca y me parece que me ilumina la piel y que alguien estuviera mirando, como si tuviera que caminar con la cabeza agachada, como si tuviera que pedir perdón. El infierno son los otros. Esperando a poder entrar en la frutería las miradas son difíciles, como de perros abandonados. Hay gente que no conozco mirándome fijamente a los ojos como si esperara de mí una respuesta. Mi mirada no se aparta, pero no sabe por qué no se siente natural. ¿Desde hace cuánto tiempo dejamos de mirarnos? ¿Desde hace cuánto tiempo nos asustan los demás? Un hombre viejo se acerca demasiado a otro hombre que está esperando también y veo cómo los dos se acercan a mí. Todavía no puedo entrar. Les digo que se 1062

aparten. Me quieren echar como le otorga su derecho de dueños de todo, pero algo les hace pararse. Yo quiero callarme para no ponerme nerviosa pero no me atrevo a hacerlo; el virus. Venus alineado con Júpiter y Marte y Saturno asoma la cabeza, todo a la vez. Las influencias son claras y a la vez cambiantes. El infierno son los otros. La dueña de la frutería sale y me ayuda a echarles hasta que por fin podemos entrar. Ahora todo va muy rápido, pero en nuestra voz y nuestras palabras hay amor y reconocimiento. Subo a casa tensa y B. se levanta para relajarme. Los gatos se lamen el pelo los unos a los otros. Miro el móvil. A. trabaja con ancianos y está viendo cómo se van muriendo en sus casas; L. tiene miedo porque su padre está en una residencia; B. me dice que ya no cabe nadie en las funerarias y ahora llevan los cadáveres al Palacio de Hielo. Nunca he patinado allí, pero recuerdo patinar en otros espacios, el aire frío de la velocidad que me evade y decir muchas veces orgullosa que no me he caído jamás en el hielo. S. está sola en casa con sus tres hijos y necesita hablar al margen, necesita decirles que se vayan a otra parte cuando habla con nosotras; M. no sabe si la van a echar; A. se siente culpable y tarda cada vez más en levantarse de la cama.

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Araño el edredón azul oscuro y me dejo caer. No quiero gritarle a nadie, pero quiero proteger a los demás. No quiero una autoridad abstracta porque cuando se vuelve concreta destroza las cosas como si ya estuvieran muertas. El infierno no son los demás. Hay un nosotros en todas partes.

25 de marzo 2020 Hoy hace sol. Anoche me quedé pensando sin dormir. Me vi a mí misma colocándolo todo; la rutina, las emociones, la casa, las personas en mi corazón... Todo había quedado armado como si fuera a sostenerse. Todo bien, sin salir de casa. Luego me vi a mí misma con mi cuerpo de ahora y mi madurez en la casa de mi infancia, colocándolo todo, como solía hacer, la adulta y la niña. Afuera todo mal, afuera todo llanto. Yo y mi vida imaginaria todo bien, sin salir de casa. Ahora mi vida buena la he hecho yo, no es imaginaria, pero la posibilidad de caer está ahí. Sin dramatizar, sobre mis caderas anchas y fuertes, pero está. 1064

Esta mañana hemos visto venir un taxi con un cartel de «taxi solidario» y ha entrado una enfermera con gafas, bata y mascarilla en el edificio buscando a M. ¿Quién es M? Yo le digo que no lo sé. A. no abre la puerta, a veces A. no puede abrir la puerta. Pero es ella quien más tarde abre la ventana antes de que lo haga yo para decirle a la enfermera que se había equivocado de calle. Buscaba una calle, nosotras estamos en una calleja, con el mismo nombre, pero en una calleja; la calleja de las bolleras y las migrantes. El trozo de pueblo que huele a pan y que antes dejaba siempre abierta la puerta del portal. La enfermera le da las gracias y se marcha. Alguien está muy mal. Las tres nos quedamos un instante en silencio antes de volver al interior. A. cierra la ventana y B. y yo observamos la calle y la montaña. Ya ha pasado el camión que viene a desinfectarnos. A ratos me parece que vivo en un mundo irreal porque puedo tocar el piano y besarle los pechos a mi mujer bajo las sábanas en nuestro cuarto. A veces siento que puedo poner una mano en el techo y, como las paredes son tan finas, puedo saber que alguien a quien apenas conozco está bien. 1065

No sé si vivir en un edificio tan mal construido es o no una desventaja. Yo suelo ocuparme en rellenar los huecos de lo que no sé, lo mismo que lo hacen mis ojos en su idiosincrasia mecánica, pero los huecos pueden adelantarse para tirarnos. Como no nos llegamos a todas y ahora es muy difícil hacernos llegar, la pregunta es cómo podremos sobrevivirnos a nosotras mismas sin salir al exterior. Al final pude dormir y soñé con una casa enorme llena de la gente que conozco. Hacíamos dos equipos para jugar en el interior y yo me quedaba sentada en un sillón mirando por la ventana sabiendo que nadie me había elegido a mí. Tranquila y feliz de tenerles a todes allí.

26 de marzo de 2020 Anoche vi un vídeo en directo en el que una persona hablaba también de la infancia y la violencia. Se me ocurrió pensar que hay que trozos de nosotras que es-

tán en las demás, que son sin ti pero que a la vez eres tú. Poco después mi imaginación recreaba un espejo roto que alguien había lanzado contra la pared en el que me miraba descalza. Me podía ver a trozos, pero no todo mi 1066

cuerpo porque los cristales más pequeños se me estaban clavando en los dedos de los pies. En realidad, lo que hay entre cada pedazo no va a rellenarse nunca, siempre hay que buscar más para conocer toda la profundidad de algo. La intimidad es política pero ya dada la vuelta. Me he levantado feliz, convencida de que iba a sobrevivir a pesar de haber dormido mal, el cuerpo ha tirado de mí. En la oscuridad no dejo de hurgar en todas partes y sé de mucha gente a la que le está costando abandonarse a ella. A lo mejor es que estamos esperando a que haya otra ventana u otro lugar que abrir que pasa desapercibido si lo baña la luz del sol. Luego mi ánimo ha ido decayendo porque he visto, he leído, he hablado... Ya los cadáveres se nos van aproximando. La guardia civil ha encontrado personas conviviendo con los fallecidos en residencias privadas. Nos avisaron de que esto iba a llegar. Yo me he acordado de Bobok (a Dostoievski le tengo ya desterrado por pesado, pero hay trozos de su mundo que me siguen acompañando). Lo que sigue existiendo después de dejar de respirar, vivir ya muerto por un tiempo indefinido. La dualidad es una ilusión, hay una tercera cosa siempre, incluso entre la vida y la muerte. La presencia de un cadáver tiene un significado en nuestra manera de es1067

tar presente. El cadáver sigue existiendo al igual que sigue existiendo el pasado al igual que los muertos que están ahora naciendo seguirán viviendo y muriendo en las personas de las que estamos ahora presenciando su último aliento. Y yo sigo feliz y sigo en pánico. Salgo a aplaudir tímidamente desde la pequeña ventana de la cocina que da a casas que viven más cerca de la montaña. Escucho como pequeñas voces que casi no puedo ver. Hay muchas ventanas apagadas, mucho que no sé, mucho que no puedo alcanzar. Al final dejo que la noche recupere su silencio y en la ventana me quedo respirando fuerte el viento que viene de los árboles. El silencio que viene de las piedras y de los árboles apaga la respuesta que no ha acabado de definirse. La incertidumbre también es una forma de sostenerse.

27 de marzo de 2020 Desde mi habitación hay una puerta blanca que abre

el balcón que da a los tejados de las demás y al cielo. Ahora es de noche y no quiero dar la luz porque entonces dejo de poder mirar las estrellas. Con la linterna dada, justo el día después de escribir sobre los agujeros, 1068

me reflejo en el cristal de la puerta, en el espejo de cuerpo entero que hay delante y en el reflejo del espejo que hay en la puerta del balcón. Es la primera vez que se abre este espacio dentro de mi habitación. Es como si estuviera redescubriendo ese animal inerte que es esta casa. Nueva para mí, pero vieja y deforme; bella y pobre, calmada a pesar de toda la vida que lleva detrás. Si no albergara tanto silencio en ella no nos llevaríamos bien. ¿Qué pasa si me la arrebatan? El miedo me llega cada vez con la soledad de cuando no quiero acompañarme. Hoy se me han hecho las cuerdas de los instrumentos afiladas y las conversaciones difíciles. Se me ha roto una taza blanca en la que pone Pausa, era mi taza de tocar el piano. Y he gritado, no sé por qué he gritado. La soledad llega cuando me marcho. Y no he podido hacer mucho más porque, aunque me acaricien otras palabras o dedos diferentes, yo ya me he ido corriendo. Hay un árbol enfrente de la ventana del salón que lleva pálido ya tiempo con un montón de ramas que

acaban en manos ahuesadas que intentan alcanzar algo de la luz del sol. Por debajo a veces pasa el coche de la policía que no me acostumbro a ver, rodeando una 1069

y otra vez todas nuestras puertas. Las infinitas puertas del aislamiento interno. Hay miedos primitivos que se cruzan con los miedos que llegan ahora y así la charca es según para quién más o menos profunda. ¿Y si cada une de nosotres se marcha de sí misme y el pueblo se queda abarrotado de fantasmas? La gente está gritando en nuestro alrededor y une niñe llora. Yo tengo a mi lado la estufa, los perros, el espejo, la linterna y la oscuridad. Y B. leyendo en la cama. Todavía no he vuelto, pero estoy pensando que puede que, cuando me marche, en el viaje me encuentre con otros espíritus con los que me quedo dando y recibiendo consuelo. Yo solo sé que vuelvo de repente, con una nueva seguridad, como si guardase un secreto. Sería bonito que así sucediese y algo de eso debe haber. Al fin y al cabo, en la lejanía quienes somos más afortunades sentimos que hay personas que siguen alcanzando nuestro lugar. Pero entonces hay que aceptar que hay otros fantasmas que se mueren sin que nadie haya podido alcanzarles. Eso es tan terrorífico que ahora quiero la luz, pero acabo de oír a mis vecinos comenzar a rezar y todavía no he podido darle al interruptor.

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28 de marzo El día ha pasado deprisa como me pasan ahora las palabras que quiero decir. Hoy he nombrado en una conversación el aloe vera que maté de no sé qué, porque no sé qué hago yo con las plantas. En realidad, llevo días mirándolo cuando levanto la persiana del balcón. No quiero tirarlo, me curó una vez una herida en la pierna que me hice con aceite hirviendo. Lo he regado un par de veces sin esperar nada a cambio. Hoy he visto a parte de mi gente ocultar sus grises entre silencios y luego relajarse en una risa descontrolada. Nunca sabes hacia dónde se pueden torcer las cosas, pero me parece que la risa regala tiempo, de ese que va volando. Luego he vuelto a la habitación y he visto a B. hecha un ovillo, triste. He vuelto cuando ella me ha dejado pasar. Que sea un lugar de las dos significa que también es suyo. Su tristeza no era concreta así que solo podía ofrecer paciencia y destreza a la hora de deshacer los nudos de sus pensamientos. La paciencia regala tiempo también, el tiempo que el hilo utiliza para volver al cauce de la aguja. Y así estuvimos cosiendo el resto de la tarde.

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Hoy no sé si hice todo lo que quería hacer o cuánto significó en otras vivencias lo que dije. Pero lo intenté. Para mí las personas con las que he hablado hoy han ido pasando por mi ovillo de manera dulce. Tengo que volver a aprender a hacerme mi ropa, quiero tener siempre algo con que poder abrigar.

29 de marzo Dicen que las muertes van a menos. Hoy voy recorriendo con el dedo los afectos como si fueran un mapa. Uno muy antiguo y suave, viendo dónde duele, dónde no pasar y dónde están los lugares en los que parar. Todo en orden en el silencio de la tarde. Y aun así en cada paso que he ido dando han resonado otros zapatos; los que enferman, los que gritan, los que van a trabajar, los zapatos que me han ido dejando las espaldas cubiertas. Y yo les digo, calla, calla. Nada puedo hacer, ni siquiera sentirlo todo. Lo escribo en mi cuaderno y leo otros lugares con más pasos en un libro azul en el que me entrego.

Haz como si todo lo que haces fuera a convertirse en ley universal. Cuánta mala fe. Decía Zambrano que no hay que dejarse engañar por la luz que llega de la 1072

luna. Pues a mí me parece que el que nos engaña es el sol; toda la luz que nos llega se refleja en nuestros ojos, por lo que no hay nada tan grande que llegue a todas partes sin ninguna discontinuidad. Prefiero seguir mirando los reflejos en el agua que decir sin atisbo de duda que lo que estamos presenciando ahora provocará la liberación del sistema que nos aplasta. Sobre todo, porque rara vez aplasta de manera contundente al que pronuncia estas palabras. El murmullo calla y grita y muere y resucita. En esa representación lo único que puedo ser es un accidente. Y besar lo que tengo que besar, y ser muralla y puente, pero de luna de media noche. Ahora que no puedo salir, de luna menguante, quizá. Y daré lo que tenga que dar, pero también me tengo que cuidar de quién va a darme a mí también. 30 de marzo Está nevando, lento y cálido. Si un copo baja despacio, abre su calor a nuestros ojos desde dentro. Aunque aquí hace frío y no hay fuego. Tenemos un calefactor que vamos moviendo por el salón y siempre está rodeado de animales. Ahora estamos aquí todos juntos, yo escribiendo y los animales dormitando. 1073

Me he despertado como si fuera niebla que aparta, mirando de cerca a la gente que tengo lejos con la que llevo a rastras asuntos sin terminar. He empezado el día regañándoles desde la cama por desaparecer a media partida como cuando Alicia Liddle regañaba a sus gatos. Y luego me he sentido niebla otra vez, aceptando desde la distancia la seriedad de las cosas de las que desaparezco. Y entonces un beso, una tostada, una ducha y un té. Mis vecinas, cuando cae la noche, abren más las ventanas y dan la luz. Ayer desde mi cama vi todos los botes de colores blancos medio llenos que alguien del edificio de enfrente guarda encima de una cómoda. Antes de dar la luz eran anodinos, pero ya no, pertenecen a alguien que ha dado la luz y ha abierto una ventana. Y eso ha dejado un espacio en silencio que se queda abierto, alentador, como si pudiéramos acercarnos. Por la mañana he querido limpiarlo todo bien, pero siempre me queda algo. Siguen diciendo que los muertos van a menos, pero a mí se me siguen acercando. Ya no soy niebla; como he hecho un ritual de limpieza ahora puedo ser el eco de la nieve que llama y que llega allá a lo lejos, hasta la próxima tempestad. 1074

31 de marzo Me duele la cabeza y ando como tonta por la casa. Quiero recibir amor, cualquier clase de amor, como una niña mimada. Qué bonito sentir que la entienden a una por triplicado, me ha dicho una amiga. Hoy ha sido bonito verme en otras cosas y en lugares inexplorados, y entenderlos. Luego he escuchado a alguien hablar con tanto de dentro que ha resonado en mí. Y así voy, dando tumbos entre comportarme como una niña pequeña y comportarme como una niña grande, u otra cosa. La nieve se deshace, todo lo que he recibido se evade transformándose en una sonrisa somnolienta. ¿Quiénes seremos allí donde no podemos llegar? ¿Quiénes hemos dejado de ser allí donde nos hemos separado de los demás? Si mi conciencia es solo una ilusión me gustaría atravesar el espejo tanto como me sea posible sin hacerme demasiado daño. Pero esta noche no he salido a la ventana. Me duele

la cabeza.

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05 de abril Hoy me he pasado toda la mañana tocando el violín hasta sentir que mis dos brazos hablaban entre sí en el oleaje del arco. Siento que estoy domando alguna bestia. Solo es madera, pero poco a poco va cayendo entre mis brazos y me deja hacer lo que quiero yo como si lo hubiéramos hecho siempre. Luego he hecho torrijas y me he acordado de mi abuela. No me acuerdo de la primera vez que me hice el moño bajo, aunque sé que ha sido ahora durante la cuarentena. Mi abuela todas las mañanas y todas las noches se hace un moño casi a la altura de la nuca, se cepilla el pelo y se pone las horquillas. Ahora lo llevo yo también un buen rato antes de soltármelo, a veces durante todo el día. No es tan elaborado ni lleva nada de metal, pero llevo su moño y escucho dentro de mi pecho su risa entrecortada y su voz áspera. Mientras cocino el pan duro la veo caminar a mi lado con su cojera y arreglarse y cocinar ella también. Hay parte de mí en ella. Como ella de joven, yo también tengo el pelo muy largo y, como ella ahora, yo también puedo quedarme ciega ya de mayor. Hay algo de mí que me zumba por dentro. ¿Cómo será la oscuridad de la mujer en la que he decidido mirarme? 1076

El tiempo pasa como una gota en el fregadero y a veces se derrama muy deprisa. Cuando hablo con ella siento que me enseña a hacer un cuenco con las manos para recoger el agua que va a ser la vida que puedo vivir a su lado. Estos días quiero llevar algo de mí que venga de esa parte. Por si al volver a salir se me ha olvidado andar y puedo al tropezarme dejarla hacer lo que no la dejaron hacer hace muchos años: cuidarme.

06 de abril Salgo a mirar el tejado de nuevo y el cielo que hoy no se mueve. Hay nubes con el sol entreverado quietas como un cuadro y como yo; chimeneas que sobresalen del tejado. De repente sale un pájaro volando. La quietud la llevo sobre los hombros, pero he visto el pájaro volando en el negro de mis ojos. He escrito sobre todos los espejos, pero no me había parado a mirarme en el espejo de mi baño, nunca me ha gustado mirarme en el espejo de mi baño. Hasta ahora. De todo lo que pensaba que me iba a encontrar en el encierro, nada de eso auguraba que me iba a aparecer en una nueva imagen, que me iba a reconocer, por primera vez, sin mirar en otra parte. 1077

Ha sucedido sin dejarme tiempo para acogerlo antes de suceder, como suceden todas las cosas. Nuestro universo nos aleja siempre de lo que no es vacío. Hay personas que nunca estuvieron, momentos que nunca pasan y cosas que nunca llegarán, y en el medio estamos nosotres como estatuas aconteciendo algo. No hay nada nuevo bajo el sol salvo un cielo quieto y un universo en expansión del que de momento no quiero hablar.

09 de abril El silencio más seco, el que no viene de ninguna voz, ha comenzado a invadir a la gente. Los pájaros ya no están y la vida antes de esto se nos está desdibujando, ahora no se deja ver sin parar un pequeño instante para convocarla. Hoy hemos ordenado el armario de donde salen tantas cosas viejas como yo, como la que he sido yo durante tanto tiempo. El olor de la ropa liberada me dice cosas

de vidas ya pasadas. No era solo lo que llevaba sobre mi cuerpo, sino también lo que acompañaba a mi inocencia y con ella iba muriendo un pedacito al colocarla en un cajón. Y siento que llevo recorriendo este camino de 1078

ropa usada mucho más tiempo del que llevo viviendo mi cuerpo. El polvo ha ido desapareciendo de todos los rincones. No hay tristeza por la inocencia. Ahora quiero ordenarlo todo para poder acoger el desorden que venga después y bailar con él en calma. La casa blanca que nos guarda una vez apareció en mi imaginación antes de conocerla y ahora es como un barco inmerso en el océano. Mi casa blanca que han abandonado los pájaros. Hemos naufragado, pero seguimos navegando, eso es lo extraño. No sé dónde poner todo lo que echo en falta, no tengo sitio en el armario y no tengo mesilla de noche. Lo que no sé, entre tanta caja y tanto desastre, es cómo he hecho yo para encontrar tierra firme en el espejo del baño. La incertidumbre ahora es la intimidad que nos ocupa, eso que sentimos a la vez de manera común y propia pero silenciosa.

11 de abril Ayer dibujé con palabras en voz alta mi experiencia con el espejo del baño. Me daba vértigo. Hoy he dormi1079

do profundamente. Los pájaros han vuelto. He salido por la mañana canturreando con los perros y he acariciado con suavidad la mano de B. a la luz del atardecer. La vida es eso que pasa en un instante lleno de luz. Una pequeña cosa detrás de otra que luego guardas como perlas de un rosario para volverlas a tocar. He dejado que pasen todos los fantasmas a mi habitación y he dejado que mi voz resonase por todos los rincones. Mi voz, no la de otra persona. Presiento que ha terminado la oscuridad aquí y ahora y que se va marchando a otros lugares a los que habrá que mandar señales de que estuvimos aquí y hasta que vuelva haremos guardia para seguir mirando a las estrellas desde el balcón. Yo quise empezar buscando protección en el afuera de las cosas. Ahora ya no le tengo miedo a nada. Desde aquí dejo estas últimas palabras de la mujer que he dejado de ser, la que ha superado su temor y me ha ayudado en este camino al querer escuchar un renacer en todas partes.

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Tania Islas Weinstein nació en Ciudad de México, México, en 1984, y pasó su confinamiento en Corral del Risco, México

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Entre el paraíso y la pandemia: inicio de un diario de encierro

Fase 0. Periodo interpandémico. Se reporta la aparición y los primeros casos de un virus en una región. Empieza la transmisión dentro de un país y los primeros reportes en el extranjero. Antes de que todo esto comenzara, mi rutina diaria era siempre la misma. Me levantaba con el despertador a eso de las siete y media de la mañana, tendía la cama (o no) y, los días menos fríos, abría una o dos ventanas para cambiar de aires. Ya en la cocina, prendía el noticiero de la mañana, calentaba agua para café y lavaba los platos acumulados del día anterior. Ahora que lo pienso, empezar mis días limpiando trastes al compás de las noticias siempre desgarradoras y del olor de café recién hecho era un ritual un tanto perverso, lleno de contradicciones, de tragedias mundiales y placeres mundanos.

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A esto le seguía el trabajo remunerado. Sentada frente a la computadora, escribía dos o tres horas. Me levantaba solo para preparar algo rápido de comer, quizás un sándwich con crema de cacahuate o un licuado de plátano y fresas congeladas importadas del sur. Los días que daba clase, frenaba la escritura antes de tiempo y me dedicaba, en vez, a leer los textos asignados. Tomaba tantas notas que nunca me alcanzaba el tiempo de compartirlas todas con los alumnos y se quedaban entonces apiladas en mi computadora, fósiles de pensamientos jamás comunicados.

Así pasaba mis días en aquella ciudad que siempre me fue ajena. No solo no llevaba mucho tiempo de haber llegado, sino que, a los pocos meses de haberlo hecho, me enteré de que, al final de la primavera, me marcharía a una nueva ciudad. Desde que llegué me estaba yendo ya y la pereza de conocer gente y el miedo a enamorarme, otra vez, de alguien que está pero solo un ratito, llevaron a que los meses que pasé ahí fueran los más solitarios de mi vida. Las llamadas de teléfono y las sesiones por Skype y WhatsApp eran parte de mí, pero había días en que no hablaba con nadie y anhelaba con ansias el momento de escaparme, aunque fuera solo un par de días para rencontrarme con los míos, esparcidos por todo el mundo. 1083

Fase 1. La Organización Mundial de la Salud decreta el inicio de la pandemia. Cada país decreta sus primeros casos por importación. Se promueven las medidas de prevención básicas. Mi última mañana en aquella ciudad, salí corriendo de casa. El taxista, impaciente, prendía y apagaba sus faros, pues era demasiado temprano para tocar el claxon. El sol aún no aparecía. Mi última mañana fue, por tanto, todavía de noche. Dejé el vaso de agua a medias tomar y la tetera lista para hervir. La cama deshecha. La ropa sucia apilada en una esquina. «Lavo todo cuando regrese», me prometí en silencio antes de apagar las luces y salir de casa. Dejé todo como si volviera pronto, como si volviera punto.

Y es que salí tan a prisa que ni tiempo me dio de tirar la basura. Con suerte le hice un nudo gordo a la bolsa de plástico con la espera de que el olor de la cáscara de plátano combinada con el resto del arroz de días, se contuviera ahí hasta mi regreso.

Olvidé, incluso, los aretes azulados que A me había obsequiado apenas unos días antes, mi último regalo pre-pandemia. La noche anterior a mi partida, recuer1084

do haberlos colocado con mucho cuidado sobre la mesa verde junto a la puerta de la entrada, pensando que así, sin duda, recordaría llevarlos conmigo. Incluso me visualicé poniéndomelos en el taxi rumbo al aeropuerto. Hoy, casi cuarenta días después, me pregunto cuánto tiempo tardan los hoyitos de las orejas en cerrarse. Pero aunque salí tan de prisa como queriéndome escapar de lo que estaba por venir, lo cierto es que las señales de lo que se venía eran todavía lejanas y confusas. Por tanto, si me escapé (al menos por ahora) fue por pura coincidencia. La noche anterior a mi partida, todavía fui al gimnasio en donde corrí, como siempre, media hora, como siempre, en la tercera caminadora, la que está pegada al ventanal. Por lo mismo era mi favorita, pues desde ahí podía ver la calle y, con suerte, a la gente que pasa desapercibida sin saber que del otro lado de la ventana hay alguien que corre, que suda y que los mira.

El gimnasio se encuentra en el centro de la ciudad, escondido entre el mar de rascacielos donde vive la mayoría de los sin casa. En esa ciudad dizque rica pero tan pobre, son tantos los sin casa que hay momentos en que, junto con los policías que andan siempre merodeando, parecen ser los únicos habitantes de la ciudad. Las escenas que protagonizan y que, en un principio cuando 1085

recién llegué a esa ciudad, me impresionaban, me dolían y me quitaban el sueño –los drogadictos inyectarse no sé qué a plena luz del día o las camas improvisadas en la acera, perfectamente tendidas, pulcras y hermosas– con el tiempo, me empezaron a dar igual. Fue como si me hubiera salido un callo ocular y las tragedias que veía en las calles pasaban a ser simplemente eso, una rutina. Aquella última noche, después de correr y de no ver a nadie pasear por la calle, me metí al vapor que para entonces se había vuelto mi refugio predilecto. Podía pasar mucho tiempo en ese cubo de color miel, completamente sola, recostada sobre la toalla que se humedecía lentamente, empezando siempre desde el centro. Con los ojos cerrados escuchaba las gotitas de agua y de sudor rebotar sobre el piso, tic toc tic toc tic toc, seguido, cada cinco minutos más o menos, por el ruido estrepitoso que hace el chorro de vapor al ser expulsado de la maquinita que vive en la esquina del cuarto, pshpshpshpsh. Por más desagradable que fuera ese sonido, sabía que era lo único que evitaba que me quedara dormida.

Recuerdo que esa última noche, acostada ahí en el cuarto de vapor –sola como siempre, desnuda y empapada– pensé en el virus. Ya se hablaba de este en las noticias, pero todavía como algo lejano, algo que llegaría, tal vez, algún día, quizás, pronto, podría ser, de alguna forma. 1086

Ahí recostada y bañada en sudor, se me ocurrió la posibilidad de que al regresar de mi viaje al que partiría la mañana siguiente, podría encontrarme con el cuarto de vapor cerrado hasta nuevo aviso. Al fin y al cabo, ese cuarto parecía ser el lugar perfecto de contagio: pequeño, encerrado y húmedo. Si el virus se transmite a través de las gotitas de saliva que salen de la boca de la gente cuando tose y estornuda, la posibilidad de que pudiera transmitirse, también, a través de las gotitas de sudor que expulsamos del cuerpo me pareció –y que conste que no sé nada de virus– lo suficientemente plausible como para poder contemplar unos minutos esa idea: alguien infectado entra al cuarto de vapor, las gotitas de sudor llenas de virus se evaporan hasta llegar al techo de donde cuelgan como murciélagos dormidos hasta que se acumulan y pesan tanto que caen de nuevo sobre el cuerpo del siguiente extraño que osó entrar a ese cuarto.

Ahora, a más de un mes de aquello, me doy cuenta de que fue ahí, a solas en el vapor, cuando más cerca llegué a imaginar la posibilidad de que las cosas cambiarían. Pero incluso en aquel momento en que mi imaginación se aventuró, se quedó aún muy lejos de lo que vendría. No se me ocurrió la posibilidad de que cerraran las fronteras, ni de los despidos masivos, ni de las muertes 1087

en millares que ocurrirían en cada rincón del mundo, ni tampoco del fin de los abrazos y de los besos.

En realidad, jamás se me ocurrió que todo, todo cambiaría. Yo, que me dedico a investigar y a escribir sobre el mundo y sus tragedias y que tantas veces he imaginado no solo un mundo muy distinto sino el mismísimo fin del mundo (es por ello que no como animales y que me aterra mi deseo creciente de tener hijos), a unos días de que todo cambiara para siempre, lo único que logré imaginar fue que cerrarían los cuartos de vapor.

Quizá fue esa idea la que me llevó a quedarme ahí, en ese cuarto húmedo, un buen rato más del que acostumbro. Salí, pues, del gimnasio más deshidratada de lo normal y de camino a casa no pude contener la sed y pasé al supermercado a comprar una de esas bebidas de colores fosforescentes con electrolitos.

Fue así como el supermercado se convirtió en el penúltimo lugar «público» que pisé antes de salir de los Estados Unidos (el antepenúltimo fue el gimnasio y el último fue el aeropuerto). Todo ahí, aquella última noche, estaba como siempre: los anaqueles repletos, la luz fluorescente que apabulla, la gente como zombie e indiferente a todos los demás. Nadie usaba máscaras. Nada escaseaba todavía… excepto, claro está, la idea de que todo, todo cambiaría. 1088

Empaqué una crema bronceadora (pero no gel desinfectante) y un sombrero (pero no un cubre bocas) y al día siguiente tomé dos aviones y un coche, y llegué al pueblo sobre la playa, frente al Océano Pacífico, lejos de todo. Venía a pasar cinco días de vacaciones. Hoy, a cinco semanas de aquello, me encuentro, todavía, aquí.

Llegué sola pero acompañada: en el pueblo me encontré con mi pareja ( J), a quien veo menos de lo que me gustaría, pues nuestros trabajos nos obligan a vivir en ciudades diferentes. No siempre fue así, pero desde hace ya casi tres años hemos vivido a la distancia, de lejos y alejados. Nos prometemos ante todo (e incluso, a ratos, en contra de nosotros mismos) que todo entre nosotros sigue igual, que nada ha cambiado, que tanto el deseo, como el deseo del deseo siguen ahí como cuando la distancia no era la que es ahora. Pero al mismo tiempo de que nos prometemos que nada ha cambiado, también nos prometemos –y quizá ahí está la paradoja– que todo, todo va a cambiar: que ya muy pronto volveremos a pagar solo una renta, venderemos el segundo conjunto de muebles y dejaremos de gastar en boletos de avión. Lo cierto es que el amor (que tampoco ya no sé muy bien qué es pero que sé que sea lo que sea existe entre nosotros) nos ha transformado en un par de optimistas 1089

crueles (¿o en los crueles optimistas?): nos hemos entregado (engañado) a la tarea de trabajar, cada día, un tantito más fuerte y un tantito más rápido pues solo así lograremos (según) estar juntos nuevamente.

¿Quién hubiera pensado que sería no el trabajo, ni un milagro, ni la mismísima lotería, sino una pandemia (y en particular aquella que ha alejado a todos de todos los demás) la que nos permitiría acercarnos nuevamente, volver a conocernos, desearnos, enamorarnos?

Planeamos el viaje a la playa hace ya varios meses. Los boletos no eran baratos pero podíamos costearlos y el gasto valdría la pena. Era una oportunidad de alejarnos de todo: del invierno, del trabajo, de los plazos y las plazas, pero también de los amigos y la familia a quienes siempre procuramos visitar en vacaciones. Pero, además y especialmente, era una oportunidad para alejarnos de la soledad. Cinco días juntos en el paraíso. Una fantasía escapista (¿o es esto un pleonasmo?). Una fantasía imposible (¿otro pleonasmo?). Una fantasía que podría ser realidad, pero solo por ser breve: cinco días lejos del mundo, cinco días sin presiones y sin prisas, cinco días lejos de todo menos de nosotros mismos (y juntos, además).

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La habitación en la que me encuentro ahora mismo escribiendo esto, la alquilamos por Internet. Es una habitación, digamos, bastante grande que contiene en ella todo lo que hace falta: una cocineta, un refrigerador, un lavabo, un escusado y una regadera que funciona a medias y solo cuando le da la gana.

Cada pared es de un color distinto: rosa mexicano, azul cielo, verde pistache y amarillo canario. Hay un sin fin de óleos que cuelgan en las paredes. Todos son bastante feos: bodegones con gatos y flores, creados por algún novato, fechados de hace veinte años y, por tanto, corroídos ya por el tiempo. Las primeras semanas contemplé seriamente la posibilidad de quitar los cuadros y apilarlos en una esquina de la habitación para no tener que verlos más. Pero con el tiempo me he ido acostumbrando a ellos y, debo confesar, ahora hasta me gustan un poco. Mi favorito es el del florero con claveles que cuelga a un costado de la cama, del lado en que yo duermo. Creo que en realidad solo me gusta porque me recuerda a mi abuela, a quien seguro le gustaría muchísimo. No sé muy bien por qué, pero estos días la recuerdo mucho. La extraño profundamente como hacía tiempo que no. Cuánto me gustaría tenerla cerca y platicar con ella y jugar a las cartas. Pero luego recuerdo lo que sucede y 1091

me tranquiliza un poco saber que su cuerpo ya no está y que, por tanto, del virus no se va a morir.

Regreso con J, con quien, como les contaba, venía a pasar solo unos días. Pero aquí seguimos. Y es que todo sucedió tan rápido: el cierre de fronteras, los despidos masivos, las muertes en millares por el todo el mundo. Y yo aquí, en el paraíso, con la persona que amo, abrazándole y besándole como nunca puedo hacerlo, sin prisas, sin la angustia de que esta noche se marcha de regreso a su vida, lejos de la mía.

Mientras todos se alejan de los suyos, yo me acerco al mío. El mundo está al revés. Y mi mundo dentro del mundo también lo está. Y es que además de estar menos sola, me encuentro menos encerrada. No debiera entonces estar escribiendo un diario sobre el encierro, pero da igual.

Fase 2. Inician las transmisiones locales. Aumento rápido de casos y decesos. Se intensifican las medidas de prevención como Susana Distancia, la cuarentena y la suspensión de eventos masivos. Paso la mayor parte de mis días al aire libre, descalza, 1092

desnuda (o casi), con el cabello cada día más largo y más salvaje de lo que acostumbro normalmente. Los nudos se vuelven rastas, se vuelven recuerdos y promesas. Aún no las corto, pero si decido hacerlo no sería la primera vez.

De la pandemia me entero únicamente a través de las noticias, de las conversaciones por teléfono y de los correos que me envía la institución de vez en vez. Hasta ahora (y, créanme, sé que esto apenas comienza) he vivido la pandemia como si fuera una novela, pero en vez de leerla me la cuentan mis amigos y familiares y, en vez de estar mediada por el papel y la voz de un narrador que no conozco, está mediada por auriculares y pantallas, narrada por la gente que más quiero y en quien más confío. Y es que yo, con mis propios ojos, (aún) no he visto nada.

La pandemia es, por definición, mundial. Pero también es desarticulada y desfasada. Sucede en todos lados, pero en algunos sitios sucede primero y en otros después. Pareciera incluso que en ciertos lugares se ha retrasado, aunque claro que la palabra retraso implica que solo existe una única lógica temporal o un solo camino a seguir y, si algo está claro, es que este camino es todo menos claro y es, en realidad, muchos caminos. 1093

La gente se contagia, el virus se esparce. La experiencia de la epidemia es, por tanto, siempre distinta pero siempre igual. El tiempo funciona, pues, de manera extraña: no es lineal como nos lo han hecho creer durante tanto tiempo. Se mueve para adelante pero luego regresa y comienza de nuevo, primero allá, luego más acá, luego en otro sitio. Hay veces en que lo que sucedió allá se repite acá, casi de manera idéntica y, por tanto, siempre de manera ominosa: es que aquí no pasa nada hasta que pasa.

Hablo seguido por teléfono con conocidos que viven en aquellos continentes en los cuales les tocó antes que a los demás empezar el confinamiento. Y lo chistoso es que me cuentan anécdotas e historias (nada chistosas, por cierto) que, semanas más tarde, otros conocidos que viven más cerca o aún más lejos que los primeros me repiten casi palabra por palabra. «Aquí todavía salimos a trabajar». «Aquí salimos únicamente a caminar al parque». «Aquí ya no salimos ni a la esquina». «Aquí todavía salimos a trabajar». «Aquí nadie se ha enfermado». «Aquí todos comienzan a enfermarse». «Aquí hay mucho lugar en los hospitales». «Aquí ya están saturados y escasea el equipo médico». «Aquí todavía salimos a trabajar». «Aquí todos comienzan a enfermarse». «Aquí los cementerios ya no alcanzan». 1094

Las mismas historias, los mismos consejos, las mismas frases, las mismas canciones, los mismos chistes y los mismos memes (en diferentes lenguajes para que se entiendan). El mundo para atrás. Recuerdos del porvenir. Memorias del futuro. Mundos paralelos en el mismo mundo.

Pero aquí en el paraíso, en cambio (por lo menos por ahora), el tiempo es como si no existiera, como si la pandemia que ha llegado ya a todos los rincones del mundo aquí no hubiera llegado nunca (todavía). Aquí, en el paraíso (y cuando digo paraíso me refiero a un pedacito microscópico del mundo), casi no vive nadie y los que viven, vivimos (pues por ahora me incluyo yo también en esta categoría), lo hacemos como si viviéramos fuera del tiempo y del espacio, en un mundo que no le corresponde al mundo. Quizá si el temor de la pandemia hubiera comenzado a mitad de la vacación de Semana Santa, en medio de la temporada alta y cuando no hubiera quedado más remedio que correr a todos los turistas, quizá entonces se habría sentido el cambio. De repente el pueblo turístico se vacía. Pero nosotros llegamos antes de que comenzara la temporada alta. Se podría decir que el pueblo hiberna1095

ba todavía. Todo estaba listo para recibir a las manadas de turistas que estaban a punto de llegar. Pero nunca llegaron. Nosotros fuimos los primeros. Y los últimos. Y los únicos. Las playas de por aquí están desiertas. No hay más que pájaros tantos y tan diversos, unos vuelan alto y sin rumbo, solo se divierten, contemplando el mundo allá abajo. También hay gallinas y sus pollos, los perros playeros y los gatos de siempre, hay lagartos, hormigas, abejas, arañas y los moscos que no se cansan de mí y que me dejan cicatrices permanentes, las marcas de tiempo, el calendario en mi piel.

Y estando aquí, lejos de todo, en un paraíso con J, siento paz y alivio, libertad y alegría. Pero también, y al mismo tiempo y por lo mismo, y de maneras que no logro separar de aquellos otros sentimientos, siento terror y angustia, enojo y una tristeza muy profunda. Me siento confundida. Es difícil, pues, elegir un solo sentimiento que describa mi experiencia. Quizá más que confusión sea la culpa la que se aproxime un poco, pues mezcla lo bueno con lo malo. La culpa es un sentimiento confuso y confundido y que confunde a quien lo siente.

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Aquí, en medio de la pandemia pero tan lejos de ella (todavía), siento a ratos la culpa de estar aquí, lejos del mundo, lejos de todo (¿o siempre ha sido así?). Culpa de estar acompañada de la persona que amo. Culpa de tener a quién amar. Culpa de que una institución que sobrevive la pandemia me pague por leer y escribir. Culpa de que mi trabajo no sea esencial y que, además, lo pueda hacer desde casa. Culpa de no hacer nada por los demás en estos momentos (¿o siempre ha sido así?). Culpa de pertenecer a una clase social tan acomodada que la mayoría de mi gente ha podido permanecer en casa. Culpa de estar viva, de sobrevivir. Culpa de sentir culpa y de escribir sobre ella. Mi encierro (hasta ahora) es poco dramático. Mi encierro es saber que dejé todo allá como si estuviera a punto de volver. Mi encierro es saber que el mundo alrededor se deshace a pedacitos y que mi mundo este, el paraíso, se encoge un poquito cada día.

Fase 3. Termina la ola pandémica en el epicentro de la misma pero otros países se ven afectadas por la transmisión del virus. Los casos de defunción alcanzan su punto máximo. Cada país puede implementar las medidas necesarias 1097

para evitar más contagios como: cuarentena, toque de queda, entre otros. El pueblo donde estamos está dividido en dos: uno rico y uno pobre. La línea que divide un lado del otro es invisible pero existe. Si habría que elegir un marcador, sería una pequeña calle de unos veinte metros a lo mucho donde se encuentran un puñado de restaurantes y tiendas, todos cerrados ya. La calle, de las pocas que está pavimentada por aquí, está enmarcada por una serie de jardineras con un pasto perfecto. Cada mañana, un muchacho flaco y con audífonos, y quien, sin duda, está profundamente enamorado, las riega con muchísimo cuidado (y es que hay días en que se tarda hasta cuatro o cinco horas en regar el tramito) como si el césped en vez de césped fuera su enamorado.

Del lado rico del pueblo se encuentra el campo de golf, una serie de condominios y un hotel enorme de esos que hay en todo el mundo y que continúan esparciéndose como virus: siempre diferentes, pero siempre iguales. Ahí viven los extranjeros, en su mayoría ya retirados, quienes pueden pagar los precios exorbitantes que cuesta vivir en el paraíso. Todo esto me lo imagino, pues esta parte del pueblo está bardeada y tiene guardias patrullando las entradas, así que no he podido ni asomarme. 1098

Del lado pobre viven todos los demás. Los que son de ahí y que siempre lo han sido. Las familias con las abuelas sentadas en las sillas de plástico medio rotas, tomando el fresco fuera de sus casas pintadas de colores corroídos y con propaganda política de hace décadas ya desvanecida como las miles de promesas que el gobierno incumple año tras año. Los niños que corren sobre la tierra. Las hamacas que se mueven al ritmo del viento. La cantina-prostíbulo donde se juntan los borrachos a escuchar música norteña que suena en la rocola que vive a las afueras del recinto. La carnicería que sigue abierta, al igual que la peluquería y las muchas tiendas de abarrotes que son más de las que puede necesitar ese pueblo y cuya presencia explica, sin duda, la obesidad que crece día con día. Lo que ya cerró, según lo indica una cartulina de color naranja fosforescente afuera de la carnicería, fue la escuela y la iglesia con todo y sus clases de catecismo. El pueblo, pues, está dividido en dos partes: una con vida todavía, la otra quién sabe. Nosotros nos encontramos justo en medio, sin pertenecer bien a bien a ningún lado. Sin saber, tampoco, hacia qué lado movernos, o si quedarnos ahí o irnos lejos. ¿Pero a dónde?

Al fin y al cabo, nos encontramos ya en un país que, por lo menos para mí, según mi pasaporte, es mío. Mé1099

xico, un país que me queda ya muy lejos, pero quizá, más cerca que cualquier otro. Bien podríamos ir a la capital, en donde la familia y los amigos nos esperan, como siempre, con los brazos abiertos, pero, esta vez, también, nos esperan con la pregunta: «¿A qué se regresan?» Una pregunta que más que pregunta es afirmación. «Quédense ahí, si ahí están bien.» «Ay qué envidia, ya quisiéramos nosotros tener el mar tan cerquita.» «Aquí la vibra esta de locos, ni se acerquen.» «¡Mejor inviten, culeros!» Y sí, tienen razón, refugiarnos del virus en la ciudad más poblada del país es la peor idea del mundo. A Estados Unidos estoy a punto de no poder regresar, pues mi visa está a punto de vencer y renovarla se complica cada día más. Lo cierto es que ni lo he intentado pues las ganas de volver se me han quitado por completo. La gente ahí, en el imperio más imperio, ha comenzado a morirse como moscas.

Así, pues, sin tener ningún plan, dejándonos llevar (y quedar) por la pandemia, seguimos, aquí, en el paraíso, en donde los días transcurren como siempre, sin rutina y sin novedad. Bueno, casi. Una mañana como cualquier otra, llegaron los militares, enmascarados y enojados. Sin meter un pie en el agua, nos sacaron del mar. Desde la orilla, gritaban muy fuerte y agitaban sus bracitos. No logramos escuchar 1100

lo que decían, pero no hizo falta. Entendimos que nos querían fuera de ahí y obedecimos.

En las noticias, por otro lado, el presidente prometía que no se impondría un estado de emergencia, ni toque de queda y aseguró que ni el ejército, ni la policía reprimirían a nadie. Pero al presidente no había que creerle nunca y, además, las reglas en el paraíso no las dictaba el presidente sino el gobernador del Estado, un empresarillo que, según la página de Wikipedia, hasta el día en que fue electo, nunca antes había ocupado un cargo público. Era de esperarse, solo faltaba ver su foto: era de esos que usan medio bote de gel cada mañana para relamerse el pelo (y las culpas) y alguna corbata feísima que solo servía para distinguirse de los ciudadanos que (según) habían votado por él. «¿Por qué cerraron el mar?» le pregunté a un soldado en uniforme.

«Por el virus» respondió. «Se contagia por el agua. Lo dijeron en las noticias. No se las pierda, señorita, a las siete de la noche están informando.»

Estaba yo por contestarle algo – seguramente que cómo era posible que nos prohibieran meternos al mar mientras que todos en el pueblo andaban como si nada, abarrotados juntos en la plaza, comiendo cocos pelados 1101

y platicando como si el virus fuera cualquier cosa menos virus – cuando de pronto escuchamos unos gritos que venían de la calle con las jardineras. Los dos corrimos hacia allá.

Un perro había mordido a otro. El que atacó era uno de esos perros playeros que viven por todos lados y comen del basurero, de esos que tienen muchos nombres, pero no tienen dueño. Al que atacó, era un chihuahueño, mascota de un extranjero quien se había aventurado al lado pobre del pueblo. Cuando llegamos, apenas alcanzamos a ver al perro herido que aullaba bajito, arropado entre los brazos de su dueño, quien se alejaba rápidamente de la escena del crimen. Había ya cinco o seis personas que formaban un semicírculo, rodeando el charquito de sangre que se había acumulado sobre la acera. Se veían calmados y hacían un recuento de lo sucedido. Nadie usaba tapabocas, nadie mantenía la distancia dizque recomendada por las autoridades.

El soldado preguntó como afirmando, «Sí se enteraron ¿no?, que ayer otro perro mordió a un niño» «Ahí mero», respondió una muchacha que con un brazo sostenía a un bebé y con el otro apuntaba a la parada de camión donde por las mañanas y por las tardes 1102

se junta la gente a bienvenir y a despedir a los pocos que todavía llegan y salen del pueblo.

«El muy cabrón le dejó un trozo de pierna colgando», confirmó una señora canosa y arrugada y cuyas chancletas de plástico ya sin color como las que traen todas por ahí no voy a olvidar nunca. «¿No habrá sido el mismo perro?» preguntó el soldado.

«No, al de ayer sí lo agarraron», explicó la misma muchacha que antes había hablado, «El de hoy fue otro, se peló después de que lo pateó el señor. Luego aparece.»

Nos quedamos todos callados, contemplando el charquito de sangre que comenzaba ya a evaporarse con el calor intenso que emanaba de un sol que más que estar a millones de kilómetros, parecía estar ahí, junto a nosotros, derritiéndonos. Sudábamos a cántaros y en silencio, como si en vez de estar al aire libre, estuviéramos todos juntos metidos en un cuarto de vapor. «Los perros se están volviendo locos,» comentó, al fin, el muchacho flaco que riega las jardineras y que en algún momento se había acercado al grupo. Era la primera vez que lo veía sin los audífonos puestos y la primera vez que escuchaba su voz. «¿No será por ese virus?» preguntó. Nadie respondió. El soldado se encaminó de regreso 1103

al cuartel. Y yo, que siempre intento pasar desapercibida entre los locales (pero que nunca lo logro ni lo lograré, pues todo todo me delata) murmuré quedito un «con permiso» y regresé a la habitación rentada para contarle las nuevas a J. Habían pasado ya dos meses desde que llegamos al paraíso y era hora de marcharnos. *** Las fases 4 y 5 ni siquiera sé de qué van. Nos quedan lejos todavía, no se sabe si llegarán, tal vez, algún día, quizá, pronto, podría ser, de alguna forma.

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Verónica Hernández Pierna nació en Madrid, España, en 1990, y pasó su confinamiento en Salamanca, España

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Mamá es casa. Es hogar. No recuerdo bien cuándo empecé a ser consciente de lo que estaba pasando, pero mi tendencia a la sobreprotección y a la hipocondría me puso en alerta muy pronto. ¿Enero? ¿Febrero? Sí, quizá febrero. Algo estaba pasando al otro lado del mundo, en China, muy lejos de aquí. Qué inocente. Pero ya me sentía intranquila. Una epidemia, un virus nuevo, contagios, y muertos, muchos muertos. Cada día más. Vivo con mi pareja en Asturias y él, al contrario que yo, vive en un estado permanente de tranquilidad y serenidad que a veces me saca de quicio y a veces envidio. Depende del día. Recuerdo el día en que el Gobierno decidió decretar el estado de alarma. ¿Qué supone? Le pregunto a mi pareja, que estudió Derecho y prepara oposiciones a justicia. Me dice que, entre otras cosas, cortarán carreteras y, por lo tanto, la posibilidad de viajar. Pienso, como llevo haciendo todos estos días en mi madre, en su casa, en su soledad, en su aparente entereza ante esta adversidad, pero con un miedo atroz por dentro. Decido coger el 1106

primer billete de autobús a Salamanca. Sale en menos de seis horas y todavía tengo que hacer la maleta. Bien, dormiré cinco horas. Suficiente. Día siguiente, todavía no ha amanecido y el país todavía no ha entrado en un estado de alarma, pero ya se nota en el ambiente que algo ha cambiado, que algo nuevo está por llegar. Mi novio me acompaña a la estación, es de noche y, aunque estemos en alarma, las mujeres seguimos teniendo miedo. Eso, por desgracia, no cambia. Llevo conmigo una pequeña maleta. Un pantalón, una camiseta, un par de zapatos, y varios libros. Desconozco qué va a pasar, cuánto tiempo va a durar esto, qué voy a necesitar. Me despido de mi novio. No sabemos cuándo volveremos a vernos y eso se nota. Intentamos tranquilizarnos el uno al otro con la mirada. No decirnos nada que pueda hacer aflorar el miedo que llevamos por dentro. Pero sabemos que tenemos miedo. Mucho. Llego a Salamanca. Después de más de cinco horas en autobús. Veo las calles más vacías que nunca, y todavía no se ha decretado la obligatoriedad de permanecer en casa. Es todo tan irreal, tan de película. Esto no puede estar ocurriendo, ¿o sí? 1107

Llegar a casa, a mi casa, es el único alivio que encuentro después de varios días con los nervios a flor de piel. Allí todo sigue como siempre. Todo es normal. Es un refugio a mi inquietud. Allí está mamá. Todo lo demás no importa. Ese es el motivo: el miedo permanente a que mi madre se contagie. Mi máxima vital estos días. Y quizá desde siempre. Mi madre tiene sesenta y dos años. Sesenta y tres hará en agosto si todo va bien. Es población de riesgo. O no. Depende del medio de comunicación que consulte. Depende del artículo que lea. Cuando tenía ocho años (¿o eran nueve?) perdí a mi padre y a mi abuelo en menos de un mes. Complicaciones de salud que ahora no vienen al caso pero que supusieron un antes y un después en mi vida. Hasta entonces había vivido en Madrid, donde nací, con mis padres, y Salamanca era para mí la ciudad de mis abuelos, de mi familia, donde pasar el verano y las vacaciones de Navidad, de la familia, de los recuerdos, del tremendo frío en invierno y el agobiante calor en verano. Desde entonces sería mi ciudad. Todos los días, durante el resto de mi vida.

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La yaya, mi abuela materna, murió hace menos de dos años. Tenía noventa años y, desde la muerte de mi abuelo, se había ido consumiendo en vida. Verla sonreír era un momento excepcional, como cuando cada cien años pasa un cometa y salimos al balcón para intentar verlo. La yaya ya no era la yaya. O sí. Seguía teniendo esos ojos azules que siempre me habían fascinado y que la genética no me quiso dar. Pero ya no veían. Ella ya no veía, ya no escuchaba y, en sus últimos días, ya no hablaba. Quiero pensar que dentro de sí misma sí seguía hablando. Con él, con el nano, con mi abuelo.

Mi madre es la única familia que me queda. Tras las innumerables pérdidas que sufrió mi familia, seres queridos que fallecieron y las innumerables ausencias y carencias de aquellos familiares que no murieron pero que ya no están, que nunca estuvieron, solo quedamos ella y yo. Como las dos únicas supervivientes de una masacre, que no fallecieron pero que ahora solo les queda soportar el dolor y el sufrimiento de los que se fue-

ron, el dolor de los que no están, la consciencia vital de la fugacidad de los seres queridos. Y yo elijo no pensar en ello. Por una cuestión de supervivencia prefiero no pensar, prefiero rellenar los huecos vacíos de mis pen1109

samientos con ideas de futuro, con ideas infantiles de que nada mal me puede ocurrir, ni a ella, de que todo irá bien, de que la muerte es algo lejano, algo que solo ocurre en los cuentos. Pero ella no se cansa de repetir que ahora solo estamos ella y yo. A veces la odio cuando dice eso, porque es verdad, y a veces la verdad duele, y quiero que se calle, porque a lo mejor si no lo dice en voz alta no se convierte en realidad. Pero la realidad es la que es. Solo estamos ella y yo. La convivencia no es fácil con mi madre. En buena medida es debido a nuestros diferentes caracteres. Ella no es como yo. O yo no soy como ella, mejor dicho. Mi madre es puro nervio, pura vida. Yo tiendo a la melancolía, al silencio. Y es ahí donde nuestras palabras chocan, donde caemos en el abismo del no-entendimiento. Pero aun así, la quiero. Y me quiere. Y nos necesitamos. Así que es irónico. La única manera que tengo de protegerla es mediante una convivencia complicada. O el coronavirus acaba con nosotras o nosotras mismas acabamos con nosotras. Hoy hemos pasado la primera semana de confinamiento. Justo el Gobierno acaba de anunciar otros quince 1110

días más. Quedan en total tres semanas de cuarentena. Al menos, de momento. Ni siquiera estamos en el ecuador. En realidad, no me preocupa. Me tranquiliza. A veces me gustaría poder quedarme así hasta que todo pase, quizá dentro de unos meses, o un año. No quiero tener que volver a mi vida normal, porque eso supondría que mi madre también tendría que volver a su vida normal, y eso es arriesgarse a que se contagie. Cada día que paso encerrada en casa con mi madre es para mí un remanso de tranquilidad. Es la sobreprotección de la que se habla en revistas de maternidad.

Es lunes y el cuerpo lo sabe. Me levanto más tarde de lo normal y más cansada. Es curioso cómo, a pesar de que mi día va a ser como el anterior, y el anterior, y todos los anteriores, se intuye que es el primer día de la semana y hace gala de su resistencia a la vuelta a la rutina. Al fin y al cabo, la vida sigue y seguirá. Pero todos los lunes se hacen siempre un poco cuesta arriba, como si mi cuerpo no quisiera hacerse a la idea de que todo ahí afuera se ha vuelto distinto, como si se resistiera al cambio. Aho-

ra los lunes son iguales al resto de días, la rutina es la misma, el cielo no es más soleado ni está más nublado, pero esa parte de nuestro interior reticente a aceptar la 1111

verdad nos permite concebir el primer día de la semana como una nueva oportunidad. Igual es esta la semana en la que todo volverá a ser como antes, en la que habrá nuevas noticias, en la que saldremos de esta; o quizá no, igual todo empeorará, habrá más malas noticias. El cuerpo nos regala el lunes una incertidumbre que, al fin y al cabo, se agradece.

Esta tarde hice una videollamada con mi pareja. Es extraño. Concebir esto como la nueva rutina a la que debemos acostumbrarnos. Él intenta convencerse de que esto es solo un fin de semana más, uno de aquellos en los que yo decido venir a ver a mi madre, uno de esos en los que el domingo, por la noche, volveré con él. Yo no. No sé si es realismo o pesimismo, o mezcla de ambos. Esto no es un fin de semana más largo de lo normal. Esto es un confinamiento, una cuarentena, una relación a distancia. Y eso hace que todo sea distinto: nuestras conversaciones, nuestra manera de mostrar cariño, nuestras discusiones y, sobre todo, nuestra nueva

vida sexual, que es ninguna. La falta de caricias, de tacto, de manos que su buscan, de manos que se desean, que se encuentran, de roces inesperados, la falta de lo cercano, del olor, la falta de ti. Y existen diversas ma1112

neras de mantener la llama del deseo activa, a través de redes sociales, de llamadas, de vídeos, de fotografías; pero no, no es lo mismo. No es lo mismo si no existe esa necesidad de cuerpo contra cuerpo, de desprenderse del frío, corporal y mental, con el apego de tu cuerpo. Y yo no soy de cera, soy de piel, de vello, de sudor, de todas aquellas cosas que necesito sentir. Ahora más que nunca. Mientras el abismo se abre entre tú y yo, y no hay forma de cerrarlo.

Hoy es el primer día que toca salir de casa desde el inicio del confinamiento. Tengo que bajar al supermercado y el miedo me perturba desde esta noche. Me desperté por una pesadilla y pronto me puse a pensar que para pesadilla lo que estamos viviendo. Empecé a repasar todo lo que tenía que hacer para bajar al supermercado y no contagiarme. Y no contagiar a mamá. Ponerse ropa cómoda, ponerse guantes, ponerse mascarilla, no tocarme la cara, coger el carro, coger la mochila, bajar las escaleras con cuidado, no tocarme la cara, no tocar el picaporte de la puerta del edificio, no cruzarme con nadie, coger los productos que no estén en primera fila en los estantes, no tocarme la cara, pagar tocando lo menos posible, subir el carro lleno hasta un tercero sin 1113

ascensor sin solicitar ayuda, tocar lo menos posible la puerta de casa, quitarme la ropa y meterla rápidamente en la lavadora, no tocarme la cara, lavarme las manos, limpiar cada producto con lejía, mantener a mi madre lo más alejada posible, ducharme. Sigo con miedo a tocarme la cara. Sigo con miedo de tocar a mi madre.

He intentado estudiar. Antes de que todo esto empezara (es curioso, ahora todas nuestras referencias temporales son siempre «antes del coronavirus», «antes del confinamiento», «antes de todo esto». ¿Cuándo podremos empezar a decir «después de»?) yo estaba preparando oposiciones a bibliotecaria. No sabría decir si me entusiasmaba la idea o solo me dejaba arrastrar por una vida precarizada e incierta. Desde que llegué a casa de mi madre me ha sido imposible estudiar. Lo he intentado dos o tres veces y en todas las ocasiones mi cabeza ha terminado mucho más lejos de la Constitución o de los diferentes tipos de bibliotecas y normas de catalogación. Pienso en el valioso tiempo que estoy perdien-

do, en el tiempo que podría aprovechar para estudiar, leer, crear, construir, en definitiva, hacer algo de provecho con mi vida, como dicen todas esas mujeres a partir de cierta edad. Pero no puedo. Y me rindo, porque no 1114

voy a seguir culpándome y autocastigándome. Bastante tenemos ahí afuera. El tiempo pasará, y yo lo habré perdido, pero no me importa. Igual dentro de unos meses sí. Quién sabe.

En mi habitación tengo varios espejos, algunos más grandes, otros más pequeños, algunos de cuerpo entero. Pienso en estos días qué duro sería todo esto si cada vez que me mirara al espejo no me reconociera, si rechazara la imagen que me devuelve. Mi relación con mi propio cuerpo siempre ha sido conflictiva. Desde pequeña fui una niña gorda, durante mi adolescencia no fue mucho mejor, además de gorda empecé a notar esos cambios hormonales a muy temprana edad: vello en piernas, cara, axilas. En algún momento que no recuerdo comencé a adelgazar y empecé a querer mi cuerpo. Tarde y mal. Lo explotaba, lo maltrataba, porque en verdad no lo quería. Porque en verdad buscaba en él lo que la sociedad quería que valorase. Desde que me adentré en el reconfortante y, a veces, doloroso mundo del feminismo he empezado a tener una relación de amor-odio con mi cuerpo, a mimarlo y cuidarlo, pero a exasperarme a veces con él. Me maquillo lo justo y me depilo lo justo, lo que me obliga esta sociedad patriarcal 1115

que me ha enseñado a odiar cada una de las partes de este cuerpo cálido, suave, blando. Que solo busca quererse, sin dolor, sin sufrimiento. Desde que comenzó la cuarentena he renunciado a todo tipo de maquillaje y depilación, y lo salvaje, lo natural, ha vuelto a resurgir. E intento aprender a quererlo cada día, a mirarme en el espejo y no odiarme. A acariciar esos pelos en el labio superior, en las piernas, en las ingles; esa cara con granos, con marcas de acné; esas estrías, que se estrechan y se contraen conmigo. Y a veces me miro en el espejo. Y entonces me reconozco. Yo. Salvaje. Natural. Y a veces me miro en el espejo. Y me odio. Y desvío la mirada. Porque la relación con mi cuerpo es como una relación de pareja: insoportable, necesaria, despegada, intensa. Porque este es mi cuerpo, mi hogar, el único que tengo.

Mi madre y yo hemos decidido jugar al dominó. Buscar un juego de mesa para dos personas es complicado. El mundo de los juegos de mesa no está pensado para las familias monomarentales, ni para las personas solitarias, ni para nadie que se salga de la norma. Los juegos de mesa son normativos, indican quién vive como debe ser y quién vive al margen de la sociedad, al margen de la familia tradicional, al margen de los márgenes. Jugar 1116

al dominó me trae recuerdos. Recuerdos de mis abuelos maternos, de mis veranos en Salamanca, de mi vida con ellos, de lo rápido que se marcharon. Los abuelos siempre se marchan rápido. Aunque vivan cien años. Mi abuelo hace ya más de veinte años, mi abuela hace casi dos. Y los sigo teniendo presente, más que nunca. El miedo a la pérdida se aviva estos días, el miedo que se inocula por cada uno de mis poros al ver las noticias, al leer los periódicos, al empaparme de números y estadísticas, de posibilidades. El miedo a la pérdida nunca se va, solo queda en estado de latencia, hasta que vuelve a aflorar. Y en estos días está más vivo que nunca, acechando en cada rincón de mi casa, en cada paso que doy, en cada momento que observo a mi madre sin que ella lo sepa. El miedo a la pérdida me acecha, me acosa, me pregunta cuándo, cómo y dónde, dónde sucederá, dónde sucederá la pérdida de mi madre. Y entonces se me hace esa pequeña bola tan molesta e inoportuna que se forma cuando te das cuenta de que todo puede ir a peor. Y hago el esfuerzo de tragármela, la bola y la ansiedad, pero me da una indigestión, de días, semanas, días y noches enteras intentando digerirla, pero no puedo, no soy capaz, porque está dura, tan dura que mi estómago parece hecho de cemento, cada vez más pesado, y mi estómago se cierra, y se abre, y se contrae, una 1117

y otra vez, a ver si se va. Pero no, porque la indigestión durará, hasta que todo esto pase, o hasta que todo esto me pase.

Esta mañana he tenido que echarle la bronca a mi madre. Insiste en salir a la calle. Es curioso cómo en los últimos años han sido más frecuentes las broncas en esta dirección. Yo hacia mi madre. ¿En qué momento cambiaron las tornas? ¿En qué momento dejé de ser la cuidada para empezar a ser la que cuida? ¿La que pregunta con quién vas y a qué hora vas a volver? ¿La que quiere asegurarse de que vuelva? No lo sé. Pero así estamos ahora. Después de casi un mes de confinamiento mi madre quiere salir a la calle, quiere hacer vida normal, quiere volver a ser la de antes, quiere recuperar su juventud, esa segunda juventud que estaba empezando a vivir. Después de la muerte de mi padre ella quedó sumida en un perpetuo estado de latencia cuya máxima preocupación fue cuidarme a mí primero y después a mi abuela. Ahora que mi abuela había fallecido y yo

había comenzado una independiente, aunque precaria, vida lejos, mi madre había vuelto a salir, conocer, bailar. Vivir. Este virus no solo nos ha quitado las ganas a los y las más jóvenes. Las ganas de vivir no tienen edad. 1118

Ayer estuve mirando a mi madre. Sin que ella lo supiera. Mi madre ocupa la mayor parte de mis pensamientos y preocupaciones durante estas semanas. Ella fue enfermera antes de dejarlo todo por irse con mi padre a Madrid. Como la mayoría de las mujeres. Madre, esposa y ama de casa. El ángel del hogar. Y no hay día que no me recuerde que no haga como ella, que no lo deje todo por un hombre, que no cometa su mismo error. Y yo pienso: ¿qué error hay en cuidar? No pienso renunciar a mi futuro por un hombre, por un amor con fecha de caducidad. O sin ella. No. Pero tampoco voy a renunciar a los cuidados, al estar ahí, a poner la vida en el centro, la de los niños y niñas, la de los ancianos y ancianas, la de todas las personas que necesitan de todas las personas. La de todos y todas nosotras. Porque esto no es una guerra. Esto es una llama de atención: cuidémonos y cuidemos. Nos hablan de campeones que vencen y son vencidos, que libran una batalla, que van al frente, que están en primera línea de combate, y un sinfín más de lenguaje bélico que no me representa, pero carecemos de la historia de los héroes y heroínas que cuidan, que atienden a los demás, que sacrifican su tiempo y su cuerpo, porque nos muestran lo frágil del 1119

ser humano, lo frágiles que somos. Y eso nos aterra. Así que no, no voy a culpar a mi madre por renunciar a su éxito profesional por irse con mi padre, por convertir su papel de madre, y esposa, y ama de casa en el centro de su vida. Porque no sería justo con ella, ni con todas las mujeres que han tenido que elegir. Porque cuidar no debería ser una elección. Porque cuidar es lo único que nos sacará de aquí.

A veces los silencios también son necesarios. Callarnos ciertas cosas. Guardárnoslas para nosotras mismas. Observo a través de las redes sociales y de los medios de comunicación cómo se nos incita a hacer, a estar continuamente haciendo, creando, investigando, hablando, escribiendo, siendo. Y está bien. Pero también en algunas ocasiones es necesario parar, darle al botón de pausa, quedarnos quietas, sin hacer nada, sin mirar nada, sin decir nada. Convertirnos en meros seres inertes y permanecer en una tranquilidad, en un estado de latencia. Porque no podemos ser creativas todos los días, a todas horas. Porque eso también genera ansiedad. Porque no somos súper mujeres (o súper hombres). Porque somos humanas. Porque nos equivocamos. Porque no hacer nada también es hacer. Y a medida que escribo 1120

este diario me doy cuenta de que constantemente tengo la necesidad de hablar, de contar, de descubrir cosas de mí misma. Pero, a veces, en esa necesidad descubro una obligación que me impide callarme, casi una obligación a rellenar los silencios que se formulan en mi cabeza, en mi casa. Así que he decido quedarme ciertas cosas para mí, ciertas reflexiones que no saldrán de mi boca (ni de mis manos) para poder retenerlas y sacarlas cuando esté preparada. O no. Quizá nunca lo esté, quizá las olvide, o quizá den lugar a nuevos pensamientos que sí quiera contar.

A medida que van pasando los días, las semanas. Las horas. La nueva forma de contar el tiempo que parece detenido. Que se ha vuelto repetitivo, ingrávido. Pienso en los motivos que me llevaron a estar aquí. En las razones que me llevaron a dejarlo todo y volver a casa con mi madre. Y concluyo que hay una sola causa. Aquella con la que llevo viviendo desde que tengo consciencia, desde que todo pasó, desde la muerte de mi padre, des-

de que pasé de ser una niña de ocho años a permanecer en un limbo permanente de una adultez para la que no estaba preparada. El miedo a la pérdida. A volver a perder. A la soledad que queda después de la muerte. 1121

De un padre, de un abuelo, de una abuela. De una madre. Sentir tanta fragilidad es una lucha constante que debo librar cada día. Contra mis propios pensamientos, contra la ansiedad que invade mi cuerpo, y lo abraza, y lo aprisiona, y lo llena de ideas negativas, oscuras, pesimistas, de dolor. Imagino constantemente cómo sería mi vida sin mi madre, cómo cambiaría todo, si seguiría siendo la misma, si seguiría sonriendo, si continuaría teniendo esperanzas en algo; o si, por el contrario, nada volviera a ser como antes, si todo se quedara a oscuras, si se me acabaría el aire, la respiración, la ilusión, las ganas de continuar. Mamá es el principio y el final de mis miedos, pero también de mis ganas por seguir, por continuar esta lucha en la que se ha convertido mi vida. No estoy preparada para afrontar su pérdida, su muerte. Y eso el destino tiene que saberlo, necesito que lo sepa. Por eso lucho contra él. Y sacrifico todo lo demás. Si esto fuera un juego de cartas, apostaría a todo o nada. Porque, al final, siempre pienso: ¿qué más tengo que perder?

Hoy hemos superado el primer mes de cuarentena. Y digo superado porque nadie está preparado para enfrentarse a ello. No hablo de permanecer en casa, no 1122

hablo de salir solo para lo imprescindible, no hablo de ver la televisión más de la cuenta, de comer más de lo debido, de discutir y reconciliarse tantas veces como sea posible. No. Hablo de vivir con miedo e incertidumbre, de soportar día a día malas noticias, peores que el anterior. Ver pasar ante tus ojos cifras y cifras de personas que ya no están, que no conocías (o quizá sí), que no hubieras conocido nunca (o quizá sí), personas que eran algo para alguien. Y, sobre todo, de preguntarte todos los días, a todas horas, quién será la próxima persona. Si serás tú. Si será mamá.

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Verónica Martínez nació en Peto Yucatán, México, en 1982,

y pasó su confinamiento en Nueva Reforma, México

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El regreso para encontrarme conmigo

28 de marzo de 2020 Hoy se cumple una semana de estar en el pueblo. Hace casi 30 años que no permanezco tanto tiempo aquí. Desde que me fui a los 10 años, esporádicamente llegaba pero el mismo día tenía que regresarme a la cabecera municipal donde vivo y trabajo. Nueva Reforma es una comunidad maya de apenas 120 familias, llena de paz, tranquilidad, rodeada de selva baja y de milpas tradicionales. Los habitantes en su mayoría hablan nuestra lengua materna, el maya yucateco. En realidad, solo venía para pasar el fin de semana con mis papás y ya el tiempo, el trabajo, la escuela, mis actividades personales hacían que escasamente pudiera venir. Tampoco ponía tanto interés para organizarme y pasar largos periodos, ya que en este lugar no hay acceso a los medios de comunicación ni señal de telefonía ni Internet.

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Hoy siento que tanta tranquilidad me abruma, me desespera y extraño mi vida ajetreada en la que apenas tengo tiempo para mí. Mi vida siempre gira en torno al trabajo. Esta semana me la pasé haciendo los quehaceres de la casa, entre ellos, cocinar y hornear pan con mi papá. Amo a ese señor, al igual que a mi aguerrida madre: ellos ya son personas de la tercera edad, quienes me hacen amar todo lo que tengo a mi alrededor. Pero a pesar de que todo parece perfecto, ha llegado el momento en el que no he podido conciliar el sueño, la tristeza me invade, quisiera estar sola y llorar a mares… ¡Por Dios! Se supone que esto ya lo debí superar, pero la herida aún está abierta. Hace dos años que José Alfredo decidió irse de mi vida, poniendo sobre mis hombros la responsabilidad de su partida, diciendo que mi pasado le hizo perder confianza en mí. Me hizo sentir el ser más despreciable y obsoleto. Pero por sus redes sociales derrochaba amor con otra chica, sin sentir un poco de compasión del dolor que yo estaba viviendo en esos momentos. Fue muy

difícil para mí tener que soportar tanto descaro de su parte. El alma se me partió en millones de pedazos, fueron noches en que el dolor del pecho y los sueños constantes con él me obligaban a despertar únicamente 1126

para llorar. No faltaron los días en que, en el trabajo, los nudos en la garganta se hicieron presentes y tenía que ir al baño a llorar a escondidas. No podía comprender por qué mi cómplice, como yo le decía, mi compañero de aventuras, mi confidente se había esfumado de mi vida, así, tan repentinamente. Sentía como si se hubiera muerto, me era completamente difícil no tenerlo para compartir lo que veía. Fueron días y noches en los que hasta respirar dolía mucho. Cuando lo conocí fue como si en algún momento de mi vida ya hubiera estado con él, me parecía como si lo conociera de siempre; experimenté constantes déjà vus mientras compartíamos momentos. Era una persona agradable e interesante para mis ojos. Pocas amistades sabían de él. En realidad, no soy de compartir mucho sobre mi vida personal, quizá por la distancia. Yo no quería escuchar que me dijeran que no iba a funcionar, porque según yo, bastaba con que los dos fuéramos valientes para soportar tanta distancia —si mi amor era un amor de distancia— pero no fue así, me equivoqué. Fueron meses de un infierno de dolor en el que quería respuestas a mis preguntas, en los que me sentía inferior a cualquier otra mujer. Sin embargo, cuando más dolía su ausencia, él volvió como si nada hubiera pasado. 1127

En realidad, todo fue inesperado. El dolor me hizo no ver la realidad y poco a poco mi dignidad se la extendí como alfombra para que la pisoteara nuevamente. Al cabo de casi año y medio de estar nuevamente, entendí que era como si estuviera conviviendo con un fantasma, que en realidad él mantenía relaciones con otras chicas y que era incapaz de amar. Mi desconfianza me hizo revisarle el celular, leí cada uno de sus mensajes y esa vez la decepción fue menos dolorosa. Quería respuestas a lo que él era incapaz de responder y tuve que buscarlas por ese medio. Reconozco que no fue lo correcto, pero entendí que cuando alguien te lastima tus acciones son proporcionales al dolor que estás sintiendo. No es para justificarme, yo siempre he estado a favor del respeto, pero en este caso, mi firmeza, mis valores, mi dignidad se habían ido al suelo y tenía que recogerlos. Mis sen1128

timientos estaban encontrados. A la vez que me daban ganas de salir corriendo de ahí, también quería enfrentarlo y decirle muchas cosas, deseaba que el tiempo pasara rápido para que ese momento ya no doliera. Pensé mucho y contacté a su «nuevo amor» para decirle la verdad. Tenía miedo, sí, miedo de que pensara que yo la quería molestar, pero no, es muy feo lo que se siente y yo creo firmemente que ninguna mujer debería pasar por algo así. Ella me lo agradeció, compartimos uno que otro mensaje apoyándonos ambas, pero al final ella me dijo que alguien le había hecho lo mismo que él me hizo a mí y por eso se había refugiado en él, creando una codependencia. Quizá lo perdonaba, ya que ellos estaban cerca. Dentro de mí le deseé lo mejor y ya nos dejamos de comunicar, entendía su dolor. Decidí ya no reclamarle ni decirle nada a José Alfredo, ¿con qué cara me lo iba a aceptar? Creí que lo mejor era hacer como que no pasó nada y desaparecer definitivamente de su vida.

Cuando el respeto se pierde de esa manera las pala1129

bras sobran y aunque hubiera preferido que me dijera la verdad, no pudo hacerlo. Tuve mucho coraje, el dolor esta vez fue menos. Volví a casa ahogándome con mis lágrimas, pero diciéndome que fue lo mejor. No respondí a su último mensaje, obviamente él ya sabía porque me deshice de sus fotografías, eliminé sus mensajes y lo eliminé de mis contactos. Me volví muy dura conmigo misma y no me permitía ni siquiera pensarle, mucho menos volver a llorar por él. Cuando alguien me pregunta por él mis respuestas son: «Perdí contacto con él», o «No sé de quién me hablas, no recuerdo conocerlo». Comencé a dedicarle más tiempo al trabajo, inicié con entusiasmo un proyecto para ayudar a mujeres que son víctimas de violencia, acoso y hostigamiento. En el camino me fui encontrando a mujeres maravillosas con quien hice equipo. Ellas y mis ganas de ayudar a más mujeres hicieron que los recuerdos se congelaran y se mantuvieran ausentes. En realidad, en tan poquito tiempo hicimos grandes cosas y me siento muy orgullosa de eso, entendí que hay mucho dolor ahí afuera y que tenía que hacer algo. Estuve en varios talleres ayudando a sanar dolores de otras mujeres. Mis días eran correteados, no me alcanzaba el tiempo y si tenía tiempo prefería convivir y platicar 1130

con las chicas del colectivo, hacíamos pijamadas y nos consentíamos, animábamos y apapachábamos entre nosotras. Ellas y su energía acariciaban mi alma y mi corazón roto y me daban fuerza para decirle adiós a la tristeza. Ante esta contingencia por el COVID-19 nos ha mantenido distantes, cada quien volvió a su pueblo. Algunas estamos incomunicadas porque nuestro pueblo carece de la señal del teléfono celular. En México, la fase dos de la cuarentena apenas inició este 31 de marzo, estamos conscientes de que nuestras autoridades no nos van a cuidar, porque hay tantos intereses políticos que tienen mayor importancia para los que están en el poder. El sector salud no cuenta con la capacidad para poder atender a la población, mucho menos cuentan con los insumos correspondientes. Sí, es triste, cuando mi Estado proporciona la mayor derrama económica al país, que tengamos un sistema de salud tan pobre. Eso sin contar que no ven a las comunidades indígenas. Nos pide el Gobierno que por cualquier síntoma llamemos al 911, que respondamos un cuestionario en línea, pero ni siquiera contamos con Internet y no toda la población cuenta con al menos un teléfono celular para responder dicha encuesta. En mi comunidad la gran parte 1131

de la población ni siquiera sabe leer y escribir. Así que la mayoría de la población se aferra a su fe; es válido y bueno ante mis ojos porque cuando no tienes de dónde agarrarte, tu fe y creer en Dios te ayuda a tener fuerza interior. Mientras tanto yo, en medio de esta falta de comunicación, me tomo mis ratos para llorar a José Alfredo. Sé que jamás escucharé de su boca la palabra «perdón» y es muy feo estar así; me hubiera gustado que me dijera la verdad y que fuera yo quien decidiera si entrarle al juego o no. Sin embargo, esta noche en la que no he podido cerrar los ojos para dormir, no entiendo por qué me duele ponerme en su lugar y ser yo quien le fallara de esa manera. Definitivamente me sentiría la peor persona y por eso yo le perdono. Sí, le perdono, y aunque quizá nunca más volvamos a vernos, yo sé que necesito estar bien y que ese fue el José Alfredo al que yo idealicé, no es el que existe de verdad. Sí, hice mucho, di mucho por él cuando las cosas no eran recíprocas. Quizá él solo sentía agradecimiento, que hacía sentirlo comprometido y ha de haber sido muy feo. No lo sé, pero ese tipo de pensamientos no dejan de invadirme, latigando mi alma y haciendo que el llanto desborde por mis ojos. ¡Caray! Qué tan fácil es hablar con la ver1132

dad y no lastimarnos de esta manera.

01 de abril de 2020 Estamos en la semana dos de aislamiento y en la fase dos de la contingencia. El único contacto que tengo es con la naturaleza. En las mañanas acompaño a mi papá y a mi mamá para cuidar el huerto y los animales, nos pasamos gran parte del día casi hablando con las plantas. Hoy a la hora de la comida mi mamá me preguntó si ya me había fastidiado, le dije que no. Recordó que desde muy chiquita tuve que dejar el pueblo para poder continuar mis estudios en la cabecera municipal y después en la capital del Estado. Sinceramente, me está costando mucho tanta tranquilidad, he estado pensando tantas cosas y estoy haciendo como un encuentro conmigo misma. En tan poco tiempo he acabado de leer varios libros. Ellos son mi escape para no seguir sintiendo tristeza, sin embargo, hoy amanecí con muchas ganas de sacar tanto dolor dentro de mí, así que decidí empezar a correr. Mi papá tiene una parcela y dentro de esa misma parcela hay un sendero bajo la selva que conduce a un rancho abandonado, el lugar perfecto para ir a correr. 1133

Hacía tanto tiempo que no lo hacía porque mi estado de salud no me lo permitía. Hoy me sentí fuerte, así que desde muy temprano decidí ir a correr. Corrí y lloré, sí, estando sola, bajo la selva lloré mucho y a cada metro que recorría sentía que dejaba en cada lágrima y gota de sudor el dolor. Tenía tantas ganas de soltar todo, de dejar de castigarme pensando y preguntándome por qué ninguna de mis relaciones había funcionado. A los 20 años yo ya estaba casada, con muchos sueños, mi pareja igual era joven y ya esperábamos a nuestro primer hijo con mucha ilusión. Durante mi matrimonio viví tanta violencia, golpes, humillaciones, abuso sexual, infidelidades, privación de mi libertad, sí… ¡No podía venir al pueblo a visitar a mis papás! Estaba juntando dinero para huir con mi hijo, pensaba en rentar una casita, trabajar y cuidar a mi bebé… ¡Como si fuera tan fácil! Mi vida estaba girando dentro de tanta violencia y yo ingenuamente creía que él cambiaría. Viviendo tanta violencia me quedé embarazada de mi segundo hijo. Sí, durante mucho tiempo he escu-

chado que me digan: «Todavía estabas viviendo todo eso y te atreves a quedarte embarazada, te gustaba». No, no me gustaba, así como no me gustaba que emitieran juicios sin siquiera ponerse en mis zapatos. Cuando mis 1134

hijos tenían 3 y 7 años, entre tantos golpes, él me causó un derrame cerebral teniendo como consecuencia una apoplejía. Tenía paralizado el lado derecho de todo el cuerpo y los médicos no daban esperanzas alentadoras, pero sin duda mis ganas de no quedarme ahí, el apoyo de mi familia y sus oraciones hicieron que un día yo volviera a caminar y retomar mi vida. Abandoné la casa, mis papás me apoyaron, continué estudiando, terminé la carrera y el posgrado. Mientras tanto, las personas cercanas a él no dejaban de llamarme «puta» por abandonarlo. Me inventaron amantes. Sin embargo, yo estaba enfocada en seguir estudiando. Cuando concluí la carrera inicié una relación con Emmanuel. Él era un chico bastante detallista pero mujeriego, así que él no tuvo tanta importancia en mi vida. Igual, al descubrirlo habló muy mal de mí, se hacía la víctima diciendo que yo le fui infiel y nuevamente la gente hablando. En este caso lo peor es que ambos trabajamos en el mismo lugar y el desprestigio en mi lugar de trabajo fue inevitable. En algún momento entendí que yo no estaba enamorada de Emmanuel (debido a que viví tanta violencia). Tantas atenciones de su parte y me deslumbré creyendo que era amor. Debido a lo mal que terminaron las cosas con él jamás volví a diri1135

girle tan siquiera un «hola», a pesar de que trabajamos en el mismo lugar. Al poco tiempo, ya estaba saliendo con otra chica con quien tiene una hija, además de los otros hijos no reconocidos que tuvo con otras chicas, y después también buscó desprestigiarlas. Sin duda, es de lo peor, y a un hombre así, no lo quiero a mi lado. Después de esa fallida relación conocí a José Alfredo. Sin duda, además de ser imperfecto, él era todo lo contrario: nada detallista. Mi profesión, sueños, aspiraciones, pasión, eran diferentes a los de él. Pero, aunque entendía muy poco sobre lo que a él le apasionaba, me fascinaba verlo cumpliendo cada uno de sus objetivos. También demostraba muy poco su apoyo en cuanto a lo que yo hacía. Amaba cuando sus ojos tenían un brillo inexplicable cuando yo hablaba y hablaba sin parar (me están saliendo las lágrimas mientras escribo y recuerdo esos acontecimientos), ya que siempre podía mantener largas charlas con él y desde nuestro punto de vista aprendíamos

sobre cualquier tema, y él siempre me ponía atención. Sí, reconozco que de él sí me enamoré perdidamente. Reconozco que siempre me he hecho la fuerte y no 1136

me he dado permiso de llorarlo, de dejarle sentir a mi alma ese dolor necesario y llorarlo hasta ahogarme y ya dejarlo ir. Únicamente hice como si ya hubiera pasado, mi vida tenía que continuar. Hoy puedo decir que estas líneas me están sirviendo para expresar lo que nunca antes ha salido de mí. De una u otra manera escribir también sana, y eso quiero. En mi interior, le perdono a José Alfredo lo que hizo, no puedo juzgarle, sé que en su contexto y en su vida han sucedido acontecimientos que a la larga lo han hecho ser lo que es. Le perdono, pero no quiero volver a verlo y mucho menos hablar con él. No es rencor, pero yo sé que también tengo el derecho de sanar de la manera que yo considere y estoy dispuesta a hacerlo. Sigo yendo a correr por las mañanas, siento que los árboles son mis amigos. Confieso que me he metido más allá de los senderos dentro de la selva y he encontrado un árbol, lo llamé mi amigo triste. Sé que puede sonar loco, pero cuando lo abracé sentí tristeza de parte de él; al otro día fui a visitarlo nuevamente y su tristeza

se refleja aún más en cada una de sus ramas. A la orilla del camino encontré a otro árbol amigo, ese es muy alto y fuerte, debajo de él hago un poco de ejercicio, me apoyo en su tronco para realizar mi rutina. Ayer sentí 1137

que me hablaba y de la nada le dije: «Es verdad, no te abracé», lo hice y le dije: «Nos vemos mañana». Cuando estoy en medio de la soledad en casa, empiezo a pensar que tanto aislamiento ya me está pegando fuerte porque empiezo a hablar con los árboles y a sentir una energía muy bonita que me inunda de paz.

04 de abril de 2020 Hoy fue un día maravilloso, adoro estos días que parecen mágicos e increíbles. Estuve con mi papá y mi mamá en la parcela limpiando. Obviamente, yo después de ir a correr y hacer mi rutina de ejercicios dentro de la selva. Salí toda renovada y con mucha fuerza para trabajar. Estuvimos trabajando y preparando la tierra para sembrar. Mientras mi papá cortaba las ramas de un árbol, mi mamá y yo dimos un pequeño recorrido. Durante ese recorrido me enseñó algunas plantas medicinales. Cuando era niña, mis papás y yo no teníamos mucho

apego, ya que soy la hija de en medio de cinco hermanos. Siempre sentí que la atención estaba en los más grandes y en los más pequeños. Desde hace mucho agradezco que haya sido así porque eso hizo que yo 1138

desarrollara mi capacidad de ser independiente. Quizá por eso desde muy chiquita mis aspiraciones eran que tenía que continuar con mis estudios y con el apoyo de mis papás tuve que dejar el pueblo para continuar con mis estudios en la cabecera municipal. Mientras estudiaba en José María Morelos, mi mamá casi no me visitaba y entendía que era porque tenía que cuidar a mis hermanas menores. Hubo alguien que estuvo siempre conmigo y me enseñaba a cocinar, a cuidar las plantas; sobre todo, a conocer el poder y el uso de las plantas medicinales. Esa persona fue mi abuelita. Por medio de ella adquirí conocimiento de los beneficios y bondades que pueden proporcionarnos las plantas. Fueron conocimientos que guardé en el cofre de los tesoros llamados «habilidades que no saco con frecuencia». Cuando los puse en práctica durante el tiempo que vivía con el papá de mis hijos, se molestaba y me llamaba bruja. Otro don tan maravilloso que poseemos la mayoría de las mujeres es la intuición. Pero yo en particular, sé cuándo las cosas van mal y puedo advertir que algo malo va a suceder. En ocasiones mis sueños me lo revelan. Antes el miedo me ganaba y me entraba una angustia desesperante.

Cuando era niña esa angustia ocasionaba que se me 1139

bajara la presión, situación que con el tiempo he logrado controlar. También podía ver el aura de las personas; ante eso me llamaban loca y me hacían sentir mal. Por eso dejé de advertir y, efectivamente, cuando algo pasaba y lo había advertido, me sentía culpable y no paraba de torturarme. Preferí hacerme ciega ante lo que sucedía y poco a poco, fui obstaculizando esas habilidades, dejando que todo se nublara ante mis ojos. Era algo de lo que no me sentía nada orgullosa. Debido a que mi papá es una persona bien católica, no cree en esas cosas, mucho menos en las plantas medicinales. Hoy nació una complicidad entre mi mamá y yo. Pude saber que ella también posee amplio conocimiento sobre ello e incluso de manera clandestina ha curado a algunas personas. Durante el recorrido yo también le dije sobre algunas plantas que mi abuelita me había dado a conocer y otras más de las que me he informado. También he tomado un curso de herbolaria. En verdad, hoy me siento orgullosa de mí misma y del linaje del cual vengo. En algún momento me llamaron bruja para ofenderme y menospreciarme, hoy me siento orgullosa de descubrir que desde niña tenía ese don y lo había apagado. Obviamente de repente hacía sus apariciones, pero no lo dejaba salir. José Alfredo sabía de esto y él 1140

me decía que por ese motivo yo me enfermaba tanto, porque podía limpiar la energía de otras personas, y que no había encontrado al guía perfecto para enseñarme a hacerlo bien. Él sí me creía y hoy puedo decir que los guías habían aparecido en mi vida, me acompañaron hasta donde tenían que hacerlo. Él fue uno de ellos. Sé que fui yo la que se negaba a ver la realidad, pero ya tengo más claro que cada una de las personas que han estado en mi vida aportaron mucho y me han hecho ser la mujer que hoy soy. Algunas ya no están presentes en mi vida por las razones diversas. Hoy perdono y me perdono también a mí. No lo hago personalmente con cada una de esas personas porque no tenemos comunicación y porque para mí no es necesario. Varias de ellas, por orgullo, no serán capaces de reconocer que efectivamente, me fallaron y yo me perdono porque creé expectativas de personas que no tenían la obligación de ser como yo esperaba. Eran solo ellos y la que se lastimó esperando fui yo. Hoy agradezco cada momento en que me hicieron feliz, también me arrancaron carcajadas y tuve momentos felices a su lado. Agradezco esos momentos de complicidad y cada abrazo recibido que hizo que mi corazón retumbara de felicidad. Durante mucho tiempo creí que mi vida era dema1141

siado triste y hoy me doy cuenta de que no es así. Tengo unos padres maravillosos, tengo a mi madre como a la mejor amiga. ¡De verdad que el alma se repara estando al lado de mamá! Hoy me hizo un baño de hierbas y sentí que las tristezas se fueron. A partir de hoy ya sé cómo limpiar las malas energías y también sé que tengo que practicar mucho pero ya no voy a esconder más lo que sé y lo que puedo hacer… A partir de hoy, dejo salir a la bruja que llevo dentro.

09 de abril de 2020 Estos días he estado mejor anímicamente, me he sentado a leer bajo la luna, sigo trabajando normalmente en el huerto, la parcela, y caminando bajo la selva sintiendo la energía tan bonita que se respira ahí adentro. Pero el corazón se entristece mucho al saber que en otros lugares la gente únicamente está dentro de cuatro paredes. Extraño mi casa, mis plantas y la comodidad de mi

cuarto, donde pasaba largas horas leyendo, platicando con mis amigos, revisando las redes sociales. En realidad, sí lo extraño, pero adoro estar viviendo esta experiencia, me siento muy consentida por mis papás. Ellos 1142

están preocupados por lo que se está viviendo en mi Estado, Quintana Roo. Los casos están aumentando y sin duda el país entero no cuenta con el sistema de salud adecuado para enfrentar esta pandemia. Las personas de las ciudades siguen saliendo a las calles sin las medidas preventivas. También hay algunos incrédulos que no creen lo que en realidad está sucediendo. Sabemos que las autoridades están trabajando con lo que tienen en sus manos y dentro de sus posibilidades. Pero hay otros que están trabajando sin siquiera contar con el equipo necesario, exponiéndose por completo en los centros médicos. En José María Morelos el hospital es bastante pobre (hablando de equipo). Si alguien saliese infectado lo tendrían que trasladar hasta la ciudad de Playa del Carmen o Cancún. Como es un lugar pequeño, los habitantes nos conocemos. Al menos yo tengo amistades que trabajan en el hospital, y mi angustia es tremenda sabiendo a lo que ellos están expuestos. En verdad es preocupante la situación. En las comunidades no llega suficiente información y los habitantes no tienen los recursos para poder salir a la cabecera municipal para consultar.

Además de las carencias en el sector salud, también tenemos carencias en el sistema educativo. El Secre1143

tario de Educación del país ha informado de que el periodo escolar no se perderá debido a que las instituciones de educación implementarán estrategias para que se tomen clases en línea. Definitivamente nuestras autoridades solo toman medidas de acuerdo a su propio contexto. En las comunidades no hay Internet, mucho menos computadoras. Es lamentable la situación. Estando en este pueblo he aprendido que los habitantes no esperan nada del Gobierno, pero el miedo se hace presente. El estilo de vida de aquí es diferente, la gente se saluda a la distancia, no hay besos ni abrazos, cada casa o habitación está a metros de distancia de otra. Cada casa está construida en terrenos de 30 x 30 metros, 50 x 50 metros. En dichos terrenos la gente tiene un pequeño huerto donde producen alimentos, cultivan plantas medicinales, cuidan árboles frutales y ahí mismo cuidan a sus animales, tales como aves, cerdos o borregos. La principal actividad es la milpa de temporal, ahí cultivan productos que sirven de alimento. Entre los más sobresalientes están: maíz, calabaza, chile, sandía, algunos tubérculos. Muchas personas llaman pobres a los que habitan en pueblos chiquitos. Hoy es de admirar que ellos tienen una vida en la que únicamente salen de casa para ir a lugares como José María 1144

Morelos para adquirir lo necesario. Salen también para ir en sus milpas, pero ahí no interactúan con nadie porque cada quien trabaja su tierra sin meterse en propiedades de otros. Mientras escribo todo esto, empiezo a recordar a algunas personas que se burlaban de mí al enterarse de que mis padres son campesinos. En verdad es un trabajo realmente admirable y bastante valioso; eso me hizo escoger mi profesión de agroecóloga. Hoy mi gente no tiene que encerrarse en cuatro paredes y sí, ellos siempre se han quedado en casa produciendo sus propios alimentos. Aun así, sabemos que no estamos exentos de esta pandemia y tenemos miedo porque estamos conscientes de las carencias que hay. Efectivamente, siempre hemos vivido entre carencias porque somos parte de la población rural e indígena, esa parte de la población que a muchos no les importa. Pero aquí estamos, sobreviviendo y aprendiendo tanto.

12 de abril de 2020 Hoy dieron a conocer el primer caso de COVID–19 en José María Morelos. Mamá y papá tienen un semblante triste. Mientras mamá cocinaba yo le ayudaba, 1145

y ella me dijo que solo el Creador sabrá hasta cuándo estaremos así, aislados… Me dijo que mi vida había cambiado repentinamente y ahora estaba adaptándome a un estilo de vida que hace mucho dejé. Le dije que estaba feliz de estar con ellos, y sé que su tristeza va más allá, porque su corazón desea que todos sus hijos estén junto a ella. Mi hermana y hermano mayor se encuentran en otras ciudades: Sandra, en Valladolid, Yucatán y Ángel, en Cancún, Quintana Roo que, por cierto, es el lugar con más casos de COVID-19. Mis dos hermanas menores: Nancy está aquí en casa de mis padres en el pueblo, Haydeé está en la cabecera municipal; ella también vive ahí. Todas ellas se quedaron sin trabajo y sin ingresos, eso es preocupante. Por mi parte, trabajo como personal administrativo de una universidad y hasta el momento seguimos percibiendo un salario. Sé que la preocupación de mamá es enorme, sé que mis hermanas son mujeres, que se las ingeniarán para buscar de alguna manera generar ingresos. Solo que todo es arriesgado y, ¿quién no se va a arriesgar cuando se vive al día? Así hay muchos tanto en la cabecera muni-

cipal como aquí en el pueblo, con su trabajo apenas les alcanza para comer al día. Mientras la preocupación aumenta, estoy pensando 1146

en algunas estrategias para hacerle llegar mensajes de motivación al personal del hospital. También hacerle llegar algunos víveres a las personas de la tercera edad, ayudar a los niños del pueblo para que no se olviden de lo aprendido en la escuela, seguir trabajando en la creación de talleres para fortalecer y apoyar a las mujeres víctimas de violencia. Sé que carezco de Internet, pero igual implementaré algo en línea. Muchas veces con solo leer alguna frase… eso nos ayuda para buscar ayuda cuando estamos siendo víctimas de violencia. Saber que hay alguien que pueda creerme basta para dar el primer paso. ¡Son tantas cosas! Sí, son tantas las necesidades y con algo tengo que empezar. No sé hasta dónde pueda llegar, pero si algo he aprendido es que mientras en mis manos esté hacer algo por alguien, lo haré. Por cierto… me acuerdo de José Alfredo y sale una sonrisa de mis labios. Ya no más tristezas. He abrazado tanto a esa Verito que lloraba mucho y he aceptado que peca de ingenua muchas veces. Pero todo es por-

que dentro de mí no cabe la malicia; mis ojos pueden ver muchas cosas que los demás no pueden. Mis papás creen que soy muy fuerte como los robles, pero mi mamá sabe que no. Ella me hace sentir como una niña 1147

con sus apapachos, y toda una mujer con sus comentarios hacia mi persona. Si en algún momento salimos de este encierro, sé que saldrá otra Vero. No sé qué pase en estos días, los mexicanos sabemos que se avecina la peor etapa de esta pandemia en nuestro país. Pero me siento orgullosa de saber que hay gente ahí afuera luchando, dando la vida por otros, exponiéndose y mis oraciones están con ellos, porque en estos momentos es a lo único que puedo acudir cuando el poder humano ya no puede hacer nada.

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Verónica Uzón nació en Santiago de Chile, Chile, en 1959, y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

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31 marzo 2020 Me decidí a escribir un diario personal. Íntimo, dicen que debe ser. Agregaron que debe tener un hilo conductor. Esto último me resulta fácil, pues será sobre el encierro. Así llaman a la cuarentena. Todos hablan de aburrimiento, de engordar, de mirar la televisión, de disputas con los seres queridos… yo intento no mirar el proceso desde ese ángulo. Desde hace un par de años, cuando dejé de trabajar de manera remunerada, estoy siempre en casa, intentando escribir la mayoría de las veces. No es lo único que hago con mi tiempo, aunque me ocupa al menos un tercio de los días. He escrito muchos cuentos y me gusta releer mis textos. El último diario que escribí fue a mis veinte años. De eso hace varias décadas. Todos mis diarios se perdieron. Al día de hoy no tengo rastro de ellos. Un día me sentí ridícula escribiendo sobre mí y dejé de hacerlo. Quiero pensar que desaparecieron con el tiempo. Me da horror pensar que alguien pudo leer mis cosas personales. Ahora pienso que fue un error dejar de escribir. Debí 1150

perseverar. No temer al fracaso. No imaginé que mis dedos y mi mente extrañarían la escritura tanto tiempo después. En fin. Aquí estoy ahora, en mi cómoda sala personal, con un sillón ergonómico, música. Intento escribir un diario. Lo he pensado durante todo el día. Decido que un diario no es lo mío. A mí me gusta escribir sobre ficciones. Aunque sé que eso de «escribir ficciones» no es completamente cierto, pues irremediablemente se vuelca en ello la propia vida, las vivencias, lo aprendido. Intentaré ser un personaje que vea lo que yo. Alguien que sea yo misma. Le daré vida hasta el día 15 de abril. Ojalá no sucumba ante el virus que ronda al otro lado de la ventana.

1 abril 2020 Hoy me enviaron al WhatsApp un nuevo mensaje alarmante sobre la pandemia. Esta vez el autor estimaba la cantidad de víctimas fatales en el país. Yo no lo leí, pues hace algunos días decidí no prestar atención a la enorme cantidad de teorías conspirativas y alarmas sobre el fin de la humanidad. Leí algunas: aquella que asegura que es una venganza de la naturaleza, o un invento social para estudiar el efecto del miedo sobre 1151

la población, o una epidemia selectiva para eliminar a la población de más edad… todas son horrorosas y se apoyan en las viejas películas de monstruos que azotan a nuestro planeta azul. Desde el exterior, estoy segura de que nos vemos como niños asustados en el parque. Las teorías que he leído me han parecido bien documentadas. Algunas bastante acertadas. Yo no estoy asustada. Me pregunto por qué, pues soy una mujer mayor y pertenezco al segmento de la población que está en riesgo. Soy responsable y me cuido. Me alimento bien. Respeto las reglas de la cuarentena. Me aseo diariamente, me cambio de ropa cada día. Mantengo medianamente ordenada la casa. Afortunadamente tengo experiencia en el encierro, pues durante los últimos años antes de jubilarme ejercí mi profesión en casa. También mi actividad de artesana. Aprendí que se requiere respetar horarios de trabajo y cuidar de la propia persona. Vestirse cada mañana en lugar de deambular por la casa con el pijama. Eso hago ahora. Quizás por eso no siento miedo, porque estoy activa. Pero sé que tras la ventana ocurren cosas. La última teoría calculaba la cantidad de fallecidos que habrá a final de este mes en el país y en la región metropolitana en particular. La mitad de ellos 1152

se concentrarán en Santiago. La verdad es que yo no le temo a los mensajes alarmantes. Sí le temo a mirar la mente de las personas que se lo creen todo y se alarman. Le temo a conocer los pensamientos banales de la gente. Le temo a mirar la enorme fractura de la sociedad. Le temo mucho al desborde social, a la desesperanza.

2 abril 2020 La información nueva del día es que aumentó a 18 la cantidad de fallecidos. Hay tres mil cuatrocientos diagnosticados. Es muy poco comparado con Norteamérica, Europa y Asia, pero muestra el incremento implacable de la enfermedad. Aún no me asusta esto. Intento emplear mi tiempo. No quiero verme atrapada en la paranoia del contagio. He escrito tres relatos cortos en estas dos semanas, uno de ellos tiene menos de doscientas palabras, por lo que cae en la categoría de microrrelato. Me he dedicado también a mis labores de artesanía. Me gusta porque escucho música mientras trabajo. Afortunadamente tengo vidrios y todas mis herramientas para trabajar aquí. Si mantengo un ritmo pausado 1153

podré trabajar durante unos dos meses sin necesidad de comprar materiales. El martes pasado se me ocurrió que, en lugar de música, mejor escuchar un audiolibro mientras trabajo en mis manualidades. Encontré algunos gratis. Como efecto secundario de la pandemia, mi hija menor se vuelve a la casa este fin de semana. Cancelaron todas sus presentaciones y ya no puede pagar su arriendo. Esta casa es bastante grande y tiene muchos ambientes. Eso nos ha permitido a mi marido y a mí pasar este tiempo de cuarentena relativamente cómodos. Convertimos las habitaciones liberadas en oficinas y taller de manualidades. Mi hija es totalmente independiente y no requiere de mis atenciones. Sé que podré continuar con mis actividades. Eso no me preocupa. Lo que temo es encontrarme con una desconocida. Me preocupa entristecerme si eso ocurre. Estoy clara de que ella dejó de ser la misma personita que se fue hace algunos años. Tampoco yo soy la misma. Así entiendo la distancia. La vida se trata de convertirse una y otra vez en alguien nuevo, pero conservando lo anterior. Somos infinitas capas de personas. No se percibe así hasta que encontramos a seres «del ayer», o cuando nos toca vivir situaciones pasadas. Tratamos de 1154

volver hacia lo que fuimos y resulta imposible. Caemos en la necedad de repetir frases antiguas emulando a la persona que éramos. A alguien que recordamos. Fingimos ser alguien que ya no existe. Concluyo que somos un cúmulo de células individuales pero organizadas en equipos. Es todo. También la memoria se puede explicar por un puñado de células. Ahora somos la sumatoria de lo que fuimos en cada momento anterior. Nuestra vida es una serie de momentos acumulados. Me atormenta pensarlo así, porque la vida pareciese perder magia.

4 abril 2020 Continúa avanzando la plaga. Ya van veintisiete fallecidos. No me queda completamente claro si las muertes se explican exclusivamente por contagio. Yo aún no entro en pánico. Intento sacarle partido a la situación. Nadie de mis cercanos ha sido afectado. Tampoco nadie de mis vecinos. Todas las medidas que se han tomado en el país me resultan ajenas. Es casi como mirar en TV el sufrimiento de las personas en otros países. Es triste, pero se olvida apenas se cambia de canal. 1155

Me pregunto si aquello será un mecanismo creado por la propia mente humana para garantizar la sobrevivencia. Lo he pensado varias veces. A una parte de la población le toca el sufrimiento. A la otra parte, los espectadores, les toca afrontar todo tipo de artilugios mentales para continuar siendo espectadores, desde la ceguera (me refiero a ceguera espiritual) hasta la ignorancia. Algunos deciden voluntariamente continuar ciegos y sordos. Quizá sean la mayoría. Me enviaron un video en donde se comprueba que el virus es producto de investigación en laboratorios chinos. Se lo conoce desde hace varios años. Al verlo no me impactó. Es porque ya se sabía, me digo. ¡Claro! Hace un tiempo me percaté de que los rumores tienen algo de cierto. Me percaté también de que de alguna manera, por un mecanismo que no alcanzo a visualizar, todos estamos enterados de las cosas que ocurren. Existe un canal de transmisión de información del que somos usuarios sin saberlo. Al menos, no somos conscientes de que lo sabemos. Quizás sea que tenemos oculta en una antigua memoria una capacidad intrínseca para «leer» lenguajes corporales, inflexiones de la voz… en fin. Quizá las mentes humanas están conectadas en planos invisibles al entendimiento. 1156

6 abril 2020 Lunes. Estamos adecuando nuestra casa para la llegada de mi hija menor. Mi taller de vitral y mi escritorio están ahora en otra habitación. Juntos. Está bien equipado, pero me molesta la luz de la ventana reflejada en la pantalla de mi notebook. Van 37 fallecidos. Lo extraño es que la mayoría de ellos viven en La Araucanía. La otra gran noticia del día fue el espectáculo del presidente Piñera fotografiándose en Plaza Baquedano. Todos comentan eso. No soy la única que constata que hace payasadas. En eso coincidimos muchos. Yo rescato que el hecho de ir a fotografiarse indica lo mucho que le dolía la plaza ocupada durante tantos meses por las protestas sociales.

7 abril 2020 Hoy dormí siesta. Larga. Casi dos horas. Esta noche me costará conciliar el sueño. No he tenido energías para hacer nada. Ha sido un día totalmente improductivo. 8 abril 2020 Van 48 fallecidos y trecientos nuevos casos. Hoy tuve dolor de cabeza durante la mañana. Me dolía mucho el 1157

cuello. Luego de almorzar retrocedió. Fue solo una jaqueca. Me enteré por la prensa de que soltaron uno de los cuatro pumas que han aparecido por Santiago este último tiempo. Me alegró la noticia. El puma es un gato gigante de la montaña y pensar que se digna a merodear en espacios urbanos es mágico. Los reportes y fotografías muestran a uno de ellos deambulando por las calles y escalando muros… ¡Y todo esto ocurrió a pocas cuadras de mi casa! ¡Ah! me hubiese encantado encontrármelo. Ayer el profesor Maza2 llamó a observar la luna durante el perigeo. Me llegó un video al WhatsApp. Estuve atenta durante todo el día. Me pareció un buen panorama de cuarentena. Apenas obscureció me fui a la terraza para mirar el fenómeno. No lograba verla, aunque sí me daba cuenta de que estaba muy brillante. Por eso, decidí salir a la calle a buscar un buen ángulo. Caminé unos doscientos metros hasta la calle principal. Durante el trayecto no me topé con nadie caminando y no más de tres vehículos circulando. Todo tranquilo y silencioso; tanto que me sentí culpable de violar el silencio. Sentí que caminaba sobre el escenario de una película. Yo viví toques de queda durante mi adolescencia, en la dictadura de Pinochet. Había miedo por las noches y 2

José María Maza Sancho, astrónomo chileno.

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nadie osaba salir a las calles, ni siquiera a mirar la luna enfrente de la puerta de la casa. Era miedo real. Esta vez fue distinto. El miedo de la gente no es miedo, sino el sentimiento de un animal que está al acecho. Inquieto. Vigilante. Es la inquietud de la espera. Me volví rápidamente a casa. Esperé largo rato en la terraza hasta que la luna se presentó espléndida y brillante. Muchos hablan de que estaba rosada, pero yo la vi amarillenta. Parecía una ampolleta lejana. Me ha pasado muchas veces al mirar la luna grande que me da por imaginar los sentimientos de un primitivo ser humano mirándola. Me resulta fácil suponer que ese antiguo ser le asignó poderes mágicos. Parece que esa creencia se ha heredado hasta hoy, pues ese día leí una serie de comentarios y mensajes de gente que se refieren a los poderes de la luna. Algunos se mantuvieron despiertos durante horas, otros dejaron fuera sus cristales para cargarlos de energía, otros le dedicaron canciones y poemas… en fin. Una de las más bellas historias me la contó una señora que tenía una mancha de nacimiento en su pantorrilla. Mi madre miró la luna llena cuando estaba embarazada de mí, me dijo, y rozó su pierna con un cubrecama cuando fue a cerrar la cortina. De mi parte, yo no tengo historias con la luna. Solo 1159

la observé durante un rato. Me pareció de gran belleza, pero no me sentí cargada con energía extra.

9 abril 2020 Comienzo a sentirme presa. Quizá mi breve paseo anoche por las calles del barrio me afectó. Vino mi hija a dejar algunas cosas. Se instalará el próximo sábado. Trajo su ropa y algunos víveres. Muchos productos congelados. Se veía contenta.

10 abril 2020 Hoy es Viernes Santo. No soy creyente, pero siempre me ha gustado ensayar recetas en estos días. Cosas sin carne. Imposible hacerlo en medio de la cuarentena. Extrañé eso. La noticia del día fue la gran cantidad de personas que burlaron la cuarentena para dirigirse a sus residencias secundarias en la costa. Las carreteras se veían copadas de vehículos. Los carabineros los forzaron a devolverse. Se comentó mucho que algunas personas se trasladaron en helicópteros. Eso en sí no tiene nada de particular. Yo vi muchos helicópteros recorriendo los fiordos australes en verano. Lo trascendente de la si1160

tuación es que existe una gran cantidad de helipuertos privados que no son fiscalizados por el Estado. Eso implica que los ocupantes de los helicópteros son anónimos. La sociedad tiene infinitas ranuras a través de las cuales escabullirse. Comencé un nuevo diseño de móvil. Me mantuvo entretenida en mi taller durante un par de horas. Mientras cortaba los vidrios escuché el audiolibro Don Quijote. En el colegio solo leímos unos cuantos capítulos y siempre me pareció que debía de realizar un esfuerzo por leerlo. Finalmente lo estoy escuchando. ¡Me encanta! Está narrado en español antiguo. Se entiende, pero es diferente. Me ocurre algo similar cuando converso con latinoamericanos. Hablamos español y nos entendemos. Pero es un lenguaje diferente.

11 abril 2020 Finalmente mi hija se instaló. Ha sido todo el día trajinar por la casa acomodando cosas. He subido las escaleras cientos de veces. Estoy muy cansada, aunque

yo no me llevé el peso del trabajo. A las seis de la tarde doy por finalizadas las actividades y me siento frente al notebook. 1161

Trajo cientos de plantas, de todos los tamaños. Mañana las dispondrá. Sé que quedará más bonita la casa. Hubo un tiempo en que yo tenía muchas plantas. Mantuve algunas aquí. Muchas las llevé a la parcela. En esta casa conservo unas cuantas, entre ellas mis bonsáis.

12 abril 2020 Al día de hoy van ochenta fallecidos y 286 casos nuevos. La gran novedad del día es la primera lluvia del año. Con esto de la pandemia ya todos teníamos olvidado que el gran tema de alarma en el país era la tremenda sequía. A mí me alegró enormemente la lluvia. Fue bastante discreta, pero suficiente para limpiar el aire y tener la maravillosa vista de la cordillera andina. Hoy almorzamos empanadas, como acostumbramos los días domingo. Ensayamos un nuevo proveedor. Estaban buenas. Jugosas. Doradas. Masa delgada. Cebolla bien preparada. Fue muy entretenido. Larga sobremesa, con mi hija sentada allí. Ella es muy alegre.

Le mostré la pantalla de vitral que hice para un amigo suyo y la encontró très jolie. A mí me pareció que se le notan demasiado los «arreglines» propios de los trabajos artesanales. Esa es la gracia, opinó ella. Bueno, 1162

ojalá al amigo le guste, pues pienso cobrarle bastante dinero por el trabajo. Me costó mucho lograr el diseño que pidió. Será lo primero que haga cuando termine la cuarentena. 13 abril 2020 Amaneció fresco, aunque soleado. Ya definitivamente el verano interminable quedó atrás. Comienzo a usar zapatos cerrados y calcetas largas. Guardé toda mi ropa de mangas cortas y telas delgadas. Antes del cambio climático estos menesteres los realizaba durante marzo… en fin. Esto continúa pareciéndome nuevo y viejo al mismo tiempo. Escuchar el reporte del avance de la pandemia ya es rutina. Hoy se reportaron dos fallecidos nuevos. Sé que disminuye, pero no creo que sea una tendencia. Respecto a mi hija en casa, la rutina comienza a tejerse. Ella se levanta unas dos horas más tarde que nosotros y es autónoma para preparar sus desayunos exóticos tan diferentes de los nuestros. Deja la cocina aseada, lo que para mí tiene gran valor. Tiene buen carácter y es gran conversadora. A diferencia mía, tiene simpatía innata. No resulta para nada molesto. Ella no es la misma persona que se fue de casa, pero no es tampoco una desconocida. Es raro eso de reconocer a un 1163

adulto formado y a un niño al mismo tiempo. Veo que conserva algunos rasgos absolutamente propios de ella, como su candidez al saludar, su sentido del humor. Mi rutina de vida en casa continúa desafiándome a ser creativa. Tengo muy claro que no debo quedar «tirada» en un sillón o en cama mirando TV. No debo atrofiarme. Pensando en ello, anoche me acosté con la determinación de reanudar mis ejercicios matutinos. ¡Me acordé! Subí y bajé veinte veces las escaleras, lo que equivale a hacerlo cuarenta veces, pues mi casa tiene tres pisos. Me canso, ¡claro!, pero me doy respiros, pues mi objetivo no es cansarme, sino mantener la musculatura. Luego hice treinta abdominales con las piernas en alto. Constato que eliminé el dolor de espaldas. Me doy por satisfecha. Ayer decidí que iré más lejos con mis afanes creativos: escribiré una novela. Lo mío es el cuento y el microcuento. Lo más largo que he escrito tiene unas diez mil palabras. Me cuesta mantener el hilo conductor por mucho tiempo. No me ha parecido divertido dar vueltas a una idea que puede exponerse de manera breve y precisa. Últimamente lo he estado pensando… todo comenzó cuando este verano mi marido me dijo «debes escribir una novela». Fue bastante perentorio. Me aseguró que yo lo haría bien. No dejo de darle vueltas a la idea. 1164

Basaré la novela en un cuento de ciencia ficción que escribí hace varios años. Lo presenté a un concurso literario… no gustó. Personas que lo leyeron opinaron que el argumento es bueno. Algunos lo calificaron como «impactante». Como sea, mi intención es mantenerme ocupada durante este año, con un proyecto en mente. No pretendo hacerme famosa. Tampoco me veo persiguiendo editores para que lo publiquen. Obviamente, el proyecto de escribir una novela pasa por su edición. Esa es una etapa final. Debo considerarla en tanto que proyecto. Pero no se me irá la energía en ello. Solo iré cumpliendo etapas.

14 abril 2020 Hoy anunciaron 92 fallecidos. Diez personas murieron de la enfermedad en un día. Es preocupante, aunque yo aún siento que eso es lejano. Esta mañana comencé mi proyecto de novela. Realicé un bosquejo de la trama y delineé a los personajes. Después releí mi antiguo cuento. ¡Tiene casi 11 mil palabras! Es de lejos lo más extenso que he escrito. Estoy motivada para abordar este proyecto, pero me preocupa encontrar a alguien que lo lea y lo critique. No tengo a nadie en mente. 1165

En otro tema, volvieron los sonidos a mi casa, pues mi hija es músico y se escuchan acordes musicales a cada rato. Además, reconozco sus pasos en la escalera. Son sonidos que retornaron. La vida es ruidosa a veces. Mi hija mayor está afectada por una alergia en la piel. Envió fotografías. Yo estoy segura de que es uno de los efectos secundarios de la pandemia. El estrés generado por el encierro debilita el sistema autoinmune. Ella dice no estar estresada, pero para mí es evidente que sí lo está. Todos lo estamos. La pandemia es prácticamente el único tema en la prensa. Pareciera que todos han olvidado los eventos de octubre 2019. Todos opinan que está en receso, que volverán cuando esto termine.

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Índice Volumen 1 Prólogo..........5 Adriana Delgado..........12 Alana Chávez..........38 Alexandra Vega-Rivera..........54 Amor del Carmen Estrella..........72 Ani Karen Babojian..........95 Arlet Palestina..........110 Aurora H. Camero..........132 Bianka Verduzko..........160 Carmen García..........177 Carmina Balaguer..........198 Diana Dolea..........221 Dulce María Ramos Ramos..........240 Elena Maravillas y Marta Orosa..........257 Elisabet Fábregas Alegre.........277 Elisa Michelena Santini..........296 Emilia Fierro..........317 Ethel Krauze..........337 Florencia Pagola..........356 Volumen 2 Florencia Sardo..........377 Gabriela Ramos Monzón..........397 Isabel García Cuesta..........419 Julia Kurmi..........441

Kriscia Landos..........462 Lana Neble..........490 Laura Bianchi..........508 Laura Charro..........525 Laura Sanz Corada..........542 Laura Sussini..........558 Lila Vázquez Lareu..........565 Lola del Gallego Noval..........591 Lola Halfon..........610 Loreto Valencia Narbona..........642 Lucía Trentini..........667 Mademoiselle Peligro..........691 María Fernanda Pineda..........707 María Iliana Hernández..........731 Volumen 3 María Miranda..........747 María Ragonese..........770 María Sanz..........793 María Zubiri..........817 María Pérez Cordero..........842 Marta Castaño..........854 Muntsa Plana i Valls..........873 Naldi Crivelli..........891 Natasha Rangel..........902 Noelia Prieto..........920 Patricia Cabrera Ledezma..........946 Paula Natalia Rincón Chitiva..........968 Pilar María Cimadevilla..........993 Rebeca Maldía..........1013

Rocío Bertoni..........1036 Sofía Cárdenas..........1058 Tania Islas Weinstein..........1080 Verónica Hernández Pierna..........1104 Verónica Martínez..........1123 Verónica Uzón..........1148