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Ralph Miliband Nicos Poulantzas Ernesto Laclau
Debates sobre el
Estado Capitaüsta/1 Estado y Clase dominante (Compilación y estudio preliminar de Horacio Tarcus)
Im ago M undi
ISB N N ? 9 5 0 -9 9 6 7 1 -5 -9
Primera edición en español: Imago Mundi © Ralph Miliband / Nicos Poulantzas / Ernesto Laclau © New Left Review, Econom y and Society © de la presente edición: Imago M undi Diseño de cubierta: David Beltrán Núñez Impreso en Argentina - Printed in Argentina Loria 1821 Tel.: 91-1770 Buenos Aires - Argentina
Estudio preliminar
Con el debate M iliband-Poulantzas, que el lector tiene en sus m a nos, iniciamos la publicación de una serie de libros centrados en la naturaleza, las funciones y las transformaciones del Estado capitalista contemporáneo. Privilegiando la recopilación de debates entre distin tas perspectivas teórico-políticas, al presente volumen seguirán otros centrados en distintos aspectos de la misma problemática: Estado y Capital, la crisis del Estado Benefactor, el liberalismo y el nuevo or den estatal, etcétera. Iniciamos la presente serie con el debate entre Nicos Poulantzas y Ralph M iliband pues, a pesar de haber transcurrido algunos -d ecisi vo s- años desde su publicación original, entendemos que mantiene una vigencia excepcional. Y esto por varios motivos. En primer lugar la publicación de las obras pioneras de ambos autores -P o d e r políti co y ciases sociales en ef E stado cap italista (1968) de Nicos Pou lantzas y El E stado en la sociedad cap italista (1969) de Raplh M ili band-, así com o el intercambio crítico que siguió a su publicación (entre los años 1969 y 1976), cierra un ciclo de largo silencio en la producción teórica marxista sobre el Estado desde los tiempos de Lenin, Trotsky y Max Adler, sólo interrumpido por la solitaria labor de Gramsci en sus C u ad ern o s de la C árcel. Con aquellas obras se abre un nuevo ciclo de auge en la producción sobre el Estado y que reco noce en ellas su punto de partida. Años después siguen siendo consi deradas como obras fundamentales y precursoras de los debates y teo rizaciones de nuestros días acerca del Estado capitalista (Olivé, 1985: 246). En segundo lugar, se trata de un intercambio crítico inusual entre dos tradiciones del pensamiento marxista, tras varias décadas de pre dominio del provincianismo teórico propio del marxismo occidental (Anderson, 1976: 86-88). El estado casi “puro” de los modelos enfren tados en estas obras de juventud y en la polémica que le siguió, pre vias a las rectificaciones y reelaboraciones de sus obras de madurez, permite visualizar con mayor nitidez los desacuerdos, no sólo en el te 7
rreno de la teoría social y política, sino también en el epistemológico. El debate en cuestión constituye, pues, un “objeto de estudio ideal” (Olivé, 1985, p. 11) como confrontación de concepciones básicas del conocim iento científico y de la realidad social. La contraposición epistem ológica “em pirism o/estructuralism o” parece haber encon trado en M iliband y Poulantzas dos autores paradigmáticos. Desde el punto de vista de la teoría sociológica sustantiva sobre el Estado, pa recen representar acabadamente las tradiciones “instrum entalista” y “estructuralista” , respectivamente. Finalmente, desde la perspectiva de la tensión “estructura/sujeto” como principios diferentes de ex plicación en la teoría del materialismo histórico, la contraposición pa rece absoluta. No obstante esto, Bob Jessop se ha quejado del “estéril y engañoso debate estructuralism o-instrum entalism o”, bajo cuyo in flujo se habría recibido desdeñosamente la obra de Poulantzas en len gua inglesa. Para peor, la naturaleza de la confrontación habría lleva do al autor francés a llevar su hiperdeterminismo a su pico más eleva do (Jessop, 1982: XIV y 156). Aunque resulta hoy evidente la necesi dad de superar ambas perspectivas, entendemos que el único camino posible consiste en la apropiación crítica de las dificultades por resol ver y los callejones sin salida que ha planteado la propia teoría m ar xista en su desarrollo histórico. El mismo Jessop, por otra paite, en su recensión sobre las “Teorías recientes sobre el E stado capitalista” (Jessop, 1977), toma como punto de partida - a ser superado a través de su programa teórico- el debate en cuestión. Asimismo, las exage raciones “hiperdeterministas” (Poulantzas) o “hiperempiristas” (M ili band) propias de la polém ica -parcialm ente rectificadas en sus obras posteriores- no dejan de ser instructivas, en cuanto a los riesgos de llevar a ultranza ciertos modelos teóricos o, dicho en otros términos, de quebrar, en un sentido o en otro, la articulación dialéctica entre su jeto y estructura. Finalmente, una última razón justificaba la edición del presente de bate: constituyendo un texto de referencia en los estudios académicos y en los debates teórico-políticos, sólo se podía acceder al m ism o fragmentariamente (dado que hasta hoy se hallaba disperso en revis tas) o por referencias de segunda mano. Tras su prim era aparición en lengua inglesa, sólo conocem os una recopilación parcial en alem án (Kontroverse ü b e r den Kapitalischen Staat, Merve, Berlín, 1976). La presente es la prim era edición completa en lengua castellana. 8
El encuentro de dos tradiciones Las estructuras específicas del Estado capitalista moderno había sido una de las grandes lagunas del m arxismo occidental (Anderson, 1983: 20-21). Los años finales de la década del ’60 y los ’70 ven apa recer una nueva cultura teórica marxista, más volcada a lo concreto, esto es, a cuestiones de orden económ ico, político y social. Las obras de juventud de Nicos Poulantzas, Poder Político y clases sociales en el Estado capitalista, y Ralph M iliband, El Estado en la sociedad capitalista, aparecidas casi simultáneamente (en París, 1968, y Lon dres, 1969, respectivamente) fueron pioneras de estas nuevas preocu paciones teórico-políticas. Ambos tienen clara conciencia de que se trata de una tarea pionera, aunque tengan en las grandes líneas trazadas por Marx un punto de partida. M iliband señalaba en la Introducción a su libro que el “E sta do, com o sujeto de estudio político, hace mucho tiempo que ha dejado l de estar en boga”, especialm ente para el análisis político m arxista, que “no ha podido salir de su propio cam ino trillado y no ha mostrado poseer mayores capacidades de renovación” (Miliband, 1969: 3 y 7). Poulantzas insistía en “el carácter no sistem ático” de los textos lega dos por los clásicos del marxismo -M a rx , Engels, Lenin, G ram sci-: ninguno de ellos trató, “en el nivel de la sistematicidad teórica, la re gión de lo político” (Poulantzas, 1968: 12). Su program a teórico con siste , precisam ente, en forjar el concepto de Estado como teoría regio nal del modo de producción capitalista, cuyas bases habría sentado Marx. N o obstante, esta común y sim ultánea preocupación por lo concre to iba a encontrar en estos dos autores dos dimensiones muy distintas, a menudo opuestas. Para Miliband no se trata de construir una teoría del Estado, sino que tras rescatar las ideas centrales de Marx al res pecto de las deform aciones y simplificaciones del “marxism o-leninis m o” -tarea a la que se había entregado en 1965 con su artículo Marx y el Estado1 y a la que retorna en 1977, con M arxismo y política-, se propone estudiar la naturaleza y papel del Estado en el capitalismo
1 Incluido en el presente volumen.
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contem poráneo. Para Góran Therborn se trataba, todavía diez años después, de “la investigación empírica más ambiciosa sobre los E sta dos capitalistas modernos avanzados que haya emprendido un m arxis ta” (Therborn, 1978: 20). Si para Poulantzas era central construir teóricamente el concepto de Estado capitalista como parte de la teoría más general del modo de producción capitalista, para M iliband la tarea consistía en desarro llar un estudio histórico com parativo a partir de los Estados del ca pitalismo avanzado. M ientras el primero, siguiendo a su m aestro A lt husser, concebía dicha tarea teórica en polémica perm anente con las concepciones historicistas,subjetivistas e instrumeníalistas del Estado, presentes en toda una tradición del pensam iento m arxista (Korsch, Lukács, en parte G ram sci), M iliband se proponía responder, desde una investigación em pírica que partiera de las tesis marxista, a los te óricos de la democracia liberal, quienes sostenían que la existencia de una pluralidad de élites económicas y políticas en constante com pe tencia entre sí hacía im posible una efectiva dominación de clase. Para dicha corriente, hegemóniea según M iliband en el pensam iento políti co “existen únicamente bloques de intereses que com piten entre sí, y cuya competencia, sancionada y garantizada por el propio Estado, ga rantiza la difusión y el equilibrio del poder, y que ningún interés parti cular pesará demasiado sobre el Estado” (Miliband, 1969: 5). M iliband parte de lo que denom ina el “esquema m arxista”, según el cual “la ‘clase im perante’ de la sociedad capitalista es la que posee y controla los medios de producción y, en virtud del poder económico de tal manera detentado, puede utilizar el Estado como instrumento para el dominio de la sociedad” (M iliband, 1969: 24). Intenta, sim ul táneamente, una validación em pírica de esta afirmación en los Esta dos capitalistas m odernos, al m ism o tiempo que una crítica en regla a la teoría democráticopluralista, buscando demostrar que esta última e s tá % todos los aspectos esenciales, equivocada, y, en vez de servir nos de guía para la comprensión de la realidad, viene a ser una pro funda ofuscación” (Miliband, 1969: 6). Si bien el Estado es una insti tución - o mejor un sistema de instituciones- separada, relativam en te autónoma de la clase económ icam ente dominante, cuyos actores sociales son diferentes, la protección de los intereses de la clase do minante queda asegurada por el hecho de que el personal del Estado 10
se recluta entre las clases media y superior, de modo que tienen inte reses, ideología, etc., comunes, y, fundamentalmente, porque la clase económ icam ente dom inante posee una serie de recursos para imponer su voluntad a nivel político. La prim era parte del intercambio entre M iliband y Poulantzas giró en tom o a la valoración de El Estado en la sociedad capitalista. Poulantzas, que seguía atentamente la evolución de la teoría política en Gran Bretaña (v. Poulantzas, 1969), iniciació el debate en 1969 con una reseña del libro de M iliband, aparecida en las páginas de New Left Review : El p ro b lem a del Estado capitalista (NLR nfi 58, nov.dic. de 1969). En ella saluda la aparición de la obra, dado que contri buye -p la n te a - a superar la laguna que en el pensam iento marxista representaba la teoría del Estado y del poder político. Pero Poulantzas insistirá en las que considera son las insuficiencias del libro de Mili band, llevando a cabo una crítica que asum irá, desde un principio, co mo “no inocente”. Aunque más adelante considera que su obra posee una intención y un objeto “bastante diferentes” a los del libro de M ili band, Poulantzas adelanta que sus com entarios se derivarán de las po siciones epistemológicas presentadas en su obra y “que difieren de las de M iliband”. Los dos núcleos epistemológicos de la crítica de Poulantzas a M ili band pueden resum irse en dos palabras: “em pirism o” y “subjetivis mo” . Poulantzas, siguiendo la crítica del “em pirism o” iniciada por Althusser poco antes (Althusser, 1967 y 1968) sostiene que el método elegido por M iliband, de dar una “respuesta directa a las ideologías burguesas m ediante el examen inmediato del hecho concreto”, lo ha conducido, inconsciente y subrepticiamente, a caer en el campo ideo lógico del enemigo. Al creer que se podían com batir las teo rías polí ticas burguesas con una apelación directa a los hechos, en lugar de desplazar, m ediante una ruptura, el cam po epistemológico, y respon der a la teoría (ideología) con Teoría (Ciencia), M iliband habría caído en el espejism o ideológico empirista, fundam ento epistemológico de las teorías que pretende combatir. Sería el precio pagado por Miliband como consecuencia de desatender los principios epistemológicos que podrían hacer efectivam ente “concretos” a los “hechos” y desconocer la necesidad de construir una Teoría del Estado, que M iliband consi dera com o “dada”. 11
. El segundo núcleo de su crítica gira en tomo al “problema del suje to”, de cuya naturaleza ideológica sería tributaria la obra de Miliband. En efecto, según Poulantzas, el autor de El E stado en la sociedad ca p italista, como consecuencia de sus com prom isos epistem ológicos con la ideología subjetivisla, sería incapaz de “comprender las clases sociales y el Eslado como estructuras objeLivas y a sus relaciones co mo un sistema objetivo de conexiones regulares, como una estructura y un sistema donde ¡os hombres no son sino “soportes” o “portado res” de la misma. Este presupuesto epistem ológico llevaría a M ili band a reducir las clases sociales a las relaciones intcrpcrsonalcs de los individuos que las componen y a explicar la naturaleza del Estado por las relaciones interpcrsonales entre los miembros de élite estatal y las élites económicas. De estos dos núcleos epistemológicos parten, luego, las críticas de Poulantzas a la teoría social sustantiva de Miliband: el “ falso proble ma del m anagerialismo” sería el resultado de que el marxista inglés define a los managers dentro de la clase dom inante dado que su “ mó vil de conducta” es común a ambos, mientras para el autor greco-fran cés dicha definición debe construirse objetivamente en relación al lu gar que ocupan dichos sujetos en la producción y a su relación cop los medios de producción. También difiere en su conceptualización de la naturaleza de clase del Estado capitalista: mientras Miliband sostiene 'la tesis “inslrumentalisia” según la cual el aparato de Estado sirve a los intereses de la clase dominante, dada la participación efectiva de ^miembros de esta clase en dicho aparato; el origen de clase común en tre la élite estatal y las élites económicas; y el poder de presión de es tas últimas sobre el aparato estatal; para Poulantzas la relación enire ~clase dominante y Estado es una relación objetiva: si la función del Estado y los intereses de la clase dom inante coinciden, es en virtud _del propio sistema. La respuesta de M iliband tuvo lugar en el núm ero siguiente de New Left Review (N2 59, en.-febr. de 1970): El E stado cap italista. R éplica a Nicos P oulantzas. En un tono todavía defensivo aunque contundente, siempre dentro de los términos cordiales con que se ini ció el debate, Miliband comienza reconociendo el carácter inacabado de su “problem ática” teórica sobre el Estado, aunque recuerda su ar tículo previo sobre la teoría del Estado en Marx. Una vez esbozada 12
ésia, le interesaba “contraponerla a la visión predominante del plura lismo democrático y mostrar las deficiencias de esta teoría de la única forma que me parece posible, en términos empíricos”. Y en esto radi ca, a su juicio, el principal déficit de, la crítica y del propio libro de Poulantzas, como consecuencia de su matriz althusscriana: la ausen cia de investigación y validación em pírica de un “modelo” teoricista. En segundo término, en relación a la naturaleza de clase del Esta do, M iliband reconoce la necesidad de complementar el estudio del “comportam iento” de los actores sociales con el de las determinacio nes estructurales. Poulantzas, no obstante, habría subestimado el gra do en que Miliband entiende que los sujetos están determinados por las fuerzas estructurales del sistema. Pero, en lo fundamental, devuel ve a Poulantzas su crítica: el énfasis exclusivo del autor de Poder político y clases sociales... en las “ relaciones objetivas”, lo habría lle vado a un “superdeterminismo estructural”: las fuerzas estructurales serían tan absolutamente determinantes que convertirían a quienes go biernan el Eslado (la burocracia estatal) en meros funcionarios y eje-1 eulores de la política que les impone el sistema. Si el objetivo de Pou lantzas era evitar el “inslrumentalismo” , su apelación a semejante determinismo estructural lo habría conducido sólo a un rodeo teórico: el Estado no es “ manipulado” por la clase domíname para que cumpla sus órdenes: las lleva a cabo autom áticam ente, y de forma total, a causa de las “relaciones objetivas” que le impone el sistema. Estos rí gidos presupuestos, además, no le perm itirían dar cuenta de la autono mía relativa del Estado, por otra parte tan mentada por Poulantzas, y encerrarían además un peligro políticó ultraizquierdista que el mismo Poulantzas se empeña en criticar: un enfoque que se desentiende del personal del Estado, lo llevaría a subestim ar las diferencias entre, por ejemplo, un Estado dirigido por socialdcm ócraias de otro manejado por fascistas... La aparición de la edición inglesa del libro de Poulantzas (1973) relanzará la polémica, ahora en térm inos más agudos, siempre en las páginas de New L eft Review. E n ésta oportunidad será M iliband quien reseñe críticamente la traducción inglesa de P oder Político y clases sociales en el Estado c a p italista (Londres, New Left Books, 1973). Cuando, en 1968, concluía El E stado en la sociedad capita lista, M iliband se excusa, en una nota al pie, por no haber consi13
derado “ un im portante intento de elaboración teórica del ‘m odelo’ marxista del estado, aparecido cuando esta obra estaba a punto de ter m inarse, a saber, la de N. Poulantzas” (Miliband, 1969: 8n.). Es cierto que la. elogiosa referencia a P o d er político y clases sociales se ve mediatizada por el disianc'iamicnio crítico que implica el entrecom i llado en el término “ m odelo” . No obstante, todavía en 1970, en su 'respuesta a Poulantzas reséñada antes, vuelve a hablar de su “im por tante libro, P oder político y clases sociales, cuya traducción al ingles es una urgente necesidad”, y si su crítica al teoricismo poulantziano es incisiva, está cuidadosamente equilibrada por el déficit opuesto que reconoce en su propia obra: la falta de elucidación teórica. En la rese ña de 1973 ya no tendrán cabida esas elogiosas consideraciones ni una crítica equilibrada con la correspondiente autocrítica. “ Desafortu nadamente -escribe Miliband entonces-, por lo que a mí concierne, tendré que abordar el intento en una vena m ucho más crítica de lo que hubiera esperado. La razón es que el releer el libro en ingles, cinco años después de haber leído la versión original, me han llamado mu cho más la atención sus debilidades que sus puntos fuertes”. Miliband embale nuevamente contra el teoricismo de Poulantzas: su construcción de un modelo teórico puro de Estado capitalista sin referencia alguna a ningún Estado capitalista actual. Se trataría de “ un miedo absurdamente exagerado a la contaminación empirista ( ‘Fuera, fuera, maldito hecho’)”. No obstante esta crítica, Miliband advierte que el objeto teórico del libro de Poulantzas es distinto del de su pro pio libro: para el francés se trata, en efecto -consecuente con la con cepción althusseriana del conocimiento com o producción-, no de par tir de la realidad inmediata dada, la realidad de hechos del empirismo, sino de producir el concepto científico de Estado capitalista a partir del trabajo sobre la materia prima del conocim iento (Generalidades /, de Althusser), que ya es un conocim iento procesado y transmitido por prácticas ideológicas y científicas previas: los textos de los clásicos del marxismo, los textos políticos del movim iento obrero y las obras contemporáneas de ciencia política (Poulantzas, 1968: 10 y ss.). Pero si la obra de Poulantzas no constituye, a juicio de M iliband, un aporte para la comprensión del Estado capitalista moderno, tampoco consti tuye un avance en la empresa de “com pletar” y “reelaborar crítica m ente” los textos de los clásicos del m arxismo sobre el Estado. Antes bien, M iliband argumentará que “la ‘lectura’ de Poulantzas constituye 14
una grave m alinierpretación de Marx y Engels, así como de la misma realidad que está intentando retratar”. En consecuencia, el m arxista inglés insistirá, sucesivam ente, en que el modelo poulantziano es incapaz de dar cuenta de las relaciones entre Estado y clase dominante, de la autonom ía relativa del Estado, de la especificidad de cada una de las formas históricas del Estado ca pitalista. Para M iliband, sólo la previa distinción analítica entre poder de clase y poder de Estado permitirá dar cuenta de la relación especí fica entre clase dom inante y Eslado, así como de la relativa autono mía de este último con respecto a la prim era. La desviación instrumcntalista conduce a afirmar que el Estado actúa, no en beneficio de la clase dominante, sino bajo sus órdenes. Es la misma función del1 Estado m oderno de adm inistrar “ los intereses com unes de to d a la clase burguesa" -seg ú n la conocida fórm ula del M anifiesto que el propio Miliband subraya-, frente a la pluralidad de los intereses parti culares del capital, la que otorga al Eslado su'grado de autonomía re lativa. Si Poulantzas insiste en dicha autonom ía relativa, es incapaz de responder “¿Cómo es de relativo lo relativo? ¿En qué circunstancias lo es, más o menos? ¿Qué formas asume la autonom ía?” Sucede que parte de una concepción donde no hay cabida para la distinción entre poder de Eslado y poder de clase: para él no puede siquiera hablarse con propiedad de poder del Estado. Las instituciones, y con ellas el Estado, “no pueden sino ser referidas a las clases sociales que detentan el po der” (Poulantzas, 1968: 139-140). Miliband devuelve así al estructuralista francés la acusación de instrumentalismo: si al hablar del “poder del Estado”, éste debe referirse al “poder de una clase determinada”, ello supone, inter alia, “privar al Estado de cualquier tipo de autonomía y convertirlo precisam ente en un simple instrumento de una clase de terminada”. Por otra parte, M iliband retoma una crítica iniciada en su artículo anterior, a la interpretación que hace Poulantzas del concepto de bo n a p a rtism o en Marx y Engels: éste alude a una form a h istó rica del Estado capitalista y de ningún modo a un “rasgo teórico constitutivo del tipo capitalista de Estado” como pretende Poulantzas. La confu sión que lo había llevado a atribuir los caracteres de una forma histó rica de excepción a la dom inación política global de la burguesía, responde a una dificultad teórica de distinguir las diferencias reales 15
entre las form as democrático-burguesas y las form as de excepción del Estado capitalista, lo que acarrearía además graves consecuencias políticas. En suma, los límites de su teoría social sustantiva provendrían de lo que M iliband llamó antes “superdeterm inism o estructuralista” y ahora rebautiza como “abstraccionismo estructuralista”. La difuminación del campo de la lucha de clases y la elim inación de la problem á tica de la conciencia de clase (así com o la incomprensión de la auto nomía relativa del Estado y de sus diferentes form as históricas) habrí an llevado a un callejón sin salida al program a teórico de Poulantzas de explicar el “fundamento del poder político” en el capitalismo. D a do que el Estado es capitalista por definición estructural, Poulantzas asum e -com o punto de partida estructural- lo que debe ser explicado acerca de las relaciones del Estado con las clases en el modo de pro ducción capitalista. La polém ica encontró amplia resonancia, especialm ente en el m un do anglosajón, antes de que Poulantzas tomara la decisión de retom ar la. Lo hará recién en 1976, cuando sus lectores de habla inglesa podí an remitirse a las traducciones de sus obras inmediatamente posterio res: Fascismo y dictadura y Las clases sociales en el capitalism o actual; entretanto, se terminaba de editar en Francia su último libro, L a crisis de las d icta d u ra s y preparaba el volumen colectivo sobre La Crisis del Estado. Escribió entonces El E stad o Capitalista.Una réplica a M iliband y Laclau, aparecido en NLR, N 9 95, en febr.marzo de 1976. Poulantzas entiende que ahora puede apoyarse en sus nuevos escritos para refrendar sus tesis de P o d e r político y clases so ciales,, pero paradójicamente, a partir de esta obra se va operando un deslizamiento en la trayectoria teórica poulantziana, que partiendo del prim er estructuralism o-m arxista de 1968 desem bocará, diez años después, en E stado, Poder, Socialism o (1979), en una problemática que dará creciente centralidad a la lucha de clases, y simultáneamen te, acolará el campo de la determ inación estructural (Jessop, 1982; Laclau, 1981; O lh c lv85). Además, se propone cuestionar la “ m ane ra totalmente errónea” en que viene planteándose el debate, especial m ente en el mundo anglosajón, en térm inos de “ instrum entalism o” versus “estructuralismo” “al m enos por lo que respecta a la aplica ción del último de los términos a P o d e r P olítico y clases sociales”. 16
Alan Wolfe, Am y Bridges, Erik Olin W right, Luca Perrone, G. E. Anderson y R. Friedland, entre otros (v. Referencias bibliográficas), des de distintos ángulos de aproximación, coinciden en ubicarlo dentro de lo que denominan críticam ente el “estructuralism o m arxista”, como opción teórica a ser superada. Sólo el trabajo del argentino Ernesto Laclau -L a especificidad de lo político: en torno del debate Poulantzas-M iliband aparecido en E conom y and Society en 1975- con tribuía, en palabras de Poulantzas, “a fijar el debate en su verdadero terreno”. Laclau parte de una valoración de la “im portancia teórica” de la obra de Poulantzas, para considera' “algunas de las implicaciones teó ricas” de su debate con M iliband. El autor de P olítica e ideología en la teo ría m a rx is ta si 110 corrige, al m enos m origera la crítica que Poulantzas dirige a E l E stado en la sociedad capitalista: si no se tra ta de empirismo liso y llano, Miliband sé habría detenido en el primer paso de la crítica teórica: la confrontación “em pírica” del sistema teó rico analizado, sin abordar los pasos siguientes: identificación de los problemas y las contradicciones teóricasdel sistema criticado y propo sición de un sistema teórico alternativo. Tampoco se trataría de un crudo subjetivismo: los vínculos entre miembros de los aparatos del Estado y miembros de la clase gobernante estudiados por Miliband pueden enten derse como una indicación de la dominación de clase y no como su causa. El propio Poulantzas, por su parte, tampoco sigue los pasos de la crítica teórica que Laclau propone. Se limita a comenzar por el último, la construcción de su propia problemática, sin demostrar las contradic ciones internas de las problemáticas que rechaza. En cuanto a las críticas teóricas dirigidas por M iliband a Poder político y clases sociales, Laclau rechaza la de “superdeterminismo estructural” , pero se hace eco de la de “ abstraccionism o estructuralista”. En efecto, no cree que la matriz estructuralista althusseriana sea un impedimento para dar cuenta de la autonom ía relativa del Estado capitalista o de sus distintas formas históricas. Tan sólo conduce a una explicación estructural de ellas, diferente de la proporcionada por Mi liband. Un equívoco implícito en el debate es, para él, el resultado de que analizan distintos problemas: “M iliband está interesado en deter minar los canales concretos que, en E u ro p a occidental establecen el vínculo entre las fracciones que detentan el poder político y las clases 17
dom inantes, y en tal sentido hace hincapié en los elementos de unidad güe existen entre ambos. Poulantzas, por el contrario, está interesado en determ inar a nivel teórico el carácter autónom o de lo político den tro del modo de producción? capitalista, y en tal sentido, hace hincapié en ios elementos de diferenciación existentes entre clases dominantes y fracción que detenta el poder”. Pero para Laclau sí es pertinente la crítica metodológica de lo que M iliband denominó “abstraccionism o estructuralista”. “La sustancia de este método -ac lara - es un tipo de abstracción que conduce a un creciente formalismo, como resultado del cual la sustancia teórica se disuelve en un sistema de antinomias verbales44. Esta actitud teórica afectaría algunos conceptos centrales de la obra de Poulantzas y de la escuela althusseriana, como el de m odo de producción: la distinción de estos autores entre la determinación económ ica en última instancia y el papel d o m in an te de cada uno de los tres niveles (economía, polí tica, ideología) según la articulación propia de cada modo de produc ción “ no parece ser más que una serie de m etáforas que intentan re solver a través de símbolos de escaso contenido teórico un problema artificial creado por la m etafísica de las instancias”. Volviendo a la réplica final de Poulantzas, éste rechaza cualquier reproche en térm inos de “abstraccionism o” , en el sentido de ausen cia de análisis concretos o referencias a hechos históricos y em píri cos: tal crítica provendría de una aproxim ación em pirista o neopositivista com o la de M iliband. R econoce, sin em bargo, que el texto in volucra cierto teoricism o, en los térm inos de la autocrítica que la propia corriente althusseriana venía desarrollando entonces. P o u lantzas atribuye dicho teoricism o a una “posición epistem ológica hiper-rígida, posición que com partí en su tiem po con A lthusser”. En su afán de cuestionar el em pirism o y el neopositivism o, dicha postu ra “creaba la impresión (sic), altam ente dudosa, de que el proceso teórico, o ‘discurso’, contenía en sí m ism o los criterios de valida ción o 4cientificidad‘.” A sí, por ejemplo, la diferenciación “excesivamente tajante” entre “orden de exposición” y “orden de investigación” que aparece en P o d e r político y clases sociales.... habría facilitado la confusión de Mi liband, llevándolo a creer que si los análisis concretos fueron expues18
tos com o meros ejem plos o ilustraciones de un proceso teórico, la in vestigación m ism a no derivaba sino de conceptos abstractos. En su ma, si Poulantzas reconoce cierto “form alismo” y un relativo “descui do de los análisis concretos” en su obra primera, resalta su diferencia irreductible con Miliband: éste, con su apego em pirista a los hechos, no iría más allá de m eras “descripciones narrativas” , m ientras que su m etodología lo lleva a m anejar los hechos concretos teóricamente. También rechaza Poulantzas cualquier cargo de “estructuralism o” , empeñado, tal com o está entonces, en resituar teóricam ente la centra lidad de la lucha de clases. Por el contrario, sólo un recorte “estructu ralista” de su obra, se queja, podría dejar de considerar sus múltiples análisis sobre la relación entre el Estado capitalista y las clases (domi nantes, reinantes, subalternas, auxiliares, m antenedoras, etc.). Al revés, sería M iliband quien incurre en posturas estructuralistas al apli car el concepto de poder al Estado, en lugar de hacerlo a las clases a cuyos intereses corresponde el Estado. “Por el contrario -so stien e-, mediante la com prensión de las relaciones de poder com o relaciones de clases, he intentado rom per definitivamente con el estructuralism o, form a m oderna del idealism o burgués”. La autonom ía del Estado no se explicaría, com o en M iliband, co mo resultado de su poder (a mayor poder, m ayor autonom ía), sino com o resultante de las contradictorias relaciones de poder entre las distintas clases sociales. Todo su esfuerzo teórico estuvo centrado, reconoce Poulantzas, desde la publicación de Poder Político y cla ses sociales, en subrayar m ás aún la “prim acía de la lucha de clases frente al aparato de E stado”. Esto lo llevó a redefinir el Estado, des de una conceptualización estructural a una relacional: el Estado es ahora relación o, m ejor, condensación de una relación de poder en tre las clases en conflicto. Esta redefinición será la que ocupará el lugar central en su próxim a y últim a obra: Estado, poder, socialis m o (1978). Esta redefínición le perm itirá escapar al falso dilem a entre teoría instrumental (el Estado com o cosa a controlar) y teoría subjetiva (el Estado com o sujeto, con poder y racionalidad propios). M iliband sería tributario de ambas: de la prim era, cuando trata de dar cuenta, instru mentalmente, de la relación entre clase dom inante y Estado; de la s e - , 19
gunda, cuando recurre a la teoría de la burocracia estatal o a la teoría de las élites. En ambos casos, la relación Estado/clases sociales esta ría entendida com o una relación de exterioridad. En la concepiualización de Poulantzas, la autonomía relativa del Estado es, en cambio, inherente a su estructura misma, en tanto en cuanto es el resultado de las contradicciones y de la lucha de clases expresadas, siempre en su propia form a específica, en el interior del Estado. Finalm ente, si bien reconoce que las críticas de Laclau, a cuenta del “ form alismo11 de Poder político y clases sociales... son, en parle, acertadas, Poulantzas deslinda responsabilidades en relación al con junto de la escuela althusseriana. Su definición de modo de produc ción como unidad contradictoria de sus distintas instancias (económi ca, política, ideológica) le habría facilitado rom per con la concepción de una instancia/nivel económ ico, inherentem ente invariable, cuya naturaleza intrínseca permanecía idéntica en cualquier modo de pro ducción dado, y le habría ayudado a evitar el intento de elaborar una “teoría general” de lo político-esiatal a través de los distintos modos de producción, tal como Balibar trató de hacer, infructuosamente, pa ra lo económ ico (Althusscr-Balibar, 1967). El “ form alism o” de P oder político y clases sociales..., empero, lo habría llevado, efectivamente, a entender las formaciones sociales co mo la concreción de modos de producción preexistentes, y a las for mas concretas del Estado capitalista como la concreción de elementos del tipo de Estado capitalista existente en abstracto, lo que habría co rregido en sus obras posteriores. Por otra parte, el modo abstracto en que concibió la separación economía/política propia del modo de pro ducción capitalista, le habría impedido precisar el estatuto y funciona m iento de las “ intervenciones” económ icas del Estado capitalista avanzado. Finalmente, el modo formalista de concebir la relación es tructuras/prácticas (de clase) llevó a que se las entendiera a cada una de ellas como dos dominios ontológicam ente distintos. Se lo acusó, entonces, de determinismo estructuralisia, cuando su intención, más bien “antiestructuralista” , habría consistido en resaltar el papel central de la lucha de ciases, tal como habría sido explicitando en sus obras posteriores. A pesar del carácter contundente de su réplica, Poulantzas cierra el 20
debate entendiéndolo como fructífero y reconoce cómo los diferentes comentarios contribuyeron a la evolución de sus posiciones2. Los presupuestos epistem ológicos Fue el epistemólogo mexicano León Olivé quien llevó a cabo el estudio m ás siste m á tic o de las implicancias epistemológicas del deba te entre Miliband y Poulantzas. Su obra E stado, legitim ación y crisis (1985) es un análisis comparativo de tres: teorías político-sociológicas sustantivas y de sus presupuestos epistem ológicos -M iliband, PouIanlzas, Habcrm as-, buscando revelar el juego recíproco de las cate gorías epistemológicas y sociológicas (Olivé, 1985: 10). Para Olivé, “estos textos esLán compuestos en lo principal por discursos socioló gicos con pretensiones de cientificidad; pretensiones afirmadas por el mero hecho de que los discursos reciben expresión, y que cada texto presupone una teoría general de la sociedad, o al menos nociones so ciológicas muy generales, que incluyen afirmaciones relativas a los modos básicos de existencia de la realidad social. Tales afirmaciones son justificadas por discursos epistemológicos y ontológicos que no aparecen necesariamente en los textos en cuestión. De este modo, las concepciones epistemológicas y ontológicas son mctateóricas en tanto no pertenecen a un discurso sociológico propiamente dicho, ni son ela boradas en él. Además, se observa un juego recíproco entre los dos ti pos de discursos (teórico y metateórico): mientras que los discursos so ciológicos presuponen concepciones ontológicas y epistemológicas, estas últimas, a su vez, establecen límites más allá de los cuales la teo ría sustantiva del Eslado no puede desarrollarse sin alterar la congruen cia epistemológica de los dos niveles del discurso” (Olivé, 1985,246). 2 Aunque el iniercambio entre Miliband y Poulantzas se cierra con esta contribución del marxista francés, Miliband volvió sobre los temas en cuestión, años después de la trá gica desaparición de Poulantzas: se trata de “Statp powcr and class interests”, aparecido en New Left Review, Nfi 38, marzo-abril de 1983, e incluido, por lo tanto en la presente compilación. Entre tanto Miliband -que publicó Maxism and politics en 1977 y Class Po wer and State Power en 1980- había marcado una inflexión que lo acercaba a ciertas posturas de Poulantzas. Miliband reconoce entonces los méritos teóricos del marxista francés “a quien corresponde el honor de haber realizado la exploración más profunda del concepto de autonomía del Estado”, aunque insiste en la que éste hubiera calificado de relación de exterioridad entre Estado y clase dominante; “un ‘modelo’ exacto y realista de la relación entre la clase dominante y el Eslado en las sociedades capitalistas avanza das -escribe Miliband- es el de asociación entre dos fuerzas diferentes y separadas, uni das entre sí por muchos lazos, aunque cada una posea su propia esfera de acción”.
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Olivé dem uestra minuciosamente cóm o los tres enfoques escogi dos -M iliband, Poulantzas; Habermas3- que difieren entre sí tanto a nivel de la teoría sociológica sustantiva com o a nivel de las presuposi ciones epistem ológicas, son internam ente incoherentes: el autor de tecta así incoherencias epistemológicas entre el entram ado marxista de M iliband (y el análisis, sociológico de él derivado) y sus preconcepciones em piristas, así cómo entre el entram ado m arxista de Pou lantzas y sus preconcepcioñes estructuralistas. En el prim er caso, Olivé detecta en el discurso de El Estado en la sociedad capitalista un conflicto de enfoques y no mero “empiris mo” , com o señalaron Poulantzas y Laclau. M iliband comienza adop tando puntos de vista presupuestos por las teorías democrático-pluralistas'a las que, por otra parte, se propone refutar), hasta el punto de admitir su presupuesto concepto de verdad, y la necesidad de corrobo rar o refutar teorías hipotéticas mediante com paración con los hechos, considerados com o datos que pueden ser descriptos en un lenguaje observacionai, exento de teoría. Esta concepción epistem ológica empirista se halla com prom etida con una visión atom ista de la realidad, en el sentido de que esta últim a se halla constituida por series de acontecim ientos únicos y aislados, conectados tan sólo por su apari ción en series tem porales sucesivas, o en correlaciones más o menos claras que son observadas por el sujeto cognoscente. M ientras el dis curso de M iliband se sujeta a estas directrices, se halla comprometido con una concepción ahistórica del sujeto, a la que son ajenas las cate gorías de totalidad y contradicción. Se encuentra aquí el fundamento para considerar que la tesis según la cual una clase dominante en el aspecto económ ico es también dom inante en el político, puede de mostrarse al com probar que los miembros de esta clase están, de he cho, conectados con la élite del Estado, con lo que se pasa por alto que esto constituye prueba, ciertamente, tan sólo si se considera desde la perspectiva de un entramado interpretativo, teórico, en que “Clase”, “Estado”, etc. son conceptos bien definidos. No obstante estos presupuestos, el discurso de M iliband presenta un desplazam iento cuando apela a un entramado categorial marxista, que constituye hechos. ( ontra lo que cree Poulantzas, en El Estado 3 Aquí sólo nos ocuparemos de los dos primeros.
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en la sociedad capitalista se tratan teóricamente los hechos. Dicho entramado, además, tiene incorporada una noción de totalidad, la cual se manifiesta en las referencias de Miliband a los “im perativos” o a los “constreñimientos del sistem a”. En este sentido, el discurso presu pone una categoría de totalidad que de hecho conduce a un tipo de ex plicación estructural a nivel sociológico. M iliband refuta efectivam ente a los teóricos democrático ^ pluralis tas en la m edida en que consum a este desplazamiento, esto es, en tanto y en cuanto es inconsecuente con sus propios postulados episte m ológicos (empiristas). Es que ni de las teorías democrático -pluralis tas, ni de la teoría marxista, puede demostrarse concluyentem ente que son falsas y verdaderas respectivamente, como postula M iliband, con fundamento en el cotejo con una realidad empírica descrita en un len guaje exento de teoría. L a apelación a la dem ostración “objetiva” (empírica) de correlaciones entre agentes (clase dominante/burocracia de Estado) no refuta acabadamente las tesis de los democrático-pluralistas. Para ellos es perfectam ente legítim o establecer cierto número de correlaciones entre agentes. Pero el que estas correlaciones sean o no significativas, y especialm ente el que puedan considerarse como dem ostrativas de m anera concluyente de la existencia de una clase dominante, en contraposición con cierto número de élites dominantes que compiten entre sí, es algo que depende de la teoría. D esde el pun to de vista de los pluralistas, es discutible que los testimonios aduci dos por Miliband sustenten las tesis que quiere probar. El problem a no puede resolverse m anteniéndose dentro del terreno de los pluralis tas -co m o argumentó P oulantzas- pues ellos pueden alegar que los testimonios son inexactos, con lo que el problem a se reducirá a una necesidad de buscar más y “m ejores” testimonios para corroborar o rechazar las tesis en cuestión. Esto obligaría a M iliband, entiende Oli vé, a efectuar el desplazam iento epistemológico desde la epistem olo gía empirista hasta la teoría marxista com o entramado categorial. Pe ro, entonces, los dos tipos de explicación (por correlación y estructu ral) se encuentran en niveles diferentes y conducen a un discurso in coherente. Como resum e el propio Olivé, hay, pues, en M iliband “dos líneas contrarias en las presuposiciones, que corresponden a dos líne as opuestas en el discurso sustantivo. L a línea empirista corresponde a los argumentos sustantivos basados en las conexiones sociales entre agentes, etc., y la línea no empirista, que presupone a la sociedad co mo una totalidad y como contradictoria, conduce a argumentos en tér 23
minos dexonstreñim icntos estructurales, a la contradicción entre el trabajo asalariado y el capital, etc.“ (Olivé, 1985: 204), Las contradicciones del aporte de Poulantzas se sitúan a otro nivel: el autor de P oder político y clases sociales... parte de presuposicio nes coherentes con su discurso sociológico, pero esta consistencia se preserva a costa de un insoportable formalismo, de una “desviación teoricista” que el propio Poulantzas tuvo que criticar y abandonar. A medida que corrigió su concepción sociológica sin cuestionar a fondo sus presupuestos, el discurso poulantziano se hizo más rico pero tam bién más incoherente e indeterminado. Olivé detecta una fuenie de contradicciones en la matriz althusseriana, entre su monism o ontológico (los procesos de pensam iento son tan reales como cualquier otro proceso real) y su dualism o epistem o lógico' (distinción entre el “objeto real” y el “objeto form al”, producto este último del procesó de conocimiento, que tiene lugar totalmente en el pensamiento). Ahora bien, si el “objeto form al” no transforma ni afecta al “objeto real” del cual se busca el conocimiento: ¿cuál es la relación entre uno y otro? ¿cómo puede saberse si el objeto del cono cimiento es, ciertamente, el conocimiento del objeto real? Ignorando esta problemática, la escuela althusseriana se concentra puram ente en el objeto de conocim iento, lo que conduce al form alism o o teoricis mo, el que presupone, en última instancia, una teoría de la verdad co mo coherencia. De ahí que Poulantzas, consecuente con esta matriz de pensam ien to, descarte el trabajo teórico sobre la “realidad de hechos” del empi rismo y parta de una “ materia prima” como conocim iento procesado, transmitido por prácticas ideológicas y científicas previas. La cientificidad del discurso es buscada a través de la producción de “ formas” adecuadas. De acuerdo a la problemática establecida por Althusser y retomada por Poulantzas, todos los objetos, tanto reales como formales, son “to dos estructurados contradictorios predom inantes”, o “todos estructu' rados com plejos” (a diferencia de las unidades hegelianas, con su simple par d e: opuestos). En otros términos, dichos objetos son una compleja estructura de contradicciones, donde una principal predom i na sobre las otras, y donde cada contradicción depende del resto de 24
las contradicciones (sobredeterm inación). Un objeto es conocido científicamente, pues, si se especifica la manera en que está estructu rado. Así, P oder político y clases sociales se propone construir la es tructura contradictoria interna del Estado capitalista y sus articulacio nes con otras contradicciones (instancias) de esa unidad estructurada com pleja con predominio que es el m odo de producción capitalista (MPC). El Estado capitalista es aquí elemento del MPC, esto es, la te oría del Estado capitalista presupone lógicamente la teoría del MPC. Ahora bien, dado que los modos de producción son tan sólo obje tos abstractos formales (objeto form al), que se combinan para dar lu gar a formaciones sociales (objeto concreto real), nos hallamos aquí ante un grave problema: ¿cómo entidades cuya existencia sólo se da en el pensamiento pueden combinarse para p ro d u cir objetos concre tos reales? La misma pregunta cabe a la afirmación de Poulantzas de que el Estado histórico concreto (objeto real), propio de una form a ción social, “resulta de una combinación de varios tipos de Eslado sa lidos de los diversos modos de producción que entran en combinación en aquella formación” (Poulantzas: 1968, 178-179). El texto de Pou lantzas carece de un procedimiento para vincular los dos reinos (for mal y real), de modo tal que la relación dé su discurso con la realidad concreta no puede evaluarse (decidirse). La pretensión de cientificidad centrada exclusivamente en la elaboración y construcción plena coherente de conceptos (la ‘problem ática’), culmina frustrada en un formalismo absoluto, donde toda correlación entre teorías y objeto re al queda excluida (Olivé, 1985, cap. 3). La dialéctica e stru c tu ra/su je to También las diferentes presuposiciones ontológicas -la s referidas a la naturaleza de la realidad social- influyen en la sustancia de los res pectivos discursos sociológicos. En este plano, la prioridad otorgada ya a la praxis de sujetos sociales, sus acciones y su conciencia, ya a la determinación por las estructuras sociales de las acciones de los suje tos en tanto que necesarias e independientes de su voluntad, remite a dos paradigmas explicativos y a dos modelos de presuposiciones on tológicas claramente diferenciales. L a problem ática en cuestión se centra, tal como la ha definido Perry Anderson, en la naturaleza de las relaciones entre estructuras y 25
sujetos en la sociedad y en ía historia humanas. Dicha cuestión “siem pre ha constituido uno de los problemas más centrales y fundam enta les del materialismo hiíiu.nu): si reflexionamos sobre la perm anente oscilación, sobre la poniecial disyunción que existe en los propios es critos de Marx, entre la atribución del primer m otor del cam bio histó rico, por un lado, a la contradicción entre las fuerzas de producción y ¡as relaciones de producción -pensem os en la famosa In tro d u cció n de 1859 a la C on trib u ció n a la C rítica de la econom ía p o lític a - y, por otro lado, a la lucha de clases -pensem os en El m anifiesto com u n ista - (...) ¿Cómo se articulan estos dos tipos diferentes de causali dad o principios de explicación en la teoría del m aterialismo históri co?” (Anderson, 1983: 36). El marxismo clásico -sig u e Anderson- no ofreció, ni siquiera en su mejor momento, una respuesta coherente a este punto, y las m is mas cuestiones no resueltas han aparecido una y otra vez tanto en la política corno en la historiografía marxista. El autor de T ra s la huella del m a te ria lism o h istó ric o encuentra en las dilatadas discusiones contemporáneas en torno a la obra de Edward Thom pson sobre clases y estructuras sociales, así como en las contrapuestas reconstrucciones de la transición del feudalism o al capitalism o europeos propuestas respectivamente por Robcrt Brcnner y Guy Bois, dos ejem plos de esta problemática abierta. Podríamos agregar nosotros que también el de bate entre M iliband y Poulantzas en torno a la naturaleza del Estado capitalista gira en lom o a la dialéctica sujetos/estructuras. Esta “potencial disyunción” (por momentos “lesión”) entre sujetos y estructuras podría rastrearse en los avalares de la historia del mar xism o, constituyendo verdaderam ente dos tradiciones en su seno. Marxismos de corte econom icista (como el de la Segunda Internacio nal) y marxism os de tipo voluntarista (como el de Sorel); marxismos de tradición hegeliana (como el de Labriola o Trostsky) frente a mar xismos de tradición m aterialista clásica (Plejanov o Lenin); m arxis mos de la “praxis” (Gram sci) o de la “totalidad” (Lukács) frente a marxismos determ inistas (Kautsky o Bujarin), parecen responder a es ta irresuelta antinom ia.4 4 Si para Anderson se trata de una tensión (y por momentos lesión) en la historia del pensamiento marxista, a resolver en futuras investigaciones - y la propia obra historiográfica de Anderson se desenvuelve en el sentido de la interdependencia dialéctica de
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Piénsese, por ejemplo, en la solución antitética que proponen, res pectivam ente Plejanov y Trotsky al entonces denominado “papel de individuo en la historia” . Plejanov, fiel a la tradición materialista fran cesa, entiende que el hombre es producto del “medio” y las “circuns tancias” . Si Robespierre hubiera muerto accidentalmente en los um brales de la Revolución Francesa, esa sociedad hubiera creado otro Robespierre. Trotsky, tributario de la tradición hegeliana vía Labriola, entiende a los “grandes hom bres” como productos y como producto res de cada época histórica. No son meros epifenómenos, creados ad hoc: son el resultado de un largo proceso histórico en que “hom bres” y “circunstancias” se implican recíprocamente. Si Lcnin no hubiera llegado a Rusia en abril de 1917, la Revolución Rusa no hubiese sido posible. Asimismo, el debate actual en el serio de la teoría marxista entre quienes priorizan las fuerzas productivas sobre las relaciones de producción (Gerald Cohén) y quienes priorizan estas últimas sobre las primeras (E. P. Thompson), tiene lejanos antecedentes: piénsese en las críticas que, cada uno por su parte, dirigieron Gramsci y Lukács al de terninism o tecnológico del M anual de M aterialism o H istórico de Bujarin.5 Pero quizás la lesión entre sujetos y estructuras alcance su máxima expresión en el “marxismo occidental”, cuando los intentos sosteni dos de Sartre, M erleau-Ponty y De Beauvoir de replantear las relacio nes entre sujeto y estructura como una especie de síntesis entre el marxismo y el existencialismo fueron duram ente cuestionados por el pensam iento estructural i sta a partir de los sesenta. Este nuevo asalto a la razón (dialéctica) en nombre de la razón estructural fue iniciado por Levi-Strauss, continuado desde dentro del marxismo por Althusser y
ambos términos-, para autores como Alvin Gouldner la “crisis del marxismo” es el re sultado de la coexistencia en el pensamiento marxista de dos principios de explicación antitéticos, de dos subsistemas irreconciliables; el “marxismo científico”, estructural y determinista, y el “marxismo crítico”, historicista y dialéctico. V. A. Gouldner, Los dos marxismos, Madrid, Alianza, 1983.. 5 Plejanov, J., El papel de individuo en la historia, y Trotsky, Historia de la Revolu ción Rusa, vs. edic. Bujarin, Teoría del materialismo histórico, Córdoba, PyP, 1972; G. Lukács, Tecnología y relaciones sociales (en Revolución socialista y parlamentarismo, Córdoba, PyP, 1973: A. Gramsci, N otas críticas sobre un Ensayo Popular de Sociolo gía (en El materialismo histórico y la filosofía de B. Croce, diversas ediciones).
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rematado finalmente por Foucault, cuando intentaron imperiosamente cortar el nudo gordiano de la relación entre estructura y sujeto expul sando a este último de cualquier campo de conocim iento científico (Anderson, 1983: 38-42). El debate abierto entre la razón dialéctica y la razón estructural, entre el m arxism o hisloricista/hum anisla y el m arxismo estructural, resituó las distintas tradiciones arriba señaladas en función de esta nueva oposición, y se irradió al conjunto del campo cultural europeo a lo largo de los años sesenta y setenta (repercutiendo sensiblemente, además, en el campo cultural latinoamericano). No es casual, pues, que siendo la New Left Review la principal difusora del “marxismo occidental” en Inglaterra, haya sido el vehículo de esta nueva versión de la contraposición entre “estructura” y “sujeto” que representa el in tercambio entre Poulantzas y Miliband. Recordem os brevem ente cómo Poulantzas, en su reseña de 1969 sobre el libro de Miliband, creyó detectar en éste una trasposición de la “problem ática del sujeto” propia de la ideología burguesa al corpus teórico marxista. Miliband se encontraría en dificultades “para com prender las clases sociales y el Estado como e stru c tu ra s objetivas, y sus relaciones como un sistem a objetivo de conexiones reg u lares, como una estructura y un sistema cuyos agentes, ‘los hom bres’, son en palabras de Marx ‘portadores’ (tra g e r) de la misma. M iliband da constantem ente la impresión de que para él las clases sociales o los ‘grupos’ son, de algún modo, reducibles a relaciones in te rp e rs o n a les, de que el Eslado se puede reducir a las relaciones interpcrsonales de los ‘individuos’ que com ponen el aparato del Estado” . C oncep ción derivada de la “ problem ática del sujeto”, según la cual “los agentes de una formación social, los ‘hom bres’, no son considerados como los ‘portadores’ de las instancias objetivas (como lo son para Marx), sino com o el principio genético de los niveles de la totalidad social. Es una problem ática de actores sociales, de individuos como origen de la acción social: de este modo, la investigación sociológica conduce, finalmente, no al estudio de las coordenadas objetivas que determinan la distribución de los agentes en clases sociales y las con tradicciones entre estas clases, sino a la búsqueda de explicaciones finalistas basadas en las m otivaciones de la c o n d u c ta de los actores sociales’. (V. p. 77-78 presente volumen). 28
M iliband, en su Réplica a Nicos P o ulantzas, señala que éste su bestim a en qué grado üene presentes en su libro que las “relaciones objetivas” influyen y configuran la función del Estado, y cómo el go bierno y la burocracia están sujetos a las fuerzas estructurales del sis tema. Poulantzas sería tributario según M iliband de un “superdetermi nism o estructural”: su “énfasis exclusivo en las ‘relaciones objeti vas’” lo lleva a concebir un Estado “totalm ente determinado, en todos y cada uno de los momentos” por dichas relaciones. Más que una su peración de la concepción instrumental del Estado, Poulantzas acudi ría a un atajo teórico donde “el Estado no es ‘m anipulado’ por la clase dirigente para que cumpla sus órdenes; las lleva a cabo automática mente aunque de forma total, a causa de las ‘relaciones objetivas’ que le impone el sistema” . Su apelación a la “Jucha de clases” com o prin cipio explicativo -argum enta M iliband en su contribución de 1973sería puram ente formal pues, dado que las clases sociales no son para Poulantzas sino “efecto de una conjunción de estructuras y sus rela ciones” , la lucha de clases aparecería en su obra sólo como “un ballet de sombras evanescentes excesivam ente formalizado”. (V. p. 120). He aquí las principales objeciones que m utuam ente dirigen a sus respecti vos modelos teóricos. ¿Qué hay de consistente en ellas? O livé ha destacado la tensión, o bien la contradicción irresuelta, que opera en el discurso de M iliband, entre la explicación por los agentes y la explicación por las estructuras. Si en su obra M arxism o y política (1977), Miliband afirma que el análisis del Estado capitalis ta tiene que descansar tanto en las condiciones estructurales como en lo que podría calificarse de problema de las relaciones interpersonales (relación entre miembros de la clase dom inante y la élite de Estado), lo cierto es que en El E stado en la sociedad capitalista predomina la explicación subjetiva por los agentes sobre la explicación por las es tructuras. Vimos arriba que M iliband, para fundam entar la tesis de que la clase (élite) dominante es una clase (políticamente) imperante, se apoya -co n arreglo a un modelo em pirista- en la observación de conexiones sociales empíricas entre los miembros de la élite burocrá tica y los miembros de la clase dom inante. También vimos el carácter inadecuado de la crítica que le dirige Poulantzas en el sentido de que se lim ita al horizonte ideológico em pirista de la ciencia social burgue sa, dado que Miliband, en la práctica, recurre a su entramado teórico m arxista para constituir los hechos (por ejemplo, recurre a conceptos 29
teóricos como “trabajo”, “capital” , “clase dom inante”, etc.). El quid consiste, para Olivé, en qué M iliband se queda a m itad de cam ino en la elaboración teórica, pues una vez identificadas algunas conexiones entre élite burocrática y clase dom inante, es necesario explicarlas con fundamento en la estructura peculiar de la sociedad capitalista, es de cir, dar cuenta y razón del hecho de que, dada la estructura peculiar de las sociedades capitalistas, las regularidades identificadas necesaria mente tienen que aparecer, cosa que sólo puede llevarse a cabo a tra vés de la teoría. M iliband apunta en esta dirección, y su propio entra mado teórico lo conduce a introducir cierto correctivo estructural en su modelo explicativo - lo que, por otra parte, constituye la fuerza de su refutación de las teorías dem ocrático-pluralistas-, pero en última instancia favorece la noción de agente por encim a de la de estructura y las explicaciones de tipo voluntarista sobre las de tipo estructural (Olivé, 1985: 59 y ss.). Puede afirmarse que el recorrido del panorama teórico de Poulant zas es el inverso: si Poder político y clases sociales... parte de la pro blemática de la determinación estructural, es indudable que la lucha de clases irá ocupando una centralidad creciente en sus obras posteriores, hasta desembocar en la autocrítica implícita a lo largo de las páginas de Estado, poder, socialism o. Su obra de juventud, Poder político y clases sociales... parte de la matriz estructuralista concebida entonces por Althusser para plantearse el problem a de la locación estructural del Estado en la sociedad capitalista. Poulantzas quiere constituir una teo ría que dé cuenta, al mismo tiempo, de la naturaleza de clase del Esta do y de su autonom ía relativa, partiendo del concepto de modo de pro ducción, así como de la específica articulación de niveles propia del modo de producción capitalista. Es precisamente la específica separa ción del nivel de lo político propia del modo de producción capitalista la que permite a Poulantzas explicar la autonomía relativa del Estado capitalista. “Esta autonom ía tiene lugar sin embargo siempre interna mente a un poder de clase en la medida en que en la sociedad capitalis ta las relaciones entre las clases son siempre antagónicas. En su con junto, estos antagonismos surcan al Estado capitalista. Dicho Estado organiza, por un lado, al bloque de las clases dominantes y, por el otro, desorganiza y divide a las clases dominadas. En tal sentido, el Estado es una relación de fuerzas entre las clases, o, m ejor dicho, una conden sación de dicha relación de fuerzas” (Laclau, 1981:48). 30
Una teoría estructural del Estado capitalista;y una teoría estructural de las clases en el modo de producción capitalista debían eludir toda contam inación con la “problem ática del sujeto” de la que sería tribu tario M iliband, según la cual los agentes de la producción son vistos como los actores-productores, como los sujetos creadores de las es tructuras, y las clases sociales com o los sujetos de la historia. Para P oulantzas, esta concepción “desconoce dos hechos esenciales: en prim er lugar, que los agentes de la producción, por ejemplo el obrero asalariado y el capitalista, en cuanto personificaciones del Trabajo asalariado y del Capital, los considera M arx los apoyos o los p o r ta d ores de un conjunto de estructuras. En segundo lugar, que las clases sociales no son nunca concebidas teóricam ente por M arx com o el origen genético de las estructuras”. A la inversa, las clases no son si no “efecto de un conjunto de estructuras y de sus relaciones” (Pou lantzas, 1967: 67-69). Hay, sin embargo, una ambigüedad fundamental en el pensamiento de Poulantzas puesta de manifiesto en el debate, que han detectado distintos autores (Laclau, 1981: 48-52; Jessop, 1982: 156; Q livé, 1985: 97-99). En efecto, lo que M iliband llamó su “hiperdeterminism o” se enfrenta en una incómoda tensión con el lugar que asigna en su teoría a la lucha de clases como principio explicativo. Esta tensión aparece en Poder político y clases sociales... así como en el debate presente en el par antinómico estructuras/prácticas. Poulantzas parte del presupuesto ontológico de que en la realidad social existen un conjunto de prácticas y un conjunto de estructuras. Pero, como señaló Laclau, esto entraña una grave dificultad: “porque o bien las prácticas soh un efecto de las estructuras y por lo tanto un momento estructural más -co n lo que se reducirían a una duplicación conceptual innecesa r ia - o bien son una fuerza autónom a que no puede explicarse total mente a partir de la estructura sobre la que operan -c o n lo que se ins tituiría un dualismo y se concluiría por referir la unidad de una form a ción social determinada a un sujeto trascendental. La obra de Poulant zas no ha logrado superar esta antinomia fundamental. En la práctica, la lucha de clases se ha tornado en su análisis un Deus ex m achina que funciona com o factor explicativo en todo aquello que no puede ser reducido fácilm ente a momento necesario de las estructuras. Esto significa, sim plem ente, presentar como efecto de la lucha de clases aquello que es históricamente indeterm inado e inasimilable por la Ió31
gica emergente del modo de producción... Com o, por otro lado, el campo de lo determ inado estructuralm ente ha tendido a estrecharse progresivamente entre el primero y el último libro de Poulantzas, esto ha conducido a la expansión creciente del área de indeterm inación te órica” (Laclau, 1981: 49). Esta inflexión en la trayectoria intelectual de Poulantzas se hace evidente al com parar su obra temprana con su últimos libro, E stado, poder, socialism o, que se abre con el reconocimiento “ hisioricista” de que “La teoría del Estado capitalista no puede ser aislada de una historia de su constitución y de su reproducción” (Poulantzas, 1978: 23). No obstante, estos correctivos “historicistas” por introducir la historia y la lucha de clases en su modelo explicativo, al no estar acompañados por un esfuerzo sistemático de reformulación teórica de la dialéctica estructura/sujeto, condujeron a Poulantzas a una mayor incoherencia. E stado, poder, socialism o, sin duda la obra más suges tiva y rica de Poulantzas, ganó en riqueza de ideas lo que perdió en coherencia teórica. Una teoría que diera cuenta, pues, de la relación dialéctica entre estructuras y sujetos, sin pretender eliminar alguna de estas categorías sino explicar su necesaria interdependencia, quedaba planteada como parte del program a teórico del materialismo histórico. Los desarrollos ulteriores frente al debate ¡n stru m en talism o /estru ctu rálism o Las obras de juventud de Miliband en Inglaterra y de Poulantzas en Francia m arcaron, cada una desde su peculiarísima aproxim ación, el renacimiento de las investigaciones marxistas sobre el Estado capi talista. Las dos décadas siguientes conocieron una vastísim a y fecun da producción dedicada a dicha problemática, más circunscripta histó rica y teóricamente a la formación, consolidación y crisis del Estado Interventor-Benefactor, pero que necesitó nutrirse, com o m om ento inicial, del debate prelim inar sobre la naturaleza y las funciones del Estado capitalista en general y a su relación con ciertas prem isas teó ricas sentadas po r Marx. Es así que buena parte de las nuevas contri buciones vuelvan una y otra vez sobre los textos de M iliband y Pou lantzas, para señalar la necesidad de superar la antinom ia instrumen32
talism o/estrucluralism o, pero encontrando sim ultáneam ente en ellos sugestivas anticipaciones para ulteriores desarrollos teóricos. Si las investigaciones marxistas sobre el Estado propias de estas dos últimas décadas, en el contexto de la crisis capitalista internacio nal y de la crisis del Estado Interventor-Benefactor, volvieron sobre la relación intrínseca entre economía y Estado, el aporte de M iliband y Poulantzas se centró en el nivel de la relativa autonomía del Estado y de la política. Ambos autores quisieron escapar de la tradición economicista del m arxismo de la II y la III Internacionales y de su concep ción dél Eslado y la política como epifenóm enos y expresiones “de formadas” de las relaciones de producción. Ambos intentaron retomar la tesis m arxiana de la naturaleza de clase del Estado sin apelar al epifenomenalismo economicista, para lo cual sostuvieron la necesidad de una teoría que diera cuenta de la autonom ía relativa del Estado capita lista (respecto de la clase dominante y tam bién del nivel económico). M iliband apeló a la tesis de que la clase (económicamente) domi nante no es inm ediatam ente dominante (reinante) también en el te rreno político: necesita llevar a cabo m últiples estrategias para instru mentar el p o d er estatal de acuerdo a los intereses del poder de clase. Pero en última instancia el poder estatal, en virtud de su autonomía relativa (y que es lo que torna eficaz en tanto que instancia sep arad a) nunca es totalm ente reductible al poder de clase. El Estado actúa au tónomamente en nom bre de la clase dom inante, sin ser nunca “ ins trumento” directo que actúa obedientem ente según su dictado (V. Mi liband, P o d e r estatal e intereses de ciase, en la presénte edición). Para Poulantzas, en cam bio, no puede hablarse propiam ente de “poder estatal” o de “intereses propios del Estado“ como hace M ili band, pues el Estado es una estructura y el poder concierne al campo de la lucha de clases. En E stado, poder, socialism o, habiendo arriba do a un concepto relacional del Estado - e l Eslado como condensación de relaciones sociales antagónicas- sostendrá que el mismo es “un lu gar y un c e n tro de ejercicio del poder, pero sin poseer poder propio” (Poulantzas, 1978: 178). Pero en P o d er político y clases sociales..., tributario de la definición estructural de Estado, su autonom ía relativa es definida a partir de la específica separación entre el nivel político y el económico propia del modo de producción capitalista. El concepto 33
de economía relativa atiende, pues, al funcionamiento específico del Estado capitalista en relación con los tipos de Estado precedentes: en su articulación con los niveles estructurales del modo de producción capitalista, es relativamente autónomo del nivel económico; en su ar ticulación con la lucha política de clases, es relativamente autónomo de la clase o fracciones de la clase dominante. En relación al primer punto, ese Estado es factor de unidad de las distintos niveles de una formación capitalista; en relación al segundo, el Estado organiza a lar go plazo los intereses del “bloque en el poder” (unidad contradictoria de clases y fracciones políticam ente dominantes bajo la égida de una fracción hegemónica). M iliband trató de dar cuenta de la naturaleza de clase del poder es tatal (y su relativa autonomía) a partir de las estrategias de individuos o sectores de la clase económicam ente dominante, a través del manejo de aparatos del Estado o de presiones sobre el mismo. Poulantzas, por su parte, partió de la locación estructural del Estado en el modo de producción capitalista. L a prim era perspectiva (“instrum entalista”) evidenció una serie de inconsecuencias teóricas (no define intrínseca mente el carácter capitalista del Estado, sino extrínsecamente, a partir de la penetración o la presión de individuos provenientes de la clase dominante sobre un Estado neutro) pero ha demostrado una mayor fe cundidad que la perspectiva estructuralista para estim ular investiga ciones empíricamente fundadas sobre la clase capitalista, sus conflic tos y fracturas, sus corporaciones y partidos y su relación con el Esta do (Gold, Lo y W right, 1975: 29). La perspectiva estructuralista, aun que m ás fundada teóricam ente, no estuvo exenta (com o vimos) de contradicciones lógicas, y aunque demostró una capacidad heurística más limitada, nutrió desarrollos teóricos ulteriores (piénsese en la in cidencia, por ejem plo, de la obra de Poulantzas en la obra de Jessop, Therborn o E. O. Wright). Llevadas a su extremo, cada una de las perspectivas en cuestión demuestra sus límites: la visión instrumentalista se limita a proporcio nar un cuadro descriptivo de relaciones interpersonales (entre el per sonal del Estado y los miembros de la clase dominante) con escaso poder explicativo; la perspectiva estructuralista, indiferente a la histo ria y a la acción de los sujetos, convierte el carácter capitalista del E s tado en un juicio apodíctico, lógicamente necesario, dado el carácter 34
“previo” del modo de producción capitalista. En el prim er caso, la su til descripción histórica no se determinó en el plano de la teoría; en el segundo, una “Teoría” autosuficiente reduce la historia a la lógica de una maquinaria estructural. De ahí que m últiples autores, como seña láramos, plantearon la necesidad de una superación, de una “tercera” vía frente a la antinom ia instrumentalismo/estructuralismo. Para otros, en cambio, deben combinarse ambas perspectivas: “Debe concebirse al Estado capitalista tanto como una estructura constreñida por la ló gica del sistem a dentro del cual funciona, así como una organización manejada entre bam balinas por la clase dom inante y sus representan tes. El g ra d o en q u e las políticas con cretas del E stad o p u e d a n ex plicarse por m edio de procesos estructurales o instrum entales es históricam ente contingente. Hay períodos durante los cuales se pue de com prender de modo razonable el Estado como una estructura que se autorreproduce y que opera en gran parte de manera independiente a cualquier m anejo externo. En otros m omentos, se le comprende m e jo r com o un simple instrumento de la clase dominante. Ciertas partes del aparato del Estado son susceptibles de intenso manejo por parte de intereses capitalistas, en tanto que otras pueden dem ostrar una mayor autonom ía estructural. Pero bajo ninguna circunstancia puede reducir se totalm ente la actividad estatal a una causalidad estructural o a una causalidad instrumental. El Estado es siem pre relativam ente autóno mo: ni es com pletam ente autónomo (vale decir, libre de un control ac tivo por la clase capitalista) ni simplemente m anejado por miembros de la clase dom inante (vale decir, de toda restricción estructural)” (Gold, Lo y W right, 1975: 53-54). Sin embargo, el recurso a la “com binación” de ambas perspectivas -d e acuerdo a su capacidad para interpretar tales o cuales procesos históricos- sólo conduciría a exacerbar las contradicciones teóricas apuntadas antes, al mismo tiempo que im plicaría una relación instru mental entre la teoría y la realidad, donde se echa m ano alternati vamente a tal o cual teoría según el objeto real que se quiera explicar. En todo caso, si fuera cierto que la teoría instrumental fuera más apta para explicar los “Estados cautivos” (oligárquico-liberales, por ejem plo) y la teoría estructuralista para explicar la “autonom ía” propia del Estado Interventor-Benefactor, se trataría de construir en una misma teoría coherente un modelo que pueda dar cuenta, al mismo tiempo, de la naturaleza y funciones del Estado capitalista en general, así co 35
mo las sucesivas formas históricas que asume. Una teoría m arxista del Estado capitalista es im posible sin una historia de su constitución y reproducción, así como es inconcebible una historia de las formas que asumió ese Estado capitalista en sus dos siglos de existencia sin una teoría coherente que pueda dar cuenta de sus transformaciones. Teoría e historia se implican dialécticam ente. Y es aquí donde se detiene la aportación teórica de M iliband y de Poulantzas, donde ambas obras m uestras sus límites. En su esfuerzo por escapar del econom icism o que había esterilizado durante décadas la producción marxista (y siguiendo la brecha abierta por Gramsci en sus Cuaderni), pensaron la autonom ía relativa del Estado en términos de ex terio rid ad cón el Capital y las relaciones de producción capita listas. Ambos enfatizaron las funciones estatales relativas a la dom i nación política, oscureciendo al m ism o tiempo las referidas a los re querimientos de la acumulación capitalista. El haber profundizado en la relación Capital/Estado hubiera puesto en cuestión el esquem a de la rígida separación en instancias (econom ía/política) para entender el carácter constitutivo, intrínseco, de lo político (y del Estado) en las relaciones de producción. Com o han señalado dos autores, cotejando el aporte de M iliband-Poulantzas con los desarrollos ulteriores -e s p e cialmente en Alemania, Inglaterra y Estados U nidos- “el trabajo de Gramsci, Poulantzas y M iliband (cualquiera que sean sus méritos res pectivos) tampoco ofrece una base sistemática para construir una teo ría del Estado. El problem a no consiste simplemente en localizar al Estado en el contexto de la relación entre clases dominantes y clases dom inadas, sino de insertarlo en el contexto de la form a histórica adoptada por esa relación en la sociedad capitalista, la relación social del capital” (Holloway-Picciotto, 1977: 67). Para estos autores, M ili band y Poulantzas no representaron alternativas opuestas dentro del análisis marxista del Estado: para la nueva problem ática del Estado capitalista que inaugura fundam entalm ente la escuela alem ana (cen trada en la relación Estado/Capital), lo que tienen en común ambos autores es más significativo que lo que los separa. “ Ambos autores enfocan la política como un objeto de estudio autónomo, arguyendo, al menos implícitamente, que un reconocim iento de la especificidad de la política es un prerrequisito necesario para la elaboración de los conceptos científicos. En alguna m edida esta es una cuestión de énfa sis: claramante ni Poulantzas ni M iliband negarían la validez del afo 36
rismo m arxista según el cual las ‘form as políticas’ sólo pueden ser comprendidas a partir de las ‘anatomía de la sociedad civil’ ( ...), pero ninguno de ellos considera importante analizar esta relación con ma yor precisión. U na consecuencia importante de ello es que ninguno trata de construir sistem áticam ente una teoría marxista del Estado a partir de las categorías m aterialistas desarrolladas por M arx en su análisis de esa ‘anatom ía’ en El C a p ita l” (ibíd., p. 72). Tanto M iliband com o Poulantzas entenderían a El C ap ital como un análisis del “nivel económico” y po r; ello tratarían de construir su teoría del Estado a partir de los “conceptos políticos” , de M arx, bus cándolos en sus “escritos políticos”, en la “partes políticas” de El C a pital. No comprenderían que éste no es sino una “Crítica de la Econo mía Política” , esto es, una crítica m aterialista de los intentos burgue ses de analizar la economía, aislada de las relaciones de explotación de clase sobre las cuales descansan. V íctim as del “fetichismo del Es tado” que resulta de las relaciones capitalistas, habrían intentado en vano fundar teóricamente una “autonom ía política” ilusoria. Su inca pacidad para basar sus análisis del Estado en las contradicciones de la relación capitalista los condujo a dos graves limitaciones: no poder analizar el desarrollo y las transformaciones de las formas históricas del Estado capitalista, ni a dar cuenta de los límites impuestos a la ac ción estatal en el proceso de acumulación en el marco de la crisis ca pitalista m undial. Es necesario aclarar que Poulantzas, antes de su trá gica desaparición 1979 reformuló en parte su teoría para dar cuenta de la relación entre la crisis capitalista m undial y la crisis del Estado (Poulantzas, 1976 y 1978) y que M iliband también ha desarrollado desde los años del debate una prolífica labor, reconsiderando muchos puntos en cuestión. Pero es indudable que fueron los desarrollos ulte riores de la escuela alemana, inglesa y am ericana, fundamentalmente, quienes centraron sus preocupaciones teóricas y políticas en la rela ción Estado y Capital, Estado y Crisis, así com o en periodizar las dis tintas form as históricas del Estado en relación a los sucesivos mode los de acum ulación del Capital. A estos desarrollos estará consagrado el segundo volumen de Debates sobre el Estado capitalista. Horacio Tarcus
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Referencias bibliográficas
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Ñola del editor L os trabajos incorporados en el p resente volu m en fueron r eco g id o s d e las sigu ien tes p u b lica cio n es: ; v « Ralph M iliband; “M arx and*the S tate”, en R. M iliband-J. S a v ille (ed s.), T h e S o c ia lisl R e g isíe r, L ondon, M erlin Press, 1965. Trad. de R am ón C a paila. -i-■ • N ic o s P ou lan tzas, “T h e Problem o f the C apitalist S ta te”, en N e w L e fl R e v ie w , W 58, n o v iem b re.-d iciem b re., 1969. Trad. de E nrique L uis C a pillas. “ • Ralph M iliband, “T h e C a p ita list State. Reply, to N ic p s P ou lan tzas” , en N e w L e fl R e v ie w , N s 5 9 , enero-feb rero, 1970. Trad. de Enrique L uis C a pillas. • Ralph M iliband, “ P oulantzas and the C apitalist S tate”, en N e w L eft Revievv, N 9 82, n ov iem b re-d iciem b re, 1973. Trad. en Z o n a A b ie rta , N 9 2, M adrid, 1974, sin indicar nom bre del traductor. • Ernesto Laclau, “T h e S p e c ific ity o f the P olitics. A round the P ou lan lzasM iliband D eb ato”, en E c o n o m y a n d S o c ie ty , Vol. 5, N e I, febrero, 1975. Una v ersión castellan a del propio autor fue incluida en e l libro P o lític a e Id e o lo g ía e n la te o r ía m a r x is ta , M adrid, S ig lo X X í, 1978. • N ic o s P ou lan tzas, T he C ap italist State: a R eply to M iliband and L aclau ”, en N e w L e ft R e v ie w , N ° 9 5 , enero-feb rero, 1976. Trad. d e A lberto J im é n ez para Z o n a A b ie rta , N 9 12, M adrid, 1977. • Ralph M iliband, “ State P ow er and cla ss in leresls”, e n N e w L e ft R e v ie w , N 5 138, m arzo-abril, 1 9 8 3 . Trad. de Pilar L ópez para Z o n a A b ie r ta , N 2 3 0 , enero-m arzo, 1984. A unq ue el presente v o lu m en se edita sobre la base d e las trad u ccion es par cia le s ex isten tes al esp añ ol arriba citadas, estas han sido corregid as, cu an d o se lo con sid eró oportuno, d e acuerdo al co tejo con el origin al in g lés. A d em ás, todo el aparato de citas b ib lio g rá fica s, hasta d onde n o s fu e p o sib le rastrearlas, ha sido Tcadccuado seg ú n las e d ic io n e s castellanas, m ás actualizadas y a c c e si b les, evitan d o a sí la traducción in d irecta d e lo s textos o rig in a les. Q u isim o s que la traducción d e las citas p resentadas en este libro concordara co n lo s pa sajes corresp on d ien tes a las e d ic io n e s en castella n o , para facilitar e l m anejo del libro al lector de h ab la hispana.
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MARX Y EL ESTADO1 R A L P H M IL IB A N D '
1Publicado en T he Socialist Register, 1965, pp. 278-96.
I Al igual que muchos otros aspectos de la obra de Marx, su pensa miento sobre el Estado ha sido visto frecuentem ente a través del pris ma de las interpretaciones y adaptaciones posteriores. Estas últimas han cristalizado desde hace mucho en lo que se denomina la teoría marxista o la teoría m arxista-leninista del Estado, pero no puede con siderarse que, de este modo, se expresen adecuadamente las concep ciones del propio Marx. Ello no se debe a que estas teorías no guar den relación alguna con las concepciones de M arx, sino más bien a que destacan determinados aspectos de su pensam iento en detrimento de otros, y de esta m anera se deform a, al simplificarlo excesivamente, un cuerpo de ideas extremadamente com plejo y en absoluto ambiguo, ignorando, además, líneas de este m ism o pensam iento de interés e im portancia considerables. En sí m ism o, ello no significa que las con cepciones posteriores sean mejores o peores que las de Marx; para de cidir esta cuestión sería necesario no ya confrontar un texto con otro, sino confrontar el texto con la realidad histórica o contem poránea misma. Tal cosa difícilmente puede hacerse dentro de los límites de un ensayo. Pero Marx se halla tan estrecham ente ligado a la política contemporánea, su pensam iento está tan profundam ente enterrado ba jo la corteza del marxism o oficial, y se invoca su nombre tan a m enu do, ignorándolo, tanto por sus partidarios com o por sus adversarios, que vale la pena preguntarse lo que él - y no Engels, Lenin o cualquier otro de sus seguidores, discípulos o críticos- dijo o pensó realmente acerca del Estado. Este es el objetivo del presente ensayo. ;/ / *: El propio M arx nunca intentó form ular una teoría am plia y siste mática sobre el Estado. A finales de los años cincuenta escribió quepensaba realizar' un estudio sistemático acerca del Estado com o parte de un amplio esquem a de trabajo proyectado, del cual El C a p ita l era únicamente una parte2. Pero, de este esquema, sólo realizó de hecho la parte correspondiente a E l C ap ital. Consiguientem ente, hay que to mar sus ideas sobre el Estado de piéces de circonstance históricas co
’• Marx, K. a LassaUe F., 22 de febrero de 1858, y Marx a Engels, 2 de abril de 1-858 (la segunda se halla incluida en el apéndice al Libro I de la traducción castellana de El Capita/, FCE, México, 1966, pp. 661-65).
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mo L a Sucha de clases en F ra n c ia , El dieciocho b ru m a río de Luis B o n a p a rte y L a G u e rra Civil en F ra n c ia , y de observaciones -oca sionales sobre el tema en sus dem ás obras. Por otra paite, la capital importancia del Estado en su modelo de análisis queda claramente de m ostrada por las alusiones constantes al tema en casi todos sus escri tos. El Estado era, igualm ente, la preocupación central del “joven M arx” ; su obra juvenil, desde finales de los años treinta a 1844, se ocupó principalmente de la naturaleza del Estado y de su relación con la sociedad. Su obra más seria, aparte de su tesis doctoral, hasta los M a n u sc rito s económ ico-filosóficos de 1344, fue su C rítica de la F i losofía del E stado de Hegel3. De hecho, M arx completó su em anci pación del sistema hegeliano en gran parte a través de su crítica a la concepción del Estado de H eg el L a obra inicial de Marx sobre el E s tado tiene gran interés porque, aunque superó muy pronto las concep ciones y las posiciones adoptadas entonces, algunas de las cuestiones con que se enfrentó en su exam en de la filosofía de Hegel aparecen repetidam ente en sus escritores posteriores. II Las prim eras ideas de M arx sobre el Estado llevan una clara im pronta hegeliana. En los artículos escritos para la G aceta R e n a n a , de m ayo de 1842 a marzo de 1843, habla repetidam ente del Estado com o guardián del interés general de la sociedad y del derecho como encar nación de la libertad. La filosofía m oderna, escribe en julio de 1842, “considera al Estado como un gran organismo en el que la libertad ju rídica y la política han de alcanzar su realización, y cada ciudadano al obedecer las leyes del Estado, desobedece las leyes naturales de su propia razón, de la razón hum ana”4. Por otra parte, Marx muestra ser m uy consciente de que esta eleva da concepción del Estado se halla en contradicción con el com porta
3 Para la Critica, vid. “Marx-Engels Gesamtausgabe”, MEGA, Moscú, 1 9 2 7 ,1, 1/1, págs. 403, 553; para la Introducción, publicada por v ez primera en los A nales F ran co-A lem anes (¡e 1844, ibíd,. I. 1/1, págs. 607-11 (trads. cast. en C. Marx, Escritos de Juventud, México, F.C.E, 1982; Los A nales Franco-Alemanes, Barcelona, M. Roca, 1970). 4 M EGA, ibíd, págs, 149. (trad. cast.: En defensa (Se la libertad. Los artículos de la Gaceta Renana, Valencia, Femando Torres Editor, 1983, p. 122).
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miento real del mismo; “un Estado que no sea la realización de la li bertad racional es un mal Estado”, escribe5, y en su artículo sobre la legislación represiva del robo de leña de la Dieta Renana, denuncia elocuentemente la violación por la Dieta de los derechos consuetudi narios de los pobres,, y condena la atribución al Estado del papel del servidor del rico contra el pobre. Ello, afirma, es una perversión de la verdadera misión y de los verdaderos fines del Estado; la propiedad, privada, puede desear que el Estado se degrade a su propio nivel de in tereses, pero todo Estado moderno, en la m edida en que perm anece fiel a su propio significado, debe gritar ante tales pretensiones: “Tus caminos no son mis cam inos, tus pensam ientos no son m is pensa mientos”6. Sin embargo, M arx se ve cada vez más em pujado a destacar las presiones exteriores sobre las acciones estatales. En enero de 1843, al escribir' sobre la condición de los productores de vino del M osela, ob serva que, al analizar las situaciones concernientes al Estado, se pue de caer fácilm ente en la tentación de pasar por alto la naturaleza obje tiva de las circunstancias (die sac lili che Natur der Verhaltnisse), y de explicar todo por la voluntad de las personas que actúan7. Esta misma insistencia en la necesidad de considerar “la naturaleza objetiva de las circunstancias” constituye el centro de lá C rític a de la Filosofía del E stad o de Hege!, escrita por M arx durante la prim avera y el verano de 1843, después de que la G aceta Renama hubiera sido clausurada. Por aquel entonces, sus horizontes se habían am pliado hasta tal punto, que hablaba confiadam ente de una “ruptura” d é la so ciedad existente, a la que “el sistem a de la industria y/'del comercio, de la propiedad y la explotación del hom bre conduce, más aún que el
H bíd., p. 121. s Ibíd., p. 222. 1 M EGA, ibíd., p. 266. Nótese también, en un artículo de mayo de 1842 sobre la li bertad de prensa, su despreciativa referencia “a los inconsistentesjiiebulosos y fluctuantes razonamientos de los liberales alemanes que creen honrar la libertad colocándola en el cielo estrellado de la imaginación en lugar de ver lo sólido de la realidad", ibíd., p. 93; Comu, A., Cari M arx et Friedrich E ngels, Leur vie ét leur oeuvre, PUF, París, 1958, II, p. 17, trad. de P. Canto y M. Alemán, Platina, Buenos Aires, 1965, p. 238.
incremento de la población”8. El “ absurdo” de Hegel -escribe igual m ente en la C rític a -, es que considera los asuntos y las actividades del Estado de manera abstracta; olvida que las actividades del Estado son funciones hum anas; “los asuntos del estado, etc., etc., no son otra cosa que los m odos de existir y de actuar de las cualidades socia les del hombre”9. El centro de la crítica de M arx a la concepción del Estado de H egel es que éste, m ie n ta s que advierte acertadam ente la separación de Eslado y sociedad civil, afirm a su reconciliación en el Estado mismo. En su sistem a hegeliano, la “contradicción” se resuelve suponiendo que, en el Estado, se hallan representados la realidad y el significado a u téntico de la sociedad civil; la alienación del individuo respecto del Estado, y la contradicción entre el hom bre como miembro privado de la sociedad, preocupado únicamente por sus propios intereses privados, y el hombre como ciudadano del Estado, halla su.solución en el Estado, considerado como expresión de la realidad última de la sociedad. Sin embargo, señala M arx, esto no es una solución, sino una m isti ficación. La contradicción entre el Estado y la sociedad es una reali dad. De hecho, la alienación política que implica es el elem ento fun dam ental de la sociedad burguesa m oderna, puesto que el significado político del hom bre se separa de su condición real com o individuo privado, mientras que, en realidad, es esta condición la que le deter mina com o ser social, pues las restantes determinaciones se le apare cen com o exteriores e inesenciales: “El hombre real es el hombre pri vado de la actual constitución del Estado”10. Pero los elementos de m ediación que en el sistema hegeliano se supone que garantizan la solución de esta contradicción -e l soberano,
‘ “Marx a Ruge”, mayo de 1843, M EG A, p. 565 (en Anales franco-alemanes, ed. cit., p. 56); vid., también, “Marx a Ruge”, de marzo del mismo año (en Escritos de ju ventud, ed. cit. p. 335). ’ M EG A , ibíd., p. 424. 10 M EGA, ibíd., pp. 498-99; vid. también Hippolite, J., Etude sur Marx et Hegel, París, 1955, p. 123 y sig. y Rubel, M., K. M arx, Essai de Biographic Intcilectuelle, París, 1957, p. 58 y sig. (trad. cast. Bs. As., Paidós, 1970. p. 50 y ss.).
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la burocracia, las clases medias, el poder legislativo— -, según Marx no se hallan en absoluto en situación de hacerlo. En último término, el Estado de Hegel, lejos de estar por encima de los intereses privados y de representar el interés general, se halla subordinado, de hecho, a la propiedad privada. ¿Cuál es -pregunda M arx - el poder del Estado so bre la. propiedad privada? El Estado solamente se hace la ilusión de ser determinante, mientras que, en realidad, es determinado; a veces puede som eter las voluntades privada y social, pero ello solamente para dar substancia a la voluntad de la propiedad privada y para reco nocer su realidad com o la realidad superior del Estado político, como la más elevada realidad m oral'1. En la C rític a , la solución de Marx a la alienación política y a la contradicción entre el Estado y la sociedad, se considera todavía prin cipalmente en térm inos políticos, esto es, dentro del marco de la “ver dadera dem ocracia” . “La democracia es el enigm a descifrado de todas las constituciones”; en ella, “la constitución aparece como lo que es; un producto libre del hom bre”. “Todas las dem ás form aciones estata les son una cierta y determ inada forma particular de estado”. En la de mocracia, el principio formal es, al mismo tiempo, el principio mate rial”. Constituye, consiguientem ente, la verdadera unidad de lo uni versal y lo particular12. Marx escribe también: “En todos ios Estados distintos de la dem ocracia, el E stado, la ley, la C onstitución, son lo dom inante, sin que realm ente dom inen, es decir, sin penetrar de un modo material, el contenido de las demás esferas no políticas. En la democracia, la constitución, la ley, el Estado mismo, son solamente la autodeterm inación del pueblo y el contenido m aterial dé éste; en cuanto es constitución política”13. Democracia se entiende aquí com o significativa de algo'm ás que una forma política específica, pero M arx no define todavía qué otra cosa implica. La lucha entre m onarquía y república, advierte, sigue siendo una lucha dentro de lo que llam a “el Estado abstracto” , es de
“ Ibíd., p. 519. 12 M EGA, p. 434-35 (p.343). 13 M EGA, p. 435 (p. 344).
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cir, el Estado alienado de ia sociedad; la forma política abstracta de la dem ocracia es la república. “La propiedad, ele., en una palabra, lodo el contenido del derecho y del Estado, es, con pocas variantes, el m is mo en Norteam érica que en Prusia. Por tanto, allí la república es sim plem ente una fo rm a de Estado, como aquí la monarquía14. En una de m ocracia auténtica, sin embargo, la constitución deja de ser puram en te política; de hecho, Marx alude a la opinión de algunos “franceses m odernos”, según la cual “en la verdadera democracia desaparece el Estado político”xi. Con lodo, el contenido concreto de la “verdadera dem ocracia” perm anece indefinido. La C rítica esboza ya la convicción de que emancipación política y em ancipación humana no son sinónimos. La cuestión, que natural m ente es fundamental para lodo el sistem a de Marx, se expíicita en los dos artículos que escribió para los A nales franco-alem anes, esto es, en La cuestión ju d ía y en la in tro d u c c ió n a la crítica de la Filo sofía del D erecho de Hegel. En el prim ero de estos ensayos, Marx critica a Bruno Baucr haber confundido emancipación política y emancipación humana, y señala que “el límite de la em ancipación política se m anifiesta inm ediata m ente en el hecho de que el Eslado puede liberarse de un límite sin que el hom bre se libere realmente, de él, y que el Estado puede ser un Estado Ubre sin que el hom bre sea un hombre libre16. Pero, incluso así, la em ancipación política es un gran adelanto; no es la última for ma de la emancipación humana, pero es, al menos, la última forma de em ancipación humana dentro del m arco del orden social existente'7. La em ancipación hum ana, por otra parle, sólo puede ser realizada trascendiendo la sociedad burguesa “que ha.disuello lodos los víncu los genéricos entre los hombres y los ha sustituido por el egoísmo y la necesidad in d iv id u al, que ha disuelto el m undo de los hombres en un
14 M EC A , p. 436 (p. 344). 15 M EG A , p.'435 (p. 344). u M EGA, p.-582 (irad. cast. en La Sagrada Fam ilia y otros escritos filosóficos de la prim era época, México, Grijalbo, 1962, p. 22). 17 M EG A , p. 585 (pp. 24-25)7
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mundo de individuos atom izados, hostiles enlre sí18. El significado más específico de esta emancipación se define en L a .cuestión ju d ía en la crítica de Marx contra el “hebraísm o”, considerado aquí sinóni mo del comercio, del dinero, y del espíritu comercial que ha llegado a afectar a todas las relaciones hum anas. Desde este punto de vista, la emancipación política de los hebreos, que Marx defiende19, no produ ce su emancipación social; ésta solam ente es posible en una sociedad nueva, en la que se haya humanizado la necesidad práctica y abolido el espíritu mercantil30. En la In tro d u cció n a la crític a d e la Filosofía de! D erecho de Hegel, que escribió en París a finales de 1843 y principios de 1844, Marx habla de “la doctrina según ia cual para el hombre el ser supre mo es el hombre m ism o” , y del “ im perativo categórico” de echar por tierra todas las relaciones en que “el hom bre sea un ser humillado, so juzgado, abandonado, y despreciable”21. Pero aquí añade un elemento nuevo al sistema en construcción: el del proletariado como agente de la disolución del orden social existente22; como veremos, esta concep ción del proletariado es esencial, no solam ente para el concepto de re volución de Marx, sino también para su concepción del Estado. En aquella época, Marx había calibrado ya la importancia relativa de ia política; de esa valoración no habría de apartarse nunca, y ello tendría alguna consecuencia fundam ental en su pensam iento poste rior. Por una parte, no quiere infravalorar la importancia de la “em an cipación política”, es decir, de las reform as políticas que tienden a li beralizar y democratizar el Estado. A sí, en La S a g rad a R á m ilia * es crita en 1844 en colaboración con Engels, Marx dcscribé el “Estado democrático representativo” como “el Estado moderno acabado”23; se* refiere así al Estado m oderno burgués, y su perfección se deriva del
11 MEGA, p. 605 (p. 43). ” Vid. Avincri, S., “Marx and ihe Jewish Emancipation”, en Journal o í thc History o f Ideas, voll XXV, julio-septiembre 1964, pp. 445-50. 20 MEGA, op. cit., p. 606 (p. 44). MEGA, p. 615 (p. 10). “ M E G A , p. 619 y sig. (pp. 14 y 15).
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hecho de que “el estado de cosas público no se enfrenta con ninguna exclusividad privilegiada24, es decir, que la vida económ ica y política se ve libre de los vínculos y constricciones feudales. Pero hay también aquí, por otra parte, una visión chira de que la em ancipación política no es suficiente, y de que la sociedad sólo pue de ser verdaderam ente humana m ediante la abolición de la propiedad privada. “Lo que mantiene unidos a los miembros de la sociedad civil es la necesidad natural, las propiedades humanas esenciales, por alie nadas que parezcan estar; su vínculo real es la vida civil, no la vida política. No es, pues, el Estado el que m antiene en cohesión los áto mos de la sociedad civil... Solam ente la superstición política puede im ag in arse todavía en nuestros días que la vida social debe ser m antenida en cohesión por la vida civil”25. El Estado democrático mo derno “se basa en la esclavitud em ancipada, en la sociedad burguesa... la sociedad de la industria, de la com petencia general, de los intereses privados que persiguen libremente sus fines, de la anarquía, de la in dividualidad natural y espiritual enajenada de sí misrpa...”26. La “esen cia” del Eslado moderno es que “se basa en el desarrollo sin [rabas de la sociedad burguesa, en el libre movimiento de los intereses privados”27. Un año más larde, en La ideología a le m an a , Marx y Engels defi nieron ulteriorm ente la relación entre el Estado y la sociedad burgue sa: “ La burguesía, por ser ya una clase y no un simple estamento - e s cribían-, se halla obligada a organizarse en un piano nacional, y no ya solam ente local y a dar a su interés medio una forma general”28. La misma concepción aparece en La m iseria de la filosofía de 1847, en la que Marx señala de nuevo que “ las condiciones políticas son única m ente la expresión oficial de la sociedad civil”_. Y prosigue: “En to dos los tiempos los soberanos se han tenido que someter a las condi ciones económ icas, sin haber dictado nunca su ley. Tanto la legisla
” Marx, K. y Engels, F., La Sagradla Fam ilia, p. 180 de la ed. cit. En el texto in glés, de Miliband, se habla de "the perfect m odern siale" (N. del T.). “ Ibíd., p. 183. v 25 Ibíd., p. 187. 26 Ibíd., pp. 188-89. 21 Ibíd., p. 190. , 21 Marx, K. y Engels, F., La ideología alem ana, Bs. As., P. Unidas, 1975, p. 71.
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ción política como la civil no hacen más que expresar y protocolizar las exigencias de las relaciones económ icas”29. Esla línea de ideas sobre el tema del Estado halla su expresión más explícita en la conocida formulación del M anifiesto com unista, se gún la cual “el poder político del Estado moderno no es más que un comité de administración de los asuntos comunes de toda la burgue sía”30; el poder político “es, simplemente, el poder organizado de una clase para oprimir a otras”31. Esta es la posición m arxista clásica sobre la cuestión del Estado, y la única que puede hallarse en el marxismoleninismo. Sin embargo con respecto a Marx, y en cierta m edida tam bién respecto a Engels, esta posición constituye únicam ente lo que podría denominarse una concepción prim aria del Estado, pues, como se ha señalado en alguna ocasión en las discusiones sobre Marx y el Estado12, puede hallarse en su obra también otra, a la que sería inexac to aLribuir ia importancia de la prim era33, pero que no deja de tener gran interés, pues sirve para esclarecer aquélla y proporciona un con texto esencial para algunos elem entos im portantes del sistem a de Marx, en particular, el concepto de dictadura del proletariado. Esta concepción secundaria es la de que el Estado es independiente de to das las clases sociales y superior a ellas, que es la fuerza dominante de la sociedad y no ya el instrumento de una clase dominante. III Para empezar, puede ser útil señalar puntualizaciones de Marx a su concepción principal del Estado. Hablando de los países capitalistas más avanzados de su época, Inglaterra y Francia, s e ñ a la a menudo que, en un momento u otro, no es la clase dom inante en su conjunto, sino sólo una fracción de ella, la que controla el Estado34, y que quic-
"iVIara, K., Miseria do la filosofía, Bs. A s., Signos, 1970, p. 64. 30 Marx-Engels, M anifiesto com unista (en O bras escogidas, Bs. As., Cartago, 1957, p. .16) 31Ibíd., p. 27. 52 Vid., por ejemplo Plamenatz, J., Germán M arxism and Russían Emancipation,'' Londres, 1954, pp. 114 y sig.; Sanderson, J., “Marx and Engels on the State”, en Wes tern Política! Quarícíy, vol. XVI, Ns 4, diciembre de 1963, pp. 946-55. 33Comojsugieren los dos autores citados en la nota anterior.
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nes realm ente gobiernan el Estado pueden pertenecer a una clase dis tinta de la económ icam ente dom inante35. Marx no quiere decir que es to afecte fundam entalm ente al carácter de clase del Estado y a su pa pel de guardián y defensor de los intereses de la propiedad, pero está claro que introduce un elemento de flexibilidad en su concepción del funcionam iento partisano del Estado, y ello incluso porque la compe tencia entre las diferentes facciones de la clase dom inante puede faci litar la adopción de medidas favorables a los trabajadores, como la Ley de las Diez Horas3*1. La m anifestación extrema del papel independiente del Estado, sin em bargo, ha do buscarse en el gobierno personal autoritario; en el bo napartism o. La más amplia discusión de este fenóm eno por Marx, se halla en E l dieciocho b ra m a rlo de Luis B o n a p a rte , escrito entre di ciem bre de 1851 y marzo de 1852. En este estudio histórico, Marx de dicó todos sus esfuerzos a determinar la naturaleza exacta del poder que había establecido el golpe de Estado de Luis Bonaparte. El golpe de Estado -esc rib ía - fue “la victoria de Bonaparte sobre el Parlam ento, del poder ejecutivo sobre el poder legislativo’'; en el parlam ento “ la nación elevaba su voluntad general al rango de ley, es decir, elevaba la ley de la d a se dominante a su voluntad general”; por el contrario, “ ante el poder ejecutivo, abdica de toda voluntad propia y se som ete a los dictados de un poder extraño, de la autoridad”; “p a rece que Francia solam ente ha escapado al despotism o de una clase para caer bajo c.1 despotism o de un individuo, y concretam ente bajo la autoridad de un individuo sin autoridad. Y la lucha parece haber ter minado porque todas las clases, igualm ente impotentes e igualmente
Vid. por ejemplo. La Sucha de clases en Francia, passim y El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. passim . :s Cf. Marx, K. y Engels, F., "The Elections in Britains” en On Britain, Moscú, 1953, pp. y sig.: “Los Whigs son los representantes aristocráticos de ia burguesía, de la clase media industrial y comercial. A condición de. que la burguesía les abandone, a esla oligarquía de familias aristocráticas, el monopolio del gobierno y la posesión exclusi va del poder, hacen a la clase media, ayudándola a conquistarlas, todas aquellas conceciones que, en el'curso del desarrollo social y polícito, han mostrada ser inevitables e inapala'ables (ibíd, p. 353). . ... 38 On Britain, cit., p. 368.
mudas, se postraron de hinojos ante la culata del fusil”37. M arx habla entonces de “ este poder ejecutivo, con su inm ensa or ganización burocrática y militar, con su compleja y artificiosa m aqui naria de Estado, un ejército de funcionarios de medio millón de hom bres, junto a un ejército de militares de otro medio millón de hom bres, este espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y le tapona todos los poros”38. Este poder burocrático, constituido durante la época de la monarquía abso luta, había sido primero “ un medio p a ra preparar el dominio de clase de la burguesía”, mientras que, “bajo la Restauración, bajo Luis Feli pe, y bajo la república parlamentaria era el instrumento de la clase do m inante, por mucho que ella aspirase tam bién a su propio poder abso luto”39. Pero el golpe de Estado ha modificado aparentemente este papel: “Solamente bajo el segundo Bonaparte parece que el Estado se ha conso lidado ya de tal modo frente a la sociedad civil, que le basta tener a su ca beza al jefe de la Sociedad del 10 de Diciembre [Luis Bonaparte]...”40. M arx parece unirse así a la opinión de que el Estado bonapartista es independiente de toda clase específica y superior a la sociedad. Sin embargo, prosigue describiéndolo con una frase que se cita a menudo: “Pero el poder estatal no se halla suspendido en el vacío. Bonaparte representa a una clase, a la clase más num erosa de la sociedad france sa: la de los pequeños propietarios campesinos"*1. Sin em bargo, la falta de cohesión de éstos les impide “ hacer valer sus intereses de cla se en su propio nombre a través del Parlam ento, o a través de tina convención”47-; consiguientem ente, necesitan un representante que “pueda aparecer al mismo tiempo com o su señor, como una autoridad
37 Marx, K., Ei dieciocho brum ario de L uis Bonaparte, en Obras escogidas, ed. cit., p. 215.
™Ibíd., p. 215. ” El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, c i t p. 216. t0Ibíd., p. 216. n Ibíd., p. 216. Marx señala, también, que la identidad de intereses de los pequeños propietarios campesinos, “no crea ente ellos una comunidad, un vínculo nacional, una organización política”, de modo que “no forman una clase”, Ib íd ., p. 216. Para una interesante discu sión del concepto de cíase en Marx, vid. O ssowski, S., Class Structure in the Cfass Consciousness, Londres, 1963, cap. V (trad. cast. Barcelona, Península, 1969).
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sobre ellos, y eom o un poder gubernativo ilim itado que les proteja contra las otras clases y distribuya desde las alturas el sol y la lluvia. La influencia política del pequeño propietario cam pesino, por consi guiente, halla su expresión última en el poder ejecutivo que subordina la sociedad a sí m ism o”'13. “R epresentar” es aquí una expresión equívoca. En el contexto, el único significado que puede tener es que los pequeños propietarios cam pesinos confían en que sus intereses serán representados por Luis Bonaparte. Pero esto no transform a a Luís B onaparte o al E sta do en un sim ple instrum ento de su voluntad; a lo sum o, puede lim i tar algo la libertad de acción del ejecutivo. M arx escribe tam bién que, “com o poder ejecutivo que se ha convertido en fuerza indepen diente, Bonaparte se cree llam ado a salvaguardar ‘el orden burgués’. Pero la fuerza de este orden burgués está en la clase media. C onsi guientem ente, se cree representante de la clase m edia y prom ulga decretos en este sentido. Pero, si es algo, es gracias a haber roto y rom per de nuevo diariam ente el poder político de la clase m edia”; tam bién, “ al m ism o tiem po, contra la burguesía, B onaparte se consi dera a sí m ism o com o el representante de los cam pesinos y del pue blo en general, y quiere que dentro del m arco de la sociedad burgue sa sean felices las clases inferiores... Pero Bonaparte se sabe, ante todo, jefe de la Sociedad del 10 de D iciem bre, representante del lum penproletaríat, al que pertenecen su entourage, su gobierno, su ejército y él m ism o...”4'’. Sobre esta base, Luis Napoleón puede “representar” a esta o aque lla clase (y M arx subraya “la contradictoria tarea” del hombre y las “ contradicciones de su gobierno, la agrupación confusa con la que pretende ora ganar, ora humillar, prim ero a una clase y luego a otra, y que acaba levantándolas a todas contra él...”'15); sin embargo, su capaci dad de iniciativa .sigue estando, en gran parte, desligada de los deseos y las exigencias específicos de cualquier clase o fracción de clase.
45 El dieciocho b ra m a d o de Luis Bonaparte, cit., p. 217. 44 El dieciocho b ra m a d o d e Luis Bonaparte, cit., p. 221. * Ibíd., p. 221.
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Por otra parte, esto no significa que el bonapartism o sea, para Marx, neutral en algún sentido respecto a las clases en conflicto. Pue de pretender representar a todas las clases y ser la encam ación de to da la sociedad. Pero, en realidad, existe y ha sido creado con la finali dad de m antener y reforzar el orden social existente y el dominio del capital sobre el trabajo. El bonapartism o y el Imperio -escribió Marx m ucho más tarde, en L a g u e rra civil en F r a n c ia - sucedieron a la re pública burguesa precisam ente porque “eran la única form a de go bierno posible en una época en que la burguesía había perdido ya la capacidad para gobernar' a la nación” y la clase obrera no la había conquistado todavía"'6. Fue precisam ente entonces cuando “ la socie dad burguesa, liberada de preocupaciones políticas, alcanzó un desa rrollo que ella misma jam ás había esperado”47. Por último, M arx de fine lo que llam a “im perialism o” - c o n lo que significa el régim en imperial de N apoleón-, com o “la m ás prostituida y, al mism o tiem po, la últim a form a de poder estatal que la naciente sociedad burgue sa había com enzado a elaborar com o m edio para su propia em ancipa ción del feudalism o, y que la sociedad burguesa plenam ente desarro llada transform ó finalmente en un m edio para la sumisión del trabajo por el capital”48. En E l origen de la fam ilia, la p ro p ie d a d p riv a d a y el E stad o , obra escrita un año después de la m uerte de M arx, Engels señala igualm ente: “Excepcionalm ente, sin em bargo, hay períodos en ios cuales las clases en lucha se aproxim an tanto a equilibrarse entre sí que el poder estatal, como m ediador aparente, adquiere m om entánea mente una cierta independencia respecto de am bas”49. Con todo, la in dependencia de que habla Engels parece tener una acepción mucho más am plia de aquélla en la que piensa M arx; así, Engels se refiere al Segundo Imperio “que utilizó al proletariado contra la burguesía y a la burguesía contra el proletariado”, y el imperio alemán de Bismarck, en el que “ capitalistas y obreros se equilibraron entre sí y fueron
* Marx, K., La guerra civil en Francia, en O bras escogidas, ed. cit., p. 355. "? Ib íd., p. 355. 18 Ibíd., p. 355. w Engels, E, El origen de la fam ilia, la propiedad privada y el Estado, traducción castellana en O bras escogidas, ed. cit., p. 658.
igualmente engañados en beneficio de los junkers prusianos de pro vincias, venidos a m enos”50. Para M arx, el Estado bonapartista, por independiente que haya po dido ser políticam ente de una clase determ inada, sigue siendo - y no puede ser de otro m odo en una sociedad de c la se s- el protector de una clase económ ica y socialm ente dominante.
IV En la C rítica de la Filosofía del E stad o de H egel, M arx había de dicado un largo y com plicado pasaje al elem ento burocráctico del Es tado, y al intento de dicho elemento por convertir “los fines burocráti cos en fines del E stado”55. Pero sólo en los años cincuenta empezó a analizar más estrecham ente el tipo de sociedad en la que el Estado pa recía auténticam ente situado “por encima de la sociedad”, es decir, las sociedades basadas en el “modo de producción asiático”, cuya impor tancia en el pensam iento de Marx ha suscitado recientem ente mucho interés-^. Lo que en la C rític a había sido una referencia de pasada a los “Estados despóticos de Asia”, donde “el Estado político no es sino el arbitrio privado de un solo individuo, o el Estado político, como el m aterial, es esclavo”53, hacia 1859 se convertía en uno de los cuatro grandes estadios de la historia según Marx: “En líneas generales - e s cribía en el fam oso Prefacio a la C o n trib u ció n a la c rític a de la E co nom ía Política--, los m odos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués m oderno pueden ser considerados com o épocas progresivas en la form ación económ ica de la sociedad”M.
50 Ibíd., p. 658, Para otras observaciones de Engels sobre ia cuestión, vid, también, su carta a C. Sclimidt, de 27 de octubre de 1890, en Mane-Engels, Correspondencia, Bs. As., Cartago, 1972, pp. 396 y ss. 51 M EGA, op. cit,, I, 1/1, p. 456 (p. 359 de le ed, casi. cit.). 5! Vid., por ejemplo, WittfegeL K., Oriental D espotism , Y ak, 1957, cap. IX (tr. cast.: Barcelona, Guadarrama, 1966). Lichteim, G., “Marx and the asiatic mode o f production”, en Sí. A ntony's Papers, número 14, Far Eastern Affíars, Londres, 1963. C f, también, Marx, K., Form aciones económicas precapitalistas, con una introducción de E. J. Hobsbawn, traducción castellana, Córdoba, Pasado y Presente, 1971. 51 MECíA, I 1/1, p. 438 (p. 346 de la ed. cast. cit.). 51 O bras escogidas, pp, 240-41.
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Los países de que Marx se preocupaba más al respecto, eran la In dia, China y, también, Rusia, como E stado “sem iasiático” o “semioiiental”. El modo de producción asiático, para M arx y Engels, tiene una característica fundamental, que es la ausencia de propiedad priva da de la tierra: “Esta -escribía M arx a Engels en 1853- es la verdade ra clave, incluso para el cíelo oriental...”55. “En la forma asiática, por lo menos en la predom inante -a d v e rtía - no hay propiedad, sino sólo posesión por parte del individuo; la com unidad es propiamente el pro pietario efectivo”56; en la producción asiática, señalaba también, el E s tado es “el auténtico propietario”57. Posteriorm ente escribió que, en este sistema, ¡os productores directos “ no se hallan frente al terrate niente privado, sino que, más bien, corno en Asia [están] en subordi nación directa al Estado, que se halla por encim a de ellos, a la vez co mo terratemiente y como soberano”; “el: Estado -p ro se g u ía - es aquí el supremo ten-ateniente. La soberanía consiste en la propiedad de la tierra concentrada a escala nacional. Pero, por otra parle, no existe propiedad privada de la tierra, aunque existen la posesión y el uso de la misma tanto privado como com ún”58. Exigencia fundam ental del modo de producción asiático, impuesta por el clim a y las condicioes del terreno, era la irrigación artificial mediante canales y obras hidráulicas; en realidad, escribía M arx, ésta era “ la base de la agricultura oriental” . E n países como Flandes e Ita lia, la necesidad de un uso común y económ ico del agua em puja a.la em presa privada a la asociación voluntaria; sin em bargo exigía en cambio, “ en oriente, donde la civilización estaba en un niveLáemasiado bajo y la extensión territorial era dem asiado amplia para suscitar asociaciones voluntarias, la intromisión del poder centralizado del go bierno. D e ahí que todos los gobiernos asiáticos deban asum ir una función económica: la de atender a las obras públicas”59. 55 Marx a Engels, 2 de junio de 1853, en C orrespondencia, ed. cit., p. 64. 34 Marx, K., Form aciones económ icas precapiíalistas, ed. cit., p. 61. s New York Daily Tribunc, 5 de agosto de 1853, en Lichtheim. op. cit., p. 94. 58 Marx, K., El Capital, vol. III, traducción castellana, FCE, M éxico,-1966, p. 733. 51 Marx, K. y Engels, F., The F irst Indian W ar of Independence, Moscú, s i ., 1857-59, p. 16. En E! C apital (trad. cit.), vol. I, p. 4^0, nota 7, M arx señala, también, que “una de las bases materiales en que descansaba el poder del Estado indio sobre los pequeños organismos de producción incoherentes y desperdigados, era el régimen del suministro de aguas”; y, también: “La necesidad de calcular los períodos de las alterna-
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Finalm ente, en la G ru n d risse , M arx habla del gobierno despótico situado “por encim a de las com unidades inferiores”60, y lo describe com o “¡a unidad omni comprensiva que está po r encim a de todas estas pequeñas entidades comunitarias... Dado que la unidad es el propieta rio efectivo y el supuesto efectivo de la propiedad colectiva, esta m is ma puede aparecer como algo particular por encim a de las muchas en tidades com unitarias particulares y efectivas..., unidad que se realiza en el déspota com o padre de las muchas entidades com unitarias”61. Es evidente, po r tanto, que en las condiciones del despotismo asiá tico M arx considera al estado como la fuerza dom inante de la socie dad, independiente y superior a todos sus m iem bros, y también que considera a quienes controlan su adm inistración com o los auténticos gobernantes de la sociedad. KarI W ittfogel señala que, con posteriori dad a los años cincuenta, Marx no continuó elaborando este tema, y que “en los escritos de su último período, destacó el aspecto técnico de las obras hidráulicas a gran escala, m ientras que anteriorm ente ha bía destacado su aspecto político”62. El profesor W ittfogel sugiere que ello se debe a que, “obviamente, el concepto de despotism o oriental contenía elem entos que paralizaban la búsqueda de la verdad”63; de ahí las “ regresiones” sobre el tema. Pero la explicación de la falta de. interés de M arx por esta cuestión parece ser m ucho más sencilla y m enos siniestra; que en los años sesenta y principios de los setenta es taba preocupado, sobre todo, por el capitalism o occidental. Por otra parte, el concepto de despotism o burocrático no podía preocuparle mucho a M arx, dado que había estudiado su equivalente más próximo en la sociedad capitalista, esto es, el bonapartism o, y lo había analiza do com o un fenóm eno completamente distinto del despotism o de la sociedad asiática. N o es exacto sugerir, com o hace Lichtheim , que
(ivas de] Nilo dio origen a la astronomía egipcia y, con ella, al predominio de la casta sacerdotal como árbitro de la cultura” (ibíd., nota 6). Para otras elaboraciones del m is ino tema, vid. también, Engels, F., Anti-DiUiring, Grijalbo, M éxico, 1964, p. 141 [y pp. 155, 170, 172-3 (N. delT .)j. ® Marx, K., F orm aciones económicas precaplialistíss, ob. cit., p. 435. 61 Ibíd. ® Wittfogel, K., op. cit., p. 381. Ibíd., p. 387.
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“M arx, por alguna razón, eludió el problem a de la burocracia en la sociedad posícapitalista”6'1. Por el contrallo, puede decirse que se traía de un elem ento muy importante en el pensam iento de M arx a finales de los años sesenta y principios de la década del setenta. Su preocupa ción por esta cuestión y por el Estado se expresa durante este período en su discusión acerca de la naturaleza del poder político en las socie dades postcapitalistas y, en especial, en su concepción de la dictadura del proletariado. Este tema le había ocupado ya en 1851-52; veinte años después apareció nuevamente en prim er plano por la Com una de París, por las luchas con el anarquismo en la Prim er# Internacional, y por el programa de la socialdem ocracia alemana. De ese punto (uno de los más importantes y peor comprendidos de la obra de M arx), po d e m o s ocupam os ahora.
¥ Ante todo, es necesario volver a la república dem ocrática y representantiva, que es preciso distinguir claram ente de la dictadura del proletariado. Para Marx, los dos conceptos no tienen nada en común. Un elem ento de confusión puede derivarse del hecho de que M arx de nunció duram ente el carácter de clase de la república dem ocrática, pe ro apoyó su aparición. La contradicción es sólo aparente: M arx consi deraba ía república democrática com o el tipo de régim en político más adelantado en la sociedad burguesa, y deseaba que prevaleciera sóbre los sistemas políticos más atrasados y “ feudales” . Pero, para él,, seguía siendo un sistema de dominación de clase; en realidad, ei sistem a en el que la burguesía gobierna más directam ente. Las lim itaciones de la república dem ocrática, desde el puhto de vista de M arx, están especialmente claras en el M ensaje del C om ité C en tral de la L iga de Sos C om unistas, que escribió con Engels en marzo de 1850; “Muy lejos de desear la transform ación revoluciona ria de toda la sociedad en beneficio de los proletariados revoluciona rios -esc rib ían -, 1a pequeña burguesía dem ocrática tiende a un cam bio del orden social que pueda hacer su vida en la sociedad actual lo
44 Lichtheim, op. d i., p. 110.
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más llevadera y confortable” . Por consiguiente, exigirá medidas como “ una reducción de los gastos estatales por medio de una limitación de la burocracia y la im posición de las principales cargas tributarias so bre los grandes terratenientes y sobre los burgueses... la abolición de la presión del gran.;capital sobre el pequeño, mediante instituciones de crédito público y leyes contra la usura... el establecimiento de relacio nes de propiedad burguesas en el campo, mediante ¡a completa aboli ción del feudalism o”. Pero, para conseguir su objetivo, necesitan “ un régim en dem ocrático, que siendo constitucional o republicano, les proporcione la m ayoría a ellos y a sus aliados los campesinos; necesi tan también una constitución democrática de los municipios, que les de un control directo sobre la propiedad comunal y sobre una serie de funciones realizadas actualm ente por burócratas”". Sin embargo, aña dían, “en lo que se refiere a los trabajadores, está claro que siguen siendo trabajadores asalariados como antes; el único deseo del dem ó crata pequeño-burgués consiste en mejores salarios y en una existen cia más segura para los trabajadores,., confían en corrom per a los tra bajadores con limosnas más o menos veladas, y quebrantar su fuerza revolucionaria con un m ejoram iento temporal de. su situación”66. Sin embargo, prosiguen Marx y Engels, “estas reivindicaciones no pueden satisfacer en modo alguno al partido del proletariado” ; m ien tras que los pequeño-burgueses demócratas desean acabar con la re volución tan pronto com o sea posible, “nuestro interés y nuestra tarca consiste en hacer la revolución perm anente hasta que todas las clases más o menos poseedoras hayan sido expulsadas de su posición de do minación, hasta que el proletariado haya conquistado el poder del Es tado, y la asociación de los proletarios, no solamente en un país, sino en todos los países dom inantes del mundo, se hayan desarrollado has ta tal punto que haya cesado la competencia entre los proletarios de esos países y que, al m enos, las fuerzas productivas decisivas de esos países están concentradas en manos del proletariado. Para nosotros, no se trata de reformar la propiedad privada, sino de aboliría; no se
61 Marx, K. y Engels, F., M ensaje dc¡ Comité Central de la Liga de los C om unis tas, en Obras escogidas, p. 67. “ Ibíd., p. 67.
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trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”67. ■ Al mismo tiempo, aunque las reivindicaciones y los objetivos del partido del proletariado van mucho más lejos de lo que incluso los de mócratas pequeño-burgueses más adelantados y radicales están dis puestos a aceptar, los revolucionarios deben apoyarles con reservas y tratar de em pujar el movim iento democrático en un sentido cada vez más radical68. Digamos, incidentalménte, que fue ésta precisamente la estrategia que dictó la aciitud posterior de Marx respeelo a todos los movimientos de reforma radical, y la que le condujo, en la Alocución inaugura! de la Prim era Internacional de 1864, a saludar la “ ley de las diez horas” o los progresos del m ovim iento cooperativo como victorias de “la econom ía política de la clase obrera sobre la econo mía política de la burguesía”69. En 1850, Marx y Engels señalaban tam bién que una tarea funda mental de los revolucionarios proletarios era oponerse a las tenden cias descentralizadoras de los revolucionarios pequeño-burgueses. Por el contrario, “los obreros no solamente deberán defender una Repúbli ca Alemana una e indivisible, sino luchar en esta República por la más resuelta centralización del poder en m anos del Estado...”70. Este es no solam ente el precepto m ás “ estaiista” de la obra de Marx (y Engels), sino el único de este género, prescindiendo de ios primeros pronunciam ientos “hegeiianos” de Marx sobre la cuestión. Más importante es el hecho de que el precepto no se refiere a la revo lución proletaria, sino a la revolución dem ocrático-burguesa71. E/i
01 M ensaje de! C om ité Central de la Liga de los Comunistas, cit., pp. 67-68."1 Ibíd., p. 67. " Ib id ., p .67. w M anifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, en Obras escogidas, p. 255, 70 Obras escogidas, p. 71. ¡ 71 Obras escogidas, p. 71. Es interesante señalar al respecto que Engels consideró necesario añadir una nota a la edición de 1885 del M ensaje, explicando que este pasaje se basaba en un “malentendido” de la experiencia revolucionaria francesa, y que “la au tonomía local y provincial” no está en contradicción con la “centralización nacional”. Ibíd., p. 71, nota 2.
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1850, Marx y Engels creían, y lo afirmaron en el M ensaje, que los trabajadores alem anes no eran capaces de “alcanzar el poder y satisfacer sus propios intereses de clase sin haber pasado íntegram ente por un prolongado desarrollo revolucionario”72. La revolución democrática vería el nacim iento de una form a de gobierno com pletam ente distinta de la república democrática, esto es, la dictadura del proletariado. En una conocida carta a J. W eydemeyer, de m arzo de 1852, Marx había m ostrado la im portancia fundam ental que atribuía a este con cepto, al decir que, mientras que no había que atribuirle el descubri miento de las clases en la sociedad moderna, o de las luchas de clases dentro de ésta, “lo que he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia ele. las clases está ligada solamente a determinadas fa ses de desarrollo histórico de la producción; 2) y que la lucha de clases conduce necesariam ente a la dictadura del proletariado', 3) que esta dictadura constituye solam ente el paso a la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases"11. Desgraciadam ente. M arx no definió de modo específico qué im pli caba en realidad i a dictadura del proletariado y, más particularm ente, cuál era su relación con el Estado. Hal Draper ha afirmado, en un ar tículo extraordinariam ente bien docum entado, que la dictadura del proletariado es una “descripción social, una afirm ación del carácter de clase del poder político, no una afirmación sobre las form as de las m aquinarias de gobierno”74. M i opinión, por el contrario, es que la dictadura del proletariado es tanto una afirmación del carácter de cla se del poder político com o una descripción del poder político mismo, y que precisam ente es la naturaleza del poder político que describe lo que garantiza su carácter de clase. En ES dieciocho b ru m a rio de Liáis B o n ap arte, había formulado una afirm ación que constituye un tema importante de su pensamiento:
73Ibíd., p. 72. n Marx a Weydemeyer, 5 de marzo de 1852, en Obras escogidas, p. 748, o en C o rrespondencia, ed. cit., pp. 56-57, 74 Draper, H., “Marx and the Dictatorship o f the Proletari.it”, en N ew Politics, volu men I, NH4, p. 102.
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que todas las revoluciones anteriores habían “perfeccionado esa m á quina [del Estado] en vez de destruirla. Los partidos que sucesiva mente luchaban po r el poder, consideraban la posesión de ese enorm e edificio estatal com o el principal botín del vencedor”75. Casi veinte años después, en L a g u e rra civil en F ra n c ia , subrayaba nuevamente que todas las revoluciones anteriores habían consolidado “el poder es tatal centralizado, con sus órganos omnipresentes: .el ejército perm a nente, la policía, la burocracia, el clero y la judicatura” ; subrayaba, también, que el carácter político del Estado “había cambiado sim ultá neamente con los cam bios económ icos de la sociedad. Al m ism o tiempo que los progresos de la industria m oderna desarrollaban, en sanchaban y profundizaban el antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, el poder del Estado fue adquiriendo cada vez más el carác ter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de una fuerza públi ca organizada para la esclavización social y de un instrum ento del despotismo de clase. Después de cada revolución, que señala un paso adelante en la lucha de clases, el carácter puram ente represivo del po der estatal se hace cada vez más evidente”76. Como señala Draper, Marx no había hecho referencia alguna a la dictadura del proletariado durante estos años. Por otra parte, no des cribe como tal a la Comuna de París. Lo que exalta en la Com una es, sobre todo, que, en contraste a las convulsiones sociales anteriores, no buscó la consolidación del poder estatal, sino su destrucción. Lo que la Comuna quería, dijo, era “restituir al cuerpo social todas las energí as absorbidas hasta entonces por el Estado parásito, que se nutre a costa de la sociedad y entorpece su libre m ovim iento”77. M arx .desta ca, también, el carácter popular, democrático e igualitario de la C o muna, y el m odo en que “no sólo la adm inistración municipal, sino toda la iniciativa hasta entonces detentada por el Estado, pasó a m a nos de la C om una”78. Además, mientras que la form a comunal de go bierno debía aplicarse, incluso, “al burgo m ás pequeño”, “la unidad
’,sMarx, K., E! dieciocho brumario de Luis Bonaparte, en Obras escogidas, p. 216. 16Marx, K., La guerra civil en Francia, en Obras escogidas, p. 354. 11Ibíd., p. 357. 78La guerra civil en Francia, d i., p. 356.
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cic la nación no debía ser rola, sino, por el contrario, organizada den tro de la constitución comunal, y convertirse en realidad m ediante la destrucción del poder estatal que pretendía ser la encarnación de esta unidad, independiente de la nación misma y superior a ella, mientras que sólo era una excrecencia parasitaria”79. En las notas que escribió para La g u e rra civil en F ra n cia , Marx formula incluso más claram ente que en el texto publicado la im por tancia que atribuía al desm antelam iento del poder estatal por la Co muna. Como testimonio que contribuye a la comprensión de su enfo que del problema, es extrem adam ente revelador el siguiente pasaje de las ñolas: “Esta [la Comuna] era -e sc rib ía - una revolución no contra tal o cual forma de poder estatal legítima, constitucional, republicana o imperial. Era una revolución contra el E stado mismo, ese aborto supernaturalista de la sociedad, una rcasumpción del pueblo para el pue blo de su propia vida social. No fue una revolución para transferir el poder político de una fracción de la clase dominante a otra, sino una revolución para abatir esc horrible instrumento de dom inación de cla se... El Segundo Imperio fue la forma final (?) [sic] de esta usurpación estatal. La Comuna fue su negación definitiva y, por tanto, el com ien zo de la revolución social del siglo xix”80. El veredicto de Marx sobre la Comuna cobra lodo su sentido a la luz de estas opiniones: fue “esen cialmente un gobierno de la clase obrera”, “la forma política, finalmente descubierta, para realizar la emancipación económica del trabajo”81.
” //;/í Ibíd., p. 96 y ss. (p. 94 y ss.).. 1C,‘ Ib id., pp. 119-1.45 (p. 11.5-140).
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pettenc...,;:] precisamente al aparato del Estado y de que su función objetiva sea la actualización de la función del Estado. Esto, a su vez, sienifica que la burocracia, como categoría social específica y relati vamente “unificada”, es la “servidora” de la clase dominante, no a causa de sus orígenes de clase, que son divergentes, ni a causa de sus .relaciones personales con la clase dominante, sino por el hecho de que su unidad interna deriva de su actualización de la función objetiva ■,del Estado. La totalidad de esta función misma coincide con los inte reses de la clase dominante. ■ De todo lo dicho se derivan importantes consecuencias para el po lémico problema de la autonomía relativa del Estado con respecto a la clase dominante y por lo tanto para la cuestión igualmente debatida de la autonomía relativa de la burocracia, como categoría social espe, cífica, respecto a aquella clase. Una larga tradición marxista.ha consiüeiido que el Estado ¡10 es más que una simple herramienta o instru mento manipulado a voluntad por la clase dominante. No quiero decir qub M iliband caiga en esta trampa, que hace imposible explicar los complejos mecanismos del Estado en su relación con la lucha de cla ses.. Sin embargo, si se establece la relación entre el Estado y la clase dominante en el origen social de los miembros del aparato del Estado ■y. sus relaciones interpersonales con los miembros de esta ciase, de tal modo que la burguesía “ acapare” casi físicamente el apar-ato del E sta do no se puede explicar la autonomía relativa del Estado con respecto ■1 esta cíase. Cuando Marx designa al bonapartismo como la “religión a burguesía”, en otras palabras, como lo característico de todas las .formas de Estado capitalista, enseña que este Estado sólo puede servir [.verdaderamente a la clase dominante en la m edida en que sea relativaf mente autónomo de las diversas fracciones de esta clase, precisam en t e para poder organizar la hegemonía de toda esta cíase. No es por ca sualidad que Miliband admita id fin esta autonom ía sólo en el caso extremo del fascismo105. La cuestión que se plantea es si la situación ■actual ha cambiado al respecto: yo creo que no, y volveré sobre ello .más adelante.
m Ibid., p, 93 (p. 92).
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3. Las ramas del aparato del Estado D e este modo, el enfoque de Miliband ie impide, hasta cierto p u n to, llevar hasta el fin un análisis riguroso del aparato del Estado en sí mismo y de las relaciones entre las diferentes “ra m a s” o “p artes” de este aparato. M iliband com prueba perfectamente que el aparato del Estado no sólo está constituido por el gobierno, sino también por r a mas especiales, tales com o el ejército, la policía, la adm inistración de justicia y la administración civil. Sin embargo, ¿qué es lo que gobier na las relaciones entre estas ramas, la importancia respectiva y el pre dominio relativo de estas diferentes ramas entre sí, por ejem plo la re lación entre el parlam ento y el ejecutivo, o el papel del ejército o de la administración en una form a particular de Estado? L a respuesta de Miliband parece ser la siguiente106: el hecho de que una de estas ra mas predomine sobre las demás está relacionado directam ente, de al gún modo, con los factores ‘exterio res’ señalados arriba. Es decir, o bien es la rama cuyos m iem bros se encuentran, por su origen de clase o relaciones, más cercanos á la clase dominante, o bien la rama cuyo predominio sobre las dem ás se debe a su papel ‘ec o n ó m ic o ’ in m ed ia to. Un ejemplo de este último caso sería el actual desarrollo de! papel del ejército, relacionado con la im portancia en nuestros días de los gastos militares107. - 1 Tampoco puedo estar de acuerdo en este caso con la interpretación de Miliband. En mi opinión, el aparato del Estado form a un sistema objetivo de “ram as” especiales, cuya relación presenta una unidad in terna específica y obedece, en gran medida, a su propia lógica. De este modo, cada forma particular de Estado capitalista se caracteriza por una forma particular de relaciones entre sus ramas y por el p re d o m i nio de una o de algunas de sus ramas sobre las otras: el Estado liberal, el Estado intervencionista, el bonapartismo, la dictadura militar o el fascismo. Pero cada forma particular del Estado capitalista debe atri buirse, en su unidad , a importantes modificaciones de las relaciones de producción y a etapas importantes de la lucha de clases: el capita-
1C* íbíd,, p. í 19 y ss. (p. 115 y ss.). 107 Ibíd., p. 130 y ss. (p. 124 y ss.).
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'■lismo com petitivo, el imperialismo, el-capitalismo de Estado. S ola mente después de haber establecido la relación de una forma de Esta do como unidad , es decir, como una form a específica del sistema del -aparato del Estado como un todo, como el “e xterior”, se puede esta blecer el papel respectivo y la mutua relación interna de las “ ramas” del aparato estatal. Una- alteración significativa en la rama predomi; liante del aparato del Estado o en la relación entre estas ramas, no puede ser establecida directamente por el papel exterior inmediato de 'esta rama, sino que está determinado por la modificación de todo el
¡sistema del aparato estatal y de su forma de unidad interna como tal: ( modificación que se debe ella m ism a a cambios en las relaciones de oí jducción y al desarrollo de la lucha de clases. ; ■ ■lom em o s com o ejem plo la cuestión actual del ejército en los paí' ses capitalistas desarrollados. N o creo que los hechos “ inm ediatos” del aumento de los gastos militares y de los crecientes vínculos ínter: personales entre los industriales y los militares sean suficientes com o para-hablar de una alteración importante del papel del ejército en el aparato del Estado actual: por lo demás, el propio M iliband es muy , reservado en este tema, a pesar de todo. Para que ocurriese sem ejante alteración tendría que producirse una importante modificación de la forma del Estado en su totalidad -sin que éste tenga que tornar necesailímente la forma de “dictadura militar'1- , una modificación que no -se debería simplemente a la creciente importancia de los gastos milita re' sino a profundas modificaciones de las relaciones de producción v de la lucha de clases, de las cuales el aum ento de los gastos milita r e s sólo es, por último, el efecto. De este modo, se podría establecer la /relación del ejército no sim plemente con la clase dom inante, sino con la totalidad de las clases sociales - u n a compleja relación que explica r í a su función por medio de una alteración del Estado en su totali d a d - , Creo que no existe una evidencia más palpable de esta tesis, en :: otro contexto, que la evolución actual de Latinoamérica.
4. La form a actual del E stado capitalista ¿Podemos hablar por consiguiente, en la actual fase del capitalis mo, de una modificación de la forma del Estado? P o r m i parte contes taría afirmativamente, aunque no creo que esta m odificación se orien te necesariamente en la dirección de un papel preponderante del ejér
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cito. También Miliband parece dar una respuesta afirmativa a la cuesf tión. N o obstante, ¿cómo sitúa por su parte esta modificación actual' de la forma del Estado?108 Si la relación entre el Estado y la clase d o minante está constituida principalm ente por las relaciones “interper sonales” entre los m iem bros del aparato del Estado y los de la clase dominante, el único enfoque que parece viable es el de argüir que es tas relaciones se hacen cada vez más intensas y rígidas en la actuali dad y que ambas son prácticam ente intercambiables. En efecto, éste es precisamente el enfoque que M iliband adopta. Sin embargo, el ar gum ento me parece m eram ente descriptivo. De hecho coincide con la tesis comunista ortodoxa del capitalismo monopolista de Estado, s e gún la cual la forma actual del Estado se determina por las relaciones interpersonales cada vez más estrechas entre los m onopolios y los m iem bros del aparato del Estado, por la “ fusión del Estado y los m o nopolios en un solo m ecanism o” 109. Ya he demostrado en otro lugar por qué y cómo esta tesis, en apariencia ultraizquierdista, conduce en realidad al más insípido revisionism o y reform ism o"0. De hecho, lamodificación actual de la forma del Estado no debe buscarse y e s t u - : diarse principalm ente en sus simples efectos, que por lo dem ás son' discutibles, sino en las alteraciones profundas de la articulación de la econom ía y la política. No me parece a m í que esta modificación alte-: re la autonomía relativa del Estado, que actualmente sólo adopta for mas diferentes, com o recien tem en te ha observado J. M. V incent a', propósito del gaullism o1". En resumen, me parece que la definición de-' cualquier Estado actual com o el agente puro y simple del gran capital, tomado literalmente, da lugar a frecuentes tergiversaciones, tanto, ahora como en el pasado. 5, Los a p a r a t o s ideológicos Finalmente, hay un último problem a que me parece m uy im portan te y que me proporcionará la-ocasión de ahondar más de lo que lo he
m Ibíd., especialmente pp. 123 y ss. (p. 120 y ss,). m Cf., las acias del coloquio de Choisy-le-Roi sobre “State M onopoly C apilalism ” : en E conom ie ei P otinque, n ú m e r o especial. ““ Poulantzas, op. cit., p. 297 y ss (p. 356 y ss.). 111 L c s T e m p s M o d e r n e s , agosto-septiembre, 1968.
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hecho en mi propia obra ya citada. Me pregunto, en efecto, si M ili band. y yo mism o no nos hemos detenido a m edio cam ino de una cuestión fundamental. Se trata del papel de la ideología en el funcio namiento del aparato del Estado, una cuestión que se ha vuelto de pal¡pitante actualidad desde .los sucesos de mayo-junio de 1968 en Fran cia. A la tradición marxista clásica de la teoría del Estado le interesa mostrar sobre todo el papel represivo del Estado, en sentido estricto, 'de represión física organizada. Sólo hay una excepción, Gramsci, con su problemática de la hegemonía. Ahora M iíiband insiste-, muy co•rrcctamente, en un amplio y excelente análisis (The process of legitinuzaiion, I, II, pp. 179-264) sobre el papel desem peñado por la ideo logía en el funcionamiento del Estado y en el proceso de dominación política; lo que por mi parte intenté hacer, desde otra perspectiva, en mi propia obra. ' No obstante creo que, por diferentes razones, ambos nos hemos de tenido a mitad de camino; ío que no ocurrió a Gramsci. Es decir, he mos terminado considerando que la ideología solam ente existe en las ideas, las costumbres o la moral, sin ver que la ideología se puede en carnar, en sentido material, en instituciones: instituciones que por lo tanto, por el propio proceso de institucionalización, pertenecen al sis tema del Estado, aunque dependen principalmente del nivel ideológi c o , Siguiendo la tradición marxista, le dimos al concepto del Estado un significado restrictivo, al considerar que son las instituciones prin cipalm ente represivas las que forman parte del Estado y al rechazar a . las instituciones con un papel principalmente ideológico como “exter nas” al Estado, en un lugar que Miliband por su parte designa como “sistema político” , distinguiéndolo del Estado"2. . He aquí la tesis que quiero proponer: el sistem a del Estado está compuesto de varios aparatos o instituciones de los cuales algunos tienen una función principalm ente represiva, en sentido estricto, y otios una función principalmente ideológica. Los primeros constitu yen el aparato represivo del Estado, es decir el aparato, estatal en el sentido marxista clásico del término (gobierno, ejército, policía, tríbu-
112 Miliband, p. 50 y ss. (p. 50.y ss.).
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n ales'y administración). Los segundos constituyen los aparatos ideo lógicos del Estado , tales com o la Iglesia, los partidos políticos, los': sindicatos (con la excepción, desde luego," de las organizaciones de partido o de sindicato revolucionarias), las escuelas, los medios de' com unicación (periódicos, radio, televisión) y, desde un cierto puntode vista, la familia. E sto ’ es así, tanto si son públicos com o privados - p u e s la distinción tiene un carácter puramente jurídico, es decir a m pliam ente ideológico, que no cam b ia en nada lo fundam ental. Esta posición es, en cierto sentido, la del propio Gramsci, aunque no la fundamentó y desarrolló lo suficiente. ¿Por qué se debe hablar en plural de los aparatos ideológicos del Estado, mientras que se habla en singular del aparato represivo del Estado? Porque el aparato represivo del Estado, el Estado en el senti do marxista clásico del término, posee una unidad interna muy riguro sa que gobierna directamente la relación entre las diversas ramas del aparato. Mientras que los aparatos ideológicos del Estado, debido a su función principal -Ja inculcación y transmisión ideo ló gicas- poseen una autonom ía m ayor y más importante; sus interconexiones y sus re laciones con el aparato represivo del Estado aparecen investidas, en relación a las conexiones mutuas de las ramas del aparato represivo del Estado, de una mayor independencia. ¿Por qué se debe hablar de aparatos ideológicos del Estadol ¿Por qué deben ser considerados estos aparatos como parte com ponente del Estado? Mencionaré cuatro razones principales: 1. Si el Estado se define com o la instancia que m antiene la c o h e sión de una formación social y que reproduce las condiciones de p ro ducción de un sistema social m ediante el mantenimiento de la do m i nación de clase, es obvio que las instituciones en cuestión -l o s apara tos ideológicos del E s ta d o - cum plen exactamente la m ism a función. 2. La condición que posibilita la existencia y el funcionam iento de estas instituciones o aparatos ideológicos, bajo una forma determ ina da, es el propio aparato represivo del Estado. Si bien es verdad que su papel es principalmente ideológico y que el aparato represivo del E s tado, en general, no interviene directamente 1en su funcionamiento, no' deja de ser menos, cierto que este aparato represivo está siempre pre sente detrás de ellos, que los defiende y los sanciona, y finalmente; que la acción de los mismos está determinada por la acción del propio
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aparato represivo del Estado. El movimiento estudiantil en Francia y .otros países puede atestiguar esto en lo que se refiere a las escuelas.y . universidades de hoy. '® Origins of the prcsent crisis, NLR, 23, enero-febrero de 1964.
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Dicho esto, pienso, sin embargo, que la prim era crítica que uno puede hacer a P o der político no concierne a la ausencia de análisis concretos, sino a la forma en la que operan en el texto, involucrando un cierto teoricismo., En cierta medida esto es atribuible a una posi ción epistemológica hiper-rígida, posición que com partí en su tiempo con Althusser. Al concentrar el grueso de nuestro ataque contra el em pirism o y el neopositivismo, cuyos condensados, en la tradición m ar xista, son el econom icism o y el historicism o, insistíam os correcta m ente en la especificidad del proceso teórico, el de la producción de conocim iento, que, con sus estructuras específicas propias, acaece en un proceso de pensamiento. En nuestra perspectiva, el “hecho real” o “ práctica” estaba situado tanto antes del com ienzo del proceso de pensam iento (es decir, antes de las generalidades I, las cuales ya cons tituían un “hecho de pensam iento”, sobre eí cual las generalidades II habrían de trabajar, siendo estas últimas conceptos que a su vez pro ducirían las generalidades III, “conocim iento concreto”) como des pués de la conclusión del proceso de pensam iento, es decir, de las ge neralidades III, punto en el cual surgiría la cuestión de la experim en tación” y la de la adecuación de la teoría a los hechos y de la teoría a la práctica170. Esto, en el caso de Althusser, creaba incluso la impre sión, altamente dudosa, de que e¡ proceso teórico, o “discurso”, conte nía en sí mismo los criterios de su validación o “cientificidad”: esto aparece muy claramente en el termino usado por él (y por Balibar), térm ino que ha abandonado desde entonces, a saber, el de práctica te órica. Con su empleo conjuraba el problem a de la relación “ teoríapráctica” , situándola enteramente dentro de la misma teoría. Lo que no fuimos capaces de ver en su momento fue que, al sostener firme m ente la especifidad del proceso teórico en relación con lo “ concreto real”, deberíam os haber percibido el particular modo en que lo “con creto real” interviene, y la m anera en la cual la relación teoría-prácti ca funciona, en toda la extensión del proceso teórico. La m ayoría de nosotros hemos rectificado desde entonces ese esta do de cosas. Por mi parte he de decir que me mostré altamente crítico
1,0 Lquís Alihusser, La revolución teórica de M arx, M éxico, Siglo XXI, 1967; Po der político y clases sociales, p. 3 y ss. 158
hacia las formas más extrem as de este esquema epistemológico desde el principio, lo que puede observarse en diversas advertencias en la introducción de P od er político y en el hecho de que el término “prác tica teórica” virtualm ente no aparece en mi libro. Incluso así, y to mando la forma que tomó entonces, éste esquema epistemológico tu vo ciertas consecuencias específicas en mi pensamiento. U na distinción necesaria En primer lugar, condujo a una diferenciación excesivam ente ta jante entre lo que llam aba el “orden de exposición” y el “orden de in vestigación” (el fam oso problem a de la D arstellung). Perm ítasem e precisar: en vista de la especificidad del proceso teórico, necesitamos establecer una distinción entre el orden de exposición de un texto teó rico, que se supone tiene en cuenta la m anera específica en la cual los conceptos se enlazan, y el orden de investigación, que, ocupándose de los hechos reales, da origen a la creación de estos conceptos. Como podemos ver con El cap ital de Marx, la exposición de un texto teóri co es algo más que desvelar etapas de la investigación subyacente o que narrar la historia de su producción (véase la diferencia, entre otros escritos, entre los G ru n d risse y El capital). He de admitir, sin embargo, que al hacer esta distinción demasiado tajantemente en Po d er político me hallé con frecuencia, en el orden de exposición, pre sentando análisis concretos como meros ejemplos o ilustraciones del proceso teórico. Esto dio lugar a ciertas dosis de confusión por parte de Miliband, de la cual soy parcialmente responsable: habiendo des cuidado completam ente la distinción entre el orden de exposición y el orden de investigación (que no obstante yo analizaba en la introduc ción a mi libro), M iliband, desde su propia aproximación empírica y neopositivista, piensa que si los análisis concretos contenidos en mi libro son expuestos de esta forma, mi investigación no se funda en es tos análisis concretos-reales, sino que deriva meramente de conceptos abstractos. En razón de que frecuentemente he expuesto estos análisis concretos como ejem plos o ilustraciones de mi teoría, M iliband con cluye apresuradam ente - e ingenuam ente- que fue así como los pensé dentro de mi investigación, que de esta form a se convierte en “abs tracta”. Para convencerle de lo contrario, habría tenido que convertir me en un hazmerreír publicando mis borradores y notas de P o d er po lítico y clases sociales. 159
Formalismo Sin embargo, este leoricismo no sólo m e condujo a una presenta ción relativamente “ impropia” de los análisis concretos, sino también, como Laclau ha observado corectam ente (volveré a esto), a una se gunda falla: un cierto formalismo en mi investigación, y en último término un cierto descuido de los análisis concretos. Pero creo que puedo afirm ar haber hecho las necesarias correcciones a todos estos puntos, tanto en Fascism o y d ic ta d u ra , análisis histórico detallado del fascismo alem án e italiano, como en Las clases sociales en el ca pitalismo actual, que se ocupa muy concretam ente de la sociedad ca pitalista contem poránea, haciendo referencia explícita a todo un con junto del llamado material “empírico” . En ambos libros, sin embargo, he mantenido naturalmente mi diferencia esencial con respecto a M i liband, diferencia irreductible que concierne a la absoluta necesidad, desde mi punto de vista, de m anejar los “hechos concretos” teórica mente. Ya que, ampliando esta consideración, éste es el único modo de llevar a cabo verdaderos análisis concretos en el pleno sentido del término, siendo lo “concreto”, com o Marx señaló, “ la unidad de una multiplicidad de determinaciones”. Verdaderamente una consecuencia de la falla de toda problemática teórica en los escritos de Miliband es que, a pesar de todas las apariencias, es difícil encontrar análisis con creto alguno en sus textos; lo que principalm ente hallamos en ellos son descripciones narrativas que siguen la paula del “así es como son las cosas”, trayendo poderosamente a la m ente la clase de “empirismo abstraccionisia” de que habló W right M ills. Jam ás se insistirá dema siado en subrayar el hecho de que al descuidar la teoría se termina fra casando en la observación de lo concreto. Pero antes de decir nada más acerca de este teoricismo en mi obra, siento que debería decir algunas palabras para ayudar al lector a cap tar más claram ente este fenómeno. Para empezar, ha de tenerse pre sente que sólo puede ser entendido en tanto que reacción contra una cierta situación teórico-política -dejando de lado unas pocas excep c io n e s- del m arxism o (al m enos del m arxism o europeo) anterir a 1968, situación caracterizada por el m ecanicismo y el empirismo neopositivistas y por un marcado economicismo. Esto era de particular im portancia para mí, ya que m e ocupaba de problem as concernien tes al Estado, una esfera en la que la pobreza del pensam iento m ar160
xista (las razones de esto son varias y com plejas; y el estalinism o no es la m enor) es bien conocida. En m i reacción contra este estado de cosas, y com o Lenin habría dicho, “fui dem asiado lejos en la otra dirección” . Más aún, no debe olvidarse que la naturaleza de los “análisis con cretos” en Poder político emergía también (aparte de mi propio pro blem a “individual”) de una precisa situación a la que había llegado el movimiento obrero europeo con anterioridad a 1968; en ese momen to, hay que señalar que, en ausencia de un desarrollo masivo del mo vimiento, los análisis en boga eran los de Gorz y M allet sobre las “re formas estructurales” , con todo su potencial reform ista. Muchos de nosotros, en Francia y en otras partes, criticam os estos análisis, to mando como referencia diversas señales anticipadas del creciente mo vimiento popular (Poder político fue publicado en Francia en mayo de 1968). Pero disponíamos de relativamente pocos hechos significa tivos en relación a la lucha de clases, que, de haber sido más numero sos, nos habrían capacitado para análisis concretos. Creo que un buen número de camaradas europeos, de diversas tendencias, tendrían po cas dificultades para estar de acuerdo con esta observación. Limitán dome a mi propio caso personal, evidentem ente (¿y cómo podría ha ber sido de otra manera?) el desarrollo de los conflictos de clases en Europa desde 1968 no ha dejado de tener influencia en mis cambios de posición y en las rectificaciones mencionadas más arriba. En el ca so de Miliband, sin embargo, y juzgando por lo que ha publicado has ta ahora, lo ocurrido desde 1968 no ha tenido efecto alguno. Pero es to, para un defensor ferviente de la realidad palpitante, es sólo una pa radoja aparente, ya que de hecho no hay nada más académico que la demagogia de lo “real em pírico”. L a historia real no puede dejar de afectar a las posiciones teóricas (no sólo a la m ía), pero jam ás modifi cará las posiciones empírico-positivistas, ya que para éstas los hechos no “significan” mucho: no prueban nada por la ; uicilla razón de que pueden ser reinterpretados ad infinilum de cualquier form a que uno elija. Es esta clamorosa ilusión de lo evidente lo que da origen a dog mas inmutables. Lenguaje difícil Finalmente, para volver a P o d er político, el teericism o del cual he hablado indudablemente me condujo asim ism o a ser presa de un ter 161
cer inconveniente: me llevó a utilizar, a veces innecesariamente, un lenguaje difícil, lo que he tratado de rem ediar en mis escritos subsi guientes. En primer lugar, sin embargo, en la ciencia no hay senderos trazados, y el mismo manejo teórico de mi objeto reclamaba, en cierta m edida, un lenguaje que rom piera con el discurso descriptivo habi tual. En segundo lugar, mi texto requiere, por parte del lector, una cierta sensibilidad para los problem as políticos de la lucha de clases, ya que está enteramente determinado por la coyuntura teórico-política. Es sobre todo a una falta de esta sensibilidad política, en otras pa labras a academicismo, a lo que estoy obligado a atribuir el fracaso de M iliband para comprender algunos de los análisis de mi libro. Citaré solam ente un ejemplo sintomático de esto. “U na c la s e ”, d ice Poulantzas, “p u ed e ser considerada co m o una cla se d ife renciad a y autónom a, co m o una fuerza so c ia l dentro d e una form ación s o cial, ú nicam en te cuando su co n e x ió n co n las rela cio n es d e prod u cción , su ex isten cia eco n ó m ica , se refleja en lo s otros n iv e le s m ediante una p resen cia e sp e c ífic a ” y la respuesta es qu e “ esta p resen cia ex iste cuando la rela ción c o n las relaciones de p rod u cción , el lugar en el p roceso de p rod u c ción se refleja en los otros n iv e le s m ed ian te e fe c to s p e rtin e n te s” ¿Q ue son en ton ces “e fecto s p ertinentes” ? La resp u esta e s que “por ‘efecto s p ertin en te s’ d esign arem os el h ech o d e que el reflejo del lugar en el proceso d e p ro d u cció n sob re lo s otros n iv e le s co n stitu y e un n u e v o elem en to que n o p u e d e ser insertado en el m arco típico qu e e sto s n iv e le s presentarían sin esto s e lem en to s” . Esto puede interpretarse co m o queriendo decir que una c la se cobra sig n ifica d o principal cu an d o afecta a lo s acon tecim ien tos de m anera principal, p rem isa de la que es d ifícil d ecir q u e n o s lle v e m uy lejo s, pero P oulantzas ni siquiera q uiere decir esto , y a que tam bién nos d ice que “ la d o m in a n cia de la lucha e c o n ó m ic a ” (es decir, el “e c o n o m ic ism o ” co m o form a d e lu ch a de la c la se obrera) no sig n ific a “ ausencia de los ‘e fe c to s p e r tin e n te s ’ a n iv e l d e la lu ch a p o lític a ”, sin o sim p lem en te “una cierta fo r m a d e lu ch a p olítica , criticada por L en in c o m o in efectiv a ” . A s í p u es, una cla se, en un m om ento dado, p u ed e ú n icam en te ser considerada co m o d if e renciada y autónom a si ejerce “efe c to s p ertin en tes”, esto es, un im pacto d ecisiv o ; en el m om ento sig u ie n te , lo s “e fe c to s pertin en tes” p u ed en ser in efectiv o s. Poulantzas n o deja n u n ca de insistir en la n ecesidad de an áli sis “rig u ro so s” y “c ie n tífic o s” . ¿Pero qu é c la s e d e análisis “rig u ro so ” y “c ie n tífic o ” es éste? D e h ech o, ¿qué c la se d e a n álisis e s? 17'.
1,1 Ralph Miliband, Nicos Poulantzas y el Estado capitalista, incluido en la pre sente edición, p. 111.
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¿Qué clase de análisis? M iliband parece tener ciertas dificultades para comprenderlo, así que lo explicaré inmediatamente. Mi análisis, que incidentalmente sum inistraba la relación entre el campesinado y el bonapartismo como ejemplo concreto de “efectos pertinentes” , se ocupaba esencialmente de las clases no fundamentales en una socie dad capitalista (campesinado, pequeña burguesía), caso en el que su utilidad me parece evidente172. Pero además se ocupaba también de la clase obrera, y tenía dos objetivos políticos precisos. El primero era atacar directam ente aquellas concepciones según las cuales la clase obrera ha llegado a integrarse o a disolverse en el capitalismo contem poráneo (“ncocapitalism o”). Los lectores ingleses habrán oído cierta m ente de estas concepciones. Mi propósito era m ostrar que incluso cuando la clase obrera carece de ideología y organización política re volucionaria (la famosa “conciencia de clase” de los historicistas) to davía continúa existiendo com o clase diferenciada y autónom a, ya que incluso en este caso su “existencia” tiene efectos pertinentes en el plano político-ideológico. ¿Qué efectos? Bien, sabemos que la socialdemocracia y el reformismo han provocado a menudo algunos consi derables, y yo pensaría que es evidente que uno no puede analizar las estructuras del Estado de un buen número de países europeos (inclu yendo a Inglaterra) sin tomar en cuenta a la sociademocracia en todas sus formas. Pero incluso en estos casos, la clase obrera no está ni inte grada ni diluida en el “ sistema”. Continúa existiendo como una clase diferenciada, que es precisam ente lo que demuestra la socialdemocracia (efectos pertinentes), ya que ella también es un fenómeno de la clase trabajadora (como muy bien supo Lenin), unida mediante lazos especiales a ésta. Si no fuera éste el caso, nos resultaría muy difícil explicar por qué la burguesía siente la necesidad de apoyarse de vez en cuando en la socialdem ocracia (lo que, después de todo, no es una intuición cualquiera). Así, la clase obrera continúa siendo una clase diferenciada, lo que tam bién (y principalmente) significa que pode mos esperar razonablem ente que no continuará siendo eternam ente -d o n d e todavía lo e s - socialdemócrata, y que las perspectivas del so cialism o permanecen, por tanto, intactas en Europa.
172 Poder político y clases sociales, p. 86 y ss.
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Sin embargo, esto nos trae a mi segundo objetivo. Ya que si he in sistido - y aquí me refiero directamente a L e n in - en el hecho de que el econom icism o/reform ism o no es de im portancia para una ausencia política de la clase obrera, y que este economicismo/reformismo tie ne, por tanto, efectos pertinentes en el plano político e ideológico del sistem a capitalista, he dicho tam bién que esta política economicista/reformísta es ineficaz desde el punto de vista de los intereses estra tégicos a largo plazo de la clase obrera, desde la perspectiva de clase de la clase obrera: en otras palabras, que esta política no puede condu cir al socialismo. Al,mismo tiempo, ningún análisis del sistema capi talista debería jam ás, como el mismo Marx dijo, descuidar la perspec tiva de clase de la clase obrera. M iliband no ha logrado entender esto. Para él es solam ente una argucia verbal, o una cuestión de p u ra “cientificidad” . Esto no sería dem asiado im portante si M iliband y yo estuviéram os de acuerdo al m enos en las cuestiones funda m entales. M e inclino a dudarlo, sin em bargo, a la vista del estilo al tam ente académ ico de discreción política que oberva en su propio libro, estilo que le reproché en el artículo que desencadenó esta controversia. Sobre la cuestión del estru ctu ralism o Llego ahora a la segunda crítica fundamental que Miliband hace de mi libro, la que concierne a su “estructuralism o” (“ superdeterminismo estrutural” en su primer artículo, “abstraccionism o estructural” en el segundo). Pero, ¿qué es este estructuralismo mío tal .como Miliband lo ve? Confieso con toda sencillez que no puedo hallar definición pre cisa alguna del término en sus reseñas. Consecuentem ente he sentido que debería intentar una definición yo mismo en orden a ser capaz de replicar. Un significado que podemos atribuir a este término cae dentro de la problem ática hum anista e historicista, verdaderam ente dentro de una problem ática tradicional del idealism o subjetivista burgués tal co mo el que ha influenciado frecuentemente el m arxism o, particular mente la problem ática del sujeto. Desde este punto de vista soy un estructuralista marxista porque no concedo im portancia suficiente al pa pel de los individuos, concretos y las personas creativas; a la libertad 164
humana y a la acción, al libre albedrío y a la capacidad de elección del hombre; al “proyecto” como contrario a la “necesidad” (de aquí el térm ino de M iliband, “superdeterm inism o”); y así sucesivam ente. Querría dejar muy claro que no tengo intención de responder a esto. Considero que todo lo que hay que decir sobre este extremo ya ha si do dicho, y que todos aquellos que aún no lo han entendido, que toda vía deben convencerse de que no nos ocupamos aquí de ninguna genuina alternativa entre el marxismo hum anista y su opuesto, el m ar xismo estructuralista, sino simplemente de la alternativa entre idealis mo y materialismo -alternativa que incluso se produce en el seno del marxismo, debido a la fuerza de la ideología dom inante-, ciertamente no van a convencerse por las pocas líneas que, posiblemente, podría añadir aquí sobre el tema. Me limitaré, por tanto, a repetir que el tér mino cstructuralismo aplicado en este sentido a P oder político no es otra cosa, en última instancia, que una reiteración, en térm inos m o d e rn o s, de la clase de o b jec io n es que el id ealism o burgués ha opuesto siem pre a cualquier form a de m arxism o. Puedo esLar exage rando al atribuir -incluso p arcialm ente- a M iliband este uso del tér m ino cstructuralism o; no obstante, en vista de la asom brosa vague dad del térm ino tal com o él lo em plea, es esencial clarificar esta am bigüedad. Hay un segundo y mucho más serio significado del término estructuralismo. Podemos, descriptivamente (de acuerdo con la moda, pero ¿cómo haríamos de otra manera?), designar como estructuralismo una concepción teórica que descuida la importancia y el peso de la lucha de clases en la historia, esto es, en la producción, reproducción y transformación de las “form as”, como decía Marx. Ciertamente ésta es una definición muy sumaria y negativo-diacrítica; pero, aparte de la dada más arriba, es la única que he podido descubrir en el empleo que M iliband hace del término. Este significado no puede identificar se con el primero, ya que se puede muy bien estar en contra del huma nismo y del historicismo y todavía caer, o no caer, en el estructuralis mo de la segunda definición. Como he dicho, este último es un senti do mucho más serio del término estructuralism o, pero aplicado a P o d er político resulta completamente inapropiado. A fin de m ostrar esto más concretam ente, me ocuparé brevemente de los tres casos que M i liband cita para justificar este último uso del término estructuralismo con referentia a mi libro. 165
La autonom ía relativa del Estado Caso uno: de acuerdo con M iliband, mi esiructuralism o - e n el sen tido de la ausencia de referencias a la lucha de clases en mi lib ro - me impide entender y analizar la relativa autonom ía del Estado. Ahora bien, cuando examiné la autonom ía relativa del Estado capi talista establecí sus fundamentos en dos direcciones, que de hecho eran m eramente dos aspectos de una única aproxim ación. La primera se funda en el tipo preciso de “ separación” entre lo económico y lo político, entre las relaciones de producción-consumo-circulación y el Estado, que, de acuerdo con Marx, define el modo de producción ca pitalista173. La segunda directriz se basa en la especificidad de la cons titución de las clases y de la lucha de clases, en el modo de produc ción y en las formaciones sociales capitalistas. Estoy pensando aquí en todos mis análisis sobre la especificidad de las clases en el capita lismo, sobre la hegemonía dentro del bloque en el poder, sobre las clases m antenedoras, sobra las formas de lucha adoptadas por la clase obrera, etc., siendo todos ellos razones para atribuir al Estado capita lista un papel preciso como organizador y unificador político, y como un factor del establecimiento del “equilibrio inestable de compromi sos’ cuyo papel está constitutivamente conectado con su relativa auto nom ía174. Dos direcciones que no son nada más que dos aspectos de una aproxim ación única. La separación de lo económ ico y lo político su m inistra el m arco general, dependiendo de las diferentes etapas y fa ses del capitalism o (esta separación puede ser a su vez objeto de transform ación) para un examen de la relativa autonom ía del Estado capitalista; la forma concreta asumida por esta autonom ía depende de la coyuntura precisa en que se encuentre la lucha de clases en cual quier m om ento dado. Esta separación de lo económico y lo político no es más que la form a que adquiere la constitución de las clases, y de aquí que sea tam bién una consecuencia de la lucha de éstas bajo el ca pitalismo.
m Ibíd., segunda parte ¡bíd., cuarta parte.
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El hccho de que ciertos lectores, incluyendo a M iliband, se hayan apresurado por la prim era dirección seguida en mi libro y hayan des cuidado la segunda es, primariamente, si se me permite decirlo, el re sultado del modo“estructuralista” en que lo han leído; es el resultado del estructuralism o persistente en sus propias mentes. Volvamos aho ra, siguiendo esta elucidación, a la pregunta-choque de Miliband en relación con la relativa autonomía del Estado y a la que mi propio tex to es pretendidam ente incapaz de contestar en razón de su estructura lismo: “¿En qué m edida es relativa esta autonom ía?” Todo lo que puedo decir aquí es que en realidad soy incapaz de responder a esta cuestión, ya que en esta form a es completamente ab surda. Podría únicamente haber respondido a esta pregunta, redactada en términos tan generales, si verdaderamente hubiera sido culpable de estructuralismo. No puedo dar una respuesta general -n o , como M ili band cree, porque no lom e en cuenta los individuos concretos o el pa pel de las clases sociales, sino precisamente porque el término “relati va” en la expresión “autonomía relativa” del Estado (¿relativa en rela ción a qué o a quién?) se refiere aquí a la relación entre el Estado y las clases dominantes (el Estado es relativamente autónom o en rela ción a las clases dominantes). En otras palabras, se refiere a la lucha de clases dentro de cada formación social, y a sus correspondientes formas de Estado. Cierto, los principios mism os de la teoría marxista del Estado establecen los límites negativos generales de esta autono mía. El Estado (capitalista) puede únicamente corresponder, a largo plazo, a los intereses políticos de Ia(s) clase(s) dom inante(s). Pero no creo que ésta sea ia réplica que Miliband espera de mí; com o no es ningún fabiano incorregible, naturalmente ya sabe esto. Sin embargo, dentro de estos límites, el grado, la medida, las formas, etcétera (en qué medida es relativo, y cómo es relativo), de la autonom ía relativa del Estado pueden ser examinados únicamente (com o constantemente subrayo en mi libro) con referencia a un Estado capitalista dado y a la coyuntura precisa de la lucha de clases correspondiente (la configura ción específica del bloque en el poder, el grado de hegemonía dentro de este bloque, las relaciones entre la burguesía y sus diferentes frac ciones, por una parte, y las clases trabajadoras y las de apoyo, por otra, etcétera). No puedo contestar, por tanto, esta pregunta en su for ma general, precisam ente a causa de íá coyuntura de la lucha de cla ses. Dicho esto, tanto en Poder político com o en escritos subsiguien 167
tes he examinado ampliamente la autonom ía relativa de formas de Es tado precisas (Eslado absolutista, bism arekism o, bonapartism o, for mas de Eslado bajo el capitalismo com petitivo, fascism os alemán e italiano, formas de Estado en la presente fase del capitalismo mono polista y, finalmente, en L a crise des d ic ta tu re s 173, las dictaduras m i litares en Grecia, Portugal y España). ¿P oder de clase o p o d er de Estado? Caso dos: M iliband parece sentirse particularm ente afectado176 por mi distinción entre poder de Estado y aparato de Estado, y por mi ne gativa a aplicar el concepto de poder al Estado y a sus estructuras es pecíficas. Lo que he intentado hacer ha sido establecer que al decir poder de Estado no quiere significarse otra cosa que el poder de cier tas clases a cuyos intereses corresponde el Estado. M iliband piensa que si se parte de la negativa a hablar de poder de Estado, uno no pue de, inter alia, establecer su relativa autonom ía: únicam ente “algo” que posee poder puede ser relativamente autónomo. También aquí, el recurso al sentido común resulta descarado. Pienso que la incomprensión de este punto por Miliband es alta m ente significativa. Se contradice explícitam ente al considerar mi “estructuralism o”, )' además, mis análisis de este punto (que él recha za) bastarían de hecho, si fuera necesario, para barrer toda sospecha de estructuralism o por mi parte. De acuerdo con una antigua y persis tente concepción de las ciencias sociales y la política burguesa -e l “ insütucionalism o-funcionalism o”, del cual el verdadero estructuralismo no deja de ser una variante, y que se rem onta a Max Wcber (aunque, si escarbamos un poco m is, es siempre con Hegel con quien topam os)-, son las estructuras/instituciones quienes mantienen/mane jan el poder, mientras que las relaciones de poder entre los “grupos sociales” fluyen de este poder institucional. Esta es una tendencia co rriente, no sólo en la teoría del Estado, sino también en otras esferas: en la dirección actual de la sociología del trabajo que concede preemi nencia a la em presa c o m ercial/in stitu ció n /p o d er sobre las clases
1,5 París, Maspero, 1975. (La crisis de las dictaduras, Madrid, Siglo XXI, 1976). 170 NLR, 82, p. 87 y ss. (p. 112 y ss. de la presente edición).
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(Lockwood, Goldihorpe); en la presenie tendencia, muy de moda, de la sociología de las organizaciones (incluyendo a Galbraith); y así su cesivamente. Lo que desaparece, cuando se permite acríiicamente que esta tendencia contamine el marxismo, es el papel primordial de las clases y de la lucha de clases al ser comparadas con las estructuras, es decir, con las instituciones y los órganos, incluyendo los órganos del Estado. Atribuir al Estado un poder específico o designar las estructu ras/instituciones como terreno de aplicación del concepto de poder se ría, atribuyendo el principal papel de la reproducción/transformación de las formaciones sociales a estos órganos, caer en el estructuralismo. Por el contrario, mediante la com prensión de las relaciones de poder como relaciones de clase, he intentado romper definidamente con el estructuralismú, forma m oderna de idealismo burgués. ¿Significa esto que al no aplicar el concepto de poder al aparato de Estado nos excusamos de situar su relativa autonomía? En absoluto, a condición de que, naturalmente, rompamos con una cierta concepción del poder naturalista/positivista o incluso psicosociológica. (“ A pre siona para obligar a B a hacer algo que no habría hecho sin la presión de A.”) Todo esto significa que la autonomía relativa del Estado capi talista surge precisam ente de las contadictorias relaciones de poder entre las diferentes clases sociales. Que es, en último término, una “resultante” de las relaciones de poder entre las clases en el seno de una formación capitalista, quedando perfectamente claro que el Esta do capitalista tiene su propia especificidad institucional (separación de lo político y lo económico), que lo convierte en irreductible a una expresión inmediata y directa de los estrictos intereses económicoscorporativos (Gramsci) de esta o aquella clase o fracción del bloque en el poder, y que debe representar la unidad política de este bloque bajo la hegemonía de una clase o fracción de clase. Pero hay más. Al rechazar la aplicación del concepto de poder al aparato de Estado y a sus instituciones, uno rechaza también explicar la autonomía relativa del Estado en términos del grupo formado por los agentes del Estado y en términos del poder específico de este grupo, como invariable mente hacen aquellas concepciones que aplican el concepto de poder al Estado: la clase burocrática (de Hegel, vía Weber, a Rizzi y Burnham); las élites políticas (ésta es la concepción de Miliband, como se ñalé en mi reseña de su libro); la tecnoestructura (poder de la máquina comercial y del aparato del Estado, etcétera). 169
El problem a no es sencillo, y éste no es el lugar adecuado para tra tarlo extensamente. Haría notar que, desde P o d e r político, he tenido ocasión de m odificar y rectificar algunos de mis análisis, no en la di rección de M iliband, sino, por el contrario, en la opuesta, es decir, en la ya inherente a P o d e r político. Me inclino a pensar, en efecto, que no subrayé suficientem ente la primacía de la lucha de clases frente al aparato de Estado. Hube así de refinar mis concepciones, en L as cla ses sociales en el capitalism o actual, m ediante el examen de la for ma y el papel del Estado en la actual fase del capitalism o/im perialis mo, y su autonom ía específicamente relativa, dependiendo de las for maciones sociales existentes. Aun tomando la separación de lo políti co y lo económ ico bajo el capitalismo, incluso en su fase presente, co mo punto de partida, el Estado debería ser contem plado (del mismo modo que lo debería ser el capital, de acuerdo con M arx) como una relación, o, m ás precisam ente, como la condensación de una relación de poder entre las clases en conflicto. De esta m anera escapamos del falso dilem a -vinculado a la presente discusión sobre el E stad o - entre el Estado entendido com o una cosa/instrumento y el Estado entendido como sujeto. C om o una cosa: esto hace referencia a la concepción instrumentalista del Estado, que lo considera com o una herramienta pasiva en las m anos de una clase o fracción, en cu yo caso la autono mía habrá desaparecido por completo. Com o sujeto: la autonom ía del Estado, concebido aquí en términos de su poder específico, termina por ser considerada com o absoluta, al ser reducida a su “propia volun tad”, en la form a de instancia racionalizadora de la sociedad civil (Keynes), siendo encarnada por el poder del grupo que concretamente representa esta racionalidad/poder (burocracia, élites). En cualquiera de los dos casos (el Estado com o cosa o como suje to), la relación Estado/clases sociales es entendida com o una relación de exterioridad: o las clases sociales sojuzgan el Estado (cosa) me diante la acción recíproca de “influencias” y “ grupos de presión”, o bien el Estado (sujeto) somete o controla a las clases. En esta relación de exterioridad, el Estado y las clases dom inantes son consideradas entonces com o dos entidades m utuam ente enfrentadas, una de las cuales posee el poder que la otra no tiene, de acuerdo con la concep ción tradicional de “poder suma cero” . O las clases dominantes absor ben el Estado, vaciándolo de su propio poder específico (el Estado co mo cosa, en la tesis de la fusión del Estado y los monopolios manteni 170
da por la concepción comunista ortodoxa de “capitalismo m onopolis ta de Estado”), o bien el Estado “resiste” y despoja de poder a la clase dom inante para su propia ventaja (el Estado como sujeto y “árbitro” entre las clases contendientes, una concepción muy querida por la socialdemocracia). Pero, repito, la autonom ía relativa del Estado, fundada en la sepa ración (constantemente transformada) entre lo económico y lo políti co, es inherente a su estructura misma (el E stado es una relación), en tanto en cuanto es el resultado de las contradicciones y de la lucha de clases expresadas, siempre en su propia form a específica, en el inte rior del E stado mismo; este E stado sim ultáneam ente atravesado y constituido por dichas contradcciones de clase. Es precisamente esto lo que nos capacita para señalar con exactitud el papel específico de la burocracia, que, aunque constituye una categoría social específica, no es un grupo que perm anezca por encima, por fuera o a un lado de las clases: es una élite, pero de un tipo cuyos miembros tienen tam bién una situación o pertenencia de clase. A m i modo de ver, las im plicaciones de este análisis son de gran importancia. Partiendo de este análisis he intentado exam inar el papel exacto de las m aquinarias de E stado existentes en la reproducción del capitalism o/im perialism o (Las clases sociales en el capitalism o actual), así com o investigar ciertas formas de Estado, tales com o las dictaduras militares griega, protuguesa y española (La crisis de las dictaduras). N o puedo proseguir dicho análisis aquí, pero sea suficiente decir que desde mi perspectiva ésta es la aproximación que nos capacitará para establecer teóricamente y examinar concretam ente la forma en la cual se desarrolla y funciona la autonomía relativa del Estado capita lista con respecto a los particulares intereses económico-corporativos de esta o aquella fracción del bloque en el poder, en una form a tal que el Estado siem pre preserva los intereses políticos generales de este bloque, lo que ciertam ente no acontece com o mero resultado de la “voluntad racionalizadora” del Estado y la burocracia. D e hecho, con cebir el Estado capitalista como una relación, como algo estructural mente atravesado y constituido por las contradcciones de clase, signi fica aferrar firmem ente el hecho de que una institución (el Estado) destinada a reproducir las divisiones de clase no puede ser realmente un bloque monolítico y sin fisuras, sino que está dividida en virtud de 171
su misma estructura (el Estado es una relación). Los diversos órganos y ramas del Estado (oficinas gubernamentales y m inisteriales, ejecuti vo y parlamento, adm inistración central y autoridades locales y regio nales, ejército, poder judicial, etc.) revelan contradicciones sustancia les entre ellos; con frecuencia cada uno constituye el asiento y la re presentación - la cristalización- de esta o aquella fracción del bloque en el poder, este o aquel interés específico y com petitivo. En este con texto, el proceso por el cual se establece el interés político general del bloque en el poder y m ediante el cual el Estado interviene para asegu rar la reproducción del conjunto del sistema puede muy bien, a cierto nivel, aparecer com o caótico y contradictorio, en tanto que “resultan te” de estas contradicciones entre órganos y entre ramas; lo que está involucrado es un proceso de selectividad estructural realizado por uno de los órganos a partir de la información y las medidas que otros proveen: un proceso de decisión contradictorio y tam bién de no deci sión parcial (considérense los problemas que rodean la planificación capitalista); de determ inación estructural de prioridades y contraprio ridades (cuando uno de los órganos obstruye o cortocircuita a los otros); de reacciones institucionales “com pensadoras” inm ediatas y mutuamente conflictivas frente a la decreciente tasa de ganancia; de “ filtrado” por cada órgano de las medidas lomadas por los otros, etcé tera. En resumen, la relativa autonomía del Estado con respecto a esta o aquella fracción del bloque en el poder, esencial para su papel de unificador político de este bloque bajo la hegemonía de una clase o fracción (actualm ente la fracción m onopolista del capital), aparece así, en el proceso de constitución y funcionamiento del Estado, como una resultante de contradicciones entre órganos y entre ram as (al estar dividido el Estado). Más aún, tales contradicciones son inherentes a la estructura misma del Estado capitalista cuando se considera a éste co mo la condensación de una relación de clase fundada en la separación de lo político y lo económico. Esta es una aproxim ación teórica fun damental, como puede verse no sólo por mis propios trabajos, sino también por los de "cierto número de investigadores, notoriam ente M. Castells en Francia y J. Hirsch en Alemania177.
1T> Manuel Casiells, M onopolville: l’enterprise, l’Etat, l ’urbain, París, Mouton, 1974; Joachim Hirsch, Staatsapparat und Reeproduktion des K apitals, Francfort, 1974.
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Fascismo y Estado democrático-parlamentario Caso tres: de acuerdo con M iliband, mi abstraccionism o o estruc turalismo sobredetcrm inista me impide situar con precisión las dife rencias entre las distintas formas de Estado burgués. Me lleva en par ticular, del mismo modo que ocurrió con la Kominlern en su notable tercer período (1928-1935), a identificar más o menos las formas fas cistas con las formas democrático-parlamentarias del Estado capita lista. Esta acusación, sin embargo, es mitología pura. Es sencillam en te falsa por lo que concierne a P oder político; atacando el concepto de totalitarism o, señalo cuidadosamente la dirección que habría, de tomar un análisis de las diferencias entre el E stado fascista y las for mas dem ocrático-parlam entarias del Estado burgués. En Fascism o y d ic ta d u ra apliqué y extendí esta línea, intentando establecer la espe cificidad del Estado capitalista en su form a de excepción y, dentro de esta forma de excepción del Estado capitalista, la especificidad del fascismo en comparación con el bonaparlism o, las dictaduras m ilita res, etcétera. Realicé esta tarea atacando los principios teórico-políticos que llevaron a la Komintern a las identificaciones que M iliband acertadam ente señala, los mismos principios que ya había sometido a revisión crítica en P oder político. Lo que es asombroso es que M ili band me haga la crítica más arriba citada no solam ente en su prim er artículo de 1970, en una época en la que todavía no había aparecido Fascism o y d ic ta d u ra , sino que la reproduzca en su último artículo, fechado en 1973. Tales métodos hacen imposible cualquier diálogo constructivo. Ahora que todos estos puntos han sido examinados, ¿queda algo de sustancia en la acusación de estructuralismo que me hace Miliband? Pienso que no. Todo lo que resta es pura y simple palabrería polém i ca, que enm ascara una crítica factual y em pírica -q u e se revela incon sistente- de mis posiciones. La razón por la que estoy ampliando un poco este punto es que ciertos autores, especialm ente en los Estados Unidos, han visto el debate entre M iliband y yo como una pretendida controversia entre instrumentalismo y estructuralism o, planteando así un falso dilema, o incluso una alternativa ideológica, de la cual algu nos pensaron posible escapar inventando un,i tercera vía”, que como todas las terceras vías sería la auténtica, y que com o todas las verda
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des se encontraría en un cierto punto “intermedio”178. Indudablem ente la coyuntura académica e ideológico-política de los Estados Unidos es la responsable fundamental de esto, pero tal circunstacia pertenece a otro orden de cosas. He intentado m ostrar por qué el segundo término de este debate, tal como se concibió aquí, es erróneo, y por qué de es to resultaba un dilema falso. ¿Significa esto que no tengo otras críti cas que hacer a P oder político diferentes a las que ya he formulado? ; O que mis escritos no se han desarrollado de ninguna otra form a que ías ya mencionadas? En modo alguno. Pero si vamos verdaderam ente a progresar, el impasse representado por las posiciones de M iliband no nos ayudará. Intentemos ahora, por tanto, un desvío vía Laclau. Sobre la cuestión del form alism o Mientras que me hallo lejos de estar de acuerdo con todas las críticas que hace de Poder político, Laclau suscita, no obstante, varias cuestio nes cruciales a las que, en su época, dio origen mi posición. Muy breve mente trataré de resumir lo que creo es el aspecto más interesante de la crítica que Laclau hace de esta posición como “formalista”. Laclau comienza criticando nuestra (la de los althusscrianos) con cepción de las instancias (económica, política, ideológica) que son es pecíficas y autónomas entre sí, y cuya interacción produce el modo de producción determinado por lo económico, pero en el que otra instan cia diferente a la económ ica puede asumir el papel dominante. Pero, dice Laclau, esto lleva inevitablemente al formalismo y al laxonomismo al establecer las relaciones entre las diversas instancias, el conte nido de sus conceptos y la construcción de sus objetos, ya que com en zamos por asumir a priori que estos “elementos instancias” son no ciones cuasi aristotélicas existentes como tales en los distintos modos de producción, siendo ésto a su vez el resultado de una combinación
1,1 Entre oíros: A. Wolfe, New directions in the Marxist theory of politics, y A. B. Bridges, Nicos Poulantzas and the M arxist theory o f the State, ambos en Politics and Society, vol. 4, 2, 1974; J. Mollenkopf, Theories of the State and power structure research, número especial de The Insurgent Sociologist, vol. 5, 3, 1975; G. E. Anderson y R. Friedland, Class structure, class politics and the capitalist State, Depar tamento de Sociología de la Universidad de Winsconsin, 1975 (multicopiado); etcétera.
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a posteriori de dichos elementos. Laclau nos acusa además de tratar como inequívoca la instancia económica, en otras palabras, de concederele el mism o significado y el mismo contenido en todos los modos de producción, y, más aún, afirma que la autonom ía relativa de estas diferentes instancias (económica, política, ideológica) entre sí no ca racteriza, com o nuestro formalismo nos había llevado a creer, otros modos de producción, sino que es específica del capitalismo. Pienso que, en cierta m edida, las críticas de Laclau son acerta das179. Es incorrecto, sin embargo, m antener que estas críticas nos conciernen a lodos nosotros en el mismo grado. Aunque los escritos de cierto número de nosotros fueron vistos como si todos ellos em a naran de una problem ática idéntica, existieron de hecho diferencias esenciales entre algunos de estos escritos justam ente desde el com ien zo. En el campo del materialismo histórico, por ejemplo, ya había d i ferencias fundamentales entre P oder político (al que podrían unirse los escritos de Bettelheim, pero aquí hablaré únicamente por m í m is mo), por una parte, y el ensayo de Balibar “Acerca de los conceptos fundamentales del materialismo histórico” , incluido en P a ra leer “ El cap ital” , por la otra. Estas diferencias han sido ahora aireadas con la publicación, por parte de Balibar, de una autocrítica correcta en cier tos puntos'80. Laclau, sin embargo, no tiene en cuenta estas diferencias en su artículo. Brevemente, entonces, diría que el ensayo de Balibar estaba carac terizado no solamente por un pronunciado formalismo, sino también por el econom icism o y por una casi sistem ática subestimación d elp a-
Pero sólo en cierta medida. En particular estoy en desacuerdo con Laclau cuando a veces identifica el formalismo y “el funcionamiento descriptivo de los conceptos". Se ñalaría también que el artículo de Laclau presenta algunas patentes connotaciones estructuralistas. Acude a menudo en mi defensa contra Miliband, pero no obstante en oca siones acepta la crítica que Miliband me hace a cuenta de mi “estructuralismo”; parece estar diciendo que soy de hecho culpable de estructuralismo, aunque él piense que es una buena cosa, porque este estructuralismo no me impide -m uy al contrario- ni reali zar análisis concretos, ni examinarla relativa autonomía del Estado, ni establecer la dis tinción entre el fascismo y las otras formas del Estado burgués, etcétera. 1,0 “Sur la dialectique historique”, en Cinq études du matérialism e historique, Pa rís, Maspero, 1974. (Cinco ensayos de m aterialism o histórico, Barcelona, Laia, 1976 y México, Fontamara, 1984).
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peí de la lucha de clases, siendo de hecho los dos últimos elementos las principales causas del prim ero. En prim er lugar, com o el mismo Balibar reconoce ahora, sus escritos contenían la idea de una instancia económ ica en-sí-m ism a y form ada por elem entos que perm acenían com o invariantes en todos los modos de producción. Esto implicaba una instancia económica autorreproducible y autorregulada que servía de base al proceso histórico. Fue precisam ente esto lo que le llevó a intentar construir una teoría general de “los modos de producción económica” . Debería señalarse aquí que desde la perspectiva de B ali bar el concepto de modo de producción se limitaba exclusivam ente a la esfera económica. Esta concepción le hacía comprender por analo gía las otras instancias (política, ideológica) de manera idéntica, esto es, en tanto que const Ituidas por elem entos que no varían de un modo de producción a otro y que únicam ente se combinan después: todas estas instancias eran vistas com o recíprocam ente autónomas en virtud de su propia esencia, gracias a su naturaleza intrínseca preexistente de elem entos predeterminados. Tal com o se había hecho con la econo mía, la política y la ideología eran consideradas de idéntico significa do en todos los distintos m odos de producción. En segundo lugar, todo esto iba emparejado con la considerable subestimación del papel de la lucha de clases que Balibar m ostraba en su ensayo. Esto puede notarse en el hecho de que Balibar no hiciera en lugar alguno una distinción rigurosa entre modo de producción y formación social, lo que le habría capacitado para percibir el preciso papel que en la reproducción/transformación de las relaciones socia les desempeña la lucha de clases, esa lucha de clases que, en realidad, opera en el seno de formaciones sociales concretas. Com o admite el m ism o Balibar, “no pensaba en los dos conceptos de ‘formación so cial’, por una parte, y ‘m odo de producción’, por otra, com o cosas distintas”181. Puede observarse la m ism a subestimación en la ausencia, en el ensayo susodicho, del concepto de coyuntura histórica, el punto de condensación estratégica de la lucha de clases: “Lo que [...] servía para tratar de la ‘coyuntura’ histórica [mis análisis] lo aplicaban a la comparación de los m odos de producción”182.
181Ibfd., p. 240. 182Ibíd., p. 229. 176
En todos estos puntos, y en otros, había ya cierto número de dife rencias esenciales entre el texto de Balibar y P o d er político. Primera, en relación al concepto de modo de producción, fundamental y decisi vo. Balibar se expresa así en Para leer “El capital” : “Los términos producción y modo de producción serán tomados en su sentido res tringido, el que define, dentro de cualquier complejo social, el objeto parcial de la econom ía política, esto es, en el sentido de la práctica económ ica de la producción”183. En P o d e r político, por otra parte: “Por modo de producción no se designará lo que se indica en general como económ ico, las relaciones de producción en sentido estricto, si no una combinación específica de varias estructuras y prácticas que, en su com binación, aparecen como otras tantas instancias o niveles [...] de aquel modo [de producción]”184. En cualquier caso Balibar se ha autocriticado en este punto: “porque, contra todo economicismo, el concepto de modo de producción designa para Marx, incluso a un ni vel abstracto, la unidad compleja de determ inaciones que nacen de la base y de la superestructura”185. L a diferencia es fundamental: concierne al concepto crucial de mo do de producción y muestra claram ente que yo trataba de romper con la concepción de una instancia/nivel económ ico autorregulado e inhe rentem ente invariable cuya naturaleza intrínseca perm anecía idéntica en cualquier modo de producción dado, y que yo atribuía importancia fundam ental a la lucha de clases. M ás aún, escasam ente necesito recordar al lector el papel central d esem peñado en P o d e r político tanto p o r la diferencia entre m odo d e producción y form ación so c ia l186 com o por el concepto de co yuntura, cuya ausencia en el tra b ajo de B alib ar critiq u é e x p re sa m e n te 187. D icho esto, pienso no obstante que P o d e r p o lítico padecía e ste form alism o en cierto gra do. E sto puede verse con m ayor concr< u o n si volvem os a las c ríti cas de Laclau.
115 Lire le Capital, cit., p. 189. (Para leer “ El capital”, México, Siglo XXI, 1969.) 1.4 Poder político y clases sociales, p. 4 1.5 Cinq études du mateeriaiisine historique, p.;231 (p. 244 de la trad. cast, cit.). 185 Poder político y clases sociales, p. 4 y ss. 187Ibid., p. 102 y ss.
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“ T eoría g en eral” 1. Al comparar el concepto de modo de producción en Balibar con el mío se hace patente la ventaja de considerar la relación entre ías di versas instancias, su unidad, com o prim aria, esto es, como definitoria de su misma especifidad: desde mi punto de vista era el modo de pro ducción (cualquiera que sea) lo que determ inaba la especificidad, las dimensiones y la estructura específica de las instancias en cada modo, y por consiguiente también en la política. Fui capaz, como resultado de esto, de evitar concebir las diferentes instancias (la política en par ticular, el Eslado) como entidades por naturaleza inmutables y pree xistentes que confluyen en el seno de un determinado modo de pro ducción. En especial, esto me ayudó a evitar el intento de elaborar una “ teoría general” de lo político/estatal a través de los diversos mo dos de producción, como Balibar trató de hacer para lo económico. En P o d e r político repito constantem ente que la única teoría que in ternaré construir es la del Estado capitalista, y que el significado m is mo del Estado bajo el capitalism o difiere de los significados que pue de tomar en otros modos -precapitalisias- de producción. Además, mi distinción entre modo de producción y formación social, el papel que atribuí al concepto de coyuntura y de aquí la atención que preste a la lucha de clases, me ayudó la mayor parte de las veces a evitar confiar m e en una tipología taxonómica de las diferentes formas del Eslado capitalista, es decir, en una concepción que contemplara estas formas como sim ples “concreciones com binatorias” diferenciales de alguna esencia/naturaleza del Estado capitalista como tal. Pero este formalis mo tuvo, sin embargo, sus efectos sobre mi propio análisis. Por ejem plo, mientras afinnaba que todo lo que pretendía era construir una te oría del Estado capitalista, también decía: “En tal circunstancia, me pareció particularmente ilusorio y peligroso -teóricam ente, se entien d e - avanzar más hasta la sistematización de lo político en la teoría ge neral, en la medida en que se carece actualm ente de suficientes teorías regionales sistemáticas de lo político en los diferentes modos de pro ducción, o aun de suficientes teorías particulares sistemáticas de los diversos modos de producción” 188. El párrafo anterior muestra que, in-
”• Ibíd., p. 19.
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cluso sin intentar la misma empresa en el plano político/estatal que B alibar intenta en el plano económico, consideraba no obstante que esta em presa era tan posible como legítima. La razón por la cual no di comienzo a la construcción de esta teoría general de lo político no era, como pensaba y sugería, escasez alguna de información, sino porque aparte de unas pocas indicaciones dadas por Marx y Engels, por Lenin en El E stado y la revolución y por Gramsci, esta teoría es impo sible de construir. Las dim ensiones, el contenido, la extensión del concepto mismo del Estado político, así como el de lo económico y la form a que adquiere su relación (la relación entre los económico y lo extraeconóm ico, tal como Laclau lo enuncia), difieren considerable mente de un modo de producción a otro. He explicado esto con algu nos detalles más en Las clases sociales en el capitalism o actual, y he intentado también mostrar las transform aciones de los respectivos es pacios de lo político/estatal y lo económ ico en las diferentes etapas y fases del capitalismo, particularmente en su fase actual. 2. A pesar de mi clara diferenciación entre modo de producción y formación social, y del hecho de que centrara mi análisis en las for maciones sociales, este formalismo m e llevaba empero en ocasiones a considerar las formaciones sociales como la “concreción/espacialización” de los modos de producción existentes y que se reproducen a sí mismos como tales, en abstracto; de aquí pasaba en ocasiones a consi derar las form as concretas del E stado capitalista com o la concreción/espacialización de elementos del tipo de Estado capitalista exis tente en abstracto. Esto, como Perry Anderson señala correctamente en una reciente y fundamental obra, em erge claram ente en mi análisis del Estado absolutista189. He corregido este punto de vista en Fascis mo y d ic ta d u ra y sobre todo en L as clases sociales en el capitalis m o ac tu a l, donde considero a las form aciones sociales, dondequiera que funcione la lucha de clases, com o los lugares efectivos de exis tencia y reproducción de los modos de producción; de aquí las formas concretas del Estado capitalista en tanto que lugares efectivos de exis tencia, reproducción y transformación de las características específi cas del Estado capitalista.
m Lineages o f the absolutist State, Londres, New Left Book, 1974, p. 19 (trad. cast.: El Estado absolutista, Madrid, Siglo X X I, 1970, p. 13).
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3. Volvamos a la “autonomía relativa” de las instancias (económi ca, política, ideológica), anteriormente mencionada. En los escritos de Balibar, pero también en los del mismo Althusser, era considerada co mo una característica invariable relacionada con la naturaleza intrín seca o esencia de cada instancia y que atravesaba los diferentes m o dos de producción. En los escritos de Althusser esto puede observarse en ciertas formulaciones que conciernen a la “instancia ideológica” , e incluso en su artículo “ Ideología y aparatos ideológicos de Estado”, que critiqué, en relación a este punto, en Fascism o y d ic ta d u ra 190. El problema era, en mi caso, enteram ente distinto. Me ocupaba de un problema concreto y crucial, el de la separación de lo político y lo económico, que, de acuerdo con Marx, define al modo capitalista de producción, y subyace a la relativa autonom ía del Estado capitalista. En ningún momento se ocupa Balibar de este fenómeno como tal, ya que desde su punto de vista esta “separación” capitalista no era nada más que la forma asumida, bajo el capitalism o, por una autonom ía -en naturaleza y en e se n c ia -d e las instancias en todos los modos de producción. Mi propio error fue aquí de un orden completamente di ferente. Fue, como observa correctamente Laclau, que, más bien apre suradamente (después de todo, éste no era mi problema), sugerí que esta separación/autonom ía específica del capitalism o podría hacer también acto de presencia, aunque en formas diferentes, en modos de producción precapitalistas. Una equivocación clásica de la percepción histórica a posieriori. Emmanucl Terray'91, Laclau en sus diversos ar tículos y también otros han puesto las cosas en su sitio desde entonces. 4. El formalismo de P oder político y clases sociales me condujo a incluir en la separación entre lo económ ico y lo político específica del capitalismo ciertas consideraciones acerca de las instancias en tanto que entidades mutuamente separadas e im perm eables. Incluso aun que, contrariamente a Balibar (para quien lo económ ico es en sí m is mo una instancia autorreguladora y autorreproductora), analicé sus-
Véase Fascismo y dictadura, p. 355 y ss. 1,1 Emmanuel Terray, Le marxisme devant Ies sociétés prim itives, París, Maspero, 1969. (El m arxismo ante las sociedades prim itivas, Buenos Aires, Losada, 1971.)
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tancialmente el decisivo papel de lo político/estatal comparándolo con el papel de lo económico en la reproducción del capitalismo, no fui capaz de situar con precisión el estatuto y funcionamiento de las “in tervenciones” económ icas del Estado, implicando que bajo el capita lismo las instancias bien podrían ser recíprocam ente externas, estando definidas sus relaciones precisamente por la ambigüedad del término “intervención”. Uno de los más arduos e importantes problemas que he intentado resolver en L as clases sociales en el capitalismo actual, ya bosquejado en Fascism o y d ic ta d u ra y que resulta crucial en la actual fase monopolista del capitalismo, dado el específico papel eco nómico que en esta fase asume el Estado, es el del entendimiento de la mencionada separación capitalista en tanto que forma asumida por una presencia específica de lo político “ dentro” del espacio reproduc tivo de lo económico bajo el capitalismo En otras palabras, este pro blema era el de fijar el estatuto y el funcionamiento precisos del papel económico actual del Estado, sin abandonar simultáneamente la sepa ración de lo político y lo económico (como hacen en último término los teóricos del “capitalismo m onopolistade Estado” , para quienes es ta separación ha sido abolida en la presente fase del Eslado monopo lista). Más aún, esto constituye una de las cuestiones fundamentales que dominan en este momento la investigación marxista del Estado en Alemania, donde la discusión m arxista acerca del papel económico del Estado es probablemente la más avanzada de Europa. Estas consi deraciones me llevaron en mi último libro a desarrollar y elaborar más bases concretas en las que sustentar los análisis que en P o d er político conciernen al punió de qué clases sociales no pueden ser determ ina das únicam ente en el nivel económico. M oslré particularm ente que también se hallan presentes determinaciones político-ideológicas de clase en “el seno” de las determinaciones económicas de clase que constituyen el núcleo de las relaciones de producción. 5. Debe hacerse una última precisión que nos devuelve a algo men cionado más arriba en relación con mi supuesto “estructuralism o”. En Poder político hice una distinción entre estructuras y prácticas, o me jor entre estructuras y prácticas de clase, con el concepto de clases so ciales cubriendo la totalidad del “cam po” de las prácticas192. Se ha cri-
1B Poder político y clases sociales, p. 100 y ss.
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:icado en ocasiones esta distinción, en tanto que portadora de una des viación estructuralista. De hecho, sin embargo, su propósito era exac tamente el opuesto: mis objetivos eran patentem ente antiestructuralistas. El hehco es que esta distinción me capacitó para, mientras retenía ú fundam ento de clase y la determinación objetiva de clase (estructu ras) -sim p le m aterialismo m arxista-, sugerir una proposición funda mental con im plicaciones políticas considerables. Aduje que las cla ses sociales, aunque objetivamente determ inadas (estructuras), no son entidades oncológicas ni nominalistas, sino que existen solamente en el interior de y mediante la lucha de clases (prácticas). La división so cial en clases significa necesariamente lucha de clases, por cuanto no podemos hablar de clases sin hablar de la lucha de clases. Esto va en contra de la sociología oficial moderna, preparada para hablar sobre las clases, pero jam ás de la lucha de clases. Incluso así, un cierto grado de form alism o m arcó esta distinción. Ha sido el resultado de mi falta el que algunos lectores hayan podido ser llevados a pensar que las estructuras y las prácticas constituían dos dom inios ontológicam ente diferenciados. Una distinción diseñada pa ra dem ostrar la importancia de la lucha de clases en el proceso mismo de la definición de las clases (lo que puede observarse en el hecho m encionado m ás arriba de que rechazara aplicar el concepto de poder al Estado/estructura/institución) fue percibida com o el otorgamiento de una posición de superioridad a estructuras de las que se decía eran externas o estaban fuera de la lucha de clases. Consecuentemente, en Las clases sociales en el capitalism o actual, y particularm ente en la introducción, busqué rectificar esta postura. C on respecto a las clases sociales, hablo únicamente de prácticas de clase en tanto que terreno único que cubre toda la escala de la división social del trabajo, pero dentro del cual distingo entre determinación estructural de clase y po sición de clase en una coyuntura dada. Esto hace posible cuanto de positivo había en Poder político, m ientras que se eliminan sus ambi güedades. U n solo ejemplo bastará para m ostrar lo que quiero decir. Contra concepciones historicistas del tipo “conciencia de cíase”, la aristocracia obrera, incluso si posee una posición de clase burguesa en la presente coyuntura: 1) sigue siendo parte de la clase obrera en su determinación estructural de clase (una “capa” de la clase obrera, con palabras de Lenin); 2) esta determ inación estructural de clase de la aristocracia obrera se refleja necesariam ente en prácticas de clase 182
(instinto de clase, com o Lenin acostum braba a decir), prácticas que pueden siempre discernirse bajo su “discurso” burgués, etcétera. Más aún, esta concepción tiene también considerables implicaciones en el análisis de la pequeña burguesía realizado en el mismo libro. He consumido ya una buena cantidad de espacio, pero me gustaría hacer una última precisión antes de concluir. Mientras que discusio nes com o ésta ayudan verdaderamente a elucidar los problemas, su fren de una desventaja gemela. En prim er lugar, cualquier debate de esta clase necesariamente conlleva, por ambas partes, un alto grado de esquematización, mientras que en la realidad las cosas son a menudo mucho más complejas. En segundo lugar, un debate semejante se per sonaliza con demasiada facilidad (Poulantzas contra M iliband y vice versa), e incluso está bastante claro que si la discusión ha sido fructí fera, com o se me ocurre pensar que lo ha sido, se debe a que un mon tón de gente se ha visto involucrada en ella y ha ayudado a impulsarla hacia adelante. Sus com entarios frecuentemente han sido muy útiles, contribuyendo a ía evolución de mis posiciones más arriba m enciona da. Deseo especialm ente llamar la atención sobre este punto, incluso aunque no me haya sido posible aquí referirm e directam ente a todos estos comentarios.
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PODER ESTATAL E INTERESES DE CLASE RALPH M ILIBAND
El trabajo realizado en los últimos quince años más o menos por quienes escriben desde una perspectiva general marxista sobre el tema del Estado en la sociedad capitalista llena ahora muchas páginas; y, por m uchas reservas que uno pueda tener hacia uno u otro artículo, li bro o tendencia, es indudablemente de gran utilidad que exista este trabajo. Hay, sin embargo, una laguna muy grande en la literatura so bre el tema, en la m edida en que es muy poca la que se ha dedicado de form a específica a la cuestión de la autonom ía del Estado193. ¿Cuál es el grado de autonom ía del Estado en la sociedad capitalista? ¿A qué fines pretende servir esta autonomía? ¿Y a qué fines sirve real mente? Estas y m uchas otras preguntas por el estilo son de la mayor im portancia teórica y práctica, dada la envergadura y el impacto real o potencial de la acción del Estado en la sociedad que éste preside, y a m enudo incluso más allá. Sin embargo, la cuestión sigue estando es casam ente explorada y “teorizada” desde la perspectiva m arxista194. El presente artículo se plantea como una m odesta contribución al trabajo que es necesario hacer al respecto195. E n el prim er volumen de K a rl M arx’s theory of revolution, Haí D raper destaca muy oportunam ente lo que dijeron M arx y Engels so bre el tema de la autonom ía del Estado, y muestra el lugar tan grande que ocupó en su pensam iento y en sus escritos políticos196. Eso era tam bién lo que yo trataba de sugerir en un artículo sobre Marx y el Estado publicado en 1965, donde señalaba, en una formulación que no me parece muy satisfactoria, que había una visión “secundaria” del 153 Para un interesante panorama del grueso de esta literatura, véase Bob Jessop, The capitalist State: M arxist theories and m ethod, Londres, 1982. Sin embargo, en este li bro no se presta especial atención a la autonomía del Estado, que no aparece en el índice. w Para un reciente análisis del tema por un especialista en ciencias políticas de la “corriente mayoritaria”, que muestra muy bien las limitaciones de los enfoques que no toman debidamente en cuenta el contexto del Estado capitalista, véase E. Nordlinger, On the autonomy o f the dem ocratic State, Nueva York, 1981. En S. D. Krasner, Defending the national interest: raw m aterials investm ents and US foreign poiicy, Nueva York, 1978, se estudian casos concretos y reales. 1.5 Este artículo se ocupa exclusivamente de las sociedades capitalistas “tardías”. La cuestión se presenta de un modo bastante diferente en los países del mundo capitalista que están poco desarrollados, y de un modo totalmente diferente, de hecho, en los regí menes de tipo soviético. Aquí también el estudio teórico profundo no ha hecho más que comenzar. 1.6 VoL I, State and bureaucraey, Nueva York, 1977, caps. 14-23.
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Estado de Marx (siendo la prim aria la del Eslado como “ instrumcnio” de una clase dom inante, así designada en virtud de su control o pro piedad - o ambas c o sas- de los principales medios de actividad econó mica). Esta visión “ secundaria” era la del Estado “com o una entidad independiente de todas las clases sociales y superior a ellas, como la fuerza dom inante en la sociedad más que como el instrumento de una clase dom inante",, siendo el bonapariismo “ la m anifestación extrema del papel independiente del Estado” en vida del propio M arx197. Por otra parte, también señalaba entonces que, para Marx, el Estado bonapartista, “por independiente que pueda haber sido de cualquier clase desde el punto de vísta político, sigue siendo, y no puede dejar de ser lo en una sociedad de clases, el protector de una clase social y econó m icamente dom inante”198. Algunos años más larde, en una reseña de P oder político y clases sociales en el E stado c a p italista , del difunto y llorado Nicos Poulantzas, reformulé este planteam iento sugiriendo que había que hacer una distinción entre el Estado que actúa autóno mamente en nombre de la clase dominante y el Eslado que aclúa a p e tición de esta clase, siendo esta última noción, decía yo, “ una vulgar deformación del pensam iento de Marx y Engels” 199. Lo que rechazaba allí era la burda visión del Estado como mero “ instrumento” de la cla se dom inante que actúa obedientemente a su dictado. D ebate sobre la “au to n o m ía ” del E stado Sin embargo, es sin duda a Poulantzas a quien corresponde el ho nor de haber realizado la exploración más profunda del concepto de autonomía del Estado: fue él quien acuñó la expresión que ha servido de base a la m ayoría de los posteriores análisis del tema, a saber, la “autonomía relativa del Estado”. En esencia, la idea que encerraba es ta expresión era que el Estado podía tener de hecho un sustancial gra do de autonom ía, pero que, sin embargo, seguía siendo a todos los efectos el Estado de la clase dominante. Ha habido m uchas discusiones entre m arxistas y no m arxistas
1,1 Véase mi Marx and the State, en The Socialist Register 1965, Londres, 1965, p. 283 (incluido en la presente edición). 'n Ibíd„ p. 285. Véase mi Poulantzas and the capitalist State, New Left Review, 82, noviem bre-diciembre de 1973, p. 85, nota 4 (p. 109, n. 133 de la presente edición).
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acerca de la naturaleza de los constreñim ientos y presiones que hacen que el Estado sirva a las necesidades del capital, y especialm ente acerca de si estos constreñimientos y presiones eran “estructurales” e impersonales o estaban producidos por una clase dominante dotada de un formidable arsenal de armas y recursos. Pero, más allá de las dife rencias, expresadas en estas discusiones, había también un grado no table de acuerdo en que el Estado estaba decisivam ente constreñido por fuerzas externas a él, y que los constreñim ientos se originaban en el contexto nacional e internacional de la sociedad capitalista en la que actuaba. El Estado podía estar constreñido por las necesidades imperiosas de reproducción y acumulación del capital, o por la pre sión de grupos, organizaciones e instituciones al servicio del capital, o por una u otra de sus “fracciones”, o por el impacto combinado de és tas y otras fuerzas internacionales, tales como los otros Estados capi talistas, o el Banco Mundial, o el Fondo M onetario Internacional. Pe ro, en cualquier caso, éstos eran los tipos de factores que había que te ner en cuenta para explicar las acciones del Estado. Como en alguna ocasión se ha señalado a este respecto, esta visión marxista del Estado como un Estado impulsado por fuerzas externas a él comparte la “pro blem ática” de la visión liberal o “democrático-pluralista” del Estado, pese a otras profundas diferencias existentes entre ellas: mientras que la visión marxista atribuye las principales presiones sobre el Estado al capital, a los capitalistas o a uno y otros, la visión “democrático-pluralista” las atribuye a las diversas presiones ejercidas sobre un Estado básicam ente democrático por una pluralidad de grupos, intereses y partidos rivales en la sociedad. Desde ambas perspectivas, el Estado no es el origen de la acción, sino que responde a unas fuerzas exter nas: puede aparecer como él “sujeto histórico” , pero de hecho es el objeto de procesos y fuerzas que están en acción en la sociedad. Esta perspectiva es la que ha sido puesta en tela de juicio en los últimos años, no sólo desde la derecha, que desde hace mucho tiempo viene insistiendo en la primacía del Estado, sino desde posturas muy influi das por el marxismo. Dos ejemplos notables de esta puesta en tela de juicio son Revolution from above: m ilitary bureaucrats and development in Japan, Turkey, Egypt and Perú, de Ellen Kay Trimberger200, y, más explícitamente, la tan aclam ada obra de Theda Skocpol,
200 Nueva York, 1977.
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States and social revolution201, que sin embargo no se ocupa del E s tado contemporáneo sino del Estado en relación con las revoluciones francesa, rasa y china202. Dentro de la tradición m arxista, Skocpol afirma: Sean cu a les fueren ¡as v a ria cio n es de sus form as históricas, e l E stad o, c o m o tal es con siderado un ra sg o de todos lo s m o d o s de p ro d u cció n d iv id i dos entre clases; e, in variab lem en te, la única e in ev ita b le fu n ció n n e c esa ria d e l E sta d o - p o r d e f i n i c i ó n - e s c o n te n e r e l c o n f lic t o d e c la s e y em prender otras m ed id a s p o lítica s en apoyo d el p red om in io d e las c la ses que se apropian d el e x c e d e n te y detentan la propiedad.
Esto, afirma, impide tratar al Estado “com o una estructura autóno m a, una e s tru c tu ra c o n una ló g ic a e in te re se s p ro p io s, que no equivalen ni se funden a los intereses de la clase dom inante en la so ciedad o de todo el grupo de miembros de la política”203. Esta me parece una crítica válida: la tradición marxista tiende a su bestimar, o sim plem ente a ignorar, el hecho de que el Estado tiene in tereses propios, o po r decirlo de forma más apropiada, el hecho de que las personas que dirigen el Estado creen que éste los tiene y tie nen además intereses propios. El 110 tener debidam ente en cuenta este punto obstaculiza o impide la exploración de las formas de relación y reconciliación entre los intereses de clase y los intereses estatales. Por su parte, Skocpol no se limita a afirm ar sim plem ente que el Estado tiene intereses propios o que aquellos que lo dirigen los tienen tam bién, sino que lleg a a decir que la p ersp ectiv a m arxista hace ‘‘virtualm ente im posible plantear siquiera la posibilidad de que los conflictos o intereses fundam entales puedan surgir entre la clase
201 Cambridge, 1979 (trad. cast., México, 1984).
202 Véase también Fred Block, T he ruling class does not rule, Socialist revolution, 33, mayo-junio de 1977 [La clase dominante 110 gobierna, en Teoría, 6, abril-junio de 1981] y “Beyond relative autonomy”, en T he Socialist Register, 1980, Londres, 1980, donde habla de la “tesis de la autonomía relativa”, com o una “modificación cosmética de la tendencia del marxismo a reducir el poder estatal a poder de clase” (p. 229). 203 Skocpol, p. 27 (p. 56 de la traducción castellana).
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existente o conjunto de grupos dominantes, por una parte, y los diri gentes del Estado, por la o ira”204. Pero, contrariamente a lo que Skocpol parece creer, este segundo argum ento no se desprende del prim e ro, y de hecho plantea una cuestión totalm ente diferente, de gran inte rés, pero que no debería ser confundida con la primera. La prim era proposición se refiere a los intereses propios que puede tener el Esta do, y deja abierta la cuestión de cómo se pueden reconciliar estos in tereses con otros existentes en la sociedad. La segunda proposición, por el contrario, supone que el Estado puede tener intereses “funda m entalm ente” opuestos a los de todas las fuerzas e intereses de la so ciedad. Esta es una versión m ucho más radical de la autonom ía del Estado, que necesita ser analizada independientemente de la otra, mu cho más moderada.
El ám bito de acción d e l Estado Tal vez lo primero que haya que señalar en este análisis sea lo am plia que es la esfera de acción que tiene el Estado en las sociedades capitalistas en todas las áreas de la vida. El Estado interviene de for m a incisiva y penetrante en todos los aspectos de la vida económica. Es una presencia permanente y activa en los conflictos de clase y en todo tipo de conflictos. Desempeña un enorm e y creciente papel en la m anipulación de la opinión y en la “consecución del consenso” . Tie ne, según la famosa expresión de M ax Weber, el “ m onopolio del uso legítim o de la fuerza física” . Sólo él es responsable de los asuntos in ternacionales y sólo él decide cuál debe ser el nivel y el carácter de los arm am entos del país. H ablar de esta forma del “Estado” es por supuesto utilizar un tér m ino que puede inducir a error. Con él se hace referencia a ciertas personas que tienen a su cargo el poder ejecutivo del Estado: presi dentes, primeros ministros, gabinetes y altos consejeros civiles y mili tares. Pero esto supone una unidad de puntos de vista e intereses que puede no existir; de hecho, son muy frecuentes las grandes divisiones
m Ibíd. (p. 57).
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entre las personas interesadas, los ministros enfrentados con sus cole gas, y los consejeros civiles y militares enfrentados con sus superiores políticos. Si estas divisiones son lo suficientemente profundas como para hacer imposible un compromiso y paralizar al poder ejecutivo, se tiene que producir algún tipo de reestructuración del aparato deciso rio. En última instancia, hay que tomar decisiones, y es el poder eje cutivo el que las toma, “de motn proprio”. Sin duda, son muchos y poderosos los constreñim ientos y las in fluencias desde fuera del Estado, tanto internacionales com o naciona les, que afectan a la naturaleza de las decisiones tom adas, y esos constreñimientos e influencias pueden ser muy fuertes y apremiantes. Pero en últim a instancia es un grupo muy pequeño de personas en el Estado - a m enudo una sola persona- el que decide lo que se ha de ha cer o no, y sólo en casos muy excepcionales a los que toman las deci siones no les queda otra opción. Es mucho más frecuente que haya al gún grado de opción: aun allí donde los gobiernos están sometidos a la voluntad imperiosa de otros gobiernos, normalmente les queda una cierta libertad de decisión con respecto a asuntos que afectan directa y enormemente a las vidas de aquellos a los que gobiernan. Tal vez la mejor forma de aclarar el significado de la autonom ía del Estado sea decir que sí se produjerá una guerra nuclear, bien entre las “superpotencias” o bien entre potencias menores con capacidad para intervenir en dicha guerra, se produciría porque los gobiernos lo habrían decidi do, sin consultar a nadie más. No existe ningún procedim iento dem o crático para iniciar una guerra nuclear. El grado de autonom ía de que disfruta el Estado a la m ayoría de los efectos con respecto a las fuerzas sociales dentro de la sociedad capitalista depende sobre todo de la m edida en que la lucha de clases y las presiones desde abajo desafíen la hegemonía de la clase dom i nante en dicha sociedad. Allí donde una clase dom inante es verdade ram ente hegem ónica en térm inos económ icos, sociales, políticos y culturales, y por consiguiente no se ve expuesta a ningún desafío im portante y real procedente de abajo, lo más probable es que el propio Estado esté también sometido a su hegemonía y que esté considera blemente constreñido por las diversas formas de poder de clase que la clase dominante tiene a su disposición. Allí donde, por el contrario, la hegemonía de una clase dom inante sea persistente y fuertem ente de safiada, será probable que la autonom ía del Estado sea considerable,
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hasta el punto de que, en una situación de intensas luchas de clase e inestabilidad política, el Estado pueda asumir formas “bonapartistas” y autoritarias y librarse de los frenos y corítroles constitucionales. Vale la pena señalar que la clase capitalista rara vez ha disfrutado de una plena hegemonía en términos económicos, sociales, políticos y culturales. Un importante país capitalista donde dicha clase ha estado m uy cerca de conseguir tal hegem onía es Estados U nidos, prim er ejem plo en el mundo capitalista de una sociedad donde los empresa rios no han tenido que compartir el poder con una aristocracia atrin cherada y han sido además capaces de evitar el surgimiento de un se rio desafío político por parte de los trabajadores organizados. En to dos los dem ás países, los em presarios han tenido que llegar a un acuerdo con las fuerzas sociales previam ente establecidas y hacer frente al desafío de los trabajadores. Además, han tenido que vérselas con unas estructuras estatales de origen anterior incrustadas en el po der y muy resistentes al cambio. La hegemonía capitalista ha sido, pues, mucho más discutida y parcial en el resto del mundo capitalista “tardío” que en Estados Unidos; e incluso en Estados Unidos ías con tradicciones económicas y sociales y las presiones desde abajo, espe cialm ente a partir, de la gran depresión, han reforzado al Estado y le han dado üna autonomía mayor de la que disfrutaba, por ejemplo, en tre la guerra civil y la gran depresión. La idea de que la lucha de ciases es de suma importancia para de term inar la forma y la naturaleza del Estado forma parte habitual del m arxism o clásico*05, al igual que la tesis de que el objetivo de la auto nomía del Estado es proteger y servir m ejor al orden social existente y a la clase dominante que es la principal beneficiaría de ese orden so-
• 105 Véase la famosa descripción que hace Marx dél Segundo Imperio como “la única forma de gobierno posible en un momento en que la burguesía había perdido ya la fa cultad de gobernar el país y la clase obrera no la había adquirido aún" (La guerra civil en francia, en Obras Escogidas, Madrid, Akal, 1975,1, p. 541). Cf. también la conoci da observación de Engels: “Sin embargo, por excepción, hay periodos en que las clases en lucha están tan equilibradas que el poder del Estado, como mediador aparente, ad quiere cierta independencia momentánea respecto a úna y otra” (El origen de la fam i lia, la propiedad privada y el Estado, en ibíd., II, p. 339). Para muchos otros ejemplos similares, véase Draper, ob. cit.
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cial. Como señalé antes, es esta última afirmación la que ahora se im pugna, y con razón. P o rq u e ‘no se puede responder a la pregunta: "¿Para qué sirve la autonom ía del Estado?” en los térm inos habitua les: la cuestión no es que estos términos sean incorrectos, sino que son inadecuados para explicar la dinámica de la acción estatal y no pueden ofrecer un “m odelo” satisfactorio del Estado con relación a la sociedad en un contexto capitalista. La dinámica de la acción estatal "es explicada por el m arxismo en términos de las necesidades im perio sas del capital o las inexorables presiones de los capitalistas. Unas y otras tienen ciertam ente gran importancia, pero centrarse exclusiva mente en ellas es no tener en cuenta otros impulsos m uy poderosos de la acción estatal, genera iu^ J ^ de dentro del E stado por fas personas eñcái|a