El estado y el inconsciente

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RenéLourau

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El Estado y el inconsciente ■Ensayo de sociología política

editorial ¡pairos

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Numancia, Í10 Barcelona-29

Título original: L ’ÉTA T— INCONSCIENT Portada: Joan Batallé Traducción: D avid Rosenbaum © 1978 by Les Editions de Minuit y Editorial Kairós, S.A.» 1979

Primera edición: junio 1980

D ep . Legal: B - 1 9 . 0 3 9 /1 9 8 0 I.S .B .N .: 8 4 - 7 2 4 5 - 1 1 6-X Fotocom posición: Beltrán, Sagrera, 76 — Barcelona-27 Impreso en: indice A G , Caspe, 116 — Barcelona-13

«En efecto, cada uno de nosotros Ueva, interiorizada como la fe del cre­ yente, esta certeza de que la sociedad es para el Estado (...). No se puede concebir sociedad sin Estado. » Pierre Clastres, La Société contre L'Etat, Editions de Minuit, 1974.

«La gran directriz de la lucha social, para quien quiera que conduzca verdade­ ramente a la libertad, es antes de todo la lucha por la destrucción del Estado lle­ vada a cabo de tal manera que ninguna nueva forma de éste pueda reconstituirse.» Giovanna Berneri, La Société sans Etat, traducción francesa, Ediciones Elysée Reclus, 1947.

CARTA A LOS LECTORES OCASIONALES SOBRE EL CONTEXTO EMOCIONAL EN QUE COMPUSE ESTE LIBRO La temporada del año 1977 en que se escribió este libro se encuentra marcada para mí por algunos acontecimientos. Finales de julio de 1977.— Manifestación antinuclear en el emplazamiento de la central con sobregenerador de Malville (ísére, Francia). Intensa represión policial. Un muerto, varios heridos graves. Agosto-septiembre.— Lanzamiento de las sondas Voyager 1 y 2 en dirección a Saturno y Júpiter, así como hacia el espacio galáctico más allá, del sistema solar. Estas dos sondas contienen un mensaje del secretario general de las Naciones Unidas a los hipotéticos seres que pueblan el espacio. El inconsciente estatal de nuestro planeta, en este final del siglo XX, es entregado, en estado totalmente bruto, a los eventuales psicoanalistas, politólogos y psicohistoriadores de la galaxia, a través de la utilización del concepto arcaico de Estado. Confirmación de la tesis pro­ puesta por Henri Lefebvre en Del Estado sobre su mundialización en vías de perfeccionamiento. Al hacerse mundial, al generalizarse jurídicamente y al unl­ versalizarse dentro de las mentalidades, el Estado aparece tal cual es: el inconsciente de la parte bípeda y no velluda del ecosistema terrestre. Esos «ciento cuarenta y siete Estados», según el mensaje de Kurt Waldheim, «representan a casi la totalidad de los seres humanos del planeta Tierra». Admiremos ese «casi» y la prudencia con que el secretario 9

El Estado y el inconsciente general de las «Naciones» Unidas (y no «Estados», como en la fórmula enviada a los confines galácticos) deja entender a los escuchas de los Voyager 1 y 2 que él no está cualificado para representar a mi perra o a mi gato ante las posibles civilizaciones cuadrúpedas. Septiembre de 1977.— Ruptura de ia unión de la izquierda en Francia. Ante la «crisis» económica y el paro en aumento, dicho acontecimiento sería insignificante si, dentro de nuestra historia, cada una de las esperanzas creadas por la izquierda no se viviese como si se tratase de un reencuentro con la línea temporal sur­ gida o resurgida en Francia en 1789. Octubre de 1977.— Desaparición violenta de una parte del estado mayor de la Fracción del Ejército Rojo alemán en la prisión especial de Stammheim; tal vez como resultado de suici­ dios o quizá mediante liquidaciones clandestinas. Noviembre de 1977.— Un tribunal francés decide ia extradi­ ción de uno de los abogados de la Fracción del Ejército Rojo, Klaus Croissant. El gobierno francés efectúa la transferencia inmediatamente. Pregunta: ¿En qué momento el Ministro de Justicia desprecia más a sus conciudadanos? ¿Al colocarse dei lado malo de la barricada en un asunto que, reconozcámoslo, no tuvo la resonancia del caso Sacco y Vanzetti? ¿O bien cuando expone su filosofía política de «grandes superficies», bajo un título utilizado repetidamente en la literatura médica para designar la sífilis? Noviembre.— Visita calificada de histórica del presidente egipcio Sadat a Jerusalén, donde le reciben con gran pompa las autoridades israelitas. Encuentro inesperado de dos enemigos hereditarios; más importante, claman los comentadores, que el encuentro Mao-Nixon. ¿Por qué, en esas condiciones, la tenta­ tiva similar de Rudolph Hess, colaborador de Hitler, hacia el enemigo inglés, en plena guerra mundial, no impide que este bravo caballero permanezca en prisión desde hace más de treinta años y se le haya considerado como medio loco justa­ mente después de esta gestión?

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Carta a los lectores Estos acontecimientos son de un carácter sumamente dife­ rente. De importancia muy variable, aunque casi todos ellos interesen a la política mundial y a la suerte del gran pueblo planetario; «Masivamente, mediatizados», exageradamente, es­ tos acontecimientos han influido, a niveles y en grados diversos, sobre mis sentimientos y mis representaciones. El primero de ellos, la manifestación antinuclear de MalviUe, me dejó la impresión más dolorosa. La militancía ecológica y antinuclear no era mi fuerte. Tomé conciencia de las relacio­ nes entre el Estado moderno y la energía nuclear gracias a Malville. Me indignó saber que uno de los manifestantes, a quien se había amputado una pierna tras la manifestación, era uno de mis antiguos alumnos y amigos, Michel Grandjean. La m anera en que él me ha relatado cómo se había encontrado con el Estado, obstinado sobre la frontera del territorio estatal, y cómo sintió que el Estado inscribía su marca sobre su cuerpo, ha hecho más trágica la visión del Estado que yo intentaba comunicar en este íibro. La pesadilla de la amputación, de la vida disminuida: los sueños horribles se hacen realidad, los sor­ tilegios echados por alguna bruja se convierten en realidad. Y qué decir de la pesadilla de Stammheim, de su continua­ ción goyesca, el sueño de la razón (que es el reverso de la mayor «lucidez» estatal) que engendra monstruos sobre la tela siempre virgen de la necesidad histórica. Aquí está el aquelarre de las brujas, la noche de Walpurgis que renueva sin cesar su puesta en escena, desde el asesinato en prisión de Rosa y Karl, la Noche de los cuchillos largos y los campos de la muerte hasta Stammheim. Mi amiga Charlotte Delbo, superviviente de los campos de Auschwitz y Ravensbruck, osó decir lo que hacía falta decir: que ella también había sido arrestada por terrorista por «brigadas especiales» bajo el régimen de Vichy, y que el terrorism o de los Baader-Meinhof revela la impotencia congè­ nita de los partidos de la izquierda y su sumisión a los juegos de la política instituida (Le M onde, 18 de noviembre de 1977). Con el tono de falsa connivencia estúpida característico de los me­ dios masivos de comunicación, se nos revela un mes después de II

El Estado y el inconsciente Síammheim, que los presidentes de Egipto e Israel, reunidos en Jerusalén, son antiguos terroristas. ¿Entonces? Por mi parte no supe expresar, a propósito de la muerte dé los terroristas prisio­ neros, más que una emoción: la angustia ante la marcha que actualmente lleva el proceso de internacionaiización del Estado (Libé ration, 21 de octubre de 1977). Un gigantesco alud de «información» escrita, hablada, visual, sobre la tentativa de toma de rehenes por parte del comando pro-Baader y sobre la m uerte de los prisioneros. Esta muerte, un poco como la danza improvisada de Hitler frente al vagón de Rethondes durante la capitulación del ejército francés en 1940, constituye el trance salvaje del Estado victorioso, delJEstado en tanto queconcepto-,trasnacional, entidad en vías de internacionaiización para ma­ yor gloria del Orden establecido. Mientras que en Malville apa­ reció el territorio estatal en el sentido estricto, nacional del término (perímetro sagrado de la potencia nuclear nacional que hay que hacer intocable), con Stammheim es el mundo como territorio marcado por el fuego al rojo vivo del Estado en gene­ ral, el que surgió en escena. Puesto que es el concepto de Es­ tado el que, amenazado, debe defenderse, la colaboración poli­ cíaca internacional, interestatal, se convierte en un valor su­ prem o, en un nuevo elemento de la consagración política. Colaboración policíaca y político-judicial, como lo ilustra, algunas semanas más tarde, la extradición del abogado Klaus Croissant, acusado de ayudar al terrorismo individual o de grupo, en vez de favorecer el terrorismo de Estado. Aquí, más allá de la siniestra representación jurídica y de lo que se puede prever sobre la suerte del abogado, lo que da vértigo a estas pesadillas en que no dejamos de caer en un abismo interminable es la ausencia de todo tipo de acción por parte de los partidos de izquierda, contentándose uno de ellos con condenar sobria­ m ente la extradición en un breve comunicado... una hora des­ pués de la extradición de Croissant hacia Alemania. Yo no seguí la crisis de la unión de la izquierda, anterior a los acontecimientos que acabo de narrar, como «militante pro­ fundamente decepcionado». Ya antes de septiembre de 1977 los 12

Carta a los lectores esfuerzos de los actores para hacer creíble su representación de la unidad no provocaban en mí gran interés. Triste izquierda aquella que caricaturiza a la derecha en los comportamientos más histriónicos y se muestra incapaz de ayudar o a! menos de no sabotear el movimiento social, el movimiento que busca vol­ ver a poner la vida ai derecho. ¿Cómo creer aún que esos profe­ sionales de la representación, aún utilizando un lenguaje «de izquierda», puedan ser los mandatarios, los intérpretes y los garantes de nuestros deseos? Con la «crisis» de la izquierda®? unida, complemento indispensable para las bufas «crisis» de la derecha «liberal» o reaccionaria, asistimos al fracaso de la re­ presentación, al fracaso de la delegación del poder como esen- cía del juego político. Cuando los presidentes egipcio e israelí pretenden resolver los problemas de los palestinos por encima de las cabezas de los palestinos y ante los flashes de varios miles de periodistas veni­ dos de todo el mundo, no hacen otra cosa que llevar a su punto más alto la parodia del mandato que les ha sido encomendado y para el cual fingen haber sido investidos por los pueblos. Es un argumento falaz decir que, si. los pueblos no se resignaran, si participaran más, todo iría mejor. Ésta es la mistificación cen­ tral de la política instituida: ¿por qué participar en el juego instituido por otros y contra nosotros? La ausencia, el silencio, la no-participación, el rechazo de «autogestiones» ridiculas y de «gobiernos directos» adulterados es la respuesta de los pueblos, a todos los niveles de la resistencia. El gran melodrama del encuentro de Jerusalén, con chaleco anti-balas, tranquilizantes, citas del Corán y de la Biblia por w parte del presidente Sadat y solamente de la Biblia por parte del explotación del hom.bre.^ por el hombre y ía organización del trabajo mediante la asocia-; dentro de los equipos del Plan, di­ funde la teoría de los indicadores sociales en la Escuela Nacional de Administración, En ese mismo momento, en Nanterre y en algunos otros lugares, comienza el trabajo de los analizadores sociales, que habría de desembocar en el análisis institucional 144

De ios indicadores a ios analizadores sociales generalizado de mayo-junio de 1968, Las dos empresas se en­ cuentran relacionadas entre sí, como muestra la misma carrera de Delors. A pesar de que la brecha de 1968 haya sido reparada rápidamente por el poder, este último, menos de un año después de los acontecimientos de mayo-junio, vacila. En 1969, el refe­ réndum sobre la regionalización, cuyo carácter de plebiscito no fue ocultado por el general De Gaulle, da un resultado negativo. De Gaulle se va, Pompidou llega; y con él Chaban-Delmas al puesto d e Primer Ministro. Es el momento de Jacques Delors. Como consejero del primer ministro, Delors tamizará en be­ neficio de su patrón los temas de la «sociedad bloqueada», tan queridos por el sociólogo modernista Michel Crozier (cuyo libro sale en 1970), e introducirá en el cálculo político la teoría de los indicadores. El I.N .S.E.E., el Tribunal de Cuentas, la Contabili­ dad Nacional, son entronizados definitivamente como diosas ma­ dre del arte político. Ministerio brillante, reformismo inteligente de derechas: los conservadores terminarán por no soportar este desafío a sus métodos probados por la experiencia, y el nuevo presidente de la República echará brutalmente a Chaban-Delmas; que, sin embargo, tenía el apoyo y la confianza de su mayo­ ría parlamentaria. Algunos años más tarde Jacques Delors pasa del reformismo de derechas al reformismo de izquierda. Casi al mismo tiempo que su colega ex-izquierdista Rocard introduce en el partido so­ cialista sus indicadores, discretamente acomodados en el fondo de su portafolios. El reformismo chabanista era con mucho el menos malo de los gaullismos; pero, naturalmente, el peor de los socialismos. Pobre Delors. Pobre Rocard. Pobre Attali. Pobres economistas promovidos al rango de consejeros de ios grandes de este mundo, cuando no son llamados a los puestos de dirección política; de Turgot a Salazar y de Milton Friedmann a Raymond Barre, comienza a ser larga la lista de esos expertos en ciencia política o económica a quienes se arranca de la tranquilidad de su existencia intelectual. En el fondo, son ios «indicadores» (en el sentido de agentes de información) que la Ciencia delega al Po­ der para justificarse. 145

El Estado y el inconsciente Delors presenta en 1971, con Les indicateurs sociaux, una tesis sostenida no tanto por sólidos materiales como por el im­ pulso optimista de un profesor Nimbus en pleno «¡Eureka!». En ella encontramos una exposición clara, si bien sucinta, de la teo­ ría de los indicadores. De hecho, este concepto existe desde hace mucho tiempo en las ciencias sociales, tanto en sociología como en economía. Pero, generalizando su empleo en el dominio político, se le hace entrar de golpe en una teoría nueva, la teoría de los cambios sociales detectables financieramente: «Se trata (...) de poner en evidencia las elecciones explícitas, pero también muy a menudo implícitas, que hace la colectividad o que hacen los individuos sin medir todas las consecuencias de las decisiones que son tomadas de esa manera». «Expresar mediante datos cuantificados el es­ tado de una nación, ésa es la finalidad. O incluso, como dice Wílliam Gorham, teórico americano de los indicadores sociales, suministrar indicaciones razonables, aunque sean aproximadas, sobre la amplitud de los problemas socio-económicos y sobre la extensión de los progresos realizados en el tratamiento de estos problemas (Gorham, 1967, citado por Delors). El problema consiste en encontrar datos cifrados para una multitud de indicadores que a su vez conciernen a un número bastante amplio de temas. Entre los veintiún temas retenidos por Delors, citemos la esperanza de vida, el comportamiento para con los marginados, la utilización del tiempo... «Se podría espe­ rar que todos los temas elegidos tradujeran finalidades de desa­ rrollo, ya que ese es el objetivo fundamental de esta investiga­ ción. Los indicadores habrían expresado objetivos y medios ade­ cuados a estos objetivos.» Pero dicho enfoque es prematuro, ya que el problema de las finalidades es difícilmente cifrable. Al distinguir entre «indicadores de resultados» e «indicadores de medios», Delors piensa, no obstante, en la utilización eventual de los indicadores sociales «dentro de un establecimiento de pla­ nes que deben descansar sobre una asociación íntima de los obje­ tivos y de los medios». La cuantifícación de la mayoría de los indicadores, al final de 146

De los indicadores a los analizadores sociales cadá uno de los cortos capítulos consagrados a los diversos te­ mas, sigue siendo demasiado sumaria. Los indicadores indican poca cosa o nada en absoluto. Por ejemplo, en el tema «La organización del espacio rural», el indicador n° 13, «Indicador de contaminación de aguas», sólamente existe en tanto que pro­ yecto, debido a «la complejidad de los fenómenos». En breve, y bajo reserva de que los progresos logrados hayan permitido una verdadera utilización de los indicadores dentro de la planificicación de estos últimos años (habrá que verificarlo), la «teoría explicativa del cambio social» con que sueñan, según Delors, tanto los sociólogos como los «centros de decisión», no está preparada para salir de ese voluntarismo de la cuantificación. La cuantificación no está directamente puesta en tela de jui­ cio, sino solamente en tanto que es autonomizada por los planifi­ cadores ávidos de indicadores. Oponer lo cuantitativo a lo cuali­ tativo procede de un acto estéril, ya que los cuantificadores reco­ nocen, tarde o temprano, que lo que organiza la materia cifrable, las «finalidades», pertenece al dominio de la calidad; y los fanáti­ cos de la calidad están obligados a medir diariamente aunque sólo sean sus medios de supervivencia. Si se considera el pro­ yecto global, la ambición de un Cálculo total y totalitàrio como refuerzo, e incluso en el caso extremo, como sustituto de ios procedimientos habituales de la política instituida, entonces son las maniobras, las finalidades y el juego mismo de esta política instituida lo que hay que cuestionar. El pianismo absoluto, como es sabido, nació por y para la economía de la guerra total. Desde las modestas planificaciones de M onnet en Francia y de Rathenau en Alemania durante la Primera Guerra Mundial hasta la religión planista actual («la ardiente obligación» proclamada por De Gaulle, cuando las grandes maniobras de la guerra de Argelia acababan de desapa­ recer) pasando por la violencia a lo Atila del Gosplan soviético, las desgarradoras revisiones del New Deal, los sueños anticipadores de los primeros planistas franceses y los gigantescos trabajos prácticos de Speer en la Alemania nazi, la obligación planifica­ 147

El Estado y el inconsciente dora es tanto más ardiente cuanto que el fuego de las armas sé hace más destructor que las máquinas productoras de los compe­ tidores. La crisis, desde 1929, permite mantener en tiempos de paz la ideología de urgencia, el pequeño apocalipsis cifrado del cual suministran un ejemplo las publicaciones del M.I.T. Entre la crisis y la guerra se hacen cada vez más funcionales, tanto en la realidad como en la imaginación. Al reforzarse mutuamente, la crisis real y la guerra posible (o la guerra real y la crisis posible) son las dos hadas que se asoman a la teoría planista. Por consi­ guiente, es la aceptación de este juego lo que determina al más alto nivel el proyecto de racionalidad planista. Se trata del juego planetario del capital que solamente la destrucción del capital permitirá destruir. La competencia mundial y el desequilibrio mundial son ele­ mentos esenciales que justifican la persistencia de la política instituida, de la sacralización de la forma «Estado» y de la lucha cada vez más atroz que rige las relaciones entre esas formas supremas en que se materializan alrededor de ciento cuarenta fragmentos extremadamente desiguales de la humanidad. El infinito desprecio (el menos-precio exigido por la mercancía) que caracteriza a las relaciones entre estados contradice absolu­ tamente la valoración del Estado en el interior de cada forma estatal. Esto da una idea del avance de las contradicciones que llevan históricamente hacia la disolución y extinción del Estado. Este mismo proceso afecta forzosamente a la idea de centro —centro de decisión, lugar del poder para la política instituida en todos los fragmentos de humanidad reconocidos como esta­ dos por la O .N .U . Ahora bien, la idea de plan, como recuerda de pasada y casi despreciativamente el profeta de los indicado­ res sociales, es inseparable de la idea .de «centro de decisión», exigida en el sistema actual no sólo por el refuerzo de la má­ quina militar estatal, sino también por la lucha contra la «anar­ quía» del liberalismo económico. La lucha contra la política instituida pasa por la lucha contra el concepto de centro y contra todo centralismo. El planismo es el último avatar de la religión centralista. El fascismo, el nazismo,

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De los indicadores a los analizadores sociales i

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el estalinismo y algunas otras formas de dominación modernas son variedades litúrgicas (históricas y culturales) de ésta. Se trata de variaciones que tienen un significado esencial respecto de la producción de representaciones por parte de la política instituida; respecto de la curvatura del campo social por parte de la política. El centralismo es el lugar de la dominación que se esconde detrás de los aspectos funcionales de la regulación indispensa­ ble a cualquier escala de territorio. Solamente puede cumplir tal función fabricando el valor supremo constituido por la re­ presentación: el centro solamente existe gracias a la ausencia que le delega todo poder. Cuanto más amplia sea esta delega­ ción, más presente estará el centro en la periferia. El poder es representación, teatro, simulacro, y vive sola­ mente de espectadores que «participan» en la acción delante de su televisor el día de elecciones y todos los días, todas las no­ ches, en su Estado-inconsciente. Si el psicoanálisis pone una mayúscula a los Estados inconscientes, la ciencia política podrá hacer progresos enormes. Porque el Estado es el inconsciente, o más bien, porque el inconsciente es el Estado... el onírico impe­ rio austro-húngaro en plena «disolución de la transferencia» de los pueblos hacia los Habsburgo, en plena «resistencia» a la institución estatal y su paranoia de indivisibilidad. Como la representación es el terreno ideal del valor (tal cosa «representa» un valor n), condensa todo lo cualitativo mediante el sistema del Cálculo totalitario. Pero se trata de un cualitativo disminuido por lo cuantitativo. Igual que el valor, la represeñtatividad es una tasa, un índice cifrable. Somos más o menos representativos en función del número de ausentes que ofrecen su dimisión o que se vampirizan en nombre de la delegación de poder y de mando. Las encuestas, por la competencia que ha­ cen a los órganos representativos electos o nombrados, indican también el dominio de la cantidad sobre la calidad pura de la representación. Ni siquiera es el discurso político el que revela — en el tono de cura o de militar de los profesionales y, por consiguiente, en la referencia implícita a los grandes modelos 149

El Estado y el inconsciente institucionales del ejército y de la Iglesia— la inexistencia de una calidad propia del político; este último necesita una calidad prestada porque el contenido del concepto de representación escapa incesantemente hacia la cantidad pura, hacia la contabi­ lidad electoral o «los grandes batallones», fuentes reales del poder. El principio de equivalencia, que rige la mercancía gracias al «equivalente general» constituido por la moneda, también rige la representación. La extrema sutileza, la circularidad de la ideología manejada por ios profesionales de la política o por sus expertos, permiten que la política se instituya como un juego con su terreno, sus jugadas, sus reglas y, por consiguiente, sus fuera de juego, su potencia de recuperación para las nuevas jugadas y sus trasgresiones. ¿No se aplican fácilmente estos tres reflejos raros de la polí­ tica instituida al planismo? Durante largo tiempo estuvo fuera del juego político, fue asunto de grandes cabezas un poco exce­ sivamente racionalistas; pues proponía una maniobra competi­ dora con aquello en que se fijaba la política tradicional; a saber, la conservación o la conquista del Estado —de ahí la aporía de Lenin, que quería hacer del Plan la super-institución supraestatal—•; pero, por supuesto, es el estado el que salió reforzado de esta confrontación, puesto que el pensamiento planista se encuentra totalmente controlado por el Estado; también sus trasgresiones, al igual que las recientes mini-trasgresiones de la corriente ecológica, sirven para valorar las reglas del juego. Conservadora o modernista, liberal o planista, la política insti­ tuida es, ante todo, la liturgia de una forma sagrada: el Estado. El método de los indicadores sociales ya ha invadido el dis­ curso político de izquierda, así como el de derecha. Los líderes de la oposición, en sus duelos con los de la mayoría, rivalizan en dar datos cifrados para apoyar su programa. Las cifras, dóciles, hacen relucir las botas de las ideologías competidoras y la victo­ ria es para el que, como el Zorro, tira más rápido que el adver­ sario obligándolo a confesar que una parte de su programa o de su actividad pasada no descansa sobre indicadores serios. Se ha .150

De los indicadores a los analizadores sociales visto incluso al partido comunista intervenir en la batalla polí­ tica general y en la competencia interna en el seno de la unión de la izquierda publicando ráfagas de datos respecto al costo de la aplicación eventual del.Programa Común. Una divertida ma­ nera, para un partido que dispone potencialmente de la base ideológica más rica, de cerrar la boca al abuelo Karl en favor de los jovencitos tecnócrafas para quienes el primer libro de El Capital es, sin duda, un relato tan poético como una novela de Julio Verne. Sin embargo, no faltan las críticas internas a la teoría de los indicadores. Los teóricos americanos, Biderman, Gross, etc., han descubierto numerosos obstáculos técnicos: (traducir: polí­ ticos; es un error corriente en los científicos). Estos obstáculos molestan a la elaboración de los indicadores. Tienen nombres: «inadecuación», «imprecisión», «conflicto entre indicadores», «falta de datos», «incompatibilidad de los modelos estadísticos» y «ausencia de consenso sobre los valores». Los dos últimos obstáculos son los más graves. Se deben a la débil unificación de los conceptos de la sociología. Pero ¿esta explicación no debe explicarse a su vez? ¿La incompetencia de la sociología para la administración del mundo es, como pretenden los sociólogos optimistas estilo Boudon, una simple enfermedad de juventud? (cf. La críse de la sociologie, 1971). La incompatibilidad de los modelos estadísticos y la ausen­ cia de consenso sobre los valores propuestos por los que mani­ pulan ios datos se manifiestan en evaluaciones diferentes de los fenómenos sociales y en las diferencias de tratamiento concep­ tual. A estos obstáculos de la elaboración se añaden obstáculos en la utilización y la interpretación. Biderman nota que los indicadores más conocidos tienen tendencia a tomar vida propia y a inflarse debido a la utilización diaria que se hace de ellos con un significado que no tenían al principio. Ejemplos: la crimina­ lidad, la droga... En cuanto a Gross, éste deplora la existencia de una especie de «ley de Gresham» de la información: la mala información tiene tendencia a corromper la buena, la cuantita­ tiva expulsa a la cualitativa; lo que no deja de evocar las impre151

El Estado y el inconsciente i cationes del muy reaccionario filósofo René Guénon contra «el reino de la cantidad» como «signo de los tiempos»; es decir, la anunciación del fin del mundo. Todas las críticas internas se unen a las críticas externas sobre «el problema central» constituido por la paradoja entre la inflación de datos y la indigencia, proporcionalmente creciente, de las perspectivas encaminadas a ordenarlos. Enorme obstá­ culo «al que se enfrentan tanto los sociólogos como quienes intentan guiar a nuestra sociedad hacia una plena realización de sus potencialidades» (Deíors, p. 368). Cuando demostré que la teoría de los indicadores sociales, en el contexto más general del planísmo, implicaba una adhe­ sión casi religiosa a las normas de la política instituida (forma estatal, centralismo, curvatura de todas nuestras representacio­ nes, principio de equivalencia), no hacía más que unirme, desde el exterior, a las críticas más lúcidas de los teóricos a que se refiere Jacques Delors. Ya es tiempo, en función de la crítica particular que permite el análisis institucional, de precisar ia alternativa entre indicadores y analizadores. ¿Hay que volver a mencionar que también la teoría de los analizadores está inconclusa? Cada vez que se justifica, en la práctica, el concepto de analizador, la teoría general de los analizadores avanza menos que cuando ésta se enfrenta a un campo «desprovisto de analizadores»; es decir, a un campo neu­ tralizado políticamente hasta cegarnos respecto de la existencia de analizadores que no queremos ver y de una verdad que no queremos conocer. El postulado sobre el que reposa toda la teoría es que en toda situación dada, 1a producción de analizadores es la condi­ ción indispensable de la percepción de esta situación por parte de los actores*. Por ejemplo, si yo me presento en algún lugar * La cuestión de la naturaleza del actor nos remite, in extremis, al problema metañ'sico del actor de la naturaleza, dios, mana, energía, etc. Por supuesto, no resulta indiferente que el actor sea un especialista (o un grupo de especialistas), un loco, un niño, un hombre, una mujer, un desviacionista, un blanco, un negro, un amarillo, un rojo, un mestizo, un viejo, un joven, un animal mamífero o no,

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De los indicadores a los analizadores sociales para efectuar una compra o por cualquier otra razón que supónga un intercambio mínimo de palabras o de servicios entre un pres­ tatario y clientes, muy bien puedo retirarme, una vez efectuada la operación, sin haber percibido en absoluto el funcionamiento real, material y social del lugar en cuestión. Pero si, mientras hago cola, durante la operación misma o al irme, escucho o veo un detalle aparentemente insignificante que revela un aspecto inesperado de los bastidores del establecimiento de que soy cliente, mi percepción abandona súbitamente la neutralidad del «práctico-inerte» (para utilizar la expresión de Sartre), del insti­ tuido cosificado y sin vida, para penetrar en las relaciones socia­ les reales del establecimiento. Esta penetración, que tiene lugar casi por fractura, por lo general sólo da una idea muy vaga de lo que sucede, pero es suficiente para ser analizador de lo que anteriormente no podía ni debía plantear un problema a los ojos de un simple cliente. .. La cuestión de encontrar un analizador o de encontrar el bueno y no el mal analizador, es una cuestión mal planteada, y a o incluso uno de esos aparatos que en física se denomina precisamente analizador {desde los instrumentos de medición más corrientes: termómetro, barómetro, analizador de contaminación, etc., hasta los más sofisticados). Si nos referimos a ia teoría de los analizadores resulta claro que el «actor» no solamente es un organism o capa 2 de absorber y de restituir una información («revelador»), sino también un elem ento que interviene, que actúa sobre la situación que actúa sobre éí (de ahí ia imposibilidad de contentarse con la metáfora del catalizador). Lo que excluye del papel de actor a todo órgano viviente o artificial que no cumpla o del que nada prueba que cumpliría con estas dos condiciones. A propósito de la expresión «papel de actor», recordemos que en la tradición teatral el personaje del Actor, sobre todo frecuentemente en la producción isabeHna, funciona como analizador de la institución teatral mucho antes de que Brecht y sus discípulos introdujeran en la representación un dispositivo analiza­ dor, a su vez muy superior a las tentativas del teatro naturalista; la distanciación en el juego, la apertura de los bastidores y la supresión del telón de escena ai mismo tiempo que del telón de fondo, de Brecht, y más tarde del teatro redondo, del teatro en sala o incluso de la escena explosionada de Artaud, etc., persiguen, por m edios diversos más o menos analizadores, la muerte de la ilusión teatral. M uerte postergada incesantemente medíante la estefización de todos los medios anti-institucionales e insuficientemente analizadores de la «ilusión cómica» (Corneille); es decir, de ia institución teatral en tanto que lugar de la representación, sublimación considerada imposible.

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El Estado y el inconsciente i m enudo, en el análisis institucional diario; y, por consiguiente, en ocasiones también muy implicada en el socioanálisis. En el origen de estas vacilaciones y confusiones quizá se encuentre un fallo en la clasificación sumaria de los analizadores (consecuen­ tem ente, en la teoría misma) entre analizadores naturales, ana­ lizadores construidos y analizadores históricos. Todo analizador es un analizador social; de esta constata­ ción casi simplista se desprende que la parte de artefacto del analizador construida por el socioanálisis (el dispositivo) y la de espontaneidad del analizador natural son secundarias en rela­ ción con su carácter de fenómeno social. Este carácter puede verse inmediatamente en el analizador histórico; pero, como se trata del producto de un análisis secundario, socio-histórico, su caso equivale al de un analizador natural suficientemente espec­ tacular para que los historiadores ya lo hayan canonizado como acontecimiento o fenómeno clave. Fenómeno social, el analizador jamás puede ser construido como, por ejemplo, el indicador. Tampoco puede ser tan es­ pontáneo como un acontecimiento estrechamente localizado e influyente del tipo «hechos varios». Interroga simultáneamente ai saber (la palabra y la escritura) y al poder. Pero, en sí, el analizador no aporta el equivalente de la biblioteca de Alejan­ dría o del Centro de estudios sociológicos, aunque se encuentre fuertem ente cargado de información. La naturaleza de esta in­ formación es 3o que nos puede hacer acercar lo más posible (ex­ cepción hecha de una experiencia real) a una comprensión del analizador social. Con la información y la intervención mezcladas, el analiza­ dor analiza tanto nuestro deseo de saber como nuestra posición en el seno de las relaciones sociales. La información producida tiene valor, ante todo, por las modalidades de la producción; es decir, de nuestro lugar dentro de las relaciones sociales en el momento en que recibo la información. Un amigo socioanalista, al regresar de una intervención, me dice casi desde las primeras palabras del informe: «Ahora, conozco muy bien los cinco tipos de escuela de trabajadores sociales que componen 154

De los indicadores a los analizadores sociales un IRFETS». Esta información no tiene nada de extraordinario en sí. Podría haberse adquirido hace mucho tiempo —si su ne­ cesidad se hubiese hecho sentir— mediante ios medios literarios habituales o mediante una petición de información a trabajado­ res sociales. Pero fue durante una intervención socioanalítica en el sector en cuestión, intervención que sucedía a muchas otras, cuando ese conocimiento pareció pertinente, significativo, digno de ser registrado para el futuro. La situación de interven­ to r exterior de mi amigo, así como la frecuencia de las peticio­ nes de intervención que venían del sector «trabajo social», han producido la motivación. Este ejemplo, banal en psicología del aprendizaje, da una idea del mecanismo de la información dentro del analizador. Inversam ente, como muestra otro ejemplo, la ausencia de im­ plicación directa produce una información débil. Cuando apa­ reció mi libro Le gai savoir des sociologues, varios amigos que recortaron las reseñas críticas me hicieron ver que yo no había ido suficientemente lejos en el cuestionamiento de la política de investigación en sociología. Ahora bien, la organización estatal o privada de la investigación, es efectivamente lo que menos conozco, al menos directamente, ya que no participo en los contratos de investigación por concurso de éste o aquél ministe­ rio y nunca he trabajado para un organismo ministerial de inves­ tigación. En contrapartida, algunos de mis censores habrían po­ dido, desde hace muchísimo tiempo, criticar al nivel de la política de investigación, ya que participan o han participado en contra­ tos del D .G .R.S.T. o del DATAR. Pero los investigadores fran­ ceses m ejor informados están muy lejos de tener tanta audacia como sus homólogos americanos, a quienes debemos revelaciones de gran importancia. Estas observaciones obligan de golpe a mo­ dificar la idea según ía cual la ausencia de implicación directa produce una información débil. Como puede constatarse tam­ bién inversamente, una implicación demasiado fuerte produce una información débil. Esta paradoja aparente solamente puede explicarse teniendo en cuenta el otro aspecto del concepto de analizador: su dimensión ya no de conocimiento, sino de poder.

El Estado y el inconsciente La institución posee el poder de objetivarnos, de cosificárnos dentro de los estatutos y de las funciones. El analizador «desobjetiva», deshace los estatutos y funciones, nos restituye la subjetividad. De ahí la tendencia, en ocasiones, a privilegiar a esta última en la persona de los desviacionistas, lo que consti­ tuye una m anera de objetivar a los analizadores, de mantener­ los a distancia en el momento en que se les exalta. La institución posee el poder de fijar en las normas las rela­ ciones libres, vivas, interpersonales tal y como se constituyen en la vida cotidiana más íntima así como en los movimientos socia­ les espontáneos; se trata de la institucionalización, negación de las fuerzas instituyentes y creación del positivo, del instituido. El analizador desinstitucionaliza, revela el instituyente aplas­ tado bajo el instituido y, al hacerlo, desarregla al instituido. La institución posee el poder de materializar en formas apa­ rentem ente neutras y universales, al servicio de todos, las fuer­ zas económicas y políticas que nos dominan fingiendo al mismo tiempo ayudarnos y defendernos. El analizador desmateriaiiza las formas de la opresión revelando las fuerzas que en ellas se esconden y combate todas las formas materiales. N aturalm ente, estos tres paralelos son bastante abstractos y artificiales; ante todo, pretenden ser didácticos. Para.tener ver­ dadera operatividad, estas oposiciones han de ser matizadas y sobre todo dialectizadas, puesto que corren el riesgo de oponer una nueva positividad, la del analizador, a la «mala» positivi­ dad, la de la institución. Lo que equivaldría a un modo de dejar escapar la negatividad esencial del analizador, como puede verse en las tentativas de contra-instituciones que restablecen, tras cierto tiempo, el aspecto positivo, instalado, falsamente universal de la institución que se creía destruir o al menos criticar. El positivismo, en la primera oposición, conlleva el riesgo de subjetivismo y de manipulación. Este es el riesgo más corriente pero no el más grave. En la segunda oposición, el positivismo consiste en erigir al instituyente como fuerza dominante y destructora; es el térro156

De los indicadores a ios analizadores sociales rismo que reina al principio de toda empresa anti-institucional y cuyo lazo con el subjetivismo y el idealismo había mostrado Hegel a propósito de la Revolución Francesa. El idealismo es precisamente el riesgo que introduce el posi­ tivismo en la tercera oposición. La lucha contra las formas so­ ciales materializadas, consideradas como fuerzas que sostienen a otras fuerzas (un poco como el muro de una casa), puede referirse consciente o inconscientemente a una voluntad de transparencia ideal, a la idea de fuerzas individuales, colectivas o metafísicas que se extienden sin el menor obstáculo. Este es el riesgo más grave, ya que está ligado al riesgo de terrorismo y amalgama a menudo el del subjetivismo (véase la desviación del subjetivismo de Nietzsche por parte del nazismo). Dialectizar estas oposiciones es indispensable: esto significa que siempre hay que analizarlas en el movimiento de. su apari­ ción y de su evolución; cuidado con la inversión de lo cuantita­ tivo en cualitativo y de lo cualitativo en cuantitativo; y sobre todo, hay que desenmascarar ai positivo que se viste con ropa negativa a fin de rechazar toda crítica, todo desbordamiento hacia su izquierda, toda acción de los nuevos analizadores en una nueva situación. Estas precauciones referentes al uso del concepto de anali­ zador indican los límites de la teoría alternativa a la de los indicadores. Recordemos la utilización de datos estadísticos no solamente a nivel macro-sociológico, sino en el enfoque que toma en cuenta a los analizadores. A hora falta mostrar, al menos parcialmente, el campo de aplicación de la teoría de los analizadores sociales. Para ello dos fenómenos muy diferentes pero situados en el campo de la eco­ nomía servirán de ejemplo: por una parte, el pianismo; por otra, la colectivización. El pianismo que analiza la crisis del Estado con vistas a reformarlo. La colectivización que pretende ir más allá de la crisis.

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Tercera parte

LOS ANALIZADORES DEL ESTADO

VHL EL PLANISMG 1. Francia: un detonador ideológico 6 de febrero de 1934; en la plaza de la Concorde (tan bien denominada) la policía mata a manifestantes que iban al asalto del Paiais-Bourbon y del régimen parlamentario. En los días siguientes la izquierda y la derecha se miden en el transcurso de grandes manifestaciones. El gobierno del radical Daladier di­ mite. Para reemplazar al «toro del Vaucluse», con sus pitones despuntados, se busca en su retiro a un antiguo presidente de la República. Un pequeño golpe de unión sagrada jamás ha hecho daño a nadie. Inmediatamente, los «organizadores» se ponen a trabajar. Están dirigidos por Jules Romains, autor de Knock y de Co~ pains, que estaba influido por la sociología de Durkheim y por la psicología de las multitudes del muy reaccionario Gustave Le Bon. Es una especie de novelista, sociólogo y politólogo. Es él quien introducirá a estos jóvenes llenos de ideas y que tanto miedo tuvieron en febrero. Su manifiesto lleva el nombre de «Plan»: Plan del9 de julio,. Reforma de Francia (1934). El «grupo del 9 de julio» es de un eclecticismo que deja patidifuso a Romains. Va, nos dice, de los jóvenes de la S.F.I.O. a la Cruz de Hierro y hasta los Jóvenes Patriotas, pasando por los radicales y los cristianos de izquierda. La unión sagrada no es una palabra vana. «Que mañana el régimen tenga un fallo o se derrumbe, de­ clara el buen doctor Knock, tal es lo inmediatamente posible.» Los planificadores de vanguardia tienen en sus cartones un plan, como se dice en las malas traducciones de novelas policía­ cas americanas. En nuestro idioma diremos que tienen una idea, 161

El Estado y ei inconsciente un proyecto listo en caso de movimientos sociales. Una especie de «plan Orsec» preparado no con vistas a calamidades natura­ les, sino a un derrumbamiento político. «La confusión de los espíritus y las amenazas de guerra civil no solamente tienen origen en la crisis económica y en la desor­ ganización política, sino en una profunda desmoralización del país.» El liberalismo económico es condenado. Lo constatamos en la URSS y también en los Estados Unidos, con Roosevelt. Pero, cuidado: no hay que caer en el «peligro de las místicas totalitarias». Incluso los partisanos fascistas del grupo deben estar de acuerdo en esto: un fascismo a la francesa no cometería los excesos románticos del Sr. Hitler, así como tampoco repro­ duciría los romanos de cartón-piedra del Sr. Mussolini. La sín­ tesis confeccionada por esos jóvenes amalgama las tesis de de­ recha y de izquierda, a veces sin transición. El párrafo «jerar­ quía» sigue inmediatamente al párrafo «igualdad». Desde ese momento es el guisado preferido de la derecha modernista: un día ultra-liberal, otro tranquila o furiosamente autocràtica. Fi­ nalmente, la mezcla de estas ideas, que no tienen nada que hacer juntas, se hace explosiva. Se trata del detonador ideoló­ gico que libera una hermosa y buena doctrina fascista* El grupo del 9 de julio planea reformar el Estado, es decir, la Constitución, pero también la educación, la cultura, la infor­ mación, la economía. Estos organizadores no carecen de ideas; algunas de ellas serán realizadas más tarde, durante el régimen de Vichy o tras la Segunda Guerra Mundial: la creación de un Consejo Económico, de una Escuela Politécnica de Administra­ ción, de un Consejo de Corporaciones... Están a favor de la institución de una contabilidad industrial, de una Oficina Na­ cional de la Publicidad, de una Escuela de Periodismo, de un estatuto de la radiodifusión. Incluso piensan en la reducción de la jornada de trabajo y en una formación manual para los insti­ tutores. La idea de planificación está claramente expresada, al me­ nos en lo que se refiere a las producciones «que satisfarán las necesidades vitales». Hay que rechazar la noción de ganancia 162

El pianismo — a largo plazo, por cierto— y reemplazarla por las nociones de servicio social y de alegría de crear. Todas las estructuras deben reformarse. Contra la desmoralización, una nueva Reforma in­ telectual y moral viene a tomar el relevo sesenta años después del proyecto Renán, establecido inmediatamente después de la guerra civil de 1871. Los «hombres de buena voluntad» del grupo del 9 de julio tienen conciencia de ir parcialmente en contra de la lógica del capitalismo tradicional. Se preocupan por la suerte de la agri­ cultura y quieren acabar con el dinamismo pernicioso del libera­ lismo. La conclusión del manifiesto propone un nuevo eje de desarrollo: «Hay que restablecer el equilibrio desarrollando las ciencias humanas. Esta es la preocupación esencial que ha ins­ pirado nuestras proposiciones.» Una cierta modestia, un cierto empirismo son de rigor; los innumerables planes de recupera­ ción que aparecerán a continuación se creerán obligados a hacer keynesismo o algo en «ismo». Entre esos promotores de las ciencias humanas al servicio de una mejor organización destacan Alfred Fabre-Luce y Paul Ma­ rión (que serán, en grados diferentes, petainistas), PierreOlivier Lapie (cuyo padre, discípulo de Durkheim, había intro­ ducido la sociología en las escuelas normales de institutores) y el futuro gaullista de izquierda, apóstol de la participación, Louis Vallon. Carne de experto, de tecnócrata y de ministro... No faltan precursores dél grupo del 9 de julio. En el taylo­ rismo, la revista Le Cap (como capitán de industria), especiali­ zada desde el primer cuarto de siglo en la formación técnica y moral de jefes para la industria y el comercio. En la planifica­ ción, la acción del socialista Albert Thomas durante la guerra mundial; éste pensaba que la sobreorganización militar ofrecía, en bandeja de plata, la estructura organizativa del socialismo; en la comisión Clémentel, que en 1919, bajo la influencia del joven Jean M onnet, preconizaba la idea de una organización general de la economía; en el Comité Consultivo de Perfeccio­ namiento de las herramientas, que en 1931 intentaba subsanar los efectos de la gran crisis económica. En cuanto a la ideología 163

El Estado y el inconsciente planista, los precursores están en el grupo Plans. «Fabricábamos Planes sumamente intelectuales; y una joven revista tomó ese nombre intentando mezclar el fascismo italiano, ios soviets y las lecciones de la América industrial», cuenta, irónicamente Brasillach (Notre avant-guerre y 1941). La revista mensual Plans es dirigida por ,Jeanne Walter. Su redactor jefe es Philippe Lamour, a quien volvemos a encontrar treinta años más tarde con responsabilidades de planificación y cuarenta años más tarde a la cabeza del Consejo Económico de la región Languedoc-Roussiílon. En el comité de redacción figura H ubert Lagardelle, el antiguo sindicalista revolucionario interlo­ cutor de Durkheim (cf. La Science sociale et l’action, 1970) y futuro aliado del régimen de Vichy, a las órdenes del antigut^ socialista Laval. No resulta sorprendente encontrarse también en este equipo con Le Corbusier, el hombre del «cambiar la vida» sobre la mesa de dibujo del arquitecto. El editor de estos jóvenes pre-tecnócratas, José Corti, tam­ bién lo es de las revistas surrealistas dedicadas al ataque radical contra el viejo mundo. Cierto es que la doctrina de Plans bor­ dea la de los partidarios de la tabula rasa. La inadaptación total de las instituciones a las condiciones modernas de vida, la nece­ sidad de combatir moralmente la crisis mundial que afecta a Francia en ese momento, el proyecto de expansión de la per­ sona (tema próximo ai personalismo que, con su apoyo, la re­ vista Esprit, aparecen en el mismo momento) y, en particular, «la liberación de la personalidad mediante las herramientas: urbanismo, arquitectura, organización del trabajo y de los pla­ ceres» (pasaje sin duda redactado por el joven Le Corbusier); todos estos temas, si bien prefiguran un poco la línea ideológica de la escuela de cuadros de Uriage, no carecen de puntos de contacto con las tesis de la vanguardia cultural que, en torno a B retón, pretende «rehacer el entendimiento humano». Puntos de contacto aún efímeros que volvemos a encontrar entre una corriente revolucionaria y una corriente reformadora de pro­ grama «total». De esta manera, el futurismo pudo ser fascista en Italia y colarse, en Rusia, dentro del movimiento de la revoi 64

El pianismo ....

iución bolquevique; el reformismo revolucionario y la revolu­ ción r éfórmistá tienen, am b as, s u car a oculta; El concepto de revolución no atemoriza a los ardientes re­ formadores de Ftó/tj. «Una revolución es una construcción», proclama el autor de un balance (sin-duda Phiiippe Lamour) en el número 7 (julio de 1931) de la revista. Lo que coincide con la fórmula: él iriejór m edio'de evitar la revolución'es hacerla. Todo este período, colocado bajo el signo del fascismo triun­ fante y'del ascenso del nazismo, sin olvidar el éxito del primer plan quinquenal en la Unióil:Soviética, présencia el surgimiento de las meditaciones y de las confrontaciones acerca de la crisis económica que estuvo a punto de Hacer naufragar al gran velero de los Estadós Unidos. El Capital se inclina peligrosamente. El Titanic iiisümergible, ¿va a hundirse? En diciembre de 1932 Esprit publica un «cuaderno de reivindicaciones» que reúne a cinco grupos: del marxismo a la Acción Francesa. Entré?elíós el grupo Plans, que por medio de la pluma de Phiiippe Lamour se busca a sí mismo entre postulados marxistas y la voluntad de seguir siendo independiente del Partido Comunista francés. Un mes más tarde Hitler llega al poder. Exactamente en el" mismo momento aparece el famoso artículo de Georges Bataille titu­ lado «Sobre la noción de gasto», publicado en enero de 1933 en la revísta trotskista La critique sociale: Los pianistas no se contentan con consideraciones morales. Tienen un programa político grandioso para la época. Para combatir él rieSgo de crisis hay qué construir la Europa Unida. La unificación del continente es la condición de una racionaliza­ ción que va del taller a la fábrica, de la fábrica al conjunto del mercado europeo, lo que permitirá no sufrir pasivamente los sobresaltos de los Estados Unidos. De ahí el interés, subrayado por Brasillach, por el planismo ruso y por el dirigismo a la alemana. A nivel político inmediato, los planistas están a favor de la revisión de los tratados de paz a fin de crear las condiciones de nacimiento de la Europa Unida. Brasillach habla de Plans al mismo tiempo que de los esfuerzos diplomáticos de Briand. Y 165

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El Estado y el inconsciente no nos sorprenderemos si varios de estos pianistas aprueban o al menos comprenden a H itler en su lucha paneuropea dirigida contra el Tratado de Versalles. En abril de 1932 la revista Plans se convierte en bimensual y toma la forma de una revista ilustrada. En 1933 se convierte en «Boletín de los Grupos Plans». Por consiguiente, la difusión ha tenido cierto éxito. La colaboración se ha ampliado. Por ejem ­ plo, con dos futuros ministros de la IVa República, Yves Farge y André Philip. Este último es uno de los primeros introducto­ res franceses de la famosa obra «revisionista» de Henri de Man, Más allá del marxismo (1927). El «Plan de trabajo» propuesto por el sindicalista belga es adoptado por el Partido Obrero belga en 1933. También influye en la C.G.T. (de obediencia S .F .I.O .), que ve en él su «plan», lo que provoca la cólera de la C .G .T .U . (de obediencia comunista). La C.F.T.C. cae también en el planismo. Lo mismo sucede en la derecha con los neo-so­ cialistas, los frontistas, las revistas L'homme nouveau y L ’ordre nouveau, ios jóvenes politécnicos del grupo X-Crise, etc. Para Marcel D éat, ex-sociólogo durkheimiano convertido en líder de un partido fascista, «el planismo es, en la crisis de Europa, en nuestra crisis interior, la concepción que conviene con exactitud a Francia» { L ’h ommenouveau^ 1935). En el interior del partido socialista S.F.I.O., la tendencia «Revolución constructiva» no es más inocente, políticamente, que la revista Plans. Se hace referencia a Henri de Man hasta en la Izquierda Revolucionaria de Marceau Pivert. El contenido más vistoso del planismo de izquierda lo constituye el proyecto de nacionalizaciones. Superando el pian de la C .G .T ., los revo­ lucionarios de 1936 exigen que no se separe a las nacionalizacio­ nes del control obrero. El control por la base es la condición de validez de la planificación de los bancos, de los seguros, de las industrias privadas. La paradoja leninista, que analizaremos más tarde, vuelve a producirse: el Estado debe «cumplir su función de monopolizador» pero hay que democratizar, al mismo tiempo la máquina del Estado. Hay que dar todo el poder al Estado y simultáneamente hacerlo desaparecer. 166

El planismo Este nudo gordiano lo cortaron los planistas del régimen de Vichy dando todo el poder a la gran industria no solamente en tanto que fuerza, sino también como forma y modelo. El primer tecnócrata activo (ya no solamente teórico) es Belin, creador de los «comités de organización». Este antiguo responsable de la C.G .T. se unió a Pétain por mediación de Laval. Los comités «corporativos» camuflan el dominio de las grandes empresas. Nada de representación sindical; la heterogestion absoluta; estamos lejos de ios proyectos de socialización de la extrema izquierda en 1936, Tras el renegado de la C.G.T. es el hombre de la patronal, Pierre Pucheu, quien intentará aplicar las ideas politécnicas de ios años treinta. En una entrevista concedida a Paris-Soit el 7 de marzo de 1941, Pucheu inaugura sus funciones de ministro de la produc­ ción, título que evoca de manera más «constructivista» la crea­ ción de un ministerio de la economía nacional durante el Frente Popular, exponiendo su doctrina en materia de planificación. «De una economía anárquica, Francia debe pasar a una econo­ mía dirigida», es el título a ocho columnas de Paris-Soir. La noción de rendimiento, aplicada a la administración y no sola­ mente a la fabricación, pone en primer piano la organización industrial de la vida, prolongación natural de la organización científica del trabajo. El principio de la administración de las cosas proyectado sobre la administración de las personas resulta esencial para el desarrollo de los «comités de organización», esbozo de la estructura tecnocrática que florecerá después de la guerra bajo la influencia de Jean Monnet. Otro rasgo tecnocrático aparece: la hostilidad hacia la burocracia. «Yo quiero obte­ ner un rendimiento industrial», declara Pucheu, quien prosi­ gue: «El espíritu de funcionario debe desaparecer y la noción de rendimiento y la concepción industrial de un trabajo diario de­ ben encontrarse en la base de quienes tienen por misión condu­ cir la economía dirigida de Francia». Ya han salido a la luz las prim eras críticas contra la colusión entre capitalismo y tecno­ cracia. El ministro responde invocando la presencia de «dos pequeños industriales» (al lado de diez grandes) en el comité de ¡67

El Estado y el inconsciente industrias mecánicas que él dirigía antes de ser nombrado mi­ nistro. Bichelonne es el intelectual, el fuerte en el tema, el superior del Politécnico, la gran cabeza que Laval nunca liega a «pegar». Speer negocia de igual a igual con él, por encima de Laval y H itler. Además del aspecto enciclopédico —«el tipo del gran tarro rubio, Bichelonneí... incluso enorme tajada! el esperma­ tozoide monstruo... todo en la cabeza!» (Céline, De un castillo al otro)— , el tecnócrata presenta la característica de poder deci­ dir sin preocuparse de los hombres políticos y de sus jueguecitos. Al menos hay ahí un ideal y tal vez una cobertura para sus infames tareas no tan apolíticas, como veremos en el primero y sin duda el más grande de los tecnócratas, Albert Speer.

2. Alemania: el primer tecnócrata «En cierta medida Speer es, hoy día, más importante para Alemania que Hitler, Goebbels o los generales. Es­ tos se han convertido en los colaboradores de este hombre que, de hecho, dirige el gigantesco motor del cual saca el máximo rendimiento. En él vemos perfectamente consu­ mada la revolución de los administradores.» Así comienza el artículo que el diario inglés The Observer del 9 de abril de 1944 consagra al ministro de armamento de H itler en plena guerra mundial. Managerial Revolution, del trotskista Burnham, apareció en 1941 en los Estados Unidos. Este libro parecía un poco exagerado: ¿quienes son esos direc­ tores, esos managers que se sitúan o van a situarse muy pronto por encima de los grandes de este mundo? A quienes dudaban de la posibilidad de ver aparecer dicho monstruo, The Observer les responde: lo tenéis delante de vosotros, se llama Speer: «Speer no es uno de esos nazis pintorescos y vistosos. Incluso se ignora si tiene otras opiniones políticas que las 168

El pianismo ideas convencionales. Habría podido adherirse a cualquier ' otro partido siempre y cuando éste le hubiese ofrecido trabajo y una carrera. Speer representa de una manera particularmente marcada el tipo de hombre medio que ha triunfacfo; bien véstidó, amable, incorrupto, lleva con su m ujer y sus seis hijos la vida de la gènte de clase media. Se asemeja mucho menos que los demás dirigentes de Àiemania a un modelo típicamente alemán o típicamente ~ nacional-socialista. Simboliza más bien un tipo que toma üria creciente importancia en todos los estados en guerra: el tècnico puro, el hombre brillante que no pertenece a ninguna ciase y que no se inscribe ¿n ninguna tradición, que no conoce otro objetivo que" hacerse camino en el mundo unicamente con la ayuda de sus capacidades de técnico y organizador.» El final del téxto es bastante pretnonitor: «És precisamente la ausencia de preocupaciones psicoló­ gicas y morales y la libertad con que maneja fa aterrorizante " ' , maquinaria técnica y organizadora de nuestra época lo que permite a este tipo de hombre insignificante realizar el má, ximó en nuestra época. Su momento ha llegado. Podemos librarnos de los Hitler y de los Himmler, pero los Speer permanecerán durante largo tiempo entre nosotros, sea cual sea la suerte que aguarde a este hombre en particular.» La guerra de 1914-1918 y los años que siguieron permitieron en Alemania un acercamiento entre el concepto de economía total y el de güérra total. Ludendorff, jefe de Ips ejércitos ale­ manes en el período más crítico y, más tarde, mezclado con los primeros balbuceos del nazismo (el golpe de estado abortado de Munich), escribió un libro titulado La guerra total, rápidamente traducido al francés. En cuanto a los ensayos de economía total en 1914-1918, se encuentran representados simbólicamente durante la Segunda 169

El Estado y el inconsciente G uerra mundial por lo que Speer denomina «el fantasma de Rathenau». Ese viejo funcionario que habita en los desvanes del ministerio de armamento ha conocido a Rathenau y ha ins­ pirado ciertas opiniones de Todt, constructor de autopistas y del muro del Atlántico. También inspirará parcialmente a Speer. Todt muere en un accidente de avión a principios de 1942, abandonando a Hitler en el frente ruso. Speer, arquitecto del partido nazi, viejo amigo y confidente del arquitecto-urbanista Adolfo Hitler, se encuentra en ese momento en el cuartel gene­ ral. Adelantándose a las maniobras de los altos dignatarios na­ zis, el dictador nombra inmediatamente a Speer jefe de arma­ mento y, más tarde, de la producción de guerra. Decisión de dilettcinte que promueve a otro dilettante, si debemos creer al beneficiario, demasiado modesto; no obstante, reconoce haber trabajado anteriormente a escala de ejecutante dentro del marco de la Organización Todt. La Primera Guerra mundial había planteado el problema de la planificación del desorden. Walther Rathenau proponía un plan del que volveremos a encontrar trazas en el famoso organi­ grama de Speer. «Supongamos, dice éste, que todas las empre­ sas de una misma rama industrial, artesanal y comercial esten unidas; a continuación supongamos que cada una de esas unio­ nes está afiliada a las industrias que son sus proveedoras o sus clientes; llamaremos a la primera categoría de estos organismos uniones profesionales; y a la otra, uniones industriales.» El Es­ tado controla ambos tipos de organismos, intermediarios entre el sindicato y la sociedad por acciones: «El Estado otorga a la unión profesional derechos considerables: aceptación o rechazo de nuevos candidatos, venta exclusiva de mercancías fabricadas o importadas, cierre contra indemnización de las empresas no rentables, compra de las empresas con vistas a cerrarlas, trans­ formarlas o explotarlas. En contrapartida, el Estado exige estar representado en la administración, exige actos de utilidad social y una parte de los beneficios.» D urante el período posterior a la derrota, que presencia los 170

El platiismo intentos frecuentemente desesperados encaminados a construir una sociedad revolucionaria, el planismo se desarrolla ya no en conexión con la economía de guerra, sino con la economía de crisis económica y política. La experiencia de ios consejos obre­ ros, a pesar de sus limitaciones, controles y recuperaciones por parte del Estado y el capital, como en Italia, constituye un elemento de esta crisis. El economista Otto Neurath es llamado a consulta por los revolucionarios de Munich a fin de suminis­ trar un pían de «socialización». Según Steuermann, este nuevo Platón, llamado para solucionar los problemas de la ciudad en crisis, tuvo estas palabras históricas: «Lo que el militarismo enseñó, el socialismo lo cumplirá». Veinte años más tarde Speer tendrá tendencia a creer, no sin cierto humor nazi, que la fórmula debe ser invertida. Al menos eso es lo que demostrará con los hechos, confirmando así otra fórmula de Otto Neurath: «La guerra es una organizadora de gran estilo». La exactitud de dicha fórmula salta a los ojos: la guerra total es sinónimo de organización paroxística. Pero su insuficiencia es igualmente impresionante, si consideramos que la organización económica, social, ideológica y política exigida por el enorme gasto de energía de la guerra se encuentra diri­ gida hacia la mayor desorganización posible del adversario, quien a su vez se encuentra sumido en la misma organización paroxística. En la Segunda Guerra mundial es el grado cre­ ciente de desorganización debida a la tensión del esfuerzo de güerra y a la destrucción lo que determinará, en una carrera de persecución alocada en que la variable Velocidad tiene un papel de prim er plano, la posibilidad y la necesidad de la organización generalizada. En tiempos de paz, o de lo que tiene lugar bajo el nombre de coexistencia pacífica o de guerra fría, las tensiones son menos fuertes o, al menos, más previsibles y controlables, y el efecto de destrucción llevado a cabo por el capital monopo­ lista o de Estado se proyecta en las periferias del sistema (colo­ nias o ex-colonias, zonas de contaminación endémica, provin­ cias lejanas, formas antiguas de producción como la agricultura, estratos sociales marginados como la infancia, la vejez, los in~ 171

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migrantes, los enfermos, etc.). Pero, naturalmente, el principio es el mismo. Neurath propone a los consejos obreros la creación de una Oficina central de economía cuya primera función parece haber sido copiada de una de las misiones de la Inspección O brera y Campesina de la Rusia revolucionaria: hacer el inventario esta­ dístico de todas las fuerzas productivas y de los flujos de mate­ rias primas, fuentes de energía y productos. Esta Oficina sigue siendo el jefe de obras en manos, por cierto, de un «poderoso gobierno popular». Fija la jomada laboral en ocho horas, los salarios y los precios, elimina el comercio, unifica la técnica, organiza el trabajo (¡Buenos días, Louis Blanc!), establece las ponderaciones entre sectores económicos desiguales... Cosa curiosa y que sin duda explica el aborto de este pro­ yecto, Neurath deja a un lado la cuestión fundamental de la expropiación. Tal vez haya que ver en ello un tufillo de fourierismo, incluso de proudhonismo; para los socialismos llamados utópicos, la cuestión de la propiedad, aunque central, no se traduce en una problemática violenta de expropiación; ya que es una asociación entre el capital y el trabajo (y el talento, según Fourier) lo que hace desaparecer la propiedad; el capital y el proletariado desaparecen no tras de una gran ruptura, sino a través de la creación de un dispositivo voluntario; de ahí el aspecto innegablemente utópico de este socialismo. La socialdemocracia alemana, al creer en un matrimonio entre la organi­ zación militarista y el socialismo, no se encuentra muy lejos de este objetivo. Pero el capitalismo alemán no fue voluntario para el suici­ dio. Los socialdemócratas que se encontraban en el poder al finalizar la Primera Guerra-mundial alcanzarán con éxito una operación de disuasión que, en algunos meses, producirá el entierro de todas las veleidades planistas. La Comisión de So­ cialización creada por el gobierno el 18 de noviembre de 1918 incluye a celebridades de la economía política social-demócrata como Hilferding y Kautsky. El otro renegado, Bernstein, se encuentra en un organismo estatal directamente controlado por 172

El pianismo los capitalistas. Todos estos teóricos, hijos de Marx y de Lassalle, el socialista estatal, descubren que un capitalismo en banca­ rrota no podría ser socializado. «Equivaldría a poner la carreta delante de los bueyes», declara Kautsky en el momento en que su antigua amiga Rosa Luxemburgo es asesinada por la policía socialdemócrata. Hilferding está a favor de la socialización en el piano teórico pero se opone a ella violentamente en la práctica durante el primer congreso de los consejos de obreros y solda­ dos, ^ahogados por la burguesía y el ejército. Tras las infelices tentativas de los izquierdistas de la Liga Espartaco, una Alema­ nia atemorizada se otorga una asamblea nacional muy pru­ dente. El último golpe de hisopo sobre el proyecto de socializa­ ción y/o de planismo lo da un ministro social-demócrata, Wissel, combatido no solamente por los capitalistas revigorizados, sino también en el interior de su propio partido. D urante y.después de la crisis económica de 1929, e£decir, antes y después de la toma del poder de los nazis en. 1933, la economía alemana, para conjurar la catástrofe, manifiesta una vez más una gran necesidad de dirigismo. La construcción de autopistas, de ahora en adelante símbolo clásico de la política de grandes trabajos, tendrá la doble ventaja de reducir el paro y de establecer una red de comunicaciones estratégicas con vistas a la futura guerra. Desde. 1931 Hitler sostiene conversaciones al respecto con representantes de la economía. Todt se asocia a este proyecto en 1932. En 1934, el doctor Schacht se convierte en «plenipotenciario general para la economía de guerra». Re­ cordemos que en esas fechas Alemania no estaba en guerra con nadie. Las astucias que darán a Schacht su reputación de «brujo», al operar el restablecimiento de una moneda que había cono­ cido un hundimiento total, son analizadas por Jean-Pierre Faye en Lenguajes totalitarios (1972). En mayo de 1933 se crea una sociedad secreta, la Sociedad de Investigación Metalúrgica. Las cuatro o cinco grandes firmas de armamento son miembros de esta sociedad, con Krupp a la cabeza. Se trata de «la institución desconocida» situada en el centro de la experiencia mágica de 173

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Schacht. Funciona a basede efectos girados por los proveedores del ejército y garantizados por el Estado. «Firma puramente ficticia» que, mediante un juego secreto de escrituras que viola­ ban el juego normal de las instituciones y del mercado, engen­ draba capital y permitía un «milagro» a fin de cuentas muy explicable; la autofínanciación secreta del armamento recom­ pone la bomba extractora de las finanzas al mismo tiempo que rearm a a Alemania. La existencia, durante toda la duración del III Reich, de la institución ficticia del doctor Schacht anuncia la creación por parte de Todt y el desarrollo por parte de Speer de una instancia complementaria y equivalente, la institución de la economía total, que atraviesa las instituciones económicas, políticas y mi­ litares del Reich desorganizándolas profundamente en nombre de la Organización Todt y, más tarde, de la Organización Speer. Como muestra Yves Stourdzé (Organisation, anti-organisation, 1973), la organización se nutre de desorganización. La organización nazi, forma social reconocida públicamente como forma dominante, vive de una anti-institución, de una institu­ ción secreta, no reconocida oficialmente más que por el Estado sin la menor aportación de consenso, lo que constituye la para­ doja extrema de la institución. Speer describe a Todt como su modelo. Era «uno de los raros miembros de ese gobierno naturalmente modesto y dis­ creto. (...) Se distinguía por una mezcla de sensibilidad y de fría lucidez, como sucede frecuentemente en los técnicos (...) Lle­ vaba una vida solitaria, retirada; no tenía contactos personales con los círculos del partido (...) Ahora bien, esta reserva preci­ samente le valía un prestigio considerable (...) El mismo Hitler sentía por él y por sus trabajos una consideración que rayaba en la veneración; Todt, en contrapartida, había conservado su in­ dependencia personal con respecto a Hitler, aunque fuese un fiel cam arada de partido desde los primeros años.» Hermoso retrato de tecnócrata. Técnicamente, el poder de un Todt se define por la acumu­ lación; en nombre de los imperativos universalistas de la organi­ 174

FI pianismo zación, del control por encima y por debajo de toda fabricación o circulación así como de toda decisión, Todt reúne las funciones de varios ministros: caminos y puentes, vías navegables, ríos, sistemas de irrigación, centrales eléctricas, suministros de armas y municiones al ejército de tierra, construcción en el interior de Alemania (dentro del marco del Plan de cuatro años dirigido oficialmente por Goering) y en los territorios ocupados: muro del Atlántico, refugios para submarinos, carreteras; de Noruega al sur de Francia, sin olvidar Rusia. Ese monarca asiático que controla directamente todos los grandes trabajos necesarios para la economía de guerra no es tan «apolítico» como se pretende: controla también la oficina central de técnica del partido nazi y se encuentra «a la cabeza de la organización central que agrupa a todas las asociaciones y federaciones del sector técnico» (sin duda, aquí hay que enten­ der las que se encuentran fuera^del sector controlado por el partido). D e hecho segundo personaje del Estado, Speer no esconde que, en su opinión, lo es tras algunos meses de éxito a la cabeza deí super-ministerio heredado de Todt. Llegar a doblar y a triplicar la producción de armamento al mismo tiempo que las condiciones militares no dejan de degradarse, he ahí su «mila­ gro». ¿Como lo logra? Gracias a un organismo tridimensional: «Diseñé un organigrama en el cual las líneas verticales comprendían los diferentes productos acabados, como tan­ ques, aviones y submarinos, es decir el armamento de las tres armas. Estas columnas verticales estaban rodeadas de numerosos anillos que representaban una categoría de su­ ministros necesarios para la fabricación de todos los caño­ nes, tanques, aviones y otras armas. En mi fuero interno esos anillos englobaban, por ejemplo, la producción de pie­ zas forjadas, de rodamientos o de equipo electrónico. Habi­ tuado, como buen arquitecto, a pensaren tres dimensiones, diseñé mi nuevo plan de organización en perspectiva.»

175

El Estado y el inconsciente Y un poco más abajo:

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«Creamos “comités principales” responsables de las diferentes categorías de armas y “ anillos principales” res­ ponsables de ia entrega de los suministros. Finalmente, hubo trece comités principales que formaban las estructu­ ras verticales de mi organización e igual número de anillos principales.» El gran principio, tomado de Rathenau (La nueva econo­ m ía, 19X7), es el de «la autonomía de la. industria», simpática fórmula en el cuadro de una economía dirigida. La autonomía de la industria —lo hemos visto con la «participación» de los pequeños industriales en los comités de organización de Vichy, lo veremos en la ordenación de la libertad sindical efectuada por la ley W agner durante el New Deal— exige una relativa liberalización. Speer ironiza, no siil complacencia, acerca de la «anarquía» que él ha instituido en pleno régimen totalitario. Pero el concepto de autonomía de la industria se refiere a la unificación de las diferentes ramas de la actividad económica con vistas a obtener un rendimiento superior. Las tres aplicacio­ nes del principio de Rathenau son: — intercambio de conocimientos entre las empresas; — división del trabajo entre las fábricas (y ya no solamente en el interior de una fábrica); — normalización y estandarización de la fabricación. Esas son las técnicas de un taylorismo generalizado al con­ junto del mercado, las mismas que permiten un salto extraordi­ nario del rendimiento. Ventajas secundarias: la caución de Hitler en cuanto todas las decisiones que cuestionan la autoridad, las atribuciones, los privilegios adquiridos por las instituciones e instancias habituales; y cierta vaguedad jurídica, en particular en las fronteras de las atribuciones más importantes; vaguedad que Speer considera una de las condiciones dei éxito de su «improvisación organizada». La misma «improvisación» inspira la gran batalla por conse176

El pianismo guir mano de obra. Un. colaborador SS, el gauleiter Ssnickel; recibe plenos poderes que le vienen más de Hitler personalmente que de Speer, lo que complica las relaciones transversales con el amo del Partido, Bormann, con Goering y con Himmler, jefe de las SS. Speer instituye el trabajo obligatorio en los países ocupados, transporta de un confín a otro de Europa a millones de obreros, entierra las fábricas para escapar a los bombardeos, recupera todas las materias primas disponibles (al igual que todos los residuos de fuerza de trabajo de los campos de con­ centración), arbitra sus comités principales, sus comités de ani­ llos y sus comités de estudio (en que lós industriales se reúnen con los usuarios, es decir, los militares) al tiempo que se libra de ios complots dirigidos contra él y, arrastrándose un poco, si no del complot abortado de julio de 1944, al menos de las manio­ bras de última hora contra Hitler. Este es el hombre que los americanos sin duda habrían puesto en una cátedra de universi­ dad o a la cabeza de una gran Business School desde el final de la guerra si Speer no se hubiese ganado, a causa de medidas «técnicas» algo atrevidas —como el trabajo forzado a escala europea— , las furias del tribunal de Nuremberg. f.

3. URSS: la ciencia del socialismo Dos experiencias muy diferentes, casi incomparables, de economía dirigida, se inician en la misma época en el hogar del comunismo y en el del capitalismo. El primer pian quinquenal ruso se encuentra en su segundo año de existencia cuando explota la «crisis» de 1929. Aunque no se trata de asimilar ambas experiencias, resulta permisible explorar en uno y otro país algunos materiales para probar nuestras hipóte­ sis: la planificación y las nacionalizaciones como detonador ideo­ lógico entre la izquierda y la derecha; la generalización de la organización como concepto clave de la planificación; la transversalidad del Plan respecto de la política instituida y su tendencia a hacer desaparecer las estructuras clásicas de la política.

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De hecho, es el problema de la generalización del concepto de organización el que condensa el conjunto de problemas cau­ sado por las tres hipótesis. Desde hace algunos años la crítica del leninismo lo ha mostrado claramente. Burnham, el autor de Managerial Revolution, se forma a través de la experiencia soviética y a través de la experiencia americana de que fue testigo, armado de gafas trotskistas, desde 1933. Es entre el reinado de Lenin (1917-1923) y la apari­ ción de su libro en 1941 cuando se desarrollan los grandes mo­ mentos de las experiencias de planificación rusa y americana: el prim er plan quinquenal en 1928-1933; el New Deal a partir de 1933. M ientras que Rusia trata de producir un capitalismo esta­ tal, una acumulación salvaje que ya no descansa sobre las espal­ das de los esclavos negros sino en la perekatchka, el «bombeo» de las masas campesinas, los Estados Unidos tratan de salvar el capitalismo descargando los acumuladores. Acciones diferentes pero homologas en profundidad, ya que ambas están inspiradas por la misma referencia a la mercancía; escasa en el primer caso y abundante en el segundo. Problemática que, en términos no­ bles, en el vocabulario curvo de la nueva política, se denomina racionalización. Conocemos el papel del taylorismo, de la política de racio­ nalización de la industria y del conjunto de la producción en los inicios de la Rusia soviética. Se ha dicho todo sobre la manera en que Lenin y Trotsky fueron inspirados por la «ciencia de la organización» capitalista en el momento en que teorizaban esta ciencia de la organización a nivel político. Esta cuestión debe abordarse en relación con la génesis del planismo, teniendo en cuenta el hecho de que Rusia es, cronológicamente, el primer país que pasa del proyecto planista a la planificación generali­ zada. Si el planismo se realiza en Rusia primeramente, ¿cuáles son sus orígenes lejanos? La explicación de costumbre es: todo eso viene de Alemania, país en el que, de Lassalle a Rathenau, la socialdemocracia supo transformar el concepto de propiedad colectiva en concepto de propiedad estatal, el sueño coopera­ 178

El pianismo tivo o autogestionario en forma de dura realidad burocrática. A nte la ausencia de datos más precisos, Lenin confirma esta visión, a no ser que la hubiese forjado éi mismo como «germa­ nista» (por parte de su madre y de... Hegel). «Nuestro deber consiste en entrar en la escuela del capitalismo de Estado de ios alem anes, en aplicarnos con todas nuestras fuerzas a asimilarla, en no economizar los procedimientos dictatoriales para apresu­ rar esta implantación de las costumbres occidentales en la viej,a Rusia bárbara sin retroceder ante el empleo de métodos bárba­ ros contra la barbarie.» Pero la génesis teórica no siempre se encuentra situada en la misma línea temporal que la génesis social: los rusos planificaron sin tener tras de sí diez años de reflexión acerca del planismo (como es el caso de Francia) o algunos años de experimentación y teorización, veinte años an­ tes de pasar a los trabajos prácticos (como es el caso de Alema­ nia). Su empirismo relativo les acerca, en este sentido, a los Estados Unidos de Roosevelt. O tra observación previa sobre la dificultad de encontrar fuentes suficientemente sólidas relativas a la URSS: todo es­ crito sobre la experiencia que el vocabulario de la política insti­ tuida continúa denominando soviética (como si la sombra de un soviet aún subsistiera en Rusia desde 1918) está fuertemente implicado en su sujeto: obediencia directa o indirecta, o re­ chazo total. La reciente moda de los'«nuevos filósofos», veni­ dos a espigar algunas migas de la crítica radical expresada antes de la guerra por observadores tan numerosos como poco ins­ truidos, o después de la guerra por los escasos animadores de la ^-extrema izquierda (Castoriadis, Lefort, etc.) y, finalmente, por los disidentes rusos, suscita amalgamas tanto en la derecha como en la izquierda. Resulta inútil tratar de escaparse a ellas. A ntes de la guerra los revisionistas como Henri de Man o Schum peter, los trotskistas como Eastman o Bumham, los «tes­ tigos de buena fe» como Walter Citrine o André Gide, los en­ tendidos vacunados como Souvarine o Ciliga, ¿pudieron esca­ par al odio o a la indiferencia rencorosa de las gentes de iz­ quierda? Helos aquí reeditados o a punto de serlo, tratando de 179

El Estado y el inconsciente sacarles a través de mil citas una verdad que llega demasiado tarde. Entre las múltiples determinaciones que podrían explicar situaciones tan paradójicas, para no decir desesperantes, cite­ mos al menos la que nunca toman en cuenta los críticos de la crítica de la crítica: el papel del mercado de la edición, las relaciones entre esta institución y las otras, sin mencionar sus luchas internas. Nos hemos dado cuenta de este fenómeno con la difusión de los «nuevos filósofos», estimulantes de la edición como sus predecesores filósofos o parecidos, Althusser, Fou­ cault, Lévi-Strauss o Lacan lo fueron hace unos diez años, como Sartre y-Merleau-Ponty lo habían sido veinte años antes. Y qué decir de .la respuesta que un marxista célebre daba a mi pre­ gunta: «¿Cómo es que no conoció usted a Ciliga siendo comu­ nista, cuando se le publicó en Francia antes de la guerra?» «Esto se debe, respondió, a que se le publicó en una editorial de derechas.» Tras lo anterior, mis fuentes son las siguientes: además de los escritos de Lenin, de Trotsky y de los trotskistas relativos al tema, he utilizado una obra soviética reciente, de Gvichiani, Organización y gestión (Ediciones de Moscú, 1974), la Historia de la URSS escrita por un comunista francés, Ellenstein, los estudios de Moshe Lewin, de Ida Mett (El campesino ruso en la Kevolución y en la post-revolución, 1968) y textos de Ciliga y de Bettelheim. — 5 de diciembre de 1917: decreto que crea el Consejo supremo de la economía nacional. Comienza la historia de las nacionalizaciones. — 14 de diciembre: decreto de nacionalización de los bancos. — 16 de diciembre: monopolio de Estado sobre todas las máquinas agrícolas. — 17 de diciembre: nacionalización de la producción textil. — 22 de enero de 1918: nacionalización de la flota mercante. Entre octubre de 1917 y septiembre de 1919, entre 3.300 y 4.000 empresas son nacionalizadas. El segundo decreto de nacio­ 180

El pianismo nalización (29 de noviembre de 1920) declara que son propiedad nacional todas las empresas de más de cinco o, eventualmente, más de diez obreros. Algunos años más tarde, la obra será terminada con la «socia­ lización» de la agricultura. No cabe duda de que la racionalización, en su doble aspecto de división extrema del trabajo y de planificación del conjunto de la economía, se encuentra en el centro del pensamiento de Lenin y de' Trotsky. Stalin la recuperará, como lamentarían amarga­ mente los trotskistas deportados por él a Siberia. La génesis del planismo que acompaña y, en ocasiones, sigue de lejos ai proceso concreto de planificación, es objeto de acro­ bacias dialécticas de gran efecto. El taylorismo burgués es malo, puesto que desmoviliza a las masas y explota física y moralmente al obrero. El taylorismo comunista es bueno porque constituye un progreso tecnológico impuesto por las «leyes» de la historia. Los últimos pensamientos lúcidos de Lenin estarán dedicados al Gosplan; y Maiakovski, en 1926, pedirá que se consulte, a la Organización científica del trabajo para escribir... ¡poemas! En cuanto a la oposición trotskista francesa de «Contre le courant», todos hacen coro: «No negaremos que bajo el régimen comunista la aplicación del mejor aspecto de este sistema (el taylorismo), bajo el control de las organizaciones obreras, se convertirá en una ley» (11 de febrero de 1928). Estos «marxistas», estos «revo­ lucionarios», imaginan que los obreros no tienen más que un deseo, administrar su sumisión a la diosa «Cadena de montaje». Pero la broma se convierte en tragedia cuando las «organizacio­ nes obreras» se ponen como misión esencial controlar la sumisión del proletariado a los imperativos gemelos de la fábrica y del partido. La curvatura del lenguaje obtenido por la expresión «organizaciones obreras» es tal que cuarenta años más tarde la crítica del taylorismo se hará oficialmente no por parte de las «organizaciones obreras», sino por las organizaciones patronales de los países de sistema capitalista monopolista. Además del «control» de las organizaciones obreras», cuya co­ rrupción en la cumbre no dejan de subrayar los trotskistas, existe

El Estado y el inconsciente la caución postuma de Lenin refiriéndose al peor lassallismo de la socialdemocracía alemana. Y ¿dónde está Marx en todo esto? No, nada de Marx, gracias a Dios. Elmarxismo a la manera de Lenin es suficiente. Stalin no intentará reconciliar a Taylor y a Marx. Las memorias de Ciliga dan una buena idea de esta tragico­ media. Joven burócrata yugoslavo del Komintern, se le llama para asistir a un curso en la patria del socialismo. A diferencia de otro alumno, conocido más tarde con el nombre de Tito, no soporta el golpe durante mucho tiempo. El desarrollo del primer plan quinquenal le lleva al trotskismo, a la prisión y, finalmente, a posiciones de extrema izquierda. Conversión extrema efec­ tuada en los campos de concentración siberianos, de los que es uno de los primeros testigos-sociólogos. «En el campo de la industria, anota Ciliga, Stalin solamente había seguido la vía trazada por la oposición trotskista desde 1923.» En contrapartida, la racionalización de la agricultura tras el período de la NEP (Nueva Economía Política) de 1921 a 1928, autoriza juicios más matizados. Primero, no es Trotsky sino Zinoviev quien «preconiza al final de la NEP, un refuerzo de la política anti-campesina». Es verdad que Trotsky, como buen re­ volucionario- como buen burgués —a pesar de haber nacido en una familia de campesinos pobres— ha seguido el movimiento. Se atrevió a hablar de la «liquidación del cretinismo del campo» y de la «nueva época de la historia humana» a propósito de la liquidación de los kulaks y de la colectivización forzosa. Aplaudir la liquidación de la civilización agraria, ya sumamente atacada en el mismo momento en ios países capitalistas, se desprendería, sin lugar a dudas, del cretinismo burocrático. Pero la grandilocuente fórmula sobre la «nueva época de la historia humana» es bastante adecuada sí consideramos el carácter irreversible, ecológica y socialmente, de la destrucción de la civilización agro-pastoral en Europa y en América del Norte. La religión planista, al acercar, a pesar de ellos mismos, a ios peores adversarios políticos, estalinistas y trotskistas, contribuye a confundir las fronteras entre ortodoxia y herejía marxista. En 182

El pianismo elio podemos ver un efecto del detonador ideològico propio del mundo tecnocràtico. Ciliga señala varios ejemplos a propósito del oposicionista Smirnov, en quien ve a un «precursor de Burnham». El efecto del detonador es también perceptible en los últimos textos de Lenin. Sobre la cuestión del Gospian, Lenin, en diciembre de 1922, escribe al Politburó estas líneas, muy lúcidas, referentes al efecto de transversalidad de la organización planificadora con respecto a las instituciones existentes; «Respecto de la concesión de funciones legislativas al Gospian, me parece que desde hace mucho tiempo esta idea ha sido avanzada por el camarada Trotsky. Yo me opuse a ello porque encontraba que, en este caso, habría una falta total de comunicación en el sistema de nuestras instituciones legislativas. Pero, tras un examen cuidadoso de la cuestión, estimo que en el fondo existe una idea sana; a saber, que el Gospian ha sido mantenido un poco al mar­ gen de nuestras instituciones legislativas a pesar de que sea éste el que, a través de los hombres competentes, ios exper­ tos y los representantes de la ciencia y de la técnica que reúne, dispone a fondo del mayor número de datos para pronunciarse en cualquier situación acerca de las cuestiones (...) En este sentido, pienso que se puede y debe acoger la idea del camarada Trotsky, excepto en lo que concierne a la presidencia del Gospian por parte de uno de nuestros jefes políticos o por parte de un representante del Consejo supe­ rior de la economía nacional.» Este texto de Lenin es capital para comprender la génesis social y la génesis teórica del concepto de organización en con­ tacto con la génesis del concepto de institución. Constituye la primera constatación empírica y el primer esfuerzo de teoriza­ ción a posteriori («tras un examen cuidadoso de la cuestión»...) de la experiencia de planificación tal y como se diversificará más tarde en la URSS, en Alemania, en los Estados Unidos, en Fran!