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JEAN-MARIE ÉLIE SETBON DE LA KIPÁ A LA CRUZ EL VIAJE DE UN JUDÍO AL CATOLICISMO Con la colaboración de Astrid de Larminat EDICIONES RIALp, S.A. MADRID
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Título original: De la Kippa a la Croix © 2013 by ÉDITIONS SALVATOR, PARIS. Yves Briend Éditeur S. A. © 2014 de la versión española, realizada por MIGUEL MARTíN, by EDICIONES RIALp, S.A. Alcalá 290 - 28027 Madrid (www.rialp.com) Preimpresión: produccioneditorial.com ISBN: 978-84-321-4396-0 Depósito legal: M-10.317-2014 Impreso en Gohegraf, Casarrubuelos (Madrid)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
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Me llamo jean-Marie Élie Setbon. Soy judío, convertido a Cristo. He sido bautizado en la Iglesia católica el 14 de septiembre de 2008. Soy viudo, casado en segundas nupcias, padre de ocho hijos.
*** A la memoria de todos mis hermanos y hermanas judíos que han dado el salto a Cristo y más en particular al cardenal Lustiger, el rabino David Drach, Francois Libermann y Hermann Cohen.
A la memoria de mi madre. A la memoria de mi primera mujer, Martine. A mi mujer, Petronille.
A mis ocho hijos, Rachel, Déborah, Rébecca, Myriam, Raphael; Gabriel, Louis y Nathanael.
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Contenido PRÓLOGO ................................................................................................................................................ 6 YO NO SABÍA QUE FUESE JUDÍO ............................................................................................................ 8 UN PEQUEÑO JUDÍO DE CIUDAD ......................................................................................................... 12 UN NIÑO DIFERENTE DE LOS DEMÁS................................................................................................... 14 LAS LUCES DE NAVIDAD ....................................................................................................................... 16 JESÚS, MI MEJOR AMIGO ..................................................................................................................... 17 ESCAPADA AL SACRÉ-CCEUR DE MONTMARTRE................................................................................. 19 MI PRIMERA COMUNIÓN..................................................................................................................... 22 ¿JUDÍO O CRISTIANO? .......................................................................................................................... 24 JUDÍO Y CRISTIANO ... .......................................................................................................................... 26 ISRAELÍ Y RABINO ................................................................................................................................. 28 EN LA ESCUELA DE LA TORÁ ................................................................................................................. 30 EN LA ESCUELA DE LOS PARACAS ........................................................................................................ 30 JUDÍO ULTRAORTODOXO ........................................................................................................................ 34 DE VUELTA EN FRANCIA CON BARBA Y SOMBRERO ........................................................................... 37 JUDÍO LUBAVITCH ................................................................................................................................ 39 ENCUENTRO A MI MUJER .................................................................................................................... 40 EN GALILEA ........................................................................................................................................... 42 UNO, DOS, TRES ... SIETE HIJOS............................................................................................................. 44 UNA DOBLE VIDA ................................................................................................................................... 46 PADRE DE UN HOGAR KOSHER ............................................................................................................ 48 LUSTIGER ME HACE SEÑAS EN LA PLAYA, EN TROUVILLE ................................................................... 51 JUAN PABLO II ME HACE SEÑAS EN LA TELEVISIÓN ............................................................................ 54 ENSAYOS DE DIÁLOGO JUDEO-CRISTIANO .......................................................................................... 57 ME ENAMORO DE MARÍA .................................................................................................................... 61 LAS HERMANAS DE BELÉN ................................................................................................................... 64 CATECÚMENO A TIEMPO COMPLETO ................................................................................................. 68 MI CORAZÓN Y MI CABEZA .................................................................................................................... 72 EL GOLPE DE GRACIA ............................................................................................................................ 74 NUEVA VIDA ......................................................................................................................................... 76 DE LA TORÁ A LA CRUZ......................................................................................................................... 82 La fe y la Ley ..................................................................................................................................... 82 La perfección o la gracia ...................................................................................................................... 83 Por Dios o en Dios ............................................................................................................................... 84 El Gran perdón o el perdón cotidiano ................................................................................................... 85 Persecuciones ................................................................................................................................... 86 La comunidad o el mundo ................................................................................................................ 86 5
Oración codificada u oración espontánea ............................................................................................ 88 ¿Qué es más difícil ser judío o cristiano? ......................................................................................... 88 Dios de Moisés y Dios de jesús ................................................................................................................ 90 DATOS BIOGRÁFICOS ........................................................................................................................... 92 AGRADECIMIENTOS ................................................................................................................................ 93
PRÓLOGO San Pablo, mi querido compañero de viaje, fue convertido por Cristo en tres días de camino a Damasco. A mí, Jesús me ha trabajado a fondo durante más de treinta años. Desde que era niño, cuando aún no conocía nada de Dios ni de la religión, pues mi familia no practicaba, Él me atrajo. Al fin, hace ahora cinco años, me dio el golpe de gracia que me ha permitido dar el gran salto de la Torá al Evangelio. Eso es lo que vaya contar en este libro, la historia de mi vida con Dios. Al releerla, me digo que es una historia de locos. «Lo que hay de loco en el mundo es lo que Dios ha escogido»; algo así dice san Pablo. ¿Acaso Dios no se comporta de modo completamente loco en el Antiguo y el Nuevo Testamento, por ejemplo, cuando le pide a su profeta Oseas que se case con una prostituta? «Lo que es locura a los ojos de los hombres es sabiduría a los ojos de Dios», escribe el mismo san Pablo. Desde que puedo recordar, me he sentido atraído siempre por Jesús, hasta tal punto que en la adolescencia quise convertirme al cristianismo. Sin embargo, sabía que eso sería un escándalo entre los míos, porque cuando un judío se convierte, su familia, aunque no sea religiosa, lo vive como una traición. Los caminos de Dios son misteriosos: quería ser cristiano, pero me convertí en judío ultraortodoxo y luego en judío hasid. Mi corazón me llevaba hacia Jesús, pero mi cabeza se resistía y mi identidad judía pesaba más. Un día, por fin, después de un largo camino, Dios retiró el velo de mis ojos. Luego, todo se ha iluminado, me ha dado una inteligencia «nueva» y he visto las cosas bajo una luz diferente. Este libro cuenta una conversión, pero sobre todo la historia de un hombre que ha luchado un tiempo muy largo contra el Dios de Jesús, que le esperaba y le hada señas. Muchas personas a las que he contado mi historia me han animado a escribir este libro. De cualquier modo, como dijeron los apóstoles Pedro y Juan a los sacerdotes que les detuvieron y querían prohibirles pronunciar el Nombre de Jesús, me es imposible no hablar de lo que he visto y oído. Me quema el deseo de compartir este descubrimiento del Dios de Jesús que ha cambiado mi vida, de compartirlo ampliamente, no solamente con las personas que 6
asisten a las conferencias que doy sobre las Escrituras. Hace ya cinco años que me convertí a Cristo; ha llegado el momento de dar testimonio abiertamente, sin miedo. Me siento interiormente impulsado a hacerlo. Dirijo este testimonio a todos mis hermanos. Primero a los que se dicen no creyentes, pero sienten que en el fondo de ellos mismos están buscando a Dios sin conocerle. Pienso en algunos que dudan en interesarse por la religión porque creen que eso les separaría de su ambiente familiar o intelectual, o porque tienen miedo de la Iglesia católica, ya sea porque tienen una mala imagen adquirida a través de lo que dicen los medios de comunicación, sea porque sus parientes católicos les han transmitido una visión deformada y falsa del Evangelio, o porque imaginan que la Iglesia quiere encerrarlos, impedirles ser plenamente humanos, mientras es todo lo contrario. Pienso también en los que reprochan a los cristianos el mal que otros cristianos cometieron a lo largo de la historia, volveré sobre eso. Dirijo también este libro a mis hermanos judíos, que me han expulsado de la comunidad judía al saber que me había convertido, sin intentar comprender cómo había podido dar ese paso, y cometer esa transgresión, inimaginable en un judío ultraortodoxo hasid como yo era, al que se le había enseñado a detestar a Jesús. Han pensado que yo estaba enfurecido contra el Dios de los judíos a causa de la pruebas que había sufrido: pues no. Mi caso no es excepcional. Muchos judíos se han convertido, comenzando por los primeros apóstoles. Espero que mis hermanos judíos según la carne tengan la curiosidad o me hagan el favor de leerme para intentar comprender, pues es desgarrador oír decir o pretender que yo haya traicionado la fe de mi pueblo, mientras amo al judaísmo en todos sus componentes y con todo rm ser. El libro lo escribí también para mis hermanos cristianos. Espero que reavivará su fe haciéndoles tocar con las manos la fortuna que tienen de saber que Dios les ama, que les ama tal como son, ese Dios que se deja acercar y amar, en una relación personal, y no solamente por la observancia de las leyes, aunque estas tengan su importancia. Porque eso es por cierto el corazón del cristianismo, lo que Jesús ha revelado, esta relación de amor entre Dios y cada uno de nosotros que cambia nuestro modo de vivir con los demás. De todo eso quiero dar testimonio. No lo puedo silenciar.
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YO NO SABÍA QUE FUESE JUDÍO Nací el 10 de junio de 1964 en el hospital Lariboisiere, en París. Mis padres me pusieron de nombre Jean Mare. Jean como mi abuelo materno, y Marc porque mi madre pensó que Jean sin más quedaba un poco anticuado ... Sin saberlo, mis padres me dieron el nombre de dos evangelistas. Veo en eso un guiño de la Providencia. Por otra parte, ¿es mera casualidad que, al estar enfermo, no me circuncidaran al octavo día, como manda la ley judía? Me circuncidaron a la edad de un año. Lo hizo mi abuelo Jean, que es mi padrino. No sé qué nombre hebreo me dieron en esa ocasión, si es que me dieron alguno. Es quizá difícil de creer, pero durante varios años, ignoraba totalmente que yo fuera judío. Y llegué a saberlo de un modo bastante inesperado. Un día, en la escuela, me dirigí a uno de mis compañeros llamándolo «sucio judío». La maestra me castigó muy severamente. Me pareció un poco desmesurada su reacción, no podía entender que se hubiera enfadado tanto. Para mí, se trataba de un insulto como cualquier otro. Al llegar a mi casa, le conté a mi madre lo que había pasado. Ella me miró y me contestó sencillamente: «[ean Marc, tú eres judío». Punto final. ¿ Yo soy judío? Pero ¿qué significa «judío»? De hecho, pertenezco a una familia judía asimilada, como suele decirse. Mi madre no celebra nunca las fiestas judías y nos da de comer jamón y patés, como se le da a cualquier francesitoo En casa no hay ningún libro ni objeto judío. Claro que mi padre mantiene algunas tradiciones, pero no nos explica lo que significan, así que durante un largo tiempo no llegué a saber que tuvieran nada que ver con la religión. Es el caso, por ejemplo, de la Mezuzá que cuelga en el dintel de nuestra puerta de entrada. Nunca me pregunté de qué se trataba. No fue sino mucho más tarde, cuando empecé a practicar, cuando me enteré de que la Mezuzá es un pequeño pergamino, encerrado en una cajita, en el que están escritos unos versículos de la Torá. Los judíos la colocan en el lado derecho de la puerta de entrada a la casa como señal de protección. Recuerda la última plaga de Egipto, cuando Moisés ordenó al pueblo hebreo marcar con sangre de cordero el dintel y el montante de las puertas, para que el ángel exterminador, que debía matar a todos los primogénitos, pasase de largo por sus casas. El viernes por la tarde, al comienzo del shabat, mi padre recita la plegaria del kidush, pero un kidush un poco simplificado a decir verdad. Él se pone la kipá y dice una oración que dura cinco o diez minutos, pero no sé qué significa. Para nosotros, los niños, es un momento solemne y nada más. Nos damos cuenta solo de que no es el momento de alborotar. Más tarde, bastante más tarde, yo recitaré el kidush, que es la oración de santificación del día de shabat. Los judíos 8
practicantes la rezan el viernes por la tarde al volver a casa. Cuando el padre de familia vuelve de la sinagoga, la madre lo recibe encendiendo las velas. Toda la familia canta los cantos de shabat, el «Shalom Aleichem» sobre todo. Se lee a continuación el pasaje de los Proverbios del rey Salomón, capítulo 31, 10: «¿Quién puede encontrar una mujer virtuosa? Tiene más valor que las perlas. El corazón de su marido confía en ella ... ». Se recita entonces la oración del kidush propiamente dicha -una palabra que viene de kaddosh, que significa ser santo, ser separado-o Se santifica así el shabat que testimonia el día en que Dios finalizó la creación. Luego se reza sobre el vino (y sobre el mosto para los niños), se procede a las abluciones lavándose las manos con el keli, y se bendice el pan. Es el jalá, un pan dulce elaborado especialmente para el shabar'. Pero en mi casa no se sigue todo ese ritual. Tampoco se puede decir que mi padre viva realmente el shabat, porque suele ir el sábado a París utilizando el transporte público. Nunca acude a la sinagoga. De hecho, creo que la religión no le interesa. Cuando yo tenía siete años, mi hermano mayor comenzó a preparar su bar mitzvá. Va a clases de Talmud Torá, pero no habla de eso en casa, y mis padres no le preguntan nunca sobre lo que aprende. El día de la ceremonia nos levantamos muy temprano, a las 6 de la mañana, y nos vestimos con nuestra mejor ropa. Me doy cuenta de que se trata de un acontecimiento importante. Vamos a la sinagoga y mi hermano lee en hebreo los rollos de la Torá. Luego volvemos a casa, donde mis padres han organizado una fiesta. Yo no acabo de entender todo lo que eso significa. Será dos años más tarde cuando tome conciencia de quién soy yo realmente, al ver la cara de angustia de mi madre ante lo que ve en televisión. Está viendo las noticias. Puedo leer el miedo en su mirada. Los tanques árabes avanzan por el desierto, y entran en Israel: es la guerra de Kippur de 1973. Yo tenía entonces nueve años y por primera vez siento que pertenezco al pueblo judío. Un sentimiento que está teñido de inquietud, la de ver desaparecer el Estado de Israel. Un día, dos años más tarde, tengo una conversación con mi madre: «Uno de mis compañeros de clase ha recibido en su casa a un amigo alemán; ¿puedo invitar a los dos a veni.r a casa?». 1 Este pan recuerda los panes llamados de la «proposición», los doce panes que se ofrecían en nombre de las doce tribus de Israel cada shabat por el sacerdote, quien podía comerlos el sábado siguiente. El rey David, un día que tuvo hambre, no respetó esa prohibición. Jesús recordó este episodio a los rabinos que reprochaban a sus discípulos el haber arrancado y comido espigas de trigo en shabat (Me 2,23-38).
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Enseguida me responde, con un tono muy seco: «No, es un boche». ¿Qué es un boche? Tendré que esperar al año siguiente para saberlo. Puede parecer curioso, pero hasta que entré en quinto curso no había oído hablar nunca de los campos de exterminio. Mi madre nunca nos contó nada sobre las cosas que había vivido de pequeña. Sin embargo, sin palabras, nos transmitió el miedo, el miedo del pueblo judío, obligado desde siempre a luchar para sobrevivir. ¡Qué misterio el de este pequeño pueblo, que después de tanto exterminio y persecuciones como ha vivido en países cristianos y musulmanes, e incluso mucho antes, sigue vivo, mientras que grandes imperios que han dominado el mundo, como Grecia, Egipto o Roma, han sido absorbidos! Poco a poco, al ir creciendo, descubro mis orígenes familiares. Soy asquenazí por mi madre y sefardí por mi padre. Mi abuelo materno vino de Rumanía y encontró refugio en Francia a principios del siglo xx. Combatió en el ejército francés en la primera guerra mundial, de modo que a su muerte, en 1966, lo enterraron en el cementerio militar de Bagneux. Mi abuela materna era de origen polaco. En 1939, mi madre tenía siete años. Su familia vivió en París durante toda la segunda guerra mundial. Mi abuelo fue detenido muchas veces, pero le soltaron milagrosamente otras tantas. Cuando se preparaba una redada, el comisario del barrio le avisaba para que pudiera esconderse con sus seis hijos (cuatro hijas y dos varones). En su casa, ningún vecino les denunció nunca. Imagino que por lo vivido durante esos años, mi madre, sin ser practicante en absoluto, reivindica fuertemente su identidad judía, al contrario que mi padre. No tuve mucho trato con mi abuelo materno. Murió cuando yo tenía dos años. Íbamos regularmente a visitar a mi abuela a su casa, en la Rue Alfonse Carr de París. Mi madre y ella tenían largas discusiones en yiddish. Para mí, se trataba de conversaciones de personas mayores. Pero pienso que si hablaban en yiddish era para que no las entendiéramos, y me pregunto qué querrían ocultarnos. Después de la guerra, mis abuelos maternos abandonaron un poco las tradiciones que habían conservado al llegar a Francia. No he recibido por tanto herencia religiosa alguna de su parte. La única tradición que mi madre guardó de sus padres es culinaria: de vez en cuando nos prepara col rellena. Mi padre nació en 1929 en Túnez. A finales de los años 1940, con dieciocho años de edad, vino a pasar unas vacaciones a Francia y se quedó aquí. Sus padres se le unieron después. Vamos con frecuencia a almorzar a casa de mis abuelos paternos; viven cerca del metro Ledru-Rollin. Mi abuelo es 10
muy cariñoso. Al abrirnos la puerta siempre nos recibe con una gran sonrisa en la cara. Juega con frecuencia a las cartas con nosotros. Mi abuela, en cambio, es más reservada, pero nos cocina unos buenos platos mediterráneos: potajes de garbanzos en invierno, ensaladas de nabos y zanahorias, y por supuesto, el couscous, que mi madre ha aprendido a preparar con ella. Quiero mucho a mis abuelos, pero no sé gran cosa de ellos. No hablan jamás de Túnez. Por otra parte, nunca se me ha ocurrido preguntarle a mi padre por su juventud: en mi familia apenas se habla de uno mismo. Mis abuelos comen kosher, pero no me daré cuenta de ello hasta mucho más tarde. Transmitir las tradiciones judías que ellos perpetúan no parece tampoco estar entre sus prioridades.
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UN PEQUEÑO JUDÍO DE CIUDAD Durante mis primeros años de vida viví con mis padres, mi hermano y mi hermana mayores en un pequeño apartamento de la Rue du Faubourg Poisonniere de París. Una escalera estrecha conducía a nuestro piso. Los retretes y la ducha, que compartíamos con los vecinos, se encontraban en el entresuelo. Luego, poco a poco, mi madre convenció a mi padre para que nos mudáramos. No fue fácil, pero ella es tenaz. Es ella quien se ocupa de la casa y toma la iniciativa en los asuntos que se refieren a la familia. Se dirigió, pues, al ayuntamiento para pedir otro alojamiento. y es así como algún tiempo más tarde, después de que naciera mi hermano pequeño, me llevó a visitar nuestro nuevo apartamento de estreno. Está situado en la Courneuve, en un reciente bloque de la Ciudad de los 4000. Al llegar a la ciudad, quedo fascinado por la impresión de amplitud que produce. En efecto, todo me parece inmenso, comparado con el viejo barrio parisino en que vivimos hasta ahora. Está también muy limpio. Esta ciudad de la Courneuve pertenece a las HLM (Habitation a Loyer Moderé). de París, y está muy bien cuidada. No podemos siquiera pisar el césped. Nos cruzamos con guardas que se pasean con su perro. Al visitar nuestro nuevo apartamento quedo maravillado: es amplio y luminoso. A mis ojos es un verdadero palacio. Un último detalle que será determinante en mi vida: desde la ventana de mi habitación se ve la basílica del Sacré-Coeur de Montmartre. Aquí nacerá mi hermana pequeña. Quince años después, estos bloques donde yo voy a crecer serán de los primeros en demolerse para ser sustituidos por unos inmuebles más pequeños, un suceso que aparecerá en los medios. Soy feliz aquí, donde voy a pasar mi infancia y mi adolescencia. Ciertamente, la población cambia con el paso de los años. Pero nunca siento ninguna especie de racismo o de antisemitismo, ni rivalidades entre comunidades. Organizamos partidos de fútbol en que se enfrentan equipos de judíos y musulmanes, pero todo se desarrolla en un ambiente de franca camaradería. A veces mezclamos las comunidades y formamos equipos por edificios. En la Courneuve todo el mundo sabe que somos judíos, y además mi madre no lo oculta. Sin embargo, no mantenemos relaciones con las demás familias judías de la ciudad. En cambio, tenemos amigos musulmanes. Una tarde, mi hermano se clavó una espina de pescado en la garganta. Fuimos rápidamente a llamar a la puerta de nuestro vecino, un médico judío, para pedirle ayuda. Acudió enseguida y le salvó la vida. Pero, a pesar de este episodio, no tenemos particular amistad con él. Mi madre es quien se ocupa de nosotros y quien toma las decisiones que nos conciernen. Cuida también a otros niños de la casa para ganar algún dinero. No 12
es una madre afectuosa, pero me da tranquilidad. Es una mujer entregada que no se queja nunca. El sábado va a la compra al mercado de Aubervilliers, que está a dos kilómetros de casa. Suelo ir a su encuentro para ayudarla a llevar las bolsas. Es ella quien programa nuestras vacaciones, gestiona las agencias, vigila nuestra escolaridad y cumplimenta los papeles administrativos. Mi padre, por su parte, sale pronto por la mañana y vuelve tarde por la tarde. Es peletero y trabaja para la gran empresa de cuero Pourchet, en la Rue du Faubourg du Temple. No habla mucho con nosotros. Un día me llevó al cine con mi hermano para ver Duelo de titanes, con Burt Lancaster y Kirk Douglas, pero eso era excepcional.
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UN NIÑO DIFERENTE DE LOS DEMÁS Soy muy introvertido. Por entonces, nunca he oído hablar de Dios y, sin embargo, le hablo. Le llamo «mi Dios», sé que está ahí, y puedo hablarle dentro de mí. Me gusta estar solo. En vacaciones, prefiero pasear solo, mirar el mar, el horizonte, allí donde no hay nada, salvo el silencio. El infinito me atrae, sobre todo a través de los paisajes. De noche, contemplo la luna, largamente, en silencio, y medito sobre lo que hay detrás. Al principio, buscaba a Dios en el cielo. Mi madre se burla amablemente de mí: «¿Qué buscas en el cielo? Jean Marc, ¡estás embobado!». Ella dice que esa atracción por el cielo se debe a mi signo del Zodiaco, Géminis, los gemelos que vuelan. Con frecuencia, por las tardes, miro el Sacré-Coeur desde la ventana de mi cuarto. Sueño con vivir en un pueblecito de montaña, con su iglesia y su cura, como en la serie Heidi que me gusta tanto. Para mí, ese es un lugar ideal. Es raro, no es precisamente la imagen que se hacen los judíos del paraíso terrestre. Tengo el pelo largo, como muchos chicos de los años 70. Soy alegre y me río mucho. Vivo en mi pequeño mundo, un poco aparte, pero eso no me impide tener amigos. El mejor, Y, que está también en mi clase, vive en el piso quince de nuestra casa. Es musulmán. Nuestra amistad es muy fuerte. Su familia sabe que yo soy judío, pero siempre soy muy bien recibido en su casa. Su madre es practicante y lleva el velo. Hace la oración cinco veces al día y observa el Ramadán. Pero Y y yo no hablamos de religión. Nos damos cuenta de que somos diferentes y no nos gustaría enfadarnos. Durante la guerra de Kippur, no hablamos de Israel. Lo pasamos muy bien los dos. Él es muy fuerte en judo y yo estoy inscrito en el club de balonmano. Por supuesto, jugamos al fútbol y hablamos de fútbol. Por las tardes entrenamos los dos, con una botella de Coca-cola en la mano. En muchos aspectos, soy un niño como los demás. Me gustan los westerns, las películas policíacas y las canciones de moda de la radio. Colecciono sellos. Pero la única .cosa que me apasiona, aparte de Dios, es el fútbol. Juego y veo, a veces solo, los partidos por televisión. Conozco de memoria todos los equipos. Me gustan Larqué, Rocheteau, Curkovic. Sigo la copa del mundo y la copa de Europa. En agosto, cuando estamos de vacaciones en la Vendée, comienza el campeonato. Espero con impaciencia los partidos de los miércoles. En la escuela, no voy tan bien, yeso vuelve absolutamente loca a mi madre. Me gustan los recreos y tengo muchos amigos, pero las notas son malas. No me gusta la manera en que está organizada la escuela, ese modo tan metódico de proceder, eso de que haga falta trabajar para obtener buenas notas ... Todo eso no me parece esencial. De hecho, no estudio más que lo que me interesa: leo los libros de matemáticas y de física. En francés, por el contrario, soy una nulidad. Un día, la maestra llama a mi madre y le dice: «[ean Marc se ríe de mí. Es 14
inteligente pero pone cara de no entender. Hoy ha sacado mala nota en el control de matemáticas. Le saqué a la pizarra para la corrección, y me ha contestado bien a todo sin vacilar». Veo que mi madre está fuera de sí. ¿Qué está pasando con mi cabeza? Yo creo que no tenía ningún interés en ese examen: prefería mirar por la ventana. Al parecer, soy disléxico. Entonces, mi madre me lleva a un ortofonista. Allí hago juegos. Es divertido, pero no creo que me ayude mucho. Mi madre se preocupa por mí y me atiende más que a los demás. Por eso, mis hermanos y hermanas piensan que yo soy su preferido.
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LAS LUCES DE NAVIDAD Lo que, por encima de todo, me gusta más de la escuela es la fiesta de Navidad. La nieve, el abeto en la clase. Este ambiente me parece maravilloso. Me gustaría de veras tener un árbol en mi casa. Incluso de adulto, Navidad será siempre mi fiesta preferida. ¿No dijo Jesús que había que hacerse niño para entrar en su reino? Eso es lo que expresa para mí la fiesta de Navidad. Me recuerda la importancia de la Encarnación. Dios se ha hecho hombre, de carne y hueso, con un corazón de hombre que llora, que sufre, que ama, que se alegra. ¿Es que no me doy cuenta de que la Navidad es una fiesta religiosa cristiana? Sí, claro que sí. Nos han explicado en la escuela que los cristianos conmemoran el nacimiento de Jesús. Es así como supe más o menos quién era Jesús. Curiosamente, mi madre, que no celebra ninguna fiesta judía, como ya he dicho, reúne a todos sus hermanos y hermanas la tarde de Navidad. Es su modo de ser francesa. Se levanta de noche para colocar nuestros regalos en el salón. En cambio, no hay manera de poner un árbol en casa. Es impensable: para ella, el abeto es un símbolo cristiano. Estas reuniones de familia son siempre muy calurosas. Vienen dos hermanos de mi madre con sus hijos, mis primos, a los que además vemos de vez en cuando. Me traen regalos. Estoy muy encariñado con una de mis tías, la mujer del hermano de mi madre. Siento que me quiere, no sé por qué. Siempre me tendrá cariño: más tarde, me apoyará cuando yo quiera partir para Israel contra el parecer de mis padres. Mi madre tiene también una hermana, Marie, pero no está invitada. Vive en los Estados Unidos. He comprendido, por algunas conversaciones de los mayores, que se ha hecho católica y que mi madre ha renegado de ella. Pero es un tema tabú. Todo eso me deja perplejo: ¿por qué se celebra entonces esta fiesta cristiana y no se puede pronunciar el nombre de mi tía porque se ha hecho católica? Una tarde de Navidad, mi madre me manda a comprar el pan a la panadería. Veo la ocasión de dar una vuelta por donde está la iglesia. Voy tranquilamente tratando de mantener un aire despreocupado para que nadie me pregunte qué hago. Cuando llego ante la puerta, echo una mirada discreta al interior. Los latidos de mi corazón se aceleran: ¡tengo tantas ganas de entrar!
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JESÚS, MI MEJOR AMIGO Fue en Bretaña, durante las vacaciones de verano, donde tuvo lugar mi primer encuentro con Jesús. Tengo ocho años y, en mi habitación, hay un crucifijo colgado en la pared. Y allí, es inexplicable, me siento atraído por Cristo. Sin embargo, yo no sé siquiera quién es. Por supuesto, reconozco la cruz que se ve sobre el campanario de las iglesias, el lugar donde se reúnen los cristianos, pero ahí no lo veo con precisión. Estoy completamente obsesionado por este crucifijo que me atrae como un imán. Durante el día, vuelvo a menudo a mi cuarto y me quedo allí contemplándolo. Evidentemente, voy cuando estoy solo, para no ser sorprendido por los demás. Sé que mi familia no es cristiana y tengo la vaga impresión de estar transgrediendo algo. Pero es más fuerte que yo: ante el crucifijo me encuentro tan bien que podría quedarme allí durante horas. El verano siguiente, nos vamos de vacaciones a Sablesd'Olonne. Por las carreteras de la Vendée, veo en cada cruce inmensos calvarios, muy imponentes. Estoy subyugado. Luego, a escondidas, después del almuerzo, mientras los demás se echan la siesta, me voy a pasear para encontrarme con el hombre de la cruz. Al llegar a un calvario, me paro y se hace un vacío a mi alrededor. Me quedo plantado allí, mirando al Cristo. Estoy completamente bajo su encanto. Le admiro, le contemplo, le amo. A veces le hablo, pero no siempre. Luego cuando vuelvo a la casa en que estamos, me acuesto sobre el ancho muro que rodea la terraza y, con los brazos en cruz, pienso en Jesús. Ya en esta época, siento que Jesús me llama. Y yo le busco. Cuando estoy en mi casa en la Courneuve, por la noche, espero a que todos se duerman y allí, en el silencio que tanto me gusta, al pie de mi cama, hago la señal de la cruz, lentamente. Me encanta hacer la señal de la cruz. Todo el día estoy esperando esta cita. Estoy como enamorado de Cristo en la cruz, esa cruz que se convertirá, sin embargo, en escándalo a mis ojos cuando yo sea un judío ortodoxo. De pequeño, esta atracción, que viene de lo más profundo de mi corazón o de mi alma, no acierto a explicármela. No estoy en contacto con ningún cristiano que pueda explicarme lo que significa la cruz. Pero no me planteo preguntas aún. Me contento con vivirlo. Me puedo pasar horas mirando un crucifijo. Lo que vivo en presencia de Jesús en la cruz es excepcional. En ningún momento asocio la cruz con el sufrimiento o la sangre (aunque, objetivamente, Jesús sufre). No veo tampoco lo que la cruz representa: lo que experimento es de otro orden. Tengo verdaderamente la impresión de estar en contacto con una persona. Se trata de una presencia divina, muy potente, que perdona, que reconcilia, que da paz y que me aporta un bienestar interior profundo. Es como si estuviera ante la puerta del Cielo. Pero todo esto queda en secreto, guardado en mi corazón de niño. 17
Guardé este secreto durante treinta años. Con el paso del tiempo, me pregunto:«¿Por qué, Señor, me enamoré de algo que repugna a mi pueblo, por qué?». Esa pregunta se me planteará durante mucho tiempo. «La gracia hace fuego de cualquier madera», dicen. Un día en que le contaba mi vida, una amiga me citó esta réplica de Audiard: «Bienaventurados los locos, porque dejan pasar la luz». Si es eso lo que muchos piensan, a mí no me inquieta. San Pablo ha dicho: «Dios escogió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y Dios escogió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes» (1 Cor 1,27). Lo maravilloso es que nunca se podrá explicar todo: habrá siempre este misterio entre nosotros y Dios. Porque Dios es insondable, y todo lo que la inteligencia humana puede decir de Él no es más que una gota de agua comparada con su inmensidad. Al recordar esos momentos de mi infancia con Cristo, comprendo mejor lo que Jesús ha dicho: «Si no os hacéis como niños, no podréis entrar en el reino de Dios». El niño es sencillo, sin doblez, se fía de su voz interior. El orgullo, la ira, la razón no han apagado aún ese hilo de voz pura. Poco a poco, vuelvo a soñar con entrar en una iglesia. Durante el curso vamos con la clase a la nieve, a Méaudre, cerca de Grenoble, diez días. Me siento muy bien en ese pueblo, con su iglesia, en las montañas. El domingo la maestra propone ir a misa a los alumnos que lo deseen. Ardo de ganas de ir, pero no me atrevo a levantar la mano. Poco después, con mi familia, vamos a Estepona, cerca de Málaga, para visitar al hermano de mi padre que vive allí. Está casado con una católica. Es en esta ocasión, a la edad de once años, cuando entro por primera vez en una iglesia, con mi prima. Estoy maravillado: está llena de magníficos crucifijos. Tengo ganas de quedarme allí sentado para admirarlo todo, hasta los menores detalles, pero me aguanto: no quiero que noten mi atracción. No nos quedamos más que cinco minutos. Esto me mueve a repensarlo todo. Es tan fuerte, puro, evidente. No es más que amor.
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ESCAPADA AL SACRÉ-CCEUR DE MONTMARTRE A la edad de doce años, como todo muchacho judío, comienzo a preparar mi bar mitzvá. Es la ceremonia por la cual un muchacho se convierte en adulto desde el punto de vista religioso. Cuando uno ha hecho la bar mitzvá, es responsable de cumplir los mandamientos de la Torá. Voy pues todos los miércoles y domingos al Talmud Torá, con mi libro de hebreo y un cuaderno. Cada clase dura cuatro horas pero, en contraste con la escuela, eso no se me hace pesado. Allí aprendo a descifrar el alfabeto hebreo (el alefato) y luego a leer textos de la Biblia. Tenemos enseñanzas sobre el Génesis y los patriarcas (Abrahán, Isaac, Jacob), sobre el Éxodo y Moisés así como sobre la historia judía (Josué, David, la deportación a Babilonia ... ). Tenemos que conocer también el sentido de las fiestas judías, las oraciones y la Ley. Estas clases me interesan enormemente. Me gusta estudiar la Biblia. En este momento de mi vida estoy colmado por el judaísmo, no tengo necesidad de otra cosa. Cuando se relee la historia de la conversión de san Pablo, se ve que era un judío convencido y un fariseo feliz. Mi caso es parecido. Estas enseñanzas suscitan también en mí muchas preguntas sobre mi familia: ¿por qué mi madre no come kosher? ¿Por qué no seguimos las costumbres judías? Y puesto que somos tan poco judíos, ¿por qué no se puede pronunciar el nombre de Jesús en nuestra casa? En todo caso, este descubrimiento del judaísmo no interfiere en nada con mi atracción por Cristo. Conservo en lo más profundo de mí el deseo de empujar la puerta de una iglesia y encontrarme dentro. Como Alicia, que pasa al otro lado del espejo, sueño con entrar en esta otra dimensión. Poco a poco, decido pasar a la acción. Pero eso no es cosa de poca monta: soy consciente del riesgo que corro si me pillan. En efecto, si mis padres descubren que me atrae Jesús, sé que entrarán en cólera negra. No querrán escuchar ni intentar comprenderme, no percibirán absolutamente nada de la intensidad ni de la belleza de lo que estoy viviendo. Por el contrario, harán todo lo posible por alejarme de esta fuente de vida que se me entrega. Mi secreto será desvelado y ridiculizado. Será una catástrofe. Sin embargo, estoy dispuesto a correr el riesgo y comienzo a elaborar un plan. No es cuestión de entrar en la iglesia que se encuentra cerca de casa. Alguien podría verme y decírselo a mis . padres. Decido por tanto ir al Sacré-Coeur, un domingo después de mediodía. Está suficientemente lejos de mi casa y es lo bastante grande como para mezclarme con la gente y pasar inadvertido. En un domingo soleado, pues, pongo mi plan en ejecución. 19
Tomo el tren en la Courneuve hasta la Gare du Nord. Todo da vueltas en mi cabeza. Me angustia encontrarme con alguien que me conozca y que me pregunte a dónde voy. Y al mismo tiempo, me siento existir al fin. Estoy más contento que nunca y consciente de estar a punto de cometer un acto capital. Bajo en la estación de metro Barbes y pregunto a uno qué dirección tomar para ir al Sacré-Cceur, Ya está, ya llegué. Subo lentamente las escaleras, lleno de emoción. He esperado tanto tiempo este momento que quiero saborearlo. Por eso, me tomo mi tiempo, miro. Estoy más tranquilo porque hay mucha gente. Sigo a los demás, como un turista. Al entrar en la basílica, me sorprende en primer lugar la oscuridad reinante. El interior me parece sombrío comparado con el de las sinagogas. Tanto mejor, así no hay peligro de ser visto. Me siento bien, el miedo ha desaparecido. No pienso particularmente en Dios. Soy como un niño pequeño que descubre, maravillado e infinitamente contento, las luces de Navidad. Miro por todos lados, busco un crucifijo. De pronto, tengo una rara sensación. Me siento tan bien en esta iglesia que estoy como en mi casa. Sin embargo, es en la sinagoga donde debería sentirme bien. Poco importa. Quisiera que este momento no acabase nunca. Doy varias vueltas a la basílica. Noto como un olor de perfume. Me gusta este olor. Soy feliz. ¡Estoy en casa, al fin en casa! En el lado izquierdo, a lo largo de la nave, a la derecha, descubro una Virgen con el niño. Me siento atraído. Ignoro quién es ella exactamente, pero sé que tiene relación con Jesús. Luego, voy a sentarme y le miro a Él, en la cúpula, en la cruz. Ya no pienso más en nada, quiero solamente estar en su compañía. Yo no le conozco, pero Él me conoce. No quiero irme. Finalmente, debo decidirme a dejar el Sacré-Coeur, pero lo vivo como un desgarro. Le pregunto a Dios: «¿Por qué tantos desgarramientos?». Pero al mismo tiempo, estoy lleno de una alegría interior profunda. «Busco una sola cosa, habitar en la casa del Señor», como dice el salmo. Antes de salir, doy una vuelta por la tienda, miro las revistas y sobre todo los crucifijos. Me gustaría mucho comprar uno para llevarlo al cuello, pero no tengo dinero. Al dirigirme a mi casa, tomo la decisión de volver regularmente al SacréCoeur. Así, a lo largo de toda la semana, en la escuela, pienso en mi cita del domingo. Esperando ese momento, cada noche, cuando toda la casa está dormida, me levanto y me pongo de rodillas al pie de mi cama. Hago la señal de la cruz, me imagino a Cristo y le digo que le amo. Es sin duda el mejor momento del día. Cada vez más, siento la necesidad de hablar de todo esto con alguien. Entonces decido escribir a una chica de mi clase, porque sé que es católica. Su madre tiene la librería donde voy a comprar los periódicos para mi padre, al lado de la iglesia. Garabateo estas palabras en un papel: «Amo a Cristo, Jesús. ¿Puedes ayudarme?», y lo deposito en su buzón de correo. Algunos días más tarde, como ella no me ha contestado, voy a verla en el patio 20
de la escuela. -¿Has recibido lo que te escribí? -Sí. -¿Por qué no me has contestado? -Porque no veo qué puedo hacer para ayudarte ... En adelante, vuelvo al Sacré-Coeur una vez al mes. Me paseo, me siento, miro con toda mi alma. Cada vez, la misma sensación de bienestar me invade. Un día, me acerco a una religiosa para hablarle. Pero en el último momento, renuncio, no me atrevo. Otra vez, hago el Via Crucis de rodillas. En cada estación, miro las imágenes, cautivado.
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MI PRIMERA COMUNIÓN Estamos en diciembre y pronto cumpliré doce años. En pocos meses haré la bar mitzvá. Es domingo, y una vez más, llego a la basílica del Sacré-Cceur, Me siento, en las primeras filas, como es mi costumbre. De repente, el órgano comienza a sonar. No me atrevo a moverme. Oigo campanillas: es que comienza la misa. No sé bien qué va a pasar, pero sigo allí. Oigo las lecturas que me son familiares: el Antiguo Testamento, el salmo. En cierto momento, la gente que me rodea, hombres y mujeres de todas las edades, niños, se levantan y se acercan al altar, y se ponen de rodillas a lo largo de la balaustrada que les separa del sacerdote. Luego reciben de sus manos en la boca algo; yo ignoro lo que es. y ahí, me siento interiormente empujado a levantarme y a ponerme en la fila para ir yo también a recibir este alimento del que desconozco totalmente su naturaleza y su sentido. Sin embargo, me inquieto un poco porque no sé cómo hacerlo. Tengo miedo de que el sacerdote me descubra si cometo algún error. Veo que la gente murmura algo antes de recibir la sagrada hostia en la boca, pero no llego a oír qué dicen. Entonces, me coloco al final de la fila, a la derecha, y escucho lo que dicen. Cuando me doy cuenta de que dicen «amén», me siento aliviado. «¡Uf, no es nada complicado, es una palabra de las nuestras!». Así es como, por increíble que parezca, comulgo por primera vez, sin saberlo, el cuerpo de Cristo. Yeso, algunos meses antes a comprometerme en la obediencia al Dios de la Torá y sin ningún problema de conciencia. Después de recibir la hostia, me siento colmado de una gran alegría. Dejo la basílica verdaderamente feliz. Sin embargo, en apariencia, no ha pasado nada extraordinario ni milagroso. Pero ya siento en mí el deseo de recomenzar. A partir de este momento, la eucaristía se convierte para mí en una especie de droga. Aquí veo una locura más de Dios. Me empuja a comulgar, cuando la Iglesia no lo permite normalmente hasta que uno ya se ha bautizado. ¡Qué desconcertantes son los caminos del Señor! Por supuesto, será necesario que un día dedique tiempo para intentar comprender por qué el Señor me llevó por este camino y permitió que comulgara en este momento de mi vida. Los meses pasan, en el curso de los cuales me acerco a recibir la eucaristía regularmente. En junio, según lo previsto, hago mi bar mitzvá. En fin, para decirlo todo, la hago sin hacerla. En efecto, como mi padre no tiene suficiente dinero para pagar a un rabino que vaya a la sinagoga, lea la Torá y se haga una gran fiesta como en el caso de mi hermano, me lleva a una sinagoga parisiense 22
donde él conoce al rabino, y hacemos el estricto mínimo: me pongo el chal que el hombre judío usa para la oración de la mañana, digo la bendición sobre las filacterias yel chal, recito la Shemá Israel: «Escucha Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno es único», y se acabó. No digo nada, pero no dejo de pensar que he tenido una bar mitzvá de rebajas. Felizmente, mis padres han invitado a la familia a casa y recibo algunos regalos: mi tío, el hermano de mi madre, me regala un buró (que será más tarde el de mi hija Déborah) y mi padre me regala un reloj. También recibo una máquina de fotos y dinero. Me miman, pero me siento frustrado por la manera en que se ha desarrollado la gran ceremonia. He recibido en total ciento cincuenta francos. Pienso inme[iararnente en la tienda del Sacré-Cceur, ¡Al fin podré comprarme un crucifijo! Me espanta pensar qué sucedería si mi padre, mi madre, mis hermanos o mis hermanas lo descubriesen, y sin embargo estoy decidido. No sé de dónde me viene esta fuerza. ¿Será que soy un irresponsable? Puede ser, ¡y qué! Bueno, pues me compré un crucifijo dorado de cuatro centímetros. Lo llevo escondido, colgado al cuello, bajo la camisa y lo toco durante todo el día. No me lo acabo de creer: ¡es increíble, llevo un crucifijo! Por la noche lo disimulo bajo la almohada. Me siento muy feliz de tener siempre a Jesús conmigo. Pero, al mismo tiempo, vivo continuamente con el miedo a ser descubierto. Por la mañana, al despertar, temo que haya caído al suelo, temo olvidarlo bajo la almohada y que mi madre lo descubra al hacer la cama. y lo que debía pasar pasó. Durante las vacaciones de verano, en Vendée, me despierto una mañana y el crucifijo ha desaparecido. Asustado, lo busco por todas partes, debajo de la cama, debajo del colchón: nada que hacer, no lo encuentro. Estoy aterrado. Poco después, mi hermano lo descubre y lo lleva a mi madre. Mi corazón se dispara a cien por hora. Presiento que el escándalo va a estallar. Escucho de lejos la conversación: -¡Mamá, he encontrado esto debajo de la cama de Jean Marc! -Déjame ver. .. Debe ser de los que estuvieron aquí antes. ¡ Uf, menos mal! En el cajón del buró que me regaló mi tío, hay una especie de doble fondo. Escondo allí postales en que se ve una iglesia coronada con la cruz. Más tarde, cuando me vaya a Israel, me las llevaré conmigo para que no acaben descubriéndolas, y allí las tiraré. Cuando voy a misa al Sacré-Coeur, oigo la lectura del Evangelio. Enseguida comprendo que se trata de un libro que habla de la vida de Jesús. Ávido de conocer mejor a Cristo, decido comprarme el Nuevo Testamento. Elijo un ejemplar de bolsillo, de cubierta blanda en la que se ven unas montañas azules yanaranjadas. Estoy contento de llevarlo conmigo. ¡Tengo la impresión de poseer un tesoro! Cuando puedo, es decir, en el metro al ir a la escuela, me 23
sumerjo con avidez en los textos, como si leyera un libro de cuentos. Mi preferido es el evangelio de san Juan. Empiezo a sabérmelo de memoria. Tengo una lectura contemplativa: al leer, me uno a la persona de Jesús. Pero, por el momento, no me planteo la cuestión de poner en práctica su palabra. A partir de quinto curso, me escolarizan en un colegio judío que está lejos de casa. Es en este colegio donde, en paralelo con mi descubrimiento de Jesús, aprendo a conocer mejor el judaísmo y me apasiono por ese universo. Así es como comienzo a rezar y a practicar la Ley judía. ¿JUDÍO O CRISTIANO? Si mi madre me ha llevado a este colegio privado judío, es porque mis padres temen que me convierta en un tarambana. Tomaron esa decisión el día en que la policía llamó a nuestra puerta. Con los compañeros de mi banda, había tirado piedras y roto los cristales de la ventana de una casa. Fue la gota que hizo rebosar el vaso. Mi padre me dio una buena tunda. En este nuevo colegio, estoy contento y trabajo mejor que antes. De hecho, paradójicamente, la atracción por el cristianismo me lleva a interesarme más por la religión de mis padres. Estudio la historia judía, la Biblia, el hebreo. Es todo un mundo que se abre ante mí. Por primera vez oigo hablar de la Shoá yeso despierta en mí un fuerte nacionalismo. Comienzo a sentir un gran amor por Israel. Descubro mi identidad y mi pertenencia al pueblo judío, es mi pueblo. Sé que Francia, en gran parte, colaboró en el arresto de judíos. ¿Por qué entonces se quedó mi madre en Francia? Desde entonces, a causa de la historia de los judíos, empiezo a mirar a los no judíos como potenciales enemigos. Así fue como acabé adhiriéndome al sionismo religioso. Es difícil de entender, pero la presencia divina que percibo en el Sacré-Cceur no tiene nada que ver con el Dios que aprendo a conocer en el colegio. Aquí invoco a Dios con las oraciones judías. Por la noche, solo en mi cuarto, cuando me arrodillo al pie de mi cama y hago la señal de la cruz, es bastante más que una simple «oración»: es una relación, una cita con alguien. El viernes y el sábado por la mañana voy a la sinagoga. El domingo, al Sacré-Cceur. Al principio, no lo veo como un contlicto, pero poco a poco, sí. Esta doble vida se hace insoportable. Siento que Cristo y la Torá son incompatibles. Entonces, a la edad de quince años, decido manifestarlo todo y montar un escándalo. Así es como, después de madura reflexión, voy al Sacré-Cceur, bien decidido a abrir mi corazón a un sacerdote. Me siento angustiado y trastornado. Pero no me volveré atrás. Al entrar en la basílica, tengo miedo. Mi corazón late acelerado. Tengo conciencia de haber tomado una decisión capital, irreversible. Pero es algo más fuerte que yo, quiero convertirme y ser sacerdote. Mido la amplitud del escándalo que va a desencadenar esta elección y lo asumo. No tengo más 24
que un deseo: ser cristiano. Me siento en la nave, Le miro y Le hablo. Luego, me armo de valor y me levanto rápido para no cambiar de pensamiento, y me arrodillo ante un confesonario. Mi corazón late a cien por hora. Hago la señal de la cruz y espero. Puedo sentir los golpes de mi corazón en el pecho. Al fin, el sacerdote se dirige a mí: -Te escucho, hijo mío. -Yo soy judío y quiero ser cristiano. -¿¡Qu ... Qué!? Repito con mayor firmeza, con mayor confianza: «Soy judío y querría convertirme». Eso es, ya lo he dicho. Durante unos segundos me siento muy feliz. Una gran paz me invade. Pero este estado de beatitud no dura. Parece que el Señor ha decidido que no es el momento aún de convertirme. En efecto, el sacerdote sale del confesonario como un diablo de su caja. Me mira con aire asustado y me dice: «[No te muevas, espérame. Vuelvo enseguida!». Se va hacia la derecha, en dirección a la sacristía, dejándome plantado allí, solo. ¡Es horrible! Una viva inquietud se apodera de mí. ¿Por qué no me ha cogido de la mano y me ha llevado con él a la sacristía? ¿No ha comprendido el esfuerzo sobrehumano que acabo de hacer para venir a hablarle? La espera me parece interminable y empiezo a pensar. Mi razón se me adelanta, y me dice que estoy a punto de hacer una tontería enorme, que no puedo traicionar mi identidad judía. De repente, no aguanto más: me levanto y me voy, perturbado. ¿Habrá regresado el sacerdote? Nunca lo sabré. Estoy desolado. Pero a pesar de todo, continúo acudiendo cada domingo al Sacré-Coeur, Asisto regularmente a la misa y comulgo con el cuerpo de Cristo. En esos momentos, no pienso en nada, me siento bien. Sigo teniendo el fuerte deseo de convertirme, pero me digo que, para llegar a eso, será necesario que pase muy rápido y que yo no tenga tiempo de reflexionar. Esta doble vida va a durar hasta mis dieciocho años.
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JUDÍO Y CRISTIANO ... Entre los quince y los dieciocho años, me voy haciendo poco a poco judío practicante. Al aplicar la Ley judía, introduzco en mi vida cotidiana a ese Dios que siempre ha estado en el centro de mis pensamientos. En adelante, vivo en un universo dividido en dos partes: de un lado están los paganos y de otro los judíos. Progresivamente, eso me lleva a separarme del mundo. En efecto, suelo comer kosher, por ejemplo, y no puedo comer en casa de los no-judíos. Del mismo modo, dejo el balonmano porque los partidos son los sábados. En casa, estos cambios vuelven eléctrico el ambiente. Llevo la kipá y como aparte. Tengo mi propia vajilla kosher. Preparo por mi cuenta mi comida de shabat a base de charcutería y patatas fritas y, el sábado, cuando mi madre enciende la televisión, dejo la habitación y me voy a mi cuarto. El martes y el viernes, me voy solo a la sinagoga. A mis padres todo esto les parece mal. Un día, mi padre pega un puñetazo en la mesa gritando: «¡No habrá un rabino en esta casa!». Mi madre se opone también con firmeza a que me convierta en religioso. Es fuerte para ellos. De hecho, practicando la Ley que ellos no viven, les muestro implícitamente cómo deberían comportarse ellos. En cierta manera, eso invierte la relación normal, según la cual se supone que son los padres los que tienen que enseñar a los hijos lo que conviene hacer. Además, a menudo discuto violentamente con mi hermana mayor. Ella sale con un «goy», un no judío. Yo la reprendo. Hablamos de política. Ella es de extrema izquierda, hace teatro y se acerca ideológicamente a los movimientos pro palestinos. Eso me vuelve loco. No acepto que vaya contra el pueblo judío. Imagine el lector el ambiente. Poco a poco he ido poniendo también distancia con mis compañeros, incluso con y, mi mejor amigo. El verano de mis quince años, cuando aún no llevaba la kipá ni comía kosher, fuimos juntos de vacaciones a Argelia. Tomamos el tren hasta Marsella, y luego el barco. Nos acogió su hermana mayor, que vive en Argelia. Un día, viendo la televisión en su casa, caímos por azar en un programa sobre el islam. Un francés explicaba por qué se había hecho musulmán. Ese testimonio me afectó mucho. Tanto que acabé leyendo el Corán, de la A a la Z, mucho antes de leer toda la Biblia, de la que por entonces solo conocía pasajes. Al verano siguiente, estuvimos también juntos en Ibiza, acompañados por nuestros hermanos mayores. Pero a pesar de todo, nos fuimos alejando. Yo he comenzado a llevar la kipá, a no salir los viernes por la tarde ni el sábado porque hacía shabat, a no comer en su casa porque comía kosher. La Ley judía me ha separado de él. Pero también a él le sentó mal que me convirtiera en judío religioso. Lo comprendo, es natural: tenemos la tendencia a relacionarnos con las personas que comparten nuestros mismos valores. En el colegio judío, hice nuevos amigos que tienen los mismos intereses que yo. Sin embargo, pensándolo bien, me digo que tendríamos que aprender a querer a cada uno tal 26
como es, y no como nos gustaría que fuese. En todo caso, eso es lo que nos pide Jesús. Nos enseña a querer a todos, incluso a los que no comparten nuestras ideas. Nos pide incluso ir más lejos y amar a nuestros enemigos. San Pablo dirá: «Bendecid a los que os persiguen» (Ro 12, 14). Me siento en todas partes como un pelo en la sopa. Vivo como en un monasterio interior en medio de los demás. No es que no me gusten ya las relaciones humanas, pero percibo que no tengo los mismos centros de interés que los demás. Mis antiguos compañeros me hacen reproches: «[Ya no se puede hablar de fútbol contigo!». En efecto, me gusta el fútbol, pero no es ya mi primera pasión. Lo que me interesa es la Biblia, Israel, mi relación con Dios. No es algo que yo haya decidido, ha surgido así sin más. Yo solamente he dicho sí a mi pasión por Jesús. Mi sueño es estar con Cristo. Es exactamente como en una gran historia de amor. No se piensa más que en la persona de la que se está enamorado y se olvida a los amigos y a la familia. Y si la familia se opone a este amor y se debe elegir, se elije a quien se ama. Lo único que le digo a Jesús es que le amo. Es una relación exclusiva de un amante con su amado. Como en el Cantar de los cantares. De pronto, no me tienta ir a una sala de fiestas a flirtear con las chicas, como hacen mis compañeros y mi hermano. Las chicas ... eso ya vendrá más tarde. ¿Soy quizá un místico precoz? No lo sé. Descubro que Dios me ama y que yo le amo. Por el momento es una relación bilateral. Más tarde comprenderé que Dios me ama también a través de los demás. Cuando Dios se dirige a Saulo, le pregunta: «¿Por qué me persigues?». Sin embargo, Saulo no perseguía a Jesús directamente, perseguía a los cristianos. Pero cuando se persigue a un hijo de Dios, es a Dios a quien se ataca. Dios ha querido necesitarnos para expresar su amor. Lo que haces a cada uno, es a mí a quien lo haces, dice. Pero en esta época, no había entendido aún eso. De un lado está Jesús, y del otro, Israel. En el colegio, participo en un concurso bíblico. El primer premio es un viaje a Israel. Estoy tan motivado que gano. Sin embargo, mis padres se niegan a que vaya. Mi madre pone como pretexto que allí hay guerra y es demasiado peligroso. No comprendo que ella me impida realizar este sueño. Estoy triste. A los dieciocho años, se termina mi escolaridad. Lo he pensado bien: si estoy hasta ese punto atraído por Dios, más vale buscarlo en mi propia religión. No quiero seguir una formación rabínica en Francia. Quiero ir a la misma fuente, a Tierra Santa. Decido marchar a Israel. Al principio, mi madre no aprueba en absoluto mi plan. Sin embargo, contra lo que cabría esperar, acaba por aceptar: ¿ha entendido quizá la llamada sionista? Quizá está aliviada porque me voy de casa, donde mi compromiso religioso genera tantas complicaciones. Como quiera que sea, es ella la que me regala el billete de avión y arregla los gastos del primer año de mi estancia allí. 27
Es así como sacrifico por Israel el amor de Cristo. Permaneceré allí ocho años. Al terminar el primero, solicito la nacionalidad israelí. Rechazo Francia. Israel es el país de nosotros, los judíos. Estoy en plena búsqueda de mi identidad. Decididamente, no comprendo cómo mi madre se ha quedado en Francia después de la guerra de 1940-45. Para mí, los franceses eran colaboracionistas. Será mucho más tarde cuando descubra que muchos cristianos y sacerdotes franceses salvaron a judíos, y también franceses y francesas, sin ser cristianos. ISRAELÍ Y RABINO Ya estoy en el avión rumbo a Israel. Corre el año 1982, y he cumplido ya dieciocho. Parto con un programa sionista, Bnei-Akiva, que comprende tres años: un primer año en un kibbutz, un segundo en una yeshiva y el tercero en el ejército. Somos toda una banda de amigos y amigas del colegio y nos unimos a chicos y chicas judíos que vienen de Marsella, de Lyon y de Bélgica. A nuestra llegada, pasamos un mes en el Ulpán, en un pueblo que se llama Hadera, en el distrito de Haifa. El Ulpán es un programa del Ministerio de Educación, que funciona desde la fundación del Estado de Israel, y que se destina a los nuevos inmigrantes, e incluso a los turistas judíos. Aprendemos rudimentos de hebreo, rezamos nuestras oraciones. Se nos pasea por todo Israel para que conozcamos el país. En el curso del primer mes, me hago con nuevos amigos que vienen de todos los países y flirteo con una judía inglesa. Sí, también en Israel son muy apreciadas las inglesitas. Luego partimos para el kibbutz. El nuestro está en pleno campo, cerca de la frontera jordana. Tampoco está lejos del Jordán, donde Jesús fue bautizado, pero eso, por supuesto, yo no lo sé todavía. A lo lejos se ven las montañas de Moab, descritas en la Biblia. Somos una treintena de jóvenes, quince chicos y catorce chicas, y compartimos la vida de las familias. Llevamos una vida bastante espartana, pero muy libre, alegre y divertida. Nos coordinan dos monitores, un hombre y una mujer, encargados de nuestras actividades y nuestra formación. Las mañanas se dedican al estudio del hebreo, de la filosofía judía, de la Biblia y del Talmud. Rezamos nuestras oraciones. A veces salimos de excursión. El resto del tiempo trabajo la tierra, y allí, en los campos, se vuelve a despertar mi lado solitario y contemplativo. Debemos instalar gruesas tuberías de riego a lo largo de los sembrados de zanahorias. Me gusta este trabajo al aire libre porque me permite contemplar a Dios en estos paisajes increíbles. A veces me detengo en medio del trabajo, sobre el tractor, y respiro a pleno pulmón mirando a mi alrededor. Soy feliz como un niño. Regularmente, los demás me interpelan: «Élie, Élie, ¿qué haces?». Sí, Élie, porque al llegar a Israel, he elegido un nombre judío. He terminado con jean Marc. Al atardecer, continúa nuestra formación. Nos hacen leer o ver en la televisión las noticias israelíes, aunque en los primeros tiempos no entendemos nada. El objetivo es justamente familiarizarnos con la lengua, y efectivamente aprendo hebreo muy rápidamente. Después charlamos de temas religiosos o políticos. No estamos siempre de 28
acuerdo. Por ejemplo, algunos piensan que tendríamos que devolver los territorios, y otros que no. Entre nosotros hay jóvenes de izquierda y de derecha, una buena mezcla. En lo que me concierne, me identifico con el partido sionista de derecha, el Mav Dal. En e! seno de! kibbutz, tenemos cada uno una familia adoptiva a la que podemos dirigirnos si necesitamos algo. La mujer de la pareja que me acoge es de origen francés; e! hombre viene de Rumanía. Voy de vez en cuando a tomar café con ellos, o a compartir su comida en el comedor. Para la fiesta de Purim, muy movida, que conmemora la salvación milagrosa de los judíos cuando estaban deportados en Persia, episodio narrado en el libro de Esther, me disfrazo y bebo con e! marido. Pero es con mis compañeros con quienes paso la mayor parte del tiempo. Nos unen lazos de amistad fraternal. En el trabajo y durante las horas de estudio, chicos y chicas están juntos. Aunque nos alojamos en edificios separados, por la noche, hacemos batallas de agua con las chicas o embadurnamos su dormitorio de dentífrico. El ambiente es propio de colegiales. Disponemos de grandes espacios y de tiempo libre. Tengo una amiguita, D, con la que me querría casar. Compartimos las mismas ideas políticas y nos gustamos. ¿Yqué pasa con Cristo, piensas en Él? Estando rodeado de judíos, no pienso en eso. Pero, como una pasión amorosa que se pretende olvidar y que se despierta a la vuelta de la esquina, en cuanto algo la evoca de cerca o de lejos, vuelvo a pensar en Jesús cuando vamos en peregrinación a Jerusalén. Mi atracción por Él permanece intacta. Estoy como imantado pero trato de resistir. Es una sensación curiosa. Durante este año en el kibbutz, nos paseamos mucho por el norte de Israel y, cada vez tengo más ganas de entrar en los pueblos árabes de Galilea, porque sé que allí encontraré cristianos. Soy tan feliz en e! kibbutz que planeo incluso pasar allí el resto de mi vida. Me gusta esta vida comunitaria que me libera de toda preocupación material. Sin embargo, mi objetivo es aprender mucho y dedicarme a enseñar. Por eso voy a ir a una yeshiva, un centro de estudios de la Torá y de! Talmud, mientras que algunos de mis amigos van a participar en trabajos de interés público en ciudades de desarrollo.
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EN LA ESCUELA DE LA TORÁ Así es como, al cabo de un año, vuelvo a hacer el equipaje para instalarme esta vez en las afueras de Hebrón, en Cisjordania, donde se encuentra la yeshiva sionista religiosa de Kiryat Arba. Uno de los primeros días, decido salir solo del yichuv, el asentamiento judío, para ir a la tumba de los patriarcas, Abrahán, Isaac y Jacob, que se encuentra en la ciudad de Hebrón. Disfruto de este paseo. A mi vuelta, para mi gran sorpresa, me llaman seriamente al orden. Me hacen comprender que he corrido un gran peligro por ir solo, con mi kipá, a la ciudad de Hebrón atestada de árabes. Fui con total inocencia, no tenía la menor idea del peligro. En lo sucesivo, cuando vamos a Hebrón, lo hacemos siempre acompañados por hombres armados. Veo a los musulmanes en las calles, pero no tengo ningún contacto con ellos. Los Palestinos, para mí son solo una noción. Durante este primer año en la yeshiva, oigo los aviones que nos sobrevuelan, oigo también hablar de la guerra del Líbano, pero no me intereso verdaderamente. El estudio de la Torá me absorbe completamente. En todo caso, no he roto con mi amiga D, seguimos estando «juntos», como suele decirse. Nos vemos cuando podemos, nos llamamos por teléfono. El ambiente en la yeshiva no es en absoluto el del kibbutz. En efecto, la relación con los demás estudiantes, jóvenes y menos jóvenes, pasa únicamente por el estudio de la Torá. La atmósfera es, a pesar de todo, muy afectuosa. El responsable de la yeshiva, de origen americano, es muy acogedor. Regularmente, vamos a comer con familias israelíes del asentamiento y me impresiona la ayuda mutua que reina entre ellas. El espíritu de solidaridad es fuerte. Francia me parece ya muy lejana. Con mis compañeros, no suelo hablar de eso. Implícitamente, todos hemos optado por instalarnos en Israel. EN LA ESCUELA DE LOS PARACAS Como ya dije, al terminar mi estancia en el kibbutz, solicité la nacionalidad israelí. Después de un año en la yeshiva, es el momento de cumplir con mis obligaciones cívicas. Vaya hacer el servicio militar, en los paracaidistas, como soldado raso. y allí, perdonadme la expresión, es como estar en galeras. Me doy cuenta de que hasta aquí he vivido en un capullo de seda. Comenzamos por seis meses de instrucción. Se nos enfrenta a todo tipo de situaciones, más comprometidas unas que otras. Se duerme por la noche en el suelo bajo la lluvia. Se marcha sin detenerse desde las seis de la tarde a las seis de la mañana. Nos despiertan en plena noche para salir a correr y, a la vuelta, nos duchamos a oscuras. Se aprende a correr por la arena cargados 30
con el equipo. Los oficiales corren con nosotros, incluso van por delante, y nos enseñan a desarrollar una voluntad increíble. Gracias a ellos, descubro los recursos psicológicos insospechados que soy capaz de desplegar, hasta tal punto que, durante largos meses, ni una sola vez temo no estar a la altura. De hecho, lo único de lo que tengo miedo es de no comprender las órdenes, porque los oficiales hablan a toda velocidad y el hebreo no es mi lengua nativa. Este entrenamiento forja la voluntad y consolida las amistades. Por primera vez, conozco a israelíes no religiosos. Ante las dificultades, somos un solo cuerpo. Al terminar la instrucción, en el mes de diciembre, nos envían a Belén para vigilar la misa de medianoche. En esta época, Belén está bajo la autoridad de Israel que debe, en consecuencia, garantizar la seguridad. Llegamos tres días antes para registrar el zoco. Detenemos algunos árabes. No es precisamente el ambiente de Navidad que he conocido en mi infancia. Pero al ver Belén, con sus adornos navideños, me quedo maravillado, en éxtasis, y empiezo a sentir de nuevo el deseo de ser cristiano. Durante la misa, estamos apostados en los tejados, con los uniformes de combate del Tsahal, con las armas a punto. Y yo, en el corazón de la noche, observo allá abajo la basílica donde se celebra la misa de Navidad. Me cuesta mucho concentrarme en mi misión. Solo tengo un deseo: dejar el fusil y encontrarme con todos estos cristianos, vivir con ellos la misa de Navidad. Soy consciente de que este deseo no es nada razonable, ¡pero es tan fuerte y tan difícil de vencer! Al día siguiente por la tarde, al volver a la base, estoy aún trastornado por las fuertes emociones que me han asaltado en Belén. Sin embargo, el contexto es aquí muy diferente y me pongo rápidamente a pensar en otra cosa. Ahora que ha terminado la instrucción, las relaciones con los oficiales comienzan a cambiar. ¡Nos pisan mucho menos los pies! De hecho, su autoridad se hace casi paternal y se establecen verdaderas relaciones humanas. Por otra parte, discutiendo con mi sargento, he sabido que es hermano de la joven inglesa con la que salí en el Ulpán, hace dos años. ¡Qué coincidencia! Nos queda ahora seguir tres meses de entrenamiento intensivo para prepararnos a la guerra. Estamos en 1984, el Líbano nos espera. Nos entrenamos bajo fuego real en un escenario de guerra simulado, con frecuencia en plena noche, para mayor dificultad. Soldados israelíes están desplegados por todas partes, delante y detrás. Los maniquíes que representan al enemigo y sobre los que tenemos que disparar quedan en medio. Se pone interés en comprender bien las órdenes del jefe para no matar a un compañero. Un entrenamiento particularmente riguroso va a marcarme durante largo tiempo. Pasamos toda una noche en la meseta del Golán, al norte de Israel, en la frontera siria, esperando la orden de atacar. Hiela, y nos turnamos para dormir. Finalmente, el ejercicio militar no 31
comenzará hasta la mañana siguiente. En el curso de estos largos meses pasados en el ejército, llevo siempre la kipá debajo del casco. El ejército nos deja tiempo para rezar y, en general, se nos da permiso para el shabat. Cuando estamos de guardia ese día, no tenemos entrenamiento. En cambio, debemos llevar las armas, aunque el día de shabat no se deba transportar nada. Tenemos también una comida especial de shabat. En Israel, es un día aparte, incluso para los que no son religiosos. Llega la primavera. Según lo previsto, partimos en camión militar para el norte de Israel, la región de la Galilea histórica, muy cerca de las fronteras libanesa y siria (que es aún hoy el objetivo normal de los cohetes de Hezbolá). Otro camión nos lleva a un campamento situado en la frontera. Cuanto más nos acercamos, más siento cómo crece y me invade la angustia. No me siento bien. Estoy tomando realmente conciencia de que voy a la guerra, que quizá voy a matar hombres o a morir. Imágenes de mi familia vienen a mi memoria. ¿Es que lamento algo? No, verdaderamente nada. Ni siquiera rezo. Siento de pronto en mí una gran determinación. Hay que ir, y voy. Estaré dos meses en el Líbano. Dos meses que transcurren finalmente bastante bien. Buscamos terroristas y tomamos al asalto casas de pastores en los campos. Gracias a Dios, no hemos necesitado disparar. Por lo demás, al llegar a los pueblos del sur del Líbano, somos recibidos como héroes. La población nos aplaude. Como estamos buscando armas escondidas en las casas, entramos en viviendas de familias cristianas que nos ofrecen té. Y allí, es increíble, ver sus iconos me golpea. Tengo unas ganas enormes de hablar con los habitantes para compartir con ellos mi atracción por Cristo. Pero es imposible, porque no tengo derecho a abrir la boca. Solo habla el coronel. El 10 de junio de 1985, el día de mi cumpleaños, dejamos el Líbano. Pero, mientras estamos acuartelados en el norte, la situación se crispa. Han penetrado terroristas en Israel. Partimos para tenderles una emboscada. En el camión al que subimos la radio está encendida y podemos oír el bombardeo de los tanques. Esta vez me pongo a rezar. Nunca me he sentido tan cerca de la muerte. Me vienen recuerdos de la infancia y rezo con todas mis fuerzas. Cuando bajamos del camión, al ver al coronel marchar delante de nosotros, ya no pienso en nada, le sigo. Ya no tengo miedo. Ver a un oficial abrir la marcha da confianza, da alas. Tendemos la emboscada durante la noche. Por turnos, con gemelos de infrarrojos, barremos el terreno con la mirada intentando descubrir a los terroristas. Esa misma noche serán capturados por un grupo distinto del nuestro. Al terminar el año de mi servicio militar, mis oficiales me proponen firmar 32
para hacerme profesional y ascender. Nunca había pensado mi porvenir de esta forma, pero no digo que no enseguida. Me tomo un tiempo de reflexión y repaso los momentos intensos vividos en el ejército. Nunca olvidaré estos meses, sobre todo por las relaciones tan fuertes que anudé. He aprendido aquí que, en las circunstancias extremas, ya no hay conflictos religiosos o políticos. Todo lo que separa a los seres humanos desaparece. Cada persona es importante. Nos sostenemos unos a otros. No olvidaré jamás lo que pasó en un campo minado en el Líbano. Un soldado de mi escuadrón que marchaba delante pisó una mina. Enseguida el médico se metió en el campo para socorrerle, sin pensar ni un segundo en el peligro al que se exponía. Me quedé estupefacto. Un hombre se precipita para salvar a otro despreciando completamente su propia vida. El ser humano es capaz también de eso. Me lo enseñaron estos meses de guerra. Antes de volver a la yeshiva decidí tomar unas semanas de vacaciones. Pero no tengo ningunas ganas de volver a Francia. Conforme pasa el tiempo, me parece que ya no tengo nada que hacer allí. Mi hermano pequeño acaba de venir a visitarme. ¡Qué alegría verle después de todo este tiempo! Viajamos desde Tiberiades hasta Eilat. Luego, como no tengo casa ni familia, me vuelvo al kibbutz con él. Trabajamos allí algún tiempo y luego nos vamos a la costa, a Tel-Aviv. Es de veras agradable, después de un año en el ejército, volver a vestirse con un short y una camiseta. Durante todo este año, mi amiga D ha vivido en Jerusalén para aprender el japonés. Cuando se fue mi hermano, nos hemos vuelto a ver. Poco después decidió irse a vivir en «los territorios» porque los alquileres allí son más baratos. Seguiremos en contacto telefónico durante un año. Pero en el momento en que voy a entrar en el mundo religioso ultraortodoxo, nuestra historia se acaba.
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JUDÍO ULTRAORTODOXO Al terminar mi servicio militar, finaliza el programa de tres años. Tengo que elegir entre volver o no a Francia. A decir verdad, mi decisión hace ya tiempo que está tomada. Me quedo en Israel. En un primer momento, vuelvo a mi yeshiva de sionistas religiosos, en Kiryat Arbat. Pero bien pronto me doy cuenta que mi sitio ya no está allí. En efecto, quiero algo más espiritual, quiero acercarme más a Dios. Al año siguiente, en 1986, vuelvo a Francia para pasar allí el verano. En París conozco a un dentista que se convierte rápidamente en un amigo. Es un judío ultraortodoxo. Charlamos mucho, y me hace descubrir esta espiritualidad. Me lleva incluso a seguir las clases de un rabino. Estoy verdaderamente interesado por esta nueva vía. Hasta el punto de que, al volver a mi yeshiva, ya no estoy de acuerdo con las ideas que allí se sostienen. Comienzo a poner en cuestión el ideal sionista. Por otra parte, ya no hablo de Israel sino de Heretz, que quiere decir la Tierra o la Tierra Santa, Heretz Akodesh. Mi apariencia también cambia: ya no me visto con vaqueros y camisas, sino con pantalón negro, camisa blanca, chaqueta y sombrero. Llevando estas ropas diferentes, intento marcar una ruptura para entrar en un modo de vida más radicalmente centrado en Dios. Sin hablar del asunto a nadie, me pongo a buscar un kibburz o un moshav ultraortodoxo. Para eso, viajo por el país en cuanto tengo ocasión. Mi obstinación da resultado: en el mes de diciembre, durante las fiestas de Hanucá, acabo por encontrar un moshav. Se trata de una colectividad donde cada uno tiene una casa y trabaja, ya sea allí mismo -en la agricultura, la viña o la ganadería- o en el exterior. El dinero ganado se distribuye entre las familias según su necesidades. Voy y hablo con el responsable. Por desgracia, me explica que es invierno y que no hay trabajo para mí, Mi decepción no va a durar, porque me indica una yeshiva ultraortodoxa en Israel, en Bnei Brak. Me instalo allí desde principios de 1987. Algunas precisiones sobre la diferencia entre los sionistas religiosos y los ultraortodoxos. El movimiento sionista religioso, fundado por Rav Kook, que venía de Rusia, quería crear un Estado judío religioso en Israel. Los ultraortodoxos no eran partidarios de un Estado judío ni de la reconquista de Israel por la fuerza. Pensaban que Dios había puesto al pueblo judío en el exilio a causa de sus pecados, y que les devolvería a la Tierra Santa con el Mesías. Se oponían a utilizar la violencia para conquistar los territorios. En su origen, no deseaban implicarse en la sociedad, ni en la vida política, ni en el ejército. Hoy, sin embargo, tienen dos partidos en la Knesset -«La bandera de la Torá», para los ultraortodoxos asquenazíes y el «Shass», para los ultraortodoxos sefardíesno tanto para mezclarse en los asuntos del Estado como para defender su 34
especificidad. Tienen, en efecto, un estatuto aparte y viven en autarquía. Su modo de vida es bastante radical: no se dedican más que a Dios. No tienen televisión. En Bnei Brak, vivimos como monjes. Soy interno y estudio toda la jornada. Entre los judíos el estudio es un fin en sí mismo. Se estudia para estudiar, porque estudiando se santifica y se protege al pueblo hebreo, y a través de él, se salva y se protege el mundo. La jornada comienza a las siete con las oraciones. Luego, empezamos a estudiar hasta la tarde. Por la mañana, el estudio se divide en tres tiempos. Primero nos ponemos de dos en dos, uno frente a otro, y se estudia un tema a través de un texto del Talmud. A continuación el rabino da su clase. Es una clase magistral, pero si uno de nosotros no está de acuerdo, puede contradecirle, interrumpirle en plena conferencia y provocar una discusión (algo impensable en la mentalidad francesa). A este propósito, hay un adagio judío que dice: «He aprendido de mis maestros, mucho de mis amigos, y todavía más de mis alumnos». Al final, volvemos a sentarnos de dos en dos y examinamos de nuevo el texto confrontándolo con lo que ha dicho el rabino. De esta manera, lo revisamos y nos lo aprendemos. La primera hora de la tarde es más relajada: leemos el Talmud, solos o de dos en dos, rápidamente. Al atardecer, finalmente, estudiamos el libro de un gran autor, como Maimónides o Nahmanides. Aquí, profundizando en el Talmud, voy a hacer un descubrimiento espantoso que va a torturarme interiormente durante años, incluso después de mi bautismo. Me doy cuenta de que en varios pasajes del Talmud, se trata de Jesús. Cada vez, mi corazón se pone a latir más fuerte y mi atención se crispa. Y allí, es asombroso: Jesús, mi Amado, a quien me dirijo en secreto desde mi infancia, a ese Jesús ... le llama blasfemo. Peor aún, descubro que está prohibido pronunciar su nombre. El Talmud es la enseñanza de los sabios de Israel, y los sabios de Israel tienen una autoridad absoluta; ¿cómo puedo poner en duda lo que está escrito? ¡No tengo ese derecho! Imaginad la violencia del combate interior que se opera en mí. Y la cosa no para ahí: veo que la historia de Jesús y de María, tal como la presenta el Talmud, no tiene nada que ver con la historia contada en los Evangelios y que yo he leído en la adolescencia. y no se trata solo de una divergencia de puntos de vista. Es claro que uno de los dos miente en su modo de contar los hechos. Desde la yeshiva, veo la iglesia de Jaffa, que está coronada por un crucifijo. Y en cuanto veo una cruz, no hay nada que hacer, eso recomienza. Estoy literalmente cautivado. Y sin embargo, lucho. Trato de resistir con todas mis fuerzas, de razonar. Me repito que este deseo es impuro y que 10 suscita el demonio para hacerme caer. Pero esta atracción por la cruz es más fuerte que yo. Sufro, estoy atormentado por la culpa y los remordimientos. Para los judíos religiosos, Jesús es el «diablo». Por eso soy bastante escéptico en cuanto a la sinceridad del diálogo judeocristiano tal como se practica (aunque 35
en el fondo pueda ser bastante rico). En todo caso, puedo decir que en esta época en que soy judío ortodoxo, perdonadme la expresión, no tengo nada que hablar con los cristianos. Es cierto que es mejor dialogar que pegarse. Pero si se habla sin mencionar 10 que enfada, eso no sirve para nada. En el diálogo cada uno, cristiano o judío, debe asumir 10 que cree y no disimularlo para complacer al otro. Si los cristianos tienen miedo de hablar de Jesús, no hay diálogo. Cada parte debe respetar a la otra tal como es y lo que cree, pero sin avergonzarse de hablar de lo que vive. Pero ya hablaré de eso en otro libro. Aunque entré en los ultraortodoxos para acercarme más a Dios, en realidad estábamos tan absortos en el estudio que perdí la relación espontánea que mantenía con Él. Solo cuando salgo a la calle me pongo a hablarle. El estudio es bueno, pero hay que considerarlo como lo hacía santo Tomás de Aquino: cada vez que tropezaba con un problema teológico, se iba a visitar al Santísimo Sacramento, dejaba de pensar, se ponía en la presencia real de Dios y le pedía que le explicase 10 que no comprendía. Al final de su vida, santo Tomás vivió una fuerte experiencia mística en la que Jesús le dijo: «Has hablado bien de mí, Tomás». Pero santo Tomás decía luego que, comparado con esta experiencia directa que había tenido de Dios, todo lo que había escrito, su Suma teológica, no era más que paja. Los estudios no tienen otro fin que conducirnos a Dios, a conocerle mejor para amarle mejor y amar mejor a sus criaturas. Por otra parte, las oraciones judías están tan codificadas que no hay lugar para la oración espontánea -salvo intercalada en las diecinueve bendiciones, la oración central de la liturgia judía-o Aunque las Escrituras judías rebosan de textos que hablan de meditación, en realidad se practica muy poco. De todos modos, la meditación no es por sí misma oración, no es diálogo interior con Dios. En la oración, nuestra alma se dirige a Él libremente y Él nos habla (aunque no siempre de modo explícito). Lo que se llama oración en el mundo católico no existe en el mundo judío. No hay relación filial, nada de corazón a corazón con Dios. Un judío no podría decir lo que un campesino al Cura de Ars a propósito de su oración: «Yo le miro y él me mira». Conozco una excepción, los judíos Breslev, que salen al bosque a media noche para hablar con Dios. Pero los Breslev están marginados, aunque su fundador, el rabino Nahman (1772-1810), es apreciado. A la edad de 23 años, al acercarse el final de mis estudios, comienzo a sentir el deseo de fundar una familia. Hay que saber que, en el judaísmo, el hombre no puede santificarse sin el matrimonio. Es la única vocación religiosa posible. El matrimonio, fundado sobre la Ley dada por Dios a Moisés, está regulado en sus detalles. En un primer momento, el rabino organiza un sidur para poner en relación a dos jóvenes que quieran casarse (antes ellos le han dado algunos criterios de preselección). El encuentro tiene sus reglas: no se tiene derecho a encontrarse a solas ni a tocarse, ni siquiera un apretón de manos. Así, uno de los rabinos de mi yeshiva, con quien me entiendo, toma contacto con el director de 36
un seminario de muchachas ultraortodoxas y, poco tiempo después, me invitan a un apartamento de un matrimonio de Jerusalén, donde me espera la chica. Nos sentamos en el salón para charlar, mientras la pareja está en la habitación de al lado. Hablamos de nuestros estudios, de nuestros proyectos de familia, de nuestras motivaciones. Todo eso es muy interesante, pero ella no me atrae. Es demasiado pequeña, un poco regordeta, en fin, ¡no es mi tipo! Nos decimos hasta la vista y hago un informe a mi rabino. Él se pone a buscar otra muchacha y organiza un segundo encuentro. Desgraciadamente, esta vez soy yo el que no gusta a la chica. Durante los dos años -o casi- que he pasado en la yeshiva ultraortodoxa, he conseguido escapar al mes anual de servicio militar obligatorio en Israel, el miluim. Sin embargo, eso no ha durado, las autoridades militares acabaron por descubrirme. Es una de las razones por las que mi rabino decidió enviarme a Francia. En efecto, los ultraortodoxos no quieren servir en el ejército. Consideran que el estudio de la Torá, al que dedican su vida, protege a los militares. Es el principio del reparto de tareas. En 1948 hubo un acuerdo a este respecto entre el gran rabino ultraortodoxo, Hazon Ich, y el primer ministro Ben Gurión, que vuelve a discutirse en nuestros días. Estamos en 1989. He terminado cinco años de formación a tiempo completo, sin contar la de mi año en el kibbutz. Está previsto que continúe mi formación rabínica en Francia, durante un año aún, en Aix-les-Bains, Al salir de Israel, no tengo ningún diploma universitario (pues la yeshiva no es una universidad) pero llevo un certificado firmado por tres rabinos. En el judaísmo, la autoridad de un tribunal se reconoce cuando está formado por tres personas. Un diploma otorgado por tres rabinos ultraortodoxos es en consecuencia jurídicamente válido. Este certificado me permite ser rabino. En efecto, en Francia, para ejercer esta función es necesario un diploma del Consistorio y el Estado francés, o una certificación obtenida de los ultraortodoxos o los lubavitchs, cuya enseñanza se considera porque es muy rigurosa y profunda. Puedo igualmente enseñar en los centros del Consistorio, así como en las comunidades ultraortodoxas y lubavitchs. Los judíos reformistas, los liberales y los mizrahi tienen otros centros. DE VUELTA EN FRANCIA CON BARBA Y SOMBRERO ¡Qué decepción! Proyectaba pasar toda la vida en Israel, y aquí estoy embarcado a mi pesar en un avión con destino a París. Con todo, intento ver el lado bueno de las cosas. Estoy contento de tener en el bolsillo este certificado que valida la primera parte de mi formación rabínica. Gracias a él, voy por fin a poder enseñar, yeso es lo que cuenta. Al llegar a París, voy en primer lugar a casa de mis padres. Y allí, ¡es el choque de las culturas! Imaginad: me fui de casa vestido como un 37
adolescente y vuelvo con sombrero, barba, traje oscuro y camisa blanca. Si en Israel eso no llama la atención de la gente, en la Courneuve en cambio no pasa inadvertido. Me niego a besar a mis hermanas. En efecto, los ultraortodoxos no besan a las mujeres, salvo a su esposa, y no en público. Tengo la impresión de ser un extraterrestre. Explico a mis padres que quiero ir a Aix-les-Bains, a una escuela rabínica de fama, con el fin de proseguir mis estudios. Si ya estaban reticentes con la idea de que fuese rabino, y rabino ultraortodoxo además, esto cae como un mazazo. Mi hermano mayor está alucinado. No me siento a gusto y no me quedo más que unos días. Con el tiempo, veo que hay una forma de integrismo laico en Francia. El laico no acepta que alguien pueda tener otras motivaciones en su vida que las suyas. Es verdad que tampoco yo respetaré la elección de mi hermana cuando se case con un armenio, y ella me lo reprochará mucho, y la comprendo. No soportaré que se case con un no judío. Mi madre tampoco, y para justificar su oposición a este matrimonio recordará que su suegra (la madre de mi padre) se opuso también al matrimonio de su hijo (el tío al que fuimos a visitar cuando yo era niño) con una católica española, antes de aceptarlo mucho más tarde. Al llegar a casa de mis padres, no encontré mi habitación con vistas al SacréCoeur, En efecto, el bloque de apartamentos en que viví fue demolido mientras me encontraba en Israel, y mi familia cambió de casa. Al día siguiente, yendo a París para dar una clase, lo veo de lejos al llegar a la Gare du Nord. Pero lo miro como quien ve una postal. Hay una barrera entre nosotros. Según lo previsto, acudo a la yeshiva de Aix-les-Bains, una de las principales academias talmúdicas de Francia. Allí, vivo en un ghetto. Una vez, hacia medianoche, en la sala de estudio, cuando estoy leyendo un texto de un rabino lubavitch, lectura reprobada por los ultraortodoxos, uno de los responsables que ha visto luz entra y me mira con desconfianza: -¿ Tú eres lubavitch? -No ... Pero ¡se puede leer un comentario escrito por un rabino lubavitch sin ser lubavitch! -Mmm ... Eso no parece gustarle. A decir verdad, esta teología científica mística, incluso esta filosofía, me interesa cada vez más. Ya cuando estaba en Bnei Brak, en Israel, leí a escondidas el Tanya, un tratado místico cuya lectura está categóricamente prohibida por los ultraortodoxos. No me siento libre en la yeshiva de Aixles-Bains. Me dan a entender que si sigo por este camino, no podré continuar mis estudios ni encontrar mujer. Un día, me encuentro con un rabino que dejó esa yeshiva para crear un centro de estudios lubavitch en la región de París. Me aconseja que me case y que vaya a verle. 38
JUDÍO LUBAVITCH Es así como, siguiendo sus consejos, dejo la yeshiva de AixIes-Bains, después de unos meses, para instalarme en Grenoble. Allí enseño en una escuela en la que el director y la directora son lubavitchs. Por la tarde doy conferencias para adultos. También ayudo al rabino titular de la sinagoga -algo así como un sacerdote coadjutor ayuda al párroco titular-o En efecto, gracias a mi función rabínica y al certificado de mi yeshiva, puedo suplirle en la liturgia, la lectura de la Torá, etc. Soy consciente de que ser rabino no es más que una función, y no corresponde forzosamente a una llamada de Dios. No es lo mismo que en el sacerdocio católico. Esta toma de conciencia tendrá su importancia en la decisión que tomaré más tarde de instalarme en los suburbios parisienses y no en la provincia, a fin de ser rabino en una sinagoga. En esta época, me lanzo al estudio asiduo de la mística judía. Sin duda, Dios prepara el terreno para que renazca mi relación íntima con Jesús. Un día me invitan a la entronización del rabino consistorial de Grenoble por parte del gran rabino de Francia de la época. Todas las personalidades religiosas de la ciudad están convidadas, incluido el pastor y un cura. Durante la ceremonia, intento fijar la atención sobre lo que dice el rabino, pero no lo consigo. Estoy completamente obnubilado por el cura que lleva cuello romano. No veo a nadie más que a él y solo tengo una obsesión: hablar con él. Evidentemente, con mi larga barba y mi sombrero, no me atrevo a ir a su encuentro. Una vez más vivo un verdadero desgarro, una lucha entre el deseo profundo de mi corazón, que no controlo, y mi razón que se esfuerza por imponerse. Salgo de esta ceremonia enormemente frustrado. Tengo el sentimiento de vivir una tragedia peor que la de Romeo y Julieta. Mientras que se supone que debo detestar a Cristo, que es un objeto de escándalo para mi pueblo, no puedo evitar amarle. Me entiendo bien con el director y su mujer. Pasamos juntos muy buenos ratos. Para la fiesta de la Hanucá, en el mes de diciembre, me envían a las estaciones de esquí para «evangelizar» a los judíos. El método es el siguiente: marchamos de dos en dos intentando descubrir a los judíos. Luego, les abordamos preguntándoles si han encendido ya las velas de la Hanucá. Si su respuesta es negativa, se les entregan. Somos verdaderamente bien acogidos por la gente y vivimos momentos magníficos. Sin embargo, una vez más, los adornos de Navidad de estos pueblecitos de montaña no me dejan indiferente. Despiertan cada vez más mi atracción por Jesús y mi culpabilidad. Por lo demás, cada vez que me paseo por la ciudad de Grenoble, con sus calles peatonales y sus iglesias, me siento invadido de amor por Cristo. Un deseo irrefrenable de entrar en una iglesia se apodera de mí, como en mi infancia. En el momento no tengo mala conciencia. Pero antes y después, lo 39
que estoy viviendo interiormente es terrible. Finalmente, nunca paso al acto, no a causa de la gran culpabilidad que siento, sino porque tengo mucho miedo de ser visto por mis correligionarios. En efecto, si un cristiano entra en una sinagoga, ningún otro cristiano se lo reprochará. En cambio, según la ley judía, está formalmente prohibido entrar en una iglesia. ENCUENTRO A MI MUJER Como ya he explicado, en la comunidad judía, la santidad pasa por el matrimonio. En consecuencia, cuando ven a jóvenes que no están casados, los judíos organizan encuentros: es el famoso sidur. Preguntan antes a los jóvenes por el perfil que les interesa, también en lo que respecta al físico: ¡es muy pragmático! Luego consultan su fichero y ponen en relación a las personas que coinciden en sus demandas. ¡Atención, eso no compromete a nada! No hay matrimonios forzados. Incluso las chicas pueden continuar sus estudios, si lo prefieren, antes de casarse. Como los dos sidurs que han organizado para mí en Israel no me han permitido encontrar la que sea mi mujer, persisto y pido esta vez al director de la escuela donde enseño en Grenoble que se ocupe de encontrarme una esposa. La joven que ha seleccionado para mí es lubavitch, originaria de una familia sefardí de Lyon. Trabajaba antes como institutriz de educación infantil en esta escuela de Grenoble, pero cuando yo llegué, ella había ido a estudiar en un seminario para mujeres en la región de París. Nuestra primera toma de contacto se hizo por teléfono, luego nos llamamos una vez por semana. Después, como la corriente circula bien entre nosotros, decidimos encontrarnos durante las vacaciones escolares. Y es así como comenzamos a quedar regularmente en un café, siempre en público. En el curso de estos encuentros, hablamos de nuestros proyectos. Eso va a durar así todo un año, y en ese tiempo podemos reflexionar. En fin, decidimos casarnos. La feliz elegida se llama Martine. Me gusta mucho y compartimos las mismas ideas. Tenemos los dos la misma pasión por los textos místicos del pensamiento hasídico. Además, ella está de acuerdo en que continúe estudiando, como yo deseaba. Y sobre todo, los dos tenemos ganas de fundar una gran familia. Siempre he querido tener hijos. Y las familias israelíes tan cordiales que he conocido durante mis estudios en Israel han reforzado en mí ese deseo. Me han dejado entrever también una manera de vivir en familia muy diferente de la que conocí siendo niño. En efecto, entre los ultraortodoxos y los lubavitchs, que no tienen televisión, la familia está centrada en la vida con Dios. El padre pregunta a sus hijos: «¿Has entendido esta palabra de Dios? ¿Qué tal esta semana con tus amigos?». En la mesa, se habla sobre el modo en que se vive la religión, el día a día, y sobre las cosas de la vida cotidiana. Eso no tiene nada que ver con lo que yo he conocido en casa de mis padres. No se hablaba más que de temas exteriores, de política, de guerras, de fútbol. 40
Para celebrar nuestro noviazgo, el director de la escuela de Martine querría organizar una fiesta con sus compañeros y los alumnos. Pero, la costumbre es que el compromiso se celebre en casa del novio, por eso mi madre se empeña decididamente en organizar la recepción en su casa. Como está un poco contrariada, Martine le pregunta si puede invitar a compañeros y amigos. Mi madre le responde: «No, prefiero que no: puede resultar muy ruidoso ... ». A mí me parece que sencillamente no quiere un desembarco de lubavitchs en su casa. Al final, nuestros esponsales tienen lugar en dos tiempos, a primera hora de la tarde en casa de mis padres con la familia y algunos amigos íntimos, y al atardecer en la escuela de mi mujer. Creo que en el fondo mi madre me reprocha. No ha aceptado que me fuese a Israel contra su voluntad. Por otra parte, mis padres nunca fueron a verme cuando estaba allí, diciendo que no tenían dinero para el viaje. Sin embargo, fueron a visitar a mi hermano a las Canarias. Más tarde, mis hermanos y hermanas me reprocharán el haberme apartado de la familia y haberme mostrado desagradecido con mi madre, después de todo lo que hizo por mí cuando era niño. Quizá mi madre no fuera tierna, pero era posesiva. Es triste, pero mis relaciones con ella estaban lejos de ser serenas. Sea como fuere, como yo estaba ya fuera de su influencia desde el día en que tomé la decisión de hacerme religioso e instalarme en Israel, su desacuerdo con mi mujer no incidirá en nuestro matrimonio, como suele suceder a veces. Llega el día de nuestra boda. Estamos en el mes de julio de 1990, tengo 26 años. Para la fiesta, hemos alquilado el hall de una escuela. En efecto, como me gusta mucho bailar, hemos contratado una orquesta yeso requiere una gran sala. La ceremonia tiene lugar en el patio. Nuestras familias y nuestros amigos están todos reunidos allí. Según la tradición, mientras el rabino pronuncia las siete bendiciones rituales, Martine y yo estamos bajo la hupa, el palio nupcial. Después comienza la fiesta. Un gran paño separa la sala en dos partes, pues hombres y mujeres no deben mezclarse, por razones de pudor. La orquesta toca exclusivamente música judía religiosa, oriental o hasídica, y bailamos hasta las dos de la madrugada. Es una fiesta muy alegre. Mi padre y mis hermanos, mis primos y mis tíos, que nunca han visto una boda como esta, parecen encantados. Unas palabras sobre la música. En el universo judío, no hay un espacio y un tiempo para las cosas profanas y otro para Dios. Cada instante se vive con Dios. Por eso, cuando me hice ortodoxo, ya no escuché más que música religiosa. Felizmente, hay música judía para todos los gustos, para todos los estados de humor y para todos los momentos de la vida. El director de mi yeshiva ultraortodoxa de Bnei Brak acudió a nuestra boda. ¡Desde Israel! Sin embargo, no ve con buenos ojos que me case con una lubavitch. Un par de palabras sobre lo que distingue y separa a los ultraortodoxos de los lubavitchs. Estos últimos pertenecen a una corriente del 41
judaísmo surgida de la escuela filosófica hasídica. El fundador de esta corriente, nacido en Rusia a mediados del siglo XVIII, Baal Chem Tov, quería hacer accesible a todo el mundo, incluso a los más modestos, la mística judía reservada hasta entonces a los iniciados. Él y sus discípulos pusieron al alcance de la razón las nociones desarrolladas por la Kábala en el Zohar, la gran obra de exegesis mística de la Torá -la verdadera mística judía, no la de New Age que se nos despacha ahora-o En lo que concierne a la práctica de la Ley, ultraortodoxos y lubavitchs tienen la misma doctrina. Pero los ultraortodoxos están más centrados en la moral. Destacan los textos en que se dice lo que hay que hacer o no hacer, donde se insiste en el peligro del mal, en el temor de Dios. Según ellos, nadie debe interesarse por la mística antes de los 40 años. Los textos hasídicos intentan pensar el misterio de Dios a través de su creación, el ser humano y las Escrituras. Están centrados sobre el asombro ante la grandeza de Dios que ha creado el mundo de la nada. Se meditan frases de las Escrituras como esta: «La palabra de Dios está constantemente en los cielos». ¿Qué significa eso? Esta pregunta suscita un estado meditativo pero no es aún el diálogo con Dios de la oración cristiana, como ya subrayé antes. En realidad, los lubavitchs que he conocido no eran especialmente místicos. Pero en aquel momento yo descubría un mundo intelectual fascinante. EN GALILEA Durante los dos primeros años de nuestro matrimonio, según lo acordado con Martine, vuelvo a los estudios rabínicos en una yeshiva lubavitch que se encuentra en Essonne. Más tarde, como deseo profundizar aún más en mi conocimiento de la mística judía, decidimos regresar a Israel-más bien, soy yo el que regresa a Israel, pues mi mujer nunca ha vivido allí antes-o Nos instalamos en Safed, el gran centro de estudios en la tradición kabalista acerca de los textos de los primeros siglos de nuestra era. Es una ciudad situada en las montañas, al norte del país, en Galilea. Alquilamos un pabellón que da sobre el lago de Tiberiades. ¡Es magnífico! Estudio en un Kollel, una escuela rabínica para casados. Mi mujer está inscrita en el programa Ulpán para aprender hebreo y descubrir el país. Con frecuencia vamos los dos a Haifa, para bañarnos en una playa salvaje desconocida por los turistas. Todo va muy bien hasta el día en que el ejército me encuentra. Es el lado KGB de Israel. Un día, recibo un requerimiento para cumplir el famoso miluim, del que escapé al marcharme a Francia hace cuatro años. Esta vez acudo a la cita, y allí me embarcan directamente, incluso sin dejar que avise a Martine de que no voy a volver a casa. Así son las cosas allí: no se andan con chiquitas. Dos días después, puedo por fin telefonearle. Evidentemente, está muy inquieta. Me han llevado a una prisión, situada en los territorios, y mi misión es vigilar a los presos. Al cabo de una semana, tengo derecho a un permiso. A la una de la madrugada llamo a la puerta de casa, en uniforme militar, sin haber podido avisar a mi mujer de que volvía. Ella está muy agitada. Estos incidentes han 42
acabado con su paciencia. Me dice que no se encuentra bien en Safed y que quiere volver a Francia. Comprendo muy bien su reacción. Es una mujer occidental, está sola en Safed, sin familia, y no habla el idioma. Pero a mí, en el fondo, no me fastidia tanto el haber sido alistado sin tambor ni trompeta por el ejército. Incluso paso allí buenos momentos. En efecto, con el paso de unas semanas, en el grupo en que he caído empiezo a encontrar la calidad de relaciones humanas que tanto aprecié en el ejército. Un día de shabat me pongo a cantar cantos religiosos desde lo alto de la torre en que estoy montando guardia. Cuando bajo, los demás soldados, de los que ninguno es religioso, me preguntan. ¡Me han escuchado! Les enseño entonces los cantos de shabat y nos ponemos a cantar todos juntos. Ese es mi pequeño lado misionero que no tiene miedo a nada. Después de este episodio, el general, un judío iraquí que no practica en absoluto, me convoca y me llama al orden: ¡está prohibido hacer proselitismo en las filas del ejército! Sin embargo, a continuación, me felicita por haber dado ánimos al equipo. ¡Está muy contento! Es curioso, pero el servicio militar tiene muchas virtudes. Después de haber vivido momentos peligrosos, se aprecia más la vida. Cuando se vuelve a la vida civil, se disfruta de tener buena salud, se aprecian las cosas pequeñas, se siente todo con más agudeza. El ejército proporciona también una disciplina que robustece la voluntad. Durante el servicio se deben realizar tareas de las que no se tiene ningunas ganas. Pues bien, debo reconocer que eso es muy formativo, sobre todo en nuestros días, pues cuando uno es joven se tiene la tendencia a no hacer más que lo que a uno le apetece. Como decía, mi mujer no apreció en absoluto este paréntesis militar. Hasta el punto de que, al cabo de dieciocho meses en Safed, decidimos volver a Francia. Eso es para mí un sacrificio. Pero amo a mi mujer y quiero que sea feliz. Dos días antes de nuestra partida, a escondidas, me pongo a llorar en un rincón. Estoy visceralmente unido a Tierra Santa. Me siento en mi elemento en el seno de esta sociedad israelí mediterránea. En este pequeño país, se pasa de un paisaje y un clima a otro en menos de una hora, hace calor y la calidad de vida es bastante mejor. Así que una vez más vuelvo a Francia a contrapelo. Pero, con el pasar del tiempo, estoy convencido de que ha sido la divina Providencia la que ha querido que fuera así, porque aquí es donde regresará con fuerza mi deseo por Jesús, a pesar de mi barba, mi sombrero y mi estricta ortodoxia judía.
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UNO, DOS, TRES ... SIETE HIJOS Aquí estamos, pues, de vuelta en Francia. Nos instalamos en la región parisiense. Enseño a media jornada en una escuela judía, y prosigo con mis estudios rabínicos la otra mitad del día en un Kollel de París. Y sí, sigo estudiando siempre. Eso puede parecer sorprendente, pero de hecho no es nada excepcional. En efecto, en el judaísmo, el estudio de la Torá es tan vital que la comunidad paga a los hombres para que, aun teniendo una actividad profesional absorbente, continúen perfeccionándose en el conocimiento de la Torá. Todos los judíos practicantes reciben formación para transmitir la Torá. Un judío puede muy bien trabajar en una empresa y ser al tiempo rabino. El rabino dirige la sinagoga, la oración, predica sermones, pero puede también delegar esas tareas en algunos fieles. Mi mujer, por su parte, vuelve a su trabajo de institutriz en una escuela judía. Conforme pasa el tiempo, le inquieta que tarden tanto en llegar los hijos. En el judaísmo, como se puede ver en la Biblia, esperar un hijo es una señal de bendición y por tanto un modo de ser reconocido por la comunidad. En consecuencia, cuando los hijos tardan en llegar, el asunto no es solamente afectivo. Ella decide ir al médico. Los resultados son tranquilizadores: todo va bien. En efecto, los hijos llegan en su momento. Nacen muy rápido, uno tras otro: Rachel en 1994, Deborah en 1995, Rivka en 1996, Myriam en 1997, Yossef en 1999, Menahem en 2001 y Chneor en 2003. ¡Qué alegría! Mi mujer quería una gran familia y yo también. Sin embargo, después de nacer Myriam, sugiero a mi mujer que nos concedamos una pausa. Tengo muchas ganas de tener un chico, pero me parece que por el bien de nuestro matrimonio y de nuestras cuatro hijas, vale más que esperemos un poco. ¡Pero ella no es de esta opinión! Cuando nació Rachel, mi mujer dejó de trabajar fuera de casa. Desde entonces, yo empiezo a trabajar a jornada completa para atender las necesidades de la familia y además doy clases para adultos. A pesar de todo, estoy presente y muy cercano para mis hijos. Su desarrollo y educación son muy importantes para mí, Tengo una relación particular con cada uno. Me encanta jugar con ellos, llevarlos al parque, a la Courneuve, enseñarles a montar en bicicleta. Mi mujer se ocupa de la educación cotidiana y de los deberes. Después de atender a los niños, como es previsible, apenas nos queda tiempo para estar solos los dos. Felizmente no tenemos televisión ni Internet. Y por mi parte, en cuanto encuentro un rato libre, continúo estudiando teología mística judía sobre la palabra de Dios. Participo en la vida del hogar en la medida en que puedo. Me encargo del aprovisionamiento, y debo decir que es un verdadero rompecabezas. En 44
efecto, hay que hacer algunas compras en tiendas judías, y otras en tiendas no judías. El domingo por la mañana, después de la oración en la sinagoga, Voy en autobús a las tiendas kosher de París con el caddie y compro toda la comida kosher que una familia ortodoxa judía debe tomar: la carne, el queso y todos los lacticinios, las galletas, el vino y licor, el mosto ... y evidentemente, todo ello en gran cantidad. A la vuelta, voy cargado como un camello. Todo lo demás -losproductos de limpieza, pañales, agua, jabón, etc.- lo compro entre semana por la tarde en un hipermercado. Me ocupo también de comprar la ropa de los niños, a veces solo o con mi mujer. Hay pocos temas en los que mi mujer y yo estemos en desacuerdo. Sin embargo, ella es más escrupulosa en la aplicación de la Ley. Por ejemplo, puesto que durante tres veranos no hemos ido de vacaciones, llevo a los niños a la playa. Vamos y venimos en el mismo día a Trouville. Mi mujer no lo aprueba en absoluto. En efecto, para los judíos ortodoxos, la playa es un lugar impuro porque la gente va desvestida. Además, este asunto va a crear incluso un mini escándalo. Un día, algunas personas de la comunidad lubavitch vienen a verme: -¿No tienes ningún escrúpulo de ir a la playa, y además con tus hijos? Sorprendido, respondo: -Como sabéis, en París hay mujeres vestidas con la ropa tan ceñida que atraen las miradas más que una mujer en traje de baño. -En París es diferente: se tiene la cabeza ocupada por lo que se debe hacer, las clases o las compras. _¿Y creéis que no estoy ocupado en la playa con todos mis hijos? ¿Pensáis que tengo tiempo realmente de tontear con las chicas? Sus argumentos no me parecen válidos. Cuando tengo una idea en la cabeza y no veo verdaderamente nada malo, no permito que me digan cómo he de hacer las cosas. Pienso sobre todo en el bienestar de mis hijos. Están muy contentos de ir a la playa y tomar el aire, y yo también. Pero mi mujer no viene jamás. Ella respeta la Ley cueste lo que cueste. No estamos tampoco de acuerdo a propósito de la televisión. He comprado una para que los niños puedan ver dibujos animados en video. Pero ella se queja y desaprueba los dibujos animados en que aparecen animales impuros. Selecciono para no molestarla, aunque no me parece un crimen ver los «Tres cerditos». En cambio, cuando se trata de ir todos de vacaciones a la montaña, hay 45
unanimidad. ¡La montaña es kosherl Más aún porque la comunidad lubavitch organiza cada año un gran seminario en los Alpes, y trae una tienda kosher, lo que nos simplifica bastante la vida. Me encantan las vacaciones de verano con mi familia. Es la ocasión de mostrar a mis hijos la belleza de la naturaleza que Dios ha creado. Les digo que presten atención a los animales, a los árboles. Jugamos, reímos, miramos el cielo, las estrellas. ¡Es maravilloso! UNA DOBLE VIDA Volvamos un poco atrás, a la época en que regresamos a Francia, antes del nacimiento de los hijos. Como ya he señalado, en aquel momento, mi «síndrome erístico» vuelve con fuerza. Y de golpe, mi lucha interior también. La atribuyo a que Francia es una tierra impura y por eso todos los sentimientos me asaltan de nuevo. ¡Habría preferido tanto quedarme en Safed y vivir en la montaña! ¡Era todo tan sencillo para mí! Allí estaba sumergido en los hasidim, la teología mística judía. He descubierto en esta tradición un universo distinto y he pasado mucho tiempo meditando. Pero a mi vuelta a Francia, es irresistible, es más fuerte que yo: vuelvo a la iglesia y recomienzo a comulgar. Hacía ya mucho tiempo que no había entrado en una iglesia. Es ahora, con mi barba de rabino, cuando vuelvo al Sacré-Coeur. Imaginad la escena. Compro un crucifijo y lo llevo escondido. Recomienzo también a leer el Evangelio de san Juan y a aprenderlo de memoria. Es más seguro: al menos, en mi cabeza, nadie lo podrá encontrar. Esta doble vida religiosa puede parecer sorprendente. Es verdad, llevo en mí dos identidades. Pero es más algo propio de una lucha espiritual que de una traición o duplicidad. ¿Cómo es posible vivir las dos a la vez? No lo sé. Pero vivo con eso, y curiosamente no me culpabilizo. Hasta que nacen nuestros hijos, tengo tiempo para eclipsarme de vez en cuando en un lugar aislado para contemplar mi crucifijo, sobre todo durante nuestras vacaciones en el campo. Salgo a dar un paseo, me escondo en el bosque o a la vuelta de un camino, clavo mi cruz en un árbol, y la contemplo. No me planteo preguntas. Además, más vale así. Rezo a Jesús que es Dios. En cambio, me cuesta mucho decir el Padrenuestro porque me invade un sentimiento de traición al Dios de la Torá. De este combate que llevo dentro no le hablo a mi mujer. Ella no sospecha absolutamente nada. No es que quiera ocultarle mi historia con Jesús, pero sé que no podría comprenderla. Cuando los judíos supieron que el rabino Saulo, perseguidor de los cristianos, se había convertido a Cristo, no intentaron saber por qué. Ni siquiera le pidieron que se explicara. Quisieron matarle enseguida porque había traicionado: bien porque se había hecho un peligroso blasfemo, bien porque se había vuelto loco. Para los judíos ortodoxos, los cristianos son impuros. Por eso es impensable que yo le hable a mi mujer. Pero guardar este secreto para mí estaba lejos de ser fácil, creedme. ¡Imaginad 46
mi caso de conciencia! Por supuesto, me aliviaría poder confiarme a alguien. Pero a quién, ¿a un rabino? Ni hablar, ya sé lo que me diría. ¿A un sacerdote, entonces? Un día, mientras estábamos de vacaciones con la familia de mi mujer en la región lyonesa, me levanté temprano una mañana y marché a Lyon. Entro en una iglesia y asisto a misa. Al terminar, busco al sacerdote. Es un dominico. Comenzamos a hablar y le vacío mi saco. Le cuento todo: mi vida de judío ortodoxo, mi atracción por Cristo. Me escucha y me propone ir a verle cuando vuelva a París, donde también vive él. Al regresar de las vacaciones, vaya su casa. Luego es él quien viene a mi casa una vez por semana, el miércoles por la tarde, mientras mi mujer asiste a su clase de religión. Habla- mas de Dios. Me pide que le encuentre la traducción de un midrash y me entrega uno de sus libros sobre Noé. Se va siempre antes de que vuelva mi mujer. Lo encuentro muy simpático. Pero estas citas clandestinas no van a durar mucho. En efecto, algún tiempo después, nuestro apartamento es desvalijado. El robo ha tenido lugar durante el día. Al volver por la tarde, mi mujer lo encuentra todo revuelto. Y allí en medio del desorden, descubre el libro del padre dominico, mi crucifijo y los Evangelios. Cuando vuelvo, está loca furiosa. Grita: «[Te has vuelto loco! ¡Tíralo todo, son cosas impuras'». Puede parecer sorprendente que no haya intentado saber más. Pero nosotros, los judíos ortodoxos estamos educados para no querer entender ese fenómeno de la conversión al cristianismo y reaccionar violentamente. Conviene saber que un judío convertido pasa ante un tribunal que le declara renegado. En nuestra oración cotidiana, la que estructura nuestras jornadas, se pronuncia una maldición sobre los judíos renegados. Además, Maimónides, el gran rabino andaluz del siglo XII, una de las figuras más importantes del judaísmo y de las más estimadas por los no judíos -santo Tomás de Aquino le llamaba el Águila de la sinagoga- compuso un credo judío que se acaba con este comentario: «Quien cree todos estos puntos fundamentales pertenece a la comunión de Israel; y es un precepto amarle, tener caridad con él, y observar respecto a él todo lo que Dios ha prescrito entre el hombre y su prójimo, aunque la fuerza de las pasiones le arrastre a cometer pecados. Pero si alguien es bastante perverso para negar uno de estos artículos de fe, está fuera de la comunión de Israel, y es un precepto detestarlo y exterminarlo» . Tras este descubrimiento mi mujer me empuja a ir a ver a un rabino. Cree que he perdido la cabeza. En su lugar, yo hubiera pensado sin duda lo mismo. De todos modos, no puedo explicárselo. La mentalidad judía de hoy no ha cambiado desde san Pablo. Lo único que le puedo decir es que todo eso es totalmente independiente de mi voluntad, y que empezó en mi juventud. En el acto, le 47
propongo el divorcio. Siento que este amor por Jesús es tan fuerte que no se me quitará, y no quiero hacerla sufrir. Pero ella se niega, me ama. No creo que le haya hablado del asunto a nadie. ¿Piensa quizá que se me pasará? Recuerdo una frase de un tratado talmúdico: «Dios está dispuesto a rasgar su Nombre en dos para establecer la paz en la pareja». Entonces, juntos, decidimos tirarlo todo: los Evangelios, la cruz, el libro sobre Noé. Y no vuelvo a tomar contacto con el padre dominico. Rachel nace apenas un año después de este episodio, en mayo de 1994. Nos mudamos entonces a un apartamento más grande en la misma ciudad. Una tarde, al volver del trabajo, cansado, siento la necesidad de relajarme. Enciendo la radio y ahí aparece radio Notre-Dame. Esa emisora me gusta mucho y me pongo a escucharla cuando tengo ocasión, a escondidas. Sin embargo, a medida que pasan los días, estoy harto de esconderme. Entonces, continúo escuchando abiertamente esta emisión católica. Mi mujer considera que está mal. Me repite que es impuro, pero me deja hacer. En lo sucesivo, vuelvo al Sacré-Cceur y me procuro una foto del corazón de Jesús. Regularmente, la saco a escondidas en el comedor, me arrodillo y me pongo en presencia de Cristo. PADRE DE UN HOGAR KOSHER En julio de 2002, muere mi madre sin que estemos verdaderamente reconciliados, aunque en estos últimos años nos veíamos regularmente y ella se mostraba cariñosa con nuestros hijos. Es para mí una prueba difícil de superar. Ignoro entonces que se acerca un acontecimiento que me afectará aún más. En el mes de diciembre del mismo año, cuando aún no ha terminado el duelo por mi madre, mi mujer -que está encinta de nuestro séptimo hijo- se entera de que está enferma. La enfermedad avanza y ella no deja de echarse la culpa. «Tendría que haberte escuchado -dice-, y haber espaciado más los nacimientos». Trato de consolarla: «¡Tu enfermedad no tiene nada que ver con los niños'». Cuando Chneor nace prematuramente lo llevan a la incubadora ya mi mujer la tratan en otra parte del hospital. Yo corro de uno a otro, tratando de ocuparme lo mejor posible de los otros seis hijos. Logro repartirlos entre varias familias de la comunidad judía que se han ofrecido a cuidarlos. Mi mujer muere el 11de marzo de 2004. El médico me avisó de que era inminente. La he velado toda la noche, del miércoles por la tarde al jueves por la mañana. Luego, he tenido que
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volver a casa para ver a los niños. Cuando he regresado al hospital, ella ya se había ido. Creo que no es necesario explicar el dolor que siento en ese momento. No se lo deseo a nadie. Lloro mucho. Pero no pienso, como dicen los judíos en esos casos, «Dios la ha dado, Dios la ha quitado», no, de verdad que no. No estoy enfrentado con Dios, no, nunca me he rebelado contra Dios. Tengo confianza en Él. No tengo espacio para dedicarme a mi dolor. Tengo, en lo sucesivo, la responsabilidad de siete hijos que consolar, alimentar y cuidar. Rache! no tiene más que diez años y Chneor, uno. Dos meses antes del deceso, he confiado a nuestro último hijo, Chneor, a mi cuñada. Pero mi mujer me ha pedido explícitamente que mantuviera a los niños conmigo cuando ella hubiese desaparecido. Confiaba en mí para su educación. Hoy estoy orgulloso de que todos ellos estén bien educados, gracias a Dios. Ella no quería que fuesen a vivir con su familia, donde algunos han pasado temporadas durante su enfermedad. Ahora que se ha ido, me gustaría que Chneor viniese a vivir con nosotros. Pero viéndome solo con todos estos hijos pequeños, la hermana de mi mujer me propone quedarse con él un tiempo, y acepto. Esta decisión me cuesta enormemente, pero soy consciente de que no podría ocuparme bien de todos mis niños al mismo tiempo. Y, mi amigo musulmán, me telefonea. Se ha enterado de la muerte de mi mujer. Su llamada me conmueve y me conforta el corazón. Me dice: «¡Acuérdate, éramos amigos! Esta amistad no ha desaparecido aunque nos hayamos separado. Aunque hayamos cortado los lazos, están ahí en lo invisible. ¡Ven a verme a Canarias!». Desgraciadamente, aunque tengo muchas ganas de volver a verle, no puedo responder a su invitación porque soy ultraortodoxo. Aquí estoy, padre a tiempo completo, con la gracia de Dios, por supuesto. El entrenamiento militar que seguí en Israel me es de gran ayuda, estoy seguro. Despliego una voluntad y unas habilidades que no hubiera sospechado nunca para sacar adelante una casa. Comprendo pronto que es impensable volver al trabajo. Ser padre de familia kosher no es ningún chollo. Debo aprender a cocinar lo de todos los días, los pasteles del shabat, el pan. Dicho esto, descubro que es para mí un placer hacerlo. La vida cotidiana, práctica, concreta, tiene algo mágico para mí, mientras que antes no me gustaban los trabajos manuales. Sin embargo, la comida kosher requiere toda una organización. Está prohibido mezclar carne y leche. Hay que tener dos vajillas, una para la carne y otra para la leche, y las dos vajillas no pueden estar en contacto, ni lavarse al mismo tiempo. Se necesitan dos cacerolas, dos manteles, dos fregaderos. No se puede lavar una comida de carne en el fregadero donde está la vajilla de leche. El viernes, paso toda la jornada en la cocina para preparar las comidas del shabat. En resumen, no es cosa sencilla. Antes participaba en la vida de la casa pero, de repente, debo ocuparme de todo y hacen falta cuatro manos. Hay que seguir la escolaridad de los niños, llevarles al foniatra, al psicólogo, al dentista, fregar la 49
vajilla (no tenemos lavavajillas), la plancha, llevar kilos de ropa a lavar, ser ordenado en todo lo administrativo, hacer la compra, llevar a los niños en coche a la escuela judía e ir a recogerlos a la salida y, sobre todo, estar disponible para ellos. Guardo siempre un ratito para leer, estudiar y rezar. No me desanimo jamás. No me permito caer enfermo ni física ni psíquicamente. Sin embargo, tendría motivos para hundirme. No sé cómo aguanto. En todo caso, no con mis simples fuerzas humanas. Permitidme un breve paréntesis sobre mi decisión de dejar de trabajar. Sé que esta elección y su consecuencia, la de vivir únicamente de los subsidios familiares y del subsidio de solidaridad específica, no ha sido comprendida por todos. Las personas que me juzgan ignoran sin duda lo que es atender y educar uno solo a seis niños todavía pequeños. Es un trabajo a tiempo completo, las 24 horas del día, todos los días del año, también durante las vacaciones escolares. Las madres de familia numerosa saben de qué hablo. Algunos años más tarde, cuando los niños son un poco mayores, dirijo una demanda al presidente de la comunidad judía de nuestra ciudad, que ya ha hecho mucho por nosotros, para que me encuentre un empleo de oficina. Me responde que eso no es posible. ¿Por qué entonces, se preguntan algunos, no busco un trabajo cualquiera que me permita ganar algún dinero? Sencillamente porque si ejerciera un trabajo inadecuado, sé que no sería bueno ni para mí ni para mis hijos. En efecto, si por ejemplo me dedicase a colocar producto en una gran superficie, creo, perdonadme la expresión, que «se me fundirían los plomos». Los niños ya han quedado bastante trastornados por la muerte de su madre y tengo que guardar un cierto equilibrio. Poco después del fallecimiento de mi mujer, pienso que nos convendría mudarnos. Tenemos necesidad de cambiar de aires. Así que nos instalamos en una pequeña casita en el suburbio sudeste de París. La comunidad judía de este barrio me ha acogido muy bien y ha procurado ayudarme, y se 10 agradezco muy cordialmente. No hay más que dos habitaciones para los seis niños, pero tiene un pequeño jardín y es muy agradable. Al principio llevo a los niños a la escuela judía; pero poco después me doy cuenta de que no puedo pagar, a pesar de los descuentos que tienen a bien concederme. Los escolarizo entonces en la escuela pública que hay al lado de casa, 10 que en todo caso es más práctico y menos fatigoso. Durante este periodo, al comienzo de mi viudedad, tengo una amiga judía no practicante. Me ayuda enormemente durante un año. Es ella quien me dio la idea de enviar un mail a todos los presidentes de comunidad para encontrar un alojamiento. Me acompañó a ver la casita en que nos hemos instalado. Nos ayudó en la mudanza, haciendo múltiples viajes de ida y vuelta entre el norte y el sur de París. Me ayuda a ocuparme de los niños, que la quieren mucho. Vive un poco con nosotros y respeta las reglas judías de la familia. Pero los seis niños y las obligaciones de la Ley son algo pesado para ella. En cuanto a mí, no llego 50
a encariñarme con ella lo suficiente. Decidimos dejarlo. ¿Era una relación kosher?, os preguntaréis. A decir verdad, no, no es de esas cosas normales en la comunidad judía ortodoxa. Pero en esta época yo soy ya un poco disidente. Me siento en paz con su conciencia. A su vez, las personas de la comunidad judía quieren presentarme mujeres. Me encuentro con una o dos, participo de ese juego durante un tiempo, pero no funciona. Me he puesto una coraza. Hay algo en mí que no me permite apegarme a nadie. De hecho, creo que me he prohibido enamorarme. Si me engancho en una historia que no funcione, corre el riesgo de afectarme. Y no puedo estar preocupado por otra cosa que los niños. De todos modos, no sufro verdaderamente de soledad. Paradójicamente, durante los tres años posteriores a la muerte de mi mujer, mientras estoy «libre» de hacer lo que quiera, no voy nunca a la iglesia ni llevo el crucifijo. No vuelvo a comprar los Evangelios y no medito. No porque me sienta culpable ante mi mujer, es solo que ya no pienso. Sin embargo, al pasar ante una iglesia, tengo siempre ganas de entrar. Para mí, visto ahora, este periodo de latencia es señal de que la atracción por Jesús no es sentimental. Mi relación con Cristo no es un modo de paliar una forma de soledad. Si no, me habría arrojado en sus brazos al desaparecer mi mujer. No, el amor de Cristo no llena un vacío afectivo. Además, esta relación con Jesús se enraíza en mi infancia y en mi adolescencia, periodos de mi vida en que nunca me he visto privado de amor humano. Paralelamente, me distancio un poco de la comunidad judía. Mi fe y mi práctica no han cambiado, pero ya no voy regularmente a la sinagoga. Estoy cansado. Prefiero estar tranquilo con los niños, vivir a mi ritmo y no al de las oraciones impuestas por la sinagoga. Cada vez más, siento la necesidad de una relación más personal y menos formal con Dios. La liturgia en la sinagoga, tal como está organizada, no me permite quedarme en mi interior: todo va muy rápido, no se para de leer, y leer. Cuando rezo un salmo, a veces una palabra se me clava y quiero detenerme ahí para meditarla. En la sinagoga, eso no es posible, hay que seguir. No se tiene un momento para estar a solas con Dios. Rezamos todos juntos, todo el tiempo. Entonces, trato a Dios en casa. Voy a mi cuarto, canto, bailo. Rezo a mi ritmo. LUSTIGER ME HACE SEÑAS EN LA PLAYA, EN TROUVILLE Es claro que los subsidios que cobramos no nos permiten ya irnos de vacaciones. Entonces, a veces, cuando hace buen tiempo, vamos de ida y vuelta en tren a Trouville, con el 75% de reducción que nos permite nuestro carnet de familia numerosa. Yes ahí, en la playa, mientras no estoy meditando ni contemplando, cuando el lunes 6 de agosto de 2007, tres años después del fallecimiento de mi 51
mujer, mi vida empieza a bascular. Los niños están jugando a la orilla del mar. Yo me alejo un poco, dejando a Rachel, que ya tiene 13 años, al cuidado de los pequeños. Mientras camino por la arena, mis ojos se detienen de repente en un gran calvario que se alza en lo alto de la playa. Y allí, como en el pasado, mientras no me lo espero en absoluto, algo muy fuerte me zarandea. Me siento de nuevo atraído por Cristo. Vuelvo donde están los niños y me siento sobre la arena, un poco trastornado por lo que acaba de pasarme. Me pongo a hojear un libro de teología judía, mientras ellos siguen jugando a mi alrededor. De pronto, mi cuerpo empieza a tiritar, yeso que hace mucho calor. No sé lo que me pasa. Tampoco sé por qué digo en ese momento dirigiéndome a los niños: «¡El cardenal Lustiger está muriendo en el hospiral!». Ignoro completamente de dónde sale eso. Volvemos a tomar el tren a las 20 horas y llegamos tarde a casa. Como de costumbre, al entrar les hago tomar un baño. Pero esta vez estoy alterado y necesito estar solo. Les pido a los mayores que se ocupen de los pequeños, que no me molesten. Y me encierro en mi habitación. Allí, enciendo la televisión y doy con el canal católico KTO. ¡Cuál es entonces mi asombro al oír al periodista an unciar que el cardenal Lustiger ha fallecido la víspera! ¡Es un verdadero shock! Estamos a lunes 6 de agosto de 2007. La Iglesia celebra en este día la Transfiguración de Cristo. Conmemora ese momento extraordinario en que Jesús lleva a tres de sus apóstoles a la montaña. Allí, se les muestra transfigurado, de una blancura deslumbrante, acompañado de Moisés y Elías. Esta vez, la llamada es clara. El cardenal Lustiger ha venido a mi encuentro. jean Marie Lustiger, judío converso, me ha hecho señas. Cristo se ha servido de él. Es así de sencillo. Ese es el acontecimiento que va a desencadenarlo todo. En este momento, no es que me diga a mí mismo explícitamente: «Está bien, esta vez vaya convertirme». No. Me limito a vivir esta experiencia, a seguir lo que pasa, sin proyectarme en el futuro. Me comprometo a ir a ver a un sacerdote de la Iglesia católica, en el mes de septiembre, cuando los niños hayan vuelto a clase y tenga más tiempo. Me duermo con esta decisión. Pero al final, el Señor se me va a adelantar. En efecto, en plena noche, mientras duermo tranquilamente, me despiertan los mismos tiritones que me vinieron en la playa. Y empiezo a sentir con fuerza la presencia de Cristo en mi habitación e incluso en mi cuerpo. Eso supera incluso el simple sentimiento. No le veo, pero le hablo y me prosterno. Si alguien me viese en este momento, me tomaría por loco perdido, la verdad. Es la primera vez que me pasa esto, pero no será la última. En efecto, en varias ocasiones, hacia las dos de la madrugada, me despierta en plena noche este escalofrío y esta presencia. Hasta las siete no consigo conciliar el sueño. Como no he dormido bien, temo que vaya estar cansado y se va a resentir la marcha de 52
la casa. Pero con gran sorpresa por mi parte, no siento el menor cansancio. Nada cambia en el curso de mi vida ordinaria si no es mi relación con Dios. En efecto, durante el día, sin estar alterado, vivo momentos increíbles, una paz, una gran alegría, un amor divino, un cara a cara con Dios, una relación íntima que nunca antes había conocido. ¿Puede ser un anticipo de la vida eterna? Muchas otras personas han tenido esta experiencia de arrebato amoroso, pero no se puede explicar con palabras. Hay que vivirlo para creerlo. Viéndolo ahora, me digo que fue acertado no ir a ver a gentes de Iglesia en ese momento. Hubieran desconfiado yeso me habría alejado de ellos. Me parece que algunos son demasiado «del mundo» y poco audaces. En cambio, Benedicto XVI es prudente pero no timorato. Por supuesto, puedo comprender que un sacerdote a quien hubiese ido a decir, con mi barba y mi sombrero, que me atrae la cruz, que Monseñor Lustiger me ha hecho señas en la playa de Trouville y que tengo arrebatos místicos por la noche, se mostrase perplejo. Y soy plenamente consciente de que hay que tener cuidado con este género de fenómenos espirituales. Los más grandes santos místicos lo dicen y lo repiten. Conviene acogerlos y luego discernir. Pero hay una diferencia entre la virtud de la prudencia, como explica santo Tomás de Aquino, y la pusilanimidad espiritual. Algunos católicos parecen tener miedo de que les tomen por locos, de lo que se pueda pensar de ellos, les falta seguridad y aplomo en sus convicciones. Por lo demás, en Francia, un judío está bastante mejor considerado y respetado que un católico. Enseguida vaya comprobarlo en mi propia carne.
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JUAN PABLO II ME HACE SEÑAS EN LA TELEVISIÓN Quisiera insistir en un punto que me parece fundamental: lo sobrenatural pasa en nuestras vidas a través de lo natural. No hay un espacio y un tiempo para Dios, de un lado, y nuestra vida corriente de otro. Hay una conexión entre los dos. Además, con la Encarnación, Dios ha asumido todo lo de nuestra vida. Se nos acerca usando los intermediarios más anodinos, mediante otras personas. Ved lo que va a hacer conmigo. Algún tiempo después, en el mes de septiembre de 2007, estoy ante la televisión con los niños, «zappeando» de canal en canal para encontrar una buena emisión, cuando caigo «por azar» en una película que cuenta la vida de Karol Wojtyla. No conoda gran cosa de él, aparte de lo que dicen las noticias y, desde luego, nunca tuve un interés particular por Juan Pablo n. Sin embargo, por loco que pueda parecer, una escena de ese telefilm me conmueve y me interpela. Cuando el futuro Juan Pablo Il es joven y hace teatro, un hombre le da un libro de san Juan de la Cruz. Más tarde, él lo regala a su vez a uno de sus amigos judíos. En el momento preciso en que oigo la palabra «cruz» yel nombre de «Juan», me sobresalto y me digo: «¡Ese libro es para mí, lo necesito!». Enseguida, decido ir a comprarlo en cuanto sea posible. Así es como el Señor me puso en camino. Lo que me va a impulsar no es la relación mística que tengo con Cristo desde los ocho años (aunque en la adolescencia haya hecho un intento de conversión, que fracasó al dejarme solo el sacerdote en el confesonario), sino sencillamente ese telefilm. A partir de ese momento preciso, todo se encadena como una cascada de dominó. Pues es en las minúsculas peripecias de nuestra vida ordinaria donde Dios nos hace señas. Nos habla verdaderamente en los detalles cotidianos. Su transcendencia se expresa en nuestra humanidad, en nuestras limitaciones. Esta escena ante el televisor es en todo caso increíble. Hay que imaginarse a una familia judía ortodoxa literalmente pegada ante una película sobre el Papa. Y que se dedica a ver la continuación en los días siguientes. Viendo la película, me pongo a llorar mansamente. Es la primera vez que lloro de ese modo. No es por tristeza, sino una forma de atracción. Cuando el alma no puede expresar con palabras lo que experimenta, se muestra mediante las lágrimas. Pero bien pronto, me contengo: la razón acude a rescatarme. «¡Eh, cálmate -me dice-, nunca has leído lo que ese Papa ha escrito! ¡No es tu rabino! ¡Además, no es él quien está en la pantalla, sino un actor!». A pesar de todo, no puedo negar que me sumerge la emoción. ¿Por qué me he puesto a llorar? ¿Por qué tengo esa impresión tan fuerte de que esta película va conmigo, y de que Alguien se dirige a mí a través de ella? Extrañamente, los niños también empiezan a querer a Juan Pablo II, aunque ayer mismo no conocían ni su nombre. 54
A partir de ese momento, vuelvo a ir a misa. Cada domingo, me vaya una iglesia un poco alejada de mi barrio para no ser descubierto. ¿DÓNDE ESTÁN LOS CATÓLICOS? Como os decía, desde que vi ese telefilm, no tengo más que una idea en la cabeza: conseguir a toda costa el libro de san Juan de la Cruz que Karol Wojtyla había regalado a su amigo judío. ¿Dónde encontrarlo? Decido ir en primer lugar a la Fnac, esa gran librería. Pero, contra las apariencias, ir allí no es cosa fácil. Una vez más, las madres de familia me comprenderán. En efecto, el primer obstáculo que se me presenta es encontrar el momento, pues en mis jornadas todo está cronometrado. Me pongo en ruta una tarde a primera hora. Vaya la Fnac Saint-Lazare que se encuentra al final de mi línea de metro, la línea 14. Es una carrera contra reloj que comienza sabiendo que tengo que estar de vuelta antes de que los niños lleguen del colegio. Al salir del metro, corro hasta la Fnac y subo las escaleras de cuatro en cuatro hasta la librería. Me precipito a la sección de religión. Estoy jadeando. Busco el libro de san Juan de la Cruz pero no lo encuentro. Me apresuro a buscar a un librero para informarme. Él me aconseja ir a La Procure. Le contesto que no conozco esa librería. Me mira con asombro. Se ve que le parece asombroso que un hombre que desea leer a san Juan de la Cruz no conozca La Procure. Yo invento entonces una historia, susurro que no soy de París. Me da la dirección y la estación de metro en que debo apearme. Sin embargo, es ya demasiado tarde para poder ir. Vuelvo a mi casa con la dirección en el bolsillo. Algunos días más tarde, puedo por fin ir a La Procure. Al entrar en la librería, tengo la extraña impresión de haber estado antes allí. Sin embargo, eso no parece posible. Para no perder el tiempo, me dirijo enseguida a una librera, al azar, y le pregunto si tiene libros de san Juan de la Cruz. Ella me mira, sorprendida, como si fuese algo evidente. Estoy confortado, pero también impaciente. «En la sección de santos», me responde. Eso no me sirve de mucho. Ella me acompaña. Saco un libro al azar. Se trata de Llama de amor viva, un libro que escribió para una laica. Es su última obra, la que resume todas las demás. La abro allí mismo y la hojeo. De repente, tengo como un flash-back, una chispa: me acuerdo de un sueño que tuve hace unos días y en el que me veía en una librería leyendo a san Juan de la Cruz. Pues bien, ¡era aquí, reconozco precisamente el lugar! Decididamente, tengo la impresión de vivir en una película fantástica. Ni uno ni dos, decido comprar todos los libros de san Juan de la Cruz en edición de bolsillo, así como los Evangelios. No los he abierto desde que los tiré por deseo de mi mujer, después del robo, hace ya más de diez años. Al salir de la librería, me digo que no puedo seguir solo, que tengo que encontrar a alguien con quien hablar de todo esto. Esta vez debo ir hasta el final. ¿Pero qué hacer? 55
¿A quién dirigirme? ¿Por qué no acudir a un sacerdote en una iglesia?, me preguntaréis. Evidentemente, he pensado en eso, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Sobre todo, después de ese encuentro en falso en el Sacré-Cceur, en mi adolescencia, del que conservo tan mal recuerdo. El sacerdote, en lugar de tomarme de la mano y decirme, «Ven, hijo mío, te voy a presentar a alguien», me dejó solo. Este género de mala experiencia puede marcar la memoria y poner un serio obstáculo al encuentro con Cristo. Me gustaría encontrar a un católico fuera del marco de una iglesia. Pero no sé cómo. En efecto, la Iglesia católica nunca ha venido a mi encuentro. Los Testigos de Jehová sí, lo recuerdo. Pero ningún católico me abordó nunca en la calle. Tampoco recibí nunca cartas del párroco en mi buzón. Ciertamente, hay comunidades nuevas en la Iglesia católica que son muy activas en la evangelización, es decir en el anuncio de la fe, y que van al encuentro de la gente. Pero es una gota de agua en el océano. En aquel momento me hice la pregunta: ¿dónde están los católicos? Algunos parecen tener miedo de ser reconocidos como tales. Juan Pablo II ha clamado: «¡No tengáis miedo!». Yen el evangelio de san Juan, en el capítulo 15, dice Jesús: «Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí». Por supuesto, no se trata de provocar ni chocar, sino de ser coherente con uno mismo. ¿Cómo podré dar testimonio de Cristo a través de mi conducta si la gente que tengo a mi alrededor no sabe que soy cristiano? Decidí entonces volver a La Procure para encontrar católicos. Pero estoy tan imbuido en mi mentalidad judía que pienso que un católico debe llevar un distintivo, ¡como un judío ortodoxo! De momento no veo a nadie. Me dirijo a otra librera al azar. Le pregunto si ella conoce a católicos seguidores de san Juan de la Cruz, como un judío sigue a un rabino. -Usted busca a los carmelitas -me contesta. -Sí -digo yo, sin saber de qué me habla. -¡Tiene usted suerte! -¿Por qué? -¡Yo soy oblata carmelita! -¿Yeso qué es? Ella parece sorprendida, pero se explica. Los oblatos son laicos que se unen a 56
una orden religiosa. Me pregunta a continuación si quiero charlar con un sacerdote y me da el número de teléfono del padre Y. ¡Es increíble! No me lo puedo creer: al primer intento doy con una oblata carmelita, en una librería religiosa, ciertamente, pero todas las libreras de La Procura no son forzosamente cristianas y, aún menos, cercanas a la espiritualidad de san Juan de la Cruz. Me siento verdaderamente conducido. Eso es la vida carismática, que no está reservada a una comunidad o corriente de la Iglesia que se llame así. La vida carismática consiste en dejarse hacer y guiar por el Espíritu Santo en la vida de todos los días, en todas las circunstancias. Como si fuésemos un barco: se va mucho más rápido si se izan las velas para que sople el viento del Espíritu. Si no, se rema, y se pasa al lado de las personas que él pone en nuestro camino, y se hace caso de las señas que él nos hace. Todo cristiano está llamado a vivir así, con el Espíritu Santo en su vida familiar o laboral, en su vida social, y no solamente rezándole en momentos dedicados a la vida espiritual. La vida espiritual es una misma cosa con la vida natural. Aunque los tiempos dedicados a la oración o a otras formas de plegaria sean vitales. Desde ese día, todas las mañanas, leo a san Juan de la Cruz en el desayuno. Aprecio mucho lo que ha escrito, porque es algo vivido y experimentado. Lo leo incluso cuando no tengo ganas. Por fidelidad. Es mi hermano mayor. ENSAYOS DE DIÁLOGO JUDEO-CRISTIANO Dejo pasar algunos días. Luego decido por fin llamar al padre Y. Me presento, le explico que una librera de La Procure me ha dado su número, que soy judío y estoy interesado por Cristo. Me escucha y me propone ir a visitarlo a su casa en Porte d'Auteuil. Durante ese otoño voy a verle regularmente. En esos encuentros, hablamos mucho sobre san Juan de la Cruz. Lo que vivo entonces, es para mí el verdadero diálogo judeo-cristiano. Cada uno es fiel a lo suyo, ni uno ni otro reniega. Él me explica a san Juan de la Cruz desde su formación cristiana. Y yo le cuento cómo lo entiendo a partir de mi cultura judía, filosófica y mística. El padre Y acoge lo que le digo. Nunca se muestra perentorio o arrogante conmigo. No me dice: «[Un día lo entenderás!». Además, siento que no busca influenciarme. Al hilo de nuestras charlas, me voy dando cuenta de que las palabras no tienen forzosamente el mismo significado en todas las culturas. En consecuencia, no se puede uno entender en tanto no se tome la precaución de ponerse de acuerdo sobre el significado de las palabras. Por ejemplo, la palabra carne para san Pablo o para UIl judío no tiene el mismo significado que para un griego. El padre Y es excepcional por su humildad. Cuando se está enraizado en Dios y en la Iglesia, no se tiene miedo de escuchar opiniones diferentes, se puede uno enriquecer con puntos de vista nuevos sin quedar desestabilizado en lo esencial. 57
Ya dije antes lo que pienso del diálogo interreligioso cuando no está fundado en la verdad. Lo que experimento con el padre Y me prueba que un diálogo teológico fecundo entre judíos y cristianos es posible. Por otra parte, existen otros ejemplos, como el de san Bernardo de Claraval que fue a estudiar con los rabinos de Troyes. Se opuso a los pogromos y quiso ver por sí mismo cómo estudiaban los exegetas judíos, que le interesaron mucho. Pero no temía decir que la verdad estaba en el seno de la Iglesia. Otro ejemplo: en sus Charlas sobre el Padrenuestro, el cardenal Journet utiliza un concepto de la teología mística judía, el de la contracción de Dios en el momento de la Creación. San Juan de la Cruz también dialogaba con un teólogo místico judío español de su época. Mis encuentros con la Iglesia y mis tentativas de diálogo con sus representantes no han sido siempre tan fructíferos. En efecto, a continuación, me cruzaré con sacerdotes que no tendrán la capacidad de escucha del padre Y, y que tratarán de imponerme sus puntos de vista. Mi lectura cristiana del Antiguo Testamento les da miedo porque imaginan que perjudica el diálogo judeocristiano, o el Magisterio y la: Tradición de la Iglesia. Sería tonto tirar piedras contra la Iglesia porque algunos sacerdotes u obispos se portasen mal, o no lo hicieran como deseamos. En efecto, los hay también formidables. Después de mi bautismo y cuando comienzo a enseñar, encontraré algunos con los que tendré verdaderos intercambios intelectuales y espirituales. Durante un año, al principio, iré a visitar cada mes al padre Thibault, Hermano de san Juan, teólogo, con quien hablaré del pensamiento de santo Tomás de Aquino. Mi obispo, Mons. S antier, que es un verdadero padre para mí, me proporciona durante dos años una formación en teología y me da la misión de un apostolado en la Iglesia católica para todos los públicos en Francia y en el extranjero. Mi tutor es el decano de teología de los Hermanos de san Juan. Tenemos charlas sabrosas y en un tono enormemente libre. También me encuentro regularmente con Mons. Aupetit, obispo auxiliar de París, y charlamos con gusto. Me ha pedido que trate a los sacerdotes de París en el marco de su formación permanente. Hoy, habiendo recibido el encargo por parte de Mons. Santier de dar conferencias y predicar retiros en Francia y en el extranjero, tengo ocasión de descubrir toda la riqueza de la Iglesia en su variedad, con sus insuficiencias y sus hermosuras. Al principio, como algunas personas me habían cerrado la puerta, sobre todo tras mi bautismo, me decía que la Iglesia no era acogedora. Ahora, mi mirada ha cambiado. He aprendido a amar a la Iglesia o, mejor, Jesús me ha enseñado a amarla como Él la ama: ¡hasta la muerte! Cuando muere en la cruz, sabía muy bien que la Iglesia, la comunidad de los primeros cristianos, no era perfecta. Y es normal, porque la Iglesia se compone de sus miembros, de individuos. Así, una dimensión de la Iglesia es divina y 58
santa porque encuentra su fundamento en Jesús, y la otra es pecadora. En el plano antropológico, se trata del mismo conflicto que hay en cada uno entre el hombre nuevo, hijo de Dios, que no peca, y el hombre viejo que corresponde a nuestra humanidad. Es bueno recordar que la Iglesia está fundada sobre Pedro, el mismo Pedro que negó a Jesús la noche de su proceso, que no estuvo presente cuando fue crucificado y que no creyó a María Magdalena cuando, en la mañana de la resurrección, vino a anunciarle que Le había visto. Y sin embargo, después de todo eso, Jesús no le ha dicho a Pedro: «Como no has estado a la altura, te quito, ya no eres digno de ser la piedra sobre la que quiero fundar mi Iglesia». En cambio, le ha preguntado por tres veces: «¿Me amas?» (J n 21). Subrayo también que a través de los siglos, en su matrimonio de amor con la Iglesia, a pesar de todas las infidelidades de unos y otros, Cristo nunca se ha divorciado. Entonces, sí, es penoso encontrar a quienes nos cierran la puerta. Pero la Iglesia es hermosa, santa en su unión con Cristo, e indispensable para darnos a Jesús. Es asombroso, pero poco a poco he comenzado a ver y a vivir la Iglesia como esposa de Cristo, y como madre que nos engendra en Dios. Pero volvamos al padre Y. En el curso de nuestra conversación, me explica que los Evangelios son el pleno cumplimiento de las Escrituras. Entonces le pregunto: -¿Dónde se dice en el Antiguo Testamento que el Mesías deba nacer de una joven virgen? -Isaías 7, 14. -Eso no funciona -le digo. Él me mira perplejo: -¿Por qué? -Porque lo escrito es «alma» que significa «muchacha joven». Esta palabra que se ha traducido por virgen designaba a todas las mujeres no casadas. "Una virgen dará a luz", en lenguaje bíblico, significa sencillamente: una mujer va a dar a luz, ni más ni menos, y no que vaya a dar a luz virginalmente. Además, para que eso corresponda a la profecía de Isaías, el ángel Gabriel, en el momento de la anunciación, en el evangelio de san Lucas, tendría que haber llamado Emmanuel al hijo de María ... El padre Y me observa con una mirada de enorme humildad, que me desarma. En ningún momento trata de convencerme. Me responde que la virginidad de María es una cuestión de fe. Pero, no hay nada que hacer, yo no estoy convencido. Por otra parte, estoy muy cerrado en todas las cuestiones que giran en torno a la Virgen María, y el padre Y va a darse cuenta enseguida. Ese día no insiste. Sin embargo, la cuestión de la Virgen María va a volver muy pronto sobre el tapete. En efecto, otro día, él se pone 59
a hablarme de eso. Le respondo: -¡No quiero tratar de la Virgen María! Él me mira, interrogante. -No, no quiero. -¿Por qué? Él intenta comprender mi reticencia. Otro habría dicho «[La Virgen María es una mediadora!». Pero él no lo hizo, sino que siguió preguntándome: -¿Por qué dices que rezar a la Virgen María es idolatría? -Cuando veo en KTO todas esas procesiones en Lourdes, esas velas y esas reverencias ante imágenes, es como los ídolos en Asia, en África o en la Biblia. Él no responde, y continuamos con la lectura de san Juan de la Cruz. Una vez más no busca persuadirme de nada.
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ME ENAMORO DE MARÍA Durante este periodo en que me veo regularmente con el padre Y, me sigo despertando por la noche a causa de los escalofríos y me encuentro en presencia de Jesús. Mientras que hasta ahora no le había hablado de eso a nadie, decido confiarme a mi nuevo amigo. Ese día me escucha, pero no dice nada de particular. Seguimos hablando de san Juan de la Cruz. La siguiente vez, en cambio, me plantea una batería de cuestiones sobre lo que me sucede por la noche. Tengo la impresión de sufrir un verdadero interrogatorio. En ese momento, me digo a mí mismo que hubiera hecho mejor en callarme. Él quiere saberlo todo: a qué hora sucede, en qué estado de conciencia me encuentro en ese momento, cómo me siento en la jornada posterior, si me habla una voz interior, etc. ''Al menos -me digo-, se lo ha tomado en serio". Otro día me pregunta si me sigue sucediendo lo la noche. Le contesto afirmativamente. Me aconseja rezar un rosario la próxima vez que comience a sentir esos escalofríos. -Me parece bien. Pero ¿qué es un rosario? -Son meditaciones. -Ya. También meditamos los judíos. Explíqueme un poco más. -Se trata de decir un Padrenuestro y diez Avemarías. -¡Ah, no! Ya le he dicho que no quiero nada de María ... Pero entonces decido proponerle un trato: -Puedo decir once Padrenuestros en lugar de las diez Avemarías. Él sonríe: -No, eso no es posible. Te propongo otra cosa: dices «Dios te salve, María» como si le dijeses «[Buenos días!», sin imagen y sin ponerte de rodillas. Me entrega entonces un desplegable con los cinco misterios de luz meditados por Juan Pablo II, y me explica cómo rezar un misterio en cada decena del rosario. «[Vaya, otra vez Juan Pablo II!», me digo a mí mismo. Veo un guiño en eso y acepto. Al despedirme, me pide que le telefonee para contarle cómo se desarrolla nuestro nuevo método. Más tarde comprenderé que quería cerciorarse de que esos fenómenos nocturnos no 61
procedían del demonio. Pues María hace retroceder al demonio. A salir de su casa ese día estoy muy excitado, y me pregunto cómo voy a hacer para aguantar hasta la noche. La tarde con los niños me parece interminable. Solo tengo una cosa en la cabeza: lograr que se acuesten para poder encontrarme solo y leer el desplegable. Al fin llega el momento en que puedo encerrarme en mi cuarto. Me preparo entonces con la ayuda del rosario y el desplegable para estar listo para el momento en que me despierte. Estoy nervioso como si fuese a pasar un examen. Recito entonces mis cuatro rosarios, los gozosos, los de luz, los dolorosos y los gloriosos, antes de acostarme. Enseguida me hundo en el sueño y duermo como un bebé... hasta la mañana siguiente. Además, después de este rosario, ya no me despertaré más por la noche. En cambio, al abrir los ojos al día siguiente, me encuentro con un deseo loco de arrodillarme a los pies de María y de amarla. Es increíble, ¿no? Jesús me lleva a María, su madre, mientras que de ordinario es a la inversa: se va a Jesús por María. Cada vez más, me encuentro dividido interiormente entre lo que vivo en mi corazón y lo que me dice la razón. ¡No puedo más! Para encontrar una solución a este dilema interior, decido conceder tres meses al corazón para que haga sus experiencias, y dejar la razón a un lado durante este tiempo. Al cabo de esos tres meses, sacaré mis conclusiones. Para comenzar, vuelvo a La Procure. Me paseo por las secciones y encuentro un libro que me llama la atención. Se trata de La verdadera devoción a María de san Luis María Grignion de Montfort. Este autor me es perfectamente desconocido. Lo compro y empiezo enseguida la lectura. Este libro me dice que así como Dios pasó por María para llegar al hombre, así también desea que pasemos por María para unirnos a Él. ¡Qué misteriosa delicadeza! Poco tiempo después, una noche, mientras intento dormir, recibo como una palabra interior, que me sugiere por qué María debía ser virgen para recibir al Mesías, y ¡lo hace a través de la teología mística judía! Según la tradición, Sara, la mujer de Abrahán, era estéril. Había que romper la cadena natural desde el pecado de Eva, de modo que Sara pudiese dar origen a una nación pura. Era precisa una forma de muerte y renacimiento. Para que Isaac fuese puro, su receptáculo debía ser puro. Esta noción de adecuación entre el receptáculo yel contenido es fundamental en la teología mística judía. Se pone el agua en un vaso y no en un plato. Se encuentra esta misma idea en el capítulo primero del Éxodo. En efecto, allí se cuenta que un hombre fue a buscar una doncella en la tribu de LevÍ. De su unión nacerá Moisés. Pero se sabe que esta mujer tenía ya dos hijos, Myriam y Aarón. Entonces, ¿por qué las Escrituras dicen que la madre de Moisés era una doncella, como si fuese virgen? El Talmud 62
explica: Dios hizo un milagro devolviendo su virginidad a la madre de Moisés, porque era preciso que el salvador de Israel naciera de una madre intacta. Esta «revelación» tuvo tal impacto en mí que, en aquel momento, María entra totalmente en mi corazón.
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LAS HERMANAS DE BELÉN Estamos en noviembre de 2007. Han transcurrido varios meses desde el día en que Jean Marie Lustiger me hizo señas en la playa de Trouville. Desde hace algún tiempo, tengo la costumbre de acudir a primera hora de la tarde a la iglesia de Saint-Augustin, mientras los niños están en el colegio. Esta iglesia es muy grande, circular, y tiene muchas capillas. En una de ellas, en la que se convirtió Charles de Foucauld, hay un magnífico crucifijo de tamaño natural. Es aquí donde vengo a sentarme, siempre en el mismo sitio, frente a Él. Por el momento, no conozco a Charles de Foucauld y no vengo aquí por él, pero pasado el tiempo, me digo que este lugar de conversión es importante y, ¿quién sabe si no habrá intervenido él desde el cielo para alcanzar mi conversión? Un día, al llegar a la capilla, veo que una religiosa esta sentada en «mi» silla. Como ya comienzo a creer que no hay coincidencias gratuitas, me decido a hablarle. Charlamos un poco. Me dice que es una hermanita de Belén y que viene de Fontainebleau. Las hermanitas de Belén son contemplativas de clausura que no salen nunca de su convento. ¿Nunca? Entonces, ¿qué hace ella sentada en mi silla, hoy, yen el mismo momento en que entro en esta iglesia? Me está encaminando a la Iglesia, eso es cierto. En efecto, ella me sugiere que vaya a ver a la priora de las Hermanas de Belén, en la plaza Victor Hugo de París. Poco tiempo después, me encamino hacia esta dirección. Entro por la tienda que está alIado y pido ver a una religiosa. Se me presenta entonces sor Ch, a quien cuento mi historia y mi atracción por Jesús. Me escucha y me dice que tengo que ver sin falta a una cierta sor P. Así lo hago. La primera vez charlamos un rato en el locutorio. Ella me propone volver por allí a verla, cuando quiera. No me hago de rogar, y vuelvo por allí siempre que puedo. Así comienza una larga cadena de horas y horas de conversación. En el mes de diciembre de 2007, sor P me propone ir a pasar la Navidad al convento. ¡Qué alegría! He soñado con eso desde mi infancia: ¡por fin podré celebrar la Navidad en una iglesia! Evidentemente, acepto enseguida su invitación. Me sugiere dormir allí y me promete que podré comer kosher. Por otra parte, eso no será problema para las hermanas, porque en una de las calles cercanas al convento hay toda clase de tiendas judías. Ese día, al volver a casa, estoy muy emocionado. ¡No me lo puedo creer! Una canción de Enrico Macias, «Noél a Jérusalern», me baila en la cabeza. Aunque para mí, será más bien ¡«Noel a Bethléem»! Llega el día. Espero que estén dormidos los niños para desaparecer. Quedan al cuidado de Rachel, a quien he dejado el número de teléfono por si acaso. No les he dicho dónde voy. Me da cierto apuro dejarlos solos por la noche, es la primera vez que 64
sucede. Pero siento que debo ir. En el camino, rezo para que no les pase nada. La misa es magnífica. Comulgo con el cuerpo y la sangre de Cristo. Sor P no vuelve y cuando, más tarde, le diga que yo comulgué la primera vez a los trece años, quedará estupefacta. Luego, como las hermanas, tomo mi cena en una celda. En fin, me acuesto. Dormir en el monasterio es para mí una experiencia muy emocionante. Estoy impresionado por el increíble silencio que allí reina. Vivo un gran momento de recogimiento y paz. Me siento totalmente separado del mundo. Disfruto de una alegría y una paz interiores que no he conocido en ninguna otra parte. En el momento de dejar el convento, a la mañana siguiente, las hermanas me dan pan y pasteles para los niños. Al llegar a casa, le doy estos regalitos y les explico que son de un monasterio en que he pasado la noche. Para mi gran sorpresa, ellos no hacen ningún comentario. Sor P me ha regalado también un crucifijo y una imagen de la Virgen de Lourdes, que me ha hecho elegir en su tienda. Pero eso, en cambio, no pienso enseñárselo por el momento. Los escondo cuidadosamente en mi cuarto. En efecto, a pesar de todo lo que me ha pasado en estos últimos meses, los niños no sospechan nada y seguimos llevando nuestra vida judía ultraortodoxa normal. Sin embargo, cuanto mejor va todo más siento que esta vez no vaya cortar. La conversión está próxima:¡voy a pasar al otro lado! De golpe, me empiezo a plantear seriamente cómo presentaré las cosas a los niños. ¿Cómo se lo van a tomar? Temo su reacción. Entonces, intento preparar el terreno poco a poco. Por ejemplo, mientras que desde Navidad la imagen de María esta escondida en mi cuarto, y cierro la puerta cuando le vaya rezar, decido que ahora la pongo más a la vista y dejo la puerta entreabierta. Un día, la dejo abierta del todo. Llega Rebeca y me sorprende de rodillas ante la Virgen María. Me pregunta qué hago. Un judío reza sentado o de pie, pero nunca de rodillas. Estoy un poco confuso, pero al mismo tiempo deseaba que llegase este momento. Le explico: -Es la Virgen María, la madre de Jesús. -¿Es tu nueva amiguita? -me contesta ella. Bueno, me había equivocado al inquietarme: no ha sido más complicado que eso. En adelante, la Virgen María es aceptada en la casa. Desde este día, cuando encendemos las velas de shabat, el viernes al atardecer, se canta también el Avemaría. Sor P me invita también a pasar la noche de año nuevo en el monasterio. Esta vez se lo digo a los niños. La víspera comienza por los oficios. Las hermanitas 65
de Belén son muy marianas y muchos de sus cantos se dirigen a la Virgen María, que tiene una fiesta el primero de enero. Esta misa en honor de la madre de Jesús, que forma parte de mi vida desde hace poco, tiene para mí una resonancia muy particular. A la mañana siguiente, me dan de nuevo pasteles para los niños, y al regresar, ellos me preguntan cómo ha sido todo. Yo les cuento mi fin de año cristiano. Estoy asombrado por su modo de reaccionar. Toman las cosas tal como vienen, sin extrañarse. Pensaréis que tengo suerte y que mis niños son tranquilos y abiertos. Pero yo no creo en la suerte, creo en la Providencia y en la educación: en la relación de confianza entre padres e hijos. Algunos meses más tarde, antes de ir a Tierra Santa, pediré a mis hijas que forren de papel opaco mi libro de san Juan de la Cruz, para no aparecer como judío renegado. Déborah me responderá: «¡Papá, haz lo que tú quieras!». Ellas son más libres que yo. Les hago caso, y no fórro el libro. Y cómo no: en el coche, una judía me interpelará. Pienso cada vez más en pedir el bautismo, pero sigo dividido. El 2 de febrero de 2008 vuelvo al monasterio para celebrar la Presentación de Jesús en el Templo. Voy al oficio de la tarde, paso la noche en una celda, y asisto a la misa por la mañana temprano. Antes de marcharme, hacia las tres de la tarde, sor P me pregunta qué tal voy: «Muy bien. Además he decidido pedir el bautismo». Estoy sorprendido por lo que acabo de decir: en ese instante preciso, Dios sabe por qué, ya no tengo conflicto interior. Sor P me pregunta por qué quiero bautizarme. ¡Porque quiero ser cristiano! Ella me explica entonces que debo hacer el catecumenado. -¿Qué es eso? -Es una preparación al bautismo. -Pero señora, ¿para qué tengo que prepararme? -¡Para ser cristiano! -¡Pero si ya estoy preparado! Sé leer la Biblia. Además, esa preparación que me propone contradice las Escrituras. -¡Ah, sí! ¿Y por qué? -En los Hechos de los Apóstoles, cuando el etíope pide el bautismo a Felipe, se echa a una charca de agua y le bautiza allí mismo. Y, en el caso de san Pablo, ¿es que alguien le ha pedido seguir un catecumenado? -¡Cálmate! -Estoy calmado. 66
-En la Iglesia ya no es así. .. -Pero yo le hablo de Jesús, no de la Iglesia. No estamos en la misma longitud de onda. Se sigue una larga discusión en que la hermana intenta explicarme que la Iglesia y Jesús son un mismo cuerpo.
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CATECÚMENO A TIEMPO COMPLETO Para mí, que soy judío religioso, la referencia absoluta es la palabra de Dios, y no las ideas de los hombres. Lo que me molesta en toda esta historia del catecumenado, es que no se menciona por ninguna parte en los Hechos de los Apóstoles. Ved lo que le costó al apóstol Pedro suprimir lo que estaba prescrito en la Torá. Sin embargo, dijo que Jesús era el Mesías, vio a Jesús resucitado, creyó y afirmó que Jesús era hombre y Dios, recibió el Espíritu Santo en Pentecostés y salió a predicar. Pero a pesar de todo eso, seguía convencido de que había que comer kosher por la sencilla y buena razón de que eso estaba escrito en la Biblia. Necesitará una visión para comprender que eso ya no era necesario. En lo que me concierne, por obediencia y porque mi deseo de ser bautizado es lo más fuerte, voy a aceptar someterme a lo que me pide sor P. En el mes de febrero de 2008 entro en el catecumenado. Será probablemente más fácil para mí acercarme a los judíos mesiánicos, según me han sugerido. Sin embargo, yo me siento atraído por el catolicismo. Ignoro por qué, pero en eso al menos no tengo ni sombra de duda. Por otra parte, ser judío mesiánico no resolvería mi problema de conciencia que se refiere principalmente a la persona de Jesús, Dios hecho hombre, ya la idea de un Dios en tres personas. El cardenal Lustiger, a propósito de los judíos que se hacían cristianos como él, hablaba de judíos cabales. No quiero escandalizar a nadie, pero no estoy de acuerdo con él. No me considero un judío cabal, sino un judío convertido a Cristo: no se habla de judíos cabales en los Hechos de los Apóstoles, ni en las Epístolas de san Pablo, ni en toda la santa Biblia. La gente que escuchaba a san Pedro, el jefe de la Iglesia, le preguntaba: «¿Qué debemos hacer?». Él respondía: «Convertíos». No les ha pedido ser judíos cabales reconociendo a Jesús. Una conversión es un cambio total. De pronto, se ve, se piensa, se come de otra manera. Se tiene una relación diferente con los demás y con Dios. Después de su conversión, los judíos ortodoxos como Pablo, el rabino Drach, los Liebermann, el gran rabino de Roma Zolli, han cambiado su mirada sobre la práctica de la Ley. La conversión, en hebreo «techuva», es una vuelta a Dios. En las sagradas Escrituras, Dios pide con frecuencia a los judíos que se extravían que se conviertan, que vuelvan a Él. San Pedro ha pedido a los judíos que se conviertan porque, según él, el pueblo judío se extraviaba al no aceptar a Jesús como Dios salvador. La conversión permite ser un hombre nuevo. Convirtiéndome a Cristo, soy otro. A mi parecer, la mayor parte de los judíos no creyentes o no practicantes que se han convertido al cristianismo acaban 68
siempre por encontrar sus raíces judías a través del catolicismo. A menudo, me parece que no se sienten cómodos con su identidad judía, que no han vivido plenamente o asumido hasta el final. Tienen una visión externa del judaísmo, del judaísmo ortodoxo, de la práctica de la Ley y de los estudios. El gran rabino de Roma que se convirtió en 1956 -después de haber tratado mucho a Pío XII, de quien tomó su nombre de bautismo, Eugenio-, no tenía problema de fidelidad a sus raíces, porque había vivido y cumplido plenamente su judaísmo. San Pablo también tenía en poco su práctica judía. San Juan tampoco hablaba de su judaísmo. A propósito del cardenal Lustiger, abro un paréntesis. Cuando Juan Pablo II se proponía nombrarle arzobispo de París, sus consejeros en el Vaticano se opusieron, pensando que al ser judío podía dar lugar a historias. Juan Pablo II no cambió de parecer. Se fue a rezar. Al volver, dijo a sus consejeros: es la voluntad de Dios, punto final. El cardenal Lustiger ha sufrido toda su vida que los judíos no reconozcan a Jesús, y que muchos católicos no reconozcan que era judío. Una precisión aún: el cardenal Lustiger, que se hizo bautizar en plena guerra mundial y contra el parecer de sus padres, que acabaron por permitírselo pensando que eso le protegería, no se convirtió por esa supuesta ventaja. Su madre murió deportada y su padre le pidió anular su bautismo: ¡qué desgarramiento debió sentir! Imagino fácilmente cómo sufriría su conciencia y qué sentimiento de traición filial debió padecer. Me parece que solo los judíos y los musulmanes convertidos pueden comprender, en sus entrañas, lo que Jesús quiere decir cuando declara, en el evangelio de Mateo (IO, 34-35): «No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra». Volvamos a mi catecumenado, este largo periodo de preparación al bautismo que comienza a parecerse a una carrera de obstáculos. Y, creedme, ese es el caso para muchos catecúmenos. Pienso sinceramente que habría que acortar este tiempo de preparación (que dura dos o tres años normalmente) si se logra discernir en el catecúmeno un deseo real de ser bautizado. Por lo demás, sería más juicioso seguir al neófito después de su bautismo, más aún que antes. En efecto, tras el bautismo, el nuevo cristiano se encuentra a merced de sí mismo. Con frecuencia nadie se interesa seriamente por él, y sucede que los recién bautizados no vuelvan a poner los pies en una iglesia. Es un laico de la comunidad de Belén, Francois F, quien recibe la misión de acompañarme. Esta tarea que le incumbe está lejos de ser fácil. Llego a él con diez años de formación rabínica a mis espaldas, con una teología, una filosofía. No soy un pagano que acaba de convertirse. Él no consigue responder a todas mis preguntas. Incluso me dice que se siente superado y puedo comprenderlo. Paralelamente me sigue un sacerdote, el padre O. También nuestros encuentros son difíciles, tanto para él como para mí. No 69
paro de preguntarle y sus respuestas no me convencen. Siempre tengo un argumento para oponerme. Pero él se muestra bastante cerrado al diálogo. Quiere imponerme su punto de vista: él es el sacerdote, el «especialista en san Pablo», como dice. El modo de actuar del padre O choca realmente con mis hábitos culturales. Recordad que en el judaísmo, se tiene la costumbre de la disputa, en sentido medieval, tal como la he practicado en la yeshiva. La disputatio es parte de los estudios, a la manera en que santo Tomás de Aquino defendía en su tiempo sus puntos de vista teológicos. En la yeshiva, se puede no estar de acuerdo con el maestro. En cambio, en las clases de teología católica y de exegesis, tal como están organizadas, con frecuencia en anfiteatro, a nadie se le ocurriría contradecir al profesor. Es una pena, pues esta práctica permite llegar realmente al final de la argumentación y aclarar las cosas. De hecho, nadie aquí abajo tiene toda la verdad. Ninguna de nuestras palabras agotará el misterio: «Dios no ha dicho más que una Palabra, yes su Hijo». Varios puntos de vista pueden sumarse para aclarar el misterio desde perspectivas diferentes. Por otra parte, san Benito en su regla insiste en el hecho de que el Espíritu Santo habla a menudo a través del más pequeño de todos los hermanos de una comunidad, aquel a quien no se piensa consultar. Durante todo mi catecumenado, me chocó la manera de presentarme las afirmaciones de Jesús. Se prescindía totalmente de que fuera judío. Evidentemente, yo no digo que haga falta ser judío para comprender a Jesús. Los padres de la Iglesia, los santos y las santas que no han sido judíos han transmitido muy bien los Evangelios, y Jesús mismo ha dicho: «Yo te alabo, Padre [ ... ] porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños» (Mt 11, 25). Muchas veces pienso que para poder entrar en lo que realmente dice Jesús, hay que entrar antes en el pensamiento judío. En efecto, Jesús se dirige a judíos, con quienes comparte la misma cultura. El contexto de la cultura rabínica de la época tiene también su importancia. En lo que me concierne, cuando, unos años más tarde, emprendo una formación en teología y en filosofía, y estudio el pensamiento de santo Tomás de Aquino, necesito saber quién era, en qué lugar y época vivió, entrar en su lengua y en su cultura. Incluso con años de estudio a mis espaldas, admitiré que la suya no es mi cultura. Es una actitud que me parece esencial para acceder al conocimiento de algo. Por lo demás, nótese que siguiendo al concilio Vaticano Ir y al diálogo judeo-cristiano, las cosas van evolucionando en este sentido. Cuando el padre O me cita esta frase de Cristo en el Evangelio de Mateo: «No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud» (Mt 5, 17), yo no la comprendo. Para mí eso es falso. No olvidemos que Jesús se dirige aquí a judíos fariseos. La Ley 70
para ellos designa el conjunto de las prescripciones de Moisés, reunidas en los cinco libros que constituyen el Pentateuco, la Torá. Pues, Cristo viene a abolir los rituales judíos y sobre todo la comida kosher, cuando dice (Cfr Mt 15, 16-20) que no es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre. La comida kosher no es una invención de Moisés o de los rabinos: es un mandamiento dado por Dios a Moisés. No es cosa de poca monta. Si mañana viniese alguien con las mejores intenciones del mundo para abolir la Eucaristía, ¿qué diríamos? Entonces, acoso al padre O con mis preguntas: «¿Qué quiso decir Cristo? ¿Qué palabra ha utilizado en arameo? ¿Cómo san Jerónimo, que parte de la Biblia de los Setenta y del hebreo, traduce los verbos abolir y dar plenitudi», Además, hay que comprender que Jesús no suprime solo los rituales judíos sino también el dogma de la fe judía. Nunca los profetas nos hablaron de un Dios trino que se haría carne. Ese es otro punto sobre el que interrogo vivamente al padre o: «¿Dónde se anuncia un Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en el Antiguo Testamento? Lo que me muestra no me convence. Por ejemplo, incluso cuando está escrito en el profeta Isaías (7, 14) «Mirad, la doncella ("alma") está encinta y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel», puede tratarse de un mesías humano, pues nada nos dice que la mujer en cuestión va quedar encinta virginalmente y que es Dios quien se va a hacer carne. A mis ojos de judío, la Trinidad supone abolir el mandamiento número uno del judaísmo: «Escucha Israel, el Señor tu Dios es UNO». Para un judío, un Dios trino no es compatible con el Dios uno. Ahí también el padre O hace gala de falta de apertura. No tiene en cuenta mi punto de vista. No comprende que solo con la razón humana, nadie en el mundo puede ver que exista un Dios trino, un Dios que se encarna. En el Evangelio de Mateo (16, 13-19), cuando Cristo pregunta a sus discípulos: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» y san Pedro le responde: «[Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!», Jesús hace esta declaración: «Bienaventurado tú, Simón, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Así que, lo que ha dicho Pedro no lo ha comprendido gracias a su inteligencia, eso le ha sido revelado de arriba. También Saulo necesitará una iluminación para comprender estas cosas. Más tarde, cuando reciba más luz, me bautice y reciba el Espíritu Santo, comprenderé de otro modo esta afirmación de Jesús. Cuando dice que no ha venido a abolir sino a dar cumplimiento, está hablando de lo esencial de la revelación del Antiguo Testamento. Y lo esencial es que el Verbo se encarna. Todas las Escrituras no dicen más que eso. Todo el Antiguo Testamento, toda la Ley, están ahí para anunciar la Encarnación del Verbo que se cumple en Jesús. Todas las Escrituras tienen como objetivo hacer venir al Mesías. Veamos un ejemplo que revela el proyecto intrínseco de Dios sobre Abrahán: un midrash se pregunta por qué Abrahán lleva con él a su sobrino Lot para ir a la Tierra 71
prometida. El midrash responde que el Espíritu Santo ha mostrado en visión a Abrahán que es de la descendencia de Lot de la que vendrá el Mesías. Veamos: Jesús no viene a abolir el proyecto de Dios sino a cumplirlo, es decir, a realizarlo, a convertirlo en real. Jesús no viene a abolir la Ley y los profetas en la medida en que su objeto era la Encarnación del Verbo de Dios. No abolió la intención de Dios, que es rescatar al hombre y reconciliarse con él para hacerlo realmente hijo de Dios: la cumplió. Desarrollo esta cuestión con más profundidad en otros libros que estoy escribiendo: cómo el Antiguo Testamento es preparación para el Nuevo. No en el nivel de las profecías, pues en el Credo no decimos: «Creo en las profecías». Cómo el Antiguo Testamento prepara el Credo, que es toda la vida cristiana. Cómo en el Antiguo Testamento se ve por todas partes a la Trinidad, al Dios que se va a hacer carne. Esperando, las correspondencias que intenta mostrarme el padre O entre el Antiguo y el Nuevo Testamento no me parecen serias. Juan Bautista señala por ejemplo a Jesús como «el Cordero que quita los pecados del mundo», pero el cordero que se ofrece en el Templo en Pascua es un cordero de conmemoración, no de expiación. Es en Kippur cuando tiene lugar el sacrificio de expiación, y no es un cordero lo que se ofrece sino un macho cabrío. Concluyo que Jesús ha roto con la antigua alianza y que no hay continuidad, contrariamente a lo que me repite el padre O. ¡Qué difícil es para un judío aceptar las palabras de Cristo! Se ve en los Evangelios que cuando Jesús anuncia algo que supera la razón humana, la gente le abandona. Así en el Evangelio de Juan (6, 51-58), cuando Jesús dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna», muchos de sus discípulos se van. Con todo, ellos habían elegido seguirle, habían renunciado por Él a la seguridad material y espiritual en la que vivían antes. Pero lo que Jesús afirma aquí está por encima de todo, eso supera completamente la razón humana. ¡Comer la carne de un hombre y beber su sangre! Además,¿dónde está escrito en el Antiguo Testamento que los judíos deban comer la carne y beber la sangre de un ser humano, de Dios encarnado? No se puede culpabilizar a esta gente que ha dejado a Cristo en ese momento. Hay que aceptar que el cristianismo se basa sobre la locura, la locura de la cruz. Es decir, el fundamento del cristianismo está más allá de la razón humana, de la percepción humana. No se puede reprochar a los judíos no haber visto que Jesús es Dios, pues ¿quién lo ve? Se acepta por la fe y la gracia de Dios. MI CORAZÓN Y MI CABEZA Sor P me sermonea crudamente. Ella, que se pone a cuatro patas por mí, tiene miedo de que yo lo haga fracasar todo. En efecto, a causa de mi actitud, el padre O piensa que no deseo verdaderamente ser bautizado. Pero eso no es cierto. Tomo entonces la firme decisión de no hacerle más 72
preguntas. Pero eso no impide que me las haga a mí mismo. Siempre el mismo conflicto agotador: mi corazón aspira al bautismo, pero mi cabeza no le sigue. Una noche en que no consigo dormir, hago un trato con Jesús. Le hablo a corazón abierto: «Tú has puesto un deseo en mi corazón, pero mi cabeza no cree nada en ti. Ella piensa que tú eres un blasfemo, un mentiroso, que has desviado al pueblo judío de la verdadera fe. No creo en el Dios trinitario ni en tu resurrección. Si tú has resucitado, es obra del demonio, es una prueba que Dios nos da. Está escrito claramente en el Deuteronomio: "Os enviaré un falso profeta para poneros a prueba". ¡Tú eres esa profecía de Dios! He acudido a tu Iglesia: no tienen respuesta que darme. Entonces, es sencillo: o bien produces un chispazo en mi cabeza, como has hecho con el gran rabino de Roma -un día abrió el Arca y vio a Jesús que le dice: "Ya no te necesito aquí, te necesito en otra parte"- o bien me fulminas como a san Pablo. O me dejas en paz, porque ¡ya es bastante complicado sacar adelante a seis hijos! No quiero volverme loco, no me lo puedo permitir, tengo que atender las necesidades de mi familia. Los niños ya han sufrido bastante con la muerte de su madre, no quiero que sufran otra vez porque su padre se convierte al catolicismo. Haz algo también con ellos. Y si no, ¡déjame en paz! Amén». No hay respuesta. Algún tiempo después, sor P me invita a pasar la Pentecostés en el monasterio, con toda la familia. Ya hemos pasado allí tres días en Pascua, los siete. Imaginadlo, una familia judía practicante con seis hijos, que pasa tres días en un convento de contemplativas, ¡en pleno París! ¡Que sigue toda la liturgia católica y que come kosher! Para las hermanas tampoco era cualquier cosa. Yo temía un poco la reacción de los niños, sobre todo la de las chicas. Ellas nunca habían estado antes en un monasterio, podrían protestar. Pero todo fue muy bien. A los niños les ha gustado, sobre todo a las niñas, que han podido charlar con las hermanas. Me ha sorprendido su facilidad de adaptación. Por otra parte, desde que comencé a cantar las oraciones a María en la apertura del shabat, los niños nunca se ha opuesto a lo que les he ido proponiendo. En sí, ya es un milagro, pues las mayores ya entran en la adolescencia y no se muerden la lengua. Sin embargo, esta vez declino la invitación de sor P porque los chicos pueden negarse. Sor P me propone entonces ir a la casa de otras hermanas de Belén que está en Nemours: tienen un jardín y los niños podrán jugar al aire libre. Llegamos pues los siete, el jueves por la tarde. El viernes por la mañana, por fin, Jesús se me va a desvelar claramente. ¡Todas mis preguntas van a encontrar instantáneamente su respuesta! Voy a bascular hacia otra dimensión.
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EL GOLPE DE GRACIA Al llegar al monasterio el jueves por la tarde, seamos francos, no estoy atormentado por mis cuestiones espirituales: estoy agotado. He preparado los equipajes de los seis niños para cuatro días, y luego hemos salido de casa los siete hasta la Gare de Lyon para tomar el tren hasta Nemours. Allí, una hermana nos esperaba con una furgoneta para conducirnos al monasterio. O sea, mi conflicto interior ha estado sepultado por las preocupaciones prosaicas y el cansancio físico. No pienso en nada. Nos instalamos para pasar la noche. Nos alojan en dos pequeñas ermitas separadas por un oratorio. El viernes por la mañana me despierto temprano. Ya es de día. Como los niños duermen aún, me voy al oratorio. Al entrar en la capilla, veo al fondo un crucifijo bizantino. A su derecha hay un gran icono de María y a la izquierda, un cuadro de la Santa Faz del Santo Sudario, junto a una ventana que da al cielo. Me acerco y me siento. De pronto, comienzo a sentir los mismos temblores que me invadieron en la playa y en mi cuarto. Presiento en mi carne que va a pasar algo. Y de repente, ¡veo abrirse los ojos de la Santa Faz! Me sumerjo entonces en una felicidad indecible. Luego, después de un cierto tiempo que me ha parecido muy largo, los ojos de la Santa Faz vuelven a cerrarse y todo parece quedar en la normalidad. Me tranquilizo lentamente y miro al cielo. Bruscamente, me doy cuenta de lo que acaba de pasar y me da miedo. Me digo que estoy perdiendo completamente la cabeza. Me inquieto terriblemente por los niños. A ellos, que han perdido ya a su madre, ¡solo les faltaba que ingresaran a su padre en un hospital psiquiátrico! Me pregunto qué me pasa, todo es turbio en mi cabeza. Me cuesta mucho tiempo bajar a tierra. Luego miro de nuevo a la Santa Faz. De allí, está decidido, no me voy a mover. Aunque vengan los niños, no me voy a mover hasta que tenga una respuesta clara. Estoy cansado de este Dios que juega al escondite. ¡No puedo más! ¡No soy masoquista! Esta vez, pase lo que pase, quiero acabar ya. Entonces sus ojos se abren de nuevo. Y en ese momento preciso, ¡viene la iluminación! Me veo bascular totalmente. ¡Es un vuelco completo! ¡Por fin! Por increíble que pueda parecer, en un instante, estoy dispuesto a echar la Ley judía a la papelera. Ya no quiero comer kosher. ¡Es el golpe de gracia! Yo, judío ortodoxo, testifico que sin esta Gracia, nunca hubiese podido abandonar la práctica de la Ley. Comprendo muy bien lo que san Pablo debió vivir en su carne. La primera consecuencia de esta iluminación es un cambio total de coordenadas. Antes deseaba a Cristo. Ahora tengo una fe que ama a la persona misma de Jesús. Antes, mis referencias eran la Biblia, el Talmud y los maestros que tuve en el curso de mi formación rabínica. Intentaba hacer 74
entrar al Mesías en mis esquemas talmúdicos o en mis referencias místicas judías, y si no entraba, lo rechazaba. De pronto, Él se ha convertido en la referencia, el fundamento, la fuente de todo. Ningún teólogo puede convencer a nadie para que renuncie a su modo de ver el mundo, a lo que piensa, a sus valores. Solo la Gracia. El padre O no podía darme lo que solo Jesús puede dar. Ahora descubro la Escritura con una nueva luz. Comprendo el Antiguo Testamento a través de Cristo. El magisterio de la Iglesia dirá que en todas las Escrituras no hay más que una sola palabra, es el Verbo. Ahora, cuando leo el Antiguo Testamento, veo en todo al Verbo, y no solo en los pasajes proféticos que anuncian la venida de Jesús. En efecto, veo pasajes o personas que han tenido una relación con la segunda persona de la Trinidad. Varios pasajes del Nuevo Testamento dan testimonio de estas relaciones con Jesús. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan (8, 56) Jesús dice a los fariseos: «Abrahán, vuestro padre, se llenó de alegría porque iba a ver mi día; lo vio y se alegró». O san Pedro en los Hechos de los Apóstoles (2, 31), dice de David: «Lo vio con anticipación y habló de la resurrección de Cristo». Me doy cuenta de que toda la Escritura habla del Dios Trinidad. Sí, el Señor me abrió realmente la inteligencia a las Escrituras. Como dice san Pablo, un velo estaba ante mis ojos, y ha caído. ¡Todo se vuelve claro! En Gálatas 4, Pablo les reprende de que se han convertido pero quieren someterse de nuevo a la Ley judía. Se entrega entonces a una lectura alegórica, cristológica, de un episodio de la Biblia. Compara a Agar, la esclava de Abrahán, y a su mujer Sara con las dos Alianzas: la antigua, la del Monte Sinaí, y la nueva, la de Jesús. Agar, la primera alianza, da al mundo hijos esclavos. Y Sara, la nueva, hijos libres. Un judío, por supuesto, no puede hacer ni aceptar esta lectura. Por eso dice Pablo que los judíos tienen un velo en los ojos al leer las Escrituras. Lo sé por mi propia experiencia. Comprendo ahora que el Nuevo Testamento está en el Antiguo como un hijo en su madre. Mientras está en su vientre, no se le ve. Al nacer, para que pueda vivir y crecer, hay que cortar el cordón para separarlo de su madre. Sin embargo, sigue siendo su hijo. Va a aportar algo «nuevo», opera una ruptura y, al mismo tiempo, da una dimensión distinta a su madre, la renueva. Así, el Nuevo Testamento nació del Antiguo y aporta algo nuevo, como que Dios es Trinidad, algo que no se veía claramente como el Dios que se hace carne. En fin, la última consecuencia de esta iluminación es que me siento llamado a convertirme en un servidor de la Iglesia. Cuando salgo del oratorio, solo me interesa una cosa: Él, Jesús, ¡Dios hecho hombre! Pero no digo nada a nadie, ni a los niños ni a las hermanas. Sigo muy natural y, durante toda la 75
semana, no cambio nada de nuestro modo de vida. Continúo comiendo kosher. Es en la tarde del shabat, de regreso a casa, cuando se produce el milagro. Como todos los viernes por la tarde, pongo a punto el sistema para que las luces se apaguen a su hora sin necesidad de accionar los interruptores, pues en la religión judía no se pueden apagar las luces en shabat. Como de costumbre, cantamos y comemos nuestra cena de fiesta. Es entonces cuando me levanto para accionar el interruptor. Apago la luz. Estoy yo mismo sorprendido de lo que acabo de hacer, yo que era hasta entonces tan escrupuloso en el respeto de las leyes judías. La vuelvo a encender. Los niños me miran, estupefactos. Les digo que se sienten de nuevo, y me explico. Me explico contándoles mi historia con Jesús desde el principio. De un día para otro, ya no hay ni shabat ni kosher en casa. ¡Se acabó! Los niños, que me han visto siempre vestido como rabino, me ven ahora vestido como todo el mundo, en [eans, camisa o camiseta. ¿Pensáis tal vez que deben estar impresionados por este cambio tan rápido? Pues bien, no, en absoluto: el modo en que mis hijos han aceptado mi conversión, sin haber tenido ellos iluminación, es un milagro. Para mí, eso no ofrece ninguna duda. Incluso, la manera en que yo mismo vivo las cosas es una gracia. En efecto, mi conversión hubiese podido constituir un shock para mí también, podría estar desconectado de la realidad. Pero no, vuelvo a una vida normal y con los pies en la tierra. Sigo siendo un hombre equilibrado. Lo sobrenatural no ha venido a destruir lo natural. NUEVA VIDA A veces me preguntan qué ha cambiado en mi vida desde la conversión. Al principio, de hecho, quería ser sacerdote, pero me explicaron amablemente que con siete hijos eso no era posible. Como quiera que sea, estoy llamado a servir a la Iglesia a través del apostolado de la predicación. «Que cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido, como buenos administradores de la múltiple y variada gracia de Dios. Si uno toma la palabra, que sea de verdad palabra de Dios; si uno ejerce un ministerio, hágalo en virtud del poder que Dios le otorga», escribe san Pedro en su primera carta (4, 10-11). Cada uno, su vocación, Sin embargo, cualquiera que sea el don recibido, es para ponerlo al servicio de los demás. Cuando enseño, me esfuerzo siempre para estar al servicio de los que me escuchan. Lo que mi conversión ha transformado fundamentalmente es mi forma de vivir con los demás. Primer cambio, notable para un judío ortodoxo: soy ahora sensible al sufrimiento de cualquiera, aunque no sea judío, y rezo por todos los que se confían a mi oración, aunque no los conozca. Ya no veo a los demás corno goys (no judíos), o extraños e indiferentes. Tengo más ternura y atención hacia el otro, quienquiera que sea. Esto cambia 76
completamente mi actitud hacia él. En fin, el conflicto entre mi corazón y mi razón ha quedado atrás: estoy totalmente preparado para dar el paso. Fui bautizado el 14 de septiembre de 2008, el día de la Exaltación de la Santa Cruz, en las Hermanas de Belén, por inmersión total en una enorme pila. Iba vestido con una gran alba blanca y fui totalmente sumergido. ¡Por fin! Tengo entonces 43 años. Mi querido padre O fue quien me bautizó, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, dando un inmenso suspiro de alivio ... ¡O de agotamiento! Que Dios le bendiga. Mi nombre de bautismo es jean-Marie Élie. He dudado un tiempo si llamarme Pablo, pero conservé finalmente el nombre de Jean que me dieron mis padres, el de mi abuelo y de mi evangelista preferido. ¿Hace falta que explique por qué elegí María? En cuanto a Elías, es el nombre que me puse cuando estuve en Tierra Santa. Supe luego que el profeta Elías era el patrón de los Carmelitas. Por otra parte, varios judíos convertidos se hicieron carmelitas, como Edith Stein y Hermann Cohen. La misma Teresa de Jesús procedía por línea paterna de una familia de judíos conversos. También san Juan de la Cruz tenía ascendientes judíos. Algunos meses antes de mi bautismo conocí a Pétronille, que me fue recomendada para verificar si mi mística judía era «católicamente kosher». Pétronille me dijo que ella no sabía nada sobre eso, y hemos ido hablando de otras cosas. El verano siguiente, buscando un sitio para pasar las vacaciones con los niños, me sugirieron llevarlos a Paray-le-Monial, pequeña ciudad de Borgoña donde el Corazón de Jesús se apareció a santa Margarita María y donde todo el verano hay sesiones para las familias. ¡Y allí encontramos a Pétronille! Para volver a París, yo tomo el tren y ella lleva en su coche a algunos de mis hijos, sobre todo a Gabriel, mi rubito, que se pone a hacer de celestino. Le dice a ella: «¡Encárgate de nosotros y de papá!». Y así fue. Nos casamos un año después. Tres años más tarde tenemos un hijo. Nathanaél nació en enero de 2012. Pétronille tiene 46 años, yes su primer hijo. Una verdadera historia bíblica ... ¡Gloria a Dios! Querría rendir homenaje a Pétronille, tan alegre y sonriente. Ha vivido un poco con nosotros antes de casarnos. Se comprometió con conocimiento de causa ¡y no tuvo miedo! Después de mi bautismo, he telefoneado a mis hermanos y hermanas para invitarlos a mi casa. Les he contado mi historia con Jesús desde el principio. Ellos no han cuestionado mi conversión. Pero están agraviados porque no les había dicho nada, y me reprochan haberme separado de la familia por mis decisiones sucesivas. Lamento esta incomprensión y me gustaría recuperar una verdadera relación con ellos. Nunca he abordado el tema directamente con mi 77
padre, pero voy regularmente a La Courneuve a visitarlo con los niños y Pétronille, que ha sido muy bien recibida. Tengo en mi teléfono una foto de Nathanaél en las rodillas de su abuelo. Están sonrientes los dos. ¡Qué gusto me da! Es el único lazo que me queda, por el momento, con mi familia y la comunidad judía, que me ha expulsado.
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¿QUÉ DICEN MIS HIJOS? Al pasar el tiempo, me parece que lo que ha sucedido con mis hijos es el mayor milagro de toda esta historia. Es claro que las decisiones de los padres tienen influencia sobre un hijo. Pero en el fondo, es él quien elige. En mi caso, por ejemplo, yo no he seguido las huellas de mis padres. Pensaba que la fidelidad de mis hijos a la religión de su madre, por una parte, y la educación que habían recibido en las escuelas lubavitchs y la práctica de la Ley que impregnaba su vida cotidiana, por otra, harían el cambio muy difícil. Pero el Señor escuchó la petición que le hice aquella famosa noche. De hecho, cada uno ha seguido su propio camino espiritual, a su ritmo, como quisiera. Youssef-Raphael y Menahem fueron los primeros en pedir el bautismo. Se bautizaron en junio de 2009, un año después que yo, el día de la Santísima Trinidad. Durante este verano de 2009, todos fueron a un campamento de vacaciones con LEau Vive, una colonia católica. Allí, Youssef-Raphaél, que tenía diez años, ha pedido la confirmación. Yo no estaba al corriente: es él quien me lo dice por teléfono. Rachel se bautizó en el Jordán, el 31 de julio, día de san Ignacio de Loyola, en una peregrinación a Tierra Santa de ese
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mismo verano de 2009. Myriam pidió el bautismo un año después, en agosto de 2010. Comulgó y recibió la confirmación el mismo día. Menahem recibió el sacramento de la confirmación durante el verano de 2010. Déborah y Rivka no deseaban ser bautizadas. Por tanto, no iban a misa con nosotros. Les había preguntado si querían celebrar de nuevo las fiestas judías y el shabat, y me respondieron que no. Déborah estuvo cuatro años en el colegio de un Foyer de Charité. Cada año, yo le proponía cambiar de colegio para ir a uno público, pero ella no quería. Se rindió en la beatificación de Juan Pablo II, en Roma, en mayo de20 11. Finalmente, en el curso de su último año escolar en el colegio del Foyer de Courset, en el mes de noviembre de 2011, recibió una gracia. Dios le ha hecho señas, es lo que ella dice. Se bautizó, comulgó y fue confirmada en la noche de Pascua de 2012, cuatro años después de mi propio bautismo. Rivka no se ha bautizado. Siempre estuvo en la escuela pública. Pero lleva un crucifijo que oculta cuando va al colegio. Es evidente que mi nueva vida ha tenido influencia sobre ellos. Es incluso una felicidad, diría yo. Eso significa que mi transformación ha suscitado su curiosidad y les ha dado envidia. Sin embargo, también podrían haberme dicho: «Papá, ese es tu camino, no el nuestro», como Rivka. Ella es libre, y vivimos eso muy bien en familia. Rivka se acuerda perfectamente del momento en que comencé a preparar mi viraje cristiano. Se acuerda de la primera vez que vio la imagen de la Virgen María en mi cuarto, y dice que no le chocó. Cuando le propuse ir a las clases de Talmud Torá, rehusó. Cree en Dios, no en Jesucristo. A veces reza a la Virgen María. Las apariciones de la Virgen le hacen desear creer, pero pide una prueba. Dice que si Dios quiere que ella sea cristiana, no tiene más que hacérselo saber. Mis hijos son muy libres y discutimos de todo, aunque respetan mi autoridad. Me he preguntado si no se sentirían culpables frente a su madre. Con toda honradez, no he querido abordar el tema directamente con ellos. Para su formación personal, no he deseado que vivan siempre en duelo por su madre, aunque cada año celebramos su marcha al cielo. El único que ha expresado un caso de conciencia, es Yossef. Eso le ha preocupado. «¿Mamá en el cielo estará de acuerdo con esto?», me preguntó un día. Eso no le impidió ser el primero en pedir el bautismo. No tenemos oratorio en casa, como tienen algunas familias católicas. No quiero un rincón reservado a Dios, porque en realidad no hay ningún rincón sin Dios. En nuestra casa, y es algo que conservo de la tradición judía, el altar es la mesa. Ante todo, seamos sencillos, es más práctico, porque allí al menos todos están reunidos, no hay necesidad de llamarlos a determinada 80
hora. Decimos las bendiciones y a veces rezamos algo de rosario. Rezo diez Avemarías con mis intenciones, luego cada uno reza una por sus propias intenciones. Pero prefiero que den preferencia a la oración individual, es decir a su relación personal con Cristo. También tienen un rinconcito adecuado para la oración en su cuarto, con una imagen, un crucifijo. Al atardecer les digo: «[No olvidéis hacer vuestra oración! ¿Le habéis dado gracias a Dios? ¡Rezad algo antes de dormid». Les motivo, pero sin insistir y por supuesto sin vigilarlos. Pregunté a mis hijos si les parecía que mi conversión me había transformado humanamente. Rivka dice que estoy menos estresado que antes. También le parece que tengo más fe. Según ella, antes, mis oraciones eran menos profundas, menos sinceras. Déborah se sintió muy tocada por el hecho de que, después de mi conversión, yo pedía perdón y perdonaba. Les he enseñado a pedir perdón y a perdonarse entre ellos. Antes hablábamos del perdón el día de Kippur, pero no era lo mismo. Para Yossef, yo era más exigente cuando era judío religioso: no dejaba pasar una. Ahora, él me encuentra igual de atento, pero con cariño. Dice también que soy más abierto. Hacerse cristiano no quiere decir hacerse perfecto, como pretende un judío ortodoxo. Vivo mis defectos, mis debilidades en Dios. Soy capaz hoy de mirarme tal como soy. Eso me hace más comprensivo con los demás. También yo me siento cambiado. Ahora soy más libre en Dios, más en paz, más natural con Dios, aunque vivo pruebas más difíciles que cuando era judío practicante. Estoy más confiado, y esta confianza es Dios quien me la da. Con las dificultades que he encontrado y de las que voy a hablar, he vivido horas atroces. Los niños quedaron asombrados de mi calma, de mi serenidad. Para ellos, estaba claro que Jesús me ayudaba. Tengo también que dar las gracias aquí a todas las personas que han rezado por mí y que me ayudaron de un modo u otro en esos momentos de prueba. Sobre todo le doy las gracias a mi mujer, Pétronille, que me ha apoyado sin desfallecer. Desde mi conversión, soy también más alegre, con una alegría interior. Vivo sencillamente en Su presencia, aun cuando no la sienta. Ahora quiero ayudar a los pobres y soy sensible a los sufrimientos de todos los pueblos, no solo a los del pueblo judío. Rezo por todo el mundo, incluso por las personas con las que no tengo ninguna relación afectiva o comunitaria. Tengo otro modo de ver el mundo, de ver al «no-judío»: eso es muy importante para mí. Fijaos en san Pablo mientras es Saulo, no tiene amigos ni amigas no-judíos. Cuando se convierte en Pablo, los tiene. Es un cambio radical. «SEÑOR, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN» Mi conversión a Cristo ha causado muchos desastres. Donde hay gracias, hay cruz. Lo vemos en la vida de Jesús: no fue aceptado por su propio pueblo, es lo 81
que dirá san Juan en su prólogo. En el judaísmo, ese rechazo no ha cambiado. Las épocas cambian, pero la mentalidad judía sobre este punto sigue siendo la misma. No lo digo para acusar sino para testimoniar. Lo digo en paz porque me siento bien, con paz interior. Sabía que sería incomprendido y violentamente rechazado. Tal ha sido el caso. He recibido cartas de amenaza, de chantaje ... Mis mejores amigos me abandonaron de la noche a la mañana, ¡después de treinta años de amistad! Ya no existo para ellos. Estoy muerto. Mi caso no es excepcional. San Pablo, san Pedro y tantos otros han pasado por esto. Yo conocía la historia del rabino Drach. Cuando en 1823, Paul Drach, yerno del gran rabino, espíritu brillante destinado a una buena carrera en el judaísmo, se convirtió al catolicismo, tuvo serios problemas. Su cuñado lo expulsó del domicilio conyugal y su mujer desapareció con sus tres hijos. En todo tiempo, en el seno del pueblo judío, la conversión de un judío al cristianismo se ha considerado inaceptable, y ha suscitado reacciones violentas. En este punto no hay diferencia, a mi parecer, entre judaísmo e islam. No digo esto para tirar una piedra contra el judaísmo ni para crear una hostilidad. En todo caso, el odio hacia el judío converso existe. Lo digo porque eso forma parte de mi testimonio. Lo que mis hijos y yo hemos vivido -las amenazas, la violencia, la no-mirada o la mirada violenta- nos ha dolido en lo más profundo. Somos seres humanos, no somos insensibles. Pido aquí a toda la comunidad judía de Francia que respete mi elección y me deje vivir como cristiano. Apelo a todos los responsables comunitarios y rabinos que están ya al corriente o que van a estarlo, y pido igualmente que se deje en paz a mis hijos. Por mi parte, no tengo ningún rencor, ninguna violencia ni amargura ante mis hermanos judíos según la carne. Ya decía san Pablo: «Le pediría a Dios ser yo mismo anatema de Cristo en favor de mis hermanos, los que son de mi mismo linaje según la carne» (Rom 9,3). Para mí, siguen siendo mis hermanos. No por ser cristiano olvido lo que soy: un judío convertido a Cristo. No reniego de nada de lo que el judaísmo me ha dado ni de lo que yo le haya podido también aportar. Sencillamente, vivo ahora de otra manera. DE LA TORÁ A LA CRUZ Para concluir, puesto que he vivido en la Antigua Alianza y ahora en la Nueva, querría mostrar algunas precisiones sobre las diferencias más notables que existen entre el judaísmo y el cristianismo. Como ya he dicho, hay una continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, pero también una ruptura. La fe y la Ley 82
A veces me preguntan qué distingue la fe judía de la fe cristiana. No se habla de fe judía, pues en el judaísmo lo que se pone en práctica es la Ley. El régimen cristiano es la fe en Cristo; el régimen judío es la Ley de Moisés. Eso no quiere decir que no haya fe en los judíos, por supuesto que sí, pero es mucho menos ostensible, pues lo esencial es la práctica de la Ley. Por otra parte, en el judaísmo, Dios no sale al encuentro de un hombre, sino de un pueblo. Esto puede parecer teórico, pero es algo que lo cambia todo en la vida cotidiana. El judaísmo se construye alrededor de la noción de pueblo y no de persona. Para los judíos, es el pueblo el que es elegido; para los cristianos, cada hombre y cada mujer. En el monte Sinaí, Dios se dirige al pueblo hebreo por mediación de Moisés, pero no viene a hablar a cada uno individualmente. Dios se dirige personalmente a Abrahán, es verdad. Pero Abrahán no es el gran hombre del judaísmo, tiene menor importancia que para los cristianos. Es Moisés, el que ha transmitido la Ley, el fundador del judaísmo, la referencia absoluta. Cristo va al encuentro de las personas, una por una. Interpela a cada uno allí donde está, y según su situación presente en la vida: Simón Pedro, la Samaritana, María Magdalena, Zaqueo ... tú y yo. En función de estos encuentros surge el deseo de servir a los demás. En el cristianismo Dios me mira y, con esa mirada, me da su amor, sus gracias. Esa mirada misericordiosa me engrandece, me hace mejor. Tengo la experiencia de que no se puede amar «el nosotros», a los demás, la comunidad humana universal, más que estando en relación de amor con Dios. Está escrito en el Talmud que la causa de la destrucción del segundo Templo y de la expulsión de los judíos de Tierra Santa por los romanos fue que no había amor entre ellos. Según algunos rabinos, la construcción de un tercer Templo no se podrá realizar más que a través del amor gratuito. Ciertamente, está escrito en la Ley que los judíos están obligados a amar a Dios con todo el corazón. Se dice, se escribe, se lee, pero es difícil ponerlo en práctica concretamente porque lo importante es la Ley. Se tiene el mandamiento de amar a Dios, pero ¿se puede mandar a alguien que ame? El amor no resiste una imposición. Se invita a amar amando. Al tomar conciencia del amor de Dios por mí, en los acontecimientos de mi vida, quiero serle fiel y amarle. Me gustaría desarrollar este tema con más profundidad en otros libros. La perfección o la gracia Cuando era un judío religioso, no creía que Dios me pudiese amar tal como soy. Ahora, lo creo. Aunque el cristiano debe luchar para ser mejor, no se apoya solo en sus fuerzas humanas. El esfuerzo del cristiano cuenta con la oración, este cara a cara con Dios en el que busca entrar en relación con Él. Pues sabemos que su gracia nos transforma, a condición de que la dejemos actuar. En el judaísmo, por decirlo así, yo remaba. Era por mis propias 83
fuerzas y mi mérito, aunque creyese que Dios me ayudaba, como podía llegar a ser justo. El cristiano cree que Dios trabaja en él. Su labor es dejarle actuar y dejarse hacer. Ahora sé que nuestra voluntad es débil; nuestra voluntad se apoya sobre todo en nuestra fe fiel. En el judaísmo, yo buscaba la perfección. En Cristo, no busco la perfección. Como dijo Jesús a Pablo, que se quejaba de sus defectos: «Te basta mi gracia, pues la fuerza se perfecciona en la flaqueza» (2eo 12, 9). No hay que desanimarse por las imperfecciones que uno pueda tener, sino aceptarlas humildemente sabiendo que Dios se sirve de ellas. Aceptarse tal como se es, con defectos, heridas, debilidades que pueden constituir una pesada cruz, y creer que Jesús se sirve de ellas para acercar a otras almas a Él; eso no lo aprendí nunca en el judaísmo. y porque es Jesús quien actúa en nosotros, puede revelarse a quien quiere, incluso a los más pequeños, como Margarita María o Marta Robin, que no tenía nada de extraordinario, que era sencilla y que recibió en la habitación en que estaba encamada a cientos de miles de personas. Se acerca también a grandes pecadores, como Agustín, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Charles de Foucauld, y los convierte a Él. En el judaísmo, para que Dios se revele a un hombre, debe ser puro, sabio, formado en la mística, escrupuloso en el cumplimiento de las leyes. Acordaos de las palabras condescendientes de los fariseos sobre Jesús: «¿No es este el hijo del carpintero?». Ciertamente, la Biblia cuenta que Dios curó a una viuda extranjera y a un dignatario persa. Pero los judíos se escandalizaron de eso. Me repito, pero es esencial en el judaísmo, no se cree que Dios pueda hablar a cada persona. En la Iglesia sí, Dios puede hablarme realmente en la oración. Aunque, por supuesto, lo que me parece entender debe ser verificado. Los grandes santos como Teresa de Jesús han tratado de eso. El Papa Benedicto XVI dijo una vez durante el Adviento: «El Señor nos abraza a todos en su amor, que salva y consuela». Nunca oí a un gran rabino hablar así. Yeso que no soy especialmente afectivo, y Benedicto XVI menos aún. Por Dios o en Dios «Ya no os llamo siervos [ ... ], os he llamado amigos» (Jn 15, 15), dice Jesús a sus apóstoles antes de morir. Es una diferencia de la que tengo experiencia. Jesús nos llama a todos a la amistad con él. Y hoy, siendo ya cristiano, puedo vivir esta amistad profunda con Él, aunque yo sea un pecador. Más aún, como dice Pablo (Cfr Rom 8, 29), Jesús es nuestro hermano mayor. ¡Dios, nuestro hermano! Eso es impensable en el judaísmo, según el cual todas las noches somos juzgados mientras dormimos. Nuestra alma es juzgada por Dios, y si la balanza se inclina al lado bueno podemos continuar viviendo y acumular puntos practicando la Ley. No hay relación de intimidad y amistad con Dios en lo cotidiano cuando se es judío, salvo para 84
algunos grandes justos de los que nos hablan los libros santos. Mientras que Jesús nos llama a todos a participar en su vida divina, a vivir en Él como Él vive en nosotros, a cambiar mi vida natural en vida sobrenatural, a divinizarla por mi unión con Dios: ¡es la locura! «Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios», escribían san Ireneo en el siglo JI y san Atanasio en el IV. Dios nos invita a ser «partícipes de la naturaleza divina», como dice san Pedro en su segunda carta. En el judaísmo es diferente: yo hago cosas por Dios. Pero no participo realmente en su vida divina. Jesús ha dicho: «Permaneced en mí y yo en vosotros» (Jn 15,4). Lo esencial es esta relación con Dios. El Gran perdón o el perdón cotidiano Mis hijos me han hecho notar que ahora estoy más inclinado a perdonar. Es claro que el perdón existe también en el judaísmo. Pero no se vive completamente más que en Cristo, que nos pide perdonar setenta veces siete la misma ofensa por la misma persona. Es decir que debo intentar perdonar incansablemente a quien me ofende todos los días. Pero no puedo perdonar por mis propias fuerzas. Algunas cosas son humanamente imperdonables. San Juan nos transmite estas palabras de Jesús: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). Esta es, una vez más, una gran diferencia con el judaísmo: como cristiano, si consigo perdonar, no puedo enorgullecerme; sé que eso no viene de mí; he puesto mi buena voluntad, pero es la gracia de Dios la que actúa en mí. Eso nos viene de Jesús que dice en la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Cuando se experimenta que Dios nos perdona en la confesión, se comprenden muchas cosas, y se entra en una lógica de misericordia con los demás. Una vez al año, los judíos piden perdón en Yom Kippur para todo el año. Por ejemplo, yo enviaba o recibía una nota de alguien que me pedía perdón por alguna faena que me hubiese hecho. Pero durante el año, no había nada que tuviera que ver con el perdón. Pedir perdón o perdonar una vez al año y nada más. Jesús nos lleva más lejos. Perdonar es una manera de vivir cada día. Antes de venir a verme en la misa, puede decirnos Jesús, si tienes un conflicto con tu hermano, ve a reconciliarte con él y luego vienes (Cfr Mt 5, 23-24). Jesús nos pide incluso perdonar y amar a nuestros enemigos. Esta idea es completamente extraña para el judaísmo. Se odia a los enemigos. Por supuesto, es humanamente imposible amar a los enemigos, pero Dios en mí me permite querer su bien, perdonarles. Lo que no impide que defendamos nuestras propias ideas y luchemos por realizarlas. Gracias a Dios, nunca he tenido dificultad en confesarme, aunque esta práctica era para mí inusitada. El sacerdote no me condena, me da el perdón de Dios. Jesús nos dice: «No envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (]n 3, 17). Es maravilloso, nos podemos 85
confesar con cualquier sacerdote, se dice todo y se perdona todo. Nunca había podido hablar de mi intimidad con un rabino. La mirada de un rabino y la de un sacerdote son completamente diferentes. Los judíos no se confían al rabino a corazón abierto por miedo a ser juzgados por la comunidad. Persecuciones Sé que muchos cristianos, o personas que llevaban ese nombre, han hecho daño al pueblo judío, queriendo convertirlos por la fuerza, amenazándolos de muerte. y la iniciativa de arrepentimiento de Juan Pablo II ha sido formidable y ejemplar. Por supuesto, hay gentes de Iglesia que se han portado mal, pero cuántas también han hecho tanto bien a los judíos. Basta ir a Jerusalén a Yad Vaschem para verlo. El comisario de policía que salvó a la familia de mi madre era un goy (un no judío). ¿ y cómo se portaron los judíos americanos durante la guerra con sus hermanos judíos europeos? No quiero entrar en polémica pero es preciso que las relaciones entre judíos y cristianos se funden sobre la libertad de palabra y la verdad. y no puedo tampoco ignorar los sufrimientos de mis primeros hermanos judíos convertidos a Cristo, que fueron martirizados por sus propios hermanos judíos. No soy quien para juzgarlos, yo no soy Dios. Lo mío es perdonar. Pero mirad, en nuestros días, los judíos israelíes que se convierten a Cristo se ven obligados a esconderse, y sin embargo Israel es una sociedad democrática. Como ya dije, aún hoy, los judíos rezan una décimo novena bendición que se ha unido a la oración principal de las dieciocho bendiciones. Y esta oración es de hecho una maldición pronunciada contra los judíos convertidos a Cristo. En el siglo XXI, los judíos maldicen todavía tres veces al día a los judíos que se hacen cristianos ¿y no tendría yo que decirlo? No, no me avergüenzo de mi conversión. Se me quiere culpabilizar por haber renegado de mi pueblo, pero yo no reniego de nada ni de nadie. Sé muy bien, además, que si mañana surgiese otro Hitler tendría que esconderme, pues, convertido o no, siendo judío sería perseguido. La comunidad o el mundo Las «Madre Teresa» no existen en el judaísmo. En el cristianismo, la noción de servicio es capital. Cada cristiano debe ser servidor. De ello nos dio ejemplo Jesús, lavando los pies a sus discípulos, la víspera de su muerte. En el judaísmo ortodoxo no se encuentran mujeres que vayan a las chabolas a cuidar a las personas, sin distinción de religión, sencillamente para darles amor gratuitamente, compasión, consuelo. Porque el acento está puesto más en la relación con la Ley que en la relación de persona a persona. A pesar de su nobleza y su erudición, san Pablo dice que se hizo servidor de todos por Cristo, cuando hubiese podido beneficiarse de tantos honores en el judaísmo. Nunca he 86
oído decir a un rabino que debía hacerme servidor de mi hermano. Eso no quiere decir que entre los judíos no haya ayuda mutua. Pero Jesús nos pide mucho más que prestar ayuda al que está con nosotros y le amamos. Los paganos también se ayudan unos a otros, entre personas de la misma familia o del mismo clan. El hombre no puede vivir sin amor. Su vida queda sin sentido si no recibe la revelación del amor, si no descubre el amor que Dios le tiene. En el judaísmo ultraortodoxo no tuve la experiencia de esa mirada de amor. Es verdad que los judíos tratan de vivir el mandamiento «Amarás al Señor tu Dios». Pero como el acento no está puesto sobre una relación personal de amor con Dios, este mandamiento no se puede vivir en la práctica. Al hacerme cristiano aprendí a amar al otro: al otro como tal y no solamente porque sea miembro de mi comunidad. Esto ha sido una revolución, un nuevo nacimiento interior, que me ha dado una nueva forma de mirar, un corazón nuevo, unos sentimientos nuevos. Hoy soy sensible ante lo que sucede en el mundo, y no solo en el mundo judío, y pido con todo mi corazón por el mundo. Rezo porque hay seres humanos que sufren en todo el mundo. Esta actitud nunca la tuve como judío. No se me educó así, No sentía necesidad de rezar más que por el pueblo judío e Israel. Aunque de vez en cuando se reza por el país en que se vive o sus gobernantes. Pero rezar espontáneamente en familia por los que sufren no se practica. Tengo ahora la gracia de amar a todo el mundo, sin excepción. En el judaísmo se aprende a amar a los judíos, pero también a considerar que los otros nos quieren mal. Lamento decirlo, pero es lo que yo he vivido. ¿Qué religión afirma que hay que amar a los enemigos? ¿Qué religión dice que Dios, porque me ama, se entregó por mí? Cristo me enseña a amar a los pecadores, no así el judaísmo, aunque es verdad que algunos judíos de hoy intentan acercar a Dios a sus hermanos judíos descreídos. Para amar a todo ser humano se necesita la gracia de Dios, si no es del todo imposible. Mi conversión cambió mi mirada sobre los hombres. Por decirlo de otro modo, cuando era judío practicante, Dios era ley y la Ley separa lo puro de lo impuro, los puros de los impuros. El Dios que se nos revela en Cristo es Amor, y el amor acoge al otro tal como es. Para Saulo, Dios no oye más que las oraciones de los judíos; para Pablo, Dios esta ahí para todos y escucha a todo el mundo. Una barrera, una forma de proteccionismo, ha caído. Vivo en esto lo que vivió Pablo. Hay que rezar por los niños judíos que murieron en los espantosos sucesos de Toulouse en marzo de 2012, Y rezo por ellos -mis hermanos- y por sus familias, pero también por las tres muchachas fallecidas en la autopista ese día, y por las mujeres y los hijos de los militares que perdieron la vida en los días anteriores. Rezo para que mis hermanos según la carne abran los 87
ojos ante los sufrimientos del mundo, y no solamente los padecidos por otros judíos. Jesús ha derribado el muro del odio entre judíos y paganos, nos dice Pablo. Los cristianos debemos estar por encima de esas cosas, porque ya no somos mundanos. Debemos llevar el mensaje del amor y rezar por todos sin distinción de raza, condición o credo. Oración codificada u oración espontánea En el cristianismo, cada uno puede vivir el silencio interior con Dios y en Dios, durante una misa o un retiro, o en el secreto de su cuarto. En el judaísmo nunca oí hablar de una relación personal con Dios en el silencio interior. Se nos habla de Dios a través de la teología, mediante la exegesis de los textos. Pero se estudia a Dios como un objeto de ciencia. Algunos cristianos pueden también caer en esto mismo. Para que la Palabra de Dios nos transforme -y puede transformarnos realmente=-, hay que relacionarse con ella de un modo menos intelectual, más vital, amoroso diría yo. Se debe tomar conciencia de que esta palabra da vida, alimenta en sentido fuerte, es alimento del alma. Pero eso no puede realizarse sino dejando que la gracia nos trabaje en el silencio. La oración judía es diferente de esta oración silenciosa a la que nos invita Cristo. Ser solamente una gran cabeza en teología no nos hace crecer en el amor. La teología está al servicio de la contemplación. El ejemplo de santo Tomás de Aquino en este asunto es magnífico. ¿Qué es más difícil ser judío o cristiano? Muchos judíos piensan que he buscado lo fácil al hacerme cristiano. Piensan que me he roto porque es demasiado duro criar a seis hijos estando solo, o porque era psicológicamente débil y tenía necesidad de respirar, de salir fuera. A causa de las manifestaciones sobrenaturales que he vivido, dicen que todo eso proviene de mi imaginación. Pero yo tengo los pies bien asentados en la tierra, no vivo en las nubes. Sigo sufriendo y viviendo pruebas con una lucha interior intensa, como le sucede a cada cristiano en relación con la fe. Francamente, si se miran los inconvenientes que me ha ocasionado mi conversión, la separación de mi comunidad, de mis raíces, y se tiene en cuenta cómo es considerada hoy la Iglesia en la opinión pública, no se puede decir que haya escogido la facilidad. Me parece que Pedro, Juan, Esteban o Pablo no escogieron el camino fácil cuando siguieron a Cristo después de su muerte. Aquí debo reconocer que tengo nostalgia de una forma de vida comunitaria. No del cornunitarisrno que encierra y excluye, sino de la comunidad de vida que calienta, enraíza, enseña, alimenta y envía a sus miembros al mundo. En las parroquias que he conocido no he encontrado esta vida comunitaria. Sé que existe en algunos lugares, pero hay que buscarlos. Al 88
final de la oración en la sinagoga, por ejemplo, se ofrece un aperitivo. Un cristiano solo es un cristiano en peligro. No basta tener una familia. Los adolescentes, sobre todo, necesitan esa familia ensanchada que es una comunidad fraternal. Desde fuera, las leyes judías parecen coactivas. Pero la vida cristiana, si queremos vivirla plenamente, es más exigente humanamente, pues el amor pide una superación continua de sí, compromete todo el ser, y eso no lo exige la práctica de la Ley. Cuando uno es cristiano y cae en algún pozo desde el punto de vista humano, se tiene la impresión de estar en el vacío. No hay nada a lo que agarrarse salvo a Dios. Pero en esos momentos no se le siente. Un judío se agarra siempre a la práctica de la Ley, que marca un ritmo en cada hora de su jornada, como los barrotes de una escala. El cristiano no tiene escala: no tiene más que los brazos de Jesús que lo levantan como un ascensor, por tomar la metáfora de santa Teresa del Niño Jesús. Toda mi relación con Dios pasaba por la práctica de la Ley. Ahora que soy cristiano, tengo una relación personal con Dios. Pero cuando por tal o cual razón, esta relación queda en penumbra, cuando ya no siento la presencia de Dios, no me queda ya nada sensible a lo que agarrarme, como a esa minuciosa práctica judía cotidiana. Ser cristiano me ha permitido encontrarme conmigo mismo, y verme tal como soy, bien débil. No estamos más que Él y yo. En el judaísmo se interpone la Ley. Uno nunca está ante sí mismo, en su desnudez, en su pobreza. Está ante la Ley. Y si se cumple, se corre el riesgo de volvernos muy orgullosos por creernos mejores que los demás. Toda la relación del cristiano con Dios está fundada en la ternura y en el amor. Cuando humanamente no siente ese amor o esa ternura de Dios, y ocurre a menudo -mirad a Madre Teresa, cincuenta años de noche interior-, no hay nada más que un acto de la voluntad, que se une en la fe al Dios Amor. Mientras que el judío se une a la Ley. Es más duro ser cristiano que judío, porque es más duro amar que seguir una Ley. Desde que soy cristiano, estoy también más expuesto al peligro, porque la barrera de la Ley y el gueto de la comunidad no me protegen ya de las tentaciones. Antes vivía en una burbuja. El judío también tiene tentaciones, por supuesto, pero como vive en un gueto, tiene menos. En realidad no se tienen relaciones de verdadera amistad con los goys, porque se considera que son impuros. Se guarda uno de eso. Y luego se está protegido por la comunidad: la mirada de la comunidad sobre cada uno de sus miembros es muy fuerte. Uno se sabe vigilado. Como un niño por sus padres. Cuando se es cristiano, es como si se llegase a la madurez. Ya no hay nadie que nos diga: haz esto, haz lo otro, no hagas ... ni nadie que nos condene si lo hacemos mal. Es más duro ser cristiano porque ¡se es libre! Un judío, interiormente, puede vivir en Francia como un extranjero. No 89
está implicado en lo que sucede a su alrededor. No se deja influir ni poner en cuestión por lo que viene de fuera de su comunidad. La Ley y la comunidad forman un caparazón invisible en torno a él y le protegen de todo lo que es impuro. Está mucho menos expuesto a las tentaciones exteriores. Pero por eso mismo no se crece en humildad. Quizá por eso el judío practicante es a veces arrogante. Pero eso también les sucede a los cristianos que solo se apoyan en sus propias fuerzas, o a los que han recibido grandes gracias y olvidan que sus talentos provienen de Dios. Hay católicos que pueden comportarse como judíos en la aplicación de la ley moral. Sin embargo, san Pablo nos ha dicho, yo lo repito, que la fuerza de Dios se manifiesta en nuestra debilidad. Dios se sirve misteriosamente de nuestras debilidades y defectos. Dios de Moisés y Dios de jesús Se tiene tendencia a creer que el Dios de los judíos es el mismo que el Dios de los cristianos. Sí, por supuesto, pero no del todo. Eso depende del punto de vista en que nos situemos. Un Dios trinitario no es concebible en el judaísmo, ni un Dios que se una a mí en mi humanidad pecadora, ni un Dios que se hace hombre y dice que no ha venido a ser servido sino a servir, ni un Dios que muere por amor a mí, ni un Dios que no condena sino que salva. «Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 17): me repito, pero esta frase de Jesús no es concebible para un judío ortodoxo. Ni un Dios que me ama y me toma tal como soy, con mis limitaciones, mis tentaciones, mis fallos y mis recaídas. Ni un Dios que respeta mi elección y no se me impone. La idea de un Dios que me ha amado primero, antes de que yo haya hecho nada por Él no es familiar a los judíos, aunque se haya revelado en algunos pasajes de la Biblia. En el judaísmo, para que Dios me ame, debo cumplir a la letra la Ley, y cuanto más practique la Ley, más amado por Dios seré. Es un doy para que des. Por otra parte hay también cristianos que se han quedado en esta misma idea. No han asumido la buena nueva de Jesús de que Dios nos ama paternalmente. Con el Dios cristiano he descubierto otro Dios; un Dios que me ama por quien soy, lo que no excluye que yo lleve una vida de acuerdo con la moral, pues la moral es la escuela del amor. Este es el sentido del «Ama y haz lo que quieras» de san Agustín. Una vez que se vive en el amor, no se tiene necesidad de aplicar reglas exteriores, se han asumido. Así, ir a misa no es ya una obligación sino una necesidad vital que deriva del amor. Como san Pablo, me enorgullezco de mis flaquezas pues sé que Dios actúa en mis imperfecciones. No hace falta que yo sea perfecto para que Él actúe 90
en mí, me transforme, cuerpo, alma y espíritu por su amor. Nos cuesta entender esto si hemos sido educados, incluso en la escuela laica, en el mérito. Insisto sobre este punto para que se comprenda bien la revolución que supone Cristo, pero no quiero oponer judaísmo y cristianismo, pues Jesús no lo hizo nunca. Jesús se opuso al comportamiento legalista. Como acabo de decir, me parece que el cristianismo es al judaísmo lo que un hijo para su madre. Siempre será su hijo y la honrará, pero para poder vivir deben separarse. Solo entonces el hijo aportará algo nuevo. Aunque mis hermanos judíos me dicen que me he desencaminado, prefiero mi vida de ahora a la de antes, que era más tranquila pero menos verdadera. Desde que fui bautizado, el Espíritu Santo ha producido en mí sus frutos: amor, alegría, paz, benignidad, fe, libertad ... He vivido pruebas y viviré otras. Sé que continuaré pecando, eso forma parte de la condición humana, pero sé también que nuestro Dios, tan padre, estará ahí siempre para levantarme, perdonarme y amarme. Lo esencial es eso. Me gustaría entregaros en conclusión una oración de mi hermano mayor, san Pablo, él que fue abrazado por Jesús y que le dijo sí, renunciando a sus certezas y a su estatus social envidiable. Hago mía esta oración, que nos invita a creer que Dios puede realizar en nosotros infinitamente más de lo que podemos imaginar. Él quiere darnos infinitamente más de lo que le pedimos: «Me pongo de rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que, conforme a las riquezas de su gloria, os conceda fortaleceros firmemente en el hombre interior mediante su Espíritu. Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe, para que arraigados y fundamentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad; y conocer también el amor de Cristo, que supera todo conocimiento) para que os llenéis por completo de toda la plenitud de Dios. Al que tiene poder sobre todas las cosas para concedernos infinitamente más de lo que pedimos o pensamos) gracias a la fuerza que despliega en nosotros) a Él sea dada la gloria en la Iglesia y en Cristo jesús por todas las generaciones por los siglos de los siglos. ¡Amén! (Ef3, 14-21).
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DATOS BIOGRÁFICOS 10 junio 1964, nacimiento en París. 1969 (5 años), mudanza a la Courneuve. 1972 (8 años), atracción por el crucifijo en Bretaña. Jesús, mi mejor amigo. 1976 (12 años), escapada al Sacré-Coeur de Montmartre y «primera comunión». 1979 (15 años), tomo la decisión de convertirme. 1982 (18 años), parto hacia Israel, Tierra Santa. 1987 (23 años), Judío ultraortodoxo, formación rabínica. 1989 (25 años), vuelta a Francia. 1990 (26 años), primer matrimonio y vuelta a Tierra Santa con mi mujer (18 meses). 1994 (30 años), vuelta a Francia. Nace mi primer hijo, una niña. Julio de 2002, muere mi madre. Diciembre de 2002, cae enferma mi primera mujer. 11 marzo 2004, muere mi primera mujer. 2007 (43 años), Lustiger me hace señas. 2008 (44 años), golpe de gracia, la iluminación. 14 septiembre 2008, bautismo. 2009 (45 años), matrimonio con Pétronille. 3 enero 2012 (48 años), nacimiento de Nathanaél.
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AGRADECIMIENTOS Quiero dar las gracias a todas las personas que en la Iglesia, sacerdotes y laicos, me han apoyado desde el principio con su oración, sus consejos, fiándose de mí y dándome la oportunidad de enseñar. Pido desde ahora perdón a los que haya podido olvidar ... Gracias de todo corazón: al cardenal Georges Cottier, O.P.; al hermano Y, carmelita; al padre Pierre Fricot, servidor de la palabra y a sor Claire Pattier; a monseñor Michel Aupetit; al padre Christian Lancray- Javal; al padre Patrick Faure; al padre Pierre-Henri Montagne; a monseñor Albert-Marie de Monléon; al padre Jean-Pierre Gay; al padre jean-Pierre Billard; al padre Charles Troesch; al padre Michel Bernard; al padre Marie- Michel (Carmelo de María, Virgen misionera); al padre Daniel Ange (Jeunesse Lumiere); al padre Benoit Domergue; al Abbé Chouanard; al padre Emmanuel Dumont; al padre Vincent Bedon; al padre Aguila y su fraternidad Juan Pablo II de Fréjus; al padre Alain Bandelier (Foyer de Charité): al Abbé Loiseau; al hermano MarieAngel; al señor profesor André Clément; a las hermanitas de Belén y a los laicos de Belén; a las hermanitas de la Consolation de Draguignan; a la hermanitas benedictinas de Argentan; a las Hermanas de la Annonciade; al hogar de Charité de Courset; a los hermanos y hermanas de la Communauté de Saint Jean; a Thierry y Anne Lefer; a Marie- Thérese Huguet; a Catherine y Francois Fihol; a Dorothée y Claude Ribeyre: a Nathalie y Arnaud Bouthéon, a Juliette Poulon; a Sylvia Fenech; a Annie Tardos; a Myriam Fourchard; a la comunidad del Emmanuel y más particularmente a Agnes y Jean de Chillaz; Inés y Laurent Mortreuil; Corinne y Gilles de Craecker, y a todos los demás ... Y por supuesto, a mi muy querido obispo, hermano y padre, monseñor Michel Santier.
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