Antropologia De La Naturaleza

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P h il ip p e D

esc o la

Antropología de la naturaleza

de Estudios Andinos

Lluvia Editores

Edición original en francés: Par-deiá la nature et la culture? Le Débat, mars-avríí 2001, n°112,pp. 86-101 Anthropologie de la nature, Armales HSS, janvier-février 2002,11*1, pp. 9-25 Diseño de la carátula: Iván Larco Cuidado de la edición: Clelia Gambetta Gibert Traducción: Edgardo Rivera Martínez

Derechos reservados Philippe Descola De esta edición: Instituto Francés de Estudios Andinos Av. Arequipa 4595 - Lima 18. Perú email: [email protected] / web: www.ifeanet.org Lluvia Editores Av. Inca Garcilaso de la Vega 1976 Of. 501 - Lima. Perú email: [email protected]

ISBN: 9972-623-23-8 Hecho el Depósito Legal Nro. 1501152003-4824 Impresa en el Perú

índice

M ás allá de la naturaleza y la cultura ...............................................

9

cambio de cosmología .........................

19

Un

A n tro p o lo g ía s m a te ria lis ta s , a n tro p o lo g ía s im b ó lic a ........................................

26

La identificación: semejanzas y diferencias .................................................

32

T o te m is m o y a n im is m o ......................................

36

El analogismo ..............................................

43

E l n a tu ra lis m o ................ ........................................

46

Antropología de la naturaleza ..................

5i

M ÁS A LLÁ DE LA NATURALEZA Y LA CULTURA

El M useo de H istoria N atural de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, ofrece una excelente im agen del m undo tal com o lo hem os concebido por largo tiempo. Por encima del peristilo neoclásico de la entrada, una fila de nichos acoge bustos de sabios ilustres que, cada uno en su época y a su m anera, contribuyeron a dar al hom bre un lugar en el sistema de la naturaleza. Los rostros de Buffon, H um boldt, Lam arck, C uvier, d 'O rbign y, D arw in o Broca están allí para recordar al visitante cuál era la intención del m useo cuando fue levantado en el último decenio del siglo XIX: hacer prevalecer la ciencia sobre ia religión reco rrien d o la larga h isto ria d e los seres o rg a n iz a d o s, in sc rib ir las producciones hum anas en el curso m ajestuoso de la evolución de los organism os, dar testimonio de la inventiva com plementaria de la naturaleza y de la cultura en la creación de las m últiples form as en las que se refleja la variedad de los seres existentes en el

tiem po y en ei espacio. Pero es difícil concretar semejante ambición, y, en el M useo de La Plata como en tantas otras instituciones similares, la disposición de los lu gares d efrau d a la esp eran za que había podido hacer nacer la contemplación de las figuras totémicas bajo cuyos auspicias se había colocado el gran p ro y ecto de sín tesis. La p la n ta baja está consagrada enteramente a la naturaleza: a partir de una rotonda central se despliegan en form a radial g a le r ía s p o lv o r ie n ta s y m al a lu m b r a d a s de m in eralogía, de p aleontología, de zoología o de botánica, de una riqueza probablemente sin igual en un m useo sudam ericano. M illares de especím enes un poco apoliliados son ofrecidos a ía curiosidad de los escasos aficionados, repartidos sensatam ente de acuerdo con las grandes clases de la taxonom ía de Linneo. H ay que subir al segundo piso para ver hum anos, o, más exactamente, residuos esparcidos de sus culturas m ateriales— vestidos, cestas o puntas de arpón— y ejem plos de su curiosa propensión a m odificar su propia naturaleza: cráneos deform ados, dientes incisos, tatuajes, escarificacion es y otras formas de marcar el cuerpo, de las que José Imbelloni, uno de los fundadores de la antropología argentina, había hecho su especialidad. Por razones obvias, predom inan artefactos de ios pueblos am erindios. En el p is o d e la c u ltu ra , sin e m b a rg o , las clasificacio n es no ofrecen el herm oso rig o r que reinaba en las colecciones de ia planta baja. Con los

criterio s som áticos que d istin g u en a en tid ad es m isteriosas, llam ad as Patagónid os, F u égu id o s o Am azónidos, se combinan criterios diacrónicos que distribuyen los objetos y las culturas según su escala de dignid ad en una supuesta evolución hacia la civilización: las más hermosas salas, los m ás grandes e s fu e rz o s p e d a g ó g ic o s son lo s d e d ic a d o s a la cerámica y a los textiles andinos, mientras que los pobres testimonios de m adera y de fibra dejados p o l ­ los pueblos de los bosques y de las sabanas se ven confinados a vitrinas tam baleantes con lacónicos carteles. El m ensaje es claro: aquí reina aún una confusión, una diversidad testaruda, que la etnología no ha podido desenredar con el sistemático m odo de que han dado prueba las ciencias de la naturaleza. Por c a ric a tu re s c o q u e p a re z c a este m icrocosm os de dos pisos, refleja bien el orden del m undo que nos rige desde hace por lo m enos dos s ig lo s . S o b re lo s cim ien to s m a je stu o so s d e la N aturaleza, con sus ostensibles subconjuntos, sus leyes sin equívoco y sus límites bien fijados, descansa el gran cajón de sastre de las culturas, la torre de Babel de las lenguas yvde las costumbres, lo propio del hombre incorporado a la inmensa variedad de sus m a n ife s ta c io n e s c o n tin g en te s. P o r c ie rto , son num erosos los buenos espíritus que concuerdan en ver en este curioso edificio algo así como una ilusión de perspectiva; el m undo se convierte en naturaleza cu an d o lo co n sid era m o s bajo el asp ecto de lo

universal, se hace historia cuando lo exam inam os bajo los aspectos de lo particular. En palabras de Heinrich Rickert, quien fue uno de los prim eros en teorizar sobre las consecuencias epistem ológicas de esta cosm ología de dos piangs, el objeto es único, p ero es a p re h e n d id o de d o s m a n e ra s: p o r la generalización cuando uno se sitúa en el punto de v ista d e las c ie n c ia s de la n a tu ra le z a , p o r la individualización cuando se opta por abordarlo a través de las ciencias de la cultura .1Pero esa sutileza kantiana nos es de m agra ayuda en nuestros juicios cotidianos, en esas clasificaciones ontológicas con las q u e o p e ra m o s en todo m om en to con el b ello autom atism o nacido de una larga interiorización del esquem a dualista. He aquí un tapiz de jacintos, un ciervo que brama o un afloram iento granítico: es la naturaleza. He allí un ramo de flores, una montería o un diamante tallado: es la cultura. Aquellos existen in dep en d ien tem en te de nosotros, in clu so si no ig n o ra m o s que en p arte d ep en d en de n u estra protección y de ios ambientes que hemos m odelado; estos dan testimonio de nuestra industria, de nuestro sim bolism o o de nuestra organización social, incluso si no hemos creado su m aterialidad prim era. En ei pequeño m useo interior que nos sirve de plantilla para orientarnos en ei m undo, casi no dudam os en 1

H e in r ic h R í c k c r t , S c íc h c c de la c u lh t r c el s d c 'm v ik ‘ tn utUurc, s e g u i d o

p o r Titeara- th■ ln ilcfiitifion ( t r a d u c c i ó n d e A n n c - H é l e n c N i c o l á s ) , P a r í s , G a llim a r d , 1997, p. 4 6 .

colocar los primeros entre las colecciones de botánica, de. zoología o de m ineralogía, y a Los segundos en el rubro de las bellas artes, de la sociología o de la historia de las técnicas. Es verdad también que se hacen esfuerzos desde hace bastante tiem pcfpara abrir pasajes entre los dos niveles. Algunos guardianes del piso de la cultura hacen notar que sus colegas de abajo son tam b ién h u m an o s, con una h isto ria , le n g u a s, p reju icio s y o p in io n es, y que el sistem a de la naturaleza que han elaborado es com pletam ente cultural ya que, muda y sorda, la naturaleza no se expresa más que a través de portavoces autorizados. Detrás del estandarte de la historia y de la sociología de las ciencias, el piso de las convenciones hum anas am bicion a, p ues, an exarse una buena parte del ámbito reservado a la naturaleza, no sin una v iva resistencia de parte de aquellos que protegen las escaleras contra las in filtracio n es de toda clase — sociales, culturales, económicas o políticas— que podrían contam inar la robusta trascendencia de las leyes de la m ateria y de la v id a .2 Sin em bargo, si semejante ofensiva ha com enzado ya a am pliar el perímetro de la^> ciencias sociales y hum anas, choca también con un residuo de obstinada factualidad ante la cual la vanguardia de la cultura se siente asaz desconcertada. Los sociólogos de las ciencias han 2

!• í c a s o S o k n l luí o f r e c i d o r e c i e n t e m e n t e m ía i l u s t r a c i ó n e je m p l a r d e

e s t e t ip o d e e s c a r a m u z a d e J q u e n a d i e s a l e ile s o .

Plníippe Descola

pen etrado en los laboratorios y han descrito su arquitectura y su s usos, han sondeado las prácticas, valores y m entalidades de los científicos, pero bajo la m irada de los observadores observados, dados a luz por dispositivos experim entales y sistem as de investigación que no pueden 9er ya m ás hum anos, las m oléculas, los quarks, las proteínas, los planetas o las horm igas, parecen entregados a sus pequeños asuntos como si nada pasara. Decir que la naturaleza es una construcción cultural supone, en efecto, que la cultura construye a partir de materiales que ella misma no ha proporcionado, que filtra, codifica, reorganiza o descubre en tid ad es y p ro p ied ad es p rim ord iales indiferentes a sus intenciones. A pesar de estas grandes m aniobras, la estructura de nuestro edificio no ha cam biado m ucho, por lo tanto: los hum anos han invadido en efecto una parte del piso inferior, pero se han visto obligados a reservar algunas salas para fenómenos sobre los cuales no tenían poder. Desde Darwin, M endei y sobre todo Spencer, los co n se rv a d o re s de la plan ta baja se d ed ican también con m ucha energía a am pliar su ámbito de competencia en detrimento de los saltim banquis que se agitan arriba. Los enigm áticos com portam ientos que tienen ocupados a antropólogos, sociólogos e historiadores, las costumbres curiosas o escandalosas que se deslom an en describir y contextualizar, las instituciones para las cuales proponen tipologías sin cesar rehechas, todo ello descansa, se nos dice, sobre

algunos resortes naturales bastante sim ples que los turiferarios de las hum anidades se obstinan en no ver, cegados como están por su anim osidad contra el método científico y por su deseo de conservar un territorio autónom o, sin em bargo ah ogad o en ia confusión, y territorio de vendetas perm anentes. ¿P ara qué escribir gru esos volúm en es sobre los sistem as de parentesco o ios mecanism os de coiitrol del poder, puesto que la sexualidad y la dominación, tanto en los hum an os com o en ios no-hum anos, se explican siem pre p or la am bición de m axim izar una ventaja rep rod u ctiva, es d ecir de d isem in ar los propios genes con la m ayor tasa de éxito? ¿Para qué trata r de c o m p re n d e r la sim b ó lic a d e las prohibicion es alim en tarias o del can ibalism o ya q u e e s a s p r á c t ic a s p u e d e n e x p lic a r s e m u y sim plem en te por el encuentro de las exigen cias del m etabolism o — n ecesid ad es de calorías o de p roteín as—- con las im posicion es ecológicas que pesan localm ente sobre el ap ro visio n am ien to de alim en tos? ¿P or qué, p ues, d escrib ir y an alizar la d iv ersid a d de las m an ifestacion es au to rizad as o p roh ib id as de la violen cia si esta no es m ás que el r e f le jo en e l s is te m a d e la s p a s io n e s de com portam ien tos ad ap tativo s d esarro llad o s en el curso de la hoxninización? Vale m ás la v erd a d era ciencia, en vuelta en m ediciones y estadísticas, que se em peña en d esvelar las causas naturales y las fu n cion es b io ló g ic a s, lejos de la h erm en éu tica

Plülippi' Descoln

brum osa en que se com placen las m al llam adas ciencias de la cultura. A quien hace notar que la revelación de una causa o de una función— bastante h ipotéticas aún a la luz del estad o actual de la genética o de la teoría de la evolución— no permite de ningún modo dar cuenta fle la diversidad de las form as instituidas por m edio de Jas cuales estas se expresarían, se le objetará que esta pequeña pérdida de com plejidad es por completo transitoria, y que las ciencias de la vida poseen estados de servicio ío suficientem ente sólid o s com o para poder verlas aportar un día una respuesta a muchos otros enigmas de la cultura. Vista desde la planta baja, sin embargo, y a pesar de la esperanza que acarician algunos de convertir el piso superior en un anexo de las ciencias n a tu r a le s , la d is p o s ic ió n de n u e stro m u seo cosm ológico no se ve realmente trastornado: ios m ás ardientes sociobioJogistas, los determ inistas m ás fanáticos, coinciden aún en que ciertas provincias de la a c tiv id a d h u m an a, en p rim er lu g a r el arte, perm anecen fuera de su alcance. Los protagonistas de la "gu erra de las ciencias" tienen así el mérito de mostrar a plena luz los defectos m ás saltantes en el acondicionam iento interno del edificio dualista y, sobre todo, la im posibilid ad de trazar en él una frontera con sen sual entre lo que pertenece a la n atu raleza y lo que pertenece a la cu ltu ra. Sin em bargo, tanto unos como otros se las arreglan m uy bien con la disposición de los Jugares, prefiriendo

algunas ganancias territoriales en un campo de batalla d e v a sta d o al com pleto ab an d on o del teatro de operaciones.4

Un cam bio de cosm ología A p o s te m o s , sin e m b a rg o , a q u e esta construcción de dos pisos parecerá tan anticuada a nuestros descendientes, dentro de algunos decenios, como lo es ahora para nosotros el museo de La Plata. N o hay ninguna audacia en esta predicción, pues las señ ales ad ela n tad as de un d esg aste de n uestra cosm ología son ya bien visibles. La m ás destacada, la que más atrae la atención de los gobiernos y de los ciudadanos, es por cierto la creciente preocupación frente a los efectos de la acción hum ana sobre el m edio ambiente. Por lo demás, la elección m ism a de la designación de "m edio am biente", preferida a la de "n a tu ra le z a ", indica ya un d eslizam iento de p e r s p e c tiv a ; en su se n tid o m ás c o rrie n te , Ja n atu ra lez a era an trop océn trica de m an era casi clan d estin a, en la m ed id a en que abarcaba por preterición un ámbito ontológico definido por su falta 3 S i VíW i y

C o n la n o t a b l e e x c e p c i ó n c ié B r u n o L a t o u r y d e s u s c o l e g a s d e la s Cjuo, p a r t i e n d o d e l e s t u d i o d e io s h í b r i d o s d e n a t u r a l c / a y

c u l t u r a p r o d u c i d o s p o r la s c i e n c i a s y la s t é c n ic a s , s e i n t e r e s a n m á s b ie n e n io s p r o c e d i m i e n t o s d e d i s t r i b u c i ó n v d e l e g a c i ó n p o r m e d io d e io s c u a l e s s e o p e r a n in fiu c la s r e p a r t ic io n e s o n to k \ ^ ic a s c o n v e n c i o n a l e s ; U r u n o L a t o u k , P o litiq u e a d e in n t ih t ir d é n io c n U ic . P a r í s . L a D c c o u v e r t e , IV 99,

p o r e je m p l o ,

O v iu n c -a í f n í i v e n t r a ' íes sc/evurs ru

de hum anidad — sin azar ni artificio— , mientras que se destaca claram ente el antropocentrism o de la expresión "m edio am biente": es el m undo sublunar de Aristóteles en cuanto se halla habitado por el hombre. De la estratosfera a los océanos, pasando por ios bosques tropicales, nadie lo ign ora en la actualid ad, nuestra influencia se hace sentir por doquiera, y por io tanto se admitirá sin dificultad que, al estar nuestro entorno " natural" antropizado por doquier en diversos grados, su existencia como e n tid a d au tó n o m a no es m ás que una ficció n filosófica. H ay otra dimensión de la naturaleza que se halla, de m odo m ás particular, puesta en cuestión p or los p ro g re so s de la genética, es el su strato biológico de la hum anidad en cuanto m ateria, form a y proceso totalmente ajenos al control dom esticador de la educación y de la costumbre. La im portancia cad a vez m ás e v id e n te de la e p ig é n e sis en la in d iv id u a ció n , el d esarro llo de la reprodu cción asistida, desde la fecundación in vi tro hasta el clonaje de mam íferos, el perfeccionamiento de las técnicas de injerto y de transplante, la abierta ambición de algunos de intervenir en el genom a hum ano en un estadio precoz de la em briogenesis, todo ello, ya sea que se lo deplore o se lo celebre, torna m enos nítida que antes la separación de derecho, entre la parte natural y la parte cultural del hombre. La opinión piiblica ha percibido por lo dem ás que se hallaba en curso un cambio radical en este ámbito, y que si bien

la in q u ie tu d que m a n ifie s ta fren te al c lo n a je re p ro d u c tiv o , a los rie sg o s c lim á tic o s y a los organism os genéticamente m odificados se expresa sobre todo en términos éticos y políticos, m anifiesta tam b ién un d e sc o n c ie rto fren te a u n a n u e v a distribución ontológica que fa no respeta las antiguas certidumbres. Si el siglo XIX habría enterrado a Dios, y ei XX, según se dice, ha borrado al Hom bre, ¿hará el XXI desaparecer la N aturaleza? Sin d u d a n ad ie pien sa seriam en te que la fotosíntesis, la gravitación o la em briogenesis van a desvanecerse porque la antropización del planeta y de los organism os ha alcanzado niveles no igualados h asta el p re se n te . En c am b io el c o n c e p to de N aturaleza, por m edio del cual los estudiosos que se o c u p a n d e e sto s o b jeto s c a lific a n aú n p o r costumbre su ámbito general de investigación, parece maltratado por pequeños deslizamientos ontológicos que le hacen perder su hermosa unidad anterior. Tom aré tres a m an era de ejem p lo , y que conciernen una de las fronteras más ásperam ente disputadas entrg la naturaleza y la cultura, es decir la que separa a la hum anidad de la anim alidad. El prim er ejem plo proviene de los juristas, atentos por profesión a la evolución de las costum bres y a su traducción en las norm as que rigen nuestros estatus, nuestras prácticas, y nuestra relación con el mundo. A m il legu as de los debates filosóficos sobre los

d e re c h o s d e lo s a n im a le s , que o p o n e n a io s partidarios de la deep ecology o de la liberación animal a los d e fe n so re s d el h u m an ism o k a n tian o , un profesor de derecho ha m ostrado hace poco, en una crónica del austero Recnei! Dalloz que, al m enos en el d ere ch o fra n c é s, los a n iín a le s d o m é stic o s , dom esticados o mantenidos en cautiverio, poseen ya derechos intrínsecos con el m ism o título que ias personas morales, en cuanto la ley les reconoce un interés propio, es decir diferente del de su am o o dueño habitual, y que les da una posibilidad técnica para defenderlo.1 Junto a los crímenes y delitos contra tas personas, contra los bienes y contra el Estado, el nuevo C ódigo Penal ha creado en efecto una cuarta categoría de infracciones, esto es contra los anim ales d om ésticos, m ostran d o así que, si bien no son definidos todavía como personas a plenitud, estos ■"hermanos inferiores", para retom ar ia expresión de Michelet, no son ya considerados, desde el punto de vista del derecho, como bienes, es decir como cosas. Si se sigue a Jean-Pierre M arguénaud este estatus intermedio está llam ado a evolucionar rápidam ente en el derecho penal hacia una personificación m ás marcada, ya que Viada se opone a que anim ales no salvajes se vean investidos de personalidad jurídica, a la m anera de toda persona m oral a la que se le reconoce un in terés p ro p io y p o s ib ilid a d e s de 4 J o a n - 1 'ie r r e

M a k o u c k ’a u d ,

" L a p e r s o u n a l i t é ju r k l i q u c d e s a v n m n u x " ,

R e a i e i i U n í!0 2 , c u a d e r n o 2 0 , 1 9 9 $ . p p 2 0 5 - 2 1 1 .

íV!(is niiií tlt' tu iinltirnlez» 1/ Iti culttim d efen d er su ejercicio. En cu an to a los ó rg an o s susceptibles de representar en la escena jurídica el interés distinto de lo que nuestro autor llam a la "persona anim al", incluso contra los intereses de un am o o dueño, existen ya en abundancia bajo las formas de las asociaciones de protección animal. Sin que los profanos se hayan dado cuenta, y en espera de que se constituya una jurisprudencia, los perros, gatos, vacas — locas o no— , loros y g o rila s del zoológico de Vincennes estarían ahora, por lo tanto, en capacidad de hacer valer sus derechos a la vid a y ai bienestar, y ello no ya en virtu d de razon es h u m a n ís tic a s q u e ju s tific a b a la a n tig u a ley Gramm ont, a saber el público escándalo que podía suscitar su maltrato, sino m ás bien porque se han convertido sino en sujetos plenos de derecho, al m enos en cuasi-personas, cu yas p rerrogativas se derivan claram ente de las que reclam am os para nosotros. El segundo ejemplo proviene de la psicología ex p e rim en tal. Los p sicó lo g o s del d e sa rro llo se interesan desde hace ya tiempo en la expresión en los niños m uy pequeños, en lo que convencionalmente se llama la teoría de ia mente, es decir la aptitud a inferir en otro estados m entales idénticos a los propios. Se a d m itía c o rrie n te m e n te q u e esta a p titu d era característica de la especie hum ana, probablemente vinculada con el lenguaje o la cultura, m ientras que se co n sid e ra b a q u e los an im a le s n o h u m a n o s

interpretaban ei comportamiento de los organism os p re se n te s en su en to rn o , y so b re todo de su s congéneres, sobre la única base de indicios externos —posturas, m ovim ientos, señales sonoras, etc.— y no a partir de la atribución de estados psíquicos im posibles de observar directamente. A hora bien, investigaciones recientes sobre los chim pancés han m o strad o que no era así: co n fro n tad o s con un dispositivo experimental ya utilizado a fin de probar en niños de un año la capacidad de atribuir una intención o un propósito a otro, en este caso un m óvil desplazándose en la pantalla de una com putadora, los siete sujetos anim ales han reaccionado como los sujetos humanos."' Considerada por largo tiempo com o un sig n o d is tin tiv o d el homo sapiens, la atribución de una intencionalidad a otros debería, por tanto, ser considerada ahora también corito un atributo de nuestro cercano prim o, el chimpancé. El tercer eje m p lo se re fie re a s im is m o a chimpancés, pero en libertad en su m edio original. Los estudios llevados a cabo con ellos por los etóiogos in dican sin a m b ig ü e d ad no solam en te que son. capaces de fabricar y utilizar una utilería de piedra rudim entaria, poniendo pie así en el privilegio del homofaber, concedido desde hace m ucho tiem po sóio al primate humano, sino también que bandas vecinas de m onos elaboran y trasmiten fam ilias de técnicas 5 C la u d ia U llk r y S h a u n N ía

1015,

Co^iiítioii, 21100 e n t .'i s i r o w e b p p . ¡ - S .

A t t r i b u t i o n in C h i m p a n c é s " ,

bien d ife re n c ia d a s . En la te rm in o lo g ía de los p re h is to r ia d o r e s , lo s c h im p a n c é s p o se e n a sí "tradiciones" diferentes en el ámbito de la cultura m a te ria l, y lo s p a r tic u la r is m o s té cn ico s y de com portam iento propios de cada banda p ueden darse en unos cuarenta rasgífs distintivos — tipos de herram ientas y m étodos para rom per las nueces, técnicas de caza, modos de espulgarse, etc.— , todos in d ep en d ien te s de las co n d icio n es g e o g rá fic a s locales.1’ Com o este tipo de variación no puede, según parece, explicarse por una evolución adaptativa de los co m p o rtam ien to s a las im p o sic io n e s de la ecología, los etólogos se han visto obligados así a atribuir a los chim pancés "cu ltu ras" diferenciadas, es decir una libertad de inventar respuestas suigeneris a las n ecesidades de la subsistencia y de la vida común, primer paso hacia la ampliación de la cultura al m undo animal.

(1 A. Whiton, j. (.»{.h’jimi., VV. C. MacCíki iv y otros, "Cultures ¡n Chim-

399, 1999, pp. ÍS82-685;ver himbíón ircdOrio 'Teut­ ón parlcr d'un svstemt? tochniqucchimpancé? PrimKtologse et ai'chcologte1 compara?", in Bruno Laiour v Pierro Umonmkk (bajo ladirección de), Oehi préliisíoiiv i7t¡x tuifaihv niitclli^eine tLrluiú¡tu'i:ohi

se establece va a definir entonces el cam po en el cual podrá desplegarse la etnología, at mismo tiempo que se la condenaba desde sus com ienzos a no poder aprehender el entorno físico sino com o ese m arco exterior de la vida social cuyos parám etros definen las cien cias n aturales. A falta de algo m ejor, la antropología se ha dedicacio así a explorar el ámbito de la cultura que había recibido en la repartición, al mismo tiempo que trataba de acom odarse con esa naturaleza que limitaba su horizonte. Se conocen los resultados de este dilema inicial y es por tanto inútil detenerse al respecto. Ante la d ific u lta d de a n a liza r fin am en te las relacion es dialécticas entre las im posiciones del m edio sobre la vid a social y la parte de cre a tiv id a d que cada so c ie d a d d e s p lie g a en la a p re h e n s ió n • y a c o n d ic io n a m ie n to de su m ed io a m b ien te, la antropología ha tendido a p rivilegiar una u otra vertiente de la oposición polar: o bien la naturaleza determ inaba la cultura, o bien la cultura daba un sen tid o a la n atu ra lez a. De ello han re su lta d o p ro b le m á tic a s y p ro g ra m a s d e in v e s tig a c ió n in co m p atib les. Las an tro p o lo g ía s m aterialista s consideraban el m edio físico o la fisiología hum ana como m otores de la vida social, e im portaban de las ciencias de la naturaleza m odelos de explicación causales que, lo esperaban, darían fundam entos más sólidos a las ciencias del hombre. Para la ecología c u ltu r a l, p a ra la s o c io b io io g ía y p a ra c ie rta s

c o rrie n te s de la a n tro p o lo g ía m a r x is ta , el comportamiento hum ano, la forma y ia sustancia de las instituciones, las representaciones colectivas, podían ser percibidas a partir de ello como respuestas a d a p ta tiv a s a lo s factores, lim ita tiv o s d e un ecosistem a, com o expresión de constreñim ientos engendrados por la explotación de cierto tipo de recursos, o como la traducción de determ inaciones genéticas. Se com prenderá que tales aproxim aciones hayan podido dejar de lado el estudio de la manera en que las sociedades 110 m odernas conceptualizan su cuerpo y su m edio ambiente, excepto para evaluar las posibles convergencias o Incompatibilidades entre lo s á m b ito s m a rc a d o s p o r la c ie n c ia y las c o n c e p c io n e s m a rc a d a s p o r el p r e fijo " e tn o " (e tn o b o tá n ic a , e tn o z o o lo g ía , e tn o b io lo g ía , etnofarmacología, etnomedicina...) para denotar bien sus estatus local y relativo. A i hacerlo, se delim itaban a p riori en estas so cied ad es ciertos cam p o s de conocimiento y de práctica de m odo que se los hacía com parables a saberes naturalistas occidentales que p o seen un v a lo r d e p a tró n , sin p re o c u p a rs e d em asiad o por sab er si estos ám bitos d iscretos existían como tales en las categorías locales de los pueblos estudiados. A la inversa, la antropología sim bólica se ha servido de la oposición entre naturaleza y cultura como de un dispositivo analítico a fin de esclarecer la significación de los mitos, rituales, taxonomías,

concepciones del cuerpo y de la persona, y tantos otros aspectos de la vida social en ios que interviene de manera explícita o implícita una discrim inación entre las propiedades de las cosas, de los seres y de los fenómenos, según dependan o no de un efecto de la acción hum ana. Los rebultados de semejante aproxim ación fueron m uy ricos en el plano de la interpretación etnográfica, pero no siempre libres de prejuicios etnocentricos. P ues cu alesq u iera que fuesen los grupos hum anos a los que se aplicaba esta form a de lectura, y sus m aneras de defin ir y de distribuir las entidades dei m undo, e! contenido de ios conceptos de naturaleza y de cultura utilizados com o in d icios clasificatorios se refería siem pre, irnpiícitamente, a los cam pos ontoiógicos cubiertos por estas nociones en el occidente m oderno. Pues bien, como se ha notado desde hace largo tiempo, m uchos puebios no m odernos parecen indiferentes frente a esta división, ya que atribuyen a las entidades q u e n o so tro s lla m a m o s n a tu r a le s c ie rta s características de la vida social: animales, plantas, meteoros o elementos del relieve poseen un alm a, es d ecir una in te n c io n a lid a d su b je tiv a , v iv e n en com unidades organizadas según reglas, dominan.las artes y técnicas de la hum anidad, y, en sum a, son concebidos y tratados como personas. Si bien es cierto que por una curiosa paradoja por largo tiempo se ha calificado a estos pueblos de "naturales", estos no son de ninguna m anera reliquias de un hipotético

estado de naturaleza en la m edida en que ciertas e n tid a d e s que p u e b la n su m ed io am b ien te se conform an, por el contrario, a ios im perativos de lo que para nosotros es la cultura. Una naturaleza dotada así de la m ayor parte de los atributos de la hum anidad no es ya una naturaleza, ya que esta noción designa para nosotros el conjunto de seres y fenómenos que se distinguen de la esfera de la acción humana porque poseen leyes de desarrollo propias. La adhesión de num erosas corrientes de la antropología a una distinción entre naturaleza y cultura, en buena cuenta reciente en occidente, y que muchos pueblos siguen ignorando, pone así en duda la pertinencia de ios análisis llevados a cabo con una herram ienta cuya universalidad no tiene nada de evidente. Ciaude Lévi-Strauss, fuente de inspiración para tantos estudios etnológicos e históricos que usan esa distinción por lo demás, decía, con toda razón q u e esta no p o d ría ten er otro v a lo r q u e el m etodológico.'’ Frente a las señales cada vez m ás n u m ero sas que dan cuenta de que el esquem a dualista resulta tan inadecuado para pensar nuestra propias práctica^ como para hacerlo con sociedades n o m o d e rn a s, h ay que ir sin d u d a m ás lejos y abandonarlo por completo. Se plantea, evidentemente, la pregunta de saber con qué hay que reem plazarlo. N o nos aventurarem os aquí a predecir cuál podría 9 C i a u d e L i ;v ) * Ü í t i j a u > s , ¡n Í V n s t r

c, P a r í s , P l o n , 1 9 6 2 , p . 3 2 7 .

ser ía forma de un m undo en el cual el corte entre la naturaleza y la cultura se habría borrado.1" N o es imposible, en cambio, prescindir de este corte cuando se reflexiona sobre ios m edios que ha em pleado la hum anidad para objetivarse en el m undo, tarea que concierne en prim er término la antropología, una antropología renovada, cuyo objeto no sería ya las instituciones y las prácticas clasificadas según su grado de autonomía frente a la naturaleza, sino las form as v propiedad es de los diferentes sistem as posibles de relación con el entorno hum ano y no hum ano, tales como ios que la etnología y la historia han com enzado a inventariar.

La identificación: sem ejanzas y diferencias Entre las m aneras de aprehender y distribuir las continuidades y discontinuidades que nos ofrece el e sp e c tá c u lo y 1a p ráctica de n u estro m ed io am biente en el sentido am p lio, la identificación d esem p eñ a un p ap e! p rep o n d eran te. H a y que entender por ello el m ecanismo elemental por medio del cual establezca diferencias y semejanzas entre mi íí) S in d u d a so p u e d e a c e p t a r c o n B r u n o í .a t o u r q u e t a i c o r t e n o h a e x i s t i d o ja m á s p o r c u a n t o lo s M o d e r n o s n o s e h a n c o n f o r m a d o a l m is m o e n s u p r á c tic a {lir u n o

Latour, Mws n ’n w n ^

j a m a i* e tc n tix tcn ie *. F.fiani

tr m ilh r a p o b fiit' s}finélrh )m ', P a r is , L a D ó c o u v e r t e , 1 9 9 1 ) ; q u e d a e l h e c h o d e q u e ta I c o r t e d e s e m p e ñ a u n p a p e l c e n t r a l e n n u e s tr a t e o r iz a c ió n c o s m o ló g ic a v e r n a c u l a r y e n la m a n e r a e n q u e a n a l i z a m o s la s q u e h a n p r o d u c i d o o t r o s p u e b lo s .

person a y los dem ás m ediante la in feren cia de a n a lo g ía s y d ife r e n c ia s de a p a r ie n c ia , de comportam iento y de propiedad entre lo que pienso que soy y lo que pien so que son los otros. Este m e ca n ism o está m en o s c o n fo rm a d o p o r la contingencia de la experiencia o por las disposiciones in d iv id u a le s que p o r lo s e sq u e m a s q u e he interiorizado en el seno de la colectividad en que vivo, y que estructuran de manera selectiva el flujo de la p e rc e p c ió n a s ig n a n d o una s ig n ific a t iv a preeminencia a ciertos rasgos y procesos observables en el entorno. H ay dos criterios determinantes que p arecen d esem p eñ ar una fu n ción cen tral en la identificación considerada así como una especie de forma simbólica a la manera de Cassirer: la atribución a otro de una interioridad análoga a la m ía, y la atribución a otro de una m aterialidad análoga a la mía. La naturaleza de esta interioridad puede variar y referirse a los atributos ordinariam ente asociados con el a lm a , el e s p ír itu o la c o n c ie n c ia — in te n c io n a lid a d , s u b je tiv id a d , r e fle x iv id a d , afectos, aptitudes para soñar o significar— como con características aún más abstractas, como la idea que comparto con los dem ás de una m ism a esencia o de un mismo origen, o que pertenecemos a una misma categoría ontológica. El criterio de m aterialidad se refiere, en cam bio, a la form a, ia su stan cia, los p ro ceso s fis io ló g ic o s , p e rc e p tiv o s y se n so rio motores, incluso el temperamento en la m edida en

q u e e x p r e s a r ía la in flu e n c ia de los h u m o re s corporales. Cualquiera que sea la diversidad de las concepciones de la persona que los etnólogos se han preocupado en inventariar, parece que esta dualidad de la in terio rid ad y de la m aterialid ad se halla presente por doquier, con "m odalidades es verdad m últiples de conexión y de interacción entre las dos esferas, y que ella no constituye, por tanto, una sim ple proyección etnocéntrica de una distinción entre el alm a y el cu erp o que sería p ro p ia de occidente. A quien se asom braría así de ver que un tipo de d u a lism o s u s titu y e a otro h a b ría q u e responderle que las oposiciones binarias no son un mal en sí, que son ampliamente utilizadas por todos los pueblos en muchas situaciones, y que es por lo tanto m enos su forma la que debe ser cuestionada que la universalidad eventual de su contenido. Desde este punto de vista, y si uno se atiene sólo a los indicios semánticos, resulta forzoso constatar que los equivalentes terminológicos de la pareja naturaleza y cultura son prácticam ente im posibles de hallar fuera de las len gu as eu rop eas, m ien tras que la diferenciación ^en el seno de una cierta clase de o rg a n is m o s en tre una in te r io r id a d y una m aterialid ad parece estar m arcada en todas las lenguas, cualesquiera que sean, por lo dem ás, la extensión que se da a esta clase y la m anera en que esas nociones se traducen — generalmente por alma y cuerpo— en la lengua de los etnógrafos.

Ahora bien, las combinaciones que autorizan estos dos criterios de identificación son m uy reducidas: frente al otro, humano o no-humano, puedo suponer ya sea que él posee elementos de materialidad y de interioridad análogos a los ntíos, o ya sea que su interioridad y su materia iidad«on diferentes a las mías, o ya sea aún que tenemos interioridades semejantes y materialidades diferentes, o ya sea en fin que nuestras interioridades son diferentes y nuestras materialidades análogas. Estas fórmulas definen cuatro grandes tipos de ontologías, es decir sistemas de propiedades de los seres existentes, que sirven de punto de anclaje a formas cosm ológicas, m odelos de vínculo social y teorías de ia alíeridad. Fluye por sí mismo que estas cuatro m odalidades de identificación están lejos de ag o tar las m ú ltip les m an eras de e stru ctu ra r la exp erien cia in d iv id u a l y colectiva, y que otros principios -lo s que rigen la relación, la figuración o la temporalidad, por ejem plo- actúan igualmente en la miríada de soluciones que los humanos han adoptado a fin de objetivarse en el mundo. Si insisto aquí en la identificación es sim plem ente para dar una breve visión de una vía alternativa que permitiría describir, clasificar y hacer inteligibles las relaciones que los humanos mantienen entre ellos y con los no-humanos, vía que significaría la economía de una dicotomía, incluso metodológica, entre ia naturaleza y la cultura.11 I I L a s p r o p o s ic io n e s a d e la n ta d a s e n e s te a r tíc u lo s e r á n e x p l o t a d a s d e m o d o m á s c o m p l e t o e n u n lib r o a p u b l i c a r s e p r ó x i m a m e n t e .

Totemismo y anim ism o Tomemos el ejemplo del totemismo, uno de ios m ás a n tig u o s p ro b le m a s d e b a tid o s en la disciplina. Se habla ordinariam ente de totemismo cada vez que un conjunto*de un id ad es sociales — mitades, clanes, secciones m atrim oniales, grupos cultuales, etc.— está asociado con una serie de objetos naturales. En una obra célebre, L év i-S tra u ss ha m o stra d o que el to te m ism o era m en o s una in stitu c ió n q u e la e x p re s ió n de una ló g ic a clasificatoria que utilizaba las d isco n tin u id ad es observables entre las especies anim ales y vegetales a fin de conceptualizar las discontinuidades entre ios grupos sociales.12 En razón de que espontáneam ente exhiben c u alid ad es sen sibles con trastad as — de forma, de color, de habitat, de comportamiento—•, las plantas y animales son particularmente aptos para significar las distinciones internas necesarias para la perpetuación de las sociedades segm entarias. La naturaieza proporciona, pues, una guía y un soporte, un "m étodo de pensam iento", dice Lévi-Strauss, que p e rm ite a ios m ie m b ro s d e c ie rta s c u ltu ra s conceptualizar si! estructura social por m edio de una representación icónica simple. Puesto que la intención inicial de Lévi-Strauss era d isipar la "ilusión totémica" para vincularla a una característica universal del espíritu hum ano, se 12 C ia n d o I .évi-Stkauss, L¿‘ T o ¡ó ¡h ¡ totémico se distingue en bloque de otros conjuntos sim ilares por algo más y d ife re n te q u e s im p le s a filia c io n e s s o c ia le s , m atrim oniales o cultuales, a saber por el hecho de poseer en com ún ciertas características m orales y m a te r ia le s — de s u s ta n c ia , de h u m o re s, de temperamento, de apariencia—■, las cuales definen una esencia identitaria en cuanto tipo singular. En lo s sis te m a s a n ím ic o s, se a tr ib u y e igualm ente a hum anos y no-humanos la posesión de una interioridad sim ilar: se concibe a m uchos anim ales y plantas como personas dotadas de un alma que les permite com unicarse con ios hum anos; y es en razón de esta esencia interna común que se dice que no-humanos llevan una existencia social id én tica a la de ios h o m bres. Sin e m b a rg o , la referencia que com parten la m ayoría de ios seres anim ados es aquí la hum anidad como condición, y no el hom bre com& especie. Dicho de otro m odo, los hum anos y todas las ciases de no-hum anos tienen m aterialidades diferentes en el sentido de que sus 15 C a r i G c’o i ’g v o t t lit%ANur