Akal Historia Del Mundo Antiguo 63

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HISTORIA DEL 'MVNDO A n ig v d

EL COLONATO BAJOIMPERIAL

f im m HISTORIA °^MVNDO ANTÎGVO

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Esta historia obra de un equipo de cuarenta profesores de va­ rias universidades españolas pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez ser accesible a lectores de di­ versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­ tores antiguos mapas, ilustraciones cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por. el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.

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A. C aballos-J. M . S errano, Sum er y A kka d . 2. J. U rru ela , Egipto: Epoca Tinita e Imperio Antiguo. 3. C . G . W ag n er, Babilonia. 4. J. U rru ela , Egipto durante el Imperio Medio. 5. P. Sáez, Los hititas. 6. F. Presedo, Egipto durante el Imperio N uevo. 7. J. A lvar, Los Pueblos del M ar y otros movim ientos de pueblos a fines del I I milenio. 8. C . G . W agner, Asiría y su imperio. 9. C . G . W agner, Los fenicios. 10. J. M . B lázquez, Los hebreos. 11. F. Presedo, Egipto: Tercer Penodo Interm edio y Epoca Sal­ ta. 12. F. Presedo, J. M. S erran o , La religión egipcia. 13. J. A lv ar, Los persas.

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J. C . Berm ejo, E l m undo del Egeo en el I I milenio. A. L ozano, L a Edad Oscura. J. C . Berm ejo, E l m ito griego y sus interpretaciones. A. L ozan o , La colonización gnegtf. J. J. Sayas, Las ciudades de Jonia y el Peloponeso en el perío­ do arcaico. R . López M elero, E l estado es­ partano hasta la época clásica. R . López M elero, L a fo rm ación de la democracia atenien­ se, I. El estado aristocrático. R . López M elero, La fo rm a­ ción de la democracia atenien­ se, II. D e Solón a Clístenes. D . Plácido, C ultura y religión en la Grecia arcaica. M . Picazo, Griegos y persas en el Egeo. D . Plácido, L a Pentecontecia.

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J. F ernández N ieto, La guerra del Peloponeso. 26. J. F ernández N ieto, Grecia en la primera m itad del s. IV. 27. D . P lácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. F ernández N ieto , V. A lon­ so, Las condiciones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J. F ernández N ieto , E l m un­ do griego y F Hipa de Mace­ donia. 30. M . A . R a b a n a l, A lejandro Magno y sus sucesores. 31. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas. 32. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. II: Los Seleúcidas. 33. A. L ozano, Asia M enor he­ lenística. 34. M . A. R abanal, Las monar­ quías helenísticas. III: Grecia y Macedonia. 35. A. P iñero, L a civilización he­ lenística.

ROMA 36. 37. 38.

39. 40. 41.

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J. M artín ez-P in n a, El pueblo etrusco. J. M artín ez-P in n a, L a Rom a primitiva. S. M ontero, J. M artín ez-P in ­ na, El dualismo patricio-ple­ beyo. S. M o n te ro , J. M artínez-P inn a, La conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. G. Fatás, E l período de las primeras guerras púnicas. F. M arco, La expansión de R om a por el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú­ nica a los Gracos. J. F. R odríguez N eila, Los Gracos y el comienzo de las guerras civiles. M .a L. Sánchez León, R evuel­ tas de esclavos en la crisis de la República.

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C . G onzález R o m án , L a R e­ pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. J. M. R oldán, Instituciones po­ líticas de la República romana. S. M ontero, L a religión roma­ na antigua. J. M angas, Augusto. J. M angas, F. J. Lom as, Los Julio-Claudios y la crisis del 68. F. J. Lom as, Los Flavios. G. C hic, La dinastía de los Antoninos. U . Espinosa, Los Severos. J. F ernández U biña, El Im pe­ rio Romano bajo la anarquía militar. J. M uñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du­ rante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Agricultura y minería romanas durante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Artesanado y comercio durante el A lto I m ­ perio. J. M angas-R . C id, E l paganis­ mo durante el A lto Imperio. J. M. S antero, F. G aseó, El cristianismo primitivo. G . B ravo, Diocleciano y las re­ form as administrativas del I m ­ perio. F. Bajo, Constantino y sus su­ cesores. La conversión del I m ­ perio. R . Sanz, E l paganismo tardío y Juliano el Apóstata. R. Teja, La época de los Valentinianos y de Teodosio. D. Pérez Sánchez, Evolución del Imperio Rom ano de O rien­ te hasta Justiniano. G . B ravo, E l colonato bajoimperial. G. B ravo, Revueltas internas y penetradones bárbaras en el Imperio i A. Jim énez de G arnica, La desintegración del Imperio R o­ mano de Occidente.

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HISTORIA ^MVNDO

A ntîgvo

ROMA

Director de la obra: Julio Mangas M anjarrés Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Com plutense de Madrid

Diseño y maqueta: Pedro Arjona

«No está perm itida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratam iento informático, ni la transm isión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»

© Ediciones Akal, S.A., 1991 Los Berrocales del Jaram a Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Tels. 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 Depósito Legal: M . 1 7 3 6 3 - 1 991 ISBN: 84-7600 274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600 697-7 (Tomo XXVIII) Impreso en GREFOL, S.A. Pol. II - La Fuensanta M óstoles (Madrid) Printed in Spain

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Indice

Págs. Introducción: los puntos de p a rtid a .....................................................

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I. La term inología básica del colonato: Una defin ició n ............. 1. La raíz del problem a................................................................... 2. Tipos, términos y situaciones.................................................... a) Coloni tributariì...................................................................... b) Coloni inquilini....................................................................... c) Coloni originarii..................................................................... d) Coloni adscripticii.................................................................

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II. I^as bases socioeconómicas del régimen colonario: esclavos, colonos y p ro p ie tario s..................................................................... 1. La explotación de la tierra.......................................................... 2. Extensión de las propiedades y fuerza de trabajo.................. 3. Renta e im puesto......................................................................... 4. ¿Esclavos o colonos?: algo más que una simple cuestión de status......................................................................................... 5. El cultivo de los agri deserti.....................................................

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III. El m arco institucional................................................................... 1. Formas de arrendamiento de la tierra....................................... a) El contrato tradicional: locatio-conductio.......................... b) El ius perpetuum ..................................................................... 2. Instituciones agrarias bajoimperiales........................................ a) E nfiteusis................................................................................. b) Epibolé o adiectio................................................................... c) Colonato................................................................................... 3. El Ius colonarium........................................................................ a) Ley y costumbre...................................................................... b) Origo y censo..........................................................................

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IV. El proceso histórico de la adscripción al suelo ....................... 1. La condición tributaria del colono bajoimperial.................... 2. Vinculación formal y adscripción legal durante el siglo IV ... a) Precedentes dioclecianeos..................................................... b) La ley de 332 y los colonos fugitivos.................................. c) Las leyes de 371 y el titulus colonorum............................... 3. Colonos adscritos y adscripticii...............................................

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V. Del colonato al p a tro c in io ..............................................................

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B ibliografía................................................................................................. a) Bibliografía específica..................................................................... b) Bibliografía complementaria...........................................................

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El colonato bajoimperial

Introducción: los puntos de partida

En la historiografía m oderna y re ­ ciente el colonato bajoim perial se ha caracterizado tradicionalm ente por el status semilibre de la fuerza de trabajo agrícola y la obligación impuesta por el E stado de m antener en cultivo la tierra, por lo que la agricultura se convirtió en una acti­ vidad hereditaria para muchas fam i­ lias que no tenían otra fuente de re ­ cursos. Pero los propios textos jurí­ dicos, de los que se suele extraer estos rasgos distintivos, perm iten lecturas diferentes que contribuyen a precisar el alcance de estos presu­ puestos legales en la vida económ i­ ca y social de los últimos siglos del Imperio. Una línea historiográfica, que en­ tronca con la visión general del Bajo Imperio Rom ano de E. Slein (1928/ 1959), considera que el colonato ba­ joimperial fue resultado del desarro­ llo gradual de las formas de depen­ dencia campesina. Esta evolución habría generado cánones obligato­ rios para el campesinado, en parte por razones fiscales, en parte para m antener la productividad de la tie­ rra conforme a los intereses econó­ micos de los propietarios y del E s­ tado. No obstante, según la opinión más difundida, debida principalm ente a A. H. M. Jones (1958/1964/1974), es preciso diferenciar el contrato de arrendam iento tradicional altoimpe-

rial (locatio-conductio) ejercitado por “colonos libres” de las diversas formas de explotación, cesión y ocu­ pación del suelo que configuraron el sistema de “colonato vinculado” o “adscrito” bajoimperial. Desde esta perspectiva, el nuevo régimen colonario sería producto ante todo de una serie de disposiciones legales motivadas por la situación financiera del Imperio, rem ontándose a la re­ forma fiscal dioclecianea (Jones, 1958; Bravo, 1978), pero casi siempre haciendo partir la adscripción del co­ lono al suelo de época constantiniana (Clausing, 1925/1965) e incluso más tarde, de la legislación del últi­ mo tercio del siglo IV. En este senti­ do, W. G offart (1974) ha defendido recientem ente que el prim er docu­ m ento con todas las características del colonato adscrito bajoimperial es una ley de 371 referida al campesi­ nado ilírico (C. J. XI, 53,1) y no, co­ mo se cree tradicionalm ente, la ley constantiniana de 332 (C. Th. 5, 17, 1). La diferencia esencial entre am­ bas radicaría en el carácter tributa­ rio o no, respectivam ente, de los co­ lonos aludidos en dichos textos le­ gales. Sin embargo, aunque parece claro que, reducido el colonato a una de sus formas más características, la adscriptio, la nueva institución se es­ tablecería a la vez en todas las pro­ vincias del Im perio y el sistema no

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habría cambiado sustancialmente en­ tre Diocleciano y Justiniano (ss. IIIVI), es evidente que no todos los co­ lonos bajoimperiales pueden ser con­ siderados genéricam ente adscripticii y que, en consecuencia, el alcance re­ al de la adscriptio legal no fue tan grande como a m enudo se pretende. Por razones similares tampoco es co­ rrecto reducir el colonato bajoimperial a una m era situación fiscal (Ca­ rné, 1983), aunque sea cierto que la mayor parte de la legislación tardía referida a coloni corresponde a este ámbito. Pero esta simplificación re­ sulta en exceso exagerada porque con ella se suelen excluir otras ver­ tientes del colonato igualmente im­ portantes. A parte de una institución fom entada por el E stado y un siste­ ma económico basado en la produc­ ción agrícola, el colonato fue tam ­ bién una form a de vida caracterís­ tica de la época. Los presum ible­ m ente altos niveles de rentas e im­ puestos en proporción a los rendi­ mientos de la tierra por unidad de superficie y los correlativam ente ba­ jos excedentes comercializables hi­ cieron que un amplio sector del campesinado viera en el régimen de trabajo colonario la form a más segu­ ra de generar ingresos com plem en­ tarios a su precaria situación econó­ mica. Este colono era ante todo un campesino que, salvo excepción, no buscó evitar su condición sino m ejo­ rar en lo posible sus condiciones de vida. Como otros sectores sociales de la época, los campesinos vieron res­ tringida su libertad de movimientos, pero ello no significa necesariam en­ te que su estatuto de libres (ingenui) fuera reem plazado por otro distinto, aunque algunas constituciones im pe­ riales parezcan indicar prim a facie lo contrario. En térm inos legales el co­ lonato constituye sin duda la institu­ ción agraria más característica del Bajo Imperio, pero como toda insti­ tución presenta un perfil complejo

que incluye diversas situaciones rea­ les. A pesar de la tendencia de la so­ ciedad tardorrom ana a la polariza­ ción en clases sociales definidas en términos de poder económico (po­ tentes/teñidores) y político (honestiores/humiliores), no desaparecieron por ello los grupos sociales interm e­ dios aun con diferencias apreciables de status y desiguales condiciones de vida. En los propios códigos bajoim­ periales la terminología del colonato es relativam ente extensa, por lo que no es correcto reducir la condición colonaria a la propia de los “adscripticios”, que sólo constituyen una si­ tuación particular dentro del régi­ men colonario por más que la ads­ criptio, entendida como vinculación formal, primero, y legal, después, del colono a la tierra, constituya un capí­ tulo fundam ental del desarrollo his­ tórico del sistema de colonato bajoimperial. Sin embargo, los textos legales no perm iten fijar con exacti­ tud el m om ento en que ésta fue ins­ tituida y, en consecuencia, las opi­ niones de los historiadores varían sustancialmentc en este punto. El fe­ nómeno de la adscripción al suelo puede no obstante entenderse como un lento proceso de transform acio­ nes socioeconómicas que fue poste­ riorm ente sancionado m ediante una legislación específica. Dicho proceso se iniciaría con la reform a fiscal dioclecianea a finales del siglo III y no concluiría hasta al menos los años fi­ nales del siglo siguiente, con 1111 no­ torio avance durante época constantiniana y una clara consolidación en el último tercio de siglo con leyes re­ feridas al campesinado de determ i­ nadas regiones, como Illyricum, dió­ cesis como Tracia o la Galia y pro­ vincias como Palestina y Egipto. Otra cuestión todavía hoy contro­ vertida es la relativa a la condición jurídica del colono que se habría equiparado al status de los esclavos (serví), bien porque éstos hubieran m ejorado su situación económica

El colonato bajoimperlal

Ostia. Estatua de un dignatario con toga celebrando un sacrificio (siglo V d.C.)

(peculium), bien porque para aquél hubieran em peorado las condiciones de trabajo. Pero ni siquiera en térm i­ nos legales podría admitirse sin re ­ servas dicha equiparación. Aunque

los textos jurídicos no son dem asia­ do explícitos en este aspecto, dis­ tinguen a m enudo claram ente entre ambas situaciones y ninguna prue­ ba docum ental podría aducirse para

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afirmar taxativamente que su condi­ ción jurídica llegó a ser idéntica. Tan sólo con algún grupo de colonos, los adscripticii, y en un estadio avanzado de las relaciones sociales de produc­ ción tardoantiguas, el patrocinio, po­ dría plantearse razonablem ente la cuestión de la homogeneidad de sta­ tus con la fuerza de trabajo esclava. Los colonos acogidos a la protección del dominus perdieron de hecho dos atribuciones fundamentales que siempre les habían diferenciado de los esclavos: una, la facultad de ape­ lar a los jueces “contra dominos”\ otra, la condición tributaria, al verse obligados a ceder sus bienes al patronus, que defendía en teoría sus inte­ reses a cambio de su fuerza de traba­ jo. Pero la mano de obra esclava si­ guió existiendo en determinadas explotaciones, las de mediana exten­ sión, y fue -salvo excepción- prácti­ camente inexistente en otras, las grandes propiedades rurales, que constituyeron ahora el núcleo del sis­ tema económico y financiero del Im ­ perio. Por tanto, en términos cuanti­ tativos y cualitativos, la forma de ex­ plotación esclavista dejó paso a la forma de producción colonaria, pues­ to que la base económica de la socie­ dad bajoimperial la constituían las grandes propiedades rurales y los coloni, de diversas categorías y situacio­ nes, que explotaban sus parcelas en los grandes dominios imperiales y pri­ vados. Aun así, la “base” no era, na­ turalmente,* el sistema, sino sólo una parte de éste. Otra parte importante estaba formada por las pequeñas y medianas propiedades agrícolas, den­ tro y fuera del “territorium ” pertene­ ciente a las ciudades, que subsistieron frente a la competencia de los gran­ des propietarios extra-territoriales. La tendencia fue, no obstante, la asi­ milación de las “pequeñas” y “media­ nas” explotaciones a las Agrandes” or­ ganizadas según el sistema villa tardorromano. Todo ello proyecta una imagen

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más amplia, más rica pero también más compleja del colonato, conside­ rado no sólo como una m anifesta­ ción esporádica de la sociedad cor­ porativa bajoim perial sino también como el elem ento predom inante de un sistema económico basado en la productividad de la tierra. Si es cier­ to que la organización agrícola fue diferente de unas regiones a otras, la mayor o m enor extensión de las ex­ plotaciones, las similares formas de propiedad de la tierra y los comunes intereses de los propietarios, coinci­ dentes en ocasiones con los del E sta­ do y opuestos otras veces, así como la garantía de subsistencia que la in­ corporación al sistema supuso para muchos campesinos arruinados y gente desocupada de las ciudades hi­ cieron que en torno al colonato se establecieran las relaciones econó­ micas y sociales predom inantes, sin diferencias apreciables entre la parte oriental y la occidental del Imperio. No obstante, la información sobre el colonato proviene casi en su to­ talidad de fuentes jurídicas, siendo las constituciones imperiales recogi­ das en los códigos de Teodosio II y Justiniano, los llamados Código Teodosiano (C. Th.) y Código Justinianeo (C. /.), el corpus esencial para el conocim iento de la “institución” y del “sistem a” económico basado en ella. Pero naturalm ente los textos jurídicos como los literarios y epi­ gráficos son susceptibles de múlti­ ples interpretaciones incluso diver­ gentes, lo que ha llevado reciente­ m ente a hablar del colonato en los térm inos de un “m ito historiográfico” (Carrié, 1982); pero la réplica no se ha hecho esperar (M arcone, 1985). Las referencias literarias ais­ ladas de Lactancio, Símmaco, Liba­ ndo, Agustín, Sidonio Apollinar, Salviano o Cassiodoro, debidam ente analizadas, pueden contribuir a enri­ quecer el debate sobre el alcance del “colonato bajoim perial” en algu­ nos puntos concretos.

El colonato bajoimperial

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I. La terminología básica del colonato: tina definición

1. La raíz del problema Como es sabido, “colonatus” es un térm ino latino de aparición relativa­ m ente tardía, a pesar de que “colo­ nus” había servido para designar re­ alidades diversas de carácter sociopolítico (colonias) que poco tienen que ver con la institución agraria del “colonato rom ano” y mucho menos aun con el “colonato bajoim perial”. El problem a terminológico se sitúa pues a dos vertientes: a) filológica; b) institucional. Desde una perspectiva filológica, la existencia de coloni en los textos latinos rem onta a los escritos y docu­ mentos de época republicana; su nú­ mero aum entó notablem ente gracias al esfuerzo “colonizador” de los últi­ mos años de la República y los pri­ meros del régimen imperial, poten­ ciado luego por el sistema de “colo­ nias militares” desarrollado durante los dos primeros siglos del Imperio. Desde el punto de vista institucio­ nal, la m era presencia de personas o grupos denom inados “coloni” en los textos no presupone la existencia del colonato como institución, como una forma de explotación de la tie­ rra o como un sistema de relaciones sociales y políticas, según el marco y el grado de desarrollo histórico del “sistema” en el que dichos colonos realizan su actividad económica. La riqueza semántica del latín no

impide, sino al contrario, hace posi­ ble establecer diferencias acusadas entre el colono, como una categoría del derecho público romano, y los coloni, como “cultivadores de la tie­ rra”, que debió ser su acepción origi­ naria. Posteriorm ente, el término “colonus” fue adquiriendo otros sig­ nificados no estrictam ente vincula­ dos con el sistema de explotación hasta que, en época imperial, el tér­ mino acabó utilizándose de nuevo para expresar su significado genuino, al que se añadieron connotaciones socioeconómicas propias del régi­ men de explotación imperial (Seeck, 1920). Este colonus puede definirse ya como “el que trabaja una tierra que no es de su propiedad” sin que ello prejuzgue todavía una relación personal específica con el propieta­ rio (dom inus) que no sea la derivada de su relación contractual. La explo­ tación se realiza en los términos fija­ dos por un contrato de arrendam ien­ to (locatio-conductio) que establece los derechos y obligaciones de pro­ pietario y tenente. La relación con­ tractual entre las partes se expresa en térm inos estrictam ente económi­ cos y sólo obliga durante el plazo de explotación convenido. En conse­ cuencia, aunque pueda poseer ade­ más tierras propias, el colono- arren­ datario explota un fundus del que no es propietario. Cuando esta form a tradicional de

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arrendam iento agrario fue modifica­ da y sustituida por otros métodos de explotación promocionados por el Estado, la relación contractual entre propietario y productor se transfor­ mó en una relación de dependencia entre dominus y colonus, entre el tenente y la parcela de tierra que culti­ vaba. El colono “libre” altoimperial se transform ó en campesino depen­ diente, no tanto por “pertenecer a alguien...” cuanto por “estar obliga­ do a...” bajo las condiciones estipu­ ladas en el arriendo o en aplicación de las norm as que regulaban las nuevas formas de cesión u ocupa­ ción del suelo cultivado o abandona­ do (agri deserti) puestas en práctica por la administración. En ninguna de estas situaciones sin embargo es claro el grado de de­ pendencia personal del colono res­ pecto al propietario de la tierra. Nin­ guna constitución imperial tardía de­ fine claram ente su condición jurídica, por lo que resulta difícil establecer el estatuto personal del colono bajoimperial (Ganshof, 1945). M ientras Fustel de Coulanges (1885) afirmaba que “la verdadera legislación del co­ lonato no está en los códigos” (Fus­ tel, 1885, 126), hoy se admite gene­ ralm ente la tesis contraria, según la cual el colonato fue tan sólo una con­ dición legal originada de una necesi­ dad fiscal (Jones, 1964). Esta idea, que es perfectam ente asumible, está próxima a otra, totalm ente errónea, que induce a una excesiva generali­ zación al calificar e identificar como alusiones a coloni las referencias a rustid (pequeños propietarios li­ bres) y a serví (esclavos agrícolas) de los textos tardíos, en favor de una pretendida homogeneización del status del cam pesinado bajoimperial. Pero al menos resulta eviden­ te que rustid, coloni y serví constitu­ yen los grados de una escala eslatutiva de libre a esclavo, aunque sus particulares condiciones de vida fue­ ran similares. Si es verdad que los

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códigos no proporcionan una defini­ ción precisa del status personal del colono bajoimperial, no es menos cierto que casi sólo a través de ellos puede vislumbrarse la diversidad de situaciones reales que configuran el sistema del colonato romano. A pa­ recen claras, en cambio, las obliga­ ciones del colono con el Estado, su vinculación progresiva a la tierra y, desde luego, su condición de inge­ niáis, con capacidad jurídica de de­ fensa y apelación reconocidas por las leyes. En realidad son estas obli­ gaciones -y no el estatus personal del colono- las que interesan al le­ gislador cuando se reclama la condicio, el nexus o el titulus colonorum, obligaciones que, como se ha obser­ vado recientem ente, vienen a limi­ tar la expresión práctica de su “inge­ nuidad” teórica (Carrié, 1983, 234), puesto que la propia ley induciría a confusión al intentar salvaguardar al mismo tiempo el nexus tributario y la condición libre del colono bajoim ­ perial. No obstante, éste se vincula, se equipara e incluso se asimila en ocasiones a las figuras m ejor conoci­ das de serví c inquilini, a m enudo en un contexto fiscal, pero en la m ayo­ ría de los casos su posición es am bi­ gua. No resulta fácil, por tanto, sa­ ber si el colono está obligado a con­ tribuir directam ente al Estado, qué situación de colonato corresponde a esta obligación o, en caso contrario, qué tipo de colonos, sin dejar de ser sujeto pasivo del impuesto (personal y/o fundiario), no contribuye “direc­ tam ente” al Fisco porque la respon­ sabilidad fiscal recaía en el propieta­ rio del dominio. Se observa en gene­ ral una falta de correspondencia entre las definiciones formales de las leyes y su aplicación en la práctica: el colono es libre, pero se restringe su libertas vinculándolo a perpetui­ dad a la tierra; es por definición tributarius en cuanto cultivador de una parte del fundas, pero la responsabi­ lidad fiscal incumbe al dominus, par-

El colonato bajolmperial

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Mosaico romano que representa a la primavera (principios del siglo V)

ticularmcntc en los casos defugitivis. Esta basculación entre status libre y condicio semilibre pretende prote­ ger tanto los intereses económicos de los propietarios como los fiscales del Estado. Pero no se trata sólo de una simple condición legal sin refe­ rencia a la realidad social ni tam po­ co de una m era situación fiscal gene­ ra liz a re a todo tipo de colonos. Las relaciones colonarias incluían situa­ ciones socioproductivas diversas que van desde los propictarios-c^/orn a los esclavos-coloni, en las que por razones productivas y fiscales la con­

dicio colonaria se superpone a situa­ ciones estatutivas diferentes. Un sta­ tus jurídico interm edio entre “ingenuitas” y “servitus” que homogeneizara las diversas situaciones sociales del campesinado dependiente bajoimperial no existe en los códigos porque probablem ente tampoco existió en la realidad social. Sí exis­ tía en cambio una clara dependencia de los colonos respecto de la tierra que cultivaban en arriendo o m e­ diante otras formas de explotación. La consideración de los colonos en los códigos como serví terrae es fre­

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cuente desde finales del siglo IV, ex­ presión que no debe entenderse en el sentido jurídico sino en el m etafó­ rico de “esclavo de algo”. Esta de­ pendencia de la tierra evolucionó hacia formas de dependencia perso­ nal cuando las relaciones colonarias se transform aron en relaciones de patrocinio entre el dominus/patronus y sus coloni. Sólo en esta situación se podría hablar de un “colonato semilibre” en los térm inos de la historio­ grafía tradicional. No hay, por tanto, hom ogeneidad jurídica en el campe­ sinado dependiente como no hay tampoco homogeneidad socioeconó­ mica en el colonato bajoimperial. Sin embargo, dos notas contribuyen a definirlo en térm inos genéricos: una, fiscal, como grupo socio-profe­ sional sujeto al impuesto de la tierra que cultiva, esté o no adscrito a ella; otra, social, como subgrupo entre los humiliores, cuya degradación jurídi­ ca, política y económica es notoria a lo largo del Bajo Imperio. Pero la imponibilidad y la pérdida progresi­ va de derechos son atributos aplica­ bles a coloni y no a serví propia­ m ente dichos, por más que éstos se situaran en una posición socioeco­ nómica com parable a la de algunos colonos.

2. Tipos, términos y situaciones La terminología del colonato ba­ joimperial es susceptible de diversos tipos de análisis: filológico, jurídico, institucional, socioeconómico, etc. Investigaciones recientes han revela­ do la utilidad de com binar todos es­ tos aspectos en un análisis riguroso del vocabulario usado en los códigos (Eibach, 1977). Terminología jurídi­ ca y contexto social perm iten dife­ renciar cuatro situaciones socioeco­ nómicas distintas dentro del colona­ to que se corresponden asimismo con cuatro tipos de colonos caracte­

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rísticos y sus variantes term inológi­ cas: a) c. tributarii; b) c. inquilini; c) c. originarii; d) c. adscripticii. a) Coloni tributarii En los textos jurídicos el térm ino tributarius se usa en dos acepciones diferentes. La obligación tributaria se expresa como functio (Goffart, 1974), m ientras que la condición tri­ butaria denom ina a un grupo espe­ cífico de contribuyentes, los tributa­ rii. En el contexto fiscal tardorrom ano, éstos aluden generalm ente a coloni, de cuyos impuestos el Estado hace responsables a los propietarios de los dominios (Jones, 1964). Con­ viene distinguir, por tanto, “colonus” de “tributarius” porque, en la práctica, la condición y la obligación tributaria no siem pre recaían en la misma persona. Por esta razón la ley de 371 (C. XI, 53,1) no distinguía entre los colonos que no pagaban impuestos (non tributario nexii), que corresponderían a los denominados coloni liberi (Günthcr, 1967), y los que tenían obligaciones con el Fisco (coloni tributarii). Los colonos que no poseían tierras propias sino que eran censados (coloni censiti) en el dominio del propietario tendrían so­ lam ente la obligación fiscal de satis­ facer la parte correspondiente del impuesto personal (capita), aunque no sea posible determ inar si este im­ puesto era pagado directam ente al Estado, si era satisfecho previam en­ te al dominus fundí o si era detraído posteriorm ente por éste en forma de renta a los coloni (Bravo, 1980b). En cualquier caso, la opinión de Jones (1958) en el sentido de que estos co­ lonos no tendrían responsabilidades fiscales no parece muy ajustada a la realidad del siglo IV. Sólo a finales de este siglo fue abolida la capitatio en algunas regiones del Imperio, por lo que esta m edida aplicada a la dió­ cesis de Tracia en 396 (C. J., XI, 52, 1) debió significar la inmunidad fis­

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cal de los coloni no propietarios de tierras a partir de esta fecha. Hasta entonces el tributarius pagaba el im­ puesto que le correspondía y no lo hacía por él el propietario (Eibach, 1977,228 ss.). Sin embargo, el térm i­ no se utiliza tam bién aludiendo ge­ néricam ente a coloni, a todos aque­ llos campesinos libres que m ediante el nexo tributario fueron vinculados a la tierra por motivos fiscales. b) Coloni inquilini En la legislación agraria bajoim pe­ rial los térm inos colonus (c) e inquilinus (i.) son aparentem ente sinóni­ mos, casi idénticos (Jones, 1964). En los textos esta identificación suele expresarse m ediante equivalencias semánticas del tipo “c. vel i. ” e inclu­ so “c. vel i. vel adscripticii”, en las constituciones más tardías, en clara oposición a expresiones copulativas del tipo “c. et tributarii”, por ejem ­ plo. La aplicación del principio de residencia a partir de Diocleciano hizo que muchos coloni se convirtie­ ran de hecho en inquilini de un do­ minio determ inado que constituyó su origo personal o fiscal (Saumagne, 1937), es decir, el lugar en que “nacieron, se educaron o fueron censados” (C. /. XI, 48, 6 fa, 365]). Estos i. no serían considerados con­ tribuyentes directos cuando en la le­ gislación fiscal de la época se les equiparaba a esclavos (servi vel i., en C. J. XI, 48,12 [a. 396]. Definidos en los térm inos clásicos, los i. son loca­ tarios en la casa de otro, condición que puede haber pervivido todavía en época bajoimperial, en cuyo caso su actividad prim ordial no sería la agricultura sino las labores artesana­ les propias de la economía dom ésti­ ca (Jones, 1964). Sin embargo, R. Clausing (1925) no veía ninguna di­ ferencia práctica entre “colonos” e “inquilinos”. En realidad el uso de la expresión adjetivada se aplica tan­ to a coloni como a servi sin que la si­

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tuación de inquilinato o el origo su­ fran modificación alguna. U na cons­ titución de 419 equipara el i. al c. originalis (C. J., 5, 18, 1), pero hacia mediados de siglo parece distinguir­ se ya entre “originarios” et “colo­ nos”, de un lado y “esclavos” ac “in­ quilinos”, de otro lado (Nov. Val. 27 [a. 449]). A unque los i. aparecen casi siempre equiparados a esclavos, su identificación con una situación de­ term inada de colonato es dudosa. M ientras Eibach (1977) no cree que sea posible dar una respuesta satis­ factoria a esta cuestión (Id., 242), Rosafio (1984) considera a éstos co­ mo residentes ultra fundo que poste­ riorm ente se convirtieron en colonos dada su perm anencia prolongada in fundo (Id., 124). Interesaría saber, no obstante, cuándo se ha producido el cambio semántico del “inquilinus” urbano (en realidad, un diminutivo de Íncola o extranjero residente en la ciudad) al i. rural y cómo éste lle­ gó a asimilarse a las condiciones propias del colonus. En prim er lugar, el lenguaje jurídi­ co de los códigos bajoimperiales no es tan preciso como las definiciones del Digesto, donde es claro que el i. es el “arrendatario de una casa” mientras que el c. es el “arrendatario de un cam po”. En los códigos, en cambio, la mención de inquilini alu­ de con frecuencia a un determinado tipo de coloni. La diferencia entre ambos no es, por tanto, su carácter rústico o urbano. Adm itido que uno y otro operaban en un contexto ru­ ral, el prim ero actúa como arrenda­ tario rústico mientras que el segundo es en realidad un originarais del do­ minio en que se incluye el fundus que cultiva en régimen de arriendo, cesión u ocupación. Estos originarii occidentales, en correspondencia con los adscripticii orientales expresarían un mayor grado de vinculación con el suelo que otros arrendatarios, aunque desde una perspectiva jurídi­ ca las diferencias entre estos tipos

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de colonos sean casi imperceptibles. Por otra parte, la tesis defendida por Seeck (1920) de identificar los inquilini con los bárbaros asentados en territorio rom ano desde Marco Aurelio en condiciones de semilibertad {gentiles, laeti, dediticií) no ha si­ do generalm ente aceptada, en parti­ cular por lo que se refiere a un posi­ ble origen del colonato bajoimperial por esta vía. Cualquiera que haya sido su defi­ nición jurídica, la evolución sem án­ tica del térm ino “inquilinus” conti­ núa durante los siglos V y VI. M ien­ tras Agustín situaba íncola e inquili­ nus en oposición a civis reprodu­ ciendo así la vieja jerarquización sociopolítica entre ciudadanos y peregrini (Enarr: in psalm, sermo 108), Isidoro (Orig. IX, 4, 37) precisaba que la diferencia entre ambos estri­ baba en el tipo de residencia: fija {íncola) o eventual {inquilinus). En ambos autores se observa cómo el lenguaje literario apenas perm ite discernir realidades socioproductivas. La excepción en este sentido la constituye quizá Salviano, quien a mediados del siglo V había equipa­ rado el inquilinato con la situación de colonato y esclavitud {De ¡>ub. dei V, 44-45). c) Coloni originarii Aunque los legisladores tardíos ten ­ dieron a unificarlos, el origo de un colono no siempre coincidió con su domicilium. H asta época dioclecianea el origo indicaba el lugar en que un ciudadano había nacido, pero las razones fiscales hicieron que éste se ampliara a la civitas o vicus en que cada uno había sido censado e inclu­ so al dom inium donde los coloni ejercían su actividad, particularm en­ te en el caso de los residentes en un fundo y no poseedores de tierras propias, no susceptibles por tanto de control fiscal por otros métodos. El origo personal o fiscal establecía un

nexo entre el marco de la actividad cotidiana (rural o urbana) y las obli­ gaciones contributivas de los ciuda­ danos con el Estado. Por esta razón los miembros de las diversas corpo­ raciones profesionales, de las curias municipales, del ejército, fueron vin­ culados a su oficio como los colonos a la tierra que constituía su origo. En todos estos casos las leyes hablan de originales. E n el sector agrícola, por coloni originales se entiende los campesinos dependientes de un dom inus, sea éste el em perador o un gran propietario privado. Más frecuente en los códigos es sin embargo el uso de originarii, re­ ferido a los colonos nacidos en un dominio determ inado, al que p erte­ necía el fundus que cultivaron sus padres. La aplicación fiscal del origo convirtió al colonato en una condi­ ción hereditaria sancionada por las leyes desde el 365 (C. J. XI, 48, 6). D e hecho los originarii se aproxi­ m aron a los serví, pero podían aco­ gerse a la praescriptio longi temporis en los térm inos y efectos previs­ tos por las leyes. A p artir del 419 se sancionó lcgalm ente esta situación (C. Th. 5 ,1 8 ,1 ). A nte la progresiva pérdida de libertad de movimientos de los colonos, la adscriptio legal de éstos a la tierra que cultivaban no supuso grandes cambios en su form a de vida tradicional. Tan sólo el grupo de los adscripticii parece haber em peorado su situación, por lo que no es correcto equipararlos a originales u originarii, p rete n ­ diendo establecer así una corres­ pondencia term inológica entre la parte oriental y la occidental del Im perio (Jones, 1958). Pero m ien­ tras el térm ino originarii desapare­ ce de los textos jurídicos hacia m e­ diados del siglo V, el de adscripticii, salvo interpolación posterior, no es usado como referencia a una situa­ ción específica de colonato hasta la segunda m itad de siglo y sólo en contexto oriental, poco después de

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que los textos papirológicos registren el término griego correspondiente “enapographoi” (Carrié, 1985). Por otra parte, investigaciones recientes han dem ostrado que ni siquiera los términos “originales” y “originarii” son equivalentes (Eibach, 1977, 216 s.). El prim ero apenas es menciona­ do en contexto colonario; el segundo rem ite a condiciones de vida aparen­ tem ente menos precarias que las de los adscripticii. Las estipulaciones de la praescñptio perm iten además asi­ milarlos a campesinos que ejercían librem ente su actividad, en uno u otro fundo, si no expiraba el plazo de treinta y veinte años de permanencia ininterrumpida en un mismo fundus, según que se tratara de “colonos” o “colonas”. Transcurrido este perío­ do, en los términos previstos por la ley, el originarius se convertía de iure en colono a perpetuidad del fundo hasta entonces cultivado, pudiendo acogerse a los derechos del ius colonarium contra las exacciones y abu­ sos de los domini. En caso contrario, el campesino arrendatario podía abandonar el fundo antes de concluir los treinta años y no obligarse como “colonus” al cultivo de una tierra de­ terminada. Relieve procedente de Neum agen, Alemania, con escenas del pago de impuestos

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d) Coloni adscripticii Si se acepta que la adscripción del colono al suelo fue un fenóm eno re­ lativam ente tardío, de época constantiniana (C. Th. 5 ,1 7 ,1 [a. 332]) o posterior (C. J. XI, 53,1 [a. 371]), las referencias anteriores a adscripticii en los textos jurídicos deben ser con­ sideradas interpolaciones de época justinianea (siglo VI): con seguridad C. 7. VIII, 51, 1 [a. 224] y C. Th. 2, 25, 1 [a. 325]), pero probablem ente tam bién C. J. XI, 48, 6 [a. 365]), re­ ferida a “fugitivi adscripticii coloni vel inquilini”. No deja de ser sor­ prendente que, a pesar de la genera­ lización del census desde época dioclecianea en las diversas provincias del Imperio, ésta sea la única m en­ ción propia a coloni adscripticii en todo el siglo IV, aunque los campesi­ nos adscripti in censibus son referi­ dos en algunos textos legales de la época. Pero como además el uso de “adscripticii” no está constatado en el Codex Theodosianus habrá que esperar incluso a la segunda mitad del siglo V para encontrar de nuevo una mención no dudosa de éstos (C. J. I, 12, 6 [a. 466]), si se exceptúan los “enapographoi” del campesina­ do egipcio desde comienzos del siglo. A unque esta última ley no se re-

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fiere específicamente al colonato si­ no al derecho de asilo eclesiástico de determ inadas personas y grupos, el adscripticio es equiparado allí al co­ lono (colonus vel adscripticius), dife­ renciados ambos del esclavo (servus aut colonus vel adscripticius) y del li­ berto (familiaris sive libertus), pero a todos ellos se les niega el disfrute de asilo dada su condición común de personae domesticae o dependientes. Con argum entos similares una ley posterior prohibió a los adscripticii el acceso a los cargos y funciones eclesiásticas “sin el consentimiento previo del dominus fu n d i” (C. /. I, 3, 36 [a. 484]). En fin, al filo del 500, en una constitución griega del em pera­ dor Anastasio, el térm ino “enapographoi”, es decir, “adscripticii” pue­ de ser interpretado en tres sentidos diferentes (C. J. II, 4, 13 [a. 500]): 1. adscripticii propiam ente dichos, de­ pendientes de un dominus y sin de­ recho a disponer de su propio peculium ; 2. coloni o “m isthotoi”, arren­ datarios libres convertidos en colonos al término de la praescriptio y obliga­ dos tan sólo a satisfacer un “télos” o tributum\ 3. rustid o “georgoi”, que corresponden a los campesinos total­ mente libres. Esta triple acepción del térm ino indica que hasta época justinianea no se fijó con claridad la posición ju ­ rídica de los adscripticii que, no obs­ tante, constituye uno de los aspectos clave del colonato bajoimperial. E s­ ta observación es im portante porque refleja hasta qué punto los historia­ dores, al asumir tem pranam ente la condición adscripticia de los colo­ nos, proyectan anacrónicam ente la imagen de situaciones colonarias más evolucionadas y m ejor docu­ m entadas sobre realidades no plena­ m ente configuradas y peor conoci­ das, como es el caso de algunos tipos de colonos del siglo tV e incluso del V. En realidad la generalización del censo desde Diocleciano consolidó la posición de los adscripti in censi-

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bus o coloni censiti como un grupo de arrendatarios pero no la condicio adscripticia, propiam ente dicha, que no fue regulada hasta el siglo VI, cuando algunas constituciones justinianeas precisaron el status de los adscripticii (C. J. XI, 48, 21 [a. 530]; C. J. XI, 48, 22 [a. 531]), que en las leyes de la época recibían un trata­ m iento similar o aparentem ente si­ milar a los esclavos. Condición servil y adscripticia parecen equipararse en la regulación de matrimonios mixtos: cuál sería la diferencia entre esclavos y adscripticios, se pregunta­ ba el legislador (C. J. XI, 48, 21 [a. 530]). Por esta razón Saumagne (1937) y Jones (1964) consideraban que la situación del colonus adscrip­ ticius era de virtual esclavitud. Pero esto no significa que Justiniano pre­ tendiera hom ogeneizar el status de esclavos y colonos, ni siquiera nive­ lar las diferentes categorías de colo­ nos, porque las diferencias entre és­ tos y aquéllos siempre estuvieron presentes en la m ente del legislador (Eibach, 1977). M ientras la condi­ ción colonaria se adquiría por naci­ m iento, prescripción o voluntad pro­ pia, a la servil se pertenecía sólo por nacimiento. Incluso los adscripticii son considerados ante todo coloni, cuando se reclama para ellos la apli­ cación de la misma norma estableci­ da para los curiales (C. J. XI, 48, 23 [a. 531-534]). A unque este hecho pudiera ser interpretado como una vindicado libertatis para los adscriplicios (Eibach, 1977, 170), lo mismo podría pensarse de los curiales sin que, en cambio, haya razón para du­ dar del estatus (liberi) de éstos. En realidad lo que ocurría entre los colonos era que la ingenuitas o condición por nacimiento libre, fren­ te a la servitus, había dejado de sig­ nificar libertas cuando la condición colonaria, curial o artesanal se ad­ quiría tam bién por nacimiento, por el simple hecho de que los padres ejercieran ya estas actividades.

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II. Las bases socioeconómicas del régimen colonario: esclavos, colonos y propietarios

1. La explotación de la tierra Es indudable que la agricultura fue la actividad económica primordial de las sociedades antiguas (Finley, 1975) y que constituyó el medio fun­ dam ental de subsistencia para la m a­ yoría de la población rom ana de época imperial. De la economía agraria provenía tam bién la mayor parte de los recursos fiscales del E s­ tado, cuyos ingresos por este con­ cepto se han estimado en la propor­ ción de 20:1 respecto a los derivados de otras actividades económicas co­ mo el comercio o la industria (Jones, 1974, 36 ss.). No parccc probable que dicha proporción se modificara en época bajoimperial sino que a lo sumo se transform ara en 40:2 (B ra­ vo, 1980, 281) sin que la relación en­ tre ambas fuentes de ingresos cam­ biara significativamente. Por ello las relaciones sociales dom inantes de este periodo se establecieron en tor­ no a las diversas formas de propie­ dad y explotación de la tierra y, en consecuencia, las instituciones carac­ terísticas de la época estaban enca­ minadas a reglam entar en mayor o m enor m edida este tipo de relacio­ nes, en las que el colonato bajoim ­ perial constituye un m odo de explo­ tación agraria característico, dado que las relaciones colonarias predo­ m inaron claram ente en el marco

productivo. Pero los patrones de or­ ganización agrícola fueron diferen­ tes de unas regiones a otras, de unas provincias a otras del Imperio, por­ que no dependían sólo de la forma de tenencia de la tierra, regulada institucionalm ente por el Estado conforme a los distintos métodos de explotación del suelo (White, 1970), sino tam bién de la desigual exten­ sión de las explotaciones, propia­ m ente dichas, que condicionó en gran m edida el régimen de explota­ ción aplicado a los fundí de los do­ minios imperiales y privados. A un­ que la mano de obra esclava preva­ leció generalm ente en algunas haciendas “territoriales” - así deno­ minadas por pertenecer al territorium de las ciudades-, en los domi­ nios extraterritoriales, tanto públi­ cos como privados, la mano de obra libre acabó desplazando a la esclava y, en particular, el régimen colonario de arrendam iento sustituyó al de ex­ plotación directa de la tierra. Pero el paso de un sistema de ex­ plotación a otro no se produjo de forma autom ática ni fue simultáneo para el mismo tipo de propiedades sino que se realizó al término de un largo proceso en el que parece haber cambiado la mentalidad económica de los empresarios agrícolas (Brockmeyer, 1968) y en el que sobre todo se operaron cambios importantes en

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las condiciones materiales de la ex­ plotación de la tierra. Además, el nuevo sistema impositivo de la iugatio-capitatio bajoimperial, basado en las unidades de propiedad (iuga) y en la fuerza de trabajo (capita) de la tierra, afectó más a las “m edianas” explotaciones tradicionales que al resto, por lo que éstas tendieron a in­ tegrarse en las “grandes” o, por el contrario, a convertirse en “peque­ ñas” propiedades explotadas en régi­ men familiar. Por su parte, los lati­ fundistas ya no se identificaron en adelante como propietarios de escla­ vos sino tam bién como propietarios de tierras cuya explotación confia­ ban generalm ente en arriendo a con­ ductores y colonos. En consecuencia, el grupo social dom inante no fue ya esclavista sino ante todo terratenien­ te (Bravo, 1980b, 504), puesto que los esclavos de sus haciendas fueron reemplazados progresivam ente por campesinos libres o “semilibres” en régimen de dependencia no esclavis­ ta (Colonato, 1978), en realidad coloni de diversas categorías y situacio­ nes a los que se ha asignado a m enu­ do el estatuto jurídico de semilibres por estar adscritos legalmente a la tierra que cultivaban. Sin embargo, la situación de los “productores” del Bajo Imperio fue mucho más diversificada que en épo­ cas anteriores, por lo que difícilmente su condición jurídica podría ser crite­ rio suficiente para dar cuenta de la amplia gama de situaciones socioeco­ nómicas reales ni siquiera en el marco del régimen colonario. Mientras la so­ ciedad tardía tendió a configurarse en torno a dos grupos de ciudadanos cla­ ramente diferenciados por su posición respecto al Fisco (contribuyentes/ in­ munes) y al Estado (grupo dirigente/ clase productora), el colono bajoim­ perial constituía en realidad un grupo social intermedio en cuanto contribu­ yente “indirecto”, campesino “depen­ diente” de la tierra y trabajador “semilibre” cuando por razones fiscales,

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deudas u otras razones se acogió a la protección de un gran propietario (patronus) que respondía de él ante el v Fisco, la justicia o las exigencias de las autoridades imperiales.

2. Extensión de las propiedades y fuerza de trabajo Estas transform aciones afectaron no sólo al régim en de propiedad de la tierra sino tam bién, en algunos ca­ sos, al status de la fuerza de trabajo utilizada en su explotación. Cuando se produjeron estos cambios fueron debidos a razones básicamente fisca­ les y no exclusivamente a criterios de rentabilidad económica (Prachner, 1973) (c f infra apdo. 4). En este complejo proceso de reestructuración destacan dos hechos sólo aparente­ mente contradictorios: 1) el predomi­ nio de la gran propiedad rural; 2) la pervivencia de las pequeñas explota­ ciones. 1. La “gran propiedad” no siem­ pre constituía un latifundium (White, 1967) en el sentido clásico de una concentración m aterial de fundí explotados m ediante un sistema unitario; ésta se form ó no sólo por la asimilación de tierras limítrofes sino tam bién por la concentración de tierras dispersas en manos de un solo propietario que aplicaba diver­ sos m étodos de cultivo en orden al mejor aprovecham iento de las ex­ plotaciones. En general la “gran propiedad” bajoim perial aparecía interiorm ente muy dividida en pe­ queñas parcelas cultivadas por cam ­ pesinos libres (rustid, vicani) en ré ­ gimen de arrendam iento o por cam­ pesinos dependientes (coloni) que m antenían una relación de colonato o patrocinio con el dominus fundí, único responsable ante el Fisco de los impuestos debidos por la propie­ dad y cultivo de dichas explotacio­

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nes. Todas ellas no obstante forman parte de un sistema de explotación característico, las villae, que en su modelo más simple se distingue la parte dedicada a la vivienda (dom us) del señor y los trabajadores residentes en el dom inio (villa urba­ na) de la parte dedicada a la explo­ tación agraria (villa rustica) (Percival, 1976). M ientras en las grandes villae las parcelas eran cedidas ge­ neralm ente a colonos, en las peque­ ñas y m edianas la m ano de obra es­ clava, en la parte reservada a explo­

tación directa por el dominas, al­ ternó con el régim en colonario o arriendo del resto del fundo cultiva­ do. Las grandes propiedades preci­ saban adem ás la colaboración esta­ cional de proletarios libres o asala­ riados en calidad de tenentes “que no poseían tierras”. Estos eran cen­ sados tam bién en la professio o de­ claración del propietario de la tierra y, de hecho, el dominio constituía a efectos fiscales su origo. Por ello la adscripción debió afectar especial­ m ente a este tipo de cultivadores

Cabeza de hombre (principios del siglo IV), Sperlonga, Italia

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hasta el punto de que sería este gru­ po de colonos -y no seguram ente el de los colonos-propietarios- el que protagonizó periódicas huidas que la legislación de la época intentó controlar autorizando a los propie­ tarios la aplicación de penas propias de serviles (servilis condemnatío). O tro conjunto im portante del sis­ tem a de “gran propiedad” bajoimperial lo constituyeron los crecientes dominios que la Iglesia fue acum u­ lando a lo largo del siglo IV, benefi­ ciada de la protección imperial y de la inmunidad fiscal desde los días de Constantino (Piganiol, 1972), de tal modo que a comienzos del siglo V la explotación de los patrim onios ecle­ siásticos rivalizaba ya con la de los possessores privados en algunas pro­ vincias, dando lugar a frecuentes conflictos locales en los que hubo de intervenir el Estado. Es probable in­ cluso que, en esta época, muchos de los fundí patrimoniales de propiedad pública hubieran pasado a manos de las Iglesias provinciales. En corres­ pondencia con ello, los obispos de­ sem peñaron en las ciudades y pro­ vincias un papel similar al que hasta entonces había correspondido a las autoridades civiles y militares del Imperio. A pesar de que la legislación ta r­ día sólo parece preocuparse de los grandes dominios privados, la docu­ mentación papirológica de los siglos IV al VI revela que, al menos en Egipto, los ingresos fiscales por este concepto no representaban más que el 10% del producto fiscal de la cir­ cunscripción administrativa (nomo, pagarquía) correspondiente (Carrié, 1983, 229). A unque el dato es real­ m ente sorprendente, ello no signifi­ ca que deba minusvalorarse la im­ portancia de estos grandes dominios en el sistema de explotación bajoimperial sino sim plem ente que la efica­ cia del sistema fiscal no dependía di­ rectam ente de ellos. Dicho de otro modo, la proporción anterior sugie­

re que, en caso extremo, la pérdida neta de recursos fiscales de los gran­ des possessores privados -con más medios que ningún otro grupo de contribuyentes para evadirlos- inci­ día poco en el total recaudado, si la recuperación al resto de los propie­ tarios -m ás vulnerables a las exac­ ciones de las autoridades im peria­ les- era garantizada anualmente. Pe­ ro no siem pre ocurrió así, en cuyo caso la evasión fiscal significaba un serio peligro para los planes finan­ cieros del Estado. 2. En el polo opuesto a la forma de explotación de la “gran propie­ d ad ” se sitúa la pervivencia de las pequeñas y m edianas propiedades que, en un m om ento avanzado del proceso de configuración del dom i­ nio de tipo señorial, se esperaría que ya hubiera sido absorbido por la di­ námica asimiladora de las grandes propiedades. A unque la docum enta­ ción jurídica sobre aquélla es real­ m ente escasa, las referencias litera­ rias tardías perm iten afirmar que, al m enos en Occidente, las pequeñas explotaciones subsistieron al lado de los grandes dominios. Los testim o­ nios de Salviano (de gub. dei, V) y Cassiodoro (Variae, V III) son elo­ cuentes en este sentido, pero tam ­ bién algunos textos jurídicos poste­ riores. U na constitución de Justiniano (C. J. XI, 48, 20) reconocía todavía en 529 el dominium sobre sus tierras a los “colonos de cual­ quier condición” (coloni cuiuscumque conditionis) contra las preten­ siones de los grandes propietarios (contra dominos), cuando lógica­ m ente se esperaría que las difundi­ das relaciones de colonato y patroci­ nio hubieran ya asimilado, si no las posesiones de los pequeños propie­ tarios libres al menos las posesiones de aquellos que trabajaban como co­ loni en sus dominios, ya que fuera de este contexto las prescripciones de dicha constitución carecerían de sentido.

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En realidad la contradicción entre estas dos situaciones es más aparen­ te que real, debido sobre todo a una interpretación forzada de los hechos que arranca de la historiografía libe­ ral de las últimas décadas del siglo pasado. Desde Fustel de Coulanges, el régimen colonario y la existencia de grandes dominios se consideran estrecham ente unidos en aras del nexo que ligue estos fenómenos con la formación de los dominios “seño­ riales” francos de época altomedieval. Pero hoy ya no es correcta la imagen de la estructura agraria tardorrom ana en base a dos únicos ele­ mentos: grandes propietarios de tie­ rras, de un lado, y el resto, tenentes o colonos de éstos, de otro lado. Ca­ da día resulta más claro que las pe­ queñas propiedades, dada su abun­ dancia en algunas regiones del Im ­ perio, tuvieron una importancia considerable en el sistema de explo­ tación bajoimperial. La simplifica­ ción anterior obedece al hecho de que se pretende trasladar al plano socioeconómico la situación jurídicopolítica de la sociedad tardía pola­ rizada entre “honestiores” y “humiliores” que se hacen corresponder con los grupos de “potentes” y “tenuiores”, aludidos en los códigos bajoimperiales. Pero sin duda la es­ tructura agraria, como la propia es­ tructura social bajoimperial, era tam bién muy diversificada. Las dife­ rentes situaciones concretas, aun dentro del régimen colonario de ex­ plotación, no son directam ente identificables con divisiones netas entre el ámbito de la propiedad y el de la producción (Bravo, 1977) puesto que algunos colonos eran tam bién propietarios de pequeñas parcelas de tierra. Ya en época altoimperial se había roto la oposición básica en­ tre “propietarios libres” y “produc­ tores no libres”, proceso que, en el Bajo Imperio, presentó con frecuen­ cia la figura del “propietario-pro­ ductor libre” como form a de transi­

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ción al establecim iento de un nuevo sistema de relaciones económicas in­ tegrado esencialm ente por “grandes propietarios” y “pequeños produc­ tores dependientes” (Bravo, 1980b, 509), grupo al que pertenecían sólo algunos tipos de colonos.

3. Renta e impuesto Es significativo que la mayor parte de las referencias a colonos corres­ ponda a un contexto fiscal, en la le­ gislación bajoimperial. Pero no siempre resulta fácil saber si la nor­ mativa es favorable o perjudicial pa­ ra ellos. Se observa no obstante que la vinculación progresiva del colono al suelo y las sucesivas reformas im­ positivas son dos fenóm enos estre­ cham ente unidos: Diocleciano esta­ bleció la iugatio-capitatio sobre la tierra que exigía la vinculación del campesino al origo (lugar, civitas, dominio) en que había sido censado; la ley de 332, que se considera gene­ ralm ente como la prim era referencia al colonato bajoimperial, m uestra la preocupación de Constantino por recuperar la capitatio del campesina­ do; en 396 el ius colonarium acabó sustituyendo en Tracia a la capitatio humana tradicional. Ya la ley de 371, referida al campesinado ilírico, había establecido una diferencia cla­ ra entre la condición tributaria y el “nom bre y título” de los colonos. A parte de la controvertida inter­ pretación sobre la identidad de los coloni tributarii, la condición fiscal de los colonos debe haber sido dife­ rente según el régimen de explota­ ción aplicado al fundus: - En las grandes propiedades (A), donde la m ano de obra libre y “sem ilibre” era sin duda m ayoritaria, la existencia de una renta estipulada en el contrato de arrendam iento, en el prim er caso, o la libre disposición sobre los bienes del colono, en el se­ gundo, debieron liberar al colono de

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Decoración de la i'Hila de Dar Buc Am mera, Tripolitania (principios del siglo III)

la iugatio- capitatio correspondiente a la explotación del fundus. A de­ más, cuando estos coloni no poseían tierras propias, eran incluidos en la declaración del propietario, siendo éste el único responsable de los im­ puestos (iuga/capita) estipulados por las explotaciones de su dominio; - En las pequeñas propiedades (B), en cambio, la doble condición

de propietario y productor del cam­ pesino exigía que los luga y capita fueran aquí equivalentes (iuga vel capita) o al m enos reduciblcs (i. aut c.), aunque hubieran sido calculados por separado (i. et c.) sobre la base de dos cédulas impositivas distintas: una fundiaria y otra personal (Jones, 1974). Estas pequeñas propiedades eran cultivadas generalm ente en ré­

El colonato bajolmperial

gimen de explotación familiar y pu­ dieron persistir frente a las “gran­ des” m ientras no fueron necesarios otros brazos que, como mano de obra, debían ser considerados ele­ m entos imponibles en la declaración de bienes y personas relacionadas con el dominio objeto de tasación. - En las propiedades medianas (C), donde probablem ente la mano de obra libre alternaba con la escla­ va, la situación fiscal del tenente o colono basculaba hacia A o B, según se tratara de fuerza de trabajo con propiedades o sin ellas, dado que era la condición de propietario -y no la de productor- la base del impues­ to fundiario. Por tanto, el control del Estado sobre la productividad del campesinado se ejercía a través de la propiedad, no de la producción, y de la fuerza de trabajo necesaria para lograrla.

4. ¿Esclavos o colonos?; algo m ás que una simple cuestión de status En el régimen colonario, esta opción estatutaria de la mano de obra ca­ racterística se convierte en una cues­ tión económica relativa a la rentabi­ lidad de unos y otros en la economía agraria imperial. M ientras el propie­ tario de la tierra sólo percibía del colono-arrcndatario una “ren ta” equi­ valente a una parte de la cosecha anual, se apropiaba en cambio la to ­ talidad de la producción global cuando la explotación de la tierra era confiada a esclavos de su propie­ dad. Sin embargo, se admite gene­ ralm ente que los esclavos dejaron de ser rentables para el dominus y que fueron progresivam ente reem plaza­ dos por colonos incluso en los pro­ pios latifundios, donde los esclavos no estaban interesados en m ejorar los rendim ientos al no obtener bene­ ficio alguno por ello. Pero estas hi­

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pótesis hoy ya no pueden ser acepta­ das sin reservas (Bravo, 1980b). A unque, en teoría, la producción global del fundus pertenecía al do­ minus, en la práctica éste sólo podía disponer de una parte de ella, la re­ sultante de haber deducido el fruto destinado a la nueva siembra y los gastos originados por el m anteni­ m iento del esclavo y su familia. Si el beneficio neto final por esta vía era generalm ente inferior al que se ob­ tendría m ediante la percepción de una determ inada renta, caso de que la tierra hubiera sido cedida en arrendamiento a colonos, es difícil de precisar, pero al menos cabe la posi­ bilidad de que no siempre fuera así, por lo que esta nueva hipótesis debe considerarse razonable mientras no existan nuevos datos que permitan rechazarla. Por otra parte, parece claro que la cuestión de la rentabili­ dad de esclavos y colonos en la agri­ cultura imperial sobrepasa en el aná­ lisis el ámbito económico de la pro­ ducción-consumo e incluye también el de distribución del excedente en forma de renta y/o impuesto así co­ mo su comercialización. Pero en tér­ minos económicos resulta difícil de aceptar que, en una economía de rendim ientos poco incrementables, el esclavo no produjera más de lo que consumía o que la fracción del excedente detraída al colono en for­ ma de renta/im puesto fuera superior a la producción real del esclavo (Bravo, 1980b, 507), En el mismo sentido, si se m antiene prácticam en­ te constante el grado de productivi­ dad (White, 1965), es difícil explicar que un beneficio de carácter excedentario fuera más rentable para el dominus fundí que la posesión de la producción global derivada de la apropiación total del plustrabajo del esclavo. E n cualquier caso, una simple sus­ titución de la m ano de obra “escla­ va” por “libre” o “sem ilibre”, en los grandes dominios, es poco probable.

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Resulta preferible interpretar dicho fenóm eno en los térm inos de un cambio progresivo y selectivo, por­ que: 1) como es lógico, la sustitución no se produjo sim ultáneam ente en todos los fu n d i sino antes en los do­ minios imperiales que en los priva­ dos; 2) la sustitución no afectó por igual a todos los dominios privados sino especialm ente a las grandes propiedades rurales “extraterritoria­ les”, no pertenecientes por tanto a las tradicionales oligarquías munici­ pales (Schtajermann, 1964). En épo­ ca bajoimperial, esta desigual situa­ ción en la estructura productiva se agudizó por la incidencia del im­ puesto fundiario y/o personal que gravó sobre los beneficios netos de la economía agraria. En el nuevo sis­ tema impositivo, aunque los servi fueran com putados como fracciones de un cciput (Jones, 1974), un núm e­ ro elevado de esclavos declarados por el dominus fu n d i suponía un in­ crem ento proporcional del número de capitci imponibles estipulados p a ­ ra dicho dominio. Por el contrario, la liberación progresiva de éstos y la cesión del fundus en parcelas arren­ dadas a los coloni correspondientes, significaba generalm ente reducir la cuantía de las obligaciones fiscales y sobre todo evitar gastos innecesa­ rios, incluida la inversión -siem pre arriesgada- en la “com pra” de nue­ va mano de obra, en un m omento en que la afluencia de esclavos en los mercados había descendido notable­ mente (Hopkins, 1981). D e hecho todos estos factores in­ cidieron en la situación económica del campesinado originando efectos opuestos: en unos casos, haciendo cada vez más difícil hacer frente a las exigencias fiscales, situación pe­ culiar de las medianas propiedades; en otros casos, m ejorando sensible­ m ente la situación económica de los propietarios al poder liberarse o evadir algunas obligaciones fiscales aun cuando los ingresos netos reales

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fueran similares e incluso algo infe­ riores al régimen de explotación es­ clavista. A unque el colonato pudo ser una form a de explotación poco rentable en algunas propiedades, se reveló especialm ente eficaz para los intere­ ses del Estado en fom entar la explo­ tación de nuevas tierras ganadas al cultivo (loca inculta) y m antener la producción de las tierras abandona­ das (agri deserti), por lo que el régi­ men colonario acabó im poniéndose sobre otras form as de producción y las diversas categorías del campesi­ nado tendieron a asimilarse a la condición form al de coloni en la que se incluían tanto libertos como cam ­ pesinos libres, arrendatarios de di­ versos tipos y asalariados. Todos ellos pasaron poco a poco a conver­ tirse en cam pesinado dependiente de la tierra, sin que esta vinculación común generara un estatuto jurídico unitario. Al contrario, cada grupo m antuvo su status originario m ien­ tras no fue integrado entre los adscripticii o entró en relaciones de pa­ trocinio con el dominus propietario de las tierras que “como colonos” cultivaban. Con seguridad, en estos dos casos, los colonos carecían de obligaciones fiscales al ser el propie­ tario el único responsable ante el Fisco, aunque éste recuperara pos­ teriorm ente del colono una cantidad al m enos equivalente a la suma en­ tregada. Desde finales del siglo IV, la im plantación de la autopragia (Scgrc, 1947) m ediante la cual se perm itía a los domini la recaudación de los impuestos de “sus” coloni no hacía más que sancionar jurídica­ m ente una realidad ya existente en la práctica. D e esta form a renta y/o im puesto acabaron minimizando el excedente del que podía disponer li­ brem ente el campesino. En esta si­ tuación los tcnentes tendieron a m antener una economía de subsis­ tencia m ientras que los propietarios, increm entando sus recursos a costa

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El colonato bajoimperial

de las exacciones a los productores, tendieron hacia una economía autárquica o autosuficiente dentro de los límites de su dominio o villa. Las dificultades económicas de la época hicieron además que dom ini y coloni estrecharan de tal m odo sus rela­ ciones que muchos de éstos se colo­ caron voluntariam ente o por coer­ ción bajo el arbitrio y protección de aquéllos, convertidos así en patroni o protectores de los colonos ante el Fisco, la justicia y las presiones so­ bre ellos de otros potentes. Como contrapartida, esta nueva relación de patrocinio significó en muchos casos la libre disposición del patro­ no sobre los bienes y propiedades del colono, situación que a la larga degeneraría en una nueva form a de dependencia personal “entre libres” próxima a la condición del “siervo de la gleba” de época medieval (A nderscn, 1974). La sustitución de mano de obra esclava por libre en los grandes dominios se realizó a lo largo de un proceso significado por los m omentos siguientes: 1) el cam ­ bio de m entalidad económica de los em presarios agrícolas (Brockmeyer, 1968) al considerar m enos rentable la producción m ediante esclavos; 2) la progresiva extensión de las explo­ taciones (Bravo, 1980b) y la disper­ sión de la “gran propiedad” bajoim ­ perial, que aconsejaron la parcela­ ción del cultivo; 3) el campesinado dependiente bajoim perial configu­ rado por razones básicam ente fisca­ les. Las diversas categorías de colo­ nos constituyeron así la fuerza de trabajo predom inante, por lo que el E stado decretó su adscripción a la tierra (leyes de 332 y de 371, cf. infra ) y aplicó severas penas tanto a los colonos fugitivos como a los pro­ pietarios que los encubrían o aco­ gían en sus respectivos dominios. Pero aunque el colonato se convir­ tiera en la forma de producción pre­ dom inante de la sociedad tardía, el cambio de status de la fuerza de tra ­

bajo sólo afectó a un determ inado tipo de colonos (originarii, adscripticii) que representa el nexo institu­ cional del sistema esclavista antiguo y el régim en de servidum bre m edie­ val, es decir, uno de los elem entos esenciales del paso de la sociedad occidental hacia la feudalización (G ünther, 1967). Pero no por ello desapareció la esclavitud, que pervi­ vió todavía durante algún tiempo. Los códigos bajoimperialcs, las leyes germánicas y los concilios tardorromanos m encionan a m enudo servi de distintas categorías, pero siempre es clara la diferencia entre éstos y los ingenui.

5. El cultivo de los agri deserti En una economía de base agrícola, como la rom ana imperial, la existen­ cia de tierras no cultivadas (loca in­ culta) o abandonadas (agri deserti) constituía un problem a económico de prim er orden que intentó ser so­ lucionado por las autoridades im pe­ riales m ediante la puesta en práctica de m étodos diversos de repoblación y ocupación del suelo. Pero además, en el Bajo Imperio, esta situación originó un grave problem a fiscal que preocupó a la mayoría de los em pe­ radores (Bravo, 1979). La fuente principal para el conoci­ miento de esta problemática es sin duda la legislación imperial, pero también las fuente literarias y arque­ ológicas han ayudado a clarificar al­ gunos aspectos concretos (Whittaker, 1976). La vertiente económica del problema de los deserti había alarma­ do a Pertinax durante su corto reina­ do (a. 193), de quien Hcrodiano (II, 4-6) nos ha transmitido el contenido de un im portante edicto encaminado a poner de nuevo en cultivo las tie­ rras abandonadas de “Italia y las pro­ vincias” pertenecientes tanto a domi­

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nios imperiales como privados. Según dicho edicto, el cultivo de estas tie­ rras otorgaba la propiedad legal del terreno a sus ocupantes así como una inmunidad fiscal durante diez años. Pero se ha dudado seriamente de la veracidad de este testimonio, dado que Italia en esta época debió estar exenta de impuestos sobre la tierra, en teoría hasta las reformas de Diocleciano a finales del siglo III. En es­ te sentido W hittaker sostiene que la disposición del em perador Pertinax debe entenderse en términos restric­ tivos: en realidad sólo podría haber sido aplicable a Africa y no a todo ti­ po de propiedades sino solamente a los dominios imperiales (Whittaker, 1976,140 ss.). Pero a partir de las repoblaciones sistemáticas de Aureliano y Probo de las tierras de Illyricum y Pannonia, desde las últimas décadas del siglo III se observa una preocupación cons­ tante de los emperadores romanos por poner en cultivo las tierras próxi­ mas al limes, generalm ente mediante sucesivos asentamientos de bárbaros en calidad de laeti o dediticii (Giinther, 1977), pero tam bién cediéndolas a soldados limitanei que las explota­ ban en calidad de coloni (Seeck, 1920), tendencias que, aparte de otras motivaciones políticas, mues­ tran el interés del Estado por recupe­ rar las economías periféricas, sin du­ da las más afectadas por los graves acontecimientos del siglo precedente. A ureliano (270-275) fue el prim er em perador que abordó el problem a de los agri deserti en su vertiente fis­ cal, política continuada después por otros em peradores sin que el proble­ ma llegara a resolverse totalm ente. Más bien, las diecisiete constitucio­ nes imperiales desde el reinado de Constantino (306- 337) al siglo VI, recogidas en el CódigQ de Justiniano (C. /. XI, 59) sobre “de om ni agro deserto...”, parecen probar justam en­ te lo contrario. A dem ás, nueve de estas medidas legislativas correspon­

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den al siglo IV, lo que podría indicar que durante este período aumentó notablem ente el núm ero de tierras abandonadas hasta el punto de que este problem a llegó a convertirse en objeto frecuente de la legislación económica bajoimperial. Ya Lactancio (de mort. persec., VII, 3) había achacado el fenóm eno a la reforma fiscal de Diocleciano (colonorum deserentur agri). El nuevo sistema im­ positivo agravó la situación ya pre­ caria de un sector del campesinado obligado a abandonar parte de sus tierras y convertirse en colonos, ten­ dencia que prosiguió durante los dos siglos siguientes. D urante la prim era mitad del siglo V la situación es des­ crita con tintes dramáticos, sin duda exagerados, por Orosio y especial­ m ente Salviano: agobiados por los impuestos que pesan sobre la tierra, los pequeños propietarios se ven obligados a convertirse en “colonos de los ricos” (de gub. dei V, 8: “colo­ ni divitum fiu n t”). Pero el tratam ien­ to legislativo que se otorgó a los de­ serti puede interpretarse también co­ mo interés del Estado en m antener y fom entar el cultivo procurando evi­ tar al mismo tiem po la deserción del campesinado que constituían un gra­ ve problem a para la recuperación económica del Imperio, porque los campesinos no abandonaban indis­ crim inadam ente todo tipo de tierras sino sólo aquéllas que eran poco productivas (Bravo, 1979,164). Esta práctica había reportado claros be­ neficios a los particulares mientras la responsabilidad fiscal de estas tie­ rras abandonadas no había recaído directam ente en ellos sino que era asumida colectivamente por los ordi­ ñes civitatum, es decir, por los curia­ les. Pero una constitución de Cons­ tantino (C. J. XI, 59, 1), haciéndose eco de las m edidas adoptadas por Aureliano, transfirió la responsabili­ dad fiscal de las tierras no cultivadas a los propietarios privados, y otra posterior del mismo em perador (C.

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J. XI, 59,2 [a. 337]) hace saber que a efectos fiscales no se distingue entre las tierras fértiles y las poco produc­ tivas o que no estuvieran cultivadas, medida ratificada más tarde por Valente (Ibid. 3 (a. 364)) y por Teodosio (Ibid. 9 (a. 394)). En este marco de preocupación económica y fiscal adquirieron su pleno desarrollo las instituciones agrarias características del Bajo Im ­ perio. Enfiteusis, epibolé y colonato fueron fórmulas encam inadas a sal­ var la productividad de la tierra e in­ crem entar los rendim ientos agrarios de una parte, y a garantizar los in­

gresos fiscales del Estado, de otra parte. Pero en el interés del Estado prevaleció la idea de fiscalidad sobre la de productividad, de modo que la promoción del cultivo contribuyó sólo a paliar -n o a resolver- los pro­ blemas económicos del Imperio. En el caso de los dominios imperiales, el Estado no tuvo inconveniente en otorgar la propiedad de un fundus no cultivado a quien se com prom e­ tiera a m antenerlo en cultivo puesto que, transcurrido el período de exención fiscal, estas tierras contri­ buirían como el resto de las possessiones particulares.

Mujer con un cofre de joyas en la mano (principios del siglo IV)

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III. El m arco institucional

1. Formas de arrendamiento de la tierra a) El con trato tradicional: loca tio-cond uctio En el A lto Imperio, las relaciones entre propietarios y colonos fueron reguladas m ediante las estipulacio­ nes expresas de un contrato formal, llamado locatio-conductio, que com ­ prendía tres cláusulas fundam en­ tales: 1) la duración mínima del arriendo, generalm ente de cinco años (ilustrum)\ 2) la posible renova­ ción del contrato a su térm ino (reconduclio), sin que para ésta fuera necesario la realización de un nuevo contrato; 3) la obligación de satisfa­ cer la renta fijada al propietario de la tierra. Como el contrato no prohi­ bía sino que, al contrario, en algunos casos contem plaba el derecho de su­ barriendo, el conductor se convirtió en simple adim inistrador del fundus que a su vez subarrendaba a colonos libres para su explotación. Pero en todos los casos conductores y locatores quedaban obligados por igual a observar las cláusulas establecidas en el contrato originario. Esta prác­ tica había sido ventajosa para m an­ tener la producción de los dominios imperiales y privados. Pero los colo­ nos que no obtenían buenos rendi­ mientos de las tierras arrendadas no renovaron su contrato y, por idénti­

cas razones, los conductores prefirie­ ron no arriesgarse en la explotación de estas tierras de productividad marginal. Esta situación afectó prin­ cipalmente a los dominios im peria­ les, pero también las economías p ar­ ticulares fueron alcanzadas por los efectos sociales y políticos de las nuevas formas de explotación. A nte la imposibilidad de encon­ trar conductores suficientes y efica­ ces para m antener la explotación de los dominios imperiales, gran parte de éstos pasaron a manos privadas a finales del siglo III (McMullen, 1976). M ediante m étodos diversos el Estado acabó cediendo la propiedad de estas tierras a quienes se com pro­ m etieran a m antenerlas en cultivo o increm entar sus rendim ientos. Las medidas adoptadas originaron una transform ación im portante del siste­ ma de explotación de la tierra y del régim en de arrendam iento tradicio­ nal. El contrato a corlo plazo de cin­ co años fue reem plazado por otros de más larga duración que amplia­ ban considerablem ente el com pro­ miso de explotación hasta perm itir incluso al colono la ocupación a p er­ petuidad del suelo cultivado como arrendatario. D e esta forma el colo­ no m antenía el usufructo de la tierra y podía llegar a poseerla legalmente. Las relaciones de los colonos im pe­ riales con el emperador, propietario de la tierra, no fueron directas sino

El colonato bajolmperial

m ediatizadas por el conductor que se encargaba de la forma de explota­ ción del fundo y por un funcionario financiero, el rationalis rei privatae. En cambio, los tenentes de pro­ piedades pertenecientes a possessores privados m antuvieron una rela­ ción más estrecha con el dominus o propietario de la tierra. En cuanto colonos debían satisfacer a éste la renta anual estipulada en el contrato de arrendam iento, pero tam bién co­ mo trabajadores de la tierra eran considerados elem ento imponible en el cálculo del caput correspondiente, fueran ellos directam ente o no los responsables ante el Fisco. Por ello, aunque estos colonos eran jurídica­ m ente libres como los altoimperiales (.Digesto 49, 14, 3, 6), la obligación fiscal hizo que las relaciones entre propietarios y colonos se reforzaran hasta el punto de generar en algunos casos unas nuevas relaciones econó­ micas, las de colonato-patrocinio ca­ racterísticas de la sociedad tardía: los possessores en calidad de patroni defendieron ahora los intereses de los tenentes que en ocasiones tuvie­ ron que poner a disposición de sus protectores todos sus bienes y pro­ piedades. Si por su naturaleza estas relaciones generaron a su vez for­ mas de dependencia personal, el problem a histórico consiste en preci­ sar el alcance, difusión e incidencia real de estas nuevas relaciones. Pero es evidente que el régimen colonario fue el marco institucional en el que se desarrollaron estas relaciones y que, por tanto, el patrocinio fue más restringido que las diversas situacio­ nes de colonato. b) El ius p e rp e tu u m La formación del colonato bajoimperial de carácter hereditario fue en realidad el resultado de la evolución de las formas institucionales de ocu­ pación del suelo existentes y de la puesta en práctica de nuevos m éto­

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dos compulsorios destinados a m an­ tener la productividad de la tierra y a garantizar los ingresos fiscales del Estado. E ntre las nuevas formas destaca la de ius perpetuum o forma de arren­ damiento en virtud de la cual el per­ petuarais disfrutaba del usufructo de la tierra cultivada a cambio de una renta anual al propietario real del fundus. Pero la explotación in preca­ rio de la tierra no fue considerada en la legislación como possessio ni en consecuencia el tenente como dominus. Se trataba, en este caso, de un mero usufructuario del suelo (do-minium utile) que cultivaba en virtud de la renta satisfecha al pro­ pietario em inente de la tierra (dom inium eminens). Esta form a de ocu­ pación a perpetuidad se aplicó sobre todo a las tierras públicas, im peria­ les o municipales, que fueron trans­ feridas poco a poco a manos priva­ das. La aplicación de esta medida a las tierras pertenencientes a propieta­ rios privados (possessores) se realizó m ediante la fórm ula jurídica del ius privatum salvo canone, según el cual se le reconocía al ocupante todo tipo de derechos sobre las tierras explo­ tadas, si bien el tenente quedaba obligado (salvo canone) a entregar un canon o renta anual al propieta­ rio de los dominios arrendados.

2. Instituciones agrarias bajoimperiales a) Enfiteasis Las formas de arrendam iento a per­ petuidad se reforzaron incluso con la potenciación de las institucio­ nes agrarias tradicionales (enfiteusis, epibolé, colonato) que por vía coer­ citiva obligaron al campesinado a m antener el cultivo de la tierra. El contrato enfiteútico podía esta­ blecerse a perpetuidad o ser incluso

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de carácter hereditario, comprom e­ tiéndose en todo caso el ocupante a m antener el cultivo de las tierras arrendadas y m ejorar sus rendim ien­ tos. Estas quedaban exentas de obli­ gaciones fiscales durante el período inicial de explotación (dos o tres años), según la calidad del suelo. En época bajoimperial estos contratos prevalecieron sobre cualquier otra forma de ocupación del suelo. El ca­ rácter hereditario, la baja renta y la inmunidad fiscal inicial sitúan a este contrato en una posición jurídica in­ term edia entre una “venta” y un “arrendam iento”, porque la posesión hereditaria del suelo redundó espe­ cialmente en beneficio de los sucesi­ vos usufructuarios mientras que quienes m antenían la titularidad jurí­ dica de “propietarios” percibían tan sólo una renta m oderada de los re­ cursos obtenidos por la explotación. Este método fue particularm ente po­ tenciado por los em peradores para paliar el problem a de las tierras abandonadas (agri deserti), tanto pú­ blicas como privadas. Cuando las cir­ cunstancias económicas y las dificul­ tades de cultivo así lo aconsejaban, las tenencias enfiteúticas pudieron mitigar eventualm ente los problemas fiscales de los grandes propietarios y los financieros del Estado. b) Epibolé o adiectio Fue utilizada sobre todo en el Egipto bizantino para conseguir m antener en cultivo las tierras marginales o de escasos rendimientos. M ediante este procedimiento el Estado obligaba in­ directam ente al cultivo al hacer reca­ er la responsabilidad fiscal de estas tierras sobre los curiales o los gran­ des propietarios, no perm itiendo a efectos fiscales la separación de las tierras buenas y malas, ni las produc­ tivas de las que eran estériles o esta­ ban abandonadas. La medida fue puesta en práctica por Aureliano, re­ tomada por Constantino y continua­

da por la mayoría de los em perado­ res posteriores con el fin de evitar en lo posible la evasión fiscal y la deser­ ción en masa del campesinado. Pero estos procedimientos no lo­ graron evitar que muchos tenentes abandonaran el cultivo o la explota­ ción de las tierras que no producían los beneficios deseados y que, en consecuencia, rom pieran las obliga­ ciones contractuales huyendo del fundus en que habían sido censados. Estos campesinos se convertían de este m odo en coloni fugitivi, a los que la legislación trataba severa­ m ente a la vez que se preveían im­ portantes penas pecuniarias para sus encubridores. c) C olonato D esde una perspectiva institucional, el colonato constituyó el m étodo más eficaz de los ensayados por el gobierno bajoimperial para solu­ cionar dos problem as económicos estrecham ente ligados: m antener la productividad de la tierra y garanti­ zar los ingresos fiscales del Estado. En teoría esto sólo era posible si se m antenía el núm ero de contribuyen­ tes o, en su defecto, se aum entaba la presión fiscal. Pero la baja producti­ vidad de la tierra y el complicado sistema de distribución impositiva hacían más fácil la estimación de la cuota fiscal en iuga y capita si el numerus hom inum tendía a ser cons­ tante que sí el m odus agrorum per­ manecía más o menos estable pero variaba considerablem ente el núm e­ ro de personas censadas en cada pe­ ríodo indicional, cada cinco o diez años. El apoyo institucional al colonato convirtió al régimen colonario en la forma de producción predom inante de todo este período, porque el Es­ tado hizo del colonato una de las instituciones básicas de la sociedad bajoim perial en torno al cual se con­ figuró la parte fundam ental de la ba­

El colonato bajoimperial

se financiera del Im perio. P ara ello fue preciso ad ecu ar la condición del cam pesino libre a rren d a ta rio altoim perial a las exigencias d e la nueva estru ctu ra im positiva bajoim perial, basada prin cip alm ente sobre la p ro ­ piedad y explotación de la tierra. A u n q u e el colono dioclecianeo era juríd icam en te libre, vio restringida su libertad de m ovim ientos al ser vinculado com o o tro s sectores socia­ les a su origo o dom icilium por m oti­ vos productivos, censuales y fiscales. P ero la adscriptio legal del colono al suelo se realizó con fines fiscales, lo que convirtió las relaciones de co­ lo n ato en un cam po del derecho p ú ­ blico rom ano. A p a rtir d e entonces la legislación referida a colonos se sitúa casi siem pre en un contexto fis­ cal y se p reo cu p ó m enos d e su situa­ ción jurídica p articu lar respecto a los dom ini que de su subordinación a los intereses económ icos generales.

3. El ias colonariam a) Ley y c o s tu m b re Es éste quizá uno de los aspectos m enos tratad o s de la problem ática histórica suscitada p o r el colonato bajoim perial. G en eralm en te se con­ sidera q ue el colonato era una situa­ ción legal, p o r lo q ue las constitucio­ nes im periales tardías d eb en consti­ tuir la d ocum entación básica p ara su estudio. P ero es indudable que en una sociedad tradicionalista, com o la rom ana, la costum bre desem p eñ a­ ba tam b ién un im p o rtan te papel. El elem ento consuetudinario de las n u e­ vas relaciones de colonato incluía tan to los actos convencionales no institucionalizados com o las norm as p articulares de los distintos dom i­ nios no referidas en las leyes de apli­ cación general p ara todos ellos. N o o bstante, la legislación tardía se hizo eco en ocasiones de la im p o r­ tancia de la consuetudo. Todavía h a ­

33 cia el año 366 la ley disponía bajo la reserva de que “la costum bre del d o ­ m inio exija lo co n tra rio ” (C. J. XI, 48, 5) com o si ésta estuviera por e n ­ cim a de la norm a legal. E sta o bser­ vación indujo a F ustel de C oulanges (1885) a pen sar q u e “la vraie legisla­ tion du colonat n ’était pas dans les codes” (F ustel, 1885, 126) sino en “m illares d e reglam entos y costum ­ bres in terio re s” p rácticam ente des­ conocidos. U n ejem plo de éstos se­ ría no o b stan te el extracto conserva­ do en una placa de bronce relativo a las condiciones d e trab ajo de los co­ lonos africanos del saltus Burunitanus en 181, que trab a jab an en dom i­ nios del e m p erad o r C óm odo. P ero la im portancia de este docum ento para la form ación del colonato b a ­ joim perial es discutible p o r dos ra ­ zones: una, que co rresponde a un período m uy an terio r (nada m enos que un siglo) a la instauración del sistem a fiscal basado en la tierra; otra, que se desconoce un docum en­ to sim ilar referid o a dom inios priva­ dos. O tro aspecto en el que sin duda influía la costum bre del dom inio era el relativo a rentas, que diferían de unas haciendas a otras en naturaleza y cuantía. P uesto que la legislación no lo especifica, parece razonable suponer que las diversas m odalida­ des de re n ta eran establecidas con­ form e a la costum bre particular del dom inio. A sí, la percepción sería en natura, en unos casos, en dinero, en otros, e incluso en form a mixta, co­ m o se contem pla expresam ente en una constitución tardía: “sin autem reditus non in auro, sed in speciebus inferuntur, vel in totum vel ex parte...” (C. J. X I, 48, 20). P or razones sim ilares la ley no es­ tablecía la cuantía de la re n ta ni la proporción que ésta debía re p resen ­ tar respecto de la producción global. Es necesario asim ism o establecer in­ ferencias p ara d eterm in a r cóm o se establecía el pago y en qué m om en-

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to del año (antes o después de la re­ colección) así como las condiciones concretas vinculadas a la obligación fiscal. Pero ninguna de estas costumbres locales son recogidas en las leyes bajoimperiales, aunque cuando se alu­ de a ellas, son consideradas por el legislador de observancia obligada para colonos y propietarios. En caso de conflicto entre ambos un juez dic­ tam inaba lo que procediera en dere­ cho, tal como se establecía con toda claridad en una constitución de Constantino (C. /. XI, 50 1), refren­ dada posteriorm ente por Arcadio (C. J. XI, 50, 2) y todavía confirm a­ da por Justiniano (C. /. XI, 48, 23). La costum bre del dominio era tam bién el criterio seguido en los ca­ sos de litigio por reclamación fiscal. El peso de la costum bre era tal que, en m ateria fiscal, el Estado no pre­ juzgaba contra consuetudinem quién era el responsable de satisfacer el impuesto a los funcionarios im peria­ les, sin perjuicio de que un proceso judicial dictara posteriorm ente si “colono” o “propietario” quedaba obligado en el futuro a satisfacerlo (C. /. XI, 48, 20). b)

Origo y cen so

D e la misma forma que cada ciuda­ dano estaba ligado a su civitas el campesino se vinculó al vicus p erte­ neciente a ella, donde habitualm en­ te residía (domicilium) o al dominio en que generalm ente trabajaba co­ mo colono. Ya a comienzos del siglo III, la Constitutio Antoniniana de Caracalla, de 212, que extendió la ciudadanía rom ana a todos los habi­ tantes libres del Im perio, exigía la observancia del origo por motivos censuales (Saumagne, 1937). Por su parte, Dión Cassio (78, 9, 5) veía en ello una medida esencialm ente fis­ cal, interpretación confirmada por el análisis del Papiro Giessen, 40 (H. Wolff, 1976).

Pero si hasta entonces el origo ha­ bía sido un m ero principio locatario cuya observancia fue exigida por la administración en circunstancias ex­ traordinarias, en el período bajoimperial se convirtió en una forma de ius perpetuum y uno de los principa­ les instrum entos de control social en manos del Estado. Aplicado al siste­ ma de colonato bajoimperial, el ius originarium conllevaba la obligación de cultivar la tierra para todos aque­ llos censados como coloni. La condi­ ción colonaria se aplicó tam bién a los inquilini (C. Th., 12, 19, 1 [a. 400]) hasta el punto que unos y otros llegaron a ser considerados (iaestimantur) por la legislación co­ mo “esclavos de su propia tierra” (servi terrae ipsius: C. J. XI, 52, 1 [a. 396]) y, en época justinianea, la obli­ gación de cultivar la tierra incumbió ya a todo tipo de colonos “de cual­ quier condición” (cuiuscumque conditionis: (C. J. XI, 48, 20 [a. 529]). Desde comienzos del siglo IV estas medidas fueron aplicadas a los colo­ nos de los dominios imperiales, pero a finales de este siglo se habían gene­ ralizado ya entre los colonos de los dominios privados. El origo y la obli­ gación de cultivar la tierra con carác­ ter hereditario afectaron principal­ m ente a dos tipos de colonos: 1) los incluidos en el censo como coloni adscripticii y sus hijos; 2) los coloni libres que permanecían durante treinta años ininterrumpidos culti­ vando la misma tierra (praescriptio) y los hijos de éstos nacidos en ella aun­ que hubieran vivido en otro lugar. No obstante, el cuadro del censo referido al colonato era muy variado. Según Jones (1974) las diversas si­ tuaciones de colonato pueden agru­ parse en cuatro conforme al tipo de declaraciones de los tenentes: 1. coloni adscripti censibus, llama­ dos adscritos, son colonos sin tierra propia y, por tanto, incluidos en las declaraciones correspondientes a otras haciendas;

El colonato bajoimperial

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2. colonos o tenentes libres, regis­ trados en el censo del dominus fundi si carecían de tierras propias; 3. colonos con tierra propia, re­ gistrados propio nom ine en el censo de capitación general; y 4. tenentes libres no vinculados al dominio, al que pertenecían las tie­ rras que cultivaban en arriendo, re­ gistrados en el censo de la aldea (iadscripti vico). Pero no es claro si esta inclusión de los colonos en el censo {forma censualis) conllevaba siempre la obli­

gación tributaria o consistía en un mero registro de personas (adnotati, inserti, adscripti) paralelo al catastro de tierras que, a m odo de inventario previo, servía a los funcionarios im­ periales (censitores, peraequatores) para calcular la cuota fiscal corres­ pondiente por ambos conceptos, con independencia de que el número de contribuyentes y el de personas cen­ sadas fuera equivalente, ni siquiera por el hecho de que fueran registra­ dos como tributarii en el censo (Jo­ nes, 1958).

Cribando el grano. Sarcófago romano del siglo III

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Akal Historia del Mundo Antiguo

IV. El proceso histórico de la adscripción al suelo

1. La condición tributaria del colono bajoimperial El sistema impositivo bajoimperial distinguía teóricam ente entre unida­ des fiscales “iuga”, en relación con la extensión de las propiedades o explotaciones, y unidades “capita”, conforme al núm ero de personas (capitatio hum ana) y animales (capitatio animalium) existentes en el do­ minio censado. El im puesto de la tierra se establecía por tanto sobre una doble base: fundiaria y personal. Pero en la práctica esta diferencia­ ción no fue tan clara. E n Galia, por ejemplo, las unidades fundiarias se denom inaron genéricam ente capita m ientras que en Siria las unidades fiscales fueron expresadas exclusiva­ m ente como iuga. Adem ás, iugum y caput no fueron unidades de cálculo universales para todo el Im perio aunque sus valores parecen haber si­ do equivalentes. En Italia, la millena acabó sustituyendo al iugum (Goffart, 1972, 168); m ientras que en Egipto la unidad de superficie im po­ nible fue la arura, en Africa el cálcu­ lo se realizó sobre la base de la cen­ turia (Deleage, 1945). Por otra par­ te, se sabe que: 1) el iugum tracio no se correspondía con el iugum itá­

lico; 2) existían dos cédulas de capi­ tación: una fundiaria (