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HISTORIA ^M VNDO
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f im m HISTORIA °^MVNDO ANTÎGVO
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Esta historia obra de un equipo de cuarenta profesores de va rias universidades españolas pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez ser accesible a lectores de di versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au tores antiguos mapas, ilustraciones cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por. el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.
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1.
A. C aballos-J. M . S errano, Sum er y A kka d . 2. J. U rru ela , Egipto: Epoca Tinita e Imperio Antiguo. 3. C . G . W ag n er, Babilonia. 4. J. U rru ela , Egipto durante el Imperio Medio. 5. P. Sáez, Los hititas. 6. F. Presedo, Egipto durante el Imperio N uevo. 7. J. A lvar, Los Pueblos del M ar y otros movim ientos de pueblos a fines del I I milenio. 8. C . G . W agner, Asiría y su imperio. 9. C . G . W agner, Los fenicios. 10. J. M . B lázquez, Los hebreos. 11. F. Presedo, Egipto: Tercer Penodo Interm edio y Epoca Sal ta. 12. F. Presedo, J. M. S erran o , La religión egipcia. 13. J. A lv ar, Los persas.
14. 15. 16. 17. 18.
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22. 23. 24 .
J. C . Berm ejo, E l m undo del Egeo en el I I milenio. A. L ozano, L a Edad Oscura. J. C . Berm ejo, E l m ito griego y sus interpretaciones. A. L ozan o , La colonización gnegtf. J. J. Sayas, Las ciudades de Jonia y el Peloponeso en el perío do arcaico. R . López M elero, E l estado es partano hasta la época clásica. R . López M elero, L a fo rm ación de la democracia atenien se, I. El estado aristocrático. R . López M elero, La fo rm a ción de la democracia atenien se, II. D e Solón a Clístenes. D . Plácido, C ultura y religión en la Grecia arcaica. M . Picazo, Griegos y persas en el Egeo. D . Plácido, L a Pentecontecia.
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J. F ernández N ieto, La guerra del Peloponeso. 26. J. F ernández N ieto, Grecia en la primera m itad del s. IV. 27. D . P lácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. F ernández N ieto , V. A lon so, Las condiciones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J. F ernández N ieto , E l m un do griego y F Hipa de Mace donia. 30. M . A . R a b a n a l, A lejandro Magno y sus sucesores. 31. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas. 32. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. II: Los Seleúcidas. 33. A. L ozano, Asia M enor he lenística. 34. M . A. R abanal, Las monar quías helenísticas. III: Grecia y Macedonia. 35. A. P iñero, L a civilización he lenística.
ROMA 36. 37. 38.
39. 40. 41.
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43.
J. M artín ez-P in n a, El pueblo etrusco. J. M artín ez-P in n a, L a Rom a primitiva. S. M ontero, J. M artín ez-P in na, El dualismo patricio-ple beyo. S. M o n te ro , J. M artínez-P inn a, La conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. G. Fatás, E l período de las primeras guerras púnicas. F. M arco, La expansión de R om a por el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú nica a los Gracos. J. F. R odríguez N eila, Los Gracos y el comienzo de las guerras civiles. M .a L. Sánchez León, R evuel tas de esclavos en la crisis de la República.
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C . G onzález R o m án , L a R e pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. J. M. R oldán, Instituciones po líticas de la República romana. S. M ontero, L a religión roma na antigua. J. M angas, Augusto. J. M angas, F. J. Lom as, Los Julio-Claudios y la crisis del 68. F. J. Lom as, Los Flavios. G. C hic, La dinastía de los Antoninos. U . Espinosa, Los Severos. J. F ernández U biña, El Im pe rio Romano bajo la anarquía militar. J. M uñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du rante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Agricultura y minería romanas durante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Artesanado y comercio durante el A lto I m perio. J. M angas-R . C id, E l paganis mo durante el A lto Imperio. J. M. S antero, F. G aseó, El cristianismo primitivo. G . B ravo, Diocleciano y las re form as administrativas del I m perio. F. Bajo, Constantino y sus su cesores. La conversión del I m perio. R . Sanz, E l paganismo tardío y Juliano el Apóstata. R. Teja, La época de los Valentinianos y de Teodosio. D. Pérez Sánchez, Evolución del Imperio Rom ano de O rien te hasta Justiniano. G . B ravo, E l colonato bajoimperial. G. B ravo, Revueltas internas y penetradones bárbaras en el Imperio i A. Jim énez de G arnica, La desintegración del Imperio R o mano de Occidente.
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ROMA
D ire c to r de la obra:
Julio Mangas Manjarrés (Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid)
D iseño y m aqueta:
Pedro Arjona
«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»
©Ediciones Akal, S.A., 1990 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Tels. 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 Depósito Legal: 1 6915 -19 90 ISBN: 84-7600 274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600 491-5 (Tomo LVII) Impreso en GREFOL, S.A. · Pol. II - La Fuensanta Móstoles (Madrid) Printed in Spain
EL CRISTIANISMO PRIMITIVO J. M. Santero F. Gaseó
Indice
Introducción. Metodología y fuentes ....................................................................
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I. El cristianismo en los medios judíos y el viaje de P a b l o ......................... 1. El Imperio romano, Palestina y los j u d í o s .......................................... 2. El judaismo y sus s e c ta s ........................................................................... 3. Jesús, fundador de una nueva secta judía ........................................... 4. Las comunidades primitivas ................................................................... 5. Pablo y la expansión cristiana ............................................................... 6. Pablo de T a r s o ............................................................................................
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II. El cristianismo después de P a b lo ................................................................. 1. El cristianismo y el Imperio romano ...................................................... a) N e r ó n ....................................................................................................... b) Los Flavios ............................................................................................ c) Los Antoni n o s ....................................................................................... d) Los Severos............................................................................................ e) Decio y la segunda mitad del siglo III ........................................... 0 Diocleciano ............................................................................................ 2. Los fundamentos de las actiuides anticristianas................................ a) In trod u cció n........................................................................................... b) Problemas teóricos .............................................................................. c) Problemas sociales ............................................................................... 3. El triunfo del cristianism o.......................................................................
29 29 29 29 30 33 34 35 35 35 36 37 41
ΓΠ. Instituciones y controversias cristianas ....................................................... 1. Las instituciones cristianas ...................................................................... a) La organización de las primeras comunidades cristianas .......... b) El obispado monárquico ..............................................................
44 44 44 45
c) Organización supralocal de las iglesias........................................... d) El primado de R o m a ........................................................................... e) La evolución durante el siglo III ...................................................... 2. Cristianismo ycultura clásica ................................................................ a) Adaptación y reacción ......................................................................... b) La opción integradora ......................................................................... c) Los cristianos ra d ic ales........................................................................ 3. Controversias y escisiones en el cristianismo ....................................... a) Introducción ........................................................................................... b) Las llamadas grandes herejías de lossiglos II y III .....................
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Cronología .................................................................................................................
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Bibliografía ................................................................................................................
D esd e la introducción hasta el apartado 6 del Cap. I. el texto ha sid o redactado por J.M. Santero. D esde el apartado 7 hasta el final del texto ha sido redactado por F. G aseó.
El cristianism o prim itivo
Introducción. Metodología y fuentes
Si cualquier aspecto de la Antigüedad suele tener graves problemas de do cumentación, que hacen complejo el método de su reconstrucción históri ca, estas dificultades se agravan aún más en el caso de un tema como el del origen y primeros desarrollos del cristianismo sobre el que pesan, ade más, otros problemas objetivos, como la ab u nd ante literatura apologética, deform adora de los hechos históri cos, y subjetivos, como es todo el ba gaje de tr a d ic io n a le s p re ju ic io s e ideas preconcebidas, o la cantidad de datos provenientes sólo de un senti miento subjetivo de fe, y no de una demostración histórica. Precisamente estos prejuicios y datos no constatables han sido los dom inantes en la historiografía tradicional del cristia nismo primitivo, por lo que es muy difícil eludirlos, aun para el historia dor más deseoso de objetividad. Suele decirse con frecuencia que hay m uchas y muy diferentes formas de narrar el origen y desarrollo del cristianismo primitivo, dependiendo de las distintas escuelas de historia dores de la Iglesia o de los distintos métodos de crítica ncotestamentaria o del distinto valor histórico que se de a la literatura cristiana más antigua. Sin embargo, para un historiador de la Antigüedad, el método de recons
trucción histórica del cristianism o primitivo no debe ser distinto al que utiliza para cualquier otro hecho o fe nóm eno histórico del Imperio R o m a no. En prim er lugar, el cristianismo primitivo no es algo que pueda ser aislado en un tubo de ensayo y estu diado en un laboratorio de forma in dependiente a otros hechos históricos coetáneos. En segundo lugar, el cris tianismo de los primeros momentos no es, por supuesto, el fenómeno fun d am ental en la historia de los co mienzos del Imperio Rom ano, sino p o r el co ntrario, un fen ó m e n o en principio marginal, muy localizado y poco importante, au nqu e posterior mente la expansión y desarrollo de su d o ctrin a y la p roliferació n de sus adeptos term inará influyendo decisi vamente en el rum bo histórico del Imperio Romano. Metodológicamente, p o r tanto, es preciso partir del marco histórico del Imperio R om ano y analizar el cristia nismo desde la óptica del historiador de Rom a como un fenómeno inicial mente muy localizado y que no afectó prácticamente nada a la m archa de los acontecimientos del Imperio has ta bien entrado el siglo II. En corres pondencia a esta idea, resulta bastan te lógico que las fuentes de in for mación habituales del historiador del
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Imperio Rom ano de los dos primeros siglos apenas docum enten más que de forma muy marginal el personaje histórico de Jesús y los primeros p a sos del movimiento religioso surgido a partir de él y su doctrina. Las escasas noticias de escritores no cristianos son marginales y bas tante imprecisas. Suetonio se refiere al personaje de Chrestus (Cristo) como instigador de disturbios protagoniza dos por judíos (Claudio, 5, 25), y a los cristianos como gentes dedicadas a perversas supersticiones (Nerón, 16, 2). Tácito habla de Cristo como un ca becilla judío ejecutado bajo Tiberio por el procurador P o n d o Pilato y tie ne la misma idea que Suetonio sobre los cristianos (Annales, 15, 44). Noti cias parecidas y más o menos preci sas, pero siempre marginales, sobre Cristo y los cristianos se encuentran también en Plinio el Joven, Apuleyo, Luciano, Aelio Aristides, Marco A u relio, Frontón o G aleno entre otros: algo más abundantes son las noticias (contenidas en Orígenes) provenien tes de Celso, que fue el primero en atacar al cristianismo de forma siste mática. De esas escasas noticias se deduce que entre los rom anos de los dos primeros siglos de nuestra era la idea de Cristo y de los cristianos era bastante imprecisa. Se consideran a veces como una simple secta judía con actividades extremistas; en otras ocasiones se les considera como se guidores de una perversa superstición oriental; a veces como conspiradores, o miembros de asociaciones clandes tinas; también como adoradores de una nueva religión mistérica, o como miembros de una nueva escuela filo sófica (S. Benko). Así pues, para los dos primeros si glos de la era, aparte de estas noticias marginales, apenas si contam os más que con los escritos neotestamentarios y la más antigua literatura cris tiana, con todos sus problemas. No es procedente entrar aquí en detalles de crítica neotestamentaria, pero convie
ne tener en cuenta que en la redac ción que conocemos de los Evange lios, el que se considera más antiguo es el llamado de Marcos, que quizá se fecha algo antes del año 70. Los otros dos sinópticos, el de Mateo y el de Lucas, dependen del anterior, que les sirvió de fuente, y h a n de fecharse en tre los años 70 y 90. El cuarto evange lio, llamado de Juan, es aún posterior, hacia el año 100; tiene, sin embargo, más rasgos originales y gran influen cia helenística. Son todos, por tanto, documentos no coetáneos de los he chos que narran y surgidos de una tradición transm itida oralm ente en círculos enfervorizados, donde se ha ido idealizando al fundador y su vida, adobándose la descripción con pro gresivos elementos legendarios, por lo que no son extrañas las contradic ciones, según el distinto origen de la redacción. Pero, además, es que los Evangelios no son documentos historiográficos ni pretenden serlo; son escritos de ca rácter religioso, moralizante y didác tico, mediante los que se hace una apología de Cristo, su vida y sus he chos, y se compendia su doctrina para que sirva de mensaje y de imitación, con total despreocupación de las cir cunstancias históricas en que ha de situarse este movimiento religioso. Lo cual no quiere decir que el historia dor haya de prescindir absolutam en te de ellos, pues al menos sirven para conocer la mentalidad de los prim e ros cristianos, en cuyo ambiente se re dactaron. pero lo cierto es que su con tenido en datos históricos fiables es muy escaso. Además de los cuatro evangelios, contamos con el conjunto de escritos conservados bajo el título de Hechos de los Apóstoles, que sin duda proce den del mismo autor que el denom i nado evangelio de Lucas, y debieron redactarse en torno al año 90. Estos escritos tienen cierta fiabilidad, pues parecen haber utilizado fuentes coe táneas a los hechos que narran. Sin
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El cristianism o prim itivo
embargo, sus noticias tienen sólo un relativo interés desde el punto de vis ta histórico y presentan u na imagen demasiado idealizada de las primiti vas comunidades cristianas. Lo mis mo puede decirse de las cartas de San Pablo, con el agravante de que unas son auténticas, considerándose en al gún caso como los más antiguos es critos del cristianismo, en torno al año 50 o unos años después, mientras que otras no corresponden a San Pa blo y se redactaron más tarde, por lo que su información es bastante m e nos importante, como ocurre también con otras cartas atribuidas a Santia go, Pedro, Juan, etc. Pero, además del problema de la historicidad y crono logía de estos documentos en sí mis mos, está la dificultad de aprovechar su contenido argumental como testi monio válido, pues apenas tienen gran interés desde el punto de vista del his toriado r de la antigüedad, au n q u e sean valiosos para conocer la forma ción de la doctrina y la evolución y controversias del pensam iento cris tiano primitivo. De los mismos defectos adolecen otros escritos antiguos del cristianis mo inicial, como la carta de C lem en te de Roma a los corintios, o el escrito llam ado Pastor de Hermas y otros atri buidos a los Padres Apostólicos en los siglos I o II. Varios escritos de esta prim era época surgieron en im por tantes ciudades orientales, como Ale jandría, Antioquía (donde el obispo Ignacio escribió siete epístolas) u otras ciudades sirias y fenicias, de donde procede el famoso escrito de nom inado Didakhé (Enseñanzas de los Apóstoles), redactado a com ien zos del siglo II, etc. Algunos escritos cristianos ya en el siglo II com ienzan a tener verdadera entidad literaria y de contenido, como la obra de Ireneo, de Justino Mártir o de Taciano. Por otro lado, desde el siglo I hemos de contar con escritores de ambiente y tema judíos, como es el caos de Filón y Flavio Josefo, que aportan datos de
gran interés sobre el ambiente en que se movieron las primeras com unida des cristianas. Pero el gran momento de producción literaria del cristianis mo preconstantiniano se produce con las grandes composiciones doctrina les y apologéticas de Finales del siglo II y ya del siglo III: la Epístola a Diogneto, el Octavio de M inucio Felix, la obra de Clemente de Alejandría y los grandes escritores como Tertuliano, Orígenes o Cipriano principalmente, que, a pesar de carecer de intenciona lidad histórica, p ro p o r c io n a n m u chos datos del cristianismo primitivo. Para contar con una obra cristiana de carácter histórico propiam ente dicho, hay que esperar a la paz de la Iglesia en el siglo IV con obras como las de Eusebio o Lactancio. Mientras tanto, los historiadores no cristianos siguen contem plando de forma muy margi nal, o casi ignorando, al cristianismo en sus obras, como es el caso de C a sio Dion o de los escritores de la His toria Augusta. Este panoram a informativo para el cristianismo de los tres primeros si glos es bastante precario desde la óp tica del historiador de la antigüedad, pero ello mismo quizá hace más ur gente el intento de su reconstrucción histórica. Por otro lado, no es menos cierto que aún se pueden añadir otros documentos que ayudan a la infor mación, como por ejemplo: los p api ros de la com unidad esenia de Qumran, la escasa epigrafía cristiana preconstantiniana, los restos arqueológi cos —por desgracia no muy a b u n dantes—, algunos elementos residua les en los ritos, fórmulas y organiza ción cristiana posteriores, etc. Con todo ello es posible hoy dise ñar el cuadro fundam ental del cris tia n is m o prim itivo , p a r tie n d o del principio básico de que se trata de un fenómeno desarrollado en el marco del Imperio R om ano y, como tal, en absoluto ajeno a todas sus caracterís ticas: políticas, económicas, sociales, religiosas y culturales.
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I„ El cristianismo en los medios judíos y el viaje de Pablo
1. El Imperio romano, Palestina y los judíos La R om a que llegó a d o m i n a r el m un do civilizado, hasta en los más recónditos lugares, se sustentaba en un sistem a org a n iz ativ o p residido p o r u n a c o n s titu c ió n r e p u b lic a n a mixta que había encontrado un cierto equilibro entre un grupo de familias ricas y políticamente dominantes, y una gran masa de gentes que se co n sideraban protegidas por el sistema; con un desarrollo económico basado en el trabajo esclavo y en la continua expansión territorial, una minuciosa estructura administrativa y militar y un ambiente religioso y cultural to mado en buena parte del mundo grecohelenístico, que servía de catalizador y estabilizador del sistema. Todavía en los finales del período republicano, el Estado romano, que aún seguía el esquem a de Estadociudad, se describía como senatus populusque roma ñus, y Rom a se regía por la potestas y el imperium de sus magistrados, la auctoritas de sus sena dores, el poder tribunicio de los re presentantes de la plebe y la fuerza de las decisiones comiciales o de los ple biscitos. Los enfrentamientos entre lí deres políticos a finales de la R epú blica no fueron sino consecuencia de la dificultad de arm onizar este simple
esquema de «polis» con unos dom i nios territoriales inmensos y una com plejidad cada vez mayor de la m aq ui naria estatal. El cambio a un sistema de Principado y de Imperio, con una e s p e c ie de s u p e r m a g s i t r a t u r a (el César-Emperador), u n a m ayor cen tralización y una más compleja m a quinaría administrativa, militar y fi nanciera. fueron los pasos obligados para logar un mejor control de sus grandes posesiones y potenciar aún más su garantía de futuro mediante una paz duradera, sin rom per en lo esencial los principios republicanos tradicionales. Con este esquema, que se consoli dó en los comienzos de la era con la figura de Augusto, había que m ante ner, regir, gobernar, adm inistrar y ex plotar unos territorios no solamente inmensos, sino tam bién en orm em en te heterogéneos, sometidos a su con trol progresivamente en no más de tres siglos. Tras haber unificado Italia bajo su mando, una serie de encarni zadas guerras contra Cartago había convertido a los rom anos en dueños del Mediterráeno Occidental a lo lar go del siglo III a. C. A su vez. la ex pansión hacia Oriente les había per m itido ap o d e ra rse de casi todo el Im perio que había construido Ale jand ro Magno. En no m ucho tiempo toda Italia. Sicilia. Córcega, el Norte
El cristianism o prim itivo
de Africa, Cerdeña, Hispania, Grecia, Asia Menor, Siria, el Próximo O rien te y Egipto estuvieron en sus manos. El Imperio Romano significaba, por tanto, la coexistencia de gran canti dad de pueblos con muy diversas cul turas bajo la ú nica etiqueta de la «paz romana». En otras palabras, el Im perio tenía dos aspectos c o n tra puestos: de un lado la unidad y de otro la diversidad (H. Mattingly). La unidad era la del sometimiento a una m ism a a u to rid a d , la o bed ien c ia a unas mismas leyes y el pago de im puestos a un mismo estado imperial. Pero la diversidad era de muy varia dos tipos. De un lado había pueblos muy habituados a estar sometidos por otras potencias, pero, de otro, pueblos de muy arraigado y enconado nacio nalismo. Frente a gentes cultas y refi nadas, de tradiciones ancestrales y habituadas a civilizados sistemas or ganizativos, otros pueblos de vida tri bal apenas conocían el hecho urbano como elemento nuclear de sus rela ciones sociales. Por lo general, las culturas de raíces más profundas y antiguas eran más reacias a la sum i sión. Las grandes metrópolis helenís ticas sabían contem porizar mejor en c o n t r a n d o el e q u i l i b r i o e n tr e la pérdida de libertad política y el orgu llo de transmitir sus grandes logros en m ateria de arte, literatura o de p e n s a m ie n to an te el a s o m b ro ro mano. Desde el punto de vista del funcio namiento, la m aquinaria del Imperio Rom ano constituía básicamente una gigantesca confederación de ciu d a des. Aun siendo Roma en el aspecto socioeconómico y cultural un pueblo de c a m p e s i n o s (o c a m p e s i n o s soldados), toda la vida política y ad ministrativa gravitaba en torno a la ciudad; las ciudades en toda la exten sión del Imperio fueron las células básicas de control, estructura ad m i nistrativa, social, política y hasta reli giosa del Imperio R om ano. El resto era el mundo de los pagani, que al me
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nos durante el Alto Imperio apenas contó en las grandes transformacio nes, como tam bién tardaría en ser p erm e ab le al cristianism o, que se transmitió de ciudad en ciudad. Este enorme y variopinto conjunto de ciudades con sus territorios corres pondientes estaba articulado con bas tante lógica y sentido práctico m e diante una serie de divisiones adm i nistrativas: provincias de diversa ca tegoría, protectorados, reinos protegi dos o territorios aliados; divisiones establecidas de acuerdo con diversos criterios com plem entarios, geográfi cos, históricos, militares, económicos o políticos principalmente. La jerar quía y el m ecanismo de gobierno y control de cada u na de las provincias o territorios bajo doniinio o protec ción difería también por calculadas razones. Procónsules, propretores de diverso rango, procuradores de dis tinta categoría o legados imperiales, ayudados por una corte de cargos a u xiliares, respaldados por las unidades militares acantonadas en los corres pondientes territorios, apoyados en casi todos los sitios por las élites loca les y, en algunos lugares, conviviendo con dinastías de reyes o príncipes, m antenían un férreo control de las z o n a s so m e tid a s a su g o b ie rn o y administración. El territorio de Palestina no era más que una m ínim a porción de d o minio rom ano dentro del vasto Im pe rio Oriental. El pueblo judío se había ido co n fig u ra n d o con el c o n tin u o asentamiento en este territorio desde los antiguos tiempos de los grandes imperios orientales, mediante la pro gresiva unión de tribus de origen n ó mada, aglutinadas por una misma re ligión monoteísta que condicionaba todas sus realizaciones históricas. Tras haber formado un pequeño reino en torno a la ciudad santa de Jerusalem y hab e r p asa do p o r crisis internas que le llevaron a la escisión y por ata ques externos que term inaron con la destrucción del gran templo de Jeru-
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Figura considerada de un apóstol (mediados del siglo III). Hipogeo de los Aurelios, Roma.
salem y la llam ada «cautividad de Babilonia», que les obligó a disper sarse geográficamente, con el cambio en el panoram a político oriental tras la victoria del persa Ciro sobre Nabonido en 539, una buena parte de los judíos pudieron retornar del exilio, reconstruir el templo y fundar de nue vo un pequeño reino religioso con cierta influencia en la zona, aunque bajo el control persa. C u and o el po derío persa quedó desarticulado pol las conquistas de Alejandro Magno, los judíos pasaron a defenderse de los reyes seleucidas, herederos helenísti cos de Alejandro de Siria, que inten taron en todo mom ento controlar al pueblo judío mediante su helenización. Sin embargo, su espíritu de in dependencia y la bien organizada re sistencia, liderada por los Macabeos, permitió de nuevo a los judíos de Pa lestina crear un nuevo estado inde pendiente, aunque teóricamente so metido a los reyes de Antioquía. Los
nuevos reyes, y a la vez grandes sacer dotes, se mantuvieron prácticamente un siglo rigiendo el estado judío de Palestina bajo el nombre de dinastía hasmonea. Pero el nuevo conquista dor, Roma, ya hacía tiempo que venía logrando im portantes avances, p ri mero en Asia M enor y luego en Siria, aprovechando las disputas entre los príncipes seleucidas; y, así, en la épo ca de Pompeyo, Siria terminó convir tiéndose en provincia romana, inclu yendo a Palestina en los territorios bajo su control como estado vasallo. En los comienzos de la era el reino estaba en manos de Herodes el G r a n de, un edomita, que m antenía rela ciones de amistad con Roma, m ien tras otros príncipes menores regían pequeños principados próximos, como Lisanias de Abilene. Tras la muerte de Herodes, el territorio de Palestina se integró de forma más directa en el dom inio romano, y en el año 6 d. C. se convirtió en provincia rom ana con el nombre de Judea, encargándose su gobierno a un procurador romano. Años más tarde las regiones de G ali lea y Samaria pasarían a integrarse en el mismo régimen al morir H ero des Agripa, nieto de Herodes el G r a n de. Pero este pequeño distrito provin cial de rango procuratorio dependía más directamente para su control y supervisión del gobernador de la gran provincia de Siria, al norte, con im portantes efectivos militares, que en caso de necesidad podían intervenir en Judea. De esta m anera el Estado judío de Palestina había dejado de te ner independencia política, y en este contexto externo de integración en el dom inio rom ano es donde hay que enm arcar el origen y primeros pasos del movimiento religioso, pero tam bién con connotaciones políticas, que denom inam os cristianismo. Sin embargo, para entender ese ori gen hay que acudir tam bién a facto res internos del pueblo judío. La his toria muestra, con bien demostrada reiteración, que a diferencia de otros
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El cristianism o prim itivo
Foto aérea del Mar Muerto y de sus acantilados rocosos donde hubo cuevas. En esa zona se hallaron los famosos manuscritos de Qumrán.
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muchos pueblos, el pueblo judío des de siem p re fue d e p o sita rio de un arraigado nacionalismo de fuerte base religiosa, y de un tenaz espíritu de in dependencia, quizá porque a lo largo de su historia se vio siempre hostiga do y sometido por diferentes poten cias extranjeras. En el caso del dom i nio de Roma no habría de ser distinto, sino que en todo caso se hubieron de agudizar aún más dificultades de li beración. El sentimiento de un mesianismo religioso salvador y libera dor del pueblo, que siempre había existido, ahora volvió a despertar con renovada fuerza, de m anera que no hacía falta más que la pequeña chis pa de la aparición de un líder carismático adornado con características mesiánicas para que aglutinara fácil mente todos los sentimientos de libe ración nacional. Sin embargo, tam poco todo el pueblo judío estaba unido en estos objetivos: hubo sectas judías colaboracionistas con el invasor ro mano, como la de los saduceos; otras, más preocupadas por el rigorismo de la ley, se mantuvieron al margen de la resistencia contra Roma, como la de los fariseos; pero otras sectas, como la de los zelotas, tom aron parte activa en una verdadera resistencia arm ada contra el dominio rom ano con el o b jetivo de lograr u n a verdadera libera ción nacional. Esta tendencia a la in surrección mediante la acción violenta y de extremismo virulento tuvo m a yor arraigo entre el pueblo bajo judío, que necesitaba creer más en u n mesías salvador, y, por ello, no tiene nada de extraño que muchos de los segui dores de Jesús procedieran de este movimiento, y que alguno de sus dis cípulos directos fuera zelota.
2. E! judaismo y sus sectas En los comienzos de la era, el j u daism o, concepto en el que se i n cluían no solamente unas determ ina
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das ideas y prácticas religiosas, sino también una concreta realidad étnica y nacional, una peculiar y exclusivis ta forma de ser y pensar y un específi co modo de vida, e incluso de activi dad económica y política, era algo re lativamente familiar, o por lo menos no desconocido, para los romanos. Pero, a su vez, el judaism o tampoco era una realidad monolítica o un ita ria desde ningún punto de vista. G eo gráficamente, aunq ue los territorios de Palestina se consideraran la tierra patria por excelencia, gran cantidad de ciudades helenísticas tenían co m unidades judías que m antenían sus tradiciones y prácticas religiosas, y judíos de la «diáspora», más o menos helenizados, se reunían por todas par tes siempre en torno a los textos del Antiguo Testamento, pero en muchos casos de forma muy independiente, constituyendo sus propias sectas, a p e sa r de la ten d en c ia a m a n te n e r siempre una identidad étnica y reli giosa. En Alejandría se leía y co m en taba la Biblia en griego, y un judío practicante como Filón se preciaba de conocer bien y adm irar la litera tura y el pensamiento de los griegos, y no tuvo ningún prejuicio en tratar de relacionar las verdades del Antiguo Testamento con las ideas filosóficas que habían circulado en las grandes escuelas helenísticas. Ello no im pe día que el Templo de Jerusalem se si guiera considerando siempre como el centro sagrado por excelencia del j u daismo, y las distintas sinagogas lo cales de la «diáspora», pese a sus po sibles diferencias, m an ten ían siempre una osmosis espiritual y moral con ese centro religioso. En el propio territorio de Palestina tampoco había unidad, y aunque n u n ca se cuestionaron los pilares fun da mentales del judaism o ni el reconoci miento del Templo de Jerusalem como gran centro sagrado que aglutinaba a todos los circuncisos por diferentes que pudieran parecer, diferentes sec tas con sus peculiares características
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Plano de los edificios de Qumrán.
coexistían e incluso rivalizaban sin que ninguna de ellas se impusiera de finitivamente sobre las demás. Siguiendo la descripción de un his toriador judío, Flavio Joseío, al me nos hubo cuatro de estas sectas que destacaron en su época: saduceos, fa riseos, zelotas y esenios. Los saduceos constituían una casta sacerdotal aris
tocrática y oficialista que cooperaba con la autoridad rom ana en el m ante nimiento del orden, una de sus gran des preocupaciones. Poco interesados por la renovación de la doctrina, en materia religiosa se mostraron enor memente conservadores, lo que tenía su reflejo tam bién en su actitud polí tica. Por estas y otras razones se ma-
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La curación de la hemorroísa (fines del siglo III). Cementerio de los Santos Pedro y Marcelino, Roma.
nifestaron siempre celosos rivales de otra secta también oficialista, la de los fariseos (literalmente «los separa dos»), cuyos antecesores parecen h a ber sido los «hasidim» de la época de los Macabeos por lo que en ellos h a bía ciertas connotaciones nacionalis tas. De hecho, aunque no cuestiona ron abiertamente el dom inio romano, no fueron colaboracionistas como los saduceos, y sin duda sus deseos eran de liberación, aunque se preocuparon más por el formalismo religioso en lo que se refiere a la Ley y a las Escritu ras, al cumplimiento de u na casuísti ca c o m p e n d ia d a en el Torcih, que constituía el elemento esencial de su enseñanza, y también a una vida con templativa. Pero, a pesar de su rígido conservadurismo formal en la obser vación de la Ley y de su radical con traposición entre judíos y no judíos, parecen haber sido más liberales y abiertos a otras influencias en m ate ria de doctrina, lo que pudo ser un factor de desarrollo que fes permitió ser cada vez más influyentes. De he cho term inaron im poniéndose sobre
las demás sectas, a partir, sobre todo, del año 70. La secta de los zelotas tenía en lo esencial las mismas características doc trinales y de conservadurismo formal en la observancia de la Ley que los fariseos (Flavio Josefo). Sin embargo, diferían de estos últimos por su radi cal y virulento nacionalismo, que les llevó a oponer una resistencia arm a da clandestina contra el poder rom a no. Ya el fundador de esta secta, lla m ado Judas Galileo, promovió una insurrección arm ada en el año 6 d. D„ cuando los romanos hicieron de Ju dea una provincia más de su Imperio. La rebelión fue reprimida por fuerzas romanas, pero no por ello la secta se disolvió. Desde ese m om ento y en su cesivos años los zelotas fueron los promotres de abundantes incidentes, y sin duda jugaron un papel destaca do en las grandes rebeliones del año 66 y del año 70. Las características más destacadas de esta secta son: fa natismo religioso-patriótico, xenofo bia, m esianism o , c la n d e s tin id a d y práctica de la violencia (los que más se distinguen por ello reciben el n o m bre de sicarios). D adas estas caracte rísticas, no tiene nada de extraño que entre los seguidores de esta secta ab un d a ran gentes en situación eco nómica muy precaria, y que a los o b jetivos nacionalistas se unieran tam bién razones de injusticia económica y social. Ello aum entó aún más su ca rácter revolucionario y la convirtió en una secta popular que buscaba la li beración patria y la justicia para el pueblo judío m ediante la insurrec ción a las órdenes de un mesías, de un salvador. Lógicamente en este tipo de aspiraciones es donde los d o m in a dores rom anos veían un mayor peli gro, y, por ello, siempre estuvieron dispuestos a cortar en Judea cua l quier brote de mesianismo por puro religioso y pacífico que pareciera. La peculiar secta de los esenios nos era escasamente conocida por las re ferencias de escritores judíos como
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Sermón de la Montaña (Mediados del siglo III). Panteón de los Aurelios, Roma.
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Filón y Flavio Josefo. Sin embargo, el descubrimiento hace ya algunas dé cadas de u na serie de m anuscritos procedentes de las ruinas de un m o nasterio de esta secta en Qum ran, en el desierto próximo a la orilla del M ar Muerto, nos ha permitido conocer con bastante precision no sólo las carac terísticas y organización de esta secta, sino también el asombroso paralelis mo entre buena parte de su doctrina, organización, jeraquía, ritos, etc., con lo que sabemos de los primitivos cris tia n o s . La c o m u n i d a d e s e n ia de Q um ran llevaba una vida práctica mente monástica, alejada de Jerusa lem. de sus sacerdotes y de la vida re ligiosa oficial, sometida a una estricta regla de convivencia com unitaria y prácticas rituales, expresas en el lla mado M anual de Disciplina. Se dedi caban a la oración, y al estudio y en s e ñ a n z a u n tan to esotérica de las Escrituras. Si parece que en lo esen cial la observancia de la Ley era escru pulosa, así como sus prácticas y ritos judíos tradicionales, su relación con el sacerdocio de Jerusalem , que es considerado indigno, parece que fue bastante fría e incluso hostil. Por otro lado, sus ideas apocalípticas, mesiánicas y también nacionalistas, pese a su ascetismo, parecen haberles acer cado a las actitudes zelotas y a parti cipar en la insurrección del 66. Lo cierto es que su monasterio fue des truido durante la represión de esta rebelión. Estas no eran, sin embargo, más que algunas de las sectas judías m e jor conocidas en el territorio de Pales tina, dom inado por Roma en la épo ca de los comienzos de nuestra era, lo que puede dar una idea aproxim ada del ambiente político y religioso en que surgió el líder judío carismático que las noticias de la época coinciden en deno m in ar Jesús, el Cristo o M e sías (salvador), fundador de una n u e va secta judía, que por su futura ex pansión llegaría a adquirir una ex traordinaria importancia.
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3. Jesús, fundador de una nueva secta judía A pesar de las polémicas teorías, ya anticuadas, sobre la negación total de la historicidad del personaje de Jesús, según las cuales su existencia sería una invención mítica surgida en a m bientes judíos por razones religiosas, relacionadas con mitos solares, o de muerte y resurrección, paralelos al del m esopotám ico G ilgam esh, o a otros mitos orientales como el de Osi ris o Atis, hoy parece que ningún his toriador pone seriamente en duda la existencia en torno a la época del cambio de era de un líder carismático llam ado Jesús, fundador de una secta en Palestina, que terminó m uriendo ajusticiado en época del em perador Tiberio, como dice el propio Tácito. Pero, aunque parece incuestionable la historicidad del personaje, lo cierto es que las noticias históricamente fia bles sobre el mismo son en realidad escasas, irrelevantes, y a veces contra dictorias, además de que son pocos los problemas de exactitud cronológi ca de su vida. Y ello no tiene nada de extraño, puesto que durante su vida lideró una pequeña secta en Galilea, entre otras muchas, que no llegó a merece la atención de historiadores o escritores del momento, ni judíos ni romanos. Es seguro que al ir aum en tando el núm ero de seguidores se le empezara a dar algo más de im por tancia local, especialm ente con su presencia ya en Jerusalem, lo que ter m inó llevándole a la muerte, en una época en que R o m a quería cortar cualquier brote de mesianismos. Es tos pudieron ser acontecimientos de una relativa resonancia a nivel local, pero p rá c tic a m e n te irrelev antes o desconocidos para un historiador de los grandes hechos del Imperio Ro m ano, para cualquier escritor de la , corte de Roma, e incluso para escrito res judíos de Alejandría u otras gran des ciudades de Oriente del momento
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de los que podam os tener noticias. Por consiguiente, el silencio de los es critores coetáneos no es argumento para negar su historicidad. Otra cosa bien distinta es la fiabili dad que haya que dar a los escritos posteriores, ya cristianos, como los Evangelios, donde sí abundan, a ve ces con todo lujo de detalles, las noti cias sobre la vida de Jesús. Parece que en ellos puede haber algunos ecos de la realidad histórica del personaje, pero se transmitieron oralm ente en las primitivas com unidades cristia nas. Pero lo difícil es tocar el fondo de esa realidad en un conjunto religiosoliterario donde se com pilan y m ez clan, con más o menos acierto, según los casos, relatos, dichos, proverbios y sentencias a él atribuidos. De cual quier forma, y aunque la imagen his tórica de Jesús esté deformada en los Evangelios, hay que contar con esos probables ecos de una realidad cierta, lo que unido a algunas breves noti cias de escritores no cristianos de los primeros siglos y el conocimiento de una época y de u n a situación deter m inada en la Palestina del momento, nos permite, si no escribir una bio grafía histórica precisa del personaje, lo cual hoy es imposible, por lo me nos hacernos una idea aproxim ada de lo que fue su vida y actividad. Sin que ello sea de capital im por tancia para el historiador, lo cierto es que ni siquiera se pueden fijar con absoluta precisión los años en que vi vió Jesús porque hasta en esto existen netras contradicciones en los Evange lios. Por razo nes lógicas, su n a c i miento se habría de com putar en el año 1, ya que éste es el hecho que se toma como referencia para el inicio de la era cristiana, que es la que utili zamos. Sin embargo, el cómputo debe ser erróneo ya que al parecer nació en el reino de Herodes el Grande, que hoy sabemos que murió en el año 4 antes de la era. Por otro lado, si su n a cimiento se produjo durante un censo hecho en Palestina (Evangelio de L u
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cas), éste no se realizó hasta el año 67 d. C., cuando Judea se convirtió en provincia rom ana, y del cual tene mos noticias por el historiador judío Flavio Josefo. De m an era que nos movemos entre los años 4 a. C. y 7 d. C. para situar en el tiempo su naci miento. Tampoco tiene mayór im por tancia precisar más: debió nacer a fi nales del reinado de Herodes, en un m omento en que Judea estaba a p u n to o se acababa de convertir en pro vincia romana. Tampoco es muy pre c is o el m o m e n t o de su m u e r t e . Sabemos que se produjo durante el gobierno de Judea por el procurador rom ano Poncio Pilato y, por tanto, entre los años 26 y 36 d. C.; sabemos también que lo que se llama su vida pública (o lo que es lo mismo, la fun dación y primeras actividades de su secta) se inició en el año 15 del reina do del em perador Tiberio (Lucas), o sea, el año 28-29 d. C., aunque des pués los textos evangélicos se contra dicen sobre si desde este mom ento hasta su crucifixión m ediaron tres años, o bien sólo uno. Parece, por tanto, que debió m orir en torno al año 30 de la era, más o menos. Desconocemos totalmente los por menores de su vida hasta que aparece como predicador, profeta y fundador de una secta judía (incluso los pro pios Evangelios, a excepción de algu nos detalles anecdóticos, ignoran casi todo lo anterior a su vida pública). Al parecer había nacido en una familia hum ilde y era originario de la aldea de Nazareth, en la región de Galilea, al norte del territorio de Palestina, zona bastante pobre y en la que se movió la m ayor parte de su vida. A sus 28 ó 30 años comenzó a hacerse oír como profeta en Galilea, reunien do en principio a un pequeño núcleo de seguidores que fueron aum en tan do hasta formar una secta de cierta im plantación en la región. Papel im portante en los comienzos de la acti vidad de Jesús y en la fundación de su secta debió jugar u n profeta llam a
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Representación de los tres hebreos en el horno (mediados del siglo III). Cementerio de Priscila, cámara de la velatio, Roma.
do Juan, que por la misma región, y en la zona próxima al río Jordán, h a bía formado tam bién u na secta disi d e n te del clero oficial j u d ío , que predicaba u n a vida ascética y de puri ficación muy similar a la de los esenios (si no es que era realmente una secta de esenios —la com unidad esenia de Q um ran estaba sólo a unos ki lómetros al sur del J o rd á n —, como se cree), y, sobre todo, m a n te n ía u na idea mesiánica del salvador que h a bría de llegar, idea m antenida tam bién por los zelotas y otras sectas. Lo principal es que el profeta Ju an pudo señalar al nuevo profeta, Jesús, como el mesías esperado, lo que daría un gran impulso a su predicación y a u mentaría sus seguidores con la m ez cla de las ideas ascéticas esenias y n a cionalistas de los zelotas. Ello no quiere decir que las sectas se unieran en u n solo m o v im ie n to religiosonacionalista, pues tras la muerte de Juan, por decreto de Herodes A nti
pas, sus seguidores continuaron dife renciándose de la secta de seguidores de Jesús. Lo que sí parece cierto es que los seguidores de éste último fue ron en progresivo aumento, y entre ellos sin duda habría antiguos segui dores de Juan, esenios, zelotas y miem bros de otras sectas. La fuerza de atracción de la nueva secta se debía, sin duda, aunque no sólo a ello, al propio poder carismático y al carácter mesiánico de un jefe, al m o m en to que atravesaba Judea bajo el dom inio romano, a las ansias de liberación del pueblo judío, a la m ala situación socio-económ ica y, también, por supuesto, a la bien cons truida doctrina y mensaje a los po bres, oprimidos y necesitados de todo tipo, tan abundantes en la Judea de la época. Lo más probable es que la atribu ción de poderes sobrenaturales, mila grosos, etc., a Jesús, sea producto de la literatura apologética posterior.
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cu an do las com unidades cristianas prim itivas fueron d e s d ib u ja n d o la realidad histórica con la intro d u c ción de todo el elemento legendario, pero dada la personalidad que se pue de deducir de los ecos que dieron p á bulo a esas leyendas, su indudable carisma, su carácter mesiánico, etc., y dada la necesidad que los judíos te nían de un líder extraordinario, no tiene nada de extraño, o es más que probable, que aun en vida se le atri buyeran ya a Jesús poderes taum atúr gicos, lo que le hacía, por un lado, más atrayente al pueblo, y por otro, más peligroso a los ojos del clero j u dío oficial y de la autoridad romana, principalm ente. Su mensaje era en parte novedoso o, mejor decir, hetero doxo en relación con el formalismo tradicional y apegado a la Ley del cle
ro oficial judío, por lo que suscitaba no poca desconfianza. Sin embargo, su predicación se inspiraba estricta mente en la Ley judía e iba dirigida a los judíos; de hecho a él se atribuye la frase: «no he venido a abolir la Ley o los profetas, sino a hacer que se cum pla» (Mt 5,17). Cierto que para él te nía menos importancia la observan cia e s tricta de los ritu a le s t r a d i cionales, que era lo esencial para otras sectas, como saduceos y fari seos. Pero la novedad respecto a la en se ñ an za rabín ica tradicional no era el desviacionismo de la Ley judía, sino el predicar mediante parábolas un «nuevo reino» de confraterniza ción para el pueblo judío, donde im perara la justicia. También era nove dad que no se considerara a sí mismo como un profeta más, sino como el
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Comunidades judías y comunidades cristianas del siglo I (según Carrez).
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verdadero mesías (Cristo) anunciado en las Escrituras, que habría de con ducir a su pueblo a ese reino de espe ranza y de liberación, lo que le confe ría una autoridad extraordinaria que, lógicamente, era vista con recelo por la jerarquía sacerdotal oficial judía. Y, en tercer lugar, era tam bién nove doso que su predicación se dirigiera principalm ente a los menesterosos, pobres, necesitados, oprimidos e in cluso pecadores y descontentos con la situación de sometimiento a Rom a y de injusticia social y económica de Judea. quienes pronto vieron en él al líder que necesitaban. A pesar de que se atribuye a Jesús la idea de que el reino por él predica do no era de este mundo, lo cierto es que la masa de sus seguidores iba im pulsada por la idea de un mesianismo local con fuertes dosis de nacio nalismo revolucionario y liberador: zelotas, sicarios y miembros de otras sectas de características parecidas se sum aron al movimiento al ver en Je sús la esperanza para lograr sus aspi raciones y objetivos. De hecho nunca hubo rasgos de universalismo en la predicación de su reino; se dirigió siempre muy concretamente a los j u díos y a su situación, aunque tam po co en su movimiento, sin duda de ca rácter revolucionario, aparezca nunca el elemento de la violencia como algo necesario, como sí aparece claram en te en los zelotas. En estas circunstancias no tiene nada de extraño que, a diferencia de otras sectas que subsistieron sin pro blemas, cuando el movimiento inicia do en Galilea se extendió como la es pum a y, sobre todo, cuando penetró en Jerusalem e incluso desafió la co rrupción e indignidad existentes en el Templo sagrado (episodio de la ex pulsión violenta de los traficantes de objetos de culto p o r Jesús, narrado en los Evangelios), en los medios oficia les del clero judío pasó de la descon fianza al temor. Del mismo modo, la autoridad rom an a pudo tem er una
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revolución (como de hecho años des pués la habría) contra su dominio en Judea. Por estas razones Jesús fue acusado primero por el Sanedrín y, posteriormente, sentenciado a muerte como agitador político por el procu rador rom ano de Judea. Poncio Pila to, como lo demuestra el hecho de que se utilizó para su ajusticiamiento un método rom ano, la crucifixión, y no uno judío, como hubiera sido la lapidación. A pesar de ello, los Evan gelios, que son pro-romanos, eximen al procurador Pilato de culpa y acu san a los ju d ío s en general de su muerte, lo que no resulta lógico. C on la muerte del líder, m uchos de sus seguidores vieron, sin duda, fra casado su movimiento y fustradas sus esperanzas de insurrección, y en su mayoría se dispersaron. No obstante, la secta, más reducida, no tardaría en recomponerse y en adquirir caracte rísticas propias sobre la base de las enseñanzas de su fundador.
4. Las comunidades primitivas Desde el punto de vista histórico y des de la óptica del gobierno rom ano lo cal y tam bién del oficialismo judío, la muerte de Jesús tenía la virtualidad de desm oronar todo el movimiento formado en torno a él, y por tanto, de a le ja r p o r el m o m e n t o c u a lq u i e r peligro de rebelión o mesianismo peli groso en Palestina, puesto que no h a b ía en ap a rie n c ia u n p erso n aje carismático que pudiera suceder al fundador de la secta, a pesar de que hubiera un reducido grupo de discí pulos más directos. En principio estos discípulos no debieron ser conside rados im po rtan tes o peligrosos, ya que ni siquiera fueron castigados ni inquietados por la autoridad rom ana ni por el clero oficial judío. Y de he cho el gran movimiento quedó desar ticulado, lo que no impidió que en pequeños círculos las enseñanzas y el
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carisma del fundador fueran recorda dos y sirvieran de base para recompo ner la secta sin que en ello se viera ya ningún tipo de peligro. Desde esta ó ptica da la im p re s ió n de que la muerte del líder tuvo el carácter de castigo ejemplar por parte de la auto ridad romana, para que sirviera de advertencia frente a cualquier aspira ción de rebelión en Judea. Las fuentes de información son es casas y poco claras en lo que se refie re a los años inm ediatam ente subsi guientes a la muerte del fundador. Las noticias sobre los acontecimien tos e x t r a o r d i n a r i o s , q u e tu v iero n como centro la supuesta resurrección del líder, parecen indicar que al m e nos un reducido grupo de discípulos procuró mantenerse unido, alentado por las ideas del maestro, y avivado por el com ún sentimiento de la vuelta de Jesús del m undo de los muertos como símbolo de la necesaria conti nuidad de su doctrina. Estas creen cias debieron ser adecuadam ente uti lizadas por el círculo de discípulos para aglutinar en torno a sí a nuevos adeptos entre los judíos de Palestina y de la diáspora. De esta manera, la com unidad primitiva fue en progresi vo crecimiento y, sobre todo, en algu na de sus formas comenzó a expan dirse fuera del territorio palestino. Todos los indicios parecen apun tar a la formación de diversos núcleos de adeptos, que tuvieron diferente suer te, en esa com unidad primitiva. Se puede individualizar, en prim er lu gar. un grupo de judeocristianos en Galilea, dirigido por Jacobo, p ro ba blemente uno de los herm anos de Je sús, que basado en la relación de p a rentesco de su jefe con el fundador tomó fuerza y aglutinó a un im por tante núm ero de seguidores. Este gru po, como otros que se formaron en el territorio palestino, no tuvo concien cia de escisión del judaism o, a pesar de su espíritu de reforma, por lo que sus miembros seguían observando la Ley y las prescripciones religiosas j u
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días, practicando la circuncisión y considerando a Jesús como un profe ta extraordinario dentro de los cáno nes judaicos. Parece que a la ortodo xia judía añadieron algunos elementos nuevos, como el régimen comunitario de bienes y la exaltación de la pobre za, por lo que el grupo se llamó de los ebionitas (pobres). Quizá fue conside rado por la autoridad judía como una rama farisaica y el grupo no fue in quietado hasta el año 61 en que un sum o sacerdote m andó ajusticiar a su jefe, lo que lanzó a la diáspora a algunos grupos de adeptos ebionitas, que se atestiguan posteriormente for m ando com unidades con su propia literatura evangélica en griego y en a ra m e o (el texto de las seudoclementinas parece que se debe a alguno de estos grupos ebionitas). También los discípulos más desta cados del fundador, en especial Pedro y Jacobo y Juan (hijos del Zebedeo), en Jerusalem aglutinaron a su alrede dor una serie de seguidores judeocris tianos, que se mantuvieron fieles a la Ley y a los preceptos judaicos, pero considerando a Jesús el mesías (el en viado), que tras su gloriosa resurrec ción habría de retornar para hacer realidad su promesa de reino y de sal vación. Parece que Herodes Agripa vio en este grupo un mayor peligro y decretó la muerte de Jacobo y Juan en el año 44, mientras que Pedro se vería obligado más tarde a huir de Jerusa lem sin rum bo conocido (quizá a Pe lla), aunque la tradición le hace llegar con el tiempo a Roma. Al grupo que huyó con Pedro se debe pro bable mente la redacción de las partes fun damentales que com ponen los Evan gelios de Mateo y de Marcos, aunque es difícil establecer u na redacción de fin itiv a de los m is m o s a n te s del año 70. Otro grupo, del que queda constan cia en los Hechos de los Apóstoles, es el llamado de los helenistas, que, enca bezado por Esteban, estaba princi palmente formado po r judíos de la
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con los helenistas la figura del funda dor, Jesús, adquiría rasgos claram en te helenísticos del Dios redentor que muere y resucita, que unido a la idea esenia de la purificación bautismal y a la celebración del banquete ritual de tipo helenístico, establecía las b a ses de un tipo de religión helenizante, que preludia los fundamentos doctri nales de Pablo, con los que el cristia nismo adquirió su dim ensión univer sal, desgajado del judaismo. Así, la original secta judía de Jesús, com en zó a adquirir rasgos diferenciadores, en especial al salir del territorio de Palestina e im plantarse lentam ente entre judíos de la diáspora en las ciu dades griegas del Oriente helenísti co. Pronto surgiría, de hecho, la co m unidad de Antioquía, en la que se mezclaron judíos helenizados, judeocristianos y no judíos, como chiprio tas o cirenaicos, bajo la d enom in a ción genérica de «cristianos», que se atestigua aquí por prim era vez. De igual m odo se formaría la com unidad de Alejandría, que ya a mediados del siglo Ϊ está bien atestiguada. Y lo mis mo puede decirse de la com unidad de
diáspora que se h abían establecido en Jerusalem. Por los datos que tene mos de su jefe, Esteban, este grupo se opuso abiertamente a la ortodoxia j u día, corrompida, y consideró como idólatras las prácticas rituales del Tem plo de Je ru sa le m , p o r lo que veían en Jeüs el enviado para restau rar la pureza espiritual del judaismo. Lógicamente la casta sacerdotal judía oficial reaccionó rápidam ente contra este grupo y tras una serie de tum ul tos provocados por el Sanedrín, Este ban fue públicamente lapidado. Sus seguidores fueron sistem áticam ente perseguidos en Jerusalem, por lo que se vieron obligados a h uir y disper sarse por Palestina y regiones griegas próximas. Este grupo de los helenis tas es importante porque en él se vis lum bran ya ciertos rasgos de univer salismo con su separación del culto de Jeru salem , a u n q u e su m en saje quedará aún circunscrito a los círcu los judíos. Por otro lado, el martirio de su jefe y la persecución de sus adeptos hasta su dispersión ya supo nía una ruptura neta con el judaism o ortodoxo. Por último, y sobre todo.
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Roma, que, según el edicto de C lau dio, en el añ o 49 ya p are c e estar formada. En estas com unidades primitivas el debate interno se establecería entre las tendencias universalistas, p artid a rias de la inclusión de gentiles co n vertidos a la nueva religión, y las ten dencias conservadoras judeocristianas, que sólo concebían esta religión en térm in o s ju d ío s y en un contexto cultural y étnico estrictamente judío. Finalmente, y aunque las ideas conser vadoras judeocristianas se mantuvieron por m ucho tiempo en no pocas co munidades, la expansión cristiana se debió al triunfo de u na concepción u n iv e rs a lis ta b ien c o n s tr u id a p o r Pablo de Tarso.
5. Pablo y la expansión cristiana Hasta el m om ento el elem ento j u dío había sido el predom inante en las manifestaciones y doctrina de una re ligión que, aún siendo ya diferenciable del judaism o estricto, era practi cada por una secta judía, y apenas había sufrido contam inación de á m bitos extrajudíos. Por ello, las prim e ras com unidades no habrían pasado de ser unas sectas judías si no hubie ra sido por su im plantación en las grandes ciudades del Oriente griego, por su contacto con el m und o cultu ral helenístico, su expansión al m u n do de los «gentiles» y, sobre todo, por el protagonismo que en este proceso hacia el universalismo tuvo Pablo de Tarso. La proporción de elementos de la cultura helenística en la primera expansión cristiana po r Oriente es muy alta y, desde luego, incuestiona ble, aunque a veces no sea fácil indi vidualizar esas influencias. Ya desde finales del siglo III a. C., el m undo helenístico, angustiado por una situación decadente de los valo res clásicos, había vuelto sus ojos h a cia u nas diferentes y heterogéneas
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creencias y prácticas religiosas que tenían en com ún la búsqueda de sa tisfacción moral y de salvación futura como respuesta al inquietante m undo en el que surgieron. El contacto con culturas extranje ras había potenciado la tendencia a sistematizar los conceptos religiosos y las personalidades divinas en una teología cosmopolita donde todos los dioses fueran compatibles dentro de un esquema diseñado con criterios f u n d a m e n ta lm e n te griegos. Y, así, desde la óptica griega se asimilaron y se rein terp retaron viejas religiones orientales, como la babilónica o la egipcia. La asimilación de los rituales mistéricos de divinidades egipcias a los rituales m istéricos típicam ente griegos (como los de Eleusis) produjo una fusión religiosa universal muy atractiva, cuyos adeptos proliferaron en todo el m undo helenístico. El mis mo proceso helenizador se produjo con otros dioses orientales, como At tis y Cibeles, Astarté o Mitra, cuyos seguidores fueron tam b ién en a u mento con la continua búsqueda de satisfacción religiosa en cultos de ca rácter mistérico. Característica com ún a todas estas religiones mistéricas era la revelación divina, que se manifestaba siempre en una encarnación, un padecim ien to ritual, una muerte y una ulterior re surrección, con lo que la divinidad correspondiente quedaba glorificada, bien se trate de Osiris, de Adonis, At tis o Dionisos. La muerte y la resu rrección gloriosa lleva consigo la sal vación de los seguidores del dios. Esta idea soterológica en las religio nes mistéricas se manifiesta específi camente en la iniciación de los adep tos a los ri t u a l e s m is té ric o s q u e transmiten al neófito la posibilidad de com partir con el dios el destino de salvación m ediante u n a identifica ción con él. Por ello los rituales de iniciación son tan importantes en es tos cultos, e incluyen un bautismo de agua o sangre, una investidura y otros
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actos de purificación, tras los que el iniciado se integra en la com unidad de fieles y puede ya participar en la comida ritual de carácter teofágico, consistente en pan y vino (a veces también leche, miel o carne), en la que el dios se convierte en alimento de sus fieles y por este medio pasa a formar parte de ellos mismos, trans mitiéndoles su poder salvador. Pero al lado de este éxito de las reli giones mistéricas, en el ambiente filo sófico del m u n d o helenístico flota constantemente la idea del dios uni versal, único y suprem o, que p ara unos fue Zeus-Serapis, y para otros alguno de los dioses salvadores o re dentores, liberadores de los pecados o de los males que aquejan a la h u m a nidad. Junto a esta idea se desarrolló tam bién con no menos éxito el con cepto de la encarnación divina en un hom bre {théios anér = dios hombre), o de la manifestación del dios (epiphanés), que se aplicaba a los grandes personajes o incluso a los reyes hele nísticos. como característica del culto real (al rey divinizado). Además de estas m odas religiosas, que son la consecuencia de una épo ca que busca respuestas a una situa ción general de crisis moral e intelec tual, el desarrollo filosófico de la época condicionó tam bién las situa ciones religiosas. Así. el platonismo extendió la idea de la necesaria libe ración del alma inmortal aprisiona da: el estoicismo preconizaba la exis tencia del único dios-logos. que es sim ultáneamente espíritu y materia, acción y ser. También los cínicos pre tendían encontrar una fórmula de li beración de las pasiones en las fa tigas y s u frim ien to s s o p o rta d o s a im ita c ió n de H eraklcs. La m ism a evolución del pensamiento filosófico helenístico desembocó en la gnosis no cristiana, cuyo objetivo era tam bién la salvación del h o m b re m e diante la revelación y la participación en prácticas mistéricas. Todas estas ideas, unidas al gusto
por la magia, la superstición y la as tronomía, tan frecuente en la época, confluyeron en la creación de un a m biente propicio en el m undo helenís tico para que u na religión de origen judío como la de Jesús, de la m ano de un judío helenístico, Pablo, no sólo arraigara, sino que, además, adquirie ra dimensión universal, como la sín tesis de todas esas ideas religiosas, fi losóficas y creencias helenísticas, que fueron adecuadamente integradas en ese proceso de universalización de una secta judía, originalmente peque ña y sin demasiadas pretensiones. El gran protagonista de ese proceso de dinam ización fue Pablo de Tarso.
6. Pablo de Tarso El s o b re sa lie n te interés que tiene Pablo es que contribuyó de forma de cisiva a sacar el cristianismo de los márgenes en los que pretendía el judeocristianismo más radical. Para los paganocristianos la Ley judía carecía de sentido, jam ás la h ab ían practica do y por lo tanto se sentían libres de ella de una forma natural. El proble ma surgió cuando algunos judeocristianos quisieron forzar el paso previo por la Ley a los paganos para que p u dieran tener acceso al cristianismo. Ello constituía una novedad, puesto que en un principio no se exigía la circuncisión a los paganos converti dos. Este cambio de actitud corres pondía a las tensiones que por enton ces surgieron entre el ju d a is m o y Roma. Estos judeocristianos con sus exigencias h abrían buscado consoli dar sus lazos con esa minoría de nue vos adeptos frente a Roma. El tema era de la m ayor im portancia si se tie ne presente el poco éxito que alcanzó la predicación de Pablo entre los j u díos y el rechazo que los paganos convertidos sintieron hacia la obser vancia de los preceptos judaicos. Pa blo fue quien formuló el carácter de decisiva novedad que el cristianismo suponía frente al judaismo. Esta in-
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cilicia de Tarso (ca. 10). A com pañaba pues su formación judía de otra hele nística propia de los judíos de la diás pora. Su forma de pensar, tras la con versión en torno al 36, se hubo de ir concretando a lo largo del prim er via je misional que em prendió por C hi pre, Panfilia, Pisidia y Licaonia. Las dificultades encontradas a causa de los judíos y las inquietudes suscitadas en Antioquia por judeocristianos ve nidos de Judea que indicaban el ca rácter obligatorio de la circuncisión, forzaron el llam ado Concilio de Jeru salem (49), del que salieron victorio sas, no sin mutuas reservas, las pro puestas de Pablo. Desde el año 50 hasta el 67 en el que se sitúa su muerte, Pablo de Tarso tuvo ocasión de fundar e influir en múltiples com unidades cristianas.
dep e n d en cia la arg u m e n ta b a a d u ciendo la libertad que proporciona la gracia de Dios que supera y rechaza la pretensión de querer alcanzar la justificación a través de la Ley, es de cir, de las prescripciones rituales y la circuncisión. La fe en Cristo había abolido la Ley. Pero esta forma de pensar tenía sus consecuencias políti cas, pues se desvinculaba de nociones reivindicativas asociadas al judaism o de la época y se lanzaba con una de cidida voluntad de integración en el marco del Imperio Romano. Desde esta perspectiva se entienden ciertos pasajes de Pablo en los que reco mienda la sumisión a la voluntad de los magistrados por ser ello la volun tad de Dios. Para plasm ar estas ideas contaba Pablo con su nacimiento en la ciudad
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W m tm 2.° VIAJE (49-52 d. C.). H H · 4.° VIAJE (preso, 58-63 d C.).
Viajes de S. Pablo (según M. Carrez).
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El cristianism o primitivo
II. El cristianismo después de Pablo
1. El cristianismo y el Imperio romano a) Nerón En términos generales las autoridades dades romanas, hasta el año 64, se m ostraron benévolas con la existen cia y predicación de los cristianos, cu yos misioneros seguían afanosam en te los rastros dejados por la diáspora judía. Aún más, fue la presencia ro m ana o el temor a su intervención, como se pone de manifiesto en los Hechos de los Apóstoles, lo que im pi dió en ocasiones que los cristianos re cibieran malos tratos o fueran lincha dos. Ni siquiera con Nerón se aprecia una hostilidad contra ellos hasta el año 64. Sin embargo, a partir de en tonces hubo un cambio radical en la política general de N erón y también en lo que· se refiere a los cristianos. Pero si bien el cambio de actitud es manifiesto, lo que no lo es tanto es la causa o causas por las que decidió Nerón perseguir a los cristianos en Roma. Tácito, en un conocido pasaje, asocia la persecución con la inten ción de N e ró n —el c a u s a n te — de buscar un responsable para el incen dio de Rom a del 64. Sin embargo, Suetonio, que en su biografía de este em p e ra d o r m en cio n a sus m edidas
anticristianas y le hace culpable del incendio, no alude a esta explicación según la cual Nerón habría pretendi do transferir su culpa sobre los cris tianos. No obstante, Suetonio sí se re fiere a la condición de superstitio nova y malefica del cristianismo que justifi có la represión de Nerón por el con junto de perversiones que se le aso ciaban. Este parece en efecto haber sido el fundamento de la persecución y no una ley específica contra ellos. La tradición hizo a Pedro y a Pablo víctimas de esta persecución.
b) Los Flavios Tras la muerte de Nerón los cristia nos disfrutaron de un período de paz probablemente por la conciencia que tuvieron los prim eros em peradores Flavios del carácter inocuo de los miembros de esta secta. Esta situa ción se alteró con Dom iciano en el 95, quien estimuló una persecución que traspasó los límites de Roma y al canzó a diversos lugares del Imperio. Ilustra la situación del cristianismo en este m o m en to u n a noticia co n servada por Casio Dion en la que se dice que Flavia D om itila y Flavio Clemente —a am bos hace cristianos la tra d ic ió n — fueron acusados de «ateísmo», algo por lo que otros «des lizados hacia las costumbres judías»
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Persecución de Nerón (año 64) «Mas ni con los remedios humanos ni con las larguezas del príncipe o con los cultos expiatorios perdía fuerza la creencia infa mante de que el incendio había sido orde nado. En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpa bles y sometió a los más rebuscados tor mentos a los que el vulgo llamaba cris tianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tibe rio por el procurador Poncio Pilato; la exe crable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas. El caso fue que se empezó por detener a los que confe saban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquéllos, a una ingente multi tud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto del odio al
habían sido condenados. El dato es importante por varios motivos puesto que, por una parte, muestra la culpa religiosa que se im putaba a los cris tianos; por otra, indica la confusión que todavía existía entre cristianos y judíos, y por fin. señala el atractivo que incluso para la aristocracia co menzaba a tener el cristianismo.
c) Los Antoninos C ontrapunto de la actuación de Domiciano fue Nerva, que desde el pri m er m o m e n to h izo m a n ifie s ta su voluntad de no actuar contra los cris tianos. De tiempos de Trajano, su su cesor al frente del Imperio, es el docu mento oficial más antiguo que se nos ha conservado sobre las relaciones entre Roma y los cristianos. Se trata de una carta de Plinio el Joven, quien desde Bitinia escribe a Trajano pi diendo instrucciones sobre qué hacer con los cristianos; el docum ento se fe cha entre el 109-113. La respuesta del em perador fue que los cristianos no debían ser buscados, salvo que hubie-
género humano. Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que parecían des garrados por los perros tras haberlos hecho cubrise con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche. Nerón había ofrecido sus jardines para tal espectáculo, y' daba festi vales circenses mezclado con la plebe, con atuendo de auriga o subido en el carro. Por ello, aunque fueran culpables y merecieran los máximos castigos, provocaban la com pasión, ante la ¡dea de que perecían no por el bien público, sino por satisfacer la crueldad de uno solo.». (Tácito, Anales, XV, 44, 2-5. Trad. J. L. Moralejo) «... persiguió a los cristianos, linaje de hom bres entregados a una superstición nueva y maléfica...» (Suetonio, Nerón, XVI, 2. Trad. M. Bassols)
ra u n a denuncia no anónima. Es im portante que en la respuesta de Trajano no se hiciera m ención del tema de las a s o c ia c io n e s de los cristian o s m encionado por Plinio en su carta. El silencio, si se tiene presente la sus picacia del em perador en esta m ate ria, significa que los cristianos no se consideraban políticamente peligro sos. Ello insiste en el carácter religio so e individual de la culpa por la que tras una denuncia no anónim a —no por una indagación de oficio por los magistrados com petentes— un cris tiano podía ser juzgado. La impreci sión de los términos del rescripto de Trajano nos muestra que se trataba de una solución de com prom iso entre el pujante cristianismo y los paganos más intransigentes que veían en él una religio illicita inaceptable. Otro rescripto de Adriano al pro cónsul de Asia, M inu cio F u n d a n o (124-125), significó u n a leve ruptura en favor de los cristianos del equili brio poco firme establecido en el res cripto de Trajano. A driano en el d o cum ento se negaba a que se inter-
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viniera de forma más enérgica contra los cristianos y ratificaba la fórmula de Trajano añadiendo, además, que el acusador debía aportar pruebas en las denuncias a cristianos y que el g o b e r n a d o r d e b ía c a s t i g a r a los calumniadores. En tiempos de A n ton ino Pio no hubo innovaciones legislativass, a u n que el equilibrio, que con Adriano se había roto levemente en favor de los cristianos, se volvió de nuevo a alte rar también levemente, pero ahora en su contra. Ello se deduce de un res cripto fechado en el 141 y que el em perador envió a un legado de la Galia Lugdunense en el que se fijaban las medidas a tomar contra los introduc tores de sectas y religiones fuera de razón. El rescripto, aunque no m en cionaba a los cristianos, podía —y de
hecho lo fue— ser utilizado contra los cristianos. La nueva tendencia se hizo explícita en la ruptura de la nor ma de no buscar expresamente a los cristianos, que se rom pió en algún caso, como fue el de Policarpo de Esmirna. Un índice para seguir la creciente expansión del cristianismo en el Im perio R om ano es la mayor atención que le prestan los autores paganos de la época al fenómeno. Gracias al apo logista cristiano Minucio Felix cono cemos el escrito del sofista Frontón contra los cristianos. En la obra se re cogían las perversiones que se atri b u ían a los cristianos, tales com o adorar la cabeza de un burro, antro pofagia durante los rituales e incesto. La actitud de desprecio, más o menos benevolente según los casos, fue la tó
Relieve del Arco de Tito con objetos del tem plo de Jerusalén.
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Noé saliendo del Arca. (fines del siglo III). Cementerio de los Santos Pedro y Marcelino, Roma.
nica apreciable en los intelectuales paganos que por uno u otro motivo se refirieron a lo largo del siglo II a los cristianos. Es de destacar en este sen tido la obra de Celso, conocida en buena medida por la réplica que reci bió de Orígenes a mediados del siglo III, el Discurso verdadero (ca. 180), en la que de forma pormenorizada ofrecía una exposición y refutación del cris tianismo. La información que de los cristianos tenía Celso y la preocupa ción que delata la obra, es u n indica dor de los progresos alcanzados por el cristianismo a finales del reinado de Marco Aurelio a pesar de la dispo sición negativa que éste tenía hacia los cristianos. El com portamiento de M arco Au relio para con los cristianos tuvo dos
fases. En la primera se mantuvo la tendencia de época de Antonino Pio, aunque algunas fuentes cristianas h a blan de intensificación de las perse cuciones, fruto quizás de reacciones contra los seguidores de esta supersti tio por la peste que se difundió por el Imperio. Pero en lo fundamental se siguió con la norm a de Trajano: el de lito de los cristianos es una culpa reli giosa privada que se puede perseguir tras una denuncia no anónim a. A pe sar de ser esta la tendencia, en el acta de martirio de Justino se aprecia el interés del magistrado por aspectos de la vida asociativa cristiana. Ese nuevo interés prenunciaba el cambio que iba a sobrevenir y que inaugura ba u na segunda etapa. Com ienza ésta en el 177 con persecuciones en distin tos lugares (Asia, Grecia y Galia). El proceso que en Lyon se siguió contra los cristianos presentaba novedades importantes: investigación de oficio contra los cristianos, con lo que se rompía la norm a de Trajano, e inutili dad de la apostasia para evitar la con dena. Ello supone que Marco Aurelio se determinó a intervenir de forma di recta contra los cristianos. La causa que provocó este cambio quizás pue da hallarse en el radicalismo de los m ontañistas que se percibió como algo contrario a los intereses del Im perio. Por ello además se explicaría la insistencia con que los apologistas de la época defienden la lealtad cristia na para con Roma. A pesar de esta disposición más ri gurosa contra los cristianos en tiem pos de Marco Aurelio, bajo su hijo C óm odo los cristianos, como organi zación, van a salir a la luz pública como propietarios de lugares de culto y cementerios de la misma manera que los m iem bros de asociaciones (collegia) de carácter funerario y cul tural. La situación era en cierta m edi da paradójica, porque el cristianismo seguiría siendo considerado una reli gio illicita y como tal podían ser perse guidos sus adeptos.
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d) Los Severos Algunas fuentes hablan de una pers e c u s ió n en tiem p o s de S ep tim io Severo. Sin embargo, en la actualidad se niega que hubiera una persecución general bajo este emperador, aunque h u b o levantam ientos anticristianos en Egipto y Norte de Africa. Pese a ello, la época de los Severos se entien de como de tolerancia para con los cristianos y esta disposición se justifi caba por el reconocimiento entre los cristianos, excepción hecha de los montañistas, de que debían respetar
ciertas normas de convivencia y p ar ticipar en la vida del Imperio. Con Alejandro Severo, el último de la di nastía, aún se m ejoró la situación para los cristianos. El sincretismo de creencias de este emperador, descrito por la Historia Augusta, era un punto de partida adecuado para sostener una actitud tolerante. U na primera reacción a esta cre ciente cris tia n iz a c ió n del Im p erio tuvo lugar con M axim ino el Tracio (235). Parece, no obstante, que no emitió un edicto contra los cristianos. Este cambio de actitud se explica por
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Figura de orante. A la derecha la Madre y el Niño (siglo III), Cementerio de Priscila, Roma.
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Cristo llevado a los cielos en el carro del Dios-Sol.
la mayor im plantación de los cristia nos en las capas altas del Imperio. Precisamente en el 244 asumió el p o der imperial un prefecto del pretorio de nom bre M. Tulio Filipo o Filipo el A ra b e, a q u ie n la tra d i c ió n h a c e cristiano.
e) Decio y la segunda mitad del siglo III La pro pagand a de Decio com o res titutor sacrorum tras la caída de Filipo apunta hacia una nueva reacción a n ticristiana que se hizo más evidente con las persecuciones. Este em pera dor exigió que todos los ciudadanos participaran en un sacrificio general (250). Resultado de esta m edida fue
que algunos cristianos sacrificaron, que otros obtuvieron el corresp on diente «certificado» (libellus) como si hubieran sacrificado, y, por fin, quie nes no consiguieron eludir la medida sufrieron martirio. En las zonas en que la actitud anticristiana era más fuerte fue donde tuvo mayor efecto este edicto (Africa y Egipto). U na persecución posterior en tiem pos de Valeriano tuvo u na notable in fluencia en el desarrollo de las rela ciones con el Imperio, pues supuso, aunque fue con la intención de perse guirlos, reco nocer a los cristianos como un a co m u n id ad con u na es tructura propia, constituida jerárqui camente y con un patrimonio. En los prim eros años de su reinado (253257) este em perador fue benévolo con los cristianos, pero después emitió u n a serie de edictos en su con tra (257-258) y en el segundo de ellos dis ponía que se privara a senadores y caballeros cristianos de su status, y si tras sufrir esta pena perseveraban, de bían ser co n d e n a d o s .a muerte. Por tanto, no bastaba la apostasia para el perdón. No se buscaba por tanto pro piciar la integración de los cristianos, sino persuadir a cualquier persona para que no engrosara las filas ya n u merosas de esta secta. Estos edictos fueron acom pañados de una serie de intervenciones directas por las que impuso el cierre de lugares de culto, confiscó cem enterio s y lugares de reunión y exilió a obispos y presbíte ros. Tales actuaciones suponían un reconocimiento del cristianismo como una asociación organizada jerárqui camente y con propiedades. La acep tación de este hecho, aunque fue para perseguir a los cristianos, significó que si se revocaba tal edicto se co n vertía al cristianismo en una religio li cita. Esto sucedió con Galieno (260) y sus sucesores Claudio y Aureliano, su tolerancia se avenía con el carácter sincrético del monoteísmo solar por ellos propugnado. La vitalidad del cristianismo en la
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segunda mitad del siglo III fue noto ria. Tras la persecución de Decio las com unidades cristianas se recupera ron con rapidez. El epistolario de C i p r i a n o de C a rta g o , p o r e je m p lo , muestra el ánim o con el que se reem prendió la reorganización de la co m u nid ad cristiana. Este esfuerzo cris talizó en u na rápida expansión del cristianismo en los ámbios rurales, en un considerable aum ento del número de obispados y, en fin, en una conso lidación y expansión del cristianismo en cuanto opción religiosa y orga nización.
f) Diocleciano La política c o n s e rv a d o ra de D io cleciano de vuelta a la tradición reli giosa rom ana significó el fin de la to lerancia y un regreso a las persecucio nes. Esta nueva d isposición no se hizo efectiva, salvo ocasionalm ente en el ejército, durante aprox im ad a mente los primeros veinte años del reinado de Diocleciano (248-303). Sin em bargo, desde p rin cip ios del 303 hasta principios del 304 se emitieron cuatro edictos que dieron paso a la llamada G ran Persecución. Con estas medidas se pretendía limpiar de to dos los elementos contrarios a la tra dición rom ana el Imperio. El primero de los edictos se orientaba a impedir el culto, con el segundo se pretendía arrestar a los jerarcas de las co m u ni dades, en el tercero se prometía la li bertad a los encarcelados si consen tían en realizar sacrificios y lib a ciones y el cuarto edicto exigía a to dos los habitantes del Imperio sacrifi car a los dioses. La aplicación de es tas medidas con sus penas anejas fue desigual en el Imperio. R esultaron prácticam ente libres de la persecu ción Galia y Britania, bajo el control de Constancio Cloro. N o obstante, la situación de los cristianos a princi pios del siglo IV estaba ya perfecta mente consolidada y ello se aprecia en el optimismo con el que los cristia
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nos encararon la persecución presen tándose voluntariamente ante los m a g istrad o s (P a le s tin a , Egipto), que estaban desbordados por la tarea, o incluso saqueando santuarios paga nos (Africa). C on la abdicación de Diocleciano en el 305 y la instauración de la Se gunda Tetrarquía, la persecución fue muy distinta en Oriente y en Occi dente. Mientras que en Occidente en la práctica se dejó de perseguirlos, en Oriente se recrudeció la persecu ción y se mantuvo hasta el 311 por el im p u lso que recibió de m a n o s de Valerio. Sin embargo, la reacción de Dio cleciano con sus derivaciones prece dió a un cambio de actitud irreversi ble a favor del cristianismo contra el que nada pudieron agresiones ulte riores.
2. Los fundamentos de las actitudes anticristianas a) Introducción En el Apologético Tertuliano, el vi goroso autor norteafricano, informaRescripto del emperador Trajano
[ca. año 110) «Trajano a Plinio. Has seguido, Segundo mío, el procedimiento que debiste en el despacho de las causas de los cristianos que te han sido delatados. Efectivamente, no puede establecerse una norma general, que haya de tener como una forma fija. No se los debe buscar; si son delatados y que dan convictos, deben ser castigados; de modo, sin embargo, que quien negare ser cristiano y lo ponga de manifiesto por obra, es decir, rindiendo culto a nuestros dioses, por más que ofrezca sospechas por lo pasado, debe alcanzar perdón en gracia de su arrepentimiento. Los memoriales, en cambio, que se presenten sin firma, no deben admitirse en ningún género de acu sación, pues es cosa de pésimo ejemplo e impropia de nuestro tiempo.» (Plinio, Cartas, X, 97. Trad. D. Ruiz Bueno)
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ba sobre los tumultos anticristianos que surgían en el Imperio con las si guientes palabras: «El T iber se ha desbordado en la ciudad, el Nilo no se ha desbordado en los campos, se declara el ham bre o la peste, inm e diatamente se grita: «los cristianos a los leones». La cuestión que plantea este pasaje y a la que se pretende dar respuesta es por qué los cristianos se convertían en objeto de la an im a d versión de las gentes, al menos de al gunas entre las que vivieron, o, expre sado de otra manera, cuales son las peculiaridades que les distinguieron y que bajo ciertas condiciones de pre sión les convirtieron en «chivos ex piatorios». El tem a es im p o rta n te porque, por una parte, las persecucio nes generales fueron pocas y de una relativa corta duración, y, po r otra, la ambigua legislación, como se ha vis to, que sobre los cristianos existía, re
quería que se generase un sentimien to anticristiano para que se plasm ara en presiones, denuncias, procesos y condenas. Por tanto ¿qué caracteriza ba y aislaba a los cristianos para que concitaran el odio de algunas p er sonas?
b) Problemas teóricos E1 crtistianismo, por su misma for ma de com prender la divinidad, su puso una ruptura con las concepcio nes al uso en la cultura grecorromana. El dios cristiano, como el judío, era celoso y excluyente. A diferencia de los dioses paganos que acostum bra b a n po r lo c o m ú n a co m p artir de buen grado su condición divina, el Dios cristiano relega a todos los de más dioses, los del panteón clásico y los restantes, a la condición de démones malvados que acechan a los h o m
Interior de una sepultura en las catacumbas de S. Sebastián, Roma (siglo III).
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Símbolos cristianos: crismón, ancla y pez (siglo III). Catacumbas de S. Sebastián.
bres para conducirlos por el camino del mal y de la idolatría. A esto llam a b an los paganos el ateísmo cristiano. Esta disposición de ánim o no podía sino sorprender y parecer osada. A fin de cuentas, decían los paganos, se trataba de un dios bárbaro, cuyo ori gen y novedad ciertamente no facul taba a sus seguidores para tratar con desdén a los dioses tradicionales. Esta creencia en un Dios único y otros aspectos de la doctrina cristiana que igualmente sorprendían a los p a ganos, los sustentaban los seguidores de esta nueva opción religiosa con u na absoluta seguridad, por en ten derlos fruto de una revelación divina.
Así, lo que para unos era objeto de una fe fuera de toda duda y discusión, para los otros era un conjunto de dis lates defendidos con una arrogancia in aceptable, que a d e m á s aten ta b a co n tra u n a vieja y v en e rab le t r a dición.
c) Problemas sociales Pero el cristianismo no sólo provo caba poblem as de carácter teórico, sino que tam bién afectaba a muchas cuestiones prácticas y cotidianas. Todo fenómeno religioso a medida que se desarrolla y adquiere rango institucional hace crecer en su entor-
38 Peregrino y los cristianos (ca. año 170) «Fue entonces, precisamente, cuando co noció la admirable doctrina de los cristia nos, en ocasión de tratarse, en Palestina, con sus sacerdotes y escribas. Y ¿qué os creéis? En poco tiempo les descubrió que todos ellos eran unos niños ¡nocentes, y que él, sólo él, era el profeta, el sumo sacer dote, el jefe de sinagoga, todo, en suma. Algunos libros sagrados él los anotaba y explicaba; otros los redactó él mismo. En una palabra, que lo tenían por un ser divino, se servían de él como legislador y le dirigían cartas como a su jefe. Todavía siguen ado rando a aquel gran hombre que fue crucifi cado en Palestina por haber introducido entre los hombres esta nueva religión. Prendido por esta razón, Proteo fue a dar con sus huesos en la cárcel, cosa que le granjeó mayor aureola aun para las otras etapas de su vida y con vistas a la fama de milagrero que tanto anhelaba. Pues bien; tan pronto estuvo preso, los cristianos, con siderándolo una desgracia, movieron cielo y tierra por conseguir su libertad. Al fin, como esto era imposible, se procuró al menos proporcionarle cuidados y no pre cisamente al buen tuntún, sino con todo el interés del'mundo. Y ya desde el alba podía verse a las puertas de la cárcel una verda dera multitud de ancianos, viudas y huérfa nos e incluso los jerarcas de su secta dormían con él en la prisión, previo soborno de los guardianes. Luego eran introducidos toda clase de manjares, se pronunciaban discursos sagrados y el excelente Pere-
no una larga serie de actividades so ciales, culturales y económicas. U na creencia religiosa a la larga supone un templo, un patrimonio, un servi cio de culto y, por consiguiente, unos sacerdotes, unos fieles, una atención a los mismos, que puede ser muy va riada, y unas celebraciones. Todo ello requiere no poca energía y una finan ciación y también, en tomo a todo ello gravitan múltiples actividades subsi diarias que van desde la mendicidad al artesanado. En consecuencia, cuando un cris tiano se manifestaba* en contra de u n a s creen c ia s religio sas no sólo atentaba contra unas ideas más o me-
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grino —pues todavía llevaba este nom bre— era calificado por ellos de nuevo Sócrates. Es más: incluso desde ciertas ciudades de Asia llegaron enviados de las comunida des cristianas para socorrer, defender y consolar a nuestro hombre. Porque es increíble la rapidez que muestran tan pronto se divulga un hecho de este tipo. Y es que —para decirlo con sus propias pa labras— no tienen bienes propios. Y ya tienes que va a parar a los bolsillos de Peregrino —procedente de manos de esas gentes— una gran suma de dinero en razón de su condena; con ello le ayudaron, y no poco, monetariamente. Y es que los infeli ces creen a pie juntillas que serán inmorta les, y que vivirán eternamnte, por lo que desprecian la muerte e incluso muchos de ellos se entregan gozosos a ella. Además, su fundador les convenció de que todos eran hermanos. Y así, desde el primer mo mento en que incurren en este delito re niegan de los dioses griegos y adoran en cambio a aquel filósofo crucificado y viven según sus preceptos. Por eso desprecian los bienes, que consideran de la comuni dad, si bien han aceptado estos principios sin una completa certidumbre, pues si se les presenta un mago cualquiera, un hechi cero, un hombre que sepa aprovecharse de las circunstancias, se enriquece en po co tiempo, dejando burlados a esos hom bres tan sencillos.» (Luciano, Sobre la muerte de Peregrino, 11-13. Trad. J. Alsina)
nos venerables, contra unas prácticas más o menos vigorosas, sino que tam bién agredía a una serie de intereses que giraban en torno a las creencias en cuestión. Por este motivo, san Pablo se en contró con u na violenta oposición con los plateros de Efeso, que veían peligrar por la predicación cristiana su negocio de construcción de tem pletes d ed icado s a Artemisa. Otro caso semejante, aunque menos explí cito, nos es relatado en la carta que Plinio el Joven envió a Trajano para pedirle instrucciones sobre los cristia nos. En este docum ento el legado de Tranajo narraba como la carne de las
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El cristianism o prim itivo
víctimas de los sacrificios no encon traban fácil com prador por la prolife ración de cristianos. Así, la difusión de las prácticas cristianas podía afec tar en ocasiones incluso a los car niceros. Existían, además, una serie de es pectáculos y prácticas festivas que eran consideradas por los cristianos censurables. La denuncia de estas ac tividades, que en algunos casos los cristianos com partieron con ciertos intelectuales paganos de la época, sin duda también hubo de contribuir a su impopularidad. Taciano, en su Dis curso a los griegos, con la agresividad del talante radical que caracteriza su opción cristiana, tachaba por ejem plo de inmoral el teatro clásico y de in hum anas las luchas de los gladia dores. Observaciones similares y no menos contundentes pueden encon trarse en Tertuliano. Al no participar de estas actividades, que gozaban de una gran popularidad,Tos cristianos se aislaban y señalaban. Pero al emi tir unos juicios tan severos los cristia nos hacen algo más que aislarse, se hacen acreedores de ultrajes. Y ello no sólo por el hecho de oponerse a u n as prácticas muy p opulares que suscitaban encendidas aficiones, sino porque estas prácticas cum plían otras funciones además de entretener. Por medio de los espectáculos y juegos, las aristocracias del Imperio ratifica ban su status, paliaban las tensiones derivadas de las diferencias sociales y se hacían merecedoras del aprecio de sus conciudadanos. En consecuencia, quien denunciaba estos usos, no sólo criticaba unas fórmulas de esparci miento más o menos extendidas, sino también a las personas relevantes que financiaban, en ocasiones no sin es fuerzo, estos espectáculos y com pe tían entre sí para darles m ayor es plendor. También fue feroz el ataque de Ta ciano contra prácticas im portantes del siglo II y que tenían una vertiente intelectual y otra vital: la Filosofía y
la Sofística. Que el tema era influyen te y que la tensión existía se evidencia por la polémica que m antuvo Justino con Crecente, el filósofo cínico, o el tono peyorativo con que aparecen descritos los cristianos por Elio Aris tides o Luciano. Estas opiniones, aunque no se m a nifestaban con la misma intensidad siempre y en todas partes, contribuye ron a individualizar la opción cristia na y a provocar entre algunos paga nos, en es p e c ia l los m ás c o n s e r vadores, la animadversión contra es tos arrogantes seguidores de una sec ta religiosa reciente y bárbara, como la calificaba Celso.
d) Problemas políticos La integración política de los cris tianos en el Imperio no fue tarea fácil, aunque ciertamente a pesar de las ex cepciones fue aum entando desde la segunda mitad del siglo II. Celso, en su Discurso verdadero, acusa a los cris tianos de sediciosos en repetidas oca siones. Su propia organización aso ciativa provocaba recelos. Podem os co m en z ar h a b la n d o de las repercusiones que tenía la negati va cristiana a participar en el culto imperial. Es un tema que aparece con alguna frecuencia en las actas de los mártires. En ellas se relata como se pedía al cristiano que sacrificara o ju rara por el genio del emperador. La negativa del cristiano que usualmenComentario de Marco Aurelio sobre los cristianos (ca. año 170) «¡Cómo es el alma que se halla dispuesta, tanto s¡ es preciso ya separarse del cuerpo, o extinguirse, o dispersarse, o permanecer unida! Mas esta disposición, que proceda de una decisión personal, no de una simple oposición, como los Cristianos, sino fruto de una reflexión, de un modo serio y, para que pueda convencer a otro, exenta de teatralidad.» (M. Aurelio, Meditaciones, XI, 3. Trad. R. Bach)
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Akal Historie del M undo Antiguo
te va acom pañada de un rechazo ge neral hacia todos los dioses paganos los delata como pertenecientes de la secta y da argumentos para m a n d a r los al suplicio. ¿Qué significaba esta actitud del cristiano? Sin du da algo importante pues el culto imperial era u na práctica religioso-política por la que se simbolizaba la u nidad y leal tad de las pro vin cias y el ejército para con el emperador. Era además u na práctica muy difundida con va riantes geográficas y sociales, que se manifestaba de diversas maneras: el em perador aparecía asociado a los dioses en las monedas, se levantaban estatuas de su persona con caracteri zaciones divinas o hechas de metales preciosos reservados para representar divinidades, se jurab a por su nombre, se realizaban procesiones en su h o nor, se conm em oraba su nacimien-
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