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ROMA
Director de la obra Julio Mangas Manjarrés (Catedrático de Historia Antigua de ia Universidad Complutense de Madrid)
Diseño y maqueta: Pedro Arjona
«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright».
© Ediciones Akal, S.A., 1991 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Tels. 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 Depósito Legal: M .4 7 2 6 -199 1 ISBN: 84-7600 274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600 631-4 (Tomo LIV) Impreso en Grefol, S.A. Pol. II - La Fuensanta Móstoles (Madrid) Printed in Spain
AGRICULTURA Y MIMERIA ROMANAS DURANTE EL ALTO IMPERIO J . M. Blázquez
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Indice
Págs. Introducción ........................................................................................................................ I. II.
A gricultura de Italia .............................................................................................
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A gricultura provincial frente a la agricultura itálica ............................... 16
III. M inería ........................................................................................................................ 1. H ispania ................................................................................................................. 2. G alia ........................................................................................... ........................... 3. B ritania .................................................................................................................. 4. N órico, Panonia, D alm acia y M esia Superior ............................................ 5. Dacia, Alburnus M aior ....................................................................................... 6. Siria ........................................................................................................................ 7. Grecia .................................................................................................................... 8. Asia M enor .......................................................................................................... 9. África ..................................................................................................................... 10. Egipto ......................................................................................................................
38 38 55 55 56 59 63 63 65 66 66
Bibliografía ......................................................................................................................... 69
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Agricultura y minería romanas durante el Alto Imperio
Introducción
Repartidores de tierras. Latifundios y fortunas La agricultura fue la base de la econo mía en la Antigüedad, de aquí su impor tancia excepcional. Con el gobierno de Augusto, la situación de la econom ía rom ana sufrió transform aciones. La paz y el nuevo régim en instaurados por A ugusto m otivaron la recuperación rá pida de la agricultura, que había su frido m ucho durante las guerras civiles con las expropiaciones y las num erosas reparticiones de tierras a los veteranos. Se ha calculado que sólo C ésar asentó unos 80.000 hombres en H ispania y A u gusto repartió lotes de tierra a unos 200.000 veteranos. El régim en agrario no se m odificó profundam ente, aunque se introdujeron nuevas relaciones de pro piedad. Augusto com pró con su dinero las tierras que se repartieron a los vete ranos; según su propio testim onio, con servado en la Res G estae (III, 16, 22), pagó 600.000.000 de sestercios por las tierras de Italia y 260.000.000 por las de las provincias. Se ha calculado que cada lote de tierra oscilaba entre 8 a 10 yugadas, pero en las reparticiones de tierras de Em erita, la capital de la re ciente provincia Lusitania, los lotes fue ron m ucho m ayores. Sin em bargo, no entró en la política de A ugusto, ni en la de sus sucesores, tem iinar con el la
tifundio, que existió pujante. El caso más conocido es el del liberto Trimalción, inm ortalizado por Patronio en su Satiricón, obra que se fecha general m ente en época de Nerón. La creación de sus latifundios debe datar de época de Tiberio: aspiraba a ser dueño de m edia Italia y Sicilia. Se tiene noticia de otros grandes propietarios. El más rico propietario de época julio-claudia, C ornelio Lentulo, tenía un patrim onio de 400 m illones de sestercios (Sen. de ben. II, 27, 1). El liberto Cecilio Isi doro alim entaba en sus propiedades 3.600 parejas de bueyes, 257.800 cabe zas de ganado m enor y 4.116 esclavos y tenía 60 millones de sestercios. M iem bros de la casa im perial, com o Livia y sus hijos, Tiberio y Druso, y su nieto G erm ánico, llegaron a contar con gran des propiedades. Estos latifundios o eran hereditarios o procedían de inversiones. El em perador en los dos prim eros si glos era el m ayor propietario del Im pe rio. Las propiedades imperiales aumenta ban considerablem ente por la confisca ción de los bienes de los condenados, o por testam ento y legados de los par ticulares a los em peradores. Se conser van noticias de que las adquisiciones de los em peradores y de sus familiares aum entaron considerablem ente en Asia M enor, Á frica y Egipto. N erón confiscó las tierras de grandes latifundistas de Africa, lo que convirtió a los emperado
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res en los m ayores propietarios, pero había otros muchos. A com ienzos del Im perio se creó una nueva alta clase de terratenientes, pro cedentes de las provincias o m unici pios, cuyo capital eran las tierras. Los historiadores Tácito y D ion Casio han conservado las cifras de capitales de algunos m iem bros de esta nobleza. Las de L. Anneo Seneca y Q. V ibio Crispo alcanzan los 300 m illones (Tac. Ann. 13, 42, 2; Dial. 8; dio Cass. 61. 10.3; Marc. 4, 54, 7). A 200 m illones ascen dían los de C ay o S a lu s tio P a se n o Crispo y T. C lodio Eprio M arcelo (Tac. Dial. 8). Otras fortunas eran m enores. La de Gavio Apicio llegaba a los 110 m illones y a 100 la de L. Tario Rufo (Sen. Cons. 10, 10; Plin. 18, 6, 37). A com ienzos del s. n, el hom bre m ás rico del Imperio contaba algo m enos de 288 m illones (Plut. Vita Pub. 15, 3). Se ha calculado la fortuna de Plinio, rico te rrateniente itálico, en 20 m illones. Los caballeros que form aban la bu rocracia del Im perio no sólo vivían del com ercio, de la recaudación de las con tribuciones y de las especulaciones fi
nancieras, sino tam bién de las explota ciones de las tierras. Invertían sus ganan cias en la com pra de cam pos. Sin em bargo, la riqueza de los caballeros no com petía ni con la de la aristocracia, ni con la de algunos libertos fam osos, que alcanzaron un gran poder, como los de Claudio, Palaute, Calixto y N ar ciso, que tenían fortunas de 300, 200 y 400 m illones (dio Cass. 60, 34, 4; Tac. Ann. 12.53.2; Plin. 33.10.134), lo que les convertía en los hom bres pri vados m ás ricos del Imperio. En las colonias y m unicipios hubo una gran clase media. Para pertenecer al ordo de los decuriones se necesitaba una for tuna de 100.000 sestercios, que se alcan zaba principalm ente con la explotación de la tierra. Los latifundios, a com ienzos del Im perio, se explotaban m ediante esclavos, com o trabajaba sus tierras Petronio, pero a finales del s. i y com ienzos del s. i i , Pli nio el Joven lo hacía m ediante colonos. Los em peradores Adriano y la dinastía de los A ntoninos crearon una clase de pe queños propietarios, que hicieron la gran prosperidad de A frica en los siglos n y m.
Estatua de Diana. Itálica
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I. Agricultura de Italia
La crisis de la agricultura itálica. Diversas opiniones sobre sus c a u sa s La agricultura en Italia no m ejoró fun damentalmente con las condiciones crea das por el gobierno de Augusto. Italia fue a com ienzos del Im perio deficitaria de cereales. A ugusto alude en su Res Gestae (1, 5.33; 3. 15. 11. 20; tam bién Tac. Ann. 2.87; 4.6.4; 6. 13.1; 12, 43) a las dificultades con que se encontró en el abastecim iento de cereales a la capital del Im perio, que se mantenía gracias a las aportaciones de las pro vincias. Su sucesor, Tiberio (Tac. Ann. 3 .5 4 .4 ) p la n te ó e s te p ro b le m a al senado, lo que indica que lo conside raba acuciante. Claudio construyó un puerto cerealista en O stia (dio Cass. 60. 11. 1-5; Plin. 9,6.14; 16.36, 202; Sust. Claud. 20.3). A veces, com o en los años 51 y 69, las existencias de trigo eran m uy exiguas. Los escritores antiguos cayeron per fectam ente en la cuenta de que Italia no producía los cereales suficientes para alim entar a su población. Ya el poeta Lucrecio (De rer. nat. 150) en la pri m era m itad del s. i a.C. se refirió a la esterilidad creciente del suelo, teoría que fue seguida por T rem elio Escrofa (Col. de rer. 2.1.2.) y que alcanzó una gran aceptación entre el público. En reali
dad Trem elio Escrofa aconsejaba dejar descansar la tierra. Colum ela, de ori gen hispano, y latifundista en Italia, se opuso a esta teoría, y propuso una forma racional de la explotación del suelo. Es necesario saber cultivar la tierra, según este agrónomo. Sus ideas están muy próxim as a las de los tratadistas m o dernos de agricultura. Se dirige su obra a los grandes latifundistas. La eficacia y el aum ento productivo son la meta de su tratado. Insiste este autor en los aspectos teóricos de la explotación agrí cola y en la racionalización del sistema productivo. Los esclavos son los que realizan las labores agrícolas. Deben vivir en las fincas y hacer todos los trabajos necesarios. No les asigna C o lum ela a ellos una actividad artesanal. Las m ujeres se dedican a confeccionar prendas para uso dom éstico y no para fines industriales. Colum ela no excluye el trabajo asalariado, al que se acude para la recogida de la uva o de la miel. No queda claro en el tratado si estos jornaleros son libres o esclavos de otros propietarios. C olum ela se refiere tam bién a los co lonos. En Colum ela hay ya huellas de la oposición del trabajo servil y libre, que te r m in a r á c o n la v ic to r ia de e ste último. La explotación agrícola, tal como la concibe Colum ela, necesitaba de una gran m áquina adm inistrativa y era anti
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económica. Había que mantener los escla vos m uchos m eses al año sin trabajar. Este hecho fue un factor constante de la crisis agraria de época imperial. El trabajo servil decayó por no haber el recam bio necesario y porque se cons tituyó m ano de obra m enos especiali zada, pero a m ás bajo precio. Otros au tores m odernos han pensado que su de cadencia vino originada, para ello es m enos probable, por ser de m ediocre calidad, por el escaso rendim iento de los esclavos. Son muy atinadas las consideracio nes que sobre este problem a hace M.T. Finley: “El rendim iento cualitativo de la fuerza de trabajo esclava es el punto esencial para proceder a una conside ración de su eficiencia y rentabilidad, y, por tanto, de las opciones abiertas a los patrones en la A ntigüedad. Es éste un tem a intratable por obra de dogm as y seudo-pruebas, en su m ayoría basa dos en juicios m orales. H ay una larga línea de escritores, de la m ás variada coloración política, que aseguran que el trabajo esclav o es in eficien te, al m enos en la agricultura, y a fin de cuen tas no costeable. Esta afirm ación ha bría asom brado a los griegos y rom a nos propietarios de esclavos, quienes durante m uchos siglos no sólo creye ron alegrem ente que estaban obteniendo de sus esclavos considerables ganan cias, sino, lo que es m ás, derrochándo las. No m enos habría asom brado a los plantadores de Brasil y del M ississippi, cuyas ganancias sobre la inversión eran com parables a las de las regiones no esclavas del N uevo M undo. Se asevera entonces, com o segunda “línea de defensa”, que la esclavitud im pidió el progreso tecnológico y el crecimiento de la productividad, que aun el servil “colonado” de fines del Im pero rom ano, predecesor de la servi dumbre medieval, era más eficiente por que los coloni (para no hablar de los aparceros libres) “se interesaban más que los esclavos en los frutos de su labor”. D ogm a otra vez: hay que re m ontarse a la Inglaterra y la Francia
del siglo xiv antes de que la produc ción de trigo, por ejemplo, pudiera equi pararse regularm ente al rendim iento cua druplicado que parece haber sido con siderado com o la m eta para las pose siones de la antigua Italia cultivadas por esclavos; y se puede señalar cierto avance tecnológico precisam ente donde la esclavitud se m ostró m ás brutal y opresora, en las m inas de España y en los latifundios rom anos. Carecem os de datos para calcular la rentabilidad de la esclavitud antigua, que de todas m aneras sería muy difícil; no tenem os m anera de evaluar su ren tabilidad relativa en la A ntigüedad en com paración con otros tipos de fuerza de trabajo. Tampoco los antiguos pu d ie ro n h a c e r lo s p rim e ro s c á lc u los, pero sí supieron que regularm ente o b te n ía n in g re so s s a tisfa c to rio s. El segundo cálculo, el relativo, ni siquiera pudieron imaginarlo. ¿Con qué alternati vas podían com pararlo? Los plantado res y m anufactureros sureños podían observar a sus colegas del norte. Pero ¿a quién habían de mirar griegos y roma nos? Más aún, los sureños, habiendo observado, decidieron entrar en guerra a fin de retener la esclavitud, y ese sen cillo hecho histórico debe poner fin a esa clase de argum ento, que aún ejerce tal atractivo en la historia antigua. D esa rrollo económico, progreso técnico y efi ciencia creciente no son virtudes “natu rales”; no siem pre han sido posibilida des y ni siquiera desiderata, al menos no para quienes gobernaban los medios por los cuales tratar de obtenerlos”. El núm ero de esclavos de las fincas era elevado. A Trim alción (Petr. Sat. 117) afirm a un huésped que, “además, c o n ta b a en Á fric a con 3 0 .0 0 0 .0 0 0 , in c lu y e n d o fin c a s y c ré d ito s; y en cuanto a esclavos poseía tantos re partidos por sus tierras de N um idia que incluso podía asaltar C artago”. En los cultivos especializados, com o las vides, los jardines y el cuidado del ganado, se preferían esclavos griegos y orientales. El resultado fue que des cendió la productividad. La hacienda
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agrícola, tal com o la concibe Colum ela, presupone grandes capitales por lo que sus ideas no encontraron gran acepta ción entre los latifundistas. Los ingre sos no revertían en las m ejoras de las fincas generalm ente. Se gastaban en las ciudades. En las controversias entre cul tivadores de la vid o de los cereales, Colum ela se inclina por los primeros. Piensa que un solo viñador puede cui dar 7 yugadas. C onstaba el trabajador unos 8.000 sestercios; 7.000 sestercios la totalidad de las yugadas, y las plan tas con sus soportes 2.000 por yugada. Es decir, 29.000 sestercios en total. Los gastos totales durante dos años ascen dían a 32.480 sestercios a un interés del 6%. C olum ela calcula la ganancia neta en 4.351 sestercios. C olum ela no está m uy interesado en el cultivo del olivo. Probablem ente el aceite bético era más barato que el itálico y acabó desplazándolo del m ercado de Italia y de las provincias. Se detecta una au sencia, en los grandes latifundistas ro m anos, de racionalidad económ ica. Los Apiones, que gastaban grandes sumas de dinero en m ejorar la producción de sus fincas, son una excepción en el Impe rio Rom ano y su actitud era ajena a la m entalidad rom ana. Otro obstáculo fue que en la Italia del siglo i la liquidez m onetaria no debía ser m uy grande. Donde hubo esta liquidez m onetaria, com o en Á frica y en las provincias del O riente, la agri cultura no entró en retroceso. En estas provincias se docum entan los grandes latifundios de cultivo intensivo y la media y pequeña propiedad explotada por colonos libres.
Los latifundios Sobre la extensión de los latifundios hay algunos datos. T rim alción aspiraba a recorrer desde C am pania a Sicilia sin salir de sus dom inios. Se supone que la villa de B oscoreale producía 938 hl de vino de la m ejor calidad, cuyo valor era de 157.500 sestercios. El del aceite
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alcanzaba unos 200.000 sestercios anua les, lo que significa una entrada neta de 30.000 sestercios. En el m om ento de su destrucción, un hom bre, que huyó con el famoso tesoro, llevaba una bolsa de m o n e d a s de o ro e q u iv a le n te a 100.000 sestercios. Otras m onedas ha lladas en la villa sum aban 3.700 ses tercios. De una finca de Cum as, pro piedad de Trim alción (Petr. Sat. 53), en un día, el 26 de julio, “nacieron 30 niños y 40 niñas. Se recogieron de la era a los graneros 500.000 m odios de trigo (unos 43.700 He.). Fueron pues tos al yugo 500 bueyes”. La extensión de estos latifundios era en o rm e. T rim a lc ió n (P etr. Sat. 48) afirm a que todo lo que consum e pro cede de una finca que todavía no había visto: “Dicen que confina por un lado con Terracina y por otro con Tarento”, que distaban unos 300 km. Plinio el Viejo es consciente de la decadencia de la agricultura itálica. E s cribe para gentes hum ildes y se opone a los terratenientes absentistas y al tra bajo de los esclavos (18.6.36). Es par tidario del trabajo de las tierras por los colonos libres y por el propietario di recto. Colum ela (De re rust. 1.3.12), que censura que los latifundios se aban donaran al pasto extensivo, ataca a los propietarios que no podían recorrer a caballo en una sola jornada los límites de su finca, lo que parece indicar una extensión de 2.500 Ha. Colum ela, que critica la inexistencia de escuelas y de m aestros para los agricultores, ataca ás peram ente el absentism o de los dueños de sus fincas, que era lo com ente,. La progresiva concentración de las tierras es uno de los fenóm enos más significativos de la evolución de la es tructura agraria de época imperial. Pli nio el V iejo (8.43.167) afirmó que los latifundios hundieron a Italia, y vio en ellos la causa de la decadencia de la agricultura itálica y de las provincias que los tenían. Latifundios existían en las provincias. Seis propietarios se repartían la m itad de África (Plin. 18.6.35), com o se ha
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dicho ya antes. G randes dom inios im periales están docum entados en Africa. En Egipto y en Á frica los latifundios no se tra b a ja b a n m e d ia n te g ra n d e s m asas de esclavos. Progresó la gran propiedad en m anos de senadores y em peradores. L a pro piedad m unicipal se m antuvo sin cam bios sustanciales, y la propiedad libre tendió a dism inuir. Desde los años de A ugusto a los del gobierno de Trajano, dism inuyó, según el testim onio de ías Tablas de V eleya y de Benevento, al núm ero de propie tarios y aumentaron los latifundios. Este proceso se localiza principalm ente en el norte de Italia. En las Tablas de Ve leya la yugada valía 2.500 sestercios. La propiedad de m ayor extensión tenía 800 yugadas y valía 1.800.000 sester cios, y las m ás pequeñas 25. En las Tablas de Benevento el valor de la pro piedad m ayor subía a 500.000 ses tercios. Plinio (13.15.92) habla de que 1.400.000 sestercios era el precio de un latifundio, que sería de unas 350 Ha. Sin em bargo, la pequeña y m edia pro piedad no desapareció de Italia nunca. La extensión de las villas próxim as a Pom peya en tiem pos de la destrucción de la ciudad por el Vesubio era de 80 ó 250 yugadas, según algunos autores. Las Tablas alim entarias prueban la exis ten c ia de p e q u e ñ a s p ro p ie d a d e s en época de Trajano. Sin em bargo, se introdujeron sustan ciales m odificaciones en la estructura del gran latifundio a finales del s. i, el cultivo a gran escala se sustituyó por el cultivo a pequeña escala dentro de la gran propiedad. Plinio el Joven, a finales del s. i o a com ienzos del siguiente, cultivaba sus tierras, repartidas desde el valle del Po a Roma, con colonos, que siempre debie ron trabajar en la agricultura itálica, y se gastaba los ingresos en la ciudad. Para este autor la com pra de una buena finca siem pre era un negocio in cierto. M enciona propiedades en venta próxim as a las suyas. H abía dificulta des grandes en encontrar buenos colo
nos (Epist. 5, 14, 8; 7, 30, 3; 9, 36, 3). Este autor alude en su correspondencia al m al cultivo de las tierras, a lo poco que pagaban los colonos y a la escasez de la m ano de obra. Plinio es partidario de m odificar el contrato de arrenda m iento en un contrato de aparcería, pues los colonos frecuentem ente no pagaban. Todo esto hacía que no hubiera incen tivos para la m ejora de las tierras. Se ha supuesto que el rentero pagaba más de un tercio del fruto, que era la canti dad estipulada en Á frica para los culti vadores en tierras im periales abando nadas. Las rentas obtenidas por Plinio se han calculado en m ás de un millón de sestercios. Los satíricos M arcial (I, 55. 3; 3. 58; 31-40; 66, 10-12, etc.) y Juvenal (6, 149; 7, 188; 9, 59, etc.) aluden frecuentem ente a la m iseria de los colonos. Los emperadores dictaron algunas me didas encam inadas a paliar la desas trosa situación de algunos agricultores. El senado dispuso que los deudores pa gasen sólo 2/3 de su deuda. Tiberio ordenó que se dispusiera para los deu dores de un dinero público para prés tam os, sin interés durante tres años, saliendo garantizados por las hipotecas de las fincas de un valor doble al del préstam o (Tac. Ann. 6. 16-17). Domiciano dio la plena posesión de las tie rras. B ajo N erva se reanudó la c o lonización. Trajano y sus sucesores con cedieron préstam os a bajo interés a pro pietarios pequeños. Los intereses se dedi caban a fines asistenciales (Plin. Pan. 26-28). Este m ism o em perador obligó a los senadores de las provincias a inver tir un tercio de sus bienes en tierras en Italia (Plin. Epist. 6. 19. 4), cifra que M arco A urelio descendió a un cuarto, lo que es un índice de que las tierras no eran negocio. Todas estas medidas no lograron las finalidades pretendidas.
Modelos de fincas C olum ela (De rer. 1.9.7) se im agina la villa situada entre cam pos para prados
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y de cereales, cañizales y plantaciones de vides, olivos y árboles. Los escla vos que la trabajaban, form aban cua drillas, divididas en decurias, vigiladas por un monitor. La villa debía tener paneras para conservar el grano. Debía ser cóm oda para que los propietarios la habiten con gusto (De rer. 1.4.8). D ebía tenerse en cuenta la salubridad de la región y la abundancia de agua (De re. n. 1.5, 1-3). Podía colocarse la villa delante de un río (De rer. 1.5.4) defen dida de los vientos. Junto al mar, es tará colocada sobre rocas y no en la playa (De rer. 1.5, 6-7). No debía si tuarse cerca de los pantanos, fuentes de paludism o (De rer. 1.5.7). Las partes de la villa son, según Colum ela, la ur bana, la rústica y la fructuaria. La pri m era contaría con habitaciones de in vierno y de verano (De rer. 1.6, 1-2). Los esclavos habitaban la parte rústica. D ebía tener un ergástulo para los escla vos encadenados. D ebía haber cuadras para el ganado, al aire libre para el ve rano y cubiertas para el invierno. El vilicus vivía junto a la puerta, donde se almacenan los aperos de labranza (De rer. 1.6, 6-7). Los pastores se alojaban junto a los rebaños (De rer. 1.6.8). La parte fructuaria se divide en varios apar tados según se dedique al aceite, al vino, al heno, etc. (De rer. 1.6, 19). C olu mela da consejos en su obra al terrate niente encam inados a conservar los pro ductos. Próxim os a la villa estarían co locados el horno de pan y el m olino: el autor describe las villas de los lati fundios. M arcial, a finales del siglo i, ha de jado dos descripciones de la finca que le regaló M arcela, cuando, hastiado de la vida de Rom a, volvió a su patria ch ica, B ilb ilis. Se trata de una fe cha propiedad. D ice así el poeta bilbilitano: “...de m í ha hecho un cam pesino mi Bilbilis, orgullosa de hierro y oro, reen contrada tras m uchos diciem bres. Aquí, en m anos de la pereza, en agradable trabajo cultivam os B oterdo y Platea -q u e así de rudam ente llam an a estas
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tierras los C eltíberos-, disfruto de un sueño profundo y obstinado, que a m e nudo ni la hora tercera logra interrum pir, y me repongo así de tanto como he velado durante treinta años. N o se conoce la toga; si lo pido, se me da cualquier ropa que ande en alguna silla desvencijada. Al levantarm e, me recibe una lumbre que, en espléndido m on tón, alim enta el vecino encinar, y que la casera corona de gran núm ero de ollas. Llega luego el cazador, y uno al que tú desearías tom ar en el secreto de los bosques; el casero, con dulces m o dales, reparte su ración a los esclavos, m ientras les pide que dejen ya esos lar gos cabelllos. A sí es com o me agrada a m í vivir, y así m orir” (E p 12. 18). Y en la segunda: “Este bosque, estas fuentes, esta som bra que tejen pám pa nos erguidos, esta co m en te canalizada de agua fertilizante, estos prados, esta rosaleda en m odo alguno inferior a las de Paestum, dos veces productivas, este huerto que verdea en el m es de enero y que no se hiela, estas anguilas fam i liares que nadan en un estanque ce rrado, este blanco palom ar que alberga aves tan blancas com o él: tales son los presentes de mi dama: a mi vuelta al cabo de siete lustros, he aquí la m an sión y el pequeño reino con que M ar cela me ha obsequiado. Si N ausicaa me concediera los jardines de su padre, yo podría decirle a A lcino: prefiero los m ios” (Ep., 12, 31).. Trim alción (Petr. Sat. 77) describe la casa de su finca: “Entre tanto, con la protección de M ercurio, ha edificado esta casa. Com o sabéis era un tugurio, ahora es un palacio. Tiene 4 com edo res, 20 dorm itorios, 2 porches de m ár mol; en el piso de arriba, un comedor, una habitación en la que duerm o yo, el nido de esa víbora, y un buen apar tamiento para el portero; y las habitacio nes para seis huéspedes” . Plinio el Joven (Epist. 5.61) ha des crito bien su finca: “La villa situada en las faldas de la colina tiene la m ism a vista que si estuviese en la cima (...). En gran parte está orientada al m edio
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día, y en verano, a partir de la hora sexta, en invierno un poco m ás tarde, parece que invita al sol a penetrar en una am plia galería de longitud propor cionada. M uchas estancias están orien tadas hacia nosotros, lo m ism o que un atrio al gusto antiguo. Delante de la galería hay una terraza dividida en varios com partim entos con seto de boj: después, bajo un pequeño relieve de tierra, el boj está recortado formando figuras de animales, que com baten entre sí: la parte baja está recu bierta de acanto, blando y suave, casi diaríam os fluido (...). Al final de la galería se abre un tri clinio (...). Casi en frente de la m itad de la galería se encuentra, un poco re tirado, un pequeño patio som breado por cuatro plátanos. Entre éstos brota de una pila de m árm ol gran cantidad de agua, y con sus leves chorros alim enta los plátanos de alrededor y todo lo que se encuentra debajo de ellos. En este apartamento hay una habitación para des cansar, en la que no penetra ni la luz, ni el alboroto, ni los rum ores, y al lado de la habitación un pequeño gabinete para cenar todos los días, con personas de confianza; desde allí se divisa por un lado, aquel pequeño patio, por el otro, el pórtico y todo lo que se ve m ás allá. Hay otra habitación que recibe el verdor y la som bra del plátano cercano, adornada con m árm oles en la parte in ferior de las paredes, y no cede al m ár mol en belleza un fresco que representa ram as y pájaros, que se posan en ellas. Hay tam bién una pequeña fuente y bajo la fuente una cubeta, y en torno a todo esto unos canalillos que crean un agra dabilísim o m urm urio. En el ángulo de la galería, una gran habitación se enfrenta con el comedor; desde algunas ventanas se divisa una terraza, desde otras, el prado, pero antes que éste la piscina, que cae debajo de las ventanas, grata a la vista y al oído; ya que el agua, al caer desde lo alto, espum ea sobre el m árm ol que la re coge. Esta habitación está m uy abri gada incluso en el invierno, porque el
sol la inunda por com pleto. Está unida a la c a le fa c c ió n su b te rrá n e a , pues, cuando el tiem po está nublado, se suple con el envío de vapor. Luego, la trasalcoba del baño, espaciosa y alegre; a continuación, la sala de baño frío, donde hay una tina grande y fresca. Si se quiere nadar am pliam ente y en agua tibia hay en el patio una piscina, y muy cerca un m anantial, que perm ite refres carse de nuevo si hace m ucho calor. De las salas de baño frío se pasa a las de baño templado, donde el sol se m ues tra generoso, y m ás todavía a la del baño caliente, porque esa da al exte rior. Hay allí tres balsas, dos expuestas al sol, la tercera con m enos sol, pero no m enor luz. E ncim a de la trasalcoba se halla el esferisterio o cancha de p e lota, que perm ite m ucha variedad de ejercicios a m uchas personas al mism o tiem po. No lejos del baño están las es caleras que conducen a la galería y, prim eram ente, a tres apartam entos. Uno de ellos mira al pequeño patio de los cuatro plátanos, el otro a la padrera, el tercero a las viñas con un panoram a com pletam ente distinto. Al extrem o de la galería hay una ha bitación, tom ada de la m ism a galería, que m ira el hipódrom o, a las viñas y a los m ontes. A neja hay otra habita ción expuesta al sol, especialm ente en invierno. A quí com ienza un apartamento que une la villa con el hipódrom o. Este es el aspecto y el destino de la parte frontal de la villa (...). Al extrem o del hipódrom o, un banco sem icircular de m árm ol cándido, cu bierto por una vid, sostenida por cuatro colum nillas de m árm ol caristeo. Desde el lecho, com o exprim ida por el peso del que allí yace, el agua se desliza por unos canalillos, yendo a parar a una piedra vaciada, siendo recogida luego en una preciosa pila de m árm ol, y está preparada de tal m odo que, sin que se advierta, se llene sin desbordarse nunca. Los platos para los entrem eses y los m anjares más im portantes se colocan al borde la fuente, los de los m anjaes m ás ligeros flotan por aquí y por allí
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sobre vasijas, que representan navícu las o avecillas. Al frente, una fuenta lanza chorros de agua y la recupera, porque después de ser lanzados a lo alto, caen sobre sí m ism os, m ediante un sistem a de canalículos que la absor ben y la em pujan. U na pequeña alcoba, situada frente al asiento, le confiere tanta gracia y belleza cuanta recibe. Está toda resplandeciente de m árm oles, dom ina desde sus puertas y se insinúa en el verdor, y otros verdores se esparcen ya sea desde lo alto, ya sea desde la parte baja de las ventnas superiores e infe riores. Una alcoba se interna luego for m ando una sola cosa con la habitación, y, no obstante, diferente. Hay allí una cam a y ventanas por todas partes, y, no obstante, la luz está tem plada por las som bras circundantes. La parra, lozana y frondosa, trepa por el techo hasta lle gar a lo m ás alto. A quí parece que no estás acostado en tu casa, sino en un bosque, solo que no estás expuesto a la lluvia com o en el bosque. También aquí hay un surtidor que salta y desa
parece al m ism o tiem po. U nos asientos de m árm ol dispuestos acá y acullá son muy gratos, no m enos que la m ism a habitación, para aquellos que se han fatigado con el paseo. Cerca de los asien tos hay fontanelas; por todo el hipó drom o hay riachuelos con sus m urm u llos, conducidos por canalículos, dóci les a la m ano que los dirige; con ello se riegan ora unas zonas verdes, ora otras, y a veces todas sim ultáneam ente.” Representaciones de villas se cono cen varias en la pintura pompeyana. Sue len tener dos pisos, porticados, y la en trada al atrio. A veces delante de la entrada hay colocado un tem plete coro nado por una cúpula y detrás un jardín con diferentes edificios, com o en el ta blinum de la casa de Lucretius Fronto, en Pom peya. Otras veces las villas se encuentran junto al m ar, com o en Stabies. En la pintura de Pom peya, como en la de la “fontana picola”, se repre senta otro tipo de villa rústica de C am pania. La casa es una torre colocada dentro de una tapia.
La rentabilidad de algunos viñedos excepcionales
por vanidad, rasgo destacado de su carácter y, dándoselas de experto en la materia, hizo replantar de nuevo las viñas (pastinatio) bajo la dirección de Esteneio. Al cabo de ocho años, logró un prodigio apenas creíble, pues la cosecha que obtuvo se adjudicó, toda vía por recolectar, en cuatrocientos mil sestercios. Acudieron muchos a contem plar la enorme cantidad de uvas que colgaban de las cepas (...), y final mente, Aneo Séneca, el primero de su época por sus co n o cim ie n to s y su poder, tan excesivo al final que le con dujo a la ruina, nada interesado en banalidades y que, sin embargo, se inte resó por este predio hasta el punto de no avergonzarse en, despreciando otras y por puro deseo de ostentación, ad quirir aquella joya por el cuádruplo de su valor, casi diez años después de que se comenzara a explotar.
En nuestra época, pocos ejemplos ha habido de grandes viñadores, pero por eso mismo, tanto menos debemos om i tirlos, para que se conozcan las re compensas que cabe esperar. Gran fama conquistó Acilio Esteneio, liberto, por haber cultivado, en el territorio de Nomentum , sesenta yugadas de v i ñedos, no más, y haberlos vendido por cuatrocientos mil sestercios (...). Pero la mayor gloria corresponde, gracias al mismo Esteneio, a Remio Palemón, céle bre gramático, que hace veinte años compró un terreno por seiscientos mil sestercios en el camino que sale de la vía Nomentana, a la altura del décimo miliario. Nadie ignora que los terrenos de los alrededores de Roma son de bajo valor y, sobre todo, los de esta zona, con predios mal cultivados y suelo de mala calidad. Comenzó a culti varlo, no por amor a la virtud, sino
Plinio el Viejo, Historia Natural, 14, 47-50.
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II. Agricultura provincial frente a la agricultura itálica
La com peten cia de las provincias a la econom ía itálica Se sostiene con frecuencia en la inves tigación m oderna que la agricultura itá lica perdió su suprem acía sobre las pro vincias que exportaban sus productos agrícolas a Rom a. Es indudable que al gunos productos agrícolas com petían fa vorablem ente con los itálicos. A sí el geógrafo griego E strabón, con tem p o ráneo de A ugusto, afirm a del sur de Hispania (3.2.4.), “Turdetania (la Bética) es m aravillosam ente fértil, tiene toda clase de frutos y m uy abundantes, la exportación duplica estos bienes, por que los frutos sobrantes se venden con facilidad a los num erosos barcos de co m ercio... (3.2.6): De Turdetania se ex porta trigo, m ucho vino y aceite, éste no sólo adem ás en cantidad, sino de calidad insuperable... La excelencia de las exportaciones de Turdetania m ani fiéstase en el gran núm ero y el gran tam año de las naves; los m ayores n a vios que arriban a Puteoli y a Ostia, puerto de Rom a, proceden de aquí y su núm ero es casi igual al que viene de Á frica”. M agníficam ente señala E stra bón en estos párrafos la im portancia de la exportación agrícola de H ispania y de Á frica a Rom a. Plinio (14.71) m en ciona los vinos lacetanos, tarraconen ses, lauronenses y baleáricos que se ex
portaron al sur de la Galia y a Italia. Termina el naturalista latino su Historia Natural (37. 203) afirmando que la Penín sula Ibérica es fértil en cereales, aceite, vino y caballos, en lo que coincide con Trodo Pom peyo, escritor galo de época de A ugusto, extractado por Justino (44, 1): “En ella hay abundancia de trigo, de vino, de m iel y de aceite”. El vino hispano y galo hicieron com petencia al itálico, ya en época de Augusto, y m oti varon en época de Dom iciano una inter vención estatal protectora del viñedo itá lico, que tendió a increm entar la pro ducción del trigo, prohibiendo plantar n u e v o s v iñ e d o s en Ita lia y que se destruyeran la m itad de las provincias (Suet. Dos. 7.2.). Esta m edida prueba que había exceso de vino y escasez de cereales. Trim alción rehace su fortuna con la im portación de A sia de produc tos alim enticios de prim era necesidad. Trim alción dio a sus com ensales “una torta de queso fría, bañada en miel caliente m ezclada con un excelente vino de H ispania” (Petr. Sat. 66). Colum ela (De rer. I, Praef. 20) se lam enta de que el trigo se im portaba de las provincias, principalm ente de Á frica Proconsular, de Egipto y de Sicilia, y el vino de la Galia, de la Bética y de las islas del Egeo. La confirm ación arqueológica de estos datos sacados de los escritores es el depósito de ánforas del m onte Testaccio de Rom a, casi todo hecho con
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los restos de ánforas hispanas, que en su m ayoría contenían aceite y en m enor núm ero vino hispano. La fecha de esta exportación hispana de aceite y vino a Rom a y a las fronteras abarca desde el s. i hasta el 260 aproxim adam ente. A p a rtir de la ép o ca de C o m m o d o el aceite africano, que era de peor calidad que el hispano y que en principio se utilizaba para el baño y el alum brado, hizo su aparición im portante en los m er cados itálicos. T. Frank, el gran econo m ista del Im perio Rom ano, ha calcu lado que el m onte Testaccio tiene unos 40 m illones de ánforas aproxim ada mente, en su casi totalidad procedentes de Hispania, con predom inio del aceite y vino sobre las salazones. En total, unos 2.000 m illones de litros. El precio del ánfora oscilaba entre 20 y 40 ses tercios. El valor total del m onte Testac cio lo ha calculado este autor en 1.200 m illones de sestercios. Según cálcu los de T. Frank, el consum o anual de vino y aceite oscilaba entre 112 y 7
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m illones de litros anuales, respectiva m ente, y que el 50% o algo más del vino consum ido en Rom a procedía de Hispania, siendo todavía m ayor la impor tación del aceite, lo que suman unos ingresos de 60 y 40 m illones de sester cios respectivam ente. En opinión de A. Belil, el cálculo de T. Frank es bajo y hay casi que doblarlo. Incluso en regio nes agrícolas, com o Cam pania, se hap hallado ánforas de aceite hispánico. Todos estos datos prueban la suprem a cía agrícola de las provincias sobre la de Italia.
Hortalizas y frutales La producción de hortalizas y fruta les fue im portante. A lgunos productos alcanzaron precios elevados, como las alcachofas de Cartagonova y de Cór doba, que producía, esta última, 6.000 sestercios (Plin. 19.152). En Italia se introdujeron nuevos frutos, com o el
Horno de la cocina en la casa del anfiteatro de Mérida
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m ijo (Plin. 18.7) y las cerezas (Plin. 15.25, 102). El esparto se cultivaba principalm ente en Hispania, en las proxim idades de Ampurias y de C artagonova (Str. 3.4.9.). El cultivo del lino se generalizó en el valle del Po (Plin. 19.1.7.10).
agrim ensor gaditano la im portancia en las fincas de las aves, a cuya crianza dedica todo el libro VIII. En las fincas se criaban palom as, gallinas, pavos, tór tolas, patos y gansos. Fam osas eran las gallinas de N um idia y de Guinea. Tam bién eran conocidos los faisanes en las fincas.
G anado Las fincas solían ser m ixtas, dedicadas al ganado y a la agricultura. Colum ela es partidario de la cría del ganado para fertilizar el suelo. En Italia, el valle del Po, Cam pania, los A peninos y el sur de Italia eran regiones m uy apropiadas para la cría del ganado. La Bética tenía abun d an cia de g an ad o b o v in o (Str. 3.2.4.). La localización en el sur de H is pania de la leyenda del robo por H era cles a G erión de sus bueyes no tiene explicación sino aceptando una abun dancia grande de ganado bovino. En la Bética pastoreaban rebaños de excelentes ovejas, fam osas por la alta calidad de sus lanas, tan celebrada por M arcial (1, 96.5.; 37.3; 9.61.3; 12.98.2) y por Juvenal (12. 40-42), que la atri buía a la bondad de los pastos, a la calidad de las aguas y al clim a, pero que en realidad eran un producto de refinadas selecciones, com o indica C o lum ela (De rer. 7.2.5.). La costa de la provincia rom ana de Asia M enor, y el sur de Italia, principalm ente Tarento, alim entaban grandes rebaños de ovino (Plin. 8.4.8. 190-191), que tam bién se criaban en la G alia y en el valle del Po. H ispania (Plin. 8. 166), al igual que Tesalia, Sicilia, C apadocia y N um idia, criaba excelentes razas de caballos de carreras. Las crías de los asnos, algu nas veces, alcanzaban cifras altísim as, llegando hasta 400.000 sestercios en Cel tiberia (Plin. 8. 170). Colum ela (De rer. 6.27-28) concede gran im portancia a la cría del ganado caballar, asnal y m ular, así com o a la del cerdo (De rer. 7.9.1), ya que gran parte de la pobla ción de Rom a se alim entaba de aceite, vino y de tocino. N o se le escapó al
La agricultura durante los gobiernos de Trajano, de Adriano y de los Antoninos. Las leyes hadrianea y m an cian a De época trajanea se dispone de un do cum ento de prim era m ano, que describe bien la situación de la agricultura en algunas ciudades griegas. Se trata del E uboico de Dion C risóstom o, escritor que pertenece a la aristocracia terrate niente de Bitinia, que recorrió gran parte del Im perio y que fue am igo íntim o de Trajano. Era un buen conocedor de la situación económ ica y social del Im pe rio. Su solución a los problem as agrí colas está próxim a a la sugerida por Trajano. Dion Crisóstom o describe la situación de pobreza de las ciudades griegas, rodeadas de territorios abando nados y estériles. Las ciudades están repletas de una chusm a de parásitos, que frecuentan los lugares de espectá culos y que viven a costa de los perso najes im portantes. El cam po está des poblado, por lo que las ciudades no o b tie n e n n in g ú n b e n e f ic io de él. A firm a el autor que existen grandes extensiones de terreno abandonadas en G recia, que los propietarios entregarían gustosos a los que las quisieran culti var e incluso colaborarían a ello con su dinero. Dion C risóstom o aconseja a los ciudadanos a ocupar y a explotar la tie rra pública, lo que ahuyentaría la zanga nería y la pobreza. Propone el amigo de Trajano la colonización. Los nuevos posesores de tierras no deben pagar con tribuciones durante los 10 prim eros años, después deberán entregar una pe
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queña parte del producto, pero no del ganado. Si se trata de extranjeros, sólo deben estar libres de pagar durante 5 años, y después pagar el doble que los ciudadanos. A los extranjeros que de seen trabajar la tierra, se les concedería la ciudadanía. Se trata de una coloniza ción de base anfitéutica, análoga a la establecida para los colonos del Fun dus V illae M agne Variani, del 116117. Se ha pensado que las ideas de Dion Crisóstom o sobre la reform a agra ria y social provienen del am biente de los grandes propietarios que rodeaban a Trajano, y de la adm inistración im pe rial. El program a de Dion C risóstom o sería el de los grandes latifundistas. Los problem as de la agricultura rom ana en am plias zonas del Im perio en época trajanea serían la despoblación del cam po, el abandono de las tierras y la falta de m ano de obra. Adriano fue el prom otor de entregar las tierras abandonadas, ya pertenece rían éstas al fisco im perial, ya se tra tara de tierras públicas o m unicipales. Esta política fue seguida por todos los em peradores desde N erva a Pertinax e incluso por los Severos. Pretendían los em peradores con esta m edida la crea ción de una clase de m edianos y pe queños propietarios libres, ligados por sus intereses y fieles a la dinastía. El tema ha sido estudiado por el gran his toriador de la Econom ía del M undo An tiguo, M. Rostovtzeff. Esta política fue de una im portancia económ ica y social de enorm es consecuencias. La docum entación de que dispone el estudioso se refiere a los latifundios im periales del valle del B agradas, en el Á frica Proconsular. Se refieren a la re glam entación de los trabajos agrícolas dentro de estos latifundios imperiales. Proporcionan preciosos datos sobre la política agraria im perial, conocida por la Lex Hadriani de rudibus agris y la Lex M anciana, de aplicación más am plia esta últim a, que sólo al Á frica. Estas leyes indican bien claram ente las líneas generales de la política agraria de los A ntoninos. Las inscripciones ha
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lladas en A in-el-D jem ala y Souka-elKhmis, Ain-Massel, Gazr-M eznar y Hen chir M ettich perm iten conocer bien el fenóm eno de la ocupación de las tie rras incultas, y al introducción del cul tivo de la vid y del aceite. En la citada inscripción de H enchir-M ettich se alude a diferentes categorías de trabajadores agrícolas: colonos o pequeños arrenda tarios; los coloni inquilini, que eran los cam pesinos asentados en las tierras y obligados a determ inadas faenas agrí colas, y los stipendiarii, que vivían den tro y fuera del latifundio, que se encar gaban de determ inados trabajos. Estas reparticiones de tierras se die ron a lo largo del s. π y en parte del sig lo s ig u ie n te , p rin c ip a lm e n te en Á frica Proconsular, que sufrió im por tantes transformaciones económicas, que han quedado reflejadas en la obra de A puleyo de M odam a en la segunda parte del siglo n, y que hicieron la gran prosperidad que alcanzó Á frica en este período. Contribuyó tam bién a fijar los problem as nóm adas o sem inóm adas. El África Proconsular se convirtió en una región productora de aceite en gran es cala, que va a invadir poco a poco los m ercados itálicos, cuando la exporta ción hispana decae ya con la revuelta de M aterno, hacia el 180, que afectó tam bién a la Península Ibérica, en la que no sólo participaron soldados fugi tivos, sino tam bién cam pesinos arrui nados, y que fue en Occidente la pri m era señal de una crisis fuerte en la a g ricu ltu ra. En el B ajo Im p erio , el aceite african o in v ad ió a H ispania. África, alcanzó, pues, una gran prospe ridad com o resultado de la política agra ria seguida por Adriano y continuada por los A ntoninos y Severos, que no fue sólo prosperidad m aterial, sino polí tica, ya que de África procedía la Dinas tía de los Severos, y cultural con A pu leyo y Tertuliano. Esta prosperidad fue el resultado de la política agraria de Trajano y de A driano de parcelar las tierras incultas y de crear unos cultiva dores directos, de pequeñas o m edias propiedades. A través de las citadas ins
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cripciones se conoce bien la legislación que regulaba estas reparticiones. La ins cripción de H enchir M ettich es una lex data prom ulgada por dos procuradores im periales, por las que los colonos del Fundus Villae M agne Variani podían cultivar las tierras que habían quedado fuera de la centuriación, siguiendo un antiguo reglam ento (Lex M anciana) que otorgaba al colono el usus propius del terreno que labraba. Los procuradores determ inaban la división de los pro ductos, la m odalidad de la conducción, fijaban las prestaciones de los colonos que debían hacer a los conductores y, en general, las relaciones de éstos con los colonos y en particular las cuotas que los colonos pagaban anualm ente, según la citada Lex M anciana. Los colo nos p ag ab an seg ú n lo re c o le c ta d o . Debían dar a conocer la cuantía de la c o se c h a a los c o n d u c to re s o a los vilici, sus representantes. Este procedim iento tam bién se apli caba a las tierras plantadas de árboles. Los prim eros años, en que los árboles no rendían lo suficiente, o nada, los colonos estaban libres de paga. Si se trataba de nuevas plantaciones de hi gueras o de vides, no se pagaba du rante las cinco prim eras cosechas; si de olivares, durante las 10 prim eras. Esta política se proponía favorecer el cul tivo del arbolado. Adriano dio un paso adelante en esta política agraria. En el año 117 el em perador había legislado que las tierras no fueran tasadas, según las antiguas ta rifa s , sin o seg ú n ta rifa s n u e v a s. Adriano pretendía favorecer el cultivo de la tierra, que hacía que junto a tie rras estatales funcionaba un derecho de un privado, distinción que tam bién se docum enta en la política agraria, se guida por Adriano en Á frica, ya que en las in sc rip c io n e s c itad as de A in -elDjem ala y Ain Onassel se alude a una Lex H adriana de rudebus agris, y de los cam pos que no habían.sido cultiva dos durante 10 años consecutivos. Esta Lex Hadriana se conoce por una ins cripción de época de los Severos de
Ain O nassel, pero los epígrafes de Ainel-D jem ala y de Soukh-el-K hm is, de época de Adriano, presuponen su pro m ulgación. Esta Lex H adrianea perm i tía la explotación de todas las tierras incultas o abandonadas durante 10 años seguidos, y de las tierras aptas para el cultivo de los cereales, de la vid y del olivo. Los colonos tenían el derecho de posesión, de disfrute y de transm itirlo a sus herederos, que es lo que la ins cripción de H enchir M ettich califica com o usus propius, y que era el conte nido m ás significativo de la Lex M an ciana. La Lex H adrianea de Soukh-elKhm is prohibía a los conductores y a los procuradores alterar la cuota de la cosecha y el núm ero de días de trabajo ya establecidos. Adriano se preocupó m ucho durante su gobierno del cultivo del aceite, com o lo indican sus edictos sobre el aceite ático, y sobre el de la zona de Cástulo (Jaén), en la Tarraconense, de cuya exis tencia hay constancia por el com ienzo de la inscripción, pero que no debe ser el m ism o que el de Atenas, que re m onta a lo seguido desde tiem pos de Solón. Tampoco es aplicable la legis lación del Ática a un m unicipio de H is pania. La Lex H adrianea legislaba proba blem ente para todo el Im perio, m ien tras^ la Lex M anciana quizá sólo para el Á frica rom ana. Con la prim era se guía el em perador la tradicional polí tica agraria rom ana de crear una clase de m edios o de pequeños propietarios, que estaba en la base de la coloniza ción rom ana de todas las épocas desde el siglo iv a.C. La novedad consistía en que era un nuevo sistem a de adquirir tierras. Su aplicación llevó a im portan tes transformaciones económicas y socia les. Para F. de M artino, excelente histo riador de la econom ía de Rom a, por el contrario, la opinión de que este em pe rador aspiraba a transform ar a las capas rurales en una próspera burguesía, e in cluso de que en su reinado se iniciará una revolución económ ica, carece de
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las necesarias bases textuales. O pina este autor que en la Lex M anciana no hay que ver una política iniciada por los Flavios y seguida por los A ntoni nos, sino que está inspirada en el inte rés de los adm inistradores de las fincas im periales en cu ltiv ar las tierras. Al cam pesino no se le anim aba a llegar a una posición parecida a la del propieta rio, pero no parece que fuese propieta rio en el sentido del derecho provin cial. La Lex M anciana es mal conocida, pero fue tam bién de gran im portancia económ ica. Se ap licab a en la V illa M agna Variana. Los aspectos jurídicos y teóricos de las citadas inscripciones africanas refe rentes a la ocupación de las tierras in cultas o abandonadas derivan de la Lex M anciana. M. R ostovtzeff era de la opi nión que regulaba el ager publicus, y que determ inaba las relaciones entre los conductores o los propietarios de un lado y los colonos de otro. A. D ’Ors la com para a una Lex dicta, que fijaba las condiciones de venta de las tierras, com o el em perador era el propietario, y fijaba condiciones. Se apli caría sólo al norte de Á frica, pero a veces se podía aplicar a otras tierras ocasionalm ente. M. M azza y Pignaniol se unen a esta últim a interpretación del jurista romano. Es dudoso que esta lex inagurara un sistem a de explotación agrícola y que ocasionara una nueva estructura eco nómica. La Lex M anciana, com o se ha indicado, concedía el usus propius al que trabajaba la tierra, fijaba la canti dad de productos que el colono debía entregar al propietario, o a los conduc tores que arrendaban las tierras para suba rrendarlas a los cultivadores directos. Se entregaba un tercio del trigo, un cuarto de cebada y de las habas; un tercio del aceite y una sexta parte de la miel. Los productos de los pastos pertenecían a los arrendatarios. La apli cación de la Lex M anciana introdujo im portantes m ejoras, com o la prueba el saltus N eronianus, próxim o a A in-el-
D jem ala. D eterm inaba probablem ente las jom adas gratuitas que los colonos debían prestar a los conductores y le gislaba que estos últim os podían recla m ar la tierra abandonada por los colo nos durante dos años. Probablem ente determ inaba tam bién los años que no debía pagar el colono, en caso de nue v as p la n tac io n es. Se le o fre cía una form a de explotación de aparcería, que protegía a los colonos. En la inscrip ción de A in-el-D jem ala, de época de Adriano, los cam pesinos piden autoriza ción para plantar olivos y vides, según lo estipulado en la Lex M anciana. No sólo se les concedió lo que solicitaban, sino también plantar cereales. M. M azza supone que la Lex M anciana regulaba no sólo los dom inios im periales, sino los privados y los latifundios de la aris tocracia. Se entiende bien su publica ción en el ám bito de una política enfitéutica y de aparcería que está en la base de la política agraria de los em pe radores del siglo π. No parece que la Lex M anciana rem onte a la época re publicana, y aplicada de nuevo en el siglo ii, com o se ha pretendido a veces. Parece más bien ser obra de un procu rador, que gozaba de planos poderes. M. R ostovtzeff pensaba que vivió este procurador en la época de Vespasiano y que fue encargado por este em pera dor de regular el ager publicus provin cial. Según M. M azza, esta ley encaja en la problem ática económ ica y social de final de la época de los Flavios o de com ienzos de Trajano. El em perador Pertinax, a pesar de haber gobernado poco tiempo, conti nuó con el program a de reform a agra ria de la época de los A ntoninos, con los que se sentía vinculado. Herodiano (2.4.8), que vivió en época de Filipo el Árabe, escribe sobre el particular: “Perm itió que la tierra de Italia y de las provincias que no estaba cultivada, o que era inculta, aunque fuera de pro piedad del em perador, en la m edida que cada uno quisiera y pudiera ocuparla, fuese propiedad de los que la ocupa ren, y cultivaren. C oncedió a los que
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la cultivasen la condonación total de los im puestos por 10 años, y para siem pre la libertad del vínculo patronal. G e n e ra lm e n te se ha in te rp re ta d o com o una puesta en vigor de la Lex H adrianea en los latifundios im peria les. El em perador había aplicado a Ita lia la Lex H adrianea.
A busos en las fincas imperiales Un docum ento del año 181, referente al valle de B agradas, valorado reciente m ente por M. M azza, es im portante por indicar los escándalos que había fre cuentem ente. Los colonos se dirigen a Com m odo y le dicen: “Te puedes hacer idea de los abusos que tu procurador en convivencia no sólo con Alio M assimo, nuestro enem igo, sino con todos los conductores, contra todo derecho y con daño de tu adm inistración, ha co metido sin ninguna consideración. Ha llegado a un punto no sólo de rechazar el abrir una investigación, m ientras n o sotros no sólo por tantos años le esta mos acusando, suplicando y enseñando tu divino rescripto, sino que se m uestra tan inclinado a los sobornos de este generosísim o conductor, A lio M assim o, que enviando los soldados del Saltus Burunitanus, ha m andado que algunos fuéram os detenidos y azotados, fueran azotados con las varas y con la fusta, y todo esto lo hem os m erecido sólo, porque en un peligro tan grave para nosotros, considerada nuestra pobreza y en una situación tan injusta, obliga dos a acudir a tu M ajestad, hem os enviado una carta poco com edida...”. “Ven en nuestra ayuda, M ajestad, somos m íseros cam pesinos, que gana mos con el trabajo de nuestras m anos el m ísero pan cotidiano, en com para ción con este conductor, que sabe caer bien, con tantos regalos, nada podem os ante tus procuradores, que él bien co noce gracias a la renovada continuidad de su nom bram iento y de su contrato. Ten piedad de nosotros y con tu sa
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grado rescripto dígnate ordenar que no seam os obligados a m ás trabajos gra tuitos que a los que están señalados en la Lex H adrianea, y en las cartas de tus procuradores, es decir, a tres dobles tur nos de trabajo, para que gracias a tu M ajestad, nosotros, tus cam pesinos, na cidos en tu casa y alim entados en tus dom inios, no seam os m ás vejados por los conductores de tus tierras fiscales”. Este documento es importante por in dicar bien claram ente los abusos que se com etían en las explotaciones de los latifundios im periales. Situaciones pa recidas debían repetirse continuam ente. El com portam iento de Alio M assimo no sería único. D e nada había servido el acudir con las quejas al procurador im perial, que no hacía ninguna indaga ción y que se dejaba sobornar. Los co lonos fueron castigados por los sol dados. No se desanim aron y acudieron directam ente al propio em perador por m ediación de Livio Lucullo, que era m ilitar. Com m odo ordenó cum plir lo legislado sobre los trabajos gratuitos.
La agricultura en las provincias. Italia. Sicilia. Cerdeña Ya se han adelantado algunas ideas sobre la situación de la agricultura itá lica. A pesar de la crisis de la agricul tura en Italia, se cultivó bien la tierra en am plias zonas de la Península hasta mediados del siglo n. Los productos im portados de las provincias se pagaban con el producto de los excelentes vinos itálicos, de C am pania y del norte. Se dispone de pocos datos sobre las pro piedades im periales en Italia, de lo que se podía deducir que eran pocas, por lo m enos en época de Tiberio. Es pro bable que las transfirieran a la nueva aristocracia de funcionarios. También com pró fincas la aristocracia senatorial procedente de las provincias.
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F. Coarelli ha señalado m uy bien las causas del hundim iento económ ico de Italia y del florecim iento de las pro vincias: “La guerra civil, que siguió a la m uerte de Nerón y que llevó al poder al representante de una oscura fam ilia sabina, Flavio Vespasiano, no por su breve duración fue un episodio m argi n a l. A sí c o m o A u g u s to tu v o q ue apoyarse en las clases m edias itálicas en la guerra contra Antonio, Vespasiano tuvo que recurrir a las provincias con tra Italia, que se había declarado por su rival Vitelio. A continuación, la polí tica de los Flavios tam bién se orientó a favorecer las capas superiores de la burguesía m unicipal de las provincias occidentales más latinizadas. D efiniti vam ente desaparecen del senado no sólo las antiguas familias de la nobleza repu blicana (este proceso se había iniciado ya bajo los Julio-Claudios) sino tam bién las fam ilias de la nueva nobleza creada por Augusto. Este proceso político corresponde per fectamente a la situación económ ica que se había creado en los m ism os años. La decadencia de Italia va siendo total; decrece la producción agrícola: por ejem plo, el aceite, que en la últim a edad republicana constituía uno de los prin cipales artículos de exportación, se im porta ahora en grandes cantidades de España. También en el cam po indus trial asistim os a una grave crisis: cesa la p r o d u c c ió n de la c e r á m ic a de Arezzo, siendo sustituidad por las fá bricas de cerám ica de la Galia, cuyas m anufacturas son tam bién am pliam ente im portadas en Italia. El fenóm eno se acentuará cada vez m ás durante el si glo u: del Estado rom ano-itálico se ha p asad o al E stad o m u n d ial y R om a -caren te de un hinterland eco n ó m ico es ahora únicam ente la capital parasi taria de un inm enso territorio, en el cual las provincias tom an casi el aspecto de naciones diferentes y autóriómas, y cons tituyen por lo general los verdaderos centros económ icos del Im perio. También desde el punto de vista artís
tico el paso de los Julio-C laudios a los Flavios está señalado por una clara sepa ración. M ientras, en el centro urbano continúa, y hasta se acentúa, la política de las grandes construcciones públicas. En esta fase surgen algunos de los más notables monumentos, como son el Coli seo, las Termas de Tito, el Estadio de D om iciano, el Foro de la Paz y el de Nerva. En este cuadro Italia constituye un ele m ento de por sí; en gran parte desp o blada, eco nóm icam ente p arasitaria, es ahora sólo un acervo de latifundios se n ato riales, fig u ra anticipada de lo que será la estructura feudal. Algo muy di ferente hay que decir de Rom a y de los centros m enores unidos funcionalm ente con ella, com o es O stia y la ciudad del P uerto, que se va form ando alrededor del nuevo em barcadero com enzado por Claudio y ampliado por Trajano. Pero la capital está totalmente aislada de su anli guo hinterland, que ya no puede alimen tarla: Roma constituye cada vez más una pura ex p resión de rep resen tació n y de aparato, un telón para las representacio nes oficiales, un cam po libre para el arte y para la cultura oficial y cortesana. En torno al centro m on u m en tal se afcrra una plebe inm ensa, nutrida a expensas del E s ta d o , o d e d ic a d a a lo su m o a ac tiv id a d e s secu n d arias. El p roblem a urbanístico derivado de la necesidad de alojar a esta enorm e m asa (no inferior ciertam ente al m illón de individuos) se resuelve con la creación de edificios de v a rio s p isos con a p a rta m e n to s de a l quiler, cuya desconcertante m odernidad nos sorprende todavía hoy con los ejem plos que han qu ed ad o en R om a y e s pecialm ente en Ostia. La prepoderancia de las provincias se m anifiesta tam bién en el hecho de que los dos prim eros em peradores del siglo n, Trajano y Adriano, ambos son de las provincias, de España. Al m ism o tiem po, el aceite que se consum ía en Rom a y en gran parte de Ttalia proce día casi e x clu siv a m e n te de E spaña, com o dem uestra la colina artificial del Testaccio de Rom a, cerca del emporio
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Joven atleta, época de Augusto
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del Tiber, form ada exclusivam ente por un incalculable núm ero de ánforas para aceite españolas (com o puede verse por las m arcas de fábrica y las inscripcio nes de origen).” Claudio, N erón y los Flavios inten taron volver al Estado el ager publicus ocupado ilegalm ente, y venderlo par celado a cam pesinos sin tierras. N erva distribuyó grandes extensiones de te rreno entre los agricultores pobres, pero estas m edidas no paliaron la crisis de la agricultura itálica, a lo que contri buyó la buena situación de m uchas pro vincias, que vertían sus productos en Italia, com o se indicó ya. Los em pera dores intentaron favorecer el cultivo de cereales en detrim ento del vino y del aceite, que producían abundante otras regiones com o A frica, H ispania y D al matia. En extensas regiones de Italia central y del norte los cam pesinos cons tituían la base de la población. M uchos ya no eran propietarios de sus fincas, pero eran de condición libre. En el siglo i i esta num erosa clase cam pesina eran colonos, en su m ayor parte, de los gran des terratenientes absentistas. Sin em bargo, no desaparecieron del todo las fincas de m ediana extensión, com o se dijo en páginas anteriores. Esta m asa de cam pesinos era una clase inferior a la de los terratenientes, aunque todos eran ciudadanos rom anos. Sicilia con tinuó siendo uno de los graneros de Rom a en época im perial. Rom a conservó grandes extensiones de terreno. En tiem pos de D om iciano y de Trajano funcionó, al igual que en la Bética, un organism o encargado de la adm inistración de las tierras públi cas, que producían trigo. En Sicilia au m entaron los dom inios im periales, que eran arrendados en gran escala, y cul tivados por colonos. En C erdeña la si tuación fue parecida y hubo grandes propiedades públicas, im periales y pri vadas cultivadas por colonos. En esta isla tuvieron grandes propiedades la amante de Nerón, Actea, y Séneca. Gran parte del suelo de C órcega pertenecía al emperador.
Hispania Ya se han recogido algunas fuentes sobre la riqueza agrícola de H ispania, a las que podían añadirse otras, como las raíces tintoreras; abundan el olivo, la vid, la higuera y otras plantas sem e jantes crecen cuantiosas en las costas iberas, que bordean nuestro m ar y tam bién en el ex terior, según E strabón (3.4.16)... “la abundancia de ganado de toda especie es en el sur enorm e, así com o la caza (Str. 3.2.6.)... Las tierras están cultivadas con gran esm ero, tanto las ribereñas com o las de sus pequeñas islas. Además, para recreo de la vista, la región presenta arboledas y planta ciones de todas clases adm irablem ente cuidadas (Str. 3.2.3.)... a la derecha del río Betis se extiende una grande y ele vada llanura fértil, cubierta de grandes arboledas y buena para pastos” (Str. 3.2.3). La Bética, el Levante y la cuenca del Ebro debieron conservar su pros peridad hasta la época de los Severos, com o lo m uestra la descripción que de la B ética se lee en la Vida de Apolonio, obra de Filostrato (5.6.) “La re gión de la Bética, de la que tiene el m ism o nom bre que el río, es el m ejor de los países, pues está bien dotada de ciudades y pastos. El rió está canali zado por todas las ciudades. Está llena de toda clase de cultivos y de frutos, de las diferentes estaciones, com o en el Á tica los del otoño y los de la época de los m isterios”. La fuente principal de ingresos era la agricultura, ya que las m inas de Lusitania y de la provin cia Tarraconense estaban en manos del em perador y las de la Bética en poder del senado, lo cual no excluye que hu biera algunas m inas en m anos de los particulares. Estrabón señala, com o ya hem os in dicado, que la Bética era una región exportadora de aceite, vino y trigo. La investigación sobre los m odos de pro ducció n de estos productos está en un desigual estadio de conocim iento. G racias, sobre todo, a los trabajos de
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M. Ponsich y J. Rem esal estam os en condiciones de com prender los siste m as de producción del aceite y los m odos de explotación del suelo bético. La fácil conquista de la Bética, signi ficó, com o ha señalado R em esal, que la m ayoría de sus habitantes siguieron poblando sus ciudades y conservando sus costum bres. Las prospecciones ar queológicas llevadas a cabo por M. Pon sich han puesto de m anifiesto no sólo la alta densidad de población en el valle del G uadalquivir entre Sevilla y C ór doba durante la época rom ana, sino tam bién la antigüedad del establecim iento de dicha población; puede afirmarse que la m ayor parte de las ciudades que se convirtieron más tarde en m unicipios flavios estaban ya habitadas hacia media do s d el se g u n d o m ile n io a n te s de Cristo. En la A ntigüedad sólo era posible la exportación de cualquier producto ali m entario en m asa si se disponía de una vía marítim a o marítimo-fluvial; el G ua dalquivir constituyó en la B ética esa vía. La posibilidad de exportar condi cionó las posibilidades productivas de las riberas del Gualdaquivir hasta donde éste era navegable: hasta Córdoba. Es, pues, la zona com prendida entre Sevi lla (H ispalis), C órdoba (C orduba) y Écija (Astigi) -d e sd e donde era nave gable el río Genil, afluente del G uadal q u iv ir- la que se especializó en la pro ducción de aceite durante el Im perio Rom ano. Aceite que era consum ido, en una pro p o rció n co n sid erab le, por la plebe de Rom a y el ejército rom ano acantonado en las provincias occiden tales del Im perio -B rita n ia , las G erm a niae y R a etia -. Este m ercado estable fue, sin duda, uno de los factores decisi vos para el desarrollo de este m onocul tivo. La producción de aceite en esta zona estuvo organizada de form a m inifundista, teoría defendida por J. Rem esal, quien se basa en los siguientes crite rios: Los térm inos de referencia a la producción oleícola bética en la A nti güedad son propios de un m inifundio.
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La densidad de m unicipios rom anos en el triángulo H ispalis, Corduba, Astigi es otro de los argum entos, pues estos municipios, para su existencia como en tidad ciudadana, requerían un cierto nú m ero de individuos libres, cuya liber tad estaba, sin duda, relacionada con la posesión de tierras. Por otra parte, no parece rentable la explotación de plan taciones en m onocultivo m ediante un sistem a esclavista, ya que los esclavos estarían ociosos durante gran parte del año, a m enos que se acepte que du rante la época de recolección ésta fuese confiada a individuos libres organizados en cuadrillas más o m enos num erosas, cuadrillas que, por otra parte, son co n o c id o s en é p o c a ro m a n a . S in em bargo, sería im procedente negar la existencia de grandes propietarios o lati fundistas en la Bética. Obsérvese la dife rencia m arcada entre “grandes propie tarios” y “latifundistas”, pues una “gran propiedad” puede estar fragm entada en num erosas posesiones. En cuanto a la evolución de la pro ducción oleícola bética sabemos que era ya im portante en época de A ugusto, com o señala Estrabón; en época flavia fue sistem atizada su exportación. Si se acepta la interpretación de J. Remesal, se produjo un cam bio notable en época de Severo, cam bio que parece reforzar la pequeña propiedad. H asta mediados del s. m d.C. sigue siendo el aceite bé tico el más abundante de Rom a, como dem uestra el M onte Testaccio; a partir de esa fecha carecem os de inform ación abundante. A m ediados del siglo ter cero se produjeron cam bios notables en los sistem as de exportación, cambios que parecen reflejan tam bién otros en los sistem as de producción, pero sobre éstos estam os mal inform ados. M. R ostovitzeff es de la opinión de que hubo en H ispania un gran latifun dio; contraria es la opinión de Domergue, Ponsich, Rem esal y la nuestra, como lo indica el gran núm ero de se llos de ánforas, con los nom bres de los cosecheros de aceite y la concentración de colonias y m unicipios en espacios
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relativam en te pequeños. En las in s cripciones tam poco se citan adm inis trativos de estos latifundios. U na ex cepción es el Calendario V egetiano de época de M arco A urelio, que pertene ció a una fam ilia de Iliberri asentada en Rom a años antes.
Galia La propiedad se encontraba en pocos propietarios, que pertenecían a la aris tocracia de las tribus, y a los inm igran tes itálicos. A rtesanos y com erciantes invertían sus ganancias en tierras. El país estaba sem brado de villas, bien cul tivadas. El sur producía aceite.
Germ ania Se prom ovió en esta provincia la agri cultura, la ganadería y la viticultura, en gran escala en la orilla izquierda del Rhin, y en los valles del M osela y el M osa. La región estaba tam bién llena de villas, que no debían pertenecer a la aristocracia local de las tribus. Los dueños de las villas eran tam bién co merciantes y prestamistas. G erm ania fue colonizada por gentes procedentes de Galia y por los veteranos licenciados de los ejércitos, que recibían parcelas. El país era propiedad del em perador y adm inistrado por él. G erm ania siem pre ejerció una gran atracción por las explo taciones agrícolas que se dedicaban al cultivo de trigo y a la cría de ganado en gran escala, debido a la fertilidad de las tierras. Los indígenas se convirtieron en colonos y en pastores de los terrate nientes. La población en el valle del Rhin se subdividió en una clase de terra tenientes ricos y en otra de cam pesinos y colonos.
Britania En frase de M. R ostovtzeff, lo m ism o que la Galia septentrional y que G er
m ania, no era un país de ciudades sino de cortijos y grandes explotaciones agrí colas, un país de villas y de grandes terratenientes, no de labriegos y de peque ños agricultores, que eran miembros de la aristocracia local, veteranos del ejér cito y em igrantes rom anos. El país tam bién estaba cubierto de villas. Los la tifundios celtas continuaron explotando sus propiedades agrícolas y criando ga nado según m étodos tradicionales. Los dueños de las grandes fincas eran ricos comerciantes, que aprovisionaban al ejér cito. A ellos pertenecían las villas de tipo de patio, m ientras las de corredor y granero eran propiedad de los vetera nos y de los indígenas. En las tierras bajas los aldeanos po siblem ente eran dueños de sus tierras, pero en las regiones más fértiles eran pastores y colonos de los grandes terra tenientes.
Retia y Norico La prim era se parecía a G erm ania su perior. Los valles del N orico lograron una gran prosperidad, tenía excelentes pastos, propiedad de la burguesía ur bana, así com o bosques.
Istria Fue propiedad en gran parte del em pe rador y de los em igrantes itálicos. El sur del país estaba ocupado por oliva res, que producían aceite de excelente calidad, al igual que la isla de Pola. Tenía grandes villas, que eran unas enor m es explotaciones agrícolas. Las villas son m uy sem ejantes a las de Pompeya. Estas villas eran las viviendas de gran des latifundistas, sem ejantes a las de B ritania, B élgica, G alia, G erm ania y África. Los itálicos eran los dueños de estas fincas. Los ciudadanos eran los dueños de rebaños de ovejas, guardados por esclavos, rebaños que producían ex celentes lanas para confeccionar ves tidos.
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Dalmacia. Panonia y Mesia Superior
trabajados por esclavos y por indíge nas.
Las colonias rom anas de Epiderurum , Jader, Narona, Salonae y Senia recibie ron grandes extensiones de tierras de cultivo, al igual que los m unicipios. La cría de ganado, la explotación de la m adera y el cultivo del trigo, de la vid y del olivo, alcanzaron una gran im por tancia. Las villas ocupaban las tierras b ajas de D alm a c ia . L a a risto c ra c ia urbana era dueña de grandes extensiones de tierra y de pastos. Los ricos terrate nientes vivían en las ciudades, com o en Doclea. C ontinuaron, sin em bargo, los métodos de cultivo indígenas en m u chas áreas de Dalm acia. En Panonia y Mesia Superior, al igual que en el norte de H ispania, a los cam pam entos m ilitares se les asignó gran des extensiones de tierras de labor, bos ques y prados, que se arrendaron a los soldados en los siglos n y m. Los prata, legiones en su m ayoría, se entregaban para su explotación a los indígenas que daban al ejército una parte del producto obtenido de la tierra. En M esia se docum entan centuriaciones. Las tierras de las colonias y m u nicipios acabaron por pertenecer a unos pocos grandes terratenientes, que eran veteranos del ejército, indígenas o inm i grantes itálicos. Estos latifundios eran
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Dacia Fue en gran parte colonizada por gen tes venidas del este, com o de Galacia. Los terratenientes eran a la vez com er ciantes, com o una fam ilia de Apulum.
Tracia Su población vivía fundam entalm ente de la agricultura y de la ganadería.
Mesia Superior Hubo una m inoría pequeña de terrate nientes, form ada por indígenas ricos, y una m asa de cam pesinos acom odados, de colonos, que labraban la tierra para ellos. Los tracios del sur conservaron durante cierto tiem po bajo R om a su vida tribal rural. Sus productos agrí colas y ganaderos los vendían fácil m ente a las legiones y a los m ercaderes de las ciudades griegas de la costa: com o A polonia, A nchialus, M esem bria, en el m ar N egro, y A bdera, Aenus y M aroneia en el Egeo. Los m ercados se convirtieron en ciudades, Rom a a su
P-KJOí IIV iZ t n M - M ] FECirSIBl'ET τ · ΜΟΝΙΑ Ε- HILA P.AKONLIKRTA Ε 1 ΜΟί II/1 Γ-ΜΙΈΙΑΟΙλΚΟΝίνςi Γ·ί ΙΟΝ ί'¿ί
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Tumba del m olinero P. Nonio Zeto (CIL XIV, 393), Ostia
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vez creó otros, com o el de Pizus. Los rom anos se asentaron en tierras más fér tiles. Tracia fue siem pre un país de pe queños propietarios agrícolas, poco o nada rom anizados, que seguían con sus costum bres ancestrales.
Macedonia Sus gentes se dedicaban fundam ental m ente al cultivo del cam po. El suelo era m uy fértil. A ugusto asentó vetera nos en las colonias de Byblis, C assan drea, D ium , D yrrach iu m , Philip p i y Pella, que pasaron a ser propietarios agrí colas y a form ar la “burguesía” m u nicipal. M uchas familias senatoriales te nían grandes latifundios en M acedonia, que distaba poco de Italia. Los indíge nas continuaron siendo labradores y pas tores.
Grecia Ha sufrido un proceso de despoblación y de m iseria en época im perial, que indica el texto citado de Dion C risós tomo. G randes extensiones de tierra es taban abandonadas. El santuario de Delfos continuaba con sus tierras y reba ños, de los que vivía. G recia era una región agraria, pero la m ás pobre del M editerráneo. Las zonas más ricas producían trigo, aceite y vino. El aceite ático y el vino de las islas se exportaban y eran apreciados fuera del país. Existían todavía fam i lias de ricos terratenientes, com o la de Plutarco. Unas pocas familias tenían glan des extensiones de suelo, trabajado por colonos y esclavos.
La provincia rom ana de Asia Menor La provincia estaba form ada por tierras prósperas. Existían varios tipos de pro piedad. En las ciudades griegas preva lecía la pequeña y gran propiedad, cul
tivada por los dueños, por los colonos o por los esclavos. Las ciudades coste ras tenían el territorio dividido entre los ciudadanos y extensos territorios tra bajados por los indígenas. D ion de Prusa se refiere en su discurso al anta gonism o entre la ciudad y el campo. Aquellos territorios no pertenecían a nin guna ciudad. Estaban en m anos de los em peradores, o de sus fam iliares, o de la aristocracia rom ana, de las del se nado y de los grandes santurarios indí genas de A rm enia, C om agerne y Capadocia. Estos últim os eran independien tes de las ciudades. Las tierras estaban cultivadas por colonos, siervos las de los em peradores y por colonos libres las de los senadores, y por esclavos o siervos las de los tem plos. En las m ontañas de C ilicia e Isauria, en A rm enia y en C apadocia vivían pas tores sem inóm adas. Es im posible co nocer con precisión qué tierras perte necían a las ciudades y cuáles eran in dependientes de ellas. En la costa, los territorios com o los valles del H erm o y del M eandro, pertenecían a las ciuda des. La vida de estos territorios era rús tica. Asia M enor fue siempre una penín sula de cam pesinos.
El Bosforo En la península del Q uersoncso, el país se hallaba dividido en parcelas y era propiedad de los ciudadanos, que cul tivaban las vides. En Olbia y en las tierras de la desem bocadura del Dnie per y el Bug, los indígenas trabajaban las tierras de los dueños, que vivían en las ciudades. L a s p e n ín s u la s de K e rtc h y de Taman, asiento de las antiguas colo nias griegas de P hanagoria, Penticapaeum y Theodosia, era una com arca fértil. Los indígenas cultivaban la tierra y guardaban los rebaños. Eran siervos de los dueños, que en las prim averas vigilaban sus fincas y ganados. Ven dían el trigo a los m ercaderes griegos y de Asia M enor, que lo enviaban al
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ejército romano, principalmente al acuar telado en A rm enia y en Capadocia. El rey cobraba fuertes im puestos de cerea les de los propietarios y de latifundios. En Crim ea la tribu dom inante era la propietaria de la tierra que producía prin cip a lm e n te trig o , que, a trav és del puerto se enviaba a O lbia, y de allí a Grecia y al ejército rom ano, acam pado en el Danubio. Las poblaciones del valle del Kuban trabajaban la tierra para los sármatas. Los productos se enviaban a la península de Tam an y a Panticapaeum , a través del Don y del Tanais. Las ciudades griegas estaban habita das por terratenientes y m ercaderes.
Siria El país era muy variado. En la Siria septentrional los tem plos eran los due ños de am plios territorios sem iindependientes, com o el santuario de Baetocaece, que pertencía a Apam ea. Era in m une y poesía tierras. O tros tem plos, com o el santuario de Júpiter D olichenus, en Doliche, debían contar con im portantes territorios de su propiedad, al igual que el de H eliópolis en Baalbeck. La población de Siria estaba form ada en su m ayoría por cam pesinos, que ve neraban a los reyes-sacerdotes de Da m asco, de Edesa y de Emesa.
Palestina Fue siem pre un país de cam pesinos, com o indican los Evangelios y Josefo. También criaba grandes rebaños de ca bras y de ovejas. Vides y huertos tam bién cubrían am plias zonas del país. Existió, com o en todas las provincias, una aristocracia de grandes ten-atenien tes a las que pertenecían Josefo y Juan de Giscala. Los em peradores y sus fa m iliares eran dueños de fincas; la co m arca de la Traconitis, al otro lado del Jordán, estaba habitada por una p o blación agrícola y sedentaria. Había tam bién pastores nómadas. En muchos pue
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blos vivían colonos y siervos. Palestina continuó bajo la dom inación rom ana siendo un país de cam pesinos y gana deros, algunos m uy pobres, com o su gieren los Evangelios.
Egipto Ya se ha indicado que era el gran gra nero de Rom a y pertenecía al em pera dor. La m ayoría de la población se de dicaba al cultivo del cam po. También se cultivaron m uchos olivares. Los ha bitantes de Alejandría eran en gran parte im p o rta n te s p ro p ie ta rio s a g ríc o la s, cuando el país pasó a Roma. H abía en tonces una burguesía cam pesina de pro pietarios agrícolas. Tam bién hubo tem plos con extensos territorios que vivían del trabajo de los cam pesinos. Con el tiem po la situación de la po blación fue desastrosa y se abandona ron m uchas fincas. A ugusto secularizó todas las posesiones de los templos, que pasaron a la adm inistración. La base de la econom ía egipcia fue la agricultura, trabajada por los indígenas, que no eran propietarios, sino nuevos arrendatarios. R om a intentó crear una “burguesía” rural, potenciando el elem ento griego y rom ano de la población. Se recono ció la ocupación de las antiguas tierras, o las adquirían al bajo precio de 20 dracm as la arura. Se ofrecían tierras a todos los que las quisieran cultivar. Esta política tendía a poner en explotación tierras abandonadas. Se desecharon las innecesarias formalidades en la com pra venta de las fincas rústicas de los parti culares, lo que m otivó que m uchos in dividuos invirtieran dinero en tierras de Egipto. Esta política, bien vista por A u gusto, llevó a la aparición de grandes fincas en m anos de los capitalistas ro m anos. D urante los gobiernos de A u gusto y de Tiberio, se crearon muchos de estos latifundios en m anos de la fa m ilia im perial, com o Druso, Livia, G er m ánico, A gripa y A gripa Postumo, C a lig u la, C lau d io , L iv ia, la m u jer de Druso, el hijo de Tiberio, y sus hijos,
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y los del prim er m atrim onio de C lau dio, Antonia, M esalina y Agripina. Se conocen tam bién los nom bres de sena dores y caballeros propietarios de ex tensas fincas en Egipto, com o C. M e cenas y C. Petronio, am igos de A u gusto, ambos caballeros; los senadores, los Aponii, los A tinii, los G allii, los Lurii, los N orbanii, Severo y Jucundo Grypiano. L. Anneo Séneca, el filósofo, tam bién fue un gran propietario de tie rras en Egipto. Los libertos im periales igualm ente com praron grandes exten siones de tierras y así se convirtieron en grandes terratenientes, com o Narciso, liberto del em perador C laudio, y Doriforo, que lo fue de Nerón. M iem bros de la aristocracia judía, com o Julia B erenice y C. Julio A lejan dro, fueron grandes latifu n d istas en Egipto, al igual que algunos m iem bros de la alta sociedad alejandrina com o C. Julius Theon, M. Julius A sclepiades, todos ellos personajes im portantes del siglo i. Los ricos alejandrinos com pra ron muchas tierras, com o lo indica el edicto de T Julio A lexandro. Estas tie rras pagaban im puesto al em perador. M uchos latifundios estaban com pra dos a los colonos de época de los Lagidas. En los latifunidos se cultivaba oli vares, viñedos y huertos. El últim o de los em peradores Julio-C laudio, N erón y los Flavios, prim aron la explotación de tierras incultas o abandonadas en m anos de los ricos n ativ o s. P ro b a blem ente, com o indica M. Rostovtzeff, “no era fácil para la administración egip cia, ni tam poco para el prefecto m ism o, exigir a los nobles propietarios y a sus agentes obediencia rigurosa a las leyes relativas al pago de impuestos y al cum plim iento de los servicios debidos al Estado por los cultivadores y los colo nos de los latifundios. Así, pues, los ousicii le s io n a b a n los in te re s e s del Estado y de la adm inistración y restrin gían el área del terreno som etido a ele vados im puestos, sin increm entar gran cosa los ingresos de la corona”. Ix>s em peradores de la segunda mitad del siglo i necesitaban grandes cantidades
de trigo e ingresos y estrujaban todo lo posible a los cam pesinos, que eran contribuyentes y recaudadores de impues tos. Se engendró así una situación catas trófica. Los agricultores, aplastados de deudas, huyeron de los cam pos, que quedaron abandonados. La m ala situa ción se intentó paliar, sin conseguirlo, m ediante la responsabilidad colectiva y la im posición a los pueblos más ricos de labrar las tierras abandonadas. Los Flavios, para atajar el mal, suprim ieron los latifundios de los absentistas. Así se vendieron extensos territorios a los labradores, de este modo aum entaban los propietarios y los contribuyentes y recaudadores. Política que, com o se ha visto, siguieron los Flavios y los Antoninos. Con los Flavios desaparecieron los latifundios de Egipto, con alguna ex cep ció n, com o las tierras de T ito Pallas, que hacia el año 121 poesía una extensa finca en H erm úpolis. Se crea ron incluso algunos nuevos, com o los de la amante de Tito, Julia Berenicc, los de Claudia A thenais, hacia el 125, y de Julia Polla, en torno al 127. Con esta política im perial, aum entó el núm ero de propietarios y de viñedos y olivares. Estos propietarios eran ricos indígenas, veteranos del ejército funcio narios de la adm inistración im perial y arrendatarios de im puestos. Conocem os los nombres de algunos de estos propieta rios agrícolas, que vivieron en el si glo i i , como el antiguo soldado L. Belleno G em ello, del que se conserva la correspondencia, que fue un buen adm i nistrador de sus tierras de El Fayum , y hacia el año 100, A polonio, dedicado de por vida a la adm inistración im pe rial, cuyas fincas se encontraban en H er múpolis Magna. Se conoce la existencia de grandes fortunas creadas de la nada. De una de ellas se escribió: “Hallarás que en un principio él y su casa no poseían m ás de siete arurae. Hoy posee 7.000, m ás 200 viñas y ha hecho a Clau dio Eutychides un préstam o de 71 talen tos. Todo esto lo ha hecho robando a los alm acenes públicos y defraudando al tesoro el pago de impuestos. “Se con
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Los trabajos de campo mosaico de Chernell, (mediados del siglo III d.C.)
serva el libro de cuentas de L. Julio Sereno, que fue tesorero en el ejercito en el año 179 y decurión, para term inar los últim os años de su vida viviendo de las rentas de sus fincas. Las fincas de L. Belleno G em ello cosechaban trigo y aceite, y las de J. Sereno tenían vides y ganadería. En los catastros agrarios conservados, las nuevas plantaciones de viñedos y olivares ocupan un papel des tacado. En el siglo i se plantaron m u chas vides y olivos en los latifundios. Durante todo el siglo n, como en toda África, la “burguesía” local se enrique ció con la explotación de los ousiai del
siglo i, que confiscadas pasan a manos del Estado y fueron arrendadas a los ricos. El siglo ii en Egipto, com o en África y en otras m uchas provincias del Im pe rio, fue próspero. Los dueños de las fincas solían ser absentistas, que vivían en las ciudades, que estaban habitadas en gran parte por terratenientes, que eran griegos, rom anos y egipcios. La masa de la población agraria egipcia conti nuó con su m ala situación económica. T rabajaban para el dueño y no m ejora ban el nivel de vida. Tampoco quedaba la posibilidad de rebelarse, ya que hubie-
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ran intervenido enseguida los soldados rom anos. El asilo a los tem plos se res tringió m ucho durante la ocupación, rom ana. La única posibilidad que que daba era refugiarse en las m arism as del D elta y vivir com o bondoleros. En el año 103 m uchas personas huyeron p re sionadas por las contribuciones, m oti vados, seguramente, por la guerra dacia. Disturbios generalizados estallaron bajo A ntonino Pío en el año 154. A finales del s. i i , según la docum entación p ro cedente de Thm onís, hubo huidas en m asa, y despoblación de localidades de bidas a los trabajos obligatorios, a las prestaciones forzosas y a las liturgias. Com o indica M. Rostovtzeff, la huida continuó siendo el rasgo característico de la vida egipcia tam bién en el si glo i y en los principios del ii, lo que indica una desastrosa situación econó m ica de grandes m asas de cam pesinos.
Meroe La región com prendida entre la prim era y la quinta catarata era m uy pobre. Sólo se cultivaban las desem bocaduras de los torrentes que afluían al Nilo. En cam bio era muy fértil para la agricultura y la ganadería el terreno com prendido entre el Nilo, el A tbara y el N ilo Azul. El reino de M eroe alcanzó un floreci m iento m aterial y cultural durante la segunda mitad del siglo i y el siglo n. En la segunda m itad de este siglo se inicia la decadencia. Las clases bajas vivían del pastoreo, principalm ente de ganado bobino, representado en la cerá mica, com o en los vasos de bronce de Carenoj. La cría de asnos, de ovejas y de vacas era la principal riqueza. La agricultura ocupaba la pequeña en ex tensión, tierras de N ubia, en las orillas de los ríos y en el interior.
Cirene Al principio del Im perio, Cirene estaba en decadencia. A ello contribuyó la de
saparición del silfio, debido según Pli nio (19.15, 38 ss.) a que los publicanos rom anos dedicaron el suelo a pastizales. Pudo contribuir a la desaparición de esta planta el hecho de que durante muchos siglos fue la principal riqueza de C i rene, y a que no llegó a ser ya rentable al dejar grandes zonas de terreno al cul tivo del silfio, o la com petencia del silfio asiático. El silfio era m onopolio del E stado y no revertía sobre el nivel de vida de los habitantes de Cirene. La planta crecía espontáneam ente y no ne cesitaba m ano de obra. Trabajaban la tierra los llam ados por Estrabón georgoi, que debían ser los nativos libios, que eran cam pesinos libres. Algunos serían propietarios de sus tierras. Otros las arrendaban a las ciudades. Su situa ción, en opinión de M. R ostovtzeff, sería parecida a la de los estipendarios de A frica y a los paroicoi y katoicoi de A sia M enor. Las propiedades de los Ptolom eos pasaron a ser ager publicus, y fue ocupado por griegos y romanos. C laudio envió un com isario con fun ciones concretas sobre la agricultura a C irene, que fue m al recibido. Bajo Roma Cirene fue próspera, como lo indi can las excavaciones italianas. Adriano asentó nuevos colonos, ya que habían m uerto m uchos propietarios en la re vuelta judía del año 135.
África Al norte de Africa se subdividió en cua tro provincias: M auritania Tingitana y Caesariensis, N um idia y el Á frica Pro consular. A ugusto creó en el África co lonias y m unicipios que llevaban con sigo distribuciones de tierras. Se asen taron m uchos veteranos e itálicos, que se dedicaban a la agricultura. Las gue rras con las tribus indígenas y con Taefarinas vinieron m otivadas por la nece sidad de contar con nuevos territorios a repartir para asentar a nuevos colo nos. Los grandes ricos invirtieron ele vadas sum as de dinero en adquirir tie rras, que producían buenas cosechas de
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trigo. Un representante de esta clase de gran terrateniente itálico es Trim alción, que sueña con tener grandes latifundios en África, Numida y M auritania; se con quistaron, pues, por Rom a para tener nuevos extensos territorios que repartir. La aparición de grandes latifundios fue un fenóm eno típico, pero no exclu sivo de África, según Plinio. La polí tica de Trajano se ocupó de N um idia y de las regiones colindantes del África Proconsular, que vivían de la agricul tura y donde se habían asentado m u chos forasteros. Gran parte de la región de los m usulanicos pasó a ser propie dad del em perador; otra parte se con virtió en propiedad privada, y una ter cera quedó en m anos de los indígenas, que trabajaban para la finca de Valeria Á tticilla. Adriano asignó un territorio a la tribu de los num idas en la M auri ta n ia C a e sa rie n sis para que lo c u l tivasen. En este territorio se colocó la localidad principal de la tribu, Thubursicu Numidarum. Otros territorios, como los de la tribu de los nybigenicos, en el Á frica Proconsular, fueron traspasa dos por Tragrano a Capsa y a Tacape, ciudades rom ano púnicas, que llegaron a ser colonias. El restante territorio se dejó a la tribu. Las colonias de veteranos de Tham ugadi y las ciudades de Lam baesis y de Theveste, contaron con territorios arrebatados a los indígenas, que trabajaban la tierra de los asentados com o colonos o como obreros asalariados. Esta p o lítica en lo referente a las tribus indí genas les quitó parte del territorio, pero no fueron expulsados o exterm inados. Se les asentó para que vivieran de la agricultura, o se les trasplantó. Esta m ism a política se siguió con los árábes de Arabia y de Siria. Parte del territo rio fue cedido a los colonos rom anos, a la aristocracia local o transform ado en grandes latifundios, que pasaron a m anos de la aristocracia im perial, o a los em peradores y sus fam ilias. Los in dígenas arrendaron las fincas o traba jaban com o jornaleros. Algunas colonias fueron m uy prós
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peras desde el punto de vista de la agri cultura, com o el pueblo de Thibilis, que pertenecía al territorio de la colonia Cirta. En las grandes colonias de la época de César y A ugusto habitaban ricos terratenientes, que tenían las fin cas enclavadas en su territorio, que tam bién poesían las tribus, siguiendo con su organización tradicional. Hubo tam bién enclaves que seguían viviendo com o en tiem po de Cartago, de la agri cultura, y que conservaban sus tradi ciones púnicas. Los grandes latifundios im periales y privados originaron un tipo distinto de urbanización. Los que trabajaban las fin cas vivían en pueblos, donde con el apoyo del dueño form aban una especie de asociaciones religiosas con presiden tes colectivos. Los propietarios hacían en los pueblos ferias. A lgunos arrenda tarios se convirtieron en propietarios, y las aldeas, en pequeñas ciudades. M u chos de estos habitantes de los pueblos eran ciudadanos rom anos. La creación de m uchas colonias ori ginó una num erosa “burguesía” urbana, que vivía en gran parte de la agricultura. La m asa de la población que era indí gena continuó dedicada a la agricultura, y era rural. En el siglo π se docum en tan en Á frica cinco tipos diferentes de posesión de tierra: 1 .s) Los saltus imperiales que no per tenecían a ninguna ciudad, por haber sido propiedad de los senadores de la época republicana, o territorios de las tribus. 2.8) Los saltus privados, propie dad ele los senadores, y no agregados tam poco a las ciudades; m uchos fueron confiscados por N erón y los Flavios. 3.Q) Los territorios de las colonias, m u nicipios o ciudades. 4.Q) Los territorios de las tribus organizados por Rom a, de dicados por los indígenas generalm ente a pastos, com o en M auritania. 5.Q) R e giones de los que, en parte, propiedad del em perador y en parte cedidos a com pañías que los explotaban, com o la de Tala, que trabajaba en los alrededores de Lam baesis. Se conoce la adm inis tración de los grandes latifundios im
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penales y públicos. No eran trabajados por esclavos, aunque los debieron ser a com ienzos del principado. Predom ina el colonato en el siglo n. El dueño reci bía una parte de la cosecha y los colo nos trabajaban un cierto núm ero de días para el amo. La m ayoría eran indíge nas, que vivían en pueblos vecinos de las fincas. Los renteros, llam ados con ductores, a le n d a b a n directam ente las tierras no cedidas a los colonos, que explotaban con esclavos, con jo rn ale ros y las prestaciones de los colonos. Los conductores solían ser ricos, y v i vían en las ciudades próxim as a los la tifundios im periales, donde eran m uy influyentes. Tenían tam bién tierras. F or maban asociaciones para la defensa de los intereses. Se conocen los nom bres de algunos de estos conductores de la tifundios im periales, com o A. G abinio Dato, que pertenecía a la asociación for m ada por los conductores de fincas de la región de Thugga. Se conoce la ca rre ra de o tro c o n d u c to r, T. F la v io M acro, que fue duoviro, flam en perpe tuo de los A m m aeda reuses y curator, en tiem pos de Trajano, de la exporta ción de trigo a Rom a; fue tam bién p ro curador de las fincas del saltus H ippo nense y Thevestino, y de la provincia de Sicilia, que, com o se indicó, era una de las más ricas provincias sum inistra doras de trigo. La inscripción se la de dica al Colegio de los Lares de nuestro César, los libertos y la fam ilia y los conductores, que trabajaban en la re gión H ipponense. C aballeros libertos y esclavos form aban el escalón superior en la adm inistración del patrim onio im perial. El territorio de las ciudades pertene cía a los ricos, descendientes de los co lonos asentados por los em peradores, de los inmigrantes prim eros y de la aris tocracia indígena. Los colonos, civiles y m ilitares, recibieron grandes lotes de tierras. Los inm igrantes itálicos, que eran la b ase de las c iu d a d e s , eran terratenientes ricos. Form aban lo que M. R ostovtzeff llam a la “ burguesía” m unicipal. V ivían en las ciudades. No
cultivaban directam ente las tierras, sino m ediante colonos o jornaleros indíge nas, pero sí las adm inistraban personal mente. Existió una tendencia a la con c e n tra c ió n de la riq u e z a en p o ca s manos. M uchos personajes que llega ron a altos cargos y a una excelente posición eran de origen bajo, com o Q. A urelio Pectum eio Fronto, ciudadano de Cirta, que fue el prim er cónsul afri cano, año 80. Los A ntistios de Thibilis em parentaron con la fam ilia imperial, Adriano hizo caballero a L. M em m io Pacato. La propiedad agrícola form aba la fortuna de todos ellos: Se venegloriaban de haber sido labradores, como L. Aelio Tuminimo, de M adaura, o Q. Vetidio Juvenalis, de Thubursian Num idarum . H abía sido capataz de una cuadrilla de segadores. Llegó a censor y a ocupar un asiento en el senado local. Las representaciones de m osaicos afri can o s con escenas ag ríco las son el m ejor exponente de la im portancia de la agricultura para las provincias afri canas, com o los de O ndorca, la antigua Uthina, hallado en la casa de los Laberios, fechado en torno a los años 160180; de Chcrchel, la antigua Caesarea, con escenas de siem bra, y de cultivo de la vid, datado entre los años 200210, con escenas de vendim ia; de la m ism a localidad fechado entre los años 200-220, y de fecha ya posterior: el m osaico de D om inus lulius de Cartago, en to rn o al 380-400; los v arios de Tabarca, la antigua Thabraca; con la cría de ovejas y gallinas, de finales del siglo iv o de com ienzos del siguiente; o de D ougga, de m itad del siglo m; de H adrum etum con la cría de caballos; de Cartago con olivares, viñedos, ove jas y aves de con-al; de Zliten, Villa de Dar Buc A m m era, con la trilla, o con faenas agrícolas, de finales del siglo i. Al propietario se le representa en todos estos pavimentos cazando generalmente, pero dirigiendo las explotaciones agrí colas. Las fincas, pues, en Á frica se culti vaban por pequeños propietarios, por c o lo n o s o por jo rn a le ro s in d ígenas.
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Estos útlim os se encontraban en los la tifundios im periales o privados, y en las tierras m unicipales. Los dueños de las fincas eran ciudadanos rom anos.
Tripolitania La ciudad costera de O ea (Trípoli), Sa bratha y Leptis M agna eran un oasis, que producía grandes cantidades de aceite. A C ésar le entregaron una con tribución de 3.000.000 de libras de aceite. La agricultura era im portante, com o lo indican las soberbias villas, cuyo dueños introdujeron nuevos m é todos de cultivo. A ugusto fue el dueño de grandes latifundios en esta región.
Hornos y m olinos de Pompeya
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Bosques Se está mal inform ado sobre su explo tación. La m ayor parte de la población del Im perio vivía de la agricultura, bien de las renta o del cultivo personal. Bajo Roma se extendió la horticul tura, la viticultura y la apicultura a regio nes que antes sólo vivían de la caza, del pastoreo y de una rudim entaria agri cultura. En am plias regiones se aplica ron lo que M. R ostovtzeff llam a “m éto dos capitalistas”, como en los agri decum ates de G erm ania m eridional, en las llanuras de Britania, en los valles del N orico y de D alm acia, en el desierto de Siria, etc. En Á frica se generalizó m ucho el regadío, que tam bién debió ser frecuente en H ispania, no sólo en el sur, los célebres canales tartésicos, de los que habla Estrabón (3.2.5.), sino en el interior del centro, en Carpetania.
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III. Minería
El Im perio Rom ano contó con varios distritos muy importantes por sus minas, que fueron trabajadas a pleno rendi m iento: com o H ispania, Galia, Provin cias D anubianas, D a d a , Siria, Grecia, A sia M enor, Á frica y Egipto.
1. Hispania H ispania fue con m ucho el distrito m i nero m ás rico y variado y el prim ero que fue explotado. De él tenem os abun dante docum entación literaria, epigrá fica y arqueológica. Antes de referirnos a la explotación de las m inas por los romanos, conviene recordar algunas fuen tes sobre la riqueza m inera de H ispa nia, la vieron los autores griegos y lati nos. Estrabón (3.2.8) afirm a que toda la tierra de los iberos está llena de m eta les, particularm ente la Bética, de la que puntualiza que en cuanto a la riqueza de los m etales no es posible exagerar el elogio de la T urdetania ni de la región lindante. Porque en ninguna parte del m undo se ha encontrado hasta hoy ni oro, ni plata, ni cobre, ni hierro en tal calidad y cantidad. En las com arcas de Ilipa y Sisapo existía gran cantidad de plata y cerca de K otinai, de localiza ción dudosa, había cobre y tam bién oro. M ontes m etalíferos se extendián desde el río G uadiana el Tajo (Str. 3.7.3.).
Los río s de la v e rtie n te c a n tá b ric a tenían gran cantidad de placeres de oro (S tr. 3 .3 3 ; Iu st. 41. 17). S o b re la riqueza en toda clase de m etales del noroeste, que com prendía el norte de L u sitan ia, G alicia, A sturias, León y Zam ora, aluden frecuentem ente los auto res, com o Trogo y Pom peyo (Just. 44. 3. 4-5), Floro (2.33.60), testimonios que coinciden con lo que sostuvo Plinio (HN. 4. 112): “Toda esta región aca bada de citar (G allaecia) a partir del Pirineo está llena de yacimientos de oro, plata, hierro y plom o negro y blanco” y Estrabón (3.2.9.): “Entre los ártabros... el suelo tiene, según dicen, eflorescen cias de plata, estaño y oro blanco m ez clado con plata”. En Bastenia y en el país de los oretanos había m uchos luga res con oro y otros m etales (Str. 3.4.1.). Según M ela (2.86) y Plinio (3.30), H is pania era abundante entre otros produc tos en hierro, plom o, cobre, plata y oro.
C anteras de m árm ol H ispania tenía canteras de mármol (Plin. 3.30). Están localizadas en M acael (A l m ería), Estrem oz (Portugal), Alm adén de la Plata (Sevilla) y A lconera (Bada jo z ), C arya, pró x im a a la anterior, M edol (Tarragona), Antequera (Málaga), B rissos (Portugal), etc.
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Procedim ientos de laboreo de las minas. F uentes literarias Se conserva una buena descripción de las m inas hispanas, situadas en el sur de H ispania, debida a Posidonio, que durante la G uerra Sertoriana (80-72, a.C.) vino a H ispania a estudiar el fe nóm eno de las m areas de Cádiz, con servada por D iodoro (5. 36-38), histo riador contem poráneo de A ugusto. Los procedim ientos de extracción del m i neral, de origen helenístico, son los m is m os de época imperial. Escribe así D io doro: “Por lo cual obtuvieron los ibe ros plata estupenda y, por decirlo así, abundantísim a, que les produjo ganan cias espléndidas. La form a en que los iberos explotan las minas y trabajan la plata es así, poco m ás o m enos siendo com o son, adm irables sus m inas en re servas de cobre, oro y plata, los que trabajan las de cobre extraen, excavando la tierra, una cuarta parte de este m etal sin ganga; de los que trabajan las de plata los hay que sin ser profesionales, extraen en tres días un talento de Eubea. Toda la región está llena de plata condensada que em ite destellos. Por ello es de adm irar la naturaleza de la región y la laboriosidad de los hom bres que allí trabajan. Al principio, cualquier par ticular, aunque no fuese un experto, se entregaba a la explotación de las minas y obtenía cuantiosas riquezas, debido a la excelente predisposición y abun dancia de la tierra argentífera. Luego ya, cuando los rom anos se adueñaron de Iberia, itálicos en gran núm ero lle naron las m inas y obtenían inm ensas riquezas por su afán de lucro. C om prendo gran cantidad de esclavos los ponen en m anos de capataces de los trabajos en la m ina. E stos, abriendo bocas en m uchos puntos y excavando la tierra en profundidad, estadios y es tadios, y trabajando en galerías traza das al sesgo y form ando recodos en form a m uy variada, desde las entrañas de la tierra hacen aflorar a la superficie la m ena, que les proporciona ganancia.
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G ran diferencia ofrecen estas minas com paradas con las de Ática. Los que trabajan las de allá invierten conside rables dispendios en su explotación y de vez en cuando no obtuvieron lo que esperaban obtener y lo que tenían lo perdieron, de m odo que parece que son desafortunados com o por enigma. M ien tras que los que explotan las de España logran de sus trabajos m ontones de ri quezas a la m edida de sus esperanzas. Porque las primeras labores resultan pro ductivas por la excelencia de la tierra de la tierra para este tipo de explota ción, y, luego, se van encontrando venas cada vez más brillantes, henchidas de plata y oro; y es que toda la tierra de los alrededores es un trenzado de venas dispuestas en circunvoluciones de dife rentes formas. A lgunas veces los m ine ros se topan en lo profundo con ríos que corren bajo tierra, cuyo ím petu do m inan rom piendo las em bestidas de sus com entes, para lo que se valen de las galerías transversales. Aguijoneados por sus bien fundadas esperanzas de lucro, llevan a fin sus em presas particulares, y - lo más chocante de to d o - hacen los drenajes valiéndose de los llamados “cara coles egipcios” , que inventó Arquímedes de S ira c u s a c u a n d o p a só por Egipto. A través de éstos hacen pasar el agua, de uno en uno sucesivam ente, hasta la boca de la m ina, y así desecan el em plazam iento de ésta y lo acondi cionan debidam ente para el desem peño de las actividades de explotación. Como este artefacto es enorm em ente inge nioso, m ediante un trabajo normal se hace brotar fuera de la m ina gran canti dad de agua, cosa que llama m ucho la atención, y toda la corriente del río subte rráneo aflora a la superficie con facili dad. Con razón sería de adm irar el in genio del inventor, no sólo en este punto c o n c r e to , s in o ta m b ié n p o r o tro s muchos y más importantes inventos, que de boca en boca han corrido por el m undo entero, de los cuales hablarem os por partes y con precisión cuando lle guem os a la época de A rquím edes. Los que pasan su vida dedicados a
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los trabajos de m inas hacen a sus due ños tremendam ente ricos, porque la can tidad de aportaciones gananciosas re basa el límite de lo creíble; pero ellos, bajo tierra, en las galerías día y noche, van dejando la piel, y m uchos m ueren por la exceisva dureza de tal labor. Pues no tienen casi ni respiro en sus traba jos, sino que los capataces, a fuerza de golpes, les obligan a aguantar el rigor de sus m ales, y así echan a barato su vida en condiciones tan miserables; pero los hay que por vigor corporal y forta leza de ánim o soportan sus padecim ien tos largo tiempo. A unque hay m ás de un asunto sorprendente en torno al tra bajo de minas que acabam os de descu brir, uno no podría pasar por alto sin gran adm iración el hecho de que nin guna de las m inas es de explotación reciente; por el contrario, todas fueron abiertas por la codicia de los cartagine ses en la época en que eran dueños de Iberia” . Este texto es m uy im portante por varios aspectos. Señala en prim er lugar la extraordinaria riqueza de toda H is pania en metales; la Península Ibérica estuvo som etida a una gigantesca colo nización itálica de gentes que se des plazaban acá a explotar las m inas. Las explotaciones m ineras contribuían poderosísim am ente al desarrollo y crea ción del capitalism o rom ano. Esta fa bulosa riqueza estaba basada en la ex plotación del hombre, de grandes masas de esclavos, que debido al intenso tra bajo perdían su vida pronto. Las con diciones de trabajo eran durísim as, ya que no había horas de trabajo fijas, y la vida del m inero era insalubre. H ispa nia no solam ente proporcionaba estas masas de esclavos, sino que tenía las minas. Los procedim ientos de explota ción estaban m uy adelantados, galerías, tornillos de A rquím edes, etc., y eran de origen h elen ístico . R ecu erd an a los p ro c e d im ie n to s d e s c rito s p o r A g atarquides de Cnido, transmitidos por Dio doro (3.12, 2-6; 13, 1-3, 14, 1-4). En Estrabón (3.2.S-9), se lee otra des cripción de los trabajos en las m inas
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Pisando la uva, casa del anfiteatro de Mérida
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hispanas del sur, que continuarán en época im perial, pues la A rqueología no dem uestra cam bio alguno en el sistem a de explotación de las minas: “El oro no se extrae únicam ente de las m inas, sino tam bién por lavado. Los ríos y torrentes arrastran arenas aurífe ras. Otros m uchos lugares desprovistos de agua las contienen tam bién; el oro,
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empero, no se advierte en ellos, pero sí en los lugares regados, donde el pla cer de oro se ve relucir; cuando el lugar es seco, basta irrigarlo para que el pla cer reluzca; abriendo pozos, o por otros m edios, se lava la arena y se obtiene el oro; actualm ente son m ás num erosos los lavaderos de oro que las minas. Según los gálatas, sus m inas del m onte
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C evenna y las que tienen al pie de los Pirineos son más im portantes; sin em bargo, son más preciados los m etales de allí. D ícese que a veces se encuen tran entre los placeres del oro lo que llam an “palas”, pepitas de un “hem iitron”, que se purifican con poco tra bajo. Se dice tam bién que al hendir las rocas suelen hallarse pepitas m enores sem ejantes a ubres. Som etido el oro a una cocción y purificado por m edio de cierta tierra alum inosa, se obtiene un resid u o que es el “é le k tro n ” . É ste, cuando va m ezclado de plata y oro, se cuece de nuevo; la plata entonces se quem a y queda el oro, pues siendo de naturaleza grasa, se puede licuar sin tra bajo. En efecto, el oro se funde con facilidad m ayor por m edio de la paja, ya que su llam a es m ás flo ja y se adapta m ejor a su fin, fundiendo el metal fácilm ente; por el contrario, el carbón, con la vehem encia de su fuego, liquida el metal dem asiado pronto, con sumiéndolo. En los ríos, el oro se ex trae y se lava allí cerca, en pilas o en pozos abiertos al efecto y a los que se lleva la arena para su lavado. Los hor nos de la plata se hacen altos, con el fin de que los vapores pesados que des prende la m asa m ineral se volatilicen, ya que son gases densos y deletéreos. A algunas de las m inas de cobre se las suele llam ar áureas, pues se supone que de ellas se obtenía oro. Y supone que la industria y la ener gía de éstos (los turdetanos) es sem e jante, por cuanto abren sinuosas y pro fundas galerías, reduciendo a m enudo las corrientes que en ellas encuentran por m edio de los tornillos egipcios. Sin em bargo, no todo es igual entre estos m ineros y los attikoi, ya que para los últim os la m inería es com o un enigm a, pues lo que recogen, dice, no lo toman, y lo que tenían lo pierden; por el contario, para aquéllos la m inería es sum a m ente provechosa, ya que una cuarta parte del m ineral recogido por los tra bajadores del cobre es cobre puro, y los propietarios de minas argénteas obtie nen en tres días un “tálanton” euboico.
M as el estaño -d ic e P o sid o n io - no se encuentra en la superficie de la tierra, com o repetidam ente afirm an los his toriadores, sino excavando. Y se pro duce tanto en la región de los bám aros que habitan más allá de los lusitanos com o en las islas K attiterídes, siendo transportado a M assalia desde el país de los britanos. Entre los ártabros, que habitan en lo m ás lejano del Septen trión y del Ocaso de Lusitania, el suelo tiene, según dicen, aflorescencias de plata, estaño y oro blanco, m ezclado con plata. Esta tierra es arrastrada por los ríos, y las mujeres, después de haber am anado la arena, la lavan en tamices tejidos en form a de cesta. Tal es lo que aquél (Posidonio) ha dicho sobre los m etales” . El texto de Estrabón citando a los hornos de plata que de construían altos para evitar los gases nocivos para la salud (Plin. 33.98) confirm a este dato. Ya el poeta Lucrecio (De rerum nat. 6. 810 ss.) aludió a la peligrosidad de los gases venenosos en las m inas tracias de oro de Scaptensula. Este problem a está recordado en Vitrubio (8.6.13) y en Plinio (31.49). Estrabón (12.3.40) des cribe las condiciones terribles de tra bajo en las m inas del m onte Sandaracurgium , en el Ponto, en la que las com pañías de publicanos ponían a trabajar a esclavos, vendidos a los m ercaderes por sus crím enes. Los m ineros m orían enseguida a causa de los gases noci vos. El poeta estacio (Theb. 6.880-5) recuerda el m inero ibero m uerto en un desprendim iento de tierras, lo que tiene confirm ación en las m inas de Riotinto. S o b re la o b te n c ió n d e l e s ta ñ o escribe Plinio (34. 156-158): “Se reco gía en Lusitania y G allaecia, regiones en las que nace a flor de tierra, en forma de arenas negras reconocibles por su peso, va m ezclado con guijarros peque ños, p rin cip alm en te en los torrentes secos. Los m ineros lavan esta arena, de la que extraen por decantación al m ine ral que es llavado luego a los hornos, donde se tuesta. H állase tam bién en yacim ientos de oro que llaman alutiae,
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por m edio de una corriente de agua se dejan posar los cálculos negros, que apa recen ligeram ente variad o s en blan quecinos; estos tienen el m ism o peso que el oro, por tal razón se quedan en la cesta juntam ente con el oro recogido en ella. Luego en el horno se separan del oro, y al fundirse se convierte en plom o blanco... G allaecia no produce plom o negro, al paso que en la vecina Cantabria se da en abundancia; el plomo blanco no tiene plata, pero sí el negro”. Plinio (33.77) es el autor que ofrece datos más abundantes sobre el sistem a de laboreo y rendim iento de las minas de Asturias y G allaecia, que com enza ron a explotarse a gran escala a partir de Vespasiano y según procedim ientos helenísticos, tam bién en opinión de J. Sánchez Palencia. Para facilitar la extrac ción del m ineral se em pleaba una co rriente de agua, “ la tierra conducida así se desliza hasta el mar; rota la m ontaña se disuelve, y de este m odo Hispania ha hecho retroceder el m ar lejos de sus orillas... El oro obtenido por la arrugia no se funde, es ya oro; se encuentra en m asas, com o en los pozos, que pesan más de 10 libras. Llam an a estas m asas palagae', otras les dicen palacurnae, y cuando es pequeña llám anla balux. En la m in a D o s M o u ro s y en la de Valongo, ambas en Portugal, en Barban tes, y seguram ente en Pozo Lim idoiro, Brandom il (La Coruña), se utilizaron para la extracción del m ineral pozos, galerías, bajadas y tajos; pero este pro cedim iento fue raro, pues se aplicaba cuando la concen tració n de oro era grande y se justificaba un trabajo tan duro y prolongado. Para el hundim iento de la roca se em pleaba el fuego y picos de hierro -enco n trad o s en la m ina Dos M ouros-. El oro obtenido por este pro cedim iento se llam aba, según Plinio, aurum canaliense o canalicium . El oro en e s ta d o lib re se p o d ía o b te n e r m ediante trituración, lavado y quizás am algam ación. El oro asociado a sul furas se obtenía por un tratam iento más c o m p le jo de to sta d o , fu sió n y c o pelación. C om o en Jales (Portugal),
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donde han aparecido hornos de tostar el m ineral y las escorias, contenían una fuerte cantidad de oro, plata y plom o metálico. Estas escorias eran sin duda de nuevo tratadas, según indica Plinio. M ás usada fue la técnica conocida con el nom bre de arrugia o ruina montium. Se aplicaba a los depósitos de aluvio nes, com o en el Biezo y en el Teleno. Pepitas de oro se hallaban disem ina das irregularmente en la arcilla roja, con un porcentaje de 1 a 10 gram os de oro por tonelada. La operación consistía en cavar pozos y galerías destinados a pro vocar el hundim iento del m onte, según se ha dicho. Esta operación se llam aba ruina m ontium ; grandes depósitos de agua se colocaban en los puntos eleva dos de la explotación, alim entados m e diante una red de acueductos, se preci pitaban grandes torrentes de agua sobre los m ontones de tierra, que, en estado de lodo líquido, fluían hacia los cana les de decantación (agogae), donde se recogían las pepitas de oro. Los acue ductos utilizados en estas explotacio nes m ineras se conocen cen las M edu las (León), ya tallados en las rocas, ya sobre m uros, que se siguen a lo largo de 40 km. D epósitos com o los de La Leñosa, Paradaseca y Las M édulas se construían encim a de las explotaciones. A lgunas lagunas, com o las de Las M é dulas, la laguna Cernea, en Santa Co lom ba de Som oza, pueden ser vestigios de decantación. Las explotaciones for m aban circos, com o el de Fogo Chico, junto a Duerm a, y el de La Leñosa. Dos procedim ientos son los seguidos: las arrugiae, en los aluviones descritos por P linio, y la explotación de los yacim ientos en la roca. Todos los yaci m ientos auríferos del noroeste fueron explotados en la Antigüedad según dife rentes procedimientos ya citados: lavado de las riberas de los ríos: arrugia para los depósitos aluviales antiguos: pozos y galerías en los filones de cuarzo aurí fero y explotación a tajo abierto, en el caso de una fuerte m ineralización de la roca. Se han hecho cálculos sobre las explotaciones en roca y en una arrugia
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y se han obtenido las siguientes cifras: 10.000.000 de m etros cúbicos explota dos en Tres M inas (portugal), contra 1 5 0 .0 0 0 .0 0 0 en L a s M é d u la s y 150.000.000 de metros cúbicos en el valle del D uerna (León). Las evalua ciones globales son de 35.000.000 de m etros cúbicos de yacim ientos en roca trabajados en A sturias y 500.000.000 de m etros cúbicos de aluviones lavados en el Bierzo. Se conocen algunos ingenios utili zados en las m inas hispanas del sur. Los sistem as de desagüe de las m inas rom anas de la provinca de H uelva han sido bien estudiados recientem ente por J. M. Luzón. El m étodo m ás sencillo de desagüe, cuando era posible, consis tía en un canal que con una suave inclina ción vertía al exterior el agua. Este pro cedim iento se utilizó en las m inas de El Centeni lio, La Fortuna (M urcia) y en el F iló n D e h e s a , en R io tin to (Huelva). A este canal de desagüe alude la segunda tabla de A ljustrel, según una reciente interpretación propuesta por J. M. Luzón, y no a un acueducto que abastecía de agua la región m inera de V ipasca, a una instalación para lavar m inerales. E sta galería subterránea se encontraba a una profundidad conside rable. Los que tra b a ja b a n p o zo s de cobre debían realizar las labores a una distancia m ínim a de quince pies para ev itar los d esplom es. El p ro c u ra to r podía perm itir hacer calicatas a partir de la galería de desagüe. D iodoro de Sicilia (5.37), alude a este sistem a de desagüe en las m inas hispanas, cuando escribe: “encuentran a veces ríos sub terráneos cuya rápido curso reducen en cauzándolos en galerías in clin ad as” . Cuando era im posible sacar el agua por este procedim iento se em pleaban m e canismos de elevación, descritos por Vitrubio (10.4) de los que en las m inas hispanas se utilizaron tres. El prim er ingenio es la noria (Vitr. 10.5), muy usado en las m inas del noroeste: Thersis y Riotinto en H uelva, y Santo D o mingo, en Portugal. Sólo en la prim era m ina se han encontrado cuarenta. El
M useo de R iotinto guarda una en ex celente estado de conservación. En las minas de Thersis, en el criadero de Filón N orte, en el siglo pasado, se descubrió un conjunto de catorce ruedas dispues tas por parejas. Las ruedas están cons truidas de m adera, de pino de Flandes y encina. El eje de la rueda era el único elem ento m etálico. La disposición de estas m áquinas está bien docum entada por los hallazgos de Thersis, Santo D o m ingo y Riotinto; en esta últim a se en contró un conjunto de ocho parejas de ruedas, colocadas de m anera sucesiva, que elevaban el agua a veintinueve m e tros de altura. La pareja de norias ver tía el agua en canal siempre en la misma dirección, que caía en la fosa del piso superior para ser recogida por el par siguiente. Si la cantidad de agua que había era poca, se colocaba una única rueda. La segunda m áquina em pleada era la polea en cangilones, tam bién des c r ita p o r V itr u b io (1 0 .5 ). Es u n a variante de la m áquina anterior; a la m ism a rueda anterior se acoplaba una doble cadena de hierro, de la que col gaban cangilones de cobre con una capa cidad de 35 litros, que vertían el agua en la parte más alta sobre un canal o depósito a ese nivel. La ventaja de este ingenio es que extraía el agua de luga res m ás profundos a m áquina a juzgar por los hallazgos, fue m enos usada que la noria, pero tam bién se docum enta, incluso con variantes no descritas por Vitrubio. La bom ba de Ctesibio fue des crita en la A ntigüedad por Plinio (HN 37) y por Vitrubio (17). Un ejem plar perfectam ente conservado se guarda en el Museo Arqueológico Nacional de M a drid.
Código m inero Se conserva el prim er código del Im perio Rom ano sobre m inas, las tablas de A ljustral, A lem tejo (Portugal), que contiene la reglam entación de un dis trito m inero y en las que se halla una in fo rm ación im p ortantísim a y única
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sobre reglam entación fiscal y adm inis tración de las m inas de cobre y plata. En el territorio había una pluralidad de yacim ientos, adem ás de las canteras de piedra. Los restantes distritos m ineros se regirían por una legislación parecida o idéntica. Todo el distrito m inero, in cluso la población ordinaria, se encon traba bajo el gobierno del procurator metalli, representante del fisco im pe rial, que podía ser del rango de los equi tes, pero que frecuentem ente era un li berto im perial. De las dos tablas que se conservan, la prim era fija los dere chos de los diversos arrendatarios de lo s s e rv ic io s d e la lo c a lid a d , del arriendo del im puesto, en las subastas,
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del pregón, de los baños públicos, de la zapatería, de la barbería, de la tinto rería y del im puesto sobre m ineral ex traído, de la inm unidad de los maestros de Vipasca y del impuesto sobre la ocupa ción de los pozos m ineros. La tabla segunda determ ina el régim en de explo tación, desde el punto de vista jurídico y técnico y las m edidas de policía. Las tablas son de época adranea. Una lex m etallis dicta, m encionada en la tabla prim era, podía ser la segunda, s ie n d o la m e n c ió n al e m p e ra d o r Adriano un añadido posterior, o una ley de época anterior, quizá flavia. El dueño de la m ina de V ipasca era el fisco, que no explotaba directamente los
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pozos, sino que en régim en de con cesión se los entregaba a varios arren datarios. Los em peradores aplicaron a las explotaciones m ineras el m ism o sis tem a em pleado en las tierras públicas e imperiales, el arriendo a pequeños em presarios. Exam inem os un poco m ás detenida m ente el contenido de cada una de las tablas. En V ipasca un m onopolio era la banca, y el banquero podía cobrar un 1 por 100 del precio de todas las subastas, que deducía del precio o en trega al procurator m etalorum esa can tidad. El desarrollo del com ercio, de la industria, de la agricultura y las ex plotaciones m ineras presupone un gran desarrollo de la banca, que era una em presa privada. El fisco era el m ayor banquero del Im perio, prestaba dinero a crédito, al igual que los prestam istas particulares y los bancos; com o el em perador, atesoraba m oneda acuñada y realizaba num erosas operaciones finan cieras. Una excepción a favor del disco se daba cuando la venta se hacía sin intervención del banquero, directam ente por el procurator, con autoridad del em perador. Aun en este caso, si se vendía un pozo, el conductor podía cobrar la centésim a del com prador del pozo. S i guen casos especiales de aplicación de esta ley. El plazo de pago de la centé sim a era de tres días. El servicio del pregonero que inter venía en la subasta era tam bién objeto de un arriendo en m onopolio. El esti pendio que paga el vendedor por el ser vicio se estipula en el 2 por 100 del precio, si es m enor de 100 denarios, y del 1 por 100 si es superior a 200. Si se subastaban esclavos, el precio se fi jaba en relación con el núm ero de ca bezas. Se exceptúan de los derechos de pregón, las ventas y arriendos hechos por el procurador en nom bre del fisco. L a e x p lo ta c ió n d e lo s b a ñ o s en V ipasca era en arriendo, su inspección correspondía al procurator m etallorum . Podía im poner m ulta de 200 sestercios en cada ocasión, el arrendatario debía calentar el agua durante un año, abrir
los a horas determ inadas, del am anecer a la hora sétim a para las m ujeres, y de la hora octava a la segunda de la noche para los hom bres y sum inistrar agua com ente. Fijó la ley el precio de los bañistas. Entrada gratis tenían los sol dados y los niños. El arrendatario que recibía todos los accesorios de los baños debía cuidar con particular esm ero las bañeras. Determinaba la ley todo lo rela cionado con la leña. La industria del calzado se llevaba en régimen de m ono polio. La m ulta al que se dedicase a la zapatería sin el correspondiente permiso era del doble del valor del zapato. Era objeto de m onopolio igualmente la repa ración del calzado. También la barbe ría estaba en régim en de m onopolio, com o las tiendas de los tintoreros. Un im puesto gravaba la com pra del m ine ral y de piedra para su elaboración. El mineral se adquiría en bruto. Las ope raciones de elaboración se clasifican como: depuración, trituración, fundición al fuego, preparación y segm entación de lingotes, criba y lavado. La ley gra vaba a los que im portan de otra zona m inera para preparar en V ipasca con un denario cada 100 libras, unos 33 kilogramos, aproximadamente. Los maes tros de escuela de Vipasca estaban inmu nes de contribuciones públicas. El final de esta prim era tabla se refiere a la descripción de las ocupaciones de pozos m ineros y de su im puesto. El fisco daba un perm iso de explo tación y percibía la m itad del mineral extraído. Existía la posibilidad de com prar la concesión definitiva del pozo a un precio fijado por el fisco. La tabla segunda legisla, al com ienzo, sobre los precios de los pozos de cobre en dis frute tem poral y persigue las explota ciones clandestinas. El ocupante no podía fundir al m ineral antes de haber pagado al fisco. Los pozos de plata eran dotados según lo previsto por la ley, pero a diferencia de los pozos de cobre, no se im pone un pago total del precio, se aplicaba en este caso una disposi ció n e s p e c ia l d e la lib e ra lid a d de A driano, que consistía en perm itir en
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los pozos argentíferos un pago a pla zos, previo adelanto de 4.000 sester cios, lo que suponía una ventaja para el com prador. El fisco tom aba una serie de m edidas legales encam inadas a que las explotaciones m ineras no se inte rrum pieran. La interrupción era consi derada un abandono, y el fisco conce día el derecho de explotar el pozo al que lo encontrase abandonado. Cada ocu pante explotaba varios pozos al m ism o tiempo. A cada cinco pozos ocupados el ocupante debía explotar al m enos uno, o si se trata de un pozo com prado, se concede un plazo de inactividad de seis meses. El fisco podía desinteresarse de su m itad y perm itir la explotación total al particular; el precio debía ser lo m ás alto posible. Para buscar la can tidad necesaria para com prar el pozo, el ocupante tenía varias posibilidades: 1) Buscar socios capitalistas a los que se concedería una participación del ren dim iento. 2) Pedir a un prestam ista dinero. 3) Vender su derecho a otro ocu pante. 4) A bandonar el pozo al derecho de ocupación. Solución económ ica. Posiblem ente los ocupantes de los pozos contribuían sociedades mineras. La ley adm ite estas sociedades y no limita el núm ero de socios. Según su cuota de participación, cada socio con tribuye a los gastos. M ediante anuncio por escrito, un socio que ha hecho los gastos y reclam a de otro la parte que le corresponda pagar, puede reclam ar la cuenta. Vipasca. También da la ley una serie de prescripciones técnicas referentes al servicio del canal de las m inas, sobre la traída del agua a la localidad, o del canal para el lavado del m ineral. Las explotaciones de los pozos de cobre de bían distar del canal por lo m enos cinco pies, y los de plata sesenta pies. Tam bién estaba prohibido am ontonar el m i neral a los lados del canal. La m ano de obra era de esclavos condenados a tra bajos forzados y tam bién de obreros libres.
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Un número de palabras hispanas, re ferentes a las explotaciones de m inas, se han conservado en el código de V i pasca, que se habían convertido en tér m inos técnicos. Los m etales citados por Plinio de bían exportarse en m ayor o m enor grado en el siglo n. Las m inas británicas de cinc dejaron de explotarse desde el año 50 al siglo ni, lo que parece indicar que en las m inas de este m ineral en H ispa nia se trabajaba. El tesoro imperial per cibía de las m inas hispanas la partida más grande de ingresos.
Propiedad de las m inas En las m inas de Cartago Nova, que en el siglo i estaban ya en decadencia, pero se trabajó en ellas hasta finales del siglo ii, la ganga argentífera era arrastrada por una corriente, de la que se m achaca y por m edio de tam ices se la separa del agua; los sedim entos son triturados y nuevam ente filtrados y separados así, las aguas m achacadas aún otra vez. E n tonces este quinto sedim ento se funde, y separado del plom o queda la plata pura (Str. 3.2.10).
D ocum entación arqueológica Las excavaciones modernas permiten ha cerse una idea bastante aproxim ada de las explotaciones m ineras hispanas. La m ina El Centeni lio se encuentra en el térm ino m unicipal de Baños de la Encina (Jaén) y tiene dos series de filones: el filón sur y sus satélites, si tuados a un kilóm etro al sur del actual pueblo, y el grupo norte, llam ado M ira dor, con sus satélites. Am bos grupos fueron explotados en la Antigüedad. Se extraía galena o sulfuro de plom o de una m etalurgia fácil para los romanos. La galena lleva frecuentem ente plata, en cantidad variable. La de El Cente ni lio es rica en este metal y en las zonas superficiales la oxidación y cimentación ha producido fuerte concentración de
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plata nativa, explotada por los rom anos hasta llegar a los sulfuros, de donde obtenían a un tiem po plata y plom o. El grupo norte consta de tres filones, de los cuales el más im portante es el lla m ado M irador, explotado en una pro fundidad m edia de 200 m etros y en una extensión de 870 m etros. La explota ción com enzaba abriendo en su aflora m iento pozos o rajas por donde pene traban los m ineros, y extraían prim ero el mineral. Los prospectores rom anos de m inerales m ostraron una gran habi lidad en descubrir los yacim ientos no visibles en superficie. Al profundizar en la explotación, se planteaban pro blem as para la extracción del m ineral, de desagüe y de acceso. Prim ero se uti lizó para esto la ram a sudeste del filón de Pelaguindas para dar con las zonas m ineralizadas que se intentaban desa guar. En este prim er socavón no dieron con el mineral. Continuaron los m ine ros abriendo socavones en el filón, cada vez más profundos. Se desaguaban los pozos m ediante tornillos de A rquím edes, de los que se encontraron varios, hoy perdidos. Un gran nivel técnico de explotación alcanzan, no sólo las minas del sudeste, como Ritotinto, Tharsis, Sotiel Coronada, sino las de Cerro Muriano, Posadas y El C entenillo. En la de Coto Fortuna hay una serie de reci pientes para lavar el m ineral. A partir de 100 m etros se utilziaron socavones de desagüe, em pleados tam bién para la extracción del m ineral. En los alrede dores de los filones había tres grandes fundiciones para el tratam iento de la galena argentífera. U na de ellas, asen tada sobre un valle, llam ado La Tejeruela, pertenece a los siglos n y i antes de Jesucristo y corresponde a las pri m eras explotaciones rom anas del filón M irador. La segunda fundición, la Fabriquilla, se trasladó, al haberse talado los árboles de los alrededores de La Tejeruela, más lejos, donde existía agua para concentrar el m ineral, y dada su altura, aire abundante para el tiro de los hornos. Esta segunda fundición es de fecha
más reciente. La tercera, llam ada Cerro del Plom o, se encuentra a unos dos cientos m etros más abajo, al sur del filón M irador, sobre un cerro en forma de proa, con fuerte ventilación natural en la cum bre para el tiro de los hornos, y con laderas, protegidas de los hum os, utilizadas para viviendas de los m ine ros. El agua se llevaba hasta el cerro por m edio de acequias, que partían de los socavones. La cum bre m ide unos 200 m etros de largo y tiene tras plata form as que no parecen naturales. Se de duce de los ocho cortes efectuados en el C erro del Plom o que hubo cuatro períodos de explotación; uno de orga nización a finales del siglo π y princi pios del i; otro de desarrollo industrial intensivo, en la prim era m itad del siglo i; un tercero de abandono provisional después de una destrucción m otivada probablem ente por la guerra civil, hacia el año 45 antes de Jesucristo, y un cuarto período de nueva ocupación a partir del segundo cuarto del siglo i hasta los finales del siglo ii. El Cerro del Plom o está en relación con las explotaciones profundas del filón M irador. Después del tercer pe ríodo prosiguen las explotaciones en pro fundidad y en el nivel m ás bajo se uti lizaron los tornillos de Arquímedes, que debe coincidir con los últim os años de la explotación. En el Cerro se observa una organización en las instalaciones industriales (hornos, lavaderos y alm a cenes) y en las viviendas de los m ine ros en la vertiente norte. Sin duda, una em presa fuerte explotaba El Centenillo, de la que se conocen sus iniciales, S o cietas C astulonensis, que explota la m ina desde la prim era m itad del siglo i antes de Jesucristo hasta m ediados del siglo siguiente, por lo menos. Los m ineros son pobres; no emplean vasijas de lujo, sino platos y vasos de fabricación local; para otros usos utili zaban el plom o. V ivían aislados, enca denados a su trabajo. El m ineral se transportaba por barco, G uadalquivir abajo, hacia los puertos de em barque, H ispalis y C ades, como
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se deduce de la aparición en el puerto de Cádiz de lingotes de plom o tim bra dos con el nom bre de C ato y estam pi llados con el em blem a de una m ano con palma. Este m ineral procedía de la parte central de Sierra M orena, o sea, de las actuales provincias de Badajoz, Sevilla, Córdoba y Jaén. De las minas de H uelva no se extraía plom o. A par tir del siglo i antes de Jesucristo y a lo largo de todo el Im perio una de las actividades im portantes del valle del Betis era el transporte de m inerales pro cedentes de Sierra M orena. En la m ar gen izquierda, en regiones hoy planta das de olivo, se conservan aún num ero sas fundiciones de plom o, com o en Po-
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A ñade el geógrafo Estrabón (3.2.10) en este párrafo un dato interesante, sobre la propiedad de las minas, que las minas de plata han dejado de ser públicas para pasar a propiedad particular; las de oro en su m ayoría son públicas. El nom bre de la Colonia A ugusta Firm a, se lee en los lingotes de plom o encontrados en el puerto de Cartagena, hoy perdidos: C O L O N , A U G U S T IF IR M I/F E R M . Este lingote prueba que la m ina de plom o argentífera pertenecía a la colo nia augustea,' al igual que la Colonia Genetiva Julia poesía agri et silvae y la ciudad de Cartagena era también pro piedad de minas de plom o argentífero. A stigi podía explotar la m ina directa-
Transporte fluvial de vino, museo de Aviñon
sadas y A lm odóvar del Río, en la re gión de la H errería y en Fuencubierta (Córdoba), a una distancia de la m ar gen sur del río que oscila entre 4 y 10 kilóm etros. De estas fundiciones hoy sólo quedan escorias; por el m aterial encontrado en ellas, cerám ica y m one das iberas y rom anas, se fechan hacia el cam bio de era. El m ineral llegaba de las m inas de plom o argentífero, lo calizadas a unos kilóm etros al norte de Posadas, en la orilla derecha del Betis. Es probable que los propietarios lo fue ran al m ism o tiem po de las fincas y de las m inas. La Via A ugusta pasaba cer cana a algunos kilóm etros al sur, en la región de La C arlota (Sevilla).
m ente o por m edio de un arrendatario al que aludiría la sigla FERM . Después de la división de Hispania en tres provincias, las m inas de Lusitania y de la C artaginensis pasan a propiedad del emperador. La arqueología confirma estos datos, pero siem pre debía haber a lg u n a s m in a s de o ro en H isp a n ia a m anos de los particulares, ya que Septi m io S ev ero, d esp u és de la derrota en Lyon, 198, de los partidarios de su con trincante A lbino, confiscó las minas de H ispania y de la G alia (SHA. Sev. 12). En M allorca, en la costa de Las Sa linas, han aparecido 17 lingotes de plom o, que, m uy probablem ente, iban cam ino de Rom a, procedentes de las
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m inas de la Tarraconense. Se fechan en los años com prendidos entre los años 79-81. Están fundidos en moldes de arcdilla refractoria, cocida a alta tem pera tura, con una m atriz en el fondo sobre lo que se grababa en hueco el nom bre y em blem as del dorso, su fabricación se hace en varios tiem pos, vertiendo el m etal líquido; enfriando el m etal se añade otra colada. Los galápagos son de forma tronco-piramidal alargada. Las piezas están m arcadas en sus flancos con punzones de bronce o de hierro. Las im prontas se refieren a títulos im periales com unes o nom bre de Vespa siano y de Tito en abreviatura. Las le tras de los nom bres de los cortes del dorso, grabados siem pre con letras en relieve, son desiguales y toscas. Los prim eros estarían hechos por grabado res oficiales al servicio de la adm inis tración imperial, los segundos por gra badores locales poco hábiles. Los lingo tes llevan el nom bre del em perador, o títulos imperiales com unes, indicando que las minas son m onopolio imperial. Estas m inas no podían econtrarse en la Bética, adm inistrada por el senado. Los lingotes llevan tam bién los nom bres de los arrendatarios de los pozos m ineros, que son L. M anlio, N. N avio A pser, Q. Cornuto y Publico Aemilio Gallico.
Mano de obra En el siglo i las m inas fueron trabaja das por esclavos, que recibían trato bru tal; a partir del siglo π lo fueron por libres en su m ayoría. La ganancia no revertió sobre el nivel de vida de la región. En el noroeste la asim ilación de la cultura rom ana fue prácticam ente nula. Hubo castros que se desplazaron, según las necesidades de la explotación minera.
Representaciones de1 m ineros Se conocen varias. La m ás fam osa es el relieve de Palazuelos (Jaén), de época
de los Antoninos, que representa a cua drillas de m ineros dentro de una gale ría. El capataz cierra la m archa y está representado a tam año m ayor. Lleva en su m ano derecha una tenaza y en la izquierda posiblem ente una cam pana. El m inero que le precede lleva al hom bro un pico-m artillo; el tercero lleva una lucerna. Visten calzón corto cu bierto con un mandil de tiras de cuero. Los m ineros son esclavos a juzgar por el pantalón. De la m ism a época es la estela sepulcral del niño Quintus Artulus, m uerto a los cuatro años, proce dente de Baños de la Encina, en las proxim idades de la localidad anterior. Representa al hijo de un m inero con m artillo y cesta de juguete, o mejor, a un niño minero. Estos relieves prueban igualm ente la explotación de las minas de plom o argentífero en el siglo π en las proxim idades de Cástulo. En D espeñaperros se encontró un bronce ibérico de un m etalúrgico con sus utensilios de trabajo, grandes tenzas y martillo; viste sagum hasta los pies descalzos. Una probable represen tación de m ineros se halla sobre una tesera de plom o del Archivo M unicipal de Sevilla. En una de sus caras lleva la inscripción Celte, Peñaflor, y debajo hay un objeto con m ango, que parece ser una pesa de plom o, com o las en contradas en Riotinto. En el reverso de la tesera un hombre en short cam ina hacia la derecha llevando al hom bro una pala ancha. D elante de él se ve un aro con estrigiles, un ungüentarlo y algún otro útil de aseo personal. Posible m ente es una tesera para entrar libre m ente a los baños de la localidad.
El ejército y las m inas El ejé rc ito del n o ro este fu n cio n ab a com o ingenieros. Tácito (Ann. 12-20) menciona el uso de soldados como técni cos en las m inas de G erm ania, y añade que lo m ism o sucedía en otras provin cias. Ya hace años que C. Dom ergue, en
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los diversos trabajos realizados refe rentes a las m inas áureas del noroeste hispano, recaba la im portancia del ejér cito en las explotaciones m ineras, cuyo papel era no sólo de pacificador de la gran cantidad de mineros, esclavos o li bres, sino de ingenieros. En el siglo n, algunas unidades estaban acuertaladas en las proxim idades de Tres M inas, al igual que un destacam ento de la C o hors I Gallica. En las cercanías de las Arrugies del Teleno, se localiza la ad m inistración de las m inas de la región, y un destacam ento m ilitar de la Legio VII G em ina m andado por un centurión, y a partir del año 165, Cohors I G a llica, a la que en tiem pos del gobierno de los em peradores M arco A urelio y Lucio Vero se añadieron elem entos de la Cohors I C eltiberorum , y después del año 175, de la II Flavia. Los com po nentes de estas unidades son variables. En las tablas de V ipasca 1.3 se m en ciona a los soldados, y que están libres de pagar el uso de los baños. A. D ’Ors, al comentar este texto, sugiere que había una cohorte m andada por un tribuno, cuya presencia era necesaria no sólo para la vigilancia general del distrito, sino especialm ente para la custodia de los dam nati ad metala, que trabajaban las minas. Ya en época helenística en las m inas de N ubia para vigilar a los condenados, según el testim onio de Agatarcides (Diod. 3.12. 3 ss.) se emplea ban soldados bárbaros que desconocían la lengua de los m ineros. Un destacam ento m ilitar está atesti guado en Cástulo, im portante distrito m inero de la Tarraconense.
Emigración de m ineros E stá bien docum en tad o el d esp laza m iento de m ineros libres a otras regio nes en busca de trabajo. A sí está atesti guado en Riotinto una fam ilia de E m é rita A ugusta, la capital de Lusitania: un Cam alus, que por su nom bre debe ser galaico o lusitano; un Ruburrinus de C astellum B urense, en el noroeste, im
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portante zona m inera, que trabajaba con su herm ano; varios talabrigenses, ciu dad lusitana entre Bracara Augusta y C onim briga, y una celtíbera, de nom bre Licinia M aterna, venida del territo rio de los A revacos, de N ovaugustana, ciudad citada por Plinio (3.27). Cadá veres de 15 personas celtíberas, de las que algunas son m ujeres, que m urieron con ocasión de derrum bos de las gale rías, han aparecido en las minas del sureste. La presencia de una m ujer con-
Tablilla dácica: alquiler de jomadas de trabajo para una explotación aurífera (fol. 55) En el consulado de Macrino y Celso (164 d.C.), trece días antes de las calendas de Junio. Lo escribí yo, Flavio Secundino, a petición de Memio, hijo de Asclepio, por que afirmó que no sabe escribir. Dijo que había alquilado sus jornadas de trabajo (operae) a Aurelio Adjutor, para una explota ción aurífera, desde el día de la fecha hasta los próximos idus de noviembre, en 70 denarios y la comida. Deberá recibir el salario fraccionado en varios plazos. Deberá realizar jornadas de trabajo com pletas, sin deducciones por enfermedad, en favor del contratista (conductor) antes mencionado (es decir, Aurelio Adjutor). Si contra la voluntad del contratista, inte rrumpe su trabajo o abandona la ex plotación, se le descontará del salario cinco sestercios por cada día. Si las corrien tes de agua impidieran trabajar, la jornada se considerará válida. Si transcurrido el plazo, el contratista se retrasara en el pago, estará sujeto a la misma penalización, salvo que la explotación se haya inte rrumpido tres días. Firmado en Imenoso Mayor. Firman el trabajador (Memio, hijo de Asclepio) y los socios del contratista: Titio, hijo de Beusante, apodado Bradua, y Socratión, hijo de Socratión.
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firm a lo que se desprende de las Tablas de V ipasca I 3.4.5, con ocasión de le gislar sobre el uso del baño, de que en las minas trabajaban tam bién m ujeres, al igual que quizás en A lburnus M aior. M ujeres trabajaban en las m inas de oro del n o ro este h isp an o , según el te s tim onio de Estrabón (3.9.9). Un texto de Agatarcides (Diod. 3, 2-6), de comien zos del H elenism o, sobre las m inas de oro nubias, m enciona m ujeres m ineras y en un seg u n d o , del m ism o auto r (Diod. 3.13.1), a niños tam bién citados en Vip. 13.6. U na estela de Baños de la Encina (Jaén), en plena zona m inera de Sierra M orena, representa un niño con m artillo y cesta, que confirm a estas fuentes. Esta em igación de m ineros del noroeste no sólo era de varones, sino tam bién de m ujeres, que debían traba ja r en las minas; así se docum enta cerca de Aroche (H uelva) una V ibia Crispa, T u ro b rig e n sis (C1L II, 9 6 7 ), T ab ia Prisca, Serpensis (CIL, II, 971), Baebia Crinita, A urobrigensis (CIL II, 964) y en Alongo una dem a de O nisipo (CIL II, 959). A las minas de Cástulo fueron a traba jar Paternus y sus com pañeros de tribu, que eran cántabros orgonom escos, que eran varios y libres, citados por Plinio (4, 111). Este autor (33.97) recuerda a los aquitanos que trabajaban las m inas del sur de H ispania.
Confiscaciones El emperador Tiberio confiscó las minas de S. M ario, situadas en Sierra M o rena, aunque estas m inas debían haber pasado al senado, que adm inistraba la Bética; S. M ario era un absentista, ya q u e v iv ía en R o m a . A c u s a d o de incesto con su bella hija, fue despe ñado de la R oca Tarpeya y confiscado su patrim onio (Tac. Ann. 6. 19. Suet. Tib. 49), que pasó a ser im perial. Este cobre era el m ás cotizado en el m er cado en época de P lin io (39.4). En época de los A ntoninos se exportaba todavía a Ostia, donde vivía para reci
bir la mercancía T. Flavius, Augusti liber tus Polychrysus, procurator massae marianae (CIL II, 1179); es decir, al frente de la m ina, que era patrim onio im pe rial, se encontraba un procurator, que en este caso era un liberto im perial griego, a juzgar por el nom bre, com o solía suceder frecuentemente. Tiberio con fiscó tam bién otras m inas en m anos de particulares o de las ciudades, buscando posiblem ente un m ayor rendim iento. Estas confiscaciones se llevaron a cabo en Galia, Hispania, Siria y Grecia; es decir, en todas las provincias donde había buenas m inas, según la afirm a ción de Sustonio (Tib. 49). Estas confis caciones son anteriores y no posteriores a la revuelta del año 21. Una inscripción de A v ey ro n (C IL X III, 1550) nos inform a de que las m inas de plata de la región pertenecían, ya en tiem pos del em perador Tiberio, al fisco imperial, y que estas m inas habían ya pasado a su dom inio. Los decuriones citados en esta inscripción son los adm inistrativos del territorio minero.
Rendimiento de las m inas Se conservan, gracias a Plinio (34, 165), las cifras de arendam iento de algunas m inas béticas, com o la m ina Samariense, que rentaba 200.000 denarios anua les, después en 255.000. La m ina Antoniniana producía 400.000 libras. Según la opinión de algunos, A stu rias, G allaecia y Lusitania sum inistran por este procedim iento 20.000 libras de oro al año, pero la producción de A stu rias es la m ás abundante. No hay parte alguna de la tierra donde se dé esta fertilidad durante tantos siglos (Plin. 33. 76-78). La cifra de 20.000 libras de oro por año es la única cifra conocida de la producción de las m inas del noroeste. La cifra se refiere a la producción de las arrugiae, que es el sistema más exten dido de explotación. Plinio no dice a qué época se refiere la cifra, si a la de A ugusto o a la de Vespasiano. Si la
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c if ra se r e f ie r e a lo s tie m p o s de A ugusto, el producto anual de estas m inas era de 90.0 0 0 .0 0 0 de scstcrcios, o sea, 1/5 de los ingresos del aera rium calculado en 450.000.000 de sester cios, según Tenney Frank. Si la cifra es del gobierno de Vespasiano, repre senta el 6 y 7,5 por 100 de los ingresos del E s ta d o , c a lc u la n d o é s to s en 1.200.000.000 ó 1.500.000.000 de ses tercios. Según Plinio (33.118), el m inio lo importaba Rom a de H ispania. El m inio más conocido era el de Sisapo, en la Bética, m ina que era propiedad del pue blo rom ano. No estaba perm itido refi n ado en el lugar, sino que se enviaba a Rom a, en bruto y bajo sello, en can tid ad de 2 .0 0 0 lib ra s (seg ú n o tros 20.000) al año. En R om a se lavaba y
para evitar que obtuviera precios m uy elevados se fijaba su valor en venta en 70 sestercios, lo que proporcionaba gran des beneficios a las compañías. Las fuentes literarias mencionan otros m inerales en los que H ispania abun daba. Lusitania y m ás concretam ente las orillas del Tajo tenían gran cantidad de placeres de oro (Str. 3.3.4). Los ríos hispanos, en general, arrastraban pepi tas de oro, y se explotaban las arenas más que las m inas (Str. 4.6.12; 16, 69). Según Silio Itálico (I, 234), además del Tajo, los ríos Duero y Lim ia tam bién llevaban pepitas de oro. Mela (3, 8) añade que, adem ás de producir oro, el Tajo arrastraba piedras preciosas. En las proxim idades de O lisipo se obtenía de las profundidades de la tierra, con
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m ucho trabajo, el rubí (Plin. 37, 97). De otros m inerales que se extraían de H ispania no nos dicen las fuentes el lugar de origen, así el sori, del que se obtenía una pom ada para los ojos (34, 120), una arena que era susceptible de una preparación sim ilar a la del lapis lázuli, em pleada en m edicina para hacer crecer el pelo (35, 47), la piedra imán (36, 127), la obsidiana (35, 197), el chrysolithon, es decir, el topacio -u n o llegó a pesar 12 libras de peso (37, 2 7 )- el azur (33, 161), para cuya ob tención se construyeron talleres, y la espum a de plata, la hispana era la más estim ada después de la ética (33, 106).
Administración Las m inas de oro y plata eran propie dad del em perador y estaban adm inis tradas por el fisco m ediante el procu rator m etallorum . El interés de Rom a por estas m inas del noroeste queda bien patente en la creación de la procúratela de A sturias y Galicia, que duró hasta com ienzos del s. m. La procuretala du cenaria de Asturias y de G alicia fue creada en tiem pos de V espasiano o, mejor, de Nerva. El prim er procurador sería L. Arruntius M axim us proc. Aug. de una inscripción de Chaves, datada en el año 79. El procurator m etallorum dependería del procurator A ugusti per Asturiam et G allaeciam , siendo cola boradores directos en los diferentes dis tritos m ineros los beneficiarii p rocura toris. Los procuratores m etallorum podían pertenecer al ordo ecuestre, pero gene ralm ente eran libertos im periales, com o el citado T. Flavius Polychrysus, pro curator m assae m arianae, de la inscrip ción de Ostia, al que le dedican una lápida los confectores aeris. Las ins cripciones conservan las m enciones de otros procuratores m etallorum de las m inas de Riotinto, com o el que dedicó a Nerva unas tablas de bronce (CIL II, 956); el procurator m etallorum albocolensium de un lugar desconocido de Ga
licia (CIL II, 2598) de nom bre M. U l pius Aug. lib. Eutyches, o el Ulpius Aelienus de V ipasca citado en las ta blas varias veces. Otras varias inscripciones indican los nom bres de los procuratores im periales de las m inas del noroeste que los de Iulius Capito entre los años 113-115; C. lunius Flavianus entre 117-161; M. B asaeus Rufus, entre los años 138 y 161; y Sex Truttedius C lem ens (CIL, II 2643), siglo ii. Una inscripción encon trada en A ljustrel, datada en el año 173 o en 235, está dedicada por los colonos de las m inas en honor de un procurator metallorum, que además era vicarius ratio nalium ; se la llam a restitutor m etallo rum, lo que indica que las m inas deja ron de explotarse algún tiem po. Se con servan los nom bres de otros procurato res A ugusti, citados en las inscripciones de Villalis, León, que probablem ente eran los suprem os adm inistradores de las explotaciones auríferas de Las M édu las en la segunda m itad del siglo n, cuyos nom bres son los siguientes: H er mes, A ugustorum libertus, año 163; Z oi lus, A ugusturum libertus, año 165-166; Aelius Flavius, año 167; Valerius Sem pronianus, año 175; Aurelius Eutyches (CIL II, 2654) año 184; A urelius Fir mus, año 191. Tres de ellos son de ori gen griego a juzgar por el nombre. La fecha de estas inscripciones dem uestra que las minas se encontraban en pleno rendim iento, lo m ism o parece deducirse de la creación de la Provincia Hispania Nova Citerior Antoniana (CIL II, 2661), que com prendía los cotos m ineors au ríferos del noroeste hispano. En otras inscripciones halladas en A s turias Augusta (Astorga) y en Legio VII G em ina (León) se leen los nom bres de otros procuratores im periales, devotos de deidades orientales. Eran los siguien tes: Iulius Silvanus M elanio, procura tor A ugustorum Provinciae H ispaniae Citerioris, 198-209; antes había desempe ñado el m ism o cargo en D alm acia, en el im portante centro m inero del M uni cipium D om aviarum , lo que prueba que los procuratores, especializados en la
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adm inistración de los distritos m ineros, los enviaba el em perador de uno a otro; Publius Aelius H ilarianus, 184-192; P u blius M axim us, 192-198; Claudius Z e nobius, 212-222; G aius Otacilius Sa tu r n in u s , 1 9 2 -1 9 8 , y S a tu r n in u s , Augusti libertus. Cuatro inscripciones de época del go bierno del emperador Marco Aurelio con servan los nom bres de los beneficiarii procurato ris A ugusti, que trabajaban com o suboficiales, en calidad de em pleados o contables, de un procurator de orden ecuestre: Flavius Flavus (CIL II, 2553) y Fabius M artianus (CIL II, 2552).
2. Galia Estrabón (4.2.2) m enciona m inas de plata entre los rutenos, sin especificar si pertenecían a los indígenas. En la Galia, algunas m inas eran pro piedad de los particulares y otras de ciudades (CIL XII, 4398, 3336; XIII, 1576, 1577). El consejo de las G alias poseía m inas de hierro (CIL X II 3162). El Estado rom ano explotaba sus m inas importantes, bajo la dirección de un pro curador im perial, que residía en Lyonj com o C. Julio Celso, citado en una ins cripción de Lyon (CIL XIII, 1808), de com ienzos del siglo n. Otras inscrip ción del principio del s. i m enciona a T. Statilius Optator, procurator Aug. fe rrariarum , en las m inas de hierro de Galia, que tam bién estaba ocupado del censo. La inscripción se halló en Roura. No se conocen en G alia grandes talle res de fundición. G alia fue fam osa por sus b ro n ces, lo que p re su p o n e una buena explotación de sus minas.
3. Britania Se m encionan en ella m inas de cobre, estaño, hierro y oro (Tac. Agr. 12, 6). Las minas británicas de plom o argentí fero se han hallado en Som erset, Shrophire, D erbyshire, Flinshire, Yorkshire
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y N orthum berland; de oro en el sur de Wales y de cobre en el norte de Wales y de Anglesey; de hierro principalmente en W eald y D ean, y de estaño en Corn wall.
Propiedad y adm inistración de las m inas británicas Es B ritania el país que ha dado más lingotes, que ofrece más similitudes con los datos deducidos de los galápagos hispanos. Lingotes de cobre se han ha llado en W ales y A nglesey; 15 proce den de las regiones del norte y costa de Anglesey. Otros se han recogido en diferentes zonas del país; uno o dos de la costa sur de C am avonshire, cerca de Criccieth, dos en C am edd Llewellyn, un fragm ento en el norte de W ales y uno en la costa del suroeste de E sco cia. Varios llevan letreros, pero no se han podido interpretar com pletam ente las lecturas. No llevan escrito el nom bre del em perador, sino, al parecer, los nombres en abreviatura de personas priva das (Iulio, luis, Satu o Sacu). Hay tam bién un posible nom bre de una socetas, socie Rom e (CIL VII, 1199, 1220, EE 9, 1258-1261). Estos nom bres de m uestran que las m inas estaban explo tadas por conductores o por particu lares. D oce galápagos de plom o argentífero de M endip Hill de Som erset llevan gra bados los nom bres de los em peradores, indicando que las m inas las explotaba a! Estado R om ano. Dos de ellos se datan en el año 49; seis años después de term inar la conquista, lo que indica que las m inas, com o en Hispania, se pudieron en explotación inmediatamente después de la incorporación de la isla al Imperio. Un ejem plar hallado en St.Valery-sur-Somme lleva el nom bre del em perador N erón junto al de la Legio VII Augusta, lo que prueba que en estos prim eros años la explotación de las m inas se encontraba en m anos de esta Legión, pero ya en el año 60 aparece un conductor de nom bre C. Nipius Ar-
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conius, liberto, como se deduce del nom bre. C. Nipius A rcanius fue un conduc tor que trabajó prim ero en Som erset, para extender su actividad m inera en el norte de W ales bajo la vigilancia del ejército. Tres lingotes encontrados en Wells en Som erset tiene grabado de Tiberius Claudius Trif(erna) probablem ente se trata de un liberto im perial, que trabajó en W endip entre los años 69-79; el m ism o nom bre se repite en un lingote de Derbyshire, lo que señla el cam po de explotación de este liberto. De estos datos se deduce que la inicial explota ción de las minas de plom o argentífero estuvo controlada por los rom anos, pa sando después a los conductores, y que libertos im periales o ricos hom bres de negocios trabajaban solos o asociados en com pañías. En dos ejem plares se lee el nom bre de una soc(cietas) N ovaec, pero fue im preso en un m olde de Vespasiano ha llado en C lausentum . La fecha de la societas Lutudarensis no se puede pre cisar con exactitud, pero debió trabajar por la m ism a fecha. Uno, al nom bre del em perador añade el de un particu lar, que debe ser la persona encargada de la copelación, procedim iento cono cido por los rom anos para separar el plomo de la plata. Las sociedades están frecuentem ente m encionadas en las ta blas de V ipasca bajo la frase: conduc tor socius actorve sius (vectigalis); a ellas alude Plinio (33. 118; 34. 165). Tres tienen el rótulo VEB o VE, que se ha interpretado com o el nom bre de la tribu, o del lu g ar d o n d e están . En varios lingotes de plom o de Shropshire y de la vecina W ales se lee el nom bre del em perador Adriano. Otros veinte lingotes, hallados la mayo ría en M ersey, cerca de R um com , tie nen todos ellos estam pillados los nom bres de Vespasiano o de D om iciano en com pañía de los nom bres de las tribus o de las lo calid ad es, D E C EA , D E CEANG, DE CEANGL, nom bre de una tribu m e n cio n ad a p o r T á c ito (A nn. 12.32) (CIL VII, 120, 6, 1212, EE 7,
1121). Los galápagos, provenientes de Derbyshire, llevan, varios, los nom bres del emperador Adriano. Los lingotes aña den la frase m et(allum ) Lut, sin nom bre de ningún conductor, lo que proba ría que el em perador Adriano trabajó estas minas en régim en de m onopolio im p e ria l, u tiliz a n d o co m o o b re ro s prisioneros mas bien que sirviéndose de conductores libres. Otros carecen del nom bre del em perador y llevan los de los conductores L. A ruconius Verecun dus, T. Claudius Tr., C. Iulius Protus, P. Rubrius A bacantus, lo que indicaría que las m inas del tiempo de Adriano, explotadas por el em perador, lo fueron después con los conductores en una fecha desconocida. Los lingotes de plom o, hallados en Brough, llevan el sello acom pañados de la palabra m etal(lum ). El control m i litar de las explotaciones de plom o ar gentífero continuó. El control m ilitar de las m inas está docum entado en B ri tania en M cndip, Shoropshirc y York shire. En H eyshaw W orr los galápagos de plom o argentífero pertenecen a D om i ciano y su fecha en el año 80. Uno lleva la m arca de BRI Ga, la abrevia tura de la tribu de los brigantes, lo que confirm a que las m inas fueron durante el gobierno de A grícola, explotadas por el Estado, com o indica R.G. Collingwood. Los lingotes de fecha m ás reciente son tres hallados en M endip, pertene cientes a los em peradores M arco A ure lio y Lucio Vero. P r o b a b le m e n te , a p a r tir de la segunda m itad del siglo n, el Estado R om ano se fue poco a poco desenten diendo de las explotaciones mineras, que cayeron en m anos de particulares.
4. Nórico, Panonia, Dalmacia y Mesia Superior El N órico y D alm acia poseían ricas m inas de hierro y plom o, que pertene cían en su m ayor parte al Estado R o
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mano y eran explotadas com o en H is pania y D alm acia por ricos contratistas (conductores).
Administración de las m inas de las provincias dan ub ianas Los datos sobre la adm inistración de las m inas en el resto del Im perio, en época im perial, coinciden en líneas ge nerales con los que se obitenen de H is pania, lo que indica que el sistem a ad m inistrativo de las m inas era uniforme. Se exam ina brevem ente la docum enta ción procedente de las cuatro provin cias danubianas: el Nórico, Panonia, Dalm acia y M esia Superior. Al frente de los distritos mineros se encontraban igual m ente los procuradores; así, en el valle inferior del D rina se docum entó el pro
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curator argenteriarum Panoniorum et D alm atiarum , o m etallorum Panonicorum et D alm aticorum , las minas más im portantes de la provincia; el procura tor tenía su residencia en Domavia. Las inscripciones del asentamiento de S o can ica aluden varias veces a las m inas, m encionando sus procuradores: A m andus Augusti libertus, procurator, año 157, que dedica una inscripción en su p a tro n o A n to n in o P io , y T alesphorus, procurator Augusti libertus, de los años del gobierno del em perador Adriano. Los colonos y un procurador de las m inas de cobre de Kosmaj son recordados en los lingotes, que m en cionan los nom bres de oficiales m eno res de la adm inistración de las minas: V ecilia Tyranii A ugusti liberti procu ratoria (CIL III, 14 536). Las m inas estatales de las provincias
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Los navicularii del foro de las corporaciones de Ostia
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danubianas, todas, pertenecían al fisco. Una inscripción m enciona el procurator ferrariae Noricae, pero se desconoce su rango. Otra inscripción, probablem ente de Ljubiga, da el nom bre de un procu rator A ugusti nostri, Verus M etrabalanus (CIL III, 3953). El distrito m inero de Panonia fue adm inistrado, hacia los años 130-150, por un procurador sexagenerius, del que se conocen los nom bres de dos de ellos, que eran L. Crepereius Paulus y L. Sept. Petroniam us (?). Hacia el año 160 las dos regiones de Panonia y de D alm acia se unieron bajo la adm inistración de un centena rius, que residía en D om avia, y cuyo título era el de procurator argentaria rum pannonicarum et D alm aticarum . Se conocen los nom bres de ocho de ellos hasta el año 274, que son los siguien tes: TI. Claudius Proculus C ornelianus, 161-169; TI. Claudius X enophon, 180192. etc. Telesphorus, del 136-137, fue un procurador y un A ugusti libertus. En Kosm aj se docum enta un A ugusti libertus procurator, que vivió no des pués del co m ien zo del siglo n. La suprem a autoridad del distrito m inero, fueron pues, los procuratores, que fue ron libertos hasta finales del siglo n o com ienzos del siguiente; después fue ron equites. No hay pruebas de que en la adm inistración de la m ism a m ina se sim ultanease un eques y un liberto, com o procuratores asociados. Los equi tes, que se encontraban sobre los liber tos, eran sexagenarii. El caso de los procuradores centenarii, en las minas del valle del Drim a, prueba que su ri queza m inera no podía perm anecer ais lada. S. Dusanic es de la opinión de que es interesante conocer si existieron unidades adm inistrativas superiores a las 10 u 11 enum eradas. Se podían unir dos regiones próxim as, aunque perte necieran a diferentes provincias. El pro curador con su distrito m inero depen día directam ente del gobernador pro vincial o procurator. Las* m onedas de las minas de las cuatro provincias da nubianas, acuñadas en Rom a, y que no tienen equivalencia en Hispania, demues
tran la existencia de una adm inistra ción, sem ejante al Publicum Portorium Illyrici, la Ripa T haciae y la Daciae. Piensa S. D usanic que un buró centra lizado debió ser indispensable para pla near y distribuir la producción de m e tales precisos y se puede suponer que funcionaba al nivel de un tabularium en el m inisterio del procurator a ratio nibus in Roma. El com es m etallorum per Illyricum , citado en la N otitia Dignitatium Or. (XIII 21), podía ser un sucesor de tal buró.
Dispersión de los distritos m ineros Señalaremos antes de term inar este apar tado que las m inas y los asentam ientos podían estar perfectam ente dispersos y no concentrados en un área determ i nada, com o lo indica el hecho de que la zona m inera de Kosmaj com prendía más de un asentam iento. El distrito de A lbarnus M aior com prendía varios vici: vicus Pirustarum (TC VIII), Densara (TC III, XII), Inm enorum m aius (TC), C artum (TC V), K aviezetium (TC VI), Solaictis (TC VI), Tovetis (TC). Cerca de Vipasca se encontraban los M cdubrigense qui Plum barii (Plin. 4. 118), pero al parecer seguían un sistem a dis tinto. La repetida expresión de las ta blas de V ipasca procurator m etallorum (Vip. II, 1, 8, etc.), al igual que las palabras metalla, metallis territoris e meta llorum , finibus m etallorum (Vip. II, 10) indican claram ente que el territorium m etallorum com prendía varios puntos. A este respecto S. Dusanic propone que en la Lex Met. Vip. II, 37 ss. podía leerse un plural de vicus. A lgunos dis tritos abarcaban al m enos dos dem arca ciones. Cita a este respecto S. Dusanic que las argentariae del valle del D unia estaban integradas por las argentariae Pannonicae y las argentariae D alm ati cae, que un M etallum podía com pren der varias zonas no necesariamente con tiguas, que las ferrearias de Ljubija y que las aurariae de Borcia podían estar
Agricultura y minería romanas durante el Alto Imperio
integradas por una dem arcación de Panonia y de Dalm acia. No tenían nece sariam ente que pertenecer a la m ism a provincia. Lo m ism o se desprende de la docum entación ya citada de B rita nia. La institución en el siglo iii y iv de los térm inos aurariae y argentariae por el sim p le de m e ta lla te n d ría lu g a r cuando en la m ism a zona m inera del fisco se explotan, adem ás del m ineral principal, otros. El fisco podría no tener interés a la explotación de otras zonas de m enor rendim iento.
Los municipios y las m inas S. D usanic señala las relaciones entre los m unicipios y las m inas, que se de bieron aum entar en la época de los Se veros, apoyados en las dos fórm ulas m (etalla) m (unicipi) D (ar)d(anorum ) y C ol(onia) m (etallorum ) D (om aviarorum), al igual que en H ispania, en C art hago Nove y en Astigi. Las obligacio nes de los cargos de las ciudades con sistían en arrendam iento de los putei, el apoyo financiero en las construccio nes públicas, en el territorio de las minas y la participación en su adm inistración.
Ejército y explotación minera Los testim onios de la presencia de des tacamentos militares en los distritos mine ros de las cuatro provincias danubia nas son abundantes. Com o la presencia de una cohors equitata, la T hracum syriaca, desde el año 70 hasta com ien zos del siglo i i ; II A urelia D ardenorum , después del año 169, M esia superior dis ponía de cohortes en los distritos mineros, en Kosm aj, la II A urelia nova; en Socanica, la I Aurelia Dardanorum; en Dardenia ad m etalla la I H ispanorum vetera.
5. Dacia. Alburnus Maior El distrito m inero de D acia fue uno de los más im portantes del Im perio R o
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m ano y fue explotado inm ediatam ente después de la conquista por Trajano. Su riqueza en m inas de oro fue fabu losa. H a llegado de ella una docum en tación sobre m inas de prim er orden, 25 tablas de A lburnus M aior, hoy Rosia M ontana, publicadas ya hace años, ade m ás de en otros libros en CIL II, 924959, núms. I-XXV, a los que se puede añadir toda la docum entación epigrá fica de la región, tam bién referente a personal relacionado con las minas. Las tablas de Alburnus M aior, que tienen una cronología segura, se fechan entre los años 131 y 167. Las tablas de V ipasca en Lusitania y las tablas de A lburnus M aior son los dos m ás im portantes docum entos sobre las minas del Im perio Rom ano, y per miten hacerse una idea muy exacta de la adm inistración, explotación y de los problem as sociales y económ icos de los distritos mineros. Q ueda bien claro en las Tablas de V ipasca y en las Tablas de Alburnus M aior que toda la adm i nistración se encuentra en m anos del procurator m etallorum . Tanto las minas de Vipasca como las de Alburnus Maior pertenecían al fisco (AE 1960, 238).
Administración. Procuradores En la región de A lburnus M aior se co nocen los nombres de los siguientes pro curatores del orden ecuestre y libertos, que adm inistraban las m inas, al igual que en V ipasca 1.?. proc. (CIL, III, 1925), 2.M. lulius A pollinaris (CIL, III, 7837); 3. M axium s, proc. (AE, 1960, 238); 4. C. Aurelius Salvianus, proc. Aug. (CIL, III, 1293); 5. L. M acrius M acer, proc. Augg. (CEL, III, 13ΙΟ Ι 263); 6. Papirius R ufus, pro. aurar iarum ) (CIL, III, 1311); 7, C. Sem pro nius U rbanus, proc. A ug. (CIL, III, 1298); 8. A. Senec. Pontianus v.c. proc. (AE, 1959, 308); 9. Aelius Sostratus, proc. (CIL, III 7836). Los libertos: 1. M. U lpius H erm ias, A ug. lib. proc. aur(ariarum ) (CIL, III, 1312); 2, R om a nus, Aug. lib. proc. aur(ariaurm ) (CIL,
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III, 1622); 3. Avianus, Aug. lib. subrpoc. aurariar(um ) (CIL, III, 1088); 4. N eptunalis, Aug. lib. proc. aur(ariurum ) (CIL, III, 1313). Las inscripciones refe rentes a la adm inistración de las m inas de D acia han aparecido en A m pelum , lo que prueba que sería la capital de la administración m inera general de Dacia, al igual que lo debieron ser en H is p a n ia , B r a c a r a A u g u s ta , A s tu r ic a Augusta y Cástulo. Piensa S. M rozek que el núm ero relativam ente alto de los procuradores en D acia hace posible la hipótesis de que varios de ellos adm i nistraban las minas de oro por separado, y que no hay que excluir que la adm i nistración general de las m inas dacias se confiara a dos procuratores; uno del orden ecuestre y el segundo liberto, ya que un sistem a igual se docum enta en diversos dom inios im periales de Africa y este sistem a estaba m uy extenddido en diferentes dom inios de la ad m i nistración imperial.
Personal subalterno Las inscripciones de la región de A m pe lum han dado los nom bres de esclavos y de libertos em pleados en los cargos subalternos de la adm inistración de las m inas, que desem peñaban los cargos de dispensator, tabularius, adiutor tabula rii, verna subqucns librariorum , verna ab instrum entis tabularii, verna villicus. Sus nom bres son los siguientes: Suriacus. Aug. n. dispensator (aurariarum ) (AE, 1959, 308); C allistus, Aug. n. d is pensator (CIL, ITT, 1301); Zm aragdus, Aug. Lib. tabularius (CÍL, III, 1286); s. Aug. lib. tabularius; Leonas, Aug. lib. adiutor tabularii (CIL, III, 1305); A ugusti F. adiutor tabularii (AE, 1944, 27); Iustinus, Caesaris cem a subsequens librariorum (CIL, TTI, 1314); Fascinus, verna ab instrumentis tabularii (CIL, III, 1315); Rom anus Aug. n. vem a vellicus (aurariarum ?) (CIL, ITT, 7837); Verus, Aug. n. verba villicus (A uriarum ? (CIL, III, 7837); M ercurius, Caes, servus (CIL, III, 1300), V italis (CIL, III, 1335). Una inscripción hallada en A m pelum (CIL,
III, 1307) m enciona liberti et fam ilia et leguli auriarum. En este aspecto, en el de los cargos subalternos de la ad m inistración de las m inas, D acia ha dado más material que Hispania. Una alusión al personal subalterno de la ad m inistración se lee seguram ente en Vip. I 3.5., cuando se alude a los libertos y esclavos del César, que no pagan el uso de los baños.
Procedencia de los mineros S. M rozek ha estudiado la procedencia del personal de las m inas de A lburnus M aior, en la que está atestiguada una fuerte presencia iliria, ya que se cono cen 65 nom bres ilirios registrados en la Dacia. A poyado en la TC. VIII, que m enciona Alburnio M aiori vico Pirus tarum , incluye que todos los nom bres ilirios citados en las TC deben pertene cer en su m ayoría a los Pirustae, ori ginarios de un im portante centro m i nero de D ardania, según Plinio (5. 19). En A lburnus M aior o su región los nom bres de procedencia griega son 80. Existían com unidades en la zona m i nera de gálatas, de bitinios y tracios, que se debían dedicar a las explotacio nes m ineras. De los 80 griegos regis trados en Dacia, la m ayoría se encon traban en la zona minera. En la región de Cástulo son relativam ente abundan tes tam bién y debían estar en función de las minas.
Situación social de los m ineros En cuanto a la situación social de los m ineros ilirios, S. M rozek, después de exam inar detenidam ente las tablas de A lburnus M aior, concluye que form an un grupo de libres que poseían escla vos (TC VI y VII) e inm uebles en la región (TC V III). Las tablas (TC II, V, XII, XIV, XX) aluden a su actividad económ ica y financiera. A lgunos ilirios utilizaban obreros asalariados (TC XI),
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aunque se conoce si esta situación se extiende a la m ayoría de los ilirios o sólo a los Pirustae. El caso más im por tante de hom bre de negocios, m encio nado en A lburnus M aior, es Lulius A le xan d er, que recib ió 40 d en ario s de Anduena Batonis (TC TU) en el año 162; ese m ism o año prestó a A lexander Caricci 60 denarios (TC V), a Lupus Carantis (TC XIII) le dejó 50 denarios (TC XII) en el año 167. Este m ism o año se form ó una societas danistaria entre Cassius Frontinus et lulius A le xander (TC XIII) con un capital de 500 denarios (TC XII). Estos préstam os probablem ente eran las explotaciones mineras. Precisamente una de las m aneras de obtener dinero los conductores era pedir dinero pres tado a un prestam ista. Las leyes de V i pasca (I. 1) com ienzan precisam ente le gislando sobre la banca que prestaba el dinero. De los griegos de A lburnus M aior se tiene poca inform ación y es difícil de conocer si la situación era parecida a la de los ilirios. En las regiones m i neras hispanas, al parecer, la situación de los griegos, o por lo m enos de al gunos de ellos, era buena; basta recor dar que Firm a E piphania, a finales del siglo n, tenía un esclavo de nombre Theo dorus Diogenes y que A bascantio era lo suficientem ente rico, en época de los Antoninos, para costear en Cástulo unos juegos dobles de gladiadores, un con cierto en el teatro, el único del que hay noticia en H ispania, y una estatua de Antonino Pio.
S ociedades y colegios En A lburnus M aior funcionaba una so cietas danistaria (TC X III), en el año 166, con Cassius Frontinus y Iulis A le xander; una segunda es muy probable que esté citada en un docum ento en muy m alestado de lectura (TC XIV). Las leyes de Vipasca (II, 6-8) legisla ban sobre el funcionam iento de una s o cietas. La ley adm ite expresam ente la
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creación de estas sociedades. Las leyes de Vipasca no hablan de Collegia, de gran im portancia económ ica y social, cuya finalidad era m últiple, organizar fiestas en honor de los dioses patronos y banquetes en determ inadas fechas del año, organizar los funerales, y el entie rro, y cuidar de las tumbas. En las minas de Riotinto una inscripción m enciona el C ollegium salutare de Iovi Optim o M axim o. En las tablas de A lburnus M aior (TC XV) y en inscripciones (CIL, III, 1270, 7622, 7827) se m encionan varios. La tabla TC habla de una co m ida, en honor de los Lares, en la que se consum ieron 5 corderos, un cochini llo, 1 litro de vino de la m ejor calidad, 52 de vino corriente, pan blanco por dos denarios, vinagre, sal, cebollas e incienso. A lgunos collegia funeraticios de A lburnus M aior tenían gran número de m iem bros, com o el collegium Iovis Cerneni (TC I), del año 167, que se com ponía de 54 personas. Estaba diri gido por un m agister de nom bre A rte midorus, y por dos questores, cuyos nom bres eran Valerius y O ffes. Hicieron público ex collegio s(cripto), ubi erant ho(m inea) LUI, ex eis non plus remasisse ad A lb(urrm ) quam quot brom i nes) XVII. Com o el com m agister lu lius no se anunció en A lburnus M aior, ni en el collegium sique eis qui pre/ sentes fuerunt rationem redidedisse et si quit eorum abuerat redidisset sive fu neribus. Los collegas reunieron personas de origen latino, ilirio o griego. S. Mrozek, apoyado en la inscripción (AE 1960, 153), que m enciona un collegium K/astelli Baridusta(rum), ciudad de Dal m atia, deduce que en la región de Al burnus M aior existían collegia exclusi vam ente de ilirios.
Presencia del ejército Esta últim a inscripción vuelve a plan tear el problem a de la presencia de des tacam entos m ilitares en las minas. En las dos citadas tablas con venta de es
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clavos el contrato se hace en la canaba de la Legio XII. Ya hem os recogido los datos referentes a la Península Ibé rica. En A lburnus M aior existió un cas tellum m ilitar, cuya finalidad no sería m antener a los esclavos pacíficos, ni a los damnati ad m etalla, que no se m en cionan ni en las tablas de V ipasca ni en las inscripciones de A lburnus M aior, sino que som os de la opinión que p u dieron servii- de ingenieros. En Brita nia, G erm ania, H ispania y Egipto p a rece que un determ inado tiem po ex plotaron las m inas los soldados. Los distritos m ineros com o V ipasca y A lburnus M aior estaban fuera de toda estructura m unicipal. N ada relacionado con los m unicipios se lee en la docu m entación de am bos distritos, salvo un decurión que firm aba com o testigo (TC VI) en la com pra de una mina.
Cultura de los m ineros Los mineros de A lburnus M aior eran analfabetos, todos o en su m ayoría, com o se desprende de varias tablas, que contienen contratos de trabajo, com o las (TC OX, X, XI) del año 163, 164 las dos prim eras, en las que se lee la frase qui a se litteras scire negaist. En V ipasca había, por el contrario, m aes tros (Vip. I. 8) que estaban inm unes y no se m enciona a m ineros analfabetos.
Condiciones de trabajo Estos tres contratos son del tipo de con tratos de locatio-conductio operarum , siempre hechos entre personas libres, y de los que tenem os tantos docum en tos en los papiros de Egipto. A. D ’Ors, al estudiar las leyes de V ipasca, ha pensado que las condiciones de trabajo de los m ineros libres no serían muy distintas de las que se docum entan en las tablillas del distrito m inero de Alburñus M aior, lo que es m uy probable. El parentesco entre la docum entación de los papiros de Egipto y los contratos
de Alburnus Maior, y una serie de datos deducidos de las tablas de Vipasca, que, com o señaló en su día A. D ’Ors, tiene paralelos en Egipto, confirm an la hipó tesis de que la organización m inera rom ana procede del Egipto de los Ptolom eos, probablem ente a través de las e x p lo ta c io n e s m in e ra s h is p a n a s en m anos de los cartagineses. Así, el ci tado autor escribe: “El m odelo de tal organización, que era la usual para los territorios fiscales y militares, debe bus carse probablem ente en el régim en internvencionista del Egipto rom ano. Por lo dem ás, las prescripciones del régi men en núm ero revelan claram ente la influencia helenística. El régimen de mo nopolio que se nos docum enta en V i pasca presenta gran sem ejanza con el de la o rg an izació n fin a n c ie ra en el Egipto ptolemaico, continuando después bajo la dom inación rom ana”. En este sentido, la organización de las minas hispanas, tal com o las describe D iodoro y Ptolom eo, desem peñaría un papel im portante en el sistem a de explotación de época imperial.
Salarios de los m ineros Estas tres tablas de Alburnus M aior con servan datos sobre los salarios, que no debían ser muy diferentes de los de los m ineros de Vipasca. El contrato X, del año 164, que com prende un período de 178 días de trabajo, indica la sum a de 70 denarios. De los datos sum inistrados por estas tablas deduce S. M rozek, que el sueldo anual en el distrito era de 210 denarios, que debía ser el m ism o en Vipasca, com o se deduce del hecho de que en ambos distritos m ineros las m ul tas son el doble de la suma debida (Vip. 1, 2.6-7). Este salario de A lburnus M aior y de Vipasca era el equivalente al coste m í nim o de subsistencia de una persona adulta en África durante el siglo n. Se puede aceptar plenam ente la conclusión a la que ha llegado S. M rozek: “Sobre el problem a de los salarios de Albur-
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tius M aior, se puede concluir que cu bría el gasto de la vida sólo de los m ineros. Si tenían fam iliares, sus m u jeres y sus hijos estaban obligados a ganarse la vida”. Seguram ente los párrafos de las Ta blas de Vipasca, equivalentes a estos tres contratos de A lbum us M aior, se rían los prim eros capítulos de Vip. I. 1-6, que se refieren al arriendo en régi m en de m onopolio de los im puestos en las subastas (1), del pregonero (2), del baño público (3), de la zapatería (4), de la barbería (5), de la tintorería (6), que tienen los rasgos de una lex locationis, en cuya cabecera de estos párrafos entre otros térm inos se ha supuesto la frase locatio-condutio. Concretam ente lo refe rente a la obligación de sum inistrar agua corriente en los baños tiene un equiva lente en inscripciones de Dalmacia, fecha das en el año 220 (CIL III, 12734), que dice: Valerius Super, vir egregius pro curator argentariorum balneo publico aquam sufficientem induxit; y del año 274 (CIL III, 12376), que inform a que Aurelius Verecundus vir agregius pro curator arg entariorum restau ró unos baños destruidos. Somos de la opinión de que la adm i nistración de las m inas del fisco, du rante el Im perio, com o se deduce de los datos de V ip asca, de A lb u rn u s M aior y de las inscripciones de los dis tritos m ineros fue m uy parecida en todo el Im perio, y que incluso se utilizaba idéntica term inología. Incluso los siste mas de explotación de las minas hispa nas eran muy semejantes a los de Dacia, com o señaló S. M rozek y en parte a las de los grandes dom inios im periales, pero la adm inistración m inera cam bió de época republicana a la imperial.
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tistas (Plin. 37. 121). M inas de cobre se trabajaban en Siria y en el sur de Palestina; de hierro en las proxim ida des de Jericó, en las fuentes del Jordán, en Beyrouth y en el norte de Siria, re gión que tam bién producía sal. Antioquía tenía canteras, Dam asco y el norte de Siria poseían m inas de alabas tro. Las más conocidas son las de Antioquía, Baalbek, Enesh, H aban y Tamak. Canteras de m árm ol blanco se trabaja ban en Tiro y Sidón, Palestina también contaba con canteras.
Propiedad de las m inas F. N. H eichelheim sugiere que la m ayo ría de las minas de Siria enum eradas fueron im portantes por su variedad y cantidad, siendo controladas directa m ente por el gobierno rom ano, como se deduce de otras provincias, pero no ha dado hasta ahora datos sobre la ad m inistración.
7. Grecia Grecia tenía excelentes canteras de már mol que pasaron a ser propiedad de los em peradores, aunque se ignora cuándo y cóm o lo fueron. Quizá lo serían en época de Tiberio, que, según se vio, confiscó minas en diferentes provincias; los m árm oles más fam osos son los caristios, los parios, los pantelicos y los del H im cto, que se exportaban a Roma ya desde com ienzos del Im perio, el año 17. E n T racia se trabajaban buenas m inas de oro.
Administración de las m inas 6. Siria Siria producía cinabrio (Plin. 33. 120; 35, 40), ám bar (Plin. 33. 7), gypsum (Plin. 36. 182) y alabastro (Plin. 36. 61; 37. 143) y piedras preciosas (Plin. 37, 149-150, 159-161, 186) y Petra ama
Una inscripción es im portante por los datos que aporta sobre la adm inistra ción de las canteras. Dice así: “De las nuevas canteras de nuestro César, que pertenecen a la caja de la Casa Im perial del procurador C. Cerialis y
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bajo la supervisión de Sergius Lon gus, centurión de la . Legión XXII Prim igem ia, el liberto Crescens actuó com o inspector VIH”. De esta inscrip ción se deduce que las nuevas can
teras de Caristio eran propiedad del em perador, que las adm inistraba un procurador, que las inspeccionaba un liberto y la participación del ejército. La cifra alude al núm ero del bloque
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extraído de la cantera a que pertenece. Otra inscripción (TC XI 5, 253) m en ciona a un esclavo del César de nom bre Eros, que era el superintendente de los trabajos en la cantera. En G recia se docum enta un caso es pecial sobre las m inas de Chipre. El em perador A ugusto y H erodes llegaron a un acuerdo por el que H erodes explo taba las minas, quedándose con la mitad y adm inistrando la otra m itad para el gobierno rom ano (Joseph. Ant. 16.4.5.).
8. Asia Menor A sia M enor era rica en toda clase de minas, que fueron explotadas por los romanos. Astyra (Str. 13.1.23), Lam p saco (Plin. 37, 193), A tarn eo (Str. 15.5.28). Los m ontes M erm io en Fri gia, Tm olus y Sipylus (Str. 14.5.28) en Lidia tenían minas de oro. Fam oso era el oro de la Coloquida y de Armenia. La plata se extraía de las minas del m onte Tm olus y de las Puertas Cilicias, pero su producción no debía ser abun dante en época imperial. Chipre fue fam osa en la Antigüedad por sus minas de cobre (Str. 14.6.5). Estas m inas ya se trabajaban en tiem pos de A ugusto (Joseph. Ant. 16.4.5). Capadocia producía hierro (Plin. 34. 142), al igual que Troya (Str. 13.1.56). Plinio (36. 128) m enciona la m agnetita de A lexandria Troas y de M agnesia. Rodas contaba m inas de plom o (Plin. 34. 175; Diorc. 5. 88), etc. Asia M enor fue im portante por los m árm oles del Proconneso, que se em pleó m ucho para la fabricación de sar cófagos. En los dos prim eros siglos del Imperio Rom a recibió m ucho mármol de Docinium.
Mosaico de Itálica: Los pájaros
Administración de las minas Procuratores se m encionan en Frigia y un liberto procurator en las canteras de Tralles (CIL III, 7146). Al parecer, las canteras de A sia M enor fueron expío-
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tadas directam ente por los adm inistra tivo im periales, libertos y esclavos, sin la intervención de los conductores en opinión de T. R. S. Broughton.
El Ponto Estrabón (12, 3, 4) describe las condi ciones desastrosas para la salud de los m ineros en las m inas de Pom peiopolis en el Ponto: “El m onte Sandaracurgium está totalm ente excavado a causa de la explotación minera. Los obreros que tra bajan allí han abierto grandes galerías en la base. E ste tra b a jo e stab a e n com endado a los publicanos, que em pleaban como mineros a criminales, com prados en los m ercados, o vendidos com o esclavos en castigo a sus crím e nes. Al carácter peligroso de este ofi cio se añade el que el aire de estas m inas no es sólo m ortal, sino que ape nas es respirable a causa del olor inso portable del m ineral, por lo que la vida del minero era corta. La explotación se detuvo por falta de rentabilidad. El n ú m ero de m ineros sobrepasaba los 200, dism inuyendo con los m uertos y las en ferm edades” . Plinio (33. 98) tam bién alude a la peligrosidad de los gases en las m inas, al igual que Lucrecio (de rer. nat. 6.808 ss.), Plutarco (Nic. 1) y Teofrasto (De lap. 52) al referirse a las minas de Capadocia.
9. África Africa contaba con canteras de m árm ol. La más im portante estaba en Sim ithus, muy usado en la decoración. Se utilizó en el Panteón, en el tem plo de la C on cordia, en el Foro de A ugusto y en la basílica de Thubursicum N um iderum . Las inscripciones de Á frica, que no tenía minas, m encionan las canteras, que había m uchas, m uy buenas y que ex portaban los m árm oles a todo el Im perio. En la m itad del siglo n se m en ciona un procurator im perial (CIL VIII,
14551, 14571-7), lo que indica que la officina A grippae, que debía ser una c a n te ra c o m e n z a d a a e x c a v a r p o r A gripa en Sim ithus, citada en inscrip ciones (CIL VIII, 14580-1-1), lo debía tener tam bién, al igual que la officina regia (CIL VIII, 14578-9, 14583) del año 149-151, que, com o su nom bre su giere, eran las canteras que fueron m o nopolio de los reyes de N um idia, que pasaron después a propiedad pública ro m ana y finalm ente a m onopolio estatal. El nom bre de officina A grippa parece que fueron explotadas en origen por Á gripa en régim en privado. Se conocen otras m uchas canteras de m árm ol en África, que fueron explo tadas en época im perial, en Sufetula, Thapsus, Thelepte, en los alrededores de Tipasa, etc. M ica, usada para las v en tan as, se h a lla b a igu alm en te en África. V itrubio (8.3.8) m enciona el as falto de Cartago. M auritania tenía per las (Plin. 9. 115) y ám bar y carbunclo la tierra de los garam antes (Str. 17. 19).
10. Egipto Egipto desem peñaba un papel im por tante dentro del Im perio Rom ano por su im portancia en mármol y la explota ción del porfido para esculturas de lujo.
Administración En Egipto, bajo el gobierno de Tiberio, el cargo equivalente a un procurator meta llorum , lo que indica que las minas y canteras eran propiedad im perial y que eran explotadas dilectamente por los agen tes im periales, figura al frente de las m inas de esm eraldas en Zm aragdus, sobre el monte Casius, de las pesquerías de p e rla s y de todas las m inas de E gipto (IGRR I, 1236). Varias inscrip ciones de fechas im precisas m encionan un prefecto en el m onte Berenice. En tiem pos del em perador Trajano, un pre fecto estaba al frente de las canteras de m árm ol, que estaban equiparadas a las
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minas desde el punto de vista adm inis trativo, del m onte Claudio. Las cante ras eran un m onopolio im perial, com o se deduce de la inscripción hallada en Italia (CIL II, 1131), que m enciona un statio serrariorum augustorum , o sea, un grupo de canteros im periales. Se fecha la inscripción a com ienzos del siglo m. D urante los años de Adriano, estas m inas estaban adm inistradas por un procurator im perial, asistido por un destacam ento de soldados. Sigerianus, esclavo im perial, las arrendó; lo que prueba, seguram ente, que se trata de un liberto (IGRR 1, 255-6). Un prefecto adm inistraba la cantera de Sapalium en el Fayum , al igual que la cantera de Philae en tiempo de Septim io Severo, que lo hacía bajo la supervisión de un oficial del ejército.
Intervención del ejército En Egipto, en época de D om iciano, la explotación de las canteras de Acoris se encargó a un centurión (IG R R I, 1138). En las citadas canteras del monte Claudianus en época de Adriano, el pro curador im perial estaba asistido por un destacam ento de soldados. La m encio nada cantera de Philes se encontraba bao supervisión m ilitar de un oficial.
Métodos de explotación Diódoro Sículo, resum iendo a Agatarquides de Cnido, conserva datos muy im portantes sobre los sistem as de ex plotación de las m inas egipcias, y el trato brutal dado a los esclavos, a las m ujeres y a los niños. En varios puntos coincide con los datos de las minas hispa nas, lo que es un nuevo argum ento a favor de haberse explotado éstas según técnicas helenísticas. R om a no intro dujo novedades, ni en el sistem a de explotación ni en la adm inistración, por lo que se siguieron aplicando en época im perial estos procedim ientos. 3.12. 2-6. “En esta tierra (en los con
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fines de Egipto, en los límites de A ra bia Etiopía), donde los encargados de los trabajos de las m inas hacen recoger el oro a una gran cantidad de trabaja dores. Estos son, por lo general, crim i nales condenados, prisioneros de gue rra , h o m b re s q u e , p e rs e g u id o s a m enudo por falsas acusaciones, fueron arrojados a prisión por un acceso de cólera, diversos tipos de infortunados a los que los reyes de Egipto acostum bran a enviar a las m inas de oro, bien solos, bien acom pañados por toda su familia, tanto para obtener una justa ven g an za p or los c rím e n e s co m e tid o s, cuanto para conseguir abundantes bene ficios del fruto de su trabajo. Los des graciados que han sido condenados a los trabajos de las m inas, cuyo número es m uy considerable, están encadena dos, obligados a trabajar día y noche sin descanso y vigilados tan estricta m ente que cualquier intento de fuga es inútil. Como sus guardianes son solda dos extranjeros y hablan lenguas dis tintas a las del país, los trabajadores no pueden ni por m edio de su conversa ción ni de ninguna otra m anera des pertar la piedad de quienes los vigilan, o corrom perlos. He aquí cuáles son los procedim ien tos em pleados para tratar las minas: Se expone el fuego intenso la parte más dura de la tierra que contiene el oro, hasta lograr que estalle, y a continua ción se trabaja con las manos. La roca se ab la n d a de la m ism a m anera y cuando está dispuesta a ceder ante un esfuerzo moderado, miles de estos mise rables de los que hem os hablado la des trozan con los mismos utensilios de hie rro que se em plean habitualm ente para tallar la piedra. Tras haber hecho la prueba de la roca, el jefe de todo el taller dirige a los trabajadores, les da instrucciones. Entre los desgraciados con denados a esta triste vida lo más ro bustos se encargan de partir con mazas de hierro el m árm ol que se encuentra en la mina y no em plean para este tipo de trabajo más que la fuerza de sus cuerpos, sin ninguna ayuda técnica. Las
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galerías que abren no siguen, pues, una línea recta, sino la dirección que toman naturalm ente las venas de esta piedra brillante; y com o los trabajadores se encuen-tran a oscuras en m edio de los rodeos que dan estas galerías, llevan linternas ilum inadas, atadas a la frente. Por otra parte, se ven obligados a cam biar la posición de sus cuerpos, si guiendo la calidad de la roca que en cuentran, para arrojar al suelo de la ga lería los bloques que desprenden. Este es el pesado trabajo que han de realizar sin descanso, bajo las órdenes de un concienzudo vigilante que los doblega a fuerza de golpes. 3.13, 1-3. Los niños que aún no han despertado a la pubertad se introducen por las galerías en los huecos de la roca, recogen con gran dificultad los trozos de piedra desprendidos y los sacan al aire libre, a un lugar frente a la entrada. Otros trabajadores, con m ás de treinta años, cogen de allí los trozos de tam año determ inado y los m achacan en m orteros de piedra con m azas de hierro, hasta que quedan reducidos al tam año de una lenteja. Tras ellos, las m ujeres y los ancianos reciben estas picdrccillas, las echan en m olinos ali neados y dos o tres de ellos, colocán dose en el brazo del m olino, lo hacen girar hasta que logran convertir el ta m año de las piedras que les han sido entregadas en un polvo tan fino com o la harina. Com o estos trabajadores no pueden dedicar ningún cuidado a sus cuerpos y no tienen siquiera un vestido con el que ocultar sus partes naturales, no hay nadie que viendo a estos infor tunados no se sienta golpeado por la com pasión debido al exceso de m ales que soportan, pues no se hace excep ción, ni son m ás suaves con los débi les, los tullidos, ni con las m ujeres teniendo en cuenta la m enor fortaleza de su sexo. Todos indistintam ente son obligados a trabajar a golpe de látigo, hasta que absolutam ente, agotados por el cansancio, perecen bajo el peso de su tortura. Los desgraciados hasta este punto ven el futuro aún m ás espantoso
que el presente y esperan con im pa ciencia la m uerte, pues les parece pre ferible a la vida; hasta tal extrem o es horroroso el suplicio al que han sido conducidos. 3.14, 1-4. Finalm ente, hom bres ins truidos en el arte de tratar los metales tom an las piedras reducidas al tamaño que hem os indicado y concluyen la úl tim a parte del proceso. Com ienzan por extender sobre una ancha plataform a algo inclinada este m árm ol pulverizado. Lo rem ueven m ientras vierten agua por encim a. La parte terrosa arrastrada por el agua fluye por la plancha inclinada, m ientras que el oro m ás pesado perm a nece en su lugar. Repiten varias veces esta operación, prim ero frotando ligera m ente la tierra con las m anos, después presionándola suavem ente con finas esponjas, van quitando poco a poco la tierra inútil, hasta que sólo queda la pepita de oro puro. Otros reciben una cierta cantidad de estas pepitas que les son entregadas al peso y las colocan en vasos de cerám ica, donde las mezclan con un lingote de plom o, de un peso proporcional a la cantidad de pepitas que contenga el vaso, algunos granos de sal, un poco de estaño y salvado de harina de cebada. Después cierran los vasos con una tapa perfectam ente ajus tada uniéndola con arcilla diluida y los colocan en un horno en el que cuecen durante cinco días y cinco noches sucesi vos. A continuación los retiran del fuego, los dejan enfriar y al abrirlos no encuentran m ás que oro muy puro que ha perdido muy poco de su peso, las otras m aterias han desaparecido. A sí es com o se trabaja en las m inas situadas en el extrem o de Egipto; y se ve qué penosos esfuerzos cuesta obtener este m etal” . La riqueza obtenida de las explota ciones m ineras no revertía ni en elevar el nivel de vida de los m ineros ni de la región. Iba a parar a manos del empera dor, del fisco, de los publicanos o de los dueños de las m inas. Ello es el a sp e c to m ás n e g a tiv o de esta e x plotación.
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f im m HISTORIA °^MVNDO ANTÎGVO
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Esta historia obra de un equipo de cuarenta profesores de va rias universidades españolas pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez ser accesible a lectores de di versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au tores antiguos mapas, ilustraciones cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por. el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.
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