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Spanish; Castilian Pages 290 [288] Year 2009
Jean-Pierre Tardieu
Cimarrones de Panamá La forja de una identidad afroamericana en el siglo xvi
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TIEMPO EMULADO HISTORIA DE AMÉRICA Y ESPAÑA La cita de Cervantes que convierte a la historia en «madre de la verdad, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir», cita que Borges reproduce para ejemplificar la reescritura polémica de su «Pierre Menard, autor del Quijote», nos sirve para dar nombre a esta colección de estudios históricos de uno y otro lado del Atlántico, en la seguridad de que son complementarias, que se precisan, se estimulan y se explican mutuamente las historias paralelas de América y España.
Consejo editorial de la colección: Walther L. Bernecker (Universität Erlangen-Nürnberg) Elena Hernández Sandoica (Universidad Complutense de Madrid) Clara E. Lida (El Colegio de México) Rosa María Martínez de Codes (Universidad Complutense de Madrid) Jean Piel (Université Paris VII) Barbara Potthast (Universität zu Köln) Hilda Sabato (Universidad de Buenos Aires) Nigel Townson (Universidad Complutense de Madrid)
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Jean-Pierre Tardieu
Cimarrones de Panamá La forja de una identidad afroamericana en el siglo xvi
Iberoamericana • Vervuert • 2009
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© De esta edición: Iberoamericana, 2009 Amor de Dios, 1 — E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net Vervuert, 2009 Elisabethenstr. 3-9 — D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-456-8 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-492-2 (Vervuert) Depósito Legal:
Diseño de cubierta: Carlos Zamora
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Índice
Introducción.................................................................................. 11 Prolegómenos................................................................................. 21 1. Ecosistema y colonización en Castilla del Oro.......................... 21 2. Esclavitud de negros.................................................................. 41 Capítulo I: Las primeras luchas..................................................... 51 1. Surgimiento del cimarronaje..................................................... 52 2. Represión y reacciones.............................................................. 54 3. La rebelión de Felipillo.............................................................. 58 3.1. Condición de los negros buzos........................................ 59 3.2. El capitán Francisco Carreño.......................................... 62 3.3. Los hechos...................................................................... 63 4. Desarrollo del cimarronaje........................................................ 64 4.1. Los negros y el alzamiento de los Contreras.................... 65 4.2. Preocupaciones y medidas.............................................. 66 Capítulo II: La primera guerra de Bayano.................................... 71 1. Tergiversaciones........................................................................ 72 2. La guerra ................................................................................. 75 2.1. Los hombres................................................................... 75 Pedro de Ursúa................................................................ 75 Bayano............................................................................. 78 2.2. La polemología cimarrona.............................................. 82 2.3. Los ardides de los españoles............................................ 87
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3. La vida en el reino de Bayano.................................................... 93 3.1. La organización del Estado............................................. 93 3.2. La religión nacional........................................................ 97 Anexo Mandamiento del gouernador para ir a lo de los negros cimarrones....................................................... 104 Capítulo III: Cimarrones y piratas............................................... 107 1. Vacilaciones financieras y administrativas............................... 108 1.1. Búsqueda de medios...................................................... 108 1.2. Medidas penales............................................................117 1.3. Nuevos temores............................................................ 121 2. Intervenciones de los corsarios................................................ 126 2.1. La primera expedición de Francis Drake....................... 126 2.2. Zafarrancho de combate............................................... 144 2.3. Hacia una nueva estrategia........................................... 165 Anexos Documento 1...............................................................................174 Documento 2: Capitulos que tratan de la reduzion de los negros cimarrones, y su castigo que estan en las ordenanças de la ciudad de Panama de la provincia de Tierrafirme, en quatro de Agosto, de setenta y quatro..................................... 177 Capitulo IV: Hacia la reducción.................................................. 183 1. Negociaciones......................................................................... 184 2. Capitulaciones ....................................................................... 195 2.1. Fundación de Santiago del Príncipe.............................. 195 2.2. Acuerdo con los de Bayano........................................... 198 2.3. Fundación de Santa Cruz la Real.................................. 204 2.4. Balance......................................................................... 222 2.5. Evolución de los cimarrones de Bayano......................... 233 3. ¿Fin del peligro?...................................................................... 236 3.1. Reincidencias y reformas............................................... 236 3.2. Nueva psicosis.............................................................. 238 Anexos Documento 1: Capitulaciones con Luis Mozambique................. 244 Documento 2: Capitulaciones con los negros de Bayano............. 246
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Capítulo V: Plan de reducción de los negros horros por fray Miguel de Monsalve..................................................... 251 1. ¿Quién era fray Miguel de Monsalve?...................................... 252 2. Las proposiciones de Monsalve............................................... 255 2.1. De algunas semejanzas entre dos planes........................ 255 2.2. Otras proposiciones . ................................................... 257 Anexo . ............................................................................... 261 Conclusión . ............................................................................... 273 Bibliografía . ............................................................................... 277
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Esa noche acampan a la vera del camino, en las cercanías de Venta de Chagres. Los españoles reparten el rancho y dan de beber agua de una bota a los esclavos. Encienden una fogata para que el humo ahuyente los mosquitos, las víboras, el miedo, los malos pensamientos. También hay vino para acompañar los recuerdos. Es la norma. Sin embargo, esa noche, un poco antes de la madrugada, cuando los guardias dormitan amodorridos junto a sus espadas, y la luna en menguante se inclina como los cuernos de una vaca sobre el perfil de la sierra, El Lucumí, que marcha adelante, da un ligero templón a la cadena. Es la señal que todos esperan con el alma en vilo. Los treinta encadenados, todos a una, empiezan a moverse: un, dos, tres, alto, con ritmo, como si aún tararearan de memoria la canción de sus ancestros. Les ha tomado algún tiempo preparar el plan y luego esperar el mejor momento para ponerlo en marcha. Esa mañana, cuando El Lucumí, a la cabeza de la fila, se colocó la argolla en el cuello, supieron que había llegado la hora. Hubo zozobra y pánico al principio. Pero, ¿qué se podía perder? ¿La vida? ¿Acaso no es más prometedora la muerte? Los hombres sabios de sus aldeas, en África, les hablaban de la otra vida y les decían que si morían peleando serían premiados por los dioses y que podrían reencarnar en pez, águila, serpiente, hombre, de acuerdo con sus méritos. Alma que mi pecho inflama no tengo miedo a la muerte. La canción de sus ancestros, que cantan durante la marcha, les devuelve el valor y la confianza. Pero también porque han escuchado, entremezclados con el cri cri de los grillos, lo que parece un silbo de talingos, señal de que varios de los suyos, cimarrones, sin ser vistos, les siguen a poca distancia para protegerlos, para dar cuenta de los soldados españoles que hacen guardia y guiarlos, cuando escapen, a un lugar seguro de la selva. Sosteniendo las cadenas en tensión para silenciar el choque de los eslabones, templando las argollas de sus cuellos hasta sangrar, como un solo organismo, como un gusano, los encadenados se escurren en la noche. En el acampado, junto a la ceniza humeante queda la mercadería y los cadáveres de dos peones de Extremadura que serán encontrados y llorados al salir el sol, que reencarnarán, en veloces caballos, perros, gusanos o más bien, si los dioses les son propicios, en negros. Pedro Rivera, «Cimarrones», Crónicas apócrifas de Castilla de Oro, 2005.
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Introducción
Habrá sido necesario esperar hasta el siglo xxi para que, a duras penas, se condenen oficialmente la trata y la esclavitud de los negros. Aunque se está empezando a estudiarlos, harto difícil será estimar cabalmente los perjuicios que causaron en el continente africano, víctima secular del inmundo tráfico. La documentación archivística de los repositorios de España y del Nuevo Mundo permite, con las debidas precauciones justificadas por la subjetividad de sus orígenes, reconstruir la existencia de aquellos seres que formaron la «tercera raíz» de Hispanoamérica1. Mucho se ha escrito ya sobre la resistencia de los africanos y de sus descendientes en las posesiones ultramarinas de la Corona española. Se manifestaba incluso antes de la llegada a las Indias occidentales, pasiva o activamente, con el suicidio en los mismos barcos negreros, motivado por el deseo de volver a la tierra de los ancestros, y con la rebelión contra las tripulaciones2. Una vez desembarcadas las armazones y sometidos los siervos a la realidad de su nuevo estatuto, si bien acudieron, con el fin de 1 Luz María Martínez Montiel, «La cultura africana: tercera raíz», Coloquio internacional Unesco/República del Benín, «La route de l’esclave», «De la traite négrière au défi du développement: réflexion sur les conditions de la paix mondiale», Ouidah, Benín, 1-5 de septiembre de 1994. 2 Estos aspectos están ahora bien documentados. Uno de los primeros investigadores en interesarse por este tema fue Fernando Ortiz. Se consultará la reimpresión de Los negros esclavos, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1987, pp. 150-159 y 359-361. Véase también: Jean-Pierre Tardieu, «Le suicide des esclaves aux Amériques. Retour thanatique au pays des ancêtres», en: L’ émigration: le retour. Actas del coloquio organizado por el CRLMC, 8-10 de enero de 1998, Clermont-Ferrand: Université Blaise Pascal/Institut Universitaire de France, 1999, pp. 179-188.
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librarse del pesado yugo, a las mismas soluciones, imaginaron otras como, de un modo aparentemente paradójico, la total sumisión. Una completa alienación era efectivamente la condición sine qua non para alcanzar la tan anhelada manumisión que hacía del esclavo un hombre libre, según el derecho castellano más antiguo3. Pero ya habían perdido sus usufructuarios la esperanza de regresar hacia su tierra, ya eran de América, por haberse esfuminado, cuando no borrado, las reminiscencias del pasado ancestral. El incesante flujo negrero podía reactivarlas, suscitando nuevos focos de resistencia activa4. La huida de los esclavos empezó casi desde que se acudió a la mano de obra servil en las islas del Caribe, como lo patentiza una cédula real de Fernando el Católico al gobernador Nicolás de Ovando. Éste, según Antonio de Herrera, solicitó efectivamente de la Corona el cese del envío de siervos negros a La Española: «Procuró que no se enviasen esclavos negros a la Española, porque se huían entre los indios y los enseñaban malas costumbres y nunca podían ser habidos»5. Accedió el soberano a la petición en 29 de marzo de 1503 «En quanto a lo de los negros esclavos que dezís que no se envíen allá, porque los que allá avía se han huydo, en esto Nos mandamos que se faga como lo decís…»6. Si no se observó mucho tiempo, prueba esta decisión que el problema ya había alcanzado cierta gravedad. Ésta no hizo más que empeorar, apunta Bartolomé de las Casas en Historia de las Indias. Después de evocar los «grandes trabajos» padecidos por los esclavos negros en los ingenios, agrega: Por esto se huyen cuando pueden a cuadrillas, y se levantan y hacen muertes y crueldades en los españoles, por salir de su cautiverio, cuantas la Jean-Pierre Tardieu, «L’affranchissement des esclaves aux Amériques Espagnolesxvi -xviie siècles», Revue Historique CCLXVIII/2. 4 Buena prueba de ello fueron las rebeliones del siglo xix en Brasil. Véase: Rebelião escrava no Brasil. A historia do levante dos malés. 1835, São Paulo: Editora Brasiliense, 1987. 5 Antonio de Herrera, Historia General de los Hechos de los Castellanos en las Islas i Tierra Firme del Mar Océano, Década 1, Libro 5, Capítulo 12, edición de Mariano Cuesta Domingo, Madrid: Universidad Complutense, 1991, p. 443. 6 Colección de Documentos Inéditos de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los Archivos del Reino y muy especialmente del de Indias, Madrid, 18641900, t. V (I), Doc. 10. Citado por José Luis Cortés López, Esclavo y colono (Introducción y sociología de los negroafricanos en la América española del siglo xvi), Salamanca: Ediciones Universidad, 2004, p. 16. 3
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Introducción
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oportunidad poder les ofrece, y así no viven muy seguros los chicos pueblos desta isla, que es otra plaga que vino sobre ella7.
Gonzalo Fernández de Oviedo escenificó una de las primeras sublevaciones de esclavos en La Española, la de 1522, en que los siervos bajo la conducción de cabecillas «jolofes», particularmente reacios a la servidumbre, se enfrentaron en batalla campal con los dueños encabezados por el propio almirante Diego Colón. La represión fue tremenda, concluyendo el cronista «y desta manera quedaron los negros que se levantaron penitenciados como convino a su atrevimiento e locura, e todos los demás espantados para adelante, y certificados de lo que se hará con ellos si tal cosa les pasare por pensamiento…»8. Ahora bien, no hubo tal escarmiento, como tuvo que admitirlo más tarde Oviedo al evocar las rebeliones de San Juan de la Maguana en 1546 y las de 1553. Estos cimarrones, insistió, peleaban de un modo que sorprendía a los españoles, aunque no atinó con la causa: Pero como esta gente negra son de poco saber e no de mucha industria en las armas e de diuersas y malas inclinaciones e diferentes lenguas no hazen la guerra como ombres que parezca que por zelo de libertad siguen su intento, sino desatinados y peruersos ladrones salteadores de poca calidad, e contra los descuydados y flacos9.
Hombre de su época, el cronista no dejó de expresar su profundo desprecio por estos seres. No obstante se vio obligado a confesar que no carecían de motivaciones:
Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, edición de Juan Pérez de Tudela Bueso, B.A.E. 96, Madrid: Ediciones Atlas, 1961, p. 488. 8 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias, edición y estudio preliminar de Juan Pérez de Tudela Bueso, B.A.E. 117, Madrid: Ediciones Atlas, 1992, pp. 98-100. El celebérrimo grabador Teodoro de Bry ilustró en 1595 la tremenda represión del sublevamiento de 1522 en el Libro Quinto de sus Grandes viajes. Véase: América (1590-1634), prólogo de John H. Elliott, edición a cargo de Gereon Sievernich, traducción de Adán Kovacsics, Madrid: Ediciones Siruela, 2003, p. 193. Aunque confiesa el artista que se inspiró «de la otra parte del escrito» de Girolamo Benzoni (véase infra), la comparación de su comentario con la obra del italiano permite deducir que se fundó más bien en la obra de G. Fernández de Oviedo. 9 Las memorias de Gonzalo Fernández de Oviedo, edición de Juan Bautista AvalleArce, Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1974, vol. 1, p. 372. 7
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A todos los desta ysla nos es manifiesto que destos trabajos en parte son causa algunos de los amos destos esclavos, juntamente con la mala condición natural de los mismos negros, por no los tractar bien ni proveer de lo necesario para su vestuario e alimentos, e haziéndolos trabajar excesivamente sus señores10.
Si se toma en cuenta el testimonio del arcediano de Santo Domingo, Álvaro de Castro, dirigido al Consejo de Indias el 26 de marzo de 1542, había entre 25.000 y 30.000 negros en La Española, de los cuales 2.000 o 3.000 alzados se encontraban refugiados en el cabo de San Nicolás, en los Ciguayos, en la punta de Samaná y en el cabo de Igüey. Establecieron una verdadera red económica merced a la solidaridad de sus compañeros que permanecían en sujeción: «Anda ya entre ellos una contratación y mercadería tan grande y de tanto valor y astucia para lo cual se hacen tantos y tan famosos robos en todas las granjerías del campo, que no hay negro en esta isla que por bozal que sea que no tiene ya por cierto que cada día ha de robar poco o mucho…»11. En 1545, el cabildo de Santo Domingo calculó en 7.000 el número de los fugitivos, ofreciéndoles los propietarios «dejarlos vivir en paz y aun enviarles clérigo fraile que les enseñase la religión cristiana, con tal de que no incomodasen a los blancos»12. El 17 de junio de 1546, informó la Audiencia a la Corona Ibíd., p. 373. Al italiano Girolamo Benzoni, durante su estadía en Santo Domingo en 1544, le indignó el trato que recibían los esclavos de los españoles. Describe detalladamente el suplicio de los azotes «hasta que todas sus carnes lloraban sangre» y del «pringamiento» que consistía en verter pez o aceite hirviente sobre el cuerpo del siervo antes de lavarlo con ají y sal disueltos en agua; La Historia del Mundo Nuevo (1565), traducción y notas de Marisa Vannini de Gerulewicz, estudio preliminar de León Croizat, Caracas: Academia Nacional de Historia, 1967, pp. 113-114. 11 José L. Franco, «Rebeliones cimarronas y esclavas en los territorios españoles», en: Richard Price (comp.), Sociedades cimarronas, México: Siglo Veintiuno, 1981. [Primera edición en inglés, 1973, p. 46.] 12 Franklin J. Franco, Los negros, los mulatos y la nación dominicana, Santo Domingo: Editorial Nacional, 1969, p. 19. Girolamo Benzoni se enteró de los hechos durante su estadía en Tierra Firme en 1545. No parece inútil citar lo que escribió en la medida en que la proposición de los oidores de Santo Domingo constituye, a nuestro parecer, un antecedente a las decisiones de sus colegas de Panamá durante los acontecimientos que exponemos a continuación: «En el año cuarenta y cinco, estando yo en Tierra Firme, corrió la noticia de que los cimarrones (que así denominan los españoles en estos países), es decir los forajidos, se habían sublevado casi todos, y en sus correrías iban por la isla haciendo cuanto mal podían; el Almirante Don Luis Colón, el Presidente y los Oidores de Santo Domingo les enviaron mensajeros, para rogarles que se conformasen con vivir 10
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Introducción
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que en Baoruco, donde se había refugiado el indio Enrique, andaba una escuadrilla de 200 a 300 negros. En San Juan de la Maguana, los cimarrones, al mando de su capitán Diego de Guzmán, asaltaron un ingenio. Fue menester enviar a una compañía de treinta hombres para derrotarles. Diez años antes, el negro Diego de Campo ya había quemado las casas de purga de los ingenios de San Juan de la Maguana con un centenar de cimarrones, obligando al almirante gobernador a que concertase paces con ellos13. En 1548, dieron muchas preocupaciones dos cuadrillas, la de Lemba, quien capitaneaba a 140 cimarrones, y otra en la provincia de Higüey14. En el oriente de Cuba, los negros fugitivos se unieron al cacique Guamá en el macizo de Sagua-Baracoa, y después de su muerte, se apalencaron15 en diversos sitios de las serranías16. Las primeras rebeliones de importancia ocurrieron en Nueva España en 1537, lo cual incitó a los responsables a limitar la importación de esclavos. Algún tiempo después, en 1553, se creó la Santa Hermandad para reprimir estos levantamientos17. Desde 1536 el cabildo de Lima se vio obligado a preocuparse por la represión del cimarronaje. En 1539 se nombró a un alguacil para detener a los fugitivos. Se buscaron otras soluciones hasta la creación en 1557 de dos puestos de alcaldes de la Hermandad encargados de guiar a unos cuadrilleros18. En la gobernación de Honduras, más precisamente en la villa de San Pedro, se pacíficamente, asegurándoles que por su parte harían lo mismo, no los molestarían más y querían ser sus amigos, y que si deseaban sacerdotes o frailes que les enseñasen la doctrina cristiana con mucho gusto se los enviarían. A esto contestaron los forajidos que aceptaban y creían en la ley de Cristo, pero no querían la amistad de los españoles porque no confiaban en sus promesas» (Ibíd., p. 115). 13 José Antonio Saco, Historia de la esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, La Habana: Editorial Alfa, 1937, t. IV, p. 193. 14 Ibíd., p. 198. 15 Los palenques eran pueblos fortalecidos que formaban grupos de fugitivos o cimarrones. Volveremos más abajo a estos términos «cimarrón» y «palenque». 16 Zoila Danger Roll, Los cimarrones de El Frijol, Santiago de Cuba: Editorial Oriente, 1977, pp. 33-34. 17 Luz María Martínez Montiel, «Nuestros padres negros. Las rebeliones esclavas en América», en: Luz María Martínez Montiel (coord.), Presencia africana en Sudamérica, México: Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 1993, p. 629. 18 Para más detalles, se consultará: Frederick P. Bowser, El africano esclavo en el Perú colonial, 1524-1650, México: Siglo Veintiuno, 1977, pp. 255 y ss., y Jean-Pierre Tardieu, «Le marronnage à Lima (1535-1650): atermoiements et répression», Revue Historique CCLXXVIII/2, pp. 293-319.
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alzaron los negros en 1548. La Audiencia de los Confines reunió una fuerza que logró vencerles. Se ahorcó al cabecilla, y, precisa Antonio de Herrera, «fue de mucho provecho la diligencia con que se proveyó y ejecutó; porque cuando se detuvieran mucho, acudieran tantos negros de otras provincias, que fuera negocio dificultoso de sosegar»19. Hasta entonces, en ningún caso dejaron las autoridades a los rebeldes la posibilidad de estructurar su resistencia ocupando un territorio que les pusiera fuera del alcance de sus antiguos dueños. En 1550 en las gobernaciones de Santa Marta y Venezuela, refiere Antonio de Herrera, […] se juntaron hasta doscientos y cincuenta [negros] y acudieron al asiento de la Nueva Segovia, adonde se repartieron en compañías; hicieron capitanes y nombraron Rey al que con más brío y atrevimiento lo quiso ser; el cual, dando intención a todos de hacerlos ricos y señores de la tierra con la muerte de los castellanos, señalaba a cada uno la mujer de ellos que le había de tocar, y otras semejantes insolencias…
Se encargó al capitán Diego de Losada, con cuarenta soldados de la gobernación de Venezuela, la misión de atajar el daño que hacían. Les persiguió hasta lo más retirado de la sierra donde pudo deshacerles, matando a todos los hombres20. Fueron sevicias las que incitaron a Miguel, esclavo de las minas de Barquisimeto, a echarse al monte en 1552. Encabezó una comunidad de cimarrones que muy pronto se alió con indígenas para enfrentarse con los españoles a partir de un pueblo fortalecido. Fray Diego Simón, tratando de su empresa, evoca el discurso sorprendentemente moderno, incluso para un negro ladino, pronunciado por el cabecilla frente a sus hombres: Y, en un llano, fuera de la empalizada con que lo dejaban cercado [el pueblo], les hizo una plática, diciendo: que la razón que les había movido a retirarse de los españoles, ya sabían había sido por conseguir su libertad, que tan injustamente la podían procurar, pues habiéndolos Dios criado libres como las demás gentes del mundo, y siendo ellos de mejor condición que los indios, a quienes el Rey mandaba fuesen libres, los españoles los tenían sujetos y puestos tiránicamente en perpetua y miserable servidumbre, usando 19 20
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Ob. cit., Década 8, Libro 5, Capítulo 1, t. IV, p. 473. Ibíd., Década 8, Libro 6, Capítulo 12, t. IV, pp. 527-528.
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esto sólo la nación española, sin que en otra parte del mundo hubiese tal costumbre, pues en Francia, Italia, Inglaterra y en todas otras partes eran libres. Y que también lo serían allí si peleasen con el ánimo y brío que era razón en aquella jornada que iban, donde se prometía darles la victoria en las manos…
Rechazaron los españoles el ataque en Barquisimeto y no perdieron tiempo para contraatacar al «rey Miguel», quien pereció en la refriega. Lo efímero de su reinado se debía en gran parte a la falta de organización, que no lograron compensar su determinación y su astucia. Para mejor engañar al enemigo en cuanto a sus fuerzas, hizo que los indios de su obediencia se tiñesen el cuerpo con sabia negra de jagua 21. Los «negros del Mariscal Castellanos» en la Guajira resistieron más, según parece. Denunciados los excesos que cometían desde 1562, duraron hasta 1586, año en que el gobernador de Venezuela, Luis de Rojas, mandó para aniquilarlos a una tropa de cincuenta hombres, capitaneados por Juan Esteban: «…halló doblados y hecho un pueblo muy fuerte, cercado todo de maderos muy gruesos y en ella siete fuertes desde donde pelearon, a la cual población y fuertes, los soldados pusieron ‘la nueva Troya’»22. El cimarronaje, como resistencia activa, llamó la atención de los investigadores del ramo, por haber tenido en jaque al poder colonial hasta obligarle a la negociación en no pocos casos. Sobrevivieron ciertas comunidades de cimarrones23, descendientes de los palenques que mantuvieron a raya las expediciones represivas. Valga por ejemplo el palenque de San Fray Pedro Simón, Noticias Historiales de Venezuela, Quinta Noticia Historial, Capítulos XX-XXI, en: Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, Caracas, 1963, t. 1, pp. 208-215. Cuando sea menester, haremos las debidas comparaciones entre la experiencia del rey Miguel y la del rey Bayano. 22 Véase Miguel Acosta Saignes, Vida de los esclavos negros en Venezuela, La Habana: Casa de las Américas, 1978, pp. 181-185. 23 No es éste el lugar adecuado para extenderse sobre la etimología de la palabra «cimarrón» que ha dado la palabra francesa marron y la inglesa maroon, muy conocidas hasta hoy en día en las antiguas islas azucareras. Remitimos a las líneas que José Luis Ruiz-Peinado Alonso dedica a la palabra en su libro Cimarronaje en Brasil. Mocambos del Trombetas, Barcelona: El Cep i la Nansa Ediciones, 2002, pp. 17-18: «También se ha propuesto que el término ‘cimarrón’ nace de la palabra taíno-antillana símaran, incorporada al castellano en el primer tercio del siglo xvii y que hace referencia a la flecha despedida por el arco que escapa al control de quien la lanza. En cualquier caso, la palabra equivaldría igualmente a «persona huida, alzada o brava». Aplicado primero a los animales que se volvían montaraces y después a los indígenas (en primer lugar) 21
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Basilio en el Nuevo Reino de Granada, en la Colombia actual, que incluso forjó su propia expresión de base bantú, el palenquero. Refugiado en un primer tiempo Domingo Bioho, el legendario rey Benkos, en el arcabuco y ciénaga de Matuna, fundó a principios del siglo xvii un poblado atrincherado que se haría famoso entre las orillas pantanosas de un río y los montes de María, desde el cual podía desafiar a la sociedad dominante. El gobernador de Cartagena de Indias, Diego Fernández de Velasco, cometió a Juan Polo la reducción de los palenqueros. Se otorgaron a Benkos algunas honras como la de vestir a la española y usar espada y daga dorada. Sin embargo, después de otra insurrección, fue hecho preso y ahorcado en 1619. Ello no significó la desaparición del palenque. En 1713, el obispo fray Antonio María Casiano estableció otro pacto con los cimarrones que les reconocía la libertad de autogobernarse en el nuevo pueblo fundado sin la intromisión de cualquier blanco, a excepción del cura. El teniente coronel Antonio de la Torre Mirando, mal que le pesara, tuvo que admitir esta situación en 177424. Richard Price, hace unos treinta y cinco años, dirigió un estudio comparativo de las sociedades cimarronas de todo el continente para valorizar los rasgos comunes de aquellos intentos no tan aislados como se podría creer25. En 1996, volviendo al mismo tema para tratar de imaginar la vida en el famoso quilombo de Palmares, auténtico estado cimarrón del Brasil del siglo xvi, llamó la atención de sus lectores al hecho de que por toda Afro-América —desde a região que se tornou os Estados Unidos, passando pelo Caribe, até o Brasil— essas comunidades representaram um desafio heróico ao poder colonial e señorial, prova eloqüente da existencia de uma conciencia escrava que recusava ser limitada e manipulada pelos brancos26.
y a los negros (después) que buscaban su libertad, podría, por tanto, aplicarse tanto a animales como a personas. Se consultará también nuestro trabajo «Cimarrón-Marroon-Marron. Note �������������� épistémologique», Outre-Mers. Revue d’Histoire (350-351), 1er sem. 2006, pp. 237-247. 24 Nina S. de Friedemann y Carlos Patiño Rosselli, Lengua y sociedad en el palenque de San Basilio, Bogotá: Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, 1983. 25 Ob. cit. 26 Richard Price, «Palmares como poderia ter sido», en: João José Reis e Flávio dos Santos Gomes (eds.), Liberdade por um fio. Historia dos quilombos no Brasil, São Paulo: Compañía das Letras, 1996, p. 52.
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Introducción
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Este estudio tratará de algunas de las primeras manifestaciones del cimarronaje colectivo, posteriores a la empresa del rey Miguel, en el istmo de Panamá, más conocido en el siglo xvi como Tierra Firme. Dentro de este espacio estratégico, se interesará más particularmente por la gobernación de Castilla del Oro. Por ahí pasaban las mercancías procedentes de España —los «géneros de Castilla»— para abastecer al Virreinato de Lima, recorriendo los caminos marítimos, fluviales y terrestres desde Nombre de Dios hasta Panamá, y los metales preciosos del quinto real y de los particulares que seguían el mismo trayecto en sentido contrario. Lo accidentado del relieve facilitaba las intervenciones de los cimarrones que necesitaban de este tipo de parasitismo para mantenerse. Su conocimiento del terreno hacía de ellos aliados naturales para los «enemigos», es decir para los piratas —ingleses en los casos contemplados—, ansiosos de adueñarse de las fabulosas riquezas transportadas por las recuas de mulas. No faltan los trabajos sobre este aspecto, siendo uno de los más completos el de Armando Fortune, titulado «Los negros cimarrones en Tierra firme y su lucha por la libertad»27. Desgraciadamente adoptan a menudo unos visos literarios que nos alejan del rigor taxativo que se ha de esperar de un estudio histórico. María del Carmen Mena García evoca el debate entre los «maximalistas y los minimalistas»28. Para mayor claridad, nos parece imprescindible citar las propias palabras de los historiadores referidos. Hernán Porras afirmó en Papel de los grupos humanos de Panamá (1953) que el cimarrón fue «la primera gran amenaza a la incipiente nacionalidad», agregando que su alianza con bucaneros y la alianza paralela del indígena selvático con éstos, amenazó con dar al traste con la colonización española en el Istmo y convertir a la hoy República en un Belice o una Mosquitia 29.
A Alfredo Castillero Calvo, en 1970, le pareció exagerado este juicio, así como el análisis de Armando Fortune: 27 Armando Fortune, «Los negros cimarrones en Tierra Firme y su lucha por la libertad», Revista de la Lotería Nacional Panameña n° 171, Panamá, febrero de 1971, y n° 172, marzo de 1971. 28 María del Carmen Mena García, La sociedad en Panamá en el siglo xvi, Sevilla: Diputación Provincial de Sevilla, 1984, pp. 401-402. 29 Hernán Porras, Papel histórico de los grupos humanos de Panamá, Panamá: Editorial Portobelo, 1998. (Primera edición: 1953.)
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En realidad, el cimarronaje no constituyó un peligro verdaderamente grave más que en el período 1549-1582. Es verdad que el peligro de los esclavos fugitivos no desapareció totalmente después de esa fecha, ya que abundan referencias literarias sobre su existencia durante los siglos xvii y xviii, pero debe decirse que estuvo muy lejos de constituir una amenaza a las ciudades terminales30 de la magnitud que tuvo en la segunda mitad del xvi. […] Y si es imposible negar que estos movimientos constituyeron un grave atentado contra la estabilidad de la naciente colonia, sería faltar a la verdad decir que su persistencia, a través de los siglos, limitada por cierto a minúsculas partidas de asaltantes en la ruta Panamá-Portobelo amenazara con arruinar —como quiere Porras— los esfuerzos colonizadores castellanos en el Istmo, transformándolo en una Belice o una Mosquitia, o que contribuyeran a engendrar en los colonos españoles una suerte de enervamiento colectivo…31.
En rigor, Castillero Calvo no niega que los cimarrones constituyeran un «peligro verdaderamente grave» para la época que va de 1549 (rebelión de Felipillo) a 1582 (reducción de los cimarrones de Luis de Mozambique y Domingo Congo), aunque después disminuyó la amenaza. Así que, por lo menos en cuanto al primer periodo, no se oponen las visiones de ambos autores. Este trabajo intentará valorizar la gravedad del peligro en el espacio temporal del siglo xvi correspondiente a la época de Felipillo, del rey Bayano y de sus sucesores, hasta la reducción de los cimarrones en los pueblos de Santiago del Príncipe, cerca de Portobelo, y de Santa Cruz la Real, no muy lejos de Panamá, que se presentó a la sazón como una victoria definitiva. Pero es necesario ir más allá. En su libro Séville et l’Amérique, Pierre y Huguette Chaunu32 expresaron el deseo de que se escribiese la historia de la guerra «cimarrona» en el istmo de Panamá que, a su parecer, aclararía la del «gran comercio» por esta área. Quisiéramos tan sólo que las páginas siguientes permitiesen entender mejor cómo dicha guerra contribuyó a la forja de la identidad afroamericana.
Es decir, en cada extremo del camino, Nombre de Dios y Panamá. Alfredo Castillero Calvo, La sociedad panameña. Historia de su formación e integración, Panamá: s. e., 1970, pp. 94-95. 32 Séville et l’Amérique aux xvie et xviie siècles, Paris: Flammarion, 1977, p. 171. 30 31
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«…que más rico camino no hay en el mundo que estas dieciocho leguas en este tiempo de armadilla; pues en tan pocos días pasa tanta plata. Y así es la cosa más notable de camino que tiene el universo». Fray Diego de Ocaña (1590). «Los arrieros que guían las bestias son todos esclavos negros, que, desnudos y siempre metidos en el fango hasta medio muslo, van detrás de ellas fustigándolas, y es propio de ellos, siendo éste un esfuerzo y trabajo penoso que no podría ser tolerado por hombres blancos, ni hacerlo, en el modo en el que lo hacen ellos, a pie; en el cual no duran tampoco ellos mucho tiempo, que pronto mueren baldados miserablemente y llenos de llagas, que en aquel clima por un mínimo arañazo se hacen incurables por causas del calor y de la humedad excesiva del país». Francesco Carletti (1594).
1. Ecosistema y colonización en Castilla del Oro El marco donde se verificaron los enfrentamientos evocados en los capítulos siguientes corresponde a una parte del llamado istmo de Panamá
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comprendida en la costa del océano Atlántico o mar del Norte entre Acla, al oeste de Santa María del Darién, la primera ciudad fundada en el continente pronto abandonada a favor de Panamá en 1519, y la desembocadura del río Chagres, al oeste de Portobelo; y, en la costa del océano Pacífico o mar del Sur, entre el golfo de San Miguel y el término de la ciudad y puerto de Panamá. Sólo evocaremos de paso las villas de Natá y Los Santos, situadas al oeste de Panamá1. Importa insistir en el relieve accidentado de esta estrecha franja de tierra, sin el cual no hubieran encontrado los cimarrones el cobijo necesario a su resistencia. Paralelas a la costa del norte se extienden la cordillera de San Blas y la serranía del Darién, cuyas cumbres, con una altitud media de unos 915 metros, pueden alcanzar 1.000 metros. Casi del mismo modo, hacia la costa sur se yergue otro sistema montañoso, la serranía de Majé, aunque menos alto, salvo algunas excepciones. La cordillera de San Blas, que llega hasta no muy lejos de Portobelo y de la sabana de Panamá, ofrecía un refugio seguro a los esclavos fugitivos de estas ciudades. Estas circunstancias hacían de los ríos importantes vías de comunicación entre el norte y el sur. El río Chepo, llamado también Bayano, corre entre los dos sistemas montañosos desde el noreste hasta su desembocadura en el Pacífico al este de Panamá: fue el lugar donde se instalaron el jefe cimarrón Bayano y sus sucesores. El río que aprovechaban los españoles para pasar de la costa del norte al puerto de Panamá era el Chagres (Chagre en la documentación), llamado río de los Lagartos por Cristóbal Colón debido a la presencia de numerosísimos cocodrilos en sus aguas. La latitud y la estrechez del istmo entre los dos mares explican el clima tropical muy húmedo que reina en la tierra, principalmente en la parte septentrional, cubierta en la época que nos interesa por una tupida e intrincada selva. El cielo está muy a menudo nublado y de mayo a noviembre caen fuertes aguaceros. Las precipitaciones más intensas se producen en las cuencas de los ríos Bayano y Chucunaque. El clima es más seco en la costa sur, donde el monte se hace menos denso. La temperatura media anual es de 27°C en la costa del Caribe y de 26, 6°C en la capital, siendo el golfo de San Miguel uno de los lugares más cálidos del mundo. Para la organización del espacio panameño «según una cruz axial formada por un eje norte-sur [Nombre de Dios-Panamá], este-oeste [Santa María del Darién-Natá], que flexiona la geografía del istmo en función de una economía a escala mundial», véase Alfredo Castillero Calvo (dir.), Historia General de Panamá, vol. I, t. I, Las sociedades originarias y el orden colonial, Panamá: Comité Nacional del Centenario, 2004, p. 116. 1
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Mapa n° 1. Mapa físico.
Los cultivos son de tipo tropical, y tanto los cimarrones como sus perseguidores consumían maíz, arroz, frijoles. Aquéllos, a orillas de los ríos, cultivaban plátano, ñame y batata. Los españoles necesitaban de la harina del Perú o de Cuenca, en el Ecuador actual, para hacer pan o bizcocho. Si no faltaban hatos, como en la sabana de Pacora o en los términos de Natá y de Los Santos, que suministraban carne de res para las poblaciones de Panamá y de Nombre de Dios, los cimarrones tenían que contentarse con el producto de la caza y de la pesca, a no ser que pudiesen darse al abigeato. No nos demoraremos en evocar la explotación de las riquezas del subsuelo sino para decir que en Acla, en los inicios del siglo xvi, las minas de oro requerían una amplia mano de obra servil, lo cual suscitó en 1530 manifestaciones de cimarronaje2. En 1559 se acudió a los esclavos negros para los yacimientos auríferos de Veragua. Según A. Castillero Calvo, en 1561 ya eran 450 en las minas y pasaron a 1.500 en 1575 y a 2.000 en 15773. En el mar del Sur, las pesquerías del archipiélago de las Perlas 2 Véase Carlos Federico Guillot, Negros rebeldes y negros cimarrones (Perfil afroamericano en la historia del Nuevo Mundo), Buenos Aires: Fariña Editores, 1961, p. 137. 3 Historia General de Panamá, ob. cit., p. 429.
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precisaban también del trabajo de los esclavos, cuyas drásticas condiciones de vida les incitaban a la fuga, como ocurrió con Felipillo4. Gonzalo Fernández de Oviedo, buen conocedor de los lugares hasta el año de 1529, insiste en la humildad de la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción de Panamá, fundada en 1519 por el gobernador Pedrarias Dávila (Pedro Arias de Ávila) en la provincia de Tierra Firme, por otro nombre Castilla del Oro (Castilla Aurífera), y en lo fragoso de los alrededores de Nombre de Dios: Panamá tiene mal asiento y es pequeña población e no sano; es estrecho e luengo el pueblo, e de la parte del Mediodía llega la marea hasta cerca de las casas, e de la parte del Norte, a las espaldas, está lleno de paludes e ciénagas […] y en el tiempo que yo dejé aquella tierra, que fue el año de mill e quinientos e veinte y nueve, nunca hasta entonces llegó hasta septenta buhíos. Es tierra seca y estéril; pero en las comarcas es fértil e de buenos pastos e hartos ganados. El Nombre de Dios […] es de menos población e de peor disposición para granjerías del campo, porque es tierra áspera, montuosa e cercada de arboledas5.
Las Casas no entiende cómo, dadas las condiciones climáticas que imperan en las comarcas de Nombre de Dios y de Panamá, pudo dar el Consejo de Indias el permiso necesario para la edificación de ciudades en tales lugares, a no ser que se manifestara de este modo el castigo divino por los crímenes de los conquistadores. Las líneas que siguen, pese a la exageración retórica característica del compromiso ideológico del dominico, se fundamentan en una realidad irrebatible: Y durará [Panamá] cuanto Dios tuviere por bien de castigar a todos los que, a robar las tierras ajenas y oprimir y captivar las personas que en sus tierras y reinos pacíficos vivían, por allí pasan al Perú y a las otras partes de aquel Ultramar; porque en obra de veinte y cinco o veinte y ocho años, más son muertos de cuarenta mill hombres idos de España, de malas enfermedades, por ser la tierra calidísima y humidísima, en ella y en la villa del Nombre de Dios por la misma causa; y es cosa digna de considerar Para más detalles sobre la economía del Reino de Tierra Firme, se consultará a María del Carmen Mena García, ob. cit. 5 Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia General y natural de las Indias, ob. cit., B.A.E. 119, p. 318. 4
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que haya sido tanta la ceguedad de los del Consejo del rey y de todos los que allí envían a gobernar, que nunca hayan tractado de mudar aquellos pueblos de aquellos lugares, habiendo muchas partes en aquellas dos costas de mar y puertos buenos en ella, cognosciendo manifiestamente ser ambos lugares pestilenciales. Pero por los pecados dellos y de toda España, que van por allí a cometer, no permite Dios que vean ni adviertan lo que tanto daño hace a España6.
En La Crónica del Perú, redactada entre 1540 y 1550, el mismo Pedro Cieza de León evoca lo malsano de la Ciudad de Panamá, construida al lado de una laguna. Reina en ella un «grandísimo calor», de modo que sus vecinos sólo se quedan en ella para enriquecerse, preocupándose poco por el bien público7. Si por sus campos hay estancias donde se cultiva maíz y grandes hatos de vacas, la existencia de esta ciudad se debe únicamente al comercio que evoca el príncipe de los cronistas con un énfasis algo exagerado: Toda la más desta ciudad está poblada, como ya dije, de muchos y muy honrados mercaderes de todas partes; tratan en ella y en Nombre de Dios; porque el trato es tan grande, que casi se puede comparar con la ciudad de Venecia; porque muchas veces acaece venir navíos por la mar del Sur a desembarcar en esta ciudad, cargados de oro y plata; y por la mar del Norte es muy grande el número de las flotas que allegan al Nombre de Dios, de las cuales gran parte de las mercaderías viene a este reino por el río que llaman de Chagre, en barcos, y del que está cinco leguas de Panamá los traen grandes y muchas recuas que los mercaderes tienen para este efecto8.
Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, ob. cit., p. 431. María del Carmen Mena García asegura que «las razones que motivaron a Pedrarias para elegir, de entre todos los lugares disponibles en la costa del Pacífico, precisamente a Panamá sigue siendo una incógnita»; véase Pedrarias Dávila o ‘La ira de Dios’: una historia olvidada, Sevilla: Universidad de Sevilla, 1992, p. 121. En Panamá reinaban la malaria y la fiebre amarilla, después de la introducción de un gran número de esclavos, hacia la mitad del siglo xvi, asegura Christopher Ward, Imperial Panama. Commerce and Conflict in Isthmian America. 1550-1800, Albuquerque: University of New Mexico Press, 1993, p. 31. 8 Pedro Cieza de León, La crónica del Perú, edición de Manuel Ballesteros, Madrid: Historia 16, 1984, p. 75. El italiano Girolamo Benzoni se mofa de la exageración de Cieza de León: «…sin duda diez mercaderes venecianos bastarían para comprar todas las mercancías que entran en Panamá en un año, y hasta la ciudad misma»; ob. cit., p. 135. 6 7
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Estas líneas, que hubieran dado pábulo a la ira de fray Bartolomé, nos llevan a hablar de los caminos entre Panamá y Nombre de Dios y más tarde Portobelo. Nuestro propósito, por cierto, no será dar una visión exhaustiva de la construcción del famoso triángulo interoceánico Nombre de Dios-Panamá-boca del río Chagres-Portobelo-Panamá. Remitimos a los trabajos existentes al respecto9. Quisiéramos tan sólo relacionar a continuación su construcción y su uso con la esclavitud de los negros, valiéndonos de la documentación ya publicada. Veremos más lejos que los cimarrones no tardaron en amenazar el tránsito de las mercancías que se efectuaba por dichos caminos, prestando su ayuda a los piratas, atraídos por las riquezas procedentes del Virreinato de Lima que seguían el mismo camino en sentido opuesto. Después de la vana expedición de Gil González en busca de un estrecho, la construcción de un camino entre Panamá y Nombre de Dios —para implantar la interoceanidad como dice Alfredo Castillero Calvo10 —, fue uno de los grandes designios de Pedrarias Dávila, enfatiza Pedro Mártir de Anglería en la «Década VI» (1524) de su obra Décadas del Nuevo Mundo. Valora el cronista los obstáculos que tenía que superar el gobernador para abrir un camino de dos carros «por montañas intransitables; de ásperos riscos y densos bosques nunca hollados». En el momento en que escribía todavía no se había llevado a cabo11. Francisco López de Gómara se refiere a la dificultad que experimentó el gobernador para trazarlo: «Pobló Pedrarias el Nombre de Dios y a Panamá. Abrió el camino que va de un lugar a otro, con gran fatiga y maña, por ser de montes muy espesos y peñas. Había infinitos leones, tigres, osos y onzas, a lo que cuentan, y tanta multitud
Se consultará Ronald D. Hussey, «Caminos coloniales en Panamá», Revista de la Lotería Nacional Panameña, 60, 1ª Epoca, Panamá, nov. de 1960; Alfredo Castillero Calvo, La Ruta Transístmica y las Comunicaciones Marítimas Hispanas. Siglos xvi a xix, Panamá: s. e., 1984. 10 A. Castillero Calvo, Historia General de Panamá, ob. cit., p. 115. 11 Pedro Mártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, traducción revisada por Julio Martínez Mesanza, introducción de Ramón Alba, Madrid: Ed. Polifemo, 1989, p. 393. Para más información sobre los caminos, se consultará Celestino Andrés Araúz Monfante y Patricia Pizzurno Gelós, El Panamá hispano: 1501-1811, Panamá: Diario La Prensa, 1997, pp. 74-78. Estos autores se refieren a Ronald D. Hussey, «Caminos coloniales en Panamá», Revista de la Lotería Nacional Panameña, 60, 1ª Epoca, Panamá, nov. de 1960. 9
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de monas de diversa hechura y tamaño, que alegres cocaban, y enojadas gritaban de tal manera, que ensordecían los trabajadores12».
Mapa n° 2. El triángulo de los caminos transístmicos.
12 Francisco López de Gómara, Historia de las Indias, ed. de don Enrique de Vedia, B.A.E. 22, Madrid: Ediciones Atlas, 1946, p. 197. C. A. Araúz Monfante y P. Pizzurno Gelós se apoyan en Minster para aseverar que los negros cargadores trabajaban en el camino real con collares de hierro en el cuello y pesadas cadenas. A cada cuadrilla le vigilaba un soldado a caballo que esgrimía un látigo para mantener el ritmo del grupo. Parece que estos datos, que no hemos conseguido comprobar, se refieren al proceso que precedió el uso de las recuas de mulas (ob. cit., p. 134). El autor recorrió una parte del camino de Cruces, dándose cuenta de lo tupido de la vegetación que cubre en parte el estrecho camino de herradura empedrado, cruzado por riachuelos incluso en invierno. No dejan de oírse los aullidos ensordecedores de los monos ocultos en las copas de los árboles.
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Fernández de Oviedo afirma haber recorrido dos veces en 1521 el camino de Nombre de Dios a Panamá, o sea el «camino real»13, insistiendo en lo accidentado del terreno: El cual camino asimismo es muy áspero y de muchas sierras y cumbres muy dobladas, y de muchos valles y ríos, y bravas montañas y espesísimas arboledas, y tan dificultoso de andar, que sin mucho trabajo no se puede hacer; y algunos ponen por esta parte de mar a mar, diez y ocho leguas, y yo las pongo por veinte buenas, no porque el camino pueda ser más de lo que es dicho, pero porque es muy malo, según de suso dije; el cual he yo andado dos veces a pie.
Dadas estas dificultades, según parece de una carta escrita al Consejo de Indias, Fernández de Oviedo fue uno de los primeros en haber pensado en usar las aguas del río Chagres para facilitar el «transitismo»14, o sea, el transporte de las mercancías de un mar a otro, en particular las de la «Especería», es decir los clavos de las islas Molucas (los «aromas»): […] pero hay maravillosa disposición y facilidad para se andar y pasar la dicha Especería por la forma que agora diré: desde Panamá hasta el dicho río de Chagre hay cuatro leguas de muy buen camino, y que muy a placer le pueden andar carretas cargadas, porque aunque hay algunas subidas, son pequeñas, y tierra desocupada de arboleda, y llanos, y todo lo más es de estas cuatro leguas es raso; y llegadas las dichas carretas al dicho río, allí se podría embarcar la dicha especería en barcas y pinazas; el cual río sale a la mar del Norte, a cinco o seis leguas debajo del dicho puerto de Nombre de Dios, y entra la mar a par de una isla pequeña, que se llama isla de Bastimentos, donde hay muy buen puerto. Mire vuestra majestad qué maravillosa cosa y grande disposición hay para lo que es dicho, que aqueste río Chagre, naciendo a dos leguas de la mar del Sur, viene a meterse en la mar del Norte. Este río corre muy recio, y es muy ancho y poderoso y hondable, y tan apropiado para lo que dicho es, que no se podría decir ni imaginar ni desear cosa semejante tan al propósito para el efecto que he dicho15. 13 En Panamá la Vieja, la calle de Santo Domingo, que salía de la plaza mayor lindando con la catedral de Nuestra Señora de la Asunción, la casa «del obispo» y el imponente convento de Santo Domingo, daba acceso al norte al camino real por el puente del rey. 14 A. Castillero Calvo subraya que el «llamado ‘transitismo’ […] se origina con la llegada de los europeos, no antes» (Historia General de Panamá, ob. cit.). 15 Gonzalo Fernández de Oviedo, Sumario de la natural historia de las Indias, en: Historiadores primitivos de Indias, col. dirigida por don Enrique de Vedia, B.A.E. 22,
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El cabildo de Panamá no tardó en solicitar de nuevo a la Real Hacienda, la cual ya había concedido una ayuda de 1.000 pesos para iniciar las obras, sin contar 6.000 maravedíes anuales procedentes de las penas de cámara y destinados a trazar caminos. De los 4.000 pesos que pidió Martín Estete, procurador de la Ciudad de Panamá, la Corona aceptó dar 3.000 el 20 de febrero de 1524, con tal que la ciudad se comprometiese a invertir otros tantos en las obras16. En 1527, todavía no se habían acabado «por ser el camino fragoso y de muchos lodos», pero ya se efectuaban los traslados de un mar a otro merced a recuas de mulas. El Consejo de Indias mandó al nuevo gobernador Pedro de los Ríos que hiciese cuanto pudiese para dar fin a la empresa «con gente de la tierra»17. En 1533, la Corona pidió el parecer de los conocedores de la tierra. Fue decisivo sin duda alguna el proyecto del licenciado Gaspar de Espinosa18, fechado en 10 de octubre de 1533: Hecho se ha relación a Vuestra Majestad, así por letras del gobernador y cabildo de esta ciudad y gobernación como por mías, del gran trabajo y costa y peligro de este camino del Nombre de Dios a esta ciudad, aunque es muy corto en cantidad es mucho y muy dificultoso en calidad, especialmente para tanto número de gente como vendrá de España, el camino del Río de Chagres es muy bueno y que a muy poca costa se navegará aquel río como Vuestra Majestad habrá visto por la relación que Vuestra Majestad habrá visto; y tanto que crea Vuestra Majestad, que hechas las barcas al propósito y como han de ser, y haciéndose pueblo a manera de atarazanas o casas para la descarga de los navíos que vinieren de España a la boca del río, en todo lo otro visto del mundo no habrá otra cosa más señalada ni mejor ni más hermoso río; y desde el puerto de las Cruces a donde han de hacer la descarga de las barcas, que será hasta cuatro leguas y media de esta ciudad con menos gasto de tres mil o cuatro mil pesos, se hará camino para que puedan ir y Ediciones Atlas: Madrid, 1946, p. 514. 16 A.G.I., Panamá 233, T. I; en: Pablo Álvarez Rubiano, Pedrarias Dávila. Contribución al estudio de la figura del «gran justador», gobernador de Castilla del Oro y Nicaragua, Madrid: C.S.I.C., 1944, Apéndices, p. 546. 17 A.G.I., Panamá 233, T. 2; en: Pablo Álvarez Rubiano, ob. cit., Apéndices, p. 579. 18 El conquistador Gaspar de Espinosa, licenciado en Salamanca, se embarcó con Pedrarias Dávila en 1514. Nombrado alcalde mayor de Santa María del Darién, se enriqueció con las rentas de sus tierras y encomiendas y prestó su ayuda financiera a la Compañía del Mar del Sur que formaron Francisco Pizarro, Diego de Almagro y el maestrescuela Hernando de Luque para el descubrimiento y la conquista del Tawantinsuyu.
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venir carretas en todo el año como de Valladolid a Medina del Campo, por manera que las pipas de vino e harina e todos los bastimentos, pasarán de una mar a otra así como vienen de Castilla […] Lo que parece que sería menester sería hasta cincuenta negros que anduviesen con sus hachas ordinariamente limpiando los palos y maderos que hay en el río, que los trae con las avenidas, y desmontando y abriendo los montes que están a la ribera de él, y cantidad de dineros para lo sostener a estos negros al principio, que después, puesto en orden, los mismos negros se harán comida y se pondrán en orden. Y si Vuestra Majestad fuere servido, yo tomaré parte del trabajo mientras aquí estuviere para dar la orden en ello juntamente con el gobernador. Los del Nombre de Dios querían que esto nunca hubiese efecto ni se hiciese, que son unos mercaderes que están allí cebados de aquel trato y les pesa de cualquier otro agujero que se abra19.
Se puso en efecto el plan propuesto por Espinosa, el cual debía pensar que las riquezas del Virreinato del Perú muy pronto seguirían este nuevo camino20, aunque no suponía que se manifestaría la colusión de los esclavos cimarrones y de los piratas ingleses con el saqueo de la Venta de Cruces a la que alude. Según parece, los vecinos de Nombre de Dios no veían con buenos ojos dicho proyecto, posiblemente porque el traslado fluvial de las mercancías les quitaba pingües beneficios. Lo que más nos interesa en esta carta es la referencia a la mano de obra necesaria para el mantenimiento de la navegación en el río, estorbada por la densidad de la vegetación en las orillas. Pensaba el licenciado que, dado lo arduo del trabajo, sólo se La cita está sacada de Pedro Martínez Cutillas, Panamá actual: historia e imágenes, Madrid/Panamá: San Marcos/Ediciones Balboa, 2006. Algunas de las citas que vienen a continuación, tomadas de la misma obra, presentan algunos fallos que no pudimos corregir por no haber tenido acceso a los documentos originales. El autor ofrece en su magnífico libro unas fotos del aspecto actual del estrecho camino real entre la selva, muy tupida, y del más amplio camino de Cruces, del que se conservan tramos empedrados. Véanse pp. 162 y 160. 20 La calle Carrera, que salía como la de Santo Domingo de la plaza mayor de Panamá (la Vieja), lindando con la iglesia de la Compañía, el convento de la Concepción y el hospital de San Juan de Dios, daba al oeste acceso al camino de Cruces por el puente del Matadero. El puerto de la Tasca, donde se embarcaban con destino a Lima los géneros de Castilla y los esclavos procedentes de Nombre de Dios y se desembarcaban los metales del Alto Perú con destino a Sevilla, se situaba al pie de un leve promontorio fortificado en que estaban edificadas las Casas Reales. Por necesidad de un puerto de aguas profundas, se trasladó éste a la isla de Perico, al sur de la entrada del actual Canal de Panamá, distante más de dos leguas, trazándose un camino de empalme con el camino real y el de Cruces. 19
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podía acudir a esclavos negros, quienes, después de un lapso de tiempo, serían capaces de producir sus propios alimentos. Lo que llama la atención es el número de siervos solicitados, lo cual da a entender que se trataba de una empresa de nunca acabar. Es una de las pocas referencias que hemos encontrado acerca de esta labor, aludiendo más bien la documentación a los negros bogueros, como veremos más adelante21. Así que este camino muy pronto se transformaría en un eje económico totalmente supeditado al negro, sea como arriero de las recuas de mulas22, trabajador servil por las orillas del río o boguero en las lanchas, sin cuya actividad nada se podía efectuar, sea como bandolero cuya actuación lo pondría todo en peligro. Bien mirado, ello era muy significativo de las contradicciones de la sociedad esclavista que imponía la explotación de las potencialidades del Nuevo Mundo. Más tarde, en 1574, Juan López de Velasco, en Geografía y Descripción Universal de Indias, señaló que el camino, dada la evolución de los intercambios que transitaban por él, se transformó en blanco de las operaciones de los cimarrones, cuyo número había crecido debido a la protección que les brindaba el entorno. La intensa circulación y las pésimas condiciones climáticas requerían de un continuo mantenimiento, aspecto que desarrolló el plan de Espinosa: El camino de Panamá a Nombre de Dios por la tierra es malísimo, de montañas, de arboledas altísimas, y ciénagas y derribaderos, que con la mucha agua que llueve se desbarata luego, y demás de todos los negros cimarrones que andan en esta provincia, que el año de 74 dicen que son de tres mil arriba, andan en aquella parte y andan seguros, que no hay orden de poderlos debelar por la fragosidad y asperezas de la tierra que es increíble, y es muy cerrada de maleza y espinos, por donde los negros se meten, porque andan untados con betún que los defiende de las espinas. 21 Evocando sus andanzas por Tierra Firme en 1545, y en particular su viaje de Acla a Panamá con mercaderes, Girolamo Benzoni describe el trabajo de los esclavos para abrir camino a machetazos: «…solamente de esa manera era posible seguir adelante, por estar el paso obstruido por tupidas ramas» (ob. cit., p. 133). 22 Se formaron muy pronto compañías transportistas. La de Sebastián Suárez y Juan Fernández de Artiaga, de Panamá, y la de Francisco Ortiz Alemán, de Nombre de Dios, que se fundó el 21 de septiembre de 1553, contaba con dos embarcaciones para la navegación del río, 57 mulas y 49 esclavos negros, 43 hombres, 5 mujeres y un niño; en: María del Carmen Mena García, ob. cit., p. 235, citado por A. Castillero Calvo, Historia General de Panamá, ob. cit., p. 429.
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El otro camino que hay para ir del Nombre de Dios a Panamá por el río de Chagre, no es tan áspero de caminar, por ser el río arriba hasta la venta de Cruces, que está cinco leguas de Panamá; lo que queda por tierra es asperísimo y malo, como queda dicho, aunque camino raso lo más; aunque también el río no es navegable, por falta de agua en Enero, Febrero, Marzo y Abril, cuando no llueve […] el camino más frecuentado de este distrito es el de Nombre de Dios hasta Panamá, que son diez y ocho leguas por tierras de montes muy ásperos, ríos y ciénagas de malos pasos, por donde con arrias de quinientas o seiscientas mulas que andan de ordinario a la trajinería, y por el río de Chagre con barcos hasta las ventas de Cruces, se pasan y trajinean las mercaderías que de España se llevan al Perú, que son muchas, y la plata y moneda que de allá se trae para el reparo de los caminos, que continuamente es menester por las cuestas y aguaceros continuos que les desbaratan23.
Interesa notar para nuestro tema la rápida alusión a la protección natural que encontraban los fugitivos en contra de la aspereza de la vegetación que no aparece en otro lugar. El oidor Alonso Criado de Castilla en Sumaria Descripción del Reyno de Tierra Firme, llamado Castilla del Oro (1575) suministra detalles en cuanto a la Venta de Cruces, cuyas «cámaras», donde se almacenaban las mercancías, pertenecían a la Ciudad de Panamá: […] los barcos suben desde la ciudad del Nombre de Dios de llevar las mercaderías que vienen en las flotas de España por el río de Chagre a la casa que llaman de Cruces, que es como un depósito a donde se ponen y juntan las mercaderías. Es esta casa propia de la ciudad de Panamá. Hay en ella hechas cámaras que alquilan a los mercaderes cada una por medio peso cada día 24.
La evocación de las condiciones de viaje que describió en 1587 desde Lima Celedón Favalis a su padre, radicado en Madrid, nos permitirá aquilatar debidamente las dificultades superadas por los mercaderes con la ayuda de los negros: El capitán García de Paredes me rogó que me fuese con su ropa por el río Chagres, y aunque se me hizo muy cuesta arriba, lo hube de hacer, porque me lo rogó mucho. Pero es con camino de grandísimo trabajo. Entonces me embarqué en Nombre de Dios, y fue con camino donde pensé mil veces perecer y acabar la vida, porque si milagrosamente Dios no me remediara, 23 24
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Ibíd., p. 366. Ibíd., pp. 366-367.
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me ahogara sin remedia. Pero fue Dios servido que, estando ya medio anegado, me sacaron con más de veinte negros, y salí cual Dios sabe. Aquí en este río se me pudrió todo el vestido de mezclas, sin que haya podido servir de él, ni aun hacer una ropilla, y causólo el traerle yo muy guardado; y no paró sólo con esto, porque se les pudrieron a otras personas más de 4 000 ducados de vestidos. En fin, también a mi hubo de caer la desgracia; en este mismo camino me mordió no sé qué sabandija en la mano izquierda, de manera que tuve la mano y el brazo para perder, porque se me hinchó todo como una bota, y el brazo no lo podía extender, yo toda la mano tenía gafa. Y como no tenía debajo de la capa del cielo casa ninguna, fue grandísima ventura no peligrar […] En fin, nos dijeron que era camino de doce días, y como tardamos veinticinco, vímonos en gran trabajo, porque en más de los diez días que digo a v. m. no comimos sino frutas de arcabuco y palmitos, con lo cual pasamos todo este tiempo; y no fue poca ventura no enfermar según las frutas eran malas, que aun los negros no las querían comer con estar enseñados a ello. En fin, fue Dios servido que llegué a Panamá, aunque muy flaco; pero lo mejor que pude me rehice allí, de suerte que, aunque la tierra es en sí mala, estuve allí bueno, aunque andaba muy dejado […] Prometo v. m. que en mi vida me ví en mayor tribulación; sea Dios loado por todo25.
Tomando en cuenta este relato, no es muy azaroso afirmar que sin la ayuda de los negros bogueros o arrieros, harto trabajoso resultaría transitar por esos parajes. Y peor aún cuando los viajeros habían de defenderse de las agresiones de los cimarrones. Cuando se le dio orden en 1589 de abrir un nuevo camino para Portobelo, que sustituiría a Nombre de Dios como «ciudad terminal»26, el virrey García de Mendoza acudió a los servicios de Juan de Magán, uno de los capitanes que, como veremos más adelante, actuaron en la reducción de los cimarrones de Bayano y fue primer gobernador de Santa Cruz la Real. Llevó consigo a algunos de los reducidos: «Hame escripto —informó Mendoza— que iva descubriendo buen camino y buenos pasos quebradas y vados en los rios». Pidió también el virrey al capitán Mendiola, alcalde mayor de Nombre de Dios, el envío a Portobelo de negros y personas prácticas con el mismo propósito. Así, se admitía que sin la ayuda de Ibíd., p. 370. Se necesitaba de una a dos semanas para recorrer el río Chagres, según la dirección; véase C. A. Araúz Monfante y P. Pizzurno Gelós, ob. cit., p. 77. 26 La expresión es de A. Castillero Calvo, Historia General de Panamá, ob. cit., p. 117. 25
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estos negros, buenos conocedores del terreno, no se podía encontrar mejor camino27. El italiano Francesco Carletti, enviado por su padre para aprender el oficio de mercader, nos brinda en su libro Razonamiento de mi viaje alrededor del mundo (1594) una visión espantosa del camino desde la Casa de Cruces hasta Panamá: Puesto que en esta estación no para de llover, como acontece casi en toda la zona tórrida, especialmente de la parte septentrional, en los ya mencionados cuatro meses de mayo, junio, julio y agosto, y por ser el camino tan malo que peor nunca se podría imaginar, se hacen con todas las dichas mercancías unos fardos o bultos pequeños, arreglados de modo que no pesen más de cien libras cada uno, a fin de que las bestias puedan llevar dos de ellos cada una no obstante el pésimo camino, el cual a duras penas pueden hacer en catorce o quince horas; y todo él van siempre las bestias metidas en fango hasta la panza. Es tan estrecho que si dos se topan a duras penas pueden apartarse y pasar, siendo por una y otra parte del camino toda selva cerrada y pesada, sin ningún otro camino que éste, que ha sido hecho a mano para poder pasar. Los arrieros que guían las bestias son todos esclavos negros, que, desnudos y siempre metidos en el fango hasta medio muslo, van detrás de ellas fustigándolas, y es propio de ellos, siendo éste un esfuerzo y trabajo penoso que no podría ser tolerado por hombres blancos, ni hacerlo, en el modo en el que lo hacen ellos, a pie; en el cual no duran tampoco ellos mucho tiempo, que pronto mueren baldados miserablemente y llenos de llagas, que en aquel clima por un mínimo arañazo se hacen incurables por causas del calor y de la humedad excesiva del país. Y las bestias muy a menudo quedan también desolladas por el camino, donde quedan también la carga, aun cuando sea de oro y plata, como acontece a menudo; pero no hay peligro de que la roben, no habiendo adonde hacerla pasar, y es menester por fuerza que llegue a Panamá de donde venía o a Nombre de Dios a donde iba, por aquel mismo camino, puesto que, como se ha dicho, lo demás es todo espesura de selvas impenetrables […] modo en el cual hicimos conducir nuestros [sic], y junto con ellos cada uno de nosotros sobre una mula sin más silla ni brida que una albarda y un cabestro en la mano. Anduvimos las antedichas quince millas con tanta fatiga y tantas penalidades, que no pensé que llegaríamos nunca a la deseada ciudad de Panamá. Con todo, llegamos a ella empapados y mal-
27 Roberto Levillier, Gobernantes del Perú. Cartas y papeles. Siglo del Archivo de Indias, t. 12, Madrid, s. e., 1926, p. 88.
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trechos la misma noche de aquel día que partimos de la mencionada Casa de Cruces del mes de septiembre de dicho año de 159428.
Pese a pertenecer a la clase dominante, Francesco Carletti no deja de expresar su compasión por los arrieros negros cuya esperanza de vida, según parece, era muy corta. Vivían pues un verdadero suplicio que incitaría a no pocos de ellos a la fuga para unirse a los cimarrones. Su buen conocimiento del terreno hacía de ellos, no cabe duda, temibles enemigos y apreciados aliados de los piratas. Dejando aparte el papel de los arrieros negros, poco difiere de ésta la descripción del nuevo camino de Portobelo a Panamá por el jerónimo fray Diego de Ocaña, quién llegó a Panamá en mayo de 1590. Asevera el fraile «…que más rico camino no hay en el mundo que estas dieciocho leguas en este tiempo de armadilla; pues en tan pocos días pasa tanta plata. Y así es la cosa más notable de camino que tiene el universo». Con las lluvias, se transforma el camino en lodazal. Sigue a menudo el cauce de un río: Salimos mi compañero y yo sin túnicas, sino en sayo, saco y el escapulario, cogido con la cinta como capotillo de dos faldas, con medias de lienzo y alpargatas; y fuimos de esta suerte porque así caminan todos por la mucha agua que hay por el camino, de causa que todas las primeras doce leguas se va caminando de continuo por un río abajo; y todo el primer día no salimos del agua y, con no ser tiempo de aguas, llevamos de continuo el agua por encima de los tobillos, unas veces más y otras menos pero siempre los pies en el agua; y muchas veces que no tomaban pie las mulas íbamos nadando y están tan diestras que no hay necesidad de regirlas con freno sino dejarlas ir, porque como están tan cursadas en aquel camino saben ya por dónde han de ir […] y los negros van allí junto para acudir a las mujeres que suelen caer en el río; y no es posible el camino poder ir por otra parte porque de la una y de la otra del río hay unos montes tan altos que no se puede echar camino de ninguna manera; y las cargas y la ropa todo va mojado aunque las reparan con unas hojas que llaman biguay, que son anchas como de plátanos […] Y fuimos a hacer noche al río de Chagre, por el cual suben los barcos con la ropa y desde allí a Panamá las llevan las recuas de mulas. Antes de llegar a este río hay malos caminos, de cuestas muy altas, que suben las mulas por escalones con unos palos que están atravesados para que detengan la tierra. Es todo monte tan alto y tan espeso que está como la naturaleza lo creó, después que Dios hizo el mundo, sin haberse cultivado; y 28
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P. Martínez Cutillas, ob. cit., p. 376.
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así hay tres diferencias de monte muy verde y muy espeso: árboles muy altos que parece que se van al cielo, y otros la mitad menores, y lo de abajo, monte más menudo y pequeño; y no hay hierba en el suelo porque el sol no pasa abajo ni lo calienta; y así está muy húmeda de continuo. Los árboles todo el año están siempre verdes y con mucha frescura de hoja 29.
Esta larga cita presenta por lo menos una ventaja, a saber, la minuciosa descripción del entorno ecológico de esta parte del camino, con las tres capas vegetales que imposibilitaban el paso de los rayos del sol a través del dosel selvático sin proteger a los viajeros de las intensas lluvias que transformaban el camino en un barrizal. Por si fuera poco no tenían otra alternativa, dado lo abrupto del relieve, viéndose obligados a menudo a caminar por el mismo río. No resulta difícil imaginar cuán arduo sería resistir en semejantes condiciones cualquier agresión de los cimarrones, quienes en cambio se habían adaptado a ellas, o perseguirles por tales lugares, como lo comprobaron los hombres de Pedro de Orsúa y luego los de Diego de Frías y Pedro de Ortega. Otro religioso, el padre Antonio Vázquez de Espinosa se demora en Compendio y descripción de las Indias Occidentales, que se empezó a publicar en el año de su muerte, o sea, en 1630, en la importancia del camino para los intercambios económicos: Surgen en este puerto [Puertobelo] las flotas y galeones, donde reciben el oro, plata y demás cosas preciosas, que se traen de los reinos del Pirú; todo lo cual desembarcado en Panamá, se trae por tierra a Puertobelo, ocho leguas, aunque por la fragosidad de la montaña y tortuosidad que por esta causa tiene el camino, son 18 leguas, lo cual se trajina en mulas. Hay arrieros muy ricos y poderosos, que traen grandes recuas de mulas con que han ganado y adquirido mucha hacienda, porque en tiempo de armada vale el flete de una mula, por las 18 leguas 25 y 30 pesos. También se trajina por el río de Chagre que naciendo del Sur, va corriendo al mar del Norte, y recogiendo todas las más de las aguas de otros ríos. Rompiendo todas las cordilleras viene al mar del Norte hecho río navegable, por el cual se llevan en barcos las mercaderías, que de ordinario bogan 20 negros, y la boca de este río de Chagre, por donde entran las referidas mercaderías dista al Poniente de Puertobelo ocho leguas; hay en la boca del río un fuerte con seis piezas gruesas de bronce, con su castellano o capitán, y soldados de presidio para la 29 Diego de Ocaña, A través de la América del Sur, edición de Arturo Álvarez, Madrid: Historia 16, 1987, pp. 45-46.
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defensa de la entrada. Suben por este río 16 leguas a fuerza de remos hasta la casa de Cruces, y allí desembarcan las mercaderías, y las llevan en mulas cinco leguas a Panamá 30.
Estas líneas resumen perfectamente las condiciones de transporte de los metales preciosos y de las mercancías de una costa a otra del istmo por esta vía terrestre y fluvial, poco tiempo después de los acontecimientos que vamos a contemplar, si se tiene en cuenta el hecho de que en la época todavía no se había edificado el fuerte de la desembocadura del Chagres. Se podía remontar el río, en particular en verano de noviembre a marzo, hasta Cruces, donde se edificó un villorrio para almacenar las mercancías de España (los «géneros de Castilla») que traían las lanchas y los metales preciosos del Perú con destino a Sevilla que cargaban las recuas de mulas procedentes de Panamá a unas cinco leguas. Allí se construyó una casa fuerte que tomó el nombre de Casa o Venta de Cruces, lugar muy a menudo evocado por la documentación por ser la meta de los corsarios franceses e ingleses con la ayuda de los cimarrones de Portobelo. A pesar de ser largo era el camino más cómodo, máxime si lo comparamos con el camino real, o camino viejo, de veinte leguas que enlazaba casi directamente Panamá con el puerto de Nombre de Dios, el cual se abandonó a principios del siglo xvii a favor de Portobelo. En él se encontraba la Venta de Chagres. Debido a los intensos calores en la costa del Pacífico, más seca, el recorrido entre el puerto y las ventas se hacía de noche. En caso de peligro el traslado de los metales preciosos se beneficiaba de la vigilancia de soldados. Todos los arrieros de las numerosas recuas de mulas y los bogueros de las lanchas eran esclavos negros, dado que la legislación prohibía recurrir a los aborígenes, de floja densidad demográfica. Séanos permitido ahora incurrir en dos anacronismos que no carecen de interés para nuestro propósito. El inglés Thomas Gage, fraile dominico, al regresar de México a su país, donde colgó el hábito, acabó en 1637, después de varias peripecias, por tomar el camino de Panamá a Portobelo. En su obra The English American. His travail by Sea and land or A New Survey of the West Indie’s… publicada en Londres en 1648, suministra a sus lectores una descripción del viaje 30 A. Vázquez de Espinosa, Compendio y descripción de las Indias Occidentales, edición de Balbino Velasco Bayón, Madrid: Historia 16, 1992, t. 2, pp. 436-437.
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por el río Chagres desde la Venta de Cruces hasta el mar del Norte, que patentiza las dificultades de navegación y la labor de los remeros negros: Después de haber estado cinco días allí, los botes partieron y fueron muchas veces parados en su pasaje por el río, ya que en algunos sitios encontramos el agua muy baja, de tal forma que los botes se encallaban en el cascajo del fondo, de donde había que levantarles de nuevo con varas y la fuerza de los negros; algunas veces nos encontramos de nuevo con corrientes que nos arrastraban con la rapidez de una flecha bajo los árboles y ramas de la orilla del río, que alguna vez nos detuvieron hasta que logramos cortar grandes ramas de los árboles. Si Dios no se hubiese dignado en mandarnos lluvias abundantes después de la primera semana, lo que hizo que el agua descendiera de las montañas y llenara el río (que de otra forma de por sí es poco profundo), podríamos haber tenido una travesía aburrida y más larga, pero después de doce días llegamos al mar y de inmediato desembarcamos en el castillo para descansar medio día. Verdaderamente los españoles confían en las corrientes y la poca profundidad de aquel río, lo que, piensan, disuadirá a cualquier país extranjero de intentar ascender a Venta de Cruces y de allí llegar a Panamá, o de otra manera ellos fortalecerían y fortificarían ese castillo, que en mi época necesitaba grandes reparaciones y estaba a punto de venirse abajo31.
Así pues, le parecería a Gage del todo imposible cualquier incursión de enemigos por esta vía, sin la fuerza y la pericia de los esclavos especializados en la navegación del río. Veremos luego que sus compatriotas consiguieron encontrar la solución adecuada. Interesa también evocar la descripción presentada por Antonio de Ulloa, miembro español de la misión geodésica francesa, en Viaje a la América Meridional (1735). Siguió la expedición la ruta marítima, fluvial y terrestre para pasar de Portobelo a Panamá. La amplia referencia del científico no sólo suministra detalles de sumo interés en cuanto a la Thomas Gage, Viajes por la Nueva España y Guatemala, edición de Dionisia Tejera, Madrid: Historia 16, 1987, pp. 439-440. A continuación Gage evoca la llegada de la plata del Alto Perú a Portobelo: «…pero lo que más me maravilló fue ver las recuas de mulas que allí llegaban desde Panamá cargadas con lingotes de plata, en un día conté doscientas de esas mulas, que se descargaban en un lugar del mercado público, de tal forma que allí los montones de plata estaban como montones de piedra en las calles, sin miedo ni sospecha de que se perdieran» (ob. cit., pp. 441-442). El lugar evocado por Gage corresponde a la plaza que se encuentra delante del edificio de la contaduría situado a orillas de la bahía y rehabilitado en 1997, que sirve actualmente de museo. 31
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fabricación de las lanchas usadas por el tráfico sino que valoriza las dificultades del viaje, el cual era casi imposible efectuar sin la intervención de los negros. Las cosas no habían variado mucho desde finales del siglo xvi. Los bogueros necesitaban de mucho vigor para remontar el curso y de una gran destreza para evitar los «monstruosos troncos» ocultos en las aguas del Chagres: Se crían en él muchos lagartos o caimanes, y algunos se ven en sus orillas, las cuales se hallan tan pobladas de árboles silvestres, que quedan impenetrables tanto por lo espeso de ellos cuanto por estar guarnecidos muchos, y todo el suelo sembrado de fuertes y agudas espinas. De algunos de estos árboles fabrican las canoas y bongos que navegan este río, especialmente de cedro. Otros de los que se hallan en las orillas, descarnándoles el agua sus raíces, caen en ella cuando el río va crecido y, no teniendo la suficiente para que sus monstruosos troncos y extendidas ramazones sobrenaden y los arrastre la corriente, quedan allí varados, sirviendo de gran estorbo y peligro a las embarcaciones, pues, estando la mayor parte ocultos en el agua, es muy casual el que no se voltee la que llega imprevistamente a ellos. Además de estos estorbos que se ofrecen en su navegación, tiene otros que son los raudales, parajes donde aquellas embarcaciones, aunque fabricadas para el intento, no pueden navegar por no tener agua suficiente, y entonces es preciso alijarlas hasta que, pasando el raudal, vuelven a encontrar con más fondo. Dos, pues, son las especies de embarcaciones que navegan este río; unas que llaman chatas y otras bongos, y en el Perú bonques. Las primeras son fabricadas en figura de lanchas con muchos planes y correspondiente manga para que no calen mucha agua; éstas cargan de 600 a 700 quintales. Los bongos son todos de una pieza, en los cuales tiene bastante empleo la admiración, considerando la grandeza y corpulencia de los árboles de que se fabrican, pues en algunos llega a ser su manga de once pies de París, que vienen a ser cuatro varas y cuarta, y cargan de 400 a 500 quintales; unos y otras tienen su forma de cámara en la popa, donde se alojan los pasajeros, y cubierta postiza sobre baos y curvas hasta proa, con jareta en medio que corre todo lo largo, la cual tapan después de cargada con cueros de vaca para que los aguaceros, que suelen ser continuos, no damnifiquen la carga. Cada una de estas embarcaciones se equipa con 20 o 18 negros fornidos y el patrón, sin
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los cuales no sería factible que en la subida pudiesen vencer la oposición de la corriente32.
De la Venta de Cruces hasta Panamá, el camino, no muy largo, no carecía de obstáculos que a duras penas se vencían sin la fuerza y la resistencia de los negros: Por lo que se ha dicho cerca del comercio de Portobelo en tiempo de galeones, se podrá comprender el de Panamá en la misma ocasión por ser esta ciudad la primera donde se desembarca el tesoro del Perú y la que recibe las mercaderías a proporción que suben por el río de Chagres, cuyo tráfico deja crecidas utilidades en aquel vecindario ya en el arrendamiento de las casas ya en el flete de las embarcaciones ya en el de las mulas, y finalmente, en los negros que, formando cuadrillas, hacen el acarreto desde Cruces de las cosas voluminosas o delicadas, porque lo muy fragoso de aquel pequeño tránsito, donde el camino está cortado a pico sobre piedra viva, atravesando los cerros de las cordilleras, y en partes con tanta estrechez que apenas puede pasar el cuerpo del bagaje, no permite que, sin conocido riesgo, se puedan conducir en mulas.
Cabe precisar que se necesitaban entre cuatro y doce días para recorrer la ruta por tierra. Siendo la más rápida, era la que se solía usar para el transporte de los codiciados tesoros del fisco real y de los particulares. Se temían además pérdidas debidas a la violencia de la corriente del río Chagres durante la estación de lluvias. Se demoraban en cambio entre catorce días y un mes para recorrer la ruta del río y del camino de Cruces, pero era de dos a tres veces más barata que el camino real, de modo que por allí pasaban las mercancías que no corrían tanto peligro33. Si nos hemos demorado en estas evocaciones, de gran interés técnico, es porque dichos caminos, que no podían utilizarse sin la mediación
Antonio de Ulloa, Viaje a la América Meridional (1748), edición de Andrés Saumell Lladó, Madrid: Dastin, 2002, t. 1, pp. 153-154. P. Martínez Cutillas reproduce en su libro un grabado de la edición de 1748 de la obra que muestra los «bonques» (ob. cit., p. 367) y una foto de los «bongos» y «chatas» que se siguen empleando hoy en día en el río para la pesca y el transporte de personas (Íd., p. 377), como pudo comprobarlo el autor. 33 Alfredo Castillero Calvo, La ruta transístmica y las comunicaciones marítimas hispanas. Siglos xvi a xix, Panamá: s. e., 1984, pp. 10-11, 119. 32
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de los esclavos negros34, había de transformarse muy pronto, dadas sus características, en lugar predilecto de enfrentamientos entre españoles y cimarrones35. 2. Esclavitud de negros No podía imaginar Fernández de Oviedo que el uso combinado del camino y del río Chagres serviría para el transporte de mercancías hacia el Perú y de metales preciosos hacia España 36, principalmente después del descubrimiento de las minas de Potosí en 1545. Tampoco podía conjeturar que, luego, los cimarrones, cuya actuación denunció en cuanto a La Española, pondrían en peligro estas actividades, convirtiéndose en los aliados de los piratas, y se aprovecharían de lo fragoso de la tierra para escapar de las persecuciones.
P. y H. Chaunu brindan a sus lectores una visión penetrante de las dificultades del camino en Séville et l’Amérique aux xvie et xviie siècles, ob. cit., pp. 169-170. C. Ward consagra varias páginas de su trabajo a los caminos fluviales y terrestres del istmo. Asegura que entre 1548 y 1570, unos 25 barcos (bongos o chatas) salían cada año de Venta de Cruces, empleando a casi 500 esclavos. En 1592 se registraron 30 barcos, y entre 1599 y 1620, 25 al año; ob. cit., p. 57. 35 Para mejor entender la reacción de los mercaderes frente a las amenazas de los cimarrones, remitiremos al significativo marcador del crecimiento del comercio que es la evolución del almojarifazgo en que puso énfasis A. Castillero Calvo: «En 1544, el almojarifazgo pagado por las mercancías que introdujo la flota alcanzó 13.622 pesos, saliendo a 44.666 pesos en 1547 y manteniéndose con un promedio de 43.228 pesos entre los años 1554 y 1560. Entre 1561 y1564 el promedio anual fue de 52.717 pesos. Entre 1565 y 1570 el promedio subió a 87.918 pesos aunque hubo años en que el impuesto superó los 120.000 pesos. Entre 1571 y 1581, el promedio se elevó a 140.046 pesos y entre 1582 y 1589 el promedio subió aún más, alcanzando 238.513 pesos anuales, pese a que hubo tres años en que no se celebraron ferias [concentración de mercaderes al llegar la flota cargada de mercancías a Nombre de Dios]». En: Economía terciaria y sociedad. Panamá. Siglos xvi y xvii, Panamá: s. e., 1982, pp. 16-17. Se entiende por qué el Consejo de Indias exigió de los mercaderes una importante participación en los gastos generados por la lucha contra los cimarrones, como veremos más adelante. 36 Según afirman P. y H. Chaunu, Castilla del Oro se transformó en istmo después de 1530 con la conquista y colonización del Perú; ob. cit., p. 165. Ateniéndose a las estadísticas de Earl J. Hamilton, A. Castillero Calvo hace hincapié en que «entre 1531 y 1660, de todo el oro y la plata que ingresaron a España procedentes de América, un 60 por 100 pasó por el istmo de Panamá»; La ruta transístmica…, ob. cit., p. 7. 34
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La floja densidad de los indios37, la legislación protectora de que disfrutaron (Leyes Nuevas de 1542), en particular con la supresión de las encomiendas de indios (1551-1552)38, y las drásticas condiciones climáticas muy pronto hicieron imprescindible el recurso a la trata negrera. Ésta suministró la mano de obra requerida no sólo para las diversas actividades económicas y el comercio interoceánico evocados más arriba sino también por las provincias del virreinato del Perú, aunque existía otro camino que relacionaba Cartagena de Indias con el corredor andino por los ríos Cauca y Magdalena. Los primeros negros introducidos en Tierra Firme39 lo habrían sido por el conquistador Diego de Nicuesa, nombrado gobernador de Veragua en 1508 y fundador de la ciudad de Nombre de Dios. La Capitulación de Burgos con fecha de 19 de junio de 1508 le concedió el permiso de internar 40 negros para la construcción de cuatro fortalezas, dos en Urabá y dos en Veragua40. Así trasladó a La Española a 36 negros, los 37 Cieza de León, para el término de Panamá, precisa: «…hay poca gente de los naturales, porque todos se han consumido por malos tratamientos que recibieron de los españoles y con enfermedades que tuvieron»; en: ob. cit., Íbid. C. A. Araúz Monfante y P. Pizzurno Gelós evocan las cifras de los demógrafos, quienes, pese a sus contradicciones, «estiman entre 150.000 y 225.000 los indios de Panamá al momento del encuentro»; ob. cit., p. 97. P. y H. Chaunu hacen hincapié en la baja demográfica de los indios, explicando que fueron los ciclos del oro y de las perlas lo que arruinó irremediablemente a la población india; ob. cit., p. 166. Omar Jaén Suárez expone esta evolución. Hacia 1533, se contaba todavía 500 indios en la Ciudad de Panamá. Once años más tarde, no quedaban más que 120, los cuales se redujeron a 22 en 1607. En 1544 en un amplio espacio alrededor de Acla, no se encontraba a más de 100 naturales. En Natá en 1554, no eran más de 750. En 1574, López de Velasco estima que los indios libres de toda la Audiencia de Panamá eran entre 3.000 y 4.000 individuos, reunidos en cinco o seis «pueblos de indios». Pero, apunta con mucha razón Jaén Suárez, esta cifra excluye sin duda alguna a los indios que resistían a la autoridad colonial. Se pensaba en la época que estos irreductibles, que vivían en las extensas mesetas y los montes de la gobernación de Veragua, alcanzaban el número de 10.500 al principio del siglo xvi. Véase: Omar Jaén Suárez, Population et peuplement dans l’ isthme de Panama du xvie siècle à 1920. Etude géographique. Thèse de doctorat d’Etat, Université de Paris I, 1975, p. 65. 38 Véase: A. Castillero Calvo, Historia General de Panamá, ob. cit., p. 118. 39 No trataremos, porque no tiene una relación directa con nuestro tema, de la posible presencia de negros en el istmo antes de la llegada de los españoles, siendo Pedro Mártir de Anglería uno de los primeros en evocarla. Para más información sobre este aspecto, se consultará : Armando Fortune, «Los primeros negros en el istmo de Panamá», Revista de la Lotería Nacional Panameña 12 (143), Panamá, 1947, pp. 41-64. 40 Milagros de Vas Mingo, Las capitulaciones de Indias en el siglo xvi, Madrid: Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1986, p. 157. Citado también por Armando For-
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cuales posiblemente pasaron al continente antes o después de la desaparición del conquistador provocada por su rivalidad en 1511 con Martín Fernández de Enciso y Vasco Núñez de Balboa, quienes habían fundado Santa María de Darién en tierras que pertenecían a su gobernación. Lo que sí se sabe es que en 1513 ya había negros en Tierra Firme. Entre los hombres de la expedición de Núñez de Balboa que descubrió el golfo de San Miguel en el Mar del Sur estaban Juan de Beas, de color «loro» 41 y Nuflo de Olano, «de color negro» 42 . Luego, el descubridor, con el propósito de bajar el río Balsas hasta el Mar del Sur, envió a Francisco Campañón y a un grupo de españoles y 30 negros con madera para construir cuatro bergantines. Cada miembro de la expedición se hacía servir por muchos indios, precisa Bartolomé de las Casas, «y hasta los negros esclavos eran de los indios servidos y llamados perros, aporreados y afligidos»43. En casi todas las expediciones de Pedrarias Dávila había negros. Es lo que deja suponer una relación sobre su gobierno, en la que a todas luces se inspiró Las Casas: Quando 50 españoles salian a guerrear, como decian, salian con ellos 500 animas hombres y mugeres, de los quales 50 no volvían a sus casas porque perecian con el trabajo, i hasta los esclavos negros los aporreavan i llamaban perros44.
Ésta es una de las primeras manifestaciones de lo que había de ser un verdadero leitmotiv a partir de entonces, conviene saber la denuncia de los malos tratos impuestos por los esclavos a los indios con el permiso de los propios dueños, según un esquema que hemos evocado en otro tune, «El esclavo negro en el desenvolvimiento económico del istmo de Panamá durante el descubrimiento y la conquista (1501-1532)», Revista de la Lotería Nacional Panameña 228, Panamá, febrero de 1975, p. 10. 41 O sea, amulatado. 42 Se instaló Olaño después en León de Nicaragua donde en 1528 obtuvo del gobernador Diego López de Salcedo una encomienda de 150 indios en Tepananga. Véase José Toribio Medina, El descubrimiento del océano Pacífico. Vasco Núñez de Balboa, Hernando de Magallanes y sus compañeros, t. 1, Núñez de Balboa, Santiago de Chile: Imprenta Universitaria, 1914, p. 317. 43 Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, ob. cit., p. 347. Citado por A. Fortune, ob. cit., p. 11. 44 Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Madrid, Colección Muñoz, t. 75, en: Pablo Álvarez Rubiano, ob. cit., Apéndices, p. 420.
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trabajo45. Por eso no insistiremos en el tema. De modo que las autoridades peninsulares le ordenaron al gobernador «que los esclavos negros no fuesen en los viajes, i entradas, que para adelante se hiciesen porque se tenía relación, que eran muy perjudiciales a los indios»46.
Panamá, ruinas de las Casas Reales.
Incluso durante el período en que se prohibió el traslado de negros al Nuevo Mundo, de acuerdo con las órdenes dadas en 1516 por el cardenal regente Cisneros47, se concedió en 30 de marzo de 1519 un permiso especial a Lope de Sosa, recién nombrado gobernador de Castilla del Oro, para que llevase consigo a algunos esclavos de su pertenencia48. Al fundarse Panamá la Vieja en 15 de agosto de 1519, el emperador Carlos V ya había otorgado a su favorito Laurent de Gouvenot una licencia para mandar 4.000 esclavos negros al Nuevo Mundo, lo cual se efectuó en 45 Jean-Pierre Tardieu, Noirs et Indiens au Pérou. Histoire d’une politique ségrégationniste. xvie-xviie siècles, Paris: L’Harmattan, 1990. 46 A. Fortune, ob. cit., p. 12. 47 La finalidad de esta decisión no era humanitaria sino financiera, ya que se estaba estudiando la posibilidad de exigir un impuesto sobre el tráfico. 48 A.G.I., Panamá 233, T. I; en: P. Álvarez Rubiano, ob. cit., Apéndices, p. 475.
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1517 con la mediación de mercaderes genoveses de Sevilla. Así se acudió a la mano de obra servil para la construcción de los edificios públicos, iglesias y monasterios, para las faenas agrícolas y los quehaceres domésticos49. En 17 de mayo de 1520 una real cédula informó a Lope de Sosa de que se facultaba a Adán de Bivaldo y Tomás de Forne, para que nombrasen a un factor con residencia en Tierra Firme50. Todavía se pueden ver las ruinas de la casa de los Genoveses, a la izquierda de las Casas Reales, cerca del puerto de la Tasca, donde se efectuaría la compraventa de esclavos51. En 1523, aprobó el monarca un nuevo permiso de 4.000 negros, 500 de los cuales serían para Castilla del Oro52. A los dos años, una real cédula dio licencia para llevar 1.000 bozales a la misma provincia53. En 1528 la Corona firmó un contrato con los alemanes Enrique Eynger y Jerónimo Sayller según el cual suministrarían a América otros 4.000 esclavos en un plazo de cuatro años. Más tarde se volvió al sistema de licencias particulares, sin contar con el privilegio de que disfrutaban funcionarios reales y eclesiásticos de llevar consigo para su propio servicio a varios esclavos desde Sevilla, según su rango. En 25 de julio de 1529 por ejemplo Francisco Pizarro obtuvo al firmar sus capitulaciones con la Corona 50 negros para emprender la conquista del Perú54. Según lo estipulado por el texto, de ningún modo podían quedarse en Tierra Firme. En 22 de octubre de 1534 el gobernador Pascual de Andagoya solicitó desde Nombre de Dios una autorización para lograr 50 esclavos casados destinados a aderezar el camino y abrir el río Chagres: El verdadero juntar de esta mar con la otra es, que lo que se había de gastar en hacer la barca para el pasaje el río, V. M. mande que sea para que de aquí a Panamá se repare el camino y se abriese el río Chagre para poder andar a 49 Luis A. Diez Castillo, Los cimarrones en Panamá y los negros antillanos, Panamá, 1981, p. 15. 50 Álvarez Rubiano, ob. cit., p. 519. 51 Véase la ilustración. 52 Antonio de Herrera, ob. cit., Década tercera, Libro tercero, Capítulo VIII, t. 2, p. 446. 53 Íd., Década cuarta, Libro primero, Capítulo IX, p. 647. C. Ward apunta que en 1523 llegó de África un barco con 500 esclavos. En 1525 se efectuó una segunda entrega de 1.000 hombres; ob. cit., p. 35. 54 Para más detalles, véase: Georges Scelle, La traite négrière aux Indes de Castille, Paris: Pédone, 1906. Ma del C. Mena García, ob. cit., se inspira en esta obra.
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la sirga hasta el puerto donde descargan sus barcas, que es cinco leguas de Panamá55, y éstas se podían hazer de calzada; y por todo esto, que V. M. mandase traer de Cabo Verde, cincuenta negros casados con sus mujeres, y con éstos se podrían proveer y bastecer aquí, a muy poco trabajo y costa, cien gobernaciones que hubiese en esta mar del Sur56.
Nombrado gobernador de la provincia del río de San Juan (de Buenaventura, en la Colombia actual) el 12 de diciembre de 1538, levantó una solicitud al rey para llevar los arrieros y remeros negros necesarios para una recua de mulas y unos barcos, lo cual le fue otorgado por cédula real con fecha de 24 de enero de 1539: Por cuanto por parte de vos, el adelantado don Pascual de Andagoya, nuestro gobernador y capitán general de la provincia del río de San Juan me ha sido hecha relación, e por escusar que los indios de la dicha provincia no se carguen, queréis llevar a ella una recua de mulas, e que para que sirvan de arrieros, y para remar los navíos que habéis de hacer para la dicha conquista, e para otras cosas que en ella se ofrecerán tenéis necesidad de llevar destos reinos cincuenta esclavos negros e me suplicastes vos diese licencia para los poder pasar libres de todos derechos o como la nuestra merced fuere; e yo acatando lo suso dicho e por vos hacer merced, por la presente vos doy licencia y facultad para que destos nuestros reinos e señoríos o del reino de Portugal e islas de Cabo Verde, vos o quien vuestro poder tuviere podáis pasar e paséis a la dicha provincia del río de San Juan, para el dicho efecto, cincuenta esclavos negros libres de todos derechos así de los dos ducados de la licencia de cada uno de ellos, como de los derechos de almojarifazgo, con tanto que los dichos esclavos hayan de ir y vayan derechamente a la dicha provincia y sirvan en ella de arrieros y de las otras cosas que fueren necesarias… 57.
El Adelantado se dirigió hacia su nuevo puesto en febrero de 1540. Después de remontar el río llegó hasta Cali, lugar desde el cual escribió al rey el 15 de septiembre con el fin de pedir el permiso de trasladar a los esclavos concedidos anteriormente para el camino de Panamá a su nueva Se trata de la Venta de Cruces. «Carta que escribió Pascual de Andagoya al Rey, con fecha en el puerto de Nombre de Dios a 22 de octubre de 1534 ...», en: Pascual de Andagoya, Relación y documentos, edición de Adrián Blázquez, Madrid: Historia 16, 1986, pp. 219-220. 57 «Concesión a Pascual de Andagoya de 50 esclavos negros libres de todo derecho (24-I-1539)», en: Pascual de Andagoya, Relación y documentos, ob. cit., pp. 208-209. 55
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Bahía de Nombre de Dios.
gobernación donde le serían útiles para descubrir minas de plata y de oro, cultivar la tierra y efectuar el transporte de mercancías por el nuevo camino a la ciudad de San Juan sin acudir a mano de obra indígena: Vuestra majestad me hizo merced de licencia de cincuenta negros, horros de todos derechos, para en la ciudad de Panamá para hacer el camino de Chagre, y porque ahora hay acá otro camino, tan importante al servicio de vuestra majestad, y mucha noticia de minas de plata que tengo, en todo lo más de la tierra, sin las de oro, que las unas y las otras si no hay quien gaste en las descubrir y tenga diligencia nunca se descubren, a vuestra magestad suplico sea servido de darme la dicha licencia de los cincuenta negros que para allí se me hizo merced, para acá. Yo con ellos puedo servir a vuestra majestad en descubrir estas minas y aderezar este camino; y también los he menester para arrieros y carreteros, porque envío por bueyes, y acá tengo maestro que hace carretas, y para arar; esta tierra es muy aparejada para ello y pueden ir, desde aquí a la ciudad de San Juan, carretas en todo tiempo con pocos pasos que se aderecen. Y todo esto es en gran aumento de los naturales, y es bien que si algunos por tierra quisieren llevar ropa o
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mercadurías, sin ir por el río, haya recuas y carretas para en que se pueden llevar sin que se cargue indio58.
Así que es de suponer que los esclavos destinados en un primer tiempo al camino de Chagres pasaron al de San Juan a Cali. En resumidas cuentas, adoptaremos el análisis de A. Castillero Calvo: Hasta la década de 1530 la población indígena constituyó la principal fuente de mano de obra de la emergente colonia. Pero en la década siguiente, al ir aquella declinando rápidamente, agravándose peligrosamente la falta de brazos, empezaron a introducirse cada vez más esclavos de Africa, y en poco tiempo el negro sustituye al indígena en prácticamente todas las actividades en las que éste se había ocupado antes. Para mediados del siglo prácticamente la casi totalidad de la mano de obra no especializada era negra, sea en los centros comerciales como Panamá y Nombre de Dios, o en los núcleos mineros como Acla. Entre los años 40 y 50, ya este proceso era evidente; para la década de 1570 la fuerza laboral negra estaba definitivamente establecida59.
Volveremos más tarde al número de esclavos en el espacio estudiado y a su evolución a través del siglo. De momento, sólo diremos que en 1575, los negros, entre horros (o sea, libres), esclavos y cimarrones, alcanzaban la cifra de 5.609. En todo el reino de Tierra Firme, es decir, con las provincias de Veragua y de Natá, eran 8.629. Con el fin de entender debidamente las presiones que no dejaron de efectuar los cabildos de Panamá y de Nombre de Dios sobre el Consejo de Indias con el fin de obtener los medios para luchar en contra del cimarronaje, que expondremos en los capítulos siguientes, cabe insistir en la floja densidad de la población europea. En Panamá, precisa María del Carmen Mena García, los españoles no pasaban de 800. Según la misma investigadora, los negros representaban el 70, 31% de la población total del territorio de la Audiencia60. Según lo que explica Omar Jaén Suárez, 58 «Carta del Adelantado Pascual de Andagoya al Emperador Carlos V sobre su partida de Panamá y su prosecución de su viaje y reconocimiento hasta Cali», en: Pascual de Andagoya, Relación y documentos, ob. cit., pp. 180-181. 59 Ob. cit., p. 428. 60 Ob. cit., p. 90. C. Ward recopila para la ciudad de Panamá las cifras citadas por Alfredo Castillero Calvo, Economía terciaria, Panamá, 1980: 1570: 400 vecinos; 1575: 500; 1580: 300; 1583: 300; 1587: 600; 1588: 200; 1594: 450; 1607: 550. Entre 1540 y
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a mediados del siglo xvi la población europea de la ciudad la constituían tan sólo los funcionarios reales y los mercaderes que se ocupaban del traslado transístmico de las mercancías61. Pierre y Huguette Chaunu hacen hincapié en el hecho de que las pésimas condiciones climáticas, presentadas más arriba, impedían que la población blanca pudiera echar raíces y reproducirse. A esto se añadía la alta tasa de masculinidad (dos varones por cada mujer en 1607) y el desequilibrio de las edades a favor de los adultos. Además la esterilidad del suelo en la costa del Pacífico hacía que el territorio, como comprobaremos también con motivo de la guerra de Bayano, se viera obligado a importar una gran parte de los víveres que consumía62. Por ser muy conocidos, huelga insistir en los motivos que incitaban a los esclavos negros a la huida, desde los maltratos físicos y psicológicos hasta la sed de libertad y, por supuesto, de dignidad, sentimiento que no podían admitir los dueños en seres a quienes consideraban como bienes semovientes63. Reproducimos aquí las palabras de Armando Fortune que, para Tierra Firme, nos parecen muy significativas: El ansia de libertad instintiva, por una parte; la abundancia de animales, árboles frutales y vegetales, en un ambiente parecido al de donde procedían; lo espeso y fragoso de sus montañas que les permitía guarecerse y defenderse; la injusticia, crueldad y malos tratos por parte de los oficiales, amos, colonos, capataces, mayordomos, mayorales y negreros, por la otra, muy pronto indujeron a los esclavos a huirse de sus amos e internarse en la espesura de las selvas64.
A principios del siglo xx, Juan Bautista Sosa y Enrique Arce ya admitían estas causas del cimarronaje en Panamá. En cambio su rápido e incisivo esbozo del comportamiento de los negros fugitivos acudió a una categorización arcaica que no tiene nada que ver con la objetividad científica: 1600, precisa el historiador, a la aristocracia de los encomenderos sucedió la clase de los mercaderes y de los funcionarios reales, que sacaba sus recursos más de la explotación de los esclavos negros que de la mano de obra indígena. Ob. cit., pp. 32-33. 61 Ob. cit., p. 55. 62 Ob. cit., p. 168. 63 A. Fortune subraya que para las autoridades metropolitanas, «una de las principales causas de la rebeldía era la agamia forzosa por falta de mujeres negras»; ob. cit., Primera parte, p. 23. 64 A. Fortune, ob. cit., Primera parte, p. 30.
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La crueldad con que eran tratados empujó a los esclavos a desertar pronto de los trabajos a que se les destinaba y a buscar refugio en las selvas, donde hacían vida nómada, en la mayor desnudez, entregados al vicio, aunque conservando ciertas prácticas religiosas, como la devoción a la cruz65.
No es muy arduo entender por qué los fugitivos intentaban agruparse, pasando del cimarronaje individual al colectivo66. La formación de «palenques» que, en los casos que contemplaremos más abajo, lindaban con microestados ubicados en parajes extremadamente difíciles de acceso, calificados por sus perseguidores de «arcabucos», les brindaba mayores oportunidades de sobrevivir y de construirse una nueva identidad.
65 Juan Bautista Sosa y Enrique Arce, Compendio de historia de Panamá, Panamá: Editorial Universitaria, 1971, edición facsímil de la de 1911, pp. 97-98. 66 A. Fortune establece una diferencia entre «cimarrón» y «apalencado»: «El cimarrón era el rebelde singular y anónimo de tipo transitorio; era el hombre de la selva o del bosque. El apalencado se rebelaba en grupo, adoptaba forma de vida más permanente y prefería vivir en las montañas». Véase: A. Fortune, ob. cit., p. 19. En realidad en la documentación de nuestra época se utilizaba el término «cimarrones» para todos los casos de fuga duradera de esclavos al monte. Si bien aparece a menudo la palabra «palenque» para designar los pueblos fortificados y protegidos por el relieve y la vegetación, no se encuentra el participio «apalencados», más tardío.
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Capítulo I
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[…] van algunos negros esclabos en compañia de los dichos veçinos y pobladores, y despues que son salidos y alejados de los pueblos de los dichos veçinos y se veen entre los dichos indios algunos de ellos diz que se han ausentado e ido ellos donde al presente andan huydos no se pudiendo tomar ny prender y han sido y son causa de los alterar y escandalizar y de todos los otros daños y guerras que hasta aqui se han hecho; de que nuestro señor y nos somos muy deservidos y los dichos yndios han rresçibido y rreçiben mucho daño ansi en lo que toca a nuestra santa fe catolica que es nuestro prinçipal deseo como en lo demas… El rey, 6 de septiembre de 1521.
En 1519 se efectuó el traslado de la capital de Tierra Firme o Castilla del Oro de Santa María del Darién a Panamá, bajo el gobierno de Pedrarias Dávila. Se sabe la importancia que iba a cobrar el puerto de dicha ciudad para el descubrimiento y la conquista del Perú, y después para la exportación hacia la península de las riquezas descubiertas en el imperio incaico. En julio de 1514, la Corona había ordenado la fundación de asientos intermediarios entre la antigua capital y la costa del Pacífico. En estos descubrimientos los esclavos tomaron una buena parte, teniendo la oportunidad de encontrar una naturaleza parecida a la de su tierra de
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origen, como hemos dicho. No resistieron mucho a la tentación de aprovecharse del entorno ecológico para huir de la servidumbre impuesta por los conquistadores y luego por los vecinos, mercaderes, dueños de recuas y estancieros. 1. Surgimiento del cimarronaje En una fecha tan temprana como el 6 de septiembre de 1521, el rey se dio por enterado de esta situación, aludiendo a una queja de los vecinos de la nueva ciudad de Panamá: Por quanto por parte de los vezinos y pobladores de la nueva çibdad de panama de castilla del oro me es fecha rrelaçion que en las ydas y viajes que hasta aqui han hecho por la mar y tierra adentro descubriendo los secretos della instruyendo y reduçiendo a nuestra santa fee catolica y a nuestro serviçio los caçiques de yndios de la dicha tierra han ido y van algunos negros esclabos en compañia de los dichos veçinos y pobladores, y despues que son salidos y alejados de los pueblos de los dichos veçinos y se veen entre los dichos indios algunos de ellos diz que se han ausentado e ido ellos donde al presente andan huydos no se pudiendo tomar ny prender y han sido y son causa de los alterar y escandalizar y de todos los otros daños y guerras que hasta aqui se han hecho; de que nuestro señor y nos somos muy deservidos y los dichos yndios han rresçibido y rreçiben mucho daño ansi en lo que toca a nuestra santa fe catolica que es nuestro prinçipal deseo como en lo demas…1
Según la relación, todavía no eran muy numerosos los esclavos en huirse, contentándose con refugiarse en poblados de indios, sin formar palenques como después harían. La queja de los vecinos venía motivada, por supuesto, por la pérdida financiera que representaba la huida de sus siervos, pero se justificaba también por el hecho de que su presencia entre los naturales acarreaba dos riesgos: estos negros les incitaban a la insumi1 N.B: Para los legajos digitalizados de la sección de Panamá del Archivo General de Indias de Sevilla (A.G.I.), adoptamos las referencias de páginas de dichos documentos, volviendo a la tradicional por folios para los otros legajos. A.G.I., Panamá 233, L. 1; A.G.I., Patronato 193/8; en: Carol F. Jopling (comp.), Indios y negros en Panamá en los siglos xvi y xvii, Selecciones de los documentos del Archivo General de Indias, Antigua Guatemala/South Woodstock: Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica/ Plumsock Mesoamerican Studies, 1994 (en adelante Jopling), p. 107.
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sión frente a la autoridad colonial y a la nueva religión. De modo que el soberano tuvo a bien acceder a la petición, prohibiendo que de entonces en adelante los esclavos siguiesen a sus dueños en las entradas, so pena de que éstos los perdiesen a favor del concejo. En el juicio de residencia de Pedrarias Dávila, en 7 de abril de 1527, se le acusó de haber gastado una cantidad excesiva en la represión de los negros fugitivos en 1525. Tal imputación, contestó el defensor del gobernador, carecía de fundamento por haber contribuido los dueños de esclavos que lo quisieron, según sus posibilidades y sin ningún apremio, a los gastos de la empresa. Su contribución fue la más generosa, con una cantidad de 20 pesos: Yten sy saben &. Que en el año de quinientos e veynte e cinco años que se alçaron ciertos negros en esta ciudad e andavan Robando por los camynos y estancias el dicho my parte con otros vecinos que tenyan negros en la dicha Ciudad acordaron de fazer cierta gente para yrlos a prender por el mucho peligro que se esperaua que haryan e por que no tenyan dineros para la costa hera menester para prenderlos e para ejecutar la justicia en ellos los dueños de los negros de la dicha ciudad Repartieron entre sy lo que les parecio que hera menester para efectuar la dicha justicia e el dicho my parte pago veynte pesos de su parte e que aquello se hizo por voluntad de los que lo Repartieron e no por premisa ny via de Repartimiento y los que quysieron pagar ninguna cosa no la pagaron ny se les hizo fuerça para ello e sy saben questo fue cosa muy necesaria e de no hazerse e Retardarse pudiera perderse la ciudad e avn la tierra.
Si tenemos en cuenta el énfasis de estas palabras, el caso había sido de una peculiar gravedad. Sería pues la primera actuación de cierta amplitud en contra de los fugitivos que habían alcanzado una gran peligrosidad frente a la falta de organización represiva y a los escasos recursos financieros de los dueños. La iniciativa de Pedrarias Dávila, daba a entender el defensor, había surtido los efectos deseados para el mayor provecho no sólo de los vecinos, sino también de la Corona 2. A decir verdad, con el aumento de la mano de obra servil, apareció otra amenaza, en particular en las minas de oro, donde se acudía de manera intensiva a los esclavos. Fue el caso en Acla, una de las primeras ciudades y 2
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A.G.I., Justicia 359; en: Pablo Álvarez Rubiano, ob. cit., Apéndices, pp. 613 y
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puertos fundados en la costa norte de Castilla del Oro. En 1530 se produjo el primer levantamiento de negros en este lugar. Habían planeado matar a sus amos antes de refugiarse en la antigua ciudad abandonada de Santa María del Darién. Para María del Carmen Mena García, constituyeron «probablemente el primer palenque cimarrón de Castilla del Oro»3. 2. Represión y reacciones Durante diez años siguieron llegando las quejas de los vecinos, lo cual movió a la Corona el 4 de abril de 1531 no a tomar decisiones sino a exigir del gobernador la elaboración de ordenanzas adecuadas. Con el aumento de las huidas de los esclavos y de los delitos cometidos contra los vecinos, se temían consecuencias hondamente perjudiciales para la economía del país, y, por ende, para los propios intereses reales, dado lo estratégico de la ruta Panamá-Nombre de Dios que muy pronto habría de ser un eje de primera importancia con la conquista del Perú. Ya estaba al tanto el Consejo de Indias de las grandes posibilidades que brindaba el territorio del Tawantinsuyu: «[…] e que si con tiempo no se rremediase podrían redundar otros males o alçamientos e cosas dañosas a la rrepublica». Al modo de ver del gobierno central, esta legislación local involucraría no sólo a los responsables administrativos sino también a los responsables eclesiásticos, lo cual da a entender que se contaba con el poder de control de la religión sobre los esclavos4. De un modo paradójico —sería de entonces en adelante una característica esencial de la sociedad colonial—, los mismos vecinos que expresaban sus temores a la Corona, exigiendo medidas apropiadas, no vacilaban en solicitar el envío cada vez más importante de esclavos a Tierra Firme, según aparece en la carta al rey del cabildo de Panamá con fecha de 4 de diciembre de 1531. Alude el documento a otras demandas al respecto que no se habían tomado en cuenta. Al modo de ver de los firmantes, 3 Juicio de residencia del licenciado Antonio de la Gama, 1531, A.G.I., Justicia, 363, pieza 1; citado por María del Carmen Mena García, La sociedad en Panamá en el siglo xvi, Sevilla: Diputación Provincial de Sevilla, 1984, p. 403. 4 A.G.I., Panamá 234, L. 4, 1. Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de Ultramar (en adelante C.D.I.U.), Madrid: Real Academia de la Historia, 1881-1932, 67 tomos, t. 52, pp. 72-73.
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tanto el interés de las rentas reales como el de los vecinos de Panamá justificaba el envío de 500 negros, pese a la exclusividad concedida a los alemanes. Éstos, de ser necesario, se verían obligados a suministrar el número de esclavos requerido a precios moderados como lo hacían para las islas5. Aludían los regidores al asiento concedido el 12 de febrero de 1528 por el emperador a dos alemanes de la corte, Enrique Eynger y Jerónimo Sayller, según el cual éstos disfrutaban por cuatro años del monopolio de suministro de 4.000 licencias de esclavos negros para las Indias Occidentales6. En respuesta a la real cédula del 4 de abril de 1531, el teniente de gobernador, Pascual de Andagoya, exigió del cabildo de Nombre de Dios la votación de disposiciones para la represión del cimarronaje. A juzgar por lo que dice María del Carmen Mena al respecto, formaban parte de los recursos clásicos adoptados en todas las regiones donde se manifestaba esta amenaza. La primera de ellas fue el reclutamiento de un cuerpo de voluntarios, algo parecido a la santa hermandad que formó el cabildo de Lima por ejemplo o a los rancheadores que actuaron más tarde en la isla de Cuba. Los perseguidores de los fugitivos se verían autorizados a matarles en caso de resistencia sin que los dueños pudiesen reivindicar indemnización alguna, lo cual, si lo miramos de más cerca, equivalía a darles una advertencia en cuanto a su responsabilidad en materia de control de los siervos. Se decidieron también la vigilancia nocturna de la ciudad y la prohibición para los viajeros de dirigirse hacia Panamá sin una compañía de diez hombres armados. Se pensó privar a los fugitivos de posibilidades de mantenerse con la orden de talar los platanares de los alrededores de la ciudad. Fuera de esto se despacharon otras medidas que se hicieron recurrentes con el tiempo, como la prohibición para los esclavos de llevar armas salvo en compañía de sus amos so pena de cien azotes o de seis pesos de multa impartida a los dueños. Otro aspecto quizá más llamativo fue la compra de perros bravos destinados a la persecución de los huidos por lugares de difícil acceso. Ahora bien no era ninguna novedad: los conquistadores poco tiempo antes se valieron de estos animales debidamente amaestrados para reducir a los indios a la más estricta sumisión. Fue el caso por ejemplo de Pedro de Alvarado en la provincia de Guatemala, comportamiento delatado con la mayor 5 6
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A.G.I., Patronato 194/4, en: Jopling, ob. cit., p. 114. Véase G. Scelle, ob. cit., t. 1, pp. 169-170.
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indignación por Bartolomé de las Casas en Brevísima relación de la destruición de las Indias. Por fin se contemplaba la posibilidad de condenar a los culpables a la muerte por una ausencia que pasase de cierto lapso de tiempo7. En este caso la justicia municipal seguiría la jurisdicción de las condenaciones a muerte anteriores a las órdenes de Pascual de Andagoya, de la cual María del Carmen Mena García presenta ejemplos. En 31 de octubre de 1531, fue particularmente significativo el fallo del licenciado Antonio de la Gama en contra de un esclavo del factor Juan de Rivas. Con pregón público, atadas las manos y soga en cuello, fue conducido a lomos de asno hasta la horca. La sentencia, subraya la historiadora, no llegaba siempre hasta semejantes extremos, diremos que por obvias razones de pragmatismo. Después del alzamiento de los negros de Panamá en 1536, si bien ciertos de los acusados fueron condenados a muerte, otros fueron desterrados de las Indias, después de recibir los azotes del uso y de cortárseles el pie derecho8. A los pocos años surgió un problema que, con el tiempo, se haría recurrente, a saber: la financiación de las expediciones de represión en contra de un fenómeno que iba empeorando con el progreso del traslado de esclavos sea desde la península sea de las islas del Caribe. Los informes dirigidos al Consejo de Indias se hacían muy precisos en cuanto a la actuación de los cimarrones que asaltaban y mataban a los viajeros por los caminos o saqueaban las estancias. En nombre del concejo de Panamá, Hernán Jiménez expuso a la Corona la imposibilidad para los regidores de organizar la persecución por falta de recursos: «[…] e que por no tener esa dicha çiudad propios con que poder seguir y prender los dichos negros se ha dexado y dexa de hazer porque para ello es menester gente […]». A su modo de ver, la solución consistiría en valerse moderadamente de los medios concedidos por el Consejo de Indias para el mantenimiento del camino de Panamá a Nombre de Dios, o sea de diferentes tasas o sisas sobre mercancías. La insistencia de los regidores en el peligro que amenazaba el territorio —el chantaje se haría permanente en los años siguientes- contribuyó no poco en convencer al gobierno central, el cual dio su visto bueno en 29 de abril de 1536—. De entonces en adelante cualquiera que trajese
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Véase María del Carmen Mena, ob. cit., p. 406. Íd., p. 407.
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preso a uno de estos malhechores se vería premiado con diez pesos de oro tomados del presupuesto aludido9. A juzgar por la real cédula de 15 de abril de 1540, la crueldad de ciertos castigos, aunque no fueran impartidos con tal finalidad, podía llevar a la muerte, consecuencia sumamente perjudicial no sólo para los intereses de los propios amos sino también para los de la colectividad y, por ende, para los de la Corona. Le llegaron protestas en contra de la costumbre de emascular a los rebeldes, posiblemente de personas religiosas si nos referimos al texto presentado a continuación. De ahí la orden tajante manifestada por el Consejo de Indias: Por quanto nos somos ynformados que en la Provincia de Tierra firme, llamada de Castilla del Oro, ay hecha ordenança usada e guardada para que a los negros que se alçaren se les corten los miembros genitales, e que ha acaescido cortarselos a algunos y morir dello, lo qual demas de ser cosa muy deshonesta y de mal exemplo se siguen otros inconvenientes; e visto por los de nuestro Consejo de las Yndias fue acordado que devia mandar dar esta mi cedula en la dicha razon, e yo tovelo por bien: por la qual proybymos e defendemos que agora ni de aqui adelante en manera alguna no se execute la dicha pena de cortar los dichos miembros genitales; e sy nescesario es por la presente revocamos qualquier ordenanza que cerca de lo susodicho este hecha, e mandamos a los nuestros oydores de la nuestra audiencia e chancilleria Real de la dicha provincia de Tierra firme y al Reberendo yn cristo padre obispo de la dicha provincia que hordenen la pena que se debe dar a los negros que se alzaren y envien al dicho nuestro Consejo de las indias relacion de la pena que asy acordare que se les de10.
La exigencia de control formulada con tono tan conminativo patentiza la gravedad del caso. El gobierno central, si bien aceptaba reforzar la vigilancia de los esclavos, no estaba nada dispuesto a avalar excesos contraproducentes. A los pocos meses de despachada la cédula evocada más arriba, se emitió otra que no dejó dudas al respecto. Parece que no se habían perdido todas las esperanzas de llegar a un modus vivendi aceptable a la vez para los amos y los siervos, prueba de cierta ingenuidad de parte de los responsables peninsulares. El 7 de diciembre, pues, Carlos I decidió otorgar a las Reales 9 10
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A.G.I., Panamá 235, L. 1, fols. 24 v-25. C.D.I.U., t. 52, p. 473.
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Audiencias la posibilidad de perdonar por una vez a los cimarrones que volviesen a sus amos, decisión reiterada por Felipe II en 12 de enero de 157411. Con el tiempo, quizá se esfumaba algo el optimismo del Consejo de Indias, de ahí ciertas medidas que completaban las precedentes y se fueron publicando de un modo recurrente en todas las provincias de ultramar. Fue el caso en 4 de abril de 1542 como aparece en la real cédula dirigida a los cabildos de Panamá y de Nombre de Dios. En respuesta a una solicitud levantada por Diego de Espinosa en nombre de la Ciudad de Panamá que le informaba de que los negros aprovechaban sus salidas nocturnas fuera del domicilio de sus amos para preparar sus alzamientos, dio el monarca su beneplácito para que los regidores, con el parecer de los oidores de la Real Audiencia, pudiesen despachar las ordenanzas necesarias12. Los cabildos no eran las únicas entidades en poner el grito en el cielo. Los propios oficiales de la Real Hacienda no dejaban de llamar la atención de sus superiores en las incidencias económicas y por consiguiente financieras del cimarronaje. La ciudad de Acla, cuyas minas de oro, merced al trabajo de los esclavos, contribuían no poco al quinto real pagado por los vecinos de Castilla del Oro, estaba decayendo de un modo vertiginoso debido al cimarronaje, de creer al contador Diego Ruiz. Éste, en una carta con fecha de 10 de marzo de 1544 declaró de un modo alarmista: «[…] no son sino ocho vecinos y estos biben de sacar oro y cada dia tienen mucho temor de los negros alçados y estan para despoblar el pueblo de que asi pasase vuestra majestad seria mal seruido»13. 3. La rebelión de Felipillo Aparentemente surtió pocos resultados esta política, en la medida en que a duras penas se podía admitir de buen grado la privación de libertad, máxime cuando las condiciones de vida impuestas por la servidumbre se 11 Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias, mandadas imprimir y publicar por la Magestad Católica del Rey Don Carlos II nuestro Señor, edición facsímil, Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales/Boletín Oficial del Estado, 1998, Libro VII, Título V, Ley XXIIII, t. 2, p. 368. 12 Diego de Encinas, Cedulario indiano, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1945, t. IV, p. 390, citado por A. Fortune, ob. cit., p. 32. 13 A.G.I., Panamá 39, N. 11, fols. 70-73.
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hacían insoportables. Era el caso en particular en las pesquerías de perlas del archipiélago del mismo nombre, en el Pacífico14. 3.1. Condición de los negros buzos Con el descubrimiento de los ostrales de la isla de Coche, a cuatro leguas de Cubagua, en la Venezuela actual, empezarían a llegar protestas en contra de las condiciones de trabajo impuestas a los indios. Se vio obligada la Corona desde 1529 a adoptar medidas de protección. Los dueños de pesquerías, como para las actividades mineras o agrícolas intensivas, se volvieron hacia otra posibilidad, el recurso a la mano de obra servil, iniciado desde hacía algún tiempo. Las Casas, con su estilo hiperbólico, calificó esta actividad de infernal. Los que se salvan de tal peligro «comúnmente mueren de echar sangre por la boca, y por el apretamiento de pecho que hacen por causa de estar tanto tiempo y tan continuo sin resuello, y de cámaras que causa la frialdad». Así se acabaron los lucayos, vendidos como esclavos por ser buenos nadadores, teniéndolo prohibido la justicia, y murió gran número de indios de otras regiones15. En una carta dirigida a la Corona en 1571 otro dominico, fray Jerónimo de Santander y Cárcano, se explayó con una violencia parecida en la suerte de los pescadores. Consumidos los lucayos, y huyendo los otros indios de tal existencia, acudieron los dueños de canoas de Cubagua a esclavos negros de diez años para arriba, pero no mayores de veinticuatro16. Hacia 1630, el carmelita Antonio Vázquez de Espinosa se refiere a las pesquerías de la Margarita. Ahí se utilizaban fragatas con doce negros de pesca y el capitán, un negro diestro en el oficio. Españoles eran el piloto, o canoero, y el mayordomo. Estas canoas se alejaban de la costa de una legua y media a dos y más. De regreso a tierra los pescadores, les encerraban los señores con llave en un cuarto grande «a modo de enfermería, que llaman cárcel», «porque aun para la pesca de las perlas es necesaria la castidad». Por si fuera poco, se castigaba a los buzos que no hubieran Contemplo este aspecto en «Perlas y piel de azabache. El negro en las pesquerías de las Indias Occidentales», Anuario de Estudios Americanos, vol. 65, n. 2, 2008. 15 Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destruición de las Indias, ob. cit., pp. 144-145. 16 A.G.I., Lima 314, fols. 8 v-9 r. 14
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traído bastantes ostras perleras17. Estas canoas, asegura el padre Bernabé Cobo en 1653, llevaban hasta veinte y treinta esclavos negros. Describe así el jesuita las faenas de los buzos: Entran los buzos en el agua con unos guantes de cuero, para que los filos de las conchas, que son agudos, no les corten y lastimen las manos; un cuchillo para arrancarlas y una taleguilla hecha de red, en que echarlas, la cual, para que esté zafa y no se les enrede y los detenga, tiene hecha la boca de una varilla correosa como mimbre, y así con gran presteza, en arrancando las ostias, las echan en la red, y cuando está llena la tiran del barco al cual está asida con una cuerda, haciendo para ello señal el buzo con un tirón que da en la dicha cuerda. Ultra del gran trabajo que es para los buzos esta pesca, andan siempre expuestos a muy gran riesgo de ser comidos de tiburones y marrajos, que son las fieras más crueles y carnívoras que cría el mar, como en efecto se han comido algunos18.
Recalcó el peligro a mediados del siglo xviii Antonio de Ulloa con motivo de las pesquerías de Panamá. El buzo negro, apuntó el oficial y científico español, tenía que suministrar a su señor cierto número de perlas, descontando las de mal aspecto. Le pertenecían las demás que vendía al dueño por un precio muy moderado. Se interesó en particular Ulloa por los peligros que acechaban a los pescadores: Los tiburones y tintorera19, que son monstruosa magnitud, hacen pasto propio los cuerpos de los pescadores. Y las mantas o los comprimen envolviéndolos con su cuerpo o cargando todo su peso sobre ellos contra el fondo; parece, no sin razón, que el haber dado nombre de manta a este pescado nació de su figura y propiedad, porque, siendo aquélla en lo extendido y grande como una manta, hace el mismo oficio que está envolviendo en sí al hombre u otro animal que coge, y estrechándolo de tal suerte, que le hace rendir el último aliento a fuerza de comprimirlo…
A pesar de tener cuchillos para defenderse y ahuyentar al pez, de vigilar las aguas el negro caporal y de zambullirse en caso de necesidad para soco17 Antonio Vázquez de Espinosa, Compendio y descripción de las Indias occidentales, ob. cit., pp. 40-41. 18 Bernabé Cobo, Historia del Nuevo Mundo, en: Obras del P. Bernabé Cobo S. J., Estudio preliminar y edición del P. Francisco Mateos, B.A.E. 91, Madrid: Ediciones Atlas, 1964, p. 133. 19 Las tintoreras son una especie de tiburones.
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rrer a los pescadores agredidos, «suelen quedar sepultados en los buches de estos peces algunos negros y otros baldados con alguna pierna o brazo menos, según la parte por donde les cogió»20. La descripción de la pesca en las islas del Rey, o sea, de las Perlas, por el presbítero Juan Franco en 1792 no difiere mucho de la de Ulloa: El riesgo que les amenazan [a los buzos] los grandes cetáceos cuando se hallan buceando, les obliga a tomar las precauciones posibles para no salir mutilados o quedar muertos. El piloto permanece siempre en la canoa mientras los marineros bucean y al punto que ve algún pez de los temibles, principalmente si reconoce que es tintorera, da fuertes golpes sobre la borda con un tolete, cuyo ruido oyen los que están en el fondo y huyen todos a sus canoas, temiendo el acto de salir del agua para entrar en ellas, que es cuando se hallan más expuestos a ser destrozados por alguna tintorera, si ha podido alcanzarlos. El pez manta suele también oprimirlos hasta que se ahogan y para precaver este riesgo llevan siempre el cuchillo a la cintura para picarlo cuando lo sienten en su cabeza.
A los buzos de las islas también se les imponía «una perpetua abstinencia», asegura el sacerdote21. Estas condiciones de vida explicarían la rebelión de Felipillo, esclavo de la hacienda de Hernando Carmona, que se efectuó en 1549. Lo dicho más arriba indica que se trataría de un esclavo joven, lo cual corrobora el diminutivo. Después de huir del infierno de las islas perleras encabezando a varios compañeros, agrupó en torno suyo a otros fugitivos del litoral para formar un palenque en el golfo de San Miguel. En este lugar se valieron de sus conocimientos ancestrales para sacar el mejor provecho del entorno ecológico, como manifiesta A. Fortune: Allí los cimarrones tratan de recomenzar su primitiva vida. Con tallos de las palmas y ramas de los árboles construyen bohíos; de las hojas de las palmas hacían gruesos petates que cubrían con pieles de animales que usaban como escudos, de la piel de los animales que habían cazado para su alimentación Antonio de Ulloa, Viaje a la América meridional, ob. cit., pp. 172-174. Breve noticia o apuntes de los usos y costumbres de los habitantes del istmo de Panamá y de sus producciones para la expedición de las corbetas alrededor del mundo por el encargo que hizo el Teniente Coronel de guardias Don Antonio Pineda al Presbítero don Juan Franco, 1792, edición de Omar Jaén Suárez, Panamá: Instituto Nacional de Cultura, 1978, pp. 39-40. 20 21
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se abrigaban contra la humedad e intemperie del clima. De las maderas más duras elaboraban arcos, lanzas y flechas, de la caña, cuchillos, y, del hierro de las argollas y cadenas, las puntas de hierro de las lanzas y flechas.
3.2. El capitán Francisco Carreño Se sabe muy poco sobre Felipillo y su captura por el capitán Francisco Carreño22. Merece la pena que nos demoremos sobre este personaje de cuya intervención contra el rey Bayano trataremos en el capítulo siguiente. Una solicitud introducida por el hijo del capitán Francisco Carreño, del mismo nombre, proporciona una amplia información sobre los servicios de su padre. Éste era el hijo del capitán Bartolomé Carreño, que ya se había ilustrado en las Indias. Este personaje, a mediados del siglo xvi, actuó en contra de los indios caribes que agredían las islas, como Puerto Rico y la Bermuda. Sirvió de almirante de la armada dirigida a Tierra Firme por Sancho de Biedma, y luego de capitán general de las flotas de Nueva España y Tierra Firme en 1553. Debido a su honda experiencia, se le nombró como visitador de las armadas y de las flotas de las Indias, puesto que ocupó hasta su muerte. Su hijo Francisco le siguió los pasos desde el año 1537, trasladándose a las Indias con Blasco Núñez Vela. Se consagró primero a la guardia de las costas de la isla de La Española, como ayudante de su padre. Muy pronto se dedicó a una empresa más lucrativa, o sea, la busca de ostrales no sólo en Cubagua y el cabo de la Vela sino también en el Mar del Sur, más precisamente en las islas de las Perlas. Debido a esta actividad, tuvo que ver con la represión de la rebelión de Felipillo. Más tarde, tomando en cuenta la experiencia adquirida, el gobernador Álvaro de Sosa le escogió para reducir a Bayano. Como premio a sus servicios, solicitó Francisco Carreño una plaza de capitán ordinario de la mar y cien licencias de esclavos negros de doce a veinte años de edad para meterles en las pesquerías de perlas del cabo de la Vela y de la mar del Sur, por haberse acabado los indios que se usaban A. Fortune, ob. cit., p. 33; evocación adoptada por María del Carmen Mena, ob. cit., p. 412. Véase también C. F. Guillot, ob. cit., p. 139; Elsa Mercado Sousa, El hombre y la tierra en Panamá (s. xvi) según las primeras fuentes, Seminario de Estudios Americanistas de la Universidad de Madrid, 1959, p. 219; C. A. Araúz Monfante y P. Pizzurno Gelós, El Panamá hispano…, ob. cit., pp. 134-135. 22
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para esta actividad. Luego, aspecto que no carece de interés para nuestro propósito, propuso a la Corona armar personalmente un galeón con el fin de rescatar esclavos en las islas de Cabo Verde con la intención de abastecer de mano de obra las pesquerías de perlas y las minas de oro y de plata de Tierra Firme. Y, por fin, estimó que merecía un puesto de gobernador, y, mientras se liberase uno, estaba dispuesto a desempeñarse como capitán general de una de las primeras flotas y armadas para Tierra Firme y Nueva España, como su padre. Parecieron excesivas estas exigencias a juzgar por la respuesta de los consejeros de Indias. En 26 de septiembre de 1567 sólo se comprometieron en no olvidarle cuando fuese posible emplearle en servicio del rey. Nos enteramos de la continuación merced a una solicitud presentada al Consejo de Indias en agosto de 1608 por el hijo de Francisco Carreño, vecino de Sevilla. Después de la guerra de Bayano, participó en la lucha contra el «tirano» Lope de Aguirre, y en la defensa de Panamá y Nombre de Dios. En esta ciudad, encabezó una compañía de trescientos hombres para protegerla cuando los piratas franceses atacaron Cartagena de Indias. Desempeñó la responsabilidad de teniente general del reino de Tierra Firme y, luego, en 1563 sirvió de capitán en la armada del adelantado Pedro Meléndez. Por fin, habida cuenta de su edad, se le confió el oficio de visitador de las flotas y armadas. Parece que por fin la Corona le dio pruebas de su agradecimiento, nombrándole gobernador de la isla de Cuba, puesto que ocupó durante dos años y medio, hasta que muriera envenenado por el alcaide de la fortaleza de La Habana acusado por él de aprovecharse de los jornales de los quinientos esclavos de la Corona destinados a la construcción de dicho edificio. 3.3. Los hechos En su probanza, fechada en 5 de septiembre de 1562, Francisco Carreño presentó una información sobre su actuación en 1549 en contra de Felipillo, acudiendo al testimonio de varios de sus compañeros de la época. Felipe, negro ladino de una pesquería de las islas de las Perlas que pertenecía a un vecino de Panamá llamado Hernando de Carmona, había huido del poder de su dueño en compañía de otros esclavos y de indios. Uniéndose con otros cimarrones y naturales, llegaron al golfo de San Miguel, donde construyeron bohíos defendidos por un «palenque cerrado
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de madera». Allí acogía a los negros huidos de las islas de las Perlas y también de Panamá, y con esta fuerza, «hacía muy gran daño a las haciendas» de los vecinos de la ciudad. No se podía aceptar el crecimiento del palenque, cuya destrucción necesitaría muchos gastos tanto de parte de los particulares como de la Real Hacienda. Según parece, no se hizo nada antes de 1551. En febrero de este año, buscando «ostiales» (ostrales) por el golfo de San Miguel, topó Francisco Carrillo en la isla de las Iguanas con una canoa de indios y negros cimarrones. Hechos presos, éstos le guiaron hasta el palenque de Felipe que tomó y quemó con todos los víveres allí encerrados. Se apoderó de los cimarrones, o sea, de un grupo de treinta personas, contando a los negros y a los indios que se habían reunido con ellos. Insiste Carreño en el hecho de que no recibió ninguna misión de parte del gobernador Sancho de Clavijo, a quien entregó los presos, ni ningún premio. Por lo contrario en las aguas de la isla de San Telmo perdió un barco de más de seiscientos pesos que traía a dicha gente. Según los testimonios, entregados los presos a la justicia de la ciudad, se condenó a uno de los negros al descuartizamiento por haber matado a un español23. Importa hacer hincapié en que la comunidad encabezada por Felipe no la constituían sólo negros, sino también indios hartos de las sevicias impuestas por los españoles. Se había establecido pues una solidaridad entre las víctimas del sistema colonial que superaba la barrera racial, y es de suponer que iba más allá del rechazo para manifestarse a través de uniones matrimoniales, aunque el documento no suministra información alguna al respecto. Desgraciadamente no podemos ir más lejos en cuanto a la organización del palenque de Felipe por falta de documentación. 4. Desarrollo del cimarronaje Poco antes de la destrucción del palenque de Felipillo, ocurrieron en Panamá unos acontecimientos que dejarían una impronta imborrable en la mente de los esclavos. Se puede conjeturar que les dio la oportunidad no sólo de efectuar una toma de conciencia de su fuerza que se vieron 23 Documentos del Archivo General de Indias, relacionados con Panamá. Compilado por Antonio Concha, s. j., en enero de 1955. Editados por Juan Antonio Susto. 16 volúmenes manuscritos. T. III, documento 55.
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obligados los españoles a tomar en cuenta, mal que les pesara, sino también y principalmente de adiestrarse en las prácticas bélicas. Se trata de la rebelión en contra del poder real de los hermanos Contreras. 4.1. Los negros y el alzamiento de los Contreras Cumplido su cometido en el Perú después de su victoria sobre el levantamiento de los encomenderos dirigido por Gonzalo Pizarro y motivado por las Leyes Nuevas que limitaban sus privilegios frente a los indios, el presidente Pedro de la Gasca decidió volver a España con el producto del fisco real en 27 de enero de 1550. De Panamá organizó el traslado del tesoro a Nombre de Dios en abril. Llegado a la Venta de Chagres, donde había de tomar barcos hasta la isla de Bastimentos en la desembocadura del río Chagres, se enteró de graves disturbios que acababan de producirse en Panamá. Esta vez la amenaza venía de Nicaragua, cuyo gobernador era Rodrigo de Contreras, yerno de Pedrarias Dávila, que había pasado de la gobernación de Panamá a la de esta provincia. Como dichas leyes prohibían que los gobernadores tuviesen encomiendas de indios, Contreras había traspasado las suyas a su esposa y a sus hijos, Hernando y Pedro, decisión que revocó la recién instalada Audiencia de los Confines. Viajó el gobernador a España para obtener la anulación del fallo, el cual confirmó el Consejo de Indias. A Hernando, lo que le parecía injusticia fue motivo para acercarse a ciertos partidarios de Gonzalo Pizarro, refugiados en Nicaragua después de su destierro del Perú por La Gasca, entre los cuales se encontraba Juan Bermejo. Su propósito consistía en adueñarse de Panamá y Nombre de Dios, apoderarse del tesoro real y luego dirigirse al Perú, donde el que se había proclamado «capitán general de la libertad» e incluso «príncipe», ceñiría la corona. Juan Bermejo se embarcó con sus hombres en Realejo con destino a Panamá, seguido a lo poco por Hernando y Pedro de Contreras. Llegó Bermejo después de la salida del presidente. Por mucha prisa que se diese, consiguió La Gasca poner el tesoro en seguro y alcanzar Nombre de Dios donde preparó los socorros para Panamá. Organizaron los vecinos la resistencia a la tropa de los Contreras, que había desembarcado en Portete. Se fortificaron en la plaza, valiéndose de «los negros con palos largos, las puntas tostadas». Cristóbal de Cianca con 40 negros persiguió a Bermejo, pero se vio obligado a regresar a la ciudad para protegerla en contra del rebelde, quien estaba volviendo de Venta de Cruces para unirse con los
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Contreras. Se formó una compañía de 300 hombres, a quienes se agregaron 250 negros «acaudillados de algunos castellanos con expresa orden de que en habiéndose enfrentado con los rebeldes, los negros acometiesen por las espaldas con sus palos y lanzas y algunas ballestas y muchas pedradas». El enfrentamiento fue muy perjudicial para los rebeldes, muriendo 90 de ellos incluido el propio Bermejo. Huyeron Hernando y Pedro Contreras, sin saberse lo que fue de ellos. Añade Antonio de Herrera, refiriéndose a los hechos, que, según el rumor público, «los debieron de matar los indios o los negros»24. En este caso se trataría de negros cimarrones. Desempeñaron pues un papel de primera importancia los esclavos en esta batalla. El rol que se les confió de agredir a los rebeldes por las espaldas hace pensar en la estrategia que adoptaron poco tiempo después los cimarrones de Bayano. Incluso la fabricación muy pragmática de armas, aunque se puede considerarla como clásica, pudo inspirarles25. 4.2. Preocupaciones y medidas Volvamos a nuestro tema. El italiano Girolamo Benzoni suministra en su Historia del Mundo Nuevo algunos detalles que no carecen de interés acerca de la actuación de los cimarrones de Nombre de Dios, de la que se enteró durante su estadía en Tierra Firme (1545). Precisamente en lo que se refiere a su alianza con los indios:
A. de Herrera, Historia General de los Hechos de los Castellanos en las Islas i Tierra Firme del Mar Océano, ob. cit., Década octava, Libro sexto, Cap. I a VII, t. IV, pp. 505-518. El cronista Diego Fernández se refiere a la actuación de los esclavos contra los rebeldes de los Contreras, pero con menos detalles. Según él, se puso a los negros en la plaza «con mucho número de piedras». En cuanto al encuentro final, precisa: «También los negros granizaban encima con lluvia de piedras»; véase Primera y segunda parte de la historia del Perú que se mandó escribir a Diego Fernández, vecino de Palencia (1571). Estudio preliminar y edición por Juan Pérez de Tudela Bueso, B.A.E. 164, Crónicas del Perú 1, Madrid: Ediciones Atlas, 1963, pp. 263-265. Agustín de Zarate trata también del tema, precisando que los negros que participaron de la defensa de Panamá eran los «de las recuas y estancias»; Historia del Perú (1555), en: Historiadores primitivos de Indias, edición de don Enrique de Vedia, B.A.E. 26, Madrid: Ediciones Atlas, 1947, p. 573. 25 Durante el levantamiento de los negros de Diego Colón en 1522 en La Española, también usaron los cimarrones «varas tostadas». Véase G. Fernández de Oviedo, ob. cit., p. 100. 24
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En los bosques del lado de levante, no muy lejos de Nombre de Dios, hay algunos pueblos de negros rebeldes, que han matado a muchos españoles enviados por los Gobernadores de la provincia a destruirlos. Cerca de los ríos han encontrado casas habitadas por indios y se han hecho amigos de éstos. Tienen flechas envenenadas y a menudo algunos van al camino de Panamá y cruelmente descuartizan a cuantos españoles caen en sus manos. Y como en tiempo de invierno, debido a los vientos contrarios, las barcas que van por el río Chagres tardan mucho en llegar a La Cruz [por Cruces], y los mercaderes frecuentemente envían a Panamá algunas cosas, a veces sucede que se encuentran con los forajidos, los cuales se apoderan de todas las mercancías y sólo dejan libres a los negros que guían las mulas, a menos que quieran unírseles26.
En Nombre de Dios a 24 de agosto de 1551, Antonio Jaymes, teniente de gobernador de la ciudad, hizo una encuesta que Sancho de Clavijo presentó a la Corona. Los vecinos denunciaron una situación que les era muy perjudicial con unos términos que se harían recurrentes con el transcurrir del tiempo. Estimaban que por el camino a Panamá los cimarrones sobrepasaban el número de seiscientos individuos que robaban e incluso mataban a los viajeros y arrieros. Se atrevían a penetrar en Nombre de Dios con el mismo propósito o para llevarse negros y negras que pasaran a engrosar sus filas. Hasta habían quemado varias veces la ciudad y la de Panamá. En realidad, da a entender el documento, pese a todos los esfuerzos de parte de los cabildos hasta entonces, era un cuento de nunca acabar, dadas las asperezas de los arcabucos donde se refugiaban los fugitivos. A pesar de matar a muchos de ellos, no consiguió acabar con los rebeldes la tropa reunida por las autoridades, aunque parecía que era una cuestión de dinero. Desgraciadamente, lamentaron los vecinos, los recursos económicos de la ciudad no le permitían seguir con la represión. De entonces en adelante, como veremos, este sería el lema de la correspondencia dirigida con este motivo por los dos municipios al Consejo de Indias27. Los levantamientos y las fugas de los esclavos sumían el territorio en la mayor preocupación, acarreando incluso la decadencia de centros Ob. cit., p. 140. No podía tratarse de los cimarrones de Bayano [y no «Bayamo»], como sugiere una nota de Marisa Vannini de Gerulewicz, quienes se situaban más al sureste, sino más bien de aquéllos a quienes acaudilló más tarde Luis Mozambique. 27 Panamá 29, R. 5, N. 11, 1. 26
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urbanos florecientes como Acla, en la costa atlántica. El gobernador avisó al emperador en 7 de junio de 1552 que ya no quedaban sino tres o cuatro vecinos casados pobres, y por temor a los negros alzados manifestaban el deseo de irse28. Según las investigaciones de Antonio Saco, de quien A. Fortune toma estos datos, en 1553, cerca de Nombre de Dios existían algunos pueblos de cimarrones que alcanzaban el número de 800 negros29. Apocalíptica es la descripción que dirigió a la Corona en 1553 el bachiller Pedro de Castro: «Ya terna notiçia vuestra majestad de los negros huydos que en este Reyno llaman zimarrones. Ay mucha cantidad dello, por do estas dos çiubdades an recibido e reçiben gran daño asi del romper de caminos como de quemas de estançias muertes y robos que por ellos se causan». Según él, se organizaba la represión de un modo despiadado matando a los presos y quemando los asientos y los cultivos. Ésta es la primera referencia a la práctica de la tierra quemada, que vendría a ser una característica de la futura guerra de Bayano, como veremos a continuación. Patentizaba a la vez la importancia del fenómeno y la incapacidad de los españoles de reducirlo por un proceso militar clásico, debido al hecho de que los cimarrones se negaban al enfrentamiento. De un modo extraño no aludió a la falta de medios que, por lo tanto, parecía haber encontrado una solución momentánea: «Ymbiase gente para ello con todo buen recaudo»30. En 1554 cayeron en las manos de los rebeldes 18 españoles, siendo uno de ellos el hijo de un juez de la Casa de Contratación de Sevilla 31. Álvaro de Sosa, el sucesor de Sancho de Clavijo, el 4 de abril de 1555 esbozó en una carta al rey una pintura muy negativa de la situación. Al fin y al cabo los esfuerzos emprendidos surtieron muy pocos efectos. Los cimarrones le mataron al capitán de la primera expedición que montó contra ellos, un soldado de mucha hombradía, lo cual incitó a sus sucesores a más cautela. A un intento de llegar a un acuerdo con el principal de ellos le pusieron fin unas desavenencias con sus hombres. Así que las autoridades ya se estaban preguntando si no convendría encontrar una solución por las buenas, como tuvieron que hacerlo los oidores de la Real Audiencia más 28 José Antonio Saco, Historia de la esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, La Habana: Ed. Alfa, 1937, t. IV, p. 207; citado por A. Fortune, ob. cit., p. 33. 29 Íd., p. 33. 30 A.G.I., Panamá 39, N. 30, fols. 168-169. 31 En: A. Fortune, ob. cit., p. 35.
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tarde. Sin embargo por entonces se vieron en la obligación de cambiar de estrategia. Obviamente no se podía dejar de perseguirles sin darles más oportunidades de fortalecerse porque solían evitar cualquier enfrentamiento del cual no saliesen victoriosos. Frente al creciente descontento de los vecinos, hartos de gastar de un modo inútil y de dar sus propios esclavos que morían debido a las dificultades originadas por las expediciones, se planeó fundar un asentamiento de cincuenta o sesenta hombres no muy lejos de los cimarrones para mejor hostigarles, con la mitad de esclavos negros de confianza comprados con este efecto, a quienes se prometería la libertad a cambio de sus leales servicios. Acabó su relación el gobernador solicitando una ayuda de la Real Hacienda 32. No hay constancia de que se hubiera llevado a cabo tal proyecto, sin duda por falta de presupuesto adecuado y por hacerse el sordo el Consejo de Indias, y por supuesto no dejó de producirse lo anunciado por Álvaro de Sosa. Tal situación no podía menos de suscitar tensiones entre los responsables de la administración del territorio y los representantes de los vecinos. No vaciló Francisco de Pratanos, de Nombre de Dios, en una carta al emperador fechada en 22 de diciembre de 1555, en acusar de impericia a las autoridades: «Que no [se] ha dado buena orden en perseguir los dichos negros alzados». Éstos, además de asaltar a los viajeros del camino e incluso los barcos del río Chagres, se atrevían a raptar a muchos esclavos en las inmediaciones de la ciudad, de modo que ningún dueño osaba mandar fuera a uno de sus siervos, ni siquiera por agua. Habían causado la muerte de más de sesenta españoles, lo cual explicaba que la ciudad se transformaba en un verdadero desierto fuera de las llegadas de la flota. De puro miedo preferían muchos mercaderes radicarse en Panamá, dejando así campo abierto a los cimarrones que solían ingresar de noche en la indefensa ciudad. Acla se estaba despoblando y muy pocos españoles se quedaban por temor a los negros. El siniestro balance justificaba la propuesta de pedir no sólo a Panamá sino también a los poblados de las comarcas de Uraba y de Cartagena el envío de gente para destruir a los fugitivos33. Ésta es la primera proposición de extensión de la búsqueda de los medios de represión fuera de los límites de la gobernación, concepto que se impuso después con la guerra de Bayano. Panamá 29, R. 6, N. 25, 1. Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid, Colección Muñoz, tomo 69, 9/4849, fol. 131v. 32
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Capítulo II
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Lo que en los sermones e predicaciones trataua [el «obuispo»], hera persuadir a los oyentes que conservasen con obstinazion su libertad, defendiendo con las armas en las manos el pueblo y tierra que tenian y poseian, y que sustentasen a su Rrey, que se dezia Bayamo, a quien todos acatauan y rreuerenciauan con la rreuerencia y ouidiencia que al señor y rrey natural se deue, y de la propia suerte que las otras jentes lo suelen hazer, pues los auia de mantener y gobernar en justicia y defendellos de los españoles que los deseaban destruir. Fray Pedro de Aguado, Historia de Venezuela, 1581.
Se habla de la guerra de «Bayano» por lo menos desde los escritos de José Antonio Saco. El historiador cubano le consagró dos hojas de su monumental obra sobre la historia de la esclavitud, basándose en los escritos de Garcilaso de la Vega el Inca1. El jefe cimarrón, por lo dramático de su existencia, no dejó de llamar la atención de varios cronistas. 1 José Antonio Saco, Historia de la esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, t. IV, La Habana: Editorial «Alfa», 1937, pp. 208-209. Alfredo Castillero
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Las expediciones organizadas por el gobernador Álvaro de Sosa no consiguieron reducir al rebelde. En mayo de 1554, cayó preso del capitán Carreño, el vencedor de Felipillo. Sin embargo, se escogió negociar con él antes que matarle. Libre, volvió el rebelde a las andadas, seguro de que sus enemigos no se mostrarían capaces de poner fin a su actuación, de ahí una serie de expediciones que no hicieron más que consolidar su posición. Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, durante su estadía a mediados de 1555 en Nombre de Dios, camino de la capital de su virreinato, tomó conciencia de la gravedad del problema que planteaban las actividades de los cimarrones, por poner en peligro la seguridad de la gobernación de una manera mucho más grave que antes. La organización social, militar y religiosa del reino de Bayano ya no tenía nada que ver con las anárquicas pandillas de esclavos fugitivos, concediéndole una potencia desconocida hasta entonces entre los cimarrones. El virrey nombró para desbaratarlo al afamado capitán Pedro de Ursúa, quien se vio obligado a abandonar los clásicos esquemas militares para cumplir con lo cometido. 1. Tergiversaciones En 1554, a los tres años de capturado Felipillo, el gobernador Álvaro de Sosa confió al capitán Gil Sánchez Morcillo la misión de acabar con otro jefe de cimarrones, Bayano, el cual dirigía una población situada río Chepo arriba, en las faldas de la sierra. Aparentemente, Morcillo no disponía de las fuerzas suficientes o carecía de la habilidad necesaria para llevar a cabo lo cometido ya que los negros rebeldes le mataron, consiguiendo escapar tan sólo tres o cuatro de sus hombres. Esta derrota tuvo mucho impacto entre los esclavos de Panamá e incluso de las haciendas del río Grande, al oeste de la ciudad, incitándoles a darse a la fuga para unirse con los cimarrones. La conmoción suscitada por el hecho hizo que el gobernador y el cabildo de Panamá se acordaron de la experiencia de Francisco Calvo se inspiró en los mismos textos sacados de la Colección Muñoz de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid, t. 56 en: «Los negros y mulatos libres en Tierra Firme», Hombre y cultura, t. 1, núm. 5, Imprenta Universidad de Panamá, diciembre 1966, p. 24. La visión que brinda C. F. Guillot, si bien respeta los hechos, se caracteriza por su aspecto novelesco.
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Carreño, quien aceptó tomar en mano la dirección de la represión. No volveremos sobre el personaje, de quien hemos tratado ampliamente en el capítulo anterior. Parece que la actuación de Carreño difirió notablemente de la de su predecesor, percatándose rápidamente el capitán de que no le serviría para nada la violencia. Según parece, prefirió acudir a la negociación, contrariamente a lo que pasó poco antes con Felipillo, de lo cual se deducirá que efectuó el soldado la toma de conciencia de que resultaría imposible o por lo menos muy difícil vencer a Bayano. Obviamente el cabecilla negro ya disponía de un valioso sistema de defensa capaz de resistir a una expedición capitaneada por un militar tan aguerrido como Carreño, y éste se mostró tan inteligente como para admitirlo. Pero hay más: se puede colegir que el caudillo rebelde se dejó convencer por sus argumentos, después de tratos que ignoramos. No olvidaremos este aspecto de primera importancia, ya que, como veremos más abajo, fue este deseo de llegar a un pacto con el enemigo el que le perdió. Fuera lo que fuere, Carreño presentó Bayano y varios capitanes suyos a Álvaro de Sosa. El gobernador se fió de la buena disposición del jefe cimarrón, y no vaciló mucho en concederle la libertad, creyendo que de este modo conseguiría dar fin a las empresas de sus hombres. De hecho, equivalía esta medida al reconocimiento no sólo de la libertad sino también de la autonomía de los cimarrones encabezados por Bayano. No pasó como lo esperaba el gobernador, por motivos que desconocemos. ¿Tenía segundas intenciones el caudillo desde el principio, prefiriendo valerse primero del fingimiento para evitar la aniquilación de su organización y la muerte para él y muchos de los suyos, aunque estaba bien decidido a volver luego a las andadas, una vez pasado el peligro? ¿Cedió a la presión de sus súbditos, nada dispuestos a renunciar a procedimientos que les permitían mantenerse, dado que el cimarronaje necesitaba del parasitismo para subsistir, en particular en lo que de mujeres se trataba? Lo que sí sabemos es que otra vez se vio obligado Sosa a recurrir a la represión. Cambió de capitán, quizá porque se le incriminó a Carreño por su comportamiento demasiado benévolo para con el líder rebelde. Envió en su contra a Francisco Vizcaino, con una fuerza superior reunida merced a grandes gastos de parte de Panamá y de Nombre de Dios, medida que patentiza la determinación de las autoridades municipales y de los vecinos a acabar con los perjuicios ocasionados por las agresiones de los cimarrones.
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No le sirvieron para nada a Vizcaino los nuevos medios puestos a su disposición con el fin de llevar a cabo su misión, negándose Bayano al enfrentamiento, según una estrategia sobre la cual volveremos más tarde. Si logró ponerle la mano encima, pudo escapar el cabecilla, y, llegado a su pueblo, ordenó el incendio del palenque antes de huir, seguro de que privaría así al enemigo de lo necesario para sobrevivir en la selva. No fue mala idea, ya que le murieron cuarenta hombres al capitán español, el cual tuvo que volver a Panamá. Al fin y al cabo, no le quedó otra posibilidad a Sosa que solicitar de nuevo a Carreño, lo que equivalía a un cambio de estrategia. Efectivamente no renunció Carreño a su primera actitud. Todo lo contrario, y no habremos de olvidarlo cuando evoquemos la estrategia del general Pedro de Ortega frente a los cimarrones posteriores. Volvió al monte en compañía de tres hombres tan sólo, convencido de que no había solución fuera de la negociación, y de que Bayano no le trataría mal debido a su actuación pasada. No resultaría imposible que, entre los dos, se hubieran trabado lazos si no de estima, por lo menos de respeto y confianza. El testigo Jerónimo de Mercado aseguró haber oído decir a Bayano que Carreño «hera buen hombre, valiente e que hera su padre». Sin estas circunstancias no se pudiera explicar el desenlace de las conversaciones. Aceptó efectivamente de nuevo Bayano presentarse en Nombre de Dios, esta vez con un capitán y varios hombres suyos que habían raptado negras últimamente y con las esclavas raptadas. Prueba ésta de que el caudillo estaba dispuesto a llegar a un compromiso con las autoridades. La entrega se efectuó al teniente de gobernador Gonzalo de Ávila, quien no aquilató debidamente la manifestación de buena voluntad de parte del cabecilla, a juzgar por su decisión de condenar al descuartizamiento a uno de los negros, acusado de haber muerto a un español. A no caber duda el fallo exasperó a Bayano. Sacando fuerza de flaqueza, aceptó organizar la reducción de sus vasallos según un plan preparado por las autoridades. Vuelto a sus tierras, no se dio prisa para concretarlo. Un testigo, Bernardo Gallo, fue encargado de dirigirse con un barco suyo al golfo de San Miguel para recoger a Bayano y su gente. Llegado al desembarcadero, encontró a un español enviado como mensajero por la justicia para recordarle al jefe su compromiso. Muerto de hambre, le dijo a Gallo que Bayano ya no quería reducirse. No le quedaba más a éste que volver a Panamá. El cabildo dio un paso atrás, mandando entonces a Francisco Lozano como capitán de una nueva fuerza reunida con la finalidad de «desbaratar»
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a Bayano. No surtió la expedición más efectos que la de Vizcaíno, viéndose obligado Lozano a renunciar después de la muerte de varios soldados de enfermedades, de hambre y de sed2. 2. La guerra Así las cosas, el virrey Mendoza tomó el asunto en mano en 1555, como hemos adelantado en la introducción de este capítulo, acudiendo a Pedro de Ursúa, quien se portó de un modo muy diferente, aunque, en un segundo momento, pareció adoptar los procedimientos de Carreño. 2.1. Los hombres Pedro de Ursúa Toribio de Orteguera, antiguo vecino de Quito, trató de los orígenes del conquistador Ursúa en 1585: «Fue Pedro de Orsúa natural de la ciudad de Pamplona de Navarra, conocido caballero hijodalgo de la casa de Orsúa que por su antigüedad es muy conocida; gran servidor de Su Majestad, muy de veras buen soldado en todas las cosas y casos que en su tiempo se ofrecieron». Fundó en particular la ciudad de Pamplona en el Nuevo Reino de Granada en memoria de su pueblo. Se equivoca el cronista afirmando que el marqués de Cañete le envió desde Lima a luchar en contra de los cimarrones de Nombre de Dios y Panamá. Fuera de este error, parece que estaba bien informado sobre la actuación de los negros rebeldes. Para llevar a cabo su misión, reunió Ursúa a muchos de los partidarios de Francisco Hernández Girón, desterrados del Perú después de la derrota de su jefe3. 2 Documentos del Archivo General de Indias, relacionados con Panamá. Compilado por Antonio Concha, s. j., en enero de 1955. Editados por Juan Antonio Susto. 16 volúmenes manuscritos. T. III, documento 55. 3 Jornada del río Marañón con todo lo acaecido en ella, y otras cosas notables dignas de ser sabidas, acaecidas en las Indias Occidentales compuesta por Toribio de Orteguera natural montañés y vecino que fue de la ciudad de San Francisco de Quito en el Perú, en: Nueva Biblioteca de Autores Españoles 15, Historiadores de Indias, t. 2, edición de A. Serrano y Sanz, Madrid: Bailly Bailliere e hijos, 1909, pp. 307-308. Nació Pedro de Ursúa hacia 1525 en Arizcun, Navarra, y pasó a las Indias en 1543, donde actuó en el ejército realista de Vaca de Castro. Muy pronto se trasladó a Nueva Granada donde fundó las villas de
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Se ilustró después Ursúa en la entrada del río Marañón que le confió el marqués de Cañete. Para la empresa reclutó al celebérrimo Lope de Aguirre, su futuro asesino. Conoció a estos dos personajes, así como al virrey fray Reginaldo de Lizárraga, quien escribió lo siguiente acerca del vencedor de Bayano: Vino después desto el capitán Pedro de Orsúa de Tierra Firme, a quien había encomendado [el marqués] la pacificación de los negros cimarrones, que llaman la pacificación de Ballano; después de pacificados, aunque se entornaron a rebelar, llegó a la ciudad de Los Reyes; era de buen cuerpo y conforme a él gentil hombre; de nación guipuzcoano, si no era navarro; muy bien criado, afable, y parecía en viéndole ser hombre noble; llevábase los ánimos de los hombres tras sí; realmente tenía muchas y muy buenas partes…
En lo que se refiere a la nobleza del personaje, su actitud frente a Bayano, como veremos más adelante deja algunas dudas4. Logró reducir a los cimarrones, escribió Saco, ofreciéndoles la libertad a cambio de la sumisión y de su ayuda en la represión de los futuros fugitivos. Entrando en confianza, los negros aceptaron dar rehenes como prueba de su buena voluntad hasta el final del arreglo. Acaba el historiador con una patética referencia a la deslealtad del virrey: El rey de los negros que se decía Ballano, salió con los rehenes para entregarlos en persona; mas el virrey usando de una perfidia abominable en hombres investidos de su carácter, tomó también al jefe por uno de los rehenes y envióle a España, en donde el negro acabó sus días.
Tomó prestada Saco su relación de los Comentarios reales de los Incas, en que el mestizo Garcilaso de la Vega el Inca, se apiadó del vencido:
Pamplona y Nueva Tudela. Después de ciertas dificultades con la Real Audiencia de Santa Fe, se fue a Panamá en 1556 donde encontró al virrey Hurtado de Mendoza, quien le encargó la reducción de los cimarrones de Bayano. La empresa del río Marañón, iniciada en 1559, le suscitó la enemistad de muchos de sus hombres, en particular de Lope de Aguirre, quien le mandó asesinar el 1 de enero de 1561. 4 Reginaldo de Lizárraga, Descripción del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile (1595-1609), edición de Ignacio Ballesteros, Madrid: Historia 16, 1987, p. 295.
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Con los rehenes salió el rey de ellos, que se decía Ballano, para entregarlos por su propia persona, mas él quedó por rehenes perpetuos, porque no quisieron soltarle. Trajéronlo a España, donde falleció el pobre negro5.
En cuanto al empleo de los hombres de Hernández Girón, se explicó el marqués de Cañete en una carta al rey enviada desde Panamá el 16 de marzo de 1556: Yo halle presos en la carcel del nombre de dios algunos honbres pobres desterrados de el peru por los desasosiegos pasados y castigados corporalmente en manos y açotes y otros en galeras y estos eran los mas baxos y pobres de quantos ovo en aquella rebelion y quexabanse que los principales y que tuvieron la culpa se passean y piden mercedes diziendo que siempre quiebra la soga por lo mas delgado y demas de sus trabajos se morian de hanbre porque como ellos no lo tenian ni se les dava de la caxa sino de limosnas padecian estrema necesidad visto esto y que no se hallaba gente que por ningun precio fuessen a lo de los cimarrones que tengo dado cuenta a vuestra magestad porque ni ay que comer ni vestir ni camino por donde ir tienenlo por cosa de morir en saliendo pero dios lo hara mejor-yo les entregue al capitan para que los lleve consigo y sirban en aquella jornada que sera de tanto trabajo y peligro como donde quiera que fueran bueltos el capitan dara cuenta de ellos para que se pueda hazer de ellos lo que pareciere que conviene al servicio de vuestra majestad6.
Este recurso a los condenados más humildes entre los antiguos hombres de Hernández Girón es muy significativo de las dificultades experimentadas en la lucha contra los cimarrones. Este tipo de guerra, admite el mismo virrey, no les brindaba a los soldados una compensación económica que les Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales de los Incas, segunda parte, lib. 8, cap. 3, en: Obras completas, edición y estudio preliminar del P. Carmelo Sáenz de Santa María s. j., t. IV, B.A.E. 135, Madrid: Ediciones Atlas, 1965, pp. 131-133. El famoso mestizo echó de menos que Diego Fernández no se extendiera sobre la guerra de Bayano («declarando aquel autor que no escribe nada de esto»). Efectivamente sólo se encuentra esta breve alusión en Historia del Perú: «Dio orden [el marqués de Cañete] para evitar los daños de los cimarrones (que son negros huidos); para lo cual proveyó por caudillo a Pedro de Orsúa, con instrucción y capítulos»; op. cit., p. 71. 6 «Carta a S. M. del virrey Marqués de Cañete, dando cuenta de su llegada a Panamá, lo que hizo para asentar las cosas de aquella tierra, noticias que tenía de las provincias del Perú, etc.», en: Roberto Levillier, Gobernantes del Perú. Cartas y papeles. S. xvi, Madrid: Colección de publicaciones históricas de la Biblioteca del Congreso Argentino, 1921, vol. 1, p. 263. 5
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permitiera superar el miedo. Desde su llegada a Nombre de Dios, había visto cuánto importaba iniciar la represión contra el cimarronaje, uno de los motivos que justificaron el gasto de más de 30.000 pesos tomados de la Real Caja, según afirmó Pedro Rodríguez Portocarrero, oficial real de Lima en 1 de febrero de 15577. Bayano Y es que los españoles reconocieron la valentía de Bayano, como por ejemplo Francisco López de Caravantes, quien evocó el «castigo» de los cimarrones por el marqués de Cañete. Bajo su pluma, ya empezó a transformarse la historia en mito: Bayano sufrió la pena capital en Lima, castigo que, como veremos más adelante, muchos quisieran impartirle: Pedro de Ursúa prendió al Capitán Vallano en Tierra Firme que era un negro muy valiente y le llevó a la ciudad de los Reyes en cuya plaza se hizo Justicia del dejando deshecha y castigada la guarida de Vallano y los negros cimarrones que alli se recogian8.
Juan de Miramontes y Zuázola, pasó de la historia al mito en su poema épico Armas antárticas (1608-1615), suministrando algunos datos significativos en cuanto a los orígenes y al comportamiento del personaje. Llegado a Tierra Firme hacia 1575, fue el poeta soldado del general Diego de Frías, mandado por el virrey Toledo para acabar con los cimarrones de Panamá como veremos más adelante. En el Canto IV de la obra, un cimarrón, súbdito del cabecilla negro Luis Mozambique, interlocutor del pirata Oxenham, asegura que, debido al hecho de que se estrellara en la costa el barco que llevaba a Tierra Firme quinientos esclavos, consiguió Bayano escapar de su condición servil, encabezando al poco tiempo la resistencia de los siervos frente a la clase dominante:
7 Pero Rodríguez Portocarrero, oficial real de Lima contra el Marqués de Cañete, 1 de febrero de 1557, en: Roberto Levillier, ob. cit., t. 2, 1924, p. 470. 8 Francisco López de Caravantes, Noticia General del Perú (acabada en 1630), Estudio de Guillermo Lohman Villena, edición de Marie Helmer con la colaboración de José María Pérez Bustamante de Monasterio, B.A.E. 292, Madrid: Ediciones Atlas, 1985, t. 1, p. 96.
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Salió, en tiempo atrás, de Cabo Verde9, cargado de quinientos un navío, que, para que ganásemos, se pierde, tocando, en esta playa, en un bajío. Fuerza será que Panamá se acuerde de cual fue de ésos el gallardo brío, pues, habiendo arribado a nado en tierra, a mover la empezaron cruda guerra. Su Capitán llamábase Ballano, que fue de quien tomó la tierra el nombre, cuyo valiente pecho y diestra mano hazañas intentó de inmortal hombre; pues hizo en Panamá que el castellano de su atrevido osar tal vez se asombre; porque, cual rayo rápido, abrasaba las estancias campestres que robaba. Era de formidable aspecto fiero, corpulento feroz, basto, membrudo, de traza, talle y hábito grosero, de lenguaje bozal, de ingenio rudo; pero de esfuerzos y de ánimo guerrero, tan ágil, denodado, pronto, agudo, que, al claro día ni a la noche oscura, no estaba en parte de él cosa segura10.
9 En Cabo Verde los portugueses agrupaban a los esclavos «rescatados» por las costas de Guinea, es decir, de gran parte del África occidental. 10 Juan de Miramontes y Zuázola, Armas antárticas, hechos de los famosos capitanes españoles que se hallaron en la conquista del Perú (1608-1615). Véase la edición de Rodrigo Miró: Armas antárticas, Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978, Canto IV, p. 75. Citado por Fernando Romero, «El negro en Tierra Firme durante el siglo xvi», en: Actas y trabajos científicos del XXVII congreso internacional de americanistas, Lima: s. e., 1939, t. 2, p. 457. Muy novelísticas parecen ser las informaciones que proporciona Luis A. Diez Castillo a sus lectores a propósito de Bayano. Hasta hoy no hemos encontrado datos que corroboren sus aseveraciones, según las cuales Bayano, quien trabajaba en la residencia del gobernador Álvaro de Sosa, habría oído al virrey Antonio de Mendoza, de paso hacia la capital de su virreinato, evocar una cédula real que había recibido en Nueva España y que concernía la libertad de los esclavos. Habría decidido entonces darse a la fuga para comunicar la noticia a sus compañeros, «dejando así lugar al levantamiento». En: Los cimarrones de Panamá y los negros antillanos, ob. cit., p. 20.
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Antes de adentrarnos en el estudio de los sucesos referidos, nos interesaremos por el nombre del rebelde negro, que, según los textos, adopta una grafía diferente. Encontramos: «Vallano», «Ballano», «Bayano», e incluso «Bayamo». Para José L. Franco, el cronista Antonio de Herrera habría nombrado así al capitán de los cimarrones «confundiéndolo con la ciudad de Vallano que era su capital en el bosque casi impenetrable que los protegía»11. Ahora bien, pasó lo contrario, como lo declara Miramontes en los versos arriba citados. Bayano, cimarrón epónimo, dio su nombre al pueblo, o más bien al río por cuyas orillas se instalaron los esclavos fugitivos que llegó a capitanear y que se llamaba Coquita o Chepo12. Manuel de la Rosa propuso otra etimología, apoyándose en Gonzalo Aguirre Beltrán. Según él, vendría de «vaí» que designa a una etnia que ocupa «una estrecha y larga faja del litoral» de Sierra Leona en África occidental. Últimamente A. Castillero Calvo adoptó esta hipótesis. En realidad fue Fernando Romero quien la presentó por primera vez, y de un modo muy detallado según su costumbre, en un artículo publicado en 197513. José L. Franco, «Rebeliones cimarronas y esclavos en los territorios españoles», en: Richard Price (comp.), ob. cit., p. 47. 12 No cometió este error Antonio de Alcedo, en su Diccionario Geográfico de las Indias Occidentales o América, edición de Don Ciriaco Pérez Bustamante, Madrid: s. e., 1967: «Bayano/ Río caudaloso del reino de Tierra Firme, en la provincia y gobierno de Panamá […] tiene este nombre de un negro, esclavo, fugitivo de su amo, a quien se agregaron otros muchos de esta clase haciéndose temibles en aquellas montañas por las correrías y atrocidades que ejecutaban en cuantos españoles podían haber a las manos hasta que el virrey del Perú, marqués de Cañete, al pasar por aquel reino a su virreinato, comisionó de orden de la Corte al Capitán Pedro de Ursúa para destruir y castigar aquellos perjudiciales enemigos, como lo consiguió en una dilatada y trabajosa campaña el año de 1555, quedando perpetuada la memoria del suceso con el nombre del río […]». En cambio, la edición de 1994 de la Enciclopedia Espasa-Calpe sigue sosteniendo que el cabecilla cimarrón debe su apellido al río, y le da al nombre de éste el origen siguiente: «Primitivamente se llamó Coquita y Chepo, pero los españoles le dieron su nombre actual en memoria de un italiano natural de Bayas, y llamado por esto el Bayano, que tomó parte en la expedición Tello de Guzmán y pereció ahogado en las aguas del río». 13 Gonzalo Aguirre Beltrán, La población negra de México, México: Fondo de Cultura Económica, 1972. Citado por Manuel de la Rosa, «El negro en Panamá», en: Luz María Martínez Montiel (coord.), Presencia africana en Centroamérica, México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993, p. 224. A. Castillero Calvo adopta esta proposición, afirmando que a Bayano el nombre «le viene de la etnia vai, a la que se agregó el sufijo portugués ano»; en: Historia General de Panamá, ob. cit., p. 429. El historiador panameño utilizó los datos propuestos por el investigador peruano Fernando Romero en «El “rey 11
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Parece que habría que buscar por otros caminos que llevan un poco más al oeste, aunque estamos de acuerdo con F. Romero cuando, apoyándose en A. Phillip Curtin, afirma que en el período 1548-1560 el 89,9% de los negros que llegaban al Perú, pasando pues por Panamá, procedían de la región denominada por entonces «ríos de Guinea»14. Entre los antiguos yorubas15, en la actual Nigeria, Bayanni era el hermano mayor de Changó, cuarto rey legendario de Oyo, quien tenía el poder de hacer caer el trueno según su voluntad. Se consideraba a los reyes de Oyo, los «alafines», como sus descendientes. Como Changó, Bayanni, debido a su bondad y su elegancia, llegó a ser un orisha, es decir, un dios intermediario16. En lengua yoruba bayanni significa «ídolo» u «objeto venerado para los fieles del dios del trueno»17. Tal etimología encajaría perfectamente con el papel que desempeñó el personaje, cuyo poder era a la vez político y religioso. Los historiadores que se interesaron por el caso de Bayano, como por ejemplo A. Fortune, se inspiraron en gran parte de las páginas que el franciscano fray Pedro de Aguado le consagró en su Historia de Venezuela publicada en Santa Fe de Bogotá en 158118. Volveremos a este docuBayano” y los negros panameños en los mediados del siglo xvi», Hombre y Cultura. Revista del Centro de Investigaciones Antropológicas 3 (1), diciembre de 1975, p. 11. 14 F. Romero, ob. cit., p. 10. 15 Es verdad que los portugueses solían agrupar a los negros procedentes de la Costa de los Esclavos, a la que pertenecían los yorubas, en la isla de São Thomé, en el golfo del Benín. Pero es posible que la referencia a Cabo Verde que encontramos en Juan de Miramontes y Zuázola no sea más que un tópico literario. 16 R. P. Paul Falcon, «Religion du vodun», Etudes Dahoméennes 18-19, Cotonou: Institut de Recherches Appliquées du Dahomey, 1970, p. 30. 17 Jean-Pierre Angenot, Jean-Pierre Jacquemin y Jacques L. Vincke, Répertoire des Vocables Brésiliens d’origine africaine, s. l.: Université Nationale du Zaïre, Faculté des Lettres, Centre de Linguistique Théorique et Appliquée, 1974, p. 17. 18 José de Acosta se refiere a un percance ocurrido a un santo varón que permitía deducir que los cimarrones de Bayano eran capaces de generosidad frente a gente de buena voluntad. Se encuentra en la «Peregrinación de Bartolomé Lorenzo» dirigida por el jesuita al general de la orden Claudio Aquaviva en 8 de mayo de 1586. El portugués Bartolomé Lorenzo, quien se haría luego en Lima hermano coadjutor, decidió, después de desembarcar en Nombre de Dios, cruzar el istmo andando hasta Panamá con un compañero «sin miedo ninguno de los cimarrones, aunque todos se lo ponían»: «Cerca de la venta de la Quebrada les salieron los negros con sus lanzas y ballestas, como ellos usan, y había poco mataron unos pasajeros por robarlos. Lorenzo se llegó a ellos sin miedo, no sabiendo que aquellos eran los cimarrones, y con mucho contento les preguntó el camino, y diciendo ellos qué llevaba, sacó de la capilla de su capa bizcocho y convidó con él al más viejo, que era el capitán; y los negros, vista su simplicidad, se rieron y hablaron
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mento para valorizar la actuación de los cimarrones y su manera de vivir19, tomando en cuenta por supuesto que el fraile de ningún modo podía hacer caso omiso de su condicionamiento cultural20. 2.2. La polemología cimarrona En el primer enfrentamiento, que se produjo entre quince soldados, mandados por Ursúa y capitaneados por Pedro de la Fuente, y diez hombres de Bayano, éstos dieron prueba de su aptitud para aprovecharse de un terreno particularmente hostil al movimiento de tropas clásicas, estorbado por la espesura de la vegetación (el «arcabuco»), un clima caluroso y húmedo y el peso de las armas. La superioridad numérica y técnica no les era de mucha ayuda a los españoles: […] les hera [a los negros] muy fauorable el tiempo y la tierra, porque haziendo vn dia muy blando y pardo, dejavase caher vna menuda agua que mojando la tierra, que alli hera asperisima y acompañada de grandes y rresualosos peñascos, hazia que los negros con liberalidad y lijereza saltasen de peña en peña y de una parte a otra, lo qual les hera muy dificultoso y pesado
entre sí su jeringonza, y no sólo no le hicieron mal, pero le ofrecieron del pescado que traían, y él les preguntó por su pueblo, que era Ballano, y dijo se quería ir con ellos, y entonces le desengañaron que en su pueblo no había español ninguno, y que prosiguiese su camino para Panamá, y le dieron que le guiasen dos negros valientes para pasarle el río, que venía crecidísimo. Y aunque Lorenzo y su compañero sabían bien nadar, mas no pudieran atinar con el paso donde habían de salir, por ser todo arcabuco y montaña tan cerrada como sabemos los que lo habemos pasado. Dábales el agua a los pechos por el río y si no fuera por los guías que les dió el capitán, sin duda se perdieran. De modo que los que a otros suelen saltear y quitar la vida, a Lorenzo, por su buena fe, se la dieron, y así se maravillaban después todos los españoles de la humanidad que con ellos habían usado, y él se maravillaba también que aquellos fuesen los cimarrones tan temidos». En: Obras del Padre José de Acosta, estudio preliminar y edición del P. Francisco Mateos s. j., B.A.E. 73, Madrid: Ediciones Atlas, 1954, p. 311. 19 Fray Pedro de Aguado, Historia de Venezuela, edición de Jerónimo Bécker, Madrid: Establecimiento tipográfico de Jaime Ratés, 1919, t. II, pp. 183-250. Se puede consultar una edición modernizada con el título de Recopilación historial de Venezuela en Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 1963, t. 2, pp. 599-630. Elsa Mercado Sousa ofrece un resumen de los hechos en ob. cit., pp. 219-218. 20 Podríamos adoptar la advertencia de R. Price acerca de Palmares: «Nunca devemos esquecer que quase tudo que sabemos sobre Palmares deriva das palabras escritas por seus inimigos mortais»; en: «Palmares como poderia ter sido», ob. cit., p. 53.
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a los nuestros, y asi no podían juntarse con los henemigos a pelear como ni quando querian21.
A través de todo el relato, no dejó Aguado de insistir en las condiciones en que los españoles habían de actuar, y que hacían de esta guerra una de las primeras guerras de guerrilla del Nuevo Mundo22. No nos parece erróneo hablar de una polemología propia de los cimarrones que intentaban sacar fuerza de flaqueza, haciendo del ecosistema su mejor aliado para debilitar a sus perseguidores, faltos de la innata o adquirida adaptación necesaria para vencer los obstáculos naturales. A esto se añadía un condicionamiento del adversario típico de lo que sería luego la guerra de guerrilla. Los cimarrones escogían los momentos de enfrentamiento, cuando les parecía que el enemigo tenía la moral muy baja, debido al cansancio, al hambre, y al miedo. Nunca sabía, en «tan obscuras montañas como aquellas del Nombre de Dios son»23, cuándo y de dónde podían surgir los negros, de ahí la necesidad de mantener viva la atención y de privarse de sueño reparador. Una serie de hostigamientos le impedía recobrar las fuerzas necesarias acentuando el debilitamiento: «…la lijereza de aquellos baruaros hera tanta que en su mano estaua el esperar o arremeter o huyr […]»24. Era del todo infructuoso cualquier intento de persecución dados la ligereza de los negros, su conocimiento de los lugares y el cansancio de los españoles, como nota Aguado evocando la primera actuación dirigida por Pedro de la Fuente: […] se dieron a huir y esparcirse ligeramente por la montaña y arcabuco que en su fauor tenian, saltando con grande belocidad y facilidad de una Aguado, ob. cit., pp. 188-189. De entonces en adelante las organizaciones cimarrones se valdrían de tales circunstancias para su defensa, siendo quizá el ejemplo más conocido el del quilombo de Palmares. A este respecto, expone Flávio Gomes los obstáculos que tenían que vencer las expediciones de represión en contra de dicho quilombo: «Havia ainda as picadas de mosquitos e cobras e as febres que assolavam os integrantes das expedições. Era comun que mais da metade dos soldados chegasse em Palmares totalmente estropiada. A floresta tornava-se, portanto, inimiga daqueles que tentavam reescravizar os fugitivos […] Além disso, as tropas lutavam na maior parte das ocasiões contra um inimigo quase invisível. Não era fácil aproximarse dos mocambos. As vezes sequer era possível encontrá-los. Quando isso acontecia, achavam somente mocambos abandonados». Flávio Gomes, Palmares. Escravidad e libertad no Atlántico Sul, São Paulo: Ed. Contexto, 2005, p. 56. 23 Aguado, ob. cit., p. 187. 24 Íd., p. 188. 21
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en otra peña casi menospreciando a los españoles si tras hellos quisiesen seguir25.
Y cuando se efectuó de veras el primer enfrentamiento, los negros con fuerzas nuevas, además del efecto de sorpresa evocado más arriba, se las arreglaron para no ofrecerse como blanco a los pesados arcabuces que tanto temían y rebajar aun más la moral de sus contrincantes por sus alaridos: Se les fueron azercando con muy grandes muestras y alaridos de plazer, dando en el ayre y sobre grandes peñas que por la uia se les oponia, muy ligeros saltos, para con rrepresentarse de esta suerte delante de los soldados españoles amedrentallos y prouocallos a huir; y tan metidos uenían en esto, que aunque desde lejos descubrieron y uieron a los nuestros jamas se cuitaron detener hasta llegar a barloar y encontrarse con ellos26.
El hostigamiento alcanzaba una dimensión psicológica, acudiendo los negros a una especie de guerra de nervios27. Ursúa tomó personalmente las cosas en mano organizando una doble expedición. En octubre de 1555 encabezó a unos cuarenta soldados que se dirigieron por vía terrestre hacia el pueblo de los cimarrones, confiando a su maestre de campo Francisco Gutiérrez el mando de otros treinta hombres que se encaminaron hacia el mismo lugar por el mar con las «municiones y uituallas necesarias». Reunidos ambos grupos, se enfrentaron con dificultades naturales de las que obviamente se aprovechaban los rebeldes para proteger su ranchería de parecidas expediciones. Salido Fuentes del campamento instalado en la costa, en la segunda jornada, dio con rastros que llevaban a una ciénaga «algo honda y de mal pasaje»28.
Íd., p. 190. Íd., p. 192. 27 R. Price nota rasgos comunes en la defensa de palenques situados en otros ámbitos y en una época posterior, muy parecidos al arte de pelear de los cimarrones de Bayano: «Para asombro de sus enemigos europeos, cuyas tácticas rígidas y convencionales fueron aprendidas en los campos de batalla abiertos de Europa, estos guerreros altamente adaptables y móviles tomaron el máximo de ventaja de los ambientes locales, atacando y retirándose con gran rapidez, poniendo con frecuencia emboscadas para coger a sus adversarios en fuego cruzado, peleando sólo cuando y donde ellos escogían […]». Sociedades cimarronas, ob. cit., p. 17. 28 Aguado, ob. cit., p. 204. 25
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Esta situación patentiza la habilidad de los negros para valerse del ecosistema como defensa natural, de que dieron pruebas en otros lugares como, a principios del siglo xviii, en el palenque de San Basilio cerca de Cartagena de Indias, situado entre los montes de María y un río de orillas cenagosas29. El mismo Bayano conocería el litoral africano donde ciertos pueblos utilizaban las lagunas como defensa natural, como fue el caso, por ejemplo, en Nigeria o en Ganvié, en la actual República del Benín. Fue lo que decidió Ursúa al alcanzar el pueblo, situado a unas quince leguas del mar, adentrándose en la montaña por un camino más corto, a partir de un campamento establecido en la costa. El peso de las armas y de los víveres aminoró la progresión de los españoles a través de las ciénagas, de los pantanos y de los manglares. Todo da a entender pues que Bayano escogió el lugar por su configuración estratégica, lo cual se deduce de la descripción de Aguado: […] se partió con la guia que lleuaba [un negro preso] por camino asperísimo y dificultoso y de muy gran trabajo para los soldados, que no solo auian de yr cargados de sus espadas y rrodelas y otras armas y municiones necesarias para la guerra, pero de toda la uitualla y comida que por el camino auian de comer, y aun desto no se proueyeron tan uien como hera razon, creyendo hallar por el camino algunas estancias o cortixos de los negros donde proueherse de lo necesario, lo qual les salio al rreues. En lugar de esto topauan muy largas cienigas y plantanos y otros atolladares y manglares que los aflijian y angustiauan demasiadamente, lo qual fue causa de detenerse en este camino mucho mas tiempo del que deuian tardar, porque en quinze leguas de camino se tardaron y detuuieron beinte y cinco dias30.
De estas líneas se puede deducir que el enemigo estaba prevenido del avance de la pequeña tropa de Ursúa merced a sus centinelas. Los arcabuces, si bien eran sumamente temibles en una pelea clásica —y provocaron efectivamente ciertas bajas entre los cimarrones—, no eran al fin y al cabo de mucha ayuda en contra del arte de pelear de los cimarrones, quienes sin embargo sólo manejaban arcos y ballestas. Ésta fue la conclusión del general Ursúa. Decidió, con mucho realismo, cambiar de estrategia y 29 En las Guayanas, los pueblos de cimarrones estaban también asentados en lugares pantanosos; véase: R. Price, Sociedades cimarronas, ob. cit., p. 16. 30 Aguado, ob. cit., pp. 211-212.
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acudir al ardid e incluso a la traición. Tomó su decisión al ver la ranchería de Bayano, la cual, a decir la verdad, era un verdadero oppidum: probaba que la polemología cimarrona integraba la arquitectura y la ingeniería militares. Se encontraba en la cumbre de un cerro en forma de arista, protegido por los fosos naturales de unos «profundos despeñaderos». Era muy fácil defender los dos estrechos caminos que le daban acceso por los pendientes. Por si fuera poco las entradas al pueblo estaban fortalecidas con recios palenques, sistema posiblemente heredado de África31. Entre los bohíos se habían cavado hondos hoyos que servían de silos para almacenar víveres32. Según parece sólo tenía el lugar un uso militar, ya que las mujeres, los niños y los ancianos vivían en otros pueblos que no consiguieron descubrir los españoles antes de vencido Bayano33. 31 Notemos que los africanos no desconocían este sistema de defensa. La capital del famoso reino de Benín situado en Nigeria occidental, descubierta en 1472 por los portugueses, estaba situada en una región de ciénagas y la rodeaba un alto palenque de dos metros. Véase H. Baumann y D. Westermann, Les peuples et les civilisations de l’Afrique, Paris: Payot, 1970, p. 349. De manera que no es nada seguro que los cimarrones hubieran imitado el sistema de defensa de ciertos pueblos de indios del Nuevo Reino de Granada, como lo da a entender Jaime Jaramillo Uribe apoyándose en Aguado: «En el siglo xvi Fray Pedro de Aguado, al referirse a la conquista de los territorios de la cordillera central situados entre Vitoria y Remedios, habla de que estos indios, los pantágoras, rodean sus pueblos de palenques, es decir de fortificaciones hechas con palos»; en: «Esclavos y señores en la sociedad colombiana del siglo xviii», Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 1 (1), Bogotá, 1963, pp. 45-46. Desgraciadamente la documentación acerca de la defensa del palenque de Bayano no suministra tantos detalles como la que explotó Zoila Danger Roll acerca del palenque del Frijol en Cuba que cayó en 1816: «Para impedir que sus enemigos se acercaran al palenque y los sorprendieran, preparaban estacas muy agudas de palo de cuaba, con una hendidura horizontal; las colocaban regadas a lo largo de las veredas falsas, abiertas por ellos en las proximidades, en dirección al palenque; las cubrían con pajas y al ser pisadas éstas, se clavaban en el pie del enemigo, impidiéndoles cuando menos continuar la marcha, porque quedaban por el momento inutilizados (ob. cit., p. 46)». 32 Extraña algo el aspecto de estos silos cavados. En África, los graneros, a menudo construidos sobre pilotes, solían ser de madera o de arcilla cocida. Los graneros cavados en el suelo se encontraban en la civilización chamítica oriental, de donde había poca posibilidad que procedieran los cimarrones. Véase H. Baumann y D. Westermann, ob. cit., p. 53. Sería posible que en estos silos se almacenaran tubérculos como el ñame o la batata que no necesitaban tanto de un aire seco para conservarse sino más bien de un ambiente fresco. 33 Aguado, ob. cit., pp. 212-213. No se sabe todavía dónde se ubicaba exactamente el palenque. Ciertos historiadores hablan de la sierra de Chepo y otros, de la cordillera de San Blas; véase C. A. Araúz Monfante y P. Pizzurno Gelós, ob. cit., p. 135.
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En el futuro los más famosos de los palenques de cimarrones adoptarían una configuración parecida34. Citaremos el caso del real de Yanga, cerca de Córdoba, en la región de Veracruz. El ejército organizado por el virrey de México Luis de Velasco en 1609, cuenta un miembro de la expedición, el padre jesuita Juan Laurencio, se fue en busca del pueblo de los fugitivos entre «la aspereza de aquellas sierras». Desde un río acabaron por descubrirlo «colocado en lo alto de la sierra, en ventajosa situación, por naturaleza y por arte». Protegía su acceso primero una especie de baluarte en «unas grandes peñas tajadas, que por lo alto, coronaba una zeja, a modo de muralla, tras de la qual se encubría mucha gente, esperando que nuestros soldados se empeñaran más en la subida»35. 2.3. Los ardides de los españoles Es muy significativa la explicación que dio Aguado de la evolución táctica de Ursúa: El general Orsua, uiendo y considerando quan en bano le seria y avia de ser el pretender por guerra subjetar los negros y benir en rrompimiento con ellos rrespeto de las uentajas dichas, tuuo formas y maneras como tener tratos y comercyo con ellos y con su negro rrey […]36.
Equivalía a admitir la superioridad estratégica de los cimarrones, lo cual no era poca cosa. Imaginó pues el caudillo español valerse de la ingenuidad de esta gente, quien, en el pasado, había tenido «tratos y conciertos» con 34 Es de notar la precisión de la descripción suministrada por Aguado, la cual nos permite proponer la gráfica que viene más abajo. João José Reis precisa que, incluso para Brasil, tenemos pocas representaciones cartográficas. El mapa del Buraco do Tatu, de 1763, llama la atención por aspectos que acabamos de evocar a propósito del palenque de Bayano: «Mapa e legenda deixam a vívida impressão de uma comunidade de fugitivos iteligentemente organizada, eficiente, bem protegida e perigosa para a ordem escravocrata. A engenharia militar, a simetria das casas, a produção de alimentos, a liderança política, a autoridade religiosa (vide a «feiticeira» morta), a resistência ao ataque, testemunham a presença de um inimigo superior». João José Reis, «O mapa do Buraco do Tatu», en: Liberdade por un fio, ob. cit., p. 504. 35 Citado por Francisco Javier Alegre s. j., Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España, t. 2, libros 4-6, años 1597-1635, edición de Ernest J. Burros s. j. y Félix Zubillaga s. j., Roma: Institutum Historicum S. J., 1958, pp. 177-178. 36 Aguado, ob. cit., p. 214.
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el gobernador. Así que intentó conectarse con Bayano, dándole a entender que renunciaba a toda represión violenta. No le resultó tan fácil vencer la desconfianza del cabecilla, aunque éste aceptó que se estableciesen contactos entre los miembros de ambas comunidades, a saber los soldados del campamento español sito al pie de la loma y los cimarrones de la ciudadela. Nunca salía su jefe sin la protección de una buena guardia. Durante las entrevistas, se empeñaba Ursúa en convencerle de que su propósito sólo consistía en llegar a un concierto: Sagazmente les decia quel no hera venido sino a dar vn horden qual conviniese para que las dos rrepublicas despañoles y negros tuuiesen asiento y perpetuidad, de suerte que dende en adelante no se hiziesen mal ni daño los unos a los otros, ni se persiguiesen ni rrovasen, proponiendo a los negros, para mas los ynclinar, que pues en aquel su echo auian sido tan fauorecidos de la fortuna y jamas auian sido enpecidos ni dañados ni uencidos de los españoles, que sin duda hera cosa que Dios ynmortal lo permitia y queria que hellos fuesen conseruados en su antigua liuertad, en que el mesmo Dios como a todas las demas jentes del mundo las auia criado, por lo qual le parecia cosa muy necessaria que aquel su trato se efectuase, para lo qual el tenia cunplido y bastante poder de los ministros rreales37.
La hipocresía alcanzaba un viso religioso, dándole a entender a Bayano que los españoles estaban dispuestos a admitir la voluntad de la Providencia divina que no dejaba de protegerle. Era una manera de halagar el legítimo pundonor del cabecilla, tomando también en cuenta sus creencias religiosas que expondremos a continuación. Bien sabía Ursúa que las cosas iban para largo y que no bastaban las palabras por muy melosas que fueran. En las semanas que siguieron, con motivo de comidas y conversaciones, le dio a Bayano muchas pruebas no sólo de benevolencia sino también de amistad. Incluso los soldados trataban a los negros «con toda crianza y cortesía», obedeciendo así a las órdenes. La estrategia militar dio el paso al manejo psicológico, fingiendo admitir Ursúa las reivindicaciones de Bayano como señor de la tierra. A cambio de esta promesa y de algunos regalos a los negros —camisas, bonetes colorados, machetes, hachas— traídos de Nombre de Dios por Francisco Gutiérrez, acabó por desmoronarse la desconfianza del jefe cimarrón.
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Aceptó una invitación para un banquete que presenciaría en compañía de sus hombres. De creer a Aguado, experimentó la necesidad Ursúa de convencer a su gente de que no le quedaba otro remedio fuera del engaño para cumplir con su cometido. Adoptó un tono enfático, digno de los mejores generales de la antigüedad evocados por Tito Livio, para esbozar una pintura negativa de la situación. En un primer tiempo insistió en que resultaría imposible vencer a los cimarrones por las armas. Luego trató del aislamiento de los españoles que no les permitía esperar más socorro. De no encontrar una solución seguirían en adelante los desmanes de los negros, seguros de su invencibilidad. Hecho este preámbulo pasó Ursúa a la evocación de su plan, sugerido posiblemente por reminiscencias de El príncipe, en que Maquiavelo trata de los métodos empleados por César Borgia, quien no vacilaba en acudir al ardid cuando no podía vencer por la fuerza 38. Consistía en envenenar a Bayano y sus hombres durante el banquete, procedimiento que no deja de evocar los usos de la familia Borgia. Después no sería demasiado arduo deshacerse de los sobrevivientes. Francisco Gutiérrez había traído la ponzoña necesaria de Nombre de Dios adonde había ido por víveres. Adivinando que no todos estarían de acuerdo con un plan poco respetuoso del honor militar, se las arregló Ursúa para darles a entender que los fugitivos no merecían la aplicación de las normas vigentes entre gente de armas por ser los cimarrones traidores por antonomasia: Porque con fugitivos y traidores esclauos, auidos y conprados por nuestros propios dineros, tenemos licencia y facultad para usar de todas las cautelas y doblezes necesarios y conuinientes hasta sujetallos y rrestituillos a la seruidunbre a que estan obligados y ellos antes tenían, especialmente questa chusma de negros, contra todas leyes y derechos diuinos y humanos, pretenden no solo hazerse señores de esta tierra, donde ni fueron nascidos ni criados ni ningunos mayores suyos la poseyeron, pero constituir y hazer hellos entre si rrey y señor que los gouernase y mantenga en justicia en aquella forma que hellos pretenden y quieren uir …
Dicho de otro modo, no sólo actuaban en contra del derecho de las gentes que les sometía a la servidumbre legal, sino que su rebelión y sus 38 Maquiavelo, El príncipe (1513), cap. VII, «De principatibus novis qui alienis armis et fortuna acquiruntur».
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pretensiones equivalían en este caso a un crimen de lesa majestad que ponía en peligro el territorio. Hubo más en la progresión retórica del discurso. De esta acusación pasó el caudillo a otra, más trascendental, a la cual no podían resistir los escrupulosos. Se trataba nada menos que de acusar a los cimarrones de herejía. Dada la mentalidad española, marcada por los procesos inquisitoriales de la península, no era poca cosa. Evocó Ursúa las prácticas religiosas de los cimarrones cuyo catolicismo, como veremos más detenidamente a continuación, presentaba aspectos por lo menos dudosos que, si bien se entendían en el contexto de aislamiento en que se encontraban los fugitivos, de ningún modo se podía admitir en pura ortodoxia: […] y lo que es mas es de esagerar y ponderar, que auiendo sido los mas de estos negros bautizados y por la fee del bautismo subjetados a la ley y ffee de Dios todopoderoso y de la santa Iglesia romana, hellos entre si an hereticado y en las cosas tocantes a la rreligion hecho leyes y estatutos muy conformes a su primera gentilidad […]
Buen ejemplo de manipulación so pretexto de pureza de la fe. Esto era el toque de remate destinado a vencer a los posibles contrincantes, caso de haberlos. Y no los hubo, aseguró Aguado, convencido a fuer de buen franciscano de la validez del argumento39. Se estableció una gran confianza entre españoles y cimarrones. Éstos habían construido para sus huéspedes unos bohíos en un llano al pie del cerro. Juntos se daban a la caza de puercos y otras fieras y se ejercitaban en competiciones de tipo deportivo como correr, saltar, tirar barra, que desembocaban en almuerzos y borracheras. Así que de muy buena gana bajó Bayano al convite programado con cuarenta de sus mejores hombres. Antes de acogerles, Ursúa había escondido a unos soldados armados en la recámara de su bohío. A los negros se les repartió vino atosigado. Acabada la comida, les invitó el general a que pasasen a su recámara para regalarles camisas y machetes con una buena taza de vino también mezclado con ponzoña. Quedaron tan sólo Bayano, tres de sus capitanes y otros tres o cuatro negros. A uno de éstos, al entrar en la recámara para recoger el obsequio, le hundió Francisco Gutiérrez una daga en el corazón. El siguiente se percató de la estratagema y se puso a gritar para avisar a 39
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Bayano y a sus compañeros. Los soldados ocultados no les dieron tiempo de reaccionar, aprisionándoles sin mayor dificultad. Otros tomaron sus armas para dirigirse al fuerte donde no encontraron ninguna resistencia, por preferir huir los pocos que se habían quedado en él. En cuanto a los convidados despedidos antes, ya sentían los efectos de la ponzoña cayendo por el camino del regreso. No les quedaba más a los españoles que pasarles las espadas por el cuerpo sin detenerse. Al capitán Pedro de la Fuente le tocó perseguir a los fugitivos del fuerte, derribando a ocho de ellos con arcabuces. Los demás consiguieron ponerse a salvo cruzando un río. Los vencedores recorrieron diferentes pueblos que dependían de Bayano, pero renunció Ursúa a acosar a sus habitantes. Acudió a otro ardid, solicitando de su rey que les diese la orden de reunirse para formar un pueblo a orillas del río de Francisca, según lo decidido por las ciudades de Nombre de Dios y Panamá. A los cincuenta días se había reunido la mayor parte de los súbditos de Bayano que aceptaron la proposición de Ursúa. Después de un descanso de dos meses, todos se dirigieron a Nombre de Dios. Llegados a la ciudad, al cabecilla negro y a algunos de sus capitanes, se les hizo presos pese a las promesas. Bien sería posible que Ursúa tuviera órdenes precisas de parte del marqués de Cañete para emplear cualquier procedimiento con el fin de acabar con Bayano, si nos atenemos a los dichos de Diego Fernández. Asevera el cronista en Historia del Perú: «Dio orden para evitar los daños de los cimarrones (que son negros huídos); para lo cual proveyó por caudillo a Pedro de Orsúa, con instrucción y capítulos»40. A Bayano se le mandó a Lima donde el virrey decidió enviarle a España. En cuanto a los otros negros se les vendió fuera como esclavos del rey. Se dio fin a la expedición con grandes fiestas y se premiaron los servicios de Ursúa. Concluyó Aguado con mucho optimismo que «despues aca no auido otra junta de negros en esta tierra que engendrase sospecha ni temor en estos pueblos, tal como el que de los que e dicho se tubo»41. Toribio de Orteguera compartía el mismo sentimiento en 1585, insistiendo en el castigo que se impuso a muchos de los presos, condenados, a modo de ejemplo, a ser despedazados vivos por perros:
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Diego Fernández, ob. cit., p. 71. Aguado, ob. cit., pp. 221-229.
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[…] y por industria deste buen capitán, en poco tiempo conquistó, mató y aperreó gran cantidad de esta mala gente, prendiendo a su rey, llamado Vallano, y enbiándole preso a Su Majestad del Rey nuestro señor, haciendo grandes justicias munchos de los alzados, enviándolos presos a las ciudades de Nombre de Dios y Panamá, donde eran echados los más dellos por las justicias dellas a los perros para que los despedazasen vivos, porque los viesen los demás esclavos y entendiesen que lo mesmo sería dellos si se ausentasen del servicio de sus amos; y esto parescía convenía ansí para los amedrentar, porque en aquella tierra no hay otro servicio que el de negros esclavos. De tal manera los prendió, castigó y amedrentó, que munchos de los alzados tenían por mejor y más seguro camino volverse al cautiverio y perpetua servidumbre de sus amos, que sufrir la recia y continua guerra que Pedro de Orsúa les daba, de cuya causa se volvían a ella y por munchos años después se vivía en aquellas dos ciudades y se andaban los caminos con gran tranquilidad y sosiego, sin que nadie se atreviese a saltear, ni robar, como de antes lo solían hacer, en lo qual ganó Pedro de Orsúa muncha loa y reputación demás de la que antes tenía, ansí con toda la gente de aquel reino, como con el visorrey que le había enviado42.
Fue preciso esperar hasta 1576 para tener un balance financiero exacto de la empresa del general Ursúa, año en que el tesorero Baltasar de Sotomayor rindió cuentas. En 6 de febrero de 1556, el virrey, marqués de Cañete, había hecho merced a la ciudad de Nombre de Dios de la cantidad de 8.000 pesos sobre la Real Hacienda, 4.000 de socorro y 4.000 prestados que se habían de reembolsar con la imposición de uno por ciento sobre las mercaderías con destino al Perú. A la fecha, o sea veinte años después, ya se había acabado por fin el reembolso, pero el tesorero no dejó de referirse a más de 20.000 pesos procedentes del propio presupuesto del cabildo, aunque estimaba que estas cantidades habían sido bien empleadas, ya que Ursúa consiguió prender a Ballano y castigar a más de 4.000 negros «de que redundo gran utilidad a todo este Reyno»43.
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Jornada del río Marañón…, ob. cit., ibíd. A.G.I., Contaduría 1458, cuentas de 1576.
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3. La vida en el reino de Bayano 3.1. La organización del Estado El comportamiento de Ursúa no era ninguna novedad desde el punto de vista estratégico. A falta de poder derrotar a los enemigos, ciertos conquistadores se apoderaron de sus jefes, como por ejemplo hizo Francisco Pizarro con Atahualpa. Preso Bayano, se desmoronó su reino con tanta más facilidad cuanto que su persona tenía a no caber duda un carácter sagrado, a la usanza africana. Para los cimarrones, Bayano era primero el cabecilla que les protegía de la represión de los españoles. Supo destacarse no sólo por sus capacidades militares que consiguieron preservar la independencia del refugio de los fugitivos sino también por sus cualidades de justiciero, es decir, de gobernador. Esta personalidad corresponde a la imagen tradicional del rey africano, quien necesita infundir respeto a sus súbditos por dichas cualidades que le confieren una dimensión mítica. Fue lo que intuyó Aguado al referirse a los sermones del jefe religioso de la comunidad: Lo que en los sermones e predicaziones trataua o decia, hera persuadir a los oyentes que conseruasen con obstinazion su libertad, defendiendo con las armas en las manos el pueblo y tierra que tenían y poseían, y que sustentasen a su Rrey, que se dezia Bayamo, a quien todos acatauan y rreuerenciauan con la rreuerencia y ouidiencia que al señor y rrey natural se deue, y de la propia suerte que las otras jentes lo suelen hazer, pues los auia de mantener y gouernar en justicia y defendellos de los españoles que los deseaban destruir44.
De paso notaremos la expresión «señor y rey natural» que bien pudiera referirse a una autoridad natural, perteneciendo quizá Bayano a una familia real africana víctima de las rivalidades de que se aprovechaban los negreros. No faltaron ejemplos de orígenes parecidos entre los seres reducidos a la servidumbre en el Nuevo Mundo45. Fuera lo que fuere, lo que sí podemos afirmar es que dicho cabecilla no parecía portarse como un tirano. Tomaba a pecho la defensa de lo que nos atreveremos a calificar de «sentimiento nacional», basado no en una etnia y en una historia comunes sino en un Aguado, p. 197. De Yanga, jefe del palenque establecido cerca de Córdoba, escribió el padre Juan Laurencio que «se decía que, si no lo cautivaren fuera rey de su tierra»; véase F. J. Alegre s. j., ob. cit., p. 176. 44 45
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terruño compartido, sinónimo de libertad y dignidad, tercamente defendido en contra de las agresiones del enemigo, o sea, en una comunidad de intereses o, más bien, de valores. Así que Bayano acaudillaba una nueva estructura política que superaba las divisiones tribales africanas. La sede de su gobierno se encontraba en el fuerte cuyo aspecto llenó de estupor a los mismos españoles. Le rodeaban unos capitanes a quienes confiaría misiones ofensivas y defensivas según las necesidades del momento, sin que interviniera personalmente. La guardia que le rodeaba sin cesar patentizaba la importancia de su papel, de ahí el hecho también de que residiera de un modo permanente en dicho lugar. La mayoría de sus súbditos vivían en lo que Aguado llama «estancias», que eran pueblos satélites de índole agrícola donde se hacían los cultivos necesarios al mantenimiento de la comunidad46. Los soldados de Ursúa tuvieron la oportunidad de visitar unos de ellos después de la captura de Bayano: […] se dieron a recorrer las estancias y cortixos de labor que por allí cerca tenian los negros, donde hallaron y prendieron los estancieros que los guardaban, otros negros y negras que estauan y hallauan muy descuidados deste suceso. Heran grandisimas las labranzas de platanos que estos esclauos tenian hechas y sazonadas para su sustento, sin maiz, yuca, batata y otras legunbres que cultiuaban y senbrauan para su comer47.
Si nos atenemos a la relación de Aguado, ciertas de estas «estancias» o núcleos agrícolas distaban del fuerte, siendo menester esperar unos cincuenta días la llegada de sus vecinos a petición del rey48. Acerca de esta 46 El palenque de Yanga en 1609 también poseía «sementeras de maíz, de tabaco, y calabazas», aunque no se sabe si había una población permanente en ellas; véase F. J. Alegre s. j., ob. cit., p. 178. 47 Aguado, ob. cit., p. 227. Esta economía mixta de recolección y de agricultura caracterizó también el quilombo de Palmares, como subraya Flávio Gomes (ob. cit., pp. 73-74): «En termos econômicos, além da pesca e da caça abundante, os palmaristas, usando a subsistência de sua população numerosa, desenvolveram outras práticas econômicas. Organizaram uma economia de base agrícola. Em torno dos mocambos cultivaram feijão, batata, banana e diversos legumes. A mandioca e o milho eram seus principais alimentos […] Além dos alimentos agrícolas, os palmaristas contavam com uma vigorosa economia extrativa. A floresta que os protegia também lhes proporcionaba alimentos e fontes econômicas divesas. Colhiam frutos, ervas, raízes e plantas silvestres». 48 F. Romero avanza la hipótesis de que «el lugar central de lo que a mediados del siglo xvi se llamaba ‘Bayano’ o ‘Vallano’ pudo estar, aproximadamente, en 78° 40’ O. y 9° 12’ N., a unos 22 kilómetros de la desembocadura del río Coquera y a unos 120 kilómetros,
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situación se puede presentar varias explicaciones. El alejamiento el uno del otro protegía a estos pueblos, impidiendo la aniquilación por el enemigo de las potencialidades productivas del territorio: el mismo Ursúa renunció a descubrirlos todos. A partir de cada uno, en caso de necesidad, se podía enjambrar otras células de supervivencia. Estos núcleos se implantaban quizá en ciertos lugares de acuerdo con sus capacidades productivas y se transformaban en centros de colonización, capaces de asegurar una diversificación en el suministro de víveres. Dada la distancia, gozarían de una administración propia con un mínimo de organización defensiva. Todo lo cual patentizaría una visión prospectiva de desarrollo, no sólo militar sino también agrícola e incluso político49. Esta política de conquista y de dominio territorial se opuso a un obstáculo mayor, el de la resistencia india. Aguado se demoró en este aspecto de una manera que merece nuestra atención. Según parece existía cerca de la fortaleza de los cimarrones un pueblo indio llamado Caricua50 cuyos vecinos habrían sido reducidos a la esclavitud «con rigurosa violencia» por los fugitivos. Ésta es por supuesto la versión de los españoles. Lo que sí se puede afirmar al leer el texto es que no tardó en manifestarse un mestizaje al que, de un modo extraño, no volvió a aludir el fraile. Ahora bien se puede emitir la hipótesis de que entre los súbditos de Bayano no pocos eran zambos, lo cual nos permite establecer una relación con lo que pasó exactamente en la misma época en la provincia de Esmeraldas en la jurisdicción de la Real Audiencia de Quito, donde los «mulatos», o sea, los zambos, acabaron por sustituir a los negros de Alonso de Illesen línea recta, de Nombre de Dios»; en: «El ‘rey Bayano’ y los negros panameños en los mediados del siglo xvi», ob. cit., p. 21. 49 Como veremos más adelante, se amplió y se perfeccionó este sistema con lo que llamaremos la «confederación» de Bayano. El quilombo de Palmares, en el siglo xvii, adoptó este sistema, insiste Flávio Gomes: «O grande mocambo de Palmares não estava, no entanto, concentrado em um único lugar. Ao contrário, reuniú várias comunidades [mocambos] interdependentes e articuladas no nordeste açucareiro de Pernambuco e Alegre» (ob. cit., p. 10). Esta situación permitía garantizar «el sustento tras el ataque y la devastación subsiguiente», enfatizan Javier Laviña y José Luis Ruiz-Peinado en Resistencia esclavas en las Américas, Aranjuez: Ediciones Doce Calles, 2006, p. 138. 50 Para F. Romero, «caricua» sería una deformación de «camicua», que era una de las provincias de Panamá según la «Relación histórica y geográfica de la provincia de Panamá», escrita en 1640 por Juan Requejo Salcedo (t. VIII de la Colección de Libros y Documentos Referentes a la Historia de América). Pertenecían al grupo de los indios kuna; en ob. cit., p. 37.
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cas51. En 1609, Yanga, en Veracruz, para compensar la falta de mujeres, también se veía obligado a raptar indias52 . De no haber conseguido vencer Ursúa a Bayano53, quizá se hubiera manifestado no muy lejos de Nombre de Dios una situación algo parecida a la que hemos estudiado en otro trabajo. Queda por preguntarse qué otras ventajas habrían sacado los cimarrones de este encuentro, en el ámbito de los usos en materia de agricultura por ejemplo: no sería muy arriesgado afirmar que los cimarrones les debían mucho. Y también en el ámbito cultural: hábitat, expresión, etc. Desgraciadamente Aguado no nos suministra detalles al respecto. Veamos lo escrito por el franciscano: Auia junto a donde estauan fortificados vn pueblo de yndios llamado Caricua, cuyos moradores auian sujetado y puesto debajo de su seruidunbre con rrigurosa biolencia, quitandoles las hijas y mujeres y mezclandose y enboluiendose hellos con ellas, donde se engendraua otra diferente mestura de jente, en el color bien desemejable a la del padre ni a la de la madre, los quales aunque son llamados mulatos y por esta mestura lo son, tienen muy poca similitud a los hijos de negras y de blancos, y asi, por oprouio, los que actualmente son mulatos llaman a los que son desta mezcla que e dicho de negros e yndias, zanbahigos, como a jente que no merece gozar de su honrroso nonbre de mulatos […]54.
51 Jean-Pierre Tardieu, El negro en la Real Audiencia de Quito. Siglos xvi-xviii, Quito: I.F.E.A./Abya-Yala/COOPI, 2006. 52 F. J. Alegre s. j., ob. cit., p. 176. 53 En el penúltimo capítulo de su primera novela, titulada Ursúa (Bogotá: Alfaguara, 2005), el novelista colombiano William Ospina se refiere a la resistencia de los esclavos de Panamá encabezada por Felipillo y Bayano. En cuanto a éste, evoca la represión confiada por el gobernador a Gil Sánchez Morcillo y Francisco Carreño. Pero no precisó que fue su protagonista quien venció por fin al rey de los cimarrones. Es verdad que la elaboración literaria no ha de limitarse a la realidad histórica. 54 Véase el análisis que propongo del término zambahigo en «La taxinomie du métissage en Amérique latine: quelques aspects sémiologiques», Transgression et stratégies du métissage en Amérique coloniale, Coloquio del Centre de Recherches sur l’Amérique Espagnole Coloniale de l’Université Sorbonne Nouvelle-Paris III, 28-29 de noviembre de 1997, en: Les Langues néo-latines 305, 1998, pp. 11-22.
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Cuadro n° 1. El sistema palenquero de Bayano
3.2. La religión nacional El esbozo de sentido nacional que estaba surgiendo en el territorio gobernado por Bayano se enmarcaba en un contexto religioso particular. Aparentemente no se produjo el rechazo por completo de la religión de los antiguos amos, dados el poder de la alienación y quizá la variedad del
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sustrato africano en esta materia. El reino se forjó una religión de estado, a imitación del catolicismo enseñado por la sociedad dominante, con visos que denotan una posible herencia africana55. Su papel consistía en reforzar la adhesión de los súbditos para con su rey, quien adquirió de este modo una legitimidad de tipo divino. Éste sería el «credo» de la religión nacional que adoptó por mimetismo los ritos y la liturgia cristiana, olvidándose de su significación, por lo menos si nos atenemos a las aseveraciones de fray Pedro. Al mayor responsable, el «perlado espiritual», le confirieron los negros el título de «obispo»56. Presidía las ceremonias vestido con «vna camisa de una negra y sobre hella vna tunica de grana»57. No cabe duda de que 55 El padre Juan Laurencio se refiere, en su relación de la guerra de 1609 contra Yanga en Veracruz, a las prácticas católicas de los súbditos del rey cimarrón, sin aludir a un posible sincretismo. Durante el último enfrentamiento, Yanga se había quedado con las mujeres en la iglesia de su campamento «[…] donde, con candelas encendidas, en las manos, y unas flechas, incadas delante del altar, perseveraron en oración, mientras duraba la pelea, que al fin, aunque facinerosos y perversos, obraba en ellos aún el amor y la veneración a las cosas sagradas» (F. J. Alegre s. j., ob. cit., p. 180). 56 Ob. cit., p. 195. Unos años antes de los acontecimientos de Panamá, entre 1552 y 1555, en las minas de la Nueva Segovia de Barquisimeto, Venezuela, encabezó un grupo de cimarrones el esclavo criollo de origen puertorriqueño Pedro del Barrio, más conocido como rey Miguel. En el pueblo fortalecido que construyó había una iglesia donde decía misa cada día un «obispo». Cumplía con este cargo un antiguo negro de las minas que disfrutaba del apodo de «el canónigo», lo cual denotaba, no cabe duda, alguna propensión a lo religioso. Suministran la información fray Pedro de Aguado en Historia de Venezuela, t. 1, Madrid: Real Academia de la Historia, 1918, y fray Pedro Simón, Noticias Historiales de Venezuela, en: Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, Caracas: s. e. 1963, t. 1, pp. 208-215. La completa José de Oviedo y Baños, Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, t. 1, Madrid: s. e., 1885, pp. 218-221. Se consultará para más datos a Ricardo E. Alegría, «El rey Miguel. Héroe puertorriqueño en la lucha por la libertad de los esclavos», Revista de Historia de América 85, enero-junio 1978, pp. 9-26. Nos demoraremos algo en el comentario que hace el historiador venezolano del término «obispo»: «Lo más probable es que el ‘obispo’, además de ser una imitación de la dignidad de la iglesia católica, fuese también el hechicero o brujo característico de las culturas africanas». Es de suponer más bien que este responsable religioso de la comunidad cimarrona dirigía prácticas más o menos sincréticas, como pasó para los negros de Bayano. Nos inclinan hacia esta hipótesis el hecho primero de que Miguel era, según Aguado, «negro muy ladino en lengua castellana» y el primer apodo del «obispo». De esto a la brujería o hechicería africana hay un trecho. Obviamente ya había hecho su faena la aculturación, lo cual hacía muy difícil una completa reanudación de las creencias tradicionales. 57 Ob. cit., p. 197.
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a los cimarrones les había producido una fuerte impresión el boato de la liturgia católica, elemento de compensación en su mísera existencia, hasta tal punto que quisieron reproducirlo para reforzar su afirmación identitaria58. Actuaba en un «santuario», especie de iglesia —no se atreve Aguado a pronunciar la palabra— posiblemente situada en la cumbre del cerro. Aparentemente, los ritos no se diferenciaban de los que habían practicado los antiguos esclavos bajo la dominación de los españoles. Ahora bien no dice nada Aguado en cuanto al conocimiento que tenían los cimarrones de su significado, aunque debía de quedar algo en su memoria a juzgar por las predicaciones y las lecciones de catequismo impartidas por dicho obispo a sus fieles. Les bautizaba y les decía misa […] alli [en el santuario], en presencia de todos los circunstantes que le yban a huir [por oír] y a uer, ponian un jarraco de bino y un buen bollo de pan que hellos tenian, y cantando cierto cantar en su lengua materna, le rrespondian los demas que le estauan oyendo y alli, en presencia de todos, se comia el pan y uibia el bino, y con esto e con comer el pan y beuerse el uino acauaua su oficio y quedauan todos satisfechos, lo qual se hazia y oya con mucha atencion y debocion59.
Llama la atención la referencia a la «lengua materna» que usaba el «obispo» cuando decía misa. ¿Qué idioma vernáculo se había sustituido al El gobernador de Venezuela, Luis de Rojas, en escrito a la Corona el 16 de abril de 1586, dijo de los cimarrones «del mariscal Castellanos» que, en su pueblo, «tenían uno de los negros que andaba con sobrepelliz y bonete, el cual les decía misa, bautizaba los muchachos que nacían […]»; véase M. Acosta Saignes, ob. cit., p. 184. Según una relación de las entradas de 1677 de Fernão Carrilho a los quilombos de Palmares, en Brasil, un negro desempeñaba el papel de sacerdote, de una manera algo parecida a la del «obispo» de Bayano: «Y aun cuando estos bárbaros han olvidado todo, excepto su subyugación, no han perdido por completo la fidelidad a la Iglesia. Existe una capela en donde se reúnen cuando el tiempo lo permite, e imagens a las cuales dirigen su culto […] Uno de los más astutos, al cual veneran como paroco, los bautiza y los casa. Los bautizos, sin embargo, no son idénticos a la forma establecida por la Iglesia y el matrimonio es singularmente cercano a las leyes de la naturaleza» («Relacão das guerras feitas aos Palmares de Pernambuco no tempo do Governador d. Pedro de Almeida», en: Edison Carneiro, O quilombo dos Palmares, 1630-1695, São Paulo: Editora Brasiliense Limitada, 1958, pp. 203-204; citado por R. K. Kent, «Palmares: un estado africano en Brasil», en: R. Price, ob. cit., p. 142). 59 Ob. cit., p. 197. 58
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latín, transformándose así en expresión sagrada? La entenderían los fieles, o por lo menos habrían aceptado que desempeñase semejante papel, lo cual no sería muy extraño, dado el hecho de que muchos africanos suelen dominar varios idiomas. Por lo menos estos negros acudieron a lo que se dio en llamar hoy en día «inculturación». No carece de interés para nuestro propósito la referencia de Aguado al bautismo, pretexto a festejos de recia raigambre africana con bailes y libaciones: En el bautizar las criaturas tenian esta horden: que juntandose y congregandose muchos negros y negras para conpadres y comadres, se iuan todos juntos con la criatura al santuario, y alli lleuauan el bino que podia, donde uibian todos y barlauan [por «bailaban»] y cantauan, lo qual asi mesmo hazia el ouispo, y hecho esto tomaua vn jarro de agua, echauasela encima a la criatura y tornauan todos a bailar y a cantar y a ueuer, y con esto quedaua echo todo lo que auia de hazer, y se boluian a casa de los padres del rrecin [por «recién»] bautizado […]60.
Hecho preso, se negó dicho «obispo» a reconocer el catolicismo como única y verdadera religión, actitud muy significativa de lo genuino de las prácticas de los cimarrones. En el momento de morir rechazó con altivez la confesión y la posibilidad de recibir la absolución y por lo tanto de salvarse «mediante los merecimientos de la muerte y pasión del Hijo de Dios». Pronunció palabras de mucho alcance: […] respondio el baruaro con señales de animo endemoniado, que ya deseaua estar muerto, porque con su muerte y la de sus compañeros pretendia auer entera benganza de la jente de aquel pueblo, porque yendo en espiritu a su tierra trairian copia de jente con que de todo punto destruirian y asolarian la ciudad, por lo qual no pensaua apartarse de la rreligion quel y los suyos tenian, sino hen ella entendian biuir e morir61.
Obviamente sus interlocutores no aquilataron debidamente el discurso que, como veremos, les pareció auténtico sacrilegio. Sin embargo, manifestaba la verdadera índole de dichas creencias. Creían estos negros, como sus antepasados africanos, que la muerte no era un fin, y que la vida en el 60 61
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más allá no constituía de ningún modo una ruptura con la vida terrenal. Por lo contrario gozaban los difuntos de una nueva fuerza que les permitía participar de la existencia de los vivos con más poder. Todo ello remite pues a la ancestrolatría, punto común, como es sabido, de muchas de las religiones africanas62. De modo que, si la alienación tenía más bien algo que ver con la liturgia y los aspectos rituales, seguían vigentes las reminiscencias del culto primordial a los ancestros. ¿No estaría entonces relacionado el bautismo impartido por el «obispo» con la ceremonia del final de la iniciación —fase común también a muchas religiones africanas— como dan a entender los bailes y las libaciones celebrados con este motivo? Pensándolo bien, este extraño cristianismo, nacido de un proceso sincrético entre liturgia católica y sustrato africano, correspondería para esta comunidad afroamericana a una voluntad de construcción identitaria propia. Lo cual permitiría comprender la obcecación del «obispo» y de sus fieles que cayeron presos en los primeros momentos de la guerra. Murieron como verdaderos mártires de la nueva fe que acababan de elaborar, cimiento de su sentimiento nacional. La extensa cita que viene a continuación no deja lugar a dudas: Los demas negros dieron la misma rrespuesta que su ouispo, y asi los uerdugos soltaron ciertos mastines, perros de crescidos cuerpos que a punto tenian para este efeto, los quales, como ya los tuuiesen diestros y enseñados en morder carnes de honbres, al momento que los soltaron arremetieron a los negros y los comenzaron a morder y hazer pedazos, y como los negros tenian en las manos vnas delgadas varillas con que se defendian o amenazauan a los perros sin poder con ellas hazelles ningun daño, herales esto ocasion de henzerder e yndinar mas los mastines, y asi este animal, yracundo mas que otro ninguno, con grandisima rrauia echauan mano con los dientes y presas de las carnes destos miseros negros, de las quales arrancauan grandes pedazos por todas partes, y aunque en estas agonias y trauajos de muerte heran persuadidos los negros a que se rredujesen a la ffee, xamas lo quisieron hazer, y asi despues de bien desgarrados y mordidos de los perros, fueron quitados de las colleras y lleuados a una horca que algo apartada del pueblo tenian echa, y alli los aorcaron, con que acauaron de pagar la pena que justamente merecian rresceuir por su alzamiento y traicion63.
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Véase en particular Louis-Vincent Thomas, La mort africaine, Paris: Payot, 1982. Ob. cit., p. 196.
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Los españoles no podían admitir tal comportamiento de parte de los cimarrones, verdadero martirio por lo sagrado de su nueva identidad, que enmarcaron dentro de los esquemas culturales occidentales. Fray Pedro de Aguado calificó sus prácticas de «abominable superstición», acudiendo a un vocabulario que remite al discurso inquisitorial. Adoptó así el razonamiento de Ursúa en la exhortación dirigida a sus soldados. Bien sabían los cimarrones de Bayano que por muy eficaz que fuera su organización política y militar, no perduraría su reino sin cimientos religiosos originales64. Hubiera sido el crisol donde se plasmara un nuevo hombre, heredero de lo que se dio en llamar hoy en día las «tres raíces» de América. Ahora sí que entendemos el porqué del exilio del cabecilla cimarrón a España, que precedió casi 250 años el de otro famoso defensor de la raza negra en América, Toussaint Louverture, quien, detenido en Haití por las tropas de Napoleón, murió en Francia encerrado en la fortaleza de Joux en 180465. Urgía alejar de las Indias occidentales a un personaje tan peligroso como Bayano que había conseguido concretar otra utopía, El relato de Aguado permite pues ir mucho más allá que la sencilla referencia a la capela de Macaco, la capital de Palmares, que presentan los relatos portugueses. R. Price dice, a propósito de dicha capela, que «não chega sequer a começar a dizer-nos algo sobre a vida ritual, enormemente complexa, desfrutada pelos primeiros quilombolas» («Palmares como poderia ter sido», ob. cit., p. 56). Para mejor valorizar el papel desempeñado por lo que llamamos la «religión nacional» en el microestado de Bayano, interesa reportarse a la evocación de las prácticas religiosas de Palmares tales como las presenta Décio Freitas: «Praticacam uma religião de tipo sincrético na qual se combinavam fragmentos das creenças africanas e do cristianismo dos colonos. Nas capelas de todas as provaçoes as imagens das divinidades africanas partilharam os altares como as de Jesús, Nossa Señora da Conceição e São Brás. Se bem que os documentos falem com bastante freqüência nos sacerdotes palmarinos, nada dizem sobre a sua importancia política e social […] Cabe por admitir que os palmarinos tenham apelados para o sincretismo religioso e a lengua portuguesa como meio de conciliar irredutíveis antagonismos religiosos e lingüísticos» (A guerra dos esclavos, Porto Alegre: Editora Movimiento, 1973, p. 46). Flávio Gomes (ob. cit., p. 81) se muestra más explícito, aunque la expresión «reinventaram Africas» no nos parece adecuada: «Esse hibridismo de práticas e significados religiosos dos palmaristas, bem demonstra de que modo eles reelaboraram culturas própias nos mocambos. Palmaristas —não só africanos, mas também os nacidos na floresta- reiventaram Africas nos mundos coloniais. Cultuavam deuses africanos, santos católicos e criaram novos deuses e significados religiosos em Palmares. De uma maneira geral, percibiam seus deuses como detentores das forças da naturaleza, tal qual na Africa». 65 Para mejor entender la alevosía de que cayó víctima Toussaint Louverture, se consultará Alain Foix, Toussaint Louverture, Paris: Gallimard, 2007. 64
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particularmente peligrosa para el sueño americano66. Bien mirado, conviene repetirlo, cayó víctima Bayano de su ingenuidad67. No sería el caso, en la misma época, de Alonso de Illescas, esclavo procedente, como él de la trata de Cabo Verde68. La gran diferencia entre los dos héroes del cimarronismo, era que el cabecilla de Esmeraldas era ladino, es decir que había vivido varios años en Sevilla, donde como subrayé en otro trabajo, aprendió a no fiarse de la doblez de los españoles en materia de esclavitud. Preso de sus perseguidores, supo arreglárselas para encontrar de nuevo la libertad y no caer otra vez entre sus manos69.
Se puede aplicar al microestado de Bayano el juicio de los estudiosos de los quilombos de Brasil, evocado por José Luis Ruiz-Peinado Alonso (ob. cit., p. 28): «El fenómeno social del cimarronaje, que algunos denominan «aquilombamiento», surgirá con voluntad de establecer un orden paralelo al vigente». Pero conviene no olvidar que el quilombo de Palmares, a diferencia del palenque de Bayano, englobaba «todas las relaciones de resistencia, lo cual convierte al cimarronaje en un movimiento amplio y radical abierto a la creación de nuevos modelos de sociedad», según recalca Clovis Moira («El negro en Brasil: de la esclavitud a la marginación cultural y social», Presencia africana en Sudamerica, 1995). Se acogieron efectivamente a Palmares varios tipos de excluidos por la sociedad colonial: brujas, herejes, homosexuales, delincuentes, criminales, desertores, comerciantes y aventureros (Ibíd.). Pasó algo parecido en el palenque del Frijol en Cuba, a principios del siglo xix, donde había blancos e incluso extranjeros; véase Javier Laviña y José Luis Ruiz-Peinado, Resistencia esclavas en las Américas, ob. cit., p. 52. 67 Se admitirá la primera parte del análisis de F. Romero acerca de Bayano. Habría que matizar la segunda y aun más la tercera con los datos que hemos introducido más arriba, en particular en lo tocante a lo religioso: «Todo parece indicar que deseaba establecer una entidad política que viviera en paz con los blancos, a base de ciertas garantías. No creo que soñara en un «reino» autónomo; sino más bien en un señorío semi-independiente y con carácter propio. No he hallado nada que indique la aspiración a un retorno sentimental hacia el Africa distante» («El ‘rey Bayano’ y los negros panameños en los mediados del siglo xvi», ob. cit., p. 19). 68 En el caso de que la referencia a Cabo Verde no fuera tan sólo un mero tópico literario. 69 Véase el capítulo 2 de El negro en la Real Audiencia de Quito, siglos xvi-xviii, ob. cit. 66
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Anexo
Mandamiento del gouernador para ir a lo de los negros cimarrones Yo, alonso de sosa gouernador y capitan general en este rreyno de tierra firme por su magestad etc.= por quanto por los daños rrobos y muertes que a fecho e de cada dia hacen los negros zimarrones alçados en este rreyno por los montes e arcabucos a esta ciudad e en los caminos estancias e hatos de vacas e mas principalmente agora nuevamente al capitan morcillo con la gente que con el inbio esta ciudad en seguimiento de cuya cabsa han tomado osadia de rrobar y saltear a los que vienen de la cibdad del nombre de dios a esta en muy gran daño de la rrepublica y de la contratación deste rreyno lo qual visto e platicado por mi juntamente con el rregimiento desta cibdad fue acordado que convenia proveer persona con poder de capitan y gente contra los dichos zimarrones para obviar a los dichos rrobos e daños e hacer en ellos el castigo que conviene para castigar e punir las dichas muertes y rrobos pasados y evitar que de aquí adelante no cometan los tales delitos con daño a la rrepublica ni puedan rrecoger los otros negros domesticos que los vecinos deste rreyno tienen en su servicio ni ellos se atrevan a huir dellos con la esperanza de la acogida y favor que tienen de los otros negros zimarrones por ende confiado de vos francisco carreño que sois tal persona que en lo susodicho porneis el cuidado y diligencia que conviene para el servicio de dios nuestro señor y su magestad y bien deste rreyno y rrepublica del con acuerdo del rregimiento desta cibdad vos nombro por capitan contra los dichos zimarrones e vos doi poder en nombre de su magestad para que con la gente que esta diputada que lleveis vais en busca de los dichos negros zimarrones e los podais prender e castigar de los dichos delitos e si se vos defendieren los podais matar e destruir e talar e quemar los pueblos buhios e rroças que tuvieren fecho por manera que no les quede abrigo ni acogida en que se sustentar y acoger de aquí adelante y las mugeres e hijos que tuvieren e los que biuos dellos tomaredes los trayais ante mi para que dellos se satisfaga las costas que en lo susodicho se a fecho y sueldos y partes que vos el dicho capitan y los dichos soldados y por la presente mando a los dichos soldados e gente que con vos llevais que vos obedesca como a tal capitan que para todo lo susodicho e cada una
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cosa e parte dello yo vos doy poder cunplido con todas sus incidencias e dependencias-fecho en panama en dos de mayo de mil quinientos y cuatro =alonso de sosa. Fuente: Documentos del Archivo General de Indias, relacionados con Panamá. Compilado por Antonio Concha, s. j., en enero de 1955. Editados por Juan Antonio Susto, 16 volúmenes manuscritos. T. III, documento 55.
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Capítulo III
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Por cuanto habiendo entendido los muchos daños, robos y muertos que han hecho y cada día hacen los negros cimarrones que han andado y andan alzados contra nuestro servicio en la provincia de Tierra Firme, y los corsarios que con ellos andan alzados, para obviar los dichos daños del hacer y castigar los dichos negros y corsarios habemos acordado de mandar se les haga guerra. El rey, 13 de mayo de 1571.
Acordémonos de lo que dijo fray Pedro de Aguado acerca de la destrucción del microestado del rey Bayano: «despues aca no [ha] auido otra junta de negros en esta tierra que engendrase sospecha ni temor en estos pueblos, tal como el que de los que e dicho se tubo». Importa notar la última parte comparativa de la frase, porque sería pecar de ingenuo, si nos referimos a la documentación, creer que de entonces en adelante las mismas causas no produjeran los mismos efectos. Si dichos lugares siguieron brindando su hospitalidad a los esclavos hartos de su condición servil, surgió otra dificultad, de no muy poco tamaño para los españoles: la alianza objetiva de los cimarrones con los piratas, y la multiplicación
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de los focos de resistencia. De modo que la guerra contra el cimarronaje se inscribió en el contexto internacional de rivalidad entre dos potencias europeas: la muy católica España y la luterana Inglaterra. 1. Vacilaciones financieras y administrativas 1.1. Búsqueda de medios Entró en plena contradicción con el optimismo del fraile el análisis realista que efectuó el conde de Niebla desde la Ciudad de Panamá en 30 de agosto de 1560. Dirigiéndose a la Corona, no ocultó sus preocupaciones por el porvenir inmediato del territorio donde las tres cuartas partes de la población las constituían negros esclavos u horros, cuyas «confederaciones secretas» con los cimarrones constituían un peligro de primera magnitud. Dadas las circunstancias, bien se podía temer «un motín que sería dificultoso de remediar». No veía el virrey cómo no acudir a las cajas reales «por evitar otro daño mayor que podría susceder de no remediarse con tiempo»1. En una carta al rey de 28 de agosto de 1562, el gobernador de Panamá, Luis de Guzmán, puso el grito en el cielo temiendo que «algunos malos hombres» se aprovechasen de la coyuntura para aliarse con los alzados. La alusión, que no dejaba lugar a dudas, no podía menos de preocupar a la Corona que, a su modo de ver, no quedaría insensible a sus proposiciones. Opinaba que ya había pasado el tiempo de los castigos que no conseguían cercenar el mal. Todos los responsables eran ya conscientes de que resultaba del todo inútil dejar vacías las cajas de los cabildos para obtener escasos resultados. De ahí la exposición de un nuevo plan mejor adaptado. Consistía en practicar la política de la tierra quemada, asolando sin cesar sus plantaciones hasta que se acabasen del todo los negros rebeldes. Se necesitaba una compañía permanente de unos cien soldados, con quince o veinte esclavos cargueros para llevar los víveres. Como los gastos y los sueldos no podían correr a cargo de los cabildos o de la Real Hacienda, se les ocurrió a Guzmán y a sus consejeros imponer por dos o tres años una modesta tasa sobre las mercancías en los puertos de Panamá y Nombre de Dios que no pasase de uno por ciento. No resultaría perjudicial para los intereses de los mercaderes que la incluirían en 1
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R. Levillier, Gobernantes del Perú. Cartas y papeles. Siglo xvi, ob. cit., p. 366.
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el precio de coste. Con el permiso de la Corona también se podría acudir a la parte que le correspondía de las multas impartidas por los oficiales reales sobre el comercio de la ropa de Castilla. Deshechos los negros, se mantendría a dos grupos de ocho a diez soldados en Nombre de Dios y en Panamá encargados de recorrer el monte para evitar la formación de nuevos núcleos2. No parece que Guzmán consiguiera satisfacción. Su sucesor, Juan de Céspedes, reanudó el tema, apoyando en 3 de agosto de 1564 una carta del cabildo de Panamá. A ésta aludió posiblemente el rey en una real cédula dirigida al presidente de la flamante Real Audiencia en 5 de junio de 15653. En ella se refirió al deseo manifestado por Juan Gómez de Argumedo en nombre de los regidores de hacer «guerra continua» a los cimarrones siempre y cuando tuviesen los recursos necesarios, lo cual no permitían los propios de la ciudad. De ahí la solicitud de impartir una tasa de medio tomín (o real) sobre las mercancías cargadas en el puerto con destino al Mar del Sur. A esto se añadiría otra tasa de cuatro pesos sobre cada esclavo que llegase por el Mar del Norte. Antes de tomar una decisión, el Consejo de Indias quiso saber a qué atenerse en cuanto a los gastos efectuados al respecto en los tiempos pasados. Pidió al presidente un informe detallado sobre los 3.000 pesos concedidos por el marqués de Cañete al pasar por Panamá para luchar contra los cimarrones, los 2.400 pesos prestados al cabildo más tarde con la misma finalidad y los otros gastos efectuados por la Real Hacienda. Por si fuera poco exigió un balance preciso de lo actuado en este dominio así como el parecer de la Audiencia acerca de las reivindicaciones del cabildo. Lo menos que se puede decir es que no estaba del todo convencido el Consejo de la racionalidad de la política en dicho dominio de los regidores e incluso de los gobernadores4. Ello no le impidió atender con benevolencia en 3 de agosto de 1567 otra petición procedente de la misma entidad por mediación de Gaspar de Zárate. Este oficial de la Real Hacienda, explayándose en lo peligroso del tráfico por el camino de Panamá a Nombre de Dios que requería el agrupamiento de los viajeros y mercaderes y su protección por veinte soldados y hacheros, solicitó la prórroga por diez años de una merced 2 3 4
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A.G.I., Panamá 29, R. 9, N. 37, 1. A.G.I., Panamá 39, N. 73, fols. 355-357. A.G.I., Panamá 236, L. 10, fol. 30 r-v.
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concedida por la Corona por un periodo de cinco con la finalidad de contribuir a los gastos, a saber la concesión de la mitad de las penas de cámara5. Volveremos más tarde a este recurso. Pero se estaba buscando una solución más eficaz. Consistía en edificar un pueblo de españoles en el lugar más adecuado para organizar la represión del cimarronaje, lo cual necesitaba una inversión de 10.000 pesos. Dada su pobreza, el cabildo de Panamá pensó en imponer otra sisa, esta vez sobre las mercancías que salían de Nombre de Dios, con el consentimiento de los mismos mercaderes. Como no tenía nada que ver la demanda con la Real Hacienda, se dignó el monarca dar su beneplácito en 2 de enero de 1569. El plan quedó en papel mojado, quizá por arredrarse los mercaderes en el momento de pagar, o sencillamente porque a nadie le interesaba la fundación de tal pueblo que generara escaso provecho y muchos inconvenientes6. Prueba de ello son las palabras del presidente de la Audiencia en su informe de 28 de junio de 1569 sobre los gastos de ambas ciudades para la seguridad del camino. Escaso efecto tuvo el cuerpo de corredores reclutado con este objeto, primero por su poco número y luego por su desidia7. Ya había manifestado su pesimismo el licenciado Diego de Vera, en una carta al rey con fecha de 8 del mismo mes. No siendo lo bastante numerosos, eran de dudosa eficacia los soldados contratados por las ciudades para luchar contra los cimarrones. Se esperaba una ayuda de la Real Hacienda. De entonces en adelante sería éste un tema recurrente: se trataba de convencer al Consejo de Indias de que el interés de la Corona consistía en respaldar a los vecinos, de recursos limitados8. Habían puesto el tema sobre el tapete los miembros del cabildo de Panamá el 25 de junio de 1567, exponiendo los mismos argumentos pero con tono más llamativo. No ocultaron el disgusto que les causaba la actitud de los oficiales de la Real Hacienda, quienes se negaban a sacar dinero de las cajas sin licencia expresa. Ahora bien, enfatizaron, era de la incumbencia de la Corona mantener la seguridad por los caminos. Para ello, como leales vasallos, pagaban los quintos, los almojarifazgos y demás tasas. En realidad no dejó de plantearse el problema de la financiación de las expediciones requeridas para la represión, permitiéndole al fenómeno 5 6 7 8
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A.G.I., Panamá 236, L. 10, fol. 101 r-v. A.G.I., Panamá 236, L. 10, fols. 130 v-131 r. A.G.I., Panamá 13, R. 9, N. 21, 1. A.G.I., Panamá 13, R. 9, N.14, 1.
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del cimarronaje renacer de sus cenizas sin mayor dificultad. De nuevo se dieron los rebeldes a sus anteriores actividades como informó el presidente Vera, en 31 de marzo de 1570. De momento se contentaban con robar ropa y vino por el camino de Nombre de Dios a Panamá. Pero se atrevían muy a menudo hasta medio cuarto de legua de esta ciudad para raptar a negras lavanderas o a negros que salían por leña e incitar a otros a unirse a ellos. Ningún amo osaba, aseveró el licenciado, castigar a su esclavo o exigir de él más de lo que se mostraba dispuesto a cumplir. Por si fuera poco, se las arreglaban los fugitivos para hacer correr la voz de que un día u otro volverían para quemar ambos pueblos. Intentaba pues el alto responsable describir el ambiente de psicosis no sólo entre los viajeros sino dentro de los propios términos municipales. Cada vez que un virrey pasaba por allí, camino de su capital o de regreso de ella, lo preocupante de esta situación era uno de los temas debatidos con los ediles y los oidores. Francisco de Toledo ordenó la formación de una compañía de 200 hombres, encabezada por un capitán, a la cual asignó la misión de dirigirse hacia la principal población de los rebeldes, es decir Bayano, situada a 30 leguas de Nombre de Dios, con el propósito de desarraigarles y sustituirles por españoles. No se trataría exactamente del lugar donde se situaba el fuerte ocupado unos años antes por Pedro de Ursúa. Pero no faltarían sitios parecidos en los parajes. Si no se consiguió reunir a tantos hombres, por lo menos Esteban de Trejo, el flamante caudillo, convenció a 140, de los cuales 100 eran arcabuceros, lo cual le concedía a la expedición una innegable fuerza logística. Antes de ir más lejos en la evocación de la empresa, conviene decir algunas palabras en cuanto a las relaciones del capitán con los cabildos y la Audiencia. Empezaremos por la versión de Trejo, presentada en 25 de febrero de 1570 desde Nombre de Dios al Consejo de Indias, antes del principio de las operaciones. Insistió primero en los servicios prestados anteriormente a la Corona como capitán de la artillería de Nombre de Dios. Ahora bien, cuando se conocen los escasos medios defensivos de que gozaba la ciudad, se puede poder en duda la experiencia de Trejo en materia militar. Llama la atención su propensión por la ostentación. No deja de valorizar el título de «capitán general y justicia mayor» concedido por tiempo de dos años por las capitulaciones firmadas con ambas ciudades, solicitando confirmación de parte del Consejo y su extensión a los pueblos que se fundasen durante la jornada para la represión del cimarronaje. No le bastaba la aprobación de la Audiencia. Pero hay más,
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que no carece de interés. Dos días antes de iniciar la campaña, se quejó amargamente de que los cabildos no cumplieron lo prometido pese a sus requerimientos de los que envió copia al Consejo. No le dieron el dinero suficiente para cubrir los gastos para reclutar soldados, negros de servicio y negros cargueros, comprar bastimentos, armas y municiones, y fletar fragatas. Se vio obligado a gastar de su propia hacienda más de 30.000 castellanos cuando la expedición requería más de 50.000. Por fin acabó Trejo solicitando una ayuda de parte de la Corona, insistiendo en la deslealtad de los regidores y el deservicio recibido por la Corona debido a su negligencia9. Por varios motivos, se mostró muy reservado el presidente en cuanto a los posibles resultados. Primero no veía cómo, con tan sólo 8.000 pesos otorgados por ambos cabildos, acertaría Trejo cuando Ursúa, quien gastó 27.000 en la empresa, no logró acabar del todo con el mal, pese a su exitosa campaña. Luego no le parecía el jefe escogido la persona más idónea para llevar a bien tal cometido, por su juventud y su falta de experiencia. Se adivinan pues los roces que suscitaron los preparativos entre los oidores, preocupados por reunir todos los factores de acierto, y los regidores, atentos al coste de la expedición. Éstos se mantuvieron en sus trece, dado que nadie fuera de Trejo aceptó contentarse con tan modesto presupuesto. Obviamente no esperaba más el presidente de la falta de medios de los vecinos o de su tacañería, y propuso a la Corona imponer una tasa sobre las mercancías desembarcadas en Nombre de Dios. Le parecía urgente tomar una decisión, por mostrarse cada vez más atrevidos los cimarrones en sus actuaciones, debido al incesante refuerzo que recibían en concepto de hombres. Merced a sus espías en Panamá, estaban al tanto de los menores movimientos de la tropa: un día, a ocho leguas de la ciudad, en el camino por donde había de pasar, hicieron una horca de la cual colgaban unos cuchillos, dando a entender así que ahorcarían al capitán y degollarían a sus subalternos. Con la misma fecha salió otra carta de Panamá, destinada también al Consejo de Indias y redactada por los oidores Vera, Ortegón y Barros de San Millán. Proporciona unos informes complementarios en cuanto a la financiación de la compañía. La Audiencia había intentado en vano que los mercaderes de Nombre de Dios aplicasen la proposición del Consejo de una imposición de 10.000 pesos sobre las mercancías. Como la cédula 9
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les dejaba a los mercaderes la libertad de aceptar y luego de efectuar el reparto de la tasa, éstos no llegaron a un acuerdo. Se vieron obligadas las autoridades locales a solicitar a unos particulares y a los cabildos de Panamá y Nombre de Dios para reunir los 8.000 pesos confiados a Trejo. Tanto los oidores como el presidente de la Audiencia, habida cuenta de la gravedad del peligro, les daban claramente a entender a los consejeros que les tocaba tomar una decisión a la altura de las circunstancias10. A juzgar por el informe despachado por Vera unos meses más tarde, o sea, en 1 de agosto de 1570, consiguió Trejo algún éxito. Admitió el presidente que la campaña surtió buenos efectos, con la captura de dos jefes, la muerte de varios de los rebeldes y la persecución de los fugitivos. A fin de cuentas, Trejo tenía los cimarrones arrinconados hacia el Mar del Sur y un destacamento intentaría tomarles por las espaldas11. Antes de llegar tan buenas noticias se puso a Francisco de Toledo en conocimiento de los preparativos, y pudo el virrey informar al Consejo en 8 de noviembre del mismo año de que no perdía de vista el asunto, mandándole un duplicado del concierto firmado con Trejo. Lo interesante de la carta reside en el tono empleado cuya connotación voluntariamente militar remite al vocabulario de la conquista: En tierra firme se dio orden como se hiziese una entrada y conquista a los negros cimarrones de aquella provincia que en tanto numero y con tanto daño yvan creciendo y rompiendoles sus caminos y robandoles sus haziendas hasta entrarseles en las ciudades del nombre de Dios y panama como auise a V. M. y el sumario que se contrato con el capitan que tomo esta conquista sera con esta.
Bien mirado, la terminología empleada, si bien servía para aquilatar debidamente el peligro evocado, no dejaba de enfatizar las proezas de los cimarrones, considerados no sólo como meros delincuentes de derecho común sino como auténticos enemigos, al igual que los «indios de guerra». No parece azaroso incluso deducir que el empleo de la palabra «entrada» va implícitamente más allá de la evocación de la sencilla represión: daría a entender que los negros hicieron de las tierras ocupadas su propio territorio12. 10 11 12
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Si Toledo no entró en detalles en materia de financiación, muy pronto volvieron a poner los oidores el tema sobre el tapete, siendo el dinero el nervio de la guerra, y de guerra se trataba efectivamente como acabamos de ver. En 4 de mayo de 1571, los licenciados Vera, Ortegón, Carvajal y Fernández de Villalta llamaron de nuevo la atención de la Corona de una manera machacona, valiéndose de la misma dramatización. Las dos ciudades, admitieron sin embargo, no podían ir más allá de lo que iban: «[…] y aunque de ordinario andan muchos soldados en el campo y se pone aca el recado posible en que estas ciudades gastan quanto tienen y mucho mas, no se puede dar suficiente remedio por falta de dinero […]». Concluyen los oidores apelando a la Real Hacienda, comprometiéndose a vigilar la estricta aplicación de los fondos obtenidos, caso de acceder la Corona a la súplica13. Es de añadir que este desarrollo viene en la carta a continuación de la evocación de otro peligro, el de los corsarios. Unos cuantos días después, o sea, el 25 de mayo, el cabildo de Panamá reanudó el mismo análisis dejando bien claro que los gastos ocasionados por las expediciones del general Esteban de Trejo corrían a cargo no de la Real Hacienda por no consentirlo los oidores, que no tenían instrucción alguna al respecto de parte del Consejo de Indias, sino de los propios recursos de los dos municipios y de las contribuciones de los moradores. Como no bastaban, la Real Audiencia sugirió que se dirigiese el cabildo a la Corona para convencerle de que los buenos resultados obtenidos por Trejo distaban con mucho de solucionar el problema como lo patentizaban los últimos acontecimientos. Seis días antes de la fecha los cimarrones se habían adentrado de noche en Nombre de Dios. Salieron sin castigo después de matar a dos españoles cerca de la casa de contratación, llevándose a trece negras. Y en Panamá no pasaba un día sin que se llevaran otras que lavaban ropa en el río14. No le escapaba al Consejo lo perjudicial de la alianza objetiva entre estos dos elementos deletéreos, los cimarrones y los corsarios, como lo declaró en una cédula con fecha de 13 de mayo de 1571 que se cruzó con las cartas de los oidores y del cabildo de Panamá. Por ello exigió que se les hiciese guerra abierta:
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Por cuanto habiendo entendido los muchos daños, robos y muertos que han hecho y cada día hacen los negros cimarrones que han andado y andan alzados contra nuestro servicio en la provincia de Tierra Firme, y los corsarios que con ellos andan alzados, para obviar los dichos daños del hacer y castigar los dichos negros y corsarios habemos acordado de mandar se les haga guerra.
En ningún momento aludía el documento a una posible financiación con fondos del real erario. Se contentaba con reactivar una serie de medidas ya conocidas o que se harían recurrentes en los tiempos venideros, como la prohibición, fuera de dicha guerra, de traer armas (arcabuces, ballestas, espadas, dagas) para los negros horros, mestizos, mulatos o zambaigos. Nadie podría encubrir a un negro que se hubiera echado al monte so pena de una multa de cien pesos por primera vez, de un montante doble por segunda, y de destierro de las Indias por tercera. A los negros que volviesen del monte, amedrentados por la persecución, habría que entregarles al capitán de la fuerza represiva, quien les castigaría conforme al delito cometido. Al fin y al cabo se sospechaba de todos, incluso de los españoles vagos y de los mestizos, como aparece de un modo nítido en la primera orden impartida. A las autoridades les tocaría obligarles a que se pusiesen al servicio de un amo, al igual que los negros, mulatos o zambos libres15. El ocio, seguían pensando los consejeros en su visión ética tradicional, se encontraba en la base de todos los males. No eran conscientes de que se trataba de un fenómeno muy diferente del sencillo cimarronaje, consecuencia de un carácter díscolo, sino de una aspiración natural a la libertad y a la dignidad humana. Si admitía la Corona la gravedad de los acontecimientos para la paz colonial y sus intereses financieros, le era imposible aquilatar la auténtica semiología de la rebelión y de la política de los cimarrones, no viendo en ellos más que bienes semovientes que se habían sustraído a la potestad de sus propietarios. Todo era cuestión de control social preventivo y de represión férrea. Llegada la proposición de los oidores a España, se emitió una real cédula con fecha de 12 de septiembre de 1571 que la tomaba parcialmente en cuenta. Según la declaración liminar, que reanudaba los elementos 15 Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispano-América, 1493-1810, Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas/Instituto Jaime Balmes, vol. 1, 1953, pp. 489-490; en adelante C.D.H.F.S.
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descriptivos suministrados por los informes procedentes de Panamá, el Consejo estaba muy consciente de lo que estaba en juego. Tan sólo admitió que corriese por cuenta de la Real Hacienda la quinta parte de los gastos ocasionados por la guerra; lo demás se repartiría entre los mercaderes y particulares interesados en el caso, siendo una condición que el conjunto no excediese de 10.000 pesos. A los cabecillas de los cimarrones, la justicia les impondría castigos disuasorios y a los otros se les devolvería a sus dueños, los cuales se verían obligados a encargarse de una parte de los gastos, a estimación de la Audiencia. A los que no tuviesen propietarios, se les vendería a favor del real erario, desfalcándose los gastos del producto de la venta. Era obvio el deseo de la Corona de reducir su participación a lo mínimo simbólico y de remitir a los dueños a sus responsabilidades16. Las cuentas de la Real Hacienda del año 1572 dejan constancia de algunos gastos ocasionados por esta decisión. El tesorero Baltasar de Sotomayor, obedeciendo las órdenes de los oidores, pagó 21 pesos a Francisco Muñoz, alcalde de la cárcel de Panamá por siete meses de las comidas del negro Damián, perteneciente a Alonso de Alderete y Leonor del Cobo. Estuvo preso por inducir a los esclavos a que se fuesen al monte con los cimarrones. La Real Audiencia le había condenado a servir al rey durante cinco años en las minas de Veragua. Se había escapado de la cárcel de Nombre de Dios adonde se le había traído con este efecto. Detenido por Miguel Hurtado, alcalde mayor de la ciudad, fue sentenciado a muerte17. No dejaba el virrey Toledo de avisar a la Corona, como en 3 de junio de 1573, de la gravedad de la situación con la alianza entre los ingleses y los cimarrones, dado que Tierra Firme era «la puerta de entrada de todo lo de aca y la salida de toda la plata para alla». De entonces en adelante sería éste un lema en los escritos de los diferentes responsables, virreyes de Lima o presidentes y oidores de la Real Audiencia de Panamá. Es de añadir que Toledo no creía en la capacidad de los vecinos del territorio para resolver el problema por sus propios recursos, porque «no son versados en milicia y […] tienen la capa en el hombro y los navios en la puerta […]». Mucho se había platicado de esto, de modo que al Consejo le tocaba proveer.
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Ibíd., vol. 2, t. 1, p. 393. A.G.I., Contratación 1458.
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Mientras tanto él había mandado un parecer al presidente para que se tomasen medidas que no costasen nada al tesoro real18. Volvió al mismo tema en 30 de noviembre, proponiendo que se dejase de conceder tantas licencias para pasar esclavos a Tierra Firme que abrían las puertas del territorio a los ingleses por ser al poco tiempo buenos conocedores de la tierra y del río Chagres. Sin contar con los daños que resultaban del hecho de que los cimarrones sujetaban a su servicio a los naturales. Nacían muchos zambaigos que salían peores que sus padres. La solución, al modo de ver del virrey, consistiría en sustituir a los esclavos por yanaconas a quienes convendría tratar bien19. Expresó de nuevo su escepticismo Toledo en su informe de 20 de marzo de 1574: nadie en Tierra Firme era capaz de tomar las cosas en mano, y no había otra posibilidad, dijo con mofa, que nombrar a un secretario de la Audiencia. Ya se anuncia el conflicto que pronto surgiría a este respecto entre él y los oidores20. 1.2. Medidas penales A fines del mismo año, los regidores de Panamá se dedicaron a la elaboración de unas ordenanzas, sometidas por su procurador a la real aprobación en 3 de enero de 157321. La ausencia de cuatro días de cualquier negro o negra se castigaría con cincuenta azotes dados en el rollo donde quedaría expuesto hasta el anochecer. De pasar de ocho días, el castigo sería de cien latigazos infligidos por las calles de la ciudad, amén de lo cual se pondría por seis meses al pie del delincuente una calza de hierro con un ramal, de doce libras de peso el conjunto. Si intentase quitársela, se le infligirían doscientos azotes, se le desjarretaría un pie y se le desterraría del reino. El amo que se apiadase de él sería condenado a una multa de 50 pesos. En caso de una huida de treinta días, a la pena de cien azotes se añadiría el desjarrete del pie derecho. Y por fin merecería la muerte en la horca una ausencia de más de seis meses. Con la progresión de las penas, contaban los regidores disuadir a los esclavos de toda aspiración ilegal a la R. Levillier, Gobernantes del Perú, ob. cit., t. 5, pp. 134-135. Ibíd., p. 212. 20 Ibíd., p. 415. Aludía Toledo a Gabriel de Navarrete, escribano de cámara. 21 Véase el texto modificado por la Real Audiencia y aprobado por el Consejo de Indias en 4 de agosto de 1574 en Anexos. 18 19
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libertad e incitar al regreso a los que hubieran dado el paso. Los amos de los fugitivos, o sus representantes, estarían en la obligación de señalar su ausencia antes de tres días al escribano del cabildo so pena de una multa de 20 pesos. Hasta ahora no extrañan estas medidas que corresponden a las que solían tomar las autoridades en semejantes casos. Será diferente con la siguiente, cuyo carácter utópico se ha de recalcar. Los regidores, al igual que los de otras ciudades, pensaban que los cimarrones recibían una perjudicial ayuda de sus congéneres libres, siempre dispuestos a ocultarles o a encubrir sus robos. Dada la imposibilidad de controlar a tantos horros como los de Panamá, se propuso al rey nada menos que expulsarles de la ciudad en un plazo de treinta días y reunirles en una isla de la costa donde podrían cultivar los alimentos (maíz y plátanos) y criar los animales (aves y puercos) necesarios para su manutención, amén de otras actividades. Incluso se les daría el permiso de vender los excedentes de su producción en el mercado de la ciudad 22. Tanto los negros libres como los vecinos, opinaban los regidores, no dejarían de sacar el mayor provecho de lo que, empleando una terminología del siglo xx, llamaríamos «desarrollo separado», plan inspirado de alguna reminiscencia de los escritos de Tomás Moro. Lo reanudaría más tarde fray Miguel de Monsalve que se presentó como el primer cura de los negros de Bayano, como veremos más adelante. Dicha proposición no constituía ninguna novedad. A principios de los años sesenta intentaban las autoridades expulsar de la provincia a los negros libres y horros, haciendo caso omiso de sus derechos. No se trataba de algunos casos aislados, a juzgar por la queja que hicieron remontar las víctimas al Consejo de Indias por la mediación del gobernador Sebastián Rodríguez, aparentemente mejor dispuesto hacia ellos que sus colegas. La carta, escrita en nombre de los representantes de dicha casta, Luis Hernández y Pedro Ortiz, hizo hincapié en la dignidad y en la lealtad de los querellantes, quienes protestaban que no merecían tal trato. No representaban ningún peso para la sociedad, dado que vivían de su trabajo, tenían heredades, haciendas y ganados, lo cual les permitía formar y mantener familias. Como fieles súbditos del rey, prestaban su ayuda contra los cimarrones que asaltaban a los viajeros del camino de Panamá a Nombre de Dios o contra las diferentes guerras o alteraciones (pensemos 22
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A.G.I., Panamá 30, en: Jopling, ob. cit., p. 353.
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por ejemplo en la de los hermanos Contreras evocada más arriba). No quisieron tomar en cuenta esta rectitud los predecesores de Rodríguez para defenderles en contra de los abusos que sufrían. Por ello suplicaron al rey que se les dejase vivir como vecinos que eran de la provincia. No quedó desatendida la petición, debido quizá al hecho de que era consciente el Consejo de que no convenía descontentar a los negros libres, y más allá a los esclavos que aspiraban a la manumisión, los cuales eran susceptibles de brindar una preciosa colaboración a los cimarrones. Se mandó el 7 de marzo de 1562 al gobernador una real cédula perentoria a su favor: «[…] no consintais ni deis lugar que los dichos negros que hubiere casados en esa prouinçia y estubieren avecindados en ella y biuieren […] sean agrabiados çerca de lo susodicho y en ninguna manera ni por ninguna via […]»23. Se restablecía pues la legalidad, tal como la preveía la legislación de las Siete Partidas. Ahora bien, por muy utópica que pareciera la proposición de los regidores, las ordenanzas no dejaron insensible a la Corona, si nos atenemos a la real cédula de 21 de junio de 1574, cuya ambición iba más allá. Se refiere en un primer tiempo a una cédula anterior, fechada en 3 de septiembre de 1573, para rectificarla en lo que tocaba a la captura de los cimarrones. Se suprimió el derecho concedido a los soldados de hacerse dueños de ellos, concediéndoles tan sólo 10 pesos por cada cimarrón vivo y 40 pesos por cabeza de negro muerto. Por una ausencia de más de seis meses, se aceptaba el ahorcamiento y se castigaría las de menos duración desjarretando el pie izquierdo del culpable y cortándole la oreja derecha. Luego se le devolvería al dueño a cambio de los 10 pesos previstos para el soldado que le aprehendiera. De no tener dueño, se le vendería a favor de la Real Hacienda, respetando los derechos del soldado. El 4 de mayo de 1573 de nuevo insistieron los oidores en las dificultades experimentadas por las dos ciudades para luchar contra el cimarronaje, de tipo material como lo montuoso de la tierra o financiero: todo salía caro y a los cabildos les costaba trabajo satisfacer las exigencias de los soldados necesarios para reprimir el fenómeno. Y otra vez apelaron los oidores Ortegón y Carvajal a la ayuda de la Real Hacienda, pidiendo al Consejo que les sacase de una duda. Anteriormente se había otorgado a la justicia municipal de Panamá la facultad de consagrar a la represión del cimarronaje la mitad de las penas de cámara. No creían los oidores que 23
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A.G.I., Panamá 236, L. 9, fols. 369 sq.
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la medida concernía las multas infligidas por la Audiencia pero aplicadas a otros propósitos con el permiso de la Corona 24. No dejaron por ello de preguntar si acertaron en la interpretación de la real cédula aludida. Así pues se deduce que los responsables metropolitanos estaban buscando cualquier medio para no aminorar las rentas reales. No renunciaba la Corona a acudir a cierta indulgencia en unos casos, tomando en cuenta una demanda del procurador general de Tierra Firme, Diego García Franco, en la que éste afirmaba que no pocos fugitivos no se atrevían a someterse por miedo a los castigos. Una cédula de 12 de enero de 1574 le dio satisfacción autorizando al presidente de la Audiencia y a los oidores a que concediesen el perdón de las penas previstas por su infracción a cualquier cimarrón que viniese de paz dentro de un término señalado. Para llevar la decisión al conocimiento público, se la pregonaría por las calles de Panamá y de Nombre de Dios25. Volviendo a la cédula de 21 de junio de 1574, si se olvidó de la isla, retuvo la idea de reunir a los negros horros en un lugar señalado. Se formarían de este modo pueblos para la reducción de los cimarrones que lo aceptasen. Éste era el meollo del nuevo plan, base de la política aplicada más tarde por el oidor Alonso Criado de Castilla y el general Pedro de Ortega. Los reducidos habrían de mantener a un sacerdote. Se comprometerían a detener a los futuros fugitivos y a devolverles a sus amos a los dos meses de haber sido avisados, so pena de verse obligados a abonarles su valor. Los dueños les pagarían los 10 pesos debidos en tal caso. Se verían obligados los reducidos a mantener en buen estado el camino de Panamá a Nombre de Dios, y a abrir otros caminos desde sus pueblos hacia dichas ciudades. En sus pueblos tendrían cultivos y crianzas de animales para su propio sustento26. En cuanto a los otros aspectos de las ordenanzas del cabildo de Panamá el Consejo aceptó en 4 de agosto de 1574 algunas modificaciones propuestas por la Audiencia. No se impondría la calza de hierro A.G.I., Panamá 13, R. 12, N. 49, 1. C.D.H.F.S., ob. cit., p. 394. En el porvenir, la Corona, cuando se tratara de proponer proyectos de capitulaciones, adoptaría medidas muy parecidas, como aparece por ejemplo en la cédula de 23 de agosto de 1691 para los palenques de Cartagena. Es de notar que el cabildo de Cartagena se negó a aplicar el texto a favor del palenque del Tabacal, prefiriendo acudir a una solución militar que desembocó en la destrucción de la comunidad en 1693. Véase María del Carmen Borrego Pla, Palenques de negros en Cartagena de Indias a fines del siglo xvii, Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-americanos, 1973, pp. 51-82. 26 A.G.I., Patronato 234, 1, 6, en: Jopling, ob. cit., p. 369. 24 25
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por más de dos meses. Si por cualquier intento de quitarla merecería el esclavo los 200 latigazos y el desjarrete previstos por los regidores, se transformó la pena de destierro por la de llevar la calza durante cuatro meses. También se aceptaron otras medidas propuestas por el cabildo abierto de Panamá como las penas infligidas a quienes ayudasen a los cimarrones27. 1.3. Nuevos temores
esclavos
Ciudad de Panamá huertas de la ciudad recuas de mulas del camino de Cruces (Casa de Cruces a Panamá) hatos de vacas aserradores islas de las Perlas y rozas
horros cimarrones total Nombre de Dios
esclavos
de servicio en los 25 barcos que llevan la ropa por el río de Chagre total
27
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número
estatuto de los negros
Panamá
utilidad
término
En su descripción del reino de Tierra Firme de 7 de mayo de 1575, el oidor decano Alonso Criado de Castilla suministra unos datos de gran interés en cuanto al número de negros en la Audiencia:
1.600 102 401 150 193 363 300 2.500 5.609 500 500
1.000
C.D.H.F.S., pp. 395 ss. Véase el documento entero en Anexos.
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122 Provincia de Veragua
Cimarrones de panamá esclavos
minas de la ciudad de la Concepción de servicio ciudad de Santa Fe Mercato total
Natá
1.200 300 30 40 1.570
ciudad y labor de ella Villa nueva de los Santos y las rozas de maíz
150 300
total
450
Total en el reino de Tierra Firme
8.629
Cuadro n ° 2. Negros en Tierra Firme (1575).
Gráfico n° 1
De los 8.629 negros apuntados por el oidor, por lo menos 900 se desempeñaban en el transporte de las mercancías en los barcos del río Chagres hasta la Casa de Cruces y luego como arrieros por el camino hasta Panamá,
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lo cual da una idea de lo intenso de los intercambios que no podían menos de suscitar la codicia de los piratas. Llama la atención en esta evaluación el alto porcentaje de cimarrones, que equivaldría para la región de Panamá a un 44,57 %. En un espacio reducido eran casi tan numerosos como los esclavos de servicio que se encontraban en los diferentes pueblos, lo cual justifica los temores expresados por las autoridades.
Gráfico n° 2.
Se entiende por qué los corsarios integraron a los cimarrones en su estrategia: Está aquesta ciudad muy molestada de los negros cimarrones que andan por el monte bajando en cuadrillas con sus capitanes y un negro rey a quien todos obedecen y por quien se gobiernan. Andan por el monte desnudos en carnes, traen por armas, de ordinario, arcos muy grandes y fuertes con agudas flechas y unas lancillas mayores que dardos y machetes, y no usan de yerba para las flechas ni de otro veneno, porque no lo saben; ni tienen arcabuces ni otras armas ingeniosas, porque como son bárbaros no tienen industria para las hacer, aunque entre ellos hay herreros que hacen los yerros de las lanzas y flechas y salen al camino a robar las recuas de mercaderías que van de Nombre de Dios a Panamá; matan de ordinario la gente que encuentran y hacen daño a las estancias de hato de ganado, por do los señores dellos no tienen hacienda segura; y aunque en todo tiempo son muy perjudiciales, cuando se
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juntan con franceses o ingleses, con quien tienen amistad, son muy dañosos, valiéndose de la industria y armas de estos extranjeros, por donde aqueste pueblo está muy expuesto a grande peligro de estos enemigos28.
Según parece, el destierro del rey Bayano no había acarreado desorden anárquico entre los cimarrones. Seguían con una organización jerarquizada parecida a la descrita más arriba a juzgar por la existencia de capitanes que le asesoraban al cabecilla negro. La descripción introduce un detalle al que no se refieren los informes, a saber, los robos efectuados en los hatos para su manutención, dado que no resultaba muy fácil dedicarse a la ganadería en los montes donde se refugiaban los fugitivos. Se aprovechaban de los conocimientos de ciertos de ellos en materia de herrería (los herreros en África a menudo pertenecían a una clase muy respetada, como los huntondji en el reino de Abomey) para fabricar los hierros de las lanzas y de las flechas, armas tradicionales. Se adivina pues a través de este escrito a una sociedad de tipo a la vez militar y agrícola, heredada de África, que no parece haber adoptado ciertos usos indígenas como el empleo del veneno, a diferencia de los súbditos de Bayano. En cambio, no se negaban a dejarse instruir por los piratas que conseguían conectarse con ellos en el manejo de armas sofisticadas como los arcabuces y en la manera de pelear con los españoles. Este último punto revela una evolución en la polemología evocada renglones arriba, que les hacía a los cimarrones aun más temibles de lo que eran: se mostraban aptos a variar sus actuaciones según las situaciones, valiéndose en caso de necesidad de la estrategia clásica occidental. A todas luces se trataba de una alianza objetiva en que tanto los cimarrones como los piratas buscaban su interés. Como antes, resultaba arduo reclutar a los hombres necesarios para reducir a estos rebeldes. Muy pocos se atrevían a enfrentar las dificultades de todas clases detalladas en el capítulo precedente. No faltaban los desertores en el ejército de represión, de lo cual se informaba debidamente al Consejo de Indias que se vio obligado a tomar medidas adecuadas como aparece en la real cédula de 23 de mayo de 1575. Se prohibió terminantemente encubrir a estos desertores. Más: si intentaban ocultarse en algún hato o en una estancia, el dueño tenía que no sólo echarles fuera sino 28 A.G.I., Panamá 11, fol. 44 r-v: «Sumaria descripcion del rreyno tierra firme llamado castilla de oro que esta subjeto a la rreal audiençia de la çiudad de panama». Véase también Jopling, ob. cit., p. 14.
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también denunciarles al presidente de la Real Audiencia o a cualquier juez para su detención y su castigo. Estas órdenes permiten medir la psicosis que se apoderaba de ellos29. Sin embargo el doctor Loarte, en su informe a la Corona con fecha de 17 de junio de 1576, señaló el estado de quietud del territorio a la sazón. Se debía en gran parte a la acción preventiva de una escuadra de soldados que no dejaba de recorrer la montaña en los alrededores del camino30. Una semana después, o sea el 25 de junio, volvió sobre el asunto con sus colegas Juan Rodríguez Mora, Pedro Salcedo Nieto y Alonso Criado de Castilla. Esta aparente tranquilidad no les hacía bajar los brazos, cuanto más que la costa norte no se encontraba «muy limpia de corsarios». A la vigilancia del camino habían añadido la del litoral del Mar del Norte con galeotas y fragatas31. El 30 de julio, Salcedo Nieto informó que se estaban estudiando las posibilidades de impedir el paso de los cimarrones y de los corsarios al Mar del Sur. Se encargó personalmente de tratar con el cabildo de Panamá para armar una galeota. Con ella se podría correr la costa desde la Cabeza de la Cativa hasta las islas de Barú y entrar en los ríos y ancones donde podían esconderse los enemigos para «tomar lengua» con los cimarrones y dirigirse hacia Bayano32. Según lo escrito el 26 de abril de 1577 por Loarte, la estrategia adoptada consistía en impedir la unión entre las dos fuerzas: con algunas galeras se vigilarían las costas del norte y con el establecimiento de pueblos en lugares estratégicos de la montaña se organizarían continuas correrías para talar las sementeras y no dejar reposar a los cimarrones33. Se verían así obligados a meterse tierra adentro. Al modo de ver de Loarte, era el único modo de debilitarles seriamente, ya que no aceptaban el enfrentamiento directo con los soldados: «[…] no es gente que espera batalla ni la da y se entretiene mucho tiempo esparcida por la montaña comiendo las frutas silvestres». Había que hostigarles sin cesar de este modo. Esto requería medios adecuados, C.D.H.F.S., p. 489. A.G.I., Panamá 13, R. 15, N. 53, 1. 31 A.G.I., Panamá 13, R. 15, N. 58, 1. 32 A.G.I., Panamá 13, R. 15, N. 59, 1. 33 En la antigüedad romana, se consideraba que una buena manera para controlar una comarca recién conquistada era instalar colonias en una o dos plazas. Maquiavelo se refiere a esta estrategia en El príncipe, cap. III, «De principatibus mixtis», diciendo que servían estas plazas de compedes o trabas. Así se evitaba mantener un gran número de gente de armas en estos lugares. 29
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por no encontrar nadie un interés personal en este tipo de persecución34. Después de la travesía del istmo por los ingleses en 1577, evocado más abajo, volvería Alonso Criado de Castilla a la proposición de implantación de dos pueblos en la costa del Mar del Norte conformados por algunos indios sacados de lugares comarcanos que ayudarían a los españoles con sus cultivos. Esta colonización de la tierra alejaría a los cimarrones de la costa. Éste parece ser el primer proyecto de integración de los indígenas en la política de represión35. 2. Intervenciones de los corsarios 2.1. La primera expedición de Francis Drake Mientras se estaban preparando en Panamá las medidas evocadas más arriba ocurrieron unos sucesos de gravedad que, no cabe duda, tuvieron sus repercusiones en las decisiones tomadas. En un informe mandado al rey en 24 de febrero de 1573, el cabildo de Panamá le informó detalladamente sin suministrarle datos precisos en cuanto a la identidad de los «ingleses luteranos» que se atrevieron primero a desembarcar el 9 de julio de 1572 en Nombre de Dios con cuatro lanchas en que vendrían unos ochenta hombres. Divididos en dos escuadras, no les costó trabajo apoderarse de noche de la ciudad sin que sus vecinos pudiesen reaccionar. Mataron a cuatro o cinco hombres e hirieron a otros tantos. Al amanecer consiguieron los españoles rechazar al enemigo, el cual se retiró llevando algunos despojos. En cuanto pudo la Real Audiencia mandó socorros que mantuvieron la vigilancia hasta la llegada de la flota dirigida por Diego Flores a principios de enero de 1573. Mientras tanto, los corsarios agredieron las fragatas y los barcos que encontraron por la costa. En el último día del mes, veinte de estos ingleses con la ayuda de cuarenta cimarrones, siguiendo el camino de Nombre de Dios a Panamá, asaltaron la Venta de Chagres36, a seis leguas de esta ciudad, donde se almacenaban las mercancías desembarcadas de las lanchas que subían por el río antes de su traslado por recuas de mulas hasta Panamá y donde esperaban el quinto real y los bienes de particulares que 34 35 36
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A.G.I., Panamá 13, R. 16, N. 68, 1. A.G.I., Panamá 13, R. 16, N. 70, 1. En la documentación se usa «Chagre».
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habían seguido el camino contrario con destino a la península. Mataron a tres españoles y a un fraile dominico, hirieron de muerte a cinco blancos y negros y quemaron los almacenes y sus mercancías. Poco faltó para que consiguieran apoderarse de más de ochenta mil pesos de oro y plata que llevaba una recua. Unos indicios incitaron a los que la acompañaban al regreso a Panamá. Si los corsarios no lograron su propósito, por lo menos habían probado que eran capaces de hacerlo, lo que llenó a los vecinos de una profunda estupefacción. Ya eran plenamente conscientes de los riesgos que acarrearía la alianza entre cimarrones y corsarios. Éstos no renunciarían a sacar todo el provecho de la experiencia para adueñarse algún día del oro y de la plata del rey procedentes del Perú, que tomaba este camino por no haber otro. Se tenía noticia de que los ingleses y los negros habían formado un campo a treinta leguas de Panamá desde el cual preparaban sus asaltos. Incluso se pensaba que Inglaterra, sacando las conclusiones de la expedición, organizaría una nueva empresa con más gente y con la colaboración de los cimarrones. Expresaron los regidores su total desamparo, pese a los cuerpos de guardia que montaron en los dos puertos. Su única esperanza la tenían puesta en la solicitud real de que esperaban las galeras necesarias a la vigilancia de las costas37. En 29 de febrero de 1573 el presidente de la Real Audiencia mandó una carta parecida al rey38. Se trataba de la expedición del que llegaría a ser famoso con el nombre de capitán Francisco, o sea, Francis Drake. Ya había hecho su aprendizaje con John Hawkins por las costas de América en 1568, lo cual le permitió atacar primero Nombre de Dios en julio de 1572. Según reveló uno de sus hombres en un memorial publicado más tarde, el inglés contaba con la ayuda de los cimarrones, víctimas de la crueldad de sus amos, reunidos en dos reinos, uno al este y el otro al oeste del camino de Nombre de Dios a Panamá. Estaba pues bien informado de la situación y esperaba también que los negros que se habían quedado en el servicio de sus amos acabaA.G.I., Panamá 30, N. 14, 1. En cuanto a las consecuencias de la alianza entre los cimarrones y Drake, piensa Fernando Romero que «los negros prófugos, conscientes de su fuerza y orgullosos de su alianza con los ingleses, tórnanse más audaces. Fundan una aldea, que es pronto destruida por los soldados del Rey, y eligen un monarca»; en: «El negro en Tierra Firme durante el siglo xvi», Boletín de la Academia Panameña de Historia, 2ª época, n° 1, enero-julio de 1943, p. 458. Ya sabemos que no esperaron a Drake para esto. 38 Jopling, ob. cit., p. 350. 37
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rían por unirse con los cimarrones para lograr su libertad39. Rechazado de Nombre de Dios, valiose Drake de la mediación del negro Diego que se juntó a sus hombres. Le brindó Diego la oportunidad de encontrarse con los jefes de los cimarrones de la comarca. Elaboraron un plan que no carecía de osadía. Llegarían hasta el pueblo de Venta de Cruces donde paraban las recuas de mulas procedentes de Panamá con el metal precioso del tesoro real y de los particulares. Desde allí el traslado se efectuaría en lanchas hasta la costa del Mar del Norte donde lo esperaba la flota, evitando así las dificultades del camino por selvas tupidas. Los cimarrones aconsejaron al pirata que esperase el final de la estación lluviosa. A principios de febrero de 1573 se reunió de nuevo con dichos cabecillas con el fin de ultimar los preparativos. Entre los 28 hombres que tan sólo le quedaban de sus precedentes actuaciones, escogió a 18 de los mejores. A este grupo se añadieron 30 cimarrones encargados de llevar los bultos, lo cual daba un conjunto de 48 hombres. Aprovechándose de diversas memorias redactadas por los sobrevivientes y revisadas por el propio Francis Drake, John Masefield reconstituyó la expedición con gran precisión40. Cada día emprendían la marcha al salir el sol y se detenían a las diez para el almuerzo. A las doce reanudaban la marcha 39 «A blacke people which about eightie yeeres past fled from the Spaniards, their Masters, by reason of their cruelties, and are since growne to a nation, under two Kings of their owne. The one inhabiteth to the West, th’other to the East of the way from Nombre de Dios to Panama […] Our Captaine, willing to use those Negroes well (not hurting himselfe), set them a shoare upon the maine, that they might perhaps joyne themselves to their countrimen the Symerons, and gaine their libertie if they would, or if they would not, yet by reason of the length and troublesomenesse of the way by land to Nombre de Dios, he might prevent any notice of his coming, which they should be able to give» (Philip Nichols, Preacher, Sir Francis Drake Revived: Calling upon this Dull or Effeminate Age to follows his Noble steps for Gold and Silver. By this Memorable Relation of the Rare occurrences (never yet declared to the World) in a third Voyage made by him into the West-Indies, in the yeeres 72 and 73 when Nombre de Dios was by him an fiftie two others onely in this Companie surprised. Faithfully taken out of the Report of M. Christopher Ceely, Ellis Hixom and others, who were in the same Voyage with him, by Philip Nichols, Preacher. Reviewed by Sir Francis Drake himselfe befor his death…, London: Nicholas Bourne, 1628. En: I. A. Wright, Documents Concerning English Voyages to the Spanish Main. 1569-1580, London: Hakluyt Society, 1932, p. 259). 40 John Masefield, On the Spanish Main or, some English forays on the isthmus of Darien. With a description of the buccaneers and a short account of old-time ships and sailors, London: Conway Maritime Press, 1972, pp. 15-73. Comprobamos la fidelidad de la transcripción de John Masefield acudiendo al documento original de que se valió: Philip Nichols, Preacher, Sir Francis Drake Revived…, ob. cit.
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hasta las cuatro de la tarde. Era el momento de escoger el lugar donde pernoctarían, durmiendo a menudo en viejas cabañas construidas por los indios cuando no las edificaban los negros. Dentro encendían pequeñas fogatas para ahuyentar los mosquitos. Comían los animales cazados por los cimarrones y las abundantes frutas tropicales de la selva. Pedro, uno de los dos jefes cimarrones, les alentaba del mejor modo que podía, prueba ésta del odio que experimentaba por los españoles. Llegaron de este modo a un pueblecito construido en tiempos pasados por los negros fugitivos al pie de una loma y a orillas de un río, situación defensiva clásica de los palenques. Suministran las relaciones una descripción pormenorizada del lugar. Rodeaban el pueblo un foso de ocho pies de ancho y una espesa pared de adobe de diez pies de alto. Lo atravesaba del este al oeste una ancha y larga calle, a la cual se añadían otras dos calles menos largas y más estrechas. Más de 50 vecinos lo mantenían sumamente limpio al modo de ver de los ingleses41. No carecen de interés estos datos por la escasez de información acerca de los primeros palenques. Distaba el pueblo unas 35 leguas de Nombre de Dios y 45 de Panamá. Tiempo atrás, atacados por 150 españoles, los vecinos se defendieron con gran energía matando a las cuatro quintas partes de la compañía. Desde entonces mantenían una extrema vigilancia por los contornos, matando a cualquier español que se aventurase por allí. Notó Drake que, si no tenían sacerdotes, seguían venerando la cruz, lo cual le indujo a impartirles una leve instrucción religiosa limitada según parece a la enseñanza de oraciones. El 7 de febrero continuó adelante la expedición. Servían de vanguardia cuatro cimarrones encargados de buscar un camino y de marcarlo, siguiéndoles otros 12 negros. Luego venía Drake con sus hombres y los dos cabecillas, y cerraban la marcha 12 cimarrones. Todos respetaban el mayor silencio. El 11 de febrero a las diez de la mañana llegaron a unos cerros de donde se divisaban los dos mares. El 13 a la selva se sustituyeron sabanas desde las cuales se podía ver Panamá. Decidió Drake mandar un cimarrón a la ciudad, donde pasaría desapercibido, para informarse de las 41 It was surrounded by «a dyke of eight feet broad, and a thick mud wall of ten feet high, sufficient to stop a sudden surpriser. It had one long and broad street, lying east and west, and two other cross streets of less breadth and length», containing in all some «five or six fifty households». It was «kept so clean and sweet, that not only the houses, but the very streets were pleasant to behold». […] «In this town we saw they lived very civilly and cleanly». en: John Masefield, ob. cit., p. 58.
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últimas noticias en cuanto a la salida de las recuas que llevaban el tesoro real. Solía efectuarse de noche por el frescor que hacía el camino más fácil hasta Venta de Cruces. Se enteró el negro de que la misma noche saldría un convoy bajo la conducción del tesorero real. Ocho mulas llevarían cargas de oro y una de joyas. Dos recuas transportarían víveres y vino para la flota y algo de plata. Dirigiose Drake en el acto hacia Venta de Cruces para armar una trampa, dividiendo a su tropa en dos compañías. Una con 8 ingleses y 15 cimarrones se pondría a un lado del camino, y otra, encabezada por John Oxenham y Pedro, conformada por los otros piratas y negros, se situaría en el otro lado. Se dio la orden de dejar pasar una recua procedente de Nombre de Dios. Eso sin contar con la desobediencia de un inglés borracho que se lanzó al camino. A pesar de que un negro logró tumbarle al suelo, un caballero se dio cuenta de que algo estaba pasando. Como se había enterado de que andaban piratas por la costa, se apresuró hacia Panamá para avisar al tesorero real, el cual renunció al traslado y volvió al puerto. No le quedaba más a Drake que asaltar al pueblo de Venta de Cruces, con la ayuda de los cimarrones que no dejaban de dar alaridos que asombraban a los propios ingleses. Contaba el pueblo entonces entre 40 y 50 casas, muchas de las cuales servían de almacenes para las mercancías que llegaban de Nombre de Dios por vía fluvial y los víveres procedentes de Panamá42. Ya conocemos el resultado del ataque. Si los ingleses no sacaron todo el provecho esperado de esta temeraria expedición, por lo menos consiguieron forjar con los cimarrones lazos de confianza que utilizarían en adelante. Armó tanto escándalo la expedición de Francis Drake que la evocó largamente Juan de Castellanos en Elegías de varones ilustres de Indias (1589)43: 42 Armando Fortune se refiere de un modo muy teatral a esta actuación de Drake, valiéndose del testimonio de uno de los hombres del corsario presentado en la obra de Alfred Sternbeck, Filibusters and Buccaneers (traducción del alemán al inglés por Elizabeth Hill y Doris Mudie), New York: Robert M. Mc Bride and Co., 1930, pp. 41 ss.; en: «Corsarios y Cimarrones en Panamá», Revista de la Lotería Nacional Panameña 2 (33), agosto de 1958, pp. 82-91. 43 Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias. Discurso de el Capitán Francisco Drake de nación inglés, desmembrado de la Historia de Cartagena, compuesta y hordenada por Juan de Castellanos, beneficiado de la ciudad de Tunja del Nuevo Reyno de Granada. Año de 1586. Madrid: Instituto de Valencia de Don Juan, 1921. Edición de Gerardo Rivas Moreno, Bocamanga, Colombia, 1997.
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Ven la costa de Chagre con buen puerto, en desprecio de nuestros andaluzes, suben por aquel río turbulento en çiertas lanchas con sus arcabuzes; por él, con infernal atrevimiento, llegaron a la Venta de Cruzes, adonde se robó por el pirata numerosa costía de oro y plata. Y después estuvieron anclados en la costa do con sagaçidades con negros fugitivos y alterados hizieron, según dizen, amistades; con ellos contrataron sus soldados, inquiriendo particularidades de Panamá, del trato de la gente y de Nombre de Dios, por consiguiente. Cerca del qual, con negros que los guían por tierra de montañas y aspereza, saltearon las requas que venían de Panamá, cargadas de riqueza, quitándoles aquello que trahían, que fué caudal de próspera grandeza; y bolvieron por vías ya sabidas, do dexaron las lanchas escondidas. Que los navíos otros dos cresçidos, por ser de corpulencia más patente, a barlovento fueron abscondidos entre las islas puestas al Oriente; no de guerrera gente proveídos, si no çinco soldados solamente o marineros que hiziesen guarda aquellos días que Francisco tarda.
Como es de suponer el evento produjo gran conmoción en Panamá y Nombre de Dios, de la que se hicieron los portavoces en 9 de mayo de 1573 los oficiales reales Tristán de Silva Campofrío y Gonzalo de Carvajal.
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Suplicaron al Consejo de Indias que se apiadase de los particulares cuya hacienda, fruto de varios años de trabajo, había caído entre las manos de los piratas. Merece la pena citar sus palabras, muy significativas del estado de ánimo que reinaba entre ellos: […] es cosa de lastima ver los ombres que an quedado destruydos deste asalto y lo que mayor compasion es ver que muchos dellos yban a descansar a españa con sus haziendas que con trauajo de muchos años lo avian ganado en estas partes y algunos dellos en chile que son prouinçias bien remotas y apartadas y que a legua y media de la çiudad del nombre de dios se la robasen corsarios y quedasen perdidos y destruydos […].
De ningún modo se preguntaron los funcionarios por los orígenes de la hacienda de estos indianos, parecidos a no caber duda a aquéllos de quienes se inspiró más tarde Cervantes para esbozar a su personaje de Felipo de Carrizales, protagonista del Celoso Extremeño. A lo patético añadieron una dimensión apocalíptica: los mismos piratas dieron a entender que se prepararían para volver con más fuerza y valerse de la alianza con los cimarrones para apoderarse del territorio: […] por la confision de uno de los dichos françeses que se tomo deste ultimo asalto [se refieren a otro asalto que se verificó en abril a legua y media de Nombre de Dios, véase más abajo] a contado que tienen formado gran amistad y confederaçion con los dichos negros y les an prometido que partida esta flota del puerto de la dicha çiudad del nombre de dios an de rouar aquella çiudad y entregalles por sus esclavos a los hombres y mugeres españoles que en ella oviese. Apuntamos esto para que entienda vuestra majestad la desberguença destos e quan afligidos e opreso queda este reyno por las calamidades que se aguardan en el mediante esta confederaçion.
Dado el contexto no hay que ver ninguna exageración retórica en la advertencia de Silva Campofrío y Carvajal: «lo que mas nos es lastima es ver al ojo la destruyçion deste reyno si vuestra majestad no lo remedia con brevedad»44. Varias veces en los documentos hicieron hincapié en que el mayor peligro procedía de la «amistad y confederación» de los piratas Se trata aquí de una reinterpretación del tema predilecto de Bartolomé de las Casas de la «destrucción de las Indias», que procedería no de los excesos de los españoles sino de la actuación del enemigo luterano si el rey católico no tomase en cuenta las advertencias. 44
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con los cimarrones, seducidos éstos por la promesa de venganza sobre la sociedad esclavista45. Puso de nuevo un grito de alarma el cabildo de Panamá en otra carta al rey con fecha de 14 de mayo de 1573. Primero presentaron un balance de la actuación de los corsarios que no podía dejar insensible al Consejo de Indias. Desde hacía siete años habían matado más de trescientas personas por mar y tierra y robado más de dos millones de pesos de oro y plata. Por si fuera poco los ingleses se aliaron con franceses y, guiados por cimarrones, salieron de nuevo al camino de Panamá en 29 de abril, robando a dos leguas de Nombre de Dios más de ciento cincuenta mil pesos de oro y plata, de los cuales veinte mil pertenecían al fisco real. Los españoles consiguieron matar a uno de los cimarrones y a dos corsarios, siendo uno de ellos el capitán de los franceses según se supo al poco tiempo de un hombre suyo hecho preso en el monte y ajusticiado después de su deposición cuyo tenor se mandó a España46. La llevaba un hombre de confianza del cabildo, el licenciado Diego García de Franco, encargado de convencer al Consejo de la necesidad de tomar en cuenta la gravedad del caso para los intereses de la Corona47. El 3 de septiembre de 1573 una real cédula avisó al presidente de la Audiencia de las medidas tomadas en el Consejo. Primero se confió al adelantado Pedro Meléndez con la parte de la armada de su cargo la misión de «barrer y limpiar» las costas de los corsarios. Luego le tocaría juntar a sus hombres con las fuerzas reunidas por los oidores de manera a hacerles guerra a los cimarrones «por las partes e lugares y en los tiempos que convengan». Los presos se aplicarían a los que les tomasen y se mandarían a España. Para abonar los gastos, se acudiría a la benevolencia de los mercaderes y de otras personas, y se dignaba el rey permitir una participación de la Real Hacienda a la altura de 10.000 ducados48. Por fin había tomado conciencia el Consejo de la situación, aunque no renunciaba a responsabilizar a los mercaderes para una mejor defensa de sus propios intereses. Mientras tanto, la Audiencia intentaba organizar la resistencia y la represión imponiendo su voluntad a los dos cabildos que no cesaban de A.G.I., Panamá 33, N. 95, 1. Al grupo de hugonotes le capitaneaba el cartógrafo Guillaume Le Testu, quien murió en el enfrentamiento con los españoles. 47 A.G.I., Panamá 11, fol. 208 r-v. 48 A.G.I., Patronato 234, R. 6, 2. 45
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proclamar su incapacidad de reunir los medios adecuados, según informó Pedro de Ortega Valencia, tesorero real de Nombre de Dios, en una carta dirigida al Consejo de Indias el 1 de noviembre de 1573. Convenció a los regidores de Nombre de Dios que alistasen para la defensa de la ciudad a 90 hombres cuyo sueldo particular, o sea, 16 pesos mensuales, correría a cargo de la Real Hacienda. Se nombró como alcalde mayor al vecino Gonzalo de Palma. Los gastos anuales en sueldos, mantenimientos y municiones alcanzarían, al modo de ver de Ortega, 17.280 pesos. En Panamá, el cabildo se vio obligado a organizar un concejo abierto para consultar a los vecinos antes de adoptar una decisión. Sería menester reclutar a 200 hombres, lo cual acarrearía un gasto anual de 40.000 pesos. Como no alcanzaba el presupuesto para tanto, se propusieron medidas alternativas como una imposición sobre la carne, aumentando de un cuarto el precio del arrelde, que correspondía a cuatro libras; una tasa de un real diario sobre el mismo peso de mercancías que tomasen el camino de la Casa de Cruces y otra sobre las carretas de los particulares y el arrendamiento de la «mojonería», tributo pagado por una medida de vino. Se aplazaría también el pago de los 3.000 pesos de oro debidos a la Corona con motivo de precedentes expediciones. Al decir de Pedro de Ortega, estas proposiciones no fueron del agrado de la Audiencia, la cual tomó las cosas en sus manos. Decidió enviar a un fraile dominico para abocarse con los cimarrones e incitarles a la sumisión. En el mismo tiempo nombró a un tal Luis de Torres como capitán de una compañía de 50 hombres encargados de hacerles guerra, lo cual no le pareció muy coherente a Ortega. Salieron los soldados un día después del fraile. A éste los oidores le dieron seis negros libres para acompañarle en la empresa, lo cual aceptaron a regañadientes, conscientes de que los cimarrones verían con muy mal ojo la doblez de la Audiencia. Y así pasó. Los cimarrones ahorcaron al fraile y mataron a cuatro de sus compañeros, dejando vivos a los otros dos para que diesen noticia de lo sucedido a las autoridades. En cuanto a Luis de Torres si dio tan sólo con un pueblecito donde prendió a seis u ocho cimarrones y mató a otros tres, en cambio, llegado a la costa del Mar del Norte, descubrió un fuerte de palizada hecha por los ingleses desde la cual corrían la costa y se comunicaban con los cimarrones. Enterados de la muerte del dominico, exigieron los oidores otro concejo abierto que se contentó con corroborar lo decidido en la primera reunión, con la diferencia de que a ningún cimarrón preso, fuera mujer o niño, se
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le dejaría en vida. Se esperaba que este rigor intransigente acabaría por convencer a los más reacios, preocupados por sus familiares. Tampoco quedaron satisfechos los oidores, poco respetuosos de las prerrogativas del cabildo. Si nos atenemos a esta relación, no admitía la Audiencia la estrechez de miras de los regidores, demasiado atentos a sus intereses a corto plazo. A todas luces no querían éstos dar su brazo a torcer, estimando que le tocaba a la Corona asumir sus obligaciones y en particular la de vigilar por el traslado del quinto real y de los bienes de los particulares procedentes del Perú. Pero los oidores estaban determinados a salir victoriosos de la pugna, valiéndose de cualquier medio. El mismo Ortega, quien aparentemente distaba de cantarles la palinodia, sufrió las consecuencias de la desavenencia, buscándole las cosquillas los oidores. Rechazaron su nombramiento como general de los 200 soldados que se reclutarían, según la primera decisión del cabildo de Panamá, sustituyéndole hombres de su agrado con salarios excesivos. La cosa se puso fea para él al atreverse a proponer que un oidor tomase la cabeza de la campaña militar. No sólo le pusieron preso sino que empezaron a escarbar en sus negocios para encontrar un motivo para desautorizarle. Le pusieron por cargo el hecho de haber especulado, pese a su puesto, con la venta de seda procedente de España, suspendiéndole de su oficio por dos años e imponiéndole una multa de 1.000 pesos y dos años de destierro. Esta tercera pena se conmutó en apelación en reclusión en Nombre de Dios. Se disculpó el tesorero ante el Consejo de Indias, afirmando que dichas mercaderías no eran suyas sino de su hijo Jerónimo de Ortega. Este las llevó a Panamá, pagando los derechos requeridos, cuando todavía no disfrutaba su padre del cargo. No le habrían perdonado los oidores que, como tesorero real, propusiera a la Corona que no se les pagase el sueldo en pesos de oro sino de plata y que se les exigiese la devolución de lo indebidamente cobrado. Por lo menos ésta es la explicación aducida por el oficial real, la cual no carece de verosimilitud en la medida en que, como veremos más adelante, conseguiría granjearse la benevolencia del Consejo de Indias. Dicha instancia suprema le confirmó posteriormente en el nombramiento como general de la guerra contra los corsarios y los cimarrones49. Fuera lo que fuere, en la primera quincena del mes de diciembre de 1573, consiguieron los oidores enviar un capitán, sin duda alguna Gabriel 49
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A.G.I., Panamá 11, fols 119 r-v, 117 r-v.
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de Navarrete a quien evocaremos más abajo; con cierta gente para resistir la entrada de los ingleses y «arruinar y castigar» a los negros, según la expresión enfática de los contadores Tristán de Silva y Gonzalo de Carvajal, hermano éste del oidor Carvajal50. Llegado a destino, el licenciado Diego García de Franco logró persuadir al Consejo de Indias de la imperiosa necesidad de enfocar de otra manera la situación. El 12 de enero de 1574 se despachó una cédula a la Real Audiencia que daría otro giro a la empresa, del todo diferente a las órdenes impartidas en la de 3 de septiembre del año anterior evocada más arriba. Informado de que tan sólo el temor al castigo les impedía a muchos de los cimarrones reducirse al servicio del rey, el Consejo tomó a bien dar por nulas las disposiciones precedentes y ordenarle al presidente de la Audiencia que les asignase un plazo para someterse y recibir a cambio el perdón de las penas merecidas por sus fechorías. Para que se enterasen los negros alzados, se pregonaría la cédula en las ciudades y poblaciones del distrito51. En unos cuantos meses se había pasado pues de la guerra sin tregua a la busca de un compromiso. Pero por lo menos hasta mayo los oidores siguieron aplicando las órdenes del 3 de septiembre, con la ayuda del general Diego de Flores Valdés, como consta de una carta de la Audiencia con fecha de 23 de abril de 157452. Según un informe con fecha de 28 del mismo mes procedente de los oficiales de la Real Hacienda Tristán de Silva Campofrío y Gonzalo de Carvajal, como capitán general encabezaba Gabriel de Navarrete a una tropa conformada por 110 soldados y 60 o 70 negros cargueros pagados por cinco meses. Los sueldos y los gastos en municiones y pertrechos de guerra alcanzaban 11.728 pesos 5 tomines y 7 granos, tomados de las rentas del reino de Tierra Firme y del Perú53. Ahora bien, el 21 de junio de 1574 se mandó otra real cédula a la Audiencia de Panamá que rectificó algo el tenor de la de 12 de enero. No se suprimió del todo la posibilidad de acudir a la guerra, quizá para mayor precaución. Les tocaría a los oidores reunir una junta de personas de experiencia encargada de elegir la solución más adecuada. Llama la atención el hecho de que el Consejo prefirió responsabilizar a un círculo más extenso, 50 51 52 53
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A.G.I., Patronato 234, R. 1, 1. A.G.I., Patronato 234, R. 6, 2. A.G.I., Panamá 11, fol. 291 v. A.G.I., Panamá 11, fol. 72 v.
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sea por no fiarse del todo de los oidores, sea para comprometer a más gente en la decisión y darle así una mayor oportunidad de acierto En caso de optar la junta por la guerra, la planificaría con el capitán general de la armada del adelantado Pedro Meléndez encargada de la vigilancia de las costas. Se trataba de Diego Flores de Valdés, quien pondría a sus hombres al servicio de dicha causa. Se aplicarían entonces las órdenes contenidas en la cédula del 3 de septiembre, con un cambio en cuanto a los castigos. No pasarían los alzados a la propiedad de los soldados que les cogiesen sino que éstos recibirían 40 pesos por cabeza de negro muerto o 10 por negro vivo. Se devolvería a los cimarrones vivos a sus amos después de cortarles la oreja derecha y desjarretar el pie izquierdo si su ausencia no pasara de seis meses. De no encontrar a los amos, se vendería a los fugitivos. En caso de una ausencia más larga, se les ahorcaría. Como se ve, se volvería a unas disposiciones ya clásicas. Si la junta prefiriese elegir el camino de la magnanimidad, ésta se manifestaría en un marco bien determinado que merece la pena exponer detenidamente por ser el que se aplicó en los años posteriores con algunas salvedades. Constaba de doce puntos que dejaban escasa libertad a los oidores y a la junta. Pregonado el plazo fijado para su reducción, se concedería plena libertad a los cimarrones que se presentasen, haciendo caso omiso de los intereses de sus amos. Gozarían ipso facto del real indulto por todos sus delitos. Formarían pueblos en lugares señalados por las autoridades. Éstos acogerían también a todos los negros horros de la jurisdicción, medida sugerida por los regidores para solucionar los problemas de delincuencia. De no obedecer cualquiera podría reducirles de nuevo a la esclavitud e incluso venderles. Los reducidos se verían autorizados para esclavizar a su favor a los alzados que no aceptasen las condiciones propuestas después de desjarretarles el pie derecho y cortarles la oreja izquierda. También podrían venderles. A decir la verdad no se aplicaron estas dos últimas medidas que les parecerían excesivas a los miembros de la junta. Los puntos siguientes se relacionaban con la vida en los pueblos reducidos. A los vecinos les correspondería mantener a sus curas doctrineros y abonar sus estipendios. Les impartirían justicia jueces españoles radicados en los mismos pueblos. Sería de la incumbencia de los reducidos prender a los futuros cimarrones con un plazo de dos meses después de ser avisados, y devolverles a sus amos so pena de pagarles el precio de dichos esclavos después de la debida tasación. A cambio recibirían de los propietarios la
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cantidad de 10 pesos por cada cimarrón. A éste se le infligiría el castigo clásico que consistía en desjarretarle el pie derecho y cortarle la oreja izquierda por una huida que pasara de quince días. Correría al cargo de los reducidos el aderezar los caminos de Panamá a Nombre de Dios y a la Casa de Cruces. También se verían obligados a abrir caminos desde sus pueblos hasta dichas ciudades. Por fin tendrían que mantenerse con sus labranzas y crianzas como buenos vasallos del rey. El último punto concedía la libertad a los oidores de quitar o añadir lo que les pareciese. Con la misma fecha se mandó orden al general Diego Flores de Valdés que se juntase con el presidente y los oidores para tratar de la guerra y poner a sus hombres a su disposición54. Llegada a Panamá la real cédula, cumplieron el presidente y los oidores con sus obligaciones el 28 de febrero de 1575, reuniéndose con el cabildo, los oficiales reales y otras personas. Optó la junta por la paz, dando un término de cuatro meses a los cimarrones para su reducción al real servicio. Acabado éste se les haría guerra imponiéndoles los castigos determinados por las instrucciones. Para que todos se enterasen se hizo pregonar el tenor de las decisiones por todo el distrito. Se aplicarían éstas incluso a los negros alzados aprehendidos por los soldados antes de la publicación55. En 5 de mayo de 1575 avisaron a la Corona los oidores Juan Ramírez de Mora y Salcedo Nieto que la Audiencia había cumplido con lo cometido. Se le había dejado la libertad de decisión sobre lo que convenía hacer para la reducción de los cimarrones, después de conferirlo con el cabildo de Panamá: sea acudir de nuevo a la guerra sea elegir el medio de la paz prometiéndoles libertad y remisión de sus delitos. Se optó por la segunda posibilidad y se pregonó un término de cuatro meses para la sumisión que corría desde primero de marzo. En la fecha tan sólo se habían presentado tres negros pese a las medidas tomadas para vencer las sospechas de los cimarrones, como la supresión del repartimiento sobre las mercancías para costear la represión y la suspensión del tributo impuesto a los negros y mulatos horros, por ser éstos los medianeros con los alzados56. Esta A.G.I., Patronato 234, R. 6, 2. A.G.I., Panamá 11, fol. 485 r-v. 56 A.G.I., Panamá 11, fol. 9 r-v. La cuestión del tributo de los negros y mulatos libres de Panamá, que montaba a un marco de plata, o sea, cincuenta reales —lo cual era mucho efectivamente para la época—, no se solucionó tan fácilmente a juzgar por la demanda introducida el 16 de mayo de 1576 en nombre suyo por Melchor de Garay, Gaspar Ruiz, Juan Antonio, Melchor García, Antonio Mostrenco y Juan Antonio. En la 54 55
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manifestación de buena voluntad no surtió el efecto esperado, corroboró la Audiencia en una carta al rey de 6 de mayo. Antes de que llegara la real cédula, más precisamente desde el mes de mayo del año anterior se había nombrado por capitán general de la guerra a Gabriel de Navarrete, escribano de cámara de la Audiencia. De noviembre al mes de abril de 1575, con algunos oficiales y 120 soldados había intentado inútilmente sorprender a los cimarrones: […] poco effecto resulto de la ida aunque se padecio trabajo harto, la guerra es muy trabajosa por ser la tierra muy despoblada y montuosa y estar los negros hechos al monte y no esperan y seguillos y alcançallos pareçe imposible por la mucha largueza de la tierra y falta de comida […].
información destinada al fiscal Núñez de la Cerda arguyeron de su pobreza de solemnidad para solicitar una exención. Su trabajo no bastaba para abonar la cantidad exigida, y se veían obligados a vender sus pocas pertenencias. Se temía que ciertos de ellos se dieran al robo para satisfacer las exigencias del fisco real y que los cimarrones, al enterarse de ellas, se negasen a reducirse. El argumento, es de admitirlo, no carecía de astucia. Pero lo más importante viene después, cuando la información se refiere a las deudas de las autoridades para con esta gente, quien, en los casos de peligro, les prestó una preciosa ayuda. Remontan los solicitantes a la rebelión de Gonzalo Pizarro. El presidente Pedro de la Gasca acudió a sus servicios durante más de tres meses en las islas de las Perlas para la construcción de bergantines y galeras. Después, la victoria contra los hermanos Contreras no se hubiera alcanzado sin la intervención de los negros, evento del cual hemos tratado más arriba. Pero la información pone particular énfasis en el papel que no dejaron de desempeñar los negros y mulatos libres, hombres y mujeres, en la defensa de Nombre de Dios y de Panamá frente a los piratas franceses e ingleses: «[…] hacen y han hecho siempre a la continua todo lo que se les manda en servicio de esta ciudad y reino sin poner escusa ni dilación alguna». Da a entender que su comportamiento fue ejemplar, al lado de los capitanes Francisco Carreño, Lozano, Pedro de Ursúa, cuando se trató de acabar con Bayano. Luego se portaron con el mismo denuedo en las tropas de los generales Esteban de Trejo y Gabriel Navarrete, con motivo de la guerra en contra de los cimarrones a partir de los años setenta. Por fin insiste el documento en el hecho de que no recibieron dichos negros y mulatos libres ninguna remuneración o gratificación por semejantes servicios. Insertándose esta petición en el espinoso problema de la represión del cimarronaje, se convirtió en un obvio chantaje que a la Real Audiencia le resultaba harto difícil no tomar en cuenta sin correr riesgos mucho más graves para la Real Hacienda que la renuncia al tributo impuesto a todos los negros y mulatos horros de las Indias Occidentales. Se puede consultar el documento en: Gladis Casimir de Brizuela, El Territorio Cueva y su transformación en el siglo xvi, Panamá: Universidad de Panamá/ Universidad Veracruzana, 2004, pp. 261-265.
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Resultó tanto más negativa la empresa cuanto que salió muy cara por haberse gastado 11.728 pesos de la Real Hacienda. Este balance justificaba aparentemente la decisión tomada por la junta57. Sin embargo el 7 de mayo no se mostraron muy optimistas los oidores. Habían transcurrido casi tres meses desde los pregones que llevaron al conocimiento público el término fijado para la reducción de los cimarrones y sólo se presentó uno, cifra que no concuerda con la cifra citada el día anterior. Peor aun: aumentaron los asaltos por el camino, con lo cual se necesitó acrecentar el número de soldados para acompañar las recuas de oro y plata y las de ropa. Entonces dieron los negros en atacar los barcos que remontaban el río Chagres hasta la Casa de Cruces para robar hierro, armas, vino y otras mercaderías. En conclusión, se contemplaba la posibilidad de volver a hacerles «cruda guerra» a los cimarrones58. Al decir del cabildo de Panamá, en una carta dirigida al rey el 22 de julio de 1575, nadie se atrevía a mandar mercancías sin guardias por el camino59. Éste se encontraba en muy mal estado, si nos referimos al informe que mandó el 12 de marzo de 1575 Íñigo de Lecoya, almirante de la flota y armada de Tierra Firme. De los negros esclavos encargados de su mantenimiento, encontró sólo a cinco o seis, tan viejos que no podían ser de mucha utilidad. Interrogados sobre el paradero de sus compañeros de trabajo contestaron que se valían de sus servicios el alcalde mayor, los alcaldes ordinarios, un regidor y el fiel del cabildo de Nombre de Dios. Para excusar gastos improductivos y alcanzar mayor seguridad, propuso el almirante que la flota descargase las mercancías en Cartagena de Indias, desde la cual se transportarían en fragatas hasta la boca del río Chagres donde se edificaría un bastión. Es de suponer que luego remontarían el curso del río hasta la venta de Chagres, solución que se impuso con el tiempo60. Al acabarse el plazo concedido, se planteó el problema de saber si convenía volver a la guerra. Después de consultarlo con el cabildo y los vecinos, los oidores prefirieron renunciar a esta posibilidad que suscitaría grandes gastos porque tendría que ser continua. Sería contraproducente comenzarla sin el dinero necesario. Así que se estaban esperando las órdenes de 57 58 59 60
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A.G.I., Panamá 11, fols 6 a y 25 v. A.G.I., Panamá 11, fol. 214 v. A.G.I., Panamá 11, fol. 216 v. A.G.I., Panamá 40, N. 29, fol. 680 r.
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la Corona61. Para comprender mejor los apuros en que se encontraban los cabildos, hay que recordar que el de Nombre de Dios acabó tan sólo en 1576 el reembolso de los 4.000 pesos prestados por el marqués de Cañete sobre la Real Hacienda, merced a la imposición sobre las mercancías con destino al Perú62. Se entiende entonces las vacilaciones de los regidores en lanzarse en otros gastos sin estar seguros de los resultados. Lo temido por todos y anunciado por Tristán de Silva y Gonzalo Carvajal acabó por concretarse, según escribió el cabildo de Panamá al rey el 15 de abril. En realidad no cesaron las hostilidades de los piratas, subrayó al principio de su carta, evocando los acontecimientos de 1575 en la Venta de Chagres y en el río de Campos a una legua de Nombre de Dios, donde en compañía de cimarrones robaron más de 130.000 pesos de oro del fisco real y de particulares. Se hubieran apoderado de otros 100.000 sin la presteza de los socorros que vinieron de la ciudad. De ninguna ayuda fueron los galeones de la flota de Diego Flores de Valdés, siendo el único recurso para la vigilancia de las costas el uso de galeras como ya lo tenían sugerido los regidores. Se quejaron éstos amargamente de la poca atención concedida por la Corona a sus demandas relacionadas a la guerra contra los cimarrones a quienes convenía extirpar para que dejasen de ayudar a los piratas, la cual dio lugar a los acontecimientos evocados. Empezaron por situar los lugares donde se manifestaron. Entre el golfo de Acla en el Mar del Norte, donde se ubicaba antes una ciudad que se abandonó, y el de San Miguel en el Mar del Sur, se estrechaba tanto la tierra que sólo los separaban doce leguas. Les enseñaron el camino los cimarrones a unos 50 piratas. Llegados al Mar del Sur, éstos con diez negros se dirigieron a las islas de las Perlas donde se adueñaron de mucha cantidad de perlas, de joyas de oro y de plata, entregando a los cimarrones 70 piezas de esclavos entre hombres, mujeres y muchachos que servían en las pesquerías de perlas. Antes de irse, quemaron todos los bergantines y canoas para que los perjudicados no pudiesen pedir ayuda. Insistieron adrede los regidores en los excesos cometidos por los ingleses en contra del culto católico. Quebraron imágenes y crucifijos, echaron al suelo el ara de una iglesia haciéndola pedazos, cocinaban quemando albas y vestimentas litúrgicas, dieron de palos a un fraile franciscano, se burlaban del sumo pontífice y del sacramento 61 62
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de la absolución. El rey, como «defensor de la república cristiana» no podía menos de compadecerse de estos crímenes vengando la honra de Dios. De no hacerlo la secta luterana se implantaría en esta tierra con tanta más facilidad cuanto que, aseveró el cabildo, los cimarrones ya eran tan luteranos como los ingleses como decían y manifestaban por obras. Estaban convencidos los regidores de que el capitán Juan «Ax» (por John Oxenham) y su consejero Chalona (John Butlar), hombre muy temido y respetado de sus soldados, después de abrir el camino del Mar del Norte al Mar del Sur, volverían el año próximo con refuerzos de 2.000 hombres concedidos por la reina de Inglaterra, halagada por los resultados obtenidos, para adueñarse del reino que tan poca resistencia podía oponerles. Le correspondía al rey mostrarse a la altura de su fama de defensor de la religión cristiana y de domador de «poderosos reyes […] en todas las partes del mundo» y oponerse a la empresa mandando cuatro galeras en la próxima flota y 400 hombres para fundar dos pueblos de 200 vecinos cada uno en Acla y en el golfo de San Miguel para disipar a los cimarrones que tanto daño causaron. Como veremos más adelante, no se hizo caso omiso de la súplica63. Ese mismo día el oidor Alonso Criado de Castilla dirigió también una carta al Consejo de Indias sobre los eventos, con algunas diferencias y precisiones. Frente a los habitantes de la isla se mofaban los ingleses del papa, a quien trataban de puto, y de las bulas de la Santa Cruzada. Los cimarrones que les acompañaban con sus armas y flechas, capitaneados por Juan Vaquero, negro principal, no eran más de nueve, pero se había agregado a ellos un indio reducido a su obediencia. Venían, aseguró el oidor, dogmatizados por los ingleses, como lo dieron a entender por sus obras: […] y el yngles coçinero tomo el alua con que se dezia misa e se la vistio y andaua vaylando con ella haziendo burla a todo lo qual los dichos negros çimarrones acudian e se olgaban haziendo grandes regoçijos diziendo yo yngles puro luterano e despues el dicho yngles corto el alua y se quedo con ella vestido por camissa e se pusso sus vestidos ençima y en la iglesia que tenian hizieron cozina donde guissauan de comer y quemaron en ella las ymagenes que estauan dentro.
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Conviene justipreciar la actitud de los hombres de Juan Vaquero que, más allá de la comicidad trágica escenificada por el informe, es de gran significación. Si dieron oídos a la enseñanza de los ingleses, que a todas luces no se adentraría en pormenores teológicos, fue porque como ellos condenaban a la Iglesia católica, pero no por los mismos motivos. La condenaban por avalar la esclavitud y hacerse cómplice de los abusos impuestos a los negros, pese al mensaje de caridad que le incumbía impartir. Por añadidura, prometían los piratas la tan anhelada libertad a sus congéneres que seguían en poder de los amos y el desquite de sus desgracias con la inversión de los valores sociales. Las palabras de adhesión al «luteranismo» pronunciadas por los cimarrones en las islas de las Perlas correspondían más bien al rechazo del catolicismo tal como lo conocían, es decir, en tanto que pilar de la sociedad esclavista. Si bien no analizaban debidamente los hechos referidos, tenían toda la razón las autoridades haciendo hincapié en el peligro que presentaba esta colusión de creencias por una parte y de intereses por otra. Y, por si fuera poco, había un indio entre estos cimarrones, lo cual no podía menos de acrecentar los temores de contaminación de los naturales por la «perversa secta»64. El 30 de abril de 1577 Criado de Castilla esbozó una descripción patética de la situación de Nombre de Dios. Fuera de la época de permanencia de las flotas en el puerto, los españoles ya no querían residir dentro de sus límites por puro miedo a los piratas, habiendo bajado la población de 500 vecinos a 20. El abandono se manifestaba ya con la ruina de muchas de las casas y se acentuaría con las últimas noticias, según las cuales los ingleses, con la ayuda de los cimarrones, habían conseguido pasar al Mar del Sur65. El día siguiente, 1 de mayo, el presidente Loarte, los oidores Salcedo Nieto y Criado de Castilla, a quienes se añadió el doctor Cáceres, suministraron una información más completa. En Acla, se habían descubierto dos fragatas cargadas con el botín robado por el Mar del Norte y un fuerte construido tierra adentro. A partir de allí se organizó la expedición hasta el río Balsas, luego se emprendió la navegación hasta el golfo de San Miguel y por fin hasta las islas de las Perlas donde los ingleses se dieron al saqueo y a la destrucción. Se adueñaron de gran cantidad de perlas y de riquezas, en particular las que llevaban unos barcos a Panamá. Así, a un vecino de 64 65
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Quito le robaron 4.000 pesos y se apoderaron de más de 50.000 pesos de oro pertenecientes a particulares. Lo que más grave les pareció a los oidores fue la destrucción de imágenes, la profanación de objetos del culto, los ultrajes de que fueron víctimas los sacerdotes y «muchas herejías de la reprobada seta de Martin Lutero». Este vocabulario pone voluntariamente énfasis en la ideología aniquiladora que animaba a los ingleses, quienes no sólo se portaban como enemigos codiciosos, sino principalmente como fanáticos herejes. Los cimarrones se contentaban con raptar a los negros de las pesquerías para reforzar sus propias filas. Desde el domingo de Septuagésima hasta diecisiete días más tarde, no encontraron ningún obstáculo los aliados. 3.2. Zafarrancho de combate Cuando acabó por llegar la noticia de estos acontecimientos a Panamá, se organizó la reacción. Se envió un barco por las costas del Perú para avisar a los que se dirigían hacia el istmo. En unos diez días el presidente y los oidores se dedicaron a organizar una fuerza compuesta de 260 arcabuceros experimentados puestos a las órdenes como general de Pedro de Ortega Valencia, factor y veedor de la ciudad. Por fin se habían olvidado las disensiones entre los españoles y se habían admitido las cualidades de Ortega. Al cabo de cuarenta días, pasados en recorrer la costa con seis fragatas, bergantines y bajeles y a remontar las desembocaduras de los ríos, hallaron algún rastro que les permitió alcanzar a los enemigos. El martes de Semana Santa, dieron a orillas de un río con 30 ingleses y 80 negros que fueron cogidos de sorpresa. Durante el enfrentamiento, consiguieron matar a más de 25 ingleses y cantidad de cimarrones, pudiendo escapar con dos heridas John Oxenham («Juan Ax»), el jefe de los ingleses y antiguo compañero de Drake, así como muchos cimarrones, entre los cuales estaba su capitán, Juan Vaquero. El Jueves Santo llegó Ortega a un pueblo de cimarrones donde se habían fortalecido los ingleses y sus aliados. El asalto duró más de una hora, y la superioridad de los españoles les obligó a darse de nuevo a la huida, aunque se capturó a cuatro ingleses, tres muchachos y un hombre herido. No se hubiera podido descubrir el botín de los corsarios, si no confesara uno de los muchachos el día de Pascua de Resurrección dónde lo habían ocultado. El sargento mayor Antonio de Salcedo, de quien volveremos a hablar, con una docena de
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soldados, se dirigió en el acto al lugar señalado donde estaban enterrados 27 talegos de oro, 33 de plata y 13 barras de plata, que era lo que habían tomado los corsarios del barco de Guayaquil, y otras cantidades de oro y plata de robos hechos en el Mar del Norte. Por si fuera poco consintió el mismo muchacho, sin que el documento aludiese a los medios empleados aunque otro deja bien claro que se utilizó el tormento, a guiar a los españoles hacia el lugar de la costa del Mar del Norte donde habían dejado los ingleses dos lanchas metidas debajo del agua para servirse de ellas después de su empresa en el Mar del Sur. No muy lejos, en el monte, tenían también escondidas muchas barras de plata y monedas de plata corriente. El presidente Loarte confió a uno de los capitanes de Ortega, Luis García de Melo, la misión de dirigirse hacia el sitio indicado con 50 hombres. Se decidió perseguir a los ingleses huidos de manera que no llevasen información a su tierra, y también a los cimarrones para que no siguiesen brindando su ayuda a los enemigos, o más bien, tomando prestado el discurso de los oidores, para que «quedaran con menos atrevimiento de acoger a estos ynfieles como hasta aquí lo an hecho dandoles el castigo que posible fuere». Por ser la situación extremadamente preocupante, el cabildo de Panamá decidió en 26 de abril de 1577 mandar a España al general Ortega Valencia, cuya actuación no dejó de ensalzar: Ynbiamos por procurador desta çiudad al dicho general pedro de Ortega Valencia al qual puede vuestra majestad dar entera fee y creençia de todo lo subçedido en este particular y a el nos remitimos es muy fiel y diligente en el seruiçio de vuestra majestad segund ha manifestado por las obras. Mereçe que vuestra majestad le onrre y premie en otras mayores y mas graues cargos de su seruiçio.
Al fin y al cabo, insistieron, se le debía más que al adelantado Pedro Meléndez. Una de las peticiones presentadas por Ortega sería la concesión por la Corona de cuatro galeras y 400 hombres para fundar un pueblo en el Mar del Norte, en el golfo de Acla, y otro en el Mar del Sur, en el golfo de San Miguel para disipar a los cimarrones, talando sus cultivos, y oponerse a la entrada de corsarios. Sabemos que el cabildo ya había expresado este plan por escrito al Consejo de Indias. La persecución de los ingleses que habían escapado a Ortega no se hizo sin dificultad, que procedió más de la susceptibilidad de los seres
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humanos que de los obstáculos naturales como permite deducir una carta del presidente Loarte enviada el 1 de abril de 1577 a Diego Núñez Chaves, alcalde ordinario de Nombre de Dios. Después de exponer la finalidad de la misión confiada al capitán Luis García de Melo, el preámbulo de la carta hace hincapié en el principal motivo: se trataba de impedir que los supervivientes pudiesen volver a Inglaterra y suscitar la organización de una nueva expedición con mucha más gente que se instalase en el monte y construyese fuertes con la ayuda de los negros, «lo qual sería de notable ynconbiniente y casi perdiçion de todas las yndias» 66. Ahí surge de nuevo el temor obsesivo de los responsables administrativos, conscientes de los puntos débiles de su territorio, el cual se transforma en un verdadero Leitmotiv. En una segunda parte, expone el presidente los medios, que ya conocemos, con la salvedad de lo relacionado a la intendencia. Loarte cometió al tesorero Tristán de Silva Campofrío el apercibimiento del matalotaje necesario para el mantenimiento de los 50 hombres de García de Melo. Éste se puso de acuerdo con Alonso Calvo, alcalde de la ciudad, para encontrar 10 quintales de bizcocho, 30 fanegas de maíz y carne vacuna. Estos detalles tienen su importancia porque suscitaron un conflicto de rivalidades entre el presidente y Cristóbal de Eraso, capitán general de los galeones del rey. Éste se apoderó efectivamente del bizcocho para su armada, pretendiendo que a él le tocaba suministrar a García de Melo el barco que necesitase para dirigirse a la costa de Acla, según las instrucciones reales que le facultaba para tomar todos los barcos que fuese menester con el fin de llevar a cabo su misión de protección del litoral. Y por si fuera poco metió a los dos muchachos ingleses que habían de servir de guías bajo guardia en uno de sus navíos. Al modo de ver de Loarte, daba a entender Eraso por tal comportamiento que carecía de la debida energía, acusándole de un modo indirecto de tibieza e incluso de descuido. Ahora bien era un pretexto para reservarse la gloria de capturar a los fugitivos con sus propios hombres dirigidos por Miguel de Tirso, cuando todos sabían que si esta gente disfrutaba de mucha experiencia en lo que tocaba a la navegación, de ninguna manera conseguiría sustituirse a los soldados de García de Melo, escogidos entre los que mejor conocían la tierra, sus
66 Notemos la progresión del tema: se pasa de la «destruiçion del reyno», que hemos comentado más arriba, a la «perdición de todas las yndias».
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ríos, ciénagas, montañas y clima caluroso. En conclusión le encargó Loarte al alcalde ordinario una encuesta sobre el caso67. El 7 de junio de 1577, el cabildo de Panamá se dirigió al virrey, cosa poco acostumbrada, para pedirle su ayuda en contra de las decisiones de la Audiencia. Le contó lo que pasó en Nombre de Dios con el capitán Luis García de Melo y sus hombres, encargados de encontrar las lanchas y el botín de los corsarios en el Mar del Norte con la ayuda de dos de los muchachos ingleses. Le puso trabas el general de la flota, Cristóbal de Eraso, deseoso de tomar las cosas en mano. Si no se opuso a que García de Melo se dirigiese por vía terrestre a la ensenada de Acla, donde empezaría su busca, le pareció oportuno enviar por mar a otro grupo de 80 hombres capitaneados por un tal Vera y quedarse con los dos muchachos. Los dos capitanes después de reunirse en Acla, empezaron su busca por los ríos y esteros de la costa. Encontraron las lanchas en un estero medio anegadas, escondidas debajo de árboles, con velas, remos, dos cañones de bronce y cuatro o seis versos de hierro, que eran unas culebrinas cortas. De regreso García de Melo a Nombre de Dios, le devolvió Eraso a los dos muchachos de modo que pudo volver a Acla para seguir con la busca del botín y de los ingleses, que debían de ser más de 30 hombres de los más valientes y principales sin contar a los que se les habrían agregado de otros lugares de la costa. Se dudaba de que pudiese surtir algún efecto por andar éstos sobre aviso. Se quejaban los regidores de que el presidente de la Audiencia desatendía sus advertencias, esperando instrucciones de parte del Consejo, que llegarían con la próxima flota, es decir dentro de un año, cuando urgía por lo contrario sacar el mejor provecho de la coyuntura. En invierno no podían los cimarrones recoger el fruto de sus cosechas y ocultarlo, y si se talaban los platanares a orillas de los ríos, se les reduciría por el hambre. Quedaba muy limitada su movilidad debido a las crecidas de los ríos y a lo intransitable de los caminos por el lodo, donde no podían menos de dejar huellas. Dilatar la persecución equivaldría a darles, a ellos y a los ingleses, el tiempo de prepararse y de abastecerse de nuevo en armas, y tendría como consecuencia la progresión del despoblamiento de parte de los vecinos hartos de vivir en permanente inseguridad. Esta carta deja entrever muy a las claras las tensiones y las contradicciones que mediaban entre los vecinos y la Audiencia. En su respuesta, el virrey se mostró muy prudente. Se contentó con subrayar 67
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que había pedido al general Diego de Frías, a quien había enviado para dirigir los socorros procedentes de Lima, que prosiguiera la guerra a pesar de las lluvias de invierno68. Dada la urgencia la Audiencia tomó una serie de disposiciones sin esperar el visto bueno del Consejo. Se valió de la cédula de 3 de septiembre de 1573 sobre la represión del cimarronaje que le facultaba, cuando se impusiese la obligación, para gastar hasta 10.000 ducados. Decidió instaurar en Panamá una sisa sobre la carne que daría 1.000 pesos al año y una tasa de 0,5% sobre las mercancías que saliesen para el Perú cuyo producto relacionado con la última flota alcanzó también unos 1.000 pesos. A esto se añadió una participación de los cabildos. Cuando se trató de reconocer la costa con galeotas, fue preciso encontrar otra financiación. Entonces, de acuerdo con los oficiales de la Real Hacienda, se acudió a otra real ordenanza que permitía sacar del real erario lo necesario en caso de extrema urgencia sin solicitar previa autorización69. Mientras tanto no se olvidaron las autoridades de preocuparse por los ingleses que habían conseguido escapar de las dos refriegas con los españoles. Según información del presidente Loarte al Consejo con fecha de 8 de junio de 1577, alcanzaban el número de veinte y no de treinta como se creyó en un primer tiempo. Heridos, carecían de cualquier arma para defenderse, de víveres para mantenerse y de herramientas, ya que se les tomó todo incluso las medicinas. En tales condiciones, opinaba el doctor, ya no podían esperar nada de los negros, «gente de tan poca fidelidad»: los piratas habrían muerto o de sus heridas o de las manos de los propios cimarrones a no ser que les hubiera «consumido la tierra ques aparajeda para ello». En cuanto a la misión del factor Ortega, también eran buenas las noticias. Consiguió tomar un pueblo de más de 80 casas grandes, sin contar otras pequeñas, con mucho mantenimiento. Sus habitantes que se habían puesto a salvo, no estarían muy lejos. A como seis leguas se encontraban otros tres o cuatro pueblos. De hacer alto en el primero, Ortega podía haber mandado gente en dirección a estos lugares, a lo cual no se atrevió, desacatando sus instrucciones70.
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Para San Juan, precisa una carta escrita en 26 de octubre de 1577 por el oidor Gonzalo Núñez de la Cerda, llegaron dos barcos del Perú con 150 hombres capitaneados por un criado del virrey, Diego de Frías Trejo, y con Pedro de Arana como maestre de campo71. Su cometido era perseguir a los ingleses, o, si éstos ya habían muerto o se habían ido, dirigirse al castigo de los cimarrones. Hasta la fecha no se sabía nada de los resultados de la empresa. A Ortega, la Audiencia le mandó a Portobelo en cuya comarca estaba otra estancia de negros de importancia. Era preciso evitar que se juntasen con los de Bayano y que los ingleses tuviesen una salida al mar por allí. Tampoco se tenían muchas noticias de él: había enviado por municiones y muerto a siete u ocho negros en una refriega. Estos, como solían hacerlo, preferían retraerse a la montaña primero que enfrentarse a fuerzas superiores. De este modo, le parecía al oidor, se podría sosegar la tierra. Volvió a insistir sobre una proposición ya formulada, es decir, enviar, a expensas de la Real Hacienda, unas galeras para limpiar las costas72. Ahora bien, una serie de cartas suministra detalles muy interesantes sobre no sólo las operaciones sino principalmente sobre los estorbos generados por la susceptibilidad de los mandos. Veamos el caso más de cerca. Primero, algunas palabras acerca de los hombres que constituyeron la expedición mandada por Francisco de Toledo, basándonos en una carta al Consejo de Indias de Carlos de Maluenda, proveedor de la «jornada contra los yngleses y negros cimarrones de Ballano», con fecha de 27 de octubre de 1577. Diego de Frías Trejo era un caballero de la casa del virrey que se ilustró en las guerras contra Túpac Amaru y los chiriguanaes en el Perú. Prueba este nombramiento de un hombre de confianza que el virrey concedía gran importancia a esta misión. Sus colaboradores La personalidad de Pedro de Arana patentiza el esmero con que el virrey escogió a los dirigentes de la expedición. En 1542 había sido veedor de la Real Armada encargada de recoger el tesoro real. En 1545 fue comisario proveedor durante la guerra contra Francisco I de Francia. A mediados de 1549 pasó al Perú donde, en 1553, se puso al lado de los leales durante la rebelión de Francisco Hernández Girón. En 1556 se le nombró tesorero de la Real Hacienda de Potosí. Después actuó al lado de Pedro de Ursúa, de quien hemos hablado más arriba, en Nueva Granada, y de Lope de Aguirre en Nueva Valencia. En 1570 el virrey Francisco de Toledo le cometió la detención de Francisco de Aguirre y luego se le encargó la visita de Lima y de Huánuco. Cuando en 1592 se trató de resolver el espinoso problema de la alcabala en Quito, el marqués de Cañete le designó como capitán general y justicia mayor. Su actuación se caracterizó por una gran severidad. 72 A.G.I., Panamá 13, R. 16, N. 77, 1. 71
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también se destacaban del común. Como almirante se escogió a Diego de Mora, mancebo rico hijo de un vecino de Trujillo, y como maestre de campo a Pedro de Arana, «hombre principal y de madura experiencia y sagacidad»73. A decir del proveedor, las mismas cualidades tenía Melchor de Cadalso Salazar, alférez general. La elección de tales hombres por Toledo favoreció el alistamiento espontáneo, asegura Maluenda, de «muchos caballeros y gente de lustre de la ciudad de Lima», quienes consintieron mantenerse a su propia costa74. El detalle es significativo de que en Lima la gente de bien era plenamente consciente de lo que estaba en juego. Todo da a entender que no estaban dispuestos a dejarse manejar, por sentirse depositarios de una responsabilidad que iba más allá de lo material. Prueba de ello es que les acompañaron dos jesuitas, un padre y un hermano, que le prestaron los servicios espirituales en las montañas de Bayano. Se dedicaron también a la instrucción de los ingleses presos, preparándoles para la muerte, salvo a los cuatro dirigentes remitidos al Santo Oficio de Lima. Después se quedaron en Panamá, formando lo que habría de ser la primera residencia de la orden en la ciudad75. A los soldados españoles les acompañaron 60 mestizos, mulatos y negros de servicio que se tomaron por la fuerza. Al mes de llegar a Panamá Diego de Frías Trejo, o sea, el 28 de julio de 1577, se quejó al Consejo de Indias de la actitud del presidente Loarte a su respecto. Aseguró que el virrey, al mandarle a Panamá, no hizo más que contestar a una demanda de socorro del presidente de la Audiencia de este territorio, con el apoyo de la de Lima y de varias personalidades. En cuanto a los 150 hombres que le acompañaron, la mayor parte lo hicieron de su propio grado. Fueron puestos a su disposición el capitán Pedro de Arana como maestre de campo y dos navíos, sin contar dos bergantines que le tocaría encontrar en algún puerto de la costa. Le proveyeron en artillería, municiones y bastimentos para la travesía y la empresa en Tierra Firme. Su misión consistía primero en buscar tres navíos que habían salido del puerto del Callao con el producto del fisco real y luego en dar guerra a los ingleses y castigar a los cimarrones que les habían acogido y ayudado. Efectuó la salida el 6 de mayo en presencia Completamos los datos por otros procedentes de la carta de Pedro de Arana del 21 de mayo de 1578, a la que volveremos más abajo. 74 A.G.I., Panamá 41, N. 33, fols. 406 r-409 v. 75 Véase: José de Acosta, «Anua de la Provincia del Perú del año 1578», en: ob. cit., p. 301. 73
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del virrey. En Manta, que dependía de Puerto Viejo, requisó, como se le había permitido, dos barcos de las pesquerías de perlas que servirían de bergantines a remos para buscar mejor a los enemigos por los esteros y ríos de la costa. A la altura del cabo de San Francisco, cerca del golfo de San Miguel, topó con un navío que se dirigía al Perú con una carta del presidente Loarte para informar de los éxitos de Ortega que hacían inútiles los socorros procedentes de Lima, a no ser que hubiera otra orden del virrey. Así las cosas, tomó Frías el parecer de sus colaboradores, según el cual, como Ortega no había acabado con los ingleses, quedando libres el capitán y la gente principal, y con los cimarrones, quedaba vigente la misión confiada por Toledo. Por lo tanto decidió seguir adelante, llegando a Panamá el 10 de junio. Al recibirle la Real Audiencia, se mostró su presidente agraviado de la provisión que traía y le impuso una espera de tres días antes de contestarle. En su respuesta, si bien los oidores le concedieron el permiso de dirigirse dentro de diez días a la guerra de Bayano, no dejaron de protestar en contra de la actitud abusiva del virrey, pretextando que sólo al presidente de la Audiencia de Panamá le tocaban el gobierno y la capitanía general de Tierra Firme. Pese a ello, les propuso Frías cumplir con su misión en compañía de dos capitanes enviados por ellos pero puestos bajo su mando. Para no dilatar más la empresa, determinó empezar la campaña, aunque se estaba en verano, estación en que se solía detener las operaciones, pese al recelo que le faltasen los bastimentos por no suministrarle el presidente los cargueros necesarios76. Como se había de esperar, Loarte quiso justificar su actitud ante el Consejo de Indias. Lo hizo en 4 de septiembre de 1577, dedicando gran espacio de una carta a este espinoso problema de competencias. Antes le informó de los resultados obtenidos por García de Melo. En un primer tiempo sólo consiguió encontrar las lanchas ocultadas por los ingleses, sin dar con el tesoro. Cuando volvió con los dos muchachos, ya lo habían quitado los piratas. Dio a entender claramente Loarte que la culpa de esto la tenía Eraso. Sin embargo, descubrió el capitán el pueblo de los cimarrones que había acogido a los sobrevivientes de los enfrentamientos con Ortega, matando a algunos negros principales y a dos ingleses. Por los cimarrones presos se enteró de que el rey del pueblo les había facilitado a los ingleses guías para volver al lugar donde habían dejado las lanchas, que ya habían 76
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descubierto los españoles. Así que, después de salvar su tesoro, volvieron al pueblo donde decidieron hacer ocho canoas cavando grandes árboles, a la manera de los negros. Con ellas podrían alcanzar una de las islas donde encontrarían algún barco. No les dio García de Melo el tiempo de cumplir con su proyecto. Lo que les asombró a los españoles fue el tamaño del pueblo que constaba de 217 casas grandes, lo cual para cimarrones era mucho porque varios solían vivir en la misma casa. Era un claro indicio de la importancia numérica de sus vecinos, la mayor parte de los cuales logró escapar antes de que llegasen sus adversarios, quienes quemaron las casas, las canoas y talaron las sementeras, según la costumbre. Estaba seguro Loarte de que la intervención de García de Melo era un éxito por haberles impedido a los piratas volver a Inglaterra. Hechas estas aclaraciones, podía pasar Loarte a la cuestión de las competencias. Primero aportó precisiones en cuanto al tenor de la carta que mandó a Lima. De creerle no se trataba de pedir auxilios para la guerra en Tierra Firme sino de avisar al virrey para que tomase las debidas precauciones antes de mandar los navíos que transportaban la plata del fisco real y de los particulares y para que apercibiese los puertos del litoral en contra de posibles agresiones de parte de los piratas. Así que era personal la decisión de Toledo de enviar a 120 soldados bajo las órdenes de un criado suyo con el título de teniente general a quien todos los capitanes de Tierra Firme deberían obediencia. Enterado de los preparativos que se hacían en Lima cuando ya era efectiva la victoria de Ortega, Loarte, después de consultarlo con la Audiencia, el cabildo de Panamá y gente de experiencia, despachó un aviso de que ya no eran útiles. Fue en vano, pero era lo de menos. Le pareció efectivamente «exorbitante» la provisión concedida por el virrey a Frías, con el sello real por si fuera poco, que colocaba a la Audiencia y a los oficiales de la Real Hacienda bajo las órdenes de su teniente. Si se sintió agraviado el presidente era porque disfrutaba del gobierno de su distrito al igual que el virrey del Perú o el de Nueva España como constaba de una real cédula. Aunque existía otra más antigua que pedía al presidente que acatase los proveimientos mandados por el virrey del Perú, no por ello le hacía al virrey gobernador ni capitán general del distrito de la Audiencia de Panamá. No obstante, dadas las circunstancias, le pareció a la Audiencia que había de prevalecer la guerra contra los piratas y los cimarrones sobre cuestiones de prelación, y se consintió que Frías pasase a ella. Fue cuando se presentaron en la Audiencia unos autos del
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virrey, estribados en una carta del rey a la misma, según los cuales a él le competía todo el gobierno. De su existencia le habrían informado antiguos oidores del distrito. Por mucho que se buscó en los archivos de la Audiencia, sólo se dio con un capítulo de una carta real en poder de un escribano de cámara que anunciaba el envío de las normas que se habrían de observar al respecto, órdenes que nunca llegaron a Panamá al decir de Loarte. Aunque vinieran, agregó con mucho tesón, no facultarían al virrey para supeditar la autoridad del presidente a la de un teniente suyo. Así que los oidores decidieron que mientras otra cosa proveyese el Consejo de Indias, al presidente le tocaba el gobierno77. Con estas condiciones aceptó Loarte que Frías cumpliese con su misión, otorgándole un refuerzo de 40 hombres prácticos de la tierra sin la ayuda de los cuales no podría hacer gran cosa. A la misma campaña, pero a otras partes, se mandaría a dos capitanes que no dependerían del teniente del virrey. Así las cosas, hubo indicios de que la gente del Perú quería amotinarse, sin que se consiguiera encontrar a los autores de los papeles fijados en la puerta de la iglesia mayor o echados por una ventana en casa del mismo presidente. Lo que sí se puso en claro fue que había afirmado Frías a sus hombres que, una vez llegados al lugar de las operaciones, se las arreglaría para imponerse a los capitanes nombrados por la Audiencia. Después de consultarlo con los oidores, no se opuso Loarte a la salida de la tropa de Frías, contentándose con aplazar momentáneamente la de un capitán con quien podía juntarse esta gente díscola. Acabó su informe el presidente refiriéndose a 2.000 fanegas de harina mandadas por el virrey con cuya venta se cubriría una parte de los gastos de la expedición, corriendo la otra parte al cargo de la caja real. En cuanto a esta posibilidad, aseguró el presidente que no se haría nada sin previa consulta de la Audiencia y de los oficiales de la Real Hacienda.
En varias cartas suyas al rey, no dejó de quejarse Francisco de Toledo de la actitud del presidente Loarte en la guerra contra los ingleses y los cimarrones, como en las de 8 de marzo o de 18 de abril de 1578 donde ponderó la cordura de Diego de Frías «que a sido todo bien menester para auerse descompuesto tanto como lo hizo el dotor loarte con la ambicion del primer subceso de pedro de ortega […]». En la de 15 de octubre del mismo año, refiriéndose al balance de la actuación de Frías afirmó que «muerto el dotor loarte que tanto se desbarato en los negocios de aquel reyno» la tierra acabó por reconocer lo que debía a su teniente; en: R. Levillier, Gobernantes del Perú, ob. cit., t. 6, pp. 22, 29, 64-65, 83-84. 77
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Por ello no renunció Loarte a protestar en contra del desacato cometido, a su modo de ver, en contra de la Real Audiencia de Panamá por Toledo. Volvió al tema en una carta al rey con fecha de 27 de octubre de 1577. No podía aceptar el virrey que el presidente hubiera desbaratado a los corsarios sin esperar a la gente que le había mandado, según le había avisado alguien de la propia casa virreinal, «y […] de esto esta tan moino contra mi que con V. M. me ha de procurar de poner mal […]». Insistió en que para la seguridad del reino, era del todo imprescindible poner todas las fuerzas a la orden del presidente, como ya lo había escrito. Por muchas fragatas, galeras y lanchas que se pusiesen en la costa del Mar del Norte, no serían de mucha utilidad si no estuviesen sujetas al gobierno de la Audiencia. En el pasado ninguno de sus responsables —Loarte no cita ningún cargo especial— «ha traido gente bastante para pelear con tres gatos ni ha buscado los enemigos para pelear ni los que traen que son harto menos de los que V. M. manda les pagan lo que sirven […]». Huelga insistir en lo irónico del tono. Por si fuera poco les acusa el presidente de malversación y de abusos. So color de adquirir los abastecimientos necesarios a la armada, se apoderan de los que quieren para venderlos en otra parte donde valen más. Si estuviesen sometidos al gobierno de la tierra, éste podría efectuar las debidas inspecciones y darles las órdenes adecuadas78. Para terminar con esta prolija pero imprescindible exposición, diremos que pese a las graves amenazas que hacía correr la alianza de los piratas y de los negros cimarrones para todo el virreinato, que no dejaban de enfatizar las diversas autoridades, a las mayores de ellas les costaba harto trabajo acallar sus disensiones en materia de competencias y prerrogativas, mal endémico que aquejaba a las Indias Occidentales desde los albores de su existencia79. Diego de Frías Trejo en 21 de octubre de 1577 informó al Consejo de Indias desde Ronconcholón, el mayor pueblo de los cimarrones, de lo que sucedió después de su salida de Panamá, aprovechando la oportunidad para denigrar a más no poder la actuación del Loarte. Primero se levantó en contra de su ingenuidad por haberle informado que Ortega había matado a la mayor parte de los ingleses y que los pocos que escaparon eran gente ruin con sólo dos arcabuces que ya habrían muerto. 78 Para esta carta, ver J. A. Susto, Documentos del Archivo General de Indias, ob. cit., t. VI, doc. 117. 79 A.G.I., Panamá 41, N. 25, fols. 187 r-189 v.
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No se resolvió Frías a tomar los dichos del presidente por palabras de evangelio, manteniéndose en sus trece por haber recabado informaciones muy diferentes de parte de soldados de la campaña de Ortega. Loarte le convocó a una junta conformada por los oidores, el fiscal, algunos capitanes y personas que ya habían participado en la guerra, en la que se decidió efectuar cuatro entradas. Dos de ellas le tocarían a Frías y a su maestro de campo, a saber las de Ronconcholón y del pueblo de Catalina, y las otras dos a capitanes que el presidente enviaría al Mar del Norte, por la costa de Acla y por la de Portobelo, de manera a coger a los ingleses en medio. Con saber a qué atenerse en cuanto a la mala disposición de Loarte, de quien estaba seguro que no le suministraría todo lo necesario, salió del puerto de Perico el 8 de agosto, bordeando por el litoral hasta el 16, día en que penetró en la desembocadura de los ríos de Indios y de Bombas, lugar donde se encontraba el real de San Miguel, por la cual habían salido los ingleses a saquear las islas de las Perlas. Aunque cumplió Frías con lo decidido, Loarte aplazó la salida de sus capitanes, lo cual no podía menos de amenguar las posibilidades de dar con los prófugos. Saltó el teniente del virrey en tierra del real de San Miguel en 20 de agosto. Allí dejó a 30 hombres con algunos enfermos, para guardar los barcos y el lugar desde el cual se organizaría el abastecimiento de la tropa, y se dirigió a Ronconcholón con una parte de la gente, dejando la otra al maestro de campo. Este, atravesando por tierra del río de Piñas, intentaría alcanzar el pueblo de Catalina. Llegado a Ronconcholón, tan sólo se hallaron cenizas, quedando dos casas en que al parecer hasta hacía poco seguían tres o cuatro negros y algunos ingleses, quienes estaban sobre aviso por haberse acercado García de Melo al pueblo al volver del Mar del Norte. Después del enfrentamiento, los negros, seguros de que volverían los españoles, quemaron el pueblo y se dividieron por la montaña en diversas rancherías con la intención de no ser descubiertos de nuevo. Pese a que algunos presos llevaron a Frías a unas de estas rancherías, siempre las halló abandonadas, por soler sus vecinos huir en cuanto faltaba uno de ellos demasiado tiempo. Ciertos de los que huyeron de Ronconcholón se dirigieron sin saberlo hacia la tropa del maestro de campo Pedro de Arana, de tal suerte que éste pudo prender al capitán de los ingleses, Juan Ocsnam (por Oxenham), y a siete de sus coterráneos. Por su parte Frías acabó por coger al maestre del navío. Según dijeron los presos seguían vivos 34 ingleses. Confesó Oxenham que se
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disponía a volver al Mar del Sur, guiado por los negros, con la intención de tomar algún barco en el río Chepo. Después de quitarle la clavazón, habrían vuelto los ingleses al Mar del Norte donde tenían planeado construir un barco para volver a su tierra. Al topar con los españoles 22 ingleses lograron escapar bajo el mando de Jacome (por Jacobo) Canoa con la intención de ir al río Chagres o al Mar del Norte. Se dirigió hacia esta costa Frías sin hallar rastro de ellos, suponiendo que se mantenían con plátanos. Estaba muy determinado a acabar con ellos, lo cual ya habría hecho si el presidente hubiera cumplido con lo decidido. Como se ve, la acusación no podía quedar más clara. No pudiendo contar con él, esperaba Frías que llegasen de Lima al real de San Miguel los abastecimientos solicitados del virrey. En su conclusión el teniente de Toledo recalcó la mala voluntad de Loarte, rogando al Consejo de Indias que pusiese orden en esto. Convenía que el gobierno del distrito de Panamá fuera a cargo del virrey de cuyos buenos servicios tenía muchas pruebas la Corona80. Un poco más de mes y medio después de mandar esta carta, o sea, el 7 de diciembre de 1577, dirigió otro informe Frías al Consejo de Indias, según el cual los éxitos coronaban su pertinacia en el esfuerzo. Recorrió las tierras que cruzaban los ríos Chongone, Barrique, Baño, Gallinazo y Bogotá y otros arroyos y quebradas donde sospechaba que podían encontrarse los ingleses. Guiado por un negro hecho preso en un platanar y otro cimarrón principal que con su familia se sometió de su propia voluntad, prendió a 4 ingleses en un rancho y a 20 piezas de negros, chicos y grandes, en otros ranchos. Al volver a Ronconcholón, tenía en su poder a 13 ingleses y muchos negros. Estimaba que no podían quedar más de 14 ingleses o 15 con su jefe Jacome Canoa por tierras del río Bayano hacia el Mar del Norte, adonde se disponía a dirigirse. También tenía noticia de otros dos o tres ingleses y de algunos pueblos de negros adonde pensaba acudir pese al gran cansancio de sus soldados y a la falta de cargueros por haber huido a Panamá la mayor parte de los que consintió entregarle el presidente. Esta última referencia fue otra ocasión para dar paso libre a su rencor en contra de Loarte cuya desidia ponía en peligro la empresa81.
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La actuación de las compañías acabó por surtir algunos efectos, a juzgar por el informe del maestre de campo Diego Pérez, redactado el 13 de enero de 1578. Interrogando a un preso cimarrón, se enteró de lo que había sido de los ingleses escapados de la derrota. No eran más de 8, dirigidos por Pedro Canoa (sic). El jefe Antón Mandinga les había proporcionado víveres, maíz tostado y harina de plátanos, y una canoa para llegar a Tolú, desde donde pudiesen tomar un barco para Inglaterra. Antes de despedirse prometieron volver a los dos años, citándose con Antón Mandinga en Acla. El caudillo negro se había comprometido a esperar su regreso que se efectuaría en muchos barcos de alto bordo y de remos que alzarían una bandera negra en señal de reconocimiento. Era triple el propósito, según la confesión del preso. Un pequeño grupo iría por el mar a tomar Nombre de Dios. Otro más numeroso se dirigiría hacia el río de los Indios para hacer lanchas. Luego, con ellas, bajarían al Mar del Sur, pasarían a las islas de las Perlas donde se esconderían para preparar la toma de Panamá con la ayuda de los negros cimarrones. Este Pedro Canoa, de unos treinta años, rubio y alto de cuerpo, precisó que volvería «con algun capitan grande o con el capitan francisco (por Francis Drake)» para vengar a los ingleses matados con Chalona (John Butlar). Beneficiarían los ingleses esta vez del apoyo de la propia reina a quien habrían evocado las riquezas que les estaban esperando y la alianza con los cimarrones que les permitiría arruinar los pueblos de Tierra Firme82. Volvamos a la empresa de Frías, que informó al Consejo de Indias del final de su expedición el 18 de febrero de 1578. En el río de Indios vieron a 6 ingleses que se dirigían en una canoa hacia el Mar del Norte. Al darse cuenta de que habían sido descubiertos, éstos abandonaron la canoa para adentrarse en la selva sin dejar rastro. A los tres días y a unas diez leguas pudieron los españoles coger de sorpresa a 5 de ellos en su campamento. Entre ellos estaba Joan Boteler (John Butlar), apodado Chalona: El uno de ellos es el mas ymportante de todos los que aca pasaron por ser como es el mas astuto y sagaz de todos y el que les seruia de piloto y lengua que en esto del pilotaje es muy diestro y ladino en nuestra lengua y en otras, llamanle Chalona y por ese nombre es muy conoçido y famoso […].
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Llegaba a 18 el número de ingleses que había hecho presos. Siguió la toma de una ranchería de negros merced a un espía. Faltaban 15 ingleses. Guiados por el piloto los españoles se fueron en su busca hacia Acla. Dedujeron que debían de haberse refugiado en una de las islas a la altura de Nombre de Dios, como la de Piñas o la de las Iguanas. Chalona confesó efectivamente que ya habían estado con Jacome Canoa en la isla de Piñas, donde eran abundantes los víveres, y que todo daba a entender que los supervivientes se habían refugiado allí con alguna balsa o canoa. A juzgar por rastros encontrados en la costa, pensaba Frías que no se equivocaba. Como no disponía de barcos, no le quedó más que avisar al presidente y al general de la armada Miguel de Eraso. Ya era cierto que no quedaba ningún inglés en el territorio recorrido: según unos negros hechos presos, el único que había logrado escapar de los 6 recién descubiertos había sido muerto por sus compañeros. Interesa referir los motivos evocados por los cimarrones, porque volveremos más adelante a encontrarlos. Indican una evolución en la mentalidad de esta gente, harta de los efectos negativos de su alianza con los ingleses: «[…] se a entendido de los negros que despues aca e prendido averle muerto porque son ya enemigos mortales de los yngleses visto el castigo que por su causa les a uenido […]». Entre el río de Manta y el de Piñas, merced a los servicios de un espía pudieron poner la mano sobre varios negros e indios, quemando el pueblo y las sementeras. Acabada una busca intensa de varios días, no creía Frías que quedaba otra ranchería en todo el Bayano. Después de más de cuarenta días que habían salido de Ronconcholón, volvieron los españoles al real de San Miguel para esperar las órdenes del virrey, informado de todos los sucesos. Como solía hacerlo en estas cartas, Frías se volvió de nuevo en contra de Loarte, responsable de la huida de los 15 ingleses por no haber mandado a los dos capitanes por la costa del Mar del Norte según lo convenido. Aparte de los ingleses, había muerto la expedición a 18 negros y tomado a más de 40 «harto castigados y arrepentidos de aver dado paso a los yngleses». Los que se habían salvado andarían escondidos por los montes sin pueblo cierto83. Carlos de Maluenda confirmó lo dicho por Frías el 23 de febrero en una carta de la que sacaremos una referencia a Chalona. Se le consideraba como el mayor responsable de los sucesos de las islas de las Perlas en el Mar del Sur, «de quien los demas tuvieron industria para pasar 83
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a esta mar del sur por ser hombre de gran entendimiento, admirable marinero y de gran sagaçidad». Había prometido ayudar a descubrir a Juan Vaquero, el capitán de los negros que les había servido de guía, «de no menor diligençia y astuçia que el chalona en cualquier genero de maldad». Si extraña la admiración experimentada por los españoles a favor de Chalona, no asombra menos la equiparación establecida con Juan Vaquero. Tampoco se puede pasar por alto la expresión del agradecimiento de Maluenda por el oidor Criado de Castilla, quien había prestado su prudente ayuda a la empresa y «allanado pechos contrarios a esta demanda». Es evidente la alusión: Frías no era el único en criticar la actitud de Loarte84. Esperando en Panamá las instrucciones de Toledo, Frías firmó el 15 de mayo de 1578 un balance de su actuación con destino al Consejo de Indias. Insistió en la importancia de la captura de Chalona, «uno de los raros hombres del mundo en su offiçio». Volvió a un aspecto que no se había evocado mucho hasta ahora y que reaparecería más tarde con la reducción de los cimarrones por Ortega, a saber la presencia de cautivos indios en sus pueblos, resultado de las guerras con los naturales. Desgraciadamente la documentación no suministra referencias más amplias al respecto. Las pocas alusiones a estos cautivos indios dan a entender que el dominio del entorno por parte de los negros se encaraba con sus dueños naturales, de ahí los enfrentamientos, que tenían lógicamente otra finalidad con la busca de mujeres. Veremos que no faltaban los zambos entre los reducidos que se acogieron al pueblo de Santa Cruz la Real. No se quedó con los brazos cruzados el general durante su espera. Decidió correr las tierras que correspondían al antiguo territorio del rey Bayano, vencido por Pedro de Ursúa, suponiendo que algunos cimarrones se habrían refugiado por allí. Otra vez las centinelas del pueblo que efectivamente se estaba construyendo avisaron a tiempo a los cimarrones. Lograron esfumarse todos salvo uno de ellos que los ingleses habían robado a un vecino de Panamá. Ya sabía Frías que no había posibilidades para que volviesen a juntarse antes de muchos meses. Por lo menos recabó informaciones del preso que corroboraron sus deducciones pasadas. Los ingleses que habían huido de la persecución del general habrían muerto por falta de víveres y no tener más de un hacha con que no podían hacer las canoas o las balsas que necesitaban. De gran interés era también la 84
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confesión del preso sobre las desavenencias entre los cimarrones, hartos de las consecuencias de la ayuda que brindó a los ingleses su cabecilla Antón Mandinga: «tenian determinado de matarlo diziendo que por el les auian venido los males y daños que se les an hecho». Esto cuadraba con las noticias de diversas procedencias recogidas por el general, quien creía que el caudillo negro había huido para escapar de las amenazas de muerte que cernían por encima de su cabeza. Vuelto a Panamá, donde, a diferencias de lo que pasó unos meses antes, se le acogió con muchas honras, cumplió Frías con las órdenes del virrey en cuanto a la suerte de los piratas. A los más principales, el capitán Oxenham, el piloto Butlar, el maestre Thomas Xeroel y a otros dos, los llevaría a Lima adonde se dirigirían a principios de junio. La Real Audiencia condenó a la horca a los 13 que quedaban. Los esclavos cogidos en las islas de las Perlas por los ingleses fueron devueltos a sus dueños, avisados por pregones, así como los 900 pesos robados85. Unos días más tarde, el 20 de mayo, el maestre de campo Pedro de Arana suministró a la Corona su visión de los acontecimientos. Si bien no aporta nuevos elementos, por lo menos da unas aclaraciones que se enmarcan en el ambiente de rivalidades a que ya varias veces hemos aludido. El maestre del campo no se contentó con acentuar las manifestaciones de mala voluntad de parte del Loarte, a las que da una explicación muy verosímil, sino que se las arregla para desprestigiar a su propio general, de modo que es de preguntarse si el presidente no tenía alguna razón desconfiando de estos matamoros que llegaban del Perú. Al recibir a la altura del cabo de San Francisco la carta de Loarte que les incitaba al regreso a Lima, habría acatado Frías sus instrucciones a no haberse opuesto Pedro de Arana por tres motivos. Primero le parecía peligroso para la estabilidad del mismo Perú el regreso de tanta gente armada. Luego no se fiaba del presidente: «[…] temi que lo que dezia por su carta el doctor loarte era con algun fin de su particular ynteres como lo fue […]». En fin las provisiones del virrey le hacían una obligación a la expedición el erradicar el mal del todo, así que no podían sus dirigentes contentarse con las alegaciones del presidente. En cuanto al segundo motivo, asevera el maestre de campo, la desidia de que dio pruebas Loarte en Panamá no dejaba lugar a dudas sobre «su deseo de proveer de su mano la gente que
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se auia de enviar para servir a vuestra majestad de manera que a el se le atribuyese y agradeçiese lo bueno que hiziese en aquella tierra […]». Por esperar premios que correspondiesen a sus proezas, Arana hizo hincapié en la captura por sus hombres de John Oxenham, cuya confesión facilitó valiosas informaciones relacionadas a la estrategia adaptada por los piratas en unión con los cimarrones. Los 34 ingleses que se encontraban en Bayano se dividieron en dos bandos de parecer opuesto. Oxenham, a quien siguieron 22 ingleses, quería volver al río de Indios con la ayuda del cabecilla cimarrón Juan Vaquero para salir de nuevo al Mar del Sur y dirigirse a las islas de las Perlas donde matarían a los que les viesen y se apoderarían de dos barcos para ir a Perico, el puerto de Panamá. Llegados allí tomarían el camino de la Casa de Cruces que agredirían de noche para adueñarse de dos barcos con el fin de escapar al Mar del Norte. Después, con balsas hechas en la costa donde desembarcaron, navegarían a Tolú para hacerse de algún barco con el que volverían a Inglaterra. No tenía ninguna noticia Oxenham de lo que había sido de Jacobo Canoa y de los que le siguieron. Antes de dar fin a la empresa, ambos se convencieron que no había más que hacer después de interrogar a los cimarrones presos. Según éstos, había más de seis meses que Canoa se había embarcado con los suyos sin que supiesen más de ellos. De lo contrario habrían tenido que acudir a sus platanares para sobrevivir, de lo cual se habrían enterado. Lo seguro, añade Arana, era que los cimarrones habían muerto a un inglés y que «matarían a todos los demás que hallasen por el daño que por amor a ellos les auiamos hecho». ¿Estaban de veras arrepentidos los cimarrones de su alianza con los ingleses o se daban cuenta de que no sacaban de ella los efectos esperados? El cambio de actitud, que correspondería más bien a una visión realista del futuro, no patentizaba forzosamente una adhesión a los valores españoles. Vueltos a Panamá, los jefes de la expedición admitieron que los 15 ingleses que les escaparon se ahogaron o que les mataron los indios de la costa del río del Darién86. Después del fallecimiento de Loarte, Criado de Castilla, como presidente interino, tomaría las cosas en mano hasta la llegada del sucesor, licenciado Cepeda, oidor de la Real Audiencia de Lima, nombrado en 9 de junio de 1578. Convenía, subrayaron los consejeros, proveer esta presidencia lo más pronto posible «porque entre otras cosas le esta remitido todo lo 86
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que bea a la guerra de los negros çimarrones». Como se ve, dicha guerra era una prioridad para el Consejo de la que sólo podía encargarse una «persona de mucha prouaçion y de quien se tiene satisfaçion»87. Quizá se pueda ver a través de esta exigencia una manifestación indirecta del descontento del Consejo frente al comportamiento en la materia de Loarte. En 22 de febrero, los oidores Criado de Castilla y Alonso de Cáceres aludieron a la captura por Frías de tres a cuatro ingleses de los que habían quedado. Seguía el hostigamiento de los cimarrones para alejarles de sus poblaciones y cultivos88. Más detalles proporcionaron las cartas enviadas en mayo por Criado de Castilla. La del 12 se refiere a la captura por Frías primero de 8 ingleses con el capitán y luego de 9 más con 40 negros. Ello le costó mucho trabajo a la gente de guerra que se quedó en el monte de agosto de 1577 a principios de abril de 1578. Los cimarrones seguían con su estrategia, negándose al enfrentamiento. Al darse cuenta de la llegada de los soldados, abandonaban sus pueblos e incluso los quemaban para ocultarse en las partes más inaccesibles de la montaña. No les quedaba más a los españoles que destruir las casas, las sementeras y los árboles frutales. Algunos cimarrones prefirieron rendirse, dando informaciones preciosas para la captura de los ingleses. Estos se habían dividido en dos grupos. Uno, conformado por 15 hombres, se había dirigido hacia el Mar del Norte. Los españoles, siguiendo sus rastros, llegaron a unos vestigios en la costa. Después se supo, merced al interrogatorio de ingleses presos, que su meta era pasar a las islas. De ahí las órdenes que dio la Audiencia de despachar una lancha y una fragata por el Mar del Norte con hombres que recorrerían dichas islas, lo cual se efectuó bajo la dirección del general de la flota, Juan de Velasco de Barrio y del teniente general de la armada. Como no se halló ninguna señal de la presencia de los enemigos, se dedujo que se habían anegado en las balsas que se vieron obligados a fabricar, porque les tomaron todos los barcos ocultados por la costa, para emprender una larga navegación. Después de cerciorarse de que no podían haberse quedado en el monte, volvió la expedición a Panamá donde se hizo justicia de los ingleses, con excepción de cuatro de ellos mandados a petición suya al virrey. Entre ellos, además del capitán Oxenham, se encontraba Chalona cuya amistad con los cimarrones y conocimiento de la tierra había facilitado mucho en 87 88
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los años pasados las empresas de los corsarios por el camino de Nombre de Dios y en la Venta de Chagres. Se esperaba que los negros quedarían escarmentados y, con el menor coste posible, se organizaría la vigilancia de la costa del Mar del Sur. Se restituyó a sus dueños los negros capturados por los cimarrones en las islas de las Perlas. Sacando conclusiones de la experiencia, volvió Criado de Castilla a la proposición de asentar pueblos en tierra de cimarrones para mejor controlarles y de mandar galeras a las costas del Mar del Norte para impedir que los ingleses se juntasen con los negros89. El informe final se envió el 22 de mayo. De los 34 ingleses faltaban 16. Se dedujo que uno de ellos se quedó en el monte si no se había muerto, y que los demás se habían apartado del capitán para intentar pasar a las islas de la costa norte bajo la dirección de Canoa. No se les encontró por muchas diligencias que hiciera gente de Nombre de Dios, en particular en las islas de las Iguanas por donde habían entrado los ingleses90. El 15 de octubre de 1578, Toledo rindió cuentas a la Corona de la actuación de su hombre de confianza, el general Frías. Volvió a Lima con los más principales de los ingleses capturados, entre ellos el capitán, el maestre y el piloto. Se les interrogó con detenimiento sobre la organización de la expedición a partir de Inglaterra de manera que el Consejo de Indias pudiese tomar las medidas adecuadas91.
A.G.I., Panamá 13, R. 17, N. 83, 1. A.G.I., Panamá 13, R. 17, N. 86, 2. 91 Thomas Gage no desconocía la ayuda que brindaron los cimarrones a Oxenham: «Este noble y galán caballero, con una compañía de setenta soldados que eran tan resueltos como él, arribó a una cala cercana a Nombre de Dios, mandó sacar del agua su embarcación y cubrirla de ramas. A continuación emprendió su camino por tierra, guiado por algunos negros, hasta que se encontró con un río, allí dispuso que las gentes cortaran las maderas necesarias para construir una pinaza y, en esta embarcación, llegó hasta el Mar del Sur y arribó a las islas de las Perlas, donde permaneció durante seis días, apresando dos navíos españoles que llevaban a bordo sesenta mil libras de peso en oro y doscientas mil en barras, y regresó sin ningún contratiempo a la tierra firme, y aunque, debido a un motín que tuvo lugar en su propio barco, no pudo nunca regresar a su patria, no por eso su hazaña deja de ser memorable, porque nadie ha hecho nunca cosa semejante y los españoles no han dejado de hablar con admiración de ello hasta nuestros días (ob. cit., p. 208). 89
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Acabado esto, pasaron los presos a poder de la Inquisición que exigió su entrega92. Las confesiones de los presos ante los inquisidores de Lima confirmaron los relatos de las autoridades de Panamá: […] se conçertaron con los negros çimarones del vallano en tierra firme y por alli con ayuda de los dichos negros por un rrio que se dize el rio de Piñas salieron en una lancha a este mar del sur y robaron las yslas de las perlas y en ellas quebraron cruçes y cruçifixos y escarneçian de las bulas y de las imagenes españolas en el suelo y picandolas diziendo de un cruçifijo que hera dios de palo y aconsejaban a algunas personas catolicas de una de aquellas islas que no creyesen a los sanctos ni a los frayles y deçian que el papa hera un puto borracho amançebado y que no daba aquellas bulas sino para engañarlos y que con el coraçon se auian de confesar a dios y no a un pira de un fraile y fueron a la yglesia y dieron de coçes y puntillazos a una imagen de nuestra señora y le hizieron pedaços dandola de coçes […].
Lo más interesante para nuestro propósito es la confesión del mismo Juan Oxenham que da a entender claramente que los negros que les acompañaban compartían la actitud despectiva de los ingleses frente al catolicismo: Dicen algunos que los negros que traian consigo del ballano hazian las mismas cosas y heregias y deçian yo ingles puro lutherano […]93.
Ya hemos comentado esta última expresión. Sólo añadiremos que patentiza la evolución de los cimarrones de Panamá con el impacto de las circunstancias. Fueron alejándose de la «religión nacional» definida más arriba para adoptar posturas políticas que se inscribían en un contexto internacional. Y esto sería lo más preocupante para el Consejo de Indias.
A.G.I., Lima 30, cuad. III, fols. 44 r-v. En 1580 se verificó en Lima el proceso del capitán John Oxenham, Thomas Xeroel y el piloto John Butlar, apodado «Chalona». No compareció Henry Butlar, hermano de este último, debido a su juventud. Para más detalles acerca del proceso inquisitorial, véase: Jean-Pierre Tardieu, L’Inquisition de Lima et les hérétiques étrangers (xvie-xviie siècles), Paris: L’Harmattan, 1995, pp. 50-52. 93 Archivo Nacional Histórico de Madrid, Inquisición de Lima, leg. 1027, fols. 108 r y 139 v. 92
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La Corona felicitó en 2 de diciembre del mismo año a su virrey por el éxito de la empresa, lamentando que no hubiera en la provincia de Panamá personas de experiencia capaces de dominar la situación, poniendo aparte al factor Pedro de Ortega Valencia. Tomando en cuenta sus servicios se le nombraba general de las tropas que se dedicarían de entonces en adelante al castigo de los cimarrones94. El testimonio de un miembro de la expedición formada por los oidores en 21 de enero de 1579 se refirió el 1 de octubre de 1580 a su composición. Acompañaron a Ortega el deán de la catedral don Rodrigo Hernández, los capitanes Canales, Montealegre, Montenegro, el alférez general Manuel Arias, el sargento mayor Juan Vázquez, el proveedor Andrés Arcos, un escribano, 28 soldados, 8 marineros, 13 negros y 10 cimarrones95. 3.2. Hacia una nueva estrategia Fue muy fructuoso el viaje de Ortega a España, emprendido a instancias del cabildo de Panamá. Antes de que contemplemos su actuación después de su regreso, conviene que nos demoremos algo en ello debido a sus consecuencias para los acontecimientos posteriores. Consiguió efectivamente dar otro cariz a la lucha en contra de la alianza entre cimarrones y corsarios ingleses. Una vez en España, Ortega remitió al Consejo de Indias varios memoriales relacionados con su plan, basado éste en su propia experiencia. Logró convencer a los consejeros, obteniendo los decretos o cédulas que pusiesen fin a las tergiversaciones y acallasen las rivalidades con su nombramiento como capitán general y le diesen los medios necesarios para llevar a bien su misión. En 25 de febrero de 1578, el Consejo de Indias conjuntamente con la Junta de guerra emitió una consulta de primera importancia. Propuso al rey que no se cambiase nada en el gobierno de Tierra Firme que seguiría a cargo del presidente de la Real Audiencia de Panamá. Si no se dejó convencer por las numerosas sugestiones de los hombres de Toledo, y en particular por las quejas del general Frías Trejo, que no carecían de fundamento, fue posiblemente porque parecía del todo ilógico tanto mantener un poder bicéfalo fuente de divergencias perjudiciales, como confiarlo enteramente al virrey, quien por su alejamiento no era capaz de 94 95
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A.G.I., Lima 570, lib. 14, fol. 191 v. A.G.I., Patronato 234, 1, 5, en: Jopling, ob. cit., p. 364.
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tomar con rapidez las decisiones que se imponían. De modo que podemos calificar de realista la actitud de los consejeros. Fuera de esto, confirmó el Consejo el nombramiento hecho por la Audiencia de Ortega como general de la guerra de Bayano, teniendo en cuenta las buenas relaciones que había recibido sobre su actuación contra los ingleses y los cimarrones. Suplicó al monarca que se le diese el salario merecido, que se tomase su parecer para nombrar a los capitanes y oficiales, varios de los cuales se encontraban en la Corte, y que se le facultase para llevar la gente de guerra, las armas, las municiones necesarias y lo indispensable para la construcción de fuertes. Todos los hombres estarían sujetos a la autoridad del presidente de la Audiencia, a quien le tocaría, de acuerdo con los oficiales reales, gastar lo que fuese conveniente de la Real Hacienda, de lo procedido sea de Tierra Firme sea del Perú, con tal que lo hiciese con la debida moderación. Subrayó el Consejo lo urgente que era mandar estos refuerzos y lo mucho que importaba para el servicio de la Corona y la seguridad de todas las Indias96. Así que acabaron por surtir efecto las numerosas advertencias con referencia a la «destrucción de las Indias» que hemos apuntado más arriba. A ellas se añadieron las intervenciones personales de Ortega que, a juzgar por las alabanzas de los consejeros a su respecto, fueron de mucho peso. La llegada a la Corte del capitán Alonso Ordóñez, emisario de Frías Trejo de quien hemos dicho que no se fiaba de la Audiencia de Panamá, no hizo más que reforzar la opinión del Consejo de Indias de confiar enteramente la dirección de las futuras operaciones al presidente de la Audiencia de Panamá y a Ortega como general. Y para prevenir las disensiones que podrían surgir entre éste y Frías, el 19 de junio mandaron que sus órdenes al respecto fuesen transmitidas lo más pronto posible a Sevilla donde la flota, con Ortega y sus colaboradores, estaba por hacerse a la vela. De ser necesario, una carabela iría en su seguimiento. No sabía el Consejo que Frías ya había vuelto a Lima o que se estaba preparando para ello. Sin embargo no podía menos, después de leer la carta del teniente de Toledo, de admitir sus valiosos servicios. Por eso, estuvo de parecer que el rey, después de encomendarle que se pusiese sin restricción alguna debajo del mando del presidente y de Ortega, le expresara su reconocimiento por su actuación y le concediese a él y a sus compañeros las debidas mercedes97. 96 97
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Según lo dispuesto por el Cabildo de Panamá, había solicitado Ortega la construcción de dos presidios a partir de los cuales la gente de guerra se daría a la busca de los cimarrones, el uno en la costa del Mar del Norte, o sea, en Acla, y el otro en la del Mar del Sur, en la sabana del real de San Miguel, ambos sitios muy estratégicos por su cercanía a los lugares donde los corsarios solían manifestarse y trabar sus alianzas con los negros alzados. Constaría la guarnición de cada fuerte de 200 soldados, lo que daría un conjunto de 400 hombres. Con el fin de suscitar su entera dedicación, una de las condiciones del éxito de la empresa en un marco particularmente hostil, se pagaría con regularidad el sueldo debido, dándose las órdenes adecuadas a los oficiales de la Real Hacienda. Una manera de incentivar su interés consistiría en darles la propiedad de los cimarrones capturados después de seis meses de ausencia del servicio de sus amos, los cuales tendrían la facultad de rescatárselos por 150 pesos con tal que no se quedasen en Tierra Firme. Al lado de esta gente, existirían cuerpos auxiliares de tres tipos. El primero y el segundo tendrían una finalidad meramente militar. Dado el contexto ecológico, se requería la habilidad de buenos rastreadores para encontrar las rancherías de los cimarrones. Procederían del pueblo de Chepo que suministraría cada mes a 10 indios por una duración de cuatro meses98. Así dispondría el general de un grupo permanente de 40 hombres a quienes no se les impondría ninguna otra tarea salvo la de ayudar en la tala de los platanares de los negros. De esto se ocuparía más precisamente una cuadrilla de 50 indios de la provincia de Cartagena, encomendados en la Corona, renovada cada dos meses. Se adivina pues, merced a esta referencia, que se practicaría una especie de guerra de tierra quemada destinada a dividir al enemigo y obligarle a que cayese por hambre entre las manos de los soldados. El tercer grupo se dedicaría a las faenas de intendencia. Se trataba de los negros cargueros que llevarían la comida de los soldados durante las expediciones y de las negras que guisarían, lavarían la ropa y cuidarían a los enfermos. Para Acla, se solicitaría a los negros libres de Cartagena, Tolú y Nombre de Dios, y para San Miguel a los de Panamá. Se les estimularían con algunas mercedes como la exención del En Brasil, las autoridades también acudirían a los indígenas para luchar contra los quilombos, a través de «unidades indias» o «la creación de aldeas indígenas que debían servir de barrera defensiva y ofensiva contra los grupos cimarrones, como sucedió en Palmares»; véase: J. L. Ruiz-Peinado Alonso, ob. cit., p. 31. 98
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tributo anual de cinco pesos. Con la finalidad de moderar los gastos, se utilizarían los servicios de los esclavos negros pertenecientes a las ciudades de Panamá y de Nombre de Dios. No propuso Ortega una estrategia determinada, pareciéndole que las operaciones habían de adaptarse a las circunstancias. Una vez construidos los dos presidios y pregonada la decisión de reducir a los fugitivos por la fuerza, se usaría de todas las posibilidades de negociación («se deue de usar de todas las inteligençias que fueren posibles para los traer de paz») antes de acudir a una guerra despiadada («a fuego y a sangre sin dexar ninguno a vida») en última instancia. No había renunciado del todo Ortega a una pacificación a las buenas, pero con mucho realismo sabía que no se rendirían los cimarrones de su buen grado. Contaba pues con el efecto disuasorio de la máquina de guerra que estaba preparando, la cual, en caso de fracaso parcial o completo, estaría dispuesta a funcionar de la mejor manera. Como hombre precavido sabía que en este caso los cimarrones agredirían con más ahínco a las ciudades y a los viajeros por los caminos: por eso requería el acrecimiento de la guardia en dichos lugares. En cuanto al armamento, no dejó de lado el plan ningún aspecto por muy nimio que pareciese. Valga el ejemplo del armamento al cual dedicó toda su atención. Pidió que se le entregasen 400 arcabuces, uno para cada soldado. No habían de ser de los comunes sino de los más adaptados al contexto donde se usarían, es decir en el monte tupido y en los arcabucos. Serían por eso ligeros, de llaves de golpe y no de llamas por la rapidez del disparo, de una excelente calidad, preferentemente hechos en Vizcaya, provincia que se había hecho famosa por la fabricación de estas armas. Como faltaba pólvora en Tierra Firme, también se importaría de la península, estimándose las necesidades de cada presidio a 30 quintales anuales durante toda la campaña. Se suministrarían también 30 ballestas a cada fuerte para la caza y la lucha contra los cimarrones. Es de pensar que se sustituirían a los arcabuces en ciertos casos como la falta de pólvora o la imposibilidad de usarlos. De España vendrían también cuantos objetos de metal se precisasen, como puñales, hachas, calzas de acero para hacer leña, e incluso las alpargatas de los soldados. Hechos estos presupuestos de tipo puramente estratégico, pasó Ortega al dominio de la ingeniería militar. En cada presidio habría ranchos necesarios para el alojamiento de los soldados, un bohío grande como hospital y una iglesia para cuya construcción se acudiría a indios de Cartagena
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o de Tolú encomendados en la Corona. No descuidó la intendencia, y en particular el abastecimiento de víveres, dado que ambos presidios dependerían casi exclusivamente de los que viniesen de Cartagena para Acla o de Panamá para San Miguel. Sería menester una fanega mensual de maíz para cada persona, medida que correspondía a poco más de 55 litros, constando que a los 400 soldados de ambos presidios se añadirían 150 personas entre negros cargueros y negras de servicio. Los indios llegarían con su propio sustento. Las encomiendas de indios de la Corona de la provincia de Cartagena suministrarían maíz, tasajo, puercos, gallinas que se descontarían de su tributo, efectuándose el traslado en fragatas de cuatro versos. Las cuadrillas de tala vendrían con sus propios víveres en barcos especiales. Todas las fragatas que saliesen de Cartagena, de Tolú o de otro pueblo de la costa con destino a Nombre de Dios se verían en la obligación de llevar cuanto se les diese para la guerra: víveres, municiones o pertrechos. Se abastecería a los dos presidios de pescado salado, quesos, bizcocho. Los dos últimos géneros, que no se producían ni en Panamá ni en Cartagena, tendrían que venir de la jurisdicción de la Audiencia de Quito, habiéndose de prever su transporte. En Acla, se concedería un pequeño chinchoro para pesca, lo cual ayudaría mucho para el sustento de la gente. Del Perú se mandarían 150 quintales anuales de bizcocho para el general, los capitanes, los oficiales y los enfermos. Para los mismos se comprarían también pasas, almendras, algunas conservas, vino, vinagre y aceite. Por fin, aunque no se mostró muy prolijo al respecto, preveía Ortega que cada presidio dispusiese de un mínimo de medicinas requeridas para la atención de los enfermos como aceite de Aparicio, dietas y cañafístula. Para su salud espiritual, gozarían los soldados de la presencia de un sacerdote. Se suministraría todo lo necesario para el culto divino: campana, hierros para ostias, cálices, ornamentos, cera y aceite. El hecho de que expusiera Ortega ante los miembros del Consejo de Indias de un modo tan pormenorizado los diferentes aspectos de su plan de lucha, basado obviamente en una añeja experiencia personal, permite valorar debidamente la importancia que él y sus mandatarios, los regidores del cabildo de Panamá, concedían a la empresa cuyo éxito dependía en gran parte de su poder de convicción frente a la Corona, siempre muy atenta a sus intereses. Ésta, a juzgar por las cédulas despachadas a continuación, tomó conciencia de la gravedad del caso, mostrándose decidida a gastar lo que fuese necesario para acabar de una vez con un problema
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que quedaba pendiente desde hacía varios decenios pese a diversos pero confusos intentos de arreglo. La intromisión de los corsarios había cambiado del todo las implicaciones del cimarronaje, el cual se inscribía en un marco de rivalidad internacional con las potencias enemigas del Viejo Mundo. En la persona de Pedro de Ortega Valencia, encontró el Consejo de Indias a un interlocutor aparentemente de gran entendimiento, de ahí la confianza que consiguió suscitar, a diferencia de los oidores excesivamente cautelosos. Lo que quizá le granjeó la benevolencia de los consejeros fue, amén de lo antedicho, el comprobar su pragmatismo y su deseo de favorecer una posible evolución de la coyuntura. Aunque se estaba preparando con mucho rigorismo para su papel de jefe militar de una guerra atípica, no perdía la esperanza de llegar a una solución negociada de la que todos sacarían provecho99. En muy poco tiempo, entre el 22 y el 23 de mayo de 1578, se despacharon todas las cédulas necesarias para la concreción del plan, prueba fehaciente del interés del Consejo. Se informó al presidente de la Audiencia, doctor Loarte, de la decisión de hacer guerra a los cimarrones y a los negros hasta deshacerles y castigarles con el envío de 120 soldados en la armada, los cuales se añadirían a los hombres reunidos en Tierra Firme. Se les colocaba bajo el mando como capitán general del factor y veedor Pedro de Ortega Valencia, quien gozaba, se subrayaba de un modo ambiguo, de la estima del presidente y también de la confianza del Consejo por sus servicios pasados. Se encargaba a los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla el suministro de 400 arcabuces, de pólvora, de municiones, de las armas y de los instrumentos pedidos por Ortega100. Se efectuó el traslado a dichos oficiales de los memoriales en que Ortega estipulaba sus requisitos en concepto de armas, municiones y herramientas. Les tocaría mandarlas en la armada que llevaría a los soldados. Don Francisco de Alava, capitán general de la artillería real, se encargaría de su compra así como de la de seis piezas de artillería, asegurándose personalmente de su calidad.101 El presidente de la Audiencia de Quito y el gobernador de Cartagena proveerían otras cosas, según las necesidades expresadas en su debido tiempo. Se le recomendó con mucho énfasis al presidente Loarte la curación de los soldados enfermos, de ser posible en A.G.I., Panamá 229, L1, 1. A.G.I., Patronato 234, R.6, 2. 101 A.G.I., Panamá 229, L 1, 1. 99
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haciendas de particulares sin que se acusase por ello a los dueños de sustraerles a sus obligaciones militares102. Se avisó detalladamente al cabildo de Panamá de las medidas despachadas por el Consejo, solicitando su apoyo a favor de Ortega. El 26 se llevó al conocimiento del general de la armada, Cristóbal de Eraso, en Cartagena de Indias, el nombramiento del factor como capitán general de toda la gente de guerra103. Algunos días más tarde, el 15 de junio, habiéndose enterado de la muerte de Loarte, el rey les expresó a los oidores de Panamá su voluntad de que cumpliesen las instrucciones contenidas en un pliego cerrado y sellado confiado a Ortega hasta la llegada del nuevo presidente, licenciado Juan López de Cepeda, oidor de Lima. Por fin en 20 de junio se envió una cédula al capitán Diego de Frías en respuesta a una carta suya de 3 de octubre de 1577, recibida el 19 de junio, en la cual informaba al Consejo de que se dirigía a Panamá desde el Perú con gente de guerra alistada por el virrey en socorro contra los cimarrones y los corsarios. Se pondría bajo el mando de Ortega, posiblemente para evitar tensiones104. A todas luces había insistido el futuro capitán general para preservar el mando superior de toda contesta deletérea, considerándolo como factor esencial de éxito en la empresa. La amplitud y la profundidad de su visión correspondían a lo que estaba en juego. No por eso se olvidó Ortega de su propio interés, a juzgar por una consulta del Consejo de Indias con fecha de 20 de marzo de 1578. Tras afirmar de nuevo su nombramiento como general de toda la gente que se consagraría a la guerra de Bayano, no sólo los que le seguirían de España sino también los que estaban en el territorio de Panamá, los consejeros, tomando en cuenta sus servicios pasados, propusieron al rey que enviase una cédula al virrey de Lima para que le señalase 2.000 pesos de renta anual por dos vidas en las encomiendas de indios vacantes o en las primeras que lo estuviesen. Tampoco se olvidó Ortega de quienes habían de ser sus principales colaboradores, muchos de los cuales, como hemos dicho, se encontraban ya en la Corte. Al capitán Pedro González de Meceta, nombrado maestre de campo, se le concedió la vara de alguacil mayor de la ciudad de Nombre de Dios con voz y voto en el cabildo. Los capiÍd. En el pasado no faltaron los desertores que huyeron de las penosas campañas por la selva, buscando un refugio en las haciendas con la benevolencia de los dueños, de tal manera que fue preciso tomar medidas en su contra. 103 A.G.I., Panamá 229, L. 1, 1. 104 Íd. 102
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tanes Hernando de Berrio y Antonio Carreño recibieron un puesto de regidor en Panamá. En cuanto al sargento mayor Antonio de Salcedo, de quien hablaremos a menudo en las páginas siguientes por el papel que desempeñó en la formación del pueblo de los cimarrones reducidos de Santiago del Príncipe, el Consejo rogó al rey que mandase una cédula al presidente y a los oidores de la Real Audiencia para que le honrasen y favoreciesen encomendándole negocios y cargos que correspondiesen a «su cualidad y sufficençia». Veremos que fue efectivamente hasta su muerte gobernador del pueblo de Santiago del Príncipe con una renta de 1.000 pesos anuales105. En el legajo 1458 de la sección Contaduría del Archivo General de Indias, se conservan las cuentas de la guerra de Bayano, y en particular los gastos que se efectuaron para el real de San Miguel, centro de las operaciones por los montes de Bayano. De modo que se puede reconstituir la dieta de los soldados contratados para reducir a los rebeldes. La base de su alimentación eran el arroz, los frijoles, el tasajo, el pescado salado, el bizcocho, el queso de Huamanga y Quito. Recibían también vino, cajas de conservas, carne de membrillo, jamones, azúcar, pasas, miel, sal, vinagre, especias, tabaco, cera labrada e incluso pan fresco de vez en cuando, sin contar con las alpargatas y las medicinas (por 200 pesos en 1579). Ciertos de estos géneros se destinarían en particular a la oficialidad. Se suministraban para la cocina jarros, escudillas, cazuelas, ollas de cobre, cuchillos, etc. Para las operaciones militares se entregaban regularmente arcabuces, barriles de pólvora de Quito, mecha, peltre y plomo106. Se reclutó a los negros cargueros necesarios para llevar los bastimentos durante las correrías por los montes. A este respecto, llama la atención que el propio deán don Rodrigo Hernández, que hizo de intermediario con los cimarrones, vendiera el 4 de enero de 1580 a Ortega uno de sus esclavos para este fin107. Obviamente se respetaron las exigencias de Ortega en sus detalles, incluso en los que atañían a las condiciones de vida de los soldados, lo cual da a entender que los oidores tenían a pecho el éxito de la empresa. Los hechos que hemos intentado reconstruir a pesar de ciertas incoherencias no siempre inocentes de parte de los autores de los informes man105 106 107
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dados a la Corte, patentizan por lo menos dos aspectos. Primero que una de las debilidades del extenso virreinato del Perú frente a amenazas exteriores de cierta importancia residía en la falta de cohesión entre sus responsables. No resultaba de una falta de atención de parte del Consejo de Indias, sino por lo contrario del deseo de que los presidentes de la Real Audiencia pudiesen tomar las decisiones más adecuadas al gobierno y a la defensa del territorio de su jurisdicción. Era contar sin el hecho de que los diferentes responsables de la administración esperaban sacar los mejores provechos de su actuación. De ahí el surgimiento no sólo de cuestiones de prerrogativas sumamente perjudiciales en dicho contexto entre el virrey y el presidente, o sus colaboradores, sino también entre éstos y sus propios subalternos. A todas luces no faltaron los que vieron en la guerra contra los piratas ingleses y sus aliados cimarrones una oportunidad para lucirse y granjearse los favores de la Corona, jactándose de su afán de servirle y de defender el catolicismo. No ignoraba el Consejo de Indias esta situación: se vio obligado a adoptar una actitud pragmática, tomando en cuenta las susceptibilidades de cada uno y haciendo caso omiso de sus defectos para preservar lo esencial. También llaman la atención la habilidad con que supieron valerse los piratas del cimarronaje que, dadas las circunstancias locales, había cobrado una dimensión excepcional, y la astucia de los cabecillas negros —admitida por los dirigentes españoles—, que intentaron no dejar escapar la oportunidad, situándose de esta manera, aunque sin saberlo, en el contexto geopolítico de la época. El fenómeno merece ser debidamente puesto de realce. La colusión de estos intereses totalmente diferentes hacía del territorio el talón de Aquiles del virreinato, de cuyas riquezas dependía en parte la política imperial. Ello explica, fenómeno también innovador, lo serio de la preparación desde la misma península de la represión de parte de la Corona, decidida a cercenar el mal de cualquier manera.
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Anexos Documento 1 Real Cédula de 21 de junio de 1574 El Rey Presidente y oydores de la nuestra audiencia rreal que rreside en esta ciudad de panama de la prouinçia de tierra firme sabed que aviendonos hecho relacion el licenciado diego garçia de franco en nonbre de esa prouinçia de los muchos rrobos daños y muertes que en ella hazen ordinariamente los dichos negros cimarrones y la poca seguridad con que biben nuestros subditos por la muchedumbre que ay de los dichos negros y cada dia se ban multiplicando y suplicandonos mandasemos poner en ello el rremedio necesario de manera que los dichos daños zesasen y los dichos negros fuesen deshechos o rreduzidos al seruiçio de dios nuestro señor y al nuestro abiendose platicado sobre ello por los del nuestro concejo de las yndias a parecido que lo susodicho se haga por uno de dos medios que es haciendoles guerra o trayendoles de paz por la forma y orden que aqui se os dara que es la siguiente. Primeramente luego como rrecibays esta nuestra çedula llamareys e juntareis con bosotros las personas que os pareçiere de cuya suficiencia e espirençia en semejantes cossas aya mas entera satisfaçion y con ellos tratareis de qual de los dichos dos medios sera mas a proposito para rremediar lo susodicho y abiendose platicado y mirado en ello con mucho acuerdo y deliberacion si se acordare que sera bien hazelles guerra y conquistarlos por esta via juntareis con bosotros en esa audiençia a diego flores de baldes que sirue en el ofiçio de capitan general de la armada que anda en guarda de la carrera y costa de las nuestras yndias en lugar del adelantado pero melendez o a la persona que truxere a cargo la dicha armada y con el y las dichas personas tratareis la forma y orden que se podra tener en hazer la dicha guerra a los dichos negros y la que pareçiere que se deue tener en ello ayudando el dicho diego flores o la persona que como dicho es truxere a cargo la dicha armada con los soldados della que conbiniere aquella se porna por obra y con esta zedula nuestra para que el dicho general se junte con vosotros y haga lo susodicho.
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Tambien yra con esta una nuestra çedula dublicada de la que mandamos dar çeca de este negoçio en tres de setiembre del año passado de mill e quinientos e setenta e tres ques nuestra voluntad se guarde e cunpla en lo que no fuere contra lo que por esta mandamos exceptando lo que por ellas se manda que los negros que los soldados tomaren sean suyos que en quanto a esto es nuestra voluntad que no se cunpla sino que por cada cabeza de negro que un soldado truxere le hagase dar cuarenta pesos y si lo truxere bibo diez pesos y despues de averselos dado si el tal negro que ansi truxere bibo oviere mas de seis meses que anda huido sea luego aorcado y si menos tiempo sea desgarronado del pie izquierdo y cortada la oreja derecha porque sea conoçido y si el dueño del dicho negro conforme al pregon que sobre esto esta mandado dar ubiere manifestado como el dicho negro se le uyo se le buelba el tal negro desgarronado y cortada la oreja como dicho es y pague los dichos diez pesos al soldado que ansi lo truxere y si el dueño del dicho negro no lo ubiere manifestado como dicho es conforme al dicho pregon pues conforme a el lo tiene perdido se bendera el dicho negro asi desgarronado y de lo que por el se diere hareis pagar al dicho soldado los dichos diez pesos y lo demas hareis guardar para que los gastos que en esta guerra se ofreçieren y fuere necesario hazer La orden sobredicha aveis de guardar como dicho es acordandose de deshacer y conquistar por guerra los dichos negros y si se acordare que el mejor medio a traerlos de paz e por bien para que bengan al conocimiento de nuestra sancta fee catolica y a nuestra subjeçion y obedençia a pareçido que se haga por la forma siguiente —Primeramente que hagais pregonar que todos los negros cimarrones que vinieren de paz dentro del termino que les señalaredes sean libres e que los dueños dellos no los puedan tener por esclavos ni servir dellos como de antes —Que a los que ansi vinieren de paz se le perdonan todos e qualesquier delictos que ovieren cometido —Que an de ser obligados a juntar e poblar en los pueblos e lugares que les señalaredes —Que todos los negros e negras orras questan en esa prouinçia e los que de aquí adelante se orrasen bayan a vivir a los tales pueblos dentro de un termino que les señalaredes sin que quede ninguno so pena que cualquiera los pueda tomar por esclavos y seruirse dellos como de tales y benderlos si quisiere
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—que estos que an si se rredugieren y poblaren puedan continuar y tomar por esclavos a los negros questubieren alzados quando ellos se rredugieren y no quisieren reduçirse con ellos y seruirse de ellos y benderlos con que estos que ansi cautibaren sean desgarronados del pie yzquierdo y cortado la oreja derecha y no se puedan seruir dellos de otra manera —que los dichos negros que ansi se rreduxieren y poblaren sean obligados a sustentar los sacerdotes que los dotrinaren y darles lo necesario —que bosotros pongays en los dichos pueblos juezes españoles que los tengan en justiçia y los mas frayles que pareçiere ansi dellos mismos como de otros —que los negros que ansi se poblaren sean obligados a prender los negros que despues se huyeren de sus amos dentro de dos meses de como les sea notificado y entregarlos a sus amos so pena de pagar el preçio a su dueño como por la justiçia fuere tasado y el amo sea obligado de darles por cada negro que truxeren diez pesos ya el tal negro desgarronado de un pie y cortado una oreja si passare de quinze dias que anda huido —que los dichos negros sean obligados a tener seguros y aderezados los caminos que vienen desde esa ciudad a la del nombre de dios y para la casa de cruzes —que ansimismo sean obligados a abrir los caminos desde los pueblos que poblaren hasta essa ciudad y la del nonbre de dios —que tengan grangerias de labranças y crianza y de todos los otros aprovechamientos de la tierra como basallos nuestros —y porque como personas que teneis la cosa presente podeis entender lo que mas conviniere para el buen çuseso desto si os pareçiere ordenar otra cosa o quitar o añadir de lo questa dicho lo hareis como mejor convenga e avisareysnos de lo que se hiziere fecha en Madrid a veinte y uno de junio de mill e quinientos setenta e quatro años yo el rrey por mandado de su magd Antonio de erasso Fuente: Patronato 234, R 6, 2.
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Documento 2 Capitulos que tratan de la reduzion de los negros cimarrones, y su castigo que estan en las ordenanças de la ciudad de Panama de la provincia de Tierrafirme, en quatro de Agosto, de setenta y quatro. Otro si, ordenaron y mandaron que por quanto en este Reyno se ha visto y vee como es notorio los daños que han sucedido de los negros cimarrones, y que andan alçados por los terminos y arcabucos y otras partes, y por los caminos y passos que se caminan y andan y tratan, en esta ciudad y Reyno han sucedido muertes de Christianos Españoles y robos diuersas vezes, de muchas haziendas, hasta entrar en esta ciudad y lleuar los negros y negras de seruicio, y otros muchos y diuersos insultos y daños que han hecho y hazen, dignos de punicion y castigo, sobre lo qual conuiene proueer y remediar, ordenaron y mandaron que qualquier negro o negra que anduuiere ausente del seruicio de su amo quatro dias, le sean dados en el rollo cinquenta azotes, y que este alli atado desde que se los dieren hasta que se ponga el Sol, y si estuuieren de ocho dias arriba fuera desta ciudad vna legua le sean dados cien açotes por las calles desta ciudad, con vna argolla de hierro al pie, con vn ramal que todo pese doze libras; el qual descubiertamente trayga tiempo y espacio de seis meses, y que no le quite, so pena de duzientos azotes, y desçocado vn pie, y desterrado del Reyno, y si su amo se la quitare caya e incurra en pena de cinquenta pesos, repartidos por tercias partes, denunciador, juez que lo sentenciare, y obras publicas de esta ciudad, por yguales partes, y el dicho negro tenga la dicha calça el dicho tiempo cumplido. Lo que mando la audiencia de Panama Primeramente mandaron que la primera ordenança inserta en la dicha Real cedula, que trata sobre la pena que se deue dar a los esclavos que se huyeren y ausentaren de sus amos, se guarde, con que la calça de hierro que se manda echar a los dichos negros sea por tiempo de dos meses, y si el negro a quien le fuere echada se le quitare, por la primera vez le sean dados duzientos açotes, y por la segunda los dichos açotes y sea desçocado, y trayga la dicha calça quatro meses.
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Ordenanza segunda Yten que cualquier negro o negra que estuuiere huido y ausente del seruicio de su amo por tiempo y espacio de treinta dias le sean dados cien azotes, y desçocado el pie derecho. Lo proueydo por la audiencia Mandaron que la segunda ordenança que trata sobre los esclauos que estuuieren treinta dias ausentes de sus amos se guarde, con que por la primera vez que qualquiera negro o negra que estuuiere ausente de su amo los dias que esta ordenança dize, no auiendo andado con cimarrones, o estado menos de quatro meses, sea la pena de los açotes y destierro que en ella se declara, y por la segunda vez que se ausentare, y si la primera vez huuiere andado con los negros cimarrones, sea la pena contenida en la dicha ordenança. Yten que qualquier negro o negra que anduuiere ausente del seruicio de su amo de seis meses arriba sea ahorcado, de manera que muera naturalmente. Yten que qualquier persona vezino o morador de este Reyno, o la persona que estuuiere en la administración de su hazienda, si se le fuere o ausentare qualquier negro o negra del seruicio de su amo sea obligado dentro de tercero dia a lo manifestar y declarar ante el escriuano del Cabildo desta ciudad, so pena quel amo del tal negro que dentro del dicho tiempo no lo manifestare incurra en pena de veinte pesos de oro aplicados por tercias partes, obras publicas desta ciudad, juez, y denunciador, y que el escriuano del Cabildo no lleue derechos ningunos, y que si no lo assentare incurra en pena de diez pesos para los presos de la carzel, y tenga vn libro aparte donde assiente las tales manifestaciones. Yten por quanto por ordenança desta ciudad esta dispuesto que qualquiera persona a quien se le huyere algun esclauo o esclaua, sea obligado a lo manifestar y declarar dentro de tercero dia ante el escriuano del Cabildo; el qual tenga vn libro aparte donde escriua las tales manifestaciones, y lo asiente sin lleuar por ello derechos algunos, so ciertas penas declaradas en las dichas ordenanças. Mandamos que lo mismo se entienda en los negros que antes de agora se han huydo, que lo manifiesten ante el dicho escriuano del Cabildo dentro de diez dias, manifestando quanto tiempo ha que se les ha huydo, y estan fuera de su seruicio, so pena que si no
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lo manifestaren pierdan todo el derecho que tienen a los tales negros y negras ausentes. Ordenanças hechas por Cabildo abierto sobre lo tocante a los negros cimarrones que estan confirmadas Primeramente ordenamos y mandamos que qualquier persona de qualquier estado y condicion que fuere libre o cautivo, blanco o negro que prendieren, negro o negra cimarron que ouiere estado huydo o ausentado del seruicio de su amo tiempo de quatro meses, no aueriguandose auer sido lleuado por fuerça, sea el tal negro o negra cimarron de la persona que lo prendiere, y pueda de alli adelante hazer lo que quisiere, y por bien tuuiere del tal esclauo o esclaua de quatro meses cimarron que ouiere prendido, con tanto que la persona que ansi prendiere el tal negro o negra sea obligado de lo traer a la carcel desta ciudad y manifestarlo ante la justicia della para que se sepa y auerigue el tiempo que el tal negro ha andado ausente y sea castigado, y aya efecto lo contenido en las ordenanças desta ciudad que desto tratan. Y si la tal persona que assi traxere algun negro o negra cimarron del dicho tiempo, quisiere mas cinquenta pesos de plata ensayada que al negro o negra que ouiere prendido, se le den los dichos cinquenta pesos de la dicha plata ensayada de los propios y rentas desta ciudad, por cada pieça, y quede el tal negro o negra por esclauo desta ciudad. Yten que si el tal negro o negra cimarron, de quatro meses que ansi fuere presso, pareciesse a esta ciudad que es conueniente y necessario para guia y rastrero contra los otros negros cimarrones, pueda esta ciudad tomallo para si, pagando al soldado o persona que lo ouiere presso lo que fuere moderado por la justicia desta ciudad, y personas por ella dispuestas, conforme al valor y disposicion del tal dicho negro. Yten si el tal negro o negra cimarron que fuere presso y traydo a la dicha carzel ouiere cometido delito, por el qual conforme a las ordenanças desta ciudad merezca pena de muerte, y se le diere la tal pena, sea obligada esta ciudad a dar de sus propios y rentas cinquenta pesos de plata ensayada a la tal persona por cada negro o negra que ouiere prendido, en quien se ouiere executado la pena de muerte; y lo mismo sea si la pena que al tal negro se le diere fuere menor que de muerte, si por caso de la pena que se le ouiere dado muriere, porque no quede sin premio el que ouiere prendido el tal negro cimarron.
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Yten si los tales negros o negras no ouieren andado huidos los dichos quatro meses, se le de a la persona que lo ouiere prendido lo que por las ordenanças desta ciudad se le deue dar, conforme al tiempo de su ausencia; lo qual pague el señor del tal negro; empero si el tal negro o negra no se huuieren huido de su voluntad, si no que lo huuieren lleuado los cimarrones por fuerça, y esto lo prouare el señor del tal negro se le de al que lo huuiere prendido cinquenta pesos de plata ensayada en premio de la tal prision, si el tal presso huuiere estado mas de quatro meses ausente; y si menos de quatro meses huuiere estado huido, desde el dia que lo lleuaron por fuerça hasta que fue presso, paguesele lo que por las ordenanças desta ciudad deue auer, y se le aplica conforme al tiempo de la ausencia; lo qual pague el señor de tal negro o negra, y si no quiere pagar los dichos premios, sea el tal negro o negra para el que lo prendio; y en qualquiera de los casos arriba dichos sea obligado el que prendiere el tal negro o negra a lo lleuar y poner en la carzel, y manifestarlo ante la justicia, como arriba esta dicho, y si no lo hiziere ansi no pueda lleuar ni lleue cosa alguna por la tal prision, y si la ouiere lleuado la buelua, con otro tanto, aplicado para los gastos contra negros cimarrones, demas de incurrir en las otras penas en derecho establecidas. Yten que qualquier negro o negra cimarron que en qualquier tiempo se viniere del monte a esta ciudad, y traxere consigo otro negro o negra, que en tal caso el negro que de su voluntad se viniere sea libre, y los que truxere consigo sean esclavos desta ciudad, y del señor del negro que lo truxere por mitad, y se execute en ellos la pena que merecieren, y por cada vno de los negros que truxeren se le den al tal negro que lo truxere veinte pesos demas de la libertad; lo qual se entienda de los negros que han andado huydos los dichos quatro meses, y siendo huydos de menos tiempo, se le de el premio conforme a las ordenanças desta ciudad y esto se entienda quando el negro cimarron que vino de su voluntad, y traxo otro, huuiere andado huydo mas de quatro meses, y si no huuiere andado huido los dichos quatro meses sea libre como dicho es; pero el traido en este caso no sea de la ciudad, sino del señor del dicho negro, que de su voluntad vino, y la ciudad no pague los veinte pesos de premio, y si no fuere perdido el negro traydo, lleue el señor el premio que el auia de auer. Yten que qualquiera persona que diere auiso de algun negro cimarron o negra, y no lo pudiere prender, y diere auiso y orden de suerte que sea presso el tal negro o negra, en tal caso se de a la persona que le diere el
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tal auiso, por cuya orden fuere presso algun negro o negra cimarrones la tercia parte del premio que lleuare el que los prendiere, y los otros dos tercios aya el que lo prendiere. Yten que si algun negro, negra o mulato o mulata de oy en adelante persuadiere y aconsejare a algun esclauo o esclaua que se esconda, o lo tuuiere escondido los dichos quatro meses, para effecto de manifestarlo despues, y auerlo por suyo, que en este caso a los vnos y a los otros se les de pena de muerte natural, y si fuere Español sea desterrado por ello de todas las Indias, demas de las otras penas que por derecho merecieren, y si menos de los dichos quatro meses estuuiere escondido el tal esclauo o esclaua, se le de pena conforme a la calidad de su delito. Yten que qualquiera persona que tratare o comunicare con algun negro cimarron, o le diere de comer o algun auiso o lo acogiere en su casa y no lo manifestare luego, que por el mismo caso si fuere negro o negra, mulato o mulata, libre o cautiuo, aya incurrido e incurra en la misma pena que merecia el tal negro o negra cimarron, y mas en perdimiento de la mitad de sus bienes, aplicados para los gastos de la guerra contra cimarrones, y si fuere Español sea desterrado perpetuamente de todas las Indias, demas de las penas que por derecho mereciere. Yten porque los negros cautiuos no tengan ocasion de se ausentar del seruicio de sus señores, con color que van en busca de cimarrones para los prender. Mandamos que ningun esclauo cautiuo pueda yr ni vaya sin licencia de su señor e de la justicia en busca de los negros cimarrones, y si fuere sin la dicha licencia no aya premio alguno el tal esclauo, por los que ouiere prendido, y el premio que auia de lleuar el tal esclauo sea para su señor, saluo si no ouiere hecho la tal prision acaso yendo el esclauo por agua o yerua o leña, e a otra parte alguna por mandado de su señor. Yten mandamos y ordenamos que si algun negro o negra de oy en adelante se huyere de su voluntad del seruicio de su amo, que aunque se venga despues de su voluntad y truxere consigo otros negros cimarrones, no por esso consigan libertad, ni se les de otro premio alguno, antes sean castigados segun y de la manera que por las ordenanças desta ciudad esta dispuesto, y el negro o negra que truxere pressos sean para esta ciudad, si fueren cimarrones de mas de quatro meses. Yten atento al grauamen que se le pone al escriuano del Cabildo, de que tenga libro aparte para las manifestaciones de los negros huidos, y que lo ha de escriuir sin lleuar por ello derechos algunos so la pena en la ordenança contenida, en remuneracion desto. Y por ser negocio depen-
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diente de nuestro Cabildo y de ordenanças, mandamos que los negocios y causas tocantes a los negros cimarrones, de que se ouiere denunciado, o dado auiso a las justicias ordinarias desta ciudad, assi de oficio como de pedimiento de partes, passen ante el escriuano que es o fuere de nuestro Cabildo, y no ante otro alguno; e por razon dello aya los derechos que se le deuieren, y si ante otro escriuano se començare algun negocio tocante a negro o negra cimarron, sea obligado a lo entregar al escriuano de Cabildo con los derechos que huuiere lleuado del tal negro o negra, y sea apremiado a ello. Y auiendonos suplicado las mandassemos confirmar y guardar y cumplir como por la dicha nuestra audiencia estaua mandado. Visto por los del dicho nuestro Consejo lo he tenido por bien. Por ende por la presente confirmamos y aprouamos las dichas ordenanças de suso incorporadas que ansi fueron hechas por la dicha ciudad de Panama, y vistas y aprouadas por la dicha nuestra audiencia que en ella reside, y queremos y es nuestra voluntad que se guarden y cumplan segun y de la manera que en ella se declara, y con las adiciones y condiciones que por la dicha audiencia parece auerse mandado guardar, y va declarado. Y mandamos al Presidente y oydores de la dicha audiencia, y otros qualesquier juezes y justicias de la dicha prouincia, que guarden y hagan guardar las dichas ordenanças como dicho es, y que contra lo en ellas contenido no vayan ni passen, ni consientan yr ni passar en manera alguna. Fecha en Madrid, a quatro de Agosto, de mil y quinientos y setenta y quatro años. Yo el Rey. Por mandado de su Magestad, Antonio de Eraso. Señalada del Consejo. Fuente: Cedulario Indiano recopilado por Diego de Encinas. Reproducción facsímil de la edición única de 1596 con estudio e índices de Alfonso García Gallo, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1945-1946, t. 1, pp. 394-398.
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Capitulo IV
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Primeramente que prometen de ser fieles basallos de su mgd y de su rreal seruiçio y estar subjetos y obedientes a sus justiçias espeçialmente a la rreal audiencia de panama y vivir y morir con esta fe y fidelidad ellos y sus desendientes por quien lo prometian y para el execuçion dello admitian por su justiçia particular en este pueblo a la persona español que le fuere señalado para que les sea governador e justicia mayor el qual les anpare y defienda e haga justiçia en las cosas que se ofreçiere. Asiento y capitulación con los negros reducidos de Santa Cruz la Real, 21 de enero de 1782.
Las actuaciones de Ortega y de Frías lograron sus frutos, visibles en varias cartas. La primera la mandó el 1 de abril de 1579 Diego de Villanueva Zapata, presidente interino de la Real Audiencia de Panamá. Recién llegado de Santo Domingo en 1578, se enteró de que los negros de Bayano solicitaban reducirse a obediencia. Se estaban concertando con Ortega para fundar pueblos en tierras llanas. En el mismo tiempo presentaron parecida solicitud los cimarrones situados entre Nombre de Dios y Portobelo1. Aparentemente había hecho su camino la toma de conciencia de 1
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parte de los cimarrones, que notaron los últimos informes de Frías y de Arana, de que a corto plazo su alianza con los piratas ingleses se volvía en contra de su objetivo, es decir, gozar de su libertad. No podían, como ellos, volver a su tierra de origen. De ahí un cambio radical en la política de ciertos de los líderes negros, que no dejó de suscitar entre los suyos temores y tensiones difíciles de admitir por los españoles. Si nos atenemos a las relaciones transmitidas por el mismo Ortega, esta evolución de los cimarrones debía mucho al respeto que experimentaban por él. A diferencia de a Frías, le guiaba un profundo realismo, quizá por ser un hombre «de la tierra», acostumbrado a valerse de todas sus posibilidades. Resta por saber quién, entre el general y los cimarrones, utilizó a quién. 1. Negociaciones Una carta de Ortega al Consejo de Indias de 14 de junio de 1579 expuso detenidamente los sucesos. De creerle, pocos días después de su llegada, en demanda suya vinieron a Nombre de Dios desde la Venta de Chagres dos capitanes de los negros de Bayano, acompañados por ocho cimarrones principales. Pese a su mal estado de salud, se dirigió en el acto hacia ellos, quienes apelaron al respeto que experimentaban por él. Este sentimiento, aseguraron, les impidió hacer todo el mal que pudieran hacer al «capitán» del Perú (Frías). Sólo a él podrían someterse como proponían su rey Domingo Congo y todos los capitanes de Bayano. Como se ve, tampoco se olvidó Ortega de hacer énfasis en lo que se le debía, presentándose como una especie de Deus ex machina. Les ofreció, en nombre del rey, el perdón por los delitos pasados, enseñando como prueba de su poder el sello real entregado por la Audiencia. Se avinieron a seguirle a Panamá donde la Audiencia les recibió regalándoles ropa. Hecho esto, les siguió con sólo treinta hombres hasta el real de San Miguel. Al poco tiempo llegó Dari, capitán principal, el cual no era otra persona que el famoso Antón Mandinga2. Luego éste trajo al rey (Domingo Congo) y a muchos capitanes que se ofrecieron por vasallos del rey de «Dari» sería el nombre africano de Antón Mandinga. Existe un pueblo dari en el noreste de Camerún. Pero, dado que su nombre colonial indica una procedencia mandé, es más verosímil que Darí perteneciera al reino soninké de Diara en el alto Níger (siglos xi-xviii). «Diara» se transformó en gentilicio en el siglo xx. Véase H. Baumann y D. Westermann, Les peuples et les civilisations de l’Afrique, ob. cit., pp. 311 y 394. 2
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España. A petición de Ortega, Antón Mandinga salió otra vez por Juan Jolofo3, quien prestó mucha ayuda a los ingleses, y por otros capitanes de congos y biafaras. Todos manifestaron su deseo de reducirse a obediencia besando el sello real y poniéndolo en su cabeza a imitación de Ortega. Además de la libertad, les prometió tierra fértil por las orillas del Chepo (el río Bayano), maíz para un año, herramientas para cultivar, quinientas vacas y cien puercas preñadas que pagarían con el producto de su trabajo. Al pedirles que le siguiesen hasta dichas tierras, hubo quienes expresaron el deseo de ir por mar. Temeroso de que acabasen por renunciar, Ortega no se atrevió a mostrarse más exigente, aceptando la Audiencia que el traslado se efectuase así. En esto llegó la noticia de la entrada de Francis Drake en el Mar del Sur por el estrecho de Magallanes. Consciente de que no conseguiría ocultarla a los cimarrones, prefirió Ortega decirles la verdad, dejándoles la libertad de escoger entre su amistad y la del pirata «si se querian dexar engañar del demonio». Una vez seguro de la elección de sus interlocutores, les dirigió unas palabras algo discordantes: Mas los queria por enemigos declarados que secretos a lo qual me respondieron con tanta alegria y determinaçion de morir en seruiçio de vuestra majestad y comigo que yo no pudiera responder mejor diziendo los males y daños que por los yngleses les avian tenido y que yo les avia descubierto sus pueblos que a todo el mundo heran ocultos y muertoles sus hermanos y el capitan del piru les avia muerto gente y que por mi amistad no les avian querido hazer daño […].
Respondieron los cabecillas cimarrones que preferían morir con él en servicio del rey. Se portaron con tanta hipocresía, afirmó Ortega, que incluso consiguieron engañar al deán de la catedral que le había acompañado para confesarles. Efectivamente, pasado el plazo concedido para ir por sus familias, no se presentaron, pese a varios emisarios que les mandó el general, como un esclavo suyo, gran amigo del rey Domingo Congo, 3 Desde los inicios de la esclavitud de los negros en las Indias Occidentales ofrecieron una particular resistencia los esclavos de origen musulmán, como los jolofes y mandingas. Véase Jean-Pierre Tardieu, «Résistance des esclaves musulmans dans les Amériques des Hasbourg. Naissance et évolution d’un mythe». Coloquio internacional «Patrie(s) et nation(s) dans l’Empire espagnol des Hasbourg», Paris, Universidad de la Sorbonne Nouvelle, 18-19 de mayo de 2006. De próxima publicación.
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otro negro horro y un cimarrón que se había quedado. No tenía consigo Ortega las fuerzas necesarias para hacerles guerra. Permaneció en el real a petición de la Audiencia y del virrey, dado que Drake se dirigía hacia estos lugares4. Entre los acompañantes de Ortega, como se había de esperar, no faltó quien manifestase su disconformidad y solicitase incluso un cambio. A este respecto, es de citar la carta que, pocos días después de la que mandó Ortega, envió al Consejo de Indias el capitán Juan de Montealegre Guillén. La culpa de haberse retirado los cimarrones y no haber vuelto después de los veinte días de plazo y de más de cuatro meses de espera la tenía Ortega, quien «xamas pidio ni quiso açetar consejo ni pareçer que capitan ni soldado le diese abiendo sido neçesario en muchas ocasiones». Aparentemente estaba a favor de una actuación rápida, insistiendo en los gastos que acarreó en vano la política del general, estimados en 30.000 ducados. Aseguró que la guerra iría para largo y que le costaría mucho a la Real Hacienda. En realidad tomaba por autocracia lo que era realismo, por lo menos en este caso. Ortega no era ningún ingenuo y, como hemos visto, sabía muy bien a qué atenerse en cuanto a la actitud de los cimarrones, aunque ignoraba los motivos del incumplimiento de su palabra5. De estas negociaciones dieron amplia información el 12 de abril los oidores Criado de Castilla, Cáceres y Núñez de la Cerda, explicando cómo se las arreglaron para convencer a los cimarrones. Se valieron de la mediación de unos negros «fieles» de Panamá que solían ir a Nombre de Dios para hacer correr la voz de que la Audiencia estaba dispuesta a acoger con benevolencia a los cimarrones que aceptasen reducirse. Éstos, acudiendo a los mismos negros, solicitaron entrevistarse con un enviado de la Audiencia para efectuar los preparativos de su reducción. Así, a unas seis leguas de Panamá, se presentaron a Ortega catorce de los negros más principales, en nombre de su rey y de cinco pueblos. Como no se fiaban enteramente de su palabra, dado lo ocurrido unos años antes con la traición de Pedro de Ursúa, les enseñó Ortega el sello real impreso en cera y papel dado por los oidores como prueba de su autoridad y de su buena fe. Aceptaron presentarse los catorce negros a la Audiencia y prometieron reducirse a los lugares señalados donde se les permitiría 4 5
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vivir libremente. Se exigió de ellos su ayuda en contra de los que no quisiesen venir de paz. Regalaron los oidores un vestido a cada uno de los negociadores y a su rey. Luego les acompañó Ortega con alguna gente por el mar hasta el real de San Miguel, en la bahía del mismo nombre. Llegados allí, los emisarios se dirigieron solos hasta el lugar donde se encontraba el rey, quien aceptó entrevistarse con Ortega en compañía de sus capitanes. Admitieron los cimarrones, según lo dispuesto por la Audiencia, el reducirse a dos pueblos, el uno situado cerca del río Chepo y el otro algo más apartado, a unas diez leguas de Panamá, adonde se trasladarían en barcos. Se hizo lo mismo con los cimarrones de Portobelo, instalados cerca del río Chagres. Manuel Criado de Castilla, hermano del oidor, se encargó de las negociaciones con este grupo. Se adelantó hasta la Venta de Chagres, a unas seis leguas de Panamá, donde se reunieron con él dieciocho negros «de buena disposición con sus harmas de flechas» mandados por su capitán. Aceptaron en nombre suyo poblar el lugar que se les indicara. Así las cosas, el 16 de marzo llegó del Perú el navío San Juan de Antón que consiguió escapar de Francis Drake. Éste, a la altura del cabo de San Francisco, a ciento cincuenta leguas de Panamá, se apoderó de los 400.000 pesos que llevaba, 106.000 de los cuales pertenecían a la Real Hacienda. Luego se adueñó de otro barco procedente de Guayaquil con 14.000 pesos. El día siguiente entró en el puerto un aviso del virrey de la presencia de los corsarios ingleses por el Mar del Sur. El 13 de febrero los hombres de Drake con un navío, un bajel y una lancha habían penetrado de noche en el puerto del Callao donde tomaron todos los navíos. Como no tenían nada interesante los espolearon antes de apoderarse de otro procedente de Panamá. Con estas noticias, entendieron los oidores que esta nueva expedición era el resultado de la promesa de Drake a los cimarrones seis años antes, cuando robó la plata en el camino de Nombre de Dios. A ello había aludido uno de los ingleses presos el año anterior, aunque no se habría podido sospechar que vendría por el estrecho de Magallanes. Se esperaba efectivamente a los ingleses en la ensenada de Acla. Se decidió poner a los cimarrones en vía de reducción al tanto de la empresa de Drake, lo cual efectuó Ortega, dejándole a su capitán entera libertad de actuación. Éste contestó que no cambiaría de parecer, debido al hecho de que los suyos «por este capitan yngles auian padecido muchos trabajos y daños». Consideraron los oidores esta actitud como una prueba fehaciente de la lealtad del cabecilla y decidieron el traslado de todos sus súbditos a
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las poblaciones señaladas, quedándose tan sólo cuatro o cinco capitanes para acoger a los ingleses a quienes meterían en el monte para quitarles las armas de manera a facilitar la intervención de Ortega6. Dos días después que sus colegas oidores, o sea, el 14 de abril de 1579, Criado de Castilla confirmó lo dicho, insistiendo sobre dos aspectos de primera importancia. Se refirió a la participación de dos indios en el grupo de negociadores que se presentó a Ortega. Aunque no volvió a aludir a su presencia, ésta significaría por lo menos que las relaciones de los cimarrones de Bayano con los indígenas diferían de una mera dominación como hemos visto en el primer capítulo. A pesar de que intentaban seguir manteniendo la cohesión de su grupo merced al rapto de esclavas, también habían establecido una alianza con los naturales que superaría el dominio político. Otro elemento interesante fue el papel desempeñado por el deán de la catedral de Panamá en las negociaciones a petición de los mismos cimarrones por ser «[…] persona de mucha deboçion y a quien los negros querian bien». Acompañó a Ortega al real de San Miguel donde se efectuó el encuentro con el rey de Bayano. Según parece pues, las prácticas sincréticas adoptadas por el microestado fundado por Bayano no resistieron a la represión, debido quizá al hecho de que por pertenecer los cimarrones de la época en parte a la segunda generación de esclavos ya era entre ellos más fuerte la aculturación religiosa y menos pujantes las tradiciones africanas. Alonso Criado de Castilla, en una carta al Consejo del 17 de abril de 1579, volvió detalladamente sobre las negociaciones con las dos parcialidades, haciendo hincapié en el arrepentimiento de los cimarrones y poniendo en sus labios un vocabulario obviamente tendencioso. Cuesta trabajo creer que los emisarios del rey de Bayano pronunciaran las siguientes palabras, o si las pronunciaron debieron de hacerlo con la restricción mental impuesta por la relación de fuerza: […] los quales pareçieron ante vuestra Real audiençia poniendo en manos de vuestra magestad sus vidas y de su capitán mayor y gente por quien dezian heran enbiados a ofreçerse a vuestro rreal seruiçio y que ellos querian hazer lo que les fuese mandado dexando la mala uida que hasta entonçes tenian y esto mostraron con mucha synificaçion de voluntad […].
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Quizá lo más interesante de la carta sea la conclusión. La nueva estrategia imaginada por Ortega, aunque el oidor no se refiere a su promotor, había dado buenos resultados. Permitió evitar considerables gastos para la Corona, estimados en más de un millón de pesos. En los diez meses transcurridos desde que se intentó hacer guerra a los cimarrones no se prendió a más de veinte, los más de los cuales eran mujeres y niños. La paz permitiría desarrollar las potencialidades agrícolas del distrito, explotar las minas de oro, efectuar las actividades mercantiles con el mayor sosiego, sin la necesidad de soldados para vigilar el trajín de las mercancías y las recuas de plata a Nombre de Dios, y, por fin, los corsarios ya no encontrarían a los imprescindibles aliados para cumplir sus fechorías. Por si fuera poco, el oidor se puso a soñar: con la paz y la prosperidad, se podría mejorar el rendimiento de los tributos e incluso de los diezmos, mejorar el camino real y construir una nueva Panamá de piedra7. En cuanto a la empresa de Drake, quedaba sin noticia el oidor, contentándose con evocar las diferentes hipótesis emitidas. Los pilotos pensaban que las corrientes harían muy dificultoso un regreso por el estrecho de Magallanes o el cabo de Buena Esperanza. Como llevaría los víveres necesarios, era probable que se ocultase en una isla antes de intentar pasar al Mar del Norte. Tres posibilidades se presentaban. La primera sería atravesar el istmo por Nicaragua aprovechándose del desaguadero del lago. La segunda, por la costa de Panamá, en la ensenada de Puerto Quemado, donde, doblado el cabo de Corrientes, desembocaban dos ríos caudalosos y navegables. Después de remontarlos sólo quedaban veinte leguas para llegar al río Darién. La tercera, por el territorio de Bayano para salir a la ensenada de Acla. Muchos optaban por esta hipótesis, apoyándose en las expediciones anteriores y en las noticias llegadas a su conocimiento (posiblemente merced a los espías españoles en Inglaterra), según las cuales disponía Drake de la ayuda de un negro de dicha región que llevó consigo en su primera empresa y de otro a quien tomó en la costa del Perú: Y an oydo deçir acaso que los negros de Ballano heran sus hermanos y que si ellos le biesen el rostro harian por el cualquier cosa y las personas que esto le oyeron advertían que el yngles traya muchas cosas en el nauio a proposito de
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los çimarrones como heran lienços, bestidos, muchos sombreros de diferentes colores, machetes de monte, cuchillos, açadones y mucho hierro […].
Opinaba el oidor que, de escoger esta última solución, quedaría preso Drake, de acuerdo con el convenio pasado con los cimarrones de Bayano8. Andando el tiempo, pequeños grupos de cimarrones, independientes de los evocados más arriba, manifestaron su deseo de seguir su ejemplo con la mediación de un español de buena voluntad. Tal fue el caso del núcleo capitaneado por Francisco Berbesí, quien se valió de la intervención de Pedro de Tapia, mayoral de las haciendas del cerro de Cabra en el término de Panamá, para solicitar la reducción de sus hombres, Hernando Bran, Pedro Congo y su mujer, María Biafara. Se adoptaron para ellos las mismas ceremonias que para sus semejantes de Bayano o de Portobelo: Y el dicho Pedro de Tapia dijo que en cumplimiento de lo que el dicho señor oidor le había mandado que hablase y tratase con los negros cimarrones que andaban por el cerro de Cabra, y su comarca, para que viniesen de paz y se redujesen al servicio de su majestad, y que se les perdonarían sus delitos y se les daría libertad, él había hallado a los dichos negros y dícholes lo que el señor oidor le había mandado. Los cuales habiendo entendido lo que les dijo, dijeron que ellos querían venir de paz a hablar al dicho señor oidor y a gozar de la merced que su majestad les hacía; y así se habían venido, los cuales dichos negros en presencia de mí el presente escribano se hincaron de rodillas y dijeron que venían de paz. Y el dicho oidor mandó a mí, el presente secretario, diese fe de ello para que entendido por los señores presidente y oidores de la dicha Real Audiencia se provea justicia […]9.
Prueba es esta referencia de que para el oidor no había que despreciar ninguna oportunidad por muy modesta que fuera. Bien pudiera su escenificación servir de ejemplo disuasorio para evitar que se dejasen seducir otros esclavos por el cimarronaje. Tardaron algo los cimarrones de Portobelo en reducirse según lo prometido. Los oidores Criado de Castilla, Cáceres y Núñez de la Cerda admitieron las excusas presentadas por su «capitán mayor» como expresaron al rey en su carta de 16 de junio de 1579. Varios emisarios pretextaron 8 9
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que las grandes lluvias del verano y las faenas de las cosechas habían impedido la reunión de toda la gente, que eran unas quinientas personas, creían saber los oidores. Sin embargo ya había avisado el alcalde mayor de Nombre de Dios que el cabecilla y parte de sus negros principales se encontraban en la ciudad y se podía pensar que se presentarían en Panamá en la misma semana. El motivo de su venida sería enterarse de los lugares que les serían atribuidos para prever el traslado de sus familias en las mejores condiciones. Habían cesado las exacciones cometidas en el camino y ya no era necesaria la vigilancia de los soldados. En cuanto a los de Bayano, había exigido Ortega hacía dos meses de su jefe la venida de todos sus súbditos, lo cual, hasta la fecha, no se había efectuado. Al modo de ver de los oidores, se explicaría esta demora por algunas discrepancias entre los negros en cuanto a la necesidad de reducirse a obediencia, o quizá a las informaciones que tenían de la empresa de Drake10. Fuera lo que fuere, el licenciado Juan López de Cepeda, nuevo presidente, informó a la Corona el 21 de junio que la Audiencia ya no estaba dispuesta a esperar más tiempo por haber sido estos negros quienes metieron a los ingleses en la tierra. Fijado a ocho días el término para que se presentasen todos los negros, ya habían pasado ochenta sin que se manifestasen de nuevo. En cambio, los de Portobelo, que causaron en el pasado mayores daños por el camino de Nombre de Dios, ya estaban determinados a cumplir con lo prometido11. No fue nada fácil vencer los últimos obstáculos que tenían más que ver con cuestiones de amor propio. Desde Nombre de Dios, el capitán Antonio de Salcedo se había dirigido con muy poca gente al pueblo donde residía el jefe de los cimarrones, Luis Mozambique. El único español que le acompañaba, el soldado Pedro Deba, tuvo una riña con el negro Antón Bañol, que por poco todo lo echó a perder. Se quejó a su jefe de ciertos insultos proferidos por el cimarrón en casa del maestre de campo Pedro Zape, en presencia de Luis Mozambique y de unos veinticuatro de sus súbditos. Salcedo fingió no conceder demasiada importancia a los insultos en un primer tiempo, y, ante la insistencia de su subordinado, declaró que la culpa la tenían Luis Mozambique y Pedro Zape por haberlo permitido. Había venido a tal la cosa que no podía menos Salcedo de mostrarse hondamente agraviado, exigiendo un guía 10 11
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para volver a Nombre de Dios sin esperar la llegada de un barco por él. Temiendo posibles represalias, Luis Mozambique hacía cuanto estaba en su poder para sosegar al capitán, con una preocupación exageradamente patética: Señor si tu bas donde esta la rreal audiençia y el señor presidente, tu mentira a de ser verdad y nuestra verdad a de ser mentira. Bien bes que no tenemos culpa ninguna, no permitas que se dexen de bautizar estos niños y esta gente que no esta cristiana por un henojo tan pequeño como aquel.
Al ver el apuro del jefe, decidió Salcedo sacar fuerza de flaqueza, adoptando un tono de lo más arrogante: […] respondi que no auia de hazer otra cossa sino yrme porque donde yo estaua no auia de mandar otro sino yo y «a vos don luis y a vos maese de campo y a todos los que estays presentes aueis de hazer lo que os mandare la punta de mi çapato». Entonces el dicho don luis y maese de campo y los demas dixeron «si señor, que todo lo que tu mandares se hara».
Este lance, que, bien mirado, equivalía a una profunda humillación para los negros, le permitió a Salcedo medir su deseo de someterse. Por si fuera poco, algún tiempo después, cuando se trataba de su traslado al asiento previsto por la Audiencia para ellos, volvió a lo andado. Fingió el mayor enojo al oír que uno de los negros empleaba la palabra «rey» para designar a Luis Mozambique: Dixe: «¿Que cossa es «rey don luis»? No ay aqui otro rey sino felipe nuestro señor» y rreferi eso mas de seys vezes. «Boto a dios que si otra vez oyo decir rrey don luis, que al [roto] tengo de dar de estocadas aunque piense que me aueis de hazer dos mill pedazos. ¿Que cosa es «rrey don luis»?, capitan y caueça la mayor de los çimarrones, si, mas «rrey don luis» no, que no tenemos otro rrey sino el rrey don filipe nuestro señor». Entonçes todos quitaronse los sonbreros y cruzaron los brazos y dixeron que tenia mucha razon y que no dirian mas lo que auian dicho y que no conoçian otro rey sino el rrey don filipe nuestro señor y que le seruirian muy lealmente como basallos suyos12.
Estas dos anécdotas, llevadas al conocimiento del Consejo de Indias, traducían el malestar de los cimarrones, el aprieto en que se encontraban 12
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con la amenaza de guerra «a sangre». Se veían obligados a aceptar la humillación gratuita para preservar a los suyos de un posible aniquilamiento. La actitud enérgica del presidente López de Cepeda logró sus frutos, personándose el caudillo ante la Real Audiencia, donde el 19 de junio de 1579 se comprometió el presidente a respetar el convenio en cuanto a la quietud de su gente. El y los capitanes que le acompañaban se hospedaron en casa de los alcaldes ordinarios y, el día siguiente, se leyó ante los oidores el tenor del acuerdo: Muy ilustre señor yo, Luis, rey de los soldados de Portobelo en cumplimiento de la palabra por mis soldados puesta en mi nombre con vuestra señoría me presento ante vuestra señoría con todos los soldados que conmigo estaban debajo de la palabra que por vuestra señoría se me dio en nombre del Rey Don Felipe, mi señor, de que viniendo de paz a obedecer el mandato de su majestad se nos daria libertad a mi y a todos mis soldados, lo cual aceptando me presento ante vuestra señoría para que ordene de mi y de todos ellos adonde se servira su majestad que resida con mi gente, que donde vuestra señoria ordenare alli ire […]13.
Aunque en las relaciones precedentes siempre manifestaron los oidores ciertos reparos en emplear el término «rey» para designar a los caudillos cimarrones, esta vez sí que lo admitieron a favor de Luis Mozambique con el bemol del complemento «de los soldados». La expresión, por muy eufemística que fuera, tomaba en cuenta la susceptibilidad de los cimarrones. Todo pasaba como si rindiesen pleitesía a su señor feudal, situación del todo comparable con la que describimos para los mulatos de Esmeraldas14. Por supuesto en los textos que siguieron, se le apeó el título al cabecilla. En 30 de junio de 1579, se le calificó tan sólo de «cabeza y caudillo más principal de los negros alzados en los montes y habitaciones de las poblaciones de Portobelo». El grupo lo conformaban 16 parejas con 8 niños y 12 solteros, lo cual daba un total de 52 personas. El gráfico siguiente patentiza el desequilibrio en la sex ratio, lo cual aparentemente mantenía a una gran parte de los hombres en una agamia forzosa. A.G.I., Panamá 42, en: Jopling, p. 378. Se puede comparar los procedimientos empleados por los oidores de Panamá con los que usaron luego los de Quito frente a los «mulatos» de Esmeraldas, que expongo en el capítulo 2 de Los negros en la Real Audiencia de Quito. Siglos xvi-xviii, ob. cit. Como veremos, se debía al traslado a la capital andina del oidor Barrio de Sepúlveda. 13 14
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Gráfico 3.
El tenor del acuerdo no deja lugar a dudas en cuanto a la responsabilidad de los representantes de la Corona: Serán amparados y defendidos y mantenidos en justicia como vasallos de su majestad y para que puedan gozar y gocen de todas las gracias y libertades y excepciones que deben gozar los vasallos de su majestad reducidos a su real servicio.
Estas fórmulas jurídicas admitían a los cimarrones en el rango de súbditos libres de la Corona15. Como tales se les concedía un territorio situado a seis leguas y media o siete de Panamá, en los montes de Chilibre, entre Cruces y la Venta de Chagres. Tenían los negros un plazo de tres meses para trasladarse a su nuevo asiento, donde las capitulaciones les serían entregadas a los treinta días de poblado. A cada varón mayor de dieciséis años le tocaría presentarse ante la Real Audiencia para lograr sus cartas de libertad y de perdón. Firmaron las actas el fiscal Diego de Villanueva Zapata, los oidores Alonso Criado de Castilla, Gonzalo Núñez de la Cerda y el presidente López de Cepeda.
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Véase el texto en Anexos, al final del capítulo.
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El capitán Antonio de Salcedo se ocupó personalmente del traslado de los cimarrones a Santiago del Príncipe, fletando por 180 pesos una fragata de Jerónimo de Medimes para llevarles de Portobelo a Nombre de Dios. Se gastó medio peso diario para la manutención de Luis Mozambique y Antón Bañol hasta la llegada al nuevo pueblo, y 3 reales 4 tomines para cada negro. Recibió Salcedo la misma cantidad para los 60 primeros días que pasaron los negros en Santiago del Príncipe. Acabados éstos, montaban los gastos de viaje y manutención a más de 3.515 pesos16. Cada uno de los habitantes tenía derecho a una fanega de maíz mensual, salvo Luis Mozambique y Pedro Zape, quienes recibían una ración doble. Se les daba también una res vacuna y una botija de aceite cada semana para toda la comunidad17. Quedaba pendiente lo de los negros de Bayano, lo cual no dejaba de preocupar al presidente Cepeda. En una carta suya al Consejo con fecha de 8 de julio de 1579, apuntó que todavía no habían cumplido su promesa de someterse. Acabado un último plazo de treinta días que hizo pregonar Ortega, se les haría «guerra a fuego y a sangre»18. El 1 de enero de 1580, el rey felicitó a López de Cepeda por la reducción de los cimarrones de Portobelo, haciendo hincapié en los beneficios que sacarían de su decisión como el perdón de sus «delitos» y la concesión de lugares seguros donde pudiesen habitar. A su modo de ver, tales ventajas incitarían a los de Bayano a seguirles los pasos19. 2. Capitulaciones 2.1. Fundación de Santiago del Príncipe Por fin, el 20 de septiembre de 1579, se firmó el asiento con Luis Mozambique que preveía el futuro de la comunidad. A éste y a su maestre de campo, Pedro Sape, les otorgó el título de «don». Se les nombró respectivamente gobernador y lugarteniente vitalicios. El territorio concedido se situaba en el lugar citado más arriba, cerca del río Francisca y quizá en el sitio ocupado actualmente por el pueblo de Palenque o no 16 17 18 19
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A.G.I., Contaduría 1458. Íd. A.G.I., Patronato 266, R. 29, 3. A.G.I., Patronato 234, R. 6, 2.
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muy lejos. El pueblo, construido según una urbanización a la que volveremos, tomaría el nombre de «villa de Santiago del Príncipe» y gozaría de los privilegios de cualquier ciudad o villa española. El texto preveía la presencia en el pueblo de un sacerdote para la instrucción religiosa de los vecinos y de un capitán general, jefe de una compañía de treinta soldados, en la persona de Antonio de Salcedo, quien ejercería también el cargo de justicia mayor. Veamos ahora más detalladamente el texto. Fue escogido el lugar para deparar a los nuevos habitantes las mejores condiciones de vida: tierra alta, con aire, limpia de arboledas, apartada de ciénagas, con aguas sanas y un suelo fértil para el cultivo y la crianza de ganado mayor y menor. Tendría el pueblo su iglesia dedicada a «la Virgen gloriosa Madre de Dios y Señora Nuestra», con el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria, cuya fiesta se celebraría cada año; unas casas de ayuntamiento, sede del gobernador y del justicia mayor; una plaza con un rollo u horca para la ejecución de la justicia; unas calles anchas; unas cuadras de solares iguales con sus casas bien trazadas para cada familia con su corral. El plan correspondía a los criterios coloniales. La construcción se haría bajo la vigilancia del capitán Salcedo, a cuyo cuidado correría también la limpieza del pueblo y de sus alrededores de manera que pudiera «gozar de buenos aires y frescos». Luego se fijaban las condiciones de la vida municipal, primero con sus aspectos religiosos. Los vecinos pagarían los estipendios del sacerdote con el producto de su trabajo. Los niños oirían misa cada domingo y asistirían a la doctrina cotidiana en la iglesia entre los siete y los diez años. A los solteros se les prohibiría vivir entre las familias, a no ser que fueran padres. El gobernador tendría especial cuidado en que no hubiese borracheras públicas, severamente castigadas. Cualquier salida de la jurisdicción del pueblo se efectuaría con su autorización. Para reprimir los delitos habría una cárcel con su cepo y sus grillos. Sería una obligación para cada negro el trabajo en rozas y sementeras. Éstas no se situarían a más de media legua de la villa cuya jurisdicción no pasaría de tres leguas. En los corrales, se criarían aves de Castilla, gallinas de Nicaragua, patos y otras aves domésticas y se plantarían naranjos, limones y otros árboles frutales. No se consentiría que anduviesen libremente puercos por las calles. De la incumbencia del maestre de campo Pedro Zape, bajo el control del justicia mayor, sería la formación militar, si se la puede llamar así, ya que su finalidad consistiría tres veces al año en correr los montes de Portobelo y
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de su comarca con un grupo de negros dirigidos por un capitán nombrado por el gobernador para hacer presos a los esclavos fugitivos20. Por supuesto quedaba terminantemente prohibido cualquier contacto con los corsarios o con negros cimarrones21. Éstos son los principales aspectos del texto fundador de la villa de Santiago del Príncipe, previstos en conformidad con la legislación castellana clásica, que hacía de los nuevos vecinos súbditos de la Corona, aunque puestos bajo la tutela del justicia mayor español, con el límite de su movilidad y su instrumentalización en el control del cimarronaje. Unos meses más tarde, la Audiencia pidió un balance de la operación. Para esta «información y averiguación», se recogió el testimonio de quienes actuaron en pro de la reducción, y en particular del capitán Salcedo. Después de asegurar que todos los cimarrones de Portobelo se encontraban reunidos en la villa, hizo énfasis en el papel que desempeñaría en el futuro. Con la ayuda de los treinta soldados españoles encargados de la guardia del pueblo, los negros recorrían el monte en busca de los negros de Bayano y de los ingleses. Estaba convencido Salcedo que Santiago del Príncipe podía ser un verdadero presidio contra nuevas expediciones de los corsarios. Sus pobladores contribuirían también a la prosperidad de la ciudad de Nombre de Dios de que distaba tan sólo una legua con su producción de víveres de los que carecía el puerto. Volvió la seguridad por el camino y reanudaron las actividades mercantiles. Se obtuvo tal resultado merced a las diligencias de la Audiencia, porque nunca se hubiera logrado vencer a los cimarrones por la guerra por mucho que se gastara de la Real Hacienda. Se explotarían así las nuevas minas de oro que se estaban descubriendo, se pondrían hatos y estancias en lugares donde no se habría pensado poco había, y se ahorraría el dinero que costaba la vigilancia de las recuas por el camino. En el año 1579, llegó la plata del quinto real y de particulares a Nombre de Dios sin ningún acompañamiento militar. Aseguró el capitán que sus administrados estaban satisfechos de su nueva vida. Confiaba que muy pronto les imitarían los cimarrones de Bayano, para quienes la existencia de Santiago del Príncipe había de ser un estímulo y un ejemplo. Esta exigencia se encontraría en todas las futuras capitulaciones con palenques de cimarrones, sin que por ello se pueda afirmar que la respetaran. R. Price habla con mucha razón de «estratégias de dissimulação»; véase «Palmares como poderia ter sido», ob. cit., p. 55. 21 A.G.I., Patronato 234, 1, 3, en: Jopling, ob. cit., pp. 376-377. 20
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Si esta autojustificación se inscribía en un marco económico, ello no podía menos que satisfacer no sólo a los oidores de la Audiencia, y en particular a su presidente, sino también al mismo Consejo de Indias. Otros testigos corroboraron sus dichos, como el deán de la catedral, de quien volveremos a hablar. Hizo hincapié el clérigo en la psicosis que se había apoderado de los vecinos de Portobelo: iban abandonando la ciudad por miedo «que no biniesen de noche los dichos negros alsados con yngleses corsarios a los matar y rrobar». Habría sido imposible vencer por las armas a los cimarrones por ser gente belicosa y valiente que sabía valerse de un modo perfecto de la tierra montañosa, de las ciénagas y de las lagunas que les ofrecían su protección22. 2.2. Acuerdo con los de Bayano El mismo día, Pedro de Ortega, puso de nuevo el problema de los cimarrones de Bayano sobre el tapete, aludiendo por primera vez a uno de los principales colaboradores del rey Domingo Congo. Se trataba de Antón Mandinga, encargado de reunir a los diferentes capitanes de las poblaciones cimarronas del territorio. Merced a su actuación pudo el deán Rodrigo Hernández absolverles de todas las exacciones cometidas en el pasado y se recibió su obediencia y vasallaje. En este contexto, y a sabiendas de la empresa de Drake, precisó Ortega las ventajas que recibirían de su sumisión, a saber la concesión de tierras a orillas del río Chepo, las mejores de todo el reino. Les prometió que cumpliría con su palabra de obtenerles quinientas vacas y cien puercos para empezar. Con las crías de estos animales y el producto de su trabajo, en particular en las sementeras y la explotación de la madera, podrían reembolsar el préstamo y hacerse ricos. En el mismo discurso, ponderó las ventajas que sacarían del conocimiento de la fe católica enseñada por el deán. Luego se refirió a los rumores sobre el tratado de amistad pasado por Drake con ellos, y les dejó plena libertad de elección entre su antigua alianza y la nueva. A lo cual contestó el rey afirmando de nuevo su total adhesión a la Corona. Como prueba de ella, le pidió Ortega el agrupamiento de todos sus vasallos para el traslado en barcos a Chepo. Después de comentarlo con sus allegados, el rey mandó a varios capitanes suyos en su busca. Juan Jolofo se dirigió a su capitanía del río Piñas, Vicente Sape a la del río 22
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Anta, Gaspar Bran a la del río Gallinazas, con la misión de encaminar a mujeres, niños y viejos al real de San Miguel. Hecho esto, los hombres se pondrían al acecho de los ingleses. Les tocaría brindarles la ayuda solicitada, prometiéndoles llevarles con su botín al Mar del Norte con la intención de conocer las armas de que disponían y avisar de ello a Ortega. Explicarían la ausencia de sus familias por el temor que les inspiraban las expediciones de los mahomas, expresión significativa que designaba a los españoles23. El mismo rey se proponía volver a su casa de donde mandaría cien hombres a Ortega bajo el mando de Antón Mandinga. Lo mismo haría Juan Jolofo24. El día siguiente, presentó su propio testimonio a la Audiencia el deán y comisario del Santo Oficio, don Rodrigo Hernández. Su relato confirma el de Ortega, con un discurso condicionado por su estado y su cultura. Los súbditos de Domingo Congo admitieron que «el demonio los traya enlasados». Al caudillo, quien conocía las oraciones, le absolvió de la excomunión «en que había incurrido por se haber apartado del gremio de la santa iglesia católica», concediendo el mismo favor a sus súbditos. Todos, a decir del deán, «prometieron de estar sujetos y obedientes a la iglesia católica, y de cumplir lo que se les mandase que hiciesen» y escucharon su enseñanza cada día por la mañana y por la noche. Como se estaba en el período de cuaresma, muchos de los cimarrones se confesaron «poniendo muestras de gran sentimiento de tristeza por el tiempo que habían estado sin doctrina y sin confesar». Antes de volver a sus pueblos en busca de la gente del común, arrepintiéronse los capitanes de su pasado «con muchas muestras de contriciones y devoción y llorando algunos dellos y otros disciplinándose en lugares oscuros». Así la aculturación religiosa habría desempeñado un papel trascendental en la reducción del soberano de Bayano y de su pueblo. El deán no vaciló en acudir al temor de los negros por el infierno para reducirles a sumisión. Este es un buen ejemplo de distorsión ideológica, de la cual de entonces en adelante se hicieron cómplices no pocos eclesiásticos frente al cimarronaje, de acuerdo con la mentalidad de la época. Ello corroboraría la hipótesis emitida más arriba respecto a las diferencias entre esta generación de cimarrones y la primera en que seguían vigentes ciertas 23 Esta inversión de los valores inculcados por los españoles patentiza lo hondo del odio que experimentaban por ellos los cimarrones. 24 A.G.I., Patronato 234, 1, 5, en: Jopling, ob. cit., pp. 358-360.
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creencias tradicionales. Ahora bien cabe preguntarse sobre la sinceridad de los cimarrones, como lo dio a entender el mismo Ortega, quien les acusó de hipócritas al vencer el plazo para su reducción. Esto no quita que el deán viera a estos seres con otros ojos, como patentizan sus palabras acerca de la actitud de Domingo Congo durante las discusiones en el real de San Miguel: «respondía palabras muy agradables y moderadas y siempre dio a entender ser hombre de buen entendimiento». En cuanto al hombre de confianza del rey de Bayano, el capitán Antón Mandinga, admitió también el eclesiástico que era un «hombre de buen entendimiento y valiente». No dejó de expresar su admiración por la gente que acompañaba a Domingo Congo, al volver éste de su pueblo de Ronconcholón, presentándose con «mucha gente y soldados bien aderezados». O sea que, si lo miramos de más cerca, distaba mucho el deán de compartir la opinión de los oidores, para quienes esta gente eran unos bárbaros. La inteligencia de sus líderes les confería una autoridad natural sobre sus vasallos, a quienes administraban con cierta cordura. Cuando la Audiencia informó a Ortega de la presencia de Drake en el Mar del Sur, fue uno de los capitanes de Domingo Criollo, Antón Tigre, quien imaginó la estratagema destinada a hacerle caer en la trampa de la falsa alianza, de lo cual ni el general español ni los oidores dijeron la menor palabra por no reconocer sus dotes25. No todos estaban de acuerdo con los gastos de la Real Hacienda que generaba esta política, como aparece, por ejemplo, en los escritos del contador Juan de Vivero. El 20 de mayo de 1580 puso al Consejo de Indias en conocimiento de sus dudas en cuanto al buen empleo de los fondos. Comparó la guerra contra los cimarrones con una caza de venados, «buscándoles las querencias» en lugares accidentados. Le parecía muy poco el fruto alcanzado hasta entonces en comparación con los gastos, costando un soldado doce pesos al mes sin contar su manutención. Se refugiaban los cimarrones en dos «guaridas» la una en Bayano, hacia el Mar del Sur, y la otra en la región de Acla, hacia el Mar del Norte. Le parecía más adecuado al contador poner dos presidios en estos lugares con senda compañía de cuarenta a sesenta soldados encabezada por su capitán que efectuaría las correrías necesarias. Para el sustento de los hombres se harían rozas de maíz cultivadas por unos cincuenta esclavos comprados para el efecto.
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Hecho esto, se podría despedir a los otros soldados alistados, «eligiendo los más suficientes para estas salidas»26. En 28 de febrero de 1581, siguió Vivero con sus quejas. Evaluaba el coste de la guerra de Bayano hasta fines del año pasado en unos 136.000 pesos, sin contar con los sueldos debidos y con bastimentos traídos de las provincias de Quito. Estaba convencido de que todo esto no sería de ninguna utilidad, teniendo por caso imposible, dado el contexto geográfico, dominar a los cimarrones por la guerra. La reducción de los de Portobelo le salió carísima a la Real Hacienda. Para unas cien personas, se había gastado aproximadamente 20.000 pesos en suministrarles lo necesario. La comida de cada negro desde hacía más de año y medio costaba diariamente, según el momento, entre dos reales y medio y tres reales y medio. Al capitán de los cimarrones se le pagaba un sueldo anual de 1.000 pesos. Confesó el contador su pesimismo para el porvenir del pueblo: en cuanto se acabaría tal ayuda no dejarían de levantarse de nuevo sus vecinos, siendo aún más grave la amenaza con su aumento numérico favorecido por las nuevas condiciones de vida. La comparación final es expresiva de la poca confianza que les tenía: «[…] podría causar mucha confusion y ponerse a grand peligro lo deste reino con mas facilidad que lo ubo en los moriscos de granada»27. El presidente Cepeda hizo un balance de la situación el 22 de mayo de 1581. Merced al interrogatorio de cimarrones presos se consiguió saber lo que había pasado con los ingleses que habían escapado. Los negros les habían dado una canoa con la cual fueron hasta Tolú en la gobernación de Cartagena y, según lo que se dedujo, tomaron allí una fragata sin que se supiera en qué condiciones. En consideración de un posible regreso se decidió la fundación de un presidio en el puerto de Acla, región frecuentada por los corsarios, y en otros lugares «mediterráneos» con la intención de imposibilitar toda ayuda de parte de los negros, en particular de los de Bayano que todavía no se habían reducido pese a sus promesas. Los de Portobelo en cambio, después de su reducción, eligieron como alcaldes a sus antiguos caudillos, estimando el presidente que pronto serían capaces, con el producto de sus cultivos, de tomar a cargo el estipendio de su sacerdote y los sueldos del capitán Salcedo y de sus treinta hombres. Así, el
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A.G.I., Panamá 13, en: Ibíd., p. 384. A.G.I., Panamá 42, fols. 826 r-829 v, y Jopling, ob. cit., p. 380.
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pueblo de Santiago del Príncipe venía a ser un ejemplo para los cimarrones en cuya represión intervenían sus vecinos. Se consiguió hacer presos a veintidós fugitivos y de los ocho varones se condenó seis a muerte. Dos de ellos venían de las islas de las Perlas donde fueron raptados por los ingleses y los negros de Bayano. Por eso se les infligió un castigo moderado, parecido al impuesto a los niños y las mujeres, condenándoles al destierro perpetuo «con justo intento de estupor de esta maldita cizaña»28. Si hubiera dudas en cuanto a la opinión de los altos funcionarios, esta última expresión las quitaría. No se trataba para ellos de encontrar una solución a un mal social sino de resolver al fin y al cabo un problema económico de mucha gravedad con procedimientos políticos, ya que los medios militares, como se vieron obligados a admitirlo mal que les pesaba, fracasaron del todo frente a la terca determinación de los esclavos ávidos de libertad. Como sucesor interino de López de Cepeda nombrado presidente de la Audiencia de Charcas, el doctor Criado de Castilla se creyó obligado a esbozar el historial del cimarronaje en Tierra Firme. Desde la fundación del primer pueblo de españoles en Acla para la explotación de las minas de oro, los esclavos empezaron a darse a la fuga. El cimarronaje se manifestó con todo su vigor a los doce años de fundada la Ciudad de Panamá después de estrellarse en la costa, debido a una tormenta, un navío negrero procedente de Cabo Verde. Los esclavos que salieron salvos e ilesos del naufragio fueron acogidos por los primeros cimarrones, encontrándose entre ellos Bayano a quien eligieron como su jefe. En 1556, el marqués de Cañete confió al capitán Pedro de Ursúa la misión de hacerles guerra. No iremos más allá en la relación, del todo conforme con la exposición de los acontecimientos que hemos hecho a partir de la documentación. Luego pasó Criado de Castilla a la evocación de la parcialidad de Portobelo, de la cual surgió una división que se juntó con los corsarios ingleses. Por fin el oidor se refirió a su propia actuación a partir del año 79 a favor de la reducción de los cimarrones del cerro de Cabra y de Portobelo, anunciando que acababa de conseguir lo mismo con los de Bayano. Escogió como asiento de la nueva población no el lugar prometido, sino otro mucho más alejado de su antiguo territorio, cerca de Panamá, tierra adentro, que recibió el nombre de Santa Cruz la Real. Situado 28
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en la proximidad de ríos «de gran amenidad», ofrecía la posibilidad de cultivar espaciosos campos que serían de mucha fertilidad. Según el convenio pasado, los negros se comprometieron a dar como tributo anual a la Real Hacienda la tercera parte del producto de su agricultura. Con esta consideración los mercaderes aceptaron adelantarles lo necesario en ganado y ropa 29. La Real Audiencia, con fecha de 7 de enero de 1582, suministró más información al rey al respecto de los últimos acontecimientos. El 24 de diciembre, a medianoche, recibieron los oidores una carta del capitán Pedro González de la Maceta, maestre de campo de la guerra de Bayano, con la noticia de la reducción del capitán más principal de los cimarrones, Antón Mandinga, y de la mayor parte de los rebeldes de los montes. Serían muy pocos los que quedaban y no resultaría muy trabajoso someterles. El 26, se envió un informe al Consejo de Indias y el día siguiente uno de los capitanes del presidio de San Miguel, Juan de Magán, confirmó de viva voz lo escrito. Se habían sometido casi 300 negros de varias naciones: jolofes, zapes, mandingas, nalús y criollos nacidos en el monte. Se estaba esperando la decisión de los oidores en relación con su suerte. Éstos, el día 29 de diciembre, tomando en cuenta lo hecho en Santiago del Príncipe y en el Cerro de Cabra, decidieron actuar de manera parecida. Encargaron al oidor más antiguo que hacía las veces de presidente, el doctor Criado de Castilla, que lo confiriese con el cabildo de Panamá y personas de experiencia. El 30, se reunió con los alcaldes Francisco Ramírez de Guzmán, Diego de Frías, los regidores Hernando de Berrio, Pedro Rodríguez Zambrano y Alonso Cano, el alguacil mayor Juan Rodríguez, el tesorero Tristán de Silva y el general Pedro de Ortega. Se tomó la decisión de mandar a Ortega por los cimarrones, a quienes se daría tierra por las orillas del río Grande30. El traslado se efectuaría en seis barcos sin permitir el desembarco de los negros en Panamá. Esperarían en el mar que se les indicase el lugar donde se instalarían. Salió Ortega el 1 de enero de 1582 y mientras volviese, Criado de Castilla iría en Ibíd., p. 388. Según la Descripción de Panamá y su provincia por la Audiencia de Panamá (1607), la boca del río Grande estaba a dos leguas de Panamá (Panamá la Vieja). Podía navegarse el río por dos leguas y tenía diez leguas de corriente. En: Omar Jaén Suárez, Geografía de Panamá. Tomo 1: Estudio introductorio y antología, Panamá: Universidad de Panamá, 1985, p. 23. Lo cubrieron las aguas del Canal, situándose la antigua desembocadura al nivel de la Boca actual. 29
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compañía de gente experta en busca de las tierras más convenientes hacia la parte del río Grande. Atenta a las necesidades de tan gran número de gente que había abandonado sus pueblos con sus familias, y de acuerdo con las instrucciones reales, la Real Audiencia ordenó a los oficiales de la Real Hacienda que pagasen su manutención, los servicios de un cirujano y las medicinas para sus enfermedades, el salario de un justicia mayor para defenderles y de un sacerdote para enseñarles la doctrina y darles los sacramentos, la compra de herramientas para el cultivo, de ropa de cañamazo para cada negro y de paño morado para los capitanes31. Es de precisar que dichos oficiales disponían de 35 barras de plata de un valor de 11.731 pesos que habían llegado del Perú para los gastos de la guerra de Bayano, según aparece en las cuentas tomadas en 1582 del tesorero Tristán de Silva Campofrío y del contador Luis de Armas32. 2.3. Fundación de Santa Cruz la Real Encabezando una comisión conformada por Hernando de Mayorga, alguacil de corte, el capitán Francisco Navas Céspedes, alcalde ordinario de Panamá, Juan Rodríguez Batista, alguacil mayor y regidor de la misma ciudad, el capitán Baltasar Pérez, Francisco de Corella, el capitán Antonio de Salcedo, gobernador del pueblo de Santiago del Príncipe, Francisco Berbesí, negro reducido del Cerro de Cabra, y otras personas de experiencia, Criado de Castilla se había puesto efectivamente el miércoles 10 de enero de 1582 en busca de las tierras más idóneas para la acogida de los reducidos de Bayano33. Se escogió como asiento para la fundación del futuro pueblo una loma espaciosa en un llano situado cerca del río Grande, a tres leguas al oeste de Panamá. En su carta al Consejo de Indias con fecha de 20 de abril de 1582, Criado de Castilla aludió de nuevo a los criterios que le guiaron en su elección: […] y para esta población elegi en la mas conbenible parte y mas apartada de do antes moraban que es cerca desta ciudad y entre ambas mares mediterraA.G.I., Patronato 234, R. 6, 2. A.G.I., Contaduría 1458. 33 Para lo que concierne la «reducción y la población de los negros de Bayano», ver A.G.I., Patronato 234, R.6, 1 y 2. 31
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nea y dispuesta por espaciosos e campos fertiles con rios de grande amenidad que los bañan do se produce frutos abundosamente con que alcançaran en breve muchos aprovechamientos y riqueza […]34.
Tenía capacidad para más de trescientas casas cuyos habitantes, bajando en canoas hasta el mar, podrían llegar a Panamá para vender los productos de sus campos. Una montaña de más de quince leguas, muy apta para la caza, ofrecía sus ríos para la pesca y una tierra fértil para las sementeras. A orillas del río Grande se plantarían árboles frutales. El llano era suficiente para la ganadería y la cría de otros animales. Dicho sitio se encontraba casi a igual distancia del Mar del Norte y del Mar del Sur, y entre ochenta y cien leguas de los montes de Bayano. Hecha la elección, el presidente le dio al futuro pueblo el nombre de Santa Cruz la Real, hincando por sus propias manos una cruz en el sitio más alto y otra en el lugar donde se edificaría la iglesia. Para acoger a los cimarrones, el capitán Baltasar Pérez y el alguacil de corte Hernando de Mayorga se encargaron de construir dos grandes 34 J. A. Susto, t. VIII, doc. 142. Si bien se desconoce el lugar exacto donde se ubicó la población, los datos suministrados por la documentación dan a entender que se situaría al oeste del cerro Ancón, a, diríamos, algo así como una legua de la entrada del canal que cubre el antiguo río Grande. Según la descripción de una relación de 1631 el lugar correspondía a los criterios elegidos por el oidor:
La gente de las dichas estancias que hay muchas en este sitio del rio Grande, siembran cada año y haze rozas de maiz y coxen para su sustento i para traer a vender a Panama mas de seiscientas fanegas entre todas i tambien siembran cañaverales de cañas dulces de que hacen miel en dos trapiches que hai en este dicho río i tambien la traen a vender a Panama y ansi mismo siembran grandes platanares, yucas, oruyamas, batatas i otros muchos generos de legumbres i todo produce e da fruto que les sirve de sustento todo el año. Las dos leguas que hay de distancia de la ciudad de Panamá a dicho río Grande es toda tierra llana de sabanas que no hai arboleda ninguna sino es alguna parte de la costa de la mar en la playa della, la qual arboleda es poca y sin provecho. Toda la dicha distancia esta poblada de estancias de ganado vacuno de vecinos desta ciudad de Panamá, las quales estan unas de otras cortos trechos i tienen en ellas gente que las guarde y benefician. En: Relación sobre la costa panameña en el mar del sur (1631) por Diego Ruiz de Campos. Citado por Omar Jaén Suárez, Geografía de Panamá, ob. cit., p. 53. Prueba de que era buena la elección de Criado de Castilla es la proposición que hicieron en 1591 el maestre de campo Juan de Tejada y el ingeniero Juan B. Antonelli de trasladar Panamá a orillas del río Grande, a dos leguas de su ubicación y media legua de las islas y del puerto de Perico donde surtían los navíos. Precisaron que allí había «muy lindo sitio de savana». Véase la carta en: J. A. Susto, ob. cit., t. IX, doc. 169.
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casas con la ayuda de negros libres de Panamá. Se trazaron también las calles, la plaza y los solares ocupados por la iglesia y el hospital. El jueves 18 de enero, de regreso de Bayano, llegó el general Ortega al puerto de Panamá con cinco barcos que llevaban a los negros que pudieron caber en ellos. Pero el oidor les acogió a dos leguas de la ciudad, más precisamente cerca de la estancia de Martín Sánchez, a orillas del río Grande. Al lado de Ortega se encontraban los capitanes cimarrones Juan Jolofo, Antón Mandinga, Pedro Ubala, Juan Angola, Bartolomé Mandinga, Juan Cazanga y Juan Zape. En manifestación de su sumisión a la Corona, los cimarrones, después de entregar sus armas, se postraron ante el oidor. Una vez descansados de su viaje, manifestaron su alegría bailando al compás de sus tambores tradicionales. El viernes 19 por la mañana, emprendieron su marcha hacia la que había de ser su nueva tierra, siendo su llegada por la tarde motivo de otros regocijos. El día siguiente se les reunió en una quebrada junto al sitio para que el escribano Diego de Sabogal contase a los reducidos, no sólo los negros sino también los indios que venían con ellos. Entre los 152 negros contados, había 97 hombres, 49 mujeres y tan sólo 6 niños. A su lado se contaron también 16 indios, 6 hombres y 10 mujeres, con 3 niños; 7 zambahigos adultos de madre negra, 4 hombres y 3 mujeres, con 2 hijos, y 5 zambahigos muchachos de madre india. Así que sobre un total de 185 recién llegados, los negros alcanzaban un 82,16%; los indios, un 10,27% y los zambahigos un 7,56%. Notamos un fuerte porcentaje de negros «criollos del monte», o sea, un 18,42 %. Más adelante nos demoraremos en un análisis detallado de la población de Santa Cruz la Real. El domingo 21 de enero empezó con una exhortación general que Criado de Castilla dirigió a todos los negros congregados en la plaza, cuyo tema versaba sobre la lealtad y la fidelidad que habían de manifestar a Dios y al rey, a lo cual «todos respondieron con mucha humildad que lo harían». Durante la misa que siguió el acto, el franciscano fray Diego Guillén predicó sobre el mismo tema a petición del oidor. La ceremonia se verificó en una iglesia provisional de madera y de paja, consagrada a San Sebastián. Una vez acabada, se pasó a decisiones de tipo político. Como era necesario nombrar a un «mayoral y mandador» que tratase en su nombre con la Real Audiencia, propusieron los capitanes presentes y sus negros al capitán Juan Jolofo «por ser onbre biejo, cuerdo e de buen juicio y a quien todos tenían por padre». De la justicia impartida en nombre del rey se encargaría un gobernador, escogiendo el oidor para asumir este
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papel al capitán Juan de Magán, un veterano de la guerra de Bayano. De la administración de los subsidios otorgados para el mantenimiento de la población se ocuparía más precisamente Hernando de Mayorga como veedor, a quien se sustituiría fray Diego Guillén en caso de necesidad. Este mismo fraile recibió el cargo de capellán por haberse desempeñado como sacerdote de los soldados de la guerra, de modo que conocía bien a los cimarrones y se había granjeado su benevolencia. A la Audiencia, de acuerdo con el Real Patronato, le tocaría confirmar dichos nombramientos. Al final del día el oidor reunió a los capitanes negros y a su jefe recién nombrado para evocar asuntos algo más delicados, conviene a saber el tributo anual que, a cambio de la protección real, se exigiría de entonces en adelante de la nueva comunidad. Les correspondería comentar el asunto con sus administrados antes de dar una respuesta, aunque de buenas a primeras, si nos atenemos a los términos de la relación, aceptaron de buen grado dicha exigencia. Como quedaban todavía muchos negros e indios por reducir en los montes de Bayano, decidió Criado de Castilla que no se demoraría más Ortega en el nuevo asiento. Volvería al real de San Miguel acompañados por cinco negros «de mejor entendimiento», representantes de cada nación, o sea grupo étnico, cuya misión consistiría en informar a los cimarrones restantes de las condiciones que se les brindaban en Santa Cruz la Real. Se efectuó su salida el 23 de enero, despidiendo el oidor en la misma ocasión a los soldados que habían venido con su general por no necesitarse ya sus servicios. Llegado a destino, el general informó a su superior en 4 de febrero de la actuación de los soldados durante su ausencia. Encontró en el real a otro grupo de cimarrones reducidos y se esperaba que vendrían más con el tiempo, debido a que se había montado una expedición de 15 soldados españoles y 9 cargueros con este propósito, confiada al capitán Carreño. A éste le tocaría respaldar a Juan Vaquero, el antiguo guía de John Oxenham, que encabezaba un grupo de 20 negros, entre los cuales estaban 17 reducidos, 2 negros de Portobelo y 1 de Nombre de Dios, encargados de dar con los capitanes cimarrones Antón Tigre y Mazatamba. De no querer éstos reducirse por las buenas, intervendrían para prenderles o matarles, lo cual conseguirían dado su buen conocimiento de la tierra. Se suponía que Antón Tigre y Mazatamba tenían entre 18 y 20 piezas. Pericoto Tola disponía de otras 12. Ortega estimaba que en el río Gallinazas seguían 5 o 6 cimarrones y en el río Congos 4. Todo ello daba un conjunto de unos 40 cimarrones contra los cuales iban 107
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soldados y cargueros. Los cimarrones reducidos que participaban de las diferentes expediciones le pidieron al capitán Carreño que mandase a sus esposas y a sus hijos al pueblo de Santa Cruz, por tener la orden de no volver al real de San Miguel antes de traer de paz o de prender o matar a Antón Tigre y a Mazatamba. En la misma carta informó Ortega que se estaba preparando para volver a Panamá con 51 negros de todas las edades, dejando 5 heridos en San Miguel. Les acompañaría un grupo de 13 indios que convivían con los cimarrones, y, aspecto más insólito, 44 «piezas de indios chúcaros», es decir, bravos, sin contar a otros dos que andaban con el capitán Escobar. Estos no se mostraban dispuestos a reducirse al pueblo indio de Chepo, de modo que sugirió el general que se fundase otro pueblo a orillas del río Grande para acogerles. En la tarde del 8 de febrero le avisaron a Criado de Castilla que habían llegado los barcos de Ortega con los 108 reducidos, entre negros e indios. Se dispuso el día siguiente para dirigirse al puerto de Las Terneras, a una legua de Panamá, donde había de verificarse el encuentro. Después de un día de marcha pernoctaron los recién desembarcados en la quebrada de Laguna Buena y entraron en 9 de febrero en Santa Cruz la Real. El sábado 10, se reunió a los indios chúcaros35, que según el cómputo del escribano Diego de Sabogal alcanzaban el número de 41, contando a su cacique Antón. Se trataba de 20 hombres, 14 mujeres y 7 niños o muchachos, hembras y varones. A éstos se juntaron los indios ladinos que venían mezclados con los negros y se alojó al conjunto a orillas de un pequeño río, dándoles lo necesario de maíz y de carne para mantenerse. El día siguiente, el oidor, con la ayuda del cacique y de los indios principales, eligió el asiento definitivo donde estos indios estableciesen su pueblo en una sabana no muy lejos de Santa Cruz la Real, río de por medio, dejándoles la libertad de unirse, si así lo deseaban en el porvenir, con sus congéneres de los pueblos de Yepo, Parita o Cubita. De todas formas quedaban bajo la administración del capitán Magán y de fray Diego Guillén, el cura de los negros. A este pueblo se le dio el nombre de San Antonio de Padua. Atento a los riesgos de conflictos que podían surgir de la proximidad, el oidor amonestó a los negros y a los indios para que se restituyesen mutuamente las mujeres de la otra raza y despachó un mensajero al cabildo cate35
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Eran posiblemente los indios kuna, del Darién.
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dral de Panamá para que mandase al deán y provisor Rodrigo Hernández. Éste, el 13 de febrero, después de conferirlo con el oidor para solucionar dudas, bautizó a muchos niños y adultos y casó a no pocos adultos. Para honrar a los negros, se dignó Criado de Castilla a ser padrino de la esposa de su mayoral, Juan Jolofo. El 14 se comprometieron los diferentes capitanes a cumplir la palabra dada anteriormente de pagar un tributo a la Corona para expresarle su agradecimiento, el cual se fijó a la tercera parte de todos los productos agrícolas que cosecharían en el porvenir. Por la tarde el oidor intentó solucionar problemas más delicados, relacionados con la situación matrimonial de los negros, exhortándoles a que escogiesen a una mujer a quien le guardasen fidelidad, y con la justicia cuyos únicos responsables serían el capitán Juan de Magán y la Real Audiencia de Panamá en apelación como representante del rey. Quedaba pendiente otra cuestión de tipo estratégico, suscitada por el traslado de los cimarrones. Existía el riesgo de que los corsarios se valiesen de esta coyuntura para adentrarse en los montes de Bayano sin que nadie avisase a las autoridades. Para evitarlo Criado de Castilla mandó a Ortega a los pueblos de españoles de Natá y de la villa de los Santos para solicitar que unos de sus vecinos aceptasen poblar la provincia con alguna ayuda económica de la Audiencia. El oidor volvió a Panamá después de entregar a los negros los víveres necesarios para su sustento hasta las siguientes cosechas y dejarles un cirujano para curarles en sus enfermedades. Se verificó la tercera remesa de negros de Bayano el 8 de marzo de 1582, llegando al puerto de Panamá una lancha a cargo del capitán Alonso de Beza, mandada por el capitán Hernando de Agüero que hacía de teniente de capitán general en el real de San Miguel por estar ausente Ortega. Desembarcaron 22 personas, 14 negros y 4 negras, 1 niño negro, 2 zambahigos y 1 indio. Entre los negros, 6 pertenecían al grupo étnico de los bran, siendo los otros de origen muy diverso: cazanga, biáfara, nalú, zape, lucumí, anchico, mozanga, congo, angola. Una de las mujeres era «criolla del monte». A todos se les llevó el mismo día al pueblo de Santa Cruz la Real. Por fin, el 1 de abril, entregó el capitán Alonso de Vera a Criado de Castilla un último grupo de 20 cimarrones remitidos por el capitán Antonio de Agüero en el real de San Miguel. Se trataba de los súbditos del capitán Antón Tigre. Se componía de 10 negros, 2 negras, 1 niño negro, 3 zambahigos, 1 zambahiga, 2 niños zambahigos y 1 india. Los
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mozambiques eran 4; los angolas, 2; los congos, otros 2. Había también 1 cazanga y 1 bran. El día 3 les acompañó el oidor al pueblo de Santa Cruz la Real, donde se efectuaron los últimos trámites evocados más abajo. Se le entregó una carta del capitán Hernando de Agüero con fecha de 29 de marzo que estimaba que no quedaban más de 16 negros cimarrones, varios de los cuales andaban sueltos, de ahí la dificultad de encontrarles. Se pensaba que pronto se les hallaría. Para cerciorarse de la verosimilitud de estas noticias, el oidor mandó que se tomase el testimonio de los capitanes de cimarrones recogidos en el pueblo de Santa Cruz la Real. Son interesantes sus deposiciones por los datos suministrados no sólo en cuanto a los últimos cimarrones con quienes no se pudo entrar en contacto, sino en lo que concierne la vivencia de los propios capitanes. Al capitán Alonso de Vera le tocó hacer la primera declaración. Ya llevaba como año y medio saliendo contra los negros. Aseguró que a orillas del río Chepo, en la serranía de Pacora, andaba el capitán Mazatamba con 5 negros y 3 negras. Cerca del otro río, el de Gallinazas, andaban otros 7, hembras y varones. A éstos había que añadir otro cimarrón que andaba suelto. A su modo de ver si no vinieron de paz fue porque la información no les había llegado en los lugares apartados donde se encontraban. No dudaba de que, en cuanto se enterasen, se presentarían con buena voluntad. Todos los capitanes corroboraron esta opinión, basándose en su experiencia, que no dejaron de valorar. Estaban de acuerdo sobre la identidad de los cabecillas y el poco número de cimarrones que seguían por los montes, aunque, como veremos, no se referían exactamente a los mismos nombres, lo cual se explicaría por la evolución de los grupos en las diferentes épocas referidas. El primero de ellos, Antón Tigre, de más de 60 años de edad, llevaba más de 40 años trayendo a su cargo a más de 30 «soldados», según el término empleado, de nación conga. Evocó la existencia de dos grupos sin reducir. El primero, dirigido por Mazatamba, lo componían 5 hombres y 3 mujeres. El segundo, encabezado por Diego Congo, reunía a 4 negros: Magua Perico Buey, Juan Bran, Perico Mozanga y Gaspar Mozanga. Juan Jolofo, el flamante mayoral de Santa Cruz la Real, insistió en su perfecto conocimiento de los montes de Bayano donde pasó gran parte de su vida después de huir de Nombre de Dios. Desde hacía 27 o 30 años, no sabía exactamente, era el jefe de un pueblo de negros de diferentes
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naciones, jolofes, berbesíes, nalúes y biáfaras. Para él, al lado de Pedro Congo se encontraban hasta 7 negros. Mazatamba, de nación cazanga, capitaneaba a 6 o 7 negros, entre hombres y mujeres. El capitán Antón Mandinga, de 40 años, se había fugado hacía 17 años, más o menos, y era capitán desde hacía 10 años. Fue uno de los primeros en reducirse en paz con 61 negros. Dio referencias muy precisas en cuanto a los súbditos del capitán cazanga Mazatamba, que con su jefe eran 8 «piezas», 3 mujeres: Isabel Cazanga, Mariquilla Zape y Inés Zape; 4 hombres: Mazatamba, Antón Zape, Baltasar Zape y Luis Antón Cazanga. Con Diego Congo andaban por el río Gallinazas Juan Biáfara, Pedro Bran, Lorenzo Bran, Martín Bran, Juan Congo, Antón Criollo y Mariquilla Criolla. Diego Zape estaba solo en la comarca de Catalina. Pedro Ubala, de la misma edad, llevaba 13 años en el monte, donde tenía su pueblo de negros biáfaras. Afirmó que con Mazatamba, en la serranía del Sur, estaban Alonso Cazanga, Antón Cazanga, Antón Zape, Baltasar Zape, Luis Zape, Inés Zape, Isabel Cazanga, Mariquilla Criolla. Con Diego Congo, en el río Gallinazas, estaban Lorenzo Bran, Martín Bran, Juan Criollo, Pedro Bran, Juan Biáfara y la niña Mariquilla. Juan Angola, de más de 60 años, estaba en los montes desde hacía 13 años. Estaba seguro que con Mazatamba había 7 negros: Baltasar su yerno, Antón Zape, Luis Zape, Antón Cazanga, Isabel Criolla, hija de Mazatamba, Mariquilla, hija de Baltasar, Inés, mujer de Baltasar. Diego Congo se responsabilizaba de Lorenzo Bran, Pedro Bomba, Martín Juan Congo, Juan Biafara y Mariquilla Angola. Según parece, esta deposición facilitó la información más completa al respecto de la composición del grupo de Mazatamba, debido quizá a la larga experiencia del testigo. La de Juan Nalú era algo más corta. De 50 años, se vanagloriaba de haberse echado al monte desde la época del virrey marqués de Cañete. Había sido uno de los capitanes de Juan Jolofo. Estaba muy seguro de que con Mazatamba estaban Juan Biáfara, Lorenzo Bran, Pedro Martín Bran, Gaspar Zape, Francisquillo Zape y 2 o 3 negras. Diego Congo no tenía consigo más de 2 o 3 negros. El capitán Pedro Zape, que tendría más de 60 años a juzgar por su pelo cano, estaba en Bayano desde el momento en que el capitán Trejo se metió en la guerra, es decir, desde hacía unos 14 años. Había sido capitán de un pueblo de gente zape y tenía por cierto que seguían por los montes 3 negros zapes y 3 mujeres con Mazatamba. No sabía más, aunque había entendido que también andaba un negro ya viejo que se llamaba Diego Congo.
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De 50 años, el capitán Juan Cazanga llevaba el mismo tiempo en el monte en compañía del capitán Antón Mandinga y se ocupaba de un pueblo desde hacía dos años. Dio los nombres de los cimarrones que estaban con Diego Congo en el río Gallinazas: Lorenzo Bran, Martín Bran, Pedro Comba, Mariquilla (su mujer), Juan Congo y Juan Biáfara. Con Mazatamba, que andaba hacia el Mar del Norte, estaban Baltasar, Luis Antón Cazanga, Isabelica e Inés Zape. Al fin y al cabo el oidor Alonso Criado de Castilla podía fiarse de dichas declaraciones que concordaban, pese a leves diferencias. El cuadro que se encuentra abajo ha sido elaborado a partir de la lista establecida en abril de 1582, siguiendo las órdenes de Criado de Castilla, por el capitán Juan de Magán. Se notan algunas diferencias con las listas parciales suministradas por Ortega y sus capitanes, que corresponden a las cuatro remesas que tuvieron lugar hasta el fin del traslado de los cimarrones de los montes de Bayano. En particular en lo que se refiere a la presencia de los indios que acompañaron a los negros. Sólo se quedaron en Santa Cruz la Real las indias casadas con cinco de los nuevos vecinos y un indio casado con una negra. La gran mayoría de los negros eran bozales, a juzgar por sus gentilicios étnicos. Aunque no hay que olvidar que éstos no permiten deducir su origen con precisión taxativa, por lo menos son referencias significativas. Muchos de los bozales procedían de los «ríos de Guinea» y de los «ríos de Sierra Leona», es decir, del África occidental, primera región suministradora de esclavos. Los grupos étnicos más representados son los biáfaras y los zapes. Menos numerosos eran los cimarrones de origen bantú, por encontrarse la trata negrera en sus inicios con el Congo y Angola. Sin embargo llama la atención el hecho que ya los mozambiques estaban presentes entre los fugitivos. ¿Significaría lo antedicho que los asientos cimarrones eran pluriétnicos, es decir que no se habría podido reconstruir en ellos comunidades fieles a su civilización de origen? Es de admitir que pasaría así de un modo general, lo cual no excluye una fuerte tendencia a un reagrupamiento de tipo étnico dentro de la diversidad anotada. Si analizamos detalladamente la composición de los miembros de las «compañías» que acompañaron a Santa Cruz la Real a los diferentes capitanes, Juan Jolofo, Antón Mandinga, Pedro Ubala, Antón Tigre, Juan Angola, Pedro Zape, Juan Cazanga, Juan Nalú, nos preguntaremos si ciertos de ellos no favorecieron esta tendencia, como así lo afirmaron en sus declaraciones. En la comunidad dirigida por Pedro
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Ubala, sobre 65 miembros, entre hombres y mujeres, 29 llevan el gentilicio étnico de «biáfara», o sea, un 44,61%. En el grupo del capitán Pedro Zape, 26 de los 35 miembros eran zapes, es decir, un 74,28 %. Juan Angola también reunía a gran parte de los angolas. Sin contar que muchos de los niños «criollos del monte» podían tener padres de estas etnias. Así que no sería muy arriesgado proponer que el «reino de Bayano» era una confederación de varias comunidades reunidas por «capitanes» si no con criterios únicamente étnicos, por lo menos con una fuerte tendencia étnica, si agregamos que a menudo los otros miembros pertenecían a grupos étnicos vecinos. Disfrutarían estas comunidades o «pueblos» de una gran autonomía, de ahí la dificultad para su «rey» Domingo Congo para imponerles su decisión de reducirse. Otro aspecto de mucho interés: los negros criollos representan un alto porcentaje, con un 26,71 %. La gran mayoría eran hijos de bozales nacidos en el monte, de ahí su calificación por las listas entregadas por Ortega de «criollos del monte» o «criollos de la montaña».
Gráfico 4.
Salta a la vista la desproporción entre los hombres (75,91 %) y las mujeres (35,49 %). Esta situación es representativa de la que reinaba en
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los asientos de cimarrones de los montes de Bayano, lo cual explicaba las expediciones de rapto a Panamá y las alianzas con los indígenas.
Gráfico 5.
Así se entiende que para 54 niños o muchachos negros, había 17 zambahigos. Éstos correspondían a un 31,48 % de los jóvenes, indicio significativo de la fuerte miscigenación interracial que se añadía a la mezcla interétnica.
Gráfico 6.
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H
Ríos de Guinea
jolofo berbesí cazanga bañol bioho biáfara nalú mandinga
Ríos de Sierra Leona
5 5 6
M
H
% zona/T1
% nación/T1
215
Total
Niños
Adultos
Nación
Hacia la reducción
Procedencia
M
3 23 5 9
2 3 2 2 1 11 1 5
7 8 8 2 4 34 6 14
2,67 3,05 3,05 0,76 1,52 12,97 2,29 5,34
zape jalonga
24 3
15 1
39 4
14,88 1,52
16,41
Costa mina R. de Arará
bran tierra novo
10 2
4 1
14 3
5,34 1,14
6,48
R. de Calabar
caravalí lucumí
1 1
1
2 1
0,76 0,30
1,14
Congo
anchico mozanga congo
1 5 7
1 6
1 6 13
0,38 2,29 4,96
7,63
Angola
angola
4
2
6
2,29
2,29
5
1,90
1,90
15
5,72 26,71
Mozambique
5
Otros
14
1
Criollos
15
18
21
16
70
Total 1
148
77
21
16
262
Indios
1
5
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31,67
6
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Zambahigos Total 2
149
82
12
5
17
33
21
285
Cuadro n° 3. Población de Santa Cruz la Real, 1582.
El penúltimo acto oficial de la guerra de Bayano fue la lectura de las capitulaciones preparadas por Criado de Castilla con el acuerdo de los negros, de Juan de Magán, de fray Diego Guillén y de Ortega, que se hizo el 5 de abril de 1582. En primer lugar aceptaban dichos negros y el mayoral a quien habían elegido en la persona de Juan Jolofo someterse libremente a la Corona como fieles vasallos. Luego admitían al capitán Juan de Magán como gobernador y justicia mayor, cuyos cargos se definieron con gran precisión. Su papel consistiría en impartirles justicia en nombre del rey en las causas civiles y criminales, aunque acerca de éstas, en caso de ser de sangre, tendría que consultarlo con la Real Audiencia antes de aplicar su fallo. Cuando fuese necesario otorgaría a los reos el derecho de apelación ante la misma entidad. Se fijaron los límites de su jurisdicción que se extendería desde Santa Cruz la Real hasta tres leguas en dirección de Natá y hasta la Casa de Cruces por una parte, y hasta el río Grande y el Mar del Sur por otra. Le tocaría también vigilar a los negros para que se dedicasen plenamente y sin excepción a las faenas agrícolas en sus rozas y sementeras, para evitar la ociosidad y otros vicios como las borracheras. Les impondría el control de su movilidad con la prohibición terminante de salir de los límites de las tierras del pueblo sin su permiso. Se instituiría una cárcel donde se aplicarían penas adaptadas a los delitos. Ponen particular énfasis las capitulaciones en la dimensión militar de la misión concedida al gobernador. Algunas veces al año, y cuando se lo ordenase la Real Audiencia, tendría que salir del pueblo con cuadrillas de negros hacia las costas y el monte en busca de posibles corsarios y cimarrones. Vigilaría que sus administrados no encubriesen esclavos fugitivos, siendo para ellos una obligación denunciarles al gobernador para que éste diese aviso a sus dueños. Se comprometían los negros a aceptar al franciscano fray Diego Guillén, por quien experimentaban un profundo respeto, para la doctrina y la
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administración de los sacramentos. Uno de ellos, como alguacil, juntaría a los niños para la enseñanza religiosa cuando se lo pidiese el sacerdote. El estipendio del fraile y el salario del gobernador, fijados por la Real Audiencia, correrían a cuenta de la Real Hacienda primero y luego de los negros desde el momento en que empezasen a recoger el producto de su trabajo, o sea a partir del mes de septiembre. Según lo previsto durante las negociaciones la Real Hacienda adelantaría las cantidades necesarias para la compra de un hato de vacas, de las semillas para las siembras y de los víveres necesarios, por lo menos hasta las primeras cosechas. Se reservaría la tercera parte de éstas con el fin de pagar el primer tributo a la Corona, disposición que luego se aplicaría cada año. La Real Audiencia ratificó con solemnidad estas capitulaciones el 10 de abril de 1582, despidiendo a los soldados reclutados para la guerra cuyo fin se proclamó. Como los vecinos de Natá y de Los Santos no habían aceptado poblar los presidios de Acla y de San Miguel de Bayano, se mantuvo en cada uno de ellos una guarnición de 30 hombres con su capitán hasta que la Corona tomase una decisión al respecto. Había llegado el momento para Pedro de Ortega de ajustar cuentas, lo cual hizo en una carta dirigida al Consejo de Indias con fecha de 18 de abril de 1582, denunciando con vehemencia las trabas que le había puesto Juan de Vivero so pretexto que esta guerra era un cuento de nunca acabar, «ynfinita y costissima cosa». La junta que se reunió a petición del contador acabó por permitirle seguir con la guerra merced al apoyo del fiscal Diego de Villanueva Zapata. Explicó el general que, sin abandonar la intervención bélica, soltaba a algunos de los presos para que informasen a los cimarrones de la decisión de concederles la libertad a cambio de su reducción, de modo que «se deshiciese el temor y desconfianza». Sabía muy bien que muchos no volverían, pero confiaba en la lealtad de otros. A los seis meses, los resultados probaron que no se equivocó cuando sus adversarios aseveraban que «era imposible acauarse en mill años». Antes de evocar lo hecho después de la instalación del pueblo de Santa Cruz la Real, expresó su agradecimiento al presidente Cepeda y a los oidores Juan López de Cepeda, Alonso Criado de Castilla, Gonzalo Núñez de la Cerda, y al fiscal36. El 20 del mismo mes, Alonso Criado de Castilla le siguió los pasos llamando la atención del Consejo sobre su actuación con el fin de pedirle 36
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las mercedes que pensaba merecer. Explicó que fue de mucha importancia el haber convencido a Antón Mandinga, quien se había refugiado en regiones muy apartadas por las orillas del Darién, a algunas 200 leguas de Panamá. Efectivamente le imitaron los cabecillas de las otras compañías que andaban vagando por la montaña. Y para que entrasen en confianza, afirmó que no vaciló en dirigirse con ellos hacia su nuevo pueblo sin protección y sin armas. Si bien admitió que fueron considerables los gastos, estaba seguro de que se irían recuperando con el tributo que pagarían los pueblos de reducidos. Sigue una descripción idílica de la existencia de los reducidos en Santa Cruz la Real, donde aparentemente se formaron barrios correspondientes a las diferentes etnias: Adonde agora biuen y estan cada naçion de por si en sus barrios y calles poblados y paçificos de tal suerte que no pareçe son los que tantos males an causado ynsistiendo en su poblaçion, agricultan con cudiçia los canpos y acuden a la doctrina con deuoçion y cuidado en actos virtuosos e exerçitandose, que ya estos dias prendieron otros negros delincuentes desta çiudad que en sus pueblos hallaron sin ser mandados como tambien con la misma voluntad an trabajado en la guerra contra los que auian quedado y los unos rreduzidos yban a otros sacando y agora viendo que yo hazia con los españoles alardes, vinieron a esta çiudad a hazer asimismo reseña con sus armas […].
En Bayano empezaban a instalarse estancias de ganado y minas de oro cuya producción al poco tiempo se sustituiría por la de las minas de Veragua, que se estaba reduciendo. Lo más importante era la seguridad que de nuevo se había impuesto en este territorio donde los enemigos ya no encontrarían la ayuda que les brindaban antes los cimarrones para apoderarse de lo que venía del Perú. Un día se habrían hecho inexpugnables en esta tierra donde podían construir barcos con el fin de agredir los navíos procedentes del Perú. Importaba para mantener la seguridad formar dos pueblos en las costas del Mar del Norte y del Mar del Sur con labradores y gente llana que sacasen todo el provecho de esta provincia de «grande hermosura»37. En otra carta con fecha del mismo día, es decir, 20 de abril de 1582, firmada esta vez con Pedro Ramírez de Quiñones y Gonzalo Núñez de la Cerda, experimentó la necesidad Criado de Castilla de justificar de nuevo 37
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su actuación, denunciando con insistencia a los que se le opusieron, en particular al contador Juan de Vivero. De escucharle, habrían sido inútiles los gastos efectuados anteriormente y se habrían animado los cimarrones de modo que nunca hubiesen aceptado reducirse, exactamente como pasó antes. Lo que les llevó a aceptar la paz fue precisamente la determinación de las autoridades «de no alçar el pie de Ballano hasta estirparlos y deshacerlos como V. M. lo habia mandado». Así lo confesaron los propios cimarrones, aseveró el oidor, quien siguió enseñándose contra el contador, dando a entender muy a las claras que no cumplió con sus obligaciones por tan sólo haberse fijado en lo inmediato, y no haber hecho el análisis de prospectiva que se imponía. Pronto se cubriría lo gastado con el tributo que pagarían los reducidos a la Corona, como negros libres, que consistiría en la tercera parte de su producción agrícola. Abastecerían al pueblo de Venta de Cruces y a la misma ciudad de Panamá, que tanto necesitaban de ello, principalmente el primero cuando llegaba la flota. Y, por si fuera poco, dio pruebas el contador de tener una visión política de poco alcance. Con la reducción, se les había cortado el paso a los corsarios que ya no gozarían de la ayuda de los cimarrones para ir a lo suyo. No podrían instalarse en Bayano con la finalidad de hostigar los navíos del Perú, como solían hacerlo en el Mar del Norte. Ahora los cimarrones se encontraban bajo la vigilancia diaria de su gobernador y de su sacerdote. A los que protestaban contra la ubicación del pueblo cerca de Panamá, contestó el oidor que nunca los corsarios brindarían a los reducidos condiciones parecidas a las que tenían ahora. Por lo contrario éstos se habían dado cuenta por fin que su pacto con los ingleses sólo les había traído desgracias, de ahí la inversión de alianza que se efectuó a favor de los españoles. No faltaban los que hubieran preferido que a los primeros reducidos, en vez de instalarles en Santa Cruz, se les echara al mar o se les mandara al Perú. Entre ellos se encontraba el contador. Pecaron de ingenuos, subrayó el oidor, por no haber visto que éste era el mejor modo de imposibilitar la reducción de los demás. Obviamente si se redujeron progresivamente los cimarrones, en cuatro grupos, fue para ver lo que pasaba con sus compañeros. Para informarles del buen tratamiento que les esperaba, se decidió mandar por ellos a algunos negros de diferentes «naciones» (etnias) procedentes del primer grupo. Por cierto, los dueños veían con muy mal ojo la buena disposición de los oidores para con sus antiguos esclavos y «no podían sufrir verlos en libertad sin su licencia». Por eso
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Criado de Castilla ordenó que se les mandase por mar directamente a la tierra escogida sin pasar por Panamá. Parecería poco el número de trescientos individuos, cifra que alcanzaba la población de Santa Cruz la Real, si no se tomase en cuenta a los numerosos presos que se hizo antes de la reducción, entre los cuales unos fueron condenados a muerte y otros enviados a galeras; y a los niños y a las mujeres, se les vendió a las provincias del Perú. Durante la guerra, no pocos niños, mujeres o negros raptados por los cimarrones escaparon a la pena de muerte por haberles recuperado sus amos por pleito ante la Real Audiencia a cambio de un rescate, aplicándose una parte a la Real Hacienda para gastos de guerra. Después de la paz, los últimos que se quedaron en el monte, fue por ignorancia de lo concertado, como confesaron después. El temor a la guerra les había alejado de todo contacto. Estaba seguro el oidor que los pocos cimarrones, unos quince o dieciséis, a quienes todavía no se había encontrado, acabarían por reducirse como los demás. Ajustadas las cuentas con sus contrincantes, volvió el oidor a consideraciones relacionadas con el porvenir. Le parecía del todo imprescindible la fundación de dos pueblos para ocupar los territorios liberados. Ya se había hablado de este aspecto, pero en este caso la postura del oidor no carece de interés, ya que, como no se había conseguido convencer a españoles del reino por ser excesivas sus exigencias, propuso acudir a doscientos labradores portugueses38. Mientras llegase la respuesta del Consejo de Indias, se habían formado dos presidios con cuarenta hombres cada uno, en el Mar del Norte y en el del Sur. Otra referencia llamativa: Criado de Castilla no se olvidó de aludir a los indios de la tierra, más de sesenta, que prestaron su ayuda durante la guerra contra los cimarrones. Aseguró que se fundó para ellos un pueblo, separado de Santa Cruz la Real por un río. Se trataría de San Antonio de Papua, destinado a recoger a los naturales sometidos por los cimarrones. La nueva información suministrada por la carta es que se les dio el permiso de ir al pueblo de indios de Chepo para ver si preferían vivir allí.
Es de precisar que después de la muerte del rey-cardenal Enrique en 1580 y a pesar de las pretensiones de don Antonio, prior de Crato, las tropas españolas ocuparon el reino de Portugal y fue proclamado rey Felipe II. Se sabe que la unión de las dos Coronas permitió a los portugueses introducirse en las Indias Occidentales españolas; la proposición de Criado de Castilla se inscribe en este contexto. 38
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Por fin manifestó el oidor su satisfacción por el apoyo del fiscal Diego de Villanueva Zapata y su agradecimiento por la actuación de Pedro de Ortega con términos conmovedores que reproducimos a continuación: Pedro de Ortega Valencia capitan general desta guera ha trabajado en ella y en esta pacificación con mucho cuidado y celo que con ser ya de tanta edad no ha sido parte para que dexase de andar muy a la continua sufriendo el trabajo de la montaña y su aspereza asta ponerle asi como lo tiene ya esta guerra […]39.
Meses después, el 14 de agosto de 1582, regresaron a Panamá los capitanes Antón Mandinga y Pedro Ubala de sus correrías en busca de los últimos cimarrones con el jefe Diego Congo y 5 hombres. En 27 de septiembre hizo lo mismo el capitán Juan Vaquero que había recorrido la cordillera del Mar del Norte. Por fin había dado con Alonso Cazanga, apodado capitán Mazatamba, quien acaudillaba a 5 hombres, 3 mujeres y 1 niña de pecho. Después de manifestar su adhesión a la Corona, ambos grupos fueron dirigidos a Santa Cruz la Real. Antes de salir de Panamá, Mazatamba declaró en 28 de septiembre de 1582 que, huyendo de la persecución de los soldados que le habían matado gente, se había refugiado a orillas de un río llamado Santa María donde tenía sus rozas y su ranchería, de manera que no se había enterado del perdón concedido por el rey a cambio de la sumisión de los cimarrones. De saberlo se habría reducido de buena voluntad. Acabó su deposición afirmando que no había encontrado rastros de la existencia de otra gente en los montes. Así que el mismo día la Real Audiencia, estimando que estos 16 individuos correspondían al número propuesto por las declaraciones anteriores de los diferentes capitanes reducidos, proclamó que todo el reino estaba «limpio de todos negros cimarrones e libre de ellos por estar todos rreduzidos y poblados».
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Para esta carta, ver J. A. Susto, ob. cit., t. VIII, doc. 142.
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Mapa n° 3. Traslado de los cimarrones de Bayano a Santa Cruz la Real.
2.4. Balance Esta visión idílica no perduró mucho. Pronto surgieron las dificultades evocadas en una carta de 15 de agosto de 1583 por el presidente Pedro Ramírez de Quiñones, y los oidores Gonzalo Núñez de la Cerda y Juan del Barrio Sepúlveda, quien se aprovecharía más tarde de la experiencia adquirida en Panamá en dicha materia para tratar con los mulatos de Esmeraldas después de su nombramiento en la Audiencia de Quito40. Primero se vistió a los negros que andaban «destrozados y desnudos». Para la gente común, se utilizó el vulgar cañamazo, y para los seis capitanes, un paño de poco precio. Se les prestó mil pesos para la compra de víveres para un año, es decir hasta la próxima cosecha, de gallinas para la crianza y de herramientas para cultivar la tierra. El año siguiente, con la venta de sus cosechas, reembolsarían el dinero adelantado. Compróseles por cuatro mil pesos de ganado vacuno, dándoles un plazo de tres años para satisfacer la deuda. El tributo a la Real Hacienda sería de quinientas fanegas de maíz 40 El doctor Juan del Barrio de Sepúlveda llegó de Panamá en 1596. Consiguió la sumisión a la Corona de los dos caudillos de los «mulatos» de Esmeraldas, Francisco de Arobe y Alonso Sebastián de Illescas. A él se debe el cuadro que representa a Francisco de Arobe y sus dos hijos, Pedro y Juan, que se encuentra en el Museo de América de Madrid. Para más detalles sobre la actuación del oidor respecto a los «mulatos» de Esmeraldas, véase el capítulo 2 de Jean-Pierre Tardieu, El negro en la Real Audiencia de Quito. Siglos xvi-xviii, ob. cit.
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al año. Pero las pésimas condiciones climáticas hicieron que ni siquiera fueron suficientes las cosechas para la comida. Para evitar su regreso al monte, fue menester socorrer de nuevo a los recién reducidos, quedando aplazado el pago de sus deudas. Era un mal menor, opinaron los oidores, en la medida en que por lo menos la tierra estaba en paz41. Tenemos las cuentas de las ayudas para el pueblo de Santa Cruz el Real que corresponden al año de 1582: Víveres: producto maíz arroz frijoles habas bizcocho
medida fanegas Íd. Íd. Íd. arrobas
cantidad 676,5 2 2 2 6
reses terneras pescado salado
arrobas
66 7 15
sal manteca miel da caña
botijas Íd Íd.
1 6
Cuadro n ° 4. Santa Cruz la Real-Víveres (1582).
Ropa: géneros destinatarios cáñamo, ruán y –240 personas otras cosas sin precisar –capitanes Antón Sape, Juan Vaquero –45 negros (incluidos 6 indios) 7 negras
precios 1.000 pesos 195 pesos
Cuadro n ° 5. Santa Cruz la Real-Ropa (1582). 41
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A.G.I., Panamá 13, en: Jopling, ob. cit., p. 389.
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Las mismas cuentas hacen aparecer para 1582 la intervención de tres cirujanos. Doctrina: Para Santiago del Príncipe, la documentación se refiere a los gastos originados por la doctrina de los vecinos en 1582. La compra para la iglesia de un misal, un cáliz, una patena, unas vinajeras, un portapaz, un ostiario de plata, una ochava, y un ornamento de tafetán blanco montó a 98 pesos 6 reales. Identidad y estipendios de los doctrineros: años 1583
1595
1597 1598
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doctrina Santiago del Príncipe Presidio de San Miguel de Bayano Santiago del Príncipe Santa Cruz la Real
doctrinero Fray Sebastián de la Pera, o. p. Fray Francisco Morán
duración 8 meses 25 días 5 meses 15 días 25 junio-13 nov. 1582
Fray Sebastián de la Pera, o. p. Fray Antonio de Rojas, o .p. Santiago del Fray Antonio de Príncipe Aldana, o. p. Santiago del Fray Joseph de la Príncipe Torre, o. p. Santa Cruz la Real Fray Ignacio Martínez, o. p. Santiago del Fray Domingo de Príncipe Tóvar, o. p. Santa Cruz la Real Fray Ignacio Martínez, o. p. Santiago del Fray Joseph de la Príncipe Torre, o. p. Santiago del Fray Diego Rodríguez, Príncipe o. p. San Miguel de Fray Diego de Ribera, 4 meses Bayano o. p. Santiago del Fray Joseph de la 6 meses Príncipe y Santa Torre, o. p. Cruz la real Íd. Fray Pedro González, 5 meses o. p.
estipendios 147 pesos y cinco reales 192 pesos y cinco reales 350 pesos
100 pesos 250 pesos
166 pesos y 5 tomines
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1599
Presidio de San Miguel Santiago del Príncipe y Santa Cruz la Real Íd.
Fray Diego de Ribera, o. p. Fray Joseph de la Torre, o. p.
4 meses 5 meses y 21 días
Fray Diego Rodríguez, 4 meses y 8 o. p. días
225 100 pesos 235 pesos y 5 tomines 190 pesos y 5 tomines
Cuadro n ° 6. Doctrineros de los pueblos de mogollones (1583-1599).
Notaremos que, para los negros de Bayano, se nombró a un doctrinero desde las negociaciones del real de San Miguel. En las dos reducciones de cimarrones, los doctrineros fueron frailes de la orden de Santo Domingo, quienes se pasaban unos meses al año en su doctrina, con un estipendio anual de 500 pesos cuando el cura de San Miguel cobraba tan sólo 30042. Su nombramiento requería del permiso del prior del convento de la orden en Panamá. Al reunirse los dos pueblos de mogollones (o sea, cimarrones reducidos), como veremos más abajo, sólo se siguió pagando a un cura. Poco se sabe en cuanto a las relaciones de los gobernadores con los antiguos cimarrones, aunque algo se adivina a través de la lectura de las cuentas de la Real Hacienda. Es de suponer que los capitanes Salcedo y Magán supieron adaptarse a la situación, como lo da a entender el hecho de que aceptaron libremente su control los negros. En cambio parece que no pasó siempre así después de su renuncia al puesto43. Valga por ejemplo la querella que presentaron en 1598 los habitantes de los pueblos reunidos de Santa Cruz la Real y de Santiago del Príncipe en contra de su gobernador, el capitán Ruy Díaz de Mendoza. El presidente de la Audiencia ordenó una encuesta sobre los «delitos y excesos» de que le acusaron, de la que se encargó el receptor Andrés de Bolanos44. A partir de 1599, disminuyó de la mitad el salario cobrado por el gobernador, aunque el alférez Gaspar López de Soto cobró 500 pesos como sus predecesores por decisión personal del presidente. En cuanto al presidio de San Fuentes: Jopling y A.G.I., Contaduría 1469 y 1470. Parece que el capitán Salcedo tuvo algún lío con la Real Audiencia sobre el sustento de los negros y soldados del pueblo de Santiago del Príncipe, si nos atenemos a una referencia del fiscal Diego de Villanueva Zapata en una carta al Consejo de Indias con fecha de 25 de marzo de 1585. Véase la carta en: J. A. Susto, ob. cit., t. VIII, doc. 155. 44 A.G.I., Contaduría 1469. 42 43
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Miguel, se desempeñaban como soldados esclavos jornaleros alquilados por vecinos de Panamá. Así, en 1598 se abonó a doña Clara de Chavarría la cantidad de 240 pesos por los servicios prestados durante seis meses por cuatro esclavos suyos, a razón de 10 pesos mensuales por cada uno. El propio capitán sacaba provecho del alquiler de sus siervos, como fue el caso en el mismo año de Hernando de Liermo, dueño del atambor criollo Lorenzo y del soldado Gonzalo Miguel. Los libros de cuentas se refieren también a los salarios pagados por el trabajo de esclavas que se dedicarían a la cocina45. Muy pronto, o sea, el 9 de marzo de 1583, formuló sus preocupaciones a los oidores el fiscal Diego de Villanueva Cepeda no con relación a los reducidos, sino a los esclavos de la Ciudad de Panamá. En muy poco tiempo huyeron de sus amos casi sesenta negros para encaminarse a la montaña de Bayano, y se pensaba que muchos les imitarían, por disfrutar más tarde de las mismas ventajas que los pobladores de Santa Cruz la Real. De seguir así se volvería a la situación ante quem. Por eso era menester que la Real Audiencia concediese toda su importancia al papel de vigilancia del territorio por los dos presidios de Acla en el Mar del Norte y de San Miguel en el Mar del Sur, según lo decidido, proveyéndoles en bastimentos y hombres necesarios de modo que se pudiesen efectuar las salidas y correrías previstas y castigar con todo rigor a los cimarrones. Lo mejor sería mandar con este propósito a grupos escogidos entre los reducidos de Santa Cruz la Real y Santiago del Príncipe con algunos arcabuceros españoles. Se pondría a los presos en palos por los caminos «para temor y ejemplo». Habría que pregonar públicamente que, sin merecer pena alguna, cualquiera podría dar la muerte a los negros que se hallasen huidos a cinco leguas de poblado. Incluso se podría otorgarle algún premio por este servicio. El presidente y los oidores le dieron toda la razón46. Hubo más. Como las cosechas en los campos de Santa Cruz la Real no fueron tan buenas como se esperaba, fue preciso socorrer a sus pobladores para que se asegurasen del todo. No faltaban, aseguró el presidente Ramírez de Quiñones en 25 de abril de 1583, quienes intentaban desasosegarles, diciéndoles que andando el tiempo se tornaría a hacerles esclavos. Así que se imponía el buen tratamiento que recibían los reducidos de las 45 46
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autoridades. Frente a las dificultades que presentaba el camino real, donde se enfermaba y a veces se ahogaba la gente y se perdían mulas y plata, se le ocurrió a Ramírez acudir al buen conocimiento de la tierra que tenían los reducidos con la intención de encontrar otro camino para evitar los ríos, los malos pasos y las sierras. Se formó una expedición de treinta negros, quienes, según le contaron al presidente, consiguieron descubrir otra vía. Cuando éste quiso comprobar por sí mismo sus dichos, le aseguraron a seis leguas de Panamá que las condiciones no le permitirían llegar a destino. Así que se vio obligado a renunciar sin por ello manifestar su descontento. Pasada Semana Santa, los negros reiteraron su determinación de llevar su misión a cabo, presentándose un grupo de cien de ellos con el propósito de no volver sin haberla realizado. Cumplieron con su promesa, de modo que se atajarían cuatro leguas al trayecto47. Habiéndose decidido poner fin al flujo negrero, debido a la guerra de Bayano, se encargó Juan de Alvar en nombre del cabildo de Panamá, en 26 de abril de 1583, de solicitar el restablecimiento del comercio negrero ya que […] en este rreyno no ay otro seruicio ninguno si no es de negros y sin ellos no se puede biuir en la tierra ny calzalla ni cultivalla ni beneficiar los ganados y en efecto en campo ni en poblado no se puede hazer ni auer ninguna venera de servicio si no dellos y los españoles no paran aquí los que son para servir y aunque pararan la tierra no es para que travajen por ser calurosa y muy dexativa48.
Dicho esto, no se fiaba el cabildo del porvenir, temiendo que de nuevo los piratas se adueñasen de las tierras ocupadas por los cimarrones antes de su reducción. Por eso suplicó a la Corona que tomase en cuenta las peticiones pasadas sobre la población de los dos presidios de Acla y de San Miguel, sugiriendo que, con este propósito, se enviase de España labradores mozos y casados con tres esclavos de Cabo Verde cada uno, dos hombres y una mujer, pagados al fiado hasta las cosechas. Se haría merced también a cada pueblo de un barco para que se pudiese vigilar la costa49. Aparentemente quedó sin respuesta la proposición.
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Ibíd., doc. 148. J. A. Susto, ob. cit., t. VIII, doc. 150. A.G.I., Panamá 30, N. 23, 1.
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En 1585 se había transferido la cantidad de 15.000 pesos destinada al mantenimiento del presidio de Acla a favor del de Bayano. Y por si fuera poco se había reducido el número de soldados de este real de 40 a 20, lo cual permitía ahorrar otros 20.000 pesos50. El 14 de junio de 1589, según el licenciado Antonio de Salazar, había en Bayano 25 soldados y un sacerdote que costaban 7.000 pesos al año. En la misma carta suministró el oidor informaciones sobre los habitantes de Santa Cruz la Real. Cultivaban maíz, arroz, ñame, batata, tenían montería de puercos y venados, crianza de ganado vacuno para el consumo y de caballos para su servicio. Su número iba creciendo de modo que existían cien casados, lo que no dejaba de preocupar al oidor. El producto de sus ventas en Panamá les alcanzaba para la compra de herramientas y de ropa, y podrían ser más ricos de no ser tan holgazanes, aseveró Salazar. El pueblo de Santiago del Príncipe seguía costando 1.500 pesos al año, 500 para el sacerdote y 1.000 para el gobernador Antonio de Salcedo. El salario de éste se explicaba porque había sometido personalmente a los cimarrones, quienes no querían a otro gobernador51. Una carta de la Audiencia al rey de 25 de junio de 1592 proporciona otros datos sobre los pueblos de los reducidos. En Santa Cruz la Real, había 66 casados, 28 solteros, 4 solteras, sin los niños y muchachos. El cura y el gobernador seguían recibiendo sus 500 pesos anuales, y es de notar que Juan de Magán quedaba en su puesto. Se pensaba que con los diezmos que resultaban de los productos se podría pagar el estipendio del sacerdote, dejándose de acudir a la Real Hacienda. En Santiago del Príncipe se contaba a 40 negros casados, pareciéndoles a los oidores que se debería excusar el gasto de los 1.000 pesos que cobraban el cura y el gobernador ordenando la mudanza de los negros a Nombre de Dios52. Se trataba efectivamente de construir fortificaciones en Portobelo. Andando el tiempo, preocupaban más los gastos, como lo dio a entender el doctor Diego de Villanueva Zapata en 2 de junio de 1594. Emitió un proyecto que consistía en reunir a los negros de Santa Cruz la Real y Santiago del Príncipe en un nuevo pueblo junto a Portobelo. Serían muy útiles para el abastecimiento de la ciudad y el trajinar del camino53. 50 51 52 53
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Iban surgiendo nuevos temores si nos referimos a las cartas de la Audiencia y del cabildo. Le preocupaba a aquélla, como expresó en 10 de junio de 1590, que los vecinos de Panamá no pudiesen tener los medios de encargarse de su propia seguridad cuando había en sus términos «mas de tres mill esclavos enemigos domesticos que estan esperando ocasion para su libertad»54. Con este motivo, los regidores propusieron al Consejo de Indias que se favoreciese la construcción de fortificaciones en Portobelo, donde se podría «inhibir una buena cantidad de negros ansi para la fortificacion como para el adereço del camino». Les parecía del todo imprescindible elegir alcaldes de hermandad para que, con sus cuadrillas, actuasen en contra de los alzados que amenazaban las estancias, los hatos, los aserraderos de madera y las recuas de mercaderías y plata del camino55. Los oidores evocaron en 25 de junio de 1597 la posibilidad de crear cajas de comunidad para castigar a los cimarrones y de mandarles a galeras, pese a la prohibición que existía al respecto. No preocupaba el comportamiento de los negros de Santa Cruz la Real, quienes se encargaban de castigar a sus delincuentes. Llegaron a ahorcar a ciertos de ellos y a quemar a algunas brujas. En cuanto a los de Santiago del Príncipe, ya habían empezado su mudanza a Portobelo, la cual acabarían con brevedad56. En 1583, en la probanza que mandó al Consejo de Indias para que se premiasen sus servicios, el general Ortega valorizó su actuación en la represión del cimarronaje desde la expedición de John Hawkins. Consciente de que la amenaza de los corsarios se hacía más grave con la alianza de los cimarrones, fue comisionado para tratar del tema en la Corte donde se le nombró «general de aquella jornada». A juzgar por lo que dijo, se consideraba como el vencedor del cimarronaje en la jurisdicción de la Audiencia, haciendo por ejemplo caso omiso del papel del deán: Y habiendo ido en ejecucion dello con el campo que para ello se hizo y junto en las montañas del Bayano corriendo todas las partes donde los negros tenian sus rancherias, padecio muchos trabajos y peligros de muerte, redujo los dichos negros y los indios y mulatos que con ellos estaban sin que de las aquellas sierras quedase alguno dellos, los cuales todos fueron puestos en 54 55 56
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poblaciones en las cuales viven con policia, cristiandad y doctrina y con seguridad y esperanzas ciertas de permanecer en servicio de vuestra majestad.
Supo mostrarse generoso para con su esclavo Antón Sape que le sirvió de mediador en las negociaciones con los cimarrones. Premió sus servicios con la manumisión y pidió a su favor una renta de cincuenta pesos al año, solicitando de la Corona el rescate de su esposa con los fondos de las penas de cámara o de otro ramo de la Real Hacienda. Aceptó el Consejo esta última demanda en beneficio de un «animoso y valiente hombre» con tanta más benevolencia cuanto que el presidente Pedro Ramírez de Quiñones en su carta de 25 de abril de 1583 había llamado su atención en el comportamiento del esclavo, quien prendió y mató a muchos negros rebeldes, entre ellos «al más valiente capitan de los dichos cimarrones». Dio también, insistió Ramírez, muerte a uno de los ingleses que iba huyendo por un río. En realidad si Ortega le brindó la libertad, fue a cambio de 2.000 pesos que consintió el Consejo que pagara la Real Hacienda, a instancias del presidente, quien pidió también permiso de darle a Antón Sape tierras y solares con que pudiese sustentar a su familia57. En cuanto al deán don Rodrigo Hernández, de quien no se habló mucho después de sus primeras intervenciones, presentó una información de servicios con la intención de conseguir algún premio de parte de la Corona. El presidente propuso que, como había dado «buen ejemplo de su vida y persona» y que se encontraba muy enfermo, debido quizá a sus andanzas por Bayano con la finalidad de reducir a los cimarrones, se le hiciese merced de presentarle en la misma dignidad que vacaba en la catedral de Lima58. En cambio el Consejo manifestó alguna reticencia frente a las exigencias de Ortega, quien había solicitado el aumento de sus rentas de 2.000 a 8.000 pesos anuales sobre encomiendas en que «se le sean çiertos y pueda gozar de ellos». No se fiaba efectivamente el general de vagas promesas. Al parecer del Consejo era mucho pedir, y sólo consintió ordenar al virrey del Perú que se le duplicasen estas rentas59. Hemos evocado más arriba las dificultades que el personaje, llegado a las provincias del Perú cuarenta años atrás, tuvo con la Real Audiencia 57 58 59
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J. A. Susto, t. VIII, doc. 148. Ibíd., doc. 149. A.G.I., Panamá 1, N. 30, 1.
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antes de la guerra de Bayano. Para completar el retrato, diremos que había desempeñado responsabilidades de cierta importancia desde 1563. Además de haber sido alguacil mayor y regidor de Panamá, factor y veedor en Nombre de Dios, cargos estos últimos que aparecen en la documentación contemplada para este trabajo, llevó a bien la misión que le confió el licenciado Castro, gobernador del Perú, en el Mar del Sur, que permitió el descubrimiento de las islas Salomón. Ello significa que no carecía de aptitudes para encabezar operaciones militares. Su éxito le valió, además de la encomienda en el Perú, el título de mariscal de Bayano60. Juan de Miramontes y Zuázola le dio en su obra Armas Antárticas una dimensión épica comparable a la de los más prestigiosos generales romanos, si nos atenemos a los versos siguientes que aluden al «triunfo» de Ortega en Panamá después de desbaratar a los cimarrones:
Vuélvese a Panamá, do recibido fue con aplauso y general contento: sale la Audiencia a dalle el bienvenido y a dalle el parabién el regimiento: de trompas y añafiles el ruido hace temblar y estremecer el viento. Lidia la gente toros, cañas juega, Diciendo a voz en grito: ¡viva Ortega!61
Como sabemos, no fue Ortega el único en consagrar todos sus esfuerzos a dicha empresa. Uno de sus compañeros más destacados fue el capitán Pedro González de la Maceta cuyos merecimientos conocemos también por su probanza. De creerle fue uno de lo primeros en ilustrarse luchando en contra de la alianza de los negros y de los corsarios ingleses. Con motivo de la intervención de John Hawkins, por orden del presidente de la Audiencia y de la real justicia en Nombre de Dios, se embarcó en un bergantín con veinte arcabuceros. Llegados a la isla de Pinos, junto a la ensenada de Acla, descubrieron una fragata, una lancha grande y un batel pertenecientes a dichos corsarios, los cuales estaban rancheados en la costa y construían un fuerte. Al enterarse de su llegada, éstos se dieron a la fuga, y los españoles no pudieron más que destruir la ranchería y tomar la fragata. Hecho esto, le mandaron a Sevilla para, como maestre 60 61
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Véase María del Carmen Mena García, ob. cit., pp. 267-268. Ob. cit., p. 131.
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de campo, comprar armas y alistar gente de guerra. Volvió con Pedro de Ortega, nombrado general, y se le destinó primero a la vigilancia del Mar del Norte y pasó luego a la provincia de Bayano. Mandó al capitán Esteban Pinto a correr la tierra de Puerto de Misas donde se enfrentó con Antón Mandinga, caudillo principal de los cimarrones a quien le mató cantidad de hombres. Luego desbarató a Diego Congo. Vuelto al real de San Miguel, el presidente y el general le enviaron de nuevo al Mar del Norte donde había desembarcado el inglés Galera. Dio con el pueblo de los capitanes Antón Tigre y Mazatamba62 que asoló talando sus cultivos. Después se le encargó reunir gente para asentar el presidio de Acla. Y por fin le destinaron a la provincia de Urabá, poblada de indios, donde se tenía noticia que había pasado Antón Mandinga63. La clavija maestra de la reducción de los tres principales focos de cimarrones de la Audiencia había sido el doctor Alonso Criado de Castilla. Nada dejaba pensar que este letrado, graduado en ambas leyes por la universidad de Salamanca, antiguo profesor y rector de la de Sevilla, y abogado de la Inquisición, después de aceptar la plaza de oidor en Panamá que le propuso el presidente del Consejo de Indias, Juan de Ovando, se mostraría tan capaz de adaptarse al terreno64. Su política le valió los elogios del padre Antonio Vázquez de Espinosa en Compendio y descripción de las Indias occidentales: […] aquel Gran Gobernador, el doctor Alonso Criado de Castilla, que habiendo sido oidor de la Audiencia de Panamá por los años de 1573, 74 y 78 y el de 1579 donde redujo los negros cimarrones, que estaban levantados haciendo grandes robos y daños por toda la tierra, y tenían su habitación en el Cerro de Cabra, y los de la parcialidad de Puerto Velo, y a los del vallano redujo de paz el año de 582 y los pobló en el pueblo de Santiago del Príncipe. Con que quietó toda la tierra en que hizo gran servicio a Su Majestad y por sus buenos servicios fue proveido a la Audiencia de Lima, donde los continuó con su gran prudencia, y cristiandad, de donde fue promovido a la presidencia de Santiago de Guatemala el año de 159665. 62 ¿Tiene algo que ver este nombre con la palabra kimbundu macota que significa «el mayor»? Véase J.-P. Angenot, J.-P. Jacquemin y J. L. Vinckle, ob. cit., p. 92. 63 Jopling, ob. cit., pp. 382-383. 64 Véase María del Carmen Mena García, ob. cit., p. 210. 65 P. Antonio Vázquez de Espinosa, o. carm., Compendio y descripción de las Indias occidentales, edición de B. Velasco Bayón o. carm., B.A.E. 231, Madrid: Ediciones Atlas, 1969, p. 161.
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Como hemos visto varias veces participaron en la guerra contra los cimarrones no pocos esclavos o negros libres. Uno de ellos se dirigió personalmente al rey con el fin de obtener su libertad en reconocimiento de sus servicios. En 6 de agosto de 1597, se mandó una cédula al presidente de la Audiencia, Alonso de Sotomayor, para llamarle la atención sobre Pedro Yalongo, esclavo de la ciudad de Nombre de Dios. En 1596 se señaló con motivo de la defensa de esta ciudad atacada por la armada de Francis Drake, logrando matar al propio sargento mayor de los ingleses, estorbando que los corsarios hiciesen agua en el río del Factor y armando emboscadas en el monte, según constaba de varios testimonios transmitidos al respecto al Consejo de Indias. El rey, «en consideración de lo sobre dicho y para que otros de su nación se animasen a servir en lo que se ofreciere», accedió a su demanda, dando órdenes para que el cabildo de Nombre de Dios le manumitiese o le rescatase en caso de haber sido vendido con dinero sacado de la Real Hacienda. Al presidente le tocaría comprobar la buena ejecución de la orden «para que tenga libertad en todo caso de una manera o de otra», ya que «es justo que así se haga y que sea honrado y favorecido […]»66. Este caso, a nuestro parecer, aquilata perfectamente hasta dónde podía llegar la aculturación. Claro que hubo otros ejemplos de participación de los esclavos en las luchas contra los corsarios, en particular en Lima. Pero es muy significativo que Pedro Yalongo perteneciera a esta comunidad que algún tiempo antes brindó su ayuda a Francis Drake y que el Consejo de Indias estuviera convencido del alcance psicológico de semejante decisión poco usual. 2.5. Evolución de los cimarrones de Bayano Ha llegado el momento de poner en claro la evolución de la organización socio-política de los cimarrones de Bayano. Acabadas las primeras negociaciones, de un modo extraño ya no se habló de Domingo Congo. En la primera lista entregada por Ortega en 20 de enero de 1582, se encuentra un Domingo Congo entre los reducidos, con pocas posibilidades de que sea el antiguo «rey». Desaparece este nombre de la lista tomada por Juan de Magán en 3 de abril en Santa Cruz la Real. En cambio están los nombres de sus capitanes, y entre éstos el de Juan Jolofo, quien fue elegido como «mayoral» de Santa Cruz la Real. ¿Sus propios capitanes no 66
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A.G.I., Panamá 237, 13, en: Jopling, ob. cit., p. 475.
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habrían descartado a Domingo Congo de las decisiones por incapacidad o por disconformidad de opiniones, a no ser que hubiera muerto de muerte natural o violenta? Esto nos lleva a emitir una hipótesis sobre la naturaleza de la confederación. La autonomía de cada pueblo o «capitanía», según la terminología empleada por las autoridades le brindaba una mayor potencialidad de resistencia a la «pacificación»: hemos visto cuán difícil resultó ubicar a los últimos cabecillas, refugiados en lugares muy apartados. De modo que la destrucción de uno de dichos pueblos no ponía en peligro a la confederación.
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Cuadro n° 7. Confederación de Bayano (hasta 1581). Rey: A) Domingo Congo (pueblo de Ronconcholón) Capitanías: 1) Juan Jolofo; 2) Antón Mandinga; 3) Pedro Ubala; 4) Juan Angola; 5) Bartolomé Mandinga; 6) Juan Cazanga; 7) Antón Tigre; 8) Pedro Zape; 9) Mazatamba; 10) Diego Congo.
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Los cimarrones de Bayano labraban en realidad sobre terreno mucho tiempo atrás abonado y supieron sacar las conclusiones de la derrota del primer reino, excesivamente centralizado. Denotan estos cambios una complejidad social de gran interés, con los riesgos correspondientes debido al aflojamiento institucional de los lazos de dependencia entre el rey y los capitanes. Con la progresión numérica del cimarronaje, y habida cuenta de los acontecimientos anteriores, se pasó de una manera estratégica de un sistema monárquico centralizador con visos teocráticos a un sistema confederal de comunidades, los «pueblos» o «capitanías» de tendencia étnica a no confundir con las «estancias» del microestado del rey Bayano67. Esta evolución pragmática desembocó en un tercer período, merced a las negociaciones que pusieron de realce a Juan Jolofo. Con una gran perspicacia, buena parte de los líderes de la confederación decidieron aprovecharse de la relación de fuerzas que les resultaba propicia para favorecer la conservación de sus súbditos y por ende el surgimiento de una nueva identidad. Y no se puede descartar del todo una segunda intención de parte de los cabecillas, la de presentar un esquema que produciría con el tiempo el efecto de una bola de nieve para los esclavos. La aparente «reducción» bien podía ser una nueva forma de resistencia pasiva, o más bien de afirmación identitaria, la cual cuestionaría el descontento de los esclavos a medio y largo plazo. Así que, de un modo paradójico, la existencia de Santa Cruz la Real y de San Felipe del Príncipe no distaría mucho de una incitación al cimarronaje.
67 Según la descripción que da Edison Carneiro de las relaciones entre los diferentes mocambos que constituían el quilombo de Palmares, había algún parecido entre la estructuración de las dos confederaciones, con la diferencia de que la de Bayano estribaba en parte en conceptos étnicos: «O chefe de cada mocambo encarnava, evidentemente, a suprema autoridade local e tudo indica que sómente nas ocasiões de guerra, ou quando surgiam questões que interessavam o quilombo com um tudo os chefes se reuniam para deliberar na casa do conselho do mocambo do Mocaco» (O Quilombo dos palmares, Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 1966, p. 27). Flávio Gomes (ob. cit., pp. 84-86) insiste en la justificación estratégica de esta estructuración: «A guerra permanente desencadeada pelas autoridades coloniais requereu de Palmares cada vez mais essa divisão militar na sua organização social […] Esparsamente dispostos naquele imenso bosque, os palmaristas tinham proteção, constituindo uma estratégia militar de defesa. Quando um acampamento era atacado, seus habitantes refugiavam-se em outros. Era imposible atacar todos conjuntamente».
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3. ¿Fin del peligro? 3.1. Reincidencias y reformas Hemos aludido más arriba al optimismo de los responsables administrativos. El 1 de enero de 1586, el licenciado López de Cepeda hizo énfasis en el cumplimiento de su misión: V. M. me mando fuesse instrumento para allanar el reyno de tierra firme que hauia sido tantos años atras infestado de latrocinios robos y muertes cometidos por los negros alzados con grandisima desberguença y desacato de vuestro real nombre de manera que aquel puente, passo y garganta destos reynos del piru queda y permanece en la quietud y sosiego de que V. M. se sirue gozen vuestros subditos y vasallos. […] quedo tambien aquella mar del sur y frecuentada carrera de los puertos del piru a los de la misma tierra firme asegurada68.
Este balance tiene por lo menos la ventaja de situar la guerra en contra de los cimarrones en un contexto que llamaríamos hoy en día geopolítico. Ahora bien, no hay que olvidar que los súbditos de Domingo Congo tardaron mucho en avenirse con las capitulaciones propuestas por Ortega en nombre de la Audiencia, lo cual da a entender que no faltaban las renuencias de buena parte de los cimarrones. Con el asentamiento de los pueblos de Santiago del Príncipe y Santa Cruz la Real no cesaron los esclavos de expresar su disconformidad con el estado servil. Si tenemos en cuenta una carta del Consejo de Indias a la Audiencia de Panamá con fecha de 6 de septiembre de 1586, la visión idílica que dieron los oidores empezaba a resquebrarse. No faltaban los dueños de esclavos que se quejaban de las consecuencias perjudiciales para sus intereses que acarreaba la venida a Panamá de los reducidos con arcos, flechas, cuchillos, puñales y espadas. Viendo la libertad con que actuaban, experimentaban los siervos la tentación de seguir su ejemplo para alcanzarla también. Así se escaparon más de treinta esclavos del poder de sus amos, lo que indujo al presidente Pedro Ramírez de Quiñones a que tomase medidas drásticas. Temía pues el Consejo que se reactivase el proceso, viéndose obligado a pedir a la Audiencia que se remediasen dichos inconvenientes69. 68 Roberto Levillier, Audiencia de Charcas. Correspondencia de presidentes y oidores, Madrid: s. e., 1918-1922, vol. II, p. 125. 69 A.G.I., Panamá 229, L. 1, fols. 95 r-95 v.
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En realidad distaba de haber desaparecido toda reticencia frente a los reducidos, en particular de parte de los eclesiásticos para quienes, pese al perdón real, seguían en grave estado de pecado mortal que tan sólo podía absolver el papa. Si nos referimos a este aspecto, que parecerá algo anecdótico, es que patentiza el estado de ánimo de muchos que dudaban de su arrepentimiento. Ello justificó una solicitud del Consejo de Indias al obispo de Panamá. Citaremos algunos renglones de dicha carta en que surge claramente la visión que no pocos tendrían de los vecinos de Santa Cruz la Real y de Santiago el Príncipe, muy lejana de la que quiso imponer el doctor Alonso Criado de Castilla: Yo he sido ynformado que los negros çimarrones de esa prouinçia antes de que se redujeren cometieron muchos delitos, crimenes y exçesos cuya absoluçion es reservada a la sede apostolica, porque como salteadores de caminos fueron muchas vezes omiçidas, voluntarios sacrilegios por hauer puesto las manos en saçerdotes y muerto religiosos, reçeptadores de erejes y fauoreçedores de su seta y que para quitar escrupulos combernia pedir el remedio a su santidad, porque aunque ayan tomado la bulla de la cruçada, como de su parte no se aya hecho satisfacçion, dudan los confesores estar seguros en conçiençia y porque a uso como a su perlado y pastor toca derechamente el mirar y procurar la salud de sus almas os ruego y encargo que os informeis muy particularmente de lo que en esto pasa y comunicado con personas doctas y bien inteligentes del caso, me envieis relaçion de todo con vuestro pareçer para que visto se de en ello la orden que mas convenga70.
Los negros de Bayano no renunciaron a sacar provecho a su manera del tráfico comercial del camino de Panamá a Nombre de Dios. Llegaron al conocimiento del Consejo de Indias otras quejas respecto a las fechorías cometidas por ellos después de su reducción. Habían trazado un camino de su pueblo al río Chagres, que salía una legua más debajo de la Venta de Cruces y hacían muchos hurtos con la complicidad de los negros bogueros de las lanchas que llevaban las mercancías de las flotas. Por si fuera poco, se temía que los corsarios se enterasen de la existencia de dicho camino que les permitiría conectarse de nuevo con los negros y llegar con su ayuda hasta Panamá de la cual el pueblo distaba tan sólo tres leguas. Habría que remediar esto, se ordenó al presidente de la Audiencia en 25 de agosto de 1593, con entresacar de este pueblo a media docena 70
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de negros belicosos prohibiéndoles so pena de muerte que acudiesen al camino71. Obviamente se trataba de los vecinos de Santa Cruz la Real, y bien sería posible que para atajar este nuevo inconveniente se tomara la decisión evocada a continuación. Los propios oidores se olvidaron efectivamente del interés estratégico presentado por los dos pueblos, más atentos al desembolso que seguían originando pese a lo dicho acerca no sólo de su autonomía económica sino también de su participación tributaria. A decir del licenciado Salazar, en 1596 el gasto anual subía a 2.000 pesos. En Santiago del Príncipe había entre 25 y 30 parejas de negros. Cada día las mujeres iban a Nombre de Dios para vender aves y legumbres y los hombres para alquilarse, de modo que bien podrían oír misa y bautizar a sus hijos en la ciudad. Así se ahorrarían los 1.000 pesos del estipendio del cura y del sueldo del capitán. A éste le sustituiría el alcalde mayor de Nombre de Dios en el cargo. A todas luces se quería hacer del pueblo una dependencia del puerto, una especie de reserva de mano de obra y de abastecimiento. A no ser que se juntase con Santa Cruz la Real con un número de vecinos más importante. En 23 de enero de 1597, los oidores y los oficiales reales optaron por un término medio, ordenando que los morenos horros de Santa Cruz la Real se trasladasen a Santiago del Príncipe con la finalidad de servir a Su Majestad en Nombre de Dios72. 3.2. Nueva psicosis En 7 de marzo de 1595, el fiscal de la Audiencia de Panamá, licenciado Francisco de Alfaro informó al Consejo de Indias de la existencia en la jurisdicción de cuadrillas de negros cimarrones. Exigió de parte de los amos de los fugitivos que señalasen su ausencia. Ahora bien tan sólo se hicieron veintinueve denuncias, cuando se sabía que hubo más de setenta huidas de esclavos. Lo más interesante en la información suministrada por el presidente es que reconocía la culpa de los dueños: «[…] demas veçinos de ese reyno los traen mal bestidos y peor sustentados y los castigan con demasiado rigor por cuya causa suelen huyrse y se ban al monte […]»73. 71 72 73
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Biblioteca Nacional de Madrid, Ms 1932. En: Jopling, ob. cit., p. 414. A.G.I., Panamá 229, L. 1, fols. 119-120.
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Como se temía, los esclavos suministrados para la construcción de las fortificaciones de Portobelo no aceptaron de buena gana un trabajo que les parecía excesivo. En abril de 1599 se huyeron cinco y en enero de 1602 hicieron lo mismo otros diez y una negra del comisario de las fábricas. Se envió en su persecución a diez soldados españoles y veinte mogollones de Bayano a cargo del capitán Diego Chumacera de la Vega. Se encontraron rastros a veinte leguas de la ciudad, pero no se pudo prender más que a un negro y a una negra porque los fugitivos consiguieron escapar. Se dio con dos poblaciones abandonadas que podían haber acogido a veinte negros cada una. Los presos confesaron que ciertos de los primeros que se huyeron de las obras habían vuelto encubiertos a Portobelo para incitar a sus compañeros a que les imitasen. En el pueblo adonde les llevarían, descansarían y tendrían mucha comida. El 5 de julio del mismo año se dieron a la fuga otros quince negros y tres negras de particulares, de lo cual nadie se dio cuenta en un primer tiempo debido a la presencia de los galeones en el puerto. La mudanza del alcalde mayor y comisario de fábricas impidió que se hiciera diligencia para ir en su seguimiento. Avisado, el presidente Alonso de Sotomayor tomó conciencia del peligro, dado que muchos de los esclavos que trabajaban en la construcción de los castillos se mostraban particularmente indóciles. Mandó que el capitán Agüero, del presidio de San Miguel, con catorce soldados, cruzase la montaña hasta la punta de San Blas en la costa del Mar del Norte, y de Panamá despachó al mismo lugar al capitán Diego Chumacera de la Vega con veinte soldados y treinta morenos de los reducidos de Bayano con víveres para dos meses. De la punta de San Blas ambos capitanes y sus hombres embarcarían para Acla. A partir de allí les tocaría correr la costa, la montaña y las orillas de los ríos hasta topar con dichos negros. Acabaron por dar con un pueblo donde mataron a tres negros y prendieron a catorce, entre quienes se encontraban dos capitanes muy antiguos de la guerra de Bayano. Antes de hacer justicia en el mismo lugar, se enteraron los soldados que allí vivían 37 negros merced a sus sementeras de maíz y de arroz. Pensaban juntar a más gente e intentar aliarse con los ingleses para traerles a Portobelo o a Panamá. Entre los presos había ocho esclavos de las fábricas. Algunos sufrieron la pena capital en Portobelo y a los menos culpados se les condenó al destierro o a azotes. Se creía que los que consiguieron escapar volvieron a sus amos por faltarles sus capitanes y las comidas que les proporcionaban sus cultivos que fueron asolados. Esperaba el presidente, según escribió en 26 de octubre de 1602,
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que con esta represión escarmentarían los esclavos de las fortificaciones74. El mismo presidente Sotomayor, en una carta al rey con fecha de 3 de marzo de 1603, volvió sobre este asunto y sus temores que se repitiese lo de Bayano. Con esta carta iba otra de Jerónimo de Suazo, gobernador de Cartagena de Indias, que informaba de una expedición en contra de los cimarrones de su territorio. Salió una compañía de 250 hombres con dos capitanes. Dieron con los fugitivos en una laguna a más de cuarenta leguas de la ciudad. En una de las muchas islas, desconocidas de los españoles, habían construido un fuerte que hubiera costado trabajo tomar a no haber huido los cimarrones al darse cuenta del avance de la compañía. Se metieron en los montes adonde les siguió una escuadra que logró alcanzarles y matar a algunos. Entre ellos se encontraban los capitanes y caudillos cuyas cabezas se trajeron a Cartagena. En el fuerte se hallaron muchos víveres y armas. Pensaba el gobernador que el plan de estos cimarrones consistía en aliarse con los de Zaragoza, saquear la ciudad y luego la de Cartagena, antes de dirigirse a Panamá para juntarse con sus parecidos, «que si ejecutaran fuera un gran daño y que diera mucho cuidado» Así que distaban mucho de haber desaparecido los temores suscitados por el cimarronaje. Peor aun, surgía una nueva psicosis de mayor amplitud, el de una alianza entre los diferentes focos, pese a las distancias que les separaban, a cuyo ímpetu sería sumamente difícil oponerse75. En 1607, según la Descripción de Panamá que se efectuó a petición del Consejo de Indias, a media legua de Portobelo se situaba la villa de Santiago del Príncipe donde vivían los «soldados mogollones», descendientes de los negros cimarrones de la región de Bayano. Evoca el texto la real cédula de 21 de junio de 1574 que concedió la libertad a los negros reducidos y las capitulaciones de 20 de septiembre de 1579 que les obligaba a participar de la represión en contra de los futuros cimarrones. Así se reunió a unos 200 fugitivos que fueron mandados después cerca de Nombre de Dios. Cuando esta ciudad se mudó a Portobelo, se trasladaron a media legua de este lugar donde seguían con el nombre de «soldados mogollones». A.G.I., Panamá 15, R. 3, N. 31, 1. Enriqueta Vila Vilar evoca estos hechos, recordando el gasto realizado en el siglo anterior por la Real Hacienda hasta 1582, que alcanzaba 136.000 pesos; véase «Cimarronaje en Panamá y Cartagena. El costo de una guerrilla en el siglo xvii», C.M.H.L.B. Caravelle 49, Toulouse, 1987, pp. 77-92. 75 Jopling, ob. cit., p. 479. 74
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negras negros de cuarterones y mulatos negras de cuarterones y mulatos negros de negros horros negros de mestizos negras de mestizos negros de indios negras de indios
Dedicación
servicio de casa hatos, estancias trapiches aserradores recuas barcos y lanchas (río Chagres) servicio de casa
Total
241 Número 10 15
1421 320 630 990 87 74 58 9 14 3 2 3.633
Cuadro n° 8. Esclavos de los vecinos de Panamá (1607)76.
Se estimaba en 94 el número de cimarrones en la provincia de Panamá, todos negros esclavos fugitivos, lo cual era muy poco para los 3.721 esclavos (2,52 %) a que se refiere el documento si comparamos esta cifra con la suministrada en 1575 por Alonso Criado de Castilla. Según éste de los 8.629 esclavos 2.500 eran cimarrones (34,56 %)77. Se sustentaban con algunas sementeras de maíz y platanares, la caza y el hurto de ganado. Se defendían con las asperezas del monte, sin fijarse en ninguna parte. Los cuadrilleros de la Hermandad tenían que buscarles, lo cual hacían pocas veces, de modo que al cabildo le tocaba organizar una expedición más importante de vez en cuando. En 1606 envió el presidente de la Audiencia a una compañía conformada por más de cien personas entre soldados y negros, a costa de la Real Hacienda y de la ciudad de Portobelo78. 76
ción.
Notemos que el total no corresponde exactamente al que presentó la Descrip-
Las cifras de la Descripción de 1607 se refieren a un área más restringida. Descripción de Panamá y su provincia sacada de la Relación que por el mandado del Consejo hizo y embió aquella Audiencia (Año 1607); en: Colección de Documentos Inéditos 77 78
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De poder efectuar un análisis lógico del cimarronaje, habrían tenido que admitir los presidentes e oidores de la Audiencia de Panamá, así como el Consejo de Indias, que el fenómeno era la consecuencia ineluctable de la esclavitud. Lo dio a entender el fiscal Francisco de Alfaro en 1595, sin que las categorías mentales de la época le permitiesen ir más lejos en sus conclusiones. Los acontecimientos que siguieron la reducción de los negros rebeldes de Nombre de Dios y de Bayano corroboran nuestra hipótesis de que no se había de tomar su arrepentimiento al pie de la letra. Se trataba obviamente de una postura pragmática que patentizaba una visión prospectiva, o sea, su deseo de acabar de una vez con una auténtica guerra, que difería con mucho de las antiguas refriegas, de la que, si no salieran vencidos del todo tampoco saldrían victoriosos. De un largo y arduo enfrentamiento de pareceres entre los diferentes cabecillas, resultó que más valía aceptar condiciones que, al fin y al cabo, ofrecían a su gente la posibilidad de gozar de óptimas condiciones de vida sin renunciar a su libertad. Su ejemplo, en vez de incitar a la sumisión a sus congéneres que permanecían en la servidumbre, no podía menos de ser contraproducente, siendo los abusos consubstanciales a la esclavitud. A principios del siglo xvii surgió un nuevo temor, el de otra alianza, fuera de la con los piratas, la con los otros focos de cimarrones por toda Tierra Firme que tomaría entre sus tenazas a los pueblos de españoles, amedrentados por el peligro que les hacía correr su minoría numérica. Pese a un aparente conformismo, daban pruebas los cimarrones de una gran capacidad de innovar en su forma de resistir. El cuento de nunca acabar.
relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía, sacados en su mayor parte del Real Archivo de Indias, por Torres de Mendoza, etc., Madrid: s. e., 1864, t. IX, pp. 111, 202, 167.
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Mapa n° 4. Reducción de los cimarrones de Panamá, siglo xvi.
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Anexos Documento 1 Capitulaciones con Luis Mozambique En la ciudad de Panamá del reino de Tierra Firme a treinta días del mes de junio de mil y quinientos y setenta y nueve años, ante los señores presidente y oidores de la audiencia y cancillería real de su majestad que en ella reside su fiscal que a ellos asistió. Pareció presente un moreno que dijo llamarse don Luis Mazambique y haber sido y ser cabeza y caudillo más principal de los negros alzados en los montes y habitaciones de las poblaciones de Portobelo que es en este dicho reino y dijo que habiendo venido a su noticia y de su maese de campo y de todos sus capitanes y demás oficiales de guerra y de los demás negros y negras sujetas a él, como su majestad por su real cédula mandaba que todos los negros cimarrones que viniesen de paz, fuesen libres y no esclavos, se venía él con parte de la dicha gente por sí y en nombre de toda su gente a reducir a el servicio de Dios Nuestro Señor y de su majestad y gozar de la gracia y merced de libertad y perdón de sus delitos que se les ofrecía. Por ende que pedía y suplicaba a los dichos señores les recibiesen a la dicha reducción para que de hoy más fuesen tenidos por leales vasallos de su majestad a que se ofrecía y ofreció por sí y en los dichos nombres especial y particularmente en nombre de todos sus sujetos, así varones como mujeres y por los que a él se habían sujetado de diversas naciones por los que entre ellos habían nacido y criado, diciendo y ofreciéndose a ello en la manera siguiente: Yo, el dicho don Luis Mozambique de mi propia y espontánea voluntad ofrezco, prometo y me obligo que yo y todos los susodichos presentes y ausentes y a cada uno de ellos en cuyo nombre lo ofrezco que tendré y tendremos perpetua sujeción de obediencia con toda fidelidad a la majestad católica del Rey Don Felipe, nuestro señor y su real corona y a sus justicias y ministros en su real nombre como sus leales y buenos vasallos, obedeceremos sus reales mandatos hasta la muerte, y vendremos a poblar adonde como y cuando nos fuere mandado con esperanza que tenemos de ser mantenidos en justicia y que conseguiremos y alcanzaremos de la dignidad y liberalidad real por donde los delitos que hasta aquí habemos cometido. Y así lo pedimos y suplicamos y que se nos haga merced de darnos libertad a nuestras personas, mujeres e hijos que al presente tene-
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mos, y adelante Dios Nuestro Señor fuere servido de nos dar. Y así lo pido y suplico y prometo que así lo guardaremos y cumpliremos y lo pido y protesto por mí y en los dichos nombres. Y los que a él presente estamos y pedir y suplicar lo susodicho somos los siguientes por nosotros y por nuestras mujeres e hijos los que los tenemos. (Lista de los «sujetos» de Luis Mozambique) Los cuales dichos negros están presentes a lo susodicho excepto las mujeres e hijos que están ausentes. Y por los dichos señores presidente y oidores visto lo susodicho dijeron que ellos en nombre de su majestad y por virtud de sus reales cédulas y capítulos contenidos en las cartas reales recibían y recibieron a la dicha reducción y por vasallos de su majestad al dicho don Luis y a toda la dicha su gente que está presente y a los que presentaron en cuyo nombre se ha ofrecido y dado a la dicha reducción y vasallaje para que de aquí adelante sean habidos y tenidos por vasallos de su majestad y obedientes a su real corona y mantenidos en justicia y puedan gozar y gocen de entera libertad. Y aquella que su majestad tiene ofrecida y manda se de a los negros cimarrones que se redujeren a su real servicio y en nombre de su majestad daban y dieron palabra real tal cual en tal caso se requiere de la dicha libertad y perdón. Y que serán amparados y defendidos y mantenidos en justicia como vasallos de su majestad y para que puedan gozar y gocen de todas las gracias y libertades y excepciones que deben gozar los vasallos de su majestad reducidos a su real servicio. Y que para firmeza de ellos se le den los recaudos necesarios interponiendo como desde luego interponen en ellos la autoridad y decreto real con la solemnidad necesaria. Y desde luego señalaron a los dichos negros para sitio y población el asiento y sabana, montes de Chilibre que es entre Cruces y Venta de Chagre con sus ríos que está seis leguas y media o siete de esta ciudad, para que se vengan a reducir y poblar en el dicho asiento. Y allí poblados se les dará la orden que deben guardar y asimismo se les dará las capitulaciones dentro de treinta días de como estuvieren poblados la cual dicha población hagan dentro de tres meses primeros siguientes que comienzan desde hoy dicho día y se les manda que dentro del dicho término manifiesten toda su gente y sujetos sin ocultar a persona alguna, así varones como mujeres. Los cuales dichos varones que fueren de edad de dies y seis para adelante vengan a esta real audiencia para que se les den sus cartas de libertad y perdón según y como se les ha dado y da por este dicho auto por sí y en nombre de sus mujeres e hijos. Y así lo prove-
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yeron y mandaron y firmaron estando presentes a todo lo susodicho el doctor Diego de Villanueva Zapata, fiscal de su majestad en la dicha real audiencia. El licenciado Cepeda. El doctor Alonso Criado de Castilla. El licenciado Gonzalo Núñez de la Cerda. El doctor Diego de Villanueva Zapata. Pasó ante mí. Luis Sánchez. Y estando presentes los dichos don Luis y negros dijeron que aceptaban y aceptaron lo contenido en este dicho auto y prometieron de hacer y cumplir la dicha población dentro del dicho término de tres meses y todo lo demás que por él se les manda y declara que les fue leído por mí el secretario infrascrito en presencia de los dichos señores presidente y oidores, siendo testigos el general Pedro Ortega Valencia y Martín Harriga, alcalde ordinario de esta ciudad […] Luis Sánchez. Yo, el dicho Luis Sánchez, escribano de su majestad católica en la dicha real audiencia lo hice escribir y sacar del dicho auto original que ante mí pasó e hice aquí mi signo en testimonio de verdad. Luis Sánchez. Fuente: Jopling, ob. cit., pp. 372-374. Documento 2 Capitulaciones con los negros de Bayano Asiento y capitulaçion que el señor doctor alonso criado de castilla que como oydor mas antiguo preside en la rreal audiencia de panama en nonbre de su magd constituye y pone con los capitanes e negros reducidos questan poblados en la villa de santa cruz la rreal. Primeramente que prometen de ser fieles basallos de su mgd y de su rreal seruiçio y estar subjetos y obedientes a sus justiçias espeçialmente a la rreal audiencia de panama y vivir y morir con esta fe y fidelidad ellos y sus desendientes por quien lo prometian y para el execuçion dello admitian por su justiçia particular en este pueblo a la persona español que le fuere señalado para que les sea governador e justicia mayor el qual les anpare y defienda e haga justiçia en las cosas que se ofreçiere y para el dicho ofiçio de governador les fue señalado y nombrado a el capitan juan de magan persona que a trabajado en la dicha rreduçion al qual reçibieron por tal su governador. Y por sacerdote que les diga la dotrina y administre los sanctos sacramentos reciban y recibieron al padre fray diego guillen de la orden del
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señor san francisco persona que le a sido señalada por aver trabajado en la dicha rreduçion en los montes de ballano y ser tal persona qual conbiene en vida letras y exenplo e a quien los dichos rreduzidos tienen devoción y amor. Yten que el ystipendo e salario que se les a de dar a las dichas personas sacerdote que los dotrine y governador que los gobierne a de ser a quenta de los dichos rreduzidos desde que començaren a coger sus sementeras que sera para el mes de setiembre proximo que se espera deste año presente de ochenta y dos porque hasta este tiempo se a de gastar con ellos lo neçesario y forzoso de la rreal hazienda de su majestad como esta acordado por la rreal audiencia por causa de estar los dichos negros imposibilitados y pobres para poblar su poblacion la qual no fuera posible fundarse sino se ocurriera con la rreal hazienda a los gastos neçesarios que an de tener. Yten que el dicho governador juan de magan a de traer bara de justiçia y se a de estender su jurisdiçion desde este dicho asiento de santa cruz la rreal hazia nata espaçio de tres leguas e hasta el asiento de cruzes por la otra parte hasta donde es jurediçion de la dicha cassa por la çiudad de panama e hazia panama hasta el rrio grande por toda la rribera hasta entrar en la mar y esto sea por el tiempo que la voluntad de su magd o de la dicha rreal audiencia de panama en su rreal nonbre fuere e ansi en los dichos terminos use de la dicha jurediçion contenciosa e boluntaria cebil y criminal meromisto imperio en la forma e de la manera e prorrogaturas que lo tienen las demas ciudades e villas que estan pobladas en este rreyno con que en las causas criminales do la pena aya de ser de sangre consulte a la dicha rreal audiencia antes de la execuçion lo deva hazer de la qual dicha juridiçion huse el dicho governador y exerça en la dicha villa e sus terminos asi declarados asi contra los dichos negros rreduzidos como contra otras cualesquier personas españoles de qualquier estado e condicion que sean procediendo de ofiçio e a pedimiento de derecho con que en las que fueren de guerra o gobierno otorgue las apelaciones para ante el governador que lo fuere presidente en la dicha rreal audiencia y en los demas negoçios otorgue las apelaciones para la dicha rreal audiencia concluyendo la caussa en el dicho grado conforme a la ordenança de su majestad que cerca dello dispone. Yten que para que con mas cuydado los dichos negros acudan a la dotrina aya un alguacil que rrecoja los dichos negros muchachos y niños todas las vezes que fuere mandado por el sacerdote que los doctrine a
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cuyo cargo se a de elegir de los mesmos negros persona diligente y tal que conbenga para este ministerio. Yten que el dicho governador a de tener especial cuydado de hazer trabajar a los dichos negros en sus rrozas e sementeras en los tienpos conbinientes de manera que no ayan ningunos que sean holgazanes. Yten los dichos negros tengan por mayoral e cabeza principal a quien tengan rrespeto al capitan juan jolofo a quien los dichos negros nombraron e todos ellos obedescan al dicho governador y justiçia mayor que es o por tiempo fuere. Y el dicho governador entre las demas cosas que an de tener cuydado del bien publico desta dicha gente a de ser prohibilles las borracheras e juntas en que suelen desordenarse con demazias porque dello se siguen ynconbinientes deshonestos y procurar el buen tratamiento de los dichos negros e que no salgan de esta dicha villa syn su licencia e para mejor efectuar el buen horden que los negros an de tener y puliçia de su vida con acuerdo el principal de los dichos negros y los demas hara que aya carzel y priziones para refrenar a los delincuentes conforme a las culpas. Yten el governador terna cuydado algunas vezes entre año de mandar salgan algunas cuadrillas de los dichos negros a hazer correrias con soldados de entre los dichos negros rreduzidos a la mar del norte e sur para ver y explorar ayan entrado algunos enemigos e a buscar los negros fugitivos sy algunos oviere que se ayan huydo de sus amos para lo qual ayan de comunicar y pedir su parecer e mandado a la dicha rreal audiençia. Yten que no an de tratar por ninguna bia ni tener entrada ni salida ninguno de los dichos negros con cosarios enemigos ni con negros cimarrones a los quales an de tener siempre por capitales enemigos como lo son de nuestra santa fe catolica y de la magestad rreal so pena que el negro que exçediere de esto sea avido por traidor y muera por ello. Yten que estaran siempre prestos a cualquier llamamiento que la dicha rreal audiençia les hiziere para salir con sus personas e armas contra cualesquier enemigos ansi por mar como por tierra guardando el horden que la rreal audiençia les pusiese. Yten que ningun negro de esta dicha villa no rrecepte ni encubra ningun negro fugitivo ni negra ni algun otro delincuente antes luego que a su notiçia biniere lo manifieste ante su governador e justiçia mayor para que de aviso a sus dueños e se haga justiçia conforme a la culpa de su delito e que los negros e negras que se huyeren se obligan a los buscar y traer pagandoles su justo estipendo.
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Yten se obliga el dicho juan jolofo mayoral e principal de los dichos negros contados ellos a que tributaran e pagaran a su majestad en cada un año desde oy en adelante la terçia parte de las sementeras de mayz e de otras cosas que por el comun sembraren y cogieren en tal manera que este presente año de ochenta y dos paguen la tercia parte como esta dicho de la cosecha que tubieren y en los años siguientes benideros la dicha terçia parte del comun sea por lo menos diez hanegas de sembradura y de ay arriba por manera que la rroza del comun de la qual se a de pagar la dicha terçia parte sea de treinta hanegas de sembradura y desde arriba y lo mismo sea y se entienda no solo del mayz que sembraren como dicho es mas de todos los demas frutos que cogieren e lo que sembraren por via de comunidad como es frixoles arroz algodon caña dulze yuca y patata e otros cualesquier frutos que sembraren porque de todos ellos an de acudir y pagar con la dicha terçia parte ecepto en las rrozas e sementera que cada uno hiziere para si en particular porque estas an de ser suyas sin pagar dellas ninguna cossa a su magestad. Y porque los dichos negros an de tener como tienen mucho trauajo y necesidad este primero año en fundar su poblacion hazer sus casas iglesia y hospital como esta mandado y an de pagar el hato de bacas que an conprado para su sustento caballos y yeguas e machos abes y otras cosas necesarias para su fundaçion e sustento de sacerdote y governador para todo lo qual no tienen posibilidad abiendo benido desnudos dexando sus casas e tierras con sus mugeres e hijos se les rrelieba e suple de la rreal hazienda el gasto necesario a la dicha poblaçion e sustento de aqui al tiempo que cojan sus sementeras que an de sembrar que sera dentro de seis meses deste presente año de ochenta y dos y de alli adelante a de zesar todo gasto de la rreal hazienda sustentandose de su labranza e cosecha en todo lo que les alcanzare para suplir sus necesidades. Yten que el salario que an de dar a los dichos cura e vicario e governador se a de tasar e constituir aquello que la rreal audiençia le pareciere y ordenare avida consideraçion a que en la comida ordinaria que llaman camarico an de dar los dichos negros al dicho sacerdote y bicario y lo demas a de ser a quenta de los diezmos desde enadelante que los dichos negros cogieren sus sementeras que sera como desde aquí a medio año por setiembre y al governador el salario que se le señalare de la hazienda de los dichos negros todo lo qual que ansi dicho es se obligan a lo cumplir e guardar con rreseruaçion que en todo lo que ansi dicho es se pueda quitar y añadir mas o menos segun la voluntad de su magestad e rreal audiençia de
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panama cuya orden y mandato an de seguir en todo y por todo a aquello que se les ordenare para bien aumento y conservacion de esta poblacion y administracion de justiçia e bien publico. Las quales dichas ordenanzas e asiento por mi el presente escribano les fue leydo e notificado a los dichos capitanes juan de magan governador e justiçia mayor de la dicha villa e al mayoral capitanes de negros de la dicha reduçion conbiene a saber juan jolofo anton mandinga anton tiguere pedro ubala juan angola juan caçanga juan nalu pedo çape capitanes negros y otros muchos negros e negras hallandose presente el muy rreverendo padre fray diego guillen de la orden del señor san francisco predicador cura y bicario de los dichos negros a quien ansimismo se le yntimaron y encargaron las dichas ordenanzas y el general pedro de ortega valençia capitan general de la dicha guerra e juan rrodriguez batista alguacil mayor de la dicha çiudad de panama y don alonso de bera capitan de la dicha guerra y el capitan juan ruiz de churrica e Juan de tejada hernando de mayorga alguazil de corte e otras personas que estubieron presentes y abiendose ansi leydo e notificado a los dichos capitanes negros e demas personas a quien tocaua los dichos governador e capitanes lo aceptaron y se obligaron a lo cumplir y guardar segun que en las dichas ordenanzas e asiento se contiene de lo qual yo e presente escribano doy fee e firmolo el dicho señor doctor alonso criado de castilla ante mi e doy fee diego sabogal escribano de su majestad. A.G.I., Patronato 234, R. 6, 1.
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Capítulo V
Plan de reducción de los negros horros por fray Miguel de Monsalve
Que como gente que no conocen señor biuen [los negros libres] en la ley que quieren a su aluedrio como dizen porque ellos son los encubridores de los negros captiuos, que se huien, ellos encubren los hurtos y robos y son los que benden y acuden con lo procedido a los ladrones, negros como ellos, yendo con ellos a la parte. Fray Miguel de Monsalve, fines del siglo xvi.
Ha llegado el momento de volver a evocar más detenidamente las proposiciones del cabildo de Panamá con fecha de 3 de enero de 1573 que hemos comentado en el capítulo 3. Se trataba de imposibilitar toda ayuda de parte de los negros horros, muy numerosos en Panamá, a favor de los cimarrones a quienes escondían, aislándoles en una isla. Si hemos calificado este plan de utópico, no les pareció tan estrafalario a todos, ya que en el Consejo de Indias se recibió poco tiempo después un arbitrio que presenta muchos aspectos comunes, por ser su autor fray Miguel de Monsalve, según aseveró, el primer cura de Bayano.
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1. ¿Quién era fray Miguel de Monsalve1? Como veremos hablando del memorial, se presentaba Monsalve, a fuer de buen dominico, como heredero del lascasanismo. En un escrito precedente, titulado Aviso para la conservación de las Indias, propuso al rey la compra en Portugal o en África de doscientos a cuatrocientos mil negros como forma de no utilizar la mano de obra indígena fuera de las minas, lo cual suscitó las mofas del virrey Luis de Velasco en 24 de octubre de 1595: Los avisos que dio el pe fr. Miguel de Monsalve de la orden de Sto Domingo, sobre que V. M. mandó despachar su R l Cédula, fecha en Valencia a 3 de Mayo deste año, me han comunicado, y son imaginaciones de poca sustancia, y caso que tuvieran alguna, hai mucha dificultad en la execución y gran riesgo en la conciencia y hauiendo tratado desto con los prelados de su orden, no le tienen por muy concluyente en sus discursos2.
Aparentemente, los resultados de la encuesta emprendida por el mismo virrey a petición del Consejo no estaban a favor del fraile cuyos superiores no le tenían en mucha estima por lo poco realista de su visión. Es de suponer pues que quedaron sin respuesta las proposiciones del religioso. No renunció por ello a hacerle partícipe en 1598 a la administración de las Indias de un plan de índole más amplia a juzgar por el título: Reducción universal de todo el Perú y demás indias3. En la misma época, mandó a la Corona otro escrito que parece ser el que nos interesa, a juzgar por una real cédula con fecha de 16 de abril de 1607 encerrada en las instrucciones impartidas al marqués de Montesclaros con motivo de su nombramiento como virrey del Perú. En dicho documento, el rey puso de manifiesto su preocupación por el cimarronaje, exigiendo medidas adecuadas «para que los negros no se huyan a los montes». Aconsejaba a su representante en Lima que se tomase en cuenta el parecer de fray Miguel de Monsalve, a punto de regresar al Perú:
Los datos presentados a continuación se encuentran en J. P. Tardieu, L’Eglise et les Noirs au Pérou…, ob. cit., pp. 935-936. 2 A.G.I., Lima 308. 3 Biblioteca Nacional de Lima, X 985.02/M75. 1
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Yo os mando que llegado que sea a ese reino el dicho Fray Miguel de Monsalve, le oigáis sobre todo lo susodicho y hallando que tienen sustancia los dichos arbitrios le ayudéis y proveyendo en ello lo que os pareciere más conveniente4.
Al parecer, aprovechándose de una estadía en la península, no se sabe por cuál motivo, el arbitrista no vaciló en defender sus diferentes planes ante los mismos consejeros de Indias. Estos se mostraron algo dubitativos en cuanto a la coherencia del proyecto y prefirieron remitirse a la sabiduría de los responsables locales. En el aviso de que tratamos5, proporciona el dominico varios datos sobre su propio compromiso en relación con los cimarrones de Panamá. En el párrafo 8 de la primera parte, donde contempla los problemas que plantea la presencia de muchos negros y mulatos libres en todos los dominios de la Corona, alude de un modo muy preciso a […] los negros que se Redujeron a pura guerra del vallano y Rio, de la que ni pues en Reduzillos y en limpiar la tierra de semejantes salteadores no solo costo gran summa de plata a v. md en conquistallos y allanallos pero costo muchas e ynfinitas muertes, assi de hombres principales como de soldados y saçerdotes y antes que se allanaran y conquistaran, salian a los caminos, matauan los pasageros, Robauan las Recuas cargadas de Ropa y hazian en ella mill destrosos y males, y finalmente los vezinos no tenian de sus negros y negras seguridad, porque se las sacauan y lleuauan a su pesar con ellos. Finalmente fueron los que aliados con el capitan francisco el año de 71 hizieron aquel famoso Robo y asalto en nombre de dios de la plata de v. md y de particulares que se traya para se embarcar en la flota […].
No sólo está el fraile perfectamente al tanto de la actuación de los cimarrones en dicha provincia, sino que insiste en los graves perjuicios originados por su alianza con los piratas ingleses, con la intención de convencer al Consejo de la necesidad de establecer una política de prevención. En el párrafo 21 de la segunda parte, dedicada más precisamente a las 4 En: Fr. Domingo Angulo, La orden de Santo Domingo en el Perú. Estudio Bibliográfico, 1908, s. l.: s. e., p. 177. 5 Aviso que da a v. md fray miguel de monsalue de la orden de predicadores para que en todos los Reynos de la corona Real no aya negros simarrones o huidos que asi se llaman en estas yndias…, Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 2010-VII. Véase el título completo en Anexo.
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proposiciones de medidas, remite a su propia experiencia para convencer a sus interlocutores de que la mejor manera de integrar a los negros es impartirles una enseñanza religiosa adecuada a su mentalidad. Declara pues que fue el primer sacerdote en ocuparse de los cimarrones reducidos de Portobelo y el primer cura de los cimarrones de Bayano, referencias que hasta ahora no hemos encontrado en otros lugares: […] que se yo que al cabo del año le ualdran al cura mucho sus obejas porque son muy amigos de dezir missas y hazer bien por sus almas y esto es sierto como aquel que tiene expiriencia de sus costumbres por auer sido el primer saçerdote que tuuieron los negros simarrones que salieron de puertobelo de paz y los poblo en nombre de dios y tambien el primer cura que tuuieron los negros simarrones de vallano y les catequize y enseñe la doctrina christiana y ley de dios y les puse en serimonias religiosas fundandoles cofradías de que ellos son muy amigos y assi viuian y viuen y con mucho consierto y virtud.
Dadas las circunstancias, no se puede acusar al dominico de fabulación: muy fácilmente podían averiguar sus dichos los consejeros, en relación epistolar permanente con los oidores de la Audiencia y los dos cabildos de la provincia. O sea, que su aviso se ha de tomar como el resultado de sus vínculos con estos seres que tanto preocupaban a las autoridades. Se presenta el religioso como buen conocedor de la mentalidad de los negros, y en particular de su visión del más allá. Para los africanos, no constituye efectivamente una ruptura con la vida terrenal, de modo que estarían muy atentos los feligreses del fraile a las prédicas sobre la salvación. Otra propensión de la que sacó provecho: su afición no tanto por la conceptualización, la interiorización de la religión como por su exteriorización aparatosa, de ahí las ceremonias que solía organizar para mejor granjearse su benevolencia. Tercer aspecto, la dimensión colectiva: bien se dio cuenta fray Miguel que para los africanos, la religión supera con mucho al individuo, o que, mejor dicho, merced a ella el ser humano se integra en una cosmovisión que abarca a toda la colectividad en su relación con el más allá. En las cofradías de negros6 se expresaba efectivamente esta dimensión con más pujanza que en las de los españoles, poniendo aparte el hecho —que no carecía de importancia, por supuesto—, de que estas agrupaciones remitían a la ayuda mutua, de inspiración cristiana a no caber duda, pero 6 Véase lo que hemos dicho de las cofradías de negros y mulatos en Lima en los siglos xvi y xvii en L’Eglise et les Noirs au Pérou…, ob. cit., pp. 551-612.
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también muy característica de las tradiciones africanas7. Estas referencias dan un cariz de autenticidad al aviso del dominico, aunque no borran la condescendencia e incluso el desprecio que no dejan de manifestarse a través de sus palabras para con los negros. 2. Las proposiciones de Monsalve 2.1. De algunas semejanzas entre dos planes Volvamos a lo que dijeron los regidores de Panamá en 1573, que nos parece necesario reproducir a continuación para una mejor comprensión: En esta ciudad hay gran cantidad de negros y negras horros y de cada día se van ahorrando más y viven en esta ciudad y tienen sus casas de por sí, y de haber tanta cantidad de negros y negras horras en esta ciudad y república redundan muchos daños y robos que hacen, y encubren y tienen en sus casas escondidos los negros cautivos y negras que huyen de sus amos y les encubren los hurtos que hacen, lo cual conviene que se remedie y otros muchos inconvenientes y daños; que de haber en esta ciudad tanta cantidad de negros y negras horros resulta atento, lo cual ordenaron y mandaron que dentro de treinta días cumplidos salgan y se vayan de esta ciudad, se junten y pueblen en una isla y parte donde les fuere señalado. Porque en esta ciudad se andan holgando sin hacer uso ninguno ni servir a amo, y estando en una parte poblados juntos, se podrán evitar todos los daños dichos, y ellos tendrán sus granjerías y cultivarán su tierra y sembrarán y cogerán maíz y criarán aves y puercos y plátanos y tendrán otras granjerías con que se podrán sustentar y trabajar y venir a esta ciudad a lo vender, de que a ellos y a esta ciudad vendrá gran beneficio y provecho […]8.
La configuración de la costa en el golfo de Panamá, con la presencia muy cercana de muchas islas como las de Taboga, por ejemplo, hacía posible esta deportación masiva hacia un espacio de tipo carcelario, aunque 7 Para Roger Bastide, la ayuda mutua que practicaban las cofradías negras en la América colonial remitía a estructuras tradicionales como el dokpwe dahomeyano o el esusu yoruba; ver «Historia del papel desempeñado por los africanos y sus descendientes en la evolución socio-cultural en la América Latina», en: Introducción a la cultura africana en la América Latina, Paris: Unesco, 1979 [19701], p. 65. 8 Jopling, ob. cit., p. 353.
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nos hemos preguntado más arriba si no se había de ver en esto una reminiscencia de la famosa isla de Tomás Moro. Incluso hemos hablado —se nos perdonará el neologismo—, de «desarrollo separado», en la medida en que los regidores no vacilaron en presentar esta medida como muy benéfica para sus propias víctimas. Se trataría de transformar la colonia insular así formada en centro de abastecimiento en víveres para una ciudad dedicada esencialmente a las actividades portuarias y comerciales. Conocemos efectivamente las dificultades de Panamá para suministrar lo que necesitaban los barcos de la carrera del Mar del Sur. Pero cuesta trabajo imaginar cómo se efectuaría el traslado de sus productos hacia la ciudad. No se le escapó el inconveniente a fray Miguel de Monsalve. En el memorial dirigido al Consejo de Indias, se interesó por el problema que planteaba la densidad de los negros y mulatos horros en todas las posesiones ultramarinas de la Corona e incluso en la misma Península Ibérica. Antes de contemplar detalladamente el plan del arbitrista, de una gran precisión, haremos hincapié en la semejanza de dos de sus proposiciones con el proyecto de los regidores, que no deja de llamar la atención. La primera proposición, si parece más factible que la de los regidores, manifiesta sin embargo el mismo deseo de apartar a los negros horros de los españoles: Primeramente se deue de mandar a los visorreyes, audiencias, gouernadores, justicias mayores de todos los Reynos de v. md que con diligencia assi en las ciudades donde ellos asisten como en todo su distrito empadronen todos los negros e negras, mulatos y mulatas y zambahigos horros que uuiere y después de empadronados juntos de la misma ciudad en su lugar como aRabal della deuen de mandar se pueblen dandoles sitio y lugar a cada uno para su abitaçion y morada haziendo sus calles, mandandoles las edifiquen y poco a poco las labren pues en aquel lugar a de ser su perpetua morada.
Se les aislaría en los arrabales de las ciudades bajo la vigilancia, si no del océano —lo cual sería harto difícil en la mayoría de los casos evocados—, por lo menos de un gobernador español y de sus alguaciles: Se les deue de dar un gouernador o persona de autoridad española para que les mantenga en justicia y castiguen sus delitos y a el acudan con sus pleytos al qual dicho gouernador an de pagar los dichos negros horros a Rata por cantidad según su familia dando al gouernador el salario necesario conforme a la tierra […].
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Además de evocar la obligación en que se encontrarían estos seres de aprender un oficio para ganarse honestamente la vida, e incluso abrir tiendas en sus calles para vender sus productos, trata fray Miguel de su participación en el abastecimiento de las ciudades, como resultado de las faenas agrícolas a que también se dedicarían: Que las Republicas estaran abastecidas de aues y de todo genero de legumbres y comidas que esto a de ser su particular entretenimiento y grangeria y assi abra abundançia de todo lo nesesario y no abra nesesidad como siempre la ay de estas cosas.
No faltan pues los puntos comunes entre ambos planes, y como se muestra mucho más detallado el del dominico, nos preguntaremos si no se inspiraron los regidores de sus ideas. Si se le nombró, como afirma en su memorial, primer sacerdote de los cimarrones reducidos de Portobelo y primer cura de Bayano, es que debía de tener ya algunas al respecto que bien pudo compartir con los ediles, representantes de la oligarquía cuyos intereses perjudicaban los cimarrones. 2.2. Otras proposiciones Empieza fray Miguel de Monsalve su aviso afirmando que gran número de negros, mulatos y zambahigos «horros», es decir, libres, se encuentran en los dominios de la Corona fuera de todo control de parte de las autoridades administrativas o religiosas, sin participar de la prosperidad de estos territorios para los cuales por lo contrario representan un peso e incluso un riesgo. Por si fuera poco, no dejan de manifestar su solidaridad por los esclavos fugitivos o cimarrones, sea ocultándoles sea haciéndose sus cómplices para la venta del producto de sus robos. Por otra parte el ocio les lleva a cometer delitos a expensas no sólo de los españoles sino también de los indios «quitándoles sus haziendas, mugeres y matándoles». El compromiso lascasanista del dominico adopta el discurso clásico de los defensores de los naturales. En cuanto a las mujeres, no difiere la visión de Monsalve de la de no pocos religiosos de la época, quienes tomaron las consecuencias por las causas: se dedican, afirma rotundamente, a la mala vida, en particular las mulatas. Así pues la excesiva libertad de que gozan estos seres, de creer al religioso, es perjudicial para los intereses de los españoles y pone en peligro
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el porvenir de los dominios de la Corona, como se verificó en Santo Domingo y en Panamá, de lo cual, insiste el autor, él mismo fue testigo. Esta referencia dará más peso a las proposiciones expresadas a continuación para el control de dicha gente. La primera es su reducción —de ahí el título dado al documento por la administración central— en los arrabales de las ciudades donde ejercerán sus actividades artesanales o agrícolas. Estas comunidades separadas se colocarán bajo la vigilancia de un gobernador español pagado por sus miembros, o, a no ser lo bastante densas, de un alguacil de la ciudad. Luego el texto define su papel con más precisión. Merced a visitas mensuales, le tocará primero sacar a sus administrados del ocio, imponiéndoles, cuando sea menester, el trabajo que más les convenga. Para los más jóvenes, el aprendizaje les llevará a la adopción natural de los esquemas vigentes. La misma visita será también la ocasión de quitárseles a los libres las armas con que puedan amenazar la paz social, no olvidándose el dominico de recalcar que son «enemigos capitales nuestros». Esta advertencia permite justipreciar el concepto en que tenía a los negros, según los criterios del momento. La fórmula es perentoria: de ningún modo se interroga Monsalve por el motivo de esta hostilidad subyacente. Sin embargo ello no significa que se les deba prohibir el uso de cualquier arma, siendo precisa su intervención en posibles enfrentamientos con los «enemigos», es decir, esencialmente los piratas ingleses, holandeses y franceses. Con este propósito se ejercitarán en el manejo de sus armas tradicionales, los arcos y las flechas, con tal de que, fuera del debido entrenamiento, se almacenen en depósitos cuyas llaves estén en manos del mismo gobernador. Otra visita, semanal y nocturna esta vez, tendrá como finalidad el saneamiento de las costumbres que, al modo de ver del religioso compartido por no pocos informes, dejan mucho que desear. Registrando los domicilios de su jurisdicción, el gobernador buscará a los cimarrones que suelen ocultarse entre los libres, prohibiendo terminantemente la presencia de cualquier esclavo después del toque de oración. So pena de un castigo pecuniario, se dará un plazo de cuatro horas a los libres para denunciar la presencia de un cimarrón. En el cumplimiento de esta misión, se valdrá el gobernador de la ayuda de cuatro horros, encargados también de informarse de los delitos cometidos por sus semejantes y de encabezarles en su obligación de perseguir
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a los cimarrones. De la incumbencia de estas comunidades será efectivamente la persecución de los esclavos fugitivos, por la cual les darán una compensación financiera adecuada los amos, o el cabildo municipal en caso de condenación a muerte del delincuente. De oponer éste una férrea resistencia, tendrán la facultad los perseguidores de matarle. Uno de los puntos más importantes del memorial es el tributo. A Monsalve le parece que, a cambio de la protección real, se ha de exigir de los negros y mulatos horros de 18 a 50 años de edad el pago de un tributo, como lo pagan los indios que son naturales de la tierra9. De un importe de seis pesos, se moderará según la prosperidad de la provincia. La cobranza de la imposición también correrá a cargo del gobernador, quien tendrá que empadronar a toda la gente de la comunidad. Fuera de este espacio, a los corregidores de indios les corresponderá efectuarla, con el control del cura de la doctrina para evitar cualquier fraude. Concede una extrema importancia el aviso a la formación religiosa inculcada a los negros y mulatos horros. Se les impondrá la asistencia a los oficios bajo pena de multa y a la doctrina. No oculta el dominico la dificultad de la tarea. Debido al total descuido en que se encuentran, siguen dedicándose a antiguas prácticas tradicionales, adaptadas al terreno, como la hechicería con que consiguen engañar a las mujeres «simples», entre las cuales no faltaban las españolas. Se refiere obviamente el dominico a la hechicería amorosa que solían practicar las negras y mulatas en las principales urbes, según lo patentizan las relaciones de causas de los tribunales de la Inquisición del Nuevo Mundo10. La meta es evidente: se trata de amoldar el espíritu de estos seres a los esquemas sociales vigentes. El cura encargado de su asistencia les convencerá de que su salvación depende de esta integración. Es el momento para Monsalve de aludir a su propia experiencia, evocada más arriba. 9 Ya existía un texto legislativo que regía el tributo de los negros y mulatos libres. Felipe II firmó en 27 de abril de 1574 una real cédula que rezaba lo siguiente: «Muchos esclavos, y esclavas, Negros, y Negras, Mulatos, y Mulatas que han pasado a las Indias, y otros, que han nacido, y habitan en ellas han adquirido libertad, y tienen granjerías, y hacienda, y por vivir en nuestros dominios, ser mantenidos en paz, y justicia, haber pasado por esclavos, hallarse libres, y tener costumbre los Negros de pagar en sus naturalezas tributo en mucha cantidad, tenemos justo derecho para que nos le paguen, y que este sea un marco de plata en cada un año, más, o menos, conforme a las tierras donde vivieren, y le pague cada uno en las granjerías que uviere» (Recopilación de leyes de los reynos de las Indias… , ob. cit., Lib. VII, Tít. V, Ley 1, T. 2, p. 360). 10 Véase J. P. Tardieu, L’Eglise et les Noirs au Pérou… , ob. cit.
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Acaba el dominico, de manera muy convencional, por justificar la esclavitud presentándola como un mal menor del cual surge un gran bien, el conocimiento de la verdadera fe, y la felicidad de seres que se veían antes condenados a la muerte en su tierra: Es cosa sierta que por eso deuen a v. md tributo, quando mas que se les administran sacramentos, enseñaseles la ley de dios y finalmente gozan de bienes y libertad de lo qual no gozaran en sus tierras, antes estuuieran siempre con perpetuo miedo de perdella con sus hijos y muger y aun de ser muertos […].
Al fin y al cabo, está convencido de que el interés de los propios negros y mulatos horros reside en esta sumisión de tipo providencial. La mejor prueba de ello es la alusión final al acierto social de ciertos esclavos manumitidos, argumento de poca consistencia por tomar la excepción por la norma, fuera de que no tiene ningún valor teológico11. Aunque no aceptó la creación de semejantes guetos, la administración española adoptó medidas parecidas a las proposiciones de Monsalve, como hemos visto con las constituciones elaboradas para los pueblos de Santiago del Príncipe y de Santa Cruz la Real. Los gobernadores de estos pueblos, creados después de la reducción de los cimarrones de Nombre de Dios y de Bayano y del reconocimiento por el poder de su libertad, desempeñaron un papel que no difiere muchos del que confiere el plan del fraile a estas autoridades. Por si fuera poco, la evolución del pueblo de Santiago del Príncipe, como centro abastecedor de víveres y de mano de obra para la ciudad de Portobelo, podría también tener algo que ver con el plan del fraile arbitrista. Entonces hay que preguntarse por el poco interés de la Corona por el aviso. Obviamente hubiera sido difícil aplicar a los negros horros las disposiciones establecidas para los esclavos cimarrones reducidos: la legislación castellana de las Siete Partidas, que regía tanto en el Nuevo Mundo como en la Península los derechos del hombre libre, en ningún caso podía admitir la confusión. Otra vez pensarían los evaluadores acerca de la aplicación del proyecto lo que opinó el virrey Montesclaros pocos años antes sobre el aviso de 1595: «hai mucha dificultad en la execución y gran riesgo en la conciencia». 11 Véase la epístola de San Pablo, Romanos 3, 8: «¿Y por qué no decir lo que algunos calumniosamente nos atribuyen asegurando que decimos: “Hagamos el mal para que venga el bien”?».
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Anexo N.B. Se desarrollaron las abreviaciones, salvo la que corresponde al título de «vuestra magestad». Se modernizó la puntuación en algunos casos. frai miguel de monsalve Reduçion del Piru
Aviso que da a v. md fray miguel de monsalue de la orden de predicadores para que en todos los Reynos de la corona Real no aya negros simarrones o huidos que asi se llaman en estas yndias de lo qual Resulta en aumento a las Rentas Reales en mas de duzientos mill ducados de Renta y aun es poco y tener las Republicas abundantes de las cosas nesesarias y seruisio para las cosas nesesarias que se ofresieren, como reparos, trinchar. y lleuar comida para los soldados que en las ocasiones con los enemigos se ofresiere en estos Reynos y otros de v. md. 1. Primeramente tiene v. md en todos sus Reynos, españa e yndias gran suma de negros, mulatos y zambaigos libres, los quales lo son tanto que no conoçen Rey ni saben quien es, porque de los muchos que ay se pueden poblar muy grandes pueblos, los quales no acuden al seruicio de v. md ni a cosa alguna en utilidad de la republica. La causa desto es no auerlles dado leyes ni modos de biuir. 2. Lo 2. Que como gente que no conocen señor biuen en la ley que quieren a su aluedrio como dizen porque ellos son los encubridores de los negros captiuos, que se huien, ellos encubren los hurtos y robos y son los que benden y acuden con lo procedido a los ladrones, negros como ellos, yendo con ellos a la parte. 3. Lo 3. Que como gente que no conosen dominio biuen en la ley que quieren, oyen missa si se les da gusto, confiesan si les da gana, porque aunque los empadronen al tiempo de pedir las çedulas, todos los que no se an confesado se ausentan y como dan en esto se salen con ello, y estan perpetuamente descomulgados. 4. Lo 4. Que jamas siruen a amo y assi su officio es solo hurtar, Robar y hazer ynfinitos agrauios, assi a españoles como a yndios quitandoles sus haziendas, mugeres y matandoles, y quitalles lo que tienen, que este es su officio.
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5. Lo 5. Que muy pocas vezes se aplican a deprender officio en espeçial si son mulatos. Tienenlo por punto de honrra el no ser officiales, por lo qual pocos lo deprienden y assi son todos bagamundos. 6. Lo 6. Que como gente libre sin castigo de noche salen a las calles assi en castilla, yndias y portugal a capear y Robar lo que hallan y pueden y como se salen con todo y no se haze justicia dellos por no poder ser auidos toman mas auilantes y la tomaran en lo futuro si no se pone el Remedio nesesario en otras cosas mas graves. 7. Lo 7. Que las negras horras viuen perpetuamente amancebadas por no auer horden y consierto, y como saben que no les pueden dar la menor pesadumbre del mundo, o no ay quien se la de, viuen y mueren de esta manera, lo propio es de las mulatas sus hijas, las quales yendose de tierra en tierra. [>fol. 200 a] con los españoles y biuen en mal estado y en el mueren, los negros horros hacen lo propio, porque en conosiendoles en este pueblo sus malas mañas se uan a otro y a otro hasta que paran en la horca. 8. Lo 8. Que como ay poca gente con estos mulatos y negros, andan cargados de armas ofensiuas y defensiuas, sin podello Remediar la justicia y muchas vezes an hecho muy grandes daños con ellas, y an muerto y matan cada dia muchos españoles y a acontesido matar casa entera con hijos y esclavos. Y haziendo lo que dire sesaran tantos males e ynconuenientes y ellos acudiran a deprender officio, a tomar estado y a hazer el deuer y finalmente asentaran el pie con un pequeño iugo que se les puede imponer. Pues ella como gente Robusta podran en algun tiempo hazer algun gran daño en algunas Republicas por uiuir los españoles y justicias con tanto descuido, porque como ellos viuen entre españoles pueden levantar los negros captiuos y en sus casas y partes secretas ajuntar armas y adquirillas con solo ponerse señores y los captiuos libres como acontesio en santo domingo de la española el año de 57 leuantarse todos los negros y matar muchos españoles y hazer en ellos en todas ocasiones grandes daños y como lo hizieron los negros que se Redujeron a pura guerra del vallano y Rio, de la que ni pues en Reduzillos y en limpiar la tierra de semejantes salteadores no solo costo gran summa de plata a v. md en conquistallos y allanallos pero costo muchas e ynfinitas muertes, assi de hombres principales como de soldados y saçerdotes y antes que se allanaran y conquistaran, salian a los caminos, matauan los
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pasageros, Robauan las Recuas cargadas de Ropa y hazian en ella mill destrosos y males, y finalmente los vezinos no tenian de sus negros y negras seguridad, porque se las sacauan y lleuauan a su pesar con ellos. Finalmente fueron los que aliados con el capitan francisco el año de 71 hizieron aquel famoso Robo y asalto en nombre de dios de la plata de v. md y de particulares que se traya para se embarcar en la flota y ellos finalmente por tiempo si no se haze lo que adelante dire an de venir no tan solamente a señorearse de Republicas particulares pero tambien de provincias, haziendo en los españoles grandes daños, crueldades y maldades y pues la expiriencia nos a enseñado los daños que estos nos an hecho, Razon sera que no se aguarden otros pues el Remedio esta en la mano y con façilidad para siempre jamas puede auer mucha seguridad y para esto es de saber. Que todos los negros y negras, mulatos y mulatas horros viuen mesclados y juntos con los españoles, por lo qual no se entiende ni conose de que pie coxea cada uno, ni de que biuen ni sustentan ni menos sus tratos ni contratos por lo qual se deue hazer lo siguiente. 1. Primeramente se deue de mandar a los visorreyes, audiencias, gouernadores, justicias mayores de todos los Reynos de v. md que con diligencia assi en las ciudades donde ellos asisten como en todo su distrito empadronen todos los negros e negras, mulatos y mulatas y zambahigos horros que uuiere [>fol. 200 r] y después de empadronados juntos de la misma ciudad en su lugar como aRabal della deuen de mandar se pueblen dandoles sitio y lugar a cada uno para su abitaçion y morada haziendo sus calles, mandandoles las edifiquen y poco a poco las labren pues en aquel lugar a de ser su perpetua morada 2. Lo 2. Se les deue de mandar que en las mismas calles hagan sus tiendas donde puedan tener sus grangerias y usar sus oficios y que aya su plaça publica donde se uendan todas las cosas que de su cosecha tuuieren. 3. Lo 3. Se les deue de mandar que de ninguna manera aunque el negro o mulato sea mercader de caudal ponga ni tenga tienda de mercaduria ni de otra cosa entre los mercaderes españoles por
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muchos ynconuinientes que puede auer y si alguno la tuuiere sea con licençia del visorrey o audiençia. Lo 4. Se les deue de dar un gouernador o persona de autoridad española para que les mantenga en justicia y castiguen sus delitos y a el acudan con sus pleytos al qual dicho gouernador an de pagar los dichos negros horros a Rata por cantidad según su familia dando al gouernador el salario necesario conforme a la tierra. Lo 5. Si fuere tan poca la gente que se poblare que lo sera en algunas partes, deue v. md mandar que el alcalde mas antiguo de aquella ciudad o pueblo sea su juez y gouernador aquel año a quien deuen de acudir con sus pleytos y demandas y obedecer en lo que les mandare. Lo 6. Que cada mes el gouernador deue de hazer una visita general en todas las casas de los dichos negros y mulatos procurando de saber de que biue cada uno y en que se entretiene y que es su officio y al que no lo tuuiere y fuere bagamundo deue de ponello de su mano al officio que se ynclinare para que lo deprenda y desta manera todos ganaran de comer y no abra bagamundos. Lo 7. Deue de hazer con mucho cuidado el gouernador que los muchachos pequeños se pongan a officio poniendoles el de su mano para que cuando sean hombres tengan de que biuir y ellos siruiendo a los españoles deprenderan pulicia y christiandad que en esto se les haze notable beneficio, pues con esto podran muy bien ganar de comer y deprenderan a ser christianos aplicandose a seruir a dios. Lo 8. Que en la visita que hiziere cada mes a de procurar con mucho cuidado de saber e ynquirir las armas que tienen y quitarselas porque de ninguna manera las an de traer ni tener en publico [>fol. 201 a] ni en secreto lo qual se deue hazer con gran Rigor por el peligro grande que corren las Republicas de que los negros tengan armas por ser como son enemigos capitales nuestros. Lo 9. Lo que se les deue de mandar que cada uno tenga su arco y flechas y en las fiestas se exersiten en tirar, por dos Razones. La primera para que cuando se ofresca ocasion de defensa de enemigos tengan con que pelear. La segunda para que quando se ofresca huirse algun negro, negros con fasilidad armados los puedan prender y traer, y si se defendieren matalles como adelante dire, los quales arcos y flechas an de estar en deposito de manifiesto las
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llaues del qual deposito y casa a de tener el propio gouernador, y no se les a de permitir que nadie las tenga en su poder sino que acabado de hazer su exercicio las buelban a la dicha casa, pues en ella se hallaran para las nesesidades urgentes y forsosas, pues con esto abra seguridad. 10. Lo 10. Que el gouernador deue apartar los amançebados y castigallos con Rigor y para esto deue de visitar cada semana las casas de las solteras de noche o cuando mas nesesario fuere y conviniere procurando de uer sus retretes, quitandoles las armas como esta dicho y aplicandolas para algunas obras nesesarias a sus biuiendas y republica, haziendo se casen y viuan en seruicio de dios. 11. Lo 11. Para que estos negros y mulatos horros conoscan que tienen Rey y Señor a quien de derecho deuen tributo y basallaje por razon de uiuir y abitar en sus Reynos, y mantenelles en justicia, que sean señores de lo que ganaren y poseyeren, se les deue de imponer alguna imposision no nada pesada, en Reconocimiento deste vasallaje y señorio. Me parese a mi que los dichos negros y mulatos desde el cabo de la vela, santa marta, cartagena, tolu, puertovelo, panama, nuevo Reyno de granada y todo lo que dize por tierra hasta Potosí, que es la gouernaçion de popayán, quito, gouernaçion de salinas, lima y todo el piru, puede cada uno pagar seis pesos de plata ensayada por sus terçios por ser la sierra de suyo gruesa y finalmente todo lo que es piru, tucuman y chile qua ay mucha gente desta naçion lo puede pagar muy bien y para que se cobre dare el orden mas conuiniente. 12. Lo 12. Que en mexico, guatimala, honduras, y todo nicaragua, santiago de cuba, santo domingo de la española, jamayca, puerto Rico, margarita, caracas, Rio de la hacha, santa marta y nueva andaluçia pueden pagar los derechos cada año por sus tercios seis ducados por ser tierra mas pobre. 13. Lo 13. Que en el brasil, rio de genero, pernambuco, la baya, santo tome, santiago de cabo verde, islas de las terceras, canarias, isla de la madera, india de portugal, castilla y portugal, son sin numero los negros que ay, los quales son tan vasallos de v. md como los españoles, por ser la tierra pobre, deue v. md mandar que cada negro horro o mulato [pague] tres ducados por sus tercios cada seis meses que es cosa facil para ellos el auellos, que desta manera sabiendo
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que an de pagar tributo a v. md todos procuraran deprender officios assi para se sustentar como pagar lo dicho. 14. Lo 14. Que los que an de cobrar estos tributos, an de ser sus gouernadores o alcaldes ordinarios que por tiempo fueren con su padron en la mano, con el qual a de asistir un official Real a la cobrança del dicho tributo y un escribano de cabildo o publico y si no uuiere official Real bastara que sean los dos alcaldes donde uuiere pocos negros o el gouernador de los negros con un alcalde, la qual plata deuen los dichos gouernadores o alcaldes ymbiar o meter en la caxa Real dando cartas de pago a los dichos negros por su descargo. 15. Lo 15. Deue v. md mandar que los viejos ni los impedidos de enfermedades aunque tengan hazienda no paguen el dicho tributo y que paguen desde edad de diez y ocho hasta çinquenta o como mas conuiniere, de mas que no an de acudir a servicio personal sino fuere en tiempo de guerra. 16. Lo 16. Deue de tener vigilancia el que cobrare el dicho tributo que cada año se bayan metiendo todos los que tuuieren edad. 17. Lo 17. Se a de aduertir que si algun negro o mulato horro andubiere bagando que los corregidores y justicias tengan cuidado de cobrar el tal tributo y si fuere en las yndias y la cobrança fuere en pueblo de yndios deue el juez dalle dos cartas de pago autorizadas la una para que la deje al padre de la doctrina para que la imbie a los officiales Reales a su tiempo por san juan y nauidad mandando al dicho negro o mulato refrende la carta de pago que a de lleuar consigo para su descargo del padre de la doctrina porque si assi no lo hiziere lo pagara otra vez y a los padres se les deue de mandar que las tales cartas de pago se ymbien con fidelidad a sus perlados con tiempo para que las ymbien a los officiales Reales para que por ellas cobren de los corregidores y esto se haze para que los dichos corregidores no se queden con la dicha plata. 18. Lo 18. Que todos estos negros horros y mulatos an de estar obligados que quando algun negro o negros esclauos se huyeren de sus amos an de salir en sus quadrillas por todas las partes de la tierra y buscallos y traellos presos a la carcel y cuando la trayda de los quales negros [>fol. 202 a] huidos se le a de pagar a los dichos negros libres que los traxeren y esta paga la an de hazer sus amos
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segun mas o menos tiempo estuuieren huidos, y los dichos negros horros faltaren y se ocuparen en su busca y si el tal negro huido uuiere cometido delicto por donde meresca muerte la çiudad terna obligaçion a pagar los dichos negros la trayda con lo que temblara todo el mundo y nadie se osara huir ni menear pues sabe que le an de traer y castigar con rigor por lo qual abra gran seguridad en la tierra y quietud en ella. 19. Lo 19. Se les deue de mandar a los dichos negros horros que quando algun negro se Resistiere o hiziere cosa alguna en su defensa que vean si le pueden tomar sin peligro y no pudiendo hagan lo que se suele hazer. Con lo qual se dara labor a todos los negros captiuos y no se osaran menear y assi seruiran a su amo con el temor del castigo y muerte. 20. Lo 20. Que si alguna mulata estuuiese casada con español o negra no se les deue mandar hagan vezindad en su parroquia. 21. Lo 21. Deue v. md mandar que auiendo copia de negros para poder sustentar cura se les de, el qual solo tenga cuidado dellos, y cuando no la uuiere los pongan en parte donde aya parroquia donde puedan acudir a los officios diuinos, el qual dicho cura terna cuidado de que cada fiesta oygan misa y les enseñe la doctrina y seremonias de la yglesia. Pues como gente que a biuido sin enseñansa y doctrina estan muy faltos della poniendoles alguna pena de dinero a los que faltaren de oyr missa que esto es muy nesesario se haga hasta que en ellos se entable la christiandad y virtud, pues auiendo un poco de cuidado tomaran nuestras seremonias y ley con gran gusto que se yo que al cabo del año le ualdran al cura mucho sus obejas porque son muy amigos de dezir missas y hazer bien por sus almas y esto es sierto como aquel que tiene expiriencia de sus costumbres por auer sido el primer saçerdote que tuuieron los negros simarrones que salieron de puertobelo de paz y los poblo en nombre de dios y tambien el primer cura que tuuieron los negros simarrones de vallano y les catequize y enseñe la doctrina christiana y ley de dios y les puse en serimonias religiosas fundandoles cofradias de que ellos son muy amigos y assi viuian y viuen y con mucho consierto y virtud. 22. Lo 22. Se deue mandar con Rigor al gouernador que los gouernare [>fol. 202 r] y Rigiere que tenga gran vigilancia con que los negros horros no admitan en sus casas negros captiuos, mandando
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apregonar que ningun negro horro ni mulato admita en su casa ninguna negra ni mulata ni negro captiuo, ni lo esconda ni de de comer, y que cualquiera que siendo ya dada la oracion tuuiere en su casa algun negro captiuo que no sea suyo sera grauemente castigado y penado, y porque esto se entable se deue de hazer visitas a menudo, assi por los amancebados, como porque no escondan negro captiuo, como por las armas, porque uiendo ellos este cuidado procuraran en todo de biuir con Rectitud y estando entablado esto, poco abra que hazer y a los negros captiuos que se hallaren escondidos en las tales casas los deuen de castigar y entregallos a sus amos. 23. Lo 23. Deue v. md mandar aya quatro de los negros horros que solo siruan de ynquirir y buscar y dar notiçia al gouernador de los delictos y culpas que se cometieren, y de que tengan cuidado de buscar los negros captiuos, que los horros escondieren, los quales tengan titulo de cuadrilleros, de estos se deuen de escoger los nesesarios para caudillos de los negros que a buscar salieren a los huidos, mandando que de cada negro captiuo que después de la oraçion hallaren en casa de algun negro o mulato horro se le pague un tanto al quadrillero que lo hallare y esto lo que pareciere segun la dispusision de la tierra. 24. Lo 24. Deue v. md mandar se nombre un español hombre honrado y fiel el qual allende de ser alguazil de la çiudad sea alguazil de los negros en la parroquia, de los quales Ronde y prenda y de notiçia al gouernador de las cosas que susedieren para que se castiguen. 25. Lo 25. Si algun negro se huyere de alguna çiudad o pueblo a otro y se fuere a faboreser a casa de los negros horros y dentro de quatro oras de su llegada no diere notiçia del a la justiçia deuen de ser grauemente castigados y penados y para esto se les deue poner alguna pena pecuniaria mas o menos conforme a la tierra, o corporal si no tuuiere de que pagar, y al que lo descubriere y del diere notiçia al gouernador, su amo terna obligaçion en las yndias de dalle cuatro pesos y en españa la mitad, del qual negro preso el gouernador auisara a su amo para que se paguen los gastos y costas y enbie por el, y desta manera no se encubrira ningun negro captiuo, y si otro negro captiuo lo encubriere le castiguen con Rigor señalandoles el castigo.
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Bienes que resultan deste mi auiso para bien y utilidad de las almas destos negros horros como para el seruiçio de dios y de v. md y bien de las Republicas donde los tales negros uiuieren [>fol. 203 a] 1. Primeramente que los negros y mulatos horros estando juntos y con particular gouernador y en diferente calle y parroquia se euitaran grandes peccados, como hurtos, Robos, amancebamientos y muertes porque si algo suçediere façilmente se podra saber quien lo hizo y Remediar los tales daños con lo qual sesaran tantos peccados. 2. Lo 2. Que estando juntos y conosiendo pastor propio podran ser muy bien instruidos en las cosas de nuestra sante fee y ellos cumpliran con sus obligaçiones que son de oir missa, confesar a su tiempo y finalmente oyr la palabra de dios. 3. Lo 3. Que desta manera sabran de pulicia christiana y con la comunicasion perpetua del saçerdote vendra a ser gente pulitica y de entendimiento, con lo qual podran conoser lo que les esta bien para su saluasion. 4. Lo 4. Que las Republicas donde los tales estuuieren Reduzidos estaran seguras de negros simaRones que cada dia las molestan por los caminos matando y Robando y con esto se allanara y sesara todo. 5. Lo 5. Que con esto los negros captiuos viuiran con mas Rienda y freno y los amos, a ser mas seguras sus haziendas, porque ya con esto se les sierra la puerta a que no se huyan pues no les va menos que la vida con lo qual abra menos muertes y menos desastres y Robos. 6. Lo 6. Que en las nesesidades que las Republicas tuuieren assi para su defensa como para Reparos dellas ternan gente y ayuda los quales acudiran tambien por defender su libertad y hazienda y esto es sierto. 7. Lo 7. Que quando algun español Robare o salteare o hiziere alguna cosa mala notable abra gente que le siga y prenda que desto an de seruir en la Republica, porque ya en yndias comiença a auer salteadores españoles y auiendo esto sesaran, porque veran que con fasilidad los podran prender y castigar. 8. Lo 8. Que las Republicas estaran abastecidas de aues y de todo genero de legumbres y comidas que esto a de ser su particular
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entretenimiento y grangeria y assi abra abundançia de todo lo nesesario y no abra nesesidad como siempre la ay de estas cosas. 9. Lo 9 Que con esto conoseran señorio y dominio y justicia con lo qual viuiran con mas cuidado que hasta aqui an viuido assi en lo que toca a lo espiritual como a lo temporal y sesaran ynfinitas abu[>fol. 203 r]siones, hechizerias a que son dados y en espeçial las negras y mulatas que Realmente son embusteras y hechizeras y hazen mill superstiçiones con que engañan las mugeres simples assi como españolas y negras. 10. Lo 10. Que v. md sera aprovechada en mucha cantidad de pesos de oro los quales no se pagauan ni tenia v. md aprouechamiento ninguno dellos y si los yndios que estan en su propia tierra y patria y es suya por el derecho de las gentes pagan y dan a v. md tributo, por Razon de la doctrina y administraçion de la justiçia y sustentalles en paz, mas obligaçion ternan los negros, por ser gente aduenediza y la tierra que poseen no es suya. Viuiendo en ella, grangean y gozan de paz, de bienes y libertad, por tener a v. md y a su justiçia por defensa y amparo. Es cosa sierta que por eso deuen a v. md tributo, quando mas que se les administran sacramentos, enseñaseles la ley de dios y finalmente gozan de bienes y libertad de lo qual no gozaran en sus tierras, antes estuuieran siempre con perpetuo miedo de perdella con sus hijos y muger y aun de ser muertos, lo qual no solo aca [no] tienen ese miedo, pero estan seguros en poseer sus mugeres y hijos y ser señores de esclauos y hazienda como oy las poseen muchos que yo conosco que tienen muchas posesiones, Rentas y esclauos y otras muchas Riquezas, los quales vinieron de guinea a estas yndias esclauos y a españa y después que fueron libres se aplicaron y poseen en paz lo que tienen y muchos tienen casadas sus hijas con españoles honrados por el docte grande que les dan, assi que seguro que se les puede echar este tributo que todo lo que ellos poseen lo an auido en las tierras y Reynos de v. md. Puntos acerca de todo lo dicho 1. Lo primero. Que se mande con pregon que todos los negros y mulatos y mulatas horros se manifiesten ante la justiçia, los quales an de ser empadronados en cada çiudad o pueblo.
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2. Lo 2. Que se busquen junto de las çiudades sitios donde estos se puedan poblar. 3. Lo 3. Que se les de gouernador para que los Rijan y gouiernen y mantengan en paz. 4. Lo 4. Que se les de cura para la administraçion de los sacramentos [>fol. 204 a] y que Reconoscan pastor. 5. Lo 5. Que se les nombre alguazil español de los que asisten en la çiudad para que Ronde sus casas de noche y de notiçia de los delictos. 6. Lo 6. Que se nombren quatro quadrilleros para que busquen los huidos y prendan y salgan fuera de la çiudad con sus armas y gente en busca de los huidos y sean caudillos en los tales casos y sean pagados de los amos cuyos fueren los negros. 7. Lo 7. Que las armas esten en deposito en una casa con llaue de la qual tenga el gouernador y ellos no traygan en el pueblo genero de armas ni las puedan tener en su casa sino fuere los quadrilleros [>fol. 204 r]. fray miguel de monsalue Fuente: Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 2010-VII
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A juzgar por lo recurrente de la correspondencia dirigida por los cabildos de Nombre de Dios y de Panamá al Consejo de Indias en la segunda mitad del siglo xvi, no resultaría descabellado admitir que los mercaderes de dichas ciudades, quienes invertían en las relaciones entre el virreinato del Perú y la península, exageraban los daños originados por las múltiples agresiones de los cimarrones de Castilla del Oro, con la finalidad de lograr una ayuda sustancial de parte de la Corona. Ésta tenía interés efectivamente en la «pacificación» del camino recorrido por las barras de metales preciosos de los particulares y del fisco que alimentaban las cajas reales en una época en que la política imperial no podía prescindir de las riquezas procedentes del Nuevo Mundo. Las crecidas cantidades citadas por los informes mandados a la Corona, patentizaban los éxitos de la colusión entre cimarrones y piratas ingleses. Intimamente relacionado con el aspecto económico, como lo enseñan los mismos textos, se planteaba un problema acuciante en un período en que el ejército colonial no existía; a saber, la permanencia del poder de España en dicha provincia, «llave del Perú». En estas condiciones, no sólo eran peligrosos los cimarrones de Panamá por su actuación en un entorno que les favorecía sobremanera —situación que, es verdad, se dio después en otras áreas sin suscitar miedos parecidos—, sino por su organización. El microestado de Bayano distaba con mucho de albergar a una mera pandilla de esclavos fugitivos, díscolos y haraganes, como al principio dieron a entender las autoridades locales. Por lo contrario, su
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estructuración manifestaba, si analizamos objetivamente —habida cuenta de su naturaleza— los datos facilitados por la documentación, una visión muy bien pensada de la sociedad que anhelaban construir, a través, en particular, de la elaboración de una nueva religión. El mismo Ursúa, hombre de gran prestigio que luego desempeñó un papel de primera importancia en el descubrimiento de la Amazonía, lo cual no es poco decir, se vio obligado, no sin alguna reticencia, a hacer caso omiso de su honra de guerrero para acudir a una alevosía borgiana, único modo para derribar a Bayano, según declaró a sus hombres con una solemne retórica. El cabecilla, que supo servirse de su vivencia africana, se mostró capaz de superarla para forjar una entidad coherente que, sin rechazar del todo las influencias europea o amerindia, afirmase una identidad original. Pero su ingenuidad utópica le indujo a creer que los españoles, como gente de honor, acabarían por aceptar su fracaso. Así que cayó víctima de la doblez, al igual que, siglos después, el haitiano Toussaint Louverture. Sin embargo, se trató de una victoria pírrica. Era no contar con el apego por la libertad, el bien más precioso del hombre, como reconocen las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio. Se valieron los cimarrones de una de sus mayores virtudes, la de adaptarse, aprovechándose de los conflictos anglo-españoles que se habían extendido al Nuevo Mundo. Nada permite poner en duda que los corsarios de la reina Isabel hubieran conseguido con el tiempo reforzar la independencia de los cimarrones de Panamá, siquiera por el suministro de armas y la enseñanza de nuevas técnicas bélicas. No hay que olvidar que uno de éstos había seguido a Drake a Inglaterra para volver después con el pirata. Pese al sumo cuidado con que Pedro de Ortega efectuó los preparativos logísticos de la «guerra de Bayano» en la Corte, con el pleno apoyo del aparato estatal, y pese a la confluencia de fuerzas peninsulares, limeñas y panameñas —situación del todo innovadora y por ende muy significativa—, fue preciso aceptar que nunca se acabaría con la hidra de la confederación cimarrona encabezada por Domingo Congo. Su esquema atomizado concedía una gran autonomía a los varios capitanes de grupos de tendencia étnica, remitiendo la autoridad del «rey» más al concepto de prelación que a un verdadero liderazgo político. Ello imposibilitaba también apelar otra vez a la maña, al estilo de Ursúa. Sólo quedaba una alternativa, una negociación provechosa para ambos partidos. No fueron pocas las ventajas obtenidas por los «rebeldes», que se aseguraron a cambio de la paz, no sólo el reconocimiento de su libertad
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conclusión
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como súbditos de la Corona, sino también su porvenir material asumido en parte por la Real Hacienda, lo cual permite aquilatar el miedo de las autoridades. Por supuesto se comprometieron los «reducidos» a colaborar de entonces en adelante en la represión del cimarronaje. En todo rigor el convenio no hacía de ellos auténticos «rancheadores» del orden esclavista1 ¿No sabían que los futuros cimarrones se las arreglarían para refugiarse lejos de su alcance? ¿No estaban decididos, cuando fuese necesario, a hacer la vista gorda frente a pistas que sólo ellos verían? Por cierto tal actitud, para no perder toda credibilidad, requería algunas pruebas de lealtad, según el precepto comúnmente admitido de que el fin justifica los medios. Al fin y al cabo ¿por qué los cimarrones, dada su experiencia, no se habrían mostrado capaces de sentido político a medio y largo plazo2?
De entonces en adelante, en las diferentes capitulaciones con comunidades cimarronas, la participación de los apalencados en la represión de los fugitivos sería una exigencia del poder real. El tratado de paz entre los ingleses y los cimarrones de Jamaica en 1739 adoptó cláusulas parecidas a las que aceptaron los negros de Bayano. Si Cudjoe y sus subordinados no acudieran también a la restricción mental (sin saberlo), difícilmente se podría entender su actitud frente al coronel Guthrie a la que se refieren ciertos relatos: «[…] se tiró al suelo, abrazando las piernas de Guthrie, besándole los pies, y suplicando su perdón. Parecía haber perdido toda su ferocidad, y se había convertido en un humilde y abyecto penitente. El resto de los cimarrones, siguiendo el ejemplo de su jefe, se postraron también y expresaron la más desbordante alegría frente a la sinceridad mostrada por parte del pueblo blanco». Lleva mucha razón Orlando Patterson preguntando si este acto no sería «una expresión de desprecio hacia el amo blanco mediante la técnica psicológica a la manera esclava de desviar el desprecio hacia él mismo». Véase «Esclavitud y revueltas esclavas: Análisis sociohistórico de la primera guerra cimarrona, 1665-1740», en: R. Price, Sociedades cimarronas…, ob. cit., pp. 211 y 216. No olvidemos que el deán de Panamá consiguió el arrepentimiento de muchos de los capitanes de Domingo Congo. 2 En su tiempo, R. Price, criticando el concepto de «cultura mosaico» emitido por Roger Bastide a propósito de las sociedades cimarronas (una cultura africana predominante con «coexistencia de enclaves completos basados en otras civilizaciones»), y abogando a favor de una «cultura afroamericana» hizo hincapié en sus «recursos creativos»; véase R. Price, ob. cit., p. 37. Siguiendo con este debate, es muy interesante evocar el juicio de Juan Manuel Cabezas López: «Los etnosistemas afroamericanos no son “mestizos” o “sincréticos”, sino sistemas cohesionados, los elementos constitutivos de los cuales tienen (como no puede ser de otra manera) diversos orígenes, pero la combinación de los cuales es original, única, no-reducible a su momento de génesis, sino producto de lo que categorizo como un proceso de anamórfosis: situación ontológica por la cual un orden de realidad cristaliza por confluencia de procesos heterogéneos, de manera que la estructura resultante no es reducible a ninguno de los cursos genéricos por los cuales se 1
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El riesgo que su alianza con los ingleses hacía correr para la colonia —realidad que harto trabajo costaría poner en tela de juicio— por lo menos les hizo posible a varios centenares de seres acosados no sólo vivir en paz con sus familias, sino también seguir con su aspiración, es decir, logró la construcción de una identidad propia, por muchos obstáculos que opusiesen los antiguos amos, como lo evidencia el proyecto de fray Miguel de Monsalve. ¿No desearían aquéllos la multiplicación de pueblos como Santiago del Príncipe y Santa Cruz la Real para imponer de hecho, andando el tiempo, una evolución de la sociedad que estaba surgiendo en el Nuevo Mundo? Las «capitulaciones» con los cimarrones de Castilla del Oro sirvieron posteriormente de ejemplo a numerosas negociaciones de parecida índole por todo el continente. Habría que situar su reducción en una prospectiva más amplia de la que se les ha reconocido hasta hoy en día, debido a que la única documentación existente al respecto procede de la sociedad dominante3. No ignorarían que el cimarronaje sólo desaparecería con la esclavitud. En tales circunstancias bien podían ceder en lo accesorio para quedarse con lo esencial, o sea, la posibilidad de brindar a las víctimas de la esclavitud una esperanza en un mundo mejor. De todos modos, con el surgimiento de varios focos de contestación en Tierra Firme y la ampliación de la toma de conciencia de su fuerza en todo el continente, aparecería la oportunidad de desarrollar otros tipos de alianzas agresivas. El sistema esclavista, tal como el dios Cronos, no podía menos que devorar a sus propios partidarios, como lo daban a entender los nuevos temores que se apoderaron de los españoles, apenas acabada la guerra de Bayano.
ha formado» («Etnosistemas afroamericanos», en: Gabriela Dalla Corte et alii, Relaciones sociales e identidades en América, Barcelona: Universitat de Barcelona, 2004, p. 38. 3 Llama la atención el hecho de que, tras unos siglos, les seguirían los pasos los propios amos, anunciando así el cimarronaje las futuras luchas por la independencia de Hispanoamérica. L. M. Martínez Montiel insiste en ello: «La importancia de los movimientos cimarrones reside, pues, en que fueron la primera forma de independencia que se gestó en América, dando paso a la idea de independencia política que ya en el siglo xix alcanza su madurez ideológica, planteándose en términos de nación rebasando los límites étnicos» («Nuestros padres negros. Las rebeliones esclavas de América», en: L. M. Martínez Montiel (coord.), Presencia africana en Sudamérica, ob. cit., p. 613).
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