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Spanish; Castilian Pages 310 Year 2003
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BIBLIOTECA ÁUREA HISPÁNICA Universidad de Navarra Editorial Iberoamericana
Dirección de Ignacio Arellano, con la colaboración de Christoph Strosetzki y Marc Vitse
Biblioteca Áurea Hispánica, 27
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UNA ERA DE MONSTRUOS Representaciones de lo deforme en el Siglo de Oro español
ELENA DEL RÍO PARRA
Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2003
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Bibliographic information published by Die Deutsche Bibliothek Die Deutsche Bibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie; detailed bibliographic data is available in the Internet at http://dnb.ddb.de
Agradecemos a la Fundación Universitaria de Navarra su ayuda en los proyectos de investigación del GRISO a los cuales pertenece esta publicación. Agradecemos al Banco Santander Central Hispano la colaboración para la edición de este libro.
Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2003 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2003 Wielandstr. 40 – D-60318 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 84-8489-102-X (Iberoamericana) ISBN 3-89354-499-2 (Vervuert) Depósito Legal: Cubierta: Cruz Larrañeta Impreso en España por Imprenta Fareso Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.
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A Sole y Miguel, por todo
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ..............................................................................
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ESCENARIOS CULTURALES I. LAS NATURALEZAS DEL MONSTRUO ........................................... 1.- EL MONSTRUO EN ESPAÑA...................................................... Colecciones y gabinetes ....................................................... Monstruos y libros ............................................................... Libros de monstruos............................................................. Teorías convergentes............................................................. 2.- GENEALOGÍAS DE LO DEFORME ............................................... Imaginación ......................................................................... Aprehensión y antojos.......................................................... La eterna disputa sobre los astros ......................................... Superabundancia y defectos de la materia ............................ Insolencias naturales ............................................................. Sustos y miedos: causas casuales ........................................... 3.- EL MONSTRUO COMO PRESAGIO ..............................................
II. ENTENDER Y
DEBATIR LO MONSTRUOSO .................................. 1.- ¿QUÉ ES UN MONSTRUO Y CÓMO RECONOCERLO?................... Monstruos y demonios ........................................................ ¿Animal o humano? ............................................................. 2.- RAZAS NECESARIAS: PIGMEOS Y GIGANTES ................................ 3.- LA BATALLA DE LOS SEXOS ...................................................... La legitimación del monstruo: el hermafrodita..................... Cambios de sexo y formas de legitimidad ........................... 4.- LA BATALLA DE LAS ALMAS ......................................................
29 29 31 34 38 42 45 46 51 53 55 59 62 64 69 69 69 73 75 86 86 95 100
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ESCENARIOS LITERARIOS
III. EL
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IV. EL
MONSTRUO EN LOS LIBROS ................................................. 1.- PRELIMINARES ....................................................................... 2.- LA ‘NUEVA’ CIENCIA DE LO DEFORME ...................................... 3.- DESFIGURAR COMO ARTE ....................................................... El canon de fealdad.............................................................. Deformar está de moda........................................................ Ars injuriandi ........................................................................ 4.- EL TAMAÑO DEL BARROCO ..................................................... Dimensión y perspectiva en las Soledades ............................. Polifemo o los límites del lenguaje ......................................
179 179 180 192 192 200 211 216 216 225
EPÍLOGO .........................................................................................
229
APÉNDICE I .................................................................................... APÉNDICE II ...................................................................................
235 251
BIBLIOGRAFÍA ................................................................................. TABLA DE ILUSTRACIONES .............................................................. ÍNDICE DE MATERIAS Y AUTORES....................................................
267 291 295
MONSTRUO EN LA CALLE .................................................... 1.- GALERÍA DE LO DEFORME: TERATOLOGÍA Y EXHIBICIÓN............. La deformidad como objeto comercial ................................ Embaucadores y «metamorfosios» ......................................... Fábrica y remiendo de monstruos........................................ 2.- LO MONSTRUOSO EN GÉNEROS INFORMATIVOS ......................... 3.- MONSTRUOS A LA CARTA: INFORMACIÓN Y PROPAGANDA........... 4.- ACTUALIZAR, TRANSVASAR Y TRANSMITIR LA INFORMACIÓN ...... Los retratos del monstruo .................................................... Garantías de veracidad.......................................................... Del pliego al libro y viceversa.............................................. El «curioso lector»................................................................ 5.- EL MONSTRUO EN LOS PLIEGOS SUELTOS .................................. El monstruo médico ............................................................ El monstruo político ............................................................ El monstruo moral............................................................... Monstruos felices y monstruos héroes.................................. Reutilización de materiales ..................................................
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AGRADECIMIENTOS
He de agradecer los respectivos permisos de reproducción a la Biblioteca Nacional de España, la British Library, la Biblioteca del Arsenal de París, la Galería Uffizi de Florencia (Gabinetto Disegni e Stampe), la John Hay Library de la Universidad de Brown (Church Collection), el Kunsthistorisches Museum, Viena (Colección Schloß Ambras), la Biblioteca Universitaria de Granada, así como al eficiente servicio de préstamo interbibliotecario de Georgia State University. A esta última institución le debo la acogida, el tiempo y los recursos que me han permitido concluir este libro.
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INTRODUCCIÓN
No hay duda que es grande hermosura de la naturaleza, semejante variedad de formas disformes, y al parecer defectuosas. (Fray Andrés de Villamanrique)
Junto a motivos como la fuente de la eterna juventud, los hombres que no duermen nunca, la isla donde nadie muere, los duendes o la santa compaña, y junto a otros seres que han corrido mejor suerte en la tradición crítica (el hombre salvaje o la mujer varonil son buenos ejemplos de ello), una variedad de engendros deformes y monstruosos habitan en muchos textos del siglo XVII español. La deformidad, en cualquiera de las artes, es un estado mnemotécnicamente eficaz: como ejemplo, puede notarse que pocos aficionados a la pintura recuerdan el lienzo La adoración de los Magos de El Bosco y, sin embargo, tienen presente (al menos en esbozo) El jardín de las delicias del mismo autor. Puede decirse lo mismo de los enanos de Velázquez, las farsas de ValleInclán, el soneto de Quevedo a la nariz, las mujeres barbudas de Sánchez Cotán y Ribera, las máscaras de Gutiérrez Solana o las pesadillas goyescas. Toda literatura tiene sus monstruos y, aunque éstos funcionan de manera diferente en su propio tiempo, se instalan inevitablemente en la memoria colectiva. El monstruo, en cuanto ser extraordinario, taumatúrgico, maleable y adaptable a efectos artísticos, resulta estéticamente atractivo, conclusión a la que ya había llegado K. Rosenkranz en 1853. Es precisamente mediado el siglo XIX cuando reaparece una corriente de estudios sobre estética1, de entre los cuales el de Rosenkranz ha servido de refe1
B. Croce sitúa los inicios de la Estética como ciencia formal en el siglo XVII: «Del cartesianismo procede Leibniz, que junta en su pensamiento —y tal fue, por
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rencia puntual en el campo de las humanidades2. Otros trabajos posteriores, como los de V. Lee (1897), G. D. Birkhoff (1932) y A. R. Chandler (1934)3 inician lo que actualmente se conoce como estudios sobre la percepción, que hoy consideramos del lado de la psicología y las ciencias del comportamiento. Estos estudios parten de la base de que las nociones de belleza y fealdad no residen en patrones adquiridos por la educación o la cultura, sino que existen cualidades intrínsecas en la inteligencia humana que reconocen de una manera diferente determinadas series de sonidos, palabras, colores y formas. Frente a la propuesta de Rosenkranz, quien encuadra lo feo en una categoría necesaria, absoluta y dependiente del objeto, la obra de Chandler supone que sólo hay unos pocos individuos capaces de elaborar obras de arte conforme a los parámetros de belleza y fealdad, la mayoría de los cuales sufren de algún tipo de anormalidad mental que les lleva (en el mejor de los casos) a cometer excentricidades, y la totalidad de los cuales no aprenden sus habilidades, sino que nacen con su genialidad a cuestas. En una línea diferente, más cercana a las matemáticas, Birkhoff extrae las fórmulas que hacen bellos ciertos mosaicos, jarrones, versos, objetos decorativos y tonadas mientras que, por su parte, Lee aproxima la idea de belleza a la psicología y las emociones del espectador. su parte, el nuevo problema— las verdades de los retóricos del siglo XVII y las de Descartes [...] y sus discípulos formaron un cuerpo de doctrina, una ciencia especial, la scientia cognitionis sentitiæ, el ars analogii rationis, la gnoseologia inferior, que bautizaron con el nombre de Aesthetica [...] aunque la diferencia meramente gradual o cuantitativa no bastase a los que vinieron después» (p. 107). 2 Este interés por la estética, y más en concreto por su lado imperfecto, tiene su raíz en la corriente teórica alemana que inaugura F. Hegel en 1835 con una serie de conferencias sobre estética, que se ve continuada por ensayos más específicos sobre su aplicación a las palabras y las artes. Tras estas aproximaciones a diversas áreas, E. R. Curtius pone en duda el objeto de estudio de esta rama de la filosofía al afirmar que «La literatura es portadora del pensamiento, el arte no lo es [...] Si se hubieran perdido los escritos de Platón no podríamos reconstruirlos fundándonos en la plástica griega» (Bense, p. 18). A pesar de esa sentencia reductora, hoy se considera que la estética capta un cierto modo de pensar transmitido por las obras de arte, que permite estudiarlas como documento objetivo. Un estudio diacrónico acerca de la fealdad en la teoría estética es el realizado por Rodríguez Tous, quien identifica su origen en Platón y concluye, precisamente, con Rosenkranz. 3 Las fechas corresponden al prólogo de las respectivas obras, no a su posterior fecha de impresión, que se recoge en la bibliografía.
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Paralela a estos estudios sobre la belleza, la obra de Rosenkranz lidera la rama estética que tiene que ver con lo feo, lo deforme y lo monstruoso como fenómenos extraordinarios y no susceptibles de ser reducidos a patrones, y que se presenta como un prolífico campo de estudios que se extiende hasta la actualidad. Este interés ha generado, por una parte, una serie de trabajos recopilatorios sobre excentricidades documentadas en el pasado reciente, bien como curiosidades médicas divulgativas (Bondeson), o como exhibiciones circenses (Bogdan). Por otro lado, existe una bibliografía de carácter histórico, cuya recopilación más exhaustiva ha sido llevada a cabo recientemente por Daston y Park, trabajo que ha abierto las puertas a otros escenarios como el propuesto por P. Findlen para Italia, de carácter histórico-cultural, o el llevado a cabo por M. B. Campbell en una simbiosis más literaria. En su enciclopédico recuento de cinco siglos de prodigios, maravillas y monstruosidades, L. Daston y K. Park no dejan de observar que el tema al que dedicaron años de investigación se ha transformado, en los últimos tiempos, en un nuevo campo de estudio sobre la cultura, y que los trabajos sobre lo excepcional empiezan a ser frecuentes. Daston y Park atribuyen a los estudios de crítica histórica de M. Foucault esa nueva curiosidad por «lo extraordinario y lo marginal» (p. 10), y agregan como segunda causa la influencia de los estudios de la antropóloga M. Douglas. Siguiendo las huellas de Foucault, las autoras se proponen abordar la historia de lo prodigioso o maravilloso bajo una nueva perspectiva crítica, que pone en entredicho la historiografía tradicional. Su material analítico es predominantemente inglés, y se centra en el Renacimiento y su filosofía natural, aunque también revisa casos acontecidos en Francia e Italia, sin dejar de advertir la enorme curiosidad por lo monstruoso en el siglo XVII europeo; pero demuestra, sin proponérselo, los límites de una investigación sobre un campo en proceso de organización y lejos todavía de formalizarse. La amplitud cronológica del campo es un primer y serio problema. Aunque el carácter histórico se enriquece en casos e ilustraciones, este tipo de investigación requiere una definición temporal que permita proponer la hipótesis de una función concreta de lo deforme o monstruoso en la estética dominante de un período. No es preciso llevar el debate al extremo de establecer una nueva periodización de lo maravilloso pero es necesario, como mínimo, declarar sus límites.
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La primera consecuencia de esa definición del escenario es la precisión de los términos o, mejor dicho, la imprecisión, como veremos más adelante. En nuestra investigación hemos decidido limitarnos a las complejidades del siglo XVII español, sin excluir sus inextricables conexiones con el siglo precedente. Esta demarcación nos permite mayor precisión conceptual y terminológica: primero, porque conceptos como «prodigio» y «maravilla», ya comunes en la lengua española a principios del siglo XVII4, tienen su mayor desarrollo conceptual, pictórico, poético y narrativo en la cultura del Siglo de Oro español (en torno al XVI de herencia clásica y gravitación italiana), mientras que en el Barroco español, en la época de la Contrarreforma y la crisis social, lo prodigioso se ha vuelto monstruoso, o está en camino de entenderse como tal, como deformidad y espectáculo empírico. Segundo, porque en la estética del XVII español lo monstruoso se constituye como una fuerza imaginativa que contradice las normas clásicas y armónicas, apolíneas y geométricas de la percepción y la representación dictadas por la noción de mimesis; y, por contraste, se construyen anamorfosis que contradicen la imitación, o que producen una imitación barroca, basada en lo deforme y en su espectáculo, donde el mundo empírico se impone como más real y problemático. Pero la dificultad de establecer un campo relativamente nuevo de estudios impone la definición del corpus mismo de la investigación. El propio título del tratado de Daston y Park, Wonders and the Order of Nature, lleva implícito su origen teórico en el archivo de Foucault5, y propone una selección extensa que incluye períodos y órdenes diversos, como el simbólico medieval, el humanista y el renacentista.Va, por lo tanto, del asombro a la repugnancia como modos de entender lo monstruoso, poniendo en duda la postulación de un orden de la naturaleza ya que la evidencia sugiere, más bien, un desorden natural, que se multiplica en infinitos relatos. Esa amplitud y fluidez exigen un corpus limitado tanto en la historia como en los géneros, tanto en la representación de lo excepcional como en su pertenencia a una cultura precisa. Por eso, en esta investigación hemos preferido la concre4 Una variante del primer término aparece recogido ya en el Cantar de Mio Cid, mientras que el segundo se registra en 1590, en la obra de J. de Acosta (Corominas y Pascual). 5 The Order of Things, tratado que postula la clasificación en el siglo XVIII como modelo de lo real.
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ción de un período altamente estudiado, el siglo XVII, y un estilo artístico ya bien establecido, el Barroco español —del cual Daston y Park apenas se ocupan en su estudio— para establecer nuestro campo con nuevos materiales, evidencias y consideraciones. A diferencia de lo que ocurre en otros países, la escasez de estudios extensos sobre seres deformes en la Península Ibérica obliga a dedicarle especial atención a la teratología, de manera que quede establecida sólidamente esta dimensión. En marzo del año 2000, con motivo de la exposición que la Biblioteca Nacional de España organizó en torno al tema de lo monstruoso, se publicó Monstruos y seres imaginarios, obra que recoge estudios acerca de diferentes aspectos de la deformidad: al no ser una monografía, los trabajos incluyen desde los centauros hasta King Kong, y desde los monstruos del clasicismo hasta el recién concluido siglo XX. Es un valioso aporte que predice el auge del tema y que, al mismo tiempo, indica que el camino está explorado sólo parcialmente en el terreno cultural español. El catálogo de J. Moreno Villa y el estudio desarrollado por F. Bouza, junto con una serie de artículos sueltos sobre distintos aspectos completan el panorama del tema que ocupa este libro. Resulta especialmente problemático el delimitar la cronología exacta de la transición entre la idea de prodigio y el monstruo como sujeto de observación empírica, ya que depende estrechamente del avance de nuevos métodos científicos que, en el caso de España, difiere del resto de Europa (El siglo del Quijote, AA.VV. pp. 251-257). Se ha establecido una discusión acerca de cuándo desaparece la noción de prodigio para ser sustituida por lo científico o natural. La propuesta subyacente en este estudio es diferente: el proceso no consiste en el paso gradual de un estado a otro, sino en la acumulación que se produce durante un período de coexistencia. El prodigio puede haber perdido valor en un contexto, digamos científico, pero sigue teniéndolo —a veces todavía más acentuado— en otro contexto, digamos cultural6. Por ello, la propuesta en este estudio no busca analizar específicamente el tránsito entre el prodigio y la filosofía natural o la 6 Lo más comprometido, inseguro y difícil es, precisamente, desbrozar los diferentes contextos y lecturas superpuestas a través del tiempo, que distorsionan los valores originales. Incluso recuperar las manifestaciones culturales originarias es una tarea utópica, como demostró C. Geertz al recuperar la noción de «thick description» postulada originariamente por G. Ryle, según la cual los códigos e
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medicina, sino insertar al ser deforme en un marco amplio, e incluirlo en sus muchas variedades de representación. Las posibilidades de construir monstruos son casi infinitas, por lo que uno de los propósitos de nuestro trabajo será orientarlo del lado de la teratología, en su cruce con la ciencia, y no por la reaparición de seres del imaginario cultural y estético heredado, como sirenas, tritones o sátiros, excepto en los casos en que sirvan para plantear un problema de orden estético o ideológico. Al construir el campo de lo monstruoso (adelantado por los críticos que han venido trabajando sobre las formas no canónicas y el saber heterodoxo) creemos poder postular la premisa de que la forma no natural o excepcional que se incluye en la teratología es intrínseca al Barroco en todas sus expresiones, a su gusto por las licencias del orden y por las singularidades que se apartan de lo uniforme. Lo monstruoso es, por definición, lo no natural, lo que está fuera de la taxonomía y es ajeno a cualquier orden. Pero, según se demostrará, su presencia en el siglo XVII no sólo no es amenazante, sino que está deliberadamente sancionada porque existe la necesidad de mantenerla así, ya que la atracción por lo excéntrico y lo deforme es una vía de escape tanto para evitar la realidad, como para nombrarla. El uso de los monstruos participa de una gran corriente de escapismo donde lo deforme aflora a la superficie en dos movimientos complementarios y, en cierto modo, paradójicos, de elusión y alusión. Para eludir una realidad que no satisface se crea el asombro por medio de lo monstruoso mientras que, al mismo tiempo, para aludir a una realidad que no gusta, el mejor método es recurrir a lo deforme. Así, la alusión a lo monstruoso es el mejor modo de ver el mundo circundante, mientras que lo deforme proporciona los medios de crear el asombro que permita desasirse de lo cotidiano. Esta doble función tiene su equivalencia formal en los estudios estéticos, donde las obras de arte se clasifican, bien por las sensaciones que producen (lo que M. Bense denominó «el sufrimiento en el arte»), o bien por las ideas que suscitan (defensa hegeliana que sostiene que la obra sólo puede ser estudiada fuera de los sentimientos que provoca). Al utilizar lo mons-
interpretaciones comienzan a superponerse desde el mismo momento en que se produce cualquier tipo de comunicación, por lo que no existe una forma-cero desde la que partir (pp. 6-10).
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truoso como forma de elusión de la realidad, se apela a la emoción del espectador; cuando se emplea como alusión al mundo, se ponen en funcionamiento sus posibilidades intelectuales. D. R. Olson analiza la transición de la Edad Media a la Moderna a partir de los cambios en la lectura de la naturaleza, cuyo alfabeto ha sido creado por Dios pero cuya decodificación es una empresa humana (pp. 160-178). Nos interesan aquí sus observaciones para situar nuestro trabajo en la historia cultural de la representación, y para preguntarnos por el lugar del monstruo en esa lectura. M. Foucault había llegado a la conclusión de que en el siglo XVII europeo el lenguaje y los signos dejaron de ser considerados como naturales frente a los objetos, y que eran representaciones convencionales7. De donde resulta que en la Edad Moderna los signos significan en referencia a las ideas, más que en relación directa a las cosas, de donde parte una discusión sobre la adecuación del signo, sobre su arbitrariedad y sobre su verdad ante la cosa que designa. Si en la Edad Media, explica Olson, la lectura de la naturaleza podía hacerse a través de la analogía, en la Edad Moderna lo será a través de la representación. Pero el gran cambio hacia la Edad Moderna se produce con la perspectiva de lectura que introduce la ciencia, como método de leer la naturaleza con los sentidos, como evidencia y documento y, por tanto, esa lectura avanza el conocimiento. La lectura de los monstruos en el XVII español no es sólo la medieval del objeto portentoso o analógico, que sale de la naturaleza para buscar su explicación fuera de sus leyes, sino que se ha transformado en la lectura de lo empírico como excepcional. En palabras de D. Wilson, «speculations as to such connections between man and monster, normal and abnormal, only begin to arise in the seventeenth century; before then such metamorphoses are externalised and seen as the work of a creative, or even a destructive force outside man which is directing or attempting to direct his beliefs and actions» (p. 10). El monstruo no es parte del alfabeto natural o lógico, sino de la crisis de ese alfabeto, que carece de referentes, que funciona como signo enigmático, desconocido. Puede, por eso, ser un divertimento de
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Los signos no son copias ni imitaciones de las cosas sino su representación, conclusión que ejemplifica diciendo que antes de Giotto un fresco era una cosa y que después de Giotto un fresco es la representación de una cosa.
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la naturaleza (lusus naturae) o una palabra fracturada, pero la curiosidad por leerlo y descifrarlo es más grande, y se interpreta como objeto sensible, como fenómeno insólito que es también una noticia asombrosa e inesperada acerca de la misma naturaleza. Siguiendo a Olson, se puede concluir que el problema de leer al monstruo es el de representarlo. Se puede representar, primero, como asombro o prodigio que anuncia males y alimenta la superstición. Segundo, como documento científico que anima la curiosidad por descifrar a esta criatura escapada de las reglas de la creación. Tercero, como problema de los signos y de su capacidad para nombrar lo diferente, raro o insólito. Como desde el mismo siglo XVII escribía Rivilla Bonet y Pueyo, todas las ciencias ponen su mirada en el ser excepcional: La filosofía, primera investigadora de causas, la trata para alcanzar las de su producción; la medicina, maestra práctica de las especulaciones de aquella, la inquiere con la óptica de su anatomía a la novedad de verse variado el blanco de su objeto, o para distinguirle, o ya para evitarle; la jurisprudencia la solicita en práctica y teórica para las agnaciones, rupturas de testamentos, herencias, alimentos y otros efectos; la teología moral la toca para el superior de su salud eterna en el bautismo, y aun la astrología la pretende inculcar como efecto de influencias celestes; a que añadió la historia sus ejemplos, y la poesía sus descripciones (cap. I).
Si bien Rivilla Bonet y Pueyo no tuvo en cuenta el valor artístico de los seres deformes, sí señaló que, a la multiplicidad de usos, corresponden los múltiples puntos de vista, indicando algo que ha sido muchas veces repetido durante el siglo XX: que determinados fenómenos exigen ser tenidos en cuenta desde diferentes ángulos, y que es imprescindible considerar el diálogo —al menos— entre los discursos científico, político y filosófico, a los que necesariamente hay que sumar el literario y el iconográfico. Lo monstruoso es, de ese modo, lo que no se puede representar sino de forma aproximada y desde varios flancos. En lugar de la imitación, en el XVII, prolifera la sinécdoque, que representa por alusión. Esta figura anuncia que el monstruo es un conocimiento desarticulado, destinado a ser visto, analizado y comparado. En el siglo XVI, naturaleza y arte tienen una relación de dependencia, donde el segundo ha de imitar a la primera. Según F. Garrote Pérez, «Tampoco pertenecen al ámbito de lo natural todos aquellos hechos o acontecimientos que van contra el orden natural (“contra naturale-
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za”), como pueden ser los “monstruos”» (p. 124). Por el contrario, en el siglo XVII, los seres deformes son entidades del espectáculo, de una Naturaleza que se divierte produciendo objetos artificiales. Un objeto finalmente del mercado donde, si no tiene lugar, tiene al menos función. La relación entre arte y naturaleza, entonces, se estrecha, ya que tanto uno como otra producen nuevas realidades que no se basan en la imitación, sino en la creación. De ese modo, las anécdotas, historias y relatos contenidos en este trabajo no serán puestas en tela de juicio conforme a un criterio de veracidad, y ni siquiera de verosimilitud. Para centrarnos en los problemas de la representación, huiremos de calificativos como «supersticioso» o «absurdo», aun a riesgo de asumir como posibles noticias no documentadas. Este estudio ha encontrado sus límites en otros precedentes sobre figuras concretas. En primer lugar, el hombre salvaje y la mujer varonil (con su variante en la barbuda) han sido temas bien acogidos por la crítica. Con respecto a este último, baste mencionar las páginas dedicadas por F. Rodríguez de la Flor a la puella pilosa (1999, pp. 267305) y por J. Sanz Hermida a los orígenes de Celestina; el hombre salvaje, por otro lado, pertenece a una tradición paralela pero escindida de las razas monstruosas. Su iconografía y comportamiento han sido desarrollados en varias vertientes culturales, y estudiados por extenso por R. Bernheimer, E. Dudley y M. E. Novak, R. Bartra y S. LópezRíos cuyos trabajos recogen, además, amplísima bibliografía e iconografía sobre esta figura en particular. F. Bouza, en su trabajo sobre la presencia de enanos y locos en el siglo XVII español, establece una división entre los diferentes valores de lo extraordinario, distinguiendo entre anormalidades físicas, falta de juicio y capacidad para entretener. Cabría añadir los monstruos mitológicos clásicos (como faunos y tritones), así como los pertenecientes al bagaje legendario (como Gargantúa o el Golem), que también forman parte de lo extraordinario. Dentro de este espectro, nuestro estudio tendrá como punto de partida documental las noticias con base teratológica, dejando a un lado la deformidad mental y la clásica, así como las leyendas exclusivamente orales. Hay ciertos géneros y soportes que resultan más propicios para la aparición de seres monstruosos, como las relaciones de sucesos, los avisos de forasteros, las cartas impresas y los pliegos sueltos. Las traducciones que de historiadores y geógrafos se hicieron en el siglo XVI siguen siendo leídas con entusiasmo en el XVII. Pero no por ello los
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tratadistas se limitan a repetir las fuentes clásicas, sino que se afanan en añadir casos nuevos a los inventarios, así como de aventurar nuevas causas de las anormalidades. Se traducen, además, nuevos tratados sobre monstruos, y se escriben otros de nuevo cuño. Las traducciones, la producción autóctona de obras y el «intercambio» activo de monstruos demuestran el interés por el tema durante el siglo XVII. Desde finales del siglo anterior, el ser monstruoso deja progresivamente de ser sólo sinónimo de presagio para convertirse en un objeto con funciones abiertas. Así tiene lugar, primero, una apertura del monstruo como signo y, segundo, una redistribución de su significado. De este modo, durante gran parte del siglo XVI se sanciona una lectura unívoca que ve en los seres monstruosos una fuente de malos augurios como función fija y definida. A medida que avanza el siglo XVII, estas manifestaciones van perdiendo la lectura exclusiva con lo que, para no desaparecer, deben reinsertarse en diferentes ámbitos del conocimiento, y es precisamente ese proceso lo que ha determinado el corte cronológico inicial de este estudio. La creencia en el ser deforme como mal agüero comienza a debilitarse en algunos espacios, mientras que en otros sigue muy viva, en parte porque interesa seguir alimentándola, como se verá en nuestro trabajo. El monstruo es, por tanto, un ejemplo para comprender el proceso de introducción de nuevas formas de pensamiento en España, así como el mecanismo de funcionamiento por el que un hecho real se adapta y convierte en mercancía y en forma artística. Para delimitar el corpus a estudiar, se han descartado los textos donde el monstruo tiene una función meramente decorativa. Éste debe ser objeto o sujeto de una acción principal, para evitar el catálogo de seres deformes, que sería infinito. En las relaciones de sucesos impresas en pliegos sueltos es muy común encontrar figuras monstruosas en contextos como visiones aéreas (eclipses solares, etc.), mesiánicas o apocalípticas, apariciones fantasmales, la estantigua, duendes o caballos endemoniados. Estos textos han sido descartados por no ser el monstruo más que un suceso circunstancial dentro de una cadena de acontecimientos8. Bibliográficamente, dado el caso de que haya una familia de tres pliegos con el mismo tema, sólo se ha tenido en cuenta uno de 8
Para una primera selección de pliegos ha resultado sumamente útil el inventario de G. Gil González, que comprende numerosos materiales sobre prodigios diversos no incluidos en nuestro estudio.
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ellos, a menos que haya cambios sustanciales en el relato. Puesto que sigue siendo un soporte que carece de una catalogación exhaustiva y que ha perdido un número indeterminado de pliegos, hemos de conformarnos con los materiales a nuestro alcance. Durante la antigüedad, se creía que Dios enviaba prodigios naturales destructivos a las poblaciones en las que el pecado se había generalizado. Ese mecanismo de castigo ve sus grandes paradigmas en la Biblia, donde son arquetípicas las plagas, exterminios y demás catástrofes.Todas ellas eran interpretadas como revelaciones de la ira divina, que había de ser restaurada por medio de ritos y ceremonias (Bloch, pp. 9-15). Tras un proceso de decadencia generalizada, la divinidad desencadenaba una serie de fenómenos catastróficos para alertar a la población sobre sus desviaciones, de tal modo que éstas podían ser corregidas. Progresivamente, el significado del término «prodigio» se desplaza dentro del mecanismo de castigo y, por añadidura, del relato, creando una incertidumbre en los espectadores o lectores. De ese modo se convierte, no en la consecuencia de la ira divina, sino en una señal de un acontecimiento catastrófico futuro. El prodigio es una manifestación que debe ser interpretada por la comunidad, y que antecede al hecho que anuncia. Según el Tesoro de S. de Covarrubias, «prodigio» es lo mismo que prædicere, decir antes. Muy de ordinario han sucedido en todos tiempos prodigios que Dios ha querido enviar por precursores y mensajeros de algunos sucesos y cosas grandes. Bien sabemos que cuando murió Cristo Nuestro Redentor hubo portentosas señales y prodigios que, por sabidos de todos, no refiero. También antes de su glorioso nacimiento aparecieron tres soles de igual grandeza, que en breve espacio se vinieron a juntar en uno, como lo refiere Santo Tomás, 3 p., q. 36, ad. 3, que fue en significación de la distinción e igualdad de las tres personas divinas y la unidad de su esencia.
San Isidoro de Sevilla especifica, además, que «el portento no se realiza en contra de la naturaleza, sino en contra de la naturaleza conocida», y que se conocen con el nombre de «portentos», «ostentos», «monstruos» y «prodigios», porque anuncian (portendere), manifiestan (ostendere), muestran (monstrare) y predicen algo futuro9. En el siglo XVI, 9
M. Herrero García y M. Cardenal matizan que «Los antiguos hablaban de portenta u ostenta, cuando eran signa procedentes del mundo inorgánico; mas si
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A. Gutiérrez de Torres de Toledo mantiene la distinción: «es llamado prodigio porque antes dice lo que está por venir; y portento porque antes nos lo enseña y monstruo o porque nos amonesta lo que ha de ser, o porque luego muestra lo que ha de aparecer». San Isidoro estableció una diferencia entre ostento, monstruo y portento: el primero indica algo futuro, debe ser atribuido a Dios, y se manifiesta por señales en el cielo tales como truenos en un día soleado. «Portento» es el parto de distinta especie a la de la madre, y «portentosos» son los que participan de la especie de la madre, aunque tengan partes de otra especie. Pero, en el siglo XVII, las diferencias terminológicas han sido borradas, y sólo salen a colación en casos muy específicos. Rivilla Bonet y Pueyo, por ejemplo, llega a la conclusión de que resulta inútil establecer tantas distinciones, ya que «todos estos nombres significan una misma cosa; porque si estos no se inventan más que para su uso, del cual toman su ser, ¿qué razón hay para distinguir lo que en éste nunca diferenció, si se reconocen historiadores, oradores, filósofos y poetas? [...] Sólo si se diferenciaron las cosas o partos monstruosos en los efectos que en los presagios y en el derecho producían». El autor se decanta por la opinión de Cicerón de hacer equivalentes prodigio, portento y ostento. Es decir, la única diferencia está en sus consecuencias, ya sea en los bienes destruidos por el desastre o en lo tocante a asuntos legales. De la misma opinión es Sigüenza y Góngora, quien se esfuerza en demostrar lo inútil que resulta mantener la distinción entre los términos, que se basan en creencias obsoletas: Conque, aunque se le quisiera conceder al reverendo padre ser los monstruos, como monstruos, no sólo terribles, espantosos y formidables sino amagos de calamidades futuras, prescindiendo de que eso era sentir lo propio que los gentiles, en cuya superstición se fundó la etimología de monstrum, que es de monstrare, y las de sus casi sinónimos portentum, spectaculum, ostentum, que es de portendere, spectare, ostendere, como dijo Pablo Zachias: «Porque muestran, manifiestan, anuncian, predicen; y fueron llamados así por los antiguos, porque eran especialmente adictos a los augurios y a otras adivinaciones».Y más adelante: «Porque aunque los monstruos no prenuncien las cosas futuras, como la misma verdad enseña, sin em-
procedían del mundo de los seres vivos eran llamados monstrua». Señalan, además, casos de niños que presagian nada más nacer en tres comedias de Lope de Vega.
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bargo, aquellos primeros forjadores de la lengua latina así los quisieron llamar porque de ese modo opinaban» (§192).
El Tesoro de Covarrubias, bajo su definición de «monstro», califica de superstición la reacción ante el fenómeno: cualquier parto contra la regla y orden natural, como nacer el hombre con dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas; como aconteció en el condado de Urgel, en un lugar dicho Cerbera, el año 1343, que nació un niño con dos cabezas y cuatro pies; los padres y los demás que estaban presentes a su nacimiento, pensando supersticiosamente pronosticar algún gran mal y que con su muerte se evitaría, le enterraron vivo. Sus padres fueron castigados como parricidas, y los demás con ellos. He querido traer sólo este ejemplo por ser auténtico y escribirle nuestros cronistas. Díjose monstro, latine monstrum, a monstrando, quod aliquid significando demonstret.
Por otra parte el Diccionario de autoridades (1726-1739) no se detiene en examinar las consecuencias del nacimiento de un ser deforme, que se define simplemente como «parto u producción contra el orden regular de la naturaleza [...] Por translación se llama lo que es sumamente feo». Como vemos, el significado se ha extendido a su percepción estética, y se amplía también a taras en el comportamiento, definiéndose «monstruosidad» como un «desorden grave en la proporción que deben tener las cosas, según lo natural, o regular [...] Por traslación se toma por suma fealdad u desproporción, en lo físico o en lo moral». Del mismo modo, «monstruoso» es «lo que es contra el orden de la naturaleza [...] Se toma también por excesivamente grande, o extraordinario en cualquier línea». Atenuada la relación con portentos, prodigios y ostentos, lo monstruoso acoge ahora un valor moral y estético, relacionándose con lo deforme y desproporcionado. En su aplicación práctica, «monstruo» sirve para calificar cualquier cosa que excede los límites de lo común, en sus vertientes peyorativa y positiva. Tal y como reconoce Rivilla Bonet y Pueyo: Todos han concordado en que el nombre de monstro se dijese a monstrando; pero con variedad en esto mismo. Unos asentaron haberse dicho en significación pasiva, porque siendo estos partos dignos de admiración por su extrañeza, lo eran también de la curiosidad que los viese y de la novedad que los mostrase; de esta opinión fue Liceto [...] y en esta acep-
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ción se dice monstro hablando más generalmente cualquier cosa admirable, no sólo por exceso de malicia, sino también de bondad [...] Y como en rigorosa acepción puede haber veneno malo y bueno, así por cierta energía o hipérbole se dice monstro de maldad el demasiadamente perverso, como monstro de santidad el heroicamente justo (cap. I).
Así, cualquier ser o comportamiento que exceda las proporciones de lo común es monstruoso. En un contexto médico, el mismo autor define los monstruos como «todo aquel compuesto animado en cuya producción no espontánea, falta más o menos enormemente a su acostumbrado orden la Naturaleza». Puntos de vista como los aportados por el Materialismo cultural y el Nuevo historicismo disuelven las barreras entre la literatura y otras disciplinas, integrando ésta con la política, la sociedad de donde emerge y la economía, entre otros aspectos. En este sentido, la corriente nuevohistoricista ha permitido ampliar la mirada al tener en cuenta determinados cruces entre campos como la historia, la literatura o la sociología. El primer capítulo de nuestro estudio, en esta línea heterogénea, repasa el origen de los primeros gabinetes de curiosidades, así como los tratados más significativos sobre el tema que sirven de base a este libro. De ellos se han extraído las percepciones y juicios fundamentales que condicionan la pregunta por lo deforme y sus causas, señalando su capacidad para desterrar algunas verdades heredadas desde antiguo, y las vacilaciones y debates en torno a ciertos temas. El segundo capítulo se asoma a los problemas para reconocer y aislar un monstruo, distinguiéndolo de demonios y animales. La clasificación es importante, puesto que tendrá unas consecuencias diferentes dependiendo del ser que se trate. En este segundo capítulo se estudiará también el papel de las razas monstruosas, en especial el debate sobre gigantes y pigmeos, tema que preocupa especialmente a los intelectuales del siglo XVII. La situación del monstruo como signo de lectura abierta fuerza a buscar, además de causas biológicas para su formación, soluciones para su estado social. En el segundo capítulo nos fijaremos, así, en el emplazamiento espiritual y social de individuos problemáticos, estableciendo un recorrido por protocolos como el bautismo de siameses y el matrimonio de seres atípicos, que plantean situaciones complejas y conflictos con nociones tan arraigadas como el pecado. El tercer capítulo de este estudio analiza el tema del monstruo y su función comercial y política. Se estudiarán, además, las marcas na-
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rrativas características de los pliegos sueltos de tema monstruoso, tales como las fuentes de información, los testigos presenciales, los canales de transmisión y las garantías que hacen verídica la información. Un tema paralelo, tratado en esta sección, lo constituye el papel de la iconografía como parte inseparable del texto, que hace difusa la frontera entre literatura culta y popular. El cuarto capítulo se centra en la generalización de lo monstruoso como procedimiento retórico, paralelo al llevado a cabo por las artes visuales. En el espacio cortesano, la distorsión grotesca tiene diferentes fines satíricos, burlescos y artísticos. La monstruosidad no sólo no es un tema tabú, sino que traspasa otros niveles del discurso: se vuelve un medio común de insultar, se utiliza la deformación como medio de ser diferente, de llamar la atención y de excluirse de la norma en un espacio cortesano que fabrica sus propios monstruos. En ese contexto, se produce una tensión entre los intentos de automarginarse para destacar, y el miedo a ser excluido y proscrito por algún defecto físico. Al contemplar las láminas de la enciclopedia, R. Barthes concluyó que varias de ellas presentaban «un cierto horror y una cierta fascinación» que correspondía a «cierta categoría de lo monstruoso». Lo monstruoso sería «una clase homogénea cuya unidad e identidad es afirmada por la Poética». Lo monstruoso partía de la metáfora10 y sumaba lo anatómico y lo surrealista, transgresiones de la naturaleza que «hacen comprender que lo poético (pues lo monstruoso no podría ser sino lo poético) está siempre fundado en un desplazamiento al nivel de la percepción [...]». Barthes no desarrolla su propuesta, pero su sugerencia es interesante. Si lo monstruoso se expresa como transgresión de la norma natural, si se define como tal en la percepción, y si se sostiene, al final, en la Poética (en las potencialidades de la analogía), quiere decir que lo monstruoso es aquel elemento no codificado que permite definir la norma, lo homogéneo, lo similar, la identidad, la mimesis. Lo monstruoso actúa por contradicción: sabemos que algo es monstruoso porque sabemos que ha dejado la norma. Esa excepción, en efecto, pertenece a la figura poética barroca, a la metáfora, a la hipérbole y a la alegoría. 10 La metáfora es, dentro del sistema retórico, una figura monstruosa, «algo exterior a la “naturaleza” del lenguaje, como una “enfermedad”; de allí que se le haya culpabilizado, arrastrando esa censura a todas las figuras de retórica» (Sarduy, p. 271).
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I. LAS NATURALEZAS DEL MONSTRUO
La materia de monstruos, si se mira a su infrecuencia, no es la más necesaria de esta vida, pero es la más curiosa; y si se atiende a su extrañeza, es la más precisa, porque es la menos conocida. (José Rivilla Bonet y Pueyo)
1.- EL
MONSTRUO EN
ESPAÑA
La España del siglo XVII presenta un contexto propicio para definir el puente entre el presagio de carácter premoderno (esto es, como un objeto culturalmente impuesto, no racional y no objetivo) y el análisis que tiene como base la evidencia empírica. G. Bataille señaló en su día que «In the sixteenth century a kind of religious curiosity, due in part to the habit of living at the mercy of the most terrible scourges, is still mixed with curious silliness […] In the eighteenth century the interest in monsters could be attributed to an alleged scientific curiosity» (p. 53). Bataille elude referirse al siglo XVII, época en la que se presta una atención extraordinaria al nacimiento de seres monstruosos y deformes en toda Europa y cuyo panorama cultural en países como Francia, Inglaterra o Alemania no ha sido definido hasta épocas recientes. L. Daston, a propósito del siglo XVII inglés, nota el surgimiento de nuevas publicaciones de tono filosófico-natural dedicadas a este tipo de temas, donde cada nuevo alumbramiento era objeto de acalorados debates (p. 109). España pasa por unas circunstancias diferentes: participa de la tradición paneuropea establecida por Plinio y Santo Tomás que, hasta el siglo XVI, situaba las razas monstruosas en el lejano oriente, como indica el Liber de monstruosis hominibus orientis de Tomás de
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Cantimpré1. Pero, de repente, los monstruos están en casa. El papel de España en el descubrimiento de América hace que sea proveedora, no sólo del oro que nutriría a Europa, sino también de una gran cantidad de objetos exóticos, raros y curiosos, que pasan a formar parte de colecciones reales y privadas2. Cuando P. Mártir de Anglería registraba las riquezas del Nuevo Mundo, no dejaba de lado los seres monstruosos como amazonas, caníbales, tritones o sirenas, deteniéndose en sus costumbres y características. Pero establece una diferencia en las categorías del saber, reconociendo que algunas creencias son supersticiosas: Es gracioso oír lo que los indígenas creen acerca del misterio de aquel antro, según se lo han transmitido sus antepasados. Piensan que la isla tiene espíritu vital, y que aspira y respira, y come y digiere cual vivo animal monstruoso de sexo femenino. Juzgan que la caverna de aquel antro es la natura femenina de la isla y el ano por donde expele sus excrementos y echa sus inmundicias: prueba es el nombre que la región tiene de la cueva, pues guaca es región o cercanía y yarima es ano, o lugar de limpiar. Cuando oigo estas cosas, me acuerdo de lo que creía la ruda antigüedad acerca del fabuloso Demogorgón, que respiraba en el útero del mundo, y así causaba el flujo y reflujo del mar. Con estas cosas fabulosas mezclemos algunas verdaderas (Década VII, cap.VIII, p. 459).
De esa manera, al no establecer las bases naturales por las que unas historias son consideradas ficticias y otras reales, Mártir de Anglería sitúa el punto de referencia de autoridad en la fuente de información. Si procede de Europa y está respaldada por la tradición documental clásica, no se duda de su veracidad; mas si la información proviene de creencias indígenas, se tiene por graciosa y se desestima por falsa. Más importante aún es el hecho de jerarquizar la información en fabulosa y verdadera, discusión que se extenderá en el siglo XVII a las polé1 También conocido como Tomás de Brabante. Se trata del libro III de la extensa obra De natura rerum (siglo XIII), que sería traducido y actualizado en 1478 por K. von Megenberg como Buch der Natur. 2 Curiosamente, la percepción sobre América sería la opuesta a mitad del siglo XVIII, según el criterio de autores como Buffon: de fuente de curiosidades y sorpresas se torna en territorio de inferior calidad y tamaño, donde las especies son más pequeñas y menos numerosas y, además, los especímenes que en su día fueron importados desde Europa han visto reducido su tamaño (Gerbi, p. 15).
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micas que veremos, así como el reconocer que hay una autoridad científica capaz de discernirla de manera infalible para, de ese modo, comprender las rarezas de la naturaleza3.
Colecciones y gabinetes Es bien sabido que el gusto por coleccionar objetos cobra gran auge en el siglo XVII. Es emblemática la colección del Castillo de Ambras, que representa la afición de una dinastía: Fernando del Tirol instaló allí sus objetos, decorando las paredes con figuraciones monstruosas. Más tarde su hijo Maximiliano II continuaría el proyecto, que se tornó más excéntrico en la versión que el Emperador Rodolfo II, hijo de Maximiliano, tenía en Praga, la cual incluía mandrágoras y monstruos diversos. Paralelamente Francisco I reúne en su studiolo del Palazzo Vecchio, en Florencia, una gran variedad de objetos, de modo que «el cientifismo se liga a la idea de capricho y fantasía» (Morán y Checa, p. 93). Se sabe también que hacia 1697 Pedro el Grande estuvo curioseando en la colección de rarezas anatómicas de Frederick Ruysch, y comparándola con la suya propia.
Fig. 1. Cabeza humana con protuberancia ósea (1622). A imitación de sus acólitos, Felipe II se propone dotar al todavía vacío monasterio de El Escorial de diversas colecciones: además de la biblioteca y la armería, es de rigor contar con una pinacoteca. Como 3
La misma idea es la que presenta A. de Torquemada en boca de Antonio. Prevalece en estos textos la idea de que hay una elite capaz de comprender lo
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indican Morán y Checa en su repaso a los inventarios, es tópico aseverar que la mayoría del corpus pictórico español del siglo XVII se nutre exclusivamente de temas religiosos; al contrario, el recuento de imágenes profanas, hoy en día perdidas, indica que el interés era muy variado, y creciente en el caso de los temas monstruosos. En los Libros de entregas reales al monasterio de El Escorial (1593) clasificados por Zarco Cuevas aparecen objetos como «Un retrato del pez espadarte» o pez espada (p. 92), «al óleo [...] Estanislao, enano [...] Del enano Estanislao tenía otros dos retratos Felipe II en El Pardo» (p. 83) y «otro cartón de una niña con un lunar en el ojo por la una parte» (p. 94). Así mismo, entre las pinturas de las colecciones escurialenses hay rarezas como «una mujer barbuda», o «el enano del Duque de Alba, cuyo autor, la mayor parte de las veces, era el pintor Ortiz y el mismo Sánchez Coello». En la llamada «cámara del tesoro» de Felipe II, en el Alcázar de Madrid, se encontraban los «retratos de dos niños que nacieron juntos, trabados por las barrigas, de dos en dos», y G.Argote de Molina declara en el Discurso sobre la montería (1528) que en el palacio de El Pardo había varias tablas de El Bosco, una de ellas «de un extraño muchacho que nació en Alemania». Recordemos, además, que Felipe II había encargado a L. Recchi una Nova plantarum animalium et mineralium mexicanorum storia, basada en los dibujos de Francisco Hernández y Ulises Aldrovandi. Algunos gabinetes particulares pertenecieron a científicos como N. Monardes o S.Tovar4, mientras que otros son propiedad de eruditos y curiosos como Vicencio J. de Lastanosa. Una colección importante de fines del XVI es la que el Marqués de Pozas tenía en Madrid, cuya pinacoteca incluía «un lienzo de la mujer barbuda». Lastanosa, íntimo
que a otros asombra o parece superstición: «mas las monstruosidades que muchas veces se ven, y otras poco usadas, y otras de que no se tiene noticia, en los hombres sabios no han de causar alteración, ni hacerles parecer que tienen causa de espantarse [...] Cuando no hay autor de crédito, no quiero creer lo que se trata en el vulgo, que, por la mayor parte son cosas fabulosas» (Jardín, tratado I). 4 El sevillano N. Monardes (ca. 1508-ca. 1588) es uno de los más conocidos médicos del siglo XVI. Gracias a la traducción de sus obras (entre las que destaca la Historia medicinal) a diversas lenguas europeas, se difundió el conocimiento de los nuevos especímenes americanos entre la comunidad científica. Simón Tovar (ca. 1565-1597) se especializó en farmacología, siendo sus farmacopeas conocidas en toda Europa, destacando De compositorum medicamentorum.
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amigo de Gracián5, tiene el orgullo de contar entre sus posesiones un hueso del gigante Caco, y gusta de contratar a franceses deformes para cuidar el jardín. Resulta paradójico que, teniendo a disposición exclusiva un surtidor de maravillas que proceden directamente de tierras americanas, los reyes y coleccionistas privados españoles se afanen en comprar y encargar retratos de monstruos europeos6. El fenómeno tiene su explicación en la necesidad de imitar las colecciones europeas, que se abastecen de material proveniente tanto del Nuevo Mundo como de oriente, adquiriendo constantemente piezas exóticas de cualquier clase. La familia Fugger, establecida en Habsburgo pero con sedes en las grandes ciudades de Europa y en América, complementa su red comercial con la adquisición de objetos que pasan a formar parte del gabinete de H. J. Fugger (M. A. Meadow). Los coleccionistas privados, para equipararse con los gabinetes europeos, cuentan con alguna imagen o parte de un monstruo; las iglesias exponen reliquias de santos monstruosos, y la corte de Madrid se preocupa por tener a su disposición criaturas deformes, a las que no sólo retrata, sino que viste y mantiene como servidumbre estable. El propósito de los retratos donde aparece algún miembro de la realeza junto a enanos o locos, como se ha apuntado en incontables ocasiones, es el de acentuar el poder de sus dueños, y plasmar el mundo al revés. Pero este hecho indica, en último término, que los monstruos no son sinónimo de males por venir, sino que se han metido en las casas como cualquier otro adorno exótico. Al igual que engendros clásicos como faunos o centauros terminan formando parte de las artes decorativas y no son temidos por nadie, los siameses y mujeres barbudas pasan a adornar las paredes de las casas de retiro que son posesión de la Corona7.
5 Parece que Gracián publicó su primera obra a instancias de Lastanosa (Gracián, p.VII), a quien convierte en Salastano, interlocutor en el Criticón. 6 Podría considerarse a A. Sánchez Coello, A. Moro, J. Carreño de Miranda o D. Velázquez como verdaderos especialistas en este tipo de retratos, que llegan a considerarse un género pictórico. 7 Como se deduce del trabajo de J. Moreno Villa, las obras con tema monstruoso frecuentemente estaban destinadas a decorar palacios de recreo como El Pardo.
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Monstruos y libros Los tratados de filosofía natural8 y cirugía del siglo XVII comparten reacciones similares a las vistas hasta ahora. Paralelamente a la aparición de un tipo de prensa periódica que da cuenta de sucesos extraordinarios, Europa ve nacer un nuevo género literario que podría definirse como «monstruario», como ha señalado J. L. Pallister: «by the end of the sixteenth century treatises on monsters had become a veritable genre» (p. xxii). Esta afirmación, sin embargo, no es aplicable al caso de España, donde es posible encontrar un creciente número de referencias, casos, relatos y ejemplos insertos en obras que no constituyen un género en sí mismas. Algunos de estos tratados son de base quirúrgica, otros médica, otros caen del lado de la filosofía natural o del ensayo de estética, mientras que otros son simplemente colecciones de historias que no tienen otro fin que el de entretener. El terreno compartido por todos ellos no es, pues, genérico, sino una materia de monstruos que se mezcla con otras, independientemente del género en que se incluya. A diferencia de lo que ocurre en la mayoría de las obras del siglo XVI, los tratados de carácter monográfico descartan casi por completo la idea del monstruo como anuncio de males, abriendo paso a nuevas visiones de lo deforme, que deja de tener un significado unívoco y fijo.Tampoco se contempla, como veremos, la burla, la mofa, el desprecio o la risa, sino que la actitud es claramente el germen de un pensamiento que podría denominarse positivista, que incluye el respeto por el objeto contemplado, rayando en la admiración. S. Pender apunta además a otro problema: «Katharine Park and Lorraine Daston’s claim that the study of monsters was absorbed by the disciplines of comparative anatomy and embriology seems to me correct in gene-
8 El Diccionario de autoridades define «filosofía natural» como «ciencia que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales». Se opone a la filosofía moral, que atañe a la «bondad o malicia de las acciones humanas, enseñando las que se deben abrazar y las que se deben huir». Esta materia está muy presente en forma de tratado dedicado exclusivamente a ella, pero también adquiere la estructura de problemas o de preguntas y respuestas que mezclan, a manera de centón, asuntos sobre la naturaleza con otros teológicos o gastronómicos. Para un estudio del origen y el desarrollo de estos géneros en el siglo XVI español, ver Cuartero Sancho.
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ral […] nevertheless, it fails to take account of the complex, often conflictual status of the monstruous in the early modern period» (p. 145). El tránsito del siglo XVI al XVII en España, en términos científicos, representa un delicado puente donde conviven traducciones de manuales de siglos anteriores, reediciones de libros ya existentes en español y producción de obras de nuevo cuño. Muchas de estas últimas son recreación de tratados clásicos y prodigan el saber establecido, aunque en ciertos puntos se muestran altamente críticas, disponiéndose a desterrar falsos lugares comunes perpetuados por la repetición invariable que unas obras han hecho de otras. Es así como una serie de textos que tratan lo monstruoso permiten observar con detenimiento unas nuevas actitudes, en la frontera del prodigio y lo científico, donde la observación no tiene un objeto definido, la mirada es divagante y no constreñida por los objetivos demostrativos del empirismo. Este terreno es, por ello, el más creativo porque, si el presagio todo lo resuelve con una lectura fija, lo científico reduce el objeto de investigación a observación material. Estos estudiosos precartesianos no se dejan llevar por la idea del presagio, pero tampoco rechazan de plano lo que hoy tenemos por supersticioso o increíble. No creen estar por encima de ciertas creencias populares, sino que las comparten con ojos que ahora pueden parecer ingenuos o crédulos, basados en taxonomías flexibles y variables9. K. Whinnom, al referirse al gusto del lector en el Siglo de Oro, señala que, por encima de las narraciones del descubrimiento de América, los lectores prefieren las de Marco Polo y Mandeville, de carácter mucho menos verosímil. Añade: «We may argue, of course, that for Golden-Age Spaniards, the information purveyed in these books was unverifiable. But one might also contend that they consumed, with relish, information and misinformation about worlds which did not and could not impinge on their day-to-day living» (p. 196). A este hecho hay que añadir que el escritor de tratados de filosofía natural está inevitablemente condicionado, además de por el gusto de los lectores, por las fuentes de autoridad, de las que le es muy difícil desprenderse. Como ha apuntado J. A. Maravall, el hombre renacentista gusta de fijarse en la desviación y no en la norma, y «la mayor parte de los naturalistas o, en este caso mejor dicho, de los autores de lo que
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Del estudio de las taxonomías anteriores a Linneo se ha ocupado G. Olmi.
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se ha llamado “historia natural”, prefieren en lugar de estudiar y sacar sus conocimientos de los relatos geográficos y de las experiencias cosmográficas de los viajeros españoles en América [...] recoger, catalogar, amontonar una vez más las fantasiosas narraciones sobre monstruos» (1991, p. 197). Ello es debido en parte a la propia tradición de la filosofía natural, como afirma P. O. Long: «Scholastic natural philosophy was not fundamentally experimental, observational, or visual, but was logical and textual involving extensive commentaries, lectures, and formal disputations based on the study of authoritative writings» (p. 64). La tendencia de esta rama del saber en España es a seguir los estudios impresos, tanto clásicos como europeos de nuevo cuño, que reflejan un interés especial por los seres deformes y sus circunstancias.Además, el apego a la letra impresa, y muy particularmente a la extranjera, es notorio: los tratados españoles rara vez se sirven de fuentes peninsulares inmediatamente anteriores (y, según K.Whinnom, raras veces citan las tierras americanas)10 y, así, es infrecuente encontrar referencias a autores tan a la mano como Torquemada o Mexía, prefiriendo referirse a obras francesas, alemanas, del humanismo italiano, del clasicismo grecorromano, o bien de testimonios directos. Al igual que lo que pasaba en gabinetes y pinacotecas, se sigue una tendencia europea donde el monstruo está de moda, reflejándose ello en las nuevas compilaciones peninsulares. Pero algo ha cambiado en estos nuevos tratados: efectivamente y como indica Maravall, siguen amontonando conocimientos y teorías acumuladas, sin recurrir a la observación; pero incorporan, junto con las citas clásicas, referencias a otros eruditos coetáneos que sí están estudiando nuevos casos. El objeto de estudio es, por tanto, presentado con una nueva actualidad y una actitud diferente, seleccionando determinados temas para su estudio en profundidad. Cuando J. Derrida identifica lo monstruoso con lo que carece de forma, de especie, de voz, se refiere sólo a lo ‘terrorífico’ de lo amorfo.Y, en efecto, el objeto sin forma conocida (sin semejanza) es terrorífico. Pero lo monstruoso no se podría reconocer como tal sin una forma. No es ‘sin forma’ sino que tie-
10 El padre J. E. Nieremberg representa la combinación de ambas actitudes: fuertemente apegado a las fuentes de autoridad, es, sin embargo, autor de una Historia naturae, maxime peregrinae donde se ocupa de catalogar las rarezas del Nuevo Mundo.
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ne una forma que es ‘otra’, alterna, desigual y disímil, pero concreta y hasta distintiva.Algo es monstruoso únicamente en relación con un término de referencia que no lo es: por ello, forma parte del objeto nomonstruoso, pero también es una dimensión de ese objeto, sin la cual no podríamos conocerlo del todo. Así, lo monstruoso se diferencia por su precisión y, por ello, cuanto más monstruoso es algo, más precisa es la forma que lo define como tal. El precisar estas deformidades impera en el tratado de corte científico, que nos ocupará en este primer capítulo, y lo diferencia de otros ámbitos textuales como el pliego suelto, del que nos ocuparemos en el tercer capítulo de este estudio. La España del siglo XVII se sirve de un corpus de textos procedentes de múltiples lugares y épocas. Una revisión de las citas de autoridades en las obras españolas lleva a la conclusión de que los autores tenían a su alcance los tratados de uso común que circulaban por Europa, muy citados para ejemplificar casos de monstruosidad, bien para seguir sus opiniones, o para cuestionarlas11. Además, la mayoría de estas obras contenían grabados que servían para ilustrar casos similares, formando así un acervo común de ilustraciones, una suerte de imaginería colectiva que se transmite como parte del conocimiento; si una de las obras más ricas en grabados es la de A. Paré, el mismo autor advierte que ha tomado muchos de ellos de libros a su disposición, como los de C. Lycosthenes, J. Rueff12, P. Bovistuau y C. Tesserant, o C. von Gessner. 11 De entre ellos, destacan las obras de J. Obsequens (historiador latino del siglo IV); J. de Mandeville (ca. 1300-ca. 1372, quien tomó de fuentes ajenas algunas descripciones acerca de países que nunca había visitado); S. Brandt o Brant (1458?-1521, humanista alemán, cuya obra más conocida es La nave de los locos); S. Münster (1489-1552, autor de la Cosmographia Universalis); A. Lusitanus (15111568, médico portugués, autor de Curationum medicinalium. Centuria secunda); C. von Gessner (1516-1565, naturalista suizo, autor de Icones animalium); T. Wolfhart Lycosthenes (es autor de Prodigiorum ac ostentorum chronicon. Rubén Darío lo hace objeto de un juego de atribuciones en Cuento de Pascuas); M. Kromer o Cromero (1512-1589, historiador polaco, autor de la extensa De origine et rebus gestis Polonorum); M. Weinrichius o Uveinrichio (De Ortu Monstrorum commentarius); C. Rodiginio o Rhodiginus (1469-1525, más conocido por sus Antiquae lectiones, obra traducida a varios idiomas); A. Sorbini es autor de un Tractatus de monstris que sirve de base a las Historias de Bovistuau. 12 Médico y litotomista de Zúrich (1500-1558), es autor de De conceptu et generatione hominis. Mantiene la creencia de que los monstruos son consecuencia de los pecados del hombre.
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E. Panofsky (1962, p. 123-182) observó en el siglo XVI un aumento proporcional entre las técnicas de análisis en las ciencias y la mejora en las técnicas representacionales, en un momento en que los científicos hubieron de recurrir a pintores y grabadores para dejar constancia gráfica de los nuevos descubrimientos. No es éste el caso de España: a diferencia de lo que ocurre en obras de carácter moral o alegórico, repletas de esquemas, tablas, jeroglíficos, laberintos y alegorías de la representación, los tratados que incluyen monstruos entre su materia de estudio rara vez ilustran las deformidades por medio de grabados. La ilustración es, pues, prescindible, y de este síntoma puede deducirse que no estamos ante casos ejemplificatorios o morales cuyo significado tenga que ser interpretado a partir de su imagen, como en alegorías y emblemas. Si en los monstruos del mundo clásico la animalidad predominaba sobre la parte humana, tendiendo por ello a la violencia o la amoralidad y convirtiéndose en símbolos o emblemas, los monstruos del siglo XVII pertenecen al relato, a lo que Bakhtin (1968) llamó el «rebajamiento de lo específico» y a lo que Kristeva (1974, p. 279), a partir de este último, distingue como propio de la ambigüedad o del «signo» (relacional y plural) frente a la jerarquía del «símbolo» (unívoco y ejemplar).
Libros de monstruos Aunque obras como las arriba mencionadas son sobradamente conocidas y manejadas en la Europa del siglo XVII, los tratados de teratología comparten una gran variedad de pequeñas referencias que proceden de textos de diversa índole, hoy en día perdidos, desconocidos o simplemente olvidados. A pocos sonarán nombres como fray A. de la Vega, fray T. Fuster, fray G. García, S. Rifer de Brocaldino, A. Gutiérrez de Torres de Toledo, F. de Mendoza, fray A. de Villamanrique, E. de Gandavo, R. Gemma Frisius, P. de Peramato, fray S. Razzi o F. Hernández13. Estos y otros autores son, sin embargo, fuente constan13 F. de Mendoza es autor del Viridarium utriusque eruditionis, cuyo libro IV está dedicado a pigmeos, monstruos y gigantes. E. de Gandavo o de Gante (12171293), filósofo de tendencia averroísta, es autor de una Opera omnia, cuyas disquisiciones fueron publicadas con regularidad a partir de 1497. R. Gemma Frisius (1508-1555), astrónomo, utilizó un estenopo en una habitación oscura para estu-
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te de referencia en tratados de filosofía natural, medicina y cirugía, como puede desprenderse de la lectura de los apéndices adjuntos al final de este estudio. Los monstruos, como se colige fácilmente de lo expuesto, son seres multigenéricos. Para delimitar el estudio de la teratología en el ámbito cultural que nos ocupa, nos ceñiremos a determinados temas que, por su difusión en el siglo XVII o por su aparición recurrente en diferentes textos teratológicos fundamentales, representan una preocupación de especial interés para el estudio de la época. De las obras consultadas se han extraído los problemas que, en mayor o menor grado, son comunes a todas ellas. Es de notar que hay deformaciones y teorías privativas de los tratados de naturaleza científica, mientras que otros son compartidos por géneros del ámbito popular que, a su vez, recogen temas ausentes de la literatura científica, o bien de carácter filosófico-natural. En este capítulo se tratan algunos asuntos que reaparecerán más adelante, mientras que otros tienen una presencia exclusiva en esta primera parte, ya que no son del interés de distintos contextos culturales o literarios. La base textual de este capítulo está formada por cuatro obras cuyo tema exclusivo es la teratología. La primera de ellas es una traducción al español de las Historias prodigiosas y maravillosas, escrita por P. Bovistuau14 en el siglo XVI. Esta compilación fue continuada por los franceses C. Tesserant y F. Belleforest, añadiendo este último una tercera y cuarta parte. Finalmente, fue traducida en 1585 por el sevillano A. Pescioni, quien prescindió de todos los grabados presentes en el original francés, supliendo la carencia con descripciones de su propio haber15, y contribuyó a su vez con una escueta compilación de casos diar el eclipse solar de 1544; es autor de De Radio Astronomica et Geometrico. P. de Peramato era conocido por su Opera medicinalia. Giovanni o fray Serafino Razzi (1531-1611), monje de la orden de los dominicos, es un famoso compositor y autor de la Istoria de gli uomini illustri. Por su parte, F. Hernández es conocido gracias a la edición que F. Jiménez hizo de sus Cuatro libros de la naturaleza. 14 A.Yllera, en su prólogo a los Desengaños de María de Zayas, indica que, además de autores de las Historias prodigiosas, Bovistuau y Belleforest son adaptadores de la novella italiana en Francia (p. 25). 15 «También he dilatado otras algunas, por hacerlas más inteligibles, que estaban cortas porque el original las suple con los retratos de las figuras que en él están dibujadas, y en esta traducción no se han podido estampar por la carestía, así del artífice como de la obra» (nota al lector).
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españoles. Esta obra, escrita por varias manos, es un buen ejemplo para observar la recepción y reescritura de diversos casos, donde los autores se citan entre sí —a veces directamente y sin anotar la fuente original—, se contradicen, están de acuerdo al mismo tiempo sobre los mismos asuntos y, además, añaden testimonios actualizados o de primera mano a las fuentes clásicas. Las Historias prodigiosas, sin embargo, presentan la mayoría de las veces rasgos característicos de un pensamiento regido por la noción de presagio, muy presente en el siglo XVI, especialmente en las vidas de santos. Es de notar que una de las fuentes directas de las Historias prodigiosas es la Silva de Pedro Mexía (1540), por lo que en realidad el camino textual es circular: de una traducción del español al francés de C. Gruget, a una traducción del francés al español, la de A. Pescioni. Resulta claro, por tanto, que no existe algo que pudiera identificarse con una forma francesa o española de pensamiento, sino que hay un terreno común y compartido en este tema, que es independiente de naciones, y más bien propio de la curiosidad científica, y a la vez narrativa, de la época. Otra fuente estudiada en este capítulo corresponde a los libros I a IV de la Curiosa filosofía de J. E. Nieremberg. Este jesuita se consideraba a sí mismo un practicante de la filosofía natural, disciplina que intentaba llegar al origen de las cosas a través de la observación directa de la naturaleza. No podemos sino diferir de la opinión de B. Wind cuando afirma que Nieremberg «reveal[s] attitudes of derision and revulsion» (p. 2). Nieremberg, autor de numerosas obras religiosas, impone en su Curiosa filosofía el criterio de una mirada empírica, la suma de fuentes y la variedad de temas, no constreñido por la ideología religiosa. Para muchos autores que se mueven en el ámbito de la filosofía natural lo monstruoso no participa de lo grotesco o abyecto, puesto que no ejerce sus mecanismos. Este tratado, editado en 1630, ve su continuación trece años después en la Curiosa y oculta filosofía, consistente en la reedición de la primera obra, más un extenso apartado sobre fisionomía, como se verá en el capítulo IV de este estudio. Una de las obras más inquietantes del siglo XVII español es El ente dilucidado de A. de Fuentelapeña (ca. 1628-1702), fraile de la orden de los capuchinos, autor de alguna obra religiosa pero recordado por este tratado donde, entre otros asuntos, discute la existencia de duendes y la posibilidad de volar mediante artilugios fabricados a tal efecto. Si bien este texto repite en muchas partes las ideas y ejemplos de
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Nieremberg, presenta caminos muy novedosos sobre problemas como la situación legal del ser hermafrodita. El libro conocerá una ‘respuesta’ por parte de A. Dávila Heredia, donde éste intenta rebatir la existencia de duendes. Tanto la Curiosa filosofía como El ente dilucidado son obras que tienen como tema central casos curiosos, extraños y anormales, a los que intenta darse una explicación natural o sobrenatural. La justificación de los asuntos que presentan, sin embargo, rara vez se apoya en la fe. En contra de lo que podría esperarse, no son obras especialmente teocéntricas, sino que más bien siguen el tono de sus congéneres en países vecinos. Lo que se ha visto como heterodoxia, y hasta herejía por la crítica moderna, se toma con total naturalidad dentro de esa comunidad de saber. Cierto es que la orden de los frailes capuchinos intentó comprar las ediciones de El ente dilucidado con el fin de destruirlas e impedir así su difusión16, pero en ningún caso Fuentelapeña se sirve de cuestiones de fe para justificar sus ideas sobre materias poco usuales. Más bien al contrario, son hombres de religión quienes escriben obras cimeras por la variedad de contenido, los diversos puntos de vista sobre las cuestiones que tratan, y su aproximación objetiva a los hechos. Una cuarta fuente de estudio en este capítulo es la obra de J. Rivilla Bonet y Pueyo titulada Desvíos de la naturaleza. O tratado de el origen de los monstruos, publicada en 1695. Natural de Zaragoza, Rivilla Bonet y Pueyo estudia medicina y cirugía en dicha ciudad, y viaja a Lima como cirujano de cámara. Escribe su libro con ocasión de haber diseccionado a dos mellizas unidas por el tronco y, a pesar de su formación científica, fragmentos de su obra están dominados por nociones clásicas (como la relación de los astros y los seres deformes), renacentistas (como la alegoría del hombre perfecto), o cristianas (como la disposición divina en la creación de monstruos).
16 Palau refiere que es un «libro extravagante que hace exclamar a Salvá:“Parece imposible el que un padre capuchino sea el autor de esta obra llena de los absurdos más monstruosos, de las vulgaridades más necias, y hasta de las indecencias más soeces; y lo que causa mayor sorpresa es que el volumen vaya encabezado con las aprobaciones de dos o tres reverendísimos, y con la licencia del ordinario”. Al darse cuenta los padres de la orden del autor de los enormes disparates que contenía el libro en cuestión, inutilizaron los ejemplares que caían en sus manos, o arrancaban los frontispicios grabados, en donde constaba el nombre del autor» (núm. 95362).
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Teorías convergentes Tres teorías principales confluyen y conviven en el siglo XVII español, y representan actitudes diferentes ante lo extremadamente deforme. La primera de ellas, que procede del aristotelismo, mantiene que los monstruos son alimañas despreciables, sabandijas, abominaciones, errores o juegos de la naturaleza (lusus naturae). Según esta línea de pensamiento, los seres deformes son ajenos al orden natural, y no representan una aportación a la creación divina sino que, más bien, menoscaban el proyecto universal, y por tanto son moralmente reprobables. Una tendencia algo más relajada los incluye dentro del plan natural, a pesar de considerar a los monstruos como algo contrario a la generalidad de los casos. Finalmente, autores de corte agustiniano como fray A. de Villamanrique habían observado que «lo común engendra menosprecio», y que la única forma de ser digno de estimación consiste en ser «raro, único y singular». La reflexión de Villamanrique puede extenderse a ciertos ámbitos del pensamiento del siglo XVII español, donde el empeño por apartarse de lo usual se prosigue a costa de cualquier cosa, monstruosidad incluida17. La idea proviene originariamente del pensamiento de San Agustín, quien sostiene que los monstruos deben existir para poder, por contraste, definir y resaltar lo normal; además, éstos están sometidos a la intervención divina, que no crea nada sin causa justificada. Los seres deformes no sólo pertenecen al orden natural, sino que son útiles a la naturaleza, haciéndola hermosa, «y que se tenga en más»; por ello son seres que deben ser juzgados por el orden natural, no por el moral. Estas tres tendencias de pensamiento son contradictorias y representan actitudes muy distintas ante lo deforme; la primera de ellas es adoptada por autores que persisten en entender lo monstruoso como signo de pecado y de males por venir; la tercera, por autores de tendencia quirúrgica y estudiosos de la filosofía natural, que ven otras 17
H. Wölfflin hace hincapié en la idea partiendo de la arquitectura italiana: «Nevertheless some new terms were introduced, such as capriccioso, bizarro, and stravagante, and anything unusual and uncanonical was greeted with approval.The spell of formlessness was beginning to work […] As an art-historical term baroque has lost its suggestion of the ridiculous, but in general use it still carries a suggestion of repugnance and abnormality» (p. 23).
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causas y consecuencias en el monstruo y otras razones para su existencia más allá del prodigio. Traducciones como la del libro de P. Bovistuau y reimpresiones de obras españolas del siglo XVII, como por ejemplo El sumario de las maravillosas y espantables cosas que en el mundo han acontecido de A. Gutiérrez de Torres de Toledo, reinciden en un enfoque tradicional que ve al monstruo como prodigio y castigo, reprobando su presencia. Al mismo tiempo, los libros de filosofía natural tienen esta idea como absurda, y se detienen en aislar las causas fisiológicas que median en las malformaciones. Por su parte, los tratados médicos indagan con más profundidad en el análisis de disecciones concretas18. De este modo, la convivencia de fuentes de diversas épocas en España demuestra un cierto debate hermenéutico: está en disputa el rasgo del análisis, aun si el carácter narrativo es común a todas las fuentes. El tópico que achacaba a España un permanente ‘atraso científico’ —fruto de criterios religiosos que impiden la entrada de nuevas ideas y métodos de experimentación— ha sido desterrado en reiteradas ocasiones por J. M.ª López Piñero. En lo referente a los monstruos y en consonancia con lo postulado por el historiador de la ciencia, las nociones generales no difieren mucho de las discutidas en tratados coetáneos de tierras europeas; en ellos, el ser deforme es considerado materia científica, y se liga a los procesos reproductores humanos. De lado van quedando los agüeros y la idea de castigo y pecado, iniciándose un proceso de humanización e inserción del monstruo en el ámbito social al que habían apuntado obras como la de A. Paré en el siglo XVI. Si este medio no es adecuado, se intenta entonces crear uno donde pueda tener cabida, ideando nuevos protocolos legales que rellenen el vacío y se amolden a la especial situación del ser monstruoso que, como hecho de excepción, suele poner en crisis los sistemas de clasificación, al llevarlos al exceso. En algunos casos sigue presente una ligera noción de mala fortuna que 18
La primera regulación sobre prácticas médicas en Castilla está recogida en la Pragmática sobre la orden que se ha de tener en el examen de los médicos, cirujanos, y boticarios (Gil Ayuso). Salas Barbadillo, en el entremés El remendón de la naturaleza (1622), presenta a un alguacil que viene a detener al protagonista: «con qué licencia se ha entremetido a ser curandero, sin acudir a hacer su examen delante de los señores protomédicos, conforme lo tienen dispuesto las leyes de estos reinos» (Cotarelo, p. 271).
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acompaña a la criatura deforme, y muchas veces los autores se dejan llevar por las fuentes clásicas o por su deleite en narrar historias que sean del gusto de un público vario; sin embargo, los esfuerzos se centran en buscar las causas concretas y materiales por las que se expresa la voluntad divina, no limitándose a respuestas basadas en la fe19. Los tratados españoles revelan un afán de actualización para lo que suman casos específicos, apoyados por la tradición más sólida de las autoridades clásicas y europeas. Lo decisivo, en todo caso, es que aún el tratado científico está contaminado por la necesidad narrativa de lo excepcional; por ello, un contenido científico todavía no dispone de una forma establecida donde pueda tener cabida. Lo causal adquiere la forma de un procedimiento narrativo, no de una descripción. Si hubiéramos de aislar un elemento determinante que diferencia el siglo XVII de épocas anteriores, éste sería la convivencia de múltiples visiones. Este pluriperspectivismo, que supone la suma y la acumulación, es equivalente al mecanismo de proliferación del objeto barroco. Estos tratados muchas veces se contradicen a sí mismos, exponiendo ideas de ‘familias’ distintas. Puede preguntarse al respecto si su finalidad es demostrar algo nuevo: probablemente sea así, pero eso es sólo una parte del sistema que los rige. Hay otro objetivo que consiste en acumular casos y saberes, aunque se repitan y no lleven a demostrar nada, lo que revela una pura complacencia en relatar, contar y acopiar. En ese sistema narrativo acumulativo no puede esperarse una visión unívoca y uniforme; hay ideas y ejemplos de la Grecia presocrática, la Grecia clásica, Roma, de los siglos XVI y XVII; los hay de filosofía, medicina y superstición. Cada obra, por muy focalizada que quiera estar, termina por convertirse en una miscelánea de temas y pensamientos variados. No debe esperarse un tratado donde una opinión sea tan determinante que anule el resto; siempre hay una que predomina, pero los autores no se resisten a incluir toda la información de que disponen. Por ello el resultado es una serie de casos y 19
Fray G. García, al justificar la presencia de razas monstruosas en tratados clásicos, declara que la razón es la única manera de entender su existencia; los monstruos no son materia de fe: «Algunos tienen por mentira y fábula lo que he referido de hombres monstruosos, y la razón de aquesto es, que como la novedad es la madre de la admiración, de ahí nace vacilar la imaginación y dudar el entendimiento; pero abrazándose la razón, se avientan las tinieblas» (fol. 57).
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anécdotas sin hilazón, sueltos o de relleno, para enriquecer el contenido. M. Foucault en The Order of Things demostró que el afán clasificatorio revelaba el carácter analítico del siglo XVIII y la necesidad ilustrada de catalogar el saber. En el XVII español esta catalogación no se debe a las disciplinas diferenciadas (derecho, religión, medicina, cirugía) sino a una fluidez entre las áreas de conocimiento que convierte al objeto de estudio en relato acumulativo y pluriforme: el monstruo no es un objeto distinto de cada disciplina, sino la suma de lo sabido, que incluye la especulación de lo no conocido. El carácter de estos tratados es muy diverso, y su interés en casos monstruosos varía. En general, este tema se mezcla con cuestiones astrológicas, biológicas, filosóficas, zoológicas, etc., formando una suerte de silva científico-natural. Las causas de lo monstruoso expuestas a continuación, así como los problemas concretos analizados en los siguientes capítulos, son sólo un corte representativo de los asuntos planteados en las obras que, en el siglo XVII español, tratan de monstruos, reclamando nuestra atención y obligándonos a poner la mirada sobre ellos.
2.- GENEALOGÍAS
DE LO DEFORME
A pesar de que España aparece ante el resto del mundo occidental como defensora de los dogmas de fe, muchos pensadores se preguntan por las causas de lo deforme sin recurrir a una explicación divina para responderlas. El jesuita P. Cachapero de Arévalo, por ejemplo, afirma, siguiendo el método deductivo aristotélico, que «de la admiración nació el inquirir las causas por sus efectos, discurrir y filosofar». Al descartar una explicación portentosa para los casos monstruosos, el ser deforme se convierte en el producto de diversas causas que propician su aparición, y no el desencadenante de fenómenos en sí mismo, pasando de principio eficiente a sujeto paciente. De ese modo, su significado queda abierto a una variada gama de causas por las que surge, que el filósofo natural debe desentrañar. Las respuestas a estas inquisiciones son similares a las de siglos anteriores, y mezclan leyendas y anécdotas con observaciones filosófico-naturales.
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Imaginación Muchas de las causas de la producción de monstruos son de raigambre clásica, siendo la imaginación la más recurrente20. En palabras del propio Nieremberg, «donde más sutil y delicada se ha mostrado la naturaleza, y más artificiosa, es la imaginación» (Curiosa, libro II). Ésta actúa de diferentes modos para producir un resultado común que es el ser deforme. La idea de que la imaginación de la madre se imprime en el feto, presente en Hipócrates, Avicena y Galeno, es de transmisión agustiniana21; se formaliza en la Silva de P. Mexía, quien detecta una interacción tal entre el mundo material y el de las ideas que el segundo puede modificar el primero, dando lugar a los efectos más diversos. En el capítulo XLII de la primera parte, y en el VIII de la segunda, el autor condensa los tópicos más comunes sobre la imaginación, que seguirán apareciendo en los tratados del siglo XVII pero nunca como cita de Mexía. Los tratadistas del siglo XVII prefieren omitir esta fuente, aunque muy probablemente no les era desconocida, y dar un aire de novedad a sus obras citando a autores extranjeros o clásicos. Nieremberg, quien con toda seguridad se sirvió de la Silva en maneras que hoy serían consideradas plagio, no cita al autor de donde provienen ciertas historias, sino que se refiere a «un filósofo de nuestro tiempo»22. De hecho, algunos capítulos del jesuita vienen su20
La fuente original se encuentra en los libros V, 12 y VII, 9 de la Historia natural de Plinio. Aparece la misma idea con recurrencia en fray F. de Osuna, Mexía y Torquemada, y con frecuencia adquiere connotaciones neoplatónicas en el siglo XVI. En el Cortesano, B. de Castiglione expone cómo, una vez la imagen de la amada se instala en la imaginación del amado, «se formará dentro de sí mismo aquella hermosura mucho más hermosa que en la verdad no será».Ver al respecto el estudio de G. Serés sobre La transformación de los amantes. 21 En palabras de Bovistuau: «es la vehemente y continua imaginación que la mujer tiene al tiempo que concibe, la cual dicen que es de tanta fuerza que en aquella materia feminaria imprime el carácter y señal de aquello» (I, cap. V). Nieremberg a su vez está tomando sus referencias de Avicena, Algacel, Alberto Magno, Ficino, Paracelso, Pomponacio y Arias Montano. En referencia a estas fuentes de autoridad, Feijoo comentará con ironía: «De este sentir fueron Algazel, Alchindo, y Avicena. No hay que extrañarlo en la caliente, y desordenada fantasía de unos autores árabes. Mas no faltaron europeos que los siguieron, como Marsilino Ficino, Pomponacio, y Paracelso» (t. IV, carta VIII). 22 Otro caso evidente de reapropiación de fuentes se da en las Historias prodigiosas de Bovistuau que, como sabemos, es obra de tres manos (Bovistuau, am-
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geridos por ideas expuestas en la Silva: por ejemplo, Mexía dedica algunas líneas a la posibilidad de que se pueda aojar a alguien, tema que Nieremberg recupera para discutirlo en un capítulo completo de su Curiosa filosofía. La imaginación puede actuar, por ejemplo, durante la concepción, y el modo más frecuente es que lo haga por medio de un retrato que se halle en la habitación. Uno de los temas más repetidos es el de la concepción de una criatura peluda. El caso tiene varias versiones en los tratados de filosofía natural: la primera, y más básica, no proporciona detalles concretos y sólo relata cómo una mujer concibió un hijo velloso por mirar el retrato de un hombre salvaje23. Otra versión se refiere a una madre que contemplaba el retrato de San Juan Bautista y concibió una niña velluda, que fue regalada a Carlos IV24. La segunda versión de la historia explica el caso de un nacimiento monstruoso dentro del seno de la familia Orsini: una sobrina de Nicolás pliado por Belleforest y traducido y ampliado a su vez por Pescioni). Es especialmente sorprendente que los autores repitan la información con pocas alteraciones, sin caer en la cuenta de que ya está incluida, lo cual revela el afán acumulativo y no selectivo. Por ejemplo, Bovistuau relata: «“De un monstruo que Celio Rodiginio escribió haberle visto [...]”: La otra, que nació tan grande y crecido como si fuera ya de edad de cuatro meses, que en naturaleza es cosa maravillosa. Y la otra, que tenía dos cabezas, entrambas bien formadas, que cada una con su cuello salían de un mismo cuerpo; los cabellos que tenían eran negros y crecidos, y en el medio de entrambos cuellos asomaba una manecita no mayor que una oreja. En todo lo demás era una sola criatura, cumplidamente perfecta y bien formada en extremo. Después que en este miserable mundo hubo vivido algunos días murió, y después de muerto le presentaron al gobernador, que por el Emperador residía en aquella provincia, y como le hubiesen abierto para embalsamarle, se le vio en las entrañas otra maravilla no menor que la que mostraba por defuera, porque tenía duplicados el hígado y el bazo, y no más de un corazón» (I, cap. XXVIII). Líneas más abajo, Belleforest, como si de una novedad se tratase, narra «lo que de un niño escribe Celio Rodiginio, que dice nació en una villa del Piamonte llamada Sarzana, en el mes de marzo de 1514, y que cuando nació era tan grande como si fuera de cuatro meses, y que tenía dos cabezas, y que entre el nacimiento de los dos cuellos sobre que se sustentaban asomaba una manecita no mayor que una oreja; y que habiéndole abierto para embalsamarle, porque le presentaron al gobernador del católico rey de España, que en aquella provincia residía, le hallaron que tenía dos hígados y dos bazos, y no más de un corazón» (II, cap. I). 23 Bovistuau, III, cap. XVI. 24 Bovistuau, I, cap.V, y Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. XV, respectivamente.
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III miró tanto los escudos familiares que había en su palacio que terminó pariendo un oso25 o una niña peluda que, según otras versiones, es un niño. Es de notar que en estos casos la imaginación tiene capacidad para cambiar la figura del feto, pero nunca su alma, que seguirá siendo humana desde el momento de su concepción.
Fig. 2. Margaretha Mainers con cuernos (1654). Entre otros retratos citados se encuentran los de Acteón, de cuya contemplación resulta un niño con cuernos26, el de un perro lanudo que causó el nacimiento de un niño con estas características27 y, sobre todo, el clásico relato de una anécdota atribuida respectivamente a Hipócrates, Quintiliano y Alcibíades. De todos ellos se dice haber salvado a una mujer blanca —en algunas versiones una princesa— que tuvo un hijo negro mediante la explicación de que había contemplado el retrato de un etíope, que se grabó en su imaginación de tal forma que cambió el color de su hijo28. Para Nieremberg, ese suce25
Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. I. La fuente original es G. Paradino. Conocida es la relación de esta familia con los monstruos, que pueblan el bosque de Bomarzo desde 1564. 26 Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. I. 27 Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. XV. 28 Bovistuau, I, cap.V y III, cap. XVI.
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so histórico es la fuente para un motivo literario: «en esto tiene fundamento lo que fingieron algunos poetas: Tasso de Clorinda, que salió blanca de padres negros, por estar donde fue concebida una pintura de una virgen blanca. Heliodoro dice lo mismo de su Cariclea, que nació muy blanca porque la reina de Etiopía, su madre, acostumbraba a mirar un retrato de Andrómeda» (Curiosa, libro II, cap. XVIII). Algunas veces el procedimiento es opuesto, y la literatura es fuente para los manuales de filosofía natural. Por ejemplo, existe una teoría que defiende que la fuerza de la imaginación es tan grande que puede incluso modificar los rasgos de una persona adulta. Al respecto, se cuenta con frecuencia el caso de un hombre que soñó con una corrida de toros y amaneció con cuernos29. Esta común opinión es desmentida por Nieremberg, quien identifica su fuente literaria en Ovidio, y la descarta como caso verosímil. La imaginación también actúa cuando se piensa en algo durante la concepción, sin necesidad de contemplar una imagen. G. de Huerta30, al observar las causas de los monstruos, cita la mencionada opinión de Aristóteles cuando afirma que la raíz que los produce está «en no alcanzar naturaleza su perfecto fin, que es engendrar cada uno su semejante, porque no alcanzándole es monstruo lo que 29
Bovistuau, IV, cap.VI: «Lo que dicen del rey Ciro que despertó con cuernos fábula es. Finge Ovidio que este rey vio ese día pelear dos toros, y con esta imaginación se echó a dormir; cuando despertó se halló con cuernos» (Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. XXI). 30 Aunque la primera traducción de la obra de Plinio había sido acometida por F. Hernández (ca. 1517-1587), ésta no llegó a imprimirse en su época (aunque ve ediciones a mitad del siglo XVII, como la Rerum medicarum). Más difundida es la de G. de Huerta, quien en 1602 concluye la Historia natural de los animales, a la que seguirá la más extensa Historia natural. Su traducción, con anotaciones que no proceden de la de F. Hernández, pasó a ser texto de referencia obligada, como demuestra la obra de fray G. García, quien lo cita al pie de la letra en más de una ocasión. Huerta, médico de cámara de Felipe IV y familiar del Santo Oficio, fue muy apreciado tanto por Castillo Solórzano como por Lope de Vega, quien lo menciona en el Laurel de Apolo: «Abstracto de las musas, / primero estudio de sus verdes años, / a Plinio nos ha dado en nuestro idioma / Gerónimo de Huerta, y las confusas / enigmas, con tan claros desengaños, / que con admiración los tomos toma: / docto médico Febo, / y dice, hoy vuelven a nacer de nuevo / (tanto puede alcanzar industria humana) / flores de Plinio en Huerta castellana».
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se engendra, según aquella parte en que se diferencia de su principio» (p. 256). Si, según la teoría aristotélica, es monstruoso todo aquello que no tenga parecido con su progenitor, será fácilmente reconocible un caso de adulterio, en caso de que el hijo engendrado no se parezca al marido legítimo: en que es gracioso el caso que trae con donaire singular en ciertos versos el grande Tomás Moro en el lugar que le cita Bauhino, de cierta dama inglesa que paría siempre los hijos del galán parecidos al marido y al contrario, los que se sabían eran del marido al galán, de que era causa el temor del uno cuando yacía con el adúltero, y el amor de éste cuando se unía al marido (Rivilla Bonet y Pueyo, cap. X).
Pero la hipótesis encuentra su fallo justamente en la semejanza, puesto que la imaginación de la madre, al intentar ocultar su pecado durante la concepción, se centra en pensar en su marido, resultando de ello un hijo tan parecido a éste que resulta sospechoso; es así cómo «la causa también de salir los hijos de la adúltera parecidos al marido temor de él lo ocasiona, que así dicen en algunas partes que el hijo de la adúltera la excusa» (Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. X). El deseo tiene sobrada fuerza para dar forma a la materia y, de ese modo, es muy fácil producir voluntariamente cualquier ser que se anhele con vehemencia, como relata J. de Planes a propósito de una mujer que concibió un demonio íncubo, tras un deseo intenso de engendrarlo31. Del mismo modo, Nieremberg recuerda el caso de una mujer gestante de trillizos «que venía a parir por la Epifanía, la dijeron por burla que pariría los tres Reyes; ella respondió “ojalá”, y parió tres muchachos, moreno el uno» (Curiosa, libro II, cap. XIV).
31
La historia es un lugar común que aparece también en el Jardín de Torquemada: «todas estas cosas, o las más de ellas, proceden de la imaginación de una mujer al tiempo del concebir, porque [...] la imaginación intensa tiene tan gran fuerza y poder, que no solamente puede imprimir diversos efectos en aquel que está imaginando, pero también puede hacer efecto en las mismas cosas que imagina» (tratado I).
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Aprehensión y antojos Otra causa del nacimiento de monstruos es la aprehensión de la madre, más comúnmente conocida como antojo. Médicos como F. Pérez Cascales de Guadalajara discurren sobre «si las mujeres embarazadas pueden abortar por negarles algún alimento que deseen con vehemencia», llegando a la conclusión de que esto no es posible, contra la autoridad de Heródoto o Gordonio. Pero, a pesar de estas voces autorizadas, la opinión común sigue viendo en el antojo insatisfecho un alto riesgo de monstruosidad, con resultados variados: Julio Materno, y después de él el docto jurista Andrea Alciato, en su libro del significado de las palabras y cosas, dicen que algunas veces los monstruos se engendran mediante la corrupción de las malas y viles viandas que las madres comen, como son carbones, carne humana y otras mil porquerías que a las mujeres se les suele antojar cuando están preñadas, por ser como son contagiosas para el fruto que en sí tienen concebido (Bovistuau, I, cap.V).
Es frecuente el antojo de carne por parte de la mujer gestante. El padre Nieremberg refiere un caso recogido originariamente por J. Schenk, donde «la mujer de un médico llamado Jacobo Suter, porque no la [sic] dio un pedazo de carne el carnicero se enojó con tanta ira que brotó la sangre por las narices; y como limpiase, de la que había salido, los labios, parió a la criatura sin el labio de arriba» (Curiosa, libro II, cap.VII). De entre todos los antojos posibles durante el período de gestación, destaca una historia de canibalismo, con variantes en el número de hijos: a una mujer embarazada de trillizos se le antoja morder a un hombre, quien sólo consiente ser mordido dos veces; como consecuencia, uno de los niños nace muerto32. Otros casos se refieren a antojos de alimentos más comunes. Nieremberg, en una historia con pa-
32
Ver dos variantes de la historia en el Apéndice II, apartado 1. La misma anécdota se encuentra en la Vida de don Gregorio Guadaña de A. Enríquez Gómez, cuya génesis y nacimiento se califican de «prodigioso»: «se le antojó antes de probarla morder a mi padre en el pescuezo». Ante las dificultades de concebir, la madre de Guadaña recrimina irónicamente a su marido médico, refiriéndose a la teoría de la materia y el molde: «y pues tenéis potencia para matar, tenedla
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ralelismos visuales con la mandrágora, cuenta cómo debido a un antojo frustrado de su abuela tuvieron que ‘podar’ anualmente a su madre: En Alemania mi agüela (tan cerca me toca este milagro de naturaleza) estando preñada de mi madre se le antojó unas fresas, que son cierto género de fruta en otras partes más ordinaria que aquí, no hubo ocasión de haberlas. Ella, triste por ver frustrado su deseo, puso la mano en la cabeza rascándosela, que es acción que suelen hacer algunos cuando no alcanzan lo que desean. Cosa rara, nació la criatura con cinco bultos en la cabeza, en la parte que asentó su madre los dedos, y del tamaño, forma y color de aquella fruta; y cortándoselos cada año la tornaban a nacer, lo cual se repitió hasta cumplidos diez años (Curiosa, libro III, cap.VI).
Fig. 3. Mandrágora (1491).
para engendrar, y no me deis materia para que busque otra forma» (al respecto de la materia y la forma, ver el apartado acerca de la superabundancia en este capítulo). Discutiendo el padre y la madre (una partera) sobre el género del niño, el autor comenta: «No le faltaba más a Brígida de la Luz sino parir un hijo hermafrodita, medio doctor y medio comadre».
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El antojo asume, de esta manera, la fuerza irracional del cuerpo femenino como connatural a la definición de la mujer; así, obliga a los hombres a aceptar una conducta femenina incontrolable, tan oscura y enigmática como los mismos monstruos que puede engendrar. Puede concluirse de ello que las causas son homólogas a los ‘productos’ y se explican mutuamente, como formas equivalentes.
La eterna disputa sobre los astros La posibilidad de que determinadas conjunciones astrales pudiesen provocar partos monstruosos es algo de lo que no hay total convencimiento en el siglo XVII. Representa una idea difícil de descartar por estar muy arraigada, si bien suele tomarse con muchas reservas. La traducción al español de obras como la de P. Bovistuau contribuyen a perpetuar esta idea, cuya verdad no se pone en duda en las Historias prodigiosas y maravillosas: «Los astrólogos, y de ellos en particular Alcabicio, atribuyen el nacimiento de los monstruos a los astros, y dicen que si cuando la mujer concibe la luna estuviere en ciertos signos, grados y conjunciones, lo que pariere será monstruoso» (I, cap. V)33. Sin embargo, otros tratadistas, a pesar de repetir los ejemplos más clásicos de influencia astral, ponen en duda la veracidad de estos juicios astronómicos.A. de Fuentelapeña, al señalar las causas de los monstruos enumera, entre otras, la imaginación, la estrechez de la matriz, «y tal vez la fuerza de los astros» (duda VIII, §242). Autores como Nieremberg, si bien no admiten la posibilidad de que los cometas sean una causa de la deformidad, no renuncian al placer de narrar las historias de engendros relacionadas con éstos34. Pero, entretenimiento aparte, el jesuita considera este motivo carente de fundamento: 33
Ver más ampliamente en el Apéndice II, apartado 3. «Añaden algunos la fuerza de los astros en algún encuentro extraordinario. Alberto Magno hizo gran caso de ella: sucedió en su tiempo que en una aldea parió una vaca un monstro la mitad con forma humana. Quisieron los rústicos quemar al vaquero, por entender que tuvo parte con la madre. Librose por el parecer de Alberto, que dijo ser la causa de aquel suceso alguna constelación particular» (Curiosa, libro III, cap. III). 34
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Tienen muchos esta causa por la más principal; yo la tengo por la menos, y pienso no errara mucho quien la tuviere por ninguna.Ya muchos insignes astrónomos han desacreditado al cielo, y privándole de sus fuerzas e influjos principales, aun para los efectos admitidos de la naturaleza, y necesarios [...] ¿Qué fuerza ha de tener el cielo porque el efecto natural se forme con esta o aquella figura? (Curiosa, libro III, cap. III).
Hacia 1681, C. de Sigüenza y Góngora escribe su Libra astronómica y filosófica como respuesta al jesuita F. Kino, quien había llamado a los cometas «monstruos del universo» por creer que atraían plagas y otro tipo de desgracias al remover la materia flotante de la atmósfera. Una parte de la Libra astronómica (y anteriormente el Manifiesto del mismo autor, hoy perdido) tiene como objeto desterrar definitivamente la idea del monstruo como portento, que se sigue utilizando como argumento científico en la época. Sigüenza y Góngora señala que la misma etimología de la palabra deriva de creencias supersticiosas, y que no ha de ser óbice para pensar que los monstruos, como los astros, son augurio de desgracias. Para el autor, tanto unos como otros son fenómenos dignos de admiración, pero nunca pueden ser tomados como premoniciones; ambos tienen un origen común que es la desviación de la naturaleza, pero la aparición de un cometa no puede, en ningún caso, relacionarse con el nacimiento de un monstruo, y ninguno de estos fenómenos acarrea desgracias, según el autor35. Aproximadamente catorce años después del tratado de Sigüenza y Góngora, Rivilla Bonet y Pueyo, también afincado en América aunque formado en España, tiende a admitir la influencia celeste en la producción de monstruos. Si bien afirma que tal influencia es más escasa de lo que se cree, puesto que se dan muchos fenómenos y conjunciones y no tantos casos monstruosos36, acepta con convicción la relación entre astro y monstruo37. Rivilla Bonet y Pueyo, de quien cabría esperar una percepción más pragmática dada su condición de
35
Ver el Apéndice II, apartado 4. «La razón que más punza es la facilidad con que se darían tales monstruos por la frecuencia de tales influjos [...] siendo tantos los que se engendrarían debajo de una misma posición» (cap.V). 37 Ver el Apéndice I, apartado 5. 36
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médico, no duda en reafirmar su postura por medio de citas procedentes de fuentes europeas que ilustran estos casos de influencia celeste: Laurencio Stengelio cita el caso del mancebo de Hal, en el Tirol, llamado Bonaquisto, cuya cabeza seguía los movimientos de la luna, en cuya creciente le crecía en forma de Toro, no sin señales de sus armas [...] encerrándose en su casa mientras duraba la disformidad, decreciendo al contrario en la menguante. Y el segundo de otro mancebo de Ingolstad a quien sucedía lo mismo en una mejilla, creciendo y menguando con la luna. De que infiere no ser inconsecuente pueda obrar ésta (y los demás astros) las mismas o semejantes monstruosidades (cap.V).
El esfuerzo interpretativo parece alejarse tanto de un origen cósmico como de una función de presagio para, desde el afán racionalista y clasificatorio, situar al monstruo en un contexto humano.
Superabundancia y defectos de la materia Una de las causas de deformidad más citadas desde la antigüedad se basa en una metáfora procedente de la alquimia. El vientre hace las veces de redoma o molde donde toman forma los cuerpos; las condiciones en que se encuentre este recipiente, así como la manera de mezclarse y asentarse la materia dentro él, determinarán el resultado del ser formado. Como si se tratase de cera perdida, «del modo que acontece en cualquier metal fundido, que por dejar de llegar alguna parte [...] saldrá la figura deforme con desigualdad por aquella parte» (Rivilla Bonet y Pueyo, cap.VI). La tortuosidad del útero será, por ello, causa de malformaciones, «como en las obras de fundición, donde se manifiesta el axioma locus est causa locati, siguiendo los defectos del molde de toda la obra» (Rivilla Bonet y Pueyo, cap.V)38.
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Ver más por extenso en el Apéndice II, apartado 6.
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Fig. 4. Donum Dei (siglo
XVII).
La estrechez del útero explica la formación de enanos, monstruosos por el tamaño de los miembros pero proporcionados en sí mismos. Si el molde se daña por alguna causa externa, el recién nacido presentará deformidades: «ejercicios de la madre y golpes en el vientre suelen también deformar la criatura, pervirtiendo por lo menos el asiento de los miembros. Flegón escribe de uno que salió con la cabeza asentada sobre el hombro izquierdo» (Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. IX).
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Incluso la cocina puede ser una metáfora de la necesaria fusión de la materia que, si no se mezcla bien, resulta en deformidad: Del modo que sucede con las viandas cuajadas de cualquier mixto, en las cuales si el fuego no alcanza, o falta el tiempo de mezclarse y cuajar debidamente quedan las partes de los simples desordenadas [...] De aquí nace salir los partos con los ojos en el pecho, las orejas en los hombros, [...] A esta causa pertenecen, si los ha habido, los monóculos o de un solo ojo en la frente, si no son ya los cíclopes fabulosos como describió en su Polifemo nuestro Góngora (De un ojo ilustra el orbe de su frente / émulo casi del mayor lucero).Y los que tienen los ojos en los hombros, [...] los que los tienen en los pechos, [...] y los que se hallan con los pies convertidos hacia la parte posterior (Rivilla Bonet y Pueyo, cap.VI)39.
Pero de entre todas las causas biológicas posibles predominan las deformidades por «flaqueza de la virtud generante, o por mucha abundancia», en palabras de Rifer de Brocaldino. El defecto de la materia originará carencia de miembros en individuos que no sólo se desenvuelven bien, sino cuyas taras les ayudan a ganarse la vida, como refiere Nieremberg: Otra [causa] es el defecto de la misma semilla, de que han salido espectáculos raros. En París se vio un hombre de cuarenta años, con el cuerpo cuadrado sin brazos; pero no por eso dejaba de hacer lo que con las manos hacen otros: con el hombro y cabeza apretando un hacha tiraba el golpe a un leño con tanta fuerza y tino como otro con las dos manos; a un azote de cochero le hacía dar el estallido recísimamente; con los pies bebía y comía, jugaba a los naipes y dados. Finalmente le ajusticiaron por ladrón y homicida. Pocos años ha se vio en Salamanca un mancebo sin brazos y con solo un pie, con el cual escribía excelentemente. En París hubo otra mujer que sin manos cosía y hacía otras haciendas. Al defecto del semen se pueden reducir sus cualidades viciosas o flacas, por cuya causa se ha visto nacer un niño todo blandujo y sin consistencia porque no tenía huesos (Curiosa, libro III, cap.VIII).
39 Lo mismo en Fuentelapeña: «¿de dónde venga la monstruosidad de no tener más que un ojo? Respondo, que proviene de la penuria o falta de la materia» (duda XI, §275). Para Argensola, sin embargo, es mucho más meritorio toparse con un cíclope que con un gigante de dos ojos: «El indio preso era entre los gigantes gigante.Y dice la relación que les pareció cíclope» (fol. 125).
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El niño sin huesos se repite como fenómeno en el tratado de A. de Fuentelapeña: «y un niño estudiante conocí yo a quien sobrevino dicho efecto y enfermedad, porque estando jugando a la pelota, sudando y con los poros abiertos, entró una pelota que se cayó en un pozo, de que le resultó liquidársele los huesos, y quedarse sin consistencia» (duda VIII, §247). Éste atribuye además el desplazamiento de ciertos miembros, como tener los ojos en la nuca o la cabeza adherida al tronco a la poca fuerza de la naturaleza, que no es capaz de colocar cada parte en su sitio40. La excesiva presencia de materia explica la multiplicación de miembros41, los gigantes y el que algunas partes del cuerpo sean mayores de lo normal. Zaquías habla de un ser nacido en Roma en 1624 con brazos que pasaban de la rodilla; y de otro nacido en 1628 «con la lengua tan enorme que cuando aun la tenía recogida salía tres dedos fuera de la boca». Bauhino habla de una dama inglesa con la pierna derecha como de elefante y con seis dedos, y de otro nacido en Dantzig (actual Gdansk, en Polonia) en 1613 que «era una cabeza tan disforme, sin más que los huesos señalados de los ojos, colocada sobre el pecho, de donde le salían tres brazos menores unos que otros; el pecho una masa informe que remataba en una bolsa a modo de vientre, sin otra cosa más» (Rivilla Bonet y Pueyo, cap.VI). La tensión entre el azar de la gestación y su explicación médica revela la convivencia, en el siglo XVII, de leyendas de origen y descripciones anatómicas (ya evidentes en España). Las representaciones de lo monstruoso, como se apuntó al principio de este capítulo, forman un repertorio de relatos contrarios y, a veces, contradictorios. De entre todas ellas destaca la imagen del hombre líquido, fundido o cocido, mal acabado u horneado, que carece de huesos y consistencia, que rebasa el molde y hace peligrar su forma perfecta. Frente a él se sitúan los restos óseos, cuya solidez pone en evidencia la existencia de pigmeos y gigantes, como se verá en el segundo capítulo.
40 Esta deformidad corresponde con la clásica imagen de los blemias, raza monstruosa con la cabeza en los hombros.Ver el Apéndice II, apartado 7, y la figura 12. 41 «Otra causa de monstros es abundancia de la semilla, por lo cual han nacido muchísimos miembros doblados» (Nieremberg, Curiosa, cap. IX).
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Insolencias naturales Otra consecuencia de la abundancia de materia son los partos múltiples, que representan uno de los temas más atractivos en estos manuales científicos. La causa de los mismos, sin embargo, no se atribuye siempre al exceso en su formación, sino que se mezcla con nociones tradicionales42. Un tema de discusión consiste en definir lo que se considera parto monstruoso: según Aristóteles, no se pueden concebir más de cinco hijos a la vez, y Plinio considera parto monstruoso el mayor de tres, pero abundan las historias que hablan de alumbramientos de hasta veinte criaturas43. Es muy frecuente el asociar un parto múltiple con los orígenes de un rey, una institución religiosa o una saga familiar44, así como relacionarlo con el número siete y su tradición esotérica45. Como prototipo de parto monstruoso procedente de una leyenda se cita en infinidad de ocasiones el de la condesa Margarita de Holanda, hija de Florencio y mujer del conde Hertmanno de Henneberg: Otros han achacado a la imaginación el monstruoso parto de Margarita, condesa de Holanda, que parió de una vez trescientos y sesenta y cinco hijos. Pero menos fundamento tiene porque no fue esto sino aviso y advertencia del cielo. Decía esta princesa que las mujeres que parían de una vez más de un hijo, que eran adúlteras, y una le echó esta maldición: que plu-
42 «En la multiplicación de los partos menos fuerza tiene la fantasía; no puede hacer de una criatura dos porque no tiene fuerza para engendrar, sino sólo para alterar» (Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. XIV). 43 Ver un buen número de casos en el Apéndice II, apartado 8. La preocupación de A. Carranza, en el capítulo XVIII de su Disputatio, reside en averiguar si habla si las criaturas producto de partos múltiples fueron engendradas en diferentes momentos o simultáneamente. 44 Ver dos extensos ejemplos en el Apéndice II, apartado 9. 45 «El número de siete es perfecto y misterioso; y así los senos de la matriz son siete, aunque algunos médicos doctos se ríen de los que aquello dicen; y así ello es cosa cierta y no fabulosa, por las razones que dichas quedan, una mujer puede parir siete hijos. Mas empero en muchas historias se lee que ha habido mujeres que de un parto han parido tanta cantidad de hijos que no sé yo qué razones se puedan dar que satisfagan a aquesto de los senos de la matriz» (Bovistuau, II, cap.VII). Al mismo número se refiere Fuentelapeña en su «dificultad II», haciendo un largo recorrido por la simbología y propiedades de esta cifra de dilatada tradición, en relación con los partos sietemesinos.
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guiese a Dios que ella pariese tantos como días tiene el año. Cumpliolo Dios para que no condenase tan severamente los partos doblados (Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. XIV)46.
Recordemos que Lope de Vega, quien gusta de servirse de fuentes populares como núcleo de algunas comedias, basa Los Porceles de Murcia en la contaminación de dos relatos: el de la condesa Margarita, que acentúa la maldición y el adulterio, y el recogido por A. de Salazar sobre la historia de la familia Porcels, donde la madre quiere deshacerse de seis de los niños, que son salvados providencialmente por el padre. Nieremberg se acoge al discurso de la mitificación de personajes históricos resaltando en su obra el caso de Diego Porcelos, que nació con otros seis hermanos. El mismo procedimiento aparece en M. Carrillo, quien hace descender al conde Fernán González de esta misma familia, cuyos hermanos «no eran enteramente formados, ni proporcionados, y nacieron muertos». Fray A. de Villamanrique, por su parte, se sirve de la leyenda para presentar los orígenes míticos de un convento47, y describe también la versión de 365 hijos de la condesa Matildis, hija del conde Florencio, que fueron presentados en una bandeja al Emperador Federico II, «los cuales todos bautizó en una rica fuente para eso dispuesta, Otón Obispo de Traiecto». Coincide con J. Campos, quien cita 364 hijos, señalando que el suceso ocurrió en 1276, «cierto día de viernes santo, siendo el nombre de los padres Florencio y Matilde, y el lugar donde está enterrada la madre Loosdujnen»48. Torquemada volverá sobre el suceso, atribuyéndole a Margarita de Irlanda 360 hijos. Otra versión es la de José V. del Olmo, que tiene en cuenta el testimonio de A. Magno y señala los 150 hijos que éste recoge en De animalibus (la misma fuente que emplea 46
Ver una versión más extensa en el Apéndice II, apartado 10. «Irmentrudis condesa de Astorf, en pena de haber reprendido a una mujer ordinaria [...] la castigó Dios, [...] parió de una vez doce hijos varones [...] mandó a la partera, que los lanzase en un arroyo, y fue a tiempo que el conde volvía de su viaje: el cual sabiendo el caso, hizo que con todo silencio se criasen, y después en acción de gracias de su conservación, fundó el gran Convento de Monjas Altorsenses, cuyo origen es el ya referido». 48 La Sylva de Campos, estructurada en forma de preguntas y respuestas, parece ser fuente de la más breve El porqué de todas las cosas, de Rifer de Brocaldino. La abadía de Loosduinen, que conserva las vasijas donde se pusieron las criaturas, fue visitada por S. Pepys en 1660 (Bondeson, 2000, p. 64). 47
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Torquemada). Fray J. Rebullosa, en su traducción de Botero Benes, reitera el parto de 364 criaturas, y J. Arias de Quintadueñas ofrece el mismo testimonio. Como puede deducirse del recuento y la comparación de todas estas versiones, no sólo géneros orales como el romancero o el cuento tradicional participan de la contaminación, la variación y la repetición. La historia base sirve para construir diversas explicaciones y, a pesar de transmitirse por escrito, presenta variaciones en los nombres de los personajes y el número de hijos, así como fórmulas de maldición más propias de la oralidad que de la cultura de transmisión escrita. Desde el punto de vista médico, Rivilla Bonet y Pueyo señala que no debe confundirse la fecundidad con las criaturas nacidas de un parto múltiple, porque la primera es monstruosa pero las segundas no necesariamente lo son; el parto de la condesa Margarita fue monstruoso, pero también sus hijos, que «siendo tan pequeños que ha haber vivido hubieran sin duda sido pigmeos» (cap.VI). Junto con el de la condesa Margarita de Holanda y los Porcelos, uno de los casos más citados de parto múltiple es aquel de una mujer alemana, Dorotea Losel, cuya imagen recoge el tratado de A. Paré: Y es que [Pico de la Mirandula] dice que en Italia una mujer que se llamaba Dorotea, en dos veces parió veinte hijos, la una vez nueve y la otra once; y que cuando estaba preñada tenía tan grande vientre que le llegaba hasta las rodillas, y para sustentarle y poder andar se echaba unas toallas al cuello, y a manera de cabestro para brazo le descargaba sobre ellas (Bovistuau, II, cap.VII).
Multiplicidad aparte, existen otras ‘insolencias naturales’ en los partos. De entre las anomalías posibles, destaca una que podría verse como variante del tópico del puer senex, esto es, no se trata de niños con una inteligencia impropia de su edad, sino de criaturas que nacen ya crecidas: Alberto Crantz dice de la duquesa de Vedale que estuvo preñada dos años, y al cabo parió un muchacho que andaba y hablaba. También la grandeza: Livio escribe que un niño nació en Frusino tan grande como son otros de cuatro años [...] una mujer parió un niño que de tres años tenía tantas fuerzas como otro de veinte. Cratero, hermano del rey Antígono, escribe que una mujer parió a un muchacho que él conoció, que en espacio de siete años creció, fue mancebo, varón, y viejo, casose y engendró un hijo, y murió (Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. II).
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A. de Fuentelapeña, preocupado por buscar las causas de algunos de los asuntos expuestos por el padre Nieremberg, considera posible hablar, e incluso proferir insultos, antes de nacer49. Encuentra, así mismo, una explicación para el niño que pasó por todas las edades en el exceso de calor, y justifica el nacimiento del niño que andaba y hablaba por el hecho de que estuvo dos años en el vientre de su madre, «o porque alguna constelación o temperamento extraordinario [...] se los consolidó» (dificultad VII, §371). Fuentelapeña no puede evitar el añadir la historia del niño que «nació en Sagunto el año que fue destruida de Aníbal, que en naciendo se volvió a entrar en el vientre, como lo dice Plinio, lib. 7, cap. 3» (duda XIV, §316). Las historias de partos múltiples e inusuales revelan su fuente popular y folklórica y han sido asociadas a ceremonias de fecundidad en el ritual agrícola. Su derivación monstruosa sugiere, por otra parte, la idea del exceso como discordia natural, como ruptura del orden normal. Este exceso es visto como signo positivo por M. Bakhtin, quien entiende los partos múltiples como parte del lenguaje carnavalesco, que afirma la vitalidad maternal de la cultura popular50.
Sustos y miedos: causas casuales Otra causa frecuente de malformación son los sustos y temores de la madre durante el período de gestación. Así, el nacimiento de siamesas unidas por la frente se explicará por un topetazo de la madre51; el miedo a un marido furioso provoca que el niño nazca con hendi49 «Por razón del tiempo breve: porque unos nacen al séptimo mes, otros al quinto y otros al cuarto, según Peromato. Aquí se reducen los que dentro del útero materno hablan, lloran, faltan, anticipando el sentido o animación» (duda XIV, §314). 50 Para un panorama diacrónico de lo carnavalesco y sus manifestaciones en España, ver J. Huerta Calvo. 51 Bovistuau, I, cap. VI. El mismo caso refiere Rivilla Bonet y Pueyo: «Otras de cabeza, el año de 1495 [...] por causa haber otra mujer repentinamente asido la cabeza de la madre estando preñada, e impelídola de la frente contra la de otra mujer, de cuyo golpe y susto notablemente alteradas las mellizas en el vientre siguieron el impulso y movimiento impreso, colidiendo entre sí por el mismo lugar [...] quedaron conglutinadas de la frente» (cap. VII). Ver el mismo caso en Apéndice II, apartado 2.
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duras en la cabeza52; el retrato de un niño hidrocéfalo, un recién nacido con la cabeza gigante. Un niño puede nacer con cara de rana «por sólo tener la madre atada a las manos una rana contra calenturas la noche que concibió»53, y las manchas de nacimiento que algunos recién nacidos tienen en la cara por haberse vertido vino encima las madres. La ley de causa y efecto se cumple inexorablemente, sin que pueda hacerse nada al respecto: Balduino Ronseo escribió de una mujer de Gauda, lugar de holandeses, que parió una criatura con la cara llena de las carnosidades y papillos de los pavos [...] porque se espantó viendo una manada de ellos. Otra mujer, atemorizada de un lagarto que la saltó al pecho, parió una criatura que tenía en el pecho figurado de carne un lagarto. Muchos también han nacido con varias señales por varios temores de las madres de ratones que repentinamente han pasado sobre donde dormían (Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. X)54.
Más que una lógica causal («eficiente», según Aristóteles), tenemos aquí una lógica narrativa: la causalidad es el origen de lo excepcional (accidente). No hay, a diferencia del cuento popular, una lección ejemplar, puesto que la lógica no es causal. Sí hay un proceso de causa y efecto, pero la causa no responde más que a la casualidad, al puro accidente de un choque.
52 «un marido sacando la espada con enojo para herir a su mujer, que estaba embarazada y cercana al parto, la amenazó a la cabeza; de que tomó y cobró tal temor que la viveza de la imaginación estampó dicha idea en la cabeza de la criatura, la cual nació con una gran hendidura en la parte de la cabeza correspondiente a la que amenazó la espada a la madre» (A. de Fuentelapeña, duda VIII, §255). 53 Nieremberg, Curiosa, libro II, cap.VII. A. Paré incluye en su tratado la imagen de un niño de facciones similares a una rana. 54 El mecanismo actúa, según Nieremberg, exactamente igual en los animales: «Avicena y Alberto Magno escriben de un pollo que nació con cabeza de gavilán, por temor que tuvo la gallina de aquel ave de rapiña» (Curiosa, libro II, cap. X).
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3.- EL
MONSTRUO COMO PRESAGIO
Como hemos visto, las causas por las que nace un ser monstruoso son diversas. La mayoría de ellas se heredan directamente y sin variación del acervo clásico, y se repiten como tópicos establecidos. La solución más inmediata tras el nacimiento de un monstruo es su lectura como prodigio, señal del castigo divino55; en este mecanismo, el monstruo actúa como causa de otros fenómenos, que desencadena. La Biblia es la fuente más evidente para esta aproximación: los comportamientos aberrantes son sancionados con el nacimiento de monstruos, según una lectura apocalíptica muy próxima a la iconografía de Brueghel el viejo o de El Bosco56. Muy avanzado el siglo XVII se sigue propagando esta interpretación como forma de amenaza para controlar ciertos comportamientos ilícitos, aunque esta idea ya no es la que impera en los tratados de carácter científico. El castigo divino también puede recaer sobre una nación entera y, así, el monstruo no señala el mal comportamiento de alguno de los progenitores, sino que augura una desgracia acuciante. Uno de los casos más difundidos en Europa, tanto textual como iconográficamente, es el del llamado monstruo de Rávena, aparecido en esta ciudad en 1512 para anunciar un saqueo: aunque tenía cabeza, rostro y cuerpo de criatura humana, tenía un cuerno en la frente, y en lugar de brazos tenía alas como de murciélago; en el pecho tenía una Y griega, y en el estómago una cruz, y era hermafrodito, y no tenía más que un solo muslo, una pierna y un pie, que todo ello era de hechura de la de un ave de rapiña, en la rodilla tenía un solo ojo (Bovistuau, I, cap. XLI).
55
«las más de las veces es su causa el juicio, justicia y castigo de Dios, que se sirve de que semejantes abominaciones nazcan en horror de los pecados de sus progenitores, que como animales brutos, indiferentemente se arrojan tras sus apetitos» (Bovistuau, I, cap.V).Ver otro ejemplo similar de retórica en el Apéndice I, apartado 13. 56 «Y Esdrás dice lo mismo en el cap. 5 que entre otras maldiciones de que Babilonia es amenazada por el Ángel, es la una que las mujeres monstruosas concebirán monstruos» (Bovistuau, I, cap. V). Ver una versión más extensa en el Apéndice I, apartado 14. Sobre la imaginería monstruosa, tema preponderante en la pintura de El Bosco, puede consultarse el estudio de Peñalver Aranda.
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Durante el siglo XVI prolifera este tipo de construcciones simbólicas, cada una de cuyas partes se interpreta como una pieza de un cataclismo más grande. A finales de ese siglo aparecen diversos testimonios, dentro del seno de la Iglesia, que proponen cierta cautela y recomiendan no sobreinterpretar las señales, aunque tampoco ignorarlas. En palabras de fray A. de la Vega: «adivinar lo que está por venir, por voces, o por cantos, o movimientos de aves o animales, como hacían los gentiles es grave culpa; pero no lo es el considerar que Dios puede enviar avisos y señales». Del mismo modo, a finales del siglo XVII, fray T. Fuster refuerza la idea de que no debemos dar crédito, a vanas observaciones, y agüeros de gentiles, para explorar por ellos las cosas que han de acaecer. Empero nadie puede dudar, que queriendo Dios significar algo de lo que ha de suceder, (por lo que así conviniere o fuere de su gusto) acostumbra disponerlo, e insinuarlo por varios, y peregrinos modos, que tiene, como se puede entender de un sinnúmero de historias divinas, y humanas que hay (p. 4).
Incluso Nieremberg, en una sola ocasión a lo largo de su tratado, llegará a sostener que el monstruo es castigo de pecados y aviso de calamidades57, restos sin duda de una larga tradición de pensamiento donde el monstruo es señal y causa de males incipientes. Pero un discurso que tiene como base el prodigio se limita a estas afirmaciones, y no puede ir más allá de una interpretación sígnica, donde el monstruo no existe más que en la medida que representa y no es digno de ninguna atención en sí mismo. Sólo puede eliminarse la aparición de monstruos no pecando, para no alimentar la ira de Dios; por lo tanto, buscar cualquier otra causa es inútil. Otra consecuencia de la lectura del monstruo como aviso de males es una fuerte reacción de rechazo por la cual el ser deforme, como prueba inequívoca de pecado, ha de ser eliminado. En una interpretación dominada por la noción de prodigio, tras el nacimiento del monstruo se intenta predecir exactamente cuál es la desgracia que sobreviene, para mitigarla por medio de ritos que tienen como centro al ser deforme, que la anticipa. Este procedimiento 57
A pesar de que el padre Nieremberg expone la idea por medio de fuentes secundarias, cierra su exposición de manera aseverativa, como si la sancionara.Ver el Apéndice I, apartado 15.
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funciona con regularidad en la antigüedad clásica, donde tanto griegos como romanos e hindúes exterminaban a los seres deformes, fuesen éstos animales o humanos. Los procedimientos iban desde la cremación hasta el abandono en alguna isla próxima, pasando por el ahogamiento58, sin importar mucho el método de deshacerse del indicio, siempre que desapareciese cuanto antes. Tradicionalmente se ha atribuido al ideal militar espartano y al culto apolíneo de la belleza tanto el exterminio de seres desvalidos como la noción superior de la forma armónica. Todas ellas son acciones exteriores al ser monstruoso, que no cuestionan su situación como manifestación biológica, sino lo que significa su presencia exteriormente. Por ello no se ve como humano (más bien como asociado a lo diabólico en algunos períodos). El mismo Bovistuau reafirma que los monstruos, obras son que naturaleza las produce; pero no se numeran entre las que hace perfectas, por ser como son defectuosos, diversos y extraordinarios de la especie de sus progenitores [...] A los monstruos los llamo yo excrementos de la naturaleza, no porque no sean sus propios y legítimos hijos, sino porque son sinificadores de infortunios y desastres, y por ello los antiguos los tuvieron en tanto horror, que no hubo nación que por sus leyes no los condenase a muerte (III, cap. XVI).
Otros autores como Rivilla Bonet y Pueyo se detienen a observar con más detalle las causas culturales del exterminio de seres monstruosos en el mundo antiguo. El autor describe cómo los partos con menor grado de desviación (como, por ejemplo, nacer humano con miembros de más o de menos) eran presagio de males menos horribles, y sólo se expiaban con nueve días de deprecación; la ley no mandaba la exposición o muerte de estas criaturas, pero tampoco la prohibía. Si por el contrario el parto tenía mezcla de varias especies, había que hacer sacrificios para aplacar el numen, que consistían en la matanza
58
Ver algunos ejemplos concretos en el Apéndice I, apartado 16. El exterminio de seres deformes cobra nuevo auge como parte de la eugenesia, popularizada en Alemania por el darwinismo social de E. Haeckel. Sus preceptos impiden la reproducción de individuos con enfermedades hereditarias, exterminando de manera más o menos encubierta a los notoriamente deformes, no sin antes experimentar con ellos.
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«de tres diversos animales, y se decían suovetaurilla por componerse sue, ove, & tauro [...] Llamábanse también sacrificios lustrales [...] Mandábase precisamente matar o exponer el parto prodigioso por ley decemuiral» (cap. I). En los siglos XVI y XVII un parto monstruoso no se castiga con la muerte, pero se procede a exterminar, o al menos a capturar, cualquier tipo de monstruo encontrado en estado salvaje. Algunos relatos hablan de intentos de domesticarlo y dotarlo de un lenguaje y unas costumbres civilizadas, la mayoría de las veces con poco éxito59; pero de la mayoría se deduce un propósito de control, que elude su estudio, y sólo provoca una reacción de defensa ante lo desconocido, o bien un deseo de exhibirlo como trofeo. Esto es especialmente cierto en las expediciones recientes por tierras americanas: Confírmase pues Oviedo en su Historia de las Indias, refiere que como el Capitán Juan Pérez Maldonado entrase por un río arriba por los Andes, acompañado por una escuadra de soldados, halló al pie de unas altas sierras un gigante reposando, y dándole dos cargas de mosquetería le mató, y le pudo reconocer; y halló, lo primero, que era tan extraordinario que traía por báculo un palo tan grande como la entena de un navío; y lo segundo, que era hermafrodita. Y dice que al ruido de la pólvora correspondieron desde las sierras con voces y con alaridos tan giganteos que conocieron era toda aquella tierra de gigantes, con que temiendo algún trabajo se volvió a embarcar [...] Añado aquí por paréntesis y por admiración que, según refiere Oviedo, no lejos de esta tierra donde mataron este gigante halló el mismo Capitán y sus compañeros dos pigmeos, macho y hembra, y que no pudiendo alcanzar al varón le mataron de un arcabuzazo, y trayéndoles al barco a él muerto y a ella viva con intención de presentarla al rey, no la pudieron lograr, porque emperrada la mujercilla no quiso comer, y así murió al tercer día (A. de Fuentelapeña, duda V, §204).
El rechazo al monstruo se sostiene en una larga tradición occidental que reafirma lo semejante y condena lo diferente, sobre todo en lo que a la figura humana se refiere. En el siglo XVI francés, M. de Montaigne consagró su obra a tratar de entender la diversidad de los 59
Son variaciones elaboradas de este motivo los casos de Segismundo y Calibán.Ver otro ejemplo de la caza y domesticación del monstruo en el Apéndice I, apartado 17.
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hombres, culturas y costumbres, incluso atribuyendo al otro el rango de más civilizado, menos codicioso y violento. Ese relativismo crítico es propio del siglo XVII, y se expresa también en los cotejos y balances de nuestros tratadistas españoles. Aunque sus propósitos son menos filosóficos, la tradición humanista en que se sitúan les mueve a comprender la deformidad como parte de la genealogía y la etiología humana. En definitiva, tratan de entender y debatir lo monstruoso.
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Cosicosa: «lo que vulgarmente llamamos qué es cosicosa, que por entretenimiento los antiguos, después de mesas alzadas en los convites, se proponían unos a otros, y a la primera vista parecían como monstruos compuestos de cosas incompatibles». (Sebastián de Covarrubias)
1.- ¿QUÉ
ES UN MONSTRUO Y CÓMO RECONOCERLO?
Monstruos y demonios Una preocupación común a muchos tratados es si los monstruos son hombres. Esto es, si, como objeto de estudio, pertenecen a la categoría de lo humano, de lo animal o de lo diabólico. Tal vez por defensa del propio tema, la opinión general es que los monstruos son humanos o animales, pero nunca diablos; de no ser así, su estudio hubiese podido ser censurado o prohibido por razones de ortodoxia. El problema de discernir un monstruo de un diablo procede directamente de la retórica usada en la exposición de prodigios. En ellos, el monstruo consta de tantas partes disparejas que llega a perder cualquier atributo humano, por lo que se piensa que puede tratarse de un ser sobrenatural. P. Bovistuau describe un monstruo nacido de padres humanos entre 1543 y 1547, cuyo aspecto no tiene ningún parecido con sus progenitores1, siendo una narración típica del prodigio, y añade tres ejemplos clásicos de seres con posible origen diabólico: Platón,
1
Puede leerse en el Apéndice I, apartado 1.
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de quien se dice fue engendrado por Apolo; los hunos, que fueron procreados por las mujeres de los godos y demonios en Escitia; y Merlín, cuyo padre fue un diablo2. Sin embargo y para zanjar el asunto de un plumazo descarta todas esas historias por imposibles, a pesar de estar respaldadas por autoridades, por ser el hecho «no sólo contrario a nuestra humana naturaleza, mas aun impugna a nuestra católica religión, siendo así que ella no admite ni cree que ningún hombre haya podido ser engendrado sin simiente de varón, si no es el hijo de Dios» (I, cap. VII). Esta conclusión incluye al monstruo en la especie humana y destierra la posibilidad de que sea un demonio, incluso en obras como las Historias prodigiosas, donde la noción de agüero está muy acentuada. Como puede verse, la autoridad religiosa impone un marco general de clasificación y diferenciación que asegura ya el carácter humano del ser nacido del hombre. Otro problema diferente radica en los demonios que se fingen monstruos. Nieremberg advierte de la existencia de estos seres, que no deben ser confundidos, puesto que son diablos, y por tanto ni humanos ni tan siquiera animales fabulosos: En lo que toca al punto que tratamos de demonios monstros, en España se han visto poco ha. Un hombre no ha muchos años traía uno muy disforme, con que ganó algunos ducados. Después se averiguó ser espíritu malo [...] Y quién quita que no pudiesen comenzar o adelantar la fama de los sátiros y centauros algunos espíritus con aquel gesto: que como se aparecen ahora a los indios por los campos en más disforme y bestial traje, así se pudieron mostrar a los antiguos con alguno desformado (Curiosa, libro IV, cap. XV).
2 La solución de Nieremberg a este último caso es que Merlín simplemente no tuvo padre: «cuenta Sperón de una virgen que se hizo preñada, pero esto por mentira se ha de censurar, si no es que fuese caso semejante al de la madre de Merlín» (Curiosa, libro III, cap. II). J. Ruiz de Alarcón, por el contrario, mantiene la teoría diabólica: «Partime a Italia, ambicioso / de las glorias de la guerra; / y al monstro en ciencias, Merlín, / por mi dicha, encontré en ella: / Aquel, que según publican, / o verdades o consejas, / lo concibió de un demonio / una engañada doncella; / que esto puede hacer un ángel, / si a vaso femíneo lleva / el semen viril que pierden / los que con Venus se sueñan... / —Mas sigan esta cuestión / los que siguen las escuelas; / que a mí no me toca ahora / probar sus naturalezas— / Merlín, el hijo del diablo, / su apellido común era» (La cueva de Salamanca, acto I).
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Como vimos más arriba, las explicaciones del padre Nieremberg no se apoyan en la fe, sino en causas que proceden de la filosofía natural. Así, explica el nacimiento de niños con forma de demonios y argumenta que son humanos, sin llegar siquiera a plantearse la posibilidad de que puedan tener origen diabólico, justificando que nacieron así por haber presenciado la madre ciertos bailes indígenas3. Un caso similar, que atribuye la génesis de un demonio a la imaginación de la madre, se da cuando una hechicera bajo influencias infernales cree «que lo que han concebido de otros hombres sea de ellos [de los demonios]» (Rivilla Bonet y Pueyo, cap. V). Es también posible que la voluntad del padre influya en la concepción de criaturas de aspecto diabólico, como en el caso referido por Rivilla Bonet y Pueyo: de la mujer que en Boisleduc del ducado de Brabante parió un hijo en la forma que se pintan los demonios del modo que se representan acá en las fiestas del Corpus, que vulgarmente llaman diablicos, por haber su marido vestídose de tal en la fiesta de la Dedicación de la Iglesia mayor de aquel lugar, y llegado así a su mujer diciendo quería engendrar un demonio (cap. X).
Otra explicación diferente para la existencia de seres con apariencia de demonios, pero que no lo son en realidad, es que tienen aspecto de hombres salvajes, y por ello pasan por sátiros4. Es el caso del que se conocía en las cortes europeas como «el hombre silvestre», cuyo nombre era Zaquias, que vivía en el palacio del cardenal Odoardo
3
Ver el relato en el Apéndice I, apartado 2. La apariencia es también el motivo de confusión en la historia de Pedro Serrano que relata el Inca G. de la Vega: náufrago durante varios años, el clima le hace jirones la ropa. Finalmente, otro náufrago llega a la isla: «Cuando se vieron ambos, no se puede certificar cuál quedó más asombrado de cuál. Serrano imaginó que era el demonio que venía en figura de hombre para tentarle en alguna desesperación. El huésped entendió que Serrano era el demonio en su propia figura, según lo vio cubierto de cabellos, barbas y pelaje. Cada uno huyó del otro, y Pedro Serrano fue diciendo:“¡Jesús, Jesús, líbrame, Señor, del demonio!”. Oyendo esto se aseguró el otro, y volviendo a él, le dijo: “No huyáis hermano de mí, que soy cristiano como vos”, y para que se certificase, porque todavía huía, dijo a voces el Credo, lo cual oído por Pedro Serrano, volvió a él, y se abrazaron con grandísima ternura y muchas lágrimas y gemidos, viéndose ambos en una misma desventura, sin esperanza de salir de ella». 4
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Farnese en Roma, en 16135. Este hombre, que tuvo cuatro hijos semejantes a él, era a su vez hijo de un famoso hombre hirsuto llamado Petrus Gonsalvus, cuya residencia en Parma se documenta hacia 1583, y de quien se dice que probablemente tuvo cuatro hijos, al menos dos de los cuales eran peludos. Nacido en Tenerife en 1556, Petrus fue llevado a la corte de Enrique II de Francia, donde fue educado, y más tarde vivió junto con una hermana suya en la corte de Margarita de Parma. Petrus Gonsalvus, confundido según el testimonio de Rivilla Bonet y Pueyo con un sátiro diabólico es, en realidad, un modelo de cortesano, retratado en varias ocasiones con opulentos atuendos6, casado y con hijos situados en las mejores cortes europeas.
Fig. 5. Retrato de Pedro González (ca. 1580).
5 Parte de la historia es referida por Rivilla Bonet y Pueyo en su capítulo IV, quien remite a G. Schott para las ilustraciones de Zaquias. 6 Junto con el grabado de U. Aldrovandi y el recogido en el tratado de G. Schott, nos ha quedado constancia gráfica de Petrus Gonsalvus, así como de una
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Aunque la posibilidad de que un diablo tome parte en la formación de una criatura monstruosa queda descartada, todavía hay dificultades para discernir qué es realmente un monstruo. Nuevas cuestiones se plantean en dos casos: el hibridismo y la existencia de razas monstruosas.
¿Animal o humano? Las dudas para clasificar a un ser como humano o como animal tienen su procedencia, al igual que la apariencia diabólica, en las relaciones de prodigios. Los monstruos que tienen un gran componente animal forman parte de la literatura y el folklore, acumulándose en forma de bestiarios, que es como aparecen más aislados. Pero cuando la proporción animal es menor, surge la duda acerca de su humanidad; y, del mismo modo, cuando un monstruo se compone de varias especies, es difícil saber a cuál pertenece realmente. Al final, la discusión sobre el carácter del monstruo y los límites de la naturaleza humana es un intento de definir esa misma naturaleza. Todo ello puede resolverse en un problema de apariencias, que autores como Nieremberg tratan de solucionar del siguiente modo: la humanidad del progenitor no se transmite a la criatura, no es marca dominante de descendencia y así, el monstruo será de la especie del animal a que más se parezca. Incluso si la criatura tiene apariencia humana, hay que tomarlo con cautela, «porque muchas veces bulto humano ha escondido ánima de bruto» (Curiosa, libro III, cap. XXV). Por la razón contraria, Rivilla Bonet y Pueyo cree que, cuando las criaturas tienen más de bestia que de humano, es imposible que tengan uso de razón, porque «no puede el alma humana estar con organización de bruto» (cap.VI). Sí admite, por el contrario, que las criaturas nacidas de humano y animal sean humanas. Para ilustrar su razonamiento, refiere dos historias de sendas niñas que nacieron en Portugal, uno de cuyos progenitores era, respectivamente, un caballo
hija suya, en óleos de cuerpo entero pintados alrededor de 1580, que se conservan en el Kunsthistorisches Museum de Viena, en la colección del Castillo de Ambras (fig. 5).
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y un perro; estas niñas eran normales, excepto por un par de rasgos que delataban su procedencia: una de ellas ladraba, y la otra tenía un mechón de pelo que le recorría la espalda, a modo de crin (cap. IV)7. Ambos autores están debatiendo, finalmente, las nociones aristotélicas de potencia y acto. En estos dos casos aparece, además, una correspondencia entre cuerpo y alma. Si el primero es humano, puede tratarse de una apariencia y albergar el alma de un animal; por ello, Nieremberg tiene por imposible e ilusoria la historia citada por Kornmann: «de un hombre que tuvo que ver con una vaca, y que de ella nació un niño con perfecta forma humana, que le bautizaron, creció, y salió virtuoso y pío. Cuando grande, decía que sentía grandes movimientos y antojos de andar por los prados y comer yerba» (Curiosa, libro III, cap. XXV). Por el contrario, puede afirmarse con seguridad que un cuerpo de animal no está regido por un alma humana8 mientras que, si el alma es verdaderamente humana, le será imposible estar alojada en el cuerpo de una bestia. La gran paradoja que encierra esta noción es la de la apariencia, y el decidir qué grado de humanidad es el apropiado para estar seguros de que el alma no es de animal. En el caso de las niñas de Portugal, la pequeña rémora de ladrar y tener crin no impide a Rivilla Bonet y Pueyo admitir que son humanas, mientras que un niño perfectamente bautizado y de buenas maneras es considerado por Nieremberg como un «engaño a los ojos» o trampantojo de la naturaleza, por esconder alma de animal. En un caso el cuerpo es el espejo del alma, mientras que en el otro el alma es el espejo del cuerpo. Cada uno de los autores parece tener clara su postura, y sin embargo la tensión entre verdad y apariencia crea un ansia de demostración notoria en todo el discurso de estos autores quienes, como veremos, plantean dudas similares una y otra vez.
7
Su fuente en este caso es la Corónica moralizada del padre A. de la Calancha (1638). 8 Cervantes demuestra con ironía lo contrario en El coloquio de los perros, novela donde la Montiela, por arte de hechicería, pare dos perritos en lugar de niños: «que sé que eres persona racional y te veo en semejanza de perro, si no es que esto se hace con aquella ciencia que llaman tropelía» (p. 337).
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2.- RAZAS
NECESARIAS:
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GIGANTES
La reflexión sobre las razas monstruosas vuelve a traer a colación la relatividad del juicio y de los criterios de clasificación. La tradición aristotélica señalaba que los hijos debían necesariamente parecerse a sus progenitores9 y, en este sentido, las razas monstruosas no son tales, puesto que cumplen dicha ley de semejanza. Por ello, autores como Fuentelapeña se preguntan si estas naciones son o no merecedoras del calificativo de monstruosas. Para Rivilla Bonet y Pueyo la respuesta es clara: ¿Cómo es posible que dejen de ser monstruosos hombres de veintitrés y veinticuatro codos? [...] El gigante Tirano de aquel castillo de Brabante [...] por la crueldad de cortar a cualquiera que, pasando por el scalde, no le pagaba tributo las manos, que arrojaba luego al río significando esto en la voz antworp, esto es, arrojamiento de mano, el cual era de 17 codos [...] cuyas muelas, espaldas, una pierna y un brazo se conservan hasta hoy en dicha ciudad10, como es notorio (cap.VI).
Esta diferencia de opinión se acrecienta con una nueva duda: si son hombres dotados de lenguaje y razonamiento o simplemente animales de formas semihumanas11. De fondo está la incertidumbre entre lo que es verdad y parece mentira y lo que, pareciendo fabuloso, resulta verdad. Nieremberg ensaya un criterio de juicio que aplicará a su propio estudio de las razas monstruosas: Lo cierto es que vemos tantas cosas que antes de vistas nos parecieran imposibles, que ya ha ganado crédito la naturaleza para toda maravilla, y no es argumento de su falsedad sola la novedad de la insolencia; no quito por eso el recato y prudencia, porque mil mentiras pasan por verdades, pero advierto que esto mismo no quita que muchas verdades pue-
9 «Los monstros que los antiguos más celebraron son los pigmeos, tritones, sátiros, centauros, nereides, sirenas, cinamolgos y otros deste metal. Aunque si fuesen muchos, y con ordinaria y solemne sucesión con semejanza de los hijos a los padres, no serán en rigor monstros, con todo eso la curiosidad gustará de saber su certidumbre» (Nieremberg, Curiosa, libro IV). 10 Se refiere a la actual Amberes. 11 A. Carranza, en el capítulo XVII de su obra, discute si la naturaleza produjo entre los monstruos humanos a pigmeos y gigantes.
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dan parecer mentira. La regla que juzgo más prudente es que se crea poco, pero que no se extrañe todo, y que haya otro argumento de falsedad distinto de la admiración y la peregrinidad. Muchas cosas serán inciertas que no serán falsas, lo bueno es ser uno difícil en creer, no fácil en desmentir; no se ha de negar todo lo nuevo sólo a título de nuestra ignorancia (Curiosa, libro IV, cap. XIV).
Poniendo en práctica su propia reflexión, el autor acomete la pregunta por sirenas, nereidas y cinocéfalos. A pesar de que estos seres habían sido categorizados como monstruos fabulosos, el autor los asocia con casos cronológicamente próximos, para dar un sentido de utilidad a sus reflexiones y demostrar que, como filósofo natural, se sirve de la observación directa como fuente de saber. En el caso de las sirenas Nieremberg, quien no duda de su existencia, termina su reflexión de manera expeditiva, desmintiendo la creencia vulgar que las hace especímenes acuáticos, iconografía que, según él, debe su error a los pintores12. En lo referente a los cinocéfalos u hombres con cabeza de perro, el jesuita admite también su existencia, pero niega que sean humanos porque jamás se les ha oído hablar, sino aullar o gruñir como los perros13. Su criterio está basado en la facultad del lenguaje: al carecer de éste quedan automáticamente excluidos de la categoría de hombres14.
12
Ver el Apéndice I, apartado 3. De la misma opinión es J. Pérez de Moya en su Filosofía secreta, libro II, cap. XV, X. Mexía, por su parte, recoge los casos de Plinio y Aulo Gelio en el capítulo XXIV de la primera parte de la Silva, y Torquemada repite las citas de Mexía en su Jardín. C. Mosquera de Figueroa recoge las dos interpretaciones: «Si miras a su cuerpo, ya son aves / […] / y si miras las húmidas moradas / […] / serán entre los peces estimadas» (Cossío, p. 272). 13 Ver el Apéndice I, apartado 4. El cinocéfalo es emblema de la brevedad de la vida. Entre sus versiones hay que contar la de J. de Borja, que reza: «gente o animal de Etiopía, que muere poco a poco, muriéndosele un día un pie, y otro día una mano, y así se le va acabando la vida». Utilizamos como fuentes para la emblemática las compilaciones de Henkel y Schöne, y Bernat Vistarini y Cull. Es conocido un caso de licantropía relatado por A. Ponce de Santa Cruz, médico de cámara de Felipe II: un hombre de treinta años que por malnutrición se creía convertido en lobo, huía del trato de la gente, se escapaba a los montes, pasaba las noches aullando y entraba a los cementerios a llamar a los muertos. 14 El lenguaje no sólo sirve para diferenciar a humanos de animales sino también para medir la dificultad de comunicación: en su primer viaje, Colón no considera inviable la conversión religiosa de los indígenas, ya que todos hablan un
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Cuando se trata de hablar de pueblos extraños, se recurre a un catálogo muy tipificado de imágenes, que proceden de unas fuentes comunes reiteradas por todos los tratadistas15. Pero muchas veces se acumulan historias y retahílas de seres sin tan siquiera citar la fuente de autoridad, o se hace de manera inexacta, de memoria. Puede decirse que el discurso de las razas monstruosas posee su propia retórica genérica, donde lo importante es repetir ciertos lugares comunes. Uno de ellos procede de la afirmación de Aristóteles que sostiene que África es la tierra que más razas extrañas cría porque los vientos (especialmente el Austral) son causa de monstruos; de ahí se origina también el proverbio que dice que en África siempre hay algo nuevo; otro tópico es que Sicilia es tierra de gigantes16. Una forma frecuente de presentarse las razas monstruosas es a través de listas donde se amontonan los seres más variopintos, que se describen como si los autores tuviesen delante ilustraciones como las del Salterio de Londres (fig. 6), y se limitasen a seguir el orden en que éstas aparecen17. Estas listas de lo no clasificable, que tienen su procedencia retórica inicial en Plinio y Megástenes, corresponden, así, a suplementos y demuestran, por lo mismo, el carácter relativo de la clasificación. Un autor como F. Thamara, que pretende recoger objetivamente las costumbres de todos los continentes, se ve obligado a repetir la lista de seres monsmismo lenguaje; en su segundo viaje nota que será dificultosa, ya que hay varias lenguas; en el tercero identifica una gran diversidad lingüística y llega a la conclusión de que los nativos no podrán aprender mucho sin la ayuda de intérpretes (Greenblatt, 1991, p. 92). 15 Estas autoridades incluyen a Plinio, Aulo Gelio, San Agustín, Heródoto, A. Marcelino, U. Aldrovandi, J. de Mandeville, J. Escalígero, Estrabón, O. Magno, Pausanias y San Alberto Magno. 16 «las [cuevas] humanas son las de los gigantes, que se ven en Palestina y Sicilia» (José V. del Olmo, fol. 33). Ver además el Apéndice I, apartado 5. Recordemos que la Fábula de Polifemo gongorina tiene lugar en Sicilia («donde espumoso mar sicilïano», v. 25). Al incluir en su Mundus subterraneus una escala de tamaños humanos, A. Kircher la enclava en el monte Erice, lugar de Sicilia donde Virgilio relata que Eneas dio sepultura a Anquises (Eneida, libro X). 17 Estas enumeraciones tienen su correspondencia visual no sólo en el Salterio de Londres, sino también en la obra de Mandeville, cuya primera traducción al español es de 1515 y ve múltiples ediciones desde el siglo XIV; también en grutescos como el que Giovanni A. Bazzi pintase entre 1505 y 1508 para el Convento de Monte Oliveto Maggiore. En estas manifestaciones se condensa, a modo de serie fija e invariable, el repertorio de razas monstruosas.
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truosos, para después excusarse: «mas al fin, estas y otras cosas que de la India y de la gente de ella se cuentan, como tengan más necesidad de crédito para que sean aprobadas, que no aquellas cosas que delante de los ojos vemos» (fol. 193). Cuarenta años después, Sánchez Valdés de la Plata dedica gran parte de su libro III a repetir la lista de hombres sin boca, monópodos, seres que se cubren con las orejas, monoscelos, etc.18
Fig. 6. Razas monstruosas (siglo
XIII).
Si bien los eruditos nunca dedican más de una o dos frases para dejar constancia de las características más señaladas de cada raza, encontramos dos casos particulares en gigantes y pigmeos, especies que no pueden despacharse con un par de anotaciones, puesto que sobre ellas recae una larga e irrefutable tradición de autoridad que comienza por la Biblia en el caso de los gigantes19, y por Ezequiel en el caso de los pigmeos20. Entre estas dos razas se produce una curiosa competición 18
Ver este y otros recuentos en el Apéndice I, apartado 6. Fray A. de Castrillo dedica el capítulo XVII de su Tractado al origen de los gigantes; se refiere en él a la tradición pagana, con fuentes en Ovidio y Virgilio, a la agustiniana, y a la bíblica del Génesis y el Deuteronomio. Polémicas sobre si los gigantes son ángeles de Dios, debatidas por extenso en este Tractado, no tienen cabida en las obras del siglo XVII, más preocupadas por causas físicas inmediatas. 20 Probablemente citando a Torquemada, Fuentelapeña alega: «lo primero porque así consta del capítulo 27 de Ezequiel, número 11, donde refiriendo los soldados que tenía en su defensa la ciudad de Tiro, pone entre los demás a los pigmeos» (duda primera, §123). 19
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de fuentes: la existencia de los gigantes está sobradamente justificada por su aparición en el libro del Génesis21 y, por ello, predominan los argumentos que se centran en reforzar la presencia de los pigmeos, cuyo apoyo —el profeta Ezequiel— es considerado una fuente menor de autoridad sagrada. Por ese motivo, Nieremberg remite a todas las autoridades posibles22, y alega causas biológicas para reforzar los argumentos a favor de su existencia: «La razón también está de su parte: porque menos dificultoso es de creer y más ordinario acontece algún descaecimiento de la naturaleza, que no sumo vigor, pues si creemos éste en los gigantes, por qué no aquél en los pigmeos» (Curiosa, libro IV, cap. IV). Todos los autores del siglo XVII, sin excepción, defienden la existencia de ambas razas, sin aventurarse a desmentir las fuentes bíblicas originales; llegan incluso a refutar a autoridades de consolidado prestigio como A. Magno. Este autor había introducido un nuevo criterio para saber si se trataba de animales o de humanos, que no residía en el lenguaje sino en la práctica religiosa: «haber esta chusma, pero pensaron que no eran hombres, sino acaso algún linaje de simios [...] El fundamento [...] es que no tenían religión, que es propia del linaje humano, pero sin fundamento afirma esto este autor, pues él por sí no lo pudo averiguar» (Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. III)23. A. de Fuentelapeña retoma este criterio sobre la práctica religiosa como prueba de humanidad, desestimando también el parecer de A. Magno «todos los autores que dan por verdaderos hombres dichos pigmeos, suponen y les dan que tienen su religión y culto» (duda primera, §134). A pesar de coincidir en la creencia de que estas razas existen, no hay una opinión homogénea sobre si son hombres o no. Tanto Fuentelapeña como Nieremberg se decantan por una respuesta afir-
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En palabras de José V. del Olmo, «de los gigantes no puede dudarse por hacerse mención de ellos en diferentes lugares de las sagradas letras». De entre esos lugares destaca la referencia en Génesis, 6:4: «Existían entonces los gigantes en la tierra, y también después, cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y les engendraron hijos. Estos son los héroes famosos muy de antiguo». Rifer de Brocaldino explica su desaparición «porque está ya en los últimos desmayos la naturaleza». 22 Ver el Apéndice I, apartado 7. 23 Ver otros ejemplos similares de la acalorada defensa de pigmeos y gigantes en el Apéndice I, apartado 8.
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mativa, que es refutada por A. Dávila Heredia quien, con lógica gramatical, alega que si llevan otro sustantivo es precisamente para diferenciarlos de los humanos: Es cierto que los monstruos no son hombres; intentar lo contrario es digno de justa reprehensión; porque lo que es perfecto no puede mejorarse, y lo que es infinito no puede crecer. ¿Hay mayor milagro que el hombre? [...] La razón de llamarse pigmeos fue por distinguirles de los hombres, y así no se ha de decir que había hombres pigmeos, sino pigmeos que se parecían a los hombres: porque no es la misma cosa aquella que se le parece.
Dos son los puntos centrales de la discusión sobre pigmeos y gigantes, a saber: si los hubo en el pasado y si todavía sigue habiéndolos. Como se ha visto más arriba, todos los tratadistas admiten que han existido en tiempos pasados; evidencia de ello es el descubrimiento de pruebas, como confirma el testimonio de José V. del Olmo, quien en su Nueva descripción del Orbe de la Tierra refiere cómo Últimamente en una gruta de las ruinas de un castillo de la superior de Cantabria se halló en junio del año 1665 un cadáver de un gigante de 18 pies romanos de largo; la cabeza tenía 2 pies y medio, cada muela pesaba 1 onza y un tercio, y los dientes ordinarios pesaban a tres cuartos de onza; los huesos por su mucha antigüedad se desmenuzaban fácilmente, pero los dientes eran durísimos. Así lo escribe Francisco Nazari en las relaciones del año 166924 [...] donde refiere otras particularidades de aquesta gruta, y del betún con que estaba embalsamado el cadáver (fol. 543).
Un argumento todavía más sólido lo proporcionan las reliquias de San Cristóbal, modelo de santo monstruoso25: «Nuestro Luis Vives añade la ponderación de la muela de San Cristóbal que tiene esta santa iglesia de Valencia que es mayor que un puño.Y el P. Francisco de Bivar [...] refiere haber visto y adorado en la catedral de Astorga media mandíbula del Santo, y que pesa 13 libras de a 16 onzas» (fol. 542)26. 24
Se trata de los Giornali de letterati dall´anno 1668 fino all´anno 1679. Según una tradición popular San Cristóbal era, además de gigante, cinocéfalo (Boia, p. 56). 26 La competencia entre las iglesias por mostrar las reliquias más atractivas para los devotos se pone de manifiesto en la selección que Sánchez y Escribano hace de las Relaciones de Cabrera de Córdoba (pp. 145-147). 25
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Fig. 7. Dientes de gigante (1599-1665). Las dudas acerca de la existencia de gigantes y pigmeos provienen de la carencia de casos en el siglo XVII, y por ello hay un afán constante en traer ejemplos cronológicamente próximos27. De esta manera, si se prueba que hay especímenes recientes, se deducirá instantáneamente que proceden de aquellas grandes razas del pasado, que las autoridades máximas certifican. Las grandes expediciones a América y a otras regiones exóticas habían actualizado los encuentros con seres inusuales, y los exploradores y cronistas debatían el tema incesantemente; esos testimonios son bien aprovechados por autores como Nieremberg para demostrar sus propios argumentos: Demás de esto, es falso lo que dice Escalígero que nadie por este tiempo haya topado los pigmeos ni los autores hayan relatado dónde están, porque muchos modernos hacen de ellos mención cierta. Jovio en la Historia Moscovítica dice que se hallan ahora de la otra parte del Japón. Antonio Pigafetta los halló en la isla Arucheto entre las Malucas. Leonardo Argensola las pone también allí en la isla Chapi28. El beato Odorico dice 27
Ver los razonamientos al respecto en el Apéndice I, apartado 9. Nieremberg ha confundido las referencias ya que, en realidad, es Pigafetta quien sitúa a los pigmeos en Caphi: «en esta de Caphi nacen homúnculos, como los ena28
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que él los halló que eran hombrecillos de tres palmos, que al quinto año engendraban. Fray Pedro Simón dice que el capitán Juan Álvarez de Maldonado los halló de la otra parte de los Andes, como ya también lo apuntamos en nuestra prolusión a la historia natural. Una provincia de gente enana, escribe también el padre Ruiz, que se halló el año de mil y seiscientos en las Indias (Curiosa, libro IV, cap. II)29.
A pesar de que el descubrimiento de nuevos territorios apoya la opinión de los letrados en lo que se refiere al asentamiento de razas míticas, los tratadistas del siglo XVII siguen recurriendo a casos geográficamente mucho más próximos a ellos, situándose como testigos presenciales siempre que les es posible. De las obras que nos ocupan se desprende un interés casi obsesivo por los pigmeos, que probablemente deriva de su proximidad, ya que son un fenómeno visible y más que notable en el ámbito cortesano; si bien no pertenecen a una raza, los enanos son percibidos como restos, como eslabones perdidos de un género prolífico siglos atrás. La insistencia con que se debate el tema de los pigmeos frente a otras razas monstruosas tiene mucho que ver con la presencia de enanos en las cámaras de reyes y príncipes. Sobradamente conocido es el caso de Bonamí, que vivió en la corte de Madrid, y a quien Góngora y Lope dedican sendos epitafios jocosos30, sin dejar de lado los extensos debates sobre la función, privilegios y situación de estos individuos31.
nos, los cuales son pigmeos y están sometidos por la fuerza a nuestro rey de Tadore» (p. 147). Argensola no menciona, en cambio, la isla de Chapi; sí trata de dar validez a los escritos homéricos, que por entonces debían carecer de autoridad suficiente: «sus habitadores no [son] más altos de quatro palmos. Siendo así, y estos los verdaderos pigmeos, ¿quién tendrá por fabulosas las batallas que en la tercera Ilíada canta Homero, entre ellos, y las grullas?» (fol. 73). Adams recorre la historia textual del relato que, partiendo de Pigafetta, pasa por la Terra Australis Cognita de Sarmiento y pervive en las historias de viajes que J. Callander recopiló en 1776 (pp. 19-43). 29 Puede verse un caso análogo de cita de fuentes cronológicamente próximas en el Apéndice I, apartado 10. 30 Ver el mismo caso en Apéndice I, apartado 11. Recordemos, así mismo, el capítulo dedicado por J. de Entrambasaguas a «Los enanos de Góngora», donde estudia la atención que profesan Lope y el poeta cordobés a este y otros enanos. 31 Bertaut, un turista francés, describe la representación de una comedia en Palacio. El único acompañante del rey, aparte de la reina y la infanta, era su enano, espectador privilegiado, por tanto (Díez Borque, p. 141).
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José V. del Olmo hace hincapié en el tema, refiriendo con admiración casos en que los seres pequeños suelen ser de una gran cordura y agudeza mental32. El autor describe el que considera el ser más pequeño que nunca existió, y aporta como prueba una imagen de su calavera (fig. 8) que, sin duda, formó parte junto a otros objetos de un gabinete de curiosidades: después de mil años paró la calaverilla de este hombrecillo en poder del Papa Benedicto de Luna, y que de descendientes de un criado suyo la hubo el ilustrísimo señor D. Francisco de Rojas Borja, siendo Arzobispo de Tarragona, que hoy es Obispo de Cartagena, y es del tamaño de una avellana gruesa, como aquí va delineada igual a la que su Ilustrísima me envió en una breve lámina copiada del original, y todo el cuerpo según natural simetría que debe corresponderle no llegaría a un palmo [...] consérvanse aún en esta calaverilla los dientes para mayor prueba de tan singular prodigio (fols. 537-538)33.
Fig. 8. Pequeña calavera (1675).
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Ver el Apéndice I, apartado 12. De la misma opinión es Rifer de Brocaldino: «¿Por qué los hombres pequeños suelen ser más entendidos que los muy largos? Porque tienen más unida la alma, y anima con más eficacia, y virtud las potencias» (fols. 3-4). Tal cordura y lucidez sigue manifestándose en personajes contemporáneos como Tassis, el enano que explica la etimología del término enatio (deforme) en Obabakoak, novela de B. Atxaga. 33 Fray A. de Villamanrique se refiere al mismo caso, aprovechándolo como excusa para discurrir sobre las causas de los monstruos, los gigantes y enanos notorios. Concluye diciendo que la calaverita, a pesar de pertenecer a un egipcio, es cristiana, ya que data de cuando cayeron los templos de la idolatría en Egipto.
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Finalmente, nuestros tratadistas se preguntan por las causas de la existencia de las naciones monstruosas. Autores como Nieremberg proporcionan una explicación que tiene que ver con la necesidad de la naturaleza de contrastar sus manifestaciones en pos de una mayor claridad; si hay monstruos individuales para resaltar la belleza del resto de los seres, del mismo modo habrá razas de seres monstruosos para señalar la grandeza de otros pueblos34. Toda creación de la naturaleza es deliberada, y en este caso la función de las razas monstruosas es el adorno por contraste, además de expresar una variedad y riqueza de formas. Queda sobreentendida la idea de que la forma no monstruosa, es decir, perfecta, es la del hombre inscrito armónicamente en un círculo y un cuadrado, tipificado por L. da Vinci35, pero ello no quita para que pueda ser realzada por la existencia de formas de vida que no son bellas en sí mismas, pero sí en combinación y cotejo con otras, como si la naturaleza se hubiese propuesto manifestarse como un oxímoron36. 34
«Haber hombres pequeños toca al atavío de la naturaleza humana; que a veces un lunar causa hermosura, y un descuido aseo. El haber nación de ellos toca al adorno del mundo; que así como convino que en cada nación hubiese algunos sujetos monstrosos, así convenía que en todo el género humano hubiese algunas naciones que lo fuesen, como San Agustín filosofa» (Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. IV). Rivilla Bonet y Pueyo mantiene la misma idea, condenando además la monstruosidad moral de algunos hombres; el monstruo pertenece «a la hermosura y variedad de la naturaleza, como a la incomprehensible ciencia del autor estas deformidades, como las asperezas de los montes, los desgreños de las malezas y las arenas de los despoblados; asombrándose, el que no puede ver el todo, de ver la parte, que por sí sola parece descompuesta y dentro de todo se halla conformada [...] A que puede añadirse el fin de la singular estimación que, perdida quizá por la frecuencia, suscita en los humanos la comparación de tales fealdades, tinieblas vivientes, que hacen hermosos los resplandores racionales; borrones de carne que hacen salir las líneas de la forma en la grande pintura de esta imagen de Dios, y últimamente el sumo reconocimiento que debe tributarse al Autor por el beneficio de la perfección y orden en la generación; el conocimiento de la malicia de su abuso, y sobre todo el indicio, aunque leve, de aquella fealdad incomparable por donde el pecado hace a los hombres monstruos interiores, más terribles que los mismos monstruos, dependiendo estos de accidente, y aquellos de las costumbres» (cap.V). 35 En su versión medieval, el hombre quedaba inscrito en una cruz latina, a modo de Cristo crucificado. Así diseñó Francesco di Giorgio la planta de una iglesia en un manuscrito del siglo XV (Von Simson, ilustración 7). 36 Para H. Ziomek (1983) el oxímoron es el vehículo de expresión de lo grotesco por excelencia.
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Una explicación de carácter más pragmático es la que ofrece el cirujano Rivilla Bonet y Pueyo, quien se basa en la climatología y las condiciones ambientales del Nuevo Mundo, donde el hábitat se muestra más exuberante en todas sus manifestaciones y donde, además, es muy probable que haya una propensión inherente37; así, las características de los seres humanos irían acordes con las del resto de la naturaleza, principalmente en las regiones septentrionales o meridionales, fuera de los trópicos, donde se crían hombres ordinariamente agigantados o de mayor estatura que la de los demás por la frigidez de los climas, que causa, constipando los poros, mayor copia de espíritus y materia, y más fuerte vegetación [...] Y en nuestras Indias, en los naturales de Chile y Tucumán (y aun en las bestias), cuya estatura excede la ordinaria de los que están debajo de la Zona Tórrida como son los de nuestro Perú. Por lo cual en la región o tierra de los Patagones halló Magallanes dos gigantes [...] y otros entre los Caníbales (cap.VI).
Salvo el caso particular de gigantes y pigmeos, las razas monstruosas quedan lejos y no plantean ningún problema; se limitan, como hemos visto, a servir de adorno y no hay que tomar medidas al respecto, puesto que no representan ninguna amenaza. De la semejanza aristotélica a la diferencia científica o empírica, la representación del monstruo termina por hacerse comparativa: una figura del otro, distinto y a la vez humano, exótico, pero también propio. Es así como puede trazarse la línea del pensamiento desde el prodigio al ser natural, salvaje y monstruoso, y de ahí al ser humano. Todas estas disquisiciones alrededor de qué es un monstruo y las dificultades para reconocerlo y delimitarlo indican que la apariencia es engañosa; por eso una madre puede concebir un monstruo con forma de diablo al ver a su marido disfrazado de tal, y por eso un pig37 La influencia del clima en los seres vivos es una constante de la filosofía natural. No sólo Egipto o el Nuevo Mundo influyen en la fisiología humana, sino que ésta puede verse afectada en todo momento: «Los huesos en tiempo de gran frío, están tan vidriosos que con muy pequeño golpe se suele quebrar brazo o pierna. Cardano, lib. 5» (Sánchez Tortolés, fol. 378). G. Cardano (1501-1576), amigo de C. von Gessner, es más conocido por su enciclopédica De rerum varietate, donde trata temas como alquimia, criptología y matemática, además de referirse a la colección de rarezas que poseía Carlos V.
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meo puede ser la criatura más ingeniosa de cuantas existen. Estas vacilaciones dan a entender también que el juicio es relativo e inestable, y que una verdad absoluta es un concepto demasiado inseguro para creer en él sin analizarlo. Lo monstruoso es un tema situado en tierras movedizas, que facilita el análisis y cuestionamiento, que abre nuevos campos al pensamiento, y que permite una mayor libertad de exploración, más allá de las barreras de la fe o la herejía. Es un material que permite divagar y reflexionar sobre lo relativo; por eso, un gigante no es monstruoso si se mira desde la relatividad de la proporción, y sirve para resaltar lo que se considera normativo; sin ese contraste no sería posible sintetizar y establecer unos criterios de lo que se considera proporcionado o normal. Una pregunta por la configuración de un monstruo refleja una voluntad de definir, delimitar, categorizar, reconocer o, si se quiere, ‘enjaular’ al ser deforme. Una vez definida la superficie en que éste se mueve, el paso siguiente consiste en averiguar el porqué de su existencia, aparte de su utilidad como contraste, es decir, indagar en sus causas. La inquietud que hay detrás de esta actitud es la de controlar la existencia y aparición del monstruo, siguiendo su camino inverso desde el nacimiento hasta la concepción. Toda búsqueda de una causa es finalmente un intento de clasificar, que es a su vez un paso necesario para definir, controlar y modificar las condiciones de existir. Probablemente, si se pueden averiguar las causas se podrá controlar de algún modo la aparición de seres deformes, que son su efecto último. Pero hay casos que escapan a esta clasificación o que la dificultan en gran manera.
3.- LA
BATALLA DE LOS SEXOS
La legitimación del monstruo en la sociedad: el hermafrodita El hermafrodita es un ser de sólida raigambre en la mitología clásica38 y representa un caso muy peculiar de deformidad: a pesar de que está oculta es percibido como diferente, su condición no implica
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El término tiene su origen en el conocido mito griego: Hermafrodito, hijo de Afrodita y Hermes, se encuentra con la ninfa Salmacis, quien se enamora de
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la muerte prematura y puede llevar una vida normal en términos biológicos. Estas circunstancias, que parecerían redimirlo parcialmente de su condición monstruosa, conllevan sin embargo otro tipo de efectos. Dentro de la economía del presagio, un monstruo una vez nacido pierde su función como enunciado del mensaje: El creer yo que los monstruos significan algún infortunio es ver que ordinariamente viven poco tiempo, pues que en naciendo mueren [...] en lo cual parece que después que naturaleza ha hecho su oficio en haber obedecido a su Criador y Señor, en el haber dado aquella criatura monstruosa para que sirva de sinificado de que él es servido, la desampara y deja, y no quiere sustentar más tiempo lo que es ajeno de su ordinario curso (Bovistuau, III, cap. X).
Mediante esta peculiar ley de la economía sígnica, el monstruo que ya ha señalado ha cumplido con su función y debe morir; seguir manteniéndolo vivo sería un gasto de energías. Existe además otra explicación alternativa, que es la muerte prematura del recién nacido al verse sojuzgado: «El otro monstruo semejante a éste causó mayor admiración porque vivió mucho tiempo, que es cosa contraria de su naturaleza, pues siempre viven poco por el abundancia del humor melancólico que los predomina, por verse como en oprobio de todos» (Bovistuau, I, cap. XXVIII). El hermafrodita, sin embargo, sobrevive a estas leyes naturales, y por ello en la cultura romana clásica representa la mayor forma de aberración, siendo el signo que anuncia las mayores desgracias39. Aunque,
él; al verse rechazada, aprovecha el baño de Hermafrodito para abrazarse a él, pidiendo a los dioses que jamás separen sus cuerpos. Haciendo caso a su plegaria, los unieron en un nuevo ser dotado de doble naturaleza. «Los griegos, con propiedad de la significación del vocablo, llamaban a las tales personas andróginos. Aristóteles, arsenotelis, que sinifica hombre mujer, aunque el nombre de hermafrodito les fue dado también en la misma lengua griega, fingiendo los poetas que el primero que lo fue había sido hijo de Mercurio, a quien ellos llamaban Hermes, y de Venus, que ellos nombraban Afroditis» (Bovistuau, II, cap. II). Algunas versiones áureas pueden encontrarse en el cap. IV, n. 57 de nuestro estudio. Para una historia del hermafrodita en fuentes renacentistas europeas, ver Aurnhammer. 39 «Y así los romanos antiguos [...] los que sobre todos aborrecían eran los que nacían andróginos o hermafroditos, que son los que nacen con entrambos
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según la mitología, Hermafrodito era uno de los más bellos seres sobre la tierra, tras la metamorfosis no sólo resulta pavoroso porque es imposible definir su identidad básica dentro del género humano, sino porque mientras viva la maldición divina seguirá abatiéndose sobre la nación. Por ello, los seres de su condición debían ser muertos inmediatamente: Pero el haber nacido las criaturas hermafroditas no sólo en todos tiempos ha sido tenido por cosa monstruosa, mas aun por infortunio grandísimo. Y así antiguamente, no menos los griegos que los latinos, en naciendo los despeñaban o los ahogaban, como lo escriben Plinio y Eutropio (Bovistuau, II, cap. II).
Esta lectura portentosa se mantiene en algunos textos de la primera mitad del siglo XVI40, aunque en la Roma cristiana la aparición de criaturas monstruosas ya está legislada por el Ritual romano, que excluye su exterminio. Progresivamente, el mecanismo que rige los prodigios comienza a alternarse con otras lecturas de lo monstruoso, y así aparecen nuevas preguntas en torno a la androginia y sus causas. El hermafrodita no es el signo que trae desgracias a una nación entera, sino un individuo difícil de incluir en la sociedad, sin mayores repercusiones en el concepto de nación. Una de sus representaciones habituales es la escisión vertical del cuerpo de origen aristotélico41, esto es, un ser que tiene la parte derecha masculina y la izquierda femenina (fig. 9). Esta figuración metafórica42, que recogen muchos grabados médicos, representa al hermafrodita como un agregado de partes no integradas.
sexos, que les parecía que eran pervertidores de la naturaleza, y que eran significadores de alguna grande discordia, pues que el curso natural estaba confuso en aquella abominable genitura« (Bovistuau, III, cap. X). 40 Como se vio en el primer capítulo de este estudio, el conocido «monstruo de Rávena» era también hermafrodita. A la inversa, J. Sadeur refiere que si nace un niño con un solo sexo, los australianos lo asfixian (Boia, p. 94). 41 Bovistuau escribe: «Aristóteles dice que ha habido algunos de ellos que aun en los pechos tenían la misma división, teniendo el uno de varón y el otro de hembra, lo cual también afirma Califanes, que dice que entre los Nasamones y Maclíes hay gentes que son de aquella calidad, y lo mismo dice Plinio» (II, cap. II). 42 Calderón combina esta metáfora con la del «mundo al revés» en una acotación perteneciente al Entremés de las Carnestolendas: «Sale un hombre, la mitad
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Fig. 9. Representación aristotélica del hermafrodita (1574). El hermafrodita había tenido la oportunidad de escoger su propio sexo cuando, en determinadas épocas de la cultura romana, se le obligaba a definirse43. Desde antiguo hubo intentos de situar social y legalmente a este tipo de seres: Plinio (libro VII, cap. 6) y, en la Edad Media, J. de
mujer, y la otra mitad de hombre, puesto al revés, y andando hacia atrás» (1990, p. 153). Por su parte, Goya aprovecha la figura para representar el matrimonio perfecto en el dibujo rotulado «Segura unión natural», incluido en su «Cuaderno de Burdeos» (Gassier, p. 516); mantiene la división vertical, con la única diferencia de que su figura tiene dos cabezas sonrientes, una de hombre y otra de mujer. A. Paré, que dedica el capítulo sexto de su tratado a la descripción de estos seres, también se acoge a la división vertical, aunque son también comunes representaciones clásicas como el dibujo titulado «Hermafrodito y Salmacis», de J. della Bella. 43 «en otros tiempos más modernos se servían de ellos para sus deleites y ostentaciones, y les hacían escoger que de cuál de las dos naturalezas querían usar, porque algunos disolutamente y sin distinción usaban de entrambos, mas los castigaban con pena de la vida, según el mismo Plinio lo dice» (Bovistuau, II, cap. II).
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la Vorágine, los tomaron como punto de partida para observaciones morales. Hacia finales del siglo XVI J. Pérez de Moya aúna mitología y nociones médicas clásicas para explicar la existencia de hermafroditas44, y hacia mediados del XVII Rifer de Brocaldino explica el fenómeno basándose en la anatomía femenina: «en los siete senos de la matriz de la mujer el del medio, que es adonde se conciben, no tiene virtud eficaz para producir varón, y la tiene superior para concebir hembra, con que hace un mixto de varón y hembra, y concíbese hermafrodita» (fol. 12). Pero en el siglo XVII el problema de su clasificación sigue considerándose irresuelto. A. de Fuentelapeña plantea cuatro dudas para delimitar las causas de la formación de estos seres y establecer sus condiciones de vida, postulando de manera amplia y razonada las siguientes cuestiones: «Cuál sea de los sexos el más perfecto: ¿el femenino sólo, o sólo el masculino, o el hermafrodito, que los abraza ambos?»; «De dónde venga la monstruosidad del hermafrodita sexo»; «Si el hermafrodita, en quien prevalecen con igualdad y perfectamente ambos sexos, podrá a un mismo tiempo casarse con dos, esto es, con un hombre y una mujer» y «Si a lo menos sucesivamente podrá casar con diversos sexos dicho hermafrodita»45. Estas hipótesis demuestran la inquietud introducida por la ambigüedad del tema, que ya habían anticipado los testimonios de Sánchez Valdés de la Plata y A. de Torquemada46. 44
«Dijeron ser Hermafrodito hijo de Hermes, no porque así fuese verdad, sino por cuanto Hermes fue el primero que mostró por razón a los egipcianos ser los tales concebimientos naturales, porque antes de Hermes tenían que los tales nacidos no eran naturalmente engendrados, más de alguna monstruosa o de diversos especies, por lo cual, cuando nacían éstos, los echaban como cosa mala y no los criaban [...] Para dar razón de esto, les mostró Hermes que en la matriz de la mujer había siete senos o recibimientos, tres a la parte izquierda y tres a la derecha, y uno en medio de ellos; cuando la viril materia recibe en alguno de los tres lugares de la mano derecha se engendra el varón, y cuando en los de la izquierda, se engendra hembra; y cuando en el de en medio, dice ser comunicante en ambas naturalezas, llamados hermafroditos, que quiere decir varón y hembra» (cap. XXIV). 45 Dichas cuestiones corresponden, respectivamente, a la duda VII, §226 a §240; duda XI, §276 a §278; duda XII, §279 a §297 y duda XIII, §298 a §311. 46 El primero de ellos ofrece una fuente que se supone de primera mano: «Mas que haya hombres de ambas naturas no es cosa de dejar de sabello [...] viéndolos como cada día los vemos por España, y fuera de ella. Yo vi en Salamanca un hijo de un caballero, que tenía entrambos miembros de hombre y de mujer»
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Ya el solo hecho de plantearse estos problemas resulta llamativo, pero más aún lo son algunos de los razonamientos desarrollados al hilo de sus respuestas. Fuentelapeña da una sencilla explicación a la causa de los seres hermafroditas: durante la concepción se produce una lucha, una «batalla campal, pretendiendo cada uno de los generantes que el generado saque su sexo» (duda XI). De esta forma, si ninguna de las partes puede vencer, el resultado será un andrógino. Este espécimen se dice monstruoso por «extraviarse de lo ordinario [...] pero no lo es tanto como el sexo que llaman neutro [...] con sexo tan ambiguo que [...] no se podía distinguir ni saber si era hombre o mujer» (duda XI). El hermafrodita es una mezcla de hombre y mujer, pero en el que ambas partes están presentes en mayor o menor grado, y por tanto diferenciable del género neutro que no es ninguna de las dos cosas y por ello más monstruoso. A. de Fuentelapeña, al reflexionar sobre cuál de los sexos es el más perfecto, basa su duda en la siguiente premisa: «si el tener cualquiera de los sexos separados es gran alabanza de la naturaleza, ¿cuánto mayor será en aquel que los tiene ambos juntos?». De este modo, aunque sea para más tarde refutarlo, sienta un precedente donde el individuo deforme puede ser, al menos en teoría, el más perfecto de todos. Naturalmente, esa posibilidad queda descartada puesto que el masculino es el sexo más perfecto, ya que «los hermafroditas no son verdaderos hombres, sino con el ádito de monstruosos» (duda VII) y el tener los sexos juntos es «como cuando el vino se mezcla con el vinagre, que ni bien queda lo uno, ni bien lo otro, sino ambos deteriorados, y de menos estimación que cualquiera de ellos solo» (duda VII).
(fol. 130r). Sánchez Tortolés, cuya obra recoge fragmentos de muchas otras, añade otro: «y yo vi en Madrid en la calle de Balverde, el año de 1668 una mujer que servía, y los tenía, y los enseñaba por los portales a la gente, que le daba diez o doce cuartos; yo la vi, y eran tan pequeños que no podía usar de ninguno, porque el de mujer era como una de las ventanas de la nariz, y menor, y por allí originaba, y el de hombre era algo mayor que un piñón grande, y no llegaba a ser como un dátil pequeño» (fol. 172). A. de Torquemada cita por otras fuentes: «—Luis: [...] en Burgos dieron a escoger a una que usase de la natura que quisiese y no de la otra, so pena de muerte; y ella escogió la de mujer, y después se averiguó usar secretamente de la de hombre y hacer grandes maleficios debajo de esta cautela, y fue quemada por ello. —Antonio:También se dice que en Sevilla quemaron a otra por lo mismo» (Jardín, tratado I).
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El ente dilucidado introduce en el hermafrodita un matiz cuantitativo al fijarse en las proporciones de que está compuesto; el autor establece márgenes dentro de la ambigüedad ya que, para él, el equilibrio en que se presenta la mezcla implica diferencias importantes. De esta manera, cuando en el andrógino prevalece la parte masculina, puede tomar órdenes eclesiásticas, siendo imposible su ordenación cuando, dentro de su dualidad, «participa igualmente o más del femenino que del masculino sexo». La mezcla en la que predomina la parte masculina parece ser tan ventajosa que eleva al hermafrodita a una categoría más perfecta que la mujer: éste, como hemos dicho, puede ordenarse, cosa imposible para el sexo femenino, y además puede «casarse con mujer, y esta le será inferior [...] y lo tercero porque el oro mezclado con la plata vale más que la plata sola». El capítulo II de los Desvíos de la naturaleza, titulado «De la definición del monstruo», incluye el siguiente comentario: Aristóteles [...] dijo ser el monstruo un concepto vicioso y procreado fuera de la intención de la naturaleza, con falta o exceso de alguna cosa en él [...] incurrió en el error de tener por primera degeneración en monstruo la mujer, así por la falta que tiene de la perfección viril, como por haberla querido hacer una obra preterintencional de la naturaleza, cuyo directo fin es producir un animal perfecto.
Rivilla Bonet y Pueyo considera esto erróneo, porque la mujer fue «pretendida de ella [la naturaleza] para la propagación y conservación de la especie, no menos que la del varón [...], esto es, criada por ocasión y causa de la conservación de su especie [...]. De más que se niega el supuesto de la imperfección en la mujer, siendo esta perfectísima en su género»47. Un monstruo no es tampoco el que tiene más o menos miembros de su especie; eso no es una depravación de la naturaleza; él prefiere llamarlos «parekbasis o parerga, esto es, excursiones,
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Para autores como Rifer de Brocaldino, la mujer es considerada un monstruo: «¿Por qué dicen que es monstruo la mujer, siendo criaturas tan hermosas las más? Porque nace de defecto de la materia generante, que la naturaleza siempre se inclina a la generación del hombre, que es lo más perfecto, con que nace contra el orden de la naturaleza, de imperfección, y por eso se llama varón imperfecto» (fol. 8).
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digresiones o desvíos de la naturaleza». Rivilla Bonet y Pueyo define así el monstruo: «Es todo aquel compuesto animado, en cuya producción no espontánea falta más o menos enormemente a su acostumbrada orden la naturaleza» (cap. II). Fuentelapeña termina por aclarar su postura, marginando al sexo hermafrodita como el más imperfecto de todos, basándose en la inexistencia de éste tanto en la creación como en la resurrección. El hermafrodita existe como ser vivo, pero nunca fue pretendida su creación; de ser el más perfecto de los géneros, Adán y Eva hubiesen sido creados andróginos. Del mismo modo, en la resurrección tanto mujeres como hombres recuperarán su estado previo, mientras que eso es imposible en el caso del hermafrodita (Fuentelapeña no aclara en qué modo habrá de resucitar). Finalmente, una serie de contundentes disquisiciones terminan por desterrar toda posibilidad de que el andrógino sea un ser más perfecto que la mujer: Lo cuarto, porque el sexo femíneo constituye perfecta mujer, y el hermafrodítico, ni constituye perfecto hombre, ni perfecta mujer; lo quinto, porque el hermafrodita es monstruo, como queda probado, y la mujer no; lo sexto, ¿porque quién se podrá persuadir, que el sexo de la Virgen Santísima Princesa nuestra sea más imperfecto, que el de un monstruo?
Fuentelapeña se preocupa por desterrar la antigua creencia aristotélica que define a la mujer como monstruo, puesto que no alcanza «la perfección de su generante, que es el hombre» (duda VII); por así decirlo, la mujer se ha quedado a medio camino hacia el estado de perfección máxima, resultando por ello monstruosa. Pero el autor refuta la creencia diciendo que la mujer también es principio activo de la generación, por lo que no puede ser considerada un monstruo. De nuevo, nuestros tratadistas se separan de la lógica causal antigua para focalizar al monstruo como ser humano. El hermafrodita, donde están confundidos ambos sexos, es, en definitiva, un ente mezclado, lo que le impide ser tenido por más perfecto que la mujer. No le ayuda el hecho de que en él se incluyan los dos sexos, porque «ninguno de ellos tiene con perfección», y es la confusión lo que impide su consideración como ser perfecto. Cierto es que, dentro del matrimonio, la mujer deberá sujetarse a él si el andrógino tiene más proporción masculina, pero ello no quita para que
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sea imperfecto y no comparable físicamente a la mujer, aunque ésta no sea monstruosa48. El último problema, éste de índole más práctica, que plantea Fuentelapeña es el de si un hermafrodita puede casarse con un hombre y una mujer a la vez. Tras descartar terminantemente el que ningún cristiano, andrógino o no, pueda practicar la bigamia, admite la posibilidad de que un hermafrodita contraiga matrimonio. Fuentelapeña se revela como un autor liberal cuando escribe que el andrógino fue creado así para hacer uso de sus dos sexos, y que en ninguna fuente se lee que esté prohibido por derecho natural ni divino que un hermafrodita tenga «un hombre y una mujer, correspondientes a los dos sexos que le dio la naturaleza» (duda XII)49. Sin embargo reconoce que, de ser factible, de ese matrimonio surgirían infinidad de problemas, entre los cuales está la probable discordia entre los cónyuges del andrógino50. Es así como resulta más ventajoso que se elija el sexo con el que quiere vivir y se haga «juramento ante el Obispo o Juez Eclesiástico de que no usará del otro». En caso de viudedad, el hermafrodita podrá casarse de nuevo sólo manteniendo el sexo elegido, siendo imposible romper su juramento. En el caso extremo de que dos hermafroditas quisieran casarse, y uno de ellos lo hiciese en segundas nupcias, «no podrán contraer matrimonio entre sí por dos títulos o respectos correspondientes a los sexos, sino por uno solo, eligiendo uno el un sexo y otro el contrario» (duda XV). Esto es, a un andrógino no le es dado vivir 48 Desde el punto de vista médico se pone en duda que el hermafrodita sea un monstruo. Por ejemplo, A. Carranza discute en el capítulo XVII de su obra si el hermafroditismo se debe contar entre las monstruosidades. En otras áreas del conocimiento y las artes, sin embargo, el andrógino no puede desprenderse de su estigma. 49 «¿porque a qué fin les dio naturaleza a los andróginos a más de la multiplicación de sexos, un pecho de hombre y otro de mujer, sino a fin de que pudiese usar de ambos?» (duda XII). Sánchez Valdés de la Plata había rechazado esta posibilidad: «en derecho está vedado, que ningún hombre, o mujer, que tuviere los tales miembros, pueda usar de más de aquel con que comenzare a usar, so pena de muerte, como lo verán largamente en el Código [...] en el contrato a las mujeres se requiera el consentimiento de los parientes, no tiene lugar en la persona mezclada, como la hermafrodita» (fol. 130r). 50 Fuentelapeña tiene una singular forma de análisis que se aleja siempre del pensamiento dogmático, para razonar posibilidades múltiples que termina por descartar, no por caer en la herejía o por contradecir la exégesis, sino por mero sentido común.
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como tal y debe, no sólo definirse, sino adherirse a su decisión de por vida51. A. Dávila Heredia escribió una acalorada Respuesta al libro de Fuentelapeña. En la duda XII se muestra muy contundente en su opinión sobre este asunto, bien reprendiendo la actitud de Fuentelapeña en duros términos, o teniendo las ideas de éste por moneda común y poco novedosa52. El caso de los hermafroditas es ilustrativo del polimorfismo de lo monstruoso y del afán clasificatorio, que busca naturalizar las diferencias. En este ejemplo se trata de la inserción en la sociedad del monstruo, que deja de serlo si se somete al código social impuesto. En último término, será convertido por Goya en máscara inquietante, que sigue estando señalada por los que le rodean53.
Cambios de sexo y formas de legitimidad Los juicios sobre la legitimidad de un cambio de sexo son bastante homogéneos: la transformación involuntaria —y espontánea la mayoría de las veces— se produce siempre de mujer a hombre. Este cambio es visto con naturalidad, porque si el estado humano completo es el masculino, simplemente se ha logrado llegar a una fase más perfecta: «naturalmente pudo acaecer, de la misma manera como acaecen los defectos naturales, de que hombres no deben de afrentarse por ellos, ni ser vituperados» (Bovistuau, II, cap. III). Siempre que sea espontáneo, el cambio de sexo se ve con benevolencia y los hechos se exponen sin prejuicios: Lucinio Murciano escribió que él conoció a uno llamado Ariscón que antes se decía Arescusa, que fue mujer y se casó con un hombre, después barbó en varón y se casó con otra mujer. Pontano dice de una mujer de
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La intención de Fuentelapeña al plantear este caso no es práctica, sino puramente disquisitiva. A pesar de ello existió algún caso esporádico como el recogido por J. Duval en Francia: en 1601, una mujer se dio cuenta de que no era tal y decidió casarse y vivir como hombre, tras lo cual fue sentenciada a muerte. Examinada por Duval, fue clasificada como hermafrodita y conmutada su pena. 52 Puede leerse la opinión de Dávila Heredia en el Apéndice II, apartado 11. 53 Lo hace en el álbum de dibujos llamado «de Madrid» (Gassier, p. 91).
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un pescador, después de catorce años casada, que se tornó varón, y lo que es sobre todo crédito el mismo autor asevera de una mujer, después que parió un hijo, que trocó sexo. No ha muchos años que en Alcalá de Henares sucedió un caso más admirable de una mujer después de treinta años casada y parido también, y que mejoró de sexo. A otra monja de Alcalá poco ha que la nacieron partes viriles (Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. XVII)54.
En algunos casos, un cambio voluntario es también aplaudido; se elogia la petición de una mujer de volverse hombre en momentos de peligro, alcanzando un estado más perfecto, como recuerda Nieremberg: Santa Paula natural de Ávila, por librarse del furor de un caballero que desatinadamente la amaba, pidió a Dios la deformase, y al punto la [sic] salieron barbas. En semejante trance Santa Liberata o Vilgefortis, hija del rey de Portugal, impetró la misma disimulación, después fue crucificada por Cristo (Curiosa, libro II, cap. XVII)55.
54 Hay multitud de ejemplos dispersos por todos los tratados, aunque la mayoría son de tradición antigua y no presentan ninguna variación significativa entre sí: «Plinio dice que a otra mujer le sucedió lo mismo el propio día que se había de casar, y que después se llamó Lucio Cosicio» (Bovistuau, II, cap. III). «Tito Livio dice que el año 540 de la fundación de Roma [...] una mujer se convirtió en hombre.Y así mesmo [...] una moza de poca edad se convirtió en varón [...]» (Bovistuau, II, cap. II). 55 Se trata de dos versiones a lo divino de la metamorfosis clásica recogida por Pérez de Moya: «Cuenta Ovidio que Cenis, hija de Elatheo, no se quería casar, y por esta causa, apartándose de la conversación de los hombres, andaba por la ribera del mar; a la cual viendo Neptuno le hizo fuerza, y en pago de su perdida virginidad, díjole que demandase el don que más le pluguiese, que él se le [sic] concedería; ella demandó que la tornase en forma de varón, porque otra vez no padeciese otra semejante deshonra; hízose así como lo demandó, y de mujer se tornó hombre, y mudó el nombre con el sexo; y como antes siendo mujer se llamase Cenis, después tornada en hombre se llamó Ceneo» (capítulo III). El relato popular es una versión femenina de la historia de Diego Porcelos y sus hermanos: Santa Liberata nació en Balcagia, la actual Bayona en Pontevedra, alrededor del año 119, hija de Lucio Castelio Severo, gobernador romano de Gallaecia y Lusitania. Su esposa Calsia da a luz en un solo parto a nueve niñas y, temiendo ser repudiada por infidelidad conyugal, decide deshacerse de las criaturas y se las encomienda a su fiel servidora Sila, ordenándole que las ahogue en el río Miño. Sila, como buena cristiana, las deja en casa de familias amigas y las criaturas son bautizadas y criadas en la fe. Llegado el momento, tienen que comparecer ante
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Fig. 10. Santa Liberata (S. Kümmernuß) rodeada de exvotos. Lo que no tiene explicación para el pensamiento del siglo XVII son las historias de algunos hombres que, voluntariamente, quisieron transformarse en mujeres, cosa del todo absurda ya que el hombre es la cima de la perfección: su padre quien, al saber que son sus hijas, las invita a que renuncien a Cristo a cambio de poder vivir rodeadas de lujos. Al negarse ellas, las encarcela tratando de atemorizarlas pero logran huir, a pesar de lo cual acaban siendo mártires cristianas. La devoción popular sitúa a las hermanas Liberata y Marina mártires en la cruz a la edad de veinte años.
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Mas que el hombre, cuyo deseo es gobernar ejercicios, regir repúblicas y morir honrosamente por su patria, se haga mujer, cuyo oficio [...] [es] amar a sus hijos y marido, hilar y tener ciudado de su casa, es cosa no sólo prodigiosa, mas aún lo es la historia y memoria dello, y más el haber sido esto efetuado por monarcas y emperadores [...] se escribieron tan particularmente las horrendas crueldades y nefandas disoluciones de Domicio Nero [...] y las de Avito Vario, que por otro nombre se llamó Heliogábalo (Bovistuau, II, cap. III).
Este cambio voluntario ha sido visto como una forma de hermafroditismo en hombres que «aunque tienen el cuerpo de varón, tienen el ánimo vil y afeminado como mujer» (Bovistuau, II, cap. II). Es decir, la condición de hermafrodita es aplicable a casos donde la deformación física no está necesariamente presente, radicando más bien en una cierta condición mental. Es el tratado de Bovistuau el que hace más hincapié en este cambio, puesto que lo considera una forma de monstruosidad. El resto de las obras no se detiene en los cambios voluntarios de hombres en mujeres, al no considerarlos una forma de aberración física. El razonamiento de P. Bovistuau se centra en que estas mutaciones, que son totalmente artificiales, son más monstruosas que las monstruosidades de la propia naturaleza, puesto que no son espontáneas, lo cual introduce un juicio de orden moral. La justificación que se daba a estos casos era que la naturaleza no producía suficientes cambios, por lo que había que suplir esta carencia provocándolos56. Bovistuau se detiene en los casos de Nerón y Heliogábalo, viéndolos como refinados intentos de convertirse en monstruos y conseguir por artificios lo que la naturaleza no logró de forma espontánea. En estos dos casos, la meta a seguir no es la perfección, sino ver quién alcanza el mayor grado de monstruosidad, como si de un concurso se tratase57. En general, puede decirse que el tratado de Bovistuau es el único que se ocupa de estos casos, y es el que pronuncia más juicios morales so-
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«Pero en cuanto a los hombres que han querido imputar a naturaleza de que en sus tiempos no produjese otros tales prodigios, haciéndolos a ellos monstruos, con mucha razón podemos tenerlos a ellos por mucho más prodigiosos; porque de lo uno fue la autora la misma naturaleza, sin que en ello interviniese ninguna industria humana» (Bovistuau, II, cap. III). 57 Ver el Apéndice II, apartado 12.
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bre las materias: «Verdad sea, que quien oyere decir que ha habido hombres que por satisfacer a sus bestiales y nefandas lujurias se han hecho convertir en mujeres no tendrá para qué desear oír cosa más prodigiosa» (Bovistuau, II, cap. II). Las obras españolas del siglo XVII dejan de lado las historias clásicas de transformaciones, para centrarse en las causas de éstas. Incluso en los casos de religiosos como Nieremberg o Fuentelapeña, se prescinde de los juicios de valor y se procede a analizar el cambio, o simplemente a anotarlo a modo de suceso, sin más comentarios. El tratado de Fuentelapeña entra en profundidad a esclarecer las causas fisiológicas de los cambios espontáneos, en dos cuestiones: «Si las mujeres pueden convertirse en hombres, y los hombres en mujeres» y «Cómo se haga dicha transmutación»58. También para el capuchino, el cambio de sexo espontáneo es totalmente lícito «porque no hay repugnancia alguna para lo dicho en lo natural» (duda XVI). Para Fuentelapeña, la naturaleza a veces no tiene fuerzas para terminar su obra cuando se trata de niños, y es más tarde, con el incremento de calor, cuando se acaba de desarrollar el género. Es decir, no hay un verdadero cambio de sexo, ya que estaba definido desde el principio, sino sólo una imperfección por falta de calor que finalmente se completa. En apariencia es un cambio maravilloso porque ni la misma persona sabe de su género equivocado, pasando por ser del contrario. El cambio puede ocurrir incluso después de haber tenido descendencia la mujer, quien en algunos casos sigue teniendo hijos en su nuevo estado masculino. Para Fuentelapeña, esto es sólo posible si se trata de un ser hermafrodita; la doble función no se produce por «inversión de los instrumentos de la naturaleza» sino por coexistencia de éstos en un solo individuo andrógino, quien tiene al descubierto sucesivamente los dos órdenes de caracteres. De esta forma, según aumente o disminuya el calor, aparecerá uno u otro sexo, no dándose ambos al mismo tiempo por algún motivo u otro. Fuentelapeña adopta una explicación física según la cual hay un único órgano reproductor que «puede invertirse de adentro afuera, como un guante, y que de una manera será sexo viril, y femenino de la otra» (duda XVI, dificultad única).
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Discute las cuestiones en la duda XVI.
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Aunque según el autor es mucho más fácil el tránsito de mujer a hombre59, la conversión de hombre a mujer también es factible, por la razón contraria: la falta de calor hace que «se retraiga adentro de todo punto y para siempre» (duda XVI). Nos encontramos ante dos procesos que parecen equivalentes y paralelos y que, sin embargo, presentan complicaciones que atañen a la vida posterior a la transformación: A. de Fuentelapeña da por sentado que, una vez que la mujer cambia de estado, se adaptará a la vida masculina. Sin embargo, tradicionalmente existía la opinión de que un hombre, por más que perdiera sus características físicas, seguía siendo un hombre y no podía tener uso del sexo femenino. Fuentelapeña termina por hacer equivaler ambos cambios, declarando que el hombre no puede vivir como mujer cuando se trata de un hermafrodita cuya parte femenina había estado oculta. Una vez que la parte masculina desaparece y es sustituida por la femenina, el hermafrodita no podrá ejercitar su nuevo estado, puesto que sigue teniéndolos ambos, aunque uno de ellos quede oculto por el otro.
4.- LA
BATALLA DE LAS ALMAS
A pesar de que en algunos textos el concepto de prodigio sigue estando vigente, el Ritual romano en vigor a partir del siglo IV descartaba la posibilidad del exterminio de monstruos en nombre del cristianismo, y San Jerónimo imputa grande culpa a los cristianos porque meten en religión y dedican a Dios los hijos contrechos y defectuosos. Pero los romanos antiguos usaban con ellos de terrible y riguroso rigor, y era que en naciendo los echaban en el Tíber, según lo cuentan Julio Obsecuente 59
«es más fácil que la parte viril brote fuera, que el que retroceda y se esconda» (duda XVI). Los casos conservados de la situación inversa son prácticamente inexistentes y se ven con sospecha. De igual modo que es frecuente en literatura encontrarse con serranas tan populares como las de Vélez de Guevara y Lope, con la mujer varonil y con la mujer vestida de hombre, son escasas figuras como la de Aquiles, protagonista de El caballero dama, de C. de Monroy y Silva. Los hombres disfrazados de mujer aparecen sin provocar revuelo en la comedia, y también para servir a sus damas de incógnito, como recuerda el Persiles: «representole [a Auristela] el gusto de los viajes y el llevarse tras sí dos o tres disfrazados caballeros, que la servirían tan de criados como de amantes» (libro III, cap. II).
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y todos los que han tratado de los prodigios de Roma. Pero nosotros, que estamos enseñados en mejor escuela, los tratamos con más humanidad, porque conocemos que son criaturas de Dios, y así las hacemos incorporar en la Iglesia, mediante la regeneración del sacramento del santo bautismo (Bovistuau, I, cap.VI).
Según se deduce de este fragmento y otros similares, el monstruo puede seguir presagiando desastres, pero es admitido en la comunidad religiosa60. El punto de inflexión en los razonamientos se produce, sin embargo, cuando se libera a la criatura deforme de su asociación con las calamidades, contemplándolo como mero accidente físico y no como indicio de males. Fuentelapeña es más concreto en los motivos por los que el monstruo debe ser bautizado, alegando fuentes bíblicas y porque «todos los verdaderos hombres son capaces de salud eterna». Añade además que los hombres monstruosos, por más que parezcan de naturaleza salvaje, han de poder ser adoctrinados (ya que, si verdaderamente son hombres, serán capaces de razonar). Un argumento de peso es que los monstruos resucitarán sin deformidades el día del Juicio, lo cual hace que sean iguales al resto de los humanos y, por tanto, han de tener la posibilidad de salvación que les facilitan los sacramentos administrados por la Iglesia. Si el monstruo no tiene capacidad para entender el bautismo, incurre en el mismo caso que los habitantes de lugares remotos que desconocen la religión cristiana, «que no obstante eso se salvarán, si guardasen la ley natural [...] porque en tal caso les dará Dios luz y auxilio especial para que se puedan convertir a su Majestad» (duda II)61. Según la Relación verdadera y caso prodigioso, y raro, donde se describe una criatura extremadamente deforme, «cuando fuera suma desdicha que vivera con tan atroces y espantosas señales, tuvo la mayor felicidad por nacer viva y llevar el Agua del Santísimo Bautismo». 60 A pesar de ello, entrado el siglo XIX autores como Riesco Le-Grand todavía deben insistir en la protección del ser deforme: «De todos modos encargamos repetidamente que no se permita quitar la vida a ningún monstruo, porque ante la divina presencia, es un asesinato, y las leyes humanas deben ser una continuación de la voluntad eterna» (II,VI §V). 61 Es una vieja idea cuya expresión plástica se halla en el tímpano de la abadía de Vézelay: «Dans cette composition proche de modèles byzantins est développée l´idée que les “races monstrueuses” peuvent être évangélisées et sauvées par le baptême» (Stenou, p. 124).
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A partir del momento en que el ser deforme es admitido como parte integrante de la Iglesia, el dilema no está en averiguar si debe haber o no bautizo, sino en los múltiples matices y protocolos que acompañan a este sacramento. Uno de los asuntos más preocupantes es determinar qué monstruos han de ser bautizados, y cuáles no. Aunque el Ritual romano proporcionaba normas claras para tomar este tipo de decisiones, algunos obispos decidían, ante la duda, impartir el sacramento, mientras que otros preferían negarlo. No siempre la apariencia visual es determinante en la decisión: G. de los Reyes cuenta en su Campo elysio62 el caso de una asna que nació en la aldea de Guadajox con rostro, manos y pies casi del todo humanos, que tuvo como testigo ocular al padre Juan Orduña, «sobre cuyo bautismo fueron consultados los padres por el obispo de la diócesis, los cuales determinaron se bautizase sub conditione, como se hizo, expirando poco después» (Rivilla Bonet y Pueyo, cap. IV). En otro caso, por el contrario, se niega el bautismo a dos seres nacidos del cruce de dos animales: «dos mellizos, varón y hembra, que refiere Jacobo Franco haber nacido el año de 1597 en cierto lugar de España con toda rectitud en la formación, los cuales habiendo causado notable terror a todos, no fueron admitidos en la fuente del bautismo por el obispo del lugar» (Rivilla Bonet y Pueyo, cap. IV). Otras veces, a pesar de haber un solo ser, la duda radica en si el bautismo fue administrado correctamente, como en el caso del monstruo nacido en Portugal en 1628; la criatura estaba cubierta de muchas láminas a modo de armadura, y nadie sabía con seguridad si era humano o animal; aun así decidieron bautizarlo, con resultado incierto: Acerca del bautismo de los monstros dudosos, se ha de advertir mucho dónde se les echa el agua a los que salen con formas muy ajenas y artificiales, si se resolviere que tienen probablemente alma humana; digo esto porque puede ser que aquellas figuras exteriores no sean parte del monstro, sino como cobertura y túnica descontinuada en que esté envuelto. Un monstro que como ya dije nació en Portugal, el año de mil y seiscientos y veinte y ocho, armado con muchas láminas, hubo duda si le bautizarían; resolviose con razón que sí; murió luego y enterráronle.
62
Autor que sigue siendo fuente de referencia bibliográfica entrado el siglo Feijoo lo cita en sus Cartas, en relación con difuntos que reviven y «Contra el abuso de acelerar más que conviene los entierros» (t. IV, carta XIV).
XVIII.
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Llegó la nueva al virrey y arzobispo, que era de Lisboa juntamente; mandó que se tornase a ver para hacerle información de aquel espectáculo, abrieron la sepultura, tomáronle de la mano armada para sacarle fuera, y el que lo hizo se salió con la manopla entera, como si le hubiera quitado un guante, quedándose el niño con su mano formada y limpia que tenía debajo de las láminas. Si el agua del bautismo cayó solamente sobre las láminas descontínuas, y no sobre el rostro que tenía desnudo, no quedaría bautizado (Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. XXVIII)63.
La Summa de fray A. de la Vega, amenísima enciclopedia de casos extremos y extraños, confirma que no será bautismo «estando un hombre armado de pies a cabeza, o cosido en un cuero, si el agua le echasen encima»64. La misma duda se plantea en el caso de las niñas siamesas nacidas en Lima (fig. 11), que comparten los miembros inferiores: «los monstruos bicípites distintos en lo superior y mezclados en lo inferior, con solos dos pies comunes, cualquiera de dichos pies que se baptice al expelerle la madre al tiempo del parto (en que se supone caso de necesidad), hace que ambas almas queden bautizadas». Rivilla Bonet y Pueyo, como anteriormente lo había hecho Nieremberg, se pregunta si el bautismo ha sido administrado correctamente: «si habiéndose bañado con la sagrada agua sólo el pie que salió a la luz puedan decirse bañados ambos infantes. Puede haber aquí tres opiniones. Primera, que sólo quedó bautizado o bañado el dueño de aquel pie, suponiendo que cada infante tendría el suyo correspondiente a su lado». El médico llega a la conclusión de que, como las criaturas tienen la materia mezclada, el baño de un pie es válido para el resto, añadiendo que la intención de la mujer era bautizar a uno, «porque creía que había sólo uno» (cap. X)65.
63
Se trata del caso de Juan de Acosta. Sobre su iconografía y relatos en pliegos sueltos, ver el capítulo III, apartado 5.3, de este estudio, así como las figuras 33, 34 y 35. 64 «Si a uno le bautizasen de esta suerte, que por estar de todo en todo de pies a cabeza armado, o envuelto en unos paños, o por estar metido en una arca muy bien encorada, o cosido en un cuero, el agua que le echaron no le tocó a cabellos, ni a ninguna otra parte del cuerpo, sino tan solamente a las armas y vestidos, o arca, o cuero» (fol. 335r). 65 A. de Arboleda y Cárdenas incluye en su Práctica de sacramentos dos capítulos en los que delega la responsabilidad de administrar este sacramento: «Todos
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Ante la variedad de casos posibles, Rivilla Bonet y Pueyo ensaya unas normas que determinen la necesidad o no de bautismo. Así, el monstruo que tiene parte de animal y es de padres humanos ha de ser bautizado sub conditione. Si ambos progenitores son humanos y el hijo tiene parte de animal, se le bautizará si su vida corre peligro, como en el caso del monstruo de la aldea de Guadajox mencionado más arriba; si no, habrá que esperar a que dé señales de razón, o bien a los siete años. Si la madre es humana y el padre animal, no se bautiza, mientras que si es de madre animal y de padre humano, se bautizará sub conditione. En cuanto a las razas monstruosas, el autor considera descendientes de Adán66 (y por tanto racionales y capaces de bautismo) a sciopodos, pigmeos, sátiros y cinocéfalos, aunque no se detiene en muchas consideraciones porque es improbable que tal eventualidad se presente. Otro caso dudoso de bautismo es planteado por Nieremberg: se trata de dos siamesas unidas por la pelvis, con dos piernas bien formadas y una tercera deforme. En esta ocasión, se resuelve el dilema impartiendo dos bautismos, pero llamando Isabel a ambas niñas67. Por su parte, Rivilla Bonet y Pueyo basa sus Desvíos de la naturaleza en un caso de bautismo dudoso: se trata del nacimiento de dos criaturas siamesas o, como las hubiera llamado Bovistuau, «aquella separada conjunción». Al aparecer la pierna de una de ellas, la comadrona procede a bautizarla, pero «apenas recibió el sacro baño del bautismo (como que sólo esta dicha había pretendido) dejó de moverse el pie» (cap. VIII). A partir de este caso, el autor observa que la criatura plantea dos problemas distintos: «la primera si tuvo dos almas racionales. La segunda qué efecto pudo tener el bautismo que se hizo en la pierna los fieles generalmente tienen obligación, a saber administrar el bautismo, para cuando les ocurriere necesidad de administrarlo» y «Que ponga en las cartillas, donde los niños aprenden a leer, y la Doctrina Cristiana, la necesidad del bautismo, y la obligación de administrarlo, y el modo» (Tabla). Estos casos de bautismo en las casas son denominados «sin solemnidad» y, de ser posible, han de ser ratificados en el templo. 66 «San Agustín en sus libros de la ciudad de Dios trata de muchos monstruos de varias formas que habitan en los desiertos, y mueve cuestión acerca de averiguar si desciende del primer padre Adán, y si tienen ánima racional, y si resucitarán al juicio universal, como las demás criaturas humanas» (Bovistuau, I, cap. XXV). 67 Léase el caso completo en el Apéndice II, apartado 13.
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que salió al principio viva» (cap.VIII). La Iglesia tiene previsto cómo debe administrarse el sacramento a un ser que está naciendo68, pero el ser deforme pone en tensión la prolijidad de las categorizaciones eclesiásticas, y acentúa la exclusión de lo diferente; desde sus propios términos, impone incluso a la religión la necesidad de reconocer su humanidad.
Fig. 11. Monstruo bicípite (1695). Un problema especial, tal vez el central de toda la discusión, lo representan los monstruos que tienen alguna parte del cuerpo duplicada o carencia de alguno de los miembros. El asunto es importante porque el número de individuos tiene consecuencias legales y reli-
68 Arboleda y Cárdenas dedica un apartado de su Práctica de sacramentos a «Cuando el bautismo se hace en un pie o mano, que saca el infante, teniendo grande peligro de no nacer vivo, hágase debajo de condición, y debajo de la misma, se vuelva a bautizar si naciere vivo» (Tabla).
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giosas, como se deduce de los planteamientos de Rivilla Bonet y Pueyo. Como hemos visto, es necesario determinar si la criatura ha de ser bautizada, pero también es importante saber cuántas veces, porque en ocasiones la maraña entre los órganos es tan estrecha que hay dudas y escepticismo acerca de la administración de dos bautismos a algo que se considera tan entrelazado que parece un solo cuerpo69. Además de los bautizos, Rivilla Bonet y Pueyo recuerda que era esencial que la jurisprudencia supiera el número de hijos «para las agnaciones, rupturas de testamentos, herencias, alimentos y otros efectos» (cap. I). El mismo autor señala que, en la antigüedad, los partos con miembros de animales no eran considerados hijos, y por tanto no rompían el testamento, evitando a la madre además las penas de esterilidad y orbidad. El nacimiento de criaturas deformes o con duplicación de miembros, pero enteramente humanos, rompía el testamento, pues eran contados entre el número de los hijos. Es esencial, por tanto, saber cuántos hijos nacen de un parto, y si pueden ser considerados como tales. La cuestión que se plantea entonces es saber dónde radica la individualidad del individuo; si tenemos en cuenta que lo que hace persona a un ser humano es su alma, la cuestión será averiguar dónde está. Dos son los miembros que presentan dudas, caso de estar geminados: el corazón y la cabeza.Aristóteles pensaba que la esencia del individuo estaba en el corazón, y por ello los Sibaritas lo coronaban de laurel al premiar a los poetas. Bovistuau, enfrentándose al dilema, recoge esta idea, creyendo «que como el corazón es la principal parte del animal, y que pues aquél no tenía más de uno, es cosa manifiesta que tampoco no era más de una sola criatura» (III, cap. XVI). Autores como P. Mexía habían sostenido durante el Renacimiento la idea de que el centro del individuo estaba en la cabeza; según las tradiciones platónica, ambrosiana, y más tarde galénica, ésta era reflejo del mundo, y «así como el cielo es lo más eminente y principal [...] 69
«con ocasión de un desacierto de la naturaleza, que estos días pasados ha admirado esta corte. Dos cuerpos humanos unidos entre sí, con tales circunstancias que apenas se hallarán en las historias antiguas y acontecimientos modernos, ejemplar de todas juntas solicitó a muchos la curiosidad de su filosofía, picados en parte de la sobrada religión de algunos que juzgaron por superfluos dos bautismos que se hicieron en aquel cuerpo, aun no doblado, porque no les parecía ser dos individuos absolutos» (Nieremberg, Curiosa, libro III).
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así es la cabeza del hombre superior a los otros miembros» (cap. XVII). Pero la tradición de raigambre medieval que ve en el hombre un microcosmos del universo cuyo centro es la cabeza se cuestiona desde varios flancos en el siglo XVII. Juan E. Nieremberg hace un análisis detallado de las pruebas que determinan cuántos individuos hay; define ciertas «reglas de individuación» que consisten en analizar los miembros por un lado, y el comportamiento y reacciones por otro. Ofrece causas y ejemplos para decidir que el corazón no es lo definitorio de la singularidad70, sin contar con la imposibilidad de saber cuántos corazones hay, caso de que la criatura sobreviva. El jesuita cree que la vida no tiene su centro en el corazón, por lo que, según él, es posible vivir sin este órgano71 o con uno ajeno. Caso de que haya un solo corazón y dos cuerpos, el primero pertenecería a los dos cuerpos, porque «cocería espíritus para entrambos» (Curiosa, libro III, cap. XVI). Este corazón en realidad no sería uno solo, sino que «cada uno tenía su pedazo» (Curiosa, libro III, cap. XVI); señala también cómo es frecuente que el corazón tenga lugares y disposiciones diferentes, y que el hecho de que haya un solo corazón no quiere decir necesariamente que haya una sola persona72. Nieremberg nota que la cabeza tampoco parece ser un factor determinante para saber el número de individuos, ya que hay seres que tienen muchas cabezas73; sin embargo, cuando más dudas tiene es en los casos de una sola cabeza y cuerpos duplicados, o bien de un individuo acéfalo74. En el capítulo XXI de la Curiosa filosofía, recuerda el caso de una niña que nació sin cabeza, hecho que no determina que no haya sujeto por carecer de esta parte del cuerpo. 70
Ver los ejemplos en el Apéndice II, apartado 14. «que no pende actual y necesariamente la vida del corazón, de modo que no pueda estar sin él actualmente» (Curiosa, libro III, cap. XV). 72 Ver más ampliamente en el Apéndice II, apartado 15. 73 Ver el Apéndice II, apartado 16. 74 «En la singularidad de cabezas puede haber más duda, si cuando los cuerpos son dos, la cabeza una, si es uno el individuo o si han de ser dos, porque se han hallado monstros con esta deformidad. El año de 1530 se vio en París un hombre que pasó de cuarenta años, de cuyo vientre le salía otro cuerpo humano, bien y enteramente formado, salvo que no tenía cabeza, al cual lo sustentaba con los brazos. El año de 1569 una mujer de Turón parió a dos muchachos abrazados, mas con una sola cabeza» (Curiosa, libro III, cap. XX). 71
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Fig. 12. Niña acéfala (1594). Nieremberg resuelve la cuestión al considerar que el alma de los animales es divisible, y por ello puede haber bestias con más de una cabeza, no tratándose por ello de dos seres75. El alma humana, por el contrario, es indivisible, y por ello «en los hombres es mayor, y algún argumento de la individuación o pluralidad, la unidad o multitud de cabezas, y sí hay diversidad y contradicción entre ellas, aunque lo demás del cuerpo sea uno, serán dos hombres; porque la diversidad de la fantasía no puede nacer sino de diversos principios, que como no pueden ser parciales, han de ser totales, esto es, de dos almas distintas, y así obra dos sujetos» (Curiosa, libro III, cap. XXI). José de Rivilla Bonet y Pueyo retoma el dilema de la localización de la individualidad, y piensa que el cerebro hace las acciones más nobles, como discurrir y juzgar. Recurre a argumentos legales, fijándo75 «Desta manera se podía decir que se hacía todo un animal, aunque hubiese muchas partes del alma capitales, esto es que pidiesen informar la cabeza, y quizá aunque tuviesen disconformidad, como pudo haber en la hidra y otros monstruos de muchas cabezas» (Curiosa, libro III, cap. XXI).
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se en que los delincuentes tienen inmunidad con sólo meter la cabeza en lugar sagrado, y para reforzar su argumento relata un juicio especialmente interesante para su demostración: A que se llega una decisión de esta Real Audiencia en el caso singular del litigio movido entre los curas de Guacho y Guara sobre cierta capellanía y legado para un altar dejado por Domingo de la Carrera: éste para la iglesia donde fuese enterrado, y aquélla para su cura. En que habiéndose controvertido la verdadera sepultura del susodicho por el accidente de que (degollado éste por el pirata Eduardo David en la invasión y saco que hizo del pueblo de Guacho), fue sepultado el cuerpo en la parroquial de éste, y la cabeza en la de Guara [...] se decidió por el segundo, en fuerza de hallarse sepultada en su iglesia la cabeza (cap. IX).
De este modo, para Rivilla Bonet y Pueyo es inequívoco asociar cabezas con individuos76. El cirujano se preocupa de manera particular por la forma de bautismo de los monstruos y, siguiendo las teorías platónicas, galénicas y médicas, considera que más de una cabeza exige más de un bautismo, puesto que indica la presencia de varios individuos. Pero también impone sus restricciones, y apunta que «los monstruos de dos o más cabezas de imperfecta organización no deben ser bautizados sino sólo en la cabeza que estuviese perfecta y se reconociere al nacer, o después, ser la principal y la animada, como en los monstruos de Cracovia y de Cataluña de siete cabezas imperfectas» (cap. X)77. Otra restricción se refiere al hecho de que una de las cabezas no muestre suficientes signos de animación; en el caso del monstruo de Génova, cree que una de ellas es un miembro inútil, que sólo responde al tacto y no come ni habla, «por lo cual habiéndole bautizado, duda del acierto en esta resolución» (cap. IX). Es precisamente la reacción de los individuos lo que determina con más fiabilidad si se trata de personas o de simples apéndices. Independientemente de donde se encuentre el centro del ser, hay una forma sencilla de averiguar cuántos sujetos hay si los miembros 76
«Resulta de lo dicho que todas las veces que se hallare duplicado este miembro superior del hombre, se hallarán regularmente dos almas, aunque en lo demás no haya más que un cuerpo, y al contrario» (cap. IX). 77 Rivilla Bonet y Pueyo refiere otro caso, que puede leerse en el Apéndice II, apartado 17. El monstruo policéfalo de Cerdeña tiene un fuerte registro iconográfico, como muestran las figuras 18 y 19 de este estudio.
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—especialmente la cabeza— están duplicados. En el caso de seres bicípites, el comportamiento indicará si hay dos individuos o uno solo: si sus acciones son contrarias, es claro que se trata de dos seres. Entre las «reglas de individuación» establecidas por Nieremberg en el capítulo XXII del tercer libro de su Curiosa filosofía, se propone una prueba de tacto elemental: «si herida o tocada cualquier parte del cuerpo lo siente y gime cualquier cabeza. Mas si la una no llora ni lo siente, serán diversos los supuestos». Otra de las pruebas es observar quién tiene voluntad sobre las acciones: «si queriendo el uno hacer algo le obedecen los miembros del uno y otro cuerpo, esto será señal de que el alma es una, pues su jurisdicción alcanza todo el monstro». Puede darse el caso de que uno de los miembros esté duplicado y fuera de sitio y, sin embargo, sea el órgano que gobierna la voluntad del ser: «El año que el rey Francisco primero de Francia se confederó con los de Helvecia, nació en Alemania uno que en medio del vientre tenía otra cabeza, y llegó hasta ser hombre, y mantenía aquella cabeza como si fuera la principal» (Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. XXII). Dentro de los casos de duplicación de individuos, son muy frecuentes los relatos que atribuyen acciones contrarias a los siameses: mientras el dueño de la una cabeza dormía, el otro velaba; mientras el uno reía o estaba alegre, el otro se mostraba triste [...] Otro refieren Héctor Boetho y Jorge Buchanano que vivía en la corte de Northumbría, que tocaba música y hablaba varias lenguas [...] veíanse en cada una de las cabezas distintas y discordes voluntades litigando sobre ellas algunas veces; otras, se conocía, consultaban entre sí [...] llegaron a vivir 28 años, sobreviviendo el uno al otro muchos días, hasta que por la corrupción del difunto llegó a morir después. Otro trae semejante Henrico de Gandavo [...] riñendo mutuamente; y lo que es más, siendo el uno devoto y piadoso, mientras el otro era vicioso; pensando éste en los lupanares mientras aquél en los templos; de suerte que cuando quería el uno orar, trataba el otro de distraerse [...] Y en el que (personas que le vieron me han referido) se conoció en España en los últimos años del reinado de Señor Felipe cuarto el grande, en el cual se dudó sumamente si habría dos almas (Rivilla Bonet y Pueyo, cap. IX)78.
78
Ver otros relatos de siameses en pugna en el Apéndice II, apartado 18. El tratado de C. Lycosthenes incluye el grabado de unos de estos casos.
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Esta última referencia alude a un caso que se hizo famoso y del que hay testimonios en toda Europa. Se trata de los hermanos italianos Lázaro y Juan Bautista Coloreto, que Nieremberg tuvo oportunidad de ver en Madrid en 1629 cuando tenían doce años, puesto que viajaban exhibiéndose por las distintas cortes; Madrid debió de ser una de las primeras en recibirlos, pues sabemos que no llegaron a Londres hasta 1637 y se exhibieron en Estrasburgo en 164579. En 1583 había habido un caso muy similar, del que Bovistuau concluye tratarse de un solo sujeto, «que no se puede llamar monstruo duplicado, pues que la una parte de él no tiene más ánima, fuerza ni movimiento de lo que le da la otra» (III, cap. XI)80. Por su parte, Sánchez Valdés de la Plata refiere que «en el año de mil y quinientos anduvo por toda España un hombre monstruoso, al cual le salía del pecho y del vientre otro hombre, con todos sus miembros, y era tan grande como un codo» (fol. 33v). Pero la historia de los hermanos italianos, a pesar de ser un episodio médico paralelo, representa un caso sociológico diferente, debido a su difusión. Recogida en múltiples y entusiasmados testimonios, los eruditos tuvieron oportunidad de estudiarlos de cerca, así como de conocer su personalidad. Lázaro era un hombre de capacidades normales, mientras que Juan Bautista, que colgaba del pecho de su hermano, tenía sentido del tacto pero no capacidad de habla. Lázaro llevaba a cabo también las funciones digestivas de ambos, puesto que Juan Bautista no comía81. Por todo lo dicho anteriormente, podría deducirse que se trata de un solo individuo, y por tanto de una sola alma. Sin embargo, espectadores como Nieremberg no dudan en afirmar que hay dos seres diferenciados, puesto que él ha observado diferentes voluntades:
79 S. Pender (pp. 157-161) describe algunos de los experimentos a los que fueron sometidos los hermanos durante su visita a Londres. La figura 14 pertenece a un pliego suelto alemán que data de 1638, de lo que se deduce que después de su visita a Londres partieron hacia el norte de Europa, cuando ya tenían veinte años. 80 Ver su descripción en el Apéndice II, apartado 19. A. de Torquemada refiere en su Jardín la historia de un individuo de estas características, que peregrinaba a Santiago de Compostela hacia 1514. 81 Puede leerse la descripción completa en el Apéndice II, apartado 20.
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Algunas veces cuando el mayor quiere calzar al otro una calza en el único pie que tiene, repugna y da coces, no lo consintiendo, no puede el mayor por imperio interior menear al pie ni a las manos del menor. La diversidad de sentidos, la resistencia de acciones, la libertad y exención de los miembros del uno al imperio del otro, son argumentos claros de su diversa individuación (Curiosa, libro III, cap. XXIII).
Fig. 13. Los hermanos Colloredo. Pero, además, hay otra causa que permite afirmar la existencia de dos espíritus y es que, materialmente hablando, hay sitio «para aposentar dos almas desembarazadamente» (cap. XXIII). Contamos con escasos testimonios en que los estudiosos se hayan comunicado con los monstruos, puesto que solían vivir muy poco tiempo; pero en las raras ocasiones en que se produce un careo directo, los juicios son muy positivos: los enanos descritos por José V. del Olmo poseían un «notable buen entendimiento», eran modelo de prudencia, y poseían «gustosísima y muy cortesana conversación», así como «muy agudo ingenio». La impresión que de Lázaro obtiene el padre Nieremberg es de «buen
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entendimiento» y «anda derecho mejor que otros». El jesuita describe el cuerpo de los hermanos como una simbiosis admirable, donde todo está afinadamente calculado para que los sistemas de ambos trabajen al unísono82. Uno de los casos de monstruosidad más famosos en el siglo XVII se convierte en ejemplo de máquina humana perfecta.
Fig. 14. Los hermanos Kalett (1638). Lo monstruoso, lo diferente y lo deforme documentan la curiosidad del siglo XVII por la excepcional cualidad de lo humano. Lo prodigioso no es un mal que está por venir, sino la inagotable diversidad que produce la naturaleza, para su propio recreo o por necesidad de contrastes. Las actitudes científicas ante esta diversidad intentan elaborar diferentes hipótesis sobre lo monstruoso, cosa que al fin y al cabo es también una teoría sobre lo no-monstruoso. Aquello que sale
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Ver el Apéndice II, apartado 21.
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de las supuestas normas de la naturaleza armónica es una forma sin contexto ni articulación, un signo suelto en pos de su significado. Esa significación sólo puede estar en la comparación, en la alteridad, en la tensión creada entre lo codificado y lo ilegible. Lo monstruoso, al final, se deja leer como una forma hipotética de la norma, y en él desciframos los enigmas que inquietan el equilibrio siempre precario de la normalidad.
Fig. 15. Figuras a partir de un ser embebido (1624).
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III. EL MONSTRUO EN LA CALLE
No quiero ocuparme en la definición de los monstruos ni en cómo se deben considerar, porque no quiero tornar a repetir lo que está dicho por otros, y porque no parezca que me quiero atribuir las obras ajenas. (Francisco de Belleforest)
Innumerables historiadores y críticos de la literatura han señalado que el siglo XVII está dominado por la noción de crisis, hecho que no sólo se manifiesta en el aspecto político, sino que alcanza al plano social, económico y cultural. Las dimensiones de esta crisis fueron establecidas en toda su amplitud por J. A. Maravall, quien tendió los lazos y señaló las repercusiones del malestar económico, político y social en la cultura: Para acallar tales muestras de desasosiego, pensando en que los resortes de represión física quizá no bastan, se ven obligados los poderosos a ayudar y a servirse de aquellos que pueden proporcionarles los resortes eficaces de una cultura; de una cultura en la que predominarán, congruentemente, los elementos de atracción, de persuasión, de compromiso con el sistema, a cuya integración defensiva se trata de incorporar a esa masa común que de todas formas es más numerosa que los crecidos grupos privilegiados, y pueden amenazar su orden (pp. 88-89).
En este capítulo exploraremos los varios aspectos del descontento al que se refiere Maravall; también analizaremos diferentes funciones de la figura del monstruo en el contexto de la crisis, para establecer su importancia en los géneros informativos y en los diversos escenarios de la cultura popular.
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Como ha señalado J. Gállego (pp. 62-68), en el siglo XVII se desarrolla lo que él denomina «alegoría contra mitología», fenómeno que consiste en desmitificar y humanizar figuras mitológicas; ello es debido al escepticismo ante el endiosamiento de la figura humana, propio de los modelos clásicos renacentistas. Es así como la crisis iconográfica impone su propio estilo empírico y, en este contexto paródico, se explican mejor la curiosidad y la gran difusión de la figura monstruosa, como veremos a lo largo de las páginas siguientes. El mismo Bartolomé L. de Argensola, en su Conquista de las Islas Malucas, reconoce estar al tanto de las preferencias del público por las fábulas «llenas de monstruosidades» que se leen «para engañar el tiempo» (fol. 2), en detrimento de historias verídicas. Al final, Argensola no renuncia a incluir pigmeos y gigantes, e incluso utiliza obras de ficción para justificar su misma información1; pero si bien estas menciones no pasan desapercibidas a autores como Nieremberg, que las incorporan a sus propias obras, quedan diluidas en la extensa narración sobre las Malucas. El gran público del siglo XVII necesita otros soportes donde apreciar monstruosidades en más altas dosis. Este capítulo explora esos modos de presentar a los seres deformes.
1.- GALERÍA
DE LO DEFORME: TERATOLOGÍA Y EXHIBICIÓN
La deformidad como objeto comercial Autores como el sevillano A. Pescioni, quien en 1585 traducía el libro de P. Bovistuau, siguen apoyando una lectura sancionadora de los seres deformes, como se ha visto por extenso en el primer capítulo de este estudio2. En el texto de Pescioni, sin embargo, coexiste la interpretación opuesta, que nos acerca a las consecuencias que tenía para una familia el engendrar un ser monstruoso: la venida al mundo de un niño deforme suponía, además de la desgracia para el pueblo en
1 «Según este acto, no parece impropria la cobardía que aplican a sus gigantes los escritores de libros fabulosos, que llaman vulgarmente de caballerías» (fol. 126). 2 «los monstruos son presagios del divino castigo, y aún algunos de ellos el mismo castigo, o la causa de él para sus progenitores» (Bovistuau, IV, cap. I).
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que aparecía, la solución inmediata a los problemas económicos de lo que, por lo general, eran familias muy pobres. El nacimiento de un ser monstruoso es una bendición para sus progenitores, y aún para sí mismo, caso de sobrevivir, puesto que tenía posibilidades de ganarse la vida exhibiéndose. Desde antiguo era costumbre sacar partido de criaturas extrañas, bien humanas o animales, con fines lucrativos3, y la práctica sigue siendo común en la España del siglo XVI, llevándola cada vez a mayores extremos. A. Pescioni relata el nacimiento en Medina del Campo, en 1554, de «un monstruo que eran dos niños varones que estaban conjuntos y pegados el uno con el otro por los costados, de suerte que el derecho del uno estaba embebido en el izquierdo del otro». A pesar de que estos niños siameses nacieron muertos, sus padres no desistieron de la idea de exhibirlos apresuradamente, antes de que se descompusiera el cadáver: eran gente pobrísima, jornaleros, y creyeron que aquellos hijos les fueran causa de algún remedio, porque tenían presupuesto de andarlos mostrando de unas a otras partes para enseñarlos, pagándoselo; mas la siguiente noche les fueron robados, aunque aquel día les valieron más de lo que en muchos hubieran podido ganar por sus jornales, porque los que los iban a ver, movidos de compasión de ver a la madre, que estaba en el suelo echada sobre un jergón que era el regalo de su cama de parida, le hacían limosna (Bovistuau, IV, cap. I)4.
Paralelo a la interpretación del monstruo como prodigio, existe otro uso de lo monstruoso que responde a una necesidad económica, y que se sitúa en la vida diaria, en la intrahistoria, en la picaresca co-
3
«El uno de los cuales fue el año de 1475 en la famosa ciudad de Verona, en Italia, y fue dos niñas que estaban conjuntas, y pegadas por las partes traseras de las espaldas y lomos, y nacieron vivas, y lo estuvieron algunos días, y por ser sus padres pobres las llevaron a diversas partes de Italia, y por mostrarlas querían muchos dineros, que la gente gustaba darles por ver aquella maravilla y novedad» (Bovistuau, I, cap. XXXVI). En su recopilación de 1563, M. de Villaverde anuncia uno de estos casos: «Traer los pies en el hombro / y andar su quedo a quedo / visto sea en Toledo» (fol. 211v). 4 Este caso anticipa el de Divinas palabras, de Valle-Inclán. No se plantea un conflicto teológico que obligaría a enterrar los cuerpos, como expone Bedford en 1635 (Wilson, p. 109).
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tidiana donde importa poco que el monstruo sea un indicio nefasto. Estos procedimientos, como vemos a través del ejemplo citado más arriba, se apuntan en tratados no destinados al más común de los lectores, pero cobran mayor importancia y riqueza de detalles en otros géneros, especialmente los de consumo popular y los informativos, que dan cuenta de las andanzas y evoluciones de estos seres por la geografía nacional. Carlos García incluye en su galería de ladrones a los de la peor calaña: los dacianos, «gente cruel, despiadada y feroz […] roban niños de tres o cuatro años, y, rompiéndole los brazos y pies, les dejan estropeados y contrahechos para vendelles después a ciegos, pícaros y otra gente vagamunda» (p. 118)5. En este sentido, puede afirmarse que el significado de la palabra «monstruo» ha cambiado: el ser deforme no se llama así porque muestre sucesos por acontecer, sino porque los padres o pícaros lo muestran con fines pecuniarios o, caso de llegar a adulto, se exhibe a sí mismo para ganarse el sustento. El monstruo se transforma así en un objeto comercial6 que suscita una amplia gama de reacciones, y es apto para el consumo de un público diverso. Pero, para alcanzar a diversas capas sociales y ser atractivo para distintos gustos, el ser deforme ha de adecuarse a su audiencia. Así, para la clase alta es un ser real, material, observado directamente por aquellos que corren a verlo al lugar de su nacimiento, recibido en la corte para ser admirado, acicalado y, si sobrevive, retratado al óleo por pintores de renombre. Cuando un ser monstruoso nacía, las autoridades del lugar eran avisadas para prestar testimonio directo sobre los hechos; la casa del recién nacido recibía al alcalde, al notario, al médico y a cuantas personas de abolengo pudiera dar cabida. El ser deforme desencadenaba una carrera contra el tiempo, puesto que todas las circunstancias de su nacimiento habían de ser registradas cuanto antes, tenía que ser bautizado, descrito y exhibido antes de que falleciera (o antes de que fuese hurtado). El nacimien-
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Ver la reprobación de C. Pérez de Herrera en Roncero, p. 118, n. 14. Recuérdese que coleccionistas como S. Pepys lo clasificaban bajo la categoría de «entretenimiento». Findlen se ha ocupado de la falsificación de monstruos de gabinete, construidos para su venta (1996, p. 308). El propio Felipe II era consciente de la falsificación de reliquias, y apreciaba especialmente la calidad de las imitaciones procedentes de los Países Bajos (Zarco Cuevas). 6
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to de siete criaturas, una de ellas con tres cabezas, provoca un revuelo extraordinario: Acudió de Madrid y otras partes gente sin número, a ver lo referido y cargó tanta, que fue necesario retirar las criaturas al Espinar, lugar de Segovia de la otra parte de Guadarrama, y con estar tan distante de la corte, y tener el impedimento de un puerto tan áspero como lo es el de Guadarrama, no cesaba de ir infinita gente, y muchos Señores, Títulos y Caballeros de Madrid, que a los padres (que eran muy pobres) dieron largas limosnas: y su Majestad (Dios le guarde) habiéndole dado cuenta del caso, y de la pobreza de los padres, mandó se les diesen seiscientos ducados en cada un año en las rentas de Segovia. Los Señores del Consejo para reprimir la máquina de gente que acudía de todas partes, enviaron orden mandando asistiesen a defender la entrada en la casa donde estaban los niños y padres, los Alcaldes y Regidores del Espinar: mas con todo, no siendo posible defender la entrada a los Señores y Caballeros que por instantes venían de la corte, y a vueltas otra mucha gente, pusieron tan graves penas que cesó tan gran confusión y concurso (Carta escrita por Salvador de Padilla).
Caso de alcanzar gran rareza, el monstruo había de ser llevado en presencia del rey o de las máximas autoridades, quienes lo requerían en exclusiva para ser observado por los médicos y títulos en la corte7. Para la clase baja, en cambio, el monstruo es un objeto culturalmente procesado, ya que su presencia real es monopolizada por la clase privilegiada; su existencia se plasma como protagonista de relaciones, noticias y romances, ilustrándose con apremio en toscos grabados (fig. 16)8.
7 «Después que en este miserable mundo hubo vivido algunos días murió, y después de muerto le presentaron al gobernador, que por el Emperador residía en aquella provincia, y como le hubiesen abierto para embalsamarle, se le vio en las entrañas otra maravilla no menor que la que mostraba por defuera, porque tenía duplicados el hígado y el bazo, y no más de un corazón» (Bovistuau, I, cap. XXVIII). 8 Esta xilografía ha de contrastarse necesariamente con los dos retratos al óleo que Carreño de Miranda pintara de «la monstrua», conservados en el Museo del Prado.
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Fig. 16. Eugenia Martínez Vallejo. Para la clase baja es mucho más fácil saber de un monstruo a través de una relación que de forma directa. Si bien es cierto que los seres deformes se exhibían por ciudades y pueblos, las posibilidades de ver a uno de estos individuos es remota, dado lo inusual de los casos. Por su escasez, los seres monstruosos son una mercancía sujeta a una gran demanda, que aporta ganancias seguras. Contamos con testimonios de espectáculo público en el siglo XVI, relacionados con la creencia de que su cercanía puede tener consecuencias nefastas para las mujeres gestantes. En ocasiones, alguno de estos seres hubo de ser desterrado para impedirle exhibirse9, o fue prohibido a terceras personas el en-
9 «Pero este el año de 1541 andaba por los estados de Baviera demandando limosna, y llegaba harta por la piedad que de él tenían, y entonces sería de edad de ventiséis años, y era hembra; tenía dos cabezas y los rostros se semejaban harto, y siempre tenían unos mismos deseos, así en el comer como en el beber y
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señarlo10. En el siglo XVII, los autores de obras eruditas eluden referirse a este tipo de creencias, ciñéndose al testimonio de sus andanzas por la geografía española: «sucede muchas veces este pecado por defecto de la materia, y así suele salir el animal sin brazos o sin pies, o falto de algun otro miembro, como vimos en una muchacha de catorce [años], que la traían a enseñar por Castilla, y ni tenía piernas, ni brazos, ni hablaba palabra alguna [...] sólo cuando la descubrían se avergonzaba, y lloraba» (G. de Huerta, fol. 256)11. Si tantas veces se ha hablado de una sociedad en crisis, el pillaje alrededor de la figura del monstruo como forma de ganarse la vida es altamente representativo de la situación. Hemos visto ya cómo en el siglo XVI el cuerpo de unos siameses es robado para ser exhibido; el panorama empeora durante los años siguientes: visto lo rentable del negocio, el hecho de que monstruos fuesen mercancía escasa y manifiestamente beneficiosa llevó a algunos delincuentes a deducir que había que ‘producirlos’ a toda costa para satisfacer la demanda general y, por descontado, en su propio beneficio. Pero no sólo los maleantes ven el potencial de la exhibición de seres inusuales; Juan Rufo, en su apotegma 418, relata que «estando sentada en el claustro de una iglesia cierta señora hablando con él, un caballero mozo muy carrilludo comenzó a paso algo apresurado a dalle vueltas, haciendo paradas de cuando en cuando. La señora se amohinó y dijo “que parecía perro de muestra”. Respondió: “No parece sino hombre por mostrar”». Llegado el caso, se puede sacar partido de cualquier deformidad notoria.
dormir; en la voz y habla no se diferenciaban; el rostro del cuerpo era solo uno, y bien formado; fue después por común acuerdo desterrado de aquella tierra, porque muchas preñadas abortaban por el terror que la imaginación de su vista les causaba» (Bovistuau, I, cap. XXVIII). 10 «El que nació en Venecia, demás que también tenía dos cabezas, tenía las bocas grandes y hendidas, y tenía el miembro viril levantado en alto y arrimado al vientre, y como estaba tan deshonesto el Magistrado no consintió que públicamente fuese visto» (Bovistuau, II, cap. II). 11 Este es uno de los escasísimos testimonios conservados de la reacción de un ser deforme al ser exhibido.
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Embaucadores y «metamorfosios» Según datos ofrecidos por H. Salas, hacia 1637 había en Madrid alrededor de 3.300 indigentes, mendigos, falsos lisiados y pobres vocacionales. Como señala Salas, «algunos pordioseros alquilan niños o secuestran huérfanos a los que mantienen famélicos para despertar mayor caridad entre la gente, y hasta se conocen casos de quienes, en su afán de lucro, han llegado al extremo de lisiar a los pequeños o cegarlos con hierros candentes» (p. 88). Algunos de estos engaños tienen que ver específicamente con el fingimiento de seres monstruosos. De entre los ardides y trampas, uno de los casos más sonados es el protagonizado en Castilla por Elena de Céspedes, una esclava andaluza, la cual, dejado el hábito de mujer, fingió ser hombre por muchos años y mostraba serlo, aunque sin barba y mal tallado, con cierto engaño artificioso y tan al natural que después de haberle mirado algunos cirujanos y declarado ser hombre se casó en un lugar del conde de Chinchón llamado Cienpozuelos; pero por último supo el Santo Tribunal de la Inquisición la verdad del caso, y descubrió el engaño que había (A. de Fuentelapeña, duda XVI)12.
Dada la multitud de tretas, debía resultar difícil comprobar la autenticidad de las deformidades. En realidad, la mayoría de la población sólo quería ver satisfecha su curiosidad, no importándole mucho que se tratase de una trampa, pero A. de Fuentelapeña se preocupa por ofrecer pistas para esclarecer si se trata de engaños o verdaderas metamorfosis; consciente de la falta de verosimilitud y a favor de la veracidad de algunas historias, insiste en el hecho de que algunos cambios hayan sucedido a personas religiosas, estado que avala la autenticidad de los hechos acontecidos: «a que se añade que una de las dichas monjas que se convirtieron en hombres (a cuatro religiosas hallo haber sucedido lo dicho, una en Úbeda, otra en Alcalá y dos en Madrid, según los autores citados arriba) se ordenó después sacerdote, y así hay menos fun-
12 Del insólito caso, que ya había sido citado por G. de Huerta, se ha ocupado M. Escamilla. De no haber sido documentada por J. M.ª Ferrer y P. Rubio Merino, podría pensarse que biografías como la de C. de Erauso son completamente fraudulentas, dadas las varias coincidencias con la de Céspedes.
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damento para maliciar embuste en la dicha» (duda XVI). En opinión de Fuentelapeña, también son disuasorios de engaño los casos en que hay como resultado un castigo, y en los que interviene el perdón papal: «Alejandro sexto dispensó con una moza que habiéndose casado mudó de sexo y se volvió varón, para que como tal se pudiese casar con otra mujer, lo cual no haría [...] sin que le constase primero de ser verdad dicha variación» (duda XVI)13. El documento más completo de ardid que tiene como objeto fingir un monstruo lo proporciona J. de Luna en la Segunda parte de la vida del Lazarillo de Tormes. Recordemos que en la segunda parte anónima de 1555, Lázaro se metamorfosea en atún y se convierte en favorito del rey de los atunes, para después casarse con una atuna favorita del rey, con lo que se repite el final de la obra original. Cuando acompaña a sus compañeros a desovar, Lázaro es retenido en las almadrabas de Sanlúcar y los pescadores descubren al hombre-pez. Poco a poco se va pudriendo la parte de pez y en Sevilla todo el mundo asiste al reestablecimiento de su condición humana. El entronque de esta obra con la novela de transformaciones de raigambre clásica es evidente, si bien el factor de exhibición está muy presente. En la continuación de Luna, Lázaro es exhibido por unos pescadores como hombre-pez. Lo interesante es que, en la primera continuación, el personaje vive libremente como un teleósteo, mientras que en la segunda es objeto de un espectáculo, una verdadera barraca de feria con valor comercial, que explota la capacidad de asombro. J. de Luna discute la verosimilitud de la continuación anónima en el prólogo a los lectores; no entiende que un hombre pueda estar dentro del agua tanto tiempo sin ahogarse, y prefiere recrear la historia, planteándola desde el principio como un ardid. Lázaro, con el propósito de ir a la guerra de Argel, se embarca en Cartagena, con la mala suerte de que su barco se va a pique. Rescatado por unos pescadores
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Las palabras de Fuentelapeña no sólo pretenden verificar los sucesos, sino que además nos dan una idea de las posibilidades de reanudar una vida normal bajo un nuevo género. Si al hermafrodita, como hemos visto en los primeros capítulos de este estudio, le era imposible ordenarse cuando su parte femenina rebasaba la masculina, no lo es así para alguien que ha vivido como mujer hasta entonces, puesto que sólo estaba incompleta, aunque en realidad su género había sido masculino desde el nacimiento.
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que ven la oportunidad de ganar dinero, le obligan a hacerse pasar por un hombre-pez. A partir de ese momento, «extendióse la fama del monstruo por la comarca; venía mucha gente a la choza para verme; los pescadores no me querían mostrar, diciendo aguardaban licencia del señor obispo e inquisidores para mostrarme, y que hasta entonces era excusado». Luna aprovecha para dejar caer una crítica sobre la potestad eclesiástica, que aprobaba estas prácticas basándose en que obras de autoridad daban como verdadera la existencia de hombres marinos. Los pescadores piden permiso para mostrar «por toda España un pez que tenía cara de hombre» y, tras haberlo conseguido, disfrazan a Lázaro con «una barba y casquete de moho, sin olvidar los mostachos, que parecía salvaje de jardín. Envolviéronme los pies en espadañas; vime como trucha montañesa». Le prohíben hablar, y le informan de que los señores inquisidores han mandado que lo lleven «por las villas y lugares de España, a enseñarlo a todos como portento y monstruo de natura». Los pescadores se enriquecen rápidamente, y deciden no sacar a Lázaro nunca del agua para provocar su metamorfosis, «creyendo que la costumbre se tornaría en naturaleza». Así vivió seis meses, alimentándose únicamente del pan mojado que le echaban los espectadores por el placer de vérselo comer. La organización se compone de tres pescadores: uno conduce la carreta, otro tira de una cuerda cuando Lázaro intenta hablar para sumergirlo en la cuba de agua, mientras que un tercero relata la historia y circunstancias de su captura, cuento que muy probablemente tendría que ver con alguna de las relaciones que se verán más abajo. Es así como llegan a la corte, «donde la ganancia era grande por ser la gente de ella amiga de novedades, a quien siempre acompaña la ociosidad». En un momento dado Lázaro, presa del cansancio y de las penosas condiciones en que vive, duda de si sigue siendo hombre, o de si se habrá convertido en pez. Son unos licenciados quienes intentan sin éxito desenmascarar el engaño; Lázaro, por su parte, también trata de escapar, pero los pescadores se lo impiden y lo llevan a Toledo. Allí su mujer y su hija van a ver al pez, provocando el llanto de Lázaro quien, al notar que su mujer está embarazada del arcipreste, se pone enfermo. Los pescadores deciden tirarlo a un pozo, pero en el camino Lázaro pide ayuda y los apresan a todos. Finalmente el protagonista es liberado y resarcido, y continúa sus andanzas. Probablemente esta es la narración novelizada de las prácticas de muchos «metamorfosios» de la época quienes, por su propia cuenta o
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por la ajena, urden tramas con el fin de enriquecerse rápidamente. El texto de J. de Luna nos da idea de algunos detalles como la preparación del ardid, los peligros de que se descubra la trampa, y cómo se puede mantener a un hombre secuestrado, y a toda la población civil y religiosa atraída y engañada. J. Kristeva (1982) plantea una lectura psicoanalítica de lo «abyecto» que, aunque no es sujeto ni objeto, se reconoce como «expulsado más allá de lo posible, lo tolerable, lo pensable» (p. 1). Lo abyecto es, sin embargo, un «deseo de significado» (p. 2) que puede convertirse en el Otro de un Yo y que existe por medio de un «desechado» que ignora su propia abyección y que no se pregunta «¿quién soy yo?» sino «¿dónde estoy yo?», porque el espacio donde se sitúa está dividido, no es homogéneo, y resulta catastrófico. En resumen, está en los bordes y lo distingue la ambigüedad (p. 8-9). Por otro lado, la abyección se establece frente a la religión, la moral y la ley, y la literatura que trata el tema cruza las dicotomías de lo puro e impuro, prohibición y pecado, moralidad e inmoralidad (p. 16). El análisis de Kristeva, aunque dirigido a obras literarias que practican la transgresión a través de lo perverso y el vouyerismo, nos permite, sin embargo, reconocer la figura del monstruo como la de un sujeto convertido en objeto, y por ello como enclavada en el espacio de la abyección. Situado en el mercado, convertido en mercancía de valor ambiguo, el monstruo (vivo o muerto) es objeto de curiosidad ante los sujetos que comprueban en su figura (desfigurada) la presencia del Otro enigmático, expulsado de la ley natural. Ese Otro monstruoso carece propiamente de un yo; no sabe (necesariamente) que es un monstruo o, si lo sabe, está resignado a su rareza sin redención. Aunque los relatos sobre monstruos destacan primeramente la curiosidad, la singularidad o el asombro, se puede sospechar que la profusión de literatura popular demuestra una curiosidad supersticiosa, quizá incluso morbosa. La mirada del sujeto callejero sobre lo horrible del monstruo como objeto no sólo lo deshumaniza y comercializa, sino que también confirma el peligro de lo natural, lo ignoto de la naturaleza, y los límites de lo humano. El monstruo es un espejo que devuelve una imagen sin respuesta, un enigma sobre el Yo en el mundo, como una prueba de la precariedad de la vida humana.
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Fábrica y remiendo de monstruos Si bien el engaño recreado por J. de Luna representa el fingimiento de un ser monstruoso por medio de un disfraz y una historia bien contada, se conservan testimonios acerca de los intentos de fabricar seres humanos, bien porque son económicamente rentables, o como retos de la era precientífica. Sabemos que, desde antiguo, el monstruo representa la materialización de corrientes de opinión inquietantes; como ha estudiado la antropología, en diversas culturas están dedicados a asumir características comprensibles de fenómenos inciertos, permitiendo así controlarlos. Pero también, como vemos, son el fruto de manipulaciones particulares que aprovechan ciertos temores latentes para fines concretos. La finalidad económica lleva a crímenes como el descrito por Bovistuau: sé que de ellos hay otra especie, que se hacen con artificio de algunos embaidores, que de unas tierras a otras andan engañando la gente, y es que toman las criaturas cuando son pequeñas y están tiernas como masa, y las desfiguran, cortándoles y torciéndoles los rostros y miembros, e hinchándoles de suerte que parecen monstruos, con los cuales después ganan dineros, enseñándolos como cosa maravillosa.Y aqueste embuste no es cosa nueva, porque Hipócrates en su libro de aere & locis dice que en su tiempo había en Asia hombres que cometían semejantes maldades (I, cap.V)14.
No siempre la fabricación de un monstruo tiene que ver con la ganancia crematística. La ambición del hombre por imitar a Dios se refleja en la historia que se cuenta sobre Arnau de Vilanova, quien intentó reproducir un ser humano en una probeta: «al cabo de algunos días halló que se había organizado y figurado con miembros huma14 La misma práctica relata V. Hugo en El hombre que ríe, donde describe la costumbre de vender niños que previamente hay que deformar para que no sean reconocidos por sus progenitores. Se extiende también el autor en describir la técnica china del «moldeado de un hombre viviente», consistente en meter a un niño de dos años en un recipiente estanco para impedir su crecimiento. Al romper el envase, el ya enano queda con la forma deseada. Así mismo, J. Bulwer dedica su Anthropometamorphosis a diversos trucos ingeniados para fingir monstruos con ánimo de lucro (Wilson, p. 68). P. Dance desvela en su estudio sobre monstruos fingidos las técnicas más comunes para su fabricación.
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nos; maravillado del caso no quiso pasar delante por no tentar a Dios y obligarle a que introdujese ánima en aquella materia, y así quebró el vaso y la arrojó» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. XXV). El padre Nieremberg no cree en la veracidad de este relato, refiriéndolo como leyenda oscura e incierta, más perteneciente al terreno novelesco que al científico. M. Bakhtin (1981, p. 111-116) ha discutido por extenso las funciones y sentidos de la metamorfosis tanto en la tradición narrativa, donde da cuenta de las transformaciones del sujeto en el relato, como en la cultura popular, donde, desde el folklore, se ocupa de las representaciones del rebajamiento del cuerpo. Si en el dominio del relato (ya desde la prosa lucianesca) se trata de la crisis como proceso de metamorfosis —cuyo sentido es pasar de la culpa y el castigo a la redención—, en el dominio de las formas populares se trata de la exhibición del cuerpo, de sus partes desmembradas, amplificadas o gigantescas más allá del sujeto, en el espacio público donde la vida privada deja de estar restringida por las leyes naturales y sociales. Es el caso de percepciones como la del francés Brunel quien, al presenciar fiestas, callejeras no puede sino fijarse en las desproporciones: «hacen marchar máquinas de gigantes, es decir, ciertas estatuas de cartón, llevadas por hombres que van ocultos bajo las faldas. [...] no es más que una gruesa cabeza pintada y figurada, aplicada sobre la de un hombrecillo [...] y de ese modo no parece sino la de un coloso sobre el cuerpo de un pigmeo» (Díez Borque, p. 156). La explotación que la cultura popular hace de esta crisis pasa por la burla de su reconstitución en El barbador, entremés de Castillo Solórzano en el que un hombre dice ser capaz de restituir el pelo de calvos, lampiños y capones. Éstos sufren las risas de sus vecinos y el poco respeto de sus mujeres, y salen de la consulta con barbas postizas y bastante dinero menos15. Uno de ellos explica el cúmulo de causas por las que es lampiño: «Preñada de mí, mi madre / [...] / recibí el escopetazo / del jeringal pistolete / [...] / Como era el séptimo mes / y nací en el mismo viernes / con la barba desollada / [...] / y 15 Como contrapunto léase el soneto de Quevedo «Pelo fue aquí, en donde calavero» (1996, p. 523), en el que un calvo se niega a someterse a remiendo alguno; y el que comienza «Catalina, una vez que mi mollera» (1996, p. 524), donde el calvo decide ahorrarse el dinero de la intervención y dejarse puesto siempre el sombrero.
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al darme el bautismo santo / [...] / el agua, mandó el padrino / mezclarla con más caliente. / Echose hirviendo en la pila / [...] / y yo de nuevo peleme» (Cotarelo, p. 314). En el cartel con el que se anuncia El remendón de la naturaleza en el entremés homónimo de Salas Barbadillo, se lee: «A esta corte ha venido un sevillano, ingenioso y peregrino, porque con industria enmienda, remienda, pule y perfecciona todos los defectos de naturaleza, como si dijésemos: abriga calvas, puebla bocas, acelera barbas por madurar, engruesa y apersona las pantorrillas, finge caderas, destierra nubes16 y otras muchas cosas [...] A los ricos servirá por acomodado precio en sus casas, y a los pobres en la suya y de balde» (Cotarelo, p. 267). Estos remendadores no ofrecen, sin embargo, servicios a las mujeres peludas; si el hombre lampiño es causa de risa, la mujer barbuda es menospreciada en la cultura popular y no se le ofrece enmienda. Como recuerda J. de Medrano: «Ni a mujer barbuda, no les des posada» (fol. 24) y «Al hombre rojo, y mujer barbuda, de lejos se les saluda» (fol. 22). El monstruo, que se constituye como tal en el dictamen transgresor de la ley natural y la ley social (Foucault, 2000), es el producto de una metamorfosis, porque es el instante de una crisis. Crisis de las formas, de la norma y el modelo, pero también, por eso, ejemplo posible de culpa y castigo, cuya redención ya no es personal, y se debe solo a la fe. Pero como, por otro lado, el monstruo es la exhibición de esa crisis, se puede afirmar que transita de la vida privada a la pública, y que su redención posible está, no en la redoma de un laboratorio, sino en su mismo carácter público. A tal punto que si en la vida privada el monstruo es error natural, culpa irredimible, castigo y vergüenza, en la vida pública —en la plaza pública donde la cultura popular, según M. Bakhtin, el pueblo exorciza y libera sus dramas— adquiere un nuevo sentido, el de su final redención.Y ello es así porque el monstruo exhibido, reproducido, difundido, sigue metamorfoseándose, según los medios que lo divulguen, ora como relato ora como imagen, logra su metamorfosis mayor: hacer de la calle su espacio natural.
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Se refiere a las cataratas en los ojos.
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Géneros informativos como relaciones de sucesos, gacetas, avisos y guías de forasteros refieren el nacimiento de monstruos por toda la Europa del siglo XVII17. Algunas de esas noticias están al servicio de lo que J. A. Maravall denominó «una cultura dirigida», y tienen diferentes propósitos. Sin duda, hay diferencias entre el tono de una publicación como la Relación o gaceta de algunos casos particulares y, pongamos por caso, los Avisos de J. de Barrionuevo. La primera es un buen ejemplo de un estilo informativo neutro, donde la exposición se limita a las circunstancias más inmediatas de los hechos. Los monstruos no son una excepción, y su nacimiento se refiere en unas pocas líneas que describen su anatomía y el lugar de lo sucedido, absteniéndose de interpretaciones o de cualquier tipo de amplificación: En la Palma, Villa del Condado, jurisdicción de la ciudad de Sevilla, lunes 23 de mayo, parió una mujer un monstruo, y fue dos niñas abrazadas, cada una con su cabeza; pero desde el cuello hasta el vientre estaban pegadas, y después por lo bajo del vientre se separaba cada una con sus muslos, piernas y pies. Nacieron muertas al séptimo mes de su concepción. Dieron fe de lo referido dos escribanos de la dicha villa (mayo de 1661).
Bastante diferente es el punto de vista de autores que, con carácter individual, pretenden informar regularmente sobre hechos de que tienen noticia. Entre ellos se incluyen escritores de paso por la corte, residentes en ella o visitantes de otros países18. Aunque su propósito primero es informativo, tanto la selección de los hechos de que dan noticia como su manera de narrarlos están marcadas por su particular visión del mundo que les rodea19. Mientras que los Avisos históricos de 17 No hay un interés tan formalizado como en otros países por los sucesos monstruosos, y España carece de publicaciones equivalentes a Philosophical Transactions of the Royal Society of London, o Histoires et Mémoires de l’Académie Royale des Sciences. Pero, aunque las fuentes españolas son más heterogéneas y miscelánicas, no por ello hay menos demanda. 18 Para muchos aspectos de la sociedad española es interesante la antología de Díez Borque. 19 H. Ettinghausen (1996, p. 52) resalta el hecho de que autores como Pellicer o Barrionuevo no tenían intención de ver publicadas sus noticias. Se puede aña-
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J. de Pellicer sólo recogen dos breves referencias a monstruosidades20, los Avisos de J. de Barrionuevo representan una muestra de recepción y transmisión informativa en tiempo real. Barrionuevo, quien escribe desde Madrid, no se para a interpretar los sucesos monstruosos como malos augurios, sino como una modalidad más de lo extraordinario, como cualquier homicidio, envenenamiento o caso de necrofilia en los que a veces se detiene: «Dícese que ha nacido en el Armuña, Obispado de Cuenca, un niño con tres piernas iguales, que las mueve todas y cada una de por sí y asienta en el suelo igualmente» ([¿diciembre?] de 1657). En una ocasión, llega a advertir explícitamente de que se abstiene de interpretar los signos aparecidos en un monstruo, limitándose a informar de lo ocurrido el 5 de junio de 1658: «han llegado aquí unos cautivos cristianos huidos de Argel, que afirman y traen la efigie de un monstruo que se ha hallado en aquellas partes [Transilvania], como hombre, de extraordinaria ferocidad, con muchas manos y pies, y en el pecho la media luna, con una M en medio. Lo que significa, Dios lo sabe. Es cierto». J. de Barrionuevo debió considerar tan extravagantes las noticias que relataba que se sentía obligado a corroborarlas con una afirmación como cierre del informe. Observando la estructura de sus avisos, es notorio también que casi siempre deja los temas monstruosos para el final de las cartas, ocupándose primero de las noticias relativas a la política internacional o la vida en la corte; ello podría hacer pensar, en un principio, que tomaba el asunto como entretenimiento anecdótico, para complementar materias más graves y distraer al lector de los acontecimientos problemáticos que relata. Ocurre así al informar de un caso de bestialismo ocurrido el 10 de julio de 1655, donde elude referirse a las posibles consecuencias del nacimiento de un ser
dir que, gracias a ello, su mirada es no sólo informativa, sino también ideológica y crítica. 20 Pellicer habla del nacimiento, el 8 de noviembre de 1639, de «un monstruo con dos cabezas que se besaban una a la otra, y un solo cuerpo; bautizáronle, murió luego; abriéronle y le hallaron un solo corazón». También se refiere a la «muerte por celos de un enano», sobre la que escribe el 1 de diciembre de 1643: «Marcos de Encinillas [...] mató de noche a su mujer y se huyó a sagrado. Dicen que tuvo celos de un enano de Palacio, y que por la mañana le aguardó para matarle. Pero sucedió que, habiendo madrugado el príncipe nuestro señor para ir al campo, había ido con su Alteza, con que se escapó».
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monstruoso, como sería de esperar en otro tipo de textos21. Por el contrario, su preocupación se centra en el castigo administrado al infractor cinco días después, como ya había predicho Barrionuevo: «Viernes quemaron en Alcalá al enamorado de su burra [...] Como si no hubiera mujeres, tres al cuarto»22.
3.- MONSTRUOS
A LA CARTA: INFORMACIÓN Y PROPAGANDA
El uso que J. de Barrionuevo hace de las noticias sobre monstruos indica que los Avisos rebasan el carácter de anecdotario, a pesar de dejar este tipo de noticias para el final de sus informes. El autor las aprovecha constantemente como excusa para la crítica política. Como hemos visto, la sociedad del siglo XVII depende en gran manera de los espectáculos visuales, y Barrionuevo es muy consciente de ello cuando se refiere al teatro en la corte: «Habrá ocho días que vino Rosa, el autor de comedias, a esta corte, y la primera farsa que ha hecho y que hasta hoy dura, es la comedia de Don Enrique, el de la espalda de carnero23. En todas partes hay espejos donde se pueden ver los remedios eficaces de nuestra restauración; pero lástima es que nadie se mira en ellos lo que pueda hacer» (22 de septiembre de 1655). Barrionuevo trae a colación una de las pocas comedias en las que un monstruo es enteramente protagonista; veremos otro caso más adelante. Para referirse a la inseguridad de las calles madrileñas, el 4 de julio de 1657 echa mano de nuevo a la comparación con un monstruo «que ha nacido de tres gatos injertos en uno, y no me he maravillado de ello, porque se encuentran a cada paso tantos por esas calles, tantos que andan cazando dentro y fuera del lugar con licencia del
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«En Alcalá de Henares un hortelano de Don Francisco de Vera, casado con una mujer moza y de muy buena cara, echando basura con una borriquilla que tenía desde el campo a la huerta, se enamoró de su bestia y se aprovechó de ella a mediodía. Fue visto y huyó. Prendiéronle en los toros de Guadalajara. De hoy a mañana le hacen chicharrones». 22 El castigo para este crimen era, en el siglo XIX, el garrote vil y la imposición de un capirote, como nos recuerda Goya en el dibujo titulado «Por querer a una burra» (Gassier, p. 315). 23 El Catálogo de la Barrera lista dos comediógrafos, D. Cristóbal de Rosa y D. Diego de Rosa, pero no registra ninguna comedia con este título.
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Rey nuestro Señor, dejando las casas más limpias que las calles». Pero su crítica rebasa los problemas cotidianos: amparado en el espíritu de facecia que inspiran las noticias extravagantes, Barrionuevo explota el recurso para desplegar una ensañada crítica contra la monarquía. Es conocido el caso de una loca enamorada del rey, que le dice las mayores verdades echándole en cara su cobardía en asuntos políticos sin contemplaciones: «Fue S. M. jueves 22 a Balsaín, donde hay una loca graciosa [...] Salió en llegando a recibirle, diciéndole: “No os agradezco esta visita que me hacéis, porque sé que venís huyendo por no ver ahorcar al alcalde Lanuza”» (28 de octubre de 1654). Barrionuevo desafía el juicio de las autoridades eclesiásticas cuando se les presenta una niña profetisa para que la examinen: Avisan de Sevilla que una niña de ocho años, hija de gente humilde y pobre, tiene espíritu de profecía. Llamola el Arzobispo, y examinándola primero en la doctrina cristiana, según lo que se suele saber en aquellos primeros años, le preguntó cuándo llovería, por la grande necesidad que había de agua. Respondiole que a los 15 llovería muy bien. Replicole: «¿Pues qué sabes tú de los 15 ni 20?». Replicole la niña: «Sí sé, y que somos hoy a los 10».Y sucedió como lo dijo (5 de enero de 1656).
El autor, a favor de la niña, mira con escepticismo el juicio del Arzobispo, cuya función en la historia es sancionar el prodigio. Pero el juicio de Barrionuevo va más allá: cuando el rey requiere la presencia de la profetisa, el juicio del autor es inequívoco: «Los Reyes han mandado se la traigan, que la quieren tener en Palacio, donde en entrando se le trocará el espíritu de bueno en malo, porque en él hay muy poco bueno». Usualmente, las personas con facultades adivinatorias se relacionaban con alguna presencia diabólica. Sin embargo, la entrada en palacio de la pequeña profetisa significará la corrupción de su alma. En la década de los 50, la dinastía de los Habsburgo se enfrenta a un grave problema sucesorio. Muerto el Príncipe Baltasar Carlos en 1646, y su madre Isabel de Borbón dos años antes, Felipe IV se casa con Mariana de Austria en 164924. Para poner de manifiesto la seriedad de la situación, J. de Barrionuevo acude a un caso de parto múl24
Como sabemos, Carlos II no nació hasta 1665, y el drama se volverá a repetir en la década de los 90, ya que para esas fechas el rey seguía sin tener des-
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tiple y, por contraste, evidencia el hecho inusual —y monstruoso— de tener una dinastía sin sucesión. Como puede notarse, el autor revierte los tópicos sobre la monstruosidad para poner de manifiesto que situaciones aparentemente normales pueden ser analizadas como portentosas. En este caso particular, Barrionuevo se declara testigo directo de los hechos, con lo cual revaloriza la validez de sus conclusiones: En la calle Mayor, enfrente de las casas de mi madre tiene preñada su mujer, con tan grande exceso que es monstruosidad, que parece trae una razonable tinaja en lugar de barriga. Admireme mucho de verla, y me dijeron ella y su marido y todos los demás vecinos que el año pasado había parido cuatro muchachos, todos varones, uno tras otro, y que ogaño sentía otros tantos y más, señalando las cabezas en el vientre. A los cuatro meses se le mueren todos. Está ya en ocho meses. Es mujer de muy buena disposición, antes grande que mediana, y moza de cosa de veinticinco años. Hela hablado y visto, y lo cuento por cosa rara, que para reina valiera un Perú (13 de octubre de 1655).
El comentario irónico de esta anécdota tiene su origen en las buenas noticias de sucesión que el rey había recibido una semana antes. Toda la corte respiraba semialiviada por la perspectiva de un heredero; pero faltaba por saber el género de la criatura, lo cual incrementaba la incertidumbre entre la clase política. Barrionuevo expresa su asombro ante el hecho de que haya esperanzas de sucesión25, y gustó de recoger el juicio de un bufón de corte al respecto: «Dijo Manuelillo el Bufón: —Dos milagros te faltan ahora (hablando con el Rey) [...] el segundo, que sea hijo el parto que esperamos de la Reina, que si todo cendencia. Tanto A. Morel D’Arleux (p. 265) como A. Redondo (1995, p. 295) notan una relación directa entre el incremento en la producción de relaciones de monstruos situadas en España, y la anormalidad e incertidumbre que se vive en palacio en esta década. En realidad el incremento ya se deja notar en años anteriores: en 1688, el autor de la Relación verdadera, y caso prodigioso, y raro, que ha sucedido en esta corte el dí[a] catorce de Mayo llama la atención sobre «las relaciones, y copias que tantas veces de monstruosidad se han visto en esta corte de nuestro gran monarca Carlos Segundo (que Dios guarde)». Como veremos, las relaciones de niños gigantes se incrementan en la década de los 80. 25 «Estaban ayer algunos señores congratulándose delante de S. M. de los felices sucesos que había tenido con el ayuda de Dios este año, atribuyéndolos todos a cosas no esperadas y fuera del curso natural» (6 de octubre de 1655).
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lo logras, podrás luego con razón meterte a Santo» (6 de octubre de 1655). Leyendo los Avisos, obtenemos el reflejo de una corte donde hasta las celebraciones son tan desmesuradas que merecen ser incluidas en la lista de monstruosidades recogida por Barrionuevo, quien de nuevo debe reafirmarse en su testimonio, dado lo descomedido del banquete: Comedia grande en la Zarzuela. Festín monstruo: Hubo una comida de 1.000 platos, y una olla disforme en una tinaja muy grande, metida en la tierra, dándole por debajo fuego, como a horno de cal. Tenía dentro un becerro de tres años, cuatro carneros, 100 pares de palomas, 100 de perdices, 100 de conejos, 1.000 pies de puerco y otras tantas lenguas, 200 gallinas, 30 perniles, 500 chorizos, sin otras 100.000 zarandajas. Dicen que costó 8.000 reales, siendo lo demás de ello presentado. Todo cuanto aquí digo es la verdad, y ando muy corto, según lo que cuentan los que allí se hallaron, que fueron de 3 a 4.000 personas, y hubo para todos, y sobró tanto, que a costales lo traían a Madrid, y yo alcancé unos relieves o ribetes. Todo esto, fuera de las tostadas, pastelones, empanadas, cosas de masa dulce, conservas, confituras, frutas y diversidad de vinos y aguas extremadas (23 de enero de 1657).
Este evento, que tuvo como motivo principal la celebración de una comedia, no era óbice para el consumo diario de cantidades ingentes de dulces en Palacio. La reina no puede pasar más de tres días sin confites: en estado de gestación de apenas veinte días ya muestra continuos antojos, o al menos eso parece deducirse de los comentarios de Barrionuevo referentes al 25 de octubre de 1656. La deuda con el pastelero debía ser considerable, y éste se negó a seguir sirviendo mercancía a menos que le fuera saldada, cosa que terminó haciendo nada menos que Manuelillo de Gante, el bufón citado más arriba. Para J. de Barrionuevo, una niña de origen humilde puede desdecir el juicio de un Arzobispo y ver corrupto su espíritu en palacio; una mujer de fertilidad monstruosa es deseable como sustituta de una reina; y un bufón resulta ser un gran analista político, que además paga las facturas de la confitería de su señora, la reina del país más poderoso de occidente. Lo que el autor va creando en torno a diferentes tipos de monstruosidad no es sino un mundo al revés, una suerte de sutil corte monstruosa donde las deformidades se dan del lado de los que supuestamente han de gobernar la nación con buen juicio. Esta
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deformidad cortesana ve su continuación en el siglo XVIII en textos como los Retratos críticos y anatomías descriptivas, traducción de una obra italiana de 1669 que desarrolla el tópico de la corte como suma de todos los pecados, vicios y flaquezas. En ella, el cortesano no puede ser sino un difunto: «Lodo, sueño, esqueleto, hongo, humo vano, / viento, sombra, fantasma, heno, y quimera, / yace aquí, si saber quieres quién era / a Dios ruega por él, fue cortesano» (fol. 124). A comienzos del siglo XVII G. Lasso de la Vega había trazado los rasgos de un monarca burlesco e hipotético26; para J. de Barrionuevo ya se ha impuesto como realidad.
4.- ACTUALIZAR, TRANSVASAR Y TRANSMITIR
LA INFORMACIÓN
Los retratos del monstruo H. Ettinghausen ha notado que las relaciones impresas en pliegos sueltos no suelen estar acompañadas de grabados alusivos al tema, pero que la mayoría de los pliegos que tratan de monstruos están ilustrados con grandes xilografías que muestran el sujeto al que alude la relación: «As regards woodcuts made especially for particular relations, they are to be found commonly (almost uniquely) in perhaps only one seventeenth-century Spanish type: those that give accounts of monsters» (1993, p. 127). Es significativo que la relación de monstruos en pliegos de cordel sea de los escasos temas para los que se elaboran nuevos grabados; pero todavía es más sorprendente y paradójico que los tratados científicos españoles —género en el que es esencial contar con ilustraciones de casos insólitos— carezcan de ellos. Por ser obras de poca venta, este tipo de obras se enfrenta con un problema de escasez de recursos para incluir grabados: «También he dilatado otras algunas, por hacerlas más inteligibles, que estaban cortas porque el original las suple con los retratos de las figuras que en él están dibujadas, y en esta traducción no se han podido estampar por la carestía, así del artífice como de la obra»
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«Érase un rey patituerto / rodilludo, enjuanetado, / con su ropón y su cetro / muy semejante al de bastos, / con su dorada corona, / cabello luengo y peinado, / barba redonda, mollar, / y hasta la nuca rapado» (fol. 85v).
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(Bovistuau, al lector). De ello puede deducirse que se hacían grandes tiradas de pliegos sueltos sobre monstruos, por lo que seguramente era rentable invertir en nuevas ilustraciones expresamente elaboradas para estos casos. Lo notable de este hecho es que las xilografías comparten similaridades con los tratados científicos europeos entre los que se cuentan como especialmente valiosos los de F. Liceti y U. Aldrovandi, auténticas joyas en abundancia de grabados. En ellas hay una estructura constante en la que el ser aparece en primer plano, en el centro del dibujo, con un árbol o alguna otra planta al lado y una ciudad al fondo, de modo que el espectador tiene referencias para deducir el tamaño del monstruo. Los grabados en pliegos españoles prescinden de estos detalles, situando a la criatura sola, de pie sobre un montículo, casi sin excepción (compárense las figuras 18 y 19). En ocasiones particulares puede ocurrir que el monstruo sea llamado en presencia del estudioso para elaborar su retrato del natural, como en el caso de Petrus Gonsalvus y su familia, requerida para ser estudiada por F. Platter27 y U. Aldrovandi debido a su condición hirsuta (hypertrichosis universalis), y cuyos retratos el mismo Aldrovandi mandó grabar para servir como ilustración en la Monstrorum historia, undécimo tomo de su Opera omnia (fig. 17)28.
Fig. 17. Pedro González e hijo (1642). 27 También conocido como Félix Platero (1536-1614), es hijo del también médico forense T. Platter y autor de las Observationes, in hominis affectibus. 28 Un retrato de Pedro González acompañado de su mujer (no hirsuta) quedó recogido por J. Hoefnagel, uno de los últimos grandes miniaturistas y graba-
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El grabado pasó a formar parte del libro V de la Physica curiosa de G. Schott, quien también se sirve de la obra de J. E. Nieremberg como fuente. Ningún pliego suelto español de que tenemos noticia recogió la historia e ilustración de esta familia de hombres hirsutos. A pesar de ello, la fluctuación del material entre obras de carácter científico y pliegos de cordel es innegable: ejemplo de ello es el dibujo del monstruo de siete cabezas aparecido en Cerdeña (figs. 18 y 19), uno de los casos más sonados de monstruosidad en Europa, cuya figura se ve incluida en las monumentales obras de F. Liceti y U. Aldrovandi, quienes probablemente toman como modelo algún pliego posterior a 1654. Se deduce, pues, que la circulación del retrato del monstruo pasa primero por el pliego, que sirve de fuente para el tratado de teratología29. H. Ettinhgausen, al referirse a los pliegos sueltos en general, señala que el material impreso en ellos se vuelve más inmediato conforme avanza el siglo: The seemingly phenomenal acceleration in the production of relations in Spain from the beginning of the seventeenth-century appears to run parallel to an increasing interest in historical immediacy and to the declining appeal of the historically non-immediate, to be seen respectively in such trends as the eclipse of the pastoral and chivalresque novels and the rise of the picaresque (1993, p. 118).
Los Avisos de J. de Barrionuevo, comentados más arriba, no sólo representan una forma embrionaria del periodismo ideológico (o, como diría B. Croce, de «oratoria escrita»), sino que permiten ver la sucesión en una secuencia informativa, casi como una carrera contra el
dores flamencos, quien tuvo ocasión de dibujar muchos objetos del gabinete de Rodolfo II en Praga. Su obra, desencuadernada para su venta como hojas sueltas, hoy se encuentra disgregada por diversas partes del mundo. 29 Este monstruo está documentado desde antiguo, remitiendo a una divinidad india llamada Shiva; San Isidoro describió hombres con numerosas manos, como aparece también en un grabado de Juan de Mandeville. J. Baltrušaitis cita otras fuentes francesas como M. Le Clerc, P. le Picard y G. de Metz, donde se describen seres de múltiples brazos. Marco Polo describe así mismo ídolos de varias caras y varias manos (Baltrušaitis, 1987, p. 169). El presentar como novedosa información perteneciente a la tradición libresca es un recurso que se analizará en este capítulo.
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tiempo. Barrionuevo da noticia del avistamiento del monstruo de Cerdeña nada más enterarse del caso, el 24 de octubre de 1654: «Dícese que en Cerdeña, en lo fragoso de las montañas, han cogido un monstruo con pies de cabra, brazos de hombre y rostro humano, con algunas cabezas y caras, y que aunque tiene en ellas diversos ojos y bocas, sólo come por una. Dicen que le traen al Rey, y que ya viene».
Figs. 18 y 19. El monstruo de Cerdeña en un pliego español y alemán, respectivamente. Dos días más tarde, el 28 de octubre, ya se conoce la figura exacta del engendro, si bien todavía es provisional porque la imagen oficial, la que habría de quedar para la memoria, todavía no se ha dado a la imprenta: El retrato del monstruo anda ya, aunque no impreso. Hele visto: tiene siete cabezas o caras, embebidas en una cabeza redonda de hombre humano, sobre un cuello y siete brazos, con sus manos, pecho y vientre, como todos. De medio cuerpo abajo es de cabrón. Come por una boca y aúlla por todas. Es de Cerdeña.
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La figura que finalmente se imprime en el pliego suelto para acompañar la historia del ser difiere muy poco de la descrita por Barrionuevo, quien solamente omite el hecho de que la cabeza frontal sea la de un monóculo. Puede verse así la presión que existe en el mercado editorial, no sólo por conocer todos los detalles del monstruo de Cerdeña, sino por ver su disposición exacta. Este dato concuerda con una sociedad profundamente visual, donde la imagen no sólo está presente en el teatro o en la pintura, sino imbricada en la cultura impresa, revelándose como una necesidad colectiva30. Es sabido que la imprenta en la España del siglo XVII pasa por dificultades en determinados períodos, y que los impresores sufren cortapisas en ciertos momentos. J. Elliott señala, por ejemplo, que el régimen del conde duque de Olivares «hacia 1627 había establecido una nueva y más severa ley de censura, que prohibía la impresión sin permiso formal del Consejo de Castilla de “relaciones ni cartas, ni apologías ni panegíricos, ni gacetas ni nuevas, ni sermones, ni discursos o papeles en materias de estado ni gobierno [...]”» (p. 36). Esto quiere decir que los impresores, al menos en Castilla, veían limitado el material que entraba a las prensas, que era sustituido por otro, bien devocional, bien de evasión y entretenimiento, de producción más barata y de contenido menos controvertido. Pero la inclusión de grabados encarecía la impresión, y ello explica que las ilustraciones destinadas a llamar la atención sobre los pliegos de cordel no sean en absoluto comparables con las ricas miniaturas elaboradas para los libros de emblemas, sino que se relacionan inequívocamente con la impresión comercial, a veces apresurada, como se ha visto. Y esporádicamente las recesiones económicas en el mercado editorial se dejan notar incluso en impresos de venta segura: en determinadas ocasiones el grabado no se corresponde en absoluto con el contenido del pliego. Por ejemplo, para encabezar un relato protagonizado por una mujer blanca de la que nace un niño negro, se elige una xilografía que muestra a la Virgen María con Jesús y San Juan niños; acompañando el romance de un hombre que tuvo un hijo apa30 La figura de este monstruo ya había sido impresa muchos años antes, como anota H. Ettinghausen: «being a copy (either direct or indirect) of one published 76 years before in the Briefz discours d’un merveilleux monstre né a Evrigo, terre de Novarrez en Lombardie (Chambéry, 1578)» (1993, p. 131). Es uno de tantos ejemplos de actualización de materiales para su venta como novedad.
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rece una ilustración de un indígena perseguido por unos niños; y al frente de un pliego que habla de partos múltiples se ven los grabados de un hombre y una mujer cortesanos, y una casa en ruinas. Se sigue imprimiendo un grabado que, sin duda, encarece el precio del pliego y llama la atención al comprador, pero éste no tiene nada que ver con el impreso, y a veces contradice casi con ironía el texto que contiene.
Garantías de veracidad Hablando de las relaciones de sucesos en España, A. Redondo ha puesto de manifiesto que se trata de «una materia formalmente heterogénea ya que corresponde a textos tanto en prosa como en verso», añadiendo que «el caso ha ocurrido muchas veces en el extranjero» (1995, p. 290). Sin embargo, en lo referente a monstruos es de notar que la gran mayoría de las relaciones están escritas en prosa, y refieren hechos sucedidos en territorio peninsular. Son, por así decirlo, engendros nacionales, que interesan por sí mismos, sin necesidad de envolverlos en el exotismo y el misterio de la lejanía no verificable, ni en el colorista verso de transmisión oral31. Redondo ha relacionado el dato con el hecho de que, hacia 1680, la monarquía española corre el peligro de quedarse sin descendencia, por lo que recurre a prácticas esotéricas y mágicas. Pero la moda de llevar monstruos a la presencia regia está sobradamente documentada ya desde antiguo, y no deja de ser un recurso adicional de verosimilitud. Volviendo al ejemplo del monstruo de Cerdeña, el propio J. de Barrionuevo cuando se entera de la noticia la da por válida al saber que el monstruo está siendo traído a la presencia del rey. Una vez que ha visto la imagen del ser en un esbozo, requiere de la versión impresa para conceder oficialidad y, por tanto, veracidad, a este inusita-
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H. Ettinghausen aclara que «en la España del siglo XVII hay noticias sensacionalistas que se refieren en prosa, como también noticias “serias” que se cuentan en verso. Sin embargo, en general, ocurre lo contrario, explotándose en las relaciones redactadas en verso muchos de los recursos retóricos del romancero tradicional [...] gracias a las cuales se consigue la impresión de que el relato se transmite mediante un juglar/narrador» (1995b, p. 86).
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do caso. Se puede, entonces, adelantar que la aparición de un portento se construye como verosímil a partir de un proceso de comprobaciones que sigue la secuencia siguiente: se propaga la noticia verbal; se introduce la presencia del rey o de una autoridad que dé credibilidad al suceso; se esboza y hace circular el dibujo provisional del ser; se imprime el retrato como el valor mayor de verosimilitud. Más importante todavía es que todo este proceso sustituye a la presencia del monstruo, haciéndolo creíble in absentia, y que éste es válido como noticia, no como realidad. Prueba de ello es que muy raras veces se sabe en qué paró la historia, ni tenemos noticias de una visita al rey, ni de una llegada a la corte. El monstruo ha cumplido la función de ser noticia, y su existencia se difumina una vez que su figura está impresa, porque su presencia física no es necesaria. Los pliegos, en cambio, utilizan otro tipo de recursos para asegurar al comprador de que lo que tiene en las manos es la auténtica historia del monstruo en cuestión. Es de señalar que muchos textos redundan en sus títulos, al incluir expresiones como «verdadera», «muy verdadera» o «verídica» en el encabezamiento; si una ‘relación’ conlleva la garantía de certeza en sí misma, al relatar cosas que han sucedido, la inclusión de un adjetivo adicional es sospechosa en sí misma. Estamos ante un género que se torna en otro, para tomar apariencia de verdad; los pliegos sueltos se disfrazan de relaciones informativas, mimetizándose en historias factuales cuando no son más que de entretenimiento e invención. Algunos pliegos presentan un contenido tan inverosímil que los procedimientos tradicionales (donde el autor es, pongamos por caso, testigo de los hechos) no son suficientemente convincentes, debiendo desplegar estrategias de veracidad adicionales con fines publicitarios. Del mismo modo que ocurre con las comedias impresas (todas son «famosas»), o los romances (que se presentan como «nuevos»), muchas de las relaciones adoptan encabezamientos que muestran la veracidad como escaparate del contenido. Es el caso de la Relación muy verdadera, en que se da cuenta de una mujer natural de Sevilla, un romance acerca de una mujer casada que ha parido en doce años cincuenta y dos hijos, todos a los nueve meses: «Cada año pare dos veces, / y de cada parto nuevo / dos y tres criaturas juntas». El pliego refiere también el caso de «una señora muy principal de Irlanda, que parió trescientos y setenta hijos en una fuente de plata, y los bautizaron: y esta fuente se la enseñaron al Emperador Carlos Quinto, por caso prodigioso». Esta serie de
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romances presentan fórmulas clásicas de oralidad32 («que así se solía llamar»; «tal respuesta le fue a dar»), y variaciones en los patronímicos (la vieja historia de la condesa Margarita de Holanda mencionada más arriba se ha convertido en la princesa Margarita de Irlanda); indicios todos de que llevaban tiempo cantándose, a pesar de aparecer firmados por el licenciado F. Álvarez. La inserción del nombre de un autor en este pliego hace sospechar que se trata de un recurso de veracidad adicional, una estrategia publicitaria que sancionaría su contenido, que consiste en un auténtico galimatías donde se intenta explicar sucesivos ciclos de embarazos y partos. Puede decirse que tanto los pliegos sueltos de monstruos como los tratados de filosofía natural se enfrentan a los mismos problemas para legitimar su contenido. Bovistuau, en la dedicatoria de su obra, se refiere a la «verdad y variedad de los casos», dos exigencias inexcusables para llevar a cabo un trabajo de este tipo. Los autores de tratados se esfuerzan por convencer a sus lectores de la absoluta fidelidad con la realidad, a pesar de la apariencia de engaño, normalmente recurriendo a autoridades de peso, o al clásico argumento de que la variedad de la creación divina no tiene límites. También alegan muchas veces algo que esta Relación muy verdadera declara en sus primeros versos: «Que como en el mundo hay / escritos tantos enredos, / pensarán que este lo es, / mas no es sino caso cierto». Para actualizar el contenido del primer romance, el autor dice ocultar el nombre de la protagonista, por ser conocida en Sevilla, y adopta un lenguaje notarial cuando declara que fue testigo de los hechos por ser poco menos que amigo íntimo de la familia. Para sancionar el caso de la princesa Margarita, el licenciado F. Álvarez pone por testigos a «autores muy de verdad. / El uno el doctor Flujoso, / médico con algozar, / y el gran Doctor valenciano / Quiles, que no es de olvidar».
Del pliego al libro y viceversa El mercado editorial sufre un cambio del siglo XVI al XVII: grandes misceláneas como las de Torquemada o Mexía se imprimen en papel
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Es de inexcusable consulta el estudio de D. Catalán sobre el romancero viejo tradicional.
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de peor calidad y tiradas más pequeñas, y mucho de su contenido se difunde en hojas sueltas, llenas de noticias prodigiosas a mucho mejor precio que un volumen completo. Aliviadas de erudición y adornadas con ilustraciones, este tipo de publicaciones, que comenzaron por ir dirigidas a un público erudito, fueron popularizándose progresivamente. A. de Osuna nos ha dejado un valioso testimonio, gracias al cual podemos hacernos una idea del género que portaban los vendedores de impresos, quienes ocasionalmente confunden los autores y títulos de su mercancía: Porque pronósticos vendo y otros papelillos traigo curiosos y entretenidos: el testamento del gallo, el libro de Celestina, coplas del ratón y el gato, el Zurdillo de la costa, las virtudes del tabaco, de Tárraga una comedia del marido asegurado, antojos de larga vista de un ingenio sevillano, Pierres y la Magalena y un gracioso epitalamio de dos novios de a noventa, una chata y otro chato; en Mantua sale el Marqués con un villancico al cabo del sacristán de Toledo, coplas de más que te casco, con los Sueños de Quevedo y Alguacil endemoniado, Don Quijote de la Mancha, los trágicos de Gerardo, el libro de para todos, y el entremés celebrado de la infanta Palancona, el arriero Juan de Prados, relación muy verdadera de un monje que empreñó al diablo (fol. 251 y ss.).
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Este catálogo de impresos se complementa en la comedia de Osuna con la reprobación de la astrología, y la explicación de monstruos en el cielo como un fenómeno natural: En cuanto a las apariencias de los monstruos, que parecen con figuras tan horrendas, tratando de exhalaciones Plinio, que por ser ligeras dejé, por que concluyamos, que son cálidas y secas, y que por aquesta causa la mayor región penetran, y encendiéndolas el fuego le forman y representan a la vista varias formas como son hachas, cabezas, navíos, lanzas, espadas, y prodigiosos cometas (fol. 227).
Como ha señalado J. Moll, una de las consecuencias de este decenio de prohibición [1625-1634] fue incrementar la ya considerable producción, por parte de impresores españoles que se encontraban en una situación apurada, de libros efímeros y de gran venta33 (tales como pliegos de cordel, relaciones de sucesos y comedias sueltas) ya que estas publicaciones proporcionaban beneficios económicos rápidos. Ese tipo de obras, reñidas con la literatura de calidad, abastecían a las masas y ejercían un efecto depresivo sobre los escritores (p. 101-102).
En realidad, los efectos sobre los escritores no siempre eran depresivos: situaciones como ésta sirvieron para que algunos de ellos diesen a conocer su nombre al gran público.Varios pliegos, impresos por lo general de autoría anónima, fueron redactados por escritores de identidad conocida o por principiantes. Resultan así ser un soporte que
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Sin olvidar que, como ha estudiado M.ª C. García de Enterría, existen algunos impresores especializados en pliegos de cordel.
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sirve de refugio para autores de distinta condición: a veces se trata de un vecino del lugar que es testigo de un caso, como P. Manchego; otras veces de un abogado, como D. Ortiz de la Fuente; y otras de autores de trayectoria desconocida como S. de Padilla, D. Díaz o L. de Figueroa. Algunos de los autores mencionados estaban más que familiarizados con los tratados y fuentes médicas del momento, como también con la cultura clásica. El licenciado D. Ortiz de la Fuente, en un pliego publicado en 1624, logra compilar en apenas dos páginas una extensa serie de monstruos famosos en el mundo34. Hace un repaso de más de treinta casos acontecidos en la época clásica para, pasando por el siglo XVI, demostrar que los sucesos ocurridos ese mismo año encuentran sobrada justificación en la historia, magistra vitae una vez más35. La recopilación de Ortiz de la Fuente cita autoridades de la cultura erudita, pero también se refiere a historias que proceden del universo popular, lo cual permite hacerse una idea de la variedad de pliegos sueltos que se han perdido: «Y otro con dos cuerpos y sola una cabeza, y otro con un diente de oro finísimo, y en este año de 1624 en Estepa parió una mujer dos niñas con todos sus miembros perfectos, unidas con solo un vientre». Es de notar que el impresor de estos Varios prodigios es Juan B. de Morales, autor a su vez de la Declaración de las prodigiosas señales, pliego de tema análogo aparecido ese mismo año. A. Redondo ha afirmado que «después ya de los años 1570, buena parte de las relaciones de sucesos (y casi todas las que cuentan un caso lastimoso y horrendo) van a escribirse en verso de romance, el que se parece más a la prosa» (1995, p. 51). Es muy significativo que la mayoría de los pliegos que tratan de monstruos estén escritos en prosa. Puede deducirse de ello que no hay una intención memorística, y que la historia de muchos de los monstruos sale de la mano de
34
Como acertadamente especulaba H. Ettinghausen, refiriéndose a la obra de J. E. Nieremberg, «Es de suponer que este, u otros libros por el estilo, sería la fuente en que se inspirarían algunas de las relaciones de partos raros» (1996, p. 64, nota 42). 35 Ortiz de la Fuente toma información de las Relaciones universales de J. Botero Benes y del padre J. de Acosta, sin alterar las fechas de sus fuentes, ya que no pretende hacerlas pasar por actuales, sino todo lo contrario.
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escritores profesionales, otra característica que los distancia del común de las relaciones, normalmente de pluma anónima36.Y es precisamente la autoridad que se conceden a sí mismos la que les da consentimiento para añadir una lectura ideológicamente dirigida, cosa que los autores de tratados de filosofía procuraban evitar, si no en su fondo, al menos sí en su forma. Pero también las historias escritas en octosílabos tienen una alta tendencia moralizante y doctrinal, claro residuo del estilo de las obras del siglo XVI, dedicadas a resaltar los malos augurios y las desgracias para educar a la clase baja. Esto es, por ejemplo, lo que se desprende de la lectura del Retrato de un monstruo (1606), y del Curioso romance, que ya linda con el final del siglo XVII. En ambos casos se declara explícitamente la intención moral: «y principalmente quiero / que atiendan todos los padres, / que altivos, locos y ciegos / piden, sin saber pedir / sucesión injusta al cielo» (Curioso romance); «Abrid los ojos señores / no os fiéis de malas hembras / la que mejor cara os hace / os vende en buena almoneda» (Retrato). Sólo tenemos noticia, respectivamente, de la crueldad y horripilancia de las criaturas, cuya presencia sirve para aleccionar al lector u oyente. En el Curioso romance, un niño no físicamente deforme es autor de multitud de crímenes desde el momento de su nacimiento; en el otro extremo, el Retrato se refiere al caso de una criatura espantosa que muere pocas horas después de nacer, dedicándosele sólo un romance, de un total de cuatro que contiene el pliego37. Los tres romances restantes son un alegato misógino contra las hechiceras, en los que el monstruo está totalmente ausente, a pesar de que el epígrafe lo presenta como protagonista de todo el impreso. El monstruo no es más que una excusa para prevenir contra hechizos, o bien para disuadir a los matrimonios del exceso de rogativas para tener hijos.
36
H. Ettinghausen señala que «después del primer tercio del siglo XVII desaparecen casi por completo los nombres de autores» (1996, p. 65). 37 El título del Retrato es sugerente, pues se refiere a un tema culturalmente muy extendido como es el hombre encinto, como demuestra la monografía de Zapperi, aunque de escasa difusión en la cultura popular española de esta época. Existe un testimonio recogido en The Fugger Newsletters, relacionado indirectamente con la Península: el 26 de mayo de 1601 se descubre que un lansquenete, felizmente casado durante siete años, ha concebido un hijo de un español durante su estancia en los tercios de Flandes: «A weird happening has ocurred in the case of a lansquenet named Daniel Burghammer, […] one night he com-
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El «curioso lector» Algunos de los autores mencionados más arriba se habían dedicado anteriormente a obras extensas, que habían escrito para el lector plained to his wife, to whom he had been married by the Church seven years ago, that he had great pains in his belly […] An hour thereafter he gave birth to a child, a girl […] He then confessed on the spot that he was half man and half woman and that for more than seven years he had served as a soldier in Hungary and the Netherlands […] When he was born he was christened as a boy […] while in the Netherlands he only slept once with a Spaniard, and he became pregnant therefrom […] The aforesaid soldier is able to suckle the child with his right breast only and not at all on the left side, where he is a man. He has also the natural organs of a man for passing water […] the child is beautiful, and many towns have already wished to adopt it [...] It is considered in Italy to be a great miracle and is to be recorded in the chronicles. The couple, however, are to be divorced by the clergy» (pp. 247-248). Por su parte, J. Rufo se sirve de esta anomalía de manera festiva: «Mirando una bella criatura, que estaba a los pechos de su ama, un letrado y él, enternecióse el susodicho con afectos de hombre que deseaba hijos o que los tenía ausentes.Y como le preguntase si era padre de algún hijo, respondió sobresaltado: “No, por cierto, señor; no tengo tal, ni aun me pasa por el pensamiento”. Respondió: “No os pregunto si habéis parido”» (p. 606). Rivilla Bonet y Pueyo recoge tan sólo un caso antiguo: «el más que admirable suceso que refiere el padre Bertrando Lor [...] de cierto hombre llamado Ludovico Rooffe, en Vlasloo, aldea cercana a Dixmuda, en la provincia de Flandes, el año 1330; habiendo varias veces burládose de las fatigas de la preñez y dolores de parto de su mujer, deseando con escarnio tenerlos si posible fuese, para despreciarlos, fue castigado de Dios visiblemente con la experiencia de ellos; lo cual sucedió entumeciéndosele un muslo con las mismas ansias y náuseas que sienten las mujeres preñadas a quienes imitó en todos los demás accidentes por nueve meses, a cuyo fin, habiendo crecido competentemente la elevación, se sintió con dolores de parto, a cuya fuerza parió de un muslo un infante perfecto y verdadero» (cap. X). Cordoba (p. 308) menciona la comedia La octava maravilla, donde Lope de Vega critica la fácil creencia en letras «de molde», confirmando que el lector de lo impreso no sólo es curioso, sino crédulo (lo demuestra el dibujo de Goya titulado «Loco pícaro», donde un hombre se hace pasar por embarazado para lucrarse). H. Ziomek (1975, p. 245) recuerda la afirmación de Sancho Panza de no dejarse «empreñar del rey que fuese» bajo ningún concepto. Por desgracia, nuestro pliego sobre el hombre encinto queda en romance de brujas y no desarrolla la vertiente médica del caso. Wilson (p. 58) da noticia de un pliego de idéntico tema, aparecido en Francia en 1606, aunque no cae en la cuenta de que es traducción del ejemplar español del mismo año, al constatar el texto su vía de transmisión refiriéndose a «Monsieur le grand Vicaire de la Ville de Madrid en Espagne», y al emplazar el suceso en idénticos lugares geográficos.
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«discreto», y no para el «vulgo», y su intervención sirve de ayuda a la popularización de materiales antes sólo disponibles en voluminosos tomos. Los tratados de filosofía natural y curiosidades varias ofrecen así su contenido, que se ve reducido en los pliegos, para satisfacer a un nuevo público, al «curioso lector». Según el Diccionario de autoridades, tanto «curioso» como «curiosidad» tienen dos acepciones: una de ellas es positiva («el que se desvela en escudriñar las [cosas] que son muy ocultas y reservadas»; «Deseo, gusto, apetencia de ver, saber y averiguar las cosas, como son, suceden o han pasado»), mientras que la otra tiene connotaciones negativas («el que desordenadamente desea saber las cosas que no le pertenecen»; «querer saber sobrado o, desordenadamente, lo cual siempre es pecado venial»). Hombres de ciencia como Rivilla Bonet y Pueyo opinan que el conocimiento de los misterios de la naturaleza debe estar reservado al que se aplica a ellos: «Siempre las raridades se han llevado tras sí la observación; y si bien ésta queda en lo más estéril, parando en el asombro, o lo que es más inútil, pasando a juicios vanos, produce sin embargo en los que según reglas las estudian los gloriosos efectos de la satisfacción, o el noble fruto de la utilidad» (cap. I). Para él, los estudios han de ser tomados como algo serio, no como un juguete para el deleite de las masas38. Esa no parece ser la opinión de los impresores de pliegos, quienes en casi la totalidad de los encabezamientos hablan elogiosamente del «curioso lector», «curioso romance» y, sobre todo, insertan la fórmula «con todo lo demás que verá el curioso lector». Normalmente, el encabezamiento del pliego contiene todo el argumento del texto, incluido el desenlace, caso de haberlo. Uno de los pliegos incluso se excusa por no explicarlo todo en el epígrafe, por ser demasiado extenso: Relación verísima, de lo que ha sucedido en la ciudad de Sevilla, a una honrada señora, por no entenderse su marido, que haciéndose preñada, el primer año de su casamiento, vino a parir un negrito, y cuéntase lo que de esto resultó, que por ser largo no se puede saber, sin leer 38
J. M. G. Cortés opina que «la sociedad tiene miedo de todo aquello que parece extraño y raro, de lo que se escapa de la norma [...] El sujeto ante lo informe, desordenado y caótico se siente amenazado, percibe un peligro que se cierne sobre su integridad [...] Por ello, necesita apartar de su lado todo aquello que es diferente» (p. 35, el énfasis es suyo). Pero el éxito editorial, las lucrativas exhibiciones y la demanda de seres diferentes en palacio sugieren que el monstruo no siempre da miedo, y que hay otras reacciones posibles ante su presencia.
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toda la obra. El resto de los títulos contienen el argumento completo de lo sucedido, y lo que mueve la curiosidad del lector es la «circunstancia», esto es, los detalles que aderezan el acontecimiento principal.
5.- EL
MONSTRUO EN LOS PLIEGOS SUELTOS
El monstruo médico En los dos primeros capítulos de este estudio nos hemos referido a las inquietudes que asaltan a médicos y filósofos naturales. También hemos mencionado el hecho de que diversas circunstancias impiden la inclusión de grabados que ilustren sus teorías. La Relación verdadera de un parto monstruoso es una descripción publicada en un pliego suelto, que se complementa con la imagen de unas siamesas (fig. 20). El retrato muestra a las niñas de frente y de espaldas, mientras que la descripción se refiere también a la disección del cuerpo, señalando cómo estaban distribuidos los órganos vitales.
Fig. 20. Siamesas de Tortosa (siglo
XVII).
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La Relación verdadera, y copia de un maravilloso portento es, en términos textuales, mucho menos pragmática que la anterior, a pesar de describir el interior de la criatura. El grabado (fig. 21), sin embargo, se atreve a mostrar muy gráficamente la disección hecha a las siamesas39, que corresponde con la relación: una de las niñas nació con dientes, «y hallaron dos asaduras, con dos corazones».
Fig. 21. Siamesas de la Villa del Campo (1687) Es notorio que los dos pliegos compartan inquietudes similares a los tratados de filosofía natural refiriéndose, por ejemplo, a cuántos bautismos son necesarios para salvar al ser, y las dudas al respecto: «pareció que sin duda eran dos niñas, y que debió bautizarse cada cabeza 39 La disección se consideraba una profanación. Recordemos que Sigüenza y Góngora, enfermo del riñón, ha de especificar en su última voluntad el deseo de ser abierto, mandando a su «heredero que de ninguna manera lo estorbe, pues importa poco que se haga esto con un cuerpo que dentro de dos días ha de estar corrompido y hediondo» (Rivilla Bonet y Pueyo, cap. XXIX). Un siglo antes M. de Villaverde recoge un caso similar al de las siamesas de Villa del Campo donde no se practica la disección: «De un cuello dos cabezas / causaron muchas quistiones; / si hubo allí dos corazones» (fol. 209r).
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de por sí, para que de esta suerte se asegurase, si fuesen dos, el logro de la gracia» (Relación verdadera, y copia de un maravilloso portento). A pesar de ello, la vacilación con respecto al número de seres en este texto es llamativa, puesto que nunca llegan a considerarse como dos individuos, sino como una entidad («esta niña monstruo», «la monstruosa criatura», «vivió seis horas»), con dos cabezas. Es notorio también el hecho de que los padres no tengan ningún reparo en que sea embalsamada para llevarla en presencia del rey y la nobleza, cuando se sabe que en otros países como Inglaterra los progenitores apresuraban las disecciones para poder dar sepultura cuanto antes a los cuerpos. Ciertamente, en estos casos la curiosidad de palacio imperaba sobre las disposiciones eclesiásticas.
El monstruo político El Prodigioso suceso que en Ostraviza tierra del turco ha sucedido este presente año de 1624 es un pliego impreso en España a partir de un ejemplar italiano, que muestra a una criatura nacida en abril de 162440. El llamado «monstruo de Ostraviza» ya había aparecido al menos en dos pliegos, comercializados respectivamente en Sevilla y Granada en agosto de ese mismo año, es decir, cuatro meses después de su alumbramiento. Como puede observarse en las figuras 22 y 23, la edición de Sevilla es menos detallada que la de Granada, pero presenta a la criatura en la misma actitud jovial, probablemente por las buenas noticias que traía para occidente. Los dos grabados conservan los rasgos principales del ser: las piernas al revés, los tres cuernos en la frente, un solo orificio nasal, las orejas de asno, los tres ojos y el dedo índice en actitud doctrinal. El pliego de Sevilla cubre la desnudez de la criatura con unas hojas; en uno de los casos, el objeto de referencia es una planta, mientras que en el otro unas casas en la lejanía (y un ave en lo alto de una de ellas) sirven para dar una idea del tamaño del mons40
Además de este pliego, J. Carrete Parrondo (p. 55) aporta otro documento de la misma materia, gracias a cuyo título sabemos que el texto podría proceder de Italia. Se trata de la Verdadera y notable relación en la cual se contienen los más notables y espantosos sucesos [...] de un niño que nació en Ostraviza [...] Traducido de lengua toscana en Español por el L. Pedro de Sandoval.Ver la figura 23, que corresponde a este impreso.
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truo. Podría decirse que, temáticamente, el pliego de Sevilla, a pesar de ser muy probablemente una copia del de Madrid, se ajusta más al texto, ya que el monstruo predice la pérdida de la región de Ostraviza, que señala a lo lejos con la mano izquierda.
Figs. 22 y 23. Niño nacido en Turquía (1624). Estamos ante un clásico ejemplo del aprovechamiento que la cultura dominante hace de un género para la divulgación de sus propias ideas. Tomando la apariencia de un suceso recién acontecido, la aparición de ese monstruo es portador de buenas noticias para las campañas europeas contra la amenaza turca. Aprovechando el tantas veces utilizado mecanismo de lectura del futuro por las señales de la criatura, no se trata ahora de alertar a la población para que se reforme moralmente, sino de difundir la idea de que el esfuerzo puesto en las campañas extranjeras está dando los frutos apetecidos, y que las posiciones enemigas están prontas a caer gracias al buen gobierno político de Felipe IV, y espiritual de Urbano VIII41.
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La utilización de relaciones de sucesos como propaganda política es un procedimiento que ha sido extensamente estudiado por la crítica, y en cuyo análisis
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Resulta frecuente la contaminación de historias en los pliegos sueltos. El caso del pez Nicolás, presentado usualmente como héroe marino, aparece fragmentariamente en un pliego de tema político que anuncia la paz para una España que sigue sumida en guerras a comienzos del siglo XVIII. En este contexto de buenos augurios, se conserva el tópico de la maldición del padre, que convierte al hijo en pez destinado a propagar noticias por el mar: «una maldición me echara / mi padre, diciendo, que / el cielo me castigara, / convirtiéndome en un peje, / porque escarmiento tomara» (Nueva relación y curioso romance, sacado por una carta que vino del norte). Este pez Nicolás, híbrido del hombre-pez de Liérganes de procedencia septentrional, representa un último intento de apropiación de la figura monstruosa para portar buenas nuevas a una España decaída.
El monstruo moral Ocurre muchas veces que un género selecciona los temas de que se ocupa, y los géneros informativos como gacetas, avisos y relaciones de sucesos no son una excepción. Materias que aparecen insistentemente en tratados de filosofía natural, como los partos múltiples, son algo menos frecuentados en las relaciones, que prefieren otros como el parto masculino o el cambio de sexo. La hipertrofia o enanismo, constante en la pintura de cámara del siglo XVII, tampoco es del gusto de los impresores de pliegos, que se decantan a favor de los casos de gigantismo infantil, como veremos en el apartado siguiente. La principal diferencia entre la manera de presentar al monstruo en las gacetas españolas y la de aparecer en los pliegos es que estos últimos novelan la vida del ser deforme para contextualizarlo al máximo. Lo consiguen por medio de una retórica que envuelve la vida de la criatura, para hacerla más atractiva que el simple hecho de su deformidad, y para aprovechar algunas circunstancias, que derivan muchas veces en juicios morales. Este es un hecho intrínseco en subgéneros como los pliegos en romance, donde se observa elevado a su
detallado no nos detendremos. Baste citar el trabajo de A. Redondo (1989), quien dedica parte de su artículo a cotejar los infortunios y victorias españolas con la aparición de pliegos de monstruos que los justifican.
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máxima expresión el mecanismo de influencia que las clases altas ejercen sobre las menos privilegiadas, infiltrando ciertas ideas como medio de control social. Como hemos visto en los primeros capítulos de este estudio, los tratados de filosofía natural trataban de eludir las creencias supersticiosas; lo mismo puede decirse de géneros protoperiodísticos. Pero el caso de los textos impresos en pliegos sueltos es, en general, diferente; su contenido mantiene fuertemente arraigadas las interpretaciones causales y una solución moral inequívoca, sirviendo como un reducto de creencias que no se han modificado desde siglos atrás. Se incide especialmente sobre el color de la piel, problema que refiere una serie de textos como, por ejemplo, el pliego de la mujer honesta «que vino a parir un negrito»42, fuente de todas sus desgracias; también el manuscrito que relata «El caso de la niña monstruosa nacida en Montilla, en 1658, mitad blanca y mitad negra, hija de D.ª Mencía de Ávalos»43. Al problema del color se le suma el del cambio de sexo. Ha sido muy comentado el pliego de la monja que se vuelve hombre en 161744. Esta Relación verdadera de una carta que envió el padre Prior de la orden de Santo Domingo, de la ciudad de Úbeda tiene relación directa con los dos primeros capítulos de nuestro estudio, por concernir a la exploración médica, la certificación escrita y, sobre todo, los problemas legales que se plantean ante una situación semejante. En este caso el desenlace es feliz, ya que el padre de la monja, tras el disgusto inicial, se alegra de tener un hijo varón que pueda heredar todos sus bienes. No se trata de ninguno de los engaños temidos por A. de Fuentelapeña, sino de un hombre que vivió como mujer varonil (examinada y reconocida como hembra en su entrada al convento, tras rumores ini-
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Relación verísima de lo que ha sucedido en la ciudad de Sevilla, a una honrada se-
ñora. 43 Citado por B. J. Gallardo (t. II, p. 108). Recordemos que también aparece en la obra de J. de Piña, aunque el caso es inverso: se trata de un matrimonio de esclavos negros que tuvieron un hijo de piel blanca: «estaba su padre tan gozoso, que no miraba más de tener un hijo tan blanco, siendo él, y su madre tan negros, y que pensaba serían así los demás hijos, y no dejaba de mirarlo con insistencia, creyendo que por desearlo tendría más como aquél». 44 Aunque el impreso se menciona en varios artículos críticos, A. Morel D’Arleux ha estudiado con detalle sus repercusiones en el contexto de la época.
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ciales sobre su masculinidad); encargada de las tareas pesadas, se revela como hombre a sus treinta y cuatro años de edad, debiendo escapar en secreto para evitar el escándalo de sus compañeras y el de la ciudad entera. Una vez desaparecido, queda libre de represalias y el pliego puede salir a la luz, informando de los detalles del caso.
Monstruos felices y monstruos héroes H. Ettinghausen afirma que «los monstruos (sean éstos reales o imaginarios) se aprovechan para amonestar al público acerca de la incertidumbre de la vida humana» (1996, p. 58). Si bien la afirmación es cierta para los pliegos analizados en el apartado anterior, no siempre es ése el caso. Existe una serie de textos que están constituidos como micronovelas, donde se narran las condiciones del nacimiento del monstruo, así como sus costumbres, los sentimientos de su familia hacia él y su propia experiencia del mundo. Puede decirse que los monstruos más felices aparecen en los pliegos más novelescos, donde se pasa por alto cualquier asomo de desgracia, y si hay señales inscritas en el cuerpo del ser, éstas son de buena fortuna. La función principal de estos pliegos es la de puro entretenimiento sensacionalista, alejado de doctrinas y moralejas, como se deduce de la Relación del nacimiento del más portentoso gigante que se ha visto en el mundo45. Nacido en Jaén en 1679, el pliego muestra a una sonriente criatura de meses de edad, que sale de entre nubes y tinieblas y muestra sus marcas de nacimiento (fig. 24). Hijo de un matrimonio modélico, «parecía tener más de dos años» al nacer, y era «blanco y hermoso. Sus miembros, aunque formidables, proporcionado cada uno a la grandeza de su cuerpo». Es además de buenas costumbres, y en ocho meses, que ya tiene de edad no se le ha visto llorar: antes sí, reír. Es muy apacible y afable: mama como las demás criaturas, y no le han nacido dientes: El pelo largo, rubio y ensortijado, que hoy parece tiene de grandor más que si fuera de diez años, y de grueso, y robustez de treinta. Come mucho; pues una hogaza de pan, y una libra de carne no le basta mamando. 45
Otro pliego sobre el tema es la Verdadera relación del nacimiento del más portentoso gigante que en el mundo se ha visto, también impresa en 1680.
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Fig. 24. Niño gigante nacido en Jaén (1680). A modo de un anticipado Supermán, el bebé es capaz de levantar grandes pesos: no sólo alza piedras de tamaño considerable, como puede apreciarse en el grabado, sino que también «Sujeta un hombre, por robusto que sea: tiénese en pie; mas no anda; y mantiene en sus manos el peso que le dan, por mucho que sea». Sin duda este monstruo se presenta como premio y bendición del cielo a sus padres, y toda la ciudad le admira por sus cualidades y exuberancia. Nos hemos referido más arriba a la relación entre la falta de sucesión de Carlos II y el incremento de pliegos sobre hechos ocurridos en España durante la década de los 90. Casi con toda probabilidad hay que retrotraer la preocupación a años anteriores (es decir, cuando el rey tendría unos quince años), si notamos que los casos de niños gigantes se acumulan en la década previa. Como el pliego que acabamos de ver, fechado en 1680, dos textos sobre las niñas de Burgos y Parma que visitan la corte datan, respectivamente, de 1680 y 168646. La primera es Eugenia Martínez Vallejo, a cuya historia se refiere la
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Son fechas propuestas por H. Ettinghausen (1995a), que seguimos.
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Relación verdadera, en que se da noticia de un gran prodigio de la naturaleza (fig. 16). De nuevo, es hija de padres honestos y virtuosos, aunque en este caso comienza a crecer desmesuradamente al cumplir un año, llegando a hacerse tan grande «que parecía tener la edad de doce, pues pesaba dos arrobas, y más libras». Como el niño jienense, «es blanca, y no muy desapacible de rostro», aunque el resto de su físico es desmesurado. La niña de Parma, retratada con ya dieciséis años (fig. 25), también es hija de padres modélicos y, de nuevo, «su cabeza, cuello y cabellos son razonablemente hermosos, no muy abultada de cara». Es, además, políglota, y es llevada a presencia del rey para que éste admire, entre otras cosas, «la mitad del pecho, brazo y mano izquierda, casi enteramente cubierto de una escama de pescado negra».
Fig. 25. Retrato de la niña nacida en Parma (ca. 1686).
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Pero, sin duda, el monstruo más admirado por la cultura popular es el pez Nicolás (figs. 26 y 27), de cuya figura y tradición de raigambre italiana se ocupó por extenso J. Caro Baroja (1984)47. La existencia de tritones y nereidas había sido descartada por J. E. Nieremberg, quien afirmó que «son monstros marinos con forma humana»; pero hay leyendas demasiado antiguas para desterrarlas de un plumazo, y la del pez Nicolás es una de ellas. En una de las versiones de la historia del pez, éste se presenta como anónimo48 y «un verdadero monstruo». La idea general que se tiene del pez Nicolás, sin embargo, es la que aparece en la segunda parte del Quijote para enumerar los conocimientos del caballero andante: «Digo que ha de saber nadar, como dicen que nadaba el peje Nicolás o Nicolao» (cap. XVIII). Representado como ejemplo de destreza marítima, el romance del pez Nicolás presenta a un niño cuyo vicio es estar dentro del agua. La historia toma un cariz novelesco conforme se desarrolla, y el monstruo termina por ser una construcción cultural. El comienzo del romance, sin embargo, permite ver la reacción de su padre ante el comportamiento obsesivo de Nicolás, al que termina por maldecir, creciéndole aletas de pescado. Como monstruo, resulta ser muy independiente, y decide seguir su vocación, regresando a Rota sólo para asistir a la boda de su hermana, metido en una cuba de agua salada; obtenida la bendición de su familia, vuelve a las aguas y comienza un viaje recóndito. El pez Nicolás no se exhibe por las calles, ni vive abrumado por su deformidad. Decide, en cambio, asumir su condición de forma ventajosa para convertirse en un monstruo feliz y, finalmente, en un héroe consagrado como soberbio nadador e informante de los secretos del mar.
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Puede consultarse los valiosos datos que proporciona, referentes a la tradición de los hombres marinos. 48 Se trata de la publicada en Valencia por Francisco Cipres (1669).
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Figs. 26 y 27. Dos retratos del pez Nicolás en pliegos sueltos. M. Foucault afirma que el monstruo es desde «la Edad Media hasta el siglo XVIII [...] esencialmente, la mezcla» (2000, p. 68). Explica que esa mezcla puede ser de dos especies, dos individuos, dos sexos, y también una mixtura de formas. Cada una de estas mixturas es una transgresión ya sea de los límites naturales, las clasificaciones, los marcos, o la ley. Pero hay otra mezcla que cita, y que nos concierne ahora aquí: la «mixtura de vida y muerte: el feto que nace con una morfología tal que no puede vivir, pero que no obstante logra subsistir durante algunos minutos o algunos días» (p. 68). Desde nuestra perspectiva, ese instante de la supervivencia del monstruo tiene un sentido mayor: el de su exhibición. Como hemos demostrado, al ser representado el monstruo es ya exhibido en muchas maneras. Verlo es sacarlo de los marcos de referencia y volver a situarlo en el espacio vacío de su propia monstruosidad. El marco del monstruo, anticipado por Foucault, es el de la transgresión, pero esa transgresión sólo ocurre en cuanto espectáculo, en el dominio de la duración. En este nuevo marco o flujo el ser monstruoso no tiene origen (no se sabe a qué recóndito dictamen responde) pero tampoco tiene destino (no se sabe a qué orden remite o qué sentencia anuncia). Es así que sólo tiene la duración de su ser espectacular. Constituido por la
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mezcla, la mirada le da duración (vida), y la exhibición le da sentido (lugar). El monstruo, además, es a tal punto mezcla, retazos, fragmentos de otros seres, leyendas y creencias, que aun cuando es un ser humano se percibe como alteración. En este capítulo hemos querido demostrar que esa mezcla se extiende a los modos de la representación: tanto en la calle como en el pliego, tanto en la corte como en la imagen, el monstruo es producto no sólo de la mezcla de géneros, relatos, testimonios e iconografías, sino también de la exhibición de ese mismo cruce de formas y discursos; es decir, la representación puesta en crisis, y la crisis vista de frente, como parte de la vida cotidiana.
Reutilización de materiales En uno de sus poemas, Reinmar von Zweter describió cómo debía ser el hombre perfecto. Von Zweter, uno de los más conocidos minnesinger junto con Walther von der Vogelweide49, considera que la alegoría del hombre perfecto se representa con ojos de avestruz (porque son amistosos), y orejas de cerdo (el animal con la percepción más aguda); continúa describiendo las diferentes partes de este ser, incluyendo el cuello de grulla, señal de reflexión, ya que da tiempo al hombre para pensar bien lo que dice, antes de que el sonido llegue a salir de los labios (fig. 28)50. Del mismo modo, la Gesta Romanorum (1342) proclama que el cuello largo y el pico son formas apropiadas para los jueces, para que lo que el corazón piensa tenga tiempo suficiente de ser considerado antes de llegar a la boca.
49 Se trata de Reinmar von Zweter o «el viejo» (ca. 1200-ca. 1260). Wagner lo hace aparecer como personaje en su ópera Tannhäuser, ambientada en el siglo XIII. 50 «Unt solt ich mâlen einen man, / dêswâr, den wolt ich machen harte wunderlîch getan, / daz er doch hieze ein man: ich mâlte sîn niht als man manegen siht. / Er müeste strûzes ougen haben / unt eines cranches hals, dar inne ein zunge wol geschaben, / unt zwei swînes ôren: lewen herze des vergæze ich niht» (p. 460).
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Fig. 28. Alegoría del hombre perfecto (1538). El cuello, parte esencial de esta alegoría, también ha sido utilizado de manera opuesta: en lugar de articular palabras de dentro hacia fuera, el ser se presenta como emblema de la gula en la difundida obra de Alciato, ya desde su edición de 1546. Si el cuello es largo, la comida recorre un trayecto más prolongado desde la boca al estómago, por lo que puede degustarse mejor. En 1655 aparece la Declaración magistral sobre las emblemas de Alciato, de la pluma de D. López (fig. 29), quien explica detalladamente el lema51: Después de la avaricia tratr [sic] Alciato de otro vicio, y pecado, que lleva tras sí mucha gente, que es la gula, y pinta un hombre con el cuello de grulla, lo cual deseaba Filoxeno, porque quería tener el cuello tan largo para tomar mayor gusto en lo que comiese. Pónele en cada mano un pájaro [...] píntase un hombre (Curculione gruis) con garguero de gru-
51 El lema o letra en latín que acompaña el grabado, en la edición de 1546 de los Emblemas de Alciato, reza: «Curculione gruis, tumida vir pingitur aluo, / Qui Laron, aut manibus gestat Onocrotalum: / Talis forma fuit Dionysi, et talis Apici, / Et gula quos celebres deliciosa facit».
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lla (alvo tumida) hinchado el vieutre [sic], (qui gestat Laron) el cual trae un Laron (aut Onacrotalum manibus) o un Onocrótalo en las manos (talis fuit forma Dionisy, & talis Apici) tal fue la forma de Dionisio, y tal la de Apicio. Trae por ejemplo estos dos, porque fueron grandes golosos. Dionisio fue el primer rey que hubo en Heraclia, hijo de Clearcho, el cual era tan dado al vicio de la gula, que por causa de la mucha gordura no podía respirar sino muy dificultosamente, y casi se ahogaba. Los médicos dieron una traza, y fue hacer unas agujas muy delgadas, largas, las cuales le metían por los lados estando durmiendo, y con el sentimiento del dolor pudo respirar. También Apicio fue famoso goloso [...] el cual aunque era muy rico, gastó toda su hacienda en glotonerías, y temiendo que le faltase la comida, y viniese en grande hambre se mató con ponzoña.Y por haber sido grandes golosos los trae Alciato por ejemplo de la gula, y acaba la emblema (& quos gula diliciosa) y tal es la forma de aquellos los cuales la viciosa gula (facit celebres) hace célebres, y conocidos por grandes golosos, como fueron Gnatho, Sículo, Publio, Gallonio, Clodio, Albino, y otros muchos, que son tenidos, y celebrados por grandes golosos. (fols. 355-356)
Fig. 29. Emblema de la gula (1655).
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Estas figuras, ya sea como alegorías o emblemas, como hombres ejemplares o glotones, habían estado circulando desde mucho tiempo atrás, como hemos visto52. La imagen tiene una larga tradición documental, con otro testimonio en el Libro de las maravillas del mundo, cuya primera versión data de 1355 (fig. 30): «En la India, hay una provincia llamada Etiopía, en la cual viven una manera de gentes, los cuales tienen buena dispusición [sic] de cuerpos y manos y pies, ni más ni menos que nosotros tenemos acá; empero ellos tienen el cuello tan largo como una grulla, y la frente y los ojos como hombre, y el rostro agudo como de un perro o una grulla» (p. 136).
Fig. 30. Hombre-grulla (s. XIV).
52
Según el Diccionario ilustrado, el monstruo procede de la leyenda que tradicionalmente enfrenta a los pigmeos y las grullas en sangrientas batallas (una de las historias tejidas por Palas en su contienda con Aracne, según la fábula ovidiana). Pueden verse sendos grabados de las batallas entre pigmeos y gigantes, y grullas y pigmeos en O. Magno (fols. 70- 71). En el siglo XVI el tema había merecido una composición, La contienda entre las grullas y pigmeos, incluida en el Cancionero de S. de Horozco (Cossío, p. 119).
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Incansablemente, cada libro de viajes, historia natural, diario de navegación y novela de aventuras se veía obligado a mencionar la existencia de razas monstruosas. Además de la descripción proporcionada por Mandeville, pueden encontrarse otras evidencias de nuestra figura en la obra de H. Schedel, C. Lycosthenes, U. Aldrovandi y una gran variedad de impresos anónimos de los que da noticia gráfica y documental el amplio estudio de R. Wittkower53. Al pie de uno de los retratos recogidos por Wittkower se dice que el conde Nicolás Serini ha capturado un monstruo de origen tártaro54. Serini era general de las tropas alemanas contra los turcos en Hungría, y el pliego relata sus valientes hazañas en las campañas que tuvieron lugar hacia 1664, época en la que proliferaron las versiones gráficas de la figura del tártaro55. Wittkower asegura que «after it had haunted in turn Italy, France, Germany, Holland and England for almost a century, it [the image] sank into well earned oblivion» (p. 194). Pero todavía hay un impreso conservado, no recogido por el crítico, que muestra la figura de este mismo ser deforme. La Relación, y copia de carta, escrita a un principal caballero de esta corte56 es un pliego suelto español que viene encabezado por un retrato similar al de los impresos europeos (fig. 31).
53 J. Baltrušaitis (1960) señala, además, otra fuentes para esta descripción en el Libro de Sidrach (ca. 1285) y la Crónica de Nuremberg (1493). 54 El testimonio procede de la recopilación de J. Paris o du Plessis, secretario de S. Pepys: «Effigies of a monstrous tartar, taken in Hungary, Feb. 1664. With allowance May 23, 1664. Roger L’Estrange. This Tartar was taken prisoner by Count Serini, a creature of extraordinary strength and valour, who having spent all his arrows in fight against the Christians, was taken alive and so continues being kept carefully». 55 Uno de estos impresos fue descrito en El ente dilucidado de A. de Fuentelapeña, quien refiere que el suceso ocurrió en febrero de 1664 y que peleaba con arco y flechas, o al menos «así se pinta en la tabla de Hungría, que dio a la estampa en dicho año Gillis Hendriex». Agradecemos al Prof. Florent Von Ommeslaeghe el indicarnos que Hendriex trabajó como impresor en Amberes; se tiene noticia de su edición de los grabados de Van Dyck hechos a partir de los retratos que hoy se conservan en Boughton House, Gran Bretaña. 56 J. Simón Díaz catalogó este pliego bajo el número 1712 en Impresos del siglo XVII.
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Fig. 31. Monstruo de Buda (ca. 1684-1686). Como veremos seguidamente, el personaje siguió vivo mucho más tiempo del que supone Wittkower y, además, probablemente fuese conocido en España antes de que se imprimiera la serie de pliegos recogidos por el crítico en su extenso artículo. Véase, si no, el impreso que muestra la figura 32 (De Goutel), que data de 1792; en él aparece el retrato de un monstruo políglota avistado en Aviñón cuya historia, que refleja las disputas entre Alemania y Francia, sigue interesando a finales del siglo XVIII57.
57
F. Aguilar Piñal señala otro pliego, que podría pertenecer a la misma familia, donde se cuentan las hazañas del «espantoso Galafre criado en tierras de Hungría», ejemplar archivado en la Facultad de letras de Sevilla, caja 30 (Córdoba:
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Fig. 32. Monstruo de Aviñón (1792). El uso de relatos breves como propaganda política era una práctica común en el siglo XVII. Ha sido estudiada en profundidad por A. Redondo (1989), quien relaciona determinados pliegos con sus res-
Rafael García Rodríguez, s. f.). Aparece también en la compilación denominada Bestiario de Don Juan de Austria atribuida a M. de Villaverde, aunque la anotación que la acompaña no se refiere al cuello: «Briarco fue un gigante que tenía 100 manos» (fol. 214r). Bondeson (2000, 169) a propósito de individuos bicéfalos, recoge un pliego de 1697 con la imagen de un arquero turco «said to have been captured by the troops of Doge Morosini in 1697, in the Peloponnesian war between the Austrians and the Turks»; la figura ha perdido su característico cuello y se presenta con dos cabezas.
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pectivos orígenes históricos y según el cual las victorias y derrotas de las tropas españolas están íntimamente relacionadas con la impresión de pliegos del mismo tema. Esa forma de proceder es común en toda Europa, y la imagen española que ahora nos ocupa (fig. 31) tiene una participación activa en ello. El ser es conocido como «el monstruo de Buda», por la ciudad donde fue capturado. El pliego no recoge menciones a lugar, casa o fecha de impresión, y sólo hay tres referencias textuales que pueden ser relacionadas con hechos históricos: la toma de Buda, el duque de Lorena y «su Majestad cesárea». Los datos no ayudan demasiado, si consideramos que Buda estuvo bajo el dominio turco entre 1541 y 1686, y que hubo al menos seis intentos de conquistar la ciudad en esos años. El pliego no especifica que la ciudad fuese finalmente ganada a los turcos58 pero sí que había un asedio en curso el 6 de agosto, día de la captura del monstruo. Entre los duques más prominentes de la casa de Lorena se encuentra Carlos III «El grande» (1543-1608), quien gobernó cuando Matías era Emperador del Sacro Imperio Romano. Pero Carlos III no tomó parte en ninguna campaña en Hungría, sino que se centró en política interior. Carlos V (1643-1690), por el contrario, tomó parte activa en las batallas contra los turcos durante el Imperio de Leopoldo I y, finalmente, ganaría Buda para la cristiandad después de 145 años de dominio turco. Nuestro pliego no menciona fecha alguna, y aunque la ciudad no había sido conquistada todavía la inminente sensación de victoria impulsó a sacar una vieja noticia del cajón y reimprimirla como actual. La información contenida en este documento, inicialmente privado, debió verse como susceptible de ser propagada para reforzar la idea de que el Imperio Turco estaba llegando a su fin; como se había hecho veinte años antes con la relación del conde Serini, la Relación se reescribe para reforzar la idea de una pronta victoria. Es sabido el interés de los españoles en la Guerra de Hungría: las cartas que el duque de Lorena escribió al Emperador en 1684 fueron traducidas y publicadas en España, y varios nobles batallaron en Hungría en la época59. Es este incremento de impresos referentes al
58
La toma de la ciudad no tendría lugar hasta el 2 de septiembre de 1686. Entre ellos Don Juan M. Diego López de Zúñiga, duque de Béjar, que falleció en la campaña. 59
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territorio húngaro, junto con las menciones a Carlos V y a Leopoldo I, lo que hace pensar que el pliego del monstruo de Buda data de entre 1684 y 1686. La historia que acompaña al retrato cuenta que el monstruo fue interceptado mientras trataba de pasar el cerco que los cristianos habían levantado sobre la ciudad. Como una especie de agente secreto del Gran Visir, aprovecha su rapidez, fuerza y destreza con el arco para ayudar a la causa turca. Al ser capturado, reconoce ante el duque de Lorena que «el dios de los cristianos era más poderoso que los diosos [sic] de los tártaros», y que por ello desea servir la causa del duque. Hijo de la mujer más fuerte de la tierra, su madre, que vive en lo más escarpado de las montañas, se niega a revelarle la identidad de su padre. El monstruo se une a los tártaros en su intento de conquistar Babilonia pero, mientras está en la corte, un noble le insulta llamándole «caballo marino»; el monstruo lo mata, huye, y se une a las fuerzas turcas asediadas en Buda. Finalizada su historia, come una gran cantidad de pan, fruta y lechuga, y bebe agua. El monstruo de Buda del pliego que nos ocupa conserva las largas piernas que caracterizan a este pueblo, que en el relato le permiten correr a toda velocidad para rebasar las líneas enemigas. Ha perdido, en cambio, el pico de pájaro de sus antecesores para conservar una gran quijada, normalizándose, por así decirlo. Estamos ante la reapropiación de una imagen muy utilizada en siglos precedentes, que se presenta como novedad y rareza al público del siglo XVII. Aunque el retrato es similar al de los pliegos europeos, la historia es distinta y más elaborada. Además de conllevar una interpretación política, la figura del ser en cuestión ayuda a seguir el mecanismo de reapropiación y actualización de imágenes. La demanda de nuevos temas impulsa a la creación de historias que, con apariencia de nuevas, resultan ser un reciclaje de relatos o leyendas conocidas para algunos, pero no para el público en general. El interés por la campaña de Hungría tampoco es reciente, sino que está perfectamente imbricado en la cultura española. Como indican Cátedra e Infantes, entre 1596 y 1597 hubo una corriente de atención por la guerra contra el turco que se tradujo en una serie de publicaciones sobre el asunto (p. 52). Todavía llega más lejos J. Simón Díaz (1959), quien recoge unas doscientas fichas referentes a impresos de tema turco fechadas entre 1498 y 1650.
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Es sabido también que numerosos autores lo incorporaron en sus obras, componiendo poemas de lugares y temas exóticos60. El tema turco es también favorito de Miguel de Cervantes, quien en 1615 da a la imprenta Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, entre los que se cuentan El gallardo español, Los baños de Argel y La Gran Sultana, doña Catalina de Oviedo. Mira de Amescua llevó a las tablas La confusión de Hungría, mientras que Lope de Vega es autor, entre otras comedias de ambientación turca más o menos acentuada, de La corona de Hungría, El prodigioso príncipe transilvano y El animal de Hungría61. E. Cotarelo y Mori, en su prólogo a esta última obra, escribe que «una de estas relaciones sería la que daría pie a Lope para su comedia» (XIX, nota 2), considerando que, efectivamente, el dramaturgo basó esta comedia en «una de las vulgares y absurdas consejas, comunes entonces». Es nuestra impresión que una versión anterior del pliego sobre el monstruo de Buda es la fuente inicial de esta obra. La fecha propuesta por Cotarelo y Mori para El animal de Hungría es 161762, el mismo año de su impresión, pero no se sabe con certeza cuándo fue escrita. A pesar de no asociar la Relación con la comedia, el crítico no andaba descaminado, puesto que numerosos indicios textuales dan a entender que Lope tiene el grabado del monstruo de Buda fresco en la mente, como también debía tenerlo el público asistente. En la obra hay una clara referencia a la existencia de un pliego de tema similar al de la Relación de finales del siglo XVII a la que nos hemos referido: «ya su retrato anda impreso / y se cantan cada día / las coplas de sus traiciones» (p. 427). Además, el ser retiene suficientes
60
Como botón de muestra, puede recorrerse la Primera parte de la Silva de varios romances (Zaragoza, 1550) donde se venían imprimiendo composiciones de tema turco. 61 Esta última aparece impresa por primera vez en Madrid, incluida en el volumen en cuarto titulado Doce comedias de Lope de Vega. 62 Por su parte, Morley la sitúa entre 1608 y 1612, aunque cree que es más probable que date de 1611 ó 1612. Las fechas de las comedias de Lope son siempre inciertas; el ejemplar de Dramáticos contemporáneos editado por Mesonero Romanos que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid está repleto de comentarios manuscritos de C. A. de la Barrera, en uno de los cuales se lee: «De marca mayor son las inexactitudes del Sr. Mesonero en este párrafo. Lope no comenzó a publicar sus Comedias por sí hasta el año de 1617. La Novena Parte, impresa en Madrid: 1617, y en Barcelona: 1618, fue la primera que reconoció como legítima» (XLV, nota manuscrita).
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características (amén de su procedencia) como para asegurar que se trata originariamente del monstruo de Buda ilustrado en el pliego: vive en lo más fragoso de las montañas de Hungría, es vegetariano y asalta a los campesinos para robarles pan. Aunque las habladurías dicen que mata animales y fuerza doncellas, Teodosia —una princesa destronada que pasa por monstruo— es herbívora. El animal «sabe correr y hablar», en referencia a las largas piernas del monstruo, y su caracterización física general también corresponde al retrato conservado: uno de los aldeanos lo describe de tal forma que, de no conocer la figura del ser, pensaríamos en una perogrullada para hacer reír. En realidad, Lope da con una forma en que un campesino describiría con simpleza la figura del monstruo: «Tiene el rostro hacia delante, / las espaldas hacia atrás / y el cuerpo como un gigante». Naturalmente se refiere al cuello largo y arqueado hacia delante, a la prominente quijada (que procede de los tiempos en que tenía pico de pájaro), y al hombro desmesurado dibujado en el pliego, que pasa por una giba. H. Vélez-Quiñones, en su lectura de El animal de Hungría, ha afirmado que: «It does not require much imagination to visualize Teodosia’s transformation. Like hairy anchorites and castaway sailors she must look every bit like a silvatica. Hair covers her face and shoulders […]» (p. 68). Sin embargo, como hemos visto, el monstruo procede de una tradición distinta a la del hombre salvaje, al que es diferente en comportamiento y aspecto63. Al provenir de otra gama de imágenes, se hace fácil imaginar al animal de Hungría como muy similar, si no idéntico, al de la figura 3764. El camino seguido por Lope es inteligente: conocida de todos la existencia del monstruo de Buda, el dramaturgo lo presenta al auditorio para que Teodosia cuente su propia historia, «que, aunque es pública en el mundo / quiero que de mí la sepas» (p. 423). El espectador se dispone así a presenciar (una vez más) la verdadera histo-
63 Para la escisión del hombre salvaje de otras razas monstruosas, ver el artículo de Mazur, que proporciona además las fuentes clásicas de éstas. 64 Tampoco parece muy atinado afirmar que «Rosaura is not so much born as expelled from the maternal womb as if she were some sort of bodily waste» (p. 66). El concepto de abyección, formulado por J. Kristeva, en que VélezQuiñones apoya su análisis, está muy lejos de este parto súbito. Como ya se ha visto, era un hecho muy común el prohibir a las mujeres embarazadas presenciar figuras monstruosas por temor a un parto prematuro.
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ria del monstruo, apropiándose Lope de la retórica de los pliegos sueltos en su propio beneficio y volviendo a vender una vieja noticia como novedad. Los versos del animal relatan la auténtica historia, que los espectadores no conocían más que por inexactas versiones callejeras. De ese modo, el pliego se convierte en un resumen vago, equivocado y posterior a la auténtica historia, que es la contada por el propio monstruo. El sentido de verdad que aporta un relato contado por su protagonista es mayor que el de un pliego suelto, que no consiste más que en un resumen de fuentes inciertas. La Relación, que se menciona dentro de la obra, tiene como referente, entonces, la versión de los campesinos, que es desmentida por lo ocurrido en escena. El espectador se convierte así en un observador privilegiado de los hechos ‘reales’, que desdicen lo relatado en el pliego que se vende en la calle. H. Ettinghausen cree que «parece lícito, y hasta necesario, conjeturar que las relaciones más bien sensacionalistas atraerían a un tipo de lector distinto del que compraría relaciones (por decirlo así) más serias. Las quejas de Lope, Quevedo y otros autores parecen dar a entender que el lector “discreto” despreciaría (o, como mínimo, afectaría despreciar) tales lecturas» (1996, p. 64). Pero es sabido que Lope no tiene reparos en basar algunas de sus comedias (como Los Porceles de Murcia, o esta misma de El animal de Hungría) en hechos marcadamente ‘poco serios’; por lo que puede pensarse que sus reparos con respecto a las noticias sensacionalistas se dejan de lado cuando el objetivo es atraer público al corral. La dependencia textual entre El animal de Hungría y el pliego informativo indica que, tanto Lope como el espectador que asiste a las representaciones teatrales, son cómplices y aliados en su fuente de información, por menos ‘discreta’ que ésta sea. Aunque pueda parecer paradójico, la materia que sirve de mediación entre la historia y las obras literarias más refinadas se transmite de forma oral, o bien en pliegos sueltos de carácter efímero. Pero es posible establecer enlaces entre hechos históricos, relatos populares y literatura que hoy consideramos culta. Sólo falta una pieza del rompecabezas: un pliego suelto anterior a 1617. Cuando un impreso se aparece en una determinada región, es probable que se hagan reimpresiones en otros lugares. Algunas veces se avisa de que el pliego es una reedición del mismo material («impresa en Zaragoza, por la de Madrid»), pero otras son impresiones
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pirata cuyo contenido quiere hacerse pasar por original, o bien mantienen el argumento principal de la historia, readaptándolo a su propia ideología. Este último es el caso del niño cubierto de conchas, ya mencionado en el capítulo segundo como caso de bautismo dudoso comentado por J. E. Nieremberg. Dos pliegos se refieren a este suceso, si bien las diferencias entre ellos son notorias: el fechado en 1628 relata el alumbramiento en Lisboa de un niño cubierto de conchas (Relación verdadera de un monstruoso niño); el de 1658 (Verdadera y nueva relación) tiene como objeto el dar noticia del nacimiento en Cerdeña de otro niño cuyo cuerpo está formado enteramente por láminas.
Figs. 33 y 34. Retrato de Juan de Acosta (1628 y 1658). Los grabados (figs. 33 y 34, respectivamente) ponen en evidencia que uno de ellos es copia del otro. Pero la historia del niño es diferente en cada caso: el primero de ellos, nacido en Portugal, representa la
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vergüenza para su madre, quien lo deja morir de hambre. Al enterarse del caso las autoridades, lo exhuman para comprobar su existencia y sacar «una efigie verdadera», que es la que acompaña a la relación. En este pliego Gaspar Acosta, padre del monstruo y batidor de oro de oficio, intenta disuadir a la madre del crimen. Todo el ser está descrito como repugnante y espantoso: cuyas armas y murrión eran diferentes conchas de carne, el color de ladrillo quemado, los ojos sangrientos, cuya marcial cualidad, ponía grima y espanto a los que le miraban: dichas conchas hasta las rodillas: las piernas y pies le cubrían (sin vérsele ni señal de dedos) botas de camino de color entre frailesco y plateado; en el pecho traía la señal de la Santa Cruz de carne, y colorada, hecha de ordinario modo que pintan las demás cruces: una de las mayores monstruosidades que en este monstruo considero y hallo.
La prueba de que no era «algún tartáreo espíritu» era precisamente la cruz del pecho, con lo cual sólo amenazaba la reputación de sus padres, pero no toda la cristiandad. El niño nacido treinta años después en Cerdeña es un hijo muy deseado. A diferencia del portugués, sus padres le bautizan como Juan de Acosta, por ser hijo de Gregorio de Acosta (esta vez lapidario) y de Ángela Sanze. A pesar de haber concebido un monstruo, los padres dan gracias a Dios por haber escuchado sus plegarias. Juan aparece en el grabado como un monstruo sonriente. Ninguna connotación religiosa o maléfica afea su rareza, que está descrita con mucha naturalidad: cubierto todo de conchas blancas, y pardas, como ahumadas, y en el pecho un bulto de pelo erizado en forma de Cruz, y no tiene en todo su cuerpo, ni cabeza más pelo que allí, y los ojos encarnizados [...] y vive hoy día, y del propio modo que va creciendo van creciendo las conchas, sin haber descubierto en su cuerpo pelo ninguno, sino el del pecho.
Es un ser que cabe contarse entre los incluidos en el apartado de monstruos felices, por llevar una existencia normal dentro de su rareza física. El título de la Verdadera y nueva relación sugiere que considera el anterior falso y anticuado, a pesar de que es poco probable que los lectores tuviesen presente un ejemplar de literatura efímera publicado
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treinta años antes. En cualquier caso, los adjetivos sirven como reclamo publicitario, y la reescritura del monstruo parece reflejar que algunos pliegos destierran las ideas de deshonra, pecado, culpa y amenaza, haciendo más novelesca —y más feliz— la existencia de seres diferentes al común de los mortales. El ser deforme puede integrarse en el orden natural, rodeado de flores y animales marinos, como muestra la figura 35, y también representar con humor el universo literario. Prueba de ello es la aparición de este niño escamoso en los Casos prodigiosos de J. de Piña, donde representa con humor la batalla metafórica entre las armas y las letras: Acordábase don Juan de haber visto algún tiempo antes otra semejante maravilla [...] y que había nacido uno en Castilla y otro en Portugal; dos monstruos; el uno, armado de conchas y capacete, con diferentes letras del a, b, c en cada concha, y parecióle a don Juan demostraba que había de haber guerra de armas y letras, y así las hubo. El de Portugal, sólo con el capacete y conchas (p. 31).
Fig. 35. Niño cubierto de conchas (1688).
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Si la figura del terrible Glauco imperaba en la iconografía clásica, y las leyendas sobre el novio salvado del mar por Santiago perviven en el imaginario popular cristiano, los monstruos felices del siglo XVII asumen su condición. Legan, así, su actitud a «El ahogado más hermoso del mundo» imaginado por García Márquez; un gigante feliz e indefenso que emerge del mar cubierto de conchas con el nombre inequívoco de Esteban para incorporarse al universo de los monstruos felices y heroicos.
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IV. EL MONSTRUO EN LOS LIBROS
Otro notable de los ojos que alrededor de la pupila tienen como un color de fuego, en los cuales es señal de crueldad, y ser algún tanto homicidas y matadores. (Esteban Pujasol)
1.- PRELIMINARES Después de un largo debate sobre la periodización literaria y artística del Renacimiento europeo —desde los preludios del Humanismo hasta los énfasis del Barroco— la crítica se ha interesado en explorar las funciones distintivas de las artes y la literatura dentro de los ciclos literarios, así como su articulación en los contextos culturales y sociales de cada época. Gracias a ello hemos visto desarrollarse prolíficamente el estudio de las formas populares en las obras canónicas, consideradas tradicionalmente de modo aislado, así como también el análisis de esas obras en el campo de su producción cultural. Leídas por sus públicos y valoradas por su tiempo, esas obras adquieren la significación de su lectura y el valor de su interpretación, que no siempre coinciden con las nuestras. Las formas artísticas artesanales y decorativas, los formatos populares y anónimos, las disciplinas que catalogan y ordenan el campo de los saberes y, en definitiva, las preferencias y opciones de los públicos en formación y cambio nos sirven para comprender mejor el lugar y el rango de las obras literarias canónicas y los estilos y la índole de los autores considerados como clásicos; esto es, las obras y los autores que no sólo ilustran su tiempo sino que enriquecen el nuestro. Clásico, se ha dicho, es el texto que no cesa de ser interpretado porque no acaba nunca de generar información.
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El interés actual en las transiciones y los cambios, más que en las normas y los períodos, se demuestra en la discusión en torno al siglo XVII, considerado como una época de grandes revisiones e incertidumbres, no sólo por la crisis y la pobreza, cuyos efectos se han analizado en el capítulo anterior, sino por la decadencia de las viejas certezas. La conciencia de que se viven, hacia la última parte del XVII, los signos de un mundo al revés (no como tópico literario, sino como realidad palpable) se pone de manifiesto tanto en la cultura popular como en la literatura canónica. Si la mirada renacentista de M. de Montaigne expresa el desconcierto de la época al interesarse por los nacimientos de niños deformes (t. II, p. 467), B. Gracián declara sin ambigüedades que vivimos la distorsión de los valores y el desorden general del mundo. Esta conciencia del conflicto se traduce en un progresivo desplazamiento de los modelos tradicionales de representación armónica, simétrica y racional, favorecidos por la centralidad del sujeto renacentista que controlaba, desde las leyes de la perspectiva, las leyes de la naturaleza. Paulatinamente, el mundo se representa en esos desplazamientos del centro, desde los márgenes, donde la mirada ya no tiene todas las respuestas y donde la simetría no controla todos los fenómenos1. Los seres y las cosas se salen de las clasificaciones, desafían los catálogos, y exigen al lenguaje y a las artes figuras aparentemente inconexas, relatos extravagantes e imágenes deformes. La desproporción no requiere de una estética porque es una práctica del descentramiento, es decir, una forma que actúa por licencia, como variación y exageración de las normas retóricas, como caricatura grotesca. Pero, a la vez, es un uso que exige nuevos modos de leer e interpretar.
2.- LA ‘NUEVA’ CIENCIA
DE LO DEFORME
Desde antiguo se ha tratado de reducir la fisionomía humana a un método legible por medio del cual se pudiese descifrar de manera inequívoca el significado de rasgos, gestos, expresiones y configuración física de los individuos. Como ha razonado M. M. Slaughter, el des-
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Estas visiones de crisis y caos han sido estudiadas bajo una nueva perspectiva por W. J. Bouwsma (pp. 112-116).
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arrollo de las disciplinas científicas, tal y como se conciben hoy en día, depende en gran manera de las taxonomías2 que proliferan durante el siglo XVII. Slaughter define la taxonomía como un lenguaje que pretende verificar un orden entre todas las cosas (p. 6), que es el de la disposición por obra de la creación de Dios. En los capítulos anteriores de este estudio hemos discutido cómo, especialmente en los siglos previos al XVII, los monstruos encerraban señales que debían ser interpretadas para beneficio o como precaución; pero ese afán de encontrar el significado del cuerpo humano no es privativo de los individuos deformes, sino que se extiende a los seres en general.Todo ser humano es susceptible de ser descifrado o interpretado satisfactoriamente conforme a determinados parámetros. La ciencia fisionómica asegura poder decodificar la condición humana por los rasgos corporales de los individuos. Trece años después de haberse impreso la Curiosa filosofía y tesoro de maravillas, de la que nos hemos ocupado por extenso en el capítulo segundo, J. E. Nieremberg da a la luz una ampliación de esta obra, que aparece con el título de Curiosa y oculta filosofía. Primera y segunda parte de las maravillas de la naturaleza, examinadas en varias cuestiones naturales. Contienen historias muy notables. Averíguanse secretos y problemas de la naturaleza con filosofía nueva [...] Obra muy útil no solo para los curiosos, sino para doctos escrituarios, filósofos y médicos3. El nuevo tratado consta de varias adiciones a la obra original de 1630, siendo una de las más extensas el libro segundo, seis de cuyos capítulos se dedican a la ciencia fisionómica. En ellos, J. E. Nieremberg trata de legitimar unas prácticas que han quedado desprestigiadas por culpa de embaucadores. El autor advierte que el «curioso lector» encontrará nueva materia de entretenimiento; por otra parte, el tratado declara su misión docta al incluir a la comunidad letrada. Por añadidura, esta inclusión puede verse tanto como un afán de dirigirse a los eruditos, como de legitimar el contenido para el lector común, que se vería así igualado con un sector más culto de la población instruida, con quien 2
No sólo las de carácter aristotélico, como demuestra la traducción de la conocida como Fisiognómica de Aristóteles de A. Laguna, sino también las numerosas categorías árabes que en los siglos XII y XIII clasifican y definen los rasgos humanos (M.ª J.Viguera). 3 Reproducimos el título casi en su totalidad, por ser significativo su destinatario.
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estaría compartiendo lecturas y a quien podría, teóricamente, parangonarse, propulsando de ese modo la venta de la obra. De los títulos de diversos tratados de fisionomía puede deducirse una cierta obsesión por lo oculto y lo secreto, así como un afán por desentrañarlo o, al menos, clasificarlo. J. Caro Baroja ha afirmado que en ocasiones «se observa cómo los editores del Renacimiento procuraban excitar la imaginación de los posibles compradores, prometiendo el conocimiento de secretos, de maravillas, de formas de poder, autorizadas por autores misteriosos y escritos bajo el patronazgo de personajes célebres y antiguos» (1993, p. 59). Los tratados publicados en el siglo XVII mantienen el mecanismo de desvelar secretos pero, adicionalmente, prometen novedades que no se basan, en principio, en autoridades de la antigüedad. Materiales presuntamente inéditos hacen su aparición en forma de adiciones novedosas, al alcance de todos los lectores. Uno de los tratados de J. Cortés, por ejemplo, asegura que los capítulos han sido «revistos y mejorados en esta última impresión a la cual se han añadido muchas cosas notables y de mucho provecho»; del mismo modo, el padre Nieremberg no es ajeno a la tendencia a promocionar las propias obras, y ofrece averiguar «secretos y problemas de la naturaleza con filosofía nueva».Ya no sirve la promesa de autoridades de reconocido prestigio, sino que ha de garantizarse la novedad, lo antes no sabido y el ‘avance’ en el conocimiento. Las materias presentadas son, en su mayor parte, reiteración de las antiguas, pero la forma de presentarlas hace que aparezcan como de nuevo cuño. La ciencia fisionómica no siempre se trata en monografías dedicadas a ella, sino que se entremezcla en obras de temas esotéricos, como las Disquisitionum magicarum del padre M. del Río, el Tratado de la verdadera y falsa profecía de J. de Horozco y Covarrubias, o el Iuris spiritualis practicabilium de F. de Torreblanca y Villalpando. Otros autores como Melampo, médico del siglo III a. C., habían dedicado tratados específicos a diferentes taras físicas, como manchas en la cara, lunares y otro tipo de marcas4. Dichas obras siguen estando presen4 Ver Caro Baroja (1993, p. 37, nota 1). Ideas similares son las expuestas por C. le Brun en su L’expression des passions de l’âme (1678) y, ya en 1792, las contenidas en Essays on Physiognomy de J. C. Lavater. Además de estos estudios, es valioso el recuento de F. Duvignaud, que hace derivar esta pseudociencia en caricatura (pp. 140-141).
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tes como referencias indubitables de la posibilidad de leer las marcas corporales: «Las manchas y señales particulares lo más ordinario suele ser en la cara, como la parte exterior de que más usa y en que más se ocupa la naturaleza; y así sus yerros primero salen allí [...] que aunque se rió de esto Hércules de Sajonia y Tomás Fieno, la experiencia de otros graves autores lo aprueba» (Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. XIX). Uno de los afanes de J. E. Nieremberg es legitimar la validez y utilidad de la fisionomía como ciencia y clasificación válida en sí misma, independiente de otras prácticas, convirtiéndose en su ferviente defensor5 y tomando el asunto como cruzada personal: «En esta parte de la fisiognomía es notable el artificio de la naturaleza [...] por esto, y por estar infamado su nombre (aunque con causa, si esta arte fuese cual piensan ordinariamente) me detendré en su razón, y la purgaré de su calumnia y restituiré a su verdad» (Curiosa y oculta, II, cap. XXI). Nuestro autor debe justificar el valor individual de su modelo de interpretación pero, además, ha de encontrarle un lugar entre los saberes consagrados por la fe. Su estrategia pasa por designar a la fisionomía como «arte», con lo que enfatiza su carácter práctico; luego se caracteriza como «ciencia», lo que demarca su racionalidad universal precartesiana. Al mismo tiempo, la rescata de la antigüedad, que califica de supersticiosa y pagana, y la cimenta en las verdades de fe y la ortodoxia; es decir, su legitimidad es un saber no contrario a la doctrina cristiana. Si ello sostiene el campo disciplinario, su objeto se define inmediatamente: es el cuerpo humano, de lectura inequívoca: Está tan lejos esta arte, cuando es pura, de ser supersticiosa, que antes no confesarla lo fue: algunos que seguían a los pitagóricos y estoicos la negaban, fundados en la fábula de que las ánimas eran comunes a todos los cuerpos de fieras, y que ya estaba el ánima del hombre en un cuerpo de león, ya de toro, ya en un cuerpo humano, ya en otro6 [...] Todos estos engaños tan desviados de la fe fueron ocasión para reírse desta arte, como sea así que su fundamento no sea conforme a nuestra religión, pues se funda en sentencias contrarias a las que hemos visto en estos gentiles.
5 Recordemos que la práctica de la fisionomía estaba condenada por la Inquisición en este siglo. 6 Se refiere a la teoría de la metempsicosis o migración de las almas, que se encarnaban en distintos cuerpos, animados o inanimados.
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Dije que no era desconforme a nuestra fe esta ciencia, fuera de la causa dicha, porque es conforme no sólo a su fundamento, sino también a sus conclusiones de los dotes de la gloria del cuerpo [...] (Curiosa y oculta, cap. XXIII).
La voluntad sistemática de Nieremberg le lleva a definir la disciplina desde la historia de su debate, en el interior de una teoría del conocimiento. Ello es claro en su rechazo prolijo de las versiones espurias de la fisionomía y en la definición de su campo como objetivo7. Pero ello, a su vez, debe apuntalarse en la fe, con lo cual se genera una tensión peculiar de la época: para representar legítimamente, la razón no puede contradecir la doctrina. Si esto es obvio en la tradición, es nueva la necesidad de justificar el énfasis puesto en la bondad de la disciplina. Por eso, es llamativo que la ciencia corra el riesgo de una gran contradicción: su práctica no consiste en la lectura de una parte del cuerpo —digamos, la cara—, sino de todo ello como reflejo del alma, con lo cual el estudio del objeto es transferido a la interpretación de la esencia espiritual. En un gesto que puede calificarse de tradicional más que de moderno, el padre Nieremberg remite el saber a la fe. Puede definirse el XVII como el siglo de las taxonomías. Bien es cierto que en el XVIII es cuando las clasificaciones encuentran su máximo rigor y sistematicidad, pero nunca hubo tanta variedad de sistemas clasificatorios como en el XVII. Lunarios, bestiarios y herbarios prometían orden y remedio para los males del mundo, y la naturaleza se transforma en un gran sistema taxonómico: «Todo esto es señal que hay artificio en la naturaleza dispuesta con método, por donde nos pudiésemos guiar para su conocimiento y aprovecharnos de su uso. Que haya en lo dicho algún misterio y arte no se puede negar, y de ahí tomo argumento para lo restante de la naturaleza, de que con gran ingenio esté trazada» (cap. XXIV). Uno de los empeños de J. E. Nieremberg consiste en delimitar su objeto de defensa: la ciencia fisionómica, según él, había sido confundida con prácticas supersticiosas como la metoposcopia, que proponía un sistema clasificatorio basado en las líneas de la frente, y su relación con sucesos por venir. La
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Ideas semejantes sobre el desprestigio de la fisionomía habían sido expuestas por Bacon pocos años antes (Caro Baroja, 1993, p. 88).
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quiromancia, por otra parte, se decía capaz de clasificar a los hombres y sus destinos por las líneas de la mano. Éstos, según Nieremberg, son los sistemas que han de ser invalidados8 por no calificar como taxonomías, ya que son «libres y futuros», esto es, no estables y asistemáticos: la quiromancia y metoposcopia son supersticiosas y vanas, en cuanto sin fundamento, coligen solamente por las rayas y dobleces de nuestra tez, cosas de que ellas no son causa ni tienen conexión alguna, presumiendo decir por sus reglas imaginadas casos particulares [...] En nada de esto se entremete la fisiognomía de que vamos hablando; sólo conjetura el ingenio e inclinación natural por el bulto de fuera, fundada en razón, no por esta o aquella arruga, o raya, o accidente simple y fortuito (Curiosa y oculta, cap. XXIV).
El «bulto» al que se refiere Nieremberg consiste en observar la constitución general de un individuo, ya que «el alma no está en una parte, sino en todo el cuerpo» (Curiosa y oculta, cap. XXIV). El jesuita se muestra contrario al método aristotélico, según el que diferentes marcas y señales aisladas pueden interpretarse como signos de condición diversa, y caer en la contradicción al interpretarlas: La principal regla se ha de observar absolutamente en las señales y facciones que proceden del temperamento; no se ha de atender tanto a las otras observaciones y relaciones que hace Aristóteles [...] que muchas veces se han de dejar estas por atender inmediatamente a la complexión total. Pongo ejemplo en las señas que da Aristóteles del desvergonzado, atrevido y perverso, que son color sanguíneo, rojo cuerpo y cara redonda; antes parece que había de ser este tan vergonzoso, según otras reglas del mismo Aristóteles, por referirse a las doncellas que tienen semejante gesto (Curiosa y oculta, cap. XXII). 8 Nieremberg desestima como artes válidas la cabalística, la metoposcopia y la magia, mientras que defiende la aritmética, geometría y música, por basarse en la armonía divina de todos los cuerpos. Hemos de deducir que considera la fisionomía una rama de la geometría. Los esfuerzos del jesuita por desterrar errores comunes no son satisfactorios para Sir T. Browne, quien en 1672 avisa sobre los defectos en la obra de Nieremberg, incluyéndolo en el capítulo «“Of Authors who have most promoted popular conceits”: not only in ancient writers, but shall carry a wary eye on Paulus Venetus, Jovius, Olaus Magnus, Nierembergius, and many other» (I,VIII).
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J. Cortés fue, además de investigador de la naturaleza, matemático, astrónomo y astrólogo. Sus obras más populares están dedicadas a la fisionomía: el Libro de fisionomía natural, por ejemplo, ve ediciones desde 1601 hasta 1645, mientras que la Fisionomía y varios secretos de naturaleza seguirá publicándose hasta, al menos, 17419. En esta última obra, Cortés define la fisionomía como «una ciencia ingeniosa y artificiosa de naturaleza, por la cual se concede la buena o mala complisión, la virtud o vicio del hombre, por la parte que es animal» (fol. 1). Añade, además, que «cualquiera persona que tuviere el color y postura de los ojos semejantes a la de algún animal, le será también semejante en la complexión, y por consiguiente en las costumbres» (fol. 15v). En esta afirmación, Cortés se declara seguidor de las teorías animalísticas de origen aristotélico. La cadena de relaciones entre los seres vivos está bien descrita por Nieremberg: el hombre tiene algo de todos los animales y, a su vez, los animales tienen algo de todas las plantas10. Esa premisa fue tomada por Gian B. Porta11 como base para sus representaciones gráficas que plasman las similitudes entre facciones humanas, vegetales y animales (fig. 36).
9 En esta edición, despojada de ilustraciones, se especifica que los textos «están expurgados, según lo manda el Decreto de la Santa Inquisición de 13 de Junio del año 1741». 10 «y así puso Dios en los hombres algunas semejanzas de todas [...] Los generosos y liberales tienen no sé qué denuedo y aire del león; los iracundos del perro o jabalí; los medrosos y quietos del ciervo o liebre; los soberbios del pavón o caballo; los magnánimos del león o águila; los quijosos de otras avecillas; los invencioneros y fingidores de las monas; los necios y serviles del jumento; los glotones del puerco o del ave laro; los lerdos de los bueyes; los desvergonzados de los cuervos; los habladores de las ranas; los atrevidos de los toros; los rudos de los osos; los ladrones del gavilán o lobo [...] Las plantas, como dijimos, representan los animales, no cada una, sino todas; quiero decir su colección, figurando una la cabeza, otra los ojos, esta la nariz, aquella el corazón, esotra las manos, otra los pies; así convenía que la colección de nuestro género representase también algo de la naturaleza; y representa a todas» (Curiosa y oculta, cap. XLVII). 11 Para la estancia de Porta en España, y su relación con Calderón, ver Pujasol (p. 6).
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Fig. 36. Phytognomonica (1588). Nieremberg explora en detalle la relación entre todos los organismos vivos, confirmando la superioridad del hombre. Su justificación se basa en que los animales —como los niños— carecen de discurso, por tener la cabeza más pegada al suelo y por ser la parte superior del cuerpo mayor que la inferior. Las plantas son seres inferiores a los animales, porque están cabeza abajo y no tienen sentido alguno. En definitiva, los vegetales se oponen al hombre, «a quien sin razón llamaron planta vuelta al revés, porque no es sino planta enderezada» (Nieremberg, Curiosa y oculta, cap. LIV). Tanto J. Cortés como el padre Nieremberg coinciden en que el determinismo puede ser alterado por el libre albedrío y la discreción del individuo. La fisionomía sería, así, una ciencia ventajosa, ya que alerta al hombre sobre determinadas propensiones, que puede corregir con más facilidad al conocerlas12. No parece ser esta la actitud de E. Pujasol, de cuya obra El sol solo, y para todos sol se deduce, no sólo que por el aspecto se puede averiguar el carácter de un individuo, sino
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Resulta también una ventaja para los demás, ya que «la diversidad de los rostros humanos [...] facilita el conocimiento que cada uno tiene de su prójimo» (Bovistuau, III, cap. I).
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que incluso pueden llegar a identificarse rasgos pertenecientes a un homicida (fig. 37)13.
Fig. 37. Diagrama para descifrar la complexión de los ojos (1637). Dos fenómenos sorprenden a los escritores del siglo XVII: que los hombres no se parezcan entre sí14, y que haya hombres tan parecidos que
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C. Lombroso (1835-1909), considerado el padre de la criminología moderna, mantiene, como Pujasol, que el homicida nace, no se hace, y dice ser capaz de identificarlo por el tamaño y forma de la cabeza, las dimensiones de la mandíbula, la carnosidad de los labios, los dientes y el tono de la piel, entre otros rasgos. 14 Encontramos dos apotegmas de Rufo con este tema: «Dos hermanos de casi igual edad eran tan desiguales en cuerpo, que no lo parecían, y diciéndole que eran hijos de un padre, respondió: “que más parecían dedos de una mano”» (p. 617). «Iba por una calle un padre con seis hijos, que para ser todos de una madre, tenían extrañeza: porque había entre ellos algunos bermejos, y otros rubios más claros, y otros morenos garzos y de pelo negro, que son extraordinarios matices; por los cuales dijo “que parecían cama de gozques”. Y preguntado por qué, respondió “que entre ellos hay diferentes colores, aunque sean de un mismo parto”» (p. 408). Palomino y Velasco, entrado el siglo XVIII, admite que «entre las
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sea imposible distinguirlos15. San Agustín ya se había maravillado de que en un espacio tan pequeño como la cara cupiese tanta variedad, fenómeno que no ocurre con las especies animales, cuyos ejemplares se parecen entre sí16. Pero el fenómeno verdaderamente explotado es el de la similitud física17. De lo dicho puede deducirse que alguien es monstruoso por ser en extremo diferente (por no parecerse a nada, no tener referentes, y ser el prototipo de la definición y singularidad), y también por ser sumamente parecido a otro individuo, expresión máxima de la indefinición e indistinción18, que puede incluso resultar peligrosa:
más admisibles obras de Naturaleza, no es la menor el que en una misma especie haya tal variedad de formas o semblantes» (p. 643). 15 «quiso el Criador que todos fuesen diferentes en la fisionomía y en el aspecto, para que entre ellos no hubiese confusión. Y aunque aquesta variedad es sumamente maravillosa, como es cosa común no nos causa admiración, y nos la causa cuando vemos que naturaleza produce aquello que a ella fuera más fácil de hacer, porque sería más conforme a su propiedad, que es formar dos rostros que en todo se parezcan. Pero aunque aquesto le fuera más fácil, para su naturaleza fuera más propio, para reparar la confusión que dello sucediera, se ha variado en tal manera que podemos decir que de la costumbre ha hecho ley de tal manera, que lo que nos había de parecer extraño nos parece natural, y lo que había de ser natural lo tenemos por un caso maravilloso» (Bovistuau, III, cap. I). 16 La ciudad de Dios, libro XXI, cap. 8. En ese sentido, Dios no es sólo creador, sino también pintor: «un pintor es loado si su arte sabe variar los perfiles, rasgos, sombras, colores y lejos; porque si todo lo que pintase fuese de una suerte y no supiese variar los aspectos, proporciones, líneas y cantidades, no habría ninguno, por de muy grosero ingenio que fuese, que no le juzgase por ignorante e indigno de llamarse pintor» (Bovistuau, III, cap. I). 17 Es el tema de un chiste popular explotado en la «Novela y escarmiento quinto» incluida en los Avisos de Liñán y Verdugo: «Ahora —dijo el del camino— me persuado con facilidad a que podemos ser parientes, porque según oí decir a mi padre, yendo a Murcia pasó muchas veces por ese lugar» (p. 122). Había sido, anteriormente, motivo del cuento LX de la Sobremesa de Timoneda. 18 Es el caso de Alonso y Rodrigo Téllez Girón (este último, Maestre de Calatrava en Fuenteovejuna) que eran hermanos gemelos: «El maestre don Rodrigo Girón y el conde de Urueña, su hermano, se parecían tanto, que los mismos que los servían y trataban cada día, si no era en los aderezos de sus personas, no los diferenciaban; y tanto, que se decía y afirmaba una cosa de ellos, y que siendo verdad no es poco maravillosa, y era, que cuando niños, que dormían juntos, si juntaban pierna con pierna o brazo con brazo, se les pegaba la una carne a la otra, de manera que había dificultad en despegarlos» (Jardín, tratado I).
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No ha muchos días que en Tolosa se procedió contra un hombre que se había fingido ser un caballero principal de aquella ciudad, que muchos años había sido ausente de ella, y en todo aquel tiempo había gozado de su mujer y de su hacienda. Pero como aquella maldad se descubrió, aquel sacro Parlamento le castigó con pena capital (Bovistuau, III, cap. I)19.
Un fenómeno que, además, rompe todas las reglas establecidas se da cuando el carácter no acompaña al físico. Si la figura determina la forma de ser, entonces dos personas semejantes deberían ser de carácter similar. El que no ocurra así produce gran desconcierto: Nacieron dos hermanos de un mismo parto, y aunque suelen estos mellizos parecerse infinito, eran aquellos diferentes en extremo, porque el uno era ingenioso y el otro material: sanguino el uno y el otro melancólico. Y la misma desigualdad corría en los talles, costumbres y profesión.Visto lo cual, dijo «que no eran dos, sino uno mismo». Preguntado por qué, respondió: «Porque el uno es el cuerpo, y el otro el alma» (Rufo, p. 123).
Con frecuencia se dan dos explicaciones para el parecido físico extremo: si se trata de dos gemelos idénticos —que sufren síntomas similares de enfermedad al mismo tiempo, completan las oraciones del
19 Se trata del Martin Guerre de A. Dumas quien, en las primeras páginas de su historia, se fija en lo maravilloso de la variedad de caras, para comenzar una historia que se basa en la semejanza absoluta de dos individuos no emparentados entre sí: «We are sometimes astonished at the striking resemblance existing between two persons who are absolute strangers to each other, but in fact it is the opposite which ought to surprise us. Indeed, why should we not rather admire a Creative Power so infinite in its variety that it never ceases to produce entirely different combinations with precisely the same elements? […] To begin with, each nation has its own distinct and characteristic type, separating it from other races of men […] again, in each nation we find families distinguished from each other by less general but still well-pronounced features […] What a multitude of physiognomies!» (vol. 6, p. 2.041). Del modo opuesto, a Bovistuau le sorprende, no la variedad, sino la similitud entre personas no emparentadas: «se han visto personas de tierras distantes, y no conjuntos en parentesco, que se han parecido tanto y no tal solamente en lo que es fisionomía, mas aun también en la forma, cantidad y apostura del cuerpo que casi era imposible saber distinguir el uno del otro» (III, cap. I).
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otro y son indistinguibles por sus propios padres20—, probablemente la naturaleza tuvo la intención de crear un solo ser, pero terminó produciendo dos exactamente iguales, como si se tratara de uno solo. Si, por el contrario, existen dos individuos iguales pero no emparentados, se achaca la semejanza a una cuestión de azar: existen muchas combinaciones posibles, pero como el número de elementos que las forman es limitado, en algún momento tiene que darse la repetición, por agotamiento de las posibilidades21. A. de Salazar y Torres dedicó un soneto «A dos hermanos nacidos de un parto, tan parecidos en rostro y acciones, que no se distinguían; murieron en un naufragio, y el mar los arrojó a la orilla abrazados»: ¿Qué dominio adquirís, constelaciones, allá en la fija luz del firmamento? ¡Que puedan, de un influjo, en un aliento, nacer y respirar dos corazones! Repitiose una vida en dos acciones, y de dos voces se formó un aliento, de dos almas fue solo un movimiento, pues también se imitaron las pasiones. De ver prodigio igual, el mar airado a uno anegó, pero los dos murieron, y unidos a la playa los condujo; como diciendo al cielo el Ponto helado: «Yo uno anegué, si entrambos fenecieron, divídase la culpa con tu influjo» (fol. 52). 20
«Tañen laúd, cantan de canto de órgano, y en el escribir tienen una misma forma de letra; tienen la voz, la habla, el andar, el movimiento, el aire, el trato, la conratación y todas las demás acciones tan semejantes que sus mismos padres y hermanos no los saben distinguir. Aquesta relación he tenido del señor Juan Vuillemin [...] que muchas veces le acaeció responder al uno de ellos acerca de cosas que el otro le había encargado [...] De más de esto, estar el uno indispuesto y sentir el otro alteraciones y padecer accidentes de la enfermedad del hermano.» (Bovistuau, III, cap. I). 21 «no sé yo cómo se podrá dar [las causas] del parecerse los que ni son parientes, mas aún son de distantes tierras, y que entre sus progenitores no hubo ningún conocimiento. Para mí tengo que no hay otra más de aquesta, que es que formando la común naturaleza tanta variedad y diversidad de embriones, después que toman la forma y el ser de criaturas, en tanta muchedumbre como son aciertan a parecerse algunos de ellos» (Bovistuau, III, cap. I).
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En la composición, los hermanos son vistos como un solo individuo cuyas acciones son una sola, con la única diferencia de que las sufren dos seres. A pesar de que el mar ahoga sólo a uno, la realidad repercute de idéntica forma en los gemelos, y se llega a la conclusión de que no pueden ser más que uno.
3.- DESFIGURAR
COMO ARTE
El canon de fealdad Es evidente que la población común seguía de manera consciente o inconsciente las indicaciones impresas en tratados de fisionomía22, y que éstos se nutrían a su vez de creencias populares. Prueba de ello son las Reglas para escoger amas de leche, escritas por el licenciado Toquero y publicadas en 1617. El autor ofrece las siguientes premisas para seleccionar la nodriza ideal: «Ha de ser el ama de buena cara, sin que sea bizca, ni mire a soslayo; de color vivo y moderadamente sanguino; no ha de ser muy blanca, [...] no colérica ni enojadiza». Preocupado porque la complexión de la nodriza pasase al lactante, especifica que ésta no debe ser «esclava, mora, negra o india»23. Teniendo en cuenta las descripciones de E. Pujasol, el retrato robot del hombre ideal consiste en cabeza grande («que significa entendimiento, ingenio y discurso»), cabello rubio («buen discurso y larga vida»)24, frente mediana («señal de buen juicio»), orejas medianas («bue-
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Todavía hoy circula la teoría de que los dueños de animales de compañía se mimetizan en éstos, y que las personas que les rodean son capaces de identificar parecidos concretos entre ellos. Del mismo modo, mantenemos la costumbre de motejar e insultar con nombres de animales: «Confirmación alguna de lo dicho son los modos de apodar singulares de la lengua española, llamando cara de gato o de perro de quien menos confiamos. Está fundado este modo de apodar en la doctrina de Aristóteles, que por la relación y semejanza del rostro con diferentes animales califica los ingenios humanos» (Nieremberg, Curiosa y oculta). 23 La selección de nodriza es tema crucial en siglos anteriores, como demuestra J. Manuel Cacho Blecua en «“Nunca quiso mamar lech de mugier rafez”: notas sobre la lactancia, del Libro de Alexandre a Don Juan Manuel». 24 J. de Medrano, en cambio, considera mejor al hombre de pelo negro: «siendo de mejor parte y naturalmente teniendo la barba negra, y cabellos negros, que son los más alabados entre fisiónomos, y filósofos» (fol. 23).
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nas costumbres»), ojos medianos, alegres y agraciados, de color negro («ingenio agudo, especulativo y acomodado para cualquier ciencia»), labios sutiles y blandos («buenas entrañas, magnánimo»), cuello grueso y de buen color («complexión fuerte y varonil»), manos agraciadas («mucha prudencia»), rostro de color trigueño («acomodado a la virtud»). El esquema seguido por J. Cortés en su Fisionomía es el siguiente: color del rostro, color del cuerpo, cerebro, corazón, hígado, estómago, cabellos, frente, cejas, ojos, nariz, boca, dientes, lengua, voz, risa, barba, rostro, orejas, cabeza, garganta, espaldas, brazos, manos, pecho, vientre, carne del cuerpo, costillas, muslos, nalgas, rodillas, piernas, pies, gibosos y estatura del individuo. Algunos de estos elementos, como las vísceras, no pueden apreciarse a simple vista, pero sus efectos se reflejan en manifestaciones externas que permiten un diagnóstico inequívoco para el observador avezado. El sol solo, y para todos sol de E. Pujasol contempla un mayor número de casos específicos. El estudio se fija, por este orden, en: cabeza, cabellos, frente, cejas, orejas, ojos, nariz, boca, labios, voz, dientes, lengua, barba, cuello, garganta, cerviz, brazos, manos, dedos, uñas, piernas, pies, color del rostro y humores del cuerpo. Cada apartado se subdivide a su vez en casos singulares, que a su vez se escinden en otros, intentando cubrir todo el espectro de posibilidades y establecer una taxonomía totalizadora. Dos cosas llaman la atención de esta síntesis del hombre ideal: la primera de ellas es que Pujasol y Cortés utilizan continuamente adjetivos como «mediano» y «agraciado», pero no especifican cuál es su modelo de proporción. Es decir, no puede extraerse un concepto exacto de belleza a partir de sus descripciones, ya que éstas no fijan el criterio del que parten al referirse a formas desproporcionadas. Para mayor desconcierto, tras haber determinado cómo es el hombre más propenso a la virtud, Pujasol añade que los individuos ciegos y sordos «los más de ellos suelen tener buen ingenio y agudeza», dejando completamente de lado las características físicas para establecer el carácter. Un segundo rasgo llamativo en El sol solo, y para todos sol, que se hace extensivo a la Fisionomía de J. Cortés, es que carece de apartados específicos para analizar el género femenino25. A diferencia de 25
El sol solo, y para todos sol cuenta con un único subapartado breve, dirigido al sexo femenino: «de la barba en las mujeres, la cual en las tales es señal de poca honestidad» (p. 86).
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tratados como el de Escoto, cuya Physionomia dedica capítulos a los diferentes sexos26, los de J. Cortés y E. Pujasol se dirigen únicamente al masculino. Ello es debido a que los retratos de la dama ideal (que igualaban, neoplatónicamente, el bien, lo bello y lo bueno) están establecidos tanto en la tradición literaria como en el saber popular, pero no tienen lugar en el conocimiento científico. Es de común acuerdo en la literatura de la época que la dama perfecta ha de poseer un largo cuello, piel pálida, y no tener la nariz chata ni los pies grandes27. Si concuerda con esa descripción, no cabrá duda de que será de carácter apacible, honesta y de buen juicio. J. de Medrano ofrece, en forma de enigma, dieciocho requisitos que debe reunir una mujer bella: Ha de ser larga en tres lugares, pequeña en tres lugares, colorada en tres lugares, y ancha en tres lugares, negra en tres lugares, y blanca en tres lugares. Y esto ha de ser d’esta suerte. Ha de tener el cuerpo medianamente largo, el cuello largo los dedos de las manos largos. Ha de tener pequeñas medianamente las narices, pequeña la boca, y pequeños los pies. Ha de ser colorada en los labios, colorada en las enzías, colorada en los carrillos. Ha de ser ancha en los hombros, ancha en las caderas, y ancha en los muslos. Ha de ser naturalmente negra, en los cabellos y cejas, negra en las pestañas, y negra en los ojos.
26
Ver Caro Baroja, 1993, p. 59. Como ejemplos burlescos de este último rasgo, ver las composiciones de A. de Salazar y Torres «A una dama de pie demasiadamente crecido» (fol. 60), y de A. de Solís y Rivadeneyra «Al pie largo de una dama» (fol. 114). 27
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Ha de ser blanca en el cuerpo, blanca en la cara, y blanca en los dientes (fols. 13-14).
Basados en estos cánones ideales, surgen lecturas paralelas que construyen un anticanon físico, que lleva incorporada su decodificación moral y etiológica. A lo largo de sus apotegmas Juan Rufo elabora una parodia que descansa sobre las convenciones de los retratos ideales vistos más arriba, y que puede leerse como rasgos de una caricatura. Comenzando por los ojos, éstos se presentan como ligeramente estrábicos o bizcos, y llaman la atención como un defecto muy marcado: «Trataba familiarmente mucho tiempo había con hombre bizco. Pues como, tras haberle visto y hablado infinitas veces, dijese un paje suyo que parecía que aquél era tuerto, respondió: “Y tú también, pues lo echas de ver ahora”» (p. 649). La atención por el aspecto prosigue con nariz y boca. Según las reglas de la fisionomía, la disposición exterior determina el carácter, y por eso se dice de un caballero con la boca muy grande y la nariz muy pequeña, que tenía la costumbre de prometer sin cumplir, «Que prometía con la boca y cumplía con las narices» (Rufo, p. 146). El color del rostro también es parte determinante del retrato y, aunque supuestamente está en concordancia con el talante de la persona, el antirretrato invierte una vez más las normas: Adoraba un gentilhombre a una mujer de color de membrillo cocido, y con ser verdad que suelen las de aquel color tener cierto brío y donaire natural, ésta era más fría que la más blanca flamenca que nació debajo del Norte. Pues como dándole al galán la vaya de la mala elección de su gusto, él se excusase con decir que aquélla era mujer maravillosa, respondió: «Harta maravilla es haber nieve en Sierra Morena» (p. 511)28.
Las apotegmas de Rufo dan también cuenta de paradojas o contradicciones de un nuevo canon que aúna el cuerpo agraciado y la cara horrible (p. 233), o el tamaño pequeño y la soberbia grande (p. 216). De todo ello surge una caricatura literaria opuesta al retrato ideal, 28
El tópico del color de la mujer en relación con su carácter puede rastrearse, desde la poesía popular medieval, en el Corpus recogido por M. Frenk.
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un nuevo canon de desproporción que se impone como marca de ingenio poético. El objetivo que persigue el autor de la «Loa en alabanza de las mujeres feas» —texto que precede a la comedia La enemiga favorable de F. Agustín Tárrega29— consiste en compilar todas las características de las feas y hacer notar que vivir al margen de un ideal de belleza conlleva muchas ventajas. Por ejemplo, la mujer fea aprecia cualquier elogio, y no teme provocar los celos de su marido o que el sol le queme la piel. La mujer bella, en cambio, vive pendiente de que su virtud no se rompa, es prisionera de su marido, levanta pleitos y disputas y es, en definitiva, esclava de su propia belleza. Del mismo modo que existe un subgénero en la galería de retratos de personajes ilustres30, y otro en las galerías de epitafios31, es posible aislar una galería anti-personas basada en un canon de fealdad. Ésta puede estar compuesta, entre muchos otros caracteres, por individuos de una determinada profesión (como los médicos de Quevedo, pertenecientes a ella por sus prácticas dudosas), por linajes32, o bien por taras físicas.
29
Citado por R. de Mesonero Romanos, t. 43, pp. 97-98. E. Cotarelo atribuye el texto a F. de Ávila, y lo fecha en 1615. 30 Debemos recordar la tradición renacentista de estas galerías, cuyo punto de referencia durante la primera mitad del siglo XVII se encuentra en obras como el Libro de descripción de verdaderos retratos, de F. Pacheco, o los Varones insignes en letras naturales de R. Caro. En esa misma tradición, Lope de Vega refiere: «En esta cuadra por mi gusto, amigo Amphryso, he puesto algunos mármoles, retratos de personas ilustres, de ellas que ya han pasado, y de ellas que aún no han nacido, de Grecia, Italia y España» (Arcadia, libro III). 31 Recordemos que las Rimas de Lope de Vega se cierran con una colección de treinta y siete epitafios; precisamente con un grupo de cinco de ellos concluye la sección de «Poemas satíricos» de Quevedo en la edición del Parnaso español de González de Salas (1648). También termina con una serie de ellos la primera parte del Quijote. El trabajo realizado por L. Rodríguez Cacho comprende una breve historia del epitafio, así como un estudio del género a finales del siglo XVI, especialmente en la obra de L. Zapata de Chaves y J. de Medrano. Como ha demostrado la autora, el epitafio de muerte insólita es otra variedad de este género breve; probablemente también lo sea el burlesco a seres deformes, como el «Epitafio de Mateo Pico», en los Avisos de Barrionuevo: «En este palmo de tierra / Mateo Pico está enterrado, / de muchachos acosado, / a quien dieron cruda guerra. / Tamaño fue como un hongo, / como mosca impertinente». 32 Ver A. Egido, 1996.
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Lope de Vega, en una de las galerías de retratos de poetas famosos esparcidas a lo largo de la Arcadia, reconoce la relación entre apariencia y carácter: «Luego se veían por su antiguedad puestos en orden [...] Sextilio Ena y Lucano españoles, sin otros muchos, en cuyos rostros y fisionomías se conocían las calidades de sus ingenios» (libro V)33. Este parecer es corroborado por A. Palomino de Castro y Velasco, uno de los últimos teóricos de la pintura del siglo XVII, quien incluye en el segundo tomo de El museo pictórico un capítulo dedicado a la «inteligencia que debe tener el pintor de la fisionomía para sublimar la perfección de sus obras», tomando como base el principio de que «el semblante y la constitución del cuerpo en el hombre son índices de sus pasiones». La creencia en la fisionomía o, al menos, su puesta en práctica está muy extendida, especialmente en composiciones que parodian mitos clásicos. Cuando éstos son heroicos y modélicos, están caracterizados como figuras proporcionadas. Si, por el contrario, nos situamos en la corriente de desmitificación que llevan a cabo autores como Luis de Góngora, el físico se ve implicado en la reelaboración de estas historias clásicas. La puesta en ridículo de personajes mitológicos se lleva a cabo recurriendo a sus actitudes, que son modificadas con respecto a las historias originales; pero también su aspecto es parodiado a modo de caricatura. En el siglo XVI, M. Rota dibujó una galería con retratos paródicos de figuras mitológicas, bajo los epígrafes: «belliss Narciso», «la divina Venere», «il bello Adonis», «il biondo Apollo», «la potente Iunone», «il fulminante Giovi», «la castísima Diana» e «il vaco Ganimede» (fig. 38)34. Paralelamente, Góngora desarrolla en sus romances paródicos una antimitología en la que los héroes quedan degradados física y moralmente. Se refiere a un Durandarte boquirrubio en su romance «Diez años vivió Belerma», y a un Leandro muy poco agraciado en el que comienza «Aunque entiendo poco griego» (vv. 109 y ss.). La parodia 33
Caro Baroja ofrece algunos otros ejemplos en Quevedo, Cervantes, Suárez de Figueroa y el mismo Lope (1993, pp. 145-150), de los que se concluye que las actitudes ante la fisionomía varían según los autores. 34 Como contraste, Rota es autor de una serie de grabados «serios» dedicados a emperadores romanos como Tito, Trajano o Domiciano (Zerner, pp. 4063), así como de retratos de hombres ilustres como Carlos V (p. 69) y F. Hurtado de Mendoza (p. 95).
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de mitos con referente en el acervo literario se basa, para ser efectiva, en el conocimiento de la historia base, sobre la que se alteran determinados elementos35. Pero los protagonistas de estas historias suelen ser, por defecto, bellos, con lo que la libertad para distorsionar sus rasgos físicos es ilimitada, al no haber un referente específico del que partir. La caricatura física complementa, así, a la torpeza de los protagonistas, y confirma la aseveración de la ciencia fisionómica de que comportamiento y aspecto son acordes.
Fig. 38. Martino Rota. Divinidades paganas. 35 Existe divergencia de opiniones respecto a la función cómica de la parodia, así como una evolución diacrónica que altera el significado del término, como señala Rose. Contrapunto a la desmitificación llevada a cabo por Góngora es el procedimiento construido por B. Gracián: la pintura de El Bosco es, en El Criticón (I, pp. 192-193), fiel reflejo de una realidad que resulta no tener pies ni cabeza.
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J. Caro Baroja ha apuntado que los tratados de fisionomía, desde Aristóteles en adelante, «cargaban», o sea, «caricaturizaban» los rasgos faciales y corporales para hacerlos más identificables, y que ello llamó la atención de los pintores y escultores, interesados en el cuerpo humano.También distingue entre caricatura física pura, «que atiende a la exageración de rasgos materiales» (equivalente a la ya mencionada poesía de academia) y caricatura moral, «que se refiere a vicios y pasiones» (1990a, pp. 244-247). Se ha especulado sobre los orígenes de la caricatura en España, cuyos inicios no han sido aún definidos: mientras que Italia cuenta con dibujantes como Leonardo, Rota o della Bella, podría verse al primer caricaturista español en J. de Ribera, tal vez influido por su prolongada estancia italiana. Pintor interesado en los rasgos físicos, realizó ensayos sobre expresiones y partes del cuerpo que fueron transformadas posteriormente en cartillas para aprender a dibujar36. Se ha visto en L. da Vinci y en M. Rota el antecedente de estos dibujos, aunque sin duda J. Palma «el joven» también debe ser contado entre los antecesores probables de los dibujos de Ribera37. En todo caso, lo que sí parece seguro es que la caricatura, intencionada o no, es un género que tiene como soporte el dibujo, no el óleo u otras técnicas pictóricas más elaboradas.
Fig. 39. Estudios de nariz y boca. Juan Barcelón, a partir de José de Ribera (ca. 1622).
36 La edición de Ruiz Ortega sobre J. Barcelón representa un buen estudio sobre la historia y función pedagógica de dichas cartillas. 37 Si se compara la ilustración de J. Palma recogida en Zerner (p. 125) con las cartillas de Ribera, puede notarse que las diferencias son casi inexistentes.
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E. Panofsky (1955) aisló los procedimientos mediante los cuales diversas culturas crean figuras en diferentes períodos artísticos: sea por métodos mecánicos —como en el arte egipcio—, o basados en fracciones intrínsecas al objeto —como en el griego—, el uso de proporciones objetivas y proporciones técnicas sirve de patrón para la búsqueda del homo bene figuratus. El modelo de belleza y la forma de construirla varían a través del tiempo, pero siempre cuenta con guías para su consecución. La construcción de lo feo, en cambio, tiene como modelo su propia práctica, a falta de una teoría básica que no se funde en la oposición al canon de belleza mismo. No se fundamenta en un modelo aleatorio, ya que el artista sabe cómo deformar de manera efectiva para crear fealdad, pero la ausencia de una teoría o fórmula matemática bajo la cual operar hace parecer más circunstancial o intuitiva la creación de lo feo, que simula basarse más en su percepción que en su construcción. La fealdad, aparentemente, está en el ojo del espectador, más que en la mano del artista, a quien le resulta difícil determinar cuán desproporcionada ha de ser una figura para ser fea. El canon de lo feo, menos constreñido y más abierto, reside en su propia práctica y en las infinitas variaciones que es capaz de elaborar, libremente, a partir de un código estático de belleza. Deformar está de moda A. Cubillo de Aragón, en la «Carta que escribió el autor a un amigo suyo», ofrece los siguientes consejos para hacerse un nombre como poeta en la corte: Si en Academia alguna te hallares donde ya por costumbre recibida algún señor presida, obedece al asunto y no repares en que sátira sea; que como se usa allí de impersonales, ya pintando una vieja, ya una fea, un miserable, un calvo, un antojado, y en esta acción lucida no se tira a ventana conocida, puedes, sin que tu pluma desmerezca, decir cuanto al ingenio se le ofrezca (Dadson, p. 102).
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Esta carta nos da idea de que el ser un buen poeta consiste en reforzar ciertos estereotipos preconcebidos, muchos de los cuales procedían del género epigramático cultivado en la poesía clásica38. El corpus del siglo XVII ofrece textos breves de imitación grecorromana y, al mismo tiempo, estos temas clásicos adquieren nuevas formas métricas más extensas, como la silva. Común a todos ellos es el espíritu festivo, jocoso y celebratorio, en la línea de otros géneros como el cuentecillo popular, los entremeses, los juguetes y los disparates. Es también distintivo de la producción poética humorística su desarrollo dentro del espacio cortesano, donde habita una variada galería de tipos; en la corte puede encontrarse el punto de partida para cualquier burla ingeniosa que tenga como objeto el aspecto físico. Si el mundo es un teatro, la urbe es su espacio privilegiado de rareza y peculiaridad. En el ambiente cortesano todo es susceptible de ser deformado y transformado en monstruoso, sin que sea necesario tener delante un referente específico procedente de la realidad; teniendo como modelo los «impersonales» mencionados por Cubillo de Aragón, el objetivo consiste en conseguir el mayor retorcimiento posible. Como ha señalado K. Contag: «The victims of the burlesque mode of representation become flat characters […] Burlesque is a mode which employs caricature, travesty, grotesque distortion, extravaganza, and other methods and techniques of mockery for “purposeful” amusement» (pp. 34, 35). No se trata de burlas de verdaderas personas, sino más bien de recrear arquetipos o géneros preexistentes para crear una nueva realidad a través del lenguaje; una realidad divertida, amena, y que permita experimentar la sutileza poética, el ingenio y la comicidad. Como refiere Cubillo de Aragón, el poeta debe poner en práctica procedimientos académicos por medio de los cuales se intenta conseguir la mejor caracterización de un tipo deforme preestablecido. En palabras de Caro Baroja: «la voluntad, el “querer” fijar precisamente una expresión es algo que nos lleva a considerar otros elementos plásticos 38 Deuda reconocida explícitamente, entre otros, por Quevedo en el poema «A una mujer flaca»: «Cantó la pulga Ovidio, honor romano, / y la mosca Luciano, / de las ranas Homero; yo confieso / que ellos cantaron cosa de más peso; / yo escribiré con pluma más delgada / materia más sutil y delicada» (Espinosa, fol. 55v).
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muy significativos en nuestro trabajo: las máscaras» (1993, p. 17). De ese modo, se establece una gama de figuras tipificadas que sirven como tema poético de moda. Esta faceta se basa en la apariencia de los individuos, que se presentan deshumanizados, exponiéndose sus rasgos más sobresalientes. Son el medio ideal para la pirueta poética, la exhibición preciosista de figuras y el alarde en academias, donde los autores han de aguzar el ingenio para conseguir las máximas exageraciones. Junto a la máscara, que tiene su base en un tipo real, existe otro modo de deformación que proviene de las representaciones que, a lo largo del siglo XVI, adornaron las villas italianas en forma de grutescos y caprichos disparatados, del pincel de autores como C. Baglione, Giovan A. Paganino o G. Rossignolo, de estrechísima similitud con los seres deformes que emergen en la pintura flamenca. Buena parte de estas representaciones, difundidas en los óleos de Arcimboldo y El Bosco, muestran roedores moviendo una esfera, peces envueltos en espirales, gallos manejando mecanismos de cuerdas, mujeres con cabeza piramidal, hombres-árbol y pájaros-violín (Morel). Análogamente, en España se hallan algunos impresos y manuscritos poéticos donde se construyen seres disparatados y caprichosos. Estos monstruos son metafóricos, difícilmente reconstruibles por las artes plásticas, y más dirigidos al escarnio personal que a la de tipos o deformidades reconocibles: tiene los pies de copla, las piernas de sábana y rodillas de fregar, y cuerpo de bienes, y coyunturas de necios, y brazos de mar, y muñecas de Flandes, y manos de papel, y cuello de garrafa; barba de ballena, boca de infierno, dientes de sierra, muelas de barbero, lengua de agua, carrillos de pozo, narices de galera, ojos de Guadiana con sus cejas y pestañas de raso, orejas de mercader y cabeza de testamento («Carta del monstruo satírico de la lengua española»)39.
39
Documento anónimo del siglo XVI, citado en Paz y Melia, p. 95. La enumeración disparatada se repite con variaciones en los Diálogos de apacible entretenimiento de G. L. Hidalgo, a la que añade su contrapartida femenina: «los huesos de la lamprea, / la cabeza del tronco de Holofernes, / el pelo de la rana, / el cocote de los asturianos, / la frente de ganso / los sesos de los enfermos del Hospital de Zaragoza, / las cejas del buboso, / los ojos de topo, / las orejas de ladrón sin ellas, / los carrillos de calavera, / las narices de romo, / la boca de media masca-
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Algunos géneros, como el disparate, no ofrecen duda acerca de su alejamiento de la realidad circundante: Parió un hijo corcovado, sordo, ciego, cojo y manco, medio prieto y medio blanco, medio azul y colorado, muy barbado, y engreído; nació vestido, con espada apercebido, y esgrimiendo, muy horrendo (Periñán, p. 37).
Este engendro, cuyo referente está excesivamente desplazado, probablemente parodia de los textos sobre monstruos impresos en pliegos sueltos. Es el mismo caso el del llamado Parto de la Rollona o Niño de la Rollona, tema de varias mojigangas en las que el recién nacido es el actor «más alto de la compañía con botas y espuelas», que a veces lleva barba (Calderón, 1990, 366 nota); y también del soneto de Quevedo que escribe a Isdaura como «Un tenedor con medias y zapatos / [...] / por manos, dos cazones y diez gatos / […] / por ojos, dos furísimos Pilatos» (1996, p. 570). Estas construcciones se presentan casi como una distorsión anamórfica de la figura, cuya perspectiva está tan desvirtuada que adquiere un nuevo significado, independiente de la deformación de la cual parte. Como ha señalado S. Sarduy: «la anamorfosis […] se presenta como una opacidad inicial y reconstituye, en el desplazamiento del sujeto que implica, la trayectoria mental de la alegoría, que se capta cuando el pensamiento abandona la perspectiva directa, frontal, para situarse oblicuamente con relación al texto» (p. 67).
rilla, / los dientes de infante de ocho días [...]» (fol. 291); idéntico es el texto de Sánchez Tortolés (fols. 122-124), posterior al de Hidalgo, que hace suponer otro caso más de «intertextualidad». A. Mas ha compilado la galería de «Maritornes» quevedescas, entre las que destacan los disparates compuestos a partir de figuras como la Madre Muntañones de la Sierra, espécimen híbrido de la serrana y Celestina (p. 71). Para un estudio sobre figuras esperpénticas no centradas en la mujer, ver I. Arellano (1995).
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Dentro de las deformidades y defectos susceptibles de ser acentuados cabe destacar lo pequeño, lo grande, lo delgado y lo grueso40. Este último es el caso de las respectivas silvas que P. Espinosa (Espinosa, fol. 33) y el licenciado J. de Valdés y Meléndez (Espinosa, fols. 106r-106v) dedican a mujeres gordas. Dirigiéndose en primera persona al sujeto de la burla cuentan, como la mayoría de las composiciones del género, con un epígrafe que resume su tema. Los poetas no tratan de establecer una reprobación moral contra el vicio de la gula, la falta de mesura y la gordura de estas mujeres, sino que construyen comparaciones cómicas con «los grandes de Castilla» o la ballena de Jonás, como medio de acentuar sus grandes dimensiones y, de paso, echar pullas al linaje y la ‘grandeza’41. J. Polo de Medina42 propone una serie de definiciones para «un licenciado muy flaco y delicado» (p. 147); no trata de establecer una crítica al hambre que pasaban los licenciados en la época, sino de concatenar versos que comparen la delgadez extrema con diversos objetos (la cuerda de una guitarra, un espárrago, un fideo, etc.), para terminar aconsejando al sujeto que se examine de duende o de fantasma, ya que sin duda pasará airoso las pruebas. El autor lleva a cabo el mismo procedimiento en la silva «A una dama muy flaca que siempre juraba “Por el alma que tengo en estas carnes”» (Castro, p. 203). En ella, se pone de manifiesto que, si hay proporción entre cuerpo y alma, entonces Dinarda carece de ambas cosas, dada su extrema delgadez; su físico se define como «una mujer de hueso», cuya perra no puede treparle al regazo porque se cortaría con los filos43. A.
40
Como paradigma, cabe citar la impresión de T. de Molina en los Cigarrales de Toledo, acerca del estreno de Don Gil de las calzas verdes. Representando Jerónima de Burgos el papel principal, su gran tamaño contrastaba con la delicadeza y finura de don Gil, provocando la risa del público: «con más carnes que un antruejo, más años que el solar de la Montaña y más arrugas que una carga de repollos, y que se enamore la otra y le diga: ¡Ay, qué don Gilito de perlas!» (p. 451-452). 41 Como señala F. Bouza, la gordura estaba considerada como falta de estética en la corte (p. 49), si bien es verdad que la extrema flaqueza es objeto de burlas todavía más ensañadas, y es tema que da más juego a la poesía de academia. 42 Uno de los mayores cultivadores de poesía de academia, es autor de las Academias del jardín, que tenían lugar en el Palacio de Espinardo, en Murcia (AA. VV., 1976, p. 13). 43 Otro contraste es el que establece, por yuxtaposición de elementos, en el epigrama «A unas piernas delgadas con unas grandes ligas» (p. 114).
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de Solís y Rivadeneyra, por su parte, dedica un epigrama «A uno muy flaco» (Castro, p. 443), donde el sujeto no tiene piernas, sino hilos. Análogamente, un poeta anónimo, en su epigrama «Al sepulcro de una dama muy flaca» (Castro, p. 575), llega a la conclusión de que aunque su esqueleto se deshaga nunca llegará a ser tan delgado como cuando estaba viva. Hay partes del cuerpo más susceptibles de ser deformadas que otras. Una de las desproporciones que más han llamado la atención a la crítica es la de la nariz, liderada por el antológico soneto de Quevedo44. J. de Medrano, en el apartado de su obra dedicado a «Observaciones naturales de los antiguos: curiosas, y verdaderas por la mayor parte», recoge un dicho popular que reza «hombre narigudo, pocas veces cornudo. Esto se dice porque naturalmente los que tienen la nariz larga o aquilina suelen ser muy animosos astutos y avisados, y es cosa harto difícil de engañarlos» (fol. 22)45. Polo de Medina se suma a la convención estética, aunque exenta de calificativos morales, con las composiciones «A unas narices y una boca muy grande» (p. 112) y «A una nariz muy grande» (p. 132). Son, como las de Quevedo, «archinarices», que pueden servir de gorra; son equiparables a colosos de Rodas, e independientes de las personas que las poseen de tal modo que llegan a los sitios antes que sus dueños (Rufo, p. 81). La décima que J. de Barrionuevo dedica «A un narigón» identifica al sujeto con un carnero, como una raza aparte, atribuyendo sus características a la influencia del clima: «Pero en esta tierra fría / la extrañeza se acrisola / de una maravilla sola, / que un forastero ha venido / que entre cejas le ha nacido / nariz en lugar de cola»46. En el entremés anónimo de El hospital de los podridos uno de los enfermos se queja del estorbo de las narices grandes: «Dice que suele un narigón de estos pasar por una calle angosta y que ocupa tanto la calle que es menester ir de medio lado para que pasen los que van por ella; y fuera deste inconveniente, hay otro mayor, que es 44
Algunas otras narices y sus funciones han sido estudiadas por E. Anderson Imbert. 45 C. de Bergerac ha de trasladar las virtudes del narigón a otro mundo, no siendo posible su virtud moral en éste: «Un grand nez est le signe d’un homme spirituel, courtois, afable, généreux, libéral, et le petit est un signe du contraire». 46 Todavía en un mapa de 1646 A. de Ovalle dotaba a los individuos de Tierra de Fuego de cola.
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gastar pañizuelos disformes en tanta manera, que pueden servir de velas de navíos» (Cotarelo, p. 97). El enanismo y la joroba son dos deformidades muy cultivadas en la poesía académica. Polo de Medina dedica respectivas composiciones a «A un hombre pequeño de cuerpo, corcovado y con grandes narices, que hizo esta copla» (p. 156), «A un hombre gibado y pequeño de cuerpo» (p. 135), y «A un enano» (Castro, p. 199), mientras que A. de Solís y Rivadeneyra lo hace «A un enano estevado» (fol. 62). J. Cortés dedica un apartado a los jorobados en su Fisionomía donde especifica que, si la protuberancia está en la espalda, son sagaces, ingeniosos, falsos, maliciosos y tienen mala memoria; si, por el contrario, la tienen delante, son «doblados y más simples que sabios». Nos hemos referido en capítulos anteriores a la función de los enanos en la corte española, apreciados por sus señores y envidiados por sus acólitos. Aunque sería arriesgado aventurar una teoría general que tuviese como fundamento la aversión de los poetas por los enanos (envidiosos del buen trato que se les daba en la corte, y compitiendo por el mecenazgo), pueden localizarse casos de esta crítica, por ejemplo en las Apotegmas de Rufo: Salía un enano disformísimo y desgraciado de la cámara de un gran señor, que le hacía mucha merced, diciendo a otros criados: «El Duque mi señor no echa de ver en pocas cosas». «Sí echa —dijo uno de ellos—, pues echa de ver en vos». Respondió el enano; «Es verdad que soy muy poco; pero soy muy poco, y bueno». Respondió: «Lo muy poco ya lo vemos; eso otro no lo creemos» (p. 542).
Análogamente, en los Avisos de Barrionuevo puede leerse el «Epitafio a la sepultura de este médico ahorcado», donde un enano es criticado por haber quedado impune tras cometer un crimen: Aquí yace sepultado el Licenciado Vergara, que por una cosa rara fue médico y ahorcado. Estando en el Antazón le imputaron sin razón que a la mujer que tenía y al ama que la servía
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mató con una azadón. Su yerno, hombrecillo enano como del codo a la mano, confesó que las mató; claro, aunque tarde, se vio ser delito de un villano.
Aunque estos casos indican animadversión hacia los enanos, es difícil determinar si se trata de un sentimiento generalizado47. Hay que considerar que, en el caso de la poesía, si el objetivo es llegar al máximo grado de hipérbole posible, el enano permite un mayor número de comparaciones, a la vez que cuenta con una tradición literaria sólida. Lo mismo podría decirse del jorobado como motivo literario: salvo la excepción de las conocidas injurias al dramaturgo Ruiz de Alarcón por parte de poetas acólitos, es difícil establecer una relación sistemática entre esta deformidad y algún modo de crítica más generalizada. Como hemos observado, lo gordo y lo delgado, como lo grande y lo pequeño, son dimensiones muy productivas en el siglo XVII. Especialmente el gusto por lo grande, por monumental y espectacular, parece ser un síntoma de la época: ejemplo de ello son los enormes túmulos arquitectónicos a la muerte de Felipe III y de Margarita de Austria, y el puente de Segovia sobre el Manzanares, que tanta polvareda crítica levantaran entre los intelectuales48. Y, dentro de las formas poéticas, cabe señalar la poesía épica como máxima expresión de 47
En capítulos anteriores se han visto casos de elogio del propio Barrionuevo a enanos que pagaban las deudas de la reina. La figura también permite el chiste fácil, con base en la animalización: «Estaba a la cabecera de un personaje rascándole la cabeza un enano, el menor que se ha visto, al cual dijo: “Conjúrote que me digas si eres liendre que comes, o persona que rascas”» (Rufo, p. 176). El romance LXXXVI del conde de Villamediana «A una señora que estaba para casarse en casa de su cuñado, que éste era muy pequeño de cuerpo y tenía un mayordomo más pequeño, que eran los que tenían a cargo la casa» recomienda a la dama que huya de tal compañía, estableciendo la composición sobre la base del carpe diem. 48 Es conocida la proclividad de Góngora a dedicar sonetos a estos temas: «Duélete desa puente, Manzanares», «Manzanares, Manzanares, / [...] / enano sois de una puente», «Señora doña puente segoviana», «Ícaro de bayeta, si de pino». Como es sabido, otros sonetos al puente de Segovia salen de la pluma de Lope de Vega y Quevedo.
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la narración en verso. Situándose en el extremo opuesto, G. Bachelard concibió las distintas formas de la miniatura como una manera de percepción que permite controlar el mundo (p. 153). Ciertamente, y en contraste con la poesía épica, la relación de los poetas áureos con formas como el epigrama o el epitafio es incuestionable. Lo pequeño ve también manifestaciones en artes aplicadas como pasamanería, orfebrería, armería y calcografía, que elaboran los objetos hasta el agotamiento. Pero si lo grande y lo pequeño son, de por sí, formas productivas de representación, tanto poetas como pintores buscan la mayor diferencia posible entre las cosas por medio del contraste entre las dimensiones. Los lectores de poesía del siglo XVII encuentran la comicidad en el extremo de las cosas, y los autores la buscan por medio de figuras que establecen los contrastes, tales como la comparación, la metáfora, la hipérbole o la catacresis. En estas representaciones, el extremo temático encuentra su expresión más adecuada en el extremo retórico. Son recursos dominados por los pintores, quienes utilizan elementos de referencia, no sólo para dar una idea del tamaño real de las figuras que retratan, sino para acentuar al máximo sus dimensiones49. Ya que, puestos en contraste, los tamaños se realzan todavía más, Góngora no duda en comparar el Manzanares con un enano, y el Puente de Segovia con un gigante, como hemos visto. De la misma forma, J. Rufo pone en evidencia el tamaño de dos personas, como en un concurso de estatura, para llegar a la desilusión de que un gigante no doble en altura a un enano: Concurrieron en cierta conversación el menor enano y uno de los más altos hombres de España, y así, dio algo que decir entre los circunstantes aquel altibajo; pero, llegados a medirse, viose manifiestamente que, 49
Es evidente la puesta en práctica del recurso en el lienzo «El enano Diego de Acedo» retratado por Velázquez alrededor de 1635, casi más pequeño que el libro que trata de sostener. Una técnica común para resaltar los tamaños consiste en pintar enanos y niños al lado de perros de raza grande, como hacen J. Fyt, J. de Ribera y el mismo Velázquez. Lope de Vega aplica el recurso en Obras son amores, incluida en la Oncena parte de sus comedias: «Por padrino / Félix trajo al gigante Polifemo / [...] / iba con el gigante un bello enano» (fol. 81). Aparte de la raigambre artúrica de Sancho, detalladamente trazada por E. Urbina, el contraste de tamaño entre don Quijote y Sancho Panza se basa en esta simple técnica pictórica.
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con toda su desigualdad, no tenía el hombre grande dos [veces] tanta estatura que el enano.Visto lo cual, dijo al enanillo: «En mucho defraudan al que engañan en la mitad del justo precio, pues un cuerpo tan menoscabado como el vuestro aun no puede alegallo» (p. 457).
Cualquier contraste que ponga en evidencia los extremos y distorsione la perspectiva será del gusto de los géneros burlescos. El procedimiento es comparable al que se da en las artes gráficas, como los ensayos sobre perspectiva llevados a cabo por J. García Hidalgo (fig. 40), que tienen como resultado figuras o partes corporales deformes. Se trata de esbozos a carboncillo, que experimentan para alcanzar los límites posibles de nuevos puntos de vista50.
Fig. 40. José García Hidalgo. Modelo de anamorfosis. 50 Las operaciones de anamorfosis y perspectivas distorsionadas no son comunes en las artes gráficas españolas. Es más frecuente encontrarlas en poesía, donde partes del cuerpo se comparan con diferentes elementos. El estudio que J. Baltrušaitis (1969) dedica a la anamorfosis no presenta ningún caso peninsular; A. Aracil tampoco lista ningún artefacto español destinado a la creación de distorsiones. La anamorfosis pictórica en España es una exploración destinada a ensayar proporciones para obras mayores, no un juguete en gabinetes cortesanos como los que operaban en Francia hacia 1645, recogidos por J. Dubreil.
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Apartado especial forman los autorretratos grotescos, como los compuestos por F. de Trillo y Figueroa y Polo de Medina51. Del mismo modo que Scarron se hizo pintar por della Bella como un enano de quien se ríen las mujeres para la edición de sus obras de 1649, estos dos retratos poéticos se caracterizan por su intención caricaturesca y jocosa. Trillo y Figueroa (p. 180) aparece compuesto por diversos elementos dispares, marcados todos ellos por la desproporción. Dice tener cabeza de asno, orejas como toldos, frente y cejas a modo de puente y arcos, nariz tan larga como la vara de un alcalde, barba de erizo, cuello muy grueso, brazos tan largos que llegan al suelo, unas piernas tan largas que le permiten alcanzar los tejados y pies enormes. Podría resumirse todo ello como la antítesis del canon del hombre ideal contenido en los tratados de fisionomía, o un anti-canon en sí mismo. Polo de Medina se muestra a las damas «que le pidieron se pintase en verso» (Castro, p. 182) utilizando recursos similares a los de Trillo y Figueroa, con la diferencia de que algunas veces el resultado es un individuo situado en la normalidad, pero descrito en términos deformes. Por ejemplo, cuando dice que su estatura es «entre enano y gigante», emplea conceptos anormales para decir que su estatura es mediana. Del mismo modo, cuando escribe que tiene «nueve mil auroras» no hace sino declarar su edad: veintitrés años52. Ambos poetas siguen un esquema que comprende la descripción física, seguida de referencias a su carácter. Al igual que J. E. Nieremberg admitía que un lunar puede ser hermoso, J. Rufo reconoce que una pequeña tara proporciona identidad y gracia a pesar de ser, teóricamente, un defecto sobre el canon de belleza. Por ello, elogia a dos mujeres, una estrábica53 y otra
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Para una comparación entre este retrato y el «retrato interior» del «Primero sueño» de sor Juana, ver Bergmann (pp. 235-236). 52 Estas hipérboles le ganaron la fama de crítico del estilo de Góngora.Algunas revisiones a su obra han discutido largamente la cuestión (AA.VV., 1976, p. 74 y ss.). 53 «Cierta hermosísima portuguesa volvía un poco el ojo derecho, con la gracia que bastaba a no causarle fealdad. Pues como dos mujeres, envidiosas de su hermosura, la acusasen de aquel defecto, les dijo así: “Si oblicua luz nos envía / su vista de cuando en cuando, / es porque mata mirando, / y mira de puntería”» (p. 61).
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delgada, y critica la tendencia de los hombres a renegar de sus defectos. Estos ejemplos demuestran que la línea entre lo deforme y lo bello es aleatoria y nunca ha dependido más del criterio del sujeto que en el siglo XVII. Ars injuriandi K. Contag ha sugerido que «particularly in periods of political, economic and social crises, festive images help to build an historical awareness and a critical consciousness of crisis» (p. 4). El caso del corpus quevediano es ilustrativo, ya que pone de relieve esta conciencia crítica ante la decadencia social. Como hemos visto, la frontera entre poesía burlesca y satírica puede llegar a ser imperceptible. Algunos de los ejemplos que hemos considerado caricaturescos pueden tener un trasfondo crítico más profundo, y no limitarse al simple divertimento. Sin embargo son, en sí mismos, ejemplos claros de poesía académica que tienen como fin el acentuar al máximo la deformación de rasgos físicos, con marcados recursos retóricos para llamar la atención y suscitar admiración. Si bien puede haber casos inexactos o ambiguos, contamos con algunos otros modelos donde la sátira que relaciona los rasgos físicos con el estado social o las costumbres es evidente, y donde existe un juicio de valor y una función más allá de lograr una caricatura literaria o emular a autores clásicos. Cuando la intención primera es poner de manifiesto las lacras sociales, la fabricación de figuras grotescas unidas a comportamientos censurables es un recurso frecuente. La crítica al disimulo del hambre, por ejemplo, no sólo se manifiesta en textos donde se usan palillos para fingir que se ha comido, sino que puede tener fácil cabida un elemento deforme, como en la composición «A un sabañón en unas manos muy flacas» de Polo de Medina (p. 107). Una crítica frecuente reprende a mujeres viejas, no por su ancianidad, sino porque emplean con exceso maquillaje y parafernalia, logrando el efecto contrario al deseado, ya que se deshumanizan. El poema de J. de Jáuregui «A una dama antigua, flaca y fea» (p. 306) reprueba, no la flaqueza, sino el hecho de que la anciana intente arreglarse en exceso, como también lo hace el epigrama de Solís y Rivadeneyra «A una mujer vieja, que se componía mucho» (Castro, p. 445) y el soneto de Quevedo a una «Vieja verde, compuesta y afei-
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tada» (1996, p. 538). La crítica a la moda exagerada se aprecia, en la misma línea, en el poema de Polo de Medina «A una dama muy pequeña, sobre unos chapines muy grandes» (p. 150). Si, como hemos dicho, la línea que separa lo burlesco de lo satírico —el reto académico de la pulla—, es sutil, ningún poeta como Quevedo ha sabido acompañar una mayor gama de deformidades a un más amplio espectro de lacras sociales. En el poeta la deformidad actúa por dos vías: en las sátiras a diversos asuntos (oficios, estados sociales, religión, etc.), pueden presentarse alteraciones físicas para ilustrar los diferentes casos, como por ejemplo el tamaño de la nariz y el judaísmo. En las sátiras a seres contrahechos, puesto que la deformidad ya viene dada de antemano, se les asocia una deformidad moral que no hace sino acentuar su natural fealdad. Es el caso de una mujer roma que, además es pedigüeña (p. 580), o de una fea que, por añadidura, se asusta de los ratones (p. 523). Si en otras composiciones, como las dedicadas a enanos, no está del todo clara la crítica, ciertos sonetos de Quevedo no dejan lugar a dudas, al asociar el carácter y las costumbres con el físico. W. Kayser ha puesto de manifiesto lo diferente que puede ser la acepción del término «grotesco», según países y épocas. En el Renacimiento, designaba un estilo ornamental, «a world in which the realm of inanimate things is no longer separated from those of plants, animals, and human beings, and where the laws of statics, symmetry, and proportion are no longer valid» (p. 21). Progresivamente, se aplica como adjetivo para calificar composiciones literarias que, en palabras de Kayser, se caracterizan por «the monstrous fusion of human and non human elements» y «a definite lack of proportion and organization» (p. 24). Si en la Francia del XVII pierde su connotación siniestra para convertirse en sinónimo de divertido y simpático (Kayser, p. 27), en España se puede trazar una doble ruta que coexiste simultáneamente en el siglo XVII: por una parte, se da el contraste de tamaños y formas, que persigue el divertimento y la burla desenfadada y que no está asociado con la crítica moral ni social. Por otra, existe una actitud tradicionalmente definida como «grotesca», o «esperpéntica» que comienza, con matices, en Ribera, pasa por Goya y ve su continuación en Gutiérrez Solana. La misma avenida puede establecerse en la literatura, donde Quevedo marcará la pauta a los tremendismos de Valle Inclán.
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Fig. 41. Magdalena Ventura, según F. de Goya. P. Ilie señala que «what we call the Goyesque tradition in art had literary antecedents as well as pictorial ones, some of which are traceable to Golden Age satire» (1968, p. 17). Ampliando la idea, podemos señalar que J. de Ribera ha sido antecedente de, al menos, un dibujo de Goya. Basado en el óleo de Magdalena Ventura, lleva escrito al pie (al parecer, de otra mano) el comentario «esta mujer fue retratada en Nápoles por José Ribera o el Españoleto, por los años de 1640» (fig. 41)54. Más similares aún son los dibujos de figuras que, en actitud acrobática, trepan sobre otras más grandes (figs. 42 y 43). Es conocida, así mismo, la afición de ambos pintores por las exhibiciones callejeras: entre la obra de Ribera se cuentan algunos dibujos de acróbatas, y Goya incluye entre los suyos una serpiente gigante, un cocodrilo y a «Claudio Ambrosio Surta, llamado el esqueleto viviente», sin duda parte todos ellos de un circo que pasó por Burdeos en 1826.
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La siguiente acuarela de este «álbum de marcos negros», conservado en el Museo de Bellas Artes de Boston, representa a una mujer exhibiendo una criatura deforme.
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Figs. 42 y 43. Dibujos grotescos de J. de Ribera y F. de Goya. Estas combinaciones deformes se repiten incesantemente en los grotescos del siglo XVI, en el que «hay dos modelos que se repiten con una insistencia chocante: la acrobacia y el cortejo triunfante» (Chastel, p. 49). En el siglo XVII, el «ornamento sin nombre» abandona el lugar de honor de la escena; se oculta y espera a que llegue su regreso triunfal a finales del siglo XVIII (Chastel, p. 65). El dibujo parece recoger lo que le es negado al muro, pero los motivos acrobáticos deformes perviven. La combinación y la composición con elementos dispares consiguen, por medio de lo grotesco, crear realidades alternativas imaginadas. En la corte madrileña del siglo XVII podrían aislarse algunos comportamientos que, por su desviación con respecto a la naturaleza, pueden ser calificados como grotescos. No se trata de seres deformes con anormalidades morales asociadas, sino individuos físicamente proporcionados que presentan algún comportamiento extraño, al romper la regla que dice que el individuo tiende al bien y lo bello por naturaleza. El más señalado es el que muestran las damas que «se aficionan» a individuos deformes, siendo inexplicable para los poetas que
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las mujeres prefieran la tara física o la rareza a la normalidad55. De tema similar a la patraña octava de El patrañuelo, el licenciado J. de Valdés y Meléndez dedica una silva «A una dama que se aficionó de un tuerto» (Espinosa, fols. 85r-86r), y Barrionuevo un romance «A una dama casada con un hombrecillo pequeño»: A quien le dan de marido solamente la mitad, no es faltar a la lealtad el que le busque cumplido. Detén el rigor, te pido, lengua atrevida, mordaz, pues no puede tener paz la que en sus floridos años la casaron por engaños con un pigmeo rapaz. [...] Cuando el cielo se escurece, viene a ser allí en rigor el lecho y nido de amor sepultura en que perece. Todo al gusto se le ofrece; mas no habiendo quien lo coma, no pienses que de carcoma se ha de venir a roer, y ya es fuerza el escoger otro arrullo otra paloma.
Junto con este comportamiento aberrante, puede señalarse el de los «lindos» y los hombres afeminados o con ademanes de mujer. J. Rufo establece la antítesis entre uno de estos hombres y una mujer varonil en su apotegma 132: Cierto hidalgo natural de Castilla la Vieja, que si bien era virtuoso y apacible, tenía y remedaba al vivo a todas las que trataba, tenía una hermana severa y varonil. Le dijo estos versos hablando en aquella extrañeza:
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En la misma línea, podemos recordar el soneto de Lope «A un loco favorecido de su dama», que expresa el mismo desconcierto.
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«¡Válgame la soberana Virgen y Madre de Dios! ¡Qué mujer se pierde en vos! ¡Y qué hombre en vuestra hermana!».
El mismo Rufo señala otro comportamiento que se percibe como antinatural: el de la mujer que prefiere la compañía de su propio sexo: «A una altiva y presuntuosa dama, que prefería el sexo femenino a los hombres y alegaba que siempre las mujeres son regaladas y puestas sobre la cabeza, respondió: “También la espuma anda sobre el agua, y es liviana, inútil y superflua”» (p. 668). En el mundo de la corte la deformidad real o construida tiene, como hemos visto, fines burlescos, paródicos y satíricos. Pero también es utilizada para excluirse de la norma social, en un espacio donde es importante llamar la atención y destacar por medio de modas o comportamientos extravagantes, aunque ello implique ser objeto de reprobación.
4.- EL TAMAÑO
DEL
BARROCO
Dimensión y perspectiva en las Soledades Durante la Edad Media y gran parte del Renacimiento se pensaba que en cada cosa había una parte que remitía a la divinidad, de modo que había que establecer la relación entre cada elemento y lo divino56. En el Siglo de Oro, sin embargo, los objetos remiten unos a otros, por lo que el propósito no consiste en buscar la correspondencia de cada cosa con Dios, sino de los elementos entre sí. Puesto que todo se sobreentiende como creación divina, cada forma puede transmutarse con muchas otras, con lo cual se multiplica la gama de relaciones posibles. La metáfora ve su máximo aprovechamiento en esta época, por su capacidad de expresar lo que anteriormente rebasaba el límite de las asociaciones. Similar a un ser deforme, como figura monstruosa, sólo es redimida cuando se prescinde de sus referentes: «Góngora desculpabiliza la retórica a tal extremo que el primer gra-
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Puede consultarse la idea en toda su amplitud en la obra de F. Rico.
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do del enunciado, lineal y “sano”, desaparece en su poesía» (Sarduy, p. 271). La «metáfora al cuadrado» acuñada por el crítico es el equivalente retórico a una raza monstruosa: si todos los individuos de esa especie son deformes, desaparece el calificativo. Entre fines de 1612 y principios de 1613 Luis de Góngora se encontraba terminando la primera redacción de las Soledades.Tras un período de difusión, comienzan las dificultades de la crítica para emplazar el poema dentro de un género definido. Como indica J. Roses Lozano: El amigo cordobés de Góngora [Francisco Fernández de Córdoba] llega a la conclusión de que el poema no es ni dramático, ni épico, ni romance, ni bucólico, ni haliéutico, ni cinegético, aunque participa de algunas de estas categorías. Por consiguiente, al introducir a todos los personajes de estos géneros (pastores, pescadores, cazadores, etc.) «es necesario confesar que es poema, que los admite y abraza a todos: cuál sea este, es sin duda el mélico, o lírico» (p. 36).
Por su parte, F. Cascales en sus Cartas filológicas preferirá no vincular el poema a ningún género y condenarlo como inútil. Pero, a pesar del juicio de Cascales, muchos han sido los intentos de adscribir las Soledades a un género o, al menos, de asignarles una estructura definida.W. J. Entwistle, por ejemplo, asocia el poema con las estaciones del año y la música: «We know that there should have been four parts corresponding to the four seasons […] Or do Spring and youth both symbolize movement, so that the whole poem would have been a symphony in four parts — allegro, andante, rallentando, pensieroso?» (p. 127). Es frecuente encontrar el desarrollo de temas en serie durante los siglos XVI y XVII, por lo que este planteamiento no carece de lógica. Sabemos que es común encontrar series pictóricas que tienen por tema los pecados capitales, los sacramentos, los siete planetas, bodegones agrupados por grupos alimentarios, etc. Análogamente, la galería de retratos y de bustos son motivos frecuentes, como demuestran el Libro de descripción de verdaderos retratos de F. Pacheco y la logia literaria que Lope de Vega desarrolla en su Arcadia. La literatura del siglo XVII ha sido estudiada en muchas ocasiones como trasunto de las artes plásticas, tomando como base la analogía entre pintura y poesía. Desde antiguo, la similitud entre ambas artes ha sido explorada desde los dos frentes, haciéndolas equivaler lo más es-
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trechamente posible en composiciones caligramáticas que toman la forma de lo que representan y en géneros como la emblemática, que las aúna a ambas. La preceptiva pictórica es asunto que ocupa a la intelectualidad de la primera mitad del siglo XVII, cuando proliferan los tratados sobre perspectiva y pintura al calor de la polémica sobre esta última y las artes mecánicas, apareciendo numerosos documentos teóricos que vinculan literatura y pintura como una misma cosa para apoyar la condición de arte liberal de la segunda.V. Carducho admite la existencia de una «pintura práctica», donde no intervienen más que operaciones mecánicas en la elaboración de una obra (Calvo Serraller, p. 278)57; esta modalidad, propia de los aprendices o los teóricos, aparece mencionada con desdén en las Soledades como «moderno artificio» (I, v. 97). La silva de L. de Góngora no ha estado exenta de esta correspondencia, y ha sido descrita frecuentemente en términos pictóricos. D. Alonso, por ejemplo, observa: 57
Este tipo de pintura, en algunos aspectos similar al canon egipcio de producción, se consigue por medio de artificios como el «portillo de Durero», el «velo de Alberti», el «instrumento de Vignola» o el perspectógrafo. Ideados por los propios pintores, suelen estar fabricados a base de marcos de madera, hilos y cavidades que permiten reducir fielmente las proporciones del objeto pintado, de manera que no hay más que copiar el modelo según ciertas guías y puntos de referencia. A esta clase de obra pictórica se adscriben, entre otras, las cartillas para dibujar propuestas por García Hidalgo, y estudios como los Cuatro libros sobre proporciones y Tratado sobre medidas de Durero o la Óptica de Vitelo. A. Palomino de Castro y Velasco elabora un listado sobre obras de este carácter (pp. 257-262) dedicando el tercer tomo de su obra a un «parnaso español pintoresco laureado» donde registra los pintores que forman parte del canon de su tiempo.Ya Leonardo había definido la pintura como arte liberal: «Si tú, músico, me dices que tan sólo las ciencias de la mente no son mecánicas, te replicaré que la pintura es de la mente, y que, así como la geometría y la música consideran las proporciones de las cantidades continuas y la aritmética las de las discontinuas, aquélla considera todas las cantidades continuas y las cualidades de las proporciones, las sombras, la luz y las distancias, según perspectiva» (Tratado de la pintura, 1482-1518). Sin embargo, tanto las prolíficas máquinas de dibujar como los tratados sobre dibujo hacen un flaco favor a la defensa de la pintura como arte liberal: los grabados de Durero y las descripciones en Los tres libros de la pintura de Leon B. Alberti (1435) presentan a un artista amanuense y dependiente de artilugios. La tarea del intelectual en el barroco consiste en desasirse de esta tradición, ya sea en la teoría como en la práctica de nuevas maneras pictóricas no constreñidas por las máquinas de dibujar. La idea puede hacerse extensiva al lenguaje poético de Góngora, carente de una teoría formal previa y revolucionaria como práctica.
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De la naturaleza, no sólo ha desaparecido lo feo, lo incómodo, lo desagradable, sino que aun su misma belleza se ha estilizado o simplificado para reducirse a bien deslindados contornos, a escorzos ágiles, a armoniosas sonoridades, a espléndidos colores […] Si se hiciera un recuento de los adjetivos de color que en su poesía ocurren, asombraría ver que no hay estrofa, y apenas verso, en que no se dé una sugestión colorista […] Así, nada queda en las Soledades borroso e impreciso —¡nada impresionista!—: todo neto, todo nítido y exacto […] Góngora siente la necesidad de comunicar a la representación del objeto una plasticidad, un coloreado relieve, un dinamismo que la palabra concreta no puede transmitir (pp. 72-96).
En la misma línea, J. Guillén también ha puesto de manifiesto las cualidades gráficas de la obra gongorina: «To a greater extent than any of his contemporaries in Spain, and perhaps in Europe, Góngora confers on his poetry qualities of painting, of sculpture […] It would be unusual to find any colorless verse in his poetry» (p. 52). La relación ya había sido puesta en evidencia por V. Carducho en su Diálogo IV, quien afirma: «Bien se conoce, pues, aquí me ha ofrecido a D. Luis de Góngora, en cuyas obras está admirada la mayor ciencia, porque en su Polifemo y Soledades parece que vence lo que pinta, y que no es posible que ejecute otro pincel lo que dibuja su pluma» (Calvo Serraller, p. 294). Escritores como Lope de Vega se refirieron por extenso a la pintura en una variedad de géneros literarios (Herrero García, p. 187). Góngora, a pesar de admirar explícitamente la pintura de El Greco, no se caracteriza por sus aseveraciones teóricas. Sin embargo, aplica directamente a su obra maneras procedentes de las artes plásticas, haciendo literal el clásico tópico ut pictura poesis58. Si atendemos a lo que H.Wölfflin definió como las características del arte en el Barroco, encontramos que el esquema de la composición de las Soledades está más próximo a la preceptiva pictórica que a la literaria: It is generally agreed among historians of art that the essential characteristic of baroque architecture is its painterly quality. Instead of following its own nature, architecture strove after effects which really belong to a different art-form: it became «painterly».
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Para un panorama completo de este tópico en los Siglos de Oro, ver el estudio de A. Egido, 1992.
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The term painterly is one of the most important and one of the most ambiguous and indefinite with which art history works.There is not only painterly architecture, but painterly sculpture (p. 29)59.
A estas disciplinas pueden unirse las Soledades que, como poesía pictórica, reúnen todas las características del arte de su época.Wölfflin se ha referido a los obstáculos a los que algunos campos artísticos tienen que enfrentarse: «Painterliness is based on an illusion of movement […] Because it has no physical reality painting has to depend on effects of illusion» (p. 30). La poesía cuenta con la ventaja de poder recurrir a la imaginación y a la realidad tridimensional que la mente es capaz de crear, sólo comparable con el arte cinematográfico, con el que la poesía de Góngora se ha parangonado60. Otras artes sólo pueden fingir el movimiento, al depender irremediablemente del plano. La palabra poética está exenta de esas limitaciones, y proporciona una flexibilidad casi ilimitada para explotar el recurso al movimiento y al cambio constante que exige el estilo pictórico descrito por Wölfflin: «the painterly style evokes an illusion of constant change […] In the painterly style the composition is purposedly arranged in such a way that the effect is an impression of transitoriness […] The baroque never offers us perfection and fulfil[l]ment, or the static calm of “being”, only the unrest of change and the tension of transience» (pp. 31-33 y 62). En las Soledades, a pesar de su tenue hilo narrativo siempre está ocurriendo algo, sean cambios de escenario o transformaciones por medio de metáforas. Lo variable y transitorio prevalece sobre lo permanente, sea en la naturaleza cambiante, en las actividades cinegéticas, pastoriles o piscatorias, en los concursos, en la boda o en el mismo transitar del peregrino.
59 A falta de mejor término, traducimos «painterly» como «pictórico», recordando su origen en la arquitectura. Las propuestas de Wölfflin y su relación con el tratamiento del claroscuro, la masa y la metamorfosis (metáfora) en la obra gongorina quedaron bien establecidas por E. J. Gates. No así las dimensiones, cuyo análisis acometemos seguidamente. 60 «I regret to use illustrations from cinematography in association with a great art, but one must admit the impression of a camera following objects, near or far, and abruptly shutting off scenes on which it has recently been resting» (Entwistle, p. 128).
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Otra novedad señalada por Wölfflin consiste en las numerosas figuras que pueblan la obra de arte: «A painting in the old style contained a limited number of figures […] In the baroque the number of figures became even greater […] the spectator, not minded to follow up individual elements, is content with a general effect» (p. 34). En las Soledades los conjuntos de figuras son una constante, especialmente para agrupar a las serranas, que se describen como «coros alternantes», «inundación hermosa» (I, v. 263), «vulgo lascivo» (I, v. 281), «desnuda montería» (I, v. 487), «próvidas hormigas» (I, v. 510), «femenil tropa» (I, v. 525), «escuadra montañesa» (I, v. 541) y «hermosa escuadra» (I, v. 639), «villanaje ultramarino» (II, v. 30) y «marítima tropa» (II, v. 55). H. Wölfflin se refiere también a la sensación tridimensional que permite la superposición de objetos en el espacio, todo ello bajo la mirada oblicua del espectador. La condición espacial en las Soledades es innegable y se ajusta a lo descrito por el crítico: «The painterly style [...] gives an illusion of physical relief, and the different objects seem to project or recede in space [...] To gain an even greater sense of movement, all or most of the composition is placed obliquely to the beholder» (pp. 31-32). H. Hatzfeld ya había observado que la construcción gramatical de las Soledades corresponde a un «esplendor cromático dentro de contornos rigurosamente geométricos» (p. 54). Lo mismo puede decirse del movimiento de los objetos dentro de la silva, donde, por ejemplo, es posible ver simultáneamente el curso del sol en el cielo y la sombra que se va proyectando sobre la tierra: «Las dos partes rayaba del teatro / el sol» (I, vv. 981-82). Finalmente, Wölfflin identifica como característica más importante del estilo pictórico: «The overlapping of one object by another […] if some parts of the composition remain hidden and one object overlaps another, the beholder is stimulated to imagine what he cannot see» (p. 33). Esto se aplica a las Soledades de manera literal: lo que Góngora defiende de su obra y espera de sus lectores es desentrañar lo oculto, de manera que la lectura sea un ejercicio estimulante para la mente. La superposición de significados que ha llevado, entre otras cosas, a la indefinición genérica, se corresponde con la característica fundamental de este estilo pictórico. Las Soledades son, indudablemente, narrativas, líricas, pastoriles, épicas y heroicas, pero sus cualidades pictóricas superan la pregunta por su tema. Es decir, preguntarse por el tema de la silva sería equivalente a preguntarse
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por el tema de Las Meninas: para responder habría que dejar de lado el análisis de su construcción y, por tanto, reducirla a la inutilidad como hiciera Cascales. Aunque L. de Góngora se refirió en las Soledades a la naturaleza como una pintura al fresco y un tapiz (I, vv. 612-615), si hubiera que relacionar las características pictóricas del conjunto del poema, éste podría describirse como una colección de pinturas, o bien como una pintura de gabinete, que incluye obras de tema variado dentro de un lienzo mayor. Pero esa categorización sólo daría cuenta del tema de la silva, no de su composición, y dejaría de lado un aspecto tan emblemático como su capacidad de trasmitir sensaciones espaciales. J. Guillén es quien más ha enfatizado el valor del espacio en la poesía gongorina: «Although poetry is a successive art, like music […] Góngora’s verse invariably suggests a metaphor of space, and on the space is inscribed an entity that remains before the eyes even as it is slipping word by word past the ear» (p. 34). La sensación espacial se consigue por medio del movimiento de figuras y objetos que, como ha señalado C. Chemris, están organizados según las dimensiones espaciales y rehúyen un orden lineal (p. 154); y también se manifiesta, como ha estudiado E. J. Gates, a través de la transposición de dos planos: uno principal, bien delineado, y otro secundario, más difuminado. Otra manera de capturar la espacialidad en el poema es a través de las dimensiones irregulares de los objetos y sus dimensiones, aspecto que ha quedado relegado al estudiar las Soledades. Tanto el tamaño natural como lo diminuto y lo descomunal son propios del arte de la época, y están presentes en innumerables obras. Cuadros de gran formato dan cabida a figuras de tamaño natural y tanto pintura como escultura, incluyendo la rama de imaginería religiosa, adoptan la dimensión original o en escala ligeramente reducida como formato para sus figuras. Algunos artistas juegan a combinar lo minúsculo con la escala real: por ejemplo, en el lienzo de tamaño natural titulado «Tiberio y Agripina» (ca. 1614), Rubens da a los bustos la apariencia de esmaltes pintados en miniatura61. Pero, sin duda, lo más característicamente barroco es la alternancia entre las escalas, dimensiones y perspectivas. El ojo del poeta está es-
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Recordemos la afición del pintor por la numismática y la joyería antigua y su colección de camafeos griegos y romanos.
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pecialmente entrenado para estas transiciones, como nota G. Bachelard: «In reality, as we shall see later, especially when we examine images of immenseness, tiny and immense are compatible. A poet is always ready to see large and small [...] If a poets looks through a microscope or a telescope, he always sees the same thing» (p. 172). Los objetos en las Soledades son, por lo general, de tamaño natural pero, en ocasiones, Góngora aplica una lente para observar lo diminuto, mientras que otras veces retrotrae la mirada para abarcar de manera telescópica espacios u objetos gigantescos62. Su particular estudio sobre las dimensiones coincide con una fascinación generalizada con las anamorfosis, las máquinas de dibujar, los perspectógrafos y otros artefactos que permiten modificar lo observado a capricho. Como ha notado G. Poulet: Nevertheless the writers of the Baroque cannot help but be fascinated by this resemblance between the infinitely large and the infinitely small […] so the immense sphere of the universe can be rediscovered, reduced but curiously like, in objects which man’s science engineers, in order to reproduce, on a small scale, cosmic space or solar time. Astrolabes, terrestrial globes, planispheres, and clocks are abridged universes, orbs in which the cosmos is drawn back to the miniscule. If there is an immoderate movement by which the mind stretches to the limit of things, there is the inverse movement by which these limits are shortened and coincide with the natural limits of the human mind. A planisphere, a terrestrial globe, a clock are an immensity which has contracted, without ceasing to manifest its total circularity (p. 17).
Las Soledades ponen en práctica esta fascinación, observando al microscopio objetos que aumentan de tamaño ante los ojos del lector. Este artilugio permite ver cómo el agua se evapora de entre el tejido de la camisa del náufrago recién llegado a la costa: «La menor onda chupa al menor hilo» (I, v. 41). Del mismo modo, una lágrima es au-
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La invención del telescopio en 1608 se atribuye al holandés H. Lippershey; un artilugio con más capacidad fue patentado por primera vez al año siguiente por Galileo, quien consiguió ver los cráteres de la luna por primera vez. La lente de aumento, conocida desde el siglo XIV, fue difundida en su modalidad de microscopio también por Galileo; el instrumento se hizo popular gracias a las observaciones de R. Hooke (1665) y A. von Leeuwenhoek (ca. 1670).
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mentada de tal manera que puede verse su textura: «lágrima antes enjuta que llorada» (II, vv. 156-57). No sólo los líquidos son susceptibles de ser aumentados: la fibrosa cecina aparece como «purpúreos hilos de grana fina» (I, v. 162); y hay que observar muy de cerca una mano para notar que las venas son de un color que apenas se diferencia del de la leche que está sirviendo: «de rústica, vaquera, / blanca, hermosa mano, cuyas venas / la distinguieron de la leche apenas» (I, vv. 876-878). El uso del microscopio, notorio en la obra de A. Kircher y cumbre en la Micrographia de R. Hooke (1665), demuestra que sus aplicaciones van más allá de la observación científica. La alternancia entre microcosmos y macrocosmos es evidente en las Soledades, donde la metáfora sirve de guía, no sólo para transformar unos objetos en otros, sino para reducirlos y aumentarlos radicalmente de tamaño. Según D. Alonso, el procedimiento metafórico de Quevedo es horizontal, mientras que el de Góngora es ascendente (p. 18) y, ciertamente, para imaginarse a la novia «vadeando nubes» (I, v. 952) hay que situarla a una altura descomunal en el aire. La perspectiva que se desarrolla en las Soledades tiene en cuenta la naturaleza en su totalidad, por lo que ha de abarcar todo el espacio, cuya mejor expresión se encuentra en el vasto panorama a que se ve expuesto el lector a partir del verso 194 de la Soledad primera. La mirada, en este caso descendente, se dedica a recorrer lo que en principio parece ser una vista panorámica desde lo alto, pero que enseguida se descubre como un mapa. El risco sobre el que está el peregrino le permite ver un río que surca los campos, y los árboles frutales que crecen a su alrededor. Pero la vista abarca, de pronto, todo el recorrido del río, desde su nacimiento hasta su desembocadura, incluyendo su paso por aldeas y montañas, y su quimérica circunvalación de islas. Si este es un mapa comarcal, los versos 379 a 502 desarrollan la perspectiva de un globo terráqueo, recorrido desde América hasta Europa por un serrano que traza su ruta. Los diferentes enclaves geográficos no se describen, sino que sirven como puntos de referencia espaciales, al estar vistos desde una perspectiva casi orbital. Desde esa altura, la aurora aparece por un inmenso balcón (I, v. 390 y II, v. 613), y el mar es una enorme tumba (I, v. 391 y II, vv. 163-164); el ocaso sólo puede ser representado como dos gigantescas cortinas que se cierran al final del día (I, v. 418), y el Estrecho de Magallanes como una enorme bisagra que une dos océanos (I, v. 473). Las metáforas son posibles gracias al cambio de escala: a vista de pájaro, el Mediterráneo no
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es más que un estanque que permite cerrar el Estrecho de Gibraltar con una llave gigante (I, vv. 400-402). Las transformaciones no se limitan al orbe terráqueo, sino que se suceden en todo el poema: la playa y el cielo, mirados a distancia, se transforman en papel (II, v. 569 y I, v. 610); el sol duerme en ese «pabellón de espuma» capaz de contenerlo (I, vv. 179-180); el amanecer se anuncia con dos aldabas que golpean desde el oriente (I, v. 708) que son, como la llave y la bisagra, términos de ferretería al gusto de Góngora. El mar es una gran esponja que absorbe las quejas del peregrino (II, v. 179), similar a aquella que los arbitristas hallaron como solución para el transporte al Nuevo Mundo. Y, finalmente, una tortuga tan grande como una isla, o viceversa, descansa en la costa (II, v. 192). La perspectiva y dimensiones en las Soledades revelan un espacio global de ascensos y descensos vertiginosos y cambios de tamaño desmesurados. Entre pinturas, planisferios y globos terráqueos, Luis de Góngora logra crear un nuevo tipo de lenguaje que los incluye a todos, pero que es propiamente suyo.
Polifemo o los límites del lenguaje La figura del gigante Polifemo, incluida en el repertorio de los monstruos clásicos, prolifera de manera asombrosa a lo largo de todo el siglo XVII en sus versiones burlescas, a lo divino, españolas, portuguesas, italianas o americanas63. Si a finales del siglo XVI es más frecuente encontrar composiciones sobre Hermafrodito y Salmacis64, pos-
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Entre las portuguesas han de recordarse las de Cristóvão A. de Morais y M. de Gallegos, mientras que J. del Valle y Caviedes dejó un romance burlesco de título homónimo al de L. de Góngora. G. B. Marino glosó en su poema el cíclope pintado por A. Carracci (1595-1605), y T. Stigliani, recién estrenado el siglo XVII, da a la luz su Polifemo en octavas. F. J. Sánchez Martínez ha recopilado exhaustivamente las reelaboraciones del tema a lo divino. Las respectivas traducciones comentadas de las Metamorfosis por Antonio Pérez Sigler (1580) y Pedro Sánchez de Viana (1589) abrieron paso a textos como la Fábula de Acis y Galatea de L. Carrillo de Sotomayor, que popularizaron el mito. 64 Cossío señala romances anónimos en la Silva de Zaragoza (1551), la Rosa de amores de Timoneda (1573), el Cancionero llamado Flor de enamorados de J. de Linares
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teriormente se imponen los gigantes65. Desde que A. Pérez incluyese a Polifemo en la Segunda parte de La Diana, Lope de Vega lo acentuara en el libro I de la Arcadia y L. de Góngora lo consagrase en su Fábula, no dejaron de aparecer recreaciones del mito que amplificaban —a lo serio, a lo divino y a lo burlesco; en autos sacramentales, poemas y prosas— las dádivas que ofrece a Galatea, los encantos de ésta o el tamaño del cíclope, tema este último que nos interesa ahora. En pintura, el cíclope había sido reintegrado a su espacio legendario por Poussin, en cuya obra Paisaje con Polifemo (ca. 1645) es el elemento más afín a la naturaleza que le rodea, tanto en color como en dimensiones; de igual manera, el gigante grabado por della Bella queda confundido con la montaña que sostiene66. En su expresión literaria, la figura presenta un reto parangonable con la poesía de corte y academia, ya que establecer sus dimensiones relativas y absolutas requiere aguzar el ingenio. Puesto que el cíclope es proporcional, no sólo consigo mismo, sino con la naturaleza circundante, la tan socorrida hipérbole se anula y los puntos de comparación para resaltar su tamaño son escasos. Son efectivas breves imágenes que lo comparan con la montaña donde está sentado: Góngora se sirve de la aliteración («Un monte era de miembros eminente»), mientras que A. López de Vega se limita a mencionar el enclave en su «Romance»: «Sobre montaña insensible / otra animada montaña, / de menos duros peñascos / oprimiendo las espaldas» (fol. 42v). Algunas de estas comparaciones adquieren un tono burlesco y acentúan las dimensiones de Polifemo haciéndolo continente de diversos contenidos. Es el caso de la Fábula
(1575) y la Silva de varios romances (1582); encuentra una manifestación tardía del tema en Hermafrodito y Salmacis. Silva burlesca de A. Solís y Rivadeneyra (fol. 287). 65 Entre los más de trece listados por Cossío destacan Tifeo fulminado en Flegra de G. Álvarez de Toledo; la Fábula de los gigantes de F. de Herrera; Fantasía poética; batalla entre los titanes y los dioses de P. Gutiérrez de Pámanes (Málaga, 1607); La Gigantomaquia de F. de Sandoval (Zaragoza, 1630) y La fábula de los Titanes de Don J. de Moncayo y Gurrea, incluida en sus Rimas (Lérida, 1636). 66 El contrapunto a estas figuras integradas en su medio ambiente es la obra de G. Romano, quien en la Sala de los gigantes del Palacio del té en Mantua (15261535) lleva las figuras hasta su extremo más amorfo, de manera que destruyen la arquitectura pintada en la propia estancia.
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de Polifemo, romance burlesco de F. Bernardo de Quirós: «De aquel que tenía un ojo, / tan grande, que dentro cupo / por niña el rollo famoso, / que en Écija admiran muchos [...] De aqueste olimpo de carne, / deste pyrineo besuvio, / peñasco horrible de huesos, / del cielo atlante membrudo» (fol. 103)67. También se sirve de la misma técnica M. de Barrios en su romance burlesco A Polifemo y Galatea: «De modo a palmos crecía, / que al monte con ser tan ancho / meter pudiera en un puño / si le apretara la mano. / En pie tiene tal grandeza / que si en sus puntos reparo / al mayor hombre del mundo / le meterá en un zapato [...] El monte a sus voces tiembla / el Bóreas gime asustado». Todavía más eficaces son las fórmulas es las que el gigante hace gala de su capacidad para alterar la naturaleza, como en La Circe («puedo alcanzar estrellas con la mano / y sacarte del mar, si al mar la inclino») o en la Fábula gongorina («y en los cielos, desde esta roca, puedo / escribir mis desdichas con el dedo»). Algunos poetas optan por marginarlo, no sólo de la sociedad, sino también de la naturaleza; es antinatural porque es megadimensional, su tamaño excede el orden y lo interrumpe. Por ello, es frecuente la personificación de la naturaleza, que se lamenta de la presencia del gigante, en La Circe («que se queja la mar de que no puede / dos montes sustentar de tanto peso») y en el Polifemo de Pérez de Montalbán: «sobre aquella verde peña, / por señas que murmuraba / por la boca de sus grietas, / de que esa torre de miembros, / esta muralla de arterias / y aqueste monte de carne / que mi persona sustenta, / ella tener no podía / sobre su espalda de hierba» (fols. 175v-176r). Tal vez haya sido este último poeta quien con más precisión ha establecido las dimensiones de Polifemo quien, hablando en primera persona, marca los términos de su propia lectura68: porque tan alto soy, tan levantado, que si juntos pasamos por la calle,
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El «rollo de Écija» era un enorme fuste con gradas que sostenía el escudo de la ciudad. En la composición «Al túmulo de Écija» Góngora recurre a la misma hipérbole: «Cíclope no, tamaño como el rollo». 68 El texto de Pérez de Montalbán forma también parte de Polifemo y Circe, comedia de autoría compartida con Mira de Amescua y Calderón de la Barca, editada por J. E. Hartzenbusch.
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pino parezco yo con hojas tantas y él una hierba que nació a mis plantas. Desde ese monte que caduca ufano, con la nieve que aun goza en el estío cuanto cristal se viste el ocëano, examino sin ser fuente ni río. Puedo alcanzar estrellas con la mano, y si acaso tal vez me siento frío, con extenderme sobre el vago viento, a la región del fuego me caliento. Cuando quiero hacer sombra a mi ganado, si el sol por el otoño le molesta, en pie me pongo y escurezco el prado, pues cuanto duro en pie dura la siesta. Y si el agua me falta, despejado en aljófar, bañando la floresta, traigo de los cabellos una nube, y baja en agua lo que en humo sube. Cuando canto, la selva se enternece; cuando lloro, la isla se lamenta; cuando piso, la tierra se estremece; cuando suspiro, el sol se desalienta; cuando amanezco, el monte reverdece; cuando me quejo, el aire se ensangrienta, y cuando silbo por aquesos huecos, cuatro leguas de aquí suenan los ecos (fol. 178r y ss.).
Podemos decir que en la figura de Polifemo culmina el movimiento que el monstruo hace de lo marginal a lo central, haciéndose centro de la mirada por su propia marginación. Si El Pinciano y Cascales coincidieron en que el factor distintivo de la poesía radica en lo maravilloso (Woods, p. 180), lo extraordinario de la figura ciclópea consiste en que hasta la propia naturaleza se maraville de la presencia del monumental gigante. Su grandeza física y literaria se resiste a los límites impuestos mediante símiles y comparaciones. Polifemo, en sí mismo una hipérbole, lucha contra el lenguaje y lo pone a prueba hasta su límite último.
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amar las cosas feas parece cosa sobrenatural y digna de tenerse por milagro (Miguel de Cervantes Saavedra)
La cultura española del siglo XVII hace del prodigio un objeto de élite, así como un espectáculo popular, teatral, noticioso e impreso; tanto de curiosidad empírica como de burla intrascendente. El prodigio se ha convertido en una de las respuestas culturales a la crisis, en un estilo de representar la vida social, en una buena manera de vender trozos de asombro y en nuevas ópticas con que mirar el interior de los seres deformes. Y, bien en manos de los cronistas del período, en forma de casos vistos por un cirujano o como literatura de consumo instantáneo, lo monstruoso será una vía de expresión que pondrá en crisis el ideal clásico de la mimesis con la práctica dramática de lo deforme, lo no ortodoxo, lo insólito y marginal. R. Lee ha marcado la diferencia de matiz en el concepto de imitación, proponiendo que ha sido entendido de formas distintas a lo largo del tiempo, encontrando un punto de inflexión a mediados del siglo XVI: First of all, the critics observed in a language unmistakably Aristotelian that painting like poetry was an imitation on nature, by which they meant human nature, and human nature not as it is, but, in Aristotle’s phrase, as it ought to be, «raised», as a modern writer has well expressed it, «above all that is local and accidental, purged of all that is abnormal and eccentric, so as to be in the highest sense representative». In the sixteenth century the doctrine of ideal imitation had not yet entirely supplanted the older and scarcely compatible notion that art is an exact imitation of
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nature, and it is not unusual, at least until past the middle of the century, to find them disconcertingly side by side (p. 9).
Si bien la función de la mimesis en el Barroco requiere todavía una discusión más detallada, en este trabajo hemos encontrado que lo deforme, por ser anormal y ex–céntrico, pone en tensión la noción estable de imitación, al extender los límites de lo verosímil con la documentación de una naturaleza capaz de inverosimilitudes. En este estudio se ha podido ver cómo la curiosidad por los monstruos ilustra una crisis general. Esta crisis comienza por la coexistencia, en la España del siglo XVII, de distintas teorías que disputan la interpretación del monstruo. Para algunos autores de corte tradicional lo monstruoso no es natural, está fuera de la taxonomía, es ajeno; para otros, se trata de una nueva naturaleza y una nueva realidad no amenazante sino necesaria en cuanto que alimenta lo insólito, artificial y exótico, además de representar una sustanciosa fuente de beneficios; como vías que participan de un movimiento generalizado de escapismo, tienen ramificaciones lúdicas, políticas, económicas, lingüísticas, estéticas y sociales. Todo lo monstruoso aflora a la superficie. Incluso para los filósofos naturales (la mayoría de ellos religiosos heterodoxos) representa una nueva manera de mirar la naturaleza y de leer a sus antecesores. Esa serie de teorías convergentes demuestran que el monstruo no tiene un lugar propio, y este hecho motiva una serie de interpretaciones de acuerdo a la mirada del sujeto que lo interroga, del ‘cristal con que se mira’. Por ello, las preguntas que desde el siglo XVII se hacen sobre qué es un monstruo y cuál es su origen producen una variada gama de respuestas, a modo de nueva enciclopedia de los hombres que salieron de otro molde diferente. Estas respuestas nos hacen ver la insuficencia de los instrumentos clasificatorios y el nuevo escenario cognoscitivo que el ser deforme introduce en los sistemas clásicos. Otra serie de preguntas para entender la naturaleza del monstruo tienen que ver con el esfuerzo por darles una función que los convierta en seres sociales. Estas cuestiones atañen a la identidad del ser deforme, que es percibido como conflicto genérico (hermafroditas y transexuados), y dilema espiritual (el lugar y número de almas). También tienen que ver con el compromiso de la sociedad ante sus propios monstruos quienes, si son niños, están libres de responsabilidad moral y quedan a merced de sus progenitores.Todo ello demuestra
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que el lugar social del monstruo es también un problema no legislado y que escapa incluso al arbitrio paterno. Nuestro recorrido ha pasado también por numerosos casos de comercio, espectáculo y enriquecimiento, que demuestran la centralidad de los seres deformes en la vida cultural y el capital económico por ellos generado, sea a través de vías legítimas o fraudulentas. Al investigar la representación del monstruo en este estudio, hemos notado que está íntimamente ligado a su difusión y a la demanda del público. La representación del monstruo no tiene que ver con el hecho de que sea imaginado o real, y ni siquiera con su verosimilitud, sino con la reproducción y la difusión de su figura. El protagonismo del monstruo en los pliegos sueltos demuestra tanto la demanda del público como la presión y competencia en la oferta, que presenta una y otra vez como novedad lo que es conocido. Este ‘reciclaje’ confirma también que ha dejado de ser una anomalía, para convertirse en un objeto familiar de consumo. Algunos estudios críticos acerca de lo anormal han pretendido demostrar que los seres deformes del siglo XVII eran construcciones ficticias, absurdas o supersticiosas, sin preguntarse por la documentación médica que podría corroborarlas. En este estudio no nos hemos ocupado de la veracidad científica de los monstruos que aparecen en la literatura de la época, porque nos ha interesado más la representación iconográfica y narrativa de los mismos. Los medios de comunicación actuales, en forma de documentales e informativos, proporcionan una apariencia de verdad a hechos fácilmente manipulables; estos géneros, que pactan su veracidad de antemano con el espectador, son, por esto mismo, los más tergiversables. De modo opuesto, muchos seres deformes pertenecen al género de inverosimilitud por defecto, a pesar de que existen: forman el grupo de lo que parece mentira y es verdad; frente al documental y la crónica, que representan lo que parece verdad y no lo es necesariamente. Hemos podido comprobar que algunas de las figuras que pueden parecer construcciones absurdas del imaginario cultural, son casos específicos dentro de la teratología. En efecto, está documentada la existencia de cíclopes, hombres con el cuerpo cubierto de escamas, con patas de cabra y niños-lagarto, entre otras licencias de la naturaleza. Ciertamente, algunas historias, como la del pez Nicolás, pertenecen a la imaginación popular y se contaminan con leyendas pertenecientes a varias culturas, pero algunas otras tienen una sólida base científica, a pesar de lo cual han sido tachadas
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de leyendas fantásticas, yendo a parar todas a la misma categoría de «imaginarias». Precisamente atañe al dilema de la representación la fluidez de la figura del monstruo en distintos géneros. Hemos comprobado su capacidad de osmosis, que le permite una transición entre la literatura médica, la popular y la iconografía, hasta llegar a la comedia. Además de notar la adaptabilidad con que la figura pasa de un género a otro, puede comprobarse que el monstruo difumina el límite entre literatura popular y culta. El pliego suelto humaniza al monstruo, y lo hace familiar y cotidiano; la comedia lo hace hablar directamente al espectador y enfrentarse a él; el tratado médico lo ensalza como la más meritoria creación. La teoría fisonómica nos ha permitido el tránsito para comenzar a hablar del monstruo en su frontera con lo literario, ya que es una tipología que se mueve entre lo supersticioso (popular) y lo descartable y marginado por las disciplinas formales. Como fuente de imágenes, tipos y esterotipos potencialmente literarios, la fisionomía obliga a pensar en lo deforme como un mecanismo artístico casi inexcusable, que ya no es marginal sino parte integrante de las representaciones literarias, sin lo cual no podrían entenderse las deformidades caricaturescas de la poesía del siglo XVII en España. La pasión por lo deforme y lo monstruoso, por lo curioso, lo grotesco y lo inusual se ha generalizado más allá del límite cronológico de 1700: Torres Villarroel tiene dificultades para distinguir sueño de realidad (Ilie, 1986, p. 293), escribe con entusiasmo lunarios y pronósticos y practica la sátira grotesca a la manera de Quevedo. Compartimos enteramente la aseveración de P. Ilie, cuando afirma que «the dominant tone of the first half of the eighteenth century was not Feijoo’s rationalism, but popular superstition and fear, not triumph and stability but uncertainty and violence» (1968, pp. 1718). Probablemente lo monstruoso empieza a dar un giro hacia lo moral y lo pavoroso, que lleva a su disolución durante el siglo XVIII (donde lo «curioso» será sustituido por lo «caprichoso»), para volver a surgir en nuevas formas en el XIX. El mismo Ilie ha recogido el testigo de lo grotesco y su evolución dentro de las ideas estéticas en el siglo XVIII (1976), y ha marcado las pautas para posibles estudios del papel de las ciencias positivas en España. Faltaría establecer el vínculo de éstas con el desarrollo de la teratología en la Península tal y como hoy se conoce, así como, si ello es posible, determinar en
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qué momento los monstruos dejan de servir a las funciones analizadas en este estudio1. Los medios de comunicación, sea en forma de programas sensacionalistas o de documentales científicos, dedican periódicamente espacios a hermanos siameses, enanos, e individuos con sexos indiferenciados. En el año 2003, las preguntas siguen siendo las mismas. Las respuestas son más completas, ya que médicos, madres e individuos afectados hablan directamente a las cámaras, a la par que los diagramas genéticos, radiografías e imágenes de escáner ilustran los distintos tipos de malformaciones. Los seres deformes son entrevistados: dos pequeñas de trece años, que pudieron ser separadas con éxito sacrificando parte de las piernas, dicen que la única diferencia entre su familia y el resto es que sus álbumes de fotografías infantiles son distintos. Dos hermanas unidas por el cráneo, de unos treinta y cinco años, llevan cortes y colores de pelo distintos, y rehúsan la idea de ser separadas con la aseveración de que no hay que tocar lo que no está roto; son conscientes de que una de ellas no sobreviviría. El hermano mayor de los famosos siameses Gallyn se entusiasmó con la idea de que éstos fueran finalmente exhibidos por dinero, ya que la gente se había apiñado durante años para verlos gratis jugar en el jardín. Las hermanas Abby y Britty Hensel son, hoy por hoy, el caso más divulgado de siamesas inseparables en los Estados Unidos. Tienen cabezas independientes y comparten dos piernas y dos brazos. Cada una controla una pierna y un brazo, y han de llevar a cabo un permanente trabajo de equipo para moverse. A veces completan simultáneamente pensamientos y reacciones, aunque nadie sabe explicar bien por qué. Sus padres dicen que en su localidad las reacciones son normales, y que fuera de su pueblo lo único raro es que la gente se pare a mirarlas fijamente, en lugar de acercarse y hablar con ellas. Los especta-
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Un panorama de este tránsito fue desarrollado por P. Hazard, quien alude a numerosas voces críticas en la Francia dieciochesca: «con la misma voluntad de denunciar la flaqueza de la naturaleza humana, primera causa del error; y la ceguedad de la tradición, que recoge el error, lo robustece y lo hace casi invencible. Nace una estupidez: los antiguos la creen y la acreditan; nosotros la creemos a ojos cerrados, sobre la fe de los antiguos. El mecanismo es siempre el mismo» (p. 151).
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dores son los extraños; ellas se definen simplemente como «two people stuck together». En cuanto a gabinetes de rarezas y curiosidades, el panorama tampoco ha variado mucho. El Mütter Museum de Filadelfia muestra la reproducción de una mujer con un cuerno, hombres convertidos en jabón, el cerebro de un asesino y los consabidos esqueletos de un gigante y un enano. Esta y otras colecciones encuentran ahora hospedaje en Internet, y tienen miles de visitantes virtuales al año, como también los tienen las páginas sobre circos y galerías de monstruos, archivos de la memoria de la Norteamérica de los años treinta. No ha de extrañarnos que recientemente salieran a subasta un par de trajes pertenecientes al emblemático Tom Thumb. Las diferentes formas de empezar un siglo pasan inevitablemente por lo monstruoso.
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APÉNDICE I
APARTADO 1 «Nació un monstruo, que aunque fue hijo de nobles padres era horribilísimo y espantoso, porque sus ojos eran de color de fuego, y tenía el hocico de la hechura como lo tienen los bueyes, y su nariz era de la suerte como la trompa de un elefante, y en el lugar de las tetas tenía dos cabezas como de simio, y de la una y otra banda del ombligo tenía dos ojos como los de un gato; y en todas las junturas, así de los brazos como de las piernas, tenía una cabeza como de perro, de feroz aspecto; sus pies y manos eran de la hechura como patas de ánsar, y toda su parte trasera del cuerpo era vellosa, y tenía una cola larga como dos palmos y retorcida hacia arriba, de la hechura como la de un alacrán; vivió cuatro horas, y algunos dicen que dijo: “Velad, que el Señor viene”.Y con haber sido tan horrendo y espantable, ha sido ennoblecido con la memoria que de él han hecho muchos hombres doctos, de los cuales algunos no se pueden persuadir que fuese engendrado por hombre humano, sino por algún espíritu maligno» (P. Bovistuau, I, cap.VII).
APARTADO 2 «Peramato escribe que en las Indias año de 1573 nació un niño con forma de diablo; de la manera que suele aparecerse a algunos de aquellos bárbaros con boca, ojos y orejas disformes y de horrible figura, en la frente dos cuernos, pelos largos, un cinto de carne doblado con un pedazo también de carne pendiente de él, a manera de
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bolsa o zurrón, en la mano izquierda una como campanilla o sonajuela también de carne, al modo de aquellas con que los indios se convocan para sus bailes, los muslos armados con carne doblada y blanca. El muslo derecho con uno como cinto o corma rodeado. Nació este monstruo con esta figura de demonio por imaginación y espanto que de él tuvo la madre por aparecerse así en los bailes de aquella gente. Luis Vivas cuenta que en Flandes un hombre que hizo en unas fiestas públicas un demonio, volviendo a su casa antes de quitarse aquellos vestidos tuvo que ver con su mujer, diciendo por burla que quería engendrar un diablo. Con este espanto la mujer parió un niño con figura de diablo. Vayero también dice que llevando uno mal que su mujer estuviese embarazada, dijo: “creo que tenéis dentro del vientre un demonio”; la cual después parió la criatura como suelen pintar al demonio, con cuernos y otras deformidades» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. XVI).
APARTADO 3 «En el río de Cauma, en Mozambique, se halla el pez mujer, el cual tiene el medio cuerpo de hembra, y da mucho que hacer a los portugueses en cuidar que sus esclavos no vayan a tener cópula con estos peces, porque van al río para este efecto como a casa pública. Pero sobre todos estos es ilustre el testimonio de Alejandro Napolitano, que cita a Teodoro Gaza, que por sus ojos las vio. Ni ha muchos años que se topó a una en Frisia: era un monstro marino la mitad figura de doncella y la mitad pez, la cual vivió algunos años y aprendió a hilar, como lo afirman Cardano, Belonio y nuestro Cornelio. Si bien la llamaron algunos sirena, engañados con la opinión del vulgo, que a las sirenas juzga por medio pez; no son sino medio aves: Teopompo, Isacio, Caleschro, Albrio, Bocato así lo juzgaron, conspirando en esta sentencia los gramáticos griegos y latinos, la contienda ya puesta con las Musas, de que escribe Pausanias, haberlas supone: y así de sus plumas se pudieron tejer coronas las nueve hermanas, casi no hay antiguo que las hiciese acuátiles. Esta y otras mentiras debe el vulgo a los pintores» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV).
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APARTADO 4 «Donde la fama mintió menos y donde se engañó más fue acerca de los cinamolgos o cinocéfalos, calificándolos por hombres con rostro de perro [...] En su tiempo dice Vicencio que trajeron uno de aquellos monstros a Francia para que le viese el rey, y da ciertas señas de él: tenía cabeza de perro, los demás miembros humanos, los muslos, manos y brazos tan sin pelo como los nuestros, el cuello también, y era blanco, pero en las espaldas tenía pelos, estaba derecho como hombre, sentábase como nosotros, comía carne cocida, bebía de muy buena gana vino, y con decencia y modestia tomaba el bocado en la mano y lo llevaba a la boca. Marco Polo confirma en parte la sentencia de Megastenes: dice que en la India, isla de Angamán, se hallan, y que comen carne humana. El beato Oderico dice también que en Nicoverra, cuidad juntamente de la India, los hay» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. XII). «De que hay o hubo estos monstros no lo dudo, incierto es si son en sustancia hombres. Mi sentimiento es que no se han engañado, o engañádonos, en todo los autores que nos los han vendido por humanos; si bien han mezclado muchas cosas inciertas otras claramente falsas, la fama en muchos tuvo alguna ocasión de los animales cinocéfalos, que son monos con cabeza de perro, los cuales hemos visto en esta corte, son muy hábiles, imitan mucho nuestras acciones, hasta aprenden a escribir, bailar, cantar y cobrar de los que habían gozado su espectáculo los dineros, echándolos en una bolsa, como si tuvieran entendimiento. Otros autores tuvieron más cierta relación, no engañados de la docilidad y remedo de nuestras acciones de estos brutos, sino porque toparon hombres con la cabeza disforme y hocico salido y dientes agudos, con semejanza de los perros. Con el cual gesto ha habido alguna gente, y recientemente se han encontrado en las Indias Occidentales gigantes con esta forma, como escribe fray Pedro Simón, topoles el capitán Juan Álvarez Maldonado, y sus soldados mataron uno a escopetazos, que a manos no se atrevieran, y era aquel hombre hermafrodita. Los portugueses también han topado, no gigantes, sino gente en lo demás semejante.También Conrado Licostenes en su apendix dice que hallaron los portugueses en su conquista del nuevo mundo, en la parte que les cabe, un linaje de hombres con cabeza de perro, con sus pelos, orejas largas, los brazos y la mitad del cuerpo de
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hombre, los muslos de caballo, las uñas de búbalo, vístense de pieles, no hablan sino ladran muy recio, aunque si es verdad toda esta historia, no sin razón se negará ser hombres. Argensola dice que Pedro Sarmiento topó con otros hombres, que en lugar de dar voces aullaban» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. XIII).
APARTADO 5 «Mas llegando a tratar de los pigmeos, no sólo calla aquel Aristóteles su bordoncillo, pero advierte señaladamente de su certeza, diciendo: “Y esto verdaderamente no es fábula” [...] Como si no los pudiera haber habido en diversas partes, como los gigantes, que en varias regiones del mundo los han puesto sus historiadores, y Apolonio en Sicilia; y aun en una isla junto a Atenas, en la cual dice se halló un sepulcro de uno que tenía de largo cien codos, con este epitafio: “En la isla larga Macrofiris yace, cincuenta siglos, pues su vida hace”. Que tantos meses tenían los cinco mil años que este gigante vivió, lo podrán examinar los eruditos, o satisfacerse con la poca fe de los griegos. Eumaco trae rastro de que los hubo en Cartago; Teopompo en el Bósforo Cimerio; otros en Rodas. En Palestina cierta cosa es, y en el Perú, y en otras partes diversas de las Indias. En Creta de Plinio consta; en Bohemia de Venceslao Hagecio; en Inglaterra de Cabdeno; en Armenia de Juan Aventino; en Helsignia de Sajón Gramático; en Francia de Fulgosio» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. I). «y otros desmesurados que se han hallado en tiempos modernos en varias cuevas y entierros de la misma Sicilia cuyos cuerpos, habiéndose conservado enteros en la apariencia, han deshéchose en polvo al primer toque [...] De que se infiere haber sido Sicilia más que otra parte alguna tan fecunda de gigantes como de mieses, y no estar tan sin fundamento las fábulas de los Polifemos, Tifeos, Encelados y otros gigantes a que se atribuyeron tantos delirios» (Rivilla Bonet y Pueyo, cap.VI). «Juan Boccaccio en su Deorum genealogia lib. 4. cap. 68. citado por Baptista Fulgoso lib. 1 cap. 6. y por Fortunio Liceto De Spont. viventium ortu lib. 4. cap. 6. escribe que en su tiempo se halló en una gruta de Trapana en Sicilia un gigante» (José V. del Olmo, fol. 540).
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APARTADO 6 «Mas en cuanto a la variedad del asiento de los miembros exteriores de los cuerpos, como es cosa que entre nosotros no se ve, la tenemos por maravillosa; mas en otras partes hay hombres que como lo dicen Plinio y Aulo Gelio, y aun San Agustín en el octavo capítulo del decimosexto libro de su ciudad de Dios, tienen los ojos en las espaldas, y otros que no tienen más que uno solo, y aquel en mitad de la frente, y los llaman cíclopes y habitan en la Escitia.Y en la región de Abarimos habitan otros que tienen los pies vueltos al contrario, y como todos en común tienen aquella misma forma, no se tienen por maravillosos ni por monstruosos. Y también se dice que en la India interior nacen personas vellosas, como lo era el monstruo que dicho tengo en aqueste capítulo, y que otras nacen con plumas como pájaros, y que su sustento es de solo el olor de las flores y cosas aromáticas. Regiones hay que están más sujetas a criar monstruos que otras, y así África los cría más, que no Asia ni Europa; y de esto puede ser causa lo que San Agustín dice, que en algunas provincias naturaleza se muestra en general monstruosa, como lo hace en particular sobre una criatura» (P. Bovistuau, II, cap. I). «hay algunas generaciones de gentes que tienen más miembros, y menos también, de los que la común naturaleza nos tiene dispuestos. Y particularmente en la India hay una provincia cuyos habitadores nacen con seis manos, y viven muchos años sin tener ninguna enfermedad. Otros hay que son vellosos como osos.Y otros que de continuo habitan en el agua.Y otros hay que así en las manos como en los pies tienen a seis dedos en cada parte.Y en la montaña Milo habitan personas que en cada pie tienen ocho dedos; otras personas hay que no tienen boca, y sólo respiran por las narices, según lo dicen Aristóteles, Heródoto y San Agustín, y sobre todos Plinio en el segundo capítulo de su octavo libro. En la Etiopía occidental hay gentes que tienen cuatro ojos, y en otras partes las hay que no tienen más de uno, y aquél en medio de la frente, como lo tenían los que en Italia llamaron Cíclopes y Lestrigones. Y ahora los tienen así una generación de gente de la Escitia, que se llama arimaspes, de quien Aulo Gelio hace mención en el cuarto capítulo de su noveno libro, y Amiano Marcelino en su libro vigésimo segundo; y dicen que son humanos y justicieros [...] así
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como los pigmeos tienen continua guerra con las grullas, que así la tienen ellos con los grifones sobre el sacar el oro de las minas, que ellos guardan con mucho cuidado. Algunos que han investigado la etimología de su nombre dicen que “arima” en lengua escitia significa uno, y “spu”, ojo; y que por ellos los llaman arimaspu, que quiere decir hombre de un solo ojo» (P. Bovistuau, II, cap. II). «Cap. 13. Que declara, dónde hay hombres que tienen la cabeza de perro y tienen la voz de perro, y otros que son medio hombres y medio fieras, y tienen la voz de perro y uñas, y cazan como perros. Cap. 14. Que trata, cómo hay hombres que tienen cola, y otros que tienen los pies de caballo, y otros todo el cuerpo yerto, o lleno de cerdas, sólo la cabeza, y otros hombres que parecen caballos, y otros que se vuelven lobos [...] Cap. 16. Que trata, dónde hay hombres que no tienen sino un ojo en mitad de la frente, y hombres que tienen los ojos de lagartijas, y otros que tienen los ojos garzos que ven de noche, y no de día, los cuales desde que nacen son canos [...] Cap. 19. De donde hay gentes que tienen ocho dedos en cada pie, y otros que tienen un pie, y se hacen sombra con el pie, porque es grande, a todo el cuerpo, y otros hombres que no tienen boca sino narices, y del olor se mantienen, y de otros muchos. Cap. 20. De los pigmeos, que por ser tan chicos pelean las grullas con ellos. Cap. 21. De los negros, dónde viven, y por qué son negros, y de cómo hay tierras en que los hombres no se envejecen, y de cómo viven doscientos años, y otros que no pasan de cuarenta años, y las mujeres paren de siete años, y otras que de cinco años conciben. Cap. 22. Si hay gigantes, y cuándo tuvieron su principio, y dónde, y qué gentes fueron los gigantes» (Sánchez Valdés de la Plata, Tabla). «Esto baste haber dicho sumariamente de estos monstros dudosos y más afamados. En otras gentes de insolentes figuras de que hace mención Plinio y San Agustín no me quiero meter, por no tocar a mi argumento, ni de la animación, ni de su especificación, pues no toca su duda a si serán dos los sujetos, o si humanos, sino sólo a su asistencia; que si ésta fuese cierta no se dudaría mucho ser hombres, sólo se extrañaría su deformidad. Con todo eso de paso apuntaré que Plinio no se quiso hacer cargo de su verdad, sólo remite su fe a los autores que cita. Lo que yo pienso es que de todos aquellos linajes monstrosos que recogen, hubo acaso algún singular que ocasionó su fama, que
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de pequeña familia se dilata mucho, y en verdad cimienta mil mentiras. Pero naciones enteras sólo de algunos las ha habido, y en estos tiempos hay autores modernos que aseveran haberlos en las Indias, con que acreditan lo que hasta ahora se ha tenido en Plinio por cuento. No son mucho más extravagantes los hombres que este autor exagera que de los que han escrito Juan, nuncio del Papa, y otros legados apostólicos en Tartaria; y S. Antonino,Vincencio Velvacense y Enrico Kornmano dicen que en ciertas tierras de tártaros se hallaron unos hombres con un brazo en el pecho y un pie solo; eran excelentes saeteros juntándose de dos en dos, teniendo uno el arco, disparando el otro la saeta; eran ligerísimos en correr con la mano y el pie, pasando a un caballo, y cuando se les cansaba la mano se levantaban saltando con el pie solo. No ha muchos años (según dice y atestigua Conrado Licostenes) que hallaron los portugueses en una isla camino de Colocuto unos hombres que tenían en el lado derecho dos brazos y dos manos, orejas de asno, rostro de hombre, muslo derecho de caballo, el otro humano, en sus partes muchos pelos, lo demás liso, corrían y saltaban como ciervos, las mujeres eran del mismo gesto, sino que en tanta desformidad tenían la cara hermosa y las orejas menores» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. XIV). «¿Quién creyera, que hay hombres llamados Caribes, que comen carne humana? ¿Quién, que hay hombres que carecen de boca, y así no comen ni beben, y sólo se alimentan con el aire que reciben por las narices y con el olor de las raíces, flores y frutas silvestres, y que mueren con los malos olores? ¿Quién, que hay hombres con un solo ojo en la frente, otros con cuatro, otros con dos en el cogote y ninguno en la cara? ¿Otros con los ojos en el pecho o en los hombros y sin cabeza que sobresalga del pecho? ¿Otros con orejas tan grandes que la una echan debajo del cuerpo, y con la otra se cubren? ¿Otros sin labios ni lengua, otros con dos lenguas? ¿Quién creyera que había hombres con cola? ¿Hombres sin brazos, y con el pie comen, escriben, cosen, juegan a los naipes, la espada, tiran una honda, juegan a la argolla (y de estos yo he visto alguno) y otras cosas, como si tuvieran manos? ¿Quién creyera que había hombres con los pies vueltos al revés, y en cada uno ocho dedos? ¿Quién, que hay nación de hombres que tienen los pies de a codo de largo, y las mujeres allí tan pequeños como de pájaros? ¿Quién, que había hombres con doblado cuerpo y
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una cabeza, y al contrario, duplicadas cabezas en un cuerpo?» (A. de Fuentelapeña, Instancia séptima, §105, §106, §107).
APARTADO 7 «Cuanto al primer punto, digo ser por la mayor parte verdaderos, como se echará de ver con su probanza en particular. Doy principio por los pigmeos, de los cuales trato por la censura de Alberto Magno, que los calificó por bestias, pero así mandó que los había. Yo brevemente propondré el parecer de graves autores, examinaré sus fundamentos, luego diré a lo que me inclino con sentencia encontrada a los más de los modernos, aunque de acertado parecer y extraordinaria erudición, como Julio Escalígero y Ulises Aldrovando y otros, si no de igual, de grande doctrina. Persuadiéronse algunos a negar esta gente pequeña por la autoridad de Estrabón, que no da todo crédito a su fama, ni trae Aldrovando fundamento más eficaz que la autoridad de este escritor, pero yo le opongo por dejar otras. La de Aristóteles, que por ser autor tan serio y mirado en lo que dice debe anteponerse a cualquier otro, no sólo en las cosas que tocan a filosofía y discurso, sino a historia principalmente natural, en las cuales es tan escrupuloso que no estando cierto del caso no lo asevera él, sino alega el testimonio de otros, repitiendo cansadamente estas palabras, “como dicen”, no queriendo darse por autor de lo que no es de segurísima fe» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. I).
APARTADO 8 «Escalígero se funda en que en estos tiempos se ha corrido más el mundo, se ha hollado más y penetrado, que apenas hay rincón de él que no haya pisado la avaricia, y con todo eso no ha tropezado nadie con esa gentecilla. Flaco es este fundamento, y falso: ¿qué importaba que ahora no los hubiese para que nunca los haya habido? Ahora no se hallan gigantes, por lo menos así lo piensan muchos, y con todo eso no hacen de ahí argumento para que nunca los haya habido. Mercurial, que se atrevió a violar su fe, es reprendido y convencido con infinidad de testimonios; más que ninguno alega con larga eru-
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dición don José Pellicer de Salas en sus copiosas Lecciones solemnes» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. II).
APARTADO 9 «Apolonio, que con negar otras gentes monstruosas saca a los pigmeos, diciendo que es su historia verdad; sólo añadiré alguna autoridad sagrada: el profeta Ezequiel, contando las grandezas de la ciudad de Tiro, dice entre otras por cosa rara que había en sus torres pigmeos [...] y de este punto es la controversia, o que no se sabe a qué propósito estarían allí, ni qué fin pudo haber para ponerlos sobre las torres de aquella grande corte [...] que era para guarnición de los muros, por ser famosos y diestros saeteros. Dice Cresias Gnidio [...] “que el rey de la India tenía tres mil pigmeos para cuando hacía jornada que le acompañasen, porque eran diestrísimos saeteros”» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. IV). «Y en mi sentir tampoco deben negarse los pigmeos, cuando según Plinio, lib. II cap. 49 les hay en todas las especies de animales, y aun de las aves [...] de nuestro siglo afirma haberles visto Antonio Pigafetta entre las Molucas en las Islas Aruchuetto y Caphi» (José V. del Olmo, fol. 536).
APARTADO 10 «De familias y poblaciones enteras hablo, no sólo de particulares; que de estos aun en siglos no tan apartados tenemos hartos ejemplos en Sigenoto, Godofredo, Dentato, Sigfrido, Uvolrardo y otros innumerables de desmedida grandeza. En tiempo de Maximiliano Segundo hubo un hombrazo que se comía un buey entero. Cuando el almirante de Castilla fue a dar la enhorabuena de su Imperio a Rodolfo Segundo, entre otros que le salieron a recibir fue un gigante que en su escarcela llevaba un enano» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. II). «Pero no obstante que, como dije, hubiese gigantes de cuerpo extraordinario, no menos los hay ahora. Pues en el reino del Perú, cer-
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ca del Estrecho de Magallanes, hay una provincia llamada de los Pantones, donde según todos los geógrafos habita una nación entera de gigantes tan descomunales que de un bocado comen dos libras de carne, y de una vez beben dos arrobas de agua. Véase a Hortelio en dicha carta, y véase en el Consejo de las Indias un hueso de que dicha tierra trajeron por mandado del señor rey Felipe segundo unos exploradores, que desde Chile mandó fuesen a descubrir esta gente, que con su vista quedará desengañado de que hay gigantes. También pudiera remitir al lector a Benavente, donde verá portentosos huesos de cadáveres giganteos; y yo en esta corte he visto una muela que pesaba siete libras» (A. de Fuentelapeña, duda V, §202).
APARTADO 11 «Allégase a esto ser común ver entre nosotros hombres pequeños, y enanos, e iguales a los pigmeos, y no vemos gigantes; pues, ¿qué razón hay que creamos más haber habido gigantes, con no haber visto jamás hombre de tan cabal estatura como ellos, y que no creamos haber habido pigmeos, con haber entre nosotros hombres que no les exceden? Los años pasados vimos en esta corte a Bonamí, así se llamaba un hombrecillo que por la prodigiosidad de su pequeñez fue traído a la majestad de Felipe tercero, para grandeza de su palacio. Para los que no le vieron se exagerará su pequeñez y delicadeza con lo que pasó a un caballero de esta corte, que en un tapiz le dejó colgado, prendido con un alfiler, que aunque fuese más que de a blanca, es harto encarecimiento» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. IV). «Lo tercero, porque de presente pasa; pues vemos hay enanos en nuestros tiempos poco mayores que los pigmeos, como se vio en tiempo del rey Felipe Tercero, que tenía su majestad uno llamado Bonamí, tan pequeño que un caballero en una ocasión le dejó preso de un tapiz con un alfiler» (A. de Fuentelapeña, duda I, §124). «Bien singular pequeñez fue también la de aquel enano que se vio en Madrid en tiempo del señor rey Felipe III llamado Bonamí, [...] y Casaubono en las notas a Suetonio en la vida de Augusto escriben que tenía un enano llamado Conopas que era el entretenimiento y
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delicias de Julia, su nieta, que no era más alto que dos pies y un palmo, que es lo mismo que tres palmos de los nuestros» (José V. del Olmo, fol. 539).
APARTADO 12 «Lo más singular que de ellos se ha escrito es lo que refiere Nicéforo lib. 12. cap. 37 que en tiempo del Emperador Teodosio nació un hombre de increíble pequeñez y estatura en Egipto, no mayor que una perdiz; ¿qué sería (dice) verle en diferentes controversias y altercados con los hombres? Admirando todos el discurso y prudencia de que le había dotado naturaleza, vivió hasta la edad de veinticinco años [...] Pineda en la Monarquía eclesiástica 2. part. lib. 14. cap. 5. §. 4. citando a Nicéforo dice: “En este mismo tiempo (habla en el de Teodosio) se supo vivir un hombre de notable grandeza en Siria llamado Antonio, que vivió veinticinco años [...] y otro en Egipto tan pequeño que era poco más de una perdiz, y de notable buen entendimiento, que casi vivió otros veinticinco años, y era de gustosísima y muy cortesana conversación” [...] Más pequeño era un hijo de M. Antonio el Triunviro, que apenas llegaba a 2 pies su estatura y era de muy agudo ingenio; así lo dice Juan Bond en los Escolios y notas a Horacio» (José V. del Olmo, fol. 543).
APARTADO 13 «Empédocles y Difilo fueron de opinión que la causa del nacimiento de los monstruos era la superabundancia o la poca cantidad de la simiente, o el no estar bien dispuesta y purificada de la matriz, o el haber la criatura en ella tenido alguna estrechez. Otros dicen que la causa de ello son los desreglados y viles apetitos de las mujeres preñadas. Y nosotros, que estamos adoctrinados en mejor escuela, es razón que los atribuyamos a la providencia y justicia de Dios, que no menos para nuestra enseñanza que para nuestro castigo, permite que naturaleza los produzca, como en contumelia y en horror del pecado, pues que como bestias brutas continuamente nos precipitamos en él.Y él con aqueste medio nos avisa que nos apartemos de nuestras vilezas y nos humillemos a su divina majestad» (P. Bovistuau, IV, cap.VI).
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APARTADO 14 «El profeta Esdrás amenaza a Babilonia, según la Escritura sagrada nos lo dice en el 5 capítulo de su propio libro; y entre otras maldiciones de que por el ángel es amenazada, es una, que sus mujeres parirían monstruos disformes, espantables y prodigiosos [...] Y ahora para añadidura de aquestas amenazas nos ha nacido un espantosísimo monstruo, que ha sido causa del sujeto de aqueste presente capítulo, cuyo nacimiento fue en el mes de enero de 1578, en un lugarejo llamado Euscrigo, que es del estado de Milán, junto a Novara; su madre era mujer de edad, y la forma del monstruo era aquesta: tenía siete cabezas y siete brazos, y solas dos piernas, que ellas y los pies desde las rodillas para bajo eran de cabra; la cabeza que más eminente parecía no tenía más de un solo ojo, y aquél en medio de la frente. Si en todo él no hubiera habido otra consideración, mas de solo el mucho número de cabezas y brazos, cosa fuera para que de ello se hubieran podido dar algunas probables razones, según nos las enseña Hipócrates en su libro De genitura, que son, que los instrumentos que naturaleza tiene dispuestos para la generación hubiesen estado defectuosos, y por ello haber sido causa de que en aquella criatura se hubiese alterado la forma, conforme al ejemplo que tenemos en los árboles y en las plantas, que si no tienen lugar capaz para poder brotar y salir de la tierra, nacen torcidos [...] Y así la producción de aqueste monstruo se hubiera podido atribuir a que entonces naturaleza había tenido intención de producir mucho número de criaturas, y que por causa de la estrechez de la matriz se habían quedado embebidas las unas en las otras, y sólo había hecho muestra de aquella división, que no es nuevo haberse visto nacer criatura con cuatro brazos y cuatro piernas, y vivir algunos días, según lo escribe Jovio Fincelino en su libro De miraculis; y aquesta es una causa que se puede atribuir a todos los animales monstruosos, así de agua como de tierra, cuando su monstruosidad consista en tener más número de miembros de los que naturaleza tiene dispuestos a especie de cada uno, sin que ningunos de ellos tengan semejanza de aludir a otra especie [...] mas aqueste monstruo, de más de tener muchas cabezas y brazos, participaba de animal bruto, que es cosa que no consiste en razón, si no es querer calumniar a su afligida madre, que estaba harto confusa y atribulada de aquel su parto monstruoso» (P. Bovistuau, IV, cap.VI).
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APARTADO 15 «dice Serafino Razzi sucedió en Teutonia, de un caballero que empleaba los días de fiesta en caza, naciole un hijo con cara de perro, con que advertido hizo penitencia. El Cardenal Pedro Damián dice de Roberto, rey de Francia, que se casó con una parienta cercana, no temiendo el incesto que hacía por ser sin dispensación; en castigo de su pecado le nació un hijo con el cuello y cabeza de ganso [...] el año de mil y quinientos y cuarenta y seis, antes de las guerras civiles de Alemania, las pronosticó un niño que nació con un cuchillo de aguda punta que le salía del vientre. A Mahoma, hombre embustero y doblado, prefiguró una criatura que nació en Constantinopla con dos cabezas y cuatro pies. A Arrio representó primero otro niño con dos bocas, cuatro ojos, dientes doblados, y con una barba larga y terrible. A Lutero anunció otro niño con cuatro pies de buey, cuatro ojos, nariz y boca de becerro; del colodrillo le colgaba una capilla como de religioso, y con su corona semejante en la cabeza; los muslos y brazos rasgados con algunas cuchilladas, como vestido acuchillado de soldado. Otros monstros son para confirmación de la fe, o para excitar la piedad y devoción» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. X).
APARTADO 16 «Ya he dicho que como los romanos estaban enseñados e inducidos por sus adivinos, aborrecían las criaturas monstruosas, y sobre todas, aquellas que tenían entrambos sexos, porque tenían por cierto que jamás un caso semejante sucedía que a la República no sucediese algún desastre. Y así se vio que acaeció en tiempo del consulado de Cayo Hostilio Mancino, que habiendo en Roma una mujer esclava parido un hijo que tenía cuatro pies, cuatro manos, cuatro ojos y cuatro orejas, y duplicados sexos, y en todo el restante un solo cuerpo, poco después el mismo cónsul en España fue vencido por los numantinos, que para ello no aprovecharon las prevenciones que la República había hecho por consejo de los adivinos, que fue hacer quemar aquel monstruo, y que sus cenizas se echasen en el mar» (P. Bovistuau, III, cap. X)
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«Antiguamente en la India hubo una generación de gentes que los llamaron Bracmanes, que fueron muy supersticiosos acerca de la observación del nacimiento de sus hijos como después en el criarlos, porque cuando ya eran de dos meses los sacaban en público, y muy particularmente los consideraban, si había en ellos o alguna mala proporción [...] Y si en ellos había monstruosidad o defecto de miembros los mataban, y con aquella crueldad creían hacer injuria a la naturaleza y vengarse de ella, deshaciendo lo que ella había producido [...] Los de Esparta en Grecia [...] los hacían llevar a tierras extrañas, o los echaban en alguna isla o tierra desierta, a la misericordia de la fortuna [...] Si a los atenienses les nacía algún hijo monstruoso o con defecto, le echaban en el mar, y hacían que unas doncellas purificasen la ciudad [...] Los romanos antiguos [...] echaban en el Tíber las criaturas monstruosas, o las quemaban y sus cenizas las esparcían por el aire» (P. Bovistuau, I, cap. XXXVI). «Mas en los monstruos, como siempre son varios, la hermosean y la hacen más considerable y que se tenga en más, porque según la opinión de los doctos son significativos y anunciadores de trabajos e infelicidades.Y por esto los romanos los despeñaban o los ahogaban, por no querer tener delante de los ojos un tal anunciador de calamidades. Y así lo hicieron el año 545 de la fundación de Roma [...], mataron a un niño que nació con la cabeza de elefante.Y el año 544 [...] echaron en el mar a otro que nació, que no se pudo averiguar si era varón o hembra» (P. Bovistuau, II, cap. I). «Que los romanos los arrojaban en el mar o en el Tíber. Los lacedemonios los despeñaban, y aquesto usaban no sólo con los monstruos, mas aun con las criaturas que nacían con algún defecto natural.Y aunque los atenienses eran tenidos por sabios, les hacían el mismo regalo que los romanos. Los latinos los hacían echar en los desiertos, a la merced de las fieras bravas [...] porque también se puede entender que Dios los envía para particular castigo de aquellas casas en las cuales nacen, y también para prueba de la paciencia de sus progenitores; y también otras veces nacen sin que en ellos haya más consideración de la que los filósofos les dan, tratando de la causa de sus nacimientos» (P. Bovistuau, III, cap. XVI).
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APARTADO 17 «Conrado Gesnero en su historia de los animales de cuatro pies dice que en la floresta de Sajonia [...] unos cazadores tomaron vivo un animal monstruoso, que era macho y que tenía aspecto humano; y otro que era hembra fue muerto por los perros y los cazadores mismos; el que fue tomado vivo, fue domesticado y aprendió a hablar algunas palabras, aunque mal pronunciadas y con voz gruesa y ronca. El año de 1531 fue cazado otro semejante al sobredicho [...] aunque jamás se quiso domesticar, ni aun tanto que pacíficamente admitiese ser visto de ningún hombre, ni jamás quiso comer cosa que le fuese dada, y así en breves días murió de hambre. El año de 1409 el rey Jacobo Cuarto de Escocia envió por su embajador a la corte de Francia a Jacobo Egilino, y habiendo corrido tormenta aportó a una isla de la Noruega, y en ella vio monstruos de la facción, como los que tengo contados que Gesnero refirió. Y como procurase saber qué especie de animales eran no se lo supieron decir, más de que dijeron que eran perjudiciales, porque de noche eran de ellos acometidos en sus casas y chozas del campo, y que si no fuera porque estaban sobre aviso, y por los perros que tenían, no hubieran estado seguros en sus camas. Y como yo entiendo que ya que esta mi traducción venga a salir a la luz, no habrá comodidad para poder dar dibujadas todas las figuras de aquestas historias como él las da en aquesta en que por escrito quedó corto, y así no se podrá saber la forma que tenían, quiero suplirlo yo con aquesta mi breve advertencia, y es: que el rostro y las barbas tenían harto semejantes al hombre, el pelo del copete tenían algún tanto alto y erizado, las orejas tenían parecencia con las de las cabras, y de la misma manera como ellas tenían dos cornezuelos, que estaban vueltos y caían hacia atrás; entre las barbas y la garganta tenía[n] otras barbas formadas de su propio pellejo, a manera de las barbas de un gallo; el pecho, los hombros y las espaldas tenían vellosos como león; los brazos, manos y cola tenían como de perro; las zancas de las piernas y los pies eran como de ave de rapiña, y el medio cuerpo trasero tenían el pelo corto como los caballos» (P. Bovistuau, I, cap. XXV). «Bien es verdad que algunos habitadores del desierto se han hallado y juzgado al principio por bestias, que no lo eran, sino hombres que se habían hecho salvajes. En Oropesa en unos montes se halló
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uno, todo muy peludo y que no hablaba [...] Pontaco en su Cronicón dice de un loco sardo que se huyó a los montes, que andaba a gatas y comía yerbas, guardando en todos los fueros de bruto; después de algunos años cazole sin pensar el príncipe de la isla; conocieron que era hombre, acordáronse del caso y restituyéronle a sus padres. No se pudo recabar con él que hablase, ni que comiese pan ni otra vianda, sino yerba; hasta que halló buena ocasión de escaparse y se tornó a los montes, donde nunca más pareció» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro IV, cap. IX).
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APARTADO 1 «De que en confirmación de esto Levinio Lemnio escribe un caso notable, y es que en Flandes a una mujer que estaba preñada se le antojó dar un bocado y comer de las carnes de un mancebo gentilhombre, que acaso estaba delante de ella, y temiéndose que si para ello le hubiera pedido licencia no se la hubiera dado, movida del furor de aquel su antojo, arremetió a él y lo asió de una mano y con los dientes, le arrancó un bocado de ella y se le tragó. El mozo lo sufrió, teniendo respeto al antojo, pero habiendo ella querido segundar en morderle otro, él se airó con ella y no se lo consintió, porque le pareció que ya aquello procedía de crueldad, y que era un hecho horrendo, de que ella quedó confusa y corrida.Y después de que algunos días hubo estado con continuas melancolías, abortó dos hijos, el uno vivo y el otro muerto» (P. Bovistuau, I, cap.V). «Lo mismo se ha de decir de otros casos semejantes, y es particular el que relata Langio, y oponen algunos, que a una mujer se le antojó de morder los hombros de un pastelero que había visto desnudo. El marido por dineros que dio al pastelero le rindió a que lo consintiese; ella le dio dos bocados, quiso añadir otro, mas él no quiso esperar al tercero y parió después la mujer tres niños, los dos vivos y el tercero muerto por el bocado que la faltó» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. XIV).
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APARTADO 2 «Lo quinto la dan [a la imaginación] virtud para multiplicar los partos. Sebastián Munstero en su Cosmografía dice que cerca de Maguncia se encontraron dos mujeres, dándose un golpe en la frente; la una estaba preñada y parió dos hijas asidas por las frentes. Este doblarse el parto pariendo dos criaturas para representación del suceso imputan a la imaginación» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro II, cap. I).
APARTADO 3 «Como los filósofos antiguos se dieron a escudriñar los secretos de la naturaleza, no fue en lo que menos trabajaron en procurar de aprehender las causas del nacer de los monstruos y de los partos prodigiosos, que parece que son como un oprobio de la misma naturaleza, y un horror, e ignominia de los progenitores [...] Y así los que hacen profesión de la astrología judiciaria, y en particular Alcabicio, atribuyen los monstruos a las constelaciones de los astros, y dicen que si cuando la luna estuviere en tales grados, y en tales signos, y en conjunción de tales planetas, que lo que entonces se concibiere será defectuoso, y que si estuviere en tales aspectos será monstruoso» (P. Bovistuau, IV, cap.VI).
APARTADO 4 «“Si es cosa digna de risa el que un monstruo, aunque nazca en la publicidad de una plaza, sea presagio de acabamiento de reinos y muertes de príncipes y mudanza de religión, cómo no lo será también el que un cometa lo signifique, cuando en el origen de éste y de aquéllos puede militar una individua razón [...] Y aunque sean los cometas (como algunos los llaman) monstruos del cielo, no por eso se infiere el que sean por esta razón causadores de las calamidades y muertes que les imputan, como tampoco lo son cuantos monstruos suelen admirarse, etc.”.Y pareciéndome (como así es) concluiría mi argumento con eficacia mayor, quise dar graciosamente posibilidad de común origen, respectivamente al cometa y monstruo, para que se viese que
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ni aun en términos tan en extremo latos, eran presagiosos los cometas o causadores de males, por no serlo los monstruos en la realidad, sino sólo en concepto de supersticiosos o pusilánimes» (Carlos de Sigüenza y Góngora, §193).
APARTADO 5 «no será temerario el afirmar que mediatamente pueden los astros ser causa algunas veces de los monstruos por los modos ocultos de sus alteraciones [...] ocasionando revolución y desorden en ella [la simiente], de que nacen los partos monstruosos [...] De que se sigue que dichos monstruos son verdaderamente unas disonancias en cuanto a las partes que no consuenan con los planetas que las predominan. ¿Quién negará el unísono del sol y el corazón, fuentes ambos de toda la vida, y así que dos cuerpos con uno solo es disonancia monstruosa, que no colocado en su lugar es el mismo desorden que sería en el sol la dislocación de su sistema?» (Rivilla Bonet y Pueyo, cap. V).
APARTADO 6 «Y así queriendo Hipócrates enseñar la causa del nacer de las criaturas monstruosas, en su libro de Genitura trae el ejemplo del nacimiento de los árboles, y dice que al tiempo que están para nacer, si hallan algún impedimento salen torcidos, inclinados y mal parejos, y que de la misma manera acaece a la criatura, que si se concibe en matriz estrecha, no bien formada, ni con bastante purificación, nace monstruosa o con algún defecto [...] y da otras razones, diciendo que si alguno de los cuatro humores de que la simiente es compuesta enteramente no concurre en la generación, que habrá defecto en la forma. Y más dice: que también puede proceder de algún golpe que la madre reciba, o por alguna indisposición que la criatura tenga mientras está en el vientre de su madre.Y también por algún defecto que la sustancia con que se alimenta tenga, o no le acuda bastantemente y de divierta por defuera de la matriz. Así que consideradas todas aquestas razones de Hipócrates, manifiestamente se verá que el monstruo que en el título de aqueste capítulo he prometido de tratar na-
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ció con la deformidad que tuvo; porque en su generación concurrieron algunas de las causas sobredichas, y esta debió ser estrechez del lugar, que parece había querido naturaleza producir dos criaturas, y halló la matriz tan estrecha que no tuvo lugar para ello, y quedaron embebidas la una en la otra, pues nació aquel monstruo con cuatro piernas y cuatro brazos, que se distinguían las piernas desde las corvas, y los brazos desde los codos, y en todo lo demás era una criatura bien formada [...] Nació vivo, y aún vivió algunos días según lo escribe Jacobo Fincelio» (P. Bovistuau, I, cap. XXXII). «Llegando ya a lo particular del teatro que hemos tenido estos días en esta corte, su causa fue descompostura del molde, y roturas de los vasos y túnicas en que la naturaleza envuelve las criaturas con alguna confusión de las materias no sobradas, que se mezclaron cuando tiraba la naturaleza a formar dos niños, y no pudo acabar, dejándose al uno imperfecto, a entrambos asidos, sin ser menester para esto fuerzas imaginadas del cielo, ni de la imaginación de la madre. Puédese filosofar aquí, siguiendo a Empédocles: como en la fundición de los metales para hacer alguna imagen u otra forma, si la materia no está limpia ni pura; si el molde o vaso en que se recibe está torcido o agujereado, o de otra manera descompuesto, salen las imágenes con semejante tacha y muy feas. De la misma manera, si el lugar en que se recibe el semen está mal asentado, y descompuesto y desbaratado, y el mismo semen es vicioso, no saldrá de ahí forma perfecta. Y si en dos moldes juntos quisiesen hacer dos figuras distintas, mientras estuvieren sanos y enteros los moldes saldrán divididas; mas si hubiera en ellos alguna quiebra y comunicación de uno a otro, por allí correría el metal y se juntarían las figuras. Así mismo por vicio de los vasos de la generación o túnicas se suelen juntar los muchachos cuando la naturaleza tiraba a formar dos. Esta junta es de varias maneras: unos se asen, y esto más ordinariamente, por los pechos, como si se abrazaran, entreteniéndose así la naturaleza en pintar la caridad; otros por las espaldas, como se vio en Roma, año de mil y cuatrocientos y noventa y tres; y en Verona, año de mil y cuatrocientos y setenta y cinco; y en Albania el de mil y doscientos y treinta y tres otro más prodigioso por tener el uno la cabeza de perro. Otros por los costados, como pasó en Uverdemberga, año de mil y cuatrocientos y ochenta y nueve; y en Lovaina el de mil y quinientos y treinta y seis. Otros por las partes últimas, opuestas las cabezas,
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como sucedió en París, año de mil y quinientos y setenta, y el año mil y seiscientos y veinte y ocho en Portugal. Otros por las frentes, como aconteció cerca de Uvormacia, año de mil y cuatrocientos y noventa y cinco: eran dos vírgenes que después de algunos años murió la una, y cortándola de la otra no bastó para que dentro de poco dejase de morir también. Munstero dice que las vio cuando tenían seis años. Casi la misma maravilla y trabazón se vio en Lovaina, sino que la una cabeza estribaba en dos cuerpos. Otros se han juntado por los colodrillos. Otros componiendo una cabeza de dos caras, como fue aquella calavera de que hace mención Francisco Hernando en sus manuscritos, que hallaron cavando un pozo: que tenía dos rostros, cuatro ojos, las narices y quijadas dobladas, con sesenta y cuatro dientes, no sólo grandes y crecidos, sino muy gastados, mostrando los muchos años que había vivido, para que ya no nos extrañemos de aquel Andrógino que la antigüedad admiró, o Platón imaginó. Otros nacen con dos cuerpos por la parte superior y es uno por la inferior, como dos ramas ingeridas en un tronco. De este modo llegaron dos hombres unidos hasta más de treinta años, hablaba cada uno. Nicéforo Gregoras dice que en tiempo del Emperador Andrónico el último, nació en Constantinopla un muchacho hasta el ombligo uno, y continuo de ahí se dividía en hombros, pecho, espinazo y cabeza doblada y con cuatro manos, pero no vivió sino un día. De otros semejantes hacen mención San Jerónimo y San Agustín. Otros al contrario salen divididos por la parte inferior, uno por la superior.Y en el año de mil y trescientos y ochenta y nueve nació uno con una cabeza, pero doblados los muslos, pies y brazos» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III).
APARTADO 7 «¿De dónde venga la monstruosidad de que a algunos hombres se les queda la cabeza embebida en el cuerpo? De la imbecilidad y flaqueza de la naturaleza, que no tuvo fuerzas en dicho sujeto para hacer que descollase la cabeza sobre los hombros, como lo pretendía; ¿De dónde venga la monstruosidad de tener los ojos en el cogote o parte posterior de la cabeza? [...] de la flaqueza de la naturaleza, que por su imbecilidad no pudo arrojar el semen de los ojos a la parte anterior a su lugar; para lo cual es de saber que los ner-
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vios de los ojos tienen sus raíces en el cogote, y así la naturaleza flaca no pudiendo enviar el semen a la parte anterior, produjo allí los ojos en dicho monstro» (A. de Fuentelapeña, dudas IX y X, §269 y §274, respectivamente).
APARTADO 8 «Aristóteles escribe que las mujeres no pueden concebir y parir de un parto más de cinco criaturas, y que aún es cosa que acaece pocas veces, y de las a quien ha acaecido fue a una criada de Augusto César, aunque no vivieron, que ellos y la madre murieron luego; y el Emperador los hizo enterrar juntos en un sepulcro, y que sobre él se escribiese el caso. El año de 1554 en Berna, ciudad de Suiza, la mujer del doctor Juan Cislinger parió de un vientre cinco criaturas: los tres varones, y las dos hembras [...] Pico de la Mirándola, que en los Comentarios sobre el segundo Himno dice que una mujer alemana llamada Dorotea, viviendo en Italia en dos veces parió veinte hijos. La una vez once, y la otra nueve.Y dice que en los meses mayores tenía grande vientre, que para poderse sustentar se ponía al cuello unas toallas, a manera de cabestro, y de aquella suerte le soliviaba. En los anales de los longobardos se lee que reinando sobre ellos Algemonte Primero, una mujer común de un vientre parió siete hijos, y los echó en un río; mas la admirable providencia de Dios no permitió que todos pereciesen, que andándose aquel rey paseando por la ribera del río los vio, y con una jineta que llevaba sacó el uno de ellos que todavía estaba vivo y le hizo criar y adoctrinar, y después le sucedió en el reino y se llamó Lavicio. Martín Cromero, en el sexto libro de su Historia polónica escribe que la mujer de un conde Virboslao parió de un vientre más hijos que ninguna de las que tengo dichas» (P. Bovistuau, I, cap. XXXI). «Plinio tiene por cosa monstruosa que una mujer para de un parto más de tres hijos, y así los filósofos que de aquesto han tratado no escriben de más número que de tres, aunque dan razones que satisfacen al poder nacer cinco y siete [...] Y todas las veces que aquesto acaece es que se junta con varón de grande virtud, y que ella está bien purificada.
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Togo Pompeo dice que los egipcios se tienen por los más antiguos hombres del mundo, porque están debajo de templado clima, y por serlo tanto sus mujeres les paren de un parto siete hijos. Aunque Aristóteles dice que es imposible que ninguna mujer para más de cinco, pero se engañó, que no es imposible, mas es raro. Una criada del Emperador Augusto de un vientre parió cinco hijos varones y, en naciendo, ellos y la madre murieron; y el Emperador les hizo hacer un sepulcro en el camino Laurento, y mandó que en él se escribiese el suceso de aquel parto. En la ciudad de Hostia una mujer común parió de un vientre dos hijos y dos hijas, y aquel caso fue tenido por prodigio del hambre que poco después hubo. Plinio dice que en el Peloponeso, que es la provincia que ahora llaman la Morea, una mujer en cuatro veces parió veinte hijos, cada vez cinco, y que los más de ellos vivieron, que es fertilidad harto notable. Y así como era infamia en el Testamento Viejo el ser estériles, por lo cual ni Sara ni la mujer de Manué tuvieron jamás más alegres nuevas que cuando oyeron que el ángel les dijo que parirían; como en efecto fue, que Sara parió a Isaac y la mujer de Manué a Sansón» (P. Bovistuau, II, cap. VII, «De algunas mujeres que de un parto han parido muchos hijos»). «porque unas paren a tres, otras a cuatro, otras a siete en Egipto, otra parió 22 de una vez, otra 36, otra 150, otra 164, y la condesa de Holanda parió de una vez 366, como lo testifica Alberto Magno, Andreas Eborense, Gicciardino, Guerra y otros muchos» (A. de Fuentelapeña, duda XIV, §315).
APARTADO 9 «aquellas dos hermanas que fueron madres de los Horacios y Curacios, porque aunque el número de los hijos no fue mucho, el caso fue singular, y fue según en las historias antiguas se ve [...] un hombre que se llamaba Sequinio, que tenía dos hijas nacidas de un parto mismo, y a entrambas las casó en un mismo tiempo, a la una con Curacio, natural de su ciudad, y a la otra con Horacio, natural de Roma [...] y cada una de aquel preñado parió tres hijos varones [...] Y aquestos fueron aquellos que [...] combatieron entre sí» (P. Bovistuau, II, cap.VII).
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«Paréceme que es yerro tratar de las historias antiguas y de casos de naciones extrañas, y dejar de contar los propios nuestros; porque si ahora nos descuidamos de ellos, los que sucederán en los tiempos venideros los tendrán por fabulosos e inciertos, y no osarán contarlos. Y así yo, por no incurrir en aqueste defecto, quiero contar algunos que modernamente han sucedido, y en naciones a nosotros conjuntas; y comenzándolo digo que en las historias de los longobardos se lee que el año de nuestra redención de 1396, que entonces era su rey Algemundo primero, una mujer pública parió de un vientre siete hijos, y olvidada del amor materno que es natural en todas las criaturas los quiso matar, y los echó en una piscina. Mas la fortuna favoreció al uno de ellos, que el rey acertó a pasar por allí, y viéndole rebullir (que ya no estaba vivo más de aquel) le sacó de allí, y le hizo criar, y le llamó Lamisio, el cual después le sucedió en el reino» (P. Bovistuau, II, cap.VII).
APARTADO 10 «La otra cuenta Martín Cromero en el noveno libro de su historia de Polonia, y dice que el año de mil y doscientos y sesenta y nueve, a los veinte de enero, en la provincia de Cracovia, una virtuosa señora y de linaje ilustre, mujer de un conde llamado Virboslao, parió de un vientre treinta y seis hijos vivos, que cierto es un caso harto maravilloso. Aunque lo es mucho más el que los holandeses dicen por cosa cierta y verdadera, y es que una mujer mendiga con cuatro hijos en los brazos llegó a pedir limosna a la condesa de Holanda que entonces era, que se llamaba Margarita; la cual [...] le dijo que si tenía por bueno darse al vicio de la lujuria para venir a parir tantos hijos que no los pudiese criar.Y ella le respondió que era casada, y que eran de su marido. A lo cual la condesa respondió que era imposible ser aquello verdad, porque un hombre solo no engendraba tantos hijos, y la echó de sí con afrenta y sin darle limosna. La mujer pobre suplicó a Dios que de ello mostrase milagro y fue oída, porque la condesa se hizo preñada, y de aquel parto parió trescientas y sesenta y cinco criaturas, varones y hembras, y todos ellos fueron bautizados en unas grandes bacías; y acabados de bautizar, ellos y la madre murieron, y de aquesto se ve una pintura en una iglesia de una abadía de Holanda que se llama Losuna, y allí se dice que fueron enterrados» (P. Bovistuau, II, cap.VII).
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«El Guichardino en la Historia de Holanda refiere que en el año de 1276 una hija del conde Florencio y de Matilde, hija de Enrique Duque de Brabante, llamada Margarita el Viernes Santo a las nueve de la mañana parió 364 infantes de ambos sexos, los cuales fueron bautizados por el obispo Guidón poniéndoles el nombre de Juan a los varones, y de Isabel a las hembras, y en breve espacio ellos y la madre murieron, y que les enterraron en un magnífico y real sepulcro en un convento de religiosas Bernardas dicho de Losdum en Holanda» (José V. del Olmo, fol. 535).
APARTADO 11 «del hermafrodita sólo digo que por este capítulo han llegado en conocimiento la gente vulgar a que hay hermafroditas; y en conocimiento de lo que V. Reverendísima dice de la sentencia de Cayetano, número 281: “que en ninguna parte se halla prohibida la pluralidad de mujeres, o el que un marido tenga muchas mujeres”. Tengo creído que V. Reverendísima lo trae con mucho fundamento, y es evidente que estuviera mejor en lengua latina que en castellano, no siendo novedad la resolución al núm. 311 en que se dice: “Se infiere con evidencia que los hermafroditas o andróginos no podrán contraer matrimonio entre sí por dos títulos o respetos correspondientes a los sexos, sino por uno solo, eligiendo uno el un sexo y otro el contrario”. Esta es cosa clara y pública, y no tiene novedad» (A. Dávila Heredia, duda XII).
APARTADO 12 «son diversos de los casos precedentes, porque aquellos fueron naturales y aquestos artificiales: aquellos fueron de mujeres que se convirtieron en hombres, y aquestos de hombres que por su industria se procuraron hacer mujeres [...] doce días después que Nerón hubo repudiado a Octavia, se desposó con Popea Sabina y entrañablemente la amó, aunque la mató estando preñada [...] Mas fue tanta la memoria que de ella tuvo después de muerta, que porque un mancebo [...] se le parecía, le hizo castrar, y se servía de él como si fuera mujer, y le amaba sumamente. Y no satisfecho de haber cometido tan grande
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maldad [...] se casó con él [...] Y no estando aún satisfecho su furor libidinoso, quiso él mismo servir de mujer a otro su libertino [...] Y como no pudiese por naturaleza, lo efectuó por vía de abominación, casándose con él, y dándole dote, y haciendo con él cosas que no es lícito escribirlas. Pero Heliogábalo se le aventajó, que no quiso que en abominaciones nadie se la ganase, que en un mismo tiempo lo experimentó todo, y en el querer usar como ramera pública imitó a su madre» (P. Bovistuau, II, cap. III).
APARTADO 13 «Ha de mirarse en qué parte están los miembros principales doblados, si están en lugares apartados y muy distintos, que es también señal de multitud de supuestos, como el que el año de mil y seiscientos y veinte y ocho, a veinte y seis de julio, nació aquí en España en Chans, una legua de Leyra, que esto solo bastaba sin las otras señales ciertas de su duplicado espíritu. Eran dos cuerpos con sus cabezas como los de otras criaturas hasta bajo de la cintura, donde se juntaban ambos con un vínculo de color leonado. Del un lado salían dos piernas muy perfectas, con sus pies, nacidas cada una de su cuerpo en forma de cruz; tenían un modo de asentaderas, con un lugar por donde evacuaban, más abajo una señal pequeña de sexo femíneo, encima le respondía un ombligo. Del otro lado salía una pierna de uno de los dos cuerpos, más corta y mal formada, con su caña y pie aplastado. Uno de estos cuerpos era algo más moreno que el otro; en el día que nacieron se mudaron los colores, y después se tornaron como antes. Bautizáronse por dos niñas, llamándolas Isabeles, mamaban, lloraban, evacuaban. No sé en qué han parado» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. XXII).
APARTADO 14 «Lo mismo digo del corazón, que es inconstante argumento de la individuación, aunque Aristóteles se guió por él. Porque Teofrasto asevera de las perdices de Patagonia que tienen dos corazones, y otros lo dicen de algunos elefantes. Más dificultad es si la unidad del corazón convence la singularidad del sujeto. Enrico de Gandavo da esta regla
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para si se han de bautizar cada uno de por sí con dos bautismos, o si bastará un solo bautismo (aunque mal se podrá echar de ver estando vivos si tendrán dos corazones o uno). Yo pienso que la unidad del corazón aún no es regla infalible para aseverar la singularidad del sujeto. Y aunque en estos dos niños se hallase un corazón solo, no por eso diría que era un individuo solo. Cornelio Gemma dice que muchas veces se han hallado dos muchachos pegados y con sólo un corazón. Ambrosio Pareo dice que él abrió a un monstro de dos cuerpos y cabezas y cuatro piernas, pero que tenía solo un corazón. Gemma Frisio también vio en Lovaina, año de mil y quinientos y treinta y seis, a dos niños trabados por el vientre y pecho, con distintas las cabezas, brazos y manos, que como eran de dos fueron cuatro; pero abiertos se halló que no tenían sino sólo un corazón. Levantose esta reñida cuestión, si serían aquellos dos un solo individuo o dos.Yo pienso no tenían razón los que le hacían singular, porque no hay causa porque no prevaleciese la cuenta de la duplicidad de la sustancia de los cuerpos y de los otros miembros principales, hígado, y celebro doblado; que es el capital, y no está la silla y corte principal del alma en el corazón, sino en el celebro» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. XIV).
APARTADO 15 «Demás que es diverso en los animales el lugar, puesto y figura del corazón. Culebras hay que le tienen en la cabeza. El aselo marino en el vientre; los peces revuelta su punta hacia la cabeza. Los brutos generalmente en la mitad por mitad del pecho: en el pez citaro es blanco y muy grande; en algunos hombres y los elefantes está con huesos dentro. El de Aristómenes le hallaron cubierto de pelo. Todo esto es argumento de que se puede acomodar de muchas maneras esta oficina de vida» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. XVII).
APARTADO 16 «En la cabeza, que es parte principalísima y la corte del alma, puede haber más dificultad si por su número o singularidad se ha de medir los sujetos, digo también que no es multitud infalible del número
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de los individuos, porque hay animales que naturalmente tienen muchas cabezas. La anfisbena tiene dos, y aunque es verdad que Grevino dudó de ello, no ha de prevalecer su parecer al de otros muchos, y yo he encontrado con testigo de vista, con un diligente contemplador de la naturaleza, que topó una anfisbena y halló en ella formadísimas dos cabezas, sin hacer ventaja la una a la otra» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. XVIII). «A la hidra también podemos alegar que no es del todo fabulosa [...] Partos monstrosos se han visto con muchas cabezas, que se deben juzgar por un individuo por la conformidad de sus acciones [...] en Baviera se vio una niña con dos cabezas regidas por un espíritu: a una quería comer, a una beber, a una dormir, a una hablar y hacer las demás acciones» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. XIX).
APARTADO 17 «el que también de otras siete fue hallado por las tropas de su Alteza el Señor Don Juan de Austria no lejos de Cataluña, y llevado a Madrid entre todas las cuales era una sola, que se ofrecía en medio, la que parecía perfecta, aunque con un ojo en la frente, careciendo las demás de vista, aunque con figuraciones de ojos; tenía aquella las orejas hircinas o de cabra, y era la que sola comía; con el mismo número de brazos que de cabezas, humano hasta el estómago, caprino y piloso en lo inferior, horrendo y feroz aun dentro de la jaula en que fue conducido» (Rivilla Bonet y Pueyo, cap. IX).
APARTADO 18 «Y el año de 598, en el cual tiempo era emperador Teodosio [...] nacieron dos niños que estaban conjuntos y pegados por la parte de los ombligos; y aunque estaban así ligados, cada uno de por sí mandaba sus miembros y ejercitaba sus sentidos, y eran diferentes las voluntades y complexiones, que el uno no apetecía en el mismo tiempo lo que el otro.Vivieron dos años, y el uno de ellos murió quince días antes que el otro» (P. Bovistuau, III, cap. X).
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«Y así, llegando ya a dar las reglas, digo que cuando hay contrariedad en las acciones corporales, o ímpetus diversos, que es señal de que son dos sujetos, como en aquel monstro que dice Paolo Diácono que nació después de la muerte del Emperador Teodosio, era muchacho perfecto hasta el ombligo, desde allí arriba dividido con dos cabezas, dos pechos, comiendo con la una cabeza no dormía con la otra; estando despierta la una, dormía la otra. Otras veces los dos igualmente dormían, reñían entre sí, pegándose uno a otro, y llorando entrambos. Esta repugnancia y oposición es manifiesta señal de diversidad de sujetos. Alberto Magno cuenta de otros dos cuerpos pegados, que eran de diversa complexión y condiciones: cuando estaba el un muchacho muy furioso y colérico, el otro estaba manso y apacible. Enrique de Gandavo dice de otros dos medios cuerpos que uno contra otro reñía: el uno era devoto y pío, el otro vicioso; cuando uno quería orar, el otro quería pecar con rameras» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. XXII).
APARTADO 19 «No ha muchos días, pues fue a los veinte y cinco del mes de enero de aqueste año de 1571, que aquí cerca de aquesta nuestra villa de Beaumonte nació un monstruo [...] el cual tiene dos cuerpos, el uno de ellos tan perfecto y cumplido, cuanto una criatura humana lo puede tener. Y el otro cuerpo, que es de otro niño, está conjunto y pegado con él por la parte delantera del pecho y vientre.Verdad es que es más corto que no el primero, y la ligadura y conjunción que tienen comienza desde el gaznate, y de allí para bajo se forma un poco de cuello, y continuando por todas las partes comunes forma el otro cuerpo, que digo que es menor, y entrambos están pegados y unidos hasta el ombligo del mayor, y de allí para bajo está cada uno de por sí distinto y separado. Mas aunque el más pequeño tiene formadas las nalgas, no tiene el respiradero por donde el intestino suele evacuar los excrementos, ni tampoco tiene el ombligo por donde en el vientre de su madre hubiese podido recibir el alimento, que como es más corto que el otro viene a estar embebido en el estómago del mayor. En las demás de toda la parte trasera de su cuerpo ni en los genitales no tiene ningún defecto, sino es que en la mano derecha no tiene más de dos dedos, que son el anular y el auricular; están conjuntos y pe-
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gados las partes delanteras de los pechos hasta la quinta costilla del mayor, y del menor hasta más bajo del ombligo; tiene el más pequeño los brazos debajo de los sobacos del menor, y las piernas sobre sus costados e ijadas. Considérase aqueste monstruo una cosa de grande maravilla, y es que el cuerpo del menor no tiene ningún movimiento, sino es tan solamente en aquel poco de cuello que digo se le forma en el comienzo de sus conjunciones, que se le percibe algún tanto de palpitación cuando el mayor resuella» (P. Bovistuau, III, cap. XI).
APARTADO 20 «Sucedió en Génova este desacostumbrado parto, a doce de marzo de mil y seiscientos y diez y siete, ahora se han cumplido doce años, en este de mil y seiscientos y veinte y nueve, la cual edad de doce años muestra también el un muchacho proporcionado y entero, de cuyo estómago y parte del pecho hacia el lado izquierdo cuelga asido por hueso continuado el otro cuerpo desformado; que en el rostro y cabeza es también igual a los del mismo tiempo, y aun algo mayor parece, y la tiene pendiente. Uno y otro está vivo, el mayor solamente come, y despide los excrementos; él solo habla y trata a los que le ven, juega y se entretiene, y hace todas las demás acciones humanas propias de los de sus años como si no tuviera embarazo alguno; es en todos sus miembros muy proporcionado: anda derecho mejor que otros y, a lo que se puede juzgar de sus dichos, tiene buen entendimiento. Mucho de esto ocasionó a algunos sospechar no había en este espectáculo de naturaleza más que un alma, porque el otro cuerpecillo pendiente carece de todas las acciones dichas, no come, no se desembaraza, no ve, porque como tiene pendiente la cabeza ha corrido a los ojos algún humor, o acaso no alcanzó más la naturaleza para formarlos bien; tiene algunos dientes crecidos en la parte superior, y aprieta con ellos cuando le ponen los dedos. Lo demás de la cabeza está bien formado, la sustancia del cuerpo tiene casi entera, pecho y espaldas; por el estómago está prendido del otro, en las manos no tiene sino tres dedos en cada una; no tiene sino un pie y un muslo; dícese el grande Lázaro Coloreto, al otro dieron también en su nombre en el bautismo, llamándole Juan Bautista, por indicar ser varón con alguna forma de este sexo» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. I).
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APARTADO 21 «aunque para hacerse buena vecindad las del uno no trabajen tanto y se aproveche de las del otro; el uno come por entrambos, que con comida ajena se puede el otro sustentar por la comunicación del estómago. El mismo que come expele excrementos por entrambos por semejante causa en los intestinos necesarios a aquella purgación. Púrgase también en parte el uno por la boca, que es el menor y el imperfecto, echando una continua babaza, desembarazándose por allí lo que no puede encaminar a los albañales del mayor. La respiración también suele ser común en ellos, porque cubierta muchas horas la cabeza del menor no se ahoga, y no está este espíritu con que vivimos asido sólo a un camino.Visto se han respirar algunos por las heridas que recibieron, y alguno con el flato que por la llaga despedía mató una candela» (Juan E. Nieremberg, Curiosa, libro III, cap. XXIII).
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ANÓNIMO, Copia de carta enviada de la ciudad de Girona de 20 de Octubre, a un correspondiente de esta corte, en que le da cuenta de un prodigioso monstruo que fue hallado, y preso en los montes de Cerdeña, Madrid, Diego Díaz, 1654; Sevilla, Juan Gómez de Blas, 1654. —, Curioso romance del caso más estupendo que se ha visto en estos tiempos. Dase cuenta cómo marido y mujer que había algunos años que estaban casados, no tenían sucesión; y muy deseosos de tenerla, hicieron muchos extremos, y casi desesperados con peticiones injustas irritaron a su Divina Majestad, dándoles un hijo, el cual en el vientre de su madre rabiaba, y la mordía como perro; y después de nacido mató a su padre, y otras muchas muertes que hizo y grandes estragos, como verá el curioso, sucedió en el Reino de Aragón. Año de 1697, S. l., S. e., S. f. —, Nueva relación y curioso romance, sacado por una carta, que vino del norte, en que da cuenta, y aclara, cómo fue aparecido en la Isla de Escocia a tres marineros en una playa una forma, o monstruo, medio de hombre, y medio de pez; al cual viendo los marineros con disfrazadas, y extrañas señales de un mundo, que traía en la boca, y una espada, y guadaña en las manos, pies y cola de dragón, le hablaron, y lo que les fue respondido; y lo demás, que declara el romance: Sucedió este presente año, Sevilla,Viuda de Francisco de Leefdael, S. f, [1713?]. —, Prodigioso suceso que en Ostraviza tierra del turco ha sucedido este presente año de 1624, de que están los turcos muy atemorizados por las declaraciones que entre ellos sacaron de este presagio, en que hallan por estas señales, y otras muchas que han sucedido años antes (que en otra Relación segunda de este se verá) la ruina y perdición que se espera en la Casa otomana, y sus secuaces; en aumento de nuestra santa Fe, con el favor de Dios nuestro Señor, de su Santidad nuestro Papa Urbano VIII y el Católico Rey Felipe 4 columna y defensa nuestra, Sevilla, Juan de Cabrera, 1614. —, Relación de cómo el pece Nicolao se ha aparecido de nuevo en el mar, y habló con muchos marineros en diferentes partes, y de las grandes maravillas que les contó de secretos importantes a la navegación. Este pez Nicolao es medio hombre, y
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medio pescado, cuya figura es esta que aquí va retratada, Barcelona, Sebastián de Cormellas, 1608. —, Relación de cómo el peje Nicolao ahora se ha aparecido de nuevo en la mar, y habló con muchos marineros, en diferentes partes, y de las grandes maravillas que les contó de secretos importantes a la navegación. Este peje Nicolao es medio hombre, y medio pescado, cuya figura es esta que aquí va retratada, Salamanca,Antonia Ramírez, 1608. —, Relación del nacimiento del más portentoso gigante que se ha visto en el mundo, ni los anales cuentan, que nació en la ciudad de Jaén el día 13 de Diciembre del año pasado de 1679. Refiérese su crianza, señales prodigiosas, fuerzas sobrenaturales, y otras maravillas que verá el curioso lector, S. l., S. e., [1680?]. —, Relación o gaceta de algunos casos particulares, así políticos, como militares, sucedidos en la mayor parte del mundo, hasta fin de diciembre de 1660, Madrid, Julián de Paredes, 1660. —, Relación verdadera de un mostruoso niño, que en la ciudad de Lisboa nació a 14 del mes de Abril, año 1628, la cual en una carta ha enviado de Madrid Sebastián de Grajales Genovés a un mercader de esta ciudad, junto con la efigie verdadera del dicho monstruo, la cual se sacó de una que enviaron a la Majestad del Rey nuestro Señor, Barcelona, Esteban Liberós, 1628. —, Relación verdadera de un parto monstruoso nacido en la ciudad de Tortosa de una pobre mujer, conforme se ve en las dos figuras de arriba, y en la descripción siguiente, Madrid, Herederos de la viuda de Pedro de Madrigal, 1634; Valencia, Miguel Sorolla, 1634. —, Relación verdadera de una carta que envió el padre Prior de la orden de Santo Domingo, de la ciudad de Úbeda, de un caso digno de ser avisado, cómo estuvo doce años una monja profesa, la cual había metido su padre por ser cerrada, y no ser para casada, y un día haciendo un ejercicio de fuerza se le rompió una tela por donde le salió la naturaleza de hombre como los demás, y lo que se hizo para sacarla del convento, Granada, Francisco de Lyra, 1617. —, Relación verdadera, en que se da cuenta, y declara de un prodigio de naturaleza, que ha venido a esta corte, que jamás se ha visto, en una muchacha de edad de 16 años, natural de la ciudad de Parma, en el reino de Sicilia. Refiérese las nunca vistas señales de que toda ella se compone. Con todo lo demás, que verá el curioso lector, Zaragoza, S. e., S. f. —, Relación verdadera, en que se da noticia de un gran prodigio de naturaleza, que ha llegado a esta corte, en una niña giganta, llamada Eugenia, natural de la villa de Bárcena, en el Arzobispado de Burgos. Refiérese su nacimiento, padres, y edad, la grandeza, y robustez de su cuerpo, y cómo la trajeron sus padres a la presencia de nuestros Católicos Reyes, y está en su Real Palacio, con otras circunstancias que verá el curioso lector, Sevilla, Juan Cabezas, S. f. —, Relación verdadera y caso prodigioso, y raro, que ha sucedido en esta corte el dí[a] catorce de mayo de este año de 1688. Dase cuenta de cómo en dicho día nació
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una criatura monstruosa, con diferentes señales, como se representan en la figura presente, pues sacó dos naturalezas de niño, y niña; la de niña, en la parte común; y la de niño, en mitad de la frente; cosa maravillosa, y digna de considerar; y juntamente el no tener ojos, ni narices, sino cubierto el rostro de carne; y también tener en la boca tres dientes grandes, y seis dedos en cada mano, y en una oreja dos agujeros, por donde resollaba. Sucedió en la calle de Hita, que está en la calle de Alcalá, sus padres se llaman Miguel Díez, y la madre Antonia Isidra. Con todo lo demás que verá el curioso lector, S. l., S. e., [1688?]. —, Relación verdadera, y copia de un maravilloso portento que la Majestad de Dios Nuestro Señor ha obrado con una niña monstruosa, que nació en la Villa del Campo con dos cuerpos, aunque están en uno, dos cabezas, cuatro brazos, y tres piernas, y la una cabeza tiene dientes, y la otra no, el día 18 de Abril de este año de 1687 hija de Francisco García, y de María Martínez su madre, la cual han traído a esta corte, para que la vea su Majestad (que Dios guarde) D. Carlos segundo, nuestro Señor, S. l., S. e., [1687?]. —, Relación, y copia de carta, escrita a un principal caballero de esta corte, por un correspondiente suyo, de los principales de la corte de Viena, en que se le da noticia de un horrible, y espantoso monstruo que se halló en el Ejército del socorro que venía a la ciudad de Buda, el cual, antes de ser preso, mató treinta hombres, y después fue llevado por orden del Señor Duque de Lorena a la Majestad Cesárea; el cual declaró todo su nacimiento, y suplicó a su Majestad le dejase en su servicio, con las demás circunstancias que verán los curiosos lectores de este horrible y espantoso monstruo, S. l., S. e., [1686?]. —, Verdadera relación del nacimiento del más portentoso gigante que en el mundo se ha visto, ni los anales cuentan, que en la ciudad de Jaén nació, día 13 de Diciembre del año pasado de setenta y nueve; su crianza, señales prodigiosas, fuerzas sobrenaturales: sin otras maravillas que verá el curioso lector, Jaén, S. e., 1680. —, Verdadera y notable relación en la cual se contienen los más notables y espantosos sucesos que hasta hoy se han visto, sucedidos en Turquía, y todos amenazan la pérdida y ruina de aquel imperio: el postrero suceso, y de más admiración entre los turcos fue este presente año de mil y seiscientos y veinte y cuatro en el mes de Abril de un niño que nació en Ostraviza, fortaleza del turco, con tres ojos, tres cuernos, las orejas de jumento, la nariz de una ventana, y los pies y las piernas retuertas, al revés. Traducido de lengua toscana en español por el L. Pedro de Sandoval, Granada, Francisco Heylan, 1624. —, Verdadera y nueva relación donde se declara y da cuenta de cómo a catorce de Abril del año de mil seiscientos y cincuenta y ocho, nació este monstruo en la ciudad de Caller en las islas de Cerdeña, Madrid, Gregorio Rodríguez, 1659. A DAMS , P. G., Travelers & Travel Liars. 1660-1800, Nueva York, Dover Publications Inc., 1980. AGUILAR PIÑAL, F., Romancero popular del siglo XVIII, Cuadernos Bibliográficos, 27, 1972, pp. 450-451.
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ces en 10 y 11 de Junio de este año 1633 Isabel de Fuente en Brunete, cinco leguas de Madrid. Refiérense otros admirables partos de monstruos horribles y notables, en Granada, Estepa, Guadix y Lisboa.Y otras nuevas de Sicilia, y dos casos notables en Turquía, y llegada a Mesina de siete familias de turcos principales a pedir bautismo, Madrid, Juan Sánchez; Málaga, Juan Serrano de Vargas, 1633. PALAU Y DULCET, A., Manual del librero hispanoamericano, Barcelona, Librería Palau, 1951. PALOMINO DE CASTRO Y VELASCO, A., El museo pictórico y escala óptica, [Madrid, Lucas Antonio de Bedmar, 1715 (t. 1); Madrid, Viuda de Juan García Infanzón, 1724 (t. 2 y 3)], Madrid, Aguilar, 1947. PANOFSKY, E., «The History of the Theory of Human Proportions as a Reflection of the History of Styles», en Meaning in the Visual Arts, Nueva York, Doubleday Anchor Books, 1955, pp. 55-107. —, The Renaissance, Six Essays, Nueva York, Harper & Row, 1962. PARÉ, A., De monstres et prodiges, [1573], On Monsters and Marvels, trad. J. L. Pallister, Chicago y Londres, The University of Chicago Press, 1982. PAZ Y MELIA, A., ed., Sales españolas o agudezas del ingenio nacional, Madrid, Atlas, 1964. PELLICER, J. de, Avisos históricos, Madrid, Taurus, 1965. PENDER, S., «No Monsters at the Resurrection», en Monster Theory. Reading Culture, ed. J. J. Cohen, Minneapolis y Londres, University of Minnesota Press, 1996, pp. 143-167. PEÑALVER ARANDA, L., Los monstruos de El Bosco, Madrid, Junta de Castilla y León, 2000. PERAMATO, P. de, Opera medicinalia, Sanlúcar de Barrameda, S. e., 1576. PÉREZ, A., Segunda parte de La Diana, [1565],Venecia, Comin da Trino, 1568. PÉREZ CASCALES DE GUADALAJARA, F., Liber de affectionibus puerorum, Madrid, Luis Sánchez, 1611. PÉREZ DE MONTALBÁN, J., El Polifemo. Para todos. Ejemplos morales, humanos y divinos, Madrid, Pedro Escuer, 1633. PÉREZ DE MOYA, J., Filosofía secreta, [1585], Zaragoza, M. F. Sánchez, 1599. PERIÑÁN, B., Poeta ludens: disparate, perqué y chiste en los siglos XVI y XVII. Estudio y textos, Pisa, Giardini, 1979. PIGAFETTA, A. de, Primer viaje alrededor del mundo, ed. L. Cabrero, Madrid, Historia 16, Crónicas de América 12, 1985. PIÑA, J. de, Casos prodigiosos y cueva encantada: novela, [1628], ed. E. Cotarelo y Mori, Madrid, Librería de la viuda de Rico, 1907. PLANES, J. de, Tratado del examen de las revelaciones verdaderas y falsas, y de los raptos,Valencia,Viuda de Juan Crisóstomo Garriz, 1634. PLATTER, F., Observationes, in hominis affectibus plerisque, corpori & animo, functionum laestione, dolore, aliave molestia & vitio incommodantibus [...], Basilea, Ludovici König, 1614.
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Fig. 1. Museo de Francesco Calzolari en Verona (1622) Benedetto Ceruto. Museum Calceolarianum .............................
31
Fig. 2. Margaretha Mainers con cuernos (1654) T. Bartholin. Historiarum Anatomicarum Rariorum ....................
48
Fig. 3. Mandrágora (1491) Joannis Cuba. Ortus Sanitatis..................................................
52
Fig. 4. Donum Dei (siglo XVII) Paris, Biblioteca del Arsenal, ms. 975, fol. 13r (Cliché Bibliothèque nationale de France, Paris).........................................................
56
Fig. 5. Pedro González (ca. 1580) Kunsthistorisches Museum, Wien (Colección Schloß Ambras) .........
72
Fig. 6. Razas monstruosas (siglo XIII) Fragmento del mapa del Salterio de Londres (Por cortesía de la British Library, London)............................................................
78
Fig. 7. Dientes de gigante (1599-1665) U. Aldrovandi. Monstrorum historia ..........................................
81
Fig. 8. Pequeña calavera, a su tamaño real (1675) José V. del Olmo. Nueva descripción del Orbe de la Tierra, fol. 537 ..
83
Fig. 9. Representación aristotélica del hermafrodita (1574) L. Thurneysser. Quinta essentia ...............................................
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Fig. 10. Santa Liberata rodeada de exvotos (S. Kümmernuß). Pliego suelto alemán D. Alexander, ed., The German Single-Leaf Woodcut.................
97
Fig. 11. Monstruo bicípite (1695) J. Rivilla Bonet y Pueyo. Desvíos de la naturaleza...................
105
Fig. 12. Niña acéfala (1594) A. Paré. On Monsters and Marvels ...........................................
108
Fig. 13. Los hermanos Colloredo (1668) T. Bartholin. Historiarum Anatomicarum Rariorum ....................
112
Fig. 14. Los hermanos Kalett. Pliego suelto alemán (1638) Colección Klaus Stopp, Maguncia...............................................
113
Fig. 15. Figuras a partir de un ser embebido (1624) Giovanni B. Bracelli. Bizzarie di varie figure............................
114
Fig. 16. Eugenia Martínez Vallejo Relación verdadera, en que se da noticia ......................................
122
Fig. 17. Pedro González e hijo (1642) U. Aldrovandi. Monstrorum historia ..........................................
138
Fig. 18. El monstruo de Cerdeña en un pliego español Copia de carta enviada de la ciudad de Girona ...........................
140
Fig. 19. El monstruo de Cerdeña en un pliego alemán D. Alexander, ed., The German Single-Leaf Woodcut.................
140
Fig. 20 Siamesas de Tortosa (siglo XVII) Relación verdadera de un parto monstruoso..................................
151
Fig. 21. Siamesas de la Villa del Campo (1687) Relación verdadera, y copia de un maravilloso portento..................
152
Fig. 22. Niño nacido en Turquía (1624) Verdadera y notable relación.......................................................
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Fig. 23. Niño nacido en Turquía (1624) Prodigioso suceso que en Ostraviza tierra del turco .......................
154
Fig. 24. Niño gigante nacido en Jaén (1680) Relación del nacimiento del más portentoso gigante.......................
158
Fig. 25. Retrato de la niña nacida en Parma (ca. 1686) Relación verdadera, en que se da cuenta, y declara de un prodigio ...................................................................................
159
Fig. 26. Retrato del pez Nicolás (1608) Relación de cómo el pece Nicolao se ha aparecido .........................
161
Fig. 27. Retrato del pez Nicolás (1608) Relación de cómo el pexe Nicolao agora se ha aparecido................
161
Figs. 28. Alegoría del hombre perfecto (1538) U. von Hutten. Opera poetica .................................................
163
Fig. 29. Emblema de la gula (1655) D. López. Declaración magistral ................................................
164
Fig. 30. Hombre-grulla (s. XIV) J. de Mandevilla. Libro de las maravillas del mundo...................
165
Fig. 31. Monstruo de Buda (ca. 1684-1686) Relación, y copia de carta ..........................................................
167
Fig. 32. Monstruo de Aviñón (1792) E. De Goutel e Y.Verbeek, ed., Animales míticos y monstruos .....
168
Fig. 33. Retrato de Juan de Acosta (1628) Relación verdadera de un monstruoso niño...................................
174
Fig. 34. Retrato de Juan de Acosta (1658) Verdadera y nueva relación ........................................................
174
Fig. 35. Niño cubierto de conchas. Pliego suelto alemán (siglo D. Alexander, ed., The German Single-Leaf Woodcut.................
XVII)
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Fig. 36. Phytognomonica (1588) Gian B. Porta.........................................................................
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Fig. 37. Diagrama para descifrar la complexión de los ojos (1617) E. Pujasol. El sol solo, y para todos sol...................................... 188 Fig. 38. Martino Rota. Divinidades paganas. Galería Uffizi, Florencia ...........................................................
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Fig. 39. Estudios de nariz y boca, a partir de José de Ribera (ca. 1622) Juan Barcelón. Cartilla para aprender a dibuxar sacada por las obras de Joseph de Rivera ...................................................................... 199 Fig. 40. Modelo de anamorfosis. José García Hidalgo Principios para estudiar el nobilísimo y real arte de la pintura, fol. 137...................................................................................
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Fig. 41. Magdalena Ventura, según Goya Gassier, P., ed., The Drawings of Goya .....................................
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Fig. 42. José de Ribera Felton, C. y W. B. Jordan, ed., Jusepe de Ribera lo Spagnoletto ....
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Fig. 43. Francisco de Goya. Sueño de buena hechicera (1801) Gassier, P., ed., The Drawings of Goya .....................................
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ÍNDICE DE MATERIAS Y AUTORES
abyecto 40, 127 Acosta, José de 14 Acteón 48 Adams, Percy G. 82 adivinación 134 adulterio 50, 60 África 77, 239 Afrodita 86 agnaciones 18, 106 Aguilar Piñal, Francisco 167 Agustín, Santo 42, 84, 104, 189, 239, 240, 255 Alberti, Leon Battista 218 Alberto Magno, Santo 46, 53, 63, 77, 242, 257, 263 Albrio 236 Alcabicio 53, 252 Alciato 164 Alciato, Andrea 51, 163 Alcibíades 48 Aldrovandi, Ulises 32, 72, 77, 138, 139, 166 alegoría 41, 162, 163, 203 del hombre perfecto 41, 163 alegoría contra mitología 118 Alejandro VI, Papa 125 Algacel 46 alma su lugar 106, 185 su número 107, 108, 110, 230
Alonso, Dámaso 218, 224 alquimia 55, 85 Álvarez de Maldonado, Juan 82, 237 Álvarez de Toledo, Gabriel 226 Álvarez, Fernando 144 amazonas 30 amorfo 36 analogía 17, 25, 217 anamorfosis 14, 203, 209, 223 anatomía 18, 131 femenina 90 Anderson Imbert, Enrique 205 andrógino 91, 92, 93, 94, 99, 255 Andrómeda 49 Aníbal 62 animales fabulosos 70 anormalidad física 19, 20 mental 12 moral 214 antirretrato 195 antojo 51, 53, 136 de carne 51 insatisfecho 52 apariencia 74 Apolo 70 Aracil, Alfredo 209 Arboleda y Cárdenas, Alonso de 103, 105 Arcimboldo, Giuseppe 202
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Arellano, Ignacio 203 Argensola, Bartolomé Leonardo de 57, 81, 82, 118, 238 Argote de Molina, Gonzalo 32 Arias de Quintadueñas, Jacinto 61 Arias Montano, Benito 46 arimaspu 240 Aristóteles 49, 59, 63, 77, 87, 88, 92, 106, 181, 185, 192, 199, 238, 239, 242, 256, 257, 260 aristotelismo 42 arsenotelis 87 arte y naturaleza 18 asombro 125, 127, 135, 150, 229 astrología 146, 252 Atxaga, Bernardo 83 augurio 20, 22, 54 Aurnhammer, Achim 87 Austral 77, 82 autoridad científica 31 clásica 44 religiosa 70, 134 tradición de 78 Aventino, Juan 238 Avicena (Ibn Sina) 46 avisos 65, 131, 132, 155 Bachelard, Gaston 208, 223 Baglione, Cesare 202 Bakhtin, Mikhail M. 38, 62, 129, 130 Baltrušaitis, Jurgis 139, 166, 209 Barrera y Leirado, Cayetano Alberto de la 133, 171 Barrionuevo, Jerónimo de 131, 132, 133, 134, 135, 136, 137, 139, 140, 141, 142, 196, 205, 206, 207, 215 Barrios, Miguel de 227 Barthes, Roland 25 Bartra, Roger 19 Bataille, Georges 29 Bauhino 50, 58
bautismo 18, 101, 102, 104, 109 de siameses 24 dudoso 104, 174 su correcta administración 102, 103 su necesidad 104 su negación 102 su número 106, 109, 152 sub conditione 102, 104 Bazzi, Giovanni Antonio 77 Belleforest, Francisco 39, 47, 117 belleza 12, 13, 84, 193, 196, 200, 210, 219 Belonio 236 Benedicto de Luna, Papa 83 Bense, Max 16 Bergerac, Savinien Cyrano de 205 Bergmann, Emilie 210 Bernat Vistarini, Antonio 76 Bernheimer, Richard 19 bestialismo 132 bestiarios 73, 184 Biblia 21, 64, 78 Birkhoff, George D. 12 Bivar, Francisco de 80 blemias 58 Bloch, Raymond 21 Bocato 236 Boccaccio, Giovanni 238 Boetho, Héctor 110 Bogdan, Robert 13 Boia, Lucian 80, 88 Bonamí 82, 244 Bond, Juan 245 Borja, Juan de 76 Botero Benes, Juan 61, 147 Bouwsma, William J. 180 Bouza Álvarez, Fernando J. 15, 19, 204 Bovistuau, Pierre 37, 39, 43, 46, 47, 48, 49, 51, 53, 59, 61, 62, 64, 66, 69, 87, 88, 89, 95, 96, 98, 99, 101, 104, 106, 111, 118, 119, 121, 123,
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128, 138, 144, 187, 189, 190, 191, 235, 239, 240, 245, 246, 247, 248, 249, 251, 252 Brandt, Sebastian 37 Browne, Sir Thomas 185 Brueghel el viejo, Pieter 64 Buchanano, Jorge 110 Buffon, Conde de (Georges Louis Leclerc) 30 Bulwer, John 128 burla 129, 201, 204, 212, 229 Cabdeno 238 Cabrera de Córdoba, Luis 80 Cachapero de Arévalo, Pedro 45 Caco 33 calamidades 22, 65 Calancha, fray Antonio de la 74 Calderón de la Barca, Pedro 88, 186, 203, 227 Caleschro 236 Calibán 67 Callander 82 Calvo Serraller, Francisco 218, 219 cambio de sexo 99, 155, 156 causas fisiológicas 99 como aberración 98 espontáneo 95, 99 legitimidad 95 voluntario 96 Campbell, Mary Baine 13 Campos, Jerónimo 60 caníbales 30, 85 canibalismo 51 canon de desproporción 196 de fealdad 192, 196 Cantimpré, Tomás de 30 capricho 31, 202 Cardano, Girolamo 85, 236 Cardenal, Manuel 21 Carducho,Vicente 218, 219
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caricatura física 199 moral 199 Cariclea 49 Carlos II 134, 158 Carlos III de Lorena 169 Carlos IV 47 Carlos V 85, 143, 197 Carlos V de Lorena 169, 170 Caro Baroja, Julio 160, 182, 184, 194, 197, 199, 201 Caro, Rodrigo 196 Carracci, Anibale 225 Carranza, Alfonso 59, 75, 94 Carreño de Miranda, Juan 33, 121 Carrete Parrondo, Luis 153 Carrillo, Martín 60 Casaubono, Isaac 244 Cascales, Francisco 217, 222, 228 Castiglione, Baltasar de 46 castigo divino 21 Castillo de Ambras 31, 73 Castillo Solórzano,Alonso de 49, 129 Castrillo, fray Alonso de 78 Cátedra, Pedro M.ª 170 causa y efecto 63 Cayetano, Cardenal (Tomás de Vio) 259 centauros 15, 33, 70, 75 centro del individuo 109 en el corazón 106 en la cabeza 106, 109 Cervantes Saavedra, Miguel de 74, 171, 197, 229 Céspedes, Elena de 124 Chandler, Albert R. 12 Chastel, André 214 Checa, Fernando 31, 32 Chemris, Crystal 222 cíclope 57, 225, 226, 227 Cimerio 238 cinamolgos 75, 237
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cinocéfalo 76, 80 cirugía 34, 39, 41, 45 Clorinda 49 Coloreto, Lazaro y Juan Bautista 111, 264 comportamiento aberrante 64 extravagante 216 grotesco 214 ilícito 64, 211 concepción 47, 48, 49, 50, 71, 86, 91, 131 Contag, Kimberly 201, 211 Cordoba, Pierre 149 Corominas, Joan 14 Cortés, Jerónimo 150, 182, 186, 187, 193, 194, 206 Cossío, José M.ª de 76, 165, 225, 226 Cotarelo y Mori, Emilio 43, 130, 171, 196, 206 Covarrubias, Sebastián 21, 23, 69 Crantz, Alberto 61 Cratero 61 crisis cultural 117, 230 de la representación 162 de la taxonomía 43 del lenguaje 17 económica 180 social 14, 123, 211, 229 Cristóbal, Santo 80 Croce, Benedetto 139 Cruz, sor Juana Inés de la 210 Cuartero Sancho, Pilar 34 Cubillo de Aragón, Álvaro 200, 201 cuernos 48, 49, 153 Cull, John T. 76 curiosidad 75, 106, 124, 150, 229, 230 científica 40 médica 13 popular 124, 151 por lo monstruoso 14, 113, 118
curiosidades 30 curioso 149 Curtius, Ernst Robert 12 Dadson, Trevor J. 200 Damián, Pedro 247 Dance, Peter 128 Daston, Lorraine 13, 14, 15, 29, 34 Dávila Heredia, Andrés 41, 80, 95, 259 De Goutel, Eric 167 decadencia 21, 211 defecto de la materia 55, 57, 92, 123 de la naturaleza 95, 130 de la semilla 57 físico 25 deformidad 57 en el arte 11 en la resurrección 101 mental 19 moral 148, 212 della Bella, Stefano 89, 199, 210, 226 Demogorgón 30 demonios 69, 70, 71 íncubos 50 Dentato 243 deprecación 66 derecho divino 94 natural 94 Derrida, Jacques 36 descripciones anatómicas 58 descubrimiento de América 30, 35 desmitificación 197, 198 desviación 21, 35, 54, 66 determinismo 187 diablicos 71 diablo 69, 70, 73, 85, 145, 235, 236 Diácono, Paolo 263 Díaz, Diego 147 Díez Borque, José M.ª 82, 129, 131
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Difilo 245 distorsión de valores 180 física 25, 203 divertimento 211, 212 Douglas, Mary 13 Du Plessis, James (James Paris) 166 Dubreil, Jean 209 Dudley, Edwuard 19 duendes 40, 41 Dumas, Alexandre 190 duplicación de individuos 110 Durandarte 197 Durero, Alberto 218 Duval, Jacques 95 Duvignaud, Françoise 182
Erauso, Catalina de 124 Escalígero, Julio 77, 81, 242 Escamilla, Michéle 124 Escitia 70, 239, 240 Espinosa, Pedro 201, 204, 215 estantigua 20 Estrabón 77, 242 Etiopía 49, 76, 165, 239 Ettinghausen, Henry 131, 137, 141, 142, 147, 148, 157, 158, 173 Eumaco 238 Eutropio 88 excéntrico 16, ,31 exhibiciones circenses 13 exterminio 21 Ezequiel 78, 79, 243
Eborense, Andreas 257 eclipses solares 20 Edad Media 17, 89, 161, 216 Edad Moderna 17 Egido, Aurora 196, 219 El Bosco (Jerónimo van Aken) 32, 64, 198, 202 El Escorial 31, 32 El Pardo 32, 33 El Pinciano (Alonso López) 228 Elliott, John 141 Empédocles 245, 254 empírica curiosidad 229 evidencia 29 observación 15, 40 enanismo 155, 206 enanos 33, 56, 81, 82, 83, 112, 206, 207, 208, 212, 233, 244 enatio 83 Encelado 238 engendros 11, 33, 53, 142 Enrique II 72 Enríquez Gómez, Antonio 51 Entwistle, William, J. 217, 220
facecia 134 fantasía 31, 46, 59, 108, 226 farmacología 32 Farnese, Odoardo 72 faunos 33 fe 41, 44, 45, 71, 86, 96, 130, 183, 184, 233, 238, 240, 242, 247 fealdad 12, 23 fecundidad 61, 62 Federico II 60 Feijoo, Benito Jerónimo 46, 102, 232 Felipe II 31, 32, 76, 120 Felipe III 207, 244 Felipe IV 49, 110, 134, 154 Fernán González, Conde 60 Fernández de Córdoba, Francisco 217 Fernández de Oviedo, Gonzalo 67 Fernando del Tirol 31 Ficino, Marsilio 46 Fieno, Tomás 183 Figueroa, Luis de 147 filosofía moral 34 natural 34, 35, 36, 39, 40, 42, 43, 47, 49, 71, 85, 144, 150, 152, 155, 156
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Fincelino, Jovio 246 Fincelio, Jacobo 254 Findlen, Paula 120 fisionomía 40, 180, 182, 183, 184, 185, 186, 187, 189, 190, 192, 193, 195, 197, 199, 210, 232 Flegón 56 forma armónica 66 perfecta 84 fórmulas de maldición 61 de oralidad 144 Foucault, Michel 45, 130, 161 Francisco I 31 Frenk, Margit 195 fuente de la eterna juventud 11 Fuentelapeña, fray Antonio de 40, 41, 53, 57, 58, 59, 62, 63, 67, 75, 78, 79, 90, 91, 93, 94, 95, 99, 100, 101, 124, 125, 156, 166 Fugger 33 Fulgosio, Baptista 238 Fuster, fray Tomás 38, 65 Fyt, Jan 208 G. Cortés, José Miguel 150 gabinete 24 gabinete 31, 32, 33, 36, 83, 120, 139, 209, 222, 234 gacetas 131, 141, 155 Galatea 225, 226, 227 Galilei, Galileo 223 Gallardo, Bartolomé José 156 Gállego, Julián 118 Gallegos, Manuel de 225 Gandavo, Enrique de 38, 110, 260, 263 García de Enterría, M.ª Cruz 146 García Hidalgo, José 209, 218 García Márquez, Gabriel 177 García, Carlos 120 García, fray Gregorio 38, 44, 49
Gargantúa 19 Garrote Pérez, Francisco 18 Gassier, Pierre 89, 95, 133 Gates, Eunice Joyner 220, 222 Gaza, Teodoro 236 Geertz, Clifford 15 Gelio, Aulo 76, 77, 239 gemelos idénticos 190 Gemma Frisius, Reinerus 38, 261 Gemma, Cornelio 261 género neutro 91 Génesis 78, 79 Gerbi, Antonello 30 Gessner, Conrad von 37, 85 gestación 47, 51, 58, 62, 136 gigantes 38, 57, 58, 67, 75, 77, 78, 79, 80, 81, 83, 85, 118, 129, 135, 158, 165, 226, 237, 238, 240, 242, 243, 244 gigantismo 155 Gil Ayuso, Faustino 43 Gil González, G. 20 Giorgio, Francesco di 84 Glauco 177 Gnidio, Cresias 243 Godofredo 243 godos 70 Golem 19 Góngora, Luis de 57, 82, 197, 207, 208, 210, 216, 217, 218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 225, 226, 227 Fábula de Polifemo y Galatea 57, 77, 219, 225, 226 Soledades 216, 217, 218, 219, 220, 221, 222, 223, 224, 225 Gonsalvus, Petrus 72, 138 González de Salas, José Antonio 196 Gordonio, Bernardo de 51 Goya, Francisco de 89, 95, 133, 149, 212, 213, 214 Gracián, Baltasar 33, 180, 198 Gramático, Sajón 238
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Greco, El (Domenikos Theotokopoulos) 219 Gregoras, Nicéforo 255 Grevino 262 grotesco 40, 84, 210, 212, 214, 232 Gruget, Claude 40 grutescos 77, 202 Guillén, Jorge 219, 222 Gutiérrez de Pámanes, Pedro 226 Gutiérrez de Torres de Toledo, Álvaro 38, 43 Gutiérrez Solana, José 212 Hagecio,Venceslao 238 Hartzenbusch, Juan Eugenio 227 Hatzfeld, Helmut 221 Hazard, Paul 233 hechicera 71 Hegel, Georg Wilhelm Friedrich 12 Heliodoro 49 Heliogábalo 98, 260 Hendriex, Gillis 166 Henkel, Arthur 76 herejía 41, 86, 94 herencias 18, 106 hermafrodita 52, 86, 87, 88, 94, 95, 98, 99, 100, 125 bigamia 94 como aberración 87 como proscrito 88 su causa 91 su matrimonio 94 su situación legal 41 su viudedad 94 sus proporciones 92 hermafroditismo 94, 98 hermafrodito 64, 86, 87, 88, 89, 90, 225 Hermes 86, 87, 90 Hernández, Francisco 32, 38, 39, 49 Hernando, Francisco 255 Heródoto 51, 77, 239
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Herrera, Fernando de 226 Herrero García, Miguel 21, 219 heterodoxia 41 hibridismo 73 Hidalgo, Gaspar Lucas 202 hidrocéfalo 63 hipérbole 24, 25, 207, 208, 226, 227, 228 hipertrofia 155 Hipócrates 46, 48, 128, 246, 253 hirsuto 72, 139 historia natural 36 Hoefnagel, Joris 138 hombre ideal 192, 193, 210 líquido 58 salvaje 11, 19, 47, 71, 172 hombre-pez 125, 126, 155 Homero 82, 201 homo bene figuratus 200 Hooke, Robert 223, 224 Horozco y Covarrubias, Juan de 182 Horozco, Sebastián de 165 Hortelio 244 Huerta, Gerónimo de 49, 123, 124 huesos 57, 58, 80, 85, 202, 227, 244, 261 Hugo,Victor 128 humanismo 36, 179 humor melancólico 87 hunos 70 Hurtado de Mendoza, Francisco 197 hypertrichosis universalis 138 iconografía 19, 25, 64, 76, 103, 162, 177, 232 Iglesia 65, 101, 102, 105 Ilie, Paul 213, 232 Imaginación 46, 47, 48, 49, 50, 53, 59, 71, 123, 182, 220, 231, 236, 252, 254 imaginario cultural 231
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imitación 14, 18, 19, 31, 201, 229, 230 indígenas 30, 71, 76 Infantes de Miguel,Víctor 170 influencia astral 53 infernal 71 información canales de transmisión 25 fuentes de 25 testigos presenciales 25, 82 infortunio 87, 88 insólito 18, 229, 230 Isabel de Borbón 134 Isacio 236 Isidoro de Sevilla, Santo 21, 139 Jáuregui, Juan de 211 Jerónimo, Santo 100, 255 joroba 206 Jovio, Paulo 81 Juan Bautista, Santo 47 judaísmo 212 juicios astronómicos 53 jurisprudencia 18, 106 Kayser, Wolfgang 212 Kino, Eusebio Francisco 54 Kircher, Athanasius 77, 224 Kornmann, Enrico 74 Kristeva, Julia 38, 127, 172 Kromer, Martin 37 Laguna, Andrés 181 Lasso de la Vega, Gabriel 137 Lastanosa,Vicencio Juan de 32, 33 Lavater, Johann Caspar 182 Le Brun, Charles 182 Le Clerc, Michel 139 Leandro 197 Lee, Resenlaer W. 229 Lee,Vernon (Violet Paget) 12 Leeuwenhoek, Anthonie von 223
Leibniz, Gottfried Wilhelm von 11 Lemnio, Levinio 251 Leopoldo I 169, 170 Lestrigones 239 ley de semejanza 75 decemuiral 67 natural 101, 127, 130 leyenda 19, 59, 60, 129, 231 Liberata, Santa 96, 97 libre albedrío 187 licantropía 76, 240 Liceti, Fortunio 23, 138, 139, 238 Liñán y Verdugo, Antonio 189 Linares, Juan de 225 lindos 215 Lippershey, Hans 223 Livio, Tito 61, 96 Long, Pamela O. 36 López de Vega, Antonio 226 López de Zúñiga, Juan Manuel Diego 169 López, Diego 163 Luciano 201 Luna, Juan de 125, 127, 128 Lusitanus, Amato 37 lusus naturae 18, 42 Lycosthenes, Conrad (Teobald Wolfhart Lycosthenes) 37, 110, 166, 237, 241 Magallanes, Fernando de 85 Magno, Olao 77, 165 maldición 59, 60, 88 Manchego, Pedro 147 Mandeville, Juan de 35, 37, 77, 139, 166 mandrágora 31, 52 Maravall, José Antonio 35, 36, 117, 131 Marcelino, Amiano 77, 239 Marco Polo 35, 139, 237
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Margarita de Austria 207 Margarita de Holanda, Condesa 59, 60, 61, 144 Margarita de Irlanda 60, 144 Margarita de Parma 72 Mariana de Austria 134 Marina, Santa 97 Marino, Giovan Battista 225 Martínez Vallejo, Eugenia 122, 158 Mártir de Anglería, Pedro 30 Mas, Amédée 203 máscara 202 materia su abundancia 58 su carencia 57 materia y molde 50, 55, 56, 58 Materialismo cultural 24 Materno, Julio 51 Matildis, Condesa, Véase Margarita de Holanda, Condesa matriz 59, 90 su estrechez 53 Maximiliano II 31, 243 Mazur, Oleh 172 Meadow, Mark A. 33 medicina 16, 18, 39, 41, 44, 45 Medrano, Julián de 130, 192, 194, 196, 205 Megastenes 77, 237 Megenberg, Konrad von 30 Melampo 182 mellizos 190 Mendoza, Francisco de 38 Merlín 70 Mesonero Romanos, Ramón de 171, 196 metáfora 25, 55, 57, 88, 208, 216, 217, 220, 224 metamorfosios 124, 126 metamorfosis 88, 96, 124, 126, 129, 130, 220 metempsicosis 183
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método aristotélico 45, 185 deductivo 45 metoposcopia 184, 185 Metz, Guillaume de 139 Mexía, Pedro 36, 40, 46, 47, 76, 106, 144 microcosmos 107, 224 milagro 52, 80 mimesis 14, 25, 229, 230 Mira de Amescua, Antonio 171, 227 mitificación 60 molde 230 defectuoso 55 Molina,Tirso de (fray Gabriel Téllez) 204 Moll, Jaime 146 Monardes, Nicolás 32 Moncayo y Gurrea, Juan de 226 monópodos 78 monoscelos 78 Monroy y Silva, Cristóbal de 100 monstrare 21, 22 monstruo acéfalo 107 admitido por la religión 100 bicípite 103, 105, 110 clásico 19, 76 como accidente 63, 101 como agüero 20, 43, 65, 70 como amenaza 16, 176, 230 como asombro 18 como augurio 20, 54, 132, 154 como aviso de males 65 como bendición 158, 175 como castigo 43, 64 como culpa 176 como desgracia 64, 65, 118 como documento científico 18, 43 como espectáculo 14, 122, 125 como excepción 25, 29
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como insulto 25 como mercancía 122, 123, 127 como miembro de la Iglesia 102 como objeto de curiosidad 127 como pecado 37, 42, 43, 176 como portento 54 como presagio 54 como prodigio 15, 43, 64, 119 como ser extraordinario 11 como ser humano 93 como ser sobrenatural 42, 69 como superstición 231 como transgresión 161 como trofeo 67 con cola 205, 235 de Aviñón 167 de Buda 167, 169, 170, 171, 172 de Cataluña 109 de Cerdeña 109, 140, 141, 142 de Cracovia 109 de Génova 109 de Ostraviza 153, 154 de Rávena 64, 88 definición 21, 22, 23, 24, 92, 120 duplicación 111 en la pintura flamenca 202 fábrica de 25 fabricación 128 alsificación 120 fingido 128 metafórico 202 mujer 92, 93 número de individuos 105 perteneciente a la naturaleza 42 proporcionado 157 salvaje 67, 126 su abandono 66 su ahogamiento 66 su anatomía 131 su bautismo 101 su caza y domesticación 67 su cremación 66
su defensa 118 su destierro 122 su disección 151, 152 su entrevista 112, 233 su estado social 24 su exhibición 118, 123 su exhumación 175 su exterminio 66, 88, 100 su fabricación 98, 128, 129 su homicidio 101 su humanización 43 su inserción en la sociedad 43, 95 su novelización 155 su rechazo 76 su relación de los astros 41, 53 su retrato 33, 63, 128, 139, 140, 142, 151 su valor artístico 19 su valor moral 23 sus señales 101, 154, 157, 181 monstruoso 13, 14, 15, 16, 18, 20, 23, 24, 25, 36, 40, 230 Montaigne, Michel de 67, 180 Morais, Cristóvão Alão de 225 Morales, Juan Bautista de 147 Morán, J. Miguel 31, 32 Morel D´Arleux, Antonia 135, 156 Morel, Philippe 202 Moreno Villa, José 15, 33 Morley, S. Griswold 171 Moro, Antonio 33 Moro, Tomás 50 Mosquera de Figueroa, Cristóbal 76 mujer barbuda 11, 19, 32, 33, 130 varonil 11, 19, 100, 156, 215 velluda 47 vestida de hombre 100 mundo al revés 33, 88, 136, 180 mundo como teatro 201 Münster, Sebastian 37 Murciano, Lucinio 95
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ÍNDICE DE MATERIAS Y AUTORES
Napolitano, Alejandro 236 naturaleza 79, 106 Nazari, Francisco 80 nereidas 76, 160 Nerón 98, 259 Nicolás III 47 Nieremberg, Juan Eusebio 36, 40, 41, 46, 47, 48, 49, 50, 51, 53, 56, 57, 58, 60, 61, 62, 63, 65, 70, 71, 73, 74, 75, 76, 79, 81, 84, 96, 99, 103, 104, 106, 107, 108, 110, 111, 112, 118, 129, 139, 147, 160, 174, 181, 182, 183, 184, 185, 186, 187, 210, 236 norma 35, 114, 216 Novak, Maximillian E. 19 Nuevo historicismo 24 Nuevo Mundo 30, 33, 36, 85, 225, 237 numen 66 número de individuos 107 Obispo de Traiecto 60 objetos exóticos 30 Obsequens, Julio 37 observación directa 40, 76 Odorico de Pordenone, beato 81 Olivares, Conde Duque de 141 Olmi, Giuseppe 35 Olmo, José Vicente del 60, 77, 79, 80, 83, 112, 238 Olson, David R. 17, 18 oprobio 87 oralidad 61 oratoria escrita 139 orbidad 106 ornamento sin nombre 214 Orsini 47 Ortiz de la Fuente, Diego 147 ostendere 21, 22 ostentos 21, 23 Osuna, Alonso de 145, 146
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Osuna, fray Francisco de 46 Ovalle, Alonso de 205 Ovidio, Publio 49, 78, 96, 201 oxímoron 84 Pacheco, Francisco 196, 217 Padilla, Salvador de 121, 147 Paganino, Antonio 202 Palau y Dulcet, Antonio 41 Palma, Jacopo 199 Palomino de Castro y Velasco,Antonio 188, 197, 218 Panofsky, Erwin 38, 200 Paracelso (Teofrasto Bombastus von Hohenhein) 46 Paradino, Guillermo 48 Paré, Ambroise 37, 43, 61, 63, 89 parekbasis 92 parerga 92 Park, Katharine 34 parricidas 23 parto de varias especies 22 de varias especies 66 masculino 155 monstruoso 22, 53, 59, 67 múltiple 59, 60, 61, 96, 134, 142, 152, 158 prematuro 172 prodigioso 67 Pascual, José Antonio 14 Paula, Santa 96 Pausanias, Corneli Nepotis 77, 236 Paz y Meliá, Antonio 202 pecado 21, 24, 50, 65, 84, 123, 127, 163 venial 150 Pedro el Grande 31 Pellicer de Salas y Tovar, José 243 Pellicer, José de 132 Peñalver Aranda, Luis 64 Pender, Stephen 34, 111
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Pepys, Samuel 60, 120, 166 Peramato, Petrus de 38, 39 percepción 12, 14, 23, 54 Pérez Cascales de Guadalajara, Francisco 51 Pérez de Montalbán, Juan 227 Pérez de Moya, Juan 76, 90, 96 Pérez Maldonado, Juan 67 Pérez, Alonso 226 Periñán, Blanca 203 Pescioni, Andrea 39, 40, 47, 118, 119 pez espadarte 32 Nicolás 155, 160, 161, 231 Picard, Pierre le 139 Pico della Mirandola, Giovanni 61, 256 Pigafetta, Antonio de 81, 82 pigmeos 24, 38, 58, 61, 67, 75, 78, 79, 80, 81, 82, 85, 104, 118, 165, 215 Piña, Juan de 156, 176 plaga 21 Planes, Jerónimo de 50 Platón 69 Platter, Félix 138 Platter, Thomas 138 pliegos sueltos 19, 20, 25, 103, 137, 138, 139, 143, 144, 147, 151, 155, 156, 161, 173, 203, 231 Plinio 29, 46, 49, 59, 62, 76, 77, 88, 89, 96, 146, 238 pluriperspectivismo 44 Polifemo 225, 226, 227, 228 política 24, 132, 169 Polo de Medina, Salvador Jacinto 204, 205, 206, 210, 211, 212 Pompeo, Togo 257 Pomponacio Mantuano, Pedro 46 Ponce de Santa Cruz, Alfonso 76 Pontaco 95, 250 Porcelos, Diego 60, 61, 96 Porta, Gian Battista 186
portendere 21, 22 portento 21, 22, 126, 143 potencia y acto 74 Poulet, George 223 Pozas, Marqués de 32 prædicere 21 presagio 20, 29, 35, 40, 55, 64, 66, 87 Príncipe Baltasar Carlos 134 prodigio 14, 15, 18, 21, 22, 35, 43, 65, 69, 83, 85, 100, 134, 191, 229, 257 proporción 23, 73, 86, 93, 193, 204, 248 proporcionado 86 proporciones objetivas 200 técnicas 200 protocolos legales 43 puella pilosa 19 puer senex 61 Pujasol Presbytero, Esteban 179, 186, 187, 188, 192, 193, 194 Quevedo, Francisco de 11, 129, 145, 173, 196, 197, 201, 203, 205, 207, 211, 212, 224, 232 Quintiliano, Marco Fabio 48 quiromancia 185 Quirós, Francisco Bernardo de 227 raro 18, 42, 233 razas extrañas 77 míticas 82 monstruosas 29, 44, 73, 75, 77, 78, 82, 84, 85, 104, 166, 172 su lenguaje 75, 76, 79 Razzi, fray Serafino 38, 39 Rebullosa, fray Jaime 61 Recchi, Leonardo Antonio 32 Redondo, Augustin 135, 142, 147, 155, 168
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ÍNDICE DE MATERIAS Y AUTORES
reglas de individuación 107, 110 relaciones de prodigios 73 de sucesos 131, 142, 146, 147, 154, 155 religión 41, 45, 70, 79, 101, 105, 106, 127, 183, 212 Renacimiento 13, 106, 179, 182, 212, 216 Rhodiginus, Caelius 37, 47 Ribera, José de 11, 199, 208, 212, 213, 214 Rico, Francisco 216 Riesco Le-Grand, Inocencio M.ª 101 Rifer de Brocaldino, Dr. Sanedrio (Andrés Ferrer de Valdecebro) 38, 57, 60, 79, 83, 90, 92 Río, Martín del 182 Ritual romano 88, 100, 102 Rivilla Bonet y Pueyo, José 18, 22, 23, 29, 41, 50, 54, 55, 57, 58, 61, 62, 66, 71, 72, 73, 74, 75, 84, 85, 92, 93, 102, 103, 104, 106, 108, 109, 110, 149, 150, 152 Rodas, Apolonio de 238, 243 Rodolfo II 31, 139, 243 Rodríguez Cacho, Lina 196 Rodríguez de la Flor Adánez, Fernando 19 Rodríguez Tous, Juan Antonio 12 romancero 61, 142, 144 Romano, Giulio 226 Ronseo, Balduino 63 Rosa, Cristóbal de 133 Rosa, Diego de 133 Rose, Margaret A. 198 Rosenkranz, Karl 11, 12, 13 Roses Lozano, Joaquín 217 Rossignolo, Giacomo 202 Rota, Martino 197, 198, 199 Rubén Darío 37 Rueff, Jacob 37
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Rufo, Juan 123, 149, 188, 190, 195, 205, 206, 207, 208, 210, 215, 216 Ruiz de Alarcón y Mendoza, Juan 70, 82, 207 Ruysch, Frederick 31 sacrificios lustrales 67 Sadeur, Jacques 88 saga familiar 59 Sajonia, Hércules de 183 Salas Barbadillo, Alonso Jerónimo de 43, 130 Salas, Horacio 124 Salazar y Torres, Agustín de 191, 194 Salazar, Ambrosio de 60 Salmacis 86, 89 Salvá y Mallén, Pedro 41 Sánchez Coello, Alonso 32, 33 Sánchez Cotán, Juan 11 Sánchez Martínez, Francisco Javier 225 Sánchez Tortolés,Antonio 85, 91, 203 Sánchez Valdés de la Plata, Juan 78, 90, 94, 111 Sánchez y Escribano, Federico 80 Sandoval, Francisco de 226 santa compaña 11 santos monstruosos 33, 80 Sarduy, Severo 203, 217 Sarmiento, Pedro 238 sátiros 16, 70, 71, 75, 104 Scarron, Paul 210 Schedel, Hartmann 166 Schenck von Grafenberg, JohannesGeorg 58 Schöne, Albrecht 76 Schott, Gaspar 72, 139 sciopodos 104 Segismundo 67 ser natural 85 salvaje 85
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Serés, Guillermo 46 Serini, Conde Nicolás 166, 169 Serrano, Pedro 71 siameses 33, 62, 103, 104, 110, 119, 123, 151, 152, 233 Sibaritas 106 Sicilia 77 Sigenoto 243 Sigfrido 243 Sigüenza y Góngora, Carlos de 54, 152 silva 45, 201, 204, 215, 218, 221, 222 Simón Díaz, José 166, 170 Simón, fray Pedro 82, 237 sinécdoque 18 sirenas 16, 30, 75, 76, 236 Slaughter, Mary M. 180, 181 Solís y Rivadeneyra,Antonio de 194, 205, 206, 211, 226 Sorbini, Arnaldo 37 Stengelio, Laurencio 55 Stenou, Katérina 101 Stigliani, Tommaso 225 Suárez de Figueroa, Cristóbal 197 Suetonio 244 sufrimiento en el arte 16 suovetaurilla 67 superstición 18, 22, 23, 32, 44, 156 tabú 25 taras 23 Tasso, Torquato 49 taxonomía 16, 35, 181, 184, 185, 193, 230 Téllez Girón, Alonso y Rodrigo 189 Teofrasto 260 teología moral 18 Teopompo 236, 238 teratología 15, 16, 38, 39, 118, 139, 231, 232 Tesserant, Claude 37, 39 testamento ruptura de 18, 106
Thamara, Francisco 77 thick description 15 Tifeo 226, 238 Timoneda, Juan de 189, 225 Tirano 75 Tomás de Aquino, Santo 21, 29 Toquero, Licenciado 192 Torquemada, Antonio de 31, 36, 46, 50, 60, 61, 76, 78, 90, 91, 111, 144 Torreblanca y Villalpando, Francisco de 182 Tovar, Simón 32 tradición ambrosiana 106 aristotélica 75 esotérica 59 galénica 106 humanista 68 pagana 78 platónica 106 trampantojo 74 transformaciones 99, 129 novela de 125 transgresión 25, 127 transmutación 99 trillizos 50, 51 Trillo y Figueroa, Francisco 210 tritones 16, 19, 30, 75, 160 Urbano VIII 154 Urbina, Eduardo 208 ut pictura poesis 219 útero 30, 55, 56, 62 Uvolrardo 243 Valdés y Meléndez, Juan de 204, 215 Valle y Caviedes, Juan del 225 Valle-Inclán, Ramón María del (Ramón José Simón y Peña) 119 Van Dyck, Anton 166 Vayero 236 Vedale, Duquesa de 61
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ÍNDICE DE MATERIAS Y AUTORES
Vega Carpio, Félix Lope de 49, 60, 82, 100, 149, 171, 172, 173, 196, 197, 207, 208, 215, 217, 219, 226 Vega, fray Alonso de la 38, 65, 103 Vega, Inca Garcilaso de la 71 Velázquez, Diego 11, 33, 208 Vélez de Guevara, Luis 100 Vélez-Quiñones, Harry 172 Velvacense,Vincencio 241 Ventura, Magdalena 213 Venus 70, 87 verdad absoluta 86 aparente 143, 231 y apariencia 74 y mentira 75, 231 Viguera, M.ª José 181 Vilanova, Arnau de 128 Vilgefortis 96 Villamanrique, fray Andrés de 38, 42, 60, 83 Villaverde, Martín de 119, 152, 168 Vinci, Leonardo da 199, 218 Virgilio, Publio 77, 78
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visiones aéreas 20 Vitelo 218 Vives, Luis 80 Vogelweide, Walter von der 162 Von Simson, Otto 84 Vorágine, Jacobo de la 90 Wagner, Richard 162 Weinrichius, Martinus 37 Whinnom, Keith 35, 36 Wilson, Dudley 17, 119, 128, 149 Wind, Barry 40 Wittkower, Rudolf 166, 167 Wölfflin, Heinrich 42, 219, 220, 221 Woods, Michael J. 228 Zapata de Chaves, Luis 196 Zapperi, Roberto 148 Zaquias 71, 72 Zaquías, Pablo 22, 58 Zarco Cuevas, Julián 32, 120 Zerner, Henri 197, 199 Ziomek, Henryk 84, 149 Zweter, Reinmar von 162
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