Casa y espacio doméstico en España y América (siglos XV-XIX) 9783968691534


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Spanish; Castilian Pages 386 Year 2022

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Table of contents :
Índice
La casa, espacialidad e historiografía
Casa y espacio doméstico. Itinerarios investigadores
Casas en granada en el siglo xvi: debates acerca del concepto mudéjar y morisco
El espacio doméstico en la sociedad del “otro” imperio a la luz de la tratadística humanista de educación femenina
Organización doméstica de la casa en la teoría oeconómica moderna. El caso de San Miguel de Tucumán
Arquitectura, geografía, derecho y familia: la casa en Navarra
El espacio doméstico en la corte del rey: una síntesis sobre el Madrid del siglo xviii
Vivienda urbana en Tucumán en el siglo xviii. El solar fundacional de la familia Bazán
Higiene y aseo personal en la casa habanera del siglo xvii
Muebles que cuentan cosas El ajuar doméstico de doña Rosa Juliana de Tagle, primera marquesa de Torre Tagle (Lima 1762)
La construcción de la historia del mueble español de la época moderna
Genealogías residenciales y movilidad social. Casa, familia y trayectorias de “los que poco pueden” en la España centro-meridional, 1752-2018
Sobre los autores
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Casa y espacio doméstico en España y América (siglos XV-XIX)
 9783968691534

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Margarita M. Birriel Salcedo Francisco García González (eds.)

CASA Y ESPACIO DOMÉSTICO EN ESPAÑA Y AMÉRICA (SIGLOS XVI-XIX)

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Tiempo Emulado Historia de América y España 86 La cita de Cervantes que convierte a la historia en “madre de la verdad, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”, cita que Borges reproduce para ejemplificar la reescritura polémica de su “Pierre Menard, autor del Quijote”, nos sirve para dar nombre a esta colección de estudios históricos de uno y otro lado del Atlántico, en la seguridad de que son complementarias, que se precisan, se estimulan y se explican mutuamente las historias paralelas de América y España. Consejo editorial de la colección: Walther L. Bernecker (Universität Erlangen-Nürnberg) Arndt Brendecke (Ludwig-Maximilians-Universität, München) Jorge Cañizares Esguerra (The University of Texas at Austin) Jaime Contreras (Universidad de Alcalá de Henares) Pedro Guibovich Pérez (Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima) Elena Hernández Sandoica (Universidad Complutense de Madrid) Clara E. Lida (El Colegio de México, México D. F.) Rosa María Martínez de Codes (Universidad Complutense de Madrid) Pedro Pérez Herrero (Universidad de Alcalá de Henares) Jean Piel (Université Paris VII) Barbara Potthast (Universität zu Köln) Hilda Sabato (Universidad de Buenos Aires)

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Margarita M. Birriel Salcedo Francisco García González (eds.)

CASA Y ESPACIO DOMÉSTICO EN ESPAÑA Y AMÉRICA (SIGLOS XVI-XIX)

Iberoamericana - Vervuert - 2022

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Esta publicación es parte de los proyectos de I+D+i de Referencia HAR2017-84226-C6-2-P y PID2020-119980GB-I00 financiado por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Derechos reservados © Iberoamericana, 2022 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2022 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-011-3 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-152-7 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-153-4 (eBook) Depósito Legal: M-25611-2022 Impreso en España Diseño de cubierta: Rubén Salgueiros Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

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Índice

1. La casa, espacialidad e historiografía Margarita M. Birriel Salcedo/Francisco García González....................... 9 2. Casa y espacio doméstico. Itinerarios investigadores Margarita M. Birriel Salcedo...................................................................... 19 3. Casas en Granada en el siglo xvi: debates acerca del concepto mudéjar y morisco Mª Elena Díez Jorge.................................................................................... 73 4. El espacio doméstico en la sociedad del “otro” imperio a la luz de la tratadística humanista de educación femenina Mar Martínez-Góngora.............................................................................. 107 5. Organización doméstica de la casa en la teoría oeconómica moderna. El caso de San Miguel de Tucumán Romina Zamora.......................................................................................... 131 6. Arquitectura, geografía, derecho y familia: la casa en Navarra Pilar Andueza Unanua............................................................................... 161 7. El espacio doméstico en la corte del rey: una síntesis sobre el Madrid del siglo xviii Natalia González Heras............................................................................. 203 8. Vivienda urbana en Tucumán en el siglo xviii. El solar fundacional de la familia Bazán Juan Carlos Marinsalda.............................................................................. 219 9. Higiene y aseo personal en la casa habanera del siglo xvii Rosalía Oliva Suárez.................................................................................. 251 10. Muebles que cuentan cosas. El ajuar doméstico de doña Rosa Juliana de Tagle, primera marquesa de Torre Tagle (Lima, 1762) Jorge F. Rivas Pérez..................................................................................... 271

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11. La construcción de la historia del mueble español de la época moderna Antonio Rafael Fernández Paradas........................................................... 301 12. Genealogías residenciales y movilidad social. Casa, familia y trayectorias de “los que poco pueden” en la España centro-meridional, 1752-2018 Carmen Hernández López/Francisco García González.......................... 353 Sobre los autores......................................................................................... 383

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La casa, espacialidad e historiografía* Margarita M. Birriel Salcedo Universidad de Granada Francisco García González Universidad de Castilla-La Mancha

Habitar es un hecho material y cultural, concluía Michele Perrot (1999) en un bello prólogo dedicado a las arquitecturas de la vida privada en Francia. Tanto este libro, como otros muchos que en las dos últimas décadas se han publicado, muestran la consolidación en la historiografía de potentes y fructíferas líneas de investigación sobre la casa y el espacio doméstico. Líneas que, partiendo de la materialidad de la arquitectura y de los objetos que la pueblan, de la espacialidad constituida a partir de estos o de las maneras en que los seres humanos la habitan, la recorren y la sueñan, permiten arrojar nueva luz sobre problemas historiográficos largamente debatidos y que han contribuido a hacer más compleja nuestra mirada sobre el mundo en el pasado1. Este programa investigador no empezará a ser significativo en la historiografía modernista española y latinoamericana hasta mediada la primera década del siglo xxi en que las publicaciones sobre casa, espacio doméstico, arquitectura doméstica, ajuares o interiores se *

Esta publicación es parte de los proyectos de I+D+i / “Familias, trayectorias y desigualdades sociales en la España centro-meridional, 1700-1930” [referencia HAR2017-84226-C6-2-P] y “Familia, dependencia y ciclo vital en España, 1700-1860” [referencia PID2020-119980GB-I00] financiado por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/, ambos dirigidos por Francisco García González (Universidad de Castilla-La Mancha) y Jesús M. González Beltrán (Universidad de Cádiz). 1. Sin pretensión de exhaustividad, basten algunas pocas referencias como muestra del panorama actual de la investigación: Sarti, 2002; Blasco Esquivias, 2006; McKeon, 2006; Trochet, 2008; Eibach/Schmidt-Voges, 2015; Eibach/Lazinger, 2020.

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han multiplicado, aunque presentando más contribuciones locales que reflexiones metodológicas o historias generales. Lo que no ha sido obstáculo para que haya significativos balances historiográficos (Rey Castelao, 2015; González Heras, 2015) o interesantes propuestas teórico-metodológicas (Birriel Salcedo, 2016; García González, 2017; Franco Rubio, 2018). El libro Casa y espacio doméstico en España y América (siglos xvixix) es una apuesta por continuar las investigaciones sobre la casa y, además, hacerlo desde una perspectiva interdisciplinar o, al menos, visibilizar la conversación entre disciplinas. El objetivo es mostrar las maneras en que la indagación sobre la casa y el espacio doméstico nos hablan de las familias y de los hogares, del poder político y del gobierno de la casa, de la ineludible ligazón de las concepciones de la casa con la pertenencia de clase o género, sin olvidar la raza, aunque también hablamos de las arquitecturas, del amueblamiento, de las pautas de consumo y su ligazón con las formas de representación, el trabajo, la reproducción material de la vida o la devoción religiosa, ya que en la casa, en el espacio doméstico, se hacen vida todas ellas. En esa aspiración de contribuir a las conversaciones presentes sobre el habitar, hemos reunido doce capítulos sobre España y América en los tiempos modernos fundamentalmente, donde los programas edilicios o las concepciones sobre la casa adquieren formas peculiares o contribuyen a consolidar los principios básicos de su gobierno como metáfora de una sociedad ordenada. Nuestra aspiración no ha sido agotar todas las posibilidades de indagación sino presentar líneas de trabajo, hacer oír algunas de las conversaciones entre disciplinas o entre quiénes investigan. A partir de este interés hemos reunido unos trabajos que son una muestra significativa de las preocupaciones sobre nuestro objeto de estudio. El orden en que aparecen no muestra fronteras definidas entre unos y otros pues casa y espacio doméstico desbordan los encorsetamientos. No obstante, hay un cierto hilo conductor donde, grosso modo, hemos trazado un camino de lo general a lo particular con los primeros capítulos sobre casa y espacio doméstico; luego, estudios particulares regionales, pero donde lo local sirve para pensar lo general; más tarde, se da paso a aquellos que abordan aspectos particulares como la higiene y el mobiliario; y, finalmente, una propuesta de investigación histórico-antropológica en la larga duración que vincula el estudios de las trayectorias familiares a las de la casa.

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LA CASA, ESPACIALIDAD E HISTORIOGRAFÍA

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Arrancamos con una revisión historiográfica del modernismo español sobre la casa, el espacio doméstico, la vivienda, etc. La autora, Margarita M. Birriel Salcedo, ha establecido en primer lugar, el ritmo de las publicaciones definiendo la segunda década del siglo xxi como aquella en que se produce un salto cuantitativo y cualitativo en el estudio de la casa. Seguidamente aborda diversos problemas como son las fuentes que van del registro arqueológico a la documentación gráfica pasando por protocolos, libros de apeos, catastros, etc., es decir, un amplísimo espectro de bases documentales como consecuencia de la expansión de la investigación. Es de subrayar el dibujo que nos hace de las características del habitar en toda la España moderna, tanto del ámbito rural como del urbano. Además, vuelve a incidir en la espacialidad y el género en la constitución del hogar y la casa. En cualquier investigación sobre espacio doméstico, un aspecto central de las ideas sobre la casa en la Edad Moderna es su dimensión política, el papel que cumple su gobierno y el principio de autoridad que en ella se crea como imagen y justificación del poder del príncipe y, por tanto, del orden social. Esta problemática es la que aborda Mar Martínez Góngora en su capítulo, “El espacio doméstico en la sociedad del “Otro” Imperio a la luz de la tratadística humanista de educación femenina”, quien, al analizar dos obras sobre Argelia y Turquía, subraya cómo los autores aprovechan la noción de hogar como metáfora del Estado para demostrar la inferioridad del Otro. La autora aborda unos textos que, desde la mirada española, relatan el [des]gobierno de la casa en el mundo islámico, la falta de control moral y político sobre las mujeres, una masculinidad sometida y deficiente, la falta de higiene o la ausencia de decoro (esto en el caso de Argelia), lo que produce finalmente un estado incivilizado, inferior y fracasado. Según Martínez Góngora, los relatos del Viaje a Turquía o la Topografía de Antonio de Sosa apuntan principalmente a resolver al sujeto peninsular las ansiedades relacionadas con la potente presencia del otro gran imperio del Mediterráneo, el turco. En ciertos aspectos como problema a resolver, pero abordando una cuestión central de las políticas colonizadoras de la monarquía en América, Romina Zamora estudia en su capítulo, “Organización doméstica de la casa en la teoría oeconómica moderna. El caso de san Miguel de Tucumán”, la teoría oeconomica moderna que ella considera el elemento central estructurante del orden social de gran parte de la modernidad y como teoría

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definitoria de la casa, que no es solo una arquitectura, sino un espacio relacional donde interseccionan la producción y la reproducción, lo jurídico-político y lo simbólico. Esta propuesta haría de la sociedad principalmente un universo de casas, bajo el buen gobierno del pater familias, una ficción que inserta el espacio doméstico con el político a través de la figura del vecino, quien para serlo debía tener su casa poblada en la ciudad. Ahora bien, nuestra autora introduce aquí otro elemento fundamental como es el vínculo indisoluble de la casa poblada con la idea de casa grande que constituye a la casa, no solo en el matrimonio, sino a través de un ejercicio de distinción y ennoblecimiento de los españoles en América. Para ellos, su casa, la casa grande, es un espacio complejo de producción, reproducción, representación política y legitimación en la catolicidad, donde el pater familias, a la manera del romano, controla toda la vida material y simbólica de su familia, criados y esclavos, pero claramente separados por el estatus de unos y otros en el orden colonial. El capítulo de Elena Díez Jorge, “Casas de Granada en el siglo xvi”, analiza un ejemplo español de particular interés como es el cambio y continuidad de la arquitectura doméstica del reino de Granada tras la conquista castellana. Ahora bien, la autora va más allá al adentrarnos en una reflexión teórico-metodológica sobre el espacio doméstico como construcción social donde clase y género son categorías imprescindibles en el análisis, a lo que hay que sumar el rigor léxico y clasificatorio. Así, entramos en el objetivo último del capítulo que es establecer lo mudéjar y lo morisco, y las cautelas necesarias para evitar usos acríticos de las categorías. Esta búsqueda de claridad y sistematicidad está también presente en el capítulo “Arquitectura, derecho y familia: la casa en Navarra”, de Pilar Andueza Unanua. La casa como hecho cultural y material es lo que destaca en la síntesis que nos presenta este trabajo. La autora intersecciona de manera elegante y aguda la diversidad geográfica del territorio, las condiciones de producción y la concepción jurídico-política de la casa con la estructura de los hogares y las diversas formas de la herencia a fin de mostrar la complejidad del hecho de habitar en Navarra. Traza, materiales, funcionalidad, muebles… nos detallan cómo se concretan las diferencias, y las semejanzas, geográficas y de clase de las casas. Una arquitectura doméstica que, sin ser un fenómeno aislado en el contexto general de España y de la Europa del periodo, tiene un carácter singular.

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LA CASA, ESPACIALIDAD E HISTORIOGRAFÍA

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Una síntesis del Madrid del xviii, dice la autora, Natalia González Heras, es el capítulo sobre el espacio doméstico en la corte del rey que utiliza como hilo conductor el Discurso sobre la comodidad de las casas del marqués de Montehermoso (1768). Madrid aquí es el escenario en que la autora explora los desafíos de una gran urbe del Setecientos para hacer frente a, por un lado, su destino político como capital del reino, concretada principalmente en las medidas urbanísticas, edilicias y monumentales impulsadas desde la monarquía con la anuencia de las élites sociales; y, por otro lado, las necesidades de habitación de una población creciente que no solo necesita casas sino una infraestructura urbana capaz de solucionar los problemas de higiene y hacinamiento de la ciudad. Como agente fundamental en las iniciativas políticas hay que resaltar el papel jugado por la Sociedad de Amigos del País por cuanto que ofreció numerosas propuestas tanto para Madrid como para otras partes de España. La autora hace una lectura sagaz de este Discurso al ir del texto al contexto para comprender todas las capas que en él hay. La vivienda urbana es también el objetivo del estudio de Juan Carlos Marinsalda, “Vivienda urbana en Tucumán en el siglo xviii. El solar fundacional de la familia Bazán”, que se abre con una reflexión muy interesante sobre la persistencia de modelos dogmáticos en las categorías analíticas de la arquitectura civil, particularmente lo relacionado con las casas-patio mediterráneas y su exportación a América y, más en particular, a Argentina. Esta reflexión es necesaria para el autor para enfrentar el que parece único caso de modelo pompeyano en Tucumán: el solar fundacional de la familia Bazán. En una combinación de fuentes diversas de carácter arqueológico, documental y artístico, el autor nos presenta los avatares de una casa, o casas, que si bien parte de un “modelo” andaluz, éste es reinterpretado constantemente de acuerdo con las necesidades de orden interno (jerarquía), demandas de la economía familiar o herencias. En este estudio de la trayectoria del solar familiar, este está perfectamente inserto en la organización de la ciudad como casa grande. Además, nos muestra los factores de representación y prestigio, entre los que sobresalen de manera destacada la catolicidad de la familia y la devoción del Cristo, que es la devoción ciudadana que administra la familia Bazán. Otra ciudad americana, La Habana, es el territorio en el que se inscribe la aportación de Rosalía Oliva Suárez, “Higiene y aseo personal en la casa habanera del siglo xvii”, cuyo interés mayor se sitúa en que hay un

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deslizamiento de foco hacia el cuerpo y sus cuidados en el marco de la casa, recordándonos una vez más a quienes viven el espacio doméstico y para los que, en definitiva, está hecha la habitabilidad y el confort de la vivienda. Cuerpos que, como nos describe la autora combinando la arquitectura y los ajuares, transitan por todo tipo de acontecimientos a la lo largo de sus vidas personales. El papel central que en la constitución del espacio doméstico tiene el ajuar doméstico ha estado presente en casi todas las aportaciones de este libro, ahora bien, dos en concreto se ocupan específicamente de ellos desde puntos de vista diferentes. El primero, de Jorge F. Rivas Pérez, “Muebles que cuentan cosas. El ajuar doméstico de doña Rosa Juliana de Tagle, primera marquesa de Torre Tagle (Lima 1762)”, parte del estudio de un inventario de bienes de una excepcional calidad por la información que ofrece ya que registra, entre otras cosas, el ajuar doméstico de la marquesa con detalle, además de ubicarlo en las diferentes estancias de la casa. Esta riqueza ha permitido al autor llevarnos por los ambientes que la aristócrata habitó, interior que concuerda más con los gustos del primer tercio del siglo xviii que con los dominantes en la fecha del inventario, de lo que deja constancia las referencias a antiguo, viejo, etc. del conjunto del mobiliario. Aquí también el autor nos subraya el papel de legitimación social y simbólica de la casa a través de la devoción doméstica. Rivas nos ha llevado a la casa Torre Tagle, mientras que Antonio Fernández Paradas nos remite a museos, universidades o talleres a fin de comprender el itinerario que ha recorrido la historia del mueble en España desde su constitución disciplinar hasta el presente. El autor nos subraya los hitos fundamentales que van a contribuir a la definición de esta historia, como fue la fundación de la Hispanic Society, el impacto negativo de la guerra y la postguerra, o el papel fundamental que las publicaciones especializadas han tenido en el impulso de las investigaciones (Archivo Español de Arte, Res Mobilis, etc.), así como el de las organizaciones especializadas como la Asociación para el Estudio del Mueble y su revista (2004-2005), sin olvidar el trabajo de numerosos estudiosos. Estos factores impulsores de la investigación definirían cuatro etapas en la historia del mueble español: la primera, de historias visuales del mueble (periodo clásico, 1872-1946); en segundo lugar, las historias visuales comentadas (periodo de las monografías, 1950-1969); el tercero se denomina periodo moderno, el de las historias documentadas

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(1970-2004); acabando en el periodo actual, el de las microhistorias documentadas. La exhaustividad del texto nos permite conocer los problemas y los logros de la investigación. Cerramos la obra con una investigación que integra el análisis de la casa como espacio residencial y constructivo con las genealogías familiares y las trayectorias de vida de sus ocupantes con el objetivo de asociar las dinámicas biográficas y familiares con las dinámicas de la casa. Además, con su texto “Genealogías residenciales y movilidad social. Casa, familia y trayectorias de los que poco pueden en la España centro-meridional, 1752-2018”, Carmen Hernández López y Francisco García González se centran en una vivienda corriente desde el siglo xviii hasta la actualidad, representativa de las casas de la mayoría de los que habitaban su zona de estudio, por lo general mozos sirvientes, jornaleros y pequeños propietarios. No en vano, en primer lugar, se aproximan a los tipos de vivienda y de los hogares en función de las características socio-profesionales de sus moradores. Un aspecto fundamental para el conocimiento de las estructuras familiares y laborales que sustentaban las diferencias sociales en el territorio elegido (Hernández López, 2013). A continuación, seleccionan una casa concreta como modelo emblemático que resume el perfil sociológico más generalizado de la zona. Lo hacen, además, abordándola en su doble dimensión, como realidad constructiva y material, y como espacio doméstico del hogar y de los componentes que la ocuparon desde su construcción. Por último, interrelacionan la casa con la genealogía de dichos moradores con el objetivo de visualizar las trayectorias de los individuos y de sus familias (García González, 2021) al compás de las variaciones y transformaciones constructivas de la vivienda como mejor expresión de los procesos de cambio y movilidad social en el tiempo. La casa, superada ya esa mirada etnográfica que tendía a reducir el interés del historiador a la mera descripción constructiva o a la relación de enseres, ajuares y utensilios en la línea de describir usos y costumbres, se convierte así en un objeto de investigación con un enorme potencial para avanzar en la historia social. En fin, como ha podido colegirse de estas breves presentaciones, los trabajos reunidos en este libro abordan problemas teóricos importantes de categorización de la casa y del espacio doméstico, afrontan los debates terminológicos y clasificatorios, cruzan las fronteras a un lado y otro del Atlántico y entablan un fructífero diálogo entre diver-

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sas disciplinas, permitiendo multiplicar las potencialidades de la investigación y de un conocimiento que, como aquí se pretende, resulta imprescindible transferir a la sociedad. Bibliografía Birriel Salcedo, Margarita M. (2016): “Espacio y género en la Edad Moderna. Retos, problemas y logros de la investigación”, en Mujeres e historia. Valladolid: Universidad de Valladolid, pp. 87-120. Blasco Esquivias, Beatriz (dir.) (2006): La casa. Evolución del espacio doméstico en España. Madrid: El Viso. Eibach, Joachim y Schmidt-Voges, Inken (eds.) (2015): Das Haus in der Geschichte Europas. Ein handbuch. Berlin: De Gruyter Oldenbourg. Eibach, Joachim y Lazinger, Margaret (eds.) (2020): The Routledge History of the Domestic Sphere in Europe: 16th to 19th Century. London: Routledge. Eleb, Monique y Debarre, Anne (1999): Architectures de la vie privée, xvie-xixe Bruxelles/Paris: A.A.M./Éditions Hazam. Franco Rubio, Gloria (2018): El ámbito doméstico en el Antiguo Régimen. Madrid: Síntesis. García González, Francisco (2017): “Casas, itinerarios, trayectorias. Espacializar la Historia Social en el Antiguo Régimen”, en Margarita M. Birriel Salcedo (ed.), La(s) casa(s) en la Edad Moderna. Zaragoza: Instituto Fernando el Católico Zaragoza, pp. 45-64. — (2021): “Trayectorias familiares. Reflexiones metodológicas para la investigación en el Antiguo Régimen”, en García González, Francisco (ed.), Familias, trayectorias y desigualdades. Estudios de historia social en España y en Europa, siglos xvi-xix. Madrid: Sílex, pp. 27-54. González Heras, Natalia (2015): “La vivienda en la Edad Moderna: un repaso a la historiografía de los últimos años”, en Ofelia Rey Castelao y Fernando Suárez Golán (eds.), Los vestidos de Clío. Métodos y tendencias reciente en la historiografía modernista española (1973-2013). Santiago de Compostela: Universidad de Santiago, pp. 995-1016. Hernández López, Carmen (2013): La casa en La Mancha Oriental. Arquitectura, familia y sociedad rural. Madrid: Sílex.

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LA CASA, ESPACIALIDAD E HISTORIOGRAFÍA

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Mckeon, Michael (2006): The Secret History of Domesticity. Baltimore: The Johns Hopkins University Press. Perrot, Michele (1999): “Avant-propos”, en Monique Eleb y Anne Debarre (eds.), Architectures de la vie privée, xvie-xixe siècles. Bruxelles/Paris: A.A.M./Éditions Hazam, 1999, pp. 9-15. Rey Castelao, Ofelia (2015): “Casas y cosas en la Galicia occidental en el siglo xviii”, en Cuadernos de Historia Moderna, n.º 14, pp. 211-233. Sarti, Raffaela (2002): Vida en familia: casa, comida y familia. Barcelona: Crítica. Trochet, Jean-René (dir.) (2008): Maisons paysannes en Europe occidentale, xve-xxie siècles. Paris: PUPS.

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Casa y espacio doméstico. Itinerarios investigadores Margarita M. Birriel Salcedo Universidad de Granada

Este capítulo tiene por objetivo hacer un balance de los itinerarios investigadores sobre la casa y el espacio doméstico en la historiografía española modernista de los últimos cuarenta años, a fin de comprender cabalmente por dónde hemos transitado y cuál es el estado de nuestros conocimientos1. Enjaretar todos los fragmentos del saber sobre la casa o poner en relación los hilos que desde muy diversas disciplinas y con muy diversos objetivos han contribuido a su conocimiento, pero también a perfilar el imaginario social de la España de hoy, hizo en algún momento la tarea penosa pues los árboles no siempre dejan ver el bosque. Además, el hecho material, social y simbólico de la casa entrecruza, en la práctica investigadora datos y marcos teóricos con emociones e ideologías, no siempre objetivados, desempeñándose las investigaciones, por un lado, como si nuestro objeto de investigación fuera en sí mismo evidente y negando, de hecho, la historicidad del fenómeno de estudio; por otro, las ambigüedades metodológicas que quieren ocultar, más que desvelar, las tensiones político-ideológicas 1. Esta publicación es parte de los proyectos de I+D+i “Familias, trayectorias y desigualdades sociales en la España centro-meridional, 1700-1930” [Referencia HAR2017-84226-C6-2-P] y “Familia, dependencia y ciclo vital en España, 1700-1860” [referencia PID2020-119980GB-I00] financiados por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/, ambos dirigidos por Francisco García González (Universidad de Castilla-La Mancha) y Jesús M. González Beltrán (Universidad de Cádiz).

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MARGARITA M. BIRRIEL SALCEDO

de nuestra sociedad en torno a la casa, el hogar, la familia, la división público-privado, las identidades de género, etc. En cualquier caso, mi objetivo es solo definir por dónde van las investigaciones en el modernismo español para lo que mis preguntas han sido: 1) ¿cuál ha sido la producción del modernismo español sobre casa y espacio doméstico de los últimos cuarenta años?, ¿cuáles los tiempos?, ¿qué territorios aportan más y por qué?; 2) ¿cuáles son las fuentes de la investigación?; 3) ¿cuáles son los marcos teóricos desde los que se escribe sobre la casa y el espacio doméstico?; 4) ¿la casa o las casas?; 5) ¿cuáles son las condiciones de acceso a las viviendas? La producción del modernismo español: ritmos, espacios Planteada la tarea, mi primera acción fue comprobar si era correcta mi “sensación” de que solo hacía más o menos una década que la casa, el espacio doméstico o la vivienda habían sido de interés para los modernistas. Por tanto, procedí a hacer un muestreo a partir de los títulos registrados en Dialnet desde 1980 hasta el presente; títulos que respondieron a la búsqueda de las rúbricas vivienda, casa, espacio y arquitectura domésticos para los siglos xvi al xviii. De todo lo que me ofreció la base de datos procedí a incluir en el análisis las publicaciones propiamente modernistas más algunas obras amplias, comprensivas y de impacto en la historiografía de la Edad Moderna2. El resultado ha sido una muestra de 317 títulos de los que me interesaba conocer principalmente dos cosas: primero, el ritmo de la producción, y, segundo, cómo se distribuye territorialmente esta producción. Referido a lo primero, se comprobó que la “sensación” no era errónea. En efecto, la historiografía modernista no había prestado suficiente atención al ámbito doméstico, y no será hasta 2008-2010 que no se producirá una eclosión de las publicaciones sobre espacio doméstico, casa,

2. Se ha incluido, por ejemplo, algunas publicaciones de Beatriz Blasco Esquivias o M.ª Elena Díez Jorge historiadoras del arte, por los objetivos amplios que tienen dichas obras, pero hemos desechado las numerosas historias de la arquitectura que se ocupan solo de lo bello y la sucesión de estilos, que considera insignificante la vivienda común o aquellas de arquitectura popular, principalmente de carácter etnográfico y actual.

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CASA Y ESPACIO DOMÉSTICO. ITINERARIOS INVESTIGADORES 21

Número de publicaciones (aprox.)

Producción historiográfica 160 140 120 100 80 60 40 20 0 Hasta 1970

1971-1980

1981-1990

1991-2000

2001-2010

2011-2019

Gráfica 1

vivienda o arquitectura doméstica. No obstante, esa producción no nace de la nada, pues ya desde mediados de los años noventa del siglo xx, como se constata en la gráfica, hay un interés creciente sobre la casa, de hecho, en cada década se duplican las publicaciones; no obstante, aún no va a haber proyectos de investigación como sucederá a partir de 2007 aproximadamente, lo que marca una diferencia en la lógica investigadora. Este limitado interés sobre el espacio doméstico no significa que hubiera desinterés absoluto por un hecho tan central de la vida como habitar, el maestro Braudel lo había hecho parte del territorio de la historia, además de haber subrayado la necesidad de explorar tanto lo material como lo simbólico (Braudel, 1984: 223-265). Con todo, y pese a unas docenas de contribuciones de la historiografía modernista del último tercio del siglo xx, en aquellos años, en España, la casa, el espacio doméstico o la vivienda fueron estudiados principalmente por quienes procedían de la historia del arte3 y, en menor medida, la geografía y antropología.

3.

Bajo historia del arte incluiré también a quienes se llaman a sí mismos historiadores de la arquitectura como rama separada de la historia del arte (Arnold-ErgutÖzkaya, 2006), pero que, en términos prácticos para los objetivos de este trabajo, no hay diferencias que exijan apuntar constantemente esa distinción. En la última década del siglo xx, pero, sobre todo, a partir del cambio de siglo ha ido abriéndose camino la historia de la construcción que se reivindica como una historia de la tecnología constructiva en sentido estricto (Graciani García, 2000), pero que, salvo alguna aportación muy específica, podemos colocarla también bajo el amplio paraguas de historia del arte, siempre desde los objetivos de este trabajo.

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Sobrepasa los objetivos de este trabajo analizar o discutir la obra de Caro Baroja, Bosque Maurel, Feduchi o Flores, por citar a algunos autores, pero sí debemos recordar que los métodos de algunas de estas disciplinas planteaban problemas que solo en los últimos años empiezan a enfrentarse (Birriel Salcedo, 2014: 150-155). Por ejemplo, la historia del arte se orientó principalmente al estudio de lo bello y lo monumental, olvidando con demasiada frecuencia la vivienda de la población general no solo en sus aspectos arquitectónicos, sino también en lo que respecta al ajuar doméstico; incluso el inmenso papel de conservación que llevaron a cabo4, estuvo muy ligado a unas políticas de la memoria con fuertes sesgo de clase (Salvatierra Cuenca, 1990; Martín García, 2009). Por su parte, la geografía regional y humana, muy ligada a la historia por la influencia de la Escuela francesa, aportó estudios locales muy importantes en los años sesenta y setenta que, sin embargo, no acabaron de dar sus frutos en términos generales como resultado de una mirada excesivamente economicista y estructuralista del mundo, y en ocasiones, un cierto anacronismo como el uso indiscriminado del término tradicional que retrata a lo anterior como perpetuamente inamovible (Rojas López y Gómez Acosta, 2010). De alguna manera este es también uno de los problemas de los estudios etnográficos y antropológicos, particularmente en lo referido a la llamada arquitectura popular o vernácula. Con programas de investigación más que interesantes a priori, en términos generales la producción a la que he tenido acceso también pecó del uso acrítico de términos como popular o tradicional, haciendo neutra la cultura cuando es resultado del conflicto. El peso del nacionalismo de todo tipo ha sido otro marcador relevante de gran parte de la producción antropológica sobre la casa y cuyas contribuciones son parte del acervo común pero que presentan anacronismos destacados, por ejemplo, al leer el pasado como estático e inamovible. No obstante, en los años noventa ya hubo cambios significativos, aunque las investigaciones se centraron mucho en el siglo xx (Caro Baroja, 1990; Pratt, 1991). En fin, aquí solo se quieren señalar algunos de los problemas que enfrenta la investigación sobre la casa y el espacio doméstico, incluso 4.

Debemos recordar aquí que son estos historiadores del arte o arquitectos conservadores quienes ejercen las funciones de conservadores o restauradores de la mayor parte del patrimonio de la Edad Moderna, puesto que aún no hay consolidada una arqueología de la Edad Moderna (Bengoetxea Rentería, 2004; Quirós Castillo, 2013).

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en obras que, si bien no son de historia, sí que han tenido, y siguen teniendo, una gran influencia entre quienes la hacen como el libro de Carlos Flores (1987), cuyo valor no es puesto en duda, pero que opera con categorías como el arquitecto popular, una suerte de conciencia omnisciente que se realiza constantemente hacia su plenitud, por tanto, no puede leerse como simplemente informativo (Ruegg, 2011: 1190). Por último, en este apretado recorrido debo señalar que al igual que la historia, estas disciplinas sufrieron en el final del siglo el impacto de la postmodernidad y los giros cultural y espacial, lo que se ha traducido en transformaciones en las preguntas y los marcos interpretativos. Como señala Pilar Andueza Unanua (2019:13) a propósito de la historia del arte, el giro cultural, y más concretamente en España, la penetración de la llamada historia de la vida cotidiana ha cambiado la mirada y la práctica sobre la investigación de la casa. Afirmación que es válida para todas las disciplinas sociales. Así, pues, fueron esas disciplinas las que preferentemente se ocuparon de la casa, el espacio doméstico o la vivienda hasta los años noventa del siglo xx, que es cuando la historiografía modernista española empieza a publicar de forma continuada sobre el ámbito doméstico5. En efecto, el ritmo de las publicaciones es expresión de cómo cambiaron los objetivos de investigación a lo largo de esas cuatro décadas de acuerdo con las transformaciones del quehacer historiador en la España de esa época. En las últimas décadas del siglo xx se pasará de una preocupación casi exclusiva sobre el acceso de las poblaciones a un recurso básico como es la vivienda6 hacia una preocupación creciente sobre el hecho constructivo y la cultura material en la estela de las publicaciones de la Nouvelle Histoire, sobre todo las de Jean Marie Pesez 5. Sin duda hubo algunas publicaciones que basadas en fuentes literarias principalmente abordaron la vida cotidiana como es el caso del hispanista francés Defourneaux o los españoles Deleito y Piñuela y Díaz-Plaja, obras que sin embargo ya en esa época suscitaron críticas metodológicas. 6. Generalmente en el marco de estudios regionales donde se abordaron problemáticas de gran interés como fueron el caso de las investigaciones andaluzas de las repoblaciones (Lapresa Molina, 1978; Bravo Caro, 1990; entre otros), o las ciudades como en Aragón (Blasco Martínez, 1977) o como el de la renta estudiada en Galicia (Rodríguez Ferreiro, 1973) y Valencia (Andrés Robres, 1988); a lo que sumar, la indagación de propiedad y alquiler en el mundo rural (Díaz López, 1999) o en las ciudades como Sevilla (Domínguez Ortiz, 1973, Carmona García, 1986), Cádiz (Durán López, 1988) o Madrid (Bravo, 1992), sin pretensiones de exhaustividad. Una completísima bibliografía en Sanz de la Higuera (2017).

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(Pesez, 1978; Villar García, 1983; Reina Mendoza, 1986) y la recepción de la Historia de la vida privada de Ariés y Duby (1988)7, a lo que cabe sumar, en un contexto político de construcción identitaria de la España autonómica, la intersección con la etnografía y los estudios de arquitectura popular8 que duplicarán las publicaciones sobre la casa. Transformación que de manera esquemática se podría expresar como el desplazamiento de la corriente principal de la historiografía modernista española de la historia social a la historia cultural, pero dejaría fuera la conmoción que ocurrió como consecuencia del resquebrajamiento del proyecto de la historia social y la eclosión de propuestas diversas para ocupar el lugar hegemónico de aquella: postmodernidad, giro lingüístico y cultural, etc. (Aurell, 2005). En el contexto específico de España, y referido al objeto de nuestra investigación, junto a las resistencias que las hubo a cualquier innovación, aparecieron prácticas historiográficas que estaban a la vez afectadas, pero también contribuyeron a los cambios y que, además, trenzaban lo material y lo simbólico, los hechos de masas y las trayectorias particulares, como fue la historia de la familia y la historia de las mujeres y donde casa, hogar, espacio doméstico, público-privado, etc. fueron tejiendo propuestas de investigación cuyos resultados solo se percibieron tras el cambio de siglo9.

7.

Gloria Franco (2018) y yo misma (Birriel Salcedo, 2016, 2017) nos hemos ocupado en extenso de la recepción de estas obras y a ello remito. 8. En ese contexto habría que ubicar algunas publicaciones muy tempranas como la de Martín Rodríguez (1978) sobre Canarias, pero va a ser sobre todo la década de los noventa donde esta intersección se vea más clara como muestran las actas del Congreso de arquitectura popular que, liderado por Julio Caro Baroja, reunió a etnógrafos, arquitectos, historiadores, etc., expresión del estado del arte a finales de los ochenta, además de tener una importante repercusión como evidencian las numerosas citas de la que fue objeto (Cea Gutiérrez y Fernández Montes y Sánchez Gómez, 1990). 9. Me estoy refiriendo, por un lado, a la historia de la familia que va a enfrentar, sobre todo en el País Vasco, Navarra y Cataluña, la historicidad de la institución ‘casa’ (Moreno Almárcegui y Zabalza Zeguín, 1999; Terradas 2001) o el esfuerzo de rigor conceptual impulsado desde los focos de Santiago de Compostela (Dubert, 1992) o Murcia (García González, 2008), entre otros. Y, por otro, las críticas desde la historia de las mujeres a la construcción ideológica contemporánea de la separación de esferas, espacio público frente a espacio privado, producción/reproducción, etc. que atraviesa toda la investigación en tanto que afecta tanto a las concepciones del trabajo como a los espacios, tanto a la política como a la maternidad (Morant Deusa y Bolufer Peruga, 1995; Bolufer Peruga y Morant Deusa, 1998; Bolufer, 1998; Birriel Salcedo, 2000). Su incorporación a la corriente principal solo será evidente en las siguientes décadas.

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El arranque del siglo xxi tiene el mismo perfil mientras continúa la acomodación a los cambios historiográficos, no obstante, el incremento de los títulos sobre casa, espacio doméstico, o interiores, junto a las intersecciones entre diversas disciplinas van a ir confluyendo en la definición de un campo interdisciplinar a finales de la primera década, que en el ámbito de la Edad Moderna se concreta en la colaboración con la historia del arte y la arqueología principalmente. Con todo, las conversaciones van a continuar presentando ciertas dificultades. Tal es el caso de la arqueología de la Edad Moderna con la propia Historia Moderna cuya distancia aún hoy es mucha, bien por las resistencias de esta última como por el afán de autonomía de la primera, cuando la convergencia es imprescindible, sobre todo en un campo donde la cultura material es un elemento indispensable en la investigación y cuando la documentación escrita es tan amplia que es absurdo prescindir de ella (Beltrán de Heredia Bercero, 2012: 242-243). Un repaso de los títulos a partir de 2008, pero sobre todo a partir de 2010, muestra tanto las convergencias como las tensiones, así por ejemplo la historia del arte, arqueología o historia moderna confluyen en el libro publicado por el Ayuntamiento de Barcelona, Interiors domèstics. Barcelona 1700 (García Espuche et al., 2012), o en el que yo coordiné sobre las casas en 2017 (Birriel Salcedo, 2017) mientras que la presencia de quienes hacen historia es escasa en una reunión científica como el Congreso Iberoamericano de Historia del Mueble (Barcelona, 2020). En fin, desde la perspectiva exclusivamente modernista la bibliografía muestra el camino de no retorno tras el giro cultural (incluso el lingüístico) en lo que atañe a la indagación sobre casa y espacio doméstico, llámese historia cultural, de la vida cotidiana o historia de la cultura material, aunque, como siempre, las etiquetas constriñen más que liberan. Si preguntamos a quienes escriben estas publicaciones se referirán a sí mismos aún como historiadores o historiadoras sociales, o bien, de las mujeres, lo que también es indicador de esa especie de resistencia del modernismo español a la teoría y a establecer manifiestamente sus marcos investigadores10, cuando ya en la segunda década del siglo xxi, lo social y lo cultural no son excluyentes, al fin y a la

10. En lo que atañe a nuestro objeto de estudio hay que reconocer los esfuerzos de autoras tanto del modernismo como de la historia del arte o la arqueología Elena Díez Jorge, Gloria Franco Rubio,

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postre, “la dimensión cultural de la vida nunca puede ser autónoma, esto es, divorciada empíricamente del mundo de las fuerzas y prácticas sociales” (Moreyra, 2014: 183), y en esto los giros de final del siglo xx nos dieron competencias para una historia renovada, de reconfiguración del locus social y con métodos más complejos. Definidos los tiempos, mi pregunta también se orientaba a establecer un mapa de la investigación. Como pude comprobarse en la gráfica son Andalucía y Castilla y León las que tienen un mayor número de títulos, un resultado que me sorprendió un poco, pero que tiene su lógica. Veamos.

Distribución Territorial CEUTA MELILLA RIOJA CANTABRIA ASTURIAS PAÍS VASCO ARAGÓN GALICIA MADRID ANDALUCÍA

Total

0

10

20

30

40

50

60

Gráfica 2

Lo primero a considerar es que los datos son los de mi muestra y me refiero a la historia moderna, así habrá territorios con una producción etnográfica y jurídica relevante pero que no tiene casi producción histórica, o mejor, desde el modernismo, como es el caso de Aragón; o bien hay, una inmensa bibliografía sobre la arquitectura monumental como es Extremadura, pero nada sobre casa y espacio doméstico en la Edad Moderna. En segundo lugar, entiendo que los resultados son consecuencia de la presencia de grupos de investigación potentes que han publicado de manera continuada en los últimos doce años, caso del equipo que lideran Máximo García Fernández y Juan Manuel Bar-

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tolomé Bartolomé, en Castilla y León11, o en Andalucía el equipo interdisciplinar de Elena Díez Jorge12, y la producción andaluza del que encabezan Francisco García González y Jesús González Beltrán, este equipo, además, también responsable de una muy fructífera línea de investigación sobre Castilla La Mancha13. Además, hay que destacar la importancia de los grupos no solo en la producción sino también en la capacidad de abordar, aunque sea en ocasiones limitadamente, una investigación sobre aspectos concretos de la casa, vivienda, espacio doméstico, ajuares, etc. como es la producción en Galicia, magníficamente sintetizada por Ofelia Rey Castelao (2015), o las aportaciones desde el País Vasco, dirigidos por José María Imízcoz (1995, 2004, 2010), o la serie Barcelona 1700 dirigido por Albert García Espuche (2010, 2012), y los proyectos encabezados por Gloria Franco Rubio desde la Complutense de Madrid14. En estos equipos además de modernistas e historiadores del arte aparecen ya arqueólogos, y este es uno de los cambios fundamentales que se han producido en las últimas décadas, la irrupción de la arqueología de la Edad Moderna, que como rama de la propia arqueología tiene aún que afirmar su espacio y cuyo desempeño ha sido más profesional que académico (Bengoetxea Rementería, 2004), lo que ha ido aportando sobre todo información sobre cultura material, principalmente las arquitecturas y, en menor medida, otros aspectos como los ajuares domésticos. Pero si los equipos son muy importantes no lo han sido menos en los resultados de investigación de la última década, las contribuciones individuales que una a una van rellenando el mapa de la casa y el espacio doméstico en España. Aquí es necesario citar a María Ángeles Pé11. Este grupo va a partir de proyectos de investigación sobre el consumo donde la pauta cultural adquiere un lugar central: entre muchas publicaciones: Bartolomé Bartolomé, 2014, 2017; García Fernández, 2012, 2017; Guimaraes Sa-García Fernández, 2010. 12. Grupo interdisciplinar con historiadoras e historiadoras del arte, arqueólogos, filólogas, etc.; entre sus publicaciones: Díez Jorge, 2015, 2019; Birriel Salcedo, 2017; Serrano Niza, 2019. 13. Grupo interdisciplinar, sus entre numerosas publicaciones: García González, 2005, 2007; Carmen Hernández López, 2013; Birriel Salcedo, 2016, 2022; Birriel Salcedo y Hernández López, 2018, 2021. 14. Este grupo ha tenido varias formaciones en los últimos quince años como consecuencia de los avatares de la financiación aquí solo haré referencia a los trabajos sobre espacio doméstico: Franco Rubio, 2009a, 2009b, 2012, 2018; González Heras, 2009, 2013a, 2013b, 2017, 2018; Abad Zardoya, 2005, 2021.

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rez Samper (2007, 2012, 2017) y su pensar sobre la mesa y la convivialidad en la Edad Moderna; a Francisco Sanz de la Higuera, incansable estudioso del Burgos del xviii (2002, 2017); a M.ª Eugenia Escudero Sánchez (2010), explorando Cantabria; para Asturias, las publicaciones de Juan Díaz Álvarez (2007, 2014) sobre la residencia nobiliaria; o Juan Postigo Vidal (2015), abordando las tensiones cotidianas del vivir en Zaragoza; o el inmenso libro sobre el mercado inmobiliario sevillano de Juan Ignacio Carmona García (2015). Y aquí se me permitirá incluir algunos trabajos que, si bien son de historia del arte, han roto fronteras en una perspectiva híbrida del fenómeno de habitar, me refiero a las publicaciones sobre arquitectura civil granadina de Rafael López Guzmán (1987; 2007; 2009); a las pioneras e interesantes publicaciones sobre el hábitat rural de Miguel Ángel Sorroche Cuerva (1998; 2009; 2022); a Pilar Andueza Unanua y sus publicaciones sobre Navarra (2004, 2009, 2019); Elena Martínez Alcázar (2009-2010, 2011, 2012) en Murcia; o ese magnífico libro sobre El mueble en el siglo xviii (2009), con aportaciones de Mónica Piera Miquel y Gerardo Díaz Quirós, entre otros. Un rasgo de la producción de los últimos lustros son los libros colectivos, o monográficos de revista, donde confluyen los equipos de proyecto pero también se incorporan historiadoras e historiadores que desde otros campos de investigación abordan aspectos concretos del habitar, pienso por ejemplo en las publicaciones sobre espacios especializados de la casa como el interesante capítulo sobre el espacio de las bibliotecas de Inmaculada Arias de Saavedra (2017); o las contribuciones de Carmen Abad Zardoya sobre espacios femeninos y masculinos en las viviendas (Abad Zardoya, 2012, 2019); y sin olvidar, las publicaciones desde diversas perspectivas de la devoción en la casa: López-Guadalupe Muñoz (2017), Birriel-Hernández (2018, 2021), González Heras (2018), Hidalgo Fernández (2021). Con todo lo hecho, falta incorporar a la indagación propiamente modernista todo lo relacionados con la producción de los artefactos del vivir que por ahora quedan en exclusiva entre arqueólogos e historiadores del arte, cuando las tecnologías tienen una dimensión social ineludible15. O bien, problemáticas a las que tampoco se ha acercado 15. Hay unas cuantas excepciones como los trabajos de Hernández López citados en este capítulo.

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la historia moderna como es todo lo relacionado con la casa mudéjarmorisca que está teniendo en Zaragoza y Granada principalmente, un impulso fuerte desde la arqueología y la historia del arte16. Por último, rastreamos a partir de la muestra si las investigaciones se centraban en la ciudad o el mundo rural. El resultado fue que hasta 2005-2007, rural y urbano estaban bastante equilibrados; a partir de esa fecha, la década de la eclosión de las investigaciones, las publicaciones se refieren más a la ciudad que al mundo rural. Probablemente esto sea consecuencia del abandono de las investigaciones agrarias por el modernismo español, pero también cabe pensar en el simple pragmatismo: la ciudad ofrece más facilidades logísticas y en ocasiones más interés institucional y ciudadano sobre su patrimonio, lo que redunda en más recursos para quien investiga. Fuentes Uno de los aspectos que se ha visto ampliado significativamente es todo lo referido a las fuentes para la investigación de la casa. Estas son y han sido muy diversas, no obstante, dado que la investigación ha estado vehiculizada a través de trayectorias disciplinares poco permeables a otras disciplinas distintas a la propia, ha producido principalmente utilización paralela de fuentes más que intersecciones fructíferas. Aquí queremos superar esos límites recogiendo esa multiplicidad y complementariedad, pese a los arqueólogos, entre todas las fuentes que las diversas disciplinas históricas utilizan. La historia moderna, en sentido estricto, ha abordado el estudio de las casas principalmente a partir de las fuentes escritas de carácter fiscal y registral. De las primeras, es el Catastro de Ensenada el que abarca una mayor extensión territorial y, junto a la planimetría de Madrid, los que han sido usados de forma más continuada desde los años setenta del siglo xx hasta la actualidad, además permiten establecer comparaciones. Por lo que atañe al Catastro de Ensenada, esta es una fuente muy explotada en todo lo relacionado con la clasificación de los niveles so16. Los departamentos de Historia del Arte de las universidades de Zaragoza (Borras, Álvaro Zamora) y Granada (López-Guzmán, Díez Jorge), junto a la Escuela de Estudios Árabes del CSIC (Álvarez de Morales, Orihuela Ozal).

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cioeconómicos de las familias y los grupos sociales, pero también permite conocer ciertos aspectos relacionados con la vivienda. No obstante, como deja claro Camarero Bullón (1989: 249-250), al no haber una instrucción o un formulario específico para el registro de las casas y otros inmuebles, la información aportada en cada lugar puede ser muy diversa. Ciertamente ofrece datos de propiedad y arrendamiento (Rodríguez Ferreiro, 1973), a lo que se suele añadir la dimensión de la parcela, las alturas y, con menos frecuencia, aquellas dependencias que pueden influir en la valoración final como corrales, caballerizas, patios, jardines, sala principal (Reina Mendoza, 1986; Birriel Salcedo, 2014) etc. También debía incluir las cargas, pero no siempre se especifican. Muy conocida es la planimetría de Madrid dada la abundante literatura sobre la Villa y Corte. Esta es la averiguación del caserío madrileño constituido por un conjunto documental que incluye la planimetría en sentido estricto más los cuadernos de visitas y alquileres, conjunto que permite abordar numerosos aspectos del urbanismo madrileño y de las casas, además de todo lo relacionado con la propiedad, el arrendamiento o las cargas fiscales (González Heras, 2009). En cuanto al Catastro de Patiño que incluía en las instrucciones para su ejecución el que hubiera una descripción relativamente detallada de las casas, no ha sido explotado con este objetivo, hasta donde sé (Camarero Bullón y Faci Lacasta, 2006; Vilalta, 2013)17. A esta documentación tan conocida puede añadirse otra producida por la Corona con objetivos diversos, que ha sido usada principalmente desde perspectivas regionales, que sería extenso detallar aquí, pero que también hay que tener en cuenta: relaciones topográficas (Maravall, 1984; López Gómez y López Gómez, 1989), repartimientos (Lapresa Molina, 1979; García Ruiz, 2015), libros de población (Juárez Sánchez-Rubio y Canales Martínez, 1988; Molina Fajardo, 2012), censos (Lorenzo Cadarso, 2004), etc. Otras instituciones y particulares realizaron apeos y deslindes, llevaron libros de contabilidad, giraron visitas o mantuvieron algún sistema de control sobre su patrimonio que permiten en la actualidad indagar sobre nuestra problemática de estudio en prácticamente toda la geografía española. Así, en 1983, M.ª Begoña Villar García documentó 17. Agradezco a la profesora María José Vilalta, los comentarios a mis preguntas sobre este documento.

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el interés de los libros de cuentas del cabildo catedralicio de Málaga en lo referido al mantenimiento de los inmuebles; más recientemente, y a partir de los apeos de bienes de la Iglesia, reseñados y estudiados por Rosario Marchena Hidalgo (2000) y María Núñez González (2016), entre otros, comprendemos mejor la vivienda popular en Sevilla. El reino de Valencia y el principado de Cataluña produjeron una muy interesante documentación, los cabreves. Estos son el resultado de la obligación de los enfiteutas de un señorío de declarar ante notario los bienes así poseídos con su descripción, cargas, transmisiones, etc., su uso ha estado más relacionado con la posesión y las formas de transmisión patrimonial, pero ya ha demostrado su utilidad para el estudio del espacio doméstico (Font Navarro y Martínez Ibáñez, 1999; Escarré Pinto, 2018). En fin, se podrían enumerar muchos otros ejemplos de documentación de la Corona, los municipios, la Iglesia, los señoríos, de carácter local o regional que puede contribuir al conocimiento de las casas en la Edad Moderna española, y se nos quedarían fuera muchos otros. Mi objetivo no es enumerarlos todos, solo espero haber mostrado de forma suficiente que hay una documentación, por otro lado, muy conocida, a la que a las preguntas habituales se pueden sumar las nuevas sobre el espacio doméstico, el caserío o el urbanismo de un lugar. Estos cabreves a los que acabamos de hacer referencia son, en realidad, documentos notariales, y son precisamente los documentos notariales el otro gran conjunto documental explotado sistemáticamente para el estudio de la casa por los modernistas. Las escrituras notariales que incluyen información sobre la casa de manera directa o indirecta son muy variadas: contratos de obras, compraventas, arrendamientos, fundación de mayorazgos, testamentos, capitales y, por supuesto las dos escrituras que más largamente y con más frecuencia se utilizan, los inventarios y las cartas de dote. En España, y desde los años setenta del siglo xx, será la cátedra de Historia Moderna de la Universidad de Santiago el gran foco de indagación e investigación sobre los protocolos notariales por su extensión y rigor metodológico, como nos recuerda Ofelia Rey Castelao (2015: 211-213). En su estela confluirán y conectarán otras investigaciones individuales o grupales en Salamanca, Madrid, Valladolid o País Vasco que ya en la década de los noventa del siglo xx resultaría en una de las monografías pioneras en el estudio de la vivienda, el libro de Jesús Bravo Lozano (1992) sobre Madrid, cuya

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fuente principal van a ser los protocolos. En fin, parece redundante hablar hoy de la importancia de esta fuente pues hace ya cincuenta años que los archivos de protocolos están siendo explotados de forma sistemática por quienes hacemos historia, pero no está de más pararnos en un par de consideraciones (Imízcoz Buenza, 1996a y 1996b; Lencina Pérez, 1999). La primera, sin duda, es la representatividad, que es siempre uno de los límites de esta fuente. Tanto Sobrado Correa (2003) como Andueza Unanua (2019) han enfatizado los sesgos de clase detectados, especialmente en los inventarios. Estos eran caros de ejecutar y selectivos por lo que son escasos y se concentran principalmente en determinadas situaciones como el interés de menores, tensiones intrafamiliares, etc.; reparos que, sin embargo, relativiza Juan Manuel Bartolomé (2010) en el caso de León, destacando sus ventajas, incluida una mayor universalidad que la referidas para Galicia o Navarra. En cualquier caso, los inventarios ofrecen informaciones muy diferentes según los lugares o los tiempos de su realización, como ya indicara claramente Sobrado García para Galicia. No ha habido muchas preguntas sobre si hay sesgos referidos al género, pero no parece que sean significativas (Birriel Salcedo-Hernández López, 2018). Por lo que atañe a las dotes, los problemas de representatividad son parecidos, aunque mi experiencia es que los otorgantes se distribuyen en un espectro más amplio de la población, pervive un sesgo de clase ineludible con predominio de las clases acomodadas. Por lo que atañe a nuestro objeto de estudio, las escrituras dotales han sido utilizadas parcialmente para analizar la propiedad y, en su mayor parte, para la indagación sobre los ajuares domésticos, si bien es cierto que, frente a los inventarios que dan cuenta de lo que hay, los ajuares dotales responden a pautas culturales muy asumidas en la comunidad: lo que debe haber. Esto ha relativizado su valor, pero en sí mismo nos plantea la permanencia de ciertas ideas sobre la morada, sobre lo que es imprescindible y lo que no. En cualquier caso, pienso que no es errado afirmar que este ajuar es una aportación fundamental, material e inmaterial, en la constitución de la nueva casa (Birriel Salcedo, 2016, Rosado Calatayud, 2011). Comprende tres grupos principales de objetos vinculados a los ideales sociales de la esposa y su papel en el hogar. Por un lado, el lecho conyugal ligado a la fecundidad; por otro, los artefactos de la reproducción diaria de la vida como producir

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y conservar alimentos; pero también, los de la representación y proyección del estatus y prestigio como las sillas de vaqueta o los bufetes. Se trata de un papel social que no solo compete al cabeza de casa sino también a la esposa. Los bienes que trae a la nueva casa cubren necesidades vitales, proyectan simbólicamente el papel de la esposa y, aún más, muestran el estatus de su familia, la del esposo y del nuevo hogar que la comunidad reconoce como legítimo. Lo que incluye también numerosas imágenes que atestiguan su piedad personal, pues el ideal social femenino es de mujer cristiana (léase católica), pero también la de la casa en su conexión con la comunidad, mediante la posesión y exposición de estas en paredes y muebles. La casa también construye su legitimidad en esta dimensión piadosa (Birriel Salcedo, 2018; Birriel Salcedo, 2022). En fin, un simple apunte final, sobre todo en lo referido a los ajuares, siempre estamos bregando con el mueble escrito, no los objetos en sí mismo, sino un registro. Se viene haciendo referencia a fuentes escritas y en ese grupo debemos añadir las que articulan y concretan los discursos hegemónicos en la sociedad española de la Edad Moderna. Es decir, la literatura en sentido amplio y el ordenamiento jurídico-político. No es preciso recordar el inmenso impulso que la imprenta va a dar a la difusión masiva de ideas y conocimientos, lo que nos permite contar con un corpus amplio de textos que desde muy diferentes géneros producen y reproducen las ideas que, sobre la casa y su gobierno, su estructura y funcionamiento e, incluso, su diseño, son adecuados al orden social establecido. La casa tiene, como dice Noelia S. Cirnigliaro, una presencia constante en la literatura del periodo, desde los manuales de conducta fuertemente prescriptivos, “sintomáticos de la obsesión patriarcal por administrar un control (en los bordes) de dos cuerpos el femenino y el doméstico” (Cirnigliaro, 2015: 1), a la conexión entre la subjetividad y el espacio habitado de la poesía, sin olvidar, el uso metafórico de la casa para pensar en la patria, como sucede en Quevedo. E insiste Cirnigliaro en cómo la literatura, particularmente la barroca, se pregunta por la casa; y esa vida doméstica recogida en el teatro o la novela del Siglo de Oro “ofrece claves para entender la circulación de modelos aceptables e ideales de domesticidad urbana y, asimismo, fórmulas que subvirtieron la noción de casa como lugar de control y como instrumento de poder” (Cirnigliaro, 2015: 2). Pero es más, todas las casas imaginadas ejemplifican la imposibilidad de la separación de esferas.

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Desde la perspectiva del modernismo, dos de las prácticas historiográficas que más impulsaron, en el último tercio del siglo xx, una lectura crítica de estas fuentes fueron, sin duda, los estudios sobre las familias y los estudios de las mujeres y de género18, muy vinculadas inicialmente a la historia social, pero dónde iría tomando cuerpo en los años siguientes el giro lingüístico y cultural. El foco principal de esta primera revisión crítica fue la literatura moral y política junto a los tratados legales, que reflexionaban sobre el ejercicio del poder político, la autoridad del príncipe y del padre, categorizaba y explicaba el orden político familiar un buen ejemplo de ello son las jornadas de investigación interdisciplinar de la Universidad Autónoma de Madrid, especialmente las de la década de los ochenta, o el Congreso de Historia de la Familia de Murcia (1992), a los que unir algunas obras de impacto como la de Estrella Ruiz-Gálvez Priego (1990), Isabel Morant Deusa y Mónica Bolufer (1998) o Mar Martínez Góngora (1999). Las décadas siguientes el análisis literario e histórico de autores como Vives, Albiol o María de Zayas, por significar a los más citados, ampliará significativamente nuestra comprensión de los debates modernos sobre la familia, la casa, el espacio doméstico su orden interno y su gobierno, introduciéndonos, entre otros, en el debate de la separación esferas o la domesticidad, con preguntas vinculadas al orden político (Morant Deusa, 2002; Bolufer Peruga, 2008; Pérez Samper, 2009; Fargas Peñarrocha, 2012; Avilés, 2017; Martínez-Góngora, 2017, entre otras). A esa ya numerosa literatura hay que añadir aquella relacionada con el arte de arquitectura que, en la medida en que la tecnología de la imprenta se perfecciona en el xvi, producirá y difundirá numerosas obras textuales y gráficas sobre la edificación. Textos que llevan implícitos una concepción de la morada y de un estilo de vida ideal, como es evidente en el caso de León Bautista Alberti, muy influyente en España (Sverlij, 2016; Blasco Esquivias, 2017), y en los tratadistas del xvi y xvii español: Juan de Herrera, Domingo de Andrade o Andermans, por citar algunos (García Morales, 1989), a lo que podemos sumar los debates ilustrados sobre las artes y la arquitectura acompañadas de hermosos estudios históricos como los de Jovellanos o Ceán Bermúdez (Calatrava, 2005; Jovellanos, 2013; Santiago Páez, 2016). Por tan18. Estoy hablando de estudios en general porque muchas de las publicaciones no son solo de historia moderna, sino que incluyen investigares en derecho o de literatura.

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to, los libros de arquitectura no son simplemente libros técnicos, que lo son y como tales hay que analizarlos, sino también propuestas más o menos explícitas de un ideal social de morada. Han sido explorados sobre todo por quienes hacen historia del arte-arquitectura o de la construcción. Y aquí hace falta referirse también a los textos técnicos sobre las artes de la cerámica, la madera o el vidrio, por señalar solo algunas de las llamadas artes decorativas que constituyen los ajuares domésticos y sobre los que la historia moderna se ha ocupado poco, no así la historia del arte o la arqueología (Bonet Correa, 1982; Quirós Castillo, 2013). Los libros sobre arquitectura, a los que nos hemos referido, constituyen fuentes mixtas que combinan texto e imágenes, éstas consubstanciales al objeto pues cumplen un papel ilustrador y didáctico. Su imbricación en ocasiones nos hace olvidar que deben ser leídas también en sí mismas. El uso de la imagen como documento histórico no es ya discutible sino incluso imprescindible según y en qué se esté investigando, y al igual que los documentos que hemos ido analizando más arriba precisan someterse a crítica para establecer sus condiciones de producción y comprender también que somos un observador situado (Duprat, 2007; Jornadova, 2012). Para los objetivos de nuestra problemática de estudio es constatable que la casa, el barrio o incluso el hábitat urbano o rural que nos interesa investigar ha sido registrado en mapas, planos, grabados o pinturas. En los últimos veinte años la proliferación en el uso de esta documentación ha sido importante, por ejemplo, para el estudio de los interiores doméstico pues pinturas y grabados son representaciones de las arquitecturas, de los ambientes o de los protocolos-jerarquías domésticas (Quesada, 1992; Quintana Andrés y Socorro Santana, 2020), pero ha tenido un problema fundamental, que en ocasiones se olvida que no son la realidad sino una mirada sobre la realidad, como nos recordaba constantemente Peter Burke (2005). En la actualidad es frecuente el uso de estas imágenes como ilustraciones, pero no contamos, sin embargo, con estudios tan sistemáticos como los que se han venido haciendo en los últimos años en Italia, Países Bajos o Reino Unido (Aynsley y Grant, 2006). Ciertamente, la historiografía española junto a la geografía y otras disciplinas han realizado numerosas investigaciones sobre la cartografía de la España Moderna lo que ha hecho accesible a la comunidad académica de numerosas obras recluidas en los archivos y descubrirnos otras poco,

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o nada, conocidas. Esta producción ha estado orientada sobre todo a definir los contornos de la ciudad a través del tiempo lo que nos ha permitido leer esas representaciones de la ciudad y cómo es pensado el espacio urbano en la intersección de transformaciones políticas, religiosas y tecnológicas (Calatrava y Ruiz Morales, 2005; Hernández Sanz, 2010). La relectura de fuentes conocidas como son los mapas y croquis del Catastro de Ensenada o del Diccionario de Tomás López han revalorizado la importancia de estos documentos no solo en la localización o visualización del medio, principalmente rural, sino sobre todo para conducirnos por los vericuetos de la geografía subjetiva (Ortega Chinchilla, 2016; Ruiz Álvarez, 2020). La abundante documentación urbanística y geográfica de los archivos locales, o estatales, ha aportado información importantísima que usada adecuadamente nos explica el espacio doméstico, el barrio y la ciudad como nos demuestran Remesar y Ríos (2018) sobre la Barcelona del setecientos; aunque, sin duda, es ese amplio y comprensivo libro sobre la casa en la España moderna y contemporánea, coordinado por Beatriz Blasco Esquivias (2006), donde mejor podemos percibir, la combinación de fuentes diversas pero muy en especial mapas, planos, croquis, grabados y pinturas para el estudio del espacio doméstico del periodo19. Dicho todo lo anterior, nadie negará hoy que los objetos mismos son imprescindibles en la investigación sobre casa y espacio doméstico en la Edad Moderna. Aquí es cuando, quizás, de manera más clara son las disciplinas hermanas, la historia del arte y la arqueología, las que nos facilitan las fuentes y su interpretación, en la medida en que ambas, pero sobre todo la segunda, se ha ocupado de eso que en la actualidad se denomina cultura material20, aunque la historia moderna 19. La fotografía histórica es una fuente imprescindible para el mundo contemporáneo, pero, si bien puede ser utilizada para acercarnos a momentos poco visualizados en la pintura o el grabado, es un instrumento que precisa de un uso prudente. Como modernistas debemos comprender que, si bien esa documentación puede ayudar, ya que nos muestra imágenes de los pueblos y las casas previos a las fuertes transformaciones residenciales del siglo xx, no puede tomarse como la realidad eterna e inmutable de la arquitectura popular, como en ocasiones se hace. 20. “En la actualidad los estudios de cultura material constituyen un campo de estudio interdisciplinar relativamente difuso y parcialmente no explorado, en el que la materialidad provee el punto de partida y su justificación. Este campo de estudio se centra en la idea de que la materialidad es una parte integral de la cultura y de que hay dimensiones de la vida social que no pueden ser completamente entendidas sin ella” (Tilley, 2006: 1).

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está cada vez más involucrada en la intersección de documentación escrita, artística y arqueológica. Lamentablemente no siempre es posible trabajar con equipos interdisciplinares que en el marco de un proyecto exploten todo tipo de fuentes, además en el caso del periodo moderno, la arqueología, como ya indiqué más arriba, está poco extendida, al menos a nivel académico porque sí que hay una experiencia profesional, lo que implica ciertas dificultades en la aplicación de métodos o en la valoración de los resultados de la investigación. En fin, como señala el grupo PAR-Arqueología y Patrimonio, la investigación del pasado “está condicionada no solo por el uso de una documentación histórica sino también de una documentación arqueológica que nos hablen de cómo interactúan las estructuras antrópicas con su entorno natural y social” (Aparicio Resco, 2014). Aquí se habla de lo que los arqueólogos denominan hoy arqueología visual pero que nos remite a una práctica larga de la historiografía modernista de conocimiento del paisaje de los territorios donde se ubican las edificaciones. Es decir, de exploración de las comarcas, el recorrido de las calles de los lugares, la inspección atenta de las edificaciones, lo que permite, por un lado, realizar un catálogo de testimonios materiales de sus pueblos y casas, por otro, obtener una clara visión del paisaje humanizado, porque encontrarse con la memoria de un lugar es similar a ubicarse en un mapa, sus perfiles y las huellas de su historia ayudan a entender cómo funciona la relación entre la arquitectura, el entorno y los seres humanos. Casa, doméstico, espacios, ámbitos… Establecer de qué hablamos cuando hacemos referencia a casa y espacio doméstico, que son los términos principales del título de este capítulo, es todo un reto y, en un sentido puede parecer redundante, pero no lo es; además, tiene límites difusos y cruza su significado(s) con otras palabras que, por qué no decirlo, en ocasiones nos complica la vida. Así, la etimología nos ha dicho que casa viene del latín y era un tipo paupérrimo y temporal de habitación, ahora bien, hablamos de lo doméstico para deferirnos a lo propio de la casa. Sabemos que lo doméstico es lo relacionado con domus, término latino para casa, pero también lo está con el gobierno de la casa y, por extensión, la familia y el parentesco. Hay otros términos como hogar, del latín focus, fue-

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go o fogata, los fuegos u hogares es lo que se cuenta en los recuentos de población medievales y modernos. Sentido que nos ha permitido utilizar el término hoy para designar el grupo corresidente, pero que no fue el que yo aprendí de niña más relacionado con un espacio de afectos basado en la familia nuclear, pero que en español hablado es algo cursi utilizarlo, y se prefiere casa también para designar ese espacio. De hecho, decimos, echo de menos mi casa, que, sabemos, no hace referencia a un edificio, sino a la manera en que se organiza su espacio, a las relaciones políticas, sociales y de afecto que se constituyen en su ámbito. Casa asimismo designa linaje y familia, también la memoria material de esos linajes, incluso en ciertos territorios (País Vasco, Navarra, Cataluña) hablamos casi de una persona moral cuya continuidad marca de forma indeleble las estrategias reproductivas de las familias. Y, como es lógico, el término designa el edificio, la arquitectura, el espacio construido donde se habita... lo que nos interseccionaría con otros términos como vivienda o morada. Este último término hoy casi desaparecido del habla pero que en los siglos modernos era fundamental: casa y morada expresaba ese lugar material donde la persona, pero sobre todo el varón cabeza de casa, no solo vivía, sino que existía socialmente y se transformaba en vecino, insertándose en la comunidad vecinal. Las dificultades teórico-metodológicos que esta polisemia implica, fue enfrentada en la historiografía española de los últimos tres lustros del siglo xx por la historia de la familia y la historia de las mujeres, dos prácticas historiográficas emergentes entonces que estaban llevando a cabo un proceso de implantación en el mainstreming académico con la revisión crítica de las categorías y los métodos historiográficos. Desde el fundacional texto de La familia en la España mediterránea (1987) con Francisco Chacón, James Casey, Bernard Vincent o Isabel Moll dirimiendo las categorías, casa, hogar y familia de manera fuerte (Casey, 1987), hasta los trabajos de Francisco García González (2017) insistiendo aún en la necesidad del uso adecuado de las categorías, pero sumando ya la espacialización del estudio de los hogares para superar “viejos arquetipos” sobre la familia ideal y recordando siempre su historicidad. En ese esfuerzo de rigor van a estar presente las importantes distinciones sobre la casa que separa a los sistemas hereditarios. La herencia divisa e indivisa marca y relaciona significativamente el peso de la casa como lugar donde se acumula el capital material y simbólico del

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linaje de manera fuerte, en el caso de los primeros, en territorios como País Vasco, Navarra, Aragón o Cataluña (Terradas, 2001; Zabalza Zeguín, 2004; Salas Ausens, 2015; Martínez Rueda, 2004; Ferrer i Alòs, 2007), frente a los segundos, principalmente sistema castellano, aunque yo añadiría, aquí con diferencias de clase significativas ya que la memoria vertical del linaje es fundamental para la nobleza o aquellos que aspiran a ennoblecerse y la casa, el solar familiar, como materialización de esa memoria, es básico (López-Cordón, 2009; González Heras, 2019). En paralelo, la historia de las mujeres problematizaba dos aspectos relacionados con la perpetuación de la desigualdad por razón de sexo como eran la construcción cultural de la separación de esferas, es decir, de la separación público privado y releía el gobierno de la casa y la república con la crítica feminista a los autores de la literatura moral y política (Morant Deusa-Bolufer Peruga, 1998; López-Cordón, 1998, Birriel Salcedo, 2016; Franco Rubio, 2016). El camino para inundar la corriente principal del modernismo acerca del carácter construido de las esferas separadas ha sido largo y difícil, de forma y manera que todavía hoy podemos encontrar afirmaciones acríticas sobre una espacialidad que es ante todo simbólica y que recluye a las mujeres en lo privado, pero cuya historicidad es indiscutible. De hecho, la historiografía europea que se ocupa del ámbito doméstico en la Edad Moderna ha abandonado los anacronismos ideológicos que hacían coincidir lo doméstico con lo privado, aunque el camino no ha estado exento de tensiones y problemas, incluso proponiendo modelos como el de casa abierta para caracterizar la esfera doméstica de la modernidad (Eibach, 2011; Eibach y Lanzinger, 2020; Sarti, 2021). Sin duda, la más completa reflexión sobre lo doméstico de lo que ahora disponemos en la historiografía española es el libro de Gloria Franco Rubio, El ámbito doméstico (2018), donde se abordan todos los aspectos de los que venimos hablando, pero también los de carácter político, jurídico o material. Este libro, que no trata solo de España, lo traigo a colación pese a superar los límites geográficos de este capítulo porque es la obra de una de las principales historiadoras españolas que se ocupa de la casa y que ha hecho un esfuerzo denodado por romper los obstáculos que la identificación espacio doméstico y privado continúan planteando en la práctica, y lo hace tomando como objeto de estudio el ámbito doméstico cuya reputación como público o privado es resultado de la experiencia y relaciones de poder que desempeñan las personas

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que habitan la casa. Esta potente aportación nos propone un marco teórico, una sistematización de fuentes y resultados de investigación para el estudio de la casa y el espacio doméstico, es decir, categorías, hogar, matrimonio, género, la arquitectura, con pasajes tan visuales como la estructura habitacional de la casa. Tal vez yo no comparto del todo algunas de las propuestas que hace (uso de domesticidad, escasez de ejemplos habitacionales campesinos o artesanales) pero sin duda es un libro imprescindible que nos ayuda a situarnos en los debates principales. Pese al interés de este último libro, o de otros esfuerzos como los de Beatriz Blasco (2006) o Alicia Cámara (2006), lo cierto es que el espacio doméstico es un aspecto de la investigación de la que tenemos aún mucho que decir. Pienso que no me equivoco si afirmo que hay una confluencia creciente en todas las disciplinas que se ocupan de la casa por partir del rasgo que la define material y simbólicamente, el espacio. No obstante, es aún un trabajo en proceso. Parece evidente que nadie niega que la arquitectura por definición es espacio, no obstante, no siempre queda claro que espacio es algo más que localización o lugar, que es el campo de acción de lo social en tanto que el lugar se transforma en espacio mediante los actores sociales que lo constituyen en su hacer diario. Esto nos ayuda a colocarnos fuera de cualquier planteamiento ahistórico en el estudio del espacio, porque el reconocimiento del papel de los sujetos en la atribución de significados al espacio mediante su acción hace inherentemente dinámico a aquel, ya que estos le atribuyen diferentes significados en distintas épocas o culturas, como indiqué hace ya un lustro (Birriel Salcedo, 2016, 2017). En términos parecidos se expresaba Linda McDowell al enfatizar cómo la globalización y los cambios en la concepción de la intimidad propias del fin de siglo xx había contribuido a hacer más compleja nuestra idea del espacio: “Los estudiosos de la geografía saben ahora que el espacio es conflictivo, fluido e inseguro. Lo que define el lugar son las prácticas socioespaciales, las relaciones sociales de poder y exclusión” (McDowell, 2000:15). Por tanto, frente a la idea de que el lugar está definido por coordenadas ella defiende que el espacio/los espacios surgen de relaciones de poder, relaciones que rigen normas, normas que definen exclusión/pertenencia; que hablan de discursos, pero también de prácticas. Esta idea del espacio como constructor de y construido por relaciones de poder nos aleja de cualquier contraposición estéril entre estructura y agencia. lo que nos interesa es comprender cómo

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son las relaciones entre ambas, entre los discursos y las prácticas: yo diría aún más, nuestra pregunta teórica central debe estar orientada a conceptualizar la articulación entre el sistema y la práctica. Ahora bien, sin perder nunca de vista la agencia de quienes habitan el espacio doméstico, entendiendo aquella, la agencia, como una relación históricamente cambiante entre un juego de recursos y otro de coerciones, al fin y a la postre lo que indagamos son “formaciones flexibles de prácticas que conectan a los humanos y no humanos en formas particulares de relación” (Moreyra, 2014: 177). En este sentido, sin olvidar el espacio prescriptivo, del que en el caso de la Edad Moderna sabemos bastante gracias a la amplia investigación sobre la literatura moral, el teatro o los libros de arquitectura, de los que hemos venido haciendo referencia en páginas previas, quizás debemos preguntarnos más sobre la manera en que efectivamente las personas hacen el espacio, cómo se desempeñan los actores sociales en él, como mujeres y varones se hacen/resisten la cultura, cómo negocian su estar y hacer en la casa. Recordemos que indagamos sobre una espacialidad cambiante a lo largo del día de acuerdo con las actividades que se desempeñan en el hogar, pero también con quién está, o no, en la casa, y que es definida no solo por las estructuras edilicias o la funcionalidad de cada estancia, si es que existe, sino también, por los protocolos de ocupación de ese espacio, que están además muy marcados por las jerarquías de género o clase (Flather, 2011; Birriel, 2016). Y aquí hemos aprendido mucho del estudio de la ritualidad de la corte o de las formas de representación del poder nobiliario, cuyo efecto en las arquitecturas palaciegas o señoriales es relativamente bien conocido, con el énfasis en los cambios en la circulación, pero que solo muy limitadamente se ha acercado al escenario doméstico de la mayoría de la población (Eleb, 1999: 20-24) De las casas y de los objetos21 Este apartado no pretende, ni sería posible, referenciar todos los ejemplos ni la amplia diversidad del vivir en la España de la Edad Moderna,

21. Me he permitido “robar” de Carmen Abad Zardoya (2005) las dos palabras claves que conjugan este apartado pues son dos ítems fundamentales para contar cómo

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solo intentaré establecer unos marcos referenciales siguiendo algunos casos que me han parecido ilustrativos. Casas y cosas combinadas para vislumbrar el espacio doméstico como espacio vivido. Empezaré por el mundo rural. Para Galicia, Rey Castelao nos ofrece una muy hermosa síntesis. Pazos y casonas, que son la morada de hidalgos, están dispersos por todo el campo gallego y constituye un referente social. El pazo es la expresión material de un grupo aristocrático constituido a lo largo de los siglos xvi y xvii, cuyo modelo arquitectónico y económico, que es el que conocemos hoy, se constituyó precisamente bien entrado el siglo xvii. “Los pazos encarnaban el modo de vida señorial […] pero también en el ámbito rural en el que se situaba incidían en la vivienda” (Rey Castelao, 2015: 219) no solo porque aunaban ciertas actividades económicas o de representación, autosuficiencia, arquitectura barroca, finos muebles y menaje, sino porque adoptaban fórmulas de arquitectura popular. Un ejemplo destacado de este tipo de pazo sería el de Ortigueira en Santa Cruz de Rivadulla. En un escalón inferior se ubicarían las casonas, verdaderas explotaciones agropecuarias y como tal concebidas principalmente en planta rectangular con corral y corredor, que sirve de distribuidor. En su entorno se anexan las dependencias necesarias para el trabajo y la explotación agrícola-ganadera. En el siglo xviii, en relación con los nuevos ideales ilustrados sobre la casa aparecerán salas, gabinetes, etc., estancias que hablan de especialización y de ostentación de estos hogares de ricoshombres. Por debajo de estos grupos privilegiados la inmensa mayoría de la población rural vivía en casas muy básicas y pequeñas, generalmente de una planta, aunque en el xviii, se irían añadiendo altos que ampliaba el espacio disponible. La convivencia de personas y animales era habitual y así lo refieren los viajeros del periodo, no obstante, las diferencias entre los propios campesinos propiciaron diferencias en la complejidad de sus instalaciones, que no vamos a detallar aquí, pero sí me interesa destacar la relación directa de las nuevas dependencias, como los hórreos que aparecen en el xvii eran esas casas de las que hablamos. En cualquier caso, y antes de entrar en materia, debe constar que, pese al incremento espectacular de las publicaciones de Historia Moderna, mucho de lo que sabemos procede de disciplinas hermanas, la historia del arte y la arqueología, especialmente la primera, constituyendo estos aspectos de la investigación hilos donde se han ido entrelazando colaboraciones fructíferas.

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y se hacen más habituales en el xviii, con la actividad productiva de los hogares. Los enseres de casa también eran escasos sin distinciones entre muebles y aperos, pues uno y otros se mezclan en el día a día del hogar. El ajuar doméstico era muy limitado, en lo que atañe al menaje había un elemento fijo, el pote, alguna sartén y asadores, la ropa blanca escasa y de baja calidad; los muebles, más bien escasos: arcas; los lechos, cuando había, básicos, y los asientos con respaldo eran escasos (Rey Castelao, 2015: 219-224). Este ejemplo gallego es paradigmático para comprender las líneas principales de investigación del modernismo español en el estudio de la casa y el espacio doméstico: cronología, historicidad, distinción de clase, materialidad, espacio, vida social de las cosas…. que sin embargo no es posible encontrar siempre pese al interés del objeto de estudio como son algunas casas de labranza o labor del mundo rural de la Edad Moderna. Sin duda, la masía ha sido una de esas casas de labor que por razones históricas ha tenido que bregar con el mito de su propia existencia, el rigor historiográfico de los últimos años ha transformado nuestro conocimiento, aunque aún no todo está dicho. En toda esta innovación hay que citar obras colectivas como la coordinada por Ferrer i Mallol, Mutge Vives y Riu en 2001, o la reflexión de Congost i Colomer, Ferrer Alòs y Gifre i Ribas sobre el mas de la Edad Moderna en 2003, o más allá de Cataluña, la obra coordinada por Hernández Sesé en 2005; sin olvidar obras individuales como las de Serra (2016), Piera (2009a, 2009b, 2014) y Piera/Mestres (1999). Un recorrido historiográfico parecido ha realizado el caserío, envuelto también en la mitificación de su propia historia, es una casa de labranza de los territorios vasco y navarro, referente de un paisaje verde de hábitat disperso, e insignia del nacionalismo vasco. Nace vinculado a las transformaciones agrarias y ocupación del territorio del arranque de la Edad Moderna y la consolidación de formas indivisas de la herencia y representa la materialización de la memoria del linaje y la perpetuación familiar. El siglo xviii reestructurará la arquitectura del caserío tanto por cambios en la economía agrícola como por la difusión de las nuevas ideas sobre la casa. Las publicaciones de las últimas dos décadas desde la arqueología (Santana Ezquerra et al., 2002; Campos López, 2020), la historia (Moreno Almárcegui y Zabalza Seguín, 1999) o la historia del arte (Andueza Unanua, 2019) nos han presentado mejor la historicidad de esta casa, no obstante, queda camino por andar.

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Si vamos hacia el sur, el ámbito castellano manchego ha explorado diversos caminos desde los años noventa (López Gómez, 1992, 1997; Passini, 1993), pero, sin duda, son los trabajos de García González y Hernández López los que han puesto en relación arquitecturas, economía, hogares y afectos, devolviéndonos una casa inserta en unas estructuras sociales que producen y reproducen desigualdad, pero también incluyen la solidaridad (García González, 2005, 2009; Hernández López, 2013, 2016, 2017a, 2017b; Hernández López y García González, 2007). Hernández López ha clasificado en tres tipos principales las casas de La Mancha oriental: 1) la denominada a sola teja o tejavana; más básica una sola planta y cubierta “ a sola teja o en algún caso retama” (2017: 234), con dos cuartos bajos y corral; 2) casas encamaradas: vivienda de planta baja y segunda planta o cámara, este es un tipo muy común que presenta numerosas variaciones en la disposición de las estancias y dependencias; 3) las casas principales, que son las de los hacendados, más complejas en la organización del espacio y disposición de espacios para el trabajo, añade la autora que en ellas se ve claramente los criterios de orden moral como son jerarquía social, división de género, etc. Estas últimas casas además disfrutarían de un ajuar doméstico abundante, incluso lujoso al incluir muebles de moda y de ostentación, por el contrario, las primeras se acomodarían al mínimo imprescindible, y las segundas, presentan variedades ya que las diferencias económicas entre unos y otros hogares podrían llegar a ser significativas. La autora llama la atención sobre los objetos piadosos que no faltan (2013: 91-95). Y al igual que recogimos para Galicia, los aperos y los enseres de casa se mezclan y confunden en los mismos espacios. Los objetos piadosos domésticos que destacaba Hernández López hizo confluir La Mancha con Andalucía en un estudio del papel de la dimensión piadosa de la casa en la inserción de esta en la comunidad (Birriel Salcedo/Hernández López, 2018, 2021). El ejemplo andaluz es el valle de Lecrín, donde la investigación sobre el espacio doméstico se ha orientado, por un lado, a dibujar los perfiles del periodo morisco, y las transformaciones inmediatas de la repoblación (Molina Fajardo, 2012, 2014, 2015, 2019), y, por otro, ya concluida la castellanización, los espacios domésticos ( y poblacionales) que van a perdurar largamente que nos hablan de una población que habita en lugares pequeños, con un puñado de casas principales (o grandes) de gran comple-

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jidad, pero donde la mayoría de los hogares vive en edificios de dos plantas con uno o dos cuartos (cocina y sala) en el bajo, más un corral o caballeriza atrás, lo que exige que los animales atraviesen la casa; además de unas pocas casas de una sola planta y una sola habitación, sin cocina y donde probablemente personas y animales se mezclan constantemente. El ajuar doméstico de la mayoría de la población era magro y sin lujos: un lecho completo, sillas de vaqueta de Moscovia (generalmente dos) y sillas de anea (de dos a cuatro), al menos una mesa bufete (de pino o nogal) y una mesa de pino, un arca de pino y un cofre encorado y tachonado, objetos devocionales, sobre todo, retablitos de pintura tosca, como dice la documentación. Podríamos añadir algunas arquetas y algunos espejos, que puntúan dotes e inventarios, sin olvidar, la artesa de amasar y el menaje básico de cocina y unos candiles, además de una tabla de manteles, unas servilletas. Esta sería la instantánea más básica, a partir de aquí la diferenciación en calidad y diversidad dependerá de la posición social de los hogares: entre los más ricos encontramos muebles de nogal, escritorios, espejos, sillas a la moda, aunque sin lujos excesivos (Birriel Salcedo, 2014, 2016, 2022). Este ejemplo de la Andalucía oriental probablemente suscite una pregunta sobre el cortijo, pues bien, los cortijos del valle de Lecrín son mayoritariamente simples y reducidos espacios ocupados solo en los meses de mayor trabajo, lejos de los cortijos andaluces del imaginario español. Cuando se piensa la casa de labor en Andalucía, se piensa en el cortijo, aunque, casi siempre, sin tener en cuenta que, según y dónde te coloques en Andalucía la explotación agraria y el edificio al que hace referencia son muy diferentes, no obstante, tienen un rasgo común, son casas de labor dispersas por el campo, aunque el cortijo tiene una larga existencia, la fórmula de la Andalucía bética se fue conformando a lo largo del xviii (Florido Trujillo, 1989). En el arranque del siglo xxi, desde la Junta de Andalucía se realizó una amplia labor de inventario, revisión historiográfica, incluso prospección arqueológica, y hasta restauración, de instalaciones agrícolas de Andalucía, recogidas en ese magnífico libro que es Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias de Andalucía (Astillero Ramos, 2003). A lo que cabe sumar en los últimos años tesis y publicaciones sobre estas arquitecturas agrarias (Ubago Palma, 2019). No obstante, ha habido muy poca investigación histórica propiamente dicha y poco sobre el periodo moderno que nos acerque al

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cortijo o las casas de campo en tanto que espacio social. Además, la mayoría de la población vive en los pueblos por lo que son estas casas las que realmente deben ser de interés, aunque las investigaciones se han ocupado hasta hace muy poco, más de los aspectos artísticos de las casas nobiliarias que de las viviendas en general y aunque nos han dicho mucho sobre las primeras no ha habido un esfuerzo por ponerlas en relación con otros aspectos del vivir (Anglada Curado, 2005; Pavón Torrejón y Quiles García, 2006, 2004; Gamero Rojas y Parias Sainz de Rozas, 2007). Veamos ahora unos cuantos ejemplos de la casa urbana. Antes de entrar en los detalles, voy a poner sobre la mesa la afirmación de Carmona García (2015) sobre lo que él llama un desenfoque sobre la casa en la ciudad, desenfoque que consiste en hacer representativo de las formas habitacionales de la urbe la residencia de las clases altas. Idea que subraya también García Espuche a propósito de Barcelona: “Cal començar per una aproximació que identifiqui els diferents tipus de cases, en el conjunt de la ciutat, per tal d’evitar visions deformades, que, per raons metodològiques, solen prioritzar la descripció dels habitatges importants” (2012: 20). Sirvan estas dos referencias para dejar constancia de uno de los problemas frecuentes en las publicaciones sobre las casas ciudadanas donde se eleva a general, del conjunto de la población, los edificios y los ajuares domésticos que son solo de una parte pequeñísima de la población, García Espuche la cifra en un máximo del 5% de Barcelona. Por tanto, y sin menoscabo del interés que tienen los estudios de las casas señoriales o de las élites, en general, voy a intentar presentar ejemplos que nos den perspectivas más complejas. En el caso de Barcelona, el paisaje de la ciudad entre el xvii y el xviii, es el de una urbe definida por una mayoría de casas estrechas, de una sola crujía, en el que destacaba un pequeño grupo de casas grandes, pocas, pero que son un referente social. Estas serían dos de las tipologías de vivienda más definidas con variaciones intermedias, según García Espuche (2012: 20-30). La casa estrecha, de una sola crujía, de planta baja y dos pisos, en su mayoría, abiertas a dos fachadas, con mayor frecuencia disponían de dos o tres estancias en la planta baja, aunque podía ser solo una; la casa no ocupaba la totalidad de la parcela que podía tener un pequeñísimo jardín o huerto. La fachada era de unos cuatro metros y la profundidad de unos doce, que cuando era una familia sola quien la ocupaba disponían de espacio útil suficiente,

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algo que cambiará con la presión demográfica a lo largo del setecientos entre las clases más populares, apareciendo las llamadas medias casas y ocupándose los espacios libres hacia la calle o los jardines (Remesar y Ríos, 2018). Estas casas estrechas representaban más de dos tercios de los edificios barceloneses22. La historiografía insiste mucho en algunos aspectos de sus características edilicias que nos explican cómo estas viviendas no solo eran morada sino también espacio de trabajo, así destaca cómo se disponen las alturas totales y por plantas, que es mayor en la baja, para que el comercio o taller tuviera espacio suficiente, incluso para un sostret o altillo; aunque había diferencias en su concreción según el perfil ocupacional del hogar; además, la ubicación de las cocinas en la estancia trasera de la planta baja hablaría de la importancia de esta planta en la vida de, por ejemplo, los miembros de los gremios (Lencina Pérez, 1993). En cuanto a la casa grande (6,4%) tenía una estructura muy compleja organizada en torno a un patio central con todo tipo de servicios en la planta baja (caballerizas, cocheras, leñera, carbonera, almacenes, lavadero, etc.). Tras el zaguán, la casa se abre al patio donde adquiere protagonismo una escalera artística, que desempeña un papel funcional y representativo. Esta escalera da acceso a la planta noble, con numerosas habitaciones especializadas y jerarquizadas hacia afuera y hacia dentro del hogar, como son salas de recibir y estar, incluyendo un estrado, dormitorios familiares, la cocina y zona de amasado, etc... Asimismo, daba acceso al entresuelo donde se ubicaban el espacio de negocios o estudio del cabeza de casa. El recorrido del patio, escalera y una sucesión de salas pautaban la relación entre fuera y dentro. En el piso superior se alojaban los criados y se almacenaban enseres de casa. Unas y otras casas podían disponer de sótanos y semisótanos que operaban como bodegas. La distancia social entre estos dos tipos de inmuebles es evidente y se subraya más aún si se contemplan los enseres que las visten. Las casas grandes lucen un derroche de textiles lujosos, ricos muebles, vajillas y cristalerías, además de cuadros, espejos, candelabros y cualquier suerte de artefacto que sirviera para el confort, pero también para la ostentación de la posición social de sus habitantes. Por el contrario, el

22. Como he dicho, era posible encontrar tipos intermedios de dos crujías, cinco o seis estancias en el primer piso, y muchas otras variantes, pero la masa principal de viviendas respondía a la primera tipología.

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ajuar doméstico entre los grupos populares era más modesto, aunque en este caso el espectro es muy amplio y existen diferencias significativas entre unos u otros hogares. Así, entre los más humildes el amueblamiento era mínimo: la cama en su versión básica, un arca, alguna silla y mesa, quizás alguna estampa, y un menaje esencial. El grupo de los artesanos, con diferencias entre unos y otros oficio, eran los principales ocupantes de las casas estrechas que hemos referido antes, en la planta baja está el taller con todo lo necesario para el ejercicio del oficio y la cocina que cumple funciones diversas no solo de preparar alimentos, sino también de espacio de estar, su menaje será completo con sartenes, ollas, vasijas, platos, tenazas, etc. artesas de amasar, luminarias, etc. mesas y sillas. En la segunda planta, la sala era austera: un bufete, una mesa, sillas, bancos, cuadros, etc., el dormitorio principal contaba con un lecho completo y otros muebles, y era el lugar donde solía guardarse las cosas de más valor… Arcas, cofres, y otros muebles podían y estaban dispersos por toda la casa. Elementos de lujo distinguirían entre unos y otros23. En fin, solo quiero subrayar que, como Resamer y Ríos nos muestran, la ciudad de Barcelona está viva y el xviii es un periodo de transformaciones urbanísticas con barrios nuevos, construcción de paseos, vías o plazas, además de cambios en la densificación de la ciudad que elevaría las alturas de los edificios, uno de cuyos ejemplos más notorios es el barrio de la Barceloneta, a lo que sumar una política claramente ordenancista de las autoridades locales y estatales. Barcelona nos sirve de modelo de la complejidad de la casa y el espacio doméstico ciudadano, y eso que no hemos abordado todas las derivadas que son posibles. Muchos de los rasgos aquí descritos los encontramos en otras ciudades como Zaragoza. A partir de los libros de Blasco Martínez (1977) y Abad Zardoya (2005) sabemos que en 1723 el caserío zaragozano lo forman 4.368 inmuebles para viviendas, el 28% de los cuales corresponderían a las llamadas casas de vecindad, constituidas por edificios de varias plantas, habitados por dos o más familias en régimen de alquiler, por cuartos. Habitualmente se alojan dos o tres familias, a medida que incrementa el número de hogares la condición social de los mismos es más humilde. Poco se ha explorado 23. Parte de la literatura sobre Barcelona otorga un espacio específico a las gentes del mar que aquí no vamos a especificar ya que, a pesar de su particularidad, responde al perfil de los demás grupos populares con sus diferencias intragrupales y baja consideración social.

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este porcentaje entre otras razones por la dificultad de documentar los aspectos arquitectónicos y decorativos de estas casas, por lo que se centrará principalmente en el 72% (3.135) de inmuebles en los que se aloja un solo hogar. Básicamente tenemos una casa principal o casona nobiliaria, desarrollo horizontal, de tres plantas, más bodegas. Por la puerta principal se accede, a través del zaguán, al patio, que será el gran distribuidor espacial. En la planta baja no hay siempre las mismas dependencias: dependen de las disponibilidades de espacio, aunque suelen ser numerosas. Desde el fondo del zaguán o del patio arranca la escalera principal que conduce a los pisos superiores. La distribución es muy parecida a la que hemos dicho de Barcelona: primero unos entresuelos donde suele alojarse el estudio masculino, luego la planta noble que es núcleo de habitación con organización muy variable dispuesta en los llamados cuartos. A lo largo del xviii, sí se comprueba el paso de unas habitaciones multifuncionales hacia la especialización. Aquí puede estar la cocina y sus anejos, o bien en la planta baja. La planta superior alberga la galería. Una versión más modesta de este inmueble lo forman las casas de los mercaderes, maestros de gremios distinguidos y baja nobleza, con la diferencia de la ocupación extensa en los bajos del comercio o taller y el alojamiento de mancebos y aprendices. Un carácter diferente, con desarrollo en vertical, fachada estrecha y desarrollo en profundidad y sin patio, constituye el grueso de las casas de la población que hoy llamaríamos unifamiliares, tiene planta baja, primero y galería. En cuanto a las viviendas periurbanas de dedicación agrícola, se ubicaban en barrios poco urbanizados, son casas “híbridas a medio camino entre la torre del medio rural y vivienda ciudadana” (Abad Zardoya, 2005: 33), las dependencias para el trabajo agrícola y el almacenamiento definen su estructura. Aunque se conocen los muebles, no tenemos aún publicados descripciones de los ambientes interiores, como es lógico pensar, el mobiliario es más rico y abundante según de qué casas estemos hablando, me interesa señalar sin embargo, que entre los de las élites, aquellos de la nobleza son más conservadores manteniendo, por ejemplo, durante más tiempo la versión ortodoxa del estrado y, en general pautaron más lentamente la incorporación de novedades en el mobiliario, aunque, sobre todo a partir de 1740 se percibe claramente la presencia de las innovaciones francesas e italianas; por el contrario, son los sectores burgueses quienes dinamicen más los cambios.

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En fin, solo una referencia más, Sevilla. Carmona empieza advirtiéndonos de que cuando se habla de la vivienda sevillana “se suele caer en el tópico de describirla como la casa-palacio o la gran morada, con al menos dos pisos, amplio vestíbulo, el típico patio con su fuente, magnífica solería, numerosas habitaciones, mobiliario abundante y selecto, jardín…” (Carmona, 2015: 49), cuando lo que predomina en la ciudad es la edificación de baja calidad, construida con materiales básicos, una planta, sin ventanas, de reducidas dimensiones, pocas piezas habitables y escaso equipamiento. A esto cabe sumar, que un tipo de habitación habitual entre las clases populares es en pequeños cuartos o apartamentos, con muy malas condiciones de habitabilidad, una modalidad de los cuales es la corrala. Lo que no cambiaría sustantivamente a lo largo de la Edad Moderna como consta en los informes remitidos por el Cabildo municipal a Campomanes, lo que no solucionó ni los proyectos urbanísticos de embellecimiento y saneamiento de la ciudad, ni los barrios nuevos proyectados, ni las mejoras urbanísticas que impulsó el propio Ayuntamiento en sus ordenanzas (Carmona, 2015: 230-232). Por último, he de señalar que la mayoría de la población vivía de alquiler, siendo la Iglesia la gran propietaria en la ciudad hispalense. Aunque incompleto, los casos que hemos expuesto nos definen, con especificidades regionales o locales, que no hay una casa, sino casas. La diversidad aparece por doquier definida, en primer lugar, por las diferencias económicas de los grupos sociales y por las funciones que desempeñan: productivas, reproductivas y de consumo, o todas a la vez; además de aquellas que aportan la adaptabilidad al medio físico. En segundo lugar, quizás uno de los rasgos que también definirán los cambios en la Edad Moderna, especialmente a lo largo del xviii, es el paso de una polivalencia de los cuartos o estancias a una especialización de estas, incluidas las atribuibles al género, proceso que será desigual también según la clase social o los usos de la morada. A lo que podríamos añadir la habitabilidad, especialmente en la última centuria moderna en que el confort y la higiene van a parecer como condición exigible a la casa-hogar. También se pone de manifiesto el papel central de los ajuares en la casa no solo para cubrir necesidades de asiento o almacenaje sino también para expresar el lugar de ese hogar en la comunidad, su estatus. En el ámbito ciudadano de forma destacada, la presión demográfica junto a las mejoras en las tecnologías construc-

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tivas va a hacer posible elevar los edificios e intensificar la ocupación de la ciudad. Propiedad y alquiler La propiedad de los inmuebles y su correlato con el acceso a la vivienda de amplios sectores de la población fue, sin duda, una de las problemáticas principales del estudio de la vivienda por parte de los modernistas sobre todo en las dos últimas décadas del siglo xx. No obstante, y aunque el énfasis investigador ha sufrido un desplazamiento hacia lo cultural, una parte de la literatura sobre las casas en la Edad Moderna hace referencia a la relación de propiedad/uso que ese hogar o individuo tiene con su vivienda, lo que no impide, como señala Negredo del Cerro (2005: 13), que continuara siendo una de las problemáticas más desatendidas por la historiografía, sobre todo, en lo referente a los siglos xvi y xvii. En efecto, un repaso a la historiografía nos indica en primer lugar que la inmensa mayoría de los títulos se refiere al siglo xviii. Es evidente que el peso del Catastro de Ensenada, combinado con protocolos más abundantes, orienta la cronología. No obstante, las investigaciones sobre la problemática vivienda (abrigo, condiciones del alojamiento, propiedad, alquiler, etc.) está muy centrado en las ciudades, primero porque, como ya señalé más arriba, esa es la tendencia general de las últimas dos décadas del modernismo español, pero, por otro lado, quienes investigan y se ocupan de la propiedad de la tierra en el mundo rural no han prestado atención suficiente a este aspecto de la propiedad territorial. Centrándonos en la ciudad, los más diversos estudios han demostrado la concentración de la propiedad urbana en manos de la nobleza y el clero. Este último de manera significativa en ciudades cuyo poder económico contribuyó a la sacralización del espacio urbano caso de Burgos (Sanz de la Higuera, 2017), Cádiz (Morgado, 2010), o Toledo (García González, 2009), por citar tres ejemplos. Sin embargo, esta certeza sobre el acaparamiento de suelo por los grupos privilegiados corre el peligro de ocultar los cambios o transformaciones que ocurrieron a lo largo de los siglos modernos como consecuencia de avatares locales o generales, léase, por ejemplo, el impacto de la cortesanización

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de Madrid, ampliamente estudiado (Negredo del Cerro, 1992, 2005), o la reagrupación de la propiedad como consecuencia de la crisis local del siglo xvii en Las Palmas de Gran Canaria (Quintana Andrés, 1993, 2000, 2007), o el impacto de las desamortizaciones estudiado para Córdoba por Garrido Flores (2017). Los dos primeros ejemplos demostrando, además, la importancia de la renta para comprender la dimensión exacta del capital inmobiliario. Lo que parece confirmado es que la mayoría de la población vive de alquiler, incluso aunque posea bienes inmuebles en la ciudad, bien porque arrienda su propiedad para poder obtener un recurso, viviendo de alquiler en otra más barata, práctica que destaca Quintana (1993) como muy habitual entre las viudas en Las Palmas, bien porque su ascenso social exija acomodos más suntuosos (Abad Zardoya, 2021). Sanz de la Higuera describe claramente para una ciudad media de la España moderna el usufructo de las casas (Sanz de la Higuera, 2017: 451-453). Ante todo, solo una minoría de hogares disfrutaría de la propiedad y uso exclusivo de sus viviendas, la mayoría vivirían en alquiler, incluso en subarrendamiento, en el régimen conocido como “cuarteo”. Estos cuartos con frecuencia carecían de las utilidades más esenciales, por ejemplo, la posibilidad de cocinar. El caso burgalés perfila claramente las diferencias estamentales en el acceso a la propiedad, pero también en las condiciones precarias de la vivienda de jornaleros o hilanderas, frente al alquiler en cabeza de maestros artesanos u oficiales reales. Ciertamente, la ocupación de los edificios por varios hogares es constatable en Toledo y Alcaraz (García González, 2012), por no hablar claramente de hacinamiento de los grupos populares de la población en el caso de Madrid (Negredo, 2005). En cuanto a la propiedad y alquiler de las viviendas en el ámbito rural ha recibido mucha menor atención, no obstante, contamos con algunas publicaciones que nos proponen líneas interesantes de indagación como es, por ejemplo, referido al antiguo reino de Granada, el artículo de Díaz López (1999) que analiza, a partir del Catastro del marqués de la Ensenada, el valle del Andarax. De acuerdo con este autor propiedad y morada coinciden en muy altos porcentajes en el conjunto de la comarca, aunque con diferencias significativas entre unos lugares y otros. En general, la propiedad-morada no baja del 60%, por lo que los arrendamientos oscilarían entre el 10 y el 40%, dependiendo de los pueblos. La mayoría de los propietarios lo

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son de solo una casa y son labradores y jornaleros sus dueños. Con todo, destaca la penetración creciente de propietarios foráneos principalmente de la ciudad de Almería en los pueblos más cercanos a la capital, con un peso importante del clero entre ellos. Aunque señala el arrendamiento no define las condiciones del usufructo de las casas. Un perfil parecido, aunque con una propiedad menos repartida se da en el valle de Lecrín (Granada), en el siglo xviii, según una comunicación de Birriel Salcedo al Congreso de Historia Agraria de Girona24. Para la España del centro, destacamos la obra de Hernández López sobre La Mancha oriental (2013). La autora subraya, primero, que el acceso a la propiedad de la vivienda es principalmente a través de la herencia; en segundo lugar, la importancia simbólica de la casa entre los labradores o baja nobleza, que resaltan la calidad de memoria material del linaje, a través del solar familiar, la casa. Ahora bien, nos previene y mucho sobre la idea simplista de un universo de hogares campesinos habitando la casa en exclusiva. No solo la propiedad puede, y es, repartida en cada transmisión hereditaria, sino que además la copropiedad de inmuebles aboca a compartir por varios hogares, incluso cuatro. Nos pone un ejemplo de este último caso: una casa de 223 metros cuadrados ocupada por las familias de los cuatro hermanos Poveda que sumaban 17 personas. La vivienda consta de cuarto principal bajo, cámara y patio. El hacinamiento y difícil convivencia es evidente (Hernández López, 2013: 239). En fin, romper los prejuicios sobre el mundo rural moderno se hace imprescindible. Conclusiones La batería de preguntas que me hacía al principio han quedado contestadas suficientemente. Lo primero que ha quedado establecido es que la literatura sobre casa y espacio doméstico ha tenido su despegue en las dos últimas décadas; en el final del siglo xx la preocupación principal relacionadas con la casa atañía al acceso a la vivienda, perspectiva que cambia como consecuencia del impacto del giro cultural 24. Comunicación presentada en el Congreso Europeo de Historia Agraria, Girona: Margarita M. Birriel Salcedo (2015): “Espacio doméstico en la España rural. La propiedad de las casas en el valle de Lecrín”.

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hacia estudios más relacionados con las arquitecturas, los ajuares y la definición de los espacios. Esta cuantificación también ha permitido comprobar la importancia de los grupos de investigación o de proyectos en progresar adecuadamente en el conocimiento de las casas en los territorios. Por último, cabe señalar algunos desequilibrios en nuestro recorrido historiográfico: pese al incremento de las investigaciones sobre casa, espacio doméstico y ajuares en la España moderna estas hacen referencia principalmente al siglo xviii, al ámbito urbano y a las casas de las clases privilegiadas. Los problemas no están en la elección de qué estudiar, sino en los peligros (algunos los hemos enunciado) de la lente deformante que eleva a general lo que solo es de un periodo o una clase social. Además, a lo largo de todo el capítulo ha sido posible comprobar cómo se constituyen, cambian o se configuran desde el xvii algunas fórmulas habitacionales como son pazos, mas o cortijos; o el paso de casa principal a palacio entre los grupos nobiliarios. En cuanto a las fuentes, aquí el territorio se ha expandido sin ninguna duda, las posibilidades que se han abierto son inmensas. Por el contrario, y pese a algunos esfuerzos, tal vez queda camino por recorrer en cuanto a la definición de los marcos teóricos en que nos movemos, sobre todo para orientar las preguntas de investigación. Ciertamente sabemos más que hace veinte años sobre las concepciones de la casa y su gobierno, la espacialidad prescriptiva, las construcciones de la domesticidad o la separación público privado, pero quizás seguimos muy sujetos a los discursos oficiales y menos a percibir los aspectos polifónicos del imaginario social. También nos preguntamos qué perfiles tenían las casas en la España moderna. Sin entrar en detalles, el panorama que hemos descrito en el tercer apartado del capítulo, deja meridianamente claro que el estudio de la casa y de las casas nos permite comprender perfectamente las profundas desigualdades de la sociedad moderna, expresadas tanto en el interior como en la calle: las arquitecturas y los ajuares que producían y reproducían jerarquías de género o distinción social. Sin entrar en detalles, y como ya señaló Blasco Esquivias, miremos a donde miremos vamos a encontrarnos con un pequeño porcentaje de casas principales (casas grandes, incluso palacios) de gran tamaño, varias plantas y distribuciones complejas, acondicionadas con todo tipo de enseres para satisfacer necesidades o la ostentación adecuada al rango,

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poseídas principalmente por la nobleza o miembros del alto clero, y altos funcionarios. En menor tamaño complejidad y amueblamiento encontramos las de mercaderes, artesanos de gremios distinguidos, labradores ricos e, incluso, baja nobleza, como las casonas gallegas, que replican bastantes a los modelos nobiliarios, aunque tienen una variante fundamental y es la importancia de las estancias de trabajo. Podemos añadir un tercer tipo, como las casas estrechas de Barcelona o el tipo básico del valle de Lecrín, sin patios, con varias plantas, donde producción y reproducción se confunden. La casa de la mayoría de la población, si es que tienen la suerte de tener una casa, porque en las ciudades predomina la vivienda en corralas o casas estrechas alquiladas por cuartos en ocasiones en condiciones límites, siendo una gran beneficiaria de este negocio la Iglesia. Bibliografía Abad Zardoya, Carmen (2005): La casa y los objetos. Espacio doméstico y cultura material en la Zaragoza de la primera mitad del xviii. Zaragoza: Gobierno de Aragón. — (2021): Poner cuartos. Lecturas del espacio doméstico en la España Ilustrada. Distribución espacial y decoración en la Zaragoza del siglo xviii. Tesis doctoral. Universidad de Zaragoza. Andrés Robres, Fernando (1988): “Evolución de la renta urbana en la ciudad de Valencia, 1700-1850. Una primera aproximación”, en Estudis, 14, pp. 145-170. Andueza Unanua, Pilar (2004): La arquitectura señorial en Pamplona en el siglo xviii: familias, urbanismo y ciudad. Pamplona: Gobierno de Navarra. — (2009): “La arquitectura señorial de Navarra y el espacio doméstico durante el Antiguo Régimen”, en Cuadernos de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro, 4, pp. 219-263. — (2019): La casa y el espacio doméstico en Navarra. Pamplona: Universidad de Navarra. Anglada Curado, Rocío (2005): “La arquitectura doméstica tradicional de Carmona. Aproximación arqueológica a la tipología de casa”, en Carel, III, 3, pp. 1035-1104. Aparicio Resco, Pablo (2014): “Desconchones, humedades, pintadas: arqueología visual del entorno”, en PAR. Patrimonio y Arqueología, https://parpatrimonioytecnologia.wordpress.com/2014/08/24/

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Casas en granada en el siglo xvi: debates acerca del concepto mudéjar y morisco1 M.ª Elena Díez Jorge Universidad de Granada

El período mudéjar (1492-1501/1502) y de los moriscos o cristianos nuevos (1501/1502-1609/1610) en Granada fue una etapa durante la cual, bajo el poder hegemónico de los cristianos, continuó en cierto modo la presencia islámica de al-Ándalus. Las diferentes expresiones de la multiculturalidad formaban parte de las sociedades que en ese momento configuraban el siglo xvi. El resultado era una práctica social en la que a veces era difícil discernir entre lo “puramente” cristiano y lo islámico. Las fronteras culturales no eran tan nítidas y opuestas como a veces se ha planteado. Para hablar de esa primera Granada mudéjar es necesario hacer algunas puntualizaciones. En primer lugar, la aceptada precisión terminológica que distingue los mudéjares como grupo social —aquellos musulmanes que, manteniendo su religión, permanecieron en territorio cristiano—, frente a la definición artística del mudéjar como un conjunto de manifestaciones que van más allá del grupo social y que no fueron realizadas únicamente por mudéjares. Además, el mudéjar no se entiende sin el llamado proceso de “Reconquista” o la conquista de los territorios de al-Ándalus por parte de diversos reinos cristianos de la península ibérica. 1.

Este texto se enmarca dentro del proyecto “Vestir la casa: espacios, objetos y emociones en los siglos xv y xvi (VESCASEM)”, cuya investigadora principal es M.ª Elena Díez Jorge (Universidad de Granada). Referencia PGC2018-093835-B-100, financiado por FEDER/Ministerio de Ciencia e Innovación-Agencia Estatal de Investigación (http://vescasem.ugr.es/es/index.html).

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Partiendo de este marco, en el siguiente texto planteo algunos debates sobre las viviendas de Granada en el siglo xvi con el fin de reflexionar si es útil para el avance del conocimiento aplicar el concepto de estilo mudéjar y de lo morisco en estas casas, tema aplicable también al contexto americano. Repensar la historia de la casa Para abordar este estudio parto de la teoría de la complejidad, entendiendo como dijera Edgar Morin que es una palabra problema y no una palabra solución. La complejidad no conduce a la eliminación de la simplicidad, sino que está relacionada con esta, pero rechaza los resultados reduccionistas y unidimensionales. En este sentido, creo que es fundamental para analizar la vida cotidiana. Mientras en modelos considerados científicos del siglo xix y comienzos del xx dominaba lo simplificador, huyendo de lo individual y singular para construir leyes generales, la novela de entonces hacía todo lo contrario e intentaba presentar seres singulares en su contexto y tiempo, como hizo Balzac en Francia o Dickens en Inglaterra, mostrando que en la vida cotidiana una misma persona desempeña varios roles sociales, que cada ser tiene una multiplicidad de identidades (Morin 2004: 87). El paradigma de la simplicidad ha querido estudiar al individuo, por ejemplo, separando lo biológico de lo cultural, cuando sabemos que uno sin lo otro no existe y que las fronteras no son en absoluto claras. La complejidad nos lleva a ver que no hay orden sin desorden. El orden podría ser repetición, lo constante, la invariabilidad, mientras que el desorden es irregularidad y desviación con respecto a una estructura dada, imprevisibilidad (Morin, 2004: 126). Para el hogar, para la vida cotidiana, habría un orden que podía variar según el contexto geo-temporal, pero también había un desorden donde se generaba la creación y evolución. Podría haber un orden cultural y de género que se constituían y aplicaban en la vivienda, pero también se llevaron a cabo transgresiones. Si nos detenemos en la casa, por muy sencilla que nos pueda parecer, la complejidad está presente, puesto que modelos espaciales varían enormemente atendiendo a factores de tiempo, lugar, ocupación estatus y género y todo esto dentro de un mismo espacio. Pensemos en las viviendas de época bajomedieval y de inicios de la Edad Moderna,

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en las que gran parte de las tareas domésticas no se centraban solo en su interior. Labores como preparar la comida requerían de una serie de rutinas como comprar en el mercado —que podría estar más o menos lejos—, o la de lavar buscando una fuente de agua o lavadero en ocasiones a gran distancia y cargando con la ropa... El cuidado de los niños es cierto que dependía en gran parte de las mujeres, bien como madres biológicas o bien como amas de crías, pero no olvidemos que a determinadas edades pasaba bajo la vigilancia del padre en el caso de los varones para que aprendieran el oficio familiar. En los ámbitos rurales, donde hombres y mujeres trabajaban en el campo, ocupaban la casa en espacios y tiempos diferentes, pues a tenor de la documentación ellas regresaban antes al hogar para preparar la comida. El trabajo del hilado en las casas se podría hacer sola, pero era bastante frecuente hacerlo de manera conjunta con otras mujeres del vecindario o, si el tiempo lo permitía, en la puerta, portal o zaguán. Pensar que tareas diferentes siempre correspondían a espacios separados es un error porque a veces en una misma sala de la casa un zapatero estaba remendando mientras la mujer hilaba. O quién sabe si al contrario… Y es que una parte importante de hombres trabajaba en la casa igual que numerosas mujeres lo hacían fuera, por lo que las relaciones de género en la vivienda eran continuamente cambiantes y reconstruidas en función del tiempo y ocupación (Flather, 2013). Al repensar la arquitectura desde la complejidad nos damos cuenta de las limitaciones al etiquetar como privado o público un determinado espacio ya que en la práctica se pudieron dar múltiples trasvases. Un espacio palatino era un espacio público, pero también privado, aunque en ocasiones los análisis histórico-artísticos hayan minimizado esta segunda función. Surge entonces un intenso debate sobre si lo doméstico debe ser considerado como privado y lo político como público. Como bien se ha planteado para la Edad Moderna, no hay distinción entre la cámara y el tesoro, el fundamento del rey está en el del paterfamilias, de modo que lo político también es doméstico (Birriel, 2017: 17). Del mismo modo, un convento religioso no solo se debe encuadrar como arquitectura religiosa, ya que fue el verdadero espacio doméstico para la congregación. Es evidente que en el estudio de la casa hay que introducir el dinamismo que existe en la configuración de los grupos domésticos que la ocupan y que implica aceptar que la vivienda estaba sujeta a múltiples

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variables y percepciones (Blasco, 2006). Para algunas personas la casa podría ser su espacio de paz y seguridad, para otras era el lugar en el que se sentían prisioneras. Por ello es importante aplicar diferentes categorías de análisis para la vivienda. Una primera es el género. Un referente importante en cuanto a espacios y género fue en su momento el libro de Daphne Spain (1992). Desde entonces podemos decir que la línea de trabajo con género se ha ido consolidando, principalmente en lo referente a la vivienda contemporánea, pero también con otros períodos con aportaciones muy específicas sobre la materia como el trabajo de Sarah Rees Jones (2003), centrado esencialmente en Yorkshire (Inglaterra) en los siglos xiv y xv. Para el caso español, y específicamente para el período en el que se enmarca este texto, he realizado algunos trabajos centrados en género y arquitectura (Díez, 2009; 2015a). Aunque ya para el xviii, es relevante por las preguntas planteadas y la metodología empleada el trabajo de Margarita Birriel sobre género y espacio doméstico en la casa rural (Birriel, 2015). Sin duda queda mucho por hacer y especialmente en lo referente a la vivienda: relaciones de género en la circulación y distribución de espacios en el interior de la casa, en la movilidad interna atendiendo a variables como los diferentes momentos del día o las personas extrañas al grupo doméstico que pudieran acceder a su interior. No obstante, en los últimos años se ha producido un importante avance en lo que se refiere a la actividad constructora y de mecenazgo realizada por mujeres. Atendiendo a la definición dada de agencia hay que entender conceptos como el de matronazgo, o mecenazgo cívico ejercido por las mujeres de las élites, que impulsó la transformación y enaltecimiento de las ciudades a la vez que cambiaba las relaciones y percepciones sobre las mujeres. Uno de los primeros textos que al respecto leí fue el de Madeline Caviness (1993) y, aunque no era relativo a la arquitectura, evidentemente abría un panorama realmente interesante. Los trabajos de Therese Martin respecto al infantazgo sí se posicionaban ya en una línea clara sobre el campo de la arquitectura; es el caso, por ejemplo, del texto dedicado sobre mujeres de la realeza y su patrocinio arquitectónico como el ejercido por la reina Urraca y por Blanca de Castilla (Martin, 2006; 2008). Interesantes son las reflexiones que lleva a cabo sobre el tema Ana Aranda (2015) y específicamente sobre las influencias de género en las tareas de promoción arquitectónica.

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El concepto de matronazgo es en realidad un neologismo que viene a intentar aclarar un fenómeno tan singular y con repercusiones en la arquitectura que necesita ser identificado como tal para ser reconocido en la historia (Martínez López, 2011; Martínez López y Serrano, 2016). Una acción de matronazgo es aquella que realiza una mujer con capacidad económica y estatus social (matrona) que invierte su patrimonio en beneficio de la sociedad y ello tiene consecuencias en su posición y reconocimiento. Esas acciones de matronazgo permiten que las mujeres tengan poder, similares a las prácticas de los hombres, pero evidentemente se sitúan en él y se perciben de manera diferenciada. No pensemos que es algo solo aplicable al mundo antiguo, basta leer algunos trabajos sobre la agencia de las mujeres en ciudades como París durante la Edad Moderna para darnos cuenta que estas acciones no fueron infrecuentes que las llevaran a cabo mujeres a lo largo de la historia del urbanismo y la arquitectura (Galleti, 2012). Sin embargo, muchas veces sus nombres quedan borrados de la memoria y es nuestra obligación recuperarlos. Tal como se ha señalado, dar nombre a un edificio supone ensalzar y perpetuar a quienes con cuyo nombre se denominan; si no se las menciona se les está quitando la fama y el prestigio (Martínez López, 2017: 105). Es el caso del edificio conocido actualmente como palacio del Almirante, en el barrio granadino del Albaicín, y que a pesar de esa denominación en realidad fue mandado construir por Leonor Manrique a principios del siglo xvi (Hernández López, 2016; figura 1). O las casas del Chapiz, conocidas así en la época por el varón, cabeza de la familia, Lorenzo Chapiz, aunque en realidad una de ellas era de su esposa, Inés Ferí, quien la heredó de su padre, Hernando el Ferí (Álvarez, 2001; figura 2). En la agencia de las mujeres es fundamental analizar la autonomía que pudieron tener en determinados procesos, teniendo en cuenta que hay factores que se entremezclan, como su capacidad económica y de tomar decisiones, o el reconocimiento de las autoridades para poder ejercer esa autonomía. Y en este sentido, y centrándome en la Granada del xvi, es sumamente interesante recuperar la agencia de moriscas y cristianas viejas en viviendas de Granada. La documentación nos revela aspectos importantes de esa agencia y cómo se llevaba a cabo o qué obstáculos había y que podemos ver, por ejemplo, si nos fijamos en si ellas firmaban o no los documentos (Díez, 2017: 65). No es infrecuente en la época que se reconozca a una mujer como la

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Figura 1. Entrada principal al palacio del Almirante, siglo xvi, Granada. Fue mandado construir por Leonor Manrique. © María Elena Díez Jorge.

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Figura 2. Detalle de uno de los patios de la casa del Chapiz, siglo xvi, Granada, Propiedad de Inés Ferí. © https://www.eea.csic.es/gallery/galeriade-imagenes-de-la-escuela-de-estudios-arabes/ (8-08-2022).

propietaria de la casa, o bien se identifica el inmueble por el nombre de ella, entendiendo que es la dueña, o bien quien la habita y con la que se establecen los tratos. La propiedad que sobre las casas tenían

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algunas mujeres era en ciertos casos por herencia, bien por parte de sus padres, o bien por su marido y compartida con los hijos. Otra forma habitual de acceso de las mujeres a la propiedad de las viviendas fue a través de las dotes matrimoniales. Los abusos y control de los hombres sobre las dotes de las mujeres fueron habituales, contabilizándose pleitos y disputas sobre el tema. No obstante, al menos en el periodo de tiempo estudiado, no fue lo más frecuente que una mujer llevara inmuebles como dote matrimonial, puesto que lo más habitual fueron ropas, joyas y otros ajuares, a veces con cantidades superiores al valor de una casa. Pero como he indicado, para repensar la historia de la casa es evidente que debemos interrelacionar el género con otras categorías como la clase social, la etnia y procedencia cultural, así como la edad. Y este último es un aspecto a tener en cuenta en la organización del interior de una casa, tanto si se trataban de menores como de personas ya ancianas. El papel que ocupaba una persona dentro del hogar variaba según la edad, y esta a su vez no se puede entender sin la interrelación de género. Parto de que la edad es otra categoría culturalmente construida. Por mi interés investigador actual me centro en el caso de la infancia. Realmente hay pocos trabajos sobre los espacios que ocuparon los menores a lo largo de la historia de la arquitectura, y aún más para períodos como el siglo xvi. Ya he iniciado un primer trabajo partiendo de los más pequeños de la casa y en el que analizo algunos ejemplos a través de la documentación y cultura material para el caso de Granada (Díez, 2019: 191-247). Pero hay más enfoques para repensar la historia de la casa y entre ellos está el de su clasificación. Es fundamental catalogarlas, pero en ocasiones se han puesto etiquetas excesivamente rígidas que invisibilizan los procesos diacrónicos vividos en una misma vivienda. Clasificaciones de las viviendas Hay diferentes modos de analizar y clasificar las casas. Por un lado, la diferenciación entre casa urbana y rural que en ocasiones se han entendido como tipologías opuestas cuando en realidad la frontera entre ciudad y campo, entre lo rural y lo urbano, no es siempre tan clara, no solo por la complejidad de las relaciones sociales y los múltiples

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trasvases, sino inclusive morfológicamente, ya que hay multitud de enclaves semiurbanos y una diversidad de categorías de poblamiento que las propias fuentes no llegan a definir explícitamente. Pero evidentemente había especificidades y esto es algo que atañe no solo al siglo xvi y a Granada, sino también a otros períodos y contextos sobre los que hay diferentes monografías sobre el tema, algunas muy bien planteadas (Hernández López, 2013). Las viviendas de zonas rurales y semirrurales contaban con estancias destinadas a tareas propias del campo y ello implicaba tener espacios que acogieran trabajos y útiles relacionados con dichas actividades. Tal como Aurora Molina Fajardo ha investigado extensa y pormenorizadamente, la vivienda rural nos muestra para el caso de Granada cómo los patios muchas veces tenían cultivos, principalmente frutales, existiendo en ocasiones un huerto doméstico en el que se cultivarían productos de regadío y en el que podía existir una nagüala o cobertizo dedicado a las labores de la seda; continúa señalando la misma autora que en las cuadras o caballerizas se resguardaban las bestias domésticas, que eran piezas fundamentales para el trabajo del campo; en los establos y corrales del hogar se criaban gallinas, gallos, capones y en ocasiones podía existir un palomar y, además, muchas de estas viviendas contaban con noria y alberca (Molina, 2012; 2015). Como vemos, especificidades muy singulares y que en algunas cuestiones las diferenciaban de las casas urbanas, aunque en otras seguían los mismos parámetros. Otra opción empleada para clasificar la vivienda es la de la cronología. Ocurren tantas cosas en un mismo período y hay tantas diferencias que suele implicar aplicar otras subcategorías como las sociales, resultando tipologías diferentes de tal modo que en un mismo período cronológico se distingue entre casas aristocráticas o señoriales, de artesanos o de comerciantes. A la división cronológica suele aplicarse también la estilística por lo que no es extraño que, al escribir sobre la vivienda del siglo xvi en Granada, por ejemplo, se distinga entre las casas o palacios más netamente renacentistas frente a las denominadas casas moriscas. Menos empleada pero muy acertada es la estrictamente arquitectónica y que lleva a hablar de casa con patio, casa de dos alturas, o bien distinguiendo entre el número de crujías (Orihuela, 1995). Algunos investigadores parten fundamentalmente de estas tipologías arquitectónicas sin entrar a discutir caracterizaciones estilísticas, empleando términos como el de casas

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bivalentes, por ejemplo, caso de Jean Passini (2004) para el ámbito toledano o casa puerta por María Núñez (2012) para la ciudad de Sevilla. Estas clasificaciones deben ayudarnos a organizar el conocimiento, pero lo cierto es que la realidad suele ser más compleja, puesto que si bien es cierto que hay elementos comunes en las viviendas del siglo xvi en España también es evidente que existieron diferencias tanto por cuestiones geográficas —clima, materiales— como por la diversidad de modelos de vida y culturales, a lo que se suman las especificidades motivadas por el contexto rural, semirrural, urbano y las grandes diferencias entre las clases sociales. Todo está imbricado de tal modo que al final la casa se convierte en una enmarañada red de relaciones sociales, de género y culturales que hace que a veces sea difícil encajar una vivienda en un solo tipo de clasificación. A todo ello hemos de unir que en la casa se vive y por ello tiene transformaciones, y a veces en pocos años, y cuando analizamos lo que queda de ella debemos asumir que solo podemos reconocer una mínima parte de toda la historia que albergó entre sus paredes. Y no es difícil encontrar en ellas elementos estilísticos de diferentes épocas, que tuviera patio en un momento dado, pero que después se reconvirtiera y desapareciera. Para entender, por ejemplo, la casa de los Tiros de Granada, hay que comprender que, si bien la fachada es del siglo xvi, sin embargo, su actual circulación interna gira en torno a la escalera principal del siglo xviii, momento en el que se hizo y que provocó un cambio drástico en la configuración anterior (Pica, 2013; figuras 3 y 4). En ocasiones, las transformaciones se producen en muy pocos años, haciendo su lectura aún más compleja. En fin, volvemos al tema de la complejidad, y ello no nos ha de impedir avanzar, todo lo contrario. Si asumimos esa riqueza material, social y cronológica de la casa lo que haremos será avanzar en el conocimiento. Y este proceso de transformaciones a lo largo del tiempo debe ser analizado con mayor precisión de lo que se ha hecho hasta ahora. En este sentido, dentro del proyecto Vidarq hemos hecho hincapié en este aspecto y, por ejemplo, para el caso de Toledo destaco las investigaciones que está llevando a cabo Jean Passini (2019), gran conocedor de la casa toledana en el siglo xv y que ha encontrado una documentación muy interesante del xvi que muestra cómo se transformaron y adaptaron hasta crear nuevos

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Figuras 3 y 4. Fachada de la casa de los Tiros de Granada, del siglo xvi, y escalera del siglo xviii que cambió la configuración y circulación interna de la casa. © José Vives Montero.

espacios en altura junto a otros cambios que analiza y que en breve serán publicados2. En la historiografía española, el estudio de la casa no ha despertado tradicionalmente todo el interés que debiera. No obstante, a principios del siglo xx algunos estudiosos llamaron la atención sobre la arquitectura doméstica y específicamente la alejada de los centros de poder. En este sentido cabe mencionar el trabajo pionero de Vicente Lampérez y Romea, dedicado a la arquitectura civil española, en el que proponía una división tipológica de edificios, distinguiendo entre casas y palacios y elaborando un documentado apartado sobre la vivienda cristiana y otro más breve a la que denominó “mahometana” (Lampérez, 1922: 16 y 167-175). Muy próximo en el tiempo se publicó la obra de Fernando García Mercadal (1930), cuyo análisis estaba motivado por buscar la esencia y raíces de lo popular, casi entendido como lo 2.

https://www.ugr.es/~mdiez/vidarg/ (8-08-2022).

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tradicional y lo genuino, a la vez que mostraba la diversidad regional de España, abarcando desde la barraca valenciana hasta la casa popular andaluza y pasando por una veintena de variedades geográficas. No será hasta la década de 1990 cuando aparezcan trabajos específicos sobre la casa de época medieval y moderna. Hagamos un brevísimo recorrido, obviando las consideradas casas reales; no está de más apuntar aquí otro problema paralelo como es la denominación de palacio ya que muchos de los edificios que hoy calificamos como palacios no aparecen con esa denominación en la documentación de la época sino como casas. Para la época medieval hay que citar el trabajo pionero de María del Carmen Carlé (1982) en el que reflexionaba sobre aspectos generales de la casa en la península ibérica. Muy relevantes y bien documentados son los de Carme Batlle i Gallart sobre la vivienda medieval específicamente en Barcelona y que recogemos en bibliografía. En la actualidad se cuenta con importantes trabajos como los realizados por Julio Navarro Palazón y Pedro Jiménez para el caso murciano de Siyasa (2007), junto con otros variados ejemplos en la geografía española para la época medieval: Agustín Azkárate (2015) en el País Vasco, Inmaculada Ollich (2002-2003) y Teresa Vinyoles (2015) para el área catalana, o María Barceló y Guillermo Roselló para Mallorca (2009) así como el más reciente de Tina Sabater (2021). Dentro de las investigaciones de casas del siglo xvi destaco los trabajos para el área aragonesa de Isabel Álvaro Zamora (1982; 2005). En uno de ellos, bajo el título de casas mudéjares, ya advertía que con esta expresión se podía abarcar las que habitaron los musulmanes que permanecieron en territorios conquistados —y entonces se ha de llegar hasta la expulsión de los moriscos entre 1609-1610—, o bien bajo ese término englobaba la arquitectura mudéjar de uso civil en la que subsistieron numerosos elementos andalusíes (Álvaro, 2005); en otro de sus textos estudió las casas en las que habitaban mudéjares y moriscos comparándolas en algunos aspectos con las de los cristianos viejos, poniendo el acento de las posibles diferencias más en los ajuares que en la distribución de los espacios (Álvaro, 2017a). No es difícil encontrar estudios específicos en los que se opta por un encuadre más cronológico que estilístico como el de la casa de los Bazán en Granada, de Rosa López Torrijos (2006), el de la llamada casa Pilatos de Sevilla por Ana Aranda Bernal (2011) o el publicado por Isabel Álvaro Zamora

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(2017b) sobre las casas de un mercader zaragozano del Quinientos. Sin duda alguna, obra de referencia sobre la casa en España es la coordinada por Beatriz Blasco Esquivias (2006), en la que para el siglo xvi se analizan las denominadas de tipo castellano, sin entrar en el debate de los casos mudéjares y moriscos. Por otro lado, en la obra sobre la casa en la Edad Moderna coordinada por Margarita Birriel (2017) se dedican varios trabajos al xvi, en algunos de ellos incidiendo en la separación de espacios atendiendo al género. Pero no solo cabe señalar los términos aplicados a las casas en general, sino a cada una de sus estancias; este es otro aspecto en el que hay que profundizar puesto que la variedad es inmensa y hay que ser precisos. Algunos son comunes en diversas zonas geográficas, pero otros se recogen con diferente denominación o significado3. En la documentación de una casa toledana del xvi encontramos que textualmente aparece “zaguán”, “patio”, “comedor”, “escalera”, “corredores”, “sótano”, “caballeriza”, “palacio” —palabra que, en este caso, y conforme avanza el xvi, es sustituida por aposento, sala o pieza—. Para una vivienda media sevillana de la misma época: “casapuerta”, “puerta de en medio”, “portal”, “patio”, “palacio”, “cámara”, “sala”, “cocina”, “corral”, “necesaria”, “soberado”, “azotea”, “tirasol”. En Zaragoza: “porche”, “palacio”, “granero”, “obrador”, “botiga”, “huerto”, “cámara”, “estancia”, “masadería”, “mirador”, “cambra”. Si analizamos otros estudios seguimos apreciando una diversidad de vocablos. Por ejemplo, para el caso de Canarias, en varios estudios constatamos términos documentados ya en el siglo xvi (Fernández, 2014: 35 y 252) como el de las “casas sobradadas”, o el de “tronja” —especie de granero en la parte superior que vendría a ser comparable con algunas algorfas y cambras y que en la documentación de casas granadinas aparece como “troje”—. Una misma palabra puede referirse a cosas diferentes, o bien diferentes vocablos hacen alusión al mismo espacio de una vivienda. 3. Los términos que indicamos son diferentes denominaciones de las partes de una casa que varían según el contexto geográfico, como hemos puesto de relieve en el panel de la exposición De puertas para adentro, con comentarios y vocabulario de Jean Passini, María Núñez González y María Isabel Álvaro Zamora. La exposición ha sido itinerante y la hemos llevado a cabo con el proyecto I+D VIDARQ y ha estado primeramente en el Archivo Histórico Provincial de Málaga (2017-208) y posteriormente en el Museo de Santa Cruz de Toledo (2018).

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Sabedores de la importancia de empezar a aglutinar esfuerzos sobre lo escrito y lo que queda por hacer de las casas, dentro del marco del proyecto de investigación VESCASEM hemos elaborado un primer corpus bibliográfico sobre lo que hasta la fecha se ha publicado de casas de los siglos xv y xvi en España y con especial atención a determinados aspectos4. En dicho corpus recogemos más de ochocientas entradas organizadas siguiendo el siguiente esquema: — Publicaciones de carácter general sobre la casa. — Casas en los reinos cristianos. — Casas andalusíes (siglo xv). Casas de mudéjares y de moriscos. — Casas de judíos. — Materiales y aspectos formales de la casa. — La vida cotidiana en la casa. Publicaciones de carácter general. El ajuar doméstico. La infancia y los juguetes. Cocina y alimentación. — Casas de españoles en Italia o de italianos en España. — Pervivencias hispanas en casas de América Latina. — Fuentes documentales de interés. — Historia de las emociones. Huelga señalar la dificultad de elaborar este corpus y sistematizarlo puesto que su organización implica tener que ir indicando matices como, por ejemplo, en el bloque dedicado a la casa en los reinos cristianos, aclaramos que, aunque el reino de Granada ya estaba bajo poder cristiano en 1492, hubo entonces una fuerte presencia de las viviendas nazaríes reutilizadas a lo largo del xvi. En el bloque dedicado a aspectos de la vivienda relacionados con lo andalusí, y específicamente al siglo xv, añadimos publicaciones que hacen referencia de manera específica al mundo mudéjar y morisco de finales del siglo xv y el xvi, intentando llamar la atención sobre la realidad compleja que vivió en Granada. Optamos por poner casas de mudéjares y de moriscos, aun4. Disponible en http://vescasem.ugr.es/es/materiales-corpus-bibliografico.html (801-2021).

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que sobre estas particularidades merece la pena pararse a reflexionar en el siguiente apartado. Conceptos de mudéjar y morisco aplicados a las casas Las especificidades ya indicadas para el contexto granadino de la época moderna exigen una puesta en común para reordenar conceptos y tipologías de las casas del siglo xvi. Ello significaría en primera instancia aclarar la definición de casa mudéjar, casa morisca y casa cristiana, si es que pueden establecerse claramente entre ellas diferencias. Puede haber diversos significados y definiciones para un solo concepto, y en su mayoría todos ellos pueden ser válidos, pero es necesario escoger y consensuar académicamente aquellos que nos ayuden a desgranar mejor los problemas. Una de las claves a tener en cuenta en el estudio de la arquitectura del xvi en Granada, es que no se usaba en la época el término “arte mudéjar” y, por tanto, tampoco el de casa mudéjar. Como estilo es un concepto que, surgido a mitad del siglo xix, aplicamos al pasado, por lo que hay que tener cautela, aunque sin duda nos puede ayudar a formular preguntas sobre dicho pasado. Independientemente de este anacronismo, si se emplea arte mudéjar, arquitectura mudéjar y casa mudéjar, debemos asumir que se tratan de términos organizadores de ideas, pero no por ello buscar un grupo rígido de características formales. Si hay algo aceptado académicamente es la gran variedad del mudéjar, con diferentes focos como el toledano, el aragonés y el granadino, entre otros. No se pueden hacer los mismos análisis formales y conceptuales a los diferentes momentos que se vivió con el mudéjar. La diversidad técnica y formal del mudéjar responde, entre otras cosas, a las diferentes tradiciones locales, a la pervivencia en mayor o menor medida del patrimonio islámico, pero también a las diferentes respuestas que se van tomando ante la situación multicultural y que abarcan un amplio abanico que va desde ocupar un edificio como símbolo del trofeo y la victoria hasta la de ser mantenido por su respeto y admiración. Tengamos claro que el uso de “casa mudéjar” en el contexto granadino, así como en otros, es producto de una clasificación contemporánea. Por ejemplo, para el caso cordobés, M.ª Ángeles Jordano Barbudo ha catalogado un número de casas que describe como

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mudéjares, definiendo en su investigación ese modelo esencialmente por su disposición en planta —zaguán y patio— y el uso de la carpintería de armar (Jordano, 2003). Curiosamente, para Granada se ha empleado poco el término mudéjar para las casas, frente a otros edificios como las iglesias donde ha sido común y frecuente. La clasificación en el caso de Granada ha girado entre casas cristianas, que se suelen identificar con el modo castellano, y casas moriscas. Así pues, la que más ha predominado en la historiografía sobre la arquitectura doméstica, y específicamente en las casas en Granada en el xvi, es la de los modos culturales. M.ª del Carmen Villanueva Rico, atendiendo a una serie de descripciones documentales, distinguió entre un tipo de casa cristiana —amplio zaguán, con la caballeriza a un lado y con la planta baja dedicada esencialmente a usos serviles como la bodega y corrales y estancias para la servidumbre, mientras que en el piso alto se encontraban las estancias privadas— y una casa continuadora de la islámica —zaguán pequeño con un establo anejo, patio, gran sala frente a la entrada de la casa, mientras que en el piso alto estaban diversas cámaras y sobre él una azotea— (Villanueva Rico, 1966: 3-5). En 1987 Rafael López Guzmán publicó una de las monografías más completas sobre arquitectura civil del xvi en Granada en la que volcó grandes esfuerzos por catalogar la arquitectura doméstica, aportando unas primeras tipologías de casas. En ese momento, y partiendo de las ideas de Vicente Lampérez y Romea, establecía para la vivienda granadina del xvi la dicotomía de popular/señorial y la de cristiano/morisco (López Guzmán, 1987: 153 y ss.). Estas dualidades fueron matizadas en el texto que conjuntamente escribieron Ignacio Henares Cuéllar y Rafael López Guzmán sobre la arquitectura mudéjar; diferenciaban entre la casa cristiana y la morisca, apoyándose para ello en elementos formales y estilísticos: la del morisco tenía zaguán en recodo y era más pequeña y con dos pórticos en dos lados del patio, frente a la de mayor extensión del cristiano, con cuatro pórticos en todos los lados del patio y con elementos mudéjares en el interior, pero exponiendo magnificas portadas góticas y renacentistas en su fachada externa. No obstante, y aquí viene lo relevante, apuntan que entre ambas se va a producir un verdadero diálogo, ya que el patio será común a los dos tipos y cuando, por ejemplo, en una casa de moriscos había cuatro pórticos era por influencia cristiana (Henares y López, 1989: 168 y

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ss.). Me interesa destacar esas influencias y similitudes que apuntaban y que les obligaban a saltar las rígidas categorías estilísticas. Y no es de extrañar que haya dominado esta división entre casas “cristianas”, identificadas con castellanas, y casas “moriscas” porque no debemos olvidar la importancia que a lo largo de estos años tuvo la confluencia de cristianos viejos con moriscos o cristianos nuevos en Granada. La separación religiosa y cultural no fue tan rígida en determinados momentos. A pesar de que una población mayoritariamente morisca se podía concentrar en determinadas áreas urbanísticas, todo apunta a una mescolanza y dispersión en toda la ciudad, además de indicarnos la importancia numérica de la población morisca en estos primeros años del siglo xvi. En los primeros años, por lo general, se hicieron intervenciones concretas que iban modificando las viviendas heredadas de la época nazarí. Muy singularmente se asumieron diseños nuevos en conjunto. Se derribaron unas casas, se transformaron otras, se mantuvieron casi intactas algunas. Una infinidad de actuaciones que se hacen sobre las viviendas y en muy pocos años. Este devenir inmobiliario es propio de una sociedad muy dinámica en el sentido de que hubo cambios de religión forzada y sin forzar, se estaba configurando un nuevo estado moderno, movimientos de población —huidas y expulsiones junto con la llegada de repobladores—. Ya he recogido en otros trabajos una aproximación a las áreas de mayor dinamismo urbanístico en lo referente a compraventa y arrendamientos de casas en los primeros años del xvi. Las zonas que concentraron más actividad en lo que a casas se refiere fueron primeramente el Albaicín con el barrio de los Axares, así como toda el área de la ciudad baja. En las zonas extramuros de entonces son en las que hemos encontrado menor actividad inmobiliaria (Díez, 2009). No será hasta pasados unos años tras la conquista cuando se configuren las primeras viviendas de nueva planta cuyas características principales se alejarían de la de época nazarí, puesto que ahora se produce una monumentalización de la portada y no necesariamente tener entrada en recodo hacia el patio; hay una ausencia de espacios ajardinados en el patio; se sustituye la alberca central por un pilar adosado en una galería; se suprimen las habitaciones tripartitas y desaparecen las alhanías laterales; aparece la caja de escalera como elemento fundamental y claramente jerárquico, enfatizando la comunicación vertical

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(López Guzmán, 2007). Este tipo de casas será la que se denomine por muchos como modelo castellano. Con respecto al término de casas moriscas fue empleado ya en el xix por autores como Manuel Gómez-Moreno (1994) y así se sigue utilizando en publicaciones más actuales para definir especialmente algunas ubicadas en el Albaicín (Villanueva, 2006). En los textos cristianos tras la conquista de 1492, “a la morisca” era una manera de hacer, por ejemplo, determinados textiles, y no implicaba que fueran realizados por moriscos, ya que podían hacerlos cristianos viejos o bien cristianos nuevos y de hecho aparece el término en diversas manufacturas de las ordenanzas de Granada del xvi que eran comunes para toda la población. Con moriscos, además, se referían a los que fueron bautizados de manera forzosa a partir de 1501 y que también se conocieron como cristianos nuevos. Como vemos en el caso del vocablo morisco sí hay unas referencias en la época a un modo o manera de hacer que si bien no es la categoría de estilo que empleamos modernamente es bastante cercano. En el caso granadino no he encontrado hasta la fecha el uso de la palabra morisco para definir una casa, aunque sí en otros contextos (Díez, 2021). Para Antonio Orihuela Uzal, máximo especialista en la materia, la casa morisca sería una evolución de la nazarí en la que se introducen elementos castellanos como las fábricas mixtas de ladrillo y mampostería o los motivos decorativos góticos y renacentistas. El zaguán desembocaba en un patio, con alberca o sin ella, en torno al cual se disponían las estancias; en planta baja se hallaría una sala principal polifuncional tripartita, con alhanías o alcobas en los extremos, además de encontrase las letrinas y por lo general una pequeña cocina; entre el patio y las salas, había espacios intermedios denominados cenadores, delimitados en la casa nazarí por un pórtico de columnas y galería de arcos, que será sustituido en época morisca por una jácena o gran viga que estaba sostenida por zapatas de madera talladas embutidas en los muros; en una de las esquinas del patio, una estrecha escalera comunicaba con la galería de acceso a la planta superior (Orihuela, 2001; 2002). Este modelo lo encontramos, por ejemplo, en la casa del número 14 de la calle Horno del Oro, construida a finales del xv y con transformaciones del xvi, catalogada en la actualidad como casa morisca (figuras 5, 6 y 7). Trabajos recientes muestran la complejidad de las casas granadinas tras la conquista del reino nazarí y la dificultad de sistematizar muchas

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Figuras 5, 6 y 7. Patio, acceso y escalera a la planta superior de la casa del número 14 de la calle Horno de Oro 14, Granada. © María Elena Díez Jorge.

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de ellas bajo un único estilo. Me refiero al trabajo de Valentina Pica (2016) en el que describe viviendas nazaríes con portadas góticas o bien renacentistas, así como casas de nueva creación con pervivencias andalusíes junto a armaduras mudéjares y elementos castellanos. La autora intenta definir estilísticamente las casas castellanas y lo que las diferencia de las moriscas. De este modo, en la vivienda castellana se emplea sillería en cimientos, esquinas y portadas; se construye en ella una loggia en segunda o tercera planta con pilares normalmente ochavados; las fachadas tienen ventanales abiertos, pero no siempre siguen el modo renacentista; domina el empleo de columnas de mármol blanco de tipo levantino; la portada de piedra de cantería con blasones y las armaduras de par y nudillo con tirantes apeinazados por lo general; se introducen los modillones en “S” en los aleros exteriores; la carpintería de puertas y ventanas es de tipo italianizante; son frecuentes las estructuras abovedadas de ladrillo puesto de canto para caballerizas en el sótano (Pica, 2016: 323). En definitiva, hace un estudio arquitectónico detallado de esas “casas castellanas”, pero, a pesar de todo ello, finalmente llega a la conclusión de que no hay un renacimiento y un lenguaje clasicista en contraposición al mudéjar, ni que se desarrollasen siempre fórmulas muy distintas entre la castellana y la morisca (Pica, 2016: 929). En mi opinión, esta dificultad de encajar un número importante de viviendas granadinas del xvi en una única etiqueta de casa mudéjar, morisca o castellana solo encuentra respuesta en las peculiaridades vividas en esa complejidad cultural que supuso Granada tras la conquista de 1492. No obstante, y aunque podamos usar la tipología arquitectónica que nos pueda aparecer en la documentación como la casa-tienda o la casa-almacería, no por ello debemos descartar buscar modos culturales para saber cómo se vivía en casa de un morisco, pero se entenderá que no es lo mismo decir casa de un morisco —en la que en un momento determinado sabemos podían vivir moriscos— a casa morisca en la que, independientemente de quien la usara, ponemos el acento en un modo de hacer y con unos elementos formales específicos independientemente de quien la ocupara. Para complicar más el asunto, la mescolanza de ideas sobre casas castellanas, mudéjares y moriscas se ha ido extendiendo para épocas posteriores, empleándose usualmente en contextos como el de la arquitectura canaria —específicamente me refiero a períodos posteriores

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y no entro ahora mismo a valorar el uso del mudéjar para el caso canario en el siglo xvi y que ha suscitado ciertos debates (Marrero 2017)—. Discutible es, por ejemplo, que se califique de estética mudéjar para los siglos xvii y xviii por el uso de la carpintería de lo blanco o por los balcones canarios que se comparan con los ajimeces. De igual modo, se han visto continuadas pervivencias andalusíes, mal asociadas frecuentemente al término árabe, en un tipo de casa que con frecuencia denominan colonial en determinados lugares de América Latina. Un caso emblemático es el de la casa de La Habana ubicada en Teniente Rey, 159-161, del siglo xvii, que ya el investigador Francisco Prat Puig en 1947 asemejara con una casa morisca en su obra El Pre Barroco. Una escuela criolla de arquitectura morisca, texto de gran influencia hasta prácticamente el presente aunque revisado en los últimos años (Oliva 2014; figuras 8 y 9)5.

Figuras 8 y 9. Fachada y escalera interior de la casa de Teniente Rey, 159161, La Habana (Cuba). © María Elena Díez Jorge. 5. Sobre esta casa se realizó una investigación para la obtención del Diploma de Estudios Avanzados en la Universidad de Granada, aún inédita, por parte de Rosalía Oliva Suárez, titulada “Arquitectura y modificaciones del uso de los espacios en una casa con cuarto alto esquinero de La Habana. Estudio del inmueble de Teniente Rey, 159-161”, año 2010.

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Resulta sumamente atractivo establecer comparaciones y estudios de casos con otros contextos geográficos diferentes pero simultáneos en el tiempo. Y no me refiero solo al caso de España, sino también con otros con claras influencias como son los territorios que estuvieron bajo dominio del Imperio español. De ahí que sea muy gratificante la lectura y comparación con los casos de Colombia estudiados por Pilar López Pérez (2003, 2001, 2017), los de Cuba por Alicia García Santana (2012) y Madeline Menéndez (2007), además de los ya citados de Rosalía Oliva Suárez, o denominaciones y tipologías muy similares a las de España en el xvi en estudios como el de la casa en Lima por María Dolores Crespo Rodríguez (2006). Quiero llamar la atención sobre otros contextos con los que tengo menos familiaridad, como el de Santo Domingo (República Dominicana) en el que parece haber un importante legado de casas del xvi en las que podemos apreciar los portones que pivotan en piezas a modo de gorroneras, las alacenas empotradas, las ventanas con asiento o poyos en obra, o la almatraya en el zaguán (Batllé y Siladi, 2014). Debemos ir buscando, siempre a través de la documentación, similitudes y diferencias, pervivencias y cambios, pero quizás no sea del todo preciso trasladar términos surgidos en la historiografía española para definir procesos dados en la península ibérica y que sin embargo tuvieron otro sentido en América. Además, hay que partir de que no se dio una mera copia de lo hecho en España, sino que, sin duda, hubo nuevas ideas, creativas e innovadoras en la vivienda de los diferentes territorios americanos que solo pueden ser entendidas con las peculiaridades sociales, climáticas y constructivas que allí tuvieron lugar. De puertas para adentro. más allá del modelo “tradicional” Como bien ha planteado Francisco García González (2017), la casa no es una carcasa vacía y su estudio se debe enfocar desde el binomio casa-familia. La vivienda debe ser entendida y analizada con los grupos domésticos que la van habitando, con las relaciones que se generan en torno a ella, ya sean de parentesco, cohabitación, género y edad (Navarro y Díez 2015). Sigamos en el marco de la complejidad para establecer los oportunos matices a algunas ideas que de manera generalizada se han aplicado a la casa granadina.

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En esta labor de repensar la historia de la casa es necesario pararnos a reflexionar en su consideración como un “hábitat femenino” (Borzello, 2006: 104). Historiográficamente se ha establecido una dicotomía entre el espacio público y el privado, asignando esencialmente el primero a los hombres y el segundo a las mujeres; aunque ha podido ser útil esta división, en la actualidad se está demostrando que las realidades son más complejas y las fronteras entre lo público y lo privado no son tan claras (Davidoff, 2003). Las tareas domésticas se han extendido más allá del umbral físico de la vivienda —por ejemplo el lavado de la ropa se hacía en los ríos y lavaderos—, además se constata en la documentación que muchas trabajaban fuera de la casa o bien circulaban por diferentes lugares de la ciudad —a las fuentes y pozos a por agua, a los mercados, al centro religioso, a los cementerios, a casa de otras mujeres o familiares—, resultando al final una realidad más compleja y dinámica en la que en el escenario exterior a la casa ellas estuvieron muy presentes. Partiendo de esta apertura conviene en primer lugar llamar la atención sobre un aspecto como es el de la privacidad doméstica. Se supone que la denominada casa morisca conservaba dos de los aspectos claros en la casa andalusí: su carácter introvertido y el deseo de privacidad (Orihuela, 2001: 306). Para ello se mantuvo el acceso al interior a través de un zaguán en recodo y la ausencia de ventanas al exterior, salvo en algunos casos con el uso de ajimeces con celosías en las segundas plantas. En este punto conviene aclarar, por lo que ha generado de confusión, conceptos como privado, que sí aparece en la documentación de la época para referirse a la vivienda (Moscatiello, 2015), frente a intimidad —idea aplicada a la casa con posterioridad—. Hay que entender que la búsqueda de esa salvaguarda de lo privado no es creada únicamente para las mujeres sino más bien para el hogar; la escasez de vanos y la entrada en recodo afectaban a todos y cada uno de los miembros de ese espacio doméstico y no sólo a las mujeres. Además, es conveniente reflexionar que la privacidad no es algo exclusivo del mundo andalusí, ya que en los reinos cristianos también se dio con respecto a la casa. A pesar de las vinculaciones que tradicionalmente se hacen sobre este aspecto con el mundo islámico, y específicamente el andalusí, no está de más anotar que esa protección y cuidado ya estaban en casas del mundo mediterráneo de otros períodos muy anteriores —como en la época clásica griega— y en casas cristianas medievales —caso toledano

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en el siglo xiv con pocos vanos en planta baja—, aunque resueltas de manera diferente. Sin duda, para entender los modos de vivir en el período mudéjar y en el morisco es necesario establecer conexiones con el mundo andalusí, pero creo que es necesario profundizar más de lo que se ha hecho en soluciones compartidas en la cuenca mediterránea, así como en modelos medievales existentes en los reinos cristianos peninsulares. En segundo lugar, queremos llamar la atención sobre la vivienda “tradicional” en Granada. Hay que preguntarse desde qué fecha y momento algo es considerado tradicional; indagar y ver si, como a veces pasa, esa supuesta tradición es relativamente reciente o incluso inventada. Junto a tradicional surgen otras terminologías como vernácula, rústica, popular que también son difíciles de definir. En este sentido me interesa destacar que quizás ha dominado historiográficamente que el modo “tradicional” de casa islámica, y que luego hereda la granadina del xvi, es que tuviera patio. Sin negar esta idea, me pregunto si la mayoría de la población del siglo xvi vivía en casas con patio, y a tenor de la documentación parece que no siempre fue así (Díez, 2015a). Hay que clarificar que por casa patio se debe entender aquella en la que éste articula la circulación de las estancias. No puede identificarse con casa con huerta o bien con traspatio. Es bien cierto que la mayoría de casas que nos han llegado son las de estructura de patio, pero a esto hay que introducir variables: llegan casas con patio que han merecido la pena conservarse por su valor arquitectónico mientras que las más humildes es evidente que no han perdurado; en otros casos se ha recuperado en la restauración un determinado momento de ese inmueble que correspondía a una configuración con patio, quizás como casa nazarí originalmente, pero que en el xvi estuvo compartimentada perdiéndose el sentido del patio. Pero, además, no podemos pensar en una casa patio únicamente como “vivienda unifamiliar”, ya que hay ejemplos de patios minúsculos sobre los que se estructuran varias viviendas o bien casas con grandes patios que pasaron a ser viviendas colectivas. Pero la casa con patio “unifamiliar” se ha convertido historiográficamente en el prototipo mediterráneo que se señala como el más frecuente en Grecia, en Roma —obviándose por ejemplo las insulae—, en época andalusí y hasta llegar al siglo xvi. En distintos foros acadé-

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micos, cuando se reflexiona sobre la casa mediterránea, la meridional, o como quiera denominarse, domina la tipología del patio, pero me planteo hasta qué punto esta es una “tradición” que podemos aplicar de manera generalizada, puesto que en algunos casos puede ser ajena a la realidad. No es negar la casa patio, es simplemente analizar si la mayoría de la población de esa época vivió en una casa patio individualizada para que la pongamos como único modelo. Había otras tipologías existentes en las ciudades que iban más allá del patio. Por ejemplo, en el caso de Zaragoza, un último estudio muestra a partir de la documentación de archivo una tipología distinta a la casa-palacio del siglo xvi que ha sido tradicionalmente presentada como modelo; nos descubre otros modelos que no tenían patio interior abierto y en las que el elemento organizador era el porche o zaguán (Álvaro, 2017b). Centrándonos en el siglo xvi en Granada, habría que cuantificar el número de casas de nueva creación que se diseñaron con patio, el número de heredadas de la etapa nazarí que se estructuraban con patio y que se mantuvieron como tal frente a las que sufrieron procesos de partición que llevó a cambiar el sentido y forma del patio. Como hemos indicado, en algunos casos se ha recuperado en la restauración un determinado momento de ese inmueble que correspondía a una configuración con patio como casa nazarí, pero que estuvieron compartimentadas en el siglo xvi, y desapareció el sentido de casa patio, perdiéndose en ocasiones, si no hay buenas memorias arqueológicas de esa intervención, poder hacer las lecturas correctas de las transformaciones de época moderna. Anexiones y particiones hicieron que las casas sufrieran grandes modificaciones, algo que se da desde el propio momento de la conquista de la ciudad, como he señalado para el caso de la Alhambra y las que allí se reutilizaron y adaptaron justo tras 1492 (Díez, 2015b). Por otro lado, el interior de la casa en Granada variaba enormemente según la clase social de sus ocupantes. No podemos pensar que por norma la casa de un morisco era pobre en enseres; dependía del nivel social y sabemos de moriscos muy bien posicionados (Díez, 2019). Las más pequeñas tuvieron que ser muy flexibles a la hora de usar su espacio, sobre todo teniendo en cuenta que a menudo se compaginaban tareas del oficio o negocio con el trabajo doméstico. A estas cuestiones de clase social hay que añadir los diferentes modos de entender los usos y acomodos de las viviendas; debemos asumir que

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pudo influir en esa adecuación interna el hecho de que la ocuparan moriscos o bien cristianos viejos, aunque sabemos de objetos de tradición andalusí que fueron mantenidos y requeridos por cristianos viejos, o cristianos nuevos queriendo asimilarse lo más posible a modos considerados castellanos, bien por convencimiento o simplemente por ser aceptados en la nueva sociedad que se estaba configurando. Uno de los problemas a la hora de estudiar las casas es saber con seguridad la procedencia de sus propietarios o inquilinos. Contamos con espléndidos listados de vecinos cristianos nuevos o moriscos, así como de cristianos viejos para la Granada del xvi realizados por Juan Martínez Ruiz. A pesar de todo ello, a veces es difícil casar esa información con los datos de descripciones de viviendas que nos ofrece otro tipo de documentación. En otras es complicado saber si el propietario de una casa que se describe es cristiano nuevo o viejo porque no se especifica, aunque en ocasiones por el apellido se pueda intuir su procedencia este no siempre es un elemento fiable. En definitiva, divisiones en planta y en altura hacía que bastantes casas del xvi tuvieran estructuras lejanas a las que pudieran presentar originariamente, ofreciendo un dinamismo y complejidad que nos lleva a multitud de combinaciones y soluciones arquitectónicas y donde a veces es forzado agruparlas bajo un solo modo de hacer (mudéjar, castellano, morisco). Hay de nueva construcción y reutilizadas, reformas y adaptaciones, particiones y anexiones. El término de arte mudéjar nos ayuda a enfatizar unos procesos arquitectónicos que se dieron en el siglo xvi en Granada, pero no se ha de usar para catalogar las casas de manera inflexible bajo esa acepción u otras como castellana o morisca. El arte mudéjar es un proceso estético ligado al hecho histórico de la “Reconquista” y si bien esta ya estaba territorialmente terminada en Granada 1492, no lo estaba ideológicamente, puesto que seguía manteniéndose una lucha porque el cristianismo fuera la columna vertebral del nuevo Estado moderno, y para ello la diversidad que implicaban los moriscos suponía un problema. Esta peculiaridad vivida en la Granada mudéjar y posteriormente morisca, que no tiene parangón con otras ciudades “reconquistadas” por la rapidez de los acontecimientos, es la que lleva a que distingamos claramente el arte granadino de otros focos del mudéjar y a que seamos cautelosos a la hora de catalogar estilísticamente una casa. Con frecuencia, en una misma vivienda confluyen aspectos formales pro-

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cedentes de la tradición andalusí y que se reinterpretaron con otros de los reinos cristianos peninsulares junto a las nuevas modas llegadas de Italia. Miremos a través del tiempo por la bocallave de una casa y veremos que discurren los años, y que lo nietos crecen, mientras la abuela ya anciana ha debido cambiarse a la planta baja porque no puede subir los altos peldaños de la escalera que la llevaban al piso alto; quizás en ella pudieron vivir en algún momento cristianos nuevos o moriscos y luego pasó a mano de cristianos viejos; que tuvo un patio que desapareció ante las particiones entre los hijos que no se pusieron de acuerdo en una herencia recibida; que en sus paredes alguien anotó con letra castellana que estuvo allí, mientras otro escondía en una alacena un libro del Corán. Y todo en pocos años, pero muy intensos. Bibliografía Álvarez de Morales, Camilo (2001): “La casa del Chapiz y la Escuela de Estudios Árabes”, en Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, XXXVIII, pp. 99-114. Álvaro Zamora, M.ª Isabel (1982): “La vivienda rural”, en Agustín Ubieto Arteta (coord.), Actas de las Terceras Jornadas sobre el Estado actual de los estudios sobre Aragón. Zaragoza: Universidad de Zaragoza/Instituto de Ciencias de la Educación, vol. 1, pp. 541-568. — (2005): “Las casas mudéjares”, en Gonzalo M. Borrás Gualis, María Isabel Álvaro Zamora y Esteban Sarasa Sánchez (comisarios), Mudéjar. Zaragoza: Ibercaja, 2005, pp. 61-88. — (2017a): “Las casas de los mudéjares y de los moriscos en Aragón. Localización, espacios, funcionalidad y ajuar”, en Margarita Birriel Salcedo (ed.), La(s)casa(s) en la Edad Moderna. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, pp. 193-230. — (2017b) “Las casas de Pedro de la Cavallería y Catalina de Albión. Espacios, funcionalidad y bienes como expresión de la posición económica, social e intelectual de un mercader zaragozano del Quinientos”, en Artigrama, 32, pp. 254-286. Aranda Bernal, Ana (2011): “El origen de la casa de Pilatos (14831505)”, en Atrio. Revista de Historia del Arte, 17, pp. 133-172. — (2015): “El trabajo de las mujeres en la promoción de obras de arte y arquitectura durante la Baja Edad Media”, en María Elena Díez

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El espacio doméstico en la sociedad del “otro” imperio a la luz de la tratadística humanista de educación femenina Mar Martínez-Góngora Virginia Commonwealth University

La representación del espacio doméstico constituye un aspecto clave en la descripción de la sociedad otomana en textos de la temprana modernidad, tales como el Viaje de Turquía (1557) o la Topografía e historia general del Argel (1612) de Antonio de Sosa1. La esfera doméstica de las sociedades turca y magrebí bajo el poder otomano se convierte en estas obras en el emplazamiento ideal para ilustrar las consecuencias negativas de una desviación de la normativa de conducta sexual y de los patrones de género que los humanistas y moralistas tratan de consolidar. En su crítica del “otro” imperio del Mediterráneo, los autores aprovechan la noción del hogar como metáfora del Estado para demostrar la inferioridad del habitante del Imperio Otomano y el error del islam. Mediante la confrontación entre los códigos de educación y conducta femenina prescritos en la literatura humanista del periodo con la realidad de la esfera privada de un “otro” étnico-religioso, los autores subrayan la ineficacia del varón musulmán a la hora de instruir a sus esposas y de someterlas a su autoridad. La incapacidad tanto de 1.

García Salinero atribuye el Viaje de Turquía a Cristóbal de Villalón (1557). Aunque fray Diego de Haedo ha sido considerado como el autor de la Topografía, la crítica reciente se inclina por afirmar la autoría de Antonio de Sosa (Garcés, 2002: 32-34, 6780; 2011 51-54). Me referiré a Diego de Haedo como editor de la Topografía. La obra, publicada en Valladolid en 1612, muestra en la dedicatoria y en la carta de aprobación que fue terminada en 1605, por lo que, según Garcés, pudo haberse compuesto entre 1557 y 1581, años en los que Sosa se hallaba cautivo en Argel (Garcés, 2002: 34).

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turcos como de norteafricanos para entender la importancia de la contribución de la mujer a la armonía social mediante una dignificación del trabajo doméstico se relaciona, de acuerdo con los autores, con su escasa habilidad a la hora de establecer una jerarquía de género que garantice el funcionamiento del orden patriarcal. Es necesario considerar que la experiencia de Sosa y del autor del Viaje como cautivos a manos de los turcos, determina su condición como sujetos liminares emplazados en la frontera entre el mundo cristiano y el musulmán2. La naturaleza transitoria del espacio de enunciación que ocupan estos autores determina el tipo de representación que ofrecen de la sociedad otomana, al tiempo que causa la emergencia de ansiedades en un sujeto marcado por la memoria histórica de un pasado musulmán. La constatación de la herencia islámica en el espacio doméstico peninsular no deja de ser problemática en un periodo en el que la construcción de una identidad nacional compatible con la agenda imperial constituye una prioridad. No obstante, aunque el legado cultural arábigo-musulmán se presenta como un obstáculo para el establecimiento de la definición nítidamente cristiana y europea de la “españolidad”, el sentido de familiaridad de los españoles con la alteridad islámica resulta conveniente para la política de extensión territorial en el norte de África3. Es cierto que la transferencia al otro lado del estrecho de la lucha contra el infiel y del espíritu de la Reconquista no ocupa una posición privilegiada en la agenda imperial de los Habsburgo, y que la conquista de Constantinopla constituye una fantasía irrealizable. Sin embargo, dada la amenaza que supone para Europa y el Mediterráneo el avance de la ofensiva turca, la representación de los aspectos más íntimos de la sociedad otomana resulta útil para la afirmación de la superioridad del sujeto español sobre un “otro” musulmán que, habitante del Magreb o de Turquía, debe ser descrito como atrasado o moralmente degenerado. La descripción de las particularidades del entorno privado del habitante del Imperio Otomano debe analizarse de acuerdo con la relevan2. La ausencia de una línea divisoria clara entre el mundo cristiano y el musulmán con la que se asocia la experiencia de frontera provoca que esta pueda ser definida como un “espacio tercero de enunciación” (Bhabha, 1994: 37). 3. Acerca del norte de África en la agenda política imperial a partir del testamento de Isabel de Castilla, véanse Braudel (1973: 1184-85), Sánchez Doncel (1991: 121-64) y García-Arenal y Bunes (1992: 9-20; 57-159).

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cia que los humanistas europeos de la época asignan a las instituciones de la familia y el matrimonio (Ariés y Duby 1989). La valoración en Occidente de la contribución social de la esposa mediante el trabajo doméstico emerge de la corriente de tratadística de educación femenina inaugurada por Alberti, Erasmo y Vives4. En España, con anterioridad a 1583, fecha de publicación de La perfecta casada de fray Luis de León, la obra más difundida del género, fray Antonio de Guevara, por ejemplo, dedica varios capítulos centrales de su Relox de príncipes (1529) a los temas relacionados con las obligaciones de la esposa en el hogar (Martínez-Góngora, 1999: 33-79;162-206)5. Como la mayoría de los seguidores de Erasmo, el autor defiende una distribución del espacio de acuerdo con las funciones de género del individuo, lo que implica la asignación a la mujer de las labores domésticas, así como su exclusión de la arena pública. De este modo, el obispo de Mondoñedo explica que “cosa necesaria y honesta que esté la muger en su casa; porque de esta manera las cosas de su casa yrán bien governadas y del coraçon del marido se quitarán muchas sospechas” (Guevara 1994: 439). Guevara critica, en consecuencia, que las mujeres “se anden de casa en casa a visitar” (1994: 441), ya que “muy extraño ha de ser a la muger cuerda pensar que puede tomar plazer fuera de su casa; porque en su casa tiene a su marido con quien hablar, tiene a sus hijos a quien enseñar, tiene a su hazienda que governar, tiene a su casa que guardar” (1994: 445). De modo similar, fray Luis de León sostiene en La perfecta casada que “el fin para que ordenó Dios a la muger, y se la dio por compañía al marido, fue para que el guardase la casa, y para que, lo que él ganase en los oficios y contrataciones de fuera” (1992: 180). Sin embargo, a pesar de que los autores desaconsejan la presencia pública de las mujeres, todavía se muestran conscientes del impacto económico y social de las tareas de producción y reproducción que desempeñan en el interior del hogar, tal como demuestra, en el caso de La perfecta casada (Jones, Leon Battista Alberti publica su Libri della famiglia en 1421; Erasmo trata el tema del matrimonio en Proci et Puellae, Coniugium y Uxor Metempsigamos incluidos en Colloquia familiaria, así como en Encomium matrimonii (1518), Véase Telle (1954). Juan Luis Vives dedica De Institutione feminae christianae, publicado en 1524, a la reina Catalina de Aragón para la educación de su hija María Tudor. 5. Entre los seguidores de dicha corriente destacan fray Vicente Mexía en la Saludable instrucción del estado de matrimonio (1531), Francisco de Osuna en Norte de los estados (1541), Pedro de Luján en los Coloquios matrimoniales (1550) y Alonso de Herrera en Espejo de la perfecta casada (1636). 4.

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1991: 21; 1985: 268; Mariló Vigil, 1986: 105). También María Ángeles Durán apunta el modo en el que fray Luis reconoce la aportación del trabajo de la mujer al bienestar general de la sociedad, principalmente mediante el desarrollo de una suerte de “capitalismo doméstico” en el marco de una economía agrícola de subsistencia (1982: 257-259). Como fray Luis, la mayoría de los autores del periodo se hacen eco de esta asociación entre la administración de los bienes familiares por parte de la esposa y la economía de la nación que procede de la noción aristotélica del oikos. Dicha asociación explica que la casa, representada como un microcosmos del Estado, sea concebida en los tratados de educación femenina como una unidad básica de producción. Puesto que la esposa es responsable de la estabilidad y del orden en el ámbito privado, su sujeción al marido representa la obligatoria subordinación del sujeto masculino a las principales instituciones del emergente Estado centralizado. La ausencia de límites consolidados entre los espacios público y privado durante el periodo provoca que la atención al entorno doméstico de un “otro” musulmán se transforme tanto en el Viaje de Turquía como en la Topografía en una expresión del desorden moral que caracteriza a la sociedad del Imperio Otomano. La descripción de dicho entorno facilita, mediante la afirmación del error del islam, la descalificación los logros políticos y económicos del Estado otomano que, paradójicamente, sus autores no pueden dejar de valorar. El Viaje de Turquía fue compuesto hacia 1557, fecha marcada por la transición entre los reinados de Carlos V y su hijo Felipe II, la ruptura de la unidad cristiana, la hostilidad entre las principales naciones europeas y una fuerte crisis económica. La obra se articula en forma de diálogo renacentista, dividido en dos jornadas de conversación entre tres interlocutores, al que se añade un apéndice. El personaje principal es Pedro de Urdemalas, que comparte la información adquirida durante su estancia en Constantinopla como cautivo del Sinán Bajá. La obra responde al interés que despierta en Europa durante la primera parte del siglo xvi el Imperio Otomano, fundado en 1299 por la dinastía osmanlí, tal como demuestra la enorme cantidad de textos publicados sobre el tema6. La 6. Göllner recoge 901 títulos de obras sobre Turquía publicadas entre 1501 y 1551 (García Salinero, 1995: 27). El autor del Viaje recurre como fuentes a las obras de Spandugino, Bassano, Georgievits, Belon, Münster y Rocca; las Cartas de Busbecq no pudieron ser consultadas por el autor puesto que no vieron la luz hasta 1562 (García Salinero, 1995: 36-42).

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admiración que, por ejemplo, exhibe la obra hacia instituciones claves para la constitución del Estado centralizado, tales como la burocracia y un ejército altamente especializado (Althusser, 1970: 3), supone un reconocimiento de la posición avanzada del Imperio Otomano con respecto a las naciones europeas7. Además, se valora la mayor movilidad entre su población debido a la preferencia del mérito sobre el linaje como criterio de jerarquización social (Delgado-Gómez, 1987: 48). La estimación por parte del autor de la frugalidad del estilo de vida de los turcos, de su alta estimación de los oficios mecánicos además de su pericia comercial, facilita una crítica indirecta de los vicios de los españoles de la época, tales como su tendencia a la ociosidad, su obsesión por el linaje, la hipocresía y corrupción del clero, así como de la intolerancia religiosa (Delgado-Gómez, 1987: 46-61; Ortola, 1986: 21-218; Ohanna, 2011: 44-55). Como Erasmo en su Consultatio de Bello Turcico (1530), que utiliza la amenaza de la ofensiva otomana para expresar una condena de los vicios de la cristiandad, el autor del Viaje ofrece una imagen ambivalente de la sociedad turca con objeto de criticar los defectos de la nación española (Ortola, 1986: 217). Sin embargo, a pesar del reconocimiento de los valores positivos de la organización del Imperio Otomano y de su utilidad en la denuncia de las deficiencias del Estado español durante el periodo, el anónimo autor del Viaje se ve forzado a responder al hecho de que el poder del turco representa la mayor amenaza a la hegemonía cristiana en Europa8. De este modo, en el Viaje de Turquía el ámbito privado del turco se transforma en el depositario de la diferencia de un “otro” al que es necesario demonizar como contrapunto a la visión utópica del “otro” imperio del Mediterráneo que presenta en la obra. El énfasis en el Viaje en la degradada experiencia doméstica del turco persigue, por tanto, el efecto de neutralizar la alta valoración de los aspectos de la sociedad otomana que contiene el texto. La condena de los hábitos privados de los habitantes del Imperio Otomano se fundamenta en estereotipos frecuentes en la cultura española y euro7. El autor del Viaje, al igual que Busbecq, equipara ambos imperios de modo positivo (48), al contrario de Menavino, Spandugino y Nicolai que subrayan la superioridad cristiana (Delgado-Gómez, 1987: 39). 8. Desde la conquista de Constantinopla en 1453 realizada por Mehmet II, el imperio se expande de manera imparable, en especial a partir de 1522, con la llegada al poder de Solimán el Magnífico, que conquista Belgrado, Rodas, Argel, Túnez, llegando a sitiar la ciudad de Viena (Lamouche 1953: 90-102).

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pea de la época acerca de la sexualidad diferente del varón musulmán. Dichos estereotipos resultan fundamentales en la representación de su masculinidad subordinada, en cuanto a que esta se construye en oposición al modelo hegemónico representado por el hombre cristiano en España, facilitando la definición negativa de una alteridad de la que es necesario distanciarse. Como señalan el autor del Viaje, así como Antonio de Sosa, la sexualidad transgresora del otomano confirma su inferioridad, que se constata prestando atención a su fracaso a la hora de educar y dominar a sus esposas. La falta de pericia de las mujeres tanto turcas como norteafricanas en las labores domésticas, provocada por la ineficacia de los varones de estas naciones, obstaculiza la adquisición en sus sociedades del grado de confort en la esfera privada necesario para el desarrollo de un modelo de convivencia paralelo al configurado en Occidente según los ideales del matrimonio y la familia cristianos9. En el Viaje de Turquía se hace hincapié en la forma en la que los principales componentes de los hogares turcos se establecen en oposición a los europeos. En el caso específico del sujeto peninsular del período, dicho contraste permite la resolución de preocupaciones asociadas con la similitud que exhiben ciertos aspectos de su esfera doméstica con respecto a la que habita el ciudadano del Imperio Otomano. La ansiedad del individuo español ante los rasgos de mezcla e hibridez que muestra el interior de sus viviendas debido al legado musulmán, provoca la necesidad de distanciarse dada la política de homogeneización religiosa y de uniformidad cultural de la que depende desde finales del siglo xv la formación de la identidad nacional. La posición del autor del Viaje como cautivo de los turcos, tal como declara en su dedicatoria a Felipe II (García Salinero 1995: 90), determina su estatus de sujeto liminar, localizado, como el personaje de Urdemalas, en un “tercer espacio”, situado entre el mundo cristiano y el mundo musulmán. El autor presume de dicho estatus privilegiado como observador directo de la conducta privada de los turcos debido a su capacidad para acceder, haciéndose pasar por médico, a numerosos hogares de Constantinopla. De este modo, el personaje afirma la veracidad de la información que proporciona aludiendo a 9. Para una exposición más detallada de la imagen del varón turco en el Viaje en relación con su experiencia doméstica, véase Martínez-Góngora, 2013: 119-229.

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esta oportunidad única de haber podido adentrarse en la intimidad de los turcos mediante el ejercicio de la medicina: […] ni es de maravillar que entre quantos cautibos los turcos han tenido después que son nombrados me atreva a dezir que yo solo vi todo lo que escribo [...] Dos años enteros después de las prisiones estube en Constantinopla, en los quales entraba como es costumbres de los médicos en todas las partes donde a ninguno otro es líçito entrar, y con saber las lenguas todas que en aquellas partes se hablan y ser mi avitación en las cámaras de los mayores príncipes de aquella tierra, ninguna cosa se me ascondía de quanto pasaba (García Salinero 1995: 90).

Como médico, también ha tenido la ocasión de examinar el cuerpo femenino, con el que se asocia el espacio doméstico en las culturas islámicas (Campo 1991: 21), habiendo incluso podido reconocer a la hija de Solimán el Magnífico, cuñada de su amo el Sinán Bajá, a la que cura con técnicas típicas de la medicina occidental, tales como la purga y la sangría (García Salinero 1995: 195-197). El autor del Viaje por boca de Urdemalas emplea el contraste entre los elementos que configuran la mísera experiencia doméstica del turco con los establecidos por la tradición europea del habitar para subrayar la masculinidad deficiente del varón musulmán. Por ejemplo, el personaje informa que los hombres en Constantinopla “no se sientan como nosotros en sillas, sino en estrados, de la misma manera que acá las señoras, con alombras y cogines” (García Salinero 1995: 458). Al contrario que los cristianos, los musulmanes se acomodan en el suelo del mismo modo en el que lo hacen las damas españolas en sus estrados. El autor utiliza dicho símil como estrategia de feminización de un “otro” musulmán, caracterizado por su escasa virilidad10. No en vano, el estrado representa el espacio femenino por excelencia en las casas españolas de la época tal como muestra María de Zayas en sus novelas unas décadas más tarde. Esta sección de la vivienda peninsular consistía en una tarima elevada cubierta de alfombras y almohadones, en el que las señoras de la casa se dedicaban a sus labores de aguja, leer o recibir visitas. Sin embargo, resulta significativo que el texto no incluya

10. De modo similar, Pérez de Chinchón afirma en el Antialcorano (Valencia, 1532) que los varones musulmanes son “mugeriles”, ya que “todos se asientan en cuclillas como mugeres” (223).

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ninguna indicación sobre el origen musulmán de este emplazamiento doméstico típico de los hogares peninsulares11. La tradición mudéjar del estrado, establecida en un principio, en las cortes de los reinos ibéricos se extiende por toda la sociedad, por lo que constituye para el visitante extranjero una de las señas más distintivas de la “españolidad” (Martínez Nespral, 2006: 108-111; Fuchs, 2009: 14-15; 121-22). Así mismo, Urdemalas informa que los turcos poseen “finísimas alombras. Ansí como nosotros tenemos por majestad tener muchos aposentos colgados, tienen ellos de ternerlos de muy buenas alombras” (García Salinero, 1995: 458). Además, apunta a la voluntad del turco de distinguirse de los cristianos en la disposición de su mobiliario y otros enseres domésticos, tal como se demuestra en su obstinación que le lleva a colocar las “tapizerías por las paredes”, puesto que, “como siempre procuran de hazer las cosas al rebés de nosotros, [tienen] la tapizería en suelo y las paredes blancas” (García Salinero, 1995: 457). La insistencia del autor del Viaje en el espíritu de contradicción que guía al varón otomano en la configuración de su habitar, se relaciona con su incapacidad para afirmar su estatus de superioridad en la esfera privada, a diferencia del sujeto peninsular. A pesar de que la sociedad turca no se caracteriza por su estimación y respeto a las mujeres (García Salinero, 1995: 438, 443), estas logran subvertir de forma escandalosa para el observador occidental las jerarquías de género establecidas. Las mujeres turcas actúan en el interior y fuera de sus hogares de manera muy alejada de los patrones de comportamiento femenino recomendados por los autores del humanismo, lo que resulta, según el autor, una consecuencia directa de las abominables prácticas sexuales de sus esposos. En el Viaje, la estructura arquitectónica de la residencia del turco simboliza la degeneración moral de sus moradores, tal como muestra la existencia del espacio del serrallo que, separado del resto de las estancias de la residencia, reúne las habitaciones de las múltiples esposas y concubinas. La aberrante práctica de la poligamia se inscribe en la cartografía del interior de la vivienda del turco que, independientemente de su clase social, reside “en una casa; pero de aquélla terná una 11. El vínculo es evidente para Cervantes como apreciamos en las palabras de Sancho en Don Quijote, que pretende instalar a su hija, una vez condesa, “en un estrado de más almohadas de velludo que tuvieron moros en su linaje los Almohades de Marruecos” (2: 72).

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cámara donde se recoxen las mugeres, que por más pobre que sea no tiene una sóla” (García Salinero, 1995: 443). En el caso de los varones situados en la cumbre social, el número de estas puede elevarse a las setenta y tres del Sinán Bajá, que, según Urdemalas, “tenía un aposento para sí en aquel zerraje, y quando se le antojaba ir a dormir con alguna, luego llamaba el negro eunuco y le dezía: tráeme aquí a la tal; y traísela y dormía con ella aquella noche, y tornábase a su palacio” (García Salinero, 1995: 442). La hipersexualidad barbárica de los hombres de esta nacionalidad lleva al interlocutor de Urdemalas en el diálogo, Juan Voto a Dios, a definir este tipo de existencia como “vida bestial y digna de quienes ellos son” (García Salinero, 1995: 442). El excedente libidinoso del varón turco se canaliza en la práctica poligamia que, legitimada por el Corán, se presenta como contraria al único modelo de matrimonio reconocido por los reformadores cristianos, que parten de la naturaleza sagrada de la institución para definirlo como el marco adecuado para el perfeccionamiento espiritual del individuo y la generación de la especie. El varón turco fracasa a la hora ejercer un control sobre la mujer, tanto en la vida doméstica como en el espacio público de la urbe, debido no solo a su incapacidad para dignificar las labores de producción y reproducción que se realizan en su interior, algo en lo que insiste especialmente Antonio de Sosa, como se comentará abajo, sino dada su tendencia a las relaciones homosexuales. Tanto la práctica de la sodomía, junto con la de la circuncisión y el fantasma de la castración, determinan la sexualidad degradada e inferior del turco, y por extensión, del musulmán. Los textos del Viaje y la Topografía comparten con otros de la época el énfasis en la especial sexualidad de un “otro” islámico (Perceval, 1997: 172; Martín, 1995: 10-13). La creencia, en concreto, de que todos los turcos son sodomitas que presentan la mayoría de los textos europeos del periodo (Poirier, 1996: 161), es corroborada por el personaje de Urdemalas, en el caso del Viaje, que afirma que “todos, desde el mayor al menor, quantos turcos hay son buxarrones, y quando yo estaba en la cámara de Çinán Baxá, los vía los muchachos entre si que lo deprendían con tiempo, y los mayores festejaban a los menores” (García Salinero, 1995: 418). La posición central en la que se sitúa la figura del eunuco en el serrallo de los grandes señores, expresa la legitimidad de dicha costumbre sexual en la sociedad otomana. Como informa el principal interlocutor del diálogo, “el mayor

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presente que se puede dar a los príncipes en aquella tierra es destos eunucos, y por eso los que toman por acá christianos luego toman algunos muchachos y los hacen cortar, y muchos mueren dello” (García Salinero, 1995: 441). La referencia al eunuco responde asimismo la ansiedad del sujeto europeo ante el terror de la castración con la que se asocia el impacto del poder otomano. El autor del Viaje, que toma de Spandugino los detalles más escabrosos de la castración que justifican dicha ansiedad, informa que, “a fuer de acá, quitadas las turmas, sino a raíz de la tripa cortado el miembro y quanto tienen, que si deste otro modo fuere no se fiarían” (García Salinero, 1995: 441). Además de la sodomía, la ejecución de la castración se presenta para los cautivos cristianos como similar a la de la circuncisión, que expresa de manera similar el temor ante la conversión forzosa al islam12. La especificación en el Viaje tanto de la procedencia europea de los eunucos, a los que los turcos “toman por acá cristianos” (García Salinero, 1995: 441), como de los jenízaros (García Salinero, 1995: 421), acrecienta la emergencia de dicha ansiedad en el sujeto masculino occidental. Por consiguiente, la tendencia del varón turco al pecado nefando en el Viaje confirma su masculinidad subordinada y deficiente, demostrada en su fracaso a la hora de ejercer un dominio sobre la mujer. No en vano, la conducta adúltera de las esposas constituye la principal consecuencia de la afición a la sodomía de sus maridos, puesto que, como revela Urdemalas, la promiscuidad de las mujeres ocurre “con gran razón [de ellas], porque como por la mayor parte todos [los hombres] son buxarrones, ellas buscan su remedio” (García Salinero, 1995: 440). Dado su conocimiento directo de la intimidad de los hogares de Constantinopla, el personaje informa sobre la desviada conducta sexual de los varones turcos, que “por hazerles [a las esposas] alguna vez despecho, en una mesma cama hazen que se acueste la muger y el muchacho, y estáse con él toda la noche sin tocar a ella” (García Salinero, 1995: 440). De la preferencia de los hombres turcos por las prácticas sodomíticas procede el comportamiento adúltero de sus esposas, lo que causa el rechazo de un autor como el del Viaje, que, educado en el humanismo cristiano de filiación erasmista, defiende el encerramiento de las mujeres en el hogar. Las turcas se escudan en el 12. Sobre la conexión entre ambas realidades, la circuncisión y la castración, en la mentalidad europea, véase Boon.

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hábito islámico del baño para abandonar el obligado retiro doméstico e invadir el espacio público con el propósito de entablar relaciones sexuales extramatrimoniales. De acuerdo con el principal interlocutor del Viaje, las esposas acuden “al vaño aunque sea invierno, y allí se vañan, y de camino haze cada una lo que quiere, pues no es conosçida, buscando su abentura” (García Salinero, 1995: 440). Por lo tanto, la deficiente masculinidad del turco constituye la principal causa de la conducta pecaminosa de sus esposas puesto que, según Urdemalas, al ser “sus maridos de la manera que os he contado, eran ellas amigas de los negros, cuanto más de los christianos. Quando van por la calle, si les decís amores, os responden, y a dos por tres os preguntarán si tenéis casa […] si dezís que sí, dirán os que se la mostréis disimuladamente, y métense allí y vezes hay que serán mugeres de arraezes; otras tomáreis lo que viniere” (García Salinero, 1995: 444). En definitiva, para el autor del Viaje, la experiencia doméstica del ciudadano otomano denota una falta de hombría que justifica la inmoralidad de sus mujeres, constituyendo ambas realidades los efectos inmediatos del error del islam. Antonio de Sosa nota asimismo en su Topografía una voluntad similar a la que advierte el autor del Viaje por parte del habitante de Argel en adoptar costumbres contrarias a las desarrolladas por los cristianos en el interior de sus hogares13. Este autor apunta de modo similar a la masculinidad degradada del varón norteafricano sometido a la autoridad del Imperio Otomano, que se manifiesta en las mismas prácticas sexuales aberrantes, que provocan una idéntica imposibilidad de situar a sus esposas bajo el control disciplinario recomendado por los autores renacentistas de los tratados de conducta femenina. Sosa conecta quizás de un modo más directo que el autor del Viaje, la sexualidad hiperbólica del varón argelino con la supuesta permisividad del islam en cuanto al asunto de la concupiscencia en una relación

13. La Topografía se divide en tres partes: en el primer libro se describe la ciudad de Argel, en el segundo se ofrecen datos de su reciente historia y el tercero consta de tres diálogos sobre el tema del cautiverio en los que Antonio de Sosa es el principal interlocutor: Diálogo de los mártires de Argel, De la captividad y De los Morabutos. En el primer diálogo se incluye la historia del fugitivo Miguel de Cervantes (3: 162-163). En relación a la visión ambigua que ofrece Sosa del argelino, en cuanto a que destaca aspectos positivos del Imperio Otomano, véase Garcés, 2011: 33-34. Para obtener datos biográficos de Sosa, Garcés 2011: 57-78.

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de causa y efecto. De acuerdo con el autor de Topografía, “conforme a la doctrina de Mahoma, la fornicación simple no la tienen por pecado, y son tantas las rameras (con no haber entre ellos ni ser lícito burdel alguno), que ellos mismos dicen que no hay mujer en Argel que no lo sea” (1: 176). Como en el Viaje de Turquía, en el texto de Sosa, las perversiones sexuales del varón argelino determinan su fracaso a la hora de lograr que sus esposas permanezcan confinadas en el interior de su hogar. Al contrario de las mujeres cristianas a las que sus padres y esposos mantienen recluidas en sus viviendas, las argelinas invaden el espacio público con total libertad. La costumbre de llevar velo, que oculta su identidad, y el hecho de que sus maridos prefieran la compañía masculina motiva el comportamiento lascivo y el atrevimiento de las damas norteafricanas, ya que, según el autor de Topografía, “con la que ocasión […] de que todas las mujeres van tapadas […] caminan tan libres por la ciudad, y los maridos tan poco caso hacen dellas y aman tanto a los garçones, rara la que es casta” (1: 176). Por lo tanto, para Sosa la actitud trasgresora de las mujeres argelinas constituye una consecuencia directa de la corrupta moralidad de sus esposos, ya que, que con algunas excepciones, “todos viven una vida bestial, de puercos animales, dándose continuamente a la crápula y lujuria, particularmente a la hedionda y nefanda sodomía, sirviéndose de mozos cristianos que compran para ese vicio, que luego visten a la turquesca, o de hijos de judíos y de moros de la tierra y de fuera de ella” (1: 176). Según el autor, los hombres en Argel se muestran orgullosos de sus preferencias sexuales, ya que, en este reino norteafricano situado bajo el control otomano, “la sodomía se tiene […] por honra, porque aquel es mas honrado que sustenta más garçones y los celan más que las propias mujeres e hijas, si no es a los viernes y pascuas, que los sacan a pasear muy ricamente vestidos, y entonces concurren todos los galanes de la ciudad” (Sosa, 1927: 176). Se debe puntualizar que Sosa ofrece una visión de la generalizada tendencia al pecado nefando de los argelinos que contrasta con otras semblanzas de los hábitos sexuales de los hombres de la región, tal como la aportada por León el Africano, cuya obra, Descripción de África, constituye una de las fuentes más autorizadas sobre el Magreb. De este modo, Antonio de Sosa afirma que, “siendo la sodomía tan estimada en Argel y tan públicamente, acostumbran los barberos, por tener mayor ganancia y más concurso de gente en sus boticas que ra-

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pen […] a los turcos, renegados y moros, y son dellos tan continuamente festejados como si fuesen las más principales damas del mundo; y, en efecto, las boticas de barberos son unos públicos burdeles” (Sosa 1927: 176). Por el contrario, León el Africano, que intenta desmentir este tópico europeo sobre la sexualidad diferente del musulmán, no solo critica duramente a los dueños de ciertas posadas de Fez que se visten como mujeres y mantienen a sus jóvenes efebos, sino que subraya la falta de tolerancia existente en dicho reino hacia las relaciones homosexuales (Sosa 1927: 128)14. Sin embargo, según la mayoría de los autores, las desviaciones del norteafricano con respecto a la normativa heterosexual impuesta en Occidente por el cristianismo hacen peligrar la posición de superioridad del sujeto masculino en la jerarquía de género, tal como demuestra la incompetencia de esposo argelino a la hora de asegurar tanto el confinamiento de la mujer en el espacio doméstico como que este se convierta en una unidad efectiva de producción y reproducción. La inusitada libertad de movimientos de las mujeres magrebíes, así como su escasa pericia en las tareas domésticas constituyen, en consecuencia, una prueba más de la deficiente masculinidad de sus esposos. La visión que ofrece Sosa sobre la actuación de los hombres norteafricanos contrasta con las prescripciones de los autores de literatura de conducta, que se dirigen a un lector masculino que debe garantizar el cumplimiento por parte de sus esposas de los deberes fundamentales para el mantenimiento del hogar. Mientras que, que, tal como se observaba arriba, las damas peninsulares son instruidas para satisfacer las obligaciones relativas a la administración de los bienes de la familia, la crianza de los hijos, la limpieza de la casa, la elaboración de comidas y la confección de prendas de vestir, las argelinas, según indica Sosa, se desatienden de manera manifiesta de dichos cometidos. Antonio de Sosa dedica cuatro capítulos de su primer libro, de los tres en los que divide su Topografía, al universo femenino. De este modo, en el capítulo treinta de esta primera parte el autor se refiere a las costumbres matrimoniales y a las bodas (Sosa, 1927: 118-24), en 14. León el Africano, cuyo nombre árabe era al-Hasan ibn Muhammad al-Wazzan, es el autor de Della descrittione dell ‘Africa et delle cose notabili que quivi sono (Venecia, 1550). Diplomático musulmán de familia granadina exiliada en Fez, fue cautivo en Roma, donde se convierte al cristianismo bajo la protección del papa León X (Davis, 2006: 16-87; Rubio, 1999: xxvi-vii).

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el treinta y uno, aporta información sobre el nacimiento y crianza de los hijos (Sosa, 1927: 125-29), mientras que en el treinta y dos, se describe con detalle el vestuario y adornos femeninos de moras, turcas y renegadas, en entre los que se destaca la rica joyería que portan (Sosa, 1927: 129-34). Resulta significativo que el tono crítico de Sosa se eleve en el capítulo treinta y tres, al censurar la falta de dedicación de las mujeres norteafricanas a las labores domésticas. El autor, que titula dicho capítulo “De los ejercicios de las mujeres de Argel y sus alhajas de casa”, condena, a través de su reprobación de la actitud negligente de las mujeres con respecto a sus cometidos, la limitada contribución de las mismas al crecimiento económico del reino, así como a la mejora de la sociedad. De este modo, el texto de Sosa ofrece una representación bastante negativa de las esposas argelinas en la que destaca la desidia con la que ejecutan las labores caseras y, en general, su extrema gandulería. De acuerdo con el autor, con excepción de algunas tareas básicas, tales como “el criar de sus hijos y de jabonar sus camisas y alguna ropa una vez en la semana y hacer de comer, amasar algún pan”, “todo su negocio es estar sentadas o tendidas en sus esteras, o alombras, todo el día ociosas sin hacer algo, si no es comer y mascar de continuo” (Sosa, 1927: 135). Cualquier lector familiarizado con la tratadística de educación femenina puede entender que la incapacidad de los maridos argelinos para asegurar que sus esposas cumplan con sus obligaciones domésticas repercute de modo negativo no solo en el modo en el que el observador percibe su virilidad, sino tanto en la economía familiar como en la regional. Por ejemplo, el lector puede entender que el escaso talento de la mujer magrebí para bordar o tejer fuerza a la adquisición de telas y ropas del hogar en los mercados locales, lo que implica un gasto adicional. El obligado consumo incita a los maridos a una dura competición para conseguir los recursos con los que hacer frente al desembolso, así como se obliga a recurrir a la importación de productos elaborados o, con bastante más frecuencia en Argel, al corso. Fray Luis de León sostiene al respecto unas décadas más tarde que “la primera obra con la que la mujer casada se perfecciona, es con hazer a su marido confiado y seguro que, teniéndola a ella, para tener su casa abastada y rica no tiene necesidad de correr la mar, ni de yr a lal guerra, ni de dar sus dineros a logro […]” (Sosa, 1927: 93). La ineptitud de las mujeres en las labores de aguja se convierte el texto de Sosa en

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una metáfora del fracaso de los varones para lograr que sus hogares funcionen como unidades de producción mediante las que contribuir a la armonía social y al crecimiento económico de la región. Para fray Luis, la esposa perfecta debe ser como “un navío de mercader” (Sosa, 1927: 113), pues en su hogar “se texe la tela, se labra el paño, y se acaban las ricas labores, […] y sale de allí el vestido para los hijos, y las galas suyas, y los arreos para su marido, y las camas ricamente labradas, y los atavíos para las paredes y sales, y los labrados hermosos, y el abastecimientos de todas las alhajas de casa, que es un thesoro sin suelo” (Sosa, 1927: 115). De este modo, al contrario de lo recomendado a las mujeres españolas sobre la importancia de emplear su tiempo trabajando con la rueca y el bastidor, Antonio de Sosa nos informa que entre las argelinas “algunas hay que hilan a ratos, mas luego se cansan; otras (cuando la necesidad les fuerza y no tienen esclava que lo pueda o sepa hacer) cosen alguna camisa o remiendan” (Sosa 1927: 135). De acuerdo con el autor, el desinterés por las labores de confección de las mujeres argelinas contrasta con la pericia de las cristianas, y en especial de las originarias de la península ibérica residentes en el Magreb, que resultan muy estimadas en Argel por su habilidad con la aguja. Esta comparación permite a Sosa afirmar la superioridad de las mujeres peninsulares puesto que, entre las norteafricanas autóctonas, tal como aclara, “pocas son las que saben labrar de seda, si no es alguna renegada o morisca de España, que en su tierra lo deprendió, y las hijas que de estas nacen, a quien sus madres se lo han enseñado” (Sosa 1927: 135). En consecuencia, con excepción de algunas mujeres procedentes del otro lado del estrecho, expertas en dichas labores de aguja, las damas argelinas no se aplican a esta práctica, puesto que, según el autor, aunque existan maestras de bordado en Argel, “es poco y muy grosero lo que les enseñan, y ellas tienen menos voluntad de deprenderlo” (Sosa 1927: 123). La falta de inclinación de las mujeres magrebíes a la realización de dichas tareas determina su inferioridad con respecto a las que habitan en la otra orilla del Mediterráneo, cuyas destrezas en la elaboración de telas, confección de ropa y bordado son altamente valoradas en la propia sociedad norteafricana. Como explica el autor de Topografía, es la incompetencia de las argelinas en este tipo de faenas domésticas lo que explica la estimación de las europeas, ya que “por esta causa son tan apreciadas las cristianas cautivas, especialmente, las que labran de

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sus manos, y por esta causa son muy pocas las alhajas que ellas tienen en sus casas” (Sosa 1927: 135). Resulta significativo que, también, en su Relación del origen y suceso de los Xarifes (1586), Diego de Torres apunta la enorme consideración en la que los magrebíes tienen a las mujeres cristianas residentes en la región, debido, entre otros motivos, a su enorme habilidad para la costura (Sosa 1927: 135). Se podría sugerir que, para Sosa, como para otros autores del período entre los que se incluye Cervantes, la elevada estimación entre los turcos y norteafricanos de las mujeres cristianas, cuya diligencia y dedicación a las faenas domésticas es ampliamente reconocida en sus sociedades, constituye una indicación de la superioridad de la religión y cultura europeas sobre el Imperio Otomano y el islam. El autor de Don Quijote comparte esta apreciación a través de la figura del cautivo que, en la primera parte de la obra, asume que la mano que muestra Zoraida por la celosía de la ventana pertenece a alguna “cristiana renegada, a quien de ordinario suelen tomar por legítimas mujeres sus mesmos amos, y aun lo tienen a ventura, porque las estiman en más que las de su nación” (Sosa 1927: 536). Al respecto, Sosa atribuye la inferioridad de las mujeres argelinas en relación a sus vecinas del norte a la desidia con la que desempeñan las faenas del hogar, puesto que “desta general y gran pereza y ociosidad de las moras y turcas de Argel, nace que las alhajas de sus casas son pocas, porque no procuran con su trabajo y diligencia aumentar la ropa y lo necesario de la casa, como hacen las cristianas” (Sosa 1927: 139-140). La dejadez e indolencia de las argelinas con respecto a los quehaceres de la casa provocan un empobrecimiento de la experiencia doméstica de los demás miembros de la familia, así como revelan la incompetencia de sus esposos para imponer su dominio sobre la esfera privada y, en general, para asegurar en sus hogares el funcionamiento de un orden patriarcal. La incapacidad de los varones turcos y norteafricanos para situar a sus esposas bajo control constata su masculinidad deficiente, según Sosa, que utiliza este argumento para reafirmar la inferioridad étnica del “otro” musulmán. La descripción del autor de Topografía de las costumbres sociales de las argelinas contrasta de forma radical con lo prescripto por los humanistas respecto a la conducta ideal de la mujer cristiana articulada en torno al encierro doméstico, tal como se mencionaba arriba. Sosa divide en siete categorías las actividades cotidianas más habituales de las argelinas, entre las que incluye la costumbre del

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baño (Sosa 1927: 135), las visitas a las amigas, “yendo y entrando do quieren” (Sosa 1927: 136), las salidas a “los jardines a holgarse” (Sosa 1927: 136), la participación en ceremonias religiosas, tales como “visitar las hermitas y los sepulcros de los marabutos” (Sosa 1927: 136), el culto a los difuntos (Sosa 1927: 137), la hechicería (Sosa 1927:137), y la organización de “bodas y fiestas” (Sosa 1927: 139). La libertad de movimientos de las mujeres en la ciudad norteafricana, sobre todo durante su asistencia a los “bailes” (Sosa 1927: 139), escandaliza a un autor habituado al encerramiento de las damas cristianas. De acuerdo con Sosa, las esposas de los argelinos acuden a dichos “bailes”, en los que “no se contentan de estar todo el día ocupadas […] mas aún, toda la noche y el marido ha de estar toda ella aguardando a la mujer para que se vuelva a casa” (Sosa 1927: 139). El desenfreno de las norteafricanas expone la escasa virilidad de sus maridos que se muestran incapaces de establecer su autoridad en la esfera privada. Como explica el autor de la Topografía, “suceden cada día y cada hora cosas harto vergonzosas; por todo pasan los maridos, y todo se calla y se disimula, y no hay que tratar de mudar de costumbre, porque es imposible” (Sosa 1927: 139). En consecuencia, de acuerdo con Antonio de Sosa, el fracaso de los habitantes del Imperio Otomano para acceder a los códigos de masculinidad hegemónica por los que se rigen los hombres cristianos se inscribe en su intimidad doméstica. A pesar de la calidad estructural de los edificios argelinos y del buen tamaño de sus “aposentos”, el interior de las viviendas resulta desastroso, puesto que, como comenta el autor, “apenas tienen uno bien compuesto y adornado” (Sosa 1927: 139-140). El desafortunado estado de los hogares resulta para el autor, en un principio, una consecuencia directa de las debilidades de los hombres argelinos, dado que, según sus palabras, “verdad es que es mucha parte para esto ser los maridos mezquinos, apocados y en todo miserables” (Sosa 1927: 139-140). Estos, no solo no son capaces de controlar las salidas de sus esposas, ni lograr que se esmeren en los quehaceres domésticos, sino que además desatienden sus obligaciones de proveer de los suficientes medios como para asegurar el bienestar de su familia15. Por consiguiente, además de a la holgazanería de la

15. Según David Gilmore, la capacidad para mantener económicamente a la familia, junto a la energía sexual y la fuerza física constituyen los aspectos básicos de la masculinidad mediterránea tradicional (1990: 42, 12-14, 31-32).

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esposa, la incomodad del interior argelino se atribuye a la tacañería de los hombres de dicha nacionalidad, que como es habitual entre los musulmanes y en sus descendientes peninsulares, los moriscos, se dan al ahorro en demasía, pues “no gastan un real para ornamento de sus casas ni para el tratamiento de su persona, por mucho dinero que tengan” (Sosa, 1927: 140)16. El autor de Topografía se refiere con detalle a la parquedad de “alhajas y aderezos de casa”, entre los que se incluyen, según Sosa, un lecho, y no de muchos colchones […] dos pares de sábanas, una o dos fraçadas, un par de cojines o cabezales, dos o tres camisas por persona y otros tantos çaragüelles, un par de tobajas para limpiarse las manos, tres o cuatro pañizuelos, una alombra o dos, y otras tantas esteras, en las cuales se asientan, comen y duermen; un par de turbantes para el marido y otro par de tocados, para la mujer, algún par de cortinas […] un par de cojines de seda baxa para asentarse los que presumen de ricos y principales (Sosa 1927: 140).

De modo similar al autor del Viaje, Sosa resalta la ausencia de sillas, la falta de solidez y precariedad de sus camas, que no solo carecen de dosel, sino que no son habitualmente usadas, “porque de ordinario suelen todos dormir en el suelo sobre las esteras o alombras” (Sosa 1927: 140). Alude también a objetos de uso común en las casas peninsulares de los que, sin embargo, carecen los argelinos, tales como “cajas, caxones, arcas y escritorios”, “bufetes o mesas” para comer, ya que, como explica, “los más ricos comen en tierra, sobre un cuero de buey […] otros comen sobre una tableta […] y los más, en las esteras en el suelo” (Sosa 1927: 140-141). De este modo, si el interior doméstico del ciudadano de Argel constituye una copia en negativo del peninsular, al caracterizarse por la ausencia de los objetos habituales en las casas del otro lado del estrecho, es en la mesa donde se hacen más visibles dichas carencias que,

16. Este se halla influenciado por la mentalidad oficial aristocrática que prescribe el gasto excesivo y el consumo de artículos de lujo como un medio legítimo de validar el estatus social, razón por la que interpreta la facilidad del morisco para el ahorro como una acción antipatriota, producto del egoísmo de los miembros del colectivo (Johnson 2000: 51-58). Hutchinson explora en segmentos de Cervantes, Valencia y otros la hostilidad de los cristianos viejos hacia la afición al ahorro de los moriscos (2001: 72-74).

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además, denotan para el autor un estado inferior de civilización. La rudeza de argelinos y la insuficiencia de su higiene alimentaria se corresponden por lo burdo y limitado del aparato de sus comedores. De acuerdo con Sosa, “no usan manteles ni servilletas a la tabla. Sobre el cuero, o tabla, o estera, en tierra, ponen su comida, rodean por delante de todos lo que comen una o dos toajas angostas, en que se limpian. Ningún modo de tapicería, de paños o de guadamaciles usan, y si los roban en la mar, a los cristianos, al momento los venden a mercaderes cristianos” (Sosa 1927: 141). Así mismo, los argelinos están desacostumbrados a emplear metales preciosos y materiales de calidad en la fabricación de los recipientes destinados a la bebida, debido a que, como explica el autor, “tampoco usan vasos de plata ni de oro, porque, demás de que lo tienen por pecado y su Alcorán lo prohíbe, no saben tener tanto primor; ni tampoco usan peltre ni estaño en el servicio, mas todo es vasos de barro, […]. Usan también vaso de cobre estañados, porque no se rompen y duren mucho” (Sosa 1927: 141). La pobreza del servicio de mesa empleado por los magrebíes se relaciona en el texto con su escaso refinamiento culinario, además de con los limitados conocimientos de cocina de sus esposas, por lo que “la comida en general y ordinario de todos, grandes, ricos y pobres, es cuscuci, con alguna fruta o alguna carne en adobo o medio cocida, que conservan en tinajas de sebo y aceite, o una poca de carne cocida con garbanzos y calabaza, o un podo de arroz o trigo medio molido, con manteca, al que suelen llamar gorgu” (Sosa 1927: 141). Por lo tanto, la falta de sofisticación de la gastronomía argelina, caracterizada por el uso de ingredientes modestos y la excesiva simpleza de su elaboración, concuerda con la escasez del mobiliario de los magrebíes en comparación con el de las viviendas europeas. Tal como declara Sosa al final de su descripción de la esfera doméstica del argelino, “por la mayor parte, el más triste zapatero o sastre en la cristiandad se trata mejor que el moro y turco más rico de Argel, y aun tiene su casa con más ropa, ornato y riqueza que ellos” (Sosa 1927: 141), lo implica su incapacidad para asignar al interior doméstico una función de signo de su estatus social. En conclusión, de acuerdo con el anónimo autor del Viaje de Turquía y Antonio de Sosa en su Topografía, los habitantes del Imperio Otomano fracasan a la hora de hacer del espacio doméstico un símbolo del poder patriarcal. Estos incurren en su interior en prácticas sexuales que trasgreden la moral católica y la heteronormativa vigente

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en la sociedad occidental, confirmado la masculinidad subordinada del hombre musulmán. Tanto turcos como argelinos fallan en sus esfuerzos por someter a las esposas a un estricto control disciplinario paralelo al ejercido por los hombres españoles que siguen las rígidas prescripciones de los humanistas y moralistas en sus discursos sobre la mujer durante la temprana modernidad. En definitiva, el entorno privado de los ciudadanos del “otro” imperio del Mediterráneo confirma su inferioridad, permitiendo al sujeto peninsular del periodo la resolución de ansiedades relacionadas con la valoración positiva de determinados aspectos del estado otomano, así como con los rasgos de similitud con su propia experiencia doméstica que revela su interior. Bibliografía Alberti, Leon Battista (1969): I libri della famiglia. Eds. Romano Ruggiero y Alberto Tenenti. Turino: Einaudi. Althusser, Louis (1970): “Idéologie et appareils idéologiques d’Etat (Notes pour une recherche)”, en La pensé nº 151, pp. 3-39. Ariés, Philippe y Georges Duby (1989): A History of Private Life, vol. 3, en Robert Chartier (ed.) y Arthur Goldhammer (trad.), Passions of the Renaissance, 5 vols. Cambridge/London: Harvard University Press. Bhabha, Homi (1994): The Location of Culture. London/New York: Routledge. Boon, James A. (1994): “Circumscribing Circumcision/ Uncircumcision: An Essay Amidst the History of Difficult Description”, en Stuart B. Schwartz (ed.), Implicit Understandings: Observing, Reporting, and Reflecting on the Encounters between Europeans and Other Peoples in the Early Modern Era. Cambridge: Cambridge University Press, pp. 556-585. Braudel, Fernand (1973): The Mediterranean and the Mediterranean World in the Age of Phillip II, 2 vols. New York: Harper and Row. Campo, Juan E (1991): The Other Side of Paradise: Explorations into the Religious Meanings of Domestic Space in Islam. Columbia: University of South Carolina Press. Cervantes, Miguel de (2008): Don Quijote de la Mancha, 2 vols. Edición de John Jay Allen. Madrid: Cátedra. Delgado-Gómez, Ángel (1987): “Una visión comparada de España y Turquía: El viaje de Turquía”, en Cuadernos Hispanoamericanos, nº 444, pp. 35-64.

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Organización doméstica de la casa en la teoría oeconómica moderna. El caso de San Miguel de Tucumán1 Romina Zamora Universidad Nacional de Tucumán-CONICET

Introducción Si hay algo en lo que numerosos estudiosos y estudiosas de la familia coinciden, es en el valor de la casa como paradigma explicativo para la compresión de algunos aspectos de la mentalidad de los siglos modernos. La bibliografía es tan extensa y tan buena que apenas puedo referirme a mi propio recorrido de lecturas. Debo mis primeros estudios sobre familia a la generosidad de Francisco Chacón Jiménez, quien me abrió las puertas de su centro de documentación MESTIZO, en 2005. Allí tuve acceso desde los estudios más clásicos de Peter Laslett, a las diferentes escuelas de investigación han ido incorporando con éxito el modelo de la casa para explicar el parentesco, el linaje, las redes y los agregados domésticos (Laslett, 1984 y 1987). Pero, sobre todo, fueron sus propios estudios y los de su equipo, especialmente a través los trabajos reunidos en su monumental compilación en varios tomos sobre Historia de la familia. Una nueva perspectiva sobre la sociedad europea del año 1997, lo que me permitieron acercarme a esa forma de acceso a la realidad histórica2. 1. Agradezco a Margarita Birriel Salcedo la invitación para participar de este volumen. 2. Colección “Historia de la familia: Una nueva perspectiva sobre la sociedad europea”. Murcia: Seminario Familia, Élite y Poder en el Reino de Murcia, siglos xvxix. Universidad de Murcia. En sus tres tomos: (Chacón Jiménez y Ferrer i Alós, 1997; Casey y Hernández Franco, 1997; Rowland y Moll, 1997).

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Agradezco también las lecciones de Carlos Sempat Assadourian en Sevilla, que me mostraron las teorías Chayanov y sus reflejos en Polanyi sobre la economía campesina y sus explicaciones a los fenómenos económicos más típicos —de producción, de circulación, de mano de obra— en términos de casa y familia (Chayanov, 1985). No contento con eso, Sempat trasladó esas mismas teorías al estudio de la producción y de la demografía del siglo xvi americano (Sempat Assadourian, 2006). Los estudios sobre familia y redes se fueron enriqueciendo con la obra de José María Imízcoz Beunza sobre economía doméstica (Imizcoz Beunza y Oliveri Korta, 2010), y más actualmente, con los trabajos de Margarita Birriel Salcedo sobre la casa y las relaciones de género (Birriel Salcedo, 2017). En el campo más propio de la historia del derecho, en su vertiente más crítica y más sensible a comprender los fenómenos jurídicos en sí mismos y no como producto de un Estado que, para los siglos modernos, no existía, fui acercándome cada vez más a la casa y al universo mental en el que cobraba sentido. Así fue como pasé a comprender la casa dentro un marco teórico más propio de la antropología jurídica, siguiendo el rastro de Bartolomé Clavero y Antonio Manuel Hespanha, sobre unas instituciones políticas, una estructura normativa y unas figuras jurídicas que no tenían nada que ver con el Estado, apenas con el derecho, más cercanas al amor, la amistad y la gracia (Clavero, 1989; Hespanha, 1993). Me fui acercando a las investigaciones de Cesare Mozzarelli sobre un orden que no conocía la separación entre público y privado, entre gobierno de la casa y gobierno de la ciudad, entre padre y príncipe; para llegar más actualmente, al magnífico trabajo de Jesús Vallejo sobre el príncipe, en la progresiva asociación de la figura del rey a la de padre y pastor de sus súbditos, encarnando, en la potestad absoluta, también la doméstica o económica, que generaba un vínculo más grande y resistente que el temor, al estar fundada sobre el amor (Mozzarelli, 1988; Vallejo, 2012). Pero en el origen estuvo Otto Brunner, con su estudio pionero sobre Das “Ganze Haus” und die alteuropäische “Ökonomik”, publicado en 1968 y traducido al español recién en 1976. Durante casi veinte años, desde la publicación de Adeliges Landleben und europäischer Geist, “Vida rural aristocrática y espíritu europeo” en 1949, Brunner había ido dando forma a un objeto, la casa grande, y a una teoría, la

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ökonomik, la oeconomía de la vieja Europa, centrado en un caso austríaco. Propuso una teoría, la de la oeconomía, que resultó ser, probablemente, el elemento central estructurante del orden social de buena parte de la mentalidad de los siglos modernos (Brunner, 1987). En su definición original, el termino economía distaba mucho de tener el significado que le damos actualmente. Como oportunamente enseñaba Otto Brunner, bajo el nombre de ‘economía’, oiko-nomos, como la teoría de la casa, se podían encontrar “un complejo de doctrinas que pertenecen a la ética, a la sociología, a la pedagogía, a la medicina, a las diversas técnicas de la economía agraria y doméstica. Ella no es ni economía política ni teoría de la economía de empresas, ni tampoco simple teoría del presupuesto de la “casa” y del consumo. Hoy apenas estamos en capacidad de ver que tras ella se encuentra la unidad interna de la casa en la totalidad de su existencia” (Brunner, 1987: 92). El modelo de casa grande cobraba espesura en una compresión oeconómica, que explicaba el funcionamiento de buena parte del sistema político, social y productivo de los siglos modernos. La casa grande implicaba un uso singular del espacio, un tipo de tecnología disciplinarias, un tipo de familia que determinaba los diferentes estatus en su interior. Acercando la lupa, la casa grande y la oeconomía católica ayudan a explicar las relaciones de domesticidad, de sexualidad, de cuidado de la salud, de educación religiosa y de transmisión de valores en el seno de la comunidad doméstica. Alejando el foco, vemos en funcionamiento un sistema de poder donde la autoridad doméstica era la base de legitimidad de la función pública y donde la figura del padre de familia actuaba eje central de las diferentes formas de potestad, de las más parentales a las más señoriales y de subordinación (Dubber, 2005). Por su parte, del otro lado del Atlántico, un libro muy viejo hablaba de la casa grande, el de Gilberto Freyre. Casa grande e Senzala, escrito en 1933, también traducido al español por los mismos años que “Ganze Hauz”, en 1977. Siendo dos obras muy diferentes, ambas ponen en el centro de la escena a la casa grande como una institución central en la organización social, en las relaciones políticas, en la producción de riqueza. El actor principal de la casa grande era, sin duda, el padre de familia: a partir de él se articulaban la dinámica interna, la disciplina, la organización patrimonial y las relaciones políticas. Gilberto Freyre logró retratar con singular maestría a la cultura brasileña, sus colores, sus sabores, sus injusticias, proyectando luz sobre algunos elementos

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que Brunner no había tenido en cuenta porque no lo involucraban: la esclavitud y el mestizaje. Al día de hoy, sus estudios siguen siendo un modelo de interpretación de un perfil significativo de la historia de Brasil (Freyre, 2010). Pensando en la servidumbre americana, fue que me aproximé al concepto de “estatus de etnia” de Clavero. No se trataba del indio, sino de un estatus ficticio en una estructura ficticia, pero que tenía una proyección absolutamente real en una sociedad montada sobre la desigualdad y regulada por las ficciones (Clavero, 1994 y 2005). También, estudiando la casa y la oeconomía, el camino me fue llevando a los estudios de a la doctrina de la casa como base de las relaciones de poder, en los estudios de Ignacio Atienza Hernández (1990; Séiz Rodrigo 1997). “Equiparase la Politica a la Economica, que trata del govierno de la casa, porque la familia bien regida es la verdadera imagen de la Republica, y la autoridad domestica semejante a la autoridad suprema”, enseñaba Jerónimo Castillo de Bovadilla en su monumental Política para corregidores del siglo xvi (Castillo de Bovadilla, 1775: 13)3. Ello no era una metáfora, sino una explicación muy precisa de cómo se entendían las funciones de gobierno municipal y, sobre todo, los mecanismos de legitimidad para acceder a él. Para poder detentar un oficio de la república, la principal condición que se debía cumplir era ser hombre y vecino. Y para ser vecino, había que ser católico y padre de familia, reconocido como miembro por la corporación que era la ciudad. A través de estos mecanismos de validación e inclusión, que pueden considerarse como de autoprotección corporativa, la pertenencia a la familia en calidad rectora, esto es, como padre de familia, era lo que habilitaba para la función pública. Ciudad-casarepública eran los tres elementos que, engarzados, formaban la base de la organización política y social de los siglos modernos, cuando, quitando el concepto de Estado con que se había recubierto a las formas de gobierno entre los siglos xvi y xviii, desapareció el concepto de burocracia administrativa y apareció una estructura montada sobre las relaciones familiares (Aranda Pérez, 1997; Garriga, 2004). Esta presentación no busca resumir el enorme desarrollo de un campo de estudio, sino apenas mostrar las fuentes teóricas de este pequeño trabajo. Centrándome en un pequeño lugar y en un archivo 3.

Los mismos conceptos son repetidos por (Hevia Bolaños 1825).

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local, intento mostrar unos conceptos sobre la oeconomía, la casa y el padre de familia, al mismo tiempo que propongo ponerlos a prueba como mecanismo heurístico para el abordaje de la ciudad y la casa grande de San Miguel de Tucumán, territorio español en el área surandina, durante los siglos modernos y hasta los primeros años del siglo xix. Mi objetivo principal ha sido sacar a la luz dos actores de la casa que tenían un papel estructurante en el funcionamiento cotidiano de la comunidad doméstica y en la reproducción social de la misma, pero que a los que solo recientemente se les está restituyendo, historiográficamente, la centralidad que tuvieron históricamente: se trata de la servidumbre y de la madre de familia. La oeconomía como teoría de la casa. el padre de familia En la casa grande se mezclaban la familia principal, los parientes colaterales, los allegados y los huéspedes, la servidumbre de la casa y los agregados a la tierra, los peones estables y los temporarios. La casa no era solamente el edificio, sino que era el elemento más visible del prestigio de un padre de familia. Era el espacio de sociabilidad por antonomasia, a través del cual se exteriorizaban las dimensiones de la autoridad del padre en la cantidad de personas que le debían obediencia; el lustre de su familia en la virtud de su mujer y el adelanto de sus hijos; su liberalidad y prodigalidad en la cantidad de huéspedes; su capacidad de administración y gobierno, en la prosperidad patrimonial. Esa potestad doméstica del padre era llamada oeconómica, retrotrayendo su genealogía a la etimología del término, oiko-nomos, cuya raíz griega equivalía a las reglas de la casa o, mejor dicho, la teoría para el buen gobierno de la casa. La etimología de la palabra doméstica reconoce la misma raíz familiar y casera, remitiendo al domus. Pero en el uso, especialmente a partir del siglo xviii, ambos términos, economía y doméstica, fueron asumiendo significados diferentes, uno ligado a la producción y circulación de bienes y servicios en un espacio cada vez mayor, como la región o el país, y el otro reservado para las cuestiones de la casa en general. La antigua oeconomía era el gobierno de la casa y la administración de sus relaciones y bienes. El buen gobierno de la casa consistía en la esmerada formación de virtuosos padres de familia, que administraban

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con prudencia, que daban a los pobres la caridad y el ejemplo inalcanzable de virtud, que regalaban con liberalidad a los amigos y mandaban con amor a los hijos, a la esposa, a los esclavos y a los criados. He ahí la clave de la gestión de la casa. Por su parte, el concepto de ‘padre de familia’ era eminentemente jurídico, ya que hacía referencia, no tanto al vínculo biológico como al señorial, de autoridad, de dominio y de sujeción sobre todo el grupo doméstico que le estaba subordinado. Se trataba de un poder que se extendía sobre lo político y lo social, usando una estructura cultural definida, que se proyectaba a la sociedad a través de instituciones como la familia, el matrimonio y la servidumbre. Eso estaba así estipulado desde la antigüedad clásica, descrito minuciosamente ya en la Política de Aristóteles. Toda relación de subordinación que se estableciera en la casa estaba referida al padre, que era la cabeza de ese cuerpo constituido por miembros por definición desiguales, que se integraban y encajaban como unidad gracias al espíritu director del señor. Si la familia era como un cuerpo humano, se consideraba que estaba compuesta por partes diferentes, con funciones también diferentes, como las que pueden tener las manos, las piernas o los riñones. En ese cuerpo, el padre y no otro miembro podía ocupar el lugar de la cabeza. Esa autoridad doméstica no era cuestionada, porque al interior de la familia no había pluralidad: el padre de familia no mediaba entre intereses dispares, sino que su función era la de tutelar la casa, mandar a sus miembros y administrar el patrimonio. La casa grande como concepto referido a la campaña, y la casa poblada en la ciudad, representaban el espacio por antonomasia del orden social (Chacón Jiménez y Ferrer i Alós, 1997; Marchena Fernández, 1994). Giorgio Agamben, en El reino y la gloria, infiere agudamente la utilización del concepto de oikonomía que hicieron los primeros Padres de la Iglesia católica, quienes lo utilizaron para resolver, en el siglo ii, nada menos que la contradicción aparente entre el dios uno y trino. La santísima trinidad es considerada esencialmente oikonómica y, por tanto, una unidad (Agamben, 2017). Santo Tomás también ha analizado la oeconomía entre la monumental Summa Theologicae, tomando la concepción aristotélica e incorporando el elemento providencial: el padre de familia ocupa un lugar privilegiado en la sociedad, por gracia divina. Como el ser humano no podía cuestionar la obra de dios, el lugar rector del padre de familia

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era indisponible, porque la familia era la célula básica del orden. Daniela Frigo observa cómo la tradición católica tardomedieval le fue sumando componentes a la antigua concepción aristotélica de la oeconomía, especialmente al considerar la casa como la célula básica del orden divino (más aún si esas casas se aglutinaban en una ciudad, que estaba considerada como la república católica perfecta), y observando el rol del padre con sustento religioso y moral, como garante del orden trascendente en la relación con sus subordinados y con sus pares y vecinos, que eran los demás padres de familia. Consecuentemente, la oeconomía fue ocupando un lugar preponderante en la cultura jurídica y política de base religiosa, tanto en su contenido de valores morales como en su exposición de los principios del orden (Aquino, 1993: 268; Frigo, 1985). La buena oeconomía no debía confundirse con la crematística. La diferencia era sustancial, porque la primera equivalía al buen orden, en tanto la segunda estaba referida solamente a la riqueza. En tanto aquélla era el camino para la salvación del alma, esta era la vía más rápida para su perdición. Esto fue generando una contradicción no menor que básicamente estuvo en la base de la formación del capitalismo. Este, más que de una moral del trabajo, se trataba de la poco ética acumulación del capital. Sin dejar de pensar en términos de religión y de moral, el concepto de economía fue mutando lentamente, desde el siglo xvi, desde la antigua oeconomía católica a una más moderna economía política, desde la antigua e indisponible ökonomik a la dinámica wirstchaft. Brunner señala que, hacia fines del siglo xviii, el cambio en el sentido de la palabra economía fue unos de los factores que debilitaron la comprensión de oeconomía como gobierno de la casa, que había permanecido inmodificada durante varios siglos. Así, economía, el nombre griego, fue acercándose más a la producción, circulación y distribución de la riqueza, significado que antes estaba reservado para la crematística, y el gobierno de la casa quedó ligado al término latino de doméstico. La potestad oeconómica tenía una singular trascendencia política, ya que asumiendo cabalmente la relación entre familia y gobierno, así como la necesidad de demostrar una correcta administración doméstica y del tejido de una sólida red de alianzas entre pares, que habilitara al padre de familia a asumir funciones de gobierno, se puede ver que el gobierno de las ciudades no existía como estructura burocrática

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independiente de las familias principales, sino que era integrado por estos mismos padres de familia, como una extensión y un reflejo, a la vez, de sus funciones domésticas. Pero esa autoridad, de la que gozaba el padre hacia el interior de la familia, para tener proyección sobre el gobierno de la ciudad, primero debía ser reconocida por la vecindad. Solo quienes eran reconocidos como vecinos por la comunidad, podían acceder a los oficios capitulares, especialmente a los de regidores. Los saberes oeconómicos daban forma a las relaciones de gobierno de la ciudad y del reino, montadas sobre la teoría del buen gobierno de la casa. Ese buen gobierno consistía en la gestión de las relaciones entre los padres y en asegurarles el disfrute del bien común a ellos y sus familias. La política, por su parte, se trataba de unas relaciones que se basaban en un conjunto de intercambios obligados de dones y agradecimientos materiales, que originaban entre ellos una reciprocidad a partir de la cual se establecían las jerarquías entre los vecinos, y desde ellas, la cadena de vínculos y lealtades que constituía el todo de la sociedad, y que construía la vía más sólida para garantizar el bien común (Clavero, 1990; Levi, 2002). Los gastos en reciprocidad y regalos eran pieza clave de las alianzas entre iguales y diferentes, con los pares y con los de clase inferior, porque eran signos de prestigio y de poder, generaban gratitud en el largo plazo, así como vínculos y obligaciones recíprocas y, de cara a los subordinados, los vinculaban en una trama de lealtades imposibles de incumplir. El concepto de padre de familia se basaba no solo en la noción de familia como núcleo central y basal de la sociedad, sino en la autoridad incuestionable del padre como householder, tanto para con la esposa e hijos, como para con los subordinados y la plebe. La casa era el escenario de todas estas relaciones de poder y el conjunto de ellas era la razón de ser de la ciudad. Bodino, en Los seis libros de la República, lo expresaba textualmente: “La segunda parte de la definición de República que hemos establecido hace referencia a la familia, que constituye la verdadera fuente y origen de toda República, así como su principal elemento” (Bodino, 2006). Todas estas responsabilidades y deberes de los padres de familia, se mantuvieron como pilares del conjunto de valores que constituían la parte central de la sociedad católica. La transmisión de los mismos estaba a cargo del propio ethos señorial, mediante la redacción de en-

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señanzas y manuales, dentro de una tradición especular, similar a la de los espejos de príncipe. Pero el ámbito doméstico y matrimonial era sobre todo un área de incumbencia de la religión. Eso puso a su servicio a la más grande estructura pedagógica de la modernidad, garantizándole a este sistema de preceptos y de códigos de gobierno, la ubicuidad y la estabilidad a lo largo de toda la cristiandad (Frigo, 1985; Zamora, 2013). El ámbito de la casa y la autoridad doméstica no estuvieron entendidos como privados hasta que no surgió un poder público diferente del doméstico que podía tener injerencia en el espacio reservado caseramente a la autoridad del padre. Hasta ese momento, esta relación propia de la oeconomía y del poder doméstico, entendido también como la base social necesaria para poder acceder a la función pública, dominaban estas formas de concebir un orden social particular, centrado en el universo de las familias de los vecinos. Observando el comportamiento de las familias principales en el territorio español en América, vemos un elemento particular que quisiera resaltar aquí. El tenaz intento de la Corona de evitar la formación de una nobleza americana dio lugar a instituciones novedosas. La primera fue la encomienda sin tierras. Los indios eran repartidos entre los conquistadores, encomendados para su evangelización a cambio del disfrute de un tributo, pero esa merced real no incluía la titularidad de la tierra donde los indios vivían, sino solo del producido por su trabajo. Eso, sumado a la prohibición que pesaba sobre los encomenderos de vivir en la tierra de sus encomendados, hizo que los beneficiarios de esta gracia real tuvieran que buscar otro lugar donde vivir, normalmente un retazo de tierra —de mayores o menores dimensiones, pero por lo general, gigantescas para estándares españoles— también otorgado en merced. A eso habría que agregarle todavía un detalle más, y era que esos encomenderos y hacendados, para poder recibir dichas mercedes y al mismo tiempo gozar de los derechos políticos de la república local, tenían que ser vecinos de ciudad española en territorio americano. Para ser reconocido como vecino, era condición tener casa poblada. Eso equivalía no solamente a habitar una casa en la traza urbana sino, efectivamente, implicaba “poner grande la familia”, tener muchos dependientes que garantizaran la presencia del apellido en la ciudad, que trabajaran y se reprodujeran al interior de la casa; que encon-

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traran, bajo la figura rectora del padre, su espacio del orden. El ideal de casa poblada, con multitud de sirvientes, ha sido un modo de establecimiento doméstico bastante difundido entre las familias urbanas hispanoamericanas, el que poseía mayor carga simbólica en el mundo señorial. Las casas pobladas españolas eran un espacio físico y un espacio simbólico a la vez, en tanto representaban el principal ámbito de autoridad del padre de familia, que condensaba la autoridad de padre, esposo, señor de indios, amo de esclavos, patrón de la servidumbre y miembro central del cuerpo político local (Imízcoz Beunza y Oliveri Korta, 2010; Molina Puche e Irigoyen López, 2009). La calidad de vecino de una ciudad fundada era el primer elemento que habilitaba, a quien merecía tal consideración, para conseguir mercedes reales, derechos dentro de la república y los privilegios políticos y fiscales que eso conllevaba. O, dicho de otro modo, la vecindad se constituía en un cuerpo con el que se adquiría el acceso a los derechos colectivos otorgado a las ciudades por el rey en reconocimiento de su establecimiento, y dentro de ella, al cuerpo selecto de vecinos beneméritos de primeros fundadores o primeros pobladores en particular, en virtud de los usos y costumbres de tiempo inmemorial. Esta condición de primeros pobladores y su descendencia, era la que otorgaba el estatus necesario para el reconocimiento de derechos como vecinos, y a partir de ahí, también para la pertenencia a los demás cuerpos, como las cofradías y el acceso al propio cabildo. Estas condiciones eran una especie de nodos en una densa red de vínculos y lealtades recíprocas; poseerlas no era algo que se adquiriese solo por nacimiento, sino que dependía también del reconocimiento de los pares, lo que se convertía en un vínculo funcional de notable vitalidad al que había que alimentar continuamente (Lempérière, 2004: 54; Moutoukias, 2002: 408). En 1586, el gobernador de Tucumán, don Juan Ramírez de Velasco, señalaba como un problema el poco mérito de los nuevos pobladores del Tucumán, no ya los conquistadores y primeros pobladores que fundaron la ciudad de San Miguel de Tucumán en 1565, de nuestra Señora de Talavera en 1567, de Córdoba en la Nueva Andalucía en 1573 o de Salta en 1582, sino una nueva oleada proveniente del Alto Perú, quienes, apenas llegados a la región, solicitaban mercedes de tierras y de indios. Según el gobernador, a fines del siglo xvi los encomenderos del Tucumán ya no eran los conquistadores dispuestos a hacerse con los méritos de la guerra, sino pobres que habían venido del Perú ex-

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pulsados por la situación, a quienes los gobernadores les habían dado indios porque no había nadie de mayor virtud (Levillier, 1918:177). La oeconomía era un orden social que podía considerarse como una autointerpretación de la nobleza del siglo xvi, para entender y justificar su condición económica y social, representando un modo de vida con responsabilidades éticas y sociales como la contrapartida que a la nobleza obliga su posición providencial (Duve, 2004: 38). Si estos nuevos pobladores no eran gente de mérito y virtud, no era legítimo que reclamasen mercedes, que era el medio por el que la corona les permitía reunir en sí la suma de las potestades domésticas, ya que las formas de autoridad descriptas por la oeconomía católica estaban constreñidas a la parte noble y principal del cuerpo social. El problema radicaba en que todos los nuevos pobladores peninsulares que fueron arribando al continente, llegaban exigiendo repartimientos de indios y mercedes de tierras, en virtud de su condición de españoles, pero ya sin los méritos de la conquista y la guerra. Ello era considerado aberrante para la república, ya que, según los pareceres de los religiosos, especialmente Juan de Betanzos y Miguel de Agía, los españoles de condición servil no deberían pretender ser considerados caballeros sino actuar conforme a su condición, para la buena conservación del orden. La parte y sana y principal de la sociedad no estaba dispuesta a compartirlo con advenedizos. De todas maneras, un español afortunado en esta ciudad surandina de la que estamos hablando, contaba, en el siglo xvi, xvii y también por lo menos en la primera mitad del siglo xviii, con tres espacios entre los que circulaba: el pueblo de indios encomendado, la hacienda y la casa de la ciudad. Los dos últimos no se oponían entre sí, sino que eran complementarios: ambos espacios componían la casa del vecino español, y lo siguieron haciendo hasta avanzado el siglo xix. La casa grande. La cuestión interna del estatus En esta sociedad jerárquica y esencialmente desigual, las diferencias han sido comprendidas como binarias: libres y esclavos, españoles e indios, hombres y mujeres, gente de mérito y gente plebe, peninsulares y criollos, pobladores urbanos y pobladores rurales. Esta visión simplificadora no ha hecho sino empobrecer las lecturas posibles del

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pasado, en tanto las lecturas de nuestra historia colonial se mostraban como una infancia bastante sencilla de comprender, en tanto las complejidades sociales no eran tales. Estudios posteriores han ido haciéndose preguntas más acordes a nuestro presente, y comenzaron a seguir el derrotero de los mestizos, esos hombres y mujeres que no tenían un lugar preestablecido en la estructura ni social ni cultural, y a buscar la existencia de la clase media, como vehículo del progreso y del cambio social. Pero el mestizaje no ha ayudado realmente a resolver el problema. En las categorías censales consultadas para la ciudad de San Miguel de Tucumán, se puede notar que casi en ningún censo aparece la categoría de “mestizo” como variable independiente. Tampoco en los registros parroquiales, a menos que hayan tenido la suerte que los anotara el cura rector don Miguel Gerónimo Aráoz de Lamadrid, quien registró entre 1757 y 1782, de su puño y letra, a casi todos mestizos de los libros de bautismos (Zamora, 2005). Ello no significa que en la ciudad no hubiese habido mestizos: por el contrario, probablemente estemos hablando de una ciudad profundamente mestiza en su composición y en su ordenamiento. Solo que se anotaban de otra manera. Es en el universo de las servidumbres y no en el del mestizaje donde nos encontramos con el punto más complejo de la trama, en el que, además, los conceptos de trabajo, orden y protección se tocaban. Pensar el lugar social como estructurado desde las relaciones y no desde el color de piel, cambió el ángulo del sentido. El lugar social no estaba determinado directamente por la cuestión étnica, sino por el estatus de la persona, que no dependía de un solo elemento, sino de un cúmulo de condiciones y circunstancias. Algunas eran insoslayables, como la condición de libertad o esclavitud, o la condición de cristiano o gentil, pero otras podían ser enormemente variables. El trabajo, por ejemplo, otorgaba estatus. Campesinos, arrieros, mercachifles, exportadores, trajinantes, artesanos o dueños de casa que alquilaban o arrendaban, cuartos o casas enteras, gozaban de estatus diferentes entre sí. No era lo mismo, por supuesto, si se trataba de indios, españoles o mulatos, pero el color de piel no era determinante en sí mismo, sino un elemento más que confluía en la creación de estatus. La pertenencia a una casa o a una cofradía; la habitación en la ciudad, en una hacienda o en un pueblo de indios; la ropa de vestir o el largo del cabello; las redes de amistades; la protección de un poderoso o un golpe de la fortuna, todos eran elementos que podían alterar la

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consideración que la comunidad o la corporación de vecinos tenía de una persona y, por tanto, el estatus que podía disfrutar al interior de ella. Los estatus eran figuras jurídicas, pero también eran relaciones sociales. Eran una forma de pertenencia a un colectivo, pero las posibilidades de fuga, de travestismo (es decir, de españoles haciéndose pasar por mestizos, de mestizos por indios o indios por mestizos, por citar algunos ejemplos) (Ares, 2004), de ascenso o descenso, era una cuestión individual y de la suerte de cada uno. Mientras mejor funcionaran los mecanismos coercitivos oeconómicos, de control y contención, más difícil era dejar de ser quien se era, para poder ser alguien distinto (Clavero, 1994). La casa otorgaba estatus (Hespanha, 2010). Dentro de una sociedad corporativa como esta, una persona no tenía derechos por sí, sino en la medida en que participaba de un estatus, en tanto los derechos no se concebían como individuales ni mucho menos. El concepto de personalidad individual era jurídicamente inexistente y era suplantado por la persona ficta o imaginaria, un tipo social ideal en el seno del derecho común, como figura partícipe de un estatus (Clavero, 1986). Como elemento aglutinante, la casa era un eslabón fundamental en la cadena del orden social articulado desde la familia, concepto en el que estaban incluidos los criados, esclavos y servidumbre en general. El concepto de familia se extendía para abarcar a numerosas personas de diferente condición dentro de un modelo del orden social que debía ser garantizado por el pater familia, el señor de la casa. Las familias eran la corporación de mayor trascendencia en la ciudad, que otorgaban pertenencia a la mayor cantidad de personas, independiente de la calidad o el estatus de etnia, o precisamente, en esa diversidad. El ideal de casa poblada, con multitud de sirvientes, era el tipo predominante de habitación urbana de San Miguel de Tucumán. Todas las relaciones que implicaba y que contenía cobraban existencia material en estas viviendas, que podían tener muchas personas viviendo de manera estable bajo el mismo techo. Se trataba de un conjunto importante, en el que la cantidad de sirvientes y criados excedía largamente a la familia principal, componiendo un conjunto de ocho, diez y hasta más de veinte personas. Número muy reducido, si pensamos en las casas limeñas o mexicanas, que podían albergar hasta a cien personas, pero significativo en función de la propia ciudad. Según el padrón de 1812,

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las tres cuartas partes de la población urbana estable, vivía en las casas pobladas españolas. El espacio interior de las casas era el ámbito urbano de sociabilidad, de encuentro y de reunión de los vecinos. Esas casas, con sus cuartos de alquiler, sus tiendas, sus patios con galería, sin cercados, con multitudes de domésticos y huéspedes, distaban de ser espacios íntimos. En ellas discurría una porción importante de la vida social de la época. Algunas familias, por lo general los padres y los hijos, se dividían en unidades más o menos separadas, pero dentro de un mismo predio, en un solar familiar de grandes dimensiones. Así, podemos encontrar a la pareja principal de un linaje con sus hijos casados viviendo separadamente en terrenos contiguos, pero dentro del mismo solar grande. A veces el fraccionamiento o la construcción se realizaban sin previsión y de manera azarosa, lo que hacía todavía más difícil distinguir dónde terminaba un hogar y dónde comenzaba el próximo. Varias jóvenes parejas construyeron sus casas al lado de las casas de sus padres, dentro del mismo solar. A veces fueron, inicialmente, poco más que un cuarto, compartiendo el patio, hasta que sus posibilidades materiales fueron mejorando como para ampliar la vivienda. Este racimo de unidades domésticas dentro del mismo solar también componía la casa grande. La casa grande tucumana típica se componía integrando toda esta complejidad territorial, la casa solariega de la campaña y la casa poblada de la ciudad, más las casas de los hijos incluidos dentro del solar grande. Ambos espacios combinados se convertían en el espacio principal de contacto, de validación política y de reproducción social (Zamora, 2017). El estatus que estaba en la cúspide del ordenamiento social era el vecino. Bajo dicho término podía representarse el conjunto de linajes o familias que compartían el disfrute de la mayor cantidad de derechos y privilegios, de la gracia del rey, del beneficio del trabajo de los indios y de los esclavos, tenían el derecho de ser juzgados por sus pares y ellos y solo ellos podían gobernar sus casas y su ciudad, la república. El padre de familia era el principal componente de este ordenamiento centrado en la familia, quien acumulaba sobre sí la potestad marital, la patria potestad y la potestad de patrón de la servidumbre. Quien aspirase a pertenecer a la república debía poner casa, y la casa lo hacía vecino. Para poner casa, debía casarse, tener hijos y servidumbre. Es decir, para ser parte del mundo político, el español, católico y pro-

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pietario debía ser, ante todo, padre de familia. Su autoridad doméstica no era cuestionada, porque al interior de la familia no había pluralidad: el padre de familia no mediaba entre intereses dispares, sino que su función era la de tutelar la casa, mandar a sus miembros y administrar el patrimonio. La autoridad doméstica del padre de familia y la oeconomía como las reglas internas de la administración de la casa, de la producción y de las relaciones políticas, eran principios constitutivos del orden local. La relación que podía establecerse entre el gobierno de la propia familia y el gobierno de la república era modélica: los padres de familia que debían cumplir la función de gobernar a la comunidad constituida por la unión de esos mismos padres, debían hacerlo con la misma responsabilidad y prudencia con la que regían sus propias casas, sobre una concepción del orden que ni siquiera imaginaba la separación entre un poder público y otro privado, o dicho de otra manera, entre un gobierno de la casa y un gobierno de la ciudad (Imícoz Beunza, 2003). La madre de familia también compartía la capacidad de mandar a los subordinados al interior de la casa, ya que los hijos y la servidumbre femenina estaba bajo su gobierno doméstico. En su calidad de señora de la casa tenían a su cargo el buen funcionamiento del mundo doméstico (Oliveri Korta, 2004). Este es un elemento que no debemos perder de vista: la casa grande funcionaba con la autoridad del padre y de la madre conjuntamente y de manera complementaria. Aunque ello no las habilitaba para participar de las funciones de gobierno, algunas madres de familia sí participaban en la esfera pública, ya que muchas de ellas estaban solas al frente de sus casas y podían disponer de ellas, recibir huéspedes e inquilinos, hipotecarlas y venderlas. El cabildo podía pedirles donaciones, al igual que al resto de los vecinos, o tenerlas en cuenta en los censos de vecinos principales, situaciones que eran normales hasta la revolución de 1810. A partir de entonces, los vecinos considerados como principales para el gobierno, para los empréstitos forzosos y para los censos en general, fueron solamente hombres. En este sentido, hay que señalar la centralidad que tuvieron las alianzas matrimoniales en la conformación de los patrimonios, y su importancia en el establecimiento de las redes de relaciones económicas. En todo ello la dote era una parte fundamental, de gran importancia para la movilidad de las propiedades, tanto casas como solares, en la ciudad. Como adelanto de la herencia, la dote era un resguardo

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económico importante sobre el que la mujer nunca perdía el control, y si bien no era determinante en la elección matrimonial, constituía un elemento imprescindible en ese acto contractual que constituía el matrimonio. La dote muchas veces no era solo importante para el sustento de la pareja, sino que era un capital, material o relacional, valioso para erigir el nuevo edificio familiar. En San Miguel, sobre el total de las dotes registradas, casi el 20% de los bienes consistían en inmuebles, en su mayoría terrenos, en donde el nuevo padre de familia tendría su casa y a veces sus actividades productivas. No todas las familias tucumanas pusieron en práctica las mismas estrategias. Ana María Bascary las rastreó en las mujeres de dos de ellas, las Medina y las Montalvo, así como a las doncellas de los Bazán. Desde la década de 1770, la red familiar de estas se abrió para incorporar sobre todo a comerciantes peninsulares que acudían a radicarse en Tucumán, a los que se les ofrecía esposas y un lugar donde vivir. Las Medina y las Montalvo, a diferencia de las anteriores, se casaron con tucumanos o permanecieron solteras. Así, los Bazán lograron mantener su preeminencia, tanto de prestigio social como de posición política y económica, por su plasticidad para adaptarse a las nuevas circunstancias de la ciudad mercantil (Bascary, 1994, 1999; López, 1997). Las mujeres que se casaban con peninsulares, aportaban al matrimonio nada menos que la casa. Así, la casa poblada en el solar grande se convertía en un conjunto de edificaciones más o menos autónomas, en las que vivían las hijas con sus nuevas familias. Esta vivienda era una de las que mejor representaba esta forma de convivencia, ya que las hijas mujeres se habían casado con comerciantes peninsulares y edificaron sus casas al interior de la casa grande, pero esos cuartos o retazos de solares habían sido otorgados en vida por su padre, a las herederas. Hasta principios del siglo xix, las mujeres fueron participantes activas en la compra y venta de solares en la ciudad de San Miguel de Tucumán, tanto que en el año 1805 fueron mujeres el 75% sobre el total de los vendedores. Aproximadamente un tercio de ellas estaba vendiendo con licencia de su marido, la mayoría de las veces ante la ausencia de este. Evidentemente, era importante que las mujeres sean propietarias de un solar, ya sea como parte de su dote o como compras del marido, pero que se anotaban a nombre de la mujer (Zamora, 2006). Lejos de mostrarse como incapaces, las mujeres tenían una importante capaci-

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dad de decisión, sobre todo cuando se trataba de asegurar el sustento familiar ante la ausencia de los hombres. Para ello vendían un solar vacío, o fracciones del solar donde vivían. Es probable que la autoridad del padre no haya sido tan efectiva ni tan generalizada cuando se trataba de espacios en donde los hombres, básicamente, no estaban. Pilar Gonzalbo Aizpuru (2001: 176) propone que dicho patriarcalismo, considerado como tan típico de las sociedades hispanoamericanas, se generalizó en estas ciudades más bien a partir del siglo xix y no antes. Pero también podemos pensar que, dentro de la estructura de la casa grande, la madre de familia no ocupaba un lugar subordinado, sino que su rol doméstico era parte de la tecnología disciplinaria de la casa. La economía doméstica y su reproducción se sostenía tanto en el padre como en la madre. Numerosas casas tenían a mujeres al frente de la familia y se registraban también como propietarias urbanas4. Recordemos aquí que, cuando el Cabildo necesitó conseguir alguna sala para sesionar después del incendio de las salas capitulares en 1779, le alquiló su casa a una mujer, doña Isabel García. El Congreso de Tucumán de 1816, en un caso todavía más famoso, utilizó la casa de otra mujer, doña Francisca Bazán de Laguna (García Posse, 2016). No fueron excepciones, muy por el contrario, las casas de la ciudad eran de mujeres, y ellas podían disponer con bastante frecuencia de ese solar o esas casas para venderlas o alquilarlas, así como podían adquirir otras nuevas por merced, por herencia o por compra. Las mujeres participaban en la composición del patrimonio familiar y podían disponer de él para garantizar el sustento familiar. En algunos casos la mujer también llevaba a su casa, tras el matrimonio, a los viejos criados y esclavos de la casa paterna que le habían sido entregados como dote o que eran parte de alguna forma de solidaridad familiar, en la que los padres ayudaban a sus hijas permitiéndoles usar a sus sirvientes. La servidumbre vivía en el espacio de control por definición. Probablemente, los términos agregado/agregada, sirviente o criado/criada

4. En las ciudades americanas de los siglos modernos, era bastante frecuente encontrar entre un 20 y un 25% de hogares con una mujer como jefa de familia. Véanse Cicerchia, 1997 y 1998; y Lavrin, 1995.

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no hayan sido nítidas categorías de trabajo, ya que conceptualmente el ámbito laboral no estaba todavía separado de la casa bajo la autoridad del padre de familia. Se trataba de estatus oeconómicamente definido, como gente de servicio. El bajo pueblo, el común, no se definía por su pertenencia étnica sino por su condición de servir, tal como era repetido una y otra vez en los bandos de buen gobierno (Zamora, 2013. Tenían la obligación de conseguir un amo o un patrón, lo que no equivalía a una relación estrictamente laboral ni mucho menos contractual, sino a la obligación de ubicarse bajo la potestad de un padre de familia, que acumulaba las potestades de marido, padre, patrón, dueño de esclavos y propietario a la vez. El espacio material en donde todos estos elementos se conjugaban era, sin duda, en la casa poblada. El ámbito natural y primigenio de la autoridad del padre era la casa, y el orden social era fundamentalmente una cuestión doméstica. Los domésticos de una casa que vivían de manera estable en ella, en el corazón del orden español, debían seguir las pautas de conducta determinadas por sus amos. Estos, a su vez, tenían la obligación de responsabilizarse por su supervivencia, su alimentación, su reproducción social, su engrandecimiento y lucimiento, así como por la correcta observancia de los preceptos cristianos por parte de todo su grupo doméstico. Probablemente, la particularidad de la experiencia americana de este ordenamiento social estuvo marcada por varios elementos específicamente americanos, que podían modificar esta estructura de orden. Esas nuevas situaciones estaban dadas, bien por circunstancias históricas, como la importancia de las ciudades como base de la empresa de conquista, por diferencias de mentalidades según los diferentes bagajes culturales y sociales de los conquistadores y pobladores españoles, provenientes de diversas latitudes, pero fundamentalmente por la presencia indígena. El indio no era solamente una alteridad étnica sometida en las encomiendas, las reducciones o los pueblos de indios, sino que representaba un elemento político, económico, jurídico y cultural para esas nuevas ciudades españolas que se intentaban fundar en el territorio americano. Precisamente, el trabajo encomendado de indios y la participación de la fuerza indígena de servicio personal en los espacios identificados como de españoles, fueron parte de un proceso complejo y multiforme que impactaba directamente en el armado de las casas. Los indios yanaconas o llaqtarunas (Zamora, 2015), agregados en tierras de espa-

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ñoles, así como los indios domésticos o conchabados sirviendo en las casas solariegas, fueron compartiendo progresivamente su lugar social con los mulatos libres, los españoles pobres, las castas de toda laya, forasteros de todos los lugares, fundiéndose en la clase de servir de las casas grandes, como si de un caleidoscopio social se tratara. La servidumbre en el seno de las casas pobladas era una importante porción de la población urbana. Más de la mitad de la población no española vivía en estas casas en calidad de dependientes: eran los esclavos y esclavas, los sirvientes, los criados y criadas. Los dependientes de una casa eran conocidos con el mismo apellido que la familia principal, lo que le daba mayor presencia al linaje dentro del ámbito de la ciudad. Así, podemos hallar Aráoz, Alurraldes, Villafañes, Bazán, registrados como españoles, indios, negros, mulatos y mestizos, hijos naturales de madres de diversas pertenencias étnicas (Zamora, 2017). Los sirvientes de una casa que vivían de manera estable en ella, en el corazón del orden español, debían seguir los patrones españoles de conducta, por lo menos en sus signos exteriores, como, por ejemplo, bautizar a sus hijos por la iglesia. Sus patrones tenían la obligación, mandada por bandos de buen gobierno, de responsabilizarse por la correcta observancia de los preceptos cristianos por parte de su grupo doméstico (Tau Anzoátegui, 2004). Pero también desarrollaron múltiples formas de resistencia, con mayor o menor éxito. Lamentablemente, las diferentes formas de evasión, de trasgresión o de burla escasamente han quedado registradas. Si el promedio de niños menores de 15 años era de 3,9 en las casas pobladas, en las casas del común era de 2. Pero al menos un 42% de los niños de las casas pobladas estaban anotados como servidumbre y muchas veces sin relación comprobable con adultos de la servidumbre. Es probable que buena parte de estos niños de la servidumbre hayan nacido en el seno de una familia plebe, pero se hayan incorporado a una casa poblada desde muy temprana edad, adoptando el apellido de la casa. Luego, entre los niños anotados como servidumbre en las casas pobladas, las niñas eran el grupo más numeroso. Ello explica también por qué en esas casas del común la relación de masculinidad llegaba a invertirse, siendo más numeroso el grupo de niños, ante la cantidad de niñas ausentes. Esa situación era generalmente entendida como dar amparo, lo que era parte de la función social que se esperaba de una familia de vecinos,

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de la misma manera que criar huérfanos o niños depositados por sus padres, que no podían hacerse cargo de su mantenimiento (Laslett, 1984; Valverde Lamsfus, 1994). En todas las formas registradas de fuerza de trabajo extrafamiliar en la campaña, la mayoría de los sujetos pertenecían al sexo masculino. A la inversa, en las casas de la ciudad de estos mismos vecinos, la mayoría de mujeres entre la servidumbre era abrumadora. No es posible identificar si los peones, criados, agregados y conchabados de las estancias tenían relación con las criadas y agregadas de la ciudad, pero sí podemos afirmar que, para esos vecinos urbanos propietarios de establecimientos rurales, casa solariega en la campaña y casa poblada en la ciudad eran dos modelos de corresidencia complementarios, asociadas a dos tipos de habitación y de producción doméstica que, juntas, componían la casa grande. Los indios e indias en el servicio doméstico generaban un problema a la hora de definir si esos indios y, sobre todo, las indias, debían recibir salario o no, porque había una diferencia conceptual que no era menor: el indio tenía una condición social inferior, que se podía asimilar a servidumbre, pero eran, al mismo tiempo, miserables y menores de edad. Ambas condiciones determinaban una tutela jurídica que implicaba que sus conciertos de trabajo debían hacerse con asistencia del protector de naturales, y remunerado según estaba mandado por ordenanzas. Esa situación, aparentemente paradojal, se solucionó directamente negándole su estatus de etnia. De esta manera, los españoles podían directamente contratar peones y criados, sin la intervención del protector, en tanto esos indios desclasados quedaban sin la protección jurídica que ese estatus significaba. A pesar de la negación, el estatus de etnia fue quedando asociado a la condición de servidumbre. En San Miguel de Tucumán, la esclavitud era doméstica. Representaban un pequeño porcentaje de la población total, y por lo general había uno o dos esclavos en una casa. Distribuidos entre la casa de la campaña y, especialmente, la casa de la ciudad, los esclavos vivían y trabajaban en las unidades domésticas de los vecinos. Si las negras esclavas eran sirvientas, lavanderas, cocineras o amas de leche, los negros esclavos solían tener oficios, trabajando dentro de la casa. Esa cercanía generaba vínculos que a veces se traducían en la manumisión después de morir sus dueños, lo que también asociaba esa libertad a

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la propiedad del pequeño terreno donde estaba su cuarto. Esos vínculos también se traducían en hijos, mulatos y zambos, conocidos como pardos, viviendo y heredando esos cuartos. Entre los hombres y mujeres que integraban la servidumbre de una casa podía encontrarse las más variadas tradiciones culturales, delimitadas por márgenes de posibilidades diferentes para cada uno, en cuanto a nupcialidad o fecundidad. Es decir, en el seno de la casa de un vecino, la familia española tenía expectativas diferentes de reproducción social a la de la servidumbre libre, y estos a su vez diferían de las de los esclavos. Esto que resulta tan obvio, no ha sido considerado todas las veces en los estudios demográficos urbanos para períodos pre estadísticos, tanto por la parquedad de las fuentes, que no permiten una discriminación pormenorizada de las diferentes calidades y pertenencias de los habitantes de la ciudad, como por la dificultad de aislar elementos que puedan identificarse como pertenecientes solo a un sector social en el complejo panorama que presentaba la estructura demográfica de finales del siglo xviii y comienzos del xix (Pérez Moreda, 1997). Podemos comparar las pirámides etarias de la familia principal y de la servidumbre libre y esclava5 de la ciudad de San Miguel de Tucumán. Gráfico 1. Familia principal en casa poblada. San Miguel de Tucumán, 1812

mayores de 60 50-59

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hombre

20-29

mujer

10-19 00- 09 -30%

5.

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-10%

0%

10%

20%

30%

Estas pirámides han sido realizadas con poblaciones de menos de 500 personas.

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Gráfico 2. Servidumbre libre en casa poblada. San Miguel de Tucumán, 1812

mayores de 60 50-59

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hombre

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10-19 00- 09 -30%

-20%

-10%

0%

10%

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Gráfico 3. Servidumbre esclava en casa poblada. San Miguel de Tucumán, 1812

mayores de 60 50-59

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mujer

10-19 00- 09 -30%

-20%

-10%

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10%

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Fuentes: Censo 1812, Padrón Sosa. AHT, SA, vol. 22, fs. 383 y ss.

El elemento que salta a la vista es la mayoría de mujeres en todos los sectores graficados. Tenemos que tener en cuenta que estos números tienen muchísimas limitaciones, muchos sesgos y, sobre todo, una situación de contexto: el censo de 1812 que estamos utilizando aquí,

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fue levantado en un año de guerra y con el objetivo de saber con cuántos hombres contaba la ciudad para el ejército. El sentido común dice que son altísimas las probabilidades de que, una vez que haya pasado el censista por la vivienda, muchos hombres hayan surgido de debajo de las piedras. Pero hay que reconocerle algún mérito a los censistas, porque no eran ajenos a la ciudad sino, por el contrario, reconocidos padres de familia y vecinos responsables de las cuadras donde debían contar a las personas en sus casas. Seguramente sabían quién vivía en cada lugar, más aún tratándose de dos padrones de alrededor de mil personas cada uno. No fue un error inducido: la explicación hay que buscarla en otra parte. Entre la servidumbre, tanto libre como esclava, es mucho mayor la cantidad de mujeres. En este sector, era evidente la incorporación temporal de personas a la casa para el trabajo doméstico, especialmente mujeres. El corte que se muestra en la pirámide entre los 50 y 59 años probablemente haya tenido que ver con la forma de anotar los datos: entre esta población analfabeta, muchas veces sin bautismo como indicador de una fecha, es difícil que recuerden siempre su edad con exactitud, además de la poca importancia que ese dato podía haber tenido. Tal vez ese hueco esté mostrando que había una servidumbre joven, libre, temporal, y que los estables que llegaban a envejecer en la casa eran pocos. En cambio, entre los esclavos, cuando los patrones sí podían conocer y recordad la edad, los adultos mayores estaban repartidos más homogéneamente. El 66% de los esclavos en la ciudad eran mujeres y entre ellas, el 76% tenía menos de 30 años, al igual que el 90% de los hombres. Sin duda, la casa poblada era un espacio joven: en 1812, el 70,5% de la familia principal, el 86,3% de los criados y conchabados, así como el 80,8% de los esclavos tenían menos de treinta años. En segundo lugar, la casa poblada era un espacio mayoritariamente femenino, ya que las tres cuartas partes de sus moradores eran mujeres. Esto tampoco debiera extrañarnos, ya que cualquier manual de demografía histórica nos indica que en las ciudades era habitual que hubiese un 30% de hombres ausentes (Henry, 1987). Ahora bien, esa proporción, sumándole también la mayor morbimortalidad masculina, significa que debería haber diez mujeres por cada seis hombres. Pero en San Miguel contamos con casi diez mujeres por cada tres hombres, una diferencia realmente llamativa.

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En estas casas de mujeres, que la mayoría de la servidumbre sea femenina resulta casi una obviedad. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el grueso de las actividades pesadas, relacionadas con el ganado y la fletería, se realizaba en la campaña y no en el ámbito urbano. Algunas vecinas y sus criadas eran comerciantes de efectos de Castilla o regatonas (vendedoras del mercado). La venta al menudeo de productos de fabricación casera, hechos por mujeres está escasamente registrada para esta ciudad, y probablemente no haya sido una actividad exclusiva de la plebe sino mayoritariamente una tarea a cargo de la servidumbre femenina de la casa grande. Pero especialmente, la disciplina de la casa estaba a cargo de las madres de familia, amas, doñas y patronas, vecinas propietarias y católicas. Todo un repertorio de cualidades que eran parte de la semántica oeconómica de la casa grande. A modo de cierre La teoría oeconómica y el concepto de casa grande resultaron fructíferos a la hora de analizar la ciudad de San Miguel de Tucumán. Durante los siglos modernos, urbanos y latinoamericanos, la casa grande tuvo una centralidad impensable para la época contemporánea, cuando la separación de lo público y lo privado ha distinguido, al menos conceptualmente, el ámbito de la política del ámbito de lo doméstico. La casa grande fue el espacio por excelencia de las relaciones económicas, políticas y sociales a cargo del padre de familia, en tanto el buen gobierno de la casa estaba montado sobre la capacidad de ese mismo padre de familia para gestionar las relaciones interpersonales y patrimoniales al interior de la casa y con relación a los demás padres de familia, para el gobierno de la república. También hemos encontrado novedades: la complementariedad de la casa de la ciudad y la casa de la campaña, como dos formas de residencia para las mismas familias, es un elemento importante de considerar no solo para la organización productiva, sino también la pertenencia política y la disciplina social de este vecindario. El interior de las casas pobladas reproducía a escala todo el colorido de la sociedad. Podría considerarse como el principal espacio de asimilación y de transmisión ideológica, donde el contacto era más estrecho, donde el mestizaje de los comportamientos era más profundo y donde los conceptos de pro-

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tección y de disciplinamiento se confundían en una misma relación de subordinación. Aún hay más: la casa poblada urbana tucumana era, sobre todo, de mujeres. Para entender el fenómeno de la ciudad de mujeres, tenemos que alejar nuestro foco y observar la casa dentro de la ciudad, y la ciudad dentro de la jurisdicción. En términos de espacialidad, la casa poblada joven y femenina solo era viable en la ciudad, y la ciudad preindustrial solo era viable en relación con la campaña. Por lo general, la casa poblada de la ciudad implicaba la matrilocalidad, un fenómeno bastante generalizado en la América hispana, y también en la pequeña ciudad surandina donde hemos focalizado nuestro estudio. En términos de reproducción social, la vida cotidiana de la casa poblada estaba marcada por la pulsión de la madre de familia. Su rol transmisor y disciplinador le otorgaba un papel central en la legitimación de un modelo cultural, social y político, centrado en la casa. La figura del padre de familia no podría haberse sostenido sin la definición de roles domésticos y entre ellos, el atribuido a la madre. La casa grande organizaba en buena medida el espacio de vida, de trabajo y de sociabilidad de la gente del común, ya sea como servidumbre estable, peones estacionales o simplemente, hombres y mujeres con su vida cotidiana organizada sin poder escapar del campo magnético de la casa. La casa poblada en la ciudad tanto como la estancia solariega en la campaña, era expresiones de un mismo tipo familiar de orden social, como dos modelos complementarios de corresidencia, en tanto ambos eran expresiones de una concepción del orden bajo criterios señoriales y estaban circunscriptos a la propiedad de los vecinos. En ambos espacios se reproducían tanto las relaciones de dependencia del grupo doméstico como dos tipos de producción, también domésticas. Los traslados permanentes de hombres y mujeres entre la ciudad y la campaña hacían que esa movilidad en el espacio estuviera integrada en la construcción de los grupos domésticos. Si bien podemos comprobar, en la ciudad y en la campaña, la existencia de otros espacios de concurrencia múltiple y de contacto ajenos al ojo celoso de la autoridad, la casa seguía estando en el centro de las representaciones del orden social. Tenía una fuerte impronta moral y religiosa, que normatizaba no solo la piedad y la salvación de las almas, sino también las relaciones sociales, la es-

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tructura jurídica, los intercambios, la circulación y el trabajo, aunque sin duda tuviera numerosos puntos de fuga en la convivencia cotidiana y en la praxis social. Hasta que una nueva teoría social pueda incluirlos, por ahora son apenas excepciones que confirman la regla. Bibliografía Agamben, Giorgio (2017): El Reino y la Gloria. Una genealogía teológica de la economía y del gobierno. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora. Aquino, Tomás de (1993): Suma de Teología. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. Aranda Pérez, Francisco José (1997): “Familia y sociedad o la interrelación casa-república en la tratadística española del siglo xvi”, en James Casey y Juan Hernández Franco, Familia, parentesco, linaje. Murcia: Universidad de Murcia. Atienza Hernández, Ignacio (1990): “Pater familias, señor y patrón: oeconomía, clientelismo y patronato en el Antiguo Régimen”, en Reyna Pastor (coord.), Relaciones de poder, de producción y parentesco en la Edad Media y Moderna. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Bascary, Ana María (1994): “Sobre doñas y criadas: mujer, ocupación y matrimonio en San Miguel de Tucumán a fines del período colonial”, en Juan Andreo García, Lucía Provencio Garrigós y Juan José Sánchez Baena (eds.), Familia, tradición y grupos sociales en América latina. Murcia: Universidad de Murcia. — (1999): Familia y vida cotidiana. Tucumán a fines de la colonia. Tucumán: UPO/UNT. Birriel Salcedo, Margarita (ed.) (2017): La(s) casa(s) en la Edad Moderna. Zaragoza: Institución Fernando el Católico. Bodino, Juan (2006): “De la administración doméstica y de la diferencia entre la República y la familia”, en Los seis libros de la República. Madrid: Tecnos. Brunner, Otto (1976): “La ‘casa grande y la oeconomía’ de la Vieja Europa”, en Nuevos caminos de la historia social y constitucional. Buenos Aires: Alfa. Casey, James y Hernández Franco, Juan (1997): Familia, parentesco y linaje. Murcia: Universidad de Murcia.

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Arquitectura, geografía, derecho y familia: la casa en Navarra Pilar Andueza Unanua Universidad de La Rioja

Abordar el estudio de la casa y del espacio doméstico de la Navarra de la Edad Moderna se presenta como una labor compleja. Diversos factores dificultan su investigación, pues hay que hacer frente a la extraordinaria variedad morfológica y tipológica de la arquitectura doméstica en estas tierras, tanto en su versión culta como popular, y analizar las causas que la propiciaron. Como tendremos ocasión de comprobar, motivos fundamentalmente geográficos, pero también económicos, sociales e incluso jurídicos influyeron en esta diversidad y heterogeneidad arquitectónica, indudablemente su rasgo más relevante. No podemos perder de vista, por otro lado, que la casa es, además, un ente vivo que, por su propia naturaleza y función, se encuentra en constante transformación. Sus habitantes, generación tras generación, la van adaptando a sus necesidades, pero también a los gustos y a las modas imperantes, lo que lleva aparejada su indefectible modificación. En Navarra no es difícil hallar casas de los siglos xvi, xvii y xviii. Bien al contrario, pueblos, villas y ciudades ofrecen numerosos ejemplares erigidos en aquellas fechas. Sin embargo, resulta difícil encontrar espacios domésticos de aquellas centurias que hayan llegado hasta nuestros días en su estado o concepción original. Las ideas burguesas nacidas en el siglo xix y proyectadas prácticamente hasta la actualidad afectaron profundamente a los interiores y exteriores de las casas y los modificaron sustancialmente reflejando nuevos usos sociales y renovadas menta-

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lidades1. Pero también los avances tecnológicos emanados de la Revolución Industrial, y aplicados en la vivienda navarra ya en el siglo xx, contribuyeron a la alteración de aquellos espacios renacentistas y barrocos. En efecto, la introducción del agua corriente y de la cocina económica trajo consigo una gran metamorfosis de la casa, visible especialmente en torno a la cocina-hogar y al nacimiento del cuarto de baño, merced también a las nuevas costumbres de higiene personal. Junto a ellos, y derivado del triunfo decimonónico de la unifuncionalidad de las estancias, vio la luz el comedor, un espacio novedoso, inexistente hasta entonces, que ponía de manifiesto la importancia que la burguesía otorgaba a la comida como acto de sociabilidad, comunicación, encuentro y placer, y que pronto imitaron otros grupos sociales (Giménez Serrano, 2006: 12-13; 42-43). Finalmente, el éxodo rural y la evolución de la sociedad navarra desde su tradicional economía agropecuaria hacia una economía basada en la industria y los servicios, que se han venido produciendo sin solución de continuidad fundamentalmente desde los años sesenta del pasado siglo hasta nuestros días, han causado la transformación definitiva del urbanismo y de los espacios de habitación del hombre. En suma, buena parte de las compartimentaciones y distribuciones de la casa de siglos pretéritos ha desaparecido y ha sido sustituida por otras dotaciones domésticas y por otras formas de habitar el espacio privado, borrándose así estos valiosos testimonios históricos. No son estos factores los únicos que limitan nuestro conocimiento de las casas navarras del pasado. La documentación ligada al espacio doméstico, especialmente los inventarios de bienes, se erige en una fuente fundamental para acercarnos a aquellas estancias desaparecidas y a las formas de vida. Sin embargo, ofrece también serias limitaciones en la consecución de nuestros objetivos. Por una parte, se trata de documentos que solo las familias o individuos de posición social acomodada acostumbraban a realizar, lo que ofrece un sesgo en su representatividad social. Suele reflejar por tanto el ámbito de los propietarios, pero impide acercarnos a comunidades más desfavorecidas y, por tanto, al ámbito de la arquitectura popular2. Por otro lado, a 1. Sirvan como ejemplo Morrás, Xabier, 2004: 333-373 y Andueza Unanua, 2019: 17-18. 2. Son abundantes los estudios sobre el valor, pero también limitaciones, de esta tipología de documentación notarial. Entre ellos queremos destacar Bennassar,

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menudo estos documentos notariales brindan una información que agrupa los enseres del hogar por su naturaleza, no por su ubicación en la casa, lo que indudablemente resta información para nuestro objeto de estudio. A menudo también nos encontramos con el escollo de la datación de los edificios, pues hemos podido comprobar la pervivencia y repetición de modelos constructivos durante largos periodos de tiempo, incluso siglos. No obstante, y a pesar de las dificultades reseñadas, vamos a realizar una aproximación a la casa navarra tradicional, fundamentalmente barroca, y a su espacio doméstico, tras haber realizado un exhaustivo trabajo de campo, que nos ha llevado a recorrer las diversas zonas geográficas de Navarra y a acceder a distintas tipologías de viviendas. A ello lógicamente hemos sumado la correspondiente revisión bibliográfica, a veces inabarcable por el carácter poliédrico del tema, y la documentación de archivo consultada, en este caso de tipo notarial, judicial y demográfico. Somos conscientes de que nunca llegaremos a conocer o desentrañar todos los aspectos del espacio doméstico navarro de épocas pretéritas por haber desaparecido en gran medida físicamente. Lamentablemente, el interés de los investigadores por la arquitectura doméstica resulta muy reciente y dio inicio hace escasísimas décadas, precisamente cuando los espacios originales, testimonios de nuestra historia, habían sido mutilados irremediablemente o transformados de manera definitiva. No obstante, los nuevos estudios de la casa y del espacio doméstico desde una triple perspectiva: material, social y cultural, están ofreciendo desde luego resultados de gran interés y relevancia, ligados en gran medida al análisis de la vida cotidiana3. Dada la limitación del espacio del que disponemos y los trabajos que ya hemos realizado sobre la arquitectura civil navarra, especialmente en su faceta nobiliaria4, pretendemos en esta investigación ofrecer una valoración global de la arquitectura doméstica, tanto culta como popular, para relacionarla con sus habitantes. No en vano, “la familia es núcleo vertebrador de la casa y las casas con 1984: 139-146; Imízcoz Beunza, 1996: 117-144 y Yun Casalilla, 1999: 27-40. Sobre las fuentes de estudio de la casa navarra véase Andueza Unanua, 2019: 12-18. 3. Sirvan como ejemplo Blasco Esquivias, 2006; Franco Rubio, 2009, 11-30 y 2018; García Fernández, 2013 y Birriel Salcedo, 2017. 4. Dejando a un lado estudios concretos sobre casas, palacios y localidades, destacan Andueza Unanua, 2004; 2009a, 219-263; 2011, 84-95 y 2014, 55-174.

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las familias que las habitan estructuran la vecindad y la sociedad” (Barandiarán y Manterola 2011, 76). De este modo, en las próximas líneas nos adentraremos en la casa abordando su denominación, los factores que influyeron en su conformación, su funcionalidad, así como en su naturaleza jurídica, para cerrar el estudio con la relación entre la vida cotidiana familiar y el espacio doméstico. Por el contrario, no nos detendremos, a diferencia de otros estudios previos, en los promotores de las casas, en sus fuentes de financiación o en la tratadística. Las denominaciones de la vivienda De acuerdo con la documentación consultada, el edificio doméstico en Navarra, tanto en el medio rural como en el urbano, era denominado habitualmente “casa”, etxe en euskera. En ocasiones, cuando la edificación ofrecía cierto empaque y su propietario ocupaba una elevada posición social, se aludía a “casas”, en plural, aunque se tratara de una vivienda unifamiliar. Este extremo no fue exclusivo del viejo reino, tal y como se desprende del Tesoro de la Lengua castellana5. Existía también la “casa principal de mayorazgo”, habitualmente una construcción arquitectónicamente significativa, que encabezaba un vínculo. Proliferaron desde finales del xvii y, sobre todo, en la centuria siguiente, cuando un considerable número de familias enriquecidas a través del comercio, de los negocios, del dinero indiano, pero también de los servicios prestados a la Monarquía hispánica, en su imitación a la nobleza de rancio abolengo, fundó numerosos mayorazgos, situando a su cabeza el solar familiar, ahora renovado con aspecto señorial. Finalmente, figuraba también el “palacio”, denominación que en la Navarra de la Edad Moderna se refería generalmente a la residencia del monarca o del obispo. Una tipología exclusiva de tierras navarras fue el “palacio cabo de armería”, solar de nobleza situado en el medio rural, cuyo origen resulta remoto e incierto. Exento del pago de cuarteles y donativos, estaba también libre de toda especie de contribuciones y repartimientos. Muy habitual fue que estos palacios go5. “Agora en lengua castellana se toma casa por la morada y habitación, fabricada con firmeza y sumptuosidad; y las de los hombres ricos, llamamos en plural. Las casas del señor fulano, o las del Duque, o Conde, &c.” (Covarrubias, 1611: 207).

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zaran de asiento en las Cortes del reino en el brazo de la nobleza, así como de preeminencias honoríficas en la iglesia de la localidad donde se ubicaba. Desde antes de mediar el siglo xvii, las crecientes necesidades económicas de la Hacienda pública propiciaron que el monarca concediera esta categoría a numerosas casas del reino tras el pertinente donativo o servicio de su propietario a la Corona. De este modo se distinguieron estos nuevos palacios respecto a los de origen medieval, denominados de nómina antigua, que presentaban en muchas ocasiones forma de torre defensiva (Martinena Ruiz, 1980 y 2009). Eran en el primer caso reflejo de una merced concedida por la monarquía absoluta a través del dinero, es decir, prácticamente un rango económico. Por el contrario, los palacios de nómina antigua reflejaban una calidad nobiliaria que respondía al viejo sistema medieval de linajes y bandos (Caro Baroja, 1972: 82-84). No obstante, la categoría jurídica de palacio cabo de armería no llevaba aparejado obligatoriamente el desarrollo de una arquitectura señorial o culta. Así lo vemos, por ejemplo, en la localidad baztanesa de Errazu, donde tanto el palacio Hualde como el palacio Echeveltzea, ambos cabo de armería, son dos destacados ejemplares de arquitectura popular que siguen la tipología de caserío. Tampoco debemos pensar que cualquier edificio levantado en la Edad Moderna con un aspecto relevante fuera un palacio, a pesar de que en la actualidad utilicemos ese término, generalizado en el siglo xix. Anotemos algunos ejemplos. En la década de los años treinta del siglo xviii, Miguel de Arizcun, marqués de Iturbieta, hombre de negocios enriquecido en la Villa y Corte, reformó su casa nativa, Arozarena, situada en la capital del valle de Baztán, Elizondo, dándole un aspecto señorial y logrando para ella de manos reales en 1732 la categoría de palacio cabo de armería tras haber nutrido con víveres y municiones a la Marina y al Ejército. Paralelamente, a escasos metros levantó una de las construcciones domésticas navarras más relevantes del aquel siglo, Arizkunenea, que, aunque hoy es denominado palacio, nunca lo fue jurídicamente (Aundueza Unanua, 2011: 90-92). Y lo mismo podemos decir de los ejemplares torreados, indudablemente los más destacados del reino: unos son palacios cabo de armería, como el palacio de Viguria, el palacio de Azcona, el palacio de Subiza o el palacio Reparacea de Oyeregui, pero otros, a pesar de su envergadura formal y su aspecto nobiliario, nunca gozaron de ese privilegio, aunque hoy, anacrónicamente, los denominemos así: la casa de los Vizcaíno en Miranda de

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Arga, la casa Iriartea de Errazu o la de los Gastón de Iriarte en Irurita pueden ilustrarnos a este respecto, todas ellas, a la sazón, casas principales de mayorazgo (Andueza Unanua, 2004: 234-239; Andueza Unanua y Azanza López, 2014: 85-91). Si durante el siglo xvi el individuo se identificaba con su aldea natal, como lo atestigua la abundancia de apellidos procedentes de la toponimia, desde el siglo xvii el nombre de su casa adquirió una gran relevancia, consolidándose su uso entre 1690 y 1720. En la Navarra con familia de tipo troncal (Norte y buena parte de la Zona Media), dicho nombre, generalmente en euskera, servía para individualizar y definir al grupo familiar y, aunque el apellido ligado a un solar podía modificarse en virtud de los enlaces matrimoniales, el nombre de la casa solía permanecer en el tiempo y se extendía a toda la familia (Moreno Almárcegui y Zabalza Seguín, 1999: 91-95). Diversos sufijos añadidos al nombre en vascuence podían aludir a un apellido, un origen, una ubicación, un oficio, un apodo, etc. (Caro Baroja, 1972: 149-153; Barandiarán y Manterola, 2011: 159-164)6. La distribución de la población La economía agropecuaria que predominó en la Navarra de la Edad Moderna hizo que los asentamientos humanos fueran eminentemente rurales y por tanto la casa, lugar habitacional y de trabajo, se ubicara en gran medida en aquel medio. De hecho, a lo largo de aquellos siglos, nueve de cada diez navarros pertenecían a familias campesinas y, en consecuencia, a comunidades rurales (Floristán Imízcoz, 1984: 81). El hábitat disperso se desarrolló en la Navarra húmeda, fundamentalmente en los valles atlánticos del norte orientados al Cantábrico, con el caserío como máximo exponente no solo de vivienda, sino también como una unidad económica y social ligada a una familia. No obstante, no se trataba de un hábitat disperso puro, sino más bien mixto, pues junto a los caseríos, diseminados y aislados, había también núcleos de poblamiento concentrado en cuyos términos municipales se ubicaban dichos caseríos. En estos núcleos las casas seguían la misma

6.

Un estudio que alude a los nombres de los individuos y de las casas navarras y realiza una labor de recopilación bibliográfica sobre el tema es Zabala Seguín, 2018.

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morfología del caserío, disponiéndose libremente, dejando amplios espacios entre ellas, en parcelas con huerta o sin ella, al no existir un ordenamiento urbanístico previo. Pero estas construcciones también podían alinearse formando calles a las que se abrían sus amplias fachadas bajo las dos aguas de la cubierta. Quedaban en este caso separados unos edificios de otros a través de estrechos pasillos: las belenas o etxekoartes, donde vertían las aguas de los tejados y a las que incluso se podían abrir pequeños vanos, tal y como se ve en localidades como Santesteban, Ituren, Maya o Arizcun. Su propiedad y mantenimiento era compartida por los dueños de ambos inmuebles (Ruiz de la Cuesta Cascajares, 1989: 159-166). No tenemos constancia de que estas angostas vías privadas, presentes también en tierras pirenaicas e incluso en localidades de la Zona Media, constituyeran, como en ocasiones se ha sugerido, una medida de seguridad para frenar la expansión de un posible incendio entre las viviendas. Por el contrario, sí contribuían a ello grandes contrafuertes de piedra que flanqueaban verticalmente la fachada con sus extremos suspendidos sobre ménsulas, tal y como se ve con gran profusión por ejemplo en Goizueta o Lesaca. Fuera de la Navarra húmeda el hábitat era concentrado. En la zona del Pirineo, prepirineo y parte septentrional de la Navarra Media predominaban pequeños núcleos de población: aldeas agrupadas en valles, con casas tanto exentas —a veces también entre belenas— como pegantes entre sí, mientras en el sur de la Navarra Media y en la Ribera se distribuían grandes unidades de poblamiento compacto con un hábitat apiñado. En estos casos las casas se disponían siempre unidas unas a otras y formando calles, lo que suponía para los vecinos compartir las paredes medianiles, hecho que provocó no pocos enfrentamientos por su mantenimiento en buen estado, tal y como puede comprobarse en los numerosos procesos judiciales conservados en el Archivo General de Navarra. Esta modalidad de casas pegantes no solo estaba presente en latitudes sureñas, sino que también predominaba en los grandes núcleos urbanos de la Zona Media como Pamplona, Estella, Sangüesa, Tafalla, Olite, Puente la Reina o Viana. En estas villas y ciudades, sencillas casas de vecindad, en las que podían vivir varias familias, distribuidas en habitaciones y aposentos en régimen de alquiler, compartían calle y se mezclaban aleatoriamente con inmuebles ocupados por un único clan, generalmente de posición acomodada. Por su parte, las élites económicas y sociales poseían casas unifamiliares, ubicadas en

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las calles más relevantes, a la sazón vías festivas y ceremoniales, por las que transcurrían procesiones y cortejos. Levantadas habitualmente sobre varios solares previamente adquiridos, sobresalían entre el resto del caserío por su mayor tamaño, empaque, portada más desarrollada, balcones de gran tamaño y vuelo, y por su labra heráldica, a lo que se sumaba a menudo la presencia de un jardín en la parte posterior (Andueza Unanua, 2004: 108-172; Carrasco Navarro, 2014: 91-163). Su construcción era la culminación de un proceso de progresivo ascenso económico y social de nobles, emigrantes, hombres de negocios y comerciantes. En una cultura visual como la barroca no bastaba con ser noble. También había que parecerlo. Por ello, la magnificencia de una casa, ricamente amueblada y alhajada, y atendida por un nutrido servicio doméstico, se convirtió en símbolo indiscutible de su posición triunfal e imagen de su linaje, similar a lo ocurrido en otras zonas de la península7. La mezcla de grupos de distinta extracción social en la misma rúa se comprueba con nitidez en el censo de Floridablanca de 1786. Así, por ejemplo, en Pamplona, como capital del reino, sus calles acogían casas, compartidas o no, en las que vivían gentes dedicadas a profesiones muy diversas, en cuyos bajos instalaban sus talleres y tiendas. Es el caso de la calle Bolserías (actual San Saturnino) y calle Mayor, donde los inmuebles al amparo de la parroquia de San Cernin alojaban a sastres, chocolateros, cereros, boteros, cordeleros, cuchilleros, calceteros, estañeros, plateros, torneros, horneros, carpinteros, latoneros, escribanos reales, labradores, cerrajeros, peluqueros, maestros de obra prima, boticarios, pintores, tejedores, zapateros, pelaires, caldereros, un cirujano, un pastelero y a un maestro de niños. No obstante, destacaban allí por su elevado número, y por tanto mayor concentración, cereros, plateros y comerciantes, oficio este último también muy localizado en el ámbito de la calle Chapitela y el entorno de la plaza del Castillo y calle Estafeta8. La mezcla era, pues, la tónica general de sus calles. Para los siglos del Barroco se había perdido definitivamente la 7. Sobre los promotores de la arquitectura señorial barroca en Navarra: Andueza Unanua y Azanza López, 2014: 70-72; Andueza Unanua y Orta Rubio, 2007: 3441 y Carrasco Navarro, 2014: 48-72. 8. Archivo Municipal de Pamplona (en adelante AMP), Censo de Floridablanca, fols. 13vº-38. Un análisis sobre las familias y los hogares pamploneses a través de este censo puede verse en Mikelarena Peña, 1994: 125-147.

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agrupación de oficios que en la Edad Media había dado nombre a muchas calles, si bien todavía los labradores se ubicaban en el barrio de Brullerías (actual calle San Lorenzo) y barrio de las Carnicerías Viejas (actual calle Descalzos), como había ocurrido en el pasado, apreciándose además en esta zona, indudablemente más deprimida, una mayor proporción de casas compartidas entre varias familias e individuos9. La calle Cuchillerías (actual San Francisco) acogía la residencia del marqués de Castelfuerte, el marqués de Vesolla y el marqués de Góngora, mientras otros miembros de la nobleza, titulados o no, se situaban en otras calles relevantes, como la calle Zapatería o la calle Mayor, compartiendo acera con gentes de gremios diversos (Andueza Unanua, 2002: 71-82)10. Dato destacable para el análisis del espacio doméstico que se desprende del mencionado censo es el elevado número de personas dedicadas al servicio en la casa, en el caso femenino destinadas a las labores del hogar, y en el caso masculino como sirvientes y mancebos de determinados oficios. Todos ellos vivían en el inmueble. Lógicamente las casas nobles concentraban un mayor número de empleados. Así por ejemplo, los condes de Guenduláin y marqueses de la Real Defensa, que tenían seis hijos, contaban en su residencia con seis mujeres y dos hombres para la atención de la casa y la familia, además de un sacristán11. El entonces alcalde de la ciudad, Manuel Vicente Mutiloa y Salcedo, cuya casa se corresponde con la actual nº 40 de la calle Zapatería, disponía por su parte de tres sirvientas, un mayordomo y un paje de nueve años12. Un paje formaba también parte del servicio de la casa del marqués de Gaona o de la madrileña Mª Antonia Goyeneche e Indaburu, entonces viuda, hija y nieta de relevantes hombres de negocios afincados en la Villa y Corte. Para su servicio y el de su hijo en su casa de la plaza del Castillo tenía también un paje de diecisiete años, así como tres sirvientes varones y cuatro mujeres13.

9. AMP, Censo de Floridablanca, fols. 192vº-240. 10. AMP, Censo de Floridablanca, fols. 185vº-192. Andueza Unanua, 2002: 71-82. 11. AMP, Censo de Floridablanca, fol. 98. Sobre esta familia, Andueza Unanua, 2004: 235-179. 12. AMP, Censo de Floridablanca, fol. 89 vº. Sobre los Mutiloa, Andueza Unanua, 2004: 321-337. 13. AMP, Censo de Floridablanca, fol. 353 (Andueza Unanua, 2004: 353-392; 2005: 353-392; 2018: 457-466).

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Economía y funcionalidad Elemento clave en la conformación de la casa navarra fue la utilidad o funcionalidad, tanto en el ámbito rural como urbano, estrechamente ligada a la economía que sustentaba a la familia que en ella moraba (Urabayen, 1929: 18). No ha de extrañarnos, por tanto, que en la Navarra rural el edificio respondiera a unas funciones claras y específicas para el desarrollo de un trabajo compartido por hombres y bestias. La economía agropecuaria rural dio en gran medida forma a la casa (Floristán Samanes, 1951: 250; Caro Baroja, 1972: 158). Mientras el norte ofrecía una economía de autoconsumo y necesitaba espacios grandes para la ganadería y amplios desvanes para conservar en el tiempo los frutos recolectados, sobre todo la hierba con la que nutrir a los animales, la Zona Media, centrada en el cultivo de cereales y vino, capaz de ofrecer excedentes para su venta, adaptaba la casa para introducir graneros bajo el tejado, así como lagares y bodegas. Estas últimas estancias estaban también presentes en la Ribera, donde se sumaba a veces la producción y almacenamiento de aceite, asociado a los trujales (Mikelarena Peña, 1995: 38)14. La funcionalidad quedaba asimismo patente en diversos elementos ligados al medio geográfico. Sirvan como ejemplo los grandes aleros en zonas de elevada pluviosidad, como las tierras de Ulzama, Anué, Basaburúa, Larráun o del Bidasoa, o los tejados de gran inclinación en áreas pirenaicas para evitar el estancamiento de la nieve, donde además las fachadas presentaban un aspecto compacto y cerrado con ventanas pequeñas ante la dureza del clima y con balcones secaderos rematados con tejadillos buscando acumular temperatura, como se aprecia por ejemplo en Roncal y Ochagavía. No podemos perder tampoco de vista aspectos utilitarios como la orientación de la casa, ocupando lugares abrigos, o la cercanía a cursos de agua o a la tierra cultivada (Barandiarán y Manterola, 2011: 131; 166-172). Pero la funcionalidad también se plasmaba en la vivienda urbana. En unas ocasiones era para adaptarse al oficio de su morador, como se comprueba en los despachos, obradores, botigas y lonjas de hombres de negocios, comerciantes, notarios, plateros y artesanos pamploneses, situados en 14. Sobre la producción agraria y ganadera de Navarra y su evolución en la Edad Moderna, Arizcun Cela, 1988: 13-34.

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la planta baja. En otras coyunturas, como es el caso de la nobleza o de la burguesía ennoblecida, la estructura y amueblamiento de la residencia, como manifestación de poder, respondían al decoro que exigía su estatus, asociado a conceptos de identidad y rango, lo que obligaba a construir un determinado tipo de morada y vestirla con la dignidad propia de su condición15. No faltaban tampoco otros elementos funcionales, y a la vez simbólicos, ligados paralelamente a la cultura visual, efectista y festiva del Barroco, como era la proliferación de balcones en las fachadas, para convertirlos efímeramente en tribunas de espectáculos donde ver y dejarse ver con motivo de fiestas, cortejos, procesiones y otros regocijos que periódicamente transformaban la ciudad. Utilidad clara ofrecía desde luego la labra heráldica que lucían las casas en sus fachadas. Como elemento parlante, proclamaba públicamente la nobleza de sus habitantes. En suma, una funcionalidad que en muchos aspectos aparece ligada a la habitabilidad y domesticidad de la casa, espacio, además, de sociabilidad16. La casa en Navarra, como ocurría en otros puntos de la península, no era siempre propiedad de sus moradores, por lo que no resultó extraño el contrato de arriendo, asociado a menudo en el medio rural con la explotación de unas tierras anejas, por las que se pagaba una renta anual. El apeo de Baztán de 1726-1727 nos permite comprobar con claridad, por ejemplo, la separación existente entre los propietarios de las casas, que en este valle resultan mayoría, de aquellos otros individuos que ocupan una casa en calidad de renteros y son denominados moradores, carentes, como veremos en líneas posteriores, de los derechos de los que gozaban los primeros (Ondarra, 1984: 5-47). Lamentablemente los estudios sobre la población con vivienda propia son escasos. No obstante, y aun a riesgo de generalizar, parece que se puede relacionar la propiedad de la tierra con la tenencia de una casa. Así, por ejemplo, en algunas localidades de la Navarra húmeda como Vera de Bidasoa y Lesaca a principios del siglo xix más de la mitad de las unidades familiares carecían de hacienda propia y por tanto muy posiblemente de habitación propia. En los valles pirenaicos y la cuenca

15. Sobre estos conceptos véase Franco Rubio, 2009: 63-103. 16. Sobre estos conceptos: Álvarez-Ossorio Alvariño, 1998-1999: 264-278; Soria Mesa 2011: 5-10 y Andueza Unanua 2012: 1014-1023.

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de Pamplona aproximadamente un tercio de la población no poseía tierras, mientras en la Zona Media, el porcentaje en esta situación descendía por debajo del 15%. Sin embargo, en la Ribera de Navarra, donde la propiedad de los bienes raíces estaba concentrada en pocas manos y la explotación de las tierras era realizada por aparceros, que trabajaban a jornal, la lógica nos lleva a pensar que el porcentaje de población con casas en propiedad sería menor, de modo que buena parte de los jornaleros habitarían en inmuebles alquilados y en muchas ocasiones en condiciones deficientes (Mikelarena Peña, 1995: 51-70; Erdozáin Azpilcueta y Mikerarena Peña, 1990: 411; Erdozáin Azpilcueta, Mikerarena Peña y Paul Arzak, 2002: 232 ). Por su parte, el arrendamiento en las ciudades era muy habitual. La Iglesia, la nobleza y la burguesía ennoblecida poseían un elevando número de inmuebles, adquiridos como inversión y a menudo ligados a un mayorazgo, que alquilaban, bien de manera unitaria, bien por habitaciones, y con cuyas rentas nutrían su economía. En la capital navarra, por ejemplo, en 1727 un 91,45% de las familias vivía alquilado, resultando esta cifra veinte puntos porcentuales superior a la de mediados de la centuria anterior (Gembero Ustárroz, 1986: 56). Los precios en la Pamplona del siglo xviii se situaban aproximadamente entre los 20 y los 30 ducados anuales, si bien lógicamente estas cantidades podían aumentar o disminuir dependiendo de la ubicación, tamaño y calidad del inmueble17. La influencia de la geografía: clima, suelo, materiales y morfología No cabe duda de que el factor geográfico ha determinado en buena medida las características de la casa navarra a lo largo de la historia. 17. Sirvan como ejemplo: Archivo General de Navarra (en adelante AGN), Caja 19997, Prot. Not. Juan Antonio Mañeru, 1711, 24-II: escritura de arrendación de una casa en la calle Chapitela de Juan Antonio de Azpilcueta a Francisco de Ventilar (50 ducados). Ibidem, 1711, 7-IX: escritura de arriendo de una casa de la Compañía de Jesús a Antonio de Ezpeleta, mercader, en la calle Pozoblanco (28 ducados). Ibidem, Caja 21530, Prot. Not., Juan Lucas de Riezu, 1798, 4-VI: escritura de arriendo de una casa a espaldas de Pellejerías otorgada por Francisco Sorauren, presbítero, a favor de Nicolás Ciriza y su mujer (25 ducados). Ibidem, Caja 21016, Prot. Not., Blas Antonio del Rey, 1792-25-XI: escritura de arriendo de dos habitaciones en la calle San Antón de Tomasa Fermina Ochoa de Olza a Antonio Tapia.

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Adaptar la arquitectura doméstica al clima en el que se desarrolla y utilizar los materiales que le aporta el suelo donde se levanta son la esencia de la construcción tradicional, especialmente en el desarrollo de la arquitectura vernácula (Urabayen, 1929: 40; Chueca Goitia, 1947: 31; Barandiarán y Manterola, 2011: 72). De acuerdo con estos invariantes castizos de adecuación al medio, en líneas generales en Navarra podemos distinguir tres amplias franjas horizontales a la hora de determinar los materiales empleados en los muros exteriores de la casa18. Cada área a su vez presenta una serie de particularidades, dando por tanto lugar a una gran variedad. En la zona septentrional, en la que situamos las tierras al norte de Pamplona (los valles atlánticos del noroeste —la Navarra húmeda—, los valles pirenaicos y las cuencas prepirenaicas), primó el uso de la piedra, utilizada de diversas maneras. Así hallamos fachadas levantadas en mampostería, como se ve en la arquitectura popular del valle de Roncal. Pero más habitual fue ocultar este material irregular a través de un enfoscado pintado luego de blanco, dejando a la vista grandes bloques de sillería para enmarcar vanos y reforzar las esquinas, como ocurre por ejemplo en Baztán, Bértiz Arana o en las Cinco Villas de la Montaña. Esta modalidad era también propia de los valles pirenaicos centrales y la comarca de Auñamendi, que continuó con ella en el siglo xix como se ve por ejemplo en Burguete, localidad reconstruida tras su incendio de 1794 durante la Guerra de la Convención. En la villa de Roncal las fachadas enfoscadas se centran en la arquitectura culta como se ve en casa Gambra, López o Sanz, así como en edificios decimonónicos. Pero también en toda la zona norte (cantábrica y pirenaica) existen fachadas erigidas íntegramente en sillería como se aprecia en los palacios Ascoa y Jarola de Elvetea, Apeztegi de Errazu, Borda y Arrechea en Maya, casa Yoanderrenea de Lesaca, el palacio Sagadía de Ituren, casa Arnosa o Bornás de Ochagavía y ejemplares en Lacunza y Villanueva de Araquil, por citar solo algunos casos relevantes. El elevado coste de la cantería limitó el número de casas y palacios de esta naturaleza y estuvo ligado a la arquitectura señorial. No faltaron frontispicios, especialmente en el valle de Larráun, donde la piedra se extendía por buena parte de los mismos generando una 18. Advirtieron de esta división desde el punto de vista de la historia del arte Rivas Carmona, 1988: 422; Echeverría Goñi y Fernández Gracia, 1991: 217-240. Con posterioridad han profundizado en ello Andueza Unanua, 2009a: 221-223; Andueza Unanua y Azanza López, 2014: 72-74.

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estructura triangular en torno a la puerta y al eje central de la fachada, combinada con amplios paños enfoscados. Es en buena parte de esta franja geográfica (valles atlánticos —Navarra húmeda— y cuencas prepirenaicas) donde se desarrolló la tipología del caserío, que habitualmente revocaba sus paredes y las pintaba de blanco contrastando con el color de la piedra que quedaba a la vista en puertas, ventanas y esquinas. Coincidiendo además con zonas de amplias masas forestales, en algunos de estos caseríos las fachadas incorporaron entramados de madera, detectándose también en ellas algunos pisos en leve saledizo apoyados sobre solivos o ménsulas, a veces talladas, siguiendo una tradición anterior, como se aprecia en las Cinco Villas de la Montaña, especialmente Vera de Bidasoa y Lesaca, o en Goizueta (Urabayen, 1929: 97-99; Caro Baroja, 1982: 79-179). Esta madera que quedaba a la vista se combinaba con escorias, cascotes y mampuestos revocados e incluso ladrillo, tal y como puede observarse especialmente en torno a las cuencas del Bidasoa, Urumea, Leizarán, Araxes y Araquil (Urabayen, 1929: 84-88; Caro Baroja, 1972: 201-211). Por el contrario, en la Ribera de Navarra, sobre todo en los cursos inferiores de los ríos Ega, Arga, Aragón y Ebro, la ausencia de canteras obligó a la utilización de la arcilla como material constructivo, especialmente el ladrillo por su solidez, durabilidad y posibilidades decorativas, aunque también se llegó a emplear el adobe por su menor precio y por su capacidad aislante y, más puntualmente, el tapial, generalmente en zonas de corrales y cercas19. Asociada al ladrillo y al valle medio del Ebro se desarrolló, al menos desde el siglo xvi, en algunas viviendas una galería de arquillos como remate superior de la fachada, visible en localidades como Corella, Cintruénigo, Cascante, Villafranca o Tudela (Borrás Gualis, Gómez Urdáñez y Lombra Serrano, 1991: 11). Su influencia se extendió hacia el norte, como se ve por ejemplo en Peralta, Miranda de Arga, Carcastillo u Olite, llegando hasta Pamplona, Estella y Sangüesa. En ocasiones el arco de medio punto era sustituido por una sucesión de vanos adintelados, como en el palacio de Enériz o en la casa de los García de Salcedo de Milagro (Andueza Unanua, 2017: 623-656). No podemos perder de vista tampoco en esta

19. Puntualmente en algunas localidades riberas se utilizó la piedra como indica Floristán Samanes, 1951: 251. Sobre la fabricación tradicional de teja, ladrillo y adobe, puede verse Garmendia Larrañaga, 1982: 447-459.

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zona sureña la utilización de cuevas como espacio doméstico, donde la vivienda se establecía en una única planta con la cocina como primer habitáculo desde la calle para facilitar la salida de la chimenea (Miranda, 2007: 9-10 y 12). Abandonas hace escasas décadas, fueron numerosas localidades riberas, como Valtierra, Arguedas o Milagro, las que ofrecían a las gentes menos acomodadas la posibilidad de excavar en el acantilado sus viviendas, hoy convertidas algunas en alojamientos turísticos (Urabayen, 1929: 110-112; Barandiarán y Manterola, 2011: 307-308; Anónimo, 2000: 26-27)20. La tercera zona geográfica de Navarra se corresponde con la Zona Media que abarca buena parte de las merindades de Estella, Pamplona, Olite y Sangüesa. Esta área ofrece como principal característica la diversidad en el uso de materiales, pues hallamos numerosas casas levantadas íntegramente en sillería (Riezu, Lezáun, Úgar, Azanza, Sansol, Armañanzas, Arróniz, Viana, Los Arcos, Urbiola, Sorlada, Elcano, Ollo, Gazólaz, Larraya, Añorbe, Cirauqui, Mañeru, Obanos, Enériz, Adios, Lerga, Larraga, Mendigorría, Olite, Pitillas, Artajona, Falces, Miranda de Arga, Aoiz, Cáseda, Unciti, Mendioroz, Salinas de Ibargoiti, etc.), pero también muchas de muros enfoscados con sillares en vanos y cadenas en las esquinas (Zizur Mayor, Astráin, Artazu, Munárriz, Noáin, Elorz, Imárcoain, Senosiáin, Muruarte de Reta, Mañeru en el ámbito de la arquitectura culta, y generalizada en la popular). Lamentablemente la petrofilia desatada en las últimas décadas ha provocado la eliminación en muchos casos de los morteros de las fachadas dejando definitivamente la mampostería a la vista y modificando así el aspecto original de las casas. No faltaron tampoco en los edificios más humildes el uso de piedra irregular sin revoco e incluso la denominada “piedra seca”, sin argamasa, como se veía en algún caso en la Valdorba (Caro Baroja, 1972: 172). No obstante, una variante muy habitual y extendida en esta zona fue la combinación de piedra y ladrillo, la primera para la planta baja, que actuaba a modo de zócalo por su mayor resistencia, y el segundo para la construcción de las distintas alturas. De este a oeste, es decir, desde Lumbier hasta Mendavia, pasando por localidades como Los Arcos, Viana, Acedo, Arbeiza, Larraga, Puente la Reina o ciudades como Pamplona, Olite, Estella, o Sangüesa halla20. Caro Baroja, 1972: 220-223 ofrece un mapa con la ubicación de viviendascuevas.

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mos multitud de ejemplos, tanto en el ámbito de la arquitectura popular como en la culta. El masivo empleo del ladrillo en amplias zonas de Navarra propició la presencia de tejerías en diversas localidades donde se fabricaban ladrillos y tejas en grandes cantidades, tal y como atestigua la documentación y la toponimia. En algunas localidades había tejería, cantera e incluso calera, como ocurría en Monreal (Jimeno Jurío, 1996: 55). Material fundamental en la construcción de la casa navarra fue la madera, dado que, una vez realizados los cimientos de piedra, la casa se armaba generalmente sobre una estructura de pilares pétreos y/o pies derechos de madera con capiteles geométricos y zapatas sobre los que se montaban los solivos, también de madera, que generaban los distintos pisos. Sobre ellos, tirantes, pares, tornapuntas y pendolones constituían la estructura del tejado con tablazón bajo las tejas en las áreas septentrionales y cañizos en la Ribera, empleándose ambas opciones en la franja central. Para conformar los distintos pisos en el norte, sobre las vigas colocadas horizontalmente, se colocaban directamente recias tablas que actuaban al mismo tiempo de suelo para el nivel superior y de techo para el inferior. Así lo vemos por ejemplo en algunas estancias de las casas Buztinaga de Errazu, Osambela de Huici o en la casa Gambra de Roncal. No obstante, como ocurrió en la Zona Media, fue más habitual construir unas bovedillas de mortero entre viga y viga. Por encima, la superficie resultante podía ser entablillada con tarima (norte) o recibir ladrillos (Zona Media). En la Ribera se utilizó el cañizo y la tierra para conformar los suelos. En ocasiones se remataban también con ladrillos o con una capa de yeso endurecido, más ligada a la arquitectura popular. Por el contrario, los edificios señoriales tendieron a ocultar las mencionadas estructuras de los techos a través del cielo raso, armazón liso situado bajo el forjado y constituido por estrechas tablillas y un revestimiento de yeso que, como falso techo, ocultaba el viguerío maestro, y era susceptible, además, de recibir decoración pictórica e incluso alguna yesería. Lógicamente el tipo de madera empleada en cada zona dependió de la cercanía y disponibilidad de las especies arbóreas. Mientras en el norte atlántico triunfó indudablemente el roble, en el sur se utilizó mucho el pino que llegaba desde los montes pirenaicos, donde también se usaba, a través de las almadías. En la Zona Media se detecta el uso de ambas especies. No obstante, de manera más puntual podía

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usarse también el castaño, haya, chopo y hasta olmo y fresno, como ocurre en Viana (Labeaga Mendiola 2004: 412). Ya en el interior de las casas las paredes podían realizarse de diversos materiales, como ladrillo o mampostería, siempre revocados y encalados, que en latitudes norteñas podían combinarse con entramados o postes de madera de castaño y roble —pino en zonas pirenaicas— que, de trecho en trecho, quedaban a la vista, e incluso varillas de fresno y avellano entrecruzadas, cubiertas por la argamasa. No faltaron, también en el septentrión, paredes formadas exclusivamente por tablas (Caro Baroja, 1974b: 36). A la vista de lo descrito, no debe extrañarnos el papel que durante la Edad Moderna desempeñaron los carpinteros en la conformación de la arquitectura doméstica, tal y como se desprende de los contratos de obras. No en vano, eran ellos los que realmente componían y articulaban la casa desde los cimientos hasta el tejado. Muy ligada al medio geográfico se hallaba también la cubierta del edificio, tanto en su disposición como en su inclinación. Sol, lluvia y nieve marcaban en gran medida su morfología, de modo que su superficie iba aumentando de tamaño respecto a su planta conforme el clima se hacía más húmedo y frío (Urabayen, 1929: 49). La cubierta más extendida en Navarra fue la dispuesta a dos aguas, bien con el caballete paralelo a la fachada —Zona Media y Ribera—, que resultaba la más sencilla y económica, bien perpendicular a la misma, como se ve en la tipología de caserío, que buscaba de este modo la máxima insolación de la fachada en una tierra de cielos grises. Dadas las elevadas precipitaciones de los valles atlánticos, los tejados de estos caseríos sobresalían y se prolongaban con gran vuelo sobre los muros apoyados en grandes ménsulas o perrotes de madera, a veces tallados, protegiendo así la fachada, la portada, así como los balcones que a menudo actuaban como secaderos de productos agrícolas, pieles o lana (Caro Baroja, 1974b: 42). Contribuían también a esta protección del frontispicio los profundos contrafuertes que flanqueaban los extremos de la fachada desde el suelo hasta el tejado, muy extendidos, por ejemplo, en el valle de la Ulzama o Anué. En los valles pirenaicos hallamos también cubiertas a dos aguas —sirva como ejemplo Abaurrea Baja—, pero hay un mayor predominio de las cuatro aguas con aleros cortos como se observa con nitidez en Ochagavía. Para hacer frente a la nieve y a los vientos

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los tejados presentaban una gran inclinación, llegando en algunos casos a los 40-50o, como se ve desde Espinal hasta la frontera con Huesca, especialmente en los cursos altos de los ríos Urrobi, Irati y Esca. Existen incluso en la zona algunos ejemplares cuyas cubiertas ofrecen una doble pendiente, una de mayor inclinación en la parte superior con teja plana y otra de menor inclinación con teja curva, como por ejemplo se ve en Isaba y Roncal. Hoy ya han desaparecido de esta zona las tablillas de madera de haya con que se recubrían algunos tejados. En la Ribera la escasez de lluvias llevó al desarrollo de tejados a una o dos aguas de escaso peralte21. La arquitectura culta optó preferentemente, no obstante, al margen de la ubicación geográfica del edificio, por la construcción a cuatro aguas cuando se trataba de edificios exentos y dos entre medianiles. Urabayen y, con más profundidad, Caro Baroja y posteriormente el Atlas etnográfico de Vasconia realizaron propuestas tipológicas para la casa navarra tradicional, por lo que no consideramos oportuno repetirlas (Urabayen, 1929: 173; Caro Baroja, 1982: 45-57; Barandiarán y Manterola, 2011: 208-216). No obstante, creemos necesario añadir algunos aspectos estéticos relativos a los siglos del Barroco. En el ámbito de la arquitectura vernácula, dejando a un lado el caserío, en cualquier latitud de Navarra, las fachadas resultaban pobres, pequeñas, habitualmente con sencillas puertas, muchas veces descentradas, ventanas abiertas de manera anárquica y escasos o nulos balcones. Por el contrario, en el ámbito nobiliario, las fachadas ofrecían lógicamente mayor empaque tanto por el material utilizado como por la distribución racional de sus huecos y por su ornamentación. Las portadas, tanto adinteladas como de medio punto, se situaban siempre en el eje axial del frontispicio. No presentaban un gran aparato, pero a menudo se remarcaban con columnas, pilastras, aletones, frontones y otras piezas de la tradición clásica. Ventanas y balcones, enmarcados por cintas y bocelones, eran abundantes y se adornaban con ricas carpinterías, generalmente de cuarterones, y balaustradas de forja cincelada. Los voladizos de los balcones se apoyaban en ménsulas pétreas —patentes en las tierras limítrofes con Guipúzcoa y Álava—, o tornapuntas de

21. Un exhaustivo estudio sobre las cubiertas de la casa navarra, de donde hemos tomado la mayor parte de los datos: Urabayen, 1929: 48-72. Estudios más puntuales, en Aguirre, 1925: 150; Barandiarán, 1925: 6 y 13-14 y Orduna Portús, 2004: 221.

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hierro rematadas en C en la Zona Media y Ribera. Aunque en líneas generales en Navarra triunfó la austeridad, desde finales del siglo xvii y a lo largo de toda la centuria siguiente los frontispicios fueron enriqueciéndose y barroquizando con la incorporación de platabandas, pilastras, sillares almohadillados, molduraciones verticales y horizontales, cornisamientos, rocallas, etc.22. De piedra, y en ocasiones de alabastro, eran los escudos de armas que lucían no pocas casas en Navarra, especialmente en la Zona Media y en el norte, donde, además, algunos valles y localidades gozaban de la hidalguía universal para sus vecinos. Proclamaban así la condición social de sus propietarios y la nobleza de su solar de origen. Con campos orlados por cueros retorcidos en los arranques del siglo xvii, las labras heráldicas, timbradas por yelmo generalmente y con coronas en el caso de los títulos nobiliarios, fueron incorporando progresivamente enmarques con abundante decoración de follaje, niños, animales y panoplias hasta su sustitución a mediados del siglo xviii por rocallas. Casa, familia y derecho La conformación de la casa navarra estuvo también influida por factores sociológicos y jurídicos. El modelo de familia, la legislación familiar de heredero único que rigió en buena parte del reino y el derecho de vecindad indudablemente tuvieron su repercusión sobre la vivienda, especialmente en la limitación de levantar nuevas casas y en el interés de las familias por mantener su integridad, es decir, la pervivencia de la casa en el tiempo, máximo exponente de su linaje. En líneas generales podemos afirmar que en Navarra se desarrollaron fundamentalmente dos tipos de familia, ligados a su vez a sendos sistemas sucesorios preferentes23. En la Zona Media y sobre todo en el norte primó la familia troncal, enlazada habitualmente con el heredero único, mientras en la Ribera se tendió más a la familia nuclear con reparto igualitario en la herencia. No fue ello óbice para que en22. Un estudio más detallado sobre la morfología y la evolución estilística de la casa señorial navarra puede verse en Andueza Unanua, 2009a: 221-230 y Andueza Unanua y Azanza López, 2014: 72-85. 23. Sobre la relación familia-herencia, véase Mikelarena Peña, 1992: 119-148; 1993: 115-119.

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tre un sistema y otro existieran también otros modelos intermedios de familia24. En la familia troncal, bajo el mismo techo se daban cita dos núcleos conyugales pertenecientes a dos generaciones distintas: el formado por los propietarios de la casa y la hacienda, y el constituido por el hijo o hija heredera y su cónyuge, llamados a suceder en la posesión de los bienes. A ellos se unirían los hijos nacidos de este último enlace. A menudo formaban parte de la familia y, por tanto, de la casa, parientes solteros y solteras, pertenecientes a cualquiera de las generaciones, que contribuían con su trabajo a la unidad productiva y en consecuencia al sustento familiar. De este modo podían llegar a convivir en la misma casa hasta tres generaciones dentro del mismo grupo doméstico (Erdozáin Azpilicueta y Mikelarena Peña, 1990: 411; 2003: 405-406 y 2004: 505). Formaban así parte de la casa el grupo humano familiar, pero también los criados cuando los había y los elementos de la vida doméstica en su aspecto físico, constructivo e incluso los animales (Caro Baroja, 1982: 14). Este modelo de familia estaba ligado a casas de mayor tamaño, como se comprueba con el caserío. Fue muy habitual, especialmente en las tierras del Bidasoa, que el heredero, con motivo de su matrimonio, no solo fuera confirmado en la sucesión de los bienes familiares con la casa a la cabeza, sino que además recibiera en aquel instante la donación de los mismos, pasando automáticamente a administrarlos, frente a la Navarra Media donde el elegido tenía que esperar al fallecimiento del progenitor para gozarlos (Yaben y Yaben, 1916: 84-88; Erdozáin Azpilicueta y Mikelarena Peña, 2004: 500-501)25. Que la casa estaba por encima del individuo en la Navarra húmeda se constata con nitidez en los contratos matrimoniales que se firmaban, por ejemplo, en las tierras baztanesas, cuyo título siempre figura como “contratos matrimoniales de A y B a la sucesión de la casa C”. La expresión “a la sucesión de la casa C” es exclusiva de estas latitudes e indiscutiblemente nos habla del matrimonio ligado a una donación como fórmula básica para garantizar la pervivencia de la casa y la estirpe. Hemos llegado incluso a localizar un documento, correspondiente al palacio Egozcue de Ciga, donde dos familias se comprometían al 24. Sobre la línea geográfica divisoria entre ambos sistemas familiares, Caro Baroja, 1972: 141-143; Erdozáin Azpilicueta y Mikelarena Peña, 1990: 409. 25. No faltaban algunos ritos en este traspaso. Véase al respecto Caro Baroja, 1972 146-147.

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matrimonio de dos de sus descendientes en el futuro, sin especificar sus nombres entre sus amplias proles, pues no habían decidido todavía quiénes serían los elegidos, lo que ratifica, como una auténtica obsesión, la búsqueda constante de sucesión para asegurar y proteger la casa (Andueza Unanua, 2009a: 241-245). Los protocolos notariales con contratos matrimoniales en este tipo de familia troncal —este modelo triunfa también entre las familias más acomodadas del reino al margen de su ubicación geográfica— resultan muy repetitivos en sus cláusulas. Así, los donantes cedían los bienes y su gobierno, pero a cambio exigían a los donatarios sustento hasta el final de sus días “asistiéndoles en todo lo necesario”, “sanos y enfermos”: alimento, vestido, calzado, funerales y por supuesto techo. En ocasiones los dueños mayores solían reservarse también algún dinero o el goce de algún bien y no faltaban los que estipulaban cómo proceder y separar bienes en el caso de que surgieran fricciones entre los dos matrimonios, recogiéndose asimismo qué hacer en caso de no haber descendencia o cómo dotar a los solteros de la familia. Frente a esta familia troncal y el sistema hereditario de indivisión del patrimonio, en la Ribera de Navarra predominó la familia nuclear caracterizada por un establecimiento neolocal resultante de un régimen de transmisión del patrimonio en el que los bienes se dividían a partes iguales entre todos los hijos. De este modo quien contraía matrimonio establecía un hogar nuevo en el que crecerían sus hijos (Mikelarena Peña, 1992: 118-119 y 122-125; Mikelarena Peña y Erdozáin Azpilicueta, 1999: 62-6). Suponía por tanto pasar a ocupar una nueva casa. En estas zonas de reparto igualitario, los patrimonios se hacían y deshacían en cada generación y no tenían derechos sociales asociados. Había mecanismos que mantenían vivos los incentivos del trabajo, posibilitando la construcción de nuevas familias y nuevas casas (Erdozáin Azpilicueta y Mikelarena Peña, 2008: 101). Mikelarena, tras un estudio demográfico de Navarra en la Edad Moderna, concluye que la propiedad de la casa estimulaba la formación de familias complejas, es decir, unidades familiares donde convivían padres, hijos, nietos y solteros de alguna de las generaciones (Mikelarena Peña, 1992: 128129). Por eso no debe extrañarnos que, en las latitudes septentrionales y centrales navarras, donde la propiedad de la casa estaba más extendida, primara el modelo de familia amplia, que, por otra parte, debido a un mayor número de integrantes, junto a los mencionados factores

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geográficos y económicos, necesitaba además más espacio para el desenvolvimiento de su vida cotidiana. Resultaba así en la Ribera la casa mucho más pequeña, a excepción de algunas familias de la nobleza y de la alta burguesía que poseían residencias de más extensión, como se ve por ejemplo en Milagro, Villafranca, Corella, Cintruénigo o Tudela. En la Navarra del norte y buena parte de la Zona Media la casa, aunque sin constituir persona jurídica, era sujeto de unos derechos y obligaciones que transmitía a sus propietarios, dándoles, además, una identidad social. Pero no todas las casas eran iguales, sino que se distinguían entre las vecinales, que gozaban de derecho de vecindad, y las que carecían de él. Dicho derecho otorgaba a su propietario la posibilidad de disfrutar de los bienes comunales (pastos, tierras, hierbas, leña, aguas, etc.) y garantizaba unos derechos políticos con la participación en los órganos regidores de la localidad. La comunidad igualaba así a los vecinos, con la obligación, como contrapartida, de contribuir al trabajo comunitario y a las derramas económicas (Zabalza Seguín, 1993: 276). Este derecho, que podía ofrecer diversas particularidades y tipologías, con más o menos privilegios según localidades y valles, otorgaba al individuo y a su familia no solo el sentimiento de pertenencia a la comunidad, sino un estatus jurídico real, frente a los habitantes y moradores que, carentes de una casa vecinal, quedaban fuera de esta estructura socioeconómica o participaban de una manera muy limitada y subsidiaria. La posesión de una casa vecinal se convertía así en factor determinante para la discriminación jurídica (Mikelarena Peña, 1989: 5-6; Floristán Imízcoz, 1984: 81)26. La sociedad no era por tanto sinónimo de población sino de comunidad, en la que quedaban excluidos algunos individuos (Floristán Imízcoz, 1993: 24). El sistema de heredero único y el derecho de vecindad limitaron la creación de nuevas casas, haciéndose estable el número de las mismas. Se trataba de un sistema de restricciones encaminado a mantener el

26. El vínculo entre vecindad y casa podía variar de unos lugares a otros. Así, por ejemplo, las ordenanzas del valle de Roncal de 1543 ya indicaban los requisitos necesarios para gozar de dicha vecindad (Orduna Portús, 2011: 167-169), mientras en Baztán sus primeras ordenanzas, de finales del siglo xvi, ya distinguían entre vecinos y habitantes, y progresivamente restringieron los derechos ligados con la casa (Zudaire Huarte, 1980: 12 y 30; Imízcoz Beunza, 1992: 175-189). En otras zonas, como la Burunda, la residencia continuada durante diez años y el pago de seis ducados otorgaba el derecho.

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equilibrio económico y social. Dado que el medio rural ofrecía una estructura productiva más limitada que la ciudad y por tanto menos oportunidades laborales, con este sistema no se favorecía la reproducción de nuevos hogares, pero se reforzaban los apoyos familiares en el grupo doméstico (Torres Sánchez, 1990: 197). Estas prácticas y estas normas impedían a segundones e inmigrantes establecerse neolocalmente ¿Para qué levantar una nueva casa carente de derechos políticos, económicos y sociales en una sociedad rural que vivía en gran medida de los aprovechamientos comunales (Erdozáin Azpilicueta y Mikelarena Peña, 2008: 100-101)? En algunos lugares como Baztán, en sus ordenanzas de 1696 se estableció incluso la prohibición expresa de construir nuevas casas que no tuvieran previamente derecho de vecindad, y hasta cuartos nuevos pegantes a las vecinales. Al mismo tiempo, el alcalde, con un escribano, asentaría en los libros del valle las casas sin derecho de vecindad “por escusar que sus poseedores aleguen con el tiempo ser vecinales y no se introduzcan más fogares de los que al presente hay” (Zudaire Huarte, 1980: 30), en una clara política de defensa de privilegios. Existía también la posibilidad de gozar de dicho privilegio en una localidad en la que no se residiera. Era la vecindad forana, ligada a los hidalgos en la Zona Media (Floristán Imízcoz, 1985: 5 y 6). Por el contrario, en la Ribera de Navarra esta limitación no existía. Para ser admitido como vecino y gozar de aprovechamientos comunales bastaba solo demostrar cierta vinculación como la residencia continuada, la propiedad, un matrimonio, etc. (Floristán Imízcoz, 1984: 82). Al no desplegar un férreo sistema de autodefensa como en el norte, no hubo ningún problema para levantar nuevas casas, necesarias, además, dada la división material de las herencias y el modelo de familia nuclear que hacían crecer así las poblaciones. Vida cotidiana, distribución interior y mobiliario Tal y como hemos expuesto en las líneas precedentes, la diversidad tipológica y formal es el rasgo más significativo de la casa navarra. No solo existen grandes disimilitudes entre las diversas zonas geográficas, sino que además, como en otras latitudes hispanas, se pueden establecer también diferencias entre la casa urbana y la rural y entre la casa

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popular y la señorial27. Asimismo existen importantes cambios en la casa decimonónica respecto a la inmediatamente anterior, derivadas de los gustos burgueses y los avances tecnológicos, que alumbraron innovaciones en lo relativo a estancias, mobiliario e infraestructuras domésticas28. Bajo nuestro punto de vista, dentro de la arquitectura vernácula en Navarra solo se puede establecer una tipología clara de casa: el caserío, cuyo desarrollo en la Montaña se constata desde finales de la Baja Edad Media y los inicios de la Edad Moderna hasta nuestros días, en que se sigue reproduciendo el modelo, aunque con menor tamaño. El paisaje de la Navarra húmeda, especialmente en sus valles cantábricos (Cinco Villas, Urumea, Baztán, Bertiz Arana, Leizarán, Basaburúa Menor, Santesteban y Araiz), aparece salpicado de esta tipología, que se repite también en los núcleos de población de la zona y se extiende, aunque ya no de una manera tan generalizada en sus valles meridionales (Larráun, Basaburúa Mayor, Ulzama, Anué, Imoz, Atez y Odieta) 27. Para elaborar este apartado, a no ser que puntualmente indiquemos lo contrario, nos hemos basado fundamentalmente en Andueza Unanua, 2019: 146-172; 2009a: 231-234; 2009b: 271-301; 2015: 807-820, así como en numerosos inventarios de bienes utilizados en otros trabajos nuestros previos, cuya citación resultaría aquí excesiva, junto con otros inéditos hallados ahora: AGN, Caja 20393, Prot. Not., Juan Bautista Solano, 1758, 30-VIII: inventario de bienes de Martín de Goyeneche, hombre de negocios. Ibidem, Caja 20517, Prot. Not. Francisco Antonio Antoñana, 1780, 13-IX: inventario de las alhajas, efectos y menaje de Enrique Agustín Fernández de Medrano, teniente de rey de esta plaza. Ibidem, Caja 19997, Prot. Not., Juan Antonio Mañeru, 1711, 16-II: inventario de bienes de Felicia de Iriarte y Elizalde, mujer de Juan Antonio de Azpilcueta, alcalde de la Corte mayor. Ibidem, Caja 19999, Prot. Not., Juan Antonio Mañeru, 1717, 25-X: inventario de bienes de Martín José Goicoechea, carpintero, por muerte de su mujer Lorenza Engracia de Garralda. Ibidem, Caja 20003, Prot. Not., Juan Antonio Mañeru, 1725-4-VIII: inventario de bienes de Ignacia de Fanduas de los bienes que tiene al presente. Ibidem, Caja 20483, Prot. Not., Miguel Jerónimo Elizalde, 1749, 3-VII: testamento, inventario, almoneda y efectos que quedaron por vender de Francisco de Aguirre, oidor de Comptos. Ibidem, Caja 20288, Prot. Not., Miguel Rodríguez Soria, 1732, 26-IX: inventario de bienes que quedaron por muerte de José de Aldecoa, guarda almagacén provincial de la artillería. Ibidem, Caja 21530, Juan Lucas de Riezu, 1798, 6-III: inventario de los bienes que quedaron por muerte de Mª Josefa de Alducin y Bértiz, marquesa viuda de Vesolla. Ibidem, Caja 20469, José Ruiz Murillo, 1747, 6-X: inventario de bienes que quedaron de la universal herencia de Juan Ángel de Sarasa, escribano. Asimismo Carrasco Navarro 2014:157-162. 28. Dado que el espacio no nos permite tratar aquí los aspectos del siglo xix, pueden verse en Andueza Unanua, 2019: 104-109.

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y corredor del Araquil. E incluso la tipología se adentra, aunque muy puntualmente, en los valles pirenaicos centrales de Esteríbar, Erro y Arce. No obstante, creemos poder apuntar un segundo modelo de casa, no tan nítido y más heterogéneo, ligado al clima pirenaico y situado por tanto en la comarca de Auñamendi, Salazar y Roncal, básicamente. El común denominador de estas casas, muchas levantadas ya en el siglo xix, es indudablemente un tejado de gran inclinación que, a dos o a cuatro aguas, cubre una construcción prismática de dos niveles y ático concebida horizontalmente. El caserío navarro conformaba un bloque cúbico o paralelepípedo de planta rectangular cubierto a dos aguas. Habitualmente su fachada, con dos niveles y desván, se abría a través de una puerta centrada y ventanas bien alineadas, acompañadas con frecuencia de un balcón que recorría el frontispicio de extremo a extremo. La puerta principal, a menudo estaba protegida por un pórtico o antezaguán —el gorape o arkupe—, de acceso bien adintelado, bien arqueado, cuyo uso según Joaquín de Yrízar era polivalente: depósito y arreglo de aperos, trabajo de las mujeres, juego de los niños, descanso al sol del dueño viejo de la casa o vivienda del perro (Yrízar, 1965: 93). Desde esta pieza se accedía a un amplio zaguán empedrado del que partían las escaleras hacia la planta superior. Diversas puertas daban paso a las cuadras con sus pesebres, pocilgas y estercolero, así como a otras dependencias como la leñera. Podía reservarse también alguna zona de este nivel inferior para guardar aperos o para almacenar manzanas y hacer sidra, de modo que toda la planta baja estaba ligada al trabajo en el campo y a los animales, que contribuían con su presencia a proporcionar calor, además, a los aposentos superiores. El esfuerzo instrumental era significativo para extraer la máxima producción a un patrimonio reducido y en ocasiones de escasa calidad (Caro Baroja, 1974a: 140). Desde la escalera, formada por peldaños de madera, balaustres de piezas torneadas y pasamanos también de madera, se accedía al piso principal. Generalmente un pasillo ancho que recorría la planta de extremo a extremo hacía las veces de distribuidor dando paso a la cocina, a los dormitorios e incluso a una sala en aquellas casas de economía más acomodada, como se aprecia en la casa Buztinaga de Errazu, solar natal del obispo de Pamplona, Juan Lorenzo Irigoyen y Dutari, en la que, aunque se siguió el modelo de la tierra, se introdujeron algunos toques propios de la arquitectura culta, como la carpintería interior y

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exterior con paneles de formas geométricas, una alcoba con chimenea destinada al prelado o una galería con columnas toscanas en la fachada posterior. No debemos creer, no obstante, que esta arquitectura popular estaba ligada exclusivamente a los grupos sociales de menor capacidad económica. Por el contrario, algunas familias acomodadas optaron por el desarrollo de esta tipología al construir o reformar sus viviendas como se comprueba, por ejemplo, en las casas Indacoechea de Irurita o Echeverzea de Maya, solares ligados a los condes de Guaqui y marqueses de Valbueno, respectivamente (Andueza Unanua, 2011: 86-88). En la Zona Media y en el sur la casa popular también acogía en la planta baja un zaguán y diversas estancias destinadas a las cuadras y los útiles de labranza. Desde allí se descendía a las bodegas, en ocasiones excavadas parcialmente en el subsuelo, en ocasiones cubiertas con magníficas bóvedas, como se ve por ejemplo en casa Marchico de Muez o en varias casas de Viana (Merindad de Estella). Situadas bajo los lagos o lagares, las bodegas se nutrían con cubas, pipas, tinajas, odrinas, pellejos, comportas, cántaros y prensas. En las casas de la Ribera, en las que prolifera un modelo de vivienda de gran sencillez, entre medianiles, de estructura cúbica o prismática, con dos alturas y desván, frecuentemente con solanas y galerías, y cubierta a una o dos aguas, levantadas en gran medida durante el siglo xix e incluso xx, desde la entrada se accedía a almacenes, cuadras y corrales adosados a menudo a la parte trasera de la casa. La primera planta acogía la cocina y los dormitorios para situar graneros bajo el tejado29. La cocina era indudablemente el espacio más importante de la casa popular navarra, en cualquiera de sus latitudes, pero especialmente en el norte, pues allí transcurría la vida de la familia en torno a la lumbre. Guisar, elaborar embutidos, ensartar alubias o pimientos, limpiar hortalizas, deshojar y desgranar las mazorcas de maíz, asar castañas, cardar la lana, hilar, comer, rezar, coser, lavar, mecer a los hijos en su cuna, charlar o contar historias eran algunas de las actividades cotidianas allí desarrolladas. Como espacio de más temperatura de la casa era propicio además para calentar el cuerpo en los fríos y húmedos inviernos tras el arduo trabajo en el campo. La cocina era el espacio fe29. Véase una descripción detallada de la casa ribera y sus tipologías en Floristán Samanes 1951: 250-256.

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menino por antonomasia. La mujer, encargada del gobierno de la casa y la atención a la familia, monopolizaba las labores en esta estancia y las combinaba con su trabajo en el huerto, con el cuidado del ganado menor o colaborando en la trilla (Orduna Portús, 2004: 244). La introducción de la cocina económica trastocó durante el siglo xx la mayor parte de estos espacios en toda Navarra y, aunque hoy han desaparecido en su mayoría, todavía se localizan algunos ejemplares originales en tierras norteñas, en las que el hogar era el gran protagonista. Existían básicamente dos modalidades de fogón: el de campana adosada a la pared y el de cubierta semiesférica o cónica. El primero, más extendido, era de planta rectangular. Situado sobre el frente de una pared o en el ángulo entre dos muros, podía o no estar protegido por sendas paredes laterales. Se remataba con una campana trapezoidal que podía alcanzar tamaños relevantes. Generalmente los troncos sujetos por los morillos ardían sobre un pequeño pedestal elevado unos 30 cm sobre el suelo. En el frente se situaba una chapa metálica decorada con alguna figura o escena, cuya finalidad era la protección de la pared. Mucho más interesante resulta el segundo modelo, dados los escasísimos ejemplares que han llegado hasta nuestros días sacrificados por la modernidad y, sobre todo, por la comodidad: el hogar con campana semiesférica, muy presente en tierras pirenaicas, aunque hay constancia de su existencia en todo el norte. Habitualmente en una de las esquinas de la cocina, e incluso en el centro, se construía en el techo una estructura cuadrangular de gran tamaño —su diámetro podía sobrepasar ampliamente los dos metros—, cuyo interior albergaba una cúpula de media naranja rematada en el centro por una chimenea que se prolongaba vertical y cónicamente hasta sobresalir sobre el tejado. Al exterior adquiría una forma de torrecilla circular coronada por unas almenillas sobre las que se situaba una cubierta redonda (Aguirre, 1927: 119). En este caso la lumbre se encendía directamente sobre el suelo, recubierto por unas losas pétreas. Ejemplos sobresalientes de esta modalidad los hallamos en las casas Sanz, Gambra y Gallardo de Roncal, casa Pedrolo de Isaba, casa Conget de Urzainqui, casa Larrembe en Sarriés o en el palacio de Oteiza en Santesteban. Caro Baroja (1982: 518-520 y 530-531) refirió también algunas otras, destacando especialmente las casas Sastrerena de Erroz o la de Juan Antonio de Larumbe en Sarasate en las que el hogar central incluía además un horno abovedado y en el segundo caso también un lugar

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para hacer la colada con lejía. El Atlas etnográfico de Vasconia da testimonio de ellas también en Améscoa, Aoiz, Aranaz, Eugui, Goizueta y Urraul (Barandiarán y Manterola, 2011: 494). Bajo unas y otras campanas la mujer de la casa cocinaba sirviéndose de ollas, cazos, calderas, pucheros, sartenes, parrillas, asadores, tostaderas, espedos y diversos recipientes, apoyados en hierros y trébedes. No le faltaban fuelles, tenazas, palas y otros utensilios para atizar el fuego y manipular las brasas, o tederos, candiles y faroles para iluminar la estancia. Sobre el fogón se disponía horizontalmente un travesaño del que se colgaba el lar, una cadena regulable, de eslabones de hierro, del que pendía un gancho para situar los recipientes destinados al guiso o simplemente para tener siempre agua caliente30. En ocasiones este travesaño era sustituido por una estructura de hierro de dos patas apoyadas en el suelo, formando una U invertida de la que también podía colgarse la cadena con el arpón metálico. Algunas cocinas incluso contaban con un brazo móvil situado a un lado para ejercer esta misma tarea. Del techo de la cocina colgaban embutidos y jamones que se curaban al humo del hogar, mientras en la propia chimenea se disponían vainas verdes ensartadas. Mobiliario fundamental en estas cocinas, tal y como atestiguan fotografías antiguas, los inventarios y las estancias conservadas, fueron las piezas de asiento, combinándose a menudo las sillas bajas de enea y pequeños taburetes y banquillos de madera de uso individual, generalmente para mujeres y niños, que se situaban junto a la lumbre, con los omnipresentes escaños, bancos de madera con un respaldo alto, de uso generalmente masculino, que tenían incorporado un tablero que podía levantarse o bajarse a través de bisagras para hacer las veces de mesa. A estos sencillos muebles de la cocina se sumaban otras piezas como alguna alacena, aparador o espeteras. La fregadera, cuyas aguas se expulsaban por un conducto hacia la calle, la huerta o la cuadra, podía situarse en esta misma estancia o en la recocina, una pequeña habitación aneja. En varias casas de Roncal existe en la cocina un cenicero, una estructura hueca situada bajo la ventana y cerrada en el frente por una losa de piedra decorada con algún motivo ornamental. Encima un par de pequeños huecos servían como pequeños braseros para guisar. 30. Sobre los objetos presentes en las cocinas puede verse: Caro Baroja, 1974b: 157169 y Violant i Simorra, 1949: 206-215 y 658-659.

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En la cocina se daban cita diversos útiles tales como planchas, almireces, chocolateras, jícaras, fuentes, alcuzas, garapiñeras, candiles, chofetas, picadores, romanas y otros objetos de materiales como hierro, azófar, estaño y cobre. A ellos podían unirse platos, escudillas y fuentes de cerámica, denominada en la documentación “de Talavera”, fina u ordinaria. Muy habituales en el norte fueron los tamboriles para asar castañas, los útiles para hacer los talos (tortas de maíz): tablas y planchas (matxarris y makolas), así como los recipientes destinados al ordeño y cocción de la leche de oveja y elaboración de cuajada (kaikus). Solo en las casas acomodadas del reino había también piezas de cristal, de porcelana (“de China”) y por supuesto de plata, ligadas principalmente al servicio de la mesa (cubiertos, platos, jarras, salvillas, azafates, saleros, azucareros, pimenteros, talleres, mancerinas, salseras, soperas, portavinagreras, cafeteras…), aunque también a la iluminación (candeleros, velones, tijeras de despabilar, bujías, palmatorias) y en menor medida al tocador (palanganas, aguamaniles, jarras, jaboneras, escupideras) y al escritorio (escribanías, sellos), así como cajas de distintos tamaños con usos variados, braserillos o aguabenditeras. Tinajas, barreños, rallos, garrafas, radas y recipientes de barro de variados tamaños eran también habituales en cualquier hogar navarro. Relacionada con la cocina podía haber alguna estancia como la amasandería, donde la preparación del pan se asociaba con cedazos, cernederas y artesas, y los hornos, una estructura abovedada que en ocasiones quedaba visible al exterior de la casa, suspendida sobre una estructura de madera y cubierta con un tejadillo como se documenta por ejemplo en la Ulzama, Labayen, Sorauren, Nagore, Jaurrieta u Ochagavía (Caro Baroja, 1982: 327; Baeschlin, 1968: 156 y 195; Violant i Simorra, 1949: 228). Muy poco sabemos de los dormitorios de la casa tradicional. Carretones con cuerdas, catres y colchones de lana y hojarasca servían para el reposo nocturno. Colchones, almohadas y sábanas resultan abundantísimas en todos los inventarios de bienes de las familias de ciertos artesanos, de la burguesía y desde luego de la nobleza, destinadas a nutrir camas, entre las que había imperiales, de granadillo, con pilares, bronceadas, sobredoradas, pintadas de algún color con filetes dorados, etc. Se vestían además escenográficamente con colchas, sobrecamas, rodapiés, cortinas, doseles y cielos de ricas telas como damascos, “de China”, o sedas de distintos colores bordadas. Se formaba así una es-

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tructura que permitía cerrar su interior para ganar en temperatura y en intimidad, tal y como se aprecia en el exvoto conservado en el santuario de Nuestra Señora del Yugo en Arguedas, fechado en 169631. En los dormitorios más acomodados se ubicaban también algunas sillas, escritorios, mesas e imágenes de devoción, tanto en pintura como en escultura, sin que faltara un aguabenditera. Mesas, arcas y arcones o kutxas eran la esencia del mobiliario de la casa popular. Allí se guardaba todo tipo de objetos, desde la ropa hasta el grano o papeles. Solo las casas señoriales o de economía más poderosa podían además incluir otros muebles: sillerías, armarios de diversos tamaños con sus frentes muchas veces tallados con motivos geométricos o rocallas, mesas, bufetes, escritorios y papeleras, escaparates, espejos, cornucopias, biombos, cofres, braseros, o ya bien entrado el siglo xviii piezas novedosas como la consola o la cómoda, muchas veces importados de Holanda, Francia o Inglaterra, o llegados desde Valencia o Salamanca, especialmente en la vivienda urbana. La decoración de las paredes debió de ser extremadamente pobre en la casa popular. Tan solo estampas de temática religiosa, cuyo escaso precio permitía saciar la profunda devoción de las gentes (Fernández Gracia, 2017a: 61-62). Por el contrario en las casas nobiliarias o de la burguesía, como en otras partes de la península por las mismas fechas, sus estancias principales a menudo estaban revestidas de telas, como en la casa de los marqueses de la Real Defensa en Pamplona o los marqueses de San Adrián de Tudela (Carrasco Navarro, 2015: 67-68), y profusamente decoradas con cuadros, láminas y grabados que inundaban las paredes, generalmente con marcos negros o dorados, presentes también, aunque en menor medida, en los domicilios de la baja burguesía. Predominaba la temática religiosa, si bien en los inventarios de bienes constan también, en inferior número, mapas, fruteros, países o retratos, tanto familiares como de la casa real, formando galerías. Fue también en estas casas donde todavía en el siglo xviii se utilizaban tapices y reposteros para revestir los espacios más relevantes. De carácter portátil y estacional, ayudaban a mitigar los fríos del invierno, y su fastuosidad y opulencia iconográfica y visual mostraban al visitante los gustos, el refinamiento y el poder adquisitivo del propietario. No 31. Publicado por Ricardo Fernández Gracia (2017b): “La vida cotidiana en la casa”, Diario de Navarra, 31-III, p. 64.

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faltaban en la decoración de la casa acaudalada objetos llegados desde las Indias, como cocos con guarniciones de plata o cofrecitos de charol con embutidos de madreperla, copacabanas, enconchados o guadalupanas, por citar solo algunos ejemplos. Frente a la arquitectura vernácula, la arquitectura señorial, tanto en el ámbito urbano como rural concedió una creciente importancia a los espacios de representación a lo largo del Barroco, merced a las nuevas fórmulas de etiqueta, sociabilidad y entretenimiento, lo que derivó en el especial cuidado concedido al zaguán, la escalera y el salón principal, denominado todavía estrado en la Navarra del siglo xviii. No en vano hablaban de la calidad y magnificencia de sus dueños, que de manera progresiva abogaron también en sus residencias por la utilidad, comodidad y salubridad. La entrada, siempre amplia y empedrada, era el lugar de recepción y recibimiento de los invitados. Al fondo, escenográficamente arrancaba la escalera, que se desarrolló en algunas ocasiones siguiendo el esquema imperial o alguna de sus variantes. Ocupaba un amplio espacio prismático, convirtiéndose en la protagonista del edificio barroco, merced a su gran despliegue y a su papel articulador, sustituyendo así al patio renacentista. En torno a la escalera se situaban todas las estancias dispuestas en enfilada, sin pasillos de distribución, y por tanto comunicadas entre sí. Más adecuadas a la dura climatología navarra que los patios, estas cajas de escalera se cubrían por estructuras abovedadas que emergían por encima del tejado, permitiendo a través de sus vanos la iluminación interior. Así se ve en ejemplares en zonas tan distantes como Oyeregui (palacio Reparacea), Estella (casa Ruiz de Alda), Riezu (casa Remírez de Ganuza), Falces (casa Badarán de Osinalde), o en varias casas de Sansol, El Busto y por supuesto Pamplona. No obstante, los mejores ejemplares se hallaban en la Ribera, como se verifica en Villafranca, Corella, Cintruénigo o Tudela, resultando indiscutiblemente la del palacio del marqués de Huarte de esta última ciudad una de las más relevantes de toda la península ibérica por su despliegue teatral. Merece también la pena destacar la escalera de la casa Sanz de Roncal que ofrece una estructura flotante íntegramente realizada en madera, y la de la casa de los Ongay (palacio de Vallesantoro) de Sangüesa, apoyada en cada uno de sus pisos sobre cuatro columnas sucesivamente de fuste acanalado, entorchado y salomónico. Los estrados más significativos se encontraban en el ámbito urbano, especialmente durante el siglo xviii. En ocasiones, algunas casas

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como la que ocuparon los duques de Granada de Ega en Estella, o el indiano Juan Francisco Navarro en su casa pamplonesa, podían tener dos estrados, situados en las zonas más propicias para el invierno y el verano. Lógicamente eran las estancias más bellamente amuebladas e iluminadas por arañas: sillas (que se corresponden con nuestros actuales sillones de brazos) y taburetes (sillas), bien de cuero (vaqueta de Moscovia), bien de sedas de colores, con “los pies de cabra”, canapés, consolas, mesas, algunas de ellas rinconeras y a veces también forradas de tela, papeleras y escritorios con sus gavetas que en ocasiones presentaban embutidos de concha, hueso o metal, espejos de distintos tamaños y cornucopias eran la base del mobiliario en las casas nobles dieciochescas, que progresivamente a lo largo de la centuria incorporaron modas como los muebles acharolados o las encimeras de jaspe, como se ve en la casa de los marqueses de la Real Defensa, del indiano Juan Francisco Navarro Tafalla o del hombre de negocios Vicente de Zaro, todas en Pamplona. Complemento imprescindible en la casa barroca fue la rica decoración textil con que se cubrían puertas, ventanas y balcones, así como alfombras y esteras para el suelo. Junto al estrado solía situarse la denominada “cocinilla”, un gabinete que recibía dicho nombre por la chimenea que presidía la estancia destinada a caldear el ambiente y normalmente decorada con un espejo en su frente. Algunas casas nobles contaron también con oratorio, tanto en el ámbito urbano como rural. En la Pamplona dieciochesca debía de destacar esta estancia en la casa de los marqueses de Castelfuerte por su retablo de plata con reliquias embutidas. Ejemplares rurales los hallamos en palacios como el de Reparacea de Oyeregui o Jaureguía de Irurita y en casas como Osambela de Huici, Irigoyen de Muez o Rodríguez en Larraga. Algunas casas nobles podían ofrecer también otras estancias como bibliotecas o despachos, escaleras auxiliares de servicio e incluso un cuarto para la mesa de trucos como ocurre en la casa pamplonesa del marqués de Castelfuerte. Dejando a un lado la casa nobiliaria y regresando a la vivienda vernácula, podemos señalar que, tanto en el caserío como en otras viviendas populares, el tercer nivel de la vivienda coincidía con el desván, que en Navarra recibe diversas denominaciones según la zona, como sabayao (valles pirenaicos), gambara (valles atlánticos) o simplemente granero (Zona Media y Ribera), con ausencia de ventanas o presencia de vanos de muy pequeño tamaño. En ocasiones podía custodiar algu-

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na alcoba, pero lo habitual era destinarlo al almacenaje de la cosecha: trigo, cebada, centeno, paja, forraje, heno, helechos secos, maíz, frutas, etc.32. En algunas casas de los valles húmedos del norte esta parte podía tener una puerta a la que se accedía desde una rampa exterior del inmueble para facilitar el trasiego de las cargas. En las casas ganaderas una estrecha estructura prismática de madera (belar-ziloa, belartxilo, belarzilo) conectaba verticalmente esta parte de la casa con las cuadras, facilitando el trabajo al ganadero, pues le permitía arrojar desde allí el forraje directamente hacia el espacio ocupado por los animales en la planta baja. Pero también podía utilizarse la parte superior de la vivienda como secadero, bien de los productos agrarios, bien los elaborados tras la matanza de cerdo, e incluso pieles o lana, buscando para ello la orientación más adecuada para cada tarea. A lo largo de los siglos analizados, la casa fue procurando habitabilidad, comodidad y confort, lo que se concretó especialmente en aspectos como la orientación, el soleamiento, la ventilación y la adaptación de sus espacios a las necesidades de sus moradoras. No faltaron en este transitar la introducción de infraestructuras como el abastecimiento de agua o la eliminación de residuos, así como todo un conjunto de objetos destinados a favorecer una buena iluminación (tederos, candiles, palmatorias, candeleros, quinqués, etc.) y, sobre todo, a lograr temperaturas agradables y constantes, por medio de chimeneas, braseros o estufas, entre otros muchos medios (Andueza Unanua, 2014: 111-112). Lógicamente, al margen de estas generalidades, las casas podían tener espacios especializados de acuerdo con el oficio de su propietario, especialmente desarrollado en el ámbito urbano. Así, por ejemplo, Juan de Laurendi, un reputado escribano del siglo xviii, en su casa pamplonesa situada en el barrio de las Bolserías, frente a los Tribunales Reales, tenía un despacho con una mesa de roble grande, dos bancos con respaldos, dos sillas, estantes para la documentación con una escalera, y dos cuadros grandes de san Jerónimo y de santa Teresa. Una habitación contigua alojaba muebles similares33. Una mesa de pino forrada de bayeta verde y bien nutrida con útiles de escritorio presidía el despacho del conocido hombre de negocios 32. Caro Baroja, 1974a aborda el calendario agrícola del caserío en relación con su siembra y recolección. 33. AGN, Caja 21017, Blas Antonio del Rey, 1793, 4-I y 9-IV: inventario de bienes que quedaron por muerte de Juan de Laurendi.

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Juan Francisco Garísoain en su casa de la pamplonesa calle Chapitela. Le acompañaba una silla poltrona forrada de badana negra, dos banquillos de roble, dos sillas de paja de Francia, otros dos bancos con respaldo de roble o castaño, una papelera de castaño con embutidos de boj, cuatro mapas grandes (España, Mundo, América y Navarra) con marcos negros, un brasero, un peso para el oro, dos relojitos de arena, cinco esteras ordinarias de Sesma, un par de pistolas, una cunita labor de monjas, con un Niño Jesús de cera y un Santo Cristo de bronce. Por su parte, en la lonja abierta al público había una mesa de pino, un mostrador y estantes34. Cereros y confiteros, como Francisco Izurzu, contaban con cajones y encajonados y peroles de distinto tipo, cazos, ollas, torno con rueda, piedra para labrar chocolates, morteros, tamices y capazos35. Por su parte, Pascual Ibáñez, impresor, tenía en la planta baja de su casa de la calle Navarrería la imprenta, la librería y un cuarto con estantes que le servía de almacén. La botiga o tienda en la que, como otros colegas, vendería libros propios, ediciones ajenas, pliegos sueltos, estampas o material de escritorio, alojaba una mesa que hacía las veces de mostrador y se acompañaba de un banco para colocar impresos y estanterías. Una estancia aneja custodiaba las prensas, tórculos, cajas con letras, planchas de grabados, galeras para la composición, guillotinas, prensas para la encuadernación, etc. (Itúrbide Díaz, 2007: 218 y 260-261). Finalmente, podemos observar también la botiga de los plateros. Francisco de Elicechea, José de Yabar o Martín José Larumbe poseían, por ejemplo, algún pequeño mueble como arquillas y algunos tableros. Se sumaban además herramientas propias de su oficio como fuelles, prensas, yunques y abundante utillaje como taladros, tenazas, tijeras, estacas, martillos, puntas, chamborotes, piedras de bruñir, artesas de amoldar, cajas de peso, limas, punzones, etc. (Orbe Sivatte, 2008: 52, 89 y 90). En suma, este ha sido un apretado recorrido por los rasgos más relevantes de la arquitectura doméstica tradicional navarra. Lógicamente comparte muchos elementos con las construcciones de otras áreas peninsulares, elementos ligados principalmente al uso, a la función, a la 34. Ibidem, Caja 20358, Francisco Echeverría, 1750, 24-III: inventario de bienes que quedaron por muerte de Juan Francisco Garísoain. 35. Ibidem, Caja 21017, Blas Antonio del Rey, 1793, 30-IV: inventario de bienes recibido por muerte de Joaquina de Clavijo, hecho por Francisco Izurzu, su viudo, maestro cerero y confitero. Otras referencias sobre los obradores de los cereros pueden verse en Serrano Larráyoz, 2006: 95-99.

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distribución interior, al amueblamiento o al utillaje empleado, junto a la adaptación al medio y a los modos de vida. Pero dentro del panorama peninsular, la casa navarra ofrece también numerosas peculiaridades, como su extremada variedad tipológica y morfológica, reflejo de los grandes contrastes geográficos de la región, o unos rasgos jurídicos derivados de un derecho civil propio y asociados a un modelo familiar. Todo ello combinado, sin duda, no hace de la casa navarra algo único, pero sí la dotan de un carácter cuando menos singular. Bibliografía Aguirre, José (1925): “Casas de labranza”, en Anuario de la Sociedad de Eusko-Folklore V. Establecimientos humanos, vol. V, pp. 141-150. — (1927): “Escape de humos y algunos de sus tipos”, en Anuario de la Sociedad de Eusko-Folklore VIII. Establecimientos humanos y zonas pastoriles, pp. 113-125. Álvarez-Ossorio Alvariño, Antonio (1998-1999): “Rango y apariencia. El decoro y la quiebra de la distinción en Castilla (ss. xvixviii)”, en Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante, n.º 17, pp. 264-278. Andueza Unanua, Pilar (2002): “La contribución de los hombres de negocios y comerciantes a la renovación arquitectónica de Pamplona en la primera mitad del siglo xviii”, en Carmen Erro Gasca e Íñigo Mugueta Moreno (eds.), Grupos sociales en la historia de Navarra, relaciones y derechos. Pamplona: Eunate, vol. II, pp. 71-82. — (2004): La arquitectura señorial de Pamplona en el siglo xviii: familias, urbanismo y ciudad. Pamplona: Gobierno de Navarra. — (2005): “La casa, la familia y los negocios en el siglo xviii: los Borda de Maya”, Príncipe de Viana, n.º 325, pp. 353-392. — (2009a): “La arquitectura señorial de Navarra y el espacio doméstico durante el Antiguo Régimen”, en Cuadernos de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro, n.º 4, pp. 219-263. — (2009b): “Joyas personales, alhajas para la casa y libros para el alma: el inventario de bienes de los duques de Granada de Ega en el siglo xviii”, en Príncipe de Viana, n.º 247, 2009, pp. 271-301. — (2011): “Virreyes, títulos nobiliarios y casas solares en las tierras baztanesas del Bidasoa”, en Ricardo Fernández Gracia (dir.), Pulchrum: scripta varia in honorem Mª Concepción García Gainza. Pamplona: Gobierno de Navarra, pp. 84-95.

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El espacio doméstico en la corte del rey: una síntesis sobre el Madrid del siglo xviii1 Natalia González Heras Universidad Complutense de Madrid

Introducción La casa se convirtió en motivo central de debate dentro de los círculos ilustrados españoles durante el siglo xviii. El interés que despertaba y desde el que partían aquellos discursos tenía que ver con que, por un lado, se trataba de uno de los principales elementos configuradores de un urbanismo sobre el que también se venía teorizando de forma recurrente, en cierto modo, como respuesta al incumplimiento en la práctica de los modelos propuestos desde la teoría; una concepción teórica que buscaba contribuir mediante el caserío a la dignificación de Madrid como capital y sede de la corte (Sambricio, 1988). Por otro lado, la atención que se ponía sobre la vivienda estaba relacionada con la satisfacción de las nuevas necesidades por parte de la sociedad —fundamentalmente de los estratos más altos de la población— por hallar dentro de sus espacios de habitación comodidad, privacidad, intimidad. Una sociedad urbana que había alcanzado un grado de evolución en sus capas superiores, en el que hallándose cubiertas las necesidades más básicas, aparecían al compás del desarrollo nuevos re1. Este trabajo se ha desarrollado en el marco de un contrato postdoctoral Juan de la Cierva-Incorporación y del Proyecto de Investigación CMM-COURT-TOURIST-CM // Ref. H2015/HUM-3415 “La herencia de los Reales Sitios: Madrid, de Corte a Capital (Historia, Patrimonio y Turismo)”, financiado por la Comunidad de Madrid y el Fondo Social Europeo.

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querimientos, enmarcados en el denominado como proceso de civilización (Elias, 1989; Maravall, 1991; Álvarez Barrientos, 2001; Bolufer, Blutrach y Gomis, 2014). La configuración material del espacio doméstico —así en el nivel arquitectónico, como en el de su composición mediante mobiliario y objetos de distinto tipo— iba a ser un elemento imprescindible a la hora de contribuir en la consecución de aquellas bondades dentro de la casa durante el setecientos2; un espacio que según definiera Gloria Franco derivó a lo largo de la Edad Moderna de lo habitable a lo doméstico, con la fuerte impronta de la vertiente social (Franco Rubio, 2009, 2018; Cámara Muñoz, 2006). El buen gusto y la moda comenzaron a ser factores determinantes a tener en cuenta cuando se iban a acondicionar dichos interiores3 y, tal y como lo fueron aplicados a la indumentaria y el arreglo personal, reflejo de la que en su momento se definió como “cultura de las apariencias” (Roche, 1990; Vega y Molina, 2004). A día de hoy resulta reconfortante observar que el estudio de estos temas, apartados de la historiografía hasta hace un par de décadas, ha cobrado un dinamismo que nos permite contar con bibliografía suficiente como para tener una perspectiva rica respecto al espacio doméstico, en general, y a su concreción en la capital madrileña para el siglo xviii, de forma particular. La historiografía española ha venido produciendo trabajos relativos a regiones o poblaciones concretas y síntesis de conjunto mediante las que ofrecer un conocimiento sobre la casa, atendiendo a su arquitectura, su significado dentro del entramado urbano, la composición y acomodo de sus interiores4. Todo ello en la búsqueda por ofrecer respuestas relativas a dinámicas de tipo social, económico, de género, de vida cotidiana o sobre la familia. Desde estas páginas nos proponemos presentar una síntesis respecto a lo 2.

Recordemos la dificultad para definir el concepto “comodidad” dentro de la casa, a la que se refiriera Beatriz Blasco. Esta autora explicaba aquella realidad intangible a través de su equiparación con inmaterialidades como la armonía, el sosiego o el bienestar (2006: 12). 3. Jesusa Vega y Álvaro Molina realizan una de las últimas aportaciones a este tema a través de la información que se publicaba en el Diario de Madrid, en “Adorno y representación. Escenarios cotidianos de vida a finales del siglo xviii en Madrid”, en Cuadernos Dieciochistas, vol. 19 (2018), pp. 139-166. Agradezco a los autores que me facilitaran el texto mientras se hallaba aún en prensa. 4. Remitimos al estado de la cuestión que realizamos en González Heras (2015). A estos títulos cabe añadir el libro coordinado por Birriel Salcedo (2017).

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que se sabe hoy sobre los espacios domésticos en Madrid durante un siglo en el que, como ya hayamos adelantado, la preocupación por las mejoras en las condiciones de vida de los individuos se convirtió en una preocupación dentro de los sectores ilustrados de la sociedad española. Tratados de arquitectura y tratados sobre ordenanzas urbanas Ya en el siglo xvii, dentro del contexto madrileño, la figura de fray Lorenzo de San Nicolás destacó por ser una de las primeras que planteó un compendio sobre el “arte de construir” (Tovar, 1975; Díaz Moreno, 2004, 2008). Los dos volúmenes que componían el tratado Arte y uso de Architectura se publicaron con algunos años de diferencia, el primero en 1639 y el segundo en 1665. En ellos recopilaba asuntos sobre matemáticas, geometría y aritmética, aportaba su conocimiento sobre la tratadística de los arquitectos clásicos, de la Antigüedad —destacando la figura de Vitruvio— y el Renacimiento —Serlio y Vignola, principalmente— y recogía además las ordenanzas de Toledo, reflejo de la importancia que concedía a la existencia de una norma que regulara los aspectos constructivos, tanto en su materialización dentro de las ciudades, como en lo referente a quiénes tenían competencias sobre ellos (López Gayarre, 1990). En este marco, presentaba un conjunto de soluciones que respondían a las necesidades de la realidad constructiva doméstica de Madrid, determinadas, siguiendo los principios de los teóricos en los que se había formado, por las condiciones climáticas. De esta forma, afirmaba respecto a lo adecuado de la construcción de sótanos en las viviendas, que las altas temperaturas de la villa en la estación estival hacían necesaria la existencia de aquellos espacios en los que “refugiarse” del calor extremo que sufrirían los habitantes de las casas en los pisos superiores (San Nicolás, 1639, 1665)5. La vigencia de este tratado se mantuvo durante el siglo xviii, dada la reimpresión de ambos volúmenes en los años 1736 y 1796. A esta última edición se añadió el tratado sobre ordenanzas para Madrid de Teodoro Ardemans (1719)6. De este modo, se aprecia una de las características

5. 6.

Edición consultada, 1736: fol. 57. Es referencia obligada sobre el tema Blasco Esquivias (1992).

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definitorias de la centuria ilustrada, la necesidad existente a lo largo del Setecientos por racionalizar y regular las diferentes prácticas y la importancia que en este sentido tuvo dentro de las ciudades pautar lo relativo a la construcción de viviendas. En lo que a ello respecta, y como antecedente al siglo ilustrado, cuatro años antes de la aparición del segundo volumen del tratado escrito por fray Lorenzo de San Nicolás, se publicaba en 1661 el Tratado breve sobre las ordenanzas de la villa de Madrid y policía de ella. Su autor, Juan de Torija, era maestro arquitecto y alarife de Madrid y aparejador de las obras reales. La capital se convertía en ese momento en objeto central de estudio, prestándose una importante atención a los aspectos que tenían que ver con la interrelación existente entre las casas y el contexto urbano dentro del que se insertaban y del que formaban parte (González Heras, 2012: 187-188). Ya a principios del siglo xviii, en 1719, Teodoro Ardemans, arquitecto y tracista mayor de las obras reales, maestro mayor de la villa, veedor de la conducción de aguas y maestro mayor de sus fuentes, publicaba Declaración y extensión sobre las Ordenanzas que escribió Juan de Torija, aparejador de obras reales, y de las que se practican en las ciudades de Toledo y Sevilla (Blasco Esquivias, 1992). Su título dejaba patente que se trataba de una ampliación basada en corpus preexistentes, el que Torija había considerado medio siglo antes para regular el urbanismo y la construcción de casas en una ciudad con las características de Madrid y los de los municipios toledano e hispalense. Pero, según señalaba Beatriz Blasco, Ardemans atendía además a una serie de aspectos nuevos que no habían sido tratados hasta el momento, las “advertencias comunes para la seguridad de la buena habitación” (1992: 33). En el resto de apartados recuperaba lo concerniente a las infraestructuras de aguas pluviales, aguas residuales, aguas potables y de regadío y las aguas corrientes subterráneas. También lo que tenía que ver con las servidumbres inmobiliarias, relativas a la altura de los edificios, sus medianerías, las luces, vistas y aire, así como los temas correspondientes a la seguridad —fundamentalmente, para evitar incendios—. Y, finalmente, los elementos tocantes a las servidumbres viales, marcando cómo habría de actuarse en la construcción y conservación de los componentes propios de las casas que repercutían directamente sobre la vía pública —puertas de cocheras, cuevas, lumbreras, poyos, empedrados, balcones— (1992: 34). Ambos trabajos, así el de

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Torija, como el de Ardemans, nunca fueron sancionados legalmente, y, por lo tanto, no constaron de valor legal. No pasaron de su condición de “tratados sobre ordenanzas urbanas”, no obstante, la carencia de unas ordenanzas propiamente dichas para la villa madrileña hasta el año 1847 permitió que gozaran de un valor orientativo a la hora de tomar decisiones en Madrid, concernientes a los asuntos que en ellos se trataban. Su vigencia durante el siglo xviii se manifiesta en sus sucesivas reimpresiones —1664, 1728, 1754, 1760 y 1763, para el tratado de Juan de Torija; 1720, 1754, 1760, 1765, 1791 1796, 1798, para el de Teodoro Ardemans7—. Los principios sobre arquitectura doméstica contenidos en ellos se mantenían en la precitada línea de los dados por los arquitectos clásicos de la antigüedad y el Renacimiento; autores y textos sobre los que habían recibido su formación en la materia los arquitectos madrileños a los que nos venimos refiriendo (Navascués Palacio, 1979: 9; Blasco Esquivias, 1994: 74). A partir de 1744, fecha en la que se sientan los orígenes de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y definitivamente, desde 1752, cuando su fundación se hizo efectiva, la teoría arquitectónica en la que se formaban los arquitectos que desarrollaron su labor en el Madrid de la segunda mitad del setecientos se enmarcaba dentro de los saberes que emanaba desde la biblioteca y aulas de aquel centro. La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se mantuvo como la institución en la que los arquitectos adquirían un aprendizaje basado en los compendios clásicos y europeos —por delante de cualquier otros, franceses e italianos— (Bèdat 1989). De este modo, la impronta italiana, al mismo tiempo que la francesa, constituyeron los pilares sobre los que se iban a desarrollar las obras realizadas en la capital durante el siglo xviii. Se promovía la construcción de arquitecturas, en lo que se refiere a la habitación, de tipo palaciego, que buscaban recrear en muchos casos los palacios reales en las nuevas construcciones que se proyectaban a petición de los miembros de la nobleza. Los teóricos que escribieron en castellano, ya desde el siglo xvii, trasladaron a esta lengua las enseñanzas de autores extranjeros que buscaban la consecución de unos espacios de habitación cómodos y adaptados a las necesidades de sus moradores a través de la distribución de sus interiores (Martínez Medina, 1994). Juan Caramuel, Tomás Vicente 7.

Datos procedentes del Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español.

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Tosca, Anastasio Genaro Brizguz y Bru o Benito Bails, tradujeron y reinterpretaron a Le Mûet, Rieger, Boffrand, Blondel o Le Camus de Mézières (López-Cordón Cortezo, 2009: 22-23; González Heras, 2017). Desde ellos se abogaba por atender a tres principios, solidez, comodidad y belleza. Jean-François Blondel (1737, 1752, 1771-1777) estableció, desde un punto correspondiente al uso de las piezas, una distribución tripartita de la vivienda nobiliaria, compuesta por apartamentos de parada, de sociedad y de comodidad. Y este fue el modelo sobre el que se basaron en sus tratados Benito Bails (1783: 33) o Francisco Antonio Valzania (1792: 74). Unos espacios idealizados que iban reduciendo el número de piezas que componían cada una de aquellas partes según se iba descendiendo en la escala social. Las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País No obstante, la construcción de viviendas cobraba un valor como elemento de necesidad cuando se ponía la atención sobre ella desde instituciones que trascendían el plano “artístico”. Nos estamos refiriendo al interés que se le prestó desde las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, las cuales, en sus intentos por mejorar las condiciones de vida de la población, atendieron a lo relativo a la construcción de los espacios de habitación. Como resultado de ello apareció el Discurso sobre la comodidad de las casas, que procede de su distribución exterior e interior, cuya redacción se ha atribuido al V marqués de Montehermoso, don José María Aguirre y Ortés de Velasco. De trayectoria castrense, fue miembro del círculo de intelectuales fundadores de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, reunidos en torno a la figura del conde de Peñaflorida, Xabier María de Munibe e Idiáquez, en el palacio de Insausti, de Azkoitia. Sin apartarse del corte academicista, este ensayo representaba uno de los resultados del interés del que fuera segundo director perpetuo de la Real Sociedad Bascongada (1785-1798) por las Bellas Artes, siendo nombrado en 1756 académico de mérito por la pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En 1766, en una de las Juntas Generales de la Bascongada, celebradas en Vitoria, leyó el que sería publicado en 1768 bajo el título de Discurso sobre la comodidad de las casas, que procede de su distribu-

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ción exterior e interior. Las excelentes relaciones que su familia había mantenido con la Monarquía, desde la llegada al trono de Felipe V, habían dado lugar a su reconocimiento dentro de los círculos cortesanos. De este modo, se tuvo en cuenta su capacidad para contribuir en el proyecto ilustrado teorizado durante el reinado de Carlos III, quien respondiendo al sobrenombre con el que pasó a la historia, “el mejor alcalde de Madrid”, no cesó en su empeño por dotar a la villa del aspecto que requería, dada su capitalidad. Conocedor de que todo lo relativo al caserío suponía un aspecto fundamental en la consecución de aquel fin y fuertemente marcado por la impronta academicista, el marqués de Montehermoso recogía en su texto los planteamientos que habían servido para nutrir la tratadística arquitectónica europea relativa a la distribución de las viviendas desde el Renacimiento. Atendiendo a ellos, exponía cómo la consecución de la comodidad iba a estar determinada por un conjunto de aspectos de tipo físico: la situación, la distribución y las comunicaciones. En las ideas en torno a la situación, tomaba en cuenta las expresadas por el clásico Vitrubio, como ya lo hubieran hecho tantos otros tratadistas dedicados a teorizar sobre la casa, pero también difería en algunos aspectos: Las bibliotecas que Vitrubio orientaba hacia el norte, para beneficiarse de los aires frescos en la conservación de los libros, el marqués las situaba mirando a levante, dotándolas de una buena luz que facilitara la lectura de los libros contenidos en ellas… (Aguirre, 1768: 226). Otro aspecto importante concerniente a la situación, era la posibilidad de elegir el sitio en el que se iba a construir la casa. Se refería a dos opciones, “una situación libre” o “forzada” (Aguirre, 1768: 229). Sabía que el terreno para construir en las ciudades era escaso e irregular, lo que iba a condicionar de manera directa las características de las viviendas urbanas. Ante ello, poco cabía hacer, simplemente procurar construir en un barrio ventilado y limpio y en calles anchas y alineadas, con el fin de obtener una correcta ventilación de la casa. Teniendo además en cuenta la posibilidad de gozar de luz natural. Respecto a la distribución de los interiores, las diversas estancias que compusieran la vivienda tenían que estar concebidas atendiendo a la condición de su morador, con el fin de cubrir sus necesidades, así de carácter individual y familiar, como de tipo social. No obstante, la correcta distribución también se tenía que aplicar a los elementos

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exteriores —entradas, patios, jardines— (Aguirre, 1768: 232). Cuando llegaba a la disertación correspondiente a los patios, y la necesidad de que sus dimensiones permitieran la entrada de coches sin dificultad, realizaba una llamada de atención en la que nos permite observar la distancia existente entre los planteamientos teóricos de tipo ideal y lo que la realidad urbana madrileña permitía: En Madrid hay pocas casas que logren esta conveniencia, así si llueve, es menester que las damas se mogen al desmontar del coche para entrar en los zaguanes, que por lo regular son muy estrechos. De aquí se sigue un gran inconveniente, y es, que como no hay portales que puedan abrigar los coches, quedan en los rigurosos días y noches de hibierno en las calles, y nada resiste a las continuadas lluvias de aquella estación. Los trenes se deslucen, se ajan, las mulas enferman y mueren, y es un fuerte motivo la falta de patios y zaguanes espaciosos, para que la brillantez de los trenes no se propague. En particular será difícil arraygar el gusto que asoma de los caballos de coche, los que siendo naturalmente finos y sensibles, no podrían aguantar los aguaceros e intemperies del hibierno (Aguirre, 1768: 233).

Pero no solo en la capital se desarrollaban malas prácticas en lo relativo a la construcción de viviendas. También en otras ciudades europeas se construía sin tener en cuenta las necesidades generadas por el clima, y se criticaba cómo en un país frío, tal que Holanda, las fachadas de las casas estuvieran acristaladas prácticamente al completo y sin el uso de contraventanas; un hábito que era también común en Londres y París, donde los inviernos eran “tan largos y rigurosos”. El autor se refería a que: “Se defienden de la estación calafateando los rebajos con pieles de carnero, y teniendo cerradas las ventanas mientras dura el hibierno” (Aguirre, 1768: 251). En cuanto a la disposición de las piezas interiores de la casa, la construcción “forzada” de viviendas en altura dentro del abigarrado urbanismo madrileño daba lugar a que el autor recomendara que se evitara hacer coincidir la ubicación de las alcobas de los cuartos del piso superior con las del inferior, para que no se molestara durante el reposo y no se perturbara el sueño de los vecinos de debajo (Aguirre, 1768: 238). Hasta qué punto esto iba a contribuir en el descanso de quien ocupara la alcoba inferior, dependería de qué otra estancia se hubiera colocado sobre ella, tal vez más ruidosa, en algunas ocasiones, por dar cabida a actividades más dinámicas que las que se fueran a

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practicar en otra alcoba, pensemos por ejemplo en una sala donde se reuniera un grupo de personas. Estos aspectos nos conectan directamente con la realidad social y urbanística de la capital. Y es que no solo para reyes y nobles se construía en el Madrid de la época, más allá de la reforma de casas principales y la construcción de palacios (González Heras, 2012), la necesidad de habitación por parte del resto de la población exigía la creación de espacios de residencia adaptados a su condición. Una ciudad que, desde que adquiriera a mediados del siglo xvi el rango de capital, había multiplicado su población de los 20.000 habitantes, hasta los 190.000 contabilizados para finales del siglo xviii (López García, 1998: 77, 267). Por lo tanto, su crecimiento durante dos siglos determinó un importante incremento en la construcción de viviendas para dotar de alojamiento a aquella población diversificada socio-económicamente que residía en Madrid. Las tipologías arquitectónicas hechas para albergar a varias familias alejaban la teoría a la que nos hemos venido refiriendo de la práctica constructiva. Los maestros de obras, con una formación más de tipo técnico que teórico-artística, adquirida dentro de los gremios y alejada de la que se impartía en la Academia, iban a encargarse de llevar a cabo las construcciones de casas de vecindad —recordemos el caso de corporaciones de artesanos como la que constituía en Madrid la Cofradía de Nuestra Señora de Belén, que había cumplido históricamente con todo tipo de funciones relacionadas con la construcción—. Aquellas casas de vecindad alojaban en sus varias alturas desde personas principales, en el primer piso, hasta a los madrileños con menos recursos, en las plantas más altas del edificio. El del Madrid histórico era un urbanismo que ofrecía muy pocas posibilidades. Calles estrechas e irregulares y solares con similares características hacían necesaria la pericia de maestros albañiles que conocieran bien el terreno y tuvieran la capacidad de manejarse sobre él, para salvar los obstáculos existentes y sacar de ellos el mayor partido posible a la hora de edificar una casa de vecindad. Estos elementos determinaban de manera directa los espacios interiores de habitación. Difícil dotarles de las orientaciones recomendadas por los tratadistas, luces, ventilación y aireamiento propuestos, los últimos con la finalidad de paliar las altas temperaturas propias de algunas regiones en la península. El marqués de Montehermoso realizaba algunas consideraciones específicas para “nuestro país”, el

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“País Vascongado”, no obstante, se encargaba de extrapolarlas a las necesidades propias de los espacios de habitación de otros territorios, incluido Madrid. Insistía en la utilización de construcciones que contrarrestaran los excesos climáticos, puertas y ventanas de medidas apropiadas —no excesivamente grandes—, ayudadas por sus orientaciones, además de paredes gruesas que sirvieran para aislar. Tomaba aquí como ejemplo el nuevo palacio real de Madrid: “Las paredes muy recias son también una grande defensa contra aquel contrario […] Esta es una de las principales causas porque los salones del nuevo Palacio de Madrid han conservado en los mayores fríos un temple que pudiera embidiarlo el gabinete más templado” (Aguirre, 1768: 253-254). Sin embargo, existían también otros instrumentos mediante los que combatir el frío; según expresaban Jesusa Vega y Álvaro Molina en su análisis de los anuncios del Diario de Madrid, las estufas eran uno de los productos más ofertados, por delante de los braseros, a finales del siglo xviii (2018: 143-145). También la construcción de chimeneas se había convertido en una práctica frecuente en la capital, por este motivo, ya a comienzos del Setecientos, Ardemans buscaba regular su fábrica: No escuso el acuerdo de las chimeneas, que son tan usadas, como precisas, en las casas, sean de la especie que fueren... y assí, todas las vezes que se labraren contra pared maestra serán más seguras; pero lo más ordinario es, estar la mayor parte de ellas contra cerramientos tramados de madera, y esto no se puede escusar, mayormente en Madrid, que en una casa ay diferentes vezindades... Se han dado en usar mucho en Madrid las chimeneas francesas, de modo, que no ay casa, que no procuren a lo menos una; y ésta sin el reparo justo de considerar los inconvenientes de preservar los daños que pueden resultar de hazerla en parage donde no conviene... (1719: 134-139).

La composición de los interiores domésticos El tratado del marqués de Montehermoso nos ha permitido observar el interés ilustrado y su preocupación por el tema de la vivienda, en concreto por los aspectos relativos a su arquitectura, pero, dentro de las líneas de actuación establecidas por las Sociedades Económicas de Amigos del País se encontraba también la dinamización de la economía, a través, entre otros medios, de la transformación de las for-

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mas originales de producción manufacturera. La composición de los interiores domésticos fue uno de los principales destinos en nutrirse de aquella producción promovida desde los círculos ilustrados de los Amigos del País. Tradicionalmente, la población con mayores recursos se hacía con elementos foráneos para componer sus casas, al tiempo que se convertía en modelo a imitar por los estratos inferiores de la sociedad, tanto en los aspectos materiales con los que acomodaban sus viviendas, como en los usos que hacían de ellos. No obstante, los miembros de los grupos inferiores tenían que conformarse con elementos a imitación de los originales, ostentados por las familias principales. Esto dio lugar a una importante demanda de imitaciones de fábrica nacional, que podían ser adquiridas a precio más reducido y que permitió dar un paso adelante en los modelos de consumo existentes hasta entonces. Se produjo una transición entre el patrón de permanencia que había caracterizado la forma de componer los interiores de las casas, mediante objetos que se transmitían de una generación a la siguiente, y los orígenes de la cultura de lo efímero, construida sobre nuevas formas de producción que aumentaban la oferta e implicaban una reducción de los precios y que podrían representar los primeros reflejos de la revolución industrial, en la que algunos territorios estaban dando ya los pasos iniciales. En definitiva, procesos de producción más fáciles que daban lugar a una multiplicación de los objetos, que hasta ese momento se habían fabricado utilizando técnicas artesanales, al mismo tiempo que se reducían sus costes de producción, teniendo como consecuencia una bajada del precio del producto final, la cual facilitaba a los consumidores poder acceder a ellos (Berg, 2005). De esta forma, los interiores de las viviendas madrileñas pasaron de componerse mediante ricos entelados, a cubrir sus paredes con papeles pintados que imitaban los motivos de las sedas precedentes. Los cortinajes, las tapicerías de los juegos de asientos y los revestimientos de camas sustituyeron los damascos por los lienzos pintados; cabe ser destacado aquí el amplio despegue que tuvo lugar en Cataluña dentro del campo de las manufacturas de indianas, cuya producción sirvió para abastecer no solo buena parte de la demanda peninsular, sino también para ser exportada a otros territorios (Piera Miquel, 2011: 67-84). El gusto por las modas y las novedades llevó a quienes tradicionalmente habían consumido elementos de carácter suntuario y que

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podían permitirse tales gastos a introducir dentro de sus casas las nuevas creaciones accesibles a costes más bajos y que revestían, al mismo tiempo que algunas de las salas de las casas principales o palaciegas, las estancias de los cuartos en las casas de vecindad. Observemos el caso del conde de Villamonte, hijo de los marqueses de Bélgida. Don Juan de la Cruz Belvís de Moncada, gentilhombre de cámara de Carlos III en 1780, residía junto a su esposa, doña María de la Encarnación Toledo y Gonzaga, hija de los marqueses de Villafranca, en unas casas principales en la plaza madrileña de Puerta Cerrada. Tenemos conocimiento de que al menos una de las antecámaras de dichas casas estaba compuesta por un juego de sillas tapizadas y cortinajes realizados en lienzo pintado de Barcelona8. Un recurso muy importante del que disponía la población madrileña para poder componer los interiores de sus viviendas era el alquiler de mobiliario y otros enseres de tipo doméstico. Se trataba de una fórmula que se adaptaba a la perfección para cubrir las necesidades de una ciudad que contaba con un alto número de habitantes que se encontraban de paso, residiendo en casas de alquiler. El negocio de “alquilo de muebles” de la familia Fourdinier tenía en sus almacenes con cualquier tipo de objeto que pudiéramos imaginar dentro de una vivienda. Desde manillas de puertas, a puertas vidrieras, pasando por armazones de camas, sus correspondientes colchones, juegos de asientos, cornucopias, arañas y espejos; elementos así superfluos, de carácter decorativo, como otros de primera necesidad que permitieran adaptar las estancias de una vivienda para cubrir las necesidades de sus moradores. De esta forma, los miembros de los grupos “medios” de la sociedad tenían acceso a objetos que de otro modo no hubieran podido disfrutar, dado el alto coste económico que conllevaba su compra. Podían disponer de las “novedades”, pero restándoles su condición de nuevas, dado que aquellos objetos pasaban de mano en mano de un inquilino a otro (González Heras, 2018: 263-272). Tampoco gozaban del carácter de nuevos los elementos adquiridos en almonedas (García Fernández, 2013: 235-259; Vega y Molina, 2018: 155-156). Una vez más, la capitalidad que convertía a Madrid en una ciudad con un alto porcentaje de población flotante llevaba a quienes se marchaban a un nuevo destino a la venta de los enseres con los que ha8.

Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Madrid, leg. 18185, fol. 680 v.

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bían compuesto su casa (Vega, 2000: 5-43). También se vendían en ciertas ocasiones los que formaban parte de alguna testamentaría, facilitando de este modo el reparto de las herencias, una vez convertidos en dinero, los bienes materiales que habían servido para acomodar la residencia del difunto. El descenso del precio de aquellos elementos de “segunda mano”, con respecto a su coste de origen, facilitaba una vez más, el acceso a ellos por parte de los miembros de los grupos socio-económicos inferiores, que podían entonces componer sus estancias siguiendo los modelos de quienes se encontraban socialmente en un estrato superior, aunque siempre con algún tiempo de “retraso” (McCracken, 1988: 93-103). Bibliografía Aguirre y Ortés de Velasco, José María (1768): Discurso sobre la comodidad de las casas, que procede de su distribución exterior e interior. Ensayo de la Sociedad Bascongada de los Amigos del País. Año de 1766. Vitoria. Ardemans, Teodoro (1719): Declaración y extensión sobre las Ordenanzas que escribió Juan de Torija, aparejador de obras reales, y de las que se practican en las ciudades de Toledo y Sevilla. Madrid: Francisco del Hierro. Álvarez Barrientos, Joaquín (2001): “La civilización como modelo de vida en el Madrid del siglo xviii”, en Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, vol. 56, nº 1, pp. 147-162. Bails, Benito (1793): Elementos de matemáticas. T. IX, Parte I, que trata de la Arquitectura Civil. Madrid: Ibarra. Bèdat, Claude (1989): La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1744-1808. Madrid: FUE. Berg, Maxine (2005): Luxury and Pleasure in Eighteenth-Century Britain. Oxford: Oxford University Press. Birriel Salcedo, Margarita (ed.) (2017): La(s) casa(s) en la Edad Moderna. Zaragoza: Institución Fernando el Católico. Blasco Esquivias, Beatriz (1992): Arquitectura y urbanismo en las Ordenanzas de Teodoro Ardemans para Madrid. Madrid: Ayuntamiento de Madrid. — (1994): “Una biblioteca modélica. La formación libresca de Teodoro Ardemans (I)”, en Ars Longa, nº 5, pp. 73-97. — (2006): La casa. Evolución del espacio doméstico en España. Madrid: El Viso.

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Vivienda urbana en Tucumán en el siglo xviii. El solar fundacional de la familia Bazán Juan Carlos Marinsalda Universidad de Buenos Aires

Cuando se aborda el tema de la vivienda del período colonial en la Argentina, que abarca un período comprendido entre mediados del siglo xvi hasta principios del xix, es común encontrar referencias a la casa pompeyana de tres patios y más directamente a la casa andaluza, cuyos locales se subordinan formalmente a la disposición arquitectónica del patio1. Podemos encontrar el origen de la historiografía en el trabajo pionero de Domingo Faustino Sarmiento, Arquitectura doméstica, de 1879, donde encontraba el antecedente de la vivienda colonial porteña en la casa pompeyana y en la gaditana. Juan Kronfuss retomó el tema en 1924 situándolo en el campo teórico mediante un estudio comparativo de dos planos de viviendas, planteando vinculaciones con la vivienda andaluza de tradición mediterránea, siguiendo a Martín Noel que afirmaba que el patio colonial sería una recreación literal del patio andaluz. Las investigaciones que siguieron hacia la década de 1940 derivaron en la clasificación de las viviendas porteñas en dos grandes tipos derivados de la casa pompeyana; la ínsula y la 1. “Se cuenta que cuando un sevillano mandaba labrar una casa, decía a su arquitecto: ‘Hágame V. en este solar un gran patio y buenos corredores; si terreno queda hágame V. habitaciones”. Este “cuentecillo popular”, citado por don Joaquín Hazañas, casi con idénticas palabras es adjudicado a un colono quiteño del siglo xvi, quien al dar instrucciones al arquitecto o al albañil acerca de su casa le indicaba: “Hacedme un gran patio y, si queda sitio las habitaciones” (Silva, 2001: 1).

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domus2. Estos trabajos homogeneizaron tipologías y pautas evolutivas de la vivienda porteña3, que fueron proyectadas a los estudios de viviendas coloniales de las ciudades del interior del país hasta años recientes. Luis María Calvo (2011) realizó una revisión crítica apuntando la falta de correspondencia del tipo vivienda de tres patios con sus extensos estudios comparativos de casos para Santa Fe y Salta. Estos cuestionamientos confirmaban el estudio de casos de Liliana Meyer (2010) para Tucumán, donde solo encontró un caso del tipo consagrado de la casa pompeyana de tres patios, la casa de Miguel Laguna y Francisca Bazán. En el presente capítulo, abordaremos la evolución de la ocupación de un solar fundacional de San Miguel de Tucumán en el período comprendido desde su primera fundación en el siglo xvi hasta mediados del siglo xix. Es pertinente acotar que el período de la “modernidad” en Tucumán continúa siendo objeto de estudios y debates historiográficos debido a la pervivencia de diversos aspectos institucionales, sociales y económicos del “antiguo régimen” luego de la Independencia (Tío Vallejo, 2011). En el solar correspondiente a la familia Bazán, se encuentra la casa donde se declaró la independencia de las Provincias Unidas de Sud América en 1816, reconstruida casi completamente en 1941 a partir de dos fotografías de 1869 y un plano de 1874 y en el sitio se conservan la sala y comedor del siglo xviii. Es la única casa representativa del período colonial en la ciudad de Tucumán y el frente con su portal barroco es la imagen más difundida de la arquitectura doméstica colonial en la Argentina, además de estar asociada a la independencia y a Tucumán. Desde el año 1993 se desarrollaron trabajos de investigación histórica, arquitectónica y arqueológica vinculados a obras de conservación, a partir de los que se realizó una tesis doctoral (Marinsalda, 2016). 2.

3.

Los estudios comenzados por Kronfuss se concentraron, en la década de 1940, sobre la vivienda colonial porteña. La abundante documentación gráfica depositada en el Archivo General de la Nación constituyó la fuente primaria de los estudios desarrollados por Guillermo Furlong (1946); José Torre Revello (1954) y Manuel Domínguez (1948) quien clasificó las casas porteñas en dos grandes tipos derivados de la casa pompeyana; la ínsula y la domus. La generalización fue cuestionada por Daniel Schávelzon (1994), Alicia Novick y Rodolfo Giunta (1994) que analizaron la creación del mito argentino de la casa de tres patios como tipo predominante.

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San Miguel de Tucumán en Ibatín El asentamiento de españoles en Tucumán comenzó, luego de varios intentos fallidos, con la fundación de Santiago del Estero en 1553; cuarenta años más tarde, al fundar San Salvador de Jujuy, la gobernación de Tucumán contaba con sus principales ciudades. Dentro de este sistema territorial, la ciudad funcionalmente se caracterizó por ser centro de servicios de su territorio, como productor de ganado, materias primas y manufacturas destinadas a abastecer a Potosí y como centro de producción de medios de transporte para la ruta entre el puerto de Buenos Aires y el Alto Perú. La región se constituía como una frontera de guerra desde Jujuy hasta La Rioja y los encomenderos habitualmente engrosaban los contingentes de auxilio a las ciudades, a la vez que fundaban nuevos poblados para contribuir a la pacificación y el sometimiento de la región (Rivet y Tomasi, 2009). La ciudad de San Miguel de Tucumán, fundada en 1565 por Diego de Villarroel en Ibatín, tuvo un carácter de ciudad de frontera controlando el acceso al valle de Tafí, en una región que tenía un carácter conflictivo por el contacto con los pueblos calchaquíes de los valles y los pueblos del Chaco Gualamba. La planta urbana se organizó según el modelo clásico de las fundaciones, en un damero de siete manzanas de lado con la plaza en el centro dividiendo cada manzana en cuartos, la ocupación de los solares se realizó por medio de tiras de habitaciones con galerías, ubicadas generalmente en el interior del solar, llegando a configurar espacios exteriores con alguna diferenciación funcional; patios, corrales y huertas. Las investigaciones arqueológicas realizadas en una vivienda frente a la plaza, determinaron que estaba constituida por una tira de tres locales sobre el frente y un local separado hacia el centro del solar configurando un patio (Rivet y Tomasi 2009). La familia Bazán, que se trasladó a América en el siglo xvi, era originaria de Talavera de la Reina, en Castilla. El hijodalgo don Juan Gregorio Bazán se embarcó con personal, caballos y armas en 1545 y prestó servicios durante cuatro años en Nombre de Dios, donde en 1548 se incorporó a la expedición de Diego de La Gasca que sometió la rebelión de Gonzalo Pizarro en el Perú. En 1549 acompañó a Núñez del Prado y luego a su tío Francisco de Aguirre en sus “entradas” a Tucumán, participando en las fundaciones de Barco II (1551),

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Santiago del Estero (1553), Cañete (1560) San Miguel de Tucumán (1565) y Talavera (1566). En 1554 ejerció el cargo de teniente gobernador de Santiago del Estero. Cuando su esposa Catalina de Plasencia se trasladó a América en 1569 ejecutó sus bienes en Talavera de la Reina, llegando con “más de treinta caballos e muchos dellos cargados de armas e ajuar e vajilla de plata con muchas otras joyas e preseas de oro y plata” (Zavalía Matienzo, 1969: 17). A la familia de Juan Gregorio Bazán se le adjudicó un solar a una cuadra de la plaza, donde hacia 1670 su descendiente, el encomendero don Pedro Bazán Ramírez de Velasco, tenía “casa poblada” con armas y caballos. Poseía una encomienda en Aconquija, otorgada por su participación en la guerra contra el levantamiento calchaquí de 1659 liderado por Pedro Bohórquez y la estancia de El Conventillo en Gastona, con trece indios tributarios4, además de otras tierras entre los potreros de Solcos y Aconquija (Robledo 2017). Aconquija estaba destinada a la cría e invernada de yeguas y al cultivo trigo y maíz para subsistencia, en tanto que la estancia de Gastona tenía curtiembre y carpintería, produciendo carretas y bateas, industria que se complementaba con la cría de bueyes, mulas y yeguas. A un siglo de la fundación, la ciudad no había logrado desarrollarse debido a los ataques de los calchaquíes y luego, de los abipones del Chaco, a las avenidas del río que habían destruido parte de los edificios y a la insalubridad del clima. Sin embargo, el factor que determinó su decadencia fue la marginación generada por el desplazamiento de la ruta comercial hacia el este, alejada del área de influencia de los calchaquíes. En 1685 se procedió a su traslado al sitio de La Toma; las razones para esta disposición pueden conocerse en el informe de Diez de Andino, enviado al rey de España en 1679, […] como por el débil fundamento de sus edificios que no pasan de once de teja y con alguna forma de vivienda y destas las más ya casi caídas por la impusibilidad de sus dueños y pérdida de sus frutos por estar retirados del comercio que es el que hace todas las ciudades opulentas […] (Meyer, 2010: 19). 4.

En 1673 había en la jurisdicción de San Miguel de Tucumán 670 indios tributarios y un total de 2.285 encomendados (Rubio Durán, 1999: 48-49).

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El traslado de San Miguel al sitio de La Toma La ciudad de San Miguel de Tucumán fue refundada en su nuevo emplazamiento por don Fernando Mate de Luna el 27 de septiembre de 1685 en el sitio de La Toma, donde ya se había establecido una pequeña población de ranchos dispersos cercanos a una ermita y una acequia. El nuevo trazado fue ampliado a nueve manzanas por lado, incrementando la trama a ochenta manzanas de 166 varas de lado divididas en cuatro solares y calles de doce varas, con la plaza en su centro delimitada por las calles de ronda; a los vecinos les fueron adjudicados los mismos solares que ocupaban en Ibatín. Al trasladarse la ciudad, Diego Bazán y Figueroa estaba al frente de la familia. Se había casado con Ana de Ávila y Rivera y tuvieron un hijo, Pedro. Diego Bazán conservaba la posesión de las dos encomiendas, aunque para 1702 la población total de indios tributarios para San Miguel de Tucumán había descendido de 670 individuos a 257. En 1687 se le encomendó a Diego Bazán aportar con su trabajo para la apertura de la acequia con los indios de la mita de la plaza (Meyer, 2010: 38), y en 1693 era alcalde de la ciudad, por lo que ya tenía casa edificada en el solar5. El hijo de este matrimonio, Pedro Bazán Ramírez de Velasco, incorporó al solar fundacional y su casa, un solar adquirido a los padres franciscanos, ubicado en la plaza Mayor, junto al cabildo6. El hijo natural de Pedro, Juan Antonio Bazán, heredó el solar fundacional completo con la casa y las propiedades rurales y urbanas, y en el año 1743 se casó con Petrona Esteves, quien aportó una dote de nueve esclavos; el matrimonio tuvo nueve hijos y el solar fundacional se mantuvo indiviso hasta comienzos de la segunda mitad del siglo xviii. La ocupación y crecimiento de la ciudad en el lapso comprendido entre 1685 y 1810 se puede caracterizar en dos etapas; en la primera se da la consolidación de la población cuando la ciudad se presenta “como un conjunto de míseros ranchos, batallando por la concreción de la acequia, el Ayuntamiento y la Matriz” (Meyer, 2010: 14). La segunda etapa comprende el surgimiento de la ciudad colonial propia5. En su testamento de 1695 se refiere a su casa edificada (Zavalía Matienzo, 1969). 6. Este solar fue dividido en dos medios solares, conservando la mitad sur hasta el año 1744, cuando, al fallecer Pedro Bazán, su madre, Ana de Avila, lo vendió a Manuel Olea (Ávila, 1920).

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mente dicha, que se verificó a partir de mediados del siglo xviii como consecuencia del control de las invasiones de los mocovíes, situación que permitió que la ciudad comenzara a estar poblada en forma permanente. A esta situación de estabilidad se sumó el arribo de una nueva camada de inmigrantes españoles que se dedicaron a la actividad comercial y la producción rural, las que se vieron favorecidas la creación del virreinato del Río de la Plata en 1776 y por el Reglamento y Aranceles Reales para el Comercio Libre de España a Indias en 1778, que permitió la creación de nuevas redes familiares y comerciales y la participación de nuevos actores en el tráfico territorial en el marco de un proceso de atlantización de la economía de la región. Podemos tener un panorama del avance edilicio de la ciudad y su población y del desarrollo de la actividad económica por medio de las crónicas de viajeros. Al respecto, en 1773, el cuzqueño Calixto Bustamante Carlos Inca, “Concolocorvo”, realizó un viaje entre Buenos Aires y Lima que fue publicado en el libro titulado Lazarillo de ciegos caminantes. El capítulo V está dedicado a Tucumán y describe San Miguel como […] ciudad capital de esta jurisdicción […] ocupa el mejor sitio de la provincia: alto, despejado y rodeado de fértiles campañas. A cinco cuadras perfectas está reducida esta ciudad, pero no está poblada a correspondencia. La parroquia, o matriz, está adornada como casa rural y los conventos de San Francisco y Santo Domingo mucho menos. Los principales vecinos, alcaldes y regidores, que por todos no pasarán de 24, son hombres circunspectos y tenaces en defender sus privilegios. Hay algunos caudalitos, que con su frugalidad mantienen, y algunos aumentan con los tratos y crías de mulas; pero su principal cría es la de bueyes, que amansan para el trajín de las carretas que pasan a Buenos Aires y a Jujuy. La abundancia de buenas maderas les facilita la construcción de buenas carretas (Concolocorvo, 1997: 69).

En la ciudad, ante la igualdad de superficie otorgada a los vecinos fundadores, la jerarquía era determinada desde el repartimiento por la centralidad del solar en torno a la plaza Mayor; la ausencia de límites físicos entre áreas de la ciudad no implicaba necesariamente la mixtura de distintas jerarquías. Esta situación se puede verificar a fines del siglo xviii en las medidas tomadas por el cabildo para expulsar del área central a los habitantes de castas inferiores compensándolos con solares del mismo valor en la periferia y dando los solares vacantes a vecinos pertenecientes a la élite:

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Se desalojen los solares, que se hallan más adentro de la ciudad poblados por gente plebe, para hacer merced de ellos a los nobles, y que puedan edificar, por no haber lugar donde darles a estos, pagándoles las mejoras que tuvieren y dándoles otro sitio para afuera, y que se publique por bando para que puedan pedir. AHT, Actas del Cabildo, 1767 (Meyer, 2010: 113).

La sociedad colonial tucumana hacia fines del siglo xviii se encontraba fuertemente estratificada social y racialmente. Durante la segunda mitad del siglo la población de españoles creció en una década del 15 al 25% del total de San Miguel de Tucumán. Según el padrón de 1778, la ciudad tenía 4.087 habitantes, de los cuales 1.276 eran españoles y criollos, 971 indios y mestizos, 1.246 negros y mulatos libres y 571 negros y mulatos esclavos; 17 eran religiosos y 6 clérigos. En este período “surgen nuevos oficios y se incrementan los intercambios culturales debido a la inserción en el medio de la nueva camada de inmigrantes españoles […] éstos transmitieron a los vecinos sus hábitos y conocimientos” (Meyer, 2010: 68). Estos nuevos inmigrantes procedían mayormente de Cataluña, Asturias, País Vasco y Navarra. La élite controlaba la economía (la producción agraria, el flete y el comercio) y el poder (los cargos públicos, eclesiásticos y militares). El lugar que se ocupaba en este rígido sistema estaba muy condicionado por la tradición familiar, la limpieza de sangre, y la posesión de tierras y encomiendas que desde la conquista era un factor determinante del status social. La familia de la élite reproducía el sistema social y transmitía el modelo; era patriarcal, jerárquica y múltiple, cada familia reunía varias generaciones y contaba con un promedio de 5,1 esclavos y 5,6 sirvientes; la dimensión de la familia era entonces indicador de preeminencia social, demostraba la capacidad económica del señor y representaba el ideal señorial de “casa poblada” (Bascary, 1998). Las viviendas coloniales tucumanas Respecto de la evolución del tipo de viviendas y la ocupación del terreno, en una primera etapa, repitiendo el patrón de Ibatín, se levantaron en el centro de los solares los primeros ranchos compuestos de una única habitación con pocas aberturas y pisos de tierra, con paredes de entramados o tapias y las cubiertas de paja (Meyer, 2010: 65), de

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manera que hasta mitad de siglo predominaba la ocupación mediante habitaciones o tiras de habitaciones protegidas con galerías, que en su evolución fueron pasando de este carácter semirrural extrovertido a uno más urbano e introvertido, cerrando los solares con tapias y configurando un espacio o patio delantero. Hacia la segunda mitad del siglo xviii comenzaron a construirse en el entorno de la plaza viviendas y tiendas en tiras sobre el frente de los terrenos. Esta evolución en la forma de ocupación de los solares es similar a la que se verificó en Santa Fe, según los estudios de casos realizados por Luis María Calvo (2011), quien concluye que no se encuentra ningún ejemplo de vivienda “pompeyana” de tres patios sucesivos. En el campo de la materialidad, la evolución de la construcción de la arquitectura doméstica en la ciudad puede ordenarse en tres fases, la primera, de viviendas transitorias que fue resuelta con quincha y cubiertas de paja; luego para las construcciones definitivas con muros de tapial y las cubiertas de tejas sobre cañizo hasta que a partir de la segunda mitad del siglo xviii se avanzó en la construcción de muros de tapia forrados con ladrillos o en la de edificios que utilizaban muros de ladrillos en los zaguanes. Fue poco común la construcción con adobes. Hacia finales del siglo los ladrillos ya se utilizaban en la edificación de las partes principales de la vivienda, ya que aparte de las ventajas de la calidad del material, su uso resultaba más económico. Un tema destacado por Meyer es el de la unidad de medida y las modulaciones; la vara utilizada tenía una longitud de 835 mm; los tapiales variaban entre una vara y tres cuartos de vara y los muros de ladrillos tenían tres cuartos de varas7. Respecto de las tipologías, reconoce tres: la casa de patios, un modelo clásico de hasta tres patios sucesivos rodeados por cuartos y salas y un zaguán de acceso; podían tener la fachada integrada por tiendas o salas y aposentos y representaban una minoría de casos. 7. Las modulaciones más comunes encontradas en los inventarios son de 6 x 6 varas; (5,25 x 5,25 m) que era determinado por el largo de los tirantes de madera disponibles. Comenzando por el zaguán de 3 x 6 varas, los aposentos y tiendas de 6 x 6 y las salas de 6 x 12 o más varas de largo. El ancho podía extenderse a un máximo de 6½ varas por errores de replanteo. La medida que no se ajustaba a este ancho era la de las medias aguas de las oficinas de criados, que tenían 4 varas (3,34 m).

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La segunda es la de la casa de rentas, sin zaguán, diseñada con fines puramente comerciales en lotes muy pequeños, con su tienda y trastienda al exterior y un corralito. El tercer tipo es la casa periférica de uno o dos cuartos dispuesta libremente en un lote8. El mayor porcentaje de la población residía en este tipo de viviendas, pero como destaca Romina Zamora, en las disposiciones normativas no se hacía ninguna referencia a este tipo de vivienda, descripta en cambio en documentos judiciales, “estigmatizada como espacio de trasgresión, de inmoralidad y de desacato. Así se le negaba estatus propio, siendo espacios que no podían existir independientemente en un orden concebido como corporativo y con relación a una casa poblada” (Zamora, 2005: 16). Acerca de las unidades constitutivas de las viviendas de patios, los zaguanes eran construidos en algunas oportunidades con ladrillos; las medias aguas de oficinas estaban compuestas por la cocina, la despensa, las oficinas o cuartos de criados y un común y a estos locales no se llegaba por corredores. Las tiendas, tanto las atendidas por sus propietarios como las rentadas, formaban parte de la tira de habitaciones ubicadas sobre la calle e invariablemente presentaban adosada una trastienda. Las esquinas fueron los emplazamientos ideales para estas tiendas, que abrían puertas hacia ambas arterias; resolviendo la arista con un pilar de madera con los dinteles cruzados; las disposiciones de cuatro tiendas en las esquinas de una encrucijada creaban un espacio urbano de intercambio comercial y social, por lo que las esquinas eran el sitio de mayor valor en la propiedad. La ciudad colonial hacia el final en la etapa virreinal se caracterizó entonces por una arquitectura de sólidas paredes de tapia y ladrillo blanqueadas a la cal, puertas dobles de acceso a zaguanes, ventanas con rejas voladas y guardapolvos y cubiertas de tejas. Entre los once casos representados en el estudio de Meyer no se encuentra ninguno que responda al primer tipo de tres patios sucesivos rodeados por cuartos y salas, en algunos casos la separación de patios está realizada por un muro, pero en la mayoría de los casos no hay límites físicos entre las áreas indicadas como “primer patio; segundo patio y huerta”. 8. Meyer omite analizar este tipo de viviendas y concentra su trabajo en las casas de patios.

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La familia Laguna Bazán Como medio para evitar la fragmentación y dispersión del patrimonio familiar, la élite tradicional recurrió a dos tipos de estrategias que caracterizaron distintos ciclos; en un primer caso, hacia 1750 los matrimonios eran fuertemente endogámicos. A partir del proceso de expansión del comercio hacia Buenos Aires, alrededor de 1770, se recurrió al casamiento de las hijas de estas familias con peninsulares comerciantes o representantes de casas comerciales de ultramar con sede en el puerto; una vez consolidada la nueva posición, hacia 1810, se inició un nuevo ciclo predominantemente endogámico (Bascary, 1988). El matrimonio de Francisca Bazán con Miguel Laguna en 1762 se encuadra tempranamente en el segundo ciclo, de carácter exogámico, en tanto que el matrimonio de su yerno, Pedro Patricio de Zavalía, con su sobrina Carmen Zavalía en 1809 se encuadrará en el tercer ciclo, manteniendo la propiedad de la vivienda en una misma familia hasta 1874, cuando será adquirida por el Estado. Miguel Laguna pertenecía a una familia de Hidalgos de Santa Cruz de Mudela, en Castilla9; en el censo de 1749 del Catastro de Ensenada está registrado con una edad de 17 años. Emigró al Río de la Plata entre 1754 y 1757 y es probable que lo hiciera junto con su primo Juan López Cobo Laguna, ya que ambos estaban radicados en Córdoba en 1758 ejerciendo la actividad comercial; así se los encuentra en un documento designando un apoderado como parte de un grupo de “mercaderes tratantes entre vecinos y residentes, de este comercio”10. Miguel Laguna se trasladó a San Miguel de Tucumán y el primer registro de su actividad comercial lo encontramos para el año 1760, en tanto que a Juan López Cobo lo encontramos registrado nuevamente en 1761; en ambos casos estuvieron vinculados con Domingo Basavilbaso, jefe de correos y uno de los más importantes comerciantes de ultramar de Buenos Aires (Saguier, 2007). 9.

“Una rama de Almadén (Ciudad Real), pasó a Cabra, a fines del Siglo xviii. Hubo hidalgos en El Toboso (Reales Provisiones de 1777-8) y en Santa Cruz de Mudela (solicitud de Ejecutoría de Hidalguía, de fines del siglo xvi, Ejecutoría de 1735. También los hubo desde el siglo xvii en La Rambla y Córdoba” (Barea López, 2012: 252-253). 10. Archivo Histórico de Córdoba, Protocolos, Registro 1, libro 141, folio 179 y ss. Luque Colombres, s. f.: 15.

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Juan López Cobo introducía mercaderías desde Buenos Aires y las enviaba al norte (Punta 1994), por lo que podemos plantear que se haya establecido una red familiar y comercial entre ambos primos para introducir efectos de castilla desde Buenos Aires a Córdoba y Tucumán con alcance al Alto Perú y para enviar a Buenos Aires productos de la tierra y pagar las mercaderías de introducción con plata potosina. Su estrategia de inserción social coincidió con el ciclo exogámico de las élites locales que asimilaron a la nueva clase de comerciantes casándolos con sus hijas; Miguel Laguna se casó en 1762 a los 26 años de edad con Francisca Bazán Esteves, de 18 años, y Juan López Cobo, con Damiana Figueroa Mendoza11, de 16 años. Ejercieron altos cargos en el cabildo. Miguel fue alcalde de segundo voto en 1766 y de primer voto en 1778; Juan fue alcalde de primer voto en 1789. Miguel ejerció cargos militares —fue nombrado maestre de campo en 1772, teniente coronel en 1785— y estuvo vinculado a la justicia. Al casarse Miguel Laguna con Francisca Bazán, este aportó a la sociedad conyugal seis mil pesos, en tanto que Francisca recibió como dote dos quintas partes del solar con alguna antigua edificación que se encontraba hacia el interior del lote, posiblemente algunos de los locales del pabellón principal con la sala y aposentos. El matrimonio tuvo ocho hijos: Miguel Martín, Gertrudis, Nicolasa, Juan Venancio, Nicolás Valerio, Eusebio, Joaquín, Eugenia y José Tiburcio, por lo que, siguiendo a Bascary (1998), la familia, de tipo patriarcal extensa, puede haber ascendido a unas doce personas incluyendo a los esclavos y criados. Laguna incorporó a su patrimonio nuevas propiedades urbanas y rurales. En 1787 adquirió una esquina con salón de trucos para imposición de Martín Miguel, quien ya había adquirido en 1779 el cuarto del solar vecino a su vivienda, de manera que los Laguna y los Bazán extendieron sus propiedades sobre casi toda la cuadra y la siguiente esquina hacia el sur. Con la compra del antiguo potrero jesuita de Carapunco, en el valle de Tafí, desarrolló la actividad ganadera incorporándose al mercado exportador principalmente destinado al Alto Perú, como se puede comprobar en su testamento, donde hace referencia a una partida de mulas vendidas por su hijo Joaquín en Potosí.

11. Véase, a modo de ejemplo, la dote de doña Damiana Figueroa, quien contrae matrimonio con el español don Juan López Cobo, AHPC, Escribanía 1, año 1797, legajo 427, expediente 3 (Yanzi Ferreira, s. f.).

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La casa de Miguel Laguna y Francisca Bazán Para poder conocer la casa que construyó Miguel Laguna partimos del plano de 1874 realizado por el ingeniero nacional Carl Christiersson12 y los de las remodelaciones posteriores, las fotografías del frente y del patio tomadas por Paganelli en 1869 y las posteriores a 1874, los trabajos de relevamiento arquitectónico de la casa, los estudios en el Salón Histórico de 1993 y 1996 y los trabajos arqueológicos de 1995. Toda la información obtenida nos permite reconstruir la casa del siglo xviii por medio de una pieza clave: el inventario del testamento de Nicolás Laguna del año 183813, que vivía en la casa y era dueño de una séptima parte de la misma. Lo transcribimos porque también nos permite conocer las disposiciones, jerarquías y destinos de los locales y sus ocupantes, los materiales y su estado de conservación. Primeramente el sitio, que mide treinta y dos varas de frente por fondo entero a veinte pesos por vara, seiscientos cuarenta pesos. Item: En el frente a la calle de este sitio un edificio, que se compone de cuatro piezas de habitación, y el zaguán en medio, y este con las piezas que contiguas tiene a cada costado, son de techo de bóveda, y las otras dos siguientes, techo de caña y teja en estado ruinoso, paredes de tapia a veinte y cinco pesos vara, ochocientos pesos. Item: En el interior del primer patio un edificio que se compone de un dormitorio, una sala, un comedor y un cuarto, que todos tienen treinta y dos varas de largo y seis de ancho con dos corredores, que miran a Oriente y Poniente, techos de caña y paredes de tapia, a cuarenta pesos vara, mil doscientos ochenta pesos. Item: Al costado del sud del primer patio un edificio de media agua, que se compone de tres piezas de havitación, que tienen de ancho cinco varas, y de largo veinte y cinco, paredes de tapia y techo de teja, á quince pesos vara, trescientos setenta y cinco pesos. Item: Al costado del Norte, un corredor de veinte y cinco varas, en el qual están dos cuartitos viejos, a ocho pesos vara, doscientos pesos.

640.

800.

1280.

375.

200.

12. Plano Nº 1 DNOA. 13. AHT. Tomas de Razón Nº 6 1838-1850, fols. 3v-4.

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Item: En el traspatio un edificio de media agua, con Oficinas de criados, que comprende treinta y dos varas, de Sud á Norte, a ocho pesos vara, doscientos cincuenta y seis pesos. Item: A los costados del traspatio, dos corredores de catorce varas de largo cada uno, que hacen veinte y ocho varas á seis pesos vara, ciento sesenta y ocho pesos. Item: La huerta que hace en el fondo del sitio en la que hay un pozo, y cuatro naranjos dulces, y dos agrios cercado de tapias viejas de tierra, se tasó todo en veinte pesos= veinte pesos. Suman pesos tres mil setecientos treinta y nueve.

256.

168.

20. 3739.

Fig. 1. Planta de la casa en 1838, según el inventario, plano de 1870 y posteriores y los trabajos de campo. Elaboración propia.

Partimos de la hipótesis de que la casa era una remodelación y ampliación de algunos locales existentes, cuanto menos en el caso del edificio principal, ya que en los estudios realizados en el Salón Histórico en 1993 comprobamos que la construcción original de tapiales había sido modificada, recreciendo la altura de los muros con adobes, en tanto que las aberturas que estaban resueltas con dinteles rectos de madera habían sido ampliadas y reconfiguradas insertando jambas y arcos escarzanos de ladrillos asentados en barro. En el sector oeste de la sala se encontró un gran vano tapiado que había tenido una puerta de cuarterones y en el correspondiente al comedor una ventana con dintel de madera y una puerta, que han sido incluidos en el plano.

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El edificio, que ocupaba una parcela de poco menos de medio solar de frente por solar entero de fondo, se organizaba sobre un eje de simetría longitudinal y estaba compuesto por pabellones o “edificios” de cubierta a dos aguas dispuestos paralelamente a la calle que definían los patios junto con los cuartos laterales y los corredores de un agua de menor altura. La organización axial se reflejaba en la fachada, en cuyo centro se ubicaba el portal barroco que concentraba la ornamentación, junto con el zaguán y las porterías. Sobre la calle se ubicaban los dos grandes cuartos para uso comercial14, el zaguán estaba flanqueado por dos locales destinados a porterías. El primer patio concentraba las habitaciones de la familia; el pabellón central estaba ocupado por los locales de mayor jerarquía, que eran el dormitorio principal o alcoba, la antesala, la sala y el comedor, con galerías hacia ambos patios; estos locales eran los únicos que se vinculaban por puertas entre ellos. Los otros tres cuartos de la familia se ubicaban bajo una media agua sobre el lado sur y el lado norte estaba cerrado por un corredor bajo el cual se habían construido posteriormente dos cuartos pequeños. En el centro de este primer patio había un gran naranjo. El traspatio, de carácter doméstico, presentaba la particularidad de estar cerrado por dos galerías laterales sobre las medianeras, que vinculaban y a la vez separaban el pabellón central y las oficinas de criados que cerraban el patio por el fondo; esta observación obedece al hecho de que no hay un condicionamiento generado por una disminución en el ancho del lote que condicione la construcción de cuartos sobre las medianeras y parece haber sido una disposición recurrente hasta finales del siglo xix. En la huerta se encontraba el pozo de agua15, los árboles frutales y posiblemente un espacio para aves de corral. La casa reproducía en su distribución la rígida estructura jerárquica de la familia y la sociedad colonial; era de carácter introvertido; sobre

14. El desarrollo del comercio hacia fines del siglo xviii generó la necesidad de disponer de cuartos y viviendas de alquiler para lo que se dispuso de los locales existentes principalmente sobre la calle y la construcción de casas con pequeñas unidades de vivienda, en un proceso similar al registrado en Buenos Aires. 15. La ubicación del pozo de agua en el centro de la huerta fue definida a partir de la información obtenida en las entrevistas realizadas en 1994 a la señora Andrea Guillermina Varela, que recordaba la existencia del brocal, demolido en 1943.

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la calle el portal concentraba los elementos arquitectónicos y decorativos como recurso de representación de la posición de la familia en la sociedad; esta representación se extendía al zaguán, que en este caso estaba cubierto con bóvedas, igual que las porterías laterales, una de las cuales podía servir de escritorio. Los locales destinados al comercio se abrían a la calle; solo uno tenía una abertura hacia el patio. Esta distribución obedecía a la actividad comercial de Miguel Laguna, que estaba vinculada al espacio altoperuano y al atlántico y a la actividad productiva ganadera de su potrero de Carapunco, en el valle de Tafí, por lo que en la casa se recibían tropas de carretas y de mulas desde las que se podía realizar el trasiego de las cargas tanto desde la calle como desde el patio16. El espacio representativo de intercambio social estaba integrado principalmente por la sala y eventualmente por el comedor y se integraba por sus corredores con ambos patios; la jerarquía de la sala se verificaba en su ubicación central como remate de las visuales desde y hacia el zaguán bloqueando la vista del segundo patio y la mayor altura y dimensiones de los locales con sus cubiertas de doble agua. La puerta principal estaba ubicada como remate del eje compositivo, era de mayores dimensiones que las demás y estaba realizada con la misma técnica que el portón del zaguán; esta composición axial se enfatizaba al disponer los pilares de la galería pareados. Los locales se diferenciaban también por el equipamiento; en la sala se encontraba el estrado, espacio representativo para la señora de la casa y sus hijas; desde su ubicación se podían dominar visualmente ambos patios por la ventana con rejas hacia el primero y por una gran puerta de cuarterones hacia el segundo. En el fondo del segundo patio, las oficinas de criados eran locales de un agua con aberturas de menores dimensiones y calidad y posiblemente pisos de tierra. Albergaban la cocina con su alacena; los cuartos de criados y esclavos y el común o letrinas. La cocina tenía acceso al pozo y a la huerta y probablemente se extendía en el corredor, con la instalación del horno, coincidiendo con lo afirmado por Meyer (2010) para estos locales y sus disposiciones. 16. En la fotografía puede observarse la presencia de un carro o carretilla bajo la galería.

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Fig. 2. Fotografía del Frente del Salón Histórico. Ángel Paganelli, 1869. ACHIT.

En las excavaciones arqueológicas de 1995, realizadas en el sector de la cocina, se encontraron restos de cerámica de tradición indígena y de vajilla inglesa Pearlware y Whiteware; una ficha de chaquete casera y restos óseos (Schávelzon 1996: 2-5), que se corresponden con lo que informaba Miguel Martín Laguna en su Historia social y política de Tucumán acerca del consumo principalmente de carne vacuna asada, guisada o en charqui17 y entre las aves de consumo familiar a las gallinas, palomas, patos caseros y perdices, “ricos y poco costosos” (Martín Laguna 1809: inédito; Bascary 1999: 279). Se identificaron restos de rheidae, conocido localmente como ñandú o suri, el avestruz americano. Respecto de sus características de diseño, podemos verificar que la casa respondía a una composición axial con sus visuales y circulaciones quebradas, siguiendo la clásica disposición de ejes quebrados definida por Fernando Chueca Goitia como una de las invariantes de la arquitectura castiza. La respuesta a las condicionantes climáticas

17. Proceso de deshidratación y conservación de la carne con sal para su conservación.

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estaba resuelta con la orientación y la disposición de corredores; la orientación hacia el sur, que era la más castigada por las fuertes precipitaciones pluviales estivales características de la región subtropical, se encontraba ocupada con corredores, en tanto que los cuartos de habitación se abrían hacia el norte, permitiendo el ingreso de luz solar en el invierno. Los locales principales estaban protegidos hacia el este y el oeste por corredores; tenían mayor iluminación y el beneficio de la ventilación cruzada. Los materiales y disposiciones constructivos eran los típicos de la región, muros de tapial con sectores de ladrillos y adobes; cubiertas de tejas sobre cañizo y torta de barro y estructuras de madera de los bosques piedemontanos, en tanto que eran de procedencia externa las herrerías y los vidrios. En el aspecto dimensional y modular, encontramos correspondencia con las medidas determinadas por Meyer; donde las dimensiones para la sala original son de 6½ x 12 varas y el comedor, de 6½ x 6 varas. El espesor del tapial es de una vara y la altura, de cuatro, de donde podemos deducir que se han construido cuatro tapiales superpuestos de una vara de altura. Estas medidas y modulaciones también se verifican en el documento, con cuartos de media agua de cinco varas de profundidad y nueve de desarrollo. Luego de otorgar a Francisca la parcela de dos quintos del solar, sus padres con el resto de la familia se instalaron en los locales ubicados en los tres quitos restantes que constituían el espacio de mayor valor, ocupando una crujía de locales sobre cada frente y una tienda y trastienda en la esquina. La siguiente partición correspondió a María Ana, a quien también en 1762 le adjudicaron una estrecha parcela de 10 x 72 varas 72, la profundidad de todo el solar, correspondiente al ancho de una sala al frente de 10 x 6 varas, contigua a la parcela de Francisca; a Pedro le adjudicaron la parcela siguiente, similar a la anterior, de 12 varas de frente por 27 de fondo con una sala al frente. La parcela de mayor valor correspondió a Bárbara, que convivió con sus padres: 27 x 29 varas con la tienda en la esquina y su trastienda, dos cuartos, una gran sala de doce varas y un zaguán. Continuando hacia el oeste, a Ignacio le correspondió una parcela de 22 varas de frente por 30 de fondo, con una sala de 12 varas. La última parcela hacia el oeste, de 17 x 30 varas, no fue adjudicada, y permaneció sin construcciones. El fraccionamiento y venta de la parcela de mayor valor se produjo hacia

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1820, cuando Bárbara la dividió en tres partes, una parcela con el zaguán y la sala, de 12 x 17 varas, la tienda trastienda y un cuarto con un corral o patio de 12 x 20 varas y la más pequeña, de 8 x 12 varas, con un cuarto al frente y un pequeño corral. Hacia 1824, el solar fundacional de 4.400 m2 se encontraba dividido en ocho parcelas, desde la mayor de 1.900 m2, con la casa de tres patios, zaguán y locales de alquiler, hasta una mínima de unos 60 m2 con un cuarto y corral, constituyendo una muestra de la diversidad de los tipos de viviendas de la ciudad del siglo xviii. Las dos parcelas de mayor valor relativo, la de la tienda y la del cuarto, habían sido vendidas a terceros. Estos edificios fueron construidos sobre el frente de la parcela con muros de tapial y ladrillos y cubiertas de tejas a doble agua y no hay registros de la existencia de locales en el interior de las parcelas ni de la configuración de patios, excepto por la parcela de María Ana, con una huerta18. El solar de la familia Bazán adquiría protagonismo en la Semana Santa, cuando el Cristo de las Bazán, que era una imagen articulada de cabeza y brazos, era llevado en procesión desde la casa hasta la plaza, donde frente a la matriz se montaba un Calvario utilizando la cruz fundacional de la ciudad, en la se crucificaba la imagen, a cuyos pies se ubicaban imágenes de la Dolorosa y de san Juan. El Viernes Santo, luego del sermón del descendimiento, que se oficiaba desde un púlpito montado en la plaza, la imagen era retirada de la cruz. Esta costumbre continuaba vigente en el año 1873, según relataba Luis F. Aráoz19. El primer plano de relevamiento de la ciudad conocido hasta el presente fue realizado en 1816 por orden de Manuel Belgrano, jefe del ejército auxiliar del Perú acantonado en la ciudad. Esta representación también permite confirmar las características que hemos estado identificando para la ciudad de la segunda mitad del siglo xviii; la concentración de viviendas de la élite en el área central, la ocupación de las manzanas priorizando las equinas por su mayor valor comercial 18. La distribución, dimensiones y materiales constructivos utilizados para el período comprendido entre 1762 y 1801 se reconstruyen a partir del testamento de Petrona Esteves (1801), en el cual se detallan y distribuyen los locales entre sus hijos María Ana, Bárbara, Pedro, Ignacio y Diego Bazán, y documentos posteriores, entre ellos cartas de familia. 19. Aráoz relata que en 1873 fue designado junto a los fieles que trasladaron y subieron el Cristo a la cruz. (Aráoz, 2003: 146).

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dejando espacios vacuos hacia las medianas y finalmente la distribución periférica de las viviendas de las clases populares, conformadas por locales aislados en espacios sin límites físicos definido (Marinsalda, 2020). Podemos interpretar que hacia 1820 la ciudad incorporó mediante la presencia del ejército algunos de los atributos de la Ilustración, como el paseo de la Alameda con su obelisco asociados a una ciudadela abaluartada y una red superficial de provisión de agua. También recibió su primera imprenta que funcionó en la casa Laguna Bazán, que había sido además la sede de un congreso constituyente. El portal barroco Hemos acotado que el portal de la casa Laguna Bazán es la imagen más conocida de la arquitectura colonial de la Argentina y también la representación asociada a la independencia nacional. Tras su demolición en 1874, su imagen en estado ruinoso se conservó en una fotografía tomada en 1869 por Ángel Paganelli y durante la primera mitad del siglo xx fue objeto de distintas interpretaciones y debates teóricos acerca de la posible participación indígena en su diseño y construcción. Podemos encontrar el inicio de este proceso en las primeras representaciones de Juan Kronfuss en 1916 y 1921 para su Arquitectura Colonial en la Argentina, donde incluyó dos macetas con flores en el tímpano. La trascendencia del campo teórico al de la práctica arquitectónica se produjo cuando Ricardo Rojas le encomendó a Ángel Guido el diseño y construcción de su casa en Buenos Aires, la que debería entroncarse en los principios ideológicos y estéticos de Eurindia (1923) de la mano del autor de Fusión hispano indígena en la arquitectura colonial (1924); un cliente y un arquitecto ante el desafío de cristalizar sus postulados teóricos en una vivienda con carácter de manifiesto del movimiento neocolonial. En su interpretación del portal tucumano, Guido concentró los motivos fitomórficos arequipeños representativos de la fusión hispano-indígena en un tímpano aplanado, en cuyo centro instaló un búcaro con flores flanqueado por las dos macetas que había instalado Kronfuss.

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Fig. 3. Frente de la casa de la Independencia. Ángel Paganelli, 1869. ACHIT.

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El debate teórico acerca de la presencia del arte mestizo en la arquitectura argentina que tenía como protagonistas a Guido y Martín Noel, cuestionados por Mario Buschiazzo20, trascendió nuevamente con la reconstrucción de la casa en 1943, donde Buschiazzo impuso su postura eliminando todo elemento figurativo del portal, vaciándolo de su función simbólica. Hasta el presente no se han encontrado otros registros gráficos ni documentales acerca de la existencia de portales barrocos en la arquitectura doméstica de Tucumán, en tanto que los hay muy escasos sobre el uso de columnas salomónicas en la arquitectura colonial argentina, como el caso de la desaparecida catedral de Santiago del Estero, del siglo xvii. Si realizamos un primer abordaje de la fotografía partiendo del conocimiento arquitectónico que tenemos de la casa, observamos que el portal con la puerta y las porterías con sus ventanas están integrados y construidos con ladrillos revocados con cal; mientras que los locales laterales están construidos con tapial y cubiertos con tejas, como indica el inventario. Los tres vanos están resueltos con arcos escarzanos, similares a los de la sala y la técnica constructiva del portón es similar a la de la gran puerta del frente de la sala, que es el remate de la vista desde el zaguán. Continuando el análisis y dirigiendo la atención a las columnas torsas y las pilastras que las acompañan, que han sido interpretadas muchas veces como columnas cajeadas, observamos que esta composición representa una vista del orden salomónico girado a 45 grados, donde los ábacos y volutas de los capiteles están apuntados hacia el frente y entonces las pilastras se presentan desde las aristas, por lo que nos encontraríamos ante las esquinas de un portal de frente cóncavo que ha sido aplanado sobre la fachada. El diseño de portadas barrocas de desarrollo cóncavo-convexo que permite exponer las esquinas oblicuas, difundido en fachadas urbanas 20. En 1964, Buschiazzo expuso en el 36º Congreso Internacional de Americanistas “El problema del arte mestizo”, contribución a su esclarecimiento, donde rescataba la labor pionera de Lampérez y Noel como iniciadores de la apreciación del arte hispanoamericano desde el punto de vista estrictamente formal, destacando que sus seguidores Guido, Toussaint y Navarro no habían investigado, “buscando la certificación probatoria y fehaciente, acaso porque así convenía a la postura crítica adoptada”.

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monumentales y domésticas en Andalucía, era de cuestionable aplicación en las ciudades americanas, donde los cabildos se esforzaban en consolidar la trama urbana regular normalizando sus líneas de edificación. En este contexto resulta probable que al intentar aplicar estos diseños que se proyectarían sobre la estrecha acera hasta ocuparla casi por completo, se haya recurrido a aplanar la composición. Sobre la puerta, en el espacio del tímpano, el plano de la fachada se proyecta hacia el frente en forma convexa presentando un escudo y el frontis es empujado hacia arriba, resolviéndose con un diseño muy particular que combina un frontón quebrado con un arco que cobija al timbre del escudo; rematando la composición hay un ático con dos pilastras. El escudo, del que se conservan fragmentos de la bordura, contiene vestigios de una figura que podría ser una torre y está flaqueado por los restos de dos motivos difíciles de definir, interpretados por Kronfuss como macetas con flores. El ático que remata el portal se prolonga a los lados con dos planos secundarios apoyados sobre la cornisa del tejado abarcando las ventanas y los locales de portería y contra portería; estas prolongaciones, que han sido obviadas en la mayoría de los análisis y representaciones, parecen agregadas al conjunto original para ocultar las cubiertas de tejas y proteger de la escorrentía de la cubierta a las ventanas o tal vez estén cerrando una azotea. Los colosales y raros delirios de un jesuita italiano Queda entonces por indagar, en función de las distintas interpretaciones y debates académicos que hemos referido, si nos encontramos ante una manifestación del arte mestizo, una vinculación formal con la arquitectura altoperuana y arequipeña, el resultado de la capacidad creativa de un alarife local o la presencia de un arquitecto o constructor foráneo con conocimientos de la tratadística. Un estudio de los tratados de arquitectura disponibles en la región en el siglo xviii nos permite encontrar la fuente del diseño de este portal en el Tratado de perspectiva del padre jesuita Andrea Pozzo, publicado en dos tomos en 1693 y 1700. Allí se reproducen diversos proyectos de retablos con desarrollos cóncavo-convexos entre los se encuentra el del retablo de San Luis Gonzaga de la igle-

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sia de San Ignacio en Roma, con la vista de la esquina presentando el conjunto de la columna de orden salomónico acompañada de las pilastras (Figura 65), en tanto que el diseño de la planta está representado junto con la vista frontal (Figura 66). El estudio comparativo de la planta del retablo con la planta del portal de Laguna Bazán permite comprobar cómo la composición fue aplastada contra la fachada, incorporando en este caso la operación de inversión de la concavidad del retablo mediante el avance del centro del tímpano. El diseño del frontis fue tomado literalmente del diseño del guardapolvo y remate de una ventana (Figura 102) y también podemos encontrar diversos ejemplos de diseños de escudos combinando borduras y cartelas mixtilíneas y distintos timbres, que pueden haber sido modelo del escudo del portal, a juzgar por los fragmentos que se conservan.

Fig. 4a y 4b. Figura 65 “Retablo de San Luis Gonzaga” y Figura 102 “Diseño de ventana con un entablamento compuesto mixtilíneo”. Andrea Pozzo 1700.

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En relación al uso de este tratado para la realización de portales en la región del Río de la Plata, Antonio Bonnet Correa publicó en 1970 El padre Pozzo y la arquitectura argentina, donde analizaba la influencia del Tratado de perspectiva en América mediante la aplicación directa a retablos como el de la iglesia de la Compañía de Quito, que era una reproducción del de San Ignacio en Roma; en tanto que en la arquitectura esto era más difícil de analizar debido a que más que a reproducciones completas, se encontraban partes o detalles de los diseños. Afirmaba que el ejemplo más notorio de la influencia de Pozzo en Hispanoamérica eran dos obras realizadas en Córdoba; la portada del convento de las Teresas, de 1770, y la de la casa de Allende, que Diego Angulo había relacionado con ejemplos andaluces y Buschiazzo con la influencia lusitana. Bonnet Correa sostenía en cambio que el modelo había sido aplicado casi sin interpretación del tratado “[…] los colosales y raros delirios del jesuita italiano” (1970: 29), ya que el diseñador, probablemente un arquitecto jesuita, había hecho las fachadas tomando el modelo de dos retablos representados en el mismo, transmutación que era típicamente hispanoamericana. Destacaba que Torre Revello había verificado la existencia de un tratado en un inventario de Temporalidades del año 1767 en Buenos Aires21. En estos dos portales, a los que ahora sumamos el de la casa Pueyrredón (inspirado en el retablo de la Figura 62 del tratado), podemos encontrar nuevamente el recurso al aplastamiento de los diseños cóncavo-convexos contra el plano de fachadas, en tanto que la fotografía del portal de Las Teresas lo muestra sin el tramo inferior como resultado de la eliminación de los elementos sobresalientes de los planos de fachadas ordenadas a principios del siglo xix. Las tres obras realizadas en Córdoba y la de Tucumán presentan varios puntos en común, más allá de la simplificación de los diseños de Pozzo, también atribuibles a los materiales y mano de obra disponibles. Encontramos la disposición de áticos o pretiles sobre azoteas u ocultando cubiertas de tejas y las composiciones que se rematan con piñas o copones (faltantes en Tucumán), en tanto que los arcos de medio punto originales han sido sustituidos por arcos escarzanos.

21. Carlos A. Page y Silvia Mocci (2008: 260 y 264) confirman lo publicado verificando la existencia del tratado en la biblioteca del colegio jesuítico de Córdoba, sin poder identificar al autor de las obras.

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Figs. 5-9. Las Teresas Fachadas del siglo xviii en Córdoba, Buenos Aires y Tucumán inspiradas en el tratado de A. Pozzo. ACHIT. De izquierda a derecha, Las Teresas, Allende, Basavilbaso, Pueyrredón y Laguna.

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Estas características comunes observadas para las obras de Córdoba y la de Tucumán permiten suponer que hayan sido ejecutadas entre las décadas de 1760 y 1770 por un mismo constructor cercano o integrante de los jesuitas. Esta correspondencia podría tener relación con la residencia de Miguel Laguna en Córdoba entre 1758 y 1760 y el vínculo familiar y comercial con su primo Juan López Cobo22. Respecto del contenido, contorno y timbre del escudo y de los motivos decorativos que lo acompañan, recordamos que la familia Laguna de Santa Cruz de Mudela había obtenido la ejecutoría de hidalguía en 1753 y, según consta en el Diccionario Heráldico de apellidos españoles de títulos nobiliarios23, su escudo contiene una torre de piedra, el que parece estar representado en la fotografía, en tanto que el timbre puede ser un yelmo y los elementos laterales lambrequines terminados en borlas. Es posible suponer la participación de Miguel Laguna en la selección de los diseños del portal por analogía con el retablo mayor de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Santa Cruz de Mudela, que está compuesto de un cuerpo con ático resuelto con un arco escarzano organizado bajo el orden salomónico y donde las tres calles se adaptan a la concavidad del ábside, exhibiendo el orden en ángulo24; en tanto que la elección del frontis quebrado podría remitir al coronamiento del palacio del marqués de Santa Cruz en El Viso. En función del análisis realizado podemos proponer, a modo de hipótesis, una reconstrucción del portal de la casa de la familia Laguna Bazán, completando el escudo familiar de la torre; los vestigios laterales como lambrequines y reponiendo las hojas en los capiteles a partir del elemento conservado. Respecto del remate del 22. Hasta el presente no hemos encontrado documentación relacionada con la casa de Juan López Cobo, ni referencia alguna a un portal en la misma. 23. Respecto de Laguna, se informa que es un apellido que no tiene un único origen, que los solares más antiguos que se conocen son los de Aragón y que los Laguna de Asturias usaron un escudo nobiliario de gules con una torre de piedra (Armengol y de Pereyra, 1954:76, lámina 3ª). 24. El retablo, destruido durante la Guerra Civil española, cuando la iglesia se utilizó como cine, habría sido reconstruido respetando su diseño original a partir de fotografías y relatos de los vecinos. (Entrevista al alcalde de Santa Cruz de Mudela, Sáenz Laguna, 2010.)

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Fig. 10. Reconstrucción del portal de la casa Laguna Bazán. Elaboración propia.

conjunto, incluimos dos copones en función de su uso en los casos analizados. El hundimiento de la casa Laguna La familia Laguna Bazán fue protagonista del proceso revolucionario y posrevolucionario en Tucumán. En este aspecto se destacaron tres de los hijos de Miguel Laguna y Francisca Bazán, el sacerdote doctor Miguel Martín Laguna; el doctor Nicolás Valerio Laguna y el doctor Juan Venancio Laguna, cuyas actuaciones son testimonio de la progresión de la contienda por la independencia y la guerra civil que la sucedió.

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Hemos observado que luego de 1824 el único heredero directo que ocupaba la casa en forma eventual era Nicolás, quien falleció sin descendencia en 1838. En su testamento renunció a su séptima parte de la casa de su madre, quedando seis partes al resto de los herederos de Francisca Bazán. El potrero del valle de Tafí lo dividió dejando a Mercedes Zavalía el potrero de Carapunco con la casa, huerta y ovejas, y a su sobrino nieto Fernando de Zavalía el resto de los terrenos y ganados. Dejó en libertad a tres de sus criados con sus cinco hijos transfiriéndole el restante a Mercedes. Luego de un extenso conflicto judicial por el potrero de Carapunco, el apellido Laguna salió de la escena y la casa pasó a pertenecer a María Carmen Zavalía de Zavalía y Pedro Patricio de Zavalía, quienes alrededor de 1841 realizaron importantes modificaciones. El volumen de las obras realizadas indica que el edificio presentaba deterioros importantes; se renovaron las cubiertas reemplazando los cañizos por tablones y es posible que las bóvedas del zaguán y porterías hayan colapsado, cuanto menos fue eliminada la de la portería sur al demoler el muro para ampliar la sala. Se demolió el pabellón de oficinas de criados (en pocos años se aboliría definitivamente la esclavitud) y se construyó una nueva cocina y despensa en el lado norte del segundo patio junto a un nuevo pozo con brocal, permaneciendo la huerta separada por un muro de tapial, restos del frente de las oficinas; también fue tapiada la gran puerta de la sala hacia el segundo patio y la ventana del comedor. En 1853, la casa estaba nuevamente deteriorada y era conocida como la casa de las Ciegas; en ella vivían las hermanas solteras Gertrudis y Amalia Zavalía25, y en 1857 ya se encontraba en estado ruinoso, mientras la tienda del lado sur era utilizada para el servicio de la mensajería (Aráoz, 2003: 28-29) hasta que en 1874 fue adquirida por el Estado-nación y asumida como una de sus representaciones en Tucumán. Del análisis de estos datos, podemos conjeturar que a partir de la posesión de la casa por Patricio y Carmen de Zavalía la ocuparon con sus cuatro hijos y que las grandes reformas realizadas a principios de la década de 1840, en un corto plazo de 10 años ya presentaban un proceso de deterioro; en este sentido, los documentos 25. Vicente Quesada, 1942; Zavalía Matienzo 1976: 17.

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analizados rescatan la imagen de decadencia tanto del edificio como de la familia. Algunas conclusiones Hemos revisado la interpretación de la vivienda a patios tucumana como resultado de una trasposición del tipo andaluz de un patio como espacio generador y ordenador alrededor del cual se ubican los cuartos como espacios residuales. Observamos en cambio un proceso opuesto, el de una construcción evolutiva de locales o tiras de locales con galerías que configuran patios muchas veces como espacios residuales y sin mayores pretensiones formales. Podemos interpretar que luego de tres o cuatro generaciones de criollos nativos de Tucumán el primitivo modelo andaluz fuera adaptándose a las necesidades básicas de la vida semirrural donde el mítico “tipo pompeyano de tres patios” solo se concretó en una mínima proporción, en tanto que la mayor parte de la población vivía en pequeñas casas de carácter extrovertido en la periferia. Se ha indagado también sobre el protagonismo de los inmigrantes peninsulares de la segunda mitad del siglo xviii en el diseño y transformación de las viviendas tucumanas a su configuración urbana de casas a patios. Respecto del portal barroco, podemos afirmar que fue diseñado en base a un tratado y por un constructor probablemente procedente de Córdoba y vinculado con los jesuitas26, exhibiendo los atributos de una familia hidalga castellana. Su imagen ruinosa fue un emergente del debate acerca del arte mestizo que trascendió el campo teórico para materializarse como testimonio de dos escuelas o generaciones en tensión que invisibilizaron su contenido y mensaje original. Considerando el estado de la cuestión de la “modernidad” en el contexto local, hemos propuesto que Tucumán habría adquirido hacia 1820 algunas de sus características, aunque más no fuera en un plano formal. Podemos considerar que el ejemplo seleccionado para el análisis permite confirmar los avances de las investigaciones locales más recientes acerca de la complejidad de la ciudad, la arquitectura y la sociedad del Tucumán del siglo xviii. 26. Los coadjutores que se encontraban presentes en Tucumán al producirse la expulsión fueron José Ott, Joaquín Lleaguno y Juan de Amilaga, pero la identificación del constructor no ha sido posible en el marco de esta investigación.

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Higiene y aseo personal en la casa habanera del siglo xvii Rosalía Oliva Suárez Gabinete de Arqueología, Oficina del Historiador de La Habana

Según cuentan las crónicas de viajeros que visitaron La Habana en el siglo xvii, la ciudad no estaba adoquinada y por sus calles corrían en pequeñas zanjas las aguas negras, entremezclándose los olores a carnes podridas, basura y las heces fecales de los animales que andaban sueltos. En la temporada de lluvia, entre los meses de abril a octubre, el agua inundaba las zonas bajas de la ciudad; los daños eran tales que, en 1656, unas tapias del claustro del recién construido convento de Santa Clara (1644) se vino abajo y los restos fueron arrastrados al antiguo matadero, que quedaba enfrente (Le Riverend 1960: 174). San Cristóbal de La Habana, como el resto de las ciudades americanas, carecía de alcantarillado y canalizaciones; las calles y plazas eran auténticos vertederos por los que con frecuencia corrían riachuelos de aguas negras condicionando la proliferación de enfermedades, a pesar del cuidado y precauciones que tuvieron los conquistadores españoles al escoger los sitios para fundarlas. Ante la experiencia de las abarrotadas y sucias ciudades medievales europeas, las cuales habían sido azotadas constantemente por epidemias, en el Nuevo Mundo se dictaron leyes y reales cédulas sobre las condiciones que debían tener los terrenos y hasta cómo debía ser la distribución de las viviendas, plazas y otros espacios comerciales. Estas legislaciones se hallan plasmadas en los libros de poblamiento de leyes de Indias, estableciendo que

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No elijan sitios para poblar en lugares muy altos, por la moestia de los vientos, y dificultad del sercivio y accareto, ni en lugares muy baxos, porque suele ser enfermos, fundere en los medianamente levantados, que gozen de cubiertos los vientos de el Norte y Mediodia: y si hivieren de tener tierras, ó cueltas, sean por la parte de Levante y Poniente: y si se le pudieren escusar de los lugares altos, funden en parte donde estén sujetos á nieblas, haziéndo observación de lo que mas convenga á la salud, y accidentes, que le pueden ofrecer.1

El emperador Carlos I, en 1523, y luego Felipe II en las órdenes 39 y 40 de poblaciones reafirmaron “que las ciudades debían situarse en sitios donde la cota del mar sea el sitio levantado, fano y fuerte, teniendo en consideración que el puerto constituya abrigo y defensa, cerca de río, es decir de suministro de agua potable”2. Cuestiones que se tuvieron en cuenta en los dos primeros asentamientos de San Cristóbal de La Habana, aunque en su definitivo (1519) pesó más la búsqueda de un puerto seguro ante el crecimiento de la actividad de piratas y corsarios que la cercanía al agua potable (García Blanco, 2007). El acceso al agua fue un problema constante, obligando a los vecinos a construir en sus viviendas pozos y otros tipos de depósitos para recoger el agua de lluvia. La noria, erigida en 1559 a no menos de 800 metros de la ribera del puerto, fue el primer abastecimiento de la villa (Fernández Simón, 1959: 112). No fue hasta 1592 cuando La Habana, titulada ese mismo año como ciudad, contaría con un canal que la proveyera de agua. La Zanja Real, la primera gran obra hidráulica fue encargada al ingeniero militar Bautista Antonelli. Por ser una obra abierta, las autoridades locales, desde sus inicios, se vieron obligadas a dictar medidas prohibiendo el uso de la Zanja como baño público y aseo de animales, así como el vertimiento de desechos sólidos de las estancias y las viviendas por donde pasaba. La calidad de sus aguas, fue descrita así: Un agua asquerosa y malsana que se suministra a (los) habitantes […] Hace largo tiempo que se contempla la construcción de un acueducto para traer agua pura de algún manantial distante y probablemente algún día se realizará la obra, pero mientras tanto se está envenenando a los vecinos con un agua tan sucia como si fuera de albañal, no siendo necesario ir más 1. 2.

Recopilación de leyes de los Reynos de las Indias ([1680] 1943: 1). Recopilación de leyes ([1680] 1943: 7).

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lejos en busca de la causa de que la fiebre amarilla haya encontrado un sitio propicio en la Habana3.

La limpieza y mantenimiento de las calles y de la caja de agua y otras obras de la Zanja Real eran realizadas entre los vecinos. El desembolso de estas obras significaba obtener algún tipo de prebendas como la disminución de impuestos o una merced de otro tipo. En las memorias del cabildo sobre los gastos que se habían hecho para el cuidado de la caja de agua entre el 1 de septiembre de 1688 al 1 de diciembre de ese año, se indica que en el mes de octubre se habría incurrido un pago de alrededor de trescientos reales para sacar un caballo muerto de la Zanja, de igual manera al mes siguiente cinco días necesitaron los tres peones con dos mulas para limpiarla por la cantidad de basura que allí estaba acumulada4. La Habana avanzando el siglo xvii se convirtió en una ciudad portuaria importante en América, reconocida por su alta densidad poblacional y crecimiento, más importante sobre todo en los períodos de estancia de la flota que llegaba a veces ser de seis meses. Los desechos llegaron a ser de tal magnitud que convirtieron espacios de la ciudad en enormes basureros, siendo declarados en la nomenclatura de las calles, como la actual Brasil, antes Teniente Rey y antes Del Basurero (Menéndez Castro y Lugo Romera 2003: 2010). Sobre este sitio, el procurador general del cabildo, Antonio Herrera, el 15 de junio de 1668 solicita […] sobre que en la esquina de la Plaza Nueva (hoy Plaza Vieja), que llaman del Espiritu Santo viejo, hacia la parte de la calle que va al Egido (actualmente esquina de Teniente Rey y San Ignacio) está un basurero que inmunda a toda aquella vecindad, y porque las calles de la ciudad deben estar limpias, etc., etc. Se acuerda echar un pregón para que las basuras se echen en otro lado […] (Pérez Beato 1936: 293).

Fueron las plazas también focos de contaminación. En acta capitular del 7 de octubre de 1636 se solicita que “(…) se limpie la Plaza 3. F. Trech Towsend: Wild Life in Florida with a Visit to Cuba, citado en Menéndez Castro y Lugo Romera 2003: 101. 4. Archivo Histórico de la Oficina del Historiador de La Habana (en adelante AHOH), Actas capitulares del Ayuntamiento de La Habana (1550-1898), tomo 16, fol. 423.

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Nueva que está hecha laguna y se dice el perjuicio que causa en este tiempo enfermo que corre (…)”5, y en se mismo año, un vecino que hacía petición de terrenos que se hallaban en la que […] llaman la Plazuela de la Ciénaga, respecto de ser anegadiza. La qual no sirve de otra cosa que de muladar y basurero que con el agua que en ella se recoge se pudre e inficiona la ciudad (…) El porque es cosa de mucha fealdad a una ciudad que se va ilustrando y hermoseando de edificios que la dicha plazuela este disierta sin que sirva de otra cosa mas que de causar los perjuicios que tengo referidos y de criar un yervazal continuo (Roig de Leuchsenring 1963: 73).

Estas condiciones de insalubridad trajeron como consecuencia la difusión de todo tipo de enfermedades, como el cólera y el vómito negro. En 1649 Cuba fue azotada por la fiebre pútrida, la cual mermó a un tercio la población de la isla (Mesa González, 2001: 92-99). La epidemia reapareció en tiempos del capitán general Xelder, entre 1653 a 1654, trayendo como consecuencia la incomunicación de los pueblos por temor al contagio. Estas actuaciones se hallan plasmadas en un documento elaborado por varios regidores que, en reunión del cabildo habanero, celebrada el 4 de septiembre de 1653, establecía la prohibición de la entrada de personas a La Habana que proviniesen de Villa de Remedios y sus alrededores, ya que se tenía noticia de la gran epidemia que azolaba esa ciudad6. Al mismo tiempo se estipuló medidas en La Habana, donde miembros del cabildo recorrerían casa por casa buscando enfermos, que se quemaran sus ropas y otras pertenencias7. Espacios de aseo e higiene en la casa La variedad de los espacios públicos en las sociedades actuales (hospitales, cines, teatros, parques, comercios y restaurantes) ha llevado a que la casa sea vista únicamente como hogar. Sin embargo, no siempre fue de esta manera. En los siglos xvi y xvii, en el recién fundado San Cristóbal de La Habana, confluyeron diferentes actividades en

5. 6. 7.

AHOH, Actas capitulares… (trasuntada), 15 de julio de 1668, tomo 15. AHOH, Actas capitulares… (trasuntada), 1653, tomo 11, fol. 857v. AHOH, Actas capitulares… (trasuntada), 1654, tomo 11, fol. 875.

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las viviendas. La multifucionalidad de sus espacios se apreciaba sobre todo cuando el puerto tenía mayor actividad. Las salas y patios se convertían en fondas y sitios de juego, los dormitorios en accesorias de alquiler para albergar, durante meses, a una gran masa heterogénea de personas, formadas por marineros, comerciantes, religiosos, oficiales

Figura 1. La partera.

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y soldados de paso en la ciudad antes de trasladarse a otras posesiones españolas en el continente americano. Al tiempo que en las casas confluían esta variedad de servicios, los espacios domésticos formaban el eje central de la vida de sus propietarios, desde el mismo momento del nacimiento y hasta la muerte. En los dormitorios era donde se nacía; la señora partera, junto con las mujeres de la familia, ayudaba a llegar al mundo al nuevo miembro (Figura 1). Era en estos espacios donde también se cuidaba a los enfermos, que solo en circunstancias muy especiales eran trasladados a los escasos hospitales de la ciudad: el de San Felipe (1573), que cambió su nombre por el de San Juan en 1633; el de San Francisco de Paula (1655), clausurado en 1688, y el de Belén (1704) (Villaverde, 1944: 332). Había un grave problema de falta de médicos, así como de instituciones para estos fines, a veces barberos o cirujanos sangradores de muy escasa preparación ocupaban estos puestos, lo que redundaba en una alta mortalidad. Lo más común era que las personas fuesen atendidas y muriesen en sus casas y que desde estas fueran trasladadas a las iglesias donde eran enterradas8. La costumbre de enterrar en las iglesias y los camposantos dentro de las ciudades constituyó, sobre todo en las que la población aumentaba vertiginosamente como La Habana, grave perjuicio a la sanidad, acarreando malos olores y la proliferación de enfermedades. Siendo críticas en los momentos de epidemia, donde los fallecidos que no tenían dinero o bienes algunos eran apilados y enterrados en fosas comunes, o se les quemaban junto a sus pertenencias. Las viviendas se componían, generalmente, de una sala, uno o dos dormitorios, cocina y patio. En los inmuebles de las élites políticas y económicas, existía una cierta jerarquización para el uso de los espacios y el lugar en que fueron situados dentro del solar. Así, por ejemplo, los dormitorios de los miembros de la familia propietaria, gabinetes, salas de recibir y comedor, se hallaban en el entorno del primer patio. Al fondo, en el segundo patio (traspatio) se situaban las áreas de servicio, la cocina, la caballeriza, los dormitorios de los esclavos, de la servidumbre y personal de servicio, y algunos incluso

8. En La Habana, las personas eran enterradas en las iglesias hasta el año de 1816, en que el obispo Espada prohíbe los enterramientos en estos sitios y construye el primer cementerio fuera del recinto amurallado.

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contaban con una pequeña huerta y un corral para la crianza de gallinas y cerdos. Fue una actividad común que en los traspatios se matara animales, no solo para el consumo de los moradores de la vivienda, sino también para su comercialización. Actividad ilícita en que incurrían todos los sectores de la población, al no realizarla en los lugares estipulados como mataderos y casillas de mercado. En 1651, por acuerdo del cabildo se dirigió una carta al provisor y vicario general del Obispado para que prohibiese a los clérigos, sus criados y allegados matar en sus casas ganado, “por ser en gravísimo perjuicio de la república y del bien común” (Marrero, 1975: 134). Entre las autoridades que se impusieron para que no se desarrollaran estas prácticas se destacó el gobernador y capitán general don Diego de Villalba y Toledo, quien el 11 de julio de 1648 hizo pregonar que al “Al negro y persona que matare (fuera del matadero) 200 azotes y la res perdida…” (Marrero, 1975: 136). Este mismo gobernador había manifestado que desde su llegada había notado que gran cantidad de vecinos criaban y sacrificaban cerdos en sus casas y no en el matadero y que luego enviaban a sus esclavas a vender ilegalmente por las plazas y calles públicas, las cuales se colocaban sobre sus cabezas bateas con los trozos de carne hecha pedazos y sin ser pesadas. En los traspatios o al fondo de los solares se situaron también las letrinas. En estos pozos o receptáculos se depositaban además de los desechos del cuerpo humano, toda la basura que se generaba en la casa, convirtiéndose en verdaderas fuentes de malos olores y enfermedades. Las excavaciones arqueológicas en estos sitios constituyen actualmente depósitos contentivos de una amplia gama de materiales, útiles en la tarea de reconstrucción histórica de las viviendas y los estadios de poblamiento de los solares (Menéndez Castro y Lugo Romera, 2003: 104). Las áreas de baño no se habían implementado aún, pues las acciones de higiene y limpieza se desarrollaban dentro de los dormitorios, o se utilizaba una recámara, ubicada como antesala de la alcoba. A estos sitios se transportaban los aguamaniles, las bañeras, las bateas, las grandes palanganas de Campeche, lebrillos y jofainas, para el aseo y las evacuaciones corporales las cuales eran arrojadas a la calle, con el grito de agua o, en los mejores casos, a las letrinas. Las prácticas de lavado e higiene corporal no tuvieron una localización propia dentro de las viviendas hasta las primeras décadas del siglo xx con la aparición

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de los muebles fijos (bañeras y retretes) que se erigieron en los baños. Estos progresos se debieron sin duda al mayor perfeccionamiento de las redes hidráulicas en la ciudad y los cambios de la época en el concepto de higiene (Menéndez Castro y Lugo Romera, 2003: 103). Para el abastecimiento de agua se construyeron pozos y cisternas, las cuales se llenaban de agua de lluvia, que era canalizada desde los techos. Sobre su calidad escribía el fraile Alonso Ponce en 1588: […] tiene aquel pueblo mediana vecindad, las casas son de tapias con rafas de cal y canto, cubiertas unas de tejas y otras de azotea, aunque tambien hay muchas hechas de madera y cubiertas de paja; no hay en él agua, si no es de pozos y esta muy gruesa y salobre, pero usan aljibes de la que llueve, la cual es muy delicada, y los que no alzacan este regalo, beben de la de los pozos, ó la traen por mar, dos leguas de allí, de un rio que llaman la Chorrera, ó de otras fuentes que la mas cercana está muy lejos, y por esta falta de agua se pasa trabajo en el pueblo; […]9.

Los pozos y acequias solo podían ser utilizados en época de lluvia, los meses de sequía tenía que acarrearse el agua desde la Chorrera mediante animales de carga o por mar en chalupas. La construcción de la Zanja Real en 1592 supuso una mejoría considerable a los pobladores de La Habana, acercándoles el preciado líquido a sus viviendas. Aseo personal Cuando los europeos llegaron a los territorios que luego fueron conocidos como América, les llamó la atención que las poblaciones autóctonas practicaban el baño a diario y en ocasiones en forma grupal. La desnudez, el uso de pinturas corporales, las abrasiones y los cultos relacionados con el agua, fueron declarados por la Iglesia como actos primitivos y endemoniados. Expresiones culturales que con el proceso de evangelización se intentaron suprimir. Y digo que se intentaron, porque el conocimiento de estos pueblos se conservó de generación en generación. A través de la servidumbre, los indígenas y sus descendientes marcaron pautas en la cultura cubana. Aún se perciben prácticas y elementos mágico-religiosos, sobre todo en el Oriente de 9.

Viaje de relación (1875: 374).

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Cuba, que evidencian su supervivencia, a pesar de que ya no existan físicamente comunidades indígenas como en el continente americano. Las costumbres vinculadas con la higiene personal en La Habana del siglo xvii eran radicalmente diferentes a lo que conocemos en la actualidad. Los médicos creían que el agua, sobre todo caliente, debilitaba los órganos y dejaba el cuerpo expuesto a las enfermedades. Incluso se tenía la idea de que una capa de suciedad los protegía y, por lo tanto, el aseo debía realizarse “en seco”, solo con una toalla limpia para frotar las partes visibles del organismo (Donángelo, 2004). Se limpiaba entonces el cuerpo parcialmente; las rutinas se reducían al lavado de pies, la ablución de las manos y el rostro, y el cambio eventual de ropa. Ni siquiera se podía hablar de la limpieza de la zona genital y anal. Se reprimía por la Iglesia católica no solo el acto, sino también el discurso, por medio de una depuración del vocabulario, lo cual generó un silencio muy prolongado entre las familias (Soto Lescale, 2007). A pesar de la Reforma del siglo xvi, se mantuvo el repudio por todas las creencias al contacto íntimo de una persona; la medicina, por su parte, las mencionaba solo en casos de enfermedades como la sífilis (Londoño, 2007: 178). Entonces, para amenguar los olores por la falta de baños se cambiaban de ropa con periodicidad. La blancura era símbolo de limpieza: camisas blancas, jubones y medias de telas frescas y de fácil lavado se encuentran presentes en dotes y testamentos tasadas en altos precios. Ejemplo de estas escritura es la dote de la señorita María Hernández, ya casada en 1650, en la que se describen, entre otras prendas: “1 camisa con bara unido de pita en 5 pesos; otra camisa blanca de lienzo de China de uso, labrada de seda negra en 7 pesos; otra camisa de Lienzo de China labrada de seda colorado en 6 pesos,... otro fustán labrado de hilo añil en 12 pesos… 2 jubones blancos nuevos de mujer en 8 pesos…”10. Los textiles era un bien preciado, los altos costos se debían, fundamentalmente, a que se importaba tanto las materias primas (cintas, telas, encajes, plumas y otros), como los productos ya elaborados. Si bien La Habana fue un puerto productivo, en el transcurso del siglo xvii comenzó a experimentar una disminución en el número de entrada y salida de navíos, y como consecuencia comenzaron a subir los precios de las prendas de vestir y todo lo relacionado con los artículos 10. Archivo Nacional de la República de Cuba (en adelante ARNAC), Protocolo Notarial, Escribanía de Regueyra, 1650, tomo 1, fol. 504v.

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de aseo. A lo que habría que agregar que no existía el número suficiente de artesanos, así como tampoco una especialización que cada vez era más demandada tanto por los vecinos11 como por la población flotante12. Es por ello que la ropa de uso era tan bien valorada, se dejaba como bien preciado a los familiares queridos en los testamentos o como dote para el comienzo de una nueva vida. En la escritura firmada ante el escribano publico Guillisasti en 1689, la señorita Andrea de la Torre recibía una casa, una hacienda y artículos de uso entre los que se encontraban un vestido negro sin tasar, una camisa blanca en cinco pesos; un jubón blanco en tres pesos y un corpiño de lienzo en tres pesos13. Al año siguiente, en la dote de la hija del alférez Blas Barrieto, se le entregaba, como a la anterior, una casa, prendas, enseres y una saya carmesí valorada en diez pesos, entre otras ropas de uso14. Ya en el siglo xvi había camisas blancas y calzas (medias que cubren las piernas) hechas con la fibra del lino. En La Habana, como el resto de las posesiones españolas, fue generalizado el uso de camisas de lienzo por ser más económicas y adecuadas al clima de la región15. Las fibras vegetales como el lino, crudo y seco, y el cáñamo tienen la virtud de frotar la piel y limpiarla, por lo que de lienzo también se elaboraron toallas y paños para secarse el cuerpo. A las toallas, como las prendas de vestir, se les agregaban el topónimo de la ciudad de donde eran importadas o de aquellas regiones en que fueron originarias, así, por ejemplo, había toallas de Holanda, de China y mantas de Campeche. Expresiones que se hallan en el documento de dote de la hija del entonces gobernador y capitán general de la isla, Gaspar Ruiz de Pereda, firmada en 1615, con un valor de 24.000 pesos, “6 toallas, 2 de Holanda y las demás de lienso en 96 reales”16. 11. Los vecinos eran los pobladores con carácter permanente, los cuales gozaban de ciertos privilegios y podían llegar a ocupar algún cargo en el cabildo. La condición de vecino no solo conllevaba el derecho de sufragio para elegir a los alcaldes y regidores, sino también la potestad de solicitar mercedes de tierras para el cultivo y crianza de ganado y solares en el caso de la ciudad. 12. Los residentes eran los que vivían en la ciudad sin casa ni hacienda y en ocasiones sin familia. Constituían una población flotante que podía variar en número por varias causas: la presencia de la flota, negocios temporales o por algún tipo de servicio militar. 13. ARNAC, Protocolo notarial... 1689, tomo 1687-1690, fol. 5. 14. ARNAC, Protocolo notarial... 1690, tomo 1, fol. 8. 15. La indumentaria y costumbre en la España medieval hasta el siglo xvii (2016). 16. ARNAC, Protocolo notarial… 1615, tomo I, fols. 683r-687 v.

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En relación con la ropa de seda, el brocado, el tafetán, el raso damasco, entre otras telas de origen europeo, fueron de preferencia de los grupos de élites. Con el tráfico trasatlántico la moda que se llevaba en España y otras cortes europeas, sobre todo la francesa, era enseguida vista en La Habana (Figura 2). De modo que apenas es visto el nuevo ropaje, cuando ya es imitado en la especialidad del corte, en el buen gusto del color y en la nobleza del género, no escaseándose para el vestuario los lienzos y encajes más finos, las guarniciones y galones más ricos, los tisúes y telas de más precio, ni los tejidos de seda de obra más primorosa y de tintes más delicados. Y no solo se toca este costoso en el ornato exterior de las personas, sí también en la compostura interior de las casas, en donde proporcionalmente con las alhájalas y muebles muy exquisitos, pudiendo decirse sin ponderación, que en cuanto al porte y esplendor de los vecinos, no iguala a La Habana, México ni Lima, sin embargo de la riqueza y profusión de ambas Cortes pues en ellas con el embozo permitido, se ahorra o se oscurece en parte la

Figura 2. Grabado de La Habana en 1700. Fototeca de la Oficina del Historiador de La Habana.

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ostentación, pompa y gala; pero acá siempre es igual y permanentemente, aun en los individuos de menor clase y conveniencia, porque el aseo y atavío del caballero o rico excita mueve al plebeyo y pobre oficial a la imitación y tal vez a la competencia (Arrate 1964: 78).

El lavado de la ropa era uno de los oficios a los que se dedicaban las esclavas y negras libertas. Incluso las hubo que aprovechando la partida en menos de veinticuatros horas de los soldados o pasajeros en los navíos se perdían con las vestimentas de los mismos, que luego vendían, intercambiaban o tomaban para sí. Que muchos vecinos echan negros á ganar, y las tales negras se ocupan en diversas cosas, y andan como libres, trabajándose, y ocupándose en lo que ellos quieren, y al cabo de la semana ó mes dan á sus amos el jornal, y otros tiene casas puestas para hospedar y dar de comer á pasajeros, y tienen en las tales casas negras suyas, y acaece muchas veces que los tales negros el tiempo que saben sale flota ú otros navíos, se enconden, y huyen con la ropa blanca que les dan á lavar, y otras cosas que les dan á guardar, hasta que la flota ó navíos es ido, sabiendo que no se ha de quedar el tal pasagero en la tierra, y que se ha de ir, y se quedan con ellas […]17.

Sobre bancos, mesas o en el piso, se colocaban las bateas18 (de madera o metal), las pailas o las fuentes para lavar. Las bateas elaboradas en madera eran un tipo de cuencos hechos por negros e indios y donde además de lavar en ella, se depositaban todo tipo de artículo, carnes y frutas. En escrituras notariales o en listado de mercadería de algunas embarcaciones aparece el término de bateas de Campeche, quizás refiriéndose a las elaboradas en piedra en aquella región de México. Para el lavado diario, las personas se valían de lavatorios, lebrillos o palanganas. Estos artefactos eran vasijas, más o menos profundas, hechas de madera, lata, loza o porcelana, que se ubicaban sobre mesitas, un cajón, armazón, banco o pie de madera en un espacio dentro de los dormitorios. No fue hasta mediados del siglo xviii cuando se vendieron las primeras bañaderas y luego surgieron los cuartos de baño, gustos que solo la nueva aristocracia criolla podía permitirse. Con la moderni17. Cáceres (1827: 54). 18. En el recibo de dote de la hija de Juan Salomon, fechada el 21 de agosto de 1600, se hallaba “…una batea grande para lavar a treinta ducados…”, ARNAC, Protocolo de Regueyra, 1600, tomo I, fols. 899v-901r.

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dad, el cambio de mentalidad de los médicos y los beneficios probados de los baños para la salud y belleza del cuerpo comenzaron a crearse más objetos relacionados con esta actividad, además de la planificación de espacios destinados para estas prácticas dentro de las viviendas. En relación con las deposiciones corporales, era común el uso de bacines. Los bacines eran recipientes utilizados como depósito de orina, excrementos y en ocasiones utilizados como escupideras. Solía encontrarse en los dormitorios, debajo de las camas y cubiertos por un paño. Generalmente eran de barro vidriado, aunque también se elaboraron de porcelana y de plata. Quienes podían permitírselo encargaban a los artesanos la construcción de comodines (Figura 3), una especie de silla con un orificio para colocar los bacines.19

Figura 3. Comodín del siglo xvii. Fondo fotográfico del Museo de Arte Colonial, O.H.C19. 19. Comodín de cedro, con espaldar formado por dos piezas lisas horizontales unidas por una pequeña vertical y rematado con dos curvas en la parte superior. El asiento tiene una tapa que se levanta. Perteneció al convento de Santa Clara.

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De cerámica se fabricaron innumerables objetos de uso cotidiano. En los inventarios de bienes, testamentos, dotes entre otros documentos notariales son mencionados de forma general como menaje, cachivaches o utensilios de casa, sin definirse con exactitud en que espacio se hallaban emplazados. Dentro de esta generalización se hallan las jarras (Figura 4)20, cuencos y palanganas que se utilizaban tanto en la elaboración de alimentos, como vajilla o en el aseo personal. No existe en sus hechuras, algún detalle que defina para que función estaban destinadas. Hecho que se complejiza en los hallazgos arqueológicos, al encontrarse en los contenedores una variedad de cerámica fragmentada que apenas se puede reconstruir.

Figura 4. Jarra de cerámica. Piezas de la tipología México pintadas de rojo halladas en el antiguo convento Santa Teresa de Jesús. Fondo fotográfico del Museo de Arqueología de la OHC. 20. A partir del siglo xvii, dentro de los ámbitos domésticos habaneros las cerámicas mexicanas comenzarán a desplazar, en buena medida, a las producidas en España. Después de la toma de La Habana por los ingleses, en 1762, con la apertura del comercio con otras potencias, comenzará la entrada en mayor número de piezas de fabricación inglesa, holandesa, francesa y asiática (Menéndez Castro y Lugo Romero 2001: 29-35).

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Como implemento de arreglo personal, también se hallan los peines, los polvos y las esencias. A manera de depósito para colocar la colonia u otros tipos de cosméticos se fabricaron pequeños recipientes de cristal o de cerámica que contenía agua de rosa, o esencias y aceites elaborados a partir de plantas aromáticas. Las mujeres de la élite, o las que podían costeárselo, llevaban bajo las faldas u ocultas bajos las mangas, pequeñas botellas elaboradas en arcilla porosa donde se colocaba colonia para impregnarse del olor que lentamente iban destilando. Para estos fines, aunque de mayor manufactura y, por ende, más costosas, eran las botellitas de ámbar guarnecidas en oro que aparecen en las dotes y las cuales estaban relacionadas casi siempre con los pañuelos de mano. Fue de moda que las mujeres llevasen bajo las sayas o en las puntas de sus mangas, pequeños frascos de perfumes o pañuelos perfumados. Se dice que por la insalubridad de las calles, aunque también sirvieron para mitigar la fetidez que desprendían sus cuerpos ante la falta de baño. En las escrituras dotales es frecuente encontrarse pañuelos de mano o el término de paños pequeños, los cuales eran confeccionados de diferentes textiles. En el recibo de dote de la hija de Isabel Cordero, valorada en 25.731 reales se encontraba entre otras prendas, “2 paños de manos labradas en 18 pesos cada uno, 2 paños labrados con sus puntas en 150 reales”21. En otras ocasiones se declaraban como paños ordinarios o de lienzo que, a pesar de que fueron valorados como corrientes en su tiempo, no se dejaron de mencionar en la tasación de los bienes dotales de la señorita Catalina Monsón en 1699.22 A la moda de los paños de olor y el uso de esencias aromáticas también le acompañaron la aplicación de cremas y ungüentos. Tener la piel blanca, el cuerpo esbelto y el cabello largo era el ideal estético, el cual daba una sensación de fragilidad a la mujer. Imagen muy difícil de lograr en una isla tropical, donde el sol que bronceaba los rostros y la genética resultado de la mezcla de los grupos étnicos que formaron la población habanera hacían que se utilizase todo tipo fórmulas (Ortego Agustín y Pineda, 2009). Recetas que se elaboraron a partir del conocimiento que tenían sobre las plantas y sus propiedades las culturas ancestrales aborígenes, africana y española, a las que se le agregaron los cosméticos importados de España y luego de Francia. Depositaria de una medicina 21. ARNAC, Protocolo de Regueyra, 1615, tomo 1, fols. 256v-261v. 22. ARNAC, Protocolo notarial, Escribanía de Fornarys, 1699, fol. 188.

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popular que perdura en el imaginario del cubano con la curandera (Figura 5). Una anciana, especie de bruja y hechicera, que fue retratada en novelas y escenas cotidianas del período colonial.

Figura 5. La vieja curandera. Pintura de Víctor Patricio Landaluze.

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A partir del análisis de una considerable documentación y otras fuentes tanto arqueológicas como bibliográficas (Gómez Orozco, 1983) se ha podido notar que aún son insuficientes las investigaciones que se ha realizado sobre la higiene y el aseo en los diferentes espacios que concurrían en la sociedad cubana del período colonial. Cuatro siglos (xvi-xix) en que la isla fue ocupada por la Corona española y La Habana fue un puerto estratégico en la Carrera de Indias. De lo estudiado para este trabajo se infiere que, a excepción de los oficiales, la Iglesia y las personas que ocupaban cargos administrativos y concejiles, en forma general, los objetos de uso doméstico para la higiene y el aseo dentro de los espacios domésticos fueron básicos y simples. Bateas, pailas, bacines y jarras eran los utensilios de uso común, independientemente del grupo social al que perteneciese el individuo. La diferencia se hallaba más en los materiales con que eran confeccionados que en la cantidad o el valor de su uso. Aunque el grueso de la documentación consultada alude a los sectores principales de la sociedad habanera, vecinos y estantes, estas fuentes también ofrecen indicios del entorno material de otros grupos sociales, sobre todo a los dedicados a la producción artesanal o al servicio doméstico. Bibliografía Arrate, José Martín Félix de (ed.) (1964): Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales. La Habana descripta: noticias de su fundación, aumentos y estados. La Habana: Comisión Cubana de la Unesco. Cáceres, Alonso de, ([1589] 1827): “Ordenanzas del oidor Alonso Cáceres”, en Ordenanzas Municipales de La Habana. La Habana: Imprenta del Gobierno y Capitanía General. Donángelo, K. (2004): “Breve historia de los baños”, en Revista Digital de Cultura e Historia, (consultado 11/2016). Fernández Simón, Abel (1959): “La traída de las aguas del río de la Chorrera al puerto y villa de La Habana. La Zanja Real (1592)”, en Revista Bimestre Cubana, vol. XXIII. García Blanco, Rolando (2007): Francisco de Albear, un genio cubano universal. La Habana: Editorial Científico-Técnica.

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Muebles que cuentan cosas El ajuar doméstico de doña Rosa Juliana de Tagle, primera marquesa de Torre Tagle (Lima 1762) Jorge F. Rivas Pérez

[…] there was a grand ball given by the marquesa de Torre Tagle, who has the best house in Lima, in the street leading east from the plaza… Every beam in the house is elaborately carved and came out from Spain. We entered into a court by a fine archway and up a splendid staircase to a spacious gallery. The roof was finely carved and supported by light pillars in the Moorish style. The grand reception room where we danced was lined with old cabinets inlaid with silver and mother of pearl. Portraits of ancestors hung round the other rooms, with names and dates duly inscribed on scrolls. Clements Robert Markham1

En su visita a Lima en 1852 el viajero inglés sir Clements Robert Markham (1830-1916) describe la vieja mansión solariega de los marqueses de Torre Tagle como la mejor casa de la ciudad (Markham, 1991: 11). Si tenemos en cuenta los distintos terremotos que dañaron gravemente la capital virreinal durante el siglo xviii y principios del xix, y las secuelas de la guerra de independencia que en mayor o menor grado afectaron las finanzas de la vieja aristocracia peruana, sorprende que más de un siglo después de su construcción, la residencia de una de las familias nobles 1. “[…] hubo un gran baile dado por la marquesa de Torre Tagle, que tiene la mejor casa en Lima en la calle que se dirige hacia el este desde la plaza... Cada viga de la casa está tallada y viene de España. Entramos en un patio pasando por un bello arco y subimos por una escalera espléndida hasta una galería espaciosa. El techo estaba finamente tallado y se sostenía con ligeros pilares de estilo morisco. La gran sala de recepción donde bailamos estaba amoblada con gabinetes antiguos con incrustaciones de plata y nácar. Colgados en los muros alrededor de las otras habitaciones había retratos de los antepasados, con sus nombres y fechas debidamente inscritos en tarjas” (Markham, 1991: 11; traducción por el autor).

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Cristóbal de Aguilar. Retrato de doña Rosa Juliana Sánchez de Tagle, primera marquesa de Torre-Tagle, hacia 1743-1756. Óleo sobre tela. 1890 x 128 cm. Colección del Palacio de Torre Tagle, Lima. Archivo Digital de Arte Peruano.

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más importantes del Perú todavía fuese considerada la casa más notable de la llamada “Ciudad de los Reyes”. Entre las pinturas admiradas por Markham posiblemente se hallaba el retrato de la primera titular consorte del marquesado de Torre Tagle, doña Rosa Juliana Sánchez de Tagle2. Hija de don Francisco Sánchez de Tagle y Castro Velarde y de doña María Josefa Hidalgo Sánchez y Velázquez Gómez, doña Rosa Juliana Sánchez de Tagle nació en 1687 en San Jerónimo de Sayán, provincia de Huaura, departamento de Lima. Su padre fue un hidalgo español oriundo de Santillana del Mar, Cantabria, afincado en el Perú, y dedicado al comercio al por mayor; su madre fue una rica heredera descendiente de españoles establecidos en Huaura, a unos 120 kilómetros de Lima (Aguilar Sánchez, 2010: 85-112; Cadenas y Vicent, 1987: 571). Objetos ausentes, los muebles y enseres de la casa que aparecen listados en el inventario hecho en febrero de 1762, y luego tasados en marzo del mismo año, poco después de la muerte de la marquesa, nos permiten reconstruir en cierto modo el arreglo y disposición de las distintas habitaciones del apartamento que ella ocupaba en la mansión solariega de los Torre Tagle en Lima3. Las estancias del palacete de la marquesa y su contenido son reflejo del gusto que caracterizó la decoración interior en las casas de habitación de la alta sociedad limeña durante la primera mitad del siglo xviii y permiten en cierto modo visualizar la cultura material doméstica de las élites virreinales, un tema del que poco se ha escrito. Más allá de muebles y objetos, en el inventario de la marquesa también se listan y tasan los esclavos de su propiedad como fue práctica corriente en los inventarios de la época. Por ello sabemos que aparte de la familia, en la casa vivían una negra llamada Sebastiana con sus dos hijos, Dominga y Severino, el negro Joseph, criollo, Bernardo, cuarterón, Juan de Mata, mulatillo, el zambo Simón, la negra María Rosa, Leonor, Anastasia, Juana, y otra María Rosa que era cocinera de la casa, todos tasados en 3.150 pesos4. Este grupo de personas

2. La pintura hoy forma parte de la colección de la cancillería peruana, cuya sede es la antigua casa de los Torre Tagle. 3. Inventario y tasación de los bienes de doña Rosa Juliana Sánchez de Tagle, marquesa de Torre-Tagle, Archivo General de la Nación del Perú (en adelante ArGNP). Protocolos, Agustín Jerónimo Portalanza. 1761-1763, fols. 312-352. Los peritos encargados de la tasación fueron Miguel Benítez, contraste real, para la plata labrada, alhajas de oro, perlas y diamantes, y para los demás efectos don Joseph de Perochena. 4. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos… fol. 347a.

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constituían una parte importante del capital familiar, algunos de ellos posiblemente habían nacido en la casa, como los hijos de la negra Sebastiana. La presencia de tantos esclavos trabajando en la casa, seguramente encargados de todo tipo de labores de servidumbre, también nos ayuda a imaginar cómo ha debido ser la bulliciosa vida diaria en las casas limeñas del siglo xviii. Hay que tomar en cuenta que el número de esclavos era igual al de miembros del núcleo familiar de los Torre Tagle, conformado por el matrimonio y sus diez hijos. Entre familia y servidumbre, un total de veinticuatro personas habitaban la mansión solariega. Para comprender el destacado papel desempeñado por la familia Tagle en el Perú durante el siglo xviii, y la importancia de los bienes muebles de la primera marquesa de Torre Tagle como muestra de la cultura material hispanoamericana dieciochesca, es necesaria una breve introducción al contexto social y familiar que enmarcó la vida de la protagonista de este ensayo. El ascenso económico y social de los Tagle Durante todo el periodo virreinal, los grupos de poder y patronazgo de las élites peruanas se sustentaban gracias a alianzas estratégicas y redes de parentesco entre las distintas familias notables de un lugar, generalmente través de matrimonios de conveniencia. Estas uniones garantizaban a las familias principales el acceso y permanencia a las altas esferas de los poderes político y religioso, así como la conservación y concentración de los patrimonios familiares. El matrimonio de don Francisco Sánchez de Tagle, el padre de la marquesa, con una rica heredera de Huaura, y el posterior enlace de su hija Rosa Juliana con don José Bernardo de Tagle Bracho y Pérez de la Riva, un pariente suyo y socio de negocios nacido en 1684 en el valle de Alfoz de Lloredo, Cantabria, son ejemplos de estas mecánicas sociales a través de las cuales españoles de cierta posición social, pero con poco tiempo de residencia en América, y muchas veces sin grandes medios de fortuna, enlazaban con familias locales de raigambre y poder económico (Crespo Rodríguez, 2006: 249). Las nupcias de don José Bernardo de Tagle Bracho con doña Rosa Juliana Sánchez de Tagle se efectuaron en la catedral de Lima el do-

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mingo 13 de noviembre de 1707. La dote de la novia ascendió a la considerable suma de once mil pesos; mientras que el novio, por su parte, no aportó bienes al matrimonio, sin embargo, el joven español contaba con la confianza y apoyo de su suegro (Burkholder, 2013: 104). José Bernardo de Tagle Bracho hizo fortuna rápidamente gracias a su habilidad en el comercio y a la ayuda de su familia política y de algunos parientes afincados en el Perú. No obstante, su verdadero golpe de suerte llegó en 1725, cuando bajo la protección del virrey, don José de Armendáriz y Perurena (1670-1740), primer marqués de Castelfuerte, formó junto a su paisano don Ángel Calderón una compañía de corso con el navío Nuestra Señora del Carmen, cuya misión era apresar a tres buques holandeses armados que merodeaban por la costa del Pacífico peruano (Turiso Sebastián, 2002: 298). La empresa resultó exitosa. Primero capturaron a uno de los navíos cerca de Coquimbo, y al segundo, frente a Nazca. El tercer buque fue derrotado frente las costas de Chile y escapó por el cabo de Hornos (Aguilar Sánchez, 2010: 98). La compañía produjo pingües beneficios, tanto para los socios como para la Real Hacienda, debido a que los barcos holandeses iban cargados de mercancías de mucho valor, probablemente destinadas al contrabando (Aguilar Sánchez, 2010: 98). Además de fortuna, don José Bernardo fue rápidamente ascendiendo el estamento del poder colonial: fue gobernador de las expediciones de guerra del mar del Sur, prior del consulado de Lima, pagador general perpetuo del presidio del Callao y comisario de guerra de la Real Marina (Crespo Rodríguez 2006: 250). Sin embargo, la cúspide de su brillante ascenso social fue un título nobiliario de Castilla, el marquesado de Torre Tagle, concedido por el rey don Felipe V por real decreto del 26 de noviembre de 1730 en recompensa por sus servicios a la Corona. Este importante honor acrecentó notablemente la ya distinguida posición social que ostentaba la familia Tagle en el Perú (Aguilar Sánchez, 2010: 98). La casa de los marqueses El nuevo estatus social de los Tagle exigía una vivienda a la altura de su rango. Aunque todavía no se ha hallado documentación definitiva, se estima que entre 1729 y 1735 los marqueses se embarcan en la construcción de su nueva casa en Lima, donde se trasladaron con su

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El palacete de dos plantas y azotea de la familia Torre Tagle ubicado en el jirón Ucayali, Lima. Hacia 1920. Postal.

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numerosa progenie5. El palacete de dos plantas y azotea, con balcones y una portada de piedra al frente, hoy sede de la Cancillería peruana, está ubicado en la antigua calle de San Pedro, hoy jirón Ucayali. La construcción se hizo con los materiales típicos de la albañilería de la época: los cimientos en piedra y cal, los sobrecimientos en ladrillo y cal, sobre estos últimos se apoyan gruesos muros de ladrillo, o adobes en ciertos casos, en la plata baja. En la planta superior los muros son más ligeros y están hechos con cañas y barro. Las escaleras y los arcos con función estructural están hechos con ladrillos. Los corredores altos, pisos, cubiertas y balcones son todos de madera ricamente labrada, en muchas áreas de la casa los muros llevan zócalos de azulejos (Crespo Rodríguez, 2006: 248). Siguiendo los usos y modelos de las viviendas limeñas de la época, la casa se distribuye en torno a dos patios, las habitaciones más importantes se organizan alrededor del primero, de mayores dimensiones y planta cuadrada. En el piso alto se ubican los espacios de representación social y los aposentos privados de los marqueses y su familia. En los bajos hay unos locales comerciales que dan hacia la calle y varias habitaciones destinadas a distintos usos que miran hacia el patio. Las dependencias menos importantes se organizan sobre el segundo patio y las áreas de servicio se hallan al fondo. Lamentablemente, el primer marqués de Torre Tagle disfrutará poco tiempo de tan magnífica residencia, pues fallece en Lima en agosto de 1740, pocos años después de haber terminado la construcción de la casa. La viuda cumple la voluntad de su difunto esposo y en agosto de 1743 funda dos mayorazgos en beneficio de su primogénito. Ella continuará supervisando las finanzas familiares y viviendo en la casa hasta su muerte, el 11 de noviembre de 1761, a los 73 años de edad (Escudero Ortiz de Zevallos, 1994: 79-93). Los aposentos de la marquesa El inventario de bienes indica que al momento de su fallecimiento la marquesa viuda residía en un apartamento que ocupaba las habitacio5. Además de Tadeo José, primogénito y heredero del título, el matrimonio tuvo a fray Ramón, María Josefa, Serafina, Francisco, José, Águeda, Rosa Isabel, Pedro y fray Juan Antonio. Véase Cadenas y Vicent, 1987: 571. Sobre la fecha de construcción de la casa, véase Crespo Rodríguez, 2006: 251.

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nes más importantes en la planta alta de la casa, aquellas que dan a la calle, y otras que se asoman al primer patio. Como fue costumbre, es muy probable que su primogénito y heredero de los mayorazgos y títulos, don Tadeo José de Tagle Bracho y Sánchez de Tagle, segundo marqués de Torre Tagle, junto a su esposa, doña María Josefa de Isásaga Vázquez de Acuña, oriunda de Pisco, señora de la casa y mayorazgo de Isásaga en la villa de Ichazondo, Guipúzcoa, y segunda marquesa consorte de Torre Tagle, también viviesen en la casa solariega (Crespo Rodríguez, 2006: 255). La primera habitación listada en el inventario es la llamada “antecuadra”, seguida por la “cuadra de dormir” y “la cuadra de estrado”, estas dos últimas consideradas como los espacios femeninos por excelencia en los escenarios domésticos del mundo hispano6. Durante los siglos xvii y xviii tanto en España como en sus territorios de ultramar no se escatimaron recursos a la hora de amoblar el estrado y el dormitorio, en los cuales el lujo y la ostentación marcaban la pauta al momento de seleccionar muebles y adornos. La sala, el estrado y el dormitorio constituían el núcleo principal de los espacios de representación social en las viviendas de las clases altas virreinales, y servían de escaparate de la riqueza y buen gusto de los dueños de casa. El ingeniero militar y espía francés Amédée François Frézier (1682-1773) describió con detalle, y cierto desdén, las casas que frecuentó durante su estadía en Lima de principios del siglo xviii. Sobre las damas limeñas y sus estrados Frézier (1982) comenta: La actitud que ellas tienen en su casa es la de estar sentadas sobre almohadones, a lo largo de la pared, con las piernas cruzadas sobre un estrado cubierto con una alfombra a la turca. Pasan así jornadas enteras sin casi cambiar postura, ni siquiera para comer, porque se les sirve aparte sobre unos cofrecillos que ellas siempre tienen delante de sí para guardar las labores en las que se ocupan (1982: 217-218).

Frézier especifica más adelante que el estrado es, como en España, una grada de seis a siete pulgadas de alto y cinco o seis pies de ancho que corre generalmente por todo un costado de la sala de recibo. 6. Sobre el mobiliario y la historia del estrado y dormitorio, véase Rodríguez Bernis 1990.

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Además, acota que los hombres se sientan en sillones y solo una gran familiaridad les permite hacerlo en el estrado, el francés incluye la ilustración de un estrado en su libro (Frézier, 1982: 218).

“Una española de Lima con chupón y faldellín…”, tomado de Amédée François Frézier, Relation du voyage de la mer du Sud aux côtes du Chily et du Perou, fait pendant les années 1712, 1713 & 1714. Paris: Chez Jean-Geoffroy Nyon, Etienne Ganeau, and Jacque Quillau, 1716, p. VI-3.

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La imagen, de antemano prejuiciada, que Frézier presenta sobre el resto de los espacios sociales en las casas virreinales no es demasiado halagadora. Sin embargo, sus detalladas descripciones son de utilidad para reconstruir la distribución de los espacios listados en el inventario de la marquesa de Torre Tagle, porque, como bien explica Frézier, la mayoría de las casas en el virreinato del Perú estaban distribuidas del mismo modo. En referencia a las habitaciones destinadas a recibir las visitas acota: La primera habitación es una gran sala de unos diecinueve pies de ancho y entre treinta y cuarenta de largo, desde donde se pasa a dos o tres cuartos seguidos; el primero es el de recibo, donde se halla el estrado y el lecho, situado en un rincón en forma de alcoba, ésta es espaciosa interiormente y cuya principal comodidad es una puerta falsa para recibir o despedir compañía, sin que nadie pueda advertirlo al entrar, ni aun por sorpresa (Frézier, 1982: 223-225).

Más adelante, Frézier agrega que hay pocas de estas camas en las casas, pues los criados se acuestan en el suelo sobre pieles de carnero (1982: 225). El orden de las habitaciones en el inventario de la marquesa se corresponde en líneas generales con la secuencia de los espacios descritos por Frézier, pero en orden inverso. Su apartamento tenía seis habitaciones: antecuadra, cuadra de dormir, cuadra de estrado, estudio, sala y una habitación adicional denominada “cuarto del patio”. Para los fines de este trabajo se ha conservado el orden que aparece en el inventario y posterior tasación7. Sin embargo, al estudiar la arquitectura y distribución de los espacios de la casa, y compararla con el inventario, resulta evidente que al subir por la escalera y cruzar hacia la izquierda, la sala era el primer aposento al cual accedían los huéspedes, de allí pasaban al estudio, que fungía como espacio de transición entre la sala y la cuadra de estrado, para seguir desde esta última a la cuadra de dormir, y terminar en la antecuadra, completando así la secuencia de los espacios principales de la planta alta distribuidos en torno al primer patio e intercomunicados entre sí. El llamado cuarto del patio ha podido ser la primera estancia que se halla al girar a la derecha al subir por la escalera principal, esta es una 7.

Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…

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Esquema de distribución de las habitaciones del piso alto alrededor del primer patio.

habitación que no se comunica internamente con las anteriores, ello justificaría su inclusión al final del inventario. La antecuadra Esta habitación pequeña, con la cual se inicia el inventario, servía de anexo a la cuadra de dormir y hacía las veces de cuarto de guardar. Aquí la marquesa atesoraba muchas de sus posesiones más preciosas. Sus paredes estaban decoradas con seis pinturas con sus correspondientes marcos dorados. Entre los muebles destaca especialmente un escaparate de cedro adornado con chapas, cantoneras y tirantes de

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plata de hechura antigua8. Este mueble, posteriormente avaluado en la considerable suma de ciento cincuenta pesos, funcionaba como un gabinete de maravillas, ya que servía para exhibir un sinnúmero de objetos preciosos y curiosidades provenientes de distintas partes del mundo. Dentro de los bienes exhibidos sobresalen numerosas piezas de porcelana de China como platillos y fuentes de distintos tipos y usos, escudillas de beber chocolate, saleros, tazas con su tapa, salseras, figurillas de perros y leones, y “macetitas”; de cristal había un grupo de vasos y tazas de distintos tamaños, diez jarros, un par de barrilitos azules y cuatro rociadores (para agua perfumada)9. Se exhibían también diez piezas de barro fino (unas de Chile, otras de Guadalajara y otras de España), seis pebeteros pequeños de plata y un rociador de plata dorada, una imagen de marfil de la virgen y dos candeleritos de lo mismo, un azafate de madera negra de China y otro redondo pequeño de metal esmaltado, para terminar con dos rosarios, uno de ellos de azabache10. El escaparate contenía objetos que sumaban un valor total de ciento veintidós pesos, una cifra importante11. Los gabinetes de curiosidades como el de la marquesa servían no solo para mostrar los intereses y gustos de sus dueños, sino también como dispositivos sociales que contribuían a establecer y sustentar roles de árbitros de buen gusto y erudición dentro de los estratos más altos de la sociedad colonial. Estos muebles con sus colecciones, inspirados en las “cámaras de maravillas” principescas muy populares entre la alta nobleza europea, esencialmente tenían una función representacional guiada más por inquietudes estéticas que por propósitos eruditos o científicos. Las colecciones que albergaban tenían una marcada predilección por objetos exóticos y valiosos que al mismo tiempo fuesen fácilmente reconocibles para asegurar así la atención de posibles audiencias. Era un tipo de coleccionismo personal guiado por la curiosidad, la maravilla y la ostentación. Aparte del escaparate, en la habitación se encontraron tres cajas de caoba, una grande y dos más pequeñas, que servían para guar8. 9. 10. 11.

Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 338a. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 346v. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 338a. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 346v.

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dar otros objetos de valor. Dentro de ellas se hallaron piezas de todo tipo, había textiles, incluyendo ropa de uso de la marquesa, lencería de cama fina como las dos sobrecamas de la marquesa, una azul de China bordada de seda con su fleco y otra de grana carmesí bordada de seda e hilos de oro y plata también con fleco, así como manteles y servilletas12. En una de las cajas se guardaba plata labrada para el servicio de mesa.

Fuente. Alto Perú (Bolivia), hacia 1725-1750. Plata. 7,5 x 35 x 53,4 cm. Denver Art Museum, donación de la familia de Robert Appleman (1986.456).

Había piezas de servir (salvillas, fuentes, lebrillos, platillos y platones) y cubiertos (cucharas y tenedores), entre otras especies13. Debe aclararse que el comedor, entendido como una habitación exclusivamente destinada para comer, no existía en la época, es apenas a fines del siglo xviii cuando los comedores empiezan a aparecer en los inventarios de las viviendas virreinales peruanas, hasta ese momento la 12. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 337v. 13. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 337v.

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mesa para comer por lo general era desmontable y se ponía en cualquier habitación de acuerdo a la preferencia u ocasión, de allí que los útiles para el servicio de la mesa estuviesen guardados en la antecuadra junto con otros objetos de valor (Rivas Pérez, 2013: 67). Como se ha mencionado anteriormente, el servicio de la mesa de la marquesa incluía piezas de loza de China, cristal y plata labrada; solo los grandes señores podían permitirse comer con tanto refinamiento en la mesa. La servidumbre y los esclavos usaban platos y escudillas ordinarios de barro o de madera y comían en la cocina. Hasta mediados del siglo xviii, cajas de distintos tamaños y baúles eran los tipos de muebles primordiales para guardar vestidos, ropa de cama, y todo tipo de objeto de valor. Entre las clases pudientes el mobiliario de guardar se fabricaba con maderas tropicales resistentes a los insectos xilófagos como el cedro rojo (Cedrela odorata) y la caoba (Swietenia sp.) las cuales se llevaban desde Centroamérica hasta el Callao, y de allí a Lima, con gran coste. La cuadra de dormir El primer objeto inventariado en el dormitorio de la marquesa es la cama descrita como “una cuja de cocobola [sic] antigua con su pabellón fino de Macana de Quito”14. Las camas con sus vestiduras eran por lo general muebles costosos, la de la marquesa fue avaluada en veinticinco pesos y el pabellón, en dieciséis15. Teniendo en cuenta, como veremos más adelante, la afición de la marquesa por las sedas finas y los textiles asiáticos, sorprende el uso de macana (un tejido de manufactura americana parecido al ikat) para el pabellón en lugar de alguna tela de importación. Las camas torneadas en maderas duras como el cocobolo o el granadillo estuvieron de moda entre las clases altas durante la segunda mitad del siglo xvii y principios del siguiente, por lo que cabría la posibilidad de que esta cama fuese una herencia de la casa de sus padres o bien formase parte del mobiliario de la anterior vivienda de los marqueses. Como era habitual, junto a la cama había un biombo pintado, que servía para garantizar un mínimo de privaci-

14. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 338v. 15. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 346v.

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dad, en este caso era de ocho hojas y de manufactura local16. Frente a la cama estaba dispuesto un estrado con su tarima grande de madera, su petate y “una alfombra pequeña antigua”17. El estrado se completaba con distintos muebles: una mesa pequeña de estrado antigua de azafate negro de la China, una silla poltrona antigua, de las llamadas “de pies volteados”, tapizada en vaqueta (cuero curtido, adobado y zurrado), dos taburetes ingleses con respaldos de rejilla, y cuatro más tapizados de tafilete (cuero muy fino, bruñido y lustroso), estos últimos de fábrica local, y una mesa negra redonda de cuatro pies con un cajón18. De especial relevancia en la habitación era un dosel de damasco carmesí bajo el cual había un crucifijo y bajo este, una lámina romana pequeña de “Nuestra Señora, San José y el niño Jesús” con su vidrio y marco dorado y otra más de plata con “el Rostro de Nuestro Señor de Paita”19. El dosel y las piezas que cobijaba indican que se trataba de un lugar para la devoción personal y muestra el fervor religioso de la marquesa en sus espacios más íntimos. En la misma habitación también se halló una frasquerita con diez frascos de loza de China, una caja colorada antigua de la China de dos varas poco más o menos, claveteada con piezas de metal y con dos chapas pero sin la llave “que estaba abierta y vacía”, un escritorio negro antiguo de la China con sus placas y tiradores de metal que tenía encima un tibor pequeño de China antiguo, que la marquesa usaba para guardar parte de sus joyas, y otro escritorio más donde habían “dos baulitos de carey embutidos en concha de perla con sus chapas y llaves de plata” junto con otro lote de alhajas y dos abanicos20. La caja grande ha debido servir para guardar textiles y vestidos, mientras que los dos escritorios aparte de contener las joyas indicaban que doña Rosa Juliana era una mujer instruida, puesto que los muebles de este tipo eran considerados símbolos de una buena educación al ser usados para guardar papeles e implementos para escribir21. Como se aprecia, la marquesa estimaba en especial los muebles de laca y los objetos de porcelana de la China, costosos artículos de im16. 17. 18. 19. 20. 21.

Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, f. 338v. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, f. 338v. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, f. 338v. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, f. 339a. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, f. 339a. Sobre la educación femenina en las Américas, véase García Alarcón 2010: 112-117.

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Escritorio pintado con motivos de inspiración asiática. Posiblemente Quito (Ecuador). Primera mitad del siglo xviii. Madera, hierro. 45.7 x 63.5 x 47 cm. Denver Art Museum, donación de los señores Robert S. Black (1993.113).

portación. La decoración del dormitorio se completaba con un nutrido grupo de lienzos que colgaban de las paredes, todos con sus marcos de hojas de laurel dorado, a saber: dos “países [paisajes] de dos varas de la caída de San Pablo y Jesús Nazareno, dos fruteros de más de una vara, catorce de dos varas escasas que son los cuatro doctores de la Iglesia, la bendita Magdalena, la Purísima, San Pedro, San Cristóbal, San Miguel, el misterio del nacimiento de Nuestro Señor, San Judas Tadeo, otro de Jesús Nazareno, el Niño Jesús, y Nuestra Señora de la Soledad”22. En total, dieciocho lienzos, un gran número de pinturas, la mayoría de ellas de temas religioso, muy posiblemente de mano de artistas locales. Como describe Frézier, con su usual desfavor, en las 22. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 339a.

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casas virreinales las paredes habitualmente no llevaban tapicería alguna, en su lugar había “una gran cantidad de malos cuadros que hacen los indios del Cuzco” (Frézier, 1982: 225).

Artista no identificado. La Virgen con el Niño y pájaro. Cuzco, hacia 1730-1740. Óleo sobre tela. 63,5 x 47 cm. Denver Art Museum, donación de la señora Engracia Freyer Dougherty (1972.390).

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La presencia de un estrado con su mobiliario correspondiente, además del lujo de la cama y los otros muebles, objetos y pinturas que completaban la decoración de la habitación, indican que, como era costumbre para la época, la marquesa recibía visitas en su cuadra de dormir y en ella hacía ostentación de su riqueza. Una simple revisión los muebles y objetos listados evidencia el carácter cosmopolita y ecléctico que distinguía el dormitorio. Si bien la mayoría del mobiliario parece ser de manufactura local, también destacan piezas de importación como las sillas inglesas, los numerosos muebles de laca y los objetos de porcelana china, así como también algunas obras de arte europeas, como la lámina (pintura sobre cobre) romana antes mencionada. Los tipos de muebles, muchos de ellos clasificados como “antiguos”, se corresponden con los habituales en una casa aristocrática de fines del siglo xvii o principios del siguiente, y para el momento de la muerte de la marquesa en la segunda mitad del siglo xviii resultaban quizás un poco anticuados a los ojos del tasador. En todo caso, el dormitorio de la marquesa estaba amoblado ricamente, con textiles finos y muebles de lujo, muchos de ellos de laca o embutidos en materiales preciosos como carey y nácar. Esta fastuosa estancia sin duda reflejaba el poder económico y alto nivel social de su propietaria. También debemos recordar que, a diferencia de hoy, durante el periodo hispánico los dormitorios eran habitaciones a las que regularmente accedían los visitantes y se usaban en funciones sociales, de allí el empeño y recursos empleados en su decoración. La cuadra de estrado Definido en el Diccionario de Autoridades de 1732 como: “El conjunto de alhajas que sirve para cubrir y adornar el lugar o pieza en que se sientan las señoras para recibir las visitas, que se compone de alfombra o tapete almohadas, taburetes o sillas baxas”, el estrado era el espacio social femenino por excelencia en las casas españolas y americanas23. 23. Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o rephranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua ..., Madrid, Francisco del Hierro, 1732, p. 644.

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Estas habitaciones segregadas por sexo (las tarimas eran de uso exclusivo de las mujeres de la casa, sus invitadas y los niños pequeños de ambos sexos) son herederas de usos y costumbres moras. En España, el estrado cae en desuso desde principios del siglo xviii con el advenimiento de la dinastía Borbón y la adopción de estilos y usos franceses asociados a esta casa reinante, sin embargo, en Hispanoamérica el uso del estrado se conservó vivo hasta bien entrado el siglo xix. Por ejemplo, el diplomático inglés John Potter Hamilton (1777-1873) menciona que todavía durante su visita a Bogotá en 1825 las damas recibían a las visitas sentadas en cojines dispuestos sobre alfombras a la usanza oriental (Hamilton, 1827: 147). La cuadra de estrado de la marquesa estaba amueblada suntuosamente, en ella había tres tarimas de madera cubiertas con su petate y una alfombra de colores. El espaldar, o rodaestrado, de damasco verde (un color bastante raro en los inventarios peruanos de la época) era antiguo e iba a juego con los cortinajes que engalanaban las puertas que daban a la cuadra de dormir y a la sala24. Sobre las tarimas había una cajita embutida de madreperla, carey y marfil, además de una docena de cojines antiguos de terciopelo carmesí con sus sevillanetas (bordes) de oro que servían para sentarse25. La existencia de dos estrados, uno en la cuadra de dormir y el otro más grande de tres tarimas en la habitación contigua, confirma las descripciones del escritor y cronista español Juan de Zabaleta (1610-1670) quien en su libro Día de fiesta por la tarde (1659) describe tres tipos distintos de estrado: el de respeto, el de cumplimiento y el de cariño. El estrado junto a la cama corresponde sin duda a la descripción de Zabaleta del estrado de cariño, lugar donde las señoras recibían a sus amistades más cercanas. El segundo estrado, con tres plataformas, era mucho más grande y lujoso y posiblemente tenía las funciones de los dos estrados más formales descritos por Zabaleta, los de respeto y de cumplimiento (Zabaleta, 1754: 58)26. Entre los otros muebles listados en la cuadra de estrado destacan: dos cajitas negras de China con sus chapas de metal sobre sus res24. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 340v. 25. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 340v. 26. En base a su trabajo con inventarios antiguos, la historiadora española María Paz Aguiló Alonso ha identificado el primer estrado de Zabaleta como el de recibo, el segundo como la sala, y el último como el gabinete (Aguiló Alonso, 1993: 21-23).

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pectivas mesas de madera y sobre ellas dos tiborcitos de China antiguos “de pintura azul”, un pequeño escaparate, o exhibidor, descrito como “una urna” con tres vidrieras, en él se custodiaba una imagen de Nuestra Señora del Carmen, y cuatro taburetes antiguos de vaqueta de Moscovia con sus respaldos27. Sobresalían asimismo dos escritorios antiguos embutidos en carey, marfil y madreperla de dos cuerpos cada uno con sus respectivas mesas, y otro más de tres cajones dentro del cual estaban guardadas algunas novenas y otros libritos de devoción28. El profuso uso de cajas y escritorios de varios cuerpos, casi siempre en pares y colocados sobre sus respectivas mesas a juego, era usual en los programas decorativos del mundo hispánico durante los siglos xvii y xviii. Todo parece indicar que la moda por estos arreglos piramidales de varios muebles uno encima del otro, muchas veces coronados por piezas valiosas, como los ya mencionados tibores de porcelana china con pintura azul, muy posiblemente se originó en Nápoles y de allí se difundió al resto del imperio español (Aguiló Alonso, 1993: 22). Estas “torres de riquezas” sin duda buscaban impresionar a las visitas y demostrar la fortuna y buen gusto de sus dueños, además, como se ha mencionado anteriormente, los escritorios eran muebles de prestigio y símbolos de una cuidada educación. Al igual que en la cuadra de dormir, de las paredes del estrado colgaban un buen número de pinturas de distintos géneros con sus respectivos marcos dorados. Destacan ocho láminas pequeñas, catorce “países” (paisajes) de “pintura del reyno” (obra de pintores locales), cuatro lienzos de a una vara de san Agustín, santa María Magdalena, san Francisco, santa Bárbara, y tres de algo más de dos varas cuyos sujetos eran la Purísima, santa Rosa de Lima y Nuestra Señora de Guadalupe de México29. Esta abundancia de pintura de temática religiosa es típica del entorno doméstico virreinal. La presencia de las imágenes de santa Rosa de Lima, la primera santa americana (canonizada en 1671) y patrona del Perú, y de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de la Nueva España, América y las Filipinas, indican una fuerte conexión de la marquesa con las devociones americanas, y hablan de un sentido de pertenencia a la América española. Además de las pinturas,

27. Estos taburetes eran unas sillas sin brazos con el respaldo alto y estrecho. 28. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 340v. 29. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341a.

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en el estrado había también dos espejos. Para completar la decoración, la cuadra de estrado estaba iluminada con “arañas de metal con gotas y candilejas de cristal”, el tasador encontró varias arañas del mismo estilo en otras habitaciones de la casa30. No se mencionan instrumentos musicales de ningún tipo en el inventario, de haberlos habido hubiesen estado en el estrado pues allí las damas demostraban sus aptitudes para la música y la danza. La sala Destinada a acoger solemnidades y celebraciones, la sala se hallaba contigua al estudio, por lo general era la habitación más espaciosa y pública de una casa. Como se indicó anteriormente, esta es la “gran sala” descrita por Frézier en sus memorias de viaje (1982: 223-225). En los inventarios de las salas casi siempre aparecen listados pocos muebles debido a que generalmente se arreglaban de acuerdo a la ocasión con piezas traídas de otras habitaciones. Sin embargo, en las salas siempre había un gran número de sillas, taburetes, bancos, y canapés, casi siempre arrimados contra las paredes. La sala de los Torre Tagle no fue una excepción. En el inventario hay listados dos canapés grandes y uno pequeño de vaqueta claveteados con clavos dorados, sumados a una docena de sillas de vaqueta bordada, todos antiguos31. El mobiliario se completaba con dos mesas, una redonda grande, y otra pequeña cuadrada embutida en carey y marfil antigua, junto a un “escritorio negro de la china antiguo vacío y hermano del que está en la cuadra de dormir”32. A juzgar por el inventario la decoración de esta habitación había cambiado poco desde que se amuebló a mediados de la década de 1730, casi todos los muebles listados aparecen registrados como antiguos. Llama la atención que en la sala hubiese un solo escritorio chino del par (el otro se ha debido llevar a la cuadra de dormir en algún momento posterior), estas “parejas” de muebles casi siempre iban juntas y colocadas simétricamente, en particular, como veremos más adelante, tratándose de piezas muy costosas destinadas a demostrar la riqueza de los dueños. Al igual que 30. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341v. 31. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341a. 32. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341a.

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Silla. Perú, siglo xviii. Madera, cuero, metal, 109 x 71 x 56, 5 cm. Denver Art Museum, donación de la Stapleton Foundation of Latin American Colonial Art cortesía de la familia Renchard (1990.291).

en las demás habitaciones, un gran número de lienzos, “adornados con sus hojas doradas”, colgaban de las paredes de la sala. Se listan: ocho lienzos de los profetas de pintura “del reyno”, siete países de cacería

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de pintura de España, cuatro iguales más, dos pequeños también de pintura de España, dos grandes de devoción, dos floreros largos de más de dos varas y otro lienzo igual de un Cristo, veintiséis pinturas en total33. A diferencia de otras habitaciones, en la sala predominan los temas seculares, como la serie de escenas de cacería traída de España o los dos “floreros largos”. También es importante mencionar que es precisamente en la sala, la estancia más pública, donde se halla la mayor concentración de pinturas europeas, obras que sin duda a simple vista eran diferenciables de las de producción local. Curiosamente, no aparecen listados en la casa los dos retratos de los marqueses, obras del pintor limeño Cristóbal de Aguilar, que hoy forman parte de la colección de obras pictóricas del palacio de Torre-Tagle34. Desafortunadamente, el tasador asignó un monto idéntico, a razón de tres pesos por cada una, a las ciento seis pinturas inventariadas en la casa (sumando trescientos dieciocho pesos en total), al no discriminar, como es corriente en los inventarios dieciochescos, resulta imposible elaborar en detalle sobre las mismas35. En todo caso, como sucede de ordinario en este período, el valor monetario asignado a las pinturas es muy modesto si se compara con el de otras piezas de la misma habitación, por ejemplo, los canapés de vaqueta están avaluados en diez pesos cada uno, la mesa redonda grande en ocho, y el ya mencionado par de escritorios de laca negra de la China con sus placas y tiradores de metal, en quinientos pesos el par, estos últimos eran los muebles más valiosos de toda la casa36. El oratorio En las casas de las élites era frecuente tener oratorios particulares; el de los Tagle estaba embutido en el muro de la sala37. En estos espacios destinados al culto privado los dueños oían misa y recibían los sacramentos, para lo cual se requería una licencia especial emitida por las

33. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fols. 341a-341v. 34. Estas pinturas han podido estar vinculadas al mayorazgo y por ello quedaron fuera del inventario y tasación. 35. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 346a. 36. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fols. 346a-346v. 37. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341a.

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autoridades eclesiásticas. Tanto el inventario de bienes como la posterior tasación incluyen pocos detalles sobre el oratorio. De acuerdo a los documentos, el mismo tenía su respectivo altar dorado con los ornamentos correspondientes, que en el inventario se especifican son antiguos. Sobre el altar habían colocadas unas imágenes de bulto de la Virgen María, san José, san Juan Evangelista, y dos del Niño Jesús38. El tasador no especifica cuál era la advocación mariana de la imagen, quizás pudiera tratarse de Nuestra Señora de los Remedios, la Virgen patrona de Ruiloba, población donde había nacido don José de Tagle. El bulto de san José posiblemente se habría colocado en honor a el dueño de casa. San Juan Evangelista es el santo patrón de la catedral de Lima, ello podría explicar su presencia en el oratorio. Respecto a las dos imágenes del Niño Jesús, debe aclararse que son muy comunes en todos los inventarios peruanos, lo que indica una muy difundida devoción a Jesús. Al igual que la sala, es posible que el oratorio tampoco hubiese sufrido mayores cambios desde la construcción de la casa. Debido a su importancia y valor simbólico, el oratorio ha debido estar situado en un lugar muy prominente de la estancia, posiblemente en la cabecera de la misma. Tenía sentido colocar el oratorio en la habitación más grande de toda la casa pues permitía la asistencia de grupos numerosos a los momentos de oración, además reafirmaba la religiosidad y devoción de la familia ante propios y extraños. El estudio El inventario indica que en la casa había un estudio que estaba en una de las cabeceras de la gran sala39. No se listan muebles en esta habitación, su ausencia se justificaría por ser una estancia más pequeña que funcionaba como espacio de paso entre la sala y el estrado, y que de seguro servía como área de expansión en caso de grandes recepciones. En el documento se especifica que se encontraron colgados en ella dos lienzos de profetas “hermanos de los de la sala” y diez más de varios santos, “todos con sus hojas doradas excepto algunos que las han per-

38. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341a. 39. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341a.

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dido y otros que las tienen lastimadas por su antigüedad”40. El tema de los doce profetas de Israel despertó cierto interés entre los pintores peruanos. En la catedral de Cuzco hay una famosa serie, y en Lima sobreviven conjuntos de este tema en el convento de los Recoletos y en la iglesia de San Pablo. De acuerdo al documento en la casa solo había diez lienzos, es probable que los dos faltantes para completar la serie estuviesen en alguna otra habitación o bien hubiesen estado tan estropeados que no fueron inventariados, esta era una práctica corriente cuando se efectuaban inventarios. El cuarto del patio El llamado en el inventario “cuarto del patio” es la última de las seis habitaciones que constituían el apartamento de la marquesa41. En ella tampoco se hallaron muebles, pero al igual que en las demás estancias, el cuarto estaba decorado con numerosos lienzos: diez pinturas de temas de devoción de dos varas cada uno, otra de la Virgen María más pequeña (algo más de una vara), y cuatro menores de media vara cada una, todas con sus respectivos marcos dorados antiguos42. Aparte de este cuarto, en el inventario se menciona que en una habitación del piso alto se guardaba “una pieza del nacimiento del niño santo”43. Aparte del mobiliario y demás enseres, el inventario incluye muy detalladas descripciones y tasación de las joyas de la marquesa, pero no es esta una cuestión que trataremos aquí. Desafortunadamente, la plata labrada en su mayoría se lista y tasa a peso por un total de 246 marcos y 4 onzas con un valor de 1602 pesos y 2 reales, por ello resulta imposible saber con mucho detalle qué tipo de objetos de plata había en la casa aparte de los ya mencionados44. El inventario también incluye todo aquello hallado en almacenes, cocheras y caballerizas, sujetos que tampoco son de interés para este trabajo dedicado principalmente al mobiliario y los objetos. 40. 41. 42. 43. 44.

Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341a. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341a. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341v. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 341v. Inventario y tasación…, ArGNP, Protocolos…, fol. 349v.

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Reflexiones finales Cuando a principios de 1762 se hizo el inventario y tasación de los bienes de la marquesa de Torre Tagle casi todos los muebles se consideraron como antiguos pese a que a lo sumo tendrían unas tres décadas de uso. En la tasación se especifica que muchos de ellos estaban estropeados. Asimismo, algunas pinturas habían perdido los marcos o estaban deterioradas. La imagen que transmite el documento es la de una casa lujosa pero algo maltratada y vetusta. Sin duda, avanzada ya la segunda mitad del siglo, los muebles y objetos que estuvieron de moda a principios del mismo resultaban anticuados, en ese entonces en Lima triunfaba el gusto por el mobiliario y los objetos de líneas sinuosas decorados con rocalla, flores y hojarasca al gusto francés o inglés. Por ejemplo, los escritorios a la española, típicos del siglo xvii y principios del xviii (un mueble en forma de prisma de sección rectangular con cajoncillos y divisiones en su interior, y a veces con una tapa abatible al frente), a los que tan aficionada fue la marquesa, habían sido reemplazados por los llamados “escritorios a la inglesa” (un mueble más complejo por lo general una cajonera con un compartimiento superior con frente abatible y un estante encima). El clima excesivamente húmedo de Lima es probable que haya contribuido al acelerado deterioro de textiles como cortinas, colgaduras, tapicerías y alfombras, en particular aquellos de seda, un material que se degrada rápidamente en condiciones de alta humedad ambiental. A pesar de la imagen de cierta mengua —quizás debido a su avanzada edad y viudez la marquesa se habría retirado de una vida social activa— el inventario recoge con detalle su mundo material y nos da una idea aproximada de cómo eran originalmente las distintas estancias de la casa que hoy ocupa la cancillería peruana, pero, sobre todo, retrata el gusto de la aristócrata peruana más importante de la primera mitad del siglo xviii. Más allá del de ofrecernos una ventana al universo personal de la marquesa de Torre Tagle, al desglosar el inventario de sus bienes nos acercamos también a la cultura material doméstica de las élites peruanas en general. En primer lugar, el documento nos ofrece un panorama resumido de los tipos de muebles y objetos en uso en las casas de alto nivel, además también el documento también precisa su ubicación en las distintas habitaciones, un detalle muy importante pues muchas veces en los inventarios virreinales no se desglosan los bienes hallados

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de cada estancia. Resulta claro que la organización, disposición y uso de los espacios de una vivienda aristocrática en Lima diferían muy poco de las de sus pares en la Ciudad de México, Sevilla o Madrid. Este caso comprueba una vez más la centralidad de la sala, el estrado y el dormitorio en los quehaceres de la vida diaria, sin duda escenarios principales de la vida social, una constante tanto en España como en todos sus territorios de ultramar. Otro aspecto notable es la dimensión piadosa en los hogares de las élites peruanas. Los documentos estudiados demuestran cuán importante era la posesión de imágenes sacras, tanto pinturas como esculturas. Se trataba de un hecho habitual en los hogares virreinales ya que estas imágenes formaban parte fundamental de las prácticas religiosas católicas promovidas por las autoridades eclesiásticas en el nuevo mundo. Precisamente, el abultado número de estos objetos devocionales, y la centralidad del oratorio como espacio doméstico (en parte demostrada por su detallada descripción en el inventario y su ubicación en la sala), ponen en relieve la importancia simbólica de la devoción y la religión como elementos asociados al estatus familiar. Al igual que en otras capitales del imperio español, tanto europeas como americanas, los objetos en las casas limeñas reflejaban muy claramente los patrones de circulación de bienes suntuarios a largo y ancho de las vastas redes del comercio ultramarino hispánico. Por una parte, hallamos objetos que transitaban por la ruta del Pacífico, la llamada del galeón de Manila, en el caso de la marquesa una gran cantidad de muebles de laca, objetos de porcelana, tallas de marfil y textiles asiáticos, por otra, también aparecen piezas de proveniencia europea que llegaban al Perú por las rutas transatlánticas, entre ellas destacan las pinturas españolas, los cristales y algunos textiles finos. Pero quizás lo que resulta más interesante es que también aparecen bienes suntuarios de manufactura americana provenientes de otros virreinatos o de provincial distantes; los barros finos de Guadalajara o la macana de Quito en la cama de la marquesa son testimonio de este tipo de comercio interamericano. Esta riqueza y diversidad de orígenes de habla de un coleccionismo incipiente, algo que se hará más patente con el correr del siglo. El ajuar doméstico de la marquesa de Torre Tagle constituye un prototipo de la vivienda noble virreinal. Su arreglo, de acuerdo a los gustos y estilos en boga durante la primera mitad del siglo xviii, es

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testamento del poderío económico de las élites peruanas y refleja la sofisticación de la cultura material virreinal. Esperamos con este breve estudio haber contribuido con el conocimiento de la cultura material del periodo hispánico peruano, un área de estudio en la cual todavía queda mucho por explorar. Bibliografía Aguilar Sánchez, Íñigo (2010): “Hijos de Ruiloba en el Reino de Yndias: los Tagle Bracho”, en ASCAGEN. Revista de la Asociación Cántabra de Genealogía n.º 4, pp. 85-112. Aguiló Alonso, María Paz (1993): El mueble en España siglos xvixvii. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas/Antiqvaria. Burkholder, Mark A. (2013): Spaniards in the Colonial Empire: Creoles vs. Peninsulars? Malden: John Wiley & Sons. Cadenas y Vicent, Vicente de (1987): Maestros de la Orden de Calatrava que efectuaron sus pruebas de ingreso durante el siglo xviii. Madrid: Hidalguía, tomo IV. Crespo Rodríguez, María Dolores (2006): Arquitectura doméstica de la Ciudad de los Reyes (1535-1750). Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos/Universidad de Sevilla/Diputación de Sevilla. Escudero Ortiz de Zevallos, Carlos (1994): “La familia Tagle Bracho en del Perú: apuntes genealógicos”, en Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas n.º 20, pp. 79-93. Frézier, Amadeo (1982): Relación del viaje por el mar del sur. Caracas: Biblioteca Ayacucho. García Alarcón, Elvira (2010): “Luis Vives y la educación femenina en la América colonial”, en América sin Nombre n.º 15, pp. 112-117. Hamilton, John Potter (1827): Travels Through the Interior Provinces of Columbia. London: J. Murray, tomo I. Markham, Clements Robert (1991): Markham in Peru: The Travels of Clements R. Markham, 1852-1853. Edited by Peter Blanchard. Austin: University of Texas Press. Rivas Pérez, Jorge F. (2013): “Domestic Display in the Spanish Overseas Territories”, en Richard Aste (ed.), Behind Closed Doors: Art in the Spanish American Home, 1492-1898. New York: Monacelli Press and Brooklyn Museum.

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Rodríguez Bernis, Sofía (1990): Mueble español, estrado y dormitorio. Madrid: Comunidad de Madrid. Turiso Sebastián, Jesús (2002): Comerciantes españoles en la Lima borbónica: anatomía de una elite de poder (1701-1761). Valladolid: Universidad de Valladolid. Zabaleta, Juan de (1754): El día de fiesta por la tarde en Madrid: y sucessos que en el pasan. Madrid: En la imprenta de Juan de San Martin, y a su costa.

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La construcción de la historia del mueble español de la época moderna Antonio Rafael Fernández Paradas

Introducción Han pasado 27 años desde la publicación de El mueble en España. Siglos xvi-xvii (Aguiló, 1993), la última gran historia del mueble español publicada; doce desde la edición de Audàcia i delicadesa. El moble de Torroella de Montgrí i L’Empordà (1700-1800) (Piera, 2008), la última gran historia no centralizada del mueble español, donde se abogaba por el microrrelato, en este caso con el estudio de muebles de varias comarcas catalanas y cuatro años desde la publicación de la primera monografía sobre historiografía del mueble español, Historia de la historia del mueble en España. Teoría, historiografía y corrientes metodológicas (1872-2011) (Fernández Paradas, 2016). Aunque entre medias de cada una de ellas se han publicado otros libros, capítulos y artículos, la edición de esas obras supone un punto de inflexión en las investigaciones sobre el mobiliario español, indicando cada una de ellas un cambio de tendencia importante con respecto al contexto en el que nació. El libro de Aguiló supuso un ingente esfuerzo por realizar una historia del mueble español lo más amplia posible, pero a su vez profunda y concreta, ofreciendo un amplio panorama sobre el mobiliario histórico español. Por su parte, la obra de Piera, puso de manifiesto la importancia de construir una gran historia del mueble español sumando desde el microrrelato, lo que viene a evidenciar las múltiples posibilidades que tuvo el mueble en los territorios de

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la Monarquía Hispánica, ofreciendo un panorama patrimonial envidiable para otros territorios. Finalmente, la última de las monografías mencionadas analiza cómo se han construido y creado las diferentes historias del mueble español, desde 1872 hasta 2011. A propósito de este último libro, habría que realizar un viaje hasta el año 1990 para encontrar un texto de naturaleza similar, aunque no de carácter monográfico. Nos referimos al capítulo publicado en 1990, en el catálogo de la exposición Mueble español. Estrado dormitorio por Moya Valgañón, bajo el título de “Un siglo de historiografía del mueble español” (Moya, 1990: 11-22), donde se estudiaron publicaciones editadas aproximadamente entre 1872 y 1979. En 2003, Aguiló realizó una revisión historiográfica sobre las publicaciones de historia del mueble español que, si bien no fue extensa, aportaba algunos títulos que no había citado Moya Valgañón en 1990. Pocas alusiones más podemos hacer sobre este tipo de estudios en el contexto español. Escribir sobre los que otros han escrito es un proceso lento y en cierta manera tedioso, compilar referencias bibliográficas, analizarlas y ponerlas en relación las unas con las otras es todo un arte, amén de una tarea totalmente necesaria para ofrecer visiones de conjunto sobre cómo se están realizando las aportaciones de una determinada materia, en este caso el mobiliario español. Este es principal objetivo de este texto: examinar desde una visión holística, lo más amplia posible, el panorama bibliográfico de la historia del mueble español de la época moderna, desde sus orígenes en el siglo xix, hasta la actualidad. Aunque se han intentado ser minucioso en la compilación de las referencias, la propia naturaleza de este tipo de estudios, siempre es inconclusa y siempre faltarán noticias bibliográficas por incluir, especialmente aquellas que no han tenido repercusión en otras historias, libros, capítulos, artículos y actas de congresos, los que están escritos en cualquiera de las lenguas oficiales de España y aquellas publicaciones, normalmente de carácter local, cuyas vaciados de índices no están disponibles en internet. La delimitación cronológica de las publicaciones sobre el mobiliario relativo a la época moderna viene marcada por la cronología del resto de los estudios contenidos en esta monografía. En la actualidad estamos viviendo un momento de auge de los estudios sobre el mobiliario del siglo xix, aún mayor sobre aquellos relativos al diseño de muebles en el siglo xx, cuyas metodologías y fuentes de estudio tienen

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que ser obligatoriamente diferentes a los de otras épocas, diluyéndose, por ejemplo, la importancia de los sistemas constructivos y el propio peritaje de estos muebles que, cuando se puede aplicar, es prestando atención a cuestiones diferentes a las que puede presentar un mueble del siglo xviii. Sirvan estas páginas para ofrecer un panorama lo más amplio posible sobre los modos de construir la historia del mueble español de la época moderna. Acontecimientos que marcaron la construcción de la historia del mueble en España A lo largo de la historia bibliográfica del mueble español podemos encontrar una serie hitos históricos que supusieron un punto de inflexión en la historia del mueble español. Salvo el caso de la Guerra Civil, como elemento negativo que dio al traste con las metodologías de década de los años veinte, y en general con la propia historia del mueble español, el resto de los acontecimientos históricos propuestos supusieron unos grandes avances en la producción bibliográfica del tema que nos ocupa. Desde 1872 a 2020 podemos establecer seis grandes acontecimientos históricos que marcaron el devenir de la historia del mueble español. Son los siguientes: • • • •

La fundación de la Hispanic Society (1904). La Guerra Civil española y la postguerra, años 1930 y 1940. La edición del Archivo Español de Arte (1940). La incorporación de los principales teóricos españoles a partir de 1970. • La creación de la Asociación para el Estudio del Mueble (2004) y la edición de su revista (el primer número se publicó en junio de 2005). • Publicación de la revista Res Mobilis (2012). La constitución de la Hispanic Society en 1904 hay que entenderla como uno de los primeros y principales impulsos que tuvo la historia del mueble español. Lo que en un primer momento fue la catalogación y el estudio de sus propias colecciones, posteriormente se convertiría en el análisis de piezas ubicadas en España. Dentro de los investigado-

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res circunscritos a la Hispanic Society hay que destacar a Byne1 (1915: 339-342) y Burr. Entre ambos hay un abismo metodológico. El primer era fotógrafo y se dedicó a realizar historias visuales del mueble español. Por su parte, Burr, como posteriormente veremos, fue una de las grandes renovadoras de las metodologías de estudio. La Guerra Civil española y la posterior postguerra, dieron al traste con el auge de las publicaciones sobre mobiliario español que se produjo en los años veinte, suponiendo también una ruptura desde el punto de vista metodológico, ya que a partir de este momento entrarán en juego las historias visuales del mueble español con Feduchi a la cabeza. La edición del Archivo Español de Arte por parte del Consejo Superior de Investigaciones Científicas a partir de 1940 supone uno de los grandes hitos de la historia del mueble español, tan solo superado por la fundación de la Asociación para el Estudio del Mueble en 2004. El primer artículo sobre mobiliario español fue publicado en 1942 (Pérez Bueno, 1942: 211-221), y desde entonces, continuamente se han visto textos sobre historia del mueble entre sus páginas. Además, la posterior vinculación de Aguiló con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas conllevará la publicación de trabajos de esta autora en la revista. Entre las décadas de 1950 y 1969 hubo un notable descenso de las publicaciones sobre mobiliarios español. Será a partir de los años setenta cuando tenga lugar la incorporación de diversos autores que serán la élite de la historia del mueble español en las décadas siguientes. Será también el decenio en el que se defienda la primera tesis doctoral en España sobre mobiliario, por parte del profesor Junquera, y la incorporación de nuevas metodologías de aproximación a la historia del mueble español. La fundación en 2004 de la Asociación para la Historia del Mueble es, junto con la edición de Archivo Español de Arte y la creación de la revista Res Mobilis en 2012, uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia del mueble español y uno de los que mayor percusión bibliográfica ha tenido. Desde la fundación de la Asociación, el incremento de las publicaciones sobre mobiliario y mobiliario español no hay parado de crecer, ya sea por medio de los artículos de su revista Estudio del Mueble, cuyo primer número apareció en 2005, o por la edición de monografías con aportaciones de diversos autores. 1.

Este autor realizó diversas publicaciones sobre la historia del mueble español.

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Desde 2012 se viene publicando por parte de la Universidad de Oviedo la revista Res Mobilis, que en la actualidad cuanta con diez números. La propia revista describe su ideario de la siguiente manera: Res Mobilis es una publicación científica pionera en España e Iberoamérica en investigación sobre mueble, diseño e historia de la decoración, tanto de España como del extranjero. Está dirigida preferentemente a la comunidad científica y universitaria, tanto nacional como internacional, así como a todos los profesionales del Arte en general2. […] Esta revista nace con la voluntad de llenar un vacío en el panorama de las revistas científicas en castellano relativas al estudio de las artes decorativas y el diseño. El grupo de investigación que lo apoya cuenta ya con una trayectoria sólida en este ámbito de investigación y quiere que esta publicación acabe convirtiéndose en una revista de referencia para el ámbito de España e Iberoamérica, sin excluir aportaciones procedentes de otras zonas geográficas. Se ha estructurado en tres secciones: una para artículos de cierto peso y extensión, la titulada “Notas”, que pretende centrarse en el estudio de ejemplos relevantes y una tercera concentrada en la necesaria recensión bibliográfica3.

Una historia que comienza a caminar, aproximaciones teóricas y metodológicas a la historia del mueble español Desde finales del siglo xix hubo un creciente interés por el arte español, y especialmente por las artes decorativas españolas, que llenaron las vitrinas de muchos museos de fuera de nuestras fronteras. Este interés por lo español4 supuso el estudio, sistematización y catalogación tanto de las nuevas colecciones como de las que se conservaban en España. Los inicios del interés por el mobiliario español están sujetos a estos contextos de internacionalidad. Aunque sea en 1872 cuando arranquen las publicaciones con peso sobre historia del mueble español, tenemos que mencionar algunas alusiones y textos anteriores, como, por ejemplo, los comentarios que hace Campomanes del tratado de Roubo, del 2. 3. 4.

https://www.unioviedo.es/reunido/index.php/RM/index. https://www.unioviedo.es/reunido/index.php/RM/index. El 18 de mayo de 1904 Archer Milton Huntington, fundaba The Hispanic Society of América.

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que España no fue ajena, Diccionario demostrativo con la configuración y anatomía de toda la arquitectura naval moderna; el Álbum enciclopédicopintoresco de las artes industriales publicado por Rigalt en 1857 o el texto de 1862 titulado “Armería Real. Muebles notables” (Fernández, 2016). A partir de este momento, en contra de la opinión generalizada, empezaremos a encontrar continuamente publicaciones relativas al mueble español. Con el fin de aproximarnos a estos 150 años de publicaciones sobre la historia de los muebles españoles, hemos establecido y categorizado, cuatro grandes etapas evolutivas en la creación y construcción de esta historia5. Las propias particularidades de la historia del mueble, sujeta a modos de hacer diferenciados territorialmente, amén del gran número de piezas conservadas, hacen que tanto la historia del mueble español como su construcción, sean de difícil aproximación. La ausencia del marcaje en el mobiliario histórico español tampoco ayuda en su estudio y compresión. Con el fin de clarificar estas cuatro etapas, hemos seleccionado una serie de monografías (Fecucho, 1969; Aguiló, 1993; Piera, 2008) que fueron paradigmáticas y que marcaron tendencias en la historia del mueble español6. Cada una de estas publicaciones fue realizada en un contexto histórico particular y sus metodologías o principios tuvieron bastante continuidad en el tiempo, de ahí la desigual distribución en cuanto a las cronologías7. 5.

Como antecedentes de trabajos que tratan la historiografía de la historia del mueble español, véase el texto de Moya Valgañón “Un siglo de historiografía del mueble español”, al que consideramos fuente básica para conocer las publicaciones que comprenden aproximadamente entre 1872 y 1979 (Moya, 1990). Véanse también Bartolomé, 2005: 477-480; Fernández Martín, 2007: 76-77; Sánchez-Lafuente y Cots, 2006:12-20; Fernández Paradas, 2016; 2013: 2-60. 6. A la hora de seleccionar cada una de ellas, se han tenido en cuenta los siguientes factores: la importancia de sus autores en la historiografía del mueble español; la productividad de sus autores; la acogida tanto del libro como del autor por parte de la crítica internacional; que tanto autores como libros se encuentren entre los más citados de la historiografía del mueble español; que las obras sean representativas de diversas corrientes metodológicas; que estén editadas en periodos diferentes, preferentemente distanciados en el tiempo; que abarquen un periodo relativamente amplio, pero bien delimitado de la historia del mueble. 7. Si tenemos en cuenta, por ejemplo, el libro de Burr, Hispanic furniture, from the fifteenth through the eighteenth century (1941), como modelo de metodología internacional aplicada durante el período de las obras clásicas, veremos que la misma se encuentra en un estado mucho más avanzado que las que se están desarrollando en España. Por esta razón, para cada una de las etapas se han considerado única y exclusivamente obras españolas.

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Etapa 1. La etapa de la “obras clásicas” 1872-1946. 2. El periodo de las “monografías” 1950-1969. 3. Período “moderno” 1970-2004. 4. Período de la “asociación” 2005-actualidad.

Característica Historias visuales del mueble8 Historias visuales comentadas9 Historias documentadas Micro-historias documentadas10

El periodo de las obras clásicas Entendemos como el periodo clásico11 de la historia del mueble español el que se desarrolló entre 1872 (Riaño, 1872), año de la primera 8. Las historias visuales del mueble se caracterizan por obras cuyo contenido suele ser habitualmente fotografías de muebles e interiores o dibujos y esquemas de mobiliarios. 9. Las diferentes tendencias oscilan básicamente entre aquellas obras que se mueven en el mundo de la dualidad y que responden a lo que “debería ser español”, y lo que se considera “nacional”, de tal o cual período tanto histórico como artístico. Podrimos definir esta tendencia, la primera de ellas, como una “historia visual” del mueble español, donde Feduchi estaría a la cabeza, en contraposición con esa otra “historia documentada” que Burr, Aguiló y Piera han escrito desde el punto de vista de la documentación, y donde, cuando se afirma que “esto es tal, de tal época y realizado en tal sitio”, lo es porque previamente ha habido un vaciado documental en el que se pone de manifiesto que en un lugar se documenta un determinado tipo de muebles, que se construyen y ornamentan de una forma concreta, y que, por lo tanto, formal, visual y documentalmente pueden adscribirse a un determinado foco de producción. En este sentido, el libro de Piera, la segunda de sus monografías, lo consideramos aquí como el culmen evolutivo de la historia del mueble catalán documentado, debido a lo preciso de sus afirmaciones y referencias, que no se detectan en los otros tres ejemplares. Queremos apuntar también que, aunque hemos situado el libro de Feduchi dentro de lo que hemos definido como “historia visual”, es importante dejar claro que no es un simple repertorio fotográfico de interiores y muebles españoles, que en parte lo es, sino que además es una herramienta de conocimiento que dispone de un texto explicativo. 10. Las microhistorias documentadas, tendencia que actualmente se está desarrollando, tiene como principal característica construir historias del mueble español a partir de los propios muebles. En las mismas se documentan muebles, documentos, autores y focos de producción. En este sentido, hay una evolución con respecto a la metodología aplicada por Aguiló en El mueble en España, siglos xvi-xvii, donde la autora no documenta los muebles, sino que los relaciona con las características que se extraen de los documentos. 11. Ángel del Río (1963: 297) en su historia de la literatura española, entiende “lo clásico como la capacidad de una obra de arte para conservar una significación viva

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historia del mueble español, y 1946, con la edición de la Historia del mueble de Feduchi. En 1879, tuvo lugar la exposición Les Arts Decoratifs en Espagne au Moyen Age et a la Renaissance (Davillier, 1879) en París, lo que vendría a suponer la incorporación de Francia a la materia. En 1908 y 1909 detectamos las dos primeras publicaciones estadounidenses que aluden a nuestros muebles. Impresos en Chicago y Nueva York, The Arts and Crafts of Folder Spain (William, 1908: 1-86) y Two Hundred Seating Furniture in Historical Styles, Photographic Reproductions from Rare and Characteristic Specimens of Chielfy English, French, Italian, Flemish, Spanish, and Partly Oriental Origin, from Original Photographs (Baroggio, ¿1909?) encabezaron la lista del número de publicaciones editadas en Estados Unidos. No se han detectado publicaciones en Canadá. De los dos libros citados, el primero ha sido habitual en los repertorios bibliográficos de mueble español, y de él Moya Valgañón apunta: “uno de los primeros manuales de arte español destinados a coleccionistas americanos dedicará un amplio apartado a las artes de la madera y con ella a los muebles” (1990: 13). El segundo, hasta el momento ignorado por la historiografía, es un repertorio fotográfico de asientos de varios países, entre los que se encuentra España. En este largo periodo historiográfico, encontramos las publicaciones que forman parte del ideario de la historia del mueble español, siendo pioneras en muchos aspectos. Entre ellas cabría mencionar los libros de Riaño y Montero Classified and Descriptive Catalogue of the Objets of Spanish Production in the South Kensington Museum with an Introduction (Riaño, 1872); Miquel y Badía (1987), Muebles y tapices. Segunda serie de cartas a una señorita sobre la habitación; Pérez Bueno (1929), El tesoro artístico de España. El mueble; Eberlein (1925), Spanis Interior-Furniture and Details from de 14th to the 17th Century; Burr (1941), Hispanic Furniture. With Examples in the Collection of the Hispanic Society of America, entre otros textos. Se trata de libros que configuraron el imaginario sobre el mobiliario español, perviviendo muchos de los conceptos anunciados en ellos hasta la actualidad. La mayoría de las aportaciones nacionales construyeron una historia del mueble imprecisa y poco rigurosa. En contraposición, las aportaciones en todos los tiempos y lugares, para todas las clases de la humanidad y para todas las edades de la vida”.

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internacionales como la de Burr, intentaron crear historias documentales al nivel de las publicaciones americanas o británicas12. Dentro de este periodo clásico hay que resaltar el importante impulso que dieron los autores foráneos, americanos, ingleses, franceses e italianos, por este orden, en la creación de la historia del mueble español entre 1872 y 1949, tanto en monografías como por sus aportaciones a catálogos de exposiciones. En la década de 1920, Byne y Erberlein publicaron sus respectivas monografías (Byne y Stapley, 1927; Eberlein y Ramsdell, 1930; Eberlein, 1925), que oscilaron entre el mobiliario y la decoración de interiores españoles de diferentes épocas. Mientras que, en España, los artículos editados en revistas españolas, en el mismo periodo, lo hacen en ediciones generalistas sobre arte, en el caso de las publicaciones internacionales, prácticamente todos, menos “Le Cabinet de platine de la Casa del Labrador à Aranjuez. Documents inédits” (Gastinel-Coural, 1994: 181-205), que apareció en una revista más general, fueron editados en revistas específicas dedicadas al mueble, las antigüedades o las artes decorativas, situación que pensamos que está relacionada con la amplia cultura anticuaria que países como Inglaterra o Francia atesoran. Ente los años 1910 y 1919, se publicación diversos artículos sobre mobiliario español en la revista Good Furniture, cuyo primer número data de 191413. Justo del año siguiente data la primera publicación sobre muebles españoles (Byne, 1915: 39-42). Durante estos años, los 12. Lo que hace realmente diferente e innovador al libro de Burr es su desarrollo metodológico. A diferencia de los repertorios de fotos habituales de las décadas anteriores, y todos aquellos trabajos “informativos” sobre el mobiliario español, el libro de Burr, pretende escribir una historia del mueble, desde el punto de vista de la documentación y la precisión de las afirmaciones que en él se realizan. No se mueve en el mundo de la ambigüedad de muebles que se consideran “españoles”, por tradición, porque los anticuarios lo dicen, o porque comúnmente es así aceptado o “porque yo lo digo”, expresión que, por lo demás, suele ser muy habitual entre los anticuarios. La autora, en la medida de lo posible, emplea una serie de recursos para documentar los muebles a lo que hace alusión. Entre ellos destacan: utiliza como fuente los archivos y las colecciones de la Sociedad; referencias a documentación y muebles tanto de colecciones europeas como americanas; referencia a manuscritos medievales y renacentistas; para situar los muebles dentro del contexto espacio/tiempo y en un determinado modo de vida doméstica Burr acude inteligentemente a las siguientes fuentes: novelas, pinturas de diversas épocas, documentación, documentación y estudios sobre los gremios, inventarios de bienes, cerámica (especialmente azulejos), esculturas… 13. Dato recogido del catálogo de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

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autores realizarán sus incursiones en la historia del mueble por medio de artículos científicos. Posteriormente, varios de ellos, como Byne (1915: 339-342) y Eberlein (1917: 28-34, 41-50, 77-85, 327-336) comenzarán a realizar monografías. Los textos publicados entre 1910 y 1019 suelen presentar pocas páginas y tratamiento del contenido genérico. Entre los años 1920 y 1929, además de varias monografías, hemos localizado diversos artículos, cuyos autores no realizaron más incursiones en la historia del mueble español en los años posteriores (Bevan, 1927: 87-97; Branscombe, 1929: 51-54; Ott, 1929: 43-45). En las décadas de 1930 y de 1940 despuntan los artículos de Symonds, referidos a las exportaciones de mobiliario inglés hacia España en el siglo xviii (Symonds, 1935: 337-342; Symonds, 1941). Durante los años comprendidos entre 1872 y 1969, es decir, aunando las dos primeras etapas, se publicaron más de 150 textos sobre la historia del mueble español, un número importante, si pensamos que tradicionalmente se ha considerado que la historia del mueble español pasaba por un total vacío historiográfico. Etapa de las monografías 1950-1969 Desde el punto de vista historiográfico los años que se extienden desde 1950 a 1969 están caracterizados por el desarrollo de la amplia bibliografía sobre el mueble de Feduchi. Son obras que se caracterizan por el manejo de poca documentación histórica y de pocos datos demostrados con fuentes. Destacan por la amplia inclusión de fotografías que, para el caso español, era toda una novedad. La década que transcurre entre 1940 y 1949 supone una contradicción total desde punto de vista de las historias del mueble editadas. En 1941 se publica el libro de Burr, que se encuentra a años de avances metodológicos con respecto a los textos de Feduchi14. A pesar de la importancia histórica de los textos de Burr y la repercusión de sus metodologías en los libros de Aguiló (1993) y Piera (1999), se trata de una obra poco citada entre los investigadores de la historia del mueble español. Diez años después de la edición de la monografía de Burr, en 1951, encontramos una mono14. Los textos de Feduchi fueron duramente criticados por González Palacios (1966).

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grafía cuanto menos curiosa que, aunque no versa en exclusiva sobre el mobiliario español, hace referencias expresas a muebles españoles, y de manera más específica al mobiliario de judíos españoles y portugueses, nos referimos a Treasures or a London Temple: A Descriptive Catalogue of the Ritual Plate, Mantles, and Furniture of the Spanish and Portuguese Jews’s Synagogue in Bevis Mark de Grimwade (1951). En contraposición a los libros de Burr, los textos de Feduchi marcaron el devenir bibliográfico español de las décadas de 1950, 1960 y 1970, siendo hoy en día uno de los autores más citados junto con Aguiló. Durante este periodo, gracias a los textos del marqués de Lozoya, encontramos las primeras alusiones al “estilo isabelino” (Lozoya, 1943: 29) o al “estilo alfonsino” (Lozoya, 1944: 28-31), un asunto que será muy importante para las historias futuras del mueble español, que seguirán abogando y definiendo estos y otros estilos. Las aportaciones anteriores a las de Lozaya concretaban alusiones genéricas al mueble español, pero no se aludía a algo propio o definitorio como es un estilo. Dentro de este periodo, es importante destacar el artículo de Symods “English Eighteenth Century Furniture Exports to Spain and Portugal” (1941), por ser un pionero que analizó la llegada de muebles extranjeros a España. De entre los libros publicados por Feduchi a lo largo de las décadas de 1950 y 1960 hay que reseñar la publicación en 1969 de El mueble español, una de las piezas fundamentales de esta época, con un largo uso durante las décadas siguientes como obra de cabecera. En la década de los sesenta hubo cuatro monografías foráneas importantes. La primera de ellas se publicó en 1961, Mobili Spagnoli (Baccheschi, 1961), dedicada al mobiliario español. Una de las más singulares de este periodo es la edición del texto de Fayet (1961), Meubles et ensembles. Epoque Renaissance espagnole. Se trata de un libro en el que se describen y dibujan los sistemas de construcción del mobiliario español del Renacimiento, siendo una fuente importante para el peritaje del mobiliario español. En 1965 vio la luz el pequeño texto de Ciechanowiecki, “The Eighteenth Century, Spain and Portugal”, que apenas ocupaba cinco páginas dentro del World Furniture. La obra es una de las más importantes de la historia del mueble y, por lo tanto, ha supuesto dar visibilidad internacional al mobiliario español. A medidos de la década, en 1966, se publica el libro de Álvar Gonzáles Palacios (1966) Il Mobile nei secoli. Paesi Bassi, Paesi Iberici, Russia, Paese Nordici, que recoge

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las críticas que anteriormente hemos mencionado sobre los textos de Feduchi. Acusando las influencias del libro de Fayet, en 1967, Noain publica otra obra que tiene por objeto describir e identificar los sistemas de construcción del mobiliario español de la época moderna. El libro Croquis y medidas de muebles de los museos Valencia de Don Juan, San Lorenzo de el Escorial, San Telmo, de San Sebastián, Arqueológico Nacional, Artes Decorativas, Fundación Tavera, Toledo (Noain, 1967) destaca por su interés didáctico. En paralelo a estas realidades, en 1951, en pleno periodo de las monografías, encontramos las primeras monografías y artículos sobre historia del mueble español escritas por mujeres. En estos incipientes momentos de la incorporación de investigadoras, la mayoría de los trabajos tendrán por objetos muebles relacionados con Madrid y la corte. Habrá que esperar a la década de 1970 para que los estudios realizados por mujeres comiencen a expandirse geográficamente. La primera mujer que elaboró un texto sobre historia del mueble español fue María Dolores Enríquez Arranz. Esta autora ocupara desde 1945 una plaza de conservadora en el Museo Nacional de Artes Decorativas, lo que le permitió tener a su disposición una de las mejores colecciones de muebles del país. Su primera monografía se publicó en 1951 con el título El mueble español en los siglos xv, xvi y xvii (Enríquez, 1951). Tres años después, en 1954, esta vez en formato artículo, dio a conocer en Goya el trabajo titulado “Seis arcones italianos en el Museo Arqueológico Nacional” (Enríquez, 1954), donde estudió estas piezas ofreciendo una visión holística de las mismas. Tras la incorporación de Enríquez Arranz, la siguiente mujer en entrar en escena fue Julia María Echalecu con dos importantes artículos, que aún hoy son de obligada consulta sobre el mobiliario realizado por los talleres reales. Se trata de los textos, “Los talleres de ebanistería, bronces y bordados” y “El mueble español en el siglo xviii” (Echalecu, 1955; 1957). En este mismo contexto Enríquez publicó otro artículo en 1958, titulado “Colecciones de muebles del Museo Nacional de Artes Decorativas” (Enríquez, 1958), donde profundiza en la amplia colección de muebles del museo. Entre los años 1950 y 1979 ocho mujeres realizaron publicaciones sobre mobiliario español, editando sus textos en las revistas más

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importantes de la época, Archivo Español de Arte, Goya y Reales Sitios. A partir de la década de los 1970, el panorama bibliográfico sobre la historia del mueble español comenzará a cambiar sustancialmente, ya que se incorporan historiadores que renovaran la historia del mueble español y se publicará la primera tesis española sobre esta temática. La etapa moderna de la historia del mueble español (1970-2003)15 Es uno de los periodos más relevantes de la historia de la bibliografía del mueble español. Se trata de un momento en el que la historia del mueble empieza a expandirse, acogiendo en su seno nuevos tipos de muebles diferentes. También se buscan nuevas maneras de construir su historia y se incorporan un importante elenco de autores. Será también un periodo en el que comiencen a crecer continuamente el número de publicaciones. Durante esta etapa, autores como Mainar, que ya había realizado textos en la etapa de las “obras clásicas”, convivirán con las primeras contribuciones de Junquera y Aguiló. Uno de los principales teóricos de la etapa fue Claret y Robira, pero sus aportaciones a la historia del mueble español, muy en consonancia con los modos de hacer de otras épocas, tuvieron poca trascendencia posterior. Dentro de la etapa, en pleno apogeo de los libros de Feduchi, se empiezan a superar las historias visuales comentadas, desarrollándose las historias documentas del mueble español. Los años comprendidos entre 1970 y 1979 sobresalen por las aportaciones de Claret Rubira (1957; 1975; 1974; 1973: 23-32)16, Mainar, Junquera (1979), Aragoneses (1978), Sánchez Cuenca (1979), y algunas monografías internacionales. Mientras que Claret y Robira sigue abogando por una visión nacional de la historia del mueble, Mainar apuesta por trabajar el relato particular catalán. Durante el periodo fueron objetos de interés dos grandes grupos de publicacio15. Véase “Los principales teóricos españoles” y “El período moderno de la historiografía del mueble en España (1970-2011)” en Fernández Paradas, 2016. 16. Además de los trabajos relativos al mobiliario español, Claret Rubira ha escrito varias obras que han tenido por objeto al mobiliario europeo, especialmente francés e inglés.

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nes, por un lado, aquellos trabajos cuyo objeto eran las tipologías (Junquera Mato, 1979; 1977: 170-171; Lavado y Castro, 1975: 219227; Pavón Maldonado, 1974; Rokiski Lázaro, 1979: 452-453; Ruiz Alcón, 1974: 28-36; 1973; Sánchez Cuenca, 1979; y Seco de Lucena, 1974), y, por otro, aquellos destinados a conjuntos de muebles conservados en espacios históricos (Alomar, 1972: 30 y ss.; 1972; Herrera, 1972, Junquera Mato, 1979; 1977: 170-171; 1976; 1975; Mainar y Escudero, 1976). Dentro de las contribuciones internacionales en este periodo cabe reseñar las siguientes obras: el trabajo de Gilbert, “Furniture by Giles Grendey for the Spanish Trade” (1971: 544-550), en la línea de los de Symonds, y el de Batári (1976: 51-65), el mismo que en 2000 escribiría el texto de la citada exposición celebrada en Hungría. En 1972, Alcouffe publicó los dos capítulos de libros probablemente mejor documentados de cuántos han sido editados por autores foráneos. Nos referimos a “Philippe IV d’Espagne”, y “Le style Charles IV” (Alcouffe, 1972). A partir de la década de 1980 se incorporarán a la producción bibliográfica autores con importantes aportaciones a la historia del mueble español, tales como Castellanos Ruiz, López Castán, López Álvarez y Graña García. Entre ellos hay que mencionar los textos de referencia que realizó Castellanos para la colección El Mundo de las Antigüedades, editando una serie de libros que aún hoy siguen siendo manuales de obligada consulta. Este mismo autor sistematizó los escritos conservados en dos importantes instituciones, el Museo Lázaro Galdiano y el Museo de Bellas Arte de Bilbao (Castellanos Ruiz, 1988; 1986: 143; 1984; 1985). Fue un decenio que, si bien aportó importantes publicaciones, destacó por lo reducido del número de monografías. Dentro de nuestras fronteras sólo se publicó El mueble clásico español de Aguiló (1982), donde se ofrece una visión del mueble español desde la antigüedad hasta la época moderna, incluyendo alusiones al mobiliario en las colonias. Otras obras del periodo fueron el texto de Katz (1986) Hispanic Furniture: An American Collection from the Southwest o el de Junquera (1982), Il Mobile. Spana. La década de 1990 supuso un auténtico revulsivo en la producción bibliográfica sobre mobiliario español. Se trata de una etapa que destaca por la importancia de la celebración de varias exposiciones sobre el

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mueble17, la aportación de la monografía de Aguiló (1993) y la apuesta marcada por la diversidad autonómica mobiliar con los textos de Massot relativos a las islas Baleares y los de Piera sobre Cataluña. Pocas son las obras internacionales que realizan alguna mención al mobiliario español (Scheepens, 1991). El periodo de la asociación 2004-2020 La incorporación de Mónica Piera a la producción bibliográfica sobre historia del mueble español en los noventa conllevó que años después se fundará bajo su amparo y gran capacidad de trabajo la Asociación para el Estudio del Mueble (2004). Como posteriormente veremos, se trata de uno de los hitos más importante dentro de la construcción de la historia del mueble español. Gracias a la Asociación y a su revista, se ha producido una dilatación en la historia del mueble español sin precedentes, incorporándose nuevos teóricos, ampliándose el repertorio tipológico objeto de estudio y fomentando los encuentros entre investigadores y mediante la publicación de monografías18. Dentro del periodo es importante resaltar una cuestión trascendental para la historia del mueble español. Se trata del paso dado desde la historia del mueble español a las historias del mueble español y los microrrelatos locales. Tenemos que pensar que desde el año 1993 con la edición del libro de Aguiló El mueble en España, siglos xvi-xvii, no se publica una historia del mueble español. La tendencia ahora, especialmente en el área de investigación catalana, es elaborar microhistorias 17. Una sobre el mobiliario popular canario; Mueble español. Estrado y dormitorio; moble català; las catires dels segles xviii i xix a Catalunya, o la exposición de muebles antiguos del Museo Nacional de Cerámica y Artes Sunturias. En relación a la exposición el Mueble español. Estrado y dormitorio, se trata de un libro que abogó por un relato documentado, aportando una amplia bibliografía e incluyendo una de las primeras revisiones historiográficas de la historia del mueble español. Las páginas del catálogo fueron escritas por los principales investigadores del momento, Rodríguez Bernis, Castellanos Ruiz, Aguiló Alonso y Junquera Mato. 18. Pascual i Miró, publicó cuatro trabajos (cinco con la introducción), en el Moble medieval a la Corona d´Aragó (2006). Aguiló, Castellanos Ruiz y Rodríguez Bernis repitieron en El moble del segle xvii a Catalunya i la seva relació amb altres centres europeus (2007), a todo esto hay que añadir a Piera Miquel. Aguiló, Rodríguez Bernis, Piera Miquel y Diás Quirós estuvieron entre los autores de El mueble del siglo xviii. Nuevas aportaciones para su estudio (2009).

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documentadas del mueble, donde las piezas se documentan por diversas fuentes y se definen los modos de construir, hacer y decorar los muebles en un espacio geográfico particular, construyendo historias fiables y seguras que parten de los propios muebles. Entre los años 2000 y 2009 han sido pocas las monografías publicadas en España. Entre los textos del periodo cabría mencionar: Orden y decoro. Felipe II y el amueblamiento del monasterio de El Escorial (Aguiló Alonso, 1993); Fernández Martín (2000), Los González Cañero. Ensambladores y entalladores de la campiña; Jordán Urríes y de la Colina (2009), La Real Casa del Labrador de Aranjuez; Llabrés Mulet y Pascual Bennsar (2008), L’album de la dormició de Jeroni Juan Tous; Márquez Hidalgo (2000), Los muebles del palacio de Viana. Estudio histórico artístico de los muebles de asiento; Piera Miquel (2008), Audacia i delicadesa. El moble de Torroella de Montgrí i L´Ampordà (1700-1800); o Valle Quesada (2004), El mueble tradicional en Gran Canaria. Entre las referencias al mobiliario español en las publicaciones internacionales, hay que reseñar el capítulo que en el 2000 publicó el prestigioso historiador del mueble Ferenc Batari, y que el catálogo de la muestra The Art of Furniture-Making from the Gothic to the Biedermeier. Europeam Furniture fron the 15th to the 19th Century in the Nagytétény Castle Museum, celebrada en Budapest, incluía algún capítulo dedicado al mobiliario español, donde la catalogación de los mismos es solo aproximada. Los muebles de los antiguos reinos, una herencia autonómica Desde el punto de vista de la producción bibliográfica sobre mobiliario, España presenta una situación disonante con países como el Reino Unido, donde en la actualidad se siguen escribiendo historias nacionales del mueble. La situación española se asemeja más a la italiana, donde cada uno de los antiguos territorios ha venido realizando sus propias historias del mueble. Para profundizar en la historia del mueble español, debemos de tener en cuenta que desde el año 1993, con la edición del libro El mueble en España. Siglos xvi-xvii de Aguiló no se publica en España una historia general del mueble español. Desde entonces, la tendencia historiográfica

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que se viene desarrollando es el relato de carácter autonómico en equivalencia a los antiguos reinos de la Monarquía Hispánica. Esta diversificación de la historia del mueble español nos permite tomar una conciencia mucho más amplia y profunda de los muebles que se realizaron en estos reinos, apostando por las particularidades y microhistorias locales. La distribución de las publicaciones por comunidades autónomas es totalmente desigual, situando a Cataluña como referente en las publicaciones de historia del mueble. Le seguiría Madrid, pero con la diferencia de que en los últimos años apenas se han acometido estudios sobre el mobiliario madrileño en cualquier de sus vertientes, la corte, El Escorial, etc. Les seguiría Andalucía y las islas Baleares. El resto del panorama es cuanto menos desalentador, poco sabemos del mueble en Castilla o Aragón. Cataluña, la creación de las microhistorias Como hemos mencionado anteriormente, Cataluña es uno de lugares con más solera y antigüedad en escribir historias de sus muebles, apostando por el relato autonómico o local desde hace bastante tiempo. Ciertamente, allí el mobiliario adquirió unas particularidades estilísticas y sociales propias19 que le han dado personalidad y han llamado la atención de los investigadores. La configuración de un régimen jurídico particular en el que los muebles tenían una gran importancia, la instrumentalización de la historia del mueble con un fin nacionalista20 y la creación de la Asociación para el Estudio del Mueble en Cataluña han sido un auténtico revulsivo bibliográfico. La historia del mueble catalán tiene su arranque en 191321, cuando comienzan a publicarse los primeros textos que evidenciaban las parti19. Para profundizar en el régimen patrimonial y la cuestión del mobiliario en la dote, véase Ripolls Drets y Creus Tuébols, 2009: 137-156; 2005: 22. 20. Por citar un ejemplo histórico con respecto a la Exposición Internacional del Mueble y Decoración de Interiores, celebrada en Barcelona en 1923, Moya Valgañón apunta que “el afán de nacionalismo equivocado trastornará en buena parte su objetivo, pues se plasma en interiores grandiosos falseados” (1990: 15); Fernández Paradas y Sánchez López, 2014: 1-20. 21. En esta fecha vieron la luz los textos de Folch i Torres, 1923; Gudiol i Cunill, 1913. Llama la atención que Cataluña presente dos monografías dedicadas al estudio de sus muebles en una fecha tan temprana como 1913. Pensamos que ello es síntoma de la tradicional importancia y aprecio que ha prestado el mobiliario catalán históricamente.

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cularidades de lo que allí se había realizado. Desde entonces, un buen número de autores han engrandecido la historia del mueble español con sus trabajos. La mayoría han sido escritos por autores catalanes, pero cabe mencionar que autores como Aguiló también han realizado investigaciones al respecto (Aguiló Alonso, 1992: 36-45), incluso en el caso de esta autora, una de sus primeras aportaciones fue sobre mobiliario catalán (Aguiló Alonso, 1974: 249-272). Los estudios de la historia del mueble catalán destacan por su minuciosidad y amplitud de temáticas y centros estudiados. Si fijamos nuestra atención en las tipologías, podemos encontrar un nutrido número de investigaciones relativas a las cómodas, en cualquiera de su pluralidad de opciones, los escritorios, las camas, las sillas, etc. Todo este ideario se concentra en la obra de Piera y Mestres (1999) El mueble catalán, donde se aboga por una interpretación social de la historia del mueble, en donde este es cronista de los entornos sociales en los que se inserta y donde evoluciona según las necesidades de cada momento. Se trata de un trabajo netamente documental, lo que se traduce en una de las historias del mueble más importantes escritas hasta el momento y que ha tenido una repercusión en publicaciones posteriores y la configuración del ideario sobre el mobiliario catalán. La tendencia actual en la historia del mueble catalán es apostar por las microhistorias locales o de ciertas áreas con caracteres afines. Barcelona (Marina, 1934: 13-19; Piera Miquel, 2000: 633-640; 2005: 12-15; 2007; 2008; 2009: 63-74; Roselló Nicolau, 2007-2008: 277-305), L’Empordà (Piera Miguel, 2006), Torroella de Montgrí (Piera Miguel, 2008), La Selva del Camp (Ripolls Drets y Creus Tuébols, 2009: 137156; 2005: 22), y Olot (VV. AA., 2004) han sido algunos de los emplazamientos sobre los que se ha estudiado en profundidad sus muebles. Entre todos ellos destaca la monografía de Piera, Audàcia i delicadesa. El moble de Torroella de Montgrí i L’Empordà (1700-1800), donde la autora estudia y clasifica en profundidad muebles conservados en L’Empordà, El Baix Empordà, L’Alt Empordà, y muebles de las comarcas de Girona y la Llombarda (Piera Miguel, 2008:145-247), en los que considera el mobiliario del siglo xviii, teniendo en cuenta tipologías, sistemas de construcción y decorativos. Esta obra, construida a base de documentar, con investigación de archivo, los muebles que se utilizan para construir el relato, hay que entenderla por su minu-

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ciosidad y certeza en las afirmaciones vertidas, como una de las más relevantes de la historia del mueble español22. Madrid, la corte y El Escorial, la diversificación de la historia del mueble Madrid en calidad de capital del Reino y sede de la corte, debería mostrar un panorama bibliográfico profundo en lo relativo a sus muebles, pero la realidad es que todavía falta mucho por hacer y se echan en falta monografías especializadas, al igual que las catalanas, que estudien sus muebles en profundidad. A lo largo del tiempo, el mueble madrileño se ha abordado teniendo en cuenta diversos conjuntos, favoreciendo unos y con pocos estudios sobre otros. El Escorial y los talleres de maderas finas La proyección arquitectónica de El Escorial en el siglo xvi supuso también que su ajuar, mobiliario y menaje se diseñaran en un estilo uniforme, creando una de las integraciones de las artes más representativas de España. Se da la circunstancia, en lo que respecta al mobiliario, que las piezas se conservan in situ, custodiándose además diseños y una abundante documentación de archivo. Esa privilegiada situación pronto llamó la atención de los investigadores. En 1963, Feduchi escribió un capítulo sobre el mobiliario del monasterio titulado “El mueble en las colecciones de El Escorial” (1963; 1968). Años después, en 2001, Aguiló editará una monografía en la que hubo un importante manejo de documentación histórica (Aguiló Alonso, 2001; 1899: 5466). Esta misma autora, también ha analizado las piezas de ebanistería alemana que llegaron al El Escorial (Aguiló Alonso, 1985). En España los estudios sobre ebanistas particulares son toda una rareza. Uno de los pocos casos que podemos mencionar es el de Torres-Peralta sobre la figura de Bartolomé Montalbo y sus aportaciones para el monasterio (1985: 425-432). En relación al mobiliario del El Escorial, entre los años 1920 y 1921, José María Florit (1920: 39-48; 1921: 302-307) publicó dos artículos en los que explicaba cómo se habían “reconstruido” los aposentos de 22. Para ahondar en la importancia de esta obra, véase Fernández Paradas, 2013: 1-22.

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Felipe II en el monasterio con muebles que procedían de diversos lugares. En 2015, Pérez de Tudela Gabaldón (2015: 115-136) estudió en profundidad todo el fenómeno de Florit y los muebles del palacio de los Austrias en el Real Monasterio de El Escorial. El Palacio Real y el Real Taller de Ebanistería Todavía no se ha realizado un gran estudio que le haga justicia a la importancia que tuvieron en el contexto del siglo xviii el Real Tallar de Ebanistería23. Las piezas conservadas en el ámbito de los palacios reales nos muestran un arte fino, elegante y sofisticado, amén de piezas de una extraordinaria calidad. En el año 1955 Echalecu hizo la primera y única publicación al respecto (1955: 237-260). Para encontrar informaciones sobre el Taller, especialmente sobre los muebles que en él se realizaron, tenemos que acudir a catálogos de exposiciones temporales. Un buen ejemplo es la que tuvo por título Carlos IV. Mecenas y coleccionista (2009), en la que podemos encontrar un buen número de muebles, con sus respectivas catalogaciones, procedentes del taller real24. Patrimonio Nacional, los Reales Sitios y sus muebles Patrimonio Nacional, en calidad de organismo encargado de custodiar y gestionar el patrimonio de la Corona, dispone entre sus fondos de miles de muebles repartidos por los palacios reales y los Reales Sitios, de todas las épocas y todos los estilos, lo que supone unas de las colecciones más importantes del mundo. Muchas de estas piezas están relacionadas con los talleres reales de ebanistería, pero otras son de procedencias muy diversas. Entre las investigaciones sobre estos muebles, cabe establecer tres grandes grupos. Por un lado, aquellos que estudian el fenómeno de las casitas reales y sus muebles (Junquera de Vega, 1968: 37-49), por otro, aquellos trabajos que se centran en la decoración y el mobiliario de diversos reyes españoles (Junquera Mato, 1975: 55-64; 1979; Ruiz Alcón, 1987: 33-40; Aguiló Alonso y López Yarto, 1989; Gastinel-Coural, 1994: 181-205; Jordán de Urríes y de la Colina, 2006: 42-55; López Espinosa, 2011: 97-112) y aquellos 23. El Taller comenzó a funcionar el 14 de febrero de 1763. 24. Entre los trabajos que han tenido por objeto el mobiliario del Palacio Real, podemos citar Junquera Mato, 1977:170-171; Benito García, 1993: 45-60; 1993b: 17-24 2001: 193-219; López Marsa, 1995.

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que versan sobre los diferentes oficios desarrollados en palacio (Nieves Soto, 2005: 105-153; López Castán, 2008: 127-142). La ebanistería madrileña La ebanistería madrileña tuvo que existir y ser bastante buena, pero su estudio apenas esta esbozado en la bibliografía sobre el mobiliario español. Habrá que esperar hasta el año 1991 para que Aguiló realizara la primera aproximación a la ebanistería madrileña en contextos diferentes a las piezas de los palacios reales y los reales talleres. En este año, dio a conocer dos trabajos sobre el mueble madrileño, “La cajonería de la Sacristía de la V.O.T. y la ebanistería madrileña del siglo xvii” (Aguiló Alonso y Barrio Moya, 1991: 357-364), y “Notas sobre la ebanistería madrileña en el siglo xviii” (Aguiló Alonso, 2001: 245275). El primero sitúa el mobiliario de la Venerable Orden Tercera, en el contexto del mobiliario madrileño del setecientos, mientras que el segundo es sobre todo un repertorio de maestros y documentos del siglo de la Ilustración. Justo un año después, Castellanos publicó un capítulo en un libro sobre la decoración de los palacios madrileños (Castellanos Ruiz, 1992). Por entonces, López Castán también elaboró un estudio sobre otro conjunto palaciego, en este caso, sobre los muebles del marqués de Yranda (López Castán, 1991: 131-158). A partir de aquí, pocas son las publicaciones que estudian muebles en sí. Uno de los artículos más interesantes es el de ese autor titulado “Transformación del espacio doméstico en el Madrid del siglo xviii: del oratorio y el estrado al gabinete” (Vega, 2005: 191-226). Se trata de un texto importante para comprender la ubicación de los muebles y cómo estos evolucionan en función de las necesidades de los propietarios. También ha trabajado en profundidad los gremios de ebanistas en Madrid (López Castán, 1998: 201-216). El mobiliario de las islas Baleares “En el siglo xviii se produce un continuo tránsito hacia Palma de muchas familias que vivían tanto en la periferia de la isla como en la península, e incluso en otros países, lo que fomenta un gran número de construcciones y la transformación de las grandes mansiones y, lógicamente, de su adorno interior (…) Para satisfacer las necesi-

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dades de toda esta nobleza que se muda en este periodo a la isla, se copiaban muebles de Italia o Francia, o bien se los traían ellos mismos” (Alarza, 2003: 58). De esta manera definía Alarza en 2003 la situación del mueble en las islas Baleares. Aproximarnos a su estudio, es una tarea compleja, porque en calidad de territorios insulares ubicados entre España e Italia, amén del periodo en el que Menorca fue inglesa, llegaron a ellos influencias que marcaron estilos propios. A esta situación hay añadir el uso de maderas locales para la realización de los muebles, algo que puede ser realmente esclarecedor para diferencias un mueble menorquín de uno inglés o con otras procedencias. En 1947 Alarza realiza una de las primeras aportaciones a la historia del mueble de las islas con un artículo publicado en la Revista de las Artes y de los Oficios bajo el título de “Lo popular y lo barroco en el mueble mallorquín” (Alarza, 1947). Desde estas fechas disponemos de varias monografías que han tenido por objeto el mueble en las islas Baleares. Las dos primeras son de la década de 1980 y con ellas se comienzan a asentar los conceptos básicos sobre el mobiliario en las islas (Habsburgo Lorena, 1980; Murray y Pascual, 1988-1989). Habrá que esperar hasta 1995 para encontrar un estudio minucioso y profundo sobre el mobiliario en las Baleares, abarcando además un periodo de tiempo bastante amplio (Massot Ramis D’Ayreflor, 1995). Dentro de las devociones de las islas tienen un gran significado e importancia la iconografía del Tránsito de la Virgen, que ha dejado numerosos ejemplos repartidos por diferentes iglesias del territorio. Lo interesante de la representación es que la Virgen se suele presentar acostada en un lecho, acompañada de importantes escenografías que realzan los conjuntos. Aquí caben dos opciones, o que podamos documentar la Virgen o que podamos documentar el lecho. En cualquier de las dos opciones, supone una fuente documental histórica muy importante para la construcción de la historia del mueble, y que no ha pasado desapercibida para los investigadores (Llabres Mulet y Pascual Bennsar, 2008; 2007: 28-30). En el año 2011 se publicó una interesante monografía de varios autores bajo el título de El moble a Mallorca. Segles xiii-xix. Estat de la questió (VV. AA., 2011). Se trata de un libro minucioso y muy didáctico que incluye explicaciones sobre diversos aspectos, tales como los

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acabados, los sistemas de construcción, las técnicas, las maderas, las decoraciones, etc., por lo que se trata de una herramienta importante para aproximarnos tanto a la historia del mueble en las islas, como en el resto de España. La última gran monografía del mueble en Mallorca se publicó en 2012 (Marqués Delgado, 2012). Si bien presenta unos estudios introductorios, es una historia visual del mueble mallorquín, donde las piezas presentan una identificación básica incluyendo una cronología general, medidas, materiales y estado de conservación. Unas de sus contribuciones más relevantes es la masiva acumulación de fotografías de gran calidad de detalles de muebles, algo que no es habitual en las actuales historias del mueble. Junto a estas monografías tenemos que tener en cuenta una serie de artículos, muchos de ellos aparecidos en la revista Estudio del Mueble, que, al modo catalán, están apostando por los microrrelatos (Coll, 2011: 67-78; Llabres Mulet y Pascual Bennsar, 2007: 28-30; Martí Palau y Canalda i Llobet, 2007:29-36; Llabres Mulet, 2009: 43-62; 2009b: 12-19). Andalucía, una historia con influencias moriscas Aproximarnos a la historia del mueble en Andalucía es una tarea ardua y complicada. La gran extensión que ocupa la actual comunidad autónoma hace complicado establecer unas pautas comunes de evolución en sus muebles. Todavía no existe una gran historia del mueble andaluz y apenas tenemos claro cuáles son las características esenciales de núcleos productivos como puede ser Ronda, donde se realizó un mobiliario de gran personalidad, a la manera de los portugueses o ingleses, pero empleando el nogal. A esta falta de sistematización, tenemos que añadir otras circunstancias, ya que, en localidades como Antequera, muchos de los muebles conservados fueron realizados por escultores y no por profesionales del mueble, lo que se traduce en uso de herramienta propias de los primeros, lo que dificulta una aproximación pericial desde de la historia del mueble. Uno de los asuntos que más ha llamado la atención de los investigadores del historia del mueble andaluz ha sido el mobiliario de la

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época de islámica y la taracea25, cuyo uso se perpetuó en el tiempo, especialmente en el área granadina. Como fuente de aproximación al mobiliario andaluz hay que citar los textos de Aguiló El mueble en España y el catálogo de la exposición sobre el Mueble español. Estrado y dormitorio. En el primero hay un minucioso capítulo sobre la taracea en el que se incluye un buen número de piezas hispanomusulmanas. En el catálogo del Mueble español se incluyeron varias piezas nazaríes, como las sillas de caderas de la catedral de Toledo, con sus respectivos estudios. El otro gran foco andaluz objeto de estudio ha sido el mobiliario de varias comarcas del área sevillana, especialmente de los municipios de Écija y Carmona, donde sus iglesias contienen importantes conjuntos de muebles. La mayoría de estos textos son de la profesora Fernández Martín, quien trabaja especialmente el mobiliario religioso, documentando un buen número piezas (2010: 49-55; 2010b: 209-230; 2009: 1-17; 2009b: 275-288; 2008: 57-75; 2005: 495-502; 2005b: 113145; 2004: 163-171; 2003: 293-305; 2000; 1999: 301-313; 1996: 45-55; 1994; 1992: 209-227; 1992: 205-214; 2016: 189-208). Que nosotros tengamos constancia, en la actualidad existen cuatro monografías sobre el mueble andaluz. Ninguna de ella ofrece una visión completa de la historia del mueble en Andalucía. Se trata de libros que versan sobre muebles conservados en alguna comarca o en algún edificio. De estas obras, dos han sido realizadas por Fernández Martín (1994; 2000), El arte de la madera en Écija durante el siglo xviii y Los González Cañero. Ensambladores y entalladores de la campiña. El tercero, de Márquez Hidalgo (2000), se titula Los muebles del palacio de Viana. Estudio histórico artístico de los muebles de asiento. Este libro estudia los estilos artísticos de las sillas conservadas en el palacio, no incluye un estudio crítico de las piezas. Con respecto a la última monografía a la que podemos aludir, es un libro de varios autores, titulado La catedral de Málaga y sus muebles. Historia de un patrimonio olvidado (Sánchez López, 2014). Es el primero realizado en España 25. Los estudios sobre la taracea se encuentran entre los más abundantes del panorama nacional: Gómez-Moreno Martínez, 2001; Gómez Espina, 1995: 12-22; Requejo, 1988; Ferrandis, 1940: 459 (uno de los primeros artículos destinados a estas cuestiones); Seco Lucena, 1974: 29; Aguiló Alonso, 2009: 417-424; Pavon Maldonado, 1974: 330-333; Rodríguez Domingo y Gómez Román, 1991: 27: 191-224; Torres Balbás, 1935: 437-442.

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que estudia en profundidad el mobiliario de un templo catedralicio. Incluye diversos capítulos que analizan el mobiliario de la catedral malagueña desde una visión holística, partiendo de una conceptualización patrimonial del mueble, sus usos y funciones litúrgicas, la importancia de la fotografía para estudiar el mobiliario catedralicio y un estudio crítico sobre todos los muebles de la catedral, denominado “La difícil historia de los muebles de la catedral. Rencores del pasado, miradas al futuro” (Fernández Paradas, 2014: 183-245) para el que se sistematizaron y peritaron uno a uno todos los muebles conservados en el templo. Para finalizar estas observaciones sobre mobiliario andaluz es importante mencionar los catálogos relacionados con la Andalucía barroca, donde entre sus páginas se incluyeron sendos capítulos sobre el mobiliario andaluz. En La imagen reflejada. Andalucía espejo de Europa, Fernández Martín acometió la primera investigación acerca del mueble andaluz en sus relaciones con Europa. Por su parte, Martín Morales, para el catálogo de Teatro de Grandezas, escribió “Lujo y austeridad en el ámbito doméstico sevillano del Barroco”, donde incluye varias páginas relativas al mobiliario, ilustrando el texto con piezas conservadas en colecciones andaluzas. Los muebles populares de Asturias y Canarias La historia del mueble asturiano viene caminando por unos derroteros totalmente diferentes al del resto de España. Un buen número de las publicaciones sobre los muebles del Principado han tenido por objeto al mueble popular y prácticamente nada se ha escrito sobre el mobiliario vinculado a la nobleza o la burguesía adinerada. Se trata, por lo tanto, de un fenómeno particular que solo tiene su equivalente en los estudios de los muebles canarios. En Asturias, como en Canarias, tuvieron que existir muebles de ebanistería y que probablemente presenten particularidades propias (Kruger, 1952: 109-123; López Álvarez y Graña García, 1986; Díaz Quirós, 2005: 127-140; Díaz Quirós, 2011: 13-46; Laca Menéndez de Luarca, 2011: 89-108). A diferencia del apelativo popular que suele acompañar a las historias del mueble asturiano, en las islas Canarias se suele sustituir el de

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popular por tradicional. Del mobiliario popular se ha afirmado que “estos modelos comienzan a repetirse sin apenas cambios ni influencias de modas y se mantienen dentro de la tradición pasando entonces a convertirse en modelos populares gracias a los carpinteros rurales” (Contreras y López de Ayala, 1972: 32). Mientras que Valle Quesada (2004: 141-144), en relación al mobiliario tradicional menciona a “aquellos tipos que, independientemente de su origen, se vinieron construyendo (…) durante un largo periodo de tiempo y se fueron desmarcando de sus modelos originales. Las formas y usos que fueron adquiriendo los convirtieron en nuevos muebles”. Cuando ojeamos el libro de Valle Quedasa (2004: 17) El mueble tradicional en Gran Canaria, ciertamente los muebles son diferentes a los de los textos asturianos, pero con la problemática de que entre las páginas del texto se encuentran desde muebles muy populares hasta muebles que no lo son tanto, como bargueños con taraceas o cómodas, lo que viene a complicar aún la aproximación conceptual de los mismos. En su monografía, Valle Quesada trabaja con una metodología extensamente desarrollada y minuciosa, que se sitúa entre las más elaboradas de la historiografía del mueble español. Las coronas de Aragón y Castilla, muebles sin historia Castilla y Aragón, vienen a escenificar una de las grandes contradicciones de la historia del mueble español: sus muebles de encuentran entre los más relevantes de dicha historia, pero no hay ningún estudio que los haya afrontado en su conjunto. Todas las obras de historia del mueble español incluyen entre sus páginas muebles y comentarios sobre las producciones en los dos reinos, pero no hay historias específicas. La mayoría de los comentarios que podemos encontrar son sobre los bargueños, que ciertamente tienen particularidades propias en ambos territorios. Los pocos trabajos existentes son relativos al mobiliario rústico, los interiores y la vida doméstica o arquetas (Wilmes, 1947: 179-224; Abad Zardoya, 2003: 375-392; 2004: 409-425). La marquetería aragonesa es también un tema habitual en los libros de historia del mueble español. En este sentido, una de las aportaciones más importantes son las de Aguiló en El mueble en España (Aguiló Alonso 1993: 13-368).

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Castilla presenta un idéntico panorama al de Aragón en lo que respecta a sus muebles. Sus muebles, y sus bargueños, están por todos lados, pero todavía no hay ninguna investigación que realice la historia del mueble Castellano (Castellanos Ruiz, 2007: 82-90; Junquera Mato, 1999: 289-681; Payo Hernaz y Nieto Plaza, 1998: 69-101). Una vez más, el libro de Aguiló es de obligada consulta para vislumbrar con cierta claridad la historia del mueble en Castilla, especialmente en lo relativo a los escritorios, sobre los que la autora resalta los siguientes focos de producción (Aguiló Alonso, 1993: 13-368): • Escritorios de talla plateresca y figurada. Castilla. • Escritorios del norte de Castilla con taracea flora y geométrica, siglo xvii26. • Escritorios de Salamanca. Las historias de otras comunidades Hasta el momento, hemos podido analizar cómo Cataluña, Madrid, Andalucía y las islas Baleares cuentan con un buen número de estudios que presentan aproximaciones al mueble, y cómo los casos de Castilla y Aragón son cuanto menos trágicos. A partir de aquí, el panorama del resto de las comunidades autónomas es poco más claro que los castellanos y aragoneses. En relación al País Vasco, sus muebles cultos o nobles, todavía no se han estudiado ni sistematizado. Al igual que otras publicaciones relacionadas con la zona del norte español, ha habido cierto interés por el mueble popular (Bustillo Merino, 2002: 581-587; Colas, 1925). En lo que respecta a Murcia, tampoco hay textos específicos que hayan tenido por objeto sus muebles. Es una historia aún sin construir. Existe una monografía de Aragoneses que analiza el mueble popular murciano en un contexto muy particular, de 1866-1933. Por su parte, Gómez Piñol (1970) ha examinado las cajoneras de la sacristía de la catedral de Murcia y sus relaciones con Jacobo Florenti-

26. “A lo largo del siglo xvii se dan en la zona entre Burgos, Santander y la Rioja” (1993: 102).

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no. Además de estas dos monografías, solo podemos citar un artículo relativo al mobiliario murciano del siglo xviii, donde se realiza un gran vaciado documental en relación al mueble, pero cuyos datos no están cruzados con muebles conservados (Nadal Iniesta, 2006: 93-103). A diferencia de Castilla León y Aragón que son dos comunidades cuyos muebles se dejan ver habitualmente en la historia, el mueble valenciano es un gran desconocido para el gran público, incluso de los investigares especializados. La mayoría de los artículos disponibles, cuatro, son del mismo autor, Carlos Soler D’Heyer, quien ha trabajado el mobiliario desde diferentes aproximaciones como son el mobiliario del Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarios, las cómodas valencias y muebles de dos cuerpos (Soler D’Heyer de las Deses, s. f.: 74-82; 1991; 2003a: 44-48; 2003b: 46-53). En 1988, en la Universidad de Valencia, se defendió una tesis doctoral que tuvo por nombre Evolución del mueble valenciano en relación con las viviendas y sus plantas arquitectónicas: Valencia, 1881-1939 (Martínez Torán, 1998). En cuanto al reino de Valencia, cabe mencionar una pequeña separata del año 1933, titulada “El mueble valenciano”, que viene a situar a la comunidad como una de las primeras que tuvo interés por la historia de sus muebles (Martínez Ferrando, 1933: 401-456)27. Con respecto a las comunidades de Extremadura y La Rioja, en la línea que venimos trazando, han tenido poca repercusión en la producción de bibliografía sobre sus muebles. En relación a La Rioja solo hemos localizado un capítulo de un libro titulado “El arte mobiliar” (Moya Valgañón, 2005: 199-208). Por su parte, en el caso extremeño, hay que mencionar un capítulo de un libro denominado Santuaria, muebles y enseres del Badajoz del siglo xvi (Guerra, 1980: 445-448), donde se realizan alusiones al mobiliario del siglo xvi en Badajoz, y una exposición celebrada en 2004, de la que se editó un catálogo, y que acogió una selección de unas setenta piezas de entre los siglos xvi y al xx. Todas las piezas de la exposición fueron de carácter popular excluyéndose muebles nobles o de ebanistería (VV. AA., 2004). 27. En el catálogo de la biblioteca valenciana aparece catalogado como monografía, pero detallando que es una separata.

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El mueble español de la época moderna en los últimos diez años Las aportaciones de la revista Estudio del Mueble a la historia del mobiliario de la época moderna en la última década La revista Estudio del Mueble sigue siendo el medio más importante que tiene la historia del mueble en España para su difusión. Desde su primer número en 2004 han sido muchas y variadas las aportaciones que se han realizado. A lo largo de los últimos años se constata en la revista un incremento de los artículos que versan sobre el mobiliario de los siglos xix y xx, y una menor presencia de los que tienen por objeto el mueble de las épocas anteriores. En la revista siguen predominando las publicaciones que tienen por objeto al mobiliario de Cataluña de diversas épocas y tipologías. Desde el punto de vista de los textos sobre el mobiliario de la época moderna28, podemos destacar un gran grupo que trata tipologías del mueble y un par de artículos que versan, uno sobre un libro de exámenes de mueblistas del siglo xviii (Ordóñez Valdés y Piera Miguel, 2017: 14), y el otro sobre la evolución del mobiliario y los interiores domésticos en Barcelona entre los años 1600 y 1700 (Lecina, 2013: 18-22). Considerando las contribuciones que tratan sobre tipologías específicas, encontramos una gran variedad de textos sobre tipologías clásicas como las cómodas o las arcas, o aquellos textos que abogan por expandir los límites clásicos de la historia del mueble. En la última década, y relativos a la época moderna hay dos artículos que analizan muebles poco prolíferos en las historias del mueble. Uno de ellos versa sobre reclinatorios populares (Alfaro Martín, 2016: 2124), mientras que el otro, titulado “Andadores infantiles populares: diferentes modelos en una colección privada” (Alfaro Martín, 2017), examina la relevancia y evolución de los andadores a lo largo del tiempo, mencionando interesantes ejemplos de la época moderna. Con respecto a las tipologías habituales en las historias del mueble, encontramos dos artículos que analizan cada uno unos bancos específicos (Alpont Millet, 2018: 11-27; Piñel Sánchez, 2013:17). Entre ellos, el titulado “Dos 28. Solo se mencionan artículos relativos al mobiliario de la época moderna.

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bancos con respaldar colchados” versa sobre dos bancos realizados en 1605 para la capilla mayor del Real Colegio Seminario de Corpus Christi de Valencia. El artículo es prácticamente la única aportación de los últimos años sobre el mueble valenciano. El otro se dedica a una tipología común de bancos de descanso en Castilla. Uno de los grupos más amplios de estudios en los últimos años son aquellos que han tenido por tema a las camas. Disponemos de tres artículos bastante divergentes entre sí. El primero de ellos es un trabajo minucioso y holístico de una cama de pilares del siglo xvii. En el mismo no solo se identifica el contexto productivo, sino que además contiene una catalogación crítica de la pieza (Piera Miquel et al., 2016: 10-19). En un punto totalmente opuesto al anterior, por la naturaleza del mueble, se sitúa el texto “Una cama montañesa en una colección madrileña” (Alfaro Martín, 2014: 26-29), donde se pretenden poner en valor este tipo de piezas. Finalmente, con motivo de la apertura de los dormitorios reales en el palacio de Pedralbes Piera Miquel presentó en 2012 una investigación sobre la cama de la reina Victoria Eugenia, realizada hacia 1790 (Piera Miquel, 2012: 14-15). Las arcas catalanas son uno de los muebles con más solera, personalidad y peso en la historia del mueble catalán. Son piezas importantes que ocupan buen número de páginas entre los libros y artículos de mobiliario. En los últimos años, la revista Estudio del Mueble ha incluido dos textos que abordan estas tipologías, los dos en el mismo número, y los dos relacionados con arcas con pinturas (Pascual i Miró, 2014: 16-21; Creus y Domedel, 2014: 22-25). Aunque dentro de las referencias recogidas en esta construcción historiográfica no se han tenido en cuenta las fichas calcográficas, un material de un gran valor para los historiadores del mueble, recogidas entre las páginas de la revista, no queremos dejar de mencionar el estudio crítico sobre una cómoda mallorquina del siglo xviii, ya que desglosa la pieza con una importante minuciosidad (Creus Tuèbols, 2014: 32-34). En relación a Mallorca, la revista ha publicado otro texto, en este caso sobre el bufet (Llabrés, 2011: 22-25). Sobre armarios, en los últimos años solo se ha incluido un texto referido a esta importante tipología, denominado “L’Armari dels Privilegis i Actes de la Ciutat de l’Arxiu Municipal de Lleida” (Creus Tuèbols, 2013: 23-28). Es un trabajo multinivel que incluye documentación histórica, usos, funciones, decoraciones y el aparato técnico.

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Finalmente, entre las tipologías analizadas entre el corpus de artículos, hay que mencionar dos estudios, también en el mismo número, que versan sobre los escritorios de salamanca conservados en el Museo de las Artes Decorativas de Barcelona (Piera Miquel, 2012: 18-23; Martín i Ríos, 2012: 24-26). En relación a este corpus de publicaciones cabe reseñar su relevancia ya que se trata de textos específicamente de historia del mueble y que estudian muebles y no cuestiones relacionadas con la decoración, la evolución de los interiores domésticos, etc. Muchas de las publicaciones que vamos a mencionar en el siguiente epígrafe, no versan específicamente sobre muebles conservados, sino sobre cuestiones paralelas. El mueble español de la época moderna en la última década. La multiplicidad de los puntos de vista En las aportaciones anteriores hemos podido comprobar cuáles han sido las aportaciones que ha realizado la revista Estudio del Mueble a la bibliografía sobre el mobiliario de la época moderna en los últimos años. Pensamos que el conjunto de artículos editados por la revista tiene suficiente entidad como para dedicarle un epígrafe al completo. Además, todos son especialmente sobre mobiliario, en los que se analizan muebles, algo que es un rasgo definitorio en muchas de las publicaciones que vamos a mencionar a continuación donde no siempre se estudian muebles conservados y sobre ellos se construye un relato. Desde el punto de vista de las monografías de los últimos años, cabe mencionar que pocas son las aportaciones individuales. De autoría única, podemos mencionar el texto de Aguiló (2018) Escritorios y bargueños españoles, que pasa por ser una de las pocas visiones amplias del mueble español en su conjunto y el libro de Fernández Paradas (2016) Historia de la historia del mueble en España. Teoría, historiografía y corrientes metodológicas (1872-2011), la primera monografía publicada en España sobre la historiografía del mueble español, analizando gran número de textos sobre mobiliario español, publicadas desde 1872 hasta 2011. En esa obra se analizan autores, producciones, metodologías, tipologías, aportaciones foráneas, etc., lo que supone una herramienta fundamental para conocer desde una

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visión holística, cual y cómo ha sido la construcción de la historia del mueble español. De las siguientes cuatro monografías que comentaremos, dos son colectivas y con temáticas diferentes. Nos referimos al libro De la exquisitez a lo cotidiano (Creus Tuébols, 2015) y a Diseño de interiores y mobiliario. Aportaciones a su historia y estrategias de valoración (Sauret Guerrero, Rodríguez Ortega y Sánchez-Lafuente, 2014). En relación al segundo, los primeros capítulos están destinados al mobiliario de la época moderna bajo diferentes perspectivas (Aguiló Alonso, 2014-21-41; Aranda Bernal, 2013: 61-87; Sánchez López, 2014: 89-123; Morales Folguera, 2014: 125-147; Serrano Estrella, 2014: 149167; Sauret Guerrero, 2014: 169-207; Martínez Alcázar, 2014: 209-223; Martín López, 2014). Las otras dos tratan temas especializados, una sobre el mobiliario del siglo xvi, y sus relaciones con cuestiones científicas (VV. AA., 2014)29. Finalmente, la obra La catedral de Málaga y sus muebles. Historia de un patrimonio olvidado (Sánchez López, 2014), que es la única editada en el periodo que estudia un conjunto de muebles, en este caso de la catedral de Málaga, desde una visión holística. Desde el punto de vista de los artículos y capítulos de libros30, se denotan tres cuestiones importantes, textos de investigadores del mueble que ya han realizado aportaciones en las décadas anteriores, como Abab Zardoya (2012: 42-58; 2016: 21-46), Aguiló (2014: 383-392; 2015), Creixell (2016), Creus Tuebols (2010), Díaz Quirós (2013: 180-181), Fernández Martín (2015: 145-153), Morera Villuendas (2015: 1287-1299), Piera Miquel (2012: 159-76; 2017: 1568-1612) y Rodríguez Bernis (2016: 75-89); estudios que tienen por objeto muebles conservados y otros que construyen la historia del mueble desde 29. Los diferentes capítulos que componen el texto son los siguiente: Piera Miquel, Mónica: “¿Dónde guardar? En arcas, armarios y cómodas”; Macías, Guadaira: “Algunes caixes i armaris del MADB: una aproximació històrica i tècnica a les seves pintures”; Paret, Pep: “Estudi cientificotènic de la col lecció de caixes de núvia i armaris dels segles xv i xvi del Museu del Disseny de Barcelona”; Ceballos, Laura: “Estudio, conservación montaje de la cojonera de la sacristía de Murcia, obra del siglo xvi”; Pascual i Miró, Eva: “Una introdución als mobles policromats en la producció de mobles a Catalunya durant el segle xvi”; Bastardes, Teresa: “Les coleccions de mobiliari a la seu del Museo del Disseny de Barcelona”. 30. Los datos mencionados, siempre hay que entenderlos como aproximados, y nunca como el total de publicaciones realizadas en el periodo.

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otras fuentes como los vaciados documentales (Sanz de la Higuera, 2011: 389; 2013: 139-161; 2014; 2017: 347). Se trata de las principales figuras de la historia del mueble actual y sobre los que gira la historia del mueble español, prácticamente desde los 1990 hasta la actualidad. Respecto de la incorporación de nuevos investigadores, la tres referencias que podemos citar están vinculadas a la revista Res Mobilis, tratándose temáticas de diversa índole, como el mobiliario de familias hidalgas (Alonso Aristizábal, 2014: 104-118), las cajoneras de la sacristía de Orihuela (Cecilia Espinosa y Ruiz Ángel, 2018: 49-64) o ebanistas mallorquines (Pou Amengual, 2020: 47-74). De lo anterior podemos denotar que se echan en falta nuevas monografías que sigan profundizando en los muebles de los antiguos reinos que configuraron España, o aquellos que analicen los de las actuales comunidades autónomas. En esta última década, salvo los estudios incluidos la revista Estudio de Mueble, especialmente en las fichas críticas de piezas, no se han realizado nuevos estudios sobre los sistemas constructivos y técnicos del mobiliario español, ni de las tapicerías, que tan importantes son para poder peritar los muebles. Conclusiones En el año 2013, haciendo nuestro el arte de los bibliotipógrafos, tuvimos la oportunidad de publicar un extenso repertorio de referencias bibliográficas, unas 50 páginas, sobre historia del mueble español. En aquel entonces, intentamos ser minuciosos en la compilación de las referencias, pero cualquier repertorio bibliográfico (Fernández Paradas, 2013: 2-60) es, por su propia naturaleza, siempre una fuente inacabada, especialmente cuando las historias se escriben en publicaciones locales, de más difícil acceso, y están escritas en cualquiera de las lenguas oficiales de España. Posteriormente, en 2016, tuvimos la oportunidad de editar la primera monografía31 sobre la historiografía del mueble español (Fernández Paradas, 2016). Esta contribución, aunque se ha intentado circunscribir a los estudios relativos al mobiliario de la época moderna

31. Anteriormente se habían realizados diversas publicaciones al respecto en capítulos de libros y artículos.

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español, nos ha permitido aproximarnos al estado actual del arte, y conocer qué se ha publicado, cómo y dónde. La primera conclusión que hemos podido extraer es que la historia del mueble español, entendida como una, unida y grande, es algo que está en peligro de extinción. La tendencia sigue siendo la misma que apuntamos en 2016, una descentralización de la historia del mueble español repartida por estudios que emanan de las comunidades autónomas, cuyo pilar fundamental se sitúa en Cataluña y sus historias documentadas del mueble español. La segunda conclusión es que la mayoría de las publicaciones actuales sobre mobiliario español son de investigadores que vienen publicando desde los años noventa o desde las décadas anteriores. En tercer lugar, es importante mencionar que, dentro del corpus de publicaciones analizadas, hay que distinguir entre aquellas que estudian muebles conservados, desde diferentes puntos de vista, y aquellas que realizan estudios del mueble, pero sin analizar muebles conservados. Lo más recomendable sería que los vaciados documentales se casaran con los muebles conservados en espacios concretos, lo que nos permitiría extraer datos concluyentes sobre los sistemas de construcción, las maderas, la evolución de las tipologías, etc. Finalmente, no queremos dejar de aludir a falta de investigaciones que analicen los sistemas técnicos y constructivos del mobiliario español, básicas para poder construir la historia del mueble español. De poco sirve estudiar y documentar muebles conservados, sino podemos saber cuál es el estado actual de esos muebles y qué partes son originales y cuáles son añadidos posteriores. El peso actual de este tipo de estudios está recayendo sobre la Asociación para el Estudio del Mueble, es una temática a la que el conjunto de investigadores debería prestar atención. Bibliografía Abab Zardoya, Carmen (2003): “El estrado: continuidad de la herencia islámica en los interiores domésticos zaragozanos de las primeras cortes borbónicas (1700-1759)”, en Artigrama, n.º 18, pp. 375-392. — (2004): “La vivienda aragonesa de los siglos xvii y xviii. Manifestaciones del lujo en la decoración de interiores”, en Artigrama, n.º 19, pp. 409-425.

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Genealogías residenciales y movilidad social. Casa, familia y trayectorias de “los que poco pueden” en la España centro-meridional, 1752-20181 Carmen Hernández López Universidad de Castilla-La Mancha Francisco García González Universidad de Castilla-La Mancha

Introducción El estudio de la casa y de la familia se está consolidando durante estas dos últimas décadas como uno de los temas de mayor interés dentro de la historia social. Con planteamientos historiográficos y metodológicos renovados2, su estudio está contribuyendo, sin duda, al análisis de la desigualdad y de la movilidad social. Una perspectiva, con todo, en la que aún queda mucho por hacer. Como espacio vivo, no es la dimensión arquitectónica de la casa la que le dota de su auténtico valor social, sino aquellos que la habitan. Pero a veces se olvida que la casa es un espacio en movimiento y no solo en función de un determinado sistema de herencia como el igualitario en Castilla. Forma parte de las trayectorias de las familias y de los individuos que la conforman y, en consecuencia, hay que 1. Esta publicación es parte de los proyectos de I+D+i “Familias, trayectorias y desigualdades sociales en la España centro-meridional, 1700-1930” [Referencia HAR2017-84226-C6-2-P] y “Familia, dependencia y ciclo vital en España, 1700-1860”, [referencia PID2020-119980GB-I00] financiado por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/, ambos dirigidos por Francisco García González (Universidad de Castilla-La Mancha) y Jesús M. González Beltrán (Universidad de Cádiz). 2. Para abundar en nuestros planteamientos teóricos y en la cuestión de las genealogías residenciales, véase García González (2017a, 2021). Sobre la casa desde la perspectiva de la historia social, Hernández López (2013) y Franco Rubio (2009).

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incidir en la importancia del tiempo y su influencia en los ritmos de relación entre el espacio construido y el social (García González, 2017a: 46). Si la casa es mucho más que una idea (Rybczynski, 1989) y que las paredes que la levantan, también la familia se extiende más allá de los muros que la delimitan (Sarti, 2003: 57-59). Es imprescindible superar los tópicos derivados de la idea de la familia nuclear y las interpretaciones que vinculaban residencia, autonomía e independencia. A lo largo del texto expondremos diferentes ejemplos que confirman cómo la misma versatilidad de la casa expresa lo inestable de las propias categorías con las que operamos (Birriel, 2017:10). En este sentido, de acuerdo a esa necesidad de imprimir movimiento al estudio de la casa, tradicionalmente considerada como algo estático y atemporal, con nuestra investigación trataremos de conjugar en la larga duración el análisis de genealogías familiares, cambios constructivos y espacio residencial como expresión de los procesos de movilidad social y laboral de sus moradores. El territorio elegido para desarrollar nuestra investigación es la zona que hoy conocemos como la comarca del Campo de Montiel de la provincia de Albacete, en la región de Castilla-La Mancha. Para alcanzar nuestros objetivos seguiremos la trayectoria concreta de una casa situada en la villa de Balazote y de las familias que giraron en torno a ella desde mediados del siglo xviii hasta la actualidad. Familias de gente corriente, de mozos sirvientes, jornaleros y pequeños propietarios, muy alejadas de los grandes linajes y grupos de poder cuyo seguimiento suele concentrar la atención de la historiografía. Nuestro texto se divide en tres partes. a) En primer lugar, nos aproximaremos a las bases estructurales de la zona de estudio. Por un lado, a partir de los tipos de vivienda y de los hogares que la componen; y por otro, analizando las características socio-profesionales de sus habitantes. Aspectos fundamentales para el conocimiento de las estructuras familiares y laborales que sustentaban las diferencias sociales en el territorio elegido. b) En segundo lugar, establecido el marco estructural, centraremos nuestro interés en el estudio de una casa concreta como modelo

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emblemático que resume el perfil sociológico más generalizado de la zona abordándola en su doble dimensión, como realidad constructiva y material, y como espacio doméstico del hogar y de los componentes que la ocuparon desde su construcción. c) Por último, interrelacionaremos la casa con la genealogía de sus moradores con el objetivo de visualizar las trayectorias de los individuos y de sus familias al compás de las variaciones y transformaciones constructivas de la vivienda como mejor expresión de los procesos de cambio y movilidad social en el tiempo. Un modelo constructivo y residencial definido. Casa, hogar y desigualdad social en La Mancha oriental Las características de la zona de estudio la conocemos bien desde mediados del siglo xviii gracias al Catastro del Marqués de la Ensenada y a otro tipo de fuentes fiscales y municipales (Hernández López, 2013). Desde el punto de vista constructivo3, las casas eran muy sencillas, sin alardes decorativos. Sus paredes de tapial mostraban las tonalidades de los materiales pobres con los que fueron construidas: piedra, arena, yeso, madera y cal. Elemento este último con el que desde finales del siglo xviii se fueron cambiando esos tonos terrosos por el blanco puro al blanquear con ella muros y paredes exteriores, en parte para ocultar la pobreza de los materiales de entorno, pero también como una medida de desinfección. Hablamos de casas corrientes, propias de los grupos más numerosos de la población manchega: jornaleros, labradores, sirvientes y pequeños artesanos, sobre todo. En general, las viviendas disponían de corrales, caballerizas, cuadras, graneros y patios, espacios que permitían guardar aperos, sembrar hortalizas o, en su caso, instalar la fragua o trabajar con los telares. Es decir, eran espacios domésticos y labora-

3. Sobre la arquitectura popular manchega, véanse Flores (1973), Fisac Serna (1986) y Feduchi (1984). También sobre la casa manchega, Hoyo Sancho (1951), Jerez (2004) y García González (2005). En general, sobre la arquitectura doméstica, Blasco Esquivias (2006) o Nicolás Gómez (1994). Junto a trabajos sobre tratadística y distribución de la vivienda (Martínez Medina, 1994) o sobre la organización del espacio doméstico (Blasco Esquivias, 2017), hay que añadir la perspectiva de género, como Birriel (2015) para la edad moderna.

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les, viviendas multifuncionales que funcionaban como una prolongación del espacio de trabajo. Como vemos en el Cuadro 1, las casas, con todos los elementos que hemos comentado, eran grandes en extensión. En 1752, según el Catastro de Ensenada, las viviendas de la comarca tenían una dimensión media de 201 m2. Como es obvio, este promedio ocultaba realidades muy diferentes y si no tuviésemos en cuenta los 603 m2 de las casas de la élite, la superficie media de la vivienda sería de 157 m2. Cuadro 1 Superficie media de las casas propias de cabezas de familia por categorías socio-profesionales en el Campo de Montiel albacetense, 1752 GRUPO Artesano Comercio Clero Elite Jornalero Labrador Mujeres Profesión liberal Sirvientes Otros Total Total media

Número de casas  231   56   61   85  283  437  293   39  174   89 1748

Superficie media en m2  129,8  168,8  165,8  603,8  104,8  223,8  167,8  220,8  115,8  124,8 2018,8  201,8

Renta media en reales  62,5  60,5  99,5 173,5  49,5  82,5  52,5  90,5  55,5  73,5 795,5  79,5

Nota: “Otros” incluye a cabezas de familia sin oficio y a las casas cuyos titulares eran menores o forasteros. Comarca del Campo de Montiel en Albacete delimitada según criterios actuales. Fuente: Archivo Histórico Provincial de Albacete (en adelante AHPA), Sección Catastro del marqués de La Ensenada, Libros: 39, 40, 42,57, 106, 141, 150 y Libro 36, 2ª parte.

Al margen de los grupos oligárquicos que en proporción acumulaban más casas, los labradores eran los mayores propietarios de viviendas. Es decir, una quinta parte de los cabezas de familia (20,6%) concentraban la cuarta parte de las viviendas. Mientras, los jornaleros (o el 22% de los jefes de hogar) disponían de la sexta parte de las mismas y los mozos sirvientes (con algo más del 15% de las jefaturas) ni siquiera llegaban a la décima parte. La extensión media de las construcciones de los labradores era de 223 m2, el doble que la de jornaleros y sirvientes que eran los grupos sociales predominantes en la zona. Pero

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en algunas poblaciones, las casas de estos dos grupos que podemos denominar como “los que poco pueden” o “los que no pueden vivir de lo suyo”4, eran muy pequeñas, como en Munera o Lezuza, que no llegaban a 50 m2. El peso de los sirvientes en la estructura social de la Castilla centro-meridional es muy significativa (García González, 2017b). En este caso, vinculada sobre todo al cuidado de los rebaños de los grandes ganaderos y terratenientes de poblaciones como El Bonillo, Ossa de Montiel o el Señorío de Balazote. Sus ocupaciones eran múltiples y diversas, desde mozos de labor, caseros, pastores de ganado, sirviente de carretas y muleros hasta sobrados, zagales, ayudadores, mayorales y criados domésticos. La cuestión es que su importancia social no descendió con el paso del tiempo. Así, de acuerdo al padrón de vecinos de El Bonillo para 1867 (Gráfico 1), en total aún se contabilizaban 211 sirvientes, un 14,7% de los efectivos laborales, datos muy similares a las cifras de mediados del siglo xviii que estaban alrededor del Gráfico 1. Principales grupos socio-profesionales vinculados a la tierra en El Bonillo, 1867

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JORNALERO

SIRVIENTE

LABRADOR

Fuente: AHPB, Sección Municipios. 2b.252. Padrón de El Bonillo de 1867. 4. Denominación expresada por García Muñoz (1995) desde su estudio antropológico del Campo de Calatrava. Para profundizar en el pasado en estos grupos véanse Hernández López (2013), para el Campo de Montiel albacetense, y García González (2000) para la próxima sierra de Alcaraz. Igualmente, para Andalucía, González Beltrán (2017)

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16%. Por su parte, la desigualdad en la distribución de la propiedad se acentuaría si tenemos en cuenta que los jornaleros alcanzaban ahora el 36% y los labradores se redujeron a poco más del 7%. Porcentaje que casi se duplica en Balazote pues según las cédulas de vecindad de 18541857, un 64% de los cabeza de familia eran jornaleros y los labradores apenas alcanzan el 9%5. A comienzos del siglo xx, la situación socio-laboral no ha variado demasiado, y los varones incluidos en los censos electorales de algunas poblaciones de la provincia de Albacete son, por mayoría aplastante, los jornaleros o braceros, predominando en todas las poblaciones. Por ejemplo, en Lezuza suponían dos terceras partes (64%) del censo en 1923; y en Peñas de San Pedro el 61% en 19086. Muchos de ellos seguramente serían mozos sirvientes a temporadas buena parte del año. Aun así, en esta última población los sirvientes alcanzaban el 21,5%. En total 61 casos de los que cuarenta eran muleros, siete labradores sirvientes y catorce pastores sirvientes. El mulero es el mozo que cuida de las mulas entre los labradores. Se trataba de un mozo sirviente cuyas funciones iban desde el cuidado de las mulas a la labranza de las tierras y siempre a disposición del amo para lo que necesitase. Todos estos grupos vivían en casas que básicamente atendían a dos tipologías, la casa a sola teja y la casa encamarada. Esta última, era una vivienda de dos plantas, siendo la superior la cámara, por lo general un espacio diáfano cuya orientación podía ser múltiple: desde granero, a depósito de herramientas, despensa para alimentos e incluso habitáculo para las personas. Su función esencial era la de aislar a la vivienda, convirtiéndose en un mecanismo esencial de adaptación al clima. Era la más generalizada en la zona con el 85% de las viviendas. En villas como Lezuza y Munera se acercaban al 90% y en otras como Balazote casi al 70%. La casa a sola teja o a tejavana, es la casa de una sola planta, con una o dos estancias y corral o descubierto. Básicamente estas viviendas son las más sencillas y elementales. Su planta está constituida por la cocina y el aposento, constituyendo ambas el único cuerpo de la casa, después el corral, en donde suele abrirse la caballeriza, era un descubierto que 5. Archivo Municipal de Balazote (en adelante AMBa), Actas del Ayuntamiento, tomo II (enero-abril 1854-1857). 6. Archivo Histórico Provincial de Albacete (AHPA), Censos electorales de las poblaciones y años citados.

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podía ir sin cercar, o cercado. Las estancias aumentan al compás de las necesidades del hogar, del espacio disponible en el corral y de la capacidad económica de la familia. En las villas de La Mancha oriental el porcentaje medio de viviendas a tejavana era un 14%. Por lo que respecta a las características de los hogares (Hernández López, 2013: 145-169), en toda la comarca predominaba de forma abrumadora la familia nuclear. Los porcentajes son muy elevados en todas las poblaciones, siendo la media para la zona de 80,91%. La cohabitación de otros parientes era poco habitual y son excepcionales los casos en que los hijos, tras el matrimonio, se quedaban en el hogar paterno. Los hogares complejos tienen una escasa presencia en la comarca (6,39%), cifra que se encuentra en consonancia con la estructura general de Castilla-La Mancha, que no supera el 10% de los casos las familias complejas. Por su parte, el tamaño medio de los hogares para toda la comarca se estima en 3,81 (que desciende a 3,5 sin los criados). Genealogía de una casa corriente. los cimientos de un itinerario residencial A mediados del siglo xviii, como muestra el plano del Catastro de Ensenada de la villa de Balazote (véase el plano adjunto) comprobamos que ya se había iniciado la urbanización de la llamada calle Nueva, paralela a la calle Mayor y próxima a la casa de Arriba, la casa señorial del conde de Balazote. La calle posteriormente fue adoptando distintos nombres. En el siglo xix, era la calle Estanco y en el siglo xx se denominaría primero calle Román Ochando Valera y con la Transición democrática, calle Pablo Picasso. El solar de la vivienda que analizaremos formaba parte de las eras y eriales del señor conde, una zona que, como se observa en el mismo plano, se organizaría urbanísticamente a partir de una pequeña casa que queda un tanto aislada y sin respetar la línea de la calle. Pero la urbanización de esta nueva vía en su parte alta se impulsaría a partir de 1811 al realizarse las primeras ventas de tierras del mayorazgo7, lo que 7. En 1811 ya se realizaron varias ventas de tierras desvinculadas del mayorazgo de Balazote, que proporcionaron cierta liquidez a la casa. A partir de 1884 la casa de Balazote entra en un proceso de endeudamiento progresivo, hipotecas, ventas, in-

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sin duda motivaría nuevas edificaciones al quedar el suelo libre de cargas. En concreto, sabemos que a mediados del siglo xix había allí una casa cuyo primer propietario identificado es Bernardo García. Casa que desde mediados del siglo xx sería el hogar de Ana Ortega Simón y de Pedro José Simón Alfaro. Plano1. Balazote según el Catastro de Ensenada (1752).

Fuente: AHPA, Sección Catastro de Ensenada, Respuestas Generales, Balazote.

La primera etapa residencial de esta vivienda la ocupa la familia Gómez. Los primeros moradores de la casa de los que tenemos constancia fueron Josefa Alfaro (1773-1813) y su marido Francisco Gómez Olaya, con quien se casó en la iglesia de Balazote en abril de 1793. Ella era natural del pueblo, aunque parte de su familia procedía de la vecina localidad de Peñas de San Pedro. Él procedía de Elche de la Sierra, una población serrana también de la actual provincia de Albacete. Un dato el de la movilidad matrimonial que se repetirá en todas las generaciones que pasan por esta vivienda. Y es que la micromovilidad espacial y familiar es una constante que caracteriza a una zona rural como esta. tereses, deudas, que conducen a la decadencia y muerte de la casa y señorío. Véase Losa Serrano (2005).

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Imagen 1. Calle Mayor de Balazote tomada desde la casa de Arriba. Inicios del siglo xx.

Fuente: Foto Ángel.

De hecho, los intercambios conyugales con otras localidades fueron en aumento desde el siglo xviii de tal modo que, entre un 11 y un 13% de los enlaces, uno de los novios era foráneo en la comarca del Campo de Montiel albacetense (Hernández López, 2013). En concreto, en Balazote, según observamos en los libros matrimoniales, también había un elevado número de contrayentes foráneos, aunque casi todos pertenecían a pueblos de la comarca, siendo Lezuza, Barrax y La Herrera las villas con cuyos moradores más se establecían estos enlaces. Del mismo modo, las segundas nupcias o posteriores no fueron excepcionales en la villa ni en la comarca. Según nuestras investigaciones, en el Campo de Montiel de Albacete, el 17% de los matrimonios celebrados durante el siglo xviii lo fueron con uno o los dos viudos. El hijo de esta pareja, Bernardo Gómez contrajo matrimonio en abril de 1814 con María Villalba, ambos de la misma vecindad. Cuando falleció en su acta de defunción se indicaba que “no testó por ser pobre”8. De los seis hijos que tuvieron, hay que destacar por su rela-

8. Archivo Diocesano de Albacete (en adelante ADA), Libro de Defunciones de Balazote 1861-1878, p. 101.

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ción con la vivienda que nos ocupa a María Nicomedes Gómez. Casada en 1856 a los 24 años, su esposo Plácido Jiménez era descendiente de otra familia originaria del cruce de otras poblaciones albacetenses como Alborea o Masegoso y de Pedro Muñoz (Cuenca). Un año después de este matrimonio nació Bernardo Jiménez Gómez, el último propietario de la casa por esta línea familiar que la venderá a Demófilo Ortega en 1920. Se trataba de un jornalero que contrajo matrimonio en agosto de 1881 con Ana María Ramos Sevilla, de 22 años de edad, consorte cuyos padres procedían de Barrax, aunque afincados en la villa. Años después enviudó y en el año 1888 contraía nuevas nupcias con Petra Luisa Simón, quien fallecería también, y dos años más tarde contraía un nuevo enlace con Josefa Aceituna9. La desgracia quiso, pues, que enviudara tres veces y, aunque quedó con vida alguna de sus hijas, vendió la casa en 1920 a Demófilo Ortega Mora y a su mujer, Francisca Simón Tébar. Una vivienda que, según consta en una escritura notarial posterior ante el notario Pedro Requena (1959)10, nunca antes se había hecho registro de la misma. Fue, por tanto, el último comprador, Pedro José Simón Alfaro, quien lo hizo en el catastro de la propiedad, quedando inscrita en la calle ahora llamada Román Ochando Valera y señalada con el número 44. La compraventa, sin embargo, tenía una condición: que, además de entregarle 300 pesetas por la vivienda, le permitiese su permanencia en ella hasta su fallecimiento11. Un “arreglo” o acuerdo que beneficiaba a las dos partes. El primero hizo valer su bien más preciado para garantizar su subsistencia hasta el final de sus días; por su parte, el comprador adquirió una vivienda por un precio adecuado y cómodo teniendo en cuenta su situación laboral y que no precisaba ocuparla de manera inmediata. Y es que Demófilo Ortega, desde el día siguiente de su boda en Balazote con la mencionada Francisca Simón, trabajaba como labrador a rento a medio camino entre pequeño labrador y mozo sirviente en el “Cuarto del Hambre”, una aldea perteneciente al término de Lezuza. Aquí permanecería la familia los cuatro primeros 9. ADA, Libros de matrimonios de la villa de Balazote, años 1850-1900. 10. Escritura notarial de compraventa otorgada por Demófilo Ortega a favor de Pedro José Simón Alfaro, (1 /12/1959), notaría de don Pedro S. Requena, Albacete, nº. 2388. 11. Testimonio oral del yerno de Demófilo Ortega, Pedro José Simón, fallecido en Balazote en 1992 y recogido por la familia.

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años. Después alternaron su estancia de labradores en otras aldeas y caseríos: Las Hoyas (término de Casas de Juan Núñez), la Casa del Gañán y la Casa de las Nogueras (ambas en el término de Balazote). Finalmente volvería a Balazote como aniaguero (mayoral o capataz responsable del resto de mozos), para entrar de nuevo en la casa de Arriba12. Decimos de nuevo porque Demófilo Ortega había llegado al pueblo para trabajar como mulero de don Damián Flores en la casa de Arriba, es decir, la casa señorial del conde que este había comprado. Huérfano de padre, con apenas catorce años entró en esta hacienda, procedente de Fuente Pinilla, aldea de Lezuza, cercana al heredamiento de Tiriez, donde trabajaba su padre, Camilo Franco Ramón Ortega, como labrador a rento13. Su madre, María Encarnación Mora, tras enviudar, se fue a vivir a Tiriez y los tres hijos mayores, de edades comprendidas entre los 12 y 15 años, entraron a trabajar en la mencionada casa de Arriba. Demófilo Ortega repitió la trayectoria de su progenitor a medio camino entre pequeño labrador a rento y labrador sirviente en aldeas, heredamientos y caserías. Sus hijos nacieron en los distintos lugares por las que iba pasando la familia. En 1917 nacía su primer hijo, Antonio, cuando aún permanecían en el Cuarto del Hambre, después vendría Constantino, luego Manuel y en 1922 nacía Ana Ortega, el cuarto de los hijos, cuando era labrador en la aldea de Las Hoyas, término de Casas de Juan Núñez. La intención de fijar su residencia en Balazote le llevó a comprar la casa de Bernardo Gómez en 1920, aunque la vivienda recién adquirida no fue ocupada de inmediato como sabemos y aún faltarían algunos años para establecerse definitivamente aquí. Consideramos oportuno hacer un inciso en este punto porque el itinerario vital y laboral de los jóvenes en la zona es muy similar. Por ejemplo, el abuelo del yerno de nuestro protagonista era Onofre Simón Gallego. Casado en 1895 a la edad de 23 años como su mujer, era un pequeño labrador a rento y mozo sirviente que estuvo trabajando en Casa Blanca o Los Partidores, ambas fincas del término de Balazote, y 12. Testimonio oral de su hija Ana Ortega recogido en Balazote en 2012. 13. Nacido en 1852, falleció en 1892. Era natural de Lezuza y sus padres fueron Juan Tomás Ortega y María Avendaño, quienes tuvieron diez hijos. Su padre era labrador de algunas tierras propias y otras arrendadas en Fuente Pinilla, aldea de Lezuza y, además, puso una pequeña tienda.

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posteriormente la familia se trasladó a Casa Alta y La Madriguera, aldeas cercanas a Santa Ana (Albacete). Al tiempo que cambiaban de amo y lugar nacían los hijos, en este caso siete. Tras varios años de esmerado trabajo fue designado aniaguero o encargado de una de las haciendas donde trabajaba para después ir comprando tierras y organizando su propia labor. En otras ocasiones, los vínculos laborales y de parentesco se confundían para fortalecer las bases de una pequeña explotación conjunta que fuera la plataforma mínima para cubrir las necesidades familiares. Así, uno de los hijos del mencionado Onofre, Rafael Simón, tras casarse se quedó con su suegro como labrador y ambos compraron diversos bienes, como una tierra de regadío de cuatro celemines y dos cuartillos más otros tres celemines de regadío en Peña Horadada14. Movilidad social y cambios constructivos Pero veamos cómo se formó el hogar de Demófilo y de Francisca Simón Tébar. Contrajeron matrimonio a comienzos del siglo xx en la parroquia de la villa (Genealogía 1 del Anexo). Ella pertenecía a una familia de sirvientes de una categoría superior. Su padre, Antonio Simón, era mayordomo con la familia hacendada de los Cortés, y, además, llevaba sus propias tierras y disfrutaban de una aceptable situación económica. Su madre, Constanza Tébar, procedía de otra familia de labradores de la villa. Todo ello influyó en la educación de los hijos y de las hijas, que al igual que sus hermanos, fueron instruidas en el conocimiento de las letras y del cálculo. De hecho, fue siempre Francisca quien llevó la contabilidad de la casa pues Demófilo Ortega no pudo aprender a leer durante su infancia y juventud. La casa de los Simón, suegros de Demófilo Ortega, se localizaba entre la calle Mayor y la calle Nueva, en lo que se denominaba “las cuatro esquinas”, concretamente en la actual calle de las Eras, y fue comprada a José Tébar Martínez el 6 de abril de 189415. La vivienda,

14. Escritura de compraventa de la familia, otorgada por doña Pilar Cortés Alonso a don Rafael Simón. Notario don Manuel Fernández Rodríguez, distrito de Albacete, notaría de Barrax, 1934, n.º 8 y n.º de liquidación 1124. 15. Escritura particular de la familia Simón Ortega, realizada con motivo de la partición de los bienes al fallecimiento de Constanza Tébar y Antonio Simón Useros, ante el notario José Ceño Cánovas, Albacete, 11 de abril de 1927, nº 172.

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según los datos notariales, medía una superficie de 183 m2 y se componía de un patio de entrada, una cocina y cuatro cuartos dormitorios encamarados; una cuadra a teja vana y un descubierto. Esta casa tendría un papel destacado en la vida de nuestros protagonistas. Para Francisca Simón representaba no sólo el lugar donde había nacido ella y sus hermanos sino también el lugar donde nacerían sus hijos. Con motivo del parto, Francisca se iba con su madre desde la aldea donde trabajaba su marido como labrador y aniaguero para alumbrar en esta casa a todos sus hijos. Era asistida por su madre y por el médico de la villa, si era preciso. Sus padres celebraron aquí la fiesta de su boda y la de su hermana Ana María. La casa seguiría perteneciendo a la familia y, tras la muerte de los padres, pasaría a uno de los hermanos y a su descendencia. La casa, sin pertenecer a los grupos de elite, también significaba mucho más que los cuatro pilares que la sustentaban. Junto a su dimensión material, todo un mundo de símbolos y legados inmateriales se daban cita entre sus paredes. Los momentos más importantes del ciclo familiar (nacimientos, peticiones de mano, bodas, bautizos, defunciones, velatorios, particiones, etc.), confidencias y vivencias compartidas con parientes, vecinos y amigos, negociaciones, contratos y otro tipo de experiencias que conforma la historia de sus miembros, tenían su espacio en la casa. Y así lo vivió Francisca Simón. Durante la cuarentena post-parto se quedaba en la casa de sus padres, alternando de manera intermitente a partir de 1920, su residencia en la villa con la casa que habían comprado a Bernardo Gómez. Una residencia que se convertiría en definitiva hacia 1925 cuando su marido dejó su trabajo en las aldeas y caserías para instalarse de forma estable como aniaguero en la casa de Arriba, ahora propiedad de D. Damián Flores como hemos dicho. Mientras, el trabajo de labrador en las distintas aldeas por las que iba pasando la familia, determinó que la casa se ocupase por temporadas, de vez en cuando, al compás de las visitas que realizaban al pueblo y con motivo de partos, fiestas o enfermedades. Según la escritura de compraventa de 1920, la vivienda adquirida por los Ortega Simón ocupaba una superficie de 220 m2, aproximadamente. Constaba de planta baja con dos habitaciones y cocina encamaradas, cuadra y corral (véanse las planimetrías al final del texto). La vivienda estaba en buenas condiciones cuando la compraron.

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Retejaron la cubierta, acomodaron las camas y los enseres que traían y ocuparon la casa. La puerta de entrada tenía una sola hoja, partida, y entraba directamente en la cocina, una amplia habitación con chimenea en el centro de la pared derecha y dos alacenas, una a cada lado de la chimenea. Aquí guardaban el vidriado y algunos alimentos. Esta estancia era la más cálida de la vivienda, no tenía ventana al exterior, la puerta de la casa permitía la ventilación con solo abrir “el ventanillo”, así como la entrada de luz natural. Pero además de ser el centro del hogar, era el centro de la vida familiar, el lugar donde se recibía a los vecinos y parientes, donde pasaban las veladas y donde se llegaron a realizar negocios, bodas, partos, velatorios o fiestas. Desde esta habitación, que en la escritura notarial denominan cocina, se abrían dos puertas, para los dos dormitorios: el mayor, ocupado por los padres e hijas que tenía una ventanilla al corral de la vivienda, y el de los hermanos, de menores dimensiones y con una ventana a la calle. Toda esta zona estaba encamarada, lo que les resguardaba del frío invernal o de los calores estivales. Además, la cocina-estancia distribuidora se prolongaba en un pequeño corredor del que salía la subida a la cámara y otra puerta, abría o cerraba el paso hacia las cuadras de los animales y el corral. La entrada de una nueva familia traería importantes cambios a la vivienda original. De un hogar solitario pasaría a ser ocupada por una familia numerosa, un hogar nuclear compuesto por el matrimonio y siete hijos. La casa tuvo que adaptarse a las nuevas necesidades familiares y laborales de un labrador autónomo, reconvirtiendo su espacio doméstico en un auténtico proceso de reespacialización. Demófilo Ortega podría considerarse el ejemplo del criado que comienza su andadura como mozo cuando aún no había cumplido los catorce años para continuar como labrador a medio camino entre sirviente y explotador de algunas tierras a rento durante los primeros años de su matrimonio hasta conseguir convertirse en un labrador con labor propia. Además de las tierras que labraba como arrendatario, adquirió algunas parcelas, tanto de regadío como de secano, que cultivaba con dos pares de mulas. Su explotación se complementaba con tres vacas lecheras, un rebaño de cabras y cuatro o cinco cerdos que criaban todos los años. En consecuencia, la vivienda se había quedado pequeña para acoger a una familia muy numerosa, animales, aperos, simiente, cosecha, etc. Tuvieron que alquilar un corral y cuadras con

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varias dependencias para el ganado, el pajar y otros usos. Porque además en la casa vendían la leche de las vacas y de las cabras e, incluso, producían queso. En 1935, diez años después de instalarse de forma definitiva en la villa, la familia se planteó la necesidad de residir en una casa mayor. Demófilo, el antiguo sirviente, compró a quien había sido su amo, don Damián Flores, un solar de 1000 m2 para edificar una nueva vivienda. Junto a los albañiles contratados, en su construcción participaron los hijos mayores. Para ello precisaron muchos carros de piedra y arena, varias fanegas de cal, otras tantas de tierra, cerca de mil tejas, rollizos y cuarterones. Materiales vinculados al entorno, procedentes de los terrenos próximos a la villa donde habitualmente se abastecían los vecinos para construir sus casas y otros edificios16. La casa, según consta en la escritura notarial, tenía 400 m2 de superficie y 150 m2 de vivienda construida. Pero estos datos no se atienen a la realidad. Cuando Demófilo compra el solar a Damián Flores, este redujo en escritura la superficie que había vendido. Los motivos posiblemente fueron de tipo fiscal. Tampoco se ajustaba a la verdad la superficie construida que se acerca a los 500 m2 entre la parte de la vivienda y las cuadras para el ganado. El resto lo ocupan el porche y un corral descubierto. En 1936, al inicio de la Guerra Civil, Demófilo y su familia se trasladaron a la casa nueva, situada en la carretera de El Bonillo. Calle que tras la contienda se denominaría avenida del General Sanjurjo. Ese verano había ido bien con la cosecha, el grano se pudo llevar a las nuevas cámaras y, aunque la vivienda no estaba concluida, este hogar se acomodó en ella. La guerra afectó mucho a la familia. Los tres hijos mayores fueron llamados a filas y marcharon a luchar por la Repúbli16. Materiales que se repiten en otros presupuestos y obras de la villa como sabemos que se utilizaron por ejemplo en la reconstrucción de la cárcel de la villa. En 1865 se pidió desde el Ayuntamiento presupuesto al maestro alarife, Pedro Navarrete, para la demolición y nueva construcción de la cárcel de la villa. Según el presupuesto entregado, se necesitarían: ciento cincuenta carros de piedra, dos fanegas de cal, veinte carros de arena, otros cuarenta carros de tierra (para la construcción del tapial), tres mil tejas, cincuenta rollizos, diez tirantes, nueve puertas, cuarenta cuarterones y tres ventanas de dos hojas y otras dos de una sola hoja Archivo Municipal de Balazote (AMB), Caja de documentos antiguos, caj. 1.

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Imagen 2. Demófilo Ortega y su mujer Francisca Useros a comienzos de la década de 1960 en el corral de su casa.

Fuente: Fotografía cedida por la familia.

ca. La antigua casa familiar se había quedado sola, pero no vacía. Francisca nunca la desatendió. Dejó muchos de sus enseres allí y siempre estuvo preparada por si en algún momento había que volver a ocuparla, velar a un difunto o cuidar a un enfermo17. Tras el regreso de los tres hijos de la guerra, Francisca y Demófilo cedieron su antigua casa al primero de ellos, Antonio Ortega, con motivo de su matrimonio. Una nueva etapa comenzaba en esta vieja casa. Siguiendo con la costumbre de esta zona, a pesar de su matrimonio, Antonio, continuó trabajando como labrador con el padre. De forma paralela llevaba otras tierras a rento. En esta casa transcurrieron los primeros años de su vida familiar y aquí nació el primero de sus hijos. Después, siguiendo el ejemplo paterno, también compraría a don Damián Flores otro solar situado detrás de

17. Estas indicaciones las recordaba su hija Ana Ortega, que acudía con su madre durante los años de la guerra a cuidar de la casa (testimonio oral, Balazote, 2012).

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la casa que sus padres habían construido para edificar su propia vivienda. Por esta época, a finales de los años cuarenta, en 1947, se casaba la hija menor, Ana Ortega Simón, con Pedro José Simón Alfaro (véanse Genealogías n.º 2 y 3 del Anexo). Otra vez Francisca y Demófilo cedían la casa sin coste alguno a otro de los hijos coincidiendo con su matrimonio. Otro hogar ocupaba la vivienda, sin embargo, la casa continuaba vinculada dentro de la misma familia. Y en esta ocasión siendo escenario de un nuevo proceso de movilidad social. Sin embargo, la trayectoria seguida por la familia de Pedro José Simón Alfaro es muy expresiva para comprender cómo, cuando hablamos de la movilidad social, no podemos contemplarla como simples procesos unidireccionales y automáticos. Reconstruyendo su genealogía comprobamos cómo, al contrario, es un camino lleno de altibajos (Genealogía 2). Su padre era un bracero de profesión en 1927 cuando en el pasado la posición del fundador de la familia era muy relevante a nivel local. Efectivamente, Antonio Simón Piqueras en 1752 era alcalde ordinario en la villa y labrador de las tierras del señor. Ya tenía tres hijos casados y aun así su hogar lo formaban en ese momento, sus esposa (Josefa Ramírez), cuatro vástagos varones y dos criados. Entre las propiedades que declaraba para el Catastro de Ensenada estaban 9 bueyes de labor además de otras cabezas de ganado de renta. Se trataba, pues, de un mediano arrendatario por cuanto no constaban tierras de su propiedad. Lo que sí sabemos es que nació en 1691, hijo de Ana García, natural de Balazote, y de Antonio Simón, natural de Tobarra, población de donde vinieron varios jóvenes por aquellos años para trabajar en el Señorío y que se instalarían definitivamente en la villa. Gracias a su posición, su tercer hijo, José, contraería matrimonio en 1753 con doña Ignacia Teresa de Alfaro, sobrina del conde. Pues bien, tras los diferentes avatares de la familia18, Pedro José obtendría en 1959 un puesto oficial ligado al Estado al ser designado 18. De manera resumida exponemos el itinerario de la familia. Efectivamente, el padre de Pedro José Simón Alfaro, era Rafael Simón, bracero de profesión en 1927 y casado con su prima hermana. Este era hijo de Onofre Simón (nacido en 1871), descendiente a su vez de Manuel Guillermo Simón Jiménez (nacido en 1843 y casado con María Gallego en 1864). El padre de este último fue Francisco Pío Simón, nacido en 1812 y casado en dos ocasiones. El hermano mayor de Francisco, Cipriano, cursaría estudios de Teología y sería presbítero en Balazote hasta su

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agente postal de Balazote. Hasta 1988, en su vivienda se instalaría durante cerca de treinta años la oficina comarcal de Correos y Agencia Postal dando también servicio como Caja Postal de Ahorros. Los cambios que supondría esta nueva etapa se materializarían de forma muy significativa en la propia vivienda. En primer lugar, por lo que respecta a su propiedad. Pasados los tres primeros años de residencia, la hija y su esposo deciden comprar la casa a los padres. En 1959 se formalizaba la escritura ante el notario Pedro Requena como ya sabemos el precio de venta lo acordaron en ocho mil pesetas, una cantidad muy alejada de aquellas 300 pesetas pagadas en 1920 por su adquisición. Aun así, las compraventas entre familiares, que eran una práctica muy extendida ya desde el Antiguo Régimen, estaban muy condicionadas por los principios de reciprocidad entre vendedor y comprador ligados al parentesco por lo que su precio no reflejaría su valor en el mercado19. Entre otras cosas porque el precio se podía ver alterado por motivos sentimentales y afectivos, prestaciones y débitos formales e informales muy frecuentes entre familiares y que no se reflejaban a la hora de la escritura notarial. Y tratándose de la casa, su misma dimensión simbólica sin duda, se traduciría en una ventaja para quien se comprometiera a dar continuidad a un bien familiar. La casa se rejuvenecía con la ampliación de la familia. El nuevo hogar quedaría conformado a principios de los años sesenta cuando nacía el cuarto hijo del matrimonio. Era preciso adaptar la vivienda a los nuevos tiempos y a los gustos de la época. Para ello se procedió a separar los dormitorios de la cocina, abrir un pasillo en la entrada, eliminar las cuadras y construir una cocina, un aseo y dos dormitorios en la primera planta. Se cambiaron los suelos, las puertas, se abrieron ventanas y un nuevo aire entraba en esta casa que reiniciaba una vez más su trayectoria. De nuevo asistimos a un proceso de reespacialización al adecuarse la vivienda, no solo a las nuevas necesidades familiares, sino fallecimiento en 1879. El progenitor de ambos fue Juan Antonio Simón, nacido en 1785 y casado en 1807. Y este era uno de los siete hijos de José Simón y Ana de Cuenca con quien se casó en segundas nupcias porque el primer matrimonio lo hizo en 1753 con doña Ignacia Teresa de Alfaro, sobrina del conde. Por último, el mencionado José era el tercer vástago del alcalde ordinario Antonio Simón Piqueras. 19. Para un ejemplo de mercado intervenido por las redes de parentesco véase Boudjaaba (2005).

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también laborales, al tener que compatibilizar el espacio doméstico con las exigencias derivadas del paso de una familia de labradores a la del responsable de la oficina comarcal de Correos y Caja Postal de Ahorros de la villa. Debido a la nueva ocupación profesional del padre, decidieron que en la antigua habitación utilizada como dormitorio de los hijos varones, en los primeros años de vida de la casa, sirviera de oficina y centro receptor de la correspondencia. Tenía una ventana que daba a la calle, permitía la apertura de un buzón de correos hacia el exterior y era de fácil acceso desde el interior de la casa. Diariamente los agentes postales de varias localidades del entorno: Tiriez, Lezuza, La Herrera, San Pedro, Santa Ana y Argamasón, venían a recoger la correspondencia que se centralizaba en esta casa. Además, daba servicio como banco al llevar aparejada la función de Caja Postal de Ahorros. La vivienda adquiría así una nueva dimensión social, de apertura y de servicio a la comunidad, que diluía por completo la estrechísima línea que separaba en el mundo rural el ámbito de lo privado y de lo público. Prácticamente sin horarios, se atendía a todos aquellos que solicitaban librar un giro, tramitar un certificado, recoger un paquete, enviar una carta o comprar sellos. Tanto de los residentes en la propia población como en otros núcleos, aldeas y casas de campo de la comarca. Analizando los planos que exponemos en el anexo, en el análisis de la evolución de esta casa, desde el punto de vista arquitectónico, podemos ver la relación tan diferente existente, según la etapa, entre su estructura, el espacio y la función. Al principio la relación era directa entre estos tres elementos. La estructura, formada por los tres muros de carga paralelos a la línea de la fachada, delimitaban el espacio ocupado por sus moradores, quedando detrás otro espacio para los animales. Se distinguía así claramente un cuerpo delantero construido en dos plantas y terminado en una cubierta a dos aguas sustentada por los tres muros de carga, frente a otro cuerpo trasero con menor importancia constructiva. Con el paso del tiempo la relación entre estos elementos deja de ser tan directa. El espacio destinado a quienes ocupan la casa se extiende en horizontal, invadiendo los espacios que antes eran destinados a los animales, y en vertical hacia los espacios destinados a las cámaras. Desaparece la cuadra y se construye un gallinero que requiere meno-

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res dimensiones y puede ubicarse en una segunda planta. Aparecen así nuevas dependencias en construcciones añadidas a la estructura inicial con distintas funciones. Igualmente, por lo que respecta a la lógica distributiva hay cambios significativos. Inicialmente resaltaba con claridad la cocina como el elemento centralizador, como el eje en torno al cual giraban los demás espacios, caracterizado por la ausencia de huecos al exterior. Esta jerarquía cambia con el tiempo. Se introducen elementos distribuidores como el pasillo, la cocina pasa al fondo de la casa, se convierte una habitación en oficina y se abren huecos al exterior, tanto a la calle como al corral, que ayudan a la independencia de los espacios y, por tanto, a una mayor intimidad de sus residentes. Una intimidad, con todo, condicionada por el hecho de tener que compatibilizar la vivienda como ámbito doméstico con su función, en parte, como casa de correos. Antes de fallecer Pedro José Simón en 1992, vería consolidado el proceso de movilidad social de la familia en los itinerarios seguidos por sus hijos y nietos. Itinerarios todos ellos muy alejados de la tierra y entre los que encontramos profesionales de la banca, ingenieros, policías, arquitectos o profesores. Tras su fallecimiento, la madre, Ana Ortega, quedó como única ocupante de la casa. Se cerró la oficina de Correos y se convirtió en su dormitorio, se cerraron las habitaciones de los hijos y poco a poco la casa y su inquilina se fueron quedando solas. La casa, cuya andadura estuvo marcada por la soledad inicial, volvía a sus orígenes. Sin embargo, muchos han sido los cambios que se han sucedido desde entonces. Como hemos visto, la trayectoria de la casa ha estado marcada por la trayectoria de la familia y de sus diferentes etapas. Frente a la imposible continuidad familiar de Bernardo Gómez, ahora la casa ha pasado, tras la partición hereditaria de los bienes familiares, a su hija Ana Simón Ortega (Genealogía 3). Y, aunque esta ha fallecido, la casa es propiedad de sus hijos, los tres nietos de Ana Ortega, la matriarca nacida en 1922 que seguirá ocupándola como propietaria principal hasta su muerte. Porque, lejos de dejar su casa, desde 2015 han sido los hijos quienes han vuelto, en este caso, a cuidar de su centenaria madre. Conclusión Con nuestra investigación hemos intentado integrar el análisis de la casa como espacio residencial y constructivo con las genealogías fa-

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miliares y las trayectorias de vida de sus ocupantes, es decir, asociar las dinámicas biográficas y familiares con las dinámicas de la casa tal y como planteábamos en otro lugar (García González, 2017a: 54). Además, lo hemos hecho a partir de una vivienda corriente, representativa de la mayoría de los que habitaban esta zona, por lo general mozos sirvientes, jornaleros y pequeños propietarios. Una dificultad añadida por cuanto que se trata de grupos cuyo seguimiento nominativo es mucho más difícil que si nos hubiéramos fijado en aquellos que tienen “nombre” y dejan huella documental, en los terratenientes y ricos labradores, los miembros de la nobleza, el clero, las oligarquías, el comercio o la administración. Afortunadamente, para alcanzar nuestro propósito hemos contado con la fotografía fija que nos proporciona el Catastro del Marqués de la Ensenada en 1752, con planos urbanos incluidos, que ha permitido ubicar familias, calles, hogares y casas. También los libros de matrimonios, bautismos y defunciones desde finales del siglo xvii que precisan aspectos genealógicos imposibles de reconstruir de otro modo. Y las escrituras, como compraventas o hijuelas sobre todo, que quedaron en las notarías. Junto a todos estos vestigios del acontecer individual y familiar, hay que añadir los testimonios orales. Testimonios que adquieren un mayor valor histórico cuando se pueden entrecruzar, como ha ocurrido en parte aquí, con las fuentes documentales. En definitiva, todo este conjunto de informaciones dispersas, reflejan esa especie de “caleidoscopio” (Franco Rubio, 2016) que es la vida colectiva y que, al modo de un puzle, hemos conseguido reconstruir a partir de una casa concreta. Porque, nuestro objetivo no ha sido estudiar el caso puntual sino lo que de general esconde como modelo de comportamiento. La casa situada en la calle Nueva de Balazote en el siglo xviii, después llamada del Estanco en el siglo xix y de Román Ochando durante buena parte del xx, nos ha permitido comprobar cómo los cambios sociales y familiares se fueron manifestando en los aspectos constructivos. Y a la inversa, cómo estos elementos, pueden considerarse como una especie de termómetro de dichos cambios. Pero tiene poco sentido hablar de cambios en genérico, es imprescindible aplicar una perspectiva de análisis diferencial atendiendo a las particularidades de estatus, actividad, riqueza y condiciones objetivas de existencia de quien vivía en las viviendas. Nosotros hemos analizado

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la casa de los que poco pueden y, en efecto, hemos observado cómo las largas permanencias constructivas fueron paralelas a las escasas posibilidades de la variación de categoría y estatus. Pocas novedades hubo en la casa del paso de la familia del jornalero Bernardo Jiménez Gómez a la del mulero Demófilo Ortega. Sin embargo, este último ejemplifica la intensidad del cambio en un contexto distinto propicio para el ascenso y la promoción. El ser mozo sirviente como mulero desde los 14 años en la hacienda de un gran propietario le permitió contraer matrimonio y empezar su periplo como aniaguero y labrador en distintas fincas de la provincia. Y a partir de ahí terminó como propietario de dos viviendas y labrador con tierras propias. Un nuevo estatus que se tradujo en reformas sustanciales en la casa y que se intensificarían después convirtiéndose en modificaciones estructurales con las generaciones posteriores al adaptar la vivienda tanto a su nueva funcionalidad como a la posición social alcanzada por la familia dentro de la comunidad. La casa, superada ya esa mirada etnográfica que tendía a reducir el interés del historiador a la mera descripción constructiva o a la relación de enseres, ajuares y utensilios en la línea de describir usos y costumbres, se convierte en un objeto de investigación con un enorme potencial para avanzar en la historia social. Bibliografía Birriel Salcedo, Margarita M. (2017): “Introducción”, en Margarita M. Birriel Salcedo (ed.), La(s) casa(s) en la Edad Moderna. Zaragoza: Instituto Fernando el Católico, p. 10. — (2015): “Género y espacio doméstico: la casa rural en el siglo xviii”, en María Elena Díez Jorge (ed.), Arquitectura y mujeres en la historia. Madrid: Síntesis, pp. 305-339 Blasco Esquivias, Beatriz (2006): La casa. Evolución del espacio doméstico en España. Madrid: El Viso. — (2017): “Vivir y convivir. Familia y espacio doméstico en la Edad Moderna”, en Margarita M. Birriel Salcedo (ed.), La(s) casa(s) en la Edad Moderna. Zaragoza: Instituto Fernando el Católico, pp. 65-92. Boudjaaba, Fabrice (2005): “Parenté, alliance et marché dans la France ruale traditionnelle. Essai d’application de l’analyse de ré-

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seaux au marché foncier et immobilier de Saint-Marcel (Normandie) 1760-1824”, en Annales de Démographie Historique, vol. 109, n.º 1, pp. 33-59. Boudjaaba, Fabrice y García González, Francisco (coords.) (2017): “Dosier El trabajo doméstico y sirviente en la Europa rural (ss. xvi-xix). Diversidad de modelos regionales y formas de dependencia”, en Mundo Agrario, vol. 18, nº 39. Feduchi, Luis (1984): Itinerarios de la arquitectura popular española. Tomo IV: La Mancha, del Guadiana al mar. Barcelona: Blume. Fisac Serna, Miguel (1985): “Arquitectura popular manchega”, en Cuadernos de Estudios Manchegos, n.º 16, pp. 17-54. Flores, Carlos (1973): Arquitectura popular española. Vol. III: Arquitectura rural de La Mancha y Extremadura. Madrid: Aguilar. Franco Rubio, Gloria (2009): “La vivienda en el Antiguo Régimen: de espacio habitable a espacio social”, en Chronica Nova: Revista de Historia Moderna, n.º 35, pp. 63-103. — (2016): Caleidoscopio de la vida cotidiana (siglos xvi-xviii). Madrid: SinÍndice. García González, Francisco (2000): Las estrategias de la diferencia. Familia y reproducción social en la Sierra (Alcaraz, siglo xviii). Madrid: Ministerio de Agricultura. — (2005): “La casa rural en la Castilla meridional. Aproximaciones arquitectónicas y constructivas en la época del Quijote”, en Porfirio Sanz Camañes (coord.), La Monarquía Hispánica en tiempos del Quijote. Madrid: Universidad de Castilla La Mancha/Centenario Don Quijote/Silex, pp. 103-144. — (2017a): “Casas, itinerarios, trayectorias. Espacializar la Historia Social en el Antiguo Régimen”, en Margarita M. Birriel Salcedo (ed.), La(s) casa(s) en la Edad Moderna. Zaragoza: Instituto Fernando el Católico, pp. 45-64. — (2017b): “Sirvientes y criados en el mundo rural de la España interior, 1700-1860. Desigualdad social y dependencia”, en Fabrice Boudjaaba y Francisco García González (coords), “Dosier El trabajo doméstico y sirviente en la Europa rural (ss. xvi-xix). Diversidad de modelos regionales y formas de dependencia”, en Mundo Agrario, vol. 18, nº 39. — (2021): “Trayectorias familiares. Reflexiones metodológicas para la investigación en el Antiguo Régimen”, en García González, Francisco (ed.), Familias, trayectorias y desigualdades. Estudios de histo-

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ria social en España y en Europa, siglos xvi-xix, Madrid: Sílex, pp. 27-54. García Muñoz, Adelina (1995): Los que no pueden vivir de lo suyo. Trabajo y cultura en el Campo de Calatrava. Madrid: Ministerio de Agricultura. González Beltrán, Jesús Manuel (2017): Entre surcos y penurias. Asalariados del campo en la Andalucía occidental del siglo xviii. Cádiz: Universidad de Cádiz. Hernández López, Carmen (2013): La casa en La Mancha oriental. Arquitectura, familia y sociedad rural (1650-1850). Madrid: Sílex. Losa Serrano, Pedro (2005): El condado de Balazote. Madrid: Sílex. Hoyo Sancho, Nieves (1951): “La casa manchega”, en Congres International de Geographie (Lisboa 1949), tomo II. Lisboa: s. e., p. 124. Jerez García, Óscar (2004): Arquitectura popular manchega. Ciudad Real: Diputación Provincial. Martínez Medina, África (1994): “La distribución a través de la teoría: difusión y aceptación de los nuevos esquemas distributivos”, en Espacio, tiempo y forma, “Serie VII, Historia del Arte”, n.º 7, pp. 247-264 Nicolás Gómez, Dora (1994): La morada de los vivos y de los muertos. Arquitectura funeraria y doméstica del siglo xix en Murcia. Murcia: Universidad de Murcia. Rybczynski, Witold (1989): La casa. Historia de una idea. San Sebastián: Nerea. Sarti, Raffaela (2003): Vida en familia. Casa, comida y vestido en la Europa Moderna. Barcelona: Crítica

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1852 - 1892

40

172

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Valeriana García (López)

0d

M. Ortega (Mora (Parto anticipado))

1886 - 1886

142

Miguel Inocente Ortega

1877

190

1829

Antonio Ortega (Simón)

83

80

Constantino Ortega

82

1918 - 2000

Demófilo Ortega

Manuel Ortega (Mora)

138

1882

Pilar Moreno (Martínez)

Obdulia Juan Mora Camilo

1890 - 1970

1917 - 2000

Francisco Antonio Ortega

133

1886

Maria Juana

157

1862

Ysabel María Avendaño

Camilo Franco Ramón Ortega (Natural de Lezuza)

1848

Miguel Benigno Ortega Juan (Avendaño) Ortega

183

1837

Juan Tomás Ortega

209

1811

Manuel Ortega

38

1919 - 1957

Pedro Ortega (Mora)

140

1880

Francisco Ortega

18

1935 - 1953 95

1925

162

44

1925 - 1969

97

1922

1953 67

Francisco Simón (Ortega)

1950 70

Rafael Simón (Ortega)

Ana Simón (Ortega)

59

1955 - 2014

Francisca Simón (Tébar)

86

1889 - 1976

Antonio Maximino Simón (Useros (matrimonio el 20/02/1886))

61

1860 - 1922

Francisca Useros

Francisco Sanz (Tebar (Matrimonio en 1879))

Francisca Genara Simón

154

1865

Ana Victoria Ortega (Simón)

Blasa Juana Simón (Useros)

José María del Rosario Alfaro Encarnación (Garijo) Ortega

Ramón Alarcón

Juana Simón

25

1863 - 1889

1857

Isidoro Simón

Natalio Ortega (Mora)

D. 1869

164

1856

Obdulia Céspedes

María Encarnación Mora (Matrimonio 27/11/1876)

Manuel Mora (Natural de El Bonillo)

Constanza Tébar (Rozalén)

57

1862 - 1919

1894

58

1962

Pedro José Simón (Alfaro)

69

1923 - 1992

Constanza Simón (Tébar)

D. 1926

Ana Rozalén

José Antonio Margarita Ana María Simon Simón González (Tebar) (Albaladejo) (Tebar)

Lucia José Manuel Simón Simón (Ortega) (Ortega)

4m

1960 - 1961

Isidoro Manuela

José Tébar

Juan Sanz (Rueda)

GENEALOGÍAS RESIDENCIALES Y MOVILIDAD SOCIAL

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Anexo

Genealogía 1. Orígenes familiares de Ana Ortega

4/10/22 16:48

Marca Simón

Antonio Simón

60

1726 - 1786

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191

1831

Ana Victoria Ortega (Simón)

100

151

Onofre Simón (Gallego)

Pedro Tomás Alfaro (Garcia)

1922

Francisco Pío Simón (Saavedra)

210

1812

Marcelina Navarro

Rafael Simón (Arnás)

Pedro José Simón (Alfaro)

69

126

1896

1923 - 1992

Jaima Alfaro (Arnás)

131

50

Manuel Guillermo Simón

82

1783 - 1865

1843 - 1893

1890

Lorenza Saavedra

55

1788 - 1843

Ana de Cuenca

1871

María Gallego (Ortiz)

Juan Antonio Simón

237

1785

Joseph Simón

78

1729 - 1807

163

Josefa Garcia

Antonia Escobar

doña Ygnacia Teresa de Alfaro

D. 1762

Josefa Ramirez

79

1705 - 1784

1858

Bonifacio Alfaro

Fernando Alfaro

Asensio Alfaro

Rita Sevilla

Antonio Simón (Piqueras)

86

1701 - 1787

María Jiménez

Manuela Arnás (Tébar)

151

1871

Jaime Arnás

42

1831 - 1873

Esteban Jiménez

Ignacia Venancia Arnás

161

1861

María Juana Lorenza Tébar

189

1832

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Genealogía 2. Orígenes familiares de Pedro José Simón

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1977

45

47

41

1981

1983

38

36

1986

Rafael Simón (Ortega)

María Dolores Díaz (González)

1974

72

70

40

1982 38

1984

Francisco Simón (Ortega)

69

1953

35

1987 35

1987

Carmen Hernández (López)

66

1988 34

44

1978

Ana Simón (Ortega)

59

1955 - 2014

44

1977

Ana Victoria Ortega (Simón)

1956

69

Pedro José Simón (Alfaro)

100

41

1981

37

1985

Licinio Carrasco

71

1951

60

1962

39

1982

29

1993

Lucia José Manuel Simón Simón (Ortega) (Ortega)

4m

1960 - 1961

15

20

7

2015

José Ángel Rubén Hugo Simón Simón Jiménez (Cebrián) (Cebrián) (Simón)

2007

2002 Marta Jiménez (Simón)

4

2018 Francisco Simón (Mateos)

2

2020 Rodrigo Simón (Mateos)

5m

2022 Vega Simón (Granados)

2

2020 Marío García (Aragón)

12

2010

Iván García (Aragón)

9

2012

Alba García (Segarra)

7

2014

Inmaculada Rafael José ÁngelIsabel María Ana Virtudes Benito Fátima Francisco Patricia Jesús Estefania Francisco María Teresa Ana Miguel Ángel Patricia José Javier Simón Simón García Cebrián Simón (Díaz) Jiménez Simón Simón Mateos Simón Granados José García Aragón García García Segarra Simón (Díaz) (Díaz) (Simón) (López) (Moreno) (Cifuentes)(Hernández)(Hernández) (Sánchez)(Hernández) (Álvare) (López) (Simón) (Simón) (Jorge) (García)

49

1973

1950

1951 - 2021

1923 - 1992

1922

31

1991 Sergio Miriam Simón Abellán (García) (Sánchez)

30

1991

Milagros García (Avendaño)

57

1965

GENEALOGÍAS RESIDENCIALES Y MOVILIDAD SOCIAL

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Genealogía 3. Familia de Ana Ortega y Pedro José Simón

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C. HERNÁNDEZ LÓPEZ / F. GARCÍA GONZÁLEZ

Planimetrías20

20. Las planimetrías de la vivienda de Ana Ortega han sido realizadas por su nieta, Ana García Simón.

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Sobre los autores

Pilar Andueza Unanua es doctora en Historia del Arte y profesora titular de Historia del Arte en la Universidad de La Rioja. Sus líneas de investigación preferente se centran fundamentalmente en el urbanismo, la arquitectura nobiliaria y el espacio doméstico hispano, así como en el análisis de la cultura material y el consumo suntuario de las élites durante el Antiguo Régimen. Sobre estas áreas ha publicado varios libros y numerosos artículos, entre los últimos: La casa y el espacio doméstico en Navarra (2019). Margarita M. Birriel Salcedo es doctora en Historia y profesora titular de Historia Moderna en la Universidad de Granada. Su larga trayectoria en estudios de género se ha centrado en los últimos años en la dimensión material y simbólica del espacio doméstico. Esta orientación espacial ha resultado en diversas publicaciones como fue la edición del libro La(s) casa(s) en la Edad Moderna, publicado por la Fundación Fernando el Católico en 2017 y en el curso interdisciplinar “Casa, hogares y vida cotidiana”, en el Máster de Historia de la Universidad de Granada. Mª Elena Díez Jorge, doctora en Historia del Arte y catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Granada. Su docencia e investigación ha estado orientada al estudio de género y arquitectura en los siglos xv-xvi. Ha sido directora de varios proyectos de investigación interdisciplinares e internaciones sobre historia de la casa desde una

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CASA Y ESPACIO DOMÉSTICO EN ESPAÑA Y AMÉRICA

perspectiva de género como “De puertas para adentro. Vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica” o “Vestir la casa: espacios, objetos y emociones”. Antonio Rafael Fernández Paradas, doctor en Historia del Arte por la Universidad de Málaga, conocedor teórico y práctico del mueble y su historia en España, como recoge su obra Historia de la historia del mueble en España. Teoría, historiografía y corrientes metodológicas (1872-2011), publicado por la Universidad de Málaga en 2016. En la actualidad es profesor en la Universidad de Granada en el Departamento de Didáctica de las Ciencias Sociales; e imparte clases en el Máster Arte y Publicidad de la Universidad de Vigo. Francisco García González es catedrático de Historia Moderna en la Facultad de Humanidades de Albacete (Universidad de CastillaLa Mancha). Fundador y director del Seminario de Historia Social de la Población (http://sehisp.uclm.es) y de Modernalia. Recursos para la enseñanza de la historia moderna (https://www.modernalia.es/), ha sido vicepresidente de la Fundación Española de Historia Moderna. Coordinador de diversos monográficos en revistas especializadas y obras colectivas, es autor de numerosas publicaciones centradas en la historia de la familia, la casa y los procesos de diferenciación y de reproducción social en la España del Antiguo Régimen. Natalia González Heras es doctora en Historia Moderna y Premio Extraordinario de Doctorado por la Universidad Complutense de Madrid, con la tesis, Servir al rey y vivir en la corte. Propiedad, formas de residencia y cultura material en el Madrid borbónico (2014). En la actualidad es profesora de Historia Moderna en la Universidad Complutense de Madrid y continúa investigando sobre las condiciones de habitación y vida material de las élites en la capital madrileña durante el siglo xviii. Carmen Hernández López, doctora en Historia, con mención europea, por la Universidad de Castilla-La Mancha, es profesora asociada y miembro del Seminario de Historia Social de la Población en dicha universidad, compaginando su labor docente en las Facultades de Educación y de Ciencias de la Educación y Humanidades de Cuen-

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SOBRE LOS AUTORES

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ca con la Enseñanza Secundaria. Especialista en la historia de la casa y de la familia, es autora de numerosas publicaciones entre las que destaca el libro La casa en La Mancha oriental. Arquitectura, familia y sociedad rural (1650-1850) (2012). Mar Martínez Góngora es doctora por la University of Virginia. En la actualidad es catedrática de Literatura Española en Virginia Commonwealth University. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas en estudios hispánicos y literatura, como Hispanic Review, Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, Journal of Spanish Cultural Studies o Cervantes, prestando una especial atención a la espacialidad como muestra su libro Los espacios coloniales en las crónicas de Berbería (2013). En la actualidad está trabajando en un estudio sobre el lenguaje de las joyas en la obra de Cervantes. Juan Carlos Marinsalda es arquitecto por la Universidad de Buenos Aires en 1985 y doctor por la Universidad de Sevilla en 2016, con la tesis La casa histórica de la independencia argentina. Ha sido investigador auxiliar en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Tucumán entre 1990 y 2001 y profesional de la Dirección Nacional de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas de la Nación desde 1985 hasta el presente. Rosalía Oliva Suárez, doctora en Gestión y Preservación del Patrimonio en 2014 (Universidad de Granada), indaga en las relaciones entre el urbanismo y la arquitectura con el desarrollo de la sociedad en el período colonial cubano. Ha trabajado como investigadora histórica, desde 1999, en el Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana, donde actualmente continúa. Y es profesora en el Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana. Jorge F. Rivas Pérez se graduó como arquitecto en la Universidad Central de Venezuela, continuó sus estudios en la Università degli Studi di Firenze, Italia, donde obtuvo una especialización en Diseño Industrial, y posteriormente obtuvo la maestría en Filosofía y doctorado en Historia del Arte en el Bard Graduate Center de la ciudad de Nueva York. Actualmente es curador de arte latinoamericano y

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CASA Y ESPACIO DOMÉSTICO EN ESPAÑA Y AMÉRICA

director del Mayer Center for Latin American Art del Denver Art Museum. Romina Zamora es doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata y en Historia de América Latina por la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla). Es investigadora del CONICET. Ha publicado una treintena de artículos y capítulos de libros referidos a la teorización sobre oeconomía y a su praxis en las ciudades españolas en América, como recoge su libro Casa poblada y buen gobierno. Oeconomía católica y servicio personal en San Miguel de Tucumán, siglo xviii (2017), que recibió el premio Academia Nacional de la Historia 2019.

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